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Texto.

Golpe o Revolución - La Violencia Legitimada, Argentina 1966-1973

Autor. María Matilde Ollier

Primera Parte
Problematización del Tema

1. El Punto de Partida

Existen pasajes, en la historia de un país, que iluminan de manera crucial cuestiones decisivas de
su cultura; esto es, el modo en que sus habitantes plantean, organizan, sobreviven y sucumben en
los diferentes mundos de relaciones que entablan entre sí. Los días que corren desde 1968 hasta
1973 son de tal sacudimiento y conmoción en la vida de los argentinos que constituyen, como
pocos, una muestra formidable de su desesperado y nunca satisfecho "ser nacional".

El experimento autoritario iniciado en 1966 desemboca en una impugnación abierta y violenta a


principios de 1969, Comienza allí un período de inestabilidad y protesta cuyo desenlace es el
retorno del peronismo al gobierno. Son los años que van de 1968 a 1973 los que presencian el
nacimiento de ciertos fenómenos que habrán de profundizarse posteriormente. Algunas de sus
notas distintivas parecen, en menor escala, tan próximas a la siguiente etapa que resulta
justificable considerar toda la etapa como una fase preparatoria de la catástrofe subsiguiente. Hay
allí una condensación, pero a la vez una ruptura casi completa con el proceso anterior (19551966);
no obstante el periodo suele ser mirado con nostalgia a partir de 1974.

Se produce en estos años –en el espacio de las confrontaciones sociopolíticas– el surgimiento y la


consolidación de un nuevo protagonista: la guerrilla. La naturaleza político-militar de su
constitución simboliza bien un doloroso malentendido de la política argentina de los últimos años:
la confusión entre militares y civiles acerca de quiénes y cómo deben gobernar el país.
Acontecimiento relevante del lapso abierto en 1969 fue, entonces, la aparición en la sociedad civil
de la violencia política organizada. Su acción cubre casi una década y en ella se observan las
diferentes etapas por las cuales atraviesa: nacimiento y consolidación (1968-1973), expansión y
auge (1973-1975), y descomposición y aniquilamiento (1975-1978).

Existen diversas perspectivas a principios de la década de 1980 para analizar el fenómeno de las
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organizaciones armadas. Siguiendo a Peter Waldman , observamos que una parte importante de
las investigaciones sobre la guerrilla en América Latina se divide en dos clases principales. Una
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más descriptiva (Johnson, Gillespie) , que tiende a recoger información primaria, y otra (Duff y
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McCarnant) , menos particularizadora y por lo tanto tendiente a generalizar aspectos del
Fenómeno. Esta última ve en la guerrilla una manifestación de la tendencia más general hacia el
uso de la violencia, considerada como característica de América Latina.

Al mismo tiempo las diferentes investigaciones valorizan un aspecto sobre los demás al tratar de
explicar las condiciones de surgimiento, posibilidad de difusión y éxito ele tales movimientos. Entre
los factores priorizados tenemos: los debates ideológicos llevados a cabo en el seno de los grupos
guerrilleros y del ambiente intelectual próximo, el grado de desarrollo militar: y la influencia moral y
efectiva de Cuba.

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Autor. María Matilde Ollier

Sin desconocer las múltiples posibilidades de enfocar el problema, nuestro esfuerzo está dirigido a
instalar la lógica de los grupos armados en el interior de la dinámica política argentina. De ahí que en
algunas ocasiones nos referimos a ellos utilizando el nombre que les daba el general Perón:
formaciones especiales. Pensar una manera desprejuiciada de bucear el fenómeno guerrillero exige
situarlo, además, dentro y no al margen de, por lo menos, la historia y la cultura política argentina.

Las formas extremas de la violencia política, una de cuyas encarnaciones fueron los grupos
armados, lejos de explicar "algo" referido a la excepcionalidad de nuestra cultura y de nuestra
dinámica, nos alertan acerca de propiedades notoriamente constitutivas del hacer política en
estas regiones. El estudio de las formas violentas para resolver los conflictos no pertenece a
la esfera de aquello que está aparte del orden político; conforma el estudio y la reflexión del
orden político mismo, de sus procesos reales, de su manifestación más significativa. El
comportamiento y la interacción política "normales" y los de "infracción" suelen ser las dos
caras de una sola moneda, de un único orden.

Ahora bien, referirse a la cultura política implica instalarnos Frente a una noción elusiva, muy difícil
de acotar e investigar. Tanto como lo es hablar de "política". Si por cultura política —en un sentido
general concibo el conjunto de mitos, creaciones, prácticas, discursos, sistemas de relaciones,
valores, ideologías que alimentan el devenir político de una sociedad, de un grupo o de una persona,
todos estos elementos aparecen en la interacción que los diferentes miembros del campo político
entablan entre sí. Con la expresión campo político aludimos, de manera simplificada, al lugar
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simbólico donde se traman las relaciones entre la sociedad civil y el Estado. El conjunto de
relaciones establecidas es lo que denomino trama política. Cuando dos personajes entran a
interactuar ponen en juego sus mitos, sus posibilidades de crear, sus limitaciones, sus capacidades
discursivas y persuasivas, sus valores, sus inclinaciones autoritarias y/o manipuladoras, etc. Y es
precisamente en la interacción donde se manifiestan y expresan las identidades. He aquí, entonces,
otra dimensión a tener en cuenta en la tarea de acceder al análisis de la violencia armada, una
dimensión, aún más nombrada que indagada, oculta bajo la palabra identidad. Cómo se formaron las
identidades guerrilleras en la Argentina no es separable del proceso de elaboración de las
identidades políticas en general. Por lo tanto, el propósito, que llevaremos adelante en las páginas
siguientes, consiste en intentar algunas explicaciones sobre los partidos armados; pero siempre
desde los elementos que consideramos relevantes de la cultura política argentina y de la
organización de sus identidades en un lapso acotado (1968-1973). Pretender al aislamiento del
fenómeno armado de ambos temas nos arriesga a componer una excusa para librarnos del mismo.

Hoy día, pensar las identidades políticas entraña la pregunta por el quién; incluye indagar lo
permanente y lo cambiante, lo distintivo y lo semejante presente en los diferentes personajes que
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integran las comunidades políticas. Escribíamos que el lugar donde se delimitan las identidades
políticas se llama interacción; interacción que siempre es múltiple, un protagonista se vincula con
varios, verbal pero también de acciones, en un complejo juego de rechazo y acercamiento,
simbiosis y despegue, disputas y acuerdos. Por lo tanto ni el pasado político, ni la sociedad vivida,
ni el universo de prácticas, mitos, creencias, desencantos y creaciones deben abandonarse en la
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búsqueda de su conformación.

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Empero, cuando nos referirnos a la noción de interacción política resulta inútil soslayar un rasgo
clave visible de ella: el componente estratégico.' En la interacción política existe, de modo claro, un
interés por la colaboración –en el período que nos ocupa: evitar la guerra civil, el caos, el
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derrumbe– y paralelamente un interés por el conflicto, sobre todo el que tiene por objetivo debilitar
al adversario. Cada uno de los sujetos de la interacción tiende a dirigir las decisiones del otro e
influir en sus expectativas.

La perspectiva estratégica presente en el vínculo político se funda en una completa


interdependencia de los resultados, en un mutuo reconocimiento de este hecho y en la capacidad
de utilizar tal conocimiento en el desarrollo de la interacción. La perspectiva estratégica supone un
proceso dinámico que corresponde a la secuencia de jugadas que sigue a la valoración de la
situación, incluida la valoración que el otro hace de la valoración del adversario. Ocurre aquí que el
adversario es imprescindible; no sólo no debe ser aniquilado sino que sin él no hay juego. La
existencia del adversario garantiza la interacción política; a tal punto que ni siquiera debe ser
derrotado definitivamente. En todo caso debe coexistir en un juego en el cual sus capacidades de
intervención puedan ser "controladas" al máximo, o al menos previstas.

Sin embargo, las posibilidades estratégicas de la interacción política son limitadas. Si las
posiciones de un político devienen tan cambiantes que los espectadores ciudadanos se
confunden, pues acaban por ignorar de qué lado está (si es que está de algún lado, más allá de
sus aspiraciones de ejercer poder), cada vez le va a resultar más difícil establecer la credibilidad
de sus posiciones. Probablemente su desprestigio le otorgue creciente insignificancia en la escena
política. Semejante actitud lleva a la degeneración estratégica. Goffman identifica sus límites en la
habilidad de los jugadores de reconocer y utilizar los recursos existentes en situaciones que
permiten opciones limitadas, no ideales. Perón tuvo opciones reducidas hasta 1968, la aparición
de la protesta en 1969 y de la guerrilla en 1970, le abren un nuevo abanico de posibilidades. Le
permiten redefinir la situación y su posición en la interacción con los responsables de la llamada
Revolución Argentina y de sus elencos sindicales. Si definir una situación significa responder a la
pregunta (explicita o no) sobre qué está sucediendo, Perón dispone y Lanusse también de nuevos
elementos a partir de 1969.

