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Cuando uno sale de una ciudad para otra, manejando su automóvil, no hace falta
que al salir de la primera ciudad ya vea a lo lejos la segunda. Basta con que
alcance a ver cien metros, o 200 0 500 metros adelante. Cuando llegue al final de
esa distancia veras otros 100 o 500 metros más adelante y eso le basta para
poder seguir manejando bien. La ciudad a donde se dirige, basta que la vea
cuando ya vaya llegando a ella. Así pasa con la vocación. No hace falta ver claro
todo desde el principio. Dios ira hablando por medio de personas, de libros de
inspiraciones y de acontecimientos. Basta que hoy veamos lo que tenemos que
hacer hoy. Mañana ya se nos mostrara lo que tenemos que hacer mañana. Hay
que obedecer al mandato de JESÚS “No andéis intranquilos por el día del
mañana. A cada día le bastan sus propios afanes” Mt 6, 34.
Los psicólogos dicen: “No hay que pasar los puentes antes de llegar a ellos”.
Ósea, no nos afanemos ahora por lo que tendremos que hacer más tarde. “todo
tiene su tiempo” Ecl. 3, 1.
La vida es alegre si se vive en solo día, sin vivir hoy afanado con los problemas
que podrán presentar mañana (y que probablemente no se presentaran tan
grandes como los imaginamos, o tendrán soluciones más fáciles de lo que
creemos).
Más tarde diremos con León Bloy: “Nunca los problemas del presente resultaron
tan amargos como mi asustadiza imaginación me los presentaba en el pasado”.
La teología católica ha enseñado siempre que cuando “Dios confía a una persona
una misión u ocupación especial, se compromete a darle todas las gracias
necesarias para cumplir bien esa misión”.
El concilio vaticano dijo en 1964 que cuando una persona después de meditar,
rezar y hacerse aconsejar bien, se decide por una vocación santa como el
sacerdocio o la vida religiosa, Dios le concede generosamente las cualidades
necesarias, y ayuda eficazmente con su gracia a quien ha elegido para esa santa
misión”. Es lo que se llama “Gracia de Estado”. Ósea una ayuda muy efectiva que
Nuestro Señor concede a cada persona que él llama y destina a algún servicio
sagrado en su iglesia.
El papa Juan XXIII contaba que cuando a él lo eligieron Sumo Pontífice (en 1950)
sintió un terrible susto. Pero que enseguida abrió el librito “Imitación de Cristo”, en
la primera página que resulto y leyó esta Frase “Cuando Dios confía un oficio
especial a una persona, él se compromete a darle las ayudas y gracias que
necesita, para poder ejercer bien el puesto que le ha sido confiado”. Y contaba el
papa, que desde ese momento sintió una gran tranquilidad, y que en los años de
su pontificado pudo comprobar que sí es cierto que Dios se compromete a ayudar
muy especialmente a quienes llama a una vocación especialmente santa.
El padre Egidio Viganó, superior general de los Salesianos, narraba en 1986: “Yo,
como profesor de Teología había enseñado muchas veces a mis alumnos que
cuando Dios llama a alguien a un oficio sagrado en su Iglesia, le concede la
“gracia de estado”, o se una ayuda muy especial para poder cumplir bien el oficio
que se la ha asignado. Yo lo enseñaba en teoría, aunque dudaba un poco de sí en
la práctica esto sucedería muy realmente. Pero apenas me nombraron superior
general empecé a sentir tan palpablemente la ayuda de Dios en este mi cargo tan
difícil, que ahora si me he convencido plenamente a base de hechos y
experiencias de que Dios se compromete a ayudar con ayudas muy especiales a
quienes él llama a una vocación sagrada”. Y bendito sea Dios, porque sí es así.