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La personalidad del ser humano se estructura en base a las primeras experiencias vividas en la más

tierna infancia; experiencias de amor pero también experiencias de muerte. Experiencias de amor
como el apego, el cariño, afecto, y la posterior separación-individuación. Experiencias de muerte
manifestadas a través del rechazo, el descuido, la falta de reconocimiento, la destrucción,
aniquilación, el niño como prolongación de su madre, etc. Y todo esto en conjunto es lo que va a
estructurar al ser humano, esas primeras vivencias quedarán troqueladas en lo más recóndito de su
inconsciente y desde allí fraguará su existencia.

Las experiencias en la primera infancia y cómo se hayan éstas percibido van a quedar de alguna
manera “fijadas” en la psique del infante, sobre todo las experiencias vividas como excesos: exceso
de frustración y exceso de satisfacción. Amor y abandono. La falla que se instaura tendrá mucho que
ver en esa estructura psíquica que se forma.

Todo se juega en el primer año de vida. ¿Cómo es que una persona tiene un “quiebre psicótico” y
anda por la vida ensimismado en su propia realidad, en un solipsismo a perpetuidad? La persona que
está estructurada bajo el designio de la psicosis (esquizofrenia, paranoia y bipolaridad) lo es por lo
que vivió en ese primer año de vida, cuando su “Yo” se estaba formando, no hubo algún referente,
hubo en cambio una madre psicotóxica, ajena a su función de madre, enajenada con otros
menesteres, abandonando al infante a su propia suerte; no hubo una madre que catectizara al infante
(llenarlo de amor) y por lo tanto el “Yo” no logró estructurarse. Un Yo débil que a la postre, ante
algún evento traumático regresará al allá y el entonces y al no haber la estructura básica necesaria
tendrá el quiebre psicótico. De adulto tenderá a la psicosis ante un medio adverso y una estructura
que ya trae desde la infancia.

En el neurótico opera otra cosa, el neurótico (fóbico o histérico u obsesivo) libró ese primer año; su
“yo” logró estructurarse a través de introyecciones, pasa a un segundo momento, a una segunda
estructura, la estructura neurótica en donde su yo estará en constante conflicto con la realidad, con
las demandas del Ello y con las exigencias del Superyó. Como se dice coloquialmente en las aulas de
la Facultad de Psicología: “Todos somos neuróticos gracias a Freud”.

La característica principal del neurótico es ese constante conflicto con la realidad; realidad que le
frustra, realidad con la que siempre está en constante conflicto. El neurótico por un lado está bajo las
demandas del principio del placer pero por otro lado está también bajo el yugo de las demandas del
principio del deber. En cambio en la estructura psicótica sucede otra cosa, la persona que se ha
estructurado bajo la denominación de la “psicosis” tiende a evadir la realidad, no le gusta; por lo
tanto “crea” una realidad alterna: “No soy yo el malo, son ellos los que me persiguen”; su síntoma
como un intento de re-equilibrio.

¿Cómo se relaciona el neurótico, el psicótico y el perverso con el “Otro”? ¿cuál es su posición


existencial como ser-en-el-mundo? Tomemos de ejemplo el constructo “demonio”. Para el neurótico
los “demonios” con los que tiene que luchar son sus padres, su jefe, los compañeros de trabajo, la
falta de dinero, la insatisfacción sexual, la obsesión; es decir, son demonios “simbolizados”,
demonios que tienen que ver precisamente con eso que ocurrió en su infancia y retornan a su
existencia representados en personas de carne y hueso en los que deposita las frustraciones que vivió
en el allá y el entonces. Siguiendo con la misma alegoría, los demonios para el psicótico son
demonios reales, demonios que lo persiguen. Demonios que existen y que atraviesan paredes, que se
le aparece en su cuarto, nadie más lo ve, demonios que se esconden en sus botas, demonios que le
susurran cosas al oído.

Tenemos pues que el constructo denominado “demonio” es experimentado para el neurótico a través
del simbolismo, en cambio el demonio para el psicótico existe realmente. Sólo nos queda la
estructura perversa: en el perverso el “demonio” es él mismo. El perverso como el demonio
encarnado. El perverso es un “niño grandote” que no le pusieron reglas, normas, límites, no hubo un
padre que lo castrara; ausencia de la figura paterna que le pusiera límites, que le castrara su deseo, el
perverso goza por ese medio. Su goce es un goce infantil, goza como lo hiciera un infante sádico,
mortificando la existencia del otro, saciando sus pulsiones perversas importándole solo él.
¿Cómo se relaciona cada persona dependiendo de su estructura con los fenómenos oníricos (el
sueño)? El neurótico tiene una pesadilla y al despertar sabe que solo fue un mal sueño, o un sueño
erótico que solo queda en eso, en sueño. El perverso lleva a cabo lo que el neurótico sueña. El
psicótico vive en un sueño eterno en donde ángeles y demonios existen en su vida real.

O también podremos comprender la relación que tiene cada estructura de personalidad con el “Otro”,
por ejemplo: se dice que el neurótico tropieza siempre con la misma piedra, de hecho el neurótico no
solo tropieza con la misma piedra, él mismo la pone para tropezar con ella (compulsión a la
repetición). La relación del perverso con la piedra sería una relación de fetiche; tomaría a la piedra
no para tropezar con ella sino para fetichizarla, sodomizarla, erotizarla, o buscar hasta por debajo de
las piedras para ver con qué más gozar. El psicótico se pondría a platicar con la piedra.

Infancia es destino y allí se jugará gran parte de lo que el ser humano será en su vida adulta. Será
desde allí como tomará decisiones, cómo se enfrentará a las situaciones cotidianas de la vida. Todo
esto ha quedado troquelado en el inconsciente del ser humano y desde allí estará demandando ser
reconocido. Intentará salir a la luz y por lo regular lo logra, pero ese “salir a la luz” lo hace a través
de una máscara que denominamos síntoma y es precisamente ese síntoma lo que no permite al ser
humano andar por la vida ligero de equipaje. El síntoma (depresión, ansiedad, estrés, trastorno
alimenticio, obsesiones, relaciones amorosas no sanas etc.) como manifestación de eso que
incomoda, de eso de lo que se quiere hablar pero que la sociedad insiste en que se debe callar. El
síntoma existe por algo, no se trata de simplemente modificarlo o callarlo, al contrario, hay que
escucharlo, interpretarlo, traducirlo. El síntoma está allí por algo y el consultorio es el lugar idóneo
para escuchar lo que tiene que decir a través de la propia palabra del paciente, del que sufre ese
malestar que por lo regular se esconde detrás de un “No sé lo que me pasa”.

La psicoterapia como ese lugar idóneo en donde se puede escuchar el discurso del paciente y saber
eso que está allí pero que por ser precisamente inconsciente no se sabe. Hablar ese sueño “perverso”
que aterra, platicar de esos demonios simbolizados, comprender esa compulsión a la repetición que
impulsa a poner la piedra para tropezar con ella. Descubrir la propia verdad, la propia constitución,
la propia estructura de personalidad, aceptar de lo que estamos hechos y comenzar a construir la vida
que se desea vivir.

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