Pero definir una situación en política implica, además, ayudar a crearla y por lo tanto quien se
encuentra en mejores condiciones de definir/crear, decide. AI mismo tiempo la definición no resulta
unilateral; ambos definen, crean, deciden. Con lo cual hay un trato y una lucha sobre la definición
que se establece. En las interacciones políticas de la época que trato, veo la dificultad que acarrea
deslindar, separar, los ingredientes violentos (el uso de la fuerza o la amenaza de su uso)
presentes en la "interacción"; interacción que en ningún caso surge de manera lineal. Sc trata de
un actor relacionándose con varios simultáneamente.

Si la trama política así fabricada favoreció el establecimiento de la guerrilla, en líneas generales


resulta conveniente recordar los ítems más citados que rodearon la emergencia, la consolidación y
la expansión de las fuerzas que se armaron militarmente en la sociedad a partir de 1968. Un
contexto militar autoritario sin precedentes, la proscripción de Perón, las tensiones en el interior del
Movimiento justicialista, el aliento dado por el viejo caudillo a las "formaciones especiales", el

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inédito proceso de contestación social abierto en 1968, la aparición de liderazgos obreros


peronistas y no peronistas impugnadores del sistema capitalista, el ala tercermundista de la Iglesia
y Medellin, la peculiar coyuntura de rebelión de los años de 1960 y 1970, y el intenso sentimiento
de la necesidad de un cambio profundo que, sacudiendo a buena parte de los argentinos, recla-
maba el fin del atraso y de la pobreza. Pueden agregarse otras notas distintivas pero en cada una
encontramos un componente de aliento, de alimento, o de engarce con los partidos armados. Una
mirada atenta debe desentrañar e incluir a todos. Y en todos advertimos también las nefastas
secuelas que la dimensión terrorista, avalada por franjas ele la población, tuvo en el desarrollo de
la dinámica política: agudizó la represión al emprender una descarnada lucha por el poder político
asentada en un modo de conducirse autoritario, elitista, manipulador y autolegitimado por una
versión redentora de la violencia.

Ahora bien, ¿por qué insistir en la inclusión de la violencia armada dentro de la cultura política, su
campo y su trama? Porque, entre otras cosas, se trata del contexto de interacción en el cual la
juventud aprendió el significado de hacer política. Reconstruir desprejuiciadamente el campo
político pos 1955 y trabajar sobre la cultura política de aquellos años, además, constituye un
intento por desenredarlas modalidades relacionales propias del hacer política y su dinámica tras la
interrupción del régimen peronista.

¿Resulta osado sostener que el enfrentamiento armado, lejos de ser la negación de nuestras
prácticas y valores políticos (no necesariamente conscientes), fue una condensación de su faz
menos visible, al menos a los ojos de los expertos? Que se trató de la prolongación del tipo de
orden político que en la Argentina sucedió a la salida de Perón y en razón del desprestigio sufrido
por 1a democracia, las instituciones, la política y los políticos? Resulta difícil atribuir el desacuerdo
mortal sucedido a partir de 1974 y la implementación de la guerra pura (en 1982 con el enemigo
ubicado claramente fuera del territorio) a los maleficios de un brujo, la ensoñación de un ebrio, los
poderes nefastos de un proscripto a la conspiración internacional, soviética o norteamericana.

Sin liberar a nadie del cadáver que no ayudó a sepultar, encontramos en ese período la
continuación extrema de un campo y de una manera de hacer política que, en líneas generales,
era practicada desde largo tiempo atrás. La contienda llevada a cabo por fuerzas legales y
clandestinas creció por varios motivos, uno de ellos fue al amparo producido por la confusión
acerca de los valores y de las prácticas fundantes de la guerra y de la política. En ese sentido el
accionar de los partidos armados implica elementos de continuidad pero, al mismo tiempo, de
ruptura. Pretender presentarlos como un Fenómeno absolutamente ajeno al "ser nacional" o a las
tradiciones políticas argentinas comporta una cuota de cinismo.

La tarea no resulta sencilla, pues el problema no sólo supone aclarar si esta cultura política, en
1970, contenía elementos más o menos autoritarios en el sentido de cantidad, o si el régimen
político implantarlo en 1966 encerraba un grado de autoritarismo mayor que los anteriores, la
inquietud principal que nos planteamos se refiere a cuáles fueron los limites en el uso de la fuerza
física que alcanzó ese autoritarismo. Es decir hasta dónde, tanto la oposición como el gobierno,
estaban dispuestos a llegar en sus modos de imposición sobre el contrario. Pues, sin justificar
ninguno, en términos de práctica política cultural no son equiparables la censura de una revista, la

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cárcel de un disidente o la muerte del otro. Aunque advertimos la facilidad que los regímenes
autoritarios poseen para deslizarse del primero al último.

Guerra y política son estrategias distintas para reorganizar el permanente movimiento de toda
sociedad diferenciada y atravesada por conflictos, tensiones, desequilibrios. Pero esta
demarcación difícilmente halló trazo en la Argentina pos 1955, que crecientemente vio recrudecer
el recurso de las armas. De ahí que la instauración autoritaria de 1976 constituya una
exacerbación de rasgos muy notarios —y largamente fomentados— del campo político argentino.
No pretendo, con semejante afirmación, desconocer los atributos inéditos de aquel período. Pera
no basta con sustituir el enunciado "enemigo" por "adversario" para resolver la cuestión. Todavía
permanecemos en la cáscara. Penetrar más allá de ella quizá evite el riesgo de colocar en una
misma línea enemigo, guerra, disenso y en otra adversario, política, paz, consenso. En esta direc-
ción, uno de los puntos centrales para analizar comportamientos políticos y definir identidades
pasa por descubrir cuáles son las vínculos que entablan los seres humanos en la esfera pública, o
sobre la cosa pública, e instalarlos a lo largo del proceso histórico de conformación de la cultura y
del campo político. Atendiendo, entonces, a tal idea varias cuestiones dan pie para reflexionar
sobre los partidos armados en una coyuntura puntual de la dinámica política argentina.

2. Algunas Consideraciones Enmarcan el Tema Problema

A continuación liaremos consideraciones que ayuden a comprender la configuración del espacio


de la política, en la Argentina, a fines de la década de 1960. En primer lugar un dato importante
aparece a simple vista. Se trata de lo militar como ingrediente constitutivo fundamental del campo
y de la cultura política. ¿Qué significa una afirmación de esta índole? En principio implica, al
menos, una serie de reflexiones en torno a varios puntos. Uno: la presencia concreta de los
hombres de las Fuerzas Armadas en el gobierno de la República con o sin consenso popular,
arriesgando en la premisa la inclusión de Perón durante el lapso 19431955. Más allá del voto que
lo lleva a la presidencia y de la compleja articulación que él anuda entre masa, ejército, sindicatos,
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partido y parte del Parlamento —como advierte Cavarozzi—, Perón nace en el seno del ejército y
cuenta con su aval para gobernar. Quince años después del golpe de estado de 1930 asistirnos al
episodio del 17 de octubre y unos meses después, un militar, elegido democráticamente, accede a
la primera magistratura de la Nación. En su persona quedan selladas, confundidas dos figuras:
trabajador y general; Perón encarna la unión Pueblo-Fuerzas Armadas.

Semejante colocación histórica remite a un segundo punto, funda una esperanza: la eventualidad de su
repetición en algún otro general. Incluso al acabar el primer peronismo en el gobierno, ¿qué representa
Lonardi? El tercer punto es una reflexión en torno a un interrogante: ¿qué aporta la presencia militar en
la cultura política en cuanto a modos de relación, valores, ideología, mitos y discursos?

Si Cavarozzi no se equivoca al observar que el golpe de 1966 es el resultado de un deslizamiento


de los militares hacia posiciones cada vez más autoritarias, su diagnóstico debe extenderse a
otros sectores sociales y políticos, puesto que la llegada de Ongania contó con el aval de consi-
derables franjas de la sociedad y de sus elites. ¿El desemboque ocurrido en 1966 no habrá

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resultado acaso de la combinación de prácticas, expectativas y valores de no pocos militares,


sindicalistas y políticos? El diagnóstico sobre la excesiva politización de las fuerzas armadas hacia
1966 encuentra como respuesta la instauración de un estado fuertemente autoritario y, al mismo
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tiempo, una militarización de la política.

Ergo, en la intersección política, políticos, posibilidad de un régimen democrático por un lado, y


militares, régimen autoritario por otro, sucedida pos 1955, salió vencedor el par último. Esta
afirmación se sostiene en estos términos sise piensa que los bloques estaban claramente
deslindados. Pues es preciso especificar un componente básico del triunfo del último: fue el uso
"consensual" de la fuerza –impuesto por una elite militar– para reorganizar, más todavía, cambiar
la sociedad argentina. Recordemos que el golpe de estado de 1966 se llevó a cabo en nombre de
un cambio total. He aquí el verdadero espacio político ganado por la institución militar y sus
métodos de cambiar, administrar y gobernar el país. La pregunta sobre si semejante
circunstanciase debió a los políticos de nudillos gastados, a los sindicalistas con vuelo propio o a
las tradiciones políticas argentinas, aunque pertinente, resulta, por el momento, difícil de contestar.
Si bien a priori tendernos a pensaren una conjunción de circunstancias.

