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Vladimir Ilich Ulianov Lenin

Cuba

(Fidel Alejandro Castro Ruz; Mayarí, Holguín, 1926 - La Habana, 2016)


Revolucionario y estadista cubano. Tras liderar la triunfante Revolución
cubana de 1959, que agrupó a un amplio espectro de sectores sociales y
formaciones políticas contra la servil y corrupta dictadura de Fulgencio
Batista, Fidel Castro emprendió de inmediato una política de signo
socializante que incluyó la reforma agraria y la expropiación de los bienes
de las compañías norteamericanas. La presión de Estados Unidos, que
apoyó en 1961 un frustrado intento de invasión de la isla, llevó a Castro a
radicalizar sus posturas y a solicitar ayuda a la URSS, y aunque el
desenlace de la llamada Crisis de los misiles (1962) aseguró la pervivencia
de la Revolución, socavó también su independencia, dejando al país
alineado en la órbita soviética. Con el apoyo de la Unión Soviética y del
bloque socialista, y a costa de las libertades ciudadanas y de los sacrificios
impuestos a la población, Fidel Castro pudo superar las inmensas
dificultades que supuso el bloqueo estadounidense, y siguiendo los modelos
de planificación comunista logró reseñables avances sociales (educación,
sanidad), si bien el desarrollo económico fue exiguo. Tras la caída del muro
de Berlín en 1989, la subsidiada economía de la isla padeció una gravísima
crisis; pese a ello, la Cuba castrista figuró entre los pocos regímenes
comunistas que sobrevivieron al derrumbe de la URSS. Con la salud
debilitada, Fidel transfirió el poder a su hermano Raúl Castro en 2008, casi
cincuenta años después del triunfo de aquella revolución en que habían sido
compañeros de armas.

Biografía
Procedente de una familia de hacendados gallegos, Fidel Castro estudió
derecho en la Universidad de La Habana, por la que se doctoró en 1950. Su
ideología izquierdista le llevó a participar desde muy joven en actividades
revolucionarias, como la sublevación contra la dictadura de Rafael Leónidas
Trujillo en Santo Domingo (1947); el fracaso de la misma motivó su exilio
en México. Vuelto a Cuba, militó en el Partido del Pueblo Cubano, y pocos
años después retomó su actividad revolucionaria, esta vez contra la férrea
dictadura instaurada en 1952, tras un golpe de Estado, por general
Fulgencio Batista (1952-1958), que puso el país al servicio de su propio
provecho y de los intereses norteamericanos.

Su primer intento fue el asalto al Cuartel de Moncada en Santiago de Cuba


(1953), que se saldó con un fracaso: el cuartel no llegó a ser tomado y la
acción no provocó la esperada insurrección popular. Pese al descalabro
militar, Castro se anotó una victoria política, ya que aquel acto dio a sus
protagonistas una gran popularidad que se vio acrecentada durante el juicio
subsiguiente, en el que Castro se defendió a sí mismo y aprovechó para
pronunciar un extenso alegato político («La Historia me absolverá»).

Fidel Castro fue condenado a quince años de prisión, de los que sólo
cumplió dos (en la isla de Pinos) merced a un indulto que le puso en
libertad en 1955. Se exilió de nuevo en México, desde donde preparó un
segundo intento; pero, habiendo aprendido que su lucha tendría pocas
posibilidades de triunfar en un medio urbano, esta vez apostó por crear una
guerrilla rural en la zona más apartada y montañosa del país: la Sierra
Maestra, en la provincia cubana de Oriente.

La Revolución cubana
Con un contingente de ochenta y dos hombres (el «Grupo 26 de julio») a
bordo del yate Gramma, Fidel Castro desembarcó clandestinamente en Cuba
a finales de 1956, siendo casi inmediatamente diezmadas sus fuerzas en un
enfrentamiento con el ejército de Batista: sólo doce guerrilleros
sobrevivieron. Dos años después, sin embargo, sus bases en la Sierra
Maestra eran lo suficientemente sólidas y sus efectivos lo bastante nutridos
como para llevar a cabo con éxito la ocupación de Santiago (1958). Desde
allí Fidel Castro lanzó la ofensiva que recorrió la isla de este a oeste,
secundado por sus colaboradores, entre los que figuraban Camilo Cienfuegos,
su hermano Raúl Castro (que casi cincuenta años después sucedería a Fidel
en la jefatura del Estado) y un argentino destinado a convertirse en uno de
los grandes mitos revolucionarios del siglo XX: el Che Guevara.

