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LIZZY’ Cami G. Melii
Danita

Elizabeth.d13
ÍNDICE
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
The Billionaire of Bluebonnet
Sobre la Autora
SINOPSIS
Una vez, Miranda se sintió un poco expuesta…
Miranda Hill no puede creer lo que ve: su engreído ex novio, el
jugador profesional de hockey Dane Croft, ha regresado a Bluebonnet,
Texas, después de todos estos años. Él se deshizo de ella (y su pequeña
ciudad) justo cuando unas fotos impactantes aparecieron en Internet
para que toda la ciudad las viera. Ella no tuvo tanta suerte. Atascada
en Bluebonnet y abandonada para valerse sola, nunca ha olvidado el
escándalo ni su traición. Después de nueve largos años, él ha vuelto, y
ella tiene la oportunidad de devolverle la pelota a Dane…
Es hora de ponerlo en su lugar.
El ex pez gordo de la Liga Nacional de Hockey y Playboy Dane
Croft ha regresado a casa para abrir una escuela de entrenamiento de
supervivencia en un rancho viejo, y reinventarse a sí mismo. Cuando su
ex novia de la secundaria se inscribe en su escuela, no tiene ni idea de
que el plan de Miranda es ponerlo en una posición comprometedora, no
la que él está imaginando, de todas formas. Pero pronto Miranda se da
cuenta de que, para llevar a cabo su venganza tortuosamente sensual,
tendrá que conocer de cerca y personalmente a Dane otra vez. Ser una
buena chica la llevó a ninguna parte durante nueve años, y ahora es el
momento de ser un poco traviesa. Pero enamorarse del hombre que le
rompió el corazón nunca fue parte del plan…
Bluebonnet, #1
1
Traducido por Diana
Corregido por gabihhbelieber

Como todo lo malo que ha pasado en la vida de Miranda Hill, la


parte trasera del coche de la vieja señora Doolittle era puramente culpa
de Dane Croft. Podría haber jurado que había reconocido los anchos
hombros, el culo firme y la arrogancia familiar de su némesis entrando
a la cafetería local. Su enemigo más odiado. El hombre que le arruinó la
vida. De hecho, había estado tan ocupada estirando el cuello para ver si
era Dane Croft que no había prestado atención a la luz del tráfico... y se
había estrellado directamente contra el coche delante de ella.
Otra cosa que podía agregar a la lista de razones por las que lo
odiaba.
Miranda estacionó su camioneta y se bajó de la cabina para mirar
el daño que le había causado al otro coche. La señora Doolittle conducía
un Buick que era mayor que Miranda, y la cosa fue construida como un
tanque: uno grande y azul claro. El parachoques ni siquiera estaba
abollado, no es como si a la señora D le importara. La anciana se bajó
desde el centro del tanque y le frunció el ceño.
—Chocaste mi auto, Miranda. —Si la señora Doolittle tuviera un
bastón, probablemente lo hubiera sacudido en la cara de Miranda—.
¿En qué diablos pensabas, muchacha?
Le dirigió una mirada de disculpa a la señora D. y, cohibida, se
tiró del cuello alto de su suéter rosa.
—Lo lamento mucho, señora Doolittle. Estaba distraída... —En
realidad, seguía distraída. Su mirada se desvió hacia el Kurt’s Koffee, al
otro lado de la calle, pero las ventanas estaban tintadas y era imposible
ver dentro.
La anciana la miró.
—Señorita, ¿estabas usando los Twitters mientras conducías?
Sabes…
—No tengo Internet —espetó Miranda, tirando de su cuello otra
vez—. Simplemente no prestaba atención. Me pareció ver algo...
Alguien.
Un coche se detuvo detrás de ellos. No era de extrañar, dado que
la mayoría de las calles del centro de Bluebonnet eran de un solo carril,
con el espacio justo en la plaza de la ciudad para aparcar delante de
uno de los dos restaurantes. Hizo un gesto con la mano para que el
conductor los rodeara, y luego siguió disculpándose con la señora D,
incluso mientras intercambiaban información del seguro. Cualquier
cosa con tal de salir de la calle y aplacar su curiosidad. No dejaba de
mirar hacia la cafetería mientras garabateaba sus números de contacto.
Finalmente, la señora D siguió su camino, satisfecha. Miranda
aparcó la camioneta al otro lado de la calle y corrió hacia la cafetería,
pero no entró. Apoyó las manos en el cristal y miró hacia dentro. Había
algunas personas sentadas, pero no vio al hombre que buscaba.
Ningún Dane Croft. ¿Estaba loca? ¿Se había imaginado que lo
veía? Miranda se mordió el labio, se enderezó la parte delantera del
jersey en el reflejo y entró.
—Bueno, bueno, bueno, si no son las Tetas de Bluebonnet —dijo
Jimmy Langan desde detrás del mostrador. Jimmy era el rebelde del
pueblo, con trenzas rasta moradas, rojas y negras, una cara que nunca
se había bronceado y unas orejas enormes de las que probablemente se
arrepentiría cuando tuviera setenta años. Le sonrió, dirigiéndole la
mirada de arriba abajo a la que se había acostumbrado demasiado en
los últimos nueve años—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Cállate, Jimmy —le espetó. Tres semanas. Podía aguantar las
bromas y las miradas furtivas a sus pechos durante tres semanas más.
Pasando el mostrador, miró por el pasillo hacia los baños. No estaba
Dane Croft. Resistió el impulso de abrir la puerta, y en su lugar se
dirigió de nuevo al mostrador—. ¿Hay alguien ahí?
—¿Quieres que vaya y revise si hay pies debajo de las puertas? —
le preguntó Jimmy secamente.
—Bueno, no —tartamudeó, llevándose la mano al cuello—. Tal
vez —dudó, reacia a decir el nombre del hombre que buscaba. Si
llegaba a pronunciar el nombre de Dane, los rumores volverían a correr
por toda la ciudad.
¿Conoces a la simpática Miranda Hill? Nunca superó lo de Dane
Croft. Ella preguntaba por él en el Kurt’s Koffee. Pobrecita.
¿Recuerdas al hombre de las fotos con Miranda Hill? Ella todavía
está enamorada de él. Escuché que todavía está enamorada de él y por
eso no se ha casado.
¿La bibliotecaria del pueblo? Es una puta. ¿Quieres ver las fotos?
Pasó siete minutos en el cielo con Casanova Croft cuando ambos estaban
en el instituto. Incluso tomaron fotos de ello. Busca “Tetas de Bluebonnet”
en Internet y las verás.
Miranda apretó aún más fuerte el cuello de su recatado suéter.
—Entonces, ¿qué tipo de clientes has tenido hoy?
Jimmy se encogió de hombros perezosamente, ajustando las gafas
de gruesos marcos negros en su pálido y desaliñado rostro. Había sido
fumador de marihuana cuando se habían graduado juntos de la escuela
secundaria, y todavía seguía así. Pedirle que recordara los clientes que
había tomado esa mañana podría estar más allá de su memoria plagada
drogas. —Un par de lattes de soja, un par de espressos dobles, un venti
mocha frap con doble Splenda...
Genial, justo lo que necesitaba: un resumen de los pedidos de
café. Fingió interés, sus ojos recorrieron el restaurante mientras Jimmy
recitaba una larga lista de pedidos especiales.
—Y a cierta persona que tal vez recuerdes —añadió lentamente,
llevando la mirada a sus pechos—. Fuimos a la secundaria con él.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho, haciendo todo lo posible por
ocultar lo que el corsé no podía. El corazón le latía con fuerza en el
pecho, pero se obligó a mostrarse indiferente ante la información.
—¿Ah, sí? ¿Alguien de la escuela secundaria? ¿Quién es?
Para su sorpresa, él metió la mano detrás del mostrador y sacó
un folleto marrón y verde. —¿Te acuerdas de Dane Croft? ¿Casanova
Croft? ¿La estrella del Flush de Las Vegas?
¿El tipo con el que se había estado besando en el armario? ¿El
que tenía la mano en las tetas y la otra en los pantalones para toda la
eternidad gracias a unas fotos inoportunas y a la magia de Internet? ¿El
que se había marchado al día siguiente para ser reclutado por la NHL y
convertirse en una estrella mientras ella se había quedado en la ciudad
mientras su madre sufría un ataque de nervios? ¿El casanova Croft que
fue expulsado de la NHL seis años después por acostarse con la mujer
del entrenador? ¿Arruinador de vidas e imbécil en general?
Sí, sabía quién era. —Estoy familiarizada con el tipo.
—Se mudó de nuevo a la ciudad —dijo, ofreciéndole el panfleto—.
Él y otros dos chicos con los que fuimos a la escuela secundaria están
comenzando un negocio aquí. Algo sobre clases de entrenamiento de
supervivencia. Compraron el rancho Daughtry a las afueras de la
ciudad.
—¿El rancho Daughtry? —repitió Miranda, cogiéndole el folleto y
forzando los dedos temblorosos para abrirlo. El rancho Daughtry era
una propiedad privada de diez mil acres y, cuando el viejo Daughtry
murió sin herederos, el rancho salió a subasta. Nadie en el pueblo sabía
quién había acabado comprándolo. Efectivamente, allí en la foto del
folleto había tres hombres que ella reconoció: Grant Markham, Colt
Waggoner y su némesis, Dane Croft. Los tres iban vestidos con
camisetas negras y pantalones de camuflaje, y la parte superior del
folleto proclamaba con orgullo: “Expediciones de supervivencia en la
naturaleza: Entrenamiento de Bushcraft para grupos corporativos y
militares”.
¿Entrenamiento de supervivencia? El Dane Croft que ella
recordaba era un playboy muy fiestero que se negaba a hacer nada que
no tuviera que ver con cerveza o chicas, o ambas cosas. Recordaba a
Grant y a Colt: uno era un deportista y el otro había sido el más rico de
su clase. Ambos se habían marchado cuando se graduaron, igual que
Dane. Y ahora habían vuelto... igual que Dane.
¿Podría empeorar el día de hoy?
Se guardó el folleto en el bolsillo, sintiéndose desfallecer.
—Gracias, Jimmy. ¿Puedes darme un té verde con leche, por
favor?
—Claro —respondió Jimmy con pereza, su mirada se deslizó a sus
pechos de nuevo—. ¿Venti, grande, alto? ¿Frio o caliente? ¿Dos por
ciento de leche, entera, descremada o de soja?
Miranda tenía el teléfono en la mano, marcando, e ignorándolo.
Su otra mano revoloteaba repetidamente hacia su bolsillo, tocando el
folleto una y otra vez.
—Cierto. Prepararé algo —dijo y se dio la vuelta para prepararle la
bebida.
Beth Ann descolgó el teléfono de la oficina al segundo timbrazo.
—California Dreamin’ —le respondió con voz alegre—. Hacemos
depilaciones, cortes de pelo, mechas y permanentes. ¿Puedo concertarle
una cita?
—Soy yo —siseó Miranda en el receptor, tapando el teléfono y
dándose la vuelta por si Jimmy pensaba escuchar—. Nunca vas a creer
quién está de vuelta en la ciudad.
—¿Quién?
—Dane Croft —chilló.
Hubo una larga pausa al otro lado de la línea.
—¿El Dane Croft? ¿El jugador de Flush? ¿Con el que fuimos a la
secundaria?
—Ese…
—El que te metió la mano en los pantalones…
—¡Beth Ann!
—Estoy despejando mis citas para el almuerzo —declaró Beth
Ann—. Ven aquí en veinte minutos y hablaremos.
Para Beth Ann, una “conversación” implicaba depilarle las cejas a
Miranda, recortarle las puntas abiertas y hacerle la manicura. Eran
amigas desde quinto curso y, si algo sabía Miranda de Beth Ann, era
que le gustaba tener las manos ocupadas mientras charlaba. Su salón
pequeño estaba casi vacío un miércoles al mediodía y Miranda esperó
pacientemente a que Beth Ann abriera la puerta del cuarto trasero,
donde había una cama de bronceado, y dejara entrar a una rubia
adolescente.
—Le sigo diciendo a Candy que va a parecer una simplona para
cuando tenga treinta, pero no me hace caso —dijo Beth Ann con un
encogimiento de hombros, volviendo a la silla de barbero en la que se
encontraba sentada Miranda—. Y la cama de bronceado trae casi tanto
dinero como las manicuras. —Dio la vuelta a la silla, girando a Miranda
hacia el espejo, y echó la capa de satén rosa sobre su ropa—. Ahora,
cariño, cuéntame tus problemas.
—Mi problema es Dane Croft —dijo Miranda, rebuscando bajo la
capa y sacando el folleto. Se lo tendió a Beth Ann—. Se mudó de nuevo
a la ciudad, permanentemente. Y comenzó un negocio de supervivencia
con Grant Markham y Colt Waggoner.
—¿Negocio de supervivencia? —Beth Ann se acomodó un mechón
de pelo rubio perfectamente aclarado detrás de la oreja y miró a su
amiga con extrañeza en el espejo—. Ese no parece el Dane Croft con el
que fuimos a la secundaria.
—Es él, mira la foto. —Miranda se desplomó en la silla del salón,
deseando que este día volviera a comenzar.
Beth Ann enarcó las cejas mientras miraba el folleto.
—¿Servicios de supervivencia profesional? Eso es un poco raro.
—Lo sé —dijo Miranda rotundamente.
—Mmm. Solo míralos. Se han ejercitado… bastante, ¿no crees?
Miranda frunció el ceño, agarró el folleto y volvió a mirar la foto.
Los tres hombres eran altos y estaban en forma, supuso. Dane tenía los
brazos especialmente musculosos. Estaba moreno y llevaba el pelo
negro increíblemente corto. La sonrisa blanca de su cara le resultaba
tan familiar como la suya. De hecho, parecía la versión Hollywoodiense
de un instructor de supervivencia. Eso la hizo sentirse peor.
—Esto es simplemente horrible.
—¿Por qué es horrible? —Comenzó a peinar el largo pelo castaño
oscuro de Miranda y a recortar las puntas—. Es el momento perfecto
para que regrese. Te vas a ese trabajo importante en la ciudad en tres
semanas, ¿recuerdas? Tienes que evitarlo hasta entonces. —Y suspiró.
Miranda ignoró el suspiro. Ya los había oído suficientes como
para sentirse permanentemente culpable por el hecho de querer dejar
atrás Bluebonnet por un trabajo en Houston. Un trabajo con beneficios
y la oportunidad de ascender en la empresa. Un trabajo que podría
llevarla a cualquier parte, tal vez incluso a directora de información. O
más arriba. Miranda Hill, la Tetas de Bluebonnet, tendría un título
elegante y un trabajo aún más elegante. Podría hacer algo con su
máster en Biblioteconomía, en lugar de limitarse a recatalogar libros y
atender las quejas de las ancianas que querían que retiraran de las
estanterías los “sucios libros de vampiros”.
—Esta es mi oportunidad de hacer algo, Bethy. Para salir de la
ciudad. Para ser algo más que los pechos de Bluebonnet.
—Es lo que siempre has querido —coincidió—. No significa que no
me entristece ver que te vayas.
Miranda miró a su amiga a través del espejo, observando cómo
Beth Ann le cortaba las puntas con dedos cuidadosos y precisos.
—Lo sé. Volveré a visitarte todo el tiempo.
En el espejo, Beth Ann le dedicó una sonrisa irónica.
—Claro que lo harás.
Miranda miró el folleto y a los tres hombres bronceados y
atractivos de la portada. —Esperaba tres semanas tranquilas para
relajarme y dejar las cosas claras. Ayer fue mi último día en la
biblioteca. Mi apartamento en Houston está alquilado. La casa está casi
llena. No tengo nada que hacer en las próximas tres semanas, excepto
mirar esta foto y pensar. Excepto que cada vez que miro esto, las veo.
—¿A las tres bestias sexy?
—A ellos no. Las fotos.
Las imágenes estaban arraigadas en su memoria. Aunque viviera
ochenta años, nunca olvidaría ni un solo detalle de aquellas fotos
granuladas y horribles: el torso mirando a la cámara, una expresión de
abandono total y absoluto en la cara. La camiseta ceñida al cuello, los
pechos mirando a la cámara. La boca de Dane en su cuello y su mano
en la parte delantera de sus bragas. Luego la imagen de ella arrodillada
frente a él, como si estuviera a punto de hacerle una mamada.
Ella nunca había sabido que había una cámara en el armario. Ni
que él haría las maletas y se marcharía de la ciudad prácticamente al
día siguiente para unirse a la NHL, sin dirigirle ni una sola palabra.
Miranda se había visto obligada a fingir que no le dolía su abandono,
pero el abandono pronto había dado paso al horror en cuanto las fotos
salieron a la luz.
Y en un pueblo tan pequeño como Bluebonnet... todo el mundo
hablaba. No se había acostado con Dane, pero eso no importaba. Había
intentado recurrir a la policía cuando las fotos salieron a la luz, pero su
madre se había enfadado mucho y el sheriff la había mirado como si
fuera basura, así que ella había abandonado todo el asunto antes que
reconocer que las fotos eran de ellos. En aquel momento, esperaba que
todo se olvidara. Pero no fue así. Todos en la ciudad asumieron que se
había acostado con Dane, que se lo había tirado en el armario en una
fiesta, y la miraban como si fuera basura. A sus ojos, ella era basura.
La puta del pueblo. Había tenido que armarse de paciencia, mantener la
compostura y llevar una vida tranquila durante años como bibliotecaria
del pueblo para volver a tener algo parecido a su reputación.
Beth Ann dejó las tijeras y se inclinó sobre el respaldo de la silla,
sonriendo al espejo ante el ceño fruncido de Miranda.
—Bueno, tienes tres semanas para humillarlo, y tu ex infame está
de vuelta en la ciudad. Puedes hacer más o menos lo que quieras y no
sufrirás las consecuencias. Entonces, ¿qué quieres hacer? ¿Cubrir su
casa con papel higiénico? ¿Rayar su coche con las llaves? Seguro que
podemos pensar en algo completamente juvenil y satisfactorio.
Miranda se quedó mirando el folletoy la sonrisa confiada de Dane.
¿Pero qué vio? Fotos suyas en una página web, en correos electrónicos
enviados a miles de personas, colgadas en Internet y vinculadas para
siempre a su nombre. Fotos de la mano de él bajo los pantalones de
ella, sus pechos apuntando a la cámara como dos faros gemelos.
Y volvió a contemplar la sonrisa despreocupada y confiada de
Dane. Entrenamiento profesional de supervivencia, decía el folleto.
Casanova Croft, expulsado del Flush de Las Vegas por acostarse
con la mujer del dueño.
Entrenamiento profesional de supervivencia. Profesional.
—Creo que quiero vengarme —soltó Miranda, luego se volvió para
mirar a su amiga—. Sé que no es racional, y ni siquiera me importa.
¿Es una locura?
—No, en absoluto —la calmó Beth Ann—. ¿Qué tienes en mente?
Miranda levantó el folleto, formando una idea.
—Quiero arruinar su carrera como lo hizo con la mía.
—Estoy escuchando, cariño.
Abrió el folleto.
—Están empezando un negocio, ¿no es verdad? ¿Qué pasaría si
aparecieran fotos de Dane Croft en Internet? ¿Fotos de él desnudo?
Fotos comprometedoras de él desnudo. —La idea comenzó a formarse
en su mente, y saltó de la silla, casi temblando de emoción—. Desnudo,
¿fotos comprometedoras de él en una situación de supervivencia?
Las cejas rubias de su mejor amiga se fruncieron.
—Y, ¿dónde conseguirás esas fotos?
—Las tomaré yo misma.
Beth Ann levantó una ceja. —¿Y cómo vas a hacer eso?
Miranda levantó el folleto triunfalmente.
—Voy a inscribirme en un curso de supervivencia y usar las Tetas
legendarias de Bluebonnet contra él. Casanova Croft no tendrá ninguna
oportunidad.
—¿Estás segura de que es inteligente?
—Nunca he sido prudente en torno a Dane Croft —dijo Miranda,
pensando en la última vez que lo había visto.

—Siete minutos en el cielo —anunció Chad, empujando a Miranda


y Dane hacia el armario de su habitación. Las risas de adolescentes les
rodearon, y Miranda sintió que sus mejillas se calentaban con vergüenza,
pero no soltó la mano de Dane.
Dane le dio un codazo a Chad y sonrió.
—Hazme un favor, hermano, y omite el contador de tiempo.
Chad sonrió.
Podría haber protestado, haber dicho que no era ese tipo de chica,
pero no dijo nada, ni siquiera cuando la puerta se cerró tras ellos. Quería
ser ese tipo de chica con Dane.
El armario de Chad olía a equipo de fútbol sudado y ropa sucia.
Estaba atiborrado de cajas y ropa colgada en perchas, y la única
bombilla parpadeante del techo no ofrecía mucha luz. Arrugó la nariz
ante el olor a humedad del armario y esperó sin aliento. ¿Se le insinuaría
Dane esta noche? Habían flirteado durante semanas, se habían cogido
de la mano la última vez y se habían besado bajo las gradas. Si tenía
tiempo, sabía que quería que fuera él quien le quitara su virginidad.
Pero no tenían tiempo. Se habían graduado esa misma tarde y, tras
la ceremonia de entrega de togas y birretes, se habían dirigido a casa de
Chad para la última aventura del último curso.
Era ahora o nunca.
Señaló la luz del techo que parpadeaba de nuevo.
—¿Deberíamos apagar eso?
—Déjalo así. Me gusta mirarte. —La mano de Dane le dio un
apretón a la suya y le sonrió—. ¿Estás bien?
Sí, quiso decir. Estoy bien. ¿Te lo pasaste bien en la graduación?
Pero le salió un gemido, las palabras se le atascaron en la garganta.
Dane soltó una risita. —Supongo que debería estar diciendo “Feliz
décimo octavo cumpleaños” —dijo—. Ya eres tan mayor como yo.
Dieciocho años y pronto irían a la universidad. El pensamiento
pasó por su mente, con urgentes rizos de calor recorriéndola. En lugar de
responder, lo acercó y empezó a besarlo, buscando su boca.
—Guau —susurró Dane, pero sus manos se dirigieron a su trasero
y la atrajo hacia él, haciendo chocar sus caderas contra las de ella. Su
lengua se deslizó en su boca, profundizando y saboreándola en el beso
más dulce que jamás había recibido. Su boca se separó de la de ella
después de un largo momento y respiró con fuerza en su oído—. Maldita
sea, Miranda.
La respiración de ella se agitó y deslizó la pierna entre las de él... y
tropezó, cayendo sobre él.
Él maldijo, tratando de mover su peso, inmovilizado entre una fila
de chaquetas y una pila de cajas.
—Lo siento —susurró tímidamente, sacudiendo su bota de tacón
alto—. Creo que mi zapato se ha enganchado en su casco.
Tantearon en el estrecho espacio, y Miranda se agarró a un estante
y se levantó, luego se volvió para quitarse el casco de fútbol de la bota.
Dane se movió detrás de ella y le rodeó la cintura con las manos.
—Así está mejor —le susurró en el cuello. Algo le hizo cosquillas en
la cintura, donde se le subía la camiseta: sus dedos.
Su mano cubrió la de él y la movió más arriba, bajo la camisa,
temblando de placer. —Tócame, Dane. Por favor.
—Me encantaría —le susurró al oído, y le dio un beso en el cuello,
haciéndola estremecerse—. Eres lo más sexy de esta ciudad, Miranda
Hill.
—Gracias, Dane Croft —susurró ella, girando el cuello para que su
lengua se deslizara por su garganta. El calor le recorrió el cuerpo. No
protestó cuando las manos de él se deslizaron hasta su camisa y se la
quitaron en la oscuridad. Incluso se desabrochó el sujetador, ya que los
dedos de él tantearon su espalda durante un largo rato. Pero entonces
sus manos se posaron en sus pechos, sus dedos cálidos sobre su piel.
Los dedos le acariciaron los pezones y ella jadeó, levantando los brazos y
enroscándolos alrededor de su cabeza inclinada.
Por detrás, le dio un beso en el hombro desnudo y ella sintió su
erección contra los vaqueros. Sus dedos volvieron a pellizcarle los
pezones y a ella se le cortó la respiración.
—Dane —susurró—. Dios, vuelve a hacer eso.
—Voy a hacerlo incluso mejor —dijo él contra su cuello. Con una
mano le agarró el pecho y con la otra bajó por el vientre y le desabrochó
el botón de los vaqueros. Todo su cuerpo se tensó y sintió un hormigueo
de excitación. ¿Iba a tocarla... ahí?
Las yemas de sus dedos se deslizaron dentro de sus bragas,
rozaron los rizos de su sexo y ella dejó escapar un gemido de placer. Dos
segundos después, las yemas de sus dedos se deslizaron dentro de sus
bragas. Un dedo pasó por los labios de su sexo, rozó su clítoris. Ah, sí. Su
mano apretó su pecho al mismo tiempo que la acariciaba allí, y todo su
cuerpo se puso rígido, la anticipación de estar en el armario con él la
precipitó hacia un orgasmo...
Clic.
Miranda se quedó inmóvil. Dane siguió metiéndole los dedos,
mordiéndole el hombro, y ella se apartó de él, deslizando la mano de él
fuera de las bragas. —¿Escuchaste eso?
Sus manos se acercaron a ella, rozaron de nuevo sus pechos.
—No oí nada.
—Me pareció oír un ruido —dijo en voz baja, mirando la puerta del
armario. Seguía cerrada y el pomo no se movía. Por encima, la luz volvió
a parpadear. No había nada. Quizá estaba imaginando cosas. Paranoica
por haber sido descubierta. Si prestaba atención, podía oír a sus
compañeros riéndose en la otra habitación, esperando a que salieran.
Empezó a protestar, pero él le mordió el hombro y el placer la
invadió, y no protestó cuando su mano volvió a deslizarse dentro de sus
bragas.

***

Mirando hacia atrás, había sido muy, muy tonta. Debería haber
adivinado que Dane habría escondido una cámara en aquel maldito
armario. Debería haber adivinado que querría que todos sus amigos
vieran que se había metido en las bragas de la curvilínea Miranda Hill y
la había hecho retorcerse contra su mano en un armario. Ella tampoco
se la había chupado, pero nadie lo creería viendo las fotos.
Y ella debería haber adivinado que él desaparecería en cuanto la
NHL lo llamara. ¿Quién era ella para él? Nadie, al parecer, más que un
rapidito en el armario.
2
Traducido por Jesu Geisse
Corregido por Key

Después de salir de la peluquería de Beth Ann, se fue a la tienda


de su madre, Hill Country Antiques. La tienda parecía tan destartalada
como siempre, el letrero de madera que anunciaba demasiado en un
lado, las ventanas polvorientas y llenas de desorden. Las tiendas de
antigüedades eran de todo tipo: desde austeras y elegantes hasta
desordenadas y desastrosas. La tienda de su madre estaba en el lado de
los trastos viejos. Más de segunda mano y venta de garaje que de
antigüedades reales, era una cornucopia de bizarros cachivaches que,
sin embargo, conseguían reportarle a su madre unos ingresos decentes.
—Hola cariño —llamó su madre cuando Miranda entró, con la
campana de la puerta sonando contra el vidrio—. Llegas justo a tiempo.
—¿Oh? ¿A tiempo para qué?
—En Livingston había una liquidación de trasteros y Marilou se
llevó el viejo trastero de alguien por cincuenta dólares —dijo su madre,
dirigiéndose al frente de la tienda y pasando junto a Miranda. Puso el
cartel de CERRADO—. Puedo compartir todo lo que hay allí con ella, pero
tenemos que limpiarlo antes de que acabe el día. También me vendrían
bien un par de manos extra".
—No puedo —dijo Miranda con una mueca, señalando su coche—
. Tengo que pasar por la biblioteca a recoger mi último cheque. Lo
siento. —Era una mentira piadosa, pero no le apetecía ir a pasar el día
rebuscando entre los trastos de otra persona. La última vez que su
madre había comprado un trastero, no habían encontrado más que
hileras interminables de cajas de tebeos, cuyo contenido había sido
devorado por los ratones—. Estoy a punto de salir de la ciudad durante
una semana o así.
—¿Sales de la ciudad? —Su madre se sorprendió—. ¿Adónde vas?
—A ver unas cosas en Houston —mintió Miranda—. Pero quería
que supieras que no voy a contestar el teléfono durante unos días. Me
pasaré cuando regrese, ¿sí?
—Pero...
Se quedó inmóvil, esperando. En el pasado, cualquier cosa que
interrumpiera la rutina diaria de su madre era recibida con llanto,
ansiedad y comentarios sobre la reputación de Miranda en la ciudad.
Había sufrido un ataque de nervios cuando las fotos aparecieron en
Internet, nueve años atrás, y había necesitado mucho tiempo, paciencia
y apoyo para que su madre recuperara la calma. Ahora que las cosas
iban bien, Miranda iba a salir de Bluebonnet de una vez por todas.
Sabía que a Tanya le estaba costando adaptarse al hecho de que su hija
por fin abandonaba el nido, y las cosas habían sido frágiles durante las
últimas semanas.
—¿Quién me va a ayudar a limpiar el trastero?
Menos mal. Miranda se inclinó y besó a su madre en la mejilla.
—Veré si Beth Ann puede enviar a su hermanita Lucy. Estoy
segura de que me ayudará por unos dólares. Ahora tengo que irme,
mamá. Hablamos la semana que viene.
—Adiós, cariño —dijo su madre distraídamente mientras se
dirigían a sus coches.
Miranda subió a su camioneta, saludó a su madre y salió en
dirección a la biblioteca. Vaya. Le había ido mejor de lo que esperaba.
Dobló por Main Street y esperó en el único semáforo de la ciudad. Jugó
distraídamente con el cuello de la camisa y pensó en sus planes para
esta semana. Necesitaría ropa de acampada, debería tirar las cosas de
la nevera, quizá ver si...
Un coche tocó el claxon a su lado.
Miranda miró hacia allí y deseó no haberlo hecho. Había dos
hombres sentados en el coche, ambos unos años más jóvenes que ella.
Conocía a sus familias. Los había visto por la ciudad. Ambos le
sonreían de esa manera que le decía que la habían visto semidesnuda.
Habían visto las fotos.
—Hola, Tetas —dijo uno con una mirada lasciva—. Tengo un libro
atrasado de la biblioteca. ¿Quieres venir a mi casa a buscarlo?
A su lado, el pasajero empezó a bombear el puño delante de la
boca abierta, imitando una mamada.
Con las mejillas encendidas por el calor, se dio la vuelta, justo a
tiempo para oír las carcajadas de los dos hombres. El semáforo se puso
en verde y ella pisó a fondo el acelerador, avanzando a toda velocidad
calle abajo.
No veía la hora de acabar con esta ciudad.

***

—Recuerda, Dane. Las manos fuera de la clientela. —Colt dijo las


palabras con una sonrisa y dio un giro al mando del juego que tenía en
las manos, mirando fijamente a la pantalla del televisor—. Este es
nuestro momento de crucial, y necesito que tengas la cabeza en el
juego.
—Gracias, entrenador —dijo Dane sarcásticamente a su amigo,
metiendo un par de calcetines de repuesto en su bolsa—. Me alegro de
que me sigas.
Colt miró a Dane, apartando la vista de la pantalla del televisor
durante un breve instante. —Será mejor que yo sea el único que te siga
esta semana.
Ah, amigos. Si no le cayera tan bien, estaría tentado de darle una
paliza. Ignoró las burlas de Colt y revisó su mochila de supervivencia
una vez más mientras esperaban en la sala de recreo del rancho
Daughtry antes de reunirse con los clientes que llegarían en breve. Se
estaban tomando unos momentos para relajarse antes de estar “activos”
durante el resto de la semana. Y mientras su amigo prefería jugar a un
videojuego para mentalizarse para el viaje, él se sentía mejor revisando
su equipo una vez más.
El sonido de un público animado surgió del televisor y Dane
levantó la cabeza. Efectivamente, Colt estaba jugando a un videojuego
de hockey. Ver a los jugadores pixelados patinar sobre el hielo le puso
los nervios de punta. Le recordaba a su antigua vida, cosa que no
apreciaba mientras intentaba empezar la nueva.
—¿Tienes que hacer esa mierda ahora mismo?
Colt no levantó la vista de la pantalla. —Sí.
Dane resopló y se movió para comprobar su bolsa de nuevo,
apartando la vista de la pantalla. Ahora no necesitaba distracciones;
tenía que estar preparado. Este entrenamiento inaugural tenía que salir
a la perfección.
Primero volvió a comprobar los suministros de supervivencia que
llevaría para el grupo: cerillas, pedernal, agujas e hilo, anzuelos y sedal,
una brújula, alambre de trampa, una sierra flexible, un botiquín
médico, bengalas y una navaja multiusos. A petición de Grant, también
había empacado seis MRE militares y un teléfono vía satélite en caso de
que los chicos de la empresa no pudieran arreglárselas en la naturaleza.
El rancho Daughtry era bastante tranquilo en comparación con los
lugares donde habían pasado sus misiones de supervivencia, o las veces
que habían estado fuera de la red, pero era perfecto para el negocio.
Echó un vistazo a su mochila una vez más. Dane se sintió cómodo al
ver la pequeña cantidad de equipo de supervivencia, la anticipación
familiar recorriendo su cuerpo y ahogando cualquier irritación
persistente por las bromas de Colt.
Vivía para esto. Le encantaba: enfrentarse a la naturaleza y
utilizar sus habilidades para sobrevivir. Le centraba. Cuando estaba en
la naturaleza, Dane podía encontrar la paz en sí mismo, sin importar lo
que le molestara. Nadie más que él, la naturaleza, la tierra... y seis
neófitos que le pedían consejo, añadió con ironía. Aun así, dudaba que
pudieran quitarle el placer de la experiencia. Esto formaba parte de él.
Y era la razón por la que había vivido fuera de la red desde que
había dejado atrás el hockey. Era un hombre nuevo, con una vida
nueva, y ahora se gustaba a sí mismo. El reto de vivir de la tierra le
atraía. La simplicidad de una situación de supervivencia no podía ser
mejor. Solo tú y la naturaleza. No necesitabas electricidad ni televisión
ni teléfono para sobrevivir. Todo lo que necesitabas era habilidad y
perseverancia. Eso le gustaba mucho más que la sociedad moderna.
Se echó la mochila al hombro y le dio una palmada amistosa a
Colt. —Te lo aseguro, amigo. Lo último que quiero es tocar a una mujer
ahora mismo. —No cuando su negocio estaba a punto de despegar—.
Algunas cosas son más importantes.
—Solo me estoy asegurando —dijo Colt—. Todo el mundo ya
piensa que tu polla gobierna tus decisiones de negocios. Tenemos que
demostrar que se equivocan si esto tiene alguna esperanza de éxito.
Le irritaba que Colt tuviera razón. Que todo el mundo pensara
que su polla mandaba a su cerebro. Dane se frotó la mandíbula,
haciendo una mueca. En sus días de hockey, había sido una persona
diferente. Había jugado tan duro y sin cuidado que se las había
arreglado para sufrir dos graves conmociones cerebrales seguidas, y
cuando otro hombre habría hecho caso a los médicos y habría sido más
prudente, él había vuelto al hielo en cuanto le habían dado el visto
bueno... y había sufrido la tercera conmoción cerebral en un partido de
desempate.
Las tensiones ya habían aumentado en ese momento, y esa
conmoción cerebral en particular acabó con su carrera. Se lesionaba
con demasiada frecuencia y era un buen jugador, pero no un gran
jugador. Los entrenadores no querían arriesgarse con él. Y entonces
Samantha Kingston, la mujer del dueño del equipo, se le acercó. Le
gustaban los jugadores jóvenes. Él la había rechazado, pero ella había
recurrido a los tabloides para salvar su orgullo herido, y así nació
“Casanova Croft”. Ella le había utilizado y le había hecho quedar como
un imbécil, y no importaba lo buen jugador que hubiera sido. Se había
convertido en “ese asqueroso que se acostó con la mujer del jefe”. Su
contrato no fue renovado, y un agente libre con demasiadas lesiones era
un riesgo demasiado grande para la mayoría de los equipos. Combinado
con su notoriedad en los tabloides, nadie quería tocarle.
No había ayudado que su pasado estuviera lleno de actrices de
primera fila interesadas en salir con un atleta profesional, el último
accesorio de moda. La notoriedad de los tabloides (además de su mundo
derrumbándose sobre él) fue demasiado. Cuando empezó a recibir
ofertas para grabar vídeos sexuales, se dio cuenta de lo jodida que se
había vuelto su vida. Había huido, sin tener a quién recurrir. Colt se
había puesto en contacto con él y le había invitado a participar en un
curso de supervivencia de un mes para despejarse. Había ido a
regañadientes, sin esperar nada más que un mes sin llamadas de nadie.
Ir al viaje de supervivencia había sido lo mejor que le había
pasado. Obligado a usar su ingenio y sus habilidades para sobrevivir...
le había cambiado la vida. Nada fue fácil: ni refugio, ni provisiones, ni
duchas. Al principio lo odió, y a Colt por arrastrarlo a la naturaleza
salvaje de Alaska. Pero luego las cosas cambiaron. Había aprendido a
disfrutar haciendo cosas con las manos, atrapando su propia comida.
Le producía una intensa sensación de satisfacción. Dane descubrió una
nueva pasión, una que superaba la adrenalina incluso del partido de
play-off más emocionante. Cuando terminaron el viaje, Colt le sugirió
que se reuniera con él en su cabaña de Alaska, completamente aislada.
Habían vivido allí durante un año, sin electricidad, sin agua corriente,
sin almacenamiento de alimentos, sin nada excepto lo que podían
pescar y cuidar por sí mismos. Había sido duro e increíblemente difícil.
Había sido una bendición.
Habría seguido viviendo fuera del radar indefinidamente (no
exactamente escondiéndose, sino pasando desapercibido) si Grant no
los hubiera visitado a él y a Colt en su cabaña de Alaska para escaparse
unas semanas. Colt lo había invitado; el marine no era muy dado a
charlar, pero sabía que Grant estaba pasando apuros, incluso años
después de la muerte de su esposa. Una vez en Alaska, los tres amigos
habían caído rápidamente en una antigua y fácil camaradería. Aunque
Grant no compartía el mismo entusiasmo que Dane y Colt por los
fuegos de leña y la caza para la cena, el tiempo pasado en la cabaña le
dio una idea interesante. Un negocio de supervivencia gestionado por
los tres. Colt y Dane podrían encargarse del entrenamiento, y Grant se
ocuparía del negocio. Trabajarían para sí mismos y no responderían
ante nadie. Ni Dane ni Grant necesitaban el dinero, pero el reto del
negocio intrigaba a los tres.
Ahora Dane se encontraba de vuelta en su ciudad natal, y
evitando a todo el mundo allí. Si había alguien que no había olvidado a
Casanova Croft, era la gente de Bluebonnet. Se había mostrado receloso
al volver al pueblo, esperando lo peor. Que él supiera, era la única
persona del pueblo que tuvo quince minutos de fama, y esperaba acoso.
Hasta ahora, todo iba bien. Mantenía un perfil bajo y, en su mayor
parte, los normalmente entrometidos ciudadanos del pueblo le habían
dejado en paz. Como a él le gustaba.
Bueno, no estaba siendo totalmente honesto acerca de no querer
buscar a nadie. Le venía a la mente una persona en particular, pero
estaba bastante seguro de que Miranda Hill no quería saber nada de él.
La última vez que había hablado con ella había sido en persona, y
cuando había intentado llamarla desde el campo de entrenamiento de la
NHL, ella había ignorado sus llamadas o, peor aún, había hecho que su
loca madre las contestara.
Después de que la señora Hill lo regañara tres veces seguidas, se
dio cuenta. Dejó de llamar y dejó de importarle. Siempre había más
chicas dispuestas a lanzarse a por un jugador de hockey, sobre todo a
por un prometedor jugador.
Finalmente se olvidó de Miranda Hill, la que se le había escapado.
Bueno, algo así. Y si le gustaban las chicas de pelo largo y castaño con
un suave acento sureño, así eran las cosas. Miranda Hill probablemente
se había mudado hacía mucho tiempo. Quizá se había casado y había
tenido cinco hijos en cinco años, como su prima Tara, y ahora se
pasaba el tiempo fumando y viendo la tele. En cualquier caso, era mejor
que Miranda Hill siguiera siendo un recuerdo.
Así que no, no iba a buscarla.
La única otra empleada del negocio, su ayudante de coordinación,
Brenna James, apareció un momento después con su portapapeles y
una sonrisa radiante en la cara.
—¿Supongo que los clientes están aquí? ¿Están listos?
Colt se levantó de la silla y dejó el control del juego. —Pronto.
Colt siempre tan charlatán. —Estoy listo —dijo Dane, agarrando
los dos bolsos. Colt había empacado hace horas, pero Dane lo había
atrasado esperando hasta el último momento. Casi como si estuviera
retrasando lo inevitable.
Colt lo miró serio. —Eso espero.
La irritación surgió en Dane e ignoró la mirada bienintencionada
de su amigo. Los chicos confiaban en él o no. Podía guardarse la polla
en los pantalones. No era como si fuera un loco sobreexcitado
esperando a saltar de los arbustos a la primera chica guapa que pasara.
Ya no lo era.
Grant apareció en la habitación, sonriendo. Llevaba una botella
de champán y tres copas. —Llegó el momento, chicos. Nuestra gran
clase inaugural. ¿Estáis listos?
Dane empezaba a desear que todo el mundo dejara de preguntarle
si estaba preparado. —Va a ser una buena —dijo, y se frotó las manos—
. ¿Estás listo para sentarte sobre tu culo y empaparte de los beneficios
del duro trabajo de Colt y mío?
Grant puso los ojos en blanco y quitó el papel de aluminio de la
botella de champán. —Más bien, ustedes dos tienen una semana de
vacaciones en el bosque y yo tengo que mantener el fuerte y hacer todo
el trabajo. Hay un millón de cosas que hacer desde ahora hasta que
regresen, y Brenna no va a ser de mucha ayuda".
—Te gusta el trabajo —dijo Colt—. Haces más solo para tener
mierda que hacer.
Grant descorchó el champán. —Hora de celebrarlo.
Colt miró el champán con desagrado. —Deberías haber traído
cerveza.
—La cerveza no es para celebrar —dijo Grant, ignorando el mal
humor de Colt. Sirvió un vaso para Dane y se lo entregó.
Dane lo cogió, pero solo prestó atención a medias hasta que los
otros dos hombres levantaron sus copas.
—Por el éxito —dijo Grant.
—Por el éxito —repitió Colt.
Por una semana demostrando a sus amigos que su polla no dirigía
su vida. —Por el éxito —dijo Dane, y se bebió el champán.

***

Los dos hombres salieron de la cabaña y Dane miró al sol con los
ojos entrecerrados. Hacía un tiempo perfecto para la primera excursión:
dieciocho grados sin lluvia. La lluvia podría llegar más adelante, pero
¿hoy? Hoy era perfecto. Era un buen presagio, decidió Dane, de buen
humor. Pan comido.
Brenna lo dirigió hacia una de las dos filas de clientes que
esperaban, hombres vestidos con ropa de camuflaje que probablemente
nunca estuvieron más “al aire libre” que en un gimnasio corporativo.
Puso su sonrisa para la cámara y empezó a conocer y saludar a los
clientes; de acuerdo, algunas cosas no eran tan diferentes del hockey.
El primer tipo era propietario de una pequeña empresa, el siguiente un
abogado que quería enviar a su equipo de abogados a la formación si les
gustaba la clase. Dane no había creído a Grant cuando le dijo que las
empresas pagarían mucho dinero por este tipo de cosas, pero lo cierto
es que todos los hombres con los que estrechó la mano estaban
probando la clase para un club corporativo o toastmasters o un grupo
de profesionales.
Sin presiones.
Él estrechó la mano de cinco hombres antes de llegar al final de la
fila y a su sexto y último “alumno” de la semana. Para su sorpresa, la
persona que salió de detrás del jeep aparcado no era otra que Miranda
Hill, la chica que había dejado atrás hacía nueve años. La que se le
había escapado. Con la que había fantaseado durante años.
La miró sorprendido. —¿Miranda?
Ella ladeó la cabeza, el pelo castaño brillante deslizándose sobre
su hombro. —¿No me das un apretón de manos a mí también?
—¿Qué haces aquí? —Tenía exactamente el mismo aspecto que
hacía nueve años: el mismo pelo espléndido, los mismos ojos oscuros de
cierva, la misma figura increíble con unos pechos aún mejores. Esto
tenía que ser una prueba de Colt y Grant—. Yo... —Miró de nuevo a su
amigo, abiertamente escéptico de que su chica de fantasía hubiera
aparecido de alguna manera el primer día de la nueva empresa, pero
Colt estaba ocupado saludando a sus propios alumnos y no miraba en
su dirección—. Estoy un poco ocupado ahora mismo.
Se puso una gorra de béisbol sobre el pelo y le sonrió. Vaya.
Miranda no se parecía en nada a su prima Tara. En todo caso, tenía
mejor aspecto que cuando él se había ido nueve años atrás. Su esbelta
figura estaba llena de curvas y tenía un bronceado saludable. Llevaba
un top granate de cuello alto con unos pantalones cortos vaqueros
desaliñados y unas zapatillas deportivas destartaladas. Llevaba un
bolso colgado del hombro y le miraba expectante.
Él no sabía qué decir.
—Dane —dijo Brenna entre dientes apretados. Le pinchó en el
brazo con su bolígrafo de gran tamaño—. Miranda se ha apuntado al
curso de supervivencia. Tú serás su instructor esta semana.
Maldita sea. Miró la sonrisa de bienvenida que adornaba su boca,
la mano despreocupada en su cadera, y un torrente de recuerdos lo
inundó. La suave boca de ella sobre la suya, el tacto de su piel bajo sus
manos. La ansiosa adolescente se había convertido en una mujer
increíblemente sexy. Miró sus ojos sonrientes y la curva de su boca y
sintió que su polla se agitaba.
Demonios. La semana acababa de hacerse mucho más larga.
3
Traducido por Annie D & Eni
Corregido por Alessa Masllentyle

Esto empezaba a sentirse como un error. Miranda mantuvo su


nerviosismo escondido, aunque movía su pie repetidamente mientras la
clase de supervivencia se reunía y los dos instructores hablaban en voz
baja a la distancia. Esto parecía una gran idea hace unos días. No
había sido fácil entrar a la clase en el último minuto, pero había
inventado la excusa de que su nuevo trabajo quería algún tipo de
actividades de formación en equipo en su currículo, pagó una cantidad
ridícula de dinero por la semana de entrenamiento y pasó el examen
preliminar físico con éxito. Muy fácil.
Su meta era simple. Encontrar a Dane Croft, coquetear hasta más
no poder, y usar su atractivo femenino para engancharlo. Si fuera otro
hombre, tuviera preocupaciones acerca de hacerse la seductora, pero
Casanova Croft era legendario por sus logros. El hombre era un perro
de caza, y planeaba usarlo en su contra. Ella lo haría bailar a su ritmo,
lo comprometería un poco, y luego dejaría la cámara en su mochila
hacer el daño.
Esta semana, iba a dejar que su lado malvado tomara el mando.
Miranda la buena definitivamente iba a ser empujada para tratar con
ella luego. ¿En el centro del escenario? Miranda la malvada.
Ahora, mirando a las personas rodeándola, esto no parecía como
la idea más brillante que alguna vez haya tenido. La clase era pequeña,
de seis personas y un instructor. Cinco hombres alineados cerca de
ella, y todos parecían listos y ansiosos por pasar la próxima semana en
la naturaleza. Cuatro de los cinco estaban vestidos en camuflaje, y uno
hasta había pintado su cara con líneas negras bajo cada ojo, como si
estuviera esperando correr y hacer una anotación de fútbol americano
después de escalar. Incluso habían exagerado en el equipaje. Desde que
fueron instruidos para empacar ligero, ella decidió usar ropa cómoda
por encima de su ropa interior más sexy. Después de todo, no quería
parecer muy obvia. Sus botas de escalar eran apenas unos zapatos para
trotar, por ejemplo. Pero los demás parecían que hubieran vaciado las
tiendas locales de artículos deportivos, sus zapatos eran limpios y
brillantes, y probablemente los habían sacado de la caja minutos antes
de llegar aquí.
Todos los hombres en su grupo (en ambos grupos realmente)
estaban relativamente en forma y a finales de los treinta o cuarenta
años. Además de ser la más joven allí, Miranda era también la única
mujer aparte de la asistente, quien recibió el pago de todos y escribió su
información en una carpeta.
Era una emoción intensa e inquietante, ¿una semana sola en la
naturaleza con seis chicos y solo ella? Tenía todo lo necesario para
hacer una porno mala.
Desde el rabillo de su ojo, Miranda vio al segundo instructor
acercarse al grupo de clientes esperando. Él estaba usando una franela
negra que tenía el logo de la escuela de supervivencia atrás. Cuando
giró para responder una pregunta, Miranda lo reconoció, y no solo de la
foto. Colt Waggoner no había cambiado mucho desde la secundaria.
Estaba más alto, pero aún en forma y musculoso. En lugar de usar
ropa desaliñada y camisetas grandes como ella lo recordaba, estaba
vestido elegante, su camiseta dentro del pantalón de camuflaje y botas
brillantes en sus pies. Mientras el cliente le hablaba, Colt se mantuvo
con sus manos juntas detrás de su espalda.
—No, señor —respondió Colt con voz seca a la baja pregunta del
hombre—. Sin electrónicos afuera.
El hombre miró a todos los demás nerviosamente. —Oh, bien.
Solo pensé en preguntar.
Colt le asintió seco con la cabeza y luego comenzó a caminar
dejando al grupo. Se detuvo en frente de Miranda, el reconocimiento
pasando por su cara. —Miranda, ¿qué estás haciendo aquí?
Ella agarró un panfleto arrugado y lo ondeó enfrente de ella,
sintiéndose como una idiota bajo la mirada penetrante de Colt. —Pensé
que debería tomar la clase. ¿Cómo estas, Colt? Es bueno verte.
—Bien —le respondió, luego inclinó la cabeza—. ¿Continúas en
Bluebonnet?
—No me he ido —dijo ella incómodamente. Nunca. Oh Dios. Por
favor no me preguntes por qué me quede. Por favor no me preguntes por
qué me quede.
—Lo siento —dijo él con una voz entrecortada. Sus manos juntas
detrás de su espalda, y su pose “relajada” era más tensa que los de la
mayoría. Militar, ¿tal vez?
—¿Lo sientes?
—Siento que no te hayas ido. Esta ciudad es un chiste.
Una risa sorpresiva salió de su garganta. —Sí lo es. ¿Qué te trae
de regreso entonces?
—Negocios —dijo él—. Grant también está aquí. Nosotros...
—Colt —gritó Dane detrás de él—. Oye, Colt. Ven aquí.
Colt inclinó su cabeza de nuevo, un poco, y no giró para mirar a
Dane. —Si me disculpas, Miranda. Es bueno verte de nuevo.
—A ti también —dijo débilmente—. Bienvenido de vuelta.
Colt volteó y fue al lado de Dane arriba en la colina. Dane se
inclinó cerca diciendo algo rápidamente en un tono molesto. Miranda no
logró entender qué decía. Dijo algo más, ambos se giraron y la miraron
de vuelta. Luego hablaron de nuevo. Para su sorpresa, Colt palmeó el
frente del pantalón de Dane y dijo algo. Dane lanzó un puñetazo pero su
amigo se quitó del camino, sonriendo de satisfacción. Dane no parecía
divertido... sino molesto. Cuando señaló bruscamente en su dirección,
una pequeña sonrisa curvó la boca de Miranda. Bien, al menos eso era
algo. La rabia era mejor que nada. Cuando ella extendió su mano para
saludarlo, había una mirada vacía en su rostro, como si no supiera que
hacer al verla allí.
Ella debía admitir que no sabía qué esperar de él tampoco. Una
sonrisa de satisfacción la hubiera esperado. Una sonrisa lujuriosa la
hubiera esperado. ¿La mirada desconcertada que le había dado? No
realmente.
Brenna se detuvo en frente de Miranda, mirando hacia abajo a su
carpeta. —¿Tiene su paquete de inscripción?
Ella le entregó el papeleo a Brenna y se le dio un pañuelo rojo a
cambio.
—Vas a estar en el equipo rojo —anunció Brenna—. El instructor
rojo será tu líder por la próxima semana. Usa tu pañuelo todo el tiempo,
vamos a tener unos desafíos equipo contra equipo después en la
semana.
—Entendido —dijo Miranda con voz sumisa—. Y, ¿mi instructor
es Dane?
La asistente levantó la vista y le dio una mirada penetrante, un
indicio de ceño fruncido en su rostro.
—Soy fanática del hockey. —explicó Miranda apresuradamente,
mintiendo descaradamente—. Además, nos conocemos desde antes. En
la secundaria y todo eso.
No comentó que había ido a la secundaria con Colt Waggoner
también.
—No estás aquí por el hockey o por reuniones de clases. Estas
aquí para entrenamiento de supervivencia —dijo Brenna—. Si esto va a
ser un problema, puedo cambiar instructores...
—¡No! —chilló Miranda, escondiendo el pañuelo rojo detrás de su
espalda—. No será ningún problema. Solo acabo de notarlo.
—Bueno, deja de notarlo si puedes. Al señor Croft no le interesa
hablar de hockey —dijo Brenna, luego miró alrededor y se inclinó a
susurrar—: Si causas algún problema, te cambiaré al otro equipo. —Le
dio una gran sonrisa—. ¿Entendido?
Cielos. Miranda asintió. —Nada de hockey. Entendido.
—Me alegra que tuviéramos esta pequeña charla. —Brenna lanzó
una mirada hacia ella y luego se movió a la primera persona del equipo
azul—. ¿Tiene su papeleo?
—Ella es demasiado, ¿no crees? —El hombre al lado de Miranda
rió—. Me alegra que no sea nuestra instructora, o esta hubiera sido una
larga semana.
Miranda le dio una sonrisa tímida al hombre. Era alto, un poco
delgado y usaba lentes negros de forma cuadrada que escondían su
cara pálida. Él parecía agradable, quijada fuerte, grueso cabello rubio y
una sonrisa amistosa. Algo lindo, si te gustan los nerds.
Qué lástima que ella siempre haya tenido una atracción por los
deportistas.
—Soy Pete y, ¿tú…? —Cambió el pañuelo a su mano izquierda y
extendió la derecha para un apretón de manos.
—Miranda —dijo, sacudiendo la mano y tratando de hacer lo
posible para no mirar sobre él. Estaba bloqueando su vista de Dane.
—Entonces, ¿qué haces, Miranda? —le preguntó Pete sonriendo—
. ¿Relaciones públicas?, ¿ventas farmacéuticas?
Ella le dio una mirada rara. —Soy una bibliotecaria.
Él se rió de eso como si todo lo que dijo fuera muy gracioso.
—¿En serio?, ¿una joven mujer bonita como tú pudriéndose en
una librería? Nunca lo hubiera adivinado.
Vale, esto era coqueteo. Miranda miró a Pete por un momento,
insegura de cómo responder. ¿Coquetear de regreso? Se decidió por una
charla cortes.
—Lo retiro... solía ser una bibliotecaria. Estoy tomando un nuevo
trabajo en Houston en unas semanas como director en informática en
una empresa de electrónicos. ¿Qué es lo que haces, Pete?
—Soy dueño de Juegos Hazardous Waste en Austin —dijo con
una sonrisa ampliándose con orgullo.
—Oh, cielos —dijo ella, su atención de vuelta a él—. ¿Eres dueño
de una empresa?
—Una empresa de un billón de dólares. —Asintió con orgullo—.
Hacemos el juego más grande de disparos en primera persona MMO para
jugar en PC.
Como si supiera qué era eso. Miranda le dio una sonrisa dudosa.
—Vaya. El más grande, uh, juego de disparos. Eso es genial.
Él asintió, mirando alrededor del claro en frente de la casa de
guarda.
—El próximo proyecto involucra habilidades de supervivencia. Se
me ocurrió chequear la escena y ver cómo sería. Tener un poco de
experiencia en primera persona por mí mismo.
—Buena idea —dijo ella, pero su interés disminuía rápidamente a
pesar de su simpatía. Dane estaba marchando de regreso al grupo, una
mirada resignada en su rostro y un pañuelo rojo atado alrededor de su
mano. Su aliento salió de su pecho con alivio... no se había dado cuenta
de cuán tensa había estado.
Si la hubieran cambiado al equipo azul… hubiera estado jodida. Y
no en una forma placentera.
Ahora que Dane se acercaba, podía detallarlo de nuevo. Sus
recuerdos de él en la secundaria habían sido imprecisos y ardientes...
recordaba un chico alto y larguirucho con negro cabello alborotado,
hombros que parecían muy anchos para su cuerpo y una sonrisa
relajada. El hombre que se paró delante del equipo parecía ser el mismo
pero diferente. El Dane que había tenido en sus manos hace nueve años
había sido delgado, pero este hombre no era más que músculos sólidos.
Sus bíceps abultados por debajo de las mangas de su camiseta negra
estaban bronceados en un delicioso tono de bronce. Antes, en la
secundaria, Dane casi había sido muy bonito... con una boca hermosa,
nariz perfecta, rostro delgado y ojos verdes penetrantes.
El Dane de después aún tenía la boca hermosa y ojos verdes
penetrantes, pero su rostro se había llenado, su nariz se había roto
varias veces y tenía una gran prominencia en el medio proclamando que
había estado en peleas mientras jugaba en el hielo. Tenía una cicatriz
justo por encima, y otra en su mentón. Ella hubiera pensado que las
cicatrices lo hubieran hecho parecer menos atractivo, pero por alguna
razón estas rompían la delicadeza de su rostro, haciéndolo peligroso.
Incluso había una tercera pequeña cicatriz casi invisible justo por
encima de su ceja que le daba una apariencia atrevida. El cabello negro
que recordaba estaba corto y pegado a su cabeza en una gorra gruesa
que hacía que sus dedos picaran por tocarlo. Y mientras él se paraba
delante de ellos, ella admiró sus hombros. Aún anchos y con músculos,
pero el resto de su cuerpo parecía haberse emparejado, y toda la vista
era para hacerse agua la boca ciertamente.
Se sintió un poco consternada a la vista de él. ¿Por qué no podía
lucir más destrozado?, ¿por qué su rostro no podría estar cubierto de
lesiones de hockey, su nariz rota sin reparo alguno, y sus pómulos
aplastados como un boxeador?, ¿por qué tenía que tener esas cicatrices
que lo hacían lucir tan malditamente…. delicioso?
Todo lo mejor para seducirlo, Miranda la malvada susurró en su
oído.
Hm. Miranda la malvada definitivamente tenía un punto. Esto era
todo sobre seducción y sería mucho más fácil seducir a un hombre si es
agradable a la vista. Cielos, si él fuera agradable a la vista, haría un
placer para ella seducirlo en vez de una tarea. Ella podría estar de
acuerdo con eso.
Dane giró para decir algo a Brenna, y la mirada de Miranda se
deslizó a su trasero apretado, definido en sus pantalones de camuflaje.
Desde luego agradable a la vista, muy bien. Se sintió un poco acalorada
y sin aliento solo con mirar la forma en que sus caderas se estrechaban.
Él giró y su mirada parpadeó hasta Miranda, atrapándola viendo
a su trasero. Un sonrojo cruzó por su rostro y luego le guiñó un ojo.
Para su enorme placer, eso parecía confundirlo aún más, como si no
hubiera esperado ese tipo de reacción de ella. Miranda la malvada
estaba encantada con esa respuesta.
Muy bien entonces, ella decidió dejar a Miranda la malvada tomar
las riendas esta semana.
—Bienvenidos a su semana de entrenamiento de supervivencia —
dijo Dane en una voz baja que hizo que sus muslos temblaran. El calor
estalló, asentándose bajo sus caderas—. Durante la siguiente semana,
van a aprender a vivir en un medio silvestre por su cuenta. No va a ser
fácil. Dormirán en el suelo, buscando su propia comida, y aprendiendo
las mejores maneras de moverse en el monte. Vamos a tener un desafío
de equipo contra el equipo azul, y al final de la semana, van a tener que
sobrevivir por su cuenta por un día usando el entrenamiento que les dé.
¿Entendido?
¿Sobrevivir por su cuenta por un día?, ¿eso significaba que no
pasaría toda la semana con Dane? Ocultó su ceño fruncido. Está bien,
entonces, seis días para seducir al hombre y conseguir fotos de él
desnudo. Podía manejar seis días.
Miranda la malvada tendría que trabajar un poco más rápido.
—El terreno donde vamos a estar sobreviviendo es propiedad
privada del rancho Daughtry. Estarán rodeados de diez mil hectáreas de
nada más que árboles y vida silvestre. Somos dueños de este rancho,
por lo que cualquier cosa que puedan llevar que sirva de alimento,
llévenlo. No habrá ningún deporte de caza, esto es para enseñarles
cómo sobrevivir, ¿entendido?
Él lanzó una mirada severa sobre todo el grupo, con los brazos
cruzados sobre su pecho.
Nadie se movió.
—Ahora —declaró—, todos vamos a vaciar nuestras mochilas y
voy a asegurarme de que no estén contrabandeando algo que les haga
las cosas más fáciles. Nuestras instrucciones decían traer un cuchillo
de utilidad —enumeraba las cosas con los dedos— un cambio de ropa,
medias extra, y tres bolsas plásticas con cierre. Nada más.
Miranda se puso rígida, sus manos apretaron las tiras de su
mochila. ¿Iba a tener que mostrar el contenido de su bolso? Oh mierda.
Eso podía ser incómodo. O vergonzoso. O ambos.
Cuando ella vaciló, Dane le sonrió a la primera persona en su
pequeña fila, tomó su mochila, y la volcó en el suelo. Ella gimió para
sus adentros cuando las cosas del hombre cayeron y Dane comenzó a
recogerlas.
—No permitido —dijo, poniendo a un lado el primer elemento—.
No permitido, no permitido.
Oh sí. Esto iba a ser malo. Ella observó como el hombre (Will,
pensó que era su nombre) se puso tenso y parecía como si estuviera a
punto de sublevarse antes de que la clase incluso comenzara.
La asistente Brenna estaba al lado de Dane, tomando la carne
seca, el celular, y una manta térmica de viaje que le fueron entregados.
—Se le regresarán todas estas cosas cuando termine la clase —dijo ella,
con una voz que no aceptaba más discusiones—. No antes.
—Necesito ese teléfono. Mi empresa está asegurando un acuerdo
esta semana…
—Lo siento, ¿quiere darse de baja de la clase? —dijo Brenna con
una sonrisa alegre e inocente, agitándole el teléfono en frente de la
cara—. Porque si es así, estaría encantada de reembolsarle la matrícula,
menos el depósito, por supuesto.
—No, señorita —dijo Will con voz resignada. Le dio al teléfono una
última mirada anhelante y luego suspiró, dando un paso atrás en la
fila.
Dane sonrió y palmeó al hombre en la espalda, inclinándose y
murmurando algunas palabras de aliento que Miranda no pudo captar.
Lo que sea que le dijo, tuvo el efecto deseado, Will se animó otra vez y le
dio a Dane una sonrisa de arrepentimiento.
Él siempre había sido bueno cautivando a la gente. Imbécil. Aun
así, ella se retorció un poco, imaginándolo inclinándose y diciéndole que
había sido una chica traviesa. Incluso con estar de pie en la fila, ya
estaba poniéndose cachonda solo con la presencia de Dane.
Miranda la malvada iba a pasarla bien esta semana.
Los nervios de Miranda se pusieron tensos y agarró con fuerza su
mochila mientras Dane bajaba por la fila. Algunas personas hicieron
muecas y renunciaron a su contrabando (linternas de emergencia,
barritas de cereales, otro teléfono móvil) y Pete parecía muy disgustado
por tener que renunciar a su repelente de insectos. Aun así, lo hizo,
cayendo presa del fácil encanto de Dane incluso cuando Brenna le
arrebató el contrabando.
Y entonces Dane estaba de pie frente a ella. Tragó saliva cuando
él le tendió la mano. —Bueno, uh —dijo, intentando ganar tiempo—. ¿Y
si te juro que no tengo nada de contrabando y estaremos en paz?
Él enarcó una ceja y su sonrisa amistosa se transformó en un
ceño fruncido. —¿Hay alguna razón en particular por la que no quieres
que revise tu bolso, señorita…?
Miranda le sonrió. —Sabes quién soy.
—Lo sabía hace nueve años —admitió—. Pasan muchas cosas en
nueve años.
—Sigue siendo Hill. Ni matrimonio ni divorcio. —Se preguntó si él
pensaría que era algo bueno o malo. Y antes de que pudiera responder,
ofreció—: Te mostraré mi bolso, pero tiene que ser en privado. Ya sabes.
Cosas de chicas.
Aquella ceja llena de cicatrices se puso por las nubes. Miranda
mantuvo una sonrisa despreocupada, aunque se le erizaba la piel de los
nervios. Si la dejaba tirada en la hierba delante de todo el mundo... iba
a ser una semana muy larga.
—Muy bien —aceptó después de un momento tenso—. Vamos a ir
detrás de ese árbol y puedes mostrarme.
Ella asintió y se dirigió en esa dirección, sintiendo un gran alivio.
Ninguna humillación pública. Eso era bueno.
Se colocaron detrás de un gran enebro, donde la espesura de sus
ramas permitía la intimidad. Cuando se detuvieron, Dane le dirigió una
mirada especulativa y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Ahora, ¿de qué se trata esto?
—¿Qué te hace pensar que se trata de algo? —Abrió los ojos de
par en par, fingiendo inocencia.
Arqueó una ceja. —Porque todo esto parece un poco coincidencia,
¿no crees? Mi ex novia de la escuela aparece en mi primera clase de
supervivencia, ¿y es tan guapa como la recordaba?
Sus pezones se endurecieron ante el tono ronco y casi burlón de
su voz, y apoyó una mano en el árbol que tenía detrás, estabilizándose.
Calma, chica. Se sintió en conflicto, mirando fijamente su rostro rugoso.
¿Era posible seguir sintiéndose locamente atraída por aquel hombre
aunque lo odiara? Solo llevaba cinco minutos con él y su cuerpo ya se
había acelerado en respuesta. ¿Así que pensaba que era guapa?
—Esto no es una trampa. Te lo aseguro.
Al menos, no de la manera que él pensaba.
Le dirigió una mirada de “estoy esperando” y no se movió de su
sitio frente a ella. —Eso no explica por qué no me dejas ver lo que está
dentro de tu bolso.
Ah, sí. Eso lo respondía. Podía sentirse físicamente atraída por un
hombre y aun así querer darle una patada en los huevos.
Preparándose mentalmente para poner en marcha su plan, se
encogió de hombros y le tendió el bolso. —Aquí tienes.
Al igual que los demás, Dane cogió la mochila, abrió la cremallera
y tiró el contenido al suelo.
La lencería se esparció por la hierba: sujetadores de seda roja,
tangas de encaje negro y un par de bragas de seda rosa (sus favoritas)
con un volante en el trasero. Encima de todo estaba su cámara.
Se quedó mirando la mezcla durante un largo rato y después le
devolvió la mirada, asombrado. —¿Qué es todo esto?
—Equipo de supervivencia —dijo Miranda, con la voz un poco
ronca por el nerviosismo. Se obligó a dar un paso adelante, con el
cuerpo tembloroso por el nerviosismo, y le puso una mano en el pecho.
Vaya. Un pectoral muy, muy definido. Eso era nuevo, y muy bienvenido.
Se le secó la boca y levantó la vista hacia él, que permanecía inmóvil,
dominándola. Su voz se redujo a un susurro—. Todas esas bragas son
terriblemente esenciales para mi supervivencia esta semana.
El cuerpo de él se tensó bajo su mano y ella esperó. Esperó a que
él la apartara y frunciera el ceño en su dirección, muy serio... o a que
respondiera a sus caricias.
Dane miró su mano, pequeña sobre su pecho. Luego volvió a
mirarla, con expresión inescrutable. Habló en voz baja.
—¿Qué está pasando, Miranda?
Era su momento. Anudó los dedos en su camisa y tiró de él hacia
delante, y se sintió gratificada al ver que él se dejaba tirar hacia delante.
Sus pechos rebotaron contra el pecho duro como una roca y ella sintió
una oleada de excitación, un chorro de adrenalina y una embriagadora
descarga de deseo. Echó la cabeza hacia atrás y lo miró, deslizando la
mirada hacia su boca. —Nunca nos acostamos hace nueve años, Dane
Croft. ¿Te acuerdas? Se suponía que ibas a quitarme la virginidad y no
apareciste.
—Recuerdo muchas cosas de ti, Miranda Hill —dijo él en voz baja
y ronca—. Miranda Hill —dijo repitiendo su nombre—. Ni matrimonio,
ni divorcio. Solo Miranda Hill.
Se le doblaron los dedos de los pies y lo acercó un poco más. Su
boca estaba ahora tan cerca de la suya que su aliento se abanicó contra
su mejilla, cálido y dulce. —Oí que habías vuelto a la ciudad —susurró,
y pudo oler el maravilloso y fresco aroma de él, todo hombre y almizcle y
solo un toque de sudor y aire fresco—. Y quería ver si tal vez podríamos
continuar donde lo dejamos, y ver cómo funciona.
Entonces ella se lamió deliberadamente los labios, tan cerca de
los suyos que su lengua rozó los suyos.
Él gimió y avanzó unos centímetros, pero lo suficiente para que
su boca rozara la de ella y ella sintiera su lengua rozar la suya. Separó
los labios y agradeció la caricia. Cuando su lengua penetró en su boca y
empujó, ella lo sintió hasta el fondo y su sexo empezó a palpitar de
deseo. Sus labios se abrieron más y su lengua recibió la siguiente
embestida, enredándose con la de él.
Seguía besando tan bien como recordaba. Mejor, pensó, mientras
le acariciaba la lengua con un movimiento que hizo que sus nervios se
estremecieran y su coño se apretara.
Alguien tosió a lo lejos y Dane se congeló contra ella. Ella le pasó
la lengua por los labios, decidida a ganar el concurso de voluntades, y
fue recompensada cuando él se apartó de su agarre, aturdido.
—¿Qué te pasa, Dane? —Su voz era suave, juguetona—. ¿O es
hora del registro al desnudo?
Le quitó la mano del pecho y miró a través de los árboles, donde
los demás aún los esperaban. Dane maldijo en voz baja y se pasó una
mano por el crujiente casquete de pelo. Luego se arrodilló, le guardó la
cámara en el bolsillo y empezó a meter las bragas en la bolsa, con el
ceño fruncido.
—Esta semana no se trata de enrollarnos, Miranda.
Eso dices, pensó, pero no dijo nada. Aquel beso apenas rozado la
había inspirado. Nueve años atrás, nunca había conseguido enrollarse
con Dane, y pensó que aprovecharía esta semana para atormentarlo,
volverlo loco de lujuria y conseguir las fotos que quería. Pero ahora que
él le había robado la cámara, ella tenía una nueva idea... una que
implicaba un beneficio secundario para ella.
Siempre había querido acostarse con Dane. Al menos, cuando era
más joven, lo había querido. Él había sido el único hombre capaz de
llevarla al orgasmo, y ni siquiera habían tenido sexo. Después de que él
no se presentara para quitarle la virginidad y las fotos aparecieran en
Internet, empezó a tenerle manía al sexo. Había perdido la virginidad
con el primer chico de fuera de la ciudad con el que había salido, solo
porque no iba a circular por la ciudad. Fue una situación incómoda y
embarazosa para ambos. Después, sus relaciones no habían mejorado
mucho. Durante sus años universitarios había pasado de un hombre a
otro en la cama, pero todos habían sido incapaces de llevarla al punto
en que su cerebro se apagara y pudiera relajarse y llegar al orgasmo. No
podía relajarse, no podía correrse, no podía disfrutar del momento, y
todas sus relaciones solían terminar una o dos noches después de la
introducción del sexo.
Al cabo de un tiempo, había renunciado a las citas, segura de que
sus problemas con Dane y los de su madre con los hombres habían
arruinado definitivamente cualquier posibilidad de una relación normal.
Había dejado de tener citas... y en su lugar se había comprado un
vibrador.
Pero el mero hecho de estar en presencia de Dane ya la excitaba
más que cualquier otro hombre al que se hubiera acercado en años. Y
recordó que la vez que ella y Dane se habían acariciado en el armario,
se había corrido duro y rápido.
Se preguntó si podría volver a hacerlo: tener un orgasmo con un
hombre. No debería ser difícil, pero parecía que todas las mujeres del
mundo podían conseguirlo menos ella. Tal vez solo necesitara al hombre
adecuado para experimentar, aunque fuera Dane Croft, su enemigo más
odiado. Esta semana era el momento perfecto para averiguarlo, pensó
mientras le dirigía otra mirada depredadora.
Terminó de meter la última prenda en su bolso y se palpó el
bolsillo con su cámara. De acuerdo, sus planes tendrían que cambiar
un poco. Seducir y follar al hombre esta semana. Divertirse. Utilizarlo
para tener sexo y, con suerte, orgasmos. Luego, cuando terminara la
semana, lo invitaría a su casa y le haría las fotos.
Eso seguía funcionando. Sonrió de forma perversa. Miranda la
malvada aprobaba la utilización de los hombres.
Dane frunció el ceño y le devolvió la bolsa. —La nota decía el tipo
de ropa que puedes usar durante los siguientes días. Eso significa
caminar, comer, dormir y posiblemente nadar con la ropa puesta.
Miranda la malvada volvió a hacer de las suyas. Se inclinó hacia
delante y pasó un dedo por delante del pecho de Dane.
—Puedo caminar, dormir, y nadar usando mis bragas de encaje
—aseguró, con un ronroneo bajo en la voz—. ¿Pero comer en bragas de
encaje? Eso te lo dejo a ti.
Luego se lamió los labios y le sonrió seductoramente.
Dane volvió a maldecir en voz baja y regresó corriendo hacia los
demás, ajustándose mientras lo hacía.
Miranda la malvada, uno; Dane, cero
4
Traducido por Nats
Corregido por CarolHerondale