Un cuarto punto, para meditarla estructuración de lo militar en la política, nos advierte sobre la
misión asignada a las fuerzas arruadas luego de 1959: custodios de las fronteras internas.
Convertidos en los garantes del orden occidental y cristiano, se inicia, en esos años, la
construcción de un campo político cruzado por un asunto militar clave. Y su resolución –en última
instancia– demanda una alternativa limite, de vida o muerte; se trata de la guerra. El comunismo
internacional es un enemigo que insta a ser herido mortalmente: Nada aquí es negociable; hasta el
peronismo, en tanto encierra la eventualidad de transformarse en comunismo, trae el demonio.
Azules y Colorados prueban la complejidad del tema en el interior de la institución militar.

Resumo, entonces, los cuatro puntos de la primera consideración realizada. Ha existido desde
1930 una presencia concreta y consensual, vía elección o vía golpe de Estado, de la corporación
armada en el gobierno de la República. El tipo de consenso alcanzado por Perón crea la fantasía
de su eventual repetición en algún otro general. Ambas situaciones generan y/o acentúan dos
rasgos sobresalientes en la cultura política: mesianismo y autoritarismo empiezan a marchar juntos
en el imaginario político de dirigentes y dirigidos.

AI confiar a los militares la tarea de garantes, ya no de un determinado proceso político-institucional


sino de la civilización misma, se los sitúa por encima de la sociedad en cualquiera de sus niveles y
se introduce –a los efectos de evitar la catástrofe–la necesidad de una violencia organizada en la
textura del pensamiento y de la acción política. Después de los episodios de 1962, tres temas se
conjugan en el horizonte de las preocupaciones militares: comunismo, peronismo y guerrilla. Si el
peronismo era la posibilidad de abrir las puertas al comunismo (Colorados), el método de la lucha
armada, si lograba algún consenso, era la alternativa de una revolución capaz de modificar las
relaciones sociales. Si por el contrario el peronismo obraba como freno al comunismo (Azules), la
lucha armada, en cambio, igual mantenía las potencialidades enunciadas. En este punto los dos
bandos, dentro de las fuerzas Armadas, acordaban.

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De ahí que "el estudio de esa nueva forma de guerra, la lucha contrarrevolucionaria, ocupó en
adelante un lugar preferencial en la formación de los oficiales"." Desde 1958Ia cantidad de
artículos en la Revista Militar dedicados a la guerra subversiva aumentan de manera regular. Un
entrenamiento técnico pero también ideológico acompañó la tarea de construir nuevos objetivos.

El coronel Rómulo F Menéndez, miembro de la comisión directiva del Círculo Militar y director de la
Revista Militar octubre de 1961 escribía: "Es oportuno mencionar que Kruschev dijo recientemente
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que la República Argentina sería el próximo país que caería en manos comunistas". Del mismo
autor se lee: "el baluarte anticomunista [son] los Estados Unidos, único país dentro de las
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Naciones no comunistas que... dispone de suficiente potencial para enfrentar a la URSS". Las
fuerzas armadas aparecen a lo largo de la década del sesenta corno "constructoras de la Nación".
El informe Rockefeller de 1969 hace de los gobiernos militares la alternativa aceptable para
Estados Unidos frente a las democracias de tipo liberal. La razón de semejante opción es la falta
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de preparación de las nuevas naciones para el gobierno democrático.

En consecuencia, dentro de los militares hay coincidencias acerca de la urgencia de combatir la


subversión; el punto de divergencia habrá de ser, cuando ésta aparezca, sobre el modo; lo cual no
significa un desacuerdo menor. Pues, corno era de suponer, los partidos armados entran a escena
en una coyuntura histórica específica y no emergen siendo, claramente, portadores del
"comunismo internacional". Si bien algunos de ellos reivindican el socialismo, otros surgen, de
manera inequívoca, identificados con el nacionalismo católico de derecha.

Ahora bien, y he aquí la segunda consideración, lo militar como constitutivo del campo político se
une de manera diferente, luego de 1955, al descreimiento de las potencialidades de la democracia
y de la política en tanto procedimientos. La contracara de semejante desprestigio significó que los
miembros de las elites dirigentes –militares, políticas o sindicales– tejieran y destejieran todo tipo
de alianzas en un terreno sin ley. Basta una mirada a los periódicos y revistas políticas, aun en
plena instauración autoritaria, para corroborarlo. Sin embargo la desconfianza en la política y en la
democracia es anterior a 1955 y también lo es su desvinculación con la tan mentada participación.
Portantiero y De Ipola sostienen que Perón, durante el periodo 19461955, llevó adelante una
gestión política que se basaba en sofrenar tanto las iniciativas como las resistencias nacidas
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"desde abajo", pidiendo "confianza" primero y "fe” después en su gestión personal. Los autores
refieren a los discursos de Perón donde el caudillo hablaba sobre el carácter disociador, negativo y
a veces casi mefistofélico de la política.

El escaso crédito otorgado a los ámbitos de la democracia y de los politices se refuerza con el
particular tipo de participación en la vida pública organizada en nuestro país. Ocurre en la
Argentina que las concepciones predominantes sobre la participación política provenían de las
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tradiciones liberal y populista. La primera la circunscribe al ámbito específico del partido, al
quehacer de los políticos profesionales, y a una circunstancia especial, las elecciones. La
peronista es de carácter plebiscitaria, asarnbleistica; lo cual implica participación por adhesión, de
carácter masivo y referida a circunstancias también especiales, pero más diversas. Según los
autores ambos tipos de participación poseen limitaciones. El primero conforma una ciudadanía
pasiva, siendo el ciudadano un "político ocasionar. El segundo, que posee la tendencia a

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identificar participación con movilización –sobre todo en instancias excepcionales–genera una


participación política por adhesión o aclamación, más vinculada a un tipo de ciudadanía "social"
que específicamente política.

Si una de las modalidades se define por un sesgo individualista, atomista y pasivo, la .otra lo es
por su carácter masivo, despersonalizado y movilizarte. Ambas contienen elementos restrictivos en
cuanto apuntan a una participación más vinculada con la decisión, entre opciones dadas, que a la
elaboración o creación de éstas. Privilegian determinados aspectos y, a veces, trabajan con la
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excepcionalidad y en dirección hacia el Estado.

Sin duda, en la cultura política argentina arribas modalidades requieren ser pensadas en su
relación con el sistema partidario y el lugar de los partidos en el sistema político argentino. Pese a
la incapacidad de los partidos, de funcionar como mediadores del conflicto social, de convertirse
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en los protagonistas, centrales del funcionamiento de la vida política, de no haber generado unza
red de relaciones estables que le permitieran reconocerse entre ellos como interlocutores y por lo
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tanto conformar un sistema de partidos como tal, pese a su precariedad institucional, sin
embargo es factible descubrir en ellos algunas características positivas, es decir pensarlos desde
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lo que efectivamente poseen: fortaleza individual y su peso desde el punto de vista electoral.

A lo cual es preciso añadir otra observación que, en realidad, remite a una especie de contrafigura
de la debilidad partidaria: la considerable incidencia, ya en el resto de las cúpulas dirigentes, ya en
algunos sectores de la ciudadanía, de las cabezas visibles de los partidos políticos, es decir de sus
caudillos. Y serán, justamente ellos, Balbín, Frondizi, Alende, Perón, quienes, conjuntamente con
los otros personajes o caudillos claves de las corporaciones armada y sindical (Augusto Vendor,
José Alonso, Lorenzo Miguel, José Rucci, Alejandro Agustín Lanusse, Pedro Eugenio Aramburu,
entre otros) negociarán, pero también habrán de disputar, la articulación de una opción política de
salida a la grave crisis por la que atravesaba el país. Resulta, entonces, que la debilidad partidaria
dentro del sistema político, en razón de nuestro trabajo, va a resultar un aspecto menos explicativo
que la incidencia individual de los caudillos dentro del campo político. Pues si la política es práctica
de mediación entre el príncipe y el pueblo, entre el orden y el no orden, entre el pasado y el futuro,
entre la economía y la sociedad aunque no es sólo mediación sino también cada extremo de la
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relación, esto es, los actores y la relación misma (de Fuerzas) , entonces sin duda los caudillos
políticos construyeron esa mediación.

