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Ha habido maniobras del poder que han necesitado hacerlo existir. Así, han
instituido la ficción del Otro, de un Otro consistente, sólido, sobre el cual hacer
recaer el fundamento del sujeto y del lazo social. La religión primero y la política
después han sido los dispositivos pragmáticos que mejor han contribuido al
montaje de la ficción del Otro.
Por un lado, la consistencia no debe ser pensada como un atributo del Otro.
El Otro, en su condición de semblante, sostenía su eficacia de la creencia que el
sujeto mantenía por él. Es decir, el riesgo de este planteo, es el malentendido que
lleva a pensar que antes había un Otro que se la bancaba, y luego decayó. Que
había un Otro y, que además, ese Otro se la bancaba siempre fue una creencia
neurótica, propiciada lógicamente por la institución del discurso. Lo que cayó, con
la época, fue la creencia en la existencia de ese Otro y aún más, en su condición
de fundamento. He ahí la inconsistencia actual.
Función de la ficción jurídica. Función clínica del derecho. Que eficacia posible. El Padre
que no existe. Afectación de la función simbólica a partir de la verificación de su
inexistencia real. Crisis de la jurisdicción. Efectos en la relación del sujeto a la ley jurídica.
El impasse ético. Violencias.
Cuando lo que el padre cede es la transmisión del Ideal –es decir, cuando
lo que no logra es articular la renuncia con el campo del sentido- entonces lo que
se produce es un efecto de melancolización.
¿Qué implica esto? Pues no otra cosa que el siguiente hecho: para que la
prohibición paterna tenga eficacia requiere de un fundamento. Que la renuncia que
afecte al padre esté asentada sobre una imposibilidad. Valga resaltar aquí la
lógica paradojal. Un padre no renuncia al goce posible. La renuncia redobla la
imposibilidad existente. Cuando un padre renuncia al goce incestuoso y parricida
lo hace sobre el fundamento de su imposibilidad. Es decir, esa imposibilidad debe
ser reconocida para que la prohibición sea efectiva.
Esto es, la desigualdad de los sujetos ante la ley explicitada por el Estado
vía la vulneración del orden a través de la representación de sus autoridades
judiciales. Como saldo de esa desigualdad en la esfera penal, la impunidad.
Entonces, cualquier acción llevada a cabo por el Estado que tenga como objetivo
asegurar la impunidad de un delito en el fuero penal o bien, la consecución de un
beneficio en el fuero civil, y que implique por tanto favorecer a un individuo en
perjuicio de la comunidad, supone la realización de una injusticia, y por tanto, la
afectación del orden de creencia necesario para la atribución de autoridad que
sostiene la legitimidad del orden jurídico y su eficacia.
De ahí al estallido del tejido social y la explosión de los lazos no hay más
que un pequeño paso.
El decir implica la dimensión del cuerpo. Los efectos de una transmisión van
más allá de la dimensión del enunciado y los efectos de significación. Lo que se
produce a partir de un decir que produce una transmisión es un efecto que toca lo
real. Es decir, atañe al corazón de la cosa misma.
¿Qué puede significar entonces que hay un decir que tiene por objeto de la
transmisión el derecho? Jurisdicción entonces, decir el derecho, implica el acto
mismo por el cual quien enuncia una sentencia produce una transmisión. Una
sentencia judicial habla. Y se dice que el juez habla a través de sus fallos.
Entonces, he ahí el objeto de la disquisición. Decir el derecho implica transmitir.
Una sentencia judicial implica una transmisión. Y qué es lo que se transmite sino
un principio de autoridad que legitima el orden jurídico establecido.
Ahora bien, ¿cuál debe ser la posición de enunciación de aquel sobre quien
recae semejante función? Sarrulle, remitiendo a Szczaranski propone como
referencia el vuelo en una jaula. Es decir, se trata de una enunciación acotada,
ordenada por un cierto límite. Ahora, vale preguntar: ¿cuál es ahí el límite que al
juez se le impone? Podría responderse prontamente, el juez no está por fuera de
la legalidad que transmite. Es decir, su autoridad se legitima a través de su propia
afectación por la ley. Esto es, el juez mismo debe estar alcanzado por el orden
que intenta hacer cumplir y la legalidad debe ser el principio por el cual regule su
función.
La función del juez, debe ser una función desprovista de goce, vaciada del
vicio del poder y las prerrogativas de su investidura. El juez, como sujeto está tan
afectado por la legalidad que transmite como aquel que realice sobre él una
atribución de autoridad. Sin dicha afectación la legitimidad de su función cae por
tierra. El deseo del juez es asegurar la justicia. Volar en una jaula implica dejarse
sujetar por el lazo de la ley que regula la convivencia entre los hombres y hace de
la justicia una seguridad vital.
Sobre las consecuencias de ese dejar caer, es posible ubicar los efectos
más estragantes. Que el padre no esté sujetado por un deseo sino habitado por la
dimensión de un goce exorbitante o bien que un juez no regule su vuelo en una
jaula sino que se deje conducir por los afanes personales o bien embates del
poder, eso no es sin consecuencias a nivel del lazo con el hijo, o bien, de la
regulación del lazo entre los hombres.
