Está en la página 1de 602

Dear

Enemy
Kristen Callihan
La presente traducción ha sido llevada a cabo sin ánimos de lucro, con el

único fin de propiciar la lectura de aquellas obras cuya lengua madre es el

inglés, y no son traducidos de manera oficial al español.

El staff de LG apoya a los escritores en su trabajo, incentivando la compra de

libros originales si estos llegan a tu país. Todos los personajes y situaciones

recreados pertenecen al autor.

Queda totalmente prohibida la comercialización del presente documento.

¡Disfruta de la lectura!
Créditos
Moderadora de Traducción

Flor

Traductoras

Myr62
Jessibel
Flor
Kiki
PawnBee

Moderadora de Corrección

Lelu

Correctoras

Lelu
jpartenopaeo
Flopyta
Sra.Swag♡

Lectura Final

Jessibel

Diseño

Jessibel
Contenido
Sinopsis Capítulo 18

Prólogo Capítulo 19

Capítulo 1 Capítulo 20

Capítulo 2 Capítulo 21

Capítulo 3 Capítulo 22

Capítulo 4 Capítulo 23

Capítulo 5 Capítulo 24

Capítulo 6 Capítulo 25

Capítulo 7 Capítulo 26

Capítulo 8 Capítulo 27

Capítulo 9 Capítulo 28

Capítulo 10 Capítulo 29

Capítulo 11 Capítulo 30

Capítulo 12 Capítulo 31

Capítulo 13 Capítulo 32

Capítulo 14 Epílogo

Capítulo 15 Agradecimientos

Capítulo 16 Próximo libro

Capítulo 17 Sobre la Autora


Podría perdonar fácilmente su orgullo, si no hubiera mortificado el mío.

―Jane Austen, Pride and Prejudice


Sinopsis
De niños, se odiaban. Macon Saint era guapo, pero a pesar de su nombre,

Delilah sabía que era el diablo. Que saliera con su hermana Samantha, un

poco malvada, tampoco era nada fácil. Cuando terminaron la relación, fue un

sueño hecho realidad: Delilah no tuvo que volver a verlo.

Diez años después, su antiguo enemigo le envía un mensaje.

La hermana de Delilah ha robado una valiosa reliquia a Macon, ahora una

estrella de Hollywood en ascenso, y él pretende cobrar lo que le corresponde.

El problema: Sam se ha marchado de la ciudad.

Entre Macon y Delilah todavía chisporrotean chispas, sólo que este calor se

siente alarmantemente como una atracción no deseada. Pero Delilah está

desesperada por evitar que su débil madre se entere del robo de su hermana.

Así que, le propone un trato: pagará la deuda convirtiéndose en la cocinera y

ayudante personal de Macon.

Es una receta para el desastre, pero Macon no puede evitar aceptar la oferta.

Aunque está claro que Delilah lo odia, hay algo en ella que le hace sentirse

como en casa. Además, ya no son niños, y lo que una vez fue una amarga

rivalidad tiene el potencial de convertirse en algo más dulce. Algo así como un

para siempre.
Prólogo
Hace diez años

Shermont High School, Shermont, Carolina del Norte

Entrevista de salida del anuario de la última clase

Pregunta 1: Si tuvieras que volver a la escuela secundaria, ¿lo harías?

Macon Saint: Estás bromeando, ¿no? No.

Delilah Baker: ¿Es una pregunta capciosa? No.

Pregunta 2: ¿Quién es más probable que tenga éxito de nuestra clase?

Delilah Baker: Oh, vamos. Todo el mundo sabe que será Macon. No es que se

lo merezca.

Macon Saint: Yo. Y Delilah Baker. Es como un percebe; se aferrará hasta

llegar a donde quiere.

Pregunta 3: ¿A quién quieres contigo si hay una invasión alienígena hostil?

Macon Saint: Delilah Baker. Hablaría tanto y tan fuerte que los alienígenas se

darían la vuelta y huirían.


Delilah Baker: Macon Saint. Lo arrojaría en su camino y ganaría valiosos

segundos corriendo por mi vida.

Pregunta 4: ¿Cuál ha sido el momento más memorable de la escuela

secundaria, y lo disfrutaste?

Delilah Baker: La graduación. Sí.

Macon Saint: El baile de graduación. Ni un maldito momento.

Macon Saint era el diablo. Cualquiera con una pizca de sentido común lo

sabía. Desafortunadamente, cuando se trataba de él, ninguno de mis

compañeros de clase en la escuela secundaria Shermont parecía poseer el

sentido común que Dios les había dado. No, todos lo adularían como si fuera

un dios. Sospeché que esa era la verdadera marca del diablo: convertir a las

personas en tontos de ojos brillantes cuando deberían saberlo mejor.

No es que pudiera culparlos. La belleza nos aturde a todos. Macon tenía el

rostro de un ángel, tan hermoso que uno se preguntaba si realmente había

sido esculpido por la mano de Dios, cabello negro tan espeso y brillante que

bien podría haber tenido un halo flotando sobre él. Sí, era así de hermoso. Sí,

era así de bonito. La única que podía rivalizar con él en cuanto a pura

perfección física era mi hermana, Samantha.

Mientras el resto de nosotros entrábamos en la adolescencia con toda la

gracia incómoda de los cisnes, mudando su plumaje, luchando con nuestras


piernas de cachorro demasiado grandes, dientes torcidos y ciertas

características que crecían más rápido que otras, solo Macon y Sam

permanecían inmunes.

¡Qué pareja eran, sin granos y perfectamente proporcionados! Luminosos

contra el deslustre normal de la pubertad. No fue una sorpresa que se

convirtieran en una pareja intermitente durante la secundaria y la preparatoria.

Los más bellos.

Los destinados a hacer de mi vida un infierno.

Frío y a menudo silencioso, Macon solía mirarme como si no pudiera entender

por qué compartíamos el mismo aire. Era una cosa en la que estábamos de

acuerdo. Por lo demás, nos llevábamos como la nieve y la sal.

La primera vez que vi a Macon, estaba de pie en la gran extensión de césped

que se extendía hacia la casa solariega que había pertenecido a la familia de

su madre durante generaciones. Con una pelota de béisbol en la mano, me

observaba mientras iba en bicicleta por la calle. Era delgado como un riel y

cinco centímetros más bajo que yo. Me sentí extrañamente protegida por él,

creyendo que su mirada era de vulnerabilidad. Me di cuenta rápidamente de lo

equivocada que estaba.

—Hola —le dije, después de detenerme frente a su casa en bicicleta—. Me he

mudado a la casa de al lado. ¿Tal vez te gustaría tener una amiga?

Entonces volvió sus ojos hacia mí. Esos ojos oscuros, tan oscuros y marrones

que eran casi negros, rodeados de espesas y largas pestañas. Unos ojos que
las chicas llamarían hermosos y por los que suspirarían durante todos

nuestros días de escuela. Ojos fríos y calculadores, si me preguntas. Esos

ojos se entrecerraron en mi rostro.

—¿Eres estúpida o algo así?

Sus palabras me golpearon como una bofetada.

—¿Qué?

Se encogió de hombros.

—Supongo que sí.

No entendí a este chico. Había sido cortés, tal como mi madre me había

enseñado.

—¿Por qué me llamas estúpida?

—He vivido aquí toda mi vida. ¿Crees que no me daría cuenta si alguien nuevo

se mudara a mi calle? ¿Crees que necesito más amigos?

—Solo estaba siendo sociable. Mi error.

—¿Sociable? Hablas como una anciana.

La cortesía era claramente para los tontos.

—Eres un idiota.

Entonces levantó la barbilla, revelando un rasguño en el borde de la mandíbula.

—Y tú eres molesta.
Lo que sea que podría haber dicho se perdió en el tiempo, porque Sam

decidió aparecer en ese momento. Más chica que yo por solo diez meses,

Sam y yo éramos lo que la gente a veces llamaba sarcásticamente gemelas

irlandeses. Eso tenía un componente más oscuro cuando se referían a

nosotras, ya que estaba claro para cualquiera que tuviera ojos que yo me

parecía poco al resto de mi familia.

Con su cabello rubio y brillante, y trenzas francesas, ella sonrió. Los dientes

frontales que le faltaban la hacían parecer un duendecillo travieso.

—No le hagas caso a Delilah. Nuestra abuela Belle la llama irritable.

Por eso me gustaba más la abuela Maeve.

Entonces, la linda nariz de Sam se arrugó.

—Creo que eso solo significa gruñón.

El desagradable chico me miró por debajo de su oscuro flequillo cuando le

respondió.

—Así es.

Le solté una pedorreta.

—Manifestar una opinión contraria a la de los demás no es ser gruñón; se

llama tener un cerebro que funciona. Lo siento, ustedes dos no saben nada

sobre eso.

Ante eso, Sam se rio fuerte y exageradamente, golpeando con su mano mi

hombro, con fuerza.


—Ella es una bromista. —Un apretón de advertencia vino mientras ella le daba

al chico su amplia y brillante sonrisa—. Soy Samantha Baker. ¿Cuál es tu

nombre?

—Macon Saint.

—¿Macon? Rima con bacon. Amo el tocino. Oh, pero Saint es genial. Te ves

como un ángel. No una niña bonita, por supuesto. Un chico ángel. ¿Puedo

llamarte Saint? ¿Vives en esa gran casa? Es muy bonita. ¿Te gustan las

galletas de mantequilla de cacahuete? Mi mamá acaba de hacerlas.

Macon parpadeó bajo su bombardeo verbal, y esperé a que él arremetería

sobre Sam de la forma en que lo hizo conmigo, porque incluso yo estaba

tentada después de toda esa palabrería. Pero él simplemente sonrió de esa

manera torcida que pronto llegaría a conocer y odiar.

—Supongo que nunca eres gruñona, ¿eh?

Por la forma en que lo dijo, con ese acento zalamero, supe que estaba

insinuando que Sam era básicamente una descerebrada y que él lo aprobaba.

Pero ella no se dio cuenta.

—No. —Ella sonrió—. Soy una chica feliz.

Puse los ojos en blanco, pero a ninguno de ellos le importó, y eso había sido

todo. Macon se había ido con Sam a comer galletas y yo me había convertido

oficialmente en la tercera persona no deseada. Había perdido a la hermana

que había sido mi aliada en algún momento y había ganado a un chico

irritante y burlón.
Dos años más tarde, Macon creció varios centímetros y se convirtió en el

chico más deseado de la escuela. Y Sam se convirtió en su novia. Eso lo selló

todo. Macon Saint estaba en mi casa más de lo que no estaba. Pasando el

rato en mi sofá, robando el mando a distancia para ver los deportes,

sentándose en la mesa para cenar y lanzando trozos de comida hacia mí

cuando mis padres no miraban. Lo peor era que me dolía estar cerca de él.

Alrededor de ellos. Porque siempre me sentí menos.

Nunca salí ni tuve novio. Nadie me invitaba a salir y yo no sabía cómo invitar a

nadie. Yo era simplemente Delilah, la fiesta de la chica solitaria. Los amigos

que hice se sentían intimidados por Sam y Macon y no querían venir a mi casa

por miedo a encontrarse con ellos. Lo que significaba que o bien iba a las

casas de otras personas o me enfrentaba a la hermosa pareja por mi cuenta.

En el instituto, Macon y yo discutíamos activamente cada vez que nos

veíamos. Pero no fue hasta el final de nuestro último año que mi aversión se

convirtió en un odio intenso.

—Saint y yo iremos al baile de graduación.

Sam sonrió triunfalmente mientras abría la puerta de su casillero al lado del

mío.

Apenas levanté la vista de empujar el estuche de mi violín en mi casillero.

—Sammy, esa es una declaración de “bueno, obvio” si alguna vez escuché

una. Falta más de un mes para el baile de graduación. ¿Por qué me dices esto

ahora?
Sam puso los ojos en blanco.

—¿Puedes al menos estar feliz por mí?

—¿Por qué? ¿Por salir con el diablo? ¿Poner el listón tan bajo que el resto de

tu vida romántica parezca una victoria? —Me encogí de hombros—. Supongo

que es una buena idea.

—Estás celosa porque no tienes una cita.

—Cita —me burlé—. Tu cita es un muñeco Ken de tamaño natural, con menos

personalidad. Prefiero ir sola al baile de graduación que tener que lidiar con

eso.

—Mentirosa. Apuesto a que si Matty Hayes te lo pidiera, irías con él. —Maldita

sea Sam por ver lo que yo no quería que viera. Estaba un poco enamorada de

Matty. Sam sonrió, leyéndome como un tabloide barato—. Probablemente, lo

haría si pusieras un poco de esfuerzo en tu apariencia.

—Como el infierno que lo haría.

La declaración fue profunda y confiada y no fue mía.

Mis hombros se tensaron, y una ola fría de pavor me recorrió ante el sonido

de su distintiva voz retumbando desde algún lugar sobre mi cabeza.

Macon apoyó un hombro contra el borde de mi casillero, sus ojos se burlaron

de mí por debajo de la mata de su estúpido cabello estilo Zac Efron. Cada vez

que veía a Macon Saint, la reacción era visceral, un puñetazo en el plexo solar.
Era hermoso, seguro, pero eran sus ojos los que lo hacían. Ardían como si

pudiera arrancarme la piel de los huesos y desgarrar directamente mi corazón.

Mamá siempre decía que era fantasiosa con mis palabras, pero esa era la

verdad: cruzar miradas con Macon era como adentrase en una furiosa

tormenta. Saldrías débil, sin aliento y un poco magullado.

—No recuerdo haberte pedido que te unieras a la conversación —dije.

Él resopló.

—No necesito una invitación. Y no tienes ninguna oportunidad con Hayes. Le

gustan las mujeres estúpidas y delgadas. Ya sabes, como una Barbie.

El comentario de la delgadez me hirió. Claramente, también había escuchado

mi comentario sobre el muñeco Ken. Me importaba una mierda y estaba a

punto de decírselo. Pero Macon no había terminado. De pie, cara a cara

conmigo en el pasillo antes del almuerzo, dejó que su mirada oscura y salvaje

se deslizara sobre mí mientras sus fosas nasales se dilataban con

desaprobación.

—Pareces un Patatita con ese vestido, Baker.

De repente, odié arrepentirme de usar mi vestido de suéter color camello, con

botas de gamuza hasta la rodilla a juego y el hecho de que instantáneamente

me sentí como una Patatita bajo su evaluadora mirada.

Pero no dejé que Macon Saint viera eso.


—Algunos de nosotros sabemos que la apariencia no lo es todo, estafador. —

Porque eso es lo que era: un perfecto estafador, engañando a otros para que

creyeran que debería ser adorado—. La belleza se desvanece, y la fealdad

dentro de ti eventualmente se mostrará.

Entonces se enderezó, cerniéndose sobre mí con una mueca.

—Supongo que eres una de esas personas que ve más allá de la belleza y solo

ama a alguien por su personalidad.

Sentí el engaño. No sabía a dónde iba ni cómo evitarla. Levanté la barbilla y

me hice la interesante.

—Lo soy.

Asintió como si confirmara algo que solo él sabía antes de acercarse. Cuando

la mayoría de los chicos en ese entonces olían a una sobreabundancia de

spray corporal de supermercado, Macon olía a jabón de cedro y feromonas.

—Dime, Patatita. ¿Es un alma hermosa lo que estás mirando cuando piensas

en el calendario de bomberos semidesnudos que tienes clavado en tu

habitación?

Toda la sangre salió corriendo de mi rostro, dejando dolorosas punzadas a su

paso.

La sonrisa de Macon fue hiriente.

—No creo ni por un segundo que te guste Hayes por su fascinante

personalidad. Actúas tan arrogante y poderosa mientras eres tan susceptible a


la buena apariencia como el resto de nosotros. Al menos tengo las agallas

para admitirlo.

¿Y lo peor? Tenía razón. Cerré mi casillero de golpe y hui.

—Ha sido divertido, Patatita —me dijo con una voz risueña. Una voz muy

fuerte. Y cuando hablaba Macon Saint, la gente escuchaba.

A la hora del almuerzo, se podían escuchar risitas sobre el seudónimo

“patatita” por toda la cafetería. El horror solo creció cuando el sándwich de

queso a la parrilla y las papas estaban en el menú del almuerzo del día

siguiente. Docenas de esas diminutas bolitas de papa marrón se dirigieron

hacia mí. El rey del instituto Shermont me había etiquetado y todos actuaron

en consecuencia.

La miseria siguió hasta el punto de que casi me negué a ir al baile de

graduación. Fue Sam quien finalmente intervino, persiguiéndome en mi

dormitorio para tener una charla.

—No dejes que Saint te afecte. Sólo se está divirtiendo. —Sus ojos azul-

grisáceos eran inocentes mientras tomaba mi mano—. Y, realmente, es genial

que te haya puesto un apodo. Nadie más tiene uno de él. Ni siquiera yo.

Ella frunció el ceño al oír eso, como si la idea se le acabara de ocurrir y no le

gustara mucho.

—Patatita no es un apodo —espeté—. Es un insulto, y te lo puedes quedar.


—No. —Negó con la cabeza, enviando su lacio cabello sobre los hombros en

una onda brillante—. Necesitaría algo más. Algo que signifique nuestra

profunda conexión.

Me aguanté las ganas de vomitar, pero me encontré hablando sin pensar.

—¿Qué tal “Espejo”? Ya que a ambos les gusta mirarse en ellos.

Tan pronto como lo dije, supe que era poco amable. El bonito rostro de Sam

se sonrojó y se lanzó desde el suelo a mi cama.

—Sam, no quise decir...

—No —atajó bruscamente—. Dijiste lo que dijiste. Ya sabes, Saint tiene razón;

no puedes evitar criticar a la gente.

—Discúlpame mientras me ahogo con la ironía —respondí.

—Siempre con una broma —dijo Sam, aunque no había estado bromeando.

Ella cruzó los brazos sobre su pecho—. Tu problema es que no sabes cómo

jugar el juego.

—¿El juego? La vida no es un juego.

—Mentira. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Sonríe quieras o no; halaga a

la gente que está en posición de ayudarte o de cubrirte las espaldas. —Contó

sus puntos con los dedos—. Cuando todo el mundo asume que eres la

persona más dulce, más servicial o más honesta de su mundo, te dejarán

salirte con la tuya.

—¿Esto es lo que crees que debería ser? —interrumpí—. ¿Una falsa intrigante?
Entonces, Sam se encogió de hombros.

—Falsa o no, así es como la gente más exitosa sale adelante. Conspiran,

forjan alianzas y ejecutan sus planes.

—Si eso es el éxito, entonces no quiero ser parte de él. Prefiero fracasar y

tener conciencia.

Sam resopló.

—Sé una perra si quieres, pero sé que tienes miedo de ir al baile de

graduación. Sola.

Luego, se marchó.

Eso me hizo tomar una decisión. Fui con mamá a comprar un vestido. Porque

no me iban a llamar cobarde. Elegí un clásico vestido tubo largo hasta el suelo

con manguitas pequeñas en satén verde intenso. Me sentí ridícula y

sobreexpuesta, pero mamá juró que estaba hermosa.

Fui sola. Lógicamente, sabía que no era la única persona que no tenía pareja;

pero eso no impidió que los nervios se apoderaran de mí cuando caminé por

el pasillo principal hacia el salón del hotel donde se celebraba nuestro baile de

graduación.

Entonces lo vi.

Macon estaba de pie justo detrás de su grupo de amigos, con una expresión

aburrida, mientras Sam ocupaba el centro de la pista. No sabía qué lo alertó


de mi presencia, pero giró la cabeza justo cuando yo entraba en escena.

Nuestras miradas se cruzaron, y descubrí que mis pasos se ralentizaban.

Vestido con un esmoquin que le quedaba a la perfección, se veía...

francamente, como si no debiera estar allí. Debía estar con gente hermosa, de

fiesta en un yate o caminando por una pasarela parisina, tal vez. No sabía por

qué no me había dado cuenta antes: él no encajaba en nuestro pueblo más

que yo. La diferencia era que, cuando se trataba de Macon, a nadie le

importaba que fuera un extraño, simplemente estaban felices de tenerlo cerca.

No recuerdo haberme movido, pero acabamos cara a cara, sus ojos oscuros

se deslizaron sobre mí, con un ceño fruncido y una mueca en su boca.

—Has venido.

Bueno...

—¿No debía hacerlo?

Su ceño se transformó en un ceño fruncido, su mirada se desvió como si

estuviera desconcertado por mi apariencia.

—No pensé que lo harías.

Me encogí de hombros, demasiado consciente de mi elegante vestido, el

maquillaje que llevaba, mi cabello peinado con rizos sueltos; no me sentía yo,

pero me sentía hermosa.

—Siento decepcionarte.

Cuando finalmente respondió, su voz era baja, casi un murmullo.


—No estoy decepcionado.

Ambos hicimos una pausa, igualmente conmocionados y confundidos. Puede

que no se sintiera decepcionado, pero no parecía complacido. Y yo tampoco;

no confiaba en Macon Saint. Como si de un acuerdo silencioso se tratara,

ambos nos dimos la vuelta y caminamos en dirección contraria.

Con los nervios de punta y el corazón latiendo demasiado rápido, me dirigí al

salón de baile. La mayor parte de los alumnos de último curso estaban

bailando o se arremolinaban en pequeños grupos. Se había colocado un largo

bufé en un lateral de la sala, y la cola para la comida ya había comenzado.

No le presté mucha atención, ya que estaba demasiado inquieta para comer,

pero una onda comenzó a recorrer la sala, una corriente subterránea de risas

sorprendidas. Como si se alimentara de sí mismo, el ruido creció, volviéndose

menos sorprendido y más malicioso.

La fuente era la mesa del buffet, y cuando miré en esa dirección, encontré

docenas de ojos mirándome fijamente. El calor floreció en mis mejillas y miré

a mi alrededor. Todo el mundo me miraba.

El pánico atenazó mi garganta mientras me encontraba caminando lentamente

hacia la mesa. Las risas brotaron, los susurros con la palabra “patatita”

fluyeron por el aire. Y entonces lo supe: la comida.

Había patatitas en cada maldita bandeja. Todas, con patatitas.

No podía respirar. El dolor bloqueaba mis músculos. Alguien silbó; se lanzaron

unas cuantas patatitas, una de las cuales golpeó mi falda, dejando un reguero
de grasa a lo largo del satén. Me estremecí, con la piel ardiendo. Al otro lado

del camino, mi hermana me miraba con los ojos muy abiertos y asustados,

pero no se movió para ponerse a mi lado. Parecía estar paralizada.

De alguna manera, supe que Macon había entrado en la habitación. Estaba de

pie a unos metros, mirando la mesa. Su amigo Emmet le gritó:

—¡Excelente broma, Saint!

Todos rieron. Aspiré con dolor.

Macon no respondió. Su mirada se desvió hacia la mía. Algo inquietante

brillaba en sus ojos, una extraña mezcla de emociones que no podía descifrar.

Durante un breve segundo, pensé que tal vez se trataba de arrepentimiento,

pero entonces echó los hombros hacia atrás como si esperara un

enfrentamiento.

La rabia rugió en mis oídos y me dio fuerzas.

La habitación quedó en silencio mientras me acercaba a un Macon inmóvil.

—Tú.... imbécil —siseé—. Puede que los tengas a todos engañados, pero yo

sé la verdad. Eres feo por dentro. Un alma inútil que nunca encontrará la

redención.

Su rostro perfecto se llenó de rabia, pero no dijo nada, sólo enseñó los

dientes como si se esforzara por no devolver el golpe. Pero no importaba;

había terminado.

—Te odio de verdad —susurré antes de salir de la habitación.


Esa noche me aferré a mi madre, sin poder llorar, pero temblando de

humillación y rabia. Una hora más tarde, Sam llegó a casa, llorando, con el

maquillaje corriendo en ríos oscuros por sus mejillas. Macon la había dejado.

—Dijo que había terminado con las hermanas Baker —sollozó, acurrucada a

mi lado—. Que no valía la pena esa molestia.

Quería mostrar simpatía, pero no pude. Le di un abrazo a medias.

—Estás mejor sin él.

Nunca había dicho palabras más ciertas.

Sam se había vuelto hacia mí entonces, con un abrazo feroz.

—Lo siento mucho, Delilah. Siento mucho haberlo elegido a él antes que a ti.

Lo siento por todo.

Puede que Macon Saint me hiciera daño, pero había vuelto a unir a las

hermanas Baker. Nuestra familia se mudó poco después, y nunca volví a ver a

Macon. Pero las cicatrices que dejó en mi psique perduraron demasiado

tiempo.
Capítulo 1

La abuela Maeve solía decir, “el odio endurecerá tu masa; un buen horneado

se hace con amor”. No sé sobre el odio, pero mi estrés parece estar


filtrándose por todo mi brioche. La masa se ha vuelto pegajosa y tibia cuando

debería estar suave y fría. Lo he amasado demasiado en mi distracción.

El brunch de cumpleaños de mamá es mañana, y no he sabido nada de Sam

en días. Sam, quien se suponía que iba a buscar el regalo de mamá mientras

cocino. Sam, quien prometió que le encontraría a mamá algo “¡ah-

maravilloso!”, y no preocuparse por que le pague. Bueno lo haré. Sobre todo

porque Sam casi siempre anda corta. Cuando está llena de dinero, por lo

general significa problemas.

La superficie de la masa se pega a mi palma y emito un sonido de disgusto.

Recojo la masa, la tiro a la basura y empiezo a arreglar mi creación de nuevo.

Soy una chef profesional, no una panadera, y se nota. Pero estoy decidida a

mejorar mi juego.

Mi teléfono suena con un mensaje de texto justo cuando estoy abriendo un

paquete de levadura.
Número desconocido: Sam, si no traes tu trasero aquí en 30 minutos,

llamaré a la policía.

Es un texto tan extraño que sólo puedo mirar el teléfono y fruncir el ceño. No

reconozco el número, pero "Sam" me hace dudar. Es extraño cómo estaba

pensando en mi hermana, Sam. Por otra parte, Sam es un nombre común.

Este "Sam" podría ser un hombre, por lo que sé.

Otro texto ilumina mi teléfono.

Lo digo en serio. Ya no voy a caer en tu mierda de "Solo soy una


pequeña y dulce belleza sureña". Sé que te llevaste el reloj. Lo
devolverás.

Ahora esto me hace tomar una pausa. Muchas veces Sam me ha acusado de

quejarme de su dulce acto de belleza sureña. Una mirada al teléfono también

me recuerda que es el 1 de abril.

Pongo los ojos en blanco, me limpio el polvo y tomo el teléfono.

Esta tiene que ser la broma más tonta del Día de los Inocentes, Sam. Al
menos finge ser alguien que no seas tú misma.

Inmediatamente, obtengo una respuesta.

¿Estás bromeando? ¿Identidad equivocada? ¿Con eso vas? Déjate de


tonterías. Ven. Aquí. Ahora.

Molesta, tecleo más fuerte que de costumbre.


Este ni siquiera es el número de “Sam”, así que soy yo quien te está
enviando a la mierda. Deja de hacerte el gracioso. Estoy ocupada
preparando el brunch sorpresa de mamá.

Por favor. He probado tu cocina. Estaría más seguro comiendo comida

enlatada.

Oh, eso fue un golpe bajo y fuera de lugar. Envío una respuesta de inmediato.

Sabes, Sam, estás actuando como... una idiota.

Hay una pausa, y casi puedo sentir a Sam preguntándose si debería dejar la

farsa. Cuando finalmente responde, no es lo que esperaba.

¿Acabas de citarme Sixteen Candles?

Bueno, obvio. Es mi película favorita, a pesar de que "tú" llegas a


protagonizarla.

Tengo que sonreír un poco. Siempre se me quedó grabado que el personaje

principal tiene el mismo nombre que mi hermana y no yo. Algo con lo que Sam

solía provocarme todo el tiempo.

Otro mensaje de texto hace sonar mi teléfono.

Esa era la favorita de Delilah. Tú, por el contrario, no puedes quedarte


quieta el tiempo suficiente para terminar una película. Deja de desviarte.
Tráeme mi reloj.

Arrugo la frente. Su respuesta es simplemente extraña. Sam nunca se insulta a

sí misma. Especialmente con algo que es verdad; Sam nunca puede quedarse
quieta para ver una película. Algo que solo unos pocos saben. Sam es

excelente para ocultar lo que percibe como defectos. Un lapso de atención

corto no es un defecto en mi libro, pero ciertamente lo es en el de Sam. La

tensión serpentea por mi cuello y sobre mis hombros. No me gustan estos

textos. No son divertidos, y hay algo extraño en ellos.

¡Ya basta! Estoy horneando. Inventa un chiste mejor.

No hay respuesta, y asumo que es el final de eso. Agarro un poco de harina y

empiezo a medirla cuando Sam responde.

Delilah cocina y hornea. Tú no.

No quiero creer nada más que esta es Sam tratando de molestarme. Es una

mentirosa excelente, una profesional donde yo no soy más que una aficionada.

Pero hay algo en el texto, un tono que transmite una inquietud genuina y me

pone los pelos de punta.

Mis manos no están tan firmes cuando escribo mi respuesta.

Eso es porque YO SOY Delilah. (Lo “estúpido” está implícito aquí.)

Hay otra pausa prolongada. Una que siento en mis huesos. Mi estómago se

contrae mientras espero. Ya no se siente como una broma. Pero tiene que ser.

Sam es así de malvada.

El sonido de notificación de mi teléfono resuena en la cocina silenciosa.

¿Patatita?
Tomo una respiración aguda y dolorosa, mis dedos hormiguean. Todo el

oxígeno de la habitación desaparece. Por un largo momento, todo lo que

puedo hacer es estar de pie en mi cocina, con mis oídos zumbando y mi

cuerpo tenso.

Aparte de Sam, solo una persona sabe que Sixteen Candles es mi película

adolescente favorita. La única persona que audazmente me llamaría así.

No, no pensaré en Macon Saint. Dios sabe que he hecho todo lo posible para

erradicarlo de mi cerebro por completo. Pero él es como un herpes labial,

apareciendo de vez en cuando, una dolorosa irritación, lo quiera o no.

Empeoró cuando ganó un papel protagónico en Dark Castle, la serie con la

que todo el mundo, menos yo, parece estar obsesionado. No sabía que él

estaba en la actuación hasta entonces. Y maldita sea, quería ver ese

programa. Ahora, era todo lo que podía hacer para mantenerme alejada de

eso, con cada persona que conozco hablando de eso en las redes sociales

todos los domingos por la noche.

—Sam estaba fuera de sí por la noticia. Piensa, ambos conocemos a alguien


famoso, Dee.

—Sostén mi mano mientras trato de no desmayarme de la emoción.

—El sarcasmo hace que tu rostro haga gestos de maneras poco atractivas.

—¿Qué tal cuando saco la lengua? No me mires así. Soy una proveedora de
alimentos en Los Ángeles, Sam. He conocido a mucha gente famosa. La
mayoría de ellos no han sido muy impresionantes.
—Pero tú no sabes que ellos los conocen. Conocimos a Saint antes de que
fuera famoso. Es más probable que las personas te muestren su verdadero yo
cuando no están preocupadas por la fama.

—Sí, bueno, el verdadero yo de Macon es un imbécil arrogante.

—Bah. Guardas rencores por demasiado tiempo.

—¿Demasiado tiempo? ¡Fue un idiota monumental para mí durante años!

—Agua pasada. Deberías dejarlo ir también.

También. Como si una multitud de adoradores aduladores de Macon la

hubieran llamado Patatita. Como si le hubieran arrojado esos pedacitos de

patata cuando era más vulnerable. Hasta el día de hoy, no soporto las

patatitas.

—Enseñan su trasero en dos episodios —continuó alegremente—. Y estoy


aquí para decirte que es sexy. Quiero decir, estamos hablando de perfección

de trasero de burbuja grado A. Definitivamente ha desarrollado esa cosa


desde la escuela secundaria.

Como no quería hablar sobre el trasero de Macon o el hecho de que mi

hermana pudo o no haber visto dicho trasero hace mucho tiempo, cambié de

tema. Ella sabe cuánto odio a Macon. El hecho de que ahora lo esté usando

como una broma práctica es demasiado. La ira fluye a través de mí en una

ráfaga de calor. Soy todo pulgares mientras respondo.

¿Cómo te atreves a meter ese canal de culo en esto?


¿Canal del culo? Sólo una persona que conozco usa ese término. Jesús,
eres realmente Delilah, ¿no es así?

Quiero gritar. Quiero tirarle el teléfono al diablo y salir corriendo de la cocina.

Pero, principalmente, quiero golpear a mi hermana.

Vete a la mierda Sam. Considérate no invitada a un brunch.

Soy Macon. ¿Y realmente me odias tanto, Patatita? ¿Después de todo

este tiempo?

No, no, no. No son los mensajes de texto de Macon Saint. Sam no ha hablado

con él desde que la dejó la noche del baile de graduación. Es una cuestión de

orgullo con ella. No importa el hecho de que sea famoso; probablemente

tenga gente para enviar mensajes de texto por él, por el bien de Pete.

Tiene que ser un mal sueño. Una pesadilla.

Estupefacta, miro el teléfono en mi mano mientras se enciende.

¿Patatita?

¿Nena?

¿Delilah? ¿Estás allí?

Contesta el teléfono, Delilah.

Espera. ¿Qué?

Casi me muero del susto cuando el teléfono comienza a sonar.


¡Por Dios! No, simplemente no. No puede ser Macon.

La llamada pasa al correo de voz, pero el teléfono simplemente vuelve a sonar.

Él no se detendrá; Macon es como una garrapata en ese sentido. Seguirá así

hasta que pierda la cabeza. Tengo que cortar esto de raíz, ahora. Tomo una

respiración profunda y respondo.

—¡Qué!

—Todavía tan cortés, Delilah.

Su voz es más profunda ahora, un retumbo de humo y cenizas.

Ignoro su sarcasmo.

—¿Cómo obtuviste mi número y por qué me molestas?

La risa llega a través del teléfono.

—Por qué no decir: “Ha pasado tanto tiempo. ¿Cómo has estado?” Al menos

confiesa cuánto me extrañaste.

Oh, cómo recuerdo esa irritante presunción. El hecho de que esté hablando

con Macon después de todo este tiempo me inquieta tanto que me tiemblan

las piernas y tengo que apoyarme en el mostrador.

Es una sorpresa que mi voz esté cerca de lo normal.

—Responde a la pregunta o cuelgo.

—Te volveré a llamar.


—Macon...

Hace un ruido, fue casi una risa, pero algo más seco.

—Nadie me llama Macon así. Como si fuera una maldición o un mal sabor de

boca. Sólo tú.

Cuando éramos niños, su mamá lo llamaba pequeño Saint, lo cual era extraño

en mi libro. Su papá lo llamaba “niño”. Todos los demás simplemente lo

llamaban Saint. Un título menos merecido, no lo recuerdo. Pero no es una

sorpresa que la gente todavía se refiera a él como Saint; pasó bastante

tiempo cultivando esa imagen.

—¿Por qué me estás acosando, Macon?

Él resopla.

—En primer lugar, llamé al número de Samantha. —Recita su número y me

quedo con el ceño fruncido, no es que él pueda ver eso. Continúa en tono

inoportuno—. En segundo lugar, dirigí mis mensajes a Sam, no a ti. Debido a

qué parecías pensar que estaba fingiendo ser Sam, no tiene ningún sentido.

—Es el Día de los Inocentes —murmuro—. Pensé que era una broma mal

ejecutada por parte de Sam.

Se ríe sin humor.

—Quisiera.

Sí, yo también.
Si tengo que creer que le estaba enviando un mensaje de texto a Sam (¿y por

qué se molestaría en enviarme un mensaje?), entonces tengo que creer el

resto. Desafortunadamente, estoy recordando el momento en que Sam me

envió sus mensajes cuando dejó a un chico particularmente pegajoso llamado

Dave. Tuve que lidiar con un Dave que lloraba y se enfurecía alternativamente

durante una semana antes de que finalmente dejara de llamarme.

Lo que significa que Macon no está mintiendo.

Maldición.

—Bueno —digo, buscando desesperadamente la calma—. Claramente, no soy

Sam. Este tampoco es su número. Sospecho que me reenvió sus mensajes,

por lo que ella y yo tendremos que discutirlo. Sin embargo…

—Estás hablando como tu abuela otra vez, Patatita.

—No me llames así.

Una risa lenta retumba en mi oído.

—¿Pero no te opones a sonar como tu abuela?

Muevo mis pies y frunzo el ceño. Era como la abuela Maeve, maldita sea.

Tiendo a ponerme prolija y demasiado formal cuando estoy nerviosa. El hecho

de que sepa que lo hago me irrita.

—Te estás desviando del rumbo. El hecho es que yo no soy Sam.

—¿Sabes donde está ella?


Es más rudo ahora, la ira regresa.

—No te lo diría si lo hiciera.

Casi puedo oírlo rechinar los dientes. Lo cual es satisfactorio.

—Entonces supongo que tendré que llamar a la policía —dice.

De repente, recuerdo sus primeros mensajes de texto. Él le exigió que llevara

un reloj. Agarro el teléfono y camino a lo largo de mi cocina.

—¿Qué hizo ella?

Podría haberlo expresado de otra manera, pero después de haber lidiado con

las travesuras de Sam a lo largo de los años, no voy a perder el tiempo

poniendo excusas hasta que escuche el lado de la historia de Macon. Hablaré

con Sam después.

—Se llevó el reloj de mi madre.

Tomo una respiración aguda. Santa mierda.

Aunque no sabía mucho sobre la señora Saint como persona, todos sabían

sobre su reloj. Era la envidia de todo el pueblo. No era tanto un reloj, sino una

pieza de joyería, de oro rosa y cubierta de brillantes diamantes. Era hermoso,

aunque no uno que usaría todos los días como lo hizo la señora Saint.

Lo recuerdo bien en su esbelta muñeca, la elegante pieza brillando a la luz. Un

nudo de pavor surge en mi interior. Sam codiciaba ese reloj. Oh, cómo le

encantaba. Lo peor es que la madre de Macon falleció hace años, lo que


significa que el reloj sería tanto una reliquia familiar como un recuerdo

preciado.

Débilmente, presiono una mano fría en mi mejilla caliente.

—Ella... eh... ¿Cuándo podría haber hecho esto?

Macon hace un ruido de molestia.

—Ella realmente no te dice nada, ¿verdad?

La verdad duele.

—¿Por qué me hablaría de un reloj que puede o no haber robado?

—Pensé que Sam te estaba alquilando una habitación.

Parpadeo con sorpresa.

Hace tres años, me dieron la oportunidad de asociarme en un negocio de

catering de alto nivel. Angela, mi socia, finalmente me vendió la otra mitad, y

tuvo tanto éxito que finalmente pude comprar un pequeño bungaló en Los

Feliz. Unos meses más tarde, Sam se mudó al desván sobre mi garaje porque

le faltaba dinero.

La verdad es que nunca sé cómo obtiene su dinero, ya que nunca menciona

ningún trabajo. Es impredecible si recibo la pequeña cantidad de alquiler que

ella insistió en pagar, y dado que en realidad no necesito dinero de ella, he

aprendido a no depender de él.


Pero pensé que estábamos lo suficientemente cerca como para que Sam me

dijera que había estado saliendo con Macon. No tenía ni idea de que

estuvieran en contacto.

—Eso no significa que sepa todo lo que sucede en su vida —digo finalmente.

Macon hace un ruido que suena demasiado lastimero antes de responder con

un tono demasiado paciente.

—Sam ha sido mi asistente durante el último mes. Aunque pronto se hizo

evidente que superó en gran medida sus calificaciones.

No sé qué sentir. Me alegro de que no estén saliendo; si Sam y Macon se

juntaban de nuevo, inevitablemente, él también estaría de vuelta en mi vida.

Pero él está en su vida, ¿no? Han estado trabajando juntos por un mes. Y

Sam nunca me dijo nada. El dolor es un latido entumecido en mis sienes.

—He estado fuera durante una semana —continúa—. Regresé a casa ayer,

encontré que Sam no estaba y faltaban un par de cosas, incluido el reloj.

—¿Qué estaba haciendo ella en tu casa?

Me estremezco ante la pregunta. No quiero saber. No.

Pero lo hago.

—Ser mi asistente es un trabajo las veinticuatro horas del día —dice como si

esto fuera obvio—. Tengo una casa de huéspedes. Sam se estaba quedando

allí.
No extraño la forma en que su tono implica que piensa que es extraño que no

me haya dado cuenta de que Sam vive en otro lugar durante semanas. Me di

cuenta. Pero estoy acostumbrada a que ella vaya y venga. Mi lugar es más un

campamento base para ella que cualquier otra cosa.

—Podrías haber tenido un allanamiento —ofrezco débilmente.

—Mentira. La maldita mujer pidió ver el reloj por “los viejos tiempos”, y fui lo

suficientemente tonta como para mostrárselo.

Cierro los ojos, paso la mano por mi rostro.

—Bien...

Maldición. No tengo nada.

Su voz se vuelve cansada y resignada.

—Solo dime dónde está y te dejaré con tu horneado.

—No sé dónde está. Pero la encontraré. Hablaré con ella.

—No es suficiente. Casi podría dejar pasar el resto, pero ese reloj significa

algo para mí. Ha ido demasiado lejos esta vez. Estoy pidiendo ayuda a la

policía.

—Por favor.

Las palabras salen disparadas y queman mi lengua. Odio haberlo dicho. Pero

no puedo recuperarlas.

—Voy a buscar tu reloj.


No puedo dejar que Sam vaya a la cárcel. Para bien o para mal, ella es mi

hermana. Y mataría a mamá. En sentido figurado, pero tengo un miedo

horrible de que también sea literal. Perdimos a nuestro padre el año pasado, y

la salud de nuestra madre es frágil en el mejor de los casos. Un día, me di la

vuelta para mirarla y me quedé atónita por lo mucho que había envejecido,

como si mi padre se hubiera llevado su chispa de vida con él. Sam y yo somos

todo lo que le queda. Lamentablemente, ella siempre ha sido demasiado

protectora con Sam.

—Tienes veinticuatro horas; entonces llamaré a la policía —dice Macon con

una voz áspera que habla de impaciencia.

—¿Veinticuatro? ¿Te estás burlando de mí?

—¿Sueno como si me estuviera burlando? —dispara de vuelta.

—Bueno, tenía que preguntar, qué pasa con el ridículo marco de tiempo que

estás proponiendo.

No puedo oírlo rechinar las muelas, pero me imagino que sí.

—Esa no era una proposición —gruñe—. Es una fecha límite.

—Esto es Los Ángeles, Macon. Se necesitan al menos veinte minutos para

viajar cinco millas en cualquier dirección. En un buen día. —Dejo escapar un

ruido de pura molestia—. Sin mencionar que si Sam se está escondiendo, es

posible que ni siquiera esté en la ciudad. Podría haber saltado a Las Vegas,

ido a San Francisco o incluso a Cabo.


Todos ellos son los escapes favoritos de Sam. No es que haya podido

descubrir cómo se lo puede permitir. Demonios, tal vez haya sido una ladrona

profesional todo este tiempo.

—El punto es —digo firmemente—. Si de verdad quieres encontrarla, tienes

que darme más de veinticuatro horas. No soy una Jack Bauer femenina,

maldita sea.

Un ruido estrangulado, como una risa prolongada, llega a través del teléfono.

—Casi valdría la pena imaginarte corriendo por la ciudad con un reloj de

cuenta regresiva sonando sobre tu cabeza.

Una neblina de color rojo inundó mi visión. Lo juro, si estuviera frente a mí,

llevaría un cuenco lleno de harina.

—Sigues insultándome, ya veo.

—Siempre fuiste rápido, Macon. —Maldición, necesito dejar de burlarme de

él—. Dame una semana.

—Dos días.

Bufo.

—Cinco.

—Tres —responde—. Eso es lo mejor que puedo hacer por ti, Patatita.

Mis muelas se presionan con el nombre. No es mucho tiempo, dada la tarea.

Pero diablos, no lo culpo por su enojo o por querer que esto se haga.
—De acuerdo.

—Tres días —repite. Me relajo un poco hasta que termina con—: Te espero a

Sam y a ti en mi casa con el reloj en la mano.

—¿Qué? —siseo prácticamente—. ¿Por qué yo? No necesito estar allí. No

estoy…

—Sí, estás. No confío en que Sam aparezca sin ti.

—Ella se presentará. —Si tengo que amenazarla de muerte y

desmembramiento—. No quiero ser parte de esta reunión.

De ninguna manera me encontraré cara a cara con Macon. No puedo hacerlo.

—Entonces no deberías haber metido la nariz en esto.

I-dio-ta.

El tono de Macon es severo y frío.

—Esos son los términos. Tómalo o déjalo.

Tengo que creer que habla en serio; el Macon que conocí nunca decía lo que

no quería decir. Lo habría admirado si no hubiera sido tan idiota conmigo

cada vez que nos poníamos en la órbita del otro. La idea de enfrentarlo,

encontrarme con esa mirada fría y engreída una vez más, hace que mis

entrañas se vuelvan enfermizas.

Sólo una vez, me gustaría poner de rodillas a ese hombre, verlo desesperado y

jadeando por mí como muchas mujeres lo están por él. Hay pocas
posibilidades de que luzca como lo hago en este momento, cubierta de harina,

pegajosa con sudor, y mi cabello necesitado desesperadamente de un corte.

—¿Delilah? ¿Tenemos un trato?

Odio la forma en que dice mi nombre, todo entrecortado e imperioso, como si

fuera mi superior. Agarro mi teléfono lo suficientemente fuerte como para

lastimarme la mano. Me imagino arrojándole la cosa a su gran cabeza. Señor,

concédeme la fuerza para no hacer precisamente eso.

—Te veré en tres días.

Suena demasiado complacido.

—Te enviaré un mensaje de texto con mi dirección. Estoy deseando que llegue

el momento, Patatita.

Tengo muchas ganas de estrangular a mi hermana.

Primero, tendré que encontrarla.


Capítulo 2

Mi mano tiembla cuando dejo el teléfono. Llevo las últimas dos semanas un

dolor constante, así que podría echarle la culpa a eso, pero sería mentira.

Delilah Ann Baker es la fuente de mi actual debilidad.

—Maldita sea —murmuro en voz baja.

—Parece que has visto un fantasma —dice North desde la puerta de mi

despacho.

—Creo que acabo de conjurar uno.

Me giro hacia la ventana y al mar que hay más allá, pero no veo la vista. Veo a

Delilah. A sus ojos grandes del color de las galletas de jengibre, rodeados de

gruesas pestañas oscuras, un rostro redondo con una nariz chata y labios

rosados. Esa boca siempre se movía, siempre escupía ácido verbal dirigido a

mí.

Nadie en la tierra me ha molestado tanto como Delilah Baker.

Nadie me puso a la defensiva más rápido que Delilah Baker.

Cristo, ella sonaba exactamente igual. No, eso no es correcto; ella me irritó de

la misma forma que siempre lo ha hecho, pero su voz ha cambiado. Es un


poco diferente ahora, con un tono suave y dulce como si acabara de terminar

una sesión caliente, sudorosa...

¿De dónde demonios salió ese pensamiento?

Paso una mano por mi rostro y resoplo.

North se adentra en la habitación.

—¿Supongo que este fantasma no es Samantha?

La forma en que su voz capta el nombre de Sam hace que se me pongan los

pelos de punta. En algún momento, ella claramente hundió sus garras en

North, y él está sintiendo los efectos. Me enoja. Dondequiera que vaya Sam,

sigue la destrucción. Aprendí esa lección hace mucho tiempo, pero como un

tonto, la ignoré cuando vino a rogar por un trabajo.

Todos crecen, razoné. Sam incluida. Solo que ella no lo había hecho. Ni un

solo día de trabajo había pasado cuando trató de meterse en mi cama. Muy

incómodo teniendo en cuenta que apenas puedo soportar estar en la misma

habitación con ella. Sabía que tenía que despedirla. Pero no había tiempo.

Cuando finalmente tuve la oportunidad, ella se había ido.

Pienso en el reloj de mi madre, y una rabia pura y abrasadora recorre mi

vientre. El reloj es llamativo y no es de mi gusto, pero cuando lo veo, cuando

lo sostengo, estoy instantáneamente con ella.

Mi madre fue una figura bastante lejana en mi vida; tenía sus propios

problemas. Pero también tenía buenos recuerdos: me abrazaba cuando era


niño, acariciaba mi cabello, me leía. En todos los recuerdos que tengo de ella

aparece ese reloj en su delgada muñeca. Ahora ya no está, y vuelvo a sentir la

pérdida de mi madre, y un profundo y amplio dolor se extiende por mi pecho.

Maldita Samantha. Me ha quemado de muchas maneras, pero lo peor de todo

es que se lo permití. Es la última de una larga lista de personas a las que le he

permitido disfrutar de mi confianza solo para ser traicionado.

—No —digo entre dientes, recordando que North está esperando una

respuesta—. No puedo encontrarla.

Se estremece, su mandíbula se tensa.

—La culpa es mía.

—¿Tuya? ¿Cómo lo sabes?

Cruza los brazos sobre el pecho, se enfrenta a mí con sombría determinación.

—Soy tu guardaespaldas. Si te pasa algo en mi guardia, es mi culpa.

Cansado y demasiado nervioso para mi gusto, apoyo las manos en mis

abdominales inferiores. Cada centímetro de mí me duele de alguna manera,

pero es la pose más cómoda que puedo conseguir por ahora.

—No si no te dejo hacer tu trabajo como es debido. Además, fui yo quien fue

lo suficientemente tonto como para confiar en Sam, permitiéndole estar sola

aquí.

Un momento de pura nostalgia debilitó mi juicio. Vi a Sam y recordé... todo.


North se tensa como si fuera a protestar, pero no dice nada. En su lugar, mira

por la ventana como yo lo había hecho.

—Entonces, si no encontraste a Samantha, ¿quién es ese fantasma?

Mis labios se curvan, pero no es una sonrisa. Estoy demasiado... inquieto para

eso.

—Delilah.

El mero hecho de decir su nombre en voz alta tiene poder, como si al

pronunciarlo me arriesgara a conjurarla en carne y hueso. Me doy una

bofetada mental; está claro que los analgésicos que estoy tomando están

alterando mi estado de ánimo. Aun así, no puedo evitar la sensación de que

una parte de ella está a mi lado, mirando por encima de mi hombro con su

ceño fruncido de desaprobación.

Durante un asfixiante segundo, la veo tan clara como el día, tal y como era la

noche de nuestro baile de graduación, de pie frente a mí, con un vestido de

satén verde que se ceñía a unas curvas en las que yo no tenía que fijarme,

con unos ojos marrones dorados que chisporroteaban de odio y una piel

teñida de ira.

Incluso a los diecisiete años, me di cuenta de que su rabia era impresionante.

Me quedé mudo, sin poder decir una palabra mientras me hacía pedazos con

la suya.

Lo último que me dijo fue que yo no valía nada y que me odiaba. Estaba claro

que lo decía con toda su alma.


Humedezco mis labios secos.

—Es la hermana de Sam.

Las cejas de North se arquean.

—¿Samantha tiene una hermana? —Suena vagamente horrorizado.

—No te preocupes. No se parecen en nada. —Hago rodar mis hombros tensos,

y el dolor se siente casi bien—. Delilah es... —Diablos, incluso ahora mi yo

adolescente choca con mi yo actual, ambos luchando por encontrar una

manera de explicarla—. Sincera.

North me mira como si estuviera loco. Me siento loco.

Me encojo de hombros y lo intento de nuevo.

—Lo que ves es lo que obtienes con Delilah. Ella te lo da directamente. —No

importa lo profundo que sea—. No le importa si estás impresionado con ella o

no.

—Parece que la conoces bien.

¿Conozco a Delilah? Sí, la conozco, aunque ella odiaría eso. Y me conoce a mí.

Una extraña sacudida me recorre el pecho, en parte por la excitación y en

parte por la repugnancia, como si me estuvieran desnudando sin querer y no

estuviera seguro de si me gusta o no.

—Crecimos juntos. Sam, Delilah y yo.


Los tres malditos mosqueteros. Porque, aunque Sam y yo fuéramos de lo peor

y tratáramos de excluir a Delilah, ella siempre fue parte de la ecuación.

Siempre.

—¿Sabe Delilah dónde está Sam?

—Ella dice que no lo sabe.

Maldición, mi cuello está tenso. Levanto el brazo para apretarlo y mis costillas

gritan en protesta.

Los ojos de North se entrecierran. Sabe que me duele, pero por suerte no lo

señala.

—Acabas de decir que Delilah era una persona sincera. Así que, ¿le crees?

—Sí. Por desgracia. —Vuelvo a mirar el mar. Ahora todo está de cabeza—. Y

si Delilah no puede encontrarla, nadie puede.

Lo que significa que el reloj de mi madre ha desaparecido realmente. No me

sorprendería que Sam ya lo haya empeñado.

La rabia crece tanto que me ahoga. Sam me ha quitado demasiadas cosas,

mis recuerdos, mi maldita seguridad, y ya no puedo perdonarla. Tengo que

llamar a la policía. Tengo que buscar el reloj, no pensar en cierta mujer

atrevida con voz melosa y áspera.

Delilah.

Su nombre se arremolina en mi mente sin previo aviso, abriéndose paso y

asentándose allí. Vendrá aquí, con o sin Sam. Apuesto a que vendrá sola. Lo
quiera admitir o no, Delilah sabe tan bien como yo que cuando Sam se escape,

nada la hará volver hasta que esté bien preparada.

De cualquier manera, me ocuparé de Delilah. Mi vieja enemiga. La única

persona a la que nunca he podido ignorar. De alguna manera, ella siempre ha

sido capaz de pasar cualquier defensa que he intentado.

Y ahora va a estar en mi territorio. Lo cual suena muy infantil, pero me

encuentro obsesionado con eso, con ella: ¿Será la misma? ¿Me odiará tanto

como antes?

Sin quererlo, saco la billetera del bolsillo y extraigo la maltrecha tarjeta que

tengo metida en ella.

Dear Delilah Catering Co. está impreso en un naranja intenso sobre un fondo

rosa intenso. Los colores son demasiado llamativos para la chica melancólica

que conocí, pero la anticuada tarjeta de presentación es pura Delilah, que

tendía a hablar de forma formal y estirada cuando se ponía nerviosa.

Siento que una sonrisa curva mis labios, y eso me enoja. No tengo por qué

volver a ponerme nostálgico. He sido robado por su hermana y se ha

aprovechado de mí. Y ahora la otra, la que me dijo que era un alma

despreciable y odiosa, viene a verme. Sin duda, defenderá el caso de Sam,

dispuesta a cargar con la culpa de su hermana estafadora una vez más.

Eso también me enoja. Pero no puedo negar la anticipación que siento en mis

entrañas. Le envío un mensaje de texto a Delilah con mi dirección y le digo

que esté aquí a las cinco el día de la fecha límite. No puedo evitar añadir "o si
no", sabiendo que eso la enojará. Cuando me contesta con un emoticón que

pone los ojos en blanco y me dice que me vaya a la mierda para poder

hornear, mi sonrisa es amplia.

Me guste o no, sigo disfrutando de molestarla, y no puedo esperar a que me

lo muestre.
Capítulo 3

DeeLight a SammyBaker: Ya que no estás revisando los mensajes de texto, te

estoy buscando a través de mensajes de Instagram y FB. No me hagas

empezar a chatear contigo públicamente. Sé lo que le hiciste a Macon. Si

tuvieras algo de honor, llevarías tu trasero a casa.

