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112 Finanzas Personales IV - La Psicologia Del Dinero
112 Finanzas Personales IV - La Psicologia Del Dinero
PERSONALES (IV):
LA PSICOLOGÍA DEL
DINERO
#112 | La psicología del dinero
EL CAPÍTULO
EN UN VISTAZO
| INTRODUCCIÓN
Han pasado más de dos años desde entonces y, aunque creo que mucho de lo que
te contaba sigue siendo válido, el mundo ha cambiado más de lo que yo podía
imaginar cuando grabé aquellos capítulos. En un abrir y cerrar de ojos nos hemos
plantado en un escenario post-pandémico -o casi, uno ya no sabe cuándo se
supone que acaba esto del COVID-, con los gobiernos occidentales imprimiendo
dinero como si no hubiera un mañana, con lo que parece el principio de un periodo
de inflación como la que muchos de nosotros no hemos conocido en nuestras vidas
adultas y con casi todas las opciones de inversión marcando récords históricos,
desde la bolsa a las criptomonedas.
Si la mayor parte de lo que acabo de decir te suena a klingon - que es el idioma ese
raro que hablan algunos en Star Trek, aclaro, para los que tuvisteis una
adolescencia normal - no te preocupes, porque para bien o para mal el capítulo de
hoy no va de qué hacer en una situación así. Más que nada, porque no soy un
experto y porque, además, es algo que si te interesa, tratamos hace unas semanas
en el capítulo piloto de Nada Que Ganar, el nuevo podcast que hemos lanzado
Samuel Gil, Cristina Carrascosa, Javier González Recuenco y yo. Sirva este
comentario como publicidad poco encubierta y como una forma de animarte a
suscribirte. Yo creo que te gustará.
En realidad, hoy quiero hablarte de algo sobre lo que seguramente estoy igual de
poco cualificado, pero sobre lo que he leído y escuchado algunas cosas
interesantes últimamente: la difícil relación que existe entre nuestra psicología y
nuestro dinero.
Casi de rebote y sin tener mucha intención de leer sobre el tema, en los últimos
meses han pasado por mis manos un par de libros que exploran desde distintas
perspectivas, precisamente, nuestra psicología sobre el dinero. Sobre cómo
pensamos en invertirlo, cómo valoramos las cosas y cómo nos lo gastamos. El
primero es The Psychology of Money de Morgan Housel y es un conjunto de
reflexiones sobre cómo - por mucho que nos empeñemos - no somos todo lo
racionales que nos gustaría y cuando invertimos nuestro dinero estamos
enormemente sometidos a los vaivenes de nuestra psicología. El otro libro del
que quería hablarte es Dollars and Sense, que se tradujo en español como Las
Trampas del Dinero, de Dan Ariely y Jeff Kreisler; que habla un poco de lo
mismo, pero más aterrizado al día a día de las fuerzas que nos influyen en cómo
decidimos gastar nuestro dinero. Por ejemplo, cosas como que solemos sentirnos
peor después de pagar 200€ a un cerrajero que ha conseguido que podamos volver
a entrar en casa en sólo 3 minutos, que si se hubiera tirado 1 hora trabajando y
pegando golpes; aunque hubiéramos tardado una hora más en poder volver a casa.
El caso es que estas lecturas, junto a algunas cosas más que te iré contando y a
darme cuenta de las muchas vueltas que le estoy dando últimamente a cómo
enfocar esta situación financiera tan extraña - al menos para mí - que estamos
viviendo, son un poco el germen del capítulo de hoy. Es decir, que es una especie
de intento por ordenar un montón de ideas que llevan tiempo rebotando en mi
cabeza. O lo que es lo mismo, que no sé qué va a salir hoy de aquí. Pero hemos
venido a jugar, ¿no?
En el capítulo piloto de Nada Que Ganar que mencionaba antes, creo que también
intentamos dejarlo claro. Incluso hablamos de cómo muchos de los consejos
financieros más habituales, esos tan basados en la austeridad que algunos
llamamos de broma lonchafinismo, parece que están escritos por veinteañeros
solteros, que son los únicos que se suelen poder permitir determinados
extremos.
Y en cierto modo, esas críticas tienen algo de razón. Podríamos discutir algún día
qué significa “tener pasta” y dónde está el límite que supone que la perspectiva de
alguien ya sea tan diferente como para que lo que diga deje de ser útil para otros o
hasta qué punto, precisamente, la perspectiva de gente a la que le ha podido ir más
o menos bien profesionalmente es más o menos valiosa; pero es innegable que,
dinero aparte, cualquiera de nosotros cuatro tenemos un punto de partida
diferente al de otras personas, igual que es diferente entre cada uno de
nosotros mismos - como es inevitable.
Y es que ésa es, seguramente, la mayor lección del libro de Morgan Housel: para
tener una relación sana con el dinero, necesitas entender no sólo cuáles son
tus circunstancias, sino cómo eres tú: cómo reaccionas ante las pérdidas o ante
las ganancias, cuáles son tus aspiraciones, en qué quieres gastar el dinero o qué es
importante para ti.
