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Fragmento del libro “Política pública u otra manera del ser”


Autor Marcelino Núñez Trejo.

Para Alondra Marcela,


cuya belleza –reunión de bien y verdad-- está más allá de toda corrupción.

LA CORRUPCIÓN. Degeneración ideológico-institucional1.


No existe mejor trinchera para la ignorancia moderna que la corrupción.
MNT.

La corrupción, como parte del paradigma de funcionalidad social, es más un término que
un concepto. Esto es, a la corrupción se la entiende más como una imagen fónica que a la
vez que provoca temor promete también placer y comodidad; se la identifica de esta
forma de manera inmediata, no como una idea comprendida desde la situación social
existente, de suyo difícil, sino desde un inconsciente necesariamente reprimido y llevado a
la brutal naturaleza de la animalidad, por lo que el más mínimo orificio para respirar será
aprovechado. Su poder y peligro está en la facilidad con que la sociedad, la gente, asume
que lo “conoce”, en la impercepción, indiferencia, inconciencia y salvajismo con que se
está en ella como forma de vida.

El que la propia naturaleza <huidiza y acomodaticia> de la corrupción la presente como


instaurada desde la evolución histórica y social de los pueblos tiene sus consecuencias (se

1 Quin, Robyn “Ideología”, Cowan University, Australia, 2000: La ideología es un conjunto de


ideas, normalmente políticas, formuladas deliberadamente, coherentes y racionales, empleadas
para delimitar y comprender la forma en que puede organizarse la sociedad… Así, la ideología es
un conjunto de valores sociales, ideas, creencias, sentimientos, representaciones e
institucionalidad mediante el que la gente, de forma colectiva, da sentido al mundo en el que vive.
Cfr., Habermas, Jürgen, “Ciencia y técnica como ideología”, Taurus, Madrid, 1998.
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le adjudica origen cultural). Hay “creencias” que pueden no serlo, que engañan al
individuo. Se puede decir que hay creencias verdaderas y otras que no lo son (las
primeras son creencias que permiten la morada, que generan oikos, que instauran lo
moral, la morada). Cuando algo se corrompe es cuando pierde su naturaleza (la virtud
para crear morada, habitación desde lo que se es), o por lo menos la va perdiendo.
Cuando la corrupción se posiciona como un término fácilmente identificable juega el papel
de aquello que está a la mano y no implica ningún reto a potencialidades humanas el
obtenerlo. La corrupción es el utensilio cotidiano, la herramienta que por la magia del
camuflaje dota de poder, es lo que sin pensarlo está ahí de fácil uso, sin necesidad de
instructivo, que incluso el hombre menos dotada sabe usar. Todo ello convierte a la
corrupción en una creencia ciega de inmediata utilidad, con esta creencia se afirma lograr
todo, además que se considera sumamente eficaz; se crea un ser poderosos y alrededor
su respectiva narrativa mítica de rituales de reconocimiento, como dar la vida por ése ser
supremo. El problema se hace profundo por su fácil expansión, como se dijo, se posiciona
esta creencia, se instaura como parte de la naturaleza social del hombre, se convierte,
pues, en una institución, necesaria, inexcusable, y a la vez seductora por su omnipotencia
ahora no sólo social sino se presume también humana: no se es individuo moderno –que
no persona-- si no se saber hacer todo a través del camino más fácil.

En este sentido, la corrupción representa el círculo vicioso de convertirse en institución


para a la vez destruir la institucionalidad. Jamás en la historia se había visto esto: una
institución que se corroe a sí misma, pero todavía más extraordinario, es que mientras
más corroe y destruye la institucionalidad, mientras más podrida más institución se hace,
adquiere mayor fuerza, mayor seducción.

La corrupción es el único ente que corrompiéndose a sí mismo se hace cada vez más
fuerte, tiene más vida, por lo cual le hace un enemigo sumamente dañino y esquivo para
los pueblos. Como bien se ha dicho, es el peor de los males de la administración pública, y
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ahora se instaura como el carácter mismo de toda relación contractual, civil, privada,
incluso alcanzando ya el mundo infantil.

