Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Así, los niveles de la lengua tienen que ver, en primer lugar, con el contexto
comunicativo: con quién nos comunicamos, en qué situación y para qué; y en
segundo lugar con las capacidades lingüísticas de cada quien, esto es, con su
nivel de instrucción educativo, su talento para el manejo del lenguaje y su léxico.
Los tres niveles de la lengua son: subestándar (por debajo de la norma), estándar
(a tono con la norma) y superestándar (por encima de la norma). A continuación
veremos cada uno por separado.
La lengua vulgar o popular. Es el uso más irregular del idioma que existe,
desobedeciendo o forzando las reglas a conveniencia y privilegiando siempre la
comunicación situacional por encima de la corrección. Es típica de las jergas, los
sociolectos y las maneras locales de comunicarse, por lo que puede resultar
oscuro para quienes no conozcan el código. En ella abundan los vulgarismos y
barbarismos, o sea, se trata de la lengua barriobajera.
Por ejemplo, en la variante vulgar del español latinoamericano se suelen elidir o
modificar muchas consonantes finales, de modo que “llorado” se convierte en
llora’o, o “pelar” en peliar. También es común que el léxico sea muy hermético: en
el lunfardo argentino, por ejemplo, “tombo” es un término reservado para la policía
(proveniente de la inversión de “botón”).
En esa medida, existe un único registro asociado a este nivel, que es la lengua
coloquial: aquella que se adapta a las necesidades básicas formales y de
corrección de una comunidad lingüística, que puede ser una ciudad, una región o
un país entero. Esa es la razón por la cual un extranjero, incluso si habla el mismo
idioma, puede desconocer muchas de las normas estándar de otro país.
El nivel superestándar es el nivel de uso más culto y sofisticado del idioma, y por
lo tanto el que más se adapta a la corrección del idioma y que mayores
conocimientos del mismo requiere para su uso. Es típico de las situaciones de
mayor formalidad y protocolo, o de personas con un alto nivel educativo, de modo
que a aquellos sin la preparación o la práctica necesarias, les costará mucho más
entender.
El mejor ejemplo de ello son los giros de la poesía tradicional, en la que se solía
violentar la estructura de ciertas oraciones para lograr con ello la métrica deseada,
o en la poesía moderna, cuando se usa una palabra de una categoría gramatical
diferente a la debida para obtener un mayor efecto expresivo.
Por ejemplo, cuando César Vallejo escribe “Está ahora tan suave, / tan ala, tan
salida, tan amor”, está usando los sustantivos “ala” y “amor” como si fueran
adjetivos.