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Anna Banana

Anna Banana Mary Ann♥ Vero


Panchys Majo_Smile ♥ Munieca
Violet_7 Pixie mebedannie
Mery St. Clair edith 1609 Extraordinary
larosky_3 ♥...Luisa...♥ Machine
Annabelle LizC Rominita2503

Maia8 tamis11
Mali..♥ liRose Multicolor
★MoNt$3★ Deydra Eaton
Melii Juli
Mery St. Clair **Maria**
LuciiTamy Panchys

Panchys & Juli

PaulaMayfair
Sinopsis Capítulo 21
Capítulo 1 Capítulo 22
Capítulo 2 Capítulo 23
Capítulo 3 Capítulo 24
Capítulo 4 Capítulo 25
Capítulo 5 Capítulo 26
Capítulo 6 Capítulo 27
Capítulo 7 Capítulo 28
Capítulo 8 Capítulo 29
Capítulo 9 Capítulo 30
Capítulo 10 Capítulo 31
Capítulo 11 Capítulo 32
Capítulo 12 Capítulo 33
Capítulo 13 Capítulo 34
Capítulo 14 Capítulo 35
Capítulo 15 Capítulo 36
Capítulo 16 Capítulo 37
Capítulo 17 Capítulo 38
Capítulo 18 Epílogo
Capítulo 19 Sobre el Autor
Capítulo 20
E
l mundo de Laurel, de dieciséis años, cambia instantáneamente
cuando sus padres y hermano mueren en un terrible accidente
de auto. Detrás del volante está el padre de su vecino, el chico
malo, David Kaufman, cuya madre también murió. A raíz de la tragedia,
Laurel navega en una nueva realidad en la que ella y su mejor amiga se
separan, los chicos pueden o no estar acercándose a ella por lástima,
dominada por recuerdos acechándola por todas partes, y el señor Kaufman
está en coma, pero muy, muy vivo. A pesar de todo está David, quien entra
y sale de la vida de Laurel y con quien se siente atraída a pesar de no
quererlo. Ella siempre estará vinculada a él por sus mutuas pérdidas, una
conexión que podría cambiarlos de maneras inesperadas.
Traducido por Anna Banana
Corregido por Maia8

Cualquiera que haya tenido que pasar por algo realmente horrible te dirá:
todo es sobre el Antes y el Después. De lo que estoy hablando aquí es del ka-pow,
el tipo de mierda que-sacude-tu-centro-y-vuelve-tus-huesos-de-plástico. Una parte
de tu vida se desunce de la otra.
Y uso esta palabra, desuncir, porque pasé mis últimas horas del Antes
estudiando las U en una lista de vocabulario del SAT. Fue en abril de mi tercer año
en la escuela secundaria. Tenía dieciséis años y la fecha para el examen, estaba a
menos de dos semanas, marcada con tres signos de exclamación en color púrpura
en mi calendario de pared.
Desuncir: de separar. El señor Lee de mi curso de preparación para el SAT
nos enseñó a crear una imagen mental que nos ayudaría a recordar lo que quería
decir una palabra. Me imaginé a mí misma haciendo merengue en nuestro tazón
azul, separando la clara de un huevo de la yema. Continué a reconvenir.
Mi mamá gritó desde el pasillo de su habitación—: ¡Laurel, dile a tu
hermano que se vista! ¡Tenemos que salir en veinte minutos!
O mejor conocido como veinte minutos antes de que mi tortura China
comenzara. Me hubiese gustado pasar el tiempo con las U toda la noche, pero en
su lugar dibujé una flecha junto a reconvenir para marcar donde había quedado, y
me dirigí hacia el dulce olor indecente procedente de la cacerola de mi madre para
hacer lo que se me dijo.
Gracias a la técnica inspirada por el señor Lee, recuerdo a mi familia esa
noche, mientras se alistaban para salir de nuestra casa para nunca volver, en
pequeñas fotografías instantáneas. Mi madre revoloteando entre su ordenador
portátil y su armario, respondiendo correos electrónicos mientras se probaba su
vestido azul, y luego su vestido verde y después el azul de nuevo. Mi padre
caminando por el sendero, regresando del barrio de Manhattan y retirando la
corbata de su cuello. Mi hermano, Toby, jugando Xbox en el estudio, tan hundido
en su silla de juegos que era difícil recordar que en realidad tenía una columna
vertebral y podía caminar erguido.
—Mamá dice que tienes que ponerte los pantalones de color caqui y los
zapatos marrones —le dije desde la puerta.
—¿Te refieres a mi ropa geek? Uh, de ninguna manera. —No retiró su vista
del videojuego.
—Es Pésaj1. Ella me está haciendo usar un vestido.
—No entiendo por qué tenemos que hacer esto.
—La señora Kaufman estaba preocupada de que estaríamos solos porque
Nana no viene este año. —Nos encontrábamos en los suburbios de Nueva York,
apenas a una hora de la ciudad, pero Nana vivía al norte del estado. Los Kaufman
eran nuestros vecinos a tres casas de distancia.
—Tenía la esperanza de que sólo pediríamos una pizza.
—Dímelo a mí —le dije.
—¿Qué, acaso no quieres pasar el rato con tu mejor amigo? —Toby quitó sus
ojos del televisor para lanzarme una sonrisa de hermano pequeño.
—Cállate —le dije, mi sonrojo llegando a la parte detrás de mi cuello.
—¡Chicos! —dijo mi padre de pronto en la habitación—. Nada de eso esta
noche, ¿de acuerdo? Especialmente usted, señor Actitud. —Juguetonamente
golpeó el hombro de Toby—. Sé un adulto. Acabas de pasar un bar mitzvah2,
después de todo.
—Y tiene mil trescientos dólares en cheques de familiares que lo prueban —
le dije. Ante eso, mi padre me sonrió, una de esas sonrisas de padre que te hacen
sentir como la única hija en el mundo.
En breve todos estábamos listos y saliendo por la puerta, mis padres, cada
uno cargando un plato cubierto con aluminio. Toby rápidamente tironeó sus
pantalones en la entrepierna, pensado que nadie lo vio.

La señora Kaufman era pequeña. Tan pequeña que la gente siempre le


preguntaba si estaba bien. Papá decía que se preocupaba por ella en los días
ventosos. La parte sobresaliente de su clavícula me hacía preguntarme si le dolería
si la tocabas.

1Pésaj es la festividad judía que conmemora la salida del pueblo hebreo de Egipto.
2
En la religión Judía: cuando un niño mayor de 13 años de edad se convierte en un “bar mitzvah”
es tratado como un adulto. Lo cual ahora lo hace moral y éticamente responsable de sus decisiones
y acciones.
Ahora se encontraba sentada al frente del gran comedor de roble,
tamborileando dos dedos bien cuidados en su vajilla de porcelana. Mis padres,
Toby y yo nos removimos en nuestras sillas, mientras que el señor Kaufman estaba
parado en la esquina de la habitación con un vaso de whisky, diciendo—: Puedes
estar seguro, puedes estar seguro. —Una y otra vez a alguien en el otro extremo de
su teléfono celular.
—Lo siento —dijo la señora Kaufman—. David dijo que bajaría en unos
minutos.
Esperamos unos minutos más. Me sentía nerviosa y lo odiaba, tratando de
ignorar a Toby pateando mi tobillo por debajo de la mesa.
Finalmente, el señor Kaufman colgó el teléfono, caminó a la escalera y dio
un puñetazo sobre la barandilla.
—¡David! —gritó con una voz que hizo temblar los vasos de cristal con agua
sobre la mesa.
Una pausa. Oí pasos, una puerta cerrándose, pisadas sobre la escalera. El
sonido de David Kaufman uniéndose a nosotros para la cena de Pésaj.
Y después, ahí se hallaba él, luciendo desaliñado, en la puerta. Su pelo negro
y ondulado trasquilado colgaba alrededor de su cara, era un corte de pelo que
podría haberse hecho a sí mismo o en un salón caro, nunca sabrías la respuesta.
Cuando llegó a la mesa, retiró una parte de su pelo hacia atrás de una oreja
y me miró, a Toby y luego a mis padres, con unos ojos grandes y brillantes que
nunca coincidían con el resto de él. Especialmente ahora. Parecía confundido,
como si hubiera olvidado que nuestra familia estaría presente, en su casa,
interrumpiendo su noche de escuchando-música-en-mi-iPod-y-viendo-porno-en-
Internet.
—Hola —dijo, sin mirarme, sino mirando unos cuantos centímetros a mi
izquierda.
—Hola —le dije, y esta vez, cuando Toby me pateó, lo pateé con fuerza.
David era un año mayor que yo y una vez, hace tanto tiempo que podría
haber sido un sueño, éramos amigos de pequeños. Ahora él era un miembro más
de los que todos en nuestra ciudad les llamaban la “Muchedumbre del ferrocarril”,
lo que significaba que pasaba la mayor parte de su tiempo en el aparcamiento de la
estación del tren, fumando y bebiendo y tallando palabras en los bancos de madera
que se suponían eran para que la gente normal se sentara. No habíamos hablado el
uno con el otro en años, a excepción de los dolosamente, raros e inevitables “hola”
en las fiestas del vecindario o cuando nos cruzábamos en la escuela. Pero yo sabía
lo que era para él: una chica cuyo nombre siempre se hallaba en la Lista de
Honores, el único miembro del club de teatro que nunca aparecía en el escenario. A
pesar de nuestro pasado jugando juntos, a pesar de la amistad entre nuestras
familias, David y yo nos encontrábamos en órbitas diferentes.
Sobreviví la cena pretendiendo que él no estaba allí, lo cual fue
sorprendentemente fácil de hacer puesto que comió en silencio, mirando con una
expresión en blanco a su plato. Cuando fue su turno para leer, David negó con la
cabeza y pasó la Hagadá3 a mi hermano. Y si miró en mi dirección, fue cuando yo
miraba a otro lugar.

Después de la cena, ayudé a mi madre a lavar los platos mientras la señora


Kaufman guardaba las sobras y vi una ventana de escape.
—¿Oye, mamá? —pregunté—. Después de que hayamos terminado, ¿puedo
omitir el postre y sólo irme a casa? Estaba estudiando mis palabras para el SAT y
ni siquiera he hecho mi tarea.
Hizo una pausa. —Creo que la señora Kaufman ha pasado un buen tiempo
haciendo la tarta de manzana.
—¿Yo? —chilló la señora Kaufman, sorprendida—. ¡Deborah, pensé que tú
la harías!
Se miraron la una a la otra por un buen tiempo, y por una fracción de
segundo pensé que algún tipo de pelea podría estallar. Pero luego ambas se rieron.
La señora Kaufman nos guió de nuevo al comedor, aclarándose la garganta
para llamar la atención de los hombres, quienes se hallaban profundamente
concentrados en una discusión sobre el mercado monetario. Toby estaba de pie
junto a la ventana, empañándola con su aliento para luego dibujar figuras en ella.
David se encontraba cerca de él y lo veía con ligera diversión.
—Oigan, ¿chicos? —dijo la señora Kaufman—. Hemos tenido un pequeño
percance con el postre, dado que en realidad, no hay ninguno. Creo que tenemos
algunos huevos de Pascua de chocolate de la oficina de Gabe, pero no me parece
que sea lo adecuado.
El señor Kaufman se puso de pie. —Yo diría que eso es una excusa perfecta
para ir a tomar un helado. ¿Qué les parece?
—¿A Freezy? —preguntó Toby, su dedo a mitad de hacer una gran O en la
ventana.

3 Es el texto utilizado para los servicios de la noche de Pésaj, conteniendo la lectura de la historia de
la liberación del pueblo de Israel de Egipto conforme esta descrito en el Libro del Éxodo.
—Rayos, sí —dijo el señor Kaufman—. Ya hemos hecho nuestro trabajo
aquí. Vayamos por algunos batidos de leche.
Tiré de la parte de atrás del vestido de Mamá y captó la señal.
—Oh, Laurel volverá a casa. Tiene tarea que terminar.
—Te traeremos algo —dijo mi padre, guiñando un ojo.
Ahora David, quien todavía estaba junto a la ventana, volvió a la vida.
—Yo tampoco puedo ir. Tengo que ir a donde Kevin… —Pensó con rapidez
en una excusa—. Prometió ayudarme con cálculo.
La señora Kaufman miró a su hijo, y tuve la sensación de que nunca lo había
oído decir la palabra cálculo hasta ahora.
—Está bien —dijo derrotada—. Pero quiero que estés aquí para cuando
volvamos a casa. Llamaré si tengo que hacerlo.
—Sí, sí, lo que sea —decía David, ya caminando hacia el armario en el
vestíbulo.
—Está lloviznado. Llévate un paraguas —dijo la señora Kaufman.
Él la miró, puso sus ojos en blanco, y tomó su chaqueta de cuero. Agitó su
mano hacia nosotros, murmurando algo como “adiós” y salió por la puerta.
Los padres ahora hablaban acerca del transporte. El señor Kaufman tenía un
nuevo utilitario híbrido y lucía ansioso para mostrar lo amplio que era. Caminé
junto a ellos hasta el garaje, donde el coche estaba deslumbrante y con ganas de
complacer.
La señora Kaufman me entregó un paraguas de la nada.
—Toma. Sé que no tienes que caminar mucho, pero, ¿por qué mojarse? —
dijo. Su mirada parecía decir: Me gustaría haber tenido una hija como tú, quien prefiere
hacer los deberes que estar con la mala influencia de Kevin McNaughton.
Toby se subió al asiento trasero del coche, tarareando algo. Mi madre abrió
la otra puerta de al lado y se inclinó para besarme en la mejilla.
—Tienes la llave, ¿no?
Asentí, señalando hacia mi bolso. Mientras la puerta del garaje se abría y el
señor Kaufman ponía en marcha el motor, me dirigí hacia el camino de la entrada
y saludé a mi padre quien me miraba desde el asiento del pasajero.
Luego abrí el paraguas cuando pasaron por mi lado, para que la señora
Kaufman pudiera ver, pero una vez que doblaron la esquina, lejos de la casa y
abajo de la colina, volví a cerrarlo.
La lluvia era ligera y delicada, y me encantaba su sensación sobre mi piel
mientras me dirigía a casa.
Traducido por Anna Banana
Corregido por Maia8

Mi celular sonó una hora después, justo cuando terminaba mi tarea de


francés en la mesa de la cocina.
—¿Puedes hablar? —susurró mi mejor amiga, Megan Dill, quien vivía una
calle abajo.
—Sí, regresé temprano y no hay nadie aquí. Dulce libertad.
—¿Cómo fue? —preguntó.
—Incómodo, pero sobreviví. David casi no habló con nadie durante toda la
cena.
—Es un estrafalario.
Oí maullar y me volví para ver a nuestros gatos, Elliot y Selina, sentados
ansiosamente en la puerta de atrás, esperando para salir.
—Ya lo sé —dije, levantándome—. Es como si, una vez que decidió ser
amigo de la Muchedumbre del ferrocarril, le dieron un manual de instrucciones.
Regla número uno, estar malhumorado y melancólico todo el tiempo.
Abrí la puerta y los gatos pasaron por debajo de mis piernas, aparentemente
ya estando tarde para alguna cita en el bosque. Elliot se detuvo un segundo para
mirar a mi dirección con los ojos entrecerrados. Una mirada de “No nos esperes
despierta” para luego salir corriendo.
—Regla número dos —continuó Meg—, sólo puedes fumar Marlboro, usar
zapatos deportivos y llevar todos tus peines en el bolsillo trasero derecho de tu
pantalón. Son unos ridículos. Quieren ser rebeldes, pero están tan obsesionados
por ellos mismos que son como cualquier otra persona.
—Tú eres la que tenía un enamoramiento con él —le dije, notando una
mancha de asado en el mostrador de la cocina. La limpié con mi pulgar y chupé la
salsa de él, sabiendo lo completamente asqueroso que era.
—Eso fue como hace cien años, cuando él todavía era parcialmente humano.
—El híper-sexy, Meg solía decir. Yo prefería no pensar así sobre David; lo había
conocido durante mucho tiempo y era raro que algunas chicas lo consideraran
apuesto.
—Hablando de chicos, ¿cómo ha estado Will estos días? —le pregunté, lista
para cambiar de tema.
—Creo que es seguro decir que no me pedirá que asista con él al baile de
graduación.
—¿Por qué no?
—Al parecer, comenzó a salir con Georgia Marinese la semana pasada.
—Oh, Meg, lo lamento.
—Eh, es como una especie de alivio que no le guste más. Habría ido con él al
baile sólo por ir, ya sabes.
—Puedes ir con alguien mejor que él.
—Ambas podemos hacerlo.
Faltaba más de un mes para el baile, pero el frenesí ya escalaba, y no estaba
segura de querer formar parte de él. Como estudiantes de penúltimo año teníamos
el derecho de ir, pero no había nadie que me gustase lo suficiente. Nunca había
habido alguien que me gustara, punto. Meg era la que hacía clic con cada chico que
conocía, con su ingenio fácil y su sorprendente belleza irlandesa. Yo era la segunda
versión de ella; la morena tranquila con cabello lacio y delgado que sólo podía lucir
una cola de caballo o trenza.
Como pareja, no éramos populares, pero tampoco marginadas. No
hermosas, pero tampoco feas, no gordas pero tampoco delgadas. Yo era más
conocida por obtener As, por quien comenzó el Club de Tutoría, y la que pintaba
escenografías para las obras de teatro. Meg estaba en el coro, y aunque nunca
consiguió el liderazgo en las obras de teatro y musicales, por lo general siempre se
quedaba con el jugoso papel secundario. Por lo general la gente nunca hablaba
sobre nosotras, lo que mamá siempre decía que era algo bueno, pero nunca supe
por qué.
—Si no encontramos algo mejor —añadió Meg—, no iremos en absoluto.
Excelente, pensé. Eso haría mi vida más fácil.
De pronto, escuché algo enfrente de la casa.
—Meg, espera —le dije—. Creo que hay alguien en la puerta.
Nos quedamos en silencio por unos segundos, y podía escuchar mi
respiración al mismo compás con la de Meg en el otro extremo de la línea.
Ahí estuvo de nuevo, dos pequeños golpes en la puerta. Insistentes. Pero no
debería de abrir la puerta cuando me encontraba sola en casa.
—Te llevaré hasta la sala de estar —le dije a Meg, cambiando el teléfono a
mi otra oreja—. Si es un asesino en serie, serás capaz de escuchar todo.
Había una gran ventana al lado de la puerta, y corrí la cortina un poco, sólo
unos centímetros, para ver quién era.
Un oficial de policía, sosteniendo su sombrero en sus manos, con su vista
abajo.
Y eso fue todo. El final del Antes y el comienzo del Después.
Ahora tenía una nueva imagen mental para desuncir.

No hubo muchos detalles sobre el accidente para que el teniente Roy Davis
me explicara. Se dijeron y se preguntaron cosas, y de pronto estaba sentada con las
piernas cruzadas en el piso de la sala, derrumbada por el peso de la nueva noticia.
Mi madre, padre y alguien quien ellos supusieron era mi hermano habían
sido declarados muertos al llegar al Hospital Conmemorativo Phillips.
También la señora Kaufman.
El señor Kaufman se hallaba en la sala de emergencias. No había muerto al
llegar. Estaba en mal estado cuando llegó.
De alguna manera, el nuevo utilitario se había salido de la carretera,
cayendo en una zanja y se prendió fuego. No sabían ni el cómo ni el por qué.
Esos simples hechos sin explicación. Hojas sobre el agua, flotando en
grupos, demasiado ligeras para romper la superficie.
Y ahora, las cosas simplemente se detuvieron, duro. Como el aire; ya no lo
podía sentir moviéndose a mí alrededor. O mi capacidad para tragar; estaba segura
de que si lo trataba, mi garganta se congelaría y se quedaría así para siempre. Era
como si de repente estuviera encerrada en una burbuja donde todo estaba
completamente y totalmente mal, mal, mal y tenía que salir.
¿Cómo puedo salir de aquí? ¿Puedo tomar un gran paso y estar al otro lado de ella?
Tal vez si digo algo, lo que sea, la burbuja entera se reventaría con un gran POP.
Así que dije lo primero que se me ocurrió—: ¿Qué debo hacer ahora?
El teniente Davis comenzó a hablar, pero se detuvo, mordiéndose el labio.
Entonces me di cuenta de la magnitud de mi pregunta.
—Me refiero a, ¿tengo que ir a la morgue o algún lugar? —dije—. ¿Tengo
que firmar algo?
Su rostro se suavizó con verdadera tristeza.
—Sí, necesitamos a alguien que identifique los… a ellos… pero no tienes
que ser tú. ¿Hay algún familiar que te gustaría que contactemos?
Nana. La imaginé llegando a casa después de cenar en casa de su amiga
Sylvia. Lavando su cabello, limpiando el Clinique de sus labios. No había manera
de que yo hiciera esa llamada telefónica.
Le di el número de mi abuela al teniente Davis y le entregué el teléfono.

Una hora más tarde, me encontraba recostada en el sofá blanco en la sala de


estar, el cual sólo usábamos cuando teníamos invitados, con la cabeza en el regazo
de Meg. La señora Dill, la madre de Meg, estaba sentada en el suelo sosteniendo
una de mis manos. Su número telefónico fue el siguiente que le di al teniente
Davis. El señor Dill y la hermana de Meg, Mary, iban camino hacia el norte, un
viaje de tres horas, para recoger a mi abuela.
—Sólo cierra los ojos y respira —dijo la señora Dill—. Sólo respira.
Todo lo que pude pensar fue, la señora Dill huele como pan de arándano.

Suzie Sirico se presentó un poco después de la medianoche. Yo no había


preguntado por ella. Ni siquiera sabía quién era. El teniente Davis dijo que era una
consejera de duelo que a veces trabajaba con el departamento de policía. Levanté
mi cabeza del regazo de Meg y miré a la mujer. Era bajita, pero de rasgos fuertes.
—Hola, Laurel —dijo lentamente—. Soy Suzie.
La señora Dill se levantó del suelo.
—¿Gusta una taza de café? —ofreció.
—Eso sería grandioso, gracias.
En ese momento intercambiaron posiciones, una gran maniobra de trabajo
en equipo. Suzie se puso en cuclillas en el suelo, para así estar a mi nivel.
—Sé que nunca nos hemos conocido —dijo Suzie, apretando sus labios con
seriedad—, pero espero que me dejes ayudarte con todo lo que necesites en este
momento.
—De hecho, sí hay algo en que me puede ayudar en este momento —le
dije—. Los gatos están probablemente en la puerta de atrás. ¿Puede dejarlos
entrar?
Suzie Sirico ladeó su cabeza hacia un lado y levantó una ceja.
Probablemente haciendo una nota en su libreta mental. No me importó.
—Yo lo haré —dijo Meg y un segundo después había desparecido hacia la
cocina.
Si esta mujer me toca, pensé, voy a vomitar sobre el sofá blanco.
—Laurel, claramente estás en estado de shock y eso es normal —dijo Suzie,
alcanzando mi mano y tratando de equilibrase en su posición de cuclillas al mismo
tiempo—. No tenemos que hablar ahora. Sólo estoy aquí para conocerte y dejarte
saber que estoy a tu disposición por el tiempo que necesites para sanar de lo que le
ha sucedido a tu familia.
Mi familia.
La palabra me golpeó en el pecho, un golpe tan fuerte que sacó el aire de
mis plumones. Miré a Suzie Sirico en la misma manera que en una película,
cuando alguien mira a la persona que lo acaba de apuñalar, ese momento de
sorpresa antes de que el dolor se inicie y la sangre comience a brotar.
Oí la puerta de atrás abrirse, luego cerrarse. Elliot y Selina entraron
corriendo en la habitación, con sus colas apuntando hacia arriba en el aire, listos
para acurrucarse para pasar la noche.
Hice un sonido como un gemido, pero ruidoso. Fue como si no viniera de
mí, pero de algo mitad humano, agazapado en la base de mi columna.

Estaba en la cama cuando Nana llegó, casi antes del amanecer. La señora
Dill me había dado dos pastillas que siempre tenía a mano para sus ataques de
pánico. El medicamento se divertía conmigo, haciendo creer que una cosa era real,
y después otra. En mi mente, hablaba con alguien en el mostrador de boletos del
Athens Theater, pidiéndole que me dejara entrar a pesar de que la película ya
había comenzado.
—¡Pero todos los que conozco están ahí! —grité.
Sentí a mi abuela poner su mano sobre mi cabeza, suavizando mi ceja con su
pulgar.
—Estoy aquí, Laurel —decía.
Ahora la máquina de palomitas de maíz detrás del mostrador de boletos olía
a Chanel No. 5.
El pasillo afuera de la puerta de mi habitación era un hervidero de voces
que resonaban desde la sala de estar. Alguien se sopló la nariz.
Dentro de mi cabeza, ya no trataba de entrar a ver la película. Me había
dado por vencida y seguí adelante, vagando por la calle hacia un supermercado,
de pronto muriéndome de hambre.
Traducido por Anna Banana
Corregido por Mali..♥

Casi todos fueron al funeral, el cual tuvo lugar en un día tan hermoso, que
normalmente las personas estarían caminando por ahí diciendo cosas cliché como,
“¡La primavera ha llegado!”. El aire olía a fresco y dulce, y la ligera brisa hacía
cosquillas.
Todo nuestro vecindario estuvo presente. Los familiares que no había visto
en años, los amigos de mis padres de la universidad y los compañeros de trabajo
de la oficina de papá. Los amigos de Toby y sus compañeros del equipo de fútbol
vinieron con sus padres y sus profesores. Dos de ellos habían sido mis maestros
también, hace tan sólo unos años atrás. Algunos chicos del colegio y sus familiares,
más docenas de personas que no conocía o no recordaba sus nombres. Todos
estuvieron de pie en la funeraria.
Nana y yo nos sentamos adelante, donde casi nadie podía mirarnos, y ella
sostuvo mi mano fuertemente mientras la gente hablaba. Sabía que se suponía que
debía escuchar, asentir y llorar como todos los demás, pero estaba demasiado
ocupada escribiendo una carta en mi cabeza:
Queridos mamá, papá y Toby,
Hay mucha gente aquí. Eso es bueno, ¿verdad?
¿Acaso no todos se preguntan quién asistirá a su funeral? Así que ahora ya lo
saben. Si están viendo. Me gustaría pensar que están observando, pero por si acaso no lo
están, aquí están los puntos más destacados:
Los amigos de Universidad de papá, Tom y Lena, leyeron un poema que escribieron
juntos.
La maestra de música de Toby, la Sra. McAndrew, cantó “Amazing Grace”. ¿Acaso
nadie le dijo que este era un funeral judío? Pero sí sonaba bastante bien.
Mamá, tu amiga Tanya Emily leyó un poema de Dickinson. ¿Era realmente tu
favorito como ella dijo?
Fue genial que el rabino se prestara para hacer el servicio, ya que nunca nos
molestamos en unirnos a la sinagoga —supongo que cuando sólo hay un rabino en la
ciudad, eso es lo que se tiene que hacer. Habló acerca de la bondad de la comunidad y los
mitzvot4. Ojalá pudiera ser más específica, porque al parecer lo que dijo hizo llorar a un
montón de gente, pero cuando él hablaba, yo miraba a dos ardillas en un árbol a través de la
ventana.
Nana lloró en voz alta dos veces. Tuve que darle algunos Kleenex porque utilizó
todo su pañuelo. No tenía nada de color negro, así que usé uno de tus vestidos, mamá. Era
un poco grande en el busto, pero creo que se veía bien.
Con amor,
Laurel.

En el entierro, Nana roció las tumbas con tierra, su mano temblando,


caminando a su alrededor como si fueran un jardín que acababa de plantar. El
rabino me ofreció la pala, pero negué con la cabeza.
Ahí fue cuando vi a David.
Estaba atrás, al lado de una tumba de un extraño, llevando un saco negro
sobre una camiseta del mismo color y vaqueros negros. La gente se daba vuelta
para mirarlo y susurrar. Casi boquiabiertos, como si una estrella de rock hubiese
asistido al funeral de mi familia. Pero él no los miró. Se limitó a mirar hacia los tres
ataúdes con atención e ignoró a cualquier vivo.
Anteriormente, había oído a alguien decir que dejarían la carpa y que sólo la
moverían un poco, porque el funeral de la señora Kaufman sería el día siguiente.
Cuando llegó el momento de levantarnos e irnos, miré de vuelta a donde
David había estado, pero ya se había ido.

El señor Kaufman estaba en coma. Estaba en la Unidad de Cuidados


Intensivos y el hospital hacía una excepción muy especial para permitir que David
permaneciera allí en una habitación vacía.
Al menos eso fue lo que oí en la recepción en la casa. Estaba sentada en una
silla en el estudio, un lugar excepcional para oír fragmentos de conversaciones.
Megan se sentó a mi lado, comiendo un bollo de ajonjolí, sin hablar pero de vez en
cuando me frotaba la espalda.
Algunas personas se acercaron a mí. Se inclinaban para hablar cerca de mi
oreja o en cuclillas para verme a la cara. A veces me sentía como una reina en su
trono y en otras ocasiones como una niña de cuatro años. Sabía que sólo trataban
de ser amables, al igual que los vecinos, amigos, compañeros de clase y todos los

4 Mandamientos Judíos.
demás. Sólo hacían lo que pensaban que debían de hacer, lo cual era exactamente
lo que yo también hacía.
Me encontraba en el baño cuando oí a la señora Dill y a su vecina de al lado,
la señora Franco, hablando en voz baja al otro lado de la puerta.
—¿Saben algo más sobre lo que sucedió? —preguntó la señora Franco.
—No lo creo —dijo la señora Dill—. Ellos podrían hacer un llamado a
testigos, para ver si algún otro conductor vio algo.
—¿Qué crees tú que sucedió?
Una pausa. Me quedé quieta en el inodoro, inclinándome para escuchar
mejor.
—Probablemente Gabe —susurró la señora Dill—. Apuesto a que bebió un
poco más en la cena. ¿No te acuerdas de la fiesta de Navidad del año pasado?
—Me acuerdo —dijo la señora Franco con tristeza—, Betsy tuvo que
obligarlo a que la dejara conducir de vuelta a casa.
Pensé en el señor Kaufman hablando en su teléfono celular esa noche, con
su trago en sus manos. Y después pensé en envolver mis dedos alrededor de su
garganta y apretarlo duro, lo que no era algo en lo que quería estar pensando en el
baño durante el funeral de mi familia, en una casa llena de gente al otro lado de la
puerta. Borré la imagen de mi cabeza con un borrador mental.
Esperé tres minutos y luego asomé la cabeza por la puerta del baño. La
señora Franco y la señora Dill se habían ido y no había moros en la costa.

Mi abuela, June Meisner, tenía clase. Todo el mundo lo decía. Vestía ropa de
temporada y nunca salía de la casa sin maquillaje. Se arreglaba el pelo dos veces
por semana en el Salón de Marcella y lo mantenía teñido de un color marrón
oscuro. Nana trabajaba como voluntaria en un acilo para ancianos lleno con los que
ella llamaba sus “viejitos,” a pesar de que muchos eran más jóvenes que ella.
Supongo que tenía suficiente clase que me hizo volver a usar el vestido
negro de mi madre y asistir al funeral de la señora Kaufman al día siguiente.
Nana se veía tan pequeña en el asiento del conductor de nuestro Volvo, sus
manos en la posición correcta sobre el volante, sus uñas perfectamente cuidadas.
Mientras nos dirigíamos hacia el cementerio ella se volvió a mirarme, sus ojos
todavía rojos del llanto de anoche, cuando pensaba que no podía oírla.
—Doy gracias a Dios cada hora por el hecho de que tú no estabas en ese
auto.
Pegué mi nariz a la ventana, sin ser capaz de mirarla. —Nana, no.
—Tú me conoces. Me gusta agradecer por las bendiciones que tengo.
—Si tiene que agradecerle a alguien es a la profesora Messing por toda la
tarea de francés que nos dio. —Miré a mi abuela, para dejarle saber que no estaba
siendo sarcástica.
—¿Qué pasa si hubieras ido con ellos y los hubiese perdido a todos?
—No voy a tener esta conversación ahora.
Ella y mi madre eran expertas en esta táctica: Saca a relucir un asunto serio
cuando estás conduciendo, para que el chico que estás mortificando con la
conversación no tenga a dónde correr, sin habitación para huir; estaban atrapados.
No quería decirle la verdad, algo que se hallaba al rojo vivo en la boca de mi
estómago y me asfixiaba, cada día más pesado. Si yo hubiera ido con ellos, si
hubiera terminado mis deberes antes o simplemente hacerlos en la mañana, habría
sido una persona más tratando de caber en el utilitario de los Kaufman. Tal vez mi
padre habría insistido en ir en autos separados. Tal vez yo estaría viajando con mis
padres y Toby en este momento, para enterrar a la señora Kaufman. Un funeral,
una persona, en la forma en que todo el mundo está acostumbrado a hacerlo.
No podía hablar de ello, no podía pensar en ello. Si lo hacía, sentía esa bola
de fuego nuevamente, arrastrándome cada vez más hacia el suelo. Parecía que la
única manera de continuar respirando era pensando en el aquí y ahora, momento a
momento, manteniendo mi mente cerrada ante cualquier otra cosa.

La señora Kaufman no tuvo la misma multitud que mi familia, y los que


asistieron a ambos se veían un poco más demacrados por tener que pasar lo mismo
de nuevo. Me encontré contenta conmigo misma de que el funeral de mi familia
fue primero, cuando las personas aún estaban frescas para el duelo. Hasta el rabino
parecía cansado. Me hizo feliz, por un segundo, y no me avergoncé de ello. Nuestro
funeral fue mejor.
David llevaba el atuendo emo-gótico que le había visto el día anterior, y esta
vez también noté sus botas militares negras. Se encontraba rodeado de familiares.
Sus abuelos se quedaron en su casa, lo escuché de un susurro. Lo animaban a que
volviera del hospital y durmiera en su propia cama, pero David no lo hacía.
Lo observé mientras el rabino dio la señal y David se puso de pie para
lanzar el primer puñado de tierra sobre la tumba de su madre. Mientras lo hacía,
alguien en la multitud estalló en un fuerte sollozo. David levantó la vista por un
momento, con la pala en sus manos, para ver de dónde había venido. Era la
primera vez que había visto su rostro completo desde aquel día, su pelo peinado
hacia atrás y sus ojos brillantes deslizándose sobre las personas. Sus ojos se
mantuvieron escaneando a la gente mientras el rabino comenzó a hablar de nuevo
y un tío le pasó un brazo sobre los hombros.
Esos ojos se posaron en mí, parpadeando con una nueva energía y
propósito. David levantó un poco más su cabeza, en una muestra de
reconocimiento. Lo miré de vuelta y sostuve su mirada durante unos instantes,
pero eso fue todo.
Se sintió como si hubiera sido suficiente.
Traducido por Panchys
Corregido por Mali..♥

Nana me dejaba dormir en las mañanas, pero no hasta demasiado tarde. Me


despertaba sentándose en el borde de la cama.
—Laurel, cariño, ya son las diez —dijo el lunes después del accidente. No
había pasado todavía una semana.
Nana y yo no hablamos de cuánto tiempo tendría que estar, las dos
sabíamos que era para siempre. La escuchaba en el teléfono con los abogados y la
gente del banco, tratando con los testamentos y convertirse en mi tutora legal y
otras cosas que tenían que importar ahora. Lo hizo sin quejarse. Después de todo,
ella era la única que quedaba que podía. Su marido, mi abuelo, había tenido un
ataque al corazón cuando yo aún era un bebé, y los padres de mi madre murieron
antes de que yo tuviera cinco años. Tanto mi madre y mi padre eran hijos únicos,
así que no había tías, tíos o primos. Pero Nana siempre había estado allí durante
tanto tiempo como podía recordar, y ahora, por supuesto, estaba aquí, en nuestra
habitación de invitados.
Si pasaban de las diez, eso significaba tercer período en la escuela, lo que
significaba que Meg estaba en clase de periodismo. Habría estado en historia. Ellos
me daban una cantidad indefinida de tiempo libre, y nadie siquiera había dicho
nada acerca de traerme las tareas.
Eso era lo esperado, lo que la escuela automáticamente tenía que hacer. Lo
sabía. Pero el pensamiento de mis compañeros teniendo un día normal sin mí sólo
me hizo sentir profunda y desesperadamente solitaria.
—¿Qué quieres que haga? —pregunté a Nana, que ahora sacudía el pelo del
gato de mi sillón. Necesitaba que me dijera lo que venía después, por qué quedarse
en la cama haciendo nada. Todo lo que podía hacer en la cama, cuando no luchaba
para volver a dormir después de un jodido sueño, era ver una película de la
colección de Toby en su reproductor de DVD portátil. A él le gustaba la acción y
las películas de artes marciales de otros épocas, y la mayoría de ellas eran
horribles, pero eran geniales para ayudarme a no llorar.
Estaba segura de que una vez que empezara a llorar, nunca me detendría.
Quiero decir, ¿cómo podría detenerme?
—Me gustaría que vengas y comas algo de desayuno. No creo que hayas
tenido una comida decente en toda la semana.
Era cierto. Seder5 había sido la última vez que había comido una cantidad
sólida y equilibrada de alimentos a una hora normal. Siempre pensé que era
totalmente de telenovelas que las personas pierdan el apetito después de algo
enorme, pero ahora entendía por qué. No era sólo que no podía ni imaginar las
ganas de comer. Era el vacío combinado con la ligera jaqueca a causa del hambre,
parecía como un deber.
—¿Y tú? —pregunté a Nana—. ¿Comerás conmigo?
—Mi estómago aún está un poco molesto, pero comeré algún matzá y una
bebida.
En la cocina, me senté en la mesa, y me sirvió un plato de panqueques,
tocino de pavo y huevos.
—¿Qué pasa con la Pascua? —pregunté, mirando los panqueques.
—Creo que estamos disculpadas este año —dijo con ironía.
Cogí uno de los panqueques, ligeramente caliente en mis manos, y comencé
a comerlo como una galleta grande y floja. Era algo que a Toby y a mí nos
encantaba hacer, y volvía loca a Nana.
Pero esta vez sólo sonrió y empujó el periódico hacia mí. —Toma —dijo—.
Sé cómo te gusta mantenerte al día con los titulares.
Era el New York Times, no nuestro periódico local, el Herald Gazette.
Porque cada día el Herald Gazette publicaba un nuevo artículo sobre el accidente y
cómo la policía buscaba a alguien, cualquiera, que podría haber visto lo que pasó.
Nana había detenido el servicio de entrega del Gazette dos días antes.
Ahora se sentó frente a mí con su bebida y matzá, pero no comía. —Laurel
—dijo—. Suzie Sirico llamó esta mañana. Es la terapeuta de duelo que conociste la
otra noche, ¿recuerdas? Quería saber cómo estábamos.
Levanté la vista del papel. —¿Cómo consiguió nuestro número?
—Se lo di yo.
—Le dijiste que estaba bien, ¿verdad? ¿Que las dos estábamos bien?
Nana desprendió un pedazo de matzá y lo mordisqueó. —Ella piensa que
las dos deben hablar.
—La conociste. Es espeluznante.
—Es una profesional que te puede ayudar.
—¿Me veo como que necesito ayuda?

5 Es un importante ritual festivo judío celebrado en la primera noche de Pésaj.


Nana realmente me miró de arriba abajo, mi cara, de un lado al otro. Ella
sabía que no debía responder.
—La próxima vez que llame —dije—, por favor sólo dile que no lo haga
más.
Nana se levantó, puso lo que quedaba de su matzá de vuelta en la caja, y en
silencio salió de la habitación.
Me volví hacia el periódico y empecé a leer un artículo sobre problemas en
América Latina, y allí estaba en el primer párrafo: demagogo. Fue una de mis
palabras en el SAT. Significaba “demagogia líder”, y mi imagen de los trucos de
estudio apareció en mi cabeza. En los pasos de nuestra escuela, un hombre con
barba llevaba una camiseta que decía DEM, en ella hablaba a una multitud de
estudiantes, trabajando con ellos en un frenesí.
Hacía más de un mes desde que estaba en el D, pero era demagogo, claro
como el cristal. Las pruebas eran en cinco días. Me dirigí a mi habitación y
encontré a mi libro de vocabulario de SAT en la mesa donde lo había dejado, con
marcadores, sin tocar desde la noche del Seder. Lo cogí cuidadosamente, tenía sólo
dos páginas más para ir en la lista de las mil palabras que mi padre me había
retado a memorizar. Él quería que yo fuera a la Ivy League, de preferencia Yale, al
igual que lo hizo él. Yo lo quería también, porque había visitado la Universidad de
Yale durante una de sus reuniones y pensé que era genial, pero no se le dije.
Necesitaba que él pensara que me convenció.
—Te pagaré un dólar por cada punto que anotes sobre los 700 en lectura
crítica —había dicho—. No es un soborno, sino motivación. Sólo un poco de algo,
porque sé que puedes hacerlo.
Dejé el libro de nuevo y fui a buscar el teléfono.

—¿Estás absolutamente segura de que quieres hacer eso?


El señor Churchwel, mi consejero de la escuela, parecía feliz de saber de mí.
—Sí, estoy segura. Estoy lista. No quiero que me deje fuera de la lista.
—No tengo ninguna duda de que estás lista, Laurel. Sin embargo, tu estado
de ánimo… bueno, sólo queremos que seas capaz de realizar tu habilidad. Hay
otra fecha de la prueba en junio.
—Tengo que tomarlo al mismo tiempo que mis amigos. —Traté de
mantener mi voz sin temblar. Tengo que tomarlo porque si no fuera por todo ese tiempo
estudiando para esta prueba, mis padres y Toby podría estar vivos en este momento. Me
hubiera ido con ellos esa noche y hubiéramos tomado nuestro propio coche.
Ese pensamiento se apoderó de mí y me mantuvo con fuerza.
El señor Churchwel hizo una pausa y luego dijo—: Bueno, Laurel. Nos
vemos el sábado. Si hay cualquier cosa que quieras hablar, no dudes en llamarme.
—Gracias —chillé, y luego colgué.
Sacúdelo. Enfócate.
Agarré mi libro de preparación SAT y lo miré de nuevo, y era como un
agujero por el cual podía trepar para escapar de esta hermética caja de culpa. Me
dirigí a mi lugar de estudio favorito: el pasillo de casi un metro detrás del sofá
blanco y una pared de ventanas en la sala de estar. Apenas me sentaba cuando
miré por la ventana y vi a nuestro vecino, el señor Mita en la calle, paseando a
Masher, el perro de los Kaufman. Masher se esforzaba en su correa, desesperado
por un poco de velocidad y libertad, pero el señor Mita estaba teniendo problemas
para mantenerle el ritmo.
Masher era un buen perro, es decir, un collie blanco con negro con un
resplandor en forma de T por su frente. Siempre se salía de su patio y vagaba por
el barrio, comprobando por nuestras casas como si fueran su rebaño de ovejas.
Pensé en Masher en la casa Kaufman, sin entender por qué todo el mundo
se había ido, pero sintiendo que algo grande había ocurrido. Quejándose en las
ventanas. Rasguñando la puerta principal. Confundido y devastado, más o menos
como yo.
Quince minutos más tarde, me encontraba en el porche de los Mita,
golpeando.

—¿Qué? —dijo Nana cuando le dije.


—Siento que es lo correcto a hacer —ofrecí en mi defensa.
—¿Puedo por lo menos pensar en ello durante toda la noche?
—El señor Mita lo llevaba más de media hora. Acaba de recibir los platos y
la comida y otras cosas de los Kaufman.
—Laurel… —dijo Nana, dejando caer su cabeza para poder frotar su frente
con dos dedos—. Sabes cómo me siento acerca de los perros.
Pero entonces me miró y encontré sus ojos y pude verla cediendo.
Vaya, pensé. No puede decirme no.
Siempre había querido un perro, tanto tiempo como podía recordar.
“Viajamos mucho” mi papá me decía cuando lo mencionaba. “Yo no soy una
amante de los perros” mi madre se quejaría.
Así que opté por imaginar la reacción de Toby —riéndose, rodando en el
suelo de alegría, cuando Masher irrumpió en nuestra sala de estar esa noche, todo
activo y metiendo las narices en todas partes donde podía encajar. Él olía a
humedad y la chaqueta estaba polvorienta, y no dejaba de menearse como si
estuviera tratando de sacudirse lo solitario, oscuro y triste que su casa se había
convertido, y me comprometí a darle un baño en la mañana. En cuestión de
minutos se había acurrucado encima de mí, jadeando y lamiendo mis codos, y
recibiendo miradas sucias de los gatos.

Empecé a estudiar como loca. Parecía que mis manos estaban siempre en el
borde del libro SAT, sintiendo la suavidad deshilachada o corriendo por la
superficie brillante de su cubierta.
Cuando Meg se acercó pudimos preguntarnos la una a la otra, no siempre
hablando de la escuela, pero una noche me dijo casualmente—: Julia La Paz llegó
hoy y me habló. Me preguntó cómo estabas.
—Ew.
Julia era la novia de David y tenía el pelo del color como las luces de neón
rosas más abajo de los hombros. A veces la gente la llamaba “Mi Pequeño Pony”,
para ser hirientes.
—No, ella fue como, un poco agradable. Y muy depresiva. No ha oído
hablar de David en una semana.
Traté de imaginar a Meg y Julia charlando entre sí en un armario, con las
cabezas juntas, pero no podía hacerlo. Era como tratar de imaginar la Tierra plana.
—¿Fue al hospital? Sabe que él está ahí, ¿verdad?
Meg asintió. —Lo sabe. Sólo está asustada.
Y luego me quedé en silencio, porque sí, yo también estaría asustada.

El sábado del SAT me desperté desde el sueño más profundo que había
tenido desde el accidente. No tuve ningún sueño, e incluso mis sábanas no estaban
empapadas de sudor. De inmediato, las palabras comenzaron a marchar por mi
cabeza. Asidua: “Muy trabajadora”.
Ostentoso: “Mostrar la riqueza”. Reivindicar: “Para borrar de la culpa”.
Rencorosa: “Odiosa”. Vinieron en un orden que no tenía ningún sentido para mí,
pero parecía predispuesto por algo.
¿Papá? ¿Eres tú, haciendo esto?
Luego sacudí la idea, fuera de mi cabeza. No había espacio para eso hoy en
día.
Una hora más tarde, la minivan de los Dill pasaba por el camino donde yo
caminaba de un lado a otro, y me sorprendí al ver a la señora Dill detrás del
volante con esa sonrisa amplia y rígida que siempre había tenido para mí, incluso
antes del accidente. Meg se hallaba desplomada en el asiento trasero. A medida
que subía junto a ella, rodó los ojos.
—Mamá insistió en conducir. Dice que quiere que me relaje.
—¿Estás nerviosa? —pregunté.
—Dejé de estudiar a las ocho y vi tele toda la noche. Me imagino que, si no
sé, nunca lo haré.
Nos montamos en silencio hacia la escuela, y me di cuenta. Iba a ver a la
gente. Iban a verme.
Al entrar en el vestíbulo de la entrada principal, centré mis ojos en un punto
en el suelo, sin saber dónde mirar. Pero en cuestión de segundos, sentí una mano
sobre mi hombro y me volví a ver al señor Churchwell.
—¡Laurel! —dijo con una sonrisa de yeso—. Es tan bueno verte. —Luego, su
voz se hizo más baja y la sonrisa se desvaneció—. ¿Estás bien? ¿Aún quieres hacer
esto?
Asentí, y entonces él me empujó a un lado.
—Bueno, hemos quedado en algo un poco especial para ti. La junta del
colegio nos dio permiso para que puedas tomar el examen en una habitación sola.
Voy a estar allí también, por supuesto, pero no otros estudiantes. ¿Te gustaría eso?
Miré sus ojos brillantes, esas arrugas de serio en el medio de la frente, y me
pregunté si alguien en el mundo de los adultos pensaba que era lindo.
—Gracias —dije—. Eso sería genial.
—Te llevaré a la sala de clase que hemos creado para ti. —Comenzó a
llevarme lejos, y me di la vuelta hacia Meg, que nos había estado observando y
ahora me miraba perpleja. Sólo me encogí de hombros antes de volverme para
seguir al señor Churchwell lejos de la multitud.
Ni siquiera había tenido la oportunidad para desearle suerte a mi mejor
amiga.

Fue una larga mañana de tomar la lectura crítica y escritura de la prueba en


un escritorio en el centro de la sala de profesores, el señor Churchwell sentado en
una mesa cercana con una copia de la revista Rolling Stone, pero la prueba no me
sorprendió del todo. Me sentí preparada —gracias, curso de preparación para el
SAT. Durante las pausas que recibí al final de cada hora, utilicé el cuarto de baño
privado de los maestros y escuché el murmullo de las voces en el pasillo.
Terminé pronto la sección de matemáticas y señalé al señor Churchwell.
—Ya he terminado. ¿Qué debo hacer?
—¿Quieres revisar tus respuestas?
—Lo hice. Ya he terminado.
Miró su reloj y se acercó a mí. —Entonces creo que tomaré esto —dijo,
tendiéndome la mano para la prueba—, y te puedes ir temprano. —Le entregué la
hoja de respuestas y se la llevó con suavidad, como si fuera algo precioso—.
¿Cómo crees que lo hiciste? —susurró.
La forma en que dijo eso, como si estuviera rogándome para que yo
compartiera un secreto, sonaba casi exactamente como mi madre.
¿Crees que a la señora Dixon le ha gustado tu proyecto? ¿Hizo reír a todos en los
momentos adecuados durante tu noticiero falso?
Ella nunca quería sonar como un padre agresivo, prepotente. Quería ser
como el amigo alentador, confiando en que yo lo haría bien en todo lo que
intentara. Así que me preguntaba con su voz a la mitad el volumen para que
sonara como si sólo le preocupara un poco y me molestaba bastante. Porque ella
siempre se preocupaba, y yo lo sabía.
La sensación de falta de mi mamá vino a mí con fuerza y rapidez, directo en
el pecho. Me podría haber, incluso, tambaleado hacia atrás por el impacto.
¡No aquí! ¡Ahora no! Y definitivamente no en el frente del señor Churchwell.
Rápidamente me imaginé que podría acercar mi mano en mi pecho, tirar
hacia fuera esa sensación horrible, colocarla en una nube invisible de aire justo en
frente de mí, y luego alejarla. Alejarla mucho.
Y funcionó. Casi podía verla flotar pasando al señor Churchwell por la
cabeza y salir por la puerta.
—Creo que lo hice bien —dije finalmente, tratando de responder su
pregunta a pesar del largo momento terriblemente tranquilo que había pasado.
—¿Tienes un aventón a casa? —preguntó. Si sintió lo cerca que acababa de
llegar a perderlo, no lo demostró.
—La mamá de Megan.
—Te veré entonces…
—El lunes. —Eso sólo salió. No me había decidido realmente sobre cuándo
iba a volver a la escuela. Pero ahora que estaba allí, me pareció tan totalmente
posible. Podría volver. Podía tomar desde dónde había dejado y terminar el año
escolar a tiempo.
—¿Estás segura? —preguntó el señor Churchwell.
—Absolutamente —dije, y me puse de pie, moviéndome hacia la puerta—.
Que tenga un buen fin de semana.
Abrí la puerta lentamente y asomé la cabeza en el pasillo. Se encontraba
vacío, por lo que me deslicé fuera, sabiendo exactamente dónde tenía que ir a
esperar a Meg. Salí rápidamente y volé por los escalones de entrada de la escuela,
siguiendo un camino de concreto por el lado del edificio y el roble. Era nuestro
árbol de roble, el único en el recinto escolar con un tronco lo suficientemente
amplio como para que dos personas desaparecieran detrás, ahora completamente
verde con sombra. Este era el lugar donde a Meg y a mí nos gustaba pasar el rato
en la hora del almuerzo.
La mayoría de los chicos que salen de la escuela se dirigían directamente
hacia su vehículo en la dirección opuesta, nunca pensarían en venir aquí. Saqué mi
celular y envié un mensaje de texto a Meg que sólo decía:
@d árbol.
Luego llevé el pulgar hacia el botón 2 de marcación rápida a la casa.
Y me quedé helada. Había estado a punto llamar a casa. Santo cielo, ¿es tan
fácil olvidar que no están allí?
No. Sólo ibas a llamar a Nana. Nana, que ESTÁ allí.
Era más sencillo en ese momento no llamar.
Oí las puertas delanteras abrirse y algunas voces, fuertes por un momento o
dos, luego desvanecerse lentamente. Las puertas delanteras de nuevo, luego las
voces desvaneciéndose. Por tercera vez las puertas abiertas, y las voces, pero no
desaparecían, sino que fueron cada vez más fuertes, junto con los pasos.
Miré hacia arriba, con la esperanza de ver a Meg, pero era Andie Stokes y
Hannah Lindstrom. Bonitas y populares, no significa inaccesibles. Generalmente
sobrehumanas. Y caminaban hacia mí.
—Hola, Laurel —dijo Hannah.
—Megan Dill dijo que podrías estar aquí —dijo Andie.
Tuve que proteger mis ojos contra el sol para mirarlas, pero no resistí.
Estaba realmente demasiado nerviosa para moverme, y entonces me sentí como
una idiota por eso. Estas eran las chicas de mi escuela que yo había conocido
siempre. Una vez, cuando éramos pequeñas, había tomado un baño con una de
ellas, pero no podía recordar cuál.
Ahora se acercaron y se sentaron conmigo en el suelo lleno de baches por las
raíces del árbol.
—Sólo queríamos decir hola y hacerte saber lo triste que estamos aquí por ti
—dijo Andie, barriendo su famosa melena castaña de su cara—. Debes estar
pasando por un infierno.
—Es muy valiente por tu parte hacer esto hoy —añadió Ana, rubia, tocando
mi hombro.
—Gracias.
—Estamos empezando un fondo en memoria a tu familia de nuestra clase —
dijo Andie, que era conocida por su obsesión con obras de caridad, siempre
coordinando una especie de día de limpieza, recolección de alimentos, o la
donación de grupo. Algunos niños hacían deporte, Andie también.
—Nos gustaría hacer algo, ya sabes, permanente. A lo mejor plantar un
árbol en el parque del centro de recreación —intervino Ana, que llevaba uno de los
vestidos que diseñó y cosió ella misma.
—Está bien —dije, sintiéndome como una idiota. ¿Por qué no podría decir
algo gracioso o inteligente? Siempre buscaba una oportunidad de hablar con estas
chicas, y ahora aquí estaba, muda.
El centro de recreación del parque. Ese era un buen lugar, cerca de la piscina
de la ciudad y pistas de tenis, donde tuvieron la Noche de Diversión Familiar en el
verano. El año anterior, Toby y yo habíamos casi ganado el lanzamiento de huevos,
pero lo había dejado caer cuando sólo había tres pares a la izquierda. Yo estaba
enojada, por la noche a finales de agosto. Nunca había ganado nada en la Noche de
Diversión Familiar y me sentía harta de mamá siempre empacando un picnic de
Taco Bell en vez de sándwiches de ensaladas y galletas, y al igual que todas las
otras madres hacían, y que nos hiciera volver a casa antes de los fuegos artificiales
porque le deban dolor de cabeza.
No era un gran recuerdo, pero la idea aún hacía que mi garganta se cerrara.
Afortunadamente, en ese momento apareció Meg a la vuelta de la esquina con una
mirada mortificada en su rostro. Se acercó a nosotras y dijo hola a Hannah y a
Andie, luego se agachó y me ayudó a levantarme sin preguntar si necesitaba la
mano.
—Mi mamá está aquí —dijo Megan, y se despidió rápido antes de alejarnos.
—¿Qué diablos ha sido eso? —pregunté una vez que nos encontrábamos
fuera del alcance del oído.
—Lo siento mucho. Me acorralaron después de la prueba y me preguntaron
si sabía dónde estabas, y por alguna razón les dije, porque acababa de recibir tu
mensaje, y antes de que pudiera seguirlas, la estúpida señora Cox se acercó a
hablar conmigo acerca de mi ensayo de inglés.
—Está bien —dije—. Fueron amables.
Al menos, eso creía. Si Andie Stokes y Hannah Lindstrom siendo agradables
se sentía como ser atropellado por una aplanadora y pensar que deberíamos estar
agradecidos, entonces sí, eso era seguro.

Cuando la señora Dill me dejó en casa, Nana hablaba por teléfono con
alguien. Me saludó mientras cerraba la puerta principal, y luego se dio la vuelta.
Masher corrió desde otra habitación, y me arrodillé para enterrar los dedos en la
piel en su espalda.
—Sí, lo entiendo —dijo en lo que yo sabía que era su tono “fui criada para
ser agradable con todo el mundo”—. Bueno, apreciamos la actualización, teniente.
Si hay algo que podamos hacer para ayudar, sólo háganoslo saber. —Colgó el
teléfono rápidamente, luego dio la vuelta—. ¡Oh! ¡Tenía la esperanza de ser capaz
de darte un abrazo grande de felicitaciones al segundo que entraras!
—¿Quién era ese? —pregunté. Me puse de pie y Masher se lanzó de la
habitación, como si supiera que su trabajo por el momento se había hecho.
—Era el teniente Davis, sólo nos actualizaba.
—¿De qué?
—¿Podemos hablar de ello más tarde? Quiero saber acerca de las pruebas.
—Después de que me cuentes que dijo.
Nana suspiró y miró al techo. —Están tratando de determinar la causa
oficial del accidente. Tienen que hacer eso, tú sabes, para sus registros.
—Sé acerca de los registros.
—Bueno, dijeron que el señor Kaufman pudo haber estado demasiado
bebido, hicieron una prueba a su nivel de alcohol en la sangre en el hospital esa
noche. Estaba justo en el límite. Sin embargo, el teniente Davis personalmente
piensa que no había otro vehículo implicado. Así que están esperando el siguiente
paso de alguien.
Me senté, recordando lo que había escuchado en el funeral, y me sentí
contenta de que la culpa a Kaufman se volvía más oficial. Si yo pudiera echarle la
culpa, no podría culparme a mí misma. Podía odiarlo, incluso, y nadie me culparía
por eso.
Ni mi papá. Yo sabía que siempre le disgustó Kaufman un poco, junto con
los dos o tres otros padres en nuestra comunidad que han hecho un montón de
dinero y compraron un montón de cosas grandes y evidentes con ello. Mis padres
no creían que lo sabía, pero lucharon para apoyarnos, y algunas veces no lo
lograron y necesitaron la ayuda de Nana.
—Pero no quiero que te preocupes por todas estas cosas del accidente —dijo
Nana—. Esto no nos afecta.
—Por supuesto que nos afecta. ¿Cómo no podría afectarnos? —pregunté, sin
estar lista para dejarlo todavía.
Ahora Nana pasó de triste a un poco más feroz, sus ojos estrechándose.
—Tenemos nuestro propio trabajo con el duelo y seguir adelante con
nuestras vidas. No voy a dejar que te impidan ser capaz de hacer eso.
Vi que ella tenía lágrimas en los ojos, y todo que yo quería era sacarlas.
—Lo siento, Nana —dije—. Tiene razón.
Asintió, y luego fue a la cocina y salió con un plato de brownies. —Hice esto
para celebrar el SAT.
Y justo así, la conversación había terminado.
Traducido por Panchys
Corregido por Mali..♥

Llovía mucho al día siguiente. “Orinando”, como a mi papá le gustaba decir.


Se estaba orinando fuera, un tamborileo constante, un ritmo enojado en el techo del
Volvo y en las piedras de pizarra de la terraza frontal. Nana me dejó quedar en la
cama, viendo la televisión, comiendo brownies especiales de SAT. Masher
descansaba a mi izquierda, tendido al lado de mi cuerpo con una pata delantera a
través de mi brazo. Elliot y Selina se turnaron a los pies de la cama.
De repente, hacia el final de la tarde, oí a Nana acercarse a la puerta de mi
dormitorio. Rápidamente dejé caer mi cabeza hacia un lado, cerré los ojos y abrí la
boca un poco en un experto y pretendido ZZZ. Sabía que esto la hacía feliz; una
cosa más para marcar en su lista mental diaria. Asegúrate de que Laurel duerma lo
suficiente.
Pero entonces alguien llamó a la puerta principal.
Oí a Nana abrirla, y una voz que no pude ubicar. Después de unos minutos,
la curiosidad pudo más en mí, y salí dando vueltas de mi habitación.
David Kaufman se encontraba sentado en el banquillo en nuestro vestíbulo,
quitándose las botas. Estaba empapado, y Nana ya estaba en la cocina preparando
el café.
—Hola —dije, y él miró hacia arriba.
—Hola, Laurel —dijo, y se me ocurrió que probablemente no había dicho mi
nombre en voz alta, a nadie en años.
Se veía mal. Las ojeras presionándose contra la piel bajo sus ojos, que no
parecían tan redondos como solían ser, y como había estallado. No podía dejar de
mirar fijamente a esta realmente grande espinilla en su nariz.
David se quitó la chaqueta y se estiró para colgarla en uno de los ganchos de
la pared, entonces se dio cuenta de que la chaqueta de Toby ya se hallaba allí. Hizo
una pausa, y cuando no reaccioné, cuidadosamente puso su chaqueta sobre la de
Toby.
No sabía qué más decirle. Parecía una locura pero perfectamente razonable
que él estuviera en mi casa en este momento. Podría seguir con “¿Cómo estás?”,
pero sabía que yo misma odiaba la pregunta.
Entonces pensé en el señor Kaufman, y la ira se levantó en mí.
Manteniendo mi voz firme, tratando de hacer que suene más curiosa que
vengativa, le pregunté—: ¿Qué está pasando con tu padre?
—Lo han sacado de la UCI, pero no hay ningún cambio todavía —dijo,
frotándose uno de sus pies, donde la media se había empapado. Tuve un flashback
rápido de David y yo sentados en ese banco cuando éramos niños, sacándonos
nuestros guantes incrustados con nieve y sombreros lejos de nuestros miembros y
en el suelo—. Podría despertar cualquier día, dicen —continuó David—. Dicen
que mi estancia ahí podría ayudar a que eso suceda, así que por eso no me voy a
casa. —Esto salió todo practicado y mecánico, como si fuera una línea que había
estado usando mucho. Lo dijo como si no hubiera razón por la que yo no quisiera
que su papá estuviera bien.
Nana salió de la cocina y nos hizo señas a nosotros a la mesa.
—¿Está Masher aquí? —dijo David—. Llegué a casa por algo de ropa, y mi
abuelo dijo que lo habías llevado.
—Sí. El señor Mita no estaba…
—Gracias —dijo David, cortándome. Al oír la voz de David en la casa debe
haber despertado a Masher, porque, en el momento justo, irrumpió por las
escaleras.
David cayó de rodillas para abrazar a su perro, su cara en el anillo espeso de
la piel alrededor de su cuello, y se mantuvo así durante lo que pareció minutos.
Puse dos cucharadas grandes de azúcar en el café, lentamente.
Cuando finalmente dejó libre a Masher, él luchaba por contener las
lágrimas. Nana le entregó una caja de Kleenex —tenía instaladas en todas las
habitaciones— y se volvió de espaldas a nosotros, limpiándose a sí mismo.
—Él parece feliz. Gracias —dijo David cuando giró de vuelta—. ¿Te
importaría cuidarlo por un tiempo más largo?
Algo en la cara de David en ese momento, tan frágil y temporal, se sintió
familiar. ¿Lo había visto antes en él? ¿O tal vez, en mí misma? Mi guardia cayó, y
una voz interior me dio un codazo, David no es su padre. No tienes que odiarlo,
también.
—No, no me importa —dije—. Ensucia las cubiertas, pero puedo lidiar con
eso.
David se echó a reír un poco, sólo un resoplido realmente, y sonrió. Se
arrastró de nuevo en la silla y tomó su primer sorbo de café.
—¿Has estado en casa toda esta semana? ¿Fuera de la escuela? —dijo David.
—Sí. Voy a volver mañana. —Simplemente decir eso me hizo sentir mucho
más como que realmente lo haría—. ¿Y tú?
—Nah, reprobé dos de mis clases de todos modos. Ya he terminado.
La nerd en mí se sintió alarmada, y no pude evitar decir—: ¿Terminado?
¿Quieres decir abandonando?
David se encogió de hombros y me miró, como si estuviera desafiándome a
preguntar más, retándome a que yo tratara de sacárselo.
—Bueno, eres suertudo entonces —fue todo lo que dije, recogiéndolo en una
miniatura—. Porque te perderás toda esa estúpida cosa del concurso de talentos de
último año.
David volvió a resoplar y asintió, y luego nos quedamos en silencio. Sin
embargo, ahora el aire se sentía un poco más delgado, un poco más caliente.
Después de unos momentos más, se deslizó hasta el suelo, y Masher, que
había estado con la cabeza apoyada en el regazo de David, se tendió delante de él.
—Tengo algunas cosas que hacer, para estar lista para mañana —dije,
levantándome y dando dos pasos hacia las escaleras. Él no levantó la vista para
decir adiós.
—Quédate todo el tiempo que quieras, David —dijo Nana desde el umbral
de la cocina—. ¿Quieres un bocadillo?
No esperé a escuchar su respuesta, porque de pronto estar de vuelta en mi
habitación, sin tener que mantener una conversación con David Kaufman, era todo
lo que quería en la vida.
Había una foto de nosotros dos, David y yo, en un álbum de fotos de familia
en algún lugar. Estamos en mi jardín. Es mi primer día del tercer grado y su primer
día de cuarto grado.
Estoy sonriendo mientras sostengo una amplia lonchera de Snoopy, y él está
de pie con las manos en las caderas, tan encima de toda cosa. Recuerdo que
caminamos hacia la parada de autobús y luego él se alejó de mí para hablar con
Lydia Franco, que tenía diez años y era una callejera inimaginable. Sin embargo,
algunos fines de semana nos íbamos a pasear por el bosque, y él me mostraba la
antigua pared de piedra que corría por la parte posterior de nuestro barrio.
Lo hicimos hasta el año en que David comenzó la escuela secundaria.
A pesar de que esperaba en la misma parada, tomaba un autobús diferente
ahora, y él simplemente había dejado de hablarme. Creo que le hice una pregunta,
una vez y sólo me miró, sonrió y se alejó. Eso fue, como si alguien finalmente
apagara un televisor que se ha dejado encendido por mucho tiempo. Si me sentí
herida, nunca lo admití. Pronto, Meg se mudó al barrio y yo tenía a alguien, y eso
era todo lo que importaba.
Cuando llegué a mi habitación, Elliot y Selina se hallaban ambos en la cama,
dándome estas miradas.
—Lo siento, chicos, el perro no se va aún —dije, y me metí bajo las sábanas.
Traducido por Panchys
Corregido por Mali..♥

El señor Churchwell se levantó de detrás de su escritorio para unirse a mí


detrás del sofá de cuero destartalado en su oficina, obligándome a avanzar
lentamente un poco más hacia el final. El cojín hizo un sonido de poosh mientras él
se sentaba, sonriéndome. Se sentía como estar en una cita con el tío de alguien
trágicamente torpe.
—Entonces, ¿te sientes bien? ¿Alguna cosa que quieras hablar conmigo? —
dijo.
Yo había llegado hasta aquí, a la escuela, al igual que dije que haría. El señor
Churchwell me había pedido que viniera un poco más temprano, antes de las
clases, si podía, para “registrarme” y “tocar la base”. No habían sido aún dos
semanas desde el accidente, pero no me parecía posible que pudiera estar en otro
lugar.
—Me alegro de estar fuera de la casa, de verdad —ofrecí. Era cierto. Había
sido capaz de mirar a las caras de la gente cuando entré en la escuela y por el
pasillo principal hacia mi casillero. Algunos me habían sonreído, y yo había
devuelto la sonrisa.
—Mmmm, sí. No te culpo. Es importante volver a la rutina habitual.
—Además, empezaba a tener una buena cantidad de The Price Is Right. ¿Cree
lo que una buena lavadora-secadora cuesta en estos días?
Donó una risa corta. —Bueno, tómalo fácil hoy día. Si necesitas algún
tiempo fuera del aula, un descanso o algo, sólo déjale saber a tus profesores. Están
listos para ayudar.
—¿Ha hablado con ellos acerca de mí? —pregunté.
—Sólo para decirles que ibas a regresar. Y hablé con Emily Heinz sobre el
Club de Tutoría. Dice que ella puede hacerse cargo de las cosas hasta que te sientas
bien como para involucrarte de nuevo.
Comencé el Club de Tutoría en mi primer año, debido a Toby. Había
luchado través de toda la escuela primaria hasta que se descubrió que tenía
dislexia, cuando él tenía ocho años y yo tenía once. En algún momento le empecé a
ayudar a que leyera e hiciera su tarea. No dejaría que mis padres lo hicieran, se
habría molestado con ellos y hubieran peleado. Pero en cambio, le gustaba trabajar
conmigo. De alguna manera encontré maneras de hacer que las cosas hicieran clic
para él, como el uso de sus soldados de plástico para formar las letras en el suelo.
Eventualmente mi mamá me comenzó a pagar cinco dólares la hora por
ayudarlo, aunque lo hubiera hecho gratis. Fue la única vez que nos entendimos.
En noveno grado escribí un artículo sobre esto, y mi profesor de inglés me
preguntó si me interesaba ayudar a poner a un grupo de estudiantes como tutores
de otros. Me pareció una oportunidad de oro para involucrarme en algo que ya
sabía cómo hacer, y Toby necesitaba el Club de Tutoría, cuando llegó a la escuela
secundaria. Mi padre luchó duro para mantenerlo en las clases regulares, a pesar
de que mamá lo hubiera dejado ir a clases especiales. “Él no será indiscriminado en
la clase especial”, decía, pero mi padre quería tanto que tuviera la experiencia de lo
más normal posible.
Una visión clara de Toby, poco a poco pronunciando las palabras en una
página con el ceño fruncido por la concentración, empezaron a empujar un
pequeño acantilado en mi mente. ¿Cuál era el punto del Club de Tutoría ahora si
Toby nunca sería capaz de tomar ventaja de ello?
—Laurel, ¿estás bien? —dijo el señor Churchwell—. ¿Quieres hablar o
quedarte aquí por un rato?
No, no, no, no, pensé. Nosotros no íbamos a hacer esto ahora, ocho minutos
antes de la clase.
—Debería ponerme en marcha —dije, parándome y arrojando la mochila
sobre mi hombro. El señor Churchwell asintió, pero se quedó en su sitio.
—Ten un gran día, Laurel —dijo, y con eso salí por la puerta hacia el salón.