DeeLight a SammyBaker: Tendrás que hacerlo eventualmente. Y tengo

cuchillos, Sam. Muy afilados.

DeeLight a SammyBaker: ¿Mencioné que puedo deshuesar un pollo en menos

de un minuto con esos cuchillos?

DeeLight a SammyBaker: ¡POLLO!

Honestamente, pensé que sabía cómo se sentía la desesperación. Pero está

muy claro que he sido lamentablemente ignorante sobre ese asunto. He

llegado a saber que la desesperación causa una cantidad humillante de

agitación interna y de manos temblorosas. Estoy enferma, realmente enferma

con eso. Quiero hacer lo que ha hecho Sam y desaparecer. Dios mío,

desaparecer suena como la respuesta a todas mis oraciones en este momento.


Cuando hice mi promesa de cazar a Sam, no se me había ocurrido que, dado

que ella había desviado sus llamadas a mi teléfono, tampoco podría llamarla.

Culpo este descuido a estar nerviosa por tener que hablar con Macon Saint

por primera vez en diez años. Así que me he quedado para buscarla,

conduciendo a todos sus lugares habituales y llamando a sus amigos.

Busqué toda la noche. Sam sigue perdida en acción, se ha ido como si nunca

hubiera existido. Es un talento, verdaderamente, su habilidad para

simplemente abandonar la vida. Me gustaría decir que esto es algo nuevo o

sorprendente. Pero no lo es. Mi hermana vive en un mundo en el que ella es el

sol y todos los que la rodean simplemente están en órbita. A menudo me deja

para que limpie sus desastres o me culpe.

La he estado cubriendo desde que tengo memoria. Incluso cuando éramos

niñas, mis padres simplemente aceptaban como un hecho que yo sería la líder

prevaleciente y la mantendría alejada de las travesuras. Es un hábito difícil de

quitar.

Ahora, estoy paseando por mi soleada cocina, mis dedos están fríos y

pegajosos, mi estómago tan resentido que incluso los bollos de limón

brillantes y esponjosos que hice hace una hora en un triste intento de aliviar

mi agitación no me tientan. Y sé que estarán deliciosos.

Pero no, en lugar de comer, tomo mi teléfono, obligándome a no marcar, pero

haciéndolo de todos modos. Siempre he tenido esta necesidad de hacer

felices a mis padres, especialmente a mi mamá, hacerlos sentir orgullosos de


tenerme como su hija. No es tanto lógico como una compulsión profunda.

Odio decepcionarla.

El sudor frío brota a lo largo de mi espalda cuando suena la llamada.

No conteste, no conteste. No cont…

—Hola, querida. —Mi madre está demasiado alegre a esta hora de la

mañana—. Simplemente, estaba pensando en ti.

—Ese no es el consuelo que crees que es, mamá.

Simulo estar ligeramente ofendida, mientras la diversión suena a través de su

voz.

—¿Mi pensamiento sobre ti no es reconfortante?

—No. Porque inmediatamente me pregunto si se trata de algo malo.

—Eres una pesimista horrible, cariño. Te aseguro que siempre son cosas

buenas.

Resoplo y camino a lo largo de mi cocina.

—Soy pragmática, no pesimista.

—En serio —dice mamá con sorna—. ¿Y qué te hace creer eso? ¿En su

opinión profesional?

Ella es la única persona que puede burlarse de mí y hacer sentir mi alma un

poco más ligera mientras lo hace. Sonrío a pesar de mi inquietud.


—Porque mis nefastas predicciones casi siempre se hacen realidad.

Simplemente, estoy planeando con anticipación. En eso, toda mi felicidad se

desvanece.

Me aclaro la garganta, me apoyo en el mostrador y me sumerjo.

—Mamá, ¿has tenido noticias de Sam hoy?

—No, nena. No he sabido nada de Samantha desde hace más de una semana.

—Ella se ríe ligeramente—. Lo cual es casi normal para ella. ¿Por qué?

Porque quiero estrangularla con mis propias manos, pero la necesito aquí para

agarrarla bien del cuello.

—Por nada. Sólo... cosas de hermanas. —Me aclaro la garganta de nuevo—.

Mamá, lo siento mucho, pero voy a tener que cancelar el almuerzo de hoy. Yo...

eh… uno de mis compañeros de trabajo está en un aprieto y no tiene a nadie

que lo ayude.

Es la peor de las excusas, e incluso decir las palabras hace estremecer

profundamente mi interior.

—Todo está bien, cariño —mamá se apresura a asegurar—. Podemos planear

para el fin de semana. Más fácil para todas partes. No te preocupes por eso

ni un segundo más. JoJo está en la ciudad para mi cumpleaños. Ella puede

hacerme compañía.

JoJo es la mejor amiga de mi madre y compañera de aventuras. Casi tengo

miedo cuando esas dos se van solas juntas. El caos generalmente se produce.
—Conduciremos hasta Santa Bárbara —continúa Mamá—. Ella ha estado

pidiendo ir.

Y es por eso que la amo. Supongo que la mayoría de la gente ama a sus

madres en algún nivel. Pero no a todo el mundo le gustan sus padres. Me

gusta mi madre. Me gusta hablar con ella, sentarme en su cocina y dejar que
el suave sonido de su voz se deslice sobre mí con todo el cálido consuelo de

una amada manta de la infancia.

La carcasa de mi teléfono cruje bajo mi agarre.

—Gracias mamá. Lo haré maravilloso, lo juro. Pero si Sam aparece hoy, por

favor házmelo saber. Y... bueno, por favor no dejes que se vaya antes de que

yo llegue.

Hay una pausa prolongada antes de que mi madre responda.

—Estás cancelando por ella, ¿no?

Supongo que mi pedido de mantener a Sam encerrada fue demasiado. Aun así,

juego a la estupidez.

—¿Qué? No... por supuesto que no. No seas ridícula.

—Delilah... no me mientas.

—Te lo juro, mamá. —Cruzo los dedos detrás de mi espalda en un movimiento

reflejo que nunca he sido capaz de sofocar—. Realmente tengo que ayudar a

un amigo. —El término amigo es una broma cuando se trata de Macon, pero

puedo equivocarme con los mejores—. Aunque, da la casualidad, es cierto que


no puedo encontrar a Sam para hacérselo saber, y ella... bueno, ella me

reenvió sus llamadas, así que no puedo cazarla exactamente.

Ella hace un sonido de exasperación.

—Esa chica será mi muerte.

No son las palabras que quiero oír.

—¿Realmente te molesta cuando Sam se mete en problemas?

Porque tengo que saber hasta dónde llegar. Aunque solo sea por mi propia

tranquilidad.

Mamá suspira.

—Claro que me molesta. Es mi niña. Justo como tú lo eres.

—Cierto. Pero, mamá, puede haber un momento en que no pueda salir de un

apuro.

Digamos, como cuando Macon Saint meta su traserito en la cárcel. Si no

odiara tanto a Macon, podría aplaudirlo por eso.

—Tal vez sea lo mejor —continúo con cautela—, si te resignas a esa

inevitabilidad.

Cierro los ojos contra la oleada de ira y decepción que siento por mi hermana.

—Soy madre, Delilah —dice mamá con voz cansada—. Nunca renunciaré a mis

hijas. Y siempre cortaré hasta los huesos cuando alguna de las dos esté
herida. Ustedes dos chicas son todo lo que me queda. Después de tu papá...

cuando lo perdí... —Su voz se desvanece con una respiración débil.

—Lo sé —me apresuro a decirle.

Nos quedamos en silencio. Entonces mi madre habla con voz entrecortada.

—Lo extraño. Cuando le das tu corazón a alguien, se convierte en parte de ti.

Y cuando se van, sientes el agujero que dejaron atrás.

—Mamá…

Me está matando.

—Estoy bien —dice en voz baja—. Solo estoy tratando de explicar que estoy

compuesta de partes. Tu padre era una gran parte de mí. Pero también están

Sam y tú. Nunca podría renunciar a ninguna de ustedes; sería como renunciar

a mí misma, perder otra parte de mí misma. ¿Entiendes?

Me abandonan las últimas fuerzas y me hundo en el suelo para apoyarme en

los armarios. La torcedura enfermiza en mis entrañas duele tanto que

presiono una mano en mi cintura.

—Sí, mamá, te entiendo perfectamente.

Esto será un desastre.


Mis manos están francamente sudorosas mientras conduzco por Pacific Coast

Highway hacia Malibú. Normalmente, me encanta este camino con el océano

interminable, resplandeciente a un lado y montañas salvajes en pendiente al

otro. Ahora, es simplemente la ruta que me lleva a la miseria.

Durante tres días he buscado. He llamado a todos los mejores resorts dentro

de una distancia razonable en auto: Sam odia volar, pero también ama su

comodidad. Incluso he intentado buscar bajo sus alias. Me golpeó como un

ladrillo darme cuenta de que, durante años, he sabido que mi hermana usa

alias, y nunca lo pensé dos veces. Vaya ignorancia voluntaria.

Estaba furiosa por esa incómoda pepita de verdad, incluso llegué a irrumpir en

la vieja computadora portátil de mi hermana que dejó en la casa de huéspedes

con la esperanza de que hubiera alguna pista de lo que había estado haciendo

con su vida. Todo lo que obtuve es que le gusta el porno de leñadores y ha

acumulado una impresionante colección de imágenes animadas de hombres

barbudos ardientes.

A la una en punto, admití la derrota y, Dios me ayude con esto, llamé a mi

estilista para programar un corte y color de emergencia. De acuerdo, tal vez

sea en vano, pero si tengo que conducir todo el camino hasta la casa de

Macon sola y de alguna manera convencerlo de que no presente cargos,

necesito lucir lo mejor posible.

Así que aquí estoy, con el cabello bellamente peinado y en ángulo alrededor

de mi rostro con bonitos reflejos, dorados y caramelo diseñados para hacer


que mi cabello castaño luzca como un beso de sol. Fui de lleno al salón, me

maquillaron las cejas y también me hicieron la manicura y pedicura.

Sí, soy culpable de acicalamiento, pero no es vanidad; es pintura de guerra.

Uno no va a la batalla sin armadura. Con ese fin, me pongo mi blusa favorita,

de punto color crema y manga corta que se pega en todos los lugares

favorables, pero fluye alrededor de mis lugares menos deseables y una falda

azul tinta que abraza mis caderas y se ensancha suavemente alrededor de mis

rodillas.

Tal vez sea exagerado, pero al menos me veo arreglada y sensata.

Imperturbable. Profesional.

—¿A quién diablos estoy engañando? —grito al camino delante de mí—. No

hará una pizca de diferencia. Estoy tan arruinada.

El sudor me hace cosquillas en la columna mientras conduzco por una

carretera más pequeña, acercándome a la orilla. A pesar de todos mis años

viviendo en Los Ángeles, no he visitado esta parte de Malibú. La estrecha

carretera de la costa es completamente desconocida, pero el sistema de

navegación del automóvil me informa que la dirección que me envió Macon

está a seiscientos pies a mi izquierda. Por supuesto que Macon viviría justo en

la playa.

Con mucho trabajo y un poco de suerte, algún día podría convertirme en una

chef famosa y poder vivir aquí. En este momento, ni siquiera podría alquilar

una casa de huéspedes en este vecindario.


Mis labios se unen con firmeza cuando finalmente giro en un camino de

entrada bloqueado por una gran puerta de madera. Lo que pasa con la costa

de Malibú es que el atractivo exterior significa poco más que tener un buen

garaje o una puerta grande. La verdadera belleza de las casas está reservada

para los propietarios. Y mientras que la mayor parte de Malibú es una franja

de espacio cada vez más pequeña entre las montañas y el océano, la

propiedad de Macon se encuentra en un raro acantilado de tierra plana que

sobresale y se curva hacia Los Ángeles.

Tomo un respiro tembloroso, me acerco al intercomunicador, observo las

cámaras colocadas alrededor y presiono el botón de llamada.

Maldición, maldición, demonios.

—¿Sí? —responde un hombre. No suena como Macon.

Aun así, me encuentro atascada, con los labios entreabiertos, la boca seca y

sin que se me escape ningún sonido.

Respóndele, imbécil.

No, da la vuelta al auto y huye mientras puedas.

—¿Hola? —pregunta de nuevo.

Juro que capto un toque de humor en la pregunta como si el hombre al otro

lado de la línea estuviera conteniendo la risa.

Animada por pura molestia, encuentro mi voz.

—Delilah Baker para ver a Macon Saint.


Mis manos están tan sudorosas que una se resbala del volante.

Subrepticiamente limpio mi mano en mi falda y miro fijamente el pequeño

foco oscuro de la cámara. Se siente como una eternidad, pero es probable

que solo pasen unos segundos antes de que la puerta se abra.

Un largo camino bordeado de viejos olivos me invita a entrar. Lentamente,

conduzco, mi corazón late con fuerza contra mis costillas. Una pequeña casa

blanca de un piso aparece a la vista. Empiezo a frenar, pero rápidamente me

doy cuenta de que es una casa de huéspedes. En la distancia se vislumbra

una casa blanca mucho más grande que mira hacia el océano.

—¡Jesús, qué tinglado!

Se me escapa una carcajada a pesar de que no encuentro nada

particularmente divertido en este momento. Pero no puedo evitarlo. Si tuviera

que señalar la casa perfecta de mis sueños, sería esta.

Hay cuatro estilos principales de casas favorecidos por los ricos en el sur de

California. El clásico estilo español de los años veinte, el ornamentado

aspirante a casa solariega francesa o inglesa, el ultramoderno y el artesano

con esteroides. La casa de Macon es una mezcla de artesano y moderno, lo

que no debería tener sentido. Pero lo hace.

Me paro frente a las cálidas y acogedoras puertas de madera desgastada, y

mi desayuno amenaza con darse a conocer una vez más.

—Puedes hacer esto —me susurro a mí misma, presionando una mano contra

mi vientre turbulento.
Afuera, el aire es fragante con manzanilla silvestre, limones dulces y el aire

salado del mar. El suave arrullo del océano más allá parece burlase en mi

rostro, mientras mi corazón palpita salvajemente. Tomo una respiración larga

y relajada, y la dejo salir lentamente.

Paso una mano por mi cabello y me preparo para conocer a mi némesis de la

infancia. Dios ayúdame.

Macon Saint no abre la puerta.

No debería sorprenderme. Sin embargo, no puedo evitar mirar al hombre que

está frente a mí.

Se parece a James Bond, para ser honesta. Bastante guapo con cabello rubio

oscuro, una mueca de desdén y un cuerpo que bordea lo brutal, es bastante

intimidante. Sus ojos azul cielo me examinan, pero siento que es curioso, no

antagónico.

—Soy North —dice a modo de saludo.

Pongo mi sonrisa de visitante y extiendo una mano.

—Delilah.

Estrecha mi mano brevemente.

—Lo sé.

Por supuesto; él fue el que respondió a la puerta. Y me esperan. Ninguno de

los dos menciona que Sam no está conmigo. Tal vez él también esperaba eso.
Por milésima vez esta mañana, me trago mi irritación con Sam. No me

ayudará ahora.

—Adelante.

North inclina la cabeza a modo de invitación.

No quiero. Quiero correr. Las esquinas de sus ojos se arrugan como si lo

supiera bien y sintiera empatía. Me llevan a un vestíbulo lleno de sol, y me

cuesta mucho no quedarme boquiabierta y suspirar.

El interior de la casa de Macon es incluso mejor que el exterior. Perfección.

Es espacio, luz y paz. De alguna manera se las arregla para ser grandiosa sin

sentirse vacía.

—¿Encontraste bien el lugar? —pregunta North mientras pasamos frente a

una gran sala.

—Las ayudas de la navegación son un salvavidas.

—Cierto.

Vislumbro una sala de estar con amplios tablones de madera desgastados,

techos artesonados, paredes con paneles de color blanco crema y, más allá, el

océano azul, muy azul. Es perfecto. Un sueño.

Una pesadilla.

Odio que Macon Saint, también conocido como el diablo, viva aquí, que pueda

mirar por estas ventanas del piso al techo todos los días. Odio estar celosa.
La casa es extremadamente tranquila y huele levemente a madera y cítricos.

Cada pocos metros, la brisa del mar se cuela por las ventanas abiertas y

juega con las puntas de mi cabello. Pasamos por un comedor y una sala de

vinos con paredes de vidrio llena de botellas.

Me imagino a un Macon borracho tirado en el suelo, deliberando qué vino

probar a continuación, y suprimo las ganas de reírme por lo bajo.

—¿Eres amigo de Macon? —pregunto, en parte para llenar el silencio que me

está afectando y en parte porque tengo una curiosidad genuina.

—¿Amigo? —North parece reflexionar sobre la pregunta, luego mira en mi

dirección—. Sí. Pero también soy su guardaespaldas temporal y entrenador

personal. —Su expresión se vuelve tortuosa—. Así que, no se le permite jugar

la carta de amigo cuando le estoy rompiendo el trasero.

—Mano dura, ¿eh?

—Algo como eso.

Se mueve con zancadas nítidas, y no es difícil imaginarlo eliminando a los

malos.

No había pensado en que Macon necesitara seguridad. Parece que no puedo

entender el hecho de que es famoso. Tal como están las cosas, apenas puedo

pensar en cómo voy a verlo por primera vez en diez años. Vomitaré si lo hago.

—No te pareces en nada a tu hermana —dice North de repente, mientras me

mira.
Mis pasos vacilan. Por supuesto que no me parezco; cualquiera con una buena

vista sería capaz de decirlo de un vistazo. Aun así, me sorprende que lo haya

mencionado. Mi estimación de North disminuye un poco y me siento

decepcionada.

Hace una mueca, obviamente leyendo bien mi expresión.

—Eso no fue un insulto. Simplemente me di cuenta de que eres muy diferente

en temperamento.

Queda claro que Sam ha lanzado sus anzuelos en North en algún momento. A

lo largo de los años, he aprendido a reconocer las señales: la leve tensión en

la voz de un hombre cuando habla de ella, la desafortunada mezcla de

decepción y melancolía en sus ojos.

—Y en apariencia —digo antes de que pueda detenerme. Entonces soy quien

está haciendo muecas. Sueno amarga. No lo soy realmente. Simplemente,

estoy acostumbrada a esa comparación también.

La expresión de North se vuelve solemne.

—Sí. —Su mirada se dirige a mis pechos tan rápido que podría haberlo

pasado por alto si no hubiera estado mirando su rostro. Entonces sus ojos se

encuentran con los míos, y sonríe débilmente—. De nuevo, eso no es un

insulto.

El calor baña mis mejillas. North es capaz de activar el encanto cuando quiere.

Casi compadezco a cualquier mujer que reciba una dosis completa.


Parece recordar por qué estoy aquí y comienza a caminar de nuevo, con la

espalda recta y tensa, su paso más rápido ahora.

Desafortunadamente. Prefiero quedarme aquí. Dios, Macon se va a enojar. Y

él no va a ser suave conmigo.

¿Por qué estoy aquí? No debería estar aquí.

Pienso en la voz de mamá esta mañana. “Nunca podría renunciar a ninguna

de ustedes; sería como renunciar a mí misma, perder otra parte de mí misma”.

Sí. Eso.

El sonido de mis tacones golpeando contra las tablas del suelo me levanta el

ánimo. La abuela Belle solía decir que una mujer que usa sus mejores tacones

rojos y su lápiz labial rojo favorito puede lograr cualquier cosa. Hay algo de

verdad en sus palabras. Cuando la abuela Belle se puso sus zapatos rojos y

una capa brillante de Dior Rouge, resplandecía con una confianza interior que

reducía a los hombres a cachorros obedientes.

Si bien no poseo la belleza clásica de la abuela Belle, ni creo que Macon Saint

actúe nunca como un cachorro obediente, admito que me siento un poco más

poderosa con mi lápiz labial de gamuza roja, Jimmy Choos y Ruby Woo.

Al menos eso es lo que me digo a mí misma cuando North se detiene junto a

una puerta cerrada y toca.

Estoy tan nerviosa en este punto que estoy segura de que mi pulso late

visiblemente en la base de mi cuello.


Me asusto tremendamente cuando una profunda voz masculina dice:

—Adelante.

North abre la puerta y luego da un paso atrás para dejarme espacio para

entrar. Por un breve y brillante segundo me imagino dando media vuelta y

corriendo hacia la ventana más cercana como el León Cobarde. Pero en vez

de eso entro en la guarida del mago.


Capítulo 4

Hay momentos en la vida en los que todo se ralentiza, todos los sentidos se

ponen en alerta y se ve todo desde la distancia.

Ésta es una de ellas. Estoy echando un vistazo a toda la habitación: la pared

de cristal retráctil abierta con vista al océano; los muebles empotrados con un

Emmy dorado entre varios libros y objetos decorativos; el enorme escritorio

repleto de libros, papeles, platos; y él.

Su presencia me frota como un picor penetrante que no desaparece.

Está sentado detrás de su escritorio, se gira hacia mí, mirándome fijamente

mientras le devuelvo la mirada. Lo veo como un todo: su gran cuerpo

musculoso, su puro físico. Y veo los detalles. Los detalles son los que me

desconciertan.

—Luces cómo el infierno —suelto.

Sus ojos se fijan en mí, y por un momento vuelvo a tener diecisiete años. Esos

ojos, de color marrón albaricoque, bajo unas cejas negras que son rectas y

furiosas. Cuando era una niña, esos ojos se las arreglaban para parecer

angelicales y dulces, con sus largas pestañas rizadas y sus profundidades


brillantes. Ahora se parece a un arcángel del Antiguo Testamento, todo juicio

feroz e ira, del tipo que castiga a los malhechores con una mirada.

—Bueno, hola, Srta. Delilah Baker —dice—. Me alegro de verte también.

—Lo siento. —Me fuerzo a sonreír, aunque se siente tensa en mi rostro—. Fue

una grosería por mi parte.

Agita una mano ociosa.

—No, no, sigue. Hace años que nadie me insulta a la cara. Yo diría que unos

diez años.

—Seguro que no he sido la única que te ha insultado en todo este tiempo.

La exuberante y ancha boca de Macon, rodeada ahora por un rastrojo

incipiente tan espesa que es casi una barba, esboza una media sonrisa.

—Tal vez. Tal vez no. —Se encoge de hombros—. Y me veo terrible, así que...

En realidad, no se ve terrible. Sigue siendo Macon, brutalmente guapo y con

demasiado carisma para un solo hombre. Sólo está muy golpeado y en una

silla de ruedas. Una escayola cubre su pierna izquierda desde la rodilla hasta

el pie. Tiene otra escayola blanda en la muñeca derecha. Lleva el cabello tan

corto que raya en lo militar, pero también destaca la limpia estructura ósea de

su rostro y el hecho de que su ojo derecho está negro y azul, ligeramente

hinchado. Varias rozaduras estropean su piel y una línea de cinta adhesiva de

cirujano le atraviesa la ceja derecha.

—¿Qué te pasó? —me acerco a la habitación.


—Accidente de auto. Fractura de peroné, esguince de muñeca, dos costillas

lesionadas y un corte sobre el ojo, para ser exactos.

Parece que su lista de lesiones lo divierte, pero a mí no.

—Lo siento.

Y lo siento de verdad. Cualquiera que sea la animosidad que haya pasado

entre Macon y yo, la idea de él ensangrentado y herido me produce un

escalofrío.

Se limita a observarme, con una mirada pausada e irritante. Su atención se

detiene en mis labios y vuelve a aparecer su sonrisa sesgada.

—Una amiga me dijo una vez que cuando una mujer se pinta los labios de rojo

para conocer a un hombre, es por dos posibles razones. O quiere que se la

follen, o quiere mandarlo a la mierda.

Mi cuerpo se tensa con la palabra follen y de la forma en que suena al salir de

la boca de Macon: carnal y dura. Normalmente, si un hombre con el que he

quedado para hacer negocios usara esa palabra delante de mí, me habría

dado la vuelta y me habría ido. Pero este es Macon. Nos hemos insultado

mutuamente en muchas ocasiones, aunque nunca con este tono.

Mis mejillas se sonrojan y me encuentro con una mirada de odio.

—Ambos sabemos que cuando se trata de ti es lo segundo.

—Teniendo en cuenta que has llegado sola, yo me replantearía ese tono,

Patatita.
Estoy tan tentada de replicar que mis labios se crispan. Pero ha señalado la

temible verdad de la situación. Sam no está aquí. Y yo estoy arruinada. Pero

no puedo mostrar debilidad.

—El día que me ofrezca a tener sexo con alguien para salir de una situación

complicada será el día en que nade hacia el mar.

—No estaba preguntando. Quizás deberías empezar a explicar por qué estás

aquí sin Sam. —Señala la silla frente al escritorio—. Toma asiento.

Una parte de mí sigue atascada en el hecho de que pensara y jugara con la

idea de prostituirme. Desgraciadamente y para mi horror, me lo imagino de

todos modos: rodeando el escritorio, subiéndome la falda para subirme a sus

musculosos muslos. ¿Qué haría? ¿Empujarme o acercarme? ¿Me agarraría

con fuerza? Sus manos son anchas, sus dedos largos. Mi sexo se contrae con

la idea de ser penetrada por esos dedos, de ser utilizada por él.

Jesús, Dee. Contrólate. Odias a este hombre.

Pero nunca he tenido sexo de odio. Sexo caliente, sudoroso y furioso. Sexo de
odio con Macon. Mmm... Podría dejarlo débil y jadeando por más, y luego salir

a zancadas de la habitación.

Debajo de mi top, mis pechos se vuelven sensibles y aprieto los dientes.

Pensar en Macon junto con el sexo es sólo pedir una caída en lo más

profundo del pantano. Al igual que caer en sus juegos mentales. Siempre

utilizaba burdas insinuaciones para meterse en mi piel. Se moriría de risa si

me insinuaba. Y yo tendría que tirarme por un acantilado en algún lugar.


Echo los hombros hacia atrás, atravieso la habitación, consciente del

chasquido de mis tacones y del contoneo de mis caderas, consciente de que

Macon me observa. Estoy siendo abiertamente sexual, pero hay poder en eso.

Una mujer puede optar por aceptarlo cuando le conviene. Y definitivamente

ahora me conviene. Si mi lápiz de labios está diciendo: Vete a la mierda, mi

cuerpo está diciendo: Esto es lo que te has perdido, y ya no me acobardo ni

un poco.

¿Insignificante? Tal vez.

¿Lo disfruté? Definitivamente.

Pero no es aconsejable. Me doy otra bofetada mental para dejar de molestarlo.

Su expresión no delata nada mientras me siento y cruzo las piernas.

—No pude encontrarla —digo sin preámbulos.

—Claramente.

—Sé que se ve mal...

—Porque es malo.

—Pero ella nunca... —Demonios. ¿Nunca qué? ¿A robado algo antes? No

puedo decir eso con seguridad. ¿Nunca se ha ido de la ciudad? Sé de hecho

que ya lo hizo antes. Muchas veces. Me siento mal—. Matará a mi mamá si

Sam es arrestada.

Los labios de Macon se aplanan, poniéndose blancos en los bordes.


—Mi mamá está muerta. Lo único que me quedaba de ella era ese reloj.

La empatía suaviza mi tono.

—Lo sé.

Ocurrió el verano en que mi familia se mudó a California. Cuando recibimos la

noticia de que la señora Saint había muerto de un aneurisma, ya la habían

enterrado. Fue la única vez que sentí verdadera pena por Macon, y firmé de

buena gana la tarjeta que enviaron mis padres.

Ante la expresión tensa de Macon, siento el impulso de ofrecer algunas

palabras de consuelo. Pero habla antes de que pueda abrir la boca.

—Sam también lo sabía. Eso no le impidió robarlo.

El agujero se hace cada vez más profundo. Y aquí estoy sin pala.

—Lo sé. Lo siento. Realmente lo siento. Pero si pudieras darme más tiempo

para...

—No. —La palabra es tan plana como su mirada.

—Estoy segura de que puedo eventualmente...

—No, Patatita. Ni siquiera por ti.

Parpadeo. ¿Por mí? ¿Cuándo me ha dado algún tipo de concesión?

Macon me lanza una mirada cómplice.


—Puede que nos odiáramos, pero nuestras interacciones eran siempre

interesantes. Eso tiene que contar para algo, teniendo en cuenta lo aburrido

que era nuestro pueblo.

Si él lo dice. Además, prefiero darle una patada en la espinilla buena cada vez

que me llama Patatita.

No patees al tipo que tiene la libertad de tu hermana en sus manos, Dee.

—Mira, Sam es una porquería total por lo que hizo. Y sé que no puedo

reemplazar una reliquia sentimental.

Su frente se levanta como si dijera: No me digas, Sherlock, pero se queda

callado.

—Todo lo que puedo hacer es intentar cubrir la pérdida. —Me tiembla la mano

mientras tanteo el cierre de mi bolso—. Tengo un cheque de cincuenta mil

dólares que...

—Espera. —Levanta una mano para adelantarse a mí—. No puedo aceptar ese

cheque.

—Pero sí puedes —insisto—. Sé que no es lo mismo, pero puedo tratar de

enmendar la situación reembolsándotelo.

Sus labios se mueven con clara irritación.

—Delilah.

Dios, es casi peor cuando dice mi nombre real. Al menos con Patatita mi

reacción inmediata es de rabia y fastidio. Cuando dice Delilah su voz trabaja


sobre mi piel como si fuera una espina caliente. No se puede evitar. El hombre

tiene una voz de whisky, profunda, áspera y somnífera. Hace que una mujer

piense en sábanas desarregladas y en una piel bañada en sudor. Realmente

no sé qué me pasa; debo estar ovulando o algo así. Porque no puedo sentirme

sexualmente atraída por el imbécil, Macon Saint.

—No puedo aceptar el cheque —repite con firmeza—. Porque el reloj vale

doscientos ochenta mil dólares.

—Demonios.

Sus ojos se arrugan, un brillo impío los ilumina.

—Pensé que no íbamos a hacer eso.

Voy a enferma. Realmente enferma. Voy a vomitar sobre el impecable

escritorio de Macon. Trago contra la sensación de grasa que sube por mi

garganta.

—No bromees.

Todo vestigio de humor lo abandona.

—Tienes razón. No es un asunto de broma.

—Doscientos ochenta mil —me limpio la frente húmeda—. ¿Cómo diablos

puede ser tan caro un reloj?

Macon me mira con lástima.

—Es un Patek Philippe de oro rosa con una esfera enchapada con diamantes.
Me desplomo en mi silla.

—Sé que los relojes Patek Philippe son caros. He visto a bastante gente por

Los Ángeles llevando uno. Pero nunca pensé que esa maldita cosa tuviera el

precio de un condominio. —Macon enarca una ceja, porque los precios de los

inmuebles aquí no son ninguna broma, arrugo la nariz—. Bien, el pago inicial

de un condominio. Dios mío... —Hago un gesto de debilidad—. Tu mamá lo

llevaba todos los días. Como si fuera un Seiko.

Mira hacia el mar, regalándome las limpias líneas de su perfil.

—Creo que le gustaba burlarse de mi papá usándolo.

—¿No le compró el reloj?

Su boca se tuerce.

—A pesar de los aires que se daba mi padre, la familia de mi madre era la que

tenía dinero. La casa, los autos, el reloj... todo era suyo. Y ella se lo recordaba.

Extrañamente, parece que Macon lo aprobaba. Por otra parte, nunca se llevó

bien con su padre. No mucha gente lo hizo. George Saint era una bestia, y

aprendí pronto a evitarlo.

—Bien...

Me alejo, incapaz de pensar en algo que decir.

—Bien —repite Macon como si estuviera de acuerdo.

—Macon...
—Delilah.

Mi nombre es una burla cantarina.

Muerdo mi labio para no gritar.

—Realmente no sabías nada de que Sam trabajaba para mí, ¿verdad? —

pregunta en voz baja.

Sí, todavía me duele que Sam me haya mantenido en la oscuridad.

—La única vez que hablamos de ti desde el instituto fue cuando Sam dijo que

estabas en Dark Castle. No tenía idea de que ustedes habían estado en

contacto.

La expresión de Macon permanece en blanco, pero algo se agita en sus ojos.

Se parece mucho a la rabia.

—Me sorprendió mucho cuando Sam solicitó ser mi asistente. No quería

contratarla, si te soy sincero, pero dijo que estaba en una situación

desesperada.

—Sentir pena por Sam es siempre una receta para el desastre —murmuro.

—Sin embargo, aquí estás.

Un fuego se enciende en mi vientre y me inclino hacia delante con los puños

cerrados.
—No estoy aquí por Sam. Estoy aquí por mi mamá. Papá murió el año pasado,

y somos todo lo que tiene. Personalmente, podría matar a Sam por esto. Me

daría una gran satisfacción golpearla en sus pechos ahora mismo...

Macon suelta una carcajada. Una parte perversa de mí también quiere reírse,

pero la situación es demasiado horrible.

—Pero no está aquí, y estoy haciendo lo que puedo. Yo sólo... Ya perdí a mi

papá; no puedo perder a mamá, Macon. No puedo.

—Ella sabe cómo es Sam —dice casi con suavidad. Pero no es por mí; sé que

es por respeto a mi mamá. Al igual que sé que ese respeto no va a atenuar su

postura.

—Hay una diferencia entre saber y experimentar. Ya han llevado a mamá dos

veces al hospital por ataques de pánico. Está medicada para la hipertensión y

el médico le ha ordenado que se tome las cosas con calma. Se muestra

valiente, pero sus nervios están a flor de piel.

La mandíbula de Macon se encoge, y los tendones de su grueso cuello

resaltan con fuerza. Traga con fuerza y luego libera visiblemente su tensión.

—No quiero hacerle daño a tu mamá. Pero Sam es una ladrona. Me ha robado

documentos, información personal. —Sus ojos oscuros brillan de rabia—.

Gente salió herida.

—¿Quién? —me atraganté.


—¿Importa eso? —dice, y luego suelta un suspiro—. El punto es que causa

destrucción donde quiera que vaya. Y que me aspen si esta vez se escabulle.

Los actos de Sam no son los míos, pero estoy tan avergonzada de ella ahora

mismo que me siento cubierta de tierra.

—¿Tal vez un plan de pagos?

—Mmm... —Su dedo índice roza su mandíbula. La barba incipiente de su

rostro sólo sirve para llamar la atención sobre sus labios y la suave curva de

estos. No puedo decir si la casi barba es intencional o si no ha podido

afeitarse desde su accidente—. Eres dueña de un popular negocio de catering.

No es una pregunta, sino una afirmación. Una que recorre mi columna

vertebral.

—¿Cómo lo sabes?

Hay una pizca de censura en su expresión, como si ya debiera saber la

respuesta.

—Te busqué. Universidad de Stanford, especialidad en historia del arte, hasta

que abandonaste el primer año y te cambiaste al Instituto Culinario de

América. Prácticas en París durante un año, luego en Cataluña el siguiente.

Trabajaste en Verve y Roses en Nueva York antes de volver a Los Ángeles

hace tres años para abrir tu propio negocio.

—Jesús. —Siento la piel demasiado tensa para mi rostro—. Es espeluznante

que hayas desenterrado tanto. ¿Te das cuenta de esto?


Macon sacude la cabeza en señal de reproche.

—Está en tu página web, Patatita.

Y ahora me estoy encogiendo.

—Cierto. Me olvidé de eso. Aunque sigue siendo invasivo.

Se limita a tararear en esa irritante y soberbia forma suya.

—¿Crees que no miraría en tu vida cuando estaba confiando en ti para traer el

reloj de mi mamá?

—Técnicamente, se suponía que debía traer a Sam, no el reloj.

—Un gran trabajo en eso.

—Imbécil.

Se permite mostrar la sombra de sonrisa antes de que se desvanezca.

—¿Por qué cerraste tu negocio la semana pasada?

—Realmente no es de tu incumbencia.

Sin inmutarse, sigue evaluando toda mi vida.

—Según todos los indicios, era un gran éxito. Diablos, durante el año pasado,

tuve al menos tres personas que te sugirieron para eventos.

Dios. ¿Sabía que estaba aquí desde hace tanto tiempo? Y obviamente no

quiso emplear mis servicios. Eso escuece. Aunque no debería. Nos separamos

como enemigos, después de todo.


—Sí, fue un éxito —respondo. Hasta que cerré el negocio, tenía una docena

de empleados y una lista completa de clientes. Ganaba mucho dinero, aunque

con el elevado y loco coste de la vida en Los Ángeles, pagando mi casa y la

pequeña cocina industrial que alquilaba para el negocio, seguía viviendo con el

presupuesto ajustado. No pasa nada. Todo es un movimiento hacia adelante,

subiendo poco a poco. Al final llegaría a la cima—. Mi decisión de cerrar no

fue financiera.

Macon no parece creerme.

—¿Estabas escasa de gastos generales para mantenerlo abierto?

Su tono implica todo tipo de cosas que me hacen estremecer las entrañas.

—Si estás sugiriendo que de alguna manera trabajé con Sam para estafarte

por el precio de un reloj...

—Es curioso cómo tu mente fue directamente a eso.

—Oh, no te hagas el tímido. Por supuesto que sí, cuando estás sentado ahí,

arqueándome esa ceja y jugando al Sr. Detective.

Simplemente se queda mirándome. Con esa maldita ceja arqueada.

Pongo los ojos en blanco.

—No necesito dinero. Te ofrecí cincuenta mil dólares, ¿no?

—¿Por qué lo cerraste, Delilah?

—Porque voy a seguir adelante —suelto.


Sus dos cejas se arquean con eso.

Maldita sea, suena como si me fuera a ir de la ciudad. Reprimo las ganas de

retorcerme.

—Me voy de gira por Asia para aprender nuevas técnicas y recetas.

A menos que acepte el dinero. Entonces se me acabó la suerte y vuelvo al

catering.

Macon se vuelve a sentar en su silla y sigue pasando la punta del dedo por su

mandíbula. Hay demasiadas cosas sucediendo detrás de esos ojos oscuros.

—¿Cómo vas a financiar tu viaje?

De ninguna manera voy a explicar eso. De ninguna manera.

Pero lo sabe. Está en su expresión, la forma en que se suaviza un poco antes

de retorcerse como si estuviera decepcionado conmigo.

Con un suspiro, apoya las manos sobre su vientre plano.

—No tienes trabajo, así que no puedes pagarme. —Sí, claro. Maldita sea, abro

la boca para decir... Abro la boca para decir... algo, cualquier cosa, pero él

continúa—. Ahorra tu dinero y haz el viaje.

A pesar de saber que su negativa iba a producirse, mis entrañas se desploman

de espanto.

—Sam volverá eventualmente. Siempre lo hace. Sólo dale un poco más de

tiempo.
Se le escapa un suspiro de sufrimiento.

—No.

—¿Por qué esta urgencia?

—Porque no creo que regrese —dice.

—Tiene que haber una manera.

—La hay, sólo que no te gustará.

Al llegar a un punto muerto, ambos guardamos silencio. La silla que está

debajo de él cruje al desplazar su considerable peso. No es que sea

corpulento; el hombre es puro músculo y decididamente más grande de lo que

era en el instituto. A los diecisiete años, Macon tenía el físico de un modelo,

delgado y ágil. Sigue siendo delgado, pero ahora parece que podría jugar de

ala cerrada en la LNF. Me pregunto si habrá desarrollado su cuerpo para

adaptarse a su personaje, Arasmus, el rey guerrero que empuña la espada.

El silencio se extiende entre nosotros hasta que el único sonido de la

habitación es el lejano estruendo de las olas y los latidos de mi corazón. He

dejado al descubierto mis entrañas y el conocimiento me retuerce. Pero la

verdad es que me he quedado sin ideas.

Cuando habla, el sonido es tan abrupto que casi me sobresalto.

—Mira, Delilah, entiendo tu situación. Pero eso no cambia lo que hizo Sam.

Voy a tener que resolverlo con la policía ahora.


La habitación se inclina debajo de mí y el pánico se apodera de mí. No puedo

respirar. Esto no puede terminar así. Macon Saint no puede destrozar más a

mi familia. No puedo dejar que gane.

—Tómame.

Tómame.

Ya lo he dicho. ¿No es así? No puedo pensar. Tengo el rostro entumecido. Mi

mente está en blanco.

Hay una pausa incómoda. Macon frunce las cejas.

—Lo siento... ¿qué?

De acuerdo, eso salió mal. Pero enderezo la columna vertebral. El Macon que

conocí nunca se echó atrás ante la oportunidad de demostrar que estaba

equivocada. Tengo que arriesgarme y creer que sigue siendo el mismo.

—Apuesto a que Sam volverá en menos de tres meses y compensará su robo.

Como muestra de fe, me ofrezco como garantía. Necesitas un asistente.

Trabajaré en la deuda de Sam.

Ahora está totalmente boquiabierto.

—A ver si lo entiendo. ¿Quieres ser mi asistente?

—No quiero serlo —digo, fingiendo tranquilamente que el sudor no me recorre

la espalda—. Pero lo haré, si tú...


—Eso no es suficiente. —Su cuerpo bien podría estar tallado en granito por

todo lo que se mueve ahora. Pero sus ojos están llenos de irritación—.

Estamos hablando de una pérdida de trescientos mil dólares. De algo muy

sentimental.

Lo entiendo. Quiere sangre. Yo también lo haría, si soy honesta.

Humedezco mis labios secos.

—También seré tu chef personal. —Cuando intenta hablar, me apresuro a

hacerlo—. Los mejores asistentes ganan entre cien y ciento cincuenta mil al

año. Los chefs ejecutivos personales pueden ganar hasta ciento cincuenta mil

también.

—Un año de trabajo equivaldría a trescientos mil dólares. Dices que volverá en

menos de tres meses.

Maldita sea, tiene razón.

—Si no vuelve, me quedaré un año.

Seguro que derramaré mi proverbial sangre al trabajar para Macon. Pero si

eso mantiene a mi frágil familia a salvo, puedo hacerlo. Puedo sobrevivir un

año con Macon. Además, sé que Sam volverá antes de eso. Que tenga el reloj

es otra cuestión. Aparto ese miedo y le sostengo la mirada.

Por un momento no dice nada. Pero entonces un gruñido retumba en su

pecho. Y se echa hacia atrás en su asiento, como si tratara de poner la mayor

distancia física posible entre nosotros.


Macon se frota una mano con brusquedad sobre su barba incipiente y, por

una vez, veo que una emoción verdadera colorea sus mejillas.

—¿Qué demonios, Delilah? Tenemos un historial de ataques mutuos a la

menor provocación y, sin embargo, te lanzas a mi servicio. ¿Has perdido la

cabeza? ¿O simplemente disfrutas haciéndote la mártir cuando se trata de

Sam?

—¿Haciéndome la mártir? —Sueno chillona. Sé que lo hago. Parece que no

puedo parar.

Hace una mueca de dolor como si le hiriera los oídos.

—Pareces empeñada en asumir los pecados de Sam una vez más.

Mis manos se cierran en puños.

—Nunca he defendido a Sam.

—No me vengas con ese acto de inocencia ofendida. Siempre estabas

interviniendo y cubriendo a Sam. O haciéndote la ciega ante sus travesuras.

A pesar de mi esfuerzo, mis fosas nasales se agitan con un resoplido.

—Nunca me cegaba ante...

—Oh, sí, lo hiciste. —Su labio se curva en una mueca—. Es mucho peor de lo

que crees.

—Entonces, ¿no eres tú el tonto que la contrató?


—Touché, Patatita. —Sonríe con dificultad—. Fue una tontería. Y es la última

vez que hago algo por Sam. Sin embargo, confío en saber que eres mejor que

esto.

—Bueno, qué suerte tengo.

Me mira fijamente.

—Sin embargo, sigues siendo molesta.

—Y tú sigues siendo un canal anal.

Con un parpadeo, se echa a reír. El sonido de su risa es tan jovial que mis

labios se mueven en respuesta. Resisto con fuerza.

La risa de Macon muere tan rápido como nació.

—Esto es un trato de mierda para ti, Patatita. No entiendo por qué te

ofrecerías.

Porque perdí la cabeza. Porque no se me ocurre nada más que ofrecer. Pero

no puedo decirle nada de eso.

—Sam es mi hermana. La familia cuida de la familia.

—Intenta decirle eso a Sam.

Mantén la calma, Dee.

—Mira, puedo pagarte poco a poco, o aceptas mi oferta.

—Ninguna de las dos opciones es realmente atractiva.


—Pero lo estás considerando.

Me doy cuenta de eso. Está en la forma en que su expresión ha cambiado de

irritada a pensativa. Oh, la mantequilla sigue sin derretirse en su boca, pero no

me va a echar.

Macon gira la cabeza para mirar por la ventana.

—Lo estoy haciendo. —Resopla en voz baja—. Debo estar loco.

—Únete al club —murmuro.

Su cabeza vuelve a girar. Unos ojos oscuros me clavan en el asiento.

—Podría hacer de tu vida un infierno.

—Ni siquiera pareces avergonzado por la perspectiva.

—No lo hago. Tú eres la que está aquí suplicando que te acepte en lugar de

responsabilizar a Sam.

Mis dientes traseros se encuentran con un chasquido. No he hablado con este

hombre en diez años, y ya estoy discutiendo con él más que con nadie desde

entonces. Ni siquiera mis peleas con Sam tienen este ir y venir. No se limita

solo al ataque. Macon se hace dueño de cada palabra.

Discutir con él es como probarse unos jeans ajustados que sacaste del

armario después de varios años y descubrir que todavía te quedan bien,

aunque ajustados. Puede que no sea exactamente cómodo, pero sin duda la

experiencia te empodera.
—Hace tres años —digo—. Sam desapareció durante una semana. La policía

encontró su auto abandonado en la carretera. Mamá tuvo que ser ingresada

en el hospital cuando vinieron a decírselo. Resultó ser presión arterial alta,

agravada por un ataque de pánico. Y eso fue cuando papá estaba vivo para

calmarla. Así que, cuando digo que su corazón no puede soportarlo, no es una

hipérbole.

La expresión de Macon se vuelve sombría.

—¿Y Sam? ¿Dónde estaba esa vez?

Me obligo a sostener su mirada cómplice.

—Se fue con un chico. Dijo que solo se descompuso su auto y que iba a

ocuparse de ello más tarde.

Los labios de Macon se tuercen en una sonrisa medio reprimida.

—Cuando me mudé a Los Ángeles, Sam vino a verme.

La conmoción me recorre el cuerpo; Sam nunca había dejado de saber dónde

estaba Macon todos estos años o que ni siquiera le importaba saberlo.

Sigue hablando.

—De alguna manera se enteró de que había conseguido un agente. Sam

quería entrar en la actuación también. Me rogó que organizara una reunión,

por los viejos tiempos. —Su sonrisa es tensa y poco divertida—. La mocosa

se presentó ebria e insultó a mi agente en los dos primeros minutos. Porque


eso es lo que hace Sam. Se aprovecha una y otra vez, y a los demás nos toca

arreglar el daño.

—Entonces, ¿por qué molestarte en contratarla de nuevo? —pregunto,

realmente aturdida.

La sonrisa se vuelve amarga.

—Está claro que tengo un punto débil cuando se trata de las hermanas Baker.

—No esperarás que me crea esa mierda, ¿verdad?

Macon encoge un enorme hombro.

—De acuerdo, no lo hagas. Tal vez fue simple arrogancia asumir que podía

controlar el resultado si Sam trabajaba para mí. No lo sé. —Se sienta hacia

delante, clavándome una mirada—. Lo que sí sé es que ya no lo voy a dejar

pasar.

—Lo entiendo, Macon. Lo entiendo de verdad. —Cuando se limita a levantar

una ceja en señal de incredulidad, continúo—. Pero tú también sacarás algo

de este acuerdo.

—Eso es lo que dices —murmura. Pero un brillo calculador entra en sus ojos

oscuros. El control. Macon ama el control.

—Vamos —me burlo; si me burlo de él o de mí misma, podría hacerlo cambiar

de opinión—. Piénsalo; seré tu sirvienta durante un año. Es la gran batalla

entre nosotros. ¿No es eso lo que siempre quisiste? ¿Que yo estuviera bajo tu

control?
Hay una extraña especie de noción entre nosotros, una pesada pausa en la

que se congela, sus músculos se tensan. Una corriente corre entre nosotros,

zumbando sobre mi piel. Entonces Macon ladra una risa corta y dura.

—Diablos, eres buena.

Un ceño fruncido arruga mis cejas.

—No sé qué es lo que...

—Oh, sí, lo tienes claro. —Sacude la cabeza. Su sonrisa no es divertida—.

Esta oferta tuya, es un viaje mental. Quieres que me sienta culpable, que me

sienta tan sucio por la situación, que deje todo el asunto.

Me muevo en mi asiento, el impulso de mirar hacia otro lado es tan fuerte que

me duele el cuello. Maldición.

Los labios de Macon se juntan en una línea dura.

—Típica jugada de Delilah Baker: manipular a todo el mundo en su lugar con

tu sincero auto sacrificio mientras me conviertes en el villano.

—Estás siendo melodramático.

Pero no puedo detener la sensación de picor abrazador que se arrastra por mi

piel. Eso es exactamente lo que he estado haciendo. Una parte de mí

esperaba que se horrorizara tanto que lo dejara.

—Tengo ganas de aceptar, sólo para ver cómo te comes tus palabras. —Se

echa hacia atrás y junta las manos sobre los abdominales—. Apuesto a que

saldrías corriendo de esta habitación tan rápido que harías oscilar las cortinas.
Ese calor que escuece se convierte en una ráfaga de fastidio.

—No estoy huyendo. Sean cuales sean mis motivos, mi oferta es real. Puede

que Sam sea una causa perdida, pero le debo a mi mamá más de lo que

puedes entender. Haré lo que sea necesario para mantener su tranquilidad

intacta.

No sé lo que ve en mi expresión; ni siquiera estoy segura de lo que siento

ahora mismo: miedo, ira, determinación, incluso una extraña sensación de

anticipación.

Cuando por fin responde, su tono es muy serio.

—Si acepto la propuesta, vivirás aquí. El alojamiento y la comida estarán

incluidos.

Es sorprendentemente generoso por su parte ofrecer alojamiento y comida.

—Y si Sam vuelve con el reloj antes de que acabe el año, me quedo con el

sueldo que haya ganado mientras dure.

Sus ojos se entornan.

—Es justo. Pero como trabajas para mí, haces lo que digo, sin preguntas, sin

sostener este pequeño acuerdo sobre mi cabeza. Estarás de acuerdo con ello.

Esto es real. Un sudor frío me invade, mis labios se entumecen. Me concentro

en respirar por la nariz e intento no vomitar.

—Te está matando, ¿verdad? —dice, demasiado complacido—. La idea de ser

complaciente conmigo.
—¿Cuál fue tu primera pista, detective?

Su sonrisa es todo dientes y anticipación.

—Seré tu dueño, Delilah. Durante un año, tu trasero será mío.

Dios mío, lo dice como si le gustara la idea. Como si tuviera planes para mí.

Los vellos de la nuca se me erizan y tiemblan. Mis dedos se cierran en un

puño.

—Trabajaré para ti. No serás el dueño de una mierda.

—Bien, lo que quieras creer —contesta.

—Si estás tratando de hacerme huir, no va a funcionar.

—Mejor que lo hagas ahora que a las tres semanas.

Como Sam.

Ojalá supiera leer mejor a Macon. Apenas revela algo que claramente no

quiere que vea. Pero hay cosas que tengo que saber.

—¿Pasó algo entre tú y Sam?

Ahora mismo, bien podría ser una pared de granito.

—¿Crees que me la estaba follando? No sé por qué te importaría de cualquier

manera.

—No lo sé. Pero si esto es un juego enfermizo de venganza entre ustedes,

quiero saberlo ahora.


Se inclina hacia delante, apoya su brazo bueno en el escritorio. El movimiento

no es precisamente lento, pero carece de su gracia habitual, y me pregunto

cuánto le duelen las heridas.

—Solo tocaría a tu hermana con el traje de materiales peligrosos. Ella tiene su

propio nivel de toxicidad. Lo aprendí hace tiempo.

No se equivoca, pero me sorprende que sea consciente de los defectos de

Sam y que me los haya expresado.

—Eso es algo poco amable para decir sobre tu amor de la infancia.

Parpadea como si también lo hubiera sorprendido. Pero la expresión estoica

permanece.

—Nunca la consideré mi novia. —El hielo de los ojos de Macon se descongela

un poco mientras me estudia—. Última oportunidad, Delilah. Cancela la

propuesta y ambos haremos como si nunca hubiera ocurrido.

—No puedo. —Sale un pequeño y triste sonido.

Parpadea y su expresión se vuelve extrañamente inexpresiva.

—Yo tampoco puedo.

Dios. No puedo creer que esté haciendo esto. Que lo esté presionando.

—¿Entonces de qué más hay que hablar?

Sacude la cabeza con un sonido de cansancio.


—Te daré un par de horas para que recuperes el sentido común. Digamos,

¿hasta medianoche?

Es una amabilidad que no espero. También es bastante cruel, ya que sería

más fácil saltar sin pensar.

—De acuerdo.

Me pongo de pie. Necesito salir de esta hermosa casa y alejarme de este

hombre. Necesito mi cama y un buen sueño antes de poder recomponerme.


Capítulo 5

Estoy buscando un resquicio de esperanza. En mi techo. No es el mejor plan,

por supuesto, pero es todo lo que tengo. No puedo hacer esto. No puedo.

Sí que puedes.

Intento pensar en dejar mi orgullo, estar bajo el pulgar de Macon. Y... no

puedo.

MamaBear: Delilah, soy tú mamá.

DeeLight: Lo sé. Tengo tu número programado.

No tengo ni idea de lo que quiere, pero como no estoy durmiendo y he estado

mirando al techo durante las últimas horas, cualquier distracción es

bienvenida.

MamaBear: Sí, bueno. Traté de llamar a Samantha. No contesta su

teléfono.

Me estremezco, bajo el capullo de mis mantas. Esta no era la distracción que

tenía en mente. Con la tripa hundida, intento pensar en qué decir para que mi

madre no se asuste.
DeeLight: Mamá, es la mitad de la noche. Tal vez esté dormida. ¿Por

qué tú no lo estás?

MamaBear: Tengo sesenta años y vivo sola. Nunca duermo. Veo HGTV y

planeo las bodas de mis hijas.

DeeLight: Tal vez por eso no contesta.

MamaBear: Delilah Ann, deja de intentar distraerme. Por eso llamaste

antes, ¿no es así? La estabas buscando porque Sam se escapó de

nuevo, ¿no es así?

Bueno, diablos. Una cosa es preguntar suavemente a mi mamá sobre Sam.

Otra cosa es que mi mamá empiece a preocuparse. Esperaba que no sumara

dos y dos.

DeeLight: Eso parece.

El teléfono suena en mi mano. Lo esperaba, pero me da miedo contestar.

—Hola, mamá.

—Oh, esa chica —dice con exasperación—. ¿Por qué siempre hace esto?

—No lo sé. Sólo sé que eventualmente aparecerá.

Y si no lo hace, estaré completamente arruinada.

Suspira.

—Hay noches en las que me despierto aterrorizada de recibir una llamada

diciéndome que Sam ha sido arrestada o tuvo un mal final.


Pellizco el puente de mi nariz.

—Lo sé.

—¿Sabes en qué se ha metido esta vez?

No es gran cosa. Sólo un pequeño hurto.

—No.

Odio mentirle a mi mamá. Lo odio.

Mi mamá emite un sonido sospechosamente cercano a un resoplido; odio más

sus lágrimas.

—Mi corazón no puede soportarlo, Delilah. Si pasara algo... No podría... Acabo

de perder a tu papá.