El proceso abierto en 19681969 es el acercamiento entre una sociedad polarizada contra el


régimen militar y las cabezas visibles de las elites dirigentes que van reformulando una visión de la
sociedad, pronunciando un discurso que termina por producir una opinión hegemónica. De ahí que
en nuestro trabajo veremos, principalmente, un extremo ele la relación, tal como expresa Delich, y
las interacciones entabladas en el interior de ese extremo (representantes del régimen militar y
figuras visibles de las elites dirigentes) que llevaron a mediar entre el arden fundado en 1966 –y su
fracaso– y el no orden planteado dentro de la sociedad civil a partir de 1968, entre el lugar
ocupado por Perón y el peronismo en el pasado y el que posible e inevitablemente debía ocupar
en el futuro, entre un régimen militar y una salida democrática.

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No obstante, la debilidad partidaria no se sustrae a otro fenómeno: el peronismo en tanto


Movimiento, y por lo tanto el lugar y la relevancia de Perón. Este era el caudillo convertido en
interlocutor legítimo del régimen, sobre todo a partir de Lanusse, desde los partidos, pues el
peronismo entra a La Hora del Pueblo en calidad de partido, pero también desde el sindicalismo;
caudillo fortalecido por la presencia de sus "formaciones especiales". De ahí que resulte imposible
entender el establecimiento de la violencia política, al menos en las formas adquiridas por esos años,
desde un análisis que abarque exclusivamente a los actores sociales y/o políticos de modo
separado, aislados.

Finalmente la debilidad partidaria, la fortaleza de los caudillos y las modalidades de la participación


política se conjugan con el peso de la tradición populista, no sólo en los ciudadanos sino también en
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las elites dirigentes. Si tal como señalan De Ipola y Portantiero los populismos latinoamericanos
colocaron la elaboración de una política de masas en el plano endógeno y por ese camino
recuperaron una memoria histórica colectiva que fusionó en un mito tres tipos de demandas –de
clase, de Nación y de ciudadanía– y en un único movimiento la herencia paternalista y caudillista, la
consigna, acuñada por el peronismo, "socialismo nacional" vía elecciones cumple los tres requisitos:
socialismo, de clase; Nacional, de Nación; y al utilizarse el camino electoral, de ciudadanía. Lo que
va a ocurrir, hacia esta época que estudiamos, es que, en mayor o menor medida, los diferentes
personajes de la escena política, al menos en el plano discursivo, debieron prestar suma atención a
la conjunción de estos aspectos populistas. De ahí la construcción de un clima de ideas y de una
producción y circulación discursiva cercana –en no pocos enunciados– a la consigna del peronismo.
Consigna a la cual adherirán los partidos armados, especialmente los identificados con el peronismo.

La tercera consideración para hacer, estrechamente vinculada a la anterior, se refiere a la


legitimación dada al campo político por una circunstancia crucial: las decisiones políticas fueron,
en la Argentina, patrimonio de restringidas cúpulas, el resultado de acuerdos y enfrentamientos
inter-elites. ¿Cómo explicar de otro modo la proscripción de Perón? Entre la desenfrenada
resistencia popular y la complicidad de los dirigentes para mantener al líder en España, sin duda,
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la segunda alternativa tuvo más éxito. Un llamado a elecciones libres suponía, al menos en la
presunción de las elites, el triunfo del caudillo. Quienes en nombre de la libertad reivindicaban la
necesidad de su ausencia para salvar la República, en lo concreto eran partidarios de una
democracia posible de construir con otros ciudadanos.

En la formación de aquel orden cívico-militar, la proscripción de Perón, los acuerdos y


desacuerdos de cúpulas, con su contrapartida, la falta de participación, y la carencia de una
democracia política, constituyeron todas condiciones inseparables.

En cuarto lugar, la inexistencia de un marco institucional, abierto, público, establecido apriori, desde
el cual los dirigentes rindan cuenta al conjunto de los ciudadanos de sus acciones, entraña una carta
blanca para la arbitrariedad del hacer política, pues la clandestinidad exime, indudablemente, de
responsabilidades; con un riesgo: no demanda consenso explicito y, al mismo tiempo, utiliza el
disenso de manera manipulatoria. Estas interacciones políticas establecidas en marcos informales,
no sujetos a reglas, llevan a una suerte de manera privada de tratar los asuntos públicos y a la
creación de un ámbito privado en el cual se dan las pujas, las negociaciones y finalmente se toman

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las decisiones politices. En general, una práctica de esta índole se justifica con la siguiente premisa:
el dirigente interpreta los verdaderos deseos del pueblo.

Por la vía señalada, asistimos a un proceso de privatización de la política que por otra parte
implica diversas connotaciones. Acarrea consecuencias. Cuando la red de interacciones se
construye —casi de modo exclusivo— en un terreno privado, simultáneamente, va acompañada
por dos circunstancias difíciles de impedir. Primera: el contenido de la comunicación entablada
entre las partes tiende a ser secreto. Segunda: el estado precedente da lugar a la especulación
continua en los comentarios políticos sustentados por los medios de comunicación acerca de
que está sucediendo. La información deviene en buena medida interpretación y/o especulación.
El correlato: una ciudadanía acostumbrada a fundar su imaginario político en la suposición y/o
especulación. En torno a un mínimo de información (Vendor se entrevistó con Perón) se tejen
las más variadas versiones.

De este modo se corre el riesgo de confundir la politización, que implica extensos debates
políticos, con la participación real/efectiva. Semejante ilusión rápidamente encuentra el límite que
todo futuro le impone: el paso del tiempo muestra que poco tienen que ver los ciudadanos con las
decisiones políticas. El lugar del espectador no se (auto) ignora por mucho tiempo. El peligroso par
ilusión/desilusión juega, permanentemente, en la conducta y el ánimo político de los ciudadanos.

De ahí que llegado el año 1969 lo que en verdad hizo crisis no fue ni la proscripción del líder
populista, ni el régimen militar, ni un sistema económico productor de miseria, ni el descrédito de la
democracia, ni los tipos de participación instrumentados o conocidos, tonados cada uno
individualmente. El pronunciamiento social estuvo dirigido contra un sistema de interacción que
sumaba al elitismo la política de trastienda; la rebelión abierta significó la contratara de un largo
proceso de privatización de la política.

En quinto lugar, es preciso considerar de modo adecuado uno de los rasgos peculiares del
campo político pos 1955: me refiero al lugar de Perón. Miremos ahora un poco detenidamente
su figura. Sobre ella pesa siempre una especie de amarga duda político-intelectual: qué pensaba
o qué quería efectivamente Perón. Yo voy a intentar algunas reflexiones procurando salir de
simplificaciones que lo muestran sabiendo siempre lo que hacía, o en el otro extremo, su
permanente accionar demoníaco. La pregunta inicialmente formulada (¿qué colocación sustenta
Perón en el campo político argentino entre 1955 y 1972?) ya ha encontrado algunas respuestas.
Sigal y Verón sostienen que existe en esos años una ausencia de la figura de Perón, con una
26
serie de implicancias.

Ahora bien, tal "ausencia" del caudillo requiere, en principio, deslindar que se trata de una
ausencia física, y de manera creciente, a partir de 1969, semejante ausencia física halla en
contrapartida una fuerte presencia de su imagen, su voz, su nombre, su reivindicación, sus fotos.
Sin embargo, Perón resulta una imagen del mundo de la política si se restringe el campo a la
geografía concreta de la Argentina; pues Perón recibe permanentemente visitantes, que son
activos protagonistas de la vida política. Y en tal circunstancia Perón, voz c imagen, emerge en
presencia física. Hay entonces un campo, en cuanto a construcción de vínculos y de interacción

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personal, inclusive, cuya extensión .territorial trasciende las fronteras nacionales. Una
circunstancia, para nada menor, que adquirirá gran relevancia luego de 1969.

¿Dónde radica lo significativo de esta obviedad? Los múltiples contactos sostenidos por Perón le
permiten, por un lado, conseguir información –importante además dado la subjetividad de la
misma– de los movimientos que los diferentes personajes realizan y, por otro, incidir en ellos de un
modo más contundente que una comunicación realizada, exclusivamente, a través de parlamentos
magnetofónicos. Perón logra persuadir, convencer, negociar, proponer, rechazar, conocer al
menos las versiones circulantes acerca de la Argentina en boca de algunos protagonistas. Siendo
así ¿cómo pensar a Perón en los años que van de 1968 a 1972? Para el conjunto de la sociedad
civil es un recuerdo, una historia; para la juventud, en particular, el caudillo popular resurge corno
el gran excluido de la vida política, más allá de la carga valorativa consignada al hecho. Sectores
importantes de la comunidad sindical, política y militar combinan ambas percepciones.

Sin embargo existe una contratara de la ausencia física de Perón en nuestro territorio: la presencia
de todos aquellos (dirigentes sindicales, políticos o posibles electores) que invocando una identidad
peronista, influyen, deciden o condicionan la actividad política concreta. No pocos obtienen beneficio
de la situación. En el caso de las masas, según Sigal y Verón, su dependencia directa respecto del
viejo líder da cuenta de la lealtad sostenida únicamente a él. Para los autores "esta lealtad es el eje
27
en torno del cual Perón edifica un sistema de control político, a partir de su derrocamiento".