De alguna manera, lo hice hasta el final de la campana. Al entrar en cada


salón de clases, el maestro me llevó aparte y me dijo una versión de lo mismo: No
te preocupes por tomar notas, no te preocupes por tener que excusarte para una escapada.
Todo el mundo quiere ayudar. Todo el mundo se preocupa por ti.
Luego miré a los otros estudiantes presentes, echándome un vistazo rápido
y luego apartarla, casi avergonzados, como si estuviera allí de pie desnuda, y
tuviera muchas dificultades para creer toda la parte de “Todo el mundo se
preocupa por ti y quiere ayudarte”. Pero acepté la parte de sin-tomar-notas, sin
problema. Siempre me había preguntado cómo sería ser como uno de esos chicos
que ignoraban los gritos del maestro y hacían lo suyo en la clase. Ahora podía
escuchar, pero garabatear, sabiendo que me mandarían a casa con una copia de las
propias notas del maestro para mi carpeta.
Estuve en un período, luego otro, luego otro, luego comí tres bocados de mi
sándwich de pavo en un rincón de la cafetería junto a Meg, luego más períodos al
igual que los primeros. Escuché, y evité los ojos de la gente, y dibujé árboles y
flores y escenas de colinas a través de las líneas rectas de mi cuaderno de notas.
Encontré que francés fue la clase más dura. Mirando los libros de texto,
pensé en mi tarea de francés de esa noche y la forma en que yo había estado
leyéndola en la cocina, sin tener idea sobre el accidente. No puedo dejar de
preguntarme en qué página me hallaba en el momento del impacto.
Preguntándome qué habría pasado si la señora Messing no nos hubiera dado tanta
tarea y si yo hubiera decidido ir a Freezy en su lugar.
Respiraciones muy, muy profundas empujaron el pánico hacia abajo. No iba
a llorar en la escuela. No era una opción. Me imaginé que mis conductos lacrimales
se llenaban con arena seca del desierto.
Finalmente, al final de todo, Meg me encontró en mi casillero.
—¿Vas a teatro? —preguntó, sabiendo que había olvidado todo al respecto.
La producción de primavera de Las brujas de Salem estaba a tan sólo una semana de
distancia. Meg tenía una parte pequeña como Mercy Lewis, una de las chicas
adolescentes que pretenden ser poseídas por la brujería. Yo no estaba en el elenco.
Era una persona de detrás del escenario, sin importar cuánto me rogó Meg que
probara en este momento.
Mamá también fue una pintora. Hizo dinero con ello. Los retratos de
Deborah Meisner tuvieron su propio sitio web y anuncios regulares en el
PennySaver. Dos o tres días a la semana, mi madre se pasaba el día en un estudio
que compartía con otro artista, y cubriendo telas con familias felices, sonrientes
niños, adorables perros, parejas besándose en su traje de bodas. Los clientes le
daban sus fotos y ella lo tomaba a partir de ahí, y ahora su trabajo cuelga en las
casas por todo el pueblo.
Pintó sus propias cosas cuando tenía tiempo, que no era a menudo. A veces
visitaba su taller y habría un caballete en la esquina, escondido como si estuviera
avergonzado de ella. Una imagen a medio terminar de un anciano en un banco del
parque, o una salpicadura de formas abstractas que sólo sugieren una cara. Mamá
habló muchas veces sobre la introducción de exposiciones de arte o sobre tratar de
organizar una colección de galería, pero nunca sucedió. El trabajo que le valía
ganarse la vida tenía carácter prioritario.
En nuestra propia casa, había sólo dos de sus pinturas.
Una de mi padre, que pintó poco después de que se conocieron, cuando él
todavía era escritor de un periódico en la ciudad. Está sentado frente a una ventana
abierta hacia los rascacielos y se ve tan joven, la mayoría de las personas que lo
vieron pensaron que era Toby. Siempre solía observar esa pintura y pensar en él
renunciando a su trabajo diario por uno en publicidad justo después de que se
casaron y mi mamá quedó embarazada, ya que ofrecía un salario más alto.
Ellos habían hecho cada uno de sus sacrificios, por nuestra familia.
El otro cuadro, colgado en el comedor, era uno de mi hermano y yo cuando
éramos niños pequeños, apoyados en un árbol en nuestro patio trasero. Tenemos la
misma cara, una mezcla extraña de las características de nuestra madre y padre, y
yo sólo era un poco más alta y tenía el pelo castaño más largo que él. Estoy
sosteniendo un gato que no me acuerdo que poseyéramos.
—Tienes mucho talento. —Mamá me había dicho la última vez que vio a
uno de mis paisajes—. Pero nunca dibujas a la gente.
—No puedo. Lo he intentado. Terminan viéndose realmente perturbadores.
—Habíamos tenido esta conversación por lo menos una docena de veces por aquel
entonces.
—Toma una clase de dibujo al natural. Hay una buena en el centro de
comunidad de las artes.
—Simplemente no tengo tiempo —le había dicho a ella, y a mí misma: Ella
está tan avergonzada. ¡Debe apestar ser un pintor de retratos y tener una hija, que sólo
puede dibujar un paisaje!
Solía llevarme al Museo Metropolitano de Artes una vez al mes. Yo amaba
los viajes, a pesar de que solía utilizar mi libreta de dibujo para ir a sentarse en un
banco en alguna parte, esbozando a otros visitantes, mientras yo deambulaba por
las habitaciones.
La tristeza entró en mi pecho una vez más, por lo que rechacé la imagen de
mi madre, dibujando y pensando en lo mucho que me gustaba tomar un lienzo y
convertirlo en algo con dimensión y profundidad, una calle con curvas o filas
profundas de las colinas verdes. Tal vez la verdad era que no me gustaba pintar a
la gente.
—¿Cómo lo están haciendo con los pisos? —pregunté a Meg.
—Todavía necesitan algo de trabajo. Es por eso que sería genial que puedas
venir y ayudar. Incluso Sam lo dijo.
—Eso es sólo por lo que ha sucedido. ¿Recuerdas cómo era de insoportable
hace unas semanas cuando traté de iniciar una casa sin él? —Samuel Ching era el
director de escena a cargo de los conjuntos y en general un controlador loco. Yo era
una artista mejor de lo que él era, todo el mundo lo sabía, pero nunca me dejaba
hacer nada sin su aprobación. Una vez pintó sobre una montaña que hice para El
sonido de la música, y me hizo llorar un poco.
—Me acuerdo —dijo Meg—, pero realmente te necesitan.
La seguí hacia el auditorio, donde la mayoría del reparto perdía el tiempo
en los asientos y algunos de los paisajes finales —una pared de piedra, una puerta
de entrada— ya estaban en el escenario. Ella me asintió en una pequeña despedida
silenciosa, y me dirigí a la puerta trasera. En el interior, me encontré con Samuel
limpiando los pinceles frente a un escenario plano en blanco.
—Hola Sam —dije.
Me miró y se sorprendió al principio, pero luego su boca se instaló en algo
que se practica.
—¡Laurel, estoy tan contento de verte!
—¿Necesitas ayuda? —Ahora sentí que recitábamos las líneas en juego.
—Siempre. Toma —dijo, dándome un cepillo y asintiendo hacia el lienzo—.
Esta es la pared de la plaza del pueblo que dibujaste antes… —se tropezó por un
momento—… la última vez. ¿Crees que podrías hacerle frente?
A Sam usualmente le gustaba ser el que pintaba en mis dibujos.
Siempre sentí como si estuviera agarrando algo de crédito por las cosas que
yo dibujaba, pero no podía hacer nada al respecto porque era un cargo de alta
dirección y no quería ser una chismosa quejumbrosa.
Ahora sonreí y dije—: Déjamelo a mí.

Al día siguiente, en mi casillero, tomando demasiado tiempo para cambiar


mis libros, porque sabía que podía llegar tarde a clase y no importaría, escuché a
dos personas mayores que hablaban a la vuelta de la esquina.
—No puedo creer que Laurel Meisner haya vuelto —dijo una, cuya voz no
pude identificar. Me quedé helada cuando escuché mi nombre.
—Sí, si fuera yo, tiraría a David Kaufman y desaparecería —dijo la otra—.
Pero ella se ve muy bien.
Halagador.
—He oído que la policía descubrió que había otro vehículo implicado, un
chico de Rose Hills que conducía demasiado rápido.
—¿En serio? Eso es raro, porque mi mamá dice que el Señor Kaufman ha
probado estar muy por encima del límite de alcohol y que van a arrestarlo.
—Jamie, él está en coma. ¿Cómo van a arrestarlo?
Las voces se alejaron y empecé a respirar de nuevo. No sabía con que
sentirme más extraña acerca de eso, el hecho de que la gente hablaba de mí o de
que había rumores como este flotando alrededor. Al menos, esperaba los rumores.
Llamé a Nana, quien dijo—: Laurel, ¿realmente crees que la policía iba a
ocultarnos tal información? A la gente le gusta el chisme. Les llama la atención.
En el almuerzo le pregunté a Meg, quien rodó los ojos. —Estos ni siquiera
son los más creativos que he escuchado —dijo—. Mi favorito es la de que alguien
que dejó una nota anónima en el lugar del accidente diciendo “lo siento”. Quiero
decir, las personas deben escrituras creativas para algunos de estos embustes.
Meg me miró, y debo haber demostrado que no encontré esto tan divertido
como ella.
—Haces que suene como que hay muchos —dije.
—No realmente. —Se encogió de hombros y me miró de nuevo. Algo de
sombra cruzó su rostro—. Bueno, sí —continuó, con voz grave ahora—, hay un
montón. Esta es una ciudad aburrida. Los rumores son, como una especialidad de
aquí.
—Pero tú le dices a la gente cuando no está en lo cierto, ¿no?
—Algunos de ellos, por supuesto.
—¿Cómo qué?
Meg frunció el ceño. —¿Realmente quieres saber?
¿Lo quería? No estaba segura, pero le dije que sí de todos modos, lo más
firme que pude.
Meg suspiró, como si se estuviera preparando. —Bueno, he escuchado a
algunas personas decir que la razón de que tú y David no estaban en el coche esa
noche fue porque ustedes estaban, ya sabes, juntos en alguna parte.
Sacudí la cabeza hacia atrás. La idea de que David y yo y las palabras juntos
en algún lugar estuvieran vinculadas de alguna manera me hizo sentir náuseas al
instante.
—Asqueroso —fue todo que pude decir. Traté de hacer que sonara gracioso,
pero Meg me conocía mejor.
—Siempre los corrijo en eso —dijo, poniendo su mano en mi espalda—.
Siempre, Laurel. Tan pronto como alguien lo trae a colación.
Así que tal vez eso es lo que algunas de esas miradas eran. Ellos pensaban
que yo había estado tonteando con la Multitud del Ferrocarril, mientras mi familia
ardía hasta la muerte.
Sentí las lágrimas calientes y agudas en las esquinas de mis ojos, y el
impulso de salir corriendo al baño más cercano a vomitar.
Pero eso significaba que todo el mundo en la cafetería me vería correr hacia
fuera, y tal vez alguien en el baño me oiría vomitar.
Y eso significaba más chismes que no quería darles.
Así que tragué duro y tomé un sorbo de agua, y parpadeé hasta que pude
ver de nuevo, me encogí de hombros para sacar la mano de Meg de mi espalda.

En mi tercer día de vuelta, el director de nuestra escuela, el señor Duffy, me


llamó a su oficina. Tenía una enorme barba y una cara de color rojo brillante. A
algunos estudiantes les gustaba meterse con sus hermanos pequeños y decirles que
él realmente era Santa.
—Laurel, no tuve la oportunidad de asistir al funeral, así que quería decirte
en persona y en privado, lo mucho que lo siento. ¿Cómo lo llevas?
—Lo estoy tomando día a día. —Me gustó decir esto. Fue honesto, corto, y
parecía satisfacer a la gente.
—Eso es todo lo que puedes hacer. ¿Estás tú… tienes apoyo profesional?
Por un segundo pensé que hablaba de mi sujetador.
—Tú sabes —continuó—, un médico o consejero…
—Hay alguien con quien la policía me enganchó —dije—. Una persona de
crisis.
—Y ¿qué pasa con David Kaufman? ¿Lo has visto o hablado con él?
—Lo vi hace unos días.
—¿Cómo está su padre? No hemos sido capaces de ponernos en contacto.
—Creo que es casi lo mismo.
Se sentía muy extraño estar proporcionando esta línea directa con el estado
de los asuntos de David. El señor Duffy asintió y empujó un pedazo de papel hacia
mí.
—Voy a darte un pase con privilegio para salir del campus. En caso de que
quieras volver a casa o simplemente necesitas un descanso, o ver a alguien. Pensé
que podría ayudar a facilitar las cosas.
Miré el papel, que tenía una forma de aspecto oficial que había llenado y
firmado. Guau. Este era en serio, realmente algo agradable de hacer, y realmente
haría las cosas más fáciles.
—Gracias —fue todo lo que dije, mi voz temblorosa.
Puso su mano sobre mi hombro mientras me levantaba.
—No hay de qué. Cualquier otra cosa que necesites, no dudes en pedirlo.
Miré el papel en la mano y tuve una lluvia de ideas.
—En realidad —ofrecí—, el único problema con esto es que estoy en una
especie de no conducir en estos días, si sabe lo que quiero decir. ¿Podemos
extender estos privilegios a Megan Dill? Ella ha estado haciendo de chofer.
Sin una pausa de un segundo, el señor Duffy cogió el papel y lo puso sobre
la mesa otra vez, garabateó algo en el lateral, y me lo dio.
—Todo listo —dijo con una sonrisa.

Al día siguiente, cuando terminó el cuarto período, Meg y yo nos reunimos


en mi casillero. Íbamos a McDonald.
No sólo porque podíamos, sino porque la hora de comer se había convertido
en mi periodo más duro. La gente trataba mucho no quedar atrapado mirándome.
Pero sentía como que aun así me miraban por el rabillo de sus ojos, masticando
cada bocado, y tenía un momento bastante difícil sobre comer como antes.
Meg y yo salimos a través del vestíbulo hacia el norte, a través de la
multitud, y por la puerta hacia el estacionamiento. Caminamos lentamente, por lo
que era obvio que no hacíamos nada malo.
Haciendo alarde de ello.
En McDonalds, nos sentamos en la esquina de la ventana. Recorrí la
habitación y me di cuenta con alivio que no reconocía una sola cara. Meg tomó el
primer lugar, los ojos se arrastraron a su milk-shake y se echó hacia atrás, mirando
divertida.
—¿Qué? —pregunté.
—He oído algo, pero no estoy segura de si debo decírtelo.
Mi corazón se hundió. —No es algo más acerca de mí y David Kaufman,
¿verdad?
—No, esta es una buena. Creo que debes estar preparada, en caso de que sea
cierto.
Tomó otro sorbo de batido de leche y lanzó una mirada alrededor del
restaurante. —Está bien —dijo, mirándome fijamente a los ojos—. Es muy posible
que Joe Lasky te pida ir a la fiesta de graduación.
—¿Quién?
—¡Lasky!
Parecía como si todo el ruido en McDonalds, el zumbido de las voces y el
timbre de las cajas registradoras e incluso los sonidos de las fabulosas
hamburguesas, se detuvieron de repente. Porque las palabras claves aquí, Joe Lasky
y pedir y baile, habían tapado mis oídos, haciéndolos estallar un poco.
—Cállate —fue todo lo que pude decir.
No había pensado realmente en la fiesta de graduación desde la noche del
accidente. Había una foto en la habitación de la familia de mi madre en su vestido
de fiesta de color azul-bebe, todo tafetán y volantes, de pie en la base de la escalera
de sus padres, con un nerd de cita con cara de pizza. Ella solía decirme que cuando
yo fuera a la fiesta de graduación, sacaría una foto igual de mí, y luego pondríamos
las dos imágenes en un doble marco. Asentí y pensé: Ni siquiera un nerd con cara de
pizza me llevaría a la fiesta, pero tú cree que lo que quieras.
Cuando sentí que mi garganta comenzaba a cerrarse de nuevo, empujé lejos
la idea de la foto de la mamá. No existe, nunca existió. Concéntrate en otra cosa.
Lo que pensé fue en una palabra de mi lista de SAT. Horrorizado: Golpeado
por el terror y el asombro.
Joe Lasky. A pesar de que no habíamos hablado desde el octavo grado,
estaba en mi lista personal de Diez Chicos más Guapos de la escuela. Meg y yo
habíamos hecho una en septiembre, mientras que Meg seguía revisando la suya, la
mía se mantuvo firme. A pesar de que él no era feo, era un loco alto, con esas
piernas huesudas y los brazos que la mayoría de la gente le llamaba Joe
Skellington6.
Pero yo amaba la forma en que rebotaba un poco cuando caminaba, y como
él había usado su pelo castaño en el mismo corte que los Beatles usaron durante
años, y la forma en que esbozaba confeccionados de superhéroes en sus cuadernos.
—Mary lo escuchó de un amigo de su hermana, o algo así —dijo Meg—.
Creo que es una fuente fiable decente.
—¿Por qué?¿Por lástima?
—Laurel, no…
—Me lo va a pedir por lástima.
—¿Qué te hace pensar eso? —Meg tomó un par de papas fritas, mirando
hacia abajo, lejos de mí.

6 Juego de palabras con Skeleton que significa esqueleto.


—¿Por qué más? —Yo veía a Meg empujar sus papas fritas en su boca, y
recordé que ella y Joe se encontraban en el equipo de debate. La pregunta salió
antes de que pudiera pensar en ello—. ¿Tú lo metiste en esto?
—¡No! —dijo, a través de las papas fritas, los ojos muy abiertos, herida—.
¡De ninguna manera!
Ahora me sentía culpable. —Lo siento. Es sólo que… que nunca ha actuado
como si él me quisiera.
—¿Y qué? Nunca has actuado como si te preocuparas por alguno de los
chicos que te han gustado. No creo que jamás te he visto tan cruel como cuando
estabas enganchada con Mike Shore. Lo ignoraste totalmente.
Era cierto. No era buena con eso de gustarme alguien. Mi instinto era
totalmente de auto-preservación, no mostrar ningún signo de debilidad. Esta era
mi manera patética de ser tímida.
—¿No le preocupa esto de David Kaufman y yo? —dije sarcásticamente—.
Quiero decir, ¿no oyó el rumor?
Meg miró hacia abajo y hundió los hombros. —Laurel, tienes que superar
eso. Cualquier persona con dos dedos de frente o que te conoce sabe que es la
licenciatura.
—Esto es genial —dije—. Ahora voy a estar caminando alrededor todos los
días, pensando en cuándo vendrá… si es que viene.
Meg levantó la cabeza con esperanza. —Si es así, ¿qué dirás?
Por la cara de Meg, podía decir que esto era muy importante para ella. No
tiene mucho sentido. Decir sí a la fiesta de graduación significaba que estaba bien
que ella dijera que sí también.
—No sé lo que diría. Joe Lasky, ¿eh? —Aproveché el momento para tomar
un bocado de mi hamburguesa. Algo acerca de esta noticia me hizo sentir
extrañamente optimista.
Al igual que el SAT, aquí había algo que me llevaría a través de las próximas
semanas.
Avecinado más adelante y bloqueando todo lo que viene después de ello,
allí estaba: GRADUACIÓN.
Traducido por Violet_7
Corregido por ★MoNt$3★

Como una idiota, esperé toda la noche que el teléfono sonara, ni siquiera
segura de que quería que lo hiciera. Pensé que si me preguntaba, iría al baile de
graduación. Lo haría para mostrar lo fuerte que era.
Pero al día siguiente, Joe Lasky se las arregló para sorprenderme. Estaba en
la escalera norte, en la ruta de la clase de historia a la de francés en el segundo piso,
pensando en la tarea que apenas había terminado, cuando alguien me llamó. Hizo
eco contra los ladrillos y el metal y fue seguido por el clank clank de pasos muy
rápidos.
Joe. Rebotando su larguirucho cuerpo por la escalera. Usaba una camiseta
antigua de The Who y jeans holgados, sus libros bajo uno de sus brazos.
—Hola —dijo, al llegar al rellano en el que me había congelado.
—Hola, Joe —dije. Cuando hablaba con chicos, la cosa-de-hermana-mayor
tendía a salir. Demasiado sarcasmo, una urgencia de probar que era más lista de lo
que ellos eran. Apestaba totalmente en el coqueteo.
—Escucha, no te he visto realmente esta semana, pero quería tener la
oportunidad de decirte cuanto lo siento. ¿Cómo ha sido hasta ahora, volver a la
escuela?
Se detuvo un poco mientras hablaba, pero sus ojos eran amplios, profundos,
sinceros. Había escuchado ese tipo de oración demasiadas veces recientemente, y
notaba cuán diferente las personas la pronunciaban. Lo que Joe Lasky parecía estar
olvidando —o lo que esperaba que yo estuviera olvidando—, era el hecho de que
no me había dicho una palabra en al menos tres años.
—Ha estado bien. Lo del cliché es verdad. Un día a la vez. —Me detuve,
recordándome ser agradable, ¡sólo sé agradable! Así que añadí—: Gracias por
preguntar. Es muy dulce.
Joe se encogió de hombros, metió la mano en su bolsillo y sacó un CD.
—Escucha, Laurel, cuando mi abuelo murió el año pasado, aunque sé que
no es lo mismo, éste álbum me ayudó. Es esta banda realmente oscura de la que
nadie ha escuchado, pero rockean totalmente, y creo que te gustarán. Hice una
copia para ti.
Sostuvo el CD y lo observé, las lágrimas de repente llenaron mis ojos. No, no,
no, Laurel. Una cosa es ser menos sarcástica, pero no llores frente a Joe Lasky en la escalera
norte.
—Gracias. —Me atraganté, tomando el CD. Ambos lo miramos por un
momento, no queriendo vernos el uno al otro, y de pronto la campana sonó.
—Me tengo que ir, Laurel —dijo, mirando ahora sobre mi hombro—.
Déjame saber qué piensas de la banda.
Entonces se había ido, y comencé a caminar hacia francés, tocando las
esquinas de plástico de la caja del CD mientras avanzaba.

—¿Escribió algo dentro? —preguntó Meg, cuando se lo mostré después de


la escuela en McDonald’s.
—No —dije. Fue una de las primeras cosas que comprobé.
—Entonces si te invita, ¿irás? —instó Meg—. Por lástima o no, es un chico
genial y es el baile de graduación.
Sabía que le debía una respuesta. No estaba segura de cuál hasta que las
palabras salieron de mi boca.
—Sí, creo que lo haría. Si pregunta.
—Estaba pensando en preguntarle a Gavin —dijo Meg. Gavin era el
compañero de laboratorio de química de Meg, y tenían este extraño saludo secreto
que hacían uno con el otro cuando se cruzaban en el pasillo.
—Gavin sería uno bueno —dije.
—Podríamos hacer una cita doble. Gavin y Joe son como amigos, los he
visto pasar el tiempo juntos.
Miré a Meg, que trataba muy fuerte mantenerse casual.
—Tienes todo esto pensado, ¿no es así? —dije.
Sólo se encogió de hombros. —He pensado en eso por unos minutos.
—Querrás decir unos cientos de minutos.
Meg me lanzó una McNugget y me sacó la lengua.
Todo esto había sido su idea, ahora estaba segura de eso. Pero ¿por qué?
¿Por mí, o por ella? ¿Así podría ir al baile de graduación y no sentirse culpable por
ello, porque yo estaba allí también?
Quizás un poco de ambos. Y quizá la verdad no tenía importancia.

En casa ese fin de semana, nuestras vidas parecían siempre tener algo qué
hacer. Había tarea, claro, aunque había un acuerdo silencioso de que yo podía
retrasarme con ella tanto como quisiera. Nana comenzó a darme algunas tareas.
Aspiradora aquí, Windex allí. Nada pesado, pero lo suficiente como para contar
como los primeros pasos de un bebé que va hacia algo. En el medio, revolví el
estante de DVD de Toby en el estudio y encontré nuevas películas que ver.
David Kaufman llamó el sábado en la mañana para preguntar si podía venir
y ver a Masher; el hospital se había abarrotado con otros visitantes y necesitaba un
descanso. Escuché a Nana decirle que no tenía que llamar, que era bienvenido
cuando quisiera pasarse por allí, e hice una mueca.
Me encontraba en la parte de atrás, barriendo la terraza y escuchando mi
iPod, cuando apareció. La banda oscura de Joe, resultó ser justo lo que necesitaba.
Gemidos de pena hechos música, tristes pero aún dulces y ciegamente optimistas.
Lo había estado escuchando sin parar desde la tarde anterior.
Nana golpeó gentilmente su lado de la ventana del comedor, y miré hacia
arriba. Estaba de pie allí con David, Masher ya a su lado. Ella saludó con la mano,
él me dio un tipo saludo —era más como un aleteo con la mano— y se alejaron del
vidrio. No estaba segura de si se suponía que entrara y le hiciera compañía. Sólo
seguí barriendo. Cinco minutos después ella apareció otra vez en la ventana.
Cuando finalmente obtuvo mi atención, apuntó enérgicamente hacia el estudio, sus
cejas se alzaron. Sacudí mi cabeza en un no.
Asintió en un sí. Sacudí mi cabeza otra vez y entonces salió por la puerta
trasera para quitar los audífonos de mis orejas.
—Ve y dile hola —dijo, enojada.
—¡Tú fuiste la que dijo que él podía venir! Tú habla con él.
—No seas tonta.
—Nana, no entiendes. No somos amigos. Ahora apenas lo conozco.
Me miró y se ablandó, después me entregó de regreso mis audífonos.
—Pensé —dijo—, que quizás necesitas alguien con quien hablar.
Me detuve, girando para mirar hacia la puerta abierta.
—Bueno, no lo necesito. Al menos, no alguien que es básicamente un
extraño. Si quisiera parlotear con un extraño, llamaría a esa persona Suzie.
Por un segundo, Nana lució como si quizás hubiera forzado esto. Me
recordó cuando era más joven y siempre intentaba sacudir mi timidez. Ve y siéntate
con tu tía abuela Ruth, no te ha visto en tanto tiempo. Ve a preguntarle a la vendedora si
hay algún baño para señoritas que puedas usar. Pero sólo sonrío, me palmeó el
hombro, y entró en la casa.
Un minuto después, David salió.
—Hola, Laurel —dijo, mirando alrededor de la terraza. Masher lo siguió
fuera y vino en línea recta hacia mí, metiendo su nariz en mi entrepierna.
Salté hacia atrás. David gritó—: ¡Mash! ¡No! —Después giró hacia mí.
—Lo siento. Hemos estado intentado que no haga eso desde que era un
cachorro.
No tenía por qué saber que Masher me lo hacía todo el tiempo y que
pensaba que era graciosísimo.
—Si es de algún consuelo —dijo David—, sólo se lo hace a las personas que
realmente le gustan.
—Bueno… ¿quién no? —David resopló una risa, luego ambos nos
quedamos en silencio. Una gran e incómoda pausa. Examiné un punto en el suelo
cerca de sus pies.
Finalmente, dijo—: Te preguntaría cómo estás, pero probablemente odiarías
esa pregunta incluso más que yo.
Miré hacia arriba, a él. No sonreía, pero las esquinas de su boca parecían
relajadas y felices.
—Sí —fue todo lo que dije, pero remarqué en la s y él asintió.
—Deberías ver lo que es en el hospital. Todos quieren curarme algo.
—Es bastante ridículo en la escuela, también —añadí.
—¡Ugh! Sólo puedo imaginármelo —dijo. Una sombra cruzó a través de su
rostro y frunció el ceño, aparentemente al punto en el suelo, cerca de mi pie
ahora—. Imagino que la policía te contó sobre mi papá.
Sentí un disparo de adrenalina, de ira correr a través de mí, pero lo tragué.
—Le dijeron a mi abuela, así que, sí.
—No estaba borracho, sabes.
—Está bien —fue todo lo que dije. Tragué otra vez. Mi corazón golpeando
en mis oídos.
—Oficialmente dicen que estaba en el límite, pero te digo, lo he visto beber
mucho más de lo que bebió esa noche y estar totalmente bien. Conduciendo, digo.
—Estoy segura que sí —dije. Sentía que no importaba con qué clase de
estúpidos gruñidos de acuerdo saliera, David aún sonaría como si estuviera
corrigiéndome.
—Prometieron que están buscando por otro conductor, pero creo que son
demasiado perezosos. Es mucho más fácil para ellos echarle la culpa de todo a mi
papá.
¡Yo le echo la culpa de todo a tu papá! Sentí que tenía que decir. Pero también
me tragué eso, más fuerte y más amargo que cualquier otra cosa. Después miré a
David y me di cuenta que también estaba perdiéndose un poco.
Sólo quería estar fuera de esta conversación pero me sentía sujeta
completamente.
Después Masher saltó hacia David y rompió la tensión. Amaba a ese perro.
—Escucha, ¿tienes un frisbee? —dijo casualmente David, como si el
momento previo nunca hubiera ocurrido—. Iba a ir al frente y arrojarlo alrededor
con él por un rato. Está desesperado.
—Creo que Toby tiene al menos uno —dije. Comencé a caminar alrededor
de la casa hacia la puerta lateral del garaje, y ambos me siguieron.
Toby, pretendiendo apuntar un frisbee a mi cabeza. Dándole vueltas a uno en su
dedo como un trompo. Estando enojado de que el brillo en la oscuridad no brillara para
nada, y llevándolo de regreso a la tienda.
En mi camino dentro del garaje, aparté mis ojos del lugar en el césped
delantero en donde a mi hermano le gustaba jugar con todas sus cosas de chico.
Toby mantenía sus frisbees guardados en una caja con espinilleras fútbol, un
pajarito de bádminton, y un solo tenis, que aún tenía tierra endurecida en la suela
de algún partido de futbol de hace tiempo.
Si huelo esto, pensé, olerá como él, o ¿sólo será desagradable? Detente. Aléjalo.
Tragué duro, tomé uno de los frisbees, y se lo arrojé a David, quien lo atrapó
con ambas manos.
—Gracias —dijo, y se dirigió fuera al patio delantero. Me detuve en la punta
de mis pies para mirarlo por una de las ventanas de la puerta del garaje. David se
agachó y disparó el frisbee diagonalmente hacia los árboles, donde Masher lo
atrapó con su boca a unos buenos cuatro metros del suelo.
Esa noche en la cena, Nana dijo—: Odio verte tan molesta por algún niño.
Por un segundo pensé que hablaba sobre David, y después me di cuenta
que se refería a Joe.
Alguien la había puesto al día, la señora Dill, apostaba.
—Chico, Nana. Ya nadie dice niño.
—No puedo imaginar porque alguien jugaría con tus emociones en un
momento como este —dijo ahora, esparciendo mantequilla en un panecillo—.
¿Debería llamar a sus padres y hacerles saber lo que está haciendo?
—¡Por el amor de Dios, no! —casi grité.
Después de una pausa, dijo—: Incluso si este chico Joe no te invita, creo que
de todas maneras deberías ir al baile de graduación.
—¿Ir sola? Claro. Como si eso es lo que quisiera, una razón más para que las
personas me miren como si fuera rara.
Una expresión de horror destelló por su rostro. —¿Las personas te miran de
esa forma?
Me encogí de hombros, intentando quitarle importancia. Había planeado
mantener lejos de ella toda esta información.
—Laurel, entiendo que las personas quizás te traten diferente, al menos por
un tiempo, pero no puedes dejar que te afecte. Tienes que mostrarles que eres
fuerte.
—Lo soy —dije, después aclare—: Estoy mostrando que soy fuerte.
—Pero, ¿me dirás si este chico te causa problemas?
La miré, tan pequeña y delicada en su cárdigan de cachemir marrón. ¿Qué
iba a hacer ella, aparecerse en el umbral de alguien con un bate?
—Puedo defenderme a mí misma —dije—. Pero te diré si necesito ayuda.

Tenía dos clases con Joe Lasky: historia durante el segundo periodo,
después más tarde, luego del almuerzo, inglés. El pensamiento de verlo me había
tenido despierta la mitad de la noche.
Cuando entré al salón de historia el lunes, miró arriba desde su escritorio en
el frente de la fila y asintió. Sonreí rápidamente y me dirigí al fondo del salón, un
pasillo más allá. Me permitía una línea clara de visión del lado izquierdo de su
cabeza. Su cabello de ese lado caía sobre sus ojos cuando se inclinaba para tomar
notas; era zurdo, así que continuaba alcanzando a través de su rostro con su mano
derecha, empujando el cabello hacia atrás.
También noté sus pies. Escaneando la línea de piernas debajo del nivel de
los escritorios, vi que la mayoría de las personas daban golpecitos con sus dedos de
los pies o tenían los tobillos cruzados, meneándose suavemente. Pero los pies de
Joe estaban fijos, colocados ordenadamente juntos debajo de su escritorio, sus
largas piernas formando una perfecta L mientras se flexionaban.
Esas cosas eran suficientes para que me gustara Joe Lasky, ahí mismo en
una clase sin ventanas mientras el doctor Garret, nos enseñaba sobre la Guerra de
los Cien Años. Me encontré a mí misma esperando que se terminara el periodo
rápidamente, después no queriéndolo, luego queriéndolo otra vez. Varias veces, el
doctor Garret, se detuvo para mirarme y me vi garabateando en mi cuaderno. Vi
esto por la esquina de mi ojo, junto con otras cuantas personas girando para verme,
y sabía que él no diría una palabra.
Cuando la campana sonó, instintivamente me paré, pero después vi a Joe
tomando su tiempo y retrocedí un poco. Tomó todo de mí caminar lentamente por
el pasillo y pararme paralelamente al escritorio de Joe en lugar de zumbar fuera
del salón como todos los demás.
—Hola, Joe —dije. Estaba actualmente terminando algo que escribía, un
garabato final al pie de la página de su cuaderno. Lo cerró de golpe y miró hacia
mí, un poco distraído.
—Hola. ¿Cómo estás? —Lucía como si lo hubiera sacudido fuera de algún
sueño fabuloso.
El viernes había dicho mi nombre en lugares visibles.
Tengo que irme, Laurel. ¿Ahora sólo me tocaba un “hola”?
Saqué su CD de mi bolsillo y lo sostuve en alto. Esto era premeditado; creí
que sería una buena manera de llenar una pausa.
—Entonces, ¿te gustó? —preguntó Joe, tomando mi señal.
—Sí. Tenías razón acerca de la parte del consuelo. Hay algo en escuchar a
alguien más quejarse y lamentarse que hace que te sientas un poco mejor. Como…
—Si ellos tuvieran peor —dijo.
Sólo asentí, mirando al CD en lugar de a él. Estaba contenta de que
tuviéramos este accesorio entre nosotros.
—Esa es la cosa sobre el duelo —continuó Joe—. Es parte del trato; te toca
estar vivo y amar, pero a cambio tienes que pasar un tiempo de serio dolor.
No podía creer que me estuviera diciendo estas cosas.
Nadie había sido tan directo sobre mi situación. No el señor Churchwell, ni
Suzie Sirico esa noche en el sofá blanco, ni Nana conduciendo nuestro Volvo. Meg
tenía la cosa fuerte, imperturbable atada a su sangre y nunca se le ocurriría ser tan
simple y ridículamente verdadera.
—Lo siento —dijo—. No tengo derecho a hablarte así.
—No —dije, sacándolo de mí—, puedes hablarme así. Lo aprecio. —Sonó
muy amable y educado. En mi mente me arrojaba a través de la esquina del
escritorio que nos separaba, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello,
adorándolo.
Joe finalmente se puso de pie. —Entonces, Laurel —comenzó—, sé que
sabes que quiero invitarte al baile de graduación. —Sonreía mientras decía esto,
mostrando que apreciaba lo extraño que era lo que salía de su boca. Sus ojos
decían: Adelante. Juégatela.
—Está bien. Y supongo que ahora sé que tú sabes que yo sé.
Ambos nos reímos un poco nerviosos.
—¿Quieres saber cómo lo sé? Soy el que empezó el rumor. Le dije a mi
hermana y su amiga, y les dije que se aseguraran de decirle a la hermana de Megan
Dill. Supongo que eso no son suficientes personas para que sea un rumor. Quizás
sólo un cuchicheo.
—Un cuchicheo. —Hice eco, asintiendo, sintiéndome estúpida.
—Para darte un adelanto. No quería tomarte por sorpresa.
—Eso es considerado —dije, sirviéndome de otra palabra de la colección
Amable y Educada.
—Estoy feliz de que lo pienses así —dijo Joe—. Me preocupaba que tal vez
fuera medio gallina. Como que era la manera fácil de hacerlo.
—No hay nada malo en la manera fácil. Soy una gran fan de eso.
Me miró y sonrió otra vez, esos ojos. Era el segundo o tercer instante con él
en que pensaba que quizás la lástima no tiene nada que ver con esto.
—Así que ¿irás? ¿Al baile de graduación? ¿Conmigo?
—Sí, claro —dije. Sonó vago, como si no estuviera segura de estar de
acuerdo—. Será divertido.
—Lo será.
Nos detuvimos. De repente, brillantemente, Megan apareció en la entrada.
Miraba hacia atrás y adelante entre nosotros, como si hubiera estado cambiando
entre canales y terminó en algo extraño pero fascinante.
—Hola, chicos —dijo, después me miró de reojo—. ¿Aún quieres ir a comer?
—Sí. Vamos al pueblo —le dije a Joe. Toda la escuela sabía de nuestros
privilegios fuera del campus.
Miró a Meg con una cara de puedes confiar en mí, después giró hacia mí.
—Te llamaré. Hablaremos.
Miré directamente a sus ojos otra vez y me forcé a mantenerlos allí,
contando uno, dos, tres, antes de que se volviera insoportable y tuviera que apartar
la mirada.
Traducido por Violet_7
Corregido por ★MoNt$3★

Fui con Meg, Nana y la señora Dill a la Boutique “Bettina” a comprar


nuestros vestidos. Era la tienda a la cual casi todos iban por el baile, desde hace
décadas. Realmente llevaban la cuenta de quién compró qué, para que no fueras
atrapado usando la misma cosa que alguien más… a menos que quisieras, claro.
Meg había deseado desesperadamente probar en Macy’s o incluso ir a la ciudad,
pero su madre insistió.
—Es una tradición —dijo—.Compré mí vestido de graduación aquí.
—Más evidencia del por qué debería pasarlo por alto —resopló Meg,
mientras caminábamos por los escalones de ladrillo de la tienda.
La boutique era propiedad de la hija de Bettina, cuyo nombre nunca
podíamos recordar, así que la llamábamos “Bettina 2.0”. Nos dio la bienvenida
cuando entramos y nos sonrió ampliamente a Meg y a mí.
—¡Hola, chicas! —chilló—. Todas las cosas de graduación están por aquí; lo
llamo “El Desfile de Graduación de lo Bonito”. ¿Ven el anuncio?
No sabe quién soy, pensé, y me sentí decepcionada, y después mal por
sentirme decepcionada.
Nana se apresuró hacia los percheros de graduación, los cuales estaban
organizados por color, y en segundos sostenía algo rosado y esponjoso.
—Oh, me gusta este —dijo, como si fuera a usarlo ella misma en el próximo
almuerzo del Hospital Auxiliar. Sacudí mi cabeza y fruncí el ceño, después seguí a
Meg hacia los vestidos oscuros al final de los percheros.
—Negro hasta el final —dijo Meg—. ¿No lo crees?
—No para mí —dije—. Demasiado obvio.
Meg se congeló por un segundo y me miró tristemente. —Claro.
Mientras sumergía sus brazos entre las filas, escaneé el completo arco iris
del “Desfile de graduación de lo Bonito”, sin estar segura de lo que buscaba.
“Bettina 2.0” había colocado avisos extras que decían: ¡DIVERTIDO Y COQUETO!
y ¡JOVEN POR SIEMPRE! Pero nada llamó mi atención. Dejé vagar mis ojos por
los percheros de graduación del resto de la tienda. Había un maniquí cerca del
frente, y todo lo que podía ver era que tenía los brazos en alto en un tipo de pose
que decía “Oh, al diablo con esto”. Me acerqué para tener una visión más próxima.
El vestido no hacía lucir al maniquí “Divertido y Coqueto” o “Por siempre
joven”. Lo hacía lucir como si estuviera en los Oscars y se adueñara de la alfombra
roja, aunque estaba hecha de plástico y no tenía rostro. Era de un color azul que
nunca había visto y de un material que ni siquiera sabía cómo llamar. Atrapaba la
luz en una forma deslumbrante y rogaba que lo tocara.
En algún lugar en la esquina de mi visión, vi a “Bettina 2.0” y a la señora
Dill hablando en voz baja. Distinguía las palabras extraordinariamente bien.
Ahora sentía sus ojos en mí, mientras encontraba el vestido en mi talla en el
perchero al lado del maniquí. Me detuve, después me tomó un momento notar la
sensación de mis jeans sueltos alrededor de mi cintura y flojos en el trasero. Era
una sensación que había estado ignorando, porque se sentía desconocida. Dejé que
mis dedos encontraran el vestido en la próxima talla más pequeña, y me dirigí al
probador. Meg notó cómo caminaba en línea recta y gesticuló hacia las otras para
que me siguieran.
Minutos después salí, hacia el aterrador espejo de tres caras donde todas
esperaban.
El vestido no era perfecto; al menos, no en la clase de perfecto de ¡Es tan yo!
En cambio, lucía como si estuviera siendo usado por alguien más. La piel, de esta
persona no-Laurel resplandecía pálida contra la tela azul, y las elevadas luces
fluorescentes profundizaban las sombras bajo sus ojos. Era mayor y venía de algún
lugar lejano como Europa o Vermont. Y colgaba de ella correctamente, con una
larga falda acampanada, corpiño de perlas y mangas de gasa.
—Este es —le dije a Meg. Asintió. Alcé mi cabeza para ver la reacción de
Nana en el reflejo sobre mis hombros. Lo dije otra vez—: Este es.
—No es realmente un vestido de graduación, y el color… —dijo débilmente
Nana, pero sólo giré, dejando a la tela acariciar mis piernas.
Finalmente, sólo dijo—: Has perdido peso. —En el pasado, viniendo de ella
eso hubiera sido un elogio. Ahora lo dijo con preocupación, como si no estuviera
haciendo su trabajo de hacerme comer.
Me encogí de hombros tan casualmente como pude. Había estado
intentando, con poco entusiasmo, por un año perder peso, y ahora sólo había
ocurrido y todo lo que podía sentir era tristeza por eso. Quiero decir, ¿podía
permitirme perder algo más?
No es el lugar ni el momento para estar triste, me dije a mi misma. Esos eran kilos
que no querías. Aléjalo, aléjalo, aléjalo.
—Nana —dije tan sólidamente como pude—, amo este vestido. ¿No lo amas
tú?
Y Nana no tuvo más opción que asentir. En la caja, “Bettina 2.0” me miró
con amplios ojos, mientras le entregaba el vestido, como si fuera una celebridad
que recién reconocía.
—Este es uno de mis favoritos —dijo. Buscó la etiqueta y observó el precio.
Ya lo había comprobado y sabía que era más caro que cualquier otro vestido de
graduación.
Era probablemente más caro que cualquier otra cosa en la tienda.
—Oh… esto está mal —dijo “Bettina 2.0”, frunciendo el ceño—. Este vestido
está actualmente en rebaja.
—¡No es eso suerte! —exclamó Nana.
Miré alrededor de la tienda. —No hay ningún cartel —dije.
—Eso no importa —dijo Bettina, tocando mi brazo a través del mostrador.
Observó a Nana—. Soy la dueña, y puedo poner las cosas en rebaja cuando quiera.
Sentí calor subir por el medio de mi espalda. Pero Nana le guiñó el ojo a
“Bettina 2.0” mientras sacaba su MasterCard, y el vestido de alguien más estaba a
treinta segundos de ser mío.

Al día siguiente, Meg y yo caminábamos por el estacionamiento de los de


último año, camino fuera de la escuela, cuando escuchamos un auto conduciendo
lentamente a nuestro lado. Miré para ver que era el VW Bettle color amarillo
canario de Andie Stokes.
—¡Hola! —gritó Andie, desde el asiento del conductor. Se encontraba sola
en el auto. Pensé que nunca la vería sin Hannah o una de sus otras amigas—.
¡Laurel! ¿Cómo estás?
Había conversado con Andie casi todos los días desde que había regresado a
la escuela. Siempre me buscaba después de clases o en mi casillero, tocando mi
brazo con un dedo mientras preguntaba cómo estaba y me ponía al corriente de los
planes del fondo memorial.
Meg y yo nos acercamos a su auto. Otros estudiantes caminaban extra lento
para vernos. Estoy hablando con Andie Stokes, pensé, y las personas me están viendo
hablar con Andie Stokes.
—Hola Andie —dije.
—Estoy feliz de encontrarlas chicas —dijo, dejando que sus ojos rebotaran
entre Meg y yo—. Estaba en la oficina del Señor Churchwell hoy, mirando el plano
de asientos del baile, y noté que aún no les asignaron una mesa.
—Íbamos a dejar que ustedes lo solucionaran —dijo Meg, lo que era
mentira. Ni siquiera habíamos conversado sobre las mesas.
—Bueno, les digo que tenemos cuatro asientos vacíos en la nuestra, y nos
encantaría que se nos unieran.
Nuestra. Nos. Andie se movía por la vida en un colectivo. Me pregunté cómo
se sentiría eso, ser siempre parte de un todo.
—Yo… gracias… genial —fue todo lo que pude decir. Aún trabajaba en la
cosa de no-ser-una-idiota con ella.
—Eso es verdaderamente dulce de tu parte —dijo Meg, adelantándose—.
Hablaremos con Gavin y Joe y veremos si funciona.
De pronto Meg y Andie agregaban el celular de la otra en sus teléfonos.
Mientras hacían esto, otros estudiantes eran forzados a apretar sus autos alrededor
del Beetle, en su camino fuera del estacionamiento.
Una vez que terminó, Andie se despidió y condujo fuera.
Meg giró hacia mí.
—¿Qué piensas? —preguntó.
—¿Qué pienso de ir al baile y sentarme con la gente genial?
—Además del hecho de que te recuerda a Carrie7 y que quizás termines la
velada cubierta en sangre de cerdo.
—Podría ser divertido, podría ser tan bizarro que nuestras cabezas
explotarán.
—Estoy de acuerdo. Pero voy a apostar por la parte divertida.
Nos quedamos de pie allí, pinchándonos con los ojos la una a la otra. La
excitante realidad de todo esto comenzaba a asimilarse. ¡El baile de graduación! ¡El
vestido de alguien más! ¡Joe Lasky! ¡Andie Stokes!
—Vamos a mi casa y pongámonos nuestros vestidos otra vez —dijo Meg, y
la seguí a través del estacionamiento.

7Es una película estadounidense de terror de 1976 dirigida por Brian De Palma y escrita por
Lawrence D. Cohen, basada en la novela Carrie, escrita por Stephen King.
En la mañana, justo cuando me despertaba, generalmente pasaban como dos
segundos en donde sentía que nada había cambiado. Estaba en mi cama en mi
habitación, y la luz que entraba por mis persianas era la misma luz de siempre.
Entonces recordaba.
Y después tenía que pensar en algo para salir de la cama. Usualmente era
tan simple como sacar a pasear a Masher o una prueba de inglés. Hoy, eran los
resultados del SAT.
Habían estado disponibles en línea desde las cinco de la mañana, que era
cuando sabía que Meg se había registrado. Comprobé el reloj. Seis y media. Más
temprano de lo que me despertaba usualmente. Mi cuerpo tenía que haberlo
sabido.
Caminé lentamente escaleras abajo y me pregunté porque me sentía
nerviosa, cuánto me importaba. Claramente mucho, ya que mis manos temblaban
un poco mientras encontraba el papel en donde había escrito mi información de
registro. Aún temblaban cuando entré, e hice clic con el ratón donde se suponía
tenía que hacerlo.
710 en matemáticas. 790 en compresión lectora y 760 en escritura.
¡790 en compresión lectora! Una puntuación casi perfecta. Giré para decirle a
alguien, pero noté que Nana aún dormía. Tomé el teléfono para llamar a Meg.
—¿Cómo te fue? —respondió.
Le di mis números.
—¡Genial!
—No creí que lo hubiera hecho tan bien. Me pregunto si pensaron que hice
trampa, ya que tomé la prueba sola.
—Lo dudo.
Tuvimos otra de nuestras incómodas pausas.
—¿Laurel? —preguntó Meg, suavemente.
—¿Si?
—¿No vas a preguntarme cómo me fue? —Su voz se alzó.
—Dios, lo siento. ¿Cómo te fue?
—También pateé traseros. —Otra pausa—. Tengo que irme. Celebraremos
después de la escuela.
Colgamos, y casi instantáneamente mi sensación veloz y sofocante —festiva:
que significaba: ¡Alegre!— chocó contra una pared de ladrillos.
Papá.
Hubiera estado de pie aquí. Quizás hubiera sido él el que me despertaría,
sacudiéndome justo al amanecer. Me habría hecho el gesto de “dame cinco” y un
abrazo, su acostumbrado combo de: “Estoy tan orgulloso de ti, chica”, afirmando
que todo mi estudio, mi curso preparatorio, él interrogándome… todo había valido
la pena.
La imagen me llenó de agonía instantánea. Hazlo irse. No arruines esto, no
arruines esto, no arruines esto.
Y con eso, mi padre se había ido.

Cuando caminé dentro de la casa después de la escuela ese día, esperaba


encontrar a Nana haciendo la cena. Pero estaba tranquilo, y seguí esa tranquilidad
escaleras arriba para encontrar la puerta de la habitación de huéspedes cerrada. Me
acerqué para golpear, pero escuché algo suave y ahogado del otro lado. Sonaba
como uno de los animales que escuchábamos a veces en el bosque por la noche.
No era un animal. Era mi abuela, llorando.
Salté hacia atrás, corrí hacia la cocina. ¿Por cuánto tiempo había estado
haciendo eso, mientras me encontraba con Meg, probando nuestros vestidos y
experimentando con peinados, comiendo Oreos y tomando refresco de dieta? Me
pregunté con qué frecuencia hacia eso mientras estaba en la escuela, y después
detuve ese pensamiento tan rápido como pude.
No había espacio en mi cabeza para el pensamiento de Nana llorando.
Necesitaba su fuerza, su sabiduría y su indiferencia. Necesitaba que me recordara
que mi vida podía funcionar, porque su vida parecía estar funcionando.
Necesitaba que no necesitara nada de mí, porque no tenía nada para dar.
Aun así, me encontré a mí misma girando para ir arriba, preparada para
golpear y ver si estaba bien, cuando el teléfono sonó. Me lancé a contestarlo para
que Nana no se perturbara. —¿Hola?
—Hola… ¿eres Laurel?
—¿Sí?
—Laurel, es Suzie Sirico —dijo como si hubiéramos estado conversando
todos los días, las mejores amigas. Demasiado burbujeante.
—Oh. Hola.
—Sólo pensé en llamar y ver cómo estaban tú y tu abuela.
—Estamos bien —dije—. Ocupadas. —Realmente estoy ocupada, añadí para
mí misma. Tengo nuevos amigos y ¡voy a ir al baile de graduación con Joe Lasky en un
vestido asombroso!
Miré hacia las escaleras, donde ahora escuchaba la puerta de la habitación
de huéspedes crujiendo lentamente abriéndose. Imaginé a Nana en el rellano,
escuchando para intentar averiguar con quién hablaba.
—Quería asegurarme de que tuvieras mi número por si lo necesitas.
La voz de Suzie, tan firme y segura de sí misma, era posiblemente la cosa
más molesta que jamás había escuchado.
¿Era así cómo las personas en su área de trabajo se suponía conseguían
nuevos negocios? Dios, no era mejor que un vendedor telefónico.
—Tenemos tu número —dije, sin estar segura de si eso era verdad—.
Gracias por llamar.
Colgué mientras Nana entraba a la habitación. Su rostro estaba frescamente
lavado pero sus ojos lucían cansados, sin enfocarse.
—¿Era esa Suzie Sirico? —preguntó.
—Sí —dije—. Tengo que empezar algunas tareas.
Con eso caminé, rozándola al pasar, sabiendo que debería quedarme y
conversar o ayudarla a preparar la cena, pero incapaz de hacerme girar de regreso.
Traducido por Mery St. Clair
Corregido por ★MoNt$3★

El nombre del chofer de la limusina era Manny, y hacía crucigramas


mientras esperaba que la gente terminara su boda o finalmente llegaran de un
vuelo tarde en el aeropuerto. Tenía una esposa y un bebé, y un lindo Mustang del
‘78 que justo acababa de comprar.
Aprendimos esas cosas de él durante los diez minutos de conducción de la
casa de Meg hasta el Hilton. Era fácil hablar con Manny, a pesar de la ventana de
vidrio ahumado que dividía el asiento delantero del resto del coche, pero eso no
impidió la conversación. Me senté con Meg, frente a nosotras estaban Joe y Gavin.
Gavin tenía una línea de sudor arriba de su labio inferior. La limpió, luego dos
minutos después, regresó.
—El Bigote de Sudor —susurró Meg, su aliento mentolado contra el costado
de mi rostro.
Joe pateó mi pie juguetonamente, el cual estaba cubierto por el vestido
negro de satín de Nana y parecía pegarse a mi cuerpo. Lo pateé de regreso y
sonreí. Aparte de su brazo alrededor de mi hombro cuando posamos para la
fotografía, ésta era la primera vez que nos tocábamos en toda la tarde.
A las tres, Meg y yo teníamos nuestro cabello peinado en el Salón Cosmos.
El suyo: recogido con un montón de rizos cayendo alrededor de su rostro. El mío:
totalmente recogido y estirado. Lo tenía algo corto, llegándome hasta los hombros,
y el poco peso cayendo de mi cabeza se sentía como un gran alivio. Pasamos
mucho tiempo vistiéndonos en la habitación de Meg mientras Nana y la señora
Dill tomaban té en la planta baja. Meg me mostró su nuevo sostén y anunció sus
planes de ir con Gavin a una de las fiestas después del baile. Más tarde, vomité en
el lavamanos del baño.
Nos tomamos fotos en los escalones de la entrada, luego cuando los chicos
llegaron, tomamos más en el jardín y cerca del pino al borde del césped. Nana
entró a la casa dos veces para conseguir Kleenex, y cada vez se marchaba más
tiempo.
Pensé en la foto de mi madre en su vestido de baile. Hubiera sido fácil
sugerir que tomáramos una foto dentro, de Joe y yo frente a las escaleras, y aunque
no era nuestra casa, contaría lo suficiente para enmarcarla. Pero no quería hacerlo.
No ahora, en este momento, cuando las cosas avanzaban tan suavemente.
En el Hilton, había una larga fila de limosinas con chicos saliendo. Flashes
de colores y vestidos elegantes. El gel en el cabello de los chicos brillaba con el sol
desapareciendo, y en las chicas, los ramilletes con todo tipo imaginable de flores. Si
ponían todas sus manos juntas, harían una pradera de flores sin combinar.
Observamos a todo el mundo desde la ventana, silenciosos. Cuando fue
nuestro turno, Manny salió y abrió la puerta trasera. Los chicos salieron primero y
se alejaron, dejando que Manny nos ayudara a salir del auto.
—Gracias, señor —dijo Meg, guiñándole un ojo.
Miré el suelo mientras él tomaba mi mano y me llevaba a la acera, sintiendo
los ojos de todo el mundo en mí. Cuando levanté mi cabeza para ver dónde me
encontraba, allí se hallaba Joe, tendiéndome su mano ahora como si estuviera
ofreciéndome una cuerda para salvarme.
Y luego estaba Andie Stokes y Hannah Lindstrom con sus citas, Ryan y
Lucas. No estaba segura de quién era quién, pero eso no importaba. Andie me
abrazó fuertemente, y luego dio varios pasos atrás levantando su vestido.
—Oh, Dios mío —dijo—. Te ves asombrosa.
—Gracias.
—Tenemos la mejor mesa. Ven a ver. —Nos hizo señas, y la seguimos hacia
el salón de baile. Al pasar bajo el arco de globos naranja y azul, me giré para ver
dónde estaba Joe. Pero no se encontraba detrás de mí. Escaneé el vestíbulo hasta
que lo vi hablando con el señor Churchwell, quien negaba con su cabeza y le daba
una palmada en su espalda antes de que corriera para alcanzarnos. Me di la vuelta
rápidamente antes de que supiera que lo miraba.
El señor Churchwell. No se me había ocurrido antes, pero quizás tenía algo
que ver con todo esto. Con Joe, y con Andie y Hannah. Pero las cosas estuvieron
sucediendo tan rápido que no pensé en eso.
Teníamos la mejor mesa. Se hallaba lejos del escenario, a un costado de la
pista de baile, al lado de las puertas francesas que se abrían hacia el balcón del
salón. La mayoría de los amigos de Andie estaban ya sentados en la mesa de al
lado —la segunda mejor mesa— y todos esperamos a que Andie eligiera su
asiento. Lo hizo, y luego todos se dejaron caer en el lugar más cercano, Meg y yo
juntas.
Hice un rápido análisis del resto de la habitación y el gran círculo de mesas.
No estaba claro cuál fue el sistema de agrupación de nuestra escuela. Los
populares del último año estaban en nuestro lado, y me pregunté dónde se
situaron los chicos del primer año. De frente a nosotros estaban los de segundo año
mezclados con los deportistas o geeks o un poco de todo. En el lado opuesto del
círculo, frente a donde nos encontrábamos, estaba la mesa de La Muchedumbre del
Ferrocarril. La mesa ni siquiera estaba llena; sólo un par de parejas compartiéndola
con los miembros de la única banda decente de rock de la escuela.
Una de esas parejas era Julia La Paz, la novia de David. O ex novia, a juzgar
por el entusiasmo con que se inclinaba hacia su cita, otro chico Ferrocarril. Traté de
imaginarme a David allí con ella, en el baile, pero no pude. Podía apostar que
David no vendría a estas cosas. Quizás Julia se sentía aliviada de que rompieran
para así poder venir.
La cena fue ruidosa y torpe. Joe, Megan, Gavin y yo tratamos de hablar por
encima del ruido, mientras Andie y Hannah no paraban de gritarle a sus amigos
de la mesa de al lado. Después de que todos terminaran de comer, el DJ comenzó a
poner la música de fiesta, pero nadie hizo el primer movimiento para bailar.
Aproveché esa oportunidad para ir al baño y descansar durante tres minutos frente
al enorme espejo.
Esta soy yo, pensé, asintiendo hacia la chica que era mi reflejo. En los espejos
siempre buscaba algo mal, algo que podría ser más delgado o más brillante o más
alto. Pero increíblemente, me gustó todo lo que vi en esta chica.
Esta soy yo en el baile, y me veo un poco más linda.
La chica en el espejo asintió, también, como si dijera: tu secreto está a salvo.
Por un segundo, imaginé a mis padres detrás de mí. Mi mamá a mi
izquierda, papá a mi derecha. Mirándome orgullosos. Ahora entra en el marco
Toby con su cámara de video, grabándome con su pulgar hacia arriba.
Me di la vuelta rápidamente para hacer que desaparecieran.
Cuando regresé del baño, todo el mundo en nuestra mesa estaba en la pista
de baile. Me quedé en el umbral de la puerta sólo por un momento, observando. Se
sentía extraño ser quien mirara a todo el mundo, en lugar de al revés. En cuestión
de segundos, el señor Churchwell estuvo a mi lado con su mano en mi codo.
—¿Estás bien? —gritó.
—Sólo busco a mi cita —grité de regreso, y tiré mi codo lejos de él.
Inmediatamente, Joe se apartó del grupo bailando, tomando mi mano, su
palma cálida y apretada, me dirigió hacia donde Meg y Gavin estaban.
Entonces, de alguna manera empecé a moverme, y Joe me miraba como si
fuera interesante, y el vestido azul me hacía cosquillas en mis tobillos. Andie y
Hannah me sonrieron cuando las vi. Algunos pétalos se cayeron de mi ramillete
mientras bailaba, y los observé caer para después desaparecer debajo del pie de
Meg.
Traducido por Mery St. Clair
Corregido por Melii