Maldición.

—Lo sé.

Humedezco mis labios y miro el reloj de cabecera. He sobrepasado el plazo

que me dio Macon. El pánico inunda mi sistema y hace que mis palabras sean

bruscas.

—Volverá, mamá. Todo irá bien. Te lo prometo.

Mi mamá expulsa una risa temblorosa.

—¿Qué haríamos sin ti, Dee? Mi niña sensata y firme. Estoy bastante segura

de que lo que queda de nuestra pequeña familia se desmoronaría.


Y así, mi rumbo está grabado en piedra.

Dulce patatita: ¿Todavía tenemos un trato?

Es medianoche, ya ha pasado el plazo que le he dado a Delilah. Y, sin

embargo, prácticamente me abalancé sobre el teléfono cuando sonó. Ahora

estoy mirando las palabras como si no tuvieran sentido. Pero lo tienen. Quiere

esto. Maldita sea, se suponía que se echaría atrás.

Yo: La fecha límite era la medianoche, Patatita.

No responde, y una punzada de algo que no quiero llamar arrepentimiento me

golpea directamente en el pecho. Pero entonces aparecen pequeños puntos.

Dulce patatita: Es medianoche en algún lugar. Estoy dentro. ¿Y tú?

Qué insolencia. Maldición. ¿Por qué tiene que ser ella? ¿Por qué es la única

que me ha hecho sentir realmente despierto en meses, diablos, años? ¿Por

qué estoy tan aliviado de que esté presionando por esto?

Mi corazón hace todo lo posible por salirse del pecho. Mi mente va a toda

velocidad, tratando de averiguar qué demonios hacer. Froto la mano en mi

cansado rostro, respondo de la única manera que puedo, y luego tiro el

teléfono como si fuera una serpiente.


Yo: En mi casa, a las 9 de la mañana. Instrucciones por seguir.

Lo hice.

¿Qué demonios he hecho?

Tumbado en la cama, miro al techo y me hago la misma pregunta que me he

hecho desde que Delilah se puso en plan Padrino y me hizo una oferta que

sabía que no podría rechazar. De alguna manera, sabía que no dejaría pasar la

oportunidad de tenerla bajo mi control.

Cuando me hice famoso, me sentí como un rey. Todo el mundo quería

complacerme, y los dejaba intentarlo. Que la gente me adulase era un

consuelo familiar, por muy arrogante que parezca. Pero después de haber

crecido en la casa que tuve, la atención positiva era como salir al cálido sol

después de años de oscuridad helada.

Había subestimado a Hollywood y la forma en que todos utilizan a los demás.

No debería haberlo hecho; sé demasiado sobre la manipulación. Pero estaba

tan hambriento de algo bueno, de algo mío, que dejé caer la guardia. Pronto

perdí la cuenta de la cantidad de veces que mi confianza había sido

traicionada. Pensé que al menos podía ver las mentiras y manipulaciones de

Samantha a metros de distancia. Mira a dónde me llevó eso. Ahora, ¿dejo que

Delilah entre en mi vida? ¿Delilah, que me odia abiertamente?

Pero su descarado desprecio y actitud es un gran alivio. Es aire fresco.

Necesito respirarlo profundamente o asfixiarme. O tal vez es sólo el diablo

que conoces.
Sea cual sea el caso, aparentemente no poseo una pizca de sentido común

cuando se trata de esta chica, esta mujer. Ahora es toda una mujer. Su

suavidad de bebé se desvaneció, dejando unas curvas exuberantes y unas

líneas elegantes. Delilah Baker es un melocotón maduro, con unos labios rojos

follables.

—No vayas allí, hombre —gimo en la oscuridad. Pero estoy allí y no puedo

escapar.

Verla entrar en mi despacho fue una patada en el pecho y un duro tirón de

orejas. Era todo movimiento y contoneo en el mejor de los sentidos: caderas

curvilíneas, pechos rebotantes, cabello brillante flotando alrededor de los

hombros.

Y esos labios rojos, como un signo de exclamación en la declaración, vete al

infierno, Macon, que hizo con cada mirada hacia mí. No tengo ninguna duda

de que Delilah quería desquiciarme todo el tiempo que hablamos. Nunca pudo

ocultar su irritación. Pero lo que me irritaba, lo que aún me irrita, es su

disposición a pagar por los pecados de Samantha.

Siempre he odiado eso de Delilah. Ella luchaba contra mí con uñas y dientes,

pero con Sam, se daba la vuelta y jugaba al felpudo.

No puedo culparla exactamente en este caso. Delilah cree que está

protegiendo a su mamá del dolor. Es muy noble. Yo soy el imbécil que se

aprovecha de ello, porque no creo ni por un segundo que Sam vaya a volver y

enmendar su error.
Me sorprendí a mí mismo aceptando la loca oferta de Delilah, con una parte

de mi mente gritando que cerrara la boca y dejara que la pobre mujer se fuera.

Que dejara pasar todo el asunto de Sam. Pero no lo hice. No puedo. No quiero

examinar demasiado a fondo por qué no puedo, porque ya no estoy seguro de

si se trata del reloj, de Sam o de Delilah.

Delilah. Reaccionamos entre nosotros como los experimentos con vinagre y

bicarbonato que hacíamos en clase de ciencias cuando éramos niños. Incluso

ahora se comporta con inmadurez hacia mí. Pero en el momento en que volvió

a entrar en mi vida, me di cuenta de dos hechos incómodos pero innegables:

Me siento muy solo, y Delilah Baker se siente reconfortante.

Y ahora vivirá en la mía. Es a la vez una victoria y una calamidad a punto de

ocurrir.

—Maldición.

Es una idea terrible. La mujer me odia a muerte, y con razón; fui un imbécil

con ella en mi juventud. La herí de una manera que me hace estremecer. Ella

me ha herido de maneras que ni siquiera conoce. Podríamos acabar

destrozándonos mutuamente.

Un dolor agudo me recorre la pierna mientras me aferro al teléfono, decidido

a detener esta locura.

Su último mensaje brilla en la oscuridad.

Es medianoche en algún lugar. Estoy dentro. ¿Y tú?


También podría haber dicho: Te reto doblemente, estafador.

Me encuentro sonriendo, con el pulgar rozando el borde del teléfono. Debería

devolverle el mensaje, cancelarlo. Lo sé. Pero mis dedos no se mueven.

He estado solo durante los últimos diez años. Desde que me convertí en

Arasmus y heredé todo el asunto que conlleva la fama, me cerré a todos los

contactos, excepto a los más esenciales. Pensé que me gustaba mi soledad.

Hay seguridad en no tener a nadie cerca que me conozca de verdad. Puedo

ser cualquiera, tan brillante como un espejo bien pulido.

Y ahí está el problema. La gente ve lo que quiere ver, le gusta lo que quiere

gustarle: mi dinero, mi fama, mi aspecto. Al final, no ven nada. Delilah no se

deja engañar por el brillo exterior. Nunca lo ha hecho. Si eso es algo bueno o

malo, no estoy seguro.

Una voz susurra en mi cabeza que me arrepentiré el resto de mi vida si me

alejo ahora. Por lo que sé, podría ser el diablo el que me insta a hacerlo. Pero

mi instinto me trajo hasta aquí, así que dejo el teléfono.


Capítulo 6

DeeLight a SammyBaker: Estoy limpiando tu desorden como siempre. Si

tienes algo de amor por mí o por mamá, volverás a casa.

Debería odiar la vista de la casa de Macon. Pero no puedo. Es demasiado

hermosa. El hecho de que me guste la casa hace que quiera patear algo,

preferiblemente el estrecho trasero de Macon.

Una vez más, North abre la puerta.

—Buenos días, Srta. Baker.

—Delilah, por favor.

Entro y respiro ese encantador aroma a lavanda y limón. Maldita sea.

—Delilah.

—¿North es tu nombre o tu apellido? —pregunto mientras cierra la puerta

detrás de mí.

Su nariz se arruga y parece dudar.


—Lo primero. —Respinga visiblemente antes de reponerse—. Mi nombre

completo es North West.

Hay muchas cosas que puedo decir, pero me imagino que las ha escuchado

todas.

—North by Northwest es una de mis películas favoritas.

North me mira como si estuviera loca antes de esbozar una sonrisa irónica.

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Te ha dicho Saint mi nombre?

—No. ¿Por qué?

North sacude la cabeza.

—Es la película favorita de mi mamá.

—Ah. ¿De ahí el nombre?

—Sí. Por desgracia.

—Bueno, me llamo así por mi tía abuela Delilah, que se ahogó en un pastel.

North ahoga una carcajada.

—Lo siento, ¿qué?

—Estaba empaquetando una de sus delicias de fresa, ganadora de un premio

azul, para llevarla a una reunión social el lunes por la noche, cuando se

desmayó, el médico cree que tuvo un problema de baja de azúcar, y acabó

boca abajo en la tarta.


North parpadea.

—Yo...

—No te dejes arrastrar por una de las historias de Delilah, North —dice de

repente Macon desde la entrada del vestíbulo—. Esa es una madriguera de

conejo por la que no quieres bajar.

Está en una silla de ruedas, lo cual es una visión desconcertante. Podría

pensar en Macon en términos de idiota y pomposo, pero de alguna manera, en

mi mente, siempre fue invencible e inmune a las lesiones. Sin embargo, sigue

siendo un imbécil.

—No es un cuento —digo—. Es la verdad.

Pone los ojos en blanco.

—La mujer se asfixió con ruibarbo. No se ahogó en una tarta.

—Tomate jitomate.

—Vamos a dejar para después todo el asunto —termina North con un guiño.

Sonrío.

Macon hace un sonido de molestia.

—¿No tienes trabajo que hacer, North?

North no se molesta en mirar hacia él.


—No, jefe. —Su tono no es precisamente sarcástico, pero está claro que no le

preocupa la seguridad de su trabajo.

—Entonces encuentra algo —dice Macon con indiferencia. Ni siquiera mira a

North, sino a mí—. Te dije que trajeras tus cosas.

En sus instrucciones, Macon dijo que tenía que empacar lo suficiente para al

menos una semana. Después de eso, tendría la oportunidad de volver a casa y

reunir lo que creía que iba a necesitar para el año y hacer los arreglos para

poner mi casa en alquiler si así lo decidía. Había querido lanzar mi teléfono.

—Mis maletas están en el auto.

—North puede traerlas por ti.

—¿No van a la casa de huéspedes?

—Lo siento, Patatita. No vas a tener la casa de huéspedes. North vive allí.

La frustración florece como un sarpullido.

—¿Y? ¿No vivía Sam allí también?

Los ojos oscuros de Macon se estrechan hasta convertirse en rendijas.

—No eres Sam. Te quedas aquí.

No puedo dejarlo pasar.

—¿Por qué?

El rojo inunda sus mejillas.


—Porque yo lo digo.

Las palabras resuenan en toda la casa, sobresaltándonos a ambos, creo. Él

parpadea como si saliera de la niebla. Yo, en cambio, suelto una carcajada sin

humor.

—Suenas como mi mamá.

—Ten cuidado de que no te de nalgadas.

Un calor inoportuno roza mis muslos, y cambio mi peso para no apretarlos.

—Inténtalo. Te reto.

Nos miramos retadoramente. Estoy segura de que ambos estamos jugando a

la gallina ciega con este acuerdo, para ver quién cede primero.

North da una palmada.

—De acuerdo, niños. Voy a traer las maletas de Delilah. Quiero ver caras

felices cuando regrese. Caras. Felices.

Macon no me quita los ojos de encima.

—Vete a la mierda, North.

North sacude la cabeza.

—Tu funeral, hombre.

Nos deja solos.

La mirada de Macon recorre mi rostro.


—¿Vas a ser un dolor de cabeza todo el tiempo?

—Sólo cuando te comportes como un idiota.

Sus labios se mueven.

—Siento la necesidad de tirar de una de tus coletas ahora mismo.

No voy a sonreír. No. Ni hablar.

—No llevo coletas.

Una nota ronca entra en su voz.

—Tal vez mañana, entonces.

—No contengas la respiración.

Resopla ligeramente.

—Vamos. Te mostraré el lugar.

Toca un pomo en el reposabrazos y la silla de ruedas gira.

Lo alcanzo y camino a su lado. Macon me mira y frunce el ceño.

—No sé si me gusta que te ciernas sobre mí.

—Ahora ya sabes cómo me he sentido todos estos años —digo con alegría.

En el instituto, Macon siempre fue al menos diez o quince más alto que yo.

Ahora parece más grande, y supongo que probablemente me supera por

treinta centímetros cuando está de pie.

Gruñe y se detiene ante unas puertas.


—Pulsa el botón, ¿quieres?

Hago lo que me piden.

—¿Un ascensor? Eso es conveniente.

—Es ridículo en una casa de dos pisos —admite con un toque de auto-

desprecio—. Pero la anterior propietaria era una artista. Pintaba enormes

lienzos y no se fiaba de que los bajaran por las escaleras. Su única petición a

la casa fue que tuviera un ascensor extra ancho.

Ah, los caprichos de los ricos. ¿Quieres un ascensor en tu mansión junto al

mar? No hay problema.

Un pequeño chasquido y una luz en el panel anuncian la llegada. Abro las

puertas y deslizo hacia atrás una puerta interior. Macon entra y pronto

estamos subiendo.

—¿Cuánto tiempo estarás en la silla? —pregunto.

—Otra semana; luego iremos al médico y me pondrán una bota para caminar.

—¿Nosotros?

Me mira mientras el auto se detiene.

—Sí, “nosotros”. Ahora eres mi asistente, Patatita. Vas donde yo voy.

También podría haber dicho: Bienvenida al infierno.

Pellizco el puente de la nariz para evitar el dolor de cabeza, lo miro desde la

curva de mi mano.
—Entonces, ¿en qué consiste la parte de asistente?

—¿Lo preguntas ahora, después de haberte ofrecido en bandeja?

—Sólo responde a la pregunta, Macon.

Los bordes de sus labios se curvan. No es una sonrisa. Parece más bien una

victoria.

—Harás las cosas por mí, sin hacer preguntas. Y obviamente me ayudarás

mientras me curo.

Me sorprende esto. A Macon nunca le gustó mostrar debilidad. El mero hecho

de que espere que lo ayude no sólo es sorprendente; es chocante.

—De acuerdo —digo, sin sentir exactamente alivio, pero como si hubiera un

pequeño punto de luz al final del túnel. No suena tan mal.

Se va a sentir como una visita al dentista de un año, y lo sabes.

—En cuanto a la cocina —dice mientras avanzamos por el pasillo—, espero

comidas saludables. Nada de mierda sureña pesada.

No me molesto en decirle que no toda la cocina sureña es pesada. Y

ciertamente no es una mierda. Todo esto lo sabe bien. Sólo está siendo...

Macon, tratando de sacarme de quicio.

—Empezamos a rodar de nuevo en junio —continúa, ignorando o no notando

mi mirada de reojo—, y les dará un ataque si gano un gramo.


—¿Tienes que mantener tu trasero en forma para todos esos flashes de la

pantalla?

Hace una pausa, y el aire se vuelve demasiado cercano mientras su mirada se

desliza sobre mí, una sonrisa que rezuma, es sucia y acalorada.

—¿Por qué, Delilah, has estado mirando mi trasero en la pantalla?

—No. Pero Sam sí. Aunque no puedo decir que haya sido suficiente para

mantenerla cerca, ¿eh?

Su mirada se estrecha.

Qué. Estás. ¿Haciendo? ¡No puedes enemistarte con él!

Pero si me rindo completamente ante él, estoy como muerta. Es un equilibrio

delicado tratar con Macon Saint. Así que me limito a mantener mi insulsa

sonrisa y a esperar a que salga, a fingir que el pecho no se me oprime y que

el incómodo calor no me quema la piel.

Afortunadamente, me da un respiro.

—Mi habitación está al final —dice—. Tu habitación está aquí.

Nos detenemos en una puerta que está al final de la suya. Esperaba el otro

extremo de la casa.

Leyéndome bien, Macon lanza una mirada divertida.

—Tienes que estar cerca por si necesito algo por la noche.

—¿En serio? ¿Es una forma de castigo extra?


La nariz de Macon se arruga en señal de afrenta.

—Jesús, Delilah. Tuve un accidente de auto. Necesito a alguien cerca. Fin de

la historia.

Parece tan desanimado y ofendido que mis hombros se desploman.

—Lo siento. Estoy un poco tensa.

—¿Tú crees?

Pero su ceño se relaja cuando se acerca a la puerta. Entra en la habitación y

retrocede para que yo pueda entrar.

La habitación es increíble. Es tan grande como mi sala de estar en casa, con

una zona de estar en un lado y una cama con un cabecero de lino de color

crema en el otro extremo. Pero es la vista la que me atrapa, todo el océano

brillante y el cielo iluminado por el sol. Unas puertas francesas que se abren a

un amplio porche me invitan a acercarme.

—¿Todavía quieres vivir en la casa de huéspedes? —dice Macon detrás de mí.

Vuelvo a mirar a mi alrededor, tentada de lanzarme sobre la suave colcha

blanca o de salir corriendo al balcón, donde me espera un conjunto de sillas

de caña.

—Supongo que esto servirá.

—Mientras esperamos a North, te enseñaré el lugar y luego podrás

prepararme el desayuno.
Casi había olvidado por qué estaba aquí.

Me guía por otras habitaciones de invitados, un gimnasio en el piso superior,

un despacho y luego bajamos a la planta principal, donde hay un cine en casa,

una sala de vinos con paredes de cristal, un acogedor estudio y un gran salón

abierto. Todo es precioso, pero me dirijo a la cocina, con ganas de echar un

vistazo.

Intento contenerme, pero es difícil. No se ha escatimado en gastos, desde las

encimeras de mármol que serán perfectas para hornear hasta el frigorífico de

hostelería Sub-Zero.

Dejo escapar un pequeño suspiro al ver la enorme estufa de esmalte negro y

latón.

—A La Cornue.

—¿Un qué? —pregunta Macon, frunciendo el ceño como si estuviera loca.

—Tu estufa. —Acaricio el elegante borde de la misma sólo porque puedo—.

Es excepcional para cocinar.

Unos cuarenta mil dólares de venta al público. Juro que mis ojos lloran un

poco.

Macon se adentra en la cocina.

—Tengo admiradores que me miran como tú estás mirando esa estufa.

—Sus prioridades están fuera de lugar. —Me agacho para inspeccionar el

horno. Impecable—. ¿Alguna vez has usado esta cosa?


—Creo que quemé algunos huevos al intentar hacer una tortilla. Casi siempre

uso el microondas.

Me pongo la mano en el pecho.

—Me estás matando.

Me dedica una rara sonrisa genuina, que transforma su rostro de severo y

amargo en algo casi infantil. Me deja sin aliento. Estoy tan aturdida por la

visión, que casi paso por alto su respuesta.

—Tengo una batidora de primera, por si te interesa. Hago un buen batido de

algas.

—¿Excitarse por un batido de algas? Casi te compadezco, Saint.

De repente, su expresión afable se atenúa.

—No me llames Saint. No me gusta cómo suena viniendo de ti.

Aguijoneada, me doy la vuelta e inspecciono la nevera. Casi había olvidado

que Macon y yo no nos llevamos bien. Es fácil hacerlo, y eso ha sido siempre

parte de mi frustración al tratar con él. Porque cuando Macon quiere, es

absolutamente encantador, divertido y atractivo. Atrae a la gente como polillas

a una llama brillante. Sólo que yo soy la que se quema constantemente. Todos

los demás se van contentos y con ganas de conocerlo mejor.

—Tendrás que decirme cómo quieres tomar tus comidas —digo, manteniendo

mi atención en mirar lo que tengo para trabajar—. ¿Quieres que las entregue

en una bandeja? ¿Instalarlas en una habitación determinada?


Su presencia es un peso contra mi espalda, y sé que me está observando. Es

una mierda.

—También las alergias alimentarias que puedas tener —continúo cuando no

responde—. He leído las restricciones dietéticas que te han impuesto los

nutricionistas del estudio. Voy a tener que ser creativa porque no hay mucho

con lo que trabajar. Luego iré de compras.

El reloj de la cocina suena suavemente.

—¿Ahora haces pucheros? —pregunta finalmente Macon con voz llana.

Unos agudos pinchazos bailan a lo largo de mi piel y me empieza a doler la

mandíbula de tanto apretarla. Cuando sé que no voy a gritar, respondo en

tono mesurado.

—Mantengo una actitud profesional con mi empleador.

—¿Entonces por qué no me miras?

Porque puede que tome uno de los preciosos tomates autóctonos que tienes
expuestos en esta cesta y te lo tire a la cabeza.

—No era consciente de que necesitabas atención constante —exclamo.

—Ahora lo sabes mejor —dice con ecuanimidad.

De todos los... un suspiro sale entre mis dientes apretados. Me vuelvo

lentamente y lo encuentro sonriendo, como si supiera perfectamente que me

está poniendo a prueba.


—Hay un viejo refrán —le digo agradablemente—. Nunca muerdas la mano

que te da de comer.

Lejos de acobardarse, parece disfrutar.

—Tengo cierta predilección por el de a caballo regalado no se le mira el

diente.

Esas reliquias son cada vez más tentadoras. Capta la dirección de mi mirada y

parece encantado.

—Hazlo —dice, todo sedosidad y promesa—. A ver qué pasa.

Oh, pero quiero hacerlo. Puedo imaginarme pequeños trozos de rojo

deslizándose por sus mejillas, pequeñas semillas aferradas a su barba. Pero

eso es lo que quiere. A Macon le encanta pelear conmigo. Tengo que

recordarlo. Tengo que ignorar que también amo pelearme con él.

Bueno, amor no es la palabra correcta.

—Derivaría algún tipo de extraña satisfacción de ello —se acerca más a la

verdad.

Contengo el aliento, me giro y saco un cartón de huevos de la nevera, luego

tomo uno de los tomates.

—Te estoy haciendo huevos en una nube con tomates asados, aguacate

triturado y hierbas de olor.

Enciendo el horno antes de buscar cuencos y una sartén. Oh, Señor, todo de

cobre. Todo francés. Estoy enamorada.


Detrás, Macon hace uno de esos ruidos expansivos que los hombres sacan

cuando creen que las mujeres no están siendo razonables.

—Suena... esponjoso.

—Lo son.

Todo en su cocina está en el lugar perfecto, y localizo fácilmente unos

tazones y un batidor.

—Delilah.

Mi espalda se tensa. Rompo un huevo y separo la yema de la clara.

Vuelve a suspirar.

—Un sinfín de personas me llaman Saint. Sólo tú me llamas Macon con esa

voz de miel amarga.

¿Miel amarga? La descripción me provoca algo que no me gusta, que me

descentra. Apoyo las manos en el frío mostrador, permanezco en silencio,

pero ya no lo ignoro activamente. No hay gentileza en su tono, pero es más

grueso ahora, como si la confesión quisiera atascarse en su garganta antes

de forzarla a salir.

—Me gusta.

Las palabras me incomodan. Pero no sé qué decir.

En todo caso, no ha terminado.


—¿Qué tal esto? Prometes no llamarme Saint, y te descuento tres meses en el

trato.

Me doy la vuelta.

—¿Qué? ¿Estás loco? Lo estás. Se te soltó un maldito tornillo en ese

accidente, ¿no es así?

La sonrisa de Macon es amplia y tortuosa.

—Te engañé.

Por un segundo me quedo mirando. ¿Me engañó? Me mintió. La sangre se me

sube al rostro.

—Tú... tú...

No pienso. Dejo que el tomate vuele.

No es tan rápido en la silla, y a pesar de que le doy un golpe a la izquierda, el

tomate se rompe en su hombro. Sin embargo, eso no le impide reírse a

carcajadas.

—Sal de mi cocina, rata —le grito, agitando mi batidora.

—Me voy, me voy —dice, todavía riendo mientras gira y empieza a alejarse.

Casi se pierde de vista cuando vocea por encima del hombro—. Yo también te

extrañé, Patatita.
Por suerte para él, está fuera de alcance. Tomo otro huevo y sigo con mi

trabajo. Pero me encuentro luchando contra una sonrisa mientras preparo el

desayuno.
Capítulo 7

Entre crear un menú para la semana, comprar, desempacar y poner en orden

mi nueva cocina, apenas tengo noticias de Macon al día siguiente. Me envía

una nota para saltarse el desayuno, y luego almuerza, una ensalada de pollo

asado y aguacate con vinagreta de limón, en el estudio de arriba. North viene

a recogerlo y yo sigo con mis asuntos. Hasta ahora, me ha dicho por mensaje

que empezaré con todas las tareas administrativas más tarde. Aprovecho para

ir a mi marisquería favorita y vuelvo a casa con suculentas y brillantes gambas

y vieiras.

Mi cocina de catering era un espacio industrial estéril con mostradores de

acero inoxidable, suelos de hormigón cubiertos de epoxi de color gris opaco,

luces fluorescentes intensas e hileras de ventiladores de acero superiores que

dejaban un zumbido constante. Hacía calor cuando se cocinaba y frío durante

la preparación de la mañana. Nada pensado para la comodidad, pero todo lo

que necesitaba para alimentar a un gran número de personas.

La cocina de Macon es cálida y acogedora. Los suelos de madera son suaves

como la seda. La luz del sol entra a raudales por las ventanas y recorre las

encimeras de mármol pulido a medida que pasa el tiempo.


Hay una acogedora mesa de madera en un rincón con vistas al mar. Me siento

allí, bebiendo un café con leche hecho con la cafetera de calidad comercial, y

ojeo las revistas que he descuidado durante meses, sin encontrar nunca

tiempo para relajarme mientras dirigía mi negocio.

Rodeada por el sol, el mar y la belleza reflexiva de la casa, la tensión que se

ha instalado en lo más profundo de mi cuerpo durante los últimos años

empieza a perder su fuerza.

Con un ritmo más lento que el que usaba en mi cocina de catering, empiezo a

preparar la cena. Hay un tipo diferente de placer en esta cocina. No tengo

prisa. En cambio, me sumerjo en la esencia de la comida, el sonido crujiente

de mi cuchillo cortando pimientos rojos, el aroma fresco y limpio que emite la

verdura cuando su piel cede a la cuchilla.

Mi respiración se vuelve lenta y profunda, casi como si estuviera meditando.

Había dejado de cocinar así, para una sola persona, para mí misma. De alguna

forma, cocinar se había convertido en una carrera, en una necesidad de

demostrar mi talento, pero al hacerlo, me había distanciado de lo que más

amaba.

—¿Estás pensando en cosas profundas, Patatita ?

La voz de Macon me saca de mi burbuja con un sobresalto. Está junto a la

mesa de la cocina, sobré él, una mancha de luz ámbar que tiñe su piel de

bronce intenso. También enfatiza los moretones alrededor de su ojo y las

líneas de tensión a lo largo de su boca. Está reclinado en la silla de ruedas


con un aire despreocupado, pero hay una quietud deliberada en él que hace

que su pose sea una mentira. Está sufriendo.

—En realidad estaba pensando en lo mucho que me gusta cocinar —le digo,

acercándome a la nevera.

—Siempre y cuando no estés contemplando otro lanzamiento de tomates —

dice a la ligera.

Le dirijo una mirada y abre los ojos como si fuera totalmente inocente.

Resoplo y saco un poco de leche.

—Por desgracia, los tomates se acabaron. Pero tengo una cabeza extra de

coliflor, así que no me tentaría.

—Auch. —levanta una mano en señal de rendición—. Seré bueno ahora. Lo

juro por Dios. —Contiene una sonrisa, dibuja una X sobre su amplio pecho y

sigue mis movimientos mientras recojo miel y especias—. Siempre fluyes por

la cocina como si bailaras al ritmo de una música que sólo tú puedes

escuchar.

Mis cejas se levantan, mi corazón se detiene por un segundo.

—¿Lo hago?

—¿Nunca te diste cuenta? —Pasa el borde de su pulgar por el reposabrazos

de su silla, con los ojos puestos en el movimiento—. Solía envidiar esa

facilidad. Cómo encontrabas un lugar para encajar perfectamente.


—Un lugar —corrijo con grosería—. Mientras que tú encajas en todos los

demás.

Lo asimila con una breve exhalación, y sus labios se juntan, entre una sonrisa

y una mueca.

—Las apariencias engañan. —Asiente con la cabeza hacia mí—. ¿Qué estás

haciendo ahora?

—Preparando unos lates de cúrcuma.

Pongo la leche especiada bajo la boquilla de la cafetera, dejo que se espume

y se caliente. El aroma de la canela, el clavo, el cardamomo y la cúrcuma

inunda el aire.

—Huele a Acción de Gracias —dice mientras sirvo el café con leche en dos

tazas.

—Aquí tienes.

Le ofrezco una y luego tomo asiento en la banca.

Macon se acerca al final de la mesa y toma un sorbo.

—Delicioso.

—Mmmm... la cúrcuma es un antiinflamatorio, que puede ayudar con el dolor.

Hace una pausa, sus ojos se encuentran con los míos por encima del borde de

su taza de porcelana.

—No es tan malo.


—¿Por qué los hombres fingen que no sienten dolor cuando claramente lo

sienten?

—Porque no nos gusta que nos mimen —responde con una pequeña sonrisa.

—Ves, esa es la parte extraña de esto —digo, tomando mi café con leche—. A

los hombres les encanta que los mimen. Nunca he oído tanto lloriqueo como

cuando un hombre está enfermo.

Un destello de desafío ilumina sus ojos.

—Te estás perdiendo el factor clave. —Macon deja su taza sobre la mesa. Un

poco de espuma cremosa se adhiere a la comisura de su labio, y la lame con

la punta de la lengua—. Sólo lo hacemos cuando esperamos que nuestras

mujeres nos besen y abracen, y luego nos metan en la cama.

Culpo al vapor de mi café con leche por el calor que se apodera de mis

mejillas.

La mirada de Macon se centra en ellas, y su labio se curva hacia arriba.

—¿Así que a menos que te ofrezcas?

—Recuerda la coliflor, Macon. Mi puntería es estelar.

Suelta una carcajada.

—No lo creo. —Entonces una mirada especulativa destella en sus ojos—.

¿Tienes un novio que podría hacerte pasar un mal rato por este arreglo?

Sonrío en el hueco de mi taza.


—Un poco tarde para preguntar eso, ¿no crees?

—No sería mi problema —dice encogiéndose de hombros—. Simplemente

tengo curiosidad.

—Mi última relación terminó hace unos meses.

Ah, Parker. Había sido perfecto sobre el papel: guapo sin ser intimidante,

agradable sin ser desafiante, un exitoso ejecutivo de marketing con su propio

condominio. Le gustaba el sexo oral y no se quedaba dormido inmediatamente

después del sexo. Siempre una ventaja. También había sido demasiado fácil

dejarlo ir, lo que significa que fue lo correcto.

Macon se recuesta en su silla y apoya sus manos sobre sus abdominales.

—¿Qué pasó?

—No nos adaptamos.

—No te adaptaste.

Suena escéptico, como si supiera que me habían dejado y que me da

vergüenza admitirlo.

Dejo mi taza con un suspiro.

—Roncaba.

Macon suelta una carcajada.

—¿Dejaste a un chico porque roncaba? Jesús, Delilah, todo el mundo ronca de

vez en cuando.
—Lo sé. No soy una completa imbécil. —Lo miro cuando arquea una ceja—.

No lo soy. No estabas allí. Eso no era normal. Roncaba tanto que su perro

salía corriendo de la maldita habitación y se acobardaba. El vecino golpeaba

las paredes, por piedad.

Macon se ríe, con una amplia sonrisa.

—¿Y él no lo sabía?

—El hombre dormía como si estuviera en un coma inducido por los ronquidos.

Mientras tanto, yo no podía pegar ojo con él cerca. —Un escalofrío me

atraviesa al recordarlo, como una motosierra al chocar con una roca—. Tal vez

si hubiera estado enamorada de él, habría sido diferente. El sexo era

grandioso, lo reconozco. Era muy bueno con su…

—Realmente no tienes que dar más detalles —dice Macon inexpresivamente.

No logro ocultar mi sonrisa.

—De todos modos, si ni siquiera podía pasar una noche real con él, ¿cómo

podría mantener una relación que estaba condenada a no avanzar nunca? ¿Y

tú? —pregunto, queriendo que mis fracasos románticos dejen de ser el centro

de atención.

—Puedo decir con seguridad que ninguna mujer me ha acusado de roncar.

—Ja. Ja. Ya sabes lo que quiero decir. ¿Tienes alguna novia que me va a ver

raro cuando se entere de que vivo aquí?

Su tono se vuelve divertido.


—Espero que cualquier novia que tenga confíe en mí lo suficiente como para

poder contratar a una chef, pero no, no he tenido novia desde... bueno, tú

hermana.

Su boca se tuerce como si estuviera saboreando algo raro.

—En serio —chillo, sin creerlo.

¿Diez años y ninguna otra relación cercana con una mujer? Es a la vez un

crimen y un poco horrible saber que Sam ha sido su única novia. ¿Rompió el

molde para él? Dios, no quiero estar aquí sabiendo eso.

Pensar en Sam me revuelve las entrañas. Me pregunto dónde estará y si podrá

sentir mi ira como un escalofrío en su espalda.

Hace una mueca.

—No estoy hecho para el largo plazo. No es divertido para mí. Francamente,

prefiero tener citas casuales.

Eso sí me lo creo. Pero Sam ocupa el espacio entre nosotros como un

fantasma. De acuerdo, más bien como un duende; Sam nunca sería del tipo

que acechan en silencio.

—Siento mucho lo de Sam, ya sabes —le digo a Macon—. Estoy tan

avergonzada de lo que hizo.

Sus ojos se dirigen a los míos, con un pequeño ceño fruncido.

—No te merece, Delilah. Nunca lo hizo.


Mi sonrisa de respuesta es tensa y agridulce.

—Y, sin embargo, todavía la amo. Imagínate.

Terminamos nuestros cafés con leche en un silencio reflexivo, y luego lavo las

tazas mientras él me estudia.

—La cena estará lista en unos veinte minutos —le digo.

—De acuerdo.

No hace ningún movimiento para irse.

—¿Quieres que la sirva aquí?

Unos cálidos ojos marrones se mueven sobre mí.

—Quiero que comas conmigo.

Me quedo quieta.

—Eso no era parte del trato.

Macon inclina la cabeza como si intentara verme desde un nuevo ángulo. Sea

lo que sea lo que ve, sus rasgos se atenúan y un humor irónico inunda su

mirada.

—¿Tienes miedo de comer conmigo?

—No tengo miedo.

Pero lo tengo. Llevo menos de veinticuatro horas en su órbita y ya me he

metido en un lío. Cuando era adolescente, sabía exactamente cómo manejar a


Macon: apuntar al choque frontal; arreglar los daños colaterales después. Este

Macon sigue desarmándome con momentos de rara honestidad y humor

socarrón. Este Macon coquetea. Engatusa. Probablemente, pueda engatusar a

un ladrón para que se entregue.

Tardo demasiado en decir algo más y la expresión de Macon se ensombrece.

—No has cambiado, ¿no? Sigues mirándome como si fuera el diablo.

—Macon —digo con la voz seca—. Para mí eras el diablo.

El silencio se instala entre nosotros mientras nos miramos fijamente. La

intensidad de su mirada es algo vivo ante lo que intento no acobardarme.

Finalmente parpadea, y es como si una sombra se hubiera dibujado sobre él.

—Cenaré en el estudio. Envíame un mensaje cuando esté lista.

Me deja con mi trabajo y trato de no sentirme culpable. Fracaso

estrepitosamente.

DeeLight a SammyBaker: A veces realmente te odio.

La mayoría de nosotros fingiremos la mierda con la que estamos lidiando en

la vida; si no pensamos en ello, no está sucediendo. Al igual que puedo

pretender que soy simplemente una chef para un actor famoso. Pequeños

detalles, como que el actor es Macon Saint, es mejor dejarlos en los confines

más alejados de mi mente.


Macon hace que sea imposible ignorarlo.

Según la detallada lista de instrucciones que me ha proporcionado, a Macon

le gusta levantarse con el sol cada día. Si los humanos tuvieran que levantarse

con el sol, no habríamos inventado las cortinas opacas.

Al levantarse, Macon debe tomar su batido.

Dicha bebida es un batido verde de superalimentos con una lista de

ingredientes tan larga como mi brazo, que incluye espinacas, col rizada,

manzanas y algas. Agrego agua de coco y medio plátano para darle un toque

de dulzura, ya que el brebaje sabe a calcetines sin él.

Me envía un mensaje de texto para pedir su bebida justo cuando estoy

vertiendo el brebaje en un vaso grande y maldiciendo la hora temprana.

ConMan: ¿Por qué estoy esperando?

Pongo los ojos en blanco y respondo el mensaje.

DeeLight: ¿Esto es cómo uno de esos acertijos sobre cuál es el sonido

de una mano aplaudiendo?

ConMan: Adivina esto, ¿cómo suena Macon llamando al 911 para

denunciar un robo?

Imbécil. En serio, hoy podría transmitir algo de sentido común o humildad.

DeeLight: Solo tienes tres oportunidades para mantener esa amenaza

sobre mi cabeza. Después de eso, estoy haciendo la señal del dedo medio.
No sé si Macon toma su bebida con pajita o no, pero antes encontré una

pajita enorme y tonta en un cajón. La dejo caer en el vaso cuando entra su

texto.

ConMan: De repente me muero por verte hacer ese gesto. Sube aquí

para que pueda usar mi cuota de amenazas.

—Aquí tienes.

Es una sala de estar en el piso de arriba en la esquina más alejada de la casa

con una vista impresionante y una pequeña cúpula en la esquina que cuenta

con una pared de ventanas. Dentro de un área de visualización de casi 360

grados, Macon está sentado detrás de un escritorio. Me hace señas para que

entre y sigue hablando con alguien.

—Estoy bien, Karen. Los moretones alrededor de mi rostro casi han

desaparecido.

Toma su batido sin mirarlo, pero luego se detiene cuando la tonta pajita roja

le golpea en la nariz.

Intentando ser la imagen de la inocencia, muerdo el interior de mi labio

cuando me mira. Sostiene esa mirada mientras su lengua sale y atrapa el

extremo de la paja. Debería verse ridículo, Macon chupando con fuerza una

pajita torcida para niños y sus delgadas mejillas ahuecadas por la fuerza que

necesita para llegar a su batido. Pero no es así.

Siento cada tirón junto con la pajita.


Locura. Una locura total.

Me muevo para irme, pero levanta una mano y señala un sillón de cuero y

cromo junto a la ventana. Aparentemente, debo sentarme y quedarme. Bah.

Cruzo las piernas y hago rebotar ligeramente la pierna que está arriba con

impaciencia.

—Tengo una nueva asistente —le dice a Karen, brindándome una mirada

fulminante mientras tira la pajita a un bote de basura.

—Sí, otra nueva.

Sus labios se curvan ligeramente.

Mi pierna se balancea con más fuerza. La mirada de Macon se concentra en

ella y sus párpados bajan un poco. Me encuentro replanteándome mi decisión

de llevar unos pantalones cortos de jean que llaman la atención sobre mis

piernas desnudas y me quedo quieta.

Pero eso no impide que siga mirando. Su mirada se vuelve somnolienta

mientras se echa hacia atrás en su silla.

—¿Mmm? —murmura al teléfono.

Los músculos a lo largo de la parte interna de mi muslo se tensan y descruzo

las piernas, cambiando a la otra pierna. Hace demasiado calor en esta maldita

habitación sin cortinas que cubran el sol de la mañana que calienta mis

hombros y la parte superior de mis pechos. Lucho contra el impulso de

abanicarme.
Una sonrisa lenta se despliega sobre los labios de Macon, y levanta la cabeza

hasta que nuestros ojos se encuentran.

—Oh, no tendré ningún problema con ella.

Bajo pena de muerte, implica su expresión.

Con deliberación, levanto el dedo corazón y finjo pintarme los labios con él.

Su sonrisa se torna positivamente alegre, sus dientes se enganchan en el labio

inferior como si quisiera refrenarlo.

—Llámalo instinto —le dice a Karen. Y luego mira hacia el océano, dando otro

largo trago a su batido.

Karen dice algo que hace que sus fosas nasales se abran con clara irritación.

—Por el amor de Dios, no. —Otra pausa—. Porque es mi empleada y

simplemente... no.

Suena tan ofendido que mis entrañas se contraen. Porque no hace falta ser un

genio para saber que Karen pregunta si estamos follando. Macon se frota la

frente.

—No es una actriz. —Suelta una carcajada realmente divertida—. Créeme, no

quiere formar parte de esta vida. Lo entenderás cuando la conozcas.

La seguridad que desprende su tono me roza la piel como si fuera arena.

—No más preguntas —dice con un gesto impaciente de la mano—. Te dejo.


La fría quietud se apodera de la habitación y me concentro con escuchar

cómo las olas se estrellan en la playa. No voy a darle la satisfacción de

preguntarle por qué quería que escuchara su conversación. No nos hemos

enfrentado desde la incómoda forma en que terminamos las cosas anoche. Lo

cual está bien: se supone que los empleadores no deben pasar el rato con los

empleados.

Pero ahora Macon se sienta en su silla como el señor de la mansión, su

mirada me taladra con tanta fuerza que pincha mi esternón como un molesto

dedo, desafiándome a mirarlo. No cedo a la tentación.

Termina su bebida antes de hablar.

—Has puesto algo diferente en esto.

—Es arsénico. Habría optado por polvo de galleta, pero estás a dieta.

La diversión brilla en sus ojos.

—Esa boca. —Debajo del borde de sus pestañas, me evalúa, la punta de su

largo dedo acaricia distraídamente su labio inferior—. Creía que mi memoria

exageraba el descaro del que es capaz esa boca. Está claro que no.

La irritación se apodera de mi garganta.

—Mi memoria es cristalina, Con Man. No finjas que no fuiste igual de malo.

Nos miramos el uno al otro desde lados opuestos de su escritorio mientras las

visiones de mí tirando el batido verde en su regazo bailan en mi cabeza. Esas


cejas severas bajan, y me pregunto si sabe exactamente lo que estoy

pensando.

Su voz es un hilo suave que corta el silencio.

—Lo recuerdo todo, Delilah.

Tal vez tenga la intención de que sea una amenaza, una promesa, tal vez, de

que algún día habrá un ajuste de cuentas, pero suena como algo más, casi

como si hubiera mantenido esos recuerdos cerca todo este tiempo,

sacándolos de vez en cuando para examinarlos como una especie de baratija

cursi que guardas de recuerdo.

Sin esperar respuesta, coloca un nuevo teléfono en el escritorio.

—Tuyo. —Lo empuja hacia mí—. Mi calendario y lista de contactos están

sincronizados en él. Todas las llamadas para mí irán a ti.

—¿Todas las llamadas?

—En esa lista, sí. —Asiente con la cabeza hacia el teléfono, que he dejado

sobre el escritorio—. Solo tus llamadas, las de Karen y las de North sonarán

en mi teléfono.

Tomo el teléfono y me desplazo por los contactos. Hay unos cuarenta

nombres en él, tanto de hombres como de mujeres.

—¿Quiénes son estas personas? ¿Tus amigos?

—Algunos. En su mayoría contactos de negocios. Siempre que entre una

llamada, toma un mensaje. Les devolveré la llamada si quiero.


—¿Si quieres? Eso suena un poco frío.

—¿Por qué? ¿Porque no voy a contestar? —Su expresión está entre pobre

ilusa y ¿no eres linda?—. Nadie se va a ofender. Están acostumbrados.

—Muy bien, entonces.

—No contestes a llamadas desconocidas. Si aparece un nombre

preprogramado, no pasa nada. Pero nadie más, Patatita. Nunca.

—Jesús, haces que suene a vida o muerte —digo riendo un poco.

No parpadea.

—Lo digo completamente en serio. El mundo está lleno de gente desquiciada.

Si se le ocurre a uno de ellos, sólo los alentarás respondiendo. —Apoya las

manos en su estómago plano—. Lo que me lleva a otro punto. De momento,

nadie sabe quién eres, pero si, en algún momento, alguien se te acerca y

pregunta por mí, finge que no sabes de qué están hablando, vete y llama a

North o a mí inmediatamente.

Mis dedos se enroscan en los duros bordes del teléfono.

—¿Intentas asustarme?

—Estoy tratando de mantenerte a salvo. Prométeme que me escucharás,

Delilah.

Lo dice tan serio que no me atrevo a bromear, aunque quiero hacerlo. Porque

todo esto me incomoda. No me gusta la idea de tener que vigilar mi espalda.


Algo de esto debe reflejarse en mi rostro, porque sus hombros tensos se

relajan y su expresión se atenúa.

—Es sólo un protocolo de seguridad, Patatita.

Mi espalda se congela como si ojos ciegos me estuvieran mirando. Aparto la

imagen fantasiosa; no me hará ningún bien volverme paranoica.

—De acuerdo. Lo tengo.

Satisfecho, Macon se aleja del escritorio.

—Te he enviado una lista de tareas para la semana. Se pueden añadir cosas a

voluntad.

Encuentro el correo electrónico en cuestión y lo leo. Hay que ir a la tintorería,

recoger zapatos de vestir y un par de trajes en varias tiendas de Rodeo Drive.

Tiene una gran lista de correos electrónicos que quiere que responda, un

calendario que reprogramar, llamadas que devolver. Tengo un guion que debo

seguir cuando hablo con la gente, pequeñas y bonitas formas de evitar dar

detalles sólidos sobre las lesiones de Macon. También se espera que compre

una larga lista de regalos de cumpleaños para varias personas y que los

entregue personalmente. Ninguna de estas cosas se puede comprar en línea,

todas son de tiendas especializadas de Los Ángeles. Que son de todos los

extremos de Los Ángeles.

—¿En serio? —digo cuando termino.

El espacio entre sus cejas se arruga.


—¿Cuál es el problema, Patatita?

—No sabía que fueras un comprador, Con Man. Esto parece una lista hecha

por una diva.

Resopla.

—Deberías agradecer que no soy una diva.

—¿Y cuándo voy a encontrar tiempo para cocinar tus comidas?

—Ya lo descubrirás.

Guardo el teléfono y me pongo de pie.

—¿Eso es todo, señor? Tengo que planificar algunos menús.

Sonríe ampliamente.

—Señor. Me gusta eso.

Mi dedo está ansioso por levantarse y saludar de nuevo.

Lo sabe. Sus ojos oscuros brillan con anticipación. Sin embargo, no le daré la

satisfacción. Me doy la vuelta para irme cuando vuelve a hablar.

—Ah, y espero un refrigerio a las diez. Deja de hacer caras y ponte a trabajar,

tortuga.

Sí. Definitivamente, estoy en el infierno.


Capítulo 8

El volante presiona con fuerza contra mi pómulo, el airbag se aprieta bajo mi

cuello, el metal caliente sobre mi pierna. La lluvia cae a través de la ventanilla

rota, desdibujando las líneas, haciendo que la sangre corra más rápido hacia

mis ojos. Me duele. Me duele todo.

La voz del servicio de mi automóvil llega desde algún lugar por encima de mi

cabeza.

—¿Señor Saint? ¿Está usted herido? ¿Señor Saint?

Mi boca se llena con el sabor metálico de la sangre.

—¿Señor Saint?

Estoy aquí. No me dejen.

—¿Macon? —Una voz pegajosa, como la miel caliente. Quiero saborearla,

dejarla gotear sobre mi piel—. ¿Macon?

El flash de la cámara aparece en mis ojos.

Dios, míralo. Está realmente herido. ¿No deberíamos pedir ayuda?

Solo tomaremos una foto más. Siente el músculo de su brazo. Es muy duro.
Me están tomando fotos atrapado en este auto. Me están tocando. Mientras

estoy retorcido en este maldito auto. Una mano agarra mi brazo. Grito, me

balanceo soltando un golpe, conectando con algo duro. Suena un fuerte

estruendo.

—¡Macon! ¿Qué diablos?

Es su voz, que ya no es dulce como la miel, sino aguda e iracunda, una voz

que nunca podre quitarme por completo de la cabeza, lo que me saca de mi

niebla. Mi entorno se centra en un suspiro. Delilah está arrodillada en el suelo,

recogiendo las ruinas de lo que parece ser mi refrigerio.

—Maldición, lo siento —digo, honestamente horrorizado de haberla golpeado.

—¿Qué demonios te pasa? —resopla—. Te llamé por tu nombre varias veces y

estabas sentado allí, mirando por la ventana.

—Estaba dormido. —Me paso una mano por el rostro y lo encuentro húmeda

de sudor—. ¿Te hice daño?

—Estoy bien. Pero a la bandeja le puede molestar que la golpeen. —Me

fulmina con la mirada y me preparo para otra reprimenda, pero su expresión

rígida se suaviza—. Estabas teniendo una pesadilla, ¿no?

—Simplemente me desorienté. Los analgésicos me vuelven loco.

La tensa postura de Delilah se relaja.

—No debería haberte tocado sin comprobar si estabas despierto. Papá

siempre decía que era peligroso sacar a la gente de una pesadilla.


—No era una pesadilla. —La mentira sale bruscamente. Probablemente porque

estoy mintiendo. Pero maldita sea si quiero ver esa pena en sus ojos—.

Aunque estoy de acuerdo, no deberías estar tocando a la gente mientras

duerme. Es un poco grosero, a pesar de todo.

Dios, cállate, Macon. Tú eres el imbécil maleducado. Pero parece que no


puedo evitarlo con esta chica.

Su nariz se arruga.

—Supongo que ese bicho en tu trasero es una condición permanente.

—Volviendo a mi trasero otra vez. —Fuerzo una sonrisa—. Piensas mucho en

eso, ¿no?

Su respuesta es una sonrisa cortante y mordaz.

—Pienso en patearlo casi cada vez que estamos juntos en la misma

habitación.

Una carcajada se libera, empujando mis costillas doloridas.

—Eso lo puedo creer. Deja que te ayude.

Sin pensarlo, me inclino hacia delante para ayudarla e inmediatamente me

arrepiento de la acción cuando una punzada de dolor me golpea en el costado.

Me escucha sisear y ve la forma en que vuelvo a mi asiento.

—Macon, ¿cuándo vas a admitir que tienes dolor?

Se levanta para ayudar.


Un escalofrío recorre mi espalda. La idea de que me toque con lástima me

enfría la piel.

—No lo hagas —espeto. Mi mente grita que estoy empeorando las cosas, pero

mi boca no puede mantenerse cerrada—. No me toques.

Se detiene, con la mano todavía extendida hacia mí. Tiene dedos delgados,

uñas cortas con numerosas cicatrices y callosidades que marcan su piel.

Manos de chef. Sus capaces y maltratados dedos se cierran en un puño.

—¿Qué no te toque? —repite con dulzura, pero el dolor y la indignación

siguen ahí—. ¿En serio?

El calor pulula alrededor de mi cuello. No sé cómo explicarle por qué no puedo

dejar que me toque en este momento.

—No necesito ayuda.

Por un segundo, me mira fijamente. La vergüenza se apodera de mí. No he

sentido esa emoción en particular en tanto tiempo que me estoy ahogando.

Esto es lo que ella hace; me expone, deja al descubierto todas las partes que

quiero ocultar, necesito ocultar.

Acalorado, intento retroceder. Mis ruedas pasan por encima de la bandeja

caída con un crujido.

—Maldición.

—Aquí, déjame…
Extiende su mano, pero retrocedo.

Y golpeo la esquina del escritorio con mi lado lesionado.

—¡Maldita sea!

Delilah se levanta e intenta ayudar.

—Estás yendo por el camino equivocado.

—No...

De repente estamos atrapados en esta farsa de baile, yo aplastando los

mandos de mi silla y chocando con todo, Delilah dando saltos para que no le

aplaste los dedos de los pies mientras me grita que la deje ayudar.

—Lo tengo —espeto—. Si tan solo te apartaras.

Sus mejillas se tiñen de un rojo oscuro.

—¡Estás dando vueltas como una abeja enojada! Cálmate.

—No me digas qué... —La lámpara se cae del escritorio con un gran

estruendo—. Maldita sea —grito finalmente—. ¡Aléjate, Delilah!

La firmeza que hay detrás de mi orden arremete con la eficacia de un látigo, y

Delilah se estremece. Es suficiente para que ambos nos detengamos. Con la

respiración entrecortada, la miro fijamente durante un horrible segundo. Sus

ojos están abiertos de par en par, los labios entreabiertos por su agitada

respiración. Entonces se forma un destello, una rabia con la que estoy

familiarizado, pero que no he visto en diez años.


—¿Qué diablos te pasa realmente? —grita, con sus brazos en alto.

Se coloca sobre mí como una profesora dispuesta a dar un sermón. La

presión que me rodea el pecho no disminuye.

—Nada que una buena dosis de privacidad no pueda solucionar.

Delilah resopla largo y fuerte.

—Eso no es de lo que necesitas una dosis. Por el amor de Dios, Macon. Me

contratas en parte para que te ayude mientras estás convaleciente, pero en el

momento en que intento ofrecerte una mano, tienes una rabieta.

¿Una rabieta? Mis dientes posteriores chasquean.

—Yo no te contraté. Tú viniste a mí. —Golpeo mi pecho con el pulgar para

enfatizar—. Y parte de ese trato era que obedecieras mis órdenes sin

rechistar.

Veo que se esfuerza por mantener la calma. Toma una bocanada de aire y sus

pechos se elevan. No quiero notarlo. No la quiero aquí.

—Mira —empieza—. Simplemente, intentaba ayudarte a salir de debajo del

escritorio.

Todo se siente demasiado ajustado ahora: mi piel, mi cuerpo, mis entrañas.

Estoy expuesto.

—Dije que no necesitaba tu ayuda.

—Todo indica lo contrario.


—Lárgate.

Simplemente, arquea la ceja, cruzando los brazos debajo de esos amplios

pechos.

Surgen la ira, la impotencia y la frustración mal dirigidas. La fea mezcla

caliente surge a través de mi cuerpo, y sin pensarlo ni preocuparme, la libero.

—¡Lárgate! ¡Lárgate!

Mi grito resuena en mis oídos, se estrella en la habitación. Es tan ruidoso, tan

agresivo que Delilah realmente salta. Su lindo rostro palidece, y sin decir una

palabra más, huye.

La veo irse, horrorizada por mis acciones. Nunca he perdido los estribos así. Y

por algo tan mezquino y sin fundamento. Ella estaba tratando de ayudar. Y yo

intenté arrancarle la cabeza.

Sin quererlo, me viene a la cabeza la imagen de mi padre de pie sobre una

versión mucho más pequeña de mí con el puño en alto. Le encantaba utilizar

su tamaño y su fuerza para intimidar a los más débiles y pequeños que él.

Mi estómago se tambalea, la habitación se inclina enfermizamente.

—Maldición.

Aplasto los escombros y salgo rodando de la habitación hacia el pasillo.

—¿Delilah?
Pero mientras grito, veo su auto a través de las ventanas superiores mientras

se aleja.

No voy a llorar. No voy a llorar. No. No lo haré.

Mis párpados tiemblan, y gruño una maldición tardía. Mi automóvil da brincos

sobre el camino de entrada mientras acelero, mis manos agarran el volante

con tanta fuerza que mis dedos palpitan. El grito de Macon todavía resuena

en mis oídos.

Ese imbécil. Intimidante, mezquino... idiota.

Siempre discutimos, pero nunca me gritó así. La fuerza de su rabia había sido

palpable. Me sacudió hasta la médula.

Nada vale esta mierda. Tenía una vida. Una buena. No la dejé en suspenso

para que me maltrataran verbalmente.