Más allá del grado de certeza que encierra, o no, una aseveración de este tipo, la ausencia del
anciano general encuentra en el imaginario político –desde los Montoneros hasta Lanusse,
pasando por los radicales desarrollistas– a las masas leales. Ahora bien, esas masas
abandonadas a su propia suerte ¿qué capacidad de acción política concreta estaban en
condiciones de llevar adelante para lograr, por ejemplo, el retorno de su líder? ¿Qué consiguieron
desde 1955? ¿Qué tipo de conexión podía Perón entablar con sus masas leales sin una pléyade
de intermediarios entre Buenos Aires y Madrid?

Por lo tanto, para todos, incluido el propio caudillo, Perón está y no está dentro de la escena
política argentina. Creo que aquí radica la complejidad de la ausencia física de Perón en el país. Si
una ventaja de la doble pertenencia, su impunidad verbal, no lo responsabiliza por los sucesos
concretos que su palabra induzca, semejante ventaja resulta su punto débil: los límites de su
discurso para producir acontecimientos políticos inmediatos, la fuerte duda que pesa sobre sus
enunciaciones y el uso de sus palabras por parte de cada uno en función de su propio proyecto e.
intereses. Para los revolucionarios del Movimiento, el Perón verdadero lucha por la transformación
radical de la sociedad; el otro, falso, negociador, táctico, disputa con Lanusse, quien a su vez cree
28
exactamente lo contrario: el caudillo en el país abandonaría su discurso revolucionario. Porque
además el presidente, al igual que Perón, no ignora el empleo efectuado de aquellas lejanas
palabras y los efectos.

El mediador de Perón, siguiendo a Sigal y Verón, representa una tendencia dentro del Movimiento
peronista, por lo tanto resulta siempre dable poner en cuestión la legitimidad de su papel
absolutamente diferente al de todos los intermediarios peronistas: Isabel Perón. Ella encarna algo

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mis que una mera delegada de Perón. El trato respetuoso que le confieren los medios de
comunicación prueba su especial ubicación (no casualmente fue la compañera de fórmula del
general Perón ere 1973). Notoriamente, desde 1970, cada vez que ella viaja al país mantiene las
múltiples voces de Perón. Sin embargo las múltiples voces del viejo caudillo hallan un contrapeso
en los discursos donde unidad y pluralidad se articulan. En ellos el líder reconoce la diversidad de
grupos e intereses presentes en el interior del Movimiento.

Sigal y Verón argumentan que, efectivamente, Perón usufructúa de la situación de retener su


palabra definitiva y por lo tanto puede jugar sobre varios tableros a la vez. Pero ocurre que no hay
palabra definitiva de Perón. Perón "habla" todas las palabras que pronuncia y hace política con
aquellos que se reconocen peronistas y se disponen o bien a negociar o bien a subordinarse,
según las circunstancias lo aconsejen prudente a su entender. Sigal y Verón observan una gran
ventaja de Perón: dada la presencia de portavoces diversos, los grupos que controlan el poder en
la Argentina se ven en presencia de un Frente, al mismo tiempo extenso y multiforme, de
estrategias de Perón que los descolocaría. Sin embargo este hecho fue, también, una ventaja para
ellos: siempre encontraron un peronismo dispuesto a la negociación.

También O'Donnell se pregunta por los deseos y el "poder" de Perón. Escribe el siguiente enigma:
"Qué era lo que Perón quería, y si quería cuánto era lo que realmente podía frente a los
componentes más dinámicas y autónomos de su propio movimiento –en especial, los sindicatos y las
organizaciones guerrilleras–? Más específicamente ¿Cuánto de lo que, fijándonos exclusivamente
en atributos e inclinaciones de Perón, puede aparecer no como brillante manipulación, sino corno su
29
adaptación a fenómenos que, por el momento, sabía que no podía controlar?".

Quizás responder implica, en parte, reformular la pregunta, no sin precisar o rever algunas
cuestiones. En primer lugar: ¿qué era lo que Perón quería? Nos obliga a interrogarnos acerca del
significado de "querer" y cuál es su contenido en la intención y el hacer de un político. Lo mismo
sucede con las palabras poder, manipulación, adaptación. Un político piensa desde la urgencia de
la acción; el pensamiento político produce/acompaña la acción política y viceversa. La acción
política producida busca, a posteriori, los argumentos o las razones que la explican o justifican.
Sobre todo cuando el político ha actuado guiado por una intuición difícil de poner en palabras.
Pero además la acción política implica interacción. Es decir acuerdos/disputas, alianzas/rupturas;
en nuestro país ambos pares han seguido sinuosos caminos, enemigo ayer, aliado hoy. Más
complicado aún si, en una determinada coyuntura, el aliado radica en una fracción de otro partido
u otra corporación antes que en el propio.

Volviendo a la pregunta de O'Donnell, supongamos que Perón hubiese querido ser el presidente
de los argentinos al percibir que la salida de la Revolución Argentina marchaba hacia la
institucionalización democrática. ¿A cualquier precio estaba dispuesto a conseguir la primera
magistratura del país? A costa de una guerra civil, de enfrentar a las Fuerzas Armadas con el
pueblo o entre sí? o, para pensarlo desde otro lugar: ¿por cualquier camino estaría en
concesiones de ser presidente? De ahí que "querer" emerge sujeto a una serie de condiciones.
Finalmente pensar en términos de manipulación o de adaptación, de manera global, coloca al
anciano caudillo en lugares absolutamente extremos. Y probablemente Perón haya combinado

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actitudes disímiles según las circunstancias. Por ejemplo, ¿podría haber desautorizado
públicamente a la guerrilla peronista? De haberlo hecho, ¿cuáles habrían sido las consecuencias
para su proyecto político y para el de los grupos armados? Pues no se debe olvidar que la
autonomía de los grupos rebeldes contiene, antes de la vuelta de Perón, una ventaja: actuar en
nombre del Movimiento Popular, con su líder vivo y avalándolos. ¿La historia posterior hubiese
sido igual si Perón, en 1970, desde Madrid, hubiera anunciado que, de llegar a la presidencia,
acabaría con las formaciones especiales, en caso de persistir éstas en sus métodos y en sus
consignas? ¿Qué reacción, frente a una propuesta así, hubiesen tenido?

1.,o cierto es que nuevamente se configura una coyuntura política donde un hombre —en 1966 fue
Onganía— emerge a modo de figura salvadora. Una y otra vez se repite un viejo mal de la cultura
política argentina: su halo totalitario, religioso, mágico, incapaz de producir discriminaciones,
diferenciaciones. Ya Agustín Álvarez, en 1894, reclamaba: “… para unos y para otros, pues, a
poco de andar ya no se trataba de gobernar al país sino de salvarlo, cosa grave, muy grave, de
30
gravedad mortífera, porque no admite control, contrapeso…” . Han transcurrido cien años y la
tarea de gobernar aun revista características heroicas, salvadoras. Este rasgo de la cultura política
supone maneras de resolución de los conflictos más próximos a la guerra que a la política. Si
intentamos articular las diversas consideraciones planteadas probablemente consigamos
demostrar la necesidad de enmarcar de tal modo nuestra entrada al tema que nos preocupa. En
líneas generales lo militar corno constitutivo del campo y de la cultura política refuerza no sólo la
práctica autoritaria. La nueva definición del rol de la corporación militar introduce la guerra en las
cuestiones de política interna. Guerra y política van de la mano en la conservación del orden
doméstico. La institución militar, luego de 1955, construye aspectos inéditos de su propia cultura
política: al tiempo que se entrena para gobernar el país se prepara para derrotar al enemigo
interno. Esto es, las fuerzas armadas se perciben capaces de combinar su habilidad para hacerla
guerra y la política. En esas condiciones llegan a 1966. Pero sucede que la teoría al encontrarse
con la realidad necesita retoques; en 1969 se inicia una coyuntura que la obliga a plantearse sobre
hechos concretos el combate contra la subversión. Algunos propondrán que debe ser llevado a
cabo con las armas, otros verán matices.

La contracara de la peculiar y decisiva participación de los hombres armados en la vida pública es el


desprestigio de los políticos y de sus métodos, la debilidad partidaria, el peso de los caudillos, el
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escaso desarrollo de la participación política hacia la comunidad y dentro de los partidos, el
descrédito de la democracia. Los integrantes de la institución militar, únicos responsables de
salvaguardar la Nación, son, en consecuencia, sus verdaderos constructores. Si a ello añadimos la
forma particular de interconectarse institucionalmente., economía y política en la Argentina, a través
32
de la figura del Estado ; las Fuerzas Armadas desde el Estado garantizan la construcción de la
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Nación, su conservación histórica y los aspectos que demandan cambios. De todos modos las
decisiones políticas forman parte de una tarea inter-elite, por lo tanto algunas figuras políticas
adquieren relevancia. En consonancia, resulta inútil recurrir a otros políticos para iniciar una apertura.
Erg vano lo intenta Levingston. Pero las luchas y disputas inter-elite transcurren buena parte del
tiempo en privado y en secreto. Circunstancia acompañada de la versión: el dirigente interpreta los
verdaderos deseos del pueblo. Semejante premisa implica que en la clandestinidad su líder actuó
correctamente. En una coyuntura de Nación "amenazada", en la percepción de las elites como

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veremos, y de un descontento generalizado de los ciudadanos circula un discurso acerca de los


enemigos externos e internos de la Nación; por lo tanto cualquier desacuerdo o enfrentamiento
convierte, a los ojos de la ciudadanía, a todo aquel que no acuerde con su caudillo en un enemigo.