Lo cierto es que no somos hojas de cálculo, por más que a algunos nos gustaría a
veces serlo. Está muy bien la teoría, es fundamental saber qué es lo racional ante
una situación - pero luego no siempre somos capaces de aplicarla. Un plan sólo es
útil si puede sobrevivir a la realidad. Y la realidad es que nuestro futuro está
siempre lleno de incertidumbre.
Si eres joven y ganas más de lo que gastas, la teoría habitualmente dice que la
mejor manera de optimizar tus ganancias a largo plazo es invertir todo o casi todo
lo que puedas. Incluso, puedes haber leído que el fondo de emergencia son los
padres, que lo único que necesitas tener en tu cuenta corriente es poco más que lo
necesario para pagar los gastos del mes. Y que todo lo demás deberías meterlo en
bolsa o en cripto o en lo que sea que te pueda dar un retorno elevado. Y puedes
tener claro que lo que querrías hacer ante un colapso de la bolsa o una caída del
precio de Bitcoin es, seguramente, mantenerte sin vender o incluso comprar más.
O a lo mejor eres todo lo contrario y que, de hecho, podrías haber tenido incluso
menos dinero en tu cuenta y te habrías mantenido imperturbable o incluso te
habrías apretado un poco más el cinturón para invertir mientras todo caía y a la
larga te habrías forrado. Pero es que una cosa es el modelo y otra cada uno de
nosotros.
Invertir, como todo en esta vida, tiene un precio; que no se paga en dólares o
euros, sino en volatilidad, miedo, duda, incertidumbre o arrepentimiento. E
invertir es aceptar que tenemos que pagar ese precio y también, entender, cómo de
caro es para cada uno de nosotros. Para estar en paz con ese precio, pocas cosas
importan más que entender cuál es nuestro juego y cómo de diferente es del de
otros.
Porque si conoces a gente que está ganando mucho dinero con crypto o haciendo
trading o apostando a resultados de fútbol - que en muchos casos no son opciones
muy diferentes - puedes tener la tentación de hacer lo mismo. Pero tú no eres esas
personas. Quizás no tenéis los mismos planes vitales, o la misma necesidad de
gastar o la misma tolerancia a las pérdidas. Seguir lo que hacen otros, por miedo
a quedarte fuera, sin plantearte qué es lo apropiado en tu caso, es una receta
estupenda para llevarte un disgusto.
Un caso extremo, pero que conviene recordar, son las múltiples trampas de
pobreza, que dan para un capítulo entero en sí mismas. Las trampas de pobreza
son mecanismos que hacen que la pobreza se refuerce. El más obvio es que
normalmente es más difícil ganar 1000€ adicionales al mes cuando ganas 100€,
que cuando ganas 1000€ o que cuando ganas 10.000€, por ejemplo. Hay toda
una serie de fuerzas que hacen que salir de la pobreza sea más difícil que
mantenerse rico.
Sin irnos a estos extremos, otra de las lecciones del libro de Housel es que ganar
dinero invirtiendo y mantener ese dinero son habilidades diferentes. Conseguir
dinero conlleva asumir riesgos, ser optimista y exponerte. Pero conservar tu dinero
suele suponer lo contrario de arriesgarse. Requiere humildad y cierto miedo de que
lo que has ganado puede desaparecer tan o más rápido de lo que llegó. Requiere
ser consciente de que al menos parte de lo que has ganado tuvo que ver con la
suerte y que, por lo tanto, los éxitos del pasado no tienen por qué repetirse
indefinidamente.
Pero bueno, volvamos a eso de qué gastos son racionales y cuáles irracionales.
Porque, dejando de lado los extremos, aquí es donde entra en juego el libro de
Ariely y Kreisler, que lo dedican básicamente a ver qué factores hacen que
gastemos de manera irracional.
El dinero no deja de ser un concepto abstracto, con el que los seres humanos no
nos relacionamos tan bien como creemos. Para empezar, cuando decidimos
comprar algo, no solemos plantearnos a qué renunciamos en su lugar o - si lo
hacemos - rara vez lo pensamos de manera objetiva. Se nos da mal, de por sí,
comparar el valor de unos zapatos con el de una batidora - aunque cuesten lo
mismo, no nos es fácil entender cuál nos aporta más. Podemos ser conscientes de
que si nos compramos un coche nuevo vamos a tener que hacer sacrificios e ir un
poco más apretados, quizás salir menos a cenar o viajar un poco menos. Pero no
deja de ser una comparación entre algo tangible y en el presente - que incluso
puede parecernos una ganga porque está descontado - y un futuro diferente, con
múltiples variables y difíciles de cuantificar. Si comparar objetos, como la batidora y
los zapatos, nos cuesta; imagínate lo que nos cuesta comparar objetos con
experiencias y el presente con el futuro.
Es más, es que no es que se nos dé mal comparar, es que se nos suele dar fatal
valorar las cosas. Tanto que nos apoyamos mucho en pistas externas. Por
ejemplo, en si algo está descontado y cuál su valor anterior. Un ejemplo clásico es
de la cadena de tiendas JCPenney de Estados Unidos. Durante décadas su seña de
identidad fue que sus productos tenían un precio - generalmente inflado - pero que
mediante descuentos, rebajas y cupones, se podían conseguir mucho más baratos.
