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3er Cuatrimestre
Nombre de la actividad
Tema 3: El papel de la motivación y la retroalimentación en
la evaluación.
INTRODUCCIÓN .................................................................................................. 2
CONCLUSIONES ............................................................................................... 15
REFERENCIAS .................................................................................................. 17
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INTRODUCCIÓN
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3. EL PAPEL DE LA MOTIVACIÓN Y LA RETROALIMENTACIÓN EN LA
EVALUACIÓN.
Para que la evaluación sea de provecho deben plantearse las metas o los
objetivos de ésta misma desde un inicio, pero no sólo eso, sino que tanto evaluados
como evaluadores deben conocer dichos objetivos puesto que cuando se les otorga una
calificación sin contexto, los alumnos no entenderán ni aunque se les intente
retroalimentar puesto que nunca tuvieron en claro lo que ellos debían aprender.
“Los alumnos sólo pueden evaluarse a sí mismos cuando tienen una imagen
suficientemente clara de las metas que están aprendiendo. Y muchos alumnos carecen
de tal imagen” (Moreno, 2016, p.122)
Igualmente, esas metas deben ser realistas, no imposibles. Puesto que en lugar
de motivar pueden ser un factor de desmotivación, de renuncia y malas actitudes.
Moreno (2016) cita a Perrenoud (2009, p.17), el cual plantea que una pedagogía
diferenciadora busca constantemente la distancia óptima entre dos registros: a) el del
desarrollo intelectual y b) el de los conocimientos, competencias y actitudes disponibles.
A continuación, se explica brevemente cada uno:
Conocimientos, competencias y
Desarrollo intelectual
actitudes disponibles
no llega a metas, de
debe ser accesible participar en una estrategia
colectiva.
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3.2 Evaluación y confianza en el alumno
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- La retroalimentación que se centra en lo que hay que hacer alienta a todos a pensar
que pueden mejorar.
Abandonan la
profesión a causa
Los estudiantes se de la profunda falta
muestran a la de apoyo que
Incrementa el defensiva y
nerviosismo. sienten.
después muy
frustrados.
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Es fundamental la creación de propuestas para la construcción de conocimiento permita
promover evaluaciones dialógicas, donde los docentes indagan sobre las concepciones
de los estudiantes, los modelos mentales, las habilidades de comunicación y los
imaginarios sociales, facilitándose la motivación entre ambas partes y afianzando el
proceso de evaluación formativa y las bases para conformar una evaluación compartida.
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La evaluación estandarizada empleada año con año, puede eliminar las consecuencias
del alumno por los errores en la mediación de su rendimiento.
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• Riesgos al fracasar copiando:
1.El alumno se convence de su fracaso
2.No ven el éxito dentro de sus alcances
Nuestro reto colectivo consiste en lograr que los alumnos que han perdido la
confianza en sí mismos como aprendices consigan recuperarla, reavivando esa
confianza. Con la psicologización que ha sufrido la educación desde hace varias décadas,
podría ser muy tentador concebir la situación anterior como un problema de
autoconcepto, es decir, como un asunto personal-emocional. Entonces este caso se
plantearía en términos de “si sólo pudiéramos elevar ese autoconcepto de los alumnos,
esto los convertiría en aprendices capaces”. Consideramos que enfocar el asunto de esta
forma es contraproducente, Porque conduce el problema en la dirección equivocada.
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que lo estés intentando duramente”. Sólo intentarlo no lo es todo. Es necesario centrar
el esfuerzo con una expectativa de éxito.
Los alumnos deben creer honestamente que eso que cuenta y en verdad es la
única cosa que aquí cuenta es el aprendizaje que resulta del esfuerzo invertido. Ellos
deben percibir que el esfuerzo que no produce aprendizaje no es suficientemente bueno
(Stiggins 1999).
