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Conceptualizar la familia reviste una complejidad que radica no sólo en los cambios
sociohistóricos y culturales que la modifican, sino también y fundamentalmente a que en
sí misma la noción de familia es compleja.
¿De qué hablamos cuando hablamos de familia? Es el punto de partida, pregunta que se
intentará responder superando conceptualizaciones ancladas en lo histórico social de cada
cultura, y poniendo en el centro de la mirada su importancia en la constitución de la
subjetividad de los niños, niñas y adolescentes con los que trabajamos.
Nos encontramos acá ante la necesidad de establecer una diferenciación entre lo que
entendemos por producción de subjetividad y proceso de constitución psíquica 1.
En cambio, con el término producción de subjetividad, se alude a los efectos que la cultura
y el momento sociohistórico imprime en los sujetos. La subjetividad es “cultura
singularizada” tanto como la cultura es “subjetividad objetivada” (en los productos de la
cultura, las formas de intercambio y las relaciones sociales concretas que la sostienen,
etc.). La subjetividad se compone de sentidos, significaciones y valores, éticos y morales,
que produce una determinada cultura, apropiados por los individuos a través de las
mediaciones que introducen las formas de crianza y que orienta sus acciones. (Galende
1998).
La familia como una más de las instituciones de la sociedad, está expuesta a cambios y
perturbaciones, así como a transformaciones sociales y culturales que han provocado
fuertes mutaciones en los modos en que ésta produce subjetividad.
Es así que aspectos propios de la época actual tales como la crisis de la familia tradicional,
la pérdida de referencia de una autoridad, los cambios de valores y principios, llevan a un
perfil cada vez más diversificado y difuso de la vida familiar. Esta situación propicia la falta
1
Para profundizar en esta distinción sugerimos la lectura del artículo de Silvia Bleichmar “Entre la
producción de subjetividad y la constitución del psiquismo”, disponible en:
http://www.silviableichmar.com/articulos/articulo8.htm
Silvia Bleichmar (2005) postula que estos cambios implican reconceptualizar la palabra
familia. “¿Qué es una familia? Una familia para mí, hoy, es la presencia al menos de dos
generaciones en las cuales una de ellas está en una asimetría factual y simbólica respecto
al otro, lo cual le permite ejercer funciones de subjetivación y protección” (pág. 11).
Entendida en este sentido “La familia está definida por una asimetría en la relación del
adulto con el niño/a, basada en la diferencia simbólica y la capacidad de dominio del
mundo. Esto implica una responsabilidad del adulto con respecto al niño/a, no sólo en
términos de supervivencia física sino también psíquica“(Gigante y otros, 2012).
De esta manera, teniendo en cuenta las nuevas formas de agrupamiento y los cambios
producidos en las denominadas familias, consideramos que lo que permanece como
elemento que la define es la función que cumplen.
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La clasificación de familia en diversas categorías, responde como toda tipificación a criterios que se
seleccionan arbitrariamente. Entre ellos encontramos dos que son los más utilizados: miembros y modos de
vinculación.
Según sus miembros la familia podrá clasificarse en “Nuclear”, conformada por padres e hijos, “Ampliada”,
integrada por padres, hijos y algún otro miembro como un abuelo, “Monoparental”, sólo uno de los padres y
los hijos, “Ensamblada”, se conforma una nueva familia a partir de la unión de una pareja con sus respectivos
hijos, y “Extensa”, Conviven una familia nuclear con su familia de origen.
Si el criterio a seguir es los modelos vinculares, la familia podrá clasificarse en:
Aglutinada: es un tipo de familia en la cual los subsistemas no están bien diferenciados. Priman
aspectos de la función materna por sobre los de la función paterna, es decir lo emocional por sobre
aspectos de autoridad.
Autoritaria: es la contraparte de la familia aglutinada, en ésta priman aspectos de la función paterna.
Se caracteriza por el autoritarismo con normas rígidas y subsistemas con límites impermeables.
Aislada: este tipo de familia se vincula como si cada miembro fuese un subsistema. No hay
comunicación fluida y cada cual actúa aisladamente del resto.
Integrada: la familia de este tipo se caracteriza por estar integrada por subsistemas claramente
diferenciados pero a la vez con límites permeables, que posibilitan que los miembros se relacionen
entre sí. En ésta existe equilibrio entre funciones maternas y paternas.
Por su parte las funciones externas refieren a dos aspectos que son inherentes a la vida
en familia, trasmisión de la cultura y a la trasmisión de los roles sociales básicos.
Consideramos este punto central, entendiendo que en este contexto lo que se mantiene
constante y define a la familia, son sus funciones, en tanto preservadora de la vida
biológica, psíquica y sociocultural.
Asimismo dentro de las funciones internas de crianza, ocupa un lugar central para nuestro
campo disciplinar la estructuración psíquica y el lugar que el niño tiene en su familia. Este
aspecto lo desarrollaremos en el apartado siguiente.
Cuando una pareja recibe la noticia que va a tener un hijo, “haya sido buscado o no”, es
decir, de manera intencional o no, los futuros padres (o padres de un segundo o tercer
hijo, etc.) piensan en ese niño, hablan de él, de esta manera van creando un espacio para
él, un lugar o un no lugar. Este proceso estará teñido por mitos, procesos y deseos
inconscientes.
En este trayecto de llegada y crianza del niño, los padres harán lo que puedan
dependiendo de sus historias y el momento histórico que, como individuos y pareja, estén
atravesando.