La situación social y política de aquellos años favoreció el triunfo


revolucionario. Pese a poseer la renta per cápita más elevada de
Latinoamérica, la riqueza del país no llegaba a la mayor parte de la
población, que padecía altísimas tasas de desempleo y subempleo; la
dependencia económica de los Estados Unidos había generado una
agricultura de grandes explotaciones que dio lugar a la formación de un
numeroso proletariado rural, a la postre determinante en el proceso
revolucionario. En las áreas urbanas, y en especial en La Habana, la
realidad económica venía marcada por la fuerte incidencia del turismo
estadounidense.

Por otra parte, la corrupción y el servilismo a los intereses del vecino del
norte, siempre presentes en la vida pública cubana, habían llegado a
extremos insospechados bajo la despótica dictadura de Fulgencio Batista,
quien logró concitar en su contra tanto a los campesinos como a gran parte
de las clases medias y a amplios sectores de la intelectualidad y del mundo
universitario. Incluso las clases altas liberales y los estadounidenses habían
llegado en los últimos tiempos a ver con malos ojos a un régimen que, por
inestable y desprestigiado, no resultaba una buena garantía ante el ascenso
de la izquierda.
De este modo, al inicial apoyo del campesinado pobre había seguido el fin
de las reticencias del Partido Comunista, que abrió a Castro la posibilidad
de encontrar apoyo en las ciudades; la dictadura, minada por la corrupción,
fue incapaz de hacer frente al movimiento popular. El 1 de enero de 1959,
el comandante revolucionario Camilo Cienfuegos entró triunfante en La
Habana, un día después de que Fulgencio Batista firmase su dimisión y
abandonase el país. La entrada del ejército guerrillero se producía mientras
las fuerzas rebeldes acababan definitivamente con los últimos focos de
resistencia. Al mismo tiempo una columna insurgente, dirigida por
Ernesto Che Guevara, convergió sobre la capital, recibiendo a su paso la
rendición de centenares de oficiales del ejército de Batista y la aclamación
del pueblo cubano.
Designado presidente de la República, el 5 de enero Manuel Urrutia
Lleó presentó a los nuevos ministros, quince en total, a la cabeza de los
cuales se encontraba José Miró Cardona, representante del ala liberal,
como primer ministro. Tres días más tarde Fidel Castro, que hasta ese
momento se encontraba en Santiago, llegó a La Habana y se dirigió al
pueblo. Castro subrayó la importancia de la huelga general en la derrota
final del dictador y lanzó una advertencia a los divisionistas y a todos
aquellos que pretendiesen ignorar el poder del pueblo.
De la moderación al comunismo

El tinte moderado y conciliador de los inicios de la Revolución, que no


pareció importunar a las clases altas y a los Estados Unidos, no tardaría en
desaparecer bajo los efectos de un brusco giro político. Los procesos contra
los colaboradores de Batista y la marginación del poder de los sectores
liberales, que culminaría con la renuncia del presidente Urrutia (julio de
1959), marcaron el principio de un cambio de línea en el proyecto
revolucionario.

Fidel Castro se había puesto en febrero del mismo año al frente del
gobierno cubano, acumulando los cargos de primer ministro (en sustitución
de José Miró) y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y sin pérdida
de tiempo empezó a hacer realidad los proyectos de cambio que habían
suministrado una base social a la Revolución: el más importante de todos,
la reforma agraria, que expropiaba las grandes haciendas extranjeras para
dar medios de vida a los campesinos pobres. A partir de mayo de 1959, la
aplicación de la Ley de Reforma Agraria supuso la nacionalización de los
inmensos latifundios de las compañías extranjeras.

El hecho provocó la inmediata hostilidad del gobierno estadounidense; sin


embargo, la actitud de Estados Unidos acabó por estimular un resultado
opuesto al esperado. Fidel Castro dictó medidas drásticas, como la
expropiación de los bienes de las compañías norteamericanas en Cuba, que
extendieron el apoyo popular a la Revolución. En 1960 se nacionalizaron las
centrales azucareras, las principales industrias, los bancos y las refinerías
petrolíferas; se lanzó asimismo una amplia campaña de alfabetización y se
organizaron milicias populares en sustitución del viejo ejército profesional.