Maldita sea. Dane comprobó el equipo una vez más, decidido a no


mirar a Miranda mientras se paseaba de vuelta al grupito, sus caderas
redondeadas oscilando en un movimiento completamente seductor que
se la ponía dura. Diablos. Cinco minutos en su clase inaugural y ya
tenía problemas. De todas las mujeres del mundo entero, Miranda tenía
que estar aquí en su clase.
Acercándosele. Besándole, sus intenciones claras. “Quería ver si
tal vez podríamos continuar donde lo dejamos”. La mujer se había
preparado una bolsa entera llena de lencería para una semana de viaje
de supervivencia en el bosque, una obvia señal de sus intenciones. Y…
maldita. Se imaginó la curvilínea figura de Miranda en un particular par
de braguitas con volantes, sentada en su regazado en la fogata…
Entonces, rápidamente volvió en sí, pensando en otras cosas.
Cosas no sexys, frías duchas, lo que fuese con tal de calmar su mente.
No podía permitir que una hermosa llama de su pasado le distrajera de
su trabajo.
Sus ojos se estrecharon. A menos que… Fuera eso por lo que
estuviera allí. Quizás Miranda se había ofrecido para tentarle, haciendo
de cebo para una trampa muy sexy.
No parecía de las que se inscribían en una excursión al aire libre de
una semana, pensó, mirando a su cara sonriente y demasiado alegre.
Quizás Colt y Grant lo habían planeado para que estuviera en su grupo.
Colt había sido demasiado sociable con ella durante las presentaciones.
Recordaba haberles visto hablando, y a Miranda riendo. El sonido había
raspado sus nervios ya destrozados, y había ladrado el nombre de Colt
para que se alejara de ella. Cuando regresó, bromeó con Dane. “Ahora
será aun más difícil mantener a este soldado contento”, había dicho,
palmeándole la parte delantera de los pantalones. Había intentado
derribarle en respuesta. Todavía se arrepentía de fallar.
Tal vez ella estaba en esto con Colt Grant también. Tal vez habían
sacado a la chica más sexy de Bluebonnet y la habían contratado para
venir a la clase de entrenamiento para poner a prueba su fuerza de
voluntad. Tal vez no confiaban en que mantuviera la polla en los
pantalones como decían. Eso tenía más sentido que cualquier otra cosa
que se le ocurriera.
Y le cabreaba.
Dane observó cómo Miranda sonreía a los otros hombres, con la
mano jugueteando con el escote alto de su camiseta. Frunció el ceño.
No iba vestida exactamente como una seductora. Por un lado, su
camiseta era modesta hasta el punto de ser puritana. En segundo
lugar, no llevaba ni una pizca de maquillaje y su pelo era sencillo: largo,
liso y suave. No es que necesitara maquillaje para estar guapa: su piel
fresca y sus bonitos ojos marrones le habían sonreído de una forma que
le recordó que hacía mucho tiempo que no se acostaba con una mujer.
Pues bien, si Miranda era una planta para poner a prueba su
fuerza de voluntad, era una prueba que Dane tenía intención de
superar. Se habían besado, pero había sido un error. No dejaría que se
repitiera. Era hora de ponerse manos a la obra.
Miranda jugueteaba con el cuello de la camisa, un hábito nervioso
de hacía años. A su lado, Pete le sonreía de un modo que parecía
demasiado amistoso. No dejaba de mirarla y sonreírle, y ella le devolvía
una leve sonrisa porque, ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Ignorarlo? Se
preguntó brevemente si él habría visto la cascada de lencería que había
caído de su mochila cuando Dane le dio la vuelta, y se encogió. Sería
aún peor si él la hubiera visto subirse a su instructor y besarlo.
Eso haría que esta semana fuera muy, muy incómoda.
—¿Has acampado alguna vez? —le preguntó Pete, mientras Dane
se movía de vuelta al grupo—. Tengo que admitir que no esperaba ver a
una chica guapa en el equipo, pero es una grata sorpresa.
Manteniendo la sonrisa educada en su rostro, Miranda se volvió a
Dane, intentando no mostrar su irritación.
—No veo por qué es tan increíble que una mujer quiera ir a un
viaje de supervivencia. Estuve en las Chicas Scouts. Acampan, a pesar
de que no como aquí.
Se rió de ella de manera condescendiente. —Bueno, prepárate
para el paseo de tu vida.
Le echó un vistazo a Pete. —¿Por qué? ¿Ya has hecho un viaje
como este?
Pete se sonrojó un poco. —Oh. Uh, no. Acabo de oír que será una
semana loca, eso es todo.
Parecía tan incómodo de que lo pusieran en un aprieto que ella le
dedicó otra sonrisa para que se sintiera mejor. Hasta el momento Pete
parecía ser mucho peor con la gente que ella.
A lo lejos, el equipo azul empezó a adentrarse en el bosque,
alejándose de la enorme cabaña de madera que servía de albergue y
cuartel general. Dane se volvió hacia su equipo, dio una palmada y se
balanceó sobre los talones.
—¿Estamos listos para empezar?
Se dio cuenta de que no la miraba. En lugar de eso, miró a todos
los hombres de su pequeño equipo y se apartó antes de que su mirada
llegara a la de ella. Miranda se encrespó al oírlo y se enroscó el pañuelo
rojo en la muñeca. Tenía tiempo de sobra para ganárselo. Mucho,
mucho tiempo para seducirlo. Solo tenía que ser paciente.
—Tengo unas cuantas reglas antes de que nos adentremos en el
bosque —comenzó Dane. Sus manos se movieron a sus caderas y se
detuvo frente a ellos, con las piernas separadas y los brazos en jarras,
imponente—. Para los nuevos, este no será un viaje fácil. Haremos un
montón de senderismo. Algo de natación. Aprenderemos cómo hacer
trampas y atar nudos. Pescaremos nuestra cena y cazaremos lo que no
podamos encontrar en los arroyos. Aprenderemos a construir refugios y
a cómo comenzar y mantener un fuego. Hará mucho frío por la noche y
calor durante el día. Van a sudar. Se van a ensuciar. Y si son
demasiado delicados para este tipo de cosas, lo mejor es que se vayan
ya mismo.
Miranda lo observó con curiosidad. ¿Acababa de… de sonrojarse
cuando dijo la palabra delicados? Su mirada se deslizó sobre ella, y
luego la apartó rápidamente, y ella sintió una oleada de triunfo.
Pensaba en sus braguitas. Dejó que una sonrisa curvara su boca.
Bueno, ahora sí.
—Por encima de todo, vamos a aprender lo que es trabajar en
equipo. —Se volvió hacia ellos y comenzó a pasar barritas de energía.
Tres fueron entregadas a Miranda, y ella las miró, después a la
cantimplora que le tendieron. No parecía mucha agua.
—Esos son todos los materiales que van a llevar esta semana —
anunció Dane—. El primer desayuno y bebidas las tengo yo. El resto
depende de ustedes.
Una persona gruñó. Podría haber sido Pete.
Para crédito de Dane, lo ignoró y siguió hablando.
—Vamos a asignar compañeros para esta semana, y a veces se
emparejarán para los desafíos. ¿Están conmigo? —A sus asentimientos,
hizo un gesto—. Escojan un compañero y pongámonos en marcha.
Pete se giró y miró a Miranda esperanzadamente.
Bueno, por qué no. Miranda levantó un pulgar y le dio una
sonrisa incómoda. Parecía el menos capaz en esto, y siempre podía
esperar que él la abandonara temprano, dejándola sin otra opción que
juntarse con Dane.
—Muy bien —dijo Dane, cuando todos se juntaron. Señaló a dos
hombres mayores que se habían asociado—. George y Jamie irán al
principio de la fila. Haremos una fila india de uno, ya que hará las
cosas más fáciles. Los siguientes serán Steve y Will. —Señaló al otro
equipo masculino, y luego finalmente a ella y a Pete—. Pete y Miranda
pueden tomar la retaguardia. Miranda, tú delante de Pete, ya que es
más seguro. Griten si empiezan a quedarse atrás.
—Sé cómo caminar —dijo en un tono erizado, ofendida. Dios, el
hombre era realmente un imbécil—. Solo porque sea una chica no
significa que sea incompetente.
—No, por supuesto que no —dijo Dane—. Tienes razón. Toma tú
la retaguardia. Pete, camina delante de Miranda.
Bueno, eso no era mejor exactamente. Sospechaba que se había
quedado atrapada al final de la fila para que Dane no tuviera que
mirarla. Descubierto.
—Muy bien, vamos. —Dane les hizo señas hacia adelante y luego
se giró, comenzado la marcha a través de los árboles. Sacó un walkie
satelital, murmuró algo en él, y luego lo apagó.
Uno por uno, fueron colocándose en su lugar detrás de él. Ella
cerró la marcha, su ligera mochila rebotando contra sus hombros
mientras caminaban. El suelo era irregular y un poco rocoso en algunos
lugares, y guijarros se dispersaban bajo sus pies.
—Ahora, una cosa que debo advertirles sobre este rancho —dijo
Dane, mirando atrás mientras caminaban—. Hace cinco años, era el
mayor parque de emú al Sur antes de que el dueño falleciera y los
activos fueran vendidos. El emú fue trasladado a diferentes criadores,
pero uno o dos siguen trotando por la propiedad. Solo les advierto en
caso de que encuentren alguno esta semana.
Uno de los hombres de negocios (Miranda creía que su nombre
era Steve) se detuvo. —¿Qué narices es un emú?
—Un pájaro gigante —dijo Dane casualmente—. Mide un metro y
medio. Como un avestruz, pero con mal genio. Ten cuidado.
—¿Quieres decirme que tienen aves de maleza por aquí? —farfulló
Steve—. ¿Es seguro?
—No sé si es seguro —dijo Dane arrastrando las palabras—. Pero
no hay muchas cosas que sean “seguras” en la naturaleza, si sabes lo
que te digo. Estás aquí para aprender a cuidarte solo en lo salvaje, y
eso, quizás incluya una lección evita-emús, o quizás no. —Sus grandes
hombros se tensaron y luego comenzó a andar sobre una pendiente—.
Vamos, cojamos el ritmo. Tenemos un largo camino por recorrer esta
noche antes de llegar al área que designé para nuestro campamento.
No tenían más remedio que seguir a su líder. Uno por uno, lo
siguieron por la pendiente, las deportivas de Miranda deslizándose un
poco sobre la grava.
—¿Estás bien ahí atrás? —gritó Dane
—Estoy bien —chilló Miranda de regreso, su tono un poco tenso.
Esto ya empezaba a aburrirla, podía caminar tan bien como cualquiera
de los hombres—. No te preocupes por mí.
—Oh, no me preocuparé —le gritó Dane—. Vamos, hombres. Y
mujer.
Y con eso, comenzó a correr hacia el bosque.

***

Aquel día, Miranda empezó a apreciar a regañadientes la


capacidad atlética de Dane. Trotaron un rato, sobre todo para alejarse
de la cabaña del cuartel general y adentrarse en la naturaleza. Una vez
que la cabaña estuvo fuera de la vista durante unos quince minutos,
Dane redujo la velocidad del grupo a una caminata rápida. Iba en
cabeza, trepando por rocas y maleza como si hubiera nacido para la
naturaleza.
El resto del equipo le seguía, mucho más lento y torpe. Dos de los
hombres de negocios de más edad jadeaban y fruncían el ceño, pero
todos siguieron el ritmo de su instructor mientras éste los bordeaba por
el lecho seco de un arroyo, agarrándose a las raíces de los árboles como
asideros. Los demás le siguieron de cerca y, cuando llegó el turno de
Miranda, Pete le tendió una mano.
Ella le ignoró y trepó por la ladera del terraplén por su cuenta.
—Estoy bien, gracias. —Su voz era más dura de lo que debería,
pero empezaba a irritarse con él y era solo el primer día.
Y qué primer día tan largo. Se encontraba cubierta de sudor
(todos ellos) y algunos mechones de su pelo se le pegaban a la cara,
pero se mantenía al día con los hombres y eso era genial. Pete parecía
estar luchando, sus pasos desacelerando mientras escalaban.
Mientras caminaban, Dane comenzó a charlar con los estudiantes
de su grupo, su voz casual. Siempre le había resultado fácil hacer
nuevos amigos, recordó Miranda, y parecía justo en su elemento. El
hombre les preguntó sobre sus trabajos, familias y los previos viajes de
caza en los que habían estado.
Cuando llegó el turno de Pete, de inmediato comenzó a alardear
de su compañía. —Soy dirigente de Hazardous Waste Games. Es una
empresa multimillonaria…
Miranda puso los ojos en blanco y desconectó su sonido mientras
parloteaba sobre los tiradores y su juego.
—…Pero así soy yo —concluyó Pete eventualmente con una
sonrisa—. Casado con el trabajo a menos que encuentre a la mujer
adecuada que me haga un hombre nuevo.
Le sonrió, obviamente pensando que su patrimonio empresarial
compensaba su falta de otros activos.
Hizo una mueca y esperó que no pudiese verla. Su rostro pálido
como la tiza, estaba sonrojado fuertemente, y su pelo estaba pegado en
la frente. Grandes circulares de sudor habían aparecido bajo sus
brazos, y empezaba a oler.
¿Necesitaba una mujer que le convirtiera en un hombre nuevo?
Seguro como el infierno que no sería ella.
Como si sintiera sus pensamientos, Dane habló.
—¿Qué hay de ti, señorita Hill?
Se sacudió, sobresaltada. —Oh, no estoy interesada en encontrar
marido, gracias. Estoy aquí para aprender habilidades de supervivencia.
Los hombres se rieron.
—Quiero decir —dijo Dane con voz paciente—, ¿qué hay sobre ti?
Cuéntanos de tu familia.
—Conoces a mi familia, Dane Croft —dijo Miranda—. Mi madre,
Tanya, es dueña de la tienda local de antigüedades, y mi padre es un
indecente camionero que solo aparece cada pocos años. Me sorprende
que lo olvidaras. —Antes de que pudiera responder a su pulla, se
apresuró a añadir—: Pero aparte de eso, soy solo yo. Ni marido, ni hijos.
Dos semanas y media más y estaría trabajando en una enorme
corporación, haciendo lo que siempre debió hacer.
Todo lo demás entre el ahora y el entonces no era importante.
Estaba acabando con la historia de la antigua Miranda, la pechugona
de Bluebonnet. Pronto solo sería una leyenda local.
Sus ojos se estrecharon en la espalda de Dane. Una leyenda local
con un muy buen final, decidió.

***

Cuando el sol estaba alto en el cielo, el grupo llegó a la zona que


Dane había designado como primer campamento. Los hombres
refunfuñaban y bromeaban sobre lo cansados que estaban. Dane
esperaba que Miranda se quejara, pero ella era la única de su pequeño
equipo que se tomaba el riguroso ejercicio con calma. Tenía la cara
enrojecida y sudorosa, pero se mantenía fuerte y tranquila, y él se
replanteó sus ideas iniciales sobre ella. Con esos sujetadores rojos
brillantes y esas bragas sedosas, Dane había pensado que sería una
chica femenina. Tal vez no.
Él también estaba sudando, el cuerpo le dolía en el buen sentido
del ejercicio. El tiempo era perfecto. Lo bastante fresco como para que el
día fuera agradable, y lo bastante cálido como para quitarle hierro a la
noche. Inhaló el aire fresco y sonrió para sus adentros. Estaba
disfrutando del tiempo en el bosque, aunque su equipo no.
Pero, de nuevo, su trabajo consistía en hacer que se lo creyeran, y
tenía una semana para hacerlo. Mientras descansaban, sacó un trozo
de papel del bolsillo y repasó mentalmente sus notas. Esta semana se
trataba de algo más que de técnicas de supervivencia: se trataba de
fomentar el trabajo en equipo.
Dane no era precisamente un experto en trabajo en equipo. Lo
había hecho fatal con una camiseta, y que tuviera habilidades de
supervivencia no significaba que pudiera hacer que la gente trabajara
junta.
Sin embargo, Colt y Grant habían insistido: los patrocinadores
corporativos querían aplicaciones prácticas de las técnicas de
supervivencia, y plantear la creación de hogueras y refugios como
ejercicios de equipo era la forma de hacerlo. Tendría que seguir sus
reglas. En su hoja de cuna, leyó la letra florida y burbujeante de
Brenna, las íes salpicadas de corazones. Vendar los ojos para hacer
equipo. Hacerles hacer tareas juntos. Desafíos de cuerda. Desafío de
equipo el día tres.
A la derecha.
Se volvió para dirigirse a su equipo. —Acamparemos aquí esta
noche. Y mientras establecemos las cosas, voy a enseñarles cómo hacer
lo básico. Les construiré un refugio básico y les enseñaré cómo hacer
fuego y hervir el agua para beberla. Luego pondré algunas trampas y les
enseñaré a pescar, y buscaremos alimento para cenar esta noche. —
Todos los ojos se hallaban sobre él, sus caras expectantes. Continuó—:
Y necesitan prestar atención a estas lecciones, porque mañana estará
en vuestras manos hacerlo todo ustedes mismos. ¿Entendido?
Asintieron.
—Esto no se parece mucho a un ejercicio de equipo —se quejó el
nerd con gafas—. Parece que solo nos enseñas las cosas. ¿Cómo se
supone que aplicaremos esto a nuestras vidas en el mundo laboral?
Su primer no creyente. Grant le había dicho que se preparara
para este tipo de cosas. Sin embargo, no tenía que gustarle el chico.
Dane puso su sonrisa más encantadora e intentó recordar el nombre
del hombre. Le miró fijamente durante un rato.
—Acabamos de llegar, Pete —murmuró Miranda, disparándole a
Dane una mirada significativa—. Estoy segura que todo esto tiene un
propósito.
Pete. Recordaría eso ahora.
—Tiene un propósito —coincidió Dane—. Al que estaba a punto
de llegar, si me hubieras dado un momento. —Aunque sus palabras
eran duras, mantuvo la sonrisa en su cara.
—Lo siento —dijo Pete, pero no miraba a Dane cuando lo dijo. Su
mirada estaba clavada en Miranda, sudorosa y demasiado arreglada
para este viaje, con su camisa de cuello alto que se pegaba a su
admirable escote y lo perfilaba de una forma mucho más evidente de lo
que habría sido un escote bajo.
Concéntrate, Dane. Has visto muchos pechos en tu vida, y ese par
en particular está aquí específicamente para distraerte.
Se aclaró la garganta. —Como iba diciendo… Esta tarde voy a
mostrarles seis habilidades diferentes. Cada uno debe prestar atención,
por supuesto, pero cada una de estas responsabilidades será la única
responsabilidad de uno de su equipo. Será su trabajo manejar esa tarea
en particular para el grupo durante toda la semana, y también será su
trabajo enseñarle a los otros cómo hacer el trabajo. Mientras vayan
aprendiendo las habilidades de los otros, verán que se necesitan de
todas las manos para un campamento totalmente integrado, justo como
un equipo. ¿Entendido?
—Sí —corearon a sus espaldas.
—Pero primero… Vamos a hacer otro ejercicio diferente —dijo
Dane.
—¿Podemos beber algo primero? —intervino Pete, un borde de
gimoteo en su voz—. Estoy locamente sediento y me bebí toda el agua
de mi cantimplora.
Esta sería una larga semana con Pete alrededor. —Hay un arroyo
cerca —explicó—. Sin embargo, esa corriente está llena de bacterias.
Cualquier agua que bebas tiene que ser hervida primero, a menos que
quieras estar en el extremo receptor de una desagradable guardia. Y
para hervir agua, ¿qué necesitamos hacer primero?
—¿Una olla? —dijo Miranda amablemente. Era la primera frase
que le dirigía desde que habían abandonado el área central.
—Esta semana, estarán colgando sus cantimploras en un trípode
e hirviendo agua sobre el fuego —dijo.
Miranda le sonrió lentamente, como si estuvieran compartiendo
un secreto. —El fuego, entonces. Necesitamos fuego primero.
El timbre ronco y juguetón de su voz le refrescó la memoria y se
sorprendió a sí mismo sonriéndole a pesar suyo. Cuando ella sonreía, él
no podía resistirse. Pero supuso que Grant y Colt también lo sabían, y
que por eso la habían enviado de viaje.
Sus amigos tenían que largarse. Su humor se agrió una vez más,
Dane señaló el bosque. —Correcto. Primero necesitamos un fuego, y
para hacerlo, necesitamos madera. Ya que vamos a mantenerlo durante
toda la noche, necesitaremos un montón de madera. Y así es cómo la
vamos a conseguir. —Palmeó de nuevo, y señaló a cada mini equipo—.
Las tres parejas se separarán e irán en diferentes direcciones. Uno de
los compañeros irá con los ojos vendados, usando los pañuelos del
equipo que se les ha dado. El otro compañero irá instruyéndole dónde
está la madera y le guiará sin tocarle. Cuando sus brazos estén llenos,
regresarán al campamento, dejarán la carga, y luego los compañeros
vendados se cambiarán. Tendrán el mismo tiempo de vendados, como
de guías. ¿Entendido?
—¿Cómo sabremos si nos hemos perdido? —preguntó George—.
No conocemos los caminos de estos bosques.
Dane se había preparado para esto, y sacó un paquete de
pulseras de su mochila. —Estos son rastreadores GPS que emiten una
señal electrónica. Si se pierden, podré encontrarlos. No se preocupen.
Se las pasó a los equipos y uno a uno, se fueron atando los
rastreadores en las muñecas. Mientras le tendía el suyo a Miranda, se
dio cuenta de que había un pequeño pliegue en su frente lisa, como si
estuviera infeliz con el giro de los acontecimientos.
—¿Hay algún problema? —dijo en voz baja.
Levantó la vista, sorprendida. —Oh. No, ninguno. —Rápidamente
ató su rastreador en la muñeca y se giró hacia Pete—. Sin embargo,
serás el primero en ser vendado, ¿vale?
Pete se encogió de hombros. —Me parece bien.
Los equipos vendaron a sus parejas y comenzaron a adentrarse
en el bosque. Uno de los de negocios (Steve) ladraba órdenes a su pareja
con un vozarrón que resonaba por todo el bosque. Dane hizo una nota
mental de tener una charla con Steve más tarde y discutir por qué era
malo hablar a niveles supersónicos en el bosque, especialmente cuando
alguna de las tareas que tenía preparadas requería sigilo y evitar al otro
equipo.
Sus orejas se tensaron, y pudo captar la suave, ronca voz de
Miranda.
—A la izquierda, Pete, a la izquierda —decía mientras le guiaba
pasando un árbol y luego otro—. Dos pasos hacia delante… Yo, no, dos,
Pete. Pete. ¡Pete! Cuidado…
La observó encogerse un poco cuando su compañero chocó contra
una rama baja. Parecían tener algunos problemas, así que Dane plantó
la bandera del equipo en el centro del campamento, y luego trotó detrás
de Miranda y Pete.
—Tienes que darme mejores direcciones que esas —le protestaba
Pete a Miranda, estirando sus manos.
—Mis direcciones están perfectamente bien —argumentó con él—.
O lo hubieran sido de hecho me hubieras escuchado. Cuando te digo
dos pasos, me refiero a dos pasos, ¿de acuerdo?
—Dos pasos —acordó Pete. Se inclinó, sus manos buscando
mientras se movía—. ¿Hay algo de madera cerca al menos?
Miranda pensó por un momento mientras las manos de Pete se
agitaban. —Hay una extremidad caída a tres pasos por tu izquierda —
comenzó.
Pete inmediatamente se giró y se lanzó hacia ella. Sus manos
cayeron de lleno en los pechos de Miranda.
Mierda. Dane se adelantó, dispuesto a separarles. Era el primer
día y ya parecía como si fuera a tener una demanda por acoso sexual
entre sus manos. Esto era malo. Era muy, muy malo. Y a juzgar por la
sorprendida (aunque complacida) cara de Pete, no fue enteramente
involuntario. No le sorprendió a Dane. El nerd había estado rumiando
por la sexy Miranda desde que había aparecido.
Fue, sin embargo, completamente sorprendido cuando Miranda
apartó a Pete y le adornó con un puñetazo la mandíbula.
5
Traducido por Gabihhbelieber & Cath
Corregido por Sofía Belikov

Esto no estaba saliendo como ella había planeado.


Miranda temblaba de rabia cuando Dane se interpuso entre ella y
Pete. Estiró un brazo para apartar a Miranda del hombre caído, aunque
no le hizo falta. Lo había aplastado de un puñetazo bien dado. La mano
le palpitaba como una loca, pero no importaba: podía hincharse como
un globo y no se retractaría del golpe.
Pete se lo tenía totalmente merecido. Se quitó la venda de los ojos
y los miró fijo, con las gafas torcidas sobre los ojos y una expresión de
sorpresa. Subió la mano para frotarse la mandíbula.
—¡Me golpeaste!
Resistió el impulso de cerrarse el cuello para asegurarse de que
no quedaba ni un ápice de escote al descubierto. En lugar de eso, se
llevó las manos a los costados y las apretó como puños. —Me agarraste
—le gritó—. No vuelvas a hacerlo.
—Fue un error —dijo Dane, volviéndose hacia ella. Le puso una
mano en el hombro y se movió, impidiéndole ver a Pete tirado en el
suelo—. Vamos a calmarnos, ¿sí? —Había un hilo de preocupación en
su voz, y tenía el ceño fruncido mientras la miraba, como si no hubiera
previsto tener a una mujer en su equipo y no supiera qué hacer con
ella—. ¿Estás bien?
Ella asintió, reprimiendo cualquier palabra de enfado. En lugar de
eso, cruzó los brazos sobre el pecho en señal de protección y se dirigió
hacia la bandera del campamento, donde habían dejado sus mochilas.
—Pete —dijo Dane con esa voz fácil—. ¿Por qué no vas tú solo a
recoger leña? Hablaré con Miranda y me aseguraré de que no haya
ningún problema.
—¿Por qué iba a haber problemas? —dijo Pete a la defensiva, con
sus largos dedos manoteando la hierba pegada a su camisa—. Ella fue
la que me pegó.
—Continúa —dijo Dane con la misma simpatía, aunque Miranda
dudaba de que su tono fuera sincero. Sonaba un poco forzado.
Miró por el rabillo del ojo y vio cómo Dane ayudaba al otro a
levantarse, quitándole la ropa. Ambos la miraron antes de que Pete se
encogiera de hombros y se adentrara en el bosque, inclinándose para
recoger una rama caída. En ese momento, Dane se dio vuelta y empezó
a caminar hacia ella.
Miranda se preocupó al verle los hombros tensos y el ceño
fruncido. Mierda. Esto no estaba saliendo como ella había planeado. Se
le había ido la olla cuando aquel asqueroso le había tocado las tetas.
Esto no iba a funcionar. Necesitaba despejarse y concentrarse. No
podría seducir a Dane si la mandaban a casa por pelearse con su
compañero. Cuando Dane regresó, ladeó la cabeza y le dedicó una
media sonrisa, mientras se llevaba la mano al cuello para protegerse.
—Lo siento. Reacción instintiva.
—¿Seguro que estás bien? —dijo él, sin moverse de delante de
ella. Se rascó la cabeza, frotándose el pelo corto en un gesto que ella
recordaba del instituto—. ¿Quieres volver? Puedo llevarte al albergue si
te molesta estar aquí con seis hombres. No quiero problemas esta
semana.
—Estaré bien. Solo me tomó por sorpresa y reaccioné.
Dane parecía escéptico.
—Mira —dijo ella y dio un paso adelante. La sonrisa curvó su
boca, y ella forzó su voz para ser burlona otra vez—. Si alguien me da
problemas, dejaré que se disculpe antes de pegarle. Solo me queda una
mano buena. —Intentó ponerle la mano en el pecho para salvar el
espacio que los separaba.
Él la detuvo, cogiéndole la mano con la suya, y le examinó los
nudillos. Los rozó con las yemas de los dedos y le acercó la mano a la
cara. —¿Te has hecho daño?
Ella le observó con curiosidad, con la mirada fija en su mano.
Podía sentir el áspero callo de sus manos contra las suyas y tuvo que
admitir que le produjo un cosquilleo. —Estoy bien. Fui a clases de
defensa personal en la universidad. Sé cómo golpear a un imbécil sin
hacerme daño.
Dane la miró y le dedicó una sonrisa irónica, frotándole los
nudillos con el pulgar.
—¿Puedes abstenerte a menos que sea absolutamente necesario?
Ese asqueroso pagó los mismos dos mil dólares que tú por el viaje de
supervivencia. Y si hay que pegarle otra vez, puede que tenga que ser yo
quien lo haga.
Se rió, y luego se horrorizó de la risita que se le escapó de la
garganta. Miranda la malvada nunca se reía. Debería haber soltado una
risita sensual. Pero eso hizo sonreír a Dane, así que se adelantó y volvió
a ponerle la mano en el pecho, mirándolo con mucho interés.
—¿Quieres darle un beso para que se cure?
Él le soltó la mano como si se hubiera quemado y se volvió hacia
el campamento. —Tenemos que empezar a encender el fuego. Trae un
poco de leña.
Miranda resistió el impulso de poner las manos en las caderas,
frustrada por su timidez.
—Está bien —dijo, tratando de ocultar el fastidio que sentía.
Tenía a Dane a solas durante unos minutos preciosos y tenía que
aprovecharlos. Lo miró mientras se agachaba cerca del lugar que había
elegido para el fuego, tirando algunas piedras fuera de la zona. Su
mirada se deslizó hacia su culo, apretado en sus pantalones cortos.
Y se le ocurrió una idea. Se acercó a la leña, dobló las rodillas y se
puso en cuclillas para que los calzoncillos se le subieran y quedara al
descubierto el tanga negro de encaje y la pálida piel que dibujaba. Miró
por encima del hombro, pero Dane estaba mirando en la otra dirección.
Maldita sea. Se volvió y miró el tronco más grande, no más grande que
su brazo. Podría levantarlo sin problemas, pero no le serviría de nada.
Así que fingió un profundo suspiro. —Creo que éste pesa demasiado.
¿Qué te parece?
Volvió a mirar por encima del hombro para ver si la estaba
mirando.
Esta vez sí. Se giró y ella vio que su expresión pasaba de la
exasperación por su debilidad a… otra cosa. Su mirada se deslizó hacia
su escaso tanga negro, evidente sobre la cintura baja de sus pantalones
cortos, y ella resistió el impulso de levantarse y cubrirse el trasero y
luego agarrarse el escote.
Miranda la malvada no aprobaría que se tapara.
Pareció tragar saliva con fuerza. —¿Llevas tanga?
—¿Qué, esto? —preguntó, arrastrando las palabras, y dio a sus
caderas un pequeño meneo que la hizo tambalearse ligeramente sobre
sus pies—. Por supuesto. —Como si nunca hubiera salido de casa con
otra ropa que no fuera la más desagradable de Victoria’s Secret.
Él se acercó más a ella, con la mirada fija en la extensión de
carne que dejaba al descubierto.
—¿Te das cuenta de que no es exactamente apropiado para el
campamento?
Ella se encogió de hombros y se echó el pelo largo por encima del
hombro, observando cómo su mirada se desviaba hacia él y luego hacia
su tanga.
—Me aprieta un poco la piel —admitió con voz tímida, reservada—
. Supongo que no podrías... ayudarme con eso.
Incluso eso era un poco atrevido. Muy Miranda la malvada.
Miranda la buena se habría sentido totalmente mortificada.
Pero Dane se acercó a ella y le habló en voz baja y ronca al
oído. —Por supuesto.
Ella arqueó la espalda y cerró los ojos, esperando su contacto.
Su mano agarró con fuerza la parte trasera de sus bragas y ella
abrió los ojos al notar el incómodo calzón chino. Antes de que pudiera
protestar, le quitó el tanga de la piel. Oyó el chasquido del cuchillo y
luego el silbido al cortar la tela.
Dane la soltó y ella cayó hacia delante, con la tela suelta entre las
piernas. Se llevó la mano al trasero y, efectivamente, había cortado el
tanga por la parte de atrás. La entrepierna le colgaba de la pierna.
Jadeó. —¿Qué hiciste?
—Estamos en un viaje de supervivencia, Miranda. —La mirada en
sus fríos ojos verdes no admitía tonterías—. La primera regla de la
supervivencia es estar lo más cómodo posible, y deberías recordarlo. —
Se puso de pie y se alejó, luego le extendió una mano—. ¿O no era eso
lo que tenías en mente cuando me pediste que te ayudara con eso?
Sus ojos la miraban con complicidad, brillando con diversión.
Dane conocía su juego y no se lo iba a poner fácil.
Ella lo fulminó con la mirada.
Señaló la madera que había detrás de ella. —Pásame uno de los
troncos más ligeros, ¿quieres?
—¡No puedo creer que me hayas cortado las bragas!
—Probablemente es bueno que hayas empacado una bolsa entera
de ellas, entonces, ¿eh?
Olvídate de la venganza y de arruinarle la vida. Iba a matarlo
antes de que acabara la semana. Forzando una sonrisa tensa en su
cara, le dio un trozo de madera en la mano.
—Menos mal —repitió con amargura—. No me gustaría tener que
quedarme sin nada.
Se le escapó una carcajada, le dirigió una mirada intensa y se
marchó dando pisotones.
Miranda la malvada dos; Dane Croft cero.

***

Miranda iba a acabar con él esta semana.


Dane no podía quitarse de la cabeza la imagen de su tanga.
Intentó no pensar en sus bragas cuando los otros regresaron con
suficiente leña para la noche. Intentó no pensar en ella cuando cortó
unas cuantas ramas más largas y empezó a enseñarle a Steve (que
había sido designado experto en refugios) cómo construir un refugio.
Intentó no pensar en el bonito tanga ni en las dulces curvas de la piel
sobre la que se ceñía mientras mostraba a Will cómo colar agua
utilizando un sombrero impermeable. Intentó no pensar en él cuando le
enseñó a Miranda a encender un fuego utilizando el método del arco y
su largo y brillante pelo se balanceaba sobre su hombro mientras sus
brazos trabajaban. Y de verdad, de verdad que intentó no pensar en el
hecho de que no había tenido sexo en más de tres años.
Pero lo pensó de todos modos.
Era como si la imagen estuviera grabada a fuego en su memoria y
no importaba en qué intentara concentrarse, la visión seguía
apareciendo en su cabeza. De los suaves globos de su culo, pálidos
contra el tanga, haciéndole pensar en cómo se vería cabalgando su
polla, ese delicioso culo rebotando mientras él bombeaba dentro de ella.
La Miranda adolescente le había puesto cachondo, pero la Miranda de
nueve años después le estaba quemando la mente y haciendo que su
polla estuviera preparada para el sexo las veinticuatro horas del día, los
siete días de la semana.
Corrección, pensó, su mente volviendo a ese maldito tanga. Solo
sexo con ella. Con nadie más. Llevas nueve años esperando esto. Y ella lo
quiere, te desea.
Apagaron el fuego y se prepararon para dormir. Era temprano,
pero el equipo lucía decaído y el sol se había puesto. Parecían agotados
y cansados, y ni siquiera el agua y las barritas energéticas podían
animarlos.
—Nos acostaremos temprano —anunció, arrojando un tronco
pesado sobre las brasas del fuego y apartando la mirada de Miranda,
que tenía un aspecto sudoroso y desaliñado y estaba absolutamente
deliciosa—. Prepárense para ponerse en marcha a primera hora de la
mañana, ya que cambiaremos de campamento y empezará la verdadera
supervivencia.
Uno de los hombres gimió, pero los demás se levantaron y se
estiraron, dirigiéndose al mayor de los dos refugios. Era un cobertizo
con una gruesa capa de ramas y hojas en el lado que daba al viento. El
suelo había sido alisado y los bultos yacían debajo.
—¿Cómo va a funcionar esto? —había preguntado Steve antes—.
Tenemos un refugio, seis hombres y una mujer.
Acabaron por construirle a Miranda un pequeño cobertizo aparte,
a unos metros de distancia, para que no tuviera que apiñarse con los
hombres. Se sentó debajo y se ajustó la mochila antes de tumbarse en
el suelo duro y utilizarla como almohada. Mientras Dane la observaba,
cruzó los brazos sobre el pecho y pareció acurrucarse, protegiéndose del
frío. Parecía pequeña y sola mientras los demás hombres se acopiaban
en el refugio más grande, y Dane no pudo evitarlo: se acercó para ver
cómo estaba.
—¿Vas a estar bien aquí?
—No hay problema. —Alzó un pulgar de forma cansada, y luego
se cruzó de brazos de nuevo.
Dudó. —Si tienes mucho frío, solo ven con nosotros. Estaremos
bien gracias al calor corporal.
—Prefiero no hacerlo, pero gracias por la oferta —dijo, cerrando
los ojos para terminar la conversación—. Estoy bien aquí.
Dane asintió y volvió a reunirse con los demás. Miró a Miranda
por última vez, pero ella le daba la espalda.

***

La oferta de Dane era la oportunidad perfecta, pensó Miranda


mientras temblaba en su refugio. No iba a dormir, no con el frío que
había en el suelo y el hecho de que no tenía nada más abrigado que
ponerse. Este viaje de acampada era un ejercicio de supervivencia, pero
la próxima vez que optara por “sobrevivir” empaquetaría primero ropa
interior térmica. Así las cosas, su chaqueta ligera no ayudaba mucho.
Los hombres no parecían tener el mismo problema: los oía roncar
tranquilamente. De vez en cuando alguno se movía para intentar
ponerse cómodo. El fuego ardía, pero aparte de eso, el campamento
estaba en silencio.
Tenía mucho tiempo para pensar. ¿Y en qué pensaba sobre todo?
En su plan de batalla para seducir a Dane. El hecho de que le hubiera
arrancado el tanga la había desconcertado. Parecía interesado, muy
interesado, pero la había rechazado de la peor manera con aquel
insulto.
¿No la encontraba atractiva? ¿Era eso? En el instituto había sido
un ligón y se había burlado de todas las chicas, incluida ella. Cuando
jugaba al hockey en el Flush de las Vegas, ella había oído todo tipo de
rumores sobre con quién salía: London Harris, la sexy mujer de la alta
sociedad a la que le encantaba salir en los tabloides. Molly Sun, la
estrella de rizos amarillos y enormes pechos. Susie Lynn Jacobs, la
incipiente cantante de country. La lista parecía un número de la revista
People’s Most Beautiful. Y él la ignoraba por completo.
Miranda se llevó la mano al cuello y se lo agarró, asegurándose de
que no se abriera. Los hombres coqueteaban con ella de vez en cuando,
en la biblioteca, en la feria del condado, cuando fue a la entrevista de
trabajo. Incluso Pete había mostrado interés. ¿Por qué Dane no estaba
interesado? Prácticamente se le estaba tirando encima.
Bueno, matizó, lo de “lanzarse” era relativo. Como no era la mejor
coqueta del mundo, reconoció que tal vez no hacía lo suficiente para
mostrar su interés. ¿Quizá él pensara que solo le tomaba el pelo? Era
hora de ser completamente sincera con Dane y mostrarle exactamente
lo que quería.
Respirando hondo, se levantó del cobertizo y se acercó al de los
hombres.
Estaban amontonados como cachorros, ordenados y alineados,
con los pies colgando fuera del refugio. Los estudió durante un minuto,
buscando una forma familiar. Dane estaba en el extremo más alejado
del refugio, tumbado de lado. Se acercó y se arrodilló a su lado.
Todo estaba en silencio en el campamento y Miranda se acercó a
Dane para estudiarlo mientras dormía. Sus hombros parecían más
anchos que nunca desde este ángulo, sus caderas estrechas y afiladas.
Se acercó y le dio una ligera sacudida. Nada. Frunció el ceño y deslizó la
mano sobre el pantalón de Dane, justo por encima de la rodilla.
Él no se movió.
Ella se envalentonó. Llevó la mano a la ingle. Le cogió la polla con
la mano y suspiró al notar su calor y su peso. Muy agradable.
Dane se agitó y ella sintió que se despertaba de un tirón. Sintió
que él también se despertaba abajo, justo cuando ella apartó la mano.
Contaba con que unas caricias nocturnas despertaran a un hombre,
pensó con ironía.
—¿Miranda? —susurró con voz ahogada.
—Dane —dijo, arrodillándose e inclinándose hacia él—. ¿Puedo
hablar contigo?
—¿Todo está bien?
Le hizo un gesto para que mantuviera la voz baja. —Sí. Yo solo…
quiero hablar. Lejos del campamento.
Entornó los ojos hacia ella y luego hacia el campamento.
—Podemos hablar en la mañana —dijo, frotándose los ojos—.
Vuelve a dormir.
Dios, el hombre era obtuso. Estuvo tentada agarrarle la polla de
nuevo, porque parecía ser lo único a lo que él prestaba atención.
—Dane, necesito… —Se detuvo un momento, pensando. Entonces
le mintió—: Necesito tu ayuda. Algo me mordió.
Sus ojos se abrieron ante eso, mirándola fijamente, luego se puso
de pie. —¿Algo te mordió? —susurró—. ¿Dónde?
Bien podría ir por todo, pensó. —En un sitio privado.
Dane maldijo en voz baja y se pasó una mano por el pelo bien
recortado. Metió la mano en la mochila, cogió una de las linternas de
emergencia y el botiquín de primeros auxilios, y le hizo un gesto para
que lo siguiera fuera del campamento.
Cuando llegaron a la linde del bosque, fuera del claro y lejos del
campamento, encendió la linterna. —Ahora, muéstrame dónde…
Miranda se precipitó hacia delante y puso las manos sobre la
linterna, ocultando el haz. Miró hacia donde dormían los demás. Nadie
se había movido. —¿Puedes apagar eso? No quiero que los demás nos
encuentren.
Le lanzó una mirada exasperada. —¿Cómo se supone que voy a
decir dónde te ha picado si no puedo verlo?
—Te voy a mostrar —dijo—. Puedes sentirlo tocando mi piel. Pero,
por favor. No despiertes a los demás. —Si lo hacía, su oportunidad de
esta noche iba a terminar en un gran fracaso.
Pasó un largo rato y luego Dane suspiró, apagó la linterna y se
volvió hacia ella. —Está bien.
Pudo ver su silueta a la luz de la luna, destacando la amplitud de
sus hombros, y sintió que la recorría otra emoción. ¿Cuándo había sido
la última vez que había estado tan excitada por tocar a un chico?
Respuesta: nueve años.
—Muéstrame, entonces —dijo en voz baja.
Ella le cogió la mano y, en lugar de posarla sobre su piel, empezó
a adentrarse en el bosque, para poner la mayor distancia posible entre
el campamento y ellos dos.
Esperaba que Dane protestara, pero él se limitó a seguirla, con su
mano grande y cálida suelta entre las suyas. Cuando se hubieron
alejado una buena distancia y se adentraron en el bosque, ella se
detuvo bajo un árbol. —Aquí está bien.
—¿Dijiste que algo te mordió? —La voz de Dane era escéptica,
como si ya no estuviera seguro de lo que ella pretendía. ¿Había
diversión en su voz? Oh, eso esperaba, si él estaba furioso, ella nunca
podría poner sus manos sobre él.
Y nunca podré vengarme, añadió en el último momento, un poco
avergonzada de que no hubiera sido el primer pensamiento que le vino a
la mente.
—Sí —mintió, atrayendo la mano de él contra su estómago por
debajo de la camisa. Ocultó el escalofrío de deseo que sintió al sentir
sus dedos sobre su piel desnuda—. Deja que te enseñe.
Dane se rió en voz baja. —Supongo que no es una serpiente,
entonces, si estamos caminando por todo el bosque.
—No fue una serpiente —aceptó rápidamente, mirándolo. Dios,
sus pómulos se veían increíbles a la luz de la luna. Había olvidado lo
increíblemente sexy que era Dane, lo mucho que la excitaba mirarlo.
—¿Te arde la piel?
Oh, absolutamente. Su mano se posó sobre la de él, que
descansaba sobre su vientre plano, justo encima del ombligo.
Los dedos de él le rozaron el vientre, provocándole una oleada de
calor. Su susurro se hizo más íntimo, como si de repente se le hubiera
ocurrido que la estaba tocando y que estaban muy, muy solos.
—No siento nada, Miranda.
—Es más abajo —mintió, con los ojos fijos en su rostro iluminado
por la luna, esperando a ver si picaba el anzuelo. Estaban tan juntos
que ella podía sentir su cálido aliento en el cuello.
Dane hizo una larga pausa y la miró con complicidad. —¿Más
abajo?
Miranda asintió, sin confiar en su voz. Tócame, quiso susurrar.
Por favor. Todo depende de que me toques.
Sus dedos se deslizaron por su cintura. —¿Más abajo?
—Sí —dijo. Su mano se aferró a la camisa de él mientras
esperaba.
Él la miró y su mano se movió audazmente por su vientre. Su
mano se deslizó dentro de sus pantalones cortos. —¿Dónde están tus
bragas?
—Un tipo me las cortó hace un rato —dijo con la voz ronca.
Su mano pasó rozando los rizos de su sexo y se deslizó entre los
pliegues de su coño en un movimiento repentino que la hizo jadear.
—¿Aquí abajo? —le preguntó con voz ronca—. ¿Es aquí donde te
arde? Porque estás muy húmeda. —Sus dedos rozaron su clítoris y el
cuerpo de ella se puso rígido en una oleada de deseo. Frotó el capullo
resbaladizo con las yemas de los dedos—. Empiezo a pensar que no te
mordieron.
Ella se aferró a sus hombros, clavándole las uñas en la piel
mientras la mano de él se flexionaba en sus pantaloncitos, pequeños
jadeos brotando de su garganta.
—Y-Ya lo descubriste, al parecer —se las arregló para susurrar,
pero el susurro se convirtió en un gemido cuando sus dedos ingeniosos
tocaron otra vez su clítoris. Inclinó la cabeza hacia atrás y se apoyó
contra el árbol, moviendo las caderas contra su mano. Oh, Dios mío. Se
sentía tan bien. Si solo siguiera tocándola allí…
La mano de él empezó a retirarse y ella soltó un gritito, bajando
para posarse sobre la de él.
—¿A qué estás jugando, Miranda? —le susurró al oído, con la
cara apretada contra su cuello. No apartó la mano de su sexo caliente y
húmedo, pero sus dedos habían dejado de frotar aquel lugar tan
delicioso.
Ella podría haber llorado de decepción.
Él la miró fijamente, con una mirada intensa. —¿Es algún tipo de
truco?
—¿Truco? No —dijo, inclinando su rostro hacia el suyo—. Yo
solo… Yo…
¿Qué podía decirle que él creyera? Las palabras se le congelaron
en la boca. Sus labios se hallaban a escasos centímetros de los suyos y
ella deseaba acercar la cara a los suyos, besarlo, sentir aquella lengua
penetrar en su boca en cada barrido conquistador. Pero sus labios
estaban firmes y duros por la ira. No le devolvía el beso.
—Entonces, ¿por qué no me cuentas qué está pasando? Llevas
detrás de mí desde que nos vimos, Miranda. Y aunque me siento
halagado, tengo que preguntarme cuál es tu juego.
Mierda. Bueno, está bien, tal vez estaba siendo obvia, demasiado
obvia.
Lo miró fijamente, consciente de que su mano seguía en sus
calzoncillos. Si se retorcía un poco, seguro que conseguía que sus dedos
rozaran de nuevo su clítoris, pero ¿qué humillante sería? ¿Intentar
excitarse con un hombre que no respondía?
Así que respiró hondo y le quitó la mano de encima, colocándola
sobre su camiseta. Aquello no fue mucho mejor. Podía sentir las finas
cuerdas musculares de sus brazos, y eso la hizo pensar de nuevo en la
mano de él bajo sus calzoncillos. Se estaba mojando solo de pensarlo.
—Yo…
Sus dedos se crisparon contra su clítoris, un pequeño movimiento
de incitación, y él se inclinó hacia ella, aprisionándola entre su duro
cuerpo y el árbol. —¿Y bien?
—Yo… esto… —Se calló, pensando duramente. Luego, se mordió
el labio y le confesó la verdad, o al menos parte de ella—. No puedo
tener un orgasmo.
Estaba claro que no era la respuesta que esperaba. La miró con el
ceño fruncido y luego sus dedos hicieron un pequeño movimiento
giratorio contra su clítoris, provocando otro estremecimiento.
—¿En serio? Porque pareces estar respondiendo bastante bien a
mis caricias.
Su voz volvió a ser ronca, y ella podría haberlo celebrado. Él
estaba escuchando lo que ella tenía que decir. Luchó contra una oleada
de excitación.
Sus dedos volvieron a clavarse en los hombros de él y dio un
pequeño jadeo tembloroso cuando él deslizó un dedo más abajo, lejos de
su clítoris. Un grueso dedo rozó la abertura de su sexo. Sus rodillas
amenazaban con desplomarse. —No puedo correrme. Con un hombre.
En la cama.
Le costaba concentrarse, el dedo de él hacía pequeños círculos
contra la abertura de su sexo, donde estaba más mojada, haciéndole
cosquillas de la forma más erótica.
Él se inclinó aún más hacia ella, sus pechos presionando su
pecho, y ella levantó la cara hacia él, sorprendida al ver su rostro tan
cerca que prácticamente podía ver la barba incipiente. Sus labios
estaban cerca de los suyos. —¿Mujeres, entonces?
—¿Qué? No. —Sus caderas se balancearon contra su mano y
gimió. Era tan difícil concentrarse.
—¿Qué quieres decir?
—Lo quiero decir… es que no puedo apagar mi cerebro durante el
sexo. Y cuando me enteré de que habías vuelto a la ciudad, recordé…
—¿Esa noche en el armario? —preguntó con voz ronca—. ¿De la
graduación?
Hizo una mueca, pensando en la cámara.
—Me acuerdo de eso —dijo con un ruido sordo, y su boca se
hundió en el cuello de ella, presionando un beso ligero allí—. Cómo mi
mano había estado sobre ti, justo así, y te corriste sobre mis dedos.
Ella se estremeció, el placer la inundó. —Me acuerdo de eso —
murmuró.
—Entonces no tuviste problema en correrte en mis brazos —dijo,
y su dedo se deslizó profundamente en su interior, dando un golpecito
suave.
—Lo sé —dijo, con la respiración agitada y acelerada. Quería
levantar la pierna alrededor de sus caderas, apretarlas contra su mano,
hacer... algo. Pero estaba atrapada entre él y el árbol—. Pero eso fue
hace mucho tiempo. He tenido problemas desde entonces.
Problemas era decir poco. Más bien contaba las baldosas del
techo mientras su novio del momento intentaba infructuosamente
provocar una reacción en ella.
Su boca volvió a rozarle la garganta y ella pudo sentir el rastro de
la barba raspándole la piel. —Así que, ¿quieres intentarlo de nuevo?
¿Conmigo?
Asintió. —Para ver si soy yo, o si son ellos.
La cara de Dane se apartó de su cuello y se quedó a un palmo de
sus labios. —Miranda Hill —dijo en voz baja y ronca—. Definitivamente
deberías saber que son ellos.
—¿Eso es un sí?
—Es un sí rotundo.
Y la besó de nuevo, sus labios descendieron sobre los suyos
separados, su lengua se deslizó en su boca con un poderoso empuje
que imitó su dedo dentro de ella. Sus caderas se movieron con él y ella
emitió un sonido de necesidad en el fondo de su garganta.
Su lengua volvió a penetrarla, al compás del dedo, y ella empezó a
sentir esa lenta y maravillosa aceleración que solo parecía producirse
con el vibrador. Su boca se abrió más bajo la de él, y cuando su lengua
volvió a penetrarla, ella la acarició, sometiéndose a él, diciéndole cuánto
lo deseaba.
Le metió un último dedo en el sexo y rompió el beso, mirándola
fijamente. Su dedo salió de su coño y volvió a rozar su clítoris,
provocando corrientes eléctricas de deseo que la recorrieron.
—Supongo que las caricias no van a ser suficiente.
—Puede que sí —admitió, aferrándose a él. No quería que sus
manos se movieran de su lugar, encendiendo todas sus terminaciones
nerviosas—. Podemos seguir intentando. No me importa.
Dane le dio otro beso largo y abrasador en la boca y luego retiró la
mano de su piel. Podría haber llorado de decepción.
Él se rió de su reacción. —No voy a ningún lado por el momento.
Quítate la camiseta. Quiero ver esos bonitos pechos. Llevo todo el día
pensando en ellos.
Esas palabras la hicieron sentir un escalofrío de placer y una
pizca de miedo. No habrá ninguna cámara aquí, se dijo a sí, luchando
contra el impulso de comprobar su entorno. Dane no se habría enterado
de que intentaba seducirle, no sabría que había que poner un micrófono
en esta zona. Todo estaba en su imaginación.
Pero sus movimientos eran mecánicos y espasmódicos cuando se
agarró el dobladillo de la camisa, se la puso por encima de la cabeza y
luego la tiró al suelo. Las copas negras de su sujetador contrastaban
con su piel pálida a la luz de la luna, y él gimió al verlo. Sus dedos
rozaron la curva de su pecho y ella se estremeció.
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto, Miranda? Apenas nos
conocemos.
Ella soltó una risita nerviosa y deslizó las manos por debajo de su
camisa, sintiendo el calor de sus músculos tensos y ondulados bajo las
yemas de los dedos. —Deberías haber pensado en eso antes de meter tu
mano en mis pantalones cortos.
Un destello blanco en la oscuridad (su sonrisa, se dio cuenta) y él
se quitó la camisa, tirándola al suelo junto a la suya. Se le secó la boca
al verlo. Recordaba a Dane de la secundaria: alto y espigado, con un
triángulo ancho de hombros demasiado delgados y un pecho aniñado.
Nueve años habían cambiado eso; ahora su cuerpo estaba lleno de
músculos. Su pecho seguía siendo casi lampiño, y ella vio un tatuaje de
un naipe retorciéndose en un hombro: el logotipo de Las Vegas Flush,
su antiguo equipo. Sus dedos lo rozaron y luego bajaron por su pecho,
explorando su cuerpo. No tenía ni un centímetro de grasa. Supuso que
si tenía que utilizar a un hombre para vengarse, éste era el mejor tipo
de espécimen.
—¿Lo apruebas? —dijo, moviendo una palma para acariciar uno
de sus pechos—. Han pasado nueve años desde que nos vimos sin nada
encima.
—Es… aceptable —bromeó, con las yemas de los dedos rozando
un pezón tenso, y luego jadeó cuando él hizo el mismo movimiento con
ella—. ¿Y qué hay de mí? ¿Pasé el examen?
Sus dedos se deslizaron hacia la correa del sujetador, soltándolo,
y besó la desnuda piel de su hombro. —Eres lo más sexy que he visto
en mucho tiempo.
Aquello hizo que el calor líquido volviera a recorrer su cuerpo y
ella tembló un poco, inclinándose y deslizando las manos hacia la
cintura de él cuando su beso en el hombro se convirtió en su lengua
bailando a lo largo de su clavícula. El calor aumentó y empezó a
palpitar de nuevo entre sus piernas, y su sexo volvió a humedecerse de
necesidad.
Dane le llevó la mano a la espalda y le desabrochó el sujetador.
Antes de que pudiera chillar de sorpresa, la boca de él volvió a capturar
la suya y la besó para disipar cualquier sonido que pudiera haber
emitido, hipnotizándola una vez más con el delicioso roce de su lengua.
Esta vez, cuando ella levantó una pierna contra la suya, él la alentó,
dejándola deslizarse sobre su muslo y sentarse a horcajadas sobre él.
Su cabello oscuro caía hacia delante sobre sus hombros y ella lo
observaba, sin aliento, esperando a ver qué pensaba él de sus pechos.
Enroscó los dedos alrededor de uno de los pesados globos y rozó
el pezón con el pulgar. —Cuando estábamos en la secundaria, pensé
que tenías los pechos más increíbles que jamás había visto. —Bajó la
vista, al parecer fascinado cuando un pezón se arrugó contra su toque,
y luego palmeó el otro—. No han cambiado. Maldita sea, Miranda. Eres
hermosa.
Aquello la hizo estremecerse de placer y balanceó las caderas
contra su muslo, levantando los brazos para rodearle el cuello y volver a
besarlo. Quería apretar sus pechos contra el de él, sentir sus pezones
contra aquella caliente pared muscular.
Él no le soltó los pechos, sino que siguió rozándolos con los
pulgares, convirtiéndolos en dos puntos de calor mientras la besaba,
con la lengua recorriendo y acariciando su boca. Había pensado que
ella sería la agresora en el encuentro, pero en cuanto él se había dado
cuenta de lo que ella deseaba sexualmente, se había convertido en el
dominante... y a ella le resultaba increíblemente excitante.
Se inclinó un poco hacia atrás, dejando que su boca recorriera su
clavícula y descendiera, presionando su piel con besos, deslizándose
hacia abajo hasta que llegó a sus pechos y su boca rozó un pezón. Ella
soltó un grito de placer y volvió a arquearse contra su muslo, frotando
su sexo contra el duro ángulo.
—Maldita sea —maldijo Dane contra su piel, y luego depositó un
beso allí—. Tienes unos pechos increíbles. Podría pasarme horas aquí.
—Pero antes de que ella pudiera decirle que le parecía bien, él se acercó
y le dio otro beso corto y caliente—. Quítate los pantalones cortos,
Miranda. Ahora.
Él retrocedió un paso y ella obedeció, desabrochándose los
cordones que sujetaban los pantalones y bajándoselos por los muslos.
Los dejó caer al suelo y se los quitó, volviendo las manos a la ropa de él.
Miranda deslizó los dedos hasta la bragueta.
Dane gimió y dejó que sus dedos bailaran por la cremallera de los
pantalones cortos, desabrochándolo y ayudándole a bajárselos por las
piernas. Rápidamente le siguieron los calzoncillos, y su polla quedó al
descubierto. Tenía que admitir que era un buen espécimen; no era de
extrañar que Dane fuera tan popular entre las mujeres. Su polla era
larga y gruesa y absolutamente hermosa, con una gran corona y apenas
una pizca de curva donde sobresalía de su cuerpo.
Definitivamente era mucho más grande que la de su último novio,
se dio cuenta con placer. Miró sus piernas desnudas y se dio cuenta de
que todavía llevaba sus botas de montaña, igual que ella llevaba sus
zapatillas. —¿Debo quitarme los zapatos?
—No —dijo, y cuando ella buscó su polla, él le rodeó los dedos
con los suyos y le dio la vuelta, hasta que su espalda quedó apoyada
contra su pecho—. Esta noche no. El suelo está mojado.
—Pero…
Sus brazos la rodearon por detrás y volvió a acariciarle el cuello.
—Piensas demasiado. —Su mano cogió un pecho mientras ponía la otra
en su sexo y presionaba más besos en su cuello y hombro.
Se olvidó por completo de los zapatos.
Entonces sus dedos volvieron a tocar su clítoris. Ella se aferró a
sus manos, acompañando sus movimientos mientras él la penetraba
por la espalda desnuda, imitando con los dedos el vaivén de sus
caderas. Sus dedos se introdujeron en su sexo y volvió a empujar.
—¿Estás lista para esto, Miranda? ¿Lista para mí?
—Más que lista —suspiró.
—Me doy cuenta de que lo estás —dijo él contra su cuello,
metiéndole los dedos en el coño por última vez—. Estás tan mojada que
te empapas.
Ella se estremeció y no protestó cuando él se apartó de ella y se
inclinó para agarrar el botiquín. Sacó una caja de condones y la miró
sorprendido.
—Maldito Brenna, empacó toda una caja de condones —dijo con
voz áspera—. No sé si es jodido, o brillante. —Abrió la caja de condones
y sacó uno. La miró de nuevo—. Pon las manos en el árbol.
Ella apoyó las manos en la corteza del árbol y lo miró por encima
del hombro. Él se colocó el preservativo y le puso las manos en las
caderas, tirando un poco hacia atrás. Le separó las rodillas hasta que
ella quedó abierta, con los brazos extendidos apoyados en el árbol para
mantener el equilibrio, las piernas abiertas y el cuerpo ligeramente
inclinado.
Todo el cuerpo de Miranda se tensó, esperando.
Las caderas de Dane rozaron las suyas y ella sintió la cabeza de
su polla rozar su sexo, buscando la entrada. Aspiró, anticipando el duro
deslizamiento de la polla en su cuerpo. No ocurrió nada durante un
largo instante, y estaba a punto de protestar cuando sintió que él se
hundía en su interior.
Gimió en respuesta. No había tenido sexo en mucho tiempo y se
sentía… grande.
—Qué estrecha, carajo —susurró con los dientes apretados—. Se
siente muy bien.
Sus dedos se clavaron en la corteza del árbol y se mordió el labio,
deseando que su cuerpo se relajara. Ella flexionó las caderas,
animándole a moverse, pero Dane no se precipitó. Ancló las caderas de
ella contra las suyas y bombeó ligeramente antes de retirarse.
Ella emitió un gemido de angustia, no le gustaba que él se alejara.
Su cuerpo ardía de necesidad, la sangre le palpitaba en las venas, y
estaba tan tentada de agacharse y empezar a jugar con su propio
clítoris para llegar al límite que él le había estado quitando...
Con un rápido movimiento, Dane volvió a empujar y ella olvidó lo
que pensaba. Con un movimiento rápido, Dane volvió a empujar y ella
se olvidó de lo que estaba pensando.
Ella emitió un gemido bajo al sentir que la llenaba; el deseo
empezó a recorrerla más deprisa y se retorció un poco, flexionando las
caderas y animándole a follarla.
—Dime lo que quieres, Miranda —dijo en voz baja, inclinándose
sobre ella hasta cubrirla, con el vientre apretándole la espalda—. Dime
lo que quieras y te lo daré.
La respiración se le entrecortaba en la garganta y tragó saliva con
dificultad. Le temblaron los muslos cuando él le dio otro empujoncito,
más una provocación que lo que ella quería.
—Quiero que me folles —suspiró.
Fue recompensada con una fuerte embestida, pero luego él se
detuvo de nuevo.
—Por favor, Dane —dijo, flexionando las caderas para que pudiera
deslizarse a lo largo de su polla—. Quiero que me folles más fuerte. Más
rápido.
Dane empujó de nuevo, y de nuevo, dos fuertes golpes que
hicieron que los dedos de los pies de ella se enroscaran de placer. Luego
disminuyó la velocidad, bombeando dentro y fuera, lento y metódico, y
tan bueno. El movimiento constante de su cuerpo meciéndose en el de
ella la volvió completamente loca de necesidad. Él empujaba, luego
retrocedía, luego volvía a empujar, todo lento y sin prisas, y ella
levantaba las caderas bruscamente contra él, como una petición sin
palabras. Él pareció darse cuenta de que ella necesitaba algo más.
—¿Es así como te gusta, Miranda? ¿O lo quieres más duro?
—Más duro —suspiró—. Necesito que me vuelvas loca. Haz que
no piense en nada más que en sexo.
La siguiente embestida fue tan fuerte que casi rebotó, soltó un
gritito y se aferró al árbol. —Oh Dios —dijo—. Así. Sí.
Le dio otra embestida salvaje y empezó a penetrarla tan fuerte
como pudo, ignorando todos sus juegos, y ella podría haber gritado de
placer. Esto era lo que quería y esperaba de su primer encuentro con
Dane. Que le hiciera el amor, rudo y salvaje, obligándola a concentrarse
en el golpe de su cuerpo contra el suyo, en el golpe de sus pelotas
contra su coño mientras él empujaba una y otra vez.
Sintió que el calor se le iba acumulando y empezó a gritar
suavemente con cada embestida, hasta que sus gritos se juntaron tan
rápido que no hacía más que gemir en el bosque, a pesar de los intentos
de Dane de hacerla callar.
Y aun así no era suficiente. Sentía la presión, pero parecía no
encontrar el límite. No podía alcanzarlo, aunque él bombeaba cada vez
con más fuerza. La frustración hizo que su orgasmo empezara a
menguar y luchó aún más por recuperarlo, pero fue inútil.
—Dane —dijo con voz sollozante—. Necesito… No puedo…
—Te tengo —le dijo él al oído, y ella sintió su mano deslizarse
entre sus piernas, sintió cómo le acariciaba el clítoris—. Acaba para mí.
Él esperaría a que ella se corriera. El pensamiento estalló en su
mente al mismo tiempo que el orgasmo. Se estremeció de inmediato, un
grito involuntario escapó de su garganta, sus músculos se bloquearon
en el inicio del orgasmo más intenso que jamás había tenido. Él dijo
algo, pero ella no lo oyó; la sangre le retumbaba en los oídos cuando él
la penetró varias veces más y se corrió, con el cuerpo rígido detrás del
suyo.
Miranda jadeaba, todavía agarrada al árbol. Debería darse la
vuelta y mirarle con coquetería. Lanzarle una sonrisa y darle las gracias
por haberle demostrado algo. Pero estaba tan aturdida tras el orgasmo
que... bueno, se había quedado sin palabras.
Recordó su sesión de besos en el armario hacía tantos años.
Recordó a sus anteriores novios, incapaces de llevarla al orgasmo, que
al final habían renunciado a satisfacerla en la cama cuando permanecía
fría e incapaz de responder. Recordó que se compró un vibrador porque
se sentía frustrada y que le había servido de ayuda, pero no se parecía
en nada a… esto.
Y una mierda.
Una cosa estaba clara: tenía que volver a hacerlo.
6
Traducido por Cynthia Delaney
Corregido por LIZZY’

Bueno, mierda. Dane volvió a ajustarse los pantalones alrededor


de las caderas, intentando no mirar a Miranda. No habían pasado ni
veinticuatro horas y ya había faltado a su palabra. Al primer coletazo
que se le había venido encima, había ido a por ella con las manos
agarradas.
Colt y Grant iban a matarlo. Asesinarlo y enterrarlo en el bosque.
Y se lo merecería. Se pasó una mano por la cara, pensativo. No era
justo. De todas las mujeres que habían decidido reclutar para su
pequeño plan, ¿tenía que ser Miranda? ¿Tenía que tener tan buen
aspecto como el que tenía en el instituto?
Miró hacia ella, que seguía apoyada contra el árbol. No se había
movido. ¿Esperaba para regodearse en él? Se bajó la camisa por encima
de los pantalones y le estudió la cara.
Miranda tenía la expresión más feliz que jamás había visto. Tenía
la boca ligeramente abierta, los labios curvados en una sonrisa y la
mirada perdida en el bosque. Su ropa seguía en el suelo y sus pechos
desnudos brillaban a la luz de la luna. Había levantado los brazos por
encima de la cabeza y se había apoyado en el árbol, como si necesitara
tiempo para contemplarlo todo.
Fue inesperado. La visión de su lánguida sonrisa hizo que su
cuerpo se llenara de lujuria de nuevo, y sintió el impulso de acercarse y
apartarla de aquel árbol y acercarla a él, y ver si podía hacer que
aquella mirada satisfecha se convirtiera de nuevo en una mirada de
deseo.
Pero no podía. Ella estaba fuera de los límites. Apretando un
puño para contenerse, Dane esperó a que Miranda dijera algo. Y cuando
ella no se movió, él tomó la iniciativa. —¿Y bueno?
Esos dichosos y soñolientos ojos se volvieron hacia él y le dio una
mirada de satisfacción. —¿Y bueno, qué?
—¿Y ahora qué? —Frunció el ceño hacia ella. ¿Ella iba a correr a
Grant y Colt y decirles que él no había sido capaz de mantenerlo en sus
pantalones después de todo?
Ella parpadeó, entonces lo miró, realmente lo miró por primera
vez. —Cierto. Hemos terminado aquí, ¿no? —Tiró su largo cabello sobre
sus pechos y se inclinó para recoger sus pantalones cortos.
—Tenemos que hablar —comenzó.
—No, no es necesario —dijo ella alegremente.
—¿Qué pasa con tu mordida? —dijo.
Su mirada se dirigió de nuevo a la boca de él y ella pareció
confundida (y excitada) por un momento. Un infierno. Su cuerpo se
endureció en respuesta.
—¿Dijiste que te habían mordido?
—¡Oh! —La expresión de ella cambió y él habría jurado que se
ruborizaba en la oscuridad—. Cierto. —Lo miró, avergonzada—. Mentí.
Lo había adivinado. —¿Así que fue todo un complot para sacarme
aquí al bosque y tener sexo conmigo?
Se ató los cordones de los calzoncillos y soltó una risita gutural
mientras volvía a ponerse la camiseta. —Algo así. Sí. Supongo que sí,
¿verdad?
—Y por eso tenemos que hablar de esto. Necesito saber qué
piensas decirles a los demás...
Ella bostezó, acariciándose la boca con delicadeza.
—No voy a decirles nada. Eso arruinaría la diversión que
planeamos tener esta semana.
¿Diversión? ¿Esta semana? ¿Pretendía que volvieran a hacer lo
mismo? La miró sorprendido. ¿Así que después de todo no era una
trampa? ¿O lo era y él no podía entenderlo?
Miranda se apartó de él y señaló el campamento. —Voy a volver.
Quédate atrás unos minutos y luego sígueme para que no parezca que
estuvimos juntos.
No dijo nada.
—Oh, por amor de Dios. —dijo, luego se acercó a él, agarró la
parte delantera de su camisa, y atrajo su boca contra la suya para un
beso rápido y caliente. Su lengua chasqueó contra la de él y, antes de
que pudiera reaccionar, volvió a separarse—. Como dije, no se lo
contaremos esto a nadie. ¿De acuerdo?
Y luego se alejó, dejando a Dane detrás de ella en el bosque,
estupefacto y con la mirada perdida.
¿Qué diablos acababa de pasar? ¿Lo había utilizado? ¿Para sexo?
Eso... fue inesperado.