El papel de Perón refuerza los componentes caudillescos, secretos clandestinos, violentos,


especulativos. Y cuando digo el papel de Perón pienso no sólo en el lugar que él mismo se
construyó sino en aquel otorgado por las elites políticas, sindicales y militares; en una palabra en
el resultante del juego practicado en esas múltiples interacciones.

La producción política de una conformación cultural de las características señaladas —militarización,


clandestinidad, no responsabilidad política de los dirigentes, elitismo, caudillismo, etc. — contiene
tendencias más proclives a la confusión, el autoritarismo y la violencia (imposición de unos sobre
otros) que a la resolución pacífica (lucha y negociación) de los conflictos. El lugar del poder político
deviene extraño, ajeno a los ciudadanos y en la imposibilidad de visualizar, cotejar y controlar a sus
intérpretes. Comunidades políticas que interactuaron confeccionando un campo y una cultura política
militarizados construyeron antes soldados (o fieles) que ciudadanos; quizás este sea un motivo más
para hallar, en esos años, una sociedad civil tan dispuesta a la violencia.

En las reflexiones realizadas hemos combinado, de manera simultánea, dos niveles: el de las
comunidades políticas y el de los ciudadanos. En principio pensamos que ambas cuestiones se
vinculan de modo diferente, no únicamente en cada país sino también en las diversas épocas. El
nivel de interacción política planteado entre las figuras claves de las comunidades políticas, por un
lado, y la práctica política puntual de la sociedad civil, su cultura, por otro, son esferas vinculadas.
Los partidos armados, en la Argentina, también se desarrollaron a partir de los intersticios de
semejante relación histórica. De ahí que hayamos considerado, en las cuestiones planteadas,
características de la cultura y del campo político de las elites pero de manera paralela procuramos
algunas reflexiones sobre el resto de la sociedad. Incluso se mostrará desde et periodismo cómo
eran registrados ciertos episodios o fenómenos para dar una pauta de lo que recibía el ciudadano
sobre los sucesos políticos del país. Un trabajo más acabado supondría investigar los dos niveles.

Nuestra investigación se circunscribe a la interacción, entablada en el plano de las elites y los


discursos políticos pronunciados con el objetivo de demostrar: 1) que semejante interacción filtró el
ingreso de la violencia armada y 2) que los discursos de los partidos armados, sobre todo los
pertenecientes al peronismo, no se alejaban en el nivel general de las enunciaciones— de los
otros discursos en boga. Y hablar del nivel general de las enunciaciones en una cultura política
cuyos discursos se caracterizan por la vaguedad, el principismo y gran cantidad de elementos
ideológico-retóricos, implica tener en cuenta un aspecto pertinente.

Ahora bien, una de las tareas que propongo aquí, parte de una hipótesis: la guerrilla entra en una
peculiar manera de interacción con los otros actores de la vida política. Una dosis de su identidad
se delimita ahí. Este enunciado se sostiene a partir de mirar semejante interacción sobre el telón
de fondo de tres procesos combinados:

1) un campo político con las prácticas descriptas;

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2) el inédito y explosivo movimiento de contestación social, acompañado de una dosis significativa


de violencia y no controlado exclusivamente por las direcciones políticas tradicionales;
3) la efervescencia revolucionaria y transformista que recorre las sociedades occidentales en la
década de 1960.

El primero, de índole política, y el segundo, de índole social, se instalan en la dinámica propia de la


sociedad nacional, el tercero, de índole ideológica, se articula con un proceso más generalizado
que incluso se puede vincular con el ostensible incremento de las preocupaciones, en las décadas
de 1960 y de 1970, referidas a la vida política o la excesiva politización de la vida en todas sus
esferas.

La guerrilla, peronista o no, recoge problemáticas por las cuales atravesaba la sociedad argentina.
Va a compartir temas y preocupaciones propias de la coyuntura, pero también de más larga data.
Este hecho, unido a la constitución de un campo y una cultura política con los rasgos apuntados, le
va a permitir a los grupos armados formar parte de un debate que trasciende el enfrentamiento
exclusivamente militar, el más visible por cierto.

3. Ciertos Anticipos y una Propuesta de Lectura

Al observarla década 1966-1976, tres momentos indicadores del final de una etapa y principio de
otra, saltan a la vista: 1966 (la Revolución Argentina), 1973 (el retorno del peronismo al gobierno),
1976 (el Proceso de Reorganización Nacional), todos precedidos por fuertes tensiones y disputas.
Tales divergencias, aunque tal vez indican diferencias de proyectos, de valores o de intereses,
miradas con detenimiento permiten detectar algunas características propias de la lucha por el
ejercicio del poder; ellas contienen contornos peculiares según el aprendizaje que las
comunidades políticas y el conjunto de los ciudadanos hayan construido/asimilado en el proceso
de conformación histórica de su cultura política..Esa lucha se asienta, en mayor o menor medida,
sobre determinados principios o parámetros, acepta o condena ciertos métodos de enfrentamiento,
se detiene y disminuye o crece Frente a la aparición de algún tipo de acontecimiento. Incluimos, al
tener en cuenta los rasgos de la lucha por el poder político, al conjunto de los ciudadanos pues
ellos también influyen en los rasgos que adquiere la práctica política de las comunidades políticas;
pues aplauden o repudian, como resultado de su cultura que trasciende lo estrictamente político,
determinadas cualidades, habilidades o virtudes que los dirigentes intentaran desarrollar.

En el caso argentino, más allá de las cuestiones socioeconómicas e ideológico-políticas


defendidas por las distintas elites, la contienda por conservar, por ganar o por mantener espacios
que garanticen mayores posibilidades de ejercer poder, adquiere rasgos específicos en relación a
otros países pero también en las diferentes coyunturas históricas. Obviamente que al set la disputa
por el ejercicio del poder una práctica cultural contiene rasgos de cierta permanencia cuyo cambio
resulta lento y ele largo plazo. El modo de interacción producido entre los miembros de la
comunidad política, en el período 1968-1973, nos dará algunas pistas acerca de las notas
distintivas de la lucha durante esos años concretamente.

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Aunque su número parezca excesivo, varios interrogantes se suscitan al colocarnos en la óptica


propuesta en estas páginas. Señalo algunos:¿cuál es, en verdad, el significado del retorno
"triunfal" del peronismo al gobierno en 1973? ¿Qué trama sociocultural y política se conforma
durante la Revolución Argentina que termina con los resultados del 11 de marzo? ¿Cuáles fueron
las razones que llevaron, crecientemente, a las elites dirigentes a proponer una salida electoral sin
proscribir al peronismo? ¿Qué variables, con importancia y repercusión en la vida política e
institucional del país, emergían? ¿Algo habrá cambiado de modo fundamental en tan pocos años?
¿Fue tan sólo un problema de la ineptitud y el rechazo en que cayó el gobierno de las fuerzas
armadas? Y si así ocurrió ¿cuánto intervino en su falta de eficacia la aparición de la protesta
social, escasamente controlada por las direcciones políticas tradicionales, la emergencia de la
guerrilla, de una juventud rebelde incontenible y de importantes franja de la población reclamando
transformaciones radicales?

¿Quiénes fueron los personajes que participaron en el triunfo electoral del peronismo? ¿Es posible
a tribuir el fin de la proscripción únicamente a la acción de sus adherentes y de las elites
justicialistas? ¿O en parte ella se debió al consenso construido entre algunos radicales, algunos
peronistas, el propio Perón e importantes miembros de la cúpula militar —incluido Lanusse—de
institucionalizar el país?

En realidad pretendemos sugerir que, más allá de las ambiciones personales de cada general,
Lanusse y Perón no atravesaron exclusivamente enfrentamientos; existieron acuerdos. Quizás
se trató de un Gran Acuerdo Nacional para darle fin a la Revolución Argentina, aunque salvando
la imagen de las fuerzas armadas, convocar a elecciones —excluyendo las candidaturas de
Perón y de Lanusse—, acabar con la guerrilla por los métodos que fueran (los parapoliciales
funcionaron de modo creciente en el transcurso de 1973-1974 y sucesivamente) y contener el
auge de la protesta civil.

