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La corrupción, como parte del paradigma de funcionalidad social, es más un término que
un concepto. Esto es, a la corrupción se la entiende más como una imagen fónica que a la
vez que provoca temor promete también placer y comodidad; se la identifica de esta
forma de manera inmediata, no como una idea comprendida desde la situación social
existente, de suyo difícil, sino desde un inconsciente necesariamente reprimido y llevado a
la brutal naturaleza de la animalidad, por lo que el más mínimo orificio para respirar será
aprovechado. Su poder y peligro está en la facilidad con que la sociedad, la gente, asume
que lo “conoce”, en la impercepción, indiferencia, inconciencia y salvajismo con que se
está en ella como forma de vida.
le adjudica origen cultural). Hay “creencias” que pueden no serlo, que engañan al
individuo. Se puede decir que hay creencias verdaderas y otras que no lo son (las
primeras son creencias que permiten la morada, que generan oikos, que instauran lo
moral, la morada). Cuando algo se corrompe es cuando pierde su naturaleza (la virtud
para crear morada, habitación desde lo que se es), o por lo menos la va perdiendo.
Cuando la corrupción se posiciona como un término fácilmente identificable juega el papel
de aquello que está a la mano y no implica ningún reto a potencialidades humanas el
obtenerlo. La corrupción es el utensilio cotidiano, la herramienta que por la magia del
camuflaje dota de poder, es lo que sin pensarlo está ahí de fácil uso, sin necesidad de
instructivo, que incluso el hombre menos dotada sabe usar. Todo ello convierte a la
corrupción en una creencia ciega de inmediata utilidad, con esta creencia se afirma lograr
todo, además que se considera sumamente eficaz; se crea un ser poderosos y alrededor
su respectiva narrativa mítica de rituales de reconocimiento, como dar la vida por ése ser
supremo. El problema se hace profundo por su fácil expansión, como se dijo, se posiciona
esta creencia, se instaura como parte de la naturaleza social del hombre, se convierte,
pues, en una institución, necesaria, inexcusable, y a la vez seductora por su omnipotencia
ahora no sólo social sino se presume también humana: no se es individuo moderno –que
no persona-- si no se saber hacer todo a través del camino más fácil.
La corrupción es el único ente que corrompiéndose a sí mismo se hace cada vez más
fuerte, tiene más vida, por lo cual le hace un enemigo sumamente dañino y esquivo para
los pueblos. Como bien se ha dicho, es el peor de los males de la administración pública, y
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ahora se instaura como el carácter mismo de toda relación contractual, civil, privada,
incluso alcanzando ya el mundo infantil.
El caso es que, por lo menos, identificar este carcoma represente un camino para recobrar
la institucionalidad de cualquier gobierno mexicano, y se diría que del mundo. Es buen
inicio, pues, descubrir que su naturaleza consiste en ser un invasor silencioso, dañino para
la identidad y los valores, cuya fuerza la adquiere de tres constituyentes: propagatoria,
versátil y propiciatoria.
paulatinamente a ser un pueblo sin destino, producto del capricho y el hombre decaído,
empobrecido, sin origen (que es donde todo pueblo apoya su destino). Por eso hoy se
sabe que Roma no invadió a Grecia, no la conquistó, es sabido que fue totalmente al
revés, pues quien guardaba en sus diálogos su origen, su naturaleza, era y es Grecia –que
hoy persiste en su hegemonía como cultura.
Es fácil invadir a una persona cuando ésta no tiene medios para hablarse a sí misma, para
saber quién es. Cuando una persona no sabe ser libre, es decir, cuando no vislumbra
metas a partir de lo que sabe de sí mismo, de su propia naturaleza (virtud del
ensimismamiento), entonces las metas se las pone otra gente, otro pueblo, otra sociedad
(transculturización), augurando paulatinamente la pobreza de su lenguaje, de su
comunicación (las personas ya no se dicen nada, sólo vociferan o repiten fórmulas eficaces
de transacción económico-materiales de usurera economía subdesarrollada) la
desaparición de hablas, es decir, de pueblos y sociedades.