En la limusina, de camino a la fiesta post-baile de Adam LaGrange —el


nuevo capitán del equipo de golf, que acababa de conseguir lentes de contacto y
trataba de tener reputación— los asientos habían cambiado. Gavin y Meg se
sentaron juntos en un asiento, dejándome a Joe y a mí compartir el otro. Mis oídos
zumbaban y mis pies dolían, así que me quité los zapatos. Ahora parecían más
como una parte de mi anatomía otra vez, descalzos y familiares. Los subí sobre las
rodillas de Meg, y ella comenzó a masajearlos.
—¿Puedo ser el siguiente? —dijo Gavin, dándole un codazo juguetón a
Meg.
Meg sonrió pero no levantó la mirada. —Claro.
Ella iba a coquetear con él, lo sé. Tonteaba con Gavin, y yo estaba bastante
segura de lo que ocurriría antes de que nos marcháramos de la fiesta. Miré a Joe,
quien trataba en encontrar algo decente en la radio, el cabello se pegaba a su
cabeza por el sudor del baile. Sentí una abrumadora sensación de miedo.
Cuando llegamos a la casa de Adam LaGrange, ya se encontraba lleno. Meg
y Gavin fueron al patio para buscar a Adam, mientras Joe tomó mi mano y me
dirigió escaleras abajo hacia el estudio, donde una mesa de juego había sido
convertida en un bar bien surtido.
—¿Que tienes? —preguntó él en un tono parecido a James Bond.
Pensé en los ratos que Meg y yo estuvimos en el gabinete de licores de su
madre, tomando de la tapa de la botella.
—¿Vodka tonic? —Esa era la bebida de mi papá, cada viernes en la noche
antes de cenar.
Joe hizo una mezcla para mí, luego una para él, no vi cuanta cantidad de
alcohol puso en él. La bebida ardió en mis labios, burbujeando. Tenía un sabor
dulce y peligroso. Comencé a regresar escaleras arriba, pero Joe agarró mi mano de
nuevo, jalándome hacia un sofá. Había al menos cinco personas más en la
habitación, y los vi observarnos con el rabillo del ojo.
—Entonces, ¿te estás divirtiendo? Parece que sí. —Empecé a acostumbrarme
a lo directo que era Joe.
—Sí, claro. ¿Lo notaste?
—Eres genial bailando.
—Tú también.
Una pausa. Tomamos sorbos al unísono.
—¿Pero te sientes bien? ¿Estás bien? —dijo Joe con lo que parecía
preocupación en su rostro. Recordé la manera en que el señor Churchwell puso su
mano en el hombro de Joe, el cabeceo de sus cabezas.
—Has estado hablando mucho con mi consejero escolar —dije, reuní todo
mi coraje para poner mi mano, suavemente, en su rodilla—. No te preocupes.
Estoy bien.
Joe volvió a beber, y luego puso su mano sobre la mía. Mi corazón dio un
vuelco, nervioso, asustado, pero luego eché una mirada a las otras personas en la
habitación, ahora sólo dos o tres más. Era algo en que concentrarme cuando
comencé a sentir náuseas.
Este podría ser tu primer beso. ¡Relájate!
Pero había esperado mucho tiempo por la oportunidad correcta. Cuando
estaba cerca de ocurrir siempre lo arruinaba. Me ponía nerviosa y demasiado
bromista. Mientras más anticipada estaba, más aterrada me sentía.
¿Dónde se encontraba Meg? Necesitaba agarrarla y arrastrarla hacia un baño o
armario, tomarla del brazo y decir: “¿Cómo tiene que ser?” Meg ya había tenido su
primer, segundo, y tercer beso, todos con los chicos que trabajaban en el club de
yate de su familia.
Ahora Joe terminaba su vodka tonic e iba hacia el bar, y yo trataba de
terminar mi bebida, algo caliente descendía en mi estómago. Luego Meg bajó las
escaleras de dos en dos, sosteniendo sus zapatos en una mano y el borde de su
vestido con la otra. Corrió hacia mí, riendo.
—Aquí estás. —Miró mi bebida, y luego miró a Joe detrás de la barra,
recibiendo un tutorial de cómo preparar las bebidas de un chico de último año—.
Veo que estás bien atendida.
—¿Quieres uno?
—No. Sólo quería que supieras donde estaré.
Le di una mirada confundida.
—Manny le dijo a Gavin que la limusina está estacionada en la calle —dijo
Meg—, a un par de casas arriba. La gente de Adam hizo una pequeña fiesta para
los chóferes detrás de la piscina de la casa, así que él no estará.
—¿Entonces? —Aún confundida.
—Entonces, Gavin y yo pasaremos un rato en la limusina.
Dejé que mi boca cayera abierta. Eso parecía como una broma, pero no tenía
nada de gracioso.
Ella sólo rió, besándome en la mejilla, y salió corriendo hacia las escaleras.
Repentinamente Joe estuvo a mi lado. —¿Qué fue eso?
—Ellos estarán un rato en la limusina.
Joe sonrió, recordando algo. —Vayamos hacia el jardín —dijo. Tomó mi
mano otra vez, y yo estaba acostumbrándome a la sensación de calor
zigzagueando, subiendo por mi brazo cuando él hacía eso.
Arriba, la fiesta se hallaba en su apogeo, y llegar hasta el jardín tomó varios
minutos. Hicimos nuestro camino a través de la gente, saludando cuando fue
apropiado, cuidadosos de no derramar nuestras bebidas. Finalmente, dimos un
paso pasando las puertas corredizas de cristal hacia el patio de Adam Lagrange y
llegó una ráfaga de aire fresco. Había luces navideñas colgadas por todas partes
reflejándose en la piscina. Un grupo de chicos se encontraban alrededor de una
mesa hablando en voz baja contra la música proviniendo del interior y había un
suave sonido de cigarras.
Me encontré buscado alrededor a Julia La Paz, pero no la vi, y me sentí
aliviada.
Derek, el mejor amigo de Joe, se acercó a nosotros con dos cervezas, me dio
una a mí, luego la otra a Joe, y se marchó. Sólo la miré, un color ámbar brillando
ligeramente con las luces.
—¿No hay un dicho sobre no beber licor antes que cerveza o algo así? —
pregunté.
Joe se encogió de hombros. —Nunca he sido capaz de notar la diferencia. —
Y luego terminó su vodka tonic, colocó el vaso de cerveza dentro del otro vaso
vacío, y bebió un largo trago. Antes de que él terminara, yo hice la misma cosa.
—Si te emborracho, tu abuela nunca me lo perdonará —dijo, mirándome
beber.
Tragué y bajé la mirada a la cerveza una vez más, revuelta y espumosa, un
océano después de una rápida tormenta de verano. Ya sentía mis músculos
relajarse después de haberlos sentido tensos durante tanto tiempo, me había
olvidado que existía. Mi cuello se sentía suave y mis dedos comenzaron a
retorcerse.
Otra cerveza y media, y nos encontrábamos sentados en dos sillas junto a la
piscina. Nos apartamos del resto de la fiesta, así que mirábamos hacia el cielo.
Estaba medio limpio, con estrellas apagadas, tratando de hacerse ver a través de
una capa de nubes.
—Guau —dije—. Puedo ver el Cinturón de Orión, pero no el resto de él.
—¿Dónde? —preguntó Joe —. Oh, sí. Tienes razón. ¿Dónde está el resto?
—Quizás él dejó su cinturón olvidado y prefirió ir a hacer algo más.
—Quizás fue con la Osa Mayor para hacer algo de sopa.
—O le está golpeando con él a Cassiopeia. Escuché que hace eso.
Joe resopló y salió un poco de cerveza de su nariz, lo cual me hizo reír
también. Antes de que siquiera notara lo que hacía, alargué mi mano y limpié el
frente de su camisa, ahora salpicado con cerveza.
—No quiero que tengas un cargo extra por manchar el esmoquin —dije,
evitando sus ojos mientras limpiaba.
—¿Sabes lo que quiero? —dijo. Aún no lo mirada—. Realmente, esto es lo
que deseo. —Se detuvo, y pareció que no tuve otra opción que encontrarme con su
mirada.
—¿Qué es lo que deseas, Joe?
—Desearía que Gavin y Meg no estuvieran en la limusina justo ahora.
Por un segundo, no lo entendí. ¿Los quería aquí con nosotros? Pero entonces
lo comprendí. Él quería que nosotros estuviéramos en la limusina. Solos. Sin ojos de
la gente observándonos, siempre escaneando para ver dónde estábamos y que
hacíamos.
Primero, llegó el pánico de nuevo. Pero lo miré, él me regresó la mirada
como si nos conociéramos desde siempre, y tuve más miedo.
—Bueno, aun tenemos toda la noche, ¿verdad? —Quise no ser yo quien dijo
eso. La culpa era de Laurel con este vestido.
—Tenemos toda la noche —concordó Joe, y luego se puso de pie—. Voy a
buscar un baño. ¿Estarás justo aquí?
Tenía mis brazos descansando ligeramente sobre los bordes de la silla, mis
tobillos cruzados, mis talones salidos de mis zapatillas. Estaba un poco borracha, y
la idea de que la gente me viera sentada sola al lado de la piscina no tuvo ningún
efecto en mí. Definitivamente yo estaba bien.
Joe desapareció un minuto, quizás cinco. No estoy segura. Cerré mis ojos y
escuché los murmullos, la música, froté mis dedos suavemente sobre mi falda.
—Hola —alguien dijo sobre mí. Abrí mis ojos.
Era David.
Me tomó un par de segundos registrarlo, el contorno de su cabeza
distorsionado por las luces navideñas. Tenía una botella de algo demasiado grande
para ser una cerveza en su mano, y allí estaba de nuevo, ese olor a marihuana.
Vestía una chaqueta negra, pero podía ver la marca de su camisa debajo.
—Hola —dije, sentándome correctamente. Ninguna de mis usuales
reacciones hacia David había despertado. Sin querer salir a la luz. Ninguna
urgencia para pretender que nunca jugamos a Batman y Robín o recolectamos
rocas en el bosque o que nos conocíamos desde siempre.
Caminó alrededor de mí y se sentó en el borde de la otra silla, sus codos en
sus rodillas, la botella —era una botella de dos litros de refresco sin etiqueta, un
líquido plano de color ámbar— se balanceaba en el interior.
—¿Que estás haciendo aquí? —preguntó.
—Estaba en el baile.
—Estás borracha. —El labio inferior de David se curvó un poco, y olfateó.
—No lo creo. —Esta conversación no iba en la dirección correcta—. ¿Qué
estás haciendo tú aquí? ¿No se supone que debes estar con tu papá?
El pensar en el señor Kaufman hizo que mi visión estuviera un poco
borrosa.
—No he estado en el hospital desde un par de días —dijo David
casualmente.
—¿Dónde has estado viviendo?
—Con un chico que conozco. Sus padres están fuera de la ciudad. —Miró
mi vestido, desde los tobillos hasta arriba. Sus ojos viajaron con rapidez pero sin
detenerse en un lugar en específico, hizo una pausa en mi hombro—. Bonito
vestido. —David tomó un tragó de su botella y negó con la cabeza lentamente.
—¿Qué? —pregunté, mordiendo el anzuelo.
—Sólo no puedo creer que estés aquí. Con ese vestido, yendo a esa cosa del
baile. Con un jodido ramillete.
Toqué las pequeñas rosas en mi muñeca, incapaz de hacer algún otro
movimiento, sin saber cómo responder a sus no-preguntas. David tomó otro trago
de su botella, y noté que no me había mirado a los ojos. Mi cabello, mis zapatos, en
cualquier lugar seguro y distante mientras decía esas cosas.
—Déjame en paz —dije finalmente, tragando duro. Salió débil y en voz
baja, como un pequeño niño siendo intimidado en el patio del recreo. Mi madre le
había enseñado a Toby qué decir cuando me burlaba de él: Los palos y piedras podrán
romper mis huesos, pero las palabras nunca me lastimaran. Eso hizo que me riera y
burlara de él más fuertemente.
—Viniste hasta aquí con Joe Lasky. ¿Ni siquiera sientes un poco de dolor
por lo que ocurrió? —dijo David.
Algo oscuro dentro de mí me pateó dos veces. Él tiene razón, tú lo sabes. ¿Por
qué estas en este lugar, cuando ellos no pueden estarlo? ¿Cómo regresaras a casa esta noche
cuando deberías haber estado con ellos?
—Eso no es asunto tuyo —dije, tratando de hacer que sonara firme. Pero a
continuación dije—: ¿Qué hay de ti? Si tú estás aquí, ¿por qué yo no puedo?
—Porque nosotros sólo vinimos por algo de beber a esta fiesta. ¿Me ves
usando un maldito esmoquin? Mis amigos y yo venimos para poner algo de
kamikaze en el ponche, luego nos iremos.
Levantó su botella como prueba, pero el kamikaze —si eso es lo que era—
estaba casi acabado. ¿Dónde estaba Joe? Joe haría que David se fuera.
David me vio mirando hacia la casa. —Laurel, puedes ir a todos los bailes
que quieras, pero eso no va a cambiar las cosas.
—Ya lo sé.
—Eres una huérfana. Eso es lo que escuché a alguien decir allí adentro. “Ella
es huérfana ahora.”
La palabra me hizo pensar en Dickens, en Pip y David Copperfiel ¡E incluso
Oliver! Yo no era así. Clínicamente, oficialmente, sí, pero nunca lo había pensado.
Debí de parecer sorprendida, porque David me miraba ahora con más pena
que enojo.
—Eso sonó más duro de lo que pensé que sería —dijo, luego miró
acusadoramente hacia su kamikaze. Noté que sus manos temblaban—. No estaba
preparado para verte aquí —agregó, su voz ahora sonaba apagada.
Pero si él estaba apagado, yo estaba todo lo contrario. Algo dentro de mí se
llenaba con aire.
—Eres un huérfano, también —dije, tan naturalmente como puede. Eso hizo
que David se levantara, su confusión daba paso a una actitud defensiva.
—No, mi papá está vivo. Estará bien.
—Eso es lo que tú quieres creer. Personalmente, creo que estará vegetal para
siempre.
Podía culpar al alcohol, me hacía más valiente de un segundo o dos a otro.
—Cállate —espetó.
Así que toqué una fibra sensible.
—Él se lo merece —dije—, considerando que mató a cuatro personas.
David se detuvo, su mano apretando la botella de plástico tan fuerte que la
escuché crujir un poco. —Mi papá no estaba borracho.
—No tenía que estar borracho —dije—. Sólo tenía que ser descuidado. De
cualquier manera, es un asesino.
David quería golpearme. Podía saberlo. Quería golpearme tan fuerte que
sus talones se levantaron de sus zapatos. Yo había puesto mi vaso de cerveza en el
suelo, y ahora él lo pateó hacia la piscina, donde cayó sin hacer ruido.
A pesar de que él se encontraba de pie y yo sentada, podía sentir las cosas
cambiar. Yo había encontrado una caja de municiones en alguna parte, escondida
en la parte oculta de mi mente. ¿Qué más había en ella?
—¿Qué hay con Masher? —pregunté, como si fuéramos una pareja de
casados rompiendo, discutiendo la custodia de nuestra vida junta.
—¿Qué pasa con él?
—No tengo que cuidar de él. Puedo regresárselo a tus abuelos.
David negó con la cabeza y miró hacia otro lado. —No puedes hacer eso.
Ellos no lo quieren.
—¿Entonces quieres que yo cuide de él?
El rostro de David se derrumbó un poco, las sombras eran más profundas
en sus mejillas y mentón. No parecía tan diferente de Toby después de una de
nuestras discusiones, después de que lo ofendí frente a todos. Aquí sería cuando
Toby saltaría hacia mí para la parte de la lucha en el programa, pero estaba
bastante segura de que David no haría algo así.
—Sí —dijo, y colocó su botella de kamikaze cuidadosamente en el suelo.
—¿Sí, qué? —Eso era lo que había en la caja de municiones. Un gran poder.
El único poder que yo tenía en el mundo.
—Cuida de mi perro, por favor —susurró David. Se dio la vuelta y caminó
de regreso hacia la casa, después la rodeó en dirección hacia la calle. Lo observé
cruzar camino con Joe, quien miró a David, registrando de donde venía, y me
buscó en la penumbra. En cuestión de segundos, corría hacia mí.
—¿Qué hacía David Kaufman aquí? —preguntó Joe, sin aliento—. ¿Habló
contigo?
—Sí.
—¿Qué dijo?
Abrí la boca para recapitular, para decirle a Joe lo que habíamos hablado,
pero en su lugar salió un ruido como un sollozo. Fuerte y corto.
—Oh, Dios mío —dijo Joe, y se arrojó sobre la silla conmigo, su mano en mi
espalda—. ¿Qué ocurrió? ¿Qué pasa?
Giré mi cabeza para responder y su rostro se hallaba mucho más cerca de lo
que pensé. No había suficiente espacio entre nosotros para las palabras.
Así que lo besé. Había practicado en mi almohada una docena de veces, y
estaba tan acostumbrada a mi almohada que no esperé que Joe me correspondiera
el beso. Pero lo hizo, sus labios eran más cálidos y fuertes de lo que imaginé que
serían. Vaciló primero, un poco confundido, pero luego continuó con confianza y
bien entrenado. Puso su mano en el lado de mi cabeza, su palma contra mi oreja,
sus dedos crujiendo contra mi cabello con fijador. Me aparté por un segundo, en
mi cabeza, para pensar en cómo nos veríamos a unos metros de distancia,
preguntándome si pareceríamos una pareja como las que había visto en películas y
televisión.
Joe se echó hacia atrás después de un rato, mirando a su alrededor para ver
quién podría estar observándonos.
—¿Por qué te detienes? —pregunté, también mirando alrededor.
Joe se giró hacia mí y sonrió. —No tengo ni idea. —Ahora puso ambas
manos en mi rostro, una a cada lado, y me atrajo más cerca. El principio de su beso
fue más suave que el mío, gentil, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.
Mi beso con Joe duró unos minutos, pero no podría decir cuántos. Me había
metido en un lugar dentro de mí misma, escuchando sólo mis propios
pensamientos. ¿Abro mis ojos? ¿Qué pasa si los abro y los suyos están abiertos también?
Debo abrir ya mis ojos.
Feliz, nerviosa, enojada, emocionada. Las neuronas explotaban en fuegos
artificiales.
Estaba riéndome y luego, lloraba. Todo comenzó cuando aún tenía mis
labios pegados a Joe, y le tomó un par de segundos apartarse y ver porque mis
hombros subían y bajaban.
—¿Laurel? —preguntó.
Quería levantar la mirada y sonreír, limpiar mis lagrimas, y luego guiñarle
para hacerle saber que tenía el control. Pero no pude. Miraba su mano en mi
rodilla, y me sentía asustada.
—Oh, Dios mío… —dijo Joe, levantándose. Apartándose.
Puse mi rostro en mis manos y me recosté sobre la silla con fuerza. Con un
ruido proveniente de mí que yo no creía ser capaz de hacer. Ruidos como si fuera
físicamente atacada, temiendo por mi vida, una chica en un callejón a media noche.
La presión de mis manos contra mis párpados me hacía ver halos amarillos
y rojos, pero también veía el rostro de David.
Un jodido ramillete. Eres una huérfana.
Escuché los pies de Joe marcharse, tropezándose contra el patio. —Aguanta,
voy a buscar a Meg —dijo.
Abrí los ojos para verlo irse, corriendo. Huyendo de mí, porque me volví
totalmente loca. Hace tres minutos jugábamos trabalenguas, y ahora él huía por su
vida. Debería tener una etiqueta en la parte trasera de mi vestido que diga:
CONTENIDO BAJO PRESIÓN. ABRIR CON CUIDADO.
Me levanté, agarrando el borde de la silla, y la arrojé por el patio. Era más
ligera de lo que pensé que sería.
Ahora tenía audiencia. Quien sea que estuvo cerca, espiándonos a Joe y a
mí, tenía un contrato firmado para la ejecución completa.
Tomé la otra silla y la tiré a la piscina. Aterrizó con un gran chapoteo y poco
a poco comenzó a hundirse. Las cosas parecían bastante tranquilas, y creo que
alguien apagó la música dentro de la casa. Sin un lugar donde sentarme, me senté
en el césped y me recosté de lado, mi brazo derecho sobre mi rostro, mi mano
izquierda arrancando la hierba en la tierra. El llanto regresó, estremeciendo mi
cuerpo.
En poco tiempo, Meg estaba arrodillada delante de mí. —¿Laurel? Soy yo.
Estoy aquí.
No quería apartar mi brazo lejos de mi rostro. No quería mirarla. —Lo
siento. ¡Dios! Lo siento tanto.
—Laurel, por favor, levántate. Siéntate… Gavin, ¿Puedes conseguir algunos
pañuelos o algo?
Escuché a Gavin salir corriendo, sus pies tambaleantes como Joe un par de
minutos atrás.
Me senté por Meg, pero otra ola de sentimiento se apoderó de mí y lloré de
nuevo. Me abrazó y sentí el ramillete de su muñeca tocar la nuca de mi cuello. Nos
comenzamos a mecer.
—Shhh… shhhh… todo está bien —dijo.
—Yo…
Me interrumpió. —No hables. Sólo respira.
Gavin regresó. Joe estaba con él. Ellos se encontraban allí de pie, sus cuerpos
formando un escudo silencioso alrededor de mí y de Meg. Joe tendió la caja de
pañuelos, cerniéndose sobre nuestras cabezas, pero ninguna de nosotras la tomó.
Traducido por Mery St. Clair
Corregido por Melii

Desperté con el sonido de truenos y la fuerte lluvia golpeando contra mi


ventana.
No estaba exactamente “despertando.” Era más como abrir mis ojos después
de medio dormir, apartando mi mente de la larga serie de extraños pensamientos e
imágenes.
En un momento pensaba en la apariencia que mi hermano tendría cuando lo
enterraron, si estaba con el pelo hacia atrás con gel o dejaron un mechón de cabello
cuidadosamente enmarcando su rostro. Lo cual me hizo recordar que durante seis
meses de mi escuela secundaria usé espuma para fijar mi cabello porque pensé que
eso me haría parecer al personaje de mi serie favorita de televisión. Eso me llevó al
séptimo grado con mi maestra de Arte, la señora Webber, quien se casó con
nuestro maestro de inglés, el señor Weber y todo el mundo pensó que era increíble
que ellos ya tuvieran el mismo apellido. Luego eso me hizo pensar si debería o no
mantener mi apellido cuando me casara o me convirtiera en la Señora De Alguien.
Salté de regreso al primer pensamiento de Toby en su ataúd, sintiéndome
horrorizada y avergonzada. ¿Cómo pude haberme distraído fantaseando en mi futuro
marido?
Habían pasado tres días desde el baile. Tres días desde que Manny nos trajo
a Meg y a mí y a Joe y Gavin a mi casa en total silencio, me abracé a Meg tan fuerte
con mis ojos cerrados, y Nana me dio una pastilla para dormir esa noche. En esos
tres días no había conseguido salir de la cama, y después de que el efecto de la
píldora se disipó no pude conseguir dormir realmente, tampoco. No quería pedirle
a Nana otra dosis más. Se sentía como engañarla.
Meg me llamó un día después.
—No sé qué decir, Laurel. Realmente no tengo ni idea. —Sonó nerviosa,
insegura de sí misma.
—Está bien —dije—. Estoy bien. —Traté de sonar como si fuera cierto.
—Llámame si necesitas algo —dijo Meg, más casualmente ahora, como si
hablara de un viaje rápido a la farmacia por champú y Tylenol que pudiera
resolver todo mis problemas.
Joe había llamado, también. Dos veces. Hice que Nana le dijera que estaba
durmiendo. Fue bueno saber que él se preocupaba —Dígale a Laurel que espero que
se sienta mejor, ese fue el mensaje— pero no me atreví a hablar con él. A pesar de
que aún podía sentir sus labios en los míos, su mano en mi cuello, la imagen de su
rostro cuando comencé a sollozar. Era demasiado humillante.
Luego estaba el pensamiento de David, sonriendo y frunciendo el ceño y
molestándose, y marchándose. David era cruel e intimidante, luego David
temblaba y se asustaba como el niño que yo aún recordaba que fue mi mejor
amigo. Todo eso me dejaba desconcertada e intrigada y, finalmente, me llenaba
con dolor; Luego me recordé a mí misma lo que él me arrebató —una noche
encantadora, un dulce primer beso, un recuerdo al cual aferrarme— y eso trajo una
oleada de furia. Cuando la furia comenzó a disminuir, la imagen del señor
Kaufman manejando su camioneta, entrecerrando sus ojos y desviándose del
camino volvió a incrementarla.
A veces imagino lo que haría si tuviera una máquina del tiempo y podría
regresar unos minutos atrás en mi vida. En esta máquina viajaría a la noche del
accidente, en lugar de pedir permiso para ir a casa y hacer tarea, decidiría ir a
Freezy con todos los demás. Mis padres y Toby y yo regresaríamos caminando a
nuestra casa y tomaríamos nuestro propio auto y planearíamos encontrarnos con
los Kaufman allí. El señor Kaufman se podría un poco triste porque no fuéramos a
ver su nuevo auto, y mi padre estaría feliz por eso. Comeríamos el postre, y sería
totalmente aburrido, y luego regresaríamos a casa por más aburrición. Pero mis
padres estarían ahora en la planta baja, discutiendo con Toby por dejar sus calcetas
sobre el sofá.
Esta cosa de no poder dormir era peor, por supuesto, pero yo no parecía
tener algo que decir al respecto. Me acostumbré al dolor de cabeza y el ardor
detrás de mis ojos, la sensación de presión en cada uno de mis músculos. Este tipo
de cansancio me hacía sentir de alguna manera más despierta.
Y los cuerpos de mi familia me hacían compañía.
No podía dejar de pensar sobre cuál fue su apariencia. Nana había insistido
en ataúdes cerrados. Esa era la tradición Judía, dijo ella, pero yo sabía que era
también debido a las quemaduras y por mi madre. Ella fue una donante de
órganos, y en algún lugar allí afuera, había personas viviendo con partes de ella.
Pero por ahora, todo lo que podía hacer era pensar en mamá como Sally de El
Extraño Mundo de Jack, con esos trajes hechos de varias telas juntas.
¿Cuál era la apariencia de su piel? ¿Qué tan malas fueron las quemaduras?
¿Hacían que sus caras parecieran pacificas o angustiadas?
Deseé haber tenido el valor en el funeral para ver dentro de esos tres
ataúdes, uno más corto que los otros dos. Para decirme a mí misma que esta sería
la última vez que mis padres y Toby estarían físicamente en el mismo mundo
juntos, y apreciaría ese momento lo suficiente para poder despedirme.
Ahora la lluvia golpeaba más duro contra el cristal, como si tratara de alejar
esas imágenes de mí. Quería sacar a mi familia de esos ataúdes y que hablaran y
respiraran. Que hicieran cosas.
—Qué lástima que no haya sol hoy —dijo mi mamá en mi cabeza. Mi madre
odiaba cualquier día que no implicara el sol. Ella lo buscaba a donde quiera que
fuera, moviendo su silla de plástico en el patio trasero mientras el sol hacía su
recorrido. Ella succionaba la luz del sol como una planta a la fotosíntesis, y nunca
veía la belleza en el mal clima.
Papá si lo hacía, sin embargo. Su voz diría—: Guau, mira como el viento sopla
la lluvia en la acera. Observa el cielo. Podemos ver algunos rayos. Oye, Laurel, hay una
palabra aquí que tú podrías usar para tus formularios de Universidad. ¿Adivinas cual es?
Sí, papá. Fulminante: “Para causar explosiones”.
Toby. ¿Qué estaría diciendo Toby? —¡Iré afuera de todos modos! —Lo imaginé
en la puerta, poniéndose sus botas de caucho, tomando un frasco vacío de
mermelada en caso de que encontrara algo para meter dentro. Le gustaba capturar
gusanos y echar sal sobre ellos para verlos retorcerse, y yo le gritaría que no fuera
tan cruel.
Mi cuerpo se sacudió con sollozos otra vez, y agarré la toalla que Nana
había dejado en mi buró. Se me habían acabado los pañuelos el primer día después
del baile.
Nana debió de haberme escuchado estar oficialmente despierta, y tocó la
puerta una vez antes de entrar. Ella no entraba lentamente a la habitación más, si
no que se adentraba apresuradamente.
—¿Saldrás de la cama hoy, cariño?
—Probablemente no.
La boca de Nana formó una línea, y me giré para mirar el techo.
—Creo que deberías. Hablé con Suzie Sirico. Ella puede hacer un hueco para
venir a verte hoy.
—Por favor, detén esa cosa de Suzie. Nada va a suceder.
Nana suspiró y se marchó con el mismo ritmo rápido con el que llegó. Tenía
el presentimiento que para ella, mi tiempo en mi cama, empapada de dolor, tenía
un límite de cuarenta y ocho horas para expirar.
Pero el tiempo no parecía importar más. Era algo que podía alargarlo o
acortarlo o arrojarlo al suelo como yo quisiera. En el fondo de mi mente borrosa y
vibrante, sabía que hoy era martes. Imaginé el ritmo en la semana escolar, el aire
silencioso que rodearía a la Extraña de Laurel. Las personas quienes habían
presenciado mis repentinos gritos y lo más importante: Joe, quien me besó en ese
momento. No podía siquiera pensar en ello.
Me giré hacia la pared y me cubrí la cabeza con una almohada, luego oí a
Masher entrar, el ligero tintineo de su collar. Nana debió haber dejado la puerta
entre abierta del dormitorio. Sniff, sniff, snif, escuché sus olfateos mientras mis
hombros subían y bajaban. Oí un ruido sordo cuando dejó caer su trasero en el
suelo, thump, thump, su cola golpeaba el piso. Normalmente le tomaba a Masher un
par de segundos notar que no respondería para marcharse, después escucharía el
suave tintineo alejándose al irse. Pero ahora el thump, thump, seguía golpeando.
Aparté la almohada de mi rostro y me giré hacia él.
—Lo siento, amigo, hoy no. Pídele a Nana que te deje salir al patio.
Masher estaba inclinando su cabeza y abriendo mucho sus ojos, como los
perros hacen cuando tratan de hacerte mover, pero justo ahora, él le pertenecía a la
persona que había causado el más vergonzoso momento de mi vida. Rodé sobre mi
espalda y esperé el sonido de él yéndose, lo cual tomó unos segundos. Luego
escuché el sonido por el pasillo de Masher lloriqueando, y Nana murmurando
algo, y la puerta trasera abriéndose y cerrándose.
Fue lo último que oí antes de caer profunda y verdaderamente dormida sin
sueños.

—¿Laurel? Suenas rara.


—Acabo de despertar de una siesta.
Había estado durmiendo durante ocho horas cuando llamó Meg, y Nana
trajo el teléfono y me hizo sentarme. La luz de la tarde viajaba por mi habitación, y
aunque mi cuerpo estaba medio descansado, se sentía pesado, como si estuviera
muriendo de hambre.
—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó Meg, su voz insegura nuevamente.
Odié escucharla así conmigo.
—Dormía. Eso es bueno, supongo. —Quería preguntarle sobre la escuela,
sobre Gavin. Tenía el vago recuerdo de Meg sosteniéndome la otra noche, su
peinado desecho, los tirantes de su vestido torcidos sobre sus hombros de la sesión
de besuqueo interrumpida en la limusina. Pero las palabras no vinieron.
—Eso es definitivamente bueno —dijo, luego respiró rápido y agregó—: Sé
que esta es la última cosa que quieres saber justo ahora, pero tengo que hacerte una
pregunta.
—De acuerdo.
—Sobre PAE.
Ugh.
PAE significa Programa de Artes Escénicas. Era un campamento en la
provincia. Unos meses atrás, Meg y yo habíamos codiciado el trabajo de verano
como asistentes de consejeros.
—Lo olvidaste —bromeó con suavidad.
—No —mentí, mi garganta repentinamente seca.
—Bueno, nuestra documentación debe estar lista esta semana.
—Dijiste que tenías una pregunta.
—¿Aún vas a hacerlo? ¿Conmigo?
Cuando fui entrevistada para el trabajo, el director me preguntó porque lo
quería, y respondí—: Porque amo el teatro, en especial todo lo que pasa detrás de
las escenas, y quiero compartir mi amor con los niños. Creo que tengo mucho que
dar a los campistas.
Pero ahora parece que fue hace años cuando tenía algo que dar a los demás,
especialmente a un grupo de estudiantes amantes del drama.
—No creo que pueda —le dije a Meg, luchando por mantener mi voz suave.
—Eso es lo que me imaginaba, pero… tenía que preguntar —se detuvo—.
¿Te parece bien si yo lo hago?
Habíamos ido a la entrevista juntas, y cuando nos enteramos de que fuimos
contratadas, nos enviamos mensajes la una a la otra con millones de signos de
exclamación. ¡Un verano juntas! ¡Trabajando en un campamento! ¡Con chicos guapos
como consejeros!
—Deberías hacerlo —dije, luego, más entusiasta—, quiero que lo hagas.
—De acuerdo. —Hizo una pausa—. Te extraño.
—Hablaremos más tarde. —Fue todo lo que pude responder de regreso,
antes de colgar la llamada y arrastrarme de regreso debajo de las sabanas para
llorar.
Las escaleras de nuestra casa por lo general crujían, pero sabía donde pisar
para evitar eso. En algunos escalones crujía a la izquierda, en otros al lado derecho,
y en algunos exactamente en el medio.
Puse mi pie en un escalón y suavemente moví mi peso sobre él, recordando
cuando tiempo me había tomado descubrir ese dulce punto. Años, en realidad.
Levantarme a la mitad de la noche por un vaso de leche era algo que hacía
siempre. Desde que yo era un bebé, tomaba de mi vasito en la cama. Mis padres
me lo permitían, probablemente porque me ayudaba a dormir toda la noche, pero
al crecer a la edad de cinco quisieron ponerle fin a todo eso. Me ofrecieron un vaso
de agua en su lugar, pero me rehusé. Cuando despertaba y alargaba mi mano para
buscar el vaso notaba que no estaba más, y comenzaba a encapricharme por no
poder beber leche y no podía apartar mis malos sueños. Empecé a bajar a la cocina
a tomar un trago del galón del refrigerador, bebía directamente de la botella, y
entonces subía las escaleras y regresaba a dormir.
Incluso a pesar del baile, era una de las cosas que además del baño, hacía
que me aventurara para salir de mi dormitorio. No quería que Nana lo supiera. Era
consciente de que ella no perdía de vista mis visitas al baño, podía sentirla
escuchando mis movimientos a través del pasillo y de regreso. Ella y Masher eran
iguales en ese sentido; si las orejas de Nana pudieran levantarse como las de un
perro cada vez que la puerta de mi habitación se abría, estoy segura de que eso
pasaría.
Pero Masher era el único que conocía mis viajes de leche. Acababa de llegar
a la cocina y alargar mi mano hasta la puerta del refrigerador cuando escuché el
tintineó de su collar y sus pisadas en el suelo detrás de mí. Antes del baile, esa
compañía era bienvenida, me tomaba unos momentos acariciándolo antes de
regresar escaleras arriba.
Ahora él me miraba mientras abría el cartón de leche y lo llevaba a mis
labios, una intrusión molesta. Lo ignoré.
Cuando terminé, miré la caja de cartón. En el pasado, siempre era un galón
grande; necesitábamos mucha leche en la casa, entre Toby y yo bebiendo y el café
de papá y el té de mamá, y el cereal y el omelet y las ocasionales recetas de cocina.
No había notado la diferencia hasta ahora; Nana compraba menos leche.
Miré a mí alrededor en la oscuridad en la mitad de la cocina, iluminado sólo por la
luz de la estufa. ¿Qué más había cambiado?
En la despensa, los estantes se encontraban llenos, pero las cosas familiares
habían desaparecidos. Como los Cheetos que Toby tanto amaba. Mi madre los
compraba para él y luego se quejaba de que ensuciara de polvo naranja todo lo que
él tocaba.
El mostrador estaba limpio. Eso era inusual. Mi mamá y papá jugaban un
juego de turnos para limpiar el mostrador. Cada uno pensaba que era el turno del
otro y después se rendían con un suspiro de resentimiento. Lo cual no ocurría muy
a menudo; las migajas y manchas eran cosas que había dejado de notar hace
mucho.
Entonces noté el juego de cuchillos. Nadie en nuestra casa podía meter los
cuchillos correctamente en las ranuras. Cada uno tenía su propia manera de
hacerlo. Papá siempre los ponía hacia la izquierda porque era zurdo, mamá y yo lo
hacíamos al azar. Toby siempre ponía los cuchillos pequeños en las ranuras
grandes por pura pereza. Pero ahora estaban perfectamente organizados, cada uno
en su lugar, cada cuchilla hacia la derecha. Tomé uno y se veía más brillante, más
nítido que nunca.
Sosteniendo la hoja de cuchillo contra la palma de mi mano, se veía tan claro
contra mi vida llena de sombras ahora. Las manchas en él se habían ido, como las
personas y todo lo conectado a ellos. ¿Estaba esto en mi futuro? Cada momento,
cada pequeña cosa que viera e hiciera y tocara me recordaría la pérdida. Cada
espacio en esta casa y en mi ciudad y en el mundo en general, sería un vacío que
nunca podría ser llenado.
No puedo hacer esto.
Ese pensamiento me doblegó y me senté en el suelo, el cuchillo en mi mano.
Y además, ¿por qué debería hacerlo?
Viendo la planta del cuchillo en contraste con la textura de la piel de mi
muñeca, no pude alejar la peligrosa pregunta fuera de mi mente.
¿Vale la pena vivir con todo este dolor?
Había visto las películas en mi clase de salud y había asistido a las
asambleas escolares. Me había considerado a mí misma deprimida algunas veces,
en la secundaria y por un buen mes en el noveno grado. Me pregunté sobre las
diferentes maneras en que puedes acabar contigo mismo, y cuál sería la que yo
elegiría si llegara a ese punto. ¿No es lo que todo el mundo se pregunta?
Pero la palabra suicidio siempre ha parecido más bien un cliché.
Sí, sí. No tomas esa “decisión final.” ¡Sólo deberías hacerlo!
Pero ahora veía esto de manera totalmente diferente.
—¿Sabes cómo se suicidó Hemingway? —me preguntó una vez mi papá
cuando me vio leyendo Adiós a las Armas para mi clase de inglés—. Puso un arma
en su boca y tiró del gatillo. Le tengo un gran respeto por eso. Es complejo, pero es
rápido. ¿Quién quiere desangrarse hasta morir en una bañera o caer desde la
azotea de un edificio?
—Me gusta más estrellar el auto a exceso de velocidad contra la cochera —
dije. Mi padre y yo teníamos ese tipo de conversaciones, horrorosas, de hecho en
broma.
—Demasiado cobarde —dijo—. Es como irte a dormir y no es complicado o
doloroso. Quiero decir, si vas a hacerlo, ¡Entonces, hazlo!
Si vas a hacerlo, ¡Entonces, hazlo!
No había nada en este momento para detenerme. Miré el cuchillo otra vez
por lo que pudo haber sido dos segundos o dos minutos. Todo a mí alrededor y
dentro de mí se congeló.
—¿Laurel?
La voz de Nana fue como un teléfono sonando, un sonido alto y claro. La
cocina se inundó de luz.
Levanté la mirada a ella, mientras me observaba a mí y luego al gran
utensilio en mi mano.
Su expresión me hizo dejarlo caer al suelo con un ruido metálico
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Corregido por Melii

La oficina de Suzie Sirico era en realidad sólo un pequeño estudio en su


gran casa. Estaba en el primer piso y tenía su propia entrada en la parte trasera de
la casa, y me sentí un poco como personal contratado mientras caminaba por los
escalones a través del pasto hacia una puerta de madera blanca.
Adentro había un sofá y dos sillas, con una mesa de café entre ellas. Todo
era mullido y con un estampado brillante, como una de esas habitaciones que ves
en catálogos pero no puedes imaginar a gente real usándola.
—Oh, mira —decía mi mamá cuando esos catálogos llegaban por el correo—.
La forma de comprar para gente que no tiene estilo pero quieren pretender que sí lo tienen.
—Ella podía ser una snob acerca de quien nació con un ojo artístico y quien no.
Suzie se sentó en una de esas sillas cuidadosamente diseñadas, con un bloc
de notas y una lapicera en su regazo, descansando su mano en su barbilla mientras
me miraba curiosamente.
Me senté en el extremo del sofá, el más alejado de Suzie, con mis manos
trabadas en mis rodillas.
Estaba aquí. Bañada, vestida, fuera de la casa.
—Laurel, vas a hacer esto. Por mí. ¿Sí? —casi preguntó Nana la noche
anterior mientras me llevaba a la cama.
Sí, iba a hacerlo. Por ella.
Ahora, Suzie sonreía un poco, todavía curiosa, como si yo fuera un paquete
que encontró en la puerta de su casa y no quisiera abrir todavía. Habíamos estado
sentadas en silencio por un minuto.
—Me alegra que estés aquí —dijo finalmente.
No era una pregunta así que no respondí.
—Escuché que Gabriel Kaufman fue movido a unas instalaciones de
cuidados a largos términos en New Jersey, y que David se está quedando con
familiares cerca de ahí.
—Oh. —Sólo el escuchar el nombre del señor Kaufman era como una
bofetada en mi cara, pero no lo dejé ver.
—Pensé que quizás habías oído de él, ya que todavía tienes a su perro. —Lo
hizo sonar como si hubiera pedido prestado uno de los CD de David y siguiera
olvidándome de devolvérselo.
—No lo hice. —Miré mis pulgares alineados uno al lado del otro y noté
como los pliegues de los nudillos no coincidían exactamente.
—Mencioné a David porque entiendo que recientemente tuviste una mala
experiencia con el. —Sí, gracias por recordármelo—. ¿Quieres hablar de eso?
La miré y sólo sacudí mi cabeza. Suzie me consideró por un segundo, luego
escribió algo en su libreta. Observé la punta de su lapicera menearse mientras
hacía un sonido de suaves arañazos, como si le susurrara algo.
—Está bien —dijo abruptamente dejando la libreta en la mesa junto a ella—.
Entonces tengo algo divertido que me gustaría mostrarte.
Suzie se paró y fue hacia la biblioteca, encontró una caja de madera al lado
de una figura de un hada sentada en una roca, y se volvió a sentar. Abrió la caja y
sacó lo que parecía una baraja de cartas de gran tamaño.
—Las llamamos Tarjetas de Emociones Descontroladas —dijo, sonriendo
mientras miraba una—. Pienso en ellas como un juego. Te muestro una tarjeta con
el principio de una oración, y dices lo primero que te viene a la mente para
completarla. ¿Lo intentamos?
Eso sonaba estúpido pero ni siquiera tenía la energía para decirlo, era mas
fácil encogerme de hombros y asentir.
Suzie sacó una carta, la miró con otra sonrisa y me la entregó.
Debajo de un dibujo de una flor marchita estaba escrito:
CREO QUE CUANDO ALGUIEN MUERE, ELLOS…
Me están cuidando.
Eso es lo que apareció en mi cabeza, tomándome por sorpresa.
Pero no podía decirlo en voz alta. Odiaba pensar a lo que ello llevaría.
En vez de eso, dije—: Se van.
Suzie levantó una ceja. —Se van, ¿cómo?
—Sólo se van.
Miré la carta expectante, como Golpéame de vuelta.
Frunció el ceño pero me entregó la siguiente.
ESTOY ENOJADO PORQUE…
Nada irá según lo planeado.
No.
—Tengo que estar aquí hoy.
Suzie me miró, de vuelta con curiosidad y cuidadosamente dejó la carta en
la baraja. Se tomó un gran trabajo para lentamente remplazar la primera tarjeta,
poner la pila en la caja, y dejarla en la mesa junto a la libreta. Sus movimientos
parecían calmados, aunque hostiles.
—Laurel —dijo, mirándome ahora con compromiso, su cara libre de
preguntas—. ¿Crees que tu relación con tus padres y tu hermano terminó?
La fuerza de eso me hizo despegar. Mis hombros golpearon el respaldo del
sillón y mis manos salieron de entre mis rodillas. No sabía que hacer con ellas así
que las doblé sobre mi estómago.
—Claro que se terminó. Están muertos.
—¿Así que nunca más van a volver a ser parte de tu vida?
—Bueno, sí. Están muertos. —¿Por qué tenía que seguir repitiendo esto? ¿Me
había confundido con alguien más?
—¿No van a tener ninguna influencia en ti? ¿No van a contribuir en quién
eres o en las decisiones que tomes?
Ahora fue mi turno de mirarla con curiosidad.
—Laurel, sufriste una perdida terrible. Peor de lo que mucha gente puede
imaginar. Pero puedes sobrevivir a este trauma, y una de las muchas maneras que
te van a ayudar a hacerlo es pensar en tu relación con tu mamá, tu papá y tu
hermano como cosas que puedes trabajar y descubrir, aunque esas personas que
amas no estén viviendo.
Sentí algo abrirse dentro de mí, y el calor de lágrimas en mis ojos. Era un
calor extraño, de alivio. Suzie no sonrió, ni asintió, ni actuó toda victoriosa. Me
miró con más determinación.
—Esto va a ser duro Laurel. Pero valdrá la pena.

Esa noche dormí, pero me levanté temprano con el sonido de alguien con
arcadas y tos. Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a Selina mirando con
disgusto a la fuente del ruido.
Que era Masher, en el medio de mi habitación, escupiendo algo en la
alfombra violeta. Había una mancha rosa al lado de una pila de mi ropa.
Asqueroso, pensé. ¿Qué había comido que era rosa?
Pero mis habilidades como pintora me recordaron, rojo y violeta hacen rosa.
Estaba vomitando sangre.
Salté de la cama y agarré a Masher gentilmente de las orejas, forzándolo a
mirarme. Sus ojos estaban inyectados de sangre, y aunque era la primera vez que
lo tocaba en días él pareció no reaccionar. Sólo sacudió la cabeza y cayó en el suelo,
donde noté una mancha más vieja a unos centímetros.
—¡Nana! —grité.
Escuché unos pasos desenfrenados haciéndose más fuertes, y luego Nana
entró en mi habitación, en pánico. —¿Qué? ¿Qué pasó?
—Masher está enfermo.
Cerró sus ojos y puso su mano en el pecho. —¡Por el amor de Dios Laurel!
—Su respiración se estabilizó—. ¿El perro?
—¿Notaste algo anoche?
Nana miró a Masher desagradablemente al principio, luego tiernamente.
—No. Quería salir, así que lo dejé. Volvió un poco más tarde de lo habitual,
tal vez.
—Creo que tenemos que llamar al veterinario. El número está en la lista de
emergencias junto al teléfono.
Nana me miró y luego a Masher. No se quién se veía más patético.
—¿Quieres que lo busque?
—Sí, si puedes —dije.
El doctor Fischer había sido nuestro veterinario por años. Su hija estaba en
la clase de Toby. Pensé en ella y su clase mirándome. Sabiendo lo que había pasado
en la noche de la graduación.
Nana se encontraba casi en la puerta cuando dije—: No creo que pueda
llevarlo ¿Podrías hacerlo?
Se volteó lentamente. —No Laurel. Tú trajiste al perro. Tú eres responsable
de él.
Miré a Masher, sus ojos no suplicaban más, y retiré la cara de David de mi
mente así ya no la conectaba con el perro.
—Entonces tráeme las páginas amarillas —dije—. Encontraré otro
veterinario.
El Hospital de animales Ashland se hallaba en la calle Ashland en la ciudad
al este de la nuestra, pero por suerte para ellos estaban primeros en la guía
telefónica. Nana se estacionó y me miró por el espejo retrovisor. Me senté en el
asiento trasero con Masher en mis brazos.
—¿Quieres que llame a la abuela de David? Estoy segura de que se puede
poner en contacto con él.
—¡No! —dije.
—Laurel, él debería saber.
—Es mi culpa que él se enfermara. Yo trataré con esto.
—Le tendrás que decir en algún momento.
—No si puedo evitarlo… —Mi voz estaba en el borde de la ira. Sólo podía
ver los ojos y las cejas de Nana enmarcadas en el espejo pero por su silencio supe
que lo entendía
—¿Quieres que entre? —preguntó, suspirando.
Rindiéndose.
—Sólo si quieres.
—Traje un libro —dijo señalando la cubierta en el asiento al lado de ella, lo
cual supuse significaba que se iba a quedar leyendo en la comodidad del auto y no
en la sala de espera.
—Está bien. Te tendré informada.
Agarré la correa de Masher y lo bajé del auto, luego lo guié lentamente hacia
el edificio. En el segundo que entramos, un perro pequeño con un suéter rojo nos
empezó a ladrar. Masher podría habérselo tragado como a un bocadillo, pero se
acobardó y eso me dijo que tan mal se sentía.
Llegamos al escritorio rodeando la habitación, lejos del ruidoso mini-lo que
fuera.
Cinco minutos después nos encontrábamos en una sala de examinación con
Masher acostado en una camilla mirando la pared. Seguí su mirada hacia un póster
con dos gatitos esponjosos usando lentes de sol y boinas, con la frase “¡Un par de
gatitos con onda!”
—Sí —dije—. Eso está mal.
Hubo un rápido golpe en la puerta antes de que el doctor entrara.
—Hola, soy el doctor Benavente —dijo en una voz que sonaba mucho más
joven de lo que parecía. Tenía el pelo como sal y pimienta y grandes anteojos, y
parecía más como un científico loco en esa bata que a un veterinario, pero también
como alguien en quien podías confiar.
—Soy Laurel, y este es Masher.
Le sonrío tristemente a Masher. —Hola, amigo —dijo. Luego como si fuera
una idea tardía, me miró y agregó—: Encantado de conocerte. Así que ¿qué está
pasando con este chico? ¿Me dicen que está tosiendo sangre?
—Sí, y se ve bastante fuera de sí.
—¿Empezó esta mañana?
—Sí. —Eso pensaba. La verdad es que podría haber estado así un día o dos
y ni me habría enterado.
Miré al Dr. Benavente examinar los ojos, oídos, y boca de Masher, y tocar
alrededor del collar. Su cara era como una piedra, no podía leerla.
—¿Tiene diarrea? ¿Algo con sangre? —preguntó.
—No... No lo sé. —¿Cómo podía decirle que nadie lo había estado paseando
últimamente? Luego recordé algo del día anterior: Nana gritándole abajo, diciendo
cosas como “asqueroso” y “no deberías hacer eso” suficientemente alto para que lo
escuchara.
El Dr. Benavente me miró diferente ahora, como si hubiera caído en otra
categoría para él. Alguien que no cuidaba bien de una mascota.
—Vamos a hacerle algunos estudios, pero creo que este chico ingirió veneno
para ratas. Desafortunadamente eso es muy común; para los perros el veneno de
ratas se parece a croquetas. Pero también es potencialmente letal para ellos. Me
parece que lo detectamos a tiempo, pero va a necesitar tratamiento de emergencia.
Puse mi mano sobre mi boca y luché por decir algo inteligente. —¿Entonces
por qué hay sangre?
—Algunos venenos matan interfiriéndose con la coagulación de los
animales, así que Masher está sangrando internamente. Me parece que lo ingirió
hace al menos veinticuatro horas, así que es muy tarde para inducir el vomito, pero
podemos darle inyecciones de vitamina K que van a ayudar a la coagulación y
parar las hemorragias. Me gustaría tenerlo aquí un par de días para tratarlo y
observarlo. ¿Está bien?
Me tuvo en “sangrando internamente”. Las lágrimas bajaban por mi cara, y
ni siquiera podía mirar a Masher; tenía que concentrarme en los ridículos gatitos
para mantener un poco el control.
—Por favor hagan todo lo que tengan que hacer.
—Sal y dale esto a Eve —dijo, entregándome un papel amarillo con una
letra incomprensible—. Empezaremos y te daré noticias tan pronto tengamos
alguna.
Sólo asentí y mientras el Dr. Benavente levantaba a Masher, lo miré y dije—:
Lo siento tanto… —Antes de salir corriendo.
En el escritorio principal, una chica un poco mayor que yo, tal vez
estudiante, golpeaba los botones de un fax y maldiciendo por lo bajo.
—Se supone que le tengo que dar esto a Eve —dije moviendo el papel
amarillo.
—Esa soy yo —dijo, estirándose para agarrarlo. Miró las notas y su labio
inferior sobresalió—. El envenenamiento es duro pero están en buenas manos.
—Gracias.
—¿Quieres que haga un estimado de los costos?
Los costos.
Antes de saberlo estaba llorando de vuelta.
—Oh dios, por favor no llores… —dijo la chica—. Va a estar bien. Hay
formas en las que podemos ayudarte si hay un problema financiero.
Sollocé y sacudí la cabeza. —No, no es eso. Quiero decir, un poco. Pero en
realidad me siento terrible. Este ni siquiera es mi perro, pero es mi culpa que se
haya enfermado así que por supuesto debería…
—¿Este no es tu perro? —preguntó Eve con una nueva preocupación. Tenía
un flequillo largo y rubio que le cubría la mitad de los ojos.
—No oficialmente. Yo… él vive conmigo, pero no es… —Miré a Eve que me
escuchaba confundida e interesada.
Ella no me conocía o a David o lo que había pasado. Por esto vine acá. Me di
cuenta de que era la primera vez desde que perdí a mi familia que estaba con gente
que no sabía del accidente, lo que se sentía frustrante y libre a la vez.
—Su dueño no puede cuidarlo por el momento… —finalmente continué
estabilizándome—. Así que lo cuido por un tiempo.
La cautela de Eve se convirtió en una gran sonrisa, como si ahora estuviera
hablando su lenguaje. —Bien por ti —dijo aprobatoriamente. Me miró por otro
segundo y luego dijo—: Oye, no sé si estás buscando trabajo, pero necesitamos
alguien para ayudar en la oficina por el verano. Tenemos a una estudiante, pero se
va la semana que viene.
Me congelé por un momento. ¿Un trabajo?
—¿O tal vez conoces a alguien? Iba a poner un aviso en la escuela
secundaria. Son sólo unas pocas horas a la semana. No estoy segura de cuánto
tiempo tienes.
Pensé en Nana en el auto y en Meg en la escuela y en la inmensa, expansión
de mi cama. Luego pregunté—: ¿Puedes decirme más sobre que se trata?

¡KIERO VERT! ¿PUEDO IR?


Le mandé un mensaje a Meg apenas llegamos a casa. El cielo se había vuelto
blanco y el aire estaba más pesado, preparándose para algo. Pero después de mi
mañana, el golpe de ver a Masher sufriendo y tener que dejarlo en el veterinario, y
luego arreglar para ir el lunes para mi entrenamiento como asistente, no me sentía
como para quedarme en casa.
¿ME STAS CARGANDO? VN EN CUANTO PUEDAS.
Me respondió.
—¿Está bien si voy a lo de Meg? —le pregunté a Nana. Sus ojos brillaban. Ya
habían chispeado un poco cuando le pedí permiso para trabajar en lo del
veterinario. Cualquier cosa que me sacara al mundo, a hacer cosas, aparentemente
causaba que algún poder saliera de ella.
—Por supuesto. Sólo llámame si piensas que vas a tardar.
Asentí y me dirigí hacia su casa.
Era la primera vez desde el accidente que caminaba la distancia entre mi
casa y la de los Dill, en vez de manejar. Y me golpeó, es verano. Todavía era
primavera cuando mi familia murió, los árboles recién empezaban a crecer. Ahora
siete semanas después una delgada tela verde cubría las casas de mi vecindario y
caía en matas a lo largo de ambos lados del camino que había caminado tantas
veces en mi vida. El viento volaba todo en su camino y el zumbido de las
chicharras subía y bajaban con el mismo ritmo. Estaba acostumbrada a notar
escenarios y paisajes debido a mis pinturas para el club de drama. Esta vez era
como si el paisaje me notara a mí.
Pensé en Masher. Parte de mí se preguntaba si lo había hecho a propósito,
comer el veneno para ratas —probablemente en la casa de algún vecino en sus
salidas nocturnas— sólo para herirme por haberme alejado de él. Era como si
dijera: La terapia es genial pero en algún punto vas a tener que prestarle atención a las
cosas.
Como a mi mejor amiga.
Cuando llegué a casa de Meg, abrí la puerta trasera y la llamé, luego caminé
a través de la cocina pasando el desayunador bajo el cual unas letras bordadas
dentro de un marco decían “Bendice Esta Casa”. Aunque nuestras casas fueron
construidas el mismo año por la misma compañía, y tenían casi la misma
disposición excepto por algunas pequeñas diferencias —en la casa de Meg la L de
la cocina doblaba a la izquierda y en la mía a la derecha— dentro eran mundos
aparte. La señora Dill decoraba sus habitaciones con muebles y telas de Pottery
Barn así que todo combinaba. No estaban llenas con quince diferentes cosas de
ocho distintos viajes al extranjero, como la nuestra. La casa de Meg se veía mucho
más como las casas que ves en películas y comedias y a veces la envidiaba por eso.
—¿Hola? —grité desde las escaleras.
Escuché como se abría la puerta del cuarto de Meg, luego se cerraba, y como
Meg corría por el pasillo.
—Hola —dije.
No paró, en cambio, me abrazó fuerte. —No puedo decirte lo feliz que estoy
de que hayas llamado —dijo agarrando mi codo y empujándome hacia la puerta—,
vamos a dar un paseo.
Justo antes de que volteara para seguirla, escuché voces viniendo de la
habitación de sus padres y música fuerte de la de Mary.
Afuera, Meg sacudió su cabeza a los bosques detrás de su casa y la seguí sin
poder mirarle la cara. Pero algo en la forma que sus hombros se cuadraban ángulos
rectos me dijo que ella no estaba bien. Una vez que paramos, pasando la pared de
árboles que delimitaba la propiedad de los Dill, tiré de la parte de atrás de su
camiseta.
—¿Qué pasa? —pregunté suavemente.
Se volteó hacía mí, viéndose un poco culpable. —Necesitaba alguien con
quien hablar pero tenía miedo de llamar —dijo, como una disculpa.
—Bueno, estoy aquí.
Meg miró la tierra y las rocas que nos rodeaban, luego de vuelta a mí. —Mi
papá estuvo afuera toda la noche. Volvió esta mañana y… —Paró y sus ojos
recorrieron mi cara—. Te ves distinta. ¿Estás bien?
—Algo pasó hoy pero te lo digo después. Tu papá estuvo fuera toda la
noche, volvió a casa y…
Tomó una pausa, luego sacudió su cabeza. —No, está bien. No es gran cosa.
Él y mi mamá sólo tuvieron una pelea y medio como que me asusté. Quiero
escuchar sobre lo que te pasó.
—¿Estás segura? —pregunté. Era extraño ser la que ponía la mano en su
codo y sonaba preocupada.
—Positivo —dijo Meg, y me indicó que siguiera caminando. Así que
hicimos nuestro recorrido habitual por los bosques pasando las casas de los
vecinos, hacia una roca plana lo suficientemente grande para que se sentaran dos
personas. Le conté sobre Masher y el veterinario y Eve y el trabajo.
—Eso es terrible, pero que bien lo del trabajo —dijo—, ¿así que supongo que
no vas a volver al colegio este año? —Dijo esto con una casualidad fingida,
especialmente lo de “volver al colegio” mirando los arbustos.
—No estoy lista. Igual son sólo dos semanas, ¿cierto?
Meg asintió pero siguió sin mirarme. No estaba segura si mi ausencia en la
escuela hacía las cosas más fáciles o más difíciles para ella.
—Deberías mandarle un mensaje a Joe —dijo finalmente.
—Ese barco ya partió —contesté rotundamente—, se fue.
—Oh, creo que ese barco puede estar rodeando el puerto. Él preguntó por ti
un par de veces.
—Si quisiera saber cómo estoy, me podría haber mandado un correo.
Se encogió de hombros. —Es un chico. ¿Qué esperabas?
No tenía una respuesta para eso. Estuvimos en silencio por unos momentos.
—Oye, ¿quieres ver mis fotos de Six Flags? —dijo de repente—. Algunas son
muy graciosas.
—Por ahí en otro momento. —O nunca. No tenía ganas de ver al resto de
mis compañeros divirtiéndose en el viaje de fin de clases al parque de diversiones.
Tuvimos otra pausa. Esta vez yo llené el silencio.
—¿Todavía hablan de mí? ¿Sobre la noche de graduación?
Meg hizo una pausa. —No, creo que pararon. Por suerte, alguien rompió
cuatro ventanas en el ala de ciencias, y ese es el tema del momento.
—Cuando encuentren quien lo hizo —dije—, recuérdame que le agradezca.
Sonrió y luego se puso seria. Se estiró y me tocó el hombro.
—Va a ser un buen verano, Laurel. Lo haremos un buen verano.
Tenía razón, y la abracé, y mientras teníamos nuestros brazos alrededor de
la otra hice una nota mental para averiguar, algún día pronto, la historia completa
de su papá no llegando a casa y por qué estaba tan desesperada por hablar. Algún
día pronto.
Traducido por larosky_3
Corregido por Melii

Masher iba a estar bien. Luego de dos días en el hospital ya estaba listo para
ser dado de alta, y Eve me llamó de Ashland para compartir las buenas noticias.
Nana recibió más de sus cosas vía UPS esa mañana, enviadas por uno de sus
amigos. Me paré en la puerta de la habitación de huéspedes y la miré desempacar
sus cosas en el viejo placar que mi mamá y yo una vez cubrimos con flores
pintadas.
Mamá me dijo—: ¡Cariño, tus rosas tienen dimensiones! —Y ni siquiera estaba
segura de como lo había logrado. Era una de las primeras veces que ambas
habíamos pensado que quizá tenía un poco de talento en esta área. En los
siguientes meses encontramos y decoramos otra docena de muebles: una mecedora
con viñas recorriéndola, un baúl de juguetes con el alfabeto.
Cuando nos quedamos sin espacio para nuevas piezas, mamá quiso que
pintáramos un mural en la pared del vestíbulo, pero mi padre rechazó la idea,
diciendo—: Va a parecer un grafiti, y los vecinos se van a asustar cuando vengan.
Ahora, miraba a Nana sostener una bufanda de seda y mirarla
cariñosamente antes de dejarla en uno de los cajones cubiertos de rosas. Miró hacia
arriba y se sorprendió cuando me vio.
—Oh, no te vi ahí.
—Masher ya puede venir a casa.
Me miró como, Oh, Dios.
—Voy a ir a buscarlo.
—¿Quieres que te lleve?
—Gracias, pero… no. Puedo hacerlo yo sola. Me tengo que acostumbrar a
manejar al trabajo, ¿no?
Empieza con cosas pequeñas, dijo Suzie en nuestra segunda sesión ayer, sólo
métete en ellas y ve como se siente. Iba a ir a verla dos veces por semana por un
tiempo.
Así que me di vuelta, bajé las escaleras, sacudiendo las llaves del auto para
mostrar que, sí, realmente iba a hacer esto.
El asiento del conductor del Volvo siempre olía como a mi mamá, una
combinación rara de café y frutillas. Ahora eso se había ido, el perfume de Nana —
lápiz labial y laca para el pelo— había tomado su lugar. Descansé mi mano en la
rueda delantera y se sintió bien. Miré al auto de mi papá, un Volkswagen
deportivo verde que él había estado tan emocionado de comprar por que le
recordaba al conejo que había tenido en la secundaria.
Hola, auto de papá, pensé. Te sacaría a dar una vuelta pero él nunca me enseñó
como manejar un auto con cambios.
Cinco minutos después dirigía el Volvo al hospital de animales, yendo lento
primero y llegando al límite de velocidad luego de un rato.
No me sentía asustada o nerviosa, y eso me sorprendió un poco. Para
cuando llegaba a casa con Masher en el asiento del pasajero al lado mío, manejar se
sentía bien. Él sacaba la cabeza por la ventana, dejando que su lengua colgara en el
viento con esa mirada de perro de “¿Realmente está oliendo?” En su cara y pensé,
este es un momento donde todo esta bien.
Masher no tenía la misma energía cuando lo bajé del auto pero fue
felizmente hacia la casa, con compromiso. Era ese compromiso que me tiraba del
corazón y me recordaba la desatención de a quien pertenecía, o las otras cosas que
me sentía o no capaz de hacer, era su guardián ahora.
Adentro, Nana estaba aspirando la sala.
—¿Esperamos a alguien? —bromeé.
Nana apagó la aspiradora y miró a Masher. —Se ve bien —dijo, luego de
una pausa agregó—: David va a venir a verlo. Va a estar aquí en una hora.
Rápidamente apartó su mirada de mí y volvió a prender la aspiradora.
El calor recorrió mi cuerpo, empezando con mi cara y bajando. Haciéndome
enfermar de repente.
—¿Por qué hiciste eso?
Mantuvo sus ojos en la alfombra aunque sabía que me escuchó, cosa que no
era para nada como ella. Era claro que tan culpable se sentía.
—Sé que estás enojada con él —dijo sobre el sonido de la aspiradora. Lo dijo
tan casualmente que desencadenó algo en mí.
—¿No estás enojada también?
Ahora apagó la aspiradora y me miró, sin sorprenderse por la pregunta. —
Estoy un poco enojada. Él no debió haber dicho lo que sea que dijo para
molestarte. Pero no deberíamos juzgar a las personas por algo que pasó una sola
vez.
—No creo que pueda hacerlo con él.
—Es difícil. Pero estuve alrededor un largo tiempo, y aprendí las cosas en la
forma dura. —Se veía sabia, su cara llena de historias que todavía tenía que oír.
En vez de pedirle que se explicara, solté—: ¿Por lo menos estás enojada con
el señor Kaufman?
Nana frunció sus labios por un momento como si nunca se le hubiera
ocurrido que yo pensara sobre esas cosas. Tomó aire y lo mantuvo, lo que sabía era
su forma de prepararse para decir algo importante.
—Sí. Rompí mi regla en eso. —Hizo una pausa—. Pero si no puedo cambiar
algo no gasto energía en eso. Tu abuelo murió tempranamente porque se
preocupaba por cosas sobre las que no tenía control.
Esas historias si las había escuchado. Mi abuelo era un clásico tipo A y
cuando tuvo el ataque al corazón a los sesenta y cinco años, estaba a sólo dos
semanas de retirarse como abogado de familia.
—Tenía que decirle a David sobre su perro. Era lo correcto y lo sabes —
agregó Nana—. Puedes estar aquí o no. Es tu decisión.
Todavía tenía las llaves del auto en la mano, y trazando las ranuras de la
llave con mi dedo me llevó de vuelta ese momento donde todo estaba bien.
Sin despedirme, di la vuelta y salí por la puerta, cerrándola antes de que
Masher pudiera seguirme.

Manejé por más de una hora, tomando una ruta alternativa, recorriendo las
calles de la ciudad. Algunas eran familiares al punto de conocer quien vivía en
cada casa. Algunas sólo las conocía de algún recuerdo. Este es el camino que
usábamos para ir al centro comercial Brichwood. Esta es la mejor calle para hacer dulce o
truco. Llegaba a una intersección sin saber si ir a la derecha o a la izquierda y luego
giraba las ruedas en la dirección que me parecía en el último segundo.
Eventualmente pasé la secundaria y luego seguí por el viejo camino que
terminaba en mi vieja escuela primaria. Era un edificio cuadrado, desmadejado,
todo de ladrillos y vidrio, y miré las ventanas de lo que había sido mi aula en tercer
grado.
Me estacioné en el estacionamiento para padres, mirando a un grupo de
chicos correr de acá para allá. Debían de tener nueve años. Tener una vida simple
sobre la familia y los amigos y quien estaba enojado con quien y que juegos querías
jugar en el receso, y conseguir estrellas doradas en los exámenes de deletreo, y
sentir ese primer amor.
Laurel, tenías todo en ese momento y ni siquiera te diste cuenta.
En vez de arriesgarme a que alguien llamara a la policía por la extraña chica
que lloraba en su auto, empecé a manejar de vuelta.
Según el reloj del auto había estado manejando por una hora y media.
Decidí pasar por la casa a ver si David ya se había ido. En algún momento tendría
que verlo, pero no hoy, estaba empezando a sentir que valía la pena salir de la
cama.
Pero cuando doblé en la calle de Meg, ahí estaban.
David y Masher caminando solos por el costado de la calle. Tenía que ir más
lento para evitarlo, y no había manera de que no me viera. Podía seguir
manejando. Podíamos ignorarnos mutuamente.
Pero luego me saludó y yo como una idiota, por instinto, lo saludé de
vuelta. Así que no tenía opción más que detener el auto.
—Hola, Laurel —dijo a la ventana abierta, tirando un cigarrillo al piso y
pisándolo.
Se veía más cansado, más demacrado que una semana atrás en la
graduación. Tenía unos círculos oscuros bajo el borde de sus lentes de sol, su pelo
como si no lo hubiera peinado en días. Sus pantalones cubiertos de parches, flojos
en la cintura, y me di cuenta que había perdido mucho peso.
No tenía nada para decir así que miré a Masher, quien estaba radiante con
una incongruente pero entendible mirada de pura felicidad.
—Lo está haciendo bien —dije finalmente, sin mirar a David.
—Sí. Gracias a ti. —Su voz era suave y casi agradable.
—Uh… casi se muere, gracias a mí. —Ahora miraba un árbol.
Examinándolo como si hubiera una razón para hacerlo.
—Laurel, no te hagas eso a ti misma.
Me volteé hacia David, un poco sorprendida por la amabilidad en su tono.
Apagué el auto pero no salí. Me gustaba tener esta barrera entre nosotros.
David tocó el marco de sus lentes, y por un momento pensé que se los iba a
sacar, pero no lo hizo. Supuse que a él también le gustaba su barrera.
—En realidad no te puedo molestar por preocuparte por él, ¿O no? —dijo
David—. Yo soy quien lo abandonó en primer lugar.
Ahora sí se sacó los anteojos. Sus ojos, usualmente grandes y brillosos,
lucían chicos y sin brillo.
—Además, escuché que te alteraste después de que me fui de esa fiesta. Fue
por mí, ¿verdad?
No respondí, ni siquiera me moví.
—Estoy seguro que arruiné las cosas con tu novio —dijo.
—No era mi novio —respondí rápidamente, luego agregué—: pero sí, las
cosas como que se arruinaron.
—No es por dar excusas ni nada, pero estaba borracho y sin dormir.
La palabra excusa sonaba trivial y estúpida, colgando en el aire entre
nosotros. No parecía encajar en ninguna de nuestras vidas.
Salí del auto, apoyándome en el costado. No creí que esperara o incluso
quisiera una disculpa completa por lo de David en el baile. Pero lo que ofrecía,
marcaba una diferencia.
Si no puedo cambiar algo, no gasto energía en eso, había dicho Nana.
Estar enojada con David por la graduación, por lo que su padre pudo o no
haber hecho, tomaba más energía de la que tenía en primer lugar.
—Así que los dos lo sentimos —dije—. ¿Podemos dejarlo ahí?
—Absolutamente. Soy excelente dejando las cosas. —Su boca se elevó un
poco con el juego de palabras, luego miró a Masher de vuelta—. ¿Entonces cómo es
la cosa? Tu abuela dijo que necesita medicación.
—Suplementos de vitamina K. Dos veces al día por lo menos por un mes.
David estaba tranquilo, procesando lo anterior. —Me gustaría llevármelo.
Mis primos dijeron que estaba bien.
Luego me miró, como si tuviera que decirle que estaba bien. Quizás
olvidando que en realidad era su perro y no mío.
Pensé en no tener más a Masher alrededor, e instantáneamente me dolió.
Otra ausencia. Me había acostumbrado a los ruidos y que me siguiera y me mirara.
Pero iba a estar ocupada con el nuevo trabajo, y Nana amaría no tener a “el perro”
alrededor, y no podía arriesgarme a otro accidente.
Además, la forma en que David miraba a su perro olfatear las malas hierbas
en el camino, su cuerpo encorvado y necesitado, me dijo que Masher podría
necesitar de otra persona.
—Le encantará —dije finalmente—. Sólo una cosa. Tiene una cita de
seguimiento en el hospital de animales Ashland en dos semanas.
—Oh, sí, ¿escuché que vas a trabajar ahí?
—Me va a sacar de la casa —contesté.
—Salir de la casa es bueno, lo recomiendo —dijo, dándole una mirada
irónica a la colina detrás de su casa—. Lo voy a traer para su cita, no hay problema.
Sólo mándame la información. Te daré mi correo electrónico.
Mientras David sacaba una especie de recibo de su bolsillo, alcancé el
compartimiento entre los dos asientos del Volvo donde mi madre guardaba
lapiceras y cambio. Saqué una lapicera azul y se la di a David. Escribió algo en el
papel, y me entregó ambos.
No me pidió el mío.
—Vas a casa —dijo vagamente, sin comprometerse, como una pregunta.
Lo habíamos hecho. De alguna manera verlo lo hacía más confuso. Además,
no podía soportar una despedida con Masher.
—Estoy haciendo los mandados así que debería ir yendo. Sólo dile a Nana
que necesitas la medicación. Está todo escrito en la etiqueta.
—Está bien —dijo sólo eso, se puso los lentes de sol y enrolló la correa de
Masher en su muñeca—. Mash, despídete de Laurel.
Masher me miró con sorpresa, y me agaché con los brazos colgando hasta
que saltó encima de mí. Lo abracé, él lamió mi cara. No necesitaba decir nada. No
con David ahí, mirando.
Finalmente me levanté y Masher volvió con David.
—Vamos amigo, encontremos ese gato que te encanta molestar.
Se alejaron caminando y volví al auto. Después de que estuve segura de que
David no podía verme, desdoblé el recibo para mirar su dirección de correo, luego
lo volteé. BIENVENIDO A LA ZONA DIVERTIDA DE ARI, decía. Gracias por jugar.