Para contrarrestar el riesgo de transcribir afirmaciones de tono excesivamente tajante, un conjunto


de interrogantes van a remitirnos a lo largo del trabajo a tematizar el lugar de lo aleatorio y de lo
inevitable en los procesos sociales y por lo tanto los alcances de la explicación y de la prueba.

Tanto las preguntas formuladas como el andamiaje teórico propuesto al inicio, nos obligan a
especificar, en grado mayor, el camino que hemos elegido y sobre qué ángulos ubicamos la
mirada. Por lo tanto vamos a adelantar, provisoriamente, algunas cuestiones que, por un lado,
nuestra experiencia, y por otro, algunas lecturas y discusiones realizadas nos permitieron
tentativamente plantear a modo de premisa al comenzar la tarea.

El amplio consenso con que cuenta la llegada de Onganía al gobierno dura escaso tiempo. Luego
del fracaso del plan de Acción Sindical de 1967, un breve respiro desemboca en las agitaciones
iniciadas en 1968. Una, de envergadura considerable, procura conmemorar, en junio, el segundo
aniversario de la Revolución Argentina. Así 1968 presencia la crisis de la sociedad civil, que
eclosiona de manera evidente a partir de mayo de 1969, y será esa fecha el comienzo del
desbarranque del régimen militar. Tensamente se insinúan las señales indicadoras de una nueva
necesidad del estado autoritario: transitar otro camino. Las diferencias entre Onganía y Lanusse

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Autor. María Matilde Ollier

descubren, en realidad, dos alternativas. Si en un principio llegaron a ser leídas en clave de


disputas por el ejercicio del poder—del cual no están exentas—con el tiempo señalan rumbos
disímiles para salir de la crisis y salvar, en esa retirada, el lugar de las Fuerzas Armadas.

Conocedores del resultado de ese proceso, una gran ventaja del historiador, y por lo tanto
instalados en su punto de llegada, advertimos la importancia de reconstruirlo en vistas a
comprender cómo se llegó al 11 de marzo de 1973 y quiénes fueron sus responsables, esto es los
conductores de esa alternativa. ¿Era posible transitar una vía semejante para salir de la crisis?
Nuestra impresión general es que únicamente otras cuestiones estructurales hubiesen tolerado
opciones divergentes. Y entendemos por cuestiones "estructurales": la historia política argentina
pos 1955 y la particular coyuntura iniciada luego de 1968; específicamente las maneras de hacer
política, el universo ideológico-político predominante, sus valores reales, la trama creada con la
caída del peronismo, el proceso de revuelta civil inaugurado en 1968,1a aparición de la guerrilla y
su utilidad para quien emerge, en el imaginario de los ciudadanos, corno el gran antagonista de
ese régimen militar. Desapareciendo o mutando algunos de tales componentes, quizás hoy
estuviésemos relatando otra historia.

Señalamos anteriormente que, sin haber cumplido dos años el gobierno de Onganía, ya desde
la sociedad civil pero también desde las comunidades políticas, comenzaba a anunciarse la
necesidad de instrumentar algún cambio importante, pues la impugnación gestada atacaba la
naturaleza misma del régimen. Frente a una perspectiva así la salida electoral brota como un
mal menor.

Los años que van de 1968 a 1973 presencian una dinámica social inéditamente contestataria: una
revuelta aunque organizada no coordinada a nivel nacional, con nuevos líderes, capaz de atraer y
combinar sectores sociales y políticos diversos, dirigida no sólo contra el régimen militar sino
objetando y obviando a las direcciones tradicionales del movimiento obrero y de las fuerzas
políticas. La rebelión social unida a la aparición de la guerrilla impone, a los responsables de
gobernar y a las comunidades políticas, en general, una disyuntiva: profundizarla revolución o
acordar una salida institucional que incluya al peronismo. El derrocamiento ele Onganía responde,
en última instancia, a su falta de flexibilidad política frente a circunstancias sociales cambiantes.
Onganía cree cabalmente que el viejo sistema de partidos ha muerto y si en sus discursos plantea
el retorno a la democracia, cuando el tercer tiempo suene otros serán los políticos llamados a
gobernar. Levingston procura profundizar la revolución agregando una innovación: la promesa
electoral, expresada en la práctica, en una serie de consultas a políticos. Levingston simboliza la
transición incipiente. El fracaso de su proyecto lleva al gobierno a una tercera figura: Lanusse
encarna, definitivamente, el tramo final de la transición. Ni bien asume el gobierno contempla
determinados temas: obligar a Perón a dar su apoyo en el proceso a inaugurar, insertar a la
fracción balbinista del radicalismo y al sector moderado del peronismo para promover el cambio y
conducir dignamente a las fuerzas armadas en medio de un desprestigio generalizado frente a la
sociedad civil. El enigma: cómo se llevaría a cabo la transición. Un primer problema que sacude al
conjunto de la comunidad política —incluimos militares, sindicalistas y políticos— es el proceso de
rebelión civil inaugurado. El condicionará fuertemente la decisión de transitar otro camino,
provocando acuerdos sobre la necesidad de detenerlo. Un segundo problema que preocupa se

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refiere a la rebelión de los jóvenes, expresada desde los claustros universitarios, las nuevas alas
dentro de la Iglesia y del sindicalismo, hasta la creación ele los partidos armados. Y el tercer
problema radica en la lectura construida a raíz de ambas violencias, social y armada: la posibilidad
de su confusión. Problemas que conducen a diagnosticar, con las diferencias del caso, de un
modo particular qué está ocurriendo en la sociedad argentina.

Existe, entonces, una situación de la sociedad civil y una interpretación de ella, condicionante y a
su vez productora del qué hacer políticamente, qué senderos tomar. Detener el proceso de
rebelión social implicaba dos alternativas extremas: profundizar la revolución (con variantes) o
instrumentar una salida democrática. El triunfo de la segunda opción suscita de qué manera y con
quiénes emprenderla futura institucionalización. Para responder procuramos construir la trama
política que se crea a partir de la interacción suscitada entre los diferentes y principales
participantes. Interacción establecida en marcos informales, no sujetos a reglas, en la mayor parte
de los casos secreta, clandestina. Lo que ya denominamos: una suerte de estilo privado de tratar
los asuntos públicos.

Colocándonos, entonces, en la esfera de las interacciones establecidas entre los diferentes


responsables de la vida pública, apuntaremos el modo en que formaron sus alianzas y afrontaron
los desacuerdos para arribar al 11 de marzo de 1973. Obtendremos así la trama política es-
tructurada durante el período estudiado. Y conseguiremos un dibujo de los conflictos en ella
provocados, o bien por las comunidades políticas o bien por la sociedad civil.

Una estrecha ligazón existe entre la interacción política, los conflictos suscitados y sus maneras
de resolución. Un determinado modo de interacción genera un tipo de conflicto y en
consecuencia una manera de resolverlo o de no resolverlo, es decir de mantenerlo. Las tres
instancias no sólo se alimentan mutuamente sino que, en realidad, forman una sola. Pongamos
un ejemplo: la proscripción de Perón. Analizarla requiere indagar las interacciones políticas que
llevaron a la proscripción y a su mantenimiento por tantos años. En su resolución quedan
claramente expuestos (los comportamientos y) la interacción política y los conflictos que
condujeron a esa resolución final en 1973.

Sin embargo el tejido de relaciones se vuelve cada vez más confuso a los ojos de los argentinos,
pues existen sindicalistas, militares y políticos enfrentados entre sí. Paralelamente los integrantes
de cada institución política o corporativa poseen y defienden sus propios intereses institucionales.
De ahí el carácter dual de la lucha: interna y hacia afuera. Por lo tanto centraremos el análisis en
aquello que observamos relevante para entender la cultura política: la formación de los bloques
alternativos que se gestaron a lo largo de los años estudiados. Bloques cuyo eje lo integran las
alianzas compuestas por franjas de cada partido o corporación, por protagonistas que participan
en varios bloques al mismo tiempo o por personajes que se deslizan de un lugar a otro de acuerdo
a las circunstancias. Así los diferentes partidos políticos (desde la UCR hasta el socialismo)
descubren en su interior franjas que apoyan alternativas diferentes; algunos políticos, caso Perón,
apuestan a varios bloques paralelamente, mientras Alende y Frondizi van mutando sus posiciones
según pasan los años. La misma observación es aplicable a los militares y a los sindicalistas.

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En 1973 arriba triunfante un bloque que se conforma cuando llega Lanusse a la presidencia y se
organiza La Hora del Pueblo. También Onganía y Levingston intentan gobernar con aliados, pero
el primero elige de modo central al sindicalismo y el segundo se dirige a políticos de menor
relevancia, ambos dejan fuera de juego a Perón. Lanusse actúa diferente. Si bien recurre al
sindicalismo —actor insoslayable para él— no olvida a la clase política.

Reconstruimos la historia siguiendo los movimientos de quienes consideramos algunas figuras


claves de la resolución final de la llamada Revolución Argentina. Y en este terreno de análisis nos
centramos, de manera relativamente acotada, en los personajes; opción tomada por el rasgo
caudillesco de la política argentina. Cada protagonista encierra en sí mismo un conjunto de
relaciones fabricadas a lo largo de su historia política personal y de la historia política del país.
Cada uno contiene una posible red de relaciones.