Mi visión se nubla y tomo aliento, tratando de estabilizarme. Estoy en la

carretera, dirigiéndome hacia la autopista. Lejos de aquí. Lejos de él.

—Maldición.

Dejé todo atrás.

Con él.
—No importa.

No voy a volver. Haré que me lo envíen. Demonios, puede tirarlo todo. No me

importa. De todas formas, fue una locura ofrecerme así. Llevaré a mamá a

unas largas y agradables vacaciones. Si no está aquí para escuchar lo que

hizo Sam, entonces nunca lo sabrá.

Mi móvil suena, vibrando en el asiento a mi lado. Le echo un rápido vistazo, y

mi estómago toca fondo. Es él. El imbécil.

Lo ignoro durante tres timbres. Una parte de mí quiere tirar el teléfono por la

ventana. Pero no soy una cobarde. Puede que necesitara... reorganizarme.

Pero no tengo miedo del imbécil de Macon Saint.

Respondo con el altavoz incorporado del auto.

—¿Qué?

Su voz me llega desde todas las direcciones, profunda pero muy tranquilo.

—Lo siento.

Conduzco conmocionada durante unos segundos porque una disculpa sin

preámbulos es lo último que esperaba.

—¿Delilah?

Me aclaro la garganta.

—¿Qué? —pregunto con un poco menos de aspereza.

Su suspiro es un susurro de sonido en los pequeños confines del automóvil.


—Lo siento.

—Ya lo dijiste.

—Vale la pena repetirlo.

—Cierto —concedo, conduciendo.

El Pacífico brilla con destellos anaranjados mientras el sol corre hacia el

horizonte. Solo entonces me doy cuenta de que está en mi lado izquierdo, lo

que significa que me dirijo hacia el norte, Dios sabe dónde. Me detengo en el

estacionamiento de un puesto de tacos junto al mar, demasiado distraída para

conducir con seguridad, justo cuando Macon comienza a hablar de nuevo.

—No sé qué me pasó. No era yo mismo. Nunca... nunca le había gritado a

alguien así.

—Me imagino que elegirías empezar conmigo.

Hace un sonido de autocrítica.

—Fue imperdonable. No sé qué decir para compensarlo.

Tengo en la punta de la lengua decirle que nada puede expiar su

comportamiento. Pero entonces pienso en el dolor que ha sentido, en la

vergüenza, en la frustración, en la incapacidad de liberarse. Lo había visto,

claro como el día, en sus ojos, en la tensión de su expresión y en la forma en

que se agitaba como un animal salvaje atrapado en una trampa. Y yo me

abalancé, ignorando sus peticiones de privacidad, convencida de que podía

arreglarlo. Que debía comportarse y escucharme.


Detesto absolutamente que me manejen o me mimen. ¿Por qué Macon

debería sentir algo diferente?

Enfadada, miro por la ventana y veo un segundo restaurante cerrado con

tablas que da al lado noroeste del solar. Es básicamente una cabaña de playa

en ruinas, pero tiene un gran espacio exterior con vistas al mar de primera

calidad. Hubo un tiempo en el que soñaba con tener un lugar así. Un lugar en

el que pudiera organizarme e inspirarme. De buena gana puse mis sueños en

espera por Macon. Por Sam. Por mamá.

—¿Delilah? —La pregunta vacilante de Macon me devuelve al presente y a él.

—¿Sí? —susurro antes de aclararme la garganta de nuevo.

Toma una respiración audible.

—No volverá a pasar. Lo juro.

Resoplo ante eso, mirando mis manos de chef llenas de cicatrices.

—¿No perderás los estribos? Macon, también podrías decir que vas a dejar de

respirar y seguir viviendo.

Se ríe de eso, pero suena cansado y débil.

—De acuerdo, me lo merezco. Tienes razón. No puedo prometer que no

discutiré contigo.

Pongo los ojos en blanco, pero no puede verlo. Aun así, tengo la extraña

sensación de que sabe perfectamente lo que estoy haciendo. Tal vez sea

porque casi puedo imaginarme su rostro, sin sonreír, pero con las comisuras
de los ojos arrugadas por el humor irónico, su expresiva boca forzada en una

línea dura. Tenía esa expresión cada vez que llegábamos a un punto muerto,

porque nunca habíamos sido capaces de conceder una tregua.

—No volveré a perder los estribos de esa forma —dice—. Lo prometo.

¿No empiezan todos los hombres diciendo eso? Ni siquiera debería estar

hablando con él. Pero de alguna manera lo hago, porque sé que yo también le

habría gritado si las cosas hubieran cambiado. En algún lugar dentro de mí,

me sentí lo suficientemente segura como para tomar su llamada. Mis dedos

tamborilean sobre el volante. Por una vez, está completamente en silencio,

dejándome tomar mi tiempo para responderle. Macon puede ser tan paciente

como largo es el día si busca algo que quiere.

Miro el viejo restaurante. A veces los sueños cambian. Así es la vida. Puedo

irme, dejar este lugar, perseguir un nuevo sueño, dejarlo a él.

—Vuelve —dice como si escuchara mis anhelos internos—. Te dejaré lanzarme

otro tomate.

Mis labios se contraen.

—No es tan divertido si no estás tratando de escapar.

Vuelve, ¿Por qué quiero hacerlo? ¿Qué tiene él que me hace sentir más viva

que en años? Me excita perversamente. Me dan ganas de olvidarme de los

sueños y vivir en el ahora mismo. Maldita sea, quiero volver. Debo estar

enferma. Es retorcido. Soy una masoquista.


Con un suspiro, me alejo de la vista y pongo mi automóvil en marcha.

—Si lo haces de nuevo, me voy. Nuestro trato se considera cumplido.

—De acuerdo.

—De acuerdo. —Miro el teléfono como si de alguna manera lo encontrara

sentado allí en su lugar—. Pero me voy por esta noche. No quiero verte. O

saber de ti.

El humor irónico tiñe su voz.

—Me parece justo. —Hace una pausa—. Entonces me verás y sabrás de mí

mañana, Patatita.

Cuelga antes de que pueda responder. Bastardo. Siempre dando la última

palabra.

Dios, realmente soy masoquista. Debería temer volver y enfrentarme a él. En

cambio, me encuentro conduciendo un poco más rápido.

Nunca pude resistirme a un desafío.


Capítulo 9

Le cuelgo a Delilah antes de hacer algo ridículo, como intentar charlar con ella

mientras conduce de vuelta a casa. Me ha dejado claro que tengo que dejarla

en paz. Estoy más que dispuesto a hacerlo; no es que quiera enfrentarme a

ella ahora mismo. No sería capaz de mirarla a los ojos.

Con un gruñido, muevo el trasero fuera de la silla de ruedas e intento bajar

hacia el suelo. Todo sale mal y aterrizo con fuerza sobre la cadera. El dolor

bulle y se dispara como fuegos artificiales. Algo se filtra en la parte trasera de

mis pantalones. Genial. Estoy sobre mi cena.

North entra cuando estoy estirando la mano a mi alrededor para recoger

trozos de un plato.

—Bueno, esto es un espectáculo.

No me molesto en levantar la vista.

—¿Necesitas algo?

—No. Pero parece que tú sí.


Se agacha a mi lado y empieza a poner parte del desorden en la bandeja

abollada. Me trago la petición de pedirle se vaya. Es casi tan terco como

Delilah, y la pelea se ha ido de mis manos.

—¿Qué demonios fue todo eso? —pregunta.

Con una mueca de dolor, me llevo el pulgar a la boca y encuentro una astilla

de vidrio clavada en mi piel.

—Supongo que te enteraste.

—No me sorprendería que lo hubieran escuchado en el Condado de Orange.

North empuja mi silla hacia atrás y pasa un brazo por debajo de mis hombros.

Con él no hay preguntas. Solo acción. Y aunque me molesta recibir ayuda de

cualquiera, ya no estoy en posición de quejarme por ello.

Me sienta en la silla.

—Hora de la ducha.

—Maldita sea.

Sí, no estoy siendo maduro en esto. Pero no me estoy adaptando bien al

hecho de que no puedo meter el trasero en la ducha sin ayuda. Mi equilibrio

está perdido. Con las costillas y la muñeca rotas en un lado y la pierna rota en

el otro, no puedo ponerme en una posición estable sin sentir dolor enorme

ahora mismo.
North me ha estado ayudando. Debería contratar a una enfermera profesional,

pero mi nivel de confianza es casi nulo, y aunque no me gusta la situación,

North tiene una manera de tratar conmigo que lo hace soportable.

El orgullo es una bestia extraña. Tendemos a pensar que hacemos las cosas

por nosotros mismos, sin apoyarnos en los demás. ¿Fue mi orgullo o mi ego lo

que me hizo echar a Delilah cuando intentó ayudar? Un nudo en el estómago

me hace pensar que tal vez el verdadero orgullo es más bien la capacidad de

aceptar una situación tal como es con gracia.

En cualquier caso, mi respeto por quienes han tenido que reajustar su modo

de vida y solucionarlo con dignidad y gracia se ha multiplicado por diez.

Me estoy vistiendo de nuevo cuando Delilah se abre paso por la casa y se

encierra para pasar la noche. La mujer no anda con pies ligeros. A pesar de

mi bajo estado de ánimo, una sonrisa se asoma. Se mueve por el espacio

como una tormenta, chocando y dejando un desorden a su paso. Siempre lo

ha hecho.

Cuando éramos adolescentes, me fascinaba su forma audaz de ocupar el

mundo que la rodeaba. A pesar de todas las apariencias, era una chica tímida,

a la que no le gustaba ser el centro de atención. La ropa que elegía, la forma

de llevar el cabello, todo estaba diseñado para mezclarse con la multitud.

Lógicamente, también debería haberse arrastrado por la vida. Pero no. Una

parte de ella podría haber querido esconderse, pero la verdadera naturaleza

de Delilah era brillar.


Para alguien que atraía las miradas sin esfuerzo, pero que secretamente

odiaba la atención, me di cuenta ya entonces de que ella era mi verdadero

opuesto. Y que ambos éramos algo retorcidos.

Esta noche maté la luz vital de su bonito rostro. Grité como un tirano.

—Soy un imbécil.

North, que había vuelto con su impecable sincronización, arquea una ceja.

—¿Tú crees? En serio, Saint, ¿qué fue eso? Prácticamente, le arrancaste la

cabeza.

Gruño, mientras me acomodo en el sofá instalado en la zona de estar de mi

habitación.

—No lo sé. Últimamente no estoy bien. —Me pellizco el punto tenso entre las

cejas—. Incluso antes de que apareciera Delilah.

—Tienes que contarle lo del accidente.

Accidente. Supongo que lo fue. Una sensación enfermiza y aceitosa se desliza

por mi garganta. Me la trago.

—Lo haré.

North me lanza una mirada larga antes de inclinar la cabeza hacia un lado. Un

pequeño chasquido suena mientras trabaja en un pliegue del cuello. Estoy de

un humor de mierda; él está muy tenso.

—¿Qué te pasa?
Deja de moverse.

—Martin está aquí.

—¿Qué, ahora? —pregunto más por irritación que por otra cosa.

Por supuesto que aparecería a esta hora.

—Le dije que quizá no tuvieras tiempo para él, pero insistió en esperar.

—¿Dónde lo dejaste? —pregunto, no me gusta precisamente la idea de que

Martin tenga vía libre en mi casa. Dudo que haga algo tan grosero como

fisgonear. Pero es demasiado observador.

—Está en el estudio.

A juzgar por el tono de North, está claro que sabe exactamente por qué

pregunté.

El estudio está bastante aislado del resto de la casa. Lo que también significa

que, si Delilah tiene ganas de salir de su habitación y visitar la cocina, no se

encontrará con nosotros. Nunca oculté que he buscado a Sam. Pero el tema

de la hermana de Delilah nos afecta a todos. No tengo ningún deseo de echar

sal en las heridas abiertas de esta noche.

Encuentro a Martin cómodamente recostado en mi sillón de cuero favorito

junto a la chimenea apagada, con un vaso de whisky en la mano. Martin es un

buen ejemplo de una vida vivida a toda prisa. Las líneas ya se abren en

abanico desde las comisuras de sus ojos y rodean su delgada boca. Sus ojos

marrones son siempre duros, incluso cuando está divertido.


No fue hasta que me mudé a Los Ángeles que me fijé en los pequeños

detalles de la apariencia de la gente. Pero es parte de la cultura de aquí.

Aprendes rápidamente a evaluar la riqueza, la salud y la posición de una

persona con una mirada.

Le ofrezco a North una copa, pero niega con la cabeza y apoya un hombro en

la puerta cerrada.

Me sirvo un vaso y me siento frente a Martin. Mis dedos se enroscan

alrededor de los bordes fríos y afilados del vaso de cristal tallado.

—¿La encontraste?

Es inútil perder el tiempo con charlas de cortesía con Martin. Además, ya sé la

respuesta. Si lo hubiera hecho, ella estaría aquí.

—La chica es un fantasma. —Frunce el ceño, y hay un destello de irritación en

sus ojos; luego desaparece—. Me impresionaría si no fuera mi trabajo

encontrarla.

North mira hacia otro lado, apenas conteniendo un gruñido. Hablar de Sam

también lo pone de mal humor. Jesús, ¿hay alguien a quien no le afecte

negativamente mi expareja en desgracia?

Debería estar decepcionado de que Sam siga desaparecida. No quiero pensar

en por qué no lo estoy.

—No te lo tomes personal. Ha tenido toda una vida para perfeccionar su

actuación.
Hace un sonido de disgusto y se termina su bebida de un rápido trago.

—Yo también.

—Déjalo así por ahora.

La petición irrumpe en la habitación con la fuerza de una bomba, y ambos

hombres me miran boquiabiertos. Mierda. Yo también estoy sorprendido. No

era lo que había planeado decir. Pero ahora que lo he hecho, levanto la

barbilla y les devuelvo la mirada.

—Tenemos cosas más importantes en las que centrarnos ahora.

Juro que North murmura:

—¿Cómo Delilah?

Pero me lanza una mirada inexpresable cuando mi cabeza se gira, y lo fulmino

con la mirada. Pero no puedo negarlo. Sacudo la inquietud, dejo a un lado mi

vaso, aún medio lleno.

—Prefiero oír hablar del otro asunto.

Necesito saber que mi casa está a salvo.

Martin se sienta hacia delante, apoyando las muñecas en los muslos.

—Michelle Fredericks. Una agente inmobiliaria de Pasadena. Creo que así es

como encontró tu dirección.

El cuello de mi camisa se ciñe demasiado a mi cuello. Juro que la maldita

cosa se encogió en el lavado.


—¿Y estás seguro de que ella es la que estaba con Brown?

Lisa Brown, mi acosadora. No puedo decir el nombre de la mujer sin sentirme

ligeramente enfermo. No me importa si es problemática. Solo la quiero lejos

de mí. Fue arrestada por conducta temeraria y acoso, pero está en libertad

bajo fianza. Le pusieron una orden de alejamiento, pero es solo un papel, no

una garantía. Y Brown no estaba sola la noche que mi automóvil se salió de la

carretera.

Puedo decirme a mí mismo todo lo que quiera, que mi comportamiento de

mierda de esta noche fue todo por orgullo. En cierto modo, es más fácil que

admitir el miedo que persiste, las pesadillas. Hace tiempo me dije que nunca

más tendría miedo de nada. Lástima que las emociones no escuchen las

órdenes.

Martin me pasa su teléfono. Hay una foto esperándome. Es una foto del rostro,

hecha de forma barata y cursi, del tipo que se ve en los carteles de las

inmobiliarias. Una mujer bastante atractiva, de unos treinta años, con el

cabello castaño oscuro, me sonríe.

—¿Es ella? —pregunta North.

Miro fijamente la foto y los dedos me tiemblan antes de poder controlarlos.

—No lo sé. —Recuerdo el olor de un perfume fuerte y barato de flores. Una de

las mujeres era morena—. Estaba algo borroso.

La sangre y la lluvia tienden a hacer eso.


—Es amiga de Brown —dice Martin—. Ambas pertenecen a un grupo de fans

de Facebook. Pecadoras Voluntarias de Saint.

North hace un ruido de gorgoteo en su garganta, y sé que está conteniendo la

risa. Lo fulmino con la mirada, pero no hay calor detrás de la acción. Yo

también me reiría si no fuera por el recuerdo de haber sido cazado, de haber

sido tratado como una cosa mientras estaba atrapado en esos restos

desmoronados.

Martin me clava una mirada.

—Y estuvo aquí la otra noche.

El hielo recorre mi pecho. Empujo el miedo hacia atrás.

—¿Qué? —No es una pregunta. Es más bien el comienzo de una amenaza.

North se aleja de la puerta.

—Las cámaras no captaron nada.

—Tranquilo —dice Martin, insulso como una tostada seca—. No se acercó lo

suficiente a la casa. Solo se sentó en su automóvil a dos puertas de distancia.

Mis chicos la estaban vigilando.

Es ese conocimiento el que me permite dormir por la noche. Y es ese

conocimiento el que también hace que mi piel se sienta demasiado tensa.

Toda mi libertad, ganada con tanto esfuerzo, se ha reducido de nuevo a una

vigilancia estrechamente controlada. La restricción tira de mi cuello como un

collarín, y por un segundo sin aire, vuelvo a estar bajo la vigilancia de mi padre.
No. Esta vez soy yo quien tiene el control.

—Tenemos que informar de esto —dice North—. Que la arresten.

Martin niega con la cabeza.

—No ha hecho lo suficiente para justificar ningún cargo. Ninguno que

podamos probar por el momento, al menos.

—Pero sí estuvo allí…

—Tiene razón. —Suspiro y tomo mi bebida—. No tenemos ninguna prueba.

—Como mínimo, podemos denunciarla como persona de interés —insiste

North.

—Ya lo hice. —Martin guarda su teléfono en el bolsillo—. Van a interrogarla.

Mientras tanto, nos mantendremos en alerta. No he visto a Brown por aquí,

pero eso no significa que haya perdido el interés.

—Condenadamente genial —murmuro en voz baja.

North deja salir a Martin y me dirijo a mi habitación. Es temprano. Si esto

hubiera sido hace un mes, estaría en un bar exclusivo, rodeado de gente que

apenas conozco, dejando que su charla me adormezca en una calma sin

sentido. Me alimentaría de la energía de todos y de todo, al tiempo que me

mantendría al margen. No es una vida perfecta, pero sí adecuada. Suficiente

para dejar de pensar en cosas que es mejor dejar en el pasado.


Ahora, lo único que quiero es tomar un analgésico y meterme en la cama.

Disminuyo la velocidad cuando me acerco a la puerta de Delilah. La casa está

tan silenciosa que puedo oír fácilmente la televisión. Está viendo About a Boy.

Un recuerdo me ilumina, tan brillante y doloroso como un foco.

Estábamos en el gran sofá desmontable marrón de su salón, viendo esta

misma película. Delilah tenía catorce años, las mejillas regordetas y una

gruesa trenza que corría como una serpiente oscura sobre sus hombros

encorvados. Estaba acurrucada en un extremo del sofá, mientras que Sam y

yo estábamos sentados en el otro.

Como de costumbre, Sam se apoyó en mí hasta que perdí la sensibilidad en el

hombro e intenté apartarla de un empujón. Encontró la forma de fastidiarme,

clavando su huesudo codo en lugares que sabía que me molestaban mucho.

Hugh Grant soltó una ocurrencia que me hizo reír. Delilah también se rio. Me

di cuenta de que nos reíamos al mismo tiempo. Debió darse cuenta de lo

mismo porque se volvió hacia mí y nuestras miradas se encontraron. Siempre

intentábamos por todos los medios no mirarnos, así que era un golpe visceral

cada vez que fallábamos.

La inevitable reacción de calor, tirantez, frustración y una retorcida sensación

de malestar recorrió mi sistema. E inevitablemente, lo disimulaba abriendo la

bocaza.

—¿Te gusta el viejo Hugh?


Hugh Grant interpretaba a Will en la película. Un hombre rico y genial al que

solo le importaba tener sexo y divertirse.

Frunció los labios, dirigiéndome esa mirada fulminante suya, la que me había

encontrado en falta.

—Bueno, es ingenioso. La inteligencia es definitivamente un plus.

—Y rico. No olvides eso.

—Ser rico es parte de lo que lo convierte en un inútil imbécil.

Sam, que había estado hurgando en su esmalte de uñas, intervino.

—Es viejo, pero sigue siendo ardiente. Saldría con él.

El bufido de Delilah lo dijo todo.

—Delilah es más bien una amante de Marcus —dije, desafiándola a que mirara

hacia mí. Marcus era el bicho raro de la historia. Torpe, solitario, maltratado

por sus compañeros de clase y aterrorizado por la posibilidad de perder a su

madre, la única persona que sentía que lo quería de verdad.

Sorprendentemente, sonrió, con un gesto triste y algo reservado, apoyó la

barbilla en las rodillas, casi haciéndose un ovillo en el sofá.

—Tienes razón. Si hay que amar a alguien en esta película, es a él.

Me puso a mí en el papel del desventurado Will y a ella como Marcus. Una

parte de mí se moría por decirle que, de todos los de la película, yo también

me identificaba más con Marcus.


No recuerdo lo que dije. Probablemente algo odioso. El recuerdo se desvanece

y me deja solo en el pasillo, escuchando el sonido sordo de la risa de Delilah

que se cuela en el silencio.

Quiero llamar a su puerta, pedirle que me deje entrar, tengo tantas ganas que

me tiemblan las manos. Pero me alejo. Los dos hicimos promesas. Me gusten

o no, tengo la intención de cumplir la mía.


Capítulo 10

—Así que aquí es donde encuentras todas esas deliciosas frutas.

Macon deambula por los puestos del mercado de agricultores al aire libre al

que lo he traído, con el rostro medio oculto bajo el ala de una gorra de béisbol

verde descolorida.

—Entre otros lugares. —Este es uno de mis mercados favoritos, ya que está

escondido en un valle y a la sombra de imponentes eucaliptos—. Los

vendedores aquí siempre ofrecen los mejores productos.

Antes, fuimos a la consulta del médico para que le quitaran la escayola

temporal y la sustituyeran por una escayola flexible y una bota para caminar.

Macon se quejó de estar encerrado demasiado tiempo, así que le dije que

viniera a comprar conmigo. A pesar de sus quejas, no le gustaba salir en

público. Lo que me hizo preguntarme si era un gallina o simplemente otra

estrella perezosa y mimada.

Al oír esas palabras de protesta, sus fosas nasales se ensancharon.

—De acuerdo. Pero nos llevaremos a North con nosotros.


—Está bien. —Me encogí, sintiéndome una canalla por burlarme de él—.

Seguridad. Supuse que como íbamos a un lugar no planeado...

—Las cosas pueden salirse de control cuando menos lo esperas —dijo con

firmeza.

—Siento haberte llamado gallina.

—¿Pero no que me hayas llamado perezoso?

—Pregunta el hombre que necesita que le lleven su batido.

Un breve brillo de reconocimiento iluminó sus ojos antes de desvanecerse.

—Sé que es una mierda, Delilah. Pero esta es tu vida ahora.

Mi vida. Inexorablemente ligada a la suya.

En general, nuestra tregua provisional va como se esperaba. Es decir,

seguimos encontrando maneras de pelearnos como gallinas que van tras el

último trozo de grano.

Ahora, sin embargo, es como un cachorro finalmente liberado de su corral.

—Huele tan fresco aquí. ¿Adónde quieres ir primero?

Tiene un bastón, de caoba con la parte superior de ámbar, que le encanta

porque se parece al de Jurassic Park. Le dije que, si quería canalizar su John

Hammond interior, también debería llevar un traje blanco. Desgraciadamente,

no lo aceptó.
—Es tu primera vez aquí. —Me pongo gafas de sol para poder ver sin

entrecerrar los ojos—. Que así sea.

Sonríe amplia y alegremente, hace otro reconocimiento del lugar, luego se

dirige a un puesto de venta de fruta e inspecciona un mango. North se

mantiene a una distancia discreta. Me advirtieron de que cuando saliéramos a

la calle así, North no sería nuestro amigo. Estaría trabajando, buscando

constantemente problemas.

—¿Puedo tener una muestra? —le pregunta Macon al hombre que atiende el

puesto, un joven hípster con una barba poblada y un tatuaje que dice «Grow It

Green» en la parte interna del antebrazo.

—Invita la casa, Arasmus.

Al escuchar el nombre de su personaje, Macon lo mira como si estuviera

evaluando cuán intenso podría ser este fan. Entonces su relajada sonrisa de

niño bueno está en su lugar.

—Muy amable de su parte.

Esa sonrisa solía chirriar como los clavos que bajan por una pizarra. Pero no

se puede negar su eficacia. Cuando Macon sonríe así, la gente reacciona.

—¿Gracias...? —pregunta Macon.

—Jed —responde el vendedor mientras toma un mango y comienza a

prepararlo, cortando la fruta a lo largo de cada lado del carozo y luego

marcando una raya transversal a lo largo de cada mitad.


—Jed, lo compartiré con mi chica.

Macon me agarra por el codo y me empuja suavemente hacia su lado.

¿Su chica? Lo miro, pero él no está mirando en mi dirección, solo puedo

asumir que es intencional.

Jed me dedica una rápida sonrisa de reconocimiento, pero su atención se

centra exclusivamente en Macon.

—Hombre, esa escena en la que le cortaste la cabeza a Thieron de un solo

golpe de tu espada, luego diste ese grito de guerra y destrozaste su ejército...

fue muy hermoso. ¿Vas a casarte finalmente con la princesa Nalla?

—Podría ser —dice Macon como si él también estuviera especulando. Luego

guiña un ojo—. O puede que no. Tendrás que verlo.

Jed sonríe como si fuera su cumpleaños.

—Sabía que no me darías la información.

—¿Dónde estaría la diversión en eso? —dice Macon con buen humor.

Jed me pide una foto con Macon y utilizo diligentemente su teléfono para

tomar un par de fotos de ellos sosteniendo mangos. Luego nos ponemos en

camino, cada uno de nosotros armados con deliciosas rodajas maduras de

mango.

—Bueno, has encantado a ese tipo. Estoy bastante segura de que estará

cantando tus alabanzas durante el próximo año, por lo menos.


Macon suelta una carcajada.

—¿Encantado? Más bien una mierda. Soy el rey de mierda. —Lo dice sin una

pizca de orgullo o autocompasión, tan distante que bien podría estar hablando

de alguien más que de sí mismo.

—Siempre lo fuiste —murmuro, pero sin ningún rencor.

Los ojos café oscuro de Macon están pensativos.

—Eres la única que alguna vez se dio cuenta de eso.

—Estoy bromeando, Macon.

Sacude la cabeza, sonriendo levemente.

—No, no lo estás. Yo soy el artista de mierda y tú eres la que no tiene control

de los impulsos verbales.

Me detengo abruptamente.

—¿Control de impulsos verbales?

—No finjas que no es cierto. Siempre sueltas lo que sientes. Era una de las

formas más fáciles de llegar a ti.

—Ah, ¿en serio?

—Sí. Todo lo que tenía que hacer era presionar uno de tus botones, y sabía

que me darías mucho más cuando explotaras.

—No tienes que sonar tan complacido por eso.


Me pasa un brazo por los hombros y me da un apretón de buen humor.

—Oh, vamos, Patatita. Eres muy inteligente. Sabías lo que estaba haciendo.

Hay que reconocer que lo sabía. Sólo que no sabía que él sabía lo fácil que

era jugar conmigo. Aunque debería haberlo hecho. Macon es probablemente

una de las personas más inteligentes que he conocido. Lo extraño es que no

creo que dijera eso de sí mismo tan fácilmente.

—Bueno, maldición —murmuro.

Macon se ríe, inclinando la cabeza hacia atrás con la fuerza de la carcajada.

Una pareja que pasa por delante lo mira y luego vuelve a mirarlo. La barba

incipiente de Macon se ha convertido en barba, y el sombrero que lleva está

bajo sobre su frente. Pero hay quien lo reconoce de todos modos.

—¿Por qué no hemos sido siempre así? —pregunta, estudiando mi rostro con

auténtica curiosidad—. ¿Por qué no intentábamos hacernos reír el uno al otro?

—Porque estábamos demasiado ocupados intentando matarnos el uno al otro.

—Tiempo perdido de tu parte. Claramente, soy indestructible.

Parece complacido con la idea.

El sol brilla y el aire tiene un toque de mar. Todavía tiene su brazo alrededor

de mis hombros, su torso está presionado contra el mío. Se siente bien, este

medio abrazo. Demasiado bien. Crea la indeseada ilusión de que podría

descansar contra él, y me sostendría todo el tiempo que necesitara. No puedo

entender esta sensación. Según todos los indicios, un medio abrazo de Macon
debería ponerme en alerta total. En realidad, creo que nunca nos hemos

tocado voluntariamente.

Intento recordar alguna vez que hayamos tenido algún contacto físico

prolongado cuando éramos niños y me quedo en blanco. Desconcertada, me

alejo del calor de su brazo. Me deja ir fácilmente como si esta no fuera una

ocasión trascendental, y al instante me siento tonta.

Por supuesto que no es gran cosa. La gente bromea y se abraza todo el

tiempo sin ningún motivo oculto. En mi interior, sacudo la cabeza y sigo

adelante.

Nos detenemos bajo la sombra de un eucalipto. Macon le da un mordisco al

mango, lamiéndose el labio cuando el jugo amenaza con rodar hasta su

barbilla. Estoy momentáneamente distraída por la vista.

—¿Ya viste Dark Castle? —pregunta, ajeno a mi atención embelesada en su

boca.

—Ah... aún no.

—¿Aún no? —Su voz se llena de ironía—. ¿Es por las escenas de sexo en las

que aparezco o por mi desnudez en general por lo que estás evitando, abuela?

Mis ojos se entrecierran en una advertencia que no hace más que hacer que

las comisuras de sus ojos se arruguen con disimulado humor.


—Ninguna de las dos cosas. —En realidad, son las dos cosas—. Es que no he

tenido tiempo de pasar por dos temporadas de decapitaciones,

destripamientos y visitas a burdeles.

Está claro que no le engaño ni un poco.

—¿Qué tal si hago que el estudio envíe un resumen de lo más destacado?

—Es casi como si quisieras que viera tu trasero desnudo.

—Más bien quiero ver tu reacción ante mi trasero desnudo —dice con un

guiño rápido.

Resoplo.

—Infantil.

—¿Contigo? Culpable.

Compartimos una sonrisa rápida, pero se desvanece.

—Por eso me dediqué a la actuación, sabes.

Estoy a punto de desenvolver mi mitad del mango, pero me detengo ante sus

palabras.

—¿Quieres explicar ese non sequitur?

—Lo de fingir. Me pasé toda la vida fingiendo ser otra persona; pensé, ¿por

qué no intentarlo profesionalmente?

—¿Fingiendo? —repito estúpidamente.


El color inunda sus mejillas y se aclara la garganta.

—Nunca fui completamente yo mismo con nadie.

Mi voz sale como un susurro.

—¿Por qué no pudiste ser tú mismo?

—No sabía cómo —me responde, igual de bajo—. Nadie en mi casa lo hizo

nunca.

Macon cambia su peso a la pierna mala, hace una mueca de dolor y se apoya

en la pierna buena. Agarra el suave pomo de color ámbar con forma de huevo

que hay en la parte superior de su bastón con la suficiente fuerza como para

que se le pongan blancos los nudillos.

—Por eso me encantaba ir a tu casa. Para bien o para mal, todos ustedes

eran completamente ustedes mismos. Era hermoso y extraño para mí, como si

estuviera viendo una entrañable obra de teatro, pero los actores hablaban en

un idioma extranjero.

Por un momento, no puedo moverme. La multitud pasa a mi lado, y yo

simplemente miro a Macon y me pregunto si alguna vez lo he visto realmente.

Reconocería su rostro en cualquier lugar. Lo veía en mis pesadillas. Aunque es

mayor, sus rasgos no han cambiado: las mismas mejillas esculpidas, la

mandíbula cuadrada y su nariz audaz y de puente alto. Los mismos labios bien

formados que consiguen parecer a la vez inflexibles y maravillosamente

suaves. Sigue teniendo una peca en la esquina del ojo derecho. En una mujer

se llamaría una marca de belleza. Sin embargo, en Macon es algo totalmente


diferente: me muestra voluntariamente partes de sí mismo que no son

perfectas.

Quiero preguntarle por qué su familia no era ella misma, por qué sentía la

necesidad de representar un papel. Pero está claro que el arrepentimiento por

haber hablado con demasiada libertad lo invade, y su mirada se desplaza

como si prefiriera mirar cualquier cosa menos a mí.

Quiera o no, Macon ha entregado una parte de su intimidad. Una que dudo

que nadie haya visto nunca. Me siento... honrada.

—Oh, en mi familia éramos nosotros mismos —digo encogiéndome de

hombros como si el aire entre nosotros no se hubiera vuelto demasiado

pesado con viejos fantasmas—. Hasta el punto de compartir demasiado. No

me digas que Sam nunca mencionó la “Noche de quejas familiares”.

Se le escapa una sorprendida y prolongada sonrisa.

—No. ¿Qué? —Sonríe, más tranquilo ahora—. Cuéntamelo, señora Baker.

Normalmente, me llevaría a la tumba los horrores de la Noche de Quejas

Familiares. Pero él compartió conmigo. Puedo hacer lo mismo con él.

—Cada vez que empezábamos a discutir demasiado para que mamá lo

aguantara, nos sentaba a todos como una familia y teníamos que “expresar

nuestras quejas”.

Está claro que Macon está a un pelo de partirse de risa. Sus ojos están

brillantes de contención.
—¿Te refieres a las festividades?

Me estremezco, recordando demasiado bien.

—Pero sin el poste.

Suena un resoplido y se pasa la mano por la boca.

—Estoy bastante segura de que a mamá se le ocurrió la idea de Seinfeld. En

cualquier caso, nunca salió bien.

—No me digas.

—Inevitablemente, terminaríamos peleándonos tanto que...

—¿Participaste de las pruebas de fuerza?

Mueve las cejas, mordiéndose el labio inferior en un mal disimulado intento de

contener una amplia sonrisa.

—También podría haberlo hecho —admito con tristeza—. Mamá amenazaba

con mojarnos con la manguera y lamentarse por lo que hizo mal. —Si cierro

los ojos, puedo imaginarlo ahora: mamá con las manos en las caderas y una

mirada agotada—. Una vez cometí el error de contestarle que terminar la

Noche de Quejas Familiares sería un buen comienzo para corregir el error.

Se ríe libremente.

—Oh, hombre, siento mucho no haber sabido esto en ese entonces. Habría

encontrado la manera de asistir.


—Me habría marcado de por vida si lo hubieras hecho. —Niego con la

cabeza—. No puedo creer que Sam nunca te lo dijera.

—¿Por qué Sam me lo contaría?

Me detengo abruptamente, mi mirada busca su rostro para ver si habla en

serio. Parece realmente confundido.

—Fue una pesadilla para las dos. Tú y Sam estuvieron en pareja durante toda

la infancia. Supuse que te lo había contado todo.

El tendón a lo largo de su cuello sobresale mientras mira hacia otro lado, con

las cejas fruncidas.

—Sam era quien más hablaba y yo fingía escuchar. Pero nunca se trataba de

nada personal. Se quejaba de su cabello o de si alguien se estaba portando

mal con ella, y yo asentía con la cabeza. La verdad es que la encontraba

aburrida como el infierno.

Me quedo con la boca abierta.

—Pero tú...ella... Dios, Macon. Estuviste con ella de forma intermitente durante

años. ¿Por qué te harías eso si pensabas que ella era aburrida? ¿Por qué le

harías eso a ella?

Sus labios se curvan en una parodia de sonrisa.

—No lo entiendes, Delilah. El sentimiento era totalmente mutuo.

—¿Cómo lo sabes? —le desafío.


—Fácil. Ella me lo dijo.

—Mentira.

Sam había pensado que Macon era la bomba. Lo amó durante un tiempo.

Se rasca la barbilla.

—Veamos; Si no recuerdo mal, dijo: “No me caes bien, Macon Saint, pero

aparte de mí, eres la persona más guapa de esta escuela, así que deberíamos

estar juntos”.

Me estremezco. Eso suena exactamente como algo que diría Sam.

—¿Y estuviste de acuerdo?

Su nariz se arruga como si oliera algo raro.

—No, no podría haberme importado menos lo que la gente pensara de mí.

Pero si estaba con ella, otras chicas no se molestarían en acercarse a mí.

Todo en mí se queda inmóvil, y siento que mi estómago se desploma cuando

la comprensión finalmente llega.

—Eres gay.

—¿Qué? No. —Sus cejas se elevan—. ¿Por qué diablos pensarías eso?

Levanto mis manos en confusión.

—Estás describiendo a Sam como si tuviera barba, Macon. Saliste con ella

para mantener a raya a las chicas.


Las crestas de sus mejillas se sonrojan de nuevo.

—Oh, por el amor de... No mantuve a Sam cerca porque en secreto me

gustaban los chicos. Con Sam estaba a salvo, Delilah. No hacía preguntas y en

realidad no quería conocerme. Yo era un solitario atrapado en el papel del

conquistador de la ciudad. Sam se ajustaba a mis propósitos porque hacía el

papel de novia devota y evitaba que la gente se acercara demasiado. Eso es

todo.

Realmente no quiero examinar las razones puramente egoístas por las que me

alivia saber que no es gay. Pero su confesión me deprime.

—La vida no es un juego —me encuentro diciendo—. No representas papeles

en la vida real.

—El hecho de que seas un libro abierto no significa que todos lo sean. —Sus

cejas bajan mientras se inclina más cerca de mí—. La mayoría de nosotros

pretendemos ser algo que no somos. Es solo a unos pocos elegidos a los que

realmente mostramos nuestro verdadero yo.

—No soy un libro abierto.

—Más bien papel de periódico. —Me mira de forma directa—. Puedo leerte

como un titular, Delilah.

Resoplo.
—De acuerdo, soy bastante abierta, pero lo entiendo. Todo el mundo tiene un

yo público y un yo privado. Solo digo que es un poco triste, que tú y Sam

sigan juntos por esas razones.

—¿Por qué crees que te encontré tan molesta? —bromea Macon—. Porque

sabías perfectamente que éramos unos farsantes.

Sonrío ampliamente.

—Pensé que ustedes dos eran de plástico. No que fingían una relación.

—Mocosa —dice, divertido.

La cosa es que a mí también me divierte. Es más fácil ahora, arreglar las

cosas con Macon. Lo cual es una sorpresa. La gente crece; lo sé. Pero

normalmente estás ahí para el crecimiento, el cambio constante de carácter.

Ver es creer. No había estado cerca de Macon durante una década. No había

visto el cambio de niño a hombre. Y aunque parezca y actúe más maduro, mis

instintos reaccionan como si no hubiera pasado el tiempo. Mi primer impulso

es pensar lo peor de él. Sólo que, poco a poco, me hace replantearme eso.

Pongo los ojos en blanco, desenvuelvo mi mango y le doy un mordisco. Es

ricamente dulce y perfectamente maduro. Al igual que Macon, me encuentro

luchando por limpiar el jugo que se escapa.

Él me observa con los párpados entornados.

—Se te ha escapado un trozo.


La punta roma de su pulgar roza el borde inferior de mi labio, justo en la

comisura, un lugar que nunca pensé que fuera particularmente sensible. Sin

embargo, ese pequeño toque envía un torrente de estremecedor placer a

través de mi cuerpo.

Ese maldito lugar casi tararea ahora, un pequeño cosquilleo, y es todo lo que

puedo hacer para no lamerlo. Macon mira mis labios como si supiera que

todavía siento su toque. ¿Cuándo se ha acercado tanto? El aroma de su piel y

el calor de su cuerpo se transmiten con la brisa, moviéndose sobre mí como

algodón caliente.

Quiero apoyarme en ese calor, empaparme de él. Algo me llama la atención.

North se encuentra a unos cuantos árboles de distancia. Había olvidado que

estaba aquí. No nos está observando, sino que está escudriñando el perímetro,

y está lo suficientemente lejos como para no escuchar. Pero la visión es

suficiente para sacarme de la niebla en la que me había metido.

Me trago el bocado de fruta.

—No coquetees, Macon. No me hará más dócil.

La intensidad de su mirada me eriza la piel, pero su expresión permanece

neutral. Quiero retorcerme. Soy muy consciente de lo bien que puede leerme y

me pregunto qué revela mi expresión.

Pero luego simplemente sonríe, todo tranquilo y relajado.

—Maldita sea, me atrapaste.


Lo miro con cautela porque cedió con demasiada facilidad.

—Mmm…

Él asiente con la cabeza.

—Fue estúpido, pensar que caerías en eso. —Su voz es baja mientras da un

pequeño paso hacia adelante—. Eres completamente inmune. Siempre lo

fuiste.

Mi voz no parece funcionar bien.

—Claro.

Macon apoya una mano en el tronco del árbol, su gran cuerpo se inclina hacia

mí. Aprieto mi espalda contra el árbol, demasiado consciente de que su brazo

interior casi me toca la mejilla. Dios, tiene unos ojos muy bonitos. Tengo

problemas.

Una sonrisa se dibuja en su boca cuando su mirada baja hasta la mía. Su voz

se derrama sobre mí como un jarabe caliente.

—No importa lo que diga, ¿verdad? Podría decirte que verte chupar ese

jugoso trozo de mango ha sido uno de los momentos más eróticos de mi vida.

Que quiero lamer la curva rosada y carnosa de tu labio inferior para ver si es

dulce y pegajoso.

Suavemente, toca mi labio hinchado, y lo siento en lo más profundo de mi

sexo.
—Qué maldita boca sensual —susurra—. Siempre frunciéndome el ceño con

ese labio inferior regordete.

No puedo…. Respirar. Estoy al rojo vivo con un calor febril.

Y todo es culpa de Macon.

Macon, que observa cómo mis pechos suben y bajan con creciente agitación.

Macon, que hace un gruñido de dolor en lo profundo de su garganta.

Las puntas de mis senos rozan su pecho con cada respiración que tomo. Su

propia respiración se entrecorta, y hago mi movimiento, inclinándome lo

suficiente para que mi boca esté junto a su oído. No se mueve ni un

centímetro, pero veo que el temblor le recorre los hombros.

Me encuentro sonriendo, aunque tengo demasiado calor y mis rodillas están

demasiado débiles para divertirme de verdad.

—¿Macon?

Él hace un sonido que es la aproximación de:

—Sí.

Me permito una caricia, el más breve roce de mi nariz contra la curva de su

oreja, amando la forma en que trata de reprimir un escalofrío, y luego hago

que mi voz sea dura y firme.

—Lárgate.
Macon se echa hacia atrás como si estuviera sorprendido, con las cejas

enarcadas por la sorpresa. Su mirada se cruza con la mía, y luego se ríe, un

sonido irónico y autocrítico que es un poco forzado.

—Por un segundo, pensé que te tenía.

—Ni hablar —digo, haciendo gala de mi propia risa por el momento.

Pero cuando reanudamos las compras, caminando lo suficientemente cerca

como para que nuestros brazos se rocen de vez en cuando, me pregunto

quién es el más mentiroso aquí.


Capítulo 11

Al día siguiente, cuando North llega con el auto, Macon le dice que vamos a

comer fuera. “Nosotros” no él. No quiero ser un “nosotros”. Especialmente no

quiero almorzar con su agente. Si la conversación telefónica unilateral que

escuché sirve para algo, la mujer ya está totalmente en contra mía. No es mi

idea de un buen momento.

—No, tengo menús que planificar y una lista de tonterías frívolas de las que

ocuparme.

Macon me lanza una mirada inexpresiva.

—Ninguna de las tareas que te pido que hagas es frívola.

—Ah, ¿sí? ¿Enviar a una chica un lote de magdalenas de cardamomo con

glaseado de lavanda hechas por un panadero específico que tengo que

conducir hasta Laguna Beach para recoger, porque por supuesto no hacen

entregas, no es frívolo? Diablos, puedo hacerlos yo misma. Incluso puedo

ponerles feliz cumpleaños en pequeñas letras doradas como tú querías.

Francamente, me sorprende que no haya especificado el tipo de letra.


—Pero no serían de su pastelera favorita —me dice, y luego emite un sonido

de exasperación—. Es mi maquilladora. La mujer con la que tengo que pasar

horas en la silla hablando. Necesita saber que se le aprecia.

Pongo los ojos en blanco.

—No tienes que sobornar a la gente con golosinas, Con Man.

—Aquí todo el mundo lo hace.

—¿Así que ser tú mismo no es suficiente?

Al oír eso, me lanza una sonrisa sesgada que no llega a sus ojos.

—¿Por qué, señorita Delilah, está diciendo que mi personalidad es capaz de

ganarse a la gente?

—Podrías encantar la piel de una serpiente si quisieras, y lo sabes.

Su risa es engreída, y me doy la vuelta para mirar por la ventana para que no

vea mi sonrisa.

North nos lleva al Chateau Marmont, un antiguo hotel de Hollywood que

parece un castillo con vistas a Sunset Boulevard.

Nos llevan a una mesa en la terraza, situada entre palmeras susurrantes y

pesadas flores rojas de hibisco. Quiero burlarme de la ubicación porque es un

lugar para ver y ser visto, pero también es encantador, como los restaurantes

de Los Ángeles, un pequeño y aislado país de las hadas de gracia y belleza.


Ordeno su versión de moscow mule, un cóctel con vodka, cerveza de jengibre

y jugo de lima, y me siento con un suspiro de satisfacción. Ahora que estoy

lejos del consultorio del médico y tomando el cálido sol, estoy feliz.

Las bebidas están llegando cuando una mujer de aspecto hostil con un

vestido de día gris paloma, de Dior, se acerca apresuradamente.

—Lamento llegar tarde, cariño —le dice a Macon, anticipándose a su intento

de levantarse dándole un rápido beso en la mejilla—. El tráfico en la 101 es

una bestia.

Siempre es una bestia. Pero sospecho que ella lo sabe y está más preocupada

por hacer una gran entrada. La mujer es alta y delgada, su largo cabello

castaño oscuro fluye en ondas perfectas alrededor de su rostro. Sé el

esfuerzo que supone tener el cabello así de perfecto; o bien dedica unas

cuantas horas a arreglarse por la mañana, o bien tiene una reserva

permanente en un salón de belleza.

De todos modos, estoy impresionada y siento un poco de envidia. Me había

resistido a lavarme el cabello durante el mayor tiempo posible, pero mi propio

alisado se rindió con la ducha de esta mañana, y no soy tan experta con la

plancha como mi estilista. Lo que significa que mi cabello ahora flota

demasiado grueso y esponjoso alrededor de mi cabeza.

Karen toma asiento y golpea los codos sobre la mesa con un dramático

suspiro. Es mayor que Macon y yo, tal vez cinco años, y hay una dureza en

ella, como si las líneas en su boca estuvieran hechas por el ceño fruncido en

lugar de por una sonrisa.


—Bueno —dice ella, mirando a Macon—. Te ves mucho mejor.

—Fuera de la silla de ruedas, en cualquier caso —responde antes de tomar un

sorbo de su té helado.

—Gracias a Dios por eso —dice Karen expansivamente—. El estudio quiere

que te veas fuerte y sano, o empezarán a preocuparse de que no seas apto

para el papel.

Frunzo el ceño ante la idea de que Macon tenga que ocultar el hecho de que

ha resultado gravemente herido. El hombre tiene meses para curarse, por el

amor de Dios.

No me doy cuenta de que estoy moviendo la pierna cruzada con agitación

hasta que las puntas de los dedos de Macon tocan mi rodilla. El contacto es

firme y fugaz, pero es suficiente para captar toda mi atención. Bruscamente,

me detengo y descruzo las piernas.

—Karen —dice—. Esta es mi nueva asistente y chef, Delilah.

Es como si por arte de magia hubiera aparecido en la mesa y ella me

estuviera viendo por primera vez. Sus ojos azules hacen un inventario rápido.

—Ya veo a lo que te refieres —le dice a Macon, descartándome con un giro

de su hombro.

Mis ojos se estrechan.

—¿Dónde la encontraste? —pregunta Karen, ajena al asunto.

—976-BABE —digo con una sonrisa.


La mesa entera parece congelarse, y todos me miran boquiabiertos. Pero

luego North traga un resoplido. Los miro por turno.

—Oh vamos. ¿Mujer bonita? “¡Bienvenidos a Hollywood! ¿Cuál es tu sueño?”

—Sí, querida, conozco la película. —Karen me ofrece una mirada de lástima—.

Simplemente, no conecté la línea contigo.

El calor quema en mis mejillas. Sé lo que ve y lo que no. En comparación con

las estrellas con las que trabaja, soy bastante simple. No destaco entre la

multitud. No uso alta costura ni sonrío cuando se me ordena.

Lo sé y, sin embargo, eso no le da derecho a tratarme como basura debajo de

su zapato. Me tomó años entender verdaderamente que no tengo que

aguantar la mierda de los demás.

Sabiamente, Macon se inclina hacia adelante, bloqueando parcialmente mi

línea de visión con su gran hombro. O tal vez solo quiere crear un obstáculo

entre mi puño y el rostro de su agente.

—¿Tenías un guion que querías mostrarme?

Karen se ilumina.

—Oh, Dios mío, lo tengo. Este es ultrasecreto, así que no quiero decir

demasiado aquí.

—North y Delilah sabrán si les cuentas o no —dice Macon—. Porque yo lo

haré.

Su nariz se arruga.
—Tiene que ver con una franquicia de cómics en particular y un nuevo

superhéroe... —Se interrumpe sugestivamente.

—Diablos —murmura North, luciendo impresionado.

Si es la franquicia en lo que estoy pensando, yo también lo estoy.

—Marvel —agrega Karen con un pequeño movimiento en su asiento—. ¿Te lo

puedes creer?

Macon se recuesta y se frota la barba incipiente de la barbilla.

—No me digas. —Aunque su voz es tenue, puedo ver la emoción que esconde.

Está ahí si sabes dónde mirar, en el ligero temblor de su mano que descansa

en su regazo, en la forma en que se mantiene demasiado quieto. Macon

quiere esto.

¿Cómo podría no hacerlo? Si su personaje se vuelve popular, podrá pedir el

salario que quiera. Y si bien Macon claramente no tiene que preocuparse por

el dinero, el hecho de que pueda obtener un salario alto equivaldría a poder.

En La La Landia, como sigue llamándola mi madre, el poder lo es todo.

Karen asiente lentamente.

—Están impresionados con tu trabajo en Dark Castle y han preguntado por ti

específicamente.

Macon se remueve en su asiento.

—De acuerdo.
Me mira, y nuestras miradas chocan y se mantienen. El restaurante parece

desvanecerse, y solo estamos nosotros, Macon mirándome como si dijera

“¿Puedes creer esta locura?” La cosa es que puedo. No hay límite a lo que

este hombre puede lograr; Siempre he sabido eso.

—De acuerdo —dice de nuevo en afirmación, con sus ojos todavía fijos en los

míos, y luego se da vuelta, y el hechizo se rompe.

Un pequeño ceño se abre camino a lo largo de las comisuras de la boca de

Karen mientras nos mira, pero rápidamente se suaviza y pone toda su

atención en Macon.

Después de pedir el almuerzo, él y Karen trazan posibles planes para

conseguirle el papel, mientras que North ofrece rutinas de entrenamiento que

puede hacer con Macon para trabajar con sus lesiones.

Engullo mi comida.

No es que la conversación no sea interesante. Simplemente, no tengo nada

que agregar. De vez en cuando, Macon me pide que ponga una cita o una

nota en su calendario. Lo hago, pero luego me doy cuenta de que parece

tener un recuerdo perfecto de otras citas y puntos del contrato, y me

pregunto si simplemente me está dando trabajo, especialmente cuando Karen

le dice que le enviará toda la información de todos modos.

Estoy escribiendo una de esas citas cuando el tenedor de Macon llega a mi

plato y clava un trozo de mi arancini de trufa negra.

—Oye. Consigue el tuyo.


No se arrepiente y roba otro bocado.

—Pero es tan bueno.

—Entonces deberías haberlo pedido. Toma otro bocado y te muerdo la mano.

Va a por un trozo y se produce un duelo de tenedores.

—Deja de comer mi comida.

—Pero la tuya es mejor.

—Lo sé. Por eso lo ordené.

—Vamos, Patatita. Sólo un bocado más.

—No. Come tu maldita ensalada. Es buena para ti.

—Odio la ensalada. A la mierda la ensalada.

—Tú primero, chico de las ensaladas.

Ahora nos reímos, nuestros tenedores repiquetean mientras empujan y paran.

Un fuerte suspiro exasperado interrumpe nuestra diversión.

—Están actuando como niños —dice Karen, arrugando la nariz.

Macon se endereza, frunciendo el ceño. Mira su tenedor como si nunca

hubiera visto uno, su pulgar recorre los dientes. La transformación de su

expresión es como un despliegue lento, de la confusión a la irritación, luego a

la indiferencia. Deja el tenedor y vuelve a ponerse serio.

—Delilah saca lo peor de mí.


Quiero resoplar, pero no lo hago. Hay algo en su actitud que me hace sentir

como si me hubiera hecho a un lado tan fácilmente como lo hizo con el

tenedor. ¿Cuándo voy a aprender? Estoy enojada porque olvidé la facilidad

con la que Macon puede atraerme, solo para tirarme por un precipicio cuando

menos lo espero.

Y estoy enojada conmigo misma por sentirme reprendida por Karen, de todas

las personas.

Ella me brinda a mí otra mirada de reproche, no a Macon, luego se vuelve

hacia él.

—Deberías escuchar a tu asistente. Ella entiende claramente acerca de los

alimentos que engordan.

Su tono no es amable. Y he terminado de ser educada. O de callar.

Me vuelvo hacia North, que está recostado en su silla, sus ojos azules brillan

con una anticipación no disimulada. Un aliado que necesito desesperadamente.

—Dime algo...

—Cualquier cosa, nena.

En cierto modo lo amo en ese momento. Porque lo sé, lo sé, me está llamando

nena para irritar a Macon. Está en sus ojos y en la forma en que tuerce la

boca para contener la risa.

—¿Los agentes en esta ciudad toman clases de Perra Cliché 101 por aquí?
Un músculo en su mandíbula inferior se contrae mientras Karen resopla con

un sonido de molestia.

—Estoy bastante seguro de que ofrecen un descuento especial en la UCLA.

Ambos sonreímos.

—De acuerdo —interrumpe Macon—. Es suficiente.

Le lanzo una mirada mordaz. Díselo a la señora atardecer de Boulevard.

Y él devuelve una de las suyas. Compórtate.

Oblígame.

Su sonrisa de respuesta es astuta.

—Más tarde.

—¿Más tarde para qué? —exige Karen en un arrebato.

—Para realizar mis otros servicios.

Limpio la comisura de mis labios. Al infierno con ella.

Macon se atraganta con un sorbo de su agua. North, sin embargo, se limita a

reírse, con un gran estruendo.

—Me gusta —le dice a un Macon ceñudo.

—Bueno, a mí no —le suelta Karen antes de inclinarse hacia mi espacio—.

Ten cuidado. Podría comerte para el desayuno. —Su mirada pasa por encima

de mí—. Bueno... tal vez para la cena.


La rabia sube por mi cuerpo.

—Puedes comer una bolsa de mier…

Macon me agarra de la muñeca, tirando suavemente de mí hacia mi asiento.