El caso es que, por lo menos, identificar este carcoma represente un camino para recobrar
la institucionalidad de cualquier gobierno mexicano, y se diría que del mundo. Es buen
inicio, pues, descubrir que su naturaleza consiste en ser un invasor silencioso, dañino para
la identidad y los valores, cuya fuerza la adquiere de tres constituyentes: propagatoria,
versátil y propiciatoria.

Si se parte desde su carácter de invasor, se hace referencia al hecho de que no pide


permiso para establecerse y presentarse, y por su virtualidad (adelante se profundizará en
esta característica) aparece como el medio más útil precisamente porque se hace
acompañar de dos ideas “modernas” sobre valores de actividad humana, esto es, que
promete eficacia y eficiencia. Se presenta, entonces, como “aquello que todo lo puede” --
cuando se sabe que la vida consiste en buena parte en renunciar, en saber distinguir lo
que se puede hacer de lo que no se puede hacer, y esto, fundamentalmente a partir del
conocimiento verdadero y honesto de lo que cada persona y cada sociedad tienen como
virtudes, potencialidades y saberes de su mundo y de sí mismos.

La corrupción, entonces, es invasora porque existen la condición desampara de la


persona: se invade al hombre de espíritu debilitado, esto es, al que le han ocultan su
historia, sus esfuerzos, su sentido de vida. Ningún pueblo consistente en sus creencias
(i.e., aquellas por las que da la vida) permite la transculturación, no es vulnerable a la
invasión de otras maneras de hacer y actuar en la vida, porque tiene clara idea de sus
riquezas como persona y como sociedad y las estima y las cuida. Una sociedad con
identidad, con los suficientes espejos ( obras de arte) que le recuerden qué tiene, quién es
y por ello hacia dónde se dirige, es decir, de fuertes y verdaderas Instituciones emergidas
de la comunicación-dialógica que ubica lo que vale para la comunidad, no puede ser
invadida --que etimológicamente significaría ser vaciado desde dentro--, y llevarla
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paulatinamente a ser un pueblo sin destino, producto del capricho y el hombre decaído,
empobrecido, sin origen (que es donde todo pueblo apoya su destino). Por eso hoy se
sabe que Roma no invadió a Grecia, no la conquistó, es sabido que fue totalmente al
revés, pues quien guardaba en sus diálogos su origen, su naturaleza, era y es Grecia –que
hoy persiste en su hegemonía como cultura.

Es fácil invadir a una persona cuando ésta no tiene medios para hablarse a sí misma, para
saber quién es. Cuando una persona no sabe ser libre, es decir, cuando no vislumbra
metas a partir de lo que sabe de sí mismo, de su propia naturaleza (virtud del
ensimismamiento), entonces las metas se las pone otra gente, otro pueblo, otra sociedad
(transculturización), augurando paulatinamente la pobreza de su lenguaje, de su
comunicación (las personas ya no se dicen nada, sólo vociferan o repiten fórmulas eficaces
de transacción económico-materiales de usurera economía subdesarrollada) la
desaparición de hablas, es decir, de pueblos y sociedades.

En el caso de los pueblos, de la sociedad moderna mexicana en particular, las instituciones


representan el último resguardo de la identidad (utopía de resguardo del origen o remedo
de los altares sagrados del hombre mítico por la figura del político) y luego de la
conciencia de lo que se es y se quiere como grupo humano. La corrupción invade, como
sombra apocalíptica, los mismos espacios donde la labor del día significa conseguir el
alimento (espacios sagrados), donde , esto es, debiera existir re-ligare ahora existen
proyectos diseñados desde la trinchera del individualismo 2 cuyo carácter es el beneficio
propio a costa del vencimiento del otro: yo puedo, tú no; yo puedo más que tú. El otro, el
semejante, se le convierte en instrumento de negocio.

