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Freud: “convertimos al paciente en nuestro colaborador”.
Se plantea un yo relativamente independiente de las mociones (funciones autónomas del yo), y
la alianza terapéutica se basa en apelar a dichas funciones.
El paciente debe tener capacidad de observarse a si mismo como si fuera otra persona, lo que
es correlato de la presencia en el yo de elementos centrados en la realidad que le permiten al
paciente identificarse con los propósitos de la terapia. La alianza tiene como núcleo una
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relación real, “parte no neurótica”, no transferencial entre paciente y analista.
Se basa en el deseo consciente o inconsciente del paciente de cooperar y en su disposición a
aceptar ayuda del terapeuta para superar sus dificultades internas.
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Tolerar cierto monto de frustración, adhesión a las finalidades que persigue el tratamiento, la
existencia de una confianza básica y la capacidad de observarse a sí mismo. Evaluar si el
paciente tiene la capacidad y motivación suficiente para crear una alianza que le permite
sobrellevar las tensiones y lo momentos difíciles que el tratamiento impone.
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Si bien el tratamiento puede iniciarse aunque no exista una alianza intensa, por lo común alguna
clase de contrato terapéutico es indispensable desde el principio. La alianza de tratamiento
podrá desarrollarse luego en el curso de la terapia, y lo ideal es que así ocurra, gran parte de la
labor del analista consistirá en contribuir a ello. Por ende, se observa que la alianza terapéutica
no es sólo función del paciente, sino que la habilidad del analista desempeña un papel esencial.
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hacer algo al respecto, lo cual se conecta con su capacidad para soportar el esfuerzo y el pase
que provoca el enfrentamiento con los conflictos internos.
Posibilidad de cooperar con el terapeuta en un proceso penoso que insume mucho tiempo.
Transferencia
Para los psicoanalistas, el análisis de los fenómenos menos transferenciales es el núcleo de su
técnica terapéutica, y fuera del psicoanálisis el concepto es asimismo muy utilizado para
comprender las relaciones humanas en general.
Freud utilizo el término por primera vez al dar cuenta de su intento de provocar asociaciones
verbales en los pacientes (Freud, 1895). El objetivo de su método era que el paciente
descubriera, fundamentalmente a través de sus asociaciones y reacciones emocionales, el nexo
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una persona anterior por la persona del médico.
Freud distinguió permanentemente entre el análisis de transferencia como
procedimiento técnico y la llamada “cura de transferencia”, en la que el paciente parece
abandonar todos sus síntomas como consecuencia del amor que siente por el analista y de su
afán por complacerlo (1915).
Freud (1916-17) puntualizó que “desde el comienzo del tratamiento está presente en el paciente
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una transferencia que durante un tiempo es móvil más poderoso de su avance”.
En 1912 Freud había hablado de las transferencias “positivas” por oposición a las “negativas” y
había subdividido a las primeras en las que colaboraban con la labor terapéutica y las que la
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estorbaban. Se consideraba que las transferencias negativas eran el traslado al terapeuta de
sentimientos hostiles, y que su forma extrema se manifestaba en la paranoia; no obstante,
sentimientos negativos más moderados podrían coexistir con la transferencia positiva en todos
los pacientes.
Para Freud, la repetición del pasado en la forma de transferencias en el presente era una
consecuencia de lo que llamó “compulsión” a la repetición.
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Ana Freud acuño asimismo la expresión actuación transferencial, por la cual la transferencia se
intensificaba y difundía en la vida cotidiana del paciente.
Entendía Anna Freud que esta exteriorización de aspectos muy estructurados de la personalidad
era algo diferente de la repetición en la transferencia de la relación infantil del paciente por
ejemplo con un padre punitivo.
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Alexander (1925) al igual que Freud (1940) aludieron al hecho del que el psicoanalista “asumía”
el papel de la conciencia moral (o superyó) del sujeto, y vieron en ello una parte primordial del
proceso terapéutico.
Melanie Klein (1932), quien como consecuencia de su trabajo analítico con niños llegó a
considerar que todo comportamiento posterior era en gran medida una repetición de las
relaciones que, según ella, se daban en el primer año de vida.
Greenson (1965) escribe: La transferencia consiste en vivenciar hacia una persona del presente
sentimientos, pulsiones, actitudes, fantasías, y defensas que no corresponden a dicha persona y
son una repetición, un desplazamiento de reacciones originadas en personas significativas en la
niñez temprana. (…) Para que una reacción sea considerada una transferencia debe presentar
estas dos características: ser una repetición del pasado y ser inapropiada para el presente.
