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subjetividades en la
pedagogía.
Inés Dussel
(05/09/2013)
.
Inés Dussel
Con esta clase nos seguimos introduciendo en algunas discusiones sobre la cuestión de las
identidades y las subjetividades. Estos son dos términos centrales de la reflexión
contemporánea, que reconocen filiaciones similares, aunque en ocasiones abren diferentes
perspectivas. En este módulo tratamos de problematizar la idea de identidad docente, en la
primera clase, y ahora nos meteremos con el problema de pensar la identidad de jóvenes y
niños, los procesos en que se constituyeron y se constituyen, y el lugar de la escuela y de
otras instituciones (los medios de comunicación masivos, el mercado, la familia) en ese
proceso.
En las páginas que siguen quisiéramos plantearles un recorrido más conceptual sobre estas
nociones, así como contribuir a pensarlas desde la experiencia escolar.
II. De qué hablamos cuando decimos sujetos
Dibujo de Kafka
"Entré a la literatura cuando dejé de decir yo y empecé a decir él", señala Franz
Kafka en uno de sus diarios. Puede leerse en esta sentencia el principio constitutivo
de toda literatura del siglo XX, y que la crítica ha dado en llamar la "muerte del
autor". Desde entonces, la identidad del sujeto empírico que erige la pluma parece
disolverse en el mismo acto de escribir, dejando lugar al sujeto ficticio que supone
toda narración. Acaso el diario íntimo - el sujeto como relato- sea una excepción a
la norma, aunque es posible arriesgar que también allí la escritura sirve a la
construcción de una mera ilusión.
Este sujeto siempre aparece como un sujeto obrador, un sujeto que se define en esa
acción que opera sobre otros. Es un sujeto soberano, un sujeto cuya propia acción -
como el pensar de Descartes- garantiza su independencia, su autonomía; y es un
sujeto autocontenido, capaz de definirse a sí mismo, su propio principio.Esta forma
de pensar al sujeto fue una forma característica de la modernidad, sobre cuyas
características se detuvo el primer módulo, y de las que hablaremos también en el
siguiente apartado. Etienne Balibar destaca que es a partir del siglo XVII que se
define un concepto de individuo dotado de mente y conciencia interiores, separadas
del mundo, que son la base de la identidad moderna. Pensemos, por ejemplo, en el
famoso dictum de Descartes: "Pienso, luego existo". Este sujeto que imagina
Descartes se define a sí mismo; es su acción de pensar lo que constituye la garantía
de su existencia material (y ya no es constituido externamente, como se pensaba
hasta entonces, por Dios y su gracia divina). Esto, que nos parece tan obvio y de
sentido común, no es nada obvio; es una construcción filosófica y política que
define a las personas y a su relación con el mundo, que dice que todos tenemos una
subjetividad producto de esta conciencia propia, original y separada del mundo.En
los siglos XVIII, XIX y sobre todo en el XX, este sujeto autocontenido y soberano
fue complementado con otras visiones, que reflexionaron sobre sus
condicionamientos sociales, económicos, políticos, familiares. Desde Rousseau
hasta Marx y Durkheim, muchos filósofos y teóricos se preocuparon por analizar
por qué las personas se constituían de unas maneras y no otras de acuerdo a su
educación, su lugar en la producción, su ideología, su posición en la cultura.Fue
probablemente el psicoanálisis el que introdujo con más fuerza la idea de la
opacidad de los sujetos, de que su autonomía no estaba sólo restringida por su lugar
social o las ideas imperantes (que en el fondo también podían ser "clarificadas" y
"controladas"/combatidas/desechadas), sino también por algo que escapa a su
voluntad: el inconsciente.
Es en ese sentido que decimos que se empieza a ver a los sujetos como "opacos",
porque se asume que no hay transparencia posible, ni soberanía posible. El sujeto
no es dueño de sus actos, aunque puede, análisis mediante, recobrar cierta "libertad"
y capacidad de acción.
"La escritura fue una técnica central (para relacionarse con el yo). No es que no
hubiera escritura antes; desde las cartas de Sócrates hasta las confesiones de San
Agustín habían moldeado la experiencia del yo. Pero para los puritanos del siglo
XVII, el diario confesional, el diario autobiográfico personal, completado al
finalizar el día, constituía lo que un contemporáneo llamaba "un libro de actas del
propio estado de pecado", que permitía efectuar, a través del trabajo de la
escritura, una medida de cómo estaba cada uno en relación a la prescripción
bíblica. El diario era un espejo para la naturaleza pecadora de cada uno, un espejo
que cada uno sostenía. La auto-inscripción del diario calibraba las propias caídas
y daba testimonio de la supervivencia de la fe; el yo debía convertirse tanto en el
pecador como en el juez de los propios pecados."