La primera cosa que Eve me dio cuando llegué a mi nuevo trabajo el lunes
fue una pila de carpetas de treinta centímetros.
—Archivar —dijo—, es la columna de este lugar. —No había ningún signo
de broma en su voz.
—Para eso estoy aquí —dije, tratando de sonar entusiasta. Mi único trabajo
había sido como interna en la agencia de publicidad de mi papá el verano anterior,
y eso había sido sólo por un mes. Se suponía que trabajaría como aprendiz del
director de arte pero lo único que hice fue hacer fotocopias, conseguir sándwiches
y contestar los teléfonos. No me importaba; ganaba más que Meg en Old Navy, y
viajaba a Manhattan en tren con mi padre, y a veces él me llevaba a almorzar.
Cuando no podía, me sentaba afuera en un parque y dibujaba el cielo.
Me encantaba ver a mi papá en su trabajo como contador, pero a veces
parecía que me evitaba. Cuando conseguía verlo en la oficina, estaba en el teléfono
con alguien que estaba enojado, o trataba de arreglar el desastre de alguien más. Se
veía estresado e infeliz hasta que me veía, e instantáneamente ponía una sonrisa
profesional.
—¿Estás triste de ya no ser un periodista? —le pregunté una vez que parecía
especialmente ansioso.
Mi pregunta lo tomó por sorpresa y bajó la hamburguesa que estaba a punto
de morder.
—Bueno, extraño el trabajo en sí. No era fácil, pero era desafiante y divertido. No
extraño la inestabilidad. No saber a donde sería asignado, o si a algún editor le gustaría.
—Podrías volver algún día —ofrecí. Amaba mirar los diarios y revistas viejas
con sus artículos, pasar mis dedos por su nombre en las páginas.
Resopló un poco. —¿Con la universidad a la vuelta de la esquina? No, no lo
creo. Elegí hacer algo que fuera mejor para nuestra familia y donde no tuviera que
viajar tanto, y soy bueno con eso.
Pero miró a la ventana con nostalgia, y me prometí a mí misma nunca
permanecer en un trabajo que odiara.
—Necesitamos conseguirte algunas ropas —dijo Eve escaneando mis
pantalones caqui y mi remera con cuello en V, lo mejor que pude encontrar—. El
Dr. B es muy estricto sobre eso aunque técnicamente no seamos veterinarios.
Tengo un par de prendas usadas en la parte trasera; ve lo que puedes encontrar
por ahora. Te daré el nombre de las paginas webs que tienen algunas lindas.
Eve señaló su remera para indicar la lindura del perro y gato vestidos de
hadas, luego sonó el teléfono y se alejó para contestarlo.
A pesar de su edad, ella claramente mandaba en la recepción.
Tamara, la hermana del Dr. B, era la encargada de la oficina y técnicamente
nuestro jefe, pero se refugiaba en un pequeño cuarto fuera de la recepción y se
concentraba en la facturación. Eché un vistazo a su oficina, y ella levantó la vista de
lo que hacía y me saludó, y la saludé de vuelta.
Me puse a trabajar en clasificar las fichas médicas en los cajones detrás de la
recepción y escuchar mientras Eve se encargaba de los teléfonos, tomando notas
mentales, porque iba a ser parte del trabajo también. Arreglé para ir todos los días
a las tres p.m. —después del colegio hasta donde sabían, porque nadie sabía que
no estaba yendo al colegio— y ayudar hasta las siete p.m., cuando cerraban.
Después tenía que sacar a pasear a los perros, algunos de los cuales estaban siendo
cuidados, algunos recuperándose de una cirugía o tratamiento, como había estado
Masher.
Clasifiqué por veinte minutos antes de que Eve viniera a inspeccionarme.
No se veía feliz con cuan grande seguía siendo la pila, y me miró deslizar una ficha
en la el fichero.
—No —dijo—, luego de que dejas una, tienes que usar tu mano derecha
para hojear las siguientes etiquetas para asegurarte de que están en el lugar
correcto, alfabéticamente. En el pasado, las fichas fueron mal ordenadas y nadie se
molestó en arreglarlas. Así que ahora siempre comprobamos.
Tuve un recuerdo de Toby y yo organizando su colección de DVD, él estaba
orgulloso de descubrir que “McQueen” estaba antes que “Master”. Era un truco
que pensé le ayudaría para leer.
Tenía la sensación de que las maneras, toda profesional y mandona, no era
algo para tomárselo personal. Actuaba así con todos en la oficina, excepto los
clientes, para los cuales adoptaban una actitud más de apoyo, y las mascotas, para
los cuales se convertía en una cosa dulce, tonta y arrulladora. Aparte, Eve no sabía
que debía tratarme diferente. Estar con ella, siempre sintiendo su ojo crítico en mí,
se sentía bien.
Soy como todos los demás.
Terminé con las fichas médicas y ella le preguntó a Robert, uno de los
técnicos, si podía cubrirla en los teléfonos mientras me acompañaba a las perreras.
—En este momento solo tenemos tres perros —dijo mientras entrábamos en
la habitación. El techo era alto y tenía tragaluces, y me recordaba a un baño
público, sólo que en vez de lavados tenía jaulas. Los ladridos empezaron en el
instante que abrimos la puerta, como si hubiéramos tropezado con un alambre.
—Estos dos chicos se están quedando por esta semana —dijo Eve
agachándose hasta estar al nivel de dos Cockers españoles compartiendo una
jaula—. Son un poco hiperactivos. Cuando los paseas, son capaces de arrastrarte.
Te mostraré como mantenerlos a raya.
Eve dejó que los perros le lamieran la cara mientras murmuraba—: Hola,
bebés… sí… sí… son hermosos… amo sus besos… —Y tuve que mirar a otro lado.
Me giré hacia el tercer perro, solo en una jaula al otro lado de la habitación.
No era de ninguna raza reconocible, sólo un perro de tamaño medio con pelo
marrón corto.
—Esa es Ophelia —dijo Eve.
Ophelia miraba tristemente a los dos Cockers, y parecía un poco cruel que
tuviera esta vista, como una chica solitaria forzada a compartir la mesa con dos
mejores amigas. Luego me notó mirándola y movió su cola.
Eve se acercó y se volvió a agachar para agarrarle suavemente el hocico a
través de las rejas. —Esperamos encontrar un hogar para ella, si conoces a alguien.
—¿Qué significa eso?
—Hace como un mes, uno de nuestros clientes la encontró al costado del
camino. Había sido golpeada por un auto. Sin collar o chapa. Totalmente delgada y
muriendo de hambre. Tenía una pierna rota. Mírala, es la más adorable.
—¿El Dr. B la ayudó gratis?
—Sí. A veces lo hace. Hay muchos animales como Ophelia allá afuera. La
gente apesta a veces. —Soltó esto último, como queriendo sacarse el mal gusto de
eso, luego agregó—: El Dr. B es increíble en ese sentido. Él sabe que hago todo lo
que puedo para que sean adoptados. Tenemos mucha suerte.
La nostalgia se apoderó de Eve, quien claramente tenía un gran flechazo con
nuestro jefe. Luego de un momento dijo—: ¿Quieres ver a los gatitos? Tengo dos
angelitos que estoy tratando de ubicar.
En la última fila de la “sala de los gatos”, como era llamada, había una larga
jaula ocupada por unos siameses atigrados. No eran crías, pero tampoco eran
adultos. En cuanto vieron nuestras piernas, uno sacó su pata entre las barras, y el
otro se apoyó contra el metal y su pelaje salía en pequeños cuadrados.
—Los dejaron en nuestra puerta en una caja cerrada. Con cinta.
—Eso es horrible —dije sinceramente.
—Como dije, la gente puede apestar.
—¿Por qué sólo no los llevaron al albergue? —pregunté mientras Eve abría
la jaula y me entregaba un gato. Empezó a ronronearen el segundo que lo toqué.
—Estoy feliz de que no lo hayan hecho. El refugio del condado es un
infierno —dijo—. Están llenos esta época del año así que los sacrifican a los pocos
días. —Eve miró al gato en mis brazos—. Esa es Denali —dijo—, ¿segura que no
quieres uno?
Pensé en Elliot y Selina. Los tuvimos por pura suerte. Elliot era parte de una
camada que había tenido la mascota de uno de los compañeros de Toby, y Selina
vino llorando una noche a nuestra puerta con una herida en el cuello. Era de la
misma forma en que la gente encontraba otra persona para enamorarse, al azar y
accidentalmente y con suerte.
—Ya tengo dos que me matarían —dije—, pero haré circular la noticia.
—Eso sería genial. El Dr. B es paciente pero tiene límites; sólo una jaula a la
vez en cada habitación.
Suspiró como si eso fuera algo en lo que tenía que trabajar.
Traducido por Annabelle
Corregido por Melii

Acordé trabajar en Ashland por las tardes hasta el final de junio. Cuando
Eve me pregunto—: ¿Cómo estuvo la escuela?
Sólo sonreí y dije—: Bien, gracias.
Nunca había dicho que estaba en la escuela. Sólo lo asumieron. No se sentía
como una mentira.
El fin de año ocurría sin mí. Exámenes finales y anuarios, y el juego de
béisbol con nuestra secundaria rival. Meg llamaría todos los días con
actualizaciones, pensando que quería mantenerme al día. No estaba segura de lo
que yo quería. No quería estar ausente en todas esas cosas, pero trabajando en el
hospital de animales me sentía como si me hubiese ido lejos, y más quería estar
lejos que estar en todo eso.
Durante una de nuestras sesiones matutinas, Suzie Sirico había dicho—: La
parte más dura del duelo es que las personas tienen que vivirlo frente a la luz del proyector.
Todos los están mirando para ver que harán después, o cómo reaccionaran a las cosas. Así
que estoy feliz de que hayas podido deshacerte del proyector.
Fuera del proyector, contestaba el teléfono y llenaba papeleo mientras Eve
revisaba clientes que entraban y salían. En el trabajo cada minuto estaba lleno de
algo y eso mantenía mi mente ocupada. En la noche, me encontraba tan cansada
que dormía, aunque mis sueños eran tan intensos y reales que despertaba cada
mañana bañada en sudor.
Pasear a los perros sólo me hacía extrañar a Masher. Lo que hacía que me
preguntara cómo estaba David, o que hacía. Si Masher lo estaba ayudando.
Luego pensaba en los ojos sin forma de David, sus huesudos codos
sobresaliendo de su colorida pero manchada camisa polo y el amistoso tono de su
voz la última vez que hablamos.
—¿Viste a ese imbécil? —preguntó Meg amargamente, cuando finalmente
tuve el valor de decirle que David había estado aquí—. ¿Qué le dijiste?
No estaba segura de cuánto compartir. Era como que si haciendo algo de
paz con él, a cambio le hubiese entregado toda mi rabia a mi mejor amiga. Meg
sabía cada pensamiento que he tenido sobre cada chico que conocíamos, pero
¿cómo podía ella entender mi preocupación por David, si a mí misma me tenía perpleja?
—Todo fue muy formal —dije—. Créeme, no estaba de humor para verlo.
El recibo con el correo de David todavía se encontraba frente a la
computadora. Luego de unos días, me descubrí armando un mensaje para él en mi
cabeza.
Hola, David. ¿Cómo está Masher? Solo quería saber como estaba.
¡Hola, David! ¿Cómo están tú y Masher? Espero que ambos estén bien.
Hola, David y Masher. ¿Todos están bien?
No importaba cuántas versiones escribiese, no podía encontrar el balance
entre “casual/amistosa/preocupada” y simplemente patético. Pero eventualmente,
debía sacarlo de mi cerebro, así que me senté a escribir:
Querido Masher,
¡GUAU! Espero que tú y David estén bien. ¡Sólo quería recordarte de tu cita!

Al día siguiente, obtuve esta respuesta:


GUAU de vuelta. Sintiéndonos genial y planeando estar allí.

No pude evitar poner la fecha en el calendario, como si escribirlo lo hiciera


parecer más importante de lo que era en realidad.

LO QUE ME MÁS ME RECUERDA A LA PERSONA QUE PERDÍ ES QUE…


—Sus cosas están por todos lados.
Suzie y yo usualmente comenzábamos cada sesión con ella mostrándome
Tarjetas de Emociones Descontroladas y haciendo conversación sobre cualquier
respuesta que daba. Ahora era honesta y seria con mis respuestas.
—¿Te refieres a sus pertenencias? —preguntó Suzie.
—Nana limpió casi todo el desorden, pero simplemente dejó algunas cosas.
Ninguno de nosotros podemos tocarlas.
Pensé en el crucigrama que papá hacía la mañana del accidente.
Normalmente le tomaba hacerlos toda la semana, añadiendo varias palabras cada
día.
Nana había dejado éste puesto en la mesa de la cocina en medio de la sal y
la pimienta, dos tercios terminado.
—Laurel, ¿has sido capaz de entrar a su cuarto?
—No —dije simplemente.
—Entiendo lo de no tocar las cosas. Es muy pronto. Eventualmente, tú y tu
abuela serán capaz de considerar guardas las “cosas” y regalar algunas. Es muy
catártico. Pero por ahora, una cosa que quizás quieras hacer es entrar a la
habitación de tus padres y estar consciente de las reacciones que te produce.
Durante dos días luego de esa sesión, cada vez que caminaba frente a la
puerta de la habitación de mis padres me quedaba mirándola fijamente. Todo lo
que podía sentir era terror y un poco de aprensión, lo que era irónico considerando
cómo solía representar para mí una especie de paraíso especial.
A la tercera noche, finalmente tuve el valor de entrar.
Estaba más limpio de lo usual, con la cama hecha y las gavetas del closet
completamente cerradas. Mi madre era un caso crónico de dejar-las-gavetas-
abiertas, lo que volvía loco a papá. Los libros en ambas mesas de noche se hallaban
apilados prolijamente y la canasta de ropa se encontraba vacía. En algún punto
Nana debió haber lavado la ropa y haberlas guardado.
Me senté en la gran cama King-size con la antigua cabecera de madera que
mamá había traído de la casa en la que había crecido, y de hecho, tuve que
recordarme que mis padres ya no estaban vivos. Se sentían tan aquí, en este cuarto.
Súbitamente, recordé una noche cuando probablemente tenía siete u ocho
años. Había tenido una pesadilla y entré al cuarto, luego gateé en la cama hasta
encontrar ese espacio en medio de mis padres que siempre se sentía tibio y seguro,
y que me esperaba si llegaba a asustarme.
Sin decir una palabra, mamá sostuvo las sábanas para que me acomodara.
—Tuve un feo sueño sobre lava caliente —dije.
—Lo siento, bebé. Odio las pesadillas.
—¿También te asustas?
—Todo el tiempo.
—¿Qué te da miedo?
Esperaba que dijera monstruos o caerse de una bicicleta, o que sus amigas
no la invitaran a sus fiestas de cumpleaños. Pero estuvo en silencio por un
momento, y luego dijo—: Lo que más me aterroriza es perderte a ti o a Toby.
Arrrgh, pensé. —Eso no cuenta. ¿Qué más te da miedo?
Mamá estuvo callada de nuevo, un profundo y más intenso silencio, luego
dijo—: Que ustedes me pierdan a mí.
Era pequeña, pero sabía de donde había venido eso. Una de sus amigas de
la universidad acababa de morir de cáncer de seno un mes y algo antes de eso,
dejando atrás dos hijos.
Ahora me encontraba boca abajo en la cama, llorando por la mujer que
alguna vez durmió aquí sin saber que algún día su peor pesadilla se convertiría en
realidad.

Al final de junio, otro día pasó en mi calendario, y supe que era el último día
de clases. Iba a ser un día corto, con cada clase durando sólo veinte minutos en vez
de cuarenta y dos. Los profesores harían fiestas o mostraría videos graciosos, o si
no tenían ni idea qué planear, iban con lo que la clase había planeado. Ese
sentimiento de emoción y celebración de finales y comienzos.
Intenté distraerme a mí misma abriendo el diario que Suzie me había
instado a comenzar. Había sugerido que comprara un simple cuaderno sin líneas
con algo tonto en él, para así poderme sentir libre de escribir cosas estúpidas y sin
sentido allí.
Había encontrado uno con una caricatura para niños de la cual nunca había
oído, sus finas páginas eran de un brillante y optimista blanco, y abrí el viejo juego
de colores que no había usado desde mis bocetos para la última presentación del
Club de Drama.
—Dibuja lo que recuerdes —había dicho Suzie—. Dibuja lo que sientes.
Escribe una palabra en la página, como enojo, y luego dale forma.
Así que lo intenté, pero mis dibujos lentamente se iban convirtiendo en los
rostros de perros y gatos que conocía en el hospital.
Finalmente, Meg me llamó a medio día en punto.
—¡Terminó! ¡Soy libre! —escuché una risa de fondo—. ¿Quieres jugar hoy?
—Debo trabajar, ¿recuerdas? —dije, luego intenté aligerar mi voz—. Ven
esta noche y haremos postres de helado.
Así que más tarde, Meg y yo nos encontrábamos sentadas afuera en nuestro
patio trasero, comiendo Rocky Road adornado con hojuelas de cereal y crema
batida. Sabía que el resto de la clase de penúltimo año se encontraba en los bolos
para la tradicional fiesta de: “¡Ya Somos Estudiantes de Ultimo Año!”
—Todavía hay tiempo de ir al Pin World —ofrecí luego de haber sostenido
el aire juntas por unos minutos—. No me importaría.
Meg lamió su cuchara y trató de parecer como si no lo estuviese
considerando. —Tal vez. Pero la persona con la que de verdad quiero celebrar eres
tú, así que ¿cuál es el punto? —Hizo una pausa—. Fue bastante extraño no tenerte
en la escuela.
—Es extraño no estar ahí. Pero ya sabes…
—Lo sé. —Introdujo la cuchara de vuelta en el postre para otro bocado—.
Pero vas a volver en septiembre, ¿cierto?
Septiembre se sentía bastante lejos. Lo suficiente para poder decir—: Por
supuesto. —Y no pensar más en eso.
—¿Cómo vas a hacer con todo lo que te perdiste? ¿Te dejaran terminar
durante el verano?
—Eso creo. El señor Churchwell habló con Nana y dijo que debería
contactarlo tan pronto estuviera lista.
Meg asintió y examinó mi rostro. —Hazme saber si necesitas ayuda, ¿de
acuerdo?
Siempre obtenía mejores notas que Meg, pero podía ver que necesitaba
ofrecer algo.
—Me encantaría eso —dije, y nos sonreímos una a la otra.

Tan pronto esté lista.


Bueno, qué importaba. No sabía cómo se suponía que debía sentirse estar
lista, así que ahora parecía tan buen momento como ningún otro. Al día siguiente
le envié un correo al señor Churchwell a través de la página de la escuela.

Hola, es Laurel Meisner. Me gustaría terminar mis asignaciones y exámenes finales


para este año. ¿Podría ayudarme?

Me respondió casi inmediatamente, cuando todavía me encontraba


conectada, lo cual me hizo sentirme triste al pensar que estuviera solo en su oficina
con la escuela vacía, sin estudiantes.
¡Laurel! Esperaba que te comunicaras conmigo y que estuvieses bien. Hablé con
todos tus profesores, y ya que tienes un promedio de A en todas tus clases y sólo faltaste a
dos semanas de trabajo regular, van a excusarte de eso. Sin embargo, está el asunto de los
Exámenes Regentes del Estado de Nueva York (historia de los Estados Unidos, inglés y
trigonometría de este año), el cual recomiendo bastante si quieres mantenerte al día.
Todavía puedes hacer eso en agosto. Te enviaré alguna información, y por favor, avísame si
necesitas cualquier cosa; puedes comunicarte conmigo en cualquier momento a esta
dirección.

Ugh, los Regentes. Me había olvidado de esos, los cuales hubiese tomado en
junio con todos los demás si el accidente no hubiese ocurrido. Papá me hubiese
cuestionado en los exámenes prácticos, y mamá me hubiese comprado un bouquet
de una flor por cada punto que obtuviera sobre noventa.
El señor Churchwell había dicho: mantenerte al día.
Tenía trabajo y estaba yendo a terapia, y generalmente funcionando como
un ser humano. ¿Era eso mantenerse al día? Si lo era, quería mantenerme al día un
poco más.
Le escribí de vuelta para decirle sí, por favor y gracias.

El día que David tenía programado venir con Masher, me encontré renuente
a ponerme ninguna de las dos camisas restregadas que habíamos comprado. Una
era negra y blanca con la impresión de unos perros persiguiéndose las colas entre
sí, y la otra era de un azul simple con un gato escondido en el bolsillo. Ambas me
hacían parecer como si estuviera usando un disfraz, lo que me gustaba antes de
hoy. Ahora me parecía demasiado obvio.
Para sentirme más como yo, encontré uno de mis collares favoritos: una
cadena plateada con un pequeño dije de plata que contenía mi nombre. Toby me lo
había regalado en mi último cumpleaños, y no había podido admitir cuánto me
encantaba.
También sequé mi cabello con secadora por primera vez en semanas.
¿Estaba esperando esto o temiéndole?
Vas a demostrarle que te está yendo muy bien, pensé, sabiendo que
probablemente ni siquiera le importase si me encontraba bien o no.
La cita era para las dos en punto, y la mañana pasó lentamente. Intenté dejar
de revisar la hora. Ahora que la escuela había terminado, trabajaba los días
completos y me costaba un tiempo acostumbrarme. Afortunadamente, Eve me
pidió que la acompañara a almorzar. No fue una invitación, fue más bien como
un—: Tamara dijo que vigilaría la recepción mientras íbamos a comer.
Habíamos sido amistosas, pero el ocupado y a veces tenso ambiente del
hospital no permitía mucha conversación. Lo cual era una de las muchas cosas que
amaba del estar aquí, y ahora me sentía nerviosa por tener una conversación
verdadera con Eve.
Ella tenía diecinueve, iba a la universidad comunitaria y vivía en casa
mientras “trabajaba en la cosa de animales”, como lo llamaba.
—Hay muchos caminos que puedo tomar. Estoy tratando de averiguar cuál
—me había dicho con una seria expresión y no ofreció más información mientras
comíamos burritos en Taco Bell. No me preguntó nada sobre mí, y yo no le ofrecí.
Se suponía que era una chica en secundaria que aún no tenía ninguna historia.
Cuando regresamos eran la una y media, y aunque me enfoqué en hacer
algunas fotocopias, miraba a la puerta cada vez que se abría.
David podía venir temprano. Podía venir tarde. No lo conocía lo suficiente
para poder saberlo.
Eve notó mi anticipación. —¿Esperando a alguien?
—Masher viene hoy. Su dueño… mi amigo… lo trae.
Mi amigo. Eso se sintió como otra pequeña mentira.
A las dos en punto, la puerta se abrió y subí la mirada, allí estaban. Me
imaginé a David sentado en el estacionamiento dentro del Jaguar de su padre,
esperando que los minutos cambiaran para así poder saber el momento exacto
para salir del auto.
La sala de espera se encontraba vacía, pero Masher parecía recordar ser
molestado antes y olía el ambiente nerviosamente. David me vio y saludó con una
mano, quitándose sus gafas de sol con la otra.
—Hola, Laurel —dijo, sonando formal, sus ojos escaneaban el lugar. Traía
puesto un sweater formal manga larga y pantalones de pana negros, incluso
aunque afuera eran fácilmente ochenta y cinco grados.
—Bienvenidos —dije, devolviéndole el saludo formal.
Caminé por la media puerta que separaba la recepción con la sala de espera,
y tan pronto como Masher me vio, salió corriendo y saltó. Sostuve sus patas
delanteras en mis manos y le permití lamer mi cara. David parecía sorprendido.
—¿Cómo ha estado? —pregunté luego de finalmente soltar al perro.
—Bien. —Hizo una pausa. Noté que había puesto algo en su cabello para
que se mantuviera pegado de los lados detrás de sus orejas, se veía como rosado
pálido y demasiado expuesto—. Creo que ha estado un poco adolorido o algo así.
De hecho es la primera vez que lo he visto levantarse de esa manera.
Asentí, y ahora el momento parecía volverse incómodo, me pregunté como
podría volver delicadamente detrás de mi escritorio, a salvo.
—¿Cómo está el trabajo? —preguntó David, y me miró a los ojos.
—Me encanta —respondí, lo suficientemente alto para que Eve pudiese
escucharlo.
No estaba segura de qué hacer a continuación pero afortunadamente, Eve se
encargó. —¿Por qué no los llevas a la habitación dos? El Dr. B estará con allí
ustedes en un minuto.
Así que guié a David y a Masher al cuarto de exanimación, David sostenía la
cadena de Masher, pero él caminaba cerca de mí. Una vez estuvimos dentro, no
estaba segura de si irme o quedarme. Esperé por una invitación de David, pero no
sucedió. Sólo miraba el póster de dos perritos Golden en chaquetas de futbol
americano y con sombra debajo de sus ojos —Grandes Retrievers— y dejó salir una
pequeña carcajada.
No tenía ni idea que decir, así que no dije nada, lo que parecía la peor
opción de todas, y salí del cuarto y cerré lentamente la puerta tras de mí.
Quince minutos pasaron. Estuve la mayor parte en el teléfono con un cliente
que se sentía decepcionado con el aseo que su gato Persia había recibido en una
tienda de mascotas, y quería una promesa de que el Dr. B lo arreglaría.
—Se suponía que le darían el corte de león, ¡pero parecía más bien un
Poodle! —dijo la mujer, a punto de llorar.
Eve y yo habíamos desarrollado una señal para este tipo de llamadas; hacía
con mis dedos la forma de un arma y pretendía disparar.
Eve sonrió, feliz de esquivar esa bala.
Finalmente, escuché la puerta abrirse y al Dr. B aparecer. Se encontraba
llenando unos papeles.
—Vamos a hacerle un examen de sangre a Masher para chequear sus niveles
de coagulación y salud en general. Aparentemente, ha pasado un tiempo desde
que ha sido examinado o incluso puesto sus vacunas. Pam Fischer tiene todo su
historial, así que llamen allí y has que los envíen por fax.
El Dr. B me lanzó una mirada confusa, y aunque sabía que se preguntaba
por qué no había traído a Masher para sus vacunas regulares, me mantuve en
silencio. Si no iba a preguntar directamente, definitivamente no iba a responder.
El doctor despareció de nuevo y luego escuché pasos a través del pasillo.
Subí la mirada justo a tiempo para ver a David salir por la puerta de enfrente,
luego lo vi por la ventana cuando se sentó en un banco de piedra afuera.
Cuando salí para acompañarlo, estaba sentado en sus manos, mirando hacia
la nada. Me miró sin ninguna expresión.
—El doctor dice que sólo serán un par de minutos —dijo, y sólo asentí.
Había visto a muchos clientes esperando en este banco por los resultados y las
buenas y malas noticias. Estaba diseñado para parecer un conejo enorme, con una
punta con la forma de la cabeza, y la otra con la cola y las patas traseras. La
mayoría de las personas utilizaban su teléfono u hojeaban una revista. Pero David
no parecía necesitar nada para pasar el tiempo.
Finalmente, encontré algo que decir. —¿Cómo es, el quedarte con tus
primos?
Se encogió de hombros. —No es divertido, pero me dejan tranquilo. Va a
funcionar hasta que descubra mi próximo movimiento.
Mi próximo movimiento, como si tuviese un plan.
Sabía que debería preguntarle sobre su padre, pero no me atrevía a hacerlo.
Había demasiado que se encontraba netamente sellado para mí.
En vez de eso, ofrecí—: Lamento no haber llevado a Masher a la Dra.
Fischer. Sabía que ella era tu veterinario.
Me miró, y había algo en sus ojos, de repente cálido y familiar. —Está bien.
Sé el por qué.
El alivio se expandió sobre mí, y me sentía como si pudiese respirar por
primera vez en todo el día.
Luego David se arrimó en el banco para hacerme espacio. No se suponía
que estaba en descanso, pero me senté.
—Mis abuelos fueron para su casa en Florida —dijo inexpresivo.
—Noté no haberlos visto por ahí.
—Querían que me fuera a quedar con ellos, pero no lo sé… Por una parte,
está la playa. Por otra, están dos personas ancianas que me fastidian hasta la
muerte. —Movió su mirada arriba y abajo por mi cara—. Tu abuela es muchísimo
más genial que la mía.
Nunca había pensado en Nana como “genial,” pero aparentemente todo era
relativo.
David dejó salir un gran suspiro, de esos que tardan por siempre para
terminar y que parecen contener todas las emociones al mismo tiempo.
Ninguno de los dos habló de nuevo, y ambos miramos hacia la nada. El
silencio era casi cómodo ahora.
Finalmente, la puerta delantera se abrió y Robert apareció con Masher.
—Te llamaremos con los resultados mañana en algún momento —le dijo a
David, tendiéndole la correa. Luego se giró hacia mí y dijo—: Eve te necesita.
Me incliné hacia Masher, quien ahora tenía un pequeño vendaje en su pata
delantera derecha donde le sacaron la sangre, y lo abracé rápidamente.
—Adiós, chico. —Hice que sonara frío y formal.
—Adiós, Laurel —dijo David, como respondiendo por él—. Fue bueno
verte.
Miré hacia arriba un poco sorprendida, y súbitamente cansada de sentirme
siempre de esa manera con David. Algo de su cabello se había salido de su peinado
hacia atrás, cayendo sobre sus ojos, y tuve el repentino impulso de apartarlo. Esos
ojos eran mi parte favorita de él, y odiaba verlos cubiertos.
Espera, ¿tengo un parte favorita de él?
—Déjame saber lo que ocurre, ¿de acuerdo? —dije rápidamente, haciendo
que sonara lejos a propósito, tratando de enfocarme en otra parte de su cara. No
estaba segura de cuándo los vería de nuevo a ninguno de los dos. Él podría
regresar la semana que viene, o nunca.
David asintió lentamente y sonrió un poco, aunque triste, y este era
posiblemente lo más cerca a una despedida de lo que podríamos esperar.
Entré y no volví a ver atrás.
Traducido por Annabelle
Corregido por Mery St. Clair

Resultó que Masher tenía principio de artritis, y que además aún necesitaba
Vitamina K por otras dos semanas. La artritis no tenía nada que ver con el
envenenamiento, pero el Dr. B sentía que probablemente se había desarrollado
recientemente.
—El estrés puede desarrollarlo —le decía a David por teléfono al otro lado
del pasillo, pero era lo suficientemente alto para que pudiese oírlo desde la
recepción. Podía darme cuenta que el Dr. B intentaba sacar más información, y yo
esperaba que David no ofreciera nada más.
—Bueno, encontraré una farmacia cerca de ti y llamaré para hacer la
prescripción —continuó, luego añadió un recordatorio para mantener a Masher
con la Vitamina K hasta que se acabara.
Luego estuvo callado escuchando a David por unos cuantos minutos.
Desearía poder escuchar un poco de la voz de David del otro lado del teléfono,
pero me encontraba demasiado lejos.
—Permíteme buscar algunas recomendaciones de veterinarios en esa área —
dijo el Dr. B—. Debe haber alguien bueno al que puedas ir y así no tengas que
conducir una hora todo el tiempo para que lo vean.
Algo dentro de mí tembló. ¿David había pedido esa información o el Dr. B
se había ofrecido? ¿David no quería volver aquí?
No podía dejarlo ir. Cada vez que veía el banco afuera, revivía esos
momentos. David arrimándose para hacerme espacio. David y yo sentados juntos.
Ese cómodo silencio y la extraña casi frescura del aire en medio de nosotros.
Cuando Suzie me preguntó sobre el trabajo en una de nuestras sesiones, me
encontré omitiendo la historia de la visita de David.
Ella sabía que había visto a David y que nos habíamos disculpado, y que
ahora él tenía a Masher. Dejó de preguntar por él, lo cual tenía sentido. ¿Por qué
importaría? En el papel, él sólo era el pie de página.
Unos cuantos días después, cedí una vez más al correo nadando en mi
cabeza, y le envié un mensaje a Masher.
Hola, Masher. Escuché que ahora tenías artritis. Eso apesta. Pero estoy segura que
David te está cuidando muy bien y estoy aquí si necesitas cualquier cosa.
No estaba segura de qué respuesta esperaba. Sólo quería una respuesta,
punto. Algo a lo que aferrarme, aunque no sabía que haría con ella una vez que la
obtuviera.
La respuesta llegó al día siguiente: Gracias, estaré bien.
No fue exactamente una respuesta a la que podría aferrarme. Pero podía
tenerla, y eso era suficiente.

El resto de julio pasó rápidamente. Era un momento atareado en Ashland,


con las personas yendo de vacaciones y abordando a sus mascotas, animales
deshidratándose por el calor o infectándose de pulgas. El Dr. B tenía otro
veterinario a medio tiempo para cubrir los espacios.
Yo me encargaba del teléfono y el papeleo, y amaba pasear con los perros
porque me recordaba a Masher y porque me forzaba a explorar las calles alrededor
del hospital. Casas desconocidas de personas desconocidas, y no me importaba
levantar la mirada para saludar cuando alguien me pasaba en las aceras, porque
sabía que era una extraña para ellos. Todavía me sorprendía que aunque me
encontraba a menos de dieciséis kilómetros de mi vecindario, bien podría estar en
otro estado.
Eve había encontrado un buena familia —padres rubios, hijo rubio, hija
rubia, salidos directamente de una revista— para los bebés persas gemelos Tabby,
Bryce y Denali. Luego puso a Ophelia en una “casa adoptiva” temporal conocida
por una amiga de ella que se la había quedado porque el hospital necesitaba el
espacio de la jaula.
Un día, todos nos encontrábamos tan ocupados que tuvimos que trabajar en
el almuerzo, y el Dr. B ordenó pizza para el personal. Había llegado un conejo que
había sido atacado por un perro, y un gato que tenía una bola de pelo atascada en
su sistema digestivo y necesitaba cirugía de emergencia. Cuando este tipo de
dramas de vida o muerte se presentaban, me sentía casi enferma por la adrenalina
pero intentaba ser lo más útil que pudiese. Por favor no mueras, pensaba mientras
esperábamos el veredicto, mirando al dueño de la mascota en la sala de espera,
planeando desaparecer si el Dr. B salía con malas noticias. Algunas veces lo hacía.
Yo me iría al baño y pasaría un largo rato dejándolo muy, muy limpio.
Cuando finalmente terminábamos, Tamara decía que Eve y yo podíamos
irnos a casa, Eve se giraba hacia mí y me decía—: Necesito un poco de café luego de
esto. ¿Qué tal tú?
Salíamos hacia la calurosa tarde y yo la seguía por la calle hasta un pequeño
centro comercial. Allí había una cafetería donde generalmente tomábamos el
almuerzo.
Luego de ordenar, instintivamente escaneaba la habitación para ver si
reconocía alguien, esperando el alivio al que me había acostumbrado.
Excepto que sí vi a alguien que conocía.
Joe Lasky, sentado al fondo del local, mirándome.
Estaba tan sorprendida que no había manera de que fingiese no haberlo
visto. Le sonreí un poco y me devolvió la sonrisa.
De acuerdo, quizás eso era todo. Me giré hacia Eve. Pero miró sobre mi
hombro y me dio un codazo.
—Un lindo viene hacia nosotras —dijo.
Me giré de nuevo para ver a Joe caminando en nuestra dirección, un poco
demasiado rápido, como si quisiera terminar con eso de una vez.
—Hola, Laurel —dijo.
—Hola, Joe.
—Estoy en mi descanso del cine —respondió a la pregunta que no había
preguntado. Señaló con su pulgar a la izquierda y recordé el pequeño cine al final
del centro comercial—. ¿En qué andan?
—Solo intentando tomar aire —dije, mientras Eve me tendía mi bebida.
—Tuvimos un día peludo —dijo Eve, sin percatarse de lo absurdo que eso
sonaba.
Joe frunció el ceño. —¿A que te refieres?
—Es una larga historia —dije. Estuvimos en silencio por un momento, así
que añadí—: Esta es mi amiga Eve… Eve, este es Joe, de mi escuela.
—¿Quisieran acompañarme? —preguntó Joe.
Eve miró rápidamente entre Joe y yo, notando algo. —Debería ir yéndome
—dijo—. Pero Laurel, tú puedes quedarte.
Sabía que no necesitaba el permiso de Eve ni su aprobación, pero en ese
momento me sentí feliz de tenerlo. Miré a Joe, a esos ojos que me habían buscado
en el patio de Adam LaGrange. Él había estado allí para mí una vez. Me había
animado por algunas encantadoras horas.
Así que dije—: Seguro.
Luego de despedirnos de Eve, seguí a Joe hasta su mesa. Era en una esquina
al final y el lugar se hallaba lleno, así que por supuesto debíamos encogernos y
juntar nuestras rodillas para hacerlo funcionar. Puse mi té chai frío al lado del café
negro de Joe, la débil bebida de chicas al lado de la del chico adulto como si
estuviésemos ya en una relación, intenté mirarlo a los ojos.
—No sabía que trabajabas en el cine —dije.
—Sí, tomo los boletos, y debo limpiar la basura que la audiencia deja
cuando la película acaba. Me gusta pasear por aquí en intermedios.
—¿No te quedas a ver?
—Bueno, sí, cuando comenzamos a mostrar algo nuevo. Pero luego de
veinte o treinta veces se vuelve aburrido. Especialmente si es, no sé, francés.
—Que mal que tomaste español —dije, luego deseé no haberlo hecho. No
debería saber que clases tomaba, ¿cierto?
Joe rió nerviosamente y se acomodó en su silla. Tenía un bolso de mensajero
guindado en el respaldo, y noté su bloc de bosquejos sobresaliendo. Para cambiar
el tema, pregunté señalando el bloc—: ¿Compraste eso en el Walden Art Supply?
Se giró a mirarlo y luego asintió. —¿Lo conoces?
—Mi mamá solía comprar su pintura allí. —Joe pareció instantáneamente
incómodo, así que añadí—: He visto esos blocs en la tienda, es todo.
Joe alcanzó el bloc y lo sacó. Lo abrió en un página y lo tendió hacia mí para
que viera lo que había dibujado: un hombre de edad media con una capa y un
casco con dos trompetas saliendo de él como antenas, y una gran B dentro de un
globo de aire caliente en su pecho.
—Llamo a este el Fanfarrón. Ayer, me encontraba sentado aquí al lado de un
tipo con su novia, y él hablaba y hablaba sobre cosas como si supiera todo lo que se
tenía que saber, y la hacía callar cada vez que ella intentaba corregirlo.
—¿Conviertes a todo el mundo en alguna especie de superhéroe?
—Sí parece que lo merecen sí. —Miró el bosquejo protectoramente, como un
padre primerizo—. Es decir, ¿no todos son superhéroes en sus propias mentes?
Sonreí. —En algunos días, sí.
Estuvimos callados de nuevo, e intenté cubrir el silencio tomando
ruidosamente de mi bebida. ¿Por qué las cosas debían ser tan incómodas? Nos
habíamos besado. Nos habíamos besado bastante, y por lo que puedo decir había
sido bastante bueno, hasta que todo explotó. Antes, había pensado que una vez
que hacías eso con alguien, rompías una barrera, como que tal vez podrías besar a
esa persona de nuevo cada vez que quisieses y estaría completamente bien. Pero
ahora había algún tipo de campo de fuerza entre Joe y yo, más fuerte que como si
nunca nos hubiésemos besado para empezar. Se sentía más que un completo
extraño.
Por mi mente, rápidamente pasó el recuerdo de David y yo sentados en el
banco afuera de Ashland. Entre nosotros también había una historia, pero de
diferente clase. Era confuso pensar en estas diferencias, o en David en general.
Enfoqué mis pensamientos de vuelta a Joe y de repente me sentí enojar.
Ya seríamos una pareja. Pero no, no había podido tener eso, justamente
como no había podido tener un recuerdo del baile que no me hiciera querer
vomitar de vergüenza.
La ola de furia a mí misma llegó tan rápida y letal que podría haber
golpeado mi propio rostro.
Finalmente, Joe puso sus codos en la mesa y se inclinó hacia adelante. —Así
que, ¿has ido a algunos bailes buenos últimamente?
Rompí a reír, y el enojo se esfumó.
—Simpático —fue todo lo que pude decir.
—Lo siento, tenía que hacerlo. —Sonrió ahora.
—Yo lo siento.
—Por favor —dijo, levantando su mano—. No tienes nada de que
disculparte. Debí haber intentado contactarte mejor. —Tomó aire y enredó ambas
manos alrededor de su taza de café, como si el calor le diera el valor para seguir
hablando—. Podría decir que quería que tuvieras un poco de espacio, algún
tiempo a solas para pensar en tus cosas, pero eso sería pura mierda. Me asusté. No
es el tipo de situaciones que sé manejar.
Asentí. —Lo sé. Yo hubiese hecho lo mismo. —Tan pronto comenzamos a
ser honestos, quise preguntarle si lo habían obligado a invitarme al baile. Pero no
quería que este ambiente normal y dulce terminara tan pronto.
Joe tomó un gran respiro y luego un sorbo de su café, mirando a su dibujo
del Fanfarrón. Luego arqueó una ceja y dijo—: Oye, pintas escenografía, ¿cierto?
—Sí.
—¿Crees que podrías darle a Fanfarrón algo de ambiente atrás? Soy
malísimo para los fondos, pero siento que necesita algo detrás de él.
—Para el contexto —dije.
—¡Exacto! —dijo Joe, emocionándose.
—Tengo una idea.
Joe buscó dentro de su bolso y sacó un lápiz, luego me lo tendió. Comencé a
dibujar en el contorno de Fanfarrón, Joe dijo—: Mientras haces eso, ¿por qué no me
cuentas sobre esa cosa peluda?
Meg era una presumida. —¡Te lo dije! —dijo esa tarde con una gran sonrisa.
Nos encontrábamos sentadas en nuestra roca, sintiendo como el aire se enfriaba.
Respirábamos aliviadas por eso, dentro y fuera.
Meg y Gavin habían salido nueve veces desde la noche del baile.
Eventualmente, él había llegado a ver el brasier nuevo y ahora eran pareja. Al
menos no le había arruinado totalmente eso a mi mejor amiga.
—No significa nada —dije, esperando que no fuese verdad.
—Te mereces a alguien como él —dijo Meg y no tenía nada con qué
respaldar eso.
—¿Crees que deba ir a saludarlo la próxima vez que estemos en el centro
comercial?
Meg me miró. —¿Estemos?
—Eve y yo. —La manera en que salió y la manera en que Meg se encogió me
hizo querer no haberlo dicho.
Justo en ese momento, el celular de Meg chilló con un nuevo mensaje,
liberándonos de esa incómoda interrupción. Meg leyó el mensaje y comenzó a
responder.
—¿Gavin? —pregunté.
—No, es mi jefe del campamento recordándome de ir mañana temprano.
Hay un ensayo importante. —Me miró—. Deberías venir a la presentación. Los
niños están haciendo un show de Andrew Lloyd Webber.
Meg dijo esto sinceramente, ¿pero como podría ir? Sólo me recordaría al
verano que se suponía debía estar teniendo, y me forzaría a hacer comparaciones
con el trabajo en Ashland que no quería estar haciendo.
—Sí, tal vez —respondí, y luego estuvimos en silencio, escuchando las
cigarras y el distante chillido de las voces de los niños más abajo en la calle, donde
alguien probablemente estaría teniendo una barbacoa y muchísima más diversión
de la que nosotras teníamos.
Traducido por Annabelle
Corregido por Mery St. Clair

El caliente y húmedo julio se convirtió en un aún más caliente y húmedo


agosto. Pero apenas lo noté, manteniéndome dentro casi todo el tiempo. Entre la
casa, Ashland y la oficina de Suzie, mis únicas excursiones hacia el mundo real
eran las caminatas con los perros y los rápidos almuerzos con Eve. Y los sonidos de
este verano eran el zumbido de los aires acondicionadores y el huh, huh, huh
jadeante de los perros.
Algunas veces, Meg venía en las noches a ver una película. Nunca me
invitaba a su casa. Se sentía como si necesitara un espacio de algo, aunque nunca le
pregunté de qué.
El señor Churchwell había hecho arreglos para que presentara los exámenes
Regentes en una secundaria cercana, ya que nuestra escuela era demasiado
pequeña para tener sus propias evaluaciones de verano. En estas últimas semanas
había tomado un montón de exámenes como práctica; eran geniales
adormeciéndome tarde en la noche cuando no podía dormir. Así que durante dos
mañanas en medio agosto, me senté en un gimnasio lleno de estudiantes
desconocidos y me perdí en preguntas, respuestas y ensayos.
Cuando terminaba y conducía a casa, pensaba en la llamada que le habría
hecho a mi padre.
Hola, papá. Creo que me fue bien. Tuve que escribir una presentación de los
beneficios del ejercicio para soportar el peso, así que en vez de ir a celebrar con helado,
salgamos por una buena y larga caminata. ¡Sólo bromeo!
El día anterior a los exámenes, justo me había levantado cuando escuché el
teléfono sonar y luego a Nana gritando que era para mí. Había dejado de venir a
mi dormitorio a traer nada hace semanas.
—Soy Eve —dijo Eve un poco sin aliento, sin un “Hola” ni nada.
—¿Qué sucede? —pregunté, confundida. No se suponía que debería estar
en el trabajo hasta las diez, aunque el hospital abría a las nueve.
—Tu amigo está aquí, con su perro —prácticamente susurraba.
—¿David?
—Quiere dejarlo aquí. Para buscarle alojamiento, supongo.
Me sorprendió tanto que no pude decir nada.
—Creí que querrías saber tan pronto como fuera posible. Lo estoy
entreteniendo, diciéndole que hay que hacer algunos papeleos. Así que está aquí…
si quieres… verlo.
Ahora podía escuchar la ira contenida en la voz de Eve. Había estado lo
suficientemente cerca para ver personas abandonar a sus mascotas; ella conocía las
señales.
—Dame quince minutos.
Salté de la cama y me puse la ropa del día anterior, la cual todavía se
encontraba tirada en el piso, y salí corriendo hacia la planta baja, deteniéndome lo
suficiente para decirle a Nana que había una emergencia en el trabajo.
Las luces del tráfico estaban conmigo y llegué justamente en catorce
minutos. El Jaguar del señor Kaufman aún se encontraba en el estacionamiento, y
aparqué al lado, incluso cuando se suponía que debía hacerlo atrás con los otros
empleados.
Tomé la manija de la puerta de enfrente y me detuve por un momento,
tratando de desacelerar mis latidos. Las cosas habían sucedido tan deprisa que no
estaba segura de cómo me sentía. Solamente sabía que debía hablar con David,
pero no quería parecer una maniática.
Una vez en la puerta, escaneé la sala de espera. Vacía. Luego lo vi, detrás del
gran estante de tarjetas de recuerdos en la esquina, las cuales el hospital vendía
para recaudar fondos para el ASPCA8. Había dejado caer una tarjeta, y la estaba
recogiendo y despolvoreando.
Levantó la vista para verme y luego se puso completamente de pie.
—Fantástico —dijo, secamente.
Tomé un paso al frente, y sostuve mis manos al aire, como demandando
respuestas.
—¿Qué diablos te pasa, David? —Intenté mantener mi voz calmada. Él le
lanzó una mala mirada a Eve, quien se había hundido tanto detrás del escritorio
que sólo se podía ver la cima de su cabeza, y luego puso la tarjeta en su lugar.
—Lo que pasa es que me voy. No puedo llevar a Mash conmigo.
—No lo entiendo.
David miró a Eve nuevamente. —¿Podemos hablar afuera?

8
American Society for the Prevention of Cruelty to Animals. (Sociedad Americana de Prevención
de Crueldad hacia los Animales.)
Examiné su rostro ahora. Parecía calmado y decidido, de forma triste. Le
indiqué que me siguiera fuera y luego hacia una esquina del edificio donde había
algo de sombra.
David inhaló audiblemente, y aunque había unos escalones detrás de
nosotros que subían hacia la entrada lateral, se mantuvo de pie al igual que yo.
—No va a despertar —dijo David—. Mi papá. Eso es lo que los doctores
están diciendo.
Me crucé de brazos, en un gesto de continúa.
—No puedo quedarme más junto a esa cama. Voy a vomitar o algo así. Y las
cosas no están muy bien con mis primos.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté, tratando de sonar desafiante en vez de
curiosa.
—Mi amigo Stefan… solía vivir aquí pero se mudo a California. ¿Quizás lo
recuerdas? —Me encogí de hombros, incluso cuando sabía perfectamente de quién
hablaba—. De todas maneras, voy a ver cómo salen las cosas con él. —Subió la
mirada hacia la pared de ladrillos del hospital, y podía ver cómo comenzaba a
quebrarse—. Tengo que estar lejos.
Quería sentarme, o sostenerme de la pared o hacer algo además de estar
frente a frente con David sin tener nada con qué sostenerme. Para hacer las cosas
peor, tenía una súbita urgencia de alzar mi mano y tocarlo. Quería aferrarme a mi
furia, pero esa ya se desvanecía.
Estar lejos.
También había pensado en eso. Algunas veces mi vida aquí se sentía como
una jaula de la que el dolor nunca podría escapar. Otras veces, se sentía como el
único piso firme de la tierra. ¿Cómo podía culpar a David por inclinarse a un
camino cuando yo lo hacía hacia el otro?
—¿Por qué no me llamaste? —dije suavemente—. ¿Por qué no dejas a
Masher con nosotras?
—Esa medicación es mucho trabajo —dijo, casi quejándose pero luego puso
la cara seria—. Ya tienes suficiente en tu vida. Pensé que si lo doy en adopción
aquí, todavía podría verte. —Hizo una pausa, miró hacia la pared de nuevo y
luego añadió—: Además, no quería que supieras que me iba hasta haberme
marchado. —Ahora forzó una sonrisa y agregó—: Porque ya sabes, no querríamos
hacer una escena ni nada.
El pensamiento de David al otro lado del país, donde no abría esperanza de
verlo ocasionalmente, se sentía como otra cosa que extrañar. No me esperaba este
sentimiento. Y no me gustaba.
—Por favor, déjame quedármelo —dije, tratando de enfocarme en Masher
para que la sensación se fuera—. Sabes que no estará contento en una jaula. —
David se mordió el labio y asintió agradecido, como si hubiese esperado esto desde
el principio—. ¿Puedes ir a decirle a Eve? Debe escucharlo de ti.
Asintió de nuevo y luego se dirigió al edificio. Lo que me dejó de pie, sola,
sin saber qué hacer después.
Ya que David iba a desaparecer sin dejar rastro, quizás debería ahorrarle el
esfuerzo.
Miré mi reloj y vi que oficialmente no tenía que estar en el hospital por otra
media hora. Era suficiente tiempo para conducir a casa a cambiarme y luego
regresar, para ese tiempo sabía que David ya estaría en camino.
Y no nos habíamos dicho adiós, justo como él había querido.
Traducido por Mary Ann♥
Corregido por Mery St. Clair

La noche antes de que la escuela terminara, me puse mi conjunto del primer


día —vaqueros y una camisa azul bordada— y Nana vino a verla.
—Te ves hermosa —dijo, frotando crema en sus manos. Ese era un ritual
antes de acostarse, untarse la loción en todas sus extremidades y dedos,
especialmente entre la piel desgastada entre sus dedos. Tenía la idea de que
cuando uno dormía tu piel quedaba seca, haciéndote parecer más vieja con mayor
rapidez.
—Sólo quiero verme bien, sabes.
—Lo harás. Porque lo eres.
Ese mismo día, tuve una sesión con Suzie.
—¿Cómo te sientes al ver a todos otra vez? —había preguntado—.
Especialmente a los que estaban esa noche, después del baile.
No fui capaz de responderle de inmediato, así que ella me ayudó a crear una
“zona de confort” que pudiera llegar a mi cabeza si lo necesitaba en la escuela. (Me
decidí por el especio de casa, entre el sofá blanco y la ventana, bien envuelta en un
cobertor en mi cama).
Después que Nana desapareció hacia su cuarto, abrí mi diario, esperando
por algo para poder escribir. La ventana estaba abierta y la brisa entraba, casi
demasiado fría para erizar los vellos de mi brazo. El otoño comenzaba en el
momento justo. La parte del comienzo me hacía sentir incómoda.
Como familia, a nosotros nos entristecía el final del verano. Toby y yo nos
encontrábamos por allí viendo mucha televisión, disfrutando de no tener ninguna
tarea que hacer. Mi padre iba a trabajar hasta tarde para evitar la tristeza silenciosa
en la casa, y mi madre pasaba horas extras en el estudio para ponerse al día con la
temporada de portarretratos de bodas.
Comencé a formar palabras con mi bolígrafo, pero se sentían torpes y
estúpidas.
Voy a comenzar la escuela mañana. Me miraran y susurrarán otra vez.
Dejé de escribir y comencé a dibujar. Unos grandes y redondos ojos, afilados
y dentados, ojos entrecerrados de misterio, cortes furtivos. Pronto, estaba
rápidamente dormida, el bloc de notas balanceándose en mi pecho, los gatos a
ambos lados de mis piernas.
Sueños llegaron rápido y cortos, parpadeos de escenas que corrían de una a
otra como una película silenciosa.

Cuando el auto de Megan llegó al fondo de la calzada en la escuela, se


volvió hacia mí y sonrió. —Aquí estamos, por fin —dijo, y no pude entender por
qué estaba tan emocionada de dejar de conducir en tres minutos. Pero ahora giraba
a la izquierda en el estacionamiento principal y lo capté. Lo que ella quería decir
era, al menos: “¡Somos alumnos del último año! ¡Vamos a gobernar la escuela!”
Meg ya no conducía la minivan de su madre. Su hermana, Mary, se había
ido a la NYU la semana pasada, y le había dejado a Meg su pequeño pero bonito
Toyota rojo. Lo fue modificando tanto que uno podría pensar que era un Mustang
convertible.
Habíamos planeado llegar temprano, pero no demasiado temprano. Otros
graduandos ya estaban allí, apoyados contra sus autos, charlando.
Meg condujo frente a ellos y se colocó en el primer espacio disponible.
Todas las cabezas se volvieron, mirando hacia el asiento delantero para ver a Meg,
y luego a mí.
—Lista cuando tú lo estés —dijo, tirando del freno de mano hasta que hizo
un ruido. Recogí mis cosas y salí con rapidez, queriendo aparentar estar lista y
ansiosa.
Aun así, fue un esfuerzo levantar la cabeza de la acera para ver quien se
encontraba allí. Andie Stokes y Hannah Lindstrom venían hacia mí. Andie me
envolvió en un abrazo.
—Oye —dijo.
Hannah también lo hizo. Ahora, fue el turno de Caitlin Fish. Prácticamente
hacían fila.
Estaba recibiendo un beso en el aire de Lily Janek cuando noté a tres chicos
saliendo por el estacionamiento, con sus manos en los bolsillos. Uno de ellos era
Joe. Miró en nuestra dirección y nuestros ojos se encontraron. Sólo asintió. Ni
siquiera dijo hola. Sólo subió y bajó la barbilla. Nuestra cita en el café fue buena,
pero aún no estaba segura de donde nos dejaba eso, y claramente él tampoco.
Me tomó un segundo ver el resto del lote. ¿Esperaba ver a David? A pesar
de que sabía que él sin dudas se encontraba en California ahora, el familiar entorno
escolar causó una esperanza-instintiva de que él estuviera allí. Tendría que superar
eso.
Le sonreí rápido a Joe, luego alguien tocó mi hombro y me volví para ver a
Meg lista para escoltarme como un guardaespaldas. Caminó hacia la entrada de la
escuela, sintiendo los ojos de Joe en mi espalda, tal vez incluso en el balanceo de mi
bolsa o en mis nuevos zapatos, me preguntaba qué tan pronto volvería a verlo.

Un auto faltaba en la calzada cuando Meg y yo llegamos a mi casa en la


tarde.
—Nana debió haber salido a cortarse el cabello —dije.
—¿Estás segura que no quieres ir con nosotros a Vinny? —preguntó Meg.
Ella se iba a reunir con Andie y Hannah y otras amigas para celebrar el
primer día del último año con pizza.
—Gracias, pero sólo necesito descansar. —El día había sido bueno. Las
personas fueron agradables. El señor Churchwell me vigilaba y Nana llamó en el
almuerzo para ver cómo estaba. Ahora, hasta el peso de mi mochila cuando la
lancé en el asiento trasero tenía sensación de fuerte seguridad.
—¿Te recojo mañana? —preguntó.
—Te llamo en la noche —dije, y luego salí del auto.
Me despedí de Meg con la mano mientras desaparecía en la calle, pero
rápidamente me volteé hacia la casa. Ahí estaba Masher en frente de la ventana,
sus orejas hacia delante y altas, jadeando. Cuando abrí la puerta, corrió por delante
de mí hacia la calzada, luego se detuvo y lanzó una intensa mirada en mi dirección.
—Sí, sólo dame unos minutos —dije. Dejé mis cosas en la casa y me cambié en mis
zapatillas.
Regresando afuera, hacia el final de la calzada, me detuve a abrir el correo.
Masher se sentó en el medio de la calle, levantado la mirada hacia colina. Recogí la
pila de cartas y empecé a caminar, el perro a unos metros delante de mí.
Facturas, El Pennysaver, correo basura para mi padre. National Geographic
dirigido para Toby. Toqué con mi dedo el nombre de Toby impreso en puntos de
matrices, pensando que por lo menos él aún estaba vivo en un ordenador en alguna
parte. Al final había un sobre dirigido a “Masher c/o Lauren Meisner” —me
congelé, mirando el sobre mientras Masher comenzaba a orinar en el jardín de los
vecinos.
Metí el resto del correo debajo de mi axila y abrí el sobre de David. Dentro
había una carta escrita en papel de cuaderno.
Masher:
Siento que me tomara demasiado tiempo para escribir. Las cosas no funcionaron con
mi amigo Stefan, así que regreso. Pero creo que voy a tomarme mi tiempo y revisar las cosas
en mi vida.
Mash, eso quiere decir que vas a tener que quedarte allí por un tiempo. Espero que
me entiendas. Voy a escribirte o llamarte cada vez que pueda. No sé cuando podré verte otra
vez, pero no será demasiado. Lo prometo, adiós.
David.

La leí dos veces, luego la guardé en mi bolsillo. Masher lo tomó como una
señal para dejar de orinar y comenzó a caminar otra vez, y lo seguí, pasando a los
Girardis y a cada sitio familiar después de eso.
Traducido por Mary Ann♥
Corregido por LuciiTamy

Cada unos cuantos días, una tarjeta postal de David para Masher estaba en
nuestro buzón.
Hola Masher, la primera persona que vi en San Francisco fue a un chico con rastas
púrpuras hasta su cintura. Masher, ¿sabías que Seattle tiene un café de muerte? Masher,
no creerías cuantas vacas tienen que haber en el mundo.
A medida que él se deslizaba, zigzagueando por el este, David le contó a su
perro que era difícil para él estar en línea y enviarle un correo electrónico, pero le
gustaba ser capaz de anotar las cosas en una tarjeta postal de veinticinco centavos
y enviarla cuando tuvo la oportunidad. Le contó a Masher cómo era estar solo en
medio de una carretera en la nada que le dio a él una sensación de paz que nunca
había sentido antes, y la forma en que había tenido la mejor comida de su vida una
noche en una parada de camión a las afueras de Salt Lake City, servido por una
camarera llamada Melba.
Le he leído las notas en voz alta a Masher porque no se sentía mal, pero en
secreto deseaba que una sola carta fuera dirigida a mí. Nunca hubo una dirección
de retorno, así que no podía escribirle de regreso si quisiera.
—¿Cómo está David? —preguntó Nana un día cuando revolvía la carta de
David una y otra vez en mis manos. En esta le contaba a Masher todo acerca de
cómo se siente el andar en balsa por el río Snake en Wyoming.
—Se ve bien —dije.
—Sus abuelos llegaron aquí la pasada semana desde Miami —hizo una
pausa—, están hablando sobre poner la casa en venta.
Sentí una sacudida en mi estomago. —¿Por qué?
—Bueno, nadie está viviendo ahí, y alguien tiene que pagar todos los
impuestos. La casa cuesta un poco, y creo que quieren poner algo de distancia para
David. Además… —se inclinó para susurrar, aunque nadie nos podía oír—, tengo
la impresión de que el cuidado del señor Kaufman es bastante costoso.
Pensé en cómo el señor Kaufman conducía los mejores autos del vecindario
y como siempre compraba los más caros electrónicos antes de que nadie los
hubiese escuchado siquiera. Ahora él necesitaba ayuda para cubrir los costos de
estar medio-muerto, y no sentí un poco de pena.
—¿Qué van a hacer con las cosas? —dije, después de unos segundos.
—No lo sé, cariño. —Luego Nana se encontraba a kilómetros de distancia,
mirando por la ventana.
—¿Estás bien?
Salió de su ensoñación y me miró otra vez con determinación súbita. —Sí.
Pero tengo algo que me gustaría discutir contigo.
Le alcé mis cejas, cansada de hacer preguntas.
—Tengo que ir a casa por unas cuantas semanas, para ocuparme de unos
asuntos personales. ¿Cómo te sientes respecto a eso? Sólo serán unos tres o cuatro
días. Ya he hablado con la señora Dill, y puedes quedarte con ella.
Era tan fácil olvidarse de que Nana tenía una casa con sus propios muebles,
restos de comida y una pila de Reader’s Digests acumulados en el correo
electrónico.
—¿Qué clase de asuntos? —pregunté.
—Estoy pensando en rentar mi casa para el próximo año. Y también me
gustaría ir a ver al doctor Jacobs por mi artritis. Y tengo que reunirme con mi
abogado sobre vender el condominio. —Cuando Nana dijo “el condominio”, dio
un respingo como si le doliera.
El condominio que Nana decía es de 2 dormitorios en una comunidad de
jubilados en Hilton Head, donde había estado planeando mudarse. Mi padre le
había ayudado a encontrar el lugar tan sólo unos meses antes del accidente.
Nana tenía planes. Está vieja, sí, pero aún tenía futuro. Así que, ¿qué tenía
ahora?
Miré a Nana tratando fuertemente de no llorar. —¿Está bien si voy? —
preguntó—. Puedes venir conmigo si quieres, pero odiaría que te perdieras la
escuela ahora que has empezado otra vez.
Ella había renunciado a mucho por estar aquí. ¿Alguna vez se molestaba?
¿O yo?
—Por favor ve —dije—. Estaré bien. Haz lo que tengas que hacer, Nana.
Asintió, mordiéndose el labio, arrugando la nariz. Luego la vi caminar
rápido fuera de la cocina, la costura perfectamente centrada en su recta falda
moviéndose.
Andie y Hannah nos llamaron a Meg y a mí para ir con ellas a Vinny’s Pizza
para el almuerzo el día siguiente. —¡Somos graduados! ¡Tenemos que tomar
ventaja de nuestros privilegios fuera del campus! —Había argumentado Andie. Yo
estaba dentro. Dime que hay una alternativa para sentarse en la cafetería con
personas mirando entre Tater Tots9, y estoy allí.
En Vinny, no pudimos ponernos de acuerdo con complementos, así que
ordenamos una pizza grande dividida en cuatro lados: piña (Hannah), verduras
(Meg), salchichas (Andie) y sin nada (su servidora). Vinny se fue detrás del
mostrador y nos dio una mirada asesina cuando Hannah hizo el pedido, pero
luego, después de que nos apretamos en los asientos cerca de la ventana, nos trajo
un plato gratis de pan de ajo. Me di cuenta de su esposa en la cocina, mirándome
con tristeza.
—Así que, Laurel —dijo Andie, peleando con la corteza de un pedazo de
pan—. ¿Ves ese banco allí?
Miré por la ventana al banco en la acera. Una joven mamá estaba sentada en
él, desesperadamente meciendo un cochecito atrás y adelante con una mirada
derrotada en su rostro. Miré de regreso a Andie y asentí, luego la observé comer la
mitad de la corteza del pan en la mano de Andie, quien lo metió en su boca.
Parecía un ritual para ellos.
—Trataba de pensar en algo más que plantar un árbol, porque me di cuenta
que es un poco cansado, y un día descubrí que el banco tiene una placa —continuó
Andie—, de alguna persona que nunca he oído hablar, pero llamé a la oficina del
pueblo y ¿adivinen qué? Son bancos conmemorativos. Tú puedes comprar uno.
Podemos comprar uno, la clase graduada, para que lo sepas.
Tan entusiasmada como Andie estaba sobre toda esta idea memorial, ella no
parecía capaz de hablar sobre para que gente era.
Pensé en los nombre de mis padres, el nombre de Toby, en una placa en un
banco. Espaldas sudorosas y tirantes presionándose contra él, estúpidos niños
pegando chicles en las esquinas. No estaba segura si mi familia le hubiese gustado
ser recordado en los traseros de las personas.
—¿Qué tienda quedaba al frente? —dije, porque no podía pensar en nada
más. Meg me dio una patada por debajo de la mesa, así que luego añadí—: Porque
mi papá siempre amaba los emparedados en Village Deli.

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Conocido también como “Tots”, consiste en una marca registrada de los hash browns, que es una
fritura de patatas. Son conocidos por ser crujientes, de forma cilíndrica y de pequeño tamaño.
Andie y Hannah se miraron la una a la otra, ambas masticando el pan de la
otra.
—Es una gran idea —dijo Hannah.
—¿Cómo vas a conseguir el dinero? —preguntó Meg.
—Vamos a hacer una venta de bizcochos en una de las casas de fútbol —dijo
Hannah.
—Vamos a preguntar a la clase de graduados para hacer galletas y brownies
y esas cosas. Puedo añadir más cosas.
Hizo una pausa, luego añadió, muy seria—: Pero no se preocupen. Vamos a
preguntar a los chicos.
—Y Lauren, puedes conseguir cosas de la venta gratis —susurró Andie.
Justo en ese momento, mi móvil sonó. En la pantalla decía CASA.
—¿Hola? —contesté, como si no supiera que era Nana.
—Hola, Laurel. ¿Cómo estás? —Su voz era extrañamente formal.
—Estoy teniendo un almuerzo en el pueblo.
—Sólo quería ver cómo estaba yendo tu día. ¿Estás con Meg?
—Y Andie y Hannah. —Las chicas trataban de no verme.
—¿Las chicas populares?
Bajé mi voz. —Sí, Nana. ¿Cuál es el problema?
—La señora Dill me contó sobre esas chicas. No estoy segura si quiero que
salgas con ellas.
—Está bien. Estoy bien. ¿Puedo irme ya? Nuestra pizza ya está aquí —
mentí.
Colgué. —Mi abuela —dije a Andie y Hannah—. Ella tiene un pequeño loco
control en mí.
Pensé en la última postal que había recibido de David. Él había escrito:
Masher, ¿puedes creer que ya no puedo seguir la pista del pueblo en el que estoy? Es un
sentimiento increíble.
Podía ver por qué, a veces.
Después, cuando Meg y yo fuimos juntas al baño, me preguntó—: ¿Qué fue
eso sobre Nana?
—Honestamente no lo sé. —Me pregunté cuanto contarle a Meg acerca de lo
que Nana dijo—. Creo que tu madre ha estado hablando mierda de Andie y
Hannah. —Meg suspiró cuando se volteó hacia el lavamanos para lavar sus manos.
—Sí. Decidió la semana pasada que son cachondas.
Hicimos una pausa, con torpeza, así que dije—: ¿Y tú no lo eres?
Meg echó agua sobre mí. Y yo se lo devolví. Lo cual significaba que no
teníamos que hablar más del tema.
Traducido por Majo_Smile ♥
Corregido por LuciiTamy

Estimado estudiante:
Su cita de planificación universitaria con el señor Churchwell ha sido programada
para el LUNES a las 2:30. Por favor llegue puntualmente a la oficina de orientación y
traiga una lista de cualquier pregunta que usted pueda tener.

Había encontrado la nota pegada en mi armario un día a principios de


octubre, y mientras releía, oí una voz detrás de mí.
—¡Parece que a ambos nos etiquetaron!
Me volví a ver a Joe Lasky, agitando su propia nota. Un espectáculo que me
puso feliz-nerviosa.
—Deben estar haciendo las L y las M esta semana —le dije.
Estábamos hace un mes en la escuela y apenas había visto a Joe.
No teníamos clases juntos, y cuando lo veía en los pasillos siempre fue
doblando una esquina delante de mí, o caminando hacia el otro lado rodeado de
amigos. Cuando nos encontrábamos cara a cara, todo lo que teníamos tiempo de
hacer era saludarnos y seguir en movimiento. Afortunadamente, Meg fue lo
suficientemente inteligente para dejar de preguntar por él.
—Me acordé de que estarías aquí entre el período de quinto y sexto —dijo, y
me di cuenta: Él ha estado esperando para chocarse conmigo tanto como yo lo había
esperado—. Y me preguntaba si podría hablar contigo acerca de un proyecto.
Levanté las cejas. —¿Qué quieres decir?
—Estoy haciendo unas caricaturas para un espectáculo pequeño de arte en
la biblioteca, y pensé que sería genial si pudieras dibujar algunos fondos para ellos.
Como hiciste por Fanfarrón. Podríamos poner nuestros nombres en las piezas
terminadas.
Pensé en las cosas que había dibujado en el bloc de dibujo de Joe ese día.
Había dado a Fanfarrón el sótano de un apartamento realmente lamentable, como
si estuviera viviendo con sus padres.
Sabía que ese tipo de cosas se veía bien en las aplicaciones de la universidad,
y sabía que significaba que Joe y yo pasaríamos más tiempo juntos. Incluso si se
tratara de algo que se le ocurrió para darnos una excusa para pasar el rato, quise
tomar el cebo.
—Eso sería genial, Joe —le dije.
—Debería estar listo para mostrártelo en un par de semanas. ¿Eso es genial?
—Claro.
Me sonrió y luego desvió la mirada, como si me hubiera cogido haciendo
algo.
—Entonces voy a estar en contacto.