El proceso de personalización tiene por efecto una deserción sin


precedentes de la esfera sagrada, el individualismo contemporáneo no

2 Cfr., Vattimo, Gianni, “El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura


posmoderna”, Gedisa, Barcelona, 1987. Ver principalmente Secc. Segunda, Cap III, Muerte o
crepúsculo del arte,
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cesa de minar los fundamentos de lo divino: en Francia, en 1967, el 81%


de los jóvenes de quince a treinta años declaraban creer en Dios; en 1977
ya sólo eran un 62%, en 1979, 45.5% de los estudiantes declaraban creer
en Dios. Es más, la propia religión ha sido arrastrada por el proceso de
personalización: se es creyente, pero a la carta, se mantiene tal dogma, se
elimina tal otro, se mezclan los Evangelios con el Corán, el Zen o el
budismo, la espiritualidad se ha situado en la edad kaliedoscópica del
supermercado y del auto-servicio.3

Cuando esto es así, las instituciones no congregan a la gente a partir de creencias


comunes, compartidas, a partir de un pathos de grupos humano (esencia de la
comunicación), que bajo la actuación diaria reflejan la personalidad y el crecimiento de su
gente, de su grupo y de su sociedad. El acto o acontecimiento institucional refleja lo bien o
lo mal hecho, castiga o premia y representa a los ojos de la gente del pueblo la tristeza o la
alegría de lo realizado por todos, pues lo hecho contra o por la institución
(históricamente) se refleja en los rostros de su gente, de sus empleados, y sobre todo en
el espacio simbólico-espiritual del pueblo4 (que el arte debe reflejar como llamado de
atención, como acicate, como conmoción para cuerpos embrutecidos por la facilidad de la
eficacia).

Otras de las características de la corrupción es el ser propagatoria, esto es, no se establece


en un lugar para su fácil ubicación, sino que se esparce, día a día, entre más espacios,

3 Lipovetsky, Gilles, “La era del vacío. Ensayos del individualismo contemporáneo”,
Anagrama, Barcelona, 1983, p. 118.

4 Cuando las instituciones se convierten en tumbas monumentales de ideas podridas sin


creencia antropológica que las sustente, hacen surgir gente contranatura, escribe Cioran: ¿Qué
maldición le cayó para que al término de su desarrollo no haya producido más que esos hombres
de negocios, esos abarroteros, esos tramposos de mirada nula y sonrisa atrofiada que uno
encuentra por todas partes, tanto en Francia como en Inglaterra y en Alemania inclusive? ¿Era esta
gusanera la conclusión de una civilización tan delicada, tan compleja? Quizás había que pasar por
ello, por la abyección, para imaginar otro género de hombres. Vid, Cioran, Emile, "Historia y
utopía", Tusquets, Barcelona, 1988.
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necesariamente sólo del hombre, le correo como un parásito cuya meta biológica es la
destrucción de quien le alimenta —no se conoce, dentro de los estudios de la psicología
animal comparativa, el hecho de que en el reino animal haya conducta corrupta o algo
que se le asemeje—. Además de que la invasión se expande, y como un “carcoma” de la
corrupción, por tener una naturaleza degenerativa humana, in-moral, se expande y se
hospeda en los seres más débiles, los hace cosas-brutas menos que humanos.

La propagación de la corrupción se presenta cuando aumenta el número de funcionarios


sumamente débiles (sabemos que en esta anemia espiritual la educación juega una culpa
insoslayable), es decir, contagia, envuelve en su soma a la gente débil llevándola al
máximo de degradación humana: por dinero creer en estupideces. Estas personas no
tienen manera de atacar a la corrupción, de oponerse a ella, ya no pueden reflexionar y
mucho menos realizar el acto acrobático de la ipseidad (una de sus cualidades es el vacío,
la nulidad racional); esto porque se les presenta como el instrumento o medio idóneo
para desarrollar su “trabajo” de manera fácil, “cómoda”, valor supremo de la sociedad
económica avanzada –hacer poco y ganar mucho-- (cualidad de un placer no hedonista
sino bestial sin sentido: dormir por dormir, comer por comer; denigrando incluso el propio
principio del placer que el griego exaltó: el placer de lo bien hecho); están embelesadas en
esta máquina social hasta el extremo de que se olvidan de sí mismos (no otra cosa es vivir
para el dinero). Esto les hace a su vez más débiles y contagian a quienes laboran y
conviven con ellos, lo que lleva, pues, a aumentar el número de gente débil, se convierten
en sociedades de masa. La corrupción se propaga delatando a los enjutos de espíritu,
emergen como frutas podridas y su hedor aunque insoportable, en pueblos ya enfermos,
representa oportunismo de ser lo que nunca se sería. A todos les cierra la posibilidad de
ensimismarse, de reflexionar sobre sí mismos, sobre su lugar social y sus creencias por las
que darían la vida. Pulula la gente ya muy debilitada, que ya perdieron el habla
definitivamente, basta ver cualquier entrevista a un servidor público en los medios de
comunicación para cerciorarse de que el lenguaje es ultrajado y convertido en jerga de
estupideces. En la gente sin ningún eje axiológico, sin ninguna creencia vital, la corrupción
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encuentra tierra fértil y ataca, reduce la calidad humana a un individualismo recalcitrante


