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Maia8 tamis11
Mali..♥ liRose Multicolor
★MoNt$3★ Deydra Eaton
Melii Juli
Mery St. Clair **Maria**
LuciiTamy Panchys
PaulaMayfair
Sinopsis Capítulo 21
Capítulo 1 Capítulo 22
Capítulo 2 Capítulo 23
Capítulo 3 Capítulo 24
Capítulo 4 Capítulo 25
Capítulo 5 Capítulo 26
Capítulo 6 Capítulo 27
Capítulo 7 Capítulo 28
Capítulo 8 Capítulo 29
Capítulo 9 Capítulo 30
Capítulo 10 Capítulo 31
Capítulo 11 Capítulo 32
Capítulo 12 Capítulo 33
Capítulo 13 Capítulo 34
Capítulo 14 Capítulo 35
Capítulo 15 Capítulo 36
Capítulo 16 Capítulo 37
Capítulo 17 Capítulo 38
Capítulo 18 Epílogo
Capítulo 19 Sobre el Autor
Capítulo 20
E
l mundo de Laurel, de dieciséis años, cambia instantáneamente
cuando sus padres y hermano mueren en un terrible accidente
de auto. Detrás del volante está el padre de su vecino, el chico
malo, David Kaufman, cuya madre también murió. A raíz de la tragedia,
Laurel navega en una nueva realidad en la que ella y su mejor amiga se
separan, los chicos pueden o no estar acercándose a ella por lástima,
dominada por recuerdos acechándola por todas partes, y el señor Kaufman
está en coma, pero muy, muy vivo. A pesar de todo está David, quien entra
y sale de la vida de Laurel y con quien se siente atraída a pesar de no
quererlo. Ella siempre estará vinculada a él por sus mutuas pérdidas, una
conexión que podría cambiarlos de maneras inesperadas.
Traducido por Anna Banana
Corregido por Maia8
Cualquiera que haya tenido que pasar por algo realmente horrible te dirá:
todo es sobre el Antes y el Después. De lo que estoy hablando aquí es del ka-pow,
el tipo de mierda que-sacude-tu-centro-y-vuelve-tus-huesos-de-plástico. Una parte
de tu vida se desunce de la otra.
Y uso esta palabra, desuncir, porque pasé mis últimas horas del Antes
estudiando las U en una lista de vocabulario del SAT. Fue en abril de mi tercer año
en la escuela secundaria. Tenía dieciséis años y la fecha para el examen, estaba a
menos de dos semanas, marcada con tres signos de exclamación en color púrpura
en mi calendario de pared.
Desuncir: de separar. El señor Lee de mi curso de preparación para el SAT
nos enseñó a crear una imagen mental que nos ayudaría a recordar lo que quería
decir una palabra. Me imaginé a mí misma haciendo merengue en nuestro tazón
azul, separando la clara de un huevo de la yema. Continué a reconvenir.
Mi mamá gritó desde el pasillo de su habitación—: ¡Laurel, dile a tu
hermano que se vista! ¡Tenemos que salir en veinte minutos!
O mejor conocido como veinte minutos antes de que mi tortura China
comenzara. Me hubiese gustado pasar el tiempo con las U toda la noche, pero en
su lugar dibujé una flecha junto a reconvenir para marcar donde había quedado, y
me dirigí hacia el dulce olor indecente procedente de la cacerola de mi madre para
hacer lo que se me dijo.
Gracias a la técnica inspirada por el señor Lee, recuerdo a mi familia esa
noche, mientras se alistaban para salir de nuestra casa para nunca volver, en
pequeñas fotografías instantáneas. Mi madre revoloteando entre su ordenador
portátil y su armario, respondiendo correos electrónicos mientras se probaba su
vestido azul, y luego su vestido verde y después el azul de nuevo. Mi padre
caminando por el sendero, regresando del barrio de Manhattan y retirando la
corbata de su cuello. Mi hermano, Toby, jugando Xbox en el estudio, tan hundido
en su silla de juegos que era difícil recordar que en realidad tenía una columna
vertebral y podía caminar erguido.
—Mamá dice que tienes que ponerte los pantalones de color caqui y los
zapatos marrones —le dije desde la puerta.
—¿Te refieres a mi ropa geek? Uh, de ninguna manera. —No retiró su vista
del videojuego.
—Es Pésaj1. Ella me está haciendo usar un vestido.
—No entiendo por qué tenemos que hacer esto.
—La señora Kaufman estaba preocupada de que estaríamos solos porque
Nana no viene este año. —Nos encontrábamos en los suburbios de Nueva York,
apenas a una hora de la ciudad, pero Nana vivía al norte del estado. Los Kaufman
eran nuestros vecinos a tres casas de distancia.
—Tenía la esperanza de que sólo pediríamos una pizza.
—Dímelo a mí —le dije.
—¿Qué, acaso no quieres pasar el rato con tu mejor amigo? —Toby quitó sus
ojos del televisor para lanzarme una sonrisa de hermano pequeño.
—Cállate —le dije, mi sonrojo llegando a la parte detrás de mi cuello.
—¡Chicos! —dijo mi padre de pronto en la habitación—. Nada de eso esta
noche, ¿de acuerdo? Especialmente usted, señor Actitud. —Juguetonamente
golpeó el hombro de Toby—. Sé un adulto. Acabas de pasar un bar mitzvah2,
después de todo.
—Y tiene mil trescientos dólares en cheques de familiares que lo prueban —
le dije. Ante eso, mi padre me sonrió, una de esas sonrisas de padre que te hacen
sentir como la única hija en el mundo.
En breve todos estábamos listos y saliendo por la puerta, mis padres, cada
uno cargando un plato cubierto con aluminio. Toby rápidamente tironeó sus
pantalones en la entrepierna, pensado que nadie lo vio.
1Pésaj es la festividad judía que conmemora la salida del pueblo hebreo de Egipto.
2
En la religión Judía: cuando un niño mayor de 13 años de edad se convierte en un “bar mitzvah”
es tratado como un adulto. Lo cual ahora lo hace moral y éticamente responsable de sus decisiones
y acciones.
Ahora se encontraba sentada al frente del gran comedor de roble,
tamborileando dos dedos bien cuidados en su vajilla de porcelana. Mis padres,
Toby y yo nos removimos en nuestras sillas, mientras que el señor Kaufman estaba
parado en la esquina de la habitación con un vaso de whisky, diciendo—: Puedes
estar seguro, puedes estar seguro. —Una y otra vez a alguien en el otro extremo de
su teléfono celular.
—Lo siento —dijo la señora Kaufman—. David dijo que bajaría en unos
minutos.
Esperamos unos minutos más. Me sentía nerviosa y lo odiaba, tratando de
ignorar a Toby pateando mi tobillo por debajo de la mesa.
Finalmente, el señor Kaufman colgó el teléfono, caminó a la escalera y dio
un puñetazo sobre la barandilla.
—¡David! —gritó con una voz que hizo temblar los vasos de cristal con agua
sobre la mesa.
Una pausa. Oí pasos, una puerta cerrándose, pisadas sobre la escalera. El
sonido de David Kaufman uniéndose a nosotros para la cena de Pésaj.
Y después, ahí se hallaba él, luciendo desaliñado, en la puerta. Su pelo negro
y ondulado trasquilado colgaba alrededor de su cara, era un corte de pelo que
podría haberse hecho a sí mismo o en un salón caro, nunca sabrías la respuesta.
Cuando llegó a la mesa, retiró una parte de su pelo hacia atrás de una oreja
y me miró, a Toby y luego a mis padres, con unos ojos grandes y brillantes que
nunca coincidían con el resto de él. Especialmente ahora. Parecía confundido,
como si hubiera olvidado que nuestra familia estaría presente, en su casa,
interrumpiendo su noche de escuchando-música-en-mi-iPod-y-viendo-porno-en-
Internet.
—Hola —dijo, sin mirarme, sino mirando unos cuantos centímetros a mi
izquierda.
—Hola —le dije, y esta vez, cuando Toby me pateó, lo pateé con fuerza.
David era un año mayor que yo y una vez, hace tanto tiempo que podría
haber sido un sueño, éramos amigos de pequeños. Ahora él era un miembro más
de los que todos en nuestra ciudad les llamaban la “Muchedumbre del ferrocarril”,
lo que significaba que pasaba la mayor parte de su tiempo en el aparcamiento de la
estación del tren, fumando y bebiendo y tallando palabras en los bancos de madera
que se suponían eran para que la gente normal se sentara. No habíamos hablado el
uno con el otro en años, a excepción de los dolosamente, raros e inevitables “hola”
en las fiestas del vecindario o cuando nos cruzábamos en la escuela. Pero yo sabía
lo que era para él: una chica cuyo nombre siempre se hallaba en la Lista de
Honores, el único miembro del club de teatro que nunca aparecía en el escenario. A
pesar de nuestro pasado jugando juntos, a pesar de la amistad entre nuestras
familias, David y yo nos encontrábamos en órbitas diferentes.
Sobreviví la cena pretendiendo que él no estaba allí, lo cual fue
sorprendentemente fácil de hacer puesto que comió en silencio, mirando con una
expresión en blanco a su plato. Cuando fue su turno para leer, David negó con la
cabeza y pasó la Hagadá3 a mi hermano. Y si miró en mi dirección, fue cuando yo
miraba a otro lugar.
3 Es el texto utilizado para los servicios de la noche de Pésaj, conteniendo la lectura de la historia de
la liberación del pueblo de Israel de Egipto conforme esta descrito en el Libro del Éxodo.
—Rayos, sí —dijo el señor Kaufman—. Ya hemos hecho nuestro trabajo
aquí. Vayamos por algunos batidos de leche.
Tiré de la parte de atrás del vestido de Mamá y captó la señal.
—Oh, Laurel volverá a casa. Tiene tarea que terminar.
—Te traeremos algo —dijo mi padre, guiñando un ojo.
Ahora David, quien todavía estaba junto a la ventana, volvió a la vida.
—Yo tampoco puedo ir. Tengo que ir a donde Kevin… —Pensó con rapidez
en una excusa—. Prometió ayudarme con cálculo.
La señora Kaufman miró a su hijo, y tuve la sensación de que nunca lo había
oído decir la palabra cálculo hasta ahora.
—Está bien —dijo derrotada—. Pero quiero que estés aquí para cuando
volvamos a casa. Llamaré si tengo que hacerlo.
—Sí, sí, lo que sea —decía David, ya caminando hacia el armario en el
vestíbulo.
—Está lloviznado. Llévate un paraguas —dijo la señora Kaufman.
Él la miró, puso sus ojos en blanco, y tomó su chaqueta de cuero. Agitó su
mano hacia nosotros, murmurando algo como “adiós” y salió por la puerta.
Los padres ahora hablaban acerca del transporte. El señor Kaufman tenía un
nuevo utilitario híbrido y lucía ansioso para mostrar lo amplio que era. Caminé
junto a ellos hasta el garaje, donde el coche estaba deslumbrante y con ganas de
complacer.
La señora Kaufman me entregó un paraguas de la nada.
—Toma. Sé que no tienes que caminar mucho, pero, ¿por qué mojarse? —
dijo. Su mirada parecía decir: Me gustaría haber tenido una hija como tú, quien prefiere
hacer los deberes que estar con la mala influencia de Kevin McNaughton.
Toby se subió al asiento trasero del coche, tarareando algo. Mi madre abrió
la otra puerta de al lado y se inclinó para besarme en la mejilla.
—Tienes la llave, ¿no?
Asentí, señalando hacia mi bolso. Mientras la puerta del garaje se abría y el
señor Kaufman ponía en marcha el motor, me dirigí hacia el camino de la entrada
y saludé a mi padre quien me miraba desde el asiento del pasajero.
Luego abrí el paraguas cuando pasaron por mi lado, para que la señora
Kaufman pudiera ver, pero una vez que doblaron la esquina, lejos de la casa y
abajo de la colina, volví a cerrarlo.
La lluvia era ligera y delicada, y me encantaba su sensación sobre mi piel
mientras me dirigía a casa.
Traducido por Anna Banana
Corregido por Maia8
No hubo muchos detalles sobre el accidente para que el teniente Roy Davis
me explicara. Se dijeron y se preguntaron cosas, y de pronto estaba sentada con las
piernas cruzadas en el piso de la sala, derrumbada por el peso de la nueva noticia.
Mi madre, padre y alguien quien ellos supusieron era mi hermano habían
sido declarados muertos al llegar al Hospital Conmemorativo Phillips.
También la señora Kaufman.
El señor Kaufman se hallaba en la sala de emergencias. No había muerto al
llegar. Estaba en mal estado cuando llegó.
De alguna manera, el nuevo utilitario se había salido de la carretera,
cayendo en una zanja y se prendió fuego. No sabían ni el cómo ni el por qué.
Esos simples hechos sin explicación. Hojas sobre el agua, flotando en
grupos, demasiado ligeras para romper la superficie.
Y ahora, las cosas simplemente se detuvieron, duro. Como el aire; ya no lo
podía sentir moviéndose a mí alrededor. O mi capacidad para tragar; estaba segura
de que si lo trataba, mi garganta se congelaría y se quedaría así para siempre. Era
como si de repente estuviera encerrada en una burbuja donde todo estaba
completamente y totalmente mal, mal, mal y tenía que salir.
¿Cómo puedo salir de aquí? ¿Puedo tomar un gran paso y estar al otro lado de ella?
Tal vez si digo algo, lo que sea, la burbuja entera se reventaría con un gran POP.
Así que dije lo primero que se me ocurrió—: ¿Qué debo hacer ahora?
El teniente Davis comenzó a hablar, pero se detuvo, mordiéndose el labio.
Entonces me di cuenta de la magnitud de mi pregunta.
—Me refiero a, ¿tengo que ir a la morgue o algún lugar? —dije—. ¿Tengo
que firmar algo?
Su rostro se suavizó con verdadera tristeza.
—Sí, necesitamos a alguien que identifique los… a ellos… pero no tienes
que ser tú. ¿Hay algún familiar que te gustaría que contactemos?
Nana. La imaginé llegando a casa después de cenar en casa de su amiga
Sylvia. Lavando su cabello, limpiando el Clinique de sus labios. No había manera
de que yo hiciera esa llamada telefónica.
Le di el número de mi abuela al teniente Davis y le entregué el teléfono.
Estaba en la cama cuando Nana llegó, casi antes del amanecer. La señora
Dill me había dado dos pastillas que siempre tenía a mano para sus ataques de
pánico. El medicamento se divertía conmigo, haciendo creer que una cosa era real,
y después otra. En mi mente, hablaba con alguien en el mostrador de boletos del
Athens Theater, pidiéndole que me dejara entrar a pesar de que la película ya
había comenzado.
—¡Pero todos los que conozco están ahí! —grité.
Sentí a mi abuela poner su mano sobre mi cabeza, suavizando mi ceja con su
pulgar.
—Estoy aquí, Laurel —decía.
Ahora la máquina de palomitas de maíz detrás del mostrador de boletos olía
a Chanel No. 5.
El pasillo afuera de la puerta de mi habitación era un hervidero de voces
que resonaban desde la sala de estar. Alguien se sopló la nariz.
Dentro de mi cabeza, ya no trataba de entrar a ver la película. Me había
dado por vencida y seguí adelante, vagando por la calle hacia un supermercado,
de pronto muriéndome de hambre.
Traducido por Anna Banana
Corregido por Mali..♥
Casi todos fueron al funeral, el cual tuvo lugar en un día tan hermoso, que
normalmente las personas estarían caminando por ahí diciendo cosas cliché como,
“¡La primavera ha llegado!”. El aire olía a fresco y dulce, y la ligera brisa hacía
cosquillas.
Todo nuestro vecindario estuvo presente. Los familiares que no había visto
en años, los amigos de mis padres de la universidad y los compañeros de trabajo
de la oficina de papá. Los amigos de Toby y sus compañeros del equipo de fútbol
vinieron con sus padres y sus profesores. Dos de ellos habían sido mis maestros
también, hace tan sólo unos años atrás. Algunos chicos del colegio y sus familiares,
más docenas de personas que no conocía o no recordaba sus nombres. Todos
estuvieron de pie en la funeraria.
Nana y yo nos sentamos adelante, donde casi nadie podía mirarnos, y ella
sostuvo mi mano fuertemente mientras la gente hablaba. Sabía que se suponía que
debía escuchar, asentir y llorar como todos los demás, pero estaba demasiado
ocupada escribiendo una carta en mi cabeza:
Queridos mamá, papá y Toby,
Hay mucha gente aquí. Eso es bueno, ¿verdad?
¿Acaso no todos se preguntan quién asistirá a su funeral? Así que ahora ya lo
saben. Si están viendo. Me gustaría pensar que están observando, pero por si acaso no lo
están, aquí están los puntos más destacados:
Los amigos de Universidad de papá, Tom y Lena, leyeron un poema que escribieron
juntos.
La maestra de música de Toby, la Sra. McAndrew, cantó “Amazing Grace”. ¿Acaso
nadie le dijo que este era un funeral judío? Pero sí sonaba bastante bien.
Mamá, tu amiga Tanya Emily leyó un poema de Dickinson. ¿Era realmente tu
favorito como ella dijo?
Fue genial que el rabino se prestara para hacer el servicio, ya que nunca nos
molestamos en unirnos a la sinagoga —supongo que cuando sólo hay un rabino en la
ciudad, eso es lo que se tiene que hacer. Habló acerca de la bondad de la comunidad y los
mitzvot4. Ojalá pudiera ser más específica, porque al parecer lo que dijo hizo llorar a un
montón de gente, pero cuando él hablaba, yo miraba a dos ardillas en un árbol a través de la
ventana.
Nana lloró en voz alta dos veces. Tuve que darle algunos Kleenex porque utilizó
todo su pañuelo. No tenía nada de color negro, así que usé uno de tus vestidos, mamá. Era
un poco grande en el busto, pero creo que se veía bien.
Con amor,
Laurel.
4 Mandamientos Judíos.
demás. Sólo hacían lo que pensaban que debían de hacer, lo cual era exactamente
lo que yo también hacía.
Me encontraba en el baño cuando oí a la señora Dill y a su vecina de al lado,
la señora Franco, hablando en voz baja al otro lado de la puerta.
—¿Saben algo más sobre lo que sucedió? —preguntó la señora Franco.
—No lo creo —dijo la señora Dill—. Ellos podrían hacer un llamado a
testigos, para ver si algún otro conductor vio algo.
—¿Qué crees tú que sucedió?
Una pausa. Me quedé quieta en el inodoro, inclinándome para escuchar
mejor.
—Probablemente Gabe —susurró la señora Dill—. Apuesto a que bebió un
poco más en la cena. ¿No te acuerdas de la fiesta de Navidad del año pasado?
—Me acuerdo —dijo la señora Franco con tristeza—, Betsy tuvo que
obligarlo a que la dejara conducir de vuelta a casa.
Pensé en el señor Kaufman hablando en su teléfono celular esa noche, con
su trago en sus manos. Y después pensé en envolver mis dedos alrededor de su
garganta y apretarlo duro, lo que no era algo en lo que quería estar pensando en el
baño durante el funeral de mi familia, en una casa llena de gente al otro lado de la
puerta. Borré la imagen de mi cabeza con un borrador mental.
Esperé tres minutos y luego asomé la cabeza por la puerta del baño. La
señora Franco y la señora Dill se habían ido y no había moros en la costa.
Mi abuela, June Meisner, tenía clase. Todo el mundo lo decía. Vestía ropa de
temporada y nunca salía de la casa sin maquillaje. Se arreglaba el pelo dos veces
por semana en el Salón de Marcella y lo mantenía teñido de un color marrón
oscuro. Nana trabajaba como voluntaria en un acilo para ancianos lleno con los que
ella llamaba sus “viejitos,” a pesar de que muchos eran más jóvenes que ella.
Supongo que tenía suficiente clase que me hizo volver a usar el vestido
negro de mi madre y asistir al funeral de la señora Kaufman al día siguiente.
Nana se veía tan pequeña en el asiento del conductor de nuestro Volvo, sus
manos en la posición correcta sobre el volante, sus uñas perfectamente cuidadas.
Mientras nos dirigíamos hacia el cementerio ella se volvió a mirarme, sus ojos
todavía rojos del llanto de anoche, cuando pensaba que no podía oírla.
—Doy gracias a Dios cada hora por el hecho de que tú no estabas en ese
auto.
Pegué mi nariz a la ventana, sin ser capaz de mirarla. —Nana, no.
—Tú me conoces. Me gusta agradecer por las bendiciones que tengo.
—Si tiene que agradecerle a alguien es a la profesora Messing por toda la
tarea de francés que nos dio. —Miré a mi abuela, para dejarle saber que no estaba
siendo sarcástica.
—¿Qué pasa si hubieras ido con ellos y los hubiese perdido a todos?
—No voy a tener esta conversación ahora.
Ella y mi madre eran expertas en esta táctica: Saca a relucir un asunto serio
cuando estás conduciendo, para que el chico que estás mortificando con la
conversación no tenga a dónde correr, sin habitación para huir; estaban atrapados.
No quería decirle la verdad, algo que se hallaba al rojo vivo en la boca de mi
estómago y me asfixiaba, cada día más pesado. Si yo hubiera ido con ellos, si
hubiera terminado mis deberes antes o simplemente hacerlos en la mañana, habría
sido una persona más tratando de caber en el utilitario de los Kaufman. Tal vez mi
padre habría insistido en ir en autos separados. Tal vez yo estaría viajando con mis
padres y Toby en este momento, para enterrar a la señora Kaufman. Un funeral,
una persona, en la forma en que todo el mundo está acostumbrado a hacerlo.
No podía hablar de ello, no podía pensar en ello. Si lo hacía, sentía esa bola
de fuego nuevamente, arrastrándome cada vez más hacia el suelo. Parecía que la
única manera de continuar respirando era pensando en el aquí y ahora, momento a
momento, manteniendo mi mente cerrada ante cualquier otra cosa.
Empecé a estudiar como loca. Parecía que mis manos estaban siempre en el
borde del libro SAT, sintiendo la suavidad deshilachada o corriendo por la
superficie brillante de su cubierta.
Cuando Meg se acercó pudimos preguntarnos la una a la otra, no siempre
hablando de la escuela, pero una noche me dijo casualmente—: Julia La Paz llegó
hoy y me habló. Me preguntó cómo estabas.
—Ew.
Julia era la novia de David y tenía el pelo del color como las luces de neón
rosas más abajo de los hombros. A veces la gente la llamaba “Mi Pequeño Pony”,
para ser hirientes.
—No, ella fue como, un poco agradable. Y muy depresiva. No ha oído
hablar de David en una semana.
Traté de imaginar a Meg y Julia charlando entre sí en un armario, con las
cabezas juntas, pero no podía hacerlo. Era como tratar de imaginar la Tierra plana.
—¿Fue al hospital? Sabe que él está ahí, ¿verdad?
Meg asintió. —Lo sabe. Sólo está asustada.
Y luego me quedé en silencio, porque sí, yo también estaría asustada.
El sábado del SAT me desperté desde el sueño más profundo que había
tenido desde el accidente. No tuve ningún sueño, e incluso mis sábanas no estaban
empapadas de sudor. De inmediato, las palabras comenzaron a marchar por mi
cabeza. Asidua: “Muy trabajadora”.
Ostentoso: “Mostrar la riqueza”. Reivindicar: “Para borrar de la culpa”.
Rencorosa: “Odiosa”. Vinieron en un orden que no tenía ningún sentido para mí,
pero parecía predispuesto por algo.
¿Papá? ¿Eres tú, haciendo esto?
Luego sacudí la idea, fuera de mi cabeza. No había espacio para eso hoy en
día.
Una hora más tarde, la minivan de los Dill pasaba por el camino donde yo
caminaba de un lado a otro, y me sorprendí al ver a la señora Dill detrás del
volante con esa sonrisa amplia y rígida que siempre había tenido para mí, incluso
antes del accidente. Meg se hallaba desplomada en el asiento trasero. A medida
que subía junto a ella, rodó los ojos.
—Mamá insistió en conducir. Dice que quiere que me relaje.
—¿Estás nerviosa? —pregunté.
—Dejé de estudiar a las ocho y vi tele toda la noche. Me imagino que, si no
sé, nunca lo haré.
Nos montamos en silencio hacia la escuela, y me di cuenta. Iba a ver a la
gente. Iban a verme.
Al entrar en el vestíbulo de la entrada principal, centré mis ojos en un punto
en el suelo, sin saber dónde mirar. Pero en cuestión de segundos, sentí una mano
sobre mi hombro y me volví a ver al señor Churchwell.
—¡Laurel! —dijo con una sonrisa de yeso—. Es tan bueno verte. —Luego, su
voz se hizo más baja y la sonrisa se desvaneció—. ¿Estás bien? ¿Aún quieres hacer
esto?
Asentí, y entonces él me empujó a un lado.
—Bueno, hemos quedado en algo un poco especial para ti. La junta del
colegio nos dio permiso para que puedas tomar el examen en una habitación sola.
