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Joseph de M aistre

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Capítulo I : D e la soberanía del p u eb lo 1
< entendiéramos bien. Comencemos, pues, a plantear cla­
i ramente el problema.
Se ha discutido acaloradamente si la soberanía pro­
“Non illi imperium” 2. viene de Dios o de los hombres, pero no sé si se ha obser­
Virgilio vado que ambas proposiciones pueden ser verdaderas.
( Es m uy exacto, en un sentido inferior y grosero, que
la soberanía se funda sobre el consentimiento humano,
( ya que si un pueblo cualquiera acordara súbitamente no
E1 pueblo es soberano, dicen. ¿Y de quién? D e sí mismo, ~'¡ ( obedecer, la soberanía desaparecería; y es im posible ima­
aparentemente. El pueblo es, pues, súbdito. Aquí hay ginar la institución de una soberanía sin imaginar un pue­
seguramente algún equívoco, si es que no hay un error,
ya que el pueblo que manda ño es el pueblo que obedece.
Basta pues enunciar la proposición general el pueblo es l
A
(
blo que consienta en obedecer. Si los adversarios del
Origen divino de la soberanía no quieren decir más que
esto, tienen razón y sería harto inútil discutir. No ha­
biendo juzgado Dios conveniente el em pleo de medios
soberano para sentir que necesita un comentario. J ( sobrenaturales para la institución de los poderes, es segu­
Ese comentario no se hará esperar, por lo menos en ro que todo debió hacerse por medio de los hombres^
el sistema francés. El pueblo, se dirá, ejerce la soberanía (
Pero decir que la soberanía no proviene de Dios porque
por medio de sus representantes. Esto comienza a enten­ í se sirve de los hombres para establecerla, es cóm o decir
derse. El pueblo es un soberano que no puede ejercer la que no es el creador del hom bre porque todos tenemos
soberanía. Pero cada individuo varón de ese pueblo tiene (
padre y madre.
derecho a mandar a su turno durante cierto tiempo. Por ( Todos los teístas3 del universo aceptarán sin dudá
ejemplo, si suponemos veinticinco millones de franceses, que aquel que viola las leyes se opone a la voluntad
í
y setecientos diputados elegibles cada dos años, compren­ divina y se vuelve culpable ante Dios, aunque no viole
deremos que, si esos veinticinco millones fueran inmorta­ (
sino normas humanas, porque es Dios quien ha hecho
les, y los diputados fuesen nombrados por tum o, cada ( sociable al hombre; y, desde que ha querido la sociedad,
francés sería periódicamente rey más o menos cada tres ha querido_también la soberanía y las leyes sin las cuales
mil quinientos años. Pero com o durante ese lapso no sé (
no hay sociedad alguna. -—
deja de morir cada tanto, y por otra parte los electores ( Las leyes provienen pues de Dios en el sentido de
no son dueños de elegir como gusten, la imaginación se que Él quiere que haya leyes y sean obedecidas, y sin
(
espanta ante el terrorífico número de reyes condenados embargo esas leyes provienen también de los hombres,
a morir sin haber reinado. ( ya que son hechas por ellos.
Pero, ya que es preciso examinar más sèriamente es­ ( D el mismo modo, la soberanía proviene de Dios, ya
ta cuestión, observemos ante todo que, en este punto que es el autor de todo, salvo del mal, y es en particular
com o en tantos otros, bien podría ocurrir que no nos (
el autor de la sociedad, que no puede subsistir sin la so­
i beranía.
1 Esta obra fue escrita rápidamente y nunca releída. Algunas <
de sus partes han sido incluidas en otros escritos. San Petersburgo,
16 (28) de enero de 1815 (N . dél A .). El manuscrito de este ( 8 «Aunque, en su acepción primitiva, esta palabra séa sinó­
estudio está fechado en Lausana, 1794, 1795, 1796. (N . del E .j nima de deísta, el uso sin embargo la ha vuelto la opuesta de
( ateo, y en este sentido la uso. Es una palabra necesaria, ya que
2 “N o es suyo el poder” , ( N. del T. L .)
deísta excluye la creencia en toda revelación. (N . del A .)
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C a p ítu lo I I : O rigen d e la socied a d (


<
Y sin embargo, esta misma soberanía proviene tam­
bién de los hombres en cierto sentido, es decir en cuanto (
tal o cual m odo de gobierno es instituido y declarado por (
el consentimiento humano.
Los partidarios de la autoridad divina no pueden, í
pues, negar que la voluntad humana desempeñe algún (
papel en el establecimiento de los gobiernos; y los parti­
darios del sistema contrario no pueden negar, a su vez, (
que Dios sea, por excelencia y de m odo eminente, el autor Una extraña manía del hombre es la de crearse dificul­ (
de esos mismos gobiernos. tades para tener el placer de resolverlas. N o ie bastan los
misterios que por todas partes lo rodean; rechaza tam­ (
Parece pues que estas dos proposiciones: la soberanía
proviene de Dios, y la soberanía proviene de los hom­ bién las ideas claras, y todo lo tom a problem ático, no sé (
bres, no se contradicen absolutamente; no más que estas por qué astucia del orgullo que le hace considerar como
indigno de sí el creer lo que todos creen. Así, por ejem­ (
otras dos: las leyes provienen de D ios, y las leyes provie­
nen de los hombres. plo, mucho se ha discutido sobre el origen de la sociedad, (
Basta entonces entenderse, poner las ideas en su lu­ y, en lugar de aceptarse la suposición completamente
simple que se presenta naturalmente al espíritu, la meta­ (
gar y no confundirlas. Con esas precauciones estamos
seguros dé no extraviamos. Y parece que debe acogerse física se ha prodigado para construir hipótesis en el aire, (
favorablemente al escritor que dice: “ N o vengo a deciros reprobadas por el buen sentido y por la experiencia. (
que la soberanía provenga de Dios o de los hombres; exa­ Cuando se plantea el problem a de las causas del óri-'j
minemos juntos, solamente, lo que hay de divino y lo que gen de la sociedad, se supone manifiestamente que ha ! (
hay de humano en la soberanía”. existido para el género humano un tiem po anterior a la ■y {
sociedad; pero es! eso, justamente, lo que habría que
í
probar. ~ ^
(
, No podrá negarse, sin duda, que la tierra en general
esté destinada a la habitación del hombre; y, com o la (
multiplicación del hombre responde a las miras del Crea­ (
dor, resulta que la naturaleza del hom bre consiste en
(
vivir reunido en grandes sociedades sobre toda la super­
ficie del globo, porque la naturaleza de un ser es existir (
com o el Creador ha querido que exista. Y esta voluntad (
está perfectamente atestiguada por los hechos.
(
El hombre aislado no es pues, en absoluto, el hom­
bre de te naturaleza; la especie humana misma no era (
todavía, de ningún m odo, lo que debía ser, cuando un (
corto número de hombres se hallaba esparcido en una
gran superficie de tierra; Entonces, no había sino fam i­ (
lias, y esas familias, así diseminadas, no eran todavíá, (
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Por lo tanto, la sociedad no es en absoluto obra del
r ni individualmente, ni por su reunión futura, más que
embriones de pueblos. hombre, sino resultado inmediato de la voluntad del
( Creador, quien quiso que el hom bre fuese lo que siem­
Y si, mucho tiempo después de la form ación de las
pre y en todas partes ha sido.
( ■ grandes sociedades, algunas hordas perdidas en los de­
siertos todavía presentan los fenómenos propios de la Rousseau y todos los razonadores de su especie ima­
(
especie humana en su infancia, siempre se trata de pue­ ginan o tratan de imaginar a un pueblo “en estado de
( blos niños, que no son aún en absoluto lo que deben ser. naturaleza” —tal es su expresión—, que delibera formal­
¿Qué pensaríamos de un naturalista que dijera que mente Sobre las -ventajas y las desventajas del estado
(
el hombre es un animal de treinta o tréinta y cinco pul­ social, y que opta por fin por pasar de uno a otro.
( , Pero no hay ni una sombra de buen sentido en esta
gadas de largo, sin fuerza y sin inteligencia, que sólo
í suposición* ¿Qué hacían los hombres antes de esta
emite gritos inarticulados? Sin embargo, este naturalista,
“convención nacional” en que resolvieron finalmente
x al no atribuir a la naturaleza física y moral del hombre darse un soberano? Vivían, aparentemente, sin leyes, sin
más que los caracteres de la infancia, no sería más ridícu­ gobierno. ¿Desde cuándo?
(
lo que el filósofo que busca su naturaleza política en
()
Es un error capital concebir el estado social com o un
los rudimentos de la sociedad.
estado de elección fundado sobre el consentimiento de
( Y Toda cuestión sobre la naturaleza del hombre debe los hombres, sobre una deliberación, y sobre un im posi­
ser resuelta por m edio de la historia. El filósofo que quie­ ble contrato primitivo. Cuando se habla del estado de
r ;
ra probarnos, por medio de razonamientos a priori, lo que naturaleza por oposición al estado social, se desvaría adre­
X debe ser el hombre, no merece ser oído: substituye la ex­ de. La palabra naturaleza es uno de esos términos gene­
r periencia por razones de conveniencia, y la voluntad del rales de que se abusa como de todos los términos abs­
Creador por sus propias decisiones. tractos. Esa palabra, en su acepción más amplia, no
( , Supongamos que se llegara a probar que un salvaje significa en realidad sino el conjunto de todas las leyes, de
X de America es más feliz y menos vicioso que un hombre todas las fuerzas, de todos los resortes que constituyen él
x civilizado. ¿Podría concluirse de ello que este último sea universo; y la naturaleza particular de tal o cual ser, el
un ser degradado, o, si se quiere, más alejado de la natu- conjunto de las cualidades que lo constituyen en lo q u e es,
( leza que el primero? D e ninguna manera. Es precisamen­ y sin las cuales sería otra cosa y no podría cumplir el de­
( te com o si se dijera que la naturaleza del hombre indivi­ signio del artesano. Así, la reunión de todas las piezas que
dual consiste en permanecer niño, porque en esta época componen la máquina destinada a dividir el tiem po forma
(
de la vida está exento de los vicios y de los infortunios la naturaleza o la esencia del reloj; y la naturaleza o la
( que han de asediarlo en su madurez. La historia siempre esencia del péndulo consiste en tener tal forma, tales di­
nos muestra a los hombres reunidos en sociedades más o mensiones, tal posición: de otro m odo, ya no sería un
(
menos numerosas, regidas por diversas soberanías. Desde péndulo, y no podría cumplir las funciones de tal. La
( el momento en que se han multiplicado hasta cierto pun­ naturaleza de una víbora consiste en arrastrarse, tener
to, no han podido existir de otra manera. una piel escamosa, dientes huecos y móviles que destilan
(
En consecuencia, hablando con propiedad, nunca un veneno mortal; y la naturaleza del hombre, en ser un
( animal inteligente, religioso y sociable. Una experiencia
hubo para el hombre un tiempo anterior a la sociedad, \ /
■( porque, antes de la formación de las sociedades políti- / invariable nos lo enseña, y no veo que haya nada que
cas, el hom bre no es del todo hombre, y es absurdo buscar i oponer a esta experiencia. Si alguno pretende probar que
< los caracteres de un ser cualquiera en el germen de ese ser. J la naturaleza de la víbora es tener alas y una voz melo-
x
14 ’ 15
(
diosa, y que la del castor es vivir aislado sobre la cumbre tra parte que la eterna manía de Rousseau consiste en
de las montañas más altas, pues que lo pruebe. Entre tan­ burlarse de los filósofos 8, sin advertir que él mismo era
to, creeremos que lo que es, debe ser y ha sido siempre. también un filósofo, en toda la amplitud del sentido que
“El orden social —dijo Rousseau— es un derecho sa­ atribuía a esta palabra: así, por ejem plo, el C o n t r a t o
grado que sirve de base a todos los otros. Sin embargó, S o c i a l niega de punta a punta la naturaleza del hombre,
este derecho no proviene de ningún modb^de ía «natura­ que es, para explicar el pacto soc-al, que no existe.
leza»; se funda, pues, sobre convenciones” 4. De esta manera se razona cuando se separa el hom­
¿Qué es la naturaleza? ¿Q ué es un derecho? ¿Y có­ bre de la Divinidad. En lugar de fatigarse para no en­
mo un orden es un d erech o?.. : Pero dejemos de lado contrar más que el error, poco costaría volver la mirada
estas dificultades: las cuestiones nunca terminarían con hacia la fuente del ser. Pero un m odo de filosofar tan
un hombre que abusa de todos los términos y no define simple, seguro y consolador, no es del gusto de los escri­
ninguno, Uno tiene derecho, por lo menos, a pedirle la tores de este siglo desdichado, cuya verdadera enferme­
prueba de esta gran aserción: “El orden social no proviene dad es el horror al buen sentido.
de ningún m odo de la naturaleza’’. “D ebo demostrar ¿No se diría que el hombre, esa propiedad de la
—dice él mismo— lo que acabo de adelantar” . Eso, en Divinidad®, es arrojado al mundo por una causa ciega,
efecto, hubiera debido hacer, pero es verdaderamente que podría ser esto o aquello, y que sólo por efecto de
curioso cóm o se las ingenia para hacerlo. Dedica; tres su elección es lo que es? Ciertamente Dios, al crear al
capítulos a probar que el orden social no proviene ni .de hombre, se propuso algún fin: la cuestión se reduce, pues,
la sociedad familiar, ni de la fuerza, ni de la esclavitud a saber si el hombre ha llegado a ser un viviente político,
(Capítulos II, III, IV ), y de ello concluye (Capítulo V ) com o decía Aristóteles, por o contra la voluntad divina.
que es necesario remontarse siempre a una primera con­ Aunque esta pregunta, enunciada abiertamente, consti­
vención. Es cóm odo este m odo de probar; sólo le falta tuya un verdadero., rasgo de locura, se la plantea sin
la fórmula majestuosa de los geómetras: “es lo que había embargo indirectamente en multitud de escritos cuyos au­
que demostrar”. tores optan además, con bastante frecuencia, por la ne­
También es singular que Rousseau no haya intentado gativa. La palabra naturaleza ha hecho pronunciar can­
siquiera probar lo único· que hacía falta: porque, si el or­ tidad de errores. Repitamos que la naturaleza de un ser
den social proviene de la naturaleza, no hay de ninguna no es sino el conjunto de las cualidades atribuidas a ese
manera pacto social. ser por el Creador. Burke dijo, con una profundidad que
“Antés de examinat —d i c él acto por el que ún es imposible admirar lo bastante, que el arte es la natu­
pueblo elige a un re y 5, seña bueno examinar el acto en raleza del hombre: sí, sin duda, el hombre, con todos
virtud del cual ún pueblo es ún pueblo, ya que este acto, sus afectos, todos sus conocimientos, todas sus artes, es
siendo necesariamente anterior d i otro, es el verdadero verdaderamente di hombre de la naturaleza, y la tela del
fundamento de la sodedacT 6. “La eterna manía d e los filó­ tejedor es tan natural como la de la araña.
sofos —dice en otro lugar este mismo Rousseau— es negar El estado de naturaleza para el hombre es, pues,
lo que es y explicar Zo) que no es” 7. Agreguemos por nues- ser lo que es hoy y lo que ha sido siempre, es decir

4 C ontrato Social, Capítulo I. (N . del A .) 8 Ver en el E milio , T. III, el retrato, sorprendentemente


6 ¿Por qué un rey? Había que decir: un soberano. (Ñ . del A .) veraz, que Rousseau hace de esos señores. Sólo olvida agregar:
« C ontrato Social , Capítulo V. (N . del A .) E t quorum pars magna fui, (N . del A .)
7 N ueva E loísa, T . IV. (N . del A .) 8 Esta bella expresión es de Platón; ver el F edón. (N . del A .)

16 17
sociable: todos los anales del universo demuestran esta Capítulo III: D e la soberanía en general
verdad. Porque en las selvas de América, país nuevo
sobre el que no se ha dicho todo aún, se hayan encon­
trado hordas vagabundas que llamamos salvajes, no re­
sulta de ello que el hombre no sea naturalmente socia­
ble: el salvaje es una excepción, y por consiguiente no
prueba nada; ha decaído del estado natural, o no lo ha
alcanzado todavía. Y observad bien que el salvaje mismo
no constituye en rigor una excepción, porque esa clase
de hombres vive en sociedad y conoce la soberanía exac­
Si bien la soberanía no es anterior al pueblo, al menos
tamente com o nosotros. Su majestad el Cacique se cubre
estas dos ideas son colaterales, desde que hace falta un
con una grasosa piel de castor en vez de con un manto
soberano para hacer un pueblo. Es tan im posible imagi­
de zorro de Siberia; se come soberanamente a su enemigo
nar una sociedad humana, un pueblo, sin soberano, co­
prisionero, en lugar de dejarlo en libertad bajo palabra
mo una colmena, un enjambre, sin reina. Porque el en­
com o en nuestra Europa degradada. Pero, en definitiva,
jambre, en virtud de las léyes eternas de la naturaleza,
hay entre los salvajes una sociedad, una soberanía, un
existe de esa manera o bien no existe. La sociedad y la
gobierno y algunas leyes, cualesquiera sean. En cuanto a
soberanía nacieron pues conjuntamente; es im posible se­
las historias verdaderas o falsas sobre individuos huma­
parar estas dos ideas. Imaginaos al hombre aislado: en­
nos que fueron encontrados en los bosques, donde vivían
tonces, no se trata de leyes ni de gobierno, ya que no es
absolutamente com o animales, estamos dispensados, sin
de ningún modo del todo hombre, y no hay todavía so­
duda, de considerar las teorías que se funden en seme­
ciedad. Poned al hombre en contacto con sus semejantes:
jantes hechos o cuentos. desde ese momento, suponéis al soberano. El primer
hombre fue rey de sus hijos10; cada familia aislada fue
gobernada del mismo m odo. Pero desde que las familias
entraron en contacto, necesitaron un soberano, y este so­
berano hizo de ellos un pueblo al darles leyes, ya que no
hay sociedad más que a través del soberano. Todo el
mundo conoce este verso fam oso:

“El primer rey fu e un soldado afortunado*.

Jamás se ha dicho acaso nada tan falso; hay que d e­


cir al contrario, que el primer soldado recibió su soldada
de un rey.
Hubo un pueblo, alguna civilización y un soberano,
tan pronto com o los hombres entraron en contacto. La pa­

lo Cuando observo que no puede existir asociación humana


sin alguna dominación, no pretendo de ninguna manera establecer
una equivalencia exacta entre la autoridad paterna y la autoridad
soberana: ya se ha dicho todo sobre esté punto. (N . del A .)