El lunes, según las instrucciones, me dirigí a la oficina del señor Churchwell


lo más lentamente posible. No había hablado con él desde la noche del baile de
graduación, no contaba con las respuestas de una sola palabra que le di cuando me
preguntó cómo estaba, cómo los otros chicos se comportaban conmigo, y si él
podría ayudar de cualquier manera (obviamente, la respuesta a esta última
siempre fue: No, gracias).
—¡Laurel! —dijo, demasiado alegre, al tiempo que abría la puerta. Ni
siquiera había tocado. Él debe haberme visto, de pie en el área de la oficina de
orientación esperando, sacando algo realmente importante de mi uña del pulgar.
—Hola, señor Churchwell —dije y agité mi nota hacia él como una bandera
blanca de rendición.
—¡Parece que te estás mejor! Entra y toma asiento.
Lo hice, y mientras que buscaba algunas carpetas sobre la mesa, miré
alrededor de la habitación. Había un cartel en la pared de alguna universidad en
Connecticut. Estudiantes sentados en el césped, los libros en sus regazos, haciendo
un gesto inteligente. Una alta torre del reloj detrás de ellos, enmarcado por un
árbol de roble.
—Así que, haciendo planes para la universidad —dijo Mr. Churchwell,
como si yo fuera quien trajo el tema.
—Sí.
—¿Tienes planes de ir a la universidad?
Lo miré, al oír esa pregunta, por primera vez. —Por supuesto que planeo ir
—le dije secamente.
—Eso es una gran noticia, Laurel, porque he oído que lo hiciste muy bien en
tus exámenes del SAT.
—Así es.
—Y has sido una estudiante fuerte desde el principio. Noventa y ocho por
ciento, oficialmente. Tus calificaciones no han sufrido como consecuencia del
accidente, lo que me parece ser... increíble. —Hizo un gesto a una carpeta en su
escritorio, una etiqueta de color rojo con bordes en su solapa. Evidentemente, mi
archivo.
Lo descarté. —Creo que los profesores están siendo fáciles conmigo. —Pero
incluso si eso fuera cierto, estaba trabajando duro. No sabía cómo no hacerlo.
La última postal de David, justo del día anterior, se metió en mi cabeza. Era
una foto de Daytona Beach, toda la arena oro y el cielo vacío. Había dibujado un
muñequito de palo que está en la playa y una flecha apuntando hacia él junto a la
palabra “YO”. No había nada más en la tarjeta, excepto mi dirección.
—Estoy seguro de que iniciaste este proceso con anterioridad... —dijo
suavemente.
Me acordé de la pila de paquetes de información que había recogido en un
colegio justo el invierno pasado. Habían estado en la mesa de café en el estudio
durante semanas antes de que mi padre los dejara caer en mi regazo un día
mientras yo miraba la televisión.
—¿Qué te parece? —Había dicho. A mi papá le gustaba hacer preguntas
vagas, globos suaves que dejaban la pelota en mi cancha para que las regresara
cuando quisiera.
—Me gusta Brown y la Universidad de Pensilvania —respondí—. Y la
Universidad de Yale, por supuesto.
—Por supuesto.
—Y Smith —había agregado.
Mi madre había ido a Smith. Ahí es donde conoció a mi padre, una noche en
una fiesta en su dormitorio. Él había asistido junto con un compañero de cuarto
que visitaba a su novia de la secundaria con el fin de romper con ella en persona.
—Si él no hubiera decidido deshacerse de ella —le gustaba decir a mi papá, con un
guiño cuando me contaba esta historia—, ¡nunca hubieran nacido!
—¿Estás buscando algo con un buen programa de teatro? —preguntó el
señor Churchwell ahora, abriendo la carpeta y deslizando una hoja limpia de papel
rayado en él para que él pudiera tomar notas—. Sé que eres muy activa en el club
de teatro.
—No actúo. Sólo veo las cosas detrás de las cámaras. Pintando el paisaje.
—Así que... ¿estás interesada en el arte?
Me encogí de hombros, y él apuntó algo.
—No debería ser difícil encontrar un departamento de arte pequeño. ¿Has
pensado en tomar distancia?
—¿Tomar distancia?
—Distancia de la casa. Si deseas o no ir a la universidad, o viajar.
Guau, estaba tan completamente sin preparación para esta reunión.
—No, no había pensado en eso —le dije.
—Si quieres vivir en casa, hay un montón de excelentes escuelas dentro de
una hora de donde estamos sentados ahora mismo, especialmente en la ciudad.
Columbia, por ejemplo, o NYU. Tienes un sistema de apoyo aquí.
Permanecer cerca. Pensé en Nana, en los panqueques de cada mañana. Y
luego pensé en Eve, viviendo en casa, con un propósito. Tal vez yo podría tener el
mismo tipo de propósito.
—Pero, de nuevo —continuó el señor Churchwell, dando golpecitos con el
lápiz en mi archivo—, también creo que podrías considerar un cambio... de
escenario. Una gran cantidad de jóvenes que vienen a mi oficina quieren un nuevo
comienzo en algún lugar.
Cuando estaba con Eve, me las arreglé con mentiras piadosas y omisiones,
sin hablar de mi familia en el tiempo presente. Irse a la escuela sería como
sumergirse en un mundo lleno de Eves. Las personas que no tenían idea de quién
era yo, o lo que había sucedido. Sonaba como el cielo puro y simple.
El señor Churchwell debe haber visto la confusión en mi cara, porque dijo—
: No tienes que tomar esta decisión ahora. Aplica a varias escuelas en varios
lugares. Preocúpate por ello más tarde después de saber quién te ha aceptado.
Postergar. Eso funcionaría. Tomé una respiración profunda.
El señor Churchwell anotó algo en mi carpeta y levantó las cejas. —¿Tienes
alguna universidad en particular en mente? —preguntó.
—Mi papá fue a la Universidad de Yale. Era su sueño que yo vaya allí
también.
—Yale sería una buena opción para ti —dijo, asintiendo y escribiendo una
nota—. Y no es demasiado lejos. Puedes venir a casa los fines de semana si fuera
necesario. —Hizo una pausa, me miró un poco de lado—. Es difícil entrar, pero al
ser un legado te da una mejor oportunidad, sin duda. Vamos a ponerlo en la parte
superior de tu lista.
Entonces me acordé de Eve diciéndome que una vez que obtuvo su título de
grado, se iba a aplicar a la escuela de veterinaria de Cornell. —Si estás interesado en
absoluto en el trabajo con animales para ganarte la vida —había dicho ella—, ese es el
lugar para ir a la universidad en la costa este.
La única otra cosa que sabía acerca de Cornell, era que hacía frío, pero
necesitaba más nombres en mi lista.
—He oído cosas buenas acerca de Cornell —le dije al señor Churchwell.
Luego recité los paquetes que recordaba mostrando a mi padre, y Smith para mi
mamá, y Columbia y Universidad de Nueva York, ya que podía trasladarme ahí.
Cuando terminé, el señor Churchwell miró a la página que había creado en mi
carpeta.
—¿Has visitado alguna de estas universidades? —preguntó.
—Sólo la Universidad de Yale, y las que están en la ciudad. Mi padre y yo
fuimos muchos fines de semana de visita a la universidad en la primavera pasada.
Papá ya había acordado estar fuera del trabajo los viernes y comenzó a
reservar habitaciones de hotel.
—Ah, sí, por supuesto —dijo el señor Churchwell con tristeza.
—¿He dejado pasar mi oportunidad en eso?
—No, no necesariamente. La mayoría de las universidades ofrecen
entrevistas con los alumnos locales, y siempre se puede visitar el recinto después
de entrar para ayudar a decidirte. —Hizo una pausa, tomando otra nota—. Así que
con la Universidad de Yale, te recomiendo que tomes ventaja de la Aplicación
Temprana —dijo—. Esto significa que si consigues tu aplicación en principio de
noviembre, podrías estar adentro a mediados de diciembre, pero eso no es
obligatorio. Aun así puedes aplicar a otras escuelas para mantener tus opciones
abiertas.
Me comporté como si se tratara de noticias nuevas, pero la verdad era que
ya sabía todo acerca de la Aplicación Temprana. Papá realmente quería que yo
aplicara anticipadamente. Le encantaba el nivel de compromiso que implica, y
todo el calvario de terminar lo más rápidamente posible.
—La Aplicación Temprana parece una buena idea —le dije al señor
Churchwell.
—Debes descargar los materiales y ponerte manos a la obra, especialmente
con la Universidad de Yale, ya que la fecha límite está a la vuelta de la esquina —
dijo—. Creo que tendrás una gran aplicación.
—¿En serio? —pregunté.
—Bueno, además de tener buenas notas y los puntajes del SAT, tu trabajo
con el Club de Tutoría y pintura. Querrás enviar fotos de algunos de tus grupos.
Tu trabajo en la oficina de la veterinaria ayuda mucho. Y estás de vuelta en tu
rutina escolar, trabajando duro. En vista de lo que te ha ocurrido, eso dice mucho
sobre el carácter. Es importante.
Pensé en esto por un momento, intentando comprender lo que quería decir.
—Por lo tanto, ¿debo informar a las universidades sobre el accidente?
—Creo que tus profesores deben mencionarlo en sus cartas de
recomendación, por supuesto. Pero lo que sea que escribas sobre ti misma, en tu
ensayo... esa es tu elección.
—Así que ellos pueden aceptarme por lástima.
—No. No he dicho eso. Puede ser que te acepten porque, entre otras muchas
cosas, has mostrado una resistencia sorprendente y compromiso frente a la
adversidad.
Consideré lo que puso delante de mí: La oportunidad de usar realmente mi
situación como una ventaja que otros no tienen.
—Piénsalo —dijo—, y házmelo saber.
Traducido por Majo_Smile ♥
Corregido por LuciiTamy

—¿Seguro que no quieres venir a ver? —preguntó Meg un día después del
último período. Ella y Gavin iban a ir a una prueba para My Fair Lady, el musical
de otoño del club de teatro.
Meg y Gavin ahora eran una pareja bien establecida. Su primer novio real, y
él era uno bueno. No estaba en el grupo de Andie, pero a todo el mundo le
gustaba, además, él tenía su propio coche. Tenían la costumbre de inclinarse juntos
contra una pared con las manos en los bolsillos traseros del otro, lo que me pareció
que era simplemente repugnante. A veces me imaginaba a mí y a Joe de pie allí con
ellos, haciendo la misma cosa, y eso lo hizo aún más difícil.
Afortunadamente, tenía previsto estar en Ashland ese día. La cara de Meg se
cayó cuando se lo recordé, como si realmente quisiera ver su beso francés en la
última fila del auditorio de la escuela. Sabía que trataba de llevarme a mis antiguas
actividades desde que reduje mis horas en el hospital a sólo dos tardes a la semana.
Necesitaba tiempo para mantenerme al día con el trabajo en clase, pero extrañaba
el ritmo diario del hospital, y estar rodeada de gente que no sabía nada de mí.
Ahora, cuando me fui, después de un día de clases y la gente me miraba de reojo,
era casi más un descanso que estar en casa.
A veces, cuando era lenta, me tomaba unos minutos para sentarme en el
banquillo del frente y pensar en ese día con David. Preguntándome dónde estaba y
cuando volvería a saber de él de nuevo.
Cuando llegué a Ashland, todo era un caos. Una familia trajo a su perro
después de que se había metido en una pelea. Estaba bastante golpeado y
sangrando, y el Dr. B había estado trabajando en él durante una hora. Lo que
significaba que las citas programadas regularmente se demoraron, y la gente se
molestó. —Él acaba de hacer caca en su propio portador —dijo una mujer con un
gato que aullaba bajo y constante.
—El médico está manejando una situación de emergencia en este momento
—dijo Eve con calma—. Le invitamos a reprogramar y le daremos un descuento en
la tarifa de visita al consultorio.
Esto aplacó a la mujer y Eve se volvió hacia mí e hizo una mueca. —Él tiene
que conseguir otro médico aquí a tiempo completo —susurró—. Hay demasiados
días como este.
Me hice tan útil como pude. El Dr. B y Robert consiguieron que el perro
herido se estabilizara, y fuimos capaces de empezar a recibir las citas. Después de
una hora, un hombre con un mono cubierto de pintura entró sosteniendo una bolsa
de lona sucia, con las dos manos. Vi a Eve ponerse rígida y me encontré haciendo
lo mismo.
—¿Puedo ayudarte? —dijo cortésmente mientras se acercaba a la mesa de
trabajo.
—Espero que sí. Mi equipo estaba pintando un apartamento vacío y nos
encontramos con esta gatita en un armario. Parece estar enferma o algo así.
Eve se levantó y abrió la bolsa de lona, mirando en su interior. Después de
unos momentos se volvió hacia mí. —Llama a Robert lo antes posible.
Hice lo que me dijeron, y Robert se abalanzó y se llevó la bolsa mientras Eve
le susurraba algo. Después de que desapareció con ella, Eve compuso su cara otra
vez y se volvió hacia el hombre.
—¿No sabes de dónde venía?
—Llamé al dueño y dijo que los inquilinos que acababan de salir tenían un
gato. ¿Tal vez era de ellos?
Eve se mordió el labio. —Nosotros nos encargaremos de ella.
—¿Está bien? —preguntó—. Yo la... la llevaría, pero mi esposa es alérgica....
—Creo que ella está a punto de dar a luz, en realidad. —Se inclinó y tocó el
brazo del hombre—. La trajiste al lugar correcto. —Entonces, cuando él no se
movió, Eve añadió—: ¿Quiere su bolsa de lona de nuevo?
Él negó con la cabeza, luego miró a su alrededor a la sala de espera, donde
tres clientes estaban sentados, después de haber visto todo el intercambio,
mirándolo fijamente. Inclinó la cabeza con rapidez a Eve y se fue.
Después de que los clientes restantes habían sido vistos, Eve y yo fuimos a
ver cómo estaba la gata. Robert la había establecido en una jaula de fondo y colgó
una toalla sobre la parte delantera de la misma. Eve tiró la toalla suavemente y se
asomó.
La gata levantó la vista hacia nosotras, flaca, negra como el carbón, con sus
inquietantes ojos amarillos, todavía en guardia. Se veía cansada y agotada mientras
ella cuidaba a una masa de inquietos gatitos recién nacidos. El Dr. B llegó y Eve
dejó caer la toalla en su lugar. —¿Así que tenemos una nueva mamá? —preguntó
con cansancio—. ¿Eso es qué, seis semanas después de ocupar la jaula, hasta que
los gatitos sean destetados y puedes ponerlos en adopción?
—Estoy fuera de las casas de acogida —dijo Eve con un borde de
suplicante a su voz—. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Llevarla al refugio?
El Dr. B se encogió de hombros. —Es una opción.
—No puede ir al refugio. Ya ha sido abandonada una vez, y si se molestan
en mirarla, verían cómo está desnutrida. Todos se enfermarían y morirían allí.
El Dr. B suspiró. —Entonces te la llevas.
—Mis padres me van a matar si llevo a la casa. —Eve se fue rompiendo. Tiró
la toalla otra vez, con la esperanza de forzar algo en el Dr. B—. Mira lo deprimida
que está. Lo único que quiere es su familia de nuevo.
Tan pronto como Eve lo dijo, yo podía sentir mi garganta cerrarse y una
descarga de algo caliente y fuerte detrás de mis ojos. Por el amor de Dios, pensé, por
favor, no voy a empezar a llorar aquí. Y entonces vi algo en mi cabeza. Un lugar
luminoso, con una ventana y una cama blanda, que estaba vacío como un espacio
perdido en el planeta.
La habitación de Toby.
—Yo puedo llevarla —dije, antes de que pudiera pensar en las muchas
razones para no hacerlo.
Eve puso ambas manos sobre mis hombros, sonriendo más amplio de lo que
pensaba que su rostro tenía espacio. —¿En serio?
Me limité a asentir, mirando a mis manos. —Tengo una habitación —dije
después de unos segundos—. Tengo un montón de espacio.

—Laurel, ¿cómo puedes hacer algo así sin pedirme permiso primero? —dijo
Nana mientras nos encontrábamos en la sala de estar, una caja de cartón llena de
gatos a mis pies. Estaba enfadada, con la boca fruncida y sus líneas de expresión
haciendo grietas en su maquillaje cuidadosamente aplicado. Casi había olvidado
cómo se veía.
—No creí que te importa —dije, encogiéndome de hombros, sin mirarla.
—Bueno, sí me importa, pero eso no viene al caso. Esta es mi casa también, y
estoy a cargo, y si quieres traer algunos animales sin hogar a vivir en la habitación
de tu hermano es... —Se detuvo con la palabra atascada en su garganta, y se apartó
de mí, finalmente, escupiendo—, la habitación de tu hermano... tenemos que
hablar de ello.
—Lo siento —dije—. ¿Por qué no emprendes el viaje al norte del estado, al
igual que has estado planeando? De esa manera no tendrás que lidiar con esto.
—No tengo ganas de ir ahora mismo. No cambies el tema, Laurel.
Me miró, su ira dando paso a lo que parecía ser confusión, como si estuviera
deseando tener un manual que pudiera comprobar para saber qué hacer en esta
situación.
—Era algo que tenía que hacer. —Pensé en la expresión de la gata, la
imaginaba sola en el apartamento vacío que ella sabía era su hogar, preguntándose
qué había hecho mal.
Nana vio que estaba a punto de romperme, pero mantuvo la boca en una
línea firme. —Entiendo eso, y creo que entiendo por qué. Me gustaría que
recuerdes que no eres la única tratando de averiguar cómo superarlo.
Ahora que ya no era tan firme, la línea se vino abajo, y ella se acercó a mí. —
Yo también los he perdido, ya sabes —dijo con voz temblorosa.
Di un paso hacia ella y sentí sus brazos apretarse alrededor de mí, la blusa a
cuadros nítidos presionando contra mi pecho. Era un sitio en el que no me había
dado cuenta que deseaba estar.
Ninguna de las dos dijo nada durante un rato. Me imaginé a la gatita en la
caja, escuchando todo esto, pensando, no estoy segura de que esto va a ser mejor que el
hospital de animales.
Finalmente Nana respiró hondo, dio un paso atrás, y dijo—: Está bien, pero
les das de comer, limpias después de ellos. Y le encuentras un hogar tan pronto
como te sea posible.
Me limité a asentir, y decidí que iba a llamar Lucky a mi gata de acogida.
Traducido por Pixie
Corregido por LuciiTamy

Una semana antes de mi cumpleaños y dos semanas antes de Halloween, las


hojas alcanzaron su punto máximo. Podía quedarme en nuestro jardín delantero y
mirar hacia el sur para ver la colcha de colores marrones, rojos y amarillos que se
extendían por las colinas. Me era difícil conducir ya que siempre miraba los
árboles, que se inclinaban hacia delante en la carretera como si estuvieran
mostrando sus últimas hojas de la temporada antes de ir desnudos por el invierno.
Los recuerdos me golpeaban fuerte, exprimiendo mi pecho, cada vez que
salía y sentía ese chasquido en el aire, los olores de la comida de otoño flotando en
nuestro vecindario. Mi papá, Toby y yo rastrillando el césped y luego saltando en
las hojas. Mamá y yo comprando suéteres y pantalones de pana en el centro
comercial. Los cuatro conduciendo al norte para recoger manzanas temprano un
sábado por la mañana. Siempre he amado octubre porque movía las cosas, pateaba
nuestros traseros cambiando el mecanismo. Pero ahora que las cosas se mueven sin
ellos, simplemente me hizo llorar un montón.
—Los cumpleaños y las vacaciones son muy dificultosos cuando estás de
duelo, especialmente el primer año —dijo Suzie durante nuestra última sesión—.
Serán un par de meses muy duros.
—Lo sé —fue todo lo que dije, jugueteando con un botón libre de mi suéter.
—¿Cómo está yendo tu aplicación para la Universidad? —preguntó—. Sólo
te quedan un par de semanas para presentarte en Yale, ¿correcto?
—Ya casi termino —respondí, satisfecha por cambiar de tema. Pensé que mi
aplicación era bastante buena. O al menos, lo suficientemente buena para mi papá.
Incluso tenía fotos de mi mejor set de pinturas a lo largo de los años. Eran fotos
que mamá había tomado, que en ese momento habían parecido demasiado
embarazosas como para decir algo. Ahora, el hecho de que ella las había tomado
hizo a las fotos preciosas, y yo tenía copias de ellas en un marco en una pared de
mi habitación—. Los profesores prácticamente están haciendo fila para escribir mis
cartas de recomendación. Eso fue bastante extraño.
Suzie sonrió. —Extraño, quizás, pero estoy segura que no inmerecido.
—Aún estoy estancada sobre qué escribir para el gran ensayo. —En otras
palabras, ¿escribo sobre mi familia o no les cuento nada de lo que sucedió? Estaba
totalmente perpleja y sólo seguía postergándolo.
—Pensarás en el tema adecuado, estoy segura.
Asentí. Esto era lo que todo el mundo había dicho, incluyendo a Nana y
Meg. Estuvimos en silencio por demasiado tiempo, supongo, porque Suzie saltó
con un nuevo asunto. —Y tu cumpleaños está llegando. ¿Te sientes como si quieres
una gran fiesta, o sólo una pequeña celebración?
Simplemente me encogí de hombros. Cada vez que pensaba en ello me
entristecía.
—Porque creo que necesitas potenciarte en esto. Eres lo suficientemente
grande. Si la gente hace cosas por ti y no es lo que quieres, realmente te hará sentir
peor. ¿Qué hiciste en el pasado?
—Usualmente Meg y yo iríamos a ver una película y luego tendríamos una
pijamada.
—¿Es eso lo que quieres hacer esta vez? —preguntó Suzie, haciendo una
anotación en su cuaderno de notas. A veces me imaginaba a Suzie dibujando
garabatos y corazones todo este tiempo que pretendía estar tomando notas.
Traté de imaginar a Andie Stokes y Hannah Lindstrom en bolsas de dormir
en el piso del estudio. Como si eso fuera a pasar.
—No —dije—. Creo que es momento de un cambio. Quizás cenar en algún
restaurant de moda.
Suzie asintió. —Eso suena encantador.
Luego me imaginé a Meg, Nana, Eve y yo y tal vez a los padres de Meg,
comiendo en la mesa de la esquina de Magic Work. Sonaba encantador.
—¿Qué hay de Halloween? —preguntó Suzie, regresándome a la realidad—
. Hay un baile en la escuela, ¿verdad?
Hombre, ella estaba informada.
—Sí —dije—. Hay un baile y sí, voy a ir. Andie, Hannah, un par de sus
amigos, Meg y yo, vamos a ir vestidos como sushi. Creo que dijeron que soy una
limanda10.
—Me gustaría ver eso —dijo Suzie, haciendo otra anotación (u otro
garabato). Miró sus notas otra vez y, como decidiendo que no le he dado mucho
sobre que escribir, preguntó—: ¿Algo más de lo quieras hablar hoy?

10
Pez de cuerpo aplanado y asimétrico.
Tenía una nueva postal de David escondida en las últimas páginas de mi
libro de historia. Estaba en México. Sólo por el fin de semana, había escrito. Sólo para
ver cómo es tomar un auténtico tequila.
Aún no le había dicho a Suzie sobre lo que había pasado con David; no iba a
comenzar ahora. Pero sentía como que le debía una especie de pepita personal
nueva.
—Joe Lasky quiere que hagamos juntos un proyecto de arte —dije,
pensando en su sonrisa abierta ese día en mi casillero.
Sonrío, demasiado complacida, pero yo estaba contenta por eso. Quizás ella
se podía emocionar por mí, ya que yo no me lo permitía.
—Cuéntame sobre eso —dijo Suzie, y así lo hice.

Era después de la escuela y estaba esperando a Joe. El día anterior, me había


enviado un texto mientras estaba en inglés:
¿Reunión de superhéroes mñn? No se admitn villanos.
Me reí, luego le respondí:
Bien, sólo dme dnde stan los cuarteles secretos.
Ahora la puerta, que yo había cerrado para que nadie me viera sentándome
sola en la sala de arte, comenzó a sacudirse. El rostro de Joe apareció en la pequeña
ventana de la puerta, sus ojos confundidos.
—¡No está cerrada con llave! —grité. Joe la sacudió un poco más, la empujó
un poco más fuerte, y repentinamente cayó dentro de la sala.
—Supongo que por eso el señor Ramírez nunca cierra la puerta —dijo. Su
cuaderno de dibujos estaba escondido debajo de un brazo y su bolso colgado
diagonalmente a través de su pecho—. Gracias por reunirte conmigo hoy.
—No hay problema. —Me encogí de hombros, pensando, ¿No sabes que he
estado esperando por esto? Y: Mejor que no estés haciendo esto por obligación, para
compensar la noche del baile de graduación.
Joe agarró un taburete y lo acercó a mi lado, después empujó su cuaderno
de dibujo en la mesa delante de nosotros. —Así que, ¿cómo hacemos esto?
Se sintió como una gran pregunta, una que sólo podías responder con
acción. Por lo que abrí su cuaderno en el primer dibujo, una chica preadolescente
con unas botas rojas demasiado grandes y un desenfadado vestido corto, sus
manos en sus caderas. Estaba sacando su lengua.
—¿Quién es? —le pregunté.
—Mi hermana menor. SuperBrat. La he estado dibujando de varias formas
por años.
—¿Es así de mala?
—No tienes idea —dijo Joe, sacudiendo su cabeza—. Cuando yo era más
joven, solía tener una lista de formas en que ella podría morir. —Contuvo el aliento
y su cara instantáneamente se tornó blanca—. Lo siento, no debí haber dicho…
Tú…
—Está bien —dije. Pero se veía tan enojado consigo mismo. En ese momento
me di cuenta cuan duro debió haber estado tratando de no decir nada para
molestarme—. Definitivamente debería usar este —añadí, yendo a su rescate—.
Podría dibujar una habitación donde todo es gigante en relación a ella. Mesas,
sillas y cosas. Como que ella piensa que es un pez gordo pero en realidad, es
diminuta en su mundo.
—¡Me gusta eso! —dijo Joe, asintiendo. Nuestras cabezas estaban inclinadas
cerca del otro, y cuando olí su cabello, me regresó a la noche del baile de
graduación y casi me abrumó.
Joe, y esta conversación de ida y vuelta. No postales en una sola dirección
que no podía responder, postales que bien podían haber sido mensajes
abandonados en el cielo y todo lo que yo podía hacer era tratar de atraparlos.
Agarré mi cuaderno de notas y escribí algo acerca de SuperBrat. —Muy
bien, muéstrame el siguiente.
Media hora después, habíamos repasado todos sus dibujos y elegido ocho
que debían estar en el show, y para los cuales yo podía dibujar algunos fondos. Las
ideas venían velozmente a mí, totalmente formadas. Era como si estuvieran
viajando en una carretera que había sido obstruida con tráfico pero que ahora
estaba inesperadamente despejada.
Cuando alcanzamos el final del cuaderno de Joe, nos sentamos allí por un
momento. No quería irme todavía.
Luego dijo—: Escuché que tú y un montón de chicas tienen algo fantástico
planeado para el baile de Halloween.
He estado esperando descubrir si él iba a ir o no, pero temía que si
preguntaba, pensaría que quería ir con él. Lo que, estaba segura, hubiese sido un
panorama terrorífico dada nuestra historia. Algunas cosas son demasiado
asustadizas incluso para Halloween.
—Sí, es un secreto —le dije—. Tendrás que verlo por ti mismo.
Joe bajó la mirada. —Desafortunadamente, tengo que trabajar esa noche.
Me tragué mi decepción. —Estoy segura de que habrá fotos después del
hecho —dije casualmente, luego comencé a ocuparme de mi bolsa de libros para
irme.
—Estoy tratando de zafarme de ello. —Aún no me miraba.
—Está bien —dije, sin mirarlo.
—¿Estás estacionada en el lote de los de último año? —preguntó, y cuando
me giré y asentí, hizo un gesto de después de ti con sus brazo, hacia la puerta.
Los pasillos se hallaban mayormente desiertos, y sólo unas pocas personas
nos vieron caminando juntos. Sabía que sería suficiente para que el rumor se
echara a andar otra vez.
—Gracias de nuevo por aceptar hacer esto —dijo Joe mientras nos
acercábamos a mi auto.
—Será divertido —dije—. Además, puedo ponerlo en mis aplicaciones, si no
entro tempranamente en Yale.
—Tomaré fotografías de las piezas finales para que puedas enviárselas.
—Eso sería genial —dije. Di un paso hacia la puerta del auto y saqué de mi
cartera las llaves, luego me giré para despedirme, pensando que él se había
detenido varios centímetros detrás de mí. Pero no, y ahora estaba más cerca de lo
que esperaba.
—Que tengas una noche genial, Laurel —dijo. Luego se detuvo, y durante
una mitad de una mitad de una fracción de un instante, creí que podría besarme.
Bésame Joe. No me romperé.
En cambio, se alejó de mí, como si tuviera miedo de lo que podría pasar
accidentalmente, y extendió sus brazos abiertos. Lo imité y nos inclinamos uno a
otro en el más breve de los abrazos. Ni siquiera un abrazo, en verdad. Más como
un roce de cuerpos.
En serio, Joe, puedes tocarme sin romperme. De hecho, tú podrías incluso
recomponerme un poquito.
Entonces se alejaba de mí, sacudiéndose, y yo me sacudí con la sonrisa más
normal que pude reunir.
Mientras conducía a casa, pensé en los labios de Joe, en la piscina de Adam
LaGrange, y cómo sus manos se habían sentido en mí. No este roce sin sentido,
sino firme, con seguridad. ¿Cómo podré tener eso nuevamente?
Y luego me pregunté sobre mamá. Si estuviera esperándome en casa, ¿le
pediría un consejo? ¿Haríamos té y hablaríamos sobre qué hacer con Joe? Con ella,
nunca he llegado al punto de necesitar orientación sobre chicos. Pero entonces, si
estuviera viva, Joe y yo aún seríamos extraños virtuales.
La triste y retorcida ironía de eso me puso repentinamente furiosa. Subí el
volumen de la radio tanto como pude y luego grité al tráfico que se aproximaba.
Era un truco que Suzie me había enseñado. Cualquiera fuera del coche, sólo
pensaría que estaba rockeando una gran canción.

Meg se sentó conmigo en el centro de la alfombra de los Yankees de New


York de la habitación de Toby. Lucky ronroneaba muy fuerte entre nosotras
mientras yo frotaba su barriga y Meg rascaba bajo su barbilla. Le gustaba tomarse
un descanso de los gatitos, que dormían en una pila en la esquina trasera de la
canasta para perro que Eve me había dejado.
—Luce bien —dijo Meg.
—Lo sé, no puedo creer cuanto peso ha ganado en sólo tres semanas. Eve
me dio la receta de una comida nutritiva para gatos que hace una gran diferencia.
—Eve sabe mucho —dijo Meg sarcásticamente, pero no respondí y en
cambio, miré el móvil de sistema solar en el techo, que se retorcía lentamente y casi
sin ganas.
Cuando entré a la habitación el día que salvé la vida de Lucky, era la
primera vez que había sido abierta desde que Nana tuvo que buscarle un traje a
Toby para el entierro.
Mientras he sido capaz de ir a la habitación de mis padres un par de veces
para buscar cosas, ninguno de nosotros podía abrir la puerta de Toby. Nunca
hablamos del tema, aunque Suzie ocasionalmente me preguntó sobre eso.
El aire estaba viciado pero por un segundo, creí que podía oler esa
combinación de Head & Shoulders y sudor ligero que siempre sería mi hermano.
Tenía algunos pósters nuevos: un par de bandas que apenas había comenzado a
escuchar y uno de una modelo rubia en bikini, montada en una moto Vespa, que
me hizo reír. Había un libro de partituras en blanco en el escritorio, con notas
rayadas con la escritura torcida y luchadora de Toby. Había mirado el piano
eléctrico en el rincón, luego regresé a las partituras. Todo lo que podía distinguir
era la letra, Dime por qué, quieres llorar.
Toby siempre fue bueno para hacer canciones, incluso si tenía problemas
escribiéndolas. Cuando éramos más pequeños, antes de que mi ida a la secundaria
pareciera transformar los tres años entre nosotros en veinte, montábamos shows
para nuestros padres. Él hacia la música, yo el escenario y los disfraces, y sólo
improvisábamos el resto.
Aunque su habitación ahora olía a gato, no a un adolescente, imaginé que
Toby pensaba que lo que estaba haciendo era genial.
—¿Estás trabajando en tu cosa de Joe? —preguntó Meg, cambiando de
posición y estirándose. Se refería a los dibujos, claro, pero esa frase, “Cosa de Joe”,
era un mundo de posibilidades.
—Sí, un poco. El show es recién en diciembre, así que hay tiempo.
—Me alegro de que ustedes sean… amistosos ahora.
Nos detuvimos, y casi comienzo a contarle sobre las postales de David. No
eran algo que debería resguardar de ella, lo sabía, pero ¿cómo podía explicarlas?
Entonces escuchamos a Masher rasguñando y gimiendo en la puerta, y el
momento se fue. Lo volvía loco que haya animales aquí que podía olfatear pero no
ver.
Lucky miró hacia la puerta con desdén, luego trepó al regazo de Meg. —
Debe pensar que necesitas un poco de azúcar hoy —dije.
Meg frunció el ceño por un segundo y la punta de su nariz se frunció, como
si tuviera algo que decir acerca de eso, pero entonces se inclinó y le dio a Lucky un
gran beso húmedo en su cabeza.

Quería ir a Magic Wok para mi cumpleaños. Tengo a Magic Wok y la gran


mesa redonda del rincón, con la Perezosa Susan en ella, que siempre amé cuando
era niña.
Nana y Megan se sentaron a cada uno de mis lados. Los padres de Meg se
sentaron junto a ella, y Eve junto a Nana. Todos ordenaron el Mai Tai, que venía en
un Buda de cerámica con una ridículamente larga pajilla, incluidas Meg, Eve y yo,
a pesar de que teníamos la versión sin alcohol que tenía el mismo gusto que los
Slurpees.
—Por Laurel —dijo Meg, alzando su Buda—. Que este año sea tan
maravilloso como sea posible.
Todos levantaron sus Budas. —¡Por Laurel!
Comimos empanadillas y rollos de huevo y todos la pasamos muy bien,
excepto quizás el señor Dill, que parecía no gustarle la comida china debido a que
le pidió a la mesera que le llevara un sándwich de carne, y la señora Dill rodó sus
ojos e inclinó su silla lejos de él.
También estaba la tristeza. Podía sentirla justo ahí, debajo de la mesa, a
punto de arrastrarse con sus manos y rodillas a mi fiesta. Tal vez, si mantenía mis
piernas juntas y mis pies presionados en el piso, no tendría espacio para escapar.
Pero salió de todos modos, no importa cuán fuerte todos se rieron de las
bromas de Eve o de cómo Nana trató por primera vez en su vida de usar palillos
chinos.
Era mi cumpleaños, y quería a mi mamá y a mi papá. Mi madre siempre
trataba de hacer algo un poco alternativo para mis fiestas, como comprar viejos
sombreros en la tienda de segunda mano y dejar que mis invitados y yo los
decoráramos con flores de fieltro y cuentas. Papá me daba un libro cada año,
escrito adentro de la portada. Siempre he pensado, ¿por qué no puede simplemente
contratar a un mago o un inflable como todo el mundo? ¿Se supone que debo leer este libro
y pretender que me encantó incluso si no es así?
Cada vez que sentía que iba a perderlo, tomaba un sorbo de mi Buda y
miraba la tapa verde de la botella de salsa de soja baja en sodio ya que se
encontraba en frente de mí en la Perezosa Susan. O sólo sonreía, reía y asentía
cuando los demás lo hacían.
Se sentía bien, la gente que estaba aquí (excepto tal vez el señor Dill).
Afortunadamente, Andie y Hannah tenían un juego de hockey lejos y no pudieron
venir, y sabía eso cuando las invité. Las cosas con Joe aún estaban sin forma. Esa
era una incomodidad que no quería en la mezcla.
Después de los aperitivos, me levanté para ir al baño, y Meg se levantó para
venir conmigo. Mientras nos alejábamos caminando de la mesa y hacia el pasillo,
escuché a Eve preguntar—: Así que, ¿dónde está la gente de Laurel esta noche?
Un pedido de silencio vino de la mesa, pero no me di vuelta para mirar
sobre mi hombro.
—Sigue caminando —dijo Meg, y me empujó hacia la puerta del tocador.
Después de que orinamos y nos lavamos las manos, supe que iba a tener
que regresar, mirar el rostro de Eve y ver que ella lo sabía ahora.
A la mierda. Era mi cumpleaños.
Meg volvió a la mesa primero, y yo la seguí. Hablaban sobre sus “momentos
de comida en películas” favoritos, y el señor Dill estaba describiendo alguna
escena de una película de Jack Nicholson donde ordenaba un sándwich de
ensalada de huevos, y todos se aseguraron de mantener la conversación en marcha
cuando me senté de regreso.
Pero tan pronto como hice eso, Eve comenzó a llorar. Nana puso su brazo
alrededor de ella mientras Eve alzó sus ojos hacia mí, y apartó la mirada. Luego,
afortunadamente, la comida llegó, y pronto todos estaban muy ocupados usando
el comer como una excusa para no hablar.
Más tarde, trajeron un gran pastel e hicieron que todo el restaurant cantara
el “Feliz Cumpleaños”, y abrí los regalos. Por un segundo, recordé el baño de
espuma de Campanita que me dio una vez David para mi cumpleaños cuando
éramos pequeños, y me pregunté donde estaba él en ese preciso momento.
Traducido por Anna Banana
Corregido por LuciiTamy

—No lo entiendo —dijo Meg—. ¿Se supone que esto es el arroz?


—Sí. ¿No se parece al arroz?
Nos encontrábamos de pie en frente del espejo de cuerpo completo en la
habitación de su mamá, con losas grandes de poliestireno blanco colgando de
nuestras espaldas. La espuma de poliestireno estaba atada a correas que colgaban
de nuestros hombros, los cuales estaban unidos a sacos grandes de color colgando
en frente de nuestros cuerpos. Creo que ninguna de las dos estábamos listas para
admitir qué tan idiota era todo el asunto.
—No, y estos no parecen trozos de pescado.
—Creo que quedará mejor una vez que pongamos las algas —ofrecí,
apuntando al montón de felpa verde que estaba en el piso, los que se suponían
debían estar alrededor de nuestras cinturas.
—¿Dime otra vez por qué aceptamos a hacer esto? —preguntó Meg,
tratando de hacer que su arroz estuviera recto.
—Tú eres a quien le gustan tanto. Y Andie dijo que realmente necesitaban
un plato completo de sushi. ¿Y cómo podríamos hacerles eso a ellas? ¿Hacerles ir al
baile de Halloween sin camarones y limanda? ¡Serían la burla del pueblo!
Meg se río, luego me dio una mirada de soslayo. —¿A ti no te agradan?
—Supongo que sí. No me gustan gustan. Pero son agradables.
—Sí, lo son. —Lo que ella no dijo es, y son populares y no sintió la necesidad
de mencionar que al estar con ellas, mi puntuación social ha salido por los cielos. Y yo no
sentí la necesidad de recordarle que todo es porque ellas quieren parecer santas al ser
amigas de la pobre Laurel Meisner.
Había mucho que Meg y yo no nos decíamos en estos días.
—Tienes razón —anunció Meg, a su reflejo en el espejo—. Se verá mejor con
las algas. Y Gavin completará el efecto.
Gavin iba como un par de palillos gigantes. Sólo le sonreí y pensé, si las cosas
fueran diferentes con Joe, ¿de qué iría él? ¿Tal vez wasabi? ¿Podría gustarle lo
suficiente a un chico como para vestirse de wasabi? ¿Y cómo sería de todos modos?
Era viernes por la noche y Halloween sería el próximo jueves, lo que
significaba que tenía tan sólo cinco días para escribir mi ensayo para la
Universidad de Yale y enviarlo antes del primero de noviembre. Todavía no tenía
idea de qué decir, especialmente sin saber si escribir o no sobre mi familia. Sin eso,
tenía dificultad en encontrar algo que importara, algo que haría al departamento
de admisiones de Yale pensar que yo era alguien especial. Sabía que debería estar
en casa trabajando en ello, pero esto de alguna manera parecía ser mucho más
importante.
—Ya se te ocurrirá algo —había dicho Nana confiadamente—. Siempre lo
haces.
En la planta baja, los padres de Meg y Nana nos esperaban con sus cámaras.
La señora Dill había cambiado su opinión acerca de “esas chicas” cuando Meg trajo
a casa a Andie a la cena una noche, y todos se llevaron de maravilla. Nana había
cambiado su opinión el día después de mi cumpleaños, cuando Andie llegó a la
casa con una tarjeta y un certificado de regalo para manicura y pedicura en Happy
Nails “de parte de todos nosotras”. Si había una manera de llegar al corazón de
Nana, era a través del buen tratamiento.
Más fotos en frente de la escalera. Nana en realidad no entendió la cosa del
sushi, pero de todos modos hizo una gran cosa de ello. Después se llevó a Meg a la
cocina, sólo ellas dos, y la escuché susurrarle algo acerca de que no se alejara de mi
lado. Toda la escena fue como un recuerdo del baile, —todos lo sentíamos, me di
cuenta— así que no podía culpar a Nana. Estaba incluso un poco agradecida, me
alegraba que ella hubiera pospuesto su viaje a casa una vez más por estar aquí.
Cuidadosamente doblamos los trajes y los metimos en el coche de Meg
antes de conducir a la escuela para el baile. Ambas estábamos vestidas de blanco
de pies a cabeza y brillábamos un poco bajo la luz fluorescente de la calzada de los
Dill. Antes de que nos subiéramos, Meg y yo nos detuvimos a un lado del coche,
observándonos la una a la otra sobre el techo negro brillante del coche.
—Siento que vamos a una fiesta de mimos —dije, incapaz de ocultar el
nerviosismo en mi voz temblorosa.
—Vas a estar bien —dijo Meg, pero parecía no estar convencida.
Habíamos estado preocupadas de que llegaríamos tarde, pero tan pronto
como llegamos a la escuela me di cuenta que íbamos a estar entre los nerds que
llegaban primero. Tan sólo había un puñado de coches.
—Está bien, necesitamos tiempo para vestirnos —dijo Meg.
Así que nos pusimos detrás del Toyota, una vez más poniéndonos la
espuma de poliestireno y los cinturones de felpa verde, con la esperanza de que
nadie nos viera hasta que estuviéramos junto con el resto de nuestro plato. Y
después esperamos, entre las sombras del coche y un árbol, sólo un par de platos
crudos mirando a otros chicos llegar.
Meg inició la conversación.
—Luke Trumbull es Frankenstein. Eso es tan anticuado. ¡Oh, mira! Alguien
es Cosa Uno y Cosa Dos de El gato en el sombrero. No sé quiénes son, están muy
lejos.
Finalmente, vimos el Beetle de Andie llegar al estacionamiento y nos
dirigimos a donde se había aparcado.
—¡Se ven deliciosas! —dijo, después Hannah y dos de sus amigas salieron
del auto. Les ayudamos a ponerse sus disfraces, y juntas, nos mirábamos menos
estúpidas. Hannah los había diseñado y hecho, por lo que se sentía orgullosa
mientras nos dirigíamos a la escuela, tomándonos fotografías desde atrás.
—Vamos a tomarnos una fotografía grupal antes de entrar —dijo Hannah
cuando llegamos a la entrada principal. Nos agrupamos sobre los escalones,
nuestros brazos alrededor de la otra, mientras que Andie le pidió a un estudiante
de segundo año que nos tomara la fotografía. Él parecía emocionado de tener
tremenda oportunidad e hizo una gran cosa en posicionar la cámara.
—Digan “sí” —dijo.
—¡Sí! —dijimos al unísono, sonriendo.
Tomó la foto, y luego dijo—: Una más.
Mientras él posicionaba la cámara, algo llamó mi atención, cerca de donde el
auditorio en forma de lata de atún se hallaba frente de la escuela.
La estatua del oso parecía estar moviéndose.
No, esperen. No la estatua. Una persona que estaba de pie enfrente de la
estatua, entre las sombras de su silueta.
Una persona que parecía ser David.
—Digan, “sayonara” —dijo el estudiante de segundo año, tratando
duramente de ser genial.
Tenía miedo de retirar mis ojos de la figura, con temor de lo que había visto
desapareciera, pero Meg apretó su brazo alrededor de mí y me vi obligada a mirar
a la cámara lo suficiente para ser cegada por el flash.
Ahora no podía ver nada cerca del auditorio excepto chispas blancas. Meg y
el resto del plato se dirigieron adentro de la escuela, pero me quedé allí en los
escalones, observando a las chispas desaparecer de mi visión.
La persona-David se movió de nuevo, y comencé a dirigirme hacia él,
caminando sobre el césped mojado en mis zapatillas de deporte blancos, sin
importarme que se estuvieran enlodando. Finalmente llegué al pavimento, la
calzada frente al auditorio, y ahora lo podía ver sin las sombras. Él me vio,
también.
—Laurel —dijo simplemente.
Su pelo estaba más largo, rozando la parte superior de sus hombros, y su
peso lo hacía colgar lisamente y brillante. Había perdido de peso y estaba un poco
bronceado. Parecía unos cinco años mayor.
Y luego estaba yo, vestida como sushi.
—Hola, David.
Sus ojos recorrieron mi atuendo, pero se detuvieron antes de llegar a mi
cara.
—No me digas. Limanda, ¿verdad?
—¿Cómo lo supiste?
David sonrió de lado. —En California hay sushi por todas partes. Digamos
que comí demasiado.
—¡Ahí estás! —Oí la voz de Meg detrás de mí y me di la vuelta. Ella
jadeaba—. Pensé que estabas junto a mí, lo lamento. Se llenó de gente y me tomó
unos minutos para darme cuenta…
Meg vio a David y su boca cayó abierta.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —pregunto con furia. Eso era lo que yo
había planeado decir, una vez que decidiera que era más raro: Que David se
apareciera de la nada, o saber que David conocía qué tipo de pescado se suponía
que yo era.
—Estoy aquí para ver a Laurel —dijo David, ahora levantando su mirada a
la mía. Sus ojos estaban perfectamente redondos y completamente abiertos,
diciéndome que estaba bien que mi mirada se quedara en ellos—. Acabo de llegar
esta noche y fui a tu casa… a ver a Masher… y nadie estaba allí. Y sabía que había
un baile escolar así que pensé que podía encontrarte aquí…
Él quería ver a su perro. Por supuesto. Alejé mi mirada.
—Laurel, ¿tal vez podrías darle las llaves de tu casa? Tu abuela
probablemente todavía está en mi casa.
Miré a Meg, después detrás de ella hacia las luces de la escuela, las cuales
parecían temblar de la energía del baile. La música sobresalía del gimnasio, donde
sin lugar a dudas el resto del plato del sushi nos buscaba, y donde Gavin
deambulaba como un gran par de palillos chinos que no tenían nada que tomar.
Joe se encontraba a kilómetros de distancia entregando boletos en el cine y yo no
tenía a nadie esperando por mí.
—Meg, sólo entra —dije.
—¿Qué quieres decir?
—Sólo ve. Al baile. Yo iré… —Miré a David—. Me iré a casa con él.
—Pero te vas a perder la diversión —dijo con voz débil.
—No realmente —dije—. Y tú te divertirás más sin mí.
Meg inclinó la cabeza como si estuviera a punto de negarse, pero se
contuvo. Ella sabía que tenía razón.
—¿Qué les digo a las chicas?
—Diles que me di cuenta que aún no estaba lista para un evento social de
esta magnitud. Es la verdad, de todos modos.
—Déjame ir contigo —dijo vacilante.
—No, quiero que te quedes.
—Le prometí a Nana…
—Ella estará bien con esto, te lo juro.
Meg entrecerró los ojos. —Hay algo que no me estás diciendo.
—Por favor, sólo ve. Te lo diré más tarde. —No estaba segura si eso era
cierto.
Meg me dio una mirada confundida y sucia antes de volver a la escuela sin
decir adiós. Vi su rectángulo blanco de espuma de poliestireno hacerse cada vez
más pequeño mientras caminaba a través del césped, luego me volví hacia David.
—Gracias —dijo—. En verdad no puedo esperar para ver a Masher.
—Y él no puede esperar para verte —le contesté y comencé a seguir a David
hacia el Jaguar de su padre, el cual estaba estacionado en el aparcamiento para la
facultad y definitivamente ya no reluciente.
Conducimos a casa en silencio. Mi disfraz estaba sobre el asiento trasero del
Jaguar, y peleé contra el impulso de trasladarme junto a él. Cualquier cosa excepto
no estar sentada en silencio junto a David, vestida de pies a cabeza de blanco como
un letrero de neón gigante.
Cuando pasamos por la casa de los Kaufman hacia el camino a la mía,
David estiró el cuello para mirar hacia ella, sin molestarse en ocultar el dolor en
sus ojos.
Nos detuvimos en la entrada de la casa, el Volvo aún estaba ausente, pero él
no apagó el coche. Sólo miró fijamente hacia la puerta del garaje.
—A veces pienso en esa noche, con las cosas de una forma diferente —dijo.
Sonaba distraído, de ensueño.
No le respondí.
—Ya sabes, como si en lugar de ir a casa de Kevin para molestar a mis
padres, hago lo decente y voy con ellos a Freezy’s. Hubiéramos tenido que ir en
dos coches.
Se volvió a mí y traté de ocultar la sorpresa en mi cara.
—Podría haber cambiado todo —dijo.
Pensé en mi Bien de Preguntas. Había sido la sugerencia de Suzie. Cada vez
que sintiera que me ahogaba en los y sí, los escribiría en un pedazo de papel, los
doblaría y los pondría en un frasco de mayonesa vacío, y después atornillaría la
tapa de nuevo con fuerza. Era una manera de sacarlos, dejarlos ir.
Mi Bien de Preguntas se estaba llenado, y necesitaba encontrar otro frasco
pronto.
Tragando saliva, finalmente le dije—: Pudo hacerlo. Pero no lo hizo.
David suspiró y asintió, después apagó el auto y se sentó allí, con las manos
en el volante.
—He estado conduciendo por tanto tiempo —dijo en voz baja—, se siente
raro dejar de hacerlo.
Silencio de nuevo. Se sentía como si David tuviera la necesidad de que yo
tomara el liderazgo aquí. Estamos en mi territorio ahora. Así que dije—: Gracias por
las cartas.
Se volvió a mirarme, su rostro en blanco.
—Quiero decir, Masher te da las gracias. Creo que olían familiares o algo
así.
David sonrió con tristeza. —Me alegro de que le gustaran.
—Vamos a verlo —le dije, abriendo la puerta del coche. Salimos del Jaguar y
me siguió hasta la casa.
Tan pronto como saqué las llaves y éstas tintinearon, escuchamos a Masher
ladrando y jadeando en el interior, lo que hizo a David reír. En segundos, la puerta
se abrió y Masher salió por la puerta directamente hacia David, un borrón
frenético, y puso sus patas en el pecho de David y su lengua en su rostro. Él sabía
que David estaba aquí, a pesar de que no habíamos dicho ni una sola palabra. De
alguna manera, él estaba seguro de ello.
Pasé por su alrededor hacia la casa, hasta mi habitación, para así poder
cambiarme de esta ropa blanca. Cuando llegué allí, entré en mi armario y cerré la
puerta detrás de mí, pensando en los ojos de David dirigiéndose al lugar que él
siempre había llamado hogar.
A veces pienso en esa noche.
Nunca se me había ocurrido que David también era perseguido por las
preguntas. Era tan simple y tan obvio.
Lloré duramente pero en silencio con alivio en la oscuridad.
Traducido por edith 1609
Corregido por tamis11

Una hora después, Nana colocaba algunas galletas Pepperidge Farm para
nosotros en la tabla de la cocina, disculpándose de que no tenía nada hecho en
casa.
—Está bien, Nana —dije—. ¿Podrías relajarte?
—Sólo estoy regañándome porque teníamos ese pan de calabaza pero lo
llevé todo a lo de los Dill, y debería haber guardado algo para ustedes.
Ella sonrió a David, quien se encontraba sentado con la cabeza de Masher en
su regazo, inhalando el descongelado guiso mulligan como si no hubiera comido
en días. Tenía que darle crédito a Nana; cuando llegó a casa diez minutos después
de nosotros, estaba imperturbable por su presencia en la casa. Aún no parecía
recordar que me perdí el baile. Sólo fue derecho al refrigerador para ver qué tipo
de comida podía ofrecer.
Cuando David finalmente tomó un descanso de su guisado y fue por una
galleta, Nana hizo su movimiento.
—Así que, David, ¿qué te trae a casa?
Él dio un respingo sólo por un segundo pero continuó agarrando la galleta.
—Oh, ¿no escucho? —dijo a la ligera, muy a la ligera—. Mis abuelos vendieron la
casa, y tengo que ir a ver mis cosas para decidir que quiero mantener.
Estábamos en silencio. Conduje o caminé por la señal EN VENTA cada día
desde la primera vez que apareció, pero todavía pensar en alguien más viviendo
en esa casa no ha entrado en mi mente. No se veía posible. Yo había querido verla
como un lugar vacío y perfectamente preservado en memoria de la última noche
viva mi familia.
—¿A quién se la vendieron? —preguntó Nana.
—Alguna pareja casada con un bebé —dijo David, prácticamente
escupiendo cada palabra.
Estuvimos en silencio otra vez. No había nada más qué decirle que
probablemente fuera adecuado. Si sólo se sintiera correcto quedarse en los
pequeños detalles del aquí-y-ahora.
—¿Tus abuelos saben que estás aquí? —preguntó Nana.
—No, aún no.
—Estoy segura que estarán felices de volver a tenerte en casa.
David sacudió la cabeza. —No me voy a quedar aquí. Yo… no puedo
quedarme aquí. —Sacó el celular de su bolsillo y entrecerró los ojos a la pantalla—.
Estoy tratando de conectar con Kevin para quedarme en su casa, pero no me está
regresando la llamada.
Nana me miró, y yo sólo elevé mis cejas hacia ella para dejarle saber: sigue
adelante.
—Bueno, te puedes quedar aquí si quieres —dijo Nana—. Hay un lindo sofá
en el estudio que puedo preparar para ti.
—¿En verdad? —La cara de David se iluminó—. Eso sería genial. Puedo
estar en la litera con Marsh aquí.
Él tenía una mirada que nunca antes le había visto. Sinceridad tal vez,
mezclada con un poco de auto-compasión. No lo conocía lo suficiente como para
identificarlo.
Seguí queriendo decirle algo, pero después de mi pequeño episodio del
closet, me encontré sin palabras.
—¿Cómo está tu padre? —preguntó casualmente Nana. Había estado
esperando que ella no preguntara eso. No quería saber.
Y eso hizo caer la cara de David otra vez. —Está igual.
—Lo lamento —dijo Nana.
—Voy a ir a verlo mientras estoy aquí.
—Estoy segura que eso le gustaría. —Nana hizo una pausa, luego puso su
taza de café abajo—. Voy a alistar el sofá. Debes estar exhausto.
Ella dejó el cuarto y casi la seguí, pero David volteó hacia mí.
—Masher parece genial. Gracias por eso.
Miré abajo al perro y no pude evitar sonreír. —Es un chico bueno. Y ni
siquiera le ha molestado la gata nueva.
—¿Gata nueva? —David frunció el ceño.
Había estado esperando una manera de contarle que era lo que he estado
haciendo, lo que ha pasado en mi vida. De repente parecía más fácil sólo mostrarle.
—Ven a echarle un vistazo —dije, luego simplemente me paré y sacudí mi
cabeza hacia el pasillo.

La mañana siguiente, me desperté tarde. Me había acostumbrado a que


Masher me despertara a una cierta hora para que lo dejara salir, pero ahí no había
una nariz húmeda en mi cuello a las siete. Luego recordé por qué.
El sillón en el estudio estaba pulcramente hecho, y la bolsa del ejército de
David se hallaba en el suelo al lado de él, con sus cosas esparcidas.
—¿Dónde está? —le pregunté a Nana, que lavaba los platos en la cocina.
—Bueno, ¡mira quién durmió hasta tarde! Buenos días, perezosa.
—¿Ya se fue?
—Sólo a su casa. Masher también. Quería empezar temprano. —Hizo una
pausa y sacudió su cabeza—. No le envidio ese trabajo. Es una de las razones de
por qué sigo posponiendo mi viaje a casa.
Pensé en David sentado en su cuarto, con su perro a su lado, rodeado por
todas las cosas que alguna vez tuvo en su vida. Tratando de decidir qué era lo
suficientemente importante para mantener.
Luego recordé a Suzie preguntando sobre lo que íbamos a hacer con las
cosas de mis padres y de Toby.
—¿Vamos a hacer eso aquí? ¿Con sus cosas?
Me arrepentí casi instantáneamente, tan pronto como vi el dolor en la cara
de Nana.
—No estoy lista para hablar sobre eso —dijo bruscamente. Era fácil para mí
olvidar que donde yo había perdido a mi padre ella perdió su hijo único; donde yo
perdí un hermano, ella perdió un nieto; “Mi querido niño,” llamaba a Toby, lo cual
siempre lo hacía avergonzarse.
—Lo siento… —mascullé.
—Meg llamó —dijo Nana volviéndose a los platos—. Dijo que también te
envió un mensaje.
Encontré mi teléfono y leí el texto de Megan, lo cual era el esperado registro
para ver si todo estaba bien. Le envié una respuesta diciendo que sí, estaba bien, y
esperaba que se haya divertido. Sabía que se suponía que la llamaría y me daría un
informe completo sobre lo que había pasado en el baile, y se suponía que le
contaría lo que David dijo e hizo toda la noche. Pero no tenía ganas, y ni siquiera
pensé por qué.
Así que agarré el periódico y traté de tener una lluvia de ideas para mi
ensayo de Yale.

David no volvió hasta la hora de la cena, aunque Nana actuaba como si


fuera demasiado temprano.
—Oh, ¿no vas a tener la cena con tus abuelos? —dijo, placenteramente
sorprendida, tan pronto como abrió la puerta del frente para él.
Lucía cansado y derrotado, sus ojos rojos. Sólo sacudió la cabeza y se movió
lentamente sobre el umbral de nuestra casa. Masher entró detrás de él callado pero
con su cola meneándose.
Yo estaba sentada en la sala haciendo la tarea de inglés pero no hacía mucho
progreso. Dejé mi ensayo por el día, y acababa de leer el mismo párrafo en La Carta
Escarlata tres veces, escuchando sus pisadas por el camino de entrada. Ahora puse
el libro abajo y lo seguí.
David se sentó a la mesa de la cocina, y me pregunté si él esperaba que
Nana preparara alguna comida, pero sólo dobló su cabeza en sus manos y tomó
una, dos, tres respiraciones profundas. Nana hizo un gesto de que deberíamos
darle un tiempo a solas, y nos movimos para irnos.
—No se vayan —dijo David detrás de nosotras.
Nos volteamos y nos congelamos. ¿Por qué estuve esperando todo el día
para que volviera? Las cosas sólo eran más raras cuando él estaba aquí.
—No tenía idea de cuanta mierda poseía —bromeó—. No me quiero librar
de nada de eso, pero mi abuela dijo que no había tanto lugar en el espacio de
almacenamiento que ellos rentaron.
—Oh, ¡un espacio de almacenamiento! ¡Qué inteligente idea! —ofreció
Nana, como si fuera la cosa más brillante que haya oído.
—Al principio también pensé eso, pero ahora la idea de guardar todas mis
cosas y las de mis padres, en algún bloque de concreto en alguna parte me deprime
demasiado. Mi mamá siempre pensó que esas cosas eran feas. Ella no hubiera
querido…
David se detuvo a sí mismo, su voz quebrándose. Corrió una mano —uñas
sucias y nudillos callosos— a través de su cabello y sorbió rápidamente. Varios
segundos pasaron, y aunque no me miró, sentí como si de algún modo esperaba
que hablara.
—Podemos mantenerlas aquí en nuestra casa —dije, las palabras tomando la
ruta exprés desde mi cerebro a mi boca, sin detener el pensamiento a lo largo del
camino—. Tenemos un gran ático, y está casi vacío.
Nana me miró sobresaltada, y sólo me encogí de hombros hacia ella. Luego
sonrió.
—¿En serio? —preguntó David, sus ojos encontrándose con los míos por
primera vez esa noche.
—Seguro —dije, mirándolo de vuelta.
—Gracias. —Esto sonó rígido y cortés, y puso la cabeza de vuelta en sus
manos. Tomé eso como mi señal para volver a La Carta Escarlata, la cual llevé
conmigo al cuarto de Toby, donde Lucky esperaba con su profundo ronroneo y
ojos amarillos y contentos.

Tarde esa noche, hubo un golpe en la puerta de Toby.