Voy a estar allí también, por supuesto, pero no otros estudiantes. ¿Te gustaría eso?
Miré sus ojos brillantes, esas arrugas de serio en el medio de la frente, y me
pregunté si alguien en el mundo de los adultos pensaba que era lindo.
—Gracias —dije—. Eso sería genial.
—Te llevaré a la sala de clase que hemos creado para ti. —Comenzó a
llevarme lejos, y me di la vuelta hacia Meg, que nos había estado observando y
ahora me miraba perpleja. Sólo me encogí de hombros antes de volverme para
seguir al señor Churchwell lejos de la multitud.
Ni siquiera había tenido la oportunidad para desearle suerte a mi mejor
amiga.
Cuando la señora Dill me dejó en casa, Nana hablaba por teléfono con
alguien. Me saludó mientras cerraba la puerta principal, y luego se dio la vuelta.
Masher corrió desde otra habitación, y me arrodillé para enterrar los dedos en la
piel en su espalda.
—Sí, lo entiendo —dijo en lo que yo sabía que era su tono “fui criada para
ser agradable con todo el mundo”—. Bueno, apreciamos la actualización, teniente.
Si hay algo que podamos hacer para ayudar, sólo háganoslo saber. —Colgó el
teléfono rápidamente, luego dio la vuelta—. ¡Oh! ¡Tenía la esperanza de ser capaz
de darte un abrazo grande de felicitaciones al segundo que entraras!
—¿Quién era ese? —pregunté. Me puse de pie y Masher se lanzó de la
habitación, como si supiera que su trabajo por el momento se había hecho.
—Era el teniente Davis, sólo nos actualizaba.
—¿De qué?
—¿Podemos hablar de ello más tarde? Quiero saber acerca de las pruebas.
—Después de que me cuentes que dijo.
Nana suspiró y miró al techo. —Están tratando de determinar la causa
oficial del accidente. Tienen que hacer eso, tú sabes, para sus registros.
—Sé acerca de los registros.
—Bueno, dijeron que el señor Kaufman pudo haber estado demasiado
bebido, hicieron una prueba a su nivel de alcohol en la sangre en el hospital esa
noche. Estaba justo en el límite. Sin embargo, el teniente Davis personalmente
piensa que no había otro vehículo implicado. Así que están esperando el siguiente
paso de alguien.
Me senté, recordando lo que había escuchado en el funeral, y me sentí
contenta de que la culpa a Kaufman se volvía más oficial. Si yo pudiera echarle la
culpa, no podría culparme a mí misma. Podía odiarlo, incluso, y nadie me culparía
por eso.
Ni mi papá. Yo sabía que siempre le disgustó Kaufman un poco, junto con
los dos o tres otros padres en nuestra comunidad que han hecho un montón de
dinero y compraron un montón de cosas grandes y evidentes con ello. Mis padres
no creían que lo sabía, pero lucharon para apoyarnos, y algunas veces no lo
lograron y necesitaron la ayuda de Nana.
—Pero no quiero que te preocupes por todas estas cosas del accidente —dijo
Nana—. Esto no nos afecta.
—Por supuesto que nos afecta. ¿Cómo no podría afectarnos? —pregunté, sin
estar lista para dejarlo todavía.
Ahora Nana pasó de triste a un poco más feroz, sus ojos estrechándose.
—Tenemos nuestro propio trabajo con el duelo y seguir adelante con
nuestras vidas. No voy a dejar que te impidan ser capaz de hacer eso.
Vi que ella tenía lágrimas en los ojos, y todo que yo quería era sacarlas.
—Lo siento, Nana —dije—. Tiene razón.
Asintió, y luego fue a la cocina y salió con un plato de brownies. —Hice esto
para celebrar el SAT.
Y justo así, la conversación había terminado.
Traducido por Panchys
Corregido por Mali..♥
Como una idiota, esperé toda la noche que el teléfono sonara, ni siquiera
segura de que quería que lo hiciera. Pensé que si me preguntaba, iría al baile de
graduación. Lo haría para mostrar lo fuerte que era.
Pero al día siguiente, Joe Lasky se las arregló para sorprenderme. Estaba en
la escalera norte, en la ruta de la clase de historia a la de francés en el segundo piso,
pensando en la tarea que apenas había terminado, cuando alguien me llamó. Hizo
eco contra los ladrillos y el metal y fue seguido por el clank clank de pasos muy
rápidos.
Joe. Rebotando su larguirucho cuerpo por la escalera. Usaba una camiseta
antigua de The Who y jeans holgados, sus libros bajo uno de sus brazos.
—Hola —dijo, al llegar al rellano en el que me había congelado.
—Hola, Joe —dije. Cuando hablaba con chicos, la cosa-de-hermana-mayor
tendía a salir. Demasiado sarcasmo, una urgencia de probar que era más lista de lo
que ellos eran. Apestaba totalmente en el coqueteo.
—Escucha, no te he visto realmente esta semana, pero quería tener la
oportunidad de decirte cuanto lo siento. ¿Cómo ha sido hasta ahora, volver a la
escuela?
Se detuvo un poco mientras hablaba, pero sus ojos eran amplios, profundos,
sinceros. Había escuchado ese tipo de oración demasiadas veces recientemente, y
notaba cuán diferente las personas la pronunciaban. Lo que Joe Lasky parecía estar
olvidando —o lo que esperaba que yo estuviera olvidando—, era el hecho de que
no me había dicho una palabra en al menos tres años.
—Ha estado bien. Lo del cliché es verdad. Un día a la vez. —Me detuve,
recordándome ser agradable, ¡sólo sé agradable! Así que añadí—: Gracias por
preguntar. Es muy dulce.
Joe se encogió de hombros, metió la mano en su bolsillo y sacó un CD.
—Escucha, Laurel, cuando mi abuelo murió el año pasado, aunque sé que
no es lo mismo, éste álbum me ayudó. Es esta banda realmente oscura de la que
nadie ha escuchado, pero rockean totalmente, y creo que te gustarán. Hice una
copia para ti.
Sostuvo el CD y lo observé, las lágrimas de repente llenaron mis ojos. No, no,
no, Laurel. Una cosa es ser menos sarcástica, pero no llores frente a Joe Lasky en la escalera
norte.
—Gracias. —Me atraganté, tomando el CD. Ambos lo miramos por un
momento, no queriendo vernos el uno al otro, y de pronto la campana sonó.
—Me tengo que ir, Laurel —dijo, mirando ahora sobre mi hombro—.
Déjame saber qué piensas de la banda.
Entonces se había ido, y comencé a caminar hacia francés, tocando las
esquinas de plástico de la caja del CD mientras avanzaba.
En casa ese fin de semana, nuestras vidas parecían siempre tener algo qué
hacer. Había tarea, claro, aunque había un acuerdo silencioso de que yo podía
retrasarme con ella tanto como quisiera. Nana comenzó a darme algunas tareas.
Aspiradora aquí, Windex allí. Nada pesado, pero lo suficiente como para contar
como los primeros pasos de un bebé que va hacia algo. En el medio, revolví el
estante de DVD de Toby en el estudio y encontré nuevas películas que ver.
David Kaufman llamó el sábado en la mañana para preguntar si podía venir
y ver a Masher; el hospital se había abarrotado con otros visitantes y necesitaba un
descanso. Escuché a Nana decirle que no tenía que llamar, que era bienvenido
cuando quisiera pasarse por allí, e hice una mueca.
Me encontraba en la parte de atrás, barriendo la terraza y escuchando mi
iPod, cuando apareció. La banda oscura de Joe, resultó ser justo lo que necesitaba.
Gemidos de pena hechos música, tristes pero aún dulces y ciegamente optimistas.
Lo había estado escuchando sin parar desde la tarde anterior.
Nana golpeó gentilmente su lado de la ventana del comedor, y miré hacia
arriba. Estaba de pie allí con David, Masher ya a su lado. Ella saludó con la mano,
él me dio un tipo saludo —era más como un aleteo con la mano— y se alejaron del
vidrio. No estaba segura de si se suponía que entrara y le hiciera compañía. Sólo
seguí barriendo. Cinco minutos después ella apareció otra vez en la ventana.
Cuando finalmente obtuvo mi atención, apuntó enérgicamente hacia el estudio, sus
cejas se alzaron. Sacudí mi cabeza en un no.
Asintió en un sí. Sacudí mi cabeza otra vez y entonces salió por la puerta
trasera para quitar los audífonos de mis orejas.
—Ve y dile hola —dijo, enojada.
—¡Tú fuiste la que dijo que él podía venir! Tú habla con él.
—No seas tonta.
—Nana, no entiendes. No somos amigos. Ahora apenas lo conozco.
Me miró y se ablandó, después me entregó de regreso mis audífonos.
—Pensé —dijo—, que quizás necesitas alguien con quien hablar.
Me detuve, girando para mirar hacia la puerta abierta.
—Bueno, no lo necesito. Al menos, no alguien que es básicamente un
extraño. Si quisiera parlotear con un extraño, llamaría a esa persona Suzie.
Por un segundo, Nana lució como si quizás hubiera forzado esto. Me
recordó cuando era más joven y siempre intentaba sacudir mi timidez. Ve y siéntate
con tu tía abuela Ruth, no te ha visto en tanto tiempo. Ve a preguntarle a la vendedora si
hay algún baño para señoritas que puedas usar. Pero sólo sonrío, me palmeó el
hombro, y entró en la casa.
Un minuto después, David salió.
—Hola, Laurel —dijo, mirando alrededor de la terraza. Masher lo siguió
fuera y vino en línea recta hacia mí, metiendo su nariz en mi entrepierna.
Salté hacia atrás. David gritó—: ¡Mash! ¡No! —Después giró hacia mí.
—Lo siento. Hemos estado intentado que no haga eso desde que era un
cachorro.
No tenía por qué saber que Masher me lo hacía todo el tiempo y que
pensaba que era graciosísimo.
—Si es de algún consuelo —dijo David—, sólo se lo hace a las personas que
realmente le gustan.
—Bueno… ¿quién no? —David resopló una risa, luego ambos nos
quedamos en silencio. Una gran e incómoda pausa. Examiné un punto en el suelo
cerca de sus pies.
Finalmente, dijo—: Te preguntaría cómo estás, pero probablemente odiarías
esa pregunta incluso más que yo.
Miré hacia arriba, a él. No sonreía, pero las esquinas de su boca parecían
relajadas y felices.
—Sí —fue todo lo que dije, pero remarqué en la s y él asintió.
—Deberías ver lo que es en el hospital. Todos quieren curarme algo.
—Es bastante ridículo en la escuela, también —añadí.
—¡Ugh! Sólo puedo imaginármelo —dijo. Una sombra cruzó a través de su
rostro y frunció el ceño, aparentemente al punto en el suelo, cerca de mi pie
ahora—. Imagino que la policía te contó sobre mi papá.
Sentí un disparo de adrenalina, de ira correr a través de mí, pero lo tragué.
—Le dijeron a mi abuela, así que, sí.
—No estaba borracho, sabes.
—Está bien —fue todo lo que dije. Tragué otra vez. Mi corazón golpeando
en mis oídos.
—Oficialmente dicen que estaba en el límite, pero te digo, lo he visto beber
mucho más de lo que bebió esa noche y estar totalmente bien. Conduciendo, digo.
—Estoy segura que sí —dije. Sentía que no importaba con qué clase de
estúpidos gruñidos de acuerdo saliera, David aún sonaría como si estuviera
corrigiéndome.
—Prometieron que están buscando por otro conductor, pero creo que son
demasiado perezosos. Es mucho más fácil para ellos echarle la culpa de todo a mi
papá.
¡Yo le echo la culpa de todo a tu papá! Sentí que tenía que decir. Pero también
me tragué eso, más fuerte y más amargo que cualquier otra cosa. Después miré a
David y me di cuenta que también estaba perdiéndose un poco.
Sólo quería estar fuera de esta conversación pero me sentía sujeta
completamente.
Después Masher saltó hacia David y rompió la tensión. Amaba a ese perro.
—Escucha, ¿tienes un frisbee? —dijo casualmente David, como si el
momento previo nunca hubiera ocurrido—. Iba a ir al frente y arrojarlo alrededor
con él por un rato. Está desesperado.
—Creo que Toby tiene al menos uno —dije. Comencé a caminar alrededor
de la casa hacia la puerta lateral del garaje, y ambos me siguieron.
Toby, pretendiendo apuntar un frisbee a mi cabeza. Dándole vueltas a uno en su
dedo como un trompo. Estando enojado de que el brillo en la oscuridad no brillara para
nada, y llevándolo de regreso a la tienda.
En mi camino dentro del garaje, aparté mis ojos del lugar en el césped
delantero en donde a mi hermano le gustaba jugar con todas sus cosas de chico.
Toby mantenía sus frisbees guardados en una caja con espinilleras fútbol, un
pajarito de bádminton, y un solo tenis, que aún tenía tierra endurecida en la suela
de algún partido de futbol de hace tiempo.
Si huelo esto, pensé, olerá como él, o ¿sólo será desagradable? Detente. Aléjalo.
Tragué duro, tomé uno de los frisbees, y se lo arrojé a David, quien lo atrapó
con ambas manos.
—Gracias —dijo, y se dirigió fuera al patio delantero. Me detuve en la punta
de mis pies para mirarlo por una de las ventanas de la puerta del garaje. David se
agachó y disparó el frisbee diagonalmente hacia los árboles, donde Masher lo
atrapó con su boca a unos buenos cuatro metros del suelo.
Esa noche en la cena, Nana dijo—: Odio verte tan molesta por algún niño.
Por un segundo pensé que hablaba sobre David, y después me di cuenta
que se refería a Joe.
Alguien la había puesto al día, la señora Dill, apostaba.
—Chico, Nana. Ya nadie dice niño.
—No puedo imaginar porque alguien jugaría con tus emociones en un
momento como este —dijo ahora, esparciendo mantequilla en un panecillo—.
¿Debería llamar a sus padres y hacerles saber lo que está haciendo?
—¡Por el amor de Dios, no! —casi grité.
Después de una pausa, dijo—: Incluso si este chico Joe no te invita, creo que
de todas maneras deberías ir al baile de graduación.
—¿Ir sola? Claro. Como si eso es lo que quisiera, una razón más para que las
personas me miren como si fuera rara.
Una expresión de horror destelló por su rostro. —¿Las personas te miran de
esa forma?
Me encogí de hombros, intentando quitarle importancia. Había planeado
mantener lejos de ella toda esta información.
—Laurel, entiendo que las personas quizás te traten diferente, al menos por
un tiempo, pero no puedes dejar que te afecte. Tienes que mostrarles que eres
fuerte.
—Lo soy —dije, después aclare—: Estoy mostrando que soy fuerte.
—Pero, ¿me dirás si este chico te causa problemas?
La miré, tan pequeña y delicada en su cárdigan de cachemir marrón. ¿Qué
iba a hacer ella, aparecerse en el umbral de alguien con un bate?
—Puedo defenderme a mí misma —dije—. Pero te diré si necesito ayuda.
Tenía dos clases con Joe Lasky: historia durante el segundo periodo,
después más tarde, luego del almuerzo, inglés. El pensamiento de verlo me había
tenido despierta la mitad de la noche.
Cuando entré al salón de historia el lunes, miró arriba desde su escritorio en
el frente de la fila y asintió. Sonreí rápidamente y me dirigí al fondo del salón, un
pasillo más allá. Me permitía una línea clara de visión del lado izquierdo de su
cabeza. Su cabello de ese lado caía sobre sus ojos cuando se inclinaba para tomar
notas; era zurdo, así que continuaba alcanzando a través de su rostro con su mano
derecha, empujando el cabello hacia atrás.
También noté sus pies. Escaneando la línea de piernas debajo del nivel de
los escritorios, vi que la mayoría de las personas daban golpecitos con sus dedos de
los pies o tenían los tobillos cruzados, meneándose suavemente. Pero los pies de
Joe estaban fijos, colocados ordenadamente juntos debajo de su escritorio, sus
largas piernas formando una perfecta L mientras se flexionaban.
Esas cosas eran suficientes para que me gustara Joe Lasky, ahí mismo en
una clase sin ventanas mientras el doctor Garret, nos enseñaba sobre la Guerra de
los Cien Años. Me encontré a mí misma esperando que se terminara el periodo
rápidamente, después no queriéndolo, luego queriéndolo otra vez. Varias veces, el
doctor Garret, se detuvo para mirarme y me vi garabateando en mi cuaderno. Vi
esto por la esquina de mi ojo, junto con otras cuantas personas girando para verme,
y sabía que él no diría una palabra.
Cuando la campana sonó, instintivamente me paré, pero después vi a Joe
tomando su tiempo y retrocedí un poco. Tomó todo de mí caminar lentamente por
el pasillo y pararme paralelamente al escritorio de Joe en lugar de zumbar fuera
del salón como todos los demás.
—Hola, Joe —dije. Estaba actualmente terminando algo que escribía, un
garabato final al pie de la página de su cuaderno. Lo cerró de golpe y miró hacia
mí, un poco distraído.
—Hola. ¿Cómo estás? —Lucía como si lo hubiera sacudido fuera de algún
sueño fabuloso.
El viernes había dicho mi nombre en lugares visibles.
Tengo que irme, Laurel. ¿Ahora sólo me tocaba un “hola”?
Saqué su CD de mi bolsillo y lo sostuve en alto. Esto era premeditado; creí
que sería una buena manera de llenar una pausa.
—Entonces, ¿te gustó? —preguntó Joe, tomando mi señal.
—Sí. Tenías razón acerca de la parte del consuelo. Hay algo en escuchar a
alguien más quejarse y lamentarse que hace que te sientas un poco mejor. Como…
—Si ellos tuvieran peor —dijo.
Sólo asentí, mirando al CD en lugar de a él. Estaba contenta de que
tuviéramos este accesorio entre nosotros.
—Esa es la cosa sobre el duelo —continuó Joe—. Es parte del trato; te toca
estar vivo y amar, pero a cambio tienes que pasar un tiempo de serio dolor.
No podía creer que me estuviera diciendo estas cosas.
Nadie había sido tan directo sobre mi situación. No el señor Churchwell, ni
Suzie Sirico esa noche en el sofá blanco, ni Nana conduciendo nuestro Volvo. Meg
tenía la cosa fuerte, imperturbable atada a su sangre y nunca se le ocurriría ser tan
simple y ridículamente verdadera.
—Lo siento —dijo—. No tengo derecho a hablarte así.
—No —dije, sacándolo de mí—, puedes hablarme así. Lo aprecio. —Sonó
muy amable y educado. En mi mente me arrojaba a través de la esquina del
escritorio que nos separaba, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello,
adorándolo.
Joe finalmente se puso de pie. —Entonces, Laurel —comenzó—, sé que
sabes que quiero invitarte al baile de graduación. —Sonreía mientras decía esto,
mostrando que apreciaba lo extraño que era lo que salía de su boca. Sus ojos
decían: Adelante. Juégatela.
—Está bien. Y supongo que ahora sé que tú sabes que yo sé.
Ambos nos reímos un poco nerviosos.
—¿Quieres saber cómo lo sé? Soy el que empezó el rumor. Le dije a mi
hermana y su amiga, y les dije que se aseguraran de decirle a la hermana de Megan
Dill. Supongo que eso no son suficientes personas para que sea un rumor. Quizás
sólo un cuchicheo.
—Un cuchicheo. —Hice eco, asintiendo, sintiéndome estúpida.
—Para darte un adelanto. No quería tomarte por sorpresa.
—Eso es considerado —dije, sirviéndome de otra palabra de la colección
Amable y Educada.
—Estoy feliz de que lo pienses así —dijo Joe—. Me preocupaba que tal vez
fuera medio gallina. Como que era la manera fácil de hacerlo.
—No hay nada malo en la manera fácil. Soy una gran fan de eso.
Me miró y sonrió otra vez, esos ojos. Era el segundo o tercer instante con él
en que pensaba que quizás la lástima no tiene nada que ver con esto.
—Así que ¿irás? ¿Al baile de graduación? ¿Conmigo?
—Sí, claro —dije. Sonó vago, como si no estuviera segura de estar de
acuerdo—. Será divertido.
—Lo será.
Nos detuvimos. De repente, brillantemente, Megan apareció en la entrada.
Miraba hacia atrás y adelante entre nosotros, como si hubiera estado cambiando
entre canales y terminó en algo extraño pero fascinante.
—Hola, chicos —dijo, después me miró de reojo—. ¿Aún quieres ir a comer?
—Sí. Vamos al pueblo —le dije a Joe. Toda la escuela sabía de nuestros
privilegios fuera del campus.
Miró a Meg con una cara de puedes confiar en mí, después giró hacia mí.
—Te llamaré. Hablaremos.
Miré directamente a sus ojos otra vez y me forcé a mantenerlos allí,
contando uno, dos, tres, antes de que se volviera insoportable y tuviera que apartar
la mirada.
Traducido por Violet_7
Corregido por ★MoNt$3★
7Es una película estadounidense de terror de 1976 dirigida por Brian De Palma y escrita por
Lawrence D. Cohen, basada en la novela Carrie, escrita por Stephen King.
En la mañana, justo cuando me despertaba, generalmente pasaban como dos
segundos en donde sentía que nada había cambiado. Estaba en mi cama en mi
habitación, y la luz que entraba por mis persianas era la misma luz de siempre.
Entonces recordaba.
Y después tenía que pensar en algo para salir de la cama. Usualmente era
tan simple como sacar a pasear a Masher o una prueba de inglés. Hoy, eran los
resultados del SAT.
Habían estado disponibles en línea desde las cinco de la mañana, que era
cuando sabía que Meg se había registrado. Comprobé el reloj. Seis y media. Más
temprano de lo que me despertaba usualmente. Mi cuerpo tenía que haberlo
sabido.
Caminé lentamente escaleras abajo y me pregunté porque me sentía
nerviosa, cuánto me importaba. Claramente mucho, ya que mis manos temblaban
un poco mientras encontraba el papel en donde había escrito mi información de
registro. Aún temblaban cuando entré, e hice clic con el ratón donde se suponía
tenía que hacerlo.
710 en matemáticas. 790 en compresión lectora y 760 en escritura.
¡790 en compresión lectora! Una puntuación casi perfecta. Giré para decirle a
alguien, pero noté que Nana aún dormía. Tomé el teléfono para llamar a Meg.
—¿Cómo te fue? —respondió.
Le di mis números.
—¡Genial!
—No creí que lo hubiera hecho tan bien. Me pregunto si pensaron que hice
trampa, ya que tomé la prueba sola.
—Lo dudo.
Tuvimos otra de nuestras incómodas pausas.
—¿Laurel? —preguntó Meg, suavemente.
—¿Si?
—¿No vas a preguntarme cómo me fue? —Su voz se alzó.
—Dios, lo siento. ¿Cómo te fue?
—También pateé traseros. —Otra pausa—. Tengo que irme. Celebraremos
después de la escuela.
Colgamos, y casi instantáneamente mi sensación veloz y sofocante —festiva:
que significaba: ¡Alegre!— chocó contra una pared de ladrillos.
Papá.
Hubiera estado de pie aquí. Quizás hubiera sido él el que me despertaría,
sacudiéndome justo al amanecer. Me habría hecho el gesto de “dame cinco” y un
abrazo, su acostumbrado combo de: “Estoy tan orgulloso de ti, chica”, afirmando
que todo mi estudio, mi curso preparatorio, él interrogándome… todo había valido
la pena.
La imagen me llenó de agonía instantánea. Hazlo irse. No arruines esto, no
arruines esto, no arruines esto.
Y con eso, mi padre se había ido.
Esa noche dormí, pero me levanté temprano con el sonido de alguien con
arcadas y tos. Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a Selina mirando con
disgusto a la fuente del ruido.
Que era Masher, en el medio de mi habitación, escupiendo algo en la
alfombra violeta. Había una mancha rosa al lado de una pila de mi ropa.
Asqueroso, pensé. ¿Qué había comido que era rosa?
Pero mis habilidades como pintora me recordaron, rojo y violeta hacen rosa.
Estaba vomitando sangre.
Salté de la cama y agarré a Masher gentilmente de las orejas, forzándolo a
mirarme. Sus ojos estaban inyectados de sangre, y aunque era la primera vez que
lo tocaba en días él pareció no reaccionar. Sólo sacudió la cabeza y cayó en el suelo,
donde noté una mancha más vieja a unos centímetros.
—¡Nana! —grité.
Escuché unos pasos desenfrenados haciéndose más fuertes, y luego Nana
entró en mi habitación, en pánico. —¿Qué? ¿Qué pasó?
—Masher está enfermo.
Cerró sus ojos y puso su mano en el pecho. —¡Por el amor de Dios Laurel!
—Su respiración se estabilizó—. ¿El perro?
—¿Notaste algo anoche?
Nana miró a Masher desagradablemente al principio, luego tiernamente.
—No. Quería salir, así que lo dejé. Volvió un poco más tarde de lo habitual,
tal vez.