***
Miranda, que siempre tenía el sueño ligero, se despertó antes que
los demás. El sol empezaba a oscurecer los bordes del cielo. Después de
volver a su refugio solitario, Dane se había paseado por el campamento.
Vio que se había acostado con el resto de los hombres en el refugio, con
el cuerpo ligeramente separado del de ellos. Los demás seguían
roncando.
Se estiró en su litera, sintiéndose increíble físicamente... e
increíblemente desgarrada emocionalmente. Estaba un poco dolorida
entre las piernas y tenía las palmas arañadas de lo fuerte que había
agarrado el árbol la noche anterior, pero... su cuerpo se sentía vivo y la
sangre le cantaba en las venas.
Y todo se debía a ese bastardo de Dane, por lo que estaba un poco
destrozada en ese momento.
Se había acostado con su peor enemigo. Le había contado su
mayor secreto: que no podía tener un orgasmo con un hombre. Se lo
había contado y se había vuelto completamente vulnerable ante él. Era
una sensación incómoda. Una parte de ella no esperaba quedar tan
atrapada en ese momento. Sospechaba que acabaría como cualquier
otro encuentro sexual que había tenido: Se acercaba al hombre, se
besaban y, cuando la cosa iba más allá de los besos, su cuerpo se
apagaba como un interruptor y ella se pasaba los diez minutos
siguientes esperando a que él terminara y fingiendo un orgasmo. ¿Pero
anoche? No tuvo que fingir nada. La había pillado desprevenida y había
derribado todas sus defensas.
Y ella se había corrido. Tan fuerte que casi la hizo ver las
estrellas. Miranda no sabía si debía alegrarse de haber tenido sexo tan
intenso o sentirse devastada por haber respondido como una pervertida
a un hombre al que decía odiar. Pero no debería sentirse mal por eso,
¿verdad? Estaba en este viaje para ser fuerte y agresiva y tomar las
riendas de su vida... y arruinar la de él.
Así que lo había usado un poco anoche. Fue una venganza, en
cierto sentido, por la forma en que había destruido su reputación. Y
tuvo un orgasmo increíble, el primero que no había sido con su vibrador
en nueve años. ¿Y qué?
No se arrepentía. De hecho... quería volver a hacerlo.
Utilizar a un hombre para satisfacer sus necesidades había sido
muy gratificante. No había emoción alguna, solo atracción animal.
Incluso esta mañana, sabía que cualquier mujer racional se sentiría
culpable, pero, se admitió a sí misma, que su sentimiento de culpa no
era ni de lejos tan grande como esa parte complacida de ella que había
disfrutado, que había disfrutado utilizando a Dane y que quería volver a
hacerlo.
Después de todo, le quedaba una semana entera de clase. ¿Por
qué no disfrutar? ¿Explorar lo que el cuerpo de Dane podía ofrecerle, y
después deshacerse de él como de la basura de ayer una vez que se
hubiera vengado?
Le sonaba bien. Un poco mercenario, pero no le importaba.
Después de todo, era su vida. Iba a tomar algo para sí misma, maldita
sea. Así que no tenía su cámara con ella. Tendría una semana de sexo
travieso e ilícito, y lo remataría cuando volviera a casa y se vengara. Le
pareció bien.
Sintiéndose un poco malvada esta mañana, se acercó a Dane y se
tumbó a su lado, a escasos centímetros de su cara. Miranda observó
sus facciones dormidas. Tenía la boca ligeramente entreabierta y las
arrugas de la cara se habían suavizado, haciéndole parecer más joven
de sus veintisiete años. Su mirada recorrió las cicatrices de la cara: una
en la nariz, justo por encima de la rotura, otra pequeña en la ceja y otra
más larga que le atravesaba la barbilla hasta el labio. Estaba tan cerca
que podía verle la barba incipiente. No le costaría mucho inclinarse y
besarle para despertarle.
Así lo hizo, porque esta semana estaba dispuesta a hacer lo que
quisiera.
Su boca estaba relajada contra la de ella, y sintió la barba
incipiente de su mejilla rozar su suave piel. Al principio, mantuvo el
beso con suavidad, presionando ligeramente su boca contra la de él,
chupándole el labio inferior y saboreando su suavidad. Tenía el labio
inferior grueso y le daba un aspecto ligeramente mohín que a ella le
encantaba cuando era adolescente. Le había encantado tirar de aquel
sensual labio inferior con los dientes, y recordó que a él también le
había gustado. Lo hizo y sintió el calor recorriéndole el cuerpo cuando
sintió la lengua de él rozándole la boca mientras él se despertaba y
respondía a su beso. Él le devolvía el beso.
Animada, dejó que su lengua se introdujera en la boca de él,
primero con insistencia y luego con más audacia. La boca de él se relajó
contra la suya y la lengua de ella se metió en su interior, enredándose
con la de él. Cuando la lengua de él tocó la de ella, con fuerza y
seguridad, los pezones de ella se tensaron de placer ante la sensación.
Su mano se enredó en su pelo y, en lugar de devolverle el beso, la
apartó. Su expresión era de consternación. —¿Miranda?
—Silencio —le dijo ella y le pasó un dedo por la mandíbula y se
inclinó para darle otro beso. Besar a Dane había sido una experiencia
deliciosa. No había querido disfrutarlo, pero... lo había hecho. Bastante.
Era una prueba más de que, por muy mala persona que fuera Dane, se
sentía atraída por él. En cuanto posó sus labios en los de él, su cuerpo
se encendió de necesidad. Hacía mucho tiempo que no tenía una
relación con un hombre, desde la universidad. Y de repente era muy
consciente de la falta y parecía querer recuperar el tiempo perdido.
Si la venganza implicaba besar mucho a Dane, se entregaría con
gusto a la tarea. Se deslizó un poco más cerca, intentando volver a
tomar su boca con la suya.
La mano de él seguía firmemente anclada en su pelo, intentando
mantenerla en su sitio. Estaba atrapada a un palmo de su cara.
—Miranda, ¿qué haces?
—Intento besarte —susurró, con la mirada fija en la boca de él. Se
había afinado en una línea dura que ella estaba muy tentada a besar en
suavidad. Su confusión la excitó aún más—. Suéltame el pelo y podré
volver a eso.
En lugar de hacer lo que le pedía, Dane se incorporó y se apartó
rodando. Ella frunció el ceño cuando él se levantó, pero se le pasó
cuando le cogió la mano.
Miranda la puso en la suya y le permitió que la ayudara a
levantarse del suelo. Enseguida empezó a tirar de ella para alejarla del
campamento y adentrarla en el bosque. Un aleteo de excitación le
recorrió el vientre y el pulso le palpitó en todas partes. ¿Iban a ocultarse
en el bosque y volver a acostarse? ¿Podría soportar un orgasmo
matutino? De repente le gustó mucho la idea y se lamió los labios. Oh,
sí que podría.
¿Quién le iba a decir que su venganza sería tan divertida?
Había un gran árbol de ramas bajas en la linde del campamento,
y Dane tiró de ella hacia él, apretando su mano contra la de ella.
Cuando estuvieron detrás de las ramas, ella volvió a agarrarlo y acercó
su cara a la de él, con una leve sonrisa en la boca.
—Buenos días, cielo —dijo, y deslizó una mano por la parte
delantera de su pecho. Qué rico. Podía sentir los músculos de la tabla
de lavar y los pectorales bien definidos a través de la tela de la camisa.
Miranda resistió el impulso de frotarle la mano por todo el pecho y
explorar su físico.
Le quitó la mano del pecho y la miró con el ceño fruncido.
—Creo que tenemos que hablar.
Se puso rígida. Aquella no era la respuesta que esperaba. ¿Acaso
a la mayoría de los hombres no les gustaban las mujeres sexualmente
agresivas? —¿De qué hay que hablar?
—¡De esto! —La señaló a ella y luego a su boca—. El beso y… ya
sabes. La noche pasada en el bosque. —Bajó la voz y miró hacia el
campamento para asegurarse de que los demás no estaban despiertos—
. Tú y yo. ¿Qué demonios está pasando aquí, Miranda?
Puso los ojos en blanco. —¿Tenemos que analizarlo? Quería tener
sexo contigo para ver cómo era. Lo hice. ¿Satisfecho?
Dane sacudió la cabeza, frunciendo el ceño. —Sea lo que sea lo
que Colt y Grant te tendieron, ganaste, ¿de acuerdo? No tiene sentido
echar sal en la herida.
Eso la hizo estremecerse. Le soltó la mano como si estuviera
enfermo y se alejó rápidamente. —¿Perdón?
Cruzó los brazos sobre el pecho, con la boca firme en señal de
desaprobación.
—Sé que Colt y Grant están detrás de esto. Quiero decir, es
bastante obvio. Nuestra primera semana de trabajo, ¿y quién aparece
por casualidad? Mi enamorada de la secundaria, con un aspecto tan
increíble como la última vez que la vi, y que no quiere otra cosa que
saltar sobre mis huesos. Qué oportuno, ¿verdad? —Dane la fulminó con
la mirada, como si maldijera el hecho de sentirse atraído por ella. Su
mirada ardiente recorrió su cuerpo—. Obviamente te están pagando
para poner a prueba mi fuerza de voluntad. Y es evidente que he
fracasado.
Se quedó boquiabierta. Se llevó la mano al cuello y se lo acercó
nerviosamente.
—Bueno —dijo con nerviosismo—. Eso sería una primera vez.
—¿Qué cosa?
—Nunca me habían llamado puta en una frase y halagado en la
siguiente. No sé muy bien si debería sentirme insultada o divertida,
aunque tengo que admitir que me inclino por el insulto.
Se pasó una mano por la boca y la curvó en una lenta sonrisa que
la irritó sobremanera.
—Si te hace sentir mejor, si no estuviera trabajando, te llevaría de
nuevo al bosque y te sacaría unos cuantos orgasmos más. —Sus ojos
ardieron hacia ella—. Ya que eso es claramente para lo que estás aquí.
¡Pedazo de mierda arrogante! ¿Creía que estaba encima de él
porque alguien le había pagado dinero? Su mano se apretó aún más
fuerte. Demasiado para disfrutar besando a Dane, todo lo que quería
ahora era darle una patada en la ingle. Con fuerza.
—Eso es dulce —dijo ella con voz seca. Cruzó los brazos sobre el
pecho y le dirigió una mirada furiosa y malhumorada—. Pero si vuelves
a llamarme puta, Pete no será el único con la mandíbula magullada.
¿Me entiendes?
—¿Estás enojada conmigo? Intentaba halagarte. Hacía nueve
años que no te veía y tengo que admitir que estás increíble. —La sonrisa
de Dane se inclinó—. Lo siento si eso te ofendió.
—Esa no es la parte que me ofendió —dijo entre dientes—. Es la
parte en la que sigues diciendo que alguien me pagó para acostarme
contigo.
Su sonrisa fácil desapareció por completo. —¿Quieres decir que
Colt y Grant no te pagaron para… acercarte a mí?
Un sabor agrio se acumuló en su boca. —Le dije tres palabras a
Colt ayer. No he hablado con Grant desde la secundaria. ¿Por qué me
pagarían para venir a un viaje de supervivencia?
Dane permaneció en silencio un largo momento. —Eso… no era lo
que quería decir. ¿Te pagaron para que coquetearas conmigo?
—¡No! —Su voz subió una octava indignada—. ¿Por qué iba a
acostarme contigo por dinero?
Una mano le tapó la boca. Dane le puso la mano sobre los labios,
con la palma caliente. Miró hacia el campamento para ver si los demás
se habían despertado al oír su discusión, pero seguían durmiendo.
Dane se acercó a ella y le tocó el brazo, acercándola para que pudieran
hablar en voz baja.
—Miranda… —comenzó, entonces se detuvo, estudiando su rostro
durante un largo momento.
Ella sintió unas ganas locas de tirar de su cuello.
—Si no lo haces porque Colt o Grant te lo pidieron, ¿por qué te
acostaste conmigo?
—Demonios, no me había dado cuenta de que era tan mala
acostándome.
Su mirada cayó a su boca. —En absoluto —dijo, bajando el tono
de su voz a un tono ronco. Le rozó el labio inferior con el pulgar—. Pero
no puedes pensar que no sospecharía de tus motivos. Metiste en la
maleta una bolsa entera de lencería para un viaje de supervivencia.
—Te dije mis motivos —explicó ella a la defensiva, alejándose—.
Quería ver si podía tener… ya sabes —hizo un gesto con una mano—,
contigo o si estaba totalmente rota. Y ahora qué sé que puedo… tener
un orgasmo —seguía sonrojándose al decir la palabra— con un hombre
y no solo con un juguete a pilas, estoy satisfecha. Ya no te necesito.
Estaba mintiendo descaradamente, por supuesto, para ver si él
mordía el anzuelo.
—¿Lo estabas? —dijo en voz baja y ronca. No le quitó la mirada de
la boca y volvió a rozarle el labio con el pulgar, abriéndole un poco la
boca—. ¿Satisfecha con eso? Porque solo fue un encuentro rápido en el
bosque, Miranda. Si crees que eso es lo mejor que puedo ofrecerte, estás
muy equivocada.
Sus rodillas temblaron un poco ante la idea. —¿Oh?
Una lenta sonrisa curvó su boca y la acercó más a él. Le acarició
la mejilla y le bajó la mano por el cuello, jugando con el escote de la
camisa. La tocaba como si fuera suya, como si la poseyera. La idea la
hizo flaquear.
—Solo ha sido un pequeño orgasmo —dijo él—. Apuesto a que, si
me das la oportunidad, puedo hacer que te corras dos o tres veces
seguidas.
—¿Tres veces? —Se quedó sin aliento al pensarlo. Había leído
novelas románticas en las que la heroína gritaba durante todo el acto
sexual, y en las películas parecía un maratón de horas, por supuesto,
pero sus experiencias habían sido tristemente decepcionantes en ese
sentido. Incluso su cita con Dane (aunque alucinante en sí misma) fue
una excursión breve—. ¿Es eso normal?
—Lo es cuando estás en la cama conmigo —dijo él suavemente, y
su mano se deslizó por su espalda, los dedos cosquilleando su columna
vertebral antes de descansar en la parte baja de su espalda—. ¿No me
digas que nunca te ha lamido un hombre ese dulce coño tuyo durante
horas, haciéndote correrte tan a menudo que tus piernas ya no te
aguantan?
Sus piernas tenían dificultades para sostener su cuerpo en este
momento. Se sentía débil, sin huesos, como él había descrito, y las
ganas de apoyarse en él y hundirse en su calor eran casi abrumadoras.
Se dio cuenta de que él la miraba, esperando su respuesta, y negó con
la cabeza. —Eso no es asunto tuyo, Dane, pero he tenido un montón de
sexo oral. —Era mentira. Había tenido un poco, pero cuando fue obvio
que estaba incómoda en lugar de disfrutar, fue rápidamente retirado de
la mesa. Después de un tiempo, había renunciado por completo al sexo
oral—. Un montón, así que no te preocupes por mí.
—¿Y sin orgasmos? Se me parte el corazón de pensarlo. Deben
haber sido unos novios de mierda.
Una risa escapó de su garganta, y ella rápidamente la amortiguó
de nuevo, luego le dio una mirada escéptica. —¿Qué te hace pensar que
estoy interesada en otra ronda, Dane? Tal vez probé la mercancía y los
encontré carente.
—No es verdad —negó con seguridad. Volvió a deslizar la mano
por la columna de ella y le acarició la base del cuello, acercándola e
inclinando la cabeza hacia atrás—. ¿Lo hiciste? Apuesto a que, si me
tirara al suelo y besara tu coño, me dejarías hacerte lo que quisiera.
Dios mío, era verdad. Sus dedos se enredaron en su camisa y se
aferró a él. Dane era unos centímetros más alto que ella, pero se había
agachado y sus caras estaban tan cerca que ella podía oler el almizcle
de su piel y ver la sombra de la barba en su barbilla. Se lamió los labios
como si aún estuviera pensando en meterle la boca en el coño, y todo el
cuerpo de ella sintió un cosquilleo en respuesta, una punzada que
comenzó en lo más bajo de su sexo. Su otra mano se deslizó hasta su
culo, atrayendo su cuerpo contra él. Sus pezones rozaron su pecho y
ella jadeó.
Su boca rozó la suya, dándole el más fugaz de los besos.
—¿Qué te parece —murmuró suavemente— si me arrodillo ahora
mismo y te pruebo?
—Hazlo —suspiró ella, con el corazón latiéndole con fuerza en el
pecho.
Él le sonrió y deslizó las manos hasta su cintura. Mientras ella lo
miraba, él se arrodilló, su cara fue a la cuna de sus muslos y…
—Oigan —llamó una voz, atrás en el campamento—. ¿Alguien ha
vista a Dane?
Dane se levantó bruscamente, casi derribándola en su prisa por
ponerse en pie. Su mirada había pasado de sexy a salvajemente
paranoica en un instante.
Con un suspiro, se dio cuenta de que, después de todo, no iba a
conseguir lo que le había prometido. —Supongo que nunca sabremos si
estás lleno de palabrerías, ¿verdad? Qué lástima.
La mirada que le dirigió era ardiente, y la atrajo hacia sí para
darle un beso rápido y feroz. —Esta noche. Tú no dices nada, yo no digo
nada, y nos volvemos a ver esta noche. —Luego desapareció entre los
arbustos, caminando de regreso al campamento.
¿Esta noche? Ella curvó los dedos de los pies de anticipación ante
el pensamiento, luego suspiró. La sangre aún latía en sus venas y
faltaba mucho, mucho para esta noche. Esperó unos minutos y luego
regresó al campamento, atándose los cordones de los pantalones cortos
para que pareciera que había estado en el bosque por otro motivo.
Dane levantó la vista cuando ella volvió a entrar en el
campamento y la saludó con la mano, como si acabara de verla. Qué
farsante. —Buenos días, Miranda. ¿Has dormido bien?
—Como un bebé. —Dijo la mentira con una sonrisa, y se dirigió al
otro extremo del campamento para coger su mochila. Mientras
caminaba, balanceó las caderas y se echó el pelo largo y enmarañado
por encima del hombro, sabiendo que él la estaba mirando. Dane quería
verla esta noche. Aquello la emocionó demasiado como para encajar en
sus planes, y frunció el ceño. Si esta idea de venganza iba a funcionar,
necesitaba mantener el control de la situación. Y Dane acababa de
tomar el control hacía unos minutos. Peor aún, ella estaba dispuesta a
dárselo.
Iba a tener que ser más dura si quería vengarse de Casanova
Croft, en lugar de limitarse a ser una de sus conquistas.
7
Traducido por Edy Walker & CrisCras
Corregido por Danita

Una vez que todo el equipo estuvo despierto, tomaron un pequeño


desayuno con las últimas barritas energéticas que habían guardado con
cuidado, hirvieron agua para rellenar las cantimploras y levantaron el
campamento. Desmontaron el refugio, apagaron el fuego y volvieron a
preparar las mochilas. Luego se echaron las mochilas al hombro para
dirigirse al siguiente lugar.
Dane les enseñó a hacer un haz de fuego que mantuviera una
brasa encendida mientras caminaban, y se lo dio a Miranda para que lo
llevara.
—Es muy importante que mantengas esto encendido en todo
momento —dijo, con la cara completamente seria—. Si lo mantienes
encendido, puedes reavivar el fuego con un simple toque.
Ella lo miró fijamente, y luego al haz de fuego, pensando en otras
cosas que no eran fuego. ¿Era lo que él quería decir lo que pensaba
ella? Decidió poner a prueba esa teoría.
—Creo que puedo mantener una chispa encendida —dijo con la
voz baja y ronca, y se lamió los labios—. Aunque tenga que trabajar un
poco para avivar la llama. Valdrá la pena, ¿no crees?
La mirada en los ojos de él se calentó, y ella sabía que pensaban
lo mismo.
—Asegúrate de hacerlo. Aunque no me gustaría tener que volver a
empezar... Estaré encantado de enseñarte cómo se hace, en caso de ser
necesario.
Le tembló el pulso e intentó no sonrojarse. Enseñarle a apagar el
fuego, desde luego.
Mientras el equipo caminaba, Dane les señalaba la flora y la
fauna. Les mostró una araña venenosa, les enseñó qué frutos secos
eran comestibles y les dio una lección de naturaleza durante el paseo.
De vez en cuando cogía un poco de yesca o una hoja en particular, y
sus ojos escrutaban constantemente el entorno.
En realidad era información muy interesante, y Miranda la habría
apreciado si no hubiera estado tan distraída todo el tiempo. La visión
del culo prieto de Dane enturbiaba sus pensamientos de venganza, al
igual que el increíble sexo que habían tenido la noche anterior. Y la
plática de esta mañana. No podía dejar de pensar en tres orgasmos.
Tres orgasmos. Le parecía un concepto pecaminoso, cuando luchaba
tanto por tener solo uno en la cama. Y él le ofrecía tres. Su coño se
apretó al pensar en él entre sus piernas, lamiéndola lánguidamente
hasta el orgasmo, y sintió la resbaladiza humedad de la excitación.
Definitivamente, su chispa iba a durar todo el día. Para cuando
pudieran escaparse esta noche, se correría en cuanto él la saludara. Y
entonces él le dedicaría una sonrisa de suficiencia, demostrándole que
él era la hostia y ella solo otra tonta que se había enamorado de sus
proezas en la cama...
Pero incluso mientras se lo decía a sí misma, las piezas del puzzle
no encajaban. Anoche, cuando se le insinuó, él no había actuado como
si se lo debiera, o como si se lo esperara. Parecía sorprendido y luego
halagado. Y, estaba tan excitado como ella. Aquello no encajaba con el
mujeriego que ella recordaba y que a la prensa sensacionalista le había
encantado acosar. El hombre que tenía en mente era mucho más
egocéntrico y engreído de lo que éste parecía. ¿Había aprendido Dane
humildad en algún momento? ¿Se le había quitado a Casanova Croft
toda la arrogancia mujeriega?
Lo dudaba.
Pasaron por una cresta y de repente Dane clavó la bandera en el
suelo.
—Este será nuestro próximo sitio para acampar.
Miranda miró a su alrededor, pero no parecía haber nada especial
en aquel lugar. Hacía unos cinco minutos que habían vuelto a pasar por
el arroyo, así que tal vez fuera por eso: agua cerca y de fácil acceso.
El equipo dejó sus mochilas en el suelo y empezó a estirarse,
mientras Pete se secaba la frente. El director general de los jugadores se
encontraba en peor forma que el resto; empezó a sudar en cuanto
empezaron a caminar y no paró hasta que se durmió.
—¿Qué hacemos ahora? —dijo George, mirando expectantemente
a Dane.
Dane sonrió y palmeó al hombre en la espalda. —Ahora vas a
tener la oportunidad de mostrarme las habilidades de supervivencia que
has adquirido. Te enseñé algunas cosas anoche y esta mañana, y quiero
ver lo que has aprendido".
Con esa simple orden, el equipo se puso a trabajar. George se fue
al bosque y empezó a colocar trampas, y Pete se dirigió con el sedal a
hacer su tarea. Parecía incómodo ante la idea, pero nadie se ofreció a
ayudarle con ello. Después del desastroso incidente de sus tetas, Pete
había sido reasignado del agua y la leña a la pesca (para alejarlo de ella,
sospechaba). No podía decir que lo lamentara.
Así que ahora era Will el encargado de ayudarla con la leña, y
mientras esperaba a que trajera el primer haz, examinó su nuevo
campamento. Había una pequeña zona chamuscada que le indicaba
que alguien había hecho fuego aquí en el pasado, y pasó el zapato por
encima, buscando pequeñas piedras que estallaran al calentarse. Nada.
Con el haz de fuego en las manos, miró a su alrededor.
Dane estaba cerca, de brazos cruzados, apoyado en un árbol.
Murmuraba algo en su teléfono por satélite. Aunque estaba concentrado
en otra cosa, su mirada estaba clavada en ella, observándola mientras
trabajaba en el campamento. Por alguna razón, eso la hizo sonrojarse.
Dane Croft, pensó. Tan arrogante y seguro de sí mismo. Tan seguro de
que ella aceptaría los tres orgasmos que le había ofrecido aquella noche,
ahora que él estaba seguro de que ella no correría a contarles a sus
socios que se acostaba con la clientela.
Quería ponerle en su sitio... o besarle. Ahora no podía decidirse, y
se odiaba por ello. Se suponía que debía odiar a aquel hombre, no
pensar en su boca sobre su cuerpo en todo el día. No sonrojarse cuando
él miraba en su dirección. ¿Dónde estaba su justa indignación? ¿O es
que estaba empezando a perder los nervios?
Frunció el ceño y se volvió hacia el fuego. Necesitaba concentrarse
en el trabajo, no en el sexo. Encender el fuego la distraería.
Había un montón de rocas grandes en las cercanías y pasó un
rato reuniéndolas y formando un círculo para rodear el fuego y evitar
que se propagara. Una vez hecho esto, excavó la pequeña zona dentro
de las rocas y empezó a colocar la leña, apilándola como le habían
enseñado mientras Will volvía con un montón tras otro. El pobre Will
tenía una tarea ingrata: ayer se habían dado cuenta de cuánta leña se
necesitaba para mantener el fuego encendido toda la noche, y
sospechaba que a él le había tocado la peor parte... y a ella el trabajo
fácil que la mantenía en el campamento y a mano.
Miranda se quedó boquiabierta. ¿La estaba protegiendo? ¿O la
mantenía cerca por otras razones? Frunciendo el ceño, apiló la leña y se
sentó a examinar su hoguera. No estaba mal. Había recogido algunas
hojas caídas y hierbas secas para usarlas como yesca. Sus bolsillos se
habían llenado con el material y ahora lo sacó y empezó a colocarlo en
la base del fuego. Llevaba todo el día cuidando con esmero la hoguera y,
cada vez que sacaba un poco de humo de las brasas, volvía a excitarse
pensando en Dane y en las promesas que le había hecho.
He tenido un montón de sexo oral.
¿Y sin orgasmos? Se me parte el corazón de pensarlo. Deben haber
sido unos novios de mierda.
Se imaginó a Dane entre sus piernas, sus manos rozándole el pelo
demasiado corto mientras él besaba los labios de su sexo. Se le erizaron
los pezones solo de pensarlo y se retorció, apretando con fuerza el
manojo de fuego.
—Miranda, antes de que comiences —dijo Dane, interrumpiendo
sus pensamientos.
Levantó la vista y retrocedió bruscamente al darse cuenta de que
Dane estaba de pie sobre ella, con la entrepierna a la altura de los ojos.
Maldita sea. ¿Estaba pensando lo mismo que ella? Lo miró y se
relamió, confusa.
Un rayo de deseo le cruzó la cara y él miró a su alrededor para
asegurarse de que los demás no la miraban, y luego se agachó junto a
ella.
—Deja de hacer eso, Miranda —susurró.
—¿Que deje de hacer qué?
—Deja de mirarme como si quisieras que te tirara al suelo y te
follara hasta quitarte esa expresión de aturdimiento de la cara. —Su voz
era ronca, como si hubiera estado pensando lo mismo—. Faltan horas
para la puesta de sol y no es buena idea que los demás sepan lo que
estamos planeando.
—Oh —dijo ella, y frunció el ceño, resistiéndose al impulso de
darle un empujón—. Si no quieres que piense en más tarde, entonces
no me pongas tu mercancía en la cara, ¿de acuerdo?
Por supuesto, ella había visto el paquete anoche, ¿pero cuando él
prácticamente se lo empujó a la cara? No pudo evitar pensar en otras
cosas. Y para empeorar las cosas, él estaba... bien equipado. Claro que
lo estaba, pensó con amargura. Dane Croft tenía la constitución de un
Adonis y ella se dejaba llevar por su atractivo y sus sonrisas divinas. Se
odió por ser tan superficial.
Él se rió y le dio una palmada en el hombro, poniéndose de pie de
nuevo. —Eso está mejor. Ahora, ¿Puedo ver el fuego?
Le dio una palmada en la mano y se estremeció al notar su
expresión de sorpresa. No era como si pudiera hacerle daño. El haz de
fuego no era más que un largo trozo de goma sacado del interior de un
zapato que se envolvió firmemente alrededor de una brasa enterrada en
yesca empaquetada. El haz se había atado fuertemente con un cordón
de zapato. Él les había enseñado a hacerlo, para llevar el fuego de un
campamento a otro sin tener que volver a hacerlo.
Era sumamente importante para la supervivencia, había dicho
Dane, y Miranda lo había tratado así. Lo había vigilado atentamente,
soplando de vez en cuando para avivar las brasas. Había humeado y
ardido durante todo el día.
Igual que el deseo que seguía ardiendo en su cuerpo. A Miranda
le irritaba que Dane hubiera decidido acercarse y ponerle las manos
encima.
—Sigue encendido —señaló ella—. Dale la vuelta.
—No puedo hacer eso —dijo con una sonrisa. Mientras ella
miraba, él desenvolvió cuidadosamente el haz de fuego y dejó al
descubierto la brasa, luego vertió agua sobre ella.
Ella resopló de asombro y trató de arrebatársela a Dane.
—¿Qué estás haciendo? ¡Ese es nuestro fuego!
—Lo es —coincidió con una sonrisa—. O debería decir, lo era.
—Me esforcé mucho —le espetó—. Lo mantuve encendido todo el
día. —¿Era algún tipo de mensaje que trataba de enviarle? Si era así, no
le hizo gracia—. ¿O esto significa que ya no te interesa alimentar mi
chispa, Dane Croft?
Su voz se había elevado a un nivel bastante alto, y él hizo una
mueca de dolor y un gesto para que bajara la voz. Cuando miró a su
alrededor y comprobó que nadie les escuchaba, Dane volvió a mirarla.
—No significa eso Miranda, y lo sabes.
En realidad, no lo sabía.
—Este curso es una cuestión de supervivencia —dijo un poco más
alto, y le entregó el paquete mojado—. Y tengo que saber que pueden
encender el fuego solos. Así que hoy no habrá fardos.
—Eres un hombre horrible.
Dane se limitó a reír y le sonrió con una expresión satisfecha.
—No vas a estar diciendo eso esta noche, te lo prometo.
Nerviosa, se arrodilló junto a la hoguera. Sus manos buscaron
entre la madera, intentando recordar lo que él le había enseñado.
Concéntrate en el trabajo, se dijo a sí misma. No en Dane. Piensa en el
fuego, no en su boca sobre su cuerpo. Así que se sentó y se concentró,
ordenando sus pensamientos. Necesitaba hacer un arco. Tras unos
instantes de búsqueda, encontró un trozo largo para un arco y un
segundo trozo de pino blando que serviría de zócalo. Examinó la madera
un momento más y luego miró a Dane.
Estaba agazapado cerca de la hoguera, como si no tuviera nada
mejor que hacer que sentarse y acosarla.
—Puedes dejar de revolotear —señaló—. ¿No tienes a nadie más
en este equipo a quien molestar?
Él sonrió, aparentemente sin inmutarse por su actitud irritante.
—El fuego es importante. Una vez que haya comprobado que
puedes encender una chispa tú sola, iré a ver cómo están los demás.
Ella no iba a tocar ese doble sentido ni con un palo de tres
metros.
—Vas a esperar un rato si crees que voy a encender algo contigo
ahí sentado mirándome.
No se movió.
Miranda puso los ojos en blanco, exasperada. —Si te vas a quedar
aquí, entonces dame tu cuchillo.
Lo hizo. —Debería obligarte a conseguir tu propio cuchillo.
Volvió a poner los ojos en blanco y usó el cuchillo de él para hacer
una muesca en el zócalo, como él le había enseñado. Una vez hecho
esto, Miranda le devolvió el cuchillo y empezó a quitarse los cordones
del zapato para encordar el arco. Él la miraba y eso la ponía nerviosa.
La hizo pensar de nuevo en el sexo, y eso no serviría. Necesitaba una
distracción.
—Así que, Dane —comenzó, mientras ataba un extremo de los
cordones al palo elegido—. ¿Qué te hizo decidirte a dirigir una escuela
de supervivencia? Tengo que admitir que no es lo que me imaginaba
para ti.
Su sonrisa fácil empezó a desvanecerse un poco y dudó un
momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
Cuando respondió, fue simple y directo.
—Lo disfruto. Me pasé el año pasado viviendo fuera de la red.
—¿Viviendo fuera de la red? —preguntó ella, terminando su arco
y probando la cuerda. Estaba tensa, con la holgura justa para enrollarla
alrededor de un palo. Con un poco de suerte, serviría—. ¿Qué significa
eso?
—Sin electricidad, sin agua corriente, sin energía —explicó Dane,
con la mirada en sus manos cuando comenzó a crear los instrumentos
para hacer el fuego—. Solo tú y la naturaleza. Colt y yo construimos
una cabaña en Alaska. Fue… —Hizo una pausa, pensando—. Fue muy
lindo.
—No hay muchas chicas en las tierras salvajes de Alaska —
bromeó—. ¿Jugabas para el otro equipo o te masturbabas mucho?
Él se rió de eso. —Tienes una mente sucia.
—¿Qué? Admítelo, eso fue lo primero que pensaste tú también.
Sonrió. —Estaba allí para acampar. En cuanto a masturbarme,
no. No se me pasaba por la cabeza. Cuando llegué a Alaska, ya había
terminado con las citas. Fue agradable tener unas vacaciones de todo
en mi vida.
—¿Terminaste con las mujeres? —Ella se rió. Pasó un palo por el
arco y lo apuntó sobre la muesca que había tallado en el zócalo—. Eso
no suena para nada a Casanova Croft.
Su mirada se cerró de inmediato. —Sí, bueno, a veces lo que
obtienes no es siempre lo que quieres.
Antes de que ella pudiera comentarlo, él se acercó y le corrigió las
manos.
—Sujétalo así. Y no olvides poner la yesca debajo de la muesca
para que la brasa tenga algo sobre lo que caer.
Ella lo miró sorprendida. Su voz había sido fría, eficaz. Había
desaparecido la nota cálida y burlona. ¿Qué le había dicho de malo?
Miranda puso un poco de yesca bajo el zócalo y se tragó el sentimiento
defensivo. Estaba aquí para arruinar (y follar con) Dane Croft esta
semana, y si lo enfadaba, podía despedirse de su venganza. Irritada
consigo misma, empezó a serrar el arco, girando el eje y creando fricción
contra el zócalo. Era más difícil de lo que Dane había hecho parecer, y
dio otro tirón brusco, haciendo que el eje volviera a girar.
Se hizo un silencio incómodo, el único sonido era el de su huso al
serrar la madera. Tras unos minutos observando su trabajo, Dane
volvió a mirarla.
—Entonces, ¿qué hay de ti?
Ella levantó la vista, sin dejar de serrar el arco y girar el huso. Era
difícil concentrarse en la conversación, sobre todo cuando se esforzaba
tanto por conseguir la fricción suficiente para crear una chispa en la
pequeña muesca que había tallado en el zócalo. Mierda, ¿por qué le tocó
a ella la tarea de hacer fuego? Esto era difícil. Concentrada en su tarea,
no levantó la vista.
—¿Yo qué?
—Querías ser editora o algo así, ¿no? ¿Cómo es que nunca saliste
de la ciudad? Bluebonnet no es precisamente un hervidero de actividad.
—Su voz era irónica—. No veía la hora de irme de aquí.
A ella no le gustaba el rumbo que estaba tomando esto. Así que
permaneció en silencio, esperando que él siguiera hablando hasta que
dejara atrás lo que ella había hecho o dejado de hacer con su vida.
Pero él hizo una pausa, esperando a que ella respondiera.
—Periodista —ofreció finalmente, sus brazos empezando a dolerle
de frotar ante el arco de hacer fuego. ¿Cuánto tiempo tenía que seguir
haciendo esto antes de conseguir una chispa? Ni siquiera tenía humo
todavía. Frustrada, frotó más fuerte—. Y tú no eras el único que quería
marcharse.
—Entonces ¿por qué no lo hiciste?
Iba a empezar a tener una rabieta si no conseguía una voluta de
humo, en serio. Así que simplemente frotó más fuerte, sus dientes
apretados.
—No podía.
—¿Por qué?
No respondió.
Él no lo dejó ir. —¿Tenías que ayudar a tu madre con su tienda?
Todavía tiene esa tienda de antigüedades, ¿verdad?
Eso se hallaba un poco demasiado cerca de la fea verdad. ¿Qué
tipo de juego estaba jugando él? ¿Quería que se mostrara y admitiera
que esas fotos que él había tomado habían arruinado su vida? ¿Era esta
alguna clase de desagradable venganza por ofenderlo? ¿Recordándole
quién era? ¿Poniendo a la puta de Bluebonnet de vuelta en su lugar?
Arrojó los utensilios para hacer fuego y se puso de pie.
—Necesito dar un paseo.
—Miranda, ¿qué…?
Ella se dio la vuelta para enfrentarse a él, mirándole.
—Déjame sola. ¿Entiendes? Necesito dar un paseo, y no contigo.
—Con eso, se giró y salió en tromba del campamento.

***

Dios, esa mujer era espinosa. Dane se quedó mirando a Miranda,


preguntándose por su explosión y posterior salida del campamento.
¿Qué escondía exactamente que la puso tan molesta? Se sentía tentado
de preguntarle a uno de los otros hombres, pero ellos tampoco sabrían
nada sobre ella, siendo forasteros. Cualquiera en Bluebonnet podría
haberle dicho la verdad, sospechaba. Todos en el pueblo conocían los
asuntos de los demás.
Y Miranda aparentemente era un asunto desagradable, al menos
en su mente. Miró fijamente las herramientas que ella había dejado caer
en el suelo. Luego fue tras ella.
—¡Dane! ¡Mira! ¡Conseguí la cena! —Pete sostuvo un pez en el
aire, trotando por el bosque—. ¡Atrapé algo!
Dane miró a Pete, luego de nuevo hacia el bosque, luego suspiró y
se volvió hacia él. La frente del hombre se encontraba perlada de sudor
y sus pantalones salpicados de agua. Sostuvo en alto un pez, de casi
medio metro de largo.
—Buen trabajo —dijo Dane distraídamente, mirando una última
vez hacia donde Miranda había desaparecido antes de volverse hacia
Pete—. Consigue una roca plana y te enseñaré cómo descamarlo.
Pete le dedicó una mirada divertida. —¿Tengo que descamarlo?
Él se rió de la expresión del otro hombre. —Solo si planeas
comértelo. También vas a tener que destriparlo.
El jugador se veía un poco verde ante el pensamiento, y Dane se
preguntó cómo se las había arreglado para coger el pez si el
pensamiento de tocarlo era tan repugnante. Asintió hacia el pescado.
—Aquí, dámelo y te mostraré cómo hacerlo esta vez, pero después
de esto, te toca a ti. ¿Entiendes?
Pete pareció reacio a entregar el pescado, pero lo hizo después de
un momento, y Dane inmediatamente vio el problema.
—Este pescado está muerto —señaló, apartando la cara por el
olor—. Muy, muy muerto. Varios días muerto.
Pete cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Eso es un problema?
Dane lo sostuvo hacia la cara de Pete, observando mientras el
otro hombre se apartaba.
—¿Quieres comértelo?
—Bueno, no.
Se lo tendió de regreso a Pete. —Saca esto de aquí y entiérralo en
alguna parte. Se supone que tienes que estar atrapando pescado vivo,
no recogiendo los muertos. Deja eso para los coyotes.
El otro hombre de repente pareció aterrado. —¿Hay coyotes?
—No te preocupes por lo coyotes —le dijo Dane—. Ellos están
aterrorizados de las personas. Es más probable que veas un unicornio
que un coyote aquí. Ahora regresa y pesca de verdad. En el agua. Con la
caña y el anzuelo. Voy a ir a buscar a Miranda.
—Hablando de Miranda —dijo Pete, su voz baja y pensativa—. ¿Se
conocen bastante?
El pelo en la nuca de Dane se erizó. —Fuimos juntos a la escuela.
¿Por qué?
—¿Es soltera?
Celos calientes se extendieron a través de él. Resistió el impulso
de gruñir que nadie iba a tocar a Miranda excepto él. Se supone que
iban a mantener las cosas en secreto. Apretando las manos, cogió un
trozo pequeño de leña y empezó a romperlo en piezas más pequeñas.
—No le pregunté. ¿Por qué?
Pete le dedicó una mirada de suficiencia. —Ella me estaba
echando un vistazo el otro día. Pensé que podría ver si está interesada
en salir cuando salgamos de este pequeño infierno llamado naturaleza.
Por alguna razón, eso realmente molestó a Dane. La naturaleza
no era el infierno. Y pensar que Miranda había estado revisando al
idiota delgaducho… no se lo creía.
—A menos que estés planeando aprovechar ese culo —dijo Pete,
interrumpiendo sus pensamientos—. He notado la forma en que la has
estado mirando.
Apretó la mandíbula. Le asaltó el repentino impulso de golpear la
cara de Pete, y apretó los puños.
—No, no lo hago —mintió. En ese momento echó de menos el
hockey, la opción de darle una paliza a tu oponente—. Es solo una vieja
amiga.
No podía decir que sí. Claro, dormí con Miranda anoche y ella fue
salvaje. Fue caliente como el infierno, y planeo hacerlo otra vez. Quiero
ver la expresión en su cara cuando le muestre cómo venirse de nuevo.
Quiero ver la expresión en su rostro cuando ponga mi boca sobre su dulce
coño, y su expresión cuando meta mi polla en su cuerpo.
No podía decir nada de eso. E incluso si pensaba en el descarado
y pequeño tanga de Miranda o en su sonrisa curvada o en la forma en
que dio esos suaves y sorprendidos grititos de placer cuando se había
introducido en su interior, como si no hubiera estado esperando
disfrutarlo tanto. No podía decir una maldita cosa. Esto eran negocios,
Miranda era negocios, y no importaba lo mucho que le gustaría que
fuera de otro modo, no podía ser.
Pete se ajustó las gafas. —Excelente. ¿Entonces no te importa si
voy detrás de ella?
Si su mandíbula se apretaba más, sus dientes iban a estallar.
—No durante la semana de supervivencia.
—Oh, después, por supuesto. —Pete miró fijamente hacia el
bosque, por donde Miranda había desaparecido—. No querría verla
antes de que pueda darse una agradable y larga ducha.
Idiota de mierda. Como si Miranda oliera mal. Justo lo contrario,
de hecho. Ella olía como el bosque (madera quemada y viento, y solo un
toque de sudor) y él lo encontraba increíblemente atractivo. Este idiota
no sabría lo que era atractivo ni aunque le cubriera la cara. Ocultando
su ira, Dane señaló el pescado muerto.
—Tienes que deshacerte de eso y atrapar un pez de verdad. ¿Me
entiendes?
El otro hombre le dedicó un asentimiento reticente y luego se
alejó de nuevo del campamento, murmurando entre dientes. Golpeó las
ramas mientras caminaba, las acciones de un niño caprichoso y no de
un hombre hecho y derecho.
Dane le daba dos días antes de que Pete renunciara a la clase en
su totalidad. Bueno. El hombre actuaba como un niño y la clase solo se
haría más difícil. Esa era una de las cosas que apreciaba de Miranda,
pensó, mientras se giraba en la dirección opuesta y comenzaba a andar.
Ella no se quejaba de la clase, de ser incapaz de ducharse o por sudar
en la suciedad y dormir en el suelo. Cuando había visto esa bolsa llena
de lencería, le preocupó que ella fuera un enorme dolor en el trasero
esta semana. Pero… no lo era. En realidad parecía estar disfrutando al
aire libre, y él también estaba disfrutando de su presencia.
Luego, de nuevo, no había esperado tener sexo con ella. Le hacía
sentir un poco incómodo pensar que él automáticamente había asumido
que ella había sido una espía de Colt y Grant, había estado tan ofendida
ante el pensamiento que sabía que era sincera. No debería haber
dormido con ella. No debería haberlo hecho, y sin embargo… no pudo
resistirse. Cuando su mirada se volvió suave, él quiso enterrarse
profundamente dentro de ella y hacerle el amor hasta la mañana.
Aun así, no se encontraba completamente seguro de que los
motivos de Miranda fueran inocentes. ¿Por qué una mujer a la que le
gustaba la lencería y las cosas sexys querría pasar una semana en el
desierto? Las cosas no cuadraban, decidió. O Miranda tenía una doble
personalidad (femenina-chica de la región salvaje) o a él le faltaba algún
elemento vital.
Por su vida, no podía entender qué.
Mientras consideraba la situación de Miranda, caminó a través
del bosque ociosamente notando el conjunto de huellas en la tierra.
Aunque no era el mejor rastreador, no era difícil ver que alguien había
venido por este camino. Tocó una rama rota y se arrodilló en la tierra.
El suelo estaba duro porque no había llovido en unos días y mostraba
perfectamente las líneas onduladas de la suela de una bota. Juzgando
por el tamaño del zapato, no era un hombre, a menos que el tipo
cargara con unos pies muy delicados. Siguió las huellas, pensando en
su clase. Con una notable excepción, habían estado interesados y
dispuestos a aprender. Los otros eran perros de caza, era fácil
diferenciar ese tipo, ya que eran agresivos y controladores. El deseo de
tener éxito era claro.
Rastrear no estaba en el menú de la semana, pero pensó en el
rostro de Miranda y la forma en que se iluminaba cuando las cosas
encajaban y aprendía algo nuevo. Tal vez le enseñaría unas pocas cosas
cuando la encontrara. Después de que se hubiera enfriado. Casi había
hecho fuego, unos pocos minutos más de frotar y hubiera tenido una
chispa con seguridad. Su rápida mente había captado los instrumentos
y había seguido sus instrucciones casi al pie de la letra. Había estado
tan cerca… hasta que empezaron a hablar sobre la ciudad. Sobre
Bluebonnet.
Entonces le había despachado.
Se agachó bajo una rama de árbol y recorrió el bosque mientras
pensaba en su conversación. Dane la había manejado de inmediato una
vez que llegaron a su vida personal. Le gustaba Miranda, pero no tenía
ganas de compartir el motivo por el que había abandonado la NHL, sin
importar lo que hubiera escuchado. Nadie le creía de todos modos. Les
gustaba demasiado la versión de las cosas de los tabloides. Que era un
mujeriego que no podía rechazar a una mujer. Que era un aprovechado.
Lo había sido, una vez… hasta que alguien se había aprovechado él.
Luego había cambiado. Ya no era el viejo Dane, y se cansó de tratar de
probárselo a todo el mundo.
Por supuesto, Miranda había sido igualmente susceptible. Se
había erizado tan pronto como comenzó a preguntarle por qué no había
dejado la ciudad. ¿Había un novio todavía en Bluebonnet? ¿Alguien por
quien se quedó? Una oleada de celos desgarró sus pensamientos. ¿Era
esa la razón por la que había empacado todas las bragas sexys? ¿De
que tuviera sus manos sobre su polla tan pronto estuvieran solos?
¿Para poner a alguien celoso?
Dane frunció el ceño cuando vio otro par de huellas cerca del
arroyo. Se acercó a la otra orilla, sus movimientos silenciosos y furtivos
por años de práctica.
Y allí estaba ella.
Miranda se hallaba de pie en el arroyo, su espalda hacia él. No se
encontraba completamente desnuda. Bajo la gruesa cascada de cabello
marrón que se derramaba por su espalda, un tirante fino de sujetador
negro se extendía sobre su hombro. Desde su punto de vista, podía ver
la cremosa estrechez de su espalda, perfecta en su simetría, y la forma
en que se adelgazaba por encima de su trasero. Gimió ante la visión de
su redondo culo mientras ella se inclinaba hacia delante, exponiendo la
carne en forma de corazón. Definitivamente un tanga. Apenas atrapó un
vistazo entre sus plenas y firmes nalgas. Maldición. Dane miró fijo.
Miranda tenía el culo más singularmente perfecto que había visto
nunca.
Cerró los ojos y se inclinó contra el árbol que usaba como apoyo.
Infiernos. Se estaba bañando. Y aquí se encontraba él, de pie en la orilla
y mirándola como alguna especie de pervertido espeluznante. Su mano
se deslizó sobre la dura cresta de su polla en sus pantalones cortos, y
juró. Era un espeluznante pervertido cachondo viéndola bañarse. Ella
podía disfrutar coqueteando con él y de sus citas a medianoche, pero
estaba bastante seguro de que odiaría el pensamiento de él espiándola
como algún adolescente hormonal. Aun así no podía dejar de mirar ese
culo perfecto, y el pensamiento de cómo se había sentido ella anoche
con su dulce coño envuelto alrededor de su polla, apretándole más cada
vez que él envestía. De los gritos que había soltado, tan encendidos y
sorprendidos que se había quedado perdida en el momento. De la
mirada de su rostro cuando finalmente se corrió, como si acabara de
entregarle un millón de dólares.
Mierda. Si se ponía más duro, iba a meterse en el agua tras ella y
a olvidar todo sobre la parte de “esta noche” de su próximo encuentro.
La llevaría a la orilla del arroyo, a plena luz del día, y no le importaría
quién los viera. Se frotó la palma de la mano por la parte delantera de
su polla otra vez, la necesidad surgiendo a través de él.
Antes de la última noche, habían sido dos largos años desde que
había estado con una mujer. No había echado de menos a ninguna en
todo ese tiempo. Siempre había algo para distraerle: cortar leña, cazar,
una caminata de quince kilómetros a través de la nieve de regreso
cuando habían vivido en la cabaña… y cuando todo lo demás falló, allí
seguía su mano. Lo de anoche debería haber conseguido sacarla de su
sistema. Templar el impulso, así podría dejar de pensar con la polla y
volver a su trabajo. Pero cuando vio a Miranda alzar sus pálidos brazos
hacia su espalda y jugar con el broche de su sujetador, supo que iba a
ser casi imposible pensar en nada excepto en tomar a Miranda otra vez.
Y palmeó su polla una vez más.
8
Traducido por Coral Done, Jasiel Odair & Snow Q
Corregido por Alexa Colton

No podía hacerlo. Los dedos de Miranda temblaban en el broche


del sujetador, arruinando el movimiento sensual que pretendía. Lo
intentó de nuevo, cerrando los ojos y concentrándose en desabrochar
aquel estúpido tirante, pero cada vez que se acercaba, sus dedos se
bloqueaban. Las imágenes de Internet pasaban por su mente una y otra
vez. Ella arrodillada ante Dane. Sus pechos contra la cámara en otra
toma. Aquel lunar en forma de triángulo bajo el pecho izquierdo la
había identificado aunque su cara no hubiera salido en la foto... y así
había sido. Su expresión en las fotos había sido de embeleso, y recordó
la gran mano de Dane jugueteando con sus pezones. Le habían
encantado sus caricias.
Nueve años después, seguía adorándolo, aunque ahora se odiaba
un poco por ello. Se había recuperado de su rabieta caminando por el
bosque, dándose cuenta de que no sería capaz de mantener a Dane
trotando tras ella si estaba enfadado con ella. Así que se calmó y se
sentó a orillas del arroyo, mirándolo fijamente mientras intentaba idear
su próximo plan de batalla.
Después de un momento, la solución se había vuelto evidente, por
supuesto. Desnudarse en el arroyo hasta que Dane se cruzara con ella,
y luego seducirlo de nuevo. Mantener el control firmemente de su lado.
Nunca dejar que él tuviera la sartén por el mango en su relación.
Mantenerlo adivinando, por encima de todo.
Excepto... que sus manos no cooperaban. Su subconsciente tenía
un estricto sentido de la modestia, incluso si Miranda la malvada
estaba tratando de deshacerse de él. Anoche había sido capaz de
provocar y flirtear con Dane, y no se lo había pensado dos veces a la
hora de quitarse la ropa. ¿A la luz del día? Era diferente, estaba más
expuesta. ¿Y saber que Dane estaba en la orilla observándola? La ponía
aún más nerviosa. Anoche había estado oscuro y él solo había podido
ver su cuerpo a la luz de la luna. Se habían dejado parte de la ropa
puesta mientras practicaban sexo. De pie en el arroyo, sin nada más
que un tanga y un sujetador de encaje, a plena luz del día, se sentía...
desnudo. ¿Estaba viendo lo mucho que había cambiado su cuerpo en
los últimos nueve años? ¿Comparaba sus pechos con los de aquella
vieja foto?
Sus dedos se crisparon y abrió los ojos, apartándose el largo
flequillo de la frente con frustración. ¿Por qué era tan difícil? Anoche se
le había insinuado y él le había dado la follada que había pedido. La
había hecho correrse tan fuerte que casi se le cruzaron los ojos. Esto
era solo un estúpido sujetador y striptease. ¿Por qué era un problema
para ella? Te comportas como una niña, se dijo a sí misma, incluso
cuando sus dedos se aferraron a la parte delantera del sujetador,
apretándolo contra su pecho de forma protectora. Cualquiera podía
estar mirándola, no solo Dane. ¿Y si alguien la había visto bañándose y
no era Dane? ¿Y si él también tenía una cámara? Oh, Dios. ¿Y si...?
Un ruido a su izquierda llamó su atención: ¿se había ido Dane al
otro lado de la orilla? ¿O realmente había otro vigilante en el arroyo? La
mano de Miranda se deslizó hacia delante sobre las copas del sujetador,
protegiendo sus pechos de miradas indiscretas, y se volvió.
Un pájaro gigantesco estaba en la orilla, a medio metro de ella.
Parecía un avestruz gigante con unos enormes ojos negros y redondos y
un desagradable pico. Agitó las plumas alarmado al verla, y su largo
cuello se echó hacia atrás como si estuviera a punto de picotearle los
ojos.
Le graznó, con un sonido furioso y estridente.
Miranda chilló.
Se tambaleó hacia atrás. Perdió pie y cayó al agua hasta el cuello.
Jadeando, luchó por recuperar el equilibrio y siguió deslizándose en
tanto el pájaro volvía a graznar y agitaba sus enormes alas negras. La
criatura se paseaba por la orilla, con sus patas de cigüeña moviéndose
nerviosamente.
¡Mierda! ¿Sabían nadar los pájaros? ¿Los emús atacaban a la
gente?
—Miranda —dijo Dane en voz baja detrás de ella—. Ten cuidado.
Al diablo con el cuidado. Se dio la vuelta y saltó hacia la orilla
opuesta, hacia Dane. Olvidando su estado de desnudez o el hecho de
que corría el riesgo de perder su sujetador mojado, se lanzó hacia él.
Cuando él le tendió una mano para ayudarla a salir del agua, ella la
agarró y se subió a la orilla.
La cosa que tenían enfrente dio un grito de alarma y Miranda
volvió a chillar. No se limitó a salir del agua y empezó a trepar por
Dane.
Saltó sobre él, rodeándole la cintura con las piernas y los
hombros con los brazos. Su único pensamiento era alejarse de ese
maldito pájaro, y Dane estaba a salvo. Dane no dejaría que se la
comiera.
Una vez se hubo subido encima de él, cerró los ojos, respirando
con dificultad y esperando a que aquella estúpida cosa la atacara. Pasó
un largo rato en el que solo oía su propio jadeo acelerado, y luego oyó
un cacareo disgustado del pájaro, un revoloteo de plumas y nada más.
Con gran audacia, se asomó a la orilla y, efectivamente, el pájaro
se marchaba. Exhaló aliviada.
—Miranda —dijo Dane con una voz extraña—. ¿Estás bien?
Bajó la mirada hacia él.
La cara de Dane estaba apretada entre sus pechos. Los tirantes
del sujetador le habían caído sobre los hombros y la prenda entera se
deslizaba varios centímetros hacia abajo. Sus pezones apenas estaban
cubiertos por las copas húmedas y se perfilaban claramente. Peor que
eso, ella estaba aferrando su cabeza a sus pechos en un esfuerzo por
anclar su cuerpo en el punto alto al que había subido en su angustia...
es decir, él.
Al hacer balance de las partes de su cuerpo, se dio cuenta de que
sus piernas seguían enroscadas alrededor de él. Ella estaba bastante
segura de que esas eran sus manos en todo su culo, también.
—Hola —dijo alegremente tratando de no sonrojarse—, ¿adivina
qué? Encontré un emú.
—Eso parece —dijo él con voz ronca, con su mirada ardiente en la
cara de ella.
El tirante de su sujetador se deslizó más abajo por su hombro, y
ella se encogió un poco de hombros, intentando que volviera a subir.
Su mirada se centró en el tirante. Mientras ella miraba, Dane
avanzó y su boca rozó su brazo. Ella se estremeció cuando él atrapó el
tirante del sujetador entre los dientes y empezó a deslizarlo lentamente
por un hombro pálido.
La respiración se le escapó de los pulmones. Apenas se atrevía a
respirar mientras lo miraba deslizar suavemente el tirante del sujetador
con los dientes. Sus manos seguían aferradas a su trasero, sus dedos
se clavaban en su carne de una forma que la excitaba.
—Dane —dijo en voz baja, como una súplica entrecortada.
Aunque había esperado provocarlo un poco (bueno, mucho) con su
baño, la realidad era casi abrumadora para sus sentidos.
Y la dejó hambrienta de más. Después de volver a colocarle el
tirante del sujetador, su boca permaneció en el hombro de ella y, muy
suavemente, le dio un beso en la clavícula. Miranda se estremeció y le
apretó el cuello con más fuerza. Quería ser ella quien mandara, quien le
dijera dónde y cómo besarla. Pero al sentir los besos que él le daba en la
piel, se estremeció y se dejó llevar. Se sentía tan bien. Con un pequeño
suspiro de placer, inclinó la cabeza hacia el lado opuesto, apartando el
pelo mojado y exponiéndole el cuello.
Él aceptó la sugerencia. Su boca se acercó a la base del cuello y le
dio un ligero beso en el hueco junto a la clavícula.
Aquel suave lametón hizo que su coño se encendiera de
necesidad, y ella jadeó, acercándose más a él.
—Dane —volvió a murmurar, con voz más suave que antes.
Él le desenganchó las piernas de la cintura, la deslizó hasta el
suelo y se rompió el agradable contacto de la piel.
Ella suspiró decepcionada cuando su primer pie tocó el suelo. Se
tragó el suspiro cuando él siguió sujetándole la otra pierna por detrás
de la rodilla. La obligó a colgarse de su cuello, presionando su sexo
contra el cuerpo de él de forma descarada. Presionándola contra su
polla, que, incluso a través de los pantalones, estaba claramente dura y
preparada.
Ella jadeó ante la sensación, su mirada se desvió hacia la de él.
Los ojos de Dane estaban encapuchados y adormecidos por el deseo,
meras rendijas verdes en su rostro bronceado. Un atisbo de sonrisa se
dibujaba en la línea de su boca y ella la observó mientras él se giraba y
se inclinaba hacia delante. Tenía el culo apoyado en una rama baja y
estaba atrapada entre el árbol y la enorme figura de Dane. No es que
quisiera escapar. Quería que él se inclinara más, que volviera a poner
esos labios sobre su piel.
Cumplió su deseo. La boca de Dane se abalanzó sobre la suya,
capturando su jadeo antes de que pudiera soltarlo. Su lengua se
zambulló en su boca, dándole un movimiento duro y posesivo. Bailó a lo
largo de su propia lengua, enroscándose brevemente antes de lanzarse
a rozar sus labios entreabiertos. Se apartó el tiempo suficiente para que
ella recuperara el aliento y luego le chupó el labio inferior, como si
pudiera devorarla entera.
Sus dedos la agarraron por detrás de la rodilla y la acercaron, y
ella sintió que sus caderas giraban ligeramente. El sutil gesto presionó
su erección contra el centro de su sexo, haciendo que un calor líquido
inundara su cuerpo. Sintió que su coño se volvía resbaladizo por el
deseo, y que las finas bragas no la protegían mucho del abrasivo tejido
de sus vaqueros, algo que también la excitó.
Al jadear de placer, Miranda le clavó las uñas en los hombros y se
inclinó para volver a estrecharle la boca. Cuando sus lenguas se
entrelazaron, las caderas de él se apretaron contra las suyas y ella
sintió la dura longitud de él empujando, empujando contra su núcleo.
Con la boca devorando la de él, la mano de ella se deslizó entre los dos y
rozó la dura cresta de la polla en los vaqueros, y lo oyó gemir de
necesidad.
El sonido, crudo y hambriento, hizo que los dedos de sus pies se
enroscaran de placer.
Su boca volvió a separarse de la de ella, como si fuera una lucha
entre los dos por tomar el control y un beso fuera una rendición. En
lugar de eso, su boca se deslizó hasta la barbilla de ella, saboreando su
piel y bajando hasta la garganta, la clavícula y el esternón, acariciando
la carne sensible donde empezaba la curva del pecho.
De repente, Miranda deseó que se le hubiera caído el sujetador.
Quería que le metiera la boca en los pezones; los dientes la estaban
volviendo loca.
Su boca se deslizó sobre el sujetador y sus dientes mordisquearon
la piel sensible, luego se detuvo con una expresión extraña en la cara.
—Sabe a agua de arroyo —dijo. Esa fue toda la advertencia que recibió
antes de que él tirara de la copa y dejara el pecho al descubierto, y
entonces su boca se posó en el pezón. Su lengua rozó la punta dolorida,
provocando en ella un grito ahogado y un arco que se retorcía—. Mucho
mejor —dijo con voz ronca, soplando las palabras sobre el pezón antes
de lanzarse de nuevo sobre él.
Un sonido ahogado de placer se le escapó de la garganta y
Miranda sacudió las caderas contra la polla vestida de vaqueros,
echando la cabeza hacia atrás por las sensaciones. Dios, sabía cómo
tocarla.
Le rodeó el cuello con el brazo y le apretó el pecho contra la boca,
con la respiración entrecortada. Siguiendo su ejemplo, sus labios le
rozaron el pezón. Lo observó mientras le acariciaba el pecho, como si
simplemente disfrutara de la sensación de su piel, y luego vio cómo su
boca se cerraba sobre la punta y sintió el delicioso roce de sus dientes
contra el pezón cuando lo tomó entre ellos y lo mordió suavemente.
Un grito brotó de su garganta.
—¿Te gusta eso? ¿A la dulce e inocente Miranda le gusta un poco
más duro? No tienes ni idea de lo increíblemente sexy que es. —Sus
ojos eran rendijas de deseo, y le hinchó el pecho con una mano,
haciendo que el pezón asomara, un faro para su boca. Pero en lugar de
morder como ella quería, le devolvió la mirada—. ¿O me equivoco? ¿Qué
quieres, Miranda?
—Oh —suspiró ella, volviendo a meterle el pezón en la boca
cuando él se apartó—. Por favor, Dane.
—Por favor, ¿qué? —Sus labios rozaron el pezón al mismo tiempo
que hablaba, y su boca rozó la carne blanca y cremosa que lo rodeaba—
. Por favor… ¿te lamo suavemente? —Como si quisiera demostrar algo,
le lamió la punta del pecho y luego sopló sobre él, mientras su mirada
ardiente se dirigía de nuevo a su rostro.
Ella gimió de angustia. Se había sentido bien, pero no era lo que
quería. —Dane, por favor.
—Por favor… ¿Te muerdo? —Se inclinó y sus dientes rozaron su
pezón, más sugerencia que acción.
—Si —respiró, con un escalofrío de excitación recorriéndole el
cuerpo—. Muerde. Por favor. —En respuesta, ella se tensó, tratando de
ofrecerle su pecho como sugerencia. Dios, lo necesitaba dentro de ella.
Ahora mismo. Ahora mismo, joder. Sus piernas se cerraron con más
fuerza alrededor de él, apretando aún más su húmedo coño contra su
polla—. Oh Dios, muérdeme en todas partes. Haz que me corra como
prometiste.
Gruñó por lo bajo. —Prometí que haría que te corrieras esta
noche, Miranda. ¿O estabas demasiado impaciente para esperar? —La
empujó con más fuerza contra el árbol, y ella sintió cómo una de sus
manos se deslizaba desde su culo y rozaba su sexo, inmovilizado entre
los dos.
Los aleteos de excitación se convirtieron en pulsaciones de
necesidad y sus uñas se clavaron en la espalda de él. Dios mío, qué
sensación tan increíble. Cerró los ojos cuando él se acercó de nuevo a
su pecho, con una gran expectación.
—Tócame. No me hagas esperar.
La yema de su dedo rozó sus bragas, un grueso dígito se deslizó
contra el sedoso calor de su coño, y él gimió contra su pecho.
—Estás malditamente empapada.
Podía sentirlo, sentir lo resbaladizo que estaba su coño, cómo su
dedo áspero se deslizaba por la carne caliente. Sus caderas se retorcían
y necesitaba desesperadamente que él la tocara...
Abrió los ojos de golpe justo cuando él le hundía un grueso dedo
en el coño; el grito ahogado que amenazaba con escapar de su garganta
fue súbitamente tragado por la boca de Dane sobre la suya.
—¿Hola? —Una voz sonó a lo lejos—. ¿Miranda? ¿Dane?
El orgasmo de Miranda crecía, muy, muy cerca del límite, y
sacudió las caderas para descubrir que, de repente, era la única que
participaba. Dane se había congelado contra ella y, aunque no se había
movido, tenía los ojos muy abiertos y la boca pegada a la suya solo para
evitar que se le escaparan los gritos. Cuando ella empujó las caderas
contra su mano, él no se movió.
Su orgasmo se desvaneció al notar la expresión de su rostro:
apenado y un poco avergonzado. Avergonzado por la idea de haber sido
sorprendido con ella por uno de sus clientes. Por alguna razón, eso la
hizo sentir... sucia. Su memoria se llenó de imágenes mentales de las
fotos del armario, y dio un respingo, la vergüenza golpeándola como un
ladrillo en la cabeza. Su mano empujó la de él, tratando de liberarse.
—Ese es Pete —le susurró al oído, separando las manos de su
cuerpo y bajándola para que sus pies descansaran en el suelo. Su
mirada se centró en el bosque, no en su rostro—. No pueden vernos
juntos. Me reuniré con él y lo distraeré mientras te vistes.
Ella no dijo nada.
Él se inclinó y le dio un beso áspero y enérgico.
—Te veré al anochecer. —Se ajustó la entrepierna de los vaqueros
con la mano, se sacudió como para despejar la mente y se adentró en el
bosque, dejándola sola.
Así que sí quería acostarse con ella. Solo que no quería tener sexo
con ella y que otros lo supieran. Me parece justo. Si se enteraban antes
de que terminara la semana, sus posibilidades de vengarse serían
escasas. Después de todo, ¿qué sentido tenía arruinar la reputación de
alguien con fotos guarras si ya la habían pillado enrollándose con él? Él
tenía razón: debían permanecer en secreto para los demás en el viaje de
supervivencia.
Entonces, ¿por qué se sentía tan sucia de repente?