La enseñanza del profesor debe llevar a los alumnos al límite de sus capacidades,
de modo que ellos puedan crecer desde ahí. Pero, desde el punto de vista del alumno,
ese paso final puede
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ser un riesgo. “¿Qué pasa si lo intento y fracaso?”. Entonces, el reto del profesor
es ayudar a todos los alumnos a alcanzar su límite personal con la confianza necesaria
para arriesgarse al fracaso que podría resultar de dar ese paso final. Nuestros alumnos
deben entender que, cuando tratamos de crecer, algunas veces fracasamos primero, y
que el fracaso está bien. El truco es ayudar a los alumnos a comprender que el fracaso
contiene el germen del éxito posterior. En otras palabras, debemos evitar mandar el
mensaje a los alumnos de que el fracaso es una cosa mala. El fracaso es inevitable,
especialmente cuando estamos intentando algo nuevo. Los profesores competentes
usan el proceso de evaluación de aula como una intervención pedagógica para enseñar
la lección de que el fracaso es aceptable al principio, pero que éste no puede continuar.
La mejora debe seguirle.
El éxito es definido como una mejora continua. Para enseñar estas lecciones,
podemos incluir al alumno en los procesos de evaluación, el mantenimiento de la
calificación y de la comunicación (Stiggins 1999).
El resultado son clases en las que no hay sorpresas ni excusas, lo que construye
un clima de verdad y confianza. Una forma de complementar esto es pedir a los alumnos
que elaboren portafolios de evidencia de su trabajo a través del tiempo, requiriéndoles
periódicamente auto-reflexiones acerca de los cambios que ellos observan. En efecto,
se pueden emplear repetidamente las evaluaciones de aula que incluyen al alumno para
tener un espejo que les permita verse a sí mismos, y al estatus de su progreso. Esto
puede ser un poderoso constructor de confianza (Stiggins 1999).
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La comunicación incluye a los alumnos en el proceso de compartir información
con otros acerca de sus logros. Una forma de hacerlo Es mediante reuniones con los
padres delante del alumno. Cuando los aprendices están bien preparados, en un periodo
amplio, para contar la historia de su propio éxito (o falta del mismo), parecen
experimentar un cambio fundamental en su sentido interno de responsabilidad para esa
meta (Stiggins 1999).
Cualquier persona que realice una actividad exigente, por muy experimentada que
sea, puede, de vez en cuando, obtener los beneficios de una retroalimentación
constructiva y bien orientada. Pues es bien sabido que una retroalimentación
suministrada periódicamente puede ayudar a las personas a hacer un balance de lo bien
que están haciéndolo, y a estudiar la manera en que, por ejemplo, su eficacia puede ser
mayor, su carga de trabajo se hace más manejable, o su satisfacción en el trabajo
aumenta. Pero cuando la actividad en cuestión no resulta del todo familiar e implica un
aprendizaje nuevo e importante, como en el ámbito educativo, el papel de la
retroalimentación es particularmente poderoso. De hecho, según Hounsell (2007) en la
educación superior la retroalimentación bien elaborada puede mejorar el aprendizaje de
tres maneras importantes:
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2. Optimizando la calidad de lo que se aprende. Se trata de asegurar que los
resultados de aprendizaje obtenidos cumplan con los estándares requeridos (por ejemplo,
en términos de precisión, apreciación de la complejidad, aplicabilidad a los problemas
del mundo real, etcétera).
Sin embargo, a pesar del reconocimiento del valor inherente que tiene la
retroalimentación, en la educación universitaria actual la sostenibilidad de la
retroalimentación parece estar bajo amenaza, como lo evidencian las preocupaciones
generalizadas de los alumnos sobre el suministro de información en la era de la
educación superior de masas. En Australia, por ejemplo, tres encuestas quinquenales
sucesivas (Krause et al. 2005) han mostrado consistentemente una insatisfacción con el
ajuste en la retroalimentación, por parte de dos de cada cinco alumnos de primer año.
