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Crimen organizado

Rosario: El síntoma de una metástasis

Las viralización en medios de comunicación y redes sociales de las imágenes de


un empleado de una estación de servicios ejecutado esta semana por un sicario
en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, ha provocado el rechazo social y
la consabida respuesta política al respecto como consecuencia de este hecho
repudiable y aberrante.

El reclamo social traducido en sus distintas formas ante la violencia a manos de la


delincuencia y el crimen organizado es siempre razonable y justificable puesto que
es el estado quien debe de garantizar a la ciudadanía la seguridad pública. La
respuesta política siempre es tardía y oportunista, y como decimos en seguridad:
es “reactiva”, es decir a posteriori del hecho ya lamentable.
Todo ello nos habla de que por más buenas intenciones que hayan en tratar de
brindar respuestas por parte de la política: algo falló. El estado como garante de la
seguridad no cumplió a la ciudadanía con ese pacto en el cual esta última cede y
descarga en el primero el monopolio y ejercicio de la fuerza a cambio de recibir la
protección que deviene de acuerdo a su eficacia (o ineficacia) en nuestra
percepción de seguridad (o in-seguridad), es decir, sentirnos a salvo de algún
peligro.
La Argentina desde el arribo de la democracia fue protagonista de grandes
operaciones contra el narcotráfico por parte del crimen transnacional. Desde el
resonado caso “Operación Langostinos” protagonizado por Carlos Horacio
Savignon Belgrano (ex informante de la DEA) en los 90´s donde el Cartel de
Medellín pretendía contrabandear 587 kilos de cocaína de máxima pureza desde
la Argentina hacia los Estados Unidos disimulados en un embarque de
langostinos, hasta las cotidianas incautaciones de toneladas de cocaína en
aeronaves, embarcaciones y terminales aeroportuarias; nuestro país nunca estuvo
exento del accionar de las grandes organizaciones criminales siendo por el
contrario, terreno fértil y hasta a veces facilitador ya sea por acción u omisión para
todo tipo de operaciones criminales y dichos “logros” contra el narcotráfico cuando
se dieron, se trataron de operativos que fueron llevados a cabo por indicación de
agencias antidrogas extranjeras y en las que ya era demasiado obvio el hacer la
vista a un lado.
Es más desde la democracia ningún gobierno ha tenido la voluntad política y
mucho menos aún, una política real de lucha contra el narcotráfico cuando no se
ha visto este mismo envuelto en narco escándalos como lo fueran las valijas con
cocaína enviadas en la aerolínea Southern Winds a la embajada Argentina en
España en el tristemente famoso caso que llevaba el nombre de la citada
aerolínea.
Hoy cincuenta años después de ausencia de un abordaje real sobre la
problemática del narcotráfico en nuestro país –prueba de ello es la ausencia de
radares, la falta de escáneres en las terminales portuarias, el no funcionamiento
de las balanzas de pesaje en las rutas y una larga lista de etcéteras-, se pretende
dar “solución” -por emplear las mismas palabras que usan los referentes
gubernamentales en seguridad- para hacer un populismo “securitizante” en el
que se pretende con la movilización de un puñado (póngasele el número que uno
guste) de efectivos de las fuerzas de seguridad y policiales, así como con la
amenaza de intervención de las FF.AA., en la lucha contra el narcotráfico,
solucionar de un día para otro un problema que lleva no solo décadas sino que
además no hubiera podido existir sin una compleja cadena de complicidades y de
raigambre tan amplia y multidimensional que la propia estrategia de combate
adoptada por los responsables en seguridad demuestra un total y completo
desconocimiento en materia de seguridad y ni que decir de la operatividad del
delito complejo como lo es el narcotráfico.
Ello es así puesto que para que el narcotráfico se instale y opere con tal nivel de
impunidad como lo hace en Rosario, solo por poner el ejemplo más vivo dado que
situaciones similares se viven en centenares de ciudades a lo largo y ancho del
país, está comprobado que son condiciones necesarias contar con la complicidad
y connivencia del poder político, del legislativo, del judicial y de las fuerzas de
seguridad y policiales a quienes cooptan con dinero o bajo coacción para expandir
su campo de acción a la vez que afianzarse y comenzar a infiltrar el propio estado
y que sin la cooperación de dichos actores, el mismo no podría operar el nivel de
impunidad que lo hace.
Llegados a este punto y considerando el despliegue de la actividad criminal en el
país es justo preguntarse: ¿Es Rosario la enfermedad o solo un síntoma de algo
más grande?. La seguridad es un problema multidimensional y el estado desde
hace décadas no gestiona su política eficazmente -por el motivo que sea- así
como tampoco la política criminal, las cuales han oscilado entre populismo de
diversos signos sin un abordaje real efectuado por equipos de profesionales
siendo en cambio dejado a manos funcionarios sin formación alguna en seguridad
y más preocupados por la cámara mostrándose junto a operativos e incautaciones
que por generar un impacto real en la lucha contra el crimen organizado a través
de las políticas precisas y necesarias planificadas por especialistas en la
problemática.
Si nos enfocamos en Rosario teniendo en cuenta el contexto sociopolítico y las
políticas de estado frente a la narco criminalidad en función del accionar de estas
organizaciones delictivas sin duda estamos frente al comienzo de una escalada
que nada nos alejará de países que sufren de un nivel de violencia inusitada, por
caso en el Ecuador durante la época del expresidente Rafael Correa en 2015, la
efectiva política de seguridad implementada por entonces había despejado al
Ecuador de pandillas y bandas criminales transnacionales que operaban entre
Colombia, Ecuador y Perú, limitando la violencia a la criminalidad común llevando
a ser el segundo país más seguro del mundo por detrás de Chile, y que
posteriormente frente a un enfoque erróneo producto del sesgo político de los
sucesivos gobiernos tras la salida de Correa, hizo que Ecuador se encontrara en
un estado de conmoción interna transformando a una ciudad como Guayaquil en
la capital mundial del sicariato y del narcotráfico en solo un par de años.
Una vez más el sesgo ideológico y la inacción y la falta de profesionales
involucrados en el tema impiden que el árbol deje ver el bosque. Existiendo
profesionales, observatorios, think tanks, clústeres y universidades especializadas
en la seguridad, ningún político se ha arrimado a pedir el involucramiento activo y
multidisciplinario en una actitud que de persistir a la larga derivará
indefectiblemente en una escalada de la que ya no se podrá retroceder puesto que
un día perdido por el estado es un día ganado por la criminalidad en detrimento de
la ciudadanía.

(*) Iván Velázquez es licenciado en Seguridad, diplomado en Seguridad


Ciudadana, experto universitario en Seguridad Internacional y Servicios de
Inteligencia. Además cuenta con magísteres en Políticas de Defensa y Seguridad
Internacional y en Ciberseguridad. Es docente universitario en Inteligencia e
Inteligencia y Criminalística.

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