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«De una vez por todas, ¿tengo o no vocación?

» 5 consejos
para discernir con mucha, mucha paz
San Juan Pablo II dice que, en el fondo, solo hay una gran vocación: la vocación al amor. Esta
vocación se concreta en dos grandes vocaciones: la vocación al matrimonio y la vocación a la vida
consagrada. Mientras que la primera es la regla general, el Papa polaco aclara que la segunda es más
bien una excepción. Por vida consagrada me refiero al sacerdocio, a la vida religiosa, y a los laicos
consagrados —varones y mujeres—.

Si bien el matrimonio requiere también un discernimiento —que no siempre es sencillo—, lo


excepcional de la vocación a la vida consagrada hace que el discernimiento propio de esta no sea tan
intuitivo. Siempre, al menos en algún momento del proceso, requerirá de un acompañamiento
espiritual. Pero, ¿cómo vivir esta etapa de discernimiento? O, incluso, una pregunta previa, ¿cómo
sé si esta inquietud que tengo realmente amerita un discernimiento?

A continuación, me gustaría hablar de algunos consejos que me ayudaron en mi propio


discernimiento y que he venido confirmando ya como sacerdote. No creo que deban tomarse como
una regla rígida, pero creo que, sin duda, pueden ayudar.

1. El deseo primordial: hacer la voluntad de Dios

Especialmente al inicio, cuando empieza a asomarse lo que se podría identificar como un llamado a
la vida consagrada, puede que uno no esté seguro de lo que quiere. ¿Quiere Dios que me consagre a
Él? ¿O acaso querrá que siga con mis estudios, como tenía pensado?

Puede que haya confusión, incertidumbre, y hasta un cierto miedo. Pero, a pesar de no estar seguro
de lo que uno quiere, un signo saludable es querer hacer la voluntad de Dios. Dios me crea con un
propósito, y solo voy a ser plenamente feliz haciendo aquello para lo cual he sido creado. ¿Qué será
eso? No lo sé, hay que descubrirlo; pero, aun sin saber en qué consiste exactamente, quiero hacer Su
voluntad.

La vocación es un llamado; es decir, la iniciativa es de Dios. Y estar seguro de ese llamado requiere
un discernimiento que lleva tiempo. Cuando uno muy pronto se cierra en la idea de: «tengo que ser
sacerdote», o «tengo que ser consagrada»; esa cerrazón puede ser un obstáculo para el
discernimiento.

2. Jesús es siempre el primer amor

La vocación a la vida consagrada no es una vocación «de descarte». No me hago sacerdote porque
no consigo pareja, ni me hago consagrada porque estoy decepcionada de los hombres o del amor.
Tampoco hay vocación cuando creo que Dios me llama, pero me resisto porque encuentro en mí un
fuerte deseo de casarme y tener una familia. Si este constituye un deseo intenso, definitivamente no
tengo vocación. No hay más vueltas que darle. Para que haya vocación, Jesús tiene que ser el
primero, el único amor.

Puede que al inicio del discernimiento el deseo de seguir al Señor en la vida consagrada conviva con
el deseo de casarse y tener una familia. Esto ocurre especialmente si la vocación surge cuando uno
ya tenía más o menos «pensada» su vida.
Sin embargo, durante el discernimiento, el deseo a la vida consagrada debe ir ganando
preponderancia. Pero no como consecuencia de un acto de autoconvencimiento, sino como un fruto
que va madurando y que cae por su propio peso.

Si uno tiene que hacer un esfuerzo grande para convencerse de la vocación o experimenta que se
mantiene vigente una fuerte inclinación al matrimonio y a tener una familia, uno no tiene vocación.

3. La casa de formación es también parte del discernimiento de la vocación

El fundador del movimiento al que pertenezco me dijo antes de entrar al seminario: «Hay dos clases
de discernimiento: uno que se hace fuera y otro que se hace dentro del seminario. El seminario es
también una etapa de discernimiento, y tu vocación se confirma el día de tu ordenación».