***

Para sorpresa de Miranda, Dane había resultado ser un excelente


profesor. Cuando volvió al campamento, encendió un fuego crepitante.
Esa noche comieron pescado y unas cuantas bayas que Jamie había
buscado en el bosque para ellos. El refugio estaba un poco deslucido,
pero la noche era cálida y habían pasado el tiempo frente al fuego,
compartiendo historias y escuchando los relatos de acampada de Dane.
Dane contaba historias de cuando él y Colt se toparon con un oso
negro en Alaska, de cuando se quedaron atrapados en el bosque
completamente perdidos y siguieron las vías del tren durante una
semana antes de volver a encontrar la civilización, de cuando pescaban
y buscaban comida. De hacer estofado de ardilla o de cualquier otra
cosa que encontraran en tiempos de vacas flacas. De caminatas por la
naturaleza sin más herramientas que una multiusos. Dane contaba sus
historias con un entusiasmo que a ella le gustaba. Parecía disfrutar de
verdad con la supervivencia, se dio cuenta. El brillo de sus ojos no se
debía solo a la luz del fuego. Parecía... feliz.
Era raro. El Dane que ella recordaba había sido un adolescente
engreído que siempre iba corriendo a su próximo entrenamiento de
hockey. De adolescente le encantaba ese malhumor, le parecía
irresistiblemente sexy. Sin embargo, la Miranda adulta se sentía atraída
por el Dane entusiasta. El hombre que perseguía lo que quería con
ambas manos y se acercaba a lo salvaje con un placer evidente que la
excitaba solo de verlo. El nuevo Dane era increíblemente sexy. El
hombre razonable y seguro de sí mismo que cuidaba del fuego y
mostraba a Steve los puntos débiles del refugio. El hombre que se
tomaba todo con calma, felicitaba a su equipo cuando hacían un buen
trabajo y les animaba cuando no lo hacían. Era como un gran chico
Scout adulto con un lado perverso y travieso, pensó, recordando la
forma en que había deslizado un dedo dentro de ella hacía apenas unas
horas.
Solo de pensarlo le entraron ganas de meterse la mano en las
bragas y jugar con su clítoris. Estaba muy, muy excitada y no había
obtenido recompensa. Y cada vez que Dane la miraba, no podía evitar
pensar en su conversación de antes.
Tres orgasmos esta noche. Le había prometido tres.
Ella lo miraba a través del fuego, sin decir nada. Su mirada se
dirigió a las manos de él, observando cómo se movían mientras él
deshacía un nudo de caza. Su mente se detuvo en cómo aquellas manos
habían acariciado su carne húmeda y cómo se habían sentido contra su
cuerpo. Cómo le habían agarrado las caderas con tanta fuerza mientras
él la penetraba.
Dios, este día estaba tardando una eternidad en terminar.
Este día iba a durar una eternidad.
Dane miró al sol (todavía demasiado alto en el cielo para su gusto)
mientras le mostraba a George una trampa de caída muerta por
séptima vez ese día. El hombre mayor tenía buenas intenciones, pero no
era rápido para aprender lo básico, y Dane lamentó no haber asignado
la fabricación de trampas a Steve en su lugar, quien había demostrado
mucha competencia en todas las tareas que le habían encomendado. No
es que estuviera pensando en casi nada. No dejaba de pensar en
Miranda. Cómo se veía con su cuerpo sexy mojado y brillante por el
agua. Cómo se había arrastrado sobre él y lo caliente y apretada que se
había puesto cuando él le había metido un dedo hasta el fondo.
Se había metido en esto pensando que podría ser fuerte contra la
atracción de una antigua novia, pero a la primera oportunidad de
tocarla, había cedido. Como un hombre débil y hambriento al que le
ofrecen comida, abandonó sus obligaciones y se acostó con ella, aunque
solo fuera para quitársela de la cabeza de una vez por todas. Pero había
subestimado lo abrasadoramente caliente que estaría después de tanto
tiempo, y lo traviesa y perversa que había sido entre sus brazos.
Y no podía quitárselo de la cabeza, por eso seguía estropeando la
trampa mientras intentaba enseñársela a George. Ella le distraía.
Aunque se encontraba sentada completamente enfrente de él en el
campamento, el fuego ardiente los separaba a los dos, él podía sentir su
mirada clavada en él. Cada vez que levantaba la vista, ella le observaba
con aquellos grandes ojos marrones. Sus ojos observaban sus manos, y
él casi podía adivinar lo que estaba pensando. Y maldita sea si no se le
ponía dura, justo en medio del campamento.
Dane se aclaró la garganta y se movió, inventando excusas para ir
a buscar más leña. Regresó unos minutos después, con su deseo bajo
control una vez más, y dejó el montón de troncos en el campamento. En
su ausencia, Pete se había sentado junto a Miranda, y el joven director
general le hablaba al oído. Ella parecía desinteresada, aunque sonreía
amablemente, con las piernas recogidas hacia el pecho. Estaba claro
que Pete estaba totalmente enamorado de ella.
Dane agarró un pedazo de madera y comenzó a romper las ramas
más pequeñas, redondeando la leña, para quemarla de forma uniforme.
Se dirigió hacia el fuego, escuchando su conversación.
—Así que, como iba diciendo —dijo Pete, con el cuerpo vuelto
hacia Miranda—, hay una gran entrega de premios el mes que viene. La
convención E3. Es algo importante en el mundo de los videojuegos. Aún
no he designado una fecha, aunque hay montones de mujeres que
matarían por ir.
La sonrisa de Miranda era educada pero distraída.
—Suena bien —dijo inadvertidamente.
—Me preguntaba si querrías echarle un vistazo —dijo en voz
baja—. Podría meterte siempre que estuvieras conmigo.
Las manos de Dane se tensaron sobre el tronco y amenazó con
romperse. Mientras durmiera con él, quiso decir Pete. Solo eludía el
concepto.
O Miranda no odiaba la idea o era demasiado sutil para ella. Le
dedicó a Pete una sonrisa ausente.
—Ya veremos. —Volvió a mirar las manos de Dane y apretó un
poco más las rodillas contra el pecho, con la mirada blanda de nuevo.
Mierda. Estaba pensando en el interludio que habían tenido antes
junto al arroyo. Él reconoció esa mirada suave y fundida en sus ojos.
Había tenido la misma expresión justo antes de que les interrumpieran.
Mierda, mierda.
El recuerdo de aquello le recorrió la mente de nuevo.
—Necesitamos más madera —le espetó al grupo y volvió a alejarse
antes de que pudieran captar su erección.
Al final, el campamento se acostó y se fue a dormir. Dane no
durmió, con el cuerpo tenso y pendiente de los demás. En mitad de la
noche, cuando los demás roncaban, Dane se levantó del refugio y
empezó a hurgar en el fuego. Era muy consciente de lo que le rodeaba:
el silencioso zumbido del bosque, los ronquidos de los hombres
amontonados en el refugio improvisado y el pequeño cobertizo de
Miranda al otro lado del fuego.
Estaba especialmente atento a sus acciones, y cuando sus ojos se
abrieron y se incorporó, dirigiéndole una mirada expectante, se llevó un
dedo a los labios. Una mirada hacia atrás le mostró que los demás
seguían durmiendo, lo cual era perfecto.
Ella bostezó y le indicó con un gesto que iba a salir primero al
bosque, y que él la siguiera.
Él asintió con la cabeza y la vio caminar por el campamento hacia
un gran árbol emblemático. Le dio un poco de placer darse cuenta de
que había permanecido en absoluto silencio mientras cruzaba el
campamento: Miranda era lista y astuta, y sabía que el chasquido de
una ramita podía hacerles perder la tapadera. A él le gustaba eso de
ella, que utilizara su cerebro. Que supiera que esto requería sigilo y
silencio. Estaban de acuerdo.
Dane mantuvo el fuego encendido un rato más y luego se acercó a
la pila de leña, fingiendo no estar satisfecho con su tamaño. No había
nadie despierto, pero se sintió mejor fingiendo por si acaso. Colocó otro
tronco en el fuego y abandonó el campamento en dirección opuesta a
Miranda. Cualquiera que se despertara podría pensar que iba en busca
de más leña. Miranda debería saberlo.
Una vez que la fogata estuvo fuera de su vista, regresó y se dirigió
en dirección a Miranda. La vio esperando en un claro, con los brazos
apretados contra su cuerpo. Se encontraba de espaldas a él, y él le pasó
silenciosamente una mano por el lomo, alertándola de su presencia.
Para su satisfacción, ella no gritó alarmada. Simplemente se giró, le
dedicó una sonrisa sombría en la oscuridad y le cogió la mano.
—Adelante —susurró ella.
Y así lo hizo. Conocía bien estos bosques; incluso en la oscuridad,
los caminos le resultaban familiares. Su mano se aferró con fuerza a la
de él y le dejó guiar. Cuando se adentraron lo suficiente como para
saber que los demás no podrían encontrarlos, se detuvo, le cogió la
barbilla y le acercó la cara para darle un breve beso. Sus labios rozaron
la boca de ella y sintió cómo se le endurecía la polla solo de pensar en lo
que estaban a punto de hacer.
—Dame un momento para instalarnos, ¿de acuerdo? —dijo.
Su expresión se volvió desconcertada. —¿Instalarnos?
Sacó un pequeño paquete de plástico y lo abrió. —Grant insistió
en que empacar algunos suministros básicos de supervivencia en caso
de que alguien en el equipo no podía aguantar. He traído una manta
aislante para que no tengas que tumbarte en el suelo.
—Oh —dijo ella en voz baja—. Gracias.
Dane la desenvolvió, haciendo un gesto de dolor por el ruido que
hacía al arrugarse en el silencioso bosque. Extendió la manta de celofán
plateado y arrugado, la más ruidosa, pero la única que tenía disponible.
Tendría que servir. Se arrodilló para extenderla en el suelo y, cuando
estuvo plana, se volvió hacia Miranda y le ofreció la mano.
Ella puso la mano sobre la suya, temblando un poco. Podía sentir
los escalofríos que le recorrían el cuerpo. La noche era fresca, pero él
sospechaba que ella estaba nerviosa. —¿Estás bien? —le preguntó en
voz baja.
—Por supuesto —dijo ella rápidamente, retirando su mano de la
de él y sentándose en la manta con prontitud—. Pero… —Ella vaciló, y
él la vio morderse el labio a la luz de la luna.
—Te lo advierto, esto puede ser más difícil de lo que piensas con
el asunto de las tres veces.
¿Así que era eso? ¿Le preocupaba no ser capaz de cumplir? Eso sí
que era un cambio de papeles. Se tragó la risa que amenazaba con
subirle a la garganta, adivinando que ella no lo apreciaría.
—Miranda, estás pensando demasiado en esto. Si hace falta toda
la noche para que te relajes, entonces hace falta toda la noche. ¿De
acuerdo?
—Claro —dijo sin convicción, y él sabía que ella no le creyó.
Señaló sus zapatos con la cabeza. —¿Por qué no los te quitas?
Ponte cómoda. —Ella se los quitó de una patada y movió los pies dentro
de los calcetines. Se tumbó en la manta con ella y ella se puso rígida,
así que él volvió a echarse hacia atrás. Esto era... diferente. Cuando
Miranda se le había insinuado, se mostró segura, sexy y salvaje. Pero él
le había contado sus planes y ella se había pasado el día pensando en
lo que él quería hacerle. Ahora se daba cuenta de que había sido un
error permitirle anticipar su encuentro de esta noche. Ya no era la
mujer segura de sí misma, en su lugar había una chica nerviosa que
parecía aterrorizada por la posibilidad de demostrar de algún modo que
uno de los dos estaba equivocado y decepcionarlos a los dos. Sabía que
su mente estaría trabajando duro en el hecho de que necesitaba tener
un orgasmo (más de uno) para complacerlo.
En otras palabras, su sexy promesa la había estresado mucho. No
era exactamente la reacción deseada.
Se sentó a su lado y le cogió la mano. —Oye.
Ella lo miró, cautelosa. —¿Qué pasa?
—Prometo correrme en tu cara si tardas demasiado. ¿Trato
hecho? —Lo dijo solo para aliviarle la tensión de los hombros, la
extraña preocupación que de algún modo le había provocado al
prometerle placer.
Miranda soltó una risita, y el sonido lo inundó como una corriente
eléctrica, encendiéndole las terminaciones nerviosas. Aquella risita
suave y sensual le puso la polla dura al instante. Pero lo ignoró,
estudiando su rostro.
—Dios mío, gracias —dijo ella con sarcasmo, pero su rostro se
iluminó con una sonrisa.
Le gustaba ver esa sonrisa. Dane se inclinó hacia delante y le
puso una mano en la base de la cabeza, tirando de ella hacia delante.
Su boca capturó la suya en un beso caliente, húmedo y abierto. Ella
jadeó y se puso rígida contra él, con la mente claramente en marcha. Él
no quería eso. Al parecer, cuando pensaba demasiado, se preocupaba
por sus propias respuestas y por si eran correctas o no. Él solo quería
que respondiera, no que pensara en responder. Así que le metió la
lengua en la boca, un empujón duro y perverso diseñado para tomarla
desprevenida y recordarle para qué estaban aquí.
Ella se puso rígida un instante y él sintió que se derretía contra
él. Sus manos se movieron hacia el pecho y los hombros de él, y sus
dedos se enroscaron en su camisa mientras se sujetaba. Volvió a
introducirle la lengua en la boca y luego la frotó contra la suya,
provocándola, seduciéndola con cada lenta y profunda penetración.
Cada embestida era un recordatorio de lo que iba a hacerle muy pronto,
y quería que ella lo supiera. Que sintiera cada lametazo profundo en su
boca directo a su coño.
Cada vez que respiraba, ella jadeaba y emitía ruiditos suaves en el
fondo de la garganta. A él le gustó, le gustó mucho, pero siguió
besándola sin apresurarse. En lugar de los besos profundos y
abrasadores, cambió de táctica. Con un último lengüetazo en la boca,
empezó a mordisquearle los labios, saboreando su suavidad, apreciando
la forma en que ella respondía a sus besos. Y lentamente, lentamente,
tiró de ella hacia delante con cada beso, hasta que la arrastró hasta su
regazo y la obligó a sentarse a horcajadas sobre él.
Esperaba que se volviera a poner rígida, pero no fue así: se sentó
a horcajadas sobre él y sus caderas se balancearon contra las de él. Y
cuando él le dio otro beso suave en la boca, ella hizo un ruido de
frustración y tomó la iniciativa, dejando atrás los besos suaves y
volviendo a uno profundo y abrasador, con la lengua buscando la suya.
Joder, sí. Apretó sus caderas, dejándola sentir su dura longitud
contra ella, y fue recompensado con un gemido bajo en su garganta.
—¿Sientes eso? Llevo todo el día caminando duro, pensando en ti
y en tu dulce boquita, en ese pelo largo, en tu apretado coño. No puedo
esperar a probarte.
Se puso rígida contra él, y sintió la incertidumbre arrastrarse
sobre ella. Maldita sea. Volvieron al punto de partida.
Él le dio otro beso profundo, pero podía decir que estaba tirando
hacia atrás de nuevo. La única manera en superaría este miedo ridículo
era mostrarle que no tenía nada que temer.
—Miranda —susurró, inclinándose para volver a besar apenas su
boca—. Voy a demostrarte que puedes correrte tan a menudo como
quieras. El hecho de que en el pasado salieras con un montón de tontos
con salchichas por dedos no significa que tú seas el problema.
¿Entendido?
Ella sacudió la cabeza, y aquella sexy caída de pelo oscuro le rozó
los hombros.
—¿Y si fue casualidad? —susurró—. ¿Y si probamos esta noche y
no podemos hacer que suceda?
Sonaba tan descorazonada que le dolió el pecho. En ese instante,
decidió que iba a hacer que se corriera aunque le costara la vida, solo
para demostrarle que ella no era el problema. Y si tardaba hasta el
amanecer, iba a disfrutar hasta el último minuto.
—Te estás enfocando en las cosas equivocadas —dijo, empleando
toda su fuerza de voluntad para no empujar contra sus caderas. Esta
noche iba a ser sobre ella, no sobre él—. No se trata de lo rápido que
puedas correrte. Se trata de cuánto disfrutes hasta que te corras. ¿Me
entiendes?
Ella soltó un pequeño bufido en la oscuridad. —No soy estúpida,
Dane. Sé de que se trata el sexo.
—Por supuesto que sí. Y es por eso que vas a dejar que te enseñe
a disfrutar, ¿sí? —Le sonrió y se balanceó hacia delante, llevándolos
sobre la manta arrugada hasta que Miranda quedó atrapada debajo de
él.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando su peso se asentó
sobre ella y lo miró fijamente. —No tienes que preocuparte por mí. Voy a
divertirme.
Dane le sonrió. —Bueno. Ahora, ¿puedo quitarte la blusa?
Ella dudó un momento y después asintió. Cuando él cogió el
dobladillo de la camisa, ella se contoneó y le ayudó a quitársela. Su
sujetador era otra confección de encaje, ésta tan transparente que él
podía ver sus pezones oscuros a la luz de la luna a través de la tela. Se
inclinó y rozó con la boca uno de ellos, sintiendo cómo la tela rozaba el
sensible pico.
Miranda respiró entrecortadamente y se llevó las manos a los
hombros, tensando ligeramente su cuerpo bajo él. Le había gustado.
Esa pequeña reacción le hizo sentirse el puto rey del mundo.
—Esta noche vas a dejar que yo tome el control, Miranda.
Decidiré lo que te gusta y lo usaré para darte placer, ¿entendido?
Ella puso los ojos en blanco e intentó levantarse, pero él la cogió
del brazo y se lo sujetó por encima de la cabeza, con un agarre suave
pero firme.
—¿Entiendes? —dijo en voz baja—. Se trata de que me permitas
controlarte. De darte placer.
El cuerpo de ella tembló bajo el suyo y sus caderas se flexionaron
en un gesto automático de necesidad. Ella abrió los ojos, mirándolo
fijamente, y asintió lentamente.
—Todo tuyo —dijo—. Por esta noche.
—Muy bien —murmuró, y deslizó una mano sobre sus hombros,
sintiendo el calor de su piel cremosa, disfrutando de la forma en que la
luz de la luna jugaba sobre su cuerpo. Podía sentir los latidos de su
corazón bajo su mano y levantó la mirada hacia su rostro. Tenía la
misma expresión suave y fundida en los ojos que había reconocido de
antes, aquella en la que se perdía en el deseo. Bien, eso era lo que él
quería ver de ella.
Sus dedos se engancharon en la parte delantera del bonito
sujetador. Tenía un pequeño lazo delante y tiró de la tela que había
debajo. —¿Por qué?
Él lo tomaría como un sí. Dane enganchó el dedo bajo la tela y la
rasgó en línea recta por el centro. La endeble tela se partió por la mitad,
exponiendo sus pechos a la luz de la luna.
—Porque me estorba.
—Eres un Neanderthal —dijo ella, pero una carcajada burbujeó
en su garganta e intentó apartarle la mano de un manotazo.
Mantuvo inmovilizado el otro brazo y se limitó a sonreírle,
moviendo rápidamente la mano para tocar uno de los pechos. Era
perfectamente redondeado, y sintió el pequeño y duro pezón rozarle la
palma al tocarlo.
La risa de ella se le quedó en la garganta, sus ojos se abrieron un
poco ante la caricia y su expresión se suavizó.
Dane le cogió el pecho, sintiendo su peso contra la palma, y puso
la otra mano en el pecho opuesto, observando su reacción. Ella no se
movió, con el brazo por encima de la cabeza, como si él la hubiera
inmovilizado. Sus mejillas estaban enrojecidas por el deseo y su
respiración se había acelerado ligeramente. Eso era bueno. Eso estaba
muy bien.
Le pasó el pulgar por un pezón y lo encontró duro y en punta. La
respiración de ella se entrecortaba ante el pequeño roce, así que él lo
repitió, frotando la punta hacia delante y hacia atrás con el pulgar. Ella
se arqueó debajo de él, separó los labios y cerró los ojos, extasiada.
Siguió frotando el pezón con una mano, disfrutando de los pequeños
gemidos que brotaban de ella, y se inclinó sobre el otro pico. Lo rozó con
los labios y luego mordisqueó la punta.
Se endureció bajo sus labios y él lo lamió, luego movió la lengua
mientras ella gemía en respuesta. Su espalda se arqueó bajo él,
apretando los pechos contra sus manos, y él sintió que sus caderas
daban un pequeño respingo instintivo.
¿Cómo había podido Miranda pensar que no respondía en la
cama? ¿Cómo es que sus novios del pasado no habían sido capaces de
arrancarle orgasmos? ¿Eran idiotas y no les importaba si se corría o
no? ¿O siempre le habían dejado a ella el control de la situación, sin
darse cuenta de que lo que ella realmente ansiaba era ser la que estaba
fuera de control? ¿La que estaba con la guardia baja? Él había
descubierto que cuando ella pensaba, se preocupaba. Su objetivo había
sido detener ese pensamiento, y todo lo que había necesitado eran
besos en la suave piel y atención a sus pechos. Y su respuesta fue
deliciosa: ya se retorcía bajo él, necesitando más.
Y maldita sea si no se le ponía dura como una piedra. Tenía la
polla gruesa y pesada dentro de los calzoncillos, haciendo fuerza contra
la ropa, pero la ignoró. Quería llevarla a donde necesitaba estar antes
de pensar en sí mismo. Y ahora mismo, ella necesitaba que él la tocara.
Le dio otro beso en la punta del pezón, disfrutando de la forma en
que su piel se erizaba en miles de pequeñas pieles de gallina como
reacción. Tan sensible. Mordió suavemente la carne pálida, luego apartó
el mordisco con un beso, sustituyó la boca por la mano y volvió a
tocarle el pecho, rozándole los pezones con los pulgares para
mantenerla excitada. Y mientras la tocaba, bajó la boca hasta la
hendidura entre sus pechos, besando la suave piel.
Ella respondió con un pequeño suspiro de placer y apretó los
dedos contra su camisa. Le gustaba que la besaran. En ese momento
decidió que Miranda Hill necesitaba muchos más besos. Le dio un beso
más abajo, en las costillas y el vientre, luego otro, y otro más,
disfrutando del tacto sedoso de su piel. Su cuerpo era perfecto a la luz
de la luna, suavemente redondeado pero esbelto, todo curvas y piel
delicada.
Le mordisqueó el vientre, disfrutando del aleteo de su risa.
—Eso hace cosquillas —susurró.
—Bien. —Besó su dulce vientre porque podía y porque le gustaba
hacerle cosquillas. Volvió a rozarle los pezones con los pulgares y sintió
cómo la risita de ella se convertía en una ronca inhalación de placer.
Podría quedarse aquí jugando con sus preciosos pechos durante horas,
pensó, volviendo a sus pechos y sustituyendo de nuevo una mano por
la boca. El pezón parecía tristemente descuidado y él se inclinó para
morderlo.
Ella dio un respingo y volvió a estremecerse.
—Qué piel tan bonita —le dijo, juntando los dos pechos para
poder alternar entre los pezones. Cuando le pasó la lengua por una de
las puntas, ella se estremeció y él notó que sus manos se desprendían
de su camisa. Cuando volvió a morderle el pezón, ella jadeó, pero no fue
el jadeo sexy y excitado de antes.
Miranda estaba pensando otra vez. ¿En qué demonios pensaba?
Levantó la cabeza y avanzó para darle un beso en la boca.
—¿Miranda?
Ella le dedicó una sonrisa vacilante, pero no dijo nada.
Sus manos se movieron sobre sus pechos y pellizcó ambos
pezones a la vez, haciendo que su cuerpo se estremeciera. La mirada
borrosa y aturdida volvió a sus ojos y se desvaneció rápidamente.
—¿En qué piensas, Mir?
Ella se mordió el labio (mierda, le hacía cosas increíbles a su polla
cuando hacía eso) y luego apartó la mirada.
Volvió a pellizcarle los pezones, con más fuerza, y ella chilló.
—Miranda —le dijo con voz ronca—, no me hagas morderte para
que confieses.
Ella se estremeció, pero él no sabía si era un estremecimiento
bueno o malo.
—Solo estaba... Estoy disfrutando mucho —dijo después de un
momento—. En serio.
¿Pero de qué? Él observó su cara, luego observó su expresión
cuando sus pulgares rozaron suavemente las puntas. Aquel aleteo de
excitación volvió a pasar por su rostro y luego desapareció rápidamente,
seguido de la más ligera línea entre sus cejas, como si se estuviera
concentrando mucho y de algún modo fracasara. ¿Creía que ya tenía
que correrse? Porque, demonios, no habían hecho más que empezar.
Volvió a deslizarse sobre ella, besándole el cuello y la clavícula
antes de volver a los pechos. Maldita sea, le gustaban sus pechos.
Acarició un pecho con la mano y lamió el pezón como si fuera un
helado.
—Entonces —dijo con desinterés—, una vez conocí a una chica
que se excitaba jugando con los pezones.
Su expresión se tornó desconcertada, luego nerviosa. Sus manos
le empujaron. —¿Por qué me cuentas esto ahora, asqueroso?
Dane volvió a sujetarle el brazo por encima de la cabeza y acercó
su cara a la de ella. Su brazo sobre la cabeza dejó el pecho arqueado, y
él alargó la mano para jugar casualmente con el pezón, jugueteando con
la punta, disfrutando de la piel de gallina que su contacto dejaba en la
piel de ella. —Dije que conocía a una chica, Miranda. Una. Era una de
las chicas de vestuario que se presentaban y esperaban follarse a un
jugador. Mis amigos se la pasaron por un tiempo. Aparecía en cada
partido en casa, buscando tener sexo, y se corría al más mínimo toque.
Y se corría mucho. También era muy ruidosa. Le encantaba que le
tocaran los pechos y se corría en cuanto alguien la tocaba.
La mirada de Miranda podría haber derretido el acero. Se había
puesto completamente rígida en sus brazos.
—Una vez entré en los vestuarios y me di cuenta de que estaba
allí, esperando a que uno de los chicos le prestara atención y, mientras
tanto, se frotaba contra el pomo de una puerta y se corría.
Su mirada se convirtió en una risa ahogada. Él sonrió de nuevo y
se inclinó para darle un suave beso.
—Era la única chica que conocía que se excitaba cuando un tipo
le tocaba los pezones. La mayoría de las chicas requieren mucho más
trabajo y muchos más preliminares, y no quiero que pienses que te
pasa algo porque no puedes excitarte con los pomos de las puertas.
Se rió, esa risita sensual que siempre intentaba ahogar pero que
se le escapaba de todos modos. Su polla se puso aún más dura al oírla.
Iba a perder el control si no empezaba a pensar en algo poco sensual.
Como el hockey. Eso siempre hacía que su polla quisiera arrugarse.
—¿Entiendes lo que digo? —dijo con voz ronca, acariciando el
pezón. Joder, le encantaba tocarle los pechos. Podría acariciarlos toda
la noche, y se lo dijo. Sus ojos se abrieron de par en par al oír eso, y la
mirada suave y derretida volvió a sus ojos—. Cuando te toco, Miranda
—agregó suavemente—, no espero que te derrumbes al instante. Espero
que lo disfrutes y me digas lo que te gusta. ¿Entiendes?
Volvió a morderse el labio y asintió. —La otra noche no era virgen,
¿sabes? Me doy cuenta de que parezco una idiota nerviosa, pero quiero
que sepas…
—No tienes que explicármelo —dijo con voz ronca—. Solo déjame
tocarte. Disfruto tocarte.
Miranda vaciló, luego se relajó debajo de él.
Era evidente que Miranda no estaba acostumbrada a que los
hombres se movieran despacio en la cama. Era una lástima. Tal vez los
apuraba, tratando de acelerar lo inevitable. Él no. Podía pasarse toda la
noche jugando con sus pechos, acariciando su cuerpo solo para ver sus
reacciones. Pero si la estaba perdiendo, eso no era bueno. Se incorporó
y llevó las manos al cinturón.
Su cuerpo se tensó debajo de él, sus ojos se abrieron de par en
par al verle desabrochar el botón de sus calzoncillos y bajar la
cremallera.
Su estómago se movía arriba y abajo con su respiración excitada,
pero cuando él le miró a la cara, mostró expectación... y una pizca de
nerviosismo. Si había practicado sexo oral, no lo había hecho a
menudo, decidió él. Y en ese momento decidió que iba a disfrutar con
él.
Le levantó las caderas del suelo y le quitó los calzoncillos de las
piernas, tirándolos a un lado. Todo lo que quedaba era un pequeño par
de bragas bajo sus caderas, con un encantador volante rosa en la
cintura.
Como si intuyera sus pensamientos, sus manos volaron hacia las
bragas para protegerlas. —No puedes rasgar estas. Son mis favoritas.
Dane le dirigió una sonrisa. —Entonces, será mejor que te las
quites rápido.
Ella levantó las caderas y se las bajó con un rápido contoneo,
luego las apartó.
Él se movió entre sus piernas, forzándolas a separarse, y se quitó
la camiseta, tirándola sobre la manta junto a la ropa de ella. Quería
quitarse los calzoncillos, pero ahora mismo era lo único que le impedía
deslizarse entre sus piernas y follársela de inmediato, así que se los dejó
puestos. Gimió cuando las yemas de los dedos de ella se deslizaron por
su vientre, recorriendo sus músculos.
—Tienes un pecho maravilloso —dijo ella en voz baja, suave y
llena de asombro—. Parece tan perfectamente formado, como una
escultura. —Las yemas de sus dedos se deslizaron hasta su ombligo y
rozaron la línea de vello oscuro de su vientre, moviéndose hasta la
cintura de sus pantalones.
—Todavía no —dijo él, con voz ronca. Se deslizó sobre la manta
arrugada y volvió a besarle el vientre. Su cuerpo volvió a estremecerse y
la piel se le ponía de gallina cada vez que él la besaba. Le besó el
ombligo, bajó más y ella empezó a tensarse bajo sus pies. Levantó la
mano y la cogió entre las suyas, entrelazando sus dedos con los suyos
mientras besaba la suave piel de la parte inferior—. Dime si quieres que
pare, ¿vale?
Ella se rió, con un sonido un poco nervioso. —¿Por qué iba a
decirte que pares?
Ah, bravuconada. Él la reconocía bien. No dijo nada, simplemente
siguió besando el suave pliegue entre el muslo y la pelvis, recorriéndolo
con la lengua de un modo que hizo temblar el cuerpo de ella. Luego
puso una mano sobre el calor de su montículo, y ella dio un pequeño
respingo.
Sus dedos se apretaron entre los de él.
—Lo siento —susurró—. Esta noche estoy nerviosa.
—No te preocupes —dijo él, y luego rozó con los dedos los rizos
castaños que ocultaban su sexo. Pasó un dedo por el borde de los
labios, desde la parte delantera hasta donde desembocaba en el pozo de
su cuerpo, y luego volvió a subir el dedo. Estaba empapada, su sexo
resbaladizo y húmedo, y la yema de su dedo estaba húmeda solo por su
humedad. Los escalofríos no habían cesado y sus dedos apretaban los
de él con fuerza, pero cuando él levantó la vista, ella seguía teniendo
una mirada suave. Qué bien—. Tienes un coño adorable, Miranda. Tan
suave y tímido. Llevo todo el día esperando para besarlo.
Ella arqueó un poco la espalda, como si esperara el beso, pero él
siguió pasando el dedo por la costura de su sexo, antes de sumergirse
un poco más y deslizarse por la resbaladiza humedad. A ella se le
escapaba el aliento de los pulmones, y cuando, una y otra vez, él subía
el dedo hasta su clítoris, sus caderas se levantaban en señal de
necesidad. Sin embargo, él no le dio lo que ella quería: la acarició por
encima de la piel y luego bajó hasta el calor de su núcleo, rozándola
también con la yema del dedo.
Ella gimió. Sus dedos se retorcieron entre los de él, apretando con
fuerza. —Por favor —exhaló.
Él deslizó un dedo más cerca, rozando la resbaladiza humedad
del capuchón de su sexo, dando vueltas cerca de su clítoris, lo bastante
cerca como para atormentarla, pero demasiado lejos como para que ella
se sintiera satisfecha.
—¿Por favor qué, Miranda?
—Por favor, tócame —respiró—. Ahí.
—¿Dónde? —Se burló con una voz ronca—. Dime dónde quieres
que ponga los dedos.
Miranda se arqueó y su boca trabajó en silencio. Él la miraba, y
su polla se agitaba cada vez que ella jadeaba. Siguió recorriendo la
humedad con el dedo, provocándola y sacándole las palabras.
—En mi clítoris, por favor.
Deslizó un mojado dedo alrededor de su clítoris, rodeándolo una
vez, disfrutando el lloriqueo que se escurrió de Miranda.
—¿Cómo?
—Oh Dios —gimió, sus dedos apretando los de él con fuerza—. De
nuevo.
Él decidió hacer algo mejor. Tomó una de sus piernas, le soltó la
mano y le pasó la pierna por encima del hombro. Luego hizo lo mismo
con la otra pierna, hasta que se arrodilló con la cara a escasos
centímetros de aquel coño caliente y húmedo, y las piernas de ella sobre
sus hombros.
—¿Quieres que te toque de nuevo? —murmuró contra esa carne
mojada y caliente. Su boca se hizo agua, esperando probarla.
Gimió en respuestay sus dedos se clavaron en la fina manta de
plástico.
Él lo tomó como un sí. Se inclinó hacia ella, le acarició el sexo con
el hocico y le pasó la lengua por el clítoris.
Todo su cuerpo se tensó y ella se estremeció con fuerza,
apretando los muslos contra su cara. Podía oír cómo la manta se
arrugaba locamente al apretarla con las manos.
Levantó la cabeza para mirarla. —¿Te gustó eso, Miranda?
Le dio un torpe asentimiento, sus caderas contoneándose más
cerca de su boca.
—Dime si quieres más.
De nuevo, un asentimiento errático.
—¿Bien?
—Lámeme de una puta vez, Dane —le gruñó.
—Por supuesto —dijo él en voz baja, complacido, y le dio otro
lento y sensual gusto desde el caliente pozo de su sexo hasta su clítoris.
Sus piernas volvieron a temblar y respiró entrecortadamente. Excelente.
Su propia polla estaba dura como una roca, sus calzoncillos le dolían
contra su dura longitud. Pronto, se dijo. Ella estaba cerca. Aún no, pero
estaba cerca. Era hora de volver a pensar en el hockey. Empezó a
repasar mentalmente las penalizaciones. Despeje ilegal. Abordaje. Tiro
alto.
Ella se flexionó debajo de él, impaciente.
Le dio otro lametón y luego se posó en su clítoris, rodeándolo
lentamente con la punta de la lengua, provocándolo con juguetones
golpecitos antes de volver a rodearlo. Todo el cuerpo de Miranda estaba
tenso por el deseo y, cada vez que la lamía, todo su cuerpo se
estremecía y de su garganta brotaba un pequeño grito que lo volvía loco.
Quiso detenerse y preguntarle si estaba disfrutando, pero hacerla
pensar estaba prohibido. Dane le pasó la lengua por el clítoris y
succionó ligeramente, y fue recompensado con una aguda inhalación.
Dane redobló sus esfuerzos y le pasó la lengua por el clítoris cada vez
más deprisa, rozando el pequeño botón repetidamente mientras ella
gritaba.
Sus manos se agarraron al pelo corto de él y sus caderas se
agitaron contra su lengua. —Oh… eso me gusta —lloriqueó.
Claro que sí. Él aumentó la atención, lamiendo y chupando su
clítoris rápidamente. Ella seguía gimiendo, con los dedos clavados
desesperadamente en el pelo de él, arañándole el cuero cabelludo
mientras intentaba agarrarlo. Al cabo de unos minutos, empezó a
empujarle la cabeza hacia abajo y a levantar las caderas contra su
lengua; sus gritos se convirtieron en cortos y sensuales gemidos. Él
aumentó la presión, y su siguiente lamida acarició con fuerza su
clítoris, y luego chupó con fuerza, y luego volvió a chupar.
Un grito sobresaltado brotó de su garganta y ella se corrió,
mojada en los labios y la lengua de él mientras todo su cuerpo temblaba
y se ondulaba debajo de él, con las piernas apretadas contra sus
hombros y la respiración escapándosele de los pulmones en un grito
bajo, lento y profundo que parecía no tener fin.
Joder, qué sexy. Se había corrido tan fuerte. ¿Cómo había podido
creerse incapaz de correrse con un hombre? Le dio un último y lento
lametón en el clítoris, y fue recompensado con una larga y
estremecedora réplica que recorrió su cuerpo. Seguía en la cima de la
montaña, aún perdida en el placer. Dios mío. Volvió a pensar en las
penalizaciones. Tiro alto. Tiro bajo. Golpe con el palo. Mierda, no, eso le
hizo pensar en lo mucho que necesitaba su polla dentro de ella...
—Yo… —gimió, sus manos cayeron de nuevo a sus pechos y
luchó por pensar en algo que decir. Tenía los ojos muy abiertos—. Yo…
oh guau.
Besó la parte interna de su muslo, su propio cuerpo tensándose
con necesidad. —Así, ¿cierto?
—Eso fue increíble. —Levantó la mirada hacia él con sorpresa—.
Quiero decir, anoche estuvo realmente bien pero ese… guau.
Besó el interior de su muslo, su propio cuerpo tenso por la
necesidad. —¿Te gustó?
—Ha sido increíble. —Ella lo miró sorprendida—. Quiero decir, lo
de anoche estuvo muy bien, pero eso... guau.
Su rodilla estaba cerca de su boca y era tan bonita que él también
la besó. —Ese —le dijo—, fue uno. Te prometí tres.
Ella se lamió los labios y la expresión vidriosa volvió a su rostro.
—Yo... pero...
Dane volvió a deslizar un dedo por su sexo empapado,
disfrutando de su último estremecimiento de respuesta. Deslizó el dedo
en el caliente pozo de su coño, notando cómo ella se estremecía contra
el dedo cuando él empujaba. El gemido bajo empezó a crecer de nuevo
en su garganta, un gemido que él sintió hasta la polla. Maldita sea.
Estaba a punto de correrse en los pantalones. Apretó la frente contra el
vientre de ella, intentando controlar su cuerpo de nuevo.
Tiro alto, se recordó a sí mismo. Despeje ilegal. Enganche con el
palo. Sujeción. Pase con la mano. Maldición, ¿por qué todos los penaltis
sonaban tan sucios cuando los necesitaba para no pensar en el sexo?
Se obligó a concentrarse en los equipos, en su lugar. Montreal Habs.
Los Angeles Kings. Vancouver Canucks...
Cuando estuvo a salvo de volver a sobrepasar el límite, le agarró
el pecho y le acarició el pezón, introduciendo el otro dedo más profundo
en su coño húmedo. Estaba caliente y resbaladiza de necesidad, y sus
gemidos se convirtieron rápidamente en jadeos. Volvió a acercar la boca
a su coño, moviendo la lengua contra su clítoris al ritmo del embiste del
dedo, y cuando ella empezó a estremecerse con fuerza, él añadió un
segundo dedo, retorciéndolos y metiéndolos repetidamente en su sexo
húmedo, imitando el sexo que se moría por darle.
No tardó mucho en volver a desbordarse. Empezó a tensarse bajo
él, con los músculos contraídos como si se estuviera preparando para el
siguiente orgasmo, cuando de repente todo su cuerpo se puso rígido y
aspiró profundamente. Su coño se contrajo con fuerza contra sus dedos
y él sonrió contra su clítoris. Le dio una última y larga lamida.
—Ya van dos.
Ella lo miró, aturdida, con una expresión de felicidad absoluta.
—Santo… cielo.
Maldición. Le encantaba su expresión, la forma en que no
ocultaba nada. Dane dejó que las piernas de ella se deslizaran a sus
costados, se inclinó hacia delante y la besó profundamente, gustándole
que su boca fuera tan suave y dócil bajo la suya. Estaba deshuesada
por el orgasmo, suave, saciada y caliente. Le daría uno más para que
supiera que no era un mentiroso... y porque quería oír aquel grito suave
y gutural cuando se corriera por tercera vez. Podría escuchar ese sonido
para siempre.
Rápidamente se despojó de los calzoncillos y la ropa interior,
liberando su polla, dolorida por la necesidad de correrse dentro de ella.
La cabeza estaba cubierta de semen y palpitaba de necesidad. Todo su
cuerpo palpitaba de necesidad.
Miranda le miró la polla y se la acercó, rozando con las yemas de
los dedos la corona húmeda. —¿Puedo…?
Él siseó, peligrosamente a punto de liberarse, y le apartó la mano.
Despeje ilegal. Despeje ilegal. Tenía que pensar en el despeje ilegal.
—Dame dos segundos, Miranda, y puedes tener todo lo que
quieras de mí. —Sacó un preservativo del bolsillo y se lo pasó
rápidamente por el pene, luego respiró hondo. Tenía que ir a su ritmo si
quería hacerla correrse de nuevo y no reventar en cuanto la penetrara.
Normalmente no le costaba controlarse, pero Miranda le hizo algo en el
interior que le hizo perder toda su arrogancia de macho y convertirse en
un tonto adicto que vivía para verla sonreír, para ver esa expresión
cuando ella se corriera...
Despacio era la clave. Lento y constante.
Le abrió las piernas de par en par, sus manos acariciaron sus
muslos suaves y pálidos y los empujaron hacia delante para que sus
pies quedaran en el aire, sus caderas inclinadas en el ángulo perfecto.
Con una mano en el muslo de ella y la otra guiando la polla, introdujo
la cabeza en su apretado y húmedo calor.
Miranda soltó un grito, sus caderas se agitaron, tratando de
empujarlo más adentro. —Oh, Dios.
—No te muevas —le dijo, apretando los dientes. Ella le apretaba
tanto. Tan caliente y húmeda y tan apretada. Le corría el sudor por la
frente y le metió otro centímetro, despacio. Con cuidado. Un embiste
profundo y perdería el control. Se derramaría dentro de ella y nunca le
daría ese tercer orgasmo.
Con los dientes apretados, hizo caso omiso de la respiración
entrecortada de Miranda y le metió varios centímetros más, con una
lentitud insoportable. Despeje ilegal. Despeje ilegal. Demonios de Nueva
Jersey. Atlanta Thrashers. Espera, Atlanta estaba vendido…
—Tan llena —comentó ella, interrumpiendo el salvaje monologo
interno de él—. Dios, siente…
—Shhh —le dijo, a nada de perder el control—. Miranda, aguanta.
Ella gimió debajo de él y él sintió que su coño volvía a estrecharse
alrededor de su polla.
Perdió el control. Se balanceó hacia delante y se empaló en ella
hasta la empuñadura.
Su jadeo cuando se arqueó debajo de él fue jodidamente hermoso.
Soltó un suave gemido, levantó las rodillas y metió las manos detrás de
ellas para acercar las piernas al pecho. Su postura lo atrajo hacia sí,
con el coño apretado y húmedo a su alrededor. Él se quedó quieto, a
punto de perder la cabeza, haciendo todo lo posible por mantener el
control. Al cabo de un instante, se retiró despacio y volvió a introducirse
hasta la empuñadura en su interior, con el largo movimiento de su polla
hundiéndose profundamente en ella. El jadeo de ella se convirtió en un
gemido gutural, y los dedos de ella se aferraron a los hombros de él,
clavándose las uñas. Maldición, dónde se había metido el equipo de
Atlanta...
—Oh Dios —susurró, con los ojos cerrados por la intensidad de la
sensación—. Tan profundo…
Oh, a la mierda Atlanta. Se retiró y volvió a penetrarla, notando
que esta vez ella levantaba las caderas para recibir su empuje, y emitió
otro gemido estremecedor cuando él se hundió en sus profundidades
calientes y apretadas. Volvió a penetrarla, y luego otra vez.
Cada vez, ella se levantaba para ir a su encuentro. Sus caderas
chocaban contra las de él, intensas y poderosas, como si él no pudiera
penetrar lo suficiente para satisfacerla. Se movía con fuerza contra ella,
penetrando profundamente en su interior, moviendo las manos para
clavarle las caderas en el lugar adecuado. Empujó con fuerza y luego
giró las caderas con un movimiento largo y lánguido, esperando dar en
el punto exacto.
Ella abrió los ojos de golpe y emitió un jadeo entrecortado,
mirándolo fijamente. Sintió que sus pantorrillas se tensaban sobre sus
hombros.
Bingo. Punto G.
Empujó de nuevo, repitiendo el movimiento, moviendo las caderas
hasta que dio justo en el punto exacto y ella volvió a apretarse contra él,
intentando desesperadamente levantar las caderas. Sus manos las
mantuvieron firmemente sujetas en su sitio y él le dio otra embestida
envolvente. —¿Te gusta eso?
A Miranda le tembló el labio y empezó a decir algo, pero a la
siguiente embestida, sus palabras se convirtieron en un grito ahogado.
—¿Qué? —bromeó entre dientes apretados, a punto de correrse
solo por la reacción de ella. Tan intensa en su hermoso rostro—. No
pude escucharte.
De repente, sus manos se aferraron a las de él y sus tobillos se
clavaron en sus hombros. —Más duro —chilló—. Por favor, Dane.
No necesitó que se lo pidieran dos veces. Empujó de nuevo,
balanceándola hacia atrás sobre la manta arrugada, y fue
recompensado con otro jadeo tartamudo de placer. Otra vez, y otra vez,
y entonces él estaba bombeando dentro de ella repetidamente, las
caderas de ella clavadas contra sus empujes, sus gritos ahogados
resonando en el bosque mientras él empujaba dentro de ella una y otra
vez.
Un temblor recorrió todo su cuerpo y, mientras la penetraba
profundamente, la vio arquearse de nuevo, sus hombros levantarse
mientras se tensaba y su boca emitía un grito silencioso de placer. Su
coño se apretó y se agitó alrededor de él, con fuerza. Miranda se estaba
corriendo otra vez, y era jodidamente hermosa en su abandono. Él la
observó, empujando de nuevo, una, dos veces, con el coño espasmódico
a su alrededor, ordeñándolo, hasta que no pudo aguantar más.
Y entonces se desbocó detrás de ella, su propio orgasmo le
sobrevino con tanta fuerza y ferocidad que gruñó, clavando los dedos en
las caderas de ella, con todo el cuerpo tenso como si un solo
movimiento fuera a destrozarlo. Se corrió con un grito.
Ella jadeaba repetidamente, como si no hubiera suficiente aire en
el bosque para llenar sus pulmones, con las piernas aún en el aire, los
tobillos sobre los hombros de él. Él se inclinó pesadamente sobre ella,
aún hundido profundamente en su cuerpo, y la miró con su propia
sonrisa jadeante.
—Ahí están los tres —dijo con suficiencia, sin importarle lo
complacido que sonaba su voz.
Miranda rió, suave y entrecortadamente. —Tú ganas.
9
Traducido por Jessy. & ♥...luisa...♥
Corregido por Meliizza

Doblaron la manta de plástico arrugada, pero era obvio que había


sido utilizada rudamente y no iba a volver a la pequeña bolsa de la que
había venido.
—Tal vez podríamos enterrarla —sugirió Miranda. Lo hicieron en
la base de un árbol, y pusieron una roca encima de ella para marcar el
lugar. Dane hizo una nota mental de volver y deshacerse de la evidencia
una vez que el viaje hubiera acabado. Después de que estuvo enterrada
y escondida, regresaron al campamento, con los dedos unidos como si
fueran reacios a perder la intimidad que habían formado. Dane sabía
que no se hallaba listo para que desapareciera por el momento.
Cuando pudieron ver las brasas del fuego a la distancia, Miranda
tiró de su mano y le dirigió una malvada y satisfecha sonrisa.
—¿Vamos a hacer esto otra vez mañana por la noche?
A él le parecía una buena idea. Estaba por responder cuando oyó
el sonido de un tronco pesado siendo arrojado al fuego. Crepitaba en la
distancia y se quedó paralizado. ¿Alguien se había despertado? El
pánico se apodero de él. Lo verían con Miranda y se darían cuenta de
que habían estado en un encuentro en el bosque. Y si los clientes lo
averiguaban, iría de vuelta a Colt y Grant.
Jodería el negocio, y entonces sus amigos lo odiarían por ser el
tipo que jodió al equipo. Una vez más. Solo porque no pudo mantener
su polla en sus pantalones.
Dejó caer la mano, con el arrepentimiento inundándolo.
—Miranda, no podemos volver a hacerlo. Nunca.
Ella le dirigió una mirada ofendida. —Que mier…
Le puso una mano sobre su boca y la miro fijamente, con el rostro
sombrío.
—Hay alguien despierto en el campamento. Quiero que esperes
diez minutos y luego regreses como si acabaras de volver del baño.
¿Entendido?
Lo fulminó con la mirada desde debajo de su mano, pero asintió.
Su corazón latía locamente mientras se metía la camisa, fingiendo
que solo había estado en un descanso biológico por su cuenta, y se
aproximó de nuevo al campamento.
Steve se levantó, el hombre mayor le dirigió una mirada orgullosa.
Señaló el fuego. —Lo he vuelto a encender.
—Es cierto —le dijo Dane, su voz forzada con despreocupación—.
Gracias, hombre.
—¿Viste a Miranda en algún lado? —pregunto Steve, con una
expresión desconcertada mientras escaneaba el bosque.
—Estaba aquí cuando me fui —mintió Dane—. Sin embargo, la
cena me sentó pesada. Quizá a ella también le cayó mal.
Como si esa fuera su señal, Miranda se acercó al borde del
campamento, sujetándose el estómago. Tenía buen aspecto: el pelo
revuelto, la cara sonrojada, la ropa desarreglada y los pechos sueltos
bajo la camiseta. Por supuesto, él sabía la verdadera razón por la que
tenía ese aspecto, pero le convenía.
Ella miró fijamente a los dos. —Buenas noches.
—Buenas noches —dijo Dane suavemente y volvió a la litera. Su
corazón seguía martillando. ¿Steve sospecharía algo?
Pero no, el hombre mayor se quedó un momento más junto al
fuego y luego volvió al refugio. Tras unos momentos de tensión, empezó
a roncar.
Habían estado tan cerca de ser descubiertos. Toda su vida, jodida
en un glorioso, bueno... joder. Eso no podía pasar.
No podía volver a tocar a Miranda. No hasta que la clase
terminara y ya nadie pensara en ella como su alumna. Jugar con ella
esta semana era demasiado peligroso.
Pero siempre quedaba el después.

***

La próxima vez que planease un viaje de supervivencia, llevaría


un peine, pensó malhumorada mientras se recogía el pelo largo y
enmarañado en una coleta. Y champú, decidió, y pensó con nostalgia en
su ducha de casa. Quizá invitara a Dane a ducharse con ella. No le
habría importado enjabonarlo y explorar su cuerpo con las manos...
genial. Todavía estaba cachonda, incluso horas después de la mejor
noche de su vida. Parecía que cuanto más se acostaba con Dane, más
ganas tenía de acostarse con él. No es exactamente propicio para un
complot de venganza.
Se suponía que era ella la que debía engancharlo y hacerlo bailar
a su son, no al revés.
—Vamos a desarmar el campamento —dijo Dane, con un aspecto
despierto y absolutamente delicioso esta mañana. No tenía ojeras, notó
ella con amargura—. Miranda, apaga el fuego. Will, ve a rellenar las
cantimploras. Pete, ayuda a Steve a desarmar los refugios.
Miranda se arrodilló junto al fuego y comenzó a armar su fardo
para el día, una tarea que le había enseñado a George anoche como
parte de su entrenamiento cruzado.
—¿Vamos a cambiar de campamento cada día hasta que nos
vayamos? —preguntó Steve.
—No todos los días —dijo Dane—. Pero hoy, tenemos nuestro
primer desafío de equipo contra equipo. Los ganadores reciben un trato
especial y un campamento especial.
—¿Y los perdedores? —dijo Pete, siempre tan pesimista. Odiaba
admitirlo, pero ya le empezaba a disgustar Pete.
—Los perdedores tienen que encontrar su propio campamento.
Les dejaré eso a ustedes, si pierden. —Su voz sonaba alegremente
confiada—. Pero no vamos a perder.
—¿Qué tipo de desafío? —pregunto Miranda, usando una ramita
para rodar una de las brasas sobre el montón de yesca.
—Ya verás —fue todo lo que les dijo Dane—. Y todos son personas
competitivas, así que creo que lo disfrutaran.
Miranda no dijo nada. ¿Era competitiva? En realidad no encajaba
en el molde del campista medio de este viaje; no buscaba aprender
habilidades que la hicieran progresar en el mundo empresarial, ni
aprender sobre el trabajo en equipo. Estaba aquí... bueno, estaba aquí
para embolsarse al entrenador. Miró a Dane pensativa. La había
ignorado esta mañana. Parecía un poco raro, dado el alucinante
interludio de anoche. Demonios, no podía dejar de pensar en ello... o en
el hecho de que él la había rechazado de plano después.
Sabía que era un tipo asustadizo, pero su rechazo la sorprendió.
Más que eso, la hizo decidirse. No iba a volver a casa con el rabo entre
las piernas, preguntándose qué podría haber pasado. Tomando su
rechazo como la última palabra. Dane no había intentado hacerle daño
anoche. Ella lo sabía; no estaba siendo tonta o emocional sobre esta
semana. Estaba protegiendo su trasero. Solo necesitaba convencerle de
que una semana con ella era mucho más tentadora que una semana sin
ella.
Había llegado el momento de cambiar su juego. Tal vez no era lo
suficientemente competitiva. Comenzó a pensar, ideando un nuevo plan
de juego.
Era hora de cambiar su juego. Quizá no estaba siendo lo bastante
competitiva. Empezó a pensar, ideando un nuevo plan de juego.
Una vez levantado el campamento, el equipo caminó durante un
rato y Miranda volvió a quedarse rezagada. A ella no le importaba. No
estar en medio de todo le daba tiempo para pensar, y tenía mucho que
pensar. Pete era hablador, pero ella no estaba muy interesada, y sus
respuestas eran cortas y sin compromiso. Al cabo de un rato, se dio
cuenta y dejó de hablar.
Entraron en una zona especialmente rocosa, con un acantilado de
esquisto a un lado. Al otro lado, en lo alto del acantilado, pudo ver un
camino de todoterrenos y oyó el ruido de un motor a lo lejos. Un
destello azul le llamó la atención mientras ascendían por la cresta y,
mientras observaba, el equipo azul emergió del bosque a poca distancia,
liderado por Colt Waggoner.
Por alguna razón, no le entusiasmó verlos. Ver a Colt le recordó lo
que Dane había pensado: que le habían tendido una trampa para ligar
con él. Que ella había sido una especie de gran prueba en la que él
había fracasado. Frunció el ceño en su dirección. Si no confiaban en
que Dane iba por el buen camino, iban a arruinar sus planes para
arruinarle a él. Si alguien iba a destruir su vida, ella quería ser quien lo
hiciera. Dane iba a ser suyo para hacer o deshacer.
Era extraño que ese pensamiento le dejara un sabor agrio en la
boca esta mañana.
Lo achacó a la acampada.
Se oyó el ronroneo de un motor y un todoterreno rojo se acercó a
toda velocidad por el sendero, arrastrando un carro con ruedas. Había
una mujer sentada en el todoterreno, con gafas de sol que ocultaban su
expresión y rizos hasta los hombros que brotaban de debajo de un
alegre casco cubierto de calcomanías. Brenna la ayudante, recordó
Miranda, y le disgustó aún más cuando las caras de Colt y Dane se
iluminaron al verla.
—Ya tienen su equipo, muchachos —gritó Brenna—. Un arma
para cada persona de vuestro equipo y cien balas para cada uno.
¿Armas? ¿Rondas? Esto no sonaba como una buena idea.
Olvidando las filas de sus equipos, los grupos se dividieron y se
reunieron alrededor del todoterreno mientras Dane y Colt empezaban a
rebuscar en el carro del equipo que Brenna arrastró por el sendero.
Efectivamente, había una pila de lo que parecían rifles manchados de
pintura en la parte trasera, junto con algunas cajas.
—¿Qué es todo esto? —preguntó un hombre antes de que
Miranda pudiera hacerlo.
—Competencia de Paintball —dijo Colt, con su expresión fría y
hostil.
Brenna intervino por Colt, lanzándole sonrisas a todo el mundo.
—Eso es correcto. Hoy es día de Paintball. No tiene mucho que ver con
supervivencia, pero tiene que ver con trabajo en equipo. Y de seguro es
divertido.
—Geeenial —dijo Miranda sin entusiasmo. Un grupo de hombres
corriendo por el bosque disparándose unos a otros no le parecía una
buena idea. Miró a los demás miembros de su equipo; estaba claro que
ella era la única que tenía reservas. Los demás parecían muy
entusiasmados con la idea. Cogió el casco que le entregaron y lo miró
con recelo: era una máscara completa con gafas integradas en la placa
facial—. ¿Estamos jugando al paintball o vamos a una convención de
Star Wars? Porque me pido el disfraz de Boba Fett.
Pete se rió a carcajadas, pero los demás se la quedaron mirando.
Bueno, eso fue todo. Miranda se puso la máscara para ocultar el rubor
de sus mejillas, cogió el mono rojo oscuro que le entregaron y se lo puso
por encima de la ropa. Al parecer, era para no mancharse de pintura.
Muy pensativo. Había suficientes monos para el equipo rojo y el equipo
azul. Brenna también repartió vasos protectores para los hombres.
—¿Me das dos? —pregunto Miranda, y Brenna enarcó las cejas.
Miranda se acarició los pechos y la otra mujer se rió, pero no le dio un
par. En fin. Terminó de vestirse mientras Colt leía las reglas del juego.
Era un juego de capturar la bandera. Cada vez que capturaran la
bandera de un equipo, sumarían un punto. El equipo con más puntos
al final del día ganaría el campamento especial. Los demás tendrían que
ir al campamento rechazado.
Estaba claro que la recompensa era tanto el juego como el
campamento. Al menos, lo era para todos menos para ella. Para ella,
pasar tiempo a solas con Dane era la verdadera recompensa.

***

Mientras Brenna distribuía el equipo y contaba las balas a los


equipos, Colt hizo un gesto a Dane para que se uniera a él a un lado.
Dane maldijo en voz baja. Qué bien. Colt quería charlar y Dane no tenía
ganas de hablar. Sabía de qué iba a tratar la charla. ¿Cómo llevas a tu
equipo? ¿Miranda te está dando problemas?
Al menos, esperaba que así fuera la conversación.
Corrió hacia la línea de árboles y saludó a Colt con la cabeza.
—Lo están haciendo. —Miró a Dane expectante—. ¿Y tú?
Dane se encogió de hombros y miró a su pequeño grupo. Estaban
apiñados alrededor del quad, riéndose y burlándose unos de otros
mientras les entregaban el equipo. Miranda parecía tan animada como
los demás, pero no dejaba de mirarlo, como si tuviera curiosidad por
saber qué estaba haciendo. Maldita sea. Esperaba que Colt no se
hubiera dado cuenta de que lo miraba. Se volvió hacia Colt.
Colt cruzó los brazos sobre el pecho, flexionando los músculos de
los antebrazos. Con su complexión delgada, sus placas de identificación
siempre presentes y su corte de pelo alto y tirante, lucía su pasado de
marine estadounidense como una insignia de honor. Eso siempre
inquietaba un poco a Dane. Había recorrido un camino muy distinto al
de Colt para llegar a donde estaban. Y mientras él se esforzaba por
librar su vida de todo lo relacionado con el hockey, Colt seguía viviendo
como si estuviera en los marines todos los días. Ahora gruñía.
—Son blandos.
—Son civiles —comentó Dane secamente—. Si fueran eficientes
máquinas de matar, dudo que necesitaran nuestra clase.
Colt volvió a gruñir y frunció el ceño mientras miraba al equipo.
No era el más amable de los instructores. Se preguntó cómo le iría a su
equipo con el monosilábico entrenador. Conocía bien a Colt (había
recibido una bala por su hermano) y sabía sobrevivir como la palma de
su mano. Sin embargo, la enseñanza y la conversación no eran dos de
sus puntos fuertes. Colt asintió a los equipos reunidos.
—Los tuyos son peores que los míos.
—No dudo de eso —dijo con una media sonrisa—. Hubo uno que
intentó hacer pasar un pez muerto por su captura.
La mirada de Colt giró y se volvió hacia Dane.
Frunció el ceño hacia el ex marine. —¿Qué?
Los ojos de Colt se estrecharon. —¿Por qué estás feliz?
Oh, aquí vamos. Comienza la interrogación. —No lo estoy. Vete a
la mierda.
—Te acabas de reír.
—Vete a la mierda, hermano. No me reí.
Colt resopló. —Como una colegiala.
Dane le dio un codazo, fuerte, y le contestó con un gruñido.
—Mierda, no me estoy riendo. Solo estoy disfrutando. —Cuando
Colt todavía parecía escéptico, agregó—: Me gusta volver a estar aquí,
en la naturaleza. Me recuerda a Alaska. A veces echo de menos Alaska.
Allí no teníamos nada que hacer, ¿sabes?
Era una mentira a medias. Aunque le gustaba estar en la
naturaleza, últimamente se sentía tan relajado y tranquilo gracias a
Miranda. Le gustaba estar cerca de ella, le gustaba verla sonreír. Le
gustaba sentir sus caderas bajo las suyas. Le gustaba esa expresión de
asombro y placer que ponía cuando él la lamía. Pero si Colt lo supiera,
le daría una patada en el culo a Dane por joderles su nuevo negocio. A
Colt le gustaba el cumplimiento rígido de las normas. No entendería
una desviación. Así que Dane observó y esperó, con la esperanza de que
Colt se callara y volviera con su equipo para que él pudiera volver con el
suyo.
Pero Colt se limitó a gruñir. —En Alaska hacía frío. Lo odiaba.
Hacía que se me arrugara la polla.
Dane sonrió y le dio una palmada en la espalda a su amigo, luego
se inclinó hacia él. —Me importa una mierda tu polla.
Colt le dio un puñetazo, y Dane se lo devolvió, volviendo a ser
amigos y a hacerse bromas como si nada hubiera cambiado.
El megáfono se encendió y la alegre voz de Brenna chilló por
encima de los árboles. —Si ya se han terminado de darse una paliza,
¿podemos jugar al paintball?

