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Christiane Gillièron
CAPITULO 1
La aproximación científica
1
Estas dos citas, escogidas entre decenas de otras semejantes en su espíritu,
expresan la convicción de que la psicología se volvió científica porque los
psicólogos adoptaron cierta manera de proceder. Al someterse a las reglas del
"método científico", permitieron que su disciplina se constituyera como ciencia.
Pero, ¿qué es una ciencia? ¿qué es ese método? ¿Es verdaderamente específico el
conocimiento científico? ¿Realmente existe un conjunto de reglas que pueda
proporcionar al investigador la garantía de que "hace ciencia"? Al lector tentado
de creer que un manual de metodología consiste en una recopilación de recetas
necesarias y suficientes para garantizar la cientificidad de una investigación,
conviene precisarle de entrada que este no es el caso.
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inmutables sus teorías y sus instrumentos, reconoce su relatividad y su
fragilidad. Admite que sus saberes son solidarios con el contexto que los
permitió y con la historia que los fabricó.
"Hacer ciencia" implica, entonces, una doble actividad: construir los hechos que
constituyen el objeto de esta ciencia, y reflexionar sobre el procedimiento de
construcción de estos hechos. La reflexión crítica sobre las actividades cognitivas
no es, claro está, del mismo orden, no es llevada a cabo en los mismos términos
que la reflexión crítica sobre los hechos mismos. No obstante, la una y la otra son
racionales, y se sostienen mútuamente. Al iniciarse en una disciplina que se
llama científica, no hay que temer ser confrontado de entrada con una pregunta
que le subyace:
La respuesta inductivista
Neutras, porque el científico registra sin tener opinión a priori, y no hace más que
informar verbalmente lo que sus órganos de los sentidos, o instrumentos que los
prolongan, le han enseñado. Exhaustivas, porque no se da ningún criterio para
elegir entre lo que ve, oye, siente. Procede sin evaluar, sin privilegiar, sin
seleccionar. Verificables, porque todo ser humano normalmente constituido
puede, ha podido, podría o hubiera podido comprobar la misma cosa.
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ahora habrá que constituir un segundo, un catálogo ordenado en el cual los
hechos serán tomados de nuevo, reagrupados, sistematizados. Ya no figurarán
allí proposiciones singulares, sino proposiciones universales. En otros términos,
la segunda etapa consiste en una clasificación e implica un pasaje de lo particular
a lo general. Se habla de la fase de generalización y de elaboración de leyes. Las
manzanas caen, y no sólo las manazanas, sino las peras, las tejas, los alpinistas.
Los corchos, los barcos flotan: las monedas de un franco, de dos francos
ruedan… Al observar las características de cada acontecimiento, el científico está
en condiciones de reagrupar ciertos hechos y de definir clases de hechos.
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Así como la fase de generalización, la fase de predicción consiste en un trabajo
puramente lógico. A partir de leyes y de la descripción de las condiciones de
partida, es posible deducir lo que se debería observar. En cierto sentido, las
predicciones se imponen, son vueltas necesarias por la verdad de las dos
premisas. No dependen sino de ellas, cuya consecuencia son. La predicción es
intrínsecamente deductiva: si tal ley es verdad y si tal condición se cumple,
entonces debería producirse tal fenómeno…La predicción en sí se convierte en
instrumento de validación. Cuando una previsión se cumple, ella justifica las dos
premisas de las que depende, y en particular la primera, lo que resulta crucial. En
efecto, mientras que las condiciones de partida son contingentes, les leyes
supuestamente corresponden a una realidad universal. En otros términos, según
si las observaciones subsiguientes son o no compatibles con sus predicciones, el
investigador podrá seguir confiando en estas leyes - los hechos habrán
confirmado la teoría - o al contrario deberá volver a considerar la cuestión.