Las dos líneas de teorización de los sujetos y la subjetividad que propusimos no son
totalmente coherentes ni compatibles; sin embargo, avanzan en cuestionar la idea
del sujeto moderno autofundado, autocontenido y soberano, y proponen hipótesis
sobre por qué y cómo se constituyen los sujetos de la manera en que lo hacen. Pero
como veremos a continuación, hay otras formas de teorización de aquello que
define a las personas que son un poco más "blandas", y que miran el nivel
interpersonal antes que la constitución de una profundidad psíquica. Nos referimos
a la noción de identidad y de diferencia como ejes para pensar la estructuración de
la experiencia contemporánea.
III. La pregunta por la identidad
Pensemos por ejemplo en la película "¿Quieres ser John Malkovich?" En una historia con
tintes fantásticos, el protagonista "descubre" una manera de "entrar" en la mente del actor
John Malkovich, y usa este poder para seducir a una mujer que conoce en el trabajo. La
mujer a su vez se enamora de su mujer, y todos ven sus vidas transformadas por este "jugar
a ser otros". Pero al mismo tiempo, las conversaciones que se dan entre los protagonistas
asumen siempre que hay un "fondo" de la identidad que permanece estable, aún cuando se
esté en el cuerpo de otro; así, uno de los protagonistas le dice al otro que "sabía", había
podido reconocer trazos de la identidad del ser amado, pese a estar en un cuerpo ajeno. Ello
sucede a pesar de que el argumento de la película es que esa experiencia de trans-
sustanciación o trans-corporización los transformará profundamente.
Para Hall, las condiciones de vida posmodernas han introducido una crisis en estas visiones
de la identidad, que de hecho se reflejan en la película mencionada. Los cambios en la
organización del mundo social, tales como la dislocación de las estructuras y procesos
centralizados característicos de las sociedades modernas, la flexibilización e
internacionalización de las economías, las corrientes migratorias de los países antiguamente
colonizados a las viejas y nuevas metrópolis y la difusión de los medios de comunicación
de masas globalizados, han producido nuevas conceptualizaciones sobre las relaciones
entre los unos y los otros, y volvieron más evidente el hecho de que las identidades están
sujetas a cambios históricos, políticos y sociales. La idea que las identidades se definen
históricamente y que cada uno tiene identidades no resueltas y hasta contradictorias, está
recibiendo mucha más aceptación que en el pasado. En esta aceptación, las luchas de las
llamadas "minorías" (mujeres, movimientos étnicos, minorías sexuales) por lograr que se
reconozcan sus derechos a ser diferentes, han sido cruciales en ensanchar los límites de las
formaciones de identidad previas. Sin embargo, hay que destacar que en sus luchas por el
reconocimiento, muchos de estos movimientos han cristalizado sus identidades,
pluralizando los mapas sociales, pero convirtiendo a cada identidad en una entidad tan fija
y estable como las identidades anteriores. En vez de tener una sola identidad homogénea
nacional, como era el caso en la mayoría de las naciones a principios de siglo, hay varias
identidades dentro de la nación (por ejemplo, para el caso estadounidense, los blancos, los
negros, los latinos, los asiáticos; para el caso europeo, los nacionales y los inmigrantes o
trabajadores temporarios; para el caso latinoamericano, los criollos y los otros grupos -
inmigrantes recientes, indígenas, negros, entre otros-), cada una de ellas tan estable y
"natural" como la que proporcionaba la nación.
Quien haya pasado por la experiencia de una terapia psicoanalítica, por ejemplo, puede
dimensionar cómo cambia este "relato" sobre la vida propia y la de otros de acuerdo a las
circunstancias, a los saberes disponibles, a la manera en que vemos y nos hacen ver nuestra
experiencia y nuestras posibilidades. El género autobiográfico también nos provee muchos
ejemplos sobre esta reconstrucción que se hace sobre el pasado, esta "puesta en escena" que
ilumina ciertos aspectos y confina a las sombras a otros, que acondiciona para la época, el
mercado o la audiencia, una versión del pasado que sirva a los fines del presente.