18
labra pueblo es un término relativo que no tiene sentido Capítulo TV: D e las soberanías en particular y
separado de la idea de soberanía: porque la idea de pue­ de las naciones
blo evoca la de una agregación en torno de un centro
común, y sin la soberanía no puede haber conjunto, ni
unidad política.
Hay pues que devolver a los espacios imaginarios
las ideas de elección y de deliberación en la institución
de la sociedad y de la soberanía. Tal operación es obra
inmediata de la naturaleza, o, para decirlo mejor, de su
autor. E l mismó poder que ha implantado el orden social y
Si los hombres han rechazado ideas tan simples y la soberanía ha decretado también diferentes m odifi­
evidentes, hay que compadecerlos. Acostumbrémonos a caciones de la soberanía, según los diversos caracteres de
no ver en la sociedad humana sino la expresión de la vo­
las naciones. '
luntad divina. Cuanto más han tratado los falsos doctores
Las naciones nacen y perecen com o los individuos;
de aislamos y d e separar a la rama de su tronco, más
las naciones tienen, literalmente, padres, e institutores n ,
debemos aferramos a él, so pena de secar y de pudrir.
ordinariamente más célebres que sus padres, aunque el
mayor mérito de tales institutores sea comprender el ca ­
rácter del pueblo niño y colocarlo en las circunstancias
en que pueda desarrollar toda su energía.
Las naciones tienen un alma colectiva y una verdade­
ra unidad moral que hace que sean lo que son. Esta uni­
dad se anuncia sobre todo en la lengua.
El Creador dibujo sobre el globo los límites de las
naciones, y San Pablo hablaba filosóficam ente a los ate­
nienses cuando les decía: “Él hizo de uno todo el linaje
humano para 'poblar toda la haz d e la tierra. É l fijó
las estaciones y los confines de los pueblos” 1 121
. Esos
3
límites son visibles, y siempre se ve que cada pue­
b lo tiende a colmar por com pleto uno de los espacios
que esos límites encierran. A veces, circunstancias inevi­
tables precipitan a uña nación dentro d e otra, y las fuer-

11 La palabra institutor tiene dos acepciones: la de preceptor,


y la que alude al que instituye, al que establece las instituciones,
al fundador. D e Maistre la utiliza en ambos sentidos, y el lector
debe tenerlo presente. Más adelante se ha optado por traducir
fundador. (N . del T .)
13 H echos, XVII, 26. Para evitar los riesgos de una traduc­
ción demasiado indirecta, hemos optado por utilizar la versión de
Nácar y Golunga de 1$. § aguapa Biblia , M adrid, BAC, año 1959.
(N . del T .)

20
(
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zan a mezclarse: entonces sus principios constitutivos se fuertemente en una comunidad muy pequeña; como no (
penetran, y de ello resulta una nación híbrida, que pue- puede tener una lengua propia, para consolarse, se adue­ (
ser más o menos poderosa y célebre que si fuera de raza ña de la de sus vednos a través de un acento y formas par­
ticulares. Sus virtudes son suyas, sus vicios son suyos; (
pura.
Pero muchos principios nacionales, arrojados en el para no adoptar las ridiculeces de los otros, crea las pro­ (
mismo receptáculo, se dañan mutuamente. Los gérmenes pias; sin fuerza física, se hará conocer. Atormentada por
(
se comprimen y se ahogan; los hombres que integran la necesidad de actuar, será conquistadora a su manera.
La naturaleza, en unos de esos contrastes en que se com ­ (
esas naciones, condenados a una cierta m ediocridad mo­
ral y política, no atraerán jamás la mirada del universo place, la ubicará, com o divirtiéndose, junto a pueblos (
a pesar del gran número de méritos individuales, hasta volubles ,o apáticos que la harán notar desde más lejos.
En el rdno de la opinión se citarán sus latrocinios; en (
que una gran conmoción, que deje que uno de aquellos
gérmenes se desarrolle libremente, le permita devorar a suma, se destacará, se hará nombrar, conseguirá que se (
los otros y asimilarlos a su propia substancia, ltdliam! la compare con grandes nombres, y llegará a decirse:
(
Itáliam! 13. No me decido entre Ginebra y Roma.
A veces una nación subsiste dentro de otra mucho Guando se habla del genio de una nación, la expre­ (
más numerosa, se rehúsa a mezclarse porque no hay bas­ sión no es tan metafórica com o se cree. (
tante afinidad entre ellas, y conserva su unidad moral. D e estos diferentes caracteres de las naciones nacen
(
Entonces, si algún acontecimiento extraordinario llega a las diversas modificaciones de los gobiernos. Se puede
desorganizar a la nación dominante o le imprime un gran decir que cada uno de ellos tiene su carácter, ya que (
movimiento, con gran sorpresa se verá que la otra se re­ hasta aquellos que pertenecen a la misma clase y llevan (
siste al impulso general y adopta un movimiento contra­ el mismo nombre presentan distintos matices a la mirada
rio. D e allí el milagro de la Vendée. Los otros descon­ del observador. (
tentos del reino, aunque mucho más numerosos, no Las mismas leyes no pueden convenir a diferentes (
pudieron realizar nada semejante, porque esos descon­ países, que tienen costumbres distintas, viven bajo climas
tentos sólo son hombres, mientras que la Vendée es una (
opuestos, y no consienten la misma forma de gobierno.
nación. La salvación puede incluso venir de allí, ya. que Los fines generales de toda buena institución deben (
el alma que suscita esos milagrosos esfuerzos tiene, co­ ser modificados en cada país por las relaciones que na­ (
m o todas las potencias activas, una fuerza de expansión cen, tanto de la situación local com o del carácter de los
que la impulsa constantemente a crecer, de m odo que, habitantes; y, sobre la base de estas relaciones, es pre­
(
al asimilar gradualmente lo que se le parece, y al com­ ciso asignar a cada pueblo un sistema particular de (
primir el resto, puede adquirir finalmente la preponde­ instituciones que sea el mejor, no en sí mismo tal vez
rancia suficiente com o para completar el prodigio. Al­ (
pero sí para el Estado al que está destinado. . .
gunas veces, todavía, la unidad nacional se manifiesta1 3 (
No hay más que un buen gobierno posible para un
Estado, y com o mil acontecimientos pueden modificar (
las relaciones de un pueblo, ¡no sólo diferentes gobiernos
13 N o hace falta el golpe de vista de un Joseph de Maistre para (
reconocer con él los inconvenientes de la excesiva parcelación de pueden ser buenos para diversos pueblos, sino incluso
Italia. Pero el adversario constante de la Revolución, el político para el mismo pueblo en distintas épocas!. . . (
honesto y cristiano, hubiera reprobado con toda energía'el proce­ En todos los tiempos se ha discutido mucho sobre
der d e los Cavour y de los Garibaldi. Era posible unir las fuerzas (
la mejor forma de gobierno, sin advertir que cada una
y los recursos de la brillante península sin dejar de respetar sus
de ellas es la mejor en ciertos casos, ¡y la peoy ep otros!. . . (
derechos. (N. del E.)
(
22 23
(

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N o hay pues que creer que “cualquier forma de go­ bles” 16, ese hombre sería, sin duda, uno de los más ri­
bierno sea adecuada para cualquier país: la libertad, por dículos del universo. ·
ejem plo, por no ser un fruto de todos los climas, no está N o habiendo podido ninguna nación darse a sí mis­
al alcance de todos los p u e b l o s Cuanto más se medita ma el carácter y la posición que harían que le correspon­
sobre este principio establecido por Montesquieu, más diera determinado gobierno, todas han concordado, no
se percibe su verdad. Cuanto más se lo niega, más lugar solamente en aceptar esta verdad de m odo abstracto, sino
se da para que se lo funde con nuevas pruebas__ también en creer que la divinidad intervino inmediata­
Guando se pregunta entonces, de m odo absoluto, mente en la institución de sus soberanías particulares.
cuál es el mejor gobierno, se plantea una cuestión tan Los Libros Santos nos muestran al primer rey del
insoluble com o indeterminada; o —si se quiere—, que tie­ pueblo elegido, designado y coronado por m edio de una
ne tantas soluciones como combinaciones posibles hay intervención inmediata de la divinidad1 19. Los anales de
8
de las posiciones absolutas y relativas de los pueblos. „ todas las naciones del mundo atribuyen el mismo origen
D e estos indiscutibles principios se deriva una con­ a sus particulares gobiernos. Sólo los nombres cambian.
secuencia que no lo es menos: el contrato social es una Todas, después de haberse remontado en la ascendencia
quimera. Porque, si hay tantos gobiernos diferentes com o de sus príncipes hasta una época más o menos remota,
diferentes pueblos; si las formas de esos gobiernos están llegan finalmente a esos tiempos m itológicos cuya ver­
prescriptas imperiosamente por el poder que ha dado a ca­ dadera historia nos instruiría mucho más que todas las
da nación su posición moral, física, geográfica, com ercial, otras. Todas hps muestran la cuna de la soberanía rodea­
etcétera, ya no es lícito hablar de pacto. Cada forma, de da de milagros. Siempre la divinidad interviene en la
soberanía es el resultado inmediato de la voluntad del fundación de los imperios; siempre el primer soberano,
Creador, del mismo m odo que la soberanía en general. por lo menos, es un favorito del C ielo: recibe el cetro de
El despotismo, para tal nación, es tan natural, tan legíti­ manos de la divinidad. Ella se com unica con él, lo ins­
mo» com o la democracia para tal otra141 . Y si el mismo
5 pira, graba sobre su frente el signo de su poder; y las
hom bre sustentara estos principios inconm ovibles16 en un leyes que éste dicta a sus semejantes no son más que el
libro escrito con la intención de dejar establecido que frutó de sus comunicaciones celestiales.
“es necesario remontarse siempre a una convención” 1*; Ésas son fábulas, se dirá. En verdad, no lo sé; pero
si escribiera, en un capítulo, que “el hombre ha nacido las fábulas de todos los pueblos, aun las de los pueblos
libre” 17, y en otro que “la libertad, por no ser un fruto modernos, contienen muchas realidades. La santa ampo­
de todos los climas, no está hecha para todos los pue- lla20, por ejemplo, no es más que un jeroglífico: basta
saber leerlo. El poder de curar, atribuido a ciertos prín­
14 ¿S e dirá que, aun en esta hipótesis, hay siempre un pacto cipes o a ciertas dinastías, se relaciona también con este
en virtud del cual cada parte contratante se obliga a mantener dogma universal del origen divino de la soberanía. No
el gobierno tal com o es? En este caso, para el despotismo o la
monarquía absoluta, el pacto será precisamente el que Rousseau
nos sorprendamos, pues, de que los antiguos institutores
ridiculiza al final de su lamentable capítulo sobre la esclavitud:
Concluyo contigo una convención que estipula sólo cargas paira
tí y beneficios para mí, que observaré en tanto m e plazca, y que 18 Ibídem, L. m , Cap. V III. (N . del A .)
observarás en tanto inje plazpa” , C ontrato Social, L. I, Cap. IV . 19 E l autor alude a la elección y unción de Saúl: I Samuel,
(N . del A .) 8 a 10. (N . del T .)
15 Ibídem , L. II, Cap. IC, 11; L. III, Cap. I , III,V III. 20 En la santa ampolla o frasco, conservada en la Abadía de
(N . del A .) San Remigio, en Reinas, se guardaba el óleo utilizado desde la
15 Ibídem L. I, Cap. V. (N . del A .) consagración de. Clodoveo por San Rem igio, según la tradición,
i*? Ibídem , L. I, Cap. I. (N . del A .) para la unción de los reyes de Francia. (N . del T .)

24
<
(
Capítulo V II: D e los fundadores y de la constitu­
de pueblos hayan hablado tanto en nombre de Dios. Sen­ (
tían (fUe no tenían derecho a hablar en nombre propio. ción política de los pueblos
(
Por otra parte, ellos podían decir, literalmente, “Est Deus
in nobis, agitante cálescimus ipso” 21. Los filósofos de (
este siglo mucho se han quejado de la coalición del poder (
con el sacerdocio, pero el observador prudente no puede
dejar de admirarse ante la obstinación con que los (
hombres mezclan estas dos cosas: cuanto más nos remon­ (
tamos a la antigüedad, más religiosa hallamos a la legis­
(
lación. Todo lo que las naciones nos cuentan sobre sus Cuando reflexionamos sobre la unidad moral de las na­
orígenes prueba que concuerdan en considerar a la so­ ciones, es imposible dudar de que sea el resultado de una (
beranía com o de esencia divina. D e otro modo, nos ha­ causa única. Lo que el sabio Bonnet, al refutar un sueño (
brían contado otros cuentos muy diferentes. Jamás nos de Buffon, dijo sobre el cuerpo animal, puede decirse del
hablan de contrato primordial, de asociación voluntaria, cuerpo político: todo germen es necesariamente uno, y (
de deliberación popular. Ningún historiador cita las es siempre de un solo hombre que cada pueblo deriva su (
asambleas primarias de Menfis o de Babilonia. Es una rasgo dominante y su carácter distintivo.
verdadera locura imaginarse que semejante prejuicio uni­ (
Saber, luego, por qué y cóm o un hombre engendra, li­
versal sea obra de los soberanos. )E Í interés particular. ly teralmente, a una nación, y cóm o le comunica ese tem­ (
bien puede abusar de la creencia general, pero no puede peramento moral, ese carácter, ese espíritu general que, (
crearla.) Si aquella de que hablo no se fundara en el a través de los siglos y de un infinito número de genera­
asentimiento anterior de los pueblos, no solamente hu­ ciones, permanecerá visible y distinguirá a un pueblo de (
biera sido imposible hacer que la adoptaran, sino que todos los otros, es un misterio com o tantos, sobre el que r
tam poco los soberanos hubieran podido imaginar seme­ es posible meditar con provecho.
jante fraude. En general, toda idea universal es natural. (
Las genealogías de las naciones están escritas en sus
lenguas. Como los pueblos, los idiomas nacen, crecen, se (
mezclan, se penetran, se asocian, se combaten y mueren. (
Ciertas lenguas han perecido en toda la extensión
<
de la palabra, com o el egipcio. Otras, com o el griego y el
latín, sólo han muerto en un sentido, y viven aún por (
m edio de la escritura.
<
Entre ellas hay una, la hebrea, que es acaso la más
antigua de todas, ya se la considere en sí misma, ó bien (
com o un dialecto del siríaco, que sobrevive íntegra en (
el árabe, sin que el paso de cincuenta siglos haya podido
(
borrar sus rasgos.
La mezcla de los idiomas produce la misma confu­ c
sión que la de los pueblos; sin embargo, no estamos del (
todo perdidos en ese laberinto: la mirada penetrante del
caballero Jones se remonta, a través de multitud de los c
21 “ Dios está en nosotros, su impulso es lo que nos da el
dialectos más extraños a nuestras voces, hasta tres na-3 5 (
calor vital” . (N . del T. L .)
35 (
20
(

u
r
de los siglos, se elevan com o obeliscos sobre la ruta del
dones primitivas de las que todas las otras descienden3®. tiempo, y, a medida que la especie humana envejece,
Pero el desarrollo de esas altas especulaciones no co­ aparecen más raramente. Para hacerlos dignos de estas
rresponde a esta obra. Vuelvo a mi tema, y observo que obras extraordinarias, D ios los inviste de un extraordi­
el gobierno de una nación no es obra suya más de lo nario poder, a menudo desconocido por sus contemporá­
que. lo es su lengua. Así como, en la naturaleza, los gér­ neos y acaso por ellos mismos. El mismo Rousseau pro­
menes de infinidad de plantas están destinados a perecer nunció la verdadera palabra cuando dijo que la obra del
a menos que el viento o la mano del hombre los coloque fundador de pueblos era una misión. Es una idea verda­
en el lugar en que deben ser fecundados, hay en las na­ deramente infantil la de transformar a esos grandes hom­
ciones ciertas cualidades, ciertas fuerzas, que no existen bres en charlatanes, y la de atribuir sus triunfos a no sé
imás que en potencia hasta que reciben su desarrollo, o qué trucos inventados para imponerse a las multitudes. Se
|bien de las circunstancias solas, o bien de las circuns­ habla de la paloma d e M ahom a84, de la ninfa Egeria 4 35,
3
tancias empleadas por una mano hábil. pero si los fundadores de naciones, que fueron todos
E l fundador de un pueblo es precisamente esa mano
hombres prodigiosos, se presentaran ante nosotros; si co­
hábil. Dotado de una extraordinaria, .penetración, o, lo
nociéramos su genio y sus recursos, en lugar de hablar
que es más probable, de un instinto infalible .—porque a tontamente de usurpación, de fraude, de fanatismo, cae­
menudo el genio no es consciente de su obra, y eso, so­
ríamos a sus pies y nuestra insignificancia se abismaría
bre todo, lo distingue del talento—, adivina esas fuerzas
ante el signo sagrado que brillaba sobre sus frentes.
y esas cualidades ocultas que forman el carácter de una
“Los prestigios vanos fundan vínculos efím eros; sólo
nación, los medios de fecundarlas, de ponerlas en acción la sabiduría los hace duraderos. La ley judaica, que to ­
y de sacarles el mayor partido posible. Jamás lo veréis davía subsiste; la del hijo de Ismael, que rige desde hace
escribir ni argumentar; su estilo es hijo de la inspiración.
diez siglos la mitad del mundo, proclaman aún hoy a los
Y si alguna vez toma la pluma, no es para disertar sino
grandes hombres que las han dictado; y mientras q u e la
para ordenar.
orgulloso filosofía o el ciego espíritu de partido sólo ven
Uno de los grandes errores de este siglo consiste en
en ellos afortunados impostores, el verdadero político ad­
creer que la constitución política de los pueblos es obra
mira el genio grande y poderoso que preside las funda­
puramente humana; que es posible hacer una constitución
ciones duraderas” 96.
com o un relojero hace un reloj. Nada es más falso, y lo
es más todavía suponer que esa gran obra pueda ser eje­
cutada por una asamblea. El autor de todas las cosas no 34 “ Lds ficciones con que el celo d e buena fe rodeó a este
tiene más que dos maneras de dar gobierno a un pueblo: hom bre nos repugnan. Cuando Focócke preguntó a G rocio qué
prueba tenía d e la leyenda del pichón adiestrado que picoteaba
casi siempre se reserva más inmediatamente su formación
guisantes en la oreja a e Mahoma, haciéndole pasar por ángel que
haciéndolo —por decirlo así— germinar insensiblemente Te inspiraba, respondió Grocio que no había ninguna. Ya es hora
com o a una planta, por el concurso de una infinidad de de abandonar esas cosas” , Thomas Carlyle, L os H éroes, Cap. II.
circunstancias que llamamos fortuitas; pero, cuando quiere (N . del T .)
establecer de una sola vez los fundamentos de un edi­ 35 . .Numa no dejó la comunicación d e los hombres por
displicencia de carácter o por inclinación a la vida errante, sino
ficio político y mostrar al universo una creación de este porque habiendo tomado el gusto a un trato d e más importancia
género, cQnfía sus poderes a verdaderos elegidos, a hom­ y sido elevado a un casamiento divino, unido con la ninfa Egeria,
bres extraordinarios: ubicados espaciadamente a lo largo que le amaba, y viviendo a su lado, vino a ser un hom bre suma­
m ente venturoso e instruido en las cosas de los dioses” , Plutarco,
Bis A siatic besearches , in- 4?, Calcuta, 1792, T. III. N uma , IV. (N . del T .)
$6 C ontrato Social, L. II, Cap. IV. (N . d el A .)
(N . del A .)