3 Lipovetsky, Gilles, “La era del vacío. Ensayos del individualismo contemporáneo”,
Anagrama, Barcelona, 1983, p. 118.
necesariamente sólo del hombre, le correo como un parásito cuya meta biológica es la
destrucción de quien le alimenta —no se conoce, dentro de los estudios de la psicología
animal comparativa, el hecho de que en el reino animal haya conducta corrupta o algo
que se le asemeje—. Además de que la invasión se expande, y como un “carcoma” de la
corrupción, por tener una naturaleza degenerativa humana, in-moral, se expande y se
hospeda en los seres más débiles, los hace cosas-brutas menos que humanos.
todas sus presentaciones es el excelso brillo –el traje, el embarullar--, como las joyas
falsas, que bastaría detenerse con el más mínimo de esfuerzo en la reflexión para
descubrir esa falsedad. La corrupción, en todo tipo de personas, de funcionarios débiles,
tiene una seductora manera de envolverles, y es la de siempre y en cualquier situación:
acomodarse muy bien a las intenciones particulares. Por ello que no es fácil hacerla a un
lado, es siempre un traje a la medida, aunado a que sus resultados no son de largo plazo
sino que son inmediatos –propios de las gentes ansiosas, ventajosas, que tienen como
premisa comerse el pastel antes que nadie--. Estos comportamientos resultan para estas
gentes ventajosas desde dos formas: por un lado guardar homogeneidad sustantiva, es
decir, siempre se tratará de dinero o lo relacionado con ello (lujos, poder, mujeres, etc.),
no otra cosa; y por otro lado, sus resultados muestran siempre desproporción en los
montos, sea la sustancia que sea todo se presenta con desmedidos beneficios. Cuando
una persona echa mano de un instrumento como la corrupción sabe, sin la menor
capacidad de juicio para tomar decisiones o investigar científicamente futuros escenarios,
que obtendrá resultados ya plenamente conocidos y establecidos, lo que anula el riesgo
muy humano de si resulta o no resulta, y además, como expresa esta gente débil, ahorra
tiempo --¿Quién ha dicho que el en la vida del hombre el tiempo se ahorra?.
De la misma manera, el acto corrupto debe dejar ver, como algo singular a su monstruosa
naturaleza: que en su espacio todo tiene un precio, hasta la vida, y aunque sea por
intuición, la naturaleza humana sospecha que no se debería de pagar, descubre que en
cualquier inesperado momento se completará la derrota, vendrá (ya está hoy) el reino de
la pusilanimidad, que a la par trata al hombre como el más imbécil, lo sublima y lo hace
sentir el héroe que todo lo puede: ¿Quién ha dicho que el hombre todo lo puede?
Aunado a las excelsas virtudes de la corrupción, más aún tiene la extraña capacidad de
acción a distancia: aunque no esté presente posee el poder de seducir y provocar actos
incluso a ciegas del actor. Desde lejos, sin dar el rostro (origen de la irresponsabilidad: no
dar razones de los actos, no dar la cara, prósopon), llama la atención y precondiciona a la
gente para que en el momento en que se preste la ocasión se dé la desviación.
La ideología sería en este sentido el mensaje explícito que la sociedad construye a partir
de y para sus instituciones, es la realidad social explicitada a través del enarbolamiento de
ciertos valores,
que no correspondían con la realidad 7, hoy no es así, ni siquiera se permite una evolución
de pensamiento, simplemente se imponen relaciones sociales sin fundamento histórico,
que es precisamente lo que permite el escabullimiento ante cualquier señalamiento social
de culpa, el escamoteo de la historia. Cuando no hay historia en los actos, por
desubicación humana, todo se vale, cualquier deshonestidad. En agrupaciones sociales
surgidas intempestivamente, sin memoria, lo que prepondera es la anarquía, la ley del
más fuerte, el fascismo, el autoritarismo, no hay creencia alguna que otorgue sentido a la
conducta, sólo el más astuto sobresale; por eso se dice que en el acto corrupto lo que
sobresale es el primitivismo.
7 Cfr. Bataille, Georges, “El erotismo”, Tusquets, Barcelona, 1992. El interdicto es una
puesta en cuarentena de maners de hablar y luego de actuar que no correspondían con una
aparente y oficial manera de llevar la vida, en especial la sexual, hasta que poco a poco la
evolución civilizatoria los incorporaba marcando nuevas formas de vida.