—Discúlpate. —Por un segundo, creo que me está hablando a mí, pero por

una vez, su mirada láser se dirige a Karen—. Has estado antagonizando con

Delilah desde que llegamos. Lo cual no es una buena jugada, ya que ella va a

estar por aquí en el futuro inmediato.

Hay un tenso silencio en el que Karen contempla claramente tragarse la

lengua para evitar hablar. Pero finalmente lo hace, escupiendo las palabras

entre dientes apretados.

—Siento haber insinuado que eras algo más que una comida ligera.

Oh, las cosas que quiero decir a eso. Pero sólo empeoraría las cosas. Aun así,

el duendecillo maligno que tengo en el hombro me incita a dedicarle a la

mujer una débil sonrisa.

—Disculpa aceptada. Lamento haber insinuado que eras una perra.

Debería haberlo dicho sin rodeos.

Un simple asentimiento y Karen vuelve a charlar con Macon, hablando de

números y guiones que quiere que él lea.

Estamos sentados afuera a la luz del sol y, sin embargo, se siente como si las

paredes oscuras se cerraran sobre mí. Me muevo para tomar un sorbo de mi

agua helada, pero un peso tibio en mi muñeca me detiene. Macon todavía se


aferra a mí, mi puño cerrado descansa sobre la parte superior de su muslo.

Una vibración me atraviesa y tiro del brazo.

Me deja ir de inmediato, sin siquiera mirar en mi dirección. Pero siento el

fantasma de su toque mucho tiempo después, como un fantasma,

recordándome maníacamente que esta es mi vida ahora, atada a un hombre

que ha sido mi enemigo. Ahora ya no lo somos. El problema es que no sé lo

que somos ni cómo se supone que voy a sobrevivir viviendo con él.

Se extiende ante mí como un largo y sombrío camino. Un camino en el que me

he metido yo misma. Maldita sea. Pero no puedo pensar así. Porque hay un

pequeño resquicio de esperanza. Según el acuerdo, si Sam vuelve en algún

momento antes de que acabe el año, lo cual hará, entonces me pagarán los

meses que he trabajado, sin pagar el alquiler. Voy a tomar ese dinero,

combinarlo con el dinero que he ahorrado, y empezar mi vida de nuevo.

Empezar con un restaurante. Algo totalmente mío.

Y, sin embargo, no puedo deshacerme de la pesada sensación de derrota que

pesa sobre mis hombros mientras North nos lleva de vuelta a la casa. Tal vez

Karen me afectó más de lo que estoy dispuesto a admitir.

Macon se sienta al frente con North, en silencio y mirando por la ventana.

North llama mi atención en el espejo retrovisor, y la preocupación tensa las

líneas de risa amistosas alrededor de sus ojos. Aunque North no dice una

palabra, de alguna manera Macon siente la dirección de la mirada de North.

Entrecierra los ojos y lanza una mirada en mi dirección. Cualquiera que sea la

conclusión a la que llego, su expresión se ensombrece. Pero se recuesta en su


asiento y reanuda su reflexión por la ventana. Lo cual me parece bien; ya que

no tengo ganas de hablar.

Sólo que no me dan mucho respiro. En cuanto North nos deja en la entrada de

la casa y se dirige al garaje, Macon me arrastra bajo la sombra de un limonero.

Esos frutos amarillos, cargados de zumo, cuelgan sobre su cabeza como

gotas de lluvia doradas mientras empieza a hablarme sin pausa.

—Vamos a aclarar una cosa...

—Si se trata de no ser amable con Karen, lo juro por Dios, Macon, te

arrancaré las pelotas y te daré por muerto.

Se le escapa una prolongada risa.

—No me importa Karen; estaba siendo una mierda. —Agacha la cabeza para

que estemos frente a frente, y hay un destello en la suya—. Y no metas mis

pelotas en esto. Son espectadores totalmente inocentes aquí.

—Están pegados a ti, así que los considero juego limpio.

Sus ojos se arrugan brevemente.

—Nunca has jugado limpio, Patatita.

—Apártate, ¿quieres? Tu hipocresía es asfixiante.

En todo caso, se acerca. El aroma de los limones se mezcla con la calidez

aceitosa de su piel. Capto un indicio del té helado de menta que bebió en el

almuerzo cuando el tono profundo y almibarado de su voz toca mi oído.


—No me importa lo que hagas en tus días libres…

—Espera, ¿en realidad tengo días libres? Me sorprende…

Casi grito cuando me pellizca el lóbulo de la oreja con el dedo.

—Martes y jueves, a partir de la próxima semana, mocosa. —Su pulgar

acaricia mi lóbulo antes de alejarse—. Ahora, ¿quieres callarte y dejarme

hablar?

Asumo que es una pregunta retórica y me muerdo el labio mientras inclino mi

cabeza hacia atrás para poder mirarlo apropiadamente. Su expresión es en

parte agraviada, en parte divertida a regañadientes. Pero rápidamente se

vuelve oscura.

—Tu vida personal es tuya —gruñe—. Pero North está fuera de los límites.

De todos los... No estoy ni remotamente interesada en North, y sé que North

tampoco está interesado en mí. Aparentemente, Macon no tiene ni idea. Y no

tengo ninguna intención de iluminar al imbécil. Aspiro, contengo la respiración

y la suelto lentamente.

—¿En serio?

—Sí, en serio. No necesito el agravante de que los miembros de mi personal

se eviten entre sí cuando el sexo se vuelve aburrido. Y créeme, lo hará.

Quiero reír. Quiero abofetear su rostro. Tal como están las cosas, mi

respiración se vuelve rápida y acelerada.


—Lo que significa que North está realmente fuera de los límites mientras yo

trabajo para ti. Es bueno saberlo.

Una raya roja se extiende por la parte superior de las mejillas de Macon, y juro

que el hombre gruñe. Retumba en ese amplio pecho suyo mientras aprieta su

boca.

—Él no es para ti, Delilah. A menos, por supuesto, que te gusten las sobras de

Sam.

Como si me hubieran abofeteado, mi respiración se acelera. Oh, eso fue bajo.

No solo para mí, sino también para North. Mi rostro se siente tenso y caliente.

Y por un instante, algo que se parece a la culpa parpadea en los ojos

marrones de Macon, pero es rápidamente sofocado por una terca

santurronería y un belicoso levantamiento de su barbilla.

—Bueno, entonces —logro decir—, supongo que eso te deja fuera de la

carrera también.

En el segundo que digo las palabras, las quiero de vuelta. El horror me recorre,

frío y brillante. ¿Por qué dije eso? ¿Por qué? ¿Por qué?

Y, Dios, la sonrisa de suficiencia se desliza por sus labios firmes. Sus

párpados bajan un poco, esa sonrisa crece: la imagen de un hombre

satisfecho de sí mismo.

—Me alegra saber que me has tenido en cuenta, Patatita.

Con eso, gira sobre su talón bueno y cojea con gracia de vuelta a la casa.
Capítulo 12

—Estoy en problemas.

North mira en mi dirección. Estamos en la sala de prensa de mi casa, mirando

imágenes de lucha con espadas de la última temporada de Dark Castle. En

una semana más o menos, mi muñeca y mis costillas se habrán curado lo

suficiente como para poder retomar el entrenamiento modificado nuevamente,

pero hasta entonces, me mantendré fresco observando y discutiendo

movimientos con North.

—Estarás bien —me dice—. No conozco a nadie en el negocio de las

acrobacias que no se haya roto uno o diez huesos. Claro, te dolerá muchísimo

al principio, pero te recuperarás. Además, eres la estrella; solucionaremos lo

que no puedas hacer cuando llegue el momento.

Debería hacerle creer que estoy hablando de ponerme en forma, pero está

claro que estoy mentalmente debilitado porque doy más detalles.

—Delilah es el problema.

La sonrisa de North es pequeña pero engreída.

—Ah. La bonita señora Baker te está volviendo loco, ¿eh?


—¿Bonita?

Entorno mis ojos hacia él.

—¿Qué? —Esa sonrisa de suficiencia está creciendo—. ¿No crees que lo es?

—Tengo ojos, ¿no?

Delilah es bonita. Muy bonita. Nunca será la primera persona a la que todos

miren al entrar en una habitación. Especialmente no en Los Ángeles, donde las

mujeres hermosas florecen como flores en un jardín bien cuidado. Pero entre

un ramo de rosas perfectas, Delilah se parece mucho a su flor homónima,

inesperadamente vívida y compleja, lo que te hace dar cuenta de que las rosas

son aburridas en comparación.

No le digo eso a North. En lugar de eso, lo miro.

—Tócala y usaremos yesos a juego, incluso si tengo que pagarle a alguien

para que te ponga uno.

Él ríe.

—Te estás metiendo en un lío por nada. Pero no te preocupes; Me mantendré

lejos.

Gruño, pero luego niego con la cabeza.

—No, no mantengas la distancia. Los locos siguen ahí fuera. No permitiré que

la lastimen porque alguien quiera llegar a mí.


Por un frío segundo, estoy de vuelta en mi auto, el camino se cae debajo de

mí, sabiendo que me estoy hundiendo. A pesar del terror, la principal emoción

que se apodera de mí es el arrepentimiento. Me arrepiento de demasiadas

cosas en esta vida vacía mía. Delilah siendo lastimada por mi culpa no será

otra.

—Cuídala cada vez que salga de la casa.

Los labios de North se comprimen.

—Entendido.

Sé que lo entiende. North es así de excelente.

—¿Estás seguro de que es una buena idea mantenerla aquí? —pregunta.

—Probablemente no. Ella me vuelve loco. Justo esta mañana, me mantuvo

discutiendo durante treinta minutos sobre la diferencia entre la mantequilla

clarificada y el ghee, lo que finalmente dije significa que me jodan, ya que mi

estúpida dieta ni siquiera me permite oler la mantequilla, y mucho menos

probarla.

North se ríe.

Froto una mano sobre mi boca, ocultando mi sonrisa.

—Y luego tiene el descaro de decirme que es una lástima, ya que de todos

modos ha estado cocinando todas mis comidas con mantequilla clarificada.


Con un demonio si no hubiera amado cada segundo de nuestra discusión. Sí,

definitivamente estamos coqueteando. Coqueteo furioso. ¿Hay una palabra

para eso? Debería haber.

—¿Qué diablos es el ghee? —pregunta North, ganándose una mirada de reojo

de mi parte.

—Hombre, explora la sopa multicultural que es la experiencia estadounidense.

—Cuando solo me mira fijamente, elaboro—. Por lo que sé, es como

mantequilla clarificada, pero se prepara de manera diferente y se usa en la

cocina india. Tendrás que buscar el resto en Google porque no voy a revisar la

larga explicación de Delilah. Una vez fue suficiente para toda la vida.

Lo cual es mayormente cierto; presenciar el color ligero rosado en las mejillas

de Delilah y el destello iracundo de sus ojos hizo que valiera la pena. Eso y

cada vez que discutimos, sus pechos tienden a sacudirse. Llámame cerdo por

darme cuenta, pero lo hago, y lo disfruto cada maldita vez que sucede.

La sonrisa de North se desvanece.

—No sé por qué sigues con este pacto. Es malditamente medieval.

Mis entrañas se tensan incómodamente.

—No voy a romper nuestro acuerdo. Heriría el orgullo de Delilah. —Y he

pisoteado eso en el pasado lo suficiente como para no querer volver a hacerlo

nunca más—. Además, el arreglo probablemente sacará a Sam de su

escondite. Incluso ella no es lo suficientemente cruel como para interrumpir la

vida de su hermana hasta este punto.


North no parece creer esa mierda ni por un segundo. No lo culpo; es un

argumento débil, pero la verdad más profunda es una que apenas puedo

decirme: no puedo dejarla ir.

Algo se está despertando en mí o volviendo a su lugar. No sé cuál, pero todo

en mí quiere aferrarse a la sensación y absorberla.

—Es complicado —murmuro—. Delilah y yo nunca nos llevamos bien. Su

mamá solía decir que peleábamos como ratas por una chatarra. Pero respeto

a Delilah. Siempre lo he hecho.

—Sabes —comienza North—, es un poco gracioso...

—Y ahí va mi esperanza de que dejes caer esto.

—Todo lo que iba a decir es que, si me hubieras presentado a Sam y Delilah

al mismo tiempo, habría pensado que Delilah era tu ex, no Sam.

Me muevo en mi silla, tratando de ponerme cómodo.

—Sam es mucho más mi tipo.

Las mujeres con las que me acuesto están felices de quitarme la atención y

mantener el centro de atención en ellas. Demonios, mi "tipo" comenzó con

Sam. Pero la verdad es que no me he sentido atraído por ella en mucho

tiempo. E incluso entonces, había sido un leve interés en el mejor de los casos.

Es algo asombroso darse cuenta de que nunca he estado tan caliente por una

mujer que pierdo la cabeza, me olvido de mí mismo para perderme en ella. El

sexo nunca ha significado mucho para mí. Una picazón rascada, pero no algo
esencial. Se supone que los hombres no deben admitir que su vida sexual es

mediocre y que siempre ha sido así. Se siente como un fracaso.

North me estudia ahora, sus ojos ven demasiado.

—Nunca miraste a Sam como si ella fuera… —Su voz se desvanece con un

encogimiento de hombros.

—¿Como si ella fuera qué?

—Mantequilla.

Bufo, pero no tiene convicción.

—Delilah, por otro lado…

Hay un golpe en la puerta. Di el nombre del diablo, y ella te encontrará.

—Sí —voceo, ansioso por un indulto.

Delilah asoma la cabeza, su cabello brilla a la luz del proyector.

—Hola. ¿Todos ocupados? Porque tengo galletas.

—Galletas —repito. Señor, esta mujer me tienta.

Su sonrisa es amplia y traviesa, haciendo que sus mejillas regordetas como

las de una ardilla listada.

—No te preocupes; son saludables.

North y yo intercambiamos una mirada.


—Bueno —dice ella, cargando un plato—, tan saludables como pueden ser las

galletas.

—Lo que significa que son terribles —murmuro, descontento por mi dieta

restrictiva.

Sus ojos parpadean. Ojos extraordinarios, el color tan castaño claro que

sorprende. Nunca he sido capaz de encontrar su mirada sin sentirla

profundamente en mis entrañas. Me pregunto si ella siente esa extraña chispa

caliente que atraviesa el aire cada vez que estamos juntos.

Si lo hace, no lo está demostrando. En cambio, le sonríe brillantemente a

North.

—Supongo que eso significa que estas son para ti.

—¡Oye! —protesto, alcanzando el plato.

Como mi cuerpo roto me ralentiza, ella me evade fácilmente.

—No, no, insisto. No me gustaría servirte comida terrible, señor Trasero

Mandón.

¿Trasero Mandón?

North está sonriendo mientras come una galleta.

—Está buena. ¿Qué es esto?

Delilah sonríe.
—Chocolate oscuro sin harina con trocitos de mantequilla de maní. Tiene un

alto contenido de proteínas.

—Me podría comer un plato entero de ellas —dice.

Delilah prácticamente ronronea.

—Puedes tener todas las galletas que quieras.

Maldita sea. Un ejemplo de estupidez celosa, y estoy pagando por ello.

—Está bien, malcriada —interrumpo, alcanzando de nuevo—. Dame una

galleta.

—¿Malcriada? —Ella coloca una mano en sus anchas caderas—. ¿Se supone

que eso me convenza de darte una?

—¿Eres o no eres mi cocinera?

Sus ojos se entornan, pero mantengo los míos en el plato. Puede que me tire

esas galletas en la cabeza y tendré que ser rápido.

—Ya son dos veces que has jugado tu pequeña carta de señor de la mansión.

Sonrío, divirtiéndome.

—¿Cuál fue la promesa? Correcto. La tercera vez que lo hago, haces un gesto

de masturbación.

Delilah coloca una cadera contra el respaldo de la silla de North mientras me

mira. No me gusta la proximidad de su trasero a su cabeza. En absoluto. Pero

ella me está sonriendo con esos labios carnosos.


—Déjame ahorrarte el problema.

Con su mano libre, hace un puño flojo y lo bombea. El gesto es esperado,

pero no el rayo de calor que atraviesa mis entrañas y va directo a mi pene.

Maldición. Prácticamente puedo sentir su mano sobre mi piel hinchada, el

tirón que me daría. Contengo un gemido interno y le ofrezco una sonrisa

perezosa.

—Parece que has tenido algo de práctica con eso, Patatita.

Practica un poco más. Estoy aquí toda la semana, me declaro víctima

voluntaria.

Ella no parpadea.

—Tengo múltiples talentos, estafador.

—Apuesto a que los tienes.

Mi pene está aumentando rápidamente, poniéndose pesado en mis pantalones.

Demonios. Tranquilízate, Saint. La solicitud es más fácil decirla que hacerla.

Ella me mira a los ojos, no está dispuesta a retroceder. Y no tiene idea de lo

que está provocando. No es ira lo que estoy sintiendo.

Estoy en tantos problemas. Ayudaría si dejaras de coquetear con ella, imbécil.

Me aclaro la garganta y miro a North, quien mira con avidez.

—Mantequilla —dice.

Me imagino dándole un puñetazo.


Delilah frunce el ceño en su dirección.

—¿Perdón?

Se convierte en la imagen de la inocencia cuando agarra otra galleta.

—Me preguntaba si usaste mantequilla en esto.

Su mirada se lanza entre North y yo. Lo mataré si deja ver lo que realmente

quiso decir. Mantengo mi expresión neutral y sudo.

Ella me mira por un segundo; luego su mirada se vuelve descarada.

—Utilicé mantequilla clarificada.

Con un gemido, paso una mano por mi rostro.

—De acuerdo. Me rindo. Eres la mejor chef del mundo, y nada de lo que

cocinas u horneas apesta. Ahora, ¿puedo tener una galleta?

—Mmm… —finge reflexionar sobre la pregunta—. No. No me parece.

—¡Qué!

—De acuerdo. Estas no son lo suficientemente saludables para ti. Vaya,

realmente esquivaste una bala allí, estafador.

Rápida como un parpadeo, se acerca y alborota mi cabello. El contacto físico

inesperado me distrae lo suficiente como para que ella se vaya corriendo,

riéndose como una bruja.

—Delilah Ann Baker —grito detrás de ella—. ¡Vas a pagar por eso!
Las carcajadas alocadas son la única respuesta.

El silencio resuena y recuerdo a North.

Su expresión es engreída pero comprensiva.

—Tienes razón. Estás en problemas.

Me enfada muchísimo que una punzada de culpabilidad punza en mi estómago

cuando North me pregunta si quiero conducir con él hasta Beverly Hills.

Macon no tenía nada que hacer tratando de ordenarme que me alejara de

North. Y necesito irme; Karen me ha pedido que recoja algunos guiones para

Macon de su oficina. No se lo confía a los mensajeros ni a los envíos por

correo electrónico. Bien podría haberme pedido que recogiera el Arca de la

Alianza.

Ya que North tiene un toque de Indiana Jones, creo que es un buen escolta.

—De acuerdo. —Agarro mi bolso de los ganchos junto a la puerta lateral—.

Pero estoy conduciendo.

North se detiene.

—Soy el conductor. Está en mi contrato de empleado.

—Ya que no estás cargando a nuestro empleador, tu punto es discutible.


North cruza los brazos sobre el pecho, luciendo como una montaña inamovible.

—Soy un conductor de acrobacias entrenado.

—¡Qué lindo! Estoy segura de que haces un gran trabajo con las acrobacias.

Saco mis llaves y me dirijo a mi amado MINI Clubman que ha estado inactivo e

ignorado en el camino de entrada. North me sigue enfadando y lo miro por

encima del hombro.

—¿Vas a lloriquear por esto?

Se lleva una mano al pecho como ofendido.

—Nunca lloriqueo.

—Bueno. Entra en el auto.

Me subo al asiento del conductor y paso una mano por el volante.

—Hola, cariño. Mamá está de vuelta.

North me mira divertido mientras cierra la puerta del pasajero.

—¿Vas a hablarle al auto todo el tiempo? Si es así, podría empezar a

lloriquear.

Con una risa, enciendo el auto y salimos. No es hasta que estamos

conduciendo por la carretera que vuelvo a hablar.

—Hasta ahora, parecías ser un tipo bastante relajado. ¿De verdad te molesta

tanto que una mujer conduzca?


Se pellizca el puente de la nariz y vuelve su atención a la raya azul del océano

justo fuera de su ventana.

—Saint tendrá un ataque —murmura.

—¿Macon? ¿Por qué, porque estamos haciendo mandados juntos? Gran cosa.

De acuerdo, todavía estoy de mal humor y todavía me siento culpable, maldita

sea.

North ríe con diversión en mi dirección.

—¿Por qué le importaría si estamos haciendo mandados?

Sabiamente, me abstengo de iluminar a North.

—Dímelo tú.

El hombre grande mira por la ventana como si estuviera contemplando saltar

del auto a toda velocidad. Con sus credenciales, probablemente haría un papel

elegante y luego se quitaría el polvo antes de caminar hacia Beverly Hills.

—El accidente —lanza North—. Lo ha hecho... precavido.

Está claro que North siente que vendió la privacidad de Macon al admitir esto.

Y no culpo a Macon por tener ciertos temores acerca de conducir. Si me

hubiera precipitado por un terraplén y me hubiera enredado con un árbol,

probablemente no me subiría a un automóvil durante meses.

La voz de North es contenida.


—Me dijo que te llevara a cualquier lugar al que tuvieras que ir, en cualquier

caso.

El auto zumba a lo largo de la carretera mientras agarro el volante y pienso.

—Por eso me preguntaste si quería ir contigo a Beverly Hills. Sabías que

Karen quería que yo recogiera los guiones.

—Me encontraré con un colega en el mismo edificio —protesta antes de que

sus hombros se desplomen—. Pero sí, ese fue el factor motivador.

—Y yo que pensé que disfrutabas de mi compañía. —Un espeso silencio es mi

respuesta, y casi puedo escucharlo hacer una mueca. Con los ojos muy

abiertos, miro a North—. Oh, Dios mío, también recibiste el sermón, ¿no?

Su sonrisa es irónica.

—¿El sermón de “si miras de soslayo a Delilah, te romperé las piernas”? Sí.

Una risa sorprendida estalla.

—La mía no fue tan violenta. Más que una advertencia iracunda. —Mis labios

se fruncen—. Ese arrogante... dolor en mi trasero. No puedo creerlo.

—Ninguna confraternización entre empleados es una cláusula bastante

estándar. —No parece que crea que esa sea la razón por la que Macon

interfirió. Yo tampoco.

Macon ha estado metiendo sus narices en mi vida amorosa desde que éramos

niños. A todos los chicos por los que mostré algún interés se les informó

inmediatamente de todos mis supuestos defectos. Fueron corridos con la


efectividad de una bomba fétida desplegada. Nunca creí que los celos fueran

el motivo. Macon lo hizo por despecho. Y ahora lo está haciendo de nuevo.

—En primer lugar, no firmé ningún contrato de trabajo y no hay un manual.

Ambos lo sabemos. En segundo lugar, Macon dijo eso porque es un imbécil.

No, un tonto con gorro y flores encima.

North se ríe, pero luego me mira con cautela.

—Tú no estabas... Quiero decir, creo que eres genial y bonita, pero...

Las puntas de sus orejas se ponen rojas mientras se retuerce en su asiento. Y

el diablo en mí no puede evitar responder.

—¿Pero qué, North? —Lo miro de manera cursi—. ¿No te gusto?

Se aclara la garganta.

—Por supuesto que sí, pero...

—Es Macon, ¿no? Tratando de interponerse en el camino de nuestro amor.

North palidece, parpadeando rápidamente mientras su boca se abre. Por un

segundo, imagino que está contemplando saltar del auto en movimiento, pero

luego su expresión se aclara con una ráfaga de color y entrecierra los ojos.

—Me estás jodiendo, ¿no?

La risa que he estado conteniendo estalla libremente.

—Lo siento. Estabas tan nervioso por ofenderme.


—Lo siento. Eso fue engreído de mi parte, ¿eh? Yo solo… —Él ríe a

carcajadas—. ¿Sabes qué? Me voy a callar ahora.

—Para que quede claro, no estoy aquí llorando en mi sopa. No estoy

interesado en ti de esa manera. —Lo miro de soslayo, todavía sonriendo—. No

es que no seas bonita.

Resopla y niega con la cabeza.

—Ahora entiendo por qué Saint no sabe si viene o va contigo.

Me echo a reír, mientras giro hacia la próxima carretera. Por una de tantas

autopistas de Los Ángeles.

—Es muy incómodo hablar de esto. Realmente, estoy molesta por principio. Y

Macon simplemente me molesta en general.

—Probablemente, porque ustedes dos son muy parecidos.

—¿Parecidos? Ah, no.

—Ustedes dos son incómodamente francos, orgullosos, tercos...

—¡Oye!

North sonríe, inclinando la cabeza en mi dirección.

—No encuentro fallas en estas cualidades. Conozco a Saint desde hace dos

años y ya es mi amigo más cercano. Ambos son extremadamente leales

también.

—¿Leal? ¿Macon? ¿Estamos hablando de la misma persona?


—Si no puedes ver su lealtad, no estás mirando —dice North en voz baja.

Algo incómodo se retuerce en mi vientre. Culpa, frustración, no estoy segura,

pero me muevo en mi asiento.

—Sé que Samantha tomó el reloj. —La ira tuerce sus labios e invade sus ojos

azules—. Sé que estás trabajando aquí para pagarle, lo que te convierte en

una maldita santa en mi libro.

Aparto la mirada, avergonzada y molesta con Sam de nuevo.

—Pero me imagino que es una píldora bastante amarga de tragar, a pesar de

todo. Así que debes saber que, aunque Saint puede ser un imbécil de vez en

cuando, está claro, al menos para mí, que sus acciones hacia ti no están

motivadas por una vieja enemistad.

Yo soy quien ahora lucha por no retorcerse en mi asiento.

—No sé qué decir.

—No tienes que decir nada. —North niega con la cabeza, riéndose por lo

bajo—. Esto es muy incómodo. Pero quería que supieras que eres valorada

aquí. Con la situación de mierda o no.

—Eres un buen chico, North.

—Solo trato de mantener la paz, señora.

Levanta el ala de un sombrero imaginario con el pulgar.

Me río, sintiéndome más ligera.


—Entonces, ¿cuál es tu historia?

—¿Tengo que tener una historia?

—Todos tienen una historia. Algunas son aburridas, otras no, pero todos

tienen una historia.

—Mi familia está en el negocio de las acrobacias: papá, hermano, hermana, yo.

Así conocí a Saint; Soy su doble de acción en Dark Castle.

—¿De veras?

No lo confundiría con Macon ni por un segundo, pero aparte del color del

cabello, tienen aproximadamente la misma constitución y altura.

—Llevo cabello color negro durante la filmación —dice, viendo la dirección de

mi mirada—. Sin embargo, la barba falsa pica como el infierno.

Si bien no he visto el programa, he visto fotos de Macon como Arasmus. A

menudo viste chalecos antibalas de cuero de estilo romano y capas de piel

gruesa, el cabello cortado toscamente y sobresaliendo en todos los ángulos,

una barba poblada que cubre su mandíbula. Nunca me han gustado las barbas,

pero Macon luce bien de bárbaro.

North estira las piernas.

—Dado que Saint y yo hacemos las escenas de lucha con espadas, también

fui responsable de entrenarlo. Entonces ocurrió esa mierda con el aficionado

enloquecido y el accidente...

—¿Qué? —interrumpí estridentemente—. ¿Qué aficionado?


—Diablos, ¿no lo sabías?

—¿Cómo pude saberlo?

Mi agarre en el volante aumenta.

North maldice por lo bajo.

—Saint dijo que iba a hablar contigo sobre...

—¿Qué pasó? —Una sacudida enfermiza me estremece por dentro y tengo

que tragar saliva—. Por favor, North.

Su mandíbula tiembla, pero luego cede.

—Tiene muchos fans. Algunos de ellos se apegan un poco más, pierden el

contacto con la realidad. Nos las arreglamos para mantener esta parte fuera

de las noticias, pero dos mujeres intentaron seguir a Saint a casa una noche y

se mantuvieron demasiado cerca para su comodidad. Ya sea accidentalmente

o a propósito, golpearon su parachoques. Estaba lloviendo; los caminos

estaban resbaladizos. Saint perdió el control del auto. Las mujeres también se

detuvieron. Pero solo para tomar algunas fotos de él en los restos.

Mis muelas traseras se encuentran con un chasquido.

—Jesús.

La conmoción hormiguea a través de mis venas. Si me hubieras preguntado el

mes pasado si reaccionaría como una mamá oso protectora sobre Macon

Saint, me habría reído. No me estoy riendo ahora. Estoy furiosa.


Pienso en Macon herido en la oscuridad mientras unas idiotas le tomaban

fotos, y tengo que luchar contra el impulso de girar el auto y consolarlo. La

sensación es casi vertiginosa y completamente desconocida cuando se trata

de Macon.

—¿Por qué no me lo dijo? —Trago saliva—. Debería haberme dicho.

—Sí, debería haberlo hecho. Pero trata de no ser demasiado dura con él. Es

como torturarlo para que hable de eso. —North frota un dedo a lo largo de su

sien mientras frunce el ceño—. Piensa que, si hubiera mantenido la calma, no

habría perdido el control del auto.

—Eso es ridículo. Estaba siendo acosado. Yo hubiera estado aterrorizada.

—A Macon le encanta tener el control. Y nunca admite tener miedo.

—Esto es cierto —murmuro, luego exhalo un suspiro—. Jesús. No puedo creer

que alguien le haya hecho eso.

—El acecho… es un aspecto de mierda de la fama.

—¿Y hay más de esta gente? —Mi voz es tenue, el miedo por Macon aprieta

mi garganta—. ¿Locas que lo acechan?

Considera su respuesta.

—Es difícil saber quién va a actuar mal. Pero Saint y el estudio acordaron

protegerlo mientras se recupera. Una vez que el rodaje comience de nuevo,

volveré al trabajo de acrobacias y entrenamiento, y Saint tendrá asignado otro

guardaespaldas si lo desea.
¿Si lo desea? Mejor que lo haga.

Mis pensamientos se detienen. ¿Cuándo me volví tan dedicada? No, esto es

normal. Por supuesto que me importa; Macon es un ser humano. A cualquiera

con una pizca de compasión le importaría. Pero eso no explica lo personal que

se siente o la forma en que el hielo se ha asentado en la boca de mi

estómago. Tengo miedo por él. Específicamente.

Nerviosa, me agacho para encender la radio. North y yo mantenemos un

silencio ensordecedor, pero no incómodo mientras conducimos, escuchando a

los Strokes.

Dos horas más tarde, mi estado de ánimo sombrío se ha convertido en

molestia. Karen me ha dejado en la sala de espera de su oficina. Es un área

muy agradable, con pisos de concreto brillante, conductos expuestos y arte

moderno colorido en las paredes de color blanco cegador.

Hay una pared dedicada a sus clientes, con fotografías de Karen riéndose con

anunciantes de Hollywood y novatos. La foto de Macon muestra a Karen

apoyada en su brazo, tratando con sus dedos (y fallando) de envolver sus

grandes bíceps. Macon mira fijamente a la cámara, con una leve y educada

sonrisa en su rostro.

Hay algo casi camaleónico en su aspecto. A veces, es el héroe byroniano

oscuro y melancólico; en otras luces, es el atleta estadounidense; y luego

miras de nuevo, y es un merodeador, intimidante y brutal. Y sin embargo, pase


lo que pase, sigue siendo Macon; la simetría de sus rasgos, la innegable

belleza de él, siempre está ahí.

Miro ese rostro ahora, mi trasero duele por estar sentada en una silla de cuero

tan estrecha que juro que está diseñada para eliminar a los indeseables

basándose solo en el ancho del trasero. Hay otras dos personas atrapadas

aquí conmigo, una hermosa joven que probablemente no tenga más de

diecinueve años y me recuerda a Lorde y un chico de mi edad que es guapo

como Matt Bomer. Ambos están tensos, pero tratando de no parecer así.

Ambos han estado esperando menos tiempo que yo.

La asistente de Karen llama mi atención y rápidamente mira hacia otro lado.

Ella también es hermosa, debe ser un requisito, y usa tacones de aguja que

son demasiado pequeños. Debería saberlo; pasé unos buenos quince minutos

tratando de no mirar la entrepierna que sobresalía de la parte superior de sus

zapatos.

El hecho de que esté pensando en la entrepierna al dedo del pie, lo establece.

Suficiente es suficiente. Puedo tratar de superar a la señora Tacones, y

supongo que es más fácil decirlo que hacerlo a pesar del hecho de que estoy

usando Keds, o puedo molestar a Karen. Molestar a Karen suena mucho más

divertido.

Soy una mujer de pocos talentos. Cocino, horneo y sé canciones. Puedo llevar

una melodía, pero no voy a ganar ningún premio. Pero tengo la capacidad de

recordar letras de canciones. Docenas de ellas.


Dejo mi bolso en el suelo, sonrío alrededor de la habitación, asegurándome de

llamar la atención de todos. No es sorprendente que todos me devuelvan la

mirada con distintos niveles de precaución. Lo bizarro podría funcionar en

Sunset pero no en una agencia de talentos de alto nivel. Bueno, al menos no

para ellos.

—Al principio tenía miedo. —Me levanto lentamente—. Estaba petrificada.

Los ojos de la doble de Lorde se abren como platos cuando realmente

empiezo a cantar “I Will Survive”. El señor Ojos Azules sonríe. Y la asistente

de Karen toma frenéticamente su teléfono.

Abro mis manos y me entrego a la canción, interpretándola por todo lo que

vale. Agrego movimiento a mis manos porque cada actuación es mucho mejor

con un poco de trepidación.

Ojos Azules comienza a aplaudir e incitarme, mientras la joven, que

rápidamente se dirigió al otro extremo de la habitación, se ríe cubriendo la

boca con sus manos.

En el momento en que estoy de pie en la silla, haciendo una versión extraña

de movimiento de caderas y gritando cómo voy a sobrevivir, Karen está en la

habitación, con el rostro rojo y resoplando. Desde la entrada llegan aplausos

entusiastas y me encuentro con North y otro hombre mirando. North levanta

su pulgar hacia arriba, lo que le gana una mirada fulminante de Karen.

Dado que estoy de pie en la silla más estrecha del mundo, mi reverencia no es

tan grandiosa como podría ser.


Karen da un paso adelante, agitándose como si estuviera dividida entre tirar

de su cabello o de mí.

—¿Qué estás haciendo? —Sale en un fuerte siseo de sonido.

Sudando y jadeando, salto de mi posición elevada.

—Calentando los motores —digo—. Sin embargo, estoy mucho mejor con un

acompañante.

—No eres divertida, Baker.

—Señora Baker para ti. Y tampoco lo es esperar interminables horas solo para

que intentes ponerme en mi lugar. —Tomo un trago de mi agua embotellada—.

Ahora, dame los malditos guiones antes de comenzar con las melodías del

programa, y ​ ​ créeme, me las sé todas.

Tengo una pila de guiones en mis manos en diez segundos.


Capítulo 13

DulcePatatita: Estoy viendo tus redes sociales.

Delilah se fue con North cómo hace una hora. Di la bienvenida a la prórroga,

sabiendo que seguía enojada conmigo por no tener idea de cómo arreglarlo.

Lo tomo como una buena señal, ya que ella me está enviando mensajes. O de

nuevo, puede que solo esté aburrida.

Yo: ¿Ya me extrañas?

Si, estoy contando los segundos hasta que te vea de nuevo. (Insertar aquí mis

ojos en blanco)

Río por lo bajo y respondo:

Escóndete detrás de esos ojos en blanco cuanto quieras. Sé la verdad, Niñita.

Uhhh. Tus cuentas son realmente un desastre.

¿Qué tienen de malo?

Personalmente, pensé que estaban bien debido al hecho de que odio

mantenerlas y que me siento como un tonto cada vez que publico.

Son tan acartonadas, poco naturales Y VIEJAS. ¡Nunca actualizas!


¿Qué esperabas? SOY acartonado y poco natural. Y odio actualizarlas.

Olvidaste viejo. También eres viejo.

Una risa hace eco en el silencio de mi sala de estar. Me siento de nuevo en mi

silla y me pongo más cómodo.

Soy solo unos meses más viejo que tú así que…

En espíritu, Macon. Tienes un espíritu viejo…

No es en años, es en kilometraje.

Responde con un emoji con los ojos en blanco.

No cites a Indy. No eres el Profesor Indiana Jones.

Muerdo mi labio para evitar sonreír como si ella pudiera verme, incluso cuando

ella está tan lejos.

No puedes hacer ese tipo de argumento hasta que me hayas visto manejar un
látigo.

Me puedo imaginar su rostro.

De todas formas…. Necesitas arreglar esto. Mostrarles solo un poco de tu yo


real.

Me siento más erguido, y dudo por un segundo antes de contestar.

¿Cuál es mi yo real?
Unos pequeños puntos aparecen en mi pantalla, entonces se detienen y

aparecen de nuevo como si ella se estuviera debatiendo en cómo quiere

responderme. Espero inquieto, queriendo saber. Pero cuando al fin aparece el

mensaje, casi tengo miedo de leerlo.

Mejor de lo que muestras. Eres gracioso cuando quieres serlo. Ya sabes, de


una manera sarcástica.

Oh, bueno, gracias. [Inserta mi sarcasmo aquí]

Nunca lo admitiré, y de pronto estoy agradecido de que nadie pueda verme,

pero sus palabras me dejan incómodamente cálido. Nunca he sido bueno con

los cumplidos. No sé cómo lidiar con ellos, especialmente con los de Delilah.

Para nada.

Cubro el momento mandando otro mensaje antes de que ella pueda hacerlo.

Considerando añadir las redes sociales como otra obligación.

¿Quieres que finja ser tú? ¿Te estás sintiendo bien?

Sí. Y sí. ¿Por qué preguntas?

Porque podría hacer de tu vida un infierno. Podría publicar LO QUE SEA.

Resoplo de nuevo, sacudiendo mi cabeza.

Pero no lo harás.

Conozco a Delilah muy bien. Todo lo que hace, se asegura de hacerlo de

manera perfecta. Lastimaría su alma publicar contenido malo o embarazoso.


No porque se preocupará en cómo eso me afectaría, sino porque ella sabría

que sería su trabajo el afectado, y no puede caer de nivel.

Maldita sea, tienes razón. Ugh. De acuerdo. Te ayudaré. Pero no lo haré por
mi cuenta. Te daré consejos, pero tiene que venir de ti para que el contenido

sea auténtico.

Puedo presionar sobre el asunto, insistir en que ella se haga cargo por

completo. Y luego me sentiría como un imbécil. De todas formas, ya es

suficiente de sentirme así estando a su alrededor.

Trato. Pero no VOY a publicar fotos de mi torso o basura como esa.

Otro emoji de ojos en blanco aparece.

Siempre tienes un pensamiento muy elevado de ti mismo, Macon. Y lo harás si


yo te digo que lo hagas. Abdominales = Amor.

Entonces…. ¿amas mis abdominales? Lo sabía. Mi trasero es realmente

increíble también, ¿no?

Lo siento, Delilah ha dejado el edificio.

Mira, no tienes que rogarme. Te enviaré una foto.

¡No te atrevas!

Me levanto mi camiseta, tomó una foto rápida de mis abdominales y la envío.

¡Idiota!
Ahora, Delilah, no te pongas muy pervertida con tus peticiones. Mi límite son
las fotos de traseros.

¡ARGH!

Me echo a reír y la dejo con eso. No responde de nuevo, lo que es en cierta

forma decepcionante, y me voy sin saber qué hacer. Usualmente, estaría fuera,

visitando conocidos, trotando por la montaña, lo que sea que ocupe mi mente.

Con North y Delilah fuera, la casa es tranquila y callada. El golpe distante del

mar contra la bahía es un zumbido constante. Una hora pasa, todo muy

tranquilo, muy callado. Me levanto y camino lentamente de habitación en

habitación, persiguiendo el sol mientras se desliza a través de las enormes

ventanas. Conozco cada pulgada de este lugar. Es todo mío.

Al crecer, nada era mío. Ni siquiera mi habitación. Podía haber sido invadido

sin ninguna advertencia. No había ningún lugar seguro. Solía soñar con mi

propio lugar, diseñarlo en mi mente, donde podría ser, como se vería, crecí en

una mansión, así que sabía todo sobre espacios hermosos. Eso no me

interesaba tanto como pensar en la luz y el espacio. Un lugar para respirar

libremente, ver todo a mi alrededor con mis ojos bien abiertos.

La piscina brillaba con el sol de la tarde. Aún no tengo permiso de ir a nadar,

pero maldita sea si no es tentador. Que yo sepa, Delilah no se ha acercado a

la piscina. ¿Acaso nada? La última vez que la vi en traje de baño fue cuando

tenía trece años. Me atrapó viéndola unas cuantas veces, para mi desgracia, y

no estaba feliz. No puedo decir que la culpe. Estaba molesto también, tanto
por haber sido atrapado y por mi falta de control. Fue un alivio cuando dejo de

ir al lago con Sam y conmigo a nadar.

Solo que, me dejo completamente solo con Sam. La realización de eso sin

Delilah en la ecuación, ocasiono que salir con Sam fuera un ejercicio de

paciencia, aburrimiento y una conmoción horrorosa. Poco después, me hice

consciente de que siempre salíamos con un gran grupo de amigos.

Con ese desafortunado recuerdo sobre mi espalda, quito mi mirada de la vista

y me dirijo a la cocina. Delilah me dejó un plato para el almuerzo. Hay una

nota con instrucciones, como si no se me ocurriera quitar el celofán del plato

antes de comer mi comida.

Suelto un bufido, coloco la nota a un lado y estoy sacando el plato envuelto

con cuidado cuando mi teléfono suena.

Es North.

North: Alguien se volvió viral. LOL.

Me hielo por dentro ¿Han aparecido más fotos? Pagó mucho dinero para

reunir la mayoría de las fotos de mí en los escombros. Eso es como intentar

mantener el agua en un colador. North me envía un enlace de video.

Maldición, ¿un video?

Rechino los dientes y pulso en el enlace. Mi boca se queda abierta.

Estoy tan sorprendido que no estoy seguro de poder confiar en lo que estoy

viendo. Pero ahí está Delilah, parada en una silla en lo que parece ser la
oficina exterior de Karen y entonando a Gloria Gaynor con tal sentimiento que

casi compensa su terrible voz al cantar. Casi.

Delilah se sacude y menea, poniendo todas sus abundantes curvas en un

movimiento glorioso. Está completamente desinhibida. Y es magnífica.

Se me escapa una carcajada. Me río tan fuerte que mis costillas magulladas

protestan. Pero no puedo parar. Sigue saliendo de mí. Me río hasta que salen

lágrimas de mis ojos. Y justo cuando finalmente me controlo, me derrumbo y

comienzo de nuevo.

No puedo controlarlo. El video por sí solo es tan Delilah y a la vez no lo es. Es

la Delilah que siempre sospeché que se escondía bajo la superficie, e incluso

mucho más. Está claro que está haciendo ese espectáculo para molestar a

Karen y obviamente está funcionando a juzgar por los chillidos de Karen.

De repente, siento mucho no haber estado allí para presenciar todo esto en

persona.

La segunda vez que lo miro, solo hace que se ponga mejor.

Estoy jadeando de risa cuando suena el teléfono. El nombre de Karen aparece

en la pantalla y sé que estoy a punto de recibir una reprimenda. No puedo

controlar mi voz cuando contesto.

—Oh, excelente —responde Karen—. Te estás riendo. Claramente, lo has visto.

Una risita se me escapa antes de que me aclare la garganta.

—Dos veces, de hecho.


—¿Vas a hacer algo al respecto?

—¿Cómo qué?

Hay un sonido de disgusto absoluto.

—Despedirla, obviamente.

—¿Por eso? —desenvuelvo mi almuerzo y encuentro una ensalada fría de

estilo marroquí con pollo y bulgur—. Ha sido la mejor carcajada que he tenido

en años. Incluso estoy pensando que necesita un aumento.

Bueno, le daría uno si estuviera trabajando bajo un salario. Ah, y eso duele.

Justo en el departamento de la culpa. Sacudo la sensación mientras Karen

intenta lanzar una diatriba.

—Fue completamente poco profesional con ese pequeño truco publicitario.

—Y estoy seguro de que no fue del todo instigado —añado secamente.

—¿Qué estás sugiriendo, Macon?

—Conozco a Delilah. Ella no actúa tanto como reacciona ¿Qué hiciste?

Se escucha un resoplido por el teléfono.

—Nada. Yo iba llevando mi día de trabajo, un día que incluye hacer tu carrera

brillar si puedo añadir, cuando escuché sus maullidos horribles.

Maullidos es una gran palabra para describir el canto de Delilah. Mis labios se
crispan y me entran ganas de perder el control una vez más. Me contengo y

en vez de eso, tomo un poco de mi almuerzo. Jesús, la mujer puede cocinar.


Tomo un bocado más grande, prácticamente empujando la ensalada por mi

boca, de repente me siento como si muriera de hambre.

—No puedes estar hablando en serio sobre mantenerla por aquí —dice

Karen—. Incluso con su pobre comportamiento, es una completa vergüenza

para ti.

Me quedo helado, con el tenedor lleno de comida detenido justo a la mitad de

camino hacia mi boca.

—Karen —digo de manera calmada—. Apreció que estés molesta, pero esta

es la última vez que hablas de Delilah de esa forma.

Se queda callada por un minuto.

—¿Estás de su lado?

—No hay ningún lado.

—Después de todos esos años trabajando juntos, ¿todo lo qué he hecho por ti?

—Basta, Karen. Fuiste grosera con ella en el almuerzo. Y…

—¡Igual lo fue ella!

—Esto está por debajo de ti —digo en voz baja—. Hacer comentarios sobre

su peso o apariencia, no es para lo que te contraté. Sé que eres mejor que

eso.
Quiero soltar este teléfono. Quiero comer mi almuerzo. En realidad, solo

quiero ver a Delilah y burlarme de ella por el video. Sí, soy un poco infantil

cuando se trata de Delilah. Karen sorbe por la nariz, recogiendo su dignidad.

—Muy bien. Lo admito; eso no estuvo bien de mi parte.

No digo nada.

—No sé por qué me irrita —murmura Karen.

Pero yo sí. Delilah ve más allá de la actitud de la gente. Incluso si no se los

hace saber, de alguna manera ellos saben que los ve. Se irritan solo porque no

les gusta quienes son en el interior.

—Ella es contagiosa —le digo, tratando de alcanzar mi ensalada de nuevo.

—¿Qué pasa entre ustedes dos? —pregunta Karen, ahora de manera más

directa.

—¿Aparte de ser empleado y empleador? —bromeo—. Nada.

—Defiende a la mujer todo lo que quieras, Macon, pero claramente no es una

asistente profesional.

No, realmente no lo es.

—Cocina increíble.

—Macon —comienza Karen, duda antes de comentar—. ¿Tiene algo contra ti?

¿Es eso?

Empiezo a reír de nuevo. Fuerte.


—Esto no es gracioso —dice Karen—. Algo no está bien entre ustedes dos.

¿Por dónde comienzo con eso?

Toma un tono de madre preocupada.

—Si necesito manejar esto….

—No hay nada que manejar —atajo—. Estoy colgando la llamada ahora. Mi

ensalada se está enfriando.

—¡La ensalada ya está fría!

—Ya viste mi problema. Adiós, Karen.

—¿Qué problema? Macon…

Es demasiado satisfactorio colgar la llamada. Lo he hecho antes. Ella también

me ha colgado; es la relación que tenemos. Pero esta es la primera vez que he

estado irritado por culpa de alguien más.

Le escribo a North de nuevo.

No le digas a D que sé lo del video.

North responde unos segundos después.

Si se lo dijera, tendría que confesar que lo envié. No tengo ganas de morir.

Inteligente. Definitivamente te mataría.

Por suerte, la molestas más. Habiéndola visto en acción, me costaría con un


ojo abierto si fuera tú.
Resoplo, pulso el botón de reproducir en el video de nuevo y una sonrisa

estalla al momento que la terrible voz de Delilah inunda la cocina. Me

encuentro mirando la puerta principal, esperándola.

—Así que... —dice Macon lentamente, mientras camina hacia el balcón de

arriba, donde estoy sentada, pintando mis uñas de los pies—. Tuviste un gran

día.

No despego mi mirada de mi trabajo. Una mancha de Cherry Sundae se vería

a kilómetros.

—¿Qué, Karen llamó para quejarse?

Coloca su gran cuerpo sobre la silla Adirondack junto a la mía.

—Ella siempre se queja. —Su atención se dirige a mis dedos. Una pequeña

sonrisa es esbozada en sus labios y golpea con sus largos dedos los brazos

de la silla. Macon se inclina hacia atrás, pero su mirada permanece en mis

pies como si encontrara el proceso de mi pedicura fascinante—. De todas

formas, no creo que vuelva a intentar nada contigo.

Presionó mis labios contra mi rodilla doblada para ocultar mi sonrisa, termino

el último dedo del pie.


—Más le vale que no. ¡He estudiado a Rodgers y Hammerstein en mi ducha y

no tengo miedo de cantar a todo pulmón una conmovedora interpretación de

Oklahoma! Si es necesario.

Macon resopla.

—Si se mete contigo otra vez, te daré mi apoyo.

Hago una pausa y toco un pequeño punto en mi dedo del pie.

—Así es, tu protagonizaste nuestro musical de tercer año.

A diferencia de mí, Macon tiene una voz maravillosa, profunda y resonante.

Sigo odiando el hecho de que usara tirantes y cantara “The Surrey with the

Fringe on Top” y aun así lograra que todas las chicas se desmayaran.

Cae el silencio y Macon mira hacia el Pacífico, donde el sol que se hunde se

ha convertido en un tono mandarina en un cielo violeta. Esa sonrisa suya se

vuelve secreta y temblorosa alrededor de las comisuras, como si estuviera

aferrándose a su compostura con gran esfuerzo.

—Macon Saint, te mueres por decir algo. Dilo.

—Bueno, señorita Delilah Baker, parece que se ha vuelto viral.

—¿Qué? —mi voz se eleva cuando entra el pánico—. ¡¿QUÉ?!

Macon saca su teléfono y enciende la pantalla. Y el horrible sonido de mi voz

cantando sale desde el fondo de mi pulmón.

—Te daré esto —dice riendo—. Realmente lo vendes.


Con un chirrido, me lanzo fuera de la silla y a por el teléfono. Macon lo

sostiene fuera de mi alcance mientras su otro brazo se envuelve alrededor de

mi cintura y me inmoviliza contra él. Solo hasta entonces me doy cuenta de

que, básicamente, lancé todo mi cuerpo sobre el suyo en mi intento de llegar

al teléfono.

—Dame el teléfono —grito, todavía luchando.

—Ni hablar. —No sé cómo se las arregla, pero me encuentro tendida sobre su

regazo, con los brazos contra su pecho. Encontraría su fuerza impresionante

si no estuviera en completo pánico. Me mantiene prisionera con un brazo—.

Lo veremos juntos.

Como no puedo moverme y él todavía tiene el teléfono, solo puedo quejarme y

caer contra la pared de su pecho.

—Bien. Tortúrame; me rindo.

Riendo, Macon le da al botón de repetición. Y ahí estoy, cantando fuerte y

odiosamente, bailando como una tonta.

Dejo salir un sonido que está entre un gemido y una queja. Sea lo que sea, es

lamentable.

Sin embargo, Macon, parece entretenido.

—¿Ese es el paso de la gallina?

—Sí.
Incapaz de soportarlo, oculto mi rostro en su cuello. Su aliento se atora, pero

no se mueve y tampoco estoy dispuesta a moverme. Macon se convierte en

un refugio realmente agradable; su piel es suave y cálida, aparte huele a

cítricos almizclados. Casi no puedo escuchar el estúpido video. Casi.

Las risas retumban en su pecho y vibran a través de su piel.

—Oh, demonios, mírate, mi Pequeña Bailarina.

—CALLA. —Golpeo su pecho—. TE.

—Doscientos mil likes y contando.

—Nooooooooo. —Presiono más cerca de su cuello—. Haz que se detenga.

—Oh, vamos —dice, siendo más cuidadoso—. Este video es una belleza. La

gente lo ama. Eres increíble, Patatita.

Con un suspiro, levanto la cabeza. A pesar de mi humillación, una sonrisa

amenaza con salir.

—No sabía qué más hacer. Me dejó esperando por dos horas.

La expresión feliz de Macon se atenúa un poco antes de lanzarme una mirada

traviesa.

—Hay que ponerla en Tinder y decir que le gustan los pañales en el sexo.

Me río disimuladamente.

—Y la música disco.
—Pañales disco.

Nos reímos bajito. No me detiene cuando tomo su teléfono de su mano. El

video se ha terminado y me fuerzo a mí misma a verlo de nuevo. No, es igual

de vergonzoso como la segunda vez. Pero me llama la atención que el ángulo

del video viene desde la puerta de la oficina de Karen.

—Oh, por Dios. Ella es la que lo grabó y lo puso en YouTube. Esa perra.

Macon dirige su mirada hacia la pantalla.

—Estoy bastante seguro de que fue Elaine, su asistente. —Sus ojos brillan con

emoción—. ¿Quieres que la despida? ¿Estoy dispuesto a hacerlo?

Claramente, está bromeando y divirtiéndose.

—No —murmuro antes de esconder mi rostro una vez más—. Solo amarra

rocas a mis pies y lánzame hacia el océano.

El peso cálido de su mano se desliza por mi cadera y se queda ahí.

—Eso sería un desperdicio total de talento. —Su voz es más baja ahora,

compitiendo con el sonido de las olas.

La silla cruje mientras se acomoda un poco y me hundo más en el espacio de

su regazo, apoyo mi cabeza en su hombro.

—Diré una cosa —dice tras un momento—. La vida contigo no es aburrida.

Mi sonrisa aparece como un tarareo. El sol ya no es un punto diminuto de luz

naranja sobre un océano índigo, ahora está dejando violentos tonos de rosa,
lavanda y verde azulado. La brisa vespertina se mantienen sobre nosotros,

trayendo el aroma del océano. Se está sintiendo frío, pero el cuerpo de Macon

está cálido y sólido contra el mío.

—Este lugar es completamente hermoso —susurro—. No lo he dicho antes,

pero amo tu casa. Realmente la amo.

Se queda quieto por un segundo antes de que sus dedos viajen a lo largo de

la curva de mi cadera.

—La amo también, cada borde, ventana y tablilla. Es muy grande para una

persona, diablos, es muy grande para dos, pero es privada, cómoda y claro

también está la vista. —Descansa su cabeza contra la silla, expulsa una gran

bocanada de aire como si estuviera dejando salir su día. Las líneas de su

cuerpo parecen hundirse en la tranquilidad—. Sé que lo tuve fácil con

respecto al dinero. Pero cada mañana me despierto aquí y estoy agradecido.

Mis ojos se cierran por sí solos. De repente, me siento relajada. Podría estar

sentada aquí toda la noche, escuchando el constante ritmo de su corazón e

incluso la cadencia de su respiración. La realidad choca contra mí. Estoy

sentada en el regazo de Macon, acurrucada contra él.

Santa mierda.

Como si picara, salto de su abrazo y me pongo de pie. Me mira con cautela,

claramente esperando una discusión. O tal vez es la decepción en su mirada.

Estoy demasiado desquiciada por haber estado acurrucada con él para


averiguarlo. He estado en su maldito regazo y no se había sentido raro o

incorrecto; se había sentido normal, correcto, bueno.