—¿Qué? —pregunté, irritaba, segura de que era Nana. Terminé mis
capítulos de lectura y ahora trabajaba en cálculo en el escritorio de Toby. Era
espeluznante, lo sabía, pero amaba como Lucky se sentaba al lado de mi brazo, con
una de sus patas sobre mi muñeca, mientras intentaba escribir.
—¿Puedo pasar? —Era David. Me volteé lentamente en la silla y Lucky, se
asustó y salió disparada a través del cuarto. Sus uñas dejaron una gruesa raya
blanca en mi brazo.
—¡Ow! —grité.
Ahora David abrió la puerta. —¿Estás bien?
—Bien —dije, sosteniendo mi brazo—. La gata acaba de arañarme.
David entró, aunque no le dije que estaba bien y cerró la puerta
rápidamente detrás de él, así Masher no podía seguirlo. Una par de torturados
ladridos de protesta vinieron del pasillo.
David se sentó en el piso, y Lucky salió de debajo de la cama para
chequearlo. Estuvimos callados por unos pocos momentos mientras David
acariciaba a Lucky, y los maullidos del gato se desviaban ligeramente de la canasta
de perros.
Cuando lo traje al cuarto la noche anterior para mostrarle lo que he estado
haciendo, sólo sonrió, satisfecho y no sorprendido. Como si esperaba que hubiera
gatos sin hogar, como si no pudiera haber nada más que tuviera sentido. Él no lo
cuestionó como Nana y Meg. Sólo le gustó.
Ahora se sentía justo. Gracias a sus postales, había aprendido mucho de lo
que él ha estado haciendo a través del país, y ahora era mi turno de llenarlo. El
balance parecía bien. Eso hizo que nuestro silencio fuera más cómodo y menos
extraño.
Por último, David metió la mano en su bolsillo trasero y sacó una pieza de
papel plegado. —Hoy encontré esto —dijo, abriendo el papel y sosteniéndolo.
Mostraba un dibujo de una ladera rocosa con la abertura de una cueva en el
medio, perfectamente en forma de una U al revés. La cueva era negra, excepto por
dos pares de ojos anchos en un marcador mágico oscuro. Un par de ojos tenía
largas pestañas. Letras moradas a lo largo del fondo anunciaba. “¡LAUREL Y
DAVID EXPLORARON LA CUEEEEEEEEVA!”
—Oh por Dios —dije, luego me reí.
—¿Así que recuerdas?
Recordé dos momentos de un día hace mucho tiempo. Uno era de David
llevándome hacia la cueva en el bosque detrás de nuestras casas, un lugar a donde
la mayoría de los niños en el vecindario les asustaba ir, así que él sostuvo un gran
bastón y yo sostuve una cubeta de plástico llena de golosinas como Caperucita
Roja. El otro era de nosotros en la oscuridad de la cueva, yo sintiéndome orgullosa
de que había caminado unos pocos pasos hasta que la cima de mi cabeza rozó el
techo. Teníamos ocho, tal vez nueve años. Era hace mucho tiempo y tan
improbable como era en esos tiempos, cuando pensaba sobre eso, me preguntaba si
en realidad sólo había sido algo que había visto en una película.
Para David, solo asentí y luego sonreí.
Dobló el dibujo y lo puso de vuelta en su bolsillo. —He estado pensando en
ir mañana en la mañana. Ha pasado un tiempo desde que llevé a Masher, y él lo
ama. ¿Quieres venir?
Hizo la invitación con sus ojos fijos en el gato, pero podía decir que era en
serio.
—Seguro —dije, luego corté la tensión añadiendo—: debería llevar mi
canasta de golosinas.
Ahora David se rió entre dientes un poco y se puso de pie. —Sólo si piensas
que nos podemos perder y necesitamos migas de pan para encontrar nuestro
camino de regreso.
Luego dejó el cuarto sin decir buenas noches.
Traducido por ♥...Luisa...♥
Corregido por liRose Multicolor

A las ocho de la mañana, David, Masher y yo salíamos por la puerta de


atrás, vestidos con chaquetas y botas, pues el pronóstico del tiempo era de lluvia y
el cielo ya tomaba un color gris oscuro. El viento soplaba las hojas muertas
alrededor de nuestros tobillos mientras caminábamos a través de mi patio, en
silencio, con las manos en los bolsillos porque era demasiado raro —incluso para
mí— usar guantes en octubre sin importar el frío que tuviera.
Después que cruzamos Watch Hill Road y continuamos más lejos en el
bosque, David se aclaró la garganta y dijo secamente—: Sé que te lo dije anoche,
pero de verdad quiero agradecerte por tu ofrecimiento a guardar mis cosas.
—Está bien, David —dije—. Tenemos la habitación. Además, esos lugares
de almacenamiento son asquerosos.
Hizo una pausa, y lo oí tragar saliva a pesar de que nuestros pies crujían
ruidosamente por el suelo. —¿Te puedo preguntar algo?
—Tal vez —dije, tratando de sonar graciosa.
—¿Por qué eres tan amable conmigo?
—¿Lo soy?
—Mi perro. Mis cosas. Honestamente, Laurel, pensarías que no fui tan
idiota en la fiesta esa noche. Y pensarías que… —David dejó de caminar. Parecía
como si su garganta se estuviera cerrando en torno a algo, y tomó una respiración
rápida—, pensarías que mi padre no es quien todo el mundo culpa.
Me pareció muy oportuno, de repente, que fuese David el primero en decir
eso en voz alta. Esta cosa que mucha gente por nuestra calle, en el vecindario y en
la ciudad, pensó para sí misma, o tal vez había susurrado a uno o dos amigos de
mucha confianza. Ese pensamiento se había introducido en un lugar profundo
dentro de mí, porque no lograba entender qué hacer con él. Ni siquiera Suzie había
sido capaz de sacarlo, y seguramente lo había intentado.
—Quiero decir, me importa una mierda lo que piensen —agregó, agitando
la mano—. Pueden ir pegándole sus amados chismes, conduciendo sus vehículos
todoterreno, Bob-y-Pam-están-reunidos-con-nosotros-en-el-campo-de-tiro-del-
club-de-golf.
Extendió la mano y realmente me tocó el hombro con dos de sus dedos. —
Pero tú, Laurel... tú tienes el derecho para pensar lo peor, y tengo la sensación de
saber lo mal que realmente es, porque también lo pienso así. —Me acordé de la
noche del baile, y la reacción de David cuando le dije que su padre era un asesino.
—Sí, David. Creo lo peor. Pero tú me dijiste que tu papá no estaba borracho.
¿Ahora has cambiado de opinión?
Bajó la mirada. —No, todavía creo que él no estaba borracho. Yo... yo sé que
no lo estaba. Pero incluso si se trataba de otro automóvil conduciendo fuera de la
carretera, él estaba conduciendo uno. Hizo todo este lío.
Ahora levantó la vista hacia los árboles, dio un suspiro de cansancio. No
tenía idea de cómo se sentiría si hubiera leído mi mente.
Pregunté—: ¿Cuándo lo vas a visitar?
—No estoy seguro. Cuando termine en la casa, supongo.
—¿Puedo ir contigo? —David reaccionó con sorpresa. Mi pregunta también
me había sorprendido a mí.
—¿Por qué?
Sí, Laurel, ¿POR QUÉ?
—No lo sé. Sólo pensé… —No estaba segura sobre qué pensaba. Ahora que
David decía las cosas que creía, esto parecía como algo que ambos necesitábamos
hacer.
—No —me cortó él—. Todavía no, por lo menos. ¿De acuerdo?
Su expresión fue muy dolorosa, y de pronto vi cómo David luchaba
sintiéndose protector con su padre mientras que, al mismo tiempo, lo odiaba en
sus entrañas.
—Tendremos que encontrar alguna manera para que yo pueda pagarte —
dijo David.
—No tienes que pagarme —respondí—. No me debes nada.
—¡Oh, vamos, Laurel! —dijo, alzando la voz—. Deja de ser tan agradable.
¡Ríndete! Ríndete conmigo como lo hiciste esa noche después de la fiesta de
graduación. —Masher empezó a ladrar. No le gustaba la gente gritándose entre sí.
—Estaba borracha —dije en voz baja—. Había sido muy pronto.
—¿Así que ahora no estás enfadada?
—Por supuesto que estoy enojada —respondí, pero en cuanto las palabras
salieron de mi boca me pregunte si alguna vez las había dicho antes. ¿Hay algo que
yo pueda decir que me detenga? ¿Hay algo que pueda agregar que me haga dejar de sonar
como una idiota?—. Estoy furiosa, pero no siento la necesidad de desahogarme
contigo.
—Todavía tratando de ser la niña buena —dijo David, sacudiendo la
cabeza—. Yendo por el crédito adicional. Recibes un número determinado de
puntos por el perro, y un cierto número por aferrarse a sus cosas. ¡Dios, todavía
quieres ser su niña querida sin importar qué!
Ahora estaba enojada, pero de repente se me ocurrió que esto era lo que él
quería. Quería que me desencajara en su rostro, tal como un rudo y amoroso
entrenador, uno de esos que salen en las antiguas películas de fútbol. Tal vez ésta
era la razón por la que él estaba aquí. Tomé una respiración profunda.
—Hice esas cosas porque quería. Porque pensé en ellas y tenían sentido, me
hicieron sentir bien. Si eso me hace un encanto de niña buena, entonces está bien,
eso es lo que soy. Puedo vivir con eso. —Me miró de nuevo y parpadeé para alejar
la capa vidriosa de lágrimas de mis ojos.
—¿Cómo puedes ser tan normal? —preguntó, con un sonido gangoso en su
voz—. Yo no puedo… no puedo ser así, y tú lo tienes peor que yo.
—No soy normal, David. Créeme. La gente me mira donde quiera que vaya,
viendo lo que estoy haciendo, escuchando lo que estoy diciendo. Me tratan como si
estuviera hecha de cristal.
La cara de David se suavizó, y negó con la cabeza. —Los dos estamos
jodidos.
Se quedó en silencio entonces, cerrando el tema. Me moría de ganas de
escuchar más, hablar más. Por primera vez en meses, me sentí como si hubiera
tenido una verdadera conversación con alguien. Como si alguien me hubiera
abierto y todo, sencilla y honestamente, se hubiera derramado sobre la tierra seca
de otoño.
¿Qué más sabes, David? ¿Y como te enteraste? Luché contra el nerviosismo que
todavía sentía a su alrededor y estaba a punto de dar voz a estas cosas. Pero, justo
en ese momento, Masher empezó a ladrar otra vez, y levantamos la mirada para
verlo a un centenar de metros de distancia, corriendo en círculos frente a una
ladera rocosa.
—¡Buen chico, Mash! —dijo David—. Me gustaría haber caminado justo a su
lado.
Caminamos hacia la cueva, que ahora estaba mucho más cubierta. De
ninguna manera entraría en ella, tal como lucía. Apenas podía ver la abertura
porque había muchas malezas y un árbol tan frondoso, que sus ramas colgaban
como barras.
Masher ya cavaba su camino hacia el interior. David le pidió que lo esperara
pero desapareció introduciéndose en la cueva, entonces se fue tras él, deslizándose
por cualquier cosa que se interpusiese en su camino.
Me quedé allí, sabiendo que debía seguirlo, pero no estando segura de
querer hacerlo. Me molestó que David pensara que sabía mucho acerca de mí. Me
daría la vuelta y regresaría a casa en ese momento, sino fuera porque (a) no estaba
segura de cómo llegar hasta ahí, y (b) quería quedarme.
—¿Laurel? ¿Vienes? —llamó David, y me dirigí hacia su voz.
Me tomó unos minutos, y varias raspaduras con plantas extrañas que
picaban, pero llegué al lugar donde David se encontraba agachado en la oscuridad,
tendiéndome su mano para que la mía la agarrara. La tomé, se sentía fría y caliente
al mismo tiempo. Podía sentir los pliegues de la palma de su mano, haciendo que
mi corazón se acelerara un poco, esto me sorprendió tanto que casi me caigo otra
vez.
—Aquí —fue todo lo que dijo, di un último paso en la cueva. Los dos
tuvimos que agacharnos mientras mis ojos se acostumbraban a la falta de luz.
—Es más pequeño de lo que recuerdo —dije.
—Bueno, somos más grandes, Einstein.
—Ah, claro. Duh.
—Hay una roca enfrente de ti para que puedas sentarte.
Palpé con mis manos hasta encontrar la roca y me acomodé sobre ella.
Ahora podía ver a David sentado frente a mí en un pequeño saliente del interior de
la cueva, y la cola de Masher en la pared del fondo, meneándose. No podía ver su
cabeza, pero si podía oírlo arañando y olfateando algo.
—¿No crees que esto es pacífico? —preguntó David.
—Claro, si tu idea de unas vacaciones es estar encerrado en un armario en
alguna parte.
—Me pregunto si tal vez esto es lo que se siente al encontrarse en un estado
de coma —dijo, y pude ver que cerró sus ojos—. ¿Por ejemplo, tienes sueños, o es
simplemente todo oscuro y vacío dentro de tu cabeza? —No tenía ninguna
respuesta para él. No me lo preguntaba, de todos modos.
Nos quedamos en silencio durante lo que parecieron varios minutos,
aunque fueron, probablemente, tan sólo unos segundos. Al final, Masher decidió
que había terminado su excavación y comenzó a caminar hacia la salida de la
cueva.
—Después de ti —dijo David, inclinando la cabeza hacia la luz. Me levanté y
di un gran paso sobre la inestable roca, pero él no me ofreció su mano. Una vez
que estuvimos fuera, sugirió que camináramos un poco mas lejos, simplemente me
encogí de hombros, por mí estaba bien.
—¿De verdad crees que estamos jodidos? —pregunté después de que
habíamos caminado unas docenas de metros en silencio.
Se rió, con un pequeño humph. —No lo sé. Supongo que depende de la
cantidad de buena suerte que se nos presente en la vida.
—¿No crees que tenemos algo que ver con eso también? ¿Al igual que
podemos desenredarnos a nosotros mismos, si hacemos las cosas de cierta manera?
Se río un poco. —Desenredarnos a nosotros mismos. ¿Quieres decir que en
realidad tengo que hacer algo de trabajo? ¡Es mucho más fácil ser víctima! —David
habló en tono de broma, pero algo en la forma como lo dijo me llamó la atención.
Casi podía oírlo hacer ping frente a mí. Tenía razón. Era más fácil ser la víctima,
pero no me sentía tan genial siéndolo. Quería más que eso. Quería mucho más
antes del accidente, todas las cosas que la mayoría de la gente hace cuando tienes
dieciséis años, supongo. ¿Por qué no podía quererlas ahora? ¿Por qué no las tengo,
todavía?
—Tengo que entregar un ensayo más para mi solicitud de Yale —dije—. Y
estoy tratando de decidir si escribir o no, sobre el accidente.
David levantó las cejas. —Seguramente, es algo que no ven muy a menudo.
—No sé qué decir, y qué no. El señor Churchwell dice que en cualquier
lugar en el que termine, podía asegurarme que mis compañeros de cuarto y RA
fueran conscientes de mi “situación”.
Asintió. —Más mirar, más caminar en puntillas, más guantes de seda.
—¿Qué harías tú? —David se detuvo de repente, por lo que también lo hice.
Se quedó mirando algo en la distancia, entrecerrando los ojos por un momento y
luego desvió la mirada hacia mí.
—¿A qué le tienes más miedo? ¿A que la gente no te trate normalmente una
vez que llegues allí, o a que lo hagan?
Otra verdad repentina muy clara. David era aterradoramente bueno
lanzándome estas cosas. Tal vez me había estado engañando a mí misma. Había
estado pensando que sería el paraíso, un mundo de gente que no me viera como
una tragedia andante. Pero ahora que lo veo así, me asustó hasta la mierda. No
sería especial. No tendría excusas. David se limitó a sonreír, sabiendo la respuesta.
—No debes tener miedo de eso. Es por eso que me fui del pueblo, para ser
anónimo a todo el mundo ahí afuera. Y no estaba preparado para ello. Todavía no
lo estoy. Pero tú, Laurel, eres lo suficientemente fuerte. Sabes quién eres.
¿Lo sé? quería agregar, ¡Entonces, dime! ¿Quién soy?
—Así lo creo —dijo David. Se agachó para recoger un palo. Era un palo
perfecto para jugar con Masher, tenía simplemente la longitud y el grosor
correctos. Yo estaba siempre en busca de palos por el estilo, y creo que David
también. Él gritó—: Oye, ¡Mash! ¡Tráelo! —Y lo tiró lo más lejos que pudo. Masher
salió disparado tras él. Cuando David se volvió hacia mí, puse mi mano sobre su
codo, y el gesto no nos sorprendió ni a él ni a mí. Me parecía la cosa más natural
del mundo.
—Gracias por el consejo —dije.
—Gracias por pedirlo. —Nos sonreímos el uno al otro, y ninguno de
nosotros apartó los ojos.
—Laurel —dijo, su sonrisa desapareciendo.
Pero no fue el comienzo de una oración. Ni tenía repunte al final de la
misma. Dijo mi nombre, y me recordó que yo estaba aquí, viva, con los dos pies
conectados a la tierra y la respiración llenando mis pulmones. Yo era yo, y, al
parecer, sabía quién era.
Entonces David puso una mano sobre un lado de mi cabeza, la palma
haciendo una ligera presión sobre mi oreja y los dedos empujando mi pelo hacia
atrás. Un picor en mi piel producida por la suya me atravesó mareándome un
poco. Todavía no estaba segura de lo que hacía.
Hasta que me besó.
Sólo se inclinó y lo hizo antes de que supiera lo que ocurría. Estaba distraída
por la reacción nuclear que me causó su mano en mi oído y, antes de que pudiera
pensar cualquier cosa, yo le respondía el beso.
Sus labios se sentían más suaves de lo que pensé que serían. Más suaves que
los de Joe. Y mucho más expertos, seguros, incluso mientras pensaba, lo sentí
temblar. Sabía dulce, también, y recordé que él había comido las galletitas de Nana
para el desayuno.
Luego se apartó, dejando caer la mano y me miró fijamente, con los ojos
abiertos como si hubiera sido yo quien lo besara a él. —Está bien —fue todo lo que
dijo.
Miré sus labios y recordé un momento del año pasado, cuando vi salir al
estacionamiento principal para fumar cigarrillos con sus amigos. Yo lo había visto
aspirar uno y luego abrir la boca para dejar salir una O perfecta de humo, y eso me
impresionó. Ahora, acababa de besar esa boca.
—Está bien —repetí.
—Probablemente, deberíamos volver. Tengo que ir a la casa.
—Por supuesto. —Empezamos a caminar de nuevo, y cuando nuestras
manos accidentalmente se rozaron, David se movió unos pasos más lejos. Eso
dolió, pero no hice nada al respecto.
¿Podría dentro de unos billones de años tener el coraje de decirle que lo
quería más cerca, que quería más caricias, más besos? Gracias a Dios por Masher.
Hubiera sido la caminata más larga de nuestras vidas si no nos hubiera hecho reír
nerviosamente cuando hocicó las hojas, le ladró a unas ramas e hizo un pequeño
baile feliz cada vez que encontraba un nuevo árbol o una roca.
Sus travesuras nos llevaron de vuelta por el bosque y lejos de la cueva, lejos
de nuestro beso. Masher sabía exactamente a dónde ir, y todo lo que tenía que
hacer era dejar que él nos llevara a casa.
Traducido por ♥…Luisa…♥
Corregido por Deydra Eaton

David pasó el resto del domingo en su casa, y yo me quedé en la habitación


de Toby, jugando con Lucky y los gatitos, que empezaban a arrastrase, mientras su
madre los miraba, cansada pero vigilante. No podía hacer frente a mi ensayo de
Yale, así que saqué mi bloc de dibujo y empecé a dibujar algunos fondos para el
proyecto de arte de Joe, pensando que tal vez si me centraba en Joe por un rato, no
me sentiría como si de alguna manera lo estuviera engañando.
Mi celular tenía cuatro mensajes de texto sin leer, y supuse que eran todos
de Meg. Dos veces traté de llamarla, para decirle todo lo que había sucedido en el
bosque, pero me detuve antes de que realmente apretara el botón de marcación
rápida. No estaba dispuesta a compartir el momento todavía. No tenía ganas de
renunciar a nada de lo que había recogido en el día. Me quedé despierta hasta
tarde, esperando a que David volviera, pero a las nueve llamó a la casa y le dijo a
Nana que se iba a quedar un rato, y ella dejó una llave debajo del felpudo para él.
Me sentí aliviada y decepcionada de que no vería a David esa noche. Cuando me
desperté a la mañana siguiente, me duché, me vestí y me deslicé hasta la puerta de
la sala para ver a David y Masher dormidos en el sofá.
—Volvió tarde —dijo Nana detrás de mí.
—Lo imaginé —le dije.
—¿Quieres cereal o pan tostado?
Nana no sabía nada de cómo mi mundo había cambiado en las últimas
veinticuatro horas. No parecía posible que pudiera concentrarme en una decisión
tan simple como esa, que me pueda importar algo tan pequeño como lo que debía
comer para el desayuno. Pero de alguna manera iba a tener que pasar el día, así
que tuve que empezar a aspirar eso.
—Cereal, por favor. Gracias.
Después de desayunar me fui a la escuela, calculando cuántas horas
pasarían hasta que pudiera volver a casa y, potencialmente, ver a David. No es que
me muriera de ganas de estar con él, pero tenía curiosidad. ¿Cómo iba a actuar
cerca de mí ahora? ¿Cómo sería de diferente la forma de sus ojos cuando me
mirara, y cómo sus miembros se moverían, cuando estuviéramos en la misma
habitación? Sólo quería saber qué pasaría.

En la escuela, Meg estaba enojada.


—¿Recibiste mis mensajes?
—Fue un fin de semana extraño —dije de forma evasiva, seguía sin ser una
mentira.
—¿Y bien? ¿Qué pasó? ¿Por qué está David aquí?
Le dije acerca de cómo la casa se vendió, cómo tuvo que ir por sus cosas, y
cómo lo dejamos quedarse con nosotros. Le dije que apenas y lo vi, pero que eso
me parecía bien. Nada de lo que le dije era falso, pero tampoco era el tipo de
verdad que debería decirle a mi mejor amiga.
—¿Te divertiste en el baile? —pregunté, con ganas de cambiar el tema.
—Fue una bomba —dijo secamente, y luego hizo una pausa y añadió—: Joe
fue. —Sentí un puñetazo en el estómago.
—¿En serio?
—Sí —dijo Meg, con una firme “í” al final de la palabra—. Llegó.
Buscándote a ti.
No tuve nada que decir, y parecía que Meg necesitaba que eso me doliera un
poco. Pero luego sonrió.
—Fue como mitad Hombre Araña, mitad Guepardo. —Traté de imaginar a
Joe, caminando al baile solo, explorando el lugar para encontrarme, y sentí una
punzada de remordimiento—. Incluso te mandó un mensaje desde la escuela para
ver si estabas bien —añadió Meg.
Le eché un vistazo a mi teléfono, dándome cuenta de que uno de los
mensajes que no me había molestado en leer debía de haber sido de él. Ahora me
sentía aún peor.
Andie y Hannah me encontraron después del tercer periodo para ponerme
al día del baile, como si hubiera estado esperando todo el fin de semana para
escuchar lo que tenían que decir.
—Siento que te lo perdieras, fue muy divertido —dijo Andie.
—¡Y ganamos el concurso de disfraces! —añadió Hannah.
Bueno, duh, por supuesto que lo hicieron. Me preguntaba si estaban
realmente sorprendidas de que el mundo les entregara consideraciones o si sólo lo
fingían para el resto de nosotros.
Ni una sola vez me preguntaron cómo estuve, o lo que había sucedido para
que me fuera a casa tan de repente. Me sentí enojada, pero luego pensé en David,
me pregunté si tenía miedo de ser tratada con normalidad. Y entonces ese
pensamiento condujo a la idea de los labios de David, la mano en mi oído, sin tener
miedo de que tocarme pudiera romper algo. Su “Laurel” en esa plana, incluso,
firme voz.
Pensé en esa voz en la hora del almuerzo cuando llamé a la puerta del señor
Churchwell. La abrió con una gran sonrisa, muy contento de verme.
—¡Laurel! ¿Qué pasa?
—Sólo quería hacerle saber que estoy casi lista con mi solicitud de
Aplicación Temprana en la Universidad de Yale, y he decidido no escribir sobre el
accidente.
Asintió, con un rastro de una sonrisa. ¿Le habría dado la respuesta que
quería? Mientras me alejaba, oí la voz de David de nuevo: Eres lo suficientemente
fuerte, Laurel. Tú sabes quién eres. La voz se quedó en mi oído todo el día, mientras
seguía con la cuenta regresiva de las horas, minutos y luego, hasta que pude volver
a casa y verlo de nuevo.
Cuando la campana sonó para el final de la escuela, me metí en el coche y
conduje cinco kilómetros sobre el límite de velocidad durante todo el camino. Pero
cuando llegué allí, él se había ido.

—¿Qué quieres decir con que dijo que me dijeras adiós? —pregunté a Nana,
que recogía las hojas de David y las mantas del sofá.
—Justo lo que parece, cariño.
—¿Qué pasa con sus cosas?
—Están aquí. Vino esta mañana con un cargamento de cajas.
Corrí por el pasillo de entrada hasta nuestro ático, una puerta en el techo
con un poco de cuerda colgando. No había evidencia de que alguien hubiera
estado allí. Así que agarré la cuerda y la puerta se abrió, con su escalera plegable.
—Laurel, acabo de barrer —dijo Nana, confundida—. ¿Qué estás haciendo?
¿Crees que estoy mintiendo?
Me puse de puntillas y agarré una parte de la escalera, tirándola hacia abajo,
luego esta se subió. Todavía tenía mi chaqueta.
El desván olía mal, pero el aire se sentía menos húmedo de lo que
recordaba, como si hubiese sido movido alrededor recientemente. Apoyé los codos
en el suelo de la buhardilla y escaneé el espacio. Había la misma variedad de cajas
de cartón, recipientes de plástico, bolsas de basura llenas de cosas. Sin embargo, en
el rincón más alejado, los vi. Alrededor de una docena de cajas marcadas con
sharpie negro: David Kaufman. Organizadas en cuatro pilas perfectas de tres, tan
rectas y arrogantes que quería tumbarlas.
—Laurel, por favor baja —dijo Nana en voz muy baja. Lo hice. Me miró, y
me sentí de pronto expuesta.
—No estoy segura de lo que pasó. Cuando entró en el desayuno, dijo que
tenía que salir de la ciudad de repente. Había algún tipo de trabajo que podía hacer
con la banda de rock de un amigo.
—¿Dijo a dónde iba? —pregunté, caminando junto a ella en la habitación
para que no pudiera ver mi cara.
—No, sólo que la banda de rock se va de gira y que tenía que reunirse con
ellos. —Nana hizo una pausa, insegura de si debía o no seguirme—. Lo siento,
cariño. Debió haber sido bueno tener un poco… de compañía.
—Lo fue —dije, completamente confundida, antes de cerrar la puerta con
suavidad.
En mi cama se encontraba Masher, con los ojos pesados y huecos de tristeza,
su cuerpo inerte, como si hubiera sido aplastado. Movió la cola cuando me vio,
pero por lo demás siguió igual. Me desplomé en la cama con él, entonces grité con
fuerza en la almohada durante varios, dulces segundos de frustración y alivio.
—No te preocupes, amigo —dije en la nuca de Masher—. Él va a regresar.

Esa noche abrí un nuevo correo electrónico e hice clic en el campo “para”.
Escribí DA. Antes de que pudiera escribir la V, mi programa de correo electrónico
llenó el resto del e-mail de David, como si hubiera estado esperando a que mis
nervios despertaran durante toda la tarde para escribirle. Si sólo eso pudiera
decirme qué demonios escribir, sería la primera vez que le escribiera como mí
misma y no como un perro. Me tomó lo que pareció un año, pero finalmente se me
ocurrió algo que no sonara tan enojado, o demasiado estúpido, incluso después de
leerlo diez veces.
David:
Ni siquiera estoy segura de que revises tu correo electrónico, pero en caso de que lo
hagas...
Siento que tuvieras que dejarnos de nuevo tan rápidamente. Siento que no pudieras
esperar hasta que yo llegara a casa para decir adiós.
Buena suerte con los seguros viajes de la banda y todo eso. Mantente en contacto si
es posible. Todos vamos a estar aquí si nos necesitas, tu perro, tus cosas, y sinceramente
tuya…
Laurel.

Conté hasta tres y pulsé enviar, y tan pronto como lo hice, sentí que podía
respirar de nuevo. Entonces me acordé de que David había planeado visitar a su
padre, pero nunca tuvo la oportunidad. No me hubiera dejado ir con él. Pero ahora
se había ido y no tenía absolutamente nada que decir en el asunto.
Traducido por ♥...Luisa...♥
Corregido por Juli

Melocotón, melocotón, y más melocotón.


Naranja claro en las paredes. Alfombras de durazno oscuro. Incluso las
luces de largas filas en el techo brillaba de un color amarillo-rosado, un afilado
resplandor aterciopelado. Tal vez todo pretendía distraerte del olor, que creo que
podría haberme hecho vomitar si tomara una bocanada demasiado profunda. Era
el olor de la medicina y la mala alimentación y sábanas sucias y el aire reciclado en
interiores. Era el olor de la desesperanza y del intento de dignidad, y de la vida en
el limbo.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó la mujer de la recepción en el tercer piso.
Ella llevaba en realidad un uniforme de enfermera de color melocotón.
—Estoy aquí para ver a Gabriel Kaufman —le dije.
—¡Oh, sí! —dijo la enfermera, con la cara brillando—. Fuiste tú quien llamó
antes. —Abrió un libro de citas y vislumbré mi nombre, garabateó en medio de
una página. Tuve la sensación de que esto era una parte del Centro de
Rehabilitación Palisades Oaks que no reciben muchos visitantes.
—¿Está bien que lleve éstas? —le pregunté, levantando el ramo de flores que
había traído.
Nana había insistido en que nos detuviéramos a comprarlas antes de subir a
la carretera. Me fui con ella porque había estado tan tranquila y atenta cuando le
conté lo que quería hacer. Se había ofrecido para conducir y escribió una nota para
poder salir de la escuela y del trabajo por el día, y se aseguró que nos dieran
excelentes direcciones de los abuelos de David. Y las flores me dieron algo que
hacer con mis manos. Ahora Nana se hallaba de compras en algún centro
comercial cercano —no podía soportar estos lugares, ella había visto a muchos de
sus amigos morir en ellos— así que me encontraba sola en el palacio de Peach.
—Por supuesto, cariño. Huelen divinamente. Estoy segura que le gustaran.
La enfermera se levantó y me hizo señas para que la siguiera, por otro
pasillo largo. Al final pude ver un enorme ventanal por donde entraba la luz a
raudales, y tuve un repentino deseo de salir corriendo, corriendo, hasta que
pudiera pasar a través del cristal hacia la libertad.
—Aquí estamos —dijo. Llamó dos veces en una puerta que estaba
entreabierta, se detuvo, después la abrió del todo—. Los voy a dejar solos, pero por
favor, hazme saber si necesitas cualquier cosa. Estaré de vuelta en pocos minutos
con un jarrón y un poco de agua.
Me asomé lentamente alrededor de la puerta y vi por primera vez los
muebles, un aparador de madera oscura, un sillón mullido de flores. A
continuación, una ventana muy luminosa envuelta en cortinas de gasa blancas, el
sol que entraba era tan fuerte que casi tuve que apartar la mirada de ella. A
continuación, una máquina que zumbaba y sonaba en voz baja, pero intensamente,
y el pecho subiendo y bajando del Sr. Kaufman, moviéndose al compás de lo que
me di cuenta era su respirador.
Caminé por toda la habitación y miré la cabecera de madera tallada de su
cama, con el pijama de color azul marino con ribetes blancos, con los ojos cerrados,
congelados. El anillo de bodas en su mano izquierda y la fotografía enmarcada de
sí mismo, la señora Kaufman y David mirando hacia abajo sobre él desde la mesita
de noche. Lo reconocí como la fotografía de su tarjeta de vacaciones de hace dos
años, posaron en una pista de esquí en alguna parte, los tres con esa expresión en
el rostro que bien podría ser una sonrisa o simplemente entrecerrando los ojos por
el sol.
Me paré sobre él por un minuto, viéndolo con su sueño de robot estando en
el respirador —incluso lo hacía sonar como si estuviera roncando— y recordé por
qué lo odiaba. Este idiota, pensé. Este idiota que tenía todo el whisky y mató a mis
padres. Mató a mi hermano pequeño, sólo un niño que todavía le gustaba hacer
ruidos de pedos con varias partes de sus brazos. Arruinó mi vida. Por no hablar de
lo que él le hizo a su propia esposa e hijo.
Tienes lo que te mereces, y ahora eres, prácticamente un brócoli.
Hubo un golpe en la puerta otra vez, y la enfermera regresó con el vaso. Lo
colocó en la mesita de noche detrás de la fotografía y me sonrió cuando le entregué
las flores.
—Usted me ha dicho que le van a gustar —le dije—. ¿Él puede olerlas?
—Eso depende de a quién le preguntes —dijo mientras dejaba las flores en
el agua—. Un médico te diría que no, que Kaufman no puede oler nada porque
está en un estado vegetativo. —Miró a la cara del señor Kaufman—. Pero si me
preguntas, se ve mejor cuando hay algo nuevo en la habitación. Algo bonito o que
huele bien. Me di cuenta una vez cuando su madre entró usando un perfume muy
fuerte.
La enfermera se dispuso a salir y casi la detuve. Pero salió por la puerta
rápido dejándome una vez más a solas con el hombre dormido y la ruidosa
máquina. Había perdido la ira que sentía y ahora sólo estaba nerviosa, así que me
senté en el sillón y empecé a decir las primeras cosas que me vinieron a la mente.
—Hola, Sr. Kaufman —le dije—. Soy yo, Laurel Meisner. —Hice una pausa,
como si estuviera esperando su respuesta. Era una de esas cosas que haces porque
estás acostumbrada a hacerlas—. Vi a David. Pensaba en venir a visitarlo, pero
consiguió una oportunidad de trabajo y tuvo que irse muy rápido.
Consideré añadir: En realidad, su hijo se escapó de algo. Espero que no fuera de
mí. ¿Qué le habría dicho David a su padre, si hubiera venido?
—Sus padres vendieron la casa. He oído que a una pareja joven con un bebé.
Es una casa ideal para una familia que acaba de empezar de nuevo. Creo que hay
algunos otros bebés en el vecindario, por lo que va a ser bueno, al igual que toda
una nueva generación de niños.
Pensé en David, Toby y yo, en Megan y su hermana Mary, en Kevin
McNaughton, y los gemelos Henninger, quienes ahora se iban a una escuela
católica privada y nunca nadie vería más. Una cosecha entera de niños en dos
calles pequeñas, creciendo y moviéndose. Hemos crecido juntos y estamos lejos de
ser simplemente vecinos a quienes les gustaban los rociadores de césped y los
columpios. Las palabras se me atoraron. ¡Sólo tienes que hablar! ¡Él no puede
escucharte de todos modos!
—¿Sabía que durante un tiempo, la policía estuvo buscando otro coche?
Pensaron que tal vez había alguien más involucrado. —Ahora podía agarrarme a
mi ira otra vez, más segura de mis fuerzas—. Lástima que no les pueda decir.
Debido a que ellos no pudieron encontrar nada, y ahora oficialmente lo culpan a
usted. Bebió esa noche, todos lo vimos.
Todos lo vimos, pero nadie creyó necesario mencionar que tal vez no
debería ponerse al volante. Dios, ¿cuántos video de conductores ebrios había visto?
¿Y dónde estuvieron mis padres en todo esto? ¿No tuvieron las agallas para decirle
algo al pez gordo Kaufman, el chico a quién mi papá nunca admitiría que
admiraba?
Había sido tan fácil pensar en culpar cuando yo no había estado sentada
frente a los mismos dedos que habían sido curvados alrededor del volante cuando
el coche se salió de la carretera. El pie que había estado en el pedal del acelerador y
el freno. Esos ojos que habían visto el mundo girar más allá del parabrisas, y los
oídos que habían escuchado los gritos y sollozos que mi familia pudo haber hecho,
cuando ellos murieron. Pero era como mirar a una rana diseñada para la disección
en la clase de biología. Todo lo que sabía acerca de lo que estaba delante de mí era
la verdad y los hechos, sin nada detrás de ellos. Toda mi rabia no hacía ninguna
diferencia. Los dos seguíamos en el mismo lugar, sin cambios. Sólo que ahora me
sentía un poco más ligera, sin ningún tipo de carga, por haberle dicho estas cosas.
Me levanté y acerqué mi silla un poco más a la cama el señor Kaufman, después
me senté nuevamente, con las piernas cruzadas y lista para quedarme por un rato
más.
—David me besó —le dije. Oír las palabras en voz alta, sintiendo el aliento
que les había dado forma, lo hizo oficial; eso había sucedido.
La máquina del Sr. Kaufman zumbó y sonó como un Hmmm, cuéntame más,
así que lo hice. Le hablé de Nana queriendo volver a casa, pero sin permitírselo, y
los secretos que Meg y yo teníamos entre nosotras ahora, y la multitud de Andie
Stokes. Le hablé de Joe y la forma en que a veces, lo atrapo mirándome, como si
fuera una picadura. Le hablé acerca de mi trabajo en Ashland y la forma en que me
hizo sentir como si no estuviera desperdiciando la suerte de estar viva, como si
estuviera encontrando algo en mí misma que no hubiera encontrado en otro lado.
Y entonces le dije acerca de cómo mi padre siempre le envidió un poco por
su coche de lujo y su jardín bien cuidado y los cigarros caros. Luego eso me
recordó a mamá y los cigarrillos que guardaba escondidos en dos puntos
diferentes de la casa, así que le dije al señor Kaufman acerca de cómo yo la había
atrapado una vez, y en vez de darme una conferencia sobre “Haz lo que yo digo,
no lo que yo hago”, simplemente me dijo—: Laurel, espero que encuentres algo como
esto, un pequeño hábito autodestructivo al que puedas recurrir de vez en cuando, cuando
estés cansada de ser buena. Te ayudará a mantenerte cuerda. —Le hablé de la banda que
Toby quería empezar algún día. Se llamaría The Dangling Participles, y sólo
tocarían canciones de gramática y ortografía.
No fue hasta que me di cuenta del cambio en el tono de la luz, que me fijé en
cuánto tiempo había pasado. Me volví hacia la ventana y vi que el sol se ponía
detrás de las colinas, y saqué mi celular para llamar a Nana.
—¿Terminaste con tu deber? —preguntó.
—Creo que sí —le contesté.
—Entonces estoy esperándote abajo para llevarte a casa.
Traducido por Anna Banana
Corregido por **Maria**

Vivimos en tiempos difíciles, eso es seguro.


¿Qué demonios fue eso? Había aparecido de repente, y ahora que estaba en
la pantalla de mi ordenador sólo me dieron ganas de abofetearme a mí misma.
Había vuelto a casa directamente de la escuela el miércoles para trabajar en
mi ensayo, el reloj contando las últimas treinta y seis horas para entregar mi
solicitud a la Universidad de Yale. En realidad, me había hundido más en una
esquina al decidir que no mencionaría lo sucedido a mi familia.
El fin de semana con David, la tarde con el señor Kaufam. No podía
procesar nada de eso en algo sobre lo que pudiera escribir.
Nana seguía viniendo al estudio con una lata de Pledge y un trapo,
pretendiendo limpiar, pero yo sabía que me observaba. Ya había dado por hecho
que preguntar “¿Cómo va?” no le daba una respuesta.
La pantalla de la computadora en blanco se burlaba de mí, el parpadeo del
cursor retándome a pensar en algo significativo y honesto.
De pronto, se oyó un ruido en el segundo piso.
Bump. Clang.
Un chillido bajo, y luego un fuerte ladrido.
En unos dos segundos salí corriendo del estudio, mi corazón latiendo
fuertemente, con miedo de lo qué me encontraría.
Efectivamente, la puerta de la habitación de Toby se hallaba abierta. Masher
estaba agachado en el suelo con su cola moviéndose vibrante, sólo su cuerpo era
visible porque su cabeza estaba metida bajo la cama. Pedacitos de pelaje flotaban
en el aire.
—¡Masher! —grité. Otro chirrido y después un siseo de debajo de la cama.
Él ladró en respuesta, y no era su ladrido habitual. Este era desde sus agallas,
primitivo.
Golpeé mis manos dos veces y grité su nombre otra vez, sin resultados.
Después me recosté en el suelo y metí la mano por debajo de la cama hasta que
sentí su collar y tiré con fuerza. Gimió, y yo sabía que probablemente le hacía
daño.
Después de arrastrar a Masher fuera de la habitación, cerré la puerta,
asegurándome de que el pomo de la puerta hiciera clic.
—¡Perro malo! —grité.
—¿Olvidaste cerrar la puerta, como siempre? —gritó Nana desde el primer
piso, como si hubiese estado esperando que esto sucediera.
—¡Lo tengo bajo control! —grité en respuesta.
Me volví hacia Masher, quien me miraba con irritación. Le había negado
algún derecho básico canino.
—¡No puedes hacer eso! —grité, golpeando ligeramente su hocico con el
dorso de mi mano—. ¡Esta no es tu casa! —Inhalé otra respiración y espeté—:
¡Estás aquí porque tu dueño es un loco perdedor que no sabe lo que está haciendo
con su vida!
Ahora, él parecía desconcertado, como si supiera más y yo también debería
hacerlo.
¿David te enseñó esa mirada, o fue al revés?
Agarré el collar de Masher nuevamente y lo halé hacia el cuarto de baño, el
cual sabía que odiaba. El inodoro corría sin parar y él siempre ladraba ante el
sonido. Cerré la puerta y fui a ver a los gatos.
Ninguno de ellos resultó herido, pero Lucky parecía nerviosa. Me acosté en
la cama de Toby y ella se subió a los pies de ésta, mirándome con curiosidad.
—Lo sé —le dije—. Lo sé.
Sus ojos se estrecharon en ranuras, y me di cuenta que ella no había estado
nerviosa por sí misma ni por sus crías. Había estado nerviosa por mí, por mis
gritos.
—Oh, estoy bien —le dije. Se subió a mi pierna y caminó por la longitud de
mi cuerpo, sin perder el equilibrio, y metió la cabeza en mi axila.
Me quedé allí por un tiempo, acariciándola, y entonces se me ocurrió.
Escribiría mi ensayo sobre los gatos y el Dr. B y Eve y las formas diferentes
en que algo podría ser herido y curado, y lo que había aprendido de eso. No tenía
que hablar de mi familia directamente, pero estarían allí, entre las líneas. Así que
regresé a la planta baja y me senté frente a la computadora.
Lucky, la gata, me está mirando confiadamente con sus ojos amarillos.
El resto sólo fluyó tan rápido que tuve un borrador antes de la cena.
Como si hubiera sabido lo que había sucedido con Masher, esa noche David
respondió mi correo electrónico.

laurel
gracias por escribir. es bueno saber que no me odias, al menos no todavía.
estoy en richmond, virginia. la banda tiene un montón de aficionados aquí.
esta ciudad tiene demasiadas estatuas de generales confederados, lo que significa que
debo estar en el sur.
mantente en contacto,
david.

Mantente en contacto.
De pronto me di cuenta de lo molesta que era esa expresión. Era como:
Ahora es tu responsabilidad mantenerte en contacto conmigo. Decía: Yo soy demasiado
perezoso.
Empecé a responderle, para mantenerme en contacto, pero decidí que yo
también sería perezosa.

El jueves por la mañana me levanté temprano, hice un repaso final a mi


ensayo, y después envié mi solicitud en línea para la Universidad de Yale con más
de doce horas de sobra. Tal vez en algún lugar mi padre decía: Esa es mi chica.
Me tomé unos minutos para sentirme aliviada y orgullosa, después por
décima vez, volví a leer el mensaje de texto que Joe me había enviado.
Lamento ke t hayas prdido el baile, espro ke estés bien.
Habían pasado días y todavía no lo había visto. Podría haber hecho lo
seguro y enviarle un mensaje de regreso, pero quería hablar en tiempo real, en
vivo. Sin tecla de retroceso.
Había visitado al señor Kaufam. Había terminado la aplicación para la
universidad. Me sentía un poco invencible.
—¡Laurel! —dijo Joe cuando llamé, sonando sorprendido.
—Gracias por tu mensaje. Lamento no haberte visto esa noche.
—Yo también —dijo. Después silencio. Él se quedaba atascado con tanta
facilidad conmigo ahora.
¡Dios, Joe! ¡Háblame! ¡Sólo soy yo, Laurel!
—He hecho un par de bocetos —continué—. Me gustaría mostrártelos para
saber si voy por buen camino.
—Estoy seguro de que lo estás, pero sí, vamos a reunirnos. —Hizo una
pausa, pero no dije nada. Ya había hecho mi parte y ahora era su turno—.
¿Después de la escuela hoy? ¿Trabajarás esta tarde? Yo no tengo que estar en el
cine hasta las cuatro y media, y por lo general siempre voy a la cafetería para hacer
la tarea primero.
—Yo por lo general me presento a las cuatro, pero puedo llegar un poco
tarde. ¡Te veré entonces! —Colgué el teléfono, tratando de no pensar en David en
el bosque, sino en Joe. Joe en el baile, vestido como dos superhéroes diferentes.
Con piezas de los trajes que pudo encontrar y que unió en el último momento
porque había decido ir a buscarme.
Cuando llegué al café antes que Joe, cogí una mesa bajo el sol en la esquina
frontal. Mi libreta de bocetos era pequeña en comparación con la de él; yo prefería
dibujar mi escenario en escala pequeña primero, para así poder decidir cuáles eran
los elementos de importancia, después lo dejaba crecer en mi cabeza hasta el punto
en que tenía que pasarlo a grande.
Cuando Joe entró, nos sonreímos con facilidad el uno al otro y sólo pensé,
Sí.
Aquí había alguien que era talentoso e inteligente, dulce y sensible. En buen
estado. Normal.
Le mostré algunos de los bocetos que había hecho durante el fin de semana,
y él colocó las caricaturas junto a ellos para ver lo bien que encajaban. Dos de ellos
se veían muy bien. Uno estaba un poco desenfocado, por lo que hice notas acerca
de cómo arreglarlo.
Joe echó un vistazo al reloj, así que le dije—: ¿Tienes que hacer tus deberes?
Puedo irme.
—Los haré en mi descanso —respondió rápidamente, sacudiendo la
cabeza—. Vamos, te acompañaré hasta el veterinario.
En nuestro camino por la acera que nos llevaría a Ashland, Joe se mantuvo
callado, y la sensación de comodidad entre nosotros se había esfumado. Cuando
llegamos al estacionamiento del hospital, él se detuvo y se volvió hacia mí.
—Escucha, Meg me dijo que te fuiste del baile de Halloween con David
Kaufman. Perecía bastante molesta por eso.
Bien, sí. Claramente. Tan molesta que sintió la necesidad de contárselo a Joe
por despecho.
—¿Pasaba algo? —continuó Joe—. Quiero decir, no es asunto mío. Pero la
última vez que se presentó en la fiesta, las cosas no...
—¿Terminaron bien? —lo interrumpí, levantando una ceja—. No, no lo
hicieron.
Joe se rió nerviosamente.
—Las cosas están bien ahora —le dije, encogiéndome de hombros—.
Estamos cuidando de su perro, y algunas de sus cosas. Como un favor. —Usar la
palabra estamos lo hacía parecer más vecinal, menos complicado.
Yo sabía lo que Joe preguntaba. ¿Hubo algo entre David y yo? No había
manera de que pudiera responder a esa pregunta.
La forma en que Joe me sonreía ahora, aliviado y protector, me hizo darme
cuenta de lo mucho que le gustaba. Y como el estar con él me hacía sentir más
como yo misma, de lo que me había sentido en meses.
Pero yo también tenía una pregunta.
—Hablando del baile… —Me detuve para tomar una respiración, sin
mirarlo—. Cuando me invitaste al baile. ¿Fue… fue por algo que alguien te hizo
hacer?
Joe frunció el ceño, confundido.
—¿Cómo quién?
—No lo sé. Tal vez Meg… —Cuando lo dije en voz alta, sonaba tan infantil y
estúpido, y deseé no haberlo dicho—. Tienes que entender que iba a pensar en ello.
En ese tiempo, no quise saber la respuesta. Pero ahora sí.
Joe me miró por un segundo y luego apartó los ojos hacia un rincón en el
cielo.
—No, nadie me hizo hacerlo. Pero te diré que si lo que pasó… a tus
padres… si eso no hubiera ocurrido, probablemente nunca habría conseguido las
agallas. —Hizo una pausa, después me miró brevemente—. Sé que eso está mal.
Pero quería hacerlo. Lo había querido durante un tiempo.
Pero por dentro, empecé a sentirme enfadada. Si tan sólo hubiera tenido las
agallas para invitarme a salir cuando lo quería, tal vez esta parte habría ocurrido
mucho antes del accidente. Y tal vez podríamos haber sido lo suficientemente
fuerte juntos —¿por qué no lo habríamos sido?— para sobrevivir los primeros
meses infernales posteriores.
—Debiste de haber tenido el valor —dije finalmente, tratando de forzar una
sonrisa.
—Lo sé. Sólo me seguía diciendo a mí mismo que tenía tiempo.
—La vida es corta, Joe.
Un gesto de dolor cruzó por su rostro. Después de unos segundos,
simplemente dijo—: Vas a llegar tarde al trabajo, y yo debería ponerme en marcha.
Se inclinó hacia a mí y ladeó un poco la cabeza para mirarme de reojo, casi
con admiración. Una vez más, el momento previo antes de que algo pueda
suceder. Ese sentimiento ahora familiar de ¡Más! ¡Más!
De repente, estaba cansada de ello.
Cuando Joe empezó a envolver su abrazo laxo y perezoso a mí alrededor
para despedirse, volví mi cara hacia arriba y le di un beso en la boca. Demasiado
rápido, como si lo hubiera abofeteado. Sus labios no estaban preparados y se
sentían rígidos y formales. No eran los labios que recordaba, pero por otra parte,
ya había habido otros labios desde aquel entonces.
Joe se puso rojo y dijo entre dientes—: Guau.
Luego sonrió. Así que tal vez esos labios se quedarían.
—Te veré luego —dije, después caminé tan rápido como pude hacia el
trabajo.
Traducido por Majo_Smile ♥
Corregido por **maria**

Pasaron dos semanas. Afortunadamente, tuve que estudiar para exámenes


parciales y empezar a hacer mis solicitudes para otras universidades, y no tuve
tiempo para estar obsesionada con mucho más. Por ejemplo, Joe me enviaba un
mensaje de texto todas las tardes con una propuesta de la identidad de un
superhéroe para uno de los maestros.
Margulis = ¡AlgeMusculoso!
(El señor Margulis en el departamento de matemáticas era enorme y un ex
culturista).
Parecía ser su manera de mantener el statu quo, de reservar su lugar para
algo.
En Ashland, Eve estableció una cornucopia de paja rellena con chocolates
con forma de pavo en el escritorio delantero, y yo colgué un cartel de FELIZ DÍA
DE DAR LAS GRACIAS en la pared. Usé el tipo equivocado de cinta adhesiva y al
día siguiente se cayó y fue masticado por un perro. Eve no dijo nada al respecto,
simplemente salió a comprar otro. Así era para todo, ahora que ella sabía acerca de
mi familia. Se había vuelto menos mandona, pero menos amigable, también; nunca
salimos a comer y ya ni siquiera hablábamos sobre nuestras cosas.
—La primer temporada de vacaciones desde el accidente será un año difícil,
Laurel —dijo Suzie. Redujimos las visitas a una vez por semana—. Vamos a hablar
de estrategias.
Así que hablamos, sobre intentar yoga, y la posibilidad de que fuera a algún
campamento de fin de semana de jóvenes en duelo. Me pidió que comenzara una
lista en mi diario titulada “Acción de Gracias: Las cosas por las cuales estoy
agradecida”, y me animó a escribir todo lo que se me ocurriera en las próximas
semanas.
Yo no le había hablado sobre mi visita al señor Kaufman ni sobre el beso-
tortazo con Joe. La verdad es que me cansaba de hablar de mí misma. Suzie
también lo sabía. Nuestras sesiones se empezaron a terminar más temprano,
porque llegábamos al punto de que yo simplemente me encogía de hombros y
daba respuestas de una sola palabra, y ella decía—: Eso es suficiente por hoy.
laurel
wilmington, carolina del norte ahora. 2 conciertos, pero creo que todo el mundo va a
quedarse por un par de semanas x las vacaciones. ellos tienen literas en casa de amigos,
pero, afortunadamente, puedo moverme por el hotel comfort inn por mí mismo. elegante, lo
sé. he descubierto que si se abre una botella de cerveza del mini-bar, de la manera correcta,
sin doblar la tapa, la puedes llenar de nuevo con agua y no te cobrarán por ello.
david.

El correo electrónico me sorprendió de forma inesperada en un sábado,


cuando hacía una revisión rápida antes de salir a encontrarme con Joe en la
biblioteca.
Comencé a reunir algunas frases en mi cabeza con las que responderle. Algo
gracioso y lindo. ¿Una broma acerca de mini-bares? ¿O botellas de cerveza llenas
de agua turbia del hotel?
Pero cuando volví a leer, y luego otra vez, me di cuenta de que el correo
electrónico no pedía una respuesta. Fue sólo eso. Una nota de dónde había estado,
al igual que las migas de pan que se dejan a lo largo de un sendero. Así que sólo lo
dejé estar, pensando que tal vez llegaría un momento en que necesitaría seguir esas
migas de pan para encontrarlo.
Y hoy tenía que pensar en Joe.
La biblioteca había previsto nuestro espectáculo de arte —me sentía bien
llamándolo nuestro— para la segunda semana de diciembre. Iba a consistir en
mostrar ocho piezas, en el salón comunitario, donde se celebraba la hora de los
cuentos y el Pilates para las personas mayores y el club de libro al que mi madre
solía ir.
Joe y yo planeamos reunirnos allí, durante el lapso de una hora en que nada
pasaba, para repasar apuntes, una vez más antes de ejecutarlo con la tinta y la
pintura.
—De esta manera, podemos ver cómo podrían funcionar en el espacio —había
dicho él. Pero, en realidad, era sólo una habitación cuadrada con paredes blancas y
luces fluorescentes. Sabía que él había sugerido el lugar porque era territorio
neutral. Lo suficientemente privado como para que nadie nos mirara, y lo
suficientemente público para las que algunos tipos de contacto no era una opción.
—¿Qué tal? —dijo Joe, mientras bajaba las escaleras a la sala comunitaria
con mi cuaderno de dibujo bajo el brazo. Por fin había conseguido uno grande
como el suyo.
Recordé cómo David siempre comenzaba sus mensajes de correo electrónico
con el simple “laurel”, sin siquiera una coma o la letra mayúscula adecuada. No
había ningún “¿Qué tal?” en el universo de David.
Joe estaba parado con la señora Folsom, la bibliotecaria jefe, que había
invitado a Joe a mostrar su arte. Ahora, de repente, me di cuenta de que ella era su
vecina. Era uno de esos datos inútiles y típicos de ciudades pequeñas que siempre
había sabido, pero que almacené lo más lejos hasta ahora, cuando explicaba por
qué Joe hacía todo esto.
—Hola, Laurel —dijo ella, sonriendo dulcemente—. Me sentí tan feliz de
saber que están colaborando en este proyecto. ¡No podemos esperar para ver los
resultados!
Sus ojos brillaban un poco, y me pregunté si para ella, mi participación era
una especie de dato adicional para vender más. Tal vez pensaba que la gente
estaría más interesada en venir a ver el arte si supieran que la mitad de ella estaba
hecha por Laurel Meisner.
—Gracias —fue todo lo que dije.
—Voy a dejar que ustedes dos trabajen... ¡háganme saber si necesitan
cualquier cosa! —Dio unas palmaditas en el hombro de Joe, pero no a mí, y se fue
tomando las escaleras de nuevo.
—¿Qué tal el día hasta el momento? —dijo Joe, extendiendo la mano para
tomar mi cuaderno de dibujo. Se lo entregué, pero lo noté un poco tenso—. Lo
siento —agregó—. Eso sonó como un terapeuta o algo así. Estaba sólo, ya sabes...
Me pregunté si alguna vez sería capaz de simplemente hablar conmigo, sin
preocuparse de que algo sonara extraño, sin que sus palabras terminaran
formando parte del árbol de “Frases Inconclusas”.
—No te preocupes por eso. Nunca podrías sonar algo así como mi
terapeuta.
Arqueó las cejas involuntariamente. ¡Uy! Acababa de decirle que veía a un
terapeuta. Como si él ya no pensara que yo era un frágil adorno de Navidad que
tenía que colgar en lo alto del árbol, para que fuera menos probable que se cayera.
—¿Podemos poner las cosas por allá? —Desvié la mirada, señalando a una
mesa en la parte delantera de la habitación.
Revisamos nuestros bocetos que formaban las ocho piezas. Sus dibujos me
hicieron reír, sobre todo TurboSenior, que no se veía diferente a sí mismo, y por
suerte un par de mis dibujos que lo dejaban más o menos por el estilo. Por la
Increíble y Mal humorada —una chica gótica con una expresión agria haciendo un
golpe de karate. Yo había dibujado un dormitorio con volantes de color rosa y
verde.
Con Joe siendo tan alto, no dejaba de sentir su aliento en mi cuello, con olor
a chicle de menta. Tuve cuidado de no volverme a mirarlo cuando sabía que su
cara estaba cerca. No podía enfrentarme a la incertidumbre de otro momento de
cercanía.
—Creo que es seguro llevar esto al siguiente nivel —dijo Joe cuando
terminamos.
Ahora me permití mirarlo directamente, sorprendida. ¿Esto? ¿Se refería a
nosotros?
—La tinta y la pintura —balbuceó, al darse cuenta.
—Estoy lista si tú lo estás —dije lo más suavemente que pude.
Escuché a Joe tragar saliva y levantó la mirada de nuevo. No tengas miedo,
pensé en voz alta, y me pregunté si me lo decía a mí misma, o a él.
—No va a ser una apertura de una galería elegante ni nada de eso —dijo—.
Pero mis padres quieren traer un poco de sidra espumosa y queso y galletas en la
primera noche. Pensé que sería divertido para nosotros estar aquí, ya sabes, juntos.
Joe, con nerviosismo, se mordió el labio inferior. Nosotros habíamos salido y
luego lo había abordado con un beso. ¿Por qué esto tenía que ser tan duro? Esto era
como hornear galletas con una mezcla prefabricada, no partir de cero. Todo el
trabajo duro ya estaba hecho.
—Me refiero a que te recogeré y te llevaré a casa después —dijo finalmente.
Le sonreí sin decir nada.
—Como una cita —añadió, devolviéndome la sonrisa, a continuación
tomamos respiraciones profundas que necesitábamos.

Cuando llegué a casa, había una pila de cajas de cartón de mudanza


desarmadas, y colocadas delante de la puerta.
—¿Nana? —grité, entrando en la casa.
—¿Puedes coger algunas de esas cajas? —dijo, bajando las escaleras a mi
encuentro—. Las había enviado, pero necesito tu ayuda para transportarlas y
juntarlas.
Después de llevarlas al interior, observé a Nana mientras examinaba las
cajas, esperando que me proporcionara más información. Pero parecía como si
quisiera que yo preguntara.
—¿Para qué son? —dije finalmente.
—Abrigos —respondió, con total naturalidad—. Ya sabes lo que hago cada
año, en Johnstown. Recogemos los abrigos viejos durante las vacaciones y los
distribuimos para la Misión de Rescate.
—Oh, cierto.
—Así que pensé que haríamos lo mismo aquí. —Hizo una pausa y tragó
saliva—. Con los de tu padre. Y tu madre. Tenían muchos. —No dije nada, por lo
que también agregó—: Me encontré con un grupo de niños de acogida que estarán
encantados de llevar los de tu hermano.
Nana fue directamente al armario de en frente, lo abrió y empezó a
rebuscar.
—Puedes mantener cualquier cosa de tu madre que quieras, por supuesto.
Deberías hacerlo. Algunos de ellos son caros, y se verían bien en ti. —Sacó un
abrigo largo de cachemira de color marrón que mamá usaba a menudo en la
ciudad y me lo entregó—. Como éste.
Lo tomé en silencio, el tejido colapsó en mis manos. Lo acerqué a mi cara e
inhalé.
Olía a humedad, pero mezclada con flores y algún tipo de especias dulces, como la
canela.
—No creo que pueda hacer esto, Nana —dije.
Estaba sosteniendo una de las chaquetas de Toby, acariciándola.
—Ni yo sé si puedo hacerlo, cariño. Es por eso que debemos hacerlo juntas y
hacerlo rápido, antes de que me arrepienta.
—¿Sólo los abrigos?
—Sólo los abrigos. Por ahora.
Asentí, mordiéndome los labios mientras las lágrimas se amontonaban en
mis ojos, y puse el abrigo de cachemir en la mesa del comedor.
Le dije—: Esta será la pila para guardar.
Traducido por Majo_Smile ♥
Corregido por Juli

En la mañana de Acción de Gracias, Nana y yo preparábamos los materiales


para hacer el relleno a mano y cazuela de papatas, cuando descubrió, con horror,
que se olvidó algo.
—¿Cómo podría olvidar los malvaviscos? —preguntó, plantando los brazos
sobre la mesa de la cocina como si fuera a desmayarse de la impresión—. ¡He
estado haciendo esta cazuela durante cuarenta años!
—Nana, relájate. La tienda sigue abierta, y voy a ir a buscar algunos —le
dije.
—¿Y por qué tu madre no tiene una olla holandés? ¿Nunca hizo nada para
más de cuatro personas a la vez?
—¿Qué crees? —dije, tratando de hacerla reír, pero no lo hizo, por lo que
añadí—: Estoy segura de que uno de los vecinos tiene una que podemos pedir
prestado.
Sabía que Nana se sentía mayormente estresada porque había esperado para
realizar su viaje a casa durante la semana pasada, para hacerlo antes de las
vacaciones. Habíamos pasado medio día con cada abrigo que encontramos y
donamos por el valor de ocho cajas a las personas que más lo necesitan. Parecía
como si estuviera inspirada, y dispuesta a hacer lo mismo en su propia casa. Pero
en el último minuto, dijo que no se sentía bien y no quería viajar. —Además —me
había dicho—, nadie va a alquilar una casa o comprar un condominio antes de enero de
todos modos. —Estoy de acuerdo con ella, pero sabía que era porque no quería
dejarme sola.
Íbamos a la casa de los Dill para la cena de Acción de Gracias. Nunca se
discutió, simplemente se asumió.
El año pasado, yo habría estado encantada de ser invitada a pasar Acción de
Gracias en la casa de los Dill. Mi familia no llevaba tan bien el día de fiestas. Creo
que sin tías o tíos o primos con los que compartir, no había presión. Por lo general,
viajábamos hasta la casa de Nana y comíamos en el hotel Holiday Inn, donde Toby
y yo podíamos pasar el rato en la galería hasta que el pavo llegara. O en los años
raros cuando pude convencer a mi madre para cenar en la casa, ella siempre se
subía a acostarse durante quince minutos antes del postre. Nunca jugábamos
juegos, ni traíamos amigos a casa y ni siquiera rodeábamos la mesa diciendo qué
agradecíamos. Tradiciones como esas no parecían importantes para mis padres.
Sin embargo en lo de Megan, la señora Dill servía la cena para veinticinco, y
yo estaba lista para la Gran Acción de Gracias estadounidense que nunca había
tenido.
—Si sales ahora —dijo Nana—, puedes recoger los malvaviscos. Voy a pasar
por los Mitas y ver si tienen una olla para nosotros.
Veinte minutos más tarde, me dirigía a casa desde la tienda con dos bolsas
de malvaviscos en el asiento del acompañante, pensando en cómo el empleado de
la caja se había reído de mi compra, y dijo—: Acción de Gracias es simplemente
increíble.
Subí nuestra colina un poco rápido, sin prestar atención, y entré en el
camino de entrada.
Pero, a dónde iba, ya había otro auto estacionado.
Tuve que virar bruscamente para evitar chocar contra él, y una vez que mi
coche se detuvo, me senté por un momento, dejando que disminuya la adrenalina.
El día estaba nublado y sin la luz del sol, en un primer momento el coche
parecía incoloro. Mientras contenía el aliento, pude ver lo que era.
El Sr. Kaufman, pensé, pestañeando con fuerza.
No, idiota. El auto del Sr. Kaufman. Lo que quiere decir que es David.
Una nueva inyección de adrenalina atravesó mi cuerpo, esta un poco
diferente, y me obligué a sentarme allí durante otros momentos, sin embargo,
queriendo esa emoción.
Por último, me miré en el espejo retrovisor, —estaba sin ducharme,
vistiendo pantalones de chándal, pero me había visto peor— y salí del coche. El
Jaguar se hallaba salpicado de barro fresco, y mientras me acercaba puse mi dedo
en el parachoques trasero. Dejó una mancha húmeda en mi mano sucia que no me
limpié.
A través de la ventana, pude ver a David durmiendo en el asiento delantero,
todavía con las manos en el volante.
Lo observé durante unos segundos, preguntándome qué hacer a
continuación. Por último, di dos golpes suavemente en la ventana.
Era extraño verlo despertar. Los ojos de David se agitaron, y me di cuenta
por primera vez lo largas y gruesas que eran sus pestañas. Entonces sus ojos se
abrieron de golpe, esa sorprendente rotundidad. Me vio y se asustó, y se me
escapó una risa de la que inmediatamente me arrepentí.
David se sentó y abrió la puerta del coche. —¡No es divertido! —se quejó.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté.
Se rascó el cuello por un momento, mirando confundido.
—¿Qué hora es? Cuando vi que no había nadie en casa, decidí dormir un
poco —dijo lentamente. Me quedé callada, esperando que encontrara una
respuesta. Pero sólo añadió—: He estado conduciendo toda la noche.
—Conduciendo toda la noche, ¿de dónde?
—Algún lugar fuera de Washington, DC. —Salio del coche. Di un paso atrás
para darle más espacio. Tal vez ahora que se encontraba de pie, podría tener más
sentido.
—Yo iba a cenar con la banda en un Cracker Barrel —dijo David—. Pero me
desperté en medio de la noche y empecé a pensar... en cosas... mis padres... —Se
atragantó con la palabra y respiró hondo, entonces me miró. Luego puso su mano
sobre mi hombro y exhaló—. No quería pasar Acción de Gracias con un montón de
chicos que apenas conozco, comer algo apenas comestible, en un lugar que
permanece abierto sólo para todos los perdedores que no tienen dónde ir.
Quitó la mano de mi hombro, pero todavía podía sentir el peso de la misma.
—Me acordé que tenía un lugar a donde ir —dijo, y echó un vistazo a la
casa. Fue una mirada hambrienta.
No sabía qué decir, pero, afortunadamente, David comenzó a hablar de
nuevo, más rápido de lo que jamás lo había oído.
—Lamento no haber llamado… Sólo subí a mi coche y conduje y era en
medio de la noche y no quería llamar y despertar a nadie. Y luego, antes de darme
cuenta, me encontraba aquí. El coche se había ido y nadie respondió la puerta.
Todavía tengo una llave, pero se sentía un poco raro así que pensé que debía
esperar... —Su voz se apagó.
Y luego me dio la misma mirada que le había dado a la casa. Era deseo puro.
Debe haberse dado cuenta lo desesperado que parecía, ya que añadió una tímida
sonrisa y un asentimiento, como si no se atrevería a ofrecer la mano de nuevo.
Se sentía más seguro quedarse con los hechos.
—¿Viniste a pasar Acción de Gracias con nosotros? —le pregunté con
cuidado, sin ninguna emoción.
—Sí —dijo David, casi sorprendido—. Supongo que sí.
Señalé hacia abajo por la colina y luego dije—: Vamos a la casa de los Dill,
pero puedo llamar a la Sra. Dill... Estoy segura de que serías bienvenido.
En un instante, los ojos de David se estrecharon con decepción.
—¿Los Dill? —dijo con disgusto.
—Sí, será divertido. Va a ver un montón de gente allí.
Ahora me dio una risa amarga.
—Laurel, no he venido hasta aquí para cenar con personas que no conozco.
—Tu nos conoce, y los Dill...
David negó con la cabeza. —Olvídalo —dijo, y luego se movió de nuevo
hacia el coche.
—¿Así que te vas? —l pregunté, tratando de mantener la calma, pero me
salió alto y chillón.
—Si me voy ahora, todavía puede llegar hasta Cracker Barrel.
David abrió la puerta del lado del conductor y se deslizó en el asiento. Lejos
de mí.
¡Espera! ¡Hace un minuto tocaste mi hombro!
Pensé rápidamente en llamar a la señora Dill, explicando por qué teníamos
que cancelar. Nana estaría de acuerdo. Podríamos comprar uno de esos
deprimidos pavos de última hora en la tienda y cocinarlo para la cena...
No. Teníamos una obligación. Meg nunca me lo perdonaría. Y entonces miré
su cara, indignado y ofendido, y de repente me sentí enojada.
—David…
—¡Dije que lo olvides!
Ahora me enojé más. En realidad, me sentía furiosa. —¡Déjame terminar! —
le grité. Saltó un poco y me miró, muy sorprendido—. ¿Cómo puedes presentarte
aquí y esperar que tengamos una mesa puesta para ti, con una cena completa de
Acción de Gracias? Sin llamar, ni mandar un correo electrónico... No puedes hacer
eso.
David me miró fijamente, su sorpresa convirtiéndose en tristeza, con la boca
temblorosa.
A continuación, se limitó a decir—: Esto fue un error.
Con eso, cerró la puerta y arrancó el auto. Sólo tuve tiempo de dar un paso
atrás antes de que acelerara hacia atrás fuera de nuestro camino, dejando una nube
sucia de polvo detrás de sí.
—Puse ron en estas Coca-Cola de dieta —susurró Meg, su aliento picante
con salsa de cebollas.
Nos encontrábamos sentadas una al lado de la otra en una de las tres mesas
de gran tamaño que la señora Dill había preparado en el comedor y el vestíbulo.
Meg lucía emocionada porque era la primera vez que no tenía la mesa infantil en la
cocina, ahora estaba con los adultos. Nana se sentó frente a nosotros, junto a un tío
mayor, y me pregunté por un segundo si no se trataba de un arreglo.
Una parte de mi cuerpo seguía temblando por la mañana. Cada vez que
parpadeaba, podía ver la cara de David cambiando de seriedad a arrepentimiento,
deslizándose lejos de mí en un segundo. Y yo se lo permití. Lo dejé ir.
No le conté a nadie que David había venido. No se lo conté a Nana, que
regresó de Mitas sólo cinco minutos después de que él arrancó, cuyo día
simplemente no podía complicarlo aún más. Ni a Meg, que parecía preocupada,
como siempre con algo propio.
Me acordé que tenía lugar a donde ir, había dicho David. Su voz y rostro,
abierto y honesto, y con confianza. Me estremecí ante el recuerdo, y traté de estar
feliz por que él había venido en primer lugar. Era como si hubiera abierto una
ventana. Tal vez en su prisa por salir, se había olvidado de cerrarla. Tomé mi Coca-
Cola y la olí.
El ron hacía que oliera como la estación de gasolina ARCO. La señora Dill,
en la gran mesa de la habitación, se puso de pie y levantó su copa.
—Antes de empezar a comer, me gustaría dar las gracias a todos ustedes
por haber venido. Cada uno de ustedes significa mucho para mí en su propio
modo... y ver sus caras aquí en mi casa... —Comenzó a ahogarse, y el Sr. Dill alargó
la mano hasta su codo, pero ella lo sacudió de inmediato—. Estoy bien, cariño. Yo
sólo estoy... feliz. ¡Muy feliz! ¡Por estar juntos y ser agradecidos!
Todo el mundo captó la indirecta para brindar y luego beber, aunque sólo
tomé un sorbo pequeño de lo que sabía a gasolina con burbujas. Por estar juntos.
Pensé en David, comiendo un plato de restaurante en algún lugar cerca de
Washington, DC. Tenía la esperanza de que él estuviera con personas que le
agradaban.
Cuando la señora Dill se sentó, perfectamente limpiándose una lágrima de
cada ojo, me di cuenta de que Meg la miraba con el ceño fruncido.
—¿Está bien? —pregunté.
Meg se encogió de hombros, y luego bajó la voz hasta un susurro. —Espero
que sí. Acaba de recibir el nuevo medicamento, y creo que está haciéndola sentir
un poco descabellada. —Me miró con una mirada de alivio, y agregó—: Está
recibiendo tratamiento para la depresión.
Entonces se dio la vuelta y empezó a comer, sabiendo que lo que había
dicho acababa de crear más preguntas.

Después de la cena, me ofrecí a ayudar a Meg a cargar el lavaplatos


mientras todos los demás se tomaron un descanso antes de la tarta. No iba a
dejarla lanzar un poco de información importante en mi regazo y luego dejarlo allí
para sólo mirarlo, como si fuera algo asqueroso que cayó de un árbol.
—No tenía idea de que tu madre estaba deprimida. ¿Desde hace cuánto
tiempo ha estado pasando?
Meg lavaba en el fregadero y me entregó un plato para la repisa. —No lo sé.
Hace un tiempo. Se ha puesto peor en los últimos meses.
Si siguiéramos esta conversación como corresponde, mi siguiente pregunta
habría sido: ¿Por qué no me lo dijiste? Pero ya sabía la respuesta. Además, tenía mis
propios secretos. ¿Qué podía decir para hacer que las cosas se sintieran menos
desordenadas entre nosotras?
Pensé en el señor Dill, su mano firme en el codo de su esposa, la línea
horizontal de la boca mientras la miraba, como si se estuviera preparando para
algo.
—¿Cómo lo está manejando tu papá?
—No muy bien. —Meg me entregó otro plato sin mirarme, y supe que el
tema estaba cerrado.

Esa noche, de vuelta en casa, Nana quería que me sentara con ella y viera El
Mago de Oz en la televisión. Cuando se quedó dormida en algún momento antes de
que Dorothy se encontrara con el Hombre de Hojalata, me acerqué a la
computadora y abrí mi correo electrónico. El último mensaje de David seguía allí, a
pesar de que se había deslizado a un punto a mitad de la página. Se sentía como si
con sólo hacer clic en él, yo podría abrir un agujero al que escalar, al que gritar
hasta el fondo.
Entonces marqué en “responder” y le conté a David sobre la cena de Acción
de Gracias, sobre el viejo tío con la patata dulce en el bigote toda la noche y los
amigos de Connecticut, una pareja casada, que llevaba suéteres verdes idénticos
con tortugas en ellos. Le hablé de la cornucopia como centro de mesa que olía a
fruta podrida y los platos con los pavos disfrazados de peregrinos en ellos. Empecé
a hablarle de la mamá de Meg, también, pero luego cambié de opinión.
Por último, terminé el correo electrónico con lo siguiente:
Así que me gustaría saber cómo estuvo Cracker Barrel en el departamento de las
fiestas extrañas. La próxima vez que regreses a la ciudad, primero llámame, y vamos a estar
esperándote.
Laurel.

Lo envíe antes de que pudiera toquetearlo, y volví al sofá, para ver a Oz.
Traducido por LizC
Corregido por Panchys

—¿Hola? ¿Es Laurel?