Creo que esta idea es de una importancia fundamental. La vocación no se confirma el día que uno
entra a la casa de formación —seminario, noviciado, etcétera—. La entrada a la casa de formación
marca una nueva etapa en el discernimiento. Sin duda es una etapa en la que uno se tensiona más
hacia la vida consagrada. Sin embargo, —y esto lo repito porque es importante—, sigue siendo
parte del discernimiento.

El «éxito» de la entrada a la casa de formación no es que uno llegue a la consagración, sino que uno
descubra su vocación. Y, estando en la casa de formación, uno puede descubrir que su vocación es
al matrimonio. Llegar a esta certeza no es traicionar a Dios ni darle la espalda, sino todo lo
contrario: es ser fiel a Dios, que me creó para vivir mi vocación al amor en el matrimonio.

Una casa de formación saludable es aquella que recibe a los candidatos con alegría. Pero también
debe despedirlos con alegría y mantener la amistad cuando el proceso de discernimiento fue óptimo,
aunque no terminó en la consagración.

4. La vocación es una respuesta libre

Antes de entrar a una casa de formación, es necesario un acompañamiento espiritual. A su vez, una
vez dentro de la casa de formación, es natural que esta tenga sus reglas. Sin embargo, ni el
acompañamiento espiritual ni las reglas de una casa de formación deben coartar la libertad interior.

Las amenazas, el aislamiento, o cualquier tipo de manipulación, no solo vician el discernimiento,


sino que dañan enormemente la relación con Dios. Hay que tener mucho cuidado con las cosas que
se dicen «en nombre de Dios», especialmente si con ellas se busca forzar una decisión. Por ejemplo:
«si te vas, le estás dando la espalda a Dios». O, «si no entras ahora al seminario, desobedeces a
Dios».

La vocación solo puede madurar en el marco de una profunda libertad interior. El discernimiento no
debe violentar la naturaleza, sino ayudarla a perfeccionarse y florecer.

5. Seguir a Dios no es dejar de ser quien soy

Entrar en la vida consagrada de ninguna manera puede llevar a la pérdida de la propia identidad. Es
cierto que hay morir a uno mismo en muchas cosas, pero es una muerte que lleva a una vida más
vigorosa.

Es un error pensar que hay una sola forma de ser consagrado, incluso en un carisma determinado. El
discernimiento no debe anular los dones y talentos particulares, lo cual ocurre cuando se trata de
imitar un «modelo ideal» que hace a todos iguales, especialmente enfatizando las formas externas.
Dios no crea en serie, y el ejemplo que usa Santa Teresita del Niño Jesús para referirse al Cielo es el
de un jardín con flores variadas. Dice ella que ese jardín es más hermoso porque cada flor es única,
y no lo sería tanto si todas las flores fueran iguales.

Santo Tomás de Aquino enseña que la gracia supone la naturaleza; la eleva y la perfecciona, pero no
la anula. Llevado esto a lo concreto, alguien es más humano cuando es más santo; a mayor santidad,
mayor humanidad.

Por ese motivo, buscar la santidad en la vida consagrada no debe llevar a que se diluya la propia
identidad, sino a que aquellos dones únicos que Dios ha puesto en cada uno florezcan más
bellamente. El discernimiento de la vida consagrada ayuda a poner en acto aquello que Dios ha
puesto en potencia en cada persona.

Aquello que da sentido a nuestras vidas es hacer la voluntad de Dios. El descubrimiento de una
vocación a la vida consagrada puede producir incertidumbre y acaso un cierto temor. Sin embargo,
un discernimiento bien llevado —incluso si no termina en una consagración— siempre nos acerca
más a Dios y al cumplimiento de Su voluntad. Todo discernimiento bien llevado es siempre una
ganancia.

P. Daniel Torres Cox

Nuestro autor dirige un proyecto llamado Ama Fuerte donde puedes encontrar contenidos de
sexualidad y afectividad.

Fuente: https://catholic-link.com/descubrir-que-es-vocacion/

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