—Creo que tenemos que llamar al veterinario. El número está en la lista de
emergencias junto al teléfono.
Nana me miró y luego a Masher. No se quién se veía más patético.
—¿Quieres que lo busque?
—Sí, si puedes —dije.
El doctor Fischer había sido nuestro veterinario por años. Su hija estaba en
la clase de Toby. Pensé en ella y su clase mirándome. Sabiendo lo que había pasado
en la noche de la graduación.
Nana se encontraba casi en la puerta cuando dije—: No creo que pueda
llevarlo ¿Podrías hacerlo?
Se volteó lentamente. —No Laurel. Tú trajiste al perro. Tú eres responsable
de él.
Miré a Masher, sus ojos no suplicaban más, y retiré la cara de David de mi
mente así ya no la conectaba con el perro.
—Entonces tráeme las páginas amarillas —dije—. Encontraré otro
veterinario.
El Hospital de animales Ashland se hallaba en la calle Ashland en la ciudad
al este de la nuestra, pero por suerte para ellos estaban primeros en la guía
telefónica. Nana se estacionó y me miró por el espejo retrovisor. Me senté en el
asiento trasero con Masher en mis brazos.
—¿Quieres que llame a la abuela de David? Estoy segura de que se puede
poner en contacto con él.
—¡No! —dije.
—Laurel, él debería saber.
—Es mi culpa que él se enfermara. Yo trataré con esto.
—Le tendrás que decir en algún momento.
—No si puedo evitarlo… —Mi voz estaba en el borde de la ira. Sólo podía
ver los ojos y las cejas de Nana enmarcadas en el espejo pero por su silencio supe
que lo entendía
—¿Quieres que entre? —preguntó, suspirando.
Rindiéndose.
—Sólo si quieres.
—Traje un libro —dijo señalando la cubierta en el asiento al lado de ella, lo
cual supuse significaba que se iba a quedar leyendo en la comodidad del auto y no
en la sala de espera.
—Está bien. Te tendré informada.
Agarré la correa de Masher y lo bajé del auto, luego lo guié lentamente hacia
el edificio. En el segundo que entramos, un perro pequeño con un suéter rojo nos
empezó a ladrar. Masher podría habérselo tragado como a un bocadillo, pero se
acobardó y eso me dijo que tan mal se sentía.
Llegamos al escritorio rodeando la habitación, lejos del ruidoso mini-lo que
fuera.
Cinco minutos después nos encontrábamos en una sala de examinación con
Masher acostado en una camilla mirando la pared. Seguí su mirada hacia un póster
con dos gatitos esponjosos usando lentes de sol y boinas, con la frase “¡Un par de
gatitos con onda!”
—Sí —dije—. Eso está mal.
Hubo un rápido golpe en la puerta antes de que el doctor entrara.
—Hola, soy el doctor Benavente —dijo en una voz que sonaba mucho más
joven de lo que parecía. Tenía el pelo como sal y pimienta y grandes anteojos, y
parecía más como un científico loco en esa bata que a un veterinario, pero también
como alguien en quien podías confiar.
—Soy Laurel, y este es Masher.
Le sonrío tristemente a Masher. —Hola, amigo —dijo. Luego como si fuera
una idea tardía, me miró y agregó—: Encantado de conocerte. Así que ¿qué está
pasando con este chico? ¿Me dicen que está tosiendo sangre?
—Sí, y se ve bastante fuera de sí.
—¿Empezó esta mañana?
—Sí. —Eso pensaba. La verdad es que podría haber estado así un día o dos
y ni me habría enterado.
Miré al Dr. Benavente examinar los ojos, oídos, y boca de Masher, y tocar
alrededor del collar. Su cara era como una piedra, no podía leerla.
—¿Tiene diarrea? ¿Algo con sangre? —preguntó.
—No... No lo sé. —¿Cómo podía decirle que nadie lo había estado paseando
últimamente? Luego recordé algo del día anterior: Nana gritándole abajo, diciendo
cosas como “asqueroso” y “no deberías hacer eso” suficientemente alto para que lo
escuchara.
El Dr. Benavente me miró diferente ahora, como si hubiera caído en otra
categoría para él. Alguien que no cuidaba bien de una mascota.
—Vamos a hacerle algunos estudios, pero creo que este chico ingirió veneno
para ratas. Desafortunadamente eso es muy común; para los perros el veneno de
ratas se parece a croquetas. Pero también es potencialmente letal para ellos. Me
parece que lo detectamos a tiempo, pero va a necesitar tratamiento de emergencia.
Puse mi mano sobre mi boca y luché por decir algo inteligente. —¿Entonces
por qué hay sangre?
—Algunos venenos matan interfiriéndose con la coagulación de los
animales, así que Masher está sangrando internamente. Me parece que lo ingirió
hace al menos veinticuatro horas, así que es muy tarde para inducir el vomito, pero
podemos darle inyecciones de vitamina K que van a ayudar a la coagulación y
parar las hemorragias. Me gustaría tenerlo aquí un par de días para tratarlo y
observarlo. ¿Está bien?
Me tuvo en “sangrando internamente”. Las lágrimas bajaban por mi cara, y
ni siquiera podía mirar a Masher; tenía que concentrarme en los ridículos gatitos
para mantener un poco el control.
—Por favor hagan todo lo que tengan que hacer.
—Sal y dale esto a Eve —dijo, entregándome un papel amarillo con una
letra incomprensible—. Empezaremos y te daré noticias tan pronto tengamos
alguna.
Sólo asentí y mientras el Dr. Benavente levantaba a Masher, lo miré y dije—:
Lo siento tanto… —Antes de salir corriendo.
En el escritorio principal, una chica un poco mayor que yo, tal vez
estudiante, golpeaba los botones de un fax y maldiciendo por lo bajo.
—Se supone que le tengo que dar esto a Eve —dije moviendo el papel
amarillo.
—Esa soy yo —dijo, estirándose para agarrarlo. Miró las notas y su labio
inferior sobresalió—. El envenenamiento es duro pero están en buenas manos.
—Gracias.
—¿Quieres que haga un estimado de los costos?
Los costos.
Antes de saberlo estaba llorando de vuelta.
—Oh dios, por favor no llores… —dijo la chica—. Va a estar bien. Hay
formas en las que podemos ayudarte si hay un problema financiero.
Sollocé y sacudí la cabeza. —No, no es eso. Quiero decir, un poco. Pero en
realidad me siento terrible. Este ni siquiera es mi perro, pero es mi culpa que se
haya enfermado así que por supuesto debería…
—¿Este no es tu perro? —preguntó Eve con una nueva preocupación. Tenía
un flequillo largo y rubio que le cubría la mitad de los ojos.
—No oficialmente. Yo… él vive conmigo, pero no es… —Miré a Eve que me
escuchaba confundida e interesada.
Ella no me conocía o a David o lo que había pasado. Por esto vine acá. Me di
cuenta de que era la primera vez desde que perdí a mi familia que estaba con gente
que no sabía del accidente, lo que se sentía frustrante y libre a la vez.
—Su dueño no puede cuidarlo por el momento… —finalmente continué
estabilizándome—. Así que lo cuido por un tiempo.
La cautela de Eve se convirtió en una gran sonrisa, como si ahora estuviera
hablando su lenguaje. —Bien por ti —dijo aprobatoriamente. Me miró por otro
segundo y luego dijo—: Oye, no sé si estás buscando trabajo, pero necesitamos
alguien para ayudar en la oficina por el verano. Tenemos a una estudiante, pero se
va la semana que viene.
Me congelé por un momento. ¿Un trabajo?
—¿O tal vez conoces a alguien? Iba a poner un aviso en la escuela
secundaria. Son sólo unas pocas horas a la semana. No estoy segura de cuánto
tiempo tienes.
Pensé en Nana en el auto y en Meg en la escuela y en la inmensa, expansión
de mi cama. Luego pregunté—: ¿Puedes decirme más sobre que se trata?
Masher iba a estar bien. Luego de dos días en el hospital ya estaba listo para
ser dado de alta, y Eve me llamó de Ashland para compartir las buenas noticias.
Nana recibió más de sus cosas vía UPS esa mañana, enviadas por uno de sus
amigos. Me paré en la puerta de la habitación de huéspedes y la miré desempacar
sus cosas en el viejo placar que mi mamá y yo una vez cubrimos con flores
pintadas.
Mamá me dijo—: ¡Cariño, tus rosas tienen dimensiones! —Y ni siquiera estaba
segura de como lo había logrado. Era una de las primeras veces que ambas
habíamos pensado que quizá tenía un poco de talento en esta área. En los
siguientes meses encontramos y decoramos otra docena de muebles: una mecedora
con viñas recorriéndola, un baúl de juguetes con el alfabeto.
Cuando nos quedamos sin espacio para nuevas piezas, mamá quiso que
pintáramos un mural en la pared del vestíbulo, pero mi padre rechazó la idea,
diciendo—: Va a parecer un grafiti, y los vecinos se van a asustar cuando vengan.
Ahora, miraba a Nana sostener una bufanda de seda y mirarla
cariñosamente antes de dejarla en uno de los cajones cubiertos de rosas. Miró hacia
arriba y se sorprendió cuando me vio.
—Oh, no te vi ahí.
—Masher ya puede venir a casa.
Me miró como, Oh, Dios.
—Voy a ir a buscarlo.
—¿Quieres que te lleve?
—Gracias, pero… no. Puedo hacerlo yo sola. Me tengo que acostumbrar a
manejar al trabajo, ¿no?
Empieza con cosas pequeñas, dijo Suzie en nuestra segunda sesión ayer, sólo
métete en ellas y ve como se siente. Iba a ir a verla dos veces por semana por un
tiempo.
Así que me di vuelta, bajé las escaleras, sacudiendo las llaves del auto para
mostrar que, sí, realmente iba a hacer esto.
El asiento del conductor del Volvo siempre olía como a mi mamá, una
combinación rara de café y frutillas. Ahora eso se había ido, el perfume de Nana —
lápiz labial y laca para el pelo— había tomado su lugar. Descansé mi mano en la
rueda delantera y se sintió bien. Miré al auto de mi papá, un Volkswagen
deportivo verde que él había estado tan emocionado de comprar por que le
recordaba al conejo que había tenido en la secundaria.
Hola, auto de papá, pensé. Te sacaría a dar una vuelta pero él nunca me enseñó
como manejar un auto con cambios.
Cinco minutos después dirigía el Volvo al hospital de animales, yendo lento
primero y llegando al límite de velocidad luego de un rato.
No me sentía asustada o nerviosa, y eso me sorprendió un poco. Para
cuando llegaba a casa con Masher en el asiento del pasajero al lado mío, manejar se
sentía bien. Él sacaba la cabeza por la ventana, dejando que su lengua colgara en el
viento con esa mirada de perro de “¿Realmente está oliendo?” En su cara y pensé,
este es un momento donde todo esta bien.
Masher no tenía la misma energía cuando lo bajé del auto pero fue
felizmente hacia la casa, con compromiso. Era ese compromiso que me tiraba del
corazón y me recordaba la desatención de a quien pertenecía, o las otras cosas que
me sentía o no capaz de hacer, era su guardián ahora.
Adentro, Nana estaba aspirando la sala.
—¿Esperamos a alguien? —bromeé.
Nana apagó la aspiradora y miró a Masher. —Se ve bien —dijo, luego de
una pausa agregó—: David va a venir a verlo. Va a estar aquí en una hora.
Rápidamente apartó su mirada de mí y volvió a prender la aspiradora.
El calor recorrió mi cuerpo, empezando con mi cara y bajando. Haciéndome
enfermar de repente.
—¿Por qué hiciste eso?
Mantuvo sus ojos en la alfombra aunque sabía que me escuchó, cosa que no
era para nada como ella. Era claro que tan culpable se sentía.
—Sé que estás enojada con él —dijo sobre el sonido de la aspiradora. Lo dijo
tan casualmente que desencadenó algo en mí.
—¿No estás enojada también?
Ahora apagó la aspiradora y me miró, sin sorprenderse por la pregunta. —
Estoy un poco enojada. Él no debió haber dicho lo que sea que dijo para
molestarte. Pero no deberíamos juzgar a las personas por algo que pasó una sola
vez.
—No creo que pueda hacerlo con él.
—Es difícil. Pero estuve alrededor un largo tiempo, y aprendí las cosas en la
forma dura. —Se veía sabia, su cara llena de historias que todavía tenía que oír.
En vez de pedirle que se explicara, solté—: ¿Por lo menos estás enojada con
el señor Kaufman?
Nana frunció sus labios por un momento como si nunca se le hubiera
ocurrido que yo pensara sobre esas cosas. Tomó aire y lo mantuvo, lo que sabía era
su forma de prepararse para decir algo importante.
—Sí. Rompí mi regla en eso. —Hizo una pausa—. Pero si no puedo cambiar
algo no gasto energía en eso. Tu abuelo murió tempranamente porque se
preocupaba por cosas sobre las que no tenía control.
Esas historias si las había escuchado. Mi abuelo era un clásico tipo A y
cuando tuvo el ataque al corazón a los sesenta y cinco años, estaba a sólo dos
semanas de retirarse como abogado de familia.
—Tenía que decirle a David sobre su perro. Era lo correcto y lo sabes —
agregó Nana—. Puedes estar aquí o no. Es tu decisión.
Todavía tenía las llaves del auto en la mano, y trazando las ranuras de la
llave con mi dedo me llevó de vuelta ese momento donde todo estaba bien.
Sin despedirme, di la vuelta y salí por la puerta, cerrándola antes de que
Masher pudiera seguirme.
Manejé por más de una hora, tomando una ruta alternativa, recorriendo las
calles de la ciudad. Algunas eran familiares al punto de conocer quien vivía en
cada casa. Algunas sólo las conocía de algún recuerdo. Este es el camino que
usábamos para ir al centro comercial Brichwood. Esta es la mejor calle para hacer dulce o
truco. Llegaba a una intersección sin saber si ir a la derecha o a la izquierda y luego
giraba las ruedas en la dirección que me parecía en el último segundo.
Eventualmente pasé la secundaria y luego seguí por el viejo camino que
terminaba en mi vieja escuela primaria. Era un edificio cuadrado, desmadejado,
todo de ladrillos y vidrio, y miré las ventanas de lo que había sido mi aula en tercer
grado.
Me estacioné en el estacionamiento para padres, mirando a un grupo de
chicos correr de acá para allá. Debían de tener nueve años. Tener una vida simple
sobre la familia y los amigos y quien estaba enojado con quien y que juegos querías
jugar en el receso, y conseguir estrellas doradas en los exámenes de deletreo, y
sentir ese primer amor.
Laurel, tenías todo en ese momento y ni siquiera te diste cuenta.
En vez de arriesgarme a que alguien llamara a la policía por la extraña chica
que lloraba en su auto, empecé a manejar de vuelta.
Según el reloj del auto había estado manejando por una hora y media.
Decidí pasar por la casa a ver si David ya se había ido. En algún momento tendría
que verlo, pero no hoy, estaba empezando a sentir que valía la pena salir de la
cama.
Pero cuando doblé en la calle de Meg, ahí estaban.
David y Masher caminando solos por el costado de la calle. Tenía que ir más
lento para evitarlo, y no había manera de que no me viera. Podía seguir
manejando. Podíamos ignorarnos mutuamente.
Pero luego me saludó y yo como una idiota, por instinto, lo saludé de
vuelta. Así que no tenía opción más que detener el auto.
—Hola, Laurel —dijo a la ventana abierta, tirando un cigarrillo al piso y
pisándolo.
Se veía más cansado, más demacrado que una semana atrás en la
graduación. Tenía unos círculos oscuros bajo el borde de sus lentes de sol, su pelo
como si no lo hubiera peinado en días. Sus pantalones cubiertos de parches, flojos
en la cintura, y me di cuenta que había perdido mucho peso.
No tenía nada para decir así que miré a Masher, quien estaba radiante con
una incongruente pero entendible mirada de pura felicidad.
—Lo está haciendo bien —dije finalmente, sin mirar a David.
—Sí. Gracias a ti. —Su voz era suave y casi agradable.
—Uh… casi se muere, gracias a mí. —Ahora miraba un árbol.
Examinándolo como si hubiera una razón para hacerlo.
—Laurel, no te hagas eso a ti misma.
Me volteé hacia David, un poco sorprendida por la amabilidad en su tono.
Apagué el auto pero no salí. Me gustaba tener esta barrera entre nosotros.
David tocó el marco de sus lentes, y por un momento pensé que se los iba a
sacar, pero no lo hizo. Supuse que a él también le gustaba su barrera.
—En realidad no te puedo molestar por preocuparte por él, ¿O no? —dijo
David—. Yo soy quien lo abandonó en primer lugar.
Ahora sí se sacó los anteojos. Sus ojos, usualmente grandes y brillosos,
lucían chicos y sin brillo.
—Además, escuché que te alteraste después de que me fui de esa fiesta. Fue
por mí, ¿verdad?
No respondí, ni siquiera me moví.
—Estoy seguro que arruiné las cosas con tu novio —dijo.
—No era mi novio —respondí rápidamente, luego agregué—: pero sí, las
cosas como que se arruinaron.
—No es por dar excusas ni nada, pero estaba borracho y sin dormir.
La palabra excusa sonaba trivial y estúpida, colgando en el aire entre
nosotros. No parecía encajar en ninguna de nuestras vidas.
Salí del auto, apoyándome en el costado. No creí que esperara o incluso
quisiera una disculpa completa por lo de David en el baile. Pero lo que ofrecía,
marcaba una diferencia.
Si no puedo cambiar algo, no gasto energía en eso, había dicho Nana.
Estar enojada con David por la graduación, por lo que su padre pudo o no
haber hecho, tomaba más energía de la que tenía en primer lugar.
—Así que los dos lo sentimos —dije—. ¿Podemos dejarlo ahí?
—Absolutamente. Soy excelente dejando las cosas. —Su boca se elevó un
poco con el juego de palabras, luego miró a Masher de vuelta—. ¿Entonces cómo es
la cosa? Tu abuela dijo que necesita medicación.
—Suplementos de vitamina K. Dos veces al día por lo menos por un mes.
David estaba tranquilo, procesando lo anterior. —Me gustaría llevármelo.
Mis primos dijeron que estaba bien.
Luego me miró, como si tuviera que decirle que estaba bien. Quizás
olvidando que en realidad era su perro y no mío.
Pensé en no tener más a Masher alrededor, e instantáneamente me dolió.
Otra ausencia. Me había acostumbrado a los ruidos y que me siguiera y me mirara.
Pero iba a estar ocupada con el nuevo trabajo, y Nana amaría no tener a “el perro”
alrededor, y no podía arriesgarme a otro accidente.
Además, la forma en que David miraba a su perro olfatear las malas hierbas
en el camino, su cuerpo encorvado y necesitado, me dijo que Masher podría
necesitar de otra persona.
—Le encantará —dije finalmente—. Sólo una cosa. Tiene una cita de
seguimiento en el hospital de animales Ashland en dos semanas.
—Oh, sí, ¿escuché que vas a trabajar ahí?
—Me va a sacar de la casa —contesté.
—Salir de la casa es bueno, lo recomiendo —dijo, dándole una mirada
irónica a la colina detrás de su casa—. Lo voy a traer para su cita, no hay problema.
Sólo mándame la información. Te daré mi correo electrónico.
Mientras David sacaba una especie de recibo de su bolsillo, alcancé el
compartimiento entre los dos asientos del Volvo donde mi madre guardaba
lapiceras y cambio. Saqué una lapicera azul y se la di a David. Escribió algo en el
papel, y me entregó ambos.
No me pidió el mío.
—Vas a casa —dijo vagamente, sin comprometerse, como una pregunta.
Lo habíamos hecho. De alguna manera verlo lo hacía más confuso. Además,
no podía soportar una despedida con Masher.
—Estoy haciendo los mandados así que debería ir yendo. Sólo dile a Nana
que necesitas la medicación. Está todo escrito en la etiqueta.
—Está bien —dijo sólo eso, se puso los lentes de sol y enrolló la correa de
Masher en su muñeca—. Mash, despídete de Laurel.
Masher me miró con sorpresa, y me agaché con los brazos colgando hasta
que saltó encima de mí. Lo abracé, él lamió mi cara. No necesitaba decir nada. No
con David ahí, mirando.
Finalmente me levanté y Masher volvió con David.
—Vamos amigo, encontremos ese gato que te encanta molestar.
Se alejaron caminando y volví al auto. Después de que estuve segura de que
David no podía verme, desdoblé el recibo para mirar su dirección de correo, luego
lo volteé. BIENVENIDO A LA ZONA DIVERTIDA DE ARI, decía. Gracias por jugar.
La primera cosa que Eve me dio cuando llegué a mi nuevo trabajo el lunes
fue una pila de carpetas de treinta centímetros.
—Archivar —dijo—, es la columna de este lugar. —No había ningún signo
de broma en su voz.
—Para eso estoy aquí —dije, tratando de sonar entusiasta. Mi único trabajo
había sido como interna en la agencia de publicidad de mi papá el verano anterior,
y eso había sido sólo por un mes. Se suponía que trabajaría como aprendiz del
director de arte pero lo único que hice fue hacer fotocopias, conseguir sándwiches
y contestar los teléfonos. No me importaba; ganaba más que Meg en Old Navy, y
viajaba a Manhattan en tren con mi padre, y a veces él me llevaba a almorzar.
Cuando no podía, me sentaba afuera en un parque y dibujaba el cielo.
Me encantaba ver a mi papá en su trabajo como contador, pero a veces
parecía que me evitaba. Cuando conseguía verlo en la oficina, estaba en el teléfono
con alguien que estaba enojado, o trataba de arreglar el desastre de alguien más. Se
veía estresado e infeliz hasta que me veía, e instantáneamente ponía una sonrisa
profesional.
—¿Estás triste de ya no ser un periodista? —le pregunté una vez que parecía
especialmente ansioso.
Mi pregunta lo tomó por sorpresa y bajó la hamburguesa que estaba a punto
de morder.
—Bueno, extraño el trabajo en sí. No era fácil, pero era desafiante y divertido. No
extraño la inestabilidad. No saber a donde sería asignado, o si a algún editor le gustaría.
—Podrías volver algún día —ofrecí. Amaba mirar los diarios y revistas viejas
con sus artículos, pasar mis dedos por su nombre en las páginas.
Resopló un poco. —¿Con la universidad a la vuelta de la esquina? No, no lo
creo. Elegí hacer algo que fuera mejor para nuestra familia y donde no tuviera que
viajar tanto, y soy bueno con eso.
Pero miró a la ventana con nostalgia, y me prometí a mí misma nunca
permanecer en un trabajo que odiara.
—Necesitamos conseguirte algunas ropas —dijo Eve escaneando mis
pantalones caqui y mi remera con cuello en V, lo mejor que pude encontrar—. El
Dr. B es muy estricto sobre eso aunque técnicamente no seamos veterinarios.
Tengo un par de prendas usadas en la parte trasera; ve lo que puedes encontrar
por ahora. Te daré el nombre de las paginas webs que tienen algunas lindas.
Eve señaló su remera para indicar la lindura del perro y gato vestidos de
hadas, luego sonó el teléfono y se alejó para contestarlo.
A pesar de su edad, ella claramente mandaba en la recepción.
Tamara, la hermana del Dr. B, era la encargada de la oficina y técnicamente
nuestro jefe, pero se refugiaba en un pequeño cuarto fuera de la recepción y se
concentraba en la facturación. Eché un vistazo a su oficina, y ella levantó la vista de
lo que hacía y me saludó, y la saludé de vuelta.
Me puse a trabajar en clasificar las fichas médicas en los cajones detrás de la
recepción y escuchar mientras Eve se encargaba de los teléfonos, tomando notas
mentales, porque iba a ser parte del trabajo también. Arreglé para ir todos los días
a las tres p.m. —después del colegio hasta donde sabían, porque nadie sabía que
no estaba yendo al colegio— y ayudar hasta las siete p.m., cuando cerraban.
Después tenía que sacar a pasear a los perros, algunos de los cuales estaban siendo
cuidados, algunos recuperándose de una cirugía o tratamiento, como había estado
Masher.
Clasifiqué por veinte minutos antes de que Eve viniera a inspeccionarme.
No se veía feliz con cuan grande seguía siendo la pila, y me miró deslizar una ficha
en la el fichero.
—No —dijo—, luego de que dejas una, tienes que usar tu mano derecha
para hojear las siguientes etiquetas para asegurarte de que están en el lugar
correcto, alfabéticamente. En el pasado, las fichas fueron mal ordenadas y nadie se
molestó en arreglarlas. Así que ahora siempre comprobamos.
Tuve un recuerdo de Toby y yo organizando su colección de DVD, él estaba
orgulloso de descubrir que “McQueen” estaba antes que “Master”. Era un truco
que pensé le ayudaría para leer.