36 37
(
r
) L o cierto es que la constitución civil de los pueblos armonía con sus fundamentos primitivos, ya a prevenir (
i jamás resulta de una deliberación. algunos abusos capaces de alterarlos. Es posible precisar
Casi todos los grandes legisladores han sido reyes, y (
la fecha y los autores de ellas, pero notareis que las ver­
aun las naciones destinadas a ser repúblicas fueron cons­ daderas raíces del gobierno han existido siempre y que es (
tituidas por reyes: ellos presiden la institución política imposible señalar su origen, por la muy simple rázón de (
de los pueblos y crean sus priméras leyes fundamentales. que son tan antiguas com o las naciones, y que, al no ser
D e este m odo, todas las pequeñas repúblicas de Grecia de ninguna manera el resultado de un acuerdo, no puede (
fueron inicialmente gobernadas por reyes y fueron libres quedar huella de una convención que nunca existió. (
bajo la autoridad m onárquica37. D e este m odo, en Roma Toda institución importante y realmente constitucio­
y en Atenas, los reyes precedieron al gobierno republica­ (
nal no establece nunca nada nuevo; no hace sino defen­
no y fueron los verdaderos fundadores de la libertad. der y declarar derechos anteriores. Por eso nunca se co­ (
El pueblo más famoso de la alta antigüedad, el que noce la constitución de un país a partir de sus leyes cons­
más atrajo la curiosidad de los observadores antiguos, el (
titucionales escritas, porque esas leyes sólo se hacen en
más visitado, el más estudiado, Egipto, nunca fue gober­ distintas épocas para declarar derechos olvidados o dis­ c
nado más que por reyes. cutidos, y siempre hay cantidad de cosas que no se es­ (
E l legislador más famoso del universo, Moisés, fue criben 88.
más que un rey; Servio y Numa fueron reyes; Licurgo (
Nada es ciertamente tan notable en la historia roma­
estuvo tan cerca de la realeza que ejerció toda su auto­ (
na com o la institución del tribunado, pero esta institución
ridad. Era Felipe de Orleans, con el ascendiente del genio,
no establece ningún derecho nuevo en favor del pueblo, c
dex la experiencia y de las virtudes. En la Edad Media,
el que sólo se dio magistrados para proteger sus antiguos
Carlomagno, San Luis y Alfredo también pueden ser con­ (
derechos constitucionales contra los ataques de la aristo­
siderados legisladores constituyentes.
cracia. Todos ganaron con ello, incluso los patricios. Ci­ (
En resumen, los más grandes legisladores han sido
cerón probó claramente con excelentes razones que el esta­
soberanos, y Solón es, creo, el único ejemplo de un par­ (
blecimiento de esos famosos magistrados no hizo más que
ticular que constituya una excepción algo notable a la
dar forma a la acción desordenada del pueblo y poner (
regla general.
a cubierto sus derechos constitucionales3a. En efecto, el <
En cuanto a las pequeñas repúblicas de la Italia m o­
pueblo romano, como todas las pequeñas naciones de
derna, tales átomos políticos p oco merecen nuestra aten­ (
Grecia de que hablaba hace un momento, fue siempre
ción. Sin duda comenzaron com o las de Grecia. Por otra
libre, aun bajo sus reyes. Era tradición en él que la di­ (
parte, nunca hay que atender más que a la regla, y dejar
visión del pueblo en treinta curias se remontaba a Ró-
para Rousseau la habilidad —que no hay que envidiarle- (
mulo y que éste mismo había dictado con el concurso del
de construir sistemas sobre las excepciones.
pueblo algunas de esas leyes, que por esta razón se lla­ (
Observad todas las constituciones del universo, an­
maban leges curiatae. Sus sucesores promulgaron muchas (
tiguas y modernas: veréis que la experiencia de las eda­
des ha establecido, de tanto en tanto, algunas institu­ 88 Creo, por ejemplo, que el hombre más erudito se encon­ (
ciones destinadas, ya a perfeccionar a los gobiernos en8 7 traría sumamente perplejo si tuviera que definir los límites precisos
del poder del Senado romano. (N . del A .) (
87 “ Omnes Graeciae civitdtes a principio reges habuere, non 89 “Nimia potestas est tribunorum plebis. Quis neget? Sed (
tamem despóticos, ut apud gentes barbaras, sed secundunfleges et vis populi multo saevtor multoque vehem entior, quae, dueem, quod
m ores patrios, adeo u t regum potentissimus fuerit qui justissimus habet, interdum lenior est, quam si nullum háberet. Dux enim suo (
erat et legum obseroantíssimus” , Dionisio de Halicarnaso, Libro V, period o progredi cogitat: poptdi ímpetus periculi sui ratkmem non
(N . del A .) habet” , Cicerón, D e legibus, L. III, Cap. X. (N . del A.) (
(
38 y 39
(
(
L ·
de este genero con la fórmula solemne: “Si place al pue­ Así com o las bases de la libertad romana son muy
blo” 40. E l derecho a declarar la guerra y a hacer la paz anteriores a la institución del tribunado y aun a la expul­
fue dividido entre el rey, el senado y el pueblo, de una sión de los reyes, las de la libertad inglesa deben buscarse
manera muy notable41. Finalmente, Cicerón nos enseña mucho antes de la revolución de 1688. La libertad pudo
que a veces se apelaba ante el pueblo del juicio de los dormitar en esa nación, pero siempre existió en ella, siem­
reyes 42, lo que nada tiene de sorprendente, ya que el prin­ pre pudo decirse del gobierno: “M iscuit res otím dissocia-
cipio dem ocrático existía en la constitución romana aun biles, principatum et libertatem” 454 . Es incluso muy im­
6
bajo los reyes; de otro m odo, nunca hubiera podido esta­ portante señalar que los monarcas ingleses a los que la
blecerse43. Tarquino no fue expulsado porque era rey, constitución de ese reino más debe, Alfredo, Enrique II
sino porque fue tirano44; el poder real fue otorgado a dos y Eduardo I, fueron precisamente reyes conquistadores,
cónsules anuales: a eso se limitó la revolución. El pueblo es decir quienes más podían violarla impunemente; y se­
no adquirió de ningún m odo nuevos derechos; sólo vol­ ría injuriar a estos grandes hombres, com o muy bien lo
vió a la libertad porque estaba hecho para ella, porque ha observado un historiador inglés, sostener, com o lo
ella había nacido con él, y porque en su origen había go­ han hecho algunos, que Inglaterra no ha tenido ni consti­
zado de ella. Sus jefes —porque el pueblo punca hace na­ tución ni verdadera libertad antes de la expulsión de los
da— derrocaron al tirano, no para establecer una nueva Estuardos4<5. En resumen, así com o las naciones, literal­
constitución, sino para restablecerla antigua, que el tirano mente, nacen, los gobiernos también nacen con ellas.
había transitoriamente violado. Cuando se dice que un pueblo se ha dado un gobierno,
Tomemos otro ejem plo, de la historia moderna. es exactamente como si se dijera que se ha dado un
carácter o un color. Si a veces no es posible distinguir,
40 “ Romulum, traditur populum in 30 partes divisisse, quas en su infancia, las bases de un gobierno, ello no significa
partes curias appellavit: ptópterea quod tunc reipublicae curam de ninguna manera que no existan. V ed estos dos em­
per sententias partium earum expediebat: et itd leges quasdam et briones: ¿percibe vuestra mirada alguna diferencia entre
ipse curiatas ad populum tulit. Tulerunt et sequentes reges, ut ro­
garent si placerent leges", Pomponio, L. I Dig., de origine juris. ellos? Sin embargo uno es Aquiles y el otro Tersites. No
(N. del A.) tomemos a los desarrollos por creaciones.
41 “ Plebi perm isit de bello, si rex permisisset, decernere: non Las diferentes formas y los diferentes grados de la
tamen in his populo absolutum voluit esse potestatem nisi in iis soberanía han hecho pensar que era obra de los pueblos,
accessisset auctoritas", Dionisio de Halicarnaso, A n tiq . R o m .,
L. II. Aquí pueden vèrse bien los tres poderes que sé encuen­ los que la habrían m odificado a su capricho, péro nada
tran, creo, doquiera se encuentra la libertad, por lo menos la li­ es más falso. Todos los pueblos tienen el gobierno qué
bertad duradera. ( N. del A. ) les conviene y ninguno ha elegido el suyo. Es incluso no­
42 ■“ Provocationem ad populum etiam a regibus fuisse d ocet", table que casi siempre sea para su desgracia que intenten
Cicerón, D e R epública , Apud Senecam, epist. 108; Brottier, sobre
Tàcito, A nn., II, 22. (N. del A.)
darse uno, o, para hablar más exactamente, que una parte
43 “ Romulus in urbe sua democratiam moderatam instituit. . .
quare leges ejus primigeniae, democratiae indoli ac naturae con­
veniunt", V. Jos. T oscano J. C. N eapolitan i , jubis publice ro- 45 “Ha combinado cosas antes incompatibles, la autoridad y
MANI ARCANA, SIVE DE CAUSIS ROMANI JURIS, L. I, PálT. 2 y 3, págS. la libertad” . (N . idel T. L .)
52, 70. (N . del A .) 46 H istory of G rèce , de Minford, T . II. Un distinguido
44 “ R egale civitatis genus probatum quondam, postea, non miembro de la oposición (Mr. Gray) decía muy bien, en la sesión
tam regni, quam regis vitiis, repudiatum est", Cicerón,-De Leg., del Parlamento de Inglaterra del 11 de febrero ae 1794, que “ el bilí
L. ITI, Cap. VII; “ Regium imperium initio conservandae liber­ de derechos no agrega nuevos principios a la Constitución ingle­
tatis atque augendae reipublicae fuit", Salustio, Cat«, VII. (N. sa, sino que solamente declara cuáles son sus verdaderos princi­
del A.) pios” , C orreo de L ondres, 1794, número 13. (N , del A .)

40 41
(
r
demasiado grande del pueblo se ponga en movimiento (
Tomemos, si se quiere, un gobierno republicano cual­
con este fin. Porque en ese tanteo funesto es muy fácil quiera. Encontraremos ordinariamente un gran Consejo (
que se equivoque sobre sus verdaderos intereses, que pro­ en que reside, hablando propiamente, la soberanía. ¿Quién
cure encarnizadamente aquello que no puede convenirle, (
estableció ese Consejo? La naturaleza, el tiempo, las cir­
y que rechace por el contrario lo que más le conviene. cunstancias, es decir Dios. Muchos hombres se han (
Y es sabido hasta qué punto én este orden de cosas los puesto en su lugar, del mismo m odo que en otras partes (
errores son terribles. Esto hizo decir a Tácito, con su un solo hombre lo ha hecho. Era necesaria para ese país
profundidad habitual, que “ocasiona muchas menos difi­ (
una soberanía dividida entre muchas cabezas, y, porque
cultades a un pueblo aceptar a tin soberano, que bus­ así la necesitaba, así se estableció: es todo cuanto sabe­ (
carlo” 47. mos ál respecto.
Por otra parte, com o toda proposición extrema es (
Pero com o las deliberaciones generales, las intrigas
falsa, no pretendo negar la posibilidad de los perfeccio­ y las demoras interminables que son inherentes a un Con­ (
namientos políticos realizados por algunos hombres sabios. sejo soberano numeroso no se adecúan en absoluto a las (
Tanto valdría negar la influencia de la educación moral medidas secretas, prontas y vigorosas que requiere un
y de la gimnasia sobre el perfeccionamiento moral y físico gobierno bien organizado, la fuerza de las cosas exigía (
del hombre. Pero esta verdad, lejos de debilitar mi tesis todavía la institución de algún otro poder diferente de (
general, por el contrario la confirma, al establecer que ese Consejo general, y a ese poder necesario lo encon­
el poder humano no puede crear nada, y que todo de­ (
traréis siempre en esta clase de gobierno, sin que tampoco
pende de la aptitud primordial de los pueblos y de los pueda determinarse su origen. En una palabra, la masa (
individuos. del pueblo no participa para nada en ninguna creación
D e allí resulta que una constitución libre no está ase­ (
política. Incluso, sólo respeta al gobierno porque no es
gurada sino cuando las diferentes piezas del edificio polí­ obra suya. Este sentimiento está grabado en su corazón (
tico nacieron juntas, y, si es lícito expresarse así, una al con trazos profundos. Se inclina ante la soberanía porque (
lado de la otra. Los hombres no respetan nunca lo que siente que es algo sagrado que no puede, ni crear, ni des­
han hecho; he aquí por qué un rey electivo no posee en (
truir. Si consigue a fuerza de corrupción y de sugestiones
absoluto la fuerza' moral de un soberano hereditario: por- pérfidas borrar de sí este sentimiento preservador, si tiene (
ue no es bastante noble, es decir que no tiene esa clase
3 e grandeza independiente de los hombres y que es obra.
del tiempo.
la desgracia de creerse llamado en masa a reformar el
Estado, todo está perdido. Por eso, aun en los Estados
(
(
En Inglaterra no es el Parlamento quien ha hecho al
la «muy baja» Cámara recibieron los suyos d e algunas ciudades o (
rey, ni el rey quien ha hecho al Parlamento. Estos dos comunidades donde sólo una clase privilegiada tien e él derecho de
poderes son colaterales: se establecieron no se sabe cuán­ voto. La masa del pueblo no tuvo participación ninguna en la (
do ni cóm o, y la sanción im perceptible y poderosa de la creación del reino en Inglaterra, ni en la organización actual del (
opinión los hizo por fin lo que son48. P a rla m en to V er el M o niteue , 1794, número 137.
El honorable miembro se equivocaba al confundir a los pares (
con la dignidad de par, que no recibe del rey ni su existencia ni
sus derechos; se equivocaba al confundir a los representantes con la (
47 “ Minore discrimine sumitur princeps quam quaeritur”, Tá­ representación, que no debe nada a nadie, no más que la dignidad
cito, H ist . I, 56. (N . del A .) de par. Fuera de esto, tiene razón. No, sin duda: el gobierno
(
48 La verdad puede hallarse hasta en la tribuna dé los jaco­ Inglés —como los otros— no es en absoluto obra del pueblo; y las
binos. Félix Lepelletier, uno de ellos, decía el 5 de febrero d e" (
conclusiones criminales o extravagantes que el orador jacobino de­
1794, al referirse al gobierno de Inglaterra: “ Los miembros d e la riva enseguida de este principio no pueden alterar su verdad. (
*muy alta» Cámara reciben sus títulos y sus poderes del rey; los de (N . del A .)
(
42 43 (
(
(
libres, es infinitamente importante que los hombres que Capítulo V III: Debilidad del poder humano
gobiernan estén separados de la masa del pueblo por esa
consideración personal que resulta del nacimiento y de
las riquezas. Ya que si la opinión pública no pone una
barrera entre ella y la autoridad, si el poder no está fuera
de su alcance, si la multitud gobernada puede creerse
igual al pequeño número que gobierna, no hay más go­
bierno: así, la aristocracia es soberana o dirigente por
esencia, y el principio de la Revolución Francesa choca
frontalmente con las leyes eternas de la naturaleza.
En toda creación política o religiosa, cualesquiera sean
su objeto e importancia, es regla general que no haya
nunca proporción entre el efecto y la causa. E l efecto es
siempre inmenso respecto de la causa, para que el hom­
bre sepa que no es más que un instrumento y que n o
puede crear nada por sí mismo.
La Asamblea ¡Nacional de los franceses, que incurrió
raí la culpable locura de llamarse Constituyente, al ver
que todos los legisladores del universo habían adornado
el frontispicio de sus leyes con un homenaje solemne a la
Divinidad, se creyó obligada a hacer también su profe­
sión de fe, y no sé qué movimiento maquinal de una
conciencia expirante arrancó estas líneas mezquinas a los
pretendidos legisladores de Francia48:
“Im Asamblea Nacional reconoce, en presencia y bajo
los auspicios del Ser Supremo.. .**®°, etcétera.
“ En presencia” : sin duda, para su desgracia; pero “bo­
fo los auspicios” : ¡qué locura! N o es d e ninguna manera
una multitud turbulenta, agitada por pasiones viles y furio­
sas, a quien elige Dios para instrumento de sus voluntades
y ejercicio del más grande acto de su poder sobre la tierra:
la organización política de los pueblos. Dondequiera los
hombres se reúnan y se agiten demasiado, dondequiera
su poder se despliegue con estrépito y pretensión, no se4 *
9

49 CoNsnTüaÓN de 1789. Preámbulo de la Declaración de


los D erechos del Hombre. (N . del A .)
69 Cuando hablamos de la Asamblea Constituyente, es ape­
nas necesario recordar que siempre hacemos abstracción de la res­
petable minoría, cuyos sanos principios e inflexible resistencia m e­
recieron la admiración y el respeto dél universo. (N . del A .)