***

Se repartieron bolsas llenas de munición de paintball, agua


embotellada y barritas energéticas, así como otros artículos que no
reconoció, y los equipos se echaron las mochilas al hombro y se
prepararon para adentrarse en el bosque. A través de sus pestañas, vio
cómo Dane se quitaba la camiseta antes de ponerse el mono. Ver su
espalda desnuda le dio todo tipo de ideas, y sonrió para sus adentros
cuando se subió la cremallera y se volvió hacia su equipo.
Oh, de repente tenía montones y montones de ideas.
El equipo azul se adentró en el bosque mientras Brenna daba
instrucciones.
—Quédense en este lado de la corriente —advirtió—. No se alejen
demasiado. Tienen quince minutos para empezar antes de que toque la
bocina que les indica que comiencen. Nada de robar munición... y nada
de disparar a los locos.
Con esa orden resonando en sus oídos, el equipo rojo partió
también. George fue elegido líder; a pesar de sus canas y su maestría en
administración de empresas, también era un apasionado jugador de
paintball en su tiempo libre, por lo que había sido elegido capitán del
equipo. Miranda había pensado que Dane asumiría el puesto de líder,
pero él estaba lo bastante contento como para dejar que los demás
tomaran las riendas. Quizá también formaba parte de su plan de
entrenamiento dejar que los demás tomaran la iniciativa.
Inteligente y sutil. Tenía que admitir que eso le gustaba en un
hombre. Lástima que fuera Dane Croft quien albergara esas cualidades.
George les guió por unas cuantas colinas y entre los árboles. Se
toparon con una colina (muy arbolada y con una cresta arenosa que se
estaba desprendiendo debido a la erosión) que George declaró que era el
lugar perfecto para plantar su bandera. Así lo hicieron, y entonces él
empezó a dar órdenes.
—Muy bien, necesitamos que una persona permanezca en el
campamento en todo momento para vigilar la bandera. Miranda, esa
eres tú.
Ella salió de sus cavilaciones y miró a George. —¿Por qué yo?
Él pareció que iba a comentar que era porque ella era mujer, pero
luego lo pensó mejor. —Muy bien, Pete, puedes quedarte en la base esta
ronda. Nos turnaremos. Tiempo de sobra para sumar puntos. Todo lo
que tenemos que hacer es llegar a diez primero.
Parecía justo. Tranquilizada, escuchó a George exponer un plan
de batalla, pero solo prestaba atención a medias. Había decidido que
Miranda la malvada tenía que hacer algo para recuperar la atención de
Dane. Intentó caminar a su lado cuando salieron a plantar la bandera,
pero él aminoró la marcha, como si se estuviera volviendo a atar las
botas. Dolorosamente obvio.
¿Tenía miedo de que el mero hecho de ser visto con ella
significara que alguien estaba al tanto de sus escarceos nocturnos? ¿O
se estaba arrepintiendo de su cita? ¿O simplemente había terminado
con ella?
Él no podía terminar con ella, pensó con el ceño fruncido. Ella
decidía quién había terminado con quién, no él. Y hoy tendría que
mejorar un poco el juego. Sin problemas.
Y si sus planes fracasaban, bueno, siempre podía recurrir a uno
de los chiflados de los que les habían advertido. Eso despertó una idea
en su mente. Un pensamiento sucio y travieso que la escandalizó un
poco... y la excitó mucho. No debería...
Pero tenía muchas ganas.
Miró a Dane, con la pistola de paintball apoyada en el hombro. Él
se encorvó, apoyando un hombro en un árbol cercano, y evitó mirar en
su dirección. Eso la decidió. Dane Croft no tendría ninguna oportunidad
contra Miranda la malvada.
Después de unos minutos, el equipo se dividió para tomar
posiciones para el juego. Algunos dispararían desde posiciones aisladas
y otros intentarían atacar el campamento. Miranda se había ofrecido
voluntaria para disparar desde una posición ventajosa. Agarró su arma,
se puso el casco y empezó a acechar por el bosque. Una vez que se
perdió de vista, atravesó los árboles. Se suponía que debía vigilar un
puesto de observación a unos 400 metros de la bandera, pero al diablo
con eso.
En lugar de eso, atravesó el bosque hasta el sendero por el que
había pasado al salir del campamento, bajó por él y siguió a Dane.
Le llevaba una gran ventaja y se quedó rezagada para asegurarse
de que no la viera. Si lo hacía, podría advertirle que se alejara. Lo siguió
durante un rato y, cuando llegó a su posición, se escondió detrás del
arbusto más cercano y se desabrochó el mono de paintball. Se quitó
toda la ropa y volvió a ponerse el mono. El aire era definitivamente más
fresco sin esa segunda capa de ropa, y sintió que sus pechos se movían
y sacudían a cada paso que daba. Se llevó una mano enguantada a los
pechos y los mantuvo contra el pecho. No había pensado en el rebote.
Con suerte, los demás no se darían cuenta si se cruzaban con ella.
Enterró su ropa en un montón de hojas y colocó una rama
encima para que fuera fácilmente reconocible cuando volviera. Luego
fue a buscar a Dane. Lo encontró a poca distancia, agazapado detrás de
uno de los árboles más altos de la zona y oteando la distancia. Llevaba
puesto el casco, pero recordó que era el único de color negro. Además
de eso, nadie más por aquí tenía esos hombros anchos ni ese culo
ridículamente firme. Se acercó a él por detrás. Todavía no se había dado
cuenta, lo cual era bueno. Le gustaba el elemento sorpresa.
Sonriendo para sí misma, se deslizó sigilosamente detrás de él y
se quitó el casco, colocándolo con cuidado sobre la hierba. Su mirada se
posó en el suelo y se fijó en un arbusto de bayas cercano. Se le vino a la
mente la imagen de mordisquear las bayas de su cuerpo desnudo, y
arrancó algunas bayas del arbusto. ¿Qué sería más sexy que lamer y
comer lentamente las bayas delante de Dane? Otra pistola en la funda
de Evil Miranda, decidió. Se deslizó por detrás de Dane y cuando estuvo
lo bastante cerca como para tocarlo, alargó la mano para pasarla por su
nuca.
Él se giró tan violentamente que ella tropezó hacia atrás,
sorprendida. Con un movimiento rápido como el rayo, levantó la pistola
de pintura y la bajó casi con la misma rapidez.
—¡Miranda! ¿Qué estás haciendo aquí? —Dane miró detrás de
ella—. ¿Te sigue alguien del otro equipo?
—No —dijo con voz sensual. Sacó una de las bayas y comenzó a
juguetear con ella, jugando con el pequeño fruto de color rojo a lo largo
de sus labios—. ¿Sabes una cosa?
Su mirada se quedó clavada en la baya, tal como ella esperaba.
Bien. —Uh, Miranda —comenzó.
—No podía esperar a verte —ronroneó en su mejor voz de Miranda
la malvada, luego apretó la baya en el labio juguetonamente—. Has sido
muy travieso, Dane Croft. ¿Por qué eres tan cruel y no me haces caso?
—Sabes por qué. —Él tragó saliva—. ¿Puedo decirte algo?
Su sonrisa se curvó y se inclinó hacia delante para chasquear la
baya contra su boca. —Por supuesto.
Él le cogió la mano y la obligó a soltar la baya. —Eso es venenoso.
—Oh. —Lo miró fijamente por un segundo, y luego añadió—: Ya lo
sabía.
Él levantó una ceja.
Ella se frotó furtivamente la boca. —Venenoso... ¿por contacto?
—Por digestión —dijo, con una expresión muy seria—. ¿Cuántos
comiste?
—Ninguno. —Gracias a Dios.
Asintió y luego se volvió hacia su pistola de paintball.
—Será mejor que vuelvas a tu puesto, entonces.
Ella frunció el ceño. No era así como había previsto su cita en
marcha. Ahora pensaba que era tonta. Frotando su labio por última vez,
se deslizó sobre su costado y arrojó su arma a un lado.
—¿Era eso todo lo que querías decirme?
Él la miró un instante y luego volvió a explorar el bosque.
—Eso era todo. ¿Qué más tienes en mente?
Ella se encogió de hombros. —No lo sé. Supongo que podríamos
hablar de lo que pasó anoche. —Mantuvo la voz ligera y sensual—. Me
has estado evitando toda la mañana.
—Eso es porque los otros van a saber de nosotros. —Su mirada se
desvió hacia ella—. Sabes que no puedo dejar que pase eso. Le prometí
a mis compañeros que me comportaría mejor que nunca y mentí. No
estoy orgulloso de mí mismo en este momento, Miranda.
Eso no sonaba como algo que podría encajar en sus planes en
absoluto. Si él iba a ser tan frío con ella durante el resto de la semana,
dudaba que pudiera volver a activarlo como a un interruptor tan pronto
como estuvieran fuera de aquí. Su ventana de oportunidad tenía que
permanecer abierta, y debía mantener a Dane enganchado e insaciable.
Así que se mordió el labio y pensó por un momento más, y luego
raspó su bota en el suelo. —Oye, Dane.
No se volvió de nuevo, su voz corta. —¿Qué?
Ella bajó la cremallera de la parte superior de su traje apenas
unos centímetros, no lo suficiente para exponer piel, solo para que él
notara el sonido.
—Adivina quién no lleva nada debajo de su mono.
Agachado a sus pies, Dane se congeló. Poco a poco, se volvió de
nuevo hacia ella. —¿Miranda, que...?
Y ella bajó la cremallera por completo.
10
Traducido por katyandrea & Gabihhbelieber
Corregido por Jasiel Odair

Dane se quedó observando a Miranda mientras ésta bajaba


lentamente la cremallera del mono.
Y así fue, dejando al descubierto centímetro a centímetro su piel
perfecta, hasta que la cremallera se detuvo bajo el ombligo y ella levantó
la vista y le dirigió una mirada pícara. —¿Qué piensas?
Creo que intentas matarme. —Creo que tenemos que hablar,
Miranda. —Ella levantó la mano y le puso un dedo sobre la boca para
callarlo—. Ya has hablado bastante, y no me está gustando lo que dices.
—Miranda…
Le sacudió la cabeza. —Me gustas, ¿vale? —Sus ojos estaban
grandes y abiertos mientras decía eso, como si estuviera tratando de
convencerse de eso tanto como él—. Y no puedo dejar de pensar en lo
que sucedió anoche. Y sabes, me gustó la repetición. —Se sonrojó ante
las palabras, arrastrando el dedo por su frente, como fascinada por él—.
Y pensé que a ti también te había gustado.
Le gustó. Le había gustado demasiado. Ése era exactamente el
problema. Estaba perdiendo la cabeza en lo que se refería a Miranda,
porque solo podía pensar en inclinarla y hundirse de nuevo en el satén
húmedo y resbaladizo de su coño. Al pensarlo, la polla se le empezó a
erizar dentro de los vaqueros. Apretó la boca y miró el cuerpo de ella, la
estrecha y tentadora franja de carne que dejaba ver la cremallera
abierta.
—Tú también me gustas, Miranda, pero...
Ella volvió a taparle la boca con el dedo.
—Tantos “peros” —dijo en voz baja. Dio un paso hacia adelante y
luego presionó esos increíbles y suaves pechos contra su pecho y su
polla se puso dura como una roca—. No te vas a acobardar conmigo,
¿verdad? —dijo con una voz suave y pasó un dedo por la cremallera de
su mono—. Porque pensé que un hombre grande como tú no tendría
miedo de nada.
Ella había suspirado deliberadamente sobre la palabra grande, y
eso lo puso aún más duro. Cada vez era más difícil pensar con claridad.
Todo lo que veía era la curva de su pecho expuesta por la cremallera, el
sexy hundimiento de su ombligo.
—No tenemos ninguna privacidad aquí en el bosque.
Pero eso era lo equivocado para decir. Su sonrisa se hizo más
brillante. —Tenemos privacidad en este momento —dijo, y su mano tiró
del mono hacia un lado, revelando el globo perfecto de un bonito pecho,
con la punta tensa y sonrosada. Debajo del pecho, vio aquel pequeño
lunar triangular que parecía burlarse de él—. Y tengo muchas ganas de
que vuelvas a tocarme —dijo ella, con voz casi de suspiro—. No dejo de
pensar en tus manos sobre mí, y en tu boca, y en tu polla dentro de
mí... —Sus dedos rozaron la punta de su pecho, como si el simple
recuerdo le diera ganas de tocarse delante de él—. Y no dejo de pensar
en lo mucho que me gusta tocarte a ti también.
Le costaba tragar saliva. Tenía la garganta tan seca de repente. La
nuez de Adán de Dane se balanceaba mientras luchaba por tragar con
fuerza, pero era inútil. No podía ver nada más que aquel pecho perfecto.
—¿Ah? ¿Así que has estado pensando en tocarme?
—Sí —aceptó ella, y cuando buscó la cremallera de su mono, él
no se lo impidió. Era una seductora hechicera, tan sexy y segura de sí
misma y tan sensual. Su mirada siguió la cremallera y dejó al
descubierto su pecho desnudo. Dejó que su mano rozara su pecho
cubierto, empujando la tela hacia atrás y exponiendo el otro al aire.
Le encantaba Miranda la seductora en ese momento.
—Mierda —dijo con voz entrecortada. A pesar de su firmeza, ya
estaba cediendo a sus exigencias. Bastaba con que ella le enseñara un
bonito pecho, un pezón rosado y un lunar burlón para que él se diera
por vencido.
—Me encantaría —dijo con una sonrisa seductora—. Pero ahora
me interesa algo más.
Su mano fue a cubrir su pecho y puso la palma sobre el pico, su
mano bronceada y callosa parecía extraña contra su piel suave.
—¿Y quieres que te toque?
—Oh sí. —Suspiró, entonces casi parecía avergonzada por la
forma en que había salido. Se ruborizó y bajó hasta sus pechos—.
Pierdo la cabeza cuando me tocas. Me gusta. Me permite... perderme en
el momento.
—¿Y te permite correrte? —susurró con voz ronca, inclinándose
hacia ella. Incluso después de varios días en el bosque, Miranda seguía
oliendo bien. Limpia, fresca y cálida. Se bañaba en el arroyo todas las
mañanas, y él tuvo que admitir que había elegido campings junto a
arroyos por esa misma razón.
—Siempre —admitió ella, mordiéndose el labio, como si se sintiera
escandalizada tocando el tema.
Dejó que su mano se deslizara hasta su ombligo, luego la deslizó
hasta la V de la cremallera y palpó los rizos de su sexo. Estaban
completamente empapados y él siseó.
—Estás muy mojada.
Sus manos se aferraron a él, su cuerpo se bloqueó como si fuera
demasiado para procesar, y ella dio un jadeo estremecedor. Sus caderas
se flexionaron contra la mano de él.
—Oh, Dane. Tócame, por favor.
Como si pudiera resistirse cuando le suplicaba tan dulcemente.
Con una mano sujetándola por la cintura, tiró de ella para acercarla y
hundió un dedo romo entre los rizos húmedos. Ella jadeó cuando le
rozó el clítoris y luego hundió el dedo en su calor sedoso y caliente.
—Hmm, me gusta eso —dijo, y le rodeó el cuello con los brazos,
arrastrando su cara hacia abajo para poder besarla. Desnudo y
jadeante, él se retorció para que los pechos de ella le empujaran contra
el suyo y las caderas de ella se movieron sobre su mano.
Deslizó el dedo dentro y fuera lentamente, disfrutando del modo
en que ella gemía y se retorcía con cada pequeño movimiento.
Su boca buscó frenéticamente a lo largo de su mandíbula en
tanto él presionaba el talón de la palma contra su clítoris y volvía a
hundir el dedo. Miranda emitió un grito ahogado que resonó en su oído
justo antes de morderle el lóbulo de la oreja, y él volvió a introducir el
dedo en su caliente núcleo. Una, dos veces, y entonces se estremeció, le
soltó la oreja y le enterró la cara en el cuello para ahogar su gemido.
El calor se derramó sobre la palma de su mano mientras ella daba
un profundo grito ahogado y se corría contra su mano, incapaz de
aguantar más. Fue increíblemente erótico. Siguió frotándole el coño,
disfrutando de los pequeños temblores y sacudidas involuntarias que
ella emitía mientras se recuperaba del orgasmo. Tenía los ojos cerrados
y había recuperado el rubor en las mejillas y los pechos.
No le importaba si se trataba de un error. ¿Ver la mirada abierta y
cruda de Miranda y sentir cómo se corría en su mano? Lo volvería a
hacer sin dudarlo.
Sus ojos marrones se abrieron lentamente. Le sonrió, con una
expresión lánguida y satisfecha, como si nunca se hubiera sentido tan
bien.
—Cada vez lo hacemos mejor, ¿verdad? Pronto voy a correrme
solo con que me mires.
Oír eso lo puso aún más duro. Si estaba más duro, empezaría a
perder sangre en su cerebro.
—¿Dónde está la diversión en eso?
Ella soltó una carcajada sexy y se zafó de sus brazos.
—Es divertido para mí.
Sus manos se deslizaron de su cuerpo y la vio alejarse con un
poco de remordimiento.
Ella tenía los pechos más hermosos. —Pero me has distraído. Eso
no es por lo que he venido aquí —dijo con voz tímida.
Él levantó una ceja. —Oh, ¿no? ¿Qué haces aquí, entonces?
La pequeña sonrisa socarrona permaneció en su boca y se llevó la
mano a la cremallera. Se la bajó por debajo de la cintura, y luego sus
manos se dirigieron al botón superior de sus vaqueros, haciendo saltar
su tensa polla. —¿Quieres adivinar?
Dane tragó saliva. Sin dudarlo ni un segundo, alargó la mano y le
apartó el largo pelo castaño por encima del hombro, donde le había
caído sobre el pecho. —Claro.
—¿Qué tal si simplemente te muestro? —Ella enarcó las cejas y le
dirigió una mirada juguetona y sexy al mismo tiempo. Y después se
arrodilló frente a él.
Él gimió en voz baja cuando las manos de ella se deslizaron hasta
el bulto duro de sus vaqueros, donde se alzaba su polla, desesperada
por liberarse. —Miranda —dijo en voz baja—. ¿Qué estás haciendo?
Le dio una mirada juguetona y le desabrochó los botones de la
bragueta. —Te estoy tocando.
Llevó la mano a su pelo, enredándola en el cabello sedoso.
—Me estás volviendo loco. ¿Sueles ser tan traviesa?
Las manos de ella se deslizaron hasta la parte delantera de los
calzoncillos de él. —En realidad, normalmente soy una bibliotecaria
correcta —dijo, y le guiñó un ojo. Le tiró de las mangas del mono y él la
ayudó sacando los brazos. Ella le bajó la ropa hasta que se le amontonó
a la altura de las rodillas y luego hizo lo mismo con los vaqueros y los
calzoncillos, hasta que toda la ropa se le amontonó a la altura de las
rodillas y la polla quedó libre. El suspiro de sorpresa de Miranda fue
inmensamente gratificante—. Oh, Dios —suspiró, y sus manos fueron a
tocarle los huevos. La otra mano se deslizó hasta la base de la polla—.
No me canso de ver esto. —Le dirigió una mirada complacida y rodeó la
base con los dedos, como probando el grosor.
El apretón fue casi suficiente para ponerlo al borde del abismo,
inclinó la cabeza hacia atrás y movió las manos para agarrarse a la
corteza del árbol. Clavó los dedos. Miranda estaba increíblemente sexy,
arrodillada ante él y tocándole la polla, y no quería correrse antes de
tener la oportunidad de disfrutar a fondo con lo que ella le ofrecía.
—No tienes que hacer esto —mencionó, porque sentía que tenía
que hacerlo. Que la hubiera tocado no significaba que tuviera que
chupársela.
Ella puso los ojos en blanco. —Como si lo hiciera por ti. —Se
inclinó y su aliento rozó la cabeza de su polla, caliente y sedosa—. Lo
hago por mí. ¿Entiendes?
Lo entendió. —En ese caso —le dijo, clavando los dedos en la
corteza con más fuerza para no estirar el brazo y tocarla y arruinar de
algún modo este momento—, adelante.
Por debajo de su cintura, Miranda sonrió. Se inclinó hacia él y le
dio otro apretón en la polla, luego se deslizó hacia delante y le pasó la
lengua por la cabeza. Su lengua rozó la corona, saboreando la gota de
líquido que se acumulaba allí. Él gimió. Maldita sea. Contuvo la
respiración, sin querer estropear el momento. Todo su cuerpo se tensó,
esperando a que ella volviera a inclinarse hacia delante y le metiera más
en la boca.
Y lo hizo. Se acercó y la cabeza se deslizó entre sus labios, en la
húmeda y succionadora caverna de su boca. Sintió las cosquillas de su
lengua en la vena de la parte inferior de la polla, y ella bombeó la base
mientras se la metía más en la boca.
Dane jadeaba, con la mirada clavada en el rostro atento de la
mujer. Parecía concentrada, como si quisiera hacerlo bien. Para él. La
expresión de su cara lo estaba volviendo casi tan loco como la sensación
de su lengua contra su polla. Sintió cómo se la metía hasta el fondo en
la boca, cómo la cabeza de la polla chocaba contra el fondo de su
garganta, y entonces la soltó, apartándose antes de bombear la base y
deslizarla de nuevo hasta el fondo de su boca en un movimiento largo y
sinuoso.
Era increíble. Esa mirada juguetona volvió a aparecer en su cara
mientras dejaba caer la polla de su boca y luego se frotaba la cabeza
con los labios. Quería follarle la boca, quitarle la expresión juguetona de
la cara y que volviera a esa mirada intensa que a él le gustaba más que
nada. La mirada intensa que le decía que se concentraba tanto porque
estaba muy distraída.
Cuando sus labios volvieron a curvarse alrededor de la punta de
su polla, él le llevó una mano al pelo y la enredó en él, guiando su
cabeza. ¿Le gustaría? A algunas mujeres no.
Ella emitió un pequeño gemido de placer alrededor de su polla y
se dejó llevar mientras le follaba la boca, acariciándola una y otra vez.
Se dio cuenta de que, mientras ella trabajaba su polla, empujaba sus
pechos contra los muslos de él, asegurándose de que sus pezones
rozaran su piel repetidamente.
Él se agachó para ayudarla, y con la otra mano acarició la curva
de un pecho, rozando un pezón. Ella arqueó la espalda y se inclinó
hacia él, y él sintió el gemido bajo en el fondo de su garganta contra su
polla, aún enterrada profundamente en su boca. Le encantaba tocarla.
La forma en que se sentía, la forma en que respondía... Miranda tenía
algo que lo volvía loco de lujuria. Quería verla correrse de nuevo, ver
sus ojos agitarse mientras se mecía en otro orgasmo.
—Tócate, Miranda —murmuró él, con la mano enredada en su
pelo de nuevo, guiándola hacia delante y hacia atrás mientras su boca
le acariciaba la polla—. Quiero ver cómo te tocas. —La mano de ella le
había estado acariciando los huevos y revoloteó sobre su muslo.
Ella lo miró con esos ojos marrones, y luego su mano se deslizó
dentro de su mono. Giró las caderas y emitió otro gemido, y él le pellizcó
un pezón mientras volvía a metérselo en la boca.
—Eres lo más sexy que he visto —murmuró, incapaz de dejar de
tocarla. Una mano se ancló en su pelo, guiando su cabeza, y la otra
rozó de nuevo su pecho, luego su brazo, su mejilla, cualquier lugar
donde pudiera tocarla, para hacerle saber lo mucho que le gustaba su
boca en su polla.
La mano de ella empezó a moverse frenéticamente entre sus
piernas, sus caderas daban ese delicioso escalofrío que él empezaba a
reconocer como Miranda a punto de llegar al orgasmo, y eso hizo que
todo su cuerpo se estremeciera. Estaba a punto de correrse otra vez,
solo por tenerlo en la boca, por darle placer.
La idea lo enloqueció y empezó a sentirse al límite. Sus pelotas se
tensaron y estuvo a punto de perder el control, pero se quedó inmóvil,
respirando con dificultad.
—Miranda... estoy a punto de acabar. ¿Quieres que yo...
En respuesta, la mano de Miranda salió de entre sus piernas y le
tocó los huevos, jugueteando con ellos. Su boca succionó la polla y la
introdujo más profundamente en su garganta.
Eso fue suficiente para él. Con la mano enredada en su pelo,
bombeó dentro de su boca y se corrió, gimiendo su nombre mientras lo
hacía. El semen le corrió por la garganta, pero ella no se separó de él, y
él terminó con un fuerte suspiro, su polla deslizándose fuera de sus
labios mientras ella cerraba la boca y tragaba todo lo que le había dado.
Su mano volvió a revolotear entre sus piernas, trabajando su sexo
mientras intentaba correrse de nuevo.
La puso en pie y ella se detuvo, pero él le devolvió la mano entre
las piernas. Sus ojos se encontraron con los de él y él se inclinó y le
besó el cuello mientras acariciaba su carne. Cuando la mordió, con
fuerza, en el cuello, ella se corrió en un suave gritito.
Se desplomó en sus brazos, como si el orgasmo la hubiera dejado
totalmente deshuesada, y él la acunó y la ayudó a deslizarse hasta el
suelo. Esperaba que se incorporara, que se sacudiera, algo así. En lugar
de eso, se tumbó sobre la hierba y las hojas y soltó la risita más sensual
y satisfecha que jamás había oído.
Se sentó a su lado, con una sonrisa en la boca ante su expresión
de satisfacción. —¿Por qué fue esa risa?
La mirada de Miranda era de ensueño. —Estaba pensando que
debería haberlo hecho hace días.
No era eso lo que esperaba oír de ella. La miró, con los pechos
apuntando al cielo, el pelo recogido hacia atrás, y en ese momento,
Dane se sintió verdadera y absolutamente atrapado.
Demonios. Cuando volviera al campamento base, iba a tener que
decirles a Colt y a Grant que había estado tonteando con uno de sus
nuevos clientes.
Porque no iba a dejar que Miranda Hill se le escapara otra vez.
Sonrió al pensarlo. Se lo diría cuando volviera. Al final lo entenderían.
La descarada lo miró y sonrió. —Todavía tienes los pantalones por
los tobillos.
—Sigues desnuda bajo el mono —refutó.
—Hmm, es cierto. —Parecía como si no le importara. No se movió
para cubrir sus pechos—. Sabes, decidí que me gusta el bosque —dijo
ella en voz baja.
—¿Y eso por qué? —Dane se ajustó los calzoncillos a la cintura y
luego los pantalones.
—Sin miradas indiscretas —dijo con un suspiro ligero, como si
fuera lo más feliz del mundo—. Solo tú y la naturaleza. Sin pueblerinos
curiosos. —Sus dedos jugaban con una hoja cerca de su cabeza.
Se rió entre dientes. Ahora sonaba como él. Ésa era la razón por
la que se había ido a vivir a la selva de Alaska: quería alejarse de todo el
mundo. No volver a ver una ciudad. En ese momento, la gente no había
entendido su decisión: creían que se iría a Hollywood y aprovecharía su
notoriedad. Otro de los atractivos de Miranda era que ella sentía lo
mismo que él. Aunque era extraño que tuviera un motivo para hacerlo.
—¿Alguien en la ciudad te lo está haciendo pasar mal?
Lo miró y se le borró la sonrisa de la cara, como si se hubiera
dado cuenta de lo que acababa de decir. Se llevó las manos a la
cremallera del mono, la cerró rápidamente y se levantó. Se quitó las
hojas del pelo enmarañado y se encogió de hombros.
—Nah. Solo pensaba en voz alta. —Con eso, miró a los árboles en
la distancia—. Creo que iré a buscar mi ropa. Hasta luego, Dane.
Con un gesto casual, se dio la vuelta y lo dejó, deteniéndose solo
para agacharse y recoger su pistola de paintball de donde lo había
dejado caer.
Estaba extrañamente tentado a seguirla. Pero en cambio, se volvió
y recogió su pistola de paintball, se puso el casco y confió que cubría la
sonrisa de satisfacción en su rostro.

***
Cuando encontró su ropa, Miranda se tiró al suelo y respiró
durante unos minutos, decidida a no dejarse llevar por el pánico.
Dios mío, ¿qué demonios estaba haciendo?
Todo parecía un plan brillante. Encontrar a Dane, flirtear con él.
Enseñarle un poco de escote. Probar esa polla enorme para complacerse
a sí misma y luego dejarlo con ganas de más. Pero había sido una idiota
y había empezado a parlotear sobre la ciudad y la intimidad de todas
las cosas, y demonios, ¿por qué no le había confesado todo su plan allí
mismo?
Se llevó una mano a la frente y se frotó. Estúpida. Estúpida,
estúpida. Había dejado que las cosas se le fueran de las manos y luego
se había sentido tan excitada y contenta que había empezado a soltar
todo tipo de tonterías.
La Miranda buena debía retirarse y dejar que la Miranda mala
siguiera al mando. La Miranda mala le habría chupado la polla, le
habría guiñado un ojo y se habría ido. La Miranda buena tenía que
tener su momento de mimos y dejar que él viera su lado vulnerable.
La Miranda buena era una idiota.
No se arrepentía de haberle dado placer a Dane, había sido
demasiado agradable. Lo que lamentaba ahora era estar perdiendo el
control de sí misma. Se suponía que era su venganza. Y mientras
retorcía a Dane alrededor de su dedo... se encontró disfrutando
demasiado de sus besos y sus caricias. Aún podía saborearlo en la
boca, aún sentía sus manos sobre su cuerpo.
¿Cuándo había empezado a gustarle pasar tiempo con él?
¿Cuándo perdió de vista la venganza a cambio del siguiente orgasmo?
Mierda, mierda, mierda. Mierda, mierda, mierda. Miranda seguía
hablando de sus seeeentimientos. Los sentimientos solo estorbaban.
Frunciendo el ceño, Miranda se sacó las bragas y decidió que, a partir
de ahora, iba a mantener el control. Coqueteo sin emociones y uno o
dos polvos en el bosque. Tenía que mantenerlo desprevenido. Sobre
todo, necesitaba mantener el control. No se permitiría perder el control
de la situación otra vez.
Porque aparentemente no se podía confiar en ella cerca de ese
hombre. Él la tocó y ella perdió el sentido de la realidad.
Y eso no podía seguir sucediendo.

***

La tarde de paintball ayudó mucho a Miranda a distraerse de sus


preocupaciones. Había algo increíblemente catártico en dispararle a un
hombre, lo que probablemente decía mucho más de su mentalidad de lo
que debería. Para su sorpresa, su equipo ganó la tarde, a pesar de que
tanto ella como Dane habían estado distraídos durante un buen rato.
George había sido un magnífico líder y un excelente jugador de
paintball, y sus habilidades y entusiasmo los habían llevado a la cima,
aunque había estado cerca.
El premio especial había sido, en efecto, un bonito camping.
Había una pequeña cabaña en el bosque con dos juegos de literas y
mantas extra. Estaba situada junto a un pozo y lo único que había que
hacer era cocinar y comer los filetes que les habían dejado. El equipo
estaba muy animado, y nadie señaló siquiera que aquello no tenía
mucho de supervivencia. A nadie le importaba.
Pasaron una velada agradable y tranquila: a Steve le tocó
encender el fuego y ella ayudó a los demás a recoger leña mientras
George y Pete iban a montar una nueva trampilla.
Dane había vuelto a tratarla como a uno más, pero fue Miranda
quien puso un poco de distancia entre ellos. Ella se había abierto
demasiado a él. Él no quería saber lo que ella pensaba ni cómo se
sentía, solo quería su próximo revolcón. Ya era hora de tomarse un
respiro con las charlas y limitarse a seducir al hombre cuando lo
necesitara. Así que se quedó en el lado más alejado del campamento y
se mantuvo a sí misma. Dane no parecía muy entusiasmado con eso,
pero al menos era agradable cambiar las tornas.
Esa noche, sortearon los catres y Will, Jamie y Dane terminaron
durmiendo en el suelo. A Miranda le tocó la litera de arriba y durmió
calentita y cómoda por primera vez esa semana. La litera olía un poco a
rancio, pero no importaba. Estaba contenta de tener su propia cama,
aunque no podía dormir. En mitad de la noche, se inclinó sobre el borde
y miró hacia abajo. Dane estaba allí abajo, mirándola. Sonrió y señaló
la puerta, como una pregunta sin palabras.
Su cuerpo se estremeció de necesidad al pensarlo, pero se obligó
a sacudir la cabeza, rodar sobre el colchón y volver a dormir.
Ella iba a llevar la voz cantante aquí, aunque quisiera ceder.
Y ahora mismo tenía muchas ganas de ceder.

***

Amaneció y ese día le tocaba a Miranda aprender a buscar


comida del experto en la materia designado. Jamie era la buscadora de
alimentos de la semana, y eso le venía muy bien. Lo único que quería
era alejarse unas horas del campamento y despejarse. Pero Jamie se
había marchado temprano aquella mañana para aprender a hacer
trampas y ahora estaba sentada en el campamento tamborileando con
los dedos.
Cerca de allí, Dane estaba sentado haciendo más nudos en una
cuerda para Pete. Le había enseñado los mismos nudos todos los días
de la semana y todos los días había que volver a enseñárselos. Dane no
perdía los estribos, pero estaba segura de que se hartaba de Pete. El
hombre era perezoso en el campamento, lloriqueaba y aprovechaba
cualquier oportunidad para decirles cuánto dinero ganaba en su
empresa. No le caía bien a nadie.
—Sabes, Miranda, puedo mostrarte cómo forrajear —ofreció Dane
con una mirada de reojo ocasional—. Me encantaría llevarte y enseñarte
si los demás no van a volver en un rato.
Seguro que sería así. En cuanto Dane saliera del campamento,
ella se quedaría embelesada con la flexión de sus músculos cuando se
agachara a recoger algo y entonces ella lo tiraría al suelo y lo follaría
con desenfreno. Sonrojada, negó con la cabeza.
—Está bien, gracias.
Pete pareció despertarse. Se levantó y se quitó los pantalones
cortos, llamando la atención sobre sus piernas pálidas y huesudas.
—Miranda, si quieres puedo enseñarte a pescar. Todavía tienes
que aprender, ¿no?
Dane frunció el ceño y le hizo un gesto imperceptible con la
cabeza.
Le encantaba volver loco al hombre haciendo lo inesperado. Se
levantó. —Eso suena encantador, Pete. Gracias. Déjame cambiarme a
un pantalón corto.
Así lo hizo, y se adentraron en el bosque, mientras Dane la
miraba con extrañeza. Parecía como si quisiera hablar con ella. Ella
decidió que le dejaría reflexionar un rato.
Después de todo, llevaba toda la noche así y estaba cachonda.
Enfadada y cachonda, era una combinación terrible. Sin embargo, sería
fuerte y no cedería ante su sonrisa sexy y su culo prieto. Maldito Dane
por pensar que podía chasquear los dedos y ella estaría a cuatro patas,
lista y dispuesta. Por supuesto, esa imagen mental no ayudó a su
libido, y dio un suspiro.
El arroyo no estaba demasiado lejos (gracias a que el camping era
mejor) y tomó la cuerda que Pete le ofreció. Le enseñó a colocar el
anzuelo que había creado con madera toscamente tallada y a ensartar
en él un saltamontes muerto. No había mucho más que lanzar el sedal
y ver cómo el trozo de madera (atado a la cuerda para formar un
flotador improvisado) se mecía en la superficie.
Era una especie de tarea relajante, sin nada más que hacer que
tirar de vez en cuando del sedal para ver cómo iban las cosas. Pete era
hablador, pero a ella no le interesaba demasiado.
Era una forma agradable de pasar la tarde, pacífica y tranquila
después de haber convivido con seis hombres durante los últimos días.
Lo mejor de todo era que le permitía alejarse de Dane durante unas
horas y despejar la mente. No le vendría mal despejarse. Ahora mismo
se sentía tan perdida respecto a él que no sabía qué pensar.
—¿Cómo viene la pesca? —dijo Pete un rato después, vadeando el
agua para acercarse a ella.
Su pregunta rompió su tranquila ensoñación. Demasiado para
relajarse. —Está bien. Aún no pica nada. —Y no picaría si él seguía
vadeando cerca de donde flotaba su boya—. Vamos a darle un poco de
tiempo.
Se colocó a su lado y volvió a lanzar el sedal, cruzándolo con el de
ella.
Ella le dirigió una mirada irritada, pero no dijo nada, simplemente
se apartó y arrastró el sedal unos metros. ¿Acaso aquel hombre ni
siquiera sabía pescar? ¿No era difícil meter la pata en la pesca?
—Así que... Miranda —dijo cuando ella hubo colocado el sedal—.
¿Estás disfrutando estar aquí, en la naturaleza con nada más que un
puñado de hombres grandes y sudorosos?
Se le pusieron los pelos de punta. Podría haber sido una pregunta
inocente, pero la forma en que la formuló le hizo pensar lo contrario.
—El viaje va muy bien —respondió secamente.
Asintió. —Bien, bien. —Hubo un momento de silencio, y luego la
miró de nuevo, la sonrisa de suficiencia en su rostro—. ¿Qué hombre en
particular tienes en mente?
Ella inmediatamente se volvió hacia él con irritación.
—¿Adónde va esto, Pete?
La mirada que le dirigió fue inocente. —No estoy seguro de lo que
quieres decir, Miranda. Solo te preguntaba si tenías un hombre favorito
con el que te gustara salir esta semana. Eso es todo.
¿Qué creía saber sobre ella y Dane? Los ojos de Miranda se
entrecerraron ante el director general de los jugadores.
—¿Qué te hace pensar que tengo un favorito aquí?
—Oh, no lo sé —dijo casualmente, arrastrando los dedos por el
agua y haciendo pequeños círculos que estaba segura que ahuyentarían
a cualquier pez restante—. Pareces el tipo de persona a la que no le
importaría tener a su lado a un hombre fuerte y atractivo que la hiciera
sentir hermosa y la colmara de atenciones. Para atender todas tus
necesidades...
Se puso rígida. ¿La había visto a ella y a Dane en el bosque?
—Y creo que eres de las que aprecian las ventajas de salir con un
director general. —Hizo una pausa y le dirigió una mirada expectante.
Miranda lo miró fijamente, tratando de descifrar sus
pensamientos. ¿Dane era director ejecutivo de algo? El único director
general de la semana era... Oh. Se echó a reír aliviada al darse cuenta
de a quién se refería.
Al oír su risa, Pete frunció el ceño. —¿Qué es tan gracioso?
Trató de sofocar la risa detrás de su mano, pero se le escapó una
risita. —Nada. Lo siento. No es gracioso. Simplemente no era lo que
esperaba, eso es todo.
Su mirada se volvió astuta. —¿Tal vez esperabas que mencionara
a Dane? Veo la forma en que babeas por él.
Eso calmó su risa. —No estoy babeando por nadie, imbécil.
—Oh, vamos. No creas que no te he visto acurrucándote con Dane
cada vez que puedes. Le sigues como un cachorro y estás pendiente de
cada una de sus palabras. Es bastante obvio que sientes algo por él.
Eso fue aleccionador. ¿Todos pensaban que sentía algo por él? Y
ella que pensaba que había sido tan astuta e inteligente esta semana,
tan cuidadosa de que Dane solo viera lo que ella le ofrecía. Se llevó la
mano al cuello con ansiedad.
Ahora que Pete había herido sus sentimientos, parecía estar un
poco alborotado.
—Si crees que tienes alguna esperanza de salir con nuestro
instructor solo porque es un gran jugador de hockey, estoy aquí para
desengañarte de esa idea —dijo, haciendo una mueca—. Le pregunté a
Dane abiertamente si estaba interesado en ti. Si iba a perseguirte. ¿Y
sabes lo que dijo?
Se le heló todo el cuerpo. De alguna manera, se había vuelto muy
importante para ella escuchar las palabras.
—¿Qué dijo? —Su voz sonaba muy tranquila a pesar del martilleo
de su corazón.
—Me dijo que te buscara si quería. Que no estaba interesado en
ti.
Miranda volvió a mirar el sedal, observando cómo se movía de un
lado a otro y sin preocuparse de si picaba algo en el otro extremo. Por
supuesto que Dane había dicho eso, si lo confrontaban. ¿Por qué no iba
a hacerlo? Y sin embargo... ¿realmente le había dicho a Pete que fuera
tras ella? ¿En serio? Aquello le dolía.
Como si se diera cuenta de que se había pasado de la raya, Pete
se adelantó y le puso la mano en el hombro para reconfortarla.
—Oye, Miranda, no intento hacerte daño. Solo intento que te des
cuenta de que puedes estar con alguien mejor que ese imbécil engreído.
Se tragó el nudo en la garganta y le dedicó una sonrisa escéptica.
—¿Te refieres a ti?
—Sí, yo —dijo, ofendido de que tuviese que señalar ese hecho—.
Soy multimillonario, sabes. Yo...
—Eres el director general de Hazardous Waste Games. Sí, lo sé —
lo interrumpió, después se volvió y sostuvo su caña de pescar en su
dirección—. Y aunque la oferta es muy dulce, Pete, no intento salir con
nadie en este viaje. Dentro de dos semanas empiezo una nueva vida y
no pienso dejar ningún equipaje atrás.
—Está bien —se apresuró a ofrecer—. Estoy totalmente dispuesto
a una aventura de una noche.
Puso los ojos en blanco y se volvió para irse. —Toma mi caña de
pescar, por favor. Necesito un poco de tiempo a solas. —La empujó en
su mano—. Creo que picó algo. —Ignorando sus gritos de sorpresa, se
agachó junto a un árbol y se adentró en el bosque. Necesitaba tiempo
para respirar. Tiempo para pensar.
¿Dane la utilizaba? Le había parecido ver verdadero interés en sus
ojos, pero ¿estaba ciega? ¿Era éste el segundo asalto de los retorcidos
juegos de Dane, nueve años después de haberle arruinado la vida la
primera vez?
La idea le revolvía el estómago, porque no podía saber qué
tramaba Dane.
11
Traducido por Aleja E
Corregido por Paltonika

Sucedió algo. Dane miró con el ceño fruncido a Pete cuando


regresó al campamento, con un pez gordo ensartado por las agallas en
un gran palo. El hombre parecía muy orgulloso de haber pescado por
fin un pez, pero también parecía... culpable. No quiso mirar a Dane a
los ojos mientras volvía al campamento.
Así que se acercó a Pete. — ¿Pescaste algo, por lo que veo?
—Sí —aceptó, y antes de que Dane pudiera siquiera pedírselo, se
sentó y empezó a preparar el pescado.
Bueno, eso era una mejora. Pete nunca hacía nada
voluntariamente. Dane miró hacia el bosque, buscando a Miranda.
Estaba oscureciendo y ella debería estar con Pete, pero no había ni
rastro de ella. —¿Dónde está tu compañera?
Los delgados hombros de Pete se encogieron de hombros. —Se fue
a dar un paseo. —Cuando Dane siguió observándolo con el ceño
fruncido, Pete añadió—: Estaba de mal humor. No le pregunté. Ya sabes
cómo son las mujeres.
No solo era sexista, sino injusto con Miranda. Había tenido
buenas razones para enfadarse con Pete las veces que lo había hecho.
Se cruzó de brazos y decidió esperar. Podía ser que algo le hubiera
sentado mal al estómago y estuviera enferma, y quería estar en el
bosque lejos del entrometido Pete. Eso podía entenderlo.
Mientras echaba otra rama al acogedor fuego, se volvió y miró a
los demás en el campamento. Steve le estaba enseñando a Jamie cómo
amarrar el refugio correctamente, pero ya estaba terminado por esa
noche, incluso con un acogedor refugio lateral para Miranda. George y
Will habían atrapado una ardilla en una de las trampas y Will estaba
ocupado limpiando la presa. Su pequeño campamento estaba ocupado
y productivo. Excepto Miranda, que había huido al bosque.
Decidió esperar unos minutos más para ver si volvía. Así que
recogió leña, respondió a las preguntas de Steve (que siempre tenía más
preguntas) y merodeó por el campamento mientras preparaban la cena.
Pete silbó una melodía molesta y desafinada mientras terminaba de
escamar el pescado y lo trenzaba con un palo para asarlo al fuego junto
a la ardilla. Tenían algunas pacanas y verduras de diente de león para
acompañar la pequeña comida, y los ánimos estaban caldeados.
Cuando la comida estuvo lista y oscureció en el campamento, los
hombres lo miraron expectantes. —¿Deberíamos esperar a Miranda
antes de comer?
—Las porciones son terriblemente pequeñas para siete personas
—señaló Pete servicialmente—. ¿Tal vez ya comió algo y deberíamos
seguir sin ella?
Esa pequeña mierda. Una parte de él quería mandar a Pete a la
mierda, y que si tocaba la parte de Miranda de la comida, lo ensartaría
en el fuego. Pero eso no lo convertiría en un gran maestro, ¿verdad?
Frunció el ceño, se acercó a la mochila y sacó el localizador GPS.
Lo encendió e introdujo el código de la pulsera de Miranda, que empezó
a sonar en su radar.
—Coman sin nosotros. Voy a ver cómo está Miranda y a
asegurarme de que todo va bien.
El canoso George se levantó de inmediato y se puso al lado de
Dane. —Iré contigo, por si se ha hecho daño y necesitas ayuda.
—No —dijo Dane rápidamente, pensando en sus últimas citas con
Miranda. Ella lo había sorprendido de la nada en repetidas ocasiones y
se había abalanzado sobre él. Tal vez éste era otro de sus jueguitos
sensuales. Lo último que quería era que George volviera a encontrarse
con Miranda intentando seducirlo en el bosque—. Seguro que puedo
encontrarla. No te preocupes por nosotros. Si necesito ayuda, llamaré
por radio a la base. Vayan a comer. No se preocupen por Miranda.
George asintió y volvió al fuego, y Dane se adentró en el bosque,
siguiendo a Miranda.
La halló poco después, a unos dos kilómetros del campamento,
sentada sola en un tronco caído. Aunque el cielo se estaba oscureciendo
y las estrellas se habían apagado, había luz suficiente para ver gracias a
la luna creciente que se filtraba entre los árboles y a la linterna que
llevaba en la mano. Podría haberla encontrado sin la linterna, pero así
tendría la oportunidad de verle llegar y no asustarse.
Miranda no estaba asustada. Cuando se acercó a ella, parecía
enfadada. —Miranda, ¿estás bien?
—Bien —dijo, con una voz extrañamente plana. No sonaba bien.
—¿Te lastimaste algo? ¿Te mordieron? —Señaló con la linterna
hacia atrás por donde había venido—. Los otros te estaban esperando
en el campamento.
—Necesitaba despejarme —dijo ella, y no ofreció más. Dane
frunció el ceño y apagó la linterna.
—¿Despejarte? ¿Por qué? —La observó inclinar la cabeza hacia
un lado, como si pensara en su respuesta y en cómo iba a responder.
Al cabo de un momento, ella emitió un largo y cansado suspiro.
—Es complicado, Dane. Muy, muy complicado. —Sonaba tan
abatida que él sintió unas ganas ridículas de ir a consolarla. Miranda
no necesitaba consuelo, ¿verdad?
—¿Tan complicado que no puedes hablar conmigo? —Por alguna
razón, eso no le gustó. Miranda no necesitaba protección, pero mientras
estaba aquí, era su responsabilidad, y no le gustaba verla preocupada.
Le gustaba ver esa sonrisa juguetona en su cara. Ahora no la tenía, y
no se había dado cuenta de cuánto le había gustado verla. Así que se
acercó a ella y le puso un dedo bajo la barbilla, obligándola a levantar la
cara—. Oye —le dijo suavemente—. Puedes hablar conmigo.
Ella soltó una pequeña y quebradiza carcajada. —¿Puedo, Dane?
—Por supuesto —dijo él, un poco dolido—. Puedes confiar en mí.
Otra risa sin gracia se le escapó con eso.
—¿Qué tiene tanta gracia?
—Nada —dijo con un suspiro, poniéndose de pie y limpiándose
los pantalones cortos—. Solo me río de mí misma, en realidad.
Avanzó y le puso una mano en el brazo.
—Miranda —dijo, rozando con el pulgar la piel desnuda de su
brazo—, nadie se te está acercando incorrectamente, ¿verdad? ¿No te
están acosando? —Recordó que Pete le había agarrado los pechos “por
accidente” y apretó la mandíbula con fuerza. Cliente o no cliente, si ese
pedazo de mierda había intentado algo...
—No —respondió con voz suave—. No pasa nada. Es solo que
mentalmente no estoy del todo bien hoy. —Palmeó su brazo—. En serio.
No es nada.
Decidió hacerla sonreír. —Es porque me extrañaste, ¿verdad? —
Estiró su mano y le tocó la barbilla—. ¿No podías soportar la idea de
estar lejos de mí durante un par de horas, y pasar tiempo con Pete fue
suficiente para hacer que te pongas triste?
Se rió, y él sintió que su boca se torcía en una sonrisa genuina.
Su pulgar rozó el labio de ella, y un largo y silencioso momento pasó
entre los dos. —¿Ves? No es tan malo estar conmigo —bromeó.
Aquello pareció devolverle la sobriedad. Frunció el ceño. ¿Estaba
enfadada con él por alguna extraña razón? La última vez que habían
tenido un momento a solas, ella se había tumbado en la hierba después
de hacerle la mejor mamada de su vida. Parecía contenta y un poco
satisfecha de sí misma. Miranda lo había vuelto loco últimamente. ¿Qué
le había hecho cambiar de opinión?
Antes de que pudiera seguir preguntándoselo, ella se levantó, le
agarró las orejas y tiró de él hacia abajo. Su boca devoró la suya en un
beso salvaje, su lengua penetró en la boca de él.
Entonces, ¿Miranda estaba excitada? Prácticamente cada vez que
lo veía solo, lo atacaba. La mujer tenía una libido asesina.
Aun así, a caballo regalado no se le miran los dientes. La rodeó
con los brazos y le puso las manos en la cintura, luego le agarró el culo
y la atrajo hacia sí. Su lengua empujó contra la de ella, una compañera
dispuesta.
Su beso se interrumpió con un gruñido bajo y ella lo miró a la luz
de la luna durante un largo instante.
—Yo empecé esto, Dane. Y voy a ser yo quien lo termine. ¿Me
entiendes?
¿Qué demonios decía? —En realidad no —dijo él con una media
sonrisa—. ¿Quieres explicarme?
—No —dijo—. Vamos a hacer esto según mis reglas. —Y lo atrajo
para darle otro beso abrasador. Sus manos fueron a la parte delantera
de sus pantalones cortos.
Su polla dio un respingo. —¿Quieres hacer esto ahora?
Ella le dio otra sonrisa maliciosa. —¿Te acobardas?
—Por supuesto que no —dijo, y la atrajo hacia sí para darle otro
beso abrasador. Quería arrancarle la sonrisa burlona de la cara, hacer
que su expresión cambiara de la intensidad casi furiosa a la suavidad.
Ver cómo abría la boca y escuchar los suaves ruiditos que hacía en la
garganta cuando la tocaba. Así que Dane siguió besándola, lamiéndole
la boca con la lengua.
La mano de ella se deslizó por la polla dentro de los calzoncillos,
frotando su longitud de un modo que hizo que todo su cuerpo se
encendiera de necesidad. Él gimió contra su boca, atrapando su mano
justo cuando ella le rozaba el saco con la punta de los dedos.
—Hoy estás un poco salvaje, ¿verdad?
Sonrió contra su boca, y luego pasó la lengua por el labio inferior.
—He oído que le gusta lo salvaje, señor Croft.
Alguna vez le gustó. El flirteo de Miranda lo volvía loco. Cuando
los dedos de ella volvieron a apretarle el saco, él gimió y la atrajo hacia
sí, girándola para que su espalda quedara apoyada contra su estómago.
Sus manos sujetaron las caderas de ella contra las suyas, se inclinó y le
susurró al oído.
—¿Qué le parecería si invirtiera la situación, señorita Wild?
—Vaya, creí que nunca lo preguntarías —ronroneó.
La mano de Dane rozó sus pechos. Los pezones se le erizaban
bajo la camiseta y él los acarició con un suave roce de sus dedos. Ella
inhaló con fuerza y él se inclinó y le besó el cuello, que estaba
ligeramente húmedo de sudor. Le encantaba cuando estaba sudada,
con la piel ligeramente húmeda por el esfuerzo. Cuando ella se arqueó
hacia su mano, él le acarició el pezón un momento más antes de rozarlo
más abajo. Llevó la mano a la cintura de los calzoncillos y rozó con los
dedos el borde de la tela, provocándola.
Miranda se retorció entre sus brazos, como ansiosa de que la
tocara. La mano de ella se curvó hacia atrás, acariciando la corta mata
de pelo de él. —¿Vas a tocarme o no?
Le mordisqueó un lado de su cuello.
—Depende de cuánto lo necesites.
Su otra mano se deslizó entre ellos y él sintió que rozaba de nuevo
la dura longitud de su polla. —Parece que no soy la única que lo
necesita —bromeó—. Estás tan duro como el hierro.
Dane gimió ante su toque. —Sí.
Se zafó de sus brazos y se volvió hacia él con una mirada traviesa.
—Te puedo ayudar con eso.
—¿Puedes?
Se arrodilló, le bajó los pantalones y le sacó la polla de los
calzoncillos. Un segundo después, se la estaba metiendo en la boca y su
lengua caliente y húmeda acariciaba la parte inferior de la polla, a lo
largo de la gruesa vena. Se estremeció con fuerza y se llevó la mano al
pelo. Tendría que decirle que parara, volver a tomar el control, volver a
estrecharla entre sus brazos y acariciarle los pezones. Pero entonces la
mano de Miranda le acarició el saco mientras lamía la cabeza de su
polla, mirándolo con un brillo burlón en los ojos.
Y se olvidó de todo.
Cuando ella se la metió hasta el fondo de la garganta y empezó a
tararear, él gimió y empezó a penetrarle la boca. Estaba creciendo
rápido y con fuerza, y no iba a durar mucho. Miranda parecía saberlo, y
lo alentaba con sus dedos bailando sobre sus bolas.
—Miranda —dijo entre dientes—, puede que quieras alejarte si…
Se abalanzó sobre él, metiéndoselo hasta la garganta y tarareando
más fuerte. La vibración de sus cuerdas vocales le hizo sentir toda la
polla bañada en sensaciones.
Él se corrió, expulsando esperma caliente por el fondo de su
garganta. Ella siguió acariciándole el saco mientras él se recuperaba de
su breve y violento orgasmo. Cuando terminó, lo miró con expresión
traviesa y se limpió la comisura de los labios.
—Me temo que no aguantas mucho.
Atrevida. Él volvió a subirse los calzoncillos y, cuando ella se
levantó, la cogió en brazos. —No tan rápido. El cambio es juego limpio.
—Sus manos se dirigieron a sus calzoncillos y empezó a
desabrochárselos.
Ella se puso rígida en sus brazos por un momento, luego se relajó
y le ayudó a bajárselos por las piernas. Rápidamente le siguieron las
bragas, la empujó contra él y se arrodilló, enterrando la boca en su
húmedo coño. Ella dio un grito de asombro y luego enroscó los dedos en
su pelo, su cuerpo se estremeció cuando la lengua de él se introdujo en
la raja de su coño y acarició su clítoris.
Quería hacerla correrse tan rápido y tan fuerte como él. Le metió
una mano entre las nalgas y recorrió con los dedos la costura de su
sexo, para luego hundir un dedo en su húmedo interior. Su lengua
seguía jugueteando y chupando su clítoris, implacable y decidida.
Miranda se estremeció contra él y luego oyó cómo se le
entrecortaba la respiración en la garganta, cómo las uñas de ella se le
clavaban en el cuero cabelludo, ásperas, y cómo se corría en un
torrente húmedo y salado contra su lengua.
Le dio un último y satisfactorio lametón en el clítoris, saboreando
su gusto, y luego la miró y sonrió. —¿No tienes mucho aguante?
Ella soltó una carcajada aturdida, sin tensión en el rostro.
—Supongo que no.

***

Durante los dos días siguientes, no tuvieron oportunidad de


pasar tiempo a solas. Miranda empezaba a inquietarse: cada vez que se
escapaban al bosque, alguien los seguía. No habían podido hacer más
que robar un beso o dos, y Miranda empezaba a sentirse nerviosa.
Después de todo, iba a ser difícil mantener el interés de Dane si no
podían acostarse. Así que se esforzaba por lanzarle miradas de deseo y
dejar que sus dedos se posaran en él cuando tenía la oportunidad. No
es que tuviera que esforzarse mucho para mirarlo con nostalgia, estaba
deseando volver a tener sexo.
El sexto día se dedicó a la formación de equipos y a los ejercicios
en equipo. Brenna volvió a aparecer en su quad y trajo más accesorios,
y organizaron carreras de obstáculos y rompecabezas que no podían
resolverse sin la ayuda de todos los miembros del equipo. De nuevo
hubo desafíos y el premio del campamento de recompensa.
Su equipo perdió. Para cuando volvieron al último campamento
designado y encendieron de nuevo el fuego, estaban agotados y
acurrucados en sus respectivos refugios. Miranda no se acercó a Dane
esa noche en absoluto, recordando lo que Pete había dicho sobre ella
acurrucándose con Dane una y otra vez. Otra noche más de celibato
forzado. Miranda se acostó con la esperanza de que Dane empezara a
sentirse tan frustrado sexualmente como ella.
El último día amaneció lluvioso y húmedo, y con él llegó una
extraña sensación de ansiedad por parte de Miranda. Era su última
oportunidad de “enganchar” a Dane Croft. No estaba preparada, pensó
mientras desmontaban el campamento mientras la lluvia caía sobre
ellos, el cielo gris y el suelo bajo sus pies resbaladizo y húmedo.
Una vez que el campamento volvió a estar inmaculado, Dane los
reunió a todos.
—Todos han aprendido mucho esta semana, y estoy orgulloso de
ustedes. Tienen una tarea más para hacer. Voy a enviarlos al desierto
solos hasta mañana y veremos cómo lo hacen.
Miranda se cruzó de brazos, mirándolo mientras les daba una
charla de ánimo sobre el último día. Sabía de qué se trataría: saldrían,
construirían un refugio, encenderían un fuego, cenarían, demostrarían
sus habilidades y volverían a casa con una cinta azul. A principios de
semana tenía otros planes para ese día: seducir a Dane en su pequeño
campamento y hacerle fotos desnudo. Pero le habían confiscado la
cámara y llevaba toda la semana acostándose con el objeto de su
venganza.
Y le gustaba. Y él. Y no sabía qué pensar al respecto. Todavía
podía poner en práctica el plan de venganza, por supuesto. Burlarse de
él, invitarlo a su campamento, y luego averiguar si había enganchado a
Dane lo suficiente como para poner en marcha la siguiente fase de su
venganza. De lo contrario, todo esto era en vano.
En vano no, enmendó sonrojada, pensando en todas las veces que
se había quedado floja de éxtasis en sus brazos esta semana. En todo
caso, este loco experimento de venganza le había demostrado algo muy
importante: que, después de todo, era sexual y que el problema no
estaba en ella. Eso la hizo sentir un inmenso alivio. Si podía tener un
orgasmo con su némesis, seguramente podría tenerlo con un novio
normal.
Extrañamente, pensar en enemigos y venganzas la incomodaba.
Se movió sobre sus pies y se abrazó, prestando solo media atención a la
conferencia que Dane les daba. Los demás se lo estaban tragando, pero
ella no pensaba demostrar sus habilidades. Pensaba quedarse a solas
con Dane y seducirlo. Hacía dos días que le había enseñado a hacer
nudos y, mientras le mostraba los nudos apropiados para atrapar, se le
habían puesto duros los pezones por razones que no tenían nada que
ver con atrapar. Algo en la forma en que había tensado la cuerda y se la
había tendido la había mojado al instante.
Él también lo había notado, la mirada acalorada volvía a sus ojos.
Pero lo único que había hecho era pasarle la cuerda y no decir nada
más.
Ella sabía que tenía un conflicto, que Colt y Grant se lo comerían
vivo si descubrían lo que estaban tramando. Ese pensamiento la hizo
sentirse incómodamente culpable, pero lo apartó a un lado. La culpa
era para los débiles, y por fin iba a conseguir lo que quería, aunque
para ello tuviera que pasar por encima del hombre con el que se
acostaba. Lástima que la distrajera tanto. Pensó en su cuerpo desnudo,
resplandeciente a la luz de la luna, todo músculos duros y esa increíble
hendidura en la cadera por la que siempre deseaba pasar la lengua...
—Aquí tienes, Miranda —dijo Dane, apareciéndole delante. Ella
parpadeó y cogió automáticamente lo que él le tendía. Era un paquetito
con un trozo de papel plastificado bien envuelto y lo que parecía una
especie de muñequera.
Enarcó una ceja.
—¿Escuchaste lo que decía? —preguntó pacientemente.
—Umm, más o menos —replicó con una media sonrisa—. ¿Otro
repaso?
Se rio y le sacó la muñequera, jalando su brazo y ajustándosela
alrededor de la muñeca. —Es para que pueda encontrarte si te pierdes.
—Le entregó el papel plastificado—. Es tu mapa. Vas a estar en el
campamento seis esta noche. Tienes que encontrarlo e instalarte. Me
pasaré más tarde para ver cómo estás.
—Oh, por supuesto —dijo apresuradamente—. Lo siento. Creí que
estabas hablando de otra cosa. Campamento seis. Sí. Entendido. —
Dios, estaba balbuceando—. Gracias.
Se miraron el uno al otro por un momento, y luego hizo un gesto
hacia el bosque con una sonrisa perezosa. —¿Te vas o te quedas aquí
todo el día?
Ella miró a su alrededor pero, efectivamente, casi todos los demás
se habían echado las mochilas al hombro y se dirigían al bosque. Miró a
Dane y luego al bosque. —¿Vas a, umm... a encontrarme?
Él la miró con mucha calma y luego pareció escudriñar el bosque,
como si ella le hubiera preguntado por una dirección en lugar de por un
punto de encuentro. Un rápido vistazo mostró que Pete merodeaba por
el campamento, obviamente esperando para hablar con ella. Suspiró.
Steve se separó inmediatamente de los demás y empezó a trotar hacia el
bosque, ansioso por empezar a andar por su cuenta. Los demás estaban
igual de ansiosos. Pete no. Parecía que quería esperar a Miranda, su
nueva mejor amiga.
Hasta aquí lo de invitar a Dane a su campamento esta noche. Ella
lo miró. —Sabes dónde estaré —dijo con una voz suave, esperando ser
seductora—. Omitiré las bragas.
Y con eso, se dio la vuelta y salió del campamento, en dirección a
los árboles, armada con su pequeño mapa. El campamento seis estaba
al otro lado de dos arroyos y sobre una colina, una caminata bastante
larga para ella. Eso estaba bien; en la última semana había descubierto
que le gustaba mucho caminar.
Pete se quedó atrás un momento y, cuando Miranda avanzó, le
enseñó su mapa.
—Estoy en el campamento tres, Miranda. ¿Dónde estás?
Dios, era molesto. En la última semana, Miranda había aprendido
a apreciar no tenerlo en su vida. Era muy molesto y no parecía darse
cuenta. También era pegajoso y trataba de ir con ella a todas partes.
—Me tocó el seis —contestó al cabo de un momento, agradeciendo
a los poderes fácticos los campamentos adicionales entre los suyos. No
quería ser su vecina.
Él parecía cabizbajo ante la idea. —El campamento seis está en el
extremo más alejado del mapa.
—Eso es una mierda —mintió. En realidad no lo era tanto. ¿Dane
le dio el campamento más privado a propósito? ¿Iba a encontrarse con
ella esta noche?
Pete señaló el bosque. —¿Quieres recorrer el mismo camino hasta
que llegamos al arroyo?
Al menos, sería la última vez que tendría que enfrentarse a él. Así
que esbozó una alegre sonrisa y ni siquiera miró a Dane.
—Claro que sí, Pete.
12
Traducido por Larosky_3 & florbarbero
Corregido por *Andreina F*