Cuando los hechos no responden a su espera, al menos una de las premisas era
falsa. Según el caso, se impugnarán las leyes puestas a prueba, o, menos
dramáticamente, se volverá a examinar la descripción de las condiciones de
partida. Es esto lo que se producirá cuando, por ejemplo, un niño con ojos
oscuros nace de dos padres con ojos azules. En lugar de revisar las leyes
mendelianas, se concluirá que al menos uno de los padres no tenía ojos azules…
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sistema lógico que él describía no estaba destinado en ningún caso a servir de
referencia práctica. La educación que Mill preconizaba, pluralista y humanista,
estaba en contra de un entrenamiento dogmático en la racionalidad. Como lo
recuerda Feyerabend (1978, pp.20 y 48n), es su tratado sobre la libertad lo que
hay que leer para comprender la actitud de Mill frente a la investigación. Al
considerar hoy en día como preceptos metodológicos las descripciones
inductivistas, separadas del contexto que las motivó, se las volvería estériles y
peligrosas. En lugar de esclarecer y guiar, la fábula inductivista extravía.
Las críticas que se han podido formular a su respecto son múltiples. Argumentos
lógicos aparecerán a continuación. Los argumentos psicológicos, en cuanto a
ellos, se desarrollan principalmente en torno a la noción de observación.
Ninguna observación es neutra ni exhaustiva. Toda percepción ya depende de
una espera y de una interpretación: con mayor razón, la definición de los
acontecimientos, la delimitación de las observaciones imponen la necesidad de
escoger. Cada vez más se reconoce que la observación no es independiente del
observador, sino que, al contrario, es altamente selectiva, deformante, cargada
con todo un pasado. En lugar de negar la importancia del sujeto, o de ignorarlo,
los investigadores deben más bien reconocerla para acercarse mejor al objeto. Se
vuelven así epistemólogos, y al mismo tiempo dependientes de la psicología.
Pues es al conocerse, al evaluar sus prejuicios, su limitaciones, al estudiar sus
propias maneras de observar como el científico podrá evitarlos lo mejor. En el
plano de los métodos, se ve que la psicología, después de haber imitado largo
tiempo sus hermanas mayores que admira, las ciencias naturales, está en
condiciones de ayudarlas a reformular sus problemas.
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generalizado y concluido que "todas las manzanas son buenas". Sin embargo, la
operación era arriesgada, puesto que bastaba con que se encontrara una manzana
que no estaba buena para invalidar esta ley. La simple posibilidad de semejante
acontecimiento indica que la conclusión no es necesariamente verdadera.
Si quiere evitar la situación incómoda del caso a.), al mismo tiempo que saca
provecho de la lección que le enseña su empresa, él debe revisar sus normas
metodológicas y admitir que debe partir de ideas a priori. Sólo permanece
entonces, en su lista de prescripciones, lo que corresponde de la tercera fase del
programa inductivista, es decir la fase de validación. Esta, al menos, es la
respuesta del racionalismo crítico y de Karl Popper.
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El racionalismo crítico
Partiendo de la ley enunciada a priori de que todas las manzanas son buenas para
comer, es posible probar el valor de esta afirmación confrontándola con la
realidad. Sin embargo, no todas las observaciones tienen el mismo peso. La
inspección de miles de manzanas sabrosas, en el mejor de los casos, puede
reforzar la creencia de partida. En cambio, bastará con una desafortunada
manzana ácida para quebrantarla. Una única comprobación puede cuestionar la
teoría. Nos damos cuenta, entonces, de que el único conocimiento certero es el
que procede del error. Una proposición puede ser evaluada con certeza cuando
es falsa pero no cuando es verdadera. Una ley no puede ser verdadera sino
provisionalmente, es falsa en espera de su condena. De ahí se sigue que, más
bien que pretender la confirmación de la idea de partida, lógicamente habría que
buscar los casos que la invalidan. Esto es lo que preconizan Popper (1935) y los
partidarios del racionalismo crítico.
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Esta es, claro está, una de las condiciones previas para toda hipótesis sometida al proceso de
verificación: es preciso que no esté invalidada desde el principio por lo que ya se conoce.
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Como se ve, el relato falsificacionista reposa sobre una base, ante todo, lógica.