En serio, ¿qué mierda, Dee?

Macon me mira fijamente, con su gruesa ceja arqueada mientras dice:

—Tú fuiste la que se puso cómoda en mi regazo.

Sí, lo hice. ¿Por qué hice eso? Doy un paso hacia atrás y recargo mi trasero

contra la barandilla del balcón. Tengo que pensar en otra cosa, más que en lo

bien que se sentía estar en sus brazos. Tengo que ponerle un fin a toda esta

suave y peligrosa sensación. Él es mi jefe. Estoy aquí por Sam. Y entonces

recuerdo….

—¿Por qué no me dijiste acerca de los acosadores?

Su buen humor se rompe como si se hubiera roto un vidrio y me mira

fijamente, con un rostro de piedra.

—¿North?

—Esa no es una respuesta.

Sus dedos se flexionan y tengo la idea de que se está imaginando

apretándolos alrededor del cuello de North.

—Quiero decir, ¿North te lo dijo?

—¿A quién le importa quién me dijo? —Estiro mis brazos con frustración—.

Deberías habérmelo dicho.


—¿Por qué? —Su mentón se levanta de forma hostil—. Se había detenido y

terminado para el momento en el que llegaste.

—¿Ah sí? ¿Te refieres a decirme que los atraparon y ahora están tras las rejas?

¿Qué tienes a North como guardaespaldas y te preocupa que salga por mi

cuenta porque todo está estupendo?

Gruñe una maldición y pasa su mano sobre su rostro, las púas de su incipiente

barba raspan contra su palma. Con un suspiro agravado, se sienta con la

gracia y arrogancia de un rey.

—No están en la cárcel. Sí, estoy tomando precauciones y eso incluye tenerte

protegida.

Un escalofrío recorre mi espina dorsal.

—¡Jesús, Macon! Cuando dijiste que tenías problemas de seguridad, pensé

que te referías a que tenemos que ser muy cautelosos y atentos. ¡No a que

alguien te acosaba!

—Bueno, ahora ya lo sabes.

—No te atrevas a ser indiferente. Deberías habérmelo dicho. No North, tú.

¡Deberías haber sido tú!

—¡Lo sé!

No estoy segura de quién está más sorprendida por su confesión.

Parpadeamos al mismo tiempo, yo ante sus ojos estrechos en esa manera

guerrera suya.
—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque odio hablar de ello. —Las venas de su cuello sobresalen mientras

gira la cabeza y frunce el ceño en la creciente noche—. Hace que lo que

hicieron sea real.

Maldición.

—Odio lo que te hicieron —digo en voz baja.

Su bufido es tanto sarcástico como dudoso. Lo perdono porque yo también

me desquitaría.

—Lo hago, Macon. Estuvo mal, horrible.

La tensión asentada en sus hombros se alivia un poco.

—Si fuera yo —sigo—, estaría enojada. Me gustaría… Bueno, si soy honesta,

me gustaría darles un puñetazo en la cara.

Lentamente, su mirada se gira hacia la mía. La diversión irónica perdura en

sus ojos oscuros.

—Siempre tuviste sed de sangre. —Apoya su cabeza contra la silla—. Diablos,

Delilah, ¿qué puedo decir? Me arruinó. Lo odio. Pero debí haberte dicho.

—¿Alguna vez se te ocurrió que Sam puede estar en problemas?

El miedo me recorre. Porque ella realmente puede estarlo. Mi respiración se

corta y acelera.

Pero Macon resopla.


—No —dice como si fuera la idea más ridícula del mundo.

—¿No? —Me inclino hacia él, mi cuerpo tiembla de ira—. ¿Qué pasa si alguien

la lastima tratando de llegar a ti? Esa es una posibilidad, ¿sabes? ¡No me

mientas! Podría haberse interpuesto en su camino o…

—Delilah —ataja suavemente—. No estás viviendo en una novela criminal. Sam

no fue víctima ni siquiera herida por mis acosadores.

—¿Cómo lo sabes? Las cosas pasan, imbécil condescendiente.

—Ella fue la que les dijo dónde estaría. —Voltea a verme de nuevo, sin

parpadear, molesto—. En todo caso, corrió cuando se enteró de lo que su

lengua floja me costó.

Me balanceo sobre mis talones, me cuesta entender sus palabras.

—Ella... no podría… No caería tan bajo…

—Así de bajo cayó. La mujer que me sacó de mi camino confesó que le pagó

a Sam mil dólares para ponerse al día con mi agenda.

El horror recorre mi piel, me desgarra de dentro hacia afuera. Macon me deja

absorberlo. No puedo mirarlo a los ojos. Me doy la vuelta, agarro la barandilla

y miro el ahora oscuro mar.

—Perra.

La silla cruje detrás de mí ante el sonido de Macon levantándose. Viene y se

pone junto a mí en la barandilla.


—No son las palabras exactas que use, pero sí.

Ahora entiendo. No había manera de que Macon dejara escapar a Sam

después de eso. El hecho de que él haya considerado mi oferta y no haya

perseguido la venganza me aturde. Yo estaría buscando sangre.

Me toma un par de minutos encontrar mi voz.

—¿Te… te arrepientes del trato que hicimos?

El golpeteo del mar se hace más fuerte en nuestro silencio compartido.

Cuando contesta, su voz es baja y cautelosa.

—No.

Me giró hacia él. Está mirando fijamente a la noche, las líneas de su cuerpo

son duras. Cuando hice mi oferta, pensé que él era el que recibía el mayor

beneficio. Y que mis servicios a regañadientes eran algo de gran valor para él.

Ahora, no puedo evitar preguntarme…

—¿Por qué accediste al trato?

Veo su mandíbula titilar, tensando y relajándose como si estuviera pensando

en múltiples respuestas. Sus oscuros ojos color carbón finalmente se

encuentran con los míos. No hay nada en su expresión cuando me contesta:

—Realmente no lo sé. —Deja salir una risa sin humor—. Ya no estoy seguro

de nada.

Me deja de pie allí, conmocionada e inquieta terriblemente. Miro las olas que

brillan en la luz menguante. En algún lugar ahí afuera está mi hermana.


—Maldita seas, Samantha —susurro con una rigidez que raspa mi garganta.

Si estuviera aquí, la haría enfrentar sus errores. Si estuviera aquí, yo no

tendría que estar aquí. Podría escapar, volver a mi vida ordinaria y olvidarme

de Macon Saint o de la aterradora verdad de que estoy en peligro verdadero

de enamorarme de él.
Capítulo 14

Karen y mi publicista, Timothy, siguen enviando mensajes de texto para ver

cuándo “volveré a la normalidad”. No estoy listo para volver a mi horario

normal. No lo admitiré con nadie, pero la idea de estar formalmente “afuera”

con los ojos de todo el mundo mirando cada uno de mis movimientos me hace

sudar frío. Dada mi profesión, eso es un problema.

No le mentí a Delilah; hablar con el vendedor de mangos sobre Arasmus y

Dark Castle fue divertido. Fue gratificante saber que mi trabajo da placer a los
demás. Pero no fue mi trabajo lo que hizo que esas dos mujeres me acosaran.

Yo era una cosa para ellos. A veces, en la quietud de la noche, cuando no

estoy cuidando mis pensamientos, se me acercan sigilosamente, esos dedos

que me agarran, la luz parpadeante de sus cámaras. Podría haberme

desangrado y morir antes de que finalmente llamaran al 911. Y no puedo evitar

pensar que salir a la luz pública atraerá a más de su clase.

Me molesta que me importe.

Un poco más de tiempo, me digo. Eso es todo lo que necesito. Un poco más

de tiempo para reagruparme, sanar. Y entonces estaré bien. Como nuevo.


Hasta entonces, me quedo en la casa. Y hay un lugar hacia el que me

encuentro gravitando.

La cocina.

Se ha convertido en una bestia viva y próspera en el centro de mi casa, una

vez tranquila y ordenada. No se puede ignorar el nuevo corazón de mi hogar.

No me deja. Constantemente escucho los sonidos que salen de ahí: ruidos

metálicos, chisporroteos, golpes y estruendos. Una cacofonía de sonidos.

Debería molestarme, pero, en cambio, me intriga. ¿Qué delicias sabrosas

vendrán de esos sonidos? ¿Qué plato nuevo me pondrá de rodillas y me hará

rogar por más?

Las esencias flotan desde la cocina, bailando por los pasillos para

encontrarme y hacerme cosquillas en la nariz. Cálido, reconfortante y delicioso.

Acércate, parecen decir esos olores. Ven a ver lo que tenemos para ti.

Ven.

¿Cómo puedo ignorar eso?

Así que no lo hago. Sigo el canto de sirena y encuentro a la sirena misma en

el centro mismo de la actividad.

Delilah se mueve con absoluta confianza en su cocina, porque ahora es

inequívocamente suya. Ella es una prima ballerina interpretando un solo. No es

una danza frenética y de ritmo rápido, sino una potencia de movimiento

controlada, lenta y fácil.


Sabiendo que todavía no me ve, simplemente observo su trabajo, admirando

las curvas de su cuerpo mientras toma una cuchara para probar una salsa. La

punta rosada de su lengua aparece mientras lame su exuberante labio

superior. Algo caliente y duro se aprieta en mi estómago al verlo. Luego vuelve

a moverse, agregando una especia a su salsa; un movimiento de su muñeca

controla la temperatura en la estufa.

Mi cuerpo recuerda la sensación del suyo, la forma en que se acurrucó en mi

regazo durante esos pocos minutos sin sentido. Me sorprendió bastante que

lo hiciera. Simplemente, la abracé, temeroso de hacer cualquier movimiento

que pudiera asustarla. Era cálida y suave, su piel bronceada olía a mantequilla

y azúcar de canela. Quería sentarme allí toda la noche y respirarla.

Quería dejar que mis manos recorrieran esas curvas regordetas y memorizar

cada una de ellas. Fue un acto de cuidadosa coordinación para evitar que se

diera cuenta de cuánto me afectaba. Valió la pena tener mi pene adolorido y

el dolor de estómago de la lujuria, porque en ese momento, se sintió perfecta.

Se vuelve hacia la isla central y la tabla de cortar, y me ve. La tranquilidad de

sus miembros sueltos en su cuerpo muere. Ella está nerviosa ahora,

mirándome como un gato de granero salvaje, como si pudiera intentar atacar

y pudiera ser atrapada.

Tentador.

Como si sospechara la dirección de mis pensamientos, se endereza y adopta

una pose casual como si nunca se hubiera sentado en mi regazo, no me

hubiera dejado acariciarla mientras se ponía el sol.


—No me digas que tienes hambre otra vez.

No hay mención del abrazo o la incómoda conversación sobre Sam. Por eso,

estoy agradecido. Tal vez sea mejor que no hablemos de Sam. Nunca.

Me acerco más al calor de la cocina.

—Desde que llegaste aquí, siempre tengo hambre.

Ella puede hacer con esa información, lo que quiera.

Ha estado inclinada sobre una estufa, por lo que el rubor en sus mejillas

podría deberse al calor. O tal vez no. Ella asiente hacia un recipiente de

hojalata prensado en el mostrador.

—Hice unas barritas de avena. Nada emocionante, pero están en tu lista de

aprobaciones.

—Creo que ambos sabemos cómo me siento acerca de esa maldita lista.

Las comisuras de sus labios se curvan con diversión.

—Sí.

Me paro al final del mostrador, lo suficientemente cerca como para estar

cerca de tocarla, pero sin amontonarme sobre ella.

—¿Qué estás haciendo ahora?

Tiene dos ollas en marcha, una de ellas tapada.

—Una salsa bordelesa.


Ante mi mirada interesada, saca una cuchara del recipiente lleno de cucharas

limpias que guarda cerca de la estufa y la sumerge en la olla antes de dármela.

La salsa es de color caoba brillante, y cuando me la meto en la boca, cierro

los ojos y gimo. Rico, profundo, denso, no tengo las palabras para hacerle

justicia.

Abro los ojos para encontrarla mirando con una expresión ilegible en su rostro.

—Maldita sea, Patatita.

Lamo la cuchara, desesperado por conseguir otra probada. Esta vez suelto un

gemido.

Delilah me mira, y sus fosas nasales se dilatan como si estuviera respirando

rápidamente, pero su voz permanece suave como la seda vieja.

—No te preocupes; no usaré mucho. Solo una cucharada encima de un corte

de carne. No deberían de ser muchas calorías.

Le lanzo una mirada de reproche.

—No te atrevas a medirte. Me bañaría en esto si pudiera.

Con una risa ronca, toma mi cuchara y la pone en el fregadero.

—Tan deliciosa como suena esa imagen, mantengamos la salsa en nuestros

platos.

—Eso no es ni la mitad de divertido.

Saco un taburete y me siento para aliviar el dolor de mi pierna.


Delilah me mira.

—¿Hoy te duele mucho?

Como ya me ha regañado por negar mi dolor, le respondo con la verdad.

—Sí.

Con un tarareo, comienza a hacer un latte de cúrcuma. No sé cuánto reducen

realmente el dolor, pero es relajante y algo hecho solo para mí. Acepto su

regalo y enrosco mis dedos alrededor de la taza, robando su calor.

Delilah ha abierto un diario y está leyendo páginas muy marcadas. El diario

encuadernado en cuero, se parece mucho a los que yo uso, aunque el de ella

está maltratado y salpicado con varias manchas de comida y aceite. Escribe

una nota en el margen de lo que parece ser una receta, luego me atrapa

mirándola.

—Mi diario de recetas. —Lo cierra—. Al principio, nos enseñan a escribir las

cosas. Los recuerdos pueden desvanecerse. Pero también lo uso para

desarrollar recetas o tomar nota de una idea.

Su mano delgada, tan maltrecha como su libro, descansa protectoramente

sobre la cubierta. Me mira con cautela como si pudiera burlarme de ella. Toca

un nervio muy profundo que su confianza en mí sea tan escaza, que mis

acciones pasadas hayan causado esta falta de confianza. Así que le doy lo

único que puedo: mi propia vulnerabilidad.


—También escribo un diario. —Tomo un sorbo de café con leche—. No

recetas, por supuesto. Pero notas sobre mi papel. O lo que sucedió en el set

ese día, así lo recordaré cuando sea viejo.

Sus ojos color caramelo se agrandan.

—¿En serio?

—¿Es tan sorprendente?

Parpadea y asiente ligeramente.

—Sí. No, no lo sé. Supongo que no puedo imaginarte tomándote el tiempo

para escribir las cosas.

—Todo lo importante para mí, lo escribo. —Encojo mis hombros y palmeo la

taza de nuevo—. O lo hago ahora. Antes, cuando vivía en casa, no me

atrevería. Nada en mi habitación estaba a salvo de ser confiscado.

Sus labios se separan por la sorpresa. Sí, no sospecho que tuviera alguna idea

de lo confinado que estaba cuando era niño. Me recorre una vieja

incomodidad, tan fea y molesta como una camisa de paja. Me deshice de ese

pasado hace mucho tiempo, pero algunas cosas realmente nunca desaparecen;

simplemente intentamos olvidarlas lo mejor que podemos.

—Empecé a escribir después de la secundaria. —Después de la carta, otro

toque de arrepentimiento me molesta. No menciono esa maldita carta. Tengo

algo de orgullo—. Me ayuda a ordenar mis pensamientos.

Delilah asiente lentamente, con los ojos aún abiertos y fijos en mí.
—Lo hace —dice ella después de un segundo incómodo. Tengo la sensación

de que está más sorprendida de que tengamos algo en común. Yo no. Incluso

cuando estar cerca de Delilah me hizo querer arrancarme la piel solo para

alejarme de sus ojos críticos, sabía que estábamos forjados del mismo metal.

—¿Por qué quisiste ser chef?

Ella se sobresalta visiblemente ante la pregunta, claramente no la esperaba.

Su palma, todavía en el diario, hace un lento y suave circuito en el cuero.

—¿Aparte de amar cocinar?

Está evadiendo responder, y ambos lo sabemos. Sostengo su mirada,

dejándola ver que no la lastimaré con este tema.

—Aparte de eso, sí. Podrías haber cocinado para ti y hacer otra cosa.

Delilah lame su labio superior. Es un rápido gesto nervioso que la vi hacer

docenas de veces cuando éramos niños. Pero ella nunca fue de las que

eludían responder, al menos no conmigo, y tampoco me decepcionó esta vez.

—Fui a la universidad porque era lo que se suponía que debía hacer, ¿sabes?

Asiento con la cabeza. Porque hice lo mismo. Seguí el camino que la sociedad

me había fijado.

—No me malinterpretes; me gustó mucho. Pero cuanto más me acercaba a la

graduación, más asustada y poco satisfecha estaba. ¿Qué demonios iba a

hacer cuando saliera? Me sentí... sofocada. Tenía este impulso de crear... algo.

—Como si algo dentro de ti empujara queriendo salir.


—¡Sí, exactamente! —Las palabras de Delilah fluyen con más facilidad—. Me

preguntaba, ¿qué era lo que más disfrutaba? Y me di cuenta que eso era

cocinar. La comida era lo que me hacía feliz.

—Así que seguiste tu felicidad.

Su delgado dedo recorre el borde del diario, el que se ve casi exactamente

como el mío.

—Un mentor mío me dijo una vez que la comida es algo común que nos une a

todos. Todos necesitamos comer para sobrevivir. Pero al comer, al crear

platos que nos dan placer, desarrollamos la historia de nuestra humanidad, así

como la historia de quiénes somos como individuos. La comida está ligada a

muchos de nuestros recuerdos.

—Una vez leí una cita que decía que la buena comida cura nuestra alma.

—El plato correcto ciertamente puede hacerlo. —Se inclina hacia mí, su

mirada es intensa y brillante—. Dame un recuerdo de algún platillo que te

haga feliz.

¿Quiere curarme con comida? Lo extraño es que estoy bastante seguro de

que ya lo está haciendo.

Respondo sin pensar.

—Los sándwiches de queso a la parrilla que tu mamá solía hacernos después

de la escuela.
Parpadea, separando los labios rosados, pero se recupera rápidamente con

una cálida sonrisa.

—Sí.

En un santiamén, se dirige a la nevera y saca unos cuantos paquetes de

queso.

—¿Has estado escondiendo queso ahí? —digo con fingida indignación.

Sonríe.

—No voy a renunciar al queso. Nunca miras aquí, ¿verdad?

—Empeorará si lo hago.

Delilah pone el queso en el mostrador, luego se dedica a juntar pan y

mantequilla. Tiene una hogaza gruesa de pan de granja que corta en

rebanadas.

—¿Me vas a hacer un sándwich de queso a la parrilla? ¿Realmente vamos a

hacer esto?

Debajo del abanico de sus pestañas, sus ojos brillan.

—No diré nada, si tú no lo haces.

Caigo un poco más bajo su hechizo, mis paredes se derrumban en lugares que

nunca pensé que se debilitarían.

—Y no lo voy a hacer yo —agrega, sacando una sartén y encendiendo la

estufa—. Lo vamos a hacer juntos.


Me levanto y me detengo a su lado.

—Puedo hacer un sándwich de queso a la parrilla, pero no como el de tu

mamá. Siempre quedan demasiado oscuros en el pan y demasiado fríos en el

centro.

—Eso es porque no has aprendido a hacerlo de la manera correcta.

Hicimos los sándwiches juntos, usando una mezcla de queso muenster,

porque era lo el preferido de su madre, y provolone, porque Delilah cree que le

agrega un sabor más profundo, y untamos abundantemente mantequilla al pan

porque, según me informa Delilah, el secreto está en la mantequilla.

—Ahora —dice, poniendo dos sándwiches en la sartén caliente—. Aquí es

donde aprendes que cocinar involucra todos los sentidos. Gusto, sí. Pero

también oído. Escucha. La mantequilla está chisporroteando. Si no hay sonido

significa que no se está cocinando de la manera correcta. El sartén está

demasiado frío o demasiado caliente.

Escuchamos el chisporroteo.

—Mira —dice—. Necesitamos ver esa hermosa mantequilla saltando y

burbujeando alrededor de los bordes de la sartén.

Obedientemente, observo. ¿Cómo no hacerlo? Ella tiene el control total.

—Huele. —Pasa rápidamente la mano por la sartén, dejando que el cálido

aroma de la mantequilla dorada y el pan nos inunde—. Esto es más importante


cuando se agregan hierbas y especias. ¿La comida huele cómo debería? Es

algo que se aprende en el camino. Dale la vuelta a los sándwiches.

Tomo la espátula de su mano y hago lo que me pide. El pan está

perfectamente dorado.

—Tacto. Tienes que sentir cómo se está comportando la comida. La textura

de la misma. Ahora, con el queso a la parrilla, no querrás cocinarlo demasiado

rápido o el queso no se derretirá. ¿Oyes cómo se ha atenuado el sonido?

Asiento con la cabeza

—Necesitamos agregar más mantequilla; baja un poco el fuego.

Ella me guía a través de todo el proceso, enseñándome a controlar el calor,

cuidar los sándwiches para que queden como quiero. Todo el tiempo nuestros

hombros se rozan, todos nuestros movimientos están en coordinación para un

objetivo en común. Una sensación de calma se extiende por todo mi cuerpo.

No estoy pensando en el trabajo o el mundo exterior. No estoy enojado o

vacío. Estoy lleno. Estoy aquí, con ella.

Ponemos los sándwiches en platos y me da un cuchillo.

—La mejor parte. Cortarlo para abrirlo. —Su ceja se arquea en señal de

advertencia—. Corta solo en diagonal. En el medio el queso a la parrilla debe

de saber a pecado.

—Por favor —digo, con sentimiento—. Como si me fuera a hundir tan bajo.
Hago el primer corte y soy recompensado con un fino crujido, seguido por el

goteo del queso pegajoso. Perfección.

—Gusto. Dale un mordisco —insiste Delilah con entusiasmo infantil.

Es solo un sándwich. El regalo de un niño. Se siente como más.

Tomo un bocado.

—Cierra los ojos —dice—. Dime lo que piensas cuando lo pruebas.

Tú.

Yo.

Delilah usando rodilleras, su espeso cabello recogido hacia atrás en una cola

de caballo apretada que resalta la redondez de su rostro. Sus ojos dorados

me miraban desde el otro lado de la mesa de la cocina de su madre.

Hogar

Seguridad.

Un temblor me recorre las entrañas. Abro los ojos, queriendo alejarme del

mostrador. De ella. Pero me está mirando con ojos embelesados. Esperando

una respuesta.

—Recuerdo esos días —digo con voz gruesa—. Tu mamá gritándonos que nos

laváramos las manos o no tendríamos un bocadillo. Recuerdo cómo todos

comíamos esos sándwiches de queso a la parrilla rápidamente para que cada


bocado fuera igual de crujiente y sabroso, y nos advertía que nos

quemaríamos la boca con nuestros hábitos alimenticios glotones.

Su mirada sostiene la mía, su voz es suave ahora.

—Y no nos importó porque era demasiado bueno como para comerlo

despacio.

—Sí.

El aire está lleno de recuerdos, y de nosotros. Tengo la loca urgencia de

entrar en su espacio, tocar su mejilla. Solo tocarla.

Delilah parpadea y el hechizo se rompe.

—Este es casi idéntico al de tu mamá —digo para llenar el silencio—. Pero

mejor.

La expresión en su rostro es de duda.

—Nadie los hace mejor que mamá.

—Tú los haces.

Sonrojándose de nuevo, Delilah nos sirve té helado y comemos en relativo

silencio.

—¿Así que eres chef porque quieres evocar recuerdos? —pregunto después

de un tiempo.

—No exactamente. —Se limpia las manos con una servilleta—. Así que

estamos de acuerdo en que la comida evoca recuerdos, pero un chef hace


algo un poco diferente. Está contando una historia a través de la comida. Si

hace su trabajo correctamente, te está llevando en un viaje, haciéndote probar

las cosas de una manera diferente, haciéndote detener, pensar y apreciar la

comida. Un chef no solo te alimenta; te da placer. Te ilumina.

El calor pasa por debajo de mi cuello, y lucho por controlarlo, pero maldita sea,

ella lo hace sonar casi ilegal.

Sin darse cuenta de mi lucha, Delilah continúa:

—La buena comida es teatro en cierto modo, pero el público participa.

—Ambos somos artistas —digo un poco sorprendido.

—Supongo que lo somos —está de acuerdo después de un segundo.

—Entonces, ¿por qué catering? ¿Por qué encerrarte?

No puedo evitarlo. Quiero conocerla como es hoy, no como era antes.

Sus palabras salen con una lentitud mesurada.

—Cuando estaba en Nueva York, trabajando en un restaurante, todas esas

horas monstruosas, solía soñar con el catering, donde podía reducir la

velocidad, tener un poco de vida fuera de la cocina.

Su sonrisa es irónica.

—Pero luego llegué a Los Ángeles y comencé el negocio. Me atoré con los

extraños caprichos de mi clientela, preocupándome por las fiestas y cómo

irían. Mi creatividad se tambaleó. —Sacude la cabeza y se encoge de


hombros—. Descubrí que tampoco quería eso, lo que me hace preguntarme.

¿Tengo lo que se necesita? ¿Cómo puedo hacerlo si la idea de trabajar

constantemente me desanima?

Frunce el ceño en su rostro y agacha la cabeza como si no quisiera

encontrarse con mi mirada. Probablemente, piensa que ha dicho demasiado.

—Cuando estamos filmando —digo—. Tenemos tantas horas que pierdo la

noción de los días. Diablos, a veces estoy tan cansado que ni siquiera sé

quién soy. Es agotador. A veces, quiero decir: “A la mierda, ya terminé”. Pero

luego pienso en no trabajar más y me siento vacío. Nunca esperé que actuar

llenara un vacío en mí, pero lo hace. Así que sigo adelante.

En el momento en que salen las palabras, siento la honestidad en ellas. Amo

lo que hago. Y que me condenen si me escondo debido a un mal incidente. Ya

no quiero esconderme más. No más miedo.

Mi respiración sale más fácil de lo que lo ha hecho en semanas.

—Que quieras más de la vida que un trabajo constante no significa que no

eres una chef. Significa que eres humano.

La expresión en el rostro de Delilah es una que no había visto antes. Casi

parece gratitud. No sé qué hacer con eso. No debería sentirse agradecida. Yo

soy él que la retiene. La idea se envuelve alrededor de mi garganta y hace que

se apriete. No debería estar aquí en lugar de Sam. Debería dejarla ir. Debería

decirlo. Pero parece que no puedo hacer que mi boca forme las palabras.

Delilah toma una bocanada de aire y deja salir el aire lentamente.


—De una manera extraña, estar aquí ha ayudado a poner las cosas en otra

perspectiva.

—¿Qué quieres decir? —pregunto a través de mis labios rígidos.

Ella inclina la cabeza hacia atrás y suspira.

—Un chef tiene que descubrir quién es y cómo quiere expresarlo al mundo.

¿Cuál es la historia que quiere contar? —Sus ojos grandes y dulces se

encuentran con los míos—. Cerré el negocio porque me di cuenta de que no

sabía exactamente las respuestas a todo eso.

—¿Y estar aquí ayuda?

Quiero que sea verdad, pero no puedo creerlo. Soy un estorbo, no soy de valor.

—No sé si ayudar es la palabra correcta —exclama con un poco de humor—.

Más bien estoy aprendiendo sobre mí misma a través de la adversidad.

Me estremezco.

—Ay.

Su risa es ligera y extrañamente despreocupada.

—No luzcas tan afligido. Fue mi elección.

Lamentablemente, eso no ayuda un poco.

—¿Y cuándo todo esto esté hecho? —La agudeza en mi garganta se expande,

haciendo que mis palabras suenen ásperas—. ¿Todavía irás a esa gira?
Se toca el labio inferior con el borde de los dientes.

—Sabes, por primera vez en años, no estoy mirando hacia adelante. Solo me

estoy concentrando en este momento. —Parece encontrar esto sorprendente,

casi divertido, si su carcajada significa algo—. No quiero pensar en el futuro.

En eso discrepábamos. Por primera vez en años, todo lo que veo es el futuro.

Es oscuro y vacío, y lo que me asusta como el infierno, lo que me hace

levantarme y salir de la cocina poco tiempo después, es que será así porque

ella se habrá ido.


Capítulo 15

Macon y yo no mencionamos esa noche en el balcón. No sé si esto es por un

acuerdo silencioso y tácito o simplemente no se registra como un gran

problema para Macon. No puedo preguntar porque, como dije, me niego a

hablar del incidente. También es muy difícil no pensar en ello, pero me las

arreglo. La mayor parte del tiempo. Tengo recuerdos intermitentes

ocasionales de ciertos momentos: lo bien que se sintió descansar sobre él, lo

delicioso que olía, o la sensación embriagadora que tuve al escuchar el

profundo estruendo de su pecho cuando se reía. Esos desafortunados

fragmentos en mi memoria los aparto lo más rápido que puedo. Pero me

molestan. Sobre todo, estoy perturbada de lo fácil que fue acurrucarme con él.

Pero en la oscuridad de la noche, cuando estoy acurrucada sola bajo mis

sábanas y demasiado somnolienta para pelear contra ellos, un hilo de

arrepentimiento se apodera de mí. Estaba más que cómoda ahí con Macon.

Por primera vez en mi vida, me sentí observada. Y por un momento demasiado

breve, fue perfecto.

Y luego está Sam. Sé, sin duda que, no la veré hasta que esté bien y lista para

ser encontrada, que la culpa y la vergüenza la han empujado a esconderse.

Esto es mucho peor que la vez que desapareció durante un mes después de
gastarse el valor de la matrícula de un semestre en un fin de semana en Las

Vegas con sus amigas. En ese entonces, papá estaba vivo y muy molesto.

Solo regresó sigilosamente cuando se quedó sin dinero, y solo porque, estoy

convencida de esto, sabía que papá en realidad no la mataría.

No tiene ese tipo de garantías cuando se trata de Macon.

Santo Dios, ella literalmente vendió su confianza y su seguridad. Sé que por

eso se fue. El reloj probablemente fue un robo impulsivo, una forma rápida de

obtener dinero en efectivo. Puaj. Todo se siente al revés. Quiero proteger el

corazón tierno de mi madre como siempre. Pero también quiero venganza por

Macon. No quiero dejarlo solo en esto. Si a los diecisiete años, alguien me

hubiera dicho que me sentiría protectora con Macon Saint, me habría reído

hasta caer sobre mi trasero y lo habría llamado mentiroso. ¿Pero ahora?

Maldita sea, no lo sé. La niña triste y muy llorona en mí dice que salga de aquí

y me proteja. La adulta en mí dice que tal vez Macon no sea tan malo. Tal vez

podría ser... ¿no lo sé? Un amigo.

Niego con la cabeza ante eso, asustada y malditamente confundida. Y trabajo.

El trabajo siempre ayuda.

Nos acostumbramos a una especie de rutina. Macon se ocupa de sus asuntos,

cualesquiera que sean, y yo planifico mis menús y tras obtener el visto bueno

de Macon, me dedico a plantar un huerto a lo largo del costado de la

propiedad. El lugar ya tiene una buena cantidad de árboles de limón, aguacate

y olivos esparcidos por los alrededores. Algo que aprovecho tanto como

puedo.
La parte de asistente en mi trabajo no es la mejor; estoy de compras,

recogiendo los medicamentos de Macon y cualquier otra cosa que le guste, o

trayendo comida. Pero sobre todo recibo sus llamadas. Muchas llamadas. Y

Macon realmente no quiere aceptar ninguna de ellas. Me he convertido en la

reina de las excusas tontas.

Aparte de sus problemas, hay un problema personal que tengo que manejar, y

con bastante rapidez. Busco a Macon y lo encuentro en la cocina, sirviéndose

una taza de café.

—Tengo un problema —digo sin preámbulos.

—Ah, ¿sí? ¿Está relacionado con el sexo?

Con un movimiento de cejas, Macon se apoya en la encimera. Es lo

suficientemente alto como para que su trasero descanse sobre esta. La altura

perfecta que, si quisiera, podría colocar a una mujer en ese mármol frío,

abrirle las piernas y...

¿Qué te pasa? Deja de pensar en sexo, desvergonzada.

Un escalofrío se mueve sobre mis hombros, y aparto esos pensamientos.

Apártalos, apártalos, apártalos. Tantos pensamientos no deseados. Mi mente

está cada vez más abarrotada, es más difícil esconderme de las cosas que no

quiero abordar.

—Difícilmente se trata de eso. Mi madre sigue enviándome mensajes de texto.

Quiere saber sobre mi nuevo trabajo y me hace preguntas.


—Pues respóndele —me sirve un poco de café y lo desliza en mi dirección—.

¿O tienes algún problema con lo que deberías decir?

Niego con la cabeza.

—No, le diré... alguna cosa. No estoy segura de qué, en este momento, pero

algo se me ocurrirá. La cosa es que le debo un almuerzo de cumpleaños.

Macon hace una pausa y me mira por debajo de sus cejas rectas.

—Estabas preparando su brunch cuando te envié un texto por primera vez.

—Nunca terminé —bajo mi taza—. Quiero ir a casa y organizar un brunch de

maquillaje.

—Esta es tu casa ahora —dice Macon en voz baja—. Organiza el brunch aquí.

¿Mi hogar? No se siente así en lo más mínimo.

—¿Aquí? ¿Estarías de acuerdo con eso?

Sus ojos oscuros se ven de alguna forma ingenuos.

—¿Por qué no lo estaría? Amo a tu mamá.

—Lo sé.

Después de hacerse amigo de Sam, Macon estaba en nuestra casa a todas

horas. Mamá lo acogió como a un cachorro callejero. Siempre había un

asiento disponible para él en nuestra mesa. Incluso cuando era grosero

conmigo.
«Ustedes dos deben dejar de lado su obstinado orgullo y arreglar este
distanciamiento, Delilah —dijo mi madre cuando me quejé—. Si ese chico
necesita un refugio seguro de su vida hogareña de vez en cuando, no se lo

voy a negar porque tienes una idea o pensamiento atascado en tu mente.»

Hasta el día de hoy, no tengo idea de por qué pensó en las visitas de Macon

como algo seguro, dado que su pasatiempo favorito en mi casa era

perseguirme en cada oportunidad.

Echo a un lado esos recuerdos. Si pienso en ellos por mucho tiempo, voy a

querer lanzarle mi taza. Tengo que vivir con mi némesis ahora. El pasado

necesita quedarse en el pasado.

Macon me mira con el ceño fruncido como si estuviera pensando en muchas

cosas. Tal vez él también está recordando. A veces me pregunto cómo ve él

nuestro pasado. ¿Se imagina a sí mismo como la parte herida? Supongo que

lo era a veces.

Cualquiera que sea el caso, cruza los brazos sobre su pecho y me dirige una

mirada llana.

—Deja de intentar pelear conmigo y llama a tu madre, niñita.

Sintiéndome superior... muerdo mi labio inferior y niego con la cabeza.

—Muy bien, entonces, prepárate para ser invadido.

Macon levanta su taza a modo de saludo.

—Adelante.
Exactamente, un día después, mamá y su mejor amiga, JoJo, llegan a la casa

de Macon con los ojos muy abiertos y la boca abierta.

—Bueno —dice mi madre—. Puedo ver por qué renunciaste a caminar por

Asia si vas a trabajar aquí. Es simplemente hermoso.

Hasta ahora, le he dicho a mamá lo mínimo: que acepté un trabajo como chef

ejecutivo personal y dejé de lado el papel de asistente porque sabía que no

me creería. Insistí en que la paga y la oportunidad eran demasiado buenas

como para dejarlas pasar, mientras luchaba contra el sabor amargo en mi

boca tras haberle mentido.

Cuando me pidió saber más, prometí contarle cuando viniera a almorzar.

Tenemos la casa para nosotras solas. Macon y North están en Los Ángeles,

haciendo Dios sabe qué. Creo que inventaron una excusa para huir.

Los ojos gris azulados de mamá, tan parecidos a los de Sam, brillan con

interés.

—¿Para quién diablos estás trabajando, Dee?

—Déjame adivinar —JoJo agarra mi muñeca con emoción—. Alguien famoso.

Tiene que serlo. Las personas famosas valoran su privacidad —le dice a

mamá.
Tal vez sea porque han sido amigas durante tanto tiempo, pero a pesar de

que mamá es pálida y rubia, y JoJo es morena y castaña, se parecen mucho.

Ambas usan su cabello rizado cortado en mechones que se abren como

triángulos alrededor de sus delicados rostros, ambas son altas y a las dos les

encanta usar capris holgados y túnicas sueltas con estampados de animales.

Juntas de pie, parece como si un guepardo chocara con una cebra.

Unas lágrimas inesperadas se agolpan detrás de mis párpados, y tengo la

necesidad de correr hacia ellas y pedirles un abrazo. Porque las dos juntas me

hacen sentir como una niña otra vez, segura y protegida. Siempre las miré con

asombro, queriendo tener la confianza única que tenían cuando crecí. Todavía

quiero esa confianza.

—Entonces —dice, mirando a su alrededor—. ¿Quién es? ¿Una estrella de

cine? ¿Un gran productor? ¿Un músico? Dime que es guapo.

—Tal vez su jefe es una mujer, Jo —Mamá me sonríe—. Saca a tu sexy tía

JoJo de su miseria y cuéntanos, cariño.

La tía JoJo ignora a mamá con el pretexto de rascarse la ceja. Por mucho que

me encantaría verlas pelar, porque sus peleas pueden ser épicas, respiro y

confieso.

—Es Macon.

Mamá inclina la cabeza como si no la hubiera oído bien.

—¿Macon?
De manera tonta, asiento.

Su boca se abre lentamente.

—¿Macon Saint?

—¿Macon Saint? —repite JoJo—. ¿El novio de la infancia de Sam?

Ah. En realidad, últimamente no había pensado en Macon en esos términos.

De alguna manera lo empeora todo: el robo de Sam, el hecho de que estoy

encargándome de su deuda, todo empeora.

Aprieto mis manos con fuerza.

—Sí.

Intercambian una larga mirada.

La voz de mamá es tenue.

—Ya veo.

Me temo que se desanime y me apresuro a tranquilizarla.

—Es una gran oportunidad. Macon es famoso. Los chefs obtienen mucha

exposición trabajando para personas famosas.

Me temo que eso suene tan horrible para sus oídos como lo hace para los

míos.

Pero JoJo me dirige una mirada amable.


—Eso es cierto. Y si soy honesta conmigo misma, Dark Castle es mi programa

favorito. ¿Lo has visto, Andie? —le pregunta a mi madre.

—No. O más bien, vi los primeros episodios. —Sus pálidas mejillas se

sonrojan—. Pero luego estaba esa escena.

—Ah, esa escena —dice JoJo, fallando espectacularmente en ocultar su

sonrisa—. Debo decir que fue una sorpresa ver... eso.

Sí, "eso" es el trasero de Macon. Parece que todo el mundo ha visto su

trasero excepto yo. Estoy empezando a sentirme dolorosamente excluida.

El color de mamá se profundiza.

—No podía mirar. Era como ver a mi propio hijo... sabes. Por el amor de Dios,

¿cómo se suponía que iba a mirar el programa después de eso? No es como

si pudiera hacer una búsqueda. “¿Macon Saint tendrá sexo en Dark Castle

esta noche?”

Suelto una risita y me retracto rápidamente.

—Yo tampoco lo he visto.

Gran error.

La expresión de mamá se vuelve mordaz. Una mirada a JoJo hace que mi tía

honoraria de repente encuentre un gran interés en la vista.

Mamá se acerca a mí y coloca una mano fría en mi muñeca.


—Sabes que no soy de los que cuestionan tus elecciones, Delilah, pero

¿realmente estás trabajando para Macon Saint? ¿Viviendo con él?

—No estoy viviendo con él. Vivo en la propiedad.

Suena tonto incluso para mis oídos.

Me lanza una mirada tranquilizadora.

—Macon tiene sus pros y sus contras, como cualquier otra persona. Pero

ustedes dos se llevaban como la gasolina y el fuego. Es la última persona para

la que esperaría que trabajaras. Ahora dime qué te pasa. —Sus ojos me fijan

en el lugar—. ¿Es por el dinero? ¿Tiene algo que ver con Sam? Debe de ser,

por la forma tan desesperada en que la has estado buscando.

Mi madre no es tonta. Sabía que ella se daría cuenta de algunas cosas. Así

que tengo mis excusas planeadas.

Cuando mientes, lo mejor es ceñirse lo más posible a la verdad. Pensarías que

Sam me enseñó eso, pero en realidad, fue mi papá. El truco es que tengo que

contarle a mi madre una versión retorcida de la verdad para que ella la crea.

Con un suspiro, encuentro su mirada.

—Sam me robó dinero.

La expresión de mamá se arruga.

—Oh, Sam, mi bebé descarriada. Mi estúpida y descarriada niña. —Con una

mano temblorosa, acaricia mis mejillas—. Cuéntamelo todo.


Me siento como una cobarde. Una cobarde, horrible y mentirosa.

—Ella tomó mis ahorros y como sabes, ya había cerrado la tienda.

De manera sobria, mi madre asiente.

—Macon había oído hablar de mi servicio de catering a través de amigos y

sucedió que llamó en un momento oportuno. Me ofreció un trabajo como su

asistente y chef. La paga es suficiente como para que pueda ahorrar e ir a

Asia el próximo año.

—Esto no servirá —dice mamá—. Tengo algo de dinero…

—No, mamá. Claro que no.

Sus labios se fruncen.

—Es mi dinero. Tengo una opinión…

—No en esto. —Pongo una mano en su hombro—. Ya he tomado mi decisión.

No daré marcha atrás con eso.

Con clara desgana, ella asiente. Y sonrío.

—Además, mira este lugar. Aquí no me duele nada. Es hermoso, y el trabajo

es fácil.

Ella mira a su alrededor y luego niega con la cabeza.

—Lo es. Pero eso no me impedirá quemar el pellejo de tu hermana cuando la

encuentre.
—Te ayudaré a hacerlo. Pero sabes que Sam no aparecerá hasta que esté

bien y preparada. —La tomo del codo y la guío hacia donde JoJo está

mirando por la ventana de la sala de estar y, sin duda, escuchando a

escondidas todo el tiempo—. Ahora, ¿quién tiene hambre para almuerzo?

JoJo toma mi brazo libre.

—Estoy muriendo de hambre, muñeca.

Llevo a Mamá y a JoJo a una mesa puesta debajo de un enrejado cubierto de

enredaderas en el lado norte del césped. Hay muchas exclamaciones sobre la

vista del océano antes de que inspeccionen la mesa. Me las arreglé para

encontrar un mantel de lino natural, algunas velas de vidrio caído y una gran

lámpara de huracán de cromo y madera. Mezclado con platos comunes de

color crema y vasos de estilo mexicano, el entorno es tan agradable como

pude hacerlo.

—Esto es encantador, calabaza —dice mamá, tocando una de las ramitas de

romero que metí en las servilletas de lino—. No tenías que hacer todo esto.

—Es tu almuerzo de cumpleaños, mamá. Y no fue un gran esfuerzo.

—No puedo creer esta vista. —JoJo suspira mientras mira el océano. Se

vuelve hacia nosotros y sus rizos canosos se levantan con la brisa—. Ese

chico tiene un gusto excelente.

—Siempre lo ha tenido. —Mamá toma el asiento que saco para ella—. Gracias

cariño. Aunque diré que no tenía idea de que la actuación en televisión


pagaba tan bien. Oh, no me mires así, Dee. Sé que es de mal gusto mencionar

el dinero, pero somos familia.

Pongo los ojos en blanco y le sirvo un vaso de té dulce.

JoJo toma asiento a su derecha.

—Él es una estrella en uno de los programas más populares de la televisión de

paga, Andie. Es de esperar que paguen bien.

—No así de bien.

Mamá agita una mano en dirección al césped.

Saber que Macon podría volver a casa en cualquier momento me da ansiedad.

Me estremezco al pensar en él escuchando a mi madre y su mejor amiga

chismeando.

—¿Limonada o té dulce, señora JoJo? —Interrumpo antes de que puedan

decir más.

—Limonada para mí, ángel. —Se inclina más allá de mí para mirar a mi

madre—. Esto debe de ser parte del dinero de su familia. Resulta que la

familia de Cecilia era más rica que un evangelista de televisión con dientes

brillantes.

—Sabía que tenían dinero, pero no tanto.

JoJo se encoge de hombros descuidadamente.

—La gente con dinero antiguo no le gusta ser ostentoso.


Mamá asiente sabiamente y aprieto mis labios irritada.

—¿Realmente importa si Macon proviene de una familia de dinero? —suelto

sin pensar.

Mamá hace una mueca y coloca su mano fría sobre la mía.

—Por supuesto que no, bebé. —Ella sonríe brillantemente—. Bueno,

obviamente ustedes dos se han llevado bien esta vez.

Lo único que consigo es tararear.

—Siempre pensé que Macon era secretamente lindo contigo.

No puedo evitar resoplar.

—¿Dulce conmigo? De ninguna manera. Su odio era verdadero.

—Ahora, sé que él podría ser...

—¿Un imbécil?

Mamá finge estar sorprendida.

—Cuida tu lenguaje, Delilah.

Es el turno de JoJo de resoplar. Aunque mi madre tiene excelentes modales y

es el alma de la bondad, también maldice como un camionero cuando cree

que sus hijos no están cerca para escuchar. No lo considero un defecto, pero

es divertido cuando trata de darse aires de educada.

—Él fue horrible conmigo —digo con firmeza.


Mamá agita una mano.

—Eso no significa nada. Ya sabes, dicen que los chicos son más malos con

las chicas que más les gustan.

—Odio ese dicho. La maldad es la maldad. Decirle a una chica que hay algún

tipo de acción buena detrás de todo es decir que es correcto que ella sea una

víctima.

Mamá me mira por un momento, luego niega con la cabeza.

—Tienes razón, calabaza. No sé por qué dije eso.

JoJo resopla de nuevo.

—Porque tú y yo fuimos criadas con la frase 'los chicos serán chicos’ arrojado

a nuestros rostros. —Se recuesta en su silla y vuelve el rostro hacia la luz del

sol—. Yo digo que debería ser “los penes serán penes, y un pene que se porta

mal merece un rodillazo en las bolas”.

Mamá y yo nos miramos y luego empezamos a reír.

—Bueno —dice finalmente mamá con un leve jadeo—. Ahí tienes, Dee. Si ese

chico se pasa de la raya, dale un rodillazo en las bolas.

—Ojalá no le dé motivo para hacer eso —dice una voz profunda y divertida

detrás de nosotros.

Me avergüenza decir que todas saltamos como convictas fugitivas.


Macon está de pie, ligeramente inclinado hacia su pierna buena, con la luz del

sol reflejándose en su cabello negro. Una leve sonrisa se dibuja en sus labios.

Su mirada se encuentra con la mía, y un rubor por... alguna razón me alcanza.

—Estás de regreso.

Intento que eso no suene como una acusación, y fallo.

La burla brilla en sus ojos.

—Lo estoy.

Se demora un segundo más antes de poner su atención en mi madre.

—Señora Baker, señora Davis, ambas se ven bien.

—Así como tú, querido muchacho —exclama JoJo—. Muy guapo. Tienes la

mandíbula de un joven Robert Redford, incluso si está oculta por todo ese

descuido. Ahora ven aquí y dales a tus mayores un beso como es debido en

la mejilla.

Apenas me abstengo de toser "asaltacunas" en voz baja.

Macon sonríe y da zancadas hacia adelante, haciendo que parezca fácil

incluso con un bastón y una cojera severa. Obedientemente, se inclina y besa

tanto a JoJo como a mamá en sus mejillas. Cuando se separa de mamá, me

guiña un ojo antes de enderezarse, y sé que va a montar un espectáculo: el

dulce y galante Macon Saint.

—Escuché que las felicitaciones están a la orden, señora Baker. Feliz

cumpleaños.
Mamá es toda risitas.

—Vaya, gracias, Macon. Y por favor, dime Andie.

Su sonrisa es un encanto.

—No creo que sea capaz de hacerlo. Se sentiría una falta de respeto. Para mí,

siempre ha sido la señora Baker, señora.

Señor, ayúdame.

Pero mamá acepta todos los cumplidos.

—Chico dulce.

Traidor.

—Mírate —continúa—. Todo un adulto.

—Eso soy yo.

—Había leído en Twitter que te habías lastimado.

Mamá mira en mi dirección como si de alguna manera yo fuera responsable.

Me enfurezco, pero vuelve a acariciar la mano de Macon. Y trato de entender

que mi madre esté curioseando en Twitter.

—Estaré bien en poco tiempo, señora. Baker.

—Sí —agrego—. Solo necesita descansar. Ve a descansar, Macon.

Su ceja se arquea como si escuchara mi demanda silenciosa. Y recibo una

mirada que dice; No en tus sueños, Patatita.


—Estamos a punto de almorzar —dice mamá, matando mi esperanza—.

Deberías unirte a nosotras.

Oh diablos, no. Estoy segura de que Macon tiene otros planes...

—Bueno, me encantaría, señora Baker. Qué amable de su parte preguntar.

Va a agarrar una silla vacía del frente y fulmino con la mirada a mamá, que me

da un pellizco debajo de la mesa. Froto mi muslo y me levanto.

—Solo será un momento. Sírvanse del plato de frutas.

Refunfuño, me dirijo a la cocina con la voz retumbante de Macon

persiguiéndome a medida que avanzo. Le había hecho un poco de comida a

Macon y la había dejado en la nevera. La agrego a nuestro almuerzo, tentada

de rociarlo con un poco de pimienta de cayena. Entrometido astuto. Encantará

a mamá, y todo lo que oiré durante meses es lo dulce y maravilloso que es

Macon.

Cuando vuelvo, está ocupando el centro de la mesa. Me ve acercarme y sus

ojos se iluminan con picardía. Pero no dice nada mientras dejo mi enorme

bandeja en el aparador y empiezo a servir el almuerzo.

—Porque, Delilah —dice mamá—. Esto se ve maravilloso.

He hecho flores de calabaza rellenas con mousse de queso pimiento, porque a

mi madre le encanta el queso pimiento, y como plato principal, ensalada de

langosta sobre rollos de camote fresco y un simple succotash de maíz tostado

y ensalada de jícama e hinojo como guarnición.


—Delilah es una gran chef —dice Macon—. Desde que me fui de Shermont,

no había pensado mucho en la comida. Entonces Delilah volvió a mi vida y me

encuentro deseando comer todo el tiempo.

Un momento incómodo cae sobre la mesa. Lo dijo con un rostro serio, pero

maldita sea, sus palabras me tienen acalorada y molesta, y pensando en

antojos pecaminosos que definitivamente son malos para mí.

JoJo se aclara la garganta con delicadeza.

—La buena comida te hace eso.

Macon arquea una ceja en mi dirección como si dijera en silencio:

"Ciertamente lo hace".

Lo fulmino con la mirada y engullo mi sándwich con vigor.

El silencio desciende mientras comemos, pero entonces Macon se limpia los

labios con la servilleta y se vuelve hacia mi madre.

—Tal vez pueda ayudarnos a resolver un argumento, señora Baker.

—No me digan que ustedes, niños, están peleando de nuevo.

Por alguna razón, las palabras me golpearon de forma totalmente equivocada,

y todo lo que puedo imaginar es a Macon y a mí realmente haciéndolo de

verdad. Contra una pared, todo caliente y sudoroso. Y duro. Muy, muy duro...

Alcanzo mi limonada y derramo un poco con la prisa.

La parte superior de sus mejillas se vuelve ligeramente rojiza.


—Ejem... no, no exactamente. Delilah me dice que lleva el nombre de una tía

que se ahogó con una tarta.

Le hago una mueca y me la devuelve mientras mi madre se distrae tomando

un sorbo de té.

—Ah, sí, tía abuela Delilah, asfixiada con una tarta de ruibarbo y fresa.

—No sabía que el ruibarbo estaba involucrado —exclama Macon como si la

adición de eso hiciera toda la diferencia.

—Corta la dulzura de la fresa con un poco de tarta —explica JoJo.

Completamente serio, Macon asiente.

—Me gusta un poco de tarta con mis dulces.

Lucho por no poner los ojos en blanco.

—Personalmente —continúa mamá—, ya no soporto comer tarta de ruibarbo y

fresa. Me recuerda a la muerte —confiesa en voz baja.

Con un gemido, descanso mi cabeza en mis manos.

—Prefiero una buena tarta de leche desnatada o crema de coco —le dice a

Macon.

—El chiffon de chocolate es mi favorito —agrega JoJo.

Macon mantiene sus ojos firmemente alejados de mí mientras su boca se

tuerce.
—Soy partidario de la tarta de melocotón.

—Oh, por el amor a las tartas —exclamo—. ¿Podrías decirnos por qué me

llamaron así, mamá?

Ella me lanza una mirada de reproche.

—Tu paciencia deja mucho que desear, Delilah.

Macon claramente lucha por no reírse.

—Siempre estoy diciendo eso, pero ella piensa que la estoy molestando.

—Si tu pierna no estuviera rota, te la patearía —digo dulcemente antes de

darle a mi madre una mirada suplicante—. Continúa, mamá.

—Fue tu padre quien escogió el nombre. Amaba tanto a su tía. —Le da un

mordisco a su rollo de langosta y luego se seca los labios con una servilleta—.

Yo quería llamarte Fern.

—¿Fern? —retrocedo—. ¿Sabes la cantidad de abuso verbal que habría

recibido en la escuela con el nombre de Fern?

Macon se aclara la garganta, luego presiona un puño contra su boca como si

estuviera tratando de obligarse a comportarse antes de hablar.

—Habría sido mucho.

—Más de tu parte —agrego con cierta aspereza.

Su sonrisa es rápida y tenaz.


—Probablemente.

—Le dije que no lo hiciera —JoJo se sirve otra flor de calabaza—. Dije, “Andie,

tu chica te odiará por esto. Quieres que al menos llegue a la adolescencia

antes de que intente matarte”.

—¿Qué tiene de malo Fern? —pregunta mi madre, extendiendo las manos con

exasperación—. Es de mi libro favorito, La telaraña de Charlotte.

No puedo...

Los anchos hombros de Macon están temblando, su rostro enrojece detrás del

puño que todavía tiene cubriendo su boca.

Me inclino hacia mi madre.

—Entonces, ¿por qué no me llamaste Charlotte?

Mamá parpadea hacia mí como si estuviera loca.

—¡No podría hacer eso! Charlotte muere al final. Habría sido mala suerte.

Un calor alocado florece sobre mi pecho.

—¡La tía Delilah murió! ¡Por una tarta!

Macon pierde el control con una gran carcajada. Se ríe tan fuerte que se

recuesta en su silla, llevándose una mano al pecho. Se ríe tanto que sus ojos

se convierten en pequeños triángulos de alegría.

Todas las mujeres en la mesa quedan momentáneamente atónitas por el

espectáculo porque Macon Saint riendo con todas sus fuerzas es un evento
de belleza innegable. Es tan jovial que me hace empezar a sonreír. Antes de

que me dé cuenta, yo también me estoy riendo. Mamá y JoJo también caen

bajo su hechizo, y pronto todos estamos riendo como locos bajo el sol

amarillo.
Capítulo 16

SammyBaker: ¿Por qué hay un video viral tuyo cantando en una silla?

DeeLight: ¡Sam! ¿DÓNDE DEMONIOS ESTÁS?

Tuve que alejarme por un tiempo. No te preocupes. ¿Qué pasa con el canto?

¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Qué pasa con este lío con Macon?

No te preocupes por él tampoco. Me ocuparé de eso cuando regrese.