44 45
hallará la fuerza creadora: “non in commotione Domi­ Cuando antiguamente Juliano el filósofo llamó a sus
nus” 61. A este poder sólo lo anuncia el “viento suave” 62. cofrades a la corte, la convirtió en una cloaca. E l buen
Demasiado se ha repetido, en estos últimos tiempos, que Tillemont, al escribir la historia de este príncipe, titula
la libertad nace en m edio de las tempestades. Jamás, ja­ así uno de los capítulos: “La corte de Juliano se llena de
más. Se defiende, se afirma, durante las tempestades, pero filósofos y de perdidos1"; Y Gibbon, quien es insospechable,
nace en el silencio, en la paz, en la oscuridad; a menudo, observa ingenuamente que “es lamentable no poder con­
incluso, el padre de una constitución no sabe lo que hace tradecir la exactitud de ese título”.
cuando la crea, pero los siglos que transcurren dan testi­ Federico II, filósofo a pesar de sí mismo, que pa­
monio de su misión, y son Paulo Em ilio y Catón quienes gaba a esa gente para que lo alabara, pero la conocía
proclaman la grandeza de Numa. bien, no pensaba mejor de ellos, y el buen sentido lo obli­
Cuanto más confía la razón humana en sí misma, gó a decir como todo el mundo sabe que “si quisiera
; cuanto más trata de extraer todos sus medios de sí mis­ perder un imperio, lo haría gobernar por filósofos” .
ma, más absurda es, más muestra su impotencia. H e aquí No era pues en absoluto una exageración teológica,
por qué el mayor flagelo del universo ha sido siempre, sino una verdad muy simple, rigurosamente expresada,
en todos los tiempos, lo que se llama filosofía, si se tiene aquella frase de uno de nuestros prelados, muerto —fe­
en cuenta que la filosofía no es sino la razón humana lizmente para él— en el momento en que pudo creer en
librada a sí misma, y que la razón humana, reducida a una renovación: “En su orgullo, la filosofía decía: *Mías
sus solas fuerzas, no es más que una bestia, todo cuyo son la sabiduría, la ciencia y el poder; a mí m e corres­
i poder se reduce a destruir636 .
4 ponde conducir a los hombres, porque soy y o quien ilu-
Un elegante historiador de la antigüedad ha dejado mina>. Para castigarla, para cubrirla de oprobio, era nece­
una notable reflexión sobre quienes se llamaban, en su sario que Dios la condenara a reinar un instante” ,
tiem po com o ahora, filósofos. “D isto mucho —dice—' de En efecto, reinó sobre una de las más poderosas na­
considerar a la filosofía com o maestra del hom bre y como ciones del universo; reina, reinará sin duda lo bastante
regla de la vida feliz; al contrario, veo que sus adeptos com o para que no pueda alegar que le ha faltado tiem-
son precisam ente los hombres que mayor necesidad de o; y jamás se vio ejemplo más deplorable de la abso­
maestros tendrían para conducirse bien; maravillosos para E rta impotencia de la razón humana reducida a sus solas
disertar sobre todas las virtudes desde la escuela, no es­ fuerzas. ¿Qué espectáculo nos han dado los legisladores
tán por eso menos inmersos en toda clase de vicios” franceses? Apoyados en todos los conocimientos huma­
nos, en las lecciones de todos los filósofos antiguos y
modernos y en la experiencia de todos los siglos; amos
61 m R eg., XIX, 11. (N . del A .) de la opinión pública, dueños de tesoros inmensos, con
Ibídem, 12. (N. del A .) cóm plices en todas partes, fuertes —en una palabra— de
63 Es evidente, por lo que sigue, que el autor no discute a
la razón el poder de conocer por sí sola la verdad. Lo que le nie­
todas las fuerzas humanas, han hablado en su propio
ga es el poder de conducir al hombre a la felicidad cuando lo nombre. El universo es testigo del resultado: nunca el
reduce a sus fuerzas individuales. (N . del E .) orgullo humano dispuso de mayores m edios; y —dejan­
64 “ Tantum abest ut eg o magistram esse putem vitae philo­ do de lado por un instante sus crímenes— nunca fue más
sophiam beataeque vitae perfectricem , ut nullis magis existimem ridículo.
opus esse magistris vivendi quam plerisque qui in ea disputanda
versantur: viaeo enim magnam partem eorum qui in schola de Nuestros contemporáneos lo creerán si quieren, pero
pudore et continentia praecipiunt argutissime, eosdem in omnium la posteridad no dudará de ello: los más insensatos de
libidinum cupiditatibus vivere”, Cornelio Nepote, F ragm . apud los hombres fueron quienes se instalaron en tom o a una
L a c t a n t . D ivin . Inst ., 15, 10. (N. del A .) mesa y dijeron: “Despojaremos al pueblo francés de su

46
B i b l i a , la p o l í t i c a e s d iv in iz a d a ; y la r a z ó n h u m a n a , so*
m e t id a p o r la a u t o r id a d r e lig io s a , n o p u e d e in s in u a r su
antigua constitución y le daremos otra” —ésta o aquélla, v e n e n o a is la n te y c o r r o s iv o e n lo s r e s o r te s d e l g o b i e r n o ,
no importa—. Aunque esta ridiculez sea común a todos d e ta l m o d o q u e lo s c iu d a d a n o s s o n c r e y e n t e s c u y a f i d e ­
los partidos que han asolado a Francia, los jacobinos, sin li d a d e s e x a lt a d a h a s ta la f e , y c u y a o b e d ie n c ia l o es
embargo, se presentan al espíritu más como destructores h a s ta e l e n tu s ia s m o y e l fa n a tis m o .
que com o constructores, y dejan en el ánimo “cie rta im­ Las grandes fundaciones políticas son perfectas y
presión de grandeza que resulta de la inmensidad de sus durables en la medida en que la unión de la política con
éxitos. Cabe incluso dudar de que hayan abrigado seria­ la religión se realiza más perfectamente. Licurgo se des­
mente el proyecto de organizar a Francia, aun como re­ tacó en este punto esencial, y todo el m undo sabe que
pública, ya que la Constitución republicana que fabri­ pocas fundaciones pueden compararse a la suya, ni en
caron no es más que una suerte de comedia representada cuanto a la duración, ni en cuanto a la sabiduría. Nada
ante el pueblo para distraerlo momentáneamente. Y no imaginó, nada propuso, nada ordenó más que sobre la
puedo pensar que el menos lúcido de sus autores haya fe de los oráculos. Todas sus leyes fueron, por decirlo
creído en ella ni por un instante. así, preceptos religiosos; por él, la Divinidad intervino
Pero los hombres que aparecieron en escena en los en los consejos, en los tratados, en la guerra, en la admi­
primeros días de la Asamblea Constituyente se creyeron nistración de la justicia, hasta tal punto que “el gobierno
realmente legisladores: tuvieron muy seria, muy ostensi­
de Esparta no parecía ser administración de la cosa pú­
blemente, la ambición de dar a Francia una constitución blica, sino más bien regla de alguna devota y santa re­
política, y creyeron que una asamblea podía decretar, ligión' w . Por eso, cuando Lisandro quiso destruir en
por mayoría de votos, que tal pueblo dejaría de tener
Esparta a la monarquía, trató ante todo de corrom per a
tal gobierno para tener otro. Ahora bien, esta idea es el
los sacerdotes que interpretaban los oráculos, porque
máximum de la extravagancia, y todos los bedlam sm del
sabía que los lacedemonios nada importante hacían sin
universo nunca produjeron nada igual. Por eso sólo dejan
haberlos consultado 57.
una impresión de debilidad, de ignorancia, de decepción.
Los romanos constituyeron otro ejem plo del podar del
Ningún sentimiento de admiración ni de terror equilibra
vínculo religioso sobre la política. Todo el mundo conoce
a esa especie de colérica piedad que inspira el bedlam
el famoso pasaje de Cicerón donde dice que los romanos
Constituyente. La palma de la perfidia corresponde por
tenían superiores en todas las cosas, menos en el temor
derecho a los jacobinos, pero la posteridad, unánime­
y en el culto de Dios.
mente, otorgará a los constitucionales la de la locura.
“Vanagloriémonos —dice— tanto com o nos >plazca:
Todos los verdaderos legisladores percibieron que la
jamás podremos superar a los griegos en las ciencias, a
razón humana, sola, no puede sostenerse, y que ninguna
los españoles en número, a los galos en coraje; pero,
institución puramente humana puede durar. Es por eso
en cuanto a la religión y al respeto de los dioses inmor­
que entrelazaron, si cabe expresarse así, a la política con
tales, nadie nos igualar. Numa había dado a la política
la religión, para que la debilidad humana, sustentada
romana ese carácter religioso que fue la savia, el alma,6 5
por lo sobrenatural, se fortaleciera con su apoyo. Rous­
seau admira la ley judaica y la del hijo de Ismael, que
subsisten desde hace tantos siglos. Es qué los autores de 65 Plutarco, In LYckrRG,, trad. de Amyot. (N . dei A .)
esas dos célebres fundaciones eran, a un tiempo, pontífices 57 “ Iniit consilia reges Lacedaemoniorum tollere, sed sentie­
y legisladores. Es que, tanto en el A l c o r á n com o en la6 bat id se sine ope deorum facere non posse, quod Lacedaemonii
omnia ad oracula referre consueverant, primum Delphos corrum­
pere est conatus” , etcetera, Cornelio Nepote, In L ys ., 3. (N. dei A.)
66 En inglés en el texto francés: manicomio. (N . del T .)
49
i
(
la vida de la República, y qué pereció con ella. Es un En vano el plebeyo menos clarividente podía descu­
hecho evidente para todos los hombres instruidos que el (
brir en la doctrina de los augurios un arma infalible en
juram ento88 fue el verdadero cimiento de la constitu­ manos de la aristocracia para entorpecer los proyectos y (
ción romana: en virtud del juramento, el más turbulento las deliberaciones del pueblo: el ardor del espíritu de
plebeyo, inclinando la cabeza ante el consejo que le (
partido cedía ante el respeto por la Divinidad. El ma­
peguntaba su nombre, marchaba bajo las banderas con
I a docilidad de un niño. Tito Livio, que vio nacer a la
gistrado era creído aun cuando hubiera fraguado los aus-
pic'os®8, porgue se pensaba que una cuestión de tanta
(
(
filosofía y morir a la República —la época es la misma—,
importancia debía quedar librada a la conciencia del
suspira a veces por aquellos tiempos felices en que la (
magistrado, y que era mejor exponerse a ser engañados
religión aseguraba la dicha del Estado. En el pasaje don­
que herir las costumbres religiosas. (
de narra la historia de aquel joven que fue a denunciar
En el mismo siglo en que se escribía que “un augur
al cónsul un fraude com etido por el inspector de los po­ (
apenas podía mirar fijam ente a otro sin reírse”, Cicerón,
llos sagrados, agrega: “Ese joven había nacido antes de (
a quien una camarilla había halagado con la promesa
la doctrina que desprecia a los dioses” 59.,
de la dignidad de augur para atraerlo, escribía a un ami­ (
Era en ios comicios, principalmente, donde los ro­
go: “Lo confieso, eso es lo único que podría tentarme” **.
manos ponían de manifiesto el carácter religioso de sú (
Tan profundamente arraigada estaba la consideración
legislación: las asambleas del pueblo no podían tener lu­
inherente a esta clase de sacerdocio en la imaginación (
gar antes que el magistrado que debía presidirlas hubie­
romana.
ra consultado los auspicios. Los escrúpulos a este res­ í
Seño, inútil repetir lo que se ha dicho m il veces y
pecto eran infinitos, y el poder de los augures era tal,
mostrar lo que la religión de los romanos tenía en co­ (
que se los ha visto anular las deliberaciones de los co­
mún con las de otras naciones; pero la religión, en ese (
micios muchos meses después de celebrados 60; con aque­
pueblo, tenía aspectos que la distinguen de las otras y
lla frase famosa, alio die (otro día), el augur rompía (
que conviene señalar.
cualquier asamblea del p u eblo61. Todo magistrado su­
El romano, legislador o magistrado en el Forum, es­ (
perior o igual al que presidía los comicios también tenía
taba, por así decirlo, envuelto por la idea de la Divini­
derecho a consultar los auspicios. Y si declaraba que (
dad, y esta idea lo acompañaba hasta en el campamento.
había mirado al cielo (se de coelo servasse) y que había
D udo que a otro pueblo se le haya ocurrido nacer de (
visto un relámpago u oído un trueno62, los com icios eran
la parte principal del campamento un verdadero templo
postergados. (
en que los símbolos militares, mezclados con las esta­
En vano podían temerse los abusos, visibles incluso <
tuas de los dioses, se convertían en auténticas divinida­
en ciertas ocasiones.6
8
des, y donde los trofeos se transformaban en altares. (
Eso hicieron los romanos. No se puede expresar el
respeto con que la opinión rodeaba al pretorio de un (
68 La palabra latina que designa al juramento expresa su sen­
tido religioso: sacramentum. (N . del T .) campamento ( principia). Allí descansaban las águilas, (
“Juvenis ante doctrinam deos spernentem natus” , Tito Li­ las banderas y las imágenes de los dioses. A llí estaba la
vio, L. X, 40. (N . del A .)
(
tienda del general; allí se publicaban las leyes, se cele­
Cicerón, D e n a t u b a deorum , II, 4. (N . dei A .) braban los consejos, se daba la señal del combate. Los <
Cicerón, D e dxvin., II, 12. (N . del A .)
82 “Jove fulgente cum populo agi nefas esse” , Cicerón, In
(
V at ., 8; D e divin ., II, 18; Adam, R o m á n antiquities , Edim­ «3 "Etiam si auspicia em entitus esset” , Cic., Phil ., II, 23.
(N. del A.) (
burgo, 1792, pág. 99. (N . del A .)
64 Efist. ad Attic . . . ( N. del A .) (
50 51 (

i......
Capítulo I X : Continuación del mismo tema
escritores romanos no aluden a este lugar sin cierta ve­
neración religiosa65, y para ellos la violación del preto­
rio era un sacrilegio. Tácito, cuando narra el motín de
las dos legiones cerca de Colonia, refiere que Planeo,
delegado del emperador y del senado ante las legiones
rebeldes, hallándose a punto de ser asesinado, no encon­
tró otro medio, para salvar la vida, que abrazar las águi­
las y las banderas “para ampararse en la religión?666
. Y en­
7
seguida agrega: “Si el portaestandarte Calpurnio no sé
hubiera opuesto a los sediciosos, se habría visto a la san­ Payne, en su mal libro sobre los derechos del hom bre,
gre de un enviado del pueblo romano manchar, en un dice que “la constitución precede al gobierno, qu e es al
campamento romano, los altares de los dioses” ®7. gobierno lo que las leyes a los tribunales; que, o es ma­
Cuanto más estudiemos la historia, mayor será nues­ terialmente visible, artículo por artículo, o no existe. D e
tro convencimiento de la necesidad im prescindible de esta manera que el pueblo inglés carece absolutam ente de
alianza d é l a política con la religión. constitución, ya que su gobierno es fruto de la conquista
Los abusos que han existido al respecto nada signi­ y no producto de la voluntad del pueblo” **.
fican; hay que ser prudente cuando se razona sobre el Sería difícil acumular más errores en menos líneas.
abuso de las cosas necesarias, y tener cuidado de no indu­ N o sólo el pueblo no puede darse una constitución, sino
cir a los hombres a suprimir la cosa para deshacerse del que tam poco ninguna asamblea (un corto número de
abuso sin pensar que esta palabra, abuso, no designa más hombres en relación a la población total) podrá ejecutar
que el uso desordenado de algo bueno que hay que con­ nunca semejante tarea. Precisamente porque hay en Fran­
servar. Pero no me adentraré más en el examen de un cia una Convención todopoderosa que quiere una repú­
asunto que nos conduciría demasiado lejos. blica, de ningún m odo habrá república duradera. La
Quería solamente mostrar que la razón humana, o lo torre de Babel es el símbolo más sim ple de una multitud
f que se llama la filosofía, es tan inútil para la felicidad de hombres que se reúnen para crear una constitución.
J J- de los Estados como para la de los individuos; que todas “Venid —se dicen los hijos de los hombres—, construyamos
\ las grandes instituciones reciben de otra parte su origen una ciudad y una torre cuya cúspide se eleve hasta el
/ y su conservación, y que aquélla sólo interviene para per- cielo, para que nuestro nombre se haga célebre antes de
( vertirlas y destruirlas. que seamos dispersados”.
Pero la obra se llama Babel, es decir confusión; cada
uno habla su idioma, nadie se entiende, y la dispersión
es inevitable.
Nunca hubo, nunca habrá y no puede haber nación
alguna constituida a priori. E l razonamiento y la expe­
65 Estacio lo llama: “ el santuario dei consejo y el tem ible si-
tial de las banderas” (“ Ventum ad concilii penetrale domumque
riencia concurren a establecer esta gran verdad. ¿Qué
verendam aignorum” , Estacio, X, 120). (N . dei A .) mirada es capaz de abarcar de una vez el conjunto de
66 “ Cdedem parant, Planco maxime. . . neque aliud pericli­ las circunstancias que determinan que a una nación le
tanti subsidium quam castra primae legionis: illic signa et aquilas convenga tal o cual constitución? ¿Cóm o, sobre todo,
amplexus, religione sese tutabatur % Tacito, A n n . I, 39. (INT. dei A .)
67 “A c m aquilifer Calpurnius vim extremam arcuisset. . . «8 Pavne, R íghts of m an , íij-89, hondon, 1 7 9 ..., pág. 57t
legatus populi rormni romanis in castris sanguine suo altaria deum
commaculavisset^, ibidem; ver Bottier, Ad Ann., I, 61. (N. dei A.)
(N. del \ v " ’ ' ' e .’ :