Ese indudable contenido socializante y nacionalista que tuvo en un principio


la Revolución cubana (contra el dominio semicolonial que ejercía Estados
Unidos) se radicalizó a causa de la dinámica de enfrentamiento con el
gobierno norteamericano. Mientras Castro llamaba a una revolución general
contra el imperialismo en Latinoamérica (Primera declaración de La Habana), el
presidente Eisenhower (1953-1961) rompía las relaciones diplomáticas con
Cuba (enero de 1961) y decretaba un embargo comercial destinado a
ahogar la economía cubana y forzar la retirada de Castro, ya que Cuba
dependía casi totalmente de sus exportaciones a Estados Unidos,
fundamentalmente de azúcar.
Con la llegada a la Casa Blanca del demócrata John F. Kennedy (1961-1963)
no sólo no disminuyó la presión de Estados Unidos, sino que se agudizó con
la organización del desembarco de exiliados cubanos armados en la bahía
de Cochinos (abril de 1961), un intento de derrocar a Fidel que fue repelido
con humillante facilidad por el ejército revolucionario. Después de aquello,
Fidel Castro proclamó el carácter marxista-leninista de la Revolución
cubana y alineó a su régimen con la política exterior de la Unión
Soviética (Segunda declaración de La Habana, 1962); al mismo tiempo eliminó del
gobierno a los políticos liberales con los que se había aliado al llegar al
poder, y unificó a los grupos políticos que apoyaban la Revolución en un
único Partido Unido de la Revolución Socialista.
En 1962 permitió que los soviéticos instalaran en suelo cubano rampas de
lanzamiento de misiles con las que podían alcanzarse objetivos en Estados
Unidos; descubiertas por el espionaje americano, Kennedy reaccionó con
un bloqueo naval a Cuba y la exigencia de retirada de las instalaciones. La
consiguiente «crisis de los misiles» estuvo a punto de hacer estallar una
guerra nuclear entre las dos superpotencias, que se evitó a última hora al
retirar Nikita Jruschov los misiles soviéticos a cambio de la promesa de que no
habría nuevos intentos de invadir Cuba y del desmantelamiento de los ya
obsoletos misiles norteamericanos en Turquía.
El régimen castrista

Conjurado el peligro de una agresión estadounidense y asegurada la


pervivencia de la Revolución, el país entró en una fase de estabilidad no
exenta de dificultades económicas. El embargo no afectaba solamente a las
exportaciones de azúcar y otros productos a los Estados Unidos, sino
también a las importaciones desde Estados Unidos a Cuba, que se surtía
casi en exclusiva de todo tipo de artículos estadounidenses. El comercio
entre ambos países quedó anulado, se congelaron las inversiones cubanas
en territorio estadounidense y, con la retirada de la isla del capital
norteamericano, la economía productiva cubana quedó privada de
financiación.

Cuba sólo podía hacer frente a las consecuencias del embargo con la ayuda
soviética; la dependencia de la URSS se extremaría a partir de 1975,
cuando los países de la Organización de los Estados Americanos (OEA) se
sumaron al bloqueo. La presión norteamericana había convertido al país en
un régimen socialista prosoviético (aunque con singularidades) y a Fidel
Castro en un dirigente comunista más, el primero en el hemisferio
americano. En 1965 el partido cambió su denominación por la de Partido
Comunista de Cuba, del cual fue elegido secretario general el propio
Castro; en 1976 acumuló el título de presidente del Consejo de Estado.

Bajo la dirección de Fidel Castro, Cuba obtendría importantes logros


sociales, especialmente visibles en la erradicación del hambre y de la
subalimentación, en la educación primaria y universitaria y en la asistencia
sanitaria, materias en las que llegó a constituir un modelo para los países
subdesarrollados; pero el coste político y cultural fue considerable, pues
exigió un ejercicio dictatorial del poder, con desprecio de las libertades
individuales y del pluralismo, bajo la vigilancia continua de un Estado
policial.

El régimen desarrolló una política exterior muy activa, basada en la lucha


contra el imperialismo, destacando el protagonismo del propio Fidel Castro
en el Movimiento de Países No Alineados (cuya conferencia presidió en
1980) y la intervención militar cubana en África (en apoyo de los regímenes
socialistas de Angola y Etiopía). La economía planificada de inspiración
soviética dio algunos frutos iniciales, racionalizando las inversiones hacia
objetivos de interés colectivo y facilitando una mejor distribución de la
riqueza; pero, al igual que había ocurrido en la propia Unión Soviética,
anuló los incentivos y las iniciativas, aisló al país de las corrientes
inversoras internacionales y, finalmente, condujo a un agorero
estancamiento.