Desde este punto de vista, indudablemente es más satisfactorio que la respuesta
inductivista. Sin embargo, es imposible dejar de observar que la imagen del
proceso de investigación que intenta acreditar es paradójica. Parecería que al
intentar definir un método válido, se pretendería acrecentar la confianza en el
conocimiento que este método permite construir. Empero, es lo contrario lo que
en este caso se produce, ya que somos llevados a preconizar la destrucción de las
hipótesis. Por lo demás, interrogaciones de carácter más psicológico no faltan.
¿Es verdaderamente posible separar radicalmente una fase de descubrimiento -
intuitivo, irracional, impenetrable, privado - y una fase de validación -
sistemática, clara, bien formulada, pública? ¿Una separación tan tajante, no
desempeñaría la misma función, tranquilizadora y falaz, que el mito de la
neutralidad de la observación? En lugar de buscar otra respuesta a la pregunta
que abría este capítulo, más bien vamos a examinar algunas de las razones que
nos inducen a rechazar la pregunta tal como ha sido formulada.
El rechazo de la pregunta
Una persona bien intencionada puede reconocer en las dos descripciones que
acabo de hacer algunos aspectos que le parecen esenciales, y considerar que
valdría la pena perseverar en la dirección que ellas indican. Podría sospechar que
el rechazo de la pregunta no es sino una evitación, una manera fácil de ahorrarse
el trabajo de una reflexión profundizada. Al situar el problema en un contexto
psicológico, yo quisiera desplazar la pregunta y no evitarla. Comenzaré, por ello,
por explicitar algunos principios que aparecerán de diversas maneras a lo largo
de esta obra.
¿Es semejante afirmación más que una mera opinión? Le Dantec no sólo era un
científico, sino un ser humano. Los científicos trabajan en una época y en un
medio particulares, con una función social determinada. Tienen convicciones,
más o menos próximas a las de sus contemporáneos, y tienen una imagen de sí
mismos, así como la tiene de ellos la sociedad que los nutre. Ahora bien, una
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definición explícita del método científico (que, observémoslo, por principio se
plantea como posible) contribuye a formar esta imagen y a transmitirla. Me
parece, pues, indispensable partir de un punto de vista opuesto al de Le Dantec,
para examinar la imagen del método científico, y conjuntamente la del
investigador que depende de la primera.
La idea dominante expresada fue que, para ser científica, una disciplina no
puede ser especulativa. Sus saberes no son teóricos o abstractos, sino que hay
una confrontación necesaria entre las ideas y los hechos (lo que muestran
términos como "concreto, objeto, observable, real, hecho, confrontar, prueba,
soporte"). Se desprende, con mucha evidencia, que, si hay método científico, es
"hipotético-deductivo" y consiste en deducir a partir de premisas consecuencias
comprobables. Pero, también aparece que si se comprueba de esta manera a las
hipótesis es con el fin de comprobar que son verdaderas. Los términos de
"confirmar, verificar, verificable, verificación" están exclusivamente ligados a los
de "deducción, prueba". Nunca son mencionados los términos de "falsificar,
invalidar, rechazar, refutar", ni siquiera "elegir". La prueba empírica por
excelencia es la de la experimentación (la física es citada en calidad de modelo),
lo que sugieren las palabras de "variables, criterios, controlador, mantener
constante, hacer variar, comparar, grupos experimentales, operacionalizar,
disociar los factores, manipular", y claro está, "experimentar, experiencia". La
idea de instrumentos específicos y de técnicas puede estar ocasionalmente
asociada con ellas ("aparataje, técnicas, estadísticas, laboratorio, instrumentos,
pruebas"), así como la cuantificación precisa ("cifras, cuantificación, medida,
precisión, porcentajes"). El concepto de reproducibilidad resulta importante
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("regularidad, cualquiera, repetir, volver a hallar los mismos resultados"). La
lógica no desempeña un papel unívoco. Claro está, se encuentra la idea de
procedimiento coherente, de organización ("etapas, rigor, reglas, racional,
infalible, correcto"), pero la lógica, porque es abstracta, es sospechosa. El sistema
normativo que constituye a veces puede ser visto como incompatible con las
exigencias de la validación empírica. Se verifica, pero "no de manera teórica".