Waelder (1956) afirma: “Puede decirse que la transferencia es una tentativa del paciente por
revivir y volver a ejecutar, en la situación analítica y en relación con el analista, situaciones y
fantasías de su niñez. Por lo tanto, la transferencia es un proceso regresivo (…) Surge como
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La interrupción o falla del proceso de desarrollo impone la permanente necesidad de
reinstaurarlo (…) en la relación analítica. La interpretación transferencial libera el proceso de
desarrollo al diferenciar el objeto transferencial del pasado, vinculado a la patología, del analista
como nuevo objeto neutral y efectivo en el presente. En la labor clínica con niños y adultos, se
ha vuelto posible, en mayor medida que antes, discernir la representación en la transferencia de
las estructuras y conflictos patológicos del desarrollo temprano, y descifrar sus interrelaciones
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con las estructuras y conflictos posteriores.
Otras variedades de transferencia El concepto de transferencia que definió Freud surgió dentro
del contexto de tratamiento psicoanalítico de pacientes neuróticos.
Transferencia erotizada: en 1915 Freud describió ciertos casos de “amor de amor de
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transferencia” en los que la paciente en tratamiento analítico declaraba estar “enamorada” del
analista (1915). Cuando la transferencia “apasionada” es tan intensa que la demanda de
gratificación es muy grande y cesa el trabajo analítico productivo, puede suponerse que hay una
grave psicopatología.
Rappaport establece una correlación entre las exigentes reacciones, intensamente sexuales, en
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Freud usa el término por primera vez en una carta que le escribe a Carl Gustav Jung en 1909.
Presentándola como un obstáculo a superar para la técnica psicoanalítica, afirmando que el
analista nunca debe ofrecer nada al paciente proveniente de su propio inconsciente. A lo largo
de su evolución profesional nunca estimo la posibilidad de utilizar la contratransferencia de una
forma activa en el desarrollo del análisis. Aunque si de forma implícita reconoció la utilidad de
los sentimientos del analista, para poder descubrir la vida psíquica del paciente y su relación con
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el psicoanalista.
En cambio Ferenzci que al principio estaba de acuerdo con Freud, posteriormente discrepo de
él, desarrollando la técnica activa, consistente en dar muestras directas de afecto y ternura al
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paciente, junto al análisis mutuo en el cual el paciente y analista dirigían la cura a la par. Siendo
intuitivo y sensible, pronto empieza a darse cuenta de la importancia de sus propias sensaciones
despertadas en el curso analítico, escuchándose y entregándoselas al paciente para que pueda
liberarse de la relación transferencial, y así diluirse la artificialidad de la relación analítica clásica.
La concepción de Ferenczi, se ve reflejada en mayor o menor medida, en la escuela inglesa y en
la Psicología del Yo.
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respecto al analizado.
E. Balint (1939) Define la contratransferencia como el conjunto de todos detalles que mostramos
al paciente (ambiente de consulta, frecuencia de sesiones, aspecto físico del terapeuta, tono
emocional en las intervenciones) afectándole en su transferencia.
Me acerco a Winnicott (1949) haciendo una breve reseña, para posteriormente desarrollar su
ideología al respecto. Culminando el artículo con sus originales aportaciones, sobre como
trabajamos de una manera flexible y “usamos” la contratransferencia, adaptándonos al
diagnóstico del paciente. Simplemente señalar, como él distingue tres posibles tipos de actitud
que debe de tener en cuenta el terapeuta.
Paula Heimann (1950) da un viraje a la concepción de la contratransferencia.
Transfigurándolo de patito feo a hermoso cisne, lo hace con una gran sutiliza, no disintiendo
de Klein, ya que ésta no tenía una actitud positiva, respecto a la publicación sobre este tema. La
opinión básica de esta autora, es que el inconsciente del analista engloba al del paciente, y esta
comprensión en lo más profundo del inconsciente es la que emerge en los sentimientos del
analista, percibiéndolo como respuesta a la comunicación y proyecciones que recibe del
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Al hilo de este recorrido, me parece interesante profundizar en la línea de pensamiento de R.E.