52 i 53
(
C
m u ch os hombres serían capaces de semejante esfuerzo de ser investidos los cónsules, sucesores de los reyes?
d e la inteligencia? A menos que nos ceguemos adrede, (
No encontraréis nada semejante.
d eb em os reconocer que esto es imposible, y la historia, Veréis, en segundo lugar, que en los primeros tiem­ c
a q u ien corresponde decidir todas estas cuestiones, acu­ pos de la República casi no hubo leyes, y que se multi­ (
d e adem ás en auxilio de la teoría. Unas pocas naciones plicaron a medida que el Estado sé inclinaba hacia su
lib re s han brillado en el universo; que me muestren una (
ruina.
sola q u e haya sido constituida a la manera de Payne.
Dos poderes se enfrentan, el senado y el pueblo. f
T o d a particular forma de gobierno es obra divina, lo mis­
Estos dos poderes han sido puestos allí por lo que se
m o q u e la soberanía en general. Una constitución, en sen­ (
llama la naturaleza; es todo cuanto puede saberse sobre
tid o filosófico, no es pues más que el m odo de existencia (
•las bases primitivas de la constitución romana.
p o lítica atribuido a cada nación por una potencia más
Si estos poderes reunidos, en la época de la expul­ (
alta qu e ella; y, en un sentido inferior, no es sino el con­
sión-de los Tarquinos, hubieran puesto en el trono a un
ju n to de las leyes más o menos numerosas con que se (
rey hereditario con quien hubiesen estipulado el mante­
expresa ese m odo de existencia. D e ninguna manera hace
nimiento de sus derechos constitucionales, la constitución (
fa lta qu e esas leyes sean escritas. Precisamente a las leyes
de Roma, según todas las reglas de la probabilidad, ha­
constitucionales es especialmente aplicable el axioma de (
bría durado mucho tiempo más; pero los cónsules anua­
t T á cito : “Pessimae reipublicae pluHtme leges” : cuanto más (
les no tuvieron bastante autoridad com o para mantener
i ‘ sabias son las naciones, cuanto mayor espíritu público el equilibrio. Cuando la soberanía está repartida entre
)Oseen, más perfecta es su constitución política y menos (
Í eyes constitucionales escritas tienen, ya que éstas no son
dos poderes, el equilibrio de ellos consiste necesariamen­
te en un combate; si se introduce un tercer poder dotado ('
m ás qu e puntales, y un edificio no necesita ser apuntala­
de la fuerza necesaria, dará lugar en seguida a un equi­ (
d o sino cuando ha perdido su equilibrio o cuando es
librio estable, al apoyarse suavemente, ora sobre un lado,
violentam ente conm ovido por una fuerza exterior. La (
ora sobre el otro. Eso no podía ocurrir en Roma por la
constitución más perfecta de la antigüedad es, sin discu­
naturaleza misma de las cosas, y así, ambos poderes siem­ (
sión, la de Esparta; y Esparta no nos ha dejado ni una
pre subsistieron por m edio de conmociones alternativas,
sola línea sobre síT derecho público. Justamente se jac­ (
y la historia romana entera presenta el espectáculo de
taba de no haber escrito sus leyes más que en el corazón (
dos atletas vigorosos que se estrechan y ruedan, y se
de sus hijos. Leed la historia de las leyes romanas —me
aplastan sucesivamente. (
refiero a las propias del derecho p ú b l i c o y observa­
Esas distintas conmociones requirieron leyes, no
réis, ante todo, que las verdaderas raíces de la consti­ (
para establecer nuevas bases para la constitución, si­
tución romana no dependen en absoluto de leyes escritas.
no para mantener las antiguas, alternativamente quebran­ (
¿D ón d e está la ley que habría determinado los respec­
tadas por las dos ambiciones opuestas. Y si ambos partidos
tivos derechos del rey, de los patricios y del pueblo? (
¿D ón de está la ley que, después de la expulsión de los hubieran sido más prudentes, o los hubiera contenido un
poder suficiente, tales leyes no habrían sido necesarias. (
reyes, repartió el poder entre el senado y el pueblo, asig­
nó a uno y a otro porciones precisas de soberanía y fijó Volvamos a Inglaterra. Sus libertades escritas pue­ (
los límites exactos del poder ejecutivo de que terminaban den reducirse a seis artículos: I. La Carta Magna; 2. El (
estatuto llamado Confirmatio Chartarum; 3. La Petición
de D erechos, declaración de todos los derechos del pue­ (
©9 Vine. Gravinae, O rigines juris ; Rosini, A n t iq . r o m . c u m blo inglés dictada por el Parlamento y confirmada por
notts Th. Dèmpster de Murreck. lib. de leg .; Adam, R o m a n (
Carlos I a su advenimiento al trono; 4. El Habeas Cor­
a n t iq ., pág. 191 y sig. (N . del A .)
pus; 5. El Bill 4$ D erechos presentado a Guillermo y a (
(
55
(
(
María a su llegada a Inglaterra, y al que el Parlamento toda la extensión de la palabra, y toda creación sobre­
dio fuerza de ley el 13 de febrero de 1688; 6. Por último, pasa las fuerzas del hombre. La ley escrita no es más
el acta labrada a comienzos del siglo y conocida com o que la manifestación de la ley anterior no escrita. E l
Acta de Settlement, porque atribuye definitivamente la hombre no puede otorgarse derechos a sí mismo: sólo
corona a la casa reinante y consagra nuevamente las li­ puede defender aquellos que le han sido atribuidos por
bertades civiles y religiosas de Inglaterra70. un poder suDerior, y esos derechos son las buenas cos­
N o es de ningún m odo en virtud de estas leyes que tumbres, buenas porque no están escritas, y porque no es
Inglaterra es libre, sino que tiene estas leyes porque es posible asignarles ni comienzo ni autor.
libre. Sólo un pueblo nacido para la libertad pudo pedir Tomemos un ejemplo de la religión. Los cánones,
la Carta Magna, y la Carta Magna sería inútil para un que son también en su género leyes excepcionales, no
pueblo extraño a la libertad. pueden crear dogmas, ya que un dogm a sería falso pre­
“La constitución inglesa —decía muy bien un miem­ cisamente por ser nuevo. Aun quienes creyeran que es
bro de la Cámara de los Comunes, en la sesión del Par­ posible innovar en una religión verdadera, deberían re­
lamento de Inglaterra del 10 de mayo de 1793— no es conocer que es necesario que el dogma o la creencia pre­
de ninguna manera el resultado de las deliberaciones de cedan al canon: de otro m odo, la universal protesta re­
una asamblea: es hija de la experiencia; y nuestros ante­ futaría a los innovadores. El canon o el dogma escrito es
pasados sólo atendieron a aquellas teorías suceptibles dé producto de la herejía, que es una insurrección religiosa.
ser puestas en práctica. Esta obra no se hizo d e una vez: Si la creencia no hubiera sido atacada, habría sido inútil
nació con el tiem po, fue el producto de las circunstan­ declararla.
cias, del choque de los partidos y de las luchas por el D el mismo modo, en materia de gobierno, los hom- V
p od er” 71. Nada más exacto; y estas verdades no corres­ bres np crean nada. Toda ley constitucional sólo es maní- \
ponden sólo a Inglaterra: son aplicables a todas las na­ festación de un derecho anterior o de un dogm a político. \
ciones y a todas las constituciones políticas del universo. Y jamás se la dicta sino como oposición a un partido que 1
L o que Payne y tantos otros consideran un defecto, desconoce aquel derecho o que lo ataca. D e manera \
és, pues, una ley de la naturaleza. La constitución natu­ que una ley que tiene la pretensión de establecer a priori \
ral de las naciones es siempre anterior a la constitución una forma nueva de gobierno es un acto extravagante en J
escrita, y puede prescindir de ella: nunca hubo, nunca toda la extensión d é l a palabra.
podrá haber una constitución escrita hecha de una vez,
sobre todo p or una asamblea, y el solo hecho de que fue­
ra escrita de una vez probaría que es falsa e inaplicable.
Toda constitución propiamente dicha es una creación en

70 Ver Blackstone, C o m m e n t a r y on t h e crm , a n d c r im i ­


E ngland , Cap. I. ( N. del A. )
n a l l a w s of
7! “ Our constitution was not the result o f an assembly: it
was th e offspring o f experience. Our ancestors ordy had an ey e
to those theories which could b e reduced to practice. The Consti­
tution was not form ed at once, it was the work of tim e:J t em erged
from a concurrence o f circunstances, from a collision o f parties
and contention for pow er”, M. Grey. Ver el C r a f t s m a n , numé­
ro 1746. (N . del A. )

56
Capítulo X : D el alma nacional
la anulación de los dogmas individuales y el reinado abso­
luto y general de los dogmas nacionales, es decir de los
prejuicios útiles. Si cada hombre, en materia de culto,
busca sustento en su razón particular, enseguida veréis
nacer la anarquía de creencias o la destrucción de la so­
beranía religiosa. D e la misma manera, si cada uno se
vuelve juez de los principios del gobierno, enseguida ve­
réis nacer la anarquía civil o la destrucción de la sobe­
La razón humana, reducida a sus solas fuerzas, es abso­ ranía política. El gobierno es una verdadera religión:
lutamente impotente, no sólo para crear, sino incluso para tiene sus dogmas, sus misterios, sus ministros; someterlo
conservar cualquier asociación religiosa o política, por­ a la discusión de cada individuo y aniquilarlo es la mis­
que no suscita más que disputas, y porque el hombre, ma cosa; sólo vive de la razón nacional, es decir de la
fe política, que es un símbolo. La primera necesidad dél
para conducirse bien, no necesita problemas sino creen­
hombre es que su razón naciente se incline bajo este do­
cias. Su cuna debe estar rodeada de dogmas, y, cuando
ble yugo, se anule, sé pierda en la razón nacional, para
su razón despierta, es necesario que encuentre ya forma­
que cam bie su existencia individual por otra existencia
das sus opiniones, por lo menos en todo lo relativo a su
común, del mismo m odo que un río que se precipita en
conducta. Nada es más importante para él que los pre­
el océano existe siempre en la masa de las aguas, pero
juicios. N o interpretemos en mal sentido esta palabra.
sin nom bre ni realidad independiente7®.
N o significa necesariamente ideas falsas, sino sólo, como
ella misma lo indica, opiniones, cualesquiera sean, adop­ ¿Qué es el patriotismo? Es esta razón nacional de
tadas antes de todo examen. Ahora bien, tales opiniones que hablo, es la ¿bnegación individual. La fe y el patrio­
constituyen la mayor necesidad del hombre, los verdade­ tismo son los dos grandes taumaturgos de este mundo.
ros elementos de su felicidad, y el Palladium 72 de los Una y otro son divinos; todas sus acciones son prodigios.
imperios. Sin ellas no puede haber culto, ni moral, ni go­ No les habléis de examen, de elección, de discusión: di­
rán que blasfemáis. Sólo conocen dos palabras: sumisión
bierno. Es preciso que haya una religión del Estado, tanto
y creencia; con estas dos palancas mueven al universo, y
com o una política del Estado; o —más bien— es necesario
hasta sus mismos errores son sublimes. Estos dos hijos
que los dogmas políticos y religiosos, mezclados y con­
del Cielo demuestran ante todos su origen, porque crean
fundidos, conformen una razón universal o nacional sufi­
y conservan; pero si llegan a reunirse, a confundir sus
cientemente fuerte como para reprimir las aberraciones
fuerzas y a adueñarse, juntos, de una nación, la exaltan,
de la razón individual, mortal enemiga por naturaleza de
la divinizan, centuplican sus fuerzas. Así será compren­
toda asociación desde que no produce sino opiniones di­
sible que una nación de cinco o seis millones de habitan-73
vergentes.
Todos los pueblos conocidos han sido felices y po­
derosos en la medida en que con mayor fidelidad han 73 Rousseau dijo que no hay que hablar de religión a los
obedecido a esta razón nacional, que no es otra cosa que niños, y que corresponde encomendar a su razón el cuidado de
elegir una. Esa máxima puede colocarse jupto a esta otra del C on­
trato social : “ La constitución del hombre es obra de la naturale­
za; la d el Estado lo es del arte” . No haría falta nada^más para
172 Paladión: estatua de Palas Atenea erigida en Troya, de
concluir que este Juan Jacobo, tan superficial bajo una vana apa­
cuya conservación dependía la suerte de la ciudad. Por extensión:
riencia de profundidad, no tenía la menor idea de la naturales
objeto en que estriba la seguridad de algo. (N . del T .)
jnjipana tu de las verdadera? bases políticas. (N . del A .)
C a p ítu lo X I I I : A cla ra ción n ecesa ria
tes construya sobre las rocas estériles de Judea la ciudad
más soberbia de la soberbia A sia74, resista choques que
habrían pulverizado a naciones diez veces más numero­
sas, desafíe el torrente de los siglos, la espada de los
conquistadores y el odio de los pueblos; sorprenda por
su resistencia a los amos del mundo 757 ; sobreviva, en fin,
6
a todas las naciones conquistadoras, y todavía exhiba,
después de cuarenta siglos, sus deplorables restos ante el
observador asombrado. D ebo anticiparme a una objeción. Cuando reprocha­
Y que otro pueblo, salido de los desiertos de Arabia, mos a la filosofía humana los males que nos hizo, ¿no
se convierta en un santiamén en un gigante prodigioso, corremos el riesgo de ir demasiado lejos y de ser injustos
recorra el universo con la espada en una mano y el A l c o ­ con ella por incurrir en el exceso contrario?
r á n en la otra, derribe a los imperios en su marcha triun­ Sin duda, hay que precaverse del entusiasmo; pero
fal y redima los males de la guerra por m edio de sus parece que a este respecto existe una regla cierta para
instituciones. Grande, generoso y sublime, brillará a un juzgar a la filosofía. Es útil cuando no sale de su esfera,
tiempo por la razón y por la imaginación, y llevará las es decir del ámbito de las ciencias naturales: en él, todos
ciencias, las artes y la poesía al centro mismo de la noche sus intentos son útiles, todos sus esfuerzos merecen nues­
medieval. D el Eufrates al Guadalquivir, en suma, veinte tro reconocimiento. Pero cuando se introduce en el mun­
naciones prosternadas inclinarán la frente bajo el cetro do moral, debe recordar que ya no está en su casa. Es la
sereno de Harún-al-Raschid. razón general quien reina en ese ámbito; y la filosofía,
Pero a ese fuego sagrado que anima a las naciones, es decir la razón individual, se torna dañina y en conse­
¿puedes encenderlo tú, hombre im perceptible.. . ? ¡Cómo!, cuencia culpable si osa contradecir o poner en duda las
¿puedes dar un alma común a muchos millones de hom­ leyes' sagradas de aquella soberana, esto es, los dogmas
bres? ¡Cóm o!, ¿puedes hacer una sola voluntad d e todas nacionales. Su deber, cuando se traslada al dominio de
esas voluntades?, ¿reunirlas bajo sus leyes?, ¿agruparlas en dicha soberana, es, pues, actuar en el mismo sentido que
torno a un centro único?, ¿dar tu pensamiento a hombres ella. Por m edio de esta distinción, cuya exactitud no creo
que no existen todavía?,? ¿hacerte obedecer por las gene­ pueda ser discutida, sabemos qué esperar de la filosofía:
raciones futuras y crear aquellas costumbres venerables, es buena cuando permanece en su terreno, o cuando no
aquellos prejuicios conservadores, padres de las leyes y entra en la extensión d e un dominio superior al suyo más
más fuertes que ellas? —Cállate. que com o aliada y aun com o súbdita; es detestable cuan­
do entra allí com o rival o enemiga.
Esta distinción sirve para juzgar al siglo en que vivi­
mos y al que lo precedió. Todos los grandes hombres
del siglo XVII son notables principalmente por su carac­
terística general, de respeto y de sumisión a todas las le­
yes civiles y religiosas de su país. N o hallaréis en sus
escritos nada temerario, nada paradójico, nada contrario
a los dogmas nacionales, que son para ellos postulados,
74 “ Hierosolyma longe clarissima urbium orientis, non Judaeae máximas, sagrados axiomas, que nunca ponen en tela de
m odo", Plin., H ist . n a t ., V. 14. (N. dei A .) juicio.
76 Joseph, B e l l Jud ., VI, 9. (N. dei A .)

61
L o que los distingue es un exquisito buen sentido, Sé que la filosofía, avergonzada de sus horrorosos
cuyo prodigioso mérito sólo es percibido totalmente por éxitos, ha optado por desautorizar abiertamente los exce­
quienes han escapado a la influencia del falso gusto mo­ sos de que somos testigos; pero no es así com o eludirá
derno. Como se dirigen siempre a la conciencia de los la ánimadversión de los sabios. Para felicidad de la hu­
lectores, y la conciencia es infalible, parece que) uno ha manidad, las teorías funestas rara vez nacen de los mis­
pensado siempre lo que ellos han pensado, y los espíritus mos hombres capaces de desarrollar sus consecuencias
sofísticos se quejan de no encontrar nada nuevo en sus prácticas. ¿Pero qué me importa que Spinosa haya vivido
obras, cuando su mérito consiste, precisamente, en pintar tranquilo en un pueblo d e H olanda? ¿Qué m e importa
con colores brillantes esas verdades generales de todos que Rousseau, débil, tímido, raquítico, no haya tenido
los países y de todos los lugares, sobre las que descansan jamás ni la voluntad ni el poder de suscitar sediciones?
la felicidad de los imperios, de las familias y de los in­ ¿Qué me importa que Voltaire haya defendido a Ca­
dividuos. I la s120 para aparecer en las gacetas? ¿Qué m e importa
L o que hoy se llama idea nueva, pensam iento audaz, que, durante la espantosa tiranía que ha oprim ido a Fran­
gran pensamiento, casi siempre se llamaría, en el dic­ cia, los filósofos, temblando por sus cabezas, se hayan
cionario de los escritores del siglo anterior, audacia cri­ recluido en una prudente soledad? Desde que se han esta­
minal, delirio o atentado: los hechos muestran de qué blecido las máximas capaces de engendrar todos los crí­
lado está la razón 11,9. menes, esos crímenes son obra d e ellos, ya que los crimi­
nales son sus discípulos. El más culpable de todos, acaso,
119 Una cosa muy digna de ser notada es que, en nuestros no vaciló en jactarse públicamente de que, “después d e ha­
tiempos modernos, la filosofía se ha vuelto impotente en la medida b er obtenido grandes éxitos por medio de la razón, sé
en que se ha vuelto audaz: es lo que la imaginación matemática había refugiado en el silencio cuando ya no era posible
del célebre Boscowich expresa así: que la razón fuera escuchada” m ; pero los éxitos de la
“ In philosophicis et potissimum physico-mathematicis disci­
plinis . . . si superius XVIIm . saeculum et primos hujesce XVIIIi.
razón no fueron sino el estado intermedio por el que era
annos consideramus, quam multis, quam praeclaris inventis foe- preciso pasar para llegar a todos los horrores que hemos
eundum exstitit id orrime tempus? Quod quidem si cum hoc pae- visto. [Filósofos! Por más que os apiadéis de los efectos,
senti tem pore comparetur, patebit sane eo nos jamb devenisse nunca os disculparéis de haber producido ía causa. “De­
ut fere permanens quidam habeatur status, nisi etiam regressus
jam coeperit. Qui enim progressus in iis quae Cartesius in a lg e -
testáis los crímenes”, decís. “No habéis degollado” . ¡Y
brae potissimum applicatione ad geometriam, Galileas ac Hugenius bien! N o habéis degollado: es todo el elogio que sé puede
in primis in optica, astronomia, mechanica invenerunt? Quid ea hacer de vosotros. Pero habéis hecho degollar. Sois vosotros
quae Neiotonus protulit pertinentia ad analysim, ad geometriam, quienes dijisteis al pueblo: “ EZ pueblo, único autor del
ad mechanicam potissimum, quae ipse, quae Leibnitzius, quae
gobierno político y dispepsador d el poder qu e se confía
universa Bernouillorum familia in calculo infinitesimali vel inve-
nietndo vel prom ovendo prodiderunt. . . Ate ea omnia centum anno- en bloque o en diferente porciones a sus magistrados,
tum sensim pauciora: Ab annis jam triginta [escribía en 1755], tiene siempre el derecho de interpretar su contrato o más
vix quidquam adjetetum est et si quid est ejusmondi, sane cum bien sus donacionés, de modificar sus cláusulas, de anu­
prioribus illis tantis harum disciplinarum incrementis comparari
nullo m odo potest. An nom igitur eo jam devenimus, ut incre­
mentis decrescentibus, brevi aebeant decrementa succedere, ut
120 Voltaire hizo una gran campaña en defensa de Jean
curvé illa linea quae exprimit hujus litteraturae statum ac vices,
iterum ad axem deflexa delabatur et praeceps ruat?’\ B o g . Jos. Calas, comerciante protestante de Tolosa que, acusado de haber
Boscowich, S. J., V a t ic in iu m quoddam g eom etricum , in ter sup- ahorcado a uno de sus hijos para im pedirle abjurar del protes­
p l e m , ad. Ben. Stay, philos. recent, versibus traditam, L ib. II, Tf I*
tantismo, fue condenado a muerte con suplicio en 1762. (N . del T.)
pág, 408. (N . del A .) ^ R eseña de la vida de Sieyes, por él mismo. (N . del A .)

