Libro: ANHELOS DEL CORAZÓN- Integración psicológica y espiritual
Autor: Noreen Cannon/Wilkie Au
Ambas dimensiones del ser deben ser atendidas, ya que en ellas se manifiestan los genuinos anhelos del corazón humano. “Al vivir en una sociedad orientada a los logros, muchos de nosotros teñimos la espiritualidad de esa misma tendencia a alcanzar metas, y en tal espiritualidad el recibir no tiene cabida. Nos resistimos a sentirnos en deuda e insistimos en trabajar para obtener todo lo que tenemos. Escuchar la palabra reconfortante de Dios nos hace sentirnos plenos y amados, y al mismo tiempo nos deja libres para amar a los demás de forma parecida al amor de Dios que es, sólo Él, el verdaderamente santo”.
Nosotros vivimos en un yo dividido. En nuestro interior encontramos
fuerzas que pugna, siendo fuertes y autónomas, a menudo nos sentimos presos de una sensación de debilitamiento e impotencia. Y como San Pablo, nos encontramos perplejos ante el misterio de nuestra fragmentación interior. Cuando el apóstol declara: “No puedo entender mi proceder”, reconocer lo que nos dice “No obro lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco… sé yo que nada bueno habita en mí”. La naturaleza paradójica de la totalidad, la espiritualidad cristiana la concibe en “estar siempre en camino” antes que una aspiración a “tenerlo todo”. Una persona “Total” valora la conciencia y se compromete a darse cuenta y a reflexionar sobre el modo en que sus acciones, pensamientos y sentimientos afectan a la vida del amor a la que están llamados los cristianos. En lugar de pensar en forma complaciente que “ya han llegado”, las personas completas se mantienes fieles a las luchas que comporta el crecimiento continuo. Siendo conscientes que sin la ayuda de Dios este crecimiento no sería posible. El luchar por lograr la integración de la parte espiritual con la psicológica les permite estar abiertos a la auto trascendencia. Se experimentan a sí mismas viviendo al filo de “algo más” y creen que las luchas y dificultades presentes no son sino el umbral de una vida y crecimiento nuevo. Esta creencia encuentra su raíz en el misterio pascual de que se llega a la vida atravesando la muerte y de que, al perder la propia vida, la salvamos (MC 8, 35-36). La totalidad y la auto trascendencia, una persona abierta a la auto trascendencia es aquella que cree que la gracia abunda en todas partes y que en cualquier momento puede tener lugar una gran irrupción de Dios, aun cuando paradójicamente afirmemos que Dios ya está presente en todo momento. Las experiencias cumbre, son momentos de iluminación súbita donde el alma se consuela sin causa precedente, que nos comenta San Ignacio de Loyola, en sus ejercicios espirituales. Esos momentos de auto trascendencia diversos entre sí comparten la característica común de proporcionar una impresión de totalidad, lo cual queda patente al constatar en ellas elementos similares e intercambiables, siendo una sensación honda de ser valorado, aceptado y amado; saberse unificado y con armonía interior, sin conflictos o divisiones internas, notando que se está funcionando a pleno o que se está en forma como jamás se estuvo antes, o sentirse uno con Dios. Quienes han gozado de esas experiencias trascendentales cuentan que su estado alterado de conciencia es un momento puntual de claridad inusitada pero una condición permanente. Son destellos repentinos de comprensión intuitiva que arrojan luz sobre cómo abordar un asunto importante o que comunican la intensa sensación, totalmente imprevista, de ser amados por Dios. Los momentos de trascendencia son, pues, acogidos como un don porque cuando se reciben uno se da cuenta de que no hizo nada de forma consciente o deliberada para producirlos. El saber que no estamos capacitados para provocarlos por nosotros mismos es en sí motivo de humildad. Lo que sí está en nuestras manos es la posibilidad de disponernos a quedar abiertos y receptivos para que la repentina visitación de una gracia estática traiga unidad allí donde antes había fragmentación. Esas ocasiones se viven como auténticas bendiciones porque dejan consigo el sabor tangible e intenso de la totalidad. Un discípulo de Cristo está llamado a seguir a Jesús “en el camino”. Pero, este seguimiento supone un proceso lento de reconocimiento de nuestra tendencia a ser egoístas, a ejercer control, a la ambición y a la competitividad, y nuestro deseo de ser los primeros y los más importantes puede alzarse como un obstáculo en el camino hacia un amor como el de Jesús. La totalidad y la santidad convergen en el amor consciente, Dios