Hasta que en 2012 su nuevo CEO decidió acabar con esta práctica de precios que
él consideraba engañosos. Se cargó todos los descuentos y rebajas y bajó los
precios al que sería su valor si se aplicaran. Algo aparentemente lógico, pero que
hizo que las ventas se desplomaran. Los clientes dejaron de sentir que estaban
consiguiendo chollos porque ya no tenían con qué comparar.
Imagina que vas camino de un concierto, con una entrada que te ha costado 100
euros. Pero que, por el camino, la entrada sale volando y se acaba colando en una
alcantarilla. Puedes comprar otra por 100€ e ir al concierto: ¿lo harías?
Por la tarde, llevas tu coche al taller a que le cambien el aceite. El jefe de taller te
dice que tardarán varias horas y te costará 70 euros, mientras que al fondo ves a
los mecánicos comiendo pipas despreocupadamente. Sin coche, y tras pasarte todo
el día en la oficina, decides que lo mejor es darte un paseo hasta casa. Pero al poco
de empezar a andar, comienza a diluviar. Como puedes te metes en la primera
tienda que encuentras y ves a la dueña cambiándole el precio a los paraguas:
donde antes ponía 5 euros, ahora pone 10. Protestas y le dices que valen cinco.
Muy tranquila, te responde que hoy tienen el precio especial de los días de lluvía,
pero que si no lo quieres puedes buscar otra tienda, mientras señala al diluvio
universal que hay en la calle.
Lo normal es que en casi todas estas situaciones lo que más nos moleste no es
tanto el coste, sino la sensación de que no es justo. De que no tienen por qué tardar
tanto en el taller, de que es un timo que te suban el precio de los paraguas o de
que 200€ por abrir una puerta en dos minutos es directamente un atraco. Lo cual
es curiosos, porque en ningún momento nos planteamos en cuánto valoramos
no tener que cambiar el aceite nosotros, ni cuánto vale para nosotros no llegar
empapados y agotados a casa o cuál es el valor de entrar en 2 minutos y poder
ducharnos por fin, en lugar de tener que esperar varias horas a alguien más barato.
Y otra cosa con la que me siento reflejado es en el poder que tienen el lenguaje y
los rituales a la hora de cómo evaluamos las cosas. Cuando nos ofrecen un pan
artesanal o un yogur ecológica o nos hacen una oferta exclusiva, somos mucho más
susceptibles de creer que el pan cuesta más, que el yogur es más sano o que la
oferta es mejor. Y solemos estar más abiertos a gastar.
De la misma manera, hay múltiples estudios sobre cómo el hecho de ritualizar las
cosas; por ejemplo, de decantar el vino, mover la copa, observar cómo tiñe el vidrio,
olerlo y finalmente degustarlo hace que le confiramos más valor. Así de raros
somos los humanos.
Mis conclusiones de ambos libros y de alguna cosa más que te voy a contar ahora,
son, creo, bastante obvias, pero nunca está de más tenerlas presentes.
Pero como yo soy alguien con cierta tendencia al lonchafinismo, hay una reflexión
de un tipo que se llama Ramit Sethi que me gusta especialmente, porque lo
complementa. Él tiene un libro con un título muy poco sugerente “I Will Teach You
to Be Rich” - algo así como “Te voy a enseñar a ser rico”, uno de esos que es
inevitable pensar que a quien de verdad han hecho rico es a él. De hecho, el libro
no lo he leído, pero sí le he escuchado en diferentes entrevistas y he leído algunos
posts suyos y dice cosas bastante razonables.
A lo mejor otro día te cuento más de él, pero lo que más me ha gustado de todo lo
que le he oído es que vivir como un rico no es necesariamente gastar mucho en
todo, sino que podemos diseñar nuestra vida de ricos, si elegimos una o dos áreas
concretas en las que queremos enfocarnos. Como si fueran los diales del volumen
de un aparato de música, podemos decidir subirlo al máximo en un tipo de gasto
y bajarlo en los demás. Si lo que te apasiona es viajar, puedes plantearte
maximizar eso a costa de lo demás, viajar varias veces al año. O si odias cocinar,
como yo, puedes usar un servicio que te envíe comida a casa. En general, de lo que
habla es de que hay muchas cosas que pueden parecer superfluas o incluso
extravagantes, pero que si realmente son importantes para ti, pueden ser una
buena forma de gastar dinero.
Y sé que como mensaje puede parecer superficial, pero como te decía antes, para
alguien como yo, con tendencia al lonchafinismo y, en general, al estoicismo y a
minimizar lo que necesito o deseo - que creo que son valores muy importantes - el
riesgo, muchas veces, es pasarse. Y en el extremo nuestra psicología puede
llevarnos a acabar en algún punto entre Mr. Bean y el tío Gilito, según lo
exitosos que seamos. Y una relación sana con el dinero también tiene que ver con
saber gastarlo y hacerlo en cosas que son importantes para nosotros. O, mejor aún,
en personas que son importantes para nosotros. Porque no lo he dicho, pero eso de
los diales también puede incluir ayudar a otros.