¿Me estás tomando el pelo? ¿Cuándo? ¿Cuándo vas a volver?

En unos pocos meses. Sólo hay que ocuparse de algunas cosas.

¡Meses! ¡Maldita sea, Sam!

Buena charla, D. Apagaré mi teléfono ahora.

¡Sam!

¡Sam!

—¡Maldita perra!
Lanzo mi teléfono sobre la cama y me recuesto en las almohadas, mis nervios

saltan y chisporrotean como aceite caliente. Después de todo este tiempo,

finalmente envió un mensaje de texto. Y se ha burlado de mí, dándome casi

nada. Estoy tan enojada y conmocionada que no sé qué hacer.

Puedo ir con Macon, decirle... ¿qué cosa? Sam definitivamente se está

escondiendo, pero bueno, ella regresará en unos meses, lo que significa que,

técnicamente, yo gano la apuesta. Solo que no sé si traerá el reloj o

exactamente cuándo regresará. No, solo se molestará como yo, y por nada.

Porque eso es lo que ella me dio.

¿Por qué envió un mensaje de texto? ¿Había visto mi video? Entonces, a pesar

de sus afirmaciones, está usando su teléfono. Y ella va a volver. Y creo mucho

en que lo hará. La chica no puede mantenerse alejada para siempre. Es

demasiado entrometida y demasiado acostumbrada a ser el centro de

atención.

Dejaré que se sienta cómoda de nuevo, esperaré hasta que baje la guardia y

voy a tantear el terreno. Eso es todo lo que puedo hacer. Presionarla solo hará

que se clave en sus talones.

Refunfuño, salgo de la cama y me dirijo a la ducha. Se las arregló para

arruinar mi mañana y me dejó una sensación fea y enfermiza en mi estómago.

Pero, lo más loco de mi situación es que escucho a Macon moviéndose en su

habitación y me encuentro con el mismo predicamento con el que me he

despertado todos los días: estoy emocionada por verlo.


En las cuatro semanas siguientes al accidente, Macon se ha estado

imponiendo en reclusión. Está mejorando lentamente; el ojo morado se

desvanece; el corte sobre su frente se cura hasta convertirse en una leve

cicatriz que simplemente le da una apariencia más desenfadada.

Si bien su pierna todavía está en la férula para caminar, su muñeca y costillas

ahora están desenvueltas. Hace ejercicio con North todos los días, siguiendo

una rutina modificada.

Es evidente que la movilidad le inquieta. Y pronto me dice que acepte una

invitación a un almuerzo benéfico el sábado. Lo cual está bien, me alegro de

que salga de la casa y vuelva a la vida, solo que yo también tengo que ir. Es

un evento diurno, lo que significa que es bastante informal, pero sigo atrapada

en un pequeño vestido negro de corte A y tacones cómodos, siguiendo a

Macon mientras camina por la alfombra roja, los flashes de las cámaras

resplandeciendo como destellos y la gente gritando su nombre.

North se mezcla con la multitud, su trabajo como guardaespaldas no es tan

necesario con toda la seguridad a cargo del evento. Me recibe Timothy Wu, el

publicista de Macon. El entusiasmo del enérgico hombre me agota en cuestión

de minutos, pero debo decir que luce un traje a rayas y una corbata amarilla

con lunares.

Timothy me toma bajo su protección y juntos respondemos preguntas de la

prensa, tomamos números e interferimos cada vez que alguien que él


considera inaceptable intenta acercarse demasiado a Macon. Aprendo

rápidamente sobre las venganzas, los chismes de la prensa y los publicistas.

—Esa perra —susurra Timothy en mi oído después de rechazar a una mujer

con promesas de mantenerse en contacto—. Citó completamente mal a

Macon en una entrevista. Hizo que pareciera que no estaba agradecido por su

éxito con Dark Castle.

Una cosa que sé con certeza acerca de Macon es que nunca da por sentado

su trabajo.

—Entonces, ¿por qué aceptaste tener otra reunión? —le pregunto a Timothy.

Se encoge de hombros ligeramente.

—Su revista es demasiado popular como para ignorarla.

Eso resume bastante bien todo. Aquí, Macon es una mercancía, un producto

cuidadosamente elaborado y manipulado. No es que sea falso; su naturaleza

genuina todavía está allí, eso es lo que lo hace tan atractivo, pero es como si

se hubiera lanzado una pared de vidrio entre él y todos los demás. Y lo que

llegamos a ver es una imagen, no el verdadero hombre.

Todos aquí son iguales. Todos ellos caminan en sus propias vitrinas, todos en

la mentira. Lo odio. Odio tener que ir tras su camino, actuando como si lo más

importante del mundo para mí fuera la imagen de Macon y lo que la gente

piensa de él.
Soy una chef, no una asistente. Quiero aprender a hacer fideos en Hong Kong,

Tokio y Shanghai. Debería estar tomando lecciones de wok con mi amigo

Sammy en Beijing. Nos conocimos en la escuela de cocina e intercambiamos

correos electrónicos cuando tomó un trabajo en un hotel de lujo en China.

Visitarlo fue mi primera parada.

La invitación es abierta, pero la espera irrita. Los mensajes de texto de Sam

irritan. Ella volverá pronto. Excelente. Maravilloso.

Extraño mi cocina, extraño el ritmo y el fluir de ella cuando mi personal y yo

estábamos preparando una gran cena. Extraño los aromas de la buena comida

chisporroteando en sartenes calientes. Extraño la alquimia de la comida.

Cocinar para Macon es un desafío porque tengo que idear comidas saludables

que sepan tan bien que él no sepa lo que se está perdiendo. Hasta ahora, solo

he tenido un éxito a medias porque el hombre quiere sus postres y los quiere

mucho.

Estoy sentada con otros asistentes en una mesa en la parte trasera de la sala,

intentando aguantarme. No debería quejarme; firmé para esto, le rogué a

Macon que me diera la oportunidad de hacer las paces. Y Macon no ha sido el

imbécil que esperaba que fuera. Eso es parte del problema. Él me gusta. Me

siento atraída por él, en realidad, eso es quedarse corto. Mi cuerpo ya no es

mío. Él ha tomado el control de eso, lo hizo agitado, sobrecalentado, deseoso,

necesitado. Soy una extraña mezcla de ansiedad y entusiasmo todo el tiempo.

Peor aún, mi mente tampoco es mía. Pienso en Macon cuando me acuesto y

vuelvo a pensar en él cuando me despierto. Y por una vez, los pensamientos


sobre Macon no son tormentosos o molestos, sino que son cosas que me

hacen sonreír: sus chistes ridículos, la forma en que sus ojos se arrugan

cuando sonríe, incluso la forma en que mueve su mandíbula cuando come una

manzana.

—Ay, señor —murmuro, tomando un sorbo de vino blanco.

Me doy asco. Estoy sentada aquí... distraída. Mientras él está en el frente,

charlando en una mesa llena de gente igualmente hermosa.

Para cuando termina el evento, estoy pensando en probar la hipnosis para

sacar al hombre de mi cabeza. Nos reuniremos afuera, donde una fila de

autos avanza para recoger a las celebridades. Sobre el mar de gente dando

vueltas y conversando, Macon me ve. La expresión severa que es su rostro en

reposo se ilumina, una curva sutil en sus labios, un levantamiento de sus cejas

oblicuas. Pero es la emoción en sus ojos lo que me atrapa. Cuando Macon me

mira, es como si yo fuera el único pensamiento en su mente. Siempre ha sido

así, solo que ahora, en lugar de ver resentimiento e irritación en sus ojos, veo

un placer genuino.

En ese momento, todo se desvanece: la horrible tensión en mi cuello, la

sensación de nerviosismo en mi vientre. Una calidez y un aleteo de

anticipación me invaden en su lugar. Macon todavía usa un bastón, este es de

ébano con un mango de calavera plateada, lo que me hace sonreír, pero lo

maneja bien, su modo de andar se ve más arrogante.

Cada centímetro de él se ve cómo una estrella, bruscamente hermoso, en un

traje gris hecho a medida que enfatiza su altura y hábiles hombros. No usa
corbata, pero tiene su camisa blanca abierta en el cuello, dejando al

descubierto el hueco de su garganta. Se coloca a mi lado, su mano toca mi

codo.

—Ahí estás.

Como si fuera un niño al que le perdió el rastro.

Muerdo el interior de mi mejilla porque la sensación de mal humor regresa, y

no es su culpa que esté de mal humor.

—Aquí estoy —respondo mientras la gente nos empuja.

Su mano se desliza hasta la parte baja de mi espalda, guiándome alrededor de

dos ganadores del Oscar.

—Deberías haberte sentado conmigo.

Trato de no mirar a uno de mis amores de la infancia, que aparentemente es

de mi estatura: aprendes algo nuevo todos los días. Aparto los ojos antes de

que me atrapen boquiabierta como una tonta.

—Macon, fue una ceremonia de veinte mil dólares el plato. El personal no se

sienta con las estrellas.

Sus labios firmes se aplanan.

—La próxima vez, te invitaré a cenar y nos sentaremos en cualquier lugar que

nos plazca.

No hagas que me gustes más de lo que ya lo haces.


Pero no puedo decir eso sin revelar demasiado, así que le dirijo una sonrisa

débil.

—Eso es dulce de tu parte, pero no me importa. Tú estás trabajando.

Él hace un ruido de desacuerdo en voz baja.

—Seguía olvidando que no estabas allí, y me inclinaba, queriendo susurrarte

algo al oído, solo para encontrar a Chris mirándome como si hubiera perdido

la cabeza.

Mis labios se contraen. Chris. Chris Chadsworth, una de las estrellas más

populares de Hollywood.

—Tal vez él piensa que eres lindo con él.

—Oh, estoy seguro de que mi mano en su rodilla le hizo entender eso. —Me

guiña un ojo cuando me río, pero algo en mi tono debe delatarme porque su

expresión rápidamente se vuelve preocupada—. ¿Qué ocurre?

—No me pasa nada. —Nada que yo pueda arreglar, y nada que quisiera que él

notara, en cualquier caso. No me voy a quejar con él, y me irrita que dejo que

se vean grietas. Intento que mi voz sea más ligera—. Estoy un poco cansada;

eso es todo.

Eso no consigue engañar a Macon ni por un segundo. Sus ojos se mueven

sobre mi rostro como si de alguna manera pudiera leer mi mente si mira lo

suficiente.

—No, algo te está molestando. Cuéntame que es. Por favor.


Es el suave “por favor” lo que me atrapa. En este punto, evadir sus preguntas

solo hará que se aferre y trate de eliminarlas, pensando lo peor.

—Me siento fuera de lugar estando aquí —confieso en voz baja.

La línea tensa de sus hombros se relaja y agacha la cabeza para que sus

labios estén más cerca de mi oído.

—Yo también. Todo el mundo aquí lo hace.

Lo miro incrédula.

—No me trates con delicadeza, Macon. No es necesario. Encajas aquí como

un guante. Y sinceramente dudo que tus colegas se sientan fuera de lugar.

—Te sorprenderías —dice secamente, pero deja escapar un gran suspiro—.

Déjame aclarar, porque así como tienes razón también estás equivocada. Hay

momentos en los que estoy trabajando y siento que por fin he encontrado mi

lugar, mi gente. Y ese sentimiento es increíble, Patatita. Un alivio. Pero justo

después de eso está este temor de que todo pueda desaparecer en un

instante. A menos que seas la realeza absoluta de Hollywood, la mayoría de

nosotros aquí nunca nos sentimos realmente cómodos.

—Así es ser un chef también.

Sus ojos oscuros se agudizan cuando me mira, y una nube se forma sobre sus

finas facciones.

—Eres miserable haciendo esto, ¿verdad?


No puedo negarlo, así que aparto la mirada. Entre los pliegues de mi falda, su

mano encuentra la mía. Enlaza nuestros dedos, dándome un ligero tirón para

que tenga que levantar la vista hacia él. Veo el remordimiento en sus ojos.

—Lo eres.

—Macon… —Aparto toda mi autocompasión, avergonzada de haberlo dejado

ver—. Estoy bien.

—No. —Su agarre se vuelve un poco más fuerte—. No lo estás. Terminemos

con este trato. Vuelve a abrir tu negocio de catering, y vuelve a trabajar en

ceremonias. Puedes usar la cocina de la casa hasta que te recuperes.

—No —digo firmemente—. Teníamos un trato. No estoy huyendo asustada.

Puedo soportarlo.

Sus cejas bajan.

—No quiero que “lo soportes”. Fui un imbécil al aceptar esto cuando sabía

que solo lo estaba haciendo para hacerte pasar un mal rato.

El calor me recorre como un aceite.

—Fue mi idea, y ambos lo sabemos. No te voy a dejar a la primera sacudida,

Macon. No se sentiría bien.

Con un resoplido de clara frustración, se pasa la mano libre por el cabello.

—Ya no quiero esto —dice con voz áspera, tan bajo que casi pasa

desapercibido por encima del alboroto de la multitud—. No si es a expensas

de tu felicidad.
No sé qué decir. Nuestro acuerdo se siente como una nube sobre nosotros,

pero también lo hace el robo de Sam. En los rincones oscuros de mi mente,

me pregunto si mi desgana tiene algo que ver con Sam. O si es todo por

Macon.

—Mi felicidad nunca fue parte de la ecuación —susurro, más para mí que para

él.

Macon abre la boca para replicar, pero ve algo detrás de mí y su cuerpo

tiembla como si lo hubieran golpeado. La sangre se drena de su rostro,

volviendo su piel del color del barro secado por el sol. Doy un paso hacia él,

mis dedos tocan su ancha muñeca y noto que su pulso se acelera.

—¿Macon...?

Pero luego veo lo que él ve, y mi boca se seca.

El hombre que camina hacia nosotros es una versión más vieja y gris de

Macon. La misma estructura ósea bellamente tallada, las mismas cejas

oblicuas y los ojos oscuros como el carbón. Sólo su boca es diferente, fina y

plana con una amargura que parece ser una aflicción permanente. Tiene un

aspecto hinchado en el cuello y el rostro debido a la bebida, un tono

enrojecido en la piel hinchada.

George Saint no pierde el tiempo con cortesías cuando se detiene frente a su

hijo.

—Sabía que te encontraría aquí, pavoneándote como un pavo real frente a la

prensa. Siempre desesperados por llamar la atención.


Macon ha recuperado algo de su color y su voz sale dura y aguda.

—Diría algo acerca de que la olla llama negra a la tetera, pero no tienes

suficiente autoconciencia como para entenderlo.

George Saint entrecierra los ojos y, aunque el gesto me recuerda al de Macon,

tiene una fealdad tan fría que en ese instante no se parecen en nada.

—Pensé que te quité la falta de respeto a golpes. Claramente, debería haber

golpeado más fuerte.

Mi sangre se hiela con sus palabras, y expulso un suspiro que duele cuando

sale de mis pulmones.

Aunque no mira en mi dirección, Macon me escucha y cambia su peso, sus

anchos hombros medio bloquean mi vista como si estuviera tratando de poner

un muro de defensa entre su padre y yo.

—Lo único que me enseñaron tus golpes fue a odiar. —Las palabras de

Macon son como clavos que perforan profundamente—. Pero entiéndelo bien.

Ahora devuelvo el golpe. Y golpeo mucho más fuerte.

La piel colorada de George palidece antes de que el rojo regrese con fuerza.

—Me debes darte tu merecido, chico.

—Te dejé de una pieza —responde Macon, aunque su voz es baja y fuerte—.

Dado lo que quería hacer, deberías agradecerme.

—Voy a acabar contigo —sisea George, con saliva humedeciendo su labio—.

Dile a todos quién eres realmente. Una mierda sin valor, sin espinas…
—¡No! —La palabra brota de mi boca como un disparo. De alguna manera

hablé sin planearlo, pasando por delante de Macon y entrando en el espacio

de George Saint sin darme cuenta. Pero no voy a dar marcha atrás. La ira tiñe

mi mundo de un blanco cegador, empañando los bordes de todo. Surge a

través de mi sangre como cal viva—. No harás tal cosa. Saldrás de este lugar

y te arrastrarás a la roca de la que saliste.

Ahora estoy en un buen aprieto, mi cuerpo tiembla de rabia.

»Este hombre es lo mejor de ti, lo único bueno que jamás conocerás. Y

tendrás que atravesarme para volver a tocarlo.

El estruendo de la multitud regresa con toda su fuerza cuando, por fin, me

quedo sin fuerzas. Pero no estoy menos enojada, simplemente en un punto

muerto. Y entonces, Macon se mueve, justo cuando su padre parece dar un

paso adelante. Todo sucede a la vez, una especie de extraño y feo baile en el

que Macon envuelve un brazo alrededor de mi cintura, arropándome a su lado

mientras también se endereza, su postura es tan amenazante que George

Saint vacila.

—Suficiente. —Una palabra de la boca de Macon. Una amenaza y una

promesa. Haga lo que haga George se encontrará con el muro impenetrable

hecho con la determinación de Macon.

Los fríos ojos de su padre se posan en mí.

—Te reconozco ahora. La rechoncha Baker con la boca grande. Solías pelear

como un gato con mi chico. Sabía que quería follarte con odio en ese
entonces. Le dije que no se molestara, ya que tenía a la hermosa hermana

zorra rogándole. —Se burla de su hijo—. Debería haber sabido que no

escucharías. ¿Caíste en los barrios bajos ahora, muchacho? Debe ser algún

fetiche con las chicas fornidas.

El agarre de Macon sobre mí se aprieta incluso cuando mi respiración se

queda atrapada dolorosamente en mi garganta. Claramente, siente mi

reacción, y su mano se extiende amplia y cálida sobre mi costado.

—Cierra tu horrenda boca mientras puedas —le dice a su padre. Contra mi

mejilla, su corazón late rápido y ligero en sus costillas. Los temblores le

atraviesan el medio, pero lo disimula bien—. Si crees por un segundo que

estás a salvo porque estamos en público, estás equivocado.

Hasta ahora, nadie parece haber notado nuestro argumento. La gente se ríe y

charla en grupos. Pero eso podría terminar fácilmente con un buen golpe.

—Yo creo —dice George Saint, inclinándose—, que lloriquearías y suplicarías

tal como lo hacías cuando eras un niño mocoso.

Macon no se mueve, no muestra ni una pulgada de emoción, pero siento el

retroceso en su cuerpo, el dolor que sin duda odia reconocer. Porque la

familia, nos guste o no, tiene el poder de arrancarnos el corazón. Saben

exactamente dónde retorcer el cuchillo.

Mi mano va a su pecho y presiono ligeramente contra su acelerado corazón.

—Vete ahora —digo, mirando hacia arriba, con toda mi atención puesta solo

en él—. Ya no hay razón para que estés aquí.


Sus ojos tienen un brillo, pero parpadea, un barrido de espesas pestañas

negras, y su mirada es clara.

—No hay ninguna razón en absoluto —está de acuerdo en voz baja—. Vamos

cariño.

Nos da la vuelta para que nos vayamos cuando George Saint ataca por última

vez, sus feas púas encuentran su marca en mi piel.

—Date aires, niña. Pero sé que no eres nada. Un personaje secundario, no

deseado y abandonado. Solo lo recogieron los Baker porque sintieron lástima

por ti.

Macon se detiene, su largo cuerpo se estremece como un diapasón alterado.

Yo, en cambio, estoy entumecida. Me ayuda más colocar una mano en la

espalda de Macon y lo insto a avanzar, rogándole en silencio que ignore al

odioso hombre que le dio la vida. Y lo hace. Su brazo está firme alrededor de

mi cintura, sosteniéndome, mientras me guía lejos.


Capítulo 17

Hay un zumbido incesante en mis oídos mientras camino junto a Macon, con

una sonrisa de dolor pegada a mi rostro. Supongo que él también lleva algún

tipo de expresión agradable, pero no puedo hacer que mi cuerpo funcione lo

suficiente como para comprobarlo. La totalidad del desagradable encuentro

con el padre de Macon tomó probablemente dos minutos. Y, sin embargo, fue

suficiente para sentirme como si estuviera recubierta de una suciedad

pegajosa de adentro hacia fuera. Un grumo grasiento de emoción se desliza

por mi garganta y trago convulsivamente.

A ciegas, dejo que Macon me guíe, la multitud se agolpa a nuestro alrededor.

Y entonces llegamos al auto, North se acerca para abrirme la puerta trasera.

Pero Macon le toca el brazo, inclinándose para que nadie más pueda escuchar.

—Necesito las llaves.

Lo que North ve en los ojos de Macon es suficiente para agudizar su mirada.

Le da a Macon una rápida inclinación de cabeza.

—En el contacto.

Cierra la puerta trasera y abre la puerta del acompañante. Sus ojos muestran

preocupación, y le sonrío tensamente mientras subo.


El interior del gran todoterreno Mercedes está benditamente fresco, el aire

corre en un zumbido constante, Sia suena suavemente en la radio. Me

estremezco un poco y me recuesto en el cuero lujoso mientras Macon rodea

el auto. Con un gruñido de impaciencia, lanza su bastón en la parte trasera y

luego se desliza en el asiento del conductor con facilidad, a pesar de que

tiene una pierna rota y la bota para caminar no es pequeña.

—¿Deberías estar conduciendo? —No puedo evitar preguntar. Mi voz es como

grava, me duele la garganta como si hubiera estado gritando. Me lanza una

mirada tranquilizadora, algo salvaje en sus ojos, como si estuviera sosteniendo

un hilo, y levanto una mano en señal de aplacamiento—. De acuerdo. Continúa.

Otro gruñido y nos ponemos en marcha, saliendo lentamente a la carretera.

Ninguno de los dos dice una palabra mientras él maniobra entre el tráfico sin

vacilar. Con o sin accidente, queda claro que Macon es un excelente

conductor. Me vienen a la cabeza los recuerdos de la clase de educación vial

que recibí con él cuando teníamos dieciséis años. Entonces había sido el

preferido del profesor, algo que me molestaba como siempre. Más aún

cuando batió el récord de mi clase en aparcar en paralelo por un mísero

segundo.

Ahora miro hacia él y lo encuentro mirando fijamente a la carretera. El sudor

le salpica la sien y su mandíbula empieza a temblar, pero sigue conduciendo

con determinación, como si solo tuviera que llegar a su destino y todo fuera a

salir bien.
Curiosamente, no se dirige a Malibú sino al sur, hacia Hollywood. No lo

cuestiono, pero me relajo todo lo que puedo y observo el paisaje que pasa

con desinterés. Gira el auto para entrar en el parque Griffith y se dirige al

circuito. En el primer mirador vacío se detiene y apaga el auto. En el silencio,

el motor chasquea sigilosamente.

Macon toma aire y sale del auto, cerrando la puerta tras de sí. Me levanto de

mi asiento y lo sigo. El aire es dulce, con el aroma de los eucaliptos y las

flores silvestres, y caliente a la luz del sol de la tarde. Macon camina un

momento y luego apoya los antebrazos en el techo del todoterreno. Sus

hombros se encogen mientras lucha por respirar.

Con una violenta maldición, golpea el techo con la mano abierta.

—Maldición. Maldición. Maldición.

Cada maldición va acompañada de un golpe en el auto.

En silencio, lo observo, temiendo acercarme demasiado, temiendo alejarme

demasiado. Cierra sus ojos con fuerza durante un largo momento, y luego se

abren de par en par, su mirada se posa en mí.

—¿Estás bien? —Su voz se clava en mi tierna piel.

—Estoy bien. —No lo parezco, pero no creo que vaya a discutir—. ¿Y tú?

Vuelve a agachar la cabeza, con la mandíbula en movimiento, y se gira para

mirar la ciudad. Su pulgar tamborilea sobre el techo metálico con un ritmo

hueco.
—Lo siento.

—¿Por qué? ¿Por el despreciable comportamiento de tu padre? ¿O por haber

tenido que lidiar con él? Te aseguro que ninguna de las dos cosas es ni

remotamente culpa tuya.

Su sonrisa es oscura y dolorosa.

—Aunque lo parece. Maldita sea, lo odio.

—Es un hombre odioso —respondo en voz baja.

Macon hace un ruido como de asentimiento, pero acaba sonando

estrangulado. Vuelve a agachar la cabeza, apretando los puños, y no sé qué

decir para mejorar la situación. Todavía estoy conmocionada por lo que

George Saint le dijo a Macon y por la forma tan desagradable en que nos

trató.

La voz plana de Macon rompe el silencio.

—¿Recuerdas aquella vez en séptimo curso en la que me distraje y choqué

contigo en el pasillo de ciencias, y me acusaste de hacerlo a propósito?

Dado que parece que tengo una memoria fotográfica cuando se trata de

Macon, lo recuerdo. El recuerdo ya no me afecta, pero me llena de irónica

diversión.

—Distraído, mi tía Fern. Lo negaste. Dijiste que no me viste. Pero yo había

gritado una advertencia justo antes, así que, ¿cómo no podías saber que

estaba allí?
Unos surcos profundos delinean su boca apretada.

—La razón por la que no oí fue porque tenía agua en los oídos desde la noche

anterior, cuando mi padre me sujetó la cabeza en la bañera como castigo por

entrar en casa con las suelas sucias.

El horror fluye sobre mí en una oleada, dejando mi cabeza ligera y mi

estómago agitado.

—Macon...

—No. —Levanta una mano, con una mirada severa y suplicante—. Solo... no.

Me detengo y le hago un gesto de comprensión. Hay momentos para el

consuelo y momentos en los que una pizca de compasión puede destrozarte.

La tristeza ensombrece sus ojos.

—Todos estos años, desde el principio, siempre parecías saber exactamente

lo que me hacía funcionar, y juraba que podías ver cada una de mis

debilidades. Supuse que de alguna manera sabías que me habían golpeado.

Fue tan humillante que me desquité. Te odiaba porque pensaba que veías mi

vergüenza. Creía que la veías cada vez que me mirabas.

—No —susurro con fuerza—. No tenía ni idea de que él... —No puedo terminar

sin querer lanzar un grito al cielo o darme la vuelta y cazar a George Saint.

El bufido de Macon es débil y sin humor.

—Ahora lo sé. Y me siento tan estúpido por mis suposiciones. Y por hacerme

amigo de Samantha en lugar de tuyo. La vacía y superficial Sam, que se reía


de tu malestar y fomentaba mi mezquindad. La vi como una aliada. Ella y yo

nos parecíamos en eso, en arremeter contra los demás, hasta que se convirtió

en nuestra idea de diversión.

Clavada en el sitio, busco algo que decir, pero me quedo muda.

Macon sacude suavemente la cabeza y mira al cielo.

—Como ves, me parezco más a él de lo que crees.

Eso me pone en marcha.

—No. Ni siquiera un poco. Tú mismo lo dijiste. Él te enseñó a odiar. El hecho

de que te preocupes por ser como él hace que no te parezcas en nada.

Lejos de reconfortarlo, mis palabras parecen golpearlo con fuerza. Sus

hombros se encogen bajo la fina lana de su chaqueta mientras sus labios se

aplastan.

—Siempre decía que yo no era nada como él. Que era una completa

decepción. —Unos ojos agridulces me miran—. Que era una suerte que yo

fuera su viva imagen, o pensaría que era el hijo del plomero.

—No te merecía —gruño, devolviéndole las palabras que Macon me dijo sobre

Sam—. Y nunca lo hará.

Una sonrisa sin humor apenas roza su boca.

—Sin embargo, cree que se merece el dinero. Ha estado intentando una y otra

vez demandarme por ello desde que murió mi madre.


—¿En serio?

Aunque no me sorprende. En lo más mínimo.

Su expresión se vuelve sombría.

—El problema es que firmó un contrato prenupcial blindado. —Al oír mi

respiración sorprendida, porque no me lo esperaba, me mira a los ojos—. Mi

abuelo creía, con razón, que mi padre era un estafador. Insistió en proteger

los bienes de mi madre. El querido papá no recibió nada más que lo que hizo

por su cuenta.

—Me asombra que haya aceptado.

—Creo que la idea era que dijera que sí para ganarse la confianza de mi

madre, y luego engatusarla para que lo rompiera. —Macon tragó saliva con

esfuerzo—. Un plan fallido, ya que no pudo mantener su temperamento por

mucho tiempo.

Cuando crecí, apenas vi a la madre de Macon, pero la recuerdo bien: era

menuda, delgada como un hueso, con el cabello castaño que siempre le caía

en una sábana lisa hasta la parte superior de los hombros. Sus ojos, del color

de un lago de invierno, eran anchos y redondos y estaban atormentados.

Había una fragilidad en Cecilia Saint que hacía que una persona quisiera

protegerla y a la vez sentir un poco de pena por ella.

—¿Él... la golpeaba también?


—No. —Algo parecido a la gratitud atenuó su voz—. Él lo sabía mejor. ¿Sabes

lo más triste? Ella se estaba divorciando de él cuando murió. Encontré los

papeles. Todavía no había firmado.

Ambos guardamos silencio por un momento. Mi garganta está espesa y

dolorida, la necesidad de darle un gran abrazo es bastante fuerte. Pero me

quedo quieta.

—Lo siento, Macon. Siento que el padre equivocado te haya dejado y que el

de porquería siga encontrando formas de hacerte daño.

Un auto pasa, levantando polvo y balanceando mis faldas. Macon no se

inmuta, pero me estudia con ojos solemnes.

—Eres adoptada.

El fantasma de las odiosas palabras de George Saint me golpea el corazón.

—Sí.

No me avergüenzo del hecho. ¿Cómo podría hacerlo? Ninguna persona tiene

control sobre su nacimiento. Y, sin embargo, hubo momentos en los que me

molestó saber que Samantha era hija de sangre de mamá y papá, y yo no,

como si ese pequeño punto me hiciera la hija menor.

No ayudaba el hecho de que Sam fuera guapa y popular mientras que yo era

la niña problemática, que siempre se metía en peleas con Macon o con quien

fuera que me diera problemas. Pero también me avergonzaba sentirme así

porque mis padres me querían con todo lo que tenían. Nunca me trataron más
que como su querida hija, aunque algo torpe. Así que traté de enterrar esos

sentimientos hasta que no pudieran tocarme más. Su linaje se convirtió en el

mío. Eran todo lo que tenía. Lo eran todo. Pero la preocupación, la necesidad

de complacer y proteger, siempre volvía a salir a la superficie.

—Tu padre se equivocó en un punto. Yo no era un caso de lástima. Me

adoptaron porque querían un hijo y no podían concebirlo. Pero es un proceso

largo. Mamá estaba embarazada de Sam, una completa sorpresa, cuando

llegó el papeleo para mí. Siempre decía que estaba doblemente bendecida.

Me aferré a esas palabras durante años. Me dieron forma.

Hay un aire pensativo en Macon, y aprieta las manos donde descansan sobre

el techo del todoterreno.

—No lo sabía. ¿Cómo lo pasé por alto?

Entiendo lo que dice; soy bajita, con curvas, cabello oscuro y ojos marrones.

Mi piel es de color beige claro en invierno y marrón dorado en verano. Mamá y

Sam son rubias y de ojos azules, altas, delgadas y de piel blanca como la

leche en invierno y algo menos lechosa en verano. Papá tenía la capacidad de

broncearse profundamente, pero su cabello también era rubio, su coloración

en el espectro más frío, mientras que yo soy todo tonos cálidos. Todo lo cual

significaba que, si nos veías a todos juntos como familia, yo destacaba como

diferente.

—Sinceramente, no lo sé, todos los demás en el pueblo lo sabían, pero ya

entonces se me ocurrió que no te habías dado cuenta.


De alguna manera, hemos terminado parados cerca, nuestros brazos casi

rozándose. Inclina la cabeza para encontrar mi mirada, sus cejas se fruncen.

—¿Cómo lo supiste?

—Porque habrías dicho algo al respecto.

Macon hace una mueca.

—Me gustaría pensar que no lo hice.

No puedo evitar ahogar una risa agridulce.

—Macon, siempre fuiste a la yugular. Diablos, hiciste que toda la escuela me

llamara patatita. —Niego con la cabeza, miro fijamente el valle nebuloso—.

Todavía tengo pesadillas con todas esas malditas bolitas cayendo a mis pies.

Todavía me llaman patatita, por el amor de Dios.

Durante un largo momento, nos quedamos ahí, yo respirando un poco fuerte,

mi pecho subiendo y bajando, y Macon mirándome como si nunca me hubiera

visto antes.

Pero entonces parpadea, con un lento movimiento de sus gruesas pestañas.

—¿Averiguaste alguna vez quiénes eran tus padres biológicos?

—No. —Apoyo mi trasero contra el auto—. Mamá y papá se ofrecieron a

ayudarme a conectar con mis padres biológicos. Pero yo no quise.

Sacudo la cabeza, suspiro y estudio mis sensatos zapatos negros, ahora

calcáreos por el polvo del camino.


»Tenía miedo de abrir esa caja en particular. ¿Y si mis padres biológicos

acababan juntos y podían quedarse conmigo? ¿Y si tuvieron un hijo justo

después de mí y no lo entregaron? ¿Y si eran personas horribles? ¿O qué pasa

si la historia es tan triste que me rompe el corazón? Mi lista de miedos era….

es interminable.

Con un encogimiento de hombros, miro a Macon.

—Me pareció mejor dejarlo así. Además, tengo padres. El hecho de que no me

hayan concebido no los hace menos padres.

—Son unos padres estupendos —dice con cariño—. Antes deseaba que fueran

míos.

—¿Ya no? —Me burlo.

Una mirada extraña destella en sus ojos.

—Eso nos convertiría en hermanos, así que no.

—No te preocupes; la idea de que seas mi hermano me resulta igual de

desagradable.

No de la manera en la que él probablemente piensa, pero no estoy diciendo

eso.

—Eso espero. —Me hace un rápido guiño.

Me quedo en silencio por un segundo.

—Quizá algún día me haga uno de esos kits de ADN y vea de qué estoy hecha.
—Eso te lo puedo asegurar —dice fácilmente—. Azúcar y especias y todo lo

bueno.

—¿Eso significa que estás hecho de colas de cachorritos?

Macon sacude la cabeza.

—Nunca entendí eso.

El pasado parece de repente un recuerdo lejano y a la vez demasiado cercano

a mi piel. Perdido en sus propios pensamientos, Macon mira la ciudad en su

conjunto, difuminada por el sol. Las líneas de tensión marcan la piel alrededor

de sus ojos.

—Fui un idiota en la secundaria.

Se me escapa otra pequeña risa.

—Sí, lo eras.

—Y tú eras una mocosa.

Miro rápidamente hacia él.

—¿Qué?

La barbilla de Macon se levanta un poco.

—Según recuerdo, dijiste que no importaba lo guapo que fuera, siempre sería

feo por dentro. Un alma inútil que nunca encontraría la redención.


Un sentimiento espeso y pesado me atraviesa el pecho cuando encuentro su

mirada y el dolor que persiste en ella. Herí de verdad al implacable "me

importa un carajo todo y todos" Macon Saint. Nunca mostró un ápice de

emoción tierna cuando éramos niños, nunca me dejó ver nada más que esa

fachada perfecta. Pero ahora sí, y no puedo ignorarlo.

—Maldita sea —susurro, apretando las manos—. Eso fue una mierda y un

exceso de dramatismo.

—Sí. —Su mano roza la mía—. Siempre tuviste facilidad de palabras.

Lentamente, como si temiera que me fuera a echar a correr, toca las puntas

de mis dedos con los suyos y, por algún acuerdo silencioso, entrelazo

nuestros dedos. El borde de su pulgar recorre un suave camino sobre mis

nudillos. Me quedo quieta, temiendo que cualquier movimiento acabe con el

hechizo y él se detenga. No le entiendo. Aquí estamos, recordando lo peor de

nuestras peleas, y, sin embargo, me toca como si amara la textura de mi piel y

no pudiera detenerse.

—Dios, Delilah. —Parece enfadado consigo mismo, y esa mueca vuelve a

torcer sus rasgos—. Las cosas que nos dijimos. Fuimos horribles.

Tengo que reírme, y me siento bien, a pesar de la persistente opresión en el

pecho.

—Fuimos bastante horribles.

Él tararea en señal de acuerdo.


Suelto un suspiro.

—Me avergüenzo de mí misma.

—No lo estés. No podemos cambiar el pasado, y tú no lo sabías. —Sus dedos

se crispan y se inclina hacia mí—. Cuando te llamo Patatita ahora, es por

afecto. Pero dejaré de usarlo si te hace daño.

Me encuentro dudando.

—Al principio me molestaba, pero ahora... estoy acostumbrada.

—Acostumbrada —repite, incrédulo—. ¿Como un molesto padrastro?

Está claro que se ríe por dentro.

—Tú eres el padrastro, Macon —le digo suavemente, burlándome ahora.

Él esboza una rápida sonrisa, pero se desvanece cuando su mirada se vuelve

hacia el interior.

—Supongo que lo soy. Siento haberte causado dolor hace tantos años, Delilah.

Entonces era una persona infeliz, y tú te llevaste la peor parte, por desgracia.

Se me hace un nudo en la garganta. Su expresión es firme, la anchura de sus

hombros está rígida como si esperara mi censura. Trago saliva.

—Tampoco debería haberte dicho esas cosas desagradables. No eran ciertas.

Me suelta la mano. La pérdida de su tacto me quita la ligereza. Y un aire de

melancolía se instala sobre mis hombros. Me envuelvo con los brazos en la

cintura.
Parpadeo hacia el cielo, respiro profundamente y lo suelto.

—Bueno, hoy ha sido un día de mierda.

—Un día de mierda —coincide con una risa ronca—. Con pollo seco y

verduras asadas sin inspiración.

—No iba a decirlo, pero sí.

Se mete las manos en los bolsillos y estudia el horizonte. El sol está bajo en el

cielo, oculto tras la niebla tóxica.

—¿Qué tal si hacemos algo totalmente distinto a nosotros y hacemos una

tregua?

Una tregua. Lo que significa que seríamos algo más parecido a amigos.

Macon Saint como mi amigo, es algo que nunca pensé que diría, pero se

siente bien. Amigos puedo manejarlo. Creo.

—De acuerdo. —Aclaro el espesor de mi garganta—. Me gustaría.

Me lanza una mirada comedida que me produce un escalofrío en el pecho,

pero luego me guiña un ojo, todo encantador.

—Bueno. No me gustaría pensar que mi chef podría envenenarme algún día.

Con un jadeo, me pongo una mano en el pecho.

—Nunca me rebajaría a envenenar. Si te quisiera muerto, iría a la yugular.

—Te tomo la palabra, Patatita.


Capítulo 18

Timothy llega a la casa muy contento, lo que no ayuda en nada a mi dolor de

cabeza ni a mi propio mal humor.

—Vengo con regalos —anuncia, colocando una caja grande en la mesa del

rincón del desayuno.

Le sigo hasta la cocina.

—De alguna manera lo dudo.

Sonríe ampliamente.

—Tienes razón. —Después de quitar la tapa de la caja, saca un hacha falsa y

la deja sobre la mesa ante un asiento vacío—. Tienes cosas que firmar.

El programa y yo nos hemos esforzado en regalar recuerdos autografiados

para organizaciones benéficas. A lo largo del año, organizo juegos de pelota y

carreras de diversión para niños o viajo con mis coprotagonistas para conocer

y saludar a ciertos grupos, pero hasta que no me animo a viajar, todo se

reduce a firmar cosas y hacer que Timothy y su equipo las distribuyan.

—¿Crees que mis páginas de redes sociales son una mierda? —Me encuentro

preguntando mientras firmo lo que me da.


Él hace una pausa.

—Mmmm... déjame ver... Recuerdo haber dicho lo mismo, no sé, unas

cincuenta veces en el último año.

Expresa su sarcasmo con tanta dulzura.

Mi boca se tuerce.

—Lo recuerdo.

Y lo hago débilmente. El problema es que, como las relaciones públicas son la

parte que menos me gusta del trabajo, tiendo a bloquear muchas cosas.

Timothy lo sabe y lo hace lo menos doloroso posible. Por eso vale su peso en

oro.

Se sirve un vaso de té dulce de Delilah y hace un ruido de agradecimiento.

—Cuidado. —Lucho contra una sonrisa—. Es de verdad y probablemente

tenga unas mil calorías.

Estoy bastante seguro de que Delilah lo tiene a mano solo para torturarme.

Ayer agarré un vaso y me lo bebí como un marinero que encuentra un barril de

ron perdido. Se me hizo un nudo en la garganta con el dulce sabor de la

infancia. Concretamente, mi infancia en la casa de los Baker.

Timothy duda, con el vaso a medio camino de su boca, luego se encoge de

hombros y toma otro sorbo.

—A la mierda. Hoy haré cardio extra.


Firmo un pequeño poster de mí vestido como Arasmus.

—Algunos días, realmente extraño vivir en el sur, donde podía tomar mi té

dulce en paz.

—Llévame contigo —dice Timothy—. Porque esta cosa es divina. ¿Dónde lo

conseguiste?

—Delilah lo hace.

—Me gusta esa chica.

Firmo un guante de cuero de imitación, escribiendo en el borde del mismo.

—Me aseguraré de decírselo.

—No hay necesidad. Ella sabe. ¿Y dónde está hoy tu ayudante superchef?

Mira alrededor de la cocina como si ella fuera a aparecer repentinamente

detrás del mostrador.

—En su habitación.

Todavía no ha salido, aunque son las once. Tampoco obtuve mi batido

matutino. Le echaría la bronca, pero no quiero hacerlo. Tratar con mi padre

nos dejó a ambos heridos, pero nos unió de una forma inesperada, pero

inevitable. Nada entre nosotros es como debe ser. El problema es que no sé

cómo hacer que estemos bien. O incluso si hay un nosotros.

Sea como sea, no es propio de ella esconderse. Aprieto el bolígrafo y me

concentro en el repetitivo trabajo de autografiar.


Timothy deja su vaso vacío.

—Entonces dime, ¿por qué el repentino interés en tus redes sociales?

Mis hombros se ponen rígidos.

—No hay razón. Solo pensé en preguntar.

—Claro. Me lo creo totalmente. Completamente. —Toma asiento en la

banqueta y tamborilea con sus uñas sobre el tablero de la mesa,

observándome—. Delilah te dio problemas, ¿no?

—¿Por qué crees que fue idea de Delilah?

—Porque es inteligente y claramente no te tiene miedo.

Ante eso, sonrío levemente, pero se desvanece con la misma rapidez.

—Ella piensa que es triste. Un mal reflejo de mi verdadero yo.

—Lo es. —Timothy saca una pequeña polvera de su bolso y comprueba su

reflejo. Con el ceño fruncido, empieza a retocar su base de maquillaje con

eficaces palmaditas—. Pero trabajaremos en ello.

—Delilah dijo que me ayudaría. —Me detengo, encogiéndome interiormente

cuando una de las cejas perfectamente arregladas de Timothy se enarca.

Cierra su compacto y lo guarda.

—Dado que hoy está abierto a temas delicados, tenía la intención de hablar

contigo sobre cómo vamos a manejar estos próximos meses.


Me siento de nuevo en mi silla, flexionando mi muñeca rígida. Está casi curada,

pero firmar no le hace ningún favor.

—¿Qué quieres decir con “manejar”?

—Un fanático te sacó de la carretera, Saint.

—Soy consciente.

—Hay especulaciones sobre si eso te afecta.

Mi pulso late en mi sien mientras señalo mi cuerpo.

—Obviamente estoy afectado. ¿Qué esperaba la gente?

Su mirada es plácida ante mi creciente agitación.

—Quiero decir mentalmente.

Por supuesto que sí. Aparto la mirada.

Timothy suspira.

—¿Cómo no podrías estarlo? Me hubiera asustado muchísimo. Pero no

quieres que vean eso. —Su voz adquiere una nota de simpatía no deseada—.

Tienes que salir más a menudo. Que te vean fuerte e intacto.

Una risa áspera se escapa.

—No estoy roto, Tim.

—Mala elección de palabras. —Extiende la mano como si fuera a darme una

palmadita, pero obviamente se lo piensa mejor—. Mira, tuvimos una gran


respuesta después del almuerzo. La gente quiere verte viviendo tu vida. La

industria quiere verte. Así que deja que te vean.

—Bien, saldré más —murmuro.

Se muerde la comisura del labio y sé que no voy a estar contento.

—La cosa es, Saint, se vería mejor si te vieran feliz.

—¿Feliz? —Paso una mano por mi cabello—. Está bien, lo tomo. ¿Cómo

exactamente se supone que debo ser feliz?

—Creo que deberías tener una cita.

—Una cita.

Oh, diablos no.

Se mueve hacia adelante.

—Ahora, no me mires así. Déjame explicarte primero.

—Entonces date prisa en explicarlo.

—Salir en una cita aleja la especulación del accidente y la centra en tu vida

amorosa.

—Viendo que no quiero que nadie se centre en mi vida amorosa, eso no es

estimulante.

Timothy succiona el interior de su mejilla como si estuviera tratando de

contener una réplica.


—Anya Sorenson. ¿La conoces?

La pregunta me toma desprevenido.

—Si seguro. Está haciendo un gran trabajo en Gauntlet.

—Sí. Pero ella es nueva. Necesita buena prensa.

—Y crees que ser vista en una cita conmigo se lo dará. —Resoplo—. Vamos.

¿En serio?

—Sí, en serio. —Me golpea el antebrazo—. Deja de ser obtuso. Estás sexy

ahora mismo. Podría estar más sexy. Pero sigues siendo uno de los actores

solteros más deseados del entretenimiento.

Pongo los ojos en blanco.

—Así que, si sales con Anya, eso la ayudará con un impulso de relaciones

públicas y hará que la gente hable de ti de una forma nueva y optimista.

Vamos, ella es genial y una gran fan tuya. Su publicista dice que realmente

apreciarían la ayuda.

Odio que tenga sentido. Y que me ha hecho sentir culpable si rechazo a Anya.

Solo hay un problema.

—Hombre... —Froto mis ojos cansados—. No creo que esté para citas.

—Lo entiendo. Pero no es un noviazgo. Es una cita. Básicamente, un trabajo

de actuación, si lo piensas. Lo has hecho muchas veces.


Lo he hecho. Numerosas citas falsas preparadas por mi publicista. Todo para

crear una imagen que ya no sé si me gusta. Sería una mentira decir que no

disfruté de algunas de las citas. La verdad es que disfruté demasiado de sus

beneficios adicionales. A menudo, comenzaron como un arreglo, pero ambos

habíamos estado más que dispuestos a terminar la noche con sexo casual.

Una buena liberación de toda la presión con alguien que sabía exactamente

cómo funcionaba el sistema.

Tengo que obligarme a no mirar hacia la puerta de la cocina que lleva al

pasillo y, más allá, a la habitación de Delilah. Ir a una cita con Anya no debería

sentirse como una traición. No la estoy engañando. Delilah y yo acabamos de

hacer una tregua. Diablos, ella es mi empleada. El hecho de que no pueda

dejar de pensar en ella no importa. Nada puede salir de esto... sea lo que sea,

de todos modos. Así que, ¿por qué no salir, seguir con mi vida y sacarla de mi

cabeza?

—De acuerdo. Lo haré.

—Estupendo —Timothy casi chilla. Afortunadamente, lo mantiene al mínimo

antes de levantar su teléfono—. ¿Qué tal esta noche?

Ahogo una carcajada, con la presión de una emoción no deseada en mi pecho.

—No pierdes el tiempo, ¿no?

—¿Cuál es el punto en eso? —Se encoge de hombros, ocupado enviando

mensajes de texto al representante de Anya, si tuviera que adivinar—. No es

como si pudieras recuperar el tiempo. Cuando se ha ido, se ha ido.


—Delilah. —La voz se desliza a través de las capas de cálido sueño,

despegándolas y tirando de mi codo—. Delilah...

Frunzo el ceño, me meto más en la cama y la ignoro. Conozco esa voz y no

quiero escucharla. El sueño es mi amigo. Mi lugar feliz. Un dedo de punta

roma me roza el cuello. El tacto roza mi piel y baja por mi columna vertebral.

Con un grito estrangulado me agito, con los brazos atrapados en las mantas.

Una risa masculina hace que mis ojos se abran de golpe. Macon se sienta en

el borde de mi cama, sonriéndome con malvada satisfacción.

—Tú, trasero gordo —siseo—. Ya sabes las cosquillas que tengo.

Hasta ahora, nunca ha usado esta munición en particular conmigo, aunque lo

temía en mis años de juventud.

—Trasero gordo es nuevo.

Me mira el cuello como si estuviera pensando en volver a hacerlo.

Entrecierro los ojos y tiro de las cobijas. Dios, huele bien. Quiero acurrucarme

e inhalarlo.

No, quieta chica. Mala, mala, mala Delilah.

—¿Por qué estás en mi habitación?


Está sentado demasiado cerca. Tan cerca que siento su calor corporal. Ahora

sé por experiencia que él se siente cálido y fuerte. Una posición perfecta para

descansar. Subo la manta para protegerme.

—No respondías a tus mensajes. —Macon sostiene mi teléfono como

prueba—. Lo tienes en silencio.

—Sí, hago eso cuando no quiero escuchar mi teléfono —digo inexpresiva—.

Hurra por la tecnología.

Me mira de reojo y desactiva el modo silencioso del teléfono. Un aluvión de

preguntas me llega de forma autoritaria.

—¿Por qué sigues en la cama? ¿Sabes que son las once y media? ¿Qué pasa?

Cruza sus grandes brazos sobre el pecho y espera una respuesta con

impaciencia.

Hay algo en Macon que me toca muy de cerca. Soy consciente de él a un nivel

que no tengo con nadie más. ¿Es por nuestro pasado? ¿O es sólo una

atracción natural? Probablemente ambas cosas. Sé que quiere que seamos

amigos. Amigos que coquetean. Lo sé, pero aún no puedo confiar en él.

Macon se aclara la garganta, arqueando las cejas. No le he contestado, y es

obvio que no se va a ir hasta saber por qué estoy en la cama.

—Tengo mi periodo —le digo—. Me siento como una mujer muerta e hinchada

y no quiero levantarme.

Es cierto. Pero tampoco es cierto.


La comisura izquierda de sus labios se contrae.

—Simplemente, vas a salir y decir eso, ¿eh?

—¿Debería avergonzarme de una función corporal normal?

La parte superior de sus mejillas se sonroja y gruñe.

No es realmente una respuesta, así que me acurruco de lado y trato de

ponerme cómoda de nuevo. Antes era una bola de angustia palpitante, pero

un par de analgésicos me han relajado.

—Ahora voy a volver a dormirme. Haz tu propio desayuno.

—Ya lo hice.

Se inclina más cerca, trayendo el aroma del jabón de salvia que usa y algo

puramente de Macon. Su olor es tan familiar, grabado en las muchas capas de

mi memoria, que, en mi debilitada condición, me hace sentir como si estuviera

en casa. No me gusta nada esa idea. Lo miro con una ceja arqueada para

cuestionar su invasión de mi espacio personal.

Él resopla como si yo fuera un mono, como los gatitos enfadados, y luego me

devuelve la mirada.

—¿Te vas a levantar de una vez?

Hasta aquí las miradas represivas.

—No. Haz tu propio almuerzo también.

—Delilah.
La advertencia en su tono me hace resoplar.

—Realmente no quieres meterte conmigo ahora, Con Man. Tengo poderes

sobrehumanos otorgados por las diosas del periodo.

Lamentablemente, no existe tal diosa del período, solo una malvada diabla que

hace de mi vida un infierno una vez al mes. Estoy débil como un trapo de

cocina viejo y anormalmente cansada. Mis pechos también duelen, y no hay

forma de que deambule por la casa de Macon sin sostén. De ahí, mi día

autoimpuesto en la cama.

Además, no es del todo la verdad. Necesito un descanso de Macon. Él es

demasiado para mí ahora mismo. No debería estar deseando verlo. Debería

ser capaz de pensar en otras cosas que no sean la risa de Macon, las bromas

de Macon, su oscura y melosa voz. ¡Argh! Lo estoy haciendo de nuevo.

—Shoo —murmuro—. Vete antes de que alguien te tire una casa encima

también.

Macon pone los ojos en blanco ante mi cita del Mago de Oz y luego se

levanta, usando su bastón como palanca.

—De acuerdo. Pero le voy a dar a North el premio al empleado del mes.

—A menos que el premio sea un bizcocho de chocolate que llegue a mi boca

en los próximos cinco minutos, no me importa.

Él resopla, pero el atisbo de una sonrisa está en sus ojos.

—Lo siento, premio terciopelo rojo.


—No. Vete contigo, entonces.

Lo despido con la mano, sabiendo que no es tan fácil descartarlo, pero

encontrando una pequeña gratificación en burlarse de él.

Tal como predije, Macon no se mueve, pero apoya una mano en su cadera y

me mira por debajo del oscuro abanico de sus pestañas. Todo el humor se

desvanece de su expresión, y me encuentro frunciendo el ceño. Si no lo

supiera mejor, pensaría que está dudando. El momento se intensifica entre

nosotros, y deja escapar un suspiro, presionando la parte de atrás de su

cuello con una mano. Es injusto lo bien que se ven sus bíceps.

—Entonces, tómate todo el día —dice finalmente—. Voy a salir esta noche.

La forma en que lo dice me pone los pelos de punta. No debería importarme;

él puede ir a donde quiera. Pero hay algo casi cargado de culpa en la forma

en que me mira. ¿Por qué iba a sentirse culpable?

—De acuerdo —digo, forzando la palabra—. Diviértete.

Sus labios se presionan como si estuviera librando una batalla interna, pero

luego su barbilla se levanta.

—Si no vuelvo para el desayuno, te enviaré un mensaje de texto.

Ah, es por eso. Mi estómago da una extraña y enfermiza sacudida. Él va a una

cita. Debería esperarse; Si bien podría llamarlo imbécil, no se puede negar que

es hermoso. Demonios, es famoso. Eso allí mismo lo haría tener sexo incluso

si necesitara usar una bolsa en la cabeza y tuviera halitosis crónica.


Maldición, estoy demasiado callada. Me encojo de hombros como si no pesara

una tonelada.

—Muy amable por avisarme.

Su expresión se vuelve pétrea y me encuentro repitiendo mis palabras. ¿He

sido demasiado frívola? ¿No es suficiente? Sea cual sea el caso, está claro

que no le he convencido de que soy impasible. Y eso no está bien. Es difícil

disimular el malhumor cansado cuando un bulto de celos inoportunos e

indeseados me pesa en el pecho. Pero lo intento.

—¿Eso es todo? Porque el ibuprofeno está haciendo efecto y me está dando

sueño otra vez.

Las fosas nasales de Macon se ensanchan con una inhalación, pero me dirige

una inexpresiva mirada.

—No. Eso es todo. Hasta mañana, bella durmiente.

¿Mañana? Como si ahora fuera algo seguro que no va a venir a casa. En

cuanto se va y cierra la puerta sin hacer ruido, me cubro con las sábanas y

maldigo mis malditas hormonas. Lo extraño tan pronto como está fuera de

vista. Maldita sea.


Capítulo 19

No mentí cuando le dije a Macon que necesitaba descansar. Bueno, descansar

y revolcarme. Tan pronto como se ha ido, me como un litro de helado de dulce

de café que escondí debajo de una bolsa de guisantes congelados, sabiendo

que Macon odia los guisantes y nunca pensaría en mirar detrás de ellos. Sí,

me he convertido en esa chef, manejando la dieta de su cliente incluso

cuando no está cerca. Bah.