¿Podría la coherencia formal eventualmente desembocar en contradicciones con
lo real? Una última serie de observaciones tiene que ver con la subjetividad y con
la persona del científico: "frialdad, anular su persona, desprovisto de elementos
personales, personalidad no está en juego, punto de vista dejado de lado, no hay
interferencias".
Desde el punto de vista mismo de las personas interrogadas, parece entonces que
la imagen de la ciencia está asociada con una imagen del científico, lo que no me
parece deber sorprender. Para poder hablar de objetividad, hay que hablar de
subjetividad. Pero se produce el fenómeno notable de que la una está totalmente
separada, desolidarizada de la otra. El conocimiento es visto como desde el
punto de vista de un supersujeto, quien podría decir, respecto a dos
descripciones, cuál es fiel a la realidad ("objetiva", una representación particular)
y cuál corresponde a una lectura, una percepción res ("subjetiva"). Se llega a
pensar que, ya que todo individuo es un ejemplar del género humano, le basta
hacer abstracción de su singularidad para producir un conocimiento que sería
desencarnado, absoluto y universal. Pero semejante conclusión proviene de la
confusión entre dos significaciones totalmente diferentes de la palabra
"subjetividad". La primera (subjetividad1) se refiere a las idiosincrasias. Juan es
diferente de Jaime, por tanto comprenden el mundo de modo diferente. La
subjetividad1 de Juan le hace ver, conceptualizar, describir un hecho de una
manera que no es la que Jaime tendría, en su propia subjetividad 1. En el segundo
sentido, la subjetividad2 remite a la noción correlativa de objetividad y no puede
comprenderse por fuera de ella. Un "objeto" es un objeto para alguien, para un
"sujeto" que se puede llamar sujeto de conocimiento, o sujeto epistémico. En este
segundo sentido, el sujeto2 establece una diferencia entre lo que él considera
como exterior e independiente de él (el objeto), y lo que le es propio. La
objetividad es la norma de un sujeto2, de un sujeto en el segundo sentido, pero
que se puede reconocer en cada ser humano racional.
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Cuando Le Dantec habla del valor absoluto de la ciencia, habla de una ciencia no
subjetiva2, lo que plantea un problema epistemológico fundamental3: ¿cómo
puede la objetividad volverse autónoma, o qué es lo que permite que sea posible?
En cambio, cuando los estudiantes arriba citados preconizan la objetividad,
entienden el antónimo de la subjetividad1: para eliminar el prejuicio, es preciso
que el individuo se borre. La neutralidad exige que el científico desaparezca, en
cuanto individuo y en cuanta persona susceptible de emociones, cargada de
afectos. Para satisfacer a las exigencias de la objetividad1, el científico debe estar
desprovisto de una serie de atributos no contingente.
La norma y el hecho
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Remitimos el lector al ensayo de Borel (1978) para una discusión más profunda de la noción de
sujeto.
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recurrir a la psicología […]. Inversamente, sería absurdo invocar la lógica para
zanjar una cuestión concerniente a la experiencia, tal como la del mecanismo real
de la inteligencia" (ibid., p.40). Lógica y psicología son dos disciplinas autónomas,
pero ligadas por su objeto de estudio. Son solidarias, en el sentido en que la
lógica es el producto de un pensamiento, la del lógico. Piaget considera la lógica,
en cuanto disciplina formal, como un esquema depurado y abstracto, es decir, en
el sentido propio, como el residuo de una abstracción: "Es imposible disociar esta
lógica de su propia construcción y de su propia historia: lo que axiomatiza a la
lógica formal, es pues una cierta actividad del sujeto, a comenzar por la del sujeto
lógico quien inventa intuitivamente sus sistemas antes de poder formalizarlos"
(Piaget, 1967, p.383). La lógica constituye, por tanto, un sistema normativo, pero
un sistema que evoluciona y que, en su estado actual, es él mismo el producto de
una construcción. Para comprender esta construcción, el método histórico-crítico
y el estudio de la psicogénesis son esenciales. Toda la empresa de Piaget parte de
este postulado de una ligazón entre lo "genético" y lo normativo.