De este modo, los padres o quienes cumplan esa función, tienen significantes para ofrecer
al niño desde antes de su nacimiento, que pueden servir para la vida o para la muerte
simbólica según el lugar que le ofrezcan en su deseo, una filiación. El deseo de los adultos
desempeña un papel fundamental para el desarrollo de ese sujeto, pero es necesario
aclarar que se pueden desear u otorgar diferentes lugares. Rodulfo (1990) considera que
hay que ampliar la dualidad “hijo deseado-no deseado” y deslindar el “para qué” y “en
calidad de qué” fue deseado ese niño.
Esto deberá rastrearse en cada miembro de la pareja parental. A modo de ejemplo podría
pensarse la situación en que un embarazo se produzca en “el peor momento de la pareja,
cuando se estaban por separar”, es decir, ese “descuido” ubicaría al niño en el posible
salvador de la pareja o el responsable de la retención de alguno de los miembros.
Asimismo, en las parejas con grandes conflictos el niño puede convertirse en objeto de
alguno de los padres y/o de ambos en donde la competencia por él les impide ubicarlo,
escucharlo y mirarlo como niño con intereses propios que además necesita de la
orientación, valoración y amor de los adultos.
En el primer caso, el niño vendría a ocupar un lugar en la conflictiva parental (por ejemplo
como “salvador de la pareja”).
En el segundo, el niño como falo, implica esperar a ese hijo y brindarle un lugar, como
sujeto particular, que va a poseer características propias, más allá que los padres esperen
que “cumpla sus sueños insatisfechos”, lo consideran un sujeto. Según este autor “falizar a
un niño significa la cesión de líbido narcisista, una transferencia de narcisismo de mucha
magnitud, un verdadero cambio en el destino del narcisismo” (pag. 98)
En cambio, el niño como fantasma, es deseado como una parte del cuerpo materno, un
órgano más, una prolongación que puede completarla y no como un sujeto diferente. Este
deseo dificulta la constitución subjetiva.
Es por ello que en ese momento de alienación inicial, los cuidados maternos adquieren
una función esencial, esto no sólo implica la alimentación y la higiene, sino también
determinada cualidad de los contactos, miradas y palabras que los acompañan. Estos
aspectos forman parte de lo que se denomina función materna.
Es decir que serán aquellos que cumplan la función materna a través de los cuidados
fundamentales quienes implanten la pulsión y mediante el afecto o amor maternal
narcisisen al niño, posibilitando de este modo una creciente diferenciación de éste con el
otro. Puesto que para la plena constitución psíquica del niño éste “debe salir de una
alienación inicial en el deseo de la madre de la cual depende” (Rodulfo 1990 pág. 15).
Esta función también implica que la “madre que potenció lo placentero comienza a
inscribir los “No”, “no hagas esto”, “no te chupes el dedo”, limita ciertas caricias. La
renuncia del niño a cierta inmediatez es un reconocimiento a la presencia de los otros.”
(Giraudo-Herrera 2010)
Por su parte la palabra legislante del padre (o quien detente esta función) resulta vital en
este proceso. Es lo que se denomina función paterna que al decir de Zelmanovich (2009)
es una función simbólica. Esta función posibilita el advenimiento de una estructuración
normativa del sujeto (es decir, la internalización de que no todo es posible, ni de cualquier
manera). La importancia de esta estructuración normativa se basa en que posibilita
desarrollar la capacidad de regular lo pulisonal-instintivo según el orden social.
La importancia de estas funciones en primer lugar esta ligada a que serán las
posibilitadoras de la estructuración psíquica del niño, ya que se imprimen las primeras
nociones del sí mismo y luego las nociones éticas que permiten considerar al otro como
semejante. De esta manera van imprimiendo legalidades psíquicas que no sólo posibilitan
la vida en sociedad, sino también instauran una organización que permite que el sujeto
pueda pensar, crear, sublimar; es decir hacer algo con ese malestar sobrante que implica
toda vida con otros.
La familia que llega a Tribunales, en general llega solicitando una ley que resuelva la
conflictiva. Una ley que los ayude a reparar, a protegerse o a concluir con situaciones
abusivas provocadas por algún integrante de la misma. Es decir conflictos que por si
mismos, los miembros de la familia, no han podido resolver.
La familia que llega a un Juzgado tiene una expectativa con la denuncia efectuada:
establecer cuotas alimentarias por el incumplimiento, instaurar modos controlados de
vinculación entre sus miembros, solicitar protección para los niños que atraviesan
situaciones de negligencia, violencia, maltrato, abuso, entre otras. De esta manera a la
De modo que, los conflictos judiciales tienen un trasfondo latente de un malestar familiar
que no se ha resuelto. Es así que la figura de autoridad como es la del Juez toma
relevancia, figura en la que se delegan decisiones en las que los niños y niñas deben ser
priorizados.
Frente a familias cuyos vínculos son del orden de la perversión, en tanto se destituye
subjetivamente al otro al tratarlo como objeto, nuestras intervenciones apuntan a
reinstalar la ética para recuperar la noción de semejante. En ese momento, el
acompañante aporta una mirada humanizante (Gigante y otros 2012 ).
Bibliografía
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Universidad Nacional de Córdoba.
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Rodulfo R. (1990). “El niño y el significante. Un estudio sobre las funciones del jugar en la
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