Money-Kyrle (1956), acorde con Heimann, para poder entender el proceso
contratransferencial. Este autor, plantea que la identificación e interés por el paciente, surge de
dos impulsos: el reparativo (como el extremo de un continuo dinámico, siendo el opuesto las
tendencias destructivas, característico de la naturaleza humana) y el parental. Cree que el
terapeuta, a pesar de percibir objetos e imágenes diversas del paciente, prioriza su atención,
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hacia el niño inconsciente de éste. A través de su propio análisis y reconocimiento de su self
temprano, puede comprender el del paciente y devolverle, su comprensión.
Según Money-Kyrle, el precursor de todo este dinamismo transferencial-contratrasnferencial
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será la proyección e introyección. Por medio de la comunicación el terapeuta se identifica
introyectivamente con el paciente, entendiéndolo por su movimiento interior, para
proyectarlo al mundo externo, una vez metabolizado y elaborado, denominándola
contratransferencia normal.
Todo este proceso, se paraliza cuando el terapeuta queda identificado introyectivamente con un
aspecto que él no entiende. Produciéndose una etapa de oscuridad. El único camino llegados a
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esta encrucijada, es que el terapeuta tenga la capacidad “de no saber”, con un súper yo
benévolo, permitiéndole el tiempo necesario para ir discriminando los aspectos que el paciente
está introyectando. Y si éstos, de alguna forma se enredan con puntos ciegos propios, sin
resolver. Puesto que si se precipita una intervención, sin mesura, habrá que pagar el precio de
consecuencias indeseables para el tratamiento.
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dificultades. Esa es una posibilidad, la otra sería, la no consciencia por su parte del papel que
el paciente trata de imponerle. Solamente podrá llegar a buen puerto el análisis, si el terapeuta
consigue discernir que sus sentimientos no son autóctonos, sino una interacción entre sus
propios elementos y los que el paciente trata de imponerle.
León Grimberg (1962) define un nuevo concepto “la contraidentificación proyectiva”
diferenciándola de las identificaciones concordantes y complementarias de Racker. Destacando
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que la respuesta de contraidentificación proyectiva por parte del terapeuta, no es debido a sus
propios conflictos, por el contrario afirma que se debe casi en totalidad a la identificación
proyectiva, percibida por el analista de forma pasiva. Queriendo enfatizar que el analista es
“movido” desde fuera. En un trabajo más reciente (1982), que se titula Más allá de la
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contraidentificación proyectiva, Grinberg intenta integrar su punto de vista anterior dentro de
una concepción interaccional, donde el analista ya no es un pasivo receptor de las proyecciones
del paciente.
2) LA CONTRATRANSEFRENCIA EN LA DEFINICION DE SIGMUND FREUD:
Sigmund Freud se refirió de manera directa al fenómeno de la contratransferencia sólo en
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que, al existir en 1910 un mayor número de personas que ejercen el psicoanálisis, se hacía
posible concluir algunas cuestiones acerca de su trabajo, entre otras, determinar que «cada
psicoanalista sólo llega hasta donde se lo permiten sus propios complejos y resistencias
interiores» por lo que el autoanálisis como actividad
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por él expresado. En primer lugar, destaca que los fenómenos contratransferenciales se han
instalado en el analista por influencia del paciente. Este efecto, que seguramente podríamos
atribuir a los actos y características de este último, responde a un contexto particular, en este
caso el escenario analítico, donde el analizando es capaz de ocasionar en el psicoterapeuta una
serie de emociones.
Por otra parte, este influjo que se ha desplegado sobre la persona del analista, afectaría su sentir
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inconsciente. ¿Qué quiere decir Freud, cuando expresa que se afecta el sentir inconsciente del
analista? ¿Este perturbar se debe al desvelo de los conflictos internos del analista, a la
identificación del analista con la problemática presente en el paciente o una revelación en la
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persona del analista de algo actual y operante en la relación terapéutica? Lamentablemente,
Freud no es lo suficientemente claro respecto a su enunciado del sentir inconsciente, abriendo
el camino a diversas y contradictorias manifestaciones. Aunque no sabemos cuál es el rango de
amplitud que abarca este sentir inconsciente, la segunda pregunta planteada podría permitir
una introducción a su contenido y una iluminación preliminar. Al respecto, Freud se inclinaría
por la primera de las tres opciones propuestas, entendiendo el surgimiento de este sentir
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inconsciente (al menos parte de él) como la expresión de resistencias existentes en el analista
que no se han logrado elaborar por medio del propio análisis; o sea, el analista no ha podido
desprenderse de ellos. La contratransferencia nos estaría hablando de una deficiencia analítica,
de una dificultad existente en el hacer analítico que por obra y pujanza de un paciente, fuerza al
terapeuta a enfrentarse a aspectos de sí mismo que no ha conseguido o no ha querido ver,
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provocando un punto ciego en su capacidad para adentrarse en los elementos reprimidos del
paciente.