que vacía la vida de toda posibilidad de Don, de vivir-con-el-otro; no hablan, en oficinas se
oye blasfemia con bocas llena de espuma como la bestia que tiene una mirada perdida en
la ansiosa presa por deglutir.

La afasia, el desamor, la imprudencia, la mentira, la violencia, la astucia, el escamoteo, la


mezquindad son formas que descubren y delatan a esa gente antropófaga,

Corrupción entonces es ver sólo la propia nariz. Es repetir el miedo al ser


humano, es sólo poder ver la mezquina recompensa ante el enorme valor
de la oportunidad de ser. Es ver el dinero y no a sí mismo siendo, es ver la
calificación y no el propio crecimiento, es el miedo de perder la vida en
una relación personal ante la posibilidad heroica de entregar la vida por el
gusto de ser capaz de hacerlo, gratis. Corrupción es no ver y no querer
ver. Es enseñar a un niño a ver la recompensa como motor de la acción,
es tratarle en función de la evaluación de su acción en lugar de
simplemente regalarle el afecto, es creer que debe merecerse el afecto.
Un ser humano no tiene que lograr el mérito de sus derechos y del amor
sino reconocer en sí y en el otro los derechos por sí y su capacidad de
amar. No tiene que ganarse la oportunidad de ser sino reconocer en sí
que ya es y el potencial de su ser sin tener que ser medido, evaluado,
adjetivado y comparado para poder ser.5
De la mano con la característica propagatoria de la corrupción –invasora--, está su
virtualidad. Esto consiste en sus mil presentaciones seductoras, en su ontología
camuflada, en su facilidad para cambiar la forma y manera de presentarse a los individuos
(se alimenta del engaño, la mentira, el ocultamiento; del empaque embellecido, de la
demagogia, el cliché, el escamoteo. Todo esto en el mejor de los casos, pero en el más
generalizado se presenta como desvergüenza, desfachatez). El denominador común de

5 Jiménez Illescas. Luis Fernando, “Percepción y Corrupción”, Edición Trece/Revista


Probidad (marzo-abril/2001), El Salvador.
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todas sus presentaciones es el excelso brillo –el traje, el embarullar--, como las joyas
falsas, que bastaría detenerse con el más mínimo de esfuerzo en la reflexión para
descubrir esa falsedad. La corrupción, en todo tipo de personas, de funcionarios débiles,
tiene una seductora manera de envolverles, y es la de siempre y en cualquier situación:
acomodarse muy bien a las intenciones particulares. Por ello que no es fácil hacerla a un
lado, es siempre un traje a la medida, aunado a que sus resultados no son de largo plazo
sino que son inmediatos –propios de las gentes ansiosas, ventajosas, que tienen como
premisa comerse el pastel antes que nadie--. Estos comportamientos resultan para estas
gentes ventajosas desde dos formas: por un lado guardar homogeneidad sustantiva, es
decir, siempre se tratará de dinero o lo relacionado con ello (lujos, poder, mujeres, etc.),
no otra cosa; y por otro lado, sus resultados muestran siempre desproporción en los
montos, sea la sustancia que sea todo se presenta con desmedidos beneficios. Cuando
una persona echa mano de un instrumento como la corrupción sabe, sin la menor
capacidad de juicio para tomar decisiones o investigar científicamente futuros escenarios,
que obtendrá resultados ya plenamente conocidos y establecidos, lo que anula el riesgo
muy humano de si resulta o no resulta, y además, como expresa esta gente débil, ahorra
tiempo --¿Quién ha dicho que el en la vida del hombre el tiempo se ahorra?.