Tenía la sensación de que las maneras, toda profesional y mandona, no era
algo para tomárselo personal. Actuaba así con todos en la oficina, excepto los
clientes, para los cuales adoptaban una actitud más de apoyo, y las mascotas, para
los cuales se convertía en una cosa dulce, tonta y arrulladora. Aparte, Eve no sabía
que debía tratarme diferente. Estar con ella, siempre sintiendo su ojo crítico en mí,
se sentía bien.
Soy como todos los demás.
Terminé con las fichas médicas y ella le preguntó a Robert, uno de los
técnicos, si podía cubrirla en los teléfonos mientras me acompañaba a las perreras.
—En este momento solo tenemos tres perros —dijo mientras entrábamos en
la habitación. El techo era alto y tenía tragaluces, y me recordaba a un baño
público, sólo que en vez de lavados tenía jaulas. Los ladridos empezaron en el
instante que abrimos la puerta, como si hubiéramos tropezado con un alambre.
—Estos dos chicos se están quedando por esta semana —dijo Eve
agachándose hasta estar al nivel de dos Cockers españoles compartiendo una
jaula—. Son un poco hiperactivos. Cuando los paseas, son capaces de arrastrarte.
Te mostraré como mantenerlos a raya.
Eve dejó que los perros le lamieran la cara mientras murmuraba—: Hola,
bebés… sí… sí… son hermosos… amo sus besos… —Y tuve que mirar a otro lado.
Me giré hacia el tercer perro, solo en una jaula al otro lado de la habitación.
No era de ninguna raza reconocible, sólo un perro de tamaño medio con pelo
marrón corto.
—Esa es Ophelia —dijo Eve.
Ophelia miraba tristemente a los dos Cockers, y parecía un poco cruel que
tuviera esta vista, como una chica solitaria forzada a compartir la mesa con dos
mejores amigas. Luego me notó mirándola y movió su cola.
Eve se acercó y se volvió a agachar para agarrarle suavemente el hocico a
través de las rejas. —Esperamos encontrar un hogar para ella, si conoces a alguien.
—¿Qué significa eso?
—Hace como un mes, uno de nuestros clientes la encontró al costado del
camino. Había sido golpeada por un auto. Sin collar o chapa. Totalmente delgada y
muriendo de hambre. Tenía una pierna rota. Mírala, es la más adorable.
—¿El Dr. B la ayudó gratis?
—Sí. A veces lo hace. Hay muchos animales como Ophelia allá afuera. La
gente apesta a veces. —Soltó esto último, como queriendo sacarse el mal gusto de
eso, luego agregó—: El Dr. B es increíble en ese sentido. Él sabe que hago todo lo
que puedo para que sean adoptados. Tenemos mucha suerte.
La nostalgia se apoderó de Eve, quien claramente tenía un gran flechazo con
nuestro jefe. Luego de un momento dijo—: ¿Quieres ver a los gatitos? Tengo dos
angelitos que estoy tratando de ubicar.
En la última fila de la “sala de los gatos”, como era llamada, había una larga
jaula ocupada por unos siameses atigrados. No eran crías, pero tampoco eran
adultos. En cuanto vieron nuestras piernas, uno sacó su pata entre las barras, y el
otro se apoyó contra el metal y su pelaje salía en pequeños cuadrados.
—Los dejaron en nuestra puerta en una caja cerrada. Con cinta.
—Eso es horrible —dije sinceramente.
—Como dije, la gente puede apestar.
—¿Por qué sólo no los llevaron al albergue? —pregunté mientras Eve abría
la jaula y me entregaba un gato. Empezó a ronronearen el segundo que lo toqué.
—Estoy feliz de que no lo hayan hecho. El refugio del condado es un
infierno —dijo—. Están llenos esta época del año así que los sacrifican a los pocos
días. —Eve miró al gato en mis brazos—. Esa es Denali —dijo—, ¿segura que no
quieres uno?
Pensé en Elliot y Selina. Los tuvimos por pura suerte. Elliot era parte de una
camada que había tenido la mascota de uno de los compañeros de Toby, y Selina
vino llorando una noche a nuestra puerta con una herida en el cuello. Era de la
misma forma en que la gente encontraba otra persona para enamorarse, al azar y
accidentalmente y con suerte.
—Ya tengo dos que me matarían —dije—, pero haré circular la noticia.
—Eso sería genial. El Dr. B es paciente pero tiene límites; sólo una jaula a la
vez en cada habitación.
Suspiró como si eso fuera algo en lo que tenía que trabajar.
Traducido por Annabelle
Corregido por Melii
Acordé trabajar en Ashland por las tardes hasta el final de junio. Cuando
Eve me pregunto—: ¿Cómo estuvo la escuela?
Sólo sonreí y dije—: Bien, gracias.
Nunca había dicho que estaba en la escuela. Sólo lo asumieron. No se sentía
como una mentira.
El fin de año ocurría sin mí. Exámenes finales y anuarios, y el juego de
béisbol con nuestra secundaria rival. Meg llamaría todos los días con
actualizaciones, pensando que quería mantenerme al día. No estaba segura de lo
que yo quería. No quería estar ausente en todas esas cosas, pero trabajando en el
hospital de animales me sentía como si me hubiese ido lejos, y más quería estar
lejos que estar en todo eso.
Durante una de nuestras sesiones matutinas, Suzie Sirico había dicho—: La
parte más dura del duelo es que las personas tienen que vivirlo frente a la luz del proyector.
Todos los están mirando para ver que harán después, o cómo reaccionaran a las cosas. Así
que estoy feliz de que hayas podido deshacerte del proyector.
Fuera del proyector, contestaba el teléfono y llenaba papeleo mientras Eve
revisaba clientes que entraban y salían. En el trabajo cada minuto estaba lleno de
algo y eso mantenía mi mente ocupada. En la noche, me encontraba tan cansada
que dormía, aunque mis sueños eran tan intensos y reales que despertaba cada
mañana bañada en sudor.
Pasear a los perros sólo me hacía extrañar a Masher. Lo que hacía que me
preguntara cómo estaba David, o que hacía. Si Masher lo estaba ayudando.
Luego pensaba en los ojos sin forma de David, sus huesudos codos
sobresaliendo de su colorida pero manchada camisa polo y el amistoso tono de su
voz la última vez que hablamos.
—¿Viste a ese imbécil? —preguntó Meg amargamente, cuando finalmente
tuve el valor de decirle que David había estado aquí—. ¿Qué le dijiste?
No estaba segura de cuánto compartir. Era como que si haciendo algo de
paz con él, a cambio le hubiese entregado toda mi rabia a mi mejor amiga. Meg
sabía cada pensamiento que he tenido sobre cada chico que conocíamos, pero
¿cómo podía ella entender mi preocupación por David, si a mí misma me tenía perpleja?
—Todo fue muy formal —dije—. Créeme, no estaba de humor para verlo.
El recibo con el correo de David todavía se encontraba frente a la
computadora. Luego de unos días, me descubrí armando un mensaje para él en mi
cabeza.
Hola, David. ¿Cómo está Masher? Solo quería saber como estaba.
¡Hola, David! ¿Cómo están tú y Masher? Espero que ambos estén bien.
Hola, David y Masher. ¿Todos están bien?
No importaba cuántas versiones escribiese, no podía encontrar el balance
entre “casual/amistosa/preocupada” y simplemente patético. Pero eventualmente,
debía sacarlo de mi cerebro, así que me senté a escribir:
Querido Masher,
¡GUAU! Espero que tú y David estén bien. ¡Sólo quería recordarte de tu cita!
Al final de junio, otro día pasó en mi calendario, y supe que era el último día
de clases. Iba a ser un día corto, con cada clase durando sólo veinte minutos en vez
de cuarenta y dos. Los profesores harían fiestas o mostraría videos graciosos, o si
no tenían ni idea qué planear, iban con lo que la clase había planeado. Ese
sentimiento de emoción y celebración de finales y comienzos.
Intenté distraerme a mí misma abriendo el diario que Suzie me había
instado a comenzar. Había sugerido que comprara un simple cuaderno sin líneas
con algo tonto en él, para así poderme sentir libre de escribir cosas estúpidas y sin
sentido allí.
Había encontrado uno con una caricatura para niños de la cual nunca había
oído, sus finas páginas eran de un brillante y optimista blanco, y abrí el viejo juego
de colores que no había usado desde mis bocetos para la última presentación del
Club de Drama.
—Dibuja lo que recuerdes —había dicho Suzie—. Dibuja lo que sientes.
Escribe una palabra en la página, como enojo, y luego dale forma.
Así que lo intenté, pero mis dibujos lentamente se iban convirtiendo en los
rostros de perros y gatos que conocía en el hospital.
Finalmente, Meg me llamó a medio día en punto.
—¡Terminó! ¡Soy libre! —escuché una risa de fondo—. ¿Quieres jugar hoy?
—Debo trabajar, ¿recuerdas? —dije, luego intenté aligerar mi voz—. Ven
esta noche y haremos postres de helado.
Así que más tarde, Meg y yo nos encontrábamos sentadas afuera en nuestro
patio trasero, comiendo Rocky Road adornado con hojuelas de cereal y crema
batida. Sabía que el resto de la clase de penúltimo año se encontraba en los bolos
para la tradicional fiesta de: “¡Ya Somos Estudiantes de Ultimo Año!”
—Todavía hay tiempo de ir al Pin World —ofrecí luego de haber sostenido
el aire juntas por unos minutos—. No me importaría.
Meg lamió su cuchara y trató de parecer como si no lo estuviese
considerando. —Tal vez. Pero la persona con la que de verdad quiero celebrar eres
tú, así que ¿cuál es el punto? —Hizo una pausa—. Fue bastante extraño no tenerte
en la escuela.
—Es extraño no estar ahí. Pero ya sabes…
—Lo sé. —Introdujo la cuchara de vuelta en el postre para otro bocado—.
Pero vas a volver en septiembre, ¿cierto?
Septiembre se sentía bastante lejos. Lo suficiente para poder decir—: Por
supuesto. —Y no pensar más en eso.
—¿Cómo vas a hacer con todo lo que te perdiste? ¿Te dejaran terminar
durante el verano?
—Eso creo. El señor Churchwell habló con Nana y dijo que debería
contactarlo tan pronto estuviera lista.
Meg asintió y examinó mi rostro. —Hazme saber si necesitas ayuda, ¿de
acuerdo?
Siempre obtenía mejores notas que Meg, pero podía ver que necesitaba
ofrecer algo.
—Me encantaría eso —dije, y nos sonreímos una a la otra.
Ugh, los Regentes. Me había olvidado de esos, los cuales hubiese tomado en
junio con todos los demás si el accidente no hubiese ocurrido. Papá me hubiese
cuestionado en los exámenes prácticos, y mamá me hubiese comprado un bouquet
de una flor por cada punto que obtuviera sobre noventa.
El señor Churchwell había dicho: mantenerte al día.
Tenía trabajo y estaba yendo a terapia, y generalmente funcionando como
un ser humano. ¿Era eso mantenerse al día? Si lo era, quería mantenerme al día un
poco más.
Le escribí de vuelta para decirle sí, por favor y gracias.
El día que David tenía programado venir con Masher, me encontré renuente
a ponerme ninguna de las dos camisas restregadas que habíamos comprado. Una
era negra y blanca con la impresión de unos perros persiguiéndose las colas entre
sí, y la otra era de un azul simple con un gato escondido en el bolsillo. Ambas me
hacían parecer como si estuviera usando un disfraz, lo que me gustaba antes de
hoy. Ahora me parecía demasiado obvio.
Para sentirme más como yo, encontré uno de mis collares favoritos: una
cadena plateada con un pequeño dije de plata que contenía mi nombre. Toby me lo
había regalado en mi último cumpleaños, y no había podido admitir cuánto me
encantaba.
También sequé mi cabello con secadora por primera vez en semanas.
¿Estaba esperando esto o temiéndole?
Vas a demostrarle que te está yendo muy bien, pensé, sabiendo que
probablemente ni siquiera le importase si me encontraba bien o no.
La cita era para las dos en punto, y la mañana pasó lentamente. Intenté dejar
de revisar la hora. Ahora que la escuela había terminado, trabajaba los días
completos y me costaba un tiempo acostumbrarme. Afortunadamente, Eve me
pidió que la acompañara a almorzar. No fue una invitación, fue más bien como
un—: Tamara dijo que vigilaría la recepción mientras íbamos a comer.
Habíamos sido amistosas, pero el ocupado y a veces tenso ambiente del
hospital no permitía mucha conversación. Lo cual era una de las muchas cosas que
amaba del estar aquí, y ahora me sentía nerviosa por tener una conversación
verdadera con Eve.
Ella tenía diecinueve, iba a la universidad comunitaria y vivía en casa
mientras “trabajaba en la cosa de animales”, como lo llamaba.
—Hay muchos caminos que puedo tomar. Estoy tratando de averiguar cuál
—me había dicho con una seria expresión y no ofreció más información mientras
comíamos burritos en Taco Bell. No me preguntó nada sobre mí, y yo no le ofrecí.
Se suponía que era una chica en secundaria que aún no tenía ninguna historia.
Cuando regresamos eran la una y media, y aunque me enfoqué en hacer
algunas fotocopias, miraba a la puerta cada vez que se abría.
David podía venir temprano. Podía venir tarde. No lo conocía lo suficiente
para poder saberlo.
Eve notó mi anticipación. —¿Esperando a alguien?
—Masher viene hoy. Su dueño… mi amigo… lo trae.
Mi amigo. Eso se sintió como otra pequeña mentira.
A las dos en punto, la puerta se abrió y subí la mirada, allí estaban. Me
imaginé a David sentado en el estacionamiento dentro del Jaguar de su padre,
esperando que los minutos cambiaran para así poder saber el momento exacto
para salir del auto.
La sala de espera se encontraba vacía, pero Masher parecía recordar ser
molestado antes y olía el ambiente nerviosamente. David me vio y saludó con una
mano, quitándose sus gafas de sol con la otra.
—Hola, Laurel —dijo, sonando formal, sus ojos escaneaban el lugar. Traía
puesto un sweater formal manga larga y pantalones de pana negros, incluso
aunque afuera eran fácilmente ochenta y cinco grados.
—Bienvenidos —dije, devolviéndole el saludo formal.
Caminé por la media puerta que separaba la recepción con la sala de espera,
y tan pronto como Masher me vio, salió corriendo y saltó. Sostuve sus patas
delanteras en mis manos y le permití lamer mi cara. David parecía sorprendido.
—¿Cómo ha estado? —pregunté luego de finalmente soltar al perro.
—Bien. —Hizo una pausa. Noté que había puesto algo en su cabello para
que se mantuviera pegado de los lados detrás de sus orejas, se veía como rosado
pálido y demasiado expuesto—. Creo que ha estado un poco adolorido o algo así.
De hecho es la primera vez que lo he visto levantarse de esa manera.
Asentí, y ahora el momento parecía volverse incómodo, me pregunté como
podría volver delicadamente detrás de mi escritorio, a salvo.
—¿Cómo está el trabajo? —preguntó David, y me miró a los ojos.
—Me encanta —respondí, lo suficientemente alto para que Eve pudiese
escucharlo.
No estaba segura de qué hacer a continuación pero afortunadamente, Eve se
encargó. —¿Por qué no los llevas a la habitación dos? El Dr. B estará con allí
ustedes en un minuto.
Así que guié a David y a Masher al cuarto de exanimación, David sostenía la
cadena de Masher, pero él caminaba cerca de mí. Una vez estuvimos dentro, no
estaba segura de si irme o quedarme. Esperé por una invitación de David, pero no
sucedió. Sólo miraba el póster de dos perritos Golden en chaquetas de futbol
americano y con sombra debajo de sus ojos —Grandes Retrievers— y dejó salir una
pequeña carcajada.
No tenía ni idea que decir, así que no dije nada, lo que parecía la peor
opción de todas, y salí del cuarto y cerré lentamente la puerta tras de mí.
Quince minutos pasaron. Estuve la mayor parte en el teléfono con un cliente
que se sentía decepcionado con el aseo que su gato Persia había recibido en una
tienda de mascotas, y quería una promesa de que el Dr. B lo arreglaría.
—Se suponía que le darían el corte de león, ¡pero parecía más bien un
Poodle! —dijo la mujer, a punto de llorar.
Eve y yo habíamos desarrollado una señal para este tipo de llamadas; hacía
con mis dedos la forma de un arma y pretendía disparar.
Eve sonrió, feliz de esquivar esa bala.
Finalmente, escuché la puerta abrirse y al Dr. B aparecer. Se encontraba
llenando unos papeles.
—Vamos a hacerle un examen de sangre a Masher para chequear sus niveles
de coagulación y salud en general. Aparentemente, ha pasado un tiempo desde
que ha sido examinado o incluso puesto sus vacunas. Pam Fischer tiene todo su
historial, así que llamen allí y has que los envíen por fax.
El Dr. B me lanzó una mirada confusa, y aunque sabía que se preguntaba
por qué no había traído a Masher para sus vacunas regulares, me mantuve en
silencio. Si no iba a preguntar directamente, definitivamente no iba a responder.
El doctor despareció de nuevo y luego escuché pasos a través del pasillo.
Subí la mirada justo a tiempo para ver a David salir por la puerta de enfrente,
luego lo vi por la ventana cuando se sentó en un banco de piedra afuera.
Cuando salí para acompañarlo, estaba sentado en sus manos, mirando hacia
la nada. Me miró sin ninguna expresión.
—El doctor dice que sólo serán un par de minutos —dijo, y sólo asentí.
Había visto a muchos clientes esperando en este banco por los resultados y las
buenas y malas noticias. Estaba diseñado para parecer un conejo enorme, con una
punta con la forma de la cabeza, y la otra con la cola y las patas traseras. La
mayoría de las personas utilizaban su teléfono u hojeaban una revista. Pero David
no parecía necesitar nada para pasar el tiempo.
Finalmente, encontré algo que decir. —¿Cómo es, el quedarte con tus
primos?
Se encogió de hombros. —No es divertido, pero me dejan tranquilo. Va a
funcionar hasta que descubra mi próximo movimiento.
Mi próximo movimiento, como si tuviese un plan.
Sabía que debería preguntarle sobre su padre, pero no me atrevía a hacerlo.
Había demasiado que se encontraba netamente sellado para mí.
En vez de eso, ofrecí—: Lamento no haber llevado a Masher a la Dra.
Fischer. Sabía que ella era tu veterinario.
Me miró, y había algo en sus ojos, de repente cálido y familiar. —Está bien.
Sé el por qué.
El alivio se expandió sobre mí, y me sentía como si pudiese respirar por
primera vez en todo el día.
Luego David se arrimó en el banco para hacerme espacio. No se suponía
que estaba en descanso, pero me senté.
—Mis abuelos fueron para su casa en Florida —dijo inexpresivo.
—Noté no haberlos visto por ahí.
—Querían que me fuera a quedar con ellos, pero no lo sé… Por una parte,
está la playa. Por otra, están dos personas ancianas que me fastidian hasta la
muerte. —Movió su mirada arriba y abajo por mi cara—. Tu abuela es muchísimo
más genial que la mía.
Nunca había pensado en Nana como “genial,” pero aparentemente todo era
relativo.
David dejó salir un gran suspiro, de esos que tardan por siempre para
terminar y que parecen contener todas las emociones al mismo tiempo.
Ninguno de los dos habló de nuevo, y ambos miramos hacia la nada. El
silencio era casi cómodo ahora.
Finalmente, la puerta delantera se abrió y Robert apareció con Masher.
—Te llamaremos con los resultados mañana en algún momento —le dijo a
David, tendiéndole la correa. Luego se giró hacia mí y dijo—: Eve te necesita.
Me incliné hacia Masher, quien ahora tenía un pequeño vendaje en su pata
delantera derecha donde le sacaron la sangre, y lo abracé rápidamente.
—Adiós, chico. —Hice que sonara frío y formal.
—Adiós, Laurel —dijo David, como respondiendo por él—. Fue bueno
verte.
Miré hacia arriba un poco sorprendida, y súbitamente cansada de sentirme
siempre de esa manera con David. Algo de su cabello se había salido de su peinado
hacia atrás, cayendo sobre sus ojos, y tuve el repentino impulso de apartarlo. Esos
ojos eran mi parte favorita de él, y odiaba verlos cubiertos.
Espera, ¿tengo un parte favorita de él?
—Déjame saber lo que ocurre, ¿de acuerdo? —dije rápidamente, haciendo
que sonara lejos a propósito, tratando de enfocarme en otra parte de su cara. No
estaba segura de cuándo los vería de nuevo a ninguno de los dos. Él podría
regresar la semana que viene, o nunca.
David asintió lentamente y sonrió un poco, aunque triste, y este era
posiblemente lo más cerca a una despedida de lo que podríamos esperar.
Entré y no volví a ver atrás.
Traducido por Annabelle
Corregido por Mery St. Clair
Resultó que Masher tenía principio de artritis, y que además aún necesitaba
Vitamina K por otras dos semanas. La artritis no tenía nada que ver con el
envenenamiento, pero el Dr. B sentía que probablemente se había desarrollado
recientemente.
—El estrés puede desarrollarlo —le decía a David por teléfono al otro lado
del pasillo, pero era lo suficientemente alto para que pudiese oírlo desde la
recepción. Podía darme cuenta que el Dr. B intentaba sacar más información, y yo
esperaba que David no ofreciera nada más.
—Bueno, encontraré una farmacia cerca de ti y llamaré para hacer la
prescripción —continuó, luego añadió un recordatorio para mantener a Masher
con la Vitamina K hasta que se acabara.
Luego estuvo callado escuchando a David por unos cuantos minutos.
Desearía poder escuchar un poco de la voz de David del otro lado del teléfono,
pero me encontraba demasiado lejos.
—Permíteme buscar algunas recomendaciones de veterinarios en esa área —
dijo el Dr. B—. Debe haber alguien bueno al que puedas ir y así no tengas que
conducir una hora todo el tiempo para que lo vean.
Algo dentro de mí tembló. ¿David había pedido esa información o el Dr. B
se había ofrecido? ¿David no quería volver aquí?
No podía dejarlo ir. Cada vez que veía el banco afuera, revivía esos
momentos. David arrimándose para hacerme espacio. David y yo sentados juntos.
Ese cómodo silencio y la extraña casi frescura del aire en medio de nosotros.
Cuando Suzie me preguntó sobre el trabajo en una de nuestras sesiones, me
encontré omitiendo la historia de la visita de David.
Ella sabía que había visto a David y que nos habíamos disculpado, y que
ahora él tenía a Masher. Dejó de preguntar por él, lo cual tenía sentido. ¿Por qué
importaría? En el papel, él sólo era el pie de página.
Unos cuantos días después, cedí una vez más al correo nadando en mi
cabeza, y le envié un mensaje a Masher.
Hola, Masher. Escuché que ahora tenías artritis. Eso apesta. Pero estoy segura que
David te está cuidando muy bien y estoy aquí si necesitas cualquier cosa.
No estaba segura de qué respuesta esperaba. Sólo quería una respuesta,
punto. Algo a lo que aferrarme, aunque no sabía que haría con ella una vez que la
obtuviera.
La respuesta llegó al día siguiente: Gracias, estaré bien.
No fue exactamente una respuesta a la que podría aferrarme. Pero podía
tenerla, y eso era suficiente.
8
American Society for the Prevention of Cruelty to Animals. (Sociedad Americana de Prevención
de Crueldad hacia los Animales.)
Examiné su rostro ahora. Parecía calmado y decidido, de forma triste. Le
indiqué que me siguiera fuera y luego hacia una esquina del edificio donde había
algo de sombra.
David inhaló audiblemente, y aunque había unos escalones detrás de
nosotros que subían hacia la entrada lateral, se mantuvo de pie al igual que yo.
—No va a despertar —dijo David—. Mi papá. Eso es lo que los doctores
están diciendo.
Me crucé de brazos, en un gesto de continúa.
—No puedo quedarme más junto a esa cama. Voy a vomitar o algo así. Y las
cosas no están muy bien con mis primos.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté, tratando de sonar desafiante en vez de
curiosa.
—Mi amigo Stefan… solía vivir aquí pero se mudo a California. ¿Quizás lo
recuerdas? —Me encogí de hombros, incluso cuando sabía perfectamente de quién
hablaba—. De todas maneras, voy a ver cómo salen las cosas con él. —Subió la
mirada hacia la pared de ladrillos del hospital, y podía ver cómo comenzaba a
quebrarse—. Tengo que estar lejos.
Quería sentarme, o sostenerme de la pared o hacer algo además de estar
frente a frente con David sin tener nada con qué sostenerme. Para hacer las cosas
peor, tenía una súbita urgencia de alzar mi mano y tocarlo. Quería aferrarme a mi
furia, pero esa ya se desvanecía.
Estar lejos.
También había pensado en eso. Algunas veces mi vida aquí se sentía como
una jaula de la que el dolor nunca podría escapar. Otras veces, se sentía como el
único piso firme de la tierra. ¿Cómo podía culpar a David por inclinarse a un
camino cuando yo lo hacía hacia el otro?