89
(
(
larlas, y de establecer un ‘nuevo orden de cosas” 12®. Sois que tengan la desgracia de creeros, habrá monstruos se- (
vosotros quienes le habéis dicho: “Las leye¡s son siempre mejantes, ya que e¡n toda sociedad existen perversos que ^
útiles para los que poseen y dañinas para los que nada no esperan, para destrozarla, sino verse desembarazados
tienen: de donde se desprenden que el estado social es del freno de las leyes. Sin vosotros, Marat y Robespierre (
ventajoso para los hombres sólo en tanto todos tengan no hubieran hecho mal, porquef habrían sido contenidos (
algo y ninguno de ellos tenga demasiado” m . Sois voso­ por ese freno que vosotros habéis roto.
tros quienes le habéis dicho: “Eres soberano: puedes
cambiar a tu capricho tus leyes, aun tus m ejores leyes r
fundamentales, aun el pacto social, y, si te gusta dañarte (
a ti mismo, ¿quién tiene derecho a im pedírtelo?” 124. To­
do el resto no es más que una consecuencia. El execrable (
Lebon, el verdugo de Arras, el monstruo “que detenía (
la cuchilla de la guillotina, lista para caer sobré, la cabeza
de las víctimas, para leer noticias a los desdichados ex­ (
tendidos sobre el cadalso, y los hada degollar inmedia­ (
tam ente después” 136, ¿qué respondió cuando fue interro­
(
gado ante el tribunal de la Convención Nacional por los
únicos hombres del mundo que no tenían derecho a en­ (
contrarlo culpable? “H ice ejecutar —dijo— leyes terribles, (
leyes qu e os han hecho palidecer. M e equivoqué. M e
pueden tratar com o traté a los otros. Cuando encontré (
hombres de principios, me dejé guiar por ellos. Son los (
principios de J. J. Rousseau, sobre todo, los que me han
(
matado” 126.
Tenía razón. El tigre que despedaza hace su oficio : (
el verdadero culpable es quien lo deja en libertad y lo (
arroja sobre la sociedad. No creáis absolveros con vues­
tros afectados lamentos en torno a Marat y a Robespierre. (
O id una verdad: dondequiera que estéis y dondequiera (
(
lEg M ably, citado por el traductor de Needham, T. I, pág. 21.
(N . del A .) (
?23 C ontrato Social, L. II, Cap. IX. (N . del A .)
124 C ontrato Social, L. II, Cap. X II; L. III, Cap. V III. (
(N . del A. ) /
126 N ouvelles politiques n atio n áles e t étrangeres, 1795,
(
número 272, pág. 1088. ( N. del A .) [Se refiere a Joseph Le Bon, (
ex sacerdote, verdadero monstruo que, luego de asistir a las ejecu­
ciones, reproducía burlescamente para su mujer las muecas de los (
iillotmados. Cuando le pusieron la túnica roja de los parricidas,
S jo : “Ponédsela a la Convención” . (N . del T .)] (
126 Sesión del 6 de julio de 1795, en Q uotidienne o T ableatj
pe París , número 139, pág. 4. (N. del A.)
(
(
90 91 (

(
(
(
(
Capítulo I : D e la naturaleza de la soberanía en (
PARTE SEGUNDA: D E L A NATURALEZA DE LA
SOBERANIA general (
(
(
(
(
(
Toda soberanía es, por naturaleza, absoluta: aunque se
la atribuya a una o a muchas cabezas, aunque se la divi- ; (
da, aunque se organicen los poderes com o se quiera, ; (
siempre habrá, en último análisis, un poder absoluto que i
(
podrá hacer el mal impunemente, que será despótico des- i
de este punto de vista, en toda la extensión d é la palabra, (
y contra el que no habra mas defensa que la insurrección, y (
Dondequiera los poderes están divididos, los comba­
tes de esos diferentes poderes pueden ser considelrados (
com o las deliberaciones de un soberano único, cuya ra­ (
zón sopesa el pro y el contra. Pero cuando la decisión
está tomada, el efecto es el mismo en un caso y en otro, (
y la voluntad del soberano, cualquiera sea éste, es siem­ (
pre inapelable.
(
Cualquiera sea el m odo com o se defina y se distri­
buya k soberanía, siempre es una, inviolable y absojuta. (
Tomemos, por ejemploT aTgobierno inglesT ía suerte de (
trinidad política que lo constituye no impide que la sobe­
ranía sea una, allí com o en todas partes; los poderes se (
equilibran, pero desde el momento en que están de acuer­ (v
do no hay más que una voluntad, que no puede ser con­
(
trariada por ninguna otra voluntad legal, y Blackstone
tuvo razón cuando dijo que el rey y el Parlamento de (
Inglaterra, reunidos, lo pueden todo. <
El soberano no puede, pues, ser juzgado: si pudiera
serlo, el poder que tendría este derecho sería soberano, (
y habría dos soberanos, lo que importa una contradicción. (
La autoridad soberana no puede modificarse más de! lo
(
que puede enajenarse: limitarla es destruida. “Es absurdo
y contradictorio que el soberano reconozca un superior^121. (

127 C ontrato Social, L. m , Cap. XVI. (N . del A .) (


(
95
(
(
í ,
f
El principio es tan indiscutible, que, incluso allí donde la ¡todos los poderes, considerados los unos en relación a
soberanía está dividida como en Inglaterra, la acción de los otros, o son independientes o no son nada.
un poder sobre otro se limita a la resistencia. La Cámara Cuanto más examinemos esta cuestión, m ayor será
de los Comunes puede negar un impuesto al ministerio, nuestro convencimiento de que la soberanía, aun parcial,
la Cámara def los Pares puede rehusar su asentimiento a
no puede ser juzgada, desplazada ni castigada en virtud
un hiU propuesto por la otra, y el Rey, a su vez, puede
de una ley, ya que, no pudiendo ningún poder poseer
rehusar el suyo a un bilí propuesto por las dos Cámaras.
fuerza coercitiva sobre sí mismo, toda autoridad a la que
Pero si se otorga al Rey el derecho de juzgar y de castigar
se pueda hacer comparecer ante otro poder es, necesaria­
a laiCám ara Baja por haber rechazado un impuesto por
mente, súbdita de tal poder, delsde que éste dicta las leyes
capricho o por maldad, si se le atribuye el derecho de
á que está sometida. Y si pudo hacer estas leyes, ¿quién
forzar el consentimiento de los Pares cuando le parezca
le impedirá hacer otras, multiplicar los casos de felonía
que han rechazado sin razón un bilí aprobado por los
y de abdicación ficta, crear los delitos dei que tenga ne­
Comunes, si se inviste a una de las Cámaras, o a ambas,
cesidad, y, finalmente, juzgar sin leyes? Esa famosa “di­
del derecho de juzgar y de castigar al Rey por haber
visión de los poderes’1' que tan violentamente agitó las ca­
abusado del poder ejecutivo, entonces no hay más go­
bezas francesas, no existe realmente en la constitución
bierno: el poder que juzga es todo, el que es juzgado
francesa de 1791.
no es nada, y la Constitución está destruida.
Para que en ella hubiera verdaderamente división
La Asamblea Constituyente de los franceses nunca
de poderes, sería preciso que el Rey fuera investido de
se m ostró más ajena a todos los principios políticos que un poder capaz de equilibrar al de la Asamblea, e incluso
cuando osó prever el caso en que se consideraría al Rey de juzgar a los representantes en ciertos casos, así com o
com o habiendo abdicado de la m onarquía128. Ésas leyes podía ser juzgado por ellos en otros. Pero el Rey no tenía
destronaban formalmente al Rey; decretaban al mismo
ese poder, de m odo que todos los trabajos de los legis­
tiem po que habría Rey y que no lo habría; o bien, en otros ladores no conducen realmente más que a crear un poder
términos, que la soberanía no sería soberana. único y sin contrapeso, es decir una tiranía, si es que ha­
N o se disculpará esta torpeza con la observación de cemos consistir la libertad en la división de los poderes.
que, en el sistema de la Asamblea, el Rey no era soberano ¡Valía la pena para eso atormentar a Europa, arre­
en absoluto. Esta objeción sería válida si la Asamblea de batarle tal vez cuatro millones de hombres, aplastar a una
los Representantes fuera —ella sí— soberana; pero, en él nación bajo el péso de todas las desgracias posibles, y
sistema de esta Constitución, la Asamblea Nacional no es mancharla con crímenes desconocidos en los infiernos!
más soberana que el Rey: sólo la nación posee la sobe­ Pero volvamos a la unidad soberana: si se reflexiona
ranía, pero esta soberanía no es más que metafísica. La atentamente sobre este tema, se hallará acaso que la
soberanía visible está enteramente en manos de los Re­ división de poderes, de la que tanto se ha hablado, nunca
presentantes y del Rey, es decir d élos representantes elec­ se refiere a la soberanía propiamente dicha, la que en
tivos y del representante hereditario. Luego, hasta el mo­ todos los casos corresponde a un cuerpo. En Inglaterra,
mento en que el pueblo juzgue oportuno reasumir, por el verdadero soberano es el Rey. Un inglés no es súbdito
m edio de la insurrección, la soberanía, la misma se halla del Parlamento,1y por más poderoso y respetable que sea
totalmente en manos de quienes la ejercen: de m odo que este cuerpo ilustre, a nadie se le ocurre llamarlo soberano
Si examinamos todos los gobiernos posibles que tienen e¿
derecho o la pretensión de llamarse libres, veremos que
18S CoNirruciÓN francesa de 1791, Cap. II, Secc. I. (N .
del A .) los poderes que parecen poseer una porción de soberanía
no son, en realidad, más que contrapesos o moderadores
-- 1r
■ V
.' ,
¿rV . ñarias, llevan a cabo insurrecciones del segundo género,
r
que regulan y contienen la marcha del verdadero sobe­
rano. Acaso no fuera erróneo definir al Parlamento de '?■' que tienen muchos menos inconvenientes que las insurreo (
Inglaterra como el Consejo necesario del Rey; acaso sea rr ciónes propiamente dichas o populares. Pero debemos (
algo más; acaso basta que se lo crea. Lo que es, es bueno; ■:£ cuidamos de un paralogismo en que se cae fácilmente si
^ ;- * no se considera más que a uno solo de los poderes. D e· (
lo que se cree, es bueno; todo es bueno, salvo las pre­
tendidas creaciones del hombre. ■3* bem ós encararlos en su conjunto, y preguntamos si la (
La naturaleza de algunos gobiernos aristocráticos, o voluntad soberana que resulta de sus voluntades reunidas
ppede ser detenida, contrariada o castigada. (
mixtos de aristocracia y de democracia, es tal, que la so­
beranía de derecho debe corresponder a cierto cuerpo, y Encontraremos, en primer lugar, que todo sobetrano (
la soberanía del hecho a otro. Y el equilibrio consiste en es despótico, y que no hay más que dos actitudes posibles (
el temor o la inquietud habitual que el primero inspira a su respecto: la obediencia o la insurrección.
Es posible sostenér, en verdad, que aunque todas (
al segundo. Los tiempos antiguos y modernos ofrecen
ejem plos de gobiernos de esta clase. las voluntádes soberanas sean igualmente absolutas, no se (
deriva de ello que sean igualmente ciegas o viciosas, y
Más extensos detalles sobre este particular estarían (
que los gobidrnos republicanos o mixtos son superiores
fuera de lugar aquí; nos basta saber que toda soberanía
a la monarqua, precisamente en cuanto las determina­ (
es necesariamente una y necesariamente absoluta. El gran
ciones soberanas son en ellos, generalmente, más sabias
problem a no sería pues de ninguna manera impedir al c
y esclarecidas.
soberano querer inapelablemente, lo que implicaría una (
Tal es, en efecto, una de las consideraciones princi­
contradicción, pero sí impedirle querer infustaménte.
pales que debe servir de elemento de juicio para el impor­ (
Los jurisconsultos romanos han sido muy criticados tante análisis de la superioridad de tal o cual gobierno
por haber dicho que el príncipe está por encima de las sobre otro. (
leyes ( “princeps solutus est legibus” ). Se los habría juz­ Veremos, en segundo término, que es perfectamente (
gado con mayor indulgencia de observarse que no se re­ igual ser súbdito de un soberano o de otro.
ferían más que a las leyes civiles, o, mejor, a la form ación (
de los diversos actos civiles que regulan. (
Pero aun cuando hubieran entendido que el príncipe
(
puede violar impunemente las leyes morales, es decir, sin
que se lo pueda juzgar, no habrían afirmado sino una (
verdad, seguramente triste, pero irrefutable. (
Por más que me viera obligado a aceptar que se tiene
(
derecho a asesinar a Nerón, nunca convendré en que se
tenga derecho a juzgarlo: porque la ley en virtud de la (
cual se lo juzgaría habría sido hecha o por él mismo o (
por otro, lo que supondría una ley hecha por un soberano
contra sí mismo, o un soberano por encima del soberano: (
dos suposiciones igualmente inadmisibles. (
Si consideramos a los gobiernos en que los poderes
(
están divididos, es más fácil creer que el soberano, pueda
ser juzgado, porque estos poderes actúan uno sobre el (
otro, y, al forzar su acción en ciertas ocasiones extraordi-
(
98 99 í

(
Capítulo I I: De la m o n a rq u ía Es que, una vez más, Ja realeza es el gobierno natural,
y se lo confunde con la soberanía en el lenguaje vulgar,
haciéndose abstracción de otros gobiernos, del mismo m o­
do queí se descuida la excepción cuando se enuncia una
regla general.
Observaré sobre este tema que la división vulgar de
los gobiernos en tres especies, el m onárquico, el aristocrá­
tico y el dem ocrático, descansa por com pleto en un pre­
juicio griego que se adueñó del las escuelas en el Rena­
cim iento, y del que no hemos sabido deshacemos. Los
En general, puede decirse que todos los hombres nacen griegos siempre consideraban a Grecia com o al universo,
para la monarquía. Este gobierno es el más antiguo y com o las tres clases de gobierno se equilibraban bas­
y el más universal129. Antes de la época de Teseo tante en aquel país, los políticos de esa nación imaginaron
no se habló de repúblicas en el m undo; la democracia, la división general de que os hablo. Pero si queremos
sobré todo, es tan rara y tan efímera, que es lícito no ser exactos, com o la lógica rigurosa no autoriza a estable­
tomarla en cuenta. E l gobierno m onárquico es tan na­ cer un género sobre la base de una excepción, deberíamos
tural que los hombres lo identifican sin darse cuenta con decir, para expresarnos con justeza: los hombres en ge­
la soberanía; parecen convenir tácitamente en que no neral son gobernados por reyes. Hay sin embargo na­
hay verdadero soberano allí donde no hay rey. Sobre ello ciones en que la soberanía pertenece a muchos, y esos
di algunos ejemplos que sería fácil multiplicar. gobiernos pueden llamarse aristocracias o democracias,
Esta observación es evidente, principalmente, en todo según el número de las personas que integren el soberano.
lo que se ha dicho a favor o en contra de la cuestión Siempre hay que, volverse hacia la historia, que es
qua constituyé el tema del primer libro de esta obra. Los la primera maestra de política, o mejor dicho la única.
adversarios del origen divino odian siempre a los reyes Cuando se afirma que el hombre nació para la libertad,
y no hablan más que de los reyes. N o quieren creer que se dice una frase que no tiene sentido.
la autoridad de los rejyes provenga de D ios; pero n o se
Si un ser de un ordejn superior encarara la ejecución
trata en absoluto de la realeza en particular: se trata de
de la historia natural del hombre, seguramente buscaría
la soberanía en general. Sí, toda soberanía proviene de
sus datos en la historia de los hechos. Sólo cuando su­
Dios; bajo cualquier forma que exista, no es nunca obra piera qué es el hombre, qué ha sido siempre, qué hace
del hombre. Es una, absoluta e inviolable por naturaleza. y qué ha hecho siempre, escribiría. Y sin duda rechazaría
¿Por qué entonces acusan a la realeza, com o si los incon­ com o a una locura la idea de que el hombre no es lo
venientes en que se basan para combatir a esté sistema queí debe ser, y de que su estado es contrario a las leyes
no fueran los mismos de todas las formas de gobierno? de su creación. E l solo enunciado de esta proposición
la refuta suficientemente.
129 “ln tenis rumen imperii {R eglura) id primurn fuit” , Sallus- La historia es la política experimental, es decir la
tio, Cat., 2; “ Omines antiquae gentes regibus quondam pamerunt” , única buena; y así com o e » la física cien volúmenes de
Cicerón, De Leg., III, 2; “ Natura ccm m enta est regem ” , Séneca, teorías especulativas desaparecen ante un solo , experi­
D e Clem. I. En el Nuevo Mundo, que también es un mundo mento, del mismo m odo en la ciencia política ningún sis­
nuevo, los dos pueblos que habían dado pasos bastante grandes
hacia la civilización, los mejicanos y los peruanos, estaban gober­
tema puede seír admitido si no es el corolario más o menos
nados por reyes; y aun entre los salvajes se encontraron rudimentos probable de hechos bien establecidos.
de monarquía. (N . del A .)
10B
101
(
r
Si preguntamos cuál es el gobierno más natural para (
el hombre, allí está la historia que responde: Es la mo­ ( a quien se vendió el Estado no lo venda a su vez . . . ¿C ó­
narquía. mo se previnieron estos males? Las coronas se hicieron
( hereditarias en determinadas familias’’.
Este gobierno tiene sus inconvenientes, sin duda, co­
mo todos los otros, pero todas las declamaciones que lle­ ( ¿N o se diría que todas las monarquías fueron al
nan los libros del día sobre tales abusos dan lástima. Son principio electivas, y que los pueblos, considerando los
(
hijas del orgullo y no de la razón. Desde que está rigu­ infinitos inconvenientes de este gobierno, habrían optado
( luego, en su sabiduría, por la monarquía hereditaria?
rosamente demostrado que todos los pueblos no están
Ya se sabe còrpo esta suposición concuerda con la
hechos para el mismo gobierno, que cada nación tidne (
historia, pero no se trata de eso. L o que importa repetir
el suyo, que es el mejor para ella; desde que “la libertad
( es que jamás un pueblo se dio un gobierno, que toda
—sobre todo— no está al alcance de todos los puéblos,
( idea de convención o de deliberación es quimérica, y que
y cuanto más meditamos sobre este principio establecido
toda soberanía es una creación.
por M ontesquieu más percibimos su verdad?130, ya no se ( Ciertas naciones están destinadas, acaso condenadas,
concibe qué significan las disertaciones sobrq los vicios a la monarquía electiva: Polonia, por ejemplo, estaba
del gobierno monárquico. Si su finalidad es hacer sentir (
sometida a esta forma de soberanía. Hizo un esfuerzo en
más vivamente esos abusos a los desdichados destinados ( 1791 para cambiar su constitución para mejor. V ed lo
a soportarlos, es un pasatiempo bastante bárbaro; si es que ha producido: podía predecirse el final con seguri­
(
para incitarlos a rebelarse contra un gobierno hecho para dad. La nación estaba demasiado de acuerdo; había de­
ellos, es un crimen que no tiene nombre. ( masiado razonamiento y prudencia, demasiada filosofía
,Pero los súbditos de las monarquías no están de nin­ ( en esa gran empresa. La nobleza, con generosa abnega­
guna manera reducidos a evadirse de la desesperación ción, renunciaba al derecho que tenía a la corona. E l ter­
por medio de las meditaciones filosóficas; tienen algo me­ (
cer estado entraba en la administración. El pueblo se
jor que hacer, que es compenetrarse de la excelencia de ( sentía aliviado, adquiría derechos sin insurrección; la in­
este gobierno, y aprender a no envidiar nada a Iqs otros. mensa mayoría de la nación y aun de la nobleza apoyaba
(
Rousseau, quien no pudo en toda su vida perdonar al nuevo proyecto. Un rey humano y filósofo lo secun­
a Dios por no haberlo hecho nacer duque y par, demostró ( daba con todo su poder; la corona era ceñida por una
mucha cólera contra un gobierno que sólo vive de dife­ ( casa ilustre, ya emparentada con Polonia, y recomendada
rencias. Se queja sobre todo de la sucesión hereditaria, ( a la veneración de Europa por las cualidades personales
\
que expone a los pueblos “a tener por jefes a niños, a de su jefe. Piénsese en ello. Nada era más razonable:
monstruos, a imbéciles, para evitar el inconveniente de ( era la im posibilidad misma. Cuando más de acuerdo esté
tener que discutir sobre la elección de buenos reyes” 131. una nación sobre una nueva constitución, cuantas más
(
Ya ni se responde a esta objeción de mucama; pero voluntades concurran a sancionar el cambio, cuantos más
es útil observar hasta qué punto este hombre se hallaba ( obreros, unidos en el sentimiento, haya para construir el
infatuado por sus falsás ideas acerca de la acción humana. nuevo edifìcio, y, sobre todo, cuantas más leyes escritas,
(
“M uerto un rey, —dice—, hace falta otto; las elecciones dan calculadas a priori haya, más completamente quedará
lugar a intervalos peligrosos; son tem pestuosas... la in­ ( probado que lo que la multitud quiere no sucederá. Son
triga y la corrupción actúan en ellas. Es difícil que aquel ( las armas rusas, podrá decirse, las que han abatido a la
nueva constitución polaca. ¡Eh! Sin duda, siempre/ tiene
( que haber una causa; ésa, u otra, ¿qué im porta?132.
130 C ontrato Social, L. III, Cap. VIII. ( N. del A .) (
131 C ontrato Social, L. III, Cap. VI. (N . del A .) 132 En mayo de 1791 se promulgó en Polonia una cons-
(
103 ( 104
(
(
1