Las ambigüedades en la función del padre y del juez deben cada una ser
sometidas al análisis de la interrogación. La pregunta sobre el propio ejercicio de
la función se vuelve una condición crucial para poder realizar la misma con la
mayor responsabilidad posible. Es decir, se trata de estar a la altura de dar una
respuesta por lo que se ha dicho, vale decir, por lo que se ha hecho. Tal es la
dimensión ética del asunto.
En esta línea, el juez, aparece situado en el lugar del Otro, como semblante
de autoridad, revestido con el emblema del legítimo ejercicio de su función de
transmisión de la norma. La escena en la que se incluye, reproduce los montajes
histórico-tradicionales a través de los cuales la sociedad se ha constituido. En tal
sentido, el autor plantea la escena judicial como una escena de ritual, litúrgica, en
la que se actualizaría la dimensión de la transmisión filiatoria, genealógica.
El psicoanalista en la época del Otro que no existe. El desamparo de una vida sin la ficción
del Padre. El campo jurídico penal. Dispositivos de intervención. ¿Qué intervención
posible? Clínica del desamparo. La orientación por lo real: prescindir del Nombre del Padre
a condición de servirse de él como semblante.
Ahora bien, lo que el aparato inscribe como pérdida no es más que la falta
de objeto. Es decir, que no hay en el campo del lenguaje objeto que pueda
responder en términos de satisfacción sino de modo parcial, eso es lo que es leído
a partir de la operación de represión primaria como pérdida. Es decir, la pérdida
implica como tal una operación de lectura de la falta.
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Trabajo presentado en el Congreso de Investigaciones y Prácticas en Psicología de la Facultad de Psicología
de la UBA. 2014.
producir un agujero en lo imaginario. Agujero que en lo imaginario es socavado
desde lo simbólico mismo.
Quizás haya que pensar al consumo de drogas en una estricta relación con
los efectos de melancolización como saldo de un duelo imposible.
Dolores se ubica como una mala madre: “una hija de puta”. Tiene cinco
hijos. De cuatro hombres distintos. Cuando ella se droga no los ve. A ellos los cría
su madre. Piensa qué hará cuando salga. Teme volver a consumir. Piensa que si
no va a su casa se va a internar en la villa y eso la conduce siempre al punto del
consumo.
No quiere decir por vergüenza –según afirma luego- que le había contado a
alguien más el abuso sufrido. Se trata de su madre. Define a ésta como “tapadora,
negadora”.
Ubica entonces el abuso sufrido en primer lugar a los nueve años, luego a
los once, por parte de su padre, y finalmente, a los doce por parte de su tío
paterno. Respecto a esto último dice: “me abusó mal”. Interrogada acerca de el
“mal”, responde: “para minimizar lo de mi papá”.
Su madre le dijo que ella está más tranquila sabiendo que Dolores está
encerrada en la cárcel. Se afana en aclarar que al principio esto le hizo ruido pero
que luego comprendió que su madre se preocupa mucho por ella. Ésta le dijo:
“cuando estás afuera yo estoy esperando que me digan que te pasó algo malo”.
Apertura hacia la interrogación del deseo materno. Escucha la equivocidad. La
desmiente rápidamente.
Aparece en ella la pregunta: que es para los otros que no vienen a verla.
Comienza a desplegar su pregunta por su lugar en el deseo del Otro. Ubica allí el
dolor de su madre por la pérdida de su hijo al momento de su llegada al mundo.
Recuerda lo que decía su padre. “vos viniste a llenar un agujero”. Su formulación:
“yo tengo un gran agujero en el alma. No sé cómo llenarlo. Ni con cinco hijos ni
con todos los hombres, nunca lo pude llenar”.
Dos hitos marcan la historia que esta mujer tiene para contar.
Dos años antes de nacer Dolores muere un hijo de esta mujer, un niño de
tres años que pierde la vida en un accidente doméstico que parece sumir desde
entonces y para siempre a su madre en la tristeza. El niño cae a una acequia,
existente en el fondo de una casa de una provincia del interior (M.) donde la
familia vivía antes de mudarse a Buenos Aires.
La madre de Dolores dice con relación a este hecho que el padre de la
joven siempre le dirá que ella vino a tapar un agujero, agujero cuya referencia la
madre ubicará como el dolor por la muerte de este niño.
El consumo de drogas puede estar vinculado a una patología del duelo que
de cuenta de un cierto fracaso en la constitución de las identificaciones y de la
falla en la operación de separación. En el recorte tomado como referencia clínica,
resta la inscripción del objeto perdido en el campo imaginario. La no inscripción del
–φ, es decir, la falla en la operación de castración no logra operar la lectura de la
privación que implica la pérdida de un hijo haciendo fracasar por tanto el trabajo
del duelo, y con este, la falla en la identificación constitutiva del narcisismo del
sujeto.