—¿Por qué no me llamaste? —dije suavemente—. ¿Por qué no dejas a
Masher con nosotras?
—Esa medicación es mucho trabajo —dijo, casi quejándose pero luego puso
la cara seria—. Ya tienes suficiente en tu vida. Pensé que si lo doy en adopción
aquí, todavía podría verte. —Hizo una pausa, miró hacia la pared de nuevo y
luego añadió—: Además, no quería que supieras que me iba hasta haberme
marchado. —Ahora forzó una sonrisa y agregó—: Porque ya sabes, no querríamos
hacer una escena ni nada.
El pensamiento de David al otro lado del país, donde no abría esperanza de
verlo ocasionalmente, se sentía como otra cosa que extrañar. No me esperaba este
sentimiento. Y no me gustaba.
—Por favor, déjame quedármelo —dije, tratando de enfocarme en Masher
para que la sensación se fuera—. Sabes que no estará contento en una jaula. —
David se mordió el labio y asintió agradecido, como si hubiese esperado esto desde
el principio—. ¿Puedes ir a decirle a Eve? Debe escucharlo de ti.
Asintió de nuevo y luego se dirigió al edificio. Lo que me dejó de pie, sola,
sin saber qué hacer después.
Ya que David iba a desaparecer sin dejar rastro, quizás debería ahorrarle el
esfuerzo.
Miré mi reloj y vi que oficialmente no tenía que estar en el hospital por otra
media hora. Era suficiente tiempo para conducir a casa a cambiarme y luego
regresar, para ese tiempo sabía que David ya estaría en camino.
Y no nos habíamos dicho adiós, justo como él había querido.
Traducido por Mary Ann♥
Corregido por Mery St. Clair
La leí dos veces, luego la guardé en mi bolsillo. Masher lo tomó como una
señal para dejar de orinar y comenzó a caminar otra vez, y lo seguí, pasando a los
Girardis y a cada sitio familiar después de eso.
Traducido por Mary Ann♥
Corregido por LuciiTamy
Cada unos cuantos días, una tarjeta postal de David para Masher estaba en
nuestro buzón.
Hola Masher, la primera persona que vi en San Francisco fue a un chico con rastas
púrpuras hasta su cintura. Masher, ¿sabías que Seattle tiene un café de muerte? Masher,
no creerías cuantas vacas tienen que haber en el mundo.
A medida que él se deslizaba, zigzagueando por el este, David le contó a su
perro que era difícil para él estar en línea y enviarle un correo electrónico, pero le
gustaba ser capaz de anotar las cosas en una tarjeta postal de veinticinco centavos
y enviarla cuando tuvo la oportunidad. Le contó a Masher cómo era estar solo en
medio de una carretera en la nada que le dio a él una sensación de paz que nunca
había sentido antes, y la forma en que había tenido la mejor comida de su vida una
noche en una parada de camión a las afueras de Salt Lake City, servido por una
camarera llamada Melba.
Le he leído las notas en voz alta a Masher porque no se sentía mal, pero en
secreto deseaba que una sola carta fuera dirigida a mí. Nunca hubo una dirección
de retorno, así que no podía escribirle de regreso si quisiera.
—¿Cómo está David? —preguntó Nana un día cuando revolvía la carta de
David una y otra vez en mis manos. En esta le contaba a Masher todo acerca de
cómo se siente el andar en balsa por el río Snake en Wyoming.
—Se ve bien —dije.
—Sus abuelos llegaron aquí la pasada semana desde Miami —hizo una
pausa—, están hablando sobre poner la casa en venta.
Sentí una sacudida en mi estomago. —¿Por qué?
—Bueno, nadie está viviendo ahí, y alguien tiene que pagar todos los
impuestos. La casa cuesta un poco, y creo que quieren poner algo de distancia para
David. Además… —se inclinó para susurrar, aunque nadie nos podía oír—, tengo
la impresión de que el cuidado del señor Kaufman es bastante costoso.
Pensé en cómo el señor Kaufman conducía los mejores autos del vecindario
y como siempre compraba los más caros electrónicos antes de que nadie los
hubiese escuchado siquiera. Ahora él necesitaba ayuda para cubrir los costos de
estar medio-muerto, y no sentí un poco de pena.
—¿Qué van a hacer con las cosas? —dije, después de unos segundos.
—No lo sé, cariño. —Luego Nana se encontraba a kilómetros de distancia,
mirando por la ventana.
—¿Estás bien?
Salió de su ensoñación y me miró otra vez con determinación súbita. —Sí.
Pero tengo algo que me gustaría discutir contigo.
Le alcé mis cejas, cansada de hacer preguntas.
—Tengo que ir a casa por unas cuantas semanas, para ocuparme de unos
asuntos personales. ¿Cómo te sientes respecto a eso? Sólo serán unos tres o cuatro
días. Ya he hablado con la señora Dill, y puedes quedarte con ella.
Era tan fácil olvidarse de que Nana tenía una casa con sus propios muebles,
restos de comida y una pila de Reader’s Digests acumulados en el correo
electrónico.
—¿Qué clase de asuntos? —pregunté.
—Estoy pensando en rentar mi casa para el próximo año. Y también me
gustaría ir a ver al doctor Jacobs por mi artritis. Y tengo que reunirme con mi
abogado sobre vender el condominio. —Cuando Nana dijo “el condominio”, dio
un respingo como si le doliera.
El condominio que Nana decía es de 2 dormitorios en una comunidad de
jubilados en Hilton Head, donde había estado planeando mudarse. Mi padre le
había ayudado a encontrar el lugar tan sólo unos meses antes del accidente.
Nana tenía planes. Está vieja, sí, pero aún tenía futuro. Así que, ¿qué tenía
ahora?
Miré a Nana tratando fuertemente de no llorar. —¿Está bien si voy? —
preguntó—. Puedes venir conmigo si quieres, pero odiaría que te perdieras la
escuela ahora que has empezado otra vez.
Ella había renunciado a mucho por estar aquí. ¿Alguna vez se molestaba?
¿O yo?
—Por favor ve —dije—. Estaré bien. Haz lo que tengas que hacer, Nana.
Asintió, mordiéndose el labio, arrugando la nariz. Luego la vi caminar
rápido fuera de la cocina, la costura perfectamente centrada en su recta falda
moviéndose.
Andie y Hannah nos llamaron a Meg y a mí para ir con ellas a Vinny’s Pizza
para el almuerzo el día siguiente. —¡Somos graduados! ¡Tenemos que tomar
ventaja de nuestros privilegios fuera del campus! —Había argumentado Andie. Yo
estaba dentro. Dime que hay una alternativa para sentarse en la cafetería con
personas mirando entre Tater Tots9, y estoy allí.
En Vinny, no pudimos ponernos de acuerdo con complementos, así que
ordenamos una pizza grande dividida en cuatro lados: piña (Hannah), verduras
(Meg), salchichas (Andie) y sin nada (su servidora). Vinny se fue detrás del
mostrador y nos dio una mirada asesina cuando Hannah hizo el pedido, pero
luego, después de que nos apretamos en los asientos cerca de la ventana, nos trajo
un plato gratis de pan de ajo. Me di cuenta de su esposa en la cocina, mirándome
con tristeza.
—Así que, Laurel —dijo Andie, peleando con la corteza de un pedazo de
pan—. ¿Ves ese banco allí?
Miré por la ventana al banco en la acera. Una joven mamá estaba sentada en
él, desesperadamente meciendo un cochecito atrás y adelante con una mirada
derrotada en su rostro. Miré de regreso a Andie y asentí, luego la observé comer la
mitad de la corteza del pan en la mano de Andie, quien lo metió en su boca.
Parecía un ritual para ellos.
—Trataba de pensar en algo más que plantar un árbol, porque me di cuenta
que es un poco cansado, y un día descubrí que el banco tiene una placa —continuó
Andie—, de alguna persona que nunca he oído hablar, pero llamé a la oficina del
pueblo y ¿adivinen qué? Son bancos conmemorativos. Tú puedes comprar uno.
Podemos comprar uno, la clase graduada, para que lo sepas.
Tan entusiasmada como Andie estaba sobre toda esta idea memorial, ella no
parecía capaz de hablar sobre para que gente era.
Pensé en los nombre de mis padres, el nombre de Toby, en una placa en un
banco. Espaldas sudorosas y tirantes presionándose contra él, estúpidos niños
pegando chicles en las esquinas. No estaba segura si mi familia le hubiese gustado
ser recordado en los traseros de las personas.
—¿Qué tienda quedaba al frente? —dije, porque no podía pensar en nada
más. Meg me dio una patada por debajo de la mesa, así que luego añadí—: Porque
mi papá siempre amaba los emparedados en Village Deli.
9
Conocido también como “Tots”, consiste en una marca registrada de los hash browns, que es una
fritura de patatas. Son conocidos por ser crujientes, de forma cilíndrica y de pequeño tamaño.
Andie y Hannah se miraron la una a la otra, ambas masticando el pan de la
otra.
—Es una gran idea —dijo Hannah.
—¿Cómo vas a conseguir el dinero? —preguntó Meg.
—Vamos a hacer una venta de bizcochos en una de las casas de fútbol —dijo
Hannah.
—Vamos a preguntar a la clase de graduados para hacer galletas y brownies
y esas cosas. Puedo añadir más cosas.
Hizo una pausa, luego añadió, muy seria—: Pero no se preocupen. Vamos a
preguntar a los chicos.
—Y Lauren, puedes conseguir cosas de la venta gratis —susurró Andie.
Justo en ese momento, mi móvil sonó. En la pantalla decía CASA.
—¿Hola? —contesté, como si no supiera que era Nana.
—Hola, Laurel. ¿Cómo estás? —Su voz era extrañamente formal.
—Estoy teniendo un almuerzo en el pueblo.
—Sólo quería ver cómo estaba yendo tu día. ¿Estás con Meg?
—Y Andie y Hannah. —Las chicas trataban de no verme.
—¿Las chicas populares?
Bajé mi voz. —Sí, Nana. ¿Cuál es el problema?
—La señora Dill me contó sobre esas chicas. No estoy segura si quiero que
salgas con ellas.
—Está bien. Estoy bien. ¿Puedo irme ya? Nuestra pizza ya está aquí —
mentí.
Colgué. —Mi abuela —dije a Andie y Hannah—. Ella tiene un pequeño loco
control en mí.
Pensé en la última postal que había recibido de David. Él había escrito:
Masher, ¿puedes creer que ya no puedo seguir la pista del pueblo en el que estoy? Es un
sentimiento increíble.
Podía ver por qué, a veces.
Después, cuando Meg y yo fuimos juntas al baño, me preguntó—: ¿Qué fue
eso sobre Nana?
—Honestamente no lo sé. —Me pregunté cuanto contarle a Meg acerca de lo
que Nana dijo—. Creo que tu madre ha estado hablando mierda de Andie y
Hannah. —Meg suspiró cuando se volteó hacia el lavamanos para lavar sus manos.
—Sí. Decidió la semana pasada que son cachondas.
Hicimos una pausa, con torpeza, así que dije—: ¿Y tú no lo eres?
Meg echó agua sobre mí. Y yo se lo devolví. Lo cual significaba que no
teníamos que hablar más del tema.
Traducido por Majo_Smile ♥
Corregido por LuciiTamy
Estimado estudiante:
Su cita de planificación universitaria con el señor Churchwell ha sido programada
para el LUNES a las 2:30. Por favor llegue puntualmente a la oficina de orientación y
traiga una lista de cualquier pregunta que usted pueda tener.
—¿Seguro que no quieres venir a ver? —preguntó Meg un día después del
último período. Ella y Gavin iban a ir a una prueba para My Fair Lady, el musical
de otoño del club de teatro.
Meg y Gavin ahora eran una pareja bien establecida. Su primer novio real, y
él era uno bueno. No estaba en el grupo de Andie, pero a todo el mundo le
gustaba, además, él tenía su propio coche. Tenían la costumbre de inclinarse juntos
contra una pared con las manos en los bolsillos traseros del otro, lo que me pareció
que era simplemente repugnante. A veces me imaginaba a mí y a Joe de pie allí con
ellos, haciendo la misma cosa, y eso lo hizo aún más difícil.
Afortunadamente, tenía previsto estar en Ashland ese día. La cara de Meg se
cayó cuando se lo recordé, como si realmente quisiera ver su beso francés en la
última fila del auditorio de la escuela. Sabía que trataba de llevarme a mis antiguas
actividades desde que reduje mis horas en el hospital a sólo dos tardes a la semana.
Necesitaba tiempo para mantenerme al día con el trabajo en clase, pero extrañaba
el ritmo diario del hospital, y estar rodeada de gente que no sabía nada de mí.
Ahora, cuando me fui, después de un día de clases y la gente me miraba de reojo,
era casi más un descanso que estar en casa.
A veces, cuando era lenta, me tomaba unos minutos para sentarme en el
banquillo del frente y pensar en ese día con David. Preguntándome dónde estaba y
cuando volvería a saber de él de nuevo.
Cuando llegué a Ashland, todo era un caos. Una familia trajo a su perro
después de que se había metido en una pelea. Estaba bastante golpeado y
sangrando, y el Dr. B había estado trabajando en él durante una hora. Lo que
significaba que las citas programadas regularmente se demoraron, y la gente se
molestó. —Él acaba de hacer caca en su propio portador —dijo una mujer con un
gato que aullaba bajo y constante.
—El médico está manejando una situación de emergencia en este momento
—dijo Eve con calma—. Le invitamos a reprogramar y le daremos un descuento en
la tarifa de visita al consultorio.
Esto aplacó a la mujer y Eve se volvió hacia mí e hizo una mueca. —Él tiene
que conseguir otro médico aquí a tiempo completo —susurró—. Hay demasiados
días como este.
Me hice tan útil como pude. El Dr. B y Robert consiguieron que el perro
herido se estabilizara, y fuimos capaces de empezar a recibir las citas. Después de
una hora, un hombre con un mono cubierto de pintura entró sosteniendo una bolsa
de lona sucia, con las dos manos. Vi a Eve ponerse rígida y me encontré haciendo
lo mismo.
—¿Puedo ayudarte? —dijo cortésmente mientras se acercaba a la mesa de
trabajo.
—Espero que sí. Mi equipo estaba pintando un apartamento vacío y nos
encontramos con esta gatita en un armario. Parece estar enferma o algo así.
Eve se levantó y abrió la bolsa de lona, mirando en su interior. Después de
unos momentos se volvió hacia mí. —Llama a Robert lo antes posible.
Hice lo que me dijeron, y Robert se abalanzó y se llevó la bolsa mientras Eve
le susurraba algo. Después de que desapareció con ella, Eve compuso su cara otra
vez y se volvió hacia el hombre.
—¿No sabes de dónde venía?
—Llamé al dueño y dijo que los inquilinos que acababan de salir tenían un
gato. ¿Tal vez era de ellos?
Eve se mordió el labio. —Nosotros nos encargaremos de ella.
—¿Está bien? —preguntó—. Yo la... la llevaría, pero mi esposa es alérgica....
—Creo que ella está a punto de dar a luz, en realidad. —Se inclinó y tocó el
brazo del hombre—. La trajiste al lugar correcto. —Entonces, cuando él no se
movió, Eve añadió—: ¿Quiere su bolsa de lona de nuevo?
Él negó con la cabeza, luego miró a su alrededor a la sala de espera, donde
tres clientes estaban sentados, después de haber visto todo el intercambio,
mirándolo fijamente. Inclinó la cabeza con rapidez a Eve y se fue.
Después de que los clientes restantes habían sido vistos, Eve y yo fuimos a
ver cómo estaba la gata. Robert la había establecido en una jaula de fondo y colgó
una toalla sobre la parte delantera de la misma. Eve tiró la toalla suavemente y se
asomó.
La gata levantó la vista hacia nosotras, flaca, negra como el carbón, con sus
inquietantes ojos amarillos, todavía en guardia. Se veía cansada y agotada mientras
ella cuidaba a una masa de inquietos gatitos recién nacidos. El Dr. B llegó y Eve
dejó caer la toalla en su lugar. —¿Así que tenemos una nueva mamá? —preguntó
con cansancio—. ¿Eso es qué, seis semanas después de ocupar la jaula, hasta que
los gatitos sean destetados y puedes ponerlos en adopción?
—Estoy fuera de las casas de acogida —dijo Eve con un borde de
suplicante a su voz—. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Llevarla al refugio?
El Dr. B se encogió de hombros. —Es una opción.
—No puede ir al refugio. Ya ha sido abandonada una vez, y si se molestan
en mirarla, verían cómo está desnutrida. Todos se enfermarían y morirían allí.
El Dr. B suspiró. —Entonces te la llevas.
—Mis padres me van a matar si llevo a la casa. —Eve se fue rompiendo. Tiró
la toalla otra vez, con la esperanza de forzar algo en el Dr. B—. Mira lo deprimida
que está. Lo único que quiere es su familia de nuevo.
Tan pronto como Eve lo dijo, yo podía sentir mi garganta cerrarse y una
descarga de algo caliente y fuerte detrás de mis ojos. Por el amor de Dios, pensé, por
favor, no voy a empezar a llorar aquí. Y entonces vi algo en mi cabeza. Un lugar
luminoso, con una ventana y una cama blanda, que estaba vacío como un espacio
perdido en el planeta.
La habitación de Toby.
—Yo puedo llevarla —dije, antes de que pudiera pensar en las muchas
razones para no hacerlo.
Eve puso ambas manos sobre mis hombros, sonriendo más amplio de lo que
pensaba que su rostro tenía espacio. —¿En serio?
Me limité a asentir, mirando a mis manos. —Tengo una habitación —dije
después de unos segundos—. Tengo un montón de espacio.
—Laurel, ¿cómo puedes hacer algo así sin pedirme permiso primero? —dijo
Nana mientras nos encontrábamos en la sala de estar, una caja de cartón llena de
gatos a mis pies. Estaba enfadada, con la boca fruncida y sus líneas de expresión
haciendo grietas en su maquillaje cuidadosamente aplicado. Casi había olvidado
cómo se veía.
—No creí que te importa —dije, encogiéndome de hombros, sin mirarla.
—Bueno, sí me importa, pero eso no viene al caso. Esta es mi casa también, y
estoy a cargo, y si quieres traer algunos animales sin hogar a vivir en la habitación
de tu hermano es... —Se detuvo con la palabra atascada en su garganta, y se apartó
de mí, finalmente, escupiendo—, la habitación de tu hermano... tenemos que
hablar de ello.
—Lo siento —dije—. ¿Por qué no emprendes el viaje al norte del estado, al
igual que has estado planeando? De esa manera no tendrás que lidiar con esto.
—No tengo ganas de ir ahora mismo. No cambies el tema, Laurel.
Me miró, su ira dando paso a lo que parecía ser confusión, como si estuviera
deseando tener un manual que pudiera comprobar para saber qué hacer en esta
situación.
—Era algo que tenía que hacer. —Pensé en la expresión de la gata, la
imaginaba sola en el apartamento vacío que ella sabía era su hogar, preguntándose
qué había hecho mal.
Nana vio que estaba a punto de romperme, pero mantuvo la boca en una
línea firme. —Entiendo eso, y creo que entiendo por qué. Me gustaría que
recuerdes que no eres la única tratando de averiguar cómo superarlo.
Ahora que ya no era tan firme, la línea se vino abajo, y ella se acercó a mí. —
Yo también los he perdido, ya sabes —dijo con voz temblorosa.
Di un paso hacia ella y sentí sus brazos apretarse alrededor de mí, la blusa a
cuadros nítidos presionando contra mi pecho. Era un sitio en el que no me había
dado cuenta que deseaba estar.
Ninguna de las dos dijo nada durante un rato. Me imaginé a la gatita en la
caja, escuchando todo esto, pensando, no estoy segura de que esto va a ser mejor que el
hospital de animales.
Finalmente Nana respiró hondo, dio un paso atrás, y dijo—: Está bien, pero
les das de comer, limpias después de ellos. Y le encuentras un hogar tan pronto
como te sea posible.
Me limité a asentir, y decidí que iba a llamar Lucky a mi gata de acogida.
Traducido por Pixie
Corregido por LuciiTamy
10
Pez de cuerpo aplanado y asimétrico.
Tenía una nueva postal de David escondida en las últimas páginas de mi
libro de historia. Estaba en México. Sólo por el fin de semana, había escrito. Sólo para
ver cómo es tomar un auténtico tequila.
Aún no le había dicho a Suzie sobre lo que había pasado con David; no iba a
comenzar ahora. Pero sentía como que le debía una especie de pepita personal
nueva.
—Joe Lasky quiere que hagamos juntos un proyecto de arte —dije,
pensando en su sonrisa abierta ese día en mi casillero.
Sonrío, demasiado complacida, pero yo estaba contenta por eso. Quizás ella
se podía emocionar por mí, ya que yo no me lo permitía.
—Cuéntame sobre eso —dijo Suzie, y así lo hice.
Una hora después, Nana colocaba algunas galletas Pepperidge Farm para
nosotros en la tabla de la cocina, disculpándose de que no tenía nada hecho en
casa.
—Está bien, Nana —dije—. ¿Podrías relajarte?
—Sólo estoy regañándome porque teníamos ese pan de calabaza pero lo
llevé todo a lo de los Dill, y debería haber guardado algo para ustedes.
Ella sonrió a David, quien se encontraba sentado con la cabeza de Masher en
su regazo, inhalando el descongelado guiso mulligan como si no hubiera comido
en días. Tenía que darle crédito a Nana; cuando llegó a casa diez minutos después
de nosotros, estaba imperturbable por su presencia en la casa. Aún no parecía
recordar que me perdí el baile. Sólo fue derecho al refrigerador para ver qué tipo
de comida podía ofrecer.
Cuando David finalmente tomó un descanso de su guisado y fue por una
galleta, Nana hizo su movimiento.
—Así que, David, ¿qué te trae a casa?
Él dio un respingo sólo por un segundo pero continuó agarrando la galleta.
—Oh, ¿no escucho? —dijo a la ligera, muy a la ligera—. Mis abuelos vendieron la
casa, y tengo que ir a ver mis cosas para decidir que quiero mantener.
Estábamos en silencio. Conduje o caminé por la señal EN VENTA cada día
desde la primera vez que apareció, pero todavía pensar en alguien más viviendo
en esa casa no ha entrado en mi mente. No se veía posible. Yo había querido verla
como un lugar vacío y perfectamente preservado en memoria de la última noche
viva mi familia.
—¿A quién se la vendieron? —preguntó Nana.
—Alguna pareja casada con un bebé —dijo David, prácticamente
escupiendo cada palabra.
Estuvimos en silencio otra vez. No había nada más qué decirle que
probablemente fuera adecuado. Si sólo se sintiera correcto quedarse en los
pequeños detalles del aquí-y-ahora.
—¿Tus abuelos saben que estás aquí? —preguntó Nana.
—No, aún no.
—Estoy segura que estarán felices de volver a tenerte en casa.
David sacudió la cabeza. —No me voy a quedar aquí. Yo… no puedo
quedarme aquí. —Sacó el celular de su bolsillo y entrecerró los ojos a la pantalla—.
Estoy tratando de conectar con Kevin para quedarme en su casa, pero no me está
regresando la llamada.
Nana me miró, y yo sólo elevé mis cejas hacia ella para dejarle saber: sigue
adelante.
—Bueno, te puedes quedar aquí si quieres —dijo Nana—. Hay un lindo sofá
en el estudio que puedo preparar para ti.
—¿En verdad? —La cara de David se iluminó—. Eso sería genial. Puedo
estar en la litera con Marsh aquí.
Él tenía una mirada que nunca antes le había visto. Sinceridad tal vez,
mezclada con un poco de auto-compasión. No lo conocía lo suficiente como para
identificarlo.
Seguí queriendo decirle algo, pero después de mi pequeño episodio del
closet, me encontré sin palabras.
—¿Cómo está tu padre? —preguntó casualmente Nana. Había estado
esperando que ella no preguntara eso. No quería saber.
Y eso hizo caer la cara de David otra vez. —Está igual.
—Lo lamento —dijo Nana.
—Voy a ir a verlo mientras estoy aquí.
—Estoy segura que eso le gustaría. —Nana hizo una pausa, luego puso su
taza de café abajo—. Voy a alistar el sofá. Debes estar exhausto.
Ella dejó el cuarto y casi la seguí, pero David volteó hacia mí.
—Masher parece genial. Gracias por eso.
Miré abajo al perro y no pude evitar sonreír. —Es un chico bueno. Y ni
siquiera le ha molestado la gata nueva.
—¿Gata nueva? —David frunció el ceño.
Había estado esperando una manera de contarle que era lo que he estado
haciendo, lo que ha pasado en mi vida. De repente parecía más fácil sólo mostrarle.
—Ven a echarle un vistazo —dije, luego simplemente me paré y sacudí mi
cabeza hacia el pasillo.
—¿Qué quieres decir con que dijo que me dijeras adiós? —pregunté a Nana,
que recogía las hojas de David y las mantas del sofá.
—Justo lo que parece, cariño.