Mientras que las encuestas en Hong Kong (Carless 2006) revelan no sólo
diferencias significativas en la forma de percibir la retroalimentación entre alumnos y
profesores, sino que manifiestan también el descontento de los alumnos con el nivel de
detalle en la información proporcionada y su poca contribución para ayudarles a mejorar
su desempeño. En Inglaterra también se aplicó una encuesta nacional sobre las
percepciones de los graduados de sus experiencias en la universidad, la
retroalimentación apareció como un foco importante de preocupación del alumno
(National Student Survey 2005).
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Las inquietudes de los alumnos acerca de la orientación y la retroalimentación
variaron ampliamente, abarcando no sólo la coherencia y la amabilidad de los
comentarios de los tutores, sino el tiempo y la frecuencia de la retroalimentación y la
adecuación de las orientaciones sobre las expectativas y criterios de evaluación
(Hounsell 2007). En gran medida, algunos explican esta oleada de descontento
estudiantil con la retroalimentación como consecuencia del surgimiento de la educación
superior de masas, lo que ha traído consigo un incremento de la matrícula y el ingreso
de alumnos mucho más diversos que en el pasado (SFC 2003; McInnis et al. 2000).
Otro rasgo del cuadro trazado anteriormente es que las cargas de trabajo
asignadas al profesorado han aumentado considerablemente, mientras que a los
alumnos se les ha establecido un menor número de tareas escolares, y las oportunidades
para la interacción en las tutorías y prácticas se han reducido (DfES 2003)… y esto en
una época en que, podría suponerse razonablemente, que dirigirse a un espectro mucho
más amplio de capacidades y aspiraciones de los alumnos exigiría, más bien un mayor
número de oportunidades para obtener práctica en las tareas evaluadas y más –no
menos– orientación y apoyo (Hounsell 2007). En este orden de ideas se advierte que un
cambio que ha resultado ser disfuncional ha sido el tránsito hacia estructuras curriculares
por módulos, trimestres y semestres. En la práctica, esto ha conducido a la generación
de unidades de aprendizaje que se comprimen en un par de semanas en vez de que
éstas se extiendan a través de un año académico completo, por lo que las tareas y
evaluaciones tienden a agruparse hacia el final de una unidad. Y cuando la evaluación
está cargada al final, un módulo o unidad puede estar cerca de concluir –o puede haber
terminado–antes de que los alumnos reciban retroalimentación significativa de su trabajo,
con la consecuencia de que hay poca o ninguna oportunidad de sacar provecho de lo
que se podía aprender de la retroalimentación para las siguientes evaluaciones (Yorke
2001; Higgins et al. 2002; Gibbs 1999). En tales circunstancias, se genera fácilmente una
espiral descendente.
El desencanto de los alumnos aumenta cuando la retroalimentación que reciben
de su trabajo es muy poco informativa, o no constructiva, o llega demasiado tarde para
ser de uso práctico.
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Su confianza en su valor como alumnos, por lo tanto, empieza a decaer. Mientras
que el docente agobiado por tener que calificar y hacer comentarios sistemáticos a los
trabajos de clases numerosas descubre fuertes indicios de que los alumnos no toman la
retroalimentación en serio, aunado a la falta o disminución de pruebas de que su
retroalimentación ha hecho una diferencia a la calidad del trabajo de los alumnos
(Hounsell 2003).
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CONCLUSIONES
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Definitivamente, si se quiere mejorar la evaluación del aprendizaje y para el
aprendizaje se requiere un cambio en la cultura escolar, lo que significa un cambio en las
actitudes, valores, creencias, hábitos, técnicas, normas, tradiciones que un grupo de
individuos comparte en un tiempo y espacio determinados. Hay que recordar que las
mejores escuelas son un polo de atracción para los mejores maestros y viceversa.
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REFERENCIAS
Anaya-Durand, A., & Anaya-Huertas, C. (2010). ¿Motivar para aprobar o para aprender?
Estrategias de motivación del aprendizaje para los estudiantes. Tecnología,
ciencia, educación, 25(1), 5-14.
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