Se deshizo de Pete al otro lado del arroyo. Se había ofrecido a


seguirla a su campamento y ayudarla a instalarse, pero la ofendió que
pensara que necesitaba su ayuda no solicitada y lo ahuyentó con unos
comentarios alegres de que debería armar su propio campamento. Le
alegró que se fuera. Pete era demasiado, demasiado ansioso, demasiado
parlanchín, demasiado todo. Era un buen tipo, lindo de una forma rara
y acomodada, pero su mente estaba concentrada en Dane. El silencio
dejado por la partida de Pete era agradable. Sin él en su oído dándole
charla, podía relajarse y disfrutar del día. Ya no iba a estresarse por
Dane. Si aparecía esta noche, genial. Si no, no pasaba nada. Si no
podía mantenerlo interesado lo suficiente para llegar a la fase dos de su
venganza, entonces no estaba destinado a ser.
Agarrando un pedazo de leña, se reprendió a si misma por el
pensamiento.
Cielos, ¿de dónde había venido la actitud liberal? Había venido
aquí para destruir a un hombre en la forma más despiadada. Lo usaba
descaradamente para sus propios fines. ¿Cuándo pasó de “destruir a
Dane y todo lo que toca” a “oh, bueno, será lo que tenga que ser”? Eso
no serviría.
Se detuvo un minuto, viendo las fotos en esa horrible página de
internet con un pobre gif diciendo “Casanova”. Las miradas que recibió
en el pueblo. Las risas disimuladas. Las conversaciones incómodas en
las reuniones del pueblo. La crisis nerviosa de su madre. El viejo dolor
tan familiar empezó a arder en su vientre, llenándola de un furioso
recordatorio de lo que hacía allí.
Se encontraba ahí para destruir a un hombre. Así que terminó
acostándose con él. No significaba que debiera cambiar de dirección. Y
no significaba que tenía que sentir algo por él.
No sentía nada.
No sentía nada.
No podría.
Regañándose por lo pensamientos traicioneros, recogió un par de
ramas parecidas mientras caminaba. Su campamento era fácil de
hallar: era un espacio agradable y despejado con una pequeña bandera
roja clavada al suelo. El arroyo se hallaba a corta distancia, los arboles
eran altos, y el área se encontraba aislada. Agradable. Dejó la madera y
su mochila en el piso, y se puso a trabajar. La primera tarea sería hacer
el fuego. Cuando ya lo tuviera podría empezar la siguiente: un refugio.
Ese sería un proyecto más difícil, ya que debía ser lo suficientemente
grande para dos personas. Por las dudas. La comida era lo último en la
lista de prioridades, probablemente incluiría dejar el campamento y ella
se quería quedar alrededor, en caso de que Dane apareciera.
Cuando apareciera, se corrigió. Había dicho que vendría a ver
cómo iba el día de supervivencia. Todavía no hay señales de él, pensó
en tanto dejaba la madera en una pila para el fuego, pero era temprano.
Después de una hora de trabajo duro había hecho un fuego con
un huso y un arco y estaba extrañamente complacida de poder hacerlo.
No siempre podías crear fuego frotando dos palos, pero hoy había
podido hacerlo, y era un buen inicio. ¿No estaría Dane impresionado?
Lo alimentó con más astillas para crear una llama y cuando estuvo
lindo y saludable, le agregó un par de pequeños troncos. Luego se puso
a trabajar en el refugio. Se tomó su tiempo, la tarea requería mucho
esfuerzo, muchas caminatas, y cuidar del fuego.
Primero tenía que construir la base y atarla. Cuando estuvo
sólido, hizo un enrejado con pequeñas ramas en un lado para crear un
rompe vientos, y luego siguió agregándole ramas, poniendo tierra en el
piso para asegurarse de que nada se pudiera meter por debajo. Después
se puso a hacer una cama con suaves ramas de pino, y extendió su
sudadera de repuesto sobre estas. Cuando estuvo todo hecho, se puso
de pie y se limpió la frente, agotada y sorprendida de cuanto la había
cansado la tarea.
Todavía había mucho para hacer, tenía que atrapar la comida o ir
a buscarla, hervir agua para la cantimplora, juntar más leña para el
fuego… Observó al arroyo, luego al sol, bajo en el cielo. Haría todo eso
luego de darse un buen baño. Si Dane aparecía (cuando, se corrigió) no
quería estar sudada y exhausta. Quería estar fresca y sexy.
Se desnudó y se dio un rápido chapuzón en el arroyo, dejando
que el agua refrescara su espíritu y aliviara sus músculos adoloridos.
Se vistió rápidamente con su último par de bragas lindas y limpias, su
último sostén: un delicado fondo rosa bordeado con encaje negro, lo
suficiente para hacerlo femenino con un lado travieso. Un rápido vistazo
al campamento le dijo que la comida no iba a aparecer mágicamente,
así que suspiró y agarró un palo que serviría como caña de pescar. El
arroyo había tenido un par de áreas más profundas sin mucha
corriente, con ramas colgando sobre ellas, las cuales serían un lugar
perfecto para los peces. Ahí tendría la mejor suerte.
Pescó durante dos horas (yendo frecuentemente al campamento
para controlar la fogata) pero para el atardecer, no había atrapado
nada. Bueno, comería al día siguiente.
No importaba, la verdad. Podía sobrevivir por su cuenta, tenía
fuego, refugio, y podía comer hierbas y nueces. Tenía agua para beber,
y fuego para hervirla. Ya se había establecido. Se preguntó si los demás
estudiantes habían tenido tanto éxito como ella. Luego de un momento,
sonrió tristemente y decidió que probablemente lo habían tenido. Dane
era un buen profesor.
Cuando volvió al campamento, se arrodilló junto al fuego y
acomodó la leña. Los arbustos detrás de ella crujieron. Miranda se giró,
sobresaltada. Dane finalmente…
Pero no. Para su sorpresa, Pete salió del bosque, sudoroso y
despeinado. Una mancha de suciedad le cruzaba una mejilla, y sostenía
un pez ensartado a través de una pequeña rama, llevándolo hacia su
campamento.
Bueno, demonios. Miró a su alrededor inquietamente. ¿No iba a
venir Dane? ¿Iba a tener que entretener a Pete toda la noche?
—Hola, Miranda —dijo Pete alegremente—, te traje un pescado.
—¿Qué estás haciendo aquí, Pete?
Se veía confundido de que no lo recibiera más felizmente.
—Te traje un pez. —Y lo levantó en el aire como si no fuera
obvio—. Solo en caso de que no hubieras podido atrapar uno propio.
Irritación pasó por Miranda, pero rápidamente la controló. Él
tenía buenas intenciones, incluso si la insultaba con todo lo que hacía.
—Gracias, Pete, pero estoy bien. No quiero tu pescado. Se supone que
debemos sobrevivir solos, ¿recuerdas? Sin ayuda de otros.
Pareció sorprendido por la reprimenda, como si nunca se le
hubiera ocurrido que debía hacer las cosas solo, o que ella era capaz de
arreglárselas por sí misma.
—Oh. Ya veo. Bueno, pensé que ayudaría. —Le dio una mirada de
cachorro lastimado—. Lo siento, Miranda.
Ella suspiró y forzó una sonrisa. —Es muy dulce, Pete, ¿Pero no
crees que deberías volver a tu campamento con ese pescado antes de
que pase Dane? Quieres pasar el curso.
—Oh, ya pasó —dijo Pete casualmente—, creo que ya pasó por
todos los demás también.
—¿Sí?
Le dio una mirada de complicidad. —Miranda, no soy estúpido.
Ya sé lo que está pasando entre ustedes dos. Creo que ambos sabemos
cuál va a ser la última parada de Dane.
El corazón le latía rápido, su aliento desaparecía. —¿Qué quieres
decir?
Le dirigió una mirada irónica.
—Vamos, Miranda. Te vi a ti y a Dane escabulléndose para estar
juntos esta semana, y he estado observando como lo miras. Solo quiero
decirte que terminarás con el corazón roto. No está interesado en una
relación.
La constricción en su pecho se aflojó un poco, y sentía ganas de
reír.
¿Eso le preocupaba? ¿Qué Dane pudiera usarla y necesitara un
caballero blanco? Generoso de su parte, pero completamente incorrecto.
Era ella quien lo usaba.
—Eso es muy lindo de tu parte, Pete, pero soy una chica grande.
Puedo cuidarme sola.
—No está bien —dijo Pete con un toque de terquedad en su voz—,
él no debería dormir con clientes. Estoy casi decidido a decirles a sus
socios lo que estuvo haciendo.
La alarma recorrió su cuerpo. No podía hacer eso. Si alguien iba a
arruinar la carrera de Dane, iba a ser ella, maldita sea. Y la sola idea de
que Pete estropeara las cosas le crispaba los nervios.
—Pete, por favor —dijo suavemente—, preferiría que no lo supiera
nadie más que nosotros.
No se veía convencido.
—¿Por mi bien? —dijo, encendiendo el encanto y adelantándose
para tocar su brazo. Sacudió un poco el cabello, deseando mentalmente
poder pegarle en el rostro por sugerir algo así.
La miró y lamió sus labios, luego suspiró. —No voy a decir nada,
Miranda. Es que… ojalá estuvieras interesada en mí, no en él.
Sonrió y se inclinó hacia adelante, besándolo impulsivamente en
la mejilla. —Ojalá.
Él volteó la cabeza para besarla.
Ella retrocedió. Hasta acá llegó su buena voluntad. Se alejó y
sonrió tensamente. —Deberías volver.
Tuvo la decencia de parecer avergonzado. —Me voy.
Con los brazos cruzados, lo vio dejar el campamento, cargando
todavía el pescado. No lo extrañaría cuando terminara la semana. Dane
es el único a quien extrañaría.
El pensamiento la dejó sin aliento.
¿Extrañar a Dane?
Ridículo. Se encontraba ahí para destruir al hombre.
¿En serio?, dijo la Miranda buena en su mente. Porque pareces
más interesada en dormir con él que en vengarte.
Diablos. Odiaba a la Miranda buena. Especialmente cuando eso
sonaba más cercano a la verdad de lo que le gustaba. Confundida por
sus sentimientos, se acercó al fuego y tiró otro tronco dentro.
¿Le gustaba Dane? ¿De verdad? ¿O solo le gustaba jugar con él?
¿Dónde había ido el odio? Parecía haber estado rebosante de éste al
principio de la semana, y aún así ahora no era capaz de convocarlo. No
había duda de que ambos eran compatibles juntos, cada vez que la
tocaba, todo su cuerpo explotaba de sensaciones, cada terminación
nerviosa cantaba de placer. Sin duda sabía tocarla y lo que quería en la
cama. Pero las relaciones no se construían de eso, y ella no quería una
relación con el hombre. Quería que se arrepintiera por lo que le había
hecho hace nueve años, y luego sacudir el polvo de este pequeño y
molesto pueblo de su bota. Quería dejar a las tetas de Bluebonnet
detrás. Quería una vida que no involucrara a Dane Croft.
¿O no?
Y sin embargo... se quedó mirando el campamento a su alrededor.
Había trabajado duro esta tarde para hacer el campamento perfecto. Su
fuego rugía, su refugio hecho, y él no le encontraría ningún defecto.
Había tratado extra esta semana para que no pensara que era vaga.
Nunca se había quejado, incluso cuando se hallaba cubierta de sudor.
Quería gustarle, también.
Gustar no, se corrigió con un guiño. Que la respetara, ¡no gustar!
Si la respetaba, la venganza dolería más.
Un brazo cálido la envolvió desde atrás, y una boca caliente besó
el costado de su cuello.
Gritó, asustada.
—Estás perdida en tus pensamientos —comentó Dane entre
mordiscos.
Su cuerpo se estremeció de placer por el toque, y tuvo que
detenerse de recostarse contra su abrazo.
—Solo pensaba en esta semana —dijo tontamente—, lamento no
haber prestado atención.
—Y yo que pensé que buscabas nuevas formas de emboscarme —
dijo, sus ojos brillando con la luz del fuego—, pero obviamente no, ya
que te asusté.
—Pensé que eras Pete —admitió.
Se puso rígido contra ella y la giró para enfrentarla. La expresión
juguetona se había ido, remplazada por una mirada enojada y posesiva.
—Miranda, ¿te estuvo molestando otra vez? Dilo e iré a retorcerle el
cuello…
—¿Qué? No, estoy bien.
Gruñó bajo en su garganta, su mano apretando posesivamente su
cabello. —Estuve viendo la forma en que te mira. Dímelo y haré que lo
lamente.
Curioso, Pete había estado hace poco en su campamento diciendo
lo mismo de Dane. Le dio una débil sonrisa.
—Está bien. Puedo manejarlo. —Trató de ignorar la emoción que
le dio su actitud protectora y celosa. No le importaba, ¿recuerdas? No le
importaba. Todo era parte de su plan maestro—. Además, no puedes ir
a darle una paliza. Es un cliente.
—No me importa —dijo Dane entre dientes—, si necesitas que le
dé una paliza, lo haré.
Eso era… dulce. Sonrió y giró la cabeza para un beso corto y
caliente. —Estoy bien —repitió—, así que, ¿estás aquí para revisar mis
cosas?
La mano de él se deslizó hacia su culo, ahuecándolo y atrayendo
su cuerpo contra el suyo. —¿Exactamente qué cosas tienes en mente?
Sus brazos se enroscaron alrededor de su cuello y le dio una
sonrisa coqueta. —Mi fuego, por supuesto. Trabaje muy duro para darle
la chispa justa.
—A mí me parece que está ardiendo con fuerza —murmuró, sin
dejar de mirar su rostro—. ¿Debería revisarlo?
—¿Qué? —dijo, girando en sus brazos y dándole una mirada
juguetona—. ¿No vas a aprobarme solo porque estamos teniendo sexo?
Sonrió. —No, tu campamento necesita ganarse su nota. Y eso
significa que me tienes que mostrar tus cosas. —Le dio una palmada en
el trasero—. Tus cosas calientes.
Una risita femenina se escapó de su garganta y se alejó.
Ahora que había salido de sus brazos, él se acercó al refugio,
inspeccionando la forma. —Nada mal, nada mal.
—Hay ramas en el suelo para hacerlo más cómodo —espetó—, y
compacté la tierra alrededor del piso para que no entre la brisa. —Por
alguna razón se sentía ansiosa por complacerlo, mostrarle que había
prestado atención en la semana. Que no era como Pete. Que era alguien
a quien podía respetar.
—Muy agradable —dijo.
—También tengo una linda fogata —agregó—, aunque no hay
peces. Unas pocas nueces y dientes de león como hierbas. —Señaló a la
comida que había a un lado, en un plato hecho a toda prisa de unas
tiras largas de corteza que había lavado—. ¿Hambre?
—Mucha —dijo, sonriendo, y sus manos volvieron a su cintura,
trayéndola cerca.
—Por alguna razón, creo que ninguno está hablando de comida —
dijo suavemente, su mirada deslizándose de la curva de sus labios, a
las cicatrices que le daban ese aire libertino.
Como si le leyera la mente, la jaló y la atrajo para un beso, su
lengua acariciando profundamente entre sus labios entreabiertos. Eso
la hizo pensar en el sexo, y jadeó como respuesta a los impulsos de su
cuerpo. Su lengua volvió a empujar dentro de su boca y acarició la
lengua de ella, los toques suaves le hacían cosquillas y temblar de
deseo. Nadie besaba como Dane, como si tuviera todo el tiempo del
mundo para no hacer nada salvo besarla y todo su objetivo era devorar
su cuerpo. Esa era una de las cosas que más le gustaba de él, su
atención devota hacia su placer, y cómo tomaba el mando asegurándose
de que llegara al orgasmo antes que él. Había dejado a otros novios a
cargo en la cama antes, pero habían dudado, preguntándole qué quería.
Ella no sabía que quería la mayor parte del tiempo, pero Dane parecía
saberlo instintivamente, y usaba eso para tocar su cuerpo como un
violín.
Y eso le gustaba. Un montón.
Su lengua acarició en su boca de nuevo, y rozó la suya contra
ella, devolviéndole la caricia. Podía sentir cada caricia, y cada una le
recordaba a la boca de él en su coño, su polla empujando en su interior,
y se humedeció más y más con cada estocada de su lengua, hasta que
sus caderas se retorcieron contra las de Dane. Le rodeó el cuello con los
brazos y levantó una rodilla. Él la agarró y la acercó duramente, tirando
de la cuna de sus caderas contra la gruesa punta de su erección.
Solamente la sensación de eso contra su sexo la hizo gemir de deseo. Lo
necesitaba dentro de ella. Profundo, duro, sumergiéndose…
Con una última lamida burlona, Dane rompió el beso y la miró,
apartando un mechón de cabello de su mejilla mientras ella se aferraba
a él. —Miranda.
—¿Sí? —Su voz se encontraba sin aliento, suave.
—Muéstrame tus nudos.
Parpadeó por un momento. —¿Mi qué?
—Tus nudos —dijo con voz ronca, como si fuera la cosa más sexy
imaginable—, necesito revisar tus líneas de trampas y tus nudos para
asegurarme de que pasaste esta parte del curso.
Miranda frunció el ceño. ¿A quién le importaban los nudos en un
momento como este?
Pero él solo le dio una palmada amigable en el trasero y liberó su
pierna, dejándola palpitante y deseosa, con el pulso golpeteándole las
venas.
Confundida y completamente encendida a la vez, se quedó parada
por un momento, mirándolo. Cuando no se movió, le dio una mirada
desconcertada y señaló la mochila.
—Tengo mi soga por allí.
—Bien —dijo—, muéstrame un nudo cuadrado.
El hombre era raro. ¿No podían hacer esto más tarde si el la
deseaba? Gruñéndose mentalmente, fue hasta la mochila en la base de
un árbol cercano y sacó la cuerda que le habían asignado. Aunque
Dane les había enseñado a hacer una soga de cañas y hierbas, era una
tarea que requería más tiempo del que tenían así que en cambio se
habían repartido un tramo de cuerda. No había habido tiempo para
practicar el hacer trampas.
Él se paró frente a ella, asomándose y bloqueando el resto de la
luz mientras empezaba a atar la cuerda con los nudos que le había
enseñado. Su atención la puso nerviosa, y soltó un lado de la soga,
deshaciendo el nudo.
—Um —dijo Dane con una voz extrañamente satisfecha—, parece
que alguien necesita una lección de sogas después de todo. Párate.
—Puedo hacerlo si no estás encima de mí —se quejó, pero se
levantó y le dio la soga.
Rápidamente empezó a hacer una serie de nudos complejos,
haciendo un lazo en uno de los lados. Luego le extendió una mano y
esperó.
Miranda frunció el ceño a la mano extendida. —No tengo nada
más.
La mirada de Dane era absolutamente seria. —Dame tu mano.
Un pequeño y travieso estremecimiento la recorrió, y se quedó
mirándolo. Luego, muy lentamente, puso su mano en la de él.
Él sonrió y besó su boca una vez, rápido, duro, luego tomó su
mano y la deslizó a través del lazo que había creado, y la levantó sobre
su cabeza. La soga colgaba de una rama encima de su cabeza y bajaba
del otro lado, y Dane volvió a extenderle la mano.
—¿Confías en mí? —preguntó.
Las alarmas se dispararon por su cuerpo, e inmediatamente
pensó en la cámara en el armario, hace mucho tiempo. Las fotos de sus
pechos. —Yo…
Se inclinó y la besó en la frente, un gesto extrañamente tierno.
Era una pequeña caricia, pero tranquilizadora. —Si no quieres hacerlo,
está bien.
Lo pensó rápidamente. No era probable que hubiera cámaras en
el bosque. Incluso aunque Dane hubiera elegido el campamento, no
había visto ninguna evidencia de equipamientos mientras buscaba y
recolectaba en las cercanías. Y si no confiaba en él sus pequeños juegos
terminarían.
Y por alguna razón, no quería eso. Para nada.
—Confío en ti —dijo en voz baja, con un ligero titubeo en su voz.
Esperaba no arrepentirse de brindarle su confianza tan pronto. Dane no
conocía sus planes. No había manera de que esto fuera una trampa—.
Pero si hay otro emú por aquí y no puedo huir, voy a patearte el culo.
—No hay emús. Lo prometo. —Le dio un beso en la nariz y luego
formó rápidamente un nudo con la cuerda para mantenerla en su lugar,
llevando su otro brazo por encima de su cabeza.
Entonces, se puso de pie, con los brazos tensos inmovilizados por
encima de la cabeza, la cuerda se encontraba amarrada a una rama
alta. Dio un tirón con los brazos y se dio cuenta de que las cuerdas
estaban anudadas más apretadas de lo que había imaginado. No podía
moverse. Miranda se estremeció, alarmada y emocionada.
Dane sonrió viéndola, con sus manos recorriendo lentamente
hacia arriba y abajo por los lados de su cuerpo, acariciándola. —Alguien
tiene que aprender a hacer nudos —dijo con voz ronca.
—Alguien que no tuvo la oportunidad de demostrar que sabe
hacerlos —replicó, torciendo el brazo en señal de protesta—. Estás
haciendo trampa.
—Sí, lo hago —admitió él, con sus dedos deslizándose por la
cintura de sus pantalones cortos y tirando de su camisa para sacarla—.
Admito que he pensado en esto durante toda la semana.
Un escalofrío atravesó su piel cuando levantó su camisa hacia
arriba, más allá de sus pechos. La agrupó debajo de sus brazos y la tiró
por encima de su cabeza, hasta que cayó hacia atrás. Su cuerpo quedó
expuesto, su sostén contrastaba con su piel.
Su mirada estaba embelesada mientras la observaba, sus ojos
ardiendo de deseo. Dane pasó el dorso de su mano por una copa del
sostén y ella contuvo la respiración. —Tan encantadores —murmuró—.
Delicados y rosados. Lo único más bonito que tus senos son tus
pezones —dijo, mientras los rozaba con el dorso de sus dedos.
Jadeó ante la sensación que se disparó a través de ella. Apretó las
manos contra las cuerdas. Su cuerpo se hallaba expuesto, incapaz de
hacer nada contra su toque. No es que quisiera escapar.
Los ojos de Dane brillaron y sacó un trozo de tela de su bolsillo.
—Vamos a subir un poco la apuesta ¿de acuerdo?
Y entonces le vendó los ojos. La venda le cortó la visión, y sus
temblores de excitación se mezclaron con aprensión. No podía ver
dónde estaba.
Su mano le rozó el brazo y sintió como temblaba, y luego su boca
rozó la suya. —Estoy aquí, Miranda. En cualquier momento que desees
parar esto, solo me dices “para” y lo haré. ¿De acuerdo? Hazme saber si
se pone demasiado intenso para ti.
Asintió bruscamente con la cabeza.
—Esa es mi chica —dijo complacido, y la recompensó con un beso
a lo largo de su mandíbula. No esperaba su boca allí y tembló ante la
sensación. Con su visión bloqueada y sus manos sin poder tocarlo, sus
sentidos se redujeron a sentir, a oler, a oír. Sus labios eran suaves
contra su cuello, y sintió el movimiento de su lengua en su pulso, el
toque le provocaba un pico de placer que se disparó directamente a su
coño. El rastrojo de su barba áspera contra su piel producía una
sensación extrañamente placentera, y apenas sentía como sus dedos se
deslizaban a lo largo de su cuerpo con ligeros y delicados movimientos
que exploraban su cuerpo.
—Y eso, mi dulce Miranda, es la forma en que se hace un nudo
cuadrado.
Una risita nerviosa escapó de su garganta. —Muy gracioso.
—Ahora déjame pensar —susurró—. Ya que estás completamente
a mi merced, ¿dónde te tocaré primero?
Tembló, pensando, su cuerpo cosquilleando con la anticipación.
—¿Mis pechos? —ofreció.
—Silencio —dijo, y le dio a su pecho una bofetada juguetona que
le provocó una sacudida por todo su cuerpo—. Tengo que decidir, y es
mucho más divertido si te sorprende.
—¿Entonces para qué me preguntas?
—Fue una pregunta retórica —dijo con una sonrisa—, estás toda
expuesta y deliciosa, y necesito concentrarme.
—Está bien, voy a quedarme tranquila. —Le gustaba este lado
juguetón de Dane. Su corazón dio un pequeño vuelco al escuchar su
suave risa.
Eso es solo deseo, se dijo. Nada más
Sus manos —ásperas y con callos— rozaban la suave piel de sus
brazos extendidos. Se estremeció ante el ligero toque, que la recorría a
lo largo desde la parte interior de su brazo y se extendía hacia abajo
hasta que sus dedos rozaban su clavícula.
—Tan hermosa —dijo con voz ronca—. ¿Me permites jugar contigo
esta noche? ¿Puedo tener todo el control?
Sus pezones se apretaron ante la idea. Tragó saliva. —No me
molesta
Con una mano agarró su pelo, tirando su cabeza hacia atrás,
dejándola sin aliento. —¿Crees que voy a hacerte daño?
Entre jadeos, se obligó a decir.
—No dejaría que me ataras a un árbol si lo creyera.
Dane se echó a reír, y su boca rozó la de ella. Su lengua se deslizó
fuera para acariciar la suya, pero se había ido un instante después.
—Yo no voy a hacerte daño, te lo prometo. Si me dices que pare,
voy a parar. Pero quiero darte placer esta noche. Quiero sacarte fuera
de tu mente.
Todo su cuerpo se tensó con anticipación ante la idea.
—He notado algo de ti, Miranda. Cada vez que tu cerebro se pone
en marcha, tu cuerpo deja de disfrutar. Y noté que tu mente trabajó
horas extras esta mañana. —Su dedo le rozó un pezón, duro como una
piedra, dejándola sin aliento, todo su cuerpo palpitando de deseo—.
¿En qué pensabas?
Supo de inmediato en qué había estado pensando todo el día: en
las palabras de Pete sobre Dane y de cómo él la usaba. Por supuesto, no
podía confesar eso. —Yo... yo pensaba en lo que tenía que hacer para
asegurarme de instalar el campamento correctamente.
—Mentirosa —susurró, y pellizcó su pezón de nuevo.
El deseo la atravesó y gimió, apretando su coño de necesidad.
—Por favor.
—No hasta que me digas qué está pasando en tu cabeza. —Sus
nudillos se deslizaron por la curva de sus pechos, frotando la tela que
los cubría.
Un pequeño grito de frustración escapó de su garganta y se
retorció entre los lazos, tratando de colocar sus pechos de forma que él
rozara sus pezones. Sin embargo, tan pronto como lo hizo, se apartó.
—Chica mala —dijo con una voz ronca que la hizo estremecerse
hasta la médula—. Dime.
Se humedeció los labios y le agradó sentir su aliento.
—Yo pensaba en ti —admitió, ya que era en parte la verdad—.
Pensando en cómo me habías tocado, y cómo han pasado tres largos
días desde que hemos tenido sexo. Me preguntaba si regresarías esta
noche, o si tendría que pasar toda la noche sola, tocándome.
Él gimió de deseo.
Sintiéndose atrevida ante su reacción, aunque no podía verlo, se
lamió los labios de nuevo y continuó. —Yo pensaba en tu gruesa y dura
longitud, bombeando dentro de mí con tanta fuerza que pueda sentirte
golpear a través de mi cuerpo
Él gimió y sus manos regresaron a su pelo, su boca empujando
sobre la de ella, en un duro beso posesivo. Atrevidamente, ella chupó su
lengua. Sus manos la acariciaron hacia arriba y abajo por la espalda y
sus puños se apretaron en los lazos, su centro tan mojado que se sentía
resbaladizo entre los muslos apretados.
Su boca se separó de ella, provocándole un gemidito de angustia,
y luego sintió el roce de su lengua a lo largo de su garganta. Inclinó la
cabeza hacia atrás, disfrutando de la caricia mientras su lengua se
arrastraba a lo largo de la clavícula y de vuelta hacia su sostén. Sus
manos ahuecaron sus pechos juntos, formando un valle por el que su
lengua se deslizó, rozándole con sus pulgares los pezones.
Miranda gimió, arqueando la espalda ante su toque.
—Mi sujetador —jadeó—. Quítamelo. Por favor.
—No eres la que decide —dijo, y deslizó sus manos por la cintura
de sus pantalones cortos, tirando de ellos por sus piernas. Cayeron al
suelo, agrupándose alrededor de sus tobillos, y ante el ligero roce, ella
levantó un pie y luego el otro, para que pudiera quitárselos. Se contoneó
en su lugar, deseando que él le quitara su tanga ahora. Había guardado
la más sexy para esta noche, hecha de encaje con un descarado lazo
justo por encima de la hendidura de su culo y la parte delantera era
solo una tira de satén que no cubría nada e insinuaba todo.
Se lo había puesto para él, la había guardado para esta noche.
Miranda meneó sus caderas un poco. ¿Le gustaba?
Sus manos se movieron por su culo, apretando sus redondas
nalgas, produciendo que se estremeciera, esperando que la azotara.
Que le hiciera algo.
En cambio, sintió que con sus dientes rozaba sus duros pezones y
luego los mordía a través del sujetador. Un rayo de deseo se deslizó a
través de ella, haciéndola gemir. —Más.
—¿Hay algo tan sexy como la pequeña Miranda con sus pechos
mordidos? —bromeó con voz ronca, y sintió como le frotaba la barbilla
contra el pecho, su barba raspando la tela. Luego sus dedos empujaron
su sostén, dejando al descubierto un pezón, y su boca se hallaba sobre
ella de nuevo, chupando una punta y luego dando pequeñas mordidas.
Mientras temblaba de placer, él agarró el otro pezón con los dedos.
Dane bajó el sujetador, dejando al descubierto los dos pechos mientras
los acariciaba. Chupó un pezón con su lengua, luego lo lamió, una y
otra vez, como si fuera un gato lamiendo crema. Su otra mano rozó el
otro pezón, el toque duro enviaba punzadas dolorosas. Cada lamida
enviaba punzadas eróticas directamente a su coño, y sus caderas se
flexionaban involuntariamente con cada toque.
—Estos pechos son hermosos —le dijo Dane, agarrándolos más
duro. Ella se dio cuenta de que disfrutaba viéndola jadear, porque su
risa era baja, ronca—. Tus pechos rebotan cuando te sorprendo. Me
encanta.
Se arqueó contra su toque, respirando en ráfagas rápidas, duras
cuando su boca se apartó y sus dedos se detuvieron. —Entonces sigue
tocándome, si te gusta tanto.
Ahuecó sus pechos de nuevo, sus dedos trabajando en ellos, y
luego mordió el pezón de un pecho, luego el otro.
—¿Te gusta estar atada, Miranda? ¿Te gusta darme todo el
control?
Tiró de las cuerdas de nuevo, pero él tenía razón, no tenía ningún
control. Podía irse y dejarla aquí, en topless, impotente y muy mojada.
La idea la excitaba y la aterrorizaba.
—Yo… me gusta —dijo cuando él mordió en el pico de su pecho
de nuevo—. Es algo diferente. Me asusta. Es emocionante.
—Estás pensando de nuevo —dijo, y su boca bajó a su ombligo—.
Es hora de poner fin a eso.
Y entonces, sintió como sus manos bajaban hasta las caderas
dándole un pequeño toque para que separarse sus piernas, poniéndola
aún más húmeda por la anticipación.
Tensión corría a través de su cuerpo mientras esperaba que él
colocara sus manos sobre ella, pusiera su boca sobre la de ella.
Punzadas de anticipación hicieron que sus pezones se endurecieran.
Entonces, lo sintió. Sus dedos bajaban las bragas por los muslos
y ella se movió para ayudarlo. Luego con sus manos (sus pulgares)
separó el resbaladizo calor de su coño y sintió como introdujo su lengua
chupando la humedad.
Contuvo la respiración.
Otra vez, el pequeño e insistente golpe, no era más que la punta
de la lengua. Pero la volvía loca de deseo, cada nervio de su cuerpo
saltaba a la vida gritando. Sus dedos se apoderaron de sus caderas y
luego se clavaron en sus nalgas mientras su lengua se hundía entre los
pliegues húmedos de su sexo otra vez, haciendo un recorrido largo y
suave desde su centro hasta el final de su clítoris. Cuando llegó a ese
pequeño botón duro, lo rodeó con su lengua, dura y húmeda. Pequeños
jadeos brotaron de su garganta. Necesitaba... necesitaba...
Con una mano levantó su culo y la deslizó entre sus piernas.
Sintió el roce de los dedos entre sus muslos un instante antes de un
grueso dedo se deslizara en su calor.
Ella gimió. Dios, se sentía muy bien. Y Dios, sentía que no era
suficiente. Se sacudió contra el dedo y gritó cuando él volvió a
introducírselo hasta el fondo, mientras su lengua le acariciaba el clítoris
con movimientos suaves y burlones. No eran rápidos ni frenéticos, sino
lentos y constantes, y hacían que su pulso se acelerara por la necesidad
y el deseo. Como si tuviera todo el tiempo del mundo. Como si pudiera
sentarse allí, en el suelo del bosque, y lamerle el coño durante días
enteros, cada pasada de su lengua lenta y sensual, como si su sabor
fuera un placer en sí mismo. Un nuevo gemido surgió en su garganta
ante la imagen mental.
—Oh, Dane —gimió cuando le dio una particularmente larga, y
sensual lamida. Las palabras salieron como un suspiro, sin aliento—.
Yo necesito... yo... yo necesito...
Las palabras deslizándose fuera de su cerebro con cada golpe de
su lengua, como si ella no pudiera pensar mientras la saboreaba. Sus
caderas giraban en círculos, tratando de mover su cabeza hacia el lugar
adecuado. Lo necesitaba. Estaba tan cerca.
El dedo que empujaba profundamente en su núcleo de repente se
sintió más grueso, más duro, y se dio cuenta de que había deslizado un
segundo dedo en su resbaladiza calidez. Su lengua empezó a chasquear
contra su clítoris más rápido, un pequeño golpe con su lengua una y
otra vez. Era enloquecedor y sintió el espiral caliente de su orgasmo
comenzando a formarse dentro ella de nuevo, y sus gritos se volvieron
más apremiantes, sus brazos tiraban con fuerza de los lazos por encima
de su cabeza. La rama del árbol se sacudió y tembló, produciendo una
lluvia de hojas. No le importaba. Estaba tan cerca, sus respiraciones
eran calientes, sus suspiros eran jadeantes corriendo uno detrás de
otro.
De repente, la boca de Dane se había ido, y sus dedos se alejaron
de su coño. Un sonido de consternación escapó de su garganta, luego
sintió su boca besándole un pecho, el hombro, y sus dedos se hallaban
en los nudos de la cuerda. Sus manos cayeron libres, y ella tiró de la
venda de los ojos, mirándolo dificultosamente, su orgasmo decayendo
como si nunca hubiera existido.
—No lo entiendo. ¿Por qué hiciste eso?
Se inclinó y la besó con ternura, y luego tomó su mano entre las
suyas. —Te estabas haciendo daño. No quería que te lastimaras.
Se quedó mirando las quemaduras de la cuerda en sus muñecas.
Se hallaban enrojecidas e irritadas. —Oh. Ni siquiera me había dado
cuenta.
—Lo sé —dijo con disgusto—, esa es una de las cosas que me
encantan de tocarte, Miranda. Te pierdes cuando estás en mis brazos.
Solo tengo que recordar eso. No más juegos con la cuerda para ti. —Su
pulgar le rozó la mejilla en una suave caricia—. Es mi culpa.
Lo miró fijamente, confundida, y luego deslizó una mano a su
dura y gruesa polla. Su dedo se deslizó sobre el líquido preseminal que
revestía la corona.
—No vamos a parar, ¿verdad?
—Dios, no —gimió, y la tomó en sus brazos.
Dane la llevó por la corta distancia hasta el refugio que había
hecho, y la acostó en las ramas recién cortadas que había colocado en
el suelo como cama improvisada. Ni bien la colocó sobre su espalda, él
estaba encima y ella oyó como abría un paquete de condones. Entonces
el peso de Dane estaba en ella, empujando sus muslos hacia adelante, y
hundiéndose duro y profundo dentro de ella, en un rápido golpe que la
tomó por sorpresa.
El placer emergió en un grito ahogado cuando su cuerpo se elevó
de nuevo a la vida, recordando lo cerca que había estado del orgasmo.
Las pantorrillas se le tensaron mientras empujaba sobre ella, las
rodillas de ella se presionaban contra sus senos mientras él se retiraba
y entraba profundamente una y otra vez.
—Estás tan apretada y caliente —dijo entre dientes, golpeando
profundamente en ella otra vez—. Soñaba con hacer esto contigo desde
hace años. —Empujó—. Tomarte en mis brazos y follarte a la luz del
día. —Empujó—. Es mejor de lo que pensé que sería.
Su coño se apretó con fuerza con cada palabra, sus gemidos se
convirtieron en un grito suave y continuo. Cada vez que la acariciaba,
un duro pulso de placer la invadía, todo su cuerpo se tensaba hasta que
sentía como si fuera a explotar. Era como si estuviera atrapada en un
interminable orgasmo (viniendo y viniendo) y sin embargo, con cada
embestida, él la empujaba un poco más alto.
Entonces algo estalló dentro de ella, y un grito roto escapó de su
garganta mientras todo su cuerpo palpitaba, duro, y él maldecía entre
dientes.
—Joder, ¡sí! —gruñó—. Córrete para mí, Miranda.
Lo hizo. Duro. Y cuando sus gritos se apagaron, él gruñó otro
juramento y tuvo su propia liberación. Luego se derrumbó sobre ella,
jadeando, con la frente empapada de sudor. Sus piernas se relajaron y
las envolvió a su alrededor, colocando los brazos sobre sus hombros y
aferrándose a él mientras su cuerpo se estremecía por las réplicas.
Eso había sido... intenso. Lo que le había hecho sentir... no había
palabras. O si las hubiera, no las conocía. La forma en que había estado
tan decidido a darle placer la hizo ruborizarse con solo pensarlo. Y
pensó en las palabras que le había dicho mientras la follaba duro y
profundo.
Soñaba con hacer esto contigo desde hace años. Es mejor de lo que
pensé que sería.
¿Había estado pensando en ella? ¿Había soñado con ella?
¿Durante años?
Y todo este tiempo, lo había odiado tan mal que se había follado al
hombre solo para arruinarle su vida.
Miranda no se gustó mucho en ese momento.
La mano de Dane tomó su cabeza y volvió su rostro hacia él,
besando sus labios suavemente.
—Gracias —dijo con voz ronca.
Un nudo se le formó en la garganta y cerró los ojos, fingiendo un
bostezo. —¿Por qué?
Jugó con un mechón de cabello (húmedo por el sudor) de su
frente. —Por esto. Por esta semana. Ha sido casi perfecta. Yo... tengo
que decirte algo.
Se puso rígida debajo de él. Oh Dios. ¿Qué le iba a decir? No
podía abrir los ojos, no podía soportar la idea de mirarlo y ver la verdad.
—Dane.
—Shh. Quiero hablar contigo. —Sus dedos arreglaron el mechón
de pelo en su lugar y luego se deslizaron a lo largo de su pómulo—. La
pasé mal... cuando salí de la NHL. Una mujer... fue la responsable de
que me despidieran. Yo la rechacé y ella inventó un montón de historias
sobre mí para la prensa.
Un nudo se formó en su garganta. ¿Así que había sido utilizado y
públicamente humillado? No sabía qué decir. ¿Quería que dijera algo?
¿O él tenía más que decir? Vacilante, le pasó la mano por la nuca,
acariciando la suave piel allí. Intentó consolarlo y animarlo con su
toque. Para hacerle saber que estaba allí, y lo escuchaba.
—La odiaba —dijo después de un largo rato, como si estuviera en
guerra consigo mismo—. La odiaba tanto, y me sentí tan traicionado en
ese momento cuando me encontraba tan vulnerable, y pensé... bueno.
Pensé que iba a renunciar a las mujeres durante mucho, mucho
tiempo. Tal vez para siempre. Porque yo no podía mirar la cara de una
mujer y no ver a esa perra mirándome.
Ella abrió los ojos mientras seguía acariciando su cuello,
esperando.
Se volvió hacia ella, con los ojos entornados. Le devolvió la
mirada, y él analizó su rostro, como si estuviera buscando algo.
—Pero eso fue antes de esta semana. Antes de ti. No he tocado a
una mujer en más de tres años. No quería... hasta que te vi de nuevo, y
me di cuenta de que te deseaba. Y quería darte las gracias. Como he
dicho, esta semana ha sido perfecta.
La besó en la comisura de los labios.
Tembló debajo de él, sin decir nada. Después de un momento, él
se rió y la soltó, luego la atrajo hacia sí, abrazándola. Miranda no dijo
nada, solo cerró los ojos y esperó. Él se acurrucó cerca, respirando en la
curva de su cuello, hasta que su respiración se hizo más profunda y
regular. Estaba dormido.
Ella no podía dormir. Su mente se estaba volviendo loca.
Dane acababa de confesar por qué había sido expulsado de la liga
de hockey. Era culpa de alguien más. Casanova Croft era un fraude. No
era un mujeriego o cazador de mujeres. Debajo de su apariencia sexy y
confiada era un hombre que al parecer estuvo pensando en follarla
durante nueve años y que había sido tan herido por una mujer que no
había tenido relaciones sexuales desde que lo traicionaron.
El imbécil tenía un lado tierno. Un lado tierno muy grande. Era
tan vulnerable que se había lanzado justo en el frente de su blanco.
Y en ese terrible, maravilloso, tierno, horrible momento, Miranda
se dio cuenta de dos cosas.
Uno, que no era lo suficientemente insensible para vengarse de
Dane Croft después de todo.
Y dos, que seguía estado tremenda y locamente enamorada de ese
hombre y probablemente lo había estado desde la escuela secundaria.
Bueno... mierda.
13
Traducido por Julie
Corregido por Cami G.

A la mañana siguiente amaneció fresco, a pesar de que Miranda


había estado cálida toda la noche acurrucada junto a Dane. Habían
hecho el amor unas cuantas veces más antes de que ella cayera en un
sueño exhausto en sus brazos. Una parte de ella no esperaba que él se
quedara a su lado toda la noche, pero cuando se dio la vuelta y bostezó,
él la había despertado con un beso.
—Hola, preciosa —le dijo con una sonrisa y un ligero golpe en el
trasero.
Ella le respondió con una sonrisa, pero su mente corría a un
millón de millas por minuto. No la dejó en toda la noche. Habían
dormido en los brazos del otro. Eso se sentía como una relación.
Bajo ninguna circunstancia podía considerar una relación con
Dane. De ninguna manera.
Preocupada, no se dio cuenta cuando la besó, se vistió y estaba a
punto de dirigirse al campamento.
Ella se vistió con la misma rapidez. —Entonces, ¿no deberíamos
regresar?
Una sonrisa apareció en su hermoso rostro, y ella sintió que se
quedaba sin aliento. Señor, era agradable a la vista. Se había
acostumbrado a ver ese rostro cuando despertaba, pero eso cambiaría
muy pronto.
—Así es. —Se ató los pantalones cortos y sacó un pedazo de papel
de él y se lo dio. Era un pequeño mapa con instrucciones—. Cuando te
encontré ayer, se suponía que tenía que darte esto. —Le dio una mirada
que era, en partes iguales, disgusto y satisfecho de sí mismo—. Parece
que se nos olvidó. Puedes seguir esto para regresar al campamento
principal. Tengo que darme una vuelta y comprobar a los demás para
asegurarme de que abandonaron su lugar de acampada.
—Genial —dijo ella con una sonrisa resplandeciente—. Supongo
que una vez que me haya ocupado de las cosas de aquí, voy a verte en
el campamento base.
Su mirada inmediatamente se tornó preocupada. —Miranda...
Ella se acercó a él y no pudo evitar arrancar una aguja de pino de
la camisa y limpiársela. Sus manos se detuvieron en el pecho, pensando
en la noche anterior y lo bien que se había sentido al estar en sus
brazos.
—No le voy a decir nada a nadie —dijo en voz baja, sabiendo cuál
era su pregunta no formulada—. Es tu trabajo, y sé que si exponemos
nuestro secreto, esto podría arruinarte.
—Error —dijo, y la acercó más, atrayendo sus caderas hacia las
suyas, como si quisiera volver a llevarla a los restos del campamento y
acostarse en la cama durante unas horas más. Él le sonrió—. He estado
pensando...
—¿Ah, sí? —Forzó una pequeña sonrisa. Nada bueno podía venir
acompañado de las palabras: he estado pensando.
—Cuando regrese, voy a hablar con los chicos. Les voy a contar
acerca de nosotros. No deberíamos tener que ocultar lo que hicimos. No
me avergüenzo.
Lo miró fijamente. —¿Qué?
—Voy a contarles sobre nosotros —repitió pacientemente, y jaló
sus caderas como si eso pudiera traer su atención a la conversación—.
Tú y yo... Quiero que sepan de nosotros. Necesito un poco de tiempo
para hablar con ellos, para que las cosas sean más fáciles. Yo me
encargo. Quiero que sepan que eres mía y que estamos juntos.
Miranda le sonrió, con la boca de su estómago enferma. —Si estás
seguro...
—Estoy seguro. Déjamelo a mí. —Se inclinó hacia abajo y tocó el
costado de su cuello, luego la atrajo hacia sí para un beso largo y
duro—. Nos vemos en el campamento.
Miranda abandonó su campamento y se dirigió al campamento
base. Le tomó cerca de la mitad de la mañana, pero en el camino se
encontró con Steve y caminaron juntos en alegre compañía. Aunque se
obligó a responder a su conversación con respuestas contentas y
tranquilas, su mente se desesperaba con la incertidumbre.
Dane quería seguir su relación. Ella se iba a Houston demasiado
pronto, a empezar una nueva vida. No había lugar para él allí. ¿Qué
debía hacer? ¿Decirle la verdad? ¿Que había ido en busca de venganza
por una broma de la secundaria, pero él era tan increíble en la cama
que cambió de opinión, y que deberían seguir adelante hasta que ella
tuviera que irse y mudarse a Houston?
¿No decir nada y simplemente desaparecer? ¿Confesar la verdad?
Se hallaba indecisa.
Siguiendo las coordenadas en el mapa pequeño, fueron capaces
de encontrar una cinta de meta establecida entre dos árboles robustos.
Brenna y Grant esperaban allí, emocionados de ver a los estudiantes
salir de entre los bosques. Cerca de allí, vio que unos pocos estudiantes
ya habían vuelto. Aún tenían sus mochilas, y se quedaron charlando,
claramente no listos para irse. A lo lejos, Miranda pudo ver la casa del
rancho que fue la sede de los negocios.
Brenna llevaba un sombrero de fiesta. Hizo sonar una corneta de
papel cuando los vio y giró una matraca cuando Miranda y Steve
pasaron la cinta al mismo tiempo.
—¡Felicidades! —exclamó—. ¡Ambos pasaron con gran éxito!
Vengan aquí para que pueda darle sus certificados.
Miranda fue repentinamente rodeada por otros simpatizantes (la
gente de su equipo, la gente del otro equipo, Grant, Brenna); todos
querían estrecharle la mano y conversar con ella acerca de la forma en
que había ido la semana. Brenna le entregó un certificado.
—Gracias por ser parte de Wilderness Survival la semana pasada.
Aturdida, Miranda tomó el certificado y miró a su alrededor. Dane
no estaba, ni Colt. Pete tampoco, pero eso era algo bueno.
—¿Están… todos aquí?
—Todavía no —explicó Brenna—. Creo que hemos perdidos a uno
o dos en el bosque. Dane fue a rastrearlos. —Le sonrió a Miranda—.
Seguimos intentando resolver los problemas menores ya que es la
primera clase. Sin embargo, ¡me alegro de que lo hayas logrado!
Miranda le dio una sonrisa débil.
Grant se puso delante de ella, con cámara en mano. Oh.
—Hola, Miranda —dijo con una sonrisa amistosa—. Me alegro de
verte de nuevo. He oído que te registraste. Llegas justo a tiempo para la
foto para nuestra junta de graduación.
Miranda se quedó inmóvil, su piel hormigueando ante la vista de
la cámara. De repente, no quería que le tomaran una foto. No quería
estar aquí y torpemente esperar a Dane. No quería que los demás le
sonrieran ni la abrazaran o conversaran.
Quería correr muy lejos. Quería dejar atrás esta semana y olvidar
que alguna vez había sucedido. Sentía haberse metido en el armario con
Dane Croft hace nueve años. Estaba arrepentida por las fotos y la
venganza que había ido tan mal.
Houston y su nuevo trabajo era su futuro. Bluebonnet era su
pasado. Y ese pasado ahora incluía una semana muy apasionada con
Dane Croft.
Levantó una mano delante de su cara, bloqueando la cámara.
—¿Puedo hablar contigo, Brenna?
La asistente ladeó la cabeza y estudió a Miranda con penetrantes
ojos verdes. —Por supuesto.
Ella se acercó al borde de los árboles, lejos de los demás, y esperó
a que Brenna saliera. Cuando la asistente lo hizo, Miranda lanzó su
historia, con cuidado de colocar una mano en la parte baja del abdomen
y mirar dolorida.
¿Su excusa? Problemas de chicas.
Brenna la miró compasiva, y cuando Miranda dijo que quería salir
temprano, incluso la acompañó hasta su coche. Tuvo que firmar unos
papeles que certifique que había terminado la clase, pero a los pocos
minutos de llegar, sacó su coche de la zona de aparcamiento de grava y
volvió a la carretera, con la mente confusa.
Bueno, así que acababa de huir de sus problemas. Cobarde, sí.
Pero era lo mejor. Una ruptura amable y clara con Dane sería más fácil.
Después de todo, así fue hace nueve años, ¿verdad?
¿Algo así?

***

—Aquí vamos —dijo Dane, forzando una nota alegre en su voz


mientras aplaudía a George en la parte posterior. Brenna había re-
establecido la línea de meta e hizo sonar la corneta en celebración
mientras guiaba al hombre mayor de nuevo a la línea de meta. El resto
de las personas que se encontraban ahí aplaudían, sonreían y reían.
Parecían felices. A Dane le alegró.
En este momento, se sentía cansado. Había sido una semana
muy larga y quería meterse bajo la ducha, y después a la cama.
Preferiblemente ambos con Miranda a su lado. Por la mañana
estuvo silenciosa, sin duda preguntándose cómo iba a durar su relación
ahora que la clase había acabado. Probablemente pensó que solo eran
amigos que follaban, y anoche vio un atisbo de algo en sus ojos. Algo la
molestaba.
Y sabía que, después de ver el malestar y la infelicidad en sus
ojos, quería ocuparse de eso por ella. Quería estar ahí para ella. Y
parecía que en realidad nunca había logrado sacar a Miranda de su
sistema, ¿verdad? Incluso ahora, que habían pasado unas pocas horas
separados, ansiaba verla, así que recorrió la multitud en busca de su
cara linda y ruborizada, y esa larga extensión de cabello castaño y
sedoso que lo ponía duro como una roca cuando se rozaba contra él.
Pasaron nueve años y se sentía como si hubiese sido ayer que él
sostenía la mano de Miranda después de la graduación, deseándola.
Estar con ella había restablecido algo frío y duro en su sistema.
Algo que no le gustaba en sí mismo. La parte de él que se había
marchitado cuando renunció al hockey. Regresó. Maldito el momento
inoportuno, pero no puedes elegir en qué momento vuelves a sentir ese
estimulo.
A veces la vida solo ocurría.
Entonces, Dane sacudió las manos, sonrió y posó para las fotos
con sus estudiantes durante un tiempo, pero no vio a Miranda. ¿Un
descanso para ir al baño? ¿Se había escapado para refrescarse? Siguió
mirando a su alrededor, buscándola, esperando oír su risa sensual.
Una mano grande le dio una palmada en el hombro, y se volvió
para ver a Colt sonriéndole. —Buena semana.
—Lo suficientemente buena —dijo Dane evasivamente—. ¿Cómo
te fue en tu fin?
—Sin incidentes —dijo Colt. Cruzó los brazos sobre el pecho y
asintió al grupo merodeando por ahí—. Todos pasaron, aunque hubo
uno o dos que no tenían ningún sentido de dirección y necesitaron un
poco de ayuda. Pensamos que nos íbamos a morir de hambre en el
segundo día, pero pensé que lo resolvieron después de un tiempo. —
Miró a Dane—. ¿Y tú?
—Uno tonto —dijo, pensando en Pete—. Aparte de eso, no tengo
quejas.
—Entonces, ¿cómo estuvo Miranda? —preguntó Colt—. ¿Se quejó
todo el tiempo por ensuciarse las manos o algo así?
Se obligó a no ponerse rígido ni a evadirlo. ¿Por qué Colt le
preguntaba por Miranda en concreto?
—Ella trabajó mucho —dijo—. No tengo quejas.
—Vaya. —Colt se encogió de hombros—. Recuerdo que es amiga
de Beth Ann, es todo. Esa rubia es muy demandante. Creí que Miranda
estaría un poco más quisquillosa y asustadiza en los bosques. ¿Por qué
se inscribió?
—No le pregunté —dijo. ¿Colt quería sacarle información? ¿Qué
pensaba que sabía? Dane quería hablar con él en privado (con Grant,
también), pero con todos los clientes dando vueltas por ahí, ahora no
era el momento de tener una discusión sobre la cliente con la que había
estado acostándose. Sabía que Grant no iba a reaccionar bien a la
noticia. Necesitaban tranquilidad, y un poco de tiempo para relajarse de
las clases antes de que les hiciera saber acerca de Miranda y él. Y si no
les gustaba, bien, no era asunto de ellos.
Además, ahora solo quería encontrar a Miranda.
—Oye, pensé que sería capaz de encontrar sola el camino de
regreso, pero puede ser que necesite que vaya a buscarla.
—Ella ya ha venido y se ha ido —dijo Colt con un encogimiento de
hombros.
Sus ojos se estrecharon y se centró en el otro hombre. —¿Qué?
—Como he dicho, se ha ido. —Colt se dio la vuelta, dando por
terminada la conversación.
Frustrado, Dane escaneó la pequeña multitud y vio la alta figura
de Grant en la distancia. Se abrió paso entre la multitud y se acercó a
su amigo, que jugaba con un trípode. —¿A dónde fue Miranda Hill?
Grant se encogió de hombros, volviendo a revisar la configuración
de su cámara. —La vi charlando con Brenna y luego salió rapidísimo de
aquí. Es una lástima que se pierda la foto del equipo.
Tenía que ser un error. Anoche, Miranda se había corrido tan
dulcemente en sus brazos. A ella le había gustado. Confió en él lo
suficiente como para dejar que la atara. Diablos, confió lo suficiente
como para follarla como si su vida dependiera de ello. Seguramente no
se habría ido sin darle su número de teléfono. Algo.
Él se alejó para ir detrás de Brenna.
—Yo también me alegro de verte —dijo Grant secamente mientras
él se alejaba.
Brenna se encontraba ocupada en su pequeña mesa, rellenando
los certificados y charlando con los clientes. Ella le lanzó una mirada de
reojo bajo sus largas pestañas. —¿Qué pasa, Dane?
—¿A dónde fue Miranda Hill? No la veo aquí con el resto.
Lo miró indiferentemente, y volvió a llenar el último certificado.
—Ya se fue.
La incredulidad se intensificó. —¿Qué quieres decir con que ya se
fue?
—Quiero decir que ya se fue —dijo Brenna lentamente, como si
estuviera hablando con alguien mentalmente incompetente—. Se metió
en su coche y se fue. De todos modos, dijo que ya había terminado aquí.
¿Qué demonios? ¿Se había ido? ¿Por qué? —Increíble.
—Oh, no te enojes —dijo Brenna, sin comprender su reacción—.
Podemos tomar la foto del equipo sin ella. Una persona no se va a hacer
una diferencia. —Cuando él no dijo nada, agregó—: No se fue porque
estuviera descontenta con la clase ni nada. Dijo que le encantaba. Creo
que se encontraba enferma.
¿Enferma? Le lanzó una mirada de incredulidad a Brenna.
—¿Estaba enferma y la dejaste ir sola?
Brenna le dirigió una mirada de incredulidad, levantando el
bolígrafo de la interminable pila de papeles.
—¿Hablas en serio? ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Aferrarme
a su pierna mientras trataba de entrar en su coche? ¿Quieres que lo
haga con todos los que intenten irse? Odio tener que decírtelo, Dane,
pero cada una de estas personas hoy se va a casa.
Él se pasó una mano por la cara y suspiró. —No importa. Solo
dame su información de contacto.
Brenna sacó una carpeta de la pila en su mesa plegable,
quejándose acerca de cómo prefería que él estuviese en el campo.
—Toma —dijo finalmente, hojeando las exenciones y entregándole
una.
La escritura redondeada de Miranda lo miró. La recordaba desde
la secundaria, a partir de las notas que le había pasado. Verla le trajo
una oleada de recuerdos. Sin preguntar, agarró el teléfono de Brenna
que se encontraba apoyado en la mesa y marcó el número que Miranda
dio.
Atendieron en el segundo tono. —Biblioteca Bluebonnet —dijo
una voz amarga.
Bien, eso fue inesperado. —¿Está Miranda?
—La señorita Hill ya no trabaja aquí.
¿Por qué dio un número falso? Él murmuró un “gracias” y colgó,
luego se quedó mirando el papel para asegurarse de que no había leído
mal. La dirección llamó su atención.
1 Honeycomb Drive. Conocía esa dirección, era de la secundaria,
nombrada debido a la mascota escolar de los Bluebonnet Bees.
—No vas mucho a la ciudad, ¿verdad, Brenna?
—¿Debería? —preguntó ella, arrugando la nariz llena de pecas—.
¿También tengo que estar familiarizada con la ciudad?
Dane suspiró y le devolvió el papel y el teléfono. Brenna no era
local. Ella no sabía lo que cualquiera en Bluebonnet habría notado de
inmediato. —No importa.
¿Por qué Miranda le había dado una información errada al inicio
de la semana? ¿Por qué tanto secreto? No tenía sentido. No inventaría
una dirección falsa solo para ser una imbécil al respecto. Ella realmente
no había querido que nadie la contacte cuando terminaron.
Al diablo con eso. Se dirigía a la ciudad tan pronto como hubieran
terminado aquí, porque quería saber qué diablos pasaba y por qué
había huido.
Empezaba a pensar que ella había mentido. Tal vez se casó,
después de todo. Si ella... demonios. No sabía lo que haría. Solo pensar
en eso le daba ganas de golpear algo.

***

Miranda debió haberse dirigido primero a casa. Estaba cansada y


con hambre, y necesitaba una ducha. Por encima de todo, tenía que
llorar hasta que no lo queden lágrimas y averiguar que iba a hacer.
Sin embargo, en lugar de regresar a casa, se encontró girando por
la calle principal y aparcando en frente de California Dreamin'. Ya había
dos coches estacionados allí, así que Beth Ann estaba ocupada, pero a
Miranda no le importaba. Agarró las llaves y se dirigió dentro.
El pequeño salón de Beth Ann tenía una silla en la sala de espera,
y estaba ocupada. En la sala de espera, una adolescente con el pelo
teñido de naranja y flequillo azul hojeaba una revista de estilos de
peinado. Al otro lado de la habitación en la silla de peluquero, una
anciana canosa había peinado sus rizos en un recogido ahuecado.
Bet Ann levantó la vista y sus ojos se agrandaron al ver a
Miranda. —Has vuelto —exclamó, su hermoso rostro se rompió en una
sonrisa—. ¿Cómo te fue?
Miranda se apoyó contra la pared y cerró los ojos. —No… bien.
—Espera solo un segundo —dijo Beth Ann, y terminó de colocar el
último rizo tieso en su lugar en el cabello de la señora Porter—. Aquí
tienes, Janey. Todo bien por esta semana.
La anciana se puso las gafas y pagó, saliendo con una nube de
laca para el cabello y perfume en polvo.
La adolescente se puso de pie y Beth Ann se volvió hacia ella.
—¿Puedo cambiarte la hora, Laini?
La chica puso los ojos. —¿Hablas en serio?
Bet Ann abrió la puerta principal y tomó un pedazo de papel,
extendiéndolo. —Te voy a dar una manicura gratis si vuelves mañana.
—Hasta entonces —dijo arrastrando las palabras, con una
sonrisa y le arrebató el billete a Bet Ann.
Bet Ann volteó el cartel “Cerrado por almuerzo” y luego cerró la
puerta, volviéndose a Miranda con los ojos muy abiertos.
—Cuéntamelo todo.
Miranda se dejó caer en la silla que la señora Porter había dejado
vacante. Todavía olía a pólvora. —Ni siquiera sé por dónde empezar —
dijo con cansancio.
Bet Ann extendió la mano automáticamente a su pelo y luego
retrocedió. —Dios, Miranda. No quiero ser mala, pero apestas a humo y
mugre.
—¿Sí? —Olió su camisa, pero no lo notó. A Dane no parecía
importarle su olor en absoluto, pero tal vez él olía del mismo modo y
habían estado juntos durante tanto tiempo que no pudo darse cuenta.
El olor de la hoguera siempre le recordaría a Dane después de este
momento. Ella suspiró—. Oh, Beth Ann, lo arruiné todo.
Los ojos de su amiga se abrieron y Beth Ann giró la silla para
mirar a Miranda a los ojos. —¿Qué pasó? ¿Lo has visto? ¿Hablaste con
él? ¿Conseguiste las fotos?
Miranda bajó la cabeza, incapaz de mirar a los ojos a Beth Ann.
—¿Qué? —dijo Beth Ann, horrorizada—. ¿Qué es tan horrible?
¿No fuiste capaz de sacar las fotos, después de todo? ¿Lo descubrió?
Miranda suspiró. —Lo vi. Y me acosté con él.
Bet Ann parpadeó. —Está bien. No sabía que eso era parte del
plan.
—Muchas veces —agregó Miranda—. Me acosté con él muchas
veces.
—Oh. —Ella pareció digerirlo un momento y luego preguntó—: Así
que, ¿esto era parte del plan de venganza? ¿Mucho sexo?
—Esa es la peor parte de ello —dijo Miranda con un gemido—. Se
suponía que iba a ser un encuentro sin propósito. Se suponía que debía
tener sexo con él y simplemente abandonarlo cuando hubiera acabado.
Usarlo como los hombres usan a las mujeres. Vengarme con las fotos y
luego seguir adelante. Excepto... que ahora me gusta él. Y el sexo.
Bet Ann frunció los labios perfectamente pintados y luego agarró
a Miranda por los hombros. —Te vas a sentar aquí, para que yo pueda
hacerte las uñas, y vas a decirme todo.
Miranda sorbió por la nariz, y asintió.
Bet Ann llevó a su amiga a la mesa de manicura y mientras
Miranda explicaba lo que había sucedido en la última semana, Beth
Ann le limaba las uñas y limpiaba la mugre acumulada en una semana.
Escuchó sin decir una palabra mientras Miranda hablaba, sin juzgar.
Miranda evitó la parte acerca de su incapacidad para tener un
orgasmo antes de Dane. Eso era un poco demasiado personal y abierto
incluso para su mejor amiga, que no lo entendería. Bet Ann siempre
había tenido una relación estable hasta este año, cuando se estaba
tomando tiempo de su relación con Allan, su amor de la secundaria y
su novio con muchas idas y vueltas.
—Así que eso es lo que sucedió —dijo Miranda en voz baja
mientras Beth Ann ponía una capa brillante de esmalte transparente
sobre sus uñas cortas—. Fui a los bosques sabiendo que no sería capaz
de conseguir las fotos, y lo hice de todos modos. Y me di cuenta de que
está bien, que solo dormiría con él y luego pondría las fotos después de
que la clase hubiese acabado. Pero anoche, cuando dormíamos juntos,
yo... no pude hacerlo. —Cerró los ojos a la espera de la respuesta de
Beth Ann—. Crees que soy una idiota, ¿verdad?
—No, cariño —la tranquilizó Beth Ann—. En lo absoluto.
—Pero no lo apruebas.
Los labios rosados de Beth Ann se fruncieron.
—No. Él siempre será el chico que te jodió en la secundaria y te
dejó. No me importa si ahora tiene ojos de cachorro y un trasero
particularmente lindo. Siempre va a ser ese idiota que lastimó a mi
mejor amiga, incluso si tú no deseas vengarte.
Miranda consiguió esbozar una sonrisa triste. —Gracias, Bethy.
Ella palmeó la mano de Miranda.
—No puedo juzgarte por acostarte con el hombre equivocado.
Diablos, mírame. He tenido una relación con un hombre que no puede
mantenerla en sus pantalones, y sin embargo, de alguna manera sigo
perdonándolo, ¿cierto? —Le dio a una sonrisa triste—. Entonces, ¿quién
soy yo para juzgar?
—Ustedes han estado separados desde hace un año, Beth Ann.
Has sido capaz de valerte por ti misma —dijo Miranda alentadoramente.
Bet Ann le dio una sonrisa débil y limpió una mancha difusa en
las cutículas de Miranda. —Al menos tú crees en mí. Todos parecen
estar esperando a que empiece a actuar con sensatez.
Miranda resopló, y Beth Ann sonrió.
—Bueno —dijo Beth Ann después de un momento—, una cosa es
segura.
—¿Qué?
—La próxima vez que vayas a un campamento, probablemente
deberías hacerte una depilación completa.
Miranda golpeó a su mejor amiga en el brazo y se echó a reír.
14
Traducido por aa.tesares & Christicki
Corregido por Zafiro

Dane detuvo su jeep en Main Street, buscando un edificio que le


resultara familiar. Varias cosas habían cambiado en Bluebonnet desde
la última vez que había vivido aquí, y aunque no había estado mucho
en el pueblo desde que había vuelto, sabía que había algunas cosas que
habían permanecido igual. Una de ellas era Antigüedades Hill Country,
el pequeño escaparate tan desordenado como siempre, el letrero de
madera colgando torcido. Y Miranda había mencionado que su madre,
Tanya, seguía llevando el negocio.
Entró en la tienda y un cencerro sonó contra la puerta de cristal
para indicar su llegada.
—Un momento —le llamó una voz ronca desde el fondo.
No contestó, simplemente esperó, mirando a su alrededor. Todo el
lugar necesitaba una buena limpieza, le recordaba a algo a la serie
Acumuladores, siempre lo había hecho. Igual que una venta de garaje,
Antigüedades Hill Country estaba repleto de trastos viejos. Una enorme
vitrina de cristal en la pared del fondo guardaba las cosas realmente
“valiosas”, y pudo ver algunos platos de Elvis en un estante. Un viejo
caballo balancín y algunos muebles de madera estaban esparcidos por
el suelo a su izquierda. Las estanterías flaqueaban bajo el gran peso de
sus objetos y necesitaban reparaciones evidentes. Parecía haber una
fina capa de polvo en todo, y se pasó un dedo por debajo de la nariz,
anticipando un estornudo. Este lugar no había cambiado en nueve
años, decidió, recordando lo avergonzada que se había sentido Miranda
de adolescente de que su madre fuera la loca de los trastos.
Pero si alguien sabía dónde estaba Miranda, era Tanya Hill. Sabía
que a Tanya no le caía bien: cuando había llamado a casa de Miranda,
justo después de entrar en la NHL, ella le había gritado como si hubiera
dejado embarazada a su hija o algo así, y luego no le había dejado
hablar con ella. Pero ya había probado otras opciones: nadie en la
biblioteca le había dicho dónde vivía y no aparecía en la guía telefónica.
Tanya Hill era su mejor opción.
Dos minutos después, ya no estaba tan seguro. La mujer salió de
la trastienda con una pila de viejos discos. Aún llevaba el pelo recogido
en un flequillo de plumas, pero había encanecido y la coleta que le caía
por la espalda era más corta de lo que él recordaba. Tenía la cara muy
delineada y sus ojos se abrieron de par en par tras unas gafas al verle.
—¡Tú! —gritó—. ¡Sal de mi tienda!
Bueno, sabía que lo había odiado, pero no se había dado cuenta
de cuánto. —Señora Hill —comenzó—. Solo quiero…
La mujer cogió una sartén de hierro fundido de detrás del
mostrador y la levantó con las dos manos, como si fuera a golpearle.
—¡Sal mi tienda, hijo de puta, o llamo a la policía!
Levantó las manos, con las cejas arqueadas. —Solo necesito saber
dónde está Miranda.
— ¡Tienes que largarte de mi tienda, basura!
—Mire, compraré algo si…
—¡Fuera! —gritó de nuevo, luego corrió hacia el teléfono—. ¡Voy a
llamar a la policía!
Genial, justo lo que necesitaba. Levantó las manos en señal de
rendición. —No llame, me voy.
En cuanto salió de la tienda, oyó el ruido de sus pies sobre el
suelo de madera y la puerta se cerró tras él. El cartel de ABIERTO del
escaparate se apagó.
Vaya. No era el recibimiento al que estaba acostumbrado. Dane se
rascó la cara con pesar. Maldita sea. Seguro que olía a culo y estaba sin
afeitar. ¿Quizá su madre pensaba que era un borracho o algo así? La
mujer siempre había sido un poco rara. Frustrado, miró al otro lado de
la calle. Kurt’s Koffee era nuevo, y había unas cuantas personas en él.
Quizá una búsqueda en Internet...
En cuanto entró, el hombre que estaba detrás del mostrador
esbozó una amplia sonrisa. —Bueno, ciérrenme los ojos y llámenme
ciego —dijo el marihuanero—. Si no es la estrella del Flush de Las
Vegas, el señor Dane Croft, que viene a hacernos otra visita.
—Hola, Jimmy, —dijo despreocupadamente, aunque su mente iba
a toda velocidad. Maldita sea. Demasiado para mantener su presencia
en silencio—. Estoy buscando a Miranda Hill.
—Claro que sí —dijo el marihuanero con una sonrisa y levantó la
mano para chocar los cinco.
Dane hizo caso omiso. —¿Sabes dónde vive?
—Pueblo pequeño —dijo Jimmy, bajando la mano y empujando
su triste tarro de propinas por la barra del café hacia él—. Sé dónde vive
todo el mundo.
Frunció el ceño al barista, pero sacó unos cuantos billetes del
bolsillo y los metió en el tarro de propinas vacío.
—Esto es una cafetería, no un bar, Jimmy.
—Barista, cantinero, todo es lo mismo. Somos un par de tipos
sirviendo bebidas por un poco de dinero, hombre. La propina es la
propina. —Se inclinó hacia delante—. ¿Recuerdas dónde queda la vieja
Johnson Lane?