Si un palafrenero polaco o una m oza de taberna, di­ que allí donde su imperio no se funda en la ley. Pero,
ciéndose enviados del Cielo, hubieran em prendido esa en la monarquía, el rey es el centro da esta aristocracia:
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misma obra, habrían podido fracasar sin duda, pero la ella es la que manda, com o en todas partes, pero manda
empresa hubiera estado dentro de lo posible, porque en en nom bre del rey, o, si se quiere, manda el rey ilumi­
tal caso no habría habido ninguna proporción entre la nado p or las luces de la aristocracia.
causa y el efecto, condición invariable de las oreacionds “Es un sofisma muy familiar a los políticos reales
políticas, a fin de que el hombre perciba que no puede —dice todavía Rousseau— atribuir generosamente a esté
concurrir a ellas sino com o instrumento, y que la masa magistrado [el Rey] todas las virtudes que necesitaría,
de los hombres, nacida para obedecer, no estipula jamás y suponer siempre que el Príncipe es lo que debería
las condiciones de su obediencia. ser”!34.
Si a algún filósofo lo entristece esta dura condición No sé qué político real formuló esta extraña supo­
de la naturaleza humana, el padre de la poesía italiana sición; Rousseau hubiera debido citarlo. Como leía muy
podrá consolarlo 133. poco, es probable que haya imaginado este aserto, o que
Pasemos al examen de los principales caracteres del lo haya sacado de algún prólogo o dedicatoria.
gobierno monárquico. Pero, evitando siempre las exageraciones, es posible
Mirabeáu dijo en algún lugar de su libro sobre la asegurar que el gobierno de uno solo es aquel en que
monarquía prusiana: “ Un rey es un ídolo al que se pone los vicios del soberano menos gravitan sobre los pueblos
allí”. Dejando de lado la forma reprensible de este pen­ gobernados.
samiento, ciertamente tiene razón. Sí, sin duda, el rey Se ha dicho últimamente, en la inauguración del
está allí, en m edio de todos los podereis, com o el sol en Liceo Republicano de París, una verdad muy notable:
m edio de los planetas: rige y anima. “En los gobiernos absolutosia5, las faltas del amo no
La monarquía es una aristocracia centralizada. En pueden h a cer1818 que todo se pierda a la vez, porque su
todas las épocas y en todos los lugares, la aristocracia sola voluntad no puede hacerlo todo; pero un gobierno
manda. Cualquiera que sea la form a que se dé al go­ republicano está obligado a ser esencialm ente razonable
bierno, siempre el nacimiento y las riquezas se colocan en y justo, porque la voluntad general, una vez extraviada,
primera fila, y ,en ninguna parte reinan con más dureza se lleva todo por delante” m .
Esta observación es de la mayor justeza: la volun­
titución inspirada en los principios revolucionarios franceses. En tad del rey dista infinitamente de hacefrlo todo en la
1792 se forma contra ella la Confederación de Targowice, y en monarquía. Se considera que todo lo hace, y ésta es la
1793 tiene lugar la segunda partición de Polonia entre Prusia gran ventaja de este gobierno; pero, en los helchos, ape-
y Rusia. (N . del T .)
“Vuold cost cola dove si puote 184 C ontrato Social, Cap VI. (N . del A .)
Ció che si mole, e piú non dimandare”. 135 Habría habido que decir arbitrarios, ya que todo gobier­
Dante, Inf,, Canto III.
no es absoluto. (N . del A .)
Hombre, ¿quieres dormir tranquilo? Apoya tu loca cabeza so­ l®6 E] texto francés dice: “ . . . n e peuvent être tout perdre
bre esa almohada. (N . del A .) [Estos versos —95 y 96 del Canto à la f o i s . . . ” . Visto el sentido de la frase, suponemos que se
III del Infierno—, forman parte de la respuesta de Virgilio a trata de una errata por faire, y así lo hemos traducido. (N . del T.)
Caronte: 137 Discurso pronunciado en la inauguración del Liceo re­
“Y el guía a él: Caronte, no te enojes: publicano, el 31 de diciembre de 1794, por M. de la Harpe, en
Journal de París, 1795, número 114, pág. 461.
tal lo quieren allá, donde se puede
cuanto se quiere, y ya más no preguntes”. En el pasaje que se acaba de leer, el profesor del Liceo dice
una terrible verdad a la República, y mucho se parece a un
Traducción de Ángel J. Battistessa, Buenos Aires, Editorial Carlos intelectual convertido. (N . del A .)
Lohlé, año 1972. (N . del T .)]
106
105
(
r
ñas alcanza a centralizar los consejos y las luces. La re­ r
ligión, las leyes, las costumbres, la opinión pública, los (
privilegios de las clases y cuerpos sociales, contienen al so­ Ginebra como en Viena. Pero ¡qué diferencia en la causa
berano y le impiden abusar dé su poder; es muy notable, ( y en el efecto!
incluso, que los reyes sean acusados mucho más a menudo ( 2. D esde que la autoridad de la aristocracia here­
de falta de voluntad que de exceso de ella. Siempre es el ditaria es inevitable —la experiencia de todos los siglos
( no deja ninguna duda sobre estef punto—, lo mejor que
consejo del príncipe el que gobierna.
Pero la aristocracia piramidal que administra el Es­ ( puede imaginarse para quitar a esa autoridad lo que
tado en las monarquías tiene características particulares pueda tener de excesivamente agobiante para el orgullo
( de! las clases inferiores, es que no establezca una barrera
que merecen toda nuestra atención.
En todos los países y en todos los gobiernos posi­ ( infranqueable entre las familias del Estado, y que nin­
bles, los altos cargos pertenecerán siempre! —salvo excep­ guna de ellas sea humillada por una distinción de la que
(
nunca pueda gozar. .
ción— a la aristocracia, es decir a la nobleza y a la rique­
( Ahora bien, tal es precisamente el caso de una mo­
za, a menudo reunidas. Aristóteles, cuando dice que la
narquía establecida sobre buenas leyes. No hay ninguna
cosa debe ser así, enuncia un axioma político, del que el (
familia a la que el mérito de su jefe no pueda elevar
simple buen sentido y la experiencia de todas las edades ( de la segunda clase a la primera; e independientemente
no perm ite. dudar. Este privilegio de la aristocracia es
( incluso de esta halagüeña incorporación, o antes de que
realmente una ley natural138. haya adquirido con el tiem po la influencia que consti­
Ahora bien, una de las grandes ventajas del gobier­ ( tuye su recompensa, todos los empleos del Estado, o al
no monárquico es que la aristocracia pierde en él, en tan­ menos cantidad de empleos, están situados en el camino
to la naturaleza def las cosas lo permite, todo lo que puede (
d el mérito, para hacer las veces de las distinciones here­
tener de ofensivo para las clases inferiores. Es impor­ ( ditarias y aproximar a ellas1S®.
tante comprender las razones de ello. Este movimiento de ascenso general que empuja a
(
1. Esta clase de aristocracia es legal; és parte inte­ todas las familias hacia el soberano, y que cubre conti­
grante del gobierno, todo el mundo lo sabe, y no des­ ( nuamente todos los vacíos dejados por aquellas que se
pierta en el espíritu de nadie la idea de la usurpación ( extinguen, este movimiento, digo, sustenta una emula­
ni la del la injusticia. En las repúblicas, por el contrario, ( ción saludable, aviva la llama del honor y orienta a todas
las diferencias entre las personas existen com o en las mo­ las ambiciones particulares hacia el bien del Estado.
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narquías, pero son más auras y más insultantes, porque 3. Y este orden de cosas parecerá aún más perfec­
no son de ningún m odo obra de la ley, y la opinión pú­ ( to si pensamos que la aristocracia dél nacimiento y de
blica las percibe com o una insurrección habitual contra los empleos, ya muy benigna a causa del derecho que
el principio de la igualdad admitido por la constitución. ( corresponde a toda familia y a todo individuo de gozar
Había quizá tantas diferencias entre las personas, ( a su vez de las mismas distinciones, pierde todavía todo
tanta arrogancia, tanta aristocracia propiamente dicha en lo que podría conservar de excesivamente ofensivo para
<
las clases inferiores en virtud de la supremacía universal
( del monarca, ante la cual ningún ciudadano es más p o­
138 “Aristienden kai plutinden dei haíréisthati tus árjontas” deroso que otro. El hombre del pueblo, que se siente
( “ Las grandes magistraturas pertenecen a la nobleza y a la riqueza” ), (
Arist., Po l it ., 2; “ Optinyzm rempublicam esse d u co. . . quae sit
demasiado pequeño cuando se compara con un gran se­
( ñor, se compara a su vez con el soberano, y ese título 1 9
3
in potestatem optimorum” . Cicero, D e L eg ., 3, 17; “ Los prin­
cipales del pueblo, los que son convocados a las asambleas y tienen (
un nombre” . N ú m eros , XVI, 2. (N . del A .) 139 L ettres d ’u n royaliste sovoisien , carta 4, pág. 193.
( (N. del A.)
107 (
(
í .
de súbdito, que los somete a uno y a otro al mismo poder vacío que sin ellos se produciría entre la nobleza y el
y a la misma justípia, constituye una suerte de igualdad pueblo. En general, el ejercicio del poder delegado siem­
que calma los inevitables sufrimientos del amor propio. pre hace salir al funcionario de la clase a que pertenecía
En estos dos últimos aspectos el gobierno aristocrá­ por nacimiento, pero el ejercicio de los altos cargos en
tico es inferior al monárquico. En el último, una única particular aproxima al hombre nuevo a la primera clase
familia está separada de todas las otras por la opinión y lo prepara para la nobleza.
pública, y considerada com o de otra naturaleza o p oco Si el individuo ubicado por el azar de su nacimiento
m enos. La grandeza de esta familia a nadie humilla, por­ en la segunda clase no quiere contentarse con la posibi­
que nadie se compara con ella. En el primer caso, por lidad de pasar a la primera, ni con el m edio que le su­
él contrario, al resistir la soberanía en cabeza de muchos ministran los empleos de suplir, tanto com o lo permite
hombres, ya no provoca la misma impresión sobre los la naturaleza de las cosas, esa consideración que no de­
espíritus, y el individuo a quien el azar ha hecho parte pende más que del tiempo, está claro qüe ese hombre
del soberano es lo bastante grande como para excitar la es un enfermo, y por consiguiente no hay nada que
envidia, pero no lo bastante com o para sofocarla. decirle.
En el gobierno de Varios la soberanía no es de nin­ En suma, se puede afirmar sin exageración que la
gún m odo una unidad, y aunque las fracciones que la monarquía importa igual y hasta mayor libertad e igual­
componen representen teóricamente la unidad, distan mu­ dad que cualquier otro gobierno, lo que no significa de
cho dé producir la misma impresión sobre el espíritu. ningún m odo qué la policracia no suponga un gran nú­
La imaginación humana no capta de ninguna manera a mero de hombres más libres de lo que suele verse bajo
este conjunto, que no es más que una entidad metafísica; las monarquías. Pero hay que señalar que la monarquía
se com place por el contrario en desmenuzar cada unidad da o puede dar más libertad e igualdad a un número ma­
de la fracción general, y el súbdito respeta menos a la yor de hombres.
soberanía cuyos elementos, tomados por separado, no es­ En cuanto al vigor de este gobierno, nadie lo reco­
tán suficientemente por encima de él. noció m ejor que Rousseau: “Todo responde en él —dice—
D e allí resulta que la soberanía, en esta clase de go­ al mismo móvil; todos los resortes de la máquina están
bierno, no tenga de ningún m odo la misma intensidad en la misma mano, todo marcha hacia el mismo fin; no
hay de ningún m odo movimientos opuestos que se anulen
ni, en consecuencia, la misma fuerza moral.
entre si, y no es posible imaginar ninguna clase de cons­
D e allí resulta además que los empleos, es decir el
titución en que un esfuérzo m enor produzca una acción
poder delegado por el soberano, implican en el gobierno
más considerable. A rquím edeslw , sentado tranquilamen­
de uno solo una consideración extraordinaria, y exclusi­
te en la orilla y poniendo a flote sin esfuerzo a un gran
vamente propia de la monarquía.
navio, simboliza para mí a un hábil monarca que gobier­
En el gobierno de varios, los empleos ocupados por
na desde su despacho sus vastos Estados, y todo lo mue­
los miembros del soberano gozan de la consideración
ve desde su aparente inmovilidad”
aneja a esa calidad. Es el hombre quien honra al em pleo;
La palabra hábil está de más en este pasaje. El go­
pero, entre los súbditos de estos gobiernos, los empleos
bierno -monárquico es precisamente aquel que mejor1 0
4
elevan muy poco a quienes los ejercen por encima de
sus semejantes, y no los aproximan para nada a los miem­
bros del gobierno. 140 Alusión al reflotamiento por Arquímedes. de jun barco
En la monarquía, los empleos, al reflejar sobre el encallado ante Siracusa, oportunidad en que, al ser felicitado por
el tirano Hierón, pronunció su frase famosa: “ Dadm e un punto
pueblo una luz más viva, lo deslumbran más; suministran d e apoyo, y m overé la t i e r r a (N . del T .)
una inmensa carrera a toda clase de talentos, y llenan el
110
(
(
prescinde de la habilidad del soberano, y ésta es tal vez
, la primera de sus ventajas. Se podría sacar más prove­ (
ía cho de la comparación empleada por Rousseau, hacién- ( conviene para nada. La misma monarquía griega no es
dola más exacta. La gloria de Arquímedés no consistió en de ninguna manera la nuestra, y, com o el gobierno de
; toover la galera de Hierón, sino en haber imaginado la ( los emperadores romanos no era una monarquía propia­
máquina capaz de ejecutar este movimiento: la monar- ( mente dicha, sino más bien un despotismo militar y elec­
¿ quía es precisamente esa máquina. N o la han hecho los tivo, la mayor parte de las reflexiones relacionadas con
(
hombres, porque ellos nada crean; es la obra del Eterno esta clase de gobiernos no son aplicables a la monarquía
Geómetra, que no necesita de nuestro consentimiento para ( europea.
trazar sus planes. Y él mayor mérito del aparato es que ( Acaso, fuera posible expresar por m edio de razones
un hombre ■mediocre puede ponerlo en funcionamiento. metafísicas por qué las monarquías antiguas estaban cons­
Esa palabra, rey, es un talismán, un poder mágico r
tituidas de otro m odo que las nuestras, pero eso sería
qüe imprime a todas las fuerzas y a todos los talentos una ( caer en el defecto demasiado común de hablar de todo a
dirección central. Si el soberano tiene grandes dotes, y propósito de todo. La diferencia de que hablo es un he-
(
si su acción individual puede participar inmediatamente . cho que basta recordar.
en el movimiento general, ello es un bien, sin duda, pero, (
a falta de su persona, su nombre basta. Sin insistir sobre los matices, indicaré solamente un
c
Siempre que la aristocracia sea sana, que el nom­ rasgo característico: la Antigüedad no discutía de nin­
bre del rey sea sagrado para ella, y que ame a la realeza ( guna manera a los reyes el derecho de condenar a muer­
con pasión, el Estado será inquebrantable, cualesquiera te; todas las páginas de la historia presentan juicios de
(
sean las cualidades del rey. Pero si pierde su grandeza, esta naturaleza, que los historiadores transmiten sin nin­
( gún signo de desaprobación. L o mismo que en Asia, dón­
su orgullo, su energía, su fe, el espíritu se ha retirado, la
monarquía ha muerto, y su cadáver es de los gusanos, ( de nadie objeta ese derecho de los soberanos.
Al referirse a los gobiernos republicanos, Tácito ha ( Entre nosotros las ideas son diferentes. Si un rey.
dicho: “Algunas naciones, hartas de los reyes, prefieren de propia autoridad, hace morir a un hombre, la sabi­
las leyes a ellos” 141. Oponía así el reinado de las leyes ( duría europea no aconsejará ni el talión, ni la rebelión,
al de un hombre, como si lo uno excluyera a lo otro. Este ( pero todo el mudo dirá: “Es un crimen” . A este respec­
asaje podría dar lugar a una interesante disertación so­ to, no hay dos modos de pensar, y el consenso es tan
( fuerte que nos protege suficientemente.
re las diferencias entre la monarquía antigua y la mo­
derna. Tácito, irritado en secreto contra el gobierno de ( En general, aun reconociendo que todos los poderes
uno solo, pudo sin duda exagerar; pero también es cierto residen de m odo eminente en cabeza de sus reyes, el
(
ue todas las monarquías que se han formado en Europa europeo no cree de ninguna manera que deban ejercer
espués de la caída del Imperio Romano tienen un ca­ ( personalmente ninguna rama del poder judicial, y, en efec­
rácter particular que las distingue de las monarquías ( to, no intervienen en él. Los abusos a este respecto nada
ajenas a Europa. Sobre todo Asia, eternamente la misma, prueban; la conciencia universal siempre ha protestado.
nunca conoció más que el gobierno de uno solo, m odifi­ (
Tal es la gran característica, la fisonom ía de nuestros g o­
cado de una manera adecuada para ella, pero que no nos ( biernos. Cada monarquía europea tiene sin duda sus ras­
gos particulares, y, por ejemplo, no sería sorprendente
(
encontrar un poco de arabismo en España y en Portugal,
141 “Quidam. . . postquam regum pertaesum, leges malue­ ( pero todas esas monarquías tienen sin embargo un aire
runt. .. ” , Tacito, A nn ales , III, 26. ( N. dei A .)
( de familia que las aproxima, y se puede decir de ellas
con la mayor verdad:
111 (
(
(
í j
“Facies non ómnibus una; lelos de Europa, todos somos todavía hermanos, “durum
genus*’ 144. La fiebre que agita en este momento a todas
neo diversa tamen, qualem decet esse sororum” 1421
.
*
3
4
las naciones de esta parte del globo es una gran lección
para dos hombres de Estado: “et documenta damus qua
M e guardaré bien de negar que el cristianismo haya simus origine nati” 1145.
4
m odificado para bien a todos los gobiernos, y que el de­ Fue en Asia donde se dijo: “Es mejor morir que vi­
recho público de Europa ha sido infinitamente perfec­ vir; es m ejor dormir que vélat; es m ejor estar sentado
cionado por esta ley salvadora, pero hay también que que caminar”.
atender a nuestro Origen común y al carácter general de Invertid estas máximas y obtendréis el carácter eu­
los pueblos septentrionales que ocuparon el lugar del ropeo. La necesidad de actuar y la eterna inquietud son
Imperio Romano en Europa. nuestros dos rasgos característicos. El furor de las em­
“El gobierno de los germanos —dice muy bien presas remotas, de los descubrimientos y de los viajes no
H u m e-, y el de todas las naciones del N orte qu e se existe más que en E u ropa146. No sé qué indefinible fuer­
establecieron sobre las ruinas del Imperio Romano, fue za nos agita sin cesar. El movimiento constituye tanto la
siem pre extremadamente lib re. . . El despotism o dd la vida moral como la vida física del europeo. Para noso­
dominación Romana, que, antes de la irrupción de estos tros, el mayor de los males no es la pobreza, ni la escla­
conquistadores, había marchitado las almas y destruido vitud, ni la enfermedad, ni siquiera la muerte: es el
todo principio generoso de ciencia y de virtud, no fu e reposo.
capaz de resistir los esfuerzos vigorosos d e un pueblo Uno de los principales efectos de este carácter es que
libre. Una nueva era com enzó para Europa: se liberó de el europeo no soporta con facilidad ser completamente
los lazos de la servidumbre^ y sacudió el yugo del poder ajeno al gobierno. El habitante de Asia no intenta de
arbitrario bajo el que había gem ido durante tanto tiem ­ ningún m odo penetrar esa nube oscura que envuelve a
po. Las constituciones libres que se implantaron enton­ la majestad del monarca o la constituye. Para él, su amo
ces, aunque alteradas a poco por las sucesivas usurpa­ es un dios, y no tiene con ese ser superior más relación
ciones de tina larga série de príncipes, siem pre conservan que la plegaria. Las leyes del monarca son oráculos. Sus
cierto aire d e libertad y las huellas de una administra­ gracias son dones celestiales y su cólera una calamidad
ción legal, que distinguen a las naciones de Europa; y si de la inexorable naturaleza. E l súbdito, que se honra en
esta parte del globo se destaca éntre las otras por1 sus llamarse esclavo, recibe de él un beneficio como quien
sentimientos de libertad, de honor, de justicia y de valor, recibe el rocío, y acepta el cordón como si fuera un
únicamente debe estas ventajas a la sim iénte plantada por rayo'147.
aquellos generosos bárbaros” 14S. Ved sin embargo cóm o la suprema sabiduría ha equi­
Estas reflexiones son evidentemente verdaderas. Fue librado estos terribles elementos del poder oriental. Este
en medio de las selvas y de los hielos del Norte donde
nuestros gobiernos nacieron; fue allá donde se originó el 144 “ raza fu erte ” . (N . del T. L .)
carácter europeo, y, cualesquiera hayan sido las m odi­ 146 “ y dam os pruebas d e n u estro linaje” . (N . del T. L .)
ficaciones que haya sufrido después en los distintos para- 14<! Ün teósofo moderno ha señalado, en un trabajo que todo
el mundo puede leer con placer como obra maestra de . elegancia,
que todos los “ grandes navegantes han sido cristianos”, en H o m m e
de désxr, 1709, pág. 70, párr. 40; igualmente habría podido decir
142 “jVo tenem os todas idéntico rostro; eu ropeos . ( N. del A . )
mas tampoco diverso, com o a hermanas” . (N . del T. L .) 147 La remisión de un cordón de seda significaba la con­
143 Hume, H istory of E ngland, T. I, Appendix I: The an­ dena a muerte. (N. del T .)
glo-saxons -government and manners. (N . del A .)
114
113
“;||!^ndnarca absoluto puede ser depuesto; no se le discute
en absoluto el derecho de pedir la cabeza que le disgus-
: .ta, pero, a menudo le piden la suya. Ora las leyes lo pri- de Dietas, de Senados, de Consejos, etcétera, todos los pue­
■•*&“&Yan del cetro y de la vida, ora la sedición va a buscarlo blos de la Europa moderna han intervenido en mayor o
; f - a su elevado trono para arrojarlo al polvo. ¿Cóm o es menor grado en la administración, bajo la autoridad de
- posible que coincidan en las mismas almas la debilidad sus reyes.
que se prosterna y la energía que estrangula? N o hay más Los franceses, que todo lo exageran, han derivado
- respuesta que la del Dante: de esta verdad de hecho numerosas conclusiones teóri­
cas igualmente funestas, la primera de las cuales es que
“Así lo quiere Aquel que puede cuanto quiere” . “el Consejo nacional de los reyes era antiguamente colé-
gislador, y debe serlo todavía” 149.
Pero Él quiso hacemos de otro m odo. Las sedicio­ D e ningún m odo quiero examinar aquí si el Parla­
nes son, entre nosotros, acontecimienutos raros, y la más mento de Carlomagrio era realmente legislador; grandes
sabia de las naciones de Europa, cuando hizo una ley publicistas han vuelto muy problemática esta cuestión,
fundamental de la inviolabilidad de sus soberanos, se li­ pero, aun suponiendo que así fuera, ¿porque las asam­
mitó a sancionar la opinión universal de esta parte del bleas del tiem po de Carlomagno hayan sido co-legisla-
mundo. D e ninguna manera queremos que se juzgue a doras habrá que concluir que deban serlo hoy? No, sin
los soberanos, no queremos juzgarlos para nada. Las ex­ duda, y la conclusión contraria sería mucho más sensata.
cepciones a esta regla son raras: no tienen lugar más En política hay que tener constantemente en cuenta lo
que en los accesos de fiebre, y, una vez curados, las lla­ que los jurisconsultos llaman el estado anterior™ , y,
mamos crímenes. La Providencia dijo a todos los sobera­ aunque no haya que tomar a esta palabra en i n acep­
nos de Europa: “No seréis juzgados”, pero agregó ense­ ción demasiado restringida, tampoco hay que otorgarle
guida: “N o juzgaréis” ; tal es el precio de ese privilegio excesiva extensión.
inestimable. Cuando los francos conquistaron las Galias, dieron
Cuando Tácito describe, con su pluma vigorosa, el lugar, al mezclarse icón los galos, a un pueblo híbrido;
sometimiento de los romanos al cetro de los emperado­ pero es concebible que este pueblo haya sido inicial-
res, insiste en esa universal apatía que es el primer fru­ mente más franco que galo, y que la acción combinada
to de la servidumbre, y que convierte a la cosa pública del tiem po y del clima lo haya vuelto día a día más. galo
en cosa ajena148. que franco, de m odo que hay que ser al mismo tiempo
Es precisamente tal indiferencia la que no existe en muy imprudente y muy ignorante para buscar —al menos
absoluto en el carácter de los europeos modernos. Siem- literalmente— el derecho público de la moderna Francia
)re inquietos, siempre alarmados, el velo que les oculta en las capitulares de los Carolingios.
Íos resortes del gobierno los despecha; súbditos sumisos, Despojém onos de todo prejuicio y de todo espíritu
esclavos rebeldes, quieren ennoblecer la obediencia, y a partidista, renunciemos a las ideas exageradas y a todos
cambio de su sumisión piden el derecho de quejarse y de los sueños teóricos nacidos de la fiebre francesa, y el
orientar el poder.
Con el nombre de Campos de M arte o de M ayo, d e
Parlamentos, de Estados, de Cortes, de Establecimientos, 149 N o me refiero, com o bien se ve, s in o , a los sistemas
monárquicos que se apartaban más o menos de lo que se llamaba
Antiguo Régim en. (N . del A .)
169 En francés: le dem ier état. En castellano, los juristas
148 “ Incuria reipublicae velut alienae” , Tácito. (N . del A .)
aluden al estado anterior d e la cuestión, refiriéndose al inmedia­
tam ente anterior. (N . del T .)
. buen sentido europeo convendrá en las proposiciones si­ extensión de sus poderes; que el modo de elegirlos, los
guientes: intervalos entre las sesiones y la duración de las mismas,
1. El rey es soberano, nadie comparte la soberanía varíen más todavía el número de combinaciones: “ja­
con él, y todos los poderes emanan de él. ctes non ómnibus una” 162. Pero siempre encontraréis el
carácter general, es decir, siempre los hombres escogidos
2. Su persona es inviolable; nadie tiene derecho a
que elevan legalmente al padre las quejas y los anhelos
deponerlo ni a juzgarlo.
de la fam ilia: “nec diversa tom en” 153.
3. Ni tiene derecho a condenar a muerte, ni siquie­
Rechacemos totalmente el juicio de los hombres apa­
ra a pena corporal alguna. El poder de castigar proviene
sionados o excesivamente sistemáticos, y no apelemos más
de él, -y con eso basta.
que a ese precioso buen sentido que hace y que conser­
4. Si, en aquellos casos en que la razón de Estado
va todo lo que hay de bueno en el universo. Interrogad
autoriza a impedir el examen de los tribunales, inflige el
al europeo más instruido, más sabio, más religioso inclu­
exilio o la prisión, nunca será lo suficientemente pruden­
so, y más amigo de la realeza; preguntadle: ¿Es justo, es
te, ni dejará de actuar conforme a la opinión de un con­
conveniente que el rey gobierne únicamente a través de
sejo esclarecido.
sus ministros? ¿Que sus súbditos no tengan ningún m edio
5. El rey no puede juzgar en materia civil; sólo los legal de comunicarse orgánicamente con él, · y que los
magistrados, en nombre del soberano, pueden resolver abusos se perpetúen hasta que un individuo sea lo sufi­
respecto de la propiedad y de las convenciones. cientemente esclarecido y poderoso como para poner or­
6. Los súbditos tienen derecho, a través de ciertos den, o hasta que una insurrección haga justicia? Os
cuerpos, consejos 6 asambleas de variada com posición, a responderá sin vacilar: No. Ahora bien, lo verdadera­
hacer saber al rey sus necesidades, denunciarle los abu­ mente constitucional en un gobierno no es de ninguna
sos, y comunicarle legalmente sus quejas y sus muy hu­ manera lo escrito sobre el papel, sino lo que está en la
mildes advertencias 161. conciencia universal. L o que generalmente nos disgusta,
Es en esas leyes sagradas, tanto más verdaderamen­ lo que no concuerda de ninguna manera con nuestro ca­
te constitucionales cuanto que no están escritas sino en rácter ni con nuestras antiguas costumbres, indiscutibles,
los corazones; es, particularmente, en la comunicación universales, es el gobierno ministerial o visirato. La inmo­
paternal entre el príncipe y los súbditos, donde se encuen­ vilidad oriental se adapta muy bien a este gobierno, y
tra el verdadero carácter de la monarquía europea. rehúsa incluso cualquier otro, pero “la raza audaz de Jafet”
D iga lo que diga al respecto el orgullo exaltado y cie­ de ningún m odo lo quiere, porque en efecto esta forma
go del siglo dieciocho, es todo lo que nos hace falta. Esos no le conviene para nada. Por doquier se protesta contra
elementos, combinados de diferentes maneras, dan lugar el despotismo, pero a menudo la opinión pública se equi­
a infinidad de matices en los gobiernos m onárquicos: es voca y toma una cosa por otra. Se quejan del exceso de
concebible, por ejemplo, que los hombres encargados de poder; m e parece más bien que es su desplazamiento
llevar al pie del trono las representaciones y las quejas o su debilitamiento lo que lastima. Cuando la nación
de los súbditos formen cuerpos o asambleas·, que los está condenada al silencio y sólo el individuo puede ha­
miembros que integren estas asambleas o cuerpos difie­ blar, es claro que cada individuo tomado separadamente
ran en el número, en la calidad, en el género y en la es menos fuerte que los funcionarios. Y com o la primera