Coinciden estas líneas con la idea de que la identidad es relacional, porque hay que
entenderla en el marco de relaciones con otros sujetos, instituciones y discursos. Está
marcada, delimitada, por la diferencia, por la presencia de otros, más o menos extraños o
familiares. Si no hay otros, no hay yo. En esa demarcación de qué es "identidad" y qué es
"diferencia", también juegan un rol los símbolos, que permiten clasificar y ubicar a sus
portadores, así como también producen sentimientos en quienes los portan (lo que se llama
el proceso de identificación). Piénsese, por ejemplo, en el uso de camisetas de fútbol, en las
banderas e himnos nacionales, o en ciertos géneros de música popular que terminan
unificando a poblaciones nacionales dispersas.
El terreno en el cual afirma este carácter único es, sin embargo, inseguro y resbaladizo.
Aunque no puede desechar a la diferencia para poder ser algo definido, y allí reside la
paradoja ya que no puede ser algo sin su contrario, la identidad es vulnerable a la tendencia
a convertir la diferencia en una total otredad para poder así asegurar su propia certidumbre.
Así, la identidad siempre está en una relación compleja, política, con las diferencias que
busca fijar y cristalizar como algo bien distinto, para asegurarse su propia coherencia y
continuidad. Dice Connolly que toda identidad involucra una violencia constitutiva (una
relación de poder) en la constitución de esas diferencias. Subraya que la diferencia puede
ser pensada como una identidad distinta que es complementaria, negativa, o amenazante, o
rechazarse al plano de lo impensable e invisible, y que todas estas opciones son siempre
políticas, tienen efectos de poder y son efecto de relaciones de poder. Por ejemplo, si se
congela a la diferencia como otredad/alteridad irreductible, termina identificándosela con el
"mal", el "enemigo". Si pienso, en cambio, que mi propia identidad se ve enriquecida por el
otro, y que es igualmente cambiante y móvil, puedo abrirme a experiencias de interacción y
convivencia fructíferas con esa otredad. Lo que nos parece sugerente del planteo de
Connolly es que sostiene que siempre hay una tensión, un terreno resbaladizo que hay que
volver a reconocer y explorar cada vez.
En ese sentido, podemos decir que identidad y diferencia no son conceptos opuestos sino
mutuamente imbricados, y que pueden ser tratados como un concepto singular que funciona
en una doble dirección, habilitando y desalentando prácticas. La diferencia, o la exclusión,
no sólo existen como este `afuera´ constitutivo contra el que se recortan, sino que de hecho
se producen en la misma operación. Hay que tener en cuenta que aún las identidades más
inclusivas, como la nación, las religiones ecuménicas o la democracia, pueden ser
altamente excluyentes, como lo han probado en el pasado y se sigue viendo en nuestro
presente.
La desvalorización del otro ha sido muchas veces nombrada como "etnocentrismo", esto es,
centración en la propia etnia. Dice el antropólogo argentino Néstor García Canclini: "(en
relación al) etnocentrismo y el desprecio del diferente... no hay grupo inocente. Los griegos
llamaban "bárbaros", o sea "balbuceantes, tartamudos", a los extranjeros. Los nahuas se
referían a sus vecinos como popolacas (tartamudos) y mazahuas (los que braman como
ciervos). Para los hotentotes, los ainu y los ramchadales los nombres de sus tribus
significan "seres humanos". ¿Es el mismo procedimiento el que indujo a los mexicanos a
llamar peyorativamente "gachupines" a los españoles, a los argentinos a decir "gringos" a
los italianos, y a otros latinoamericanos usar esta misma expresión para referirse a los
estadounidenses? ¿Y cuando los españoles llaman "sudacas" a los latinoamericanos están
devolviendo la atención, o nos hallamos en otra etapa de la discriminación y los
malentendidos?" Podríamos también buscar otras palabras para nombrar este
congelamiento o aniquilamiento de la diferencia: racismo, xenofobia, discriminación,
genocidio, inquisición.Lo que nos parece importante afirmar como corolario a esta
presentación sobre las nociones de identidad y diferencia es que no estamos condenados a
llevarnos mal o bien con los otros seres humanos, sino que la relación con la otredad es una
relación política, históricamente cambiante. Dependerá de nosotros, de las instituciones y
las ideas que primen en un momento dado, que esa relación de convivencia con otros pueda
establecerse. Hay mucho debate entre quienes quieren una sociedad más justa y
democrática, sobre qué se hace una vez que se reconoce la diferencia, la existencia de otros
que son distintos a mí y a nosotros: ¿se los debe aceptar? ¿se los debe tolerar? ¿se los debe
amar? Pero sin duda estaremos un paso más cerca de una convivencia más justa y
democrática si partimos de reconocer que el otro está, reclame o no su lugar, y que mi
identidad y la de él o ella son igualmente valiosas para la vida en común.