Mi celular sonó a las 9:07 de la mañana después de Acción de Gracias,
mientras paseaba a Masher en el bosque.
—Sí. ¿Quién es?
—¿Es Robert? ¿Desde el hospital de animales?
Tan pronto como dijo “hospital” oí ladridos, a lo lejos y en lo profundo, en
su extremo.
—Oh, hola. —Traté de no hacer que sonara como: ¿Por qué diablos me estás
llamando?
—Oye, acabo de hablar con Eve. Todavía está con sus padres en Vermont
por las vacaciones. ¿Ella me dijo que debía llamarte?
Todo lo que decía salía como una pregunta.
—¿Qué está pasando?
—Recibimos una llamada desde la conexión de Eve en el refugio. Tienen un
gato que está programado para ser puesto a dormir hoy, así que ella está llamando
para ver si alguien puede recogerla. El Dr. B dice que tenemos espacio, pero en
realidad hemos estado ocupados hoy por aquí y no puedo salir. Así que Eve dijo
que tal vez tú podrías recogerla y traerla aquí.
Yo. El eslabón perdido en la cadena que necesita juntarse para salvar la vida
de un animal.
—Diles que voy a estar allí en veinte minutos.
Cuando le dije a Nana por qué trepaba en el auto, ella sólo asintió y dijo—:
Mientras este no termine en la habitación de tu hermano, haz lo que sea que
necesites hacer.
Me encontraba a pocos minutos de la casa cuando sonó mi celular y lo
contesté.
—Hola, soy yo. —Meg.
—¡Hola! Te has levantado temprano.
—No pude dormir.
—¿Demasiado exceso?
—No, mis padres estuvieron discutiendo toda la noche, y pude oír cada
maldita cosa. Mi mamá llorando. Mi padre golpeando almohadas. En serio, era
como escuchar una telenovela.
—Dios mío, Meg. Lo siento. —Y luego, porque pensé en esa sensación de
“por qué no me dijiste” la noche anterior, porque parecía algo que debía decir,
añadí—: ¿Qué puedo hacer?
—Sólo necesito salir e ir a alguna parte. ¿Podemos ir al centro comercial
donde estará lleno de gente y será detestable y puedo olvidarme de todo esto?
—Um... seguro. Te puedo ver allí en un par de horas.
Hay silencio en el otro extremo de la línea.
—Tenía la esperanza de poderte recoger, como en, un minuto y medio.
—Estoy en camino hacia el refugio de animales para salvar a un gato. —Lo
dije como si me dirigiera a la tienda a comprar papel higiénico.
—¿A qué te refieres?
—Recibí una llamada del trabajo. Necesitan mi ayuda.
—Bueno, yo necesito tu ayuda. —La voz de Meg sonaba con eco, más fuerte,
como una niña con la mano ahuecada sobre el auricular del teléfono para que
nadie más pudiera oír.
—No hay problema. Sólo dime dónde te encuentras.
—¿En dos horas?
—Tal vez menos. Tengo que recoger la gata, llevarla a Ashland, y conseguir
que la establezcan.
—Laurel, no quiero estar sola en estos momentos.
Pensé en decir: Sí, por supuesto, Meg. Pensé en llamar a Robert y decirle que
tenía que ir más tarde. Pero el camino estaba empujando al auto tan rápidamente y
con determinación hacia el refugio, arrastrándome hacia un animal que estaría
muerto si no seguía mi camino. No parecía posible que pudiera disminuir la
velocidad y dar la vuelta, incluso si quisiera.
—¿Por qué no vienes a verme en el hospital? —pregunté.
Hubo una pausa, y Meg contuvo el aliento, y casi pude escuchar la ira y el
dolor que se vaciaba en su pecho.
—Tonta de mí, se me olvidaba que siempre tiene que ser acerca de ti.
Fue como un dardo lanzado justo a mi cara. Rápido y directo, con una
velocidad inesperada. Mis defensas no fueron lo suficientemente rápidas.
—No se trata de mí —le dije—. ¡Se trata de salvar a un animal que va a ser
asesinado! ¿Puedes realmente vivir contigo misma si supieras que un gato va a ser
puesto a dormir porque no quieres ir al centro comercial sola?
Silencio, peor que contener el aire enojadamente. Más silencio, peor que el
dardo.
—Laurel, hay un montón de cosas que puedo decir en este momento acerca
de los últimos seis meses, pero creo que las sabes todas. —Hizo una pausa, y no
estaba segura si debía responder, pero no lo creo, porque lo siguiente que dijo
fue—: Te veré por ahí.
Y la línea se cortó.
Traducido por Vero
Corregido por Mery St. Clair

Hazlo con tiempo: Toma tu decisión de admisión.


Las palabras en la página web de Yale sonaban tan aburridas, sin un signo
de exclamación o siquiera un subrayado que remarque lo que significaba para
nosotros saber el resultado. Todos los demás que habían presentado la solicitud de
admisión temprano contaban los días, marcándolos con palitos en sus cuadernos o
con grandes X en los calendarios de sus casilleros. Yo me negué a hacer lo mismo,
pero de todos modos me encontraba chequeando la página de admisiones de Yale
todos los días.
Todo lo que tenía que hacer era seguir ese vínculo, iniciar sesión, y habría
una respuesta del otro lado. Se sentía tan extraño tener esa garantía.
Me levanté, caminé alrededor de la habitación, me senté otra vez.
Comprobé el clima.
Arrrrgh, ¡Sólo hazlo!
Entonces lo hice, preguntándome si ellos estarían detrás de mí, observando.
Mamá y papá, quizás Toby también. No, los había dejado fuera con la puerta
cerrada.
—¡Ja! —dije en voz alta a nadie.
Había ingresado.
Pensé en como luciría el rostro de mi padre con las noticias. Era bueno con
la sonrisa de complicidad. Creo que él lo habría hecho. Y se emocionaría con tanta
facilidad, sin tener miedo de derramar algunas lágrimas y no secarlas.
¿Y que hay de mamá? Al principio estaría sorprendida. Genuinamente
sorprendida, y eso me enfadaría un poco. Y luego se vería aliviada y reiría, y yo me
reiría con ella para olvidar la parte del enfado.
Están contigo justo ahora, me dije a mí misma, Están aquí.
Cuando Nana vino a buscarme diez minutos después, yo seguía llorando.
—Recuerdo cuando tu padre consiguió su carta —dijo Nana sobre nuestra
sencilla celebración, media pizza de vegetales en Vinny's—. No estaba seguro de
querer ir, pero escuchó que las chicas eran especialmente bonitas allí. —Hizo una
pausa, las comisuras de sus ojos brillaban—. Él estaría muy orgulloso, ya sabes.
Asentí y bajé la mirada, entonces decidí lidiar con ello.
No hay momento como el presente.
—Nana, no estoy segura de sí debería ir.
Dejó su rebanada de pizza, tomándose un momento para acomodarla de
forma ordenada en el centro del plato y me frunció el ceño. —¿Porqué no irías?
—Quiero decir que, quizás no estoy preparada para vivir lejos de casa. En
cambio, puedo ir a Columbia o la Universidad de Nueva York, ambas son
grandiosas escuelas, si consigo entrar. Y podría quedarme aquí —después agregué,
porque pensé que tal vez ayudaría—, contigo.
¿Cómo podría decirle las cosas que habían estado nadando en mi cabeza
toda la tarde? Cosas que no quería siquiera pensar antes, porque no tenía qué, pero
ahora era el momento de hacerlo. Hubiera sido más fácil ser rechazada en Yale, así
podría no seguir pensando en ello.
¿Qué hay de los animales? No sólo Selina, Elliot y Masher, sino los pacientes
en Ashland y el futuro de Echo, quien podría necesitar que esté al otro lado de la
línea telefónica. Echo era la gata que recogí del albergue y traje a Ashland ese día
después de Acción de Gracias. Ya tenía un posible hogar para ella.
Pero había otra cosa. Había surgido durante una sesión con Suzie la semana
anterior.
—¿Estás emocionada de oír lo de Yale? —preguntó Suzie, mirando sus
notas.
—Eso creo —había respondido mirando por la ventana. Se sentía como una
charla.
—¿No estás segura?
—No, estoy segura. —Odiaba estas conversaciones estúpidas que teníamos
algunas veces.
—Laurel —dijo Suzie deteniéndose con cuidado—. ¿Sientes que estás lista
para tu futuro?
Sólo la miré.
—Porque eso es normal. Sentirse ansiosa acerca de seguir adelante,
continuar con tu vida, cuando las personas que amas se han ido.
Todo lo que dije fue—: De acuerdo, lo entiendo. —Me di cuenta que Suzie se
quedó callada y satisfecha después que dije eso. Nuestras sesiones tenían menos
charla estos días, y terminábamos siempre temprano.
Finalmente, pensé una respuesta para Nana.
—Sólo estoy preocupada por ti. ¿No estarás sola si me voy lejos?
Nana había recogido su rebanada de pizza, pero ahora la dejó una vez más.
—Te extrañaré, si —dijo—. Pero honestamente, Laurel, si estás en New
Haven, significa que puedo pasar el otoño y el invierno en Hilton Head. No tendré
que vender el condominio.
—¿Así que quieres deshacerte de mi? —le pregunté, tratando de hacer que
sonara como una broma.
—No. Quiero que vayas y obtengas la excelente educación que tus padres
siempre soñaron para ti.
Ella tenía un nudo en la garganta, lo que formó un nudo en la mía también,
y ambas comimos bocados de pizza en silencio.

Al llegar a casa, levanté el teléfono para llamar a Meg y contarle las noticias,
y luego me detuve. Habían pasado tres semanas desde aquella mañana, la mañana
de Salva un gato o Encuéntrate con Meg en el centro comercial, y cuando
estábamos juntas, éramos como actores en una obra. En la escuela, en los pasillos o
en las clases donde nos sentábamos una al lado de la otra por costumbre, hacíamos
el papel de mejores amigas. Prestándonos la lapicera, esperándonos a la salida de
clases o en los casilleros. Charlando acerca de cuan difícil fue el examen de
matemáticas y que tan mal lucía nuestro cabello.
Pero fuera de la escuela, esa línea telefónica continuaba muerta. Meg ya no
se ofreció más a llevarme a ningún lugar, no se detuvo más a pasar el rato o
invitarme a su casa. No me llamó o escribió por las noches para contarme acerca de
Gavin o Andie o especialmente sus padres.
La extrañaba como nunca, pero también era obstinada. Sabía que había
hecho lo correcto. Echo había sido más importante. Echo, con sus grandes rayas
negras como si hubieran sido pintadas con un pincel de esponja gruesa, a quien le
gustaba lamer tu antebrazo mientras la acariciabas. Los seres vivientes mueren
para siempre. Las amistades pueden ser resucitadas.
Así que, dejé mi celular y pensé que le diría mañana en la escuela. Pero
todavía me sentía muy sola. Quizás podría contarle a Joe. Sí, eso funcionaría. Joe
estaría feliz por mí.
Abrí mi correo electrónico, y cuando vi mi bandeja de entrada, mi corazón
dio un salto.
Un mensaje de David.

laurel
sólo por el placer de hacerlo he empezado a presentarme como León. Parece
totalmente divertido para mí. ¿Me veo como un león? ¡De ninguna manera! Pero yo les
digo: “hola, soy León” y la gente simplemente asiente y dice: “¡encantado de conocerte,
León!” y así puedo ser León por un tiempo. León necesita algunos antecedentes. estaba
pensando que podría ser el hijo de la gente del circo, por ejemplo de los entrenadores de
elefantes de fama mundial. eso es algo que se puede decir y nadie sería capaz de comprobar,
porque ¿quién se entera de la vida de los entrenadores de elefantes de circo? quiero decir, el
circo es totalmente cliché, pero la gente se traga esas historias. eso podría conseguirme
regalos y favores y mi vida en este momento tiene que ver con regalos y favores, como tú
bien sabes.
david.

Antes de haber besado a David, había pensado que él era poco serio y
divertido y rudo en los bordes. Pero cuando leí esto, pensé en la suavidad de sus
labios y la manera en que yo podía sentir su corazón latiendo rápido ese día en el
bosque, y supe que estaba sufriendo. Tal vez todos estos años de actitud, desde el
momento en que me regaló el baño de burbujas de Campanita, hasta la noche del
accidente, era sólo un largo sufrimiento para David.
Sin mencionar Acción de Gracias, pero esa era otra historia.
Mi correo electrónico había sido un tratado de paz, y con esto, parecía que lo
había firmado.
Vuelve a casa, pensé. Sólo vuelve a casa.
Comencé a responderle.

Hola, David, quiero decir León.


Lo del circo funciona. Diles que estabas siendo preparado para seguir sus pasos, o
pezuñas en este caso, pero en realidad querías ser equilibrista y eso creó todo este escándalo
y por eso te fuiste y no puedes regresar.
Fui admitida en Yale. No estoy segura si quiero ir.
Y además, mi mejor amiga me odia en este momento. No tengo idea de como
arreglarlo.
¿Quizás alguien que creció rodeado de elefantes podría tener algunas respuestas?
Laurel.
Traducido por Munieca
Corregido por Panchys

HÉROES ENTRE NOSOTROS, leía el folleto de la muestra de arte en


grandes letras azules. A continuación, debajo:

UNA COLECCIÓN DE UNA COLABORACION


DE PINTURAS DE JOE LASKY
Y LAUREL MEISNER

Mi nombre en su propia línea.


Nana recogió unas copias extras de la biblioteca y las distribuyó a los
vecinos. —¡La Sra. Folsom dice que hay una mención en el periódico! —añadió
mientras me sentaba en frente de mi cena, tratando y fallando de comer—. Tengo
que conseguir una copia para mi cuaderno de recortes.
—Ajá —dije, viendo mi mano temblar cuando levanté mi tenedor.
Nana lo notó. —¿Estás nerviosa?
Juzgando por el zumbido que sentía bajo mi piel y el sentimiento “voy a
tener que ir al baño”, yo diría que sí.
Definitivamente nerviosa. No estaba segura de cuánto de eso era de la
muestra de arte y cuánto del estado de la inminente “cita” de mi inminente noche.
—Tan sólo estoy emocionada —dije, lo que era una verdad a medias.
—Yo también. —Ella miró su reloj—. Bueno, tu Joe debería estar aquí en
unos cinco minutos. —Hice una mueca en el “tu Joe” y Nana añadió—: Es un buen
niño… lo siento, ¡buen tipo!
Miró el reloj de nuevo. —Voy a recoger a Ed y Dorrie a las siete, así que no
estaremos muy lejos detrás de ti.
Nana y las Mitas habían planeado una gran noche, visitar la muestra de arte
y luego café y postre para la cena. Era una especie de algo divertido y maravilloso
que ella estuviera haciendo sus propios amigos ahora.
Otros vecinos se habían comprometido a pasar por ahí. Aparte de nuestras
familias, Joe y yo no teníamos idea de quién más podía venir a la “apertura.” Él le
había dicho a sólo uno o dos amigos en la escuela, y yo no le había dicho a Meg, y
ciertamente no Andie o Hannah. —Es más interesante si la gente se entera por su
cuenta —había dicho él ese día en la escuela, cuando vino a mi armario para
saludarme—. De lo contrario parece como que estás presumiendo.
Bien por mí. No quería más atención. Al principio, pensaba que hacía las
pinturas por Joe y por las aplicaciones de la universidad y porque ellas necesitaban
ser creadas.
Cuando las vi terminadas, me di cuenta que también las había hecho para
mi madre. Porque ella habría estado llena de orgullo y porque no se habría
asustado de decirme lo que realmente pensaba de mi trabajo. El hecho de que
nadie más quería verlos era tan sólo una nota al pie.
Me forcé a mí misma a tomar un bocado más de pollo y me dirigí al baño a
una visita final y chequeo en el espejo. Había puesto una cinta en mi pelo, con
cuidado para parecer casual, aunque un poco arreglada.
Y luego oímos a Joe tocar la puerta.

Miré abajo hacia la carretera desde la ventana de la camioneta de Joe y me di


cuenta de por qué la gente tiene autos como este. Te hacen sentir segura en una
manera exclusiva, casi embriagadora. Como si fueras removido muy lejos de la
tierra y todo a tu alrededor, ¿cómo algo podría tocarte lo suficiente como para
dañarte?
—Cuando mi papá decidió tener una SUV —dijo Joe como si leyera mi
mente—, me vendió esta por un dólar.
—Una ganga —dije.
—Pero tengo que pagar el seguro.
Nos quedamos en silencio otra vez, tal vez por décima vez desde que me
había recogido. Comenzaba a aceptar que esto era lo nuestro, esta manera de
empezar-y-parar de hablar.
Podría tan sólo decir, “¿adivina qué?” y derramar mis noticias acerca de
Yale, y la conversación avanzaría tan fácilmente. Pero por alguna razón, no pude
formar las palabras.
Tal vez algún día pronto sería capaz de contarle todo, acerca de todas mis
dudas y preguntas, con dedos cruzados que él iba a conseguirlo. No esta noche, sin
embargo. No aquí, con tan sólo unos pocos minutos hasta que lleguemos a la
biblioteca, cuando no sabía lo que se suponía que la noche iba a traer.
Para cambiar de tema, casi le conté sobre lo de Meg y yo y nuestra pelea.
Otra vez, algo me detuvo.
Mi mente saltó al correo electrónico que había recibido de David la noche
anterior.

no te preocupes sobre megan dill. no suena como que estés lista para arreglar las
cosas aún de todos modos. he encontrado que dejar que algo permanezca roto por un tiempo
me ayuda a entenderlo.

Lo que David había dicho tenía sentido para mí. No había ningún punto en
abrirlo a otras opiniones.
Joe hizo el último giro sobre la calle donde estaba la biblioteca, y clavé mis
manos, aún temblando un poco, profundamente en los bolsillos de mi chaqueta.

—Esta es mi favorita —dijo la Sra. Lasky, mamá de Joe, a la señorita Folsom.


Era SuperBrat, por supuesto—. Joe dice que me lo dará cuando la muestra termine.
Me paré al lado de la mesa de los bocadillos y miré a través de la sala a las
dos paredes donde cuelgan las pinturas. Joe había enmarcado las suyas con
simples marcos de madera negra y blanco mate que había conseguido en Target.
Las dos capas, la caricatura de Joe cortada y puesta en contra de mi fondo, le dio a
cada uno un efecto 3-D. Ellos lucían genial.
Escaneé la obra de arte y me pregunté cuál habría sido el favorito de mamá,
de papá, o de Toby. Pero no tenía idea, y una tristeza se apoderó de mí. ¿Se
encontraban muy lejos ya?
Joe estaba ocupado tomando fotos y charlando con la señorita Folsom. Cada
vez que una nueva persona deambulaba por las escaleras hacia la sala, Joe se
acercaba a darle la bienvenida y presentarse. Nana y las Mitas llegaron. La señora
Mita me abrazó muy apretado y dejó una marca de lápiz labial en mi mejilla, yo
dejé que Nana tomara una foto de mí delante de las pinturas.
—¡Hagamos una contigo y Joe! —dijo.
Joe oyó y me obligó antes de que pudiera negarme, y luego la Sra. Lasky
apareció con su propia cámara. Así que posamos, sonreímos, y tan pronto como
todas las cámaras habían tomado fotos —creo que la Sra. Folsom se puso ahí
también— hice una línea recta hacia el baño. Al salir, escuché a Joe preguntándole
a Nana que pintura quería conservar.
Me lavé las manos y me enjuagué, luego las lavé otra vez sólo porque era
algo que hacer, y yo quería que ellas huelan bien para Joe más tarde.
Aunque no estaba segura que tan pronto quería que el más tarde llegara.

—¿Es esto algo mejor? —preguntó Joe, ya que sentí una ráfaga de aire
caliente venir de la rejilla de ventilación en frente de mí. La temperatura había
bajado bruscamente, y Joe pasó todo el camino desde la biblioteca a Yogurtland
jugando con los controles del panel de la temperatura.
—Sí, gracias —dije, mis dientes castañeando.
—Se va a mejorar en un minuto —dijo—. Tal vez el yogurt congelado no es
una buena idea. Simplemente pensé que debíamos celebrar.
—Ellos venden chocolate caliente —sugerí. Celebrar o no, yo no estaba lista
para irme a casa todavía.
Joe entró en el estacionamiento de Yogurtland, el cual compartían con un
pequeño centro comercial y otras dos tiendas. Para cuando detuvo el auto, me di
cuenta de un grupo de chicos yendo hacia el interior.
Joe los reconoció también.
—Kevin McNaughton —dijo Joe, una simple observación.
La muchedumbre del ferrocarril.
—Jesse Pryde. Todos esos chicos —le dije, tratando de coincidir con la
naturalidad en la voz de Joe.
Joe comenzó a apagar el motor de la camioneta, pero agarré su brazo y
espeté—: No entremos. —Me dio una mirada de perplejidad, así que añadí—: El
coche acaba de entrar en calor, y se ve bastante lleno de gente por el momento.
Él echó un vistazo a las brillantes luces amarillas y rosas de Yogurtland que
no estaba realmente lleno del todo, y luego quitó su mano del encendido y me
miró fijamente.
—¿Quieres escuchar algo de música? Acabo de grabar un nuevo CD, creo
que te gustaría —dijo. Asentí, y él agarró un estuche de cuero de CD, pasando las
carátulas hasta que encontró la que buscaba—. Es una mezcla —dijo, y la deslizó
en el reproductor.
No reconocí la primera canción, pero me gustó inmediatamente.
—Me gusta el baile del auto a esto —dijo Joe. Agarró el volante y empezó a
mover la cabeza y los hombros en un desesperado intento de hombre-blanco
disfrutándolo. Comencé a reír—. ¿Qué? —preguntó—. ¡No me puedes decir que no
tienes un baile del auto!
—Por supuesto que sí —le dije—. Pero el mío tiene ritmo.
Alargó la mano y me dio un manotazo juguetonamente en la cabeza. Luego
mantuvo la mano allí, flotando encima de mí. Como si ahora hubiera cruzado en
mi territorio y no estaba segura de si era para volver a casa o seguir adelante.
Siguió adelante. Lentamente, Joe bajó su mano hacia mi cabeza, sus dedos
tibios en mi cuero cabelludo. Él los recorrió a lo largo de un mechón de mi pelo
que se había escapado de mi cinta, entonces lo puso detrás de mi oreja.
Todavía estaba lo suficientemente frío en la camioneta por lo que pude ver
mi respiración, y también miré el aliento de Joe. Salía de nosotros al mismo tiempo,
el mismo ritmo, reuniéndose en el espacio entre nosotros.
Pude ver las moléculas girar una alrededor de la otra. Así que ahora fijé mis
ojos en ángulo recto sobre Joe, que parecía aterrorizado.
—Realmente quiero esto, Laurel —dijo, y tragó audiblemente—. Tú
también quieres esto, ¿verdad?
Asentí, pero me quedé quieta, determinada a que él debía dar el primer
paso esta vez.
Joe se inclinó todo el camino hacia mí, pero mantuvo sus manos para sí
mismo, ofreciendo sólo su cara. No estaba segura de lo que hacía hasta que sentí su
frente sobre la mía. Nos quedamos así durante unos momentos.
Finalmente, me besó, sus labios cálidos y vacilantes. Entonces pude sentirlo
relajarse y entregándose. Traté de hacer lo mismo, como entrenándome a mí
misma. ¡Tú quieres esto! ¡Ahora está sucediendo! ¡Disfrútalo!
No recibí esos fuegos artificiales que recordaba de la noche del baile, pero
nos tocábamos de nuevo, y eso era suficiente.
Joe torció un poco el cuerpo, para estar en una mejor posición, pero se
detuvo y dijo—: Este camioneta no fue hecha para… esto. Los asientos están
demasiado lejos.
—Eso es un defecto de diseño, sobre el que deberías escribir a la compañía.
Se rió, luego alcanzó mi cinturón de seguridad y lo soltó. —¿Puedes venir
aquí… conmigo? —preguntó.
En tres segundos me había trepado a su lado y me senté en su regazo.
—Mucho mejor —murmuró. Sentí los brazos de Joe completamente a mí
alrededor, acunándome.
Sí. Eso es lo que tenía en mente.
Casi lloré de alivio, pero lo ahogué por lo bajo.
Joe parpadeó rápidamente, como si no estuviera seguro de que yo estaba allí
realmente, y dijo—: Me gustaría empezar a hacer esto más a menudo, si está bien
contigo.
—Está bien conmigo.
Sonrió. Una sonrisa pura y llena de alegría, como un niñito abriendo un
regalo y descubriendo que era lo que él deseaba desesperadamente.
—Eres increíble, Laurel.
Algo en la forma en que dijo esto me hizo sentir incómoda. Negué con la
cabeza.
—Yo no lo soy realmente.
—Sí. Tú me deslumbras. Con todo lo que has pasado, tú... tú solo te
quedas... —Se atasca otra vez. Reinicia con una respiración profunda—. Yo debería
haber hecho una pintura de ti.
El malestar crecía. Para hacer que desapareciera, lo besé, y empezamos de
nuevo, sus manos moviéndose suavemente sobre mi espalda. Después de un
minuto, la lengua de Joe estaba en mi labio inferior. El cosquilleo me tomó por
sorpresa. Me reí y se detuvo.
—¿Estás bien? —preguntó, a un borde de implorar.
—Nada va a suceder esta vez, te lo prometo. —Entonces añadí—: No hay
piscina a la vista.
Joe sonrió. —O David Kaufman. —Se inclinó de nuevo.
Pero me aparté. —¿Qué?
El sonido del nombre de David, aquí en la camioneta de Joe encima del
ruido de la calefacción y el motor. Joe me envolvió con los brazos. El nombre de
David, como una especie de cóctel molotov se lanzó a través del techo corredizo.
¿Qué sabe Joe? ¿Cómo?
Instintivamente me arrastré fuera de su regazo y de vuelta a mi asiento,
mirando por el parabrisas. Cuando al final, tuve el coraje de mirar a Joe, se veía
afectado por el pánico.
—David Kaufman… tú sabes, yo sólo quería decir, la noche del baile —dijo.
Se golpeó en la frente con el puño.
—Soy un idiota, incluso mencionando eso.
Sentí cansancio fluir fuera de mí.
Pero ahora David estaba de alguna manera aquí, y Joe y yo nos
encontrábamos tan alejados, ni siquiera nuestro aliento se mezclaba.
—Está bien —le dije a Joe—. Hay tiempo. ¿Puedes llevarme a casa ahora?
Traducido por Pixie
Corregido por **Maria**

La nieve estaba llegando, dijo todo el mundo. Y hacían un gran acontecimiento


de ello. La primera nevada de la temporada, una Navidad Blanca, y todo eso.
—Dijeron que entre veinte y veinticinco centímetros —anunció Nana sobre
el murmullo de la TV mientras yo me iba hacia la escuela.
—Tal vez tengamos un día de nieve mañana y no tendré que hacer el
examen de Física de la Señora Pryzwara —murmuró Meg en su casillero. Se lo
decía a cualquiera, a pesar de que yo era la única persona allí.
Guerra de nieve n el estacionamiento, pásalo, decía el texto de Joe. Le
respondí (Genial) pero no lo pasé.
Suzie me llamó esa tarde para cancelar nuestra sesión de ese día.
—Sólo para estar segura, con las carreteras —dijo.
Nos fuimos a casa y el cielo seguía de ese color gris burlón, y todo el mundo
parecía desanimado. Incluso por la noche, seguí mirando las farolas al final de
nuestro camino de entrada, para ver si había copos dando vueltas en su pequeño
foco, pero no había nada más que aire en una negra noche. Oh bueno, pensé
mientras me subía a la cama. Probablemente será sólo una pequeña llovizna y todo el
mundo cerrará la boca sobre la nieve por Navidad.
Pero cuando me desperté a la mañana siguiente, supe instantáneamente que
eso había sucedido. Era la calidad del sonido lo que lo revelaba —todo estaba
simplemente apagado. Neumáticos pasando sobre el camino, pájaros cantando, y
quizás en algún lugar en la distancia, un quitanieves. Salté fuera de la cama y espié
entre las persianas, y ahí estaban mis bosques, mis árboles, mis rocas y mi terreno
inclinado, cubiertos de un brillante y deslumbrante blanco.
Oí a Nana sintonizar las noticias en el televisor, escaleras abajo, el sonido
con el que Toby y yo solíamos emocionarnos en días como estos. Entraría en la
habitación, treparía sobre mi cama y cruzaríamos nuestros dedos de todas las
maneras en que se nos ocurriesen, y estaríamos atentos para escuchar el grito
oficial de mamá anunciando el día de nieve.
El pensamiento de Toby en mi cama con sus pijamas de dinosaurios me
envió bajo las mantas, donde estaba oscuro y sudoroso y las lágrimas no contaban,
hasta un minuto después cuando Nana asomó su cabeza para decir—: No hay
escuela hoy, dulzura. Quédate en la cama cuanto gustes.
Pero incluso bajo las mantas, los recuerdos vinieron a mí, y cuando Masher
pasó a Nana como un cañón y trepó de un salto sobre mi estómago, tomé eso como
una señal para salir de este infierno.
Me puse mis botas, pantalones de sky y un gran abrigo acolchado, dejé las
primeras huellas de pie en el medio de nuestra calle llena de nieve, junto a Masher,
mientras que saltaba de una pequeña pila de nieve a la otra. De repente, ninguna
de las reglas del mundo importaba. No tenía que dejar pasar a los coches, no tenía
que ir a la escuela y todos los vecinos en sus casas, con el humo saliendo de las
chimeneas, no tenían que ir a trabajar.
Y quizás yo no tenía que pensar en mamá, papá y Toby, como si pudiera
tener un día de nieve para eso, también. Y para preocuparme por Meg, Nana, la
Universidad, lo que sucedió en la camioneta de Joe y por supuesto, los correos de
David.
Pensé en mi cita cancelada con Suzie y me sentí muy agradecida de ya tener
mi día de nieve para eso.
Sabía que ella se iba de vacaciones durante un par de semanas, y que no la
vería hasta después de las mismas.
Los copos de nieve brillaban con la luz del sol. Era ligera, polvorienta. No
era buena para hacer bolas de nieve ni para usar el trineo, sino más bonita y dulce,
como el azúcar. Caminé un gran bucle, arriba y abajo, en nuestra calle y luego pasé
la casa de Meg. Quería entrar desesperadamente. Sacarla de la cama y
acurrucarnos en la habitación familiar para mirar DVDs junto a su chimenea,
bebiendo chocolate caliente. Pero eso se hallaba al otro lado de una línea que me
sentía muy débil para cruzar, así que continué caminando, esperando que Meg me
hubiera estado observando desde su ventana.

Una vez de nuevo adentro, fui a la habitación de Toby para ver que sucedió
con los gatos de acogida. Me agaché para observar la gran canasta de perro. Lucky,
quién había estado acurrucada con sus bebés, se levantó y estiró, luego salió sin
ellos.
Se hacían grandes y querían moverse, moverse, moverse, así que siguieron a
su madre fuera de la canasta y se dispersaron por la habitación.
Uno, dos, tres cuerpos mullidos, todos rayados, moviéndose cerca de mí.
Pero había cuatro gatitos en la basura. Asomé la cabeza en la canasta. Un gatito, el
blanco, seguía recostado ahí, durmiendo.
O quizás no durmiendo. Mi mano se sacudió mientras lo alcanzaba,
esperando que se despertara bajo la calidez y la presión. Pero estaba frío y tieso.
—Dios mío —dije en voz alta.
Miré a Lucky, quién se encontraba sentada bajo el escritorio, lamiéndose.
Me miró, y si una gata pudiera encogerse de hombros, eso es lo que hizo. Sólo
torció su cabeza y estrecho sus ojos como si dijera, las cosas pasan.
No estaba segura de que hacer a continuación. ¿Qué se supone que debo
hacer? Era un día de nieve y yo estaba sentada en el suelo de la habitación de mi
hermano muerto, con cuatro gatos que no eran míos.

Nana sacudía la cabeza, tratando de no parecer tan completamente


repulsiva como se sentía.
—¿Al menos te parecía enfermo? —preguntó. Hacía un gran trabajo
ocultando el te lo dije entre sus palabras.
—No, no lo creo. Quiero decir, había algo de diarrea en la cajita, pero no
tenía idea de quién era. Parecía que ella estaba comiendo, pero es difícil de decir.
—Sentí como si la viera jugando con los otros ayer. Pero quizás eso fue hace tres
días.
Sostuve a la gatita envuelta en una toalla, como una momia, así que parecía
que sostenía un trapo viejo. Era fácil pretender que no había nada dentro.
—¿Qué se supone que vas a hacer con eso? —preguntó Nana.
—Eve dijo que debería llevarla a Ashland. Tienen incineradores para ese fin.
—Hice una mueca—. Pero no están abiertos por el estado de las carreteras.
Eve no había estado sorprendida, ni acusadora. Sólo suspiró y dijo—: Odio
la muerte de los gatitos. —Me recordó que sucede mucho y a veces no hay nada
que uno pueda hacer. Pero sabía, por el pesado y enfermo sentimiento en la boca
de mi estómago, que debería haber prestado más atención.
—Te lo tomas muy en serio —dijo Nana, leyendo mi mente, alcanzándome
para acariciar mi cabello. Sólo asentí, mordiendo mi labio.
A las tres en punto, Eve me llamó desde Ashland para decir que finalmente
estaban abiertos y que podría llevar a la gatita.
—Laurel, los caminos aún están malos —dijo Nana—. ¿No puedes poner
tu… envoltorio… en el garaje y llevarlo mañana?
—Tengo que hacer esto ahora. Se lo debo. —Puse la toalla en una gran bolsa
de compras y agarré las llaves del coche.
—Por favor, conduce con cuidado —dijo.
—Nana, sólo para que conste, puedes asumir eso por el resto de mi vida. No
tienes que decirlo.
Me apresuré hacia el coche sin decir adiós. Hacía más frío ahora que el sol se
ocultaba, y la nieve que había estado de un blanco brillante esta mañana ya se veía
sombría, del color de los viejos calzoncillos.
Conduje cerca de dieciséis kilómetros por hora a Ashland, tocando los
frenos cuando iba cuesta abajo como me enseñó a hacer mi papá, en caminos
resbaladizos. El coche patinó una vez en un semáforo, pero lo enderecé
nuevamente, de la forma en que él me enseñó, soltando el volante por un segundo.
Cuando llegué allí, el estacionamiento se hallaba vacío. Adentro, Eve me
sonrío tristemente.
—¿No hay nadie aquí hoy? —pregunté.
—La mayoría de las personas cancelaron sus citas, pero tuvimos un par de
emergencias. Un perro fue atropellado en Spinner Avenue, está en cirugía en este
momento. —Se concentró en la bolsa de compras—. ¿Está ahí?
—Sí… —Iba a decirle que sucedió; tenía una historia completa con una
disculpa. Pero ella se puso de pie y tomó mi bolsa, luego miró dentro—. ¿Quieres
venir conmigo? —preguntó.
Sacudí mi cabeza.
—¿Necesitas la toalla de vuelta?
Sacudí mi cabeza otra vez. Eve desapareció por el pasillo, y luego reapareció
alrededor de diez segundos más tarde.
—Bien. Nos encargaremos de ella —dijo, deslizándose hacia atrás en su
taburete con ruedas.
—¿Debería hablar con el Dr. B? ¿Deberíamos tratar de descubrir por qué
murió?
—No. Estará bien. —Eve me miró de una forma triste y amable, que
usualmente reserva para sus clientes.
Quería más de ella, o de cualquiera, pero no estaba segura de que fuera eso.
Así que dije—: ¿Necesitas que me quede y ayude?
—Creo que estaremos bien —dijo Eve—. Pero te necesitaremos mañana.
Estaremos ocupados poniéndonos al día.
—De acuerdo. Vendré después de la escuela.
—Toma un bastón de caramelo —dijo Eve, empujando el frasco hacia mí, y
lo tomé.
Volví al coche y comencé a conducir a casa. Para quitar a la gatita de mi
mente, empecé a hacer una lista mental de todas las cosas que tenía que hacer antes
de la escuela, al día siguiente. Pero la sensación de pelaje blanco y frío, la imagen
de patitas tiesas como palos que terminaban en pequeñas garras, volvían a mi
cabeza continuamente.
Cuando sentí que las lágrimas comenzaban a salir, supe que debía
detenerme en algún lado. Antes de que supiera que hacía, estaba dando un giro
hacia el estacionamiento de la estación de tren, que se hallaba prácticamente
desierto. Detuve el coche diagonalmente a través de los dos mejores lugares para
estacionar —los que mi padre había estado extasiado de conseguir en un par de
raras ocasiones— puse mi frente en el volante, y lloré.
Después de unos minutos, el coche se sintió cálido y las ventanas se
empañaron, así que salté fuera para apoyarme en la capota y obtener algo de aire
fresco. Se ponía aún más frío y oscuro, y era más difícil ver mi aliento. Miré
atentamente hacia la plataforma del tren, donde un puñado de personas esperaba
el tren a la ciudad. La mayoría se encontraban acurrucados en el refugio que tenía
lámparas de calor, pero una chica esperaba sola con una mochila, cerca de los
escalones.
Meg.
Abrí mi boca para llamarla, pero me detuve. En cambio, caminé tan
lentamente como pude hacia los escalones, esperando que ella no se diera la vuelta
y me viera sin que yo hubiera dicho su nombre. Finalmente, yo estaba a algo de
cinco pasos sobre ella y susurré—: ¿Meg?
Giró para mirarme, sus ojos rojos e hinchados.
—Laurel, oh Dios mío. ¿Qué sucedió?
Me confundí por un segundo y luego me di cuenta de que mis ojos, también,
estaban rojos e hinchados. Que dúo hacíamos.
—Nada. Larga historia. ¿Qué te sucedió a ti? ¿Qué estás haciendo aquí?
Megan miró a lo lejos, a través de las vías del tren, hacia una cartelera de
vodka, su barbilla temblorosa.
—Mis padres se están divorciando.
—¿Qué?
Asintió y se sentó junto al último escalón, el cual yo sabía que tenía hielo
congelado, pero caminé hacia allí y me senté a su lado de todas formas.
—Han estado peleando toda la noche y en algún momento, esta mañana, mi
papá le dijo a mi mamá que se iba.
—Oh Meg. ¿De verdad?
—Completamente sayonara, au revoir11 y todo eso. Aparentemente, él iba a
esperar hasta el próximo otoño, cuando yo fuera a la Universidad, pero no puede
esperar tanto. ¿No es encantador? No puede esperar tanto, como si fuera un
infierno estar en nuestra casa.
Puse mi brazo alrededor de Meg, y posó su cabeza en mi hombro,
lloriqueando.
—¿Estás huyendo? —pregunté.
—Sólo un poco. Iba a quedarme con mi hermana. No puedo estar cerca de
mi papá hasta que él empaque y se vaya a algún hotel. Vomitaré si lo veo.
Nos quedamos quietas por unos minutos. El tren que va a hacia el norte,
paró en la estación y dejó bajarse a algunos pasajeros.
—Lamento lo de ese día —dije. Era como poner agua en un vaso curvo. El
espacio vacío entre nosotras se hallaba allí, esperando, la forma y el tamaño
perfecto para esas exactas palabras—. Debí haber estado ahí para ti de la forma en
que tú has estado ahí para mí.
Meg asintió, su cabeza aún en mi hombro.
—Estaba tan molesta, pero luego me sentí muy mal por estar molesta. Luego
me sentí molesta por estar mal.
—¿No es eso del libro del Dr. Seuss? —dije, y eso hizo a Meg sonreír—. No.
Eso tiene sentido perfectamente para mí. Yo sólo… sólo estaba en otra parte. Pero
ahora estoy aquí.
—Realmente te extrañé.
—También yo. —Me detuve—. Besé a Joe, como, mucho. Y entré a Yale.
Meg levantó su cabeza y me miró de lleno a la cara, seriamente.
—¿De verdad? —No estaba segura de que parte de la información era más
asombrosa para ella.
Abrí mi boca para hablar, pensando cuán extraño era que le pudiera hablar
a ella sobre Joe pero no sobre David Kaufman.

11 Sayonara: significa “Adiós” en japonés y Au revoir: significa “Hasta pronto” en francés.


Repentinamente, escuchamos la familiar bocina que significaba que el tren
se acercaba a la estación. Meg se paró y agarró su mochila.
—¿Estás segura que quieres ir a donde Mary? —pregunté—. Porque puedes
volver a mi casa y quedarte conmigo el tiempo que necesites. De esa forma no
deberás faltar a la escuela. Ni quedarte con tu hermana.
Meg miró el tren, puro ruido y mañoso metal, mientras se acercaba a la
plataforma. Luego me sonrió y lanzó su mochila sobre su hombro, tomando el
camino que llevaba de vuelta a las escaleras, hasta mi coche.
Traducido por mebedannie
Corregido por Melii

Dos días después, Meg y yo acabamos de salir de la escuela cuando el señor


Mita tocó nuestra puerta, sosteniendo un árbol navideño de más de un metro en
una maceta… —Recuerdo que tu madre siempre compraba los de verdad —dijo y
todos volteamos hacia la orilla del jardín, llena de árboles de navidad en diferentes
etapas de vida.
La navidad era la fiesta de mi madre. Aunque era mitad judía, era lo que
celebraban en su familia, y ella lo adoraba. La música navideña, especiales de
televisión, incluso ponche de huevo. Toby y yo recibíamos ocho regalos útiles, por
Hanukkah —calcetines, suéteres e incluso chamarras— y todas las cosas buenas, el
25 de diciembre. Mi papá estaba bien con esto, y si Nana no, jamás lo mencionó.
En lo que venía al árbol, mamá no podía soportar el pensamiento de que
uno creciera sólo para ser cortado y morir lentamente con regalos bonitos debajo, y
luego, ser puesto en la basura. Nosotros plantábamos nuestros árboles en el día de
año nuevo, y aunque siempre pensé que era ridículo tratar de cavar un hoyo en el
suelo congelado cada primero de enero, ahora agradecía que lo hubiéramos hecho.
—Eso es muy dulce, gracias —dijo Nana, pero no pude saber si lo decía en
serio. El señor Mita puso el árbol en la sala y se fue, con un plato de las galletas de
Nana en las manos, y Meg y yo fuimos al garaje para buscar nuestras decoraciones
navideñas.
—¿Ya tienes un árbol en tu casa? —pregunté.
—Mamá puso el falso hace una semana. Lo cual es algo bueno, ya que ahora
a nadie le importa.
—¿Qué dijo cuando llamó esta mañana?
—Lo usual. Quiere que vaya a casa. Jura que mi papá se irá hoy, así que ya
veremos.
Escaneé los estantes del garaje hasta que vi dos grandes casas de plástico
rojas con el letrero NAVIDAD y las apunté. Meg tomó la escalera y la movió hacia
ellas.
—¿Está enojada porque no estás ahí para… tú sabes… ella? —pregunté.
Meg se detuvo y luego simplemente dijo—: Sí. —En una serie de
movimientos rápidos se subió a la escalera, agarró cada caja, y me las pasó.
Irónicamente la primera cosa que vimos cuando abrimos la primera caja fue
nuestro menora eléctrico. Cuando Toby era pequeño rompió el de cerámica que
mis padres habían recibido como regalo de bodas, y mamá salió y encontró el
eléctrico a mitad de precio en una venta post-fiestas. Durante Hanukkah, lo
mantenía en la barra de la cocina entre las toallas de papel y las especias, y Nana y
ella tenían una pelea sobre esto cada año.
Le mostré el menora a Nana, quien sonrió un poco cuando lo levantó y
luego lo puso en una mesa cerca de árbol de navidad.
Mientras Nana y Meg desempacaban el resto de los artículos, tomé un
descanso para revisar mi email, que era algo que hacía compulsivamente desde
que David y yo comenzamos a escribirnos de nuevo.
Mi bandeja de entrada tenía un nuevo asunto: una foto enviada desde un
celular. Sabía que no debía abrir cosas así, si no veía la fuente, pero no pude
resistir. Primero las palabras: Creí que tal vez te recordara a algo.
Luego una foto de una van estacionada a la orilla de algún camino. Era un
modelo antiguo, con una ventana pequeña redonda en la parte trasera, pintada con
una escena de un desierto púrpura y rosa completa con coyotes y cactus.
Me reí en voz alta, y recordé.
Un día de verano dolorosamente caliente hace años, Toby y yo estábamos
sentados en la pequeña porción de sombra de nuestro jardín, tratando de pensar en
algo que hacer. Ninguno de los otros chicos del vecindario estaban afuera por el
calor, pero nosotros nos habíamos pasado la mañana dando tumbos por la casa y
mamá nos había ordenado salir un rato. Ambos estábamos aburridos y mal
humorados, y listos para matarnos el uno al otro, David apareció en nuestra acera.
—Oh, genial están aquí —había dicho—. Mi tío está visitando y va a hacer un
show de magia, pero no encuentro a nadie, ¿quieren venir y mirar?
Minutos después los tres nos encontrábamos sentados en los escalones de
concreto felizmente fríos de la casa de los Kaufman, el concreto fresco contra
nuestras piernas, mirando al tío de David, James, hacer trucos de cartas. Él era el
hermano del padre de David, y todos sabían que era una especie de alma en pena.
Había dejado atrás un doctorado y tomaba lecciones de magia. Pero lo que mejor
sabíamos era que tenía esta furgoneta impresionante con una ventana redonda, un
mural de los planetas y las estrellas a los lados, que estaba aparcada en la acera de
los Kaufman. Sirvió como un telón de fondo perfecto para su acto. Eventualmente
el tío James regresó a la escuela, se casó y se mudó a Virginia, pero yo siempre
pensaba en él con la camioneta y la escena del espacio detrás de él. Tal vez David
también lo hacía.
El recuerdo de la voz de tío James a través de la humedad y el vacío de
nuestro barrio ese día, de la risa con sus chistes, de su “magia” y de la dulce
limonada, que la señora Kaufman nos sirvió después, volvió a mí tan fuertemente
que tuve que poner mi mano sobre mi corazón.
—¿Qué es eso? —preguntó Meg desde la puerta, sobresaltándome. Se
asomó sobre mi hombro para ver la foto de la furgoneta en la pantalla.
Pude haberle mentido en ese momento, y pude haberlo hecho sonar
convincente. Pero en vez de eso, abrí la boca y le dije, fácil y tranquilamente la
verdad. Sobre David, el beso en el bosque, sobre sus emails, sobre la mañana del
día de Acción de Gracias, y ahora, sobre la foto de la furgoneta.
Meg no pareció molesta porque le haya escondido todas estas cosas, ni
pareció confundida. Se limitó a escucharlo todo, sacudir la cabeza lentamente y
decir—: Vaya.

Una hora después Meg y yo acomodábamos las luces alrededor del árbol,
cuando recibimos una llamada de su madre.
—De acuerdo —dijo Meg, sin expresión alguna, al teléfono—. Bien. —Colgó
y me miró—. Papá está en el Holiday Inn, así que… creo que debería regresar,
suena muy solitaria.
—Te acompañaré a casa —dije.
Nos mantuvimos en silencio mientras caminábamos cuesta abajo en la casi-
oscuridad, Meg con su bolsa, y yo cargando su mochila escolar. Era muy cerca a
navidad ahora que todos en nuestra calle habían puesto sus decoraciones, y la
nieve restante se acomodaba tan delicadamente, que parecía pintada en las puertas
y ventanas.
Vivimos en un lugar bonito, pensé mientras caminábamos. Nunca sabrías, con
tan sólo mirar a una de estas puertas, que dentro, había depresión, y alcoholismo, y
padres que ya no se amaban. Y seguramente había casas que tenían un techo sobre
pérdida y tragedia. Pero la mía los tenía todos.
Cuando pudimos ver la casa de los Dill, Meg preguntó—: ¿Crees que
estaremos bien?
Pensé en ello, y en cómo David podría responder a la pregunta y luego
dije—: Lo estaremos, si decidimos estarlo.
La señora Dill abrió la puerta trasera y envolvió a Meg en un gran abrazo.
No se movieron por un minuto entero.
El día siguiente era el último día de la escuela antes de las vacaciones
navideñas. Por toda la semana pasada, lo único sobre lo que todo el mundo se
había preocupado era en quien recibió su carta de aceptación de la universidad.
Todos los que habían aplicado recibieron sus resultados, por lo que sabían que yo
debía de tener los míos. Pero no hablaba, y era hilarante verlos estar demasiado
asustados como para venir a preguntarme directamente. Al final, fue el señor
Churchwell el que arruinó la diversión.
Me llevó a un lado mientras caminaba por de la oficina principal al final del
período de almuerzo. —¿Has sabido algo de Yale? —me preguntó, tratando de
sonar profesional.
No pude mentirle. —Sí, entré —dije casualmente.
—¡Eso es fantástico! ¡Estoy muy orgulloso de ti!
—Pero todavía estoy trabajando en mis otras aplicaciones.
—Estoy seguro de que tendrás muchas opciones. —Y luego me dio unas
palmaditas en el hombro, la clase de palmadas que querían ser un abrazo, pero
sabían que eso no estaría bien.
Más tarde, en el camino al séptimo periodo, Joe tocó mi hombro y me volteé.
—¡Felicidades! —dijo—. ¡Oí sobre Yale!
Las noticias viajaban rápido.
—¡Gracias! —dije, tratando de sonar igual de entusiasmada que él.
Joe me miró nerviosamente, y luego dijo—: Mira, estoy seguro que las
fiestas para ti son… bueno… no son…
—Van a apestar.
—Sí, van a apestar —dijo, sonriendo aliviado y no pude evitar sonreír
también—. ¿Quieres que nos juntemos en las vacaciones? Podríamos ver una
película. O ir a la ciudad a ver las decoraciones…
Me imaginé a mí misma parada con Joe, bajo un gran árbol en el centro
Rockefeller, comiendo castañas asadas de un vendedor ambulante, con las manos
agarradas. ¿Por qué esa clase de momentos sólo existían en las películas, en la vida
de los que tienen suerte? No podría ser tan difícil de conseguir.
—Me encantaría —dije—. Sólo llámame. Estaré por allí.
—Bien. Pues…
—Feliz navidad, Joe.
—Igualmente.
Luego lo miré caminar por el pasillo en esa manera saltarina, que era
incómoda y graciosa, pensando en que ahora era un poco mas mío.

En la mañana de navidad, Nana me despertó temprano y me encaminó al


árbol, para que pudiera abrir lo que me parecieron quinientos regalos. Ropa,
joyería, tarjetas de regalo, calcetines, ropa interior, loción, revistas. Nana incluso
había ido a Victoria’s Secret y me había comprado tres bragas de satín. Era más de
lo que jamás hubiera recibido de mis padres, y mejores cosas también. Podía
imaginarme a Nana en el centro comercial, con una lista preguntándose a sí
misma, una y otra vez—: ¿Qué haría Deborah? ¿Y cómo puedo hacerlo mejor?
Cada caja que abría me hacía más ansiosa para que la navidad acabara.
Nana parecía sentirse de la misma manera, y se me ocurrió que tal vez fuera
porque era la primera navidad que había celebrado.
La única cosa que esperaba era que Nana abriera su regalo. Meg y yo
habíamos ido a la boutique Beadiful, donde podíamos hacer nuestra propia joyería,
y me senté ahí, por tres horas, fabricando un collar de perlas y ónix. Trate de
engañar a Nana poniéndolo en una gran caja tamaño suéter. Frunció el ceño, al
abrirlo, y sacar la caja de pañuelos, y luego encontró la pequeña caja dentro y
dijo—: ¡Niña astuta! —Con una sonrisa torcida en la boca.
Cuando vio el collar sus ojos se humedecieron, y me pidió que se lo pusiera,
y debía admitir que se veía muy bonito. Así que si hice una cosa bien por mi
abuela. Una cosa, pequeña y superficial pero que con suerte contaba.
—¿Qué le puedes dar a tus padres y a Toby en navidad? —Me había
preguntado Suzie hace unas cuantas semanas.
—¿Darles?
—No me refiero a un regalo tradicional. Más bien algo para rendirles honor.
U honorar los regalos que te han dado, como persona.
Lo había pensado mucho. Era la lista de compras más difícil que me podrían
haber dado, pero quería hacerlo.
Para Toby, le había mandado un email a Emily Heinz, diciéndole que quería
volver a ayudarla con el club de tutores, y le había pedido buscar un alumno para
ayudarle.
Para papá, había comprado un libro de crucigramas, y empezado con el
primero, con la meta de terminarlo eventualmente, sin mirar las respuestas.
Para mamá, comencé a trabajar en el primer retrato de alguien a quien no
me importaba destrozar en el proceso: yo. Hasta ahora era un boceto de la forma
de mi cara y cabello, hecho mientras me recarga frente a un espejo en el suelo de
mi cuarto.
No borres tanto mientras lo haces, decía mamá en mi cabeza. Deja a tu mano
canalizar las impresiones de lo que ves.
Un poco de alegría al mundo.

Teníamos varias invitaciones de vecinos que no querían que estuviéramos


solas en navidad, y Nana las aceptó todas.
Meg había ido con su mamá y hermana con su tía en Filadelfia, así que no
podía traerla como refuerzos.
—Tenemos que mantenernos ocupadas hoy —dijo Nana enderezando un
alfiler en la forma de una estrella en su suéter de cachemira de color rojo. Ella ya se
había ocupado. Había hecho cerca de cuatro mil galletas y brownies en la última
semana, y luego los dividió en platos de papel cubiertos con una envoltura de
plástico rojo o verde y un moño. La ayudé a cargarlos en una bolsa gigantesca, y
cada una tomó un mango, y bajamos con cuidado alrededor de los parches de hielo
en la calzada, en el camino hacia nuestra primera parada, la casa de los Mita.
Yo no tenia ganas de ir, pero no tenía ganas de nada ese día. Sentarme en los
sofás de los vecinos con ponche de huevo y una sonrisa no parecía ni mejor ni peor
que estar en cama en casa o picarme los ojos con agujas. Había planeado irme, estar
ahí, pero no estar allí, pero cuando entré en la sala de los Mita, me encontré a mí
misma tomando notas mentales para compartir con David.
Luego, ya en casa, le escribí este email:
Hola David,
Tuve una gran Navidad ¿Qué tal tú?
Esto es lo que he aprendido de las tres cenas diferentes a las que acabo de asistir en
nuestro vecindario:
La señora Mita es muy pequeña, pero se puede comer su peso en el cóctel de
camarones. Se lo puso en frente a sus invitados, ¡pero después no dejaba que nadie se
acercara a este!
Alex Jeffrey pasa la mayor parte de su tiempo en la universidad completamente
drogado.
Hay toda una tercera planta de la casa del Girardi que no tenía idea que existía.
Nadie está seguro de si ese viejo Sr. Hirsch todavía vive en su casa. No se le ha visto
en meses.
Ha sido un día de fiesta educativo por aquí.
Laurel.

Cuando desperté la mañana siguiente, David ya me había respondido:

comí pollo y waffles por navidad, y vi dos películas, fue el mejor día en mucho
tiempo.
david.
p.d. es “tu” vecindario, ya no es mío.

Leí la última línea una y otra vez, la cual pasó de sonar presumida, a
arrogante a simplemente triste. La versión triste seguía brillando en la
computadora cuando entró una llamada de Etta, la abuela de David.
Traducido por mebedannie
Corregido por Melii

—Despertó —dijo Etta—. Apenas esta mañana. —Su voz era firme pero
cansada, y por dos segundos no tuve ni idea de que me hablaba. Tomó mi silencio
como una indicación de seguir hablando—. Ya había estado dando señales por
varios días, pero nos dijeron que no debíamos esperanzarnos, así que me quedé en
Florida, mi esposo, Jack, ha tenido neumonía y no puede viajar a ver a nuestro hijo.
—El señor Kaufman —dije tontamente. Apenas descifrándolo.
—¡Sí, cielo! ¡Despertó! —Su voz se trabó—. Apenas está a la mitad del
camino, si sabes a lo que me refiero. Pero lo ayudaremos.
—¿Ya lo ha visto alguien?
—No, no ha ido nadie. Laurel, necesito tu ayuda. Necesito contactar a
David. ¿Sabes dónde está?
—¿Dónde está? —respondí, pensando en David comiendo pollo y waffles
en algún lugar del medio oeste.
—Creí que tal vez sabrías, porque se quedó contigo esa vez. Traté con
algunos de sus amigos, pero no han oído de él.
Etta comenzó a desesperarse y la oí sonarse la nariz.
—Va a estar bien —dije—. Yo puedo ayudarle.

David
Tu papa despertó. Por favor llama a tu abuela.
PRONTO
Laurel.

Pensé en agregar “Es genial” o “Avísame que pasa” pero ya no parecía mi


asunto. Me habían pedido que pasara un mensaje, así que lo hice. No tenía derecho
de nada más.
Después de mandar el mail, me quedé en la computadora. Tal vez estaba en
línea, y lo recibiría inmediatamente, y me respondería. Actualicé mi bandeja de
entrada una vez por minuto, pero no había nada. Finalmente, Nana se puso detrás
de mí, y colocó las manos en mis hombros.
—Es un milagro —dijo—. ¿No lo crees?
—Sí, un milagro navideño. Qué mal que sea judío.
—Sé que es difícil, preciosa, pero todo lo que podemos hacer es esperar a oír
más.
David recuperaría a su padre. Quién sabe que versión de su padre sería,
pero de todas maneras. Estaba vivo. Me dio un vuelco el estómago.
—Tal vez recordará lo que pasó —dije.
—Tal vez. Pero no estoy segura en que ayudará esa información.
Cerré mi email, prometiéndome que no lo chequearía hasta mañana. Tenía
que mantenerme ocupada hasta entonces, y tal vez, hasta después, si lo planeaba
cuidadosamente. No tenía que pensar acerca de David viajando hacia nosotros. No
tenía que pensar en el señor Kaufman despierto y en David recuperando a su
padre y no tendría que pensar en cómo me hacía sentir eso.
Encontré mi celular y le mande un mensaje a Joe.
¿Ciudad mañana? Me vuelvo loca.
Su respuesta: ¡Sí! T llmo luego para hablar, llegó en cuestión de segundos.

—Tienes que estar bromeando —dijo Meg, cuando le llamé en Filadelfia—.


¿Se suponía que eso pasara?
—Quien sabe —dije—. Pero pasó. —Me encontraba en el trabajo, paseando a
tres de los seis perros que se quedaban por las fiestas. Estaba frígidamente frío,
pero nos movíamos rápido, y podía sentir mi cuerpo calentarse.
—¿Crees que va a estar molesto porque vendieron su casa? —preguntó
Meg.
Me reí un poco. —Probablemente. Pero estaba en muy mala forma. No creo
que vaya al campo de golf muy pronto que digamos.
Le agradecí mentalmente a Meg por hacerme ser superficial nuevamente,
por sacarle la profunda, profunda seriedad a todo el asunto.
—Mantenme informada —dijo—. Estoy atrapada aquí hasta mañana, y
luego conduciré de vuelta.
—¿Cómo está tu mamá?
—Me creerías si te dijera que se ve más feliz. Bueno, claro que es navidad y
ha estado tomando algo de ron, pero creo que toda la cosa es un alivio. Había
estado avecinándose desde hace tiempo.
No supe que decir. Todo lo que podía pensar era, Y no pudiste habérmelo
dicho, ni siquiera antes del accidente. ¿Cómo pudiste no decirme?
—Es grandioso Meg. Muy grandioso. —Me detuve—. Voy a ir a la cuidad
con Joe mañana.
Casi podía oír su sonrisa. —¿Auto o tren?
—Tren.
—Liiiindo. Romántico.
—¿Esto significa que estamos saliendo oficialmente?
—Uh-Uh —dijo.
—Confiaré en ti. Te llamaré para contarte mañana en la noche.

Joe me llamó en la mañana siguiente. Se suponía que nos encontraríamos en


la estación para coger el tren de las 10:46 a la Grand Central.
—Laurel, creo que tendremos que posponer nuestro viaje. Tengo un
resfriado. Estoy tan molesto…
Su voz sonaba gangosa, y no sonaba como si la estuviera fingiendo. Y le creí
la parte del enojo.
—Eso es horrible —dije.
—Lo es. En serio quería ir.
—Yo también.
—Pero queda otra semana de vacaciones, y las decoraciones todavía
deberían de estar ahí. Te llamaré cuando mejore. No deberían ser más de unos
cuantos días.
—Está bien. Estaré por allí. —Otra pausa incómoda.
—Que te mejores.
—Gracias, Hallmark.
Después de colgar, regresé a la cama, mirando el conjunto que había
escogido y sacado para la Ciudad con Joe: vaqueros, botas y un suéter negro de
cuello de tortuga. Todo lo que podía pensar era, debería chequear mi mail ahora, o
esperar hasta que el reloj dé las nueve.
Al diablo, pensé, Chequearé mi email ahora.
Caminé de puntitas hasta el estudio, no queriendo que Nana me oyera y
supiera lo que hacía.
Pero no había nada en mi bandeja de entrada.

Los siguientes días pasaron lento. Terminé el resto de mis aplicaciones —a


la NYU Columbia, Cornell y Smith— y las envié con tiempo de sobra. Meg volvió.
Nos hicimos un sundae gigante en su casa para celebrar que le había dicho a su
padre que creía que estaba en un encierro emocional, no tenía idea de cómo amar a
alguien, y que estaba feliz que no tuviera que verlo más.
—Fue el mejor silencio al otro lado de una línea telefónica que he oído —
dijo Meg, lamiendo el jarabe de chocolate de su cuchara.
Dejé que mi cuchara chocara con la suya en un silencio solidario mientras
tomábamos helado, y sabía que ciertamente ella pensaba en el hecho de que ahora
ninguna tenía un padre, yo por siempre y ella, por un buen tiempo, nos
mantendría cercanas. No planeaba corregirla. Siempre habría una diferencia en
nuestras pérdidas.
—Creo que voy a volver a Palisades Oaks —dije.
—¿Por qué? —Meg frunció el ceño.
—Nadie nos llama, y creo que tengo que estar ahí. Si David no va a verlo,
alguien aparte de Etta debería ir.
—Laurel, tan sólo eres la hija del vecino…
—Cuya familia tal vez haya asesinado —añadí y eso le cerró la boca. Me
estiré y puse la mano en su codo—. Sólo quiero hablar con él.
Ahora si sólo pudiera convencer a Nana.
Cuando llegué a casa, me preparé para la larga charla y los ruegos. Estaba
tan concentrada que casi no noté la cosa en el pasillo hasta que tropecé con ella.
Una enorme mochila.
La cocina olía a salsa de espagueti cocinándose, pero en vez de seguir el
olor, rastreé el sonido de la TV desde el estudio. No era algo que hubiera oído en
mucho tiempo. Me paré en la puerta, y vi el videojuego en la pantalla, escuchando
los whups, blips y digs que hacía.
La silla se movió un poco, con Masher acostado en un lado.
En serio me atraganté, y luego dije—: Hola, David.
Volteó la silla de Toby hacia mí y me sonrió una sonrisa torcida. Se había
cortado el cabello.
—Hola, extraña.
Traducido por Extraordinary Machine
Corregido por **Maria**

A mitad del camino del Puente de Tapan Zee, miré hacia el río Hudson y vi
un bote solitario, alejándose del muelle y dejando un rastro de espumosa agua
detrás de sí. Un bote de pesca probablemente. Y pensé en lo mucho que amaría
estar en ese bote, incluso aunque estuviera condenadamente helado y me lloraran
los ojos por la fuerza del viento. Estar en ese bote, en vez de aquí, en el Volvo con
Nana conduciendo a tres kilómetros por hora y con David en la parte trasera
silencioso y de mal humor.
—Es un día claro —dijo Nana, con sus ojos fijos en la curva del puente
mientras esta iba apareciendo ante nosotros. Decía esa clase de cosas (“El tráfico es
agradable y ligero”, y “Esta es mi cadena de radio favorita") para llenar el silencio. Ella
no parecía entender que el silencio era la única cosa normal en nuestro viaje a
Palisades Oaks. Yo necesitaba todo lo normal que pudiera tener en el momento.
—Sí, casi se puede ver hasta Manhattan —dije, de todas formas, a
continuación miré por el espejo retrovisor, donde pude ver la cara de David
presionada contra la ventana detrás de mí. Sus ojos estaban cerrados y llevaba
auriculares, y pensé en como yo me había despertado temprano esa mañana y
caminé de puntillas hasta el estudio para ir a ver como estaba. Para asegurarme de
que seguía ahí. Y luego verlo dormir durante un minuto, preguntándome dónde
había estado, y cómo había llegado a nosotros. No había dicho nada y nosotros no
le habíamos preguntado.
David no parecía muy contento de ver a su padre. Pareció sobre todo
confundido, y un poco nervioso. Y muy, muy cansado, como si no hubiera tenido
un descanso nocturno durante semanas. A pesar de que claramente no tuvo
ningún problema en nuestro sofá, o ahora, en el asiento trasero de nuestro coche.
Tenía la sensación de que si nosotros no hubiéramos decidido llevarlo a Nueva
Jersey, se habría quedado en el estudio, durmiendo y jugando a video juegos, y
luchar con Masher, sin ir a ver nunca a su padre.
Mi teléfono sonó con un texto de Joe:
¿T sients mejor para ir a l ciudad mñn?
Hubiera sido imposible comunicarle a Joe el complicado escenario de
nuestro viaje. Ninguna palabra podría hacerlo, mucho menos en la forma de un
mensaje de texto. No le respondí.
—¿Has visto como Masher quería venir con nosotros esta mañana? —le
pregunté a Nana, lo suficientemente alto como para que David, si en realidad
estaba despierto y no fingiendo dormir como yo sospechaba, pudiera escuchar—.
Él pensaba que David se iba otra vez.
Nana simplemente asintió con la cabeza, y luego dijo—: Deberíamos salir a
tomar un aperitivo mientras David está con su padre. ¿Qué se te antoja?
Miré por el espejo retrovisor y vi a David abrir sus ojos por un momento.

Etta nos esperaba en el vestíbulo del Palisades Oaks, con un romance de


bolsillo en la mano. Se echó a llorar cuando David atravesó las cristalinas puertas
corredizas, luego se precipitó hasta él y lo rodeó con sus brazos por sus tensos y
huesudos hombros. Me fijé en cómo esos hombros permanecieron duros e
inflexibles, incluso después de que ella finalmente lo dejara ir.
—Gracias —nos dijo a Nana y a mí—. Gabe realmente está ansioso por
verlo.
Una mirada de dolor cruzó el rostro de David.
—Laurel y yo iremos a conseguir algo de comer —dijo Nana—. Estaremos
de regreso como en una hora.
Las abuelas se asintieron, y Nana puso su mano en mi espalda para guiarme
hacia afuera. En nuestro camino a la salida, me giré y miré a David, que me estaba
mirando. No pude evitar la sensación de que lo entregábamos a un triste destino.