La presentación más dañina de la corrupción dentro de su virtualidad, está el presentarse,


pues, como el instrumento más bueno que haya inventado el hombre para resolver todos
los problemas. Dentro de una tierra fértil para la corrupción, caracterizada por el extravío
del origen (naturaleza) de la persona y su relación esencial con la sociedad (la
comunicación), se instaura fácilmente el reino de la oscuridad en fines, se impone la magia
del capricho narcisista y la codicia. La corrupción, entonces, se levanta como una más de
las mentiras con que el hombre débil se resguarda de los actos nobles de inmenso
heroísmo, y en los gobiernos infantiles suple la ineficiencia de los servicios públicos
(tienen su varita mágica). Aunque parece buena la corrupción su lado malo es su esencia,
es de doble rostro, de doble moral.
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De la misma manera, el acto corrupto debe dejar ver, como algo singular a su monstruosa
naturaleza: que en su espacio todo tiene un precio, hasta la vida, y aunque sea por
intuición, la naturaleza humana sospecha que no se debería de pagar, descubre que en
cualquier inesperado momento se completará la derrota, vendrá (ya está hoy) el reino de
la pusilanimidad, que a la par trata al hombre como el más imbécil, lo sublima y lo hace
sentir el héroe que todo lo puede: ¿Quién ha dicho que el hombre todo lo puede?

No pequemos de optimismo al querer presentar la virtualidad de la corrupción, es huidiza,


socarrona, alcahueta, vanidosa, la intención aquí fue solamente acercarnos, no sin tomar
precauciones, a su ser sobre todo virulento e infeccioso. La experiencia personal podría
ser fuente argumentativa de dicha característica, baste decir que la falta de las
condiciones sociales donde broten seres humanos para realizar hazañas heroicas lleva a
otra presentación de la corrupción: cualquier individuo quien la usa se convierte
automáticamente en el salvador de las causas. En fin, la corrupción se autocrea un espacio
social propicio donde se vive con la aberración epistemológica de: para creer se tienen
que ver resultados. En alguna plática un aprendiz de ciencia humana me decía que Cuba
se sostenía por sus creencias, así como Japón y Estados Unidos, y que en el fondo, si
México asume tener alguna identidad, se daría por la vía de una institucionalidad
histórica, que emerge a diario de narrativas cotidianas de sobrevivencia.

En lo que respecta al carácter propiciatorio de la corrupción, consiste en que su sola


presencia promueve a que las personas estén no tentadas a utilizarla sino forzadas a
hacerlo. Se realiza el acto supremo del hombre disminuido, ese que no quiere esforzarse
por nada: la deshonestidad. Así, lo propiciatorio de la corrupción es algo que no deja que
las cosas sigan un proceso natural, por el contrario, hace que sucedan las cosas lo antes
posible, desvía el elan vital porque los apresura o retrasa, para a su vez, encadenarse
necesariamente con el ad hoc del comportamiento deshonesto. Cuando se presenta este
carácter propiciatorio, que hace que las cosas pasen aunque no sea su momento en
tiempo y espacio –análogo de plaga--, se quiere decir que transforma a las personas y las
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situaciones sociales en idóneos para que el acto corrupto ataque imprevista y


soterradamente creencias ancestrales que mantenían sagradamente unido (religare) al
pueblo. La corrupción no motiva, más bien empuja socarronamente al mal presentándolo
como un bien: esencia misma de lo diabólico.

Aunado a las excelsas virtudes de la corrupción, más aún tiene la extraña capacidad de
acción a distancia: aunque no esté presente posee el poder de seducir y provocar actos
incluso a ciegas del actor. Desde lejos, sin dar el rostro (origen de la irresponsabilidad: no
dar razones de los actos, no dar la cara, prósopon), llama la atención y precondiciona a la
gente para que en el momento en que se preste la ocasión se dé la desviación.