***

La casa de Miranda estaba tan vacía y pequeña como la había


dejado. Había cajas desparramadas por la sala, pero no había tenido
oportunidad de empacar mucho. Dejó la mochila en el sofá y sintió
unas ganas irrefrenables de desmayarse. Se sentó en el borde del sofá y
se levantó. Primero, una ducha.
Alguien llamó a la puerta.
Miranda gimió. Hoy no. Hoy no. Su madre la había llamado siete
veces en la última semana y se había puesto furiosa porque Miranda no
había contestado. Miranda había calmado a su madre con la excusa de
que estaba visitando su apartamento en Houston y había conseguido
desviar la peor parte de su enfado. Miranda había evitado ir, pero su
madre seguía llamando. De hecho, había llamado tres veces seguidas y
Miranda había evitado las tres llamadas. No quería volver a hablar con
ella. No mientras se sintiera tan desgraciada, infeliz y sola.
Miranda vaciló, mirando la puerta con frustración. Su madre no
se iría. Seguiría llamando, aunque Miranda fingiera no estar en casa.
Con un suspiro, se acercó a la puerta y la abrió de un tirón.
—Mamá, no…
Un hombre corpulento se plantó en la puerta. Los hombros
anchos y un cuerpo magnífico descansaban justo dentro de la puerta
mosquitera, y Dane le dedicó una sonrisa lenta y complacida.
—Sorpresa.
La expresión de sorpresa infeliz en su cara no fue una bienvenida
agradable. Miranda miraba a Dane con la boca ligeramente abierta, sus
bonitos ojos marrones borrosos, como si no supiera exactamente cómo
se las había arreglado para aparecer en su puerta.
Aquello hizo que se le hundiera el estómago hasta las botas de
trabajo y confirmó sus sospechas. Miranda estaba casada y él no había
sido más que un ligue de ocasión. Apretó la boca y se metió las manos
en los bolsillos, haciendo todo lo posible para no levantar la cabeza y
ver quién estaba sentado en el salón de la pequeña casa.
Aun así, se había tomado tantas molestias y quería una
confirmación. —¿Debo irme? ¿Está tu marido en casa?
Su expresión de asombro se volvió aún más confusa y ella abrió
más la boca, luego la cerró, después ladeó la cabeza de una manera que
hizo que su cabello se desparramara sobre su hombro y lo volvió
absolutamente loco. —¿Marido? No… no estoy casada.
—Bien —gruñó, complacido—. ¿Puedo entrar, entonces? Creo que
deberíamos hablar.
Casi esperaba que ella montara un escándalo o pusiera excusas,
pero ella solo se echó el pelo hacia atrás por encima del hombro y se
hizo a un lado, abriendo la puerta para que él pudiera entrar.
—Lo siento, el lugar está un poco desordenado —murmuró.
Su mirada se trasladó a las cajas dispersas en la habitación.
—¿Te acabas de mudar?
Le dedicó una extraña sonrisa. —Sí. Aún no he desempacado. —Y
entonces se precipitó junto a él, recogiendo los zapatos y el sujetador
que, al parecer, había desechado nada más entrar por la puerta.
Recogió los objetos y los tiró en su dormitorio, luego cerró la puerta—.
Siéntate en el sofá.
No quería sentarse en el sofá como un huésped no invitado. Dane
quería estrecharla entre sus brazos y besarla ahora que no tenían que
ocultarlo de clientes indiscretos. Quería estrechar su cuerpo contra el
suyo y sentir cada curva, suave y desnuda, tirarla al suelo y hacerle el
amor. Besarla, provocarla y sacarle de los ojos esa mirada preocupada
que le decía que estaba pensando demasiado en ese momento.
—Miranda, ven aquí.
—Oh, no —protestó con una media sonrisa, retrocediendo un
paso mientras él avanzaba—. Huelo como si hubiera estado viviendo en
el bosque durante una semana.
—Hueles bien para mí —murmuró, rodeándole la cintura con un
brazo y atrayéndola hacia sí—. Pero yo también he estado viviendo en el
bosque.
Una risita de niña escapó de su garganta y su mirada se dirigió a
su cara, y ella sonrió, su cuerpo derritiéndose contra el suyo. Su polla
se puso dura al instante.
—Tú y yo —dijo lentamente—, tenemos que hablar de por qué te
escapaste esta mañana.
Su sonrisa desapareció y trató de salirse de sus brazos. —No me
sentía bien. Problemas de chicas.
No se lo tragó. —Entonces, ¿tuviste problemas con las chicas
antes o después de escribir una dirección y un número de teléfono
falsos en tu documentación?
Ella abrió los ojos. —¿Cómo has…?
—Porque intenté llamarte, maldita sea. Cuando supe que habías
desaparecido esta mañana, quise saber adónde habías huido. —Bajó la
voz y su mano se deslizó por la espalda de ella; sintió que se le
escapaba, que intentaba huir aunque permaneciera inmóvil entre sus
brazos. Tenía que sujetarla o soltarse para siempre. Así que le dijo la
verdad—. Pensé que habíamos tenido algo. No fue solo una aventura en
el bosque para mí.
Miranda nunca había sido “solo una aventura” para él. Ella había
sido la que se le había escapado. Con la que había soñado durante
años. Por la que iba a arriesgar su trabajo cuando les contara a sus
amigos que se habían acostado juntos. Pero no se lo dijo.
—Quiero seguir viéndote, si lo deseas —dijo simplemente.
Pareció vacilar, y luego poco a poco se derritió contra él, como si
todas las cosas que habían estado molestándola se hubieran disuelto y
la dejaron sin huesos. Una mano se deslizó sobre sus hombros, le tocó
el pelo en la nuca, y su mirada vagó sobre él en un gesto que era a la
vez tímido y posesivo. —¿En serio?
—Por supuesto que sí. ¿Pensabas que te iba a follar en el bosque
y a poner en peligro nuestra primera clase simplemente porque me iba
a follar cualquier culo sexy que pasara por delante?
—La idea se me ocurrió —dijo humildemente.
Él hizo una mueca.
—Lo siento —agregó—. Eras... muy coqueto, cuando éramos
adolescentes.
—Coqueto contigo —dijo.
—Y con media docena de aspirantes a estrellas después —agregó.
Se le desencajó la mandíbula, dolorida por la tensión.
—¿Así que mi pasado va a ser un problema?
—Si lo fuera —dijo en voz baja y temblorosa—, no estaría en tus
brazos en estos momentos. Es solo que no quiero salir lastimada, Dane.
—Los ojos de Miranda se encontraron con los suyos y vio el terror
marcado en ellos—. Me aterroriza que me utilicen.
Ella parecía muy vulnerable en ese momento, y él no sabía qué
pensar. Como si le estuviera ofreciendo todo lo que era y le aterrorizara
hacerlo. Le rozó la mejilla con los dedos, se inclinó hacia ella y le dio un
beso suave como una pluma, acariciando su boca con la de ella.
—¿Qué tal si me usas tú? Pensé así era cómo funcionaba nuestra
relación, ¿recuerdas?
Se le escapó una risita suave, el sonido fue directo a la polla de él.
Joder. Le encantaba oírla feliz. —Muy bien —dijo con voz juguetona—.
Eres mío para usar y abusar.
—Suena bien —coincidió.
Cogió su camisa y luego arrugó la nariz arriba hacia él. —Apesto.
—Yo también —dijo con una sonrisa—. Vine a buscarte antes de
ducharme. Espero que esté bien.
Sonrió, con una amplia sonrisa encantadora, que cubría toda su
cara. —No tenía ni idea de que era un asunto tan urgente.
—Para ser sincero, tenía miedo de que fueras a salir de mi vida
otra vez, y eso me asustó.
Parecía contenta. —Vamos —dijo, dando a su camisa un tirón—.
Puedes frotarme la espalda.
—Sí, señora —dijo arrastrando las palabras—. ¿Quieres lavarme a
mí también?
Ella le lanzó una mirada sensual por encima del hombro.
—Por supuesto.
Cuando ella entró en el baño y empezó a dejar correr el agua, él
entró en su pequeño dormitorio. Aunque le parecía una invasión de la
intimidad, no había traído condones y necesitaba encontrarlos. No se
iría de la casa hasta haberle hecho el amor otra vez. Adivinando, abrió
el cajón de la mesita de noche. Había una revista, varios preservativos y
un vibrador azul brillante.
Eso sí que le dio ideas. Sonriendo, cogió un condón que estaba a
punto de caducar. Era evidente que Miranda no los compraba a
menudo. Ya lo arreglaría. Se metió el preservativo en el bolsillo y se
dirigió al cuarto de baño tras ella.
Al igual que su dormitorio, el cuarto de baño de Miranda estaba
limpio y ordenado, con las encimeras blancas y brillantes. Se sentó en
el borde de la bañera y se quitó los calcetines.
—No puedo esperar a ducharme —admitió con una sonrisita a
él—. No me siento precisamente sexy en este momento.
—Está bien —dijo, tratando de no pensar demasiado en el condón
en su bolsillo—. Nos limpiaremos primero, y luego tendremos sexo.
Se rió y terminó de quitarse la ropa. —Está bien.
Dane decidió que ésta iba a ser la ducha más corta de su vida. Se
quitó rápidamente la ropa y la dejó en el perchero mientras Miranda se
metía en el agua. Solo de pensar en su cuerpo desnudo, mojado y
reluciente, se le ponía dura, y el gemido de placer de ella le crispaba las
pelotas. Maldita sea. Entrar, lavarse él, lavarla a ella y volver al
dormitorio. Cinco minutos, máximo. Podía hacerlo.
Se armó de valor y entró en la ducha. Ella estaba de pie frente al
rociador, el agua solo rozaba su cuerpo mientras se enjabonaba. Su
larga cabellera dejaba caer riachuelos de agua por su espalda y él
suspiró con fuerza, pensando en cómo le gustaría tomarla en la ducha,
inclinarla y...
—¿Quieres el jabón?
Tomó la esponja de baño rosa que ella le ofrecía, aceptó el chorro
de gel de ducha afrutado y empezó a frotárselo con sombría y rápida
intensidad, concentrándose en limpiarse a sí mismo más que en la
mujer caliente y enjabonada que estaba a menos de un palmo, con el
rostro dichoso mientras se lavaba el pelo.
—¿Me lavas la espalda? —Se giró hacia él.
Dane apretó la mandíbula. Empezó a frotarle la espalda de forma
metódica, pasándole la esponja con movimientos rápidos. Miranda
lanzó un grito de sorpresa y se apartó.
—¿Intentas arrancarme la piel?
—Lo siento —dijo, apartando los ojos. Maldita sea, había mirado y
sus pechos chorreaban agua, los globos resbaladizos y tentadores.
Quería meter la polla entre ellos y correrse en esas preciosas tetas.
Cinco minutos, se recordó a sí mismo. Ella le había pedido que
esperara cinco minutos. Seguramente podría hacerlo.
—Tu turno para enjuagarte —dijo, y apartó la cortina, saliendo—.
Ya he terminado.
Gracias a Dios. Fue la ducha más larga de toda la eternidad. Se
enjuagó el cuerpo rápidamente, mirando por el pequeño hueco de la
ducha que dejaba ver unas nalgas rosadas que se secaban con una
toalla mullida.
A la mierda, había terminado con esta ducha. Cerró el grifo y
apartó la cortina, acercándose a Miranda en cuanto salió de la bañera.
Ella chilló sorprendida cuando la abrazó y él le quitó la sorpresa de la
voz con un beso. Era encantadora, suave y olía a fruta, y lo estaba
volviendo loco solo por estar aquí. Le metió la lengua en la boca y le dio
una larga y sensual lamida que le dijo exactamente lo que quería
hacerle.
Ella se estremeció en su abrazo y le rodeó los hombros con los
brazos.
El pasillo serviría. Con las manos sobre ella, la arrastró unos
metros fuera del baño hasta la alfombra de trapo que recorría el pasillo
y se arrodilló, tirando de ella con él.
La risita gutural de ella lo puso más duro. —¿Aquí mismo?
—La primera vez aquí —aceptó, separándose de ella un instante,
lo suficiente para coger el preservativo que había robado de su cajón.
Su otra mano seguía recorriendo su cuerpo y su boca besaba su bonita
mandíbula y su garganta—. La próxima vez, en la cama. Después de
eso, improvisaremos.
—Mmm —respondió, y él supo que aprobaba su plan. Las yemas
de sus dedos se deslizaron sobre su abdomen, sintiendo los músculos
húmedos y deslizándose hacia abajo para agarrar su polla.
Maldita sea. Cerró los ojos y gimió, preparándose. Estuvo a punto
de perder el control.
—¿Necesitas un condón?
Abrió el paquete con los dientes. —Tengo uno.
Dane se deslizó entre sus rodillas y ella se contoneó en la
alfombra debajo de él, sus pechos sacudiéndose con ese pequeño
movimiento. Un espectáculo hermoso. Se inclinó hacia ella y le besó
una punta mientras se colocaba rápidamente el preservativo.
A ella se le cortó la respiración en un pequeño jadeo sexy. Joder,
quería volver a oírlo. Con el preservativo puesto, le subió una pierna
alrededor de la cintura y deslizó un dedo por el calor de su coño,
buscando la entrada. ¿Estaba mojada? ¿Se movía demasiado rápido?
Sus jadeos se convirtieron en suaves gritos y empujó contra el
dedo, levantando las caderas.
No solamente estaba mojada, sino caliente y resbaladiza por la
necesidad. Hermosa. Dejó que sus dedos rozaran su clítoris una vez
antes de retirar la mano, disfrutando del pequeño respingo que su
cuerpo dio en respuesta. Luego cogió la polla con la mano, la guió hasta
su orificio y se la metió de golpe.
Miranda emitió un gritito ahogado y abrió mucho los ojos. Le
cogió los hombros con las manos y le clavó las uñas. —Oooh, eso fue
bueno.
—¿Te gusta esto? —dijo entre dientes, haciendo todo lo posible
para no follársela por el suelo y correrse en dos segundos. Tenía que
asegurarse de que se corriera, o sería tan malo como los otros idiotas
con los que había salido.
—Sí —dijo con una voz suave y entrecortada, levantando la otra
rodilla para que sus caderas se inclinaran hacia arriba.
Él giró las caderas contra las suyas, meciéndose dentro de ella, y
ella gimió.
—¿Así? —murmuró de nuevo, observando cómo ella echaba la
cabeza hacia atrás por el placer—. ¿Quieres que te folle lento, nena, o
rápido y duro?
—Rápido y duro —susurró, con las uñas clavadas como garras en
su espalda y las caderas agitándose bajo él.
No necesitó más estímulo. Se echó hacia atrás hasta que estuvo a
punto de salir y volvió a penetrarla de golpe, siendo recompensado con
la tensión de las pantorrillas de ella contra él y una ligera agitación en
su coño como respuesta. El único sonido que hizo fue otro jadeo agudo.
—¿Así?
Asintió.
Volvió a empujar. Y luego otra vez. Y otra vez, hasta que la
bombeó con fuerza, clavándole los dedos en las caderas para
mantenerla anclada en su sitio. Cada embestida se clavaba en ella, y él
sabía que no iba a durar mucho. Ella estaba cubierta de gotas que
caían de su piel, su cuerpo húmedo y resbaladizo como el suyo, y
aquellos pechos brillaban y rebotaban con cada duro empuje de su
polla, y eso solo le hacía enloquecer de necesidad. Ella emitía un
pequeño gemido con cada embestida, sus ojos se cerraban de placer, y
levantaba las caderas para recibir sus embestidas casi con violencia,
hasta que él temió que fuera a hacerle daño. Pero no le hacía daño; sus
gemidos aumentaban con cada levantamiento de las caderas.
Sintió que sus pelotas se tensaban, sabía que estaba cerca, pero
ella aún no se había corrido. Aunque le mataba, aminoró el ritmo y
volvió a girar suavemente las caderas, aún clavadas profundamente en
su caliente y estrecho conducto. Necesitaba pensar en otra cosa para
mantener el ritmo. Como siempre, cuando necesitaba ralentizar su
orgasmo, sus pensamientos volvían al hockey. Ejercicios. En eso tenía
que pensar. Pensar en pases. Mejor aún, pases en la zona ofensiva. Eso
era lo que tenía que hacer. Pasársela a ella, hacer que se corriera
primero. Deslizó una mano entre ellos, buscando su clítoris.
Cuando lo encontró, ella casi se desprendió del suelo.
—¡Dane!
Eso es, nena. Ahora estaba a la ofensiva. Le rozó el clítoris con el
pulgar, rodeándolo de humedad mientras ella se estremecía bajo él,
gritando. Sus uñas le arañaban, pero a él no le importaba. Quería que
se corriera tan fuerte como él estaba a punto de hacerlo. Pacientemente,
continuó rodeándola con la yema del pulgar, esperando a que se
derrumbara y entonces terminaría de conquistarla. Pero antes, ella
tenía que marcar.
Un pequeño gemido se elevó en su garganta y ella empujó contra
su pulgar, cada vez más fuerte, y luego se congeló. Sintió que su coño
se agitaba y se apretaba contra él, con fuerza, mientras ella empezaba a
correrse, y él continuó frotando, prolongando su orgasmo. Ella seguía
apretándose a su alrededor, gritando su nombre con un medio sollozo
entrecortado y áspero, y él perdió el control. Se estremeció, intentando
pensar en el hockey. Su mente estaba llena de imágenes de cómo
deslizaba el disco hasta el fondo, como si estuviera deslizando su polla
dentro de ella. Con un último y fuerte empujón, se corrió, apretando los
dientes contra el grito de placer que amenazaba con estallar, vaciándose
profundamente dentro de ella mientras ella se estremecía y su coño se
apretaba a su alrededor en múltiples réplicas. Siguió moviéndose dentro
de ella, empujando lentamente incluso cuando se recuperaba del
orgasmo, con la polla palpitante y la sangre retumbándole en los oídos,
y luego se desplomó a su lado, estrechándola entre sus brazos.
Permanecieron así durante un largo minuto, sin moverse. Dane
sintió que los latidos de su corazón se ralentizaban, que la respiración
de Miranda volvía a la normalidad.
Entonces ella soltó una risita gutural. —¿Vamos a acurrucarnos
en el pasillo?
Se inclinó y la besó en el hombro. —¿Prefieres acurrucarte en la
cocina?
Sonrió, con los ojos todavía cerrados, una expresión felizmente
soñadora en su cara. —Estaba pensando más bien en la habitación,
pero bueno.
Dane sonrió ante eso, pensando en el vibrador azul brillante que
había tenido allí. —Podemos ir a la habitación.
Se desenredó a sí misma de él y se puso de pie, moviéndose de
nuevo al cuarto de baño y agarrando toallas limpias. —Probablemente
debería limpiar el agua en primer lugar.
—Déjalo —dijo, se dio la vuelta y desechó el condón—. Vamos.
Tomando su mano en la suya, la llevó de nuevo al dormitorio y la
bajó sobre la cama. Estaban todavía mojados de la ducha, pero no le
importaba y sospechaba que a ella tampoco. Su cabello oscuro y
brillante de humedad, voló a través de las mantas y le sonrió.
—No te ves como si estuvieras de ánimo para abrazos.
—¿No? ¿Cómo me veo?
Pasó un dedo sobre un pectoral, delineándolo.
—Depredador —dijo, el sonido un suspiro de placer—. Como si
quisieras capturarme y comerme.
—Aunque eso suena delicioso, tengo otros planes para ti esta
noche —dijo, y meneó las cejas.
Lo miró con curiosidad, una sonrisa curvando sus labios.
—¿Ah, sí?
Le encantaba mirarla, suave, cálida y curvilínea. Dane sonrió.
¿Era posible enamorarse en una semana? No era un romántico, pero
había algo en estar con Miranda que le hacía sentirse completo,
centrado.
Le gustaba. Y ella le gustaba. Y aunque el momento no era el
ideal, le encantaba estar con ella e iba a seguir estándolo. Colt y Grant
tendrían que adaptarse.
Pero no se lo diría todavía. Ponerse cursi y parlotear sobre
sentimientos con una chica después de una semana probablemente
haría que cualquier mujer sensata huyera como el viento.
Le acarició el ombligo con un dedo, jugueteando con el surco.
—¿Cuánto confías en mí?
La mirada que Miranda le dio fue inmediatamente de cautelosa.
—¿Por qué?
Bueno, maldición. Su ánimo juguetón se desinfló en un instante.
Parecía casi frenética de preocupación, su cuerpo tensándose bajo el
suyo. ¿Qué pasaba por su cabeza en este momento?
—En la cama —aclaró—. ¿Cuánto confía en mí en la cama?
—Oh. —Su miedo se disipó tan abruptamente que lo aturdió—.
Por supuesto que confío en ti en la cama.
Bueno, ¿qué diablos fue todo eso? ¿Por qué le aterrorizaba tanto
confiar en él? ¿Se había quemado en el pasado y por eso se estremecía
cada vez que salía el tema de la confianza? Una oleada feroz y posesiva
se apoderó de él. Fuera cual fuese el cabrón que le había hecho daño,
iba a encontrarlo y a desmembrarlo, pieza por pieza. Miranda era una
mujer divertida, cariñosa, sexual e increíble, aunque ella no lo creyera.
Lo único que tenía que hacer era demostrárselo. Y si eso le
llevaba tres semanas o tres años, estaba dispuesto a hacerlo.
—¿Así que confías en mí? —repitió—. ¿Confías en que te daré
placer?
Asintió, sus ojos cafés suaves y sensuales. —Por supuesto.
—¿Confías en mí para que hacerte acabar tan intensamente que
se te enrosquen los dedos de los pies?
Ella sonrió y movió los dedos de los pies en respuesta.
—Siempre.
Alargó el brazo sobre ella y abrió el cajón de la mesita, luego sacó
el vibrador azul brillante. —¿Lo suficiente como para dejarme usar esto
contigo?
Su mirada juguetona se congeló, y entonces se sonrojó; no fue el
rubor habitual delicado y encantador, era un rojo ardiente.
—¡Dane! —Su expresión indignada era una delicia para ver—. No
se supone que debes saber sobre eso.
—¿No supone que sepa sobre qué? —bromeó, sacándolo del cajón
y examinándolo con detenimiento. Ella intentó agarrarlo, pero él siguió
manteniéndolo fuera de su alcance—. Tuve que buscar los condones
antes, y vi esto. Espero que todo esté bien.
—Es simplemente vergonzoso, eso es todo —dijo en voz baja, y
luego volvió a intentarlo—. Devuélvemelo. No lo necesito cuando te
tengo a ti.
—Mi dulce y querida señorita Hill —dijo lentamente, y le guiñó un
ojo—. Ahora eso es donde te equivocas. Creo que en esta cama hay sitio
de sobra para los tres.
Su rubor dio paso a la confusión. —¿Quieres usar mi vibrador?
Dane sonrió. —Quizá otra noche puedas usarlo conmigo. Estoy
más interesado en usarlo contigo y ver cómo te corres otra vez.
El carmesí volvió a sus mejillas.
Se subió a la cama y le besó los labios. Ella estaba dócil bajo él, y
él detectó un ligero temblor en su cuerpo: ¿excitación o incertidumbre?
—No lo haré si tú no quieres, Miranda —murmuró contra sus
labios—. No, si te da vergüenza.
—Un poco —dijo.
—¿Qué te avergüenza?
Se lo pensó un momento y luego se encogió de hombros.
—Supongo cuando tenemos sexo, estamos juntos en ello, así que
no pienso demasiado en ti mirándome fijo o viendo mis reacciones. Pero
con esto...
Se rió entre dientes y deslizó un nudillo sobre la suave turgencia
de un pecho, disfrutando de cómo el pezón se tensaba bajo su contacto.
—¿Crees que no voy a participar en esto? ¿Qué eso no me va a
excitar?
—Un poco tonto, ¿eh?
—Muy tonto —coincidió—. Demonios, me excitaba con solo verte
prender fuego cuando estábamos de viaje.
—Debe haber sido porque estaba manipulando toda esa madera
—bromeó, ligeramente rozando sobre sus brazos. Entonces lo miró y se
mordió el labio—. Está bien —aceptó después de un momento—. Quiero
hacer esto. Confío en ti, ¿recuerdas?
Se sintió como si le hubieran hecho un regalo. Miranda confiaba
en él para que la sacara de su zona de confort, y él no la decepcionaría.
Dane volvió a besarla, mordisqueándole y chupándole el labio inferior.
Cuando ella emitió un gemido en la garganta y le rodeó el cuello con los
brazos, él se soltó de ella y empezó a bajar por su cuerpo, besando un
camino. La barbilla. Las clavículas. El esternón. Se detuvo en los
montículos gemelos de sus pechos, tan hermosos y llenos. Acarició cada
pezón y los erizó, dejando las puntas húmedas y brillantes y a Miranda
retorciéndose y jadeando bajo él. Más abajo, le besó el ombligo y notó
que su cuerpo empezaba a temblar de tensión. De la buena, esperaba.
Cuando llegó a su montículo y la besó, ella no hizo ningún ruido.
Levantó la vista y vio sus ojos oscuros mirándolo, mordiéndose el labio
como si temiera mostrarle sus reacciones.
Bueno, eso no serviría de nada. Otra vez estaba pensando
demasiado.
Dane se incorporó y le dio una ligera palmada en el muslo.
—Levanta las rodillas, nena.
Le frunció el ceño, y poco a poco hizo lo que se le dijo, acercando
las rodillas a sus pechos.
—Abrázalas —dijo—. Cierra las manos detrás de ellas y no las
sueltes hasta que te diga.
Vio cómo volvía el rubor y ella apretaba más las rodillas, con la
cabeza inclinada hacia un lado. Ahora ella ya no podía ver lo que él
hacía, y él tendría la libertad de manipularla como quisiera.
Se veía preciosa así, con las piernas echadas hacia atrás,
mostrando unos muslos largos y delgados apretados con fuerza. Entre
ellos, la franja oscura de su coño y el brillo húmedo de sus pliegues. Su
aspecto era tan delicioso que él se inclinó y pasó la lengua por la
humedad, probando su sabor salado.
Ella se estremeció debajo de él, con la respiración entrecortada.
Ahora sí que le gustaba.
Con un dedo, le separó los labios del coño y lo deslizó hacia
delante y hacia atrás, asegurándose de que estaba jugoso y húmedo. Lo
estaba... su núcleo se encontraba caliente y resbaladizo, y él frotó la
resbaladiza humedad de arriba abajo a través de sus labios vaginales.
Ella gemía cada vez que él le tocaba el clítoris, pero él no se quedaba
ahí.
—Suave y bonito. Y muy húmedo. ¿Te excita que use el vibrador
contigo?
El temblor volvió a invadirla y su coño se estremeció cuando él
introdujo un dedo en su interior. Lo introdujo hasta el fondo, lo volvió a
sacar y esperó su respuesta.
—S-sí —admitió finalmente—. Se siente... travieso.
—Bueno, resulta que me encantan las chicas traviesas —dijo, y la
recompensó con otra embestida de su dedo. Ella respondió moviendo
las caderas, pero parecía tensa, esperando algo. Él sabía lo que era.
Encendió el vibrador y ella pareció vibrar de necesidad. No se lo
introdujo, no todavía. Quería que ella lo esperara un minuto más. En
lugar de eso, siguió dejando que su dedo recorriera el calor de su núcleo
y luego lo deslizó por la humedad hasta su clítoris, como si tuviera todo
el tiempo del mundo. Mientras tanto, ella emitía suaves gemidos y sus
piernas se tensaban y flexionaban una y otra vez, haciendo trabajar
repetidamente los músculos de sus muslos. Era hermoso verlo.
El vibrador de Miranda era una larga y lisa columna azul, con la
cabeza ligeramente acampanada y curvada para rozarle el punto G.
Temblaba en su mano. Le temblaba en la mano, le separó los labios del
coño y le puso la cabeza vibradora sobre el clítoris.
Miranda estuvo a punto de caerse de la cama. Se le escapó un
grito y apretó con fuerza. —Mantén las piernas en alto —le recordó, y
puso su propio brazo sobre el de ella para mantenerla inmóvil.
—Oh Dios —gimió—. Dane, por favor…
—Por favor, ¿qué? —dijo con voz ronca—. ¿Qué lo roce contra tu
clítoris? —Frotó la cabeza vibradora contra el duro e hinchado nódulo.
Ella se sacudió contra su agarre, pero él la mantuvo inmovilizada,
utilizando la cabeza del vibrador con gran precisión, frotándolo hacia
adelante y hacia atrás contra su clítoris. Estaba duro como una piedra
al ver su reacción. Su placer era tan abrumador que sus ojos se
cerraron, su boca trabajando en suave grito tras grito.
Y entonces se estremeció, apretando con fuerza las piernas. Él
continuó frotando la cabeza del vibrador contra su clítoris, ordeñando
su reacción hasta que sus músculos se aflojaron bajo él y ella empezó a
jadear. —Oh, Dane —dijo en una voz ronca y sorprendida que hacía que
sus pelotas se contrajeran por la necesidad—. Oh Dios.
Le frotó la cabeza por los labios, dejándola bien resbaladiza, y
luego le hundió la punta en el coño.
La sintió tensarse bajo su brazo, sintió el escalofrío que le recorría
las piernas. Ella volvió a gemir. Cuando él hundió la vibrante punta
hasta la empuñadura, ella volvió a gritar su nombre. —¡Dane!
—¿Te gusta, nena? —Giró el vibrador dentro de ella, haciéndolo
girar en círculo como lo haría con su polla si estuviera dentro de ella—.
¿Te gusta cuando hago que te corras?
—¡Sí!
Lo sacó y volvió a introducirlo hasta el fondo, disfrutando de las
sacudidas de su cuerpo. Repitió el movimiento y empezó a meterlo
despacio, dejando que entrara y saliera entre los húmedos labios de su
coño, y se inclinó para pasarle la lengua por el clítoris. Estaba tan
mojada que se empapó, y él lamió su sabor y fue recompensado con
otro fuerte apretón de su coño. Y luego otro.
—Me corro de nuevo —gritó, y su coño se apretó con fuerza
contra el vibrador. Él continuó apretándolo y ella gritó una y otra vez.
Siguió introduciéndoselo y los gritos de ella se convirtieron en chillidos
de su nombre mientras sufría fuertes espasmos por el orgasmo.
Dane apagó el vibrador, respirando con dificultad. La había hecho
correrse tan fuerte que su respiración era entrecortada y jadeante, con
la polla dura como una roca. Quería estar dentro de ella, quería ser él
quien la follara y la hiciera chillar. Quería ser ella quien la apretara.
Sacó el vibrador de su coño, que seguía apretado, y retiró el brazo de la
parte posterior de sus muslos, intentando serenarse. Le daría un
momento y luego terminaría lo que habían empezado.
Ella se le echó encima en un santiamén, rodando sobre la cama y
besándole con fuerza. Sorprendido, le devolvió el beso y siseó cuando
ella buscó su polla.
—Déjame hacértelo —dijo contra su boca, y luego le tiró del labio
inferior con los dientes.
—¿Con el vibrador?
Sacudió la cabeza y le dedicó una mirada pícara, con el rostro
reluciente con un brillo de sudor. —A la antigua.
Le deslizó una mano por el pecho y lo empujó hacia atrás.
Él se fue, con la polla erguida en el aire. Mientras él miraba,
Miranda se sentó a horcajadas sobre él y fue directa a su polla, su boca
se deslizó de repente sobre la cabeza y la envolvió en calor. Sus cálidas
manos agarraron el tronco y luego chupó con fuerza la cabeza.
Joder, iba a correrse si ella volvía a hacer eso.
—Miranda, nena, —gimió. Ella se limitó a mover el culo y a seguir
pasándole la lengua por la polla, lamiendo la cabeza y saboreando el
semen que allí se acumulaba, para luego metérsela hasta el fondo de la
garganta y bombear la base con las manos. Tenía los dedos enredados
en su pelo aún húmedo y la sujetaba mientras ella le trabajaba la polla,
lamiéndosela con la lengua en pequeños lengüetazos perversos que le
daban ganas de correrse en toda la cara.
Entonces ella puso la mirada más traviesa de todas y se la metió
hasta el fondo de la garganta, chupando con fuerza. Fue tan
jodidamente bueno que casi vio las estrellas. Casi no se dio cuenta
cuando ella encendió el vibrador y se lo puso en los huevos. Una oleada
de placer recorrió su cuerpo.
Luego explotó, lanzando chorros de esperma caliente por su
garganta y gritando, follándole la boca incluso mientras se corría, y ella
siguió frotando el vibrador contra su saco, moviendo la boca sobre su
polla y sacándole hasta la última onza de esperma.
Cuando él se desplomó de nuevo sobre la cama, ella se sentó y se
lamió los labios, poniéndole la expresión más satisfecha.
—Maldición —jadeó, sonriéndole—. Creo que necesito otra ducha.
Sonrió y se movió para darle un beso.
—En un minuto —dijo—. Solo quiero tocarte un rato sin que mi
cabeza estalle en otro orgasmo.
—¿Es eso tan malo?
—Claro que no.
Él sonrió, la estrechó entre sus brazos y la abrazó, atrapando su
pierna entre las suyas.
De ninguna manera iba a dejar que Miranda Hill se escapara otra
vez. Era increíble. Era salvaje en la cama y estaba buenísima.
Y era jodidamente suya.
15
Traducido por Madeleyn & Sofía Belikov
Corregido por Val_17

Una semana después…

Beth Ann llegó al lugar de Miranda después de cerrar su salón.


Por lo general, cuando Miranda tenía un día libre, ella pasaba por el
lugar a charlar un rato, recortaba las puntas de su cabello, y se hacía
una manicura. Pero el salón había estado extrañamente tranquilo esta
semana, y Beth Ann empezaba a sospechar.
Había llamado a Miranda un par de veces, ella parecía feliz pero
distraída. —¿Estás ocupada? —le preguntó Beth Ann, y Miranda había
dicho que sí. Pero tuvo una semana de descanso, y no se había detenido
a saludar o a pasar el rato. Bonita manera de tratar a una amiga cuando
se está alejando para siempre.
Así que trajo un rollo de papel de contacto para trabajar ese día, y
cuando Miranda no llegó al salón, fue a su casa en su lugar, llevando
su regalo como una excusa.
Miranda tenía una casita pequeña y ordenada en una calle
tranquila. El patio estaba salpicado de altos nogales y la casita de
alquiler era antigua, pero encantadora. Beth Ann estaba dispuesta a
quitarle el contrato de alquiler a Miranda cuando se marchara;
cualquier cosa sería mejor que pasar otro mes viviendo con sus padres
hasta que Allan se pusiera las pilas...
Suspiró. Tenía que dejar de pensar así. Allan no se iba a poner las
pilas y ella no iba a volver a estar con él. Era su madre la que le estaba
metiendo ideas en la cabeza.
Abrió la puerta mosquitera y llamó a la puerta de madera. Se hizo
el silencio. Beth Ann miró por la ventana: las luces estaban encendidas.
Se acercó a la puerta. Un murmullo de voces y, a continuación, un
revuelo para llegar a la puerta.
Molesta, Beth Ann llamó al timbre.
La puerta se abrió rápidamente, y una sonrojada Miranda
contestó, apartándose los mechones de pelo de la cara.
—Hola, chica —exclamó a modo de saludo—. ¿Qué estás haciendo
aquí?
—Pensé en ayudarte a empacar —dijo Beth Ann, sin dejarse
engañar ni un segundo. Miranda llevaba la camisa desabrochada y los
vaqueros con la cremallera bajada. Tenía los pies desnudos.
Sí, Beth Ann no era tonta. Beth Ann no era tonta. Puso el rollo de
papel de contacto en las manos de Miranda y se abrió paso hacia el
interior.
—Ya que estás tan ocupada para embalar, pensé en ayudarte a
terminar —dijo—. Te traje un poco de papel de contacto para el nuevo
lugar.
La casa era tal como ella sospechaba: había cajas esparcidas por
la habitación, pero no parecía haber nada en ellas. De hecho, si se
fijaba bien, parecía que había menos cosas que la última vez que había
estado allí. Beth Ann se giró y se golpeó la barbilla con una uña rosada.
—No tenías que hacer esto, Beth Ann —dijo Miranda con
torpeza—. Ya casi termino con el embalaje.
Beth Ann se volvió para mirar a su amiga, dolida.
—Eres una mentirosa terrible.
Se escuchó un ruido en el dormitorio, y Miranda se puso rígida.
Beth Ann sintió una sensación horrible en el estómago. Antes de que
Miranda pudiera detenerla, se acercó a la puerta del dormitorio y la
abrió de un empujón.
Un hombre corpulento se sentó en el borde de la cama y se puso
los zapatos. No llevaba camisa sobre sus músculos bronceados y
ondulados, y levantó la vista al verla en la puerta del dormitorio.
—Hola —dijo el peor enemigo de su mejor amiga—. Beth Ann, no
has cambiado.
—Tú tampoco —dijo ella con los dientes apretados, y le cerró la
puerta en las narices. Se volvió, miró a Miranda con desilusión y salió
de la casa.
Miranda la siguió. —¡Beth Ann! No es lo que crees.
—¿En serio? —espetó, enojada y asustada por su amiga, todo a la
vez—. Porque estoy pensando que él se está mudando aquí.
—No seas tonta —se burló Miranda—. Solo nos hemos estado
viendo durante la última semana.
Beth Ann cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Y cuántas veces ha
dormido en su casa la última semana?
Silencio.
Beth Ann le dio a su amiga una mirada exasperada. —¿En serio?
A su favor, Miranda se sonrojó. —Sé lo que estás pensando.
Beth Ann sacó su teléfono celular. —¿Debería tomar una foto de
tus pechos y publicarlo en Internet ahora para que podamos terminar
con esto?
Miranda se estremeció, y de inmediato Beth Ann se sintió como
una idiota. Suspiró y se movió para abrazar a Miranda.
—Lo siento, chica —se disculpó Beth Ann.
—Sé que solo te preocupas por mí —dijo Miranda en voz baja—.
Lo sé.
—Él te ha hecho tanto daño —dijo Beth Ann, y odiaba el nudo
que crecía en su garganta—. Te humilló delante de todos y te rompió el
corazón. Yo también sé lo que se siente.
—Por supuesto que sí —dijo Miranda con dulzura, y le dio unas
palmaditas en la espalda—. Pero esto es... esto es diferente, Beth Ann.
—Su rostro enrojeció de placer, y sus bonitos ojos marrones brillaron—.
No es el tipo que yo creía. Es diferente. Solo tienes que confiar en mí.
—Oh, cariño —murmuró Beth Ann, y le dio a su mejor amiga otro
apretón en el brazo—. Por supuesto que confío en ti.
Era en ese imbécil de Dane Croft en quien no confiaba.
Miranda y ella conversaron un rato más en el porche y luego Beth
Ann se inventó la excusa de que tenía que regresar al salón para
asegurarse de que lo había desconectado todo.
Miranda parecía incómoda. —¿Segura que no quieres quedarte un
rato más? Haré un poco de té dulce.
Ella sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa alegre.
—Tengo que irme, pero gracias por preguntar. Me pasaré mañana
y te ayudaré a hacer la maleta. —Miró a su amiga con severidad—. Sin
excusas.
—Sin excusas —dijo Miranda con una sonrisa.
Beth Ann volvió a su pequeño Volkswagen Bug verde y arrancó el
coche. Pero en vez de volver hacia Main Street, tomó la autopista y se
dirigió a las afueras del pueblo, hacia el rancho Daughtry.
Iba a investigar por su cuenta si Dane Croft estaba jugando en
este momento. Si Miranda no se preocupaba por sí misma... ella sí lo
hacía. Una de ellas tenía que ser inteligente, y quería estar preparada
para lo peor.

***

Beth Ann aparcó el coche delante del rancho Daughtry. Había un


aparcamiento de grava y algunas cabañas, pero aparte de eso, no
parecía gran cosa. A lo lejos, podía ver un granero largo, pero parecía
desierto. Beth Ann salió del coche, cogió las llaves y se dirigió a la gran
casa del rancho. Encima de la puerta colgaba un cartel que proclamaba
con orgullo EXPEDICIONES DE SUPERVIVENCIA EN LA NATURALEZA, y una
caja de folletos de plástico clavada en la pared del porche estaba llena
de folletos.
Pensó en llamar a la puerta, pero era un negocio, ¿no? Lo trataría
como tal. Nadie tenía que llamar antes de entrar en su salón. Abrió la
puerta y entró.
Nadie levantó la vista cuando entró. Una mujer a la que no
reconoció tenía un teléfono en la oreja y escribía furiosamente en un
bloc de notas. Grant Markham, un recuerdo imborrable de su pasado
en el instituto, ni siquiera levantó la vista del ordenador. Vaya. Se había
vuelto simpático en los últimos nueve años.
Una persona se levantó y se acercó a la puerta.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó en voz baja, casi ronca.
Ella lo miró sorprendida. Colt Waggoner, también lo recordaba del
instituto. No debería haberse sorprendido, había visto su foto en el
folleto. Era... diferente. Había sido callado en el instituto, y supuso que
no había cambiado mucho, pero ahora tenía algo duro y delgado. Algo
ligeramente peligroso. También había dejado atrás la forma espigada
que ella recordaba: este hombre era todo músculos rugosos y fuerza
enroscada. Y la devoraba con la mirada. Sorprendida, reprimió la oleada
de placer que le produjo su apreciación. Era agradable que alguien
volviera a hacerla sentir guapa, pero no era por eso por lo que estaba
aquí esta noche.
—Pensé en venir a preguntarte si sabes dónde está tu amigo Dane
—dijo ella, manteniendo su voz suave.
Colt cruzó los brazos sobre su pecho. —No soy su guardián.
—No, no lo eres —coincidió—. Pero estás intentando llevar un
negocio aquí, ¿no? ¿Cómo va a quedar eso si tu instructor tiene una
relación con una de sus alumnas mientras está en uno de tus retiros?
Nunca volverás a tener otra mujer que se apunte.
La mirada apreciativa de Colt se convirtió en ceño fruncido
mientras la fulminaba con la mirada. Cuando la mujer colgó el teléfono
y Grant levantó la vista del ordenador, Colt la cogió por el codo y la
arrastró de vuelta al exterior.
—¿Beth Ann Williamson? ¿Eres tú? —dijo Grant, levantándose de
la mesa—. Vaya, cuánto tiempo sin verte. Comentaste algo sobre los
estudiantes…
—No tiene tiempo para hablar —gritó Colt empujando hacia fuera
y arrastrando a Beth Ann con él.
Lo fulminó con la mirada y, cuando volvieron al aparcamiento, se
apartó de él de un tirón. —Ya es suficiente, gracias
—¿Hay algún problema? —El tono de Colt era abrupto.
—Claro que hay un problema, carajo —dijo Beth Ann, cruzando
los brazos sobre el pecho. Ella se negó a dejarse intimidar por su fuerza
bruta, y ese tono sexy en su voz. Era curioso, pero ella no lo recordaba
así. Había sido un imbécil silencioso y distante en el instituto, y nada
había cambiado, al parecer, excepto el envoltorio—. El problema es tu
amigo. Está arruinando la vida de mi amiga. Una vez más.
Colt se la quedó mirando un largo, largo rato. Cuando ella pensó
que la ignoraba, él finalmente dijo: —No sabes de lo que hablas.
—¿No? —Ella miró su cuerpo musculoso, y el movimiento de sus
hombros—. ¿Dónde está tu amiguito? En el trabajo no por lo que veo.
Colt se quedó en silencio.
Ah, sí, recordó por qué la había enfurecido tanto en la escuela.
Ella siempre había sido alegre y charlatana, y él era cualquier cosa
menos eso. —¿Y bien?
—Escuché que no te casaste con Allan.
Se puso rígida. —Eso no es asunto tuyo, y te agradeceré que no te
metas.
Él gruñó.
Ella, nerviosa, se pasó el flequillo por detrás de la oreja.
—Mira. Todo lo que estoy diciendo es que Dane y Miranda están
conectando, y me parece muy desagradable que uno de tus instructores
se líe con una de sus alumnas.
Colt continuó observándola de esa forma escrutadora que a ella le
resultaba tan desconcertante. —No es cierto —dijo finalmente—. Dane
no está saliendo con nadie.
El hombre era irreal. —¿Estás ciego? ¿Debería haber tomado una
foto para saborear el momento y mostrárselo a todos mis amigos? Oh,
espera, eso es cosa de ustedes ¿no?
Él frunció el ceño.
—Mira. Solo vine aquí para advertirte.
—Oh, ya lo hiciste, ¿no? —Su tono frío se volvió de repente treinta
tonos más frío—. ¿Vienes a advertirme que no somos bienvenidos aquí?
—No me importa si montan una tienda de campaña en el centro
de la ciudad —declaró—. Pero si Dane lastima a Miranda una vez más,
voy a castrarlo con mis tijeras de cortar el pelo, ¿me entiendes?
—Miranda es una ex alumna. Terminó las clases, y él terminó con
ella. —Beth Ann podía jurar que su boca se curvó un poco.
—Lo único que digo es que tiene que retroceder y dejarla en paz.
Todos ustedes. ¿Entiendes?
El brillo interesado de sus ojos se apagó y fue reemplazado por
hielo. —Sí, señora —dijo arrastrando las palabras, y luego asintió hacia
su auto—. Te acompaño afuera.
—Ya estamos afuera.
—Entonces supongo que te miraré irte.
Idiota. La cuenta de imbéciles del pueblo aumentaba en uno con
él de vuelta. Giró sobre sus talones, con el pelo alborotado sobre los
hombros, mientras se alejaba dando pisotones.

***

Grant lo miró cuando Colt volvió a entrar en la oficina.


—¿Qué fue eso?
—Mierda de la ciudad —dijo Colt, y cogió el mando de su Xbox—.
Nada que valga la pena repetir.
—¿Vino hasta aquí para hablar contigo sobre mierda de ciudad?
—preguntó Grant—. A mí me parece una idiotez.
Colt se encogió de hombros. —Se está imaginando cosas. O se la
está inventando.
—¿Por qué conduciría hasta acá solo para decirte una mentira?
—A lo mejor le gusto.
Grant resopló. —Debo haber confundido esa mirada de deseo en
su rostro con rabia. —Agarró la pila de papeles que tenía sobre el
escritorio y empezó a hojearlos, sin darse cuenta del silencio de Colt.
Pero Grant siempre estaba ocupado con un proyecto u otro. El hombre
se concentraba (bueno, se obsesionaba) tanto que perdía la noción de la
realidad. Al cabo de unos minutos, Grant volvió a hablar—. ¿Se trata de
una chica?
—¿Eh? —Colt levantó la vista del televisor.
—Una chica —respondió Grant, apartando una pila de libros de
contabilidad para mirar a su amigo—. Últimamente Dane no ha sido él
mismo. Distraído. Ella mencionó a una chica. ¿Crees que está viendo a
alguien en la ciudad?
—Tal vez —dijo Colt encogiéndose de hombros—. Si realmente
estuviera viendo a alguien, la traería por aquí.
—¿Por qué los dos somos lindos y adorables? Le dimos un sermón
sobre mantener su polla en sus pantalones. El tipo probablemente no
traerá una cita a menos de treinta kilómetros de este lugar porque cree
que vamos a enloquecer.
Colt gruñó. —Ella solo estaba siendo histérica y exageraba. Dane
prometió que no tocaría a los clientes.
—Es cierto. —Grant se quedó mirando la puerta y luego volvió a
mirar a Colt—. ¿Mantienes las manos alejadas de todos tus clientes?
Colt frunció el ceño. —Vete a la mierda. Eso ni siquiera tiene
gracia.
Grant se limitó a sonreír, ignorando el enfado de Colt.
—Nunca se sabe, creo que cualquier mujer saldría corriendo
gritando si se diera cuenta de que tendría que pasar tiempo contigo y tu
soleada personalidad.
—Soy todo un encanto, no perjudico a nadie.
—Eso ni siquiera tiene sentido.
—Para ti, tal vez. —Colt hizo un gesto a la enorme pila de papeles
sobre el escritorio de Grant—. De todos modos, no es una chica. Él no
ha dicho nada sobre nadie y me lo habría contado. Él nunca pierde una
clase y nunca aparece oliendo a perfume barato o con lápiz labial en su
cuello.
—Te pregunté si él estaba saliendo con una chica, no con tu
mamá —dijo Grant secamente.
Colt le disparó una mirada. —Divertido. ¿Quieres terminar con
esa mierda para que vayamos a tomar una cerveza a la ciudad?
Los dedos de Grant tamborilearon por toda la pila de papeles
sopesando las opciones. Luego se levantó y empujó su silla de la mesa.
—Creo que esos comunicados de prensa pueden esperar un día o dos.
—Cierto, maldita sea —dijo Colt, levantándose. Le hizo señas a
Brenna para que se quitara los audífonos—. Vamos a ir al pueblo para
conseguir un par de cervezas —gritó.
Se animó y se sacó los audífonos, su pecoso rostro iluminándose.
—¿Cerveza? ¿Puedo ir?
—No —contestó Grant rápidamente—. Aún no has terminado el
inventario de suministros que te di hace dos días.
Le frunció el ceño, y se puso los audífonos de nuevo. —Te odio.
Grant lucía como si quisiera quitarle los audífonos y asfixiarla con
ellos. Colt empujó el hombro de su amigo. —Vamos. ¿Cómo se llama el
bar?
—Maya Loco —dijo Grant, dejando finalmente de mirar a Brenna
para caminar hacia la puerta—. ¿Estás seguro de que no es por una
chica?
—Si lo fuera, habría dicho algo —dijo lentamente Colt.
—Ajá. Cierto.

***

Miranda jugó con los dedos de Dane, entrelazándolos con los


suyos mientras descansaba la cabeza contra su pecho.
—¿Tienes que trabajar hoy?
—Tengo clases —dijo—. Un viaje para acampar. Después de eso,
estoy libre hasta el fin de semana. ¿Qué hay contigo?
Se removió en la cama. Debería estar empacando. Debería llamar
a su trabajo para confirmar que todo estuviera bien. En su lugar, pasó
la semana pasada acostada en la cama con Dane, y cuando no estaban
en la cama, pasaban juntos cada momento que estaban despiertos.
Estar con él hacía de viajes mundanos (como ir al supermercado) una
experiencia placentera.
Era deprimente cuánto disfrutaba de su compañía, incluso más
porque sabía que no podía durar.
El pensamiento la puso estúpidamente triste. —No tengo que
trabajar hoy.
Dane envolvió los dedos alrededor de los suyos y movió sus
entrelazadas manos. —No has ido al trabajo en más de dos semanas.
¿Estás de vacaciones?
—Sí. —Era más fácil que decirle la verdad. Que se iba a ir en
menos de una semana, y que no planeaba verlo de nuevo.
—Mi viaje es por la noche —dijo, luego golpeó su otro brazo con
sus manos entrelazadas—. ¿Quieres venir? Estoy seguro de que
podríamos darles una explicación razonable.
—No, está bien —dijo, fingiendo un bostezo—. Limpiaré la casa.
—Deberías terminar de desempacar —agregó, aunque no salió de
la cama. Su mano libre jugó con su cabello—. Es mi culpa que no hayas
tenido la oportunidad de hacerlo. ¿Quieres que te ayude cuando vuelva?
—No —dijo, con su corazón latiendo furiosamente—. Yo puedo
ocuparme. Ya he tomado suficiente de tu tiempo últimamente.
Para su sorpresa, Dane alzó su mano y la besó. —No me importa
—dijo con voz ronca—. Te extrañaré cuando me vaya.
Yo también, pensó, pero no dijo nada.
Sus brazos la envolvieron y Dane rodó en la cama, arrastrándola
hasta que se encontraba bajo su cuerpo. Le dio una sonrisa malvada.
—Las clases no comenzarán en una hora o dos.
Miranda le devolvió la sonrisa y meneó las caderas de manera
sugestiva. —Tiempo suficiente para que me hagas el desayuno.
Dane tiró de su ropa. Lo único que utilizaba para la cama era una
camiseta y unas bragas, y parecía apreciar su ropa, o la falta de ella.
Sus manos se deslizaron más allá del bordillo de su camiseta y su boca
descendió hasta su ombligo, lamiendo y chupando.
—Tenía algo más en mente.
La risa de Miranda murió en su garganta, surgiendo como un
bajo gemido, sus caderas alzándose cuando los dedos de Dane rozaron
el borde de sus bragas. Entonces los deslizó al interior de sus muslos, y
un momento más tarde, las lanzó al suelo. Su respiración se sentía
cálida contra su estómago, y luego se inclinó para besar su ombligo de
nuevo, su lengua hundiéndose en él.
Sus manos se aferraron a sus hombros, con las uñas clavándose
en su piel. Dios, amaba sentirlo contra ella, con sus duros músculos y
su delicioso aroma masculino. Había extrañado envolver las piernas a
su alrededor y sentirlo hundiéndose profundamente en su interior,
extrañando el sabor de su piel cuando se encontraba húmeda por el
sudor mientras la follaba por un largo tiempo…
Un sonido necesitado escapó de su garganta, y se le tensaron los
hombros. —Te quiero en mi interior, Dane. Por favor.
Dane se deslizó hasta arriba por su cuerpo y se acercó,
inclinándose para presionar un rápido y duro beso contra su boca. Se
empujó contra él, haciendo que el beso aumentara a niveles de
urgencia, lleno de necesidad. Quería olvidar que todo iba a terminar
pronto. Que ese podría ser uno de sus últimos momentos con él. Sus
manos se movieron hasta sus mejillas y metió la lengua profundamente
en su boca, y alzando las caderas, sintió su longitud dura y caliente
presionándose contra su muslo.
Dane se rió por su entusiasmo, moviéndose para presionar
calientes besos alrededor de su rostro, su nariz, su barbilla.
—Solo voy a irme por unos días, Miranda. Entonces podremos
pasar los siguientes dos en la cama, juntos.
Sacudió la cabeza, aun empujándose contra él con necesidad. No
podía decirle por qué sentía esa intensa urgencia de tenerlo en su
interior. No lo entendería.
—Van a ser largos días —dijo—. ¿Puedo solo… extrañarte?
Dane se estiró sobre ella y agarró un paquete de aluminio de la
mesita de noche, luego lo rompió y se puso el condón mientras Miranda
se aferraba a él, besando cada parte de cuerpo tonificado que podía
alcanzar. Un breve momento más tarde, sus caderas se posicionaron
entre sus muslos y Miranda alzó las piernas, juntando sus tobillos
detrás de su espalda mientras se sumergía profundamente en su
interior.
Miranda soltó un gemido. Sus manos tiraron de él salvajemente.
—Dios, sí, así.
Dane soltó un bajo gruñido y comenzó a follarla duramente, cada
empuje deslizándolo incluso más profundo.
—Yo también te extrañaré —dijo sin aliento, inclinándose para
darle otro duro y posesivo beso. Lo terminó con un resbaladizo empuje
que pareció alcanzar su centro. Su lengua se burló de la unión de sus
abiertos labios, colándose entre ellos mientras se conducía dentro de
ella de nuevo—. Pensaré en ti todo el tiempo. En esta cama, tu cabello
oscuro y salvaje, llevando nada más que una camiseta y unas bragas,
esperando que llegue a casa. Pensando en ese vibrador y luego en ti
usándolo mientras piensas en mí.
Su coño se apretó por sus palabras.
—¿Te gusta eso? —Se salió de su interior de nuevo, y comenzó a
bombear lentamente, puntuando sus duros golpes con otro ardiente
beso.
Se apretó de nuevo, y fue recompensada con otro siseo de su
respiración, sentía cada contracción de sus músculos.
—Me encanta cuando me tocas —dijo suavemente, mirando sus
verdosos ojos, nublados con deseo—. Cuando estás profundamente en
mi interior, muy duro.
Se metió dentro de ella de nuevo, y su boca descendió hasta la
suya, tragándose sus suaves palabras con otro intenso beso. Sus
caderas se alzaron para encontrar las suyas y comenzaron a moverse
rítmicamente, sus caderas alzándose para encontrar cada embestida,
moviéndose juntos. Las uñas de Miranda se clavaban en su piel y
comenzó a gimotear con cada embestida, la intensidad superando todo
pensamiento racional. Se empujó profundamente y luego giró las
caderas, y la respiración de Miranda salió bruscamente mientras tocaba
su punto G. Luego salió, y se contuvo. Sus verdes ojos miraron los
suyos, y Miranda memorizó su rostro en ese momento, brillante con
sudor, la intensa mirada enmarcada con puntiagudas y oscuras
pestañas. La incipiente barba en sus mejillas y barbilla, la curva de su
boca.
Era hermoso.
Entró en su interior de nuevo, y se vino, un bajo gemido
escapando de su garganta. Sus músculos temblaron mientras el
orgasmo corría a través de ella. Jadeó con alivio, curvando los dedos
mientras él se movía dentro de ella. Entonces se estaba corriendo
también, las venas en su cuello resaltando mientras todo su cuerpo se
sacudía con la fuerza de su propio orgasmo. Miranda lo observó con
fascinación, memorizando las líneas de su rostro en tal vulnerable
momento. Podría observarlo para siempre.
Dane se inclinó pesadamente sobre ella, y la atrajo más cerca por
un beso. —Gracias.
Miranda soltó una susurrante risa y envolvió los brazos alrededor
de sus hombros, empujándolo contra ella totalmente. Su peso se sentía
delicioso sobre ella. —¿Por qué estás agradeciéndome?
Bajó y le besó la nariz. —El sexo mañanero siempre hace que el
día comience mejor. Ahora no tengo que preocuparme por esos chicos
intentando sacarme de quicio. Puedo superar este día con mi cantidad
de endorfina.
Miranda se rió. Cuando trató de bajarse de ella, sacudió la cabeza
y lo atrajo más cerca.
—Todavía no —dijo suavemente—. Tienes unos cuantos minutos
antes de que tengas que irte, y como que quiero abrazarte por un poco
más.
Dane le sonrió. —Sabes que solo voy por una noche, ¿cierto?
Un día, cierto. Pero ya no le quedaban demasiados días allí. Evitó
su mirada y deslizó un dedo a lo largo de los músculos en sus brazos,
trazando sus venas.
—Incluso una noche parece mucho tiempo —dijo ligeramente—.
¿Es un crimen que quiera sentirte sobre mí?
Dane le dio una intensa mirada, toda burla abandonándolo. La
sonrisa se borró de sus labios, y reconoció la llama de deseo en sus
ojos. —Para mí no.
Y con eso, movió sus caderas, solo un poco. Lo suficiente como
para recordarle que aún se hallaba profundamente en su interior. Y que
se encontraba duro de nuevo.
Miranda dejó de respirar y su mirada voló hasta él.
—Dijiste que teníamos unos pocos minutos, ¿cierto? —Se inclinó
y la besó, luego tomó su labio inferior en su boca, chupándolo con
suavidad por un momento antes de liberarlo—. Creo que deberíamos
hacer algo en ese tiempo.
—Me apunto —murmuró y lo acercó más. A veces, pensaba que
podría quedarse en sus brazos para siempre.
Después de que Dane se fue, recogió algunas cosas de su casa. Se
sentía inquieta, algo molestándola vagamente. ¿Culpa por su relación
con Dane? Beth Ann no estuvo feliz la última vez que hablaron de ello, y
odiaba decepcionar a su mejor amiga.
Cogió su teléfono para llamar y se dio cuenta de que su madre
había llamado de nuevo, dos veces. Ningún mensaje. Probablemente
solo quería saber cómo estaba. Debería detenerse en su casa y visitarla.
Tenía una caja de cosas para tirar, lo que le daría una oportunidad para
pasarse por el salón y visitar a Beth Ann. Hablar un poco, tal vez
explicarle que las cosas no eran como lucían.
Porque realmente, no lucían como decisiones sabias en ese
momento.
Miranda entró en la ciudad y aparcó el camión delante de la
tienda de antigüedades de su madre. El cartel torcido se bamboleaba
con la brisa y Miranda suspiró al verlo. Algún día tendría que pagar
para que se lo arreglaran. El interior de la tienda estaba tranquilo, y
encontró a su madre sentada en un baúl, llorando en silencio en el
almacén trasero.
—¿Mamá?
Su madre la miró mientras entraba, y solo lloró más fuerte.
Oh, cielos. Su madre siempre había tenido un pequeño y frágil
espíritu, y sus llantos podrían no significar nada. Últimamente se sentía
triste porque Miranda se iba a Houston, pero ya habían hablado del
tema. Aplastó la sensación de molestia y se sentó junto a ella en el
tronco, palmeando su espalda.
—¿Estás bien, mamá? ¿Qué sucede?
—Oh, Miranda —hipó su madre—. No sé cómo decirte esto. Está
sucediendo lo de antes.
—¿Qué cosa?
Su madre hizo un gesto dramático con la mano.
—Los rumores, las risas. Las miradas. La gente ha estado
viniendo para decirme lo que está haciendo contigo.
Un frío hoyo se abrió en el estómago de Miranda. Su madre
estaba exagerando de nuevo. —¿Hablas sobre salir con Dane, mamá?
Tanya siseó, como si el pensamiento le provocara dolor.
—No están saliendo. Está usándote —acusó—. Justo como antes.
Te usa para tener sexo y luego posteará fotografías para inflar su propio
ego.
Miranda hizo una mueca. —No es así.
—¿No? —dijo su madre mordazmente—. Lo busqué. Las imágenes
siguen allí. Si le gustaras tanto, ¿por qué aún están en internet, donde
todos pueden verlas?
Miranda apretó los labios, duro, y continuó frotando la espalda de
su madre. Ella siempre había sido la adulta en su relación, la que le
aseguraba a su madre que todo estaba bien. Incluso así… su pregunta
tenía sentido, y a Miranda no le gustaba eso. —No es así…
—¿No? —Su madre giró sus brillantes ojos llenos de lágrimas
hacia ella, y su barbilla temblaba mientras se secaba las mejillas con
un arrugado pañuelo—. Entonces dime cómo es, Miranda Jane Hill. ¿Te
saca del pueblo? ¿Te lleva a cenar?
Bueno, no, se habían quedado en la pequeña casa de Miranda
todo el tiempo. —Mamá…
—¿Te ha presentado a sus amigos? ¿Llevado a su casa?
Una incómoda sensación se deslizó a través de Miranda. No dijo
nada.
—Oh, cariño —dijo su madre tristemente—. ¿Olvidaste cómo te
trató todos esos años?
Un nudo se formó en su garganta y se levantó.
—No lo he olvidado.
La conversación con su madre la dejó inquieta por su exactitud, y
al mismo tiempo, por su inexactitud. Su mente se encontraba llena de
preguntas para las que no tenía respuestas. ¿Dane estaba usándola?
Pero fue ella quien se acercó a él, quien hizo que su relación fuese un
secreto. Fue su idea que se usaran por sexo. Fue Dane quien le dijo que
iba a contarles a Colt y a Grant, dejarles saber que Miranda y él salían.
Lo tomaron sorprendentemente bien, dado el hecho de que Dane había
estado acostándose con un cliente. No había efectos colaterales en
absoluto.
Lo que le molestó un poco.
Su cabeza se encontraba llena de preguntas para las que no tenía
respuestas y necesitaba hablar con alguien. En lugar de entrar en su
auto, se dirigió calle abajo hacia el salón de Beth Ann.
Mientras entraba, otra mujer salía: Mary Ellen Greenwood. Le dio
a una mirada despectiva mientras entraba, aferrándose a su cartera
más fuerte, como si la presencia de Miranda pudiera contaminarla.
Miranda puso una mano en el collar de su camisa y tiró de él
hacia arriba.
Beth Ann barría cabello en la sala principal y levantó la mirada
cuando entró. —Hola, cariño —dijo con voz insegura.
—Mamá está llorando. —Señaló la tienda de antigüedades—. Cree
que Dane está usándome.
Beth Ann suspiró y sacudió la cabeza, sin dejar de barrer.
—¿Y bueno?
—¿Qué? —Beth Ann volvió a mirarla con una expresión triste—.
¿Quieres que te diga la verdad, o quieres que te diga lo que quieres
escuchar?
Auch. Miranda la miró fijamente.
—Quiero que me digas la verdad, Beth Ann. Eres mi mejor amiga.
Si no puedo contar contigo, ¿entonces con quién?
Beth Ann palmeó la silla. —Siéntate. Te diré lo que sé.
Mientras Miranda se sentaba, Beth Ann puso una brillante capa
rosa de leopardo sobre sus hombros. —Fui a visitar a Colt el otro día…
16
Traducido por Diss Herzig & florbarbero
Corregido por Mire

Con las cejas enceradas, las uñas cuidadas y el corazón dolorido,


Miranda volvió al coche y miró por el parabrisas sin ver nada.
Dane no les había dicho a los demás que salía con ella. Le había
dicho que lo haría y que todo estaba bien. ¿Por qué la mantenía en
secreto ante sus amigos, a menos que nunca hubiera pensado tomarse
las cosas en serio entre ellos?
Lo peor de todo era que todos en el pueblo lo sabían. Se había
pasado por la ferretería y había vuelto a oír susurrar “Las Tetas de
Bluebonnet”, y se le hundió el corazón. En un pueblito era imposible
guardar un secreto, pero maldita sea. Si todo el mundo sabía ya que se
acostaban juntos, ¿por qué no se lo había contado a sus amigos, los
que contaban?
Era como antes, pero peor. Porque esta vez debería haberlo
sabido.
Sonó el teléfono y Miranda dio un respingo, sacando el móvil del
bolso. ¿Era Dane? ¿Se canceló su clase y decidió pasarse? Odió el
pequeño vuelco que dio su corazón al pensarlo. Pero era una tontería,
ni siquiera tenía su número.
El identificador de llamadas mostraba un número de teléfono que
ella no reconocía. —¿Hola?
—¿Miranda Hill? —dijo la voz alegre en el otro extremo—. Soy
Kacee Youngblood de HGI Incorporated. Quería darle los detalles sobre
su prueba de drogas. Necesitaremos que lo completes antes de que
empieces a trabajar aquí en HGI.
—Oh, por supuesto —murmuró, y escuchó con desgana cómo la
mujer le daba instrucciones al oído. Colgó después de acordar ir
mañana a Houston para que le hicieran las pruebas.
Seguía pensando en Dane y sentía que el corazón se le rompía en
mil pedazos. ¿Cuándo se había producido este cambio? ¿Cuándo había
pasado de usuaria a utilizada? ¿De verdad era tan estúpida? Él le había
prometido que se lo diría. Se lo había prometido. Y había sido tan dulce
y encantador al respecto. Él había sido quien lo sugirió, no ella.
Alguien le estaba mintiendo. Tal vez Beth Ann había oído mal. Tal
vez Colt estaba mintiendo.
En lugar de volver a casa, giró el coche hacia la autopista, en
dirección al rancho Daughtry, con el corazón herido a cada kilómetro.
Cuando giró, el aparcamiento se encontraba lleno de coches. Hoy había
clase. Pasó por encima de la barandilla de cuerda que servía de
separación del aparcamiento y empezó a caminar a zancadas por la
hierba, en dirección a uno de los senderos. Esta clase sería de alumnos.
No podía llevarlos muy lejos.
—¿Puedo ayudarle?
Un hombre trotó detrás de ella, y Miranda no se emocionó al ver
que era Grant.
—Hola, Miranda —dijo Grant con una sonrisa fácil—. No tuvimos
la oportunidad de hablar el otro día. Es bueno verte de nuevo.
—Estoy buscando a Dane —dijo ella, sin dejar de avanzar.
—Él está en una clase en estos momentos. No regresará hasta
mañana. —Grant se colocó frente a ella, bloqueando el camino—. ¿Hay
algo en lo que te pueda ayudar?
—En realidad necesito hablar con Dane.
Grant no se movió, pero le dio una sonrisa amistosa y señaló de
nuevo a la cabina principal. —¿Quieres entrar y pasar el rato un rato ya
que estás aquí? Colt también ha salido con los estudiantes, así que
estamos solos Brenna y yo. Podemos ponernos al día; he oído que has
estado aquí en Bluebonnet los últimos nueve años.
Oh, encantador. Como si quisiera hablar de la ciudad ahora
mismo. —Es que...
Grant le sonrió. —Esto es perfecto. Esperábamos que volvieras.
Necesitamos tu foto para el tablón del salón de la fama estudiantil.
Ella hizo un gesto hacia el bosque. —Pero Dane…
—Él no tiene que estar involucrado para la foto —dijo Grant con
una sonrisa relajada—. Está bien.
Lo miró fijamente durante un largo, largo momento, sin moverse.
Esperando a que él rompiera el carácter, a que le mostrara que había
estado bromeando y que sabía perfectamente que tenía una relación
con Dane. Que solo le estaba haciendo pasar un mal rato.
Pero no dijo nada, siguió esperándola pacientemente.
—¿Sabías que follé con Dane?
Se puso rígido, su expresión sonriente se ensombreció.
—¿Perdón?
—Yo era una de los estudiantes de Dane —señaló ella, dolida por
su sorpresa y queriendo herirlo—. Me acerqué a él aquella primera
noche y me le insinué. Luego nos encontramos en el bosque y me folló.
Y luego follamos casi todas las noches allí.
El rostro de Grant se puso rígido por la ira, su boca se afinó.
—¿Hablas en serio?
—Sí. Le encanta follarme. De hecho, seguimos follando —dijo con
una risa amarga—. Desaparece en mi casa todas las noches y follamos
como conejos hasta la mañana. —La furia y el dolor estallaron en ella—.
Me dijo que iba a decirles a Colt y a ti que nos acostamos, pero parece
que era mentira. Supongo que no es lo único en lo que ha mentido
últimamente, ¿eh?
Las palabras se le atragantaron en la garganta y se marchó dando
pisotones por el camino de grava hasta el aparcamiento. Esperó a que él
intentara detenerla, pero no lo hizo, y cuando miró hacia atrás, Grant
estaba mirando el bosque con expresión pensativa.
Miranda cerró la puerta del coche y se fue a casa.
Era hora de poner en marcha el plan.

***

—Recuerden que damos todo tipo de clases de supervivencia:


desde escolares hasta adultos, desde principiantes hasta expertos —dijo
Dane mientras estrechaba manos y ofrecía folletos. La clase había ido
bien: era su primer grupo escolar y él estaba un poco nervioso, pero los
niños habían asimilado las clases con entusiasmo. No hubo problemas
durante la noche y todos se lo pasaron bien contando historias
alrededor de la hoguera y durmiendo. La clase debería haber terminado
hoy, pero los chicos estaban tan entusiasmados que alargó las clases
un poco más y luego les invitó a una partida de paintball, que
aceptaron encantados. Había sido divertido. Le gustaban los niños.
Decidió que no le importaría dar más clases con niños, e hizo una nota
mental para pedirle a Brenna que programara más. Tal vez podrían
organizar un campamento de verano de supervivencia para niños.
Brenna trotó a su lado. —Oh, bueno. Has vuelto. Grant ha estado
buscándote desde ayer.
Intentó no gemir. Grant no era su persona favorita para ver al
final de una clase. El micromanager que había en su amigo quería un
detalle completo de cómo había ido la clase, desde qué tareas habían
realizado hasta qué se había puesto cada uno. Grant quería tomar
todos los detalles que pudiera y registrarlos, para luego estudiarlos y
analizarlos con la esperanza de mejorar la experiencia del cliente. Por
supuesto, Colt pensaba que lo hacía solo para mantenerse ocupado.
Dane no estaba seguro. En cualquier caso, una narración larga,
intensiva y detallada no era lo que tenía en mente ahora mismo. Echaba
de menos a Miranda y quería irse a casa y acurrucarse en la cama con
ella.
—¿Grant? ¿Qué pasa?
—No sé —dijo Brenna, encogiéndose de hombros y arrugando la
nariz, como si pensar en Grant la mareara—. Estaba molesto por algo.
Insistió en hablar contigo en cuanto regresaste. Si quieres irte, ahora es
el momento.
Sonrió a Brenna. Era como una hermana pequeña para él y Colt.
Para Grant, era una némesis desordenada, desorganizada y displicente.
Tampoco le gustaba la microgestión de Grant, y si no fuera por Colt y
Dane, la habrían despedido hace mucho tiempo.
—Muy bien —dijo, y entrecerró los ojos hacia el sol poniente—. Se
está haciendo tarde. Voy a pasar la noche en la ciudad. Si me busca,
dígale que volveré mañana por la mañana para la próxima clase.
Ella le guiñó un ojo, sus ojos verdes riendo. —Entendido. Voy a
disfrutar mucho diciéndoselo.
—Me imagino que sí —rió Dane.

***

La calle de Miranda se encontraba a oscuras, pero las luces de su


dormitorio estaban encendidas, y él llamó suavemente a la puerta
principal. Las flores silvestres que tenía en la mano parecían vivas
cuando las recogió en el rancho, pero se habían marchitado en el coche
durante el viaje. Esperaba que eso no fuera una señal de cómo iría la
noche.
—Está abierto —gritó.
Él entró. El salón estaba oscuro y ordenado: las cajas que habían
desparramado por la habitación estaban apiladas ordenadamente en
una esquina. Sin embargo, no supo dónde había desempacado más. Las
luces parpadeaban en el dormitorio, y se dirigió en esa dirección.
La habitación se encontraba iluminada con docenas de velas
parpadeantes y la cama estaba despojada de todo excepto de la sábana.
Miranda estaba tumbada en la cama, completamente desnuda excepto
por un par de zapatos rojos de tacón y un poco de brillo de labios. La
polla se le puso dura de inmediato.
—Bienvenido de nuevo —dijo con una voz suave y ronca—. Te
extrañé.
Maldita sea, él también la echó de menos. La vio sentarse, con el
pelo castaño oscuro cayéndole sobre los hombros, y sintió que iba a
perder el control en ese mismo instante. La forma sensual en que ella lo
miraba le hizo perder la cabeza.
—Esta es una agradable sorpresa —dijo, sonriendo, y le entregó
las flores—. Hace que la mía parezca patética en comparación.
—Eso está bien —dijo ella con ligereza, levantándose de la cama y
cogiéndole las flores de las manos—. Voy a compensarlo.
Sus manos se posaron inmediatamente en la camisa de él,
tirando de ella por encima de su cabeza y luego tirándola a un lado. Se
inclinó para besarla, pero ella le dedicó una sonrisa burlona y tímida.
—Esta noche me toca a mí.
Él levantó una ceja. —¿Ah, sí? —Dane soltó un suspiro cuando la
mano de ella se dirigió a su polla y la acarició a través de la tela de sus
vaqueros.
—Ya está dura —ronroneó—. Supongo que me extrañaste.
—Con locura —contestó, inclinándose para besarla.
De nuevo se apartó, frunciendo el ceño con coquetería.
—Mis juegos esta noche.
—¿Quieres estar a cargo? —Cuando ella asintió con la cabeza, él
sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo—. Está bien.
Ella le pasó las manos por la piel mientras lo desnudaba,
arrancándole la ropa del cuerpo.
Era una excitación increíble y, sin embargo, había algo en la
determinación de Miranda que le molestaba. Cuando le arrancó los
calzoncillos, la agarró de las manos y apretó su cuerpo desnudo contra
el suyo.
—Más despacio. Tenemos toda la noche.
Se relajó contra él, sus manos acariciando su piel. —Lo siento —
dijo con una sonrisa sin aliento—. Me estaba dejando llevar.
—¿Oh?
—Tengo una sorpresa para ti. —Había un brillo feroz en sus ojos.
Sus manos se deslizaron hacia abajo, ahuecó su hermoso culo y
la atrajo hacia él. —Soy todo oídos.
Ella se zafó de él y cruzó la habitación hasta un lado de la cama.
Miranda buscó en su mesita de noche y sacó un par de esposas.
Y le dirigió una mirada expectante.
Maldita sea. Su dulce Miranda estaba controlando su lado más
salvaje, y a él le gustaba. Dane sonrió.
—¿Son para que las utilice contigo?
—Después de que juegue contigo —contestó tímidamente—. Los
voluntarios reciben un regalo especial.
—Entonces me ofrezco voluntario —murmuró con voz ronca. Con
eso, y le tendió una muñeca.
Ella enlazó las esposas sobre una muñeca y tembló. ¿Tan
excitada estaba que temblaba? La idea lo puso aún más duro y gimió,
acariciando su espeso y sedoso cabello. Ella se estremeció al contacto
con él y lo condujo hasta la cama, donde le esposó una muñeca a uno
de los postes de madera de la cama. Él se tumbó boca arriba,
probándose la muñeca izquierda, que ella había esposado al poste
izquierdo de la cama; tenía el brazo estirado por encima de la cabeza,
aunque no incómodo. Para su sorpresa, ella sacó un segundo juego de
esposas y le cogió la otra muñeca.
¿Esperaba que se apartara? Le ofreció la muñeca.
—Soy todo tuyo.
Ella le dedicó una sonrisa irónica y sujetó la otra muñeca
esposada al poste opuesto de la cama, luego se arrastró sobre él. El roce
de su culo y sus pechos contra su cuerpo lo estaba volviendo loco, y
gimió por lo bajo, con las pelotas apretadas de placer.
Sin embargo, para su sorpresa, ella siguió bajándose de la cama y
se dirigió al otro extremo de la habitación. ¿Otra sorpresa? Hizo fuerza
contra las esposas mientras ella rebuscaba en un cajón, intentando ver
qué sacaba. ¿Un bolígrafo? ¿Salsa de chocolate? ¿Un consolador?
Maldición, esperaba que no. Le gustaban muchas cosas, pero que una
tía le pusiera un consolador no era lo suyo...
De repente, ella se giró y él quedó cegado por un destello.
—Qué de…
Clic. Clic clic clic.
La miró fijamente. Tenía una cámara y lo estaba fotografiando.
Desnudo. Y excitado. Esposado a su cama.
Se sacudió. No había dado permiso para esto, y se sentía...
invasivo.
—Miranda, ¿qué diablos? Baja la cámara.
—No. —Su voz era dura y fría. Clic clic.
Él la miró fijamente. ¿Cuál demonios era su problema?
—Esto no es gracioso. Baja la cámara.
—Tienes razón, no es gracioso. —Tomó unas cuantas fotos más y
luego cambió la configuración de la cámara, echando un vistazo a las
fotos que acababa de tomar—. Y ahora ya sabes lo que se siente, ¿no?
—¿De qué mierda hablas? —Empezó a enfadarse, tirando de las
esposas. Maldita sea, había confiado en ella para que lo atara, ¿y esto
era lo que hacía?—. Miranda, desátame ahora. Ahora.
—Sabes de lo que hablo —exclamó, poniendo la cámara a un lado
y encogiéndose de hombros para ponerse un vestido y unas bragas.
El terror le recorrió el estómago al verla vestirse. No se iba,
¿verdad? ¿Por qué se vestía? La sensación de inquietud en su mente se
intensificó. Aún más perturbadora era la expresión de angustia en su
rostro. —Miranda.
—¡Pensé que eras diferente! Pensé que habías cambiado, y luego
me entero de que nada ha cambiado.
—Miranda, no lo entiendo.
—¿Por qué siguen las fotos? ¿Después de todo este tiempo? ¿Me
odias? ¿Es por eso? ¿Por eso no les hablaste de mí a tus amigas? Solo
te divertías con la zorra de Miranda Hill, ¿es eso?
¿Fotos? ¿Qué fotos? ¿Las que ella acababa de tomar? No tenía
sentido. ¿Sabía que él no había dicho nada? Y espera, ¿zorra?
—¡No! Yo, ¿de qué estás hablando?
Se enderezó el vestido y volvió a coger la cámara, con los pechos
agitados como si no pudiera tomar suficiente aire.
—Tú y yo hemos terminado esta noche, Dane Croft. Terminamos
de una vez por todas. Fui idiota, porque después de que empezamos a
hablar de nuevo, pensé que tal vez habías cambiado. No eras el imbécil
que yo creía, pero supongo que es culpa mía por ser tan estúpida como
para enamorarme de una cara bonita. Bueno, ya no es culpa mía. —
Agitó la cámara—. Tengo estas fotos tuyas, Dane. Por eso me fui de
acampada. No fue para aprender técnicas de supervivencia. Fue para
conseguir fotos tuyas comprometedoras y arruinar tu vida como tú
arruinaste la mía. Conseguí lo que quería, y puedes esperar que esas
fotos aparezcan en Internet en los próximos días. —Se dio un golpecito
en la barbilla—. O tal vez las venda a un tabloide. Todavía no lo he
decidido.
—¡Miranda!
—Adiós, Dane. Nunca me volverás a ver. —Con eso, salió de la
habitación.
Él la miró sorprendido. ¿Qué carajo era todo eso? ¿Por qué le
estaba haciendo fotos (desnudo, maldición) y declarando que no iba a
volver a verle? Estaba en su maldita casa. Tenía que volver.
Iba a volver, ¿no?
Súbitamente paranoico, tiró de las esposas, retorciéndose las
manos. Apretadas e inflexibles. No podía pasar las muñecas. Maldita
sea. Tal vez si sacudía con fuerza, podría romper la cama. No sabía qué
diablos estaba pasando, ni por qué Miranda se había vuelto loca de
repente, pero pensaba averiguarlo.
En cuanto se liberara.
Durante los minutos siguientes, se esforzó mucho, apretando los
puños y dando tirones al poste de la cama. No servía de nada, no
conseguía el ángulo correcto. Maldita sea.
Oyó la puerta del salón y se puso rígido. ¿Había llamado a alguien
más? ¿Invitaba a sus amigos a venir a mirar? No tendrían mucho que
ver, su polla se había marchitado bastante a estas alturas.
Pero no, Miranda entró un momento después, agarrando la
cámara y llorando como si se le estuviera rompiendo el corazón. Se le
revolvieron las tripas: Dios, ¿por qué estaba tan triste? Su enfado con
ella desapareció al ver su miseria.
—No puedo hacerlo —dijo entre sollozos—. No puedo hacerlo. Sé
lo que se siente, y no puedo hacérselo a otra persona. Mucho menos a
ti.
—¿Hacer qué? —dijo, tirando de las esposas de nuevo. Necesitaba
liberarse. Entonces podría tocarla, consolarla, averiguar qué demonios
pasaba por su cabeza—. Miranda, sácame de aquí
—No —dijo, secándose los ojos—. No voy a hacerlo. Con las fotos.
Ponerlas en Internet. —Sus ojos eran salvajes y vidriosos—. Ni siquiera
un imbécil como tú se merece eso.
—¿Merecer qué? Ni siquiera sé de qué estás hablando.
—Sí lo sabes —le gritó, y parecía como si quisiera arrojarla la
cámara en la cabeza—. Deja de hacerte el tonto, Dane. Ya me
arruinaste la vida una vez. No dejaré que vuelvas a arruinármela porque
fui tan estúpida como para enamorarme de ti. Y yo tampoco arruinaré
la tuya. —Arrojó la cámara al final de la cama—. Voy a llamar a alguien
del rancho para que venga a buscarte en media hora. Y no vengas a
buscarme ni me llames para intentar explicármelo, porque no quiero
oírlo. Hemos terminado, tú y yo. Esta vez para siempre.
Se secó las mejillas y se fue.
Él la siguió con la mirada, pero ella no volvió. Tal vez no lo haría
esta vez. ¿De qué había estado hablando? Algo con fotos y él arruinando
su vida. No tenía sentido: él no la había visto desde la última vez que se
fue de Bluebonnet al terminar la secundaria, y había sido ella quien lo
había rechazado, no al revés. Él no lo entendía, y Miranda había sido
incomprensible.
A ella también se le había roto el corazón, y eso le estrujaba el
suyo. ¿Qué estaba tan mal que quería lastimarlo para tratar de
arreglarlo?
Confesó que se había enamorado de él. Él también se había
enamorado de ella. Llevaba nueve años enamorado de ella y era
demasiado tonto para darse cuenta. Fuera lo que fuera lo que ella había
sentido, necesitaba destruirlo, pensó, y pateó la cámara. Salió
disparada contra la pared y se rompió en varios pedazos.
Quería ir tras ella. Hacer que se explicara. Hacerla entrar en
razón. Abrazarla y acariciarle el pelo hasta que se le pasaran las
lágrimas, y solucionar sus problemas por ella. Ya ni siquiera estaba
enfadado, solo confuso. Dane no podía seguir enfadado, no cuando ella
lloraba como si se le rompiera el corazón. Demonios, sus sollozos le
estaban rompiendo el corazón. Lo único que quería era consolarla.
Pero no podía hacer nada, porque ella había decidido apartarlo de
su vida de aquella manera tan extraña. Estaba atrapado hasta que
alguien viniera a rescatarlo. Así que se sentó, esperó y se preocupó por
Miranda.
Poco después, alguien llamó a la puerta.
—Adelante —gritó, deseando tener algo para cubrirse—. Estoy en
el dormitorio.
Oyó unos pasos, y luego una figura alta y delgada apareció en la
puerta del dormitorio. Unos fríos ojos se entornaron hacia él, y Colt se
frotó la cabeza. —Aprecio la oferta, hermano, pero no eres mi tipo.
—Muy gracioso —dijo Dane, señalando a las esposas de nuevo—.
Solo sácame de aquí para que pueda encontrar Miranda y azotar su
culo hasta que me diga qué está pasando.
Las llaves estaban en la mesita de noche, y tomó unos pocos
segundos para que Dane fuera liberado. Se frotó las muñecas y luego se
vistió sin decir una palabra. Cuando se puso sus zapatos de nuevo, se
acercó a la cámara, y pisoteó los pedazos, sacando algo de su agresión
en ella.
—¿Fotografías de tu lado malo?
Se volvió y frunció el ceño a su amigo. —¿Sabes algo acerca de
Miranda Hill y alguna cosa que arruinó su vida?
—No —dijo Colt—. ¿Te la follaste?
Entrecerró los ojos a Colt. —Es mi novia. Era mi novia.
Colt frunció el ceño. —¿Follaste a un cliente?
—No es así. Y no la follé. Dejar de decir eso, o voy a darte un
puñetazo en la boca. ¿Me oyes?
Colt frunció el ceño por un momento más, luego asintió.
—Su amiga remilgada sabe algo acerca de esto. Vino a gritarme
hace un par de días.
—Entonces vamos a visitarla —dijo Dane con gravedad.