IV. ¿En qué medida los debates sobre las identidades interpelan a la escuela?
Pero estas décadas nos han enseñado que la escuela produjo inclusiones y también
exclusiones; que generó identidades fuertes, pero que en algún momento dejó de
tener tanto peso; que planteó que había formas de hablar, saberes, cuerpos legítimos
y valiosos y otros no tanto; que el cambio de las formas de relacionarse en la
escuela no dependía exclusivamente de tener nuevos reglamentos de convivencia;
que los chicos y los docentes de hoy no son iguales a los de antes; y podríamos
seguir con la enumeración. En todas esas afirmaciones hay muchos supuestos sobre
cuáles son los sujetos de la educación y cuáles son las identidades que se
constituyen en la escuela, supuestos que hay que conocer, someter a discusión,
pasar por el tamiz de la crítica y ver qué utilidad tienen para construir una escuela
más justa y más hospitalaria con las diferencias, más democrática. Esperamos que
este módulo los ayude a pensar y a proponer otras formas de hacer sobre nuestro
trabajo en la producción de sujetos, en la formación de identidades.
V. Post-Scriptum en torno a la problemática de la subjetividad
Toda pregunta busca una respuesta, decía Blanchot, y podemos agregar que toda pregunta
es una buena pregunta si imaginamos que en algún lugar o mediante alguna operación
podemos merodear una respuesta precaria, provisoria, pero contingentemente necesaria
para fijar-nos en alguna posición. Pues bien, la pregunta que atraviesa el texto que
acabamos de leer podemos formularla así. ¿Quién soy?, ¿Quiénes somos?, ¿Quiénes son?.
Durante un tiempo considerable, la respuesta a esta pregunta la proporcionaban una serie de
dispositivos dominantes en la producción de sujetos. La familia y la escuela, con la ayuda
de una batería de saberes provistos por la pediatría, la psicología, la pedagogía, se
encargaron de decirnos cómo ser, cómo deber ser. Por cierto, como lo sugiere claramente el
texto de Inés, esta experiencia de constitución trajo no pocos sufrimientos y allí vino el
psicoanálisis y más tarde los estudios culturales a alertarnos que eso de la ambigüedad, la
insatisfacción, la falta, la inestabilidad, la precariedad eran parte de la condición humana.
Ahora bien, ¿son éstas las preguntas que hoy nos desvelan? ¿Nos desvela saber quiénes
somos como docentes, como mujeres u hombres, como madres, como amantes, como
amigos/as o acaso lo que nos inquieta es cómo producirnos en relación con los otros y el
tiempo que nos toca vivir? Las formas trascendentes de nominarnos históricamente ¿nos
proveen de pilares significativos para ocupar un lugar en el mundo? ¿Es el sufrimiento por
liberarnos de las ataduras de identidad lo que nos afecta o tal vez lo que produce
padecimiento es no saber cómo pensarnos en un mundo altamente incierto y
dispersante?¿Cómo pensarnos y pensar nuestra circunstancia?¿Cómo descifrar las
condiciones de este tiempo histórico? ¿Cómo registrar las experiencias que vivimos cuando
todo atenta por tornarlas evanescentes? ¿Cómo producir sentido con esos otros cotidianos
cuando el sentido que nos proveían las referencias trascendentes están en baja? ¿Cómo
hacer para que algo consista en la escuela cuando lo que prevalece es la dispersión y la
confusión acerca de las leyes que regulan nuestros intercambios?Si nuestro problema es
cómo pensarnos y cómo hacer experiencia, dado que las determinaciones que nos
informaban cómo hacerlo (la ley trascendente en cualquiera de sus formas: teorías, estado,
religión, ideologías) se revelan impotentes, si -a su vez- no se trata de elucidar sentidos
impuestos sino de instaurarlos, la pregunta por la subjetividad es la pregunta por las
operaciones que nos permitan producirnos y producir con los otros los sentidos de nuestras
prácticas.Creemos que el dilema al que nos enfrentamos no es cómo escapar de la
alienación, sino cómo impedir que la velocidad, la evanescencia de los tiempos, la futilidad
de los aconteceres nos diluyan. Pero cambiemos el modo de decirlo: el problema no es
como impedir, el problema es cómo producir-nos cuando "Dios ha muerto". Para nosotros,
en esto consiste la subjetivación, pensamiento vivo que habla de un hacerse-pensarse.
Bibliografía