A partir de lo anteriormente señalado se podría desprender la suposición de que la elaboración
de tales contenidos a través del propio análisis impediría que tales conflictos inconscientes del
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resistencias que ciegan su capacidad para centrarse en los asuntos de su cliente. No obstante, lo
que sí cuestiono es la homologación de lo contratransferencial a resistencias al desarrollo del
trabajo analítico. La concepción que entrevé lo contratransferencial como un obstáculo, lleva al
posterior diseño de estrategias que permitan sobrepasar dicha valla, en vez de enfrentarse a
tales sentimientos y a intentar darles algún sentido y orientación, contentándose con referirlos a
retoños de resistencia y a restarles toda significación productiva en el proceder analítico. Al
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hacernos partícipes de ese juicio nos aproximamos a la creencia en una capacidad purificadora
del análisis, la cual funcionaría al mejor estilo de la expiación de los pecados por medio del
sacramento de la confesión.
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Reducir el elemento contratransferencial a una ruptura de la técnica del analista, a un
fraccionamiento de la posición de neutralidad, es no concebir en su totalidad la riqueza de tal
fenómeno. Es la muestra de que Freud, aunque revolucionario en su proyecto psicológico, no
pudo escapar totalmente a la influencia del pensamiento positivista.
B) LA RELACION ENTRE LA TRANSFERENCIA Y LA CONTRATRANSFERENCIA:
Freud (1915) indica: "Para el médico significa un esclarecimiento valioso y una buena prevención
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de una contratransferencia acaso aprontada en él. Tiene que discernir que el enamoramiento de
la paciente le ha sido impuesto por la situación analítica y no se puede atribuir, digamos, a las
excelencias de su persona".
¿Cuál es la importancia de esta frase? Su relevancia está en que expresa la vinculación existente
entre lo transferencial y lo contratransferencial, de acuerdo a Freud. Entonces, será menester
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cual describe la forma peculiar en la que cada uno percibimos la realidad, dependiendo del
bagaje acumulado, desde nuestra primera infancia (sentimientos, frustraciones, dificultades,
conflictos, deseos, etc.).
Freud a lo largo del trabajo clínico con sus pacientes, fue observando de manera sistemática,
como llevaban a la sesión analítica lo que les acontecía en su vida diaria. Además percibió “in
situ” el despertar de fuertes emociones y pasiones hacia el terapeuta. Pronto, gracias a su
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perspicaz inteligencia, pudo asociarlo con la tendencia a tratar al analista de forma similar, a
sus anteriores relaciones con las figuras arcaicas más significativas de su vida.
Así fue perfilando los pilares de su teoría, incorporándolo gradualmente, junto a Sandor
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Ferenczi, como componente de la relación terapéutica. Entendiendo por transferencia, según
Roudinesco “un proceso constitutivo de la cura psicoanalítica, en virtud del cual los deseos
inconscientes del analizante concernientes a objetos exteriores se repiten, en el marco de la
relación analítica, con la persona del analista, colocado en la posición de esos diversos objetos”.
Siendo su primera alusión en una pequeña referencia en Estudios sobre la Histeria (1895) y
refiriéndose más ampliamente al fenómeno en Fragmento de análisis de un caso de histeria
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(1905).
El psicoanálisis de hoy en día se basa precisamente en el trabajo conjunto entre analizado y
analizando, en la elaboración de todas las emociones y conflictos que el paciente lleva a la
consulta de manera consciente e inconsciente, expresándose el material reprimido, a través de
la proyección de fantasías, deseos y emociones dirigidas al terapeuta.. Considerándose el
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pura, el terapeuta tiene que crear un encuadre neutral, así como cuidar su propia actitud
para no contaminar afectivamente al paciente. Por este motivo, se implanta la necesidad de su
propio análisis personal, en el que pueda trabajar sus propios núcleos neuróticos y psicóticos, ya
que como persona no está exento de ellos. Trabajo en el que pueda conocer y elaborar sus
conflictos, ansiedades, fantasías, etc., conteniéndolos y no actuándolo con el paciente.