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funcionamiento de la inteligencia, sólo están en sus inicios. En el punto en que
nos encontramos, dos actitudes son posibles. La primera consiste en reducir la
metodología a la lógica, separando radicalmente la descripción normativa de
toda consideración de los hechos. Esta es la actitud de Popper y de sus epígonos.
La segunda consiste en rechazar semejante reducción, vista la pobreza de los
estudios existentes - histórico-críticos igual que psicológicos - y en estudiar los
hechos por ellos mismos, renunciando, al menos provisionalmente, a toda
prescripción normativa. Para quien tiene confianza en el programa de la
epistemología genética, es esta última actitud la que aparecerá como la más
razonable. En esta perspectiva, el rechazo de preguntarse si existe un método
científico (lo que arriba llamamos el "rechazo de la pregunta"), lejos de constituir
una resignada comprobación de impotencia, es al contrario una invitación a la
investigación, y particularmente a la investigación psicológica. No es de
asombrarse que sea hacia el estudio de los hechos de la ciencia que se inclina
actualmente el interés4.
4
Véase por ejemplo Mahoney (1976). Grmek (1981) presenta un alegato convincente para una
aproximación menos religiosa de la historia de las ciencias.
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experiencia primera, la intuición, la evidencia de los sentidos constituyen igual
número de obstáculos contra los cuales es preciso precaverse. Homo scientificus
prepara para estos efectos un arsenal de métodos, ninguno de los cuales puede
satisfacerle absolutamente, y que son la marca de cierta aproximación. Lo que
podría distinguir el conocimiento común del conocimiento científico es la
búsqueda sistemática del rodeo, el cuestionamiento de sus propias convicciones.
Pero no hay que olvidar que el niño ya es capaz de cuestionarse, y que él también
desarrolla sus conocimientos en contra de lo que creía.
¿Si tuviera usted que elegir entre las tres soluciones propuestas al lado derecho
de la figura 2, cuál le parecería espontáneamente la más justa? ¿No es la solución
B muy pregnante? Sin embargo, en la medida en que se le exige a usted una
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certeza, usted procederá a alguna verificación. Los medios difieren según las
personas: tomar un palo, sostenerlo con una mano en la mitad y hacerlo deslizar
con la otra, experimentando su movimiento. Los que privilegian la vista
preferirán un dibujo, incluso una película. Los matemáticos calcularán la curva…
Pero en esto de nuevo, entre una solución intuitiva, y otra más o menos
elaborada, usted se sentirá autorizado a hacer una elección, dicho en otros
términos, a preferir una forma de evidencia en detrimento de otra.
Si todas las personas que usted encuentran ven, en la figura 1, el segmento a más
largo que el b; si todas piensan, en el problema de la figura 2, que el centro del
palo recorre el trayecto B; si cada cual ve el sol levantarse por la mañana y
acostarse por la tarde, ¿por qué sería preferible decidir que, al contrario, los dos
segmentos son iguales; que el centro del palo recorre, en efecto, un arco de
círculo, pero abierto hacia abajo (solución C), y que es la tierra la que se acuesta y
se levanta respecto al sol? La respuesta no es simple. Lo que me limito a destacar
es que, en nuestras civilizaciones, el niño, a partir de cierta edad, y el adulto
están de acuerdo en preferir ciertas soluciones indirectas, que ellos creen más
justas, más objetivas. Espontáneamente a veces les falta prudencia (y también
tiempo). Pero una vez comprometidos por su respuesta, una vez confrontados
con la pregunta "¿Cómo lo sabe usted?" son capaces de darse cuenta de que en el
fondo saben mal y están dispuestos a buscar los medios para conocer que
estiman más apropiados.