nos hace plenos, la plenitud para los cristianos, no es tanto algo que se persiga por sí mismo como un efecto derivado de nuestras luchas decididas para saber amar. El viaje espiritual entraña un desplazamiento desde un amor inconsciente hasta un amor consciente. Creer en conciencia nos permite, al igual que a Bartimeo, asumir fielmente nuestra condición de discípulo de Jesús. Resulta crucial para el crecimiento espiritual cristiano implicarnos activamente que va desde el amor ciego hasta el amor despierto. Una santidad buscada en la vida ordinaria, la meta de amar como Jesús es nuestro gran ideal, ésta tiene que llevarse a cabo en casa, es decir, en los lugares familiares en los que se desarrolla nuestra vida y en los que abundan las oportunidades de desplegar el amor de Jesús. En nuestra vida diaria es el lugar donde opera la gracia que nos transforma en santos al inspirarnos un amor semejante al de Jesús. La santidad es algo al alcance de gente de todo tipo y condición. Hay una tendencia entre los cristianos a rechazar la llamada a la santidad al idealizar el proceso y verlo como algo que únicamente les sucede a las personas extraordinarias en circunstancias muy especiales, llegando a pensar que es casi imposible. Resulta importante reconocer nuestra vocación santa y ver nuestra vida como un proceso en el que Dios nos va transformando de una manera “ordinaria”. La santidad, al igual que la totalidad, en última instancia no es cosa de nuestra propia fabricación sino la obra de Dios en nosotros, este llamado personal exige que consideremos en todo momento, mediante la oración, lo que de verdad representa seguir el camino de Jesús. El camino de Jesús y el sendero personal, seguir a Jesús en el camino que lleva a la santidad requiere que cada uno de nosotros descubra su senda personal y la siga fielmente. No hay un camino universal para la perfección, sino que cada cual debe hallar su propio camino individual. El verdadero punto de partida habría de ser el mismo individuo. La propia experiencia de Dios dirige este movimiento. La fidelidad al sendero en el que se nos invita a amar en el mundo requiere la misma clase de libertad interior y valentía que Jesús mostró cuando, a pesar del ridículo y el menosprecio, siguió fiel a su visión. Se alcanza la libertad cuando superamos esa necesidad de respeto humano. La auténtica imitación de Cristo consiste en seguir el ejemplo vivo de su profunda devoción a dios y de su determinación a dar la visión de la proclamación del reino. Como Jesús, también nosotros, por medio de la oración y de la reflexión, tenemos que seguir en contacto con nuestra llamada interior y con la visión con la que el Espíritu inspira nuestra vida. El proceso de individuación, seguir nuestro sendero personal entraña un proceso por el cual llegamos a ser quienes somos de verdad, indivisibles y a la vez diferenciados de las demás personas. Crecemos en totalidad cuando nos hacemos consciente de “la sombra”, término que refiere a aquellas partes de nosotros mismos que han quedado enterradas en el inconsciente, estableciendo nuestra diferenciación respecto a otras personas afirmando nuestro carácter único como individuo. Cada uno está llamado a ser alguien sin precedentes…un misterio al que tan sólo ellos, con la ayuda de Dios, pueden asomarse viviendo su vida, con la sinceridad y la devoción con la que cristo vivió la suya propia. Dios nos abraza con amor y comprensión todas las partes que nos configuran. La conversión de corazón exige que nosotros mismos hagamos extensivo a nuestro ser la misma aceptación que Dios nos depara. Ello supone acoger la amalgama de virtudes y flaquezas que somos y seguir nuestro propio destino sin vacilar por causa del respeto humano o de la necesidad de “se normales”. Hacernos totales no significa ser perfectos sino ser completos. Esto no necesariamente va acompañando de felicidad, pero sí de crecimiento. Suele ser doloroso, pero nunca aburrido. Enfrentarse al inconsciente, el viaje hacia la integración total necesita del conocimiento de nuestra sombra para poder hacer frente a motivaciones y actitudes desconocidas. Requiere una profundización cada vez mayor en nuestro interior, las imágenes del descenso parecen describir mejor está faceta del viaje espiritual que las del ascenso. Es “ahondar”, adentrarse a la búsqueda del alma o “descubrir”. Para crecer en el espíritu, debemos ver por debajo de las apariencias de bondad y del código de conducta apropiado a fin de examinar nuestros corazones, donde habitan todas las perversidades que nos hacen impuros. La enseñanza de