***

—¿Por qué no me sorprende que sea un salón de belleza? —dijo


Colt con disgusto mientras se detenían delante de un cartel de color
rosa brillante y una vidriera pintada con flores de colores chillones y
brillantes—. Debería haberlo sabido.
Dane saltó desde el jeep en cuanto se detuvo, apenas parando
para despejar la acera. El cartel en la ventana estaba apagado, pero
había luz en el interior. Golpeó la puerta varias veces. Ella tenía que
estar dentro. Tenía que estarlo.
Después de dos minutos de golpes, escuchó a alguien en el
interior y luego el resto de las luces se encendieron. Una familiar rubia
lo miró desde el otro lado de la ventana.
—Está cerrado. Vuelva mañana.
—Estoy buscando a Miranda —gritó a través del cristal.
—No está aquí. Y aunque estuviera, no la dejaría hablar con
alguien como tú. —Le dio una mirada fría y apagó la luz de nuevo, con
la clara intención de dejarlo parado ahí.
Golpeó en la puerta de nuevo, más fuerte. Después de un
momento, Beth Ann encendió las luces de nuevo.
—No me hagas llamar a la policía.
—Solo queremos hablar —dijo Colt bruscamente a su lado, dando
una caliente mirada a la rubia—, sobre Miranda.
Ella frunció el ceño a los dos, pero vaciló. —No voy a tener mi
salón abierto hasta tarde sin cortar el pelo de nadie, ¿entienden?
—Bien —dijo Colt, y asintió con la cabeza.
Beth Ann abrió la puerta y dejó escapar un suspiro exasperado.
—No hagan que me arrepienta de esto.
Dane entró al salón después de Colt. Era lindo, limpio y cubierto
de botellas de todo tipo de cosas de chicas. Olía ligeramente floral, y
reconoció el perfume, el champú de Miranda. Solo el olor envió un rayo
de infelicidad a través de él. —¿Dónde está Miranda?
—Probablemente a mitad de camino a Houston —dijo Beth Ann, y
recogió la capa de leopardo rosa—. ¿A quién voy a realizarle un corte?
Colt se quitó el gorro y se sentó en la silla, y Beth Ann dio un
delicado resoplido. El cabello de Colt estaba cortado con navaja corta y
cerca de su cuero cabelludo. Debe ser sádica, porque puso esa fea capa
rosada en Colt y bombeó la barra para pies de la silla para ajustar la
altura.
Colt la fulminó con la mirada en el espejo.
—¿Houston? —dijo Dane, apoyado contra la pared, cruzando los
brazos sobre su apretado pecho—. ¿Por qué demonios está viajando a
Houston?
Beth Ann encendió la maquinita para cortar el pelo y empezó a
correr a lo largo de la parte posterior del cuello de Colt.
—¿Porque se muda allí? Tienes que escuchar cuando una chica te
dice algo, Dane Croft. No eres un regalo de Dios para las mujeres.
Dane le frunció el ceño. —¿De qué hablas? ¿Por qué Miranda se
está mudando? Acaba de mudarse aquí.
En la silla, vestido con la capa rosada, Colt se sentó con cara de
piedra, mirando su reflejo en el espejo. Sus ojos se volvieron, y Dane
notó que no era su reflejo el que estaba viendo, era en la perfecta rubia
donde se centraba su mirada. La observaba como un águila a su presa.
Se preguntó si Beth Ann tenía la menor idea de que Colt la estaba
observando tan cuidadosamente.
Pero no tenía tiempo para esta mierda, y Beth Ann no le brindaba
información acerca de Miranda, que era la razón por la que estaba aquí,
no para ver a Colt mirando a la rubia posesivamente.
—¿Y bien? ¿Por qué se está mudando Miranda si acaba de
comprar una casa aquí?
—Oh, cariño —dijo Beth Ann en un tono que tenía un poco de
pena y mucho de burla—. Pobrecito. Ella no se mudaba, se marchaba.
No podía esperar para dejar este maldito pueblo. Ha esperado nueve
años para irse.
—¿Nueve años? ¿Por qué?
—Debido a esas malditas fotos… —respondió, y luego frunció los
labios brillantes—. Lo siento. Mi lenguaje. Pero sabes acerca de lo que
estoy hablando.
—No —dijo entre dientes—. No lo sé.
Entrecerró sus azules ojos hacia él, luego se trasladó al otro lado
de la pequeña peluquería, hacia un ordenador portátil en un pequeño
escritorio. Cuando se agachó, vio la expresión de Colt estrecharse un
poco más, como si su mundo se centrara de repente en un suave par de
caderas con una falda de mezclilla.
—Esto —dijo Beth Ann, moviéndose a un lado y mostrándole la
pantalla—. Es por esto que no podía esperar a salir.
Se adelantó y observó. Era un sitio horrible, con un fondo feo y
gráficas chillonas. La URL decía “las Tetas de Bluebonnet” y se quedó
mirando una foto de los turgentes pechos de Miranda, el bello lunar
bajo el seno izquierdo devolviéndole la mirada. Un idiota tenía la mano
en sus pantalones y la otra debajo de sus pechos, como acomodándolos
para la cámara. Lo que era peor, su cabeza estaba inclinada hacia
atrás, extasiada.
—¿Quién es ese imbécil? —gruñó, con ganas de darle una paliza
a alguien. Apretó los puños con fuerza.
Beth Ann frunció el ceño y desplazó la página web a la siguiente
foto. Ésta mostró claramente la cara del hombre cuando Miranda se
encontraba arrodillada delante, mientras él con la mano retorcía su pelo
como si estuviera a punto de chupársela.
—Eres tú, estúpido idiota. Y le arruinaste la vida.

***

Cuando salieron del salón, Dane se sentó en el coche,


adormecido. Colt condujo, de vez en cuando rascándose la nuca por los
trazos dejados por el afeitado.
Dane no sabía qué pensar.
Miranda pensó que él le había arruinado la vida. Pensó que él
había tomado las fotos. Pensó que se estaba vengando de ella como un
psicópata cuando la abandonó hacía tantos años. Beth Ann le había
contado toda la historia, aunque claramente se había mostrado reacia a
divulgar los secretos de su mejor amiga. Solo le contaba, decía, lo que
cualquiera en el pueblo le contaría. Cómo la madre de Miranda había
tenido una crisis nerviosa y Miranda había tenido que llevar la tienda
hasta que se recuperó. Los rumores. El apodo.
Las fotos la siguieron durante los últimos nueve años. Y todo este
tiempo él nunca lo supo. No es de extrañar que su madre se asustara
cuando entró en la tienda. No es extraño que Miranda le tomara fotos y
dijera que quería arruinar su vida.
Infiernos, no la culpaba. Sabía lo que eran los pueblos pequeños,
y Bluebonnet era uno de los más pequeños. Conocías a todo el mundo,
y todo el mundo sabía todo acerca de ti. Y todo el mundo conocía los
pechos de Miranda íntimamente.
Dios, pobre Miranda. Fue tan fuerte sufriendo en silencio todos
estos años y aguantando la mierda por su madre. Beth Ann explicó que
ella obtuvo su maestría en la cercana Universidad Estatal de Houston y
solicitó en varios puestos de trabajo, consiguiendo finalmente un lujoso
puesto en una gran corporación en el centro de Houston. Beth Ann no
quiso decir dónde.
No la culpaba... y al mismo tiempo, quería sacudirla hasta sacarle
la información.
—¿Volverá? —le preguntó, sintiendo que el mundo acababa de
caer por debajo de sus pies.
—No sé —contestó Beth Ann—. No tengo su número, cambió su
teléfono cuando se mudó. Dijo que me llamaría en unas pocas semanas,
cuando estuviera acomodada. Quiere empezar de nuevo primero. —Le
dolía, era obvio, y dio a Dane una mirada acusadora. Fue sacada de la
vida de Miranda, también, y no estaba agradecida con él. A juzgar por la
expresión de su rostro, Beth Ann no lo olvidaría a corto plazo.
No le importaba. Todo lo que podía ver era la cara llorosa de
Miranda, sollozando mientras abandonaba la cámara. A pesar de que
quería vengarse... no fue capaz de hacerlo.
Le dijo que se había enamorado de él. Era como un cuchillo
retorciendo en sus entrañas. La amó todos estos años y ella pensaba lo
peor de él.
Volvió a pensar, las fotografías debieron ser tomadas en la fiesta
después de la graduación en la casa de Chad. Nunca supo que hubo
una cámara en el armario, estaba demasiado atrapado en la hermosa
chica en sus brazos y el hecho de que finalmente, finalmente estaba
tocándola. Ese día tuvo una llamada de la NHL, y entre eso y Miranda,
no estaba pensando en otra cosa. Su cabeza estaba llena de esperanzas
y sueños de hockey y era engreído y arrogante.
Y no lo notó.
La ira latía a través de él y dio un puñetazo en el vehículo, del
lado del pasajero. —¡Mierda!
—¿Estas intentando desplegar la bolsa de aire? —preguntó Colt
casualmente.
—Quiero golpear al imbécil que le hizo esto —gruñó Dane—.
Quiero golpear su cara contra el suelo y hacerle comprender lo mucho
que la lastimó.
Él la había lastimado... y Dane no podía arreglarlo. Quería
arreglarlo, y no sabía cómo.
Colt le dirigió una larga mirada y luego giró el coche de vuelta.
—¿A dónde vamos?
—Al bar. Vamos a preguntarles a algunos amigos qué están
haciendo nuestros compañeros de secundaria.
Dane asintió, frotándose los nudillos, contemplando darle otro
golpe al panel, o tal vez poner su puño a través del cristal. El dolor de
ella lo comía, roía en su vientre y no podía hacer nada al respecto. De
alguna manera él también causó esto. Algún idiota arruinó su vida, y
fue completamente ajeno a todo.
Colt lo miró. —¿Por qué no dijiste nada? ¿Sobre Miranda y tú?
Su mandíbula se tensó. Dane miró por la ventana, con estado de
ánimo negro. —Se lo iba a decir a Grant primero. Conseguiría su mala
mierda. Luego iba a dejártelo saber.
Hubo un largo momento de silencio en la cabina. Entonces Colt
volvió a hablar. —Sabes que no me importa con quién estás jodiendo
mientras te mantienes en la lista de lesionados.
Inusualmente conversador para Colt. Dane sabía que su amigo
estaba enojado. Cuando se enfadaba, se ponía hablador.
—Sí, y tan pronto como Grant se entere de que he estado
durmiendo con un cliente, va a explotar.
—Está preocupado por el negocio, eso es todo. ¿Planeas joder a
todos nuestros clientes?
Dane frunció el ceño a su amigo.
—Ese es exactamente mi punto. Así que esto no es una gran cosa.
Solo dile al hombre y acaba con esto.
Debería hacerlo. Por supuesto, ahora Miranda se había ido, y era
demasiado tarde.

***
En Bluebonnet solo había un local que servía alcohol. Era un
restaurante mexicano tejano en una casa reconvertida, pero tenía bar, y
eso era suficiente para la mayoría de los habitantes de Bluebonnet. A
deshora, los hombres del pueblo acudían a tomarse unas cervezas, ver
deportes en la televisión de la pared o echar unas bolas en la única
mesa de billar del pueblo.
Después de horas, los hombres de la ciudad se presentaban para
beber unas cervezas, ver deportes en la televisión de la pared, o
acumular algunas bolas en la única mesa de billar de la ciudad.
Dane se acercó a la barra, y pidió una cerveza. Conversó con el
camarero por unos minutos. El hombre, quién probablemente ha estado
atendiendo el mismo bar desde que Dane estuvo por última vez en la
ciudad hace nueve años, estaba muy ansioso de escuchar las historias
de la época de Dane en la NHL. Le contó unas cuantas historias,
dejando a los hombres en el bar sonriendo, y luego viajó gradualmente
a otros temas.
—Parece que todo el mundo todavía vive en la ciudad.
—Sip. Parece.
—¿Chad Mickleson todavía vive por aquí?
—Así es.
Dane asintió, tomó un sorbo de su cerveza, tratando de actuar
informal. Tenía una conjetura en cuanto a quién tomó esas fotos, y
quería hablar con el tipo.
—¿Sabes cómo puedo ponerme en contacto con él?
—Claro. —Le dio instrucciones vagas para llegar a un garaje
cercano y Dane hizo una nota mental para visitarlo por la mañana.
—¿Qué pasa con Miranda Hill? —preguntó casualmente, casi con
miedo de lo que iba a escuchar—. ¿Sabes algo de ella?
—¿Tetas? Sí, es legendaria por aquí —dijo el hombre, sonriendo—
. Se convirtió en una pequeña bibliotecaria caliente. ¿Por qué? ¿Planeas
aprovechar eso?
—Esa es mi novia —gruñó.
La conversación cesó.
—¿Sabes quién tomó esas fotos de ella?
—Bueno —dijo el camarero lentamente—. Un poco pensaba que
fuiste tú.

***

Los minutos pasaban como horas, y Dane se revolvía en su litera.


Su casa era una pequeña cabaña en el borde del rancho Daughtry, y
normalmente le gustaba mucho, pero esta noche estaba demasiado
tranquilo. Echaba de menos a Miranda, su cálido aliento haciéndole
cosquillas en el pecho mientras dormía, la suave curva de su cuerpo
contra el suyo.
La rapidez con que se acostumbró a tenerla en su vida. Lo hueco
que se sentía en este momento desde que huyo de él. Estaba lleno de la
misma rabia impotente que siempre sentía al pensar en ello.
Cuando salió el sol, se subió a su jeep y se dirigió al garaje, con la
mente llena de sombría determinación y la triste desesperanza de
Miranda. Llegó a la dirección que el camarero le dio, y se bajó.
Un mecánico salió a saludarlo, limpiándose las manos.
—¿Necesita un cambio de aceite?
—Estoy buscando a Chad Mickleson —dijo Dane—. ¿Él trabaja
aquí?
—Sí, está adentro —dijo el hombre, y luego formó una amplia
sonrisa—. Oye, no eres…
Mierda. —Sí.
—Que me condenen —dijo el hombre, siguiéndolo cerca—. ¡Oye,
Len! ¡A que no adivinas quien vino! La leyenda local.
Dane le ignoró, caminando hacia el garaje, en busca de una cara
que solo recordaba vagamente. Pelo marrón arena y grandes cejas, eso
era todo lo que recordaba de ese tipo.
Uno de los mecánicos se dio la vuelta y allí estaba él. Las manos
de Dane instantáneamente se apretaron en puños, si hubiera tenido
sus guantes de hockey, los habría tirado.
Los ojos del otro hombre se iluminaron. —Mierda. Dane Croft.
¿Cómo estás, hombre?
Dane le dio un puñetazo en su cuadrada mandíbula. El hombre
se desplomó como una luz y cayó al suelo del garaje. Alguien gritó.
—Tú y yo tenemos un montón de cosas para hablar —dijo Dane
con una peligrosa voz baja—. Ahora levántate.
17
Traducido por Michelle
Corregido -Valeriia

Un mes después…

Miranda miró su calendario de Outlook con asombro. Hizo clic


sobre la reunión, entonces llamó a su secretaria.
—Shirley, ¿podrías venir, por favor?
La mujer (fácilmente tres décadas mayor que Miranda) se levantó
y le dedicó una sonrisa paciente. —¿En qué puedo ayudarte?
Señaló en su monitor de la computadora. —¿Por qué tengo una
llamada de conferencia de tres horas el sábado?
—Oh, eso. —Shirley recogió una pelusa de su cardigán negro—.
Tienes una reunión con el director financiero de la división de
fabricación.
—¿Un sábado?
Shirley parpadeó. El viernes y el lunes están ocupados.
¿En serio? Miranda volvió a consultar el calendario y maldijo en
voz baja. Ya lo creo. Ni siquiera le habían dejado tiempo para ir al baño
o comer. Había visto a algunas mujeres con los auriculares puestos en
los baños y había pensado que eran despistadas.
Quizá habían tenido demasiadas reuniones.
—Gracias, Shirley. —dijo Miranda, sintiéndose un poco frustrada.
La vida en HGI era... acelerada. Les encantaban los proyectos, las
colaboraciones y las reuniones. Les encantaban las reuniones. Había
bromeado con alguien diciendo que necesitaban reuniones solo para
determinar si las necesitaban o no, pero nadie se había reído.
Probablemente se acercaba demasiado a la verdad.
Miró por la ventana de su pequeño despacho esquinero hacia las
concurridas calles del centro de Houston. Solo era un gran cambio, se
dijo por enésima vez. Cuando se adaptara, empezaría a gustarle su
trabajo. Tal vez incluso apreciara el flujo constante de reuniones.
Con el tiempo.
Con un suspiro, se dio la vuelta y giró en su silla ergonómica.
Una invitación a una reunión parpadeó en su pantalla y ella la ignoró,
sintiendo el repentino impulso de rebelarse. Se desabrochó uno de los
botones de su severo traje pantalón negro y se quedó mirando la única
foto de su escritorio: Beth Ann y ella sosteniendo unas cervezas
mientras paseaban en barca por el lago. Cogió la foto y se quedó
mirándola durante un largo minuto. La puesta de sol sobre el agua le
hizo pensar en aquella semana en el bosque. Y aquella semana en el
bosque le recordó a Dane, a las acampadas y a aquella última noche en
su camping, cuando estaban los dos solos en su pequeño cobertizo.
Aquella noche había sido tan perfecta; habían tenido sexo, se habían
reído, se habían abrazado y no les había preocupado que otros los
descubrieran. Habían estado los dos solos en un pequeño trozo de
paraíso. Se había sentido como en casa, como si hubiera esperado
nueve años a que volviera una parte perdida de ella.
Lo cual era estúpido, en realidad. Pero una repentina punzada de
nostalgia la invadió, cogió el teléfono y empezó a marcar.
—California Dreamin —respondió una voz alegre—. Habla Beth
Ann.
—Hola —dijo Miranda en voz baja—. Soy yo.
Una pausa y un chillido de niña al otro lado. —¡Oh, Dios mío!
¡Miranda! Espera, déjame poner a Bessie Roberson bajo la secadora. —
El teléfono chocó contra algo al otro lado de la línea y Miranda oyó un
suave murmullo de conversación, y luego el zumbido de la secadora de
fondo. El teléfono volvió a sonar y Beth Ann regresó—. ¡Cielos, chica! Te
he echado de menos. ¿Cómo estás?
—Estoy bien.
—¿Qué tal el nuevo trabajo? Tu madre y yo nos hemos estado
preguntando cómo va por allá.
—Es bueno —dijo y luego suspiró—, pero es muy diferente.
—Oh-oh —dijo Bet Ann con voz burlona—. Diferente en el buen
sentido o como “Oh misericordia, ¿en qué me he metido?”
—Es difícil decirlo —declaró Miranda—. Es todo lo que pensé que
sería: una oficina céntrica, beneficios increíbles, y todo el mundo aquí
es tan motivado...
—¿Pero?
—Pero me están volviendo loca —confesó—. Hoy tengo cuatro
reuniones más. Siete mañana y una el sábado. Luego vuelvo a empezar
el lunes. Empiezo a ver diapositivas de PowerPoint cuando cierro los
ojos por la noche.
Beth Ann se rió.
—Yo también me reiría, excepto que es demasiado patético —dijo
mordazmente Miranda—. No es lo que esperaba en ese aspecto.
Pensaba que yo misma haría más cosas. En lugar de eso, me limito a
asesorar a los demás y a asegurarme de que los proyectos se ciñen a lo
previsto, para luego darme la vuelta e informar a los jefazos.
—¿Extrañas tu biblioteca?
—Si —confesó Miranda en voz baja, pensando en el olor un poco
polvoriento, el silencio-pero-no-silencio, las filas y filas de libro—. No me
había dado cuenta del control que tenía sobre las cosas hasta que
conseguí este trabajo tan lujoso... y ahora parece que no tengo ningún
control. —Después de un minuto, espetó—: Y, bueno, no es lo único
que extraño.
—También me echas de menos, ¿verdad? —dijo Bet Ann con una
sonrisa—. ¿Y a tu mamá? Te extrañamos como locas, cariño, pero
estamos orgullosas de ti.
—Las extraño —admitió. Luego añadió—: Y…
—Extrañas a Dane, ¿no es cierto?
Miranda tragó el nudo en la garganta que le dificultaba el habla.
—Crees que soy estúpida ¿verdad?
Bet Ann se echó a reír. —Déjame contarte una pequeña historia,
Miranda Jane. Parece que tuve un par de visitas la noche que te fuiste
de la ciudad.
—¿Oh?
—Sip. Aparecieron un ex jugador de hockey muy enojado y su
colega, exigiendo saber adónde habías ido. Y cuando le dije que te
habías largado de la ciudad, bueno... podías haberlo noqueado con una
pluma.
Miranda sonrió ante la escena.
—Él no podía imaginar por qué le habías mentido, así que traté
de explicarle que había arruinado tu vida y sabes, ¿qué me dijo?
Le dolía la garganta, estaba tan tensa. —¿Qué?
—El chico no sabía lo que estaba hablando —dijo ella—. Tuve que
sacar las fotos para enseñárselas porque no me creía. Y cuando se las
enseñé, me preguntó quién era el tipo de las fotos.
Un escalofrío estremeció a Miranda. —¿Qué quieres decir? ¿Cómo
que no sabía?
—¡Lo sé! Eso es lo que le dije. Cuando le dije que era él, pensé que
se iba a caer del susto. Y luego se enfadó mucho, Miranda. Mucho.
Nunca vi a un hombre enojarse tanto. No estampó el puño contra la
pared ni nada parecido, pero parecía que alguien acababa de disparar a
su perro o algo así.
Dane había estado... ¿enfadado? ¿Y confuso? También había
parecido tan confuso ante su enfado la última vez que ella lo había
visto, cuando había estado esposado a su cama y el corazón se le había
roto a cada instante. Ella pensó que se había hecho el tonto para
calmar su ira, pero... ¿y si decía la verdad? No tenía sentido, ¿verdad?
—No vas a creer lo que pasa a continuación, ¿verdad? Tommi Jo
me dijo que fue a Maya Loco preguntando cómo podía encontrar a Chad
Mickleson. Y cuando alguien mencionó tu nombre y lo de las tetas, él
les cerró el pico, muy educadamente, y les dijo que eras su novia y que
no hablaran de ti.
El corazón le dio un cosquilleo divertido. —¿En…serio?
—Oh, se pone mejor, chica. —continuó Bet Ann, con placer en su
voz—. Así que... a la mañana siguiente, se presentó en el garaje donde
Chad estaba trabajando, se acercó al hombre y le dio un puñetazo en
toda la cara.
Ella se quedó sin aliento. —¿Qué?
—¡Es verdad! Dijo que tenían que hablar. No sé de qué, pero me
enteré por Tommi Jo que Dane estaba muy, muy enfadado con Chad y
tuvieron que hablarle unas cuantas veces.
—¿Alguien llamó a los policías?
—No por lo que he oído. Tommi Jo dijo que los chicos hablaron
durante mucho tiempo, y luego Dane salió y firmó algunos autógrafos y
dio a algunos de los chicos invitaciones a una clase gratis o dos, y eso
fue todo.
Tan extraño. —No entiendo.
—Yo tampoco —contestó dulcemente—. Pero sí sé que tus fotos ya
no están en Internet. Lo he comprobado. Ya no están.
—¿No están? —Increíble. Agarró su smartphone y tecleó la URL.
Efectivamente, no aparecía. ¿Era posible? La esperanza y la alegría se
agolparon en su pecho. ¿Dane se había dado cuenta de que le hacía
daño y había quitado las fotos?—. ¿Ya no están ahí?
—No, Tommi Jo cree que Dane estaba defendiendo tu reputación.
Dijo que tu nombre salió varias veces, aunque no pudo oír todo lo que
se dijo.
Maldita Tommi Jo. ¿Por qué no había escuchado algo más que
fragmentos de la conversación? La curiosidad le ardía en el pecho.
—Me pregunto qué es lo que decían.
—No lo sé. Pero sé lo que sé. Alguien mencionó que tenías una
gran colección de libros para adolescentes en tu biblioteca que habías
comprado de tu propio bolsillo, porque la ciudad no te daba el dinero
para esas cosas de vampiros, ¿verdad? Bueno, Dane lo oyó en la tienda
de tu madre, y he oído que al día siguiente fue a la biblioteca y donó
diez mil dólares de su propio dinero. ¿No es algo?
Era vertiginoso. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué se había
mostrado tan generoso con un proyecto suyo en un antiguo trabajo al
que ella no volvería? Pensó en todos los libros que compraría. Los
adolescentes de la ciudad acudirían en masa a la biblioteca en busca de
algo más que Internet. Le encantaría. Las bibliotecas de las grandes
ciudades tenían tantos libros que ella no podría competir, pero con
eso... podría crear un club de lectura solo para adolescentes, tal vez
una sección de manga...
—Espera —dijo ella, algo registrándose en su cerebro—. ¿Dijiste
que escuchó eso en la tienda de mi madre? —Se encogió ante la idea—.
Mamá odia a Dane. Incluso la mención de su nombre la pondría
histérica.
—Debes preguntarle a tu mamá acerca de eso —dijo Bet Ann con
picardía—. He oído que Dane ha estado en su tienda casi todos los días
últimamente.
Charlaron unos minutos más sobre tonterías y luego prometieron
volver a verse muy pronto. En cuanto Miranda colgó el teléfono, Shirley
se puso al teléfono.
—¿Miranda? Te esperan en la Sala de Conferencias Índigo.
—Ahora voy —respondió. Luego agregó—: Y necesito que despejes
mi sábado. Me voy de la ciudad.
—¿Te vas de la ciudad? —repitió Shirley con desaprobación—.
Pero la reunión con...
—Puede esperar —contestó con firmeza—. Vuelvo a Bluebonnet
por unos asuntos pendientes.

***

Cuando llegó a la ciudad, nada parecía diferente. Había estado


fuera un mes entero y era como si nunca se hubiera ido. Bueno, una
cosa había cambiado: había un gran cartel en la glorieta de la plaza del
pueblo anunciando el próximo Festival de Primavera de Hill Country,
pero lo sacaban todos los años.
Entonces, ¿por qué cuando miraba el pueblo pequeño y
demasiado entrometido en el que había crecido, ya no le producía una
ira impotente? ¿Por qué, en cambio, la llenaba de nostalgia?
Seguro que no echaba de menos Bluebonnet.
Condujo por Main Street; la tienda de su madre tenía varios
coches delante, lo que significaba que estaba ocupada. Miranda optó
por ir a la biblioteca para ver cómo iban las cosas.
Como Bluebonnet era un pueblo pequeño, la biblioteca estaba
encajonada en el Ayuntamiento, entre el Departamento de Aguas y la
comisaría de policía. Cuando entró, el olor del lugar hizo que su corazón
palpitara de nostalgia. El leve aroma a polvo y papel viejo le produjo un
cosquilleo en los sentidos, y una oleada posesiva se apoderó de ella. Era
su biblioteca. La había echado de menos. Se dirigió a la sección de
novedades y pasó una mano por los lomos, buscando libros nuevos
comprados con la donación de Dane. Nada: todos eran libros que ella
había comprado. Echó un vistazo a la caja: estaba repleta de libros a la
espera de ser devueltos a las estanterías. Tal vez la señora Murellen, su
sustituta, se estaba retrasando un poco. Bueno, tenía un poco de
tiempo que perder. Miranda cogió algunos libros y empezó a colocarlos
en las estanterías. Al hacerlo, se dio cuenta de que, al colocarlos en las
estanterías, aún había más libros que parecían fuera de lugar, y
continuó colocándolos en su sitio, frunciendo el ceño. Nunca había
dejado que su biblioteca estuviera tan descuidada cuando había sido
suya.
Pero tú no la querías, ¿verdad? se recordó a sí misma. Querías ser
un pez gordo de la empresa, y ahora lo eres.
Claro. Dejó de lado el último libro y resistió la tentación de sacar
el polvo y ordenar. Ya era el trabajo de otra persona. Dio la vuelta a la
esquina y casi tropezó con un estudiante.
—Oh, lo siento. —dijo con una sonrisa, reconociendo a Trisha
Ellis—. No te vi ahí.
La cara de la chica se ensanchó en una sonrisa y, por un
momento, Miranda pensó que iba a abrazarla.
—Señora Hill, me alegro de verla. ¡No puedo encontrar los libros
para adolescentes!
Interiormente, Miranda gimió. No de nuevo.
—¿Ya buscaste en nuestro escondite normal debajo de los
novecientos?
—No están allí, y las fundas falsas que realizó han desaparecido
—dijo ella, con expresión abatida—. Creo que las han vuelto a sacar de
las estanterías.
Había sido una batalla constante con el ayuntamiento, que
pensaba que los libros que leían los adolescentes eran basura. No
parecían entender lo maravilloso que era que leyeran, así que Miranda
había comprado su propia pequeña biblioteca de novelas juveniles
populares y las había colocado en estanterías con sobrecubiertas falsas
que unos cuantos alumnos le habían ayudado a crear. Eran la sección
más popular de la biblioteca.
—Hablaré con la señora Murellen —dijo Miranda, dirigiéndose
hacia el mostrador. Trisha le pisaba los talones.
No había nadie en el mostrador, los libros estaban amontonados
por todas partes y la papelera rebosaba. Trisha se puso inmediatamente
a rebuscar entre los libros perdidos. Miranda se escabulló detrás del
mostrador y fue a la oficina de atrás, llamando suavemente. No hubo
respuesta. Abrió la puerta.
La señora Murellen estaba sentada detrás de su escritorio, con la
barbilla apoyada en una mano, roncando.
—Señora Murellen —dijo Miranda, con voz aguda—. Despierte
La anciana se despertó resoplando y miró a Miranda.
—Oh Dios mío. ¿Has vuelto por tu trabajo?
—No
La señora Murellen parecía triste. —Oh.
—Alguien aquí está buscando los libros de lectura para
adolescentes. ¿A dónde los movió?
—Los saqué de las estanterías —respondió la señora Murellen,
ajustándose las gafas mientras se levantaba—. ¿Sabías que trataban de
vampiros? ¿Vampiros sexys? Cosas horribles.
—Están perfectamente bien —explicó, revisando la estantería de
libros del pequeño despacho. Efectivamente, estaba repleta de P. C.
Cast, Richelle Mead y Stephenie Meyer, así como de todo lo que tuviera
un adolescente en la portada. Suspiró y cogió varios de la estantería.
—Esos van a ser retirados de la circulación
—No —dijo Miranda con firmeza, y se los entregó a una Trisha
que esperaba emocionada—. Creo que deberíamos hablar.

***

Miranda pasó la hora siguiente ordenando la biblioteca, haciendo


todo lo posible para no sermonear a la señora Murellen y volviendo a
guardar la literatura para adolescentes. No podía enojarse, era obvio
que la señora Murellen no quería ser la única bibliotecaria de
Bluebonnet; le había ofrecido a Miranda devolverle el trabajo tres veces
en media hora. Cuando eso no funcionó, intentó pedirle consejo a
Miranda sobre en qué gastar la donación de Dane; no tenía ni idea de
qué libros comprar y no sabía por dónde empezar.
Miranda propuso una lista de bestsellers a los que había echado
el ojo y escribió a la señora Murellen un extenso detalle de las compras,
así como una lista de tareas pendientes que estaba descuidando.
Miranda no debería haber vuelto. Su mente estaba llena de ideas
traicioneras. Ideas de volver y dirigir las cosas con mano más firme.
Ideas de cómo gastar el dinero que Dane había donado.
Ideas de conducir hasta el rancho Daughtry y tirar a Dane al
suelo, disculparse y luego hacerle el amor hasta que saliera el sol.
Pero ya había quemado ese puente.

***

Al otro lado de la ciudad, Beth Ann cogió el teléfono y marcó.


—Expediciones de Supervivencia en la Naturaleza —dijo una voz
ronca.
Genial. Había atendido Colt. —Soy Beth Ann. Déjame hablar con
Dane.
—No está. —Corto, brusco. ¿Por qué no se sorprendió? El hombre
actuaba como si fuera un crimen encadenar más de dos palabras.
—¿Adónde fue? —insistió ella.
—A clase.
—Sí, bueno, será mejor que vayas a por él —dijo con irritación. El
hombre la alteraba demasiado rápido—. Porque nunca adivinarás quién
acaba de volver a la ciudad. Y creo que querrá verla.

***

Colt encontró a Dane rodeado por un grupo de estudiantes. Se


agacharon en un claro, Dane en el centro del grupo. Ignorando sus
miradas de sorpresa y la perplejidad de Dane, le contó rápidamente los
detalles de la llamada de Beth Ann.
—¿Ella está aquí? —Dane se quedó mirando a Colt, incrédulo.
Dejó caer los utensilios para hacer fuego que tenía en las manos—.
¿Estás seguro?
—No, mentí. —Colt dio la vuelta para irse.
Dane se abalanzó sobre el grupo y agarró a Colt por los hombros.
Se volvió y miró a su amigo a los ojos. —¿Miranda ha regresado?
—Es lo que dijo Beth Ann —replicó Colt—. Y por eso mi culo está
aquí fuera y no jugando a la Xbox.
Dane se pasó una mano por la cara y luego miró a Colt. Miró a los
estudiantes que esperaban y luego volvió a mirar a Colt.
—Voy a necesitar tu ayuda.
—Todo oídos, amigo. —No pudo resistir la sonrisa que le cruzó la
cara ante la expresión esperanzada de Dane.
Empezó a caminar. Colt se cruzó de brazos y se apoyó en un árbol
cercano, observándolo.
—Necesito una forma de decir que lo siento.
—No hiciste nada malo —señaló Colt.
—No, lo sé. No me disculpo por mí. Me disculpo por la situación.
—Se detuvo, se puso las manos en las caderas y miró hacia el cielo,
pensativo—. Tiene que ser un gran gesto.
—A ella no le importará si es grande o no —sintió Colt que debía
señalar.
—Sí, pero a mí me importa —contestó. Se paseó un momento,
luego chasqueó los dedos y salió corriendo hacia el bosque.
Colt miró a los confusos alumnos y luego a su amigo que se
alejaba.
—Se terminó la clase. Brenna estará aquí en un momento para
llevarlos a casa, chicos —dijo, y luego salió corriendo detrás de Dane
con una sonrisa. Fuera lo que fuese lo que tenía pensado, iba a ser
interesante.
18
Traducido por Alexa Colton
Corregido por Alyssa

Miranda entró en la tienda de su madre, y por segunda vez desde


que regresó a Bluebonnet ese día, ya tenía esa extraña sensación de
dèjá vu. Era como si se hubiera ido y regresado a un pueblo que era el
mismo... y sin embargo no lo era. La desordenada tienda de su madre,
exactamente igual durante los veintisiete años de la vida de Miranda,
era diferente. No tanto, solo lo suficiente como para molestarla mientras
miraba a su alrededor. Miranda miró las estanterías abarrotadas e
intentó averiguar qué era. Al cabo de un momento, cayó en la cuenta.
Ninguna de las pesadas estanterías estaba ya inclinada. Todas
habían sido reparadas, la madera deformada de cada listón había sido
sustituida y se había limpiado el polvo del contenido. Echó un vistazo al
exterior y, efectivamente, el cartel torcido que estaba tan acostumbrada
a ver también había sido reparado.
Su madre terminó de cobrar a algunos clientes y, cuando se
marcharon, Miranda se adelantó.
Tanya Hill jadeó de alegría al ver a su hija, abrió los brazos y se
abrazaron durante un largo, largo minuto.
—¿Cómo te va, mamá? —preguntó con una sonrisa. Su madre se
veía feliz y saludable. Sonriendo. Dios, qué alegría. Le preocupaba tanto
que su madre tuviera otro de sus episodios depresivos mientras ella no
estaba y que tuviera que volver a la ciudad.
Una pequeña parte triste de ella se estremeció ante eso. ¿Seguro
que no era decepción? Estaba muy equivocada. De inmediato rechazó el
pensamiento. Su madre no la necesitaba aquí, cuidándola en el pueblo,
y por fin era libre. Miranda debería haber estado encantada, y odiaba
que lo primero que le viniera a la mente fuera dolor. ¿Su madre no la
echaba de menos?
—Estoy bien, estoy bien —dijo su madre rápidamente—. Fui a
una venta de bienes y compré todo tipo de cosas a un precio barato,
Miranda. ¡No creerías las ofertas que recibí! —Mientras su madre seguía
hablando de la venta, mostrándole los nuevos productos en la tienda,
no pudo evitar hacer una nota mental de todos los pequeños cambios.
—¿Contrataste a un carpintero, mamá? Vi que arreglaron el
letrero.
Su madre sonrió.
—No Vino el simpático Dane Croft y me lo arregló.
El mundo giró. Nunca pensó que oiría a su madre decir simpático
y Dane en la misma frase. —¿Qué? —dijo débilmente—. Lo odias.
—Lo odiaba —dijo su madre con orgullo—. Pero eso fue antes de
que consiguiera que ese horrible Chad Mickleson quitara esas fotos
tuyas.
—¿Qué?
—Sí —dijo su madre con solemnidad—. Golpeó a Chad en la cara
delante de todos, y luego lo hizo ir a casa y quitar las fotos mientras él
miraba.
—Pero... yo pensé... —Se sentía débil y se derrumbó sobre un
taburete antiguo de madera que estaba cerca. Bet Ann le había dicho
que las fotos ya no estaban, pero no se había dado cuenta de que era
porque Dane había amenazado a otra persona y lo obligó a hacerlo.
Creyó que por fin había cambiado de opinión—. Pensé que Dane había
subido esas fotos.
—Yo también —dijo su madre resoplando—. Todo este tiempo fue
ese horrible Chad. Sabes que nunca me gustó. Ojos sospechosos. De
todos modos, después de que Dane quitara las fotos, vino aquí y se
disculpó conmigo. Dijo que había sido injusto cuando hablamos por
teléfono hace tantos años, y que quería compensarme. Y se ofreció a
arreglar mi cartel.
La cabeza no dejaba de darle vueltas. Miranda se llevó una mano
a la frente, incapaz de comprender.
—Lo siento, ¿qué? ¿De qué llamadas estás hablando?
—Antes, cuando se marchó a la NHL —explicó su madre con
paciencia—. No dejaba de llamarte y no le permití hablar contigo. Nos
metimos en una discusión desagradable. Ahí fue cuando tuve mi ataque
de nervios.
—¿Dane me llamaba en ese entonces? —preguntó débilmente,
sorprendida. Nunca lo supo—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque, mi amor, no quería molestarte. Él era un niño terrible
en aquel entonces, pero ahora se ha convertido en un buen hombre.
Oh Dios. No solo Dane había sido inocente de la toma de
fotografías, sino que había llamado y preguntado por ella después de
irse a la NHL. ¿No era el desgraciado que ella creía que era? Miranda
recordó su confusión aquella noche de hacía un mes, cuando la miró
fijamente, esposado a su cama. Totalmente traicionado. No entendía por
qué se había enfadado tanto.
Porque realmente no tenía ni idea.
Dios, iba a vomitar. Se agarró el estómago, horrorizada.
Dane... ¿no había sido él todos esos años? ¿Su venganza? ¿Su
odio ardiente? ¿Dirigido a la persona equivocada?
Y… oh Dios. ¿Realmente le había gustado a Dane?
Dios mío. Y ella lo había arruinado. Actuó como una loca,
gritándole y llorándole. Lo esposó a la cama y lo dejó allí. Le hizo fotos
desnudo. Tomó lo que habían tenido y lo pisoteó.
—Mamá —dijo en voz baja.
—¿Estás bien, cariño?
—Creo que voy a vomitar. —Se iba a desmayar. De verdad. Se
agachó y apoyó la cabeza entre las rodillas, respirando con dificultad. El
horror se agolpó en su estómago, un nudo duro que amenazaba con
hacerla vomitar.
Su madre le palmeó la espalda. —Te traeré un poco de agua,
querida.
Miranda no se movió. Tal vez podría acurrucarse aquí y morir.
Había arruinado una de las mejores cosas que le habían pasado.
Durante nueve años se había obsesionado con Dane Croft, y cuando se
enamoró del hombre y él pareció quererla también... lo había destruido
todo para vengarse. ¿Y por qué? ¿Solo porque él no les había hablado
de ella a sus amigos? Ella le había dicho que no lo hiciera cuando se
conocieron.
Miranda enterró la cara entre las manos y gimió. Había sido tan
estúpida.
Un claxon sonó afuera. Una, dos, tres veces. Miró hacia arriba,
pero no vio nada fuera de los escaparates abarrotados. Su madre se
acercó al escaparate y se tapó la boca, ahogando una carcajada.
—Es mejor que vengas a ver esto —declaró.
—No me importa, mamá —le respondió con voz débil, perdida en
sus pensamientos. Dios, ¿cómo podía haber sido tan cruel con él?
—En serio creo que deberías venir, Miranda Jane Hill.
Curiosa a pesar de sus náuseas, Miranda se levantó de la silla y
siguió a su madre hasta la puerta principal de la tienda.
Allí, bajando por la calle, había un hombre desnudo. Un hombre
muy, muy desnudo. No llevaba nada puesto, ni siquiera los pies, y su
cuerpo estaba repleto de músculos. Podía ver las líneas de bronceado en
sus brazos y clavícula de una camisa, y automáticamente miró hacia el
sur en busca de más líneas de bronceado. Tenía las manos delante de
las partes pudendas y sostenía algo blanco y redondo. Entrecerró los
ojos, pero la ventana estaba sucia y desordenada, y era difícil ver.
Detrás del hombre había dos personas y, mientras él caminaba por la
acera, ella se dio cuenta de que los coches se detenían para tocar el
claxon. El hombre no se daba cuenta, avanzaba con paso decidido,
ignorando al fotógrafo que rondaba a unos metros, sacando fotos
rápidamente con una cámara de gran tamaño y manteniéndose a unos
pasos del hombre mientras caminaba.
Qué idiota, pensó, llevándose la mano al cuello alto de la camisa
mientras admiraba su cuerpo. Fuera cual fuera el motivo de aquel
estúpido gesto, nunca iba a poder olvidarse de las fotos. Ella lo sabía
muy bien...
Entonces se dio cuenta de lo que era la cosa blanca delante de
sus partes: un casco de hockey. Tragó saliva y se dirigió a la puerta,
casi sin poder respirar.
Salió a la calle y se quedó mirando.
Y miró.
Desde detrás de Dane, Beth Ann soltó una risita. El hombre que
se hallaba a su lado no esbozó ninguna sonrisa, pero no importaba:
Miranda apenas le dirigió una mirada. Su mirada se dirigió al cuerpo
bronceado de Dane Croft, completamente desnudo y dirigiéndose hacia
ella. Una multitud de gente había empezado a salir de las tiendas,
inundando Main Street y cuchicheando. Algunas mujeres le miraban el
culo desnudo.
—Dane —siseó Miranda cuando él bajó por la acera y se colocó
frente a ella—. ¿Qué demonios haces?
Él le sonrió y a Miranda le dio un vuelco el corazón al ver aquellos
dientes blancos. El fotógrafo seguía disparando, pero Dane parecía no
darse cuenta.
—Quería hablar contigo antes de que huyeras nuevamente, y me
di cuenta de que esta sería la mejor manera de hacerlo.
Miró nerviosa a su alrededor, mientras más gente se agolpaba en
la calle para observar. Incluso los coches de los alrededores redujeron la
velocidad y aparcaron para ver el espectáculo. Y Dios, estaba realmente
desnudo. —Dane…
—Déjame hablar, Miranda —dijo en voz baja—. Tengo mucho que
decir.
Se tragó el nudo en la garganta. —Está bien.
El rostro de Dane se puso serio y la miró fijamente, con sus ojos
verdes pensativos.
—Miranda, he venido hoy aquí, desnudo —dijo haciendo una
pausa para mirar a la audiencia, y luego cambió de pie y se volvió hacia
ella—, para decirte que fui un idiota en la secundaria.
—Yo no…
—No he terminado —dijo con una sonrisa—. Recién comienzo.
Levantó una ceja y cruzó los brazos sobre su pecho, esperando.
—Yo —repitió en voz alta—, fui un idiota. Cuando recibí la oferta
para jugar en la NHL, me olvidé de todo lo demás. Había entrenado
durante los últimos diez años para llegar hasta allí, yendo y viniendo en
coche a Houston todas las mañanas antes del amanecer para entrenar
unas horas antes de ir al colegio, y entrenar después del colegio. Nunca
imaginé que, cuando estaba en la secundaria, conocería a una chica de
bonito pelo castaño y ojos sonrientes que me haría pensar que había
algo en mi vida aparte del hockey. Pero cuando la NHL me llamó, fui. —
Inclinó la cabeza hacia ella—. Y nunca se me ocurrió hasta ahora que
nunca me despedí de aquella chica tan guapa. Simplemente me levanté
y me fui.
Ella no dijo nada, con cara de piedra.
—Recuerdo que intenté llamarla una y otra vez cuando se me
pasó la emoción inicial de la NHL y la eché de menos —dijo despacio,
con los ojos en ella—. Pero para entonces, a su madre no le caía muy
bien y no entendía por qué no la dejaba ponerse al teléfono. Así que dejé
de llamar y seguí con mi vida. Y, bueno, como dije, fui un idiota. Me
dejé llevar por mi propia celebridad, porque yo era una leyenda en mi
propia mente. Jugaba mucho, me divertía mucho y no me importaba
nada hasta que me desperté un día y todo había desaparecido. —Se
encogió ligeramente de hombros—. Así de fácil, no me quedaba nada,
todo porque no escuchaba a nadie. Pero fue algo bueno, porque me hizo
fuerte. Cuando lo perdí todo, tuve que reconstruirme en una persona
diferente. Una que pudiera valerse por sí misma. Una que no tenía que
tener hockey o celebridades para tener sentido en su vida. Y eso me
trajo de vuelta aquí, a la chica guapa de pelo largo y castaño en la que
nunca había dejado de pensar.
Su mirada verde se volvió tierna y pareció como si quisiera
extender la mano y tocarla, pero se detuvo.
Se le cortó la respiración.
—Y cuando volví a ver a esa chica, supe que tenía que tenerla. Así
que cuando ella flirteó conmigo, yo le devolví el flirteo. Y antes de que
me diera cuenta, nos veíamos mucho y no entendía por qué esta chica
tan encantadora y preciosa guardaba secretos. Y entonces, un día, lo
descubrí. Y rompimos.
Sus mejillas se sonrojaron al recordar aquella horrible noche.
Cómo le había gritado y sollozado, mientras él la miraba, traicionado e
incomprensivo. No fue su momento de mayor orgullo.
—Y no entendía al principio —dijo en voz baja, tan baja que solo
ella podía oírlo—. Cómo una cosa tan pequeña podía arruinar la vida de
alguien. Y cuando lo entendí, pensé: “¿Cómo va a perdonarme esta
chica?”
—Pero no fuiste tú, ¿no? —dijo suavemente, inclinando la cabeza
con vergüenza—. Me equivoqué. Debí haber preguntado...
—Silencio. Estás arruinando mi historia —dijo con un acento más
fuerte—. De todos modos, me dije a mí mismo, ¿qué es lo que más
quiero en este mundo?
Ella le miró con dureza.
—¿Es un negocio con mis amigos, el hockey, o algo más? Y me di
cuenta de que era otra cosa. —Su mirada se suavizó cuando la miró,
una curva de una sonrisa jugando en su boca—. Era algo más con unos
bonitos ojos marrones y unos tacones de infarto.
Detrás de él, la multitud se echó a reír.
—Y tenía que encontrar la manera de demostrarle a esta mujer
inteligente, divertida, maravillosa y fuerte que ella es lo más importante
de mi vida. Así que dejé mi trabajo y abandoné a un montón de clientes
en el bosque. —Su sonrisa se volvió tímida—. Estoy bastante seguro de
que vamos a tener un montón de estudiantes enfadados pidiendo
reembolsos una vez que encuentren el camino de vuelta al rancho.
Ella se quedó sin aliento.
—Y me quité toda la ropa y fui al periódico —dijo, sonriendo—. Y
les dije que iba a marchar por la calle desnudo para saber lo que se
sentía al estar tan expuesto a todo el mundo.
Se le saltaron las lágrimas. Este estúpido y hermoso hombre.
—Y estoy bastante seguro de que hay un policía en algún lugar
allí, esperando para arrestar mi culo —dijo Dane con ironía—. Pero
primero quiero terminar mis disculpas.
—¿Por qué te disculpas? No fuiste tú quien hizo las fotos...
Para su sorpresa, él le entregó el casco y se arrodilló, totalmente
desnudo, en medio de la calle. Ella se sonrojó al darse cuenta de lo
desnudo que estaba él, y apenas se dio cuenta de que Beth Ann se
adelantaba y le entregaba algo.
—Señorita Miranda Jane Hill —dijo en voz alta—. Lamento mucho
haberme enamorado de ti cuando ambos teníamos dieciocho años y
haber tardado nueve años de ser un idiota en darme cuenta. Todavía te
amo y quiero estar contigo. ¿Quieres casarte conmigo?
Abrió la caja del anillo y le mostró el diamante que había dentro.
Sus ojos se abrieron de par en par y se quedó mirándolo, medio
horrorizada, medio sorprendida.
La calle entera quedó en un silencio sepulcral.
—Mami, puedo ver el pipí de ese hombre —dijo que estaba cerca.
Una risita estrangulada brotó de la garganta de Miranda, que la
ahogó con la mano libre. Él estaba arrodillado, mirándola seriamente,
tan hermoso y serio.
Lo comprendía. Comprendía lo que se sentía, claro que sí. Había
sido un pilar de los tabloides cuando era famoso. ¿Por qué había estado
tan ensimismada como para darse cuenta?
Y ahora se arrodillaba aquí desnudo, delante de ella, delante de
toda la ciudad, para ponerlos en igualdad de condiciones. Él no podía
hacer lo correcto para ella, pero podía ponerse en una situación igual de
embarazosa, solo para que ella supiera que él sabía lo que se sentía.
Una lágrima resbaló por su mejilla.
Dane parecía totalmente destrozado. —Maldita sea, Miranda. No
era mi intención hacerte llorar.
Empezó a levantarse y ella se abalanzó sobre él, rodeándole el
cuello con los brazos. —Eres un idiota —dijo entre sollozos.
—Lo sé —dijo, acariciándole el cabello.
—Yo también soy idiota.
—Lo sé —dijo, y ella podía oír la risa en su voz—. ¿Eso es un sí?
—Sí —contestó, y la plaza estalló en aplausos.
19
Traducido por Adriana
Corregido por Melii

Entrando en ambiente, los policías soltaron a Dane con una


advertencia; una toalla fue rápidamente localizada y Beth Ann los
miraba con demasiada atención a Miranda y a Dane, mientras Colt la
fulminaba con la mirada. La madre de Miranda los abrazó a los dos, le
susurró al oído que ella y Dane necesitaban un poco de tiempo a solas,
y aprovechó la oportunidad para escoltar a los espectadores a su tienda.
—Mi carro está cerca —le dijo Miranda a Dane sin aliento,
agarrando su mano entre la suyas—. ¿Quieres ir a algún lugar privado?
Él le dio una mirada provocativa. —Por supuesto. Pero mi carro
está cerca, también y mi ropa se encuentra en él. Puedo manejar.
—Tu carro, entonces. Sin embargo, no podemos ir a mi casa. Está
siendo rentada —dijo ella con una mueca.
—Iremos a mi casa.
Lo miró con sorpresa. —¿Al rancho? —Él nunca la había invitado
antes—. ¿Estás seguro?
—Cien por ciento —dijo y se inclinó, y le dio un rápido beso
apasionado—. Voy a renunciar de todas maneras. A Grant le va a dar
un ataque cuando se entere de que abandoné una clase en el bosque
para venir aquí. Si no puedo estar contigo, voy a encontrar algo más
que hacer. Quizás enseñaré hockey.
Ella lo miró con sorpresa. —Ahora odias el hockey.
—Me recuerda una parte de mi vida cuando era demasiado
estúpido y engreído para pensar en alguien más. Pero es algo que
necesito enfrentar en algún momento.
Ellos doblaron por la autopista y se quedaron en silencio.
Miranda giraba el anillo en su dedo. Se sentía tan extraño, pero de una
buena manera. Le echó un vistazo a Dane y se preguntó si él se estaba
arrepintiendo de su impulsiva propuesta. Estaba tan callado. Ella se
mordió el labio, pensando.
Él la miró y estacionó en un camino de grava en el bosque.
—¿Todavía tienes cajas?
Sus cejas se fruncieron. —Supongo que sí. ¿Por qué?
—La necesitaremos si me voy a mudar a Houston para estar
contigo.
Se quedó boquiabierta de la impresión mientras él salía del carro
y luego trotaba alrededor de él para abrirle la puerta. Mientras ella salía
del carro, lo miraba fijamente. —¿Quieres mudarte para estar conmigo?
Él le dio una extraña mirada. —Miranda, te acabo de decir que te
amo y que me quiero casar contigo. Uno de nosotros va a tener que
mudarse y no te pediría que renunciaras a tu carrera.
Un nudo se le formó en la garganta. —¿No lo harías?
—Por supuesto que no.
Ella le dio una débil sonrisa. —¿Qué pasa si yo como que odio mi
carrera?
—¿A qué te refieres? —Él la agarró y la hizo girar en sus brazos, y
ella se aferró a su cuello—. ¿No te gusta tu trabajo?
Ella soltó una carcajada irónica. —Creo que me gusta el concepto
de él más que el trabajo en realidad. Apuesto a que crees que eso es
estúpido, ¿cierto?
Hizo un amago de sonrisa. —En realidad, eso suena mucho a mí
cuando estaba en la NHL.
Se acercaron a su pequeña cabaña y ella vio una nota pegada a la
puerta, clavada allí por un cuchillo de caza. Se inclinó hacia delante en
sus brazos y agarró la nota, arrancándola.
—“Dane —leyó—, si crees que puedes deshacerte de nosotros, eres
un idiota más grande de lo que pensábamos. Nos vemos mañana”. Está
firmada por Grant.
Él gruñó y luego una lenta sonrisa se esparció por su rostro.
—Supongo que todavía tengo un trabajo.
Ella estaba feliz por él. Amaba lo que hacía y era bueno en ello.
Miranda se quedó mirando el papel, luego volvió la vista hacia él y
sonrió.
—El señor Murellen me preguntó si quería volver a mi trabajo en
la biblioteca.
Sus ojos ardieron en los de ella. —Miranda, no quiero que
renuncies a nada…
—Esto es lo que quiero —dijo ella, luego pasó sus dedos por su
mejilla sin afeitar—. ¿Vamos a entrar o no? Tengo miedo de que si nos
quedamos aquí por más tiempo, vamos a ser atacados por un emú
rabioso.
El calor se encendió en sus ojos y se apresuró a abrir la puerta,
pateándola para abrirla de par en par y entrando tambaleándose. Tan
pronto como estuvieron dentro, él la dejó en el suelo y se giró para
cerrar la puerta.
Ella miró alrededor, un sofá normal estaba en la esquina de la
habitación y había una cama queen size, pero no había televisión o
electrónicos. Una pila de libros estaba junto a la estufa de leña.
—Guau. Vives muy sencillamente.
Él se encogió de hombros y puso las manos a los lados de su
rostro, ahuecando sus mejillas mientras inclinaba su rostro hacia él
suyo. Su boca lamió la suya y ella sintió el estremecimiento de alegría
todo el camino hacia sus pies.
—Dios, Miranda, el último mes ha sido un infierno. —Su voz era
entrecortada por la necesidad y cerró sus ojos, presionando su frente
contra la de ella—. Pensé que te había perdido de nuevo justo cuando te
había encontrado.
—Lo siento tanto, Dane —susurró ella—. Debes creer que estoy
loca.
—No lo creo —dijo con vehemencia—. Creo que estabas herida y
pensaste que yo lo causé. Me sorprendió de que hayas querido tocarme
otra vez. —Se inclinó y besó su nariz, luego sus mejillas, beso tras beso,
tan delicados y sinceros que su propio corazón dolía en su pecho—.
¿Fue por la venganza?
—Al principio —admitió ella y odió cuando él se estremeció—.
Pero luego, después de que dormimos juntos, fue por mí y solo seguí
diciéndome a mí misma que era por venganza.
Él besó su boca de nuevo, lenta y dulcemente. —Estoy feliz.
Ella lo estaba, también. Tan, tan feliz. Impulsivamente, su mano
se deslizó al frente de su pantalón y acarició su polla. Él estaba duro y
tenso, su longitud hacía que su coño se empapara con anticipación.
—¿Vas a follarme o vamos a estar aquí parados y hablar todo el
día?
—¿Quieres que te folle? —dijo él en una baja y peligrosa voz, su
mano deslizándose por su falda y empujándola hacia arriba hasta que
su mano se posó sobre la húmeda V de su coño.
Ella gimió y se aferró a su camisa. —Tenemos que llegar a esa
cama y rápido.
La levantó contra él y sus piernas se fueron alrededor de su
cintura, su sexo se acunó contra su polla. Ella gimió de nuevo mientras
él la llevaba a la cama, su boca inclinada sobre la de ella en un
apasionado beso tras beso.
—¿Qué tan importantes son estas bragas para ti? —gruñó él
contra su boca.
—Totalmente sin importancia. —Suspiró y resbaló su lengua
dentro de su boca, penetrando y moviéndose rápidamente.
—Bien. —La dejó en la cama, luego metió la mano debajo de su
falda de nuevo, empujándola hacia arriba alrededor de su cintura. Tiró
de sus bragas y las tiró a un lado. Un dedo se deslizó por su coño, luego
profundamente en el pozo de su sexo y ella jadeó ante la oleada de
placer—. Quiero tomarte ahora mismo. Duro y rápido hasta que grites
mi nombre.
—Hazlo. —Suspiró ella con excitación y su coño se apretó contra
su dedo—. ¿Qué te lo impide?
—Los condones —dijo él—. Están afuera en el jeep…
—A la mierda los condones —respondió ella y cerró una pierna
alrededor de su espalda, tratando de tirar de él hacia delante—. Estoy
tomando la píldora. Quítate esos pantalones y métete dentro de mí.
Su gemido fue tragado por un beso apasionado, esta vez de ella y
ambas manos tantearon su cinturón. Miranda pasó sus dedos por la
longitud debajo de su pantalón, tan excitada que apenas lo soportaba.
Estaba tan húmeda y lo necesitaba desesperadamente.
Su cinturón voló hacia el suelo, luego sus pantalones y él se quitó
el bóxer un instante después, y luego su caliente y cálida longitud
estaba en su adolorido centro.
—¿Estás segura, Miranda?
—Dios sí —suspiró ella—. Por favor. Te necesito.
Él entró profundamente y su gemido quedó atrapado en el fondo
de su garganta como un pequeño grito ahogado ante la quemazón de él.
Había pasado un mes desde que habían tenido sexo y ella se extendía y
tensaba a su alrededor, la sensación de ser llenada tan severamente
haciendo que sus dedos se enroscaran y que su coño palpitara.
—Puedo sentirte toda a mí alrededor —dijo él entre dientes—. Tan
jodidamente caliente. —Sus manos se encerraron alrededor de sus
caderas y salió, luego embistió profundamente de nuevo, haciendo que
sus dedos se enroscaran una vez más. Ella clavó sus talones en sus
nalgas, instándolo a seguir.
—Otra vez —suspiró ella—. Por favor.
Entró profundamente de nuevo, y luego otra vez, la embestida
siguiente la hizo gemir su nombre.
Él gimió. —No voy a durar.
—Entonces tócame —dijo, su respiración saliendo entrecortada y
agitada por la excitación.
Comenzó a embestir de nuevo, sus caderas meciéndose contra las
suyas. Su mano se movió entre ellos y se deslizó dentro del húmedo
calor de sus pliegues, buscando su clítoris. Cuando lo encontró, todo su
cuerpo se tensó y ella gritó de placer. Empezó a acariciarlo junto con
sus embestidas, el ritmo duro y rápido, los toques en su clítoris ligeros
como una pluma.
Ella se corrió tan solos unos segundos más tarde, con un grito
construyéndose en su garganta y sus uñas clavándose en su piel.
—¡Dane!
Él gruñó mientras ella se apretaba alrededor de su dura polla, y
luego de repente él se estaba inclinando sobre ella duro, sus embestidas
volviéndose tan rápidas y duras, que ella pensó que caerían en el borde
de la cama donde se elevaba. Pero él la miró con sus ojos verdes
desorbitados, embistiendo profundamente. Sus ojos se conectaron y
cuando bombeó dentro de ella, fue incluso más intenso porque estaban
conectados.
—Te amo —susurró ella en su próxima embestida.
Él acabó con un grito y ella lo sintió profundamente dentro de
ella, viniéndose intensamente. Se tensó y se meció contra ella unos
cuantos minutos más, todavía mirándola a los ojos con sus hermosos
ojos verdes, y luego se desplomó encima de ella.
Ella lo abrazó y captó el brillo de su anillo en un haz de luz solar.
Un anillo. Estaba comprometida con Dane Croft. Mierda.
—¿Estás seguro que quieres hacer esto?
—Por lo menos dos veces al día por los próximos treinta años —
dijo él con voz ronca y ella lo sintió besar su clavícula.
Ella se rió. —No, tonto. El anillo. Matrimonio.
Él se dio la vuelta en la cama y la arrastró con él hasta que
cambiaron de lugar y ella yacía encima de él. Luego se quedó muy
quieto, con sus ojos serios. —¿No te quieres casar conmigo?
—Por supuesto que sí —dijo ella con una sonrisa—. Pero, ¿no te
parece que nos estamos moviendo demasiado rápido?
—Me gustan las mujeres rápidas —dijo él, inclinándose y jugando
con un mechón de su cabello—. Me hace recordar a alguien que me
sedujo en el bosque la primera noche de clases.
—¿Te estás quejando? —dijo ella con una sonrisa.
Él tiró de ella hacia abajo para otro beso. —Nunca.

Fin
THE BILLIONAIRE
OF BLUEBONNET
A Risa se le estaba acabando la suerte...
Risa Moore estaba contenta con su trabajo
como asistenta de una anciana, hasta que su
jefa falleció. Ahora se encuentra atrapada en la
pequeña ciudad de Bluebonnet, Texas, sin
trabajo, sin un lugar donde vivir y sin
perspectivas. Abandonar Bluebonnet significa
empezar su vida desde cero, así que cuando
Risa recibe la oportunidad de su vida, es difícil
rechazarla. Pero, ¿quiere su sexy nuevo jefe
algo más que una simple empleada?
Hasta que conoce a un hombre que vale su
peso en oro.
Travis Jesson, joven, atractivo y fabulosamente rico, no tiene
intención de volver jamás a su pequeño pueblo natal de Texas. Pero su
abuela fallece y le deja su patrimonio y su mascota. Sus planes
consistían en deshacerse de sus cosas de la forma más rápida posible...
hasta que conoció a su preciosa asistenta. Y Travis se encuentra a sí
mismo proponiendo un tipo de relación completamente diferente...
SOBRE LA AUTORA
Este es el seudónimo de Jill Myles.
Jill Myles es una romántica incurable desde
la infancia. Lee primero las “partes picantes”
de los libros, busca chistes verdes en casi
todo y sigue pensando que los libros de La
pequeña casa de la pradera deberían haber
sido más picantes.
Después de devorar cientos de novelas
románticas de bolsillo, libros de mitología y tomos arqueológicos,
decidió escribir algunos libros propios: historias con aventuras salvajes,
bromas mordaces y muchas situaciones súper sensuales. Prefiere a sus
héroes alfa y a medio vestir, a sus heroínas ingeniosas, y nada le gusta
más que verlos superar la adversidad para caer juntos en la cama...

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