Cuando las dificultades económicas de la URSS impidieron que siguiera


subvencionando a la retrasada economía cubana, ésta se hundió en una
grave crisis. No obstante, Castro rehusó introducir reformas en un sentido
liberalizador, al estilo de la perestroika que auspiciaba Mijail Gorbachov. Salvó
así su régimen del desmoronamiento del resto de los regímenes
prosoviéticos y de la propia URSS a finales de los años ochenta y principios
de los noventa, pero Cuba entró en una etapa crítica en el terreno
económico, en medio de la intensificación de las presiones de Estados
Unidos, que endureció el bloqueo en 1992.
La disolución de la URSS (1991) y del bloque comunista trajo consigo, por
ejemplo, la desaparición del Consejo de Ayuda Mutua Económica
(COMECON), organismo económico integrado por la Unión Soviética y los
países socialistas con el que Cuba mantenía el 85% de sus intercambios
comerciales a precios subsidiados; sin el apoyo de ese mercado, la isla
perdió en sólo tres años la tercera parte de su producto interior bruto. La
llamada crisis de los balseros (1994), que empujó a unos treinta y cinco mil
cubanos a emigrar a Estados Unidos cruzando el estrecho de Florida en
balsa o por cualquier medio a su alcance, reflejó el empobrecimiento al que
se veía abocado el país, cuya economía, contra todo pronóstico, inició un
lenta y constante recuperación a partir de 1995, aunque dentro de un
estado general de penuria y desabastecimiento.
Con el cambio de siglo, Fidel Castro pudo contar con el apoyo del
presidente venezolano Hugo Chávez y de una nueva hornada de dirigentes de
izquierdas opuestos al neoliberalismo económico estadounidense, como el
boliviano Evo Morales. En octubre de 2000 firmó un acuerdo con la Venezuela
de Chávez que permitió a Cuba importar petróleo en ventajosas
condiciones. Sin embargo, los acontecimientos del 11 de septiembre de
2001 llevaron a un nuevo deterioro de la situación económica (caída del
turismo, cierre de centros azucareros) y a renovadas presiones
estadounidenses en el plano político. Fidel Castro reaccionó reafirmándose
en sus principios: el socialismo fue declarado "irrevocable" en una
enmienda constitucional de 2002. Desde 2003 se intensificó la persecución
de la disidencia, y en 2004 se puso fin a la dolarización de la economía,
once años después de que se autorizara la libre circulación del dólar en la
isla.
La sucesión de Fidel
A mediados de 2006, tras asistir a una cumbre del Mercosur en la
Argentina, Fidel Castro debió ser sometido a una intervención quirúrgica
que lo obligó a mantener reposo; antes de la operación delegó todas las
funciones de gobierno en su hermano Raúl. En febrero de 2008, Fidel
presentó su renuncia definitiva, y Raúl Castro fue confirmado en sus cargos.
El nombramiento como nuevo presidente cubano de un compañero de
armas de la Revolución de 1959 no despertó grandes expectativas de
cambio, y, efectivamente, Raúl Castro no hizo al principio sino continuar la
tibia política reformista de años anteriores, limitada a cuestiones
económicas puntuales.
Sin embargo, la victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales de
Estados Unidos (noviembre de 2008) abrió una nueva etapa en las
relaciones entre ambos países. El presidente demócrata promovió los
contactos con el régimen cubano; en 2009 suspendió las restricciones a los
viajes desde Estados Unidos a Cuba y al envío de remesas. Por su parte, y
sin apenas ningún gesto aperturista en lo político, Raúl Castro impulsó
desde 2011 una reducción del hipertrofiado sector público y, en 2013, una
reforma migratoria.

El acercamiento entre ambos países culminó con el anuncio de un acuerdo


para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas (diciembre de 2014)
que se materializó simbólicamente en agosto de 2015 con la apertura de la
embajada estadounidense en La Habana. Este proceso, que contó con la
aprobación del anciano, pero siempre vigilante Fidel, podría llevar, aunque
no de forma inmediata, al fin del embargo y a una mejora de las
condiciones de vida en la isla, y fue bien acogido tanto por los cubanos
como por la comunidad internacional, que, convencida a esas alturas tanto
de su ineficacia política como de los injustificables perjuicios causados a la
población, había condenado reiteradamente el bloqueo en los foros
internacionales.

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