—¿Qué pasa después? —le pregunté a Nana una vez que estuvimos
sentados en el Denny’s, a medio kilómetro de camino. Mi teléfono móvil sonó una
vez más con otro mensaje de Joe, pero no lo abrí para leerlo. No parecía correcto
agregar a Joe a este día.
—No lo sé, cariño. Eso no depende de nosotras. Y realmente tampoco nos
afecta. —Se puso las gafas para mirar el menú—. A menos que, por supuesto,
David continúe visitándonos como lo hizo anoche. Entonces, tendré que hacer
mucho más espagueti. —Me miró de reojo y guiñó un ojo, y yo tuve que reírme un
poco.
Después de que ordenamos, Nana tomó un sorbo de su té, a continuación lo
bajó y me miró.
—Laurel, ¿has decidido que hacer acerca de la Universidad de Yale?
Ella había tenido esta charla planeada. Estábamos en una situación en la que
yo no podía evadir la pregunta.
—No —respondí, lo que era la pura verdad.
—¿Cuándo necesitas tomar tu decisión?
—Hasta el primero de mayo. Voy a esperar hasta saber también de las
demás escuelas.
Nana asintió y tomó otro sorbo de té.
—No voy a presionarte, cariño. Sólo quiero saber que estás pensando sobre
ello. Es una gran decisión.
La miré, al maquillaje que formaba grumos en los pliegues de su rostro, a
pesar de que apenas era la hora del almuerzo. Parecía cansada. Más mental que
físicamente, como si hubiese estado pensando mucho más de lo que quería. Yo
podría añadirme a eso.
—Voy a hacer un trato contigo —me encontré diciendo, y enarcó sus cejas
para que yo continuara—. Voy a pensar más acerca de Yale, si continúas con tu
viaje, regresando a casa en las próximas semanas.
Ahora Nana frunció el ceño, pero en broma.
—Eso no parece justo. Sabes que yo planeaba ir de todas formas.
—Sí, pero habrías encontrado alguna excusa para posponerlo de nuevo.
Pareció herida y expuesta por un momento, con los ojos totalmente abiertos
y sin pestañear. Pero entonces dijo—: Probablemente tengas razón.
—Nana, estoy bien para valerme por mí misma. Quiero que hagas lo que
tengas que hacer. Porque necesitas hacerlo.
Sólo asintió, con lágrimas en sus ojos.
—Además, Meg puede quedarse siempre que la necesite. O quién sabe,
quizás David siga siendo nuestro invitado.
Dije eso con toda la indiferencia que pude. No quería que ella pensara que
yo quería que eso pasara, porque ni yo sabía si lo quería.
Nana se secó los ojos con la servilleta y dijo—: Te gusta tenerlo cerca.
Me encogí de hombros.
—Tenemos mucho en común. Y él es agradable.
Parecía que ella iba a decir algo más, algo horrible en el sentido de “Espero
que no sea una trampa en marcha” o “¿Qué hay acerca de tu Joe?”. Rogué en silencio
para que mi abuela no fuera por allí.
Afortunadamente, no lo hizo. En lugar de eso dijo—: Suzie me llamó antes
de irse de vacaciones y dijo que ya no pareces disfrutar de tus sesiones.
Nana tiene que haber venido al Denny´s con una lista.
—Eso implica que alguna vez disfruté de ellas en primer lugar —dije,
removiendo mi refresco de dieta con una pajita para que el hielo tintineara.
—No seas una sabelotodo —dijo Nana—. Suzie puede no ser un tambor de
risas, pero a menudo vuelves a casa luciendo un poco más feliz. Tal vez no más
feliz. Más... cómoda. En paz. ¿Te ha ayudado?
Pensé en los momentos en la oficina de Suzie cuando ella decía algo, y yo lo
repetía en mi cabeza, y lo almacenaba en un archivo mental donde pudiera
encontrarlo fácilmente en el futuro. Me la imaginé mirando por la ventana y
pensando en que preguntarme después, jamás luciendo aburrida con mis
respuestas. Gracias a ella, estaba ahora en el Segundo Volumen de mi diario, lleno
de divagaciones largas y cortas, al azar, con dibujos y garabatos, con collages
hechos de revistas. Cuando una idea se atascaba a medio formar en mi cabeza,
sabía cómo engatusarla para que yo pudiera conseguir una buena apariencia.
—Sí, me ha ayudado —dije, dándome cuenta por primera vez de que era
cierto—. Pero últimamente, se siente como si estuviéramos yendo en círculos.
Seguimos analizando la misma cosa una y otra vez. Tal vez sólo necesito un
descanso.
Nana asintió. —Tal vez podrías llamarla sólo cuando la necesites.
—¿Puedo hacer eso?
—Laurel, por supuesto que puedes hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa que
quieras.
—Gracias —dije, mi nariz cosquilleaba y mis ojos quemaban. No tenía
miedo de dejar salir unas cuantas lágrimas.
—No necesitas darme las gracias, cariño.
—Quiero decir... gracias. Por todo, Nana. Gracias por todo.
Y entonces Nana me miró con tanto amor. El tipo de mirada que se siente
vergonzosa, e innecesaria, y tal vez como si fuera mejor gastarla en otra persona
porque ¿cómo podría yo merecerla? He recibido esta mirada de mi abuela
ocasionalmente antes del accidente, y mucho más desde entonces. Siempre me
giraba hacia otro lado y dejaba que su mirada golpeara en un lado de mi cara, para
evitar mirarla de regreso.
Pero esta vez no lo hice. Esta vez le devolví la mirada, con mi propia versión
de la misma.

Casi dos horas más tarde, volvimos a Palisades Oaks. Sinceramente, creo
que establecimos el récord a la más lenta comida en la historia de Denny’s.
Etta vino cuando llamaron al señor Kaufman. Había estado llorando más —
me di cuenta porque su rímel estaba corrido— pero sonrió un poco mientras salía
del ascensor.
—David está afuera en el jardín —dijo, y añadió—: Fue bien.
—Entonces, ¿cómo está? Gabriel, quiero decir —preguntó Nana.
Etta se encogió de hombros.
—Está alerta. Su mente está un poco nublada, y no puede recordar mucho.
Todo está en pequeñas piezas, pero los médicos dicen que es normal. Esperemos
que con el paso del tiempo las piezas se hagan más grandes y, ya sabes, se unan.
—Y, ¿físicamente? —Nana no era tímida para estas cosas. No era un
territorio desconocido para ella.
La cara de Etta se oscureció un poco.
—Todavía están haciendo pruebas, pero no creen que vaya a caminar de
nuevo. En este momento tiene un poco de uso en sus brazos y manos; dicen que es
una buena señal. —El sol cayó sobre su rostro, y tal vez la inspiró, porque dijo—:
Pero nunca se sabe con Gabe. Él es un hueso duro. Podría sorprendernos a todos.
Simplemente asentimos. Etta me sonrió un poco, y dijo—: Me dijeron que
viniste a verlo de nuevo en octubre. —Asentí de nuevo—. ¿Quieres verlo ahora?
Nana me miró de reojo, con sus labios fuertemente presionados como si
tuviera que hacer un verdadero esfuerzo para no hablar por mí. Varios momentos
largos pasaron.
Finalmente, pregunté—: ¿Dijo que David está en el jardín?
—Sí, empezó a quejarse por el olor y que necesitaba un poco de aire.
—Voy a ir a buscarlo —dije, y me alejé de Etta y Nana. La situación era lo
suficientemente extraña como para una respuesta válida a la pregunta sobre el
señor Kaufman.
Todo encajaba de alguna manera, en su extraño, camino color melocotón. La
verdad era que no se sentía bien subir las escaleras sin consultar a David primero.
Me había molestado tener que pedir su permiso antes, pero ahora lo quería.
Bajé por un largo pasillo, siguiendo una señal que decía “EL JARDIN DE
OAKS”, y presioné para abrir la puerta al final del mismo. Me encontré saliendo
hacia un gran patio, rodeado de arbustos pelados y de árboles sin hojas puestos en
macetas, el borde de las losas polvorientas marcadas con copos de nieve medio
derretida.
En el centro del patio había una fuente, toda ángeles y urnas, y sentado en el
borde de la misma se encontraba David, fumándose un cigarrillo.
Me vio y bajó su cigarrillo hacia el suelo como si estuviera tratando de
ocultarlo.
—Oye —dijo.
—Hola —respondí, y fui a sentarme junto a él. No habíamos hablado mucho
desde que llegó a mi casa con su enorme mochila. Era como si el email y las charlas
reales fueran dos lenguajes diferentes, y ambos teníamos fluidez en uno y
apestábamos en el otro. Pero ya había tenido una idea sobre cómo romper el hielo.
—Hay una peste muy desagradable allí —dije.
David exhaló, lleno de humo.
—Sí, ¿verdad? ¿Qué es eso?
—Creo que es una combinación de un montón de cosas muy desagradables
sobre las que tú no quieres pensar.
Resopló un poco, y luego levantó el cigarrillo hacia sus labios.
—¿Puedo tener un soplo? —pregunté.
—¿De esto? —Parecía sorprendido, y yo estaba agradecida—. Tú no fumas.
—Lo he hecho antes. Con Meg y Mary Dill, una noche el año pasado. —Las
tres habíamos compartido uno, y todas nosotras habíamos sido inexpertas en eso,
pero de repente me pareció como lo que tenía que hacer.
—Claro —dijo David, entregándome el cigarrillo—. Pero sólo para el
recuerdo, no obtienes un soplo, le das una calada. Si vas a coger malos hábitos,
deberías utilizar la jerga correcta.
—Calada. Lo tengo. —Lo tomé y puse mi boca en ello, y dije una silenciosa
plegaria de que no tosería hasta mis tripas. Pero inhalé el humo hasta mis
pulmones y lo mantuve ahí por un segundo, y luego lo expulsé. Tenía un sabor
horrible pero parecía divertido, de una buena manera. Como si yo fuera alguien
más por un segundo.
Le entregué el cigarro de nuevo y preguntó—: ¿Cómo estuvo?
—Increíblemente raro.
—Apuesto a que sí.
—Mi padre y yo... nunca fuimos…
—Lo sé.
—Era más fácil antes de que él despertara. No necesariamente mejor. Sólo
más fácil.
—Cierto.
David dio un último soplo —quiero decir calada— y arrojó el cigarrillo a la
fuente. Ambos lo miramos por un momento, flotando en el agua. Él suspiró y lo
sacó, entonces caminó hacia el cubo de basura más cercano posible.
—Entonces, ¿qué pasa después? —Fue mi pregunta trampa. Yo no tenía que
traer a colación los detalles sobre donde iba a quedarse. Él podría llenar los
espacios en blanco que quisiera, y estaba segura de que yo sería feliz con eso.
—Supongo que tengo que quedarme por un tiempo. El médico dijo que es
bueno para él verme.
—Sin embargo, preferirías no hacerlo —presioné.
David me miró fijamente, y pareció tomar una decisión. Está bien. Es ella. Lo
sabe. Después de unos segundos, dijo—: No sé lo que quiero. Sólo quiero seguir
con mi vida. Creí que ya tenía una idea, pero ahora... quiero decir, ¿voy a tener que
cuidar de él? ¿Si está en una silla de ruedas? ¿Eso es lo que voy a estar haciendo?
Sólo me encogí de hombros. Había estado esperando mi ventana de
oportunidad.
—¿Recuerda lo que sucedió la noche del accidente? —Traté de hacer que mi
curiosidad sonara casual, en lugar de violenta.
Una sombra cruzó el rostro de David.
—No. Por lo menos, todavía no. —Me miró tristemente—. No hay
respuestas para ti allí, Laurel. Si eso es lo que estás esperando.
¿Era eso? Tal vez no, después de todo. Debido a que sigo queriendo subir
las escaleras.
—¿Te importa si lo veo de todos modos?
David se detuvo, y sus facciones se tensaron por un momento. —Mi abuela
dice que ya lo hiciste... justo después de que yo te dijera que no quería que lo
hicieras.
—Está despierto ahora —dije firmemente, pero con suavidad, resistiendo la
urgencia de disculparme.
—Sí, pero está muy lejos de eso. Apenas sabe quiénes son las personas.
—Sólo voy a permanecer allí unos minutos. Es sólo que... estoy aquí. Y no
creo que vuelva. —Entonces respiré profundamente, inhalando la fuerza para
luchar por lo que sabía que me merecía—. ¿No crees que tenga derecho?
David se quedó mirando fijamente la fuente por un momento y luego, sin
mirarme, dijo—: Ve. Sólo prométeme que no le preguntarás acerca del accidente.
Asentí y silenciosamente me alejé de él, fuera del jardín.

La habitación no había cambiado desde la última vez que estuve aquí,


excepto por el silencio.
El señor Kaufman se hallaba en la misma cama, usando el mismo pijama,
pero respiraba por sí mismo. Me di cuenta de lo reconfortante que había sido el
sonido del respirador, el ritmo constante de algo conocido y predecible en un
escenario totalmente desordenado.
Sus ojos estaban cerrados, y sentí una combinación de alivio y decepción. En
teoría, quería verlo despierto. Quería hablarle y que él me respondiera. Pero la idea
de eso también me había aterrorizado.
¿Qué pensaría cuando me viera? ¿Qué diría? ¿Se disculparía? Traté de
mediar con algo que decir, pero no pude.
Si está durmiendo, yo no debería despertarlo... tal vez pueda volver.
Pero como le dije a David, sabía que no volvería. Era ahora o nunca. Moví el
sillón lentamente, por lo que chirrió ruidosamente contra el suelo.
Los párpados del señor Kaufman se abrieron y cerraron mirando hacia el
techo. Me quedé inmóvil por un momento, mirándolos. Su mirada se movió hacia
la ventana y hacia abajo, finalmente aterrizando en mí.
Nos miramos a los ojos durante un largo rato. Traté de hacer de mi cara un
reflejo de la suya, inexpresiva y tranquila. Pero mi corazón latía con fuerza.
—Te... conozco —dijo, su tono de voz ronca, pero con un poco de su antigua
fuerza detrás de ella.
—Sí —fue todo lo que dije.
—¿Dina?
Negué con mi cabeza lentamente.
—No. Dina. D... D...
Mi madre, él trataba de recordar el nombre de mi madre.
—Deborah —dije.
—¿Cómo... estás?
Él cree que soy ella. La idea de eso casi me hizo perder el equilibrio. Mantén el
control.
—Soy Laurel, la hija de Deborah.
Sus ojos me escanearon de arriba abajo, y luego parpadeó con
reconocimiento.
—Luces... como ella —dijo. Hubo algo en la forma en que lo dijo que me
hizo preguntarme lo que el señor Kaufman pensaba de mi madre. ¿Pensaba que
era hermosa? ¿Sentía un ligero enamoramiento?
Al verlo luchar con las palabras, con la realidad, supe que no debería estar
ahí. Como David había dicho, no iba a darme ninguna respuesta. Pero no podía
moverme de donde estaba parada.
Y entonces frunció el ceño, un ceño tan familiar, que le había visto hacer
muy a menudo en el pasado.
—¿Quién...? ¿Por qué…?
Me incliné hacia adelante como ofreciéndome a ayudarlo a encontrar las
palabras.
—¿Por qué... estás... aquí?
La pregunta salió débil y temblorosa, pero aterrizó con un golpe retumbante
en el espacio entre nosotros.
¿Por qué estoy aquí?
¿Por qué no está mi madre? ¿Por qué estoy viva, y los otros muertos?
Era una gran pregunta, una pregunta a la que yo había estado tratando de
encontrarle respuesta desde abril.
Miré al señor Kaufman y ahora, la casual expresión perpleja en su cara le
dio a la pregunta un significado totalmente nuevo.
Él quería saber por qué yo estaba aquí, visitándolo.
Sin pensarlo, dije—: Estoy aquí por mis padres y Toby.
Otra expresión de desconcierto apareció en el rostro del señor Kaufman.
Entonces recordé la vaga petición de David. No le preguntes sobre el accidente.
¿Qué es lo que recordaba? O más bien, ¿qué es lo que le habían dicho?
—¿Sabe qué pasó? —pregunté, mi voz elevándose una octava. Sabía que
rompía las reglas, pero no me podía callar.
Tragó saliva fuertemente y dijo, con sílabas adicionales—: A-cci-den-te.
—¿Recuerda quién estaba con usted en el coche?
Su rostro se arrugó, como si alguien arrugara una bolsa de papel marrón.
—Bet-sy.
Tomé una rápida respiración, que se sentía caliente como el fuego. Todo mi
cuerpo temblaba.
—¿Se acuerda de quién más?
El señor Kaufman me miró con sorpresa y un poco de dolor, como si lo
hubiese abofeteado. Movió un poco la cabeza de un lado a otro en su versión de un
no, sin romper nuestras miradas fijas.
Todo movimiento en la habitación se detuvo, las luces parpadeantes en la
máquina IV y los suaves movimientos de las cortinas debido al ventilador.
Él no lo sabe.
Para él, mi familia estaba viva. Él existía en ese mundo, todavía. Un mundo
por el que habría dado cualquier cosa por tener de vuelta. ¿Por qué debería
permanecer allí, cuando él fue quien nos sacó al resto de nosotros fuera de ese
mundo?
Cuando abrí mi boca otra vez, se sintió como a cámara lenta.
—Mis padres y mi hermano. Deborah y Michael, y Toby. —Tuve que
empujar los nombres a través del aire estancado—. Ellos también estaban allí. Y
ahora están muertos. También.
Hubo una pausa en la que no sucedió nada. La cara del señor Kaufman no
cambió, y me pregunté si me había escuchado.
Luego su boca se abrió en una amplia y profunda “O”.
De esta salió un suspiro lleno de pura agonía. Un polvoriento y terrible
torrente que me recordó a la caja de Pandora.
Empezó a toser, casi ahogándose con su propia respiración, antes de que el
otro sonido viniera. Sollozando. Como un niño que está llorando. Suave y
completamente destrozado.
Retrocedí hasta la pared con horror. Oh por Dios, Laurel, ¿Qué has hecho?
Pasos sonaban por el pasillo, rápidos con el ligero rechinido de calzado con
suela de goma.
—¿Qué está pasando? —ladró una enfermera al tiempo que exploraba la
habitación.
Tartamudeé en negación
—Sólo estábamos hablando... él se disgustó.
La enfermera corrió al lado de la cama del señor Kaufman, y yo me volví y
salí corriendo.
En el pasillo vi la puerta que tenía la señal de “ESCALERAS” y la atravesé,
bajando con pasos rápidos, como si alguien estuviera tratando de alcanzarme.
Poniendo toda la distancia que me fue posible entre el sonido que salió de la boca
del señor Kaufman y yo.
Lo siento mucho, lo siento mucho, seguía diciéndome a mí misma. No se
suponía que eso ocurriera. Una ráfaga de arrepentimiento y servil vergüenza me
empujó por las escaleras más rápido.
Cuando llegué a la planta baja, abrí la puerta de las escaleras y traté de
averiguar en dónde me encontraba. Miré hacia la derecha y vi el resplandor
melocotón del final de la sala. Miré a la izquierda, y vi una gran puerta de madera,
distinta de todas las otras puertas del edificio.
Un pequeño cartel en el que decía “CAPILLA”.
Entré por ella en cuestión de segundos, y la cerré detrás de mí. Le llevó un
par de minutos a mis ojos acostumbrarse a la oscuridad.
La habitación era, sólo, lo suficientemente grande para dos bancos de
madera y un pedestal de piedra con unas flores sobre él, situado en frente de una
vidriera. En la cristalera, una mujer vestida de blanco se arrodillaba sobre un lecho
de retazos de hierba y rosas ante una cruz negra de gran tamaño.
Me derrumbé sobre el banco trasero, presionando los talones de mis manos
sobre mis párpados, y grité silenciosamente. Tal vez eso sería suficiente para
hacerme sentir humana de nuevo antes de que alguien me encontrara.
Pero necesitaba que el sonido saliera. En el pasado, este tipo de cosas
siempre podían conmigo, liberándose algunos que se subyugaban en mi interior y
se volvían salvajemente violentos hasta que podía controlarlos de nuevo.
Aquí, ahora, lo dejé salir. Soltándolo, casi rogando por el daño que sabía que
podía hacer.
Puse mis manos en la parte superior del banco que se hallaba delante de mí
y me agarré fuertemente, dejando caer mi cabeza, como si mi cuello estuviera
finalmente cansado de sostenerse. Entonces, estallaron gemidos guturales y las
lágrimas comenzaron a salir. Mi mano derecha se tensó en un puño y comencé a
golpear la madera.
Quiero. Quiero. Quiero. Atascada en un terco y cortante quejido, como un
niño con un temperamento odioso.
Había tantas cosas que quería, pero que nunca podría tener. Eso me
desbordó, las cosas más pequeñas primero. Mi mamá sonriéndome, mi papá
poniendo su brazo alrededor de mis hombros. Mi hermano riéndose de una de
nuestras bromas privadas, como la forma en la que él siempre me dejaba saber que
tenía comida en mi barbilla diciendo—: Oye, Laurel. ¡Sigue siendo tu misma!
Luego las más importantes. Como tener a tres personas en el mundo que
siempre me conocerían y amarían. Yo también quería que hubiese una razón por la
que estaba aquí. Si no podía haber una razón por la que mi familia murió, podría
por lo menos tener esa razón.
O puede que tal vez sólo un futuro que no fuera tan complicado. Lleno de
agujeros y “que pasaría si”, cada cosa coloreada con tonos más oscuros de lo
normal.
Y entonces, finalmente, sólo quería ser Laurel. No una tragedia. No una
superviviente. Sólo yo. ¿Quién iba a dejarme ser eso?
Alguien llamó a la puerta de la capilla, y contuve un sollozo.
—¿Laurel? —Era la voz preocupada de David.
—Sí.
Abrió la puerta y vio mi cara, cubierta de lágrimas y moco, y la mueca de su
boca cambió. Sin ninguna palabra, cerró la puerta y se deslizó sobre el banco,
rodeándome con sus brazos en un movimiento tan suave que ni siquiera lo vi
venir. Simplemente lo sentí; cálido y resistente y seguro.
David no dijo nada. No preguntó lo que estaba mal, ni tampoco dijo shhhh
en la forma que lo hacen algunas personas por instinto. Sólo colocó su barbilla
sobre mi cabeza mientras me acurrucaba contra él. Ahora lloraba en voz baja, pero
más tranquilamente. Era como un idioma que sólo él entendía, porque éramos de
la misma especie.
David me veía, mi casa, mi vida, como un refugio de alguna manera. Aquí,
en sus brazos, me di cuenta de que él podía ofrecerme lo mismo.
Finalmente, cuando mi llanto se convirtió en puro moqueo, levanté mi
rostro hacia el suyo.
—¿Está bien? ¿Tu padre?
David me miró con ternura, protectoramente. Una expresión que nunca
había visto en él antes.
—Sí, mi abuela está arriba con él. —Hizo una pausa, y su expresión se
desvaneció. Yo sabía lo que venía—. ¿Qué pasó?
No quería que esto terminara todavía, así que en lugar de la verdad sólo
dije—: Lo siento.
Pero eso arruinó el momento, de todas formas. David se alejó de mí para
obtener una mejor visión de mi cara, frunciendo el ceño.
—¿Qué es lo que sientes?
Me mordí el labio fuertemente.
—Se lo dije... le hablé acerca de mis padres y Toby.
Ahora se puso de pie, deslizándose fuera de mis brazos, de manera que
cayeron, sin fuerzas, contra la madera del banco.
—¿QUÉ?
—Cuando me di cuenta de que él no lo sabía todavía, perdí la razón...
David respiró profundamente, controlándose.
—Te pedí que no mencionaras el accidente.
—Quería saber porque estaba allí. —Sabía que era una excusa muy pobre.
—Los doctores nos dijeron que todavía no habláramos con él sobre el
accidente. Querían esperar hasta que estuviera más estable... —Su voz se alzó con
cada palabra.
—Me equivoqué, lo sé. Lo siento.
—¡Deberías sentirlo!
Su regaño, en tono indignado, me puso furiosa al instante. ¿En qué pensaba?
Él nunca lo entendería completamente.
—Habrías hecho lo mismo —dije, tratando de que mi tono se igualara al
suyo—. Piensa en ello, David. Sólo piensa en alguien además de en ti mismo para
variar e imagina como es para mí.
David abrió la boca para decir algo en respuesta, pero se congeló.
Fuimos atrapados de esa manera, mirándonos el uno al otro en una
minúscula capilla, cuando Nana nos encontró. La expresión de su cara me dijo que
tenía una idea de lo que había sucedido.
—Laurel y David —dijo con severidad—. Me gustaría salir ahora, antes de
que el tráfico aumente.
David forzó una sonrisa hacia ella y asintió, y luego la siguió hacia afuera.
Eché un vistazo más a la vidriera y luego me volví, siguiéndoles.
Traducido por Rominita2503
Corregido por Juli

Sobra decir que el camino a casa en el auto fue más terrible que el de esa
mañana. Esta vez, incluso Nana estaba demasiado cansada por la tensión del día
para hacer pequeña charla. Fueron unos muy largos cuarenta y cinco minutos de
silencio, tranquilo silencio, con sólo el zumbido del coche y la estática de las
noticias en la radio.
Sentí un dolor sordo detrás de mis ojos por todo el llanto, pero era un buen
dolor. Como si alguien hubiera quitado algo de allí y de repente, pude ver de
nuevo. Mientras cruzábamos sobre el Tappan Zee, el agua se veía más clara de lo
que parecía esta mañana.
Mi celular sonó una vez más, ahora con un correo de voz. Desesperada por
encontrar algo que hacer, lo escuché.
—Laurel, es Joe. Estoy un poco preocupado por ti, no has respondido a mis mensajes
de texto. ¿Puedes por favor llamarme y hacerme saber que todo está bien?
Pero no había manera de que yo pudiera devolverle la llamada, incluso si
hubiera querido. Ni siquiera podía pensar en por qué no quería.
Finalmente, nos detuvimos en nuestra entrada para encontrar una
camioneta roja estacionada delante de la casa.
La camioneta de Joe. Jadeé, y luego me callé.
Y Joe, sentado en nuestra puerta con una taza de café para llevar en sus
manos. Usando un sombrero de esquí con un pompón, y guantes sin dedos.
Levantó la vista cuando vio nuestro coche y entornó los ojos.
—Tienes un visitante —dijo Nana mientras apagaba el coche.
Mis ojos se posaron en el espejo retrovisor para ver a David dar un vistazo y
registrar a Joe. Pareció confundido por un segundo, entonces levantó uno de los
lados de su boca en una sonrisa.
Luego salió rápidamente del coche y dijo—: Voy a llevar a Masher al parque
para perros.
Caminó hacia la casa, y Joe se puso de pie. Miré a Joe observar a David con
recelo, como si estuvieran cruzando caminos en un callejón oscuro. Luego, unos
metros antes de que David llegara a la puerta de entrada, Joe comenzó a caminar
hacia nuestro coche.
Dónde yo permanecía sentada, incapaz de moverme.
—Hola, hombre —dijo David, asintiendo rápidamente, mientras se pasaban
entre sí.
—David —dijo Joe rotundamente. Joe abrió la puerta de Nana para ella,
ayudándola a salir.
Oímos los ladridos Masher, a continuación, a David manipulando su llave
en la puerta delantera, finalmente abriendo y entrando. Nana observó a Joe
moverse hacia mi lado del coche, luego se volvió rápidamente y también entró en
la casa. Empezaba a oscurecer, y la temperatura caía en picada desde que
habíamos salido de los robles de Palisades.
Joe abrió la puerta, pero salí antes de que pudiera ayudarme. Echó un
vistazo a la casa y de vuelta a mí, con curiosidad.
—¿David Kaufman tiene la llave de su casa? —Fue todo lo que preguntó, su
aliento visible en el crepúsculo.
—Uh-huh —dije casualmente, luego cerré la puerta del coche y miré a Joe.
Se veía frío. Y todavía enfermo—. ¿Qué haces aquí?
—Meg me habló del padre de David, y que hoy irían allí. —Hizo una
pausa—. Te dejé un montón de mensajes.... Pensé que tal vez necesitarías alguien
con quien hablar después.
Ahora la puerta se abrió de nuevo. David y Masher. Ninguno de ellos me
miró mientras subían al Jaguar. Joe y yo nos hicimos a un lado mientras David
retrocedía y luego, una vez fuera de la calzada, aceleró colina abajo.
Sentí que algo se atrapaba en mi garganta, y mis ojos se mojaron. Si Joe no
hubiera estado allí, yo estaba bastante segura de que habría empezado a perseguir
el coche.
Pero ahora ya se había ido, me volví a mirar a Joe, su nariz goteando y los
ojos inyectados en sangre, esperando que yo diga algo.
Alguien con quien hablar.
Pero yo no podía pensar en nada. ¿Dónde podría siquiera empezar?
Me acordé de aquella noche en el camión fuera de Yogurtland, y lo feliz que
fui cuando Joe había tenido su piel en la mía. Las cosas eran mejores entre nosotros
cuando no hablábamos. Por lo menos, no de nada importante. Mi duda debe haber
sido evidente, porque Joe dijo—: O no tenemos que hablar. Te ves como si
pudieras necesitar una distracción. Si tu abuela dice que está bien, ¿podemos ir a
cenar? Te he traído un regalo de Navidad.
De repente no hubo nada que quisiera más que distraerme en un lugar
público y normal con Joe. Podríamos comer y tal vez hacer más bocetos juntos y
hacer chistes sobre los otros comensales, y luego ir a algún lugar en su camioneta.
Pero entonces miré hacia el camino de entrada, y casi podía escuchar los
neumáticos chirriantes del Jaguar.
Lo único que sabía con certeza en ese momento era que David volvería. Si
yo no estaba cuando eso sucediera, ¿se iría de nuevo? ¿Para siempre?
David, ¿sabes que esa es una opción que no puedo tomar?
Ahora Joe se acercó tímidamente, poco a poco, y me tomó la mano. Su
guante áspero, las yemas de sus dedos de hielo, mientras se entrelazaban con las
mías.
—Deja que te lleve a pasear —dijo, tratando de parecer confiado.
Sentí que se me quemaban las orejas y se me cerraba la garganta mientras se
me salían las lágrimas.
—Joe —farfullé—. ¿Por qué eres tan bueno conmigo? Hoy te ignoré por
completo. Tú me enviaste todos esos dulces, mensajes interesados y no te respondí.
Pensé que iba a soltar mi mano, pero sentí que su agarre se ajustó en su
lugar.
—Está bien. Lo entiendo.
—¿No estás enojado conmigo?
—No.
Ahora fui yo la que le solté la mano. —Pero deberías. Deberías enojarte
conmigo, aunque sea un poco. Te enojarías con alguien más.
—Tú no eres alguien mas —dijo.
—Sí, ya me lo dijiste. Soy increíble, a pesar de todo lo que he tenido que
pasar. —La amargura se levantaba, casi podía probar el sabor de la bilis, y era lo
único que podía hacer para evitar que explotara.
—Uh-huh —dijo Joe, casi preguntando.
—Joe, no debería ser así. Quiero ser alguien que pueda cabrearte cuando
hago algo que no es bueno.
Sus ojos cambiaron la forma cuando empezó a entenderlo y bajó la cabeza.
Me recordó un poco a lo que hacía Masher cuando sabía que había hecho algo
malo.
—Lo siento, Laurel. Tienes razón. Vamos a ir a alguna parte y hablar de ello.
—No puedo —dije débilmente, antes de que mi garganta se volviera a
cerrar.
Miré hacia el camino de nuevo, y esta vez Joe siguió mi mirada. Y pude ver
como terminaba de entender. David. Su rostro escaneó la casa y el camino de
entrada incómodo, como un extraño en un país extranjero, irremediablemente
perdido.
—Joe, tú... tú eres... —¿Qué? Maravilloso. Delicioso. Algo que estaba
condenado antes de que comenzara.
—Detente —dijo. Luego se quitó el sombrero, halándolo por el pom-pom, y
se sacudió un poco el pelo—. Está todo bien. —Ahora atrapó mi mirada y la
mantuvo—. Te veo por ahí.
Sacó las llaves de su bolsillo de la chaqueta y corrió hacia el camión. Me
acerqué a él en paralelo, con el objeto de ir hacia la puerta de entrada, y me quedé
allí el tiempo suficiente para verlo conducir lejos. A diferencia del Jaguar de David,
el camión de Joe se movía lentamente, pero tranquilamente. Tal vez esperaba que
fuera a detenerlo.
Cuando se fue, di un paso y sentí que golpeé con el pie algo más. Miré hacia
abajo. Era un regalo envuelto que había estado apoyado contra la casa, en forma de
algo enmarcado. Lo cogí y lo abrí lentamente.
En una hoja de papel de cuaderno, con lápiz, Joe había dibujado una figura
con pantalones vaqueros, una camiseta y zapatillas en los pies. Su cabello hacia
abajo y los brazos colgando, simplemente, con confianza, a ambos lados. Yo
No había ninguna capa ni casco ni nada en mi camisa. Pero Joe había escrito
un nombre en una inclinación en la esquina: CHICA SOBREVIVIENTE.
¿Era eso lo que me hizo tan sorprendente para Joe? Nunca quise que me vea
como alguien con superpoderes.
Incluso Superman quería que Lois Lane lo amara como Clark Kent, no como
el Hombre de Acero.
Me quedé mirando el dibujo hasta que mis manos se sentían demasiado
insensibles para sostenerlo. Finalmente, entré en la casa donde Nana me esperaba,
sabiendo que no debería formularme preguntas.
Pasó una hora. Sin David. Dos horas más. Entonces Nana y yo comimos
lasaña congelada en las bandejas de televisión mientras veíamos una vieja película.
Los créditos finales pasaron y aún nada de David. Vi a Nana comprobar su reloj, y
me enojé aún más con él, por preocuparla, sobre esta abuela no tenía derechos.
Por último, Nana dijo—: Ya es tarde. Ve a la cama. Va a venir cuando
quiera.
Así que hice lo que me dijo, porque no quería causarle otra onza de estrés.
Me cambié, y me lavé los dientes, tratando de quitarme de encima el dolor de la
expresión de Oh lo entiendo de Joe. Entonces me metí en la cama con Elliot y Selina
y traté de leer Persuasión para AP inglés como se suponía que teníamos que hacer
después del receso.
En caso de duda, Laurel, haz lo que se supone que debes.
Y en algún momento mientras lo hacía, logré conciliar el sueño.
Lo primero que sentí fue una mano en mi mejilla. No era realmente una
mano completa, pero si cuatro dedos, presionando ligeramente.
—¿Qué? —dije, saliendo de un sueño en el que Joe y Meg y yo íbamos de
pesca en un barco en un río.
—Shhh. Soy yo. Lo siento, no era mi intención asustarte.
Sentí que algo se sentaba en mi cama, y me apoyé para ver la silueta de
David, cada vez más y más en 3-D mientras mis ojos se acostumbraban a la
oscuridad.
—David. ¿Dónde has estado?
—En el parque. Y luego, dando vueltas.
Olí algo raro en su aliento. —¿Has estado bebiendo?
—Uh, sí... ¿café?
—Oh.
—Estoy tan sobrio ahora como siempre lo he estado.
—Está bien. —Todavía trataba de sacudirme el sueño de la cabeza, para
estar segura de que esto no era un sueño.
—Hablé con mi abuela. Dijo que mi papá esta bien. —Su voz sonó suave y
aireada, pero todavía me sentía superada por la lástima, ya que mencionó a su
padre.
—Lo siento mucho, David. Estuve mal.
—Está bien. Estoy seguro de que yo hubiera hecho lo mismo. Además, creo
que nos hiciste un favor, porque creo que Etta y yo somos demasiado cobardes
para decírselo.
Nos quedamos en silencio, pero podía sentir algo diferente en las sombras
entre nosotros, la tensión se había ido.
—Necesitaba ver como sería, estar de vuelta aquí —dijo David después de
unos segundos—. Cada centímetro de cada calle tiene algún tipo de recuerdo para
mí. —Hizo una pausa—. No todos son buenos... Aunque ahora son los buenos los
que duelen más. Probablemente sabes eso también.
Tenía que ser capaz de ver su cara mientras decía estas cosas, así me extendí
la mano y prendí mi lámpara de noche. Los dos nos estremecimos ante la luz, y
luego David escaneó mi camisón. Era uno nuevo para Navidad, con ranas y
bastones de caramelo por todas partes. Extremadamente tonto.
—Bonito traje —dijo.
—Gracias. —Sonreí, y luego sonrió. Me senté y, a continuación, como una
invitación, le ofrecí una de mis almohadas. La apoyó contra la pared, se quitó los
zapatos y se deslizó de nuevo para apoyarse en ella, con las piernas cruzadas sobre
mi cama.
Él poniéndose todo cómodo me hizo sentir un poco valiente. —¿Qué pasa si
consigues un lugar cerca de tu papá? —le pregunté.
David asintió, pensativo. —He pensado en eso. No estoy seguro de si una
ciudad extraña donde no conozco a nadie ayudaría. Durante meses he estado en
nada más que pueblos extraños donde no conocía a nadie, y no me hizo sentir
mejor. —Me miró—. Tú te quedarías. Tú harías lo correcto.
Empecé a protestar, pero sabía que era verdad. —Sí, probablemente lo haría.
Lo que estoy confundida es acerca de quién decide que es lo correcto.
—Creo que es un grupo de hombres blancos de cien años de edad, en una
habitación en un edificio alto en alguna parte.
—Comiendo cortezas de cerdo y fumando puros.
—Y consiguiendo bailes, porque eso sería el tipo perfecto de la hipocresía.
Me reí entre dientes, y luego me detuve y exclamé—: Todavía no he
decidido si quiero ir a Yale.
—¿Por qué no? —me preguntó directo. No había reacción allí, ningún juicio.
Él era la única persona en el mundo que podía hacerlo de ese modo.
—Siento que tengo que estar aquí. Por ellos. Esta era su vida, y ahora yo soy
la única que la vive. Si no estoy, entonces ¿los estoy traicionando?
—Y nadie más te lo diría, ah, pero tus padres querrían que siguieras
adelante y obtuvieras una educación y cumplieras con todos los sueños que tenían
para ti.
—Sí —dije.
—No sé, Laurel —dijo David, y me encantó la forma en que dijo mi nombre,
como si lo disfrutara. Levantó la mirada al techo—. Tal vez en su lugar, tus padres
hubieran querido que dedicaras tus días a acordarte de ellos. Tal vez les hace sentir
mejor, estén donde estén, ver que desperdicias tu vida para poder estar más cerca
de ellos, ya que ya no tienen una vida.
—Yo no estaría desperdiciando mi vida —le susurré.
—Por supuesto que lo harías. ¿Qué demonios estarías haciendo aquí?
—Muchas cosas. Mi trabajo en el hospital de animales, por ejemplo.
Inclinó la cabeza en un ¡Vamos! —Hay hospitales de animales en New
Haven, si es tan importante para ti.
—Nana quiere que vaya. Ella quiere pasar los inviernos en Hilton Head. Así
que siento que por ellos, me quedaría, pero por ella, tengo que irme.
David hizo una pausa y luego como si recién se le hubiera ocurrido, dijo—:
¿Estás hablando con tu terapeuta acerca de todo esto?
—Lo siento. ¿Te estoy aburriendo?
—Sólo estoy pensando que tal vez no soy la mejor fuente de consejos.
Mírame. Tú misma lo dijiste. Todo lo que hago es total y absolutamente acerca de
mí mismo y lo que quiero.
—Me has dado buenos consejos antes —le dije, insistiéndole.
Hizo una pausa y me miró directamente y dijo—: Sólo olvídate de la cosa de
“por”. No hagas nada por nadie más que tú. Puedes ser un poco egoísta. —Luego
sonrió torcidamente—. Vamos. Sabes que lo deseas.
Me acordé de todas las cosas que en silencio había gritado para a mí misma
en la capilla de los robles de Palisades. Él tenía razón
—Gracias, David —le dije, tratando de hacer que su nombre sonara como si
yo también disfrutara de decirlo. Pero al final sonó extraño, alto y estrecho. Y antes
de darme cuenta, estaba llorando otra vez.
A los pocos segundos escuché las respiraciones cortas y bruscas proviniendo
de David, lo que significaba que él también lloraba. Y entonces sentí sus manos
sobre mis hombros, y un cambio del peso en la cama y ahora, me tenía en sus
brazos.
Me limpié la cara con la palma de mi mano y me levanté y lo besé. No creo
que lo esperara, porque hizo un gesto con la cara por medio segundo. Pero
entonces, me devolvió el beso. Rápido, con energía. Movió las manos a ambos
lados de mi cara y me sentí como si estuviera cayendo, no en un lugar o un
agujero, sino en colores. Rojo y naranja y morado. Profundo y rico.
David quitó una mano de mi cara y la apretó contra pecho, empujándome
hacia abajo en la cama. Entonces una de sus piernas estaba sobre una de las mías y
la sensación de su peso cubriéndome, de repente era lo mejor en el mundo.
¡Tú puta! dijo una bromista Meg en mi cabeza, mientras seguíamos
besándonos. David se aventuró desde mi boca a mi cuello, oreja. Me reí.
—¿Está bien esto? —susurró, y me limité a asentir, insegura de lo que quería
decir. ¿Había algo bien? ¿Importaba?
Y ahora la mano de David se deslizaba debajo del cuello de mi camisón de
dormir, llegando a mi seno derecho.
Con practica, experimentado. Me pregunté por un segundo la cantidad de
relaciones sexuales que había tenido cuando estaba en la zona de David, y si había
sido con alguien realmente bonita.
¿Ocurrirá? ¿Aquí va a ser donde lo haga por primera vez?
Se trataba de una pregunta intelectual, como si estuviera sentada en mi
tocador a unos metros, mirándome a mí misma en la cama.
A continuación, por otra parte, David se deslizó hasta el fondo de mi
camisón, y comenzó a empujarla hacia arriba.
Sentí que mi cuerpo se ponía tenso, como si estuviera luchando contra él,
pero obligué a mi mente a cambiar eso. Ahora, las manos de David se deslizaron
suavemente desde la cintura a la cabeza, llevando a mi camisón con ellas. Antes de
darme cuenta, estaba fuera, y todo lo que quedaba era mi ropa interior. No podía
recordar qué par usaba y sólo podía esperar fuera uno de los nuevos.
David se detuvo y me miró de arriba abajo, con la cara llena de asombro,
como si estuviera viendo una escultura siendo descubierta. Lo miré, a este chico
tan hermoso, de repente —o tal vez siempre— y sabía que debería estar haciendo
algo. Es mi turno, ¿verdad? Yo quería, pero tenía miedo aún de ser quien lo alcance
primero.
Con una respiración profunda lo hice de todos modos, puse mis manos
debajo de su camiseta y sobre su estómago, que todavía se sentía frío de estar al
aire libre. Pasé mis dedos a través del cabello suave, de lo que parecía ser un
ombligo excepcionalmente profundo.
David suspiró, y me sentí lo suficientemente valiente como para seguir
adelante, levanté su camiseta y lo besé en la piel de la parte superior de sus
pantalones vaqueros.
En otro movimiento rápido y experto, David se sacó la camiseta sobre su
cabeza y apretó su pecho al mío. Estaba cayendo en los colores de nuevo, pero esta
vez un poco demasiado abruptamente. Me mareó, y comenzó el terror.
David llevó una mano hacia mi ropa interior, levantando el elástico de la
piel. Fue entonces cuando lo detuve y dije—: No.
Cuando David apartó la cabeza de la mía, noté que teníamos parches
coincidentes de cabello sudoroso donde se habían conectado. —Por favor, no me
digas que pare —dijo sin aliento.
—Tengo que decirte que pares —le dije.
—Laurel... por favor.
—David... —El mareo menguó. Era como bajar de un carrusel.
Se dio la vuelta sobre su espalda, todavía jadeando. —Pensé querías esto.
—No sé —dije, y después de un momento de silencio horrible—: Soy la
chica que no está segura de lo que quiere para sí misma, ¿te acuerdas? —Traté de
hacer que mi voz sonara normal, de nuevo, y no como si me acabaran de tambalear
al borde de perder mi virginidad.
David se pasó un brazo sobre la cara. ¿Tenía vergüenza de mirarme, o de
que yo lo mirara?
—¿Puedo querer algo de eso pero no todo? —pregunté.
Asintió de detrás de su propio brazo. —Sí —dijo en voz baja—. Por
supuesto que sí. —Apartó el brazo y me miró con pesar—. Lo siento si te presioné
demasiado.
—Yo también lo hice. Ha sido un día extraño.
—Un día muy extraño. —Hizo una pausa—. Debería irme, y dejarte sola.
David pasó por encima de mí, saliendo de la cama, agarró la camisa, y salió
lentamente de la habitación, dejando la puerta abierta. Escuché sus pasos viajando
hacia el piso de abajo y el tintineo del collar de Masher cuando el perro saltó del
sofá para saludarlo. Me levanté y encontré mi camisón de dormir, me lo puse junto
con un par de sudaderas y zapatillas, y luego lo seguí.
No porque no quería que David se molestara, o porque quería explicarme
un poco más, sino porque en realidad sólo necesitaba estar con él.
En la planta baja, David se quedó en la sala, mirando al árbol de Navidad
todo iluminado. Nana y yo nos habíamos olvidado de desconectarlo antes de ir a la
cama. Ahora me alegré de que no lo hubiéramos hecho, porque era una maravilla.
David no se dio la vuelta, pero me di cuenta por cómo encorvó los hombros
que sabía que yo estaba allí. —Tu árbol de Navidad es muy pequeño —dijo.
—Eso es porque está vivo —le dije, y di un paso al lado suyo. Luché contra
la tentación de tocar su brazo—. No quiero que me dejes sola.
Nos quedamos en silencio por un momento, y luego David me preguntó—:
¿Alguna vez has estado allí? Ya sabes... ¿el lugar, donde pasó?
El lugar justo antes del segundo semáforo en la ruta 12. No había conducido
ahí desde abril. —No —dije. Hubiera querido hacerlo. Nana se había ido dos veces,
pero yo no podía juntar valor de ir con ella. La culpa me invadía a veces, como una
deuda que todavía tenía que pagar.
—Yo tampoco
Vimos el árbol por un momento, parpadeando en rojo, verde, y negro a
través de la pared. Entonces David se volvió hacia mí, el pelo alrededor de sus
oídos todavía un poco sudoroso, lo que me hizo sentir como si de alguna manera,
todavía estuviéramos conectados.
Preguntó—: ¿Tienes ganas de tomar un paseo?
Traducido por Rominita2503
Corregido por tamis11

De alguna manera ella se las arregló para lucir bien en esto, pensé, buscando los
puntos de sutura en zig-zag en el largo, abrigo color vino tinto de mi madre que
Nana inexplicablemente decidió conservar. Lo tomé del armario, ya que
parecía que iba a mantenerme caliente por encima de mi camisón de dormir y
sudadera, y me puse un par de botas de pato de mi padre.
Era uno de esos equipos en los que normalmente se podría pensar: espero no
meterme en un accidente con este aspecto. Pero no lo hice, porque no había mucho
espacio en mí para pensar en otra cosa que en a dónde íbamos, y además todo el
tema de los accidentes era complicado en ese momento en particular.
Los frenos en el Jaguar gritaron un poco cuando David se volvió hacia la
Ruta 12, e hizo una mueca. —Yo voy a tener que echarles una mirada —dijo. Era la
primera vez que había hablado desde que se precipitó por el camino helado y en el
coche—. Es algo bueno que mantuviera a este bebé en forma agradable. No tenía
idea si mi padre lo volvería a ver.
Le sonreí y me volví para mirar por la ventana, tratando con mucho
esfuerzo de dejar de temblar, incluso con la calefacción encendida. Finalmente iba
a hacer esto, y estaba petrificada.
La Ruta 12 había sido siempre una de mis carreteras favoritas. Se hallaba
rodeada de bosques a ambos lados y, a menudo, nos gustaba espiar a los ciervos
vagando a pocos metros de la acera. Esto es lo que mi familia vio, me recordé a mí
misma, a pesar de que ahora todo era espantoso y delgado, en la primavera, el
paisaje era espeso y exuberante. Tal vez Toby miraba por la ventana estos árboles
exactos en los últimos minutos que estuvo vivo. ¿De qué estarían mis padres
hablando y pensando mientras pasaban ese punto, y ese punto, y ese otro?
Nos llevó un minuto más o menos. Justo el tiempo suficiente para que
un coche para recogiera a demasiada velocidad, para que alguien se pierda en la
conversación o sus propios pensamientos y no ver el velocímetro.
—Creo que es la derecha en torno a esta curva —dijo David, y comenzó a
disminuir. Pude ver, ahora, que este era el lugar donde una persona puede
olvidarse de la agudeza de la curva, y del semáforo que está no demasiado lejos, y
pisar el freno.
Miré el carril hacia el norte, y pensé en cómo otra persona puede perder el
control y dejar que su coche vaya sobre la doble línea amarilla y hacer a alguien
desviarse de la carretera para evitarlo.
—¿Qué pasa si no podemos encontrarlo? —pregunté.
—Vamos a llegar lo suficientemente cerca —dijo con confianza
determinada. Cuando vimos la luz del semáforo en la distancia, escaneé la
carretera, pero no estaba segura de lo que buscaba. Supongo que esperaba
reconocerlo.
David sacó el coche en el arcén y nos sentamos allí, escuchando la
respiración racheado del calentador de tablero de instrumentos. Era casi
medianoche, y no había muchos coches en la carretera.
Me asomé por la ventana pero todo parecía nada especial, hasta que David
dijo—: Mira.
Seguí su mirada a una señal de límite de velocidad a alrededor de veinte
metros delante de nosotros. Tenía un grueso forrado en cinta púrpura alrededor de
ella, que incluso en la oscuridad parecía descolorida y vieja. Entonces me acordé de
que Nana me decía que había habido un pequeño memorial improvisado en la
escena del accidente durante varias semanas después, la gente trayendo velas y
flores. Compañeros de clase de Toby dejaron notas, que finalmente la policía
recogió y le dio a Nana. Quién las puso en su cómoda, sin leerlas.
—¿Crees que es eso? —pregunté.
—Sí —dijo. Se bajó del coche, así que yo también lo hice. Y lo primero que vi
fue cómo el lado de la carretera descendía abruptamente aquí, varios cientos de
metros, antes de estabilizarse hacia el bosque.
La zanja donde mi familia había muerto en realidad. Tuve que
recuperar el aliento cuando la vi, y me di cuenta que no era en absoluto
lo que yo había imaginado. No estaba segura de a que le había tenido tanto miedo,
y sólo con estar ahí me hizo sentir más fuerte.
David se acercó al borde de la pendiente y bajó la mirada, con su rostro en
blanco. Sacó un objeto de su bolsillo delantero de sus pantalones vaqueros, lo besó,
y lo lanzó tan lejos como pudo. No pude ver que era.
¿Había algo que tenía que hacer o decir, aquí de pie en este lugar? Todo lo
que podía pensar era, Ya lo he visto, y les debía eso. Era como un favor que acababa
de devolver.
Y entonces, inesperadamente, comencé a sentirme contenta de estar allí. No
había visitado las tumbas de mi familia desde el funeral. No habría nada allí hasta
abril, el aniversario de un año, ya que Nana se apegó a la tradición judía en el
departamento de lápidas. Y no sentía que yo necesitara ir a ningún lado para estar
con ellos. Todavía se encontraban en cada centímetro de espacio en nuestra casa,
alrededor de nuestra casa, y todos los demás lugares que fui.
Pero este era el lugar donde se habían ido. Era donde había cambiado todo.
Un lugar donde podría decir todo, o nada en absoluto.
De repente, parecía suficiente que yo diga, en silencio en mi cabeza: Los
quiero mucho a todos.
David se acercó a donde yo estaba, y dio una patada a unos guijarros. —Está
hecho.
—Me estoy congelando —le dije.
Todo lo demás era demasiado grande para las palabras.
Volvimos al auto, que afortunadamente él había mantenido funcionando,
por lo que el calor era un dulce alivio. David puso sus manos en el volante, pero no
hizo nada más. Nos sentamos allí, mirando hacia el cielo gris oscuro a través del
parabrisas. —Cuando le dijimos a mi papá que mamá se había ido... —dijo—. Al
verlo lidiando con eso, tan nuevo y todo... era como si los últimos ocho meses
nunca hubieran ocurrido para mí. Era al igual que perderla de nuevo.
Extendí la mano, sin miedo, y le toqué el pelo. No me miró, pero no me
detuvo cuando empecé a acariciarlo.
—Tu mamá era genial —dije.
David asintió. —Tú no lo sabrías sólo de mirarla, pero lo era. Sólo ahora lo
veo, por supuesto. Ella me tuvo. Se puso al día con un montón de cosas que la
mayoría de las madres no lo haría, para compensar lo que papá estaba haciendo.
Saqué mi mano involuntariamente. —¿Qué estaba haciendo?
Debo haber sonado muy nerviosa porque David se echó a reír. —Nada de
eso, no hay nada que verías en una película para televisión o algo así. Yo
simplemente no le gustaba, y él no tenía miedo de mostrarlo. Sin embargo me
golpeó una vez y me salió un gran moretón justo aquí. —Tocó la comisura de un
ojo, y recordé a David aparecer en la escuela con un ojo morado,
diciéndole a la gente que se había metido en una pelea en una fiesta.
—Me lo merecía—continuó—. Estábamos los dos borrachos y yo lo
provoqué. Bonito, ¿eh? Realmente una dulce familia suburbana. Supongo que
obtuvo una rehabilitación involuntaria con todo esto.
Nos quedamos en silencio por un momento y luego le pregunte—:
¿Entonces crees que te vas a quedar?
No se trataba del señor Kaufman. Se trataba de mí. Estaba lista para admitir
que quería a David cerca de mí. Era una cosa que ahora sabía que quería para mí,
tal vez debería decírselo.
Se volvió y me sonrió, y me tomó la mano con la que acababa de acariciarle
el pelo. —No sé, Laurel. Se siente muy bien irse. —Entonces su sonrisa
desapareció, y parecía que muy serio—. Creo que deberías probarlo.
No lo entendí al principio, pero luego lo hice. —¿Te refieres a la
Universidad de Yale?
—Yale, o en cualquier otro lugar que no sea aquí. Lo que equivale a tu vida.
Versus, no Yale o en cualquier otro lugar que no sea aquí, lo que equivale a estar
aquí en este coche en este lugar, en, tú sabes, un sentido metafórico, por tiempo
indefinido.
Eso si lo entendí. Podía ver eso.
Vi una camioneta pasarnos velozmente. Entonces unos pocos segundos más
tarde, una minivan. Fue increíble ver cómo parecía que iban de forma rápida
con nosotros tan quietos.
—¿Puedes poner este coche en movimiento de nuevo, al igual que, de forma
rápida? —pregunté.
La sonrisa de David regresó. —Claro que puedo.
Puso el coche en marcha y lo sacó lentamente de nuevo hacia carretera,
donde delante de nosotros la luz se puso verde. Lo que parecía extraño, pero
perfecto para mí era que en un segundo, menos de un segundo nos encontrábamos
más abajo en la ruta hacia Freezy de lo que nuestras familias habían llegado esa
noche de abril.
Nosotros continuábamos.
Traducido por Anna Banana
Corregido por tamis11

Aún no era mediodía, pero la banca ya estaba caliente ante el sol de finales
de agosto. Miré a Meg, quien se encontraba echada hacia atrás con los ojos
cerrados, disfrutando de los rayos que caían sobre nosotras.
—Muy pronto, esto se habrá terminado —dijo. Sabía que hablaba del calor,
pero también sabía que se refería a ella y a mí, sentadas en la calle principal de
nuestra cuidad, rodeadas de cosas que siempre habíamos conocido.
Aunque en la banca cabían tres personas, nos habíamos deslizado hacia los
extremos de cada lado para que ninguna estuviera sentada sobre la placa que
estaba detrás de la banca. Decía:

EN MEMORIA DE NUESTROS AMIGOS Y VECINOS


MICHAEL MEISNER
DEBORAH MEISNER
TOBY MEISNER

Tenía que darle crédito a Andie Stokes y Hannah Lindstrom; era simple y de
buen gusto, y yo estaba feliz, demasiado agradecida, de que lo habían hecho.
Tuvimos una ceremonia de inauguración en abril, a tan sólo unos días después del
aniversario del accidente. Casi un centenar de personas estuvieron presentes, y yo
estaba parada con Nana y Meg, escuchando mientras que Andie daba un hermoso
discurso agradeciendo a todos por sus donaciones.
Ella me había pedido que dijera algo, pero todo lo que pude hacer fue
pararme frente el micrófono y decir “Gracias” en una voz temblorosa.
Abracé a Andie fuertemente después de eso, y a pesar de que nuestra
amistad —si eso es lo que alguna vez fue— se había desvanecido. Ni siquiera me
importó que el periódico local estuviera tomando fotos de nosotras.
El señor Churchwell había estado allí y también lo abracé; fue rápido y casi
sin tocarnos. Aún pensaba que era un completo idiota, pero ahora sabía que todo
lo que había intentado hacer era su trabajo, no me importó darle algo a cambio.
Suzie también había asistido. Se quedó lejos y se veía lamentablemente fuera
de lugar, llevando negro entre todos los colores primaverales. No había tenido una
sesión con ella en más de un mes, todo quedó en que yo llamaría cuando necesitara
hablar. Pero no lo había necesitado. En algún punto durante el discurso de Andie,
mis ojos encontraron los de ella y nos sonreímos mutuamente. Sabía que tenía
mucho que agradecerle.
Y Joe. Él estaba con un par de sus amigos cerca del frente, donde podía
verlo. Después de ese día en la calzada, habíamos vuelto a los rápidos y dolorosos
asentimientos-de-cabeza-y-hola cada vez que nos cruzábamos en la escuela. Había
algo sobre la forma en que sus hombros se encorvaban cuando esto sucedía, la
forma en que su cabello cubría sus ojos mientras miraba hacia otro lado primero,
que todavía me traspasaba.
Durante la ceremonia, vislumbré a Eve llegando tarde y haciéndose camino
entre la multitud, mezclándose entre ellos perfectamente.
Así que para mí, la banca no era sólo sobre mamá, papá y Toby, sino
también sobre ese día, cuando tuve la oportunidad de darme cuenta hasta qué
punto había llegado mientras observaba a las personas que me habían ayudado a
llegar hasta allí.
Y estaba delante de Village Deli, como lo había sugerido. Era demasiado
práctico, ya que Meg y yo habíamos venido hoy para comprar sándwiches para mi
viaje.
Me marchaba a la una en punto hacia Ithaca. La orientación de primer año
en Cornell comenzaba al día siguiente. Cornell, donde tomaría cursos de pre-
veterinaria y arte, y ver qué más aparecía a lo largo del camino. Cornell, que fue el
lugar en que me imaginaba a mí misma cuando visité el campus con Nana, que se
encontraba lo suficientemente cerca parar volver a casa si lo necesitaba, pero lo
suficientemente lejos para hacerme pensarlo dos veces. Cornell, que al final fue mi
elección, y no la de mi padre.
—Así que, ¿cuándo puedo ir a visitarte? —preguntó Meg, sus ojos todavía
cerrados—. He oído que los chicos de Cornell son mucho más candentes que los de
Wesleyan. —Gavin y ella habían llegado a la decisión “Vamos a estar cerca, pero
romper oficialmente porque ambos queremos tontear con la gente universitaria”.
—En cualquier momento. Ni siquiera tienes que llamar. Sólo preséntate en
mi dormitorio con un saco para dormir.
Meg sonrió y luego abrió los ojos para mirarme. Tuvo que cubrirse la cara
con su mano. —Lo tomaré en cuenta. No quiero que lleguemos a ser una de esas
amistades que se esfuman después de la secundaria.
Bajé mis gafas de sol para mirarla. —No creo que eso sea posible incluso en
las más extrañas profundidades de la posibilidad. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí —dijo Meg, sonriendo—. Lo sé.
Nos inclinamos la una hacia la otra al mismo tiempo —¿con qué frecuencia
sucede eso?— y nos abrazamos. Olí su champú y el chocolate que aún persistía en
su aliento. O tal vez era el mío. Acabábamos de compartir una barra de Hershey
como nuestro festín de despedida.
El divorcio de los padres de Meg estaba sucediendo y todos parecían estar
de acuerdo con ello. La señora Dill salía con alguien; Meg pretendía que era
asqueroso, pero sabía que ella estaba orgullosa de que su madre estuviera saliendo
adelante. Ella había empezado a hablar con su padre nuevamente —ante mis
instancias. Ellos salían a cenar cada semana, y Meg me llamaría más tarde y diría
algo como—: Entiendo un poco más sobre lo que sucedió.
No comparamos la manera en que cada una tenía que llorar la pérdida de
nuestras familias. No se trataba de ser mejor o peor que la otra. Siempre sería
diferente, pero de alguna manera silenciosamente habíamos aceptado a sólo estar
allí la una para la otra.
—Tenemos que apresurarnos —dijo Meg, mientras seguíamos abrazadas—.
Nana debe estar haciendo un agujero en el suelo de la casa.
Asentí pero no la dejé ir de inmediato —sólo un segundo más— y luego nos
dirigimos de nuevo a su coche con nuestros sándwiches.

Decir que el Volvo se encontraba lleno no estaría haciendo justicia. Estaba


atascado de cosas, con cada caja y bolsa y articulo cuidadosamente juntos como
rompecabezas, que no estaba convencida de que seríamos capaces de sacar alguna
de ellos. Me sorprendieron cuántas cosas necesitaba para comenzar la universidad,
y cuántas cosas de la casa tenía que tener conmigo en la escuela.
El día de Año Nuevo, Nana había propuesto que cada fin de semana,
llenaríamos dos cajas con objetos que le pertenecieron a mis padres o Toby.
Algunas cajas irían al ático —cosas que queríamos mantener o no podíamos tomar
una decisión sobre ellas— y algunas serían donadas a una organización benéfica.
Con cada pieza de ropa, cada libro, cada pluma de recuerdo o tubo de rímel,
tratábamos de llamar un recuerdo para envolverlo en él. Cada vez que sellaba una
caja con cinta transparente, me sentía más libre.
Luego fue mi turno. Empacar mi vida en cajas y etiquetarlas, me di cuenta
de que a pesar de que como familia habíamos tomado vacaciones anuales, la
mayoría de mis cosas no habían ido a ninguna parte. Estaba emocionada de los casi
veinte pares de zapatos que llevaría en su primera aventura.
Meg estacionó su coche en la entrada de mi casa, detrás del Volvo, y miró a
la pared de objetos a través de la ventana trasera.
—Vaya —dijo—. Me ganaste.
Vimos a Nana abrir la puerta principal y saludarnos, después apuntó a su
reloj de mano.
—Parece que la auxiliar de vuelo está lista para el despegue —dijo Meg.
—Bandejas puestas y respaldos de asientos en posición vertical —dije,
abriendo la puerta del coche. Sacudí mi bolsa de Village Deli hacia Nana—. ¡Todo
listo!
Todo listo. Como si fuera tan sencillo. Pero, ¿por qué no podría serlo?
Me incliné hacia el coche. —¿No saldrás de allí? —le pregunté a Meg.
Sacudió la cabeza. —No puedo soportar las despedidas, lo sabes. Ya
tuvimos nuestras patas encima de la otra. Considérate afortunada.
—Muy bien —le dije.
—Así que, adiós —dijo Meg, mordiéndose el labio.
—Hasta la vista. —Empecé a cerrar la puerta, luego me detuve—. Oh, y, por
cierto. Te quiero.
Meg sollozó, incapaz de ocultar sus lágrimas. —Yo también te quiero. Ahora
sal de la ciudad.
Se alejó del camino de la entrada y la miré, sin despedirme. Cuando se fue,
Nana salió de la casa y puso su brazo alrededor de mí. —¿Todo está en el coche? —
preguntó.
—Ahora lo está —le dije, abriendo la puerta del Volvo y poniendo la bolsa
de sándwiches en el interior.
—Entonces, ¿qué tal un viaje al baño antes del viaje y saldremos en camino?
La miré, con sus gafas de sol enormes y su “ropa de conducir”, un chándal
de terciopelo y zapatillas blancas. Fue uno de los muchos trajes que había
comprado para Hilton Head. Pasaría el otoño e invierno allí.
—Sí, buena idea —le dije. No tenía que ir, pero estaba feliz por unos
minutos en casa antes de irnos.
Caminé por la sala de estar, luego me dirigí a la cocina. ¿Se suponía que
debía estar sintiendo algo en específico? Había vivido mi vida entera en esta casa.
Iba a volver, por supuesto. Luego me di cuenta, no era la casa a que tenía que
decirle adiós. Era a este momento, a este estado de ser.
Subí al segundo piso e hice una búsqueda rápida de mi habitación para
asegurarme de que no había olvidado nada. Nana había hecho mi cama, y pensé,
Pueden pasar meses para volver a estar debajo de esas cubiertas nuevamente.
Eché un vistazo rápido en la antigua habitación de Toby. Se encontraba
vacía de gatos; les había encontrado buenos hogares y a veces recibía correos
electrónicos con imágenes de ellos.
Abrí la puerta de la habitación de mis padres y miré a la cama, y tuve un
recuerdo de una mañana de hace muchos años, cuando íbamos ir a campar, y Toby
y yo estábamos tan entusiasmados que tuvimos que despertar a nuestros padres.
—¡Vamos a salir a la carretera antes de que ella llegue a nosotros primero! —gritamos,
saltando en la cama, exclamando una de las favoritas expresiones de mi padre.
Volví a la planta baja y miré por la ventana.
Allí estaba David.
Se encontraba sentado en el patio, con la cabeza de Masher en su regazo y
hablando por su celular. Abrí la puerta corrediza de cristal y él se dio la vuelta
para mirarme.
—Hola —susurré—, tenemos que salir en pocos minutos.
Asintió y dijo—: Muy bien, gracias —en el teléfono, después lo cerró—.
Disculpa, era el Dr. Ireland.
—¿Tu padre está bien?
Se levantó y caminó hacia mí. —Mejor que bien. Ayer escribió un par de
frases a mano.
—Eso es genial —le dije, mientras David colocaba sus brazos a mí alrededor
y apoyaba su barbilla en mi hombro.
—Y dice que tener a mi padre ayudándome a estudiar para el GED12 está
haciendo una gran diferencia.
—Sabía que lo haría —le dije, enterrando mi rostro en su cabello.
Una semana después de la ceremonia conmemorativa de la banca, tuvimos
la revelación de la lapida en el cementerio. Sólo habíamos sido Nana, David y yo
por decisión propia. Los tres compartimos dos paraguas bajo la lluvia, mientras el
rabino hablaba. No dijimos ni una palabra hasta que colocamos tres piedras en
cada lapida. Una para cada uno de ellos, una para cada uno de nosotros. Nadie

12 El GED es tomado por personas quienes no consiguieron un diploma de preparatoria.


habló hasta que regresamos al auto, y Nana se quitó el sombrero y dijo—: Vamos a
tener vino con el almuerzo.
Para ese entonces, David y Masher vivían en un apartamento a dos ciudades
de aquí, donde David tenía un empleo que se especializaba en equipos de sonido
en una tienda de música. Él conducía dos veces por semana a Palisades Oaks.
Una vez que Nana se dio cuenta acerca de nosotros, prohibió que David
pasara la noche aquí, incluso en el sofá. No se le tenía permitido visitar si ella no se
encontraba en casa y si estábamos en mi habitación, la puerta tenía que
permanecer abierta. Pero ella amaba que se quedara a la cena o para pedirle que
hiciera trabajos en la casa. Una vez, accidentalmente, lo llamó por el nombre de mi
padre.
David se quedaría cuidando la casa mientras que Nana y yo estuviéramos
lejos, viniendo solo a pasar el rato. Tenía el sentimiento de que el sofá obtendría un
buen uso durante la noche. Y una vez que estuviera instalada en la escuela, fuera
de la jurisdicción de mi abuela, él me visitaría allí. Durante la noche. Las
posibilidades eran aterradoras y maravillosas para pensar en ellas.
Ahora David se apartó y me miró, una mano a cada lado de la cara. —¿Estás
lista?
—¿Podrían todos de dejar de preguntarme eso?
—Muy bien. ¿No estás lista?
Me eché a reír. —Sí. Sí, no estoy lista.
—Entonces, vamos. Tenemos un largo camino por delante.
Tomó mi mano y me condujo a través de la casa hacia la puerta principal.
Masher nos siguió y cuando llegamos a la entrada me di vuelta y me puse de
cuclillas delante de él, enterrando mis manos en el collar alrededor de su cuello.
—Hasta luego, muchacho. Sé bueno. David y Nana estarán de regreso
mañana pro la noche, pero Meg vendrá para alimentarte. Asegúrate de que David
no se olvide de alimentar a los gatos una vez que Nana salga de la ciudad.
Masher me lamió la cara una vez, cuidadosamente, luego se volvió y se
dirigió adentro, como si me dijera: Sí, sí, sal de aquí ya.
Afortunadamente, ya había dicho adiós a Selina y Elliot por la mañana,
porque sabía que estarían escondidos cuando fuera la hora de irse. —¡Adiós,
gatitos! —grité hacia la casa, lo suficientemente alto como para que me oyeran
desde cualquier esquina donde se habían acurrucado—. ¡Los quiero!
Me puse mis gafas de sol de nuevo cuando salí por la puerta. David cerró la
puerta y la aseguró con su llave.
Subimos al coche, David frente el volante y Nana en el asiento del pasajero,
yo en la parte de atrás al lado de mi nuevo ordenador portátil.
A medida que nos retirábamos de la calzada y nos dirigíamos colina abajo,
miré a la casa una vez más. Una mirada, como si pudiera tomar un trago más y me
llevaría todo lo que necesitaba para llevar conmigo.
Después cerré los ojos.
Eso fue todo. Eso era el Antes. Y aquí vamos al Después.
J ennifer Castle se graduó en la Universidad de
Brown y trabajó como asistente de un
publicista de celebridades, un redactor
publicitario, y un guionista con dificultades (sí,
eso es un trabajo real) antes de especializarse en la
producción de sitios web para niños y
adolescentes. The Beginning of After es su primera
novela. Ella vive con su esposo y sus dos jóvenes
hijas en Hudson Valley en Nueva York, y espera
que la compenses con una visita online en
www.jennifercastle.com.
http://www.librosdelcielo.net/forum

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