—¿Qué pasa con sus cosas?
—Están aquí. Vino esta mañana con un cargamento de cajas.
Corrí por el pasillo de entrada hasta nuestro ático, una puerta en el techo
con un poco de cuerda colgando. No había evidencia de que alguien hubiera
estado allí. Así que agarré la cuerda y la puerta se abrió, con su escalera plegable.
—Laurel, acabo de barrer —dijo Nana, confundida—. ¿Qué estás haciendo?
¿Crees que estoy mintiendo?
Me puse de puntillas y agarré una parte de la escalera, tirándola hacia abajo,
luego esta se subió. Todavía tenía mi chaqueta.
El desván olía mal, pero el aire se sentía menos húmedo de lo que
recordaba, como si hubiese sido movido alrededor recientemente. Apoyé los codos
en el suelo de la buhardilla y escaneé el espacio. Había la misma variedad de cajas
de cartón, recipientes de plástico, bolsas de basura llenas de cosas. Sin embargo, en
el rincón más alejado, los vi. Alrededor de una docena de cajas marcadas con
sharpie negro: David Kaufman. Organizadas en cuatro pilas perfectas de tres, tan
rectas y arrogantes que quería tumbarlas.
—Laurel, por favor baja —dijo Nana en voz muy baja. Lo hice. Me miró, y
me sentí de pronto expuesta.
—No estoy segura de lo que pasó. Cuando entró en el desayuno, dijo que
tenía que salir de la ciudad de repente. Había algún tipo de trabajo que podía hacer
con la banda de rock de un amigo.
—¿Dijo a dónde iba? —pregunté, caminando junto a ella en la habitación
para que no pudiera ver mi cara.
—No, sólo que la banda de rock se va de gira y que tenía que reunirse con
ellos. —Nana hizo una pausa, insegura de si debía o no seguirme—. Lo siento,
cariño. Debió haber sido bueno tener un poco… de compañía.
—Lo fue —dije, completamente confundida, antes de cerrar la puerta con
suavidad.
En mi cama se encontraba Masher, con los ojos pesados y huecos de tristeza,
su cuerpo inerte, como si hubiera sido aplastado. Movió la cola cuando me vio,
pero por lo demás siguió igual. Me desplomé en la cama con él, entonces grité con
fuerza en la almohada durante varios, dulces segundos de frustración y alivio.
—No te preocupes, amigo —dije en la nuca de Masher—. Él va a regresar.
Esa noche abrí un nuevo correo electrónico e hice clic en el campo “para”.
Escribí DA. Antes de que pudiera escribir la V, mi programa de correo electrónico
llenó el resto del e-mail de David, como si hubiera estado esperando a que mis
nervios despertaran durante toda la tarde para escribirle. Si sólo eso pudiera
decirme qué demonios escribir, sería la primera vez que le escribiera como mí
misma y no como un perro. Me tomó lo que pareció un año, pero finalmente se me
ocurrió algo que no sonara tan enojado, o demasiado estúpido, incluso después de
leerlo diez veces.
David:
Ni siquiera estoy segura de que revises tu correo electrónico, pero en caso de que lo
hagas...
Siento que tuvieras que dejarnos de nuevo tan rápidamente. Siento que no pudieras
esperar hasta que yo llegara a casa para decir adiós.
Buena suerte con los seguros viajes de la banda y todo eso. Mantente en contacto si
es posible. Todos vamos a estar aquí si nos necesitas, tu perro, tus cosas, y sinceramente
tuya…
Laurel.
Conté hasta tres y pulsé enviar, y tan pronto como lo hice, sentí que podía
respirar de nuevo. Entonces me acordé de que David había planeado visitar a su
padre, pero nunca tuvo la oportunidad. No me hubiera dejado ir con él. Pero ahora
se había ido y no tenía absolutamente nada que decir en el asunto.
Traducido por ♥...Luisa...♥
Corregido por Juli
laurel
gracias por escribir. es bueno saber que no me odias, al menos no todavía.
estoy en richmond, virginia. la banda tiene un montón de aficionados aquí.
esta ciudad tiene demasiadas estatuas de generales confederados, lo que significa que
debo estar en el sur.
mantente en contacto,
david.
Mantente en contacto.
De pronto me di cuenta de lo molesta que era esa expresión. Era como:
Ahora es tu responsabilidad mantenerte en contacto conmigo. Decía: Yo soy demasiado
perezoso.
Empecé a responderle, para mantenerme en contacto, pero decidí que yo
también sería perezosa.
Esa noche, de vuelta en casa, Nana quería que me sentara con ella y viera El
Mago de Oz en la televisión. Cuando se quedó dormida en algún momento antes de
que Dorothy se encontrara con el Hombre de Hojalata, me acerqué a la
computadora y abrí mi correo electrónico. El último mensaje de David seguía allí, a
pesar de que se había deslizado a un punto a mitad de la página. Se sentía como si
con sólo hacer clic en él, yo podría abrir un agujero al que escalar, al que gritar
hasta el fondo.
Entonces marqué en “responder” y le conté a David sobre la cena de Acción
de Gracias, sobre el viejo tío con la patata dulce en el bigote toda la noche y los
amigos de Connecticut, una pareja casada, que llevaba suéteres verdes idénticos
con tortugas en ellos. Le hablé de la cornucopia como centro de mesa que olía a
fruta podrida y los platos con los pavos disfrazados de peregrinos en ellos. Empecé
a hablarle de la mamá de Meg, también, pero luego cambié de opinión.
Por último, terminé el correo electrónico con lo siguiente:
Así que me gustaría saber cómo estuvo Cracker Barrel en el departamento de las
fiestas extrañas. La próxima vez que regreses a la ciudad, primero llámame, y vamos a estar
esperándote.
Laurel.
Lo envíe antes de que pudiera toquetearlo, y volví al sofá, para ver a Oz.
Traducido por LizC
Corregido por Panchys
Al llegar a casa, levanté el teléfono para llamar a Meg y contarle las noticias,
y luego me detuve. Habían pasado tres semanas desde aquella mañana, la mañana
de Salva un gato o Encuéntrate con Meg en el centro comercial, y cuando
estábamos juntas, éramos como actores en una obra. En la escuela, en los pasillos o
en las clases donde nos sentábamos una al lado de la otra por costumbre, hacíamos
el papel de mejores amigas. Prestándonos la lapicera, esperándonos a la salida de
clases o en los casilleros. Charlando acerca de cuan difícil fue el examen de
matemáticas y que tan mal lucía nuestro cabello.
Pero fuera de la escuela, esa línea telefónica continuaba muerta. Meg ya no
se ofreció más a llevarme a ningún lugar, no se detuvo más a pasar el rato o
invitarme a su casa. No me llamó o escribió por las noches para contarme acerca de
Gavin o Andie o especialmente sus padres.
La extrañaba como nunca, pero también era obstinada. Sabía que había
hecho lo correcto. Echo había sido más importante. Echo, con sus grandes rayas
negras como si hubieran sido pintadas con un pincel de esponja gruesa, a quien le
gustaba lamer tu antebrazo mientras la acariciabas. Los seres vivientes mueren
para siempre. Las amistades pueden ser resucitadas.
Así que, dejé mi celular y pensé que le diría mañana en la escuela. Pero
todavía me sentía muy sola. Quizás podría contarle a Joe. Sí, eso funcionaría. Joe
estaría feliz por mí.
Abrí mi correo electrónico, y cuando vi mi bandeja de entrada, mi corazón
dio un salto.
Un mensaje de David.
laurel
sólo por el placer de hacerlo he empezado a presentarme como León. Parece
totalmente divertido para mí. ¿Me veo como un león? ¡De ninguna manera! Pero yo les
digo: “hola, soy León” y la gente simplemente asiente y dice: “¡encantado de conocerte,
León!” y así puedo ser León por un tiempo. León necesita algunos antecedentes. estaba
pensando que podría ser el hijo de la gente del circo, por ejemplo de los entrenadores de
elefantes de fama mundial. eso es algo que se puede decir y nadie sería capaz de comprobar,
porque ¿quién se entera de la vida de los entrenadores de elefantes de circo? quiero decir, el
circo es totalmente cliché, pero la gente se traga esas historias. eso podría conseguirme
regalos y favores y mi vida en este momento tiene que ver con regalos y favores, como tú
bien sabes.
david.
Antes de haber besado a David, había pensado que él era poco serio y
divertido y rudo en los bordes. Pero cuando leí esto, pensé en la suavidad de sus
labios y la manera en que yo podía sentir su corazón latiendo rápido ese día en el
bosque, y supe que estaba sufriendo. Tal vez todos estos años de actitud, desde el
momento en que me regaló el baño de burbujas de Campanita, hasta la noche del
accidente, era sólo un largo sufrimiento para David.
Sin mencionar Acción de Gracias, pero esa era otra historia.
Mi correo electrónico había sido un tratado de paz, y con esto, parecía que lo
había firmado.
Vuelve a casa, pensé. Sólo vuelve a casa.
Comencé a responderle.
no te preocupes sobre megan dill. no suena como que estés lista para arreglar las
cosas aún de todos modos. he encontrado que dejar que algo permanezca roto por un tiempo
me ayuda a entenderlo.
Lo que David había dicho tenía sentido para mí. No había ningún punto en
abrirlo a otras opiniones.
Joe hizo el último giro sobre la calle donde estaba la biblioteca, y clavé mis
manos, aún temblando un poco, profundamente en los bolsillos de mi chaqueta.
—¿Es esto algo mejor? —preguntó Joe, ya que sentí una ráfaga de aire
caliente venir de la rejilla de ventilación en frente de mí. La temperatura había
bajado bruscamente, y Joe pasó todo el camino desde la biblioteca a Yogurtland
jugando con los controles del panel de la temperatura.
—Sí, gracias —dije, mis dientes castañeando.
—Se va a mejorar en un minuto —dijo—. Tal vez el yogurt congelado no es
una buena idea. Simplemente pensé que debíamos celebrar.
—Ellos venden chocolate caliente —sugerí. Celebrar o no, yo no estaba lista
para irme a casa todavía.
Joe entró en el estacionamiento de Yogurtland, el cual compartían con un
pequeño centro comercial y otras dos tiendas. Para cuando detuvo el auto, me di
cuenta de un grupo de chicos yendo hacia el interior.
Joe los reconoció también.
—Kevin McNaughton —dijo Joe, una simple observación.
La muchedumbre del ferrocarril.
—Jesse Pryde. Todos esos chicos —le dije, tratando de coincidir con la
naturalidad en la voz de Joe.
Joe comenzó a apagar el motor de la camioneta, pero agarré su brazo y
espeté—: No entremos. —Me dio una mirada de perplejidad, así que añadí—: El
coche acaba de entrar en calor, y se ve bastante lleno de gente por el momento.
Él echó un vistazo a las brillantes luces amarillas y rosas de Yogurtland que
no estaba realmente lleno del todo, y luego quitó su mano del encendido y me
miró fijamente.
—¿Quieres escuchar algo de música? Acabo de grabar un nuevo CD, creo
que te gustaría —dijo. Asentí, y él agarró un estuche de cuero de CD, pasando las
carátulas hasta que encontró la que buscaba—. Es una mezcla —dijo, y la deslizó
en el reproductor.
No reconocí la primera canción, pero me gustó inmediatamente.
—Me gusta el baile del auto a esto —dijo Joe. Agarró el volante y empezó a
mover la cabeza y los hombros en un desesperado intento de hombre-blanco
disfrutándolo. Comencé a reír—. ¿Qué? —preguntó—. ¡No me puedes decir que no
tienes un baile del auto!
—Por supuesto que sí —le dije—. Pero el mío tiene ritmo.
Alargó la mano y me dio un manotazo juguetonamente en la cabeza. Luego
mantuvo la mano allí, flotando encima de mí. Como si ahora hubiera cruzado en
mi territorio y no estaba segura de si era para volver a casa o seguir adelante.
Siguió adelante. Lentamente, Joe bajó su mano hacia mi cabeza, sus dedos
tibios en mi cuero cabelludo. Él los recorrió a lo largo de un mechón de mi pelo
que se había escapado de mi cinta, entonces lo puso detrás de mi oreja.
Todavía estaba lo suficientemente frío en la camioneta por lo que pude ver
mi respiración, y también miré el aliento de Joe. Salía de nosotros al mismo tiempo,
el mismo ritmo, reuniéndose en el espacio entre nosotros.
Pude ver las moléculas girar una alrededor de la otra. Así que ahora fijé mis
ojos en ángulo recto sobre Joe, que parecía aterrorizado.
—Realmente quiero esto, Laurel —dijo, y tragó audiblemente—. Tú
también quieres esto, ¿verdad?
Asentí, pero me quedé quieta, determinada a que él debía dar el primer
paso esta vez.
Joe se inclinó todo el camino hacia mí, pero mantuvo sus manos para sí
mismo, ofreciendo sólo su cara. No estaba segura de lo que hacía hasta que sentí su
frente sobre la mía. Nos quedamos así durante unos momentos.
Finalmente, me besó, sus labios cálidos y vacilantes. Entonces pude sentirlo
relajarse y entregándose. Traté de hacer lo mismo, como entrenándome a mí
misma. ¡Tú quieres esto! ¡Ahora está sucediendo! ¡Disfrútalo!
No recibí esos fuegos artificiales que recordaba de la noche del baile, pero
nos tocábamos de nuevo, y eso era suficiente.
Joe torció un poco el cuerpo, para estar en una mejor posición, pero se
detuvo y dijo—: Este camioneta no fue hecha para… esto. Los asientos están
demasiado lejos.
—Eso es un defecto de diseño, sobre el que deberías escribir a la compañía.
Se rió, luego alcanzó mi cinturón de seguridad y lo soltó. —¿Puedes venir
aquí… conmigo? —preguntó.
En tres segundos me había trepado a su lado y me senté en su regazo.
—Mucho mejor —murmuró. Sentí los brazos de Joe completamente a mí
alrededor, acunándome.
Sí. Eso es lo que tenía en mente.
Casi lloré de alivio, pero lo ahogué por lo bajo.
Joe parpadeó rápidamente, como si no estuviera seguro de que yo estaba allí
realmente, y dijo—: Me gustaría empezar a hacer esto más a menudo, si está bien
contigo.
—Está bien conmigo.
Sonrió. Una sonrisa pura y llena de alegría, como un niñito abriendo un
regalo y descubriendo que era lo que él deseaba desesperadamente.
—Eres increíble, Laurel.
Algo en la forma en que dijo esto me hizo sentir incómoda. Negué con la
cabeza.
—Yo no lo soy realmente.
—Sí. Tú me deslumbras. Con todo lo que has pasado, tú... tú solo te
quedas... —Se atasca otra vez. Reinicia con una respiración profunda—. Yo debería
haber hecho una pintura de ti.
El malestar crecía. Para hacer que desapareciera, lo besé, y empezamos de
nuevo, sus manos moviéndose suavemente sobre mi espalda. Después de un
minuto, la lengua de Joe estaba en mi labio inferior. El cosquilleo me tomó por
sorpresa. Me reí y se detuvo.
—¿Estás bien? —preguntó, a un borde de implorar.
—Nada va a suceder esta vez, te lo prometo. —Entonces añadí—: No hay
piscina a la vista.
Joe sonrió. —O David Kaufman. —Se inclinó de nuevo.
Pero me aparté. —¿Qué?
El sonido del nombre de David, aquí en la camioneta de Joe encima del
ruido de la calefacción y el motor. Joe me envolvió con los brazos. El nombre de
David, como una especie de cóctel molotov se lanzó a través del techo corredizo.
¿Qué sabe Joe? ¿Cómo?
Instintivamente me arrastré fuera de su regazo y de vuelta a mi asiento,
mirando por el parabrisas. Cuando al final, tuve el coraje de mirar a Joe, se veía
afectado por el pánico.
—David Kaufman… tú sabes, yo sólo quería decir, la noche del baile —dijo.
Se golpeó en la frente con el puño.
—Soy un idiota, incluso mencionando eso.
Sentí cansancio fluir fuera de mí.
Pero ahora David estaba de alguna manera aquí, y Joe y yo nos
encontrábamos tan alejados, ni siquiera nuestro aliento se mezclaba.
—Está bien —le dije a Joe—. Hay tiempo. ¿Puedes llevarme a casa ahora?
Traducido por Pixie
Corregido por **Maria**
Una vez de nuevo adentro, fui a la habitación de Toby para ver que sucedió
con los gatos de acogida. Me agaché para observar la gran canasta de perro. Lucky,
quién había estado acurrucada con sus bebés, se levantó y estiró, luego salió sin
ellos.
Se hacían grandes y querían moverse, moverse, moverse, así que siguieron a
su madre fuera de la canasta y se dispersaron por la habitación.
Uno, dos, tres cuerpos mullidos, todos rayados, moviéndose cerca de mí.
Pero había cuatro gatitos en la basura. Asomé la cabeza en la canasta. Un gatito, el
blanco, seguía recostado ahí, durmiendo.
O quizás no durmiendo. Mi mano se sacudió mientras lo alcanzaba,
esperando que se despertara bajo la calidez y la presión. Pero estaba frío y tieso.
—Dios mío —dije en voz alta.
Miré a Lucky, quién se encontraba sentada bajo el escritorio, lamiéndose.
Me miró, y si una gata pudiera encogerse de hombros, eso es lo que hizo. Sólo
torció su cabeza y estrecho sus ojos como si dijera, las cosas pasan.
No estaba segura de que hacer a continuación. ¿Qué se supone que debo
hacer? Era un día de nieve y yo estaba sentada en el suelo de la habitación de mi
hermano muerto, con cuatro gatos que no eran míos.
Una hora después Meg y yo acomodábamos las luces alrededor del árbol,
cuando recibimos una llamada de su madre.
—De acuerdo —dijo Meg, sin expresión alguna, al teléfono—. Bien. —Colgó
y me miró—. Papá está en el Holiday Inn, así que… creo que debería regresar,
suena muy solitaria.
—Te acompañaré a casa —dije.
Nos mantuvimos en silencio mientras caminábamos cuesta abajo en la casi-
oscuridad, Meg con su bolsa, y yo cargando su mochila escolar. Era muy cerca a
navidad ahora que todos en nuestra calle habían puesto sus decoraciones, y la
nieve restante se acomodaba tan delicadamente, que parecía pintada en las puertas
y ventanas.
Vivimos en un lugar bonito, pensé mientras caminábamos. Nunca sabrías, con
tan sólo mirar a una de estas puertas, que dentro, había depresión, y alcoholismo, y
padres que ya no se amaban. Y seguramente había casas que tenían un techo sobre
pérdida y tragedia. Pero la mía los tenía todos.
Cuando pudimos ver la casa de los Dill, Meg preguntó—: ¿Crees que
estaremos bien?
Pensé en ello, y en cómo David podría responder a la pregunta y luego
dije—: Lo estaremos, si decidimos estarlo.
La señora Dill abrió la puerta trasera y envolvió a Meg en un gran abrazo.
No se movieron por un minuto entero.
El día siguiente era el último día de la escuela antes de las vacaciones
navideñas. Por toda la semana pasada, lo único sobre lo que todo el mundo se
había preocupado era en quien recibió su carta de aceptación de la universidad.
Todos los que habían aplicado recibieron sus resultados, por lo que sabían que yo
debía de tener los míos. Pero no hablaba, y era hilarante verlos estar demasiado
asustados como para venir a preguntarme directamente. Al final, fue el señor
Churchwell el que arruinó la diversión.
Me llevó a un lado mientras caminaba por de la oficina principal al final del
período de almuerzo. —¿Has sabido algo de Yale? —me preguntó, tratando de
sonar profesional.
No pude mentirle. —Sí, entré —dije casualmente.
—¡Eso es fantástico! ¡Estoy muy orgulloso de ti!
—Pero todavía estoy trabajando en mis otras aplicaciones.
—Estoy seguro de que tendrás muchas opciones. —Y luego me dio unas
palmaditas en el hombro, la clase de palmadas que querían ser un abrazo, pero
sabían que eso no estaría bien.
Más tarde, en el camino al séptimo periodo, Joe tocó mi hombro y me volteé.
—¡Felicidades! —dijo—. ¡Oí sobre Yale!
Las noticias viajaban rápido.
—¡Gracias! —dije, tratando de sonar igual de entusiasmada que él.
Joe me miró nerviosamente, y luego dijo—: Mira, estoy seguro que las
fiestas para ti son… bueno… no son…
—Van a apestar.
—Sí, van a apestar —dijo, sonriendo aliviado y no pude evitar sonreír
también—. ¿Quieres que nos juntemos en las vacaciones? Podríamos ver una
película. O ir a la ciudad a ver las decoraciones…
Me imaginé a mí misma parada con Joe, bajo un gran árbol en el centro
Rockefeller, comiendo castañas asadas de un vendedor ambulante, con las manos
agarradas. ¿Por qué esa clase de momentos sólo existían en las películas, en la vida
de los que tienen suerte? No podría ser tan difícil de conseguir.
—Me encantaría —dije—. Sólo llámame. Estaré por allí.
—Bien. Pues…
—Feliz navidad, Joe.
—Igualmente.
Luego lo miré caminar por el pasillo en esa manera saltarina, que era
incómoda y graciosa, pensando en que ahora era un poco mas mío.
comí pollo y waffles por navidad, y vi dos películas, fue el mejor día en mucho
tiempo.
david.
p.d. es “tu” vecindario, ya no es mío.
Leí la última línea una y otra vez, la cual pasó de sonar presumida, a
arrogante a simplemente triste. La versión triste seguía brillando en la
computadora cuando entró una llamada de Etta, la abuela de David.
Traducido por mebedannie
Corregido por Melii
—Despertó —dijo Etta—. Apenas esta mañana. —Su voz era firme pero
cansada, y por dos segundos no tuve ni idea de que me hablaba. Tomó mi silencio
como una indicación de seguir hablando—. Ya había estado dando señales por
varios días, pero nos dijeron que no debíamos esperanzarnos, así que me quedé en
Florida, mi esposo, Jack, ha tenido neumonía y no puede viajar a ver a nuestro hijo.
—El señor Kaufman —dije tontamente. Apenas descifrándolo.
—¡Sí, cielo! ¡Despertó! —Su voz se trabó—. Apenas está a la mitad del
camino, si sabes a lo que me refiero. Pero lo ayudaremos.
—¿Ya lo ha visto alguien?
—No, no ha ido nadie. Laurel, necesito tu ayuda. Necesito contactar a
David. ¿Sabes dónde está?
—¿Dónde está? —respondí, pensando en David comiendo pollo y waffles
en algún lugar del medio oeste.
—Creí que tal vez sabrías, porque se quedó contigo esa vez. Traté con
algunos de sus amigos, pero no han oído de él.
Etta comenzó a desesperarse y la oí sonarse la nariz.
—Va a estar bien —dije—. Yo puedo ayudarle.
David
Tu papa despertó. Por favor llama a tu abuela.
PRONTO
Laurel.
A mitad del camino del Puente de Tapan Zee, miré hacia el río Hudson y vi
un bote solitario, alejándose del muelle y dejando un rastro de espumosa agua
detrás de sí. Un bote de pesca probablemente. Y pensé en lo mucho que amaría
estar en ese bote, incluso aunque estuviera condenadamente helado y me lloraran
los ojos por la fuerza del viento. Estar en ese bote, en vez de aquí, en el Volvo con
Nana conduciendo a tres kilómetros por hora y con David en la parte trasera
silencioso y de mal humor.
—Es un día claro —dijo Nana, con sus ojos fijos en la curva del puente
mientras esta iba apareciendo ante nosotros. Decía esa clase de cosas (“El tráfico es
agradable y ligero”, y “Esta es mi cadena de radio favorita") para llenar el silencio. Ella
no parecía entender que el silencio era la única cosa normal en nuestro viaje a
Palisades Oaks. Yo necesitaba todo lo normal que pudiera tener en el momento.
—Sí, casi se puede ver hasta Manhattan —dije, de todas formas, a
continuación miré por el espejo retrovisor, donde pude ver la cara de David
presionada contra la ventana detrás de mí. Sus ojos estaban cerrados y llevaba
auriculares, y pensé en como yo me había despertado temprano esa mañana y
caminé de puntillas hasta el estudio para ir a ver como estaba. Para asegurarme de
que seguía ahí. Y luego verlo dormir durante un minuto, preguntándome dónde
había estado, y cómo había llegado a nosotros. No había dicho nada y nosotros no
le habíamos preguntado.
David no parecía muy contento de ver a su padre. Pareció sobre todo
confundido, y un poco nervioso. Y muy, muy cansado, como si no hubiera tenido
un descanso nocturno durante semanas. A pesar de que claramente no tuvo
ningún problema en nuestro sofá, o ahora, en el asiento trasero de nuestro coche.
Tenía la sensación de que si nosotros no hubiéramos decidido llevarlo a Nueva
Jersey, se habría quedado en el estudio, durmiendo y jugando a video juegos, y
luchar con Masher, sin ir a ver nunca a su padre.