De esta manera después de acercarse a la naturaleza corrupta, es de esencia señalar que


aquello donde la corrupción hace directamente daño, y es precisamente en las ideas con
las que el sujeto toma sus decisiones, es decir, en la ideología social. Aceptemos que la
ideología es la <IDEA > que mueve a actuar al hombre, en este sentido tiene parecido a lo
que es la institución, pues dicha <IDEA> es la creencia del pueblo devenida de su pathos
histórico, la entrega incondicional de la voluntad a una dirección que el discurso social
señala como verdadero, digno de fe, digno de vivir en él. La Institución representa esta
dirección, esta orientación que los tiempos que ha vivido un pueblo le han dejado como
conocimiento de lo que se debe hacer. Ante este conocer popular y ancestral recogido en
la institucionalidad, la ideología sería entonces la proclamación explícita de los valores que
recoge un pueblo —aquí cabe hacer la aclaración que es necesario entender a la
Institución no sólo desde lo público como Estado o Gobierno, sino de manera amplia
abarcando lo privado, pues por ejemplo el sistema Montessori, o la misma Virgen de
Guadalupe, representan creencias que mueven amplios y representativos sectores de la
población a llevar su vida conforme al sentido y objetivos que ellos señalan—, y que de
una manera u otra sea tal vez la única representación que la sociedad, los individuos,
tienen de su ubicación como emblema de la tarea a cumplir en los espacios en donde se
mueve, hogar, escuela, trabajo, etc.
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La ideología sería en este sentido el mensaje explícito que la sociedad construye a partir
de y para sus instituciones, es la realidad social explicitada a través del enarbolamiento de
ciertos valores,

Entendemos aquí por ideología cualquier forma socialmente procesada y


socialmente eficaz de representación o esquematización de la realidad,
presente por lo menos implícitamente no sólo en el discurso sino en
cualquier práctica social, como una dimensión posible de análisis… según
Gramsci “el significado más alto” de ideología es el de una “concepción
del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en
la actividad económica y en todas las manifestaciones de la vida
individual y colectiva”6

Es entonces en la idea de realidad social, en la creencia de cómo es la vida y hacia qué


objetivos se debe encaminar, donde incide la corrupción y donde hace más daño; es decir,
incide en lo más sensible de la ubicación del individuo en su mundo, en sus ideas que
sostienen su vida misma. Cuando alguien distorsiona la realidad frente a otra persona, lo
que se está haciendo es desubicarla en sus papeles sociales a cumplir, la pierde entre las
narrativas que contiene el por qué de los actos, hace que su vida no tenga sentido y actúe
tan sólo a la impronta, intempestiva y brutalmente. El sujeto está divorciado de su vida
social, el corrupto vive en otro estado de cosas, se puede decir irreales. El problema en el
caso de la responsabilidad pública es que como el funcionario desarrolla sus funciones en
las instituciones, en el lugar donde se resguardan las creencias de la concepción de la vida,
de la sociedad, del hombre mismo, entonces la manifestación que estas instituciones
hacen como “ideología” de Estado se degenera, el individuo común y corriente contempla,
día a día y cada vez más señalado, la fatal e insoportable incongruencia entre actos y
realidad, que en todo caso es lo peor que a un pueblo se le puede mostrar como emblema
de actuación pública. En los pueblos antiguos se aislaba a los individuos que hacían cosas
6 Giménez, Gilberto, “Poder, Estado y discurso”, UNAM, México, 1983, p.86.
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que no correspondían con la realidad 7, hoy no es así, ni siquiera se permite una evolución
de pensamiento, simplemente se imponen relaciones sociales sin fundamento histórico,
que es precisamente lo que permite el escabullimiento ante cualquier señalamiento social
de culpa, el escamoteo de la historia. Cuando no hay historia en los actos, por
desubicación humana, todo se vale, cualquier deshonestidad. En agrupaciones sociales
surgidas intempestivamente, sin memoria, lo que prepondera es la anarquía, la ley del
más fuerte, el fascismo, el autoritarismo, no hay creencia alguna que otorgue sentido a la
conducta, sólo el más astuto sobresale; por eso se dice que en el acto corrupto lo que
sobresale es el primitivismo.

Contribución: Mtro. Marcelino Núñez Trejo


archivo: asome.hortz@gmail.com

7 Cfr. Bataille, Georges, “El erotismo”, Tusquets, Barcelona, 1992. El interdicto es una
puesta en cuarentena de maners de hablar y luego de actuar que no correspondían con una
aparente y oficial manera de llevar la vida, en especial la sexual, hasta que poco a poco la
evolución civilizatoria los incorporaba marcando nuevas formas de vida.

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