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vivido acontecimientos similares. Pueden, en el sentido figurado, "compartir"
una experiencia porque han elaborado los mismos esquemas. Si degusto un vino
y le encuentro un sabor a corcho, puedo hacerme comprender de mi vecino, en la
medida en que él que ya tenga experiencia de vinos, que haya degustado vinos
bien conservados tanto como vinos acorchados. Entonces, verosímilmente, él
procederá a las mismas clasificaciones que yo, y podrá reconocer la realidad a la
cual mi observación remite, porque él ha tenido la misma experiencia. Un
amante de la pintura sabrá identificar, entre las personas que se apean del tren, a
aquella que se le ha descrito como parecido a un retrato de Modigliani. Un
melómano puede formarse una imagen del sonido que produce un instrumento
desconocido del cual se le ha dicho que es entre clarinete y gaita. Incluso
privado, un hecho es comunicable, y lo es tanto más cuanto que puede entrar en
esquematismos diversos. Lo que conviene contraponer, entonces, no es tanto el
carácter privado o público de un conocimiento, sino más bien el aspecto primario
o, al contrario, articulado de la experiencia que lo constituye. Más numerosos
serán los rodeos, múltiples los discursos, más ricas las clasificaciones, y más
"científico" será su acercamiento. La universalidad de una comprobación no
constituye su valor, sino que su objetividad es garantizada por las
interrelaciones, las confirmaciones, los marcos, y la teorización que concurren
simultáneamente en la validación y en la transmisibilidad de un hecho.
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encadenamiento deductivo, es la dinámica que el investigador instaura entre
antiguas proposiciones (teoría) y nuevas proposiciones (comprobaciones) que le
confirman en sus creencias. La adhesión de un escéptico no se obtiene mediante
la mera repetición de un cálculo: hay que persuadirlo respecto al buen
fundamento de la selección misma de las proposiciones teóricas y de las
proposiciones factuales; convencerlo respecto a su pertinencia así como de su
verdad. El problema de la elección resulta central para la validación empírica.
La ejemplificación y el muestreo
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La confrontación empírica exige que se elijan, entre la red emarañada de los
fenómenos, los que se convertirán en hechos probantes; que se recolecte un
muestreo de la realidad que se quiere describir. Pero esa recolección, ese
muestreo presentan defectos notables cuando son producidos por el sentido
común. Deberían ser representativos del mundo; de hecho dicen más de quien
los hace. Todo sucede como si el retrato se pareciera más al pintor que al modelo.
Un paseo de dos horas por una calle banal puede constituir una demostración
convincente de este estado de hechos, si es vivido de un modo resueltamente
ingenuo. Imaginemos que el Sr. Student 5 haya consentido a hacer la experiencia.
Abierto a todo, deja su atención detenerse un momento aquí, un momento allá.
Nada preciso le ocupa, todo puede atraerle. Sonidos, olores, colores, formas,
tanto los objetos como las personas lo conquistan por un instante. Escucha, mira,
olfatea, observa, se asombra. Se asombra a menudo y mucho. Echa un vistazo a
los automóviles: mire, este número de placa es verdaderamente notable, es
completamente simétrico, su propietario debe acordarse de él fácilmente. Y este,
¡compuesto sólo de 1, de 3 y de 5! En cuanto al tercero, es aún más extraño. Salvo
una cifra, es el número de teléfono del plomero… si todo va bien, voy a encontrar
ahora el del dentista. No, no es el dentista, es la hija del dentista la que veo por
allá; hablando del rey de Roma… Verdaderamente, hoy es el día de las
coincidencias. Y ese viejo de la barba blanca, lo reconocí la segunda vez que me
topé con él. ¡Ya van tres veces que lo encuentro!… (…) Esta dama lleva la misma
bufanda que regalé a K el año pasado (…) Este perro se parece, como si fuera su
hermano, al de la portera (…) Este almacén de nuevo ha cambiado de propietario
(…) El Sr. Student anota una multitud de detalles que lo divierten, pero sobre
todo, las coincidencias que lo perturban, los hechos "raros" que lo impresionan.
Pero… ¿son tan raros?
Los números de las placas de los autos ciertamente presentan muchas veces "una
característica particular". El Sr. Student habría sido igualmente asombrado al
hallar uno que forma una progresión aritmética, o que puede leerse tanto hacia
adelante como hacia atrás, o que corresponde a una fecha célebre, al resultado de
la lotería, al precio de su nuevo televisor a colores. De hecho, ¿no sería más raro
encontrar una sucesión de cifras de la que no pudiera sacar absolutamente nada?