Mi teléfono sonó con un texto de Joe:
¿T sients mejor para ir a l ciudad mñn?
Hubiera sido imposible comunicarle a Joe el complicado escenario de
nuestro viaje. Ninguna palabra podría hacerlo, mucho menos en la forma de un
mensaje de texto. No le respondí.
—¿Has visto como Masher quería venir con nosotros esta mañana? —le
pregunté a Nana, lo suficientemente alto como para que David, si en realidad
estaba despierto y no fingiendo dormir como yo sospechaba, pudiera escuchar—.
Él pensaba que David se iba otra vez.
Nana simplemente asintió con la cabeza, y luego dijo—: Deberíamos salir a
tomar un aperitivo mientras David está con su padre. ¿Qué se te antoja?
Miré por el espejo retrovisor y vi a David abrir sus ojos por un momento.
—¿Qué pasa después? —le pregunté a Nana una vez que estuvimos
sentados en el Denny’s, a medio kilómetro de camino. Mi teléfono móvil sonó una
vez más con otro mensaje de Joe, pero no lo abrí para leerlo. No parecía correcto
agregar a Joe a este día.
—No lo sé, cariño. Eso no depende de nosotras. Y realmente tampoco nos
afecta. —Se puso las gafas para mirar el menú—. A menos que, por supuesto,
David continúe visitándonos como lo hizo anoche. Entonces, tendré que hacer
mucho más espagueti. —Me miró de reojo y guiñó un ojo, y yo tuve que reírme un
poco.
Después de que ordenamos, Nana tomó un sorbo de su té, a continuación lo
bajó y me miró.
—Laurel, ¿has decidido que hacer acerca de la Universidad de Yale?
Ella había tenido esta charla planeada. Estábamos en una situación en la que
yo no podía evadir la pregunta.
—No —respondí, lo que era la pura verdad.
—¿Cuándo necesitas tomar tu decisión?
—Hasta el primero de mayo. Voy a esperar hasta saber también de las
demás escuelas.
Nana asintió y tomó otro sorbo de té.
—No voy a presionarte, cariño. Sólo quiero saber que estás pensando sobre
ello. Es una gran decisión.
La miré, al maquillaje que formaba grumos en los pliegues de su rostro, a
pesar de que apenas era la hora del almuerzo. Parecía cansada. Más mental que
físicamente, como si hubiese estado pensando mucho más de lo que quería. Yo
podría añadirme a eso.
—Voy a hacer un trato contigo —me encontré diciendo, y enarcó sus cejas
para que yo continuara—. Voy a pensar más acerca de Yale, si continúas con tu
viaje, regresando a casa en las próximas semanas.
Ahora Nana frunció el ceño, pero en broma.
—Eso no parece justo. Sabes que yo planeaba ir de todas formas.
—Sí, pero habrías encontrado alguna excusa para posponerlo de nuevo.
Pareció herida y expuesta por un momento, con los ojos totalmente abiertos
y sin pestañear. Pero entonces dijo—: Probablemente tengas razón.
—Nana, estoy bien para valerme por mí misma. Quiero que hagas lo que
tengas que hacer. Porque necesitas hacerlo.
Sólo asintió, con lágrimas en sus ojos.
—Además, Meg puede quedarse siempre que la necesite. O quién sabe,
quizás David siga siendo nuestro invitado.
Dije eso con toda la indiferencia que pude. No quería que ella pensara que
yo quería que eso pasara, porque ni yo sabía si lo quería.
Nana se secó los ojos con la servilleta y dijo—: Te gusta tenerlo cerca.
Me encogí de hombros.
—Tenemos mucho en común. Y él es agradable.
Parecía que ella iba a decir algo más, algo horrible en el sentido de “Espero
que no sea una trampa en marcha” o “¿Qué hay acerca de tu Joe?”. Rogué en silencio
para que mi abuela no fuera por allí.
Afortunadamente, no lo hizo. En lugar de eso dijo—: Suzie me llamó antes
de irse de vacaciones y dijo que ya no pareces disfrutar de tus sesiones.
Nana tiene que haber venido al Denny´s con una lista.
—Eso implica que alguna vez disfruté de ellas en primer lugar —dije,
removiendo mi refresco de dieta con una pajita para que el hielo tintineara.
—No seas una sabelotodo —dijo Nana—. Suzie puede no ser un tambor de
risas, pero a menudo vuelves a casa luciendo un poco más feliz. Tal vez no más
feliz. Más... cómoda. En paz. ¿Te ha ayudado?
Pensé en los momentos en la oficina de Suzie cuando ella decía algo, y yo lo
repetía en mi cabeza, y lo almacenaba en un archivo mental donde pudiera
encontrarlo fácilmente en el futuro. Me la imaginé mirando por la ventana y
pensando en que preguntarme después, jamás luciendo aburrida con mis
respuestas. Gracias a ella, estaba ahora en el Segundo Volumen de mi diario, lleno
de divagaciones largas y cortas, al azar, con dibujos y garabatos, con collages
hechos de revistas. Cuando una idea se atascaba a medio formar en mi cabeza,
sabía cómo engatusarla para que yo pudiera conseguir una buena apariencia.
—Sí, me ha ayudado —dije, dándome cuenta por primera vez de que era
cierto—. Pero últimamente, se siente como si estuviéramos yendo en círculos.
Seguimos analizando la misma cosa una y otra vez. Tal vez sólo necesito un
descanso.
Nana asintió. —Tal vez podrías llamarla sólo cuando la necesites.
—¿Puedo hacer eso?
—Laurel, por supuesto que puedes hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa que
quieras.
—Gracias —dije, mi nariz cosquilleaba y mis ojos quemaban. No tenía
miedo de dejar salir unas cuantas lágrimas.
—No necesitas darme las gracias, cariño.
—Quiero decir... gracias. Por todo, Nana. Gracias por todo.
Y entonces Nana me miró con tanto amor. El tipo de mirada que se siente
vergonzosa, e innecesaria, y tal vez como si fuera mejor gastarla en otra persona
porque ¿cómo podría yo merecerla? He recibido esta mirada de mi abuela
ocasionalmente antes del accidente, y mucho más desde entonces. Siempre me
giraba hacia otro lado y dejaba que su mirada golpeara en un lado de mi cara, para
evitar mirarla de regreso.
Pero esta vez no lo hice. Esta vez le devolví la mirada, con mi propia versión
de la misma.
Casi dos horas más tarde, volvimos a Palisades Oaks. Sinceramente, creo
que establecimos el récord a la más lenta comida en la historia de Denny’s.
Etta vino cuando llamaron al señor Kaufman. Había estado llorando más —
me di cuenta porque su rímel estaba corrido— pero sonrió un poco mientras salía
del ascensor.
—David está afuera en el jardín —dijo, y añadió—: Fue bien.
—Entonces, ¿cómo está? Gabriel, quiero decir —preguntó Nana.
Etta se encogió de hombros.
—Está alerta. Su mente está un poco nublada, y no puede recordar mucho.
Todo está en pequeñas piezas, pero los médicos dicen que es normal. Esperemos
que con el paso del tiempo las piezas se hagan más grandes y, ya sabes, se unan.
—Y, ¿físicamente? —Nana no era tímida para estas cosas. No era un
territorio desconocido para ella.
La cara de Etta se oscureció un poco.
—Todavía están haciendo pruebas, pero no creen que vaya a caminar de
nuevo. En este momento tiene un poco de uso en sus brazos y manos; dicen que es
una buena señal. —El sol cayó sobre su rostro, y tal vez la inspiró, porque dijo—:
Pero nunca se sabe con Gabe. Él es un hueso duro. Podría sorprendernos a todos.
Simplemente asentimos. Etta me sonrió un poco, y dijo—: Me dijeron que
viniste a verlo de nuevo en octubre. —Asentí de nuevo—. ¿Quieres verlo ahora?
Nana me miró de reojo, con sus labios fuertemente presionados como si
tuviera que hacer un verdadero esfuerzo para no hablar por mí. Varios momentos
largos pasaron.
Finalmente, pregunté—: ¿Dijo que David está en el jardín?
—Sí, empezó a quejarse por el olor y que necesitaba un poco de aire.
—Voy a ir a buscarlo —dije, y me alejé de Etta y Nana. La situación era lo
suficientemente extraña como para una respuesta válida a la pregunta sobre el
señor Kaufman.
Todo encajaba de alguna manera, en su extraño, camino color melocotón. La
verdad era que no se sentía bien subir las escaleras sin consultar a David primero.
Me había molestado tener que pedir su permiso antes, pero ahora lo quería.
Bajé por un largo pasillo, siguiendo una señal que decía “EL JARDIN DE
OAKS”, y presioné para abrir la puerta al final del mismo. Me encontré saliendo
hacia un gran patio, rodeado de arbustos pelados y de árboles sin hojas puestos en
macetas, el borde de las losas polvorientas marcadas con copos de nieve medio
derretida.
En el centro del patio había una fuente, toda ángeles y urnas, y sentado en el
borde de la misma se encontraba David, fumándose un cigarrillo.
Me vio y bajó su cigarrillo hacia el suelo como si estuviera tratando de
ocultarlo.
—Oye —dijo.
—Hola —respondí, y fui a sentarme junto a él. No habíamos hablado mucho
desde que llegó a mi casa con su enorme mochila. Era como si el email y las charlas
reales fueran dos lenguajes diferentes, y ambos teníamos fluidez en uno y
apestábamos en el otro. Pero ya había tenido una idea sobre cómo romper el hielo.
—Hay una peste muy desagradable allí —dije.
David exhaló, lleno de humo.
—Sí, ¿verdad? ¿Qué es eso?
—Creo que es una combinación de un montón de cosas muy desagradables
sobre las que tú no quieres pensar.
Resopló un poco, y luego levantó el cigarrillo hacia sus labios.
—¿Puedo tener un soplo? —pregunté.
—¿De esto? —Parecía sorprendido, y yo estaba agradecida—. Tú no fumas.
—Lo he hecho antes. Con Meg y Mary Dill, una noche el año pasado. —Las
tres habíamos compartido uno, y todas nosotras habíamos sido inexpertas en eso,
pero de repente me pareció como lo que tenía que hacer.
—Claro —dijo David, entregándome el cigarrillo—. Pero sólo para el
recuerdo, no obtienes un soplo, le das una calada. Si vas a coger malos hábitos,
deberías utilizar la jerga correcta.
—Calada. Lo tengo. —Lo tomé y puse mi boca en ello, y dije una silenciosa
plegaria de que no tosería hasta mis tripas. Pero inhalé el humo hasta mis
pulmones y lo mantuve ahí por un segundo, y luego lo expulsé. Tenía un sabor
horrible pero parecía divertido, de una buena manera. Como si yo fuera alguien
más por un segundo.
Le entregué el cigarro de nuevo y preguntó—: ¿Cómo estuvo?
—Increíblemente raro.
—Apuesto a que sí.
—Mi padre y yo... nunca fuimos…
—Lo sé.
—Era más fácil antes de que él despertara. No necesariamente mejor. Sólo
más fácil.
—Cierto.
David dio un último soplo —quiero decir calada— y arrojó el cigarrillo a la
fuente. Ambos lo miramos por un momento, flotando en el agua. Él suspiró y lo
sacó, entonces caminó hacia el cubo de basura más cercano posible.
—Entonces, ¿qué pasa después? —Fue mi pregunta trampa. Yo no tenía que
traer a colación los detalles sobre donde iba a quedarse. Él podría llenar los
espacios en blanco que quisiera, y estaba segura de que yo sería feliz con eso.
—Supongo que tengo que quedarme por un tiempo. El médico dijo que es
bueno para él verme.
—Sin embargo, preferirías no hacerlo —presioné.
David me miró fijamente, y pareció tomar una decisión. Está bien. Es ella. Lo
sabe. Después de unos segundos, dijo—: No sé lo que quiero. Sólo quiero seguir
con mi vida. Creí que ya tenía una idea, pero ahora... quiero decir, ¿voy a tener que
cuidar de él? ¿Si está en una silla de ruedas? ¿Eso es lo que voy a estar haciendo?
Sólo me encogí de hombros. Había estado esperando mi ventana de
oportunidad.
—¿Recuerda lo que sucedió la noche del accidente? —Traté de hacer que mi
curiosidad sonara casual, en lugar de violenta.
Una sombra cruzó el rostro de David.
—No. Por lo menos, todavía no. —Me miró tristemente—. No hay
respuestas para ti allí, Laurel. Si eso es lo que estás esperando.
¿Era eso? Tal vez no, después de todo. Debido a que sigo queriendo subir
las escaleras.
—¿Te importa si lo veo de todos modos?
David se detuvo, y sus facciones se tensaron por un momento. —Mi abuela
dice que ya lo hiciste... justo después de que yo te dijera que no quería que lo
hicieras.
—Está despierto ahora —dije firmemente, pero con suavidad, resistiendo la
urgencia de disculparme.
—Sí, pero está muy lejos de eso. Apenas sabe quiénes son las personas.
—Sólo voy a permanecer allí unos minutos. Es sólo que... estoy aquí. Y no
creo que vuelva. —Entonces respiré profundamente, inhalando la fuerza para
luchar por lo que sabía que me merecía—. ¿No crees que tenga derecho?
David se quedó mirando fijamente la fuente por un momento y luego, sin
mirarme, dijo—: Ve. Sólo prométeme que no le preguntarás acerca del accidente.
Asentí y silenciosamente me alejé de él, fuera del jardín.
Sobra decir que el camino a casa en el auto fue más terrible que el de esa
mañana. Esta vez, incluso Nana estaba demasiado cansada por la tensión del día
para hacer pequeña charla. Fueron unos muy largos cuarenta y cinco minutos de
silencio, tranquilo silencio, con sólo el zumbido del coche y la estática de las
noticias en la radio.
Sentí un dolor sordo detrás de mis ojos por todo el llanto, pero era un buen
dolor. Como si alguien hubiera quitado algo de allí y de repente, pude ver de
nuevo. Mientras cruzábamos sobre el Tappan Zee, el agua se veía más clara de lo
que parecía esta mañana.
Mi celular sonó una vez más, ahora con un correo de voz. Desesperada por
encontrar algo que hacer, lo escuché.
—Laurel, es Joe. Estoy un poco preocupado por ti, no has respondido a mis mensajes
de texto. ¿Puedes por favor llamarme y hacerme saber que todo está bien?
Pero no había manera de que yo pudiera devolverle la llamada, incluso si
hubiera querido. Ni siquiera podía pensar en por qué no quería.
Finalmente, nos detuvimos en nuestra entrada para encontrar una
camioneta roja estacionada delante de la casa.
La camioneta de Joe. Jadeé, y luego me callé.
Y Joe, sentado en nuestra puerta con una taza de café para llevar en sus
manos. Usando un sombrero de esquí con un pompón, y guantes sin dedos.
Levantó la vista cuando vio nuestro coche y entornó los ojos.
—Tienes un visitante —dijo Nana mientras apagaba el coche.
Mis ojos se posaron en el espejo retrovisor para ver a David dar un vistazo y
registrar a Joe. Pareció confundido por un segundo, entonces levantó uno de los
lados de su boca en una sonrisa.
Luego salió rápidamente del coche y dijo—: Voy a llevar a Masher al parque
para perros.
Caminó hacia la casa, y Joe se puso de pie. Miré a Joe observar a David con
recelo, como si estuvieran cruzando caminos en un callejón oscuro. Luego, unos
metros antes de que David llegara a la puerta de entrada, Joe comenzó a caminar
hacia nuestro coche.
Dónde yo permanecía sentada, incapaz de moverme.
—Hola, hombre —dijo David, asintiendo rápidamente, mientras se pasaban
entre sí.
—David —dijo Joe rotundamente. Joe abrió la puerta de Nana para ella,
ayudándola a salir.
Oímos los ladridos Masher, a continuación, a David manipulando su llave
en la puerta delantera, finalmente abriendo y entrando. Nana observó a Joe
moverse hacia mi lado del coche, luego se volvió rápidamente y también entró en
la casa. Empezaba a oscurecer, y la temperatura caía en picada desde que
habíamos salido de los robles de Palisades.
Joe abrió la puerta, pero salí antes de que pudiera ayudarme. Echó un
vistazo a la casa y de vuelta a mí, con curiosidad.
—¿David Kaufman tiene la llave de su casa? —Fue todo lo que preguntó, su
aliento visible en el crepúsculo.
—Uh-huh —dije casualmente, luego cerré la puerta del coche y miré a Joe.
Se veía frío. Y todavía enfermo—. ¿Qué haces aquí?
—Meg me habló del padre de David, y que hoy irían allí. —Hizo una
pausa—. Te dejé un montón de mensajes.... Pensé que tal vez necesitarías alguien
con quien hablar después.
Ahora la puerta se abrió de nuevo. David y Masher. Ninguno de ellos me
miró mientras subían al Jaguar. Joe y yo nos hicimos a un lado mientras David
retrocedía y luego, una vez fuera de la calzada, aceleró colina abajo.
Sentí que algo se atrapaba en mi garganta, y mis ojos se mojaron. Si Joe no
hubiera estado allí, yo estaba bastante segura de que habría empezado a perseguir
el coche.
Pero ahora ya se había ido, me volví a mirar a Joe, su nariz goteando y los
ojos inyectados en sangre, esperando que yo diga algo.
Alguien con quien hablar.
Pero yo no podía pensar en nada. ¿Dónde podría siquiera empezar?
Me acordé de aquella noche en el camión fuera de Yogurtland, y lo feliz que
fui cuando Joe había tenido su piel en la mía. Las cosas eran mejores entre nosotros
cuando no hablábamos. Por lo menos, no de nada importante. Mi duda debe haber
sido evidente, porque Joe dijo—: O no tenemos que hablar. Te ves como si
pudieras necesitar una distracción. Si tu abuela dice que está bien, ¿podemos ir a
cenar? Te he traído un regalo de Navidad.
De repente no hubo nada que quisiera más que distraerme en un lugar
público y normal con Joe. Podríamos comer y tal vez hacer más bocetos juntos y
hacer chistes sobre los otros comensales, y luego ir a algún lugar en su camioneta.
Pero entonces miré hacia el camino de entrada, y casi podía escuchar los
neumáticos chirriantes del Jaguar.
Lo único que sabía con certeza en ese momento era que David volvería. Si
yo no estaba cuando eso sucediera, ¿se iría de nuevo? ¿Para siempre?
David, ¿sabes que esa es una opción que no puedo tomar?
Ahora Joe se acercó tímidamente, poco a poco, y me tomó la mano. Su
guante áspero, las yemas de sus dedos de hielo, mientras se entrelazaban con las
mías.
—Deja que te lleve a pasear —dijo, tratando de parecer confiado.
Sentí que se me quemaban las orejas y se me cerraba la garganta mientras se
me salían las lágrimas.
—Joe —farfullé—. ¿Por qué eres tan bueno conmigo? Hoy te ignoré por
completo. Tú me enviaste todos esos dulces, mensajes interesados y no te respondí.
Pensé que iba a soltar mi mano, pero sentí que su agarre se ajustó en su
lugar.
—Está bien. Lo entiendo.
—¿No estás enojado conmigo?
—No.
Ahora fui yo la que le solté la mano. —Pero deberías. Deberías enojarte
conmigo, aunque sea un poco. Te enojarías con alguien más.
—Tú no eres alguien mas —dijo.
—Sí, ya me lo dijiste. Soy increíble, a pesar de todo lo que he tenido que
pasar. —La amargura se levantaba, casi podía probar el sabor de la bilis, y era lo
único que podía hacer para evitar que explotara.
—Uh-huh —dijo Joe, casi preguntando.
—Joe, no debería ser así. Quiero ser alguien que pueda cabrearte cuando
hago algo que no es bueno.
Sus ojos cambiaron la forma cuando empezó a entenderlo y bajó la cabeza.
Me recordó un poco a lo que hacía Masher cuando sabía que había hecho algo
malo.
—Lo siento, Laurel. Tienes razón. Vamos a ir a alguna parte y hablar de ello.
—No puedo —dije débilmente, antes de que mi garganta se volviera a
cerrar.
Miré hacia el camino de nuevo, y esta vez Joe siguió mi mirada. Y pude ver
como terminaba de entender. David. Su rostro escaneó la casa y el camino de
entrada incómodo, como un extraño en un país extranjero, irremediablemente
perdido.
—Joe, tú... tú eres... —¿Qué? Maravilloso. Delicioso. Algo que estaba
condenado antes de que comenzara.
—Detente —dijo. Luego se quitó el sombrero, halándolo por el pom-pom, y
se sacudió un poco el pelo—. Está todo bien. —Ahora atrapó mi mirada y la
mantuvo—. Te veo por ahí.
Sacó las llaves de su bolsillo de la chaqueta y corrió hacia el camión. Me
acerqué a él en paralelo, con el objeto de ir hacia la puerta de entrada, y me quedé
allí el tiempo suficiente para verlo conducir lejos. A diferencia del Jaguar de David,
el camión de Joe se movía lentamente, pero tranquilamente. Tal vez esperaba que
fuera a detenerlo.
Cuando se fue, di un paso y sentí que golpeé con el pie algo más. Miré hacia
abajo. Era un regalo envuelto que había estado apoyado contra la casa, en forma de
algo enmarcado. Lo cogí y lo abrí lentamente.
En una hoja de papel de cuaderno, con lápiz, Joe había dibujado una figura
con pantalones vaqueros, una camiseta y zapatillas en los pies. Su cabello hacia
abajo y los brazos colgando, simplemente, con confianza, a ambos lados. Yo
No había ninguna capa ni casco ni nada en mi camisa. Pero Joe había escrito
un nombre en una inclinación en la esquina: CHICA SOBREVIVIENTE.
¿Era eso lo que me hizo tan sorprendente para Joe? Nunca quise que me vea
como alguien con superpoderes.
Incluso Superman quería que Lois Lane lo amara como Clark Kent, no como
el Hombre de Acero.
Me quedé mirando el dibujo hasta que mis manos se sentían demasiado
insensibles para sostenerlo. Finalmente, entré en la casa donde Nana me esperaba,
sabiendo que no debería formularme preguntas.
Pasó una hora. Sin David. Dos horas más. Entonces Nana y yo comimos
lasaña congelada en las bandejas de televisión mientras veíamos una vieja película.
Los créditos finales pasaron y aún nada de David. Vi a Nana comprobar su reloj, y
me enojé aún más con él, por preocuparla, sobre esta abuela no tenía derechos.
Por último, Nana dijo—: Ya es tarde. Ve a la cama. Va a venir cuando
quiera.
Así que hice lo que me dijo, porque no quería causarle otra onza de estrés.
Me cambié, y me lavé los dientes, tratando de quitarme de encima el dolor de la
expresión de Oh lo entiendo de Joe. Entonces me metí en la cama con Elliot y Selina
y traté de leer Persuasión para AP inglés como se suponía que teníamos que hacer
después del receso.
En caso de duda, Laurel, haz lo que se supone que debes.
Y en algún momento mientras lo hacía, logré conciliar el sueño.
Lo primero que sentí fue una mano en mi mejilla. No era realmente una
mano completa, pero si cuatro dedos, presionando ligeramente.
—¿Qué? —dije, saliendo de un sueño en el que Joe y Meg y yo íbamos de
pesca en un barco en un río.
—Shhh. Soy yo. Lo siento, no era mi intención asustarte.
Sentí que algo se sentaba en mi cama, y me apoyé para ver la silueta de
David, cada vez más y más en 3-D mientras mis ojos se acostumbraban a la
oscuridad.
—David. ¿Dónde has estado?
—En el parque. Y luego, dando vueltas.
Olí algo raro en su aliento. —¿Has estado bebiendo?
—Uh, sí... ¿café?
—Oh.
—Estoy tan sobrio ahora como siempre lo he estado.
—Está bien. —Todavía trataba de sacudirme el sueño de la cabeza, para
estar segura de que esto no era un sueño.
—Hablé con mi abuela. Dijo que mi papá esta bien. —Su voz sonó suave y
aireada, pero todavía me sentía superada por la lástima, ya que mencionó a su
padre.
—Lo siento mucho, David. Estuve mal.
—Está bien. Estoy seguro de que yo hubiera hecho lo mismo. Además, creo
que nos hiciste un favor, porque creo que Etta y yo somos demasiado cobardes
para decírselo.
Nos quedamos en silencio, pero podía sentir algo diferente en las sombras
entre nosotros, la tensión se había ido.
—Necesitaba ver como sería, estar de vuelta aquí —dijo David después de
unos segundos—. Cada centímetro de cada calle tiene algún tipo de recuerdo para
mí. —Hizo una pausa—. No todos son buenos... Aunque ahora son los buenos los
que duelen más. Probablemente sabes eso también.
Tenía que ser capaz de ver su cara mientras decía estas cosas, así me extendí
la mano y prendí mi lámpara de noche. Los dos nos estremecimos ante la luz, y
luego David escaneó mi camisón. Era uno nuevo para Navidad, con ranas y
bastones de caramelo por todas partes. Extremadamente tonto.