1B1 En francés: remontrances. Así se llamaba a los discursos “ no es idéntico el rostro de todos". (N . del T. L .)
dirigidos a los reyes por los Parlamentos y otros cuerpos para 1!B® “ mas tampoQQ diverso". (N , del T. L .)
impugnar medidas de gobierno. (N. del T .)
118
117
ambición del hombre es obtener el poder, y su gran de­
fecto es abusar de él, resulta que todos los depositarios hombre que no abuse del poder, y la experiencia de­
del poder delegado, al tío estar limitados por nada, y al muestra que los más abominables déspotas, si llegaran a
no consultar suficientemente a la opinión, se apoderan adueñarse del cetro, serían precisamente aquellos que
del cetro y se lo reparten en pequeños fragmentos pro­ rugen contra el despotismo. Pero el autor de la natura­
porcionales a la importancia de sus cargos, de m odo que leza ha puesto límites al abuso del poder: ha querido
todos son reyes, salvo el rey. Estas reflexiones explican que se destruya a sí mismo cuando transpone esos lími­
cóm o, en la mayor parte de las monarquías, uno puede tes naturales. En todas partes ha grabado esta ley, la que
quejarse al mismo tiempo del despotismo y de la debi­ tanto en el mundo físico como en el moral nos rodea y
lidad del gobierno. Estas dos quejas sólo en apariencia nos habla a cada instante. Ved esta arma de fuego: hasta
se contradicen. El pueblo se queja del despotismo porque cierto punto, cuanto más la alarguéis, más aumentaréis
no es lo bastante inerte contra la acción desordenada del su efecto, pero si pasáis ese límite sólo una línea lo ve­
poder delegado, y se queja de la debilidad del gobierno réis disminuir. Ved este telescopio: hasta cierto punto,
porque ya no ve el cetro, porque el rey no es lo bastante cuanto más aumentéis sus dimensiones, mayor será su
rey, porque la monarquía se ha transformado en una áris- efecto, pero más allá la invencible naturaleza volverá
tocracia agobiante, porque todo súbdito que no participa contra vosotros los esfuerzos que hacéis para perfeccio­
o que participa poco de esa aristocracia ve reyes por to­ nar el instrumento. Tal es la imagen simple del poder.
das partes y se siente despechado de la insignificancia Para conservarse debe limitarse, y permanecer siempre
real, de tal m odo que el gobierno es, al mismo tiempo, alejado de aquel punto en que su último esfuerzo pro­
odiado por despótico y despreciado por débil. , voca su último momento.
El remedio para tan grandes males tío es difícil de \ No me gustan más que a nadie, sin duda, las asam­
hallar: no se trata sino de fortalecer la autoridad del bleas populares, pero las locuras francesas no deben as­
queamos de la verdad y de la cordura que se encuentran
rey, y de devolverle su calidad de padre, restableciendo
en los medios sensatos. Si hay una máxima indiscutible
la comunicación antigua y legítima entre él y la gran fa­
es que, en todas las sediciones, en todas las insurreccio­
milia. Desde el momento en que la nación disponga de nes, en todas .las revoluciones, él pueblo siem pre com ien­
un m edio cualquiera para hacer oír su voz legalmente, za teniendo razón y termina siempre equivocándose. E«
será imposible que el vicio y la incapacidad se apoderen falso que todos los pueblos deban tener su asamblea na­
de los cargos o los retengan durante mucho tiempo, y la cional en el sentido francés; es falso que cualquier indi­
comunicación directa con el rey devolverá al gobierno viduo sea elegible para el consejo nacional; es falso, in­
monárquico ese carácter paternal inherente a la monar­ cluso, que se pueda ser elector sin distinción de rango
quía en Europa. va ni de fortunas; es falso que ese consejo deba ser co-legis-
¡Cuántos errores ha com etido el poder! ¡Cóm o igno­ Iador; es falso, por último, que deba estar compuesto de
ra los medios de conservarse! E l hom bre es insaciable de la misma manera en los diferentes países. Pero, porque
poder; es infinito en sus deseos y, siempre descontento estas proposiciones exageradas sean falsas, ¿cabe concluir
de lo que tiene, sólo valora lo que no tiene. Uno se queja que nadie tenga derecho a abogar por el bien com ún en
del despotismo de los príncipes; habría que quejarse del hombre de la comunidad, y que nos esté prohibido tener
despotismo del hombre. Todos nacemos déspotas, desde razón porque los franceses han com etido un gran acto
el monarca más absoluto de Asia hasta el niño que ahoga de locura? No comprendo esta consecuencia. ¿Qué obser­
a un pájaro en su mano por el placer de ver que existe vador no se espantaría del estado actual de los espíritus
en el universo un ser paás débil que él. No hay ningún en toda Europa? Cualquiera sea la causa de un impulso
tan general, existe, amenaza a todas las soberanías.
Ciertamente, es deber de los hombres de Estado
tratar de conjurar la tempestad, y, también ciertamente,
ello no se conseguirá con la inm ovilidad propia del mie­
do o de la despreocupación. Corresponde a los sabios de
todas las naciones reflexionar profundamente sobre las
antiguas leyes de las monarquías, sobre las buenas cos­
tumbres de cada nación, y sobre el carácter general de
los pueblos de Europa. Es en esas fuentes sagradas don­
de encontrarán los adecuados remedios para nuestros
males, y los medios juiciosos de regeneración, infinita­
mente alejados de las teorías absurdas y de las' ideas
exageradas que tanto mal nos han hecho. · «—·
La primera, y acaso la única causa de los males que
soportamos, es el desprecio de la antigüedad, o —lo que
conduce a lo mismo— el desprecio de la experiencia, cuan­
do “nada hay m ejor que h que ha sido experim entado”, co­
m o muy dijo Bossuet. La pereza y la ignorancia orgu-
llosa de este siglo se adecúan mucho m ejor a las teorías
que no cuestan nada y que halagan el orgullo, que a la s
lecciones de m oderación y de obediencia que es preciso
pedir trabajosamente a la historia. En todas las ciencias,
pero sobre todo en la política, cuyos acontecimientos nu­
merosos y cambiantes son tan difíciles de aprehender en
su conjunto, casi siempre la teoría es contradicha por la
experiencia. ¡Que la eterna Sabiduría haga descender sus
rayos de luz sobre los hombres destinados a regir la suer­
te de sus semejantesl Que los pueblos de Europa cierren
sus oídos a la voz de los sofistas, y, apartando los ojos
de todas las ilusiones teóricas, no los fijen más que en esas
leyes venerables, rara vez escritas, a las que no es posi­
ble asignar época ni autor, y que los pueblos no han hecho,
sino que han hecho a los pueblos.
¡Esas leyes provienen de Dios; el resto es de los
hombres!

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