Jesús resulta muy clara: es el corazón humano lo que necesita ser purificado, para que el espíritu de Dios pueda transformarnos en una nueva creación. Para ello, debemos reconocernos y enfrentarnos cara a cara con las influencias ocultas de los programas emocionales con sus promesas de felicidad, el falso yo se adaptará a cualquier nueva situación enseguida y en el fondo, nada cambiará. Mientras las cosas van bien, nos quedamos contentos viviendo en el estrato superficial de la conciencia, pero cuando el sufrimiento perturba nuestra vida, rompiendo nuestro equilibrio y “nos lanza al ruedo”, la rueda de la vida- encontramos motivación suficiente como para empezar a indagar en nuestra alma. Acontecimientos como la muerte repentina de un ser querido, el fracaso de una relación o el anuncio de una enfermedad debilitadora nos fuerzan a orientarnos de nuevo a aquello que habrá de sostenernos. La depresión, la ansiedad crónica y otras formas de enfermedad física o diversas adicciones son distintas maneras que tiene la psique de expresar conflictos inconscientes y todas ellas señalan la necesidad de emprender una honesta auto indagación. Esos sufrimientos pueden ser la puerta de acceso a ulteriores estados de crecimiento pues, sin quererlo, nos fuerzan a aventurarnos en zonas que de otro modo nunca visitaríamos. Tratar con nuestra ambivalencia, comprometerse a crecer en conciencia y en totalidad tiene un precio alto y quienes se sienten atraídos a contraer tal compromiso experimentan sentimientos de ambivalencia y resistencia, lo cual es natural. Jesús pregunta al hombre enfermo, ¿Quieres curarte?, si lo pensamos bien, la pregunta de Jesús estaba hecha a propósito. Era una invitación al paralítico para que pensase cómo iba a cambiar su vida drásticamente una vez curado y si estaba dispuesto a aceptar tales cambios. ¿Estaba decidido a abandonar su rutina familiar, por limitada y estrecha que fuera, a cambio de arriesgarse a una nueva forma de vida radicalmente diferente? De manera semejante, la pregunta: “¿Quieres ser más consciente, tener más integridad?” ese si traerá nuevos desafíos. Enfrentarse a sí mismo es un componente doloroso, pero necesario, del crecimiento psicológico y espiritual. “El dolor es uno de los signos más seguros de que la contemplación está teniendo lugar”. Las luchas inevitables que entraña vivir como Cristo adquieren significado cuando son vistas a la luz del misterio de la acción purificadora de Dios en nuestras vidas. Al igual que la rama se corta para que pueda dar fruto en mayor abundancia, también nosotros podemos descubrir en nuestras frustraciones y sufrimiento la acción transformadora de Dios en nuestra vida. “Echen las redes en lo hondo”, puede interpretarse como una invitación de Jesús al autoconocimiento y la interioridad. La resistencia de Pedro es parangonable a nuestras propias prevenciones y temores cuando se nos invita a dejar la superficie y aventurarnos en otro nivel más profundo de nuestro ser. Nos preocupa lo que podamos encontrar en nuestro interior. Nos preguntamos si la ganancia merece todo ese esfuerzo y sufrimiento. Al igual que el asustado Pedro que cayó a las rodillas de Jesús tras la pesca milagrosa diciendo: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”, nuestro yo temeroso y reticente también necesita escuchar las palabras reconfortantes de Jesús: “No temas”, “No teman. Estaré con ustedes. Daré buen uso a todo cuando salga de su interior”. A medida que crezcamos en autoconocimiento y en integración, nuestra plenitud dilatada como seres humanos permitirá que Dios nos proporcione una buena pesca que nos alimentará a nosotros y a todos los demás. Es un viaje a sumergirnos en Dios. El Yo abandonado: La sombra y la totalidad: No hay luz sin sombra ni totalidad psíquica exenta de imperfecciones. El castillo interior, Santa Teresa se imagina el alma como una mansión con muchos recintos y sugiere que el crecimiento espiritual equivale a tener la capacidad de moverse libremente de morada en morada sin miedo ni inhibición. Para Teresa, conocerse a sí mismo es la condición para la santidad porque conduce a la humildad. Es la toma de conciencia de la cara oculta de nuestra personalidad, darnos cuenta de la propia vida interna es la pieza clave del crecimiento espiritual y psicológico (Carl Jung). Llegar a conocer la sombra, “aquello que la persona no desea ser”, es una forma de redimir todas las partes rechazadas y perdidas del alma. ¿Qué es la sombra?, es esa parte de nuestra personalidad que reprimimos porque entra en conflicto con la forma en que desearíamos vernos