—Bonito traje —dijo.
—Gracias. —Sonreí, y luego sonrió. Me senté y, a continuación, como una
invitación, le ofrecí una de mis almohadas. La apoyó contra la pared, se quitó los
zapatos y se deslizó de nuevo para apoyarse en ella, con las piernas cruzadas sobre
mi cama.
Él poniéndose todo cómodo me hizo sentir un poco valiente. —¿Qué pasa si
consigues un lugar cerca de tu papá? —le pregunté.
David asintió, pensativo. —He pensado en eso. No estoy seguro de si una
ciudad extraña donde no conozco a nadie ayudaría. Durante meses he estado en
nada más que pueblos extraños donde no conocía a nadie, y no me hizo sentir
mejor. —Me miró—. Tú te quedarías. Tú harías lo correcto.
Empecé a protestar, pero sabía que era verdad. —Sí, probablemente lo haría.
Lo que estoy confundida es acerca de quién decide que es lo correcto.
—Creo que es un grupo de hombres blancos de cien años de edad, en una
habitación en un edificio alto en alguna parte.
—Comiendo cortezas de cerdo y fumando puros.
—Y consiguiendo bailes, porque eso sería el tipo perfecto de la hipocresía.
Me reí entre dientes, y luego me detuve y exclamé—: Todavía no he
decidido si quiero ir a Yale.
—¿Por qué no? —me preguntó directo. No había reacción allí, ningún juicio.
Él era la única persona en el mundo que podía hacerlo de ese modo.
—Siento que tengo que estar aquí. Por ellos. Esta era su vida, y ahora yo soy
la única que la vive. Si no estoy, entonces ¿los estoy traicionando?
—Y nadie más te lo diría, ah, pero tus padres querrían que siguieras
adelante y obtuvieras una educación y cumplieras con todos los sueños que tenían
para ti.
—Sí —dije.
—No sé, Laurel —dijo David, y me encantó la forma en que dijo mi nombre,
como si lo disfrutara. Levantó la mirada al techo—. Tal vez en su lugar, tus padres
hubieran querido que dedicaras tus días a acordarte de ellos. Tal vez les hace sentir
mejor, estén donde estén, ver que desperdicias tu vida para poder estar más cerca
de ellos, ya que ya no tienen una vida.
—Yo no estaría desperdiciando mi vida —le susurré.
—Por supuesto que lo harías. ¿Qué demonios estarías haciendo aquí?
—Muchas cosas. Mi trabajo en el hospital de animales, por ejemplo.
Inclinó la cabeza en un ¡Vamos! —Hay hospitales de animales en New
Haven, si es tan importante para ti.
—Nana quiere que vaya. Ella quiere pasar los inviernos en Hilton Head. Así
que siento que por ellos, me quedaría, pero por ella, tengo que irme.
David hizo una pausa y luego como si recién se le hubiera ocurrido, dijo—:
¿Estás hablando con tu terapeuta acerca de todo esto?
—Lo siento. ¿Te estoy aburriendo?
—Sólo estoy pensando que tal vez no soy la mejor fuente de consejos.
Mírame. Tú misma lo dijiste. Todo lo que hago es total y absolutamente acerca de
mí mismo y lo que quiero.
—Me has dado buenos consejos antes —le dije, insistiéndole.
Hizo una pausa y me miró directamente y dijo—: Sólo olvídate de la cosa de
“por”. No hagas nada por nadie más que tú. Puedes ser un poco egoísta. —Luego
sonrió torcidamente—. Vamos. Sabes que lo deseas.
Me acordé de todas las cosas que en silencio había gritado para a mí misma
en la capilla de los robles de Palisades. Él tenía razón
—Gracias, David —le dije, tratando de hacer que su nombre sonara como si
yo también disfrutara de decirlo. Pero al final sonó extraño, alto y estrecho. Y antes
de darme cuenta, estaba llorando otra vez.
A los pocos segundos escuché las respiraciones cortas y bruscas proviniendo
de David, lo que significaba que él también lloraba. Y entonces sentí sus manos
sobre mis hombros, y un cambio del peso en la cama y ahora, me tenía en sus
brazos.
Me limpié la cara con la palma de mi mano y me levanté y lo besé. No creo
que lo esperara, porque hizo un gesto con la cara por medio segundo. Pero
entonces, me devolvió el beso. Rápido, con energía. Movió las manos a ambos
lados de mi cara y me sentí como si estuviera cayendo, no en un lugar o un
agujero, sino en colores. Rojo y naranja y morado. Profundo y rico.
David quitó una mano de mi cara y la apretó contra pecho, empujándome
hacia abajo en la cama. Entonces una de sus piernas estaba sobre una de las mías y
la sensación de su peso cubriéndome, de repente era lo mejor en el mundo.
¡Tú puta! dijo una bromista Meg en mi cabeza, mientras seguíamos
besándonos. David se aventuró desde mi boca a mi cuello, oreja. Me reí.
—¿Está bien esto? —susurró, y me limité a asentir, insegura de lo que quería
decir. ¿Había algo bien? ¿Importaba?
Y ahora la mano de David se deslizaba debajo del cuello de mi camisón de
dormir, llegando a mi seno derecho.
Con practica, experimentado. Me pregunté por un segundo la cantidad de
relaciones sexuales que había tenido cuando estaba en la zona de David, y si había
sido con alguien realmente bonita.
¿Ocurrirá? ¿Aquí va a ser donde lo haga por primera vez?
Se trataba de una pregunta intelectual, como si estuviera sentada en mi
tocador a unos metros, mirándome a mí misma en la cama.
A continuación, por otra parte, David se deslizó hasta el fondo de mi
camisón, y comenzó a empujarla hacia arriba.
Sentí que mi cuerpo se ponía tenso, como si estuviera luchando contra él,
pero obligué a mi mente a cambiar eso. Ahora, las manos de David se deslizaron
suavemente desde la cintura a la cabeza, llevando a mi camisón con ellas. Antes de
darme cuenta, estaba fuera, y todo lo que quedaba era mi ropa interior. No podía
recordar qué par usaba y sólo podía esperar fuera uno de los nuevos.
David se detuvo y me miró de arriba abajo, con la cara llena de asombro,
como si estuviera viendo una escultura siendo descubierta. Lo miré, a este chico
tan hermoso, de repente —o tal vez siempre— y sabía que debería estar haciendo
algo. Es mi turno, ¿verdad? Yo quería, pero tenía miedo aún de ser quien lo alcance
primero.
Con una respiración profunda lo hice de todos modos, puse mis manos
debajo de su camiseta y sobre su estómago, que todavía se sentía frío de estar al
aire libre. Pasé mis dedos a través del cabello suave, de lo que parecía ser un
ombligo excepcionalmente profundo.
David suspiró, y me sentí lo suficientemente valiente como para seguir
adelante, levanté su camiseta y lo besé en la piel de la parte superior de sus
pantalones vaqueros.
En otro movimiento rápido y experto, David se sacó la camiseta sobre su
cabeza y apretó su pecho al mío. Estaba cayendo en los colores de nuevo, pero esta
vez un poco demasiado abruptamente. Me mareó, y comenzó el terror.
David llevó una mano hacia mi ropa interior, levantando el elástico de la
piel. Fue entonces cuando lo detuve y dije—: No.
Cuando David apartó la cabeza de la mía, noté que teníamos parches
coincidentes de cabello sudoroso donde se habían conectado. —Por favor, no me
digas que pare —dijo sin aliento.
—Tengo que decirte que pares —le dije.
—Laurel... por favor.
—David... —El mareo menguó. Era como bajar de un carrusel.
Se dio la vuelta sobre su espalda, todavía jadeando. —Pensé querías esto.
—No sé —dije, y después de un momento de silencio horrible—: Soy la
chica que no está segura de lo que quiere para sí misma, ¿te acuerdas? —Traté de
hacer que mi voz sonara normal, de nuevo, y no como si me acabaran de tambalear
al borde de perder mi virginidad.
David se pasó un brazo sobre la cara. ¿Tenía vergüenza de mirarme, o de
que yo lo mirara?
—¿Puedo querer algo de eso pero no todo? —pregunté.
Asintió de detrás de su propio brazo. —Sí —dijo en voz baja—. Por
supuesto que sí. —Apartó el brazo y me miró con pesar—. Lo siento si te presioné
demasiado.
—Yo también lo hice. Ha sido un día extraño.
—Un día muy extraño. —Hizo una pausa—. Debería irme, y dejarte sola.
David pasó por encima de mí, saliendo de la cama, agarró la camisa, y salió
lentamente de la habitación, dejando la puerta abierta. Escuché sus pasos viajando
hacia el piso de abajo y el tintineo del collar de Masher cuando el perro saltó del
sofá para saludarlo. Me levanté y encontré mi camisón de dormir, me lo puse junto
con un par de sudaderas y zapatillas, y luego lo seguí.
No porque no quería que David se molestara, o porque quería explicarme
un poco más, sino porque en realidad sólo necesitaba estar con él.
En la planta baja, David se quedó en la sala, mirando al árbol de Navidad
todo iluminado. Nana y yo nos habíamos olvidado de desconectarlo antes de ir a la
cama. Ahora me alegré de que no lo hubiéramos hecho, porque era una maravilla.
David no se dio la vuelta, pero me di cuenta por cómo encorvó los hombros
que sabía que yo estaba allí. —Tu árbol de Navidad es muy pequeño —dijo.
—Eso es porque está vivo —le dije, y di un paso al lado suyo. Luché contra
la tentación de tocar su brazo—. No quiero que me dejes sola.
Nos quedamos en silencio por un momento, y luego David me preguntó—:
¿Alguna vez has estado allí? Ya sabes... ¿el lugar, donde pasó?
El lugar justo antes del segundo semáforo en la ruta 12. No había conducido
ahí desde abril. —No —dije. Hubiera querido hacerlo. Nana se había ido dos veces,
pero yo no podía juntar valor de ir con ella. La culpa me invadía a veces, como una
deuda que todavía tenía que pagar.
—Yo tampoco
Vimos el árbol por un momento, parpadeando en rojo, verde, y negro a
través de la pared. Entonces David se volvió hacia mí, el pelo alrededor de sus
oídos todavía un poco sudoroso, lo que me hizo sentir como si de alguna manera,
todavía estuviéramos conectados.
Preguntó—: ¿Tienes ganas de tomar un paseo?
Traducido por Rominita2503
Corregido por tamis11
De alguna manera ella se las arregló para lucir bien en esto, pensé, buscando los
puntos de sutura en zig-zag en el largo, abrigo color vino tinto de mi madre que
Nana inexplicablemente decidió conservar. Lo tomé del armario, ya que
parecía que iba a mantenerme caliente por encima de mi camisón de dormir y
sudadera, y me puse un par de botas de pato de mi padre.
Era uno de esos equipos en los que normalmente se podría pensar: espero no
meterme en un accidente con este aspecto. Pero no lo hice, porque no había mucho
espacio en mí para pensar en otra cosa que en a dónde íbamos, y además todo el
tema de los accidentes era complicado en ese momento en particular.
Los frenos en el Jaguar gritaron un poco cuando David se volvió hacia la
Ruta 12, e hizo una mueca. —Yo voy a tener que echarles una mirada —dijo. Era la
primera vez que había hablado desde que se precipitó por el camino helado y en el
coche—. Es algo bueno que mantuviera a este bebé en forma agradable. No tenía
idea si mi padre lo volvería a ver.
Le sonreí y me volví para mirar por la ventana, tratando con mucho
esfuerzo de dejar de temblar, incluso con la calefacción encendida. Finalmente iba
a hacer esto, y estaba petrificada.
La Ruta 12 había sido siempre una de mis carreteras favoritas. Se hallaba
rodeada de bosques a ambos lados y, a menudo, nos gustaba espiar a los ciervos
vagando a pocos metros de la acera. Esto es lo que mi familia vio, me recordé a mí
misma, a pesar de que ahora todo era espantoso y delgado, en la primavera, el
paisaje era espeso y exuberante. Tal vez Toby miraba por la ventana estos árboles
exactos en los últimos minutos que estuvo vivo. ¿De qué estarían mis padres
hablando y pensando mientras pasaban ese punto, y ese punto, y ese otro?
Nos llevó un minuto más o menos. Justo el tiempo suficiente para que
un coche para recogiera a demasiada velocidad, para que alguien se pierda en la
conversación o sus propios pensamientos y no ver el velocímetro.
—Creo que es la derecha en torno a esta curva —dijo David, y comenzó a
disminuir. Pude ver, ahora, que este era el lugar donde una persona puede
olvidarse de la agudeza de la curva, y del semáforo que está no demasiado lejos, y
pisar el freno.
Miré el carril hacia el norte, y pensé en cómo otra persona puede perder el
control y dejar que su coche vaya sobre la doble línea amarilla y hacer a alguien
desviarse de la carretera para evitarlo.
—¿Qué pasa si no podemos encontrarlo? —pregunté.
—Vamos a llegar lo suficientemente cerca —dijo con confianza
determinada. Cuando vimos la luz del semáforo en la distancia, escaneé la
carretera, pero no estaba segura de lo que buscaba. Supongo que esperaba
reconocerlo.
David sacó el coche en el arcén y nos sentamos allí, escuchando la
respiración racheado del calentador de tablero de instrumentos. Era casi
medianoche, y no había muchos coches en la carretera.
Me asomé por la ventana pero todo parecía nada especial, hasta que David
dijo—: Mira.
Seguí su mirada a una señal de límite de velocidad a alrededor de veinte
metros delante de nosotros. Tenía un grueso forrado en cinta púrpura alrededor de
ella, que incluso en la oscuridad parecía descolorida y vieja. Entonces me acordé de
que Nana me decía que había habido un pequeño memorial improvisado en la
escena del accidente durante varias semanas después, la gente trayendo velas y
flores. Compañeros de clase de Toby dejaron notas, que finalmente la policía
recogió y le dio a Nana. Quién las puso en su cómoda, sin leerlas.
—¿Crees que es eso? —pregunté.
—Sí —dijo. Se bajó del coche, así que yo también lo hice. Y lo primero que vi
fue cómo el lado de la carretera descendía abruptamente aquí, varios cientos de
metros, antes de estabilizarse hacia el bosque.
La zanja donde mi familia había muerto en realidad. Tuve que
recuperar el aliento cuando la vi, y me di cuenta que no era en absoluto
lo que yo había imaginado. No estaba segura de a que le había tenido tanto miedo,
y sólo con estar ahí me hizo sentir más fuerte.
David se acercó al borde de la pendiente y bajó la mirada, con su rostro en
blanco. Sacó un objeto de su bolsillo delantero de sus pantalones vaqueros, lo besó,
y lo lanzó tan lejos como pudo. No pude ver que era.
¿Había algo que tenía que hacer o decir, aquí de pie en este lugar? Todo lo
que podía pensar era, Ya lo he visto, y les debía eso. Era como un favor que acababa
de devolver.
Y entonces, inesperadamente, comencé a sentirme contenta de estar allí. No
había visitado las tumbas de mi familia desde el funeral. No habría nada allí hasta
abril, el aniversario de un año, ya que Nana se apegó a la tradición judía en el
departamento de lápidas. Y no sentía que yo necesitara ir a ningún lado para estar
con ellos. Todavía se encontraban en cada centímetro de espacio en nuestra casa,
alrededor de nuestra casa, y todos los demás lugares que fui.
Pero este era el lugar donde se habían ido. Era donde había cambiado todo.
Un lugar donde podría decir todo, o nada en absoluto.
De repente, parecía suficiente que yo diga, en silencio en mi cabeza: Los
quiero mucho a todos.
David se acercó a donde yo estaba, y dio una patada a unos guijarros. —Está
hecho.
—Me estoy congelando —le dije.
Todo lo demás era demasiado grande para las palabras.
Volvimos al auto, que afortunadamente él había mantenido funcionando,
por lo que el calor era un dulce alivio. David puso sus manos en el volante, pero no
hizo nada más. Nos sentamos allí, mirando hacia el cielo gris oscuro a través del
parabrisas. —Cuando le dijimos a mi papá que mamá se había ido... —dijo—. Al
verlo lidiando con eso, tan nuevo y todo... era como si los últimos ocho meses
nunca hubieran ocurrido para mí. Era al igual que perderla de nuevo.
Extendí la mano, sin miedo, y le toqué el pelo. No me miró, pero no me
detuvo cuando empecé a acariciarlo.
—Tu mamá era genial —dije.
David asintió. —Tú no lo sabrías sólo de mirarla, pero lo era. Sólo ahora lo
veo, por supuesto. Ella me tuvo. Se puso al día con un montón de cosas que la
mayoría de las madres no lo haría, para compensar lo que papá estaba haciendo.
Saqué mi mano involuntariamente. —¿Qué estaba haciendo?
Debo haber sonado muy nerviosa porque David se echó a reír. —Nada de
eso, no hay nada que verías en una película para televisión o algo así. Yo
simplemente no le gustaba, y él no tenía miedo de mostrarlo. Sin embargo me
golpeó una vez y me salió un gran moretón justo aquí. —Tocó la comisura de un
ojo, y recordé a David aparecer en la escuela con un ojo morado,
diciéndole a la gente que se había metido en una pelea en una fiesta.
—Me lo merecía—continuó—. Estábamos los dos borrachos y yo lo
provoqué. Bonito, ¿eh? Realmente una dulce familia suburbana. Supongo que
obtuvo una rehabilitación involuntaria con todo esto.
Nos quedamos en silencio por un momento y luego le pregunte—:
¿Entonces crees que te vas a quedar?
No se trataba del señor Kaufman. Se trataba de mí. Estaba lista para admitir
que quería a David cerca de mí. Era una cosa que ahora sabía que quería para mí,
tal vez debería decírselo.
Se volvió y me sonrió, y me tomó la mano con la que acababa de acariciarle
el pelo. —No sé, Laurel. Se siente muy bien irse. —Entonces su sonrisa
desapareció, y parecía que muy serio—. Creo que deberías probarlo.
No lo entendí al principio, pero luego lo hice. —¿Te refieres a la
Universidad de Yale?
—Yale, o en cualquier otro lugar que no sea aquí. Lo que equivale a tu vida.
Versus, no Yale o en cualquier otro lugar que no sea aquí, lo que equivale a estar
aquí en este coche en este lugar, en, tú sabes, un sentido metafórico, por tiempo
indefinido.
Eso si lo entendí. Podía ver eso.
Vi una camioneta pasarnos velozmente. Entonces unos pocos segundos más
tarde, una minivan. Fue increíble ver cómo parecía que iban de forma rápida
con nosotros tan quietos.
—¿Puedes poner este coche en movimiento de nuevo, al igual que, de forma
rápida? —pregunté.
La sonrisa de David regresó. —Claro que puedo.
Puso el coche en marcha y lo sacó lentamente de nuevo hacia carretera,
donde delante de nosotros la luz se puso verde. Lo que parecía extraño, pero
perfecto para mí era que en un segundo, menos de un segundo nos encontrábamos
más abajo en la ruta hacia Freezy de lo que nuestras familias habían llegado esa
noche de abril.
Nosotros continuábamos.
Traducido por Anna Banana
Corregido por tamis11
Aún no era mediodía, pero la banca ya estaba caliente ante el sol de finales
de agosto. Miré a Meg, quien se encontraba echada hacia atrás con los ojos
cerrados, disfrutando de los rayos que caían sobre nosotras.
—Muy pronto, esto se habrá terminado —dijo. Sabía que hablaba del calor,
pero también sabía que se refería a ella y a mí, sentadas en la calle principal de
nuestra cuidad, rodeadas de cosas que siempre habíamos conocido.
Aunque en la banca cabían tres personas, nos habíamos deslizado hacia los
extremos de cada lado para que ninguna estuviera sentada sobre la placa que
estaba detrás de la banca. Decía:
Tenía que darle crédito a Andie Stokes y Hannah Lindstrom; era simple y de
buen gusto, y yo estaba feliz, demasiado agradecida, de que lo habían hecho.
Tuvimos una ceremonia de inauguración en abril, a tan sólo unos días después del
aniversario del accidente. Casi un centenar de personas estuvieron presentes, y yo
estaba parada con Nana y Meg, escuchando mientras que Andie daba un hermoso
discurso agradeciendo a todos por sus donaciones.
Ella me había pedido que dijera algo, pero todo lo que pude hacer fue
pararme frente el micrófono y decir “Gracias” en una voz temblorosa.
Abracé a Andie fuertemente después de eso, y a pesar de que nuestra
amistad —si eso es lo que alguna vez fue— se había desvanecido. Ni siquiera me
importó que el periódico local estuviera tomando fotos de nosotras.
El señor Churchwell había estado allí y también lo abracé; fue rápido y casi
sin tocarnos. Aún pensaba que era un completo idiota, pero ahora sabía que todo
lo que había intentado hacer era su trabajo, no me importó darle algo a cambio.
Suzie también había asistido. Se quedó lejos y se veía lamentablemente fuera
de lugar, llevando negro entre todos los colores primaverales. No había tenido una
sesión con ella en más de un mes, todo quedó en que yo llamaría cuando necesitara
hablar. Pero no lo había necesitado. En algún punto durante el discurso de Andie,
mis ojos encontraron los de ella y nos sonreímos mutuamente. Sabía que tenía
mucho que agradecerle.
Y Joe. Él estaba con un par de sus amigos cerca del frente, donde podía
verlo. Después de ese día en la calzada, habíamos vuelto a los rápidos y dolorosos
asentimientos-de-cabeza-y-hola cada vez que nos cruzábamos en la escuela. Había
algo sobre la forma en que sus hombros se encorvaban cuando esto sucedía, la
forma en que su cabello cubría sus ojos mientras miraba hacia otro lado primero,
que todavía me traspasaba.
Durante la ceremonia, vislumbré a Eve llegando tarde y haciéndose camino
entre la multitud, mezclándose entre ellos perfectamente.
Así que para mí, la banca no era sólo sobre mamá, papá y Toby, sino
también sobre ese día, cuando tuve la oportunidad de darme cuenta hasta qué
punto había llegado mientras observaba a las personas que me habían ayudado a
llegar hasta allí.
Y estaba delante de Village Deli, como lo había sugerido. Era demasiado
práctico, ya que Meg y yo habíamos venido hoy para comprar sándwiches para mi
viaje.
Me marchaba a la una en punto hacia Ithaca. La orientación de primer año
en Cornell comenzaba al día siguiente. Cornell, donde tomaría cursos de pre-
veterinaria y arte, y ver qué más aparecía a lo largo del camino. Cornell, que fue el
lugar en que me imaginaba a mí misma cuando visité el campus con Nana, que se
encontraba lo suficientemente cerca parar volver a casa si lo necesitaba, pero lo
suficientemente lejos para hacerme pensarlo dos veces. Cornell, que al final fue mi
elección, y no la de mi padre.
—Así que, ¿cuándo puedo ir a visitarte? —preguntó Meg, sus ojos todavía
cerrados—. He oído que los chicos de Cornell son mucho más candentes que los de
Wesleyan. —Gavin y ella habían llegado a la decisión “Vamos a estar cerca, pero
romper oficialmente porque ambos queremos tontear con la gente universitaria”.
—En cualquier momento. Ni siquiera tienes que llamar. Sólo preséntate en
mi dormitorio con un saco para dormir.
Meg sonrió y luego abrió los ojos para mirarme. Tuvo que cubrirse la cara
con su mano. —Lo tomaré en cuenta. No quiero que lleguemos a ser una de esas
amistades que se esfuman después de la secundaria.
Bajé mis gafas de sol para mirarla. —No creo que eso sea posible incluso en
las más extrañas profundidades de la posibilidad. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí —dijo Meg, sonriendo—. Lo sé.
Nos inclinamos la una hacia la otra al mismo tiempo —¿con qué frecuencia
sucede eso?— y nos abrazamos. Olí su champú y el chocolate que aún persistía en
su aliento. O tal vez era el mío. Acabábamos de compartir una barra de Hershey
como nuestro festín de despedida.
El divorcio de los padres de Meg estaba sucediendo y todos parecían estar
de acuerdo con ello. La señora Dill salía con alguien; Meg pretendía que era
asqueroso, pero sabía que ella estaba orgullosa de que su madre estuviera saliendo
adelante. Ella había empezado a hablar con su padre nuevamente —ante mis
instancias. Ellos salían a cenar cada semana, y Meg me llamaría más tarde y diría
algo como—: Entiendo un poco más sobre lo que sucedió.
No comparamos la manera en que cada una tenía que llorar la pérdida de
nuestras familias. No se trataba de ser mejor o peor que la otra. Siempre sería
diferente, pero de alguna manera silenciosamente habíamos aceptado a sólo estar
allí la una para la otra.
—Tenemos que apresurarnos —dijo Meg, mientras seguíamos abrazadas—.
Nana debe estar haciendo un agujero en el suelo de la casa.
Asentí pero no la dejé ir de inmediato —sólo un segundo más— y luego nos
dirigimos de nuevo a su coche con nuestros sándwiches.