De la misma manera, conoce probablemente más perros que el mero guaguá de
la portera. Las probabilidades que ese perro se parezca a uno cualquiera de los
perros que él conoce no son desdeñables, a menos, claro está, que ese perro sea
5
Quien no debe confundirse con su homónimo el estadístico, para quien, por lo demás, este
nombre sólo era un seuduónimo.
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verdaderamente excepcional, pero en ese caso, también habría sido observado. El
caso del viejo encontrado tres veces es aún más interesante. Seguramente habrá
evocado para Student el proverbio "nunca dos sino tres". Nos encontramos aquí
con un hecho, muy real, que confirma una regla. Este hecho podría ser invocado
para justificar el buen sentido del proverbio; constituye un argumento empírico.
Sin embargo, para que sea verdaderamente probatorio, el incidente debería ser
relativizado. Su valor real no puede estimarse sino por contraste. Habría que
saber, cuando un acontecimiento poco frecuente se ha producido dos veces, si
tiene la tendencia o no a producirse una tercera vez.
Las notas tomadas por Student, desde cierto punto de vista, consisten
efectivamente en una descripción de lo que ocurrió. Sólo fueron anotados los
fenómenos que se presentaron a su vigilancia. No obstante, para que esas notas
representen más que una simple crónica, habría sido necesario que los
acontecimientos narrados fuesen puestos en perspectiva. Toda coincidencia, todo
acontecimiento son singulares, y pueden ser considerados en su singularidad.
Pero esta singularidad no halla una significación sino confrontada con otras. Al
ser único, un hecho no es forzosamente excepcional. Desde otro punto de vista,
las notas de Student son reveladoras de él mismo. Son el testimonio de sus
expectativas y de sus sensibilidades. ¿No habría observado Student la simetría
del primer número por la misma razón por la que supone que el propietario del
vehículo debe acordarse fácilmente de él? Un hecho no existe solo. Cuando
aparece, es porque la mirada lo aísla, la atención lo privilegia. No es elocuente; es
el sujeto quien es ventrílocuo. Un saber no podría, por tanto, ser neutro, a menos
de que el mismo sujeto logre animar, sin discriminación, todas las figuras que se
presentan ante él. Para ser objetivo, tendrá que selccionar los hechos de acuerdo
con otros criterios que los que le son espontáneos. Entre los instrumentos de
ruptura, resulta que los métodos que permiten delimitar las elecciones son
esenciales. Veremos en el capítulo 2 que los planos experimentales constituyen
un método, entre otros, de selección sistemática, y que las técnicas de muestreo
utilizadas en el caso de la observación desempeñan el mismo papel.
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casos desfavorables en un universo de referencia que él delimita claramente,
actúa como "científico".
Por lo demás, podría hacer aún mejor: insertar ese balance en una teoría; mostrar
que "nunca hay dos si no tres" es una consecuencia previsible a partir de un
cuerpo de conocimientos admitidos y formalizados. Si lo lograra, la mayor parte
de sus colegas admitirían que él ha realmente explicado este hecho perturbador.
Pero, en últimas, ¿se trata en efecto de un hecho, o de una superstición?
Dejaremos al lector intrigado el cuidado de concluir, y lo remitimos al artículo de
Solterer (1941) 6.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
Grmek, M.D. "A plea for freeing the history of scientific discoveries from myth".
In M.D.Grmek, R.S. Cohen & G. Cimino (eds.), On Scientific Discovery. Dordrecht:
Reidel, 1981, pp.9-42.
Lewis, D.J. Scientific Principles of Psychology. Englewood Cliffs, N.J.: Prentice Hall,
1963.
6
Paul Mengal fue quien trajo a mi atención la existencia de este artículo.
21
Mahoney, M.J. Scientist as Subject: The Psychological Imperative. Cambridge, Mass:
Ballinger, 1976.
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