Este rasgo personalista o caudillesco; que no es exclusivo de la política argentina, requiere, sin
embargo, una mirada desde nuestra propia cultura política en la particular coyuntura que estudio.
A partir de la interacción establecida entre los diferentes y principales protagonistas de la vida
pública pretendo hallar alguna claridad sobre cuestiones que, a nuestro entender, se vinculan con
la "legitimación" que la sociedad argentina otorgó a los jóvenes armados.

Supongamos que existe el siguiente prejuicio: dado la fuerza de los personajes las instituciones se
han debilitado, o desarrollado escasamente, en consecuencia fortaleciendo a ellas se fortalece la
República. Pero si el problema fue, es y seguirá siendo el del buen gobierno democrático, sabido
es desde antaño que las buenas instituciones no hacen buenos gobernantes. No ha sido la
debilidad parlamentaria la causa o la consecuencia de los inconvenientes de la política argentina.

Aquello que torna legítimo o confiable un gobierno y un partido también son sus personas, qué tipo
de interacción establecen (entra sí y con los ciudadanos o afiliados), cuáles son sus acciones y sus
discursos, los límites de su moral, sus dosis de pragmatismo. El descrédito en que cayó la política
pero también la palabra y su contrapartida, el auge y porqué no el prestigio— de la violencia en sus
formas social y armada, en los años que van de 1968 a 1972, tiene que ver con la manera en que las
cuestiones arriba señaladas, jugaron en los caudillos (Vandor, Balbín, Perón, Lanusse, para nombrar
algunos) por un lado, y en cómo fueron visualizados e interpretados a través de los medios de
comunicación, por ejemplo, sus intercambios y fueron escuchadas sus palabras, por el otro.

Un punto que también intentamos traer a la reflexión se refiere al comportamiento especular y/o
cómplice de los diferentes integrantes de la trama política. En este sentido una de nuestras
hipótesis se funda en la semejanza y en la complicidad de comportamientos políticos y no en la
diferencia, el origen de la intolerancia de la política argentina. Similitud que incluye el nivel
34
discursivo. Esto, que ya se ha repetido mucho para el caso de los hombres militarizados no ha
sido pensado, en cambio, para los políticos. En una cultura política como la nuestra vale la pena
reflexionar respecto del punto.

Otra cuestión que exploramos se da en el cruce entre el componente caudillesco y la complicidad


señalada: cada cual juega, fundamentalmente, su propio juego. Así veremos cómo los diversos

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Texto. Golpe o Revolución - La Violencia Legitimada, Argentina 1966-1973

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actores colectivos o individuales realizan múltiples jugadas, se encuentran abiertos a las más
diversas alternativas. Oportunismo, flexibilidad, rasgos facciosos se confunden en las conductas
35
de las comunidades políticas argentinas.

En resumen, construcción de bloques integrados por variados protagonistas, relevancia de los


caudillos, similitud en o complicidad con los comportamientos políticos, priorización del lugar de
cada uno en la trama conforman notas de la lucha por el ejercicio del poder y configuran la
"oscura" trama de la política argentina de esos años. Una trama que ocultó la manera en que
Lanusse, por ejemplo, también construyó a Perón como aliado. Indudablemente Perón y Lanusse
son adversarios en el plano de la lucha política. Pero lo que peligra en los setenta, y aparece
36
reflejado en los discursos políticos, es la civilización misma, la cultura. Ya O'Donnell ha señalado
37
la pretensión del golpe de estado de 1966 de penetrar capilarmente la sociedad argentina. Hay
entre Lanusse y Perón un interés por la colaboración (evitar al enfrentamiento dentro de las
Fuerzas Armadas o entre éstas y el pueblo) y, al mismo tiempo un interés por el conflicto (cada
uno quiere hegemonizar al proceso). En el interior de esa interacción central tomaron parte los
sindicalistas, los militares, los políticos y los partidos armados. Estos últimos –como la juventud en
general– cabalgarán nítidamente, como ningún otro actor político, entre la oposición política al
régimen y la oposición social. Su irrupción en la trama y el campo político argentino acabó siendo
un factor nada despreciable en el retorno de Perón a la Argentina.

Notas

1 Waldrnann (1983).
2 Johnson (1973) y (1975); Gillespie (1982).
3 Duff y McCamant (1976).
4 Nun y Portantiero (1987).
5 Carina Perdi define corno comunidades políticas a la minoría organizada en el poder que considera, en realidad, como un
conjunto de minorías de desigual fuerza, que pugnan por alcanzar grados de control hegemónico sobre la sociedad y sobre
la propia elite. Cf. Perelli (1987).
6 Oilier y Thompson (1985).
7 Ha sido orientadora la sistematización de Goffman quien trabaja, desde una perspectiva social, los aspectos subjetivos de
los encuentros personales. Su texto La presentación de la persona en la vida cotidiana y la síntesis de su pensamiento
realizada por Wolf reafirmaron nuestra visión sobre la interacción política. Cf. Goffman (1981); Wolf (1979).
8 Para este período nos parece muy acertada una reflexión de Sergio Zermeño donde si bien acuerda con el lema general
que la guerra es la continuación de la política por otros medios, también cree que por lo mismo la guerra es un fracaso de
la política –en algún nivel–. Esto lo lleva a interrogarse si no existen épocas en donde la política constituye eso: el arte de
evitar la guerra. Cf. Zermeño (1982).
9 Curso dado a los becarios del CEDES en 1984 al cual asistí.
10 O'Donnell (1982).
11 Rouquié (1978), vol. 2, p. 158.
12 lbidem, p. 157.
13 Ibidem, p. 158.
14 Tapia Valdés (1980).

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15 De Ipola y Portantiero (1980.


16 Dos Santos y García Delgado (19.82).
17 Ibidem, p. 219.
18 De Riz (1987).
19 Thompson (s.f.).
20 Jandi (1987).
21 Cavarozzi (1983).
22 Landi (1987).
23 Delich (1982).
24 De Ipola y Portantiero (1981).
25 Actitud cómplice en el mantenimiento de la proscripción fue desde votar a Frondizi hasta apoyar a Onganía, es decir
cualquier salida que dejara a Perón fuera del juego político formal. Más allá de sus intenciones él pudo haber tenido
también una actitud cómplice.
26 Sigal y Verón (1986).
27 Ibidem, p. 94.
28 Así lo evalúa en Mi testimonio. Cf. Lanusse (1977).
29 O'Donnell (1982), P. 358.
30 Terán (1987), P. 29.
31 Palermo (1986).
32 Portantiero (1987).
33 El comisario Margaride allanando los hoteles alojamiento da una pauta acerca de que debe ser cambiado y qué
conservado. Los golpes de estado aun cuando se plantean cambios intentan la conservación del orden familiar y de las
relaciones personales al estilo tradicional.
34 Quien mejor ha expresado esta idea que intentamos señalas es Borges en su relato "Los Teólogos". Transcribimos
algunos párrafos finales con la intención de expresar más claramente nuestra hipótesis: "Aureliano presenció la ejecución,
porque no hacerlo era confesarse culpable (...) Juan de Panonia yacía con la cara en et polvo, lanzando bestiales aullidos.
Arañaba la tierra, pero los verdugos lo arrancaron, lo desnudaron y por fin lo amarraron a la picota (...) Había llovido la
noche antes y la leña ardía mal. Juan de Panonia rezó en griego y luego en idioma desconocido. La hoguera iba a
llevárselo, cuando Aureliano se atrevió a alzar los ojos. Las ráfagas ardientes se detuvieron. Aureliano vio por primera y
última vez el rostro del odiado. Le recordó el de alguien, pero no pudo precisar el de quien. Plutarco ha referido que Julio
César lloró la muerte de Pompeyo; Aureliano no lloró la de Juan (...) En una celda mauritana, en la noche cargada de
leones, repensó la compleja acusación contra Juan de Panonia y justifico, por enésima vez, el dictamen, más le costó
justificar su tortuosa denuncia (...) en Hibenis, en una choza de un monasterio cercado por la selva, lo sorprendió una
noche, hacia el alba, el rumor de la lluvia. Recordó una noche romana en que lo había sorprendido, también, ese minucioso
rumor. Un rayo, al mediodía, incendió los árboles y Aureliano pudo morir como había muerto Juan.
El final de la historia sólo es referible en metáforas, ya que pasa en el reino de los cielos, donde no hay tiempo. Tal vez
cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que éste se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por
Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una confusión en la mente divina. Más correcto es decir que en el paraíso,
Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el
aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona". Cf. Borges (1969), p. 41.
35 En los últimos tiempos se insiste en los rasgos facciosos de la política argentina. El significado de faccioso es
rebelde armado.
36 Ollier (1987).
37 O'Donnell (1984).

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