La amargura cubre mi lengua, y no puedo culpar al helado. Tiro el envase

vacío a la basura de la cocina y limpio mi cuchara, me encuentro sin saber

qué hacer a continuación. He dormido demasiado y la casa está demasiado

vacía. Afuera hay una pared de oscuridad, y las luces de la cocina reflejan mi

rostro en la ventana. Me veo cansada e hinchada. Y hay un grano en mi

barbilla.

—Encantador —murmuro, instantáneamente, quiero meterme con la cosa.

Decidida a recuperarme, me dirijo a mi habitación, me coloco una máscara

para cerrar los poros y tomo una larga ducha caliente. Enfundada en mi bata,

hago una llamada de emergencia a mis amigos.


En el instituto, solía pensar que saldría de mi pequeña ciudad, encontraría a

mi gente y caería en una vida glamurosa similar a la de Sex and the City. No

sucedió de esa forma. Hice amigos, pero con los años esas relaciones han

cambiado. La gente se muda, se casa, se enfrasca en sus carreras. Algunos

incluso están teniendo hijos ahora. Lo que significa que hay poco tiempo para

pasar el rato en los bares, y hablo cada vez menos con mis amigos.

Ahora, estoy hambrienta de conversación, cualquier cosa para distraerme de

las cosas. Como era de esperar, algunos amigos están ocupados (después de

todo, es viernes por la noche), pero Jia responde y me pide que la visite a ella

y a José en su restaurante. Son dos de mis personas favoritas, y la idea de

pasar el rato con ellos me da la energía necesaria para vestirme.

Antes de salir, me siento en el borde de mi cama y tomo mi teléfono. Ningún

mensaje. ¿Por qué lo habría?

Macon no envía mensajes de texto; él está en una cita.

Bien.

Genial.

Maravilloso.

La soledad me inunda con tal fuerza aturdidora que aspiro como si pudiera

ahogarme. La parte posterior de mis párpados se estremece con un calor

incómodo. Vuelvo a respirar rápidamente y me encuentro enviando un mensaje

de texto, aunque sé que es inútil.


DeeLight a SammyBaker: No sé dónde estás ni qué estás haciendo. Ni

siquiera debería importarme más, pero lo hago. Lo que no pude decirte antes

es que estoy viviendo en la casa de Macon. Constantemente recuerdo lo que

hiciste, sé que les dijiste a esos acosadores dónde estaría. Estoy tan

avergonzada de ti por eso. Tal vez podría entender si me hablaras. Pero te

estás escondiendo. Maldita sea, Sam, esto tiene que terminar. Macon se

merece algo mejor de lo que le diste. Sí, Macon. Él no es tan malo. Ya no.

Presiono enviar, luego rápidamente escribo otro. De alguna forma, se siente

seguro enviar mensajes de texto a alguien que no recibirá el mensaje. Como

una confesión silenciosa.

DeeLight a SammyBaker: Me gusta, Sam. Me gusta mucho.

Rápidamente, como si el mismo Macon pudiera acercarse sigilosamente y ver

lo que he escrito, cierro la pantalla y me dirijo a mi auto. Solo cuando estoy en

casa de Jia me doy cuenta de que los mensajes de texto a Sam no me

regresaron esta vez.

Solía ser decisivo. Era una de mis mejores cualidades. Reflexiono sobre ello

con amargura mientras meto un trozo de sashimi en mi boca y lo mastico

como si fuera un filete duro en lugar de un atún fresco y sabroso. Maldita sea,
hasta el sabor de la comida me hace pensar en ella. Delilah, la mujer que

destruye mi capacidad de decisión.

Debería estar pensando en la mujer sentada frente a mí. Anya Sorenson. Ella

es absolutamente deslumbrante: grandes ojos marrones claros, pómulos altos,

labios carnosos y una piel perfecta de color caoba. Anya tiene el brillo natural

de una estrella. La gente la ve y se queda mirándola. Es sorprendentemente

fácil de tratar.

Me gusta. Y estoy siendo una terrible cita. Me trago la comida y esbozo una

sonrisa.

—¿Cómo van las cosas en Gauntlet?

Anya hace una pausa, con los palillos a medio camino de un trozo de rollo de

aguacate.

—Es maravilloso. Perfecto.

Su sonrisa es brillante. Pero sus comisuras están tensas.

—Estás agotada, ¿no?

Su sonrisa decae.

—Dios, ¿parezco agotada?

Me compadezco de la preocupación en su expresión. No se nos permite

parecer cansados y agotados.


—En absoluto. —Y no lo hace. Está tan luminosa como siempre—.

Simplemente hablo por experiencia.

Con un suave suspiro, deja caer sus hombros.

—Es una locura, ¿no? Me siento conectada, como si estuviera trabajando

constantemente.

Es una de las razones por las que algunos actores se meten en las drogas:

para seguir así, o porque tenemos miedo de estrellarnos y quemarnos.

—He aprendido a tomar una siesta como un experto. —Tomo otro trozo de

sashimi—. Ayuda.

—Parece que no puedo apagar mi cerebro. —Agita una elegante mano en el

aire en un gesto de impotencia—. Está funcionando a toda velocidad todo el

tiempo.

—¿Las líneas se repiten en tu cabeza? ¿Incluso las que no son tuyas?

La expresión de Anya es irónica y cómplice.

—Diablos, incluso recuerdo las instrucciones que mi director da al equipo.

Intercambiamos sonrisas. En algún lugar a mi izquierda, siento la presencia de

una cámara. La escucho chasquear para tomar una foto. Una mirada rápida

capta al culpable: un hombre que deja su teléfono demasiado rápido, su

mirada se aparta de la mía. Aunque no me importa. Por eso estoy aquí, para

que me vean con Anya.


Al menos en parte. Cuando Timothy le propuso una cita a Anya, así fue como

me lo vendió. Pero la razón por la que acepté es un poco más turbia.

Necesitaba salir de la casa, lejos de Delilah.

De todos modos, ella me está evitando, dejando perfectamente claro que no

quiere saber nada de profundizar conmigo. De acuerdo, no hemos discutido

abiertamente el tema. Porque cada vez que lo intento, se escabulle como un

cangrejo perseguido por una gaviota.

Conozco a Delilah tan bien como me conozco a mí mismo; está huyendo

asustada. No la culpo. Yo tampoco estoy muy bien ahora mismo. Es una

mierda darse cuenta de que te estás enamorando de tu antiguo enemigo. Me

hace cuestionar todo. Me hace dudar. Odio las dudas, maldita sea.

Se me revuelve el estómago y me concentro en mi cita, que se supone debe

recordarme que hay muchas mujeres en el mundo. Una es tan buena como

cualquier otra.

Una mentira total. Si las personas fueran intercambiables, nunca nos

apegaríamos a alguien. Está dolorosamente claro ahora que Delilah no puede

ser reemplazada por Anya.

Anya, que me sonríe, con ojos cálidos y acogedores.

—Sabes, ahora solo hay una cosa que me distrae del trabajo.

Está lo suficientemente cerca como para que pueda percibir una pizca de su

perfume. Es un golpe en el estómago darse cuenta de que es el mismo que el

de Delilah. Reconozco el aroma: manzanas y azúcar moreno, caramelo


ahumado. Sólo que es diferente en Anya. No es peor. Pero diferente,

extrañamente menos tentador. No hace que mi pene se levante como lo hace

el olor de Delilah.

Jesús, estoy en un mal momento. Resisto el impulso de tirar de mi cuello.

—¿Qué?

¿De qué estábamos hablando?

—El sexo.

Cierto.

—Sexo.

Los labios brillantes de Anya se curvan en una sonrisa astuta.

—Sexo caliente y sudoroso. ¿Conoces el tipo que te hace olvidar tu propio

nombre?

Trago un poco de agua helada, algo dentro de mi estómago se encoje.

¿Conozco ese sexo? No. No, maldita sea, no lo hago. Sé cómo complacer a

una mujer. He pasado años aprendiendo cómo conseguir que se exciten y me

supliquen. ¿Y por qué? Para que no se den cuenta de que no estoy tan

excitado como ellas, de que sólo estoy parcialmente comprometido.

El resentimiento es un sabor amargo en mi boca. He estado más presente

mientras coqueteaba con Delilah que en cualquier otro momento en el que

haya tenido la cabeza entre las piernas de una mujer. ¿Qué triste es eso?
¿Por qué demonios tenía que ser Delilah? ¿Por qué ella? Cualquier otra

persona, y sería fácil. Disfrutaría de la caída. Maldición, me lanzaría de un

salto corriendo.

¿Por qué no podía ser Anya, mirándome con interés y esperando una

respuesta?

—El sexo hace bien al cuerpo —digo. Una frase común seguida de mi

característica sonrisa.

Estoy harto de ambas cosas.

Anya succiona su labio inferior y mira a su alrededor antes de que su mirada

se encuentre con la mía una vez más.

—¿Quieres salir de aquí?

Una parte de mí quiere gemir porque me lo está poniendo muy fácil. Y una

parte de mí quiere estrellar mi puño contra la mesa. Porque ni siquiera siento

un atisbo de interés, y sé que lo habría hecho hace dos meses. La habría

llevado de vuelta a su casa y sacudido su mundo.

Y luego me habría ido a casa tan solo como siempre, triste e infeliz.

Mis muelas traseras chasquean, y tengo que obligar a mi cuerpo a relajarse.

No quiero herir los sentimientos de Anya. Simplemente no quiero follarla.

—Anya, creo que eres encantadora...

Su sonrisa se desvanece.
—Pero no estás para eso.

Froto mi nuca y le digo la verdad.

—Me gusta alguien que no está interesada en mí. He intentado superarlo esta

noche. Lo siento. Fue una mierda de mi parte.

—Oye. —Ella extiende la mano y cubre mi mano con la suya—. Todos hemos

pasado por eso.

—Es una mierda —murmuro.

Ella ríe.

—Muy cierto. Pero te diré esto; evitarlo no hará que desaparezca ni te sacará

de Villamierda.

Le doy a su mano un ligero apretón.

—Realmente desearía no estar atrapado en Villamierda. Eres una gran cita.

Su sonrisa es amplia.

—En otra vida, probablemente estemos muy bien juntos, sabes.

—Probablemente —concuerdo.

Pero estoy mintiendo. Instintivamente, sé que no importaría en qué vida viviera;

encontraría el camino de vuelta a Delilah.

De repente, no puedo respirar. Necesito salir de aquí.


Tardo demasiado en terminar la cita y volver a casa. Pero cuando lo hago, la

casa está silenciosa y oscura, solo las luces delanteras están encendidas. Con

pasos silenciosos, subo las escaleras, sin querer despertar a Delilah, pero me

detengo cuando encuentro su puerta abierta y su habitación vacía.

¿Ella se ha ido?

No esperaba eso. Se escapa una risa sin humor. Tan malditamente seguro que

la encontraría aquí esperando. Así es la arrogancia.

No me molesto en encender las luces mientras bajo por un vaso de agua.

Delilah ha estado experimentando con aguas saborizadas con la esperanza de

que de alguna manera las encuentre más apetecibles y menos aburridas que

todas las aguas regulares que tengo para beber.

Su estratagema funcionó. Me encuentro anticipando cada lote. El actual es

pepino, menta y fresas. Sirvo un vaso y siento mi trasero en una silla en la

gran sala.

En la oscuridad, le envió un mensaje de texto a North.

¿Sabes dónde está ella?

No me molesto en explicar quién es “ella” a North. Él lo sabrá.

Responde lo suficientemente rápido.

No. Revisa las cámaras.

La casa tiene cámaras instaladas junto a la puerta principal, a lo largo del

camino de entrada y alrededor de las puertas delanteras. Aunque sólo North y


yo podemos acceder a las imágenes, me niego a poner cámaras en cualquier

otro lugar. Al instante, recuerdo que Delilah está ahí fuera y también una de

las mujeres que me acosaron.

Si Delilah fuera abordada o herida por una acosadora obsesionada conmigo,

no sé qué haría. El aire de mis pulmones se diluye. Mis pulgares tiemblan

mientras escribo

Se suponía que debía quedarse en casa. Se suponía que debía estar vigilada.

Mathias está vigilando a Fredericks. Ella no se acercará a Delilah.

Frío consuelo cuando la casa está vacía, y no sé dónde ha ido Delilah. No me

importa si es espiar; subo el video. Y ahí está ella, luciendo comestible en un

vestido ceñido al cuerpo y usando esos tacones rojos que invitan a follarla,

otra vez. Ella salió poco después que yo; ahora es la una de la mañana. Oh,

cómo han caído los poderosos. Le dije que iba a salir toda la noche, dejándole

bastante claro de que estaba saliendo con alguien, ¿y ella se quedó, se puso

celosa? No. Salió sola. Como debería. Solo que ahora estoy solo en casa y me

siento como un tonto. Por muchas razones.

No tengo un nombre para las emociones que se agitan en mis entrañas, pero

no me gustan. Dejo el teléfono, cierro los ojos y aspiro. Tengo que creer que

está a salvo. Pero eso no impide que los otros pensamientos se impongan.

Nunca en mi vida he lamentado tanto mi juventud como en este momento.

Acosé a Delilah por miedo e ignorancia. No hay excusa para ello, y no tengo

idea de cómo compensar lo que he hecho. Pero tengo que hacerlo porque
esta necesidad de ella sólo está creciendo más fuerte, más profunda. Me

importa. Mucho.

Todo podría arder si las cosas se van al diablo entre nosotros, y la perdería

por completo. Pero estar sentado aquí en la oscuridad, esperando a que

vuelva a casa sólo para saber que está a salvo, sólo para poder oír su voz y

ver su rostro, me deja perfectamente claro que no puedo seguir fingiendo que

no me importa.

La pregunta es, ¿ella me quiere? La he atrapado mirando fijamente cuando

pensaba que yo no estaba mirando. Ella no parece darse cuenta de que siento

su mirada sobre mí como una mano caliente acariciando mi piel. Todo. El.

Maldito. Tiempo.

Pienso en la forma en que se acurrucó en mi regazo con total confianza y

satisfacción. Fue un momento de perfección. ¿Se sintió así para ella? Tal vez.

Tal vez no. Una vez que se dio cuenta de lo que había hecho, salió de allí

como si su trasero estuviera en llamas.

—¿Qué estoy haciendo? —Mi voz suena ronca en la oscuridad. Presiono una

mano sobre mis ojos doloridos, absorbiendo el calor.

No persigo a las mujeres. Soy un solitario. Me funciona. Si dejo entrar a la

gente, puede que vean algo que no les guste. Delilah ya ve cosas malas en mí.

Siempre lo ha hecho. Y aquí estoy contemplando dejar mi orgullo por ella.

Cuando el orgullo es lo único que me ha hecho seguir adelante, tengo que

preguntarme si vale la pena.


El Uber me deja en la puerta. Las ventanas están oscurecidas; solo brillan las

luces del frente y del pasillo que dejé encendidas. Su visión es casi suficiente

para ponerme sobria y quitarme el dichoso zumbido.

Pero no, no voy a pensar en él. No. No, no, no.

Entro y me recibe el silencio de una casa vacía. La desagradable idea de

dónde está Macon me pesa en el estómago. Me apoyo en la pared y quito mis

tacones dando patadas, uno de los cuales vuela más lejos de lo previsto. Se

estrella contra la pared y resoplo antes de ir a trompicones hacia la cocina.

Necesito beber agua para evitar la resaca.

Para combatir el horrible silencio, empiezo a cantar de nuevo “Comfortably

Numb”, riendo entre las letras porque sé lo ridícula que parezco.

—¿Estás cantando Pink Floyd?

La profunda voz de Macon que viene de la oscuridad me hace gritar con

fuerza. Giro tan rápido que tengo que agarrarme a una de las columnas que

enmarcan el gran salón para no caerme sobre mi trasero.

Macon está sentado en un sillón bajo junto a la ventana, con la luz de la luna

brillando, convirtiéndolo en un cuadro de grises y blancos. Sus ojos oscuros

brillan mientras me mira fijamente.


—Jesucristo. —Presiono una mano contra mi pecho palpitante—. Me has dado

un susto de muerte.

Literalmente. Creo que he escupido. Me limpio la boca por si acaso. No

reconozco los pequeños vuelcos felices que están dando mis entrañas al verlo.

Mi cuerpo es un estúpido traidor a mi voluntad.

Macon no se mueve.

—¿Dónde has estado?

No es exactamente una demanda, pero hay una cierta agudeza en su tono que

me hace detenerme. Paso junto a él y voy a la cocina para servirme un vaso

de agua fría saborizada. Tomo un largo trago antes de volver con él.

—Salí a cenar.

Una de sus gruesas cejas se arquea.

—Debe haber sido un lugar agradable. —Su mirada se desliza sobre mi

cuerpo—. Como tu vestido, pequeña.

No sé por qué eso me hace sentir desnuda. Me flaquean las rodillas y me

arrojo a la esquina del sofá, con toda la elegancia del mundo.

—Fui a casa de Jia.

Esta vez arquea ambas cejas.

—Creo que te he subestimado.


Se me escapa un suave resoplido. Podría dejarlo pensar que tengo algún

poder mágico que me lleva a restaurantes exclusivos cuando quiero, pero

estoy demasiado ebria para mentir.

—Soy amiga de los dueños.

—¿Jia y José? —Parece impresionado—. No los conozco. Comí en su

restaurante, pero no estaban allí esa noche. La comida era casi tan buena

como la tuya.

Mi resoplido es mucho más fuerte ahora.

—Los halagos no te conseguirán un batido mañana al amanecer.

Su sonrisa es débil.

—Ya es mañana, y voy a dormir hasta tarde.

De repente, recuerdo que no debería estar aquí. Mi cabeza se apoya en el

cojín del sofá mientras miro su cuerpo inmóvil en las sombras.

—¿Por qué estás aquí?

—Vivo aquí —dice con la misma voz baja y ligeramente tenue.

—Pensé que ibas a estar fuera.

Macon mira hacia otro lado, dándome su tenso perfil.

—Salí, ¿recuerdas? Ahora estoy en casa.


Vaya escurridizo. Él sabe lo que estoy preguntando. Pongo los ojos en blanco

y sigo la condensación en mi vaso antes de tomar otro largo trago. La

hidratación es clave.

—¿Una mala cita? —me aventuro.

Dios, déjalo estar. No, eso no es agradable.

La comisura de su boca forma una amarga curva.

—Yo no lo llamaría una cita exactamente. —La mirada de Macon se cruza con

la mía—. Timothy hizo los arreglos. Anya es una estrella en otra serie que la

red está promocionando. Pensaron que se vería bien que nos vieran juntos.

Anya Sorenson, hermosa, brillante, parece una supermodelo. En cada

entrevista en la que la he visto, parece genuinamente inteligente y amable.

Estupenda. Genial.

La mirada de Macon se dirige a otra dirección de nuevo, volviendo a algún

punto lejano que sólo él puede ver.

—Anya estaba... dispuesta.

Agita una mano perezosa como si quisiera rellenar los espacios en blanco.

Los relleno perfectamente. Una sensación de ardor sube por mi pecho. Creo

que es acidez de estómago.

—No sé por qué necesito oír eso.

Suelta una carcajada sin humor.


—Yo tampoco lo sé, maldita sea, Delilah. —Con un suspiro, echa la cabeza

hacia atrás y se pasa una mano por el rostro—. Ya no sé nada.

Normalmente, Macon está en perfecto control. El hecho de que parezca estar

perdiendo el control me preocupa.

—¿Estás borracho?

—No. ¿Por qué? ¿Parezco borracho?

Sonríe como si la idea le divirtiera.

—Estás sentado en la oscuridad —le digo brevemente—. Hacer declaraciones

vagas y malhumoradas es un poco espeluznante.

Macon me fulmina con la mirada.

—No tenía ganas de ir a dormir.

—De acuerdo, seguro.

Su mirada se vuelve glacial.

—Y no estabas en casa.

—¿Estabas esperándome? —No sé cómo me siento al respecto. ¿Sensible?

No. Estoy demasiado enferma al pensar en Macon y en Anya “dispuestos”

como para estar sensible.

Él frunce el ceño y mira hacia otro lado.

—No.
Mentiroso.

—¿Y qué? ¿Le diste a Anya un paseo en el regazo de Macon y luego estabas

tan agotado que tuviste que sentarte aquí en la oscuridad, pensando en cosas

profundas?

—¿El regazo de Macon? —se atraganta, luego niega con la cabeza—.

Maldición, Delilah, esa boca... —Se pellizca el puente de la nariz—. No hubo

paseos en mi regazo.

Dejo que eso se asiente, pero mi interior sigue dando vueltas y revoloteando.

—¿Por qué no?

Oh, Dios mío, cállate, borracha Delilah.

Se ve tan sorprendido por la pregunta como yo. Pero luego su expresión se

vuelve cautelosa.

—No quise.

—¿No querías tener sexo con una mujer sexy y dispuesta?

En serio, tienes que callarte.

Su mirada se estrecha sobre mí.

—¿De verdad quieres ir por este camino?

Trago saliva y bajo mi mirada.


—No. No es asunto mío. —Levanto la mano en un gesto de impotencia—. Soy

bocazas cuando estoy borracha.

—También lo eres cuando no lo estás.

Pretendo ponerme lápiz labial con el dedo medio.

Macon casi sonríe, pero todavía está molesto por algo. Sus dedos tamborilean

un ritmo ocioso sobre el brazo de la silla, su mirada se vuelve a encerrar. Los

dos nos quedamos en silencio durante un minuto.

Cuando habla, lo hace de forma moderada y lenta.

—¿Has llegado alguna vez a una encrucijada en tu vida? ¿Cuándo crees que lo

tienes todo resuelto y luego te das cuenta de que no sabes nada? ¿Y no

tienes idea de qué camino tomar desde allí?

Me mira como si realmente quisiera saber. Y mi corazón comienza a latir un

poco más fuerte.

—Sí —susurro—. La verdad es que estoy allí ahora.

—¿Qué hiciste al respecto? —susurra de vuelta.

El cristal está mojado con condensación; mis manos están demasiado frías.

Agarro el vaso con más fuerza, siento la piel estirarse sobre mis nudillos.

—Mamá solía decir que el cerebro puede mentirte, pero el corazón siempre

sabe la verdad. —Me encojo de hombros—. El problema es que la mayoría de

nosotros preferimos creer la mentira que enfrentar la verdad.


Su mirada ardiente lame mi piel, expone cosas que no quiero que se expongan.

—¿Qué preferirías creer, Delilah? ¿La cómoda mentira o la incómoda verdad?

No me gusta la forma en que me mira, enfadado y resentido, tenso y alerta,

como si necesitara mi respuesta, pero no quisiera necesitarla. Hay demasiado

en juego en mi respuesta, y ni siquiera sé cuál debería ser la respuesta

correcta.

—Creo que, si mi corazón estuviera preparado para escuchar la verdad, no

importaría ninguna mentira que se le ocurriera a mi cerebro.

Macon toma aire y lo suelta, su pecho se mueve con la acción, pero no hay

nada relajado en él. En todo caso, está más tenso ahora, agitado y tenso en la

silla.

—Creo que tienes razón —dice con dulzura y se gira para mirar por la ventana

una vez más—. Tómate una aspirina antes de irte a dormir.

Despedida. Lo siento con la misma eficacia que si saliera de la habitación.

Pero soy yo quien se levanta y se va.


Capítulo 20

Me despierto con hambre. Déjame corregir eso; Me despierto con más hambre

que de costumbre. Quiero algo dulce y cremoso. Quiero deslizar mi lengua a

través de la dulzura resbaladiza como la miel y comer hasta que mi boca se

canse y mi cuerpo se llene de satisfacción.

El problema es que no son dulces lo que me apetece. Anoche, todo se volvió

muy claro. Quiero a Delilah. Nadie más lo hará. Sam, el reloj, mi confianza rota,

esas cosas son parte del pasado. Si quiero un futuro, tengo que dejarlas ir.

Delilah podría quererme, pero está claro que no está dispuesta a arriesgarse a

ninguna complicación. Lo que me deja en un aprieto. Quisiera ignorar esta

necesidad cada vez más dolorosa, o decirle en términos inequívocos lo que

siento e intentar encontrar una forma de solucionarlo. Mi instinto me dice que

luche por Delilah. Mi cabeza me dice que proceda con extrema precaución.

Como ya no estoy seguro de nada, me levanto y empiezo mi día.

Después de un agotador entrenamiento con North, que no me lo pone fácil a

pesar de mi pierna mala, me dirijo a la cocina y a la promesa de un batido que

Delilah me ha enviado por mensaje de texto y que me está esperando. Está allí,
con un vaso helado en la mano, y la luz del sol que entra por las ventanas

hace brillar su cabello castaño y su piel bronceada.

Mucha piel. Se exhibe tanta piel gloriosamente curvilínea. Lleva unas braguitas

de biquini de color verde oscuro y una camiseta blanca ajustada que coquetea

con los bordes de esos diminutos pantalones cortos de lycra, provocándome

con posibles destellos de una piel más suave y oscura.

Juro por todo lo que es sagrado que me tiemblan las rodillas. Doy un paso

atrás y trato de disimularlo como si fuera el cansancio y no la maldita lujuria.

—Maldita sea, estoy agotado.

Su expresión es irónica mientras me entrega el vaso.

—¿North ha vuelto a ser indulgente contigo? —bromea.

Mi mano tiembla mientras tomo un largo trago. Lo que sea que haya

preparado tiene un sabor cremoso y especiado, como galletas de avena con

canela mezcladas con café. Golpea mi sistema con una patada de bienvenida

y corre helado por mi garganta reseca. Dejo el vaso en la encimera de la isla

con un suspiro y luego paso una mano por mi rostro.

—¿Indulgente? —repito con un resoplido—. Sí, eso es exactamente lo que

pensé mientras lloriqueaba como un niño pequeño en el suelo.

—Al menos admites que lloraste.

Muestro una sonrisa rápida y tensa.

—Estaba aferrado a su pierna, suplicando por mi vida.


Malvadamente, se ríe con alegría.

—¿Qué pasó con el estoicismo masculino? Aguantarse y todo eso.

Le lanzo una mirada de indignación fingida.

—¿Y adónde me llevaría eso? ¿A la soledad? ¿A dolor? ¿A estar sin ti para

limpiar mi frente febril?

Por favor, sube a la cama conmigo y límpiame la frente. Estoy tan


malditamente caliente.

—¿De dónde sacas esas cosas?

Claramente, está tratando de no ceder a otra ronda de risas.

—Soy un gran lector —digo con facilidad, aunque estamos tan cerca que mi

hombro roza el suyo y eso me distrae—. Tengo un suministro interminable de

melodrama almacenado en mi cerebro.

A pesar de mi intento de tranquilizarla, Delilah se aparta y limpia mi vaso.

—Probablemente, deberías tomar un ibuprofeno y una ducha.

No quiero que se vaya todavía. Verla hace que mi día sea más brillante.

Desesperado por mantener la conversación, coloco mi mano en el corazón

como si me hubieran golpeado.

—¿Eso es todo lo que tienes que decirme?

—¿Qué? ¿Olvidé tu cumpleaños? —bromea, reprimiendo una sonrisa.


—Estoy sufriendo mucho. ¿Dónde está mi compasión, mujer?

Se le escapa una carcajada y me siento como si hubiera ganado una maldita

medalla.

—Bien, entonces —dice, mirándome con una expresión condescendiente—.

Pobre Macon; ¿quieres que te bese las bu-bus y las mejore?

No tienes idea de cómo me tientas, mujer.

—¿Lo harías? —No estoy por encima de pelear sucio. Alcanzo el dobladillo de

mi camisa y empiezo a levantarla, exponiendo mis abdominales—. Porque

tengo este punto aquí...

—Ah, detente—. Se está riendo de nuevo, pero un fino rubor se extiende por

sus mejillas. Bingo—. Parásito. No voy a besar nada.

Dejo que la camisa vuelva a su lugar.

—Bromeaba.

—Coqueteabas.

Sonrío sin remordimientos, luego me distraigo con el brillo de sus ojos color

caramelo. Me mira como si fuera un bocadillo. No creo que ni siquiera sepa lo

que está haciendo, pero es suficiente para que mi hambre regrese con toda

su fuerza. Estoy así de cerca de babear. Solo para estar seguro, deslizo el

pulgar y el índice por las comisuras de la boca y me complace encontrarla

observando el movimiento. Humedece su labio inferior. El gesto es tan


explícitamente hambriento que mis abdominales se contraen y mi pene se

agita.

Abajo chico. Tómalo con calma.

—He estado pensando, Patatita...

Sus ojos se estrechan.

—Probablemente, sea mejor que no lo hagas.

Probablemente. Pero, ¿dónde nos llevaría eso?

—Quiero un postre.

Se da la vuelta y empieza a limpiar los mostradores como si fuera su nueva

misión en la vida.

—Iré al mercado de los agricultores y compraré algo de fruta madura.

—No. Fruta. —El hecho es que ya no puedo comer un mango sin querer

chuparle la lengua a Delilah—. Algo rico, dulce y cremoso.

Y ahora estoy pensando en postrarme de rodillas ante ella. Detrás de la isla de

la cocina, me agacho y me acomodo. Al tener cero experiencias en el

coqueteo, no creo que esté haciendo un trabajo adecuado. Sólo estoy

consiguiendo irritarme.

Especialmente porque la expresión de Delilah permanece inexpresiva.

—No creo que nada de eso esté en la lista aprobada.


—Creo que mencionas esa maldita lista para molestarme, pequeña.

—Eso es verdad.

No se molesta en ocultar su alegría.

Como una abeja al néctar, me acerco más.

—Vamos, Delilah, haz trampa conmigo. ¿Solo un poco?

Sacude la cabeza con clara exasperación, tira el paño en el fregadero y se

enfrenta a mí.

—Muy bien, sólo por esta vez. Nombra tu veneno.

No está en mis brazos. Mi boca no está en la suya. Pero sigue siendo una

victoria, y me froto las manos con anticipación.

—Veamos... oh, Dios, las opciones. ¿Tus galletas de caramelo? ¿Tu Tarta de

Chocolate Monstruosa? —Me detengo a pensar en todos los postres que

Delilah ha hecho a lo largo de los años—. Ah. Ya sé... Tarta de Crema de

Plátano. Eso es lo que quiero.

Es como si la hubiera pateado. Su expresión de felicidad se convierte en algo

severo y enojado.

—Imbécil. Eres una comadreja de mierda.

—¿Comadreja de mierda? ¿Por qué? ¿Qué hice?

Ella se burla con disgusto.


—Por supuesto que no te acuerdas. Típico.

Se aleja rápidamente y me deja de lado. Me quedo solo y desconcertado. ¿Por

qué estaría enojada por su pastel de crema de plátano? Ha hecho los mejores

que he probado en mi vida. El hecho de que no haya probado una desde que

teníamos trece años y aún recuerde lo buenas que están debería decirle... el

recuerdo surge como un fantasma.

El concurso anual de pasteles de verano. Delilah a los trece años, con un

bonito vestido de verano azul y blanco sin sostén. Un joven descerebrado que

se da cuenta de que Delilah tenía pechos. Se dijeron palabras. Se tiró el pastel.

—Oh, mierda. —El golpe pesado de mi bota al caminar se convierte en un

rápido staccato mientras me apresuro a seguirla—. Delilah. Espera.

Maldición…

La alcanzo junto a la piscina.

—Está bien, lo recuerdo... —No te rías. No te rías. Pero, Dios, ese pastel había

volado. La salpicadura fue espectacular, un virtual test de Rorschach de

plátano y nata montada—. Pero vamos, tienes que admitir que en

retrospectiva fue algo divertido.

Se vuelve hacia mí con una fina furia.

—No tengo que admitir nada.

Bajo mi tono de voz, pero se me escapa una sonrisa.

—No estuvo tan mal.


Las manos de Delilah se cierran en puños. Mira la piscina como si estuviera

contemplando tirarme a ella, luego da un paso amenazador en mi dirección

antes de detenerse.

—Me llamaste tetas de plátano. —Un rubor baña su rostro—. ¿Sabes lo

vergonzoso que es eso para una niña de trece años?

Sí. Estaba pensando en dónde cayó el pastel. Se enfadó tanto conmigo que

me tiró la tarta en el rostro. Sólo los rápidos reflejos nacidos de años de evitar

ser golpeado me salvaron de un rostro lleno de pastel de crema de plátano

Bountiful. La malvada señora. Lynch, la esposa del pastor, no fue tan rápida.

El pastel le dio de lleno en el rostro.

Me obligo a detener mi risa y enderezo mis hombros.

—¿Sí?

—¿Sí? ¿Es una pregunta o una respuesta?

Froto la barba en mi barbilla, tratando de averiguar cómo desactivar esta

bomba.

—En retrospectiva, sí, puedo ver eso. Pero yo era un niño...

—¡Fue acoso sexual! —Abre sus manos ampliamente—. Llamaste la atención

sobre mis pechos delante de todos. ¡Nunca haría eso!

—Ahora, espera. En noveno grado, ¿le dijiste o no a las chicas de tu clase de

gimnasia que me habías visto quitarme el traje de baño y que tenía un “pene

de dedal”?
Su boca se cierra de golpe.

Me río, sacudiendo la cabeza.

—Y ambos sabemos que eso fue una completa mierda.

—De acuerdo —rectifica—. Pero ahora no voy a ir por ahí dejando dedales por

toda la casa, ¿no?

—Probablemente, me reiría si lo hicieras.

Su ojo se estremece.

—No estás entendiendo nada. Sabes que tu pene no es del tamaño de un

dedal.

—Sí, pero tú también pareces muy segura de ese hecho. ¿Has estado

echando un vistazo, Delilah?

Me burlo, queriendo mantener la conversación sobre mis defectos.

—Puede que no la haya visto, pero sé lo suficiente para... —Vacila y suelta un

suspiro—. Lo que quiero decir es que mi mentira era una exageración

inventada. La tuya, por desgracia, no lo era. Estaba acomplejada por la forma

de mis pechos, y tu comentario de imbécil lo empeoró.

—¿Crees que estaba menospreciando tus pechos?

—Es difícil pensar lo contrario. —Su tono es tan doloroso que todo en mí se

paraliza.
Por primera vez, me doy cuenta de lo que estoy enfrentando cuando se trata

de Delilah. Sí, nos hemos dicho cosas malas a lo largo de los años. Sí, ambos

fuimos responsables de nuestro mal comportamiento compartido. Pero yo, sin

saberlo, hice un daño que ha dejado heridas que aún no han sanado. Mientras

ella despreciaba mi carácter, yo me metía con su aspecto. Como un imbécil.

Está claro que eso ha influido en la forma en que ella cree que yo la veía.

Algunos dirán que ya debería haberlo superado. Pero sé muy bien cómo las

palabras negativas pueden clavarse en tu alma con afiladas garras. He pasado

una década evitando a mi padre, odiándolo, y todo lo que tuvo que hacer fue

lanzarme unas cuantas palabras adecuadas, y volví a ser ese niño herido y

desconcertado. ¿Es diferente para Delilah? Lo dudo.

Sacudiendo la cabeza, bajo la voz para que se vea obligada a oírla.

—De ninguna forma. Ni por un maldito segundo.

Ella se sonroja.

—Oh, por el amor de...

—Pequeña, por favor créeme cuando digo que la visión de tus tetas en ese

delgado vestido fue el punto erótico culminante de mi joven vida.

Ella tiene que saber lo que me hace. ¿Cómo puede no saberlo?

Delilah aspira como si la hubiera sorprendido, pero su mirada se desvía.

—Deja de decir “tetas”. Es grosero.

—De acuerdo. Pechos. ¿Feliz?


—Difícilmente.

Agacho la cabeza para poder atrapar su mirada con la mía.

—Me gustaban. Realmente me gustaban. ¿De acuerdo?

Se muerde el labio inferior, claramente luchando por creerme.

—Y aun así tuviste que burlarte de ellos.

—Fue una mierda, sí. Pero una táctica de distracción necesaria para mi

cerebro de lagarto de trece años. —Doy un pequeño paso más cerca—. No

quería que nadie se diera cuenta de que tenía una erección furiosa. Y

perdóname por el pánico, pero era mi primera erección inducida por la visión

pública.

Su bufido es pura incredulidad.

—¿Tu primera?

—Sí, señora.

—Mentira.

—¿Por qué mentiría? —Resoplo una carcajada, recordando el fino dolor de

aquella vergüenza infantil—. ¿Te imaginas mi horror, poniéndome duro como

una piedra al ver la forma de los pechos de mi mayor némesis? —Me llevé la

mano al corazón—. Dios, no tienes ni idea. Fui como el perro de Pavlov

después de eso. Una vista de tus pechos, y ahí iba, tan duro como una vara

sin importar donde estuviera. Me puso muy gruñón.


Todavía soy como el perro de Pavlov cuando se trata de ella. Solo tiene que

estar cerca, y estoy babeando. Como un maldito perro.

—Tú... —Ella toma aire—. No puedo creer que me estés diciendo esto. —

Comienza a sonreír—. La señora Lynch nunca me perdonó, sabes. Solía

llamarme esa horrible chica de las tartas de plátano y luego se escabullía en

otra dirección como si me estuviera preparando para el lanzamiento de otra

tarta.

Me eché a reír, doblándome.

—Oh, mierda… —Trato de dejar de reír. Honestamente, lo hago. Pero mi

mente sigue reproduciendo ese momento en cámara lenta. La boca apretada

de la malvada vieja Lynch se abrió de par en par con horror, la bofetada

húmeda del pastel cuando golpeó su rostro. Pierdo el control de nuevo y

levanto una mano como si dijera—: Dame un momento.

—A estas alturas sólo estás pidiendo un chapuzón en la piscina —dice

inexpresiva, Delilah.

Seco mis ojos llorosos y me enderezo.

—Está bien, estoy bien.

Arquea una ceja y mis labios tiemblan. Delilah me dirige una sonrisa a

regañadientes, sus manos van a sus caderas. La acción empuja sus pechos. Y

todas mis buenas intenciones vuelan por la puerta.


—Estás mirando mis pechos. —Su tono es irónico, pero de alguna manera no

se siente insultada.

—Soy consciente. —Debería lamentarlo, pero no lo hago—. También estoy

mirando tu trasero de durazno, si somos totalmente honestos.

—Macon.

La miro.

—Tu cuerpo es delicioso, Delilah. Exquisito de la mejor manera posible. Un

jugoso melocotón, una dulce manzana cubierta de caramelo. ¿Sabes cuánto

mataría por una manzana acaramelada ahora mismo, Patatita? Y yo atrapado

en esta dieta infernal. Digo que es un tormento.

—No creo que esto sea muy profesional —dice débilmente.

Espero que no. Dios, me encanta burlarme de ella. Todo su cuerpo se ilumina

cuando lo hago, juegos previos ¿Se da cuenta de que eso es lo que estamos

haciendo?

—Solo estaba pensando…

—¿Qué he dicho de que pienses? —advierte.

—Ahora no parecen plátanos, Patatita.

—Dios mío, eres terrible.

Pero ahora está sonriendo. Luchando mucho para no mostrarla, pero

definitivamente sonriendo.
—Más bien parecen melocotones. Melocotones maduros y jugosos.

Se balancea en mi dirección antes de darse cuenta de que lo está haciendo y

cambiar su postura.

—Llamaste a mi trasero melocotón. —Una queja seca—. Mis pechos no

pueden ser melocotones también.

—Tal vez me gustan los melocotones.

De alguna manera, estamos a solo un pie de distancia, el espacio entre

nosotros proyecta sensualidad. Lame mi piel sensible, me hace cosquillas en

la nuca. Tómatelo con calma, Saint. Ella es asustadiza. Apártate. Mi cuerpo se

resiente enormemente y se esfuerza por alcanzar su calor.

Su voz es un hilo, tenso.

—Todavía estás mirando.

—Muestro el debido respeto —corrijo en voz baja—. No se ignora un cuerpo

como el tuyo. Sería de mala educación.

—Estoy segura de que lo has entendido al revés.

Ahora está sin aliento, sus gloriosos pechos suben y bajan con la agitación.

Me inclino, para sentir la calidez de su aroma.

—Vamos, patita. He crecido, he visto el error de mis acciones. Dame tu

abundante tarta de plátano.

De nuevo se balancea en mi espacio, riendo suavemente.


—Pervertido. No vas a conseguir ninguna tarta de mí.

Mascullo, el calor y la necesidad hacen que mi cabeza se nuble.

—Pero tengo este antojo.

Ahora está susurrando.

—La decepción puede fortalecer el carácter.

—Necesitaré mi fuerza para eso. ¿Qué tal una tarta de melocotón?

Bésame, Delilah. O deja que te bese. No soy exigente.

El pulso en la base de su bronceado cuello late visiblemente. El olor de su piel

es como la miel.

—Pensé que querías tarta de plátano —dice, con una mirada aturdida en sus

ojos.

Las puntas de mis dedos tocan el cuello de su camisa.

—No creo que el pastel sea lo que más deseo.

Su aliento se va en un suspiro. Estoy más excitado que nunca. Quiero

apretarme contra ella y aliviar la fuerte excitación de mi pene. Pero el

momento se ha esfumado; ella se aleja.

—Te haré una tarta más tarde. Ahora estoy de descanso.

Un bonito recordatorio para que volvamos a nuestros lugares de jefe y

sirviente.
Podría haberme alejado, dejarlo pasar. Pero ella se quita la camisa, revelando

un diminuto bikini al estilo de los años sesenta y ese cuerpo con curvas por

kilómetros. Es gloriosa, su trasero de melocotón se balancea mientras deja

caer la camiseta como un desafío, y luego se pasea por una tumbona. Sí,

podría haberlo dejado pasar si ella no hubiera mirado hacia atrás, una mirada

rápida como para asegurarse de que todavía estaba allí.

Sigo aquí, cariño.

Y no me voy a ninguna parte.

¿Qué fue eso? Juro que casi besé a Macon Saint.

Mi corazón late como un metrónomo enojado. Estoy sensible y acalorada

entre mis piernas. Todo por una pequeña broma con Macon. Quiero mentirme

a mí misma y decir que no fue nada diferente al ligero flirteo sin sentido que

hemos mantenido desde que entré en su oficina hace todas esas semanas.

Excepto que ya no tiene sentido. Algo fundamental ha cambiado.

La mirada directa de Macon siempre ha sido poderosa, capaz de provocar una

reacción visceral: molestia, rabia, sospecha, resentimiento, anticipación,

diversión, atracción, deseo. Hoy, me miró con intención. Con lujuria


Si fuera cualquier otra persona que no fuera él, ya habría arrastrado al hombre

por escaleras. Pero es Macon. Y esta... lujuria, esta necesidad de él es extraña

para mí. No sé qué pensar. El sexo siempre ha sido una cuestión de placer

para mí. No tengo dudas de que el sexo con Macon sería increíble. Pero tener

sexo con Macon significaría abrirme a toda mi vulnerabilidad. No importa el

hecho de que tengamos que vivir juntos, sabiendo que el robo de Sam nos ha

empujado a estar juntos.

Nuestra relación se basa en un trato mutuamente incómodo y una atracción

inesperada. La liberación sexual es fugaz, mientras que la incomodidad del

arrepentimiento puede persistir como un mal olor. Alejarse de él era lo

correcto.

Sólo que no es tan fácil quitárselo de encima. Es como si mis entrañas

hubieran crecido más que mi piel, dejándome hinchada y tensa. Estoy nerviosa

e irritable y quiero quemar esta energía inestable dentro de mí.

Maldito sea ese hombre. Maldito sea su lienzo de dos metros de músculos

tonificados y sus injustamente hermosos ojos de obsidiana. Maldito sea por

no quedarse en el molde de ex-enemigo y actual empleador, sino por insistir

en desdibujar las líneas y poner patas arriba mi bien ordenado mundo.

Dios, casi gimo cuando se limpió el rostro con la parte inferior de la camiseta,

revelando sus duros abdominales inferiores. Señor, pero es hermoso, bien

definido pero grande y fuerte. Un cuerpo de luchador. Se me secó la boca al

ver la V y esos gloriosos abdominales, bajando en picada y desapareciendo

detrás de la línea baja de su sudadera.


El tiempo no ayuda a mi estado de ánimo. El sol brilla con fuerza sobre mi

cabeza. Cuando crecí en el sur, el término “calor” significaba algo totalmente

diferente a lo que significa en Los Ángeles. Allí, “calor” significaba sentir que

estabas entrando en una sauna cada vez que salías a la calle. Aquí, el calor es

más brillante, un sol intenso y un calor que te tensa la piel. Es raro sentir ese

tipo de calor en Malibú. Normalmente, la brisa del mar refresca el cuerpo.

Pero hoy, nada se agita en los acantilados.

Cierro los ojos e intento olvidarme de todo. Una sombra bloquea el sol y

entreabro un ojo para encontrar a Macon, que se cierne sobre mí, con su

mirada oscura recorriéndome con pereza.

El bikini que llevo es modesto para los estándares actuales y, sin embargo, me

siento completamente desnuda, demasiado consciente de que mis pezones

siguen rígidos desde nuestra última conversación. La atención de Macon se

desliza hacia mi vientre y mis muslos.

Dios, odio querer retorcerme. Cuando me puse el bikini, me gustó la forma en

que levantaba y acunaba mis pechos y cómo la parte inferior cubría mi trasero

y marcaba mis caderas en el punto justo para halagar mi cuerpo. Pero ahora,

todo lo que puedo pensar es que mi barriga tiene un bulto y mis muslos tienen

pequeños hoyuelos.

Pero no me muevo. Miro a Macon con las cejas arqueadas.

—¿Puedo ayudarte?

—Vaya pregunta —murmura, sin dejar de mirar mi cuerpo.


Por fin se ha afeitado, dejando al descubierto las suaves y limpias líneas de su

rostro. Le hace parecer más joven y me recuerda al chico que conocí antes.

Mueve ligeramente la cabeza y una sonrisa inclina sus labios.

—Maldita sea, Patatita, te pareces a Honey Ryder con ese traje.

—¿De Dr. No? —Mi resoplido es fuerte y poco elegante—. Difícilmente.

La mirada perezosa de Macon se desliza hacia arriba para encontrarse con la

mía.

—Totalmente. Una miel más dulce y deliciosa.

Como si no pudiera evitarlo, vuelve a mirar hacia abajo y sus dientes se traban

en su labio inferior. Maldita sea...

No puedo evitarlo; mis pezones se tensan aún más, un pulso de calor y

anticipación me atraviesa. Llámalo instinto femenino, llámalo un momento de

locura, pero arqueo la espalda, lo suficiente para levantar mis pechos un

poco más. Los ojos de Macon se abren de par en par, sus labios se separan.

Y me sonrojo, fingiendo todo el tiempo que simplemente me muevo para

sentirme más cómoda.

Pero no creo que lo engañe. Emite un sonido bajo en su garganta, su

respiración se acelera. Su mirada me inmoviliza en la tumbona. Y a pesar de

las pequeñas inseguridades me acosan, el ávido interés de su mirada me hace

querer hacer tonterías, separar los muslos lo suficiente como para atraer su
atención hacia allí, volver a estirarme para que toda la longitud de mi cuerpo

esté más expuesta. Mis músculos se estremecen con esa necesidad.

Así que, en lugar de eso, le frunzo el ceño.

—Vete. Me estás tapando el sol.

Desafortunadamente, se inclina más cerca. Una gota de sudor resbala por el

lado de su cuello. Normalmente, no me gusta mucho el sudor. No me gusta el

olor y no me gusta sentir el de otra persona en mi piel. Pero Macon huele a

sudor y a jabón, y eso hace mella en mis hormonas, porque quiero arrastrarlo,

hundir mi nariz en el hueco de su garganta y aspirar. Todo lo que puedo

pensar es en cómo sería deslizarse y resbalar contra esa piel firme, mi propia

fiebre corporal caliente y goteando.

Jesús.

Su voz profunda me envuelve, todo un calor intenso y prometedor.

—Veo que has estado pensando las cosas en ese sospechoso cerebro tuyo,

tal vez llegando a algunas conclusiones que no esperabas, y eso te está

desconcertando. Así que voy a ignorar la descortesía porque antes estuve

donde tú estabas, y no es un picnic. —El humor sombrío curva sus labios

antes de que se atenúen. Se acerca y habla apenas por encima de un

susurro—. Avísame cuando lo hayas resuelto. Estaré esperando.

Con esa enigmática afirmación, se endereza y se marcha, dejándome con el

ceño fruncido hacia el claro cielo azul. No puedo calmarme. Sus palabras me

han acelerado el ritmo cardíaco, y la tensión ansiosa en mi vientre se ha


multiplicado por diez. Podría haberme quedado en la tumbona, sumida en mis

pensamientos, sólo que veo a Macon dirigiéndose a las ásperas escaleras de

piedra que llevan a la playa.

—De todos los estúpidos... —Agarro mi camiseta y me la pongo antes de

bajarme de la tumbona. Está a poco menos de la mitad de la escalera cuando

por fin lo alcanzo. Las escaleras son bastante anchas y están colocadas en un

ángulo de cuarenta y cinco grados a lo largo de la pared del acantilado. Pero

también están toscamente talladas y tienen puntos resbaladizos ocultos donde

el agua del mar las ha golpeado—. ¿Qué demonios estás haciendo?

Macon mira por encima del hombro mientras baja cojeando otro escalón.

—La Pachanga. ¿Qué parece que estoy haciendo?

Me apresuro por las escaleras hasta que estoy detrás de él.

—Parece que estás siendo un completo idiota.

—Dices las cosas más dulces, Patatita. En serio.

Sigue arrastrándose por las escaleras, su bastón se posa en el borde de la

piedra. La vista casi me da vértigo.

—Macon, podrías caerte, y ya estás bastante magullado, ¿no crees?

—Diablos, la bota me la quitan mañana. Sólo voy a dar un pequeño paseo

para tomar aire.

—Tómalo mañana, entonces.


—No me voy a caer. —Su pie se tambalea y se detiene para lanzarme una

mirada acusadora, como si de alguna forma yo lo hubiera provocado—. A

menos que hayas venido a decirme que te diste cuenta de lo que ya sé o que

tengas la repentina necesidad de dar un paseo conmigo por la playa, deja de

rondar.

—Deja de hablar en acertijos. Es molesto.

—Deja de ser obtusa —responde—. No te conviene.

—¿Por qué no dejas de ser terco?

En el pequeño rellano, me escabullo alrededor de él, bordeando la piedra, y

bajo de un salto a la escalera que tiene delante.

Macon pronuncia una maldición.

—Me llamas terco. Podrías haberte caído en ese momento.

—Necesitaba ponerme delante de ti.

No sé cómo explicarlo sin sonar como una madre gallina, pero la idea de que

él se caiga por las escaleras y termine más golpeado, o, Dios no lo quiera,

rompiéndose el maldito cuello, hace que se me hiele la sangre. No es que crea

que él apreciaría la preocupación.

La expresión tormentosa se acumula en su rostro.

—¿Y por qué es eso?

—Para que pueda amortiguar tu caída si te caes.


Algo incorrecto de decir, aparentemente. Su piel se vuelve rojiza, su boca se

mueve como si hubiera perdido la voz. Pero luego explota.

—De todos los estúpidos, tercos, temerarios…

—Deja de despotricar. Es malo para la presión arterial.

Estoy frente a él ahora. Todo está bien. Al menos si podemos llegar sanos y

salvos a la arena.

Sus fosas nasales se ensanchan.

—¿De verdad crees que podrías atraparme? Delilah, te aplastaría como a una

uva si me cayera.

—Soy fuerte. Puedo sostenerte.

—Eres una uva —repite—. Una suculenta uva pequeña.

—Ahí vas de nuevo, comparándome con la comida.

Las cejas oscuras se juntan cuando una luz maligna destella en sus ojos.

—Sí. Y un día te voy a comer. Ahora mueve tu trasero. Quiero salir de estas

escaleras.

Sigue mis pasos el resto del camino hacia abajo como si de alguna manera

fuera su responsabilidad asegurarse de que no me caiga. Típico macho. Estoy

sacudiendo la cabeza cuando finalmente llegamos a la arena.

—Ya está —digo, con las manos en las caderas—. Has bajado sin problemas.

Ahora llama cuando necesites ayuda para volver a subir y vendré a buscarte.
—¿Llama cuando...? Oh, por el amor de Dios.

Se pasa una mano por el rostro como si tratara de calmar su temperamento.

Esa es mi señal para irme.

—Bueno, nos vemos.

Doy un paso y se me echa encima.

—Oh, no, no lo harás —dice con una risa oscura—. Me has seguido hasta aquí;

ahora me haces compañía.

—Estás demasiado malhumorado para tener compañía.

—La culpa es tuya, Patatita.

Me escabullo, tratando de esquivarlo.

Se lanza hacia delante, con la mano extendida como si quisiera agarrarme el

codo.

Unas cuantas cosas van mal. Su bastón, del que depende, se hunde en la

arena, porque los bastones y la arena no se mezclan, y su paso se tambalea al

intentar corregir su postura. Doy un paso en la dirección equivocada, y mi pie

se encuentra con un trozo viscoso de algas, lo que me hace gritar y saltar

hacia el otro lado, chocando con la forma tambaleante de Macon.

Caemos como árboles.

La arena es suave, pero no lo suficiente, y dejo escapar un fuerte suspiro

cuando aterrizo. El pesado cuerpo de Macon cae sobre mí, nuestras caderas
chocan. Sin embargo, reacciona rápidamente y carga la mayor parte de su

peso en los codos. Estoy rodeada por él, sus brazos me sujetan, sus caderas

bien acunadas entre mis piernas abiertas. Soy tan consciente de lo cálido y

sólido que se siente y de la forma en que mi cuerpo se despierta de repente

que no puedo respirar durante un largo momento.

—Maldición, Delilah —dice con una risa ronca—. ¿Estás bien?

Sus ojos buscan los míos, la genuina preocupación se muestra en sus oscuras

profundidades. Sonrío a pesar del creciente ardor entre mis piernas y el ritmo

acelerado de mi corazón.

—Oh, Dios, tenías razón —digo con un gemido exagerado—. Soy una uva. ¡Me

aplastaste como a una uva!

Se ríe, es un sonido lento y profundo, y hago todo lo posible por no darme

cuenta de cómo eso hace que ciertas cosas presionen y pinchen áreas que se

están volviendo más sensibles. Pero lo hago. Mis muslos se aprietan mientras

mis pezones se tensan bajo mi endeble camiseta y la parte superior del bikini.

No sé lo que ve en mis ojos, pero su risa es interrumpida y sus labios se

separan con una respiración entrecortada. Su mirada se vuelve somnolienta,

deslizándose hacia mis labios y manteniéndose allí.

El aire se calienta y se expande entre nosotros. La punta roma del pulgar de

Macon toca la comisura de mi boca, donde se me pega un cabello. Lo levanta

antes de acariciar el contorno de mi labio. Cada nervio de mi cuerpo se

dispara de placer.
Veo el conocimiento de eso en sus ojos, la necesidad de responder. Su

cabeza se acerca aún más, nuestro aliento se mezcla, convirtiéndose en uno.

—Delilah...

Me da la oportunidad de decir que no. Pero no lo hago. No puedo.

Sus labios rozan los míos, y entonces soy yo la que avanza, al encuentro de su

boca. O tal vez nos movemos juntos. Todo lo que sé es que nos estamos

besando como si fuera dulcemente doloroso, como si hubiéramos esperado

tanto tiempo que fuera casi demasiado para soportarlo. Y es tan bueno. Tan

bueno, la sensación de su boca fluyendo sobre la mía, descubriendo mi forma

mientras yo descubro la suya.

Hace un ruido en lo profundo de su garganta, un gemido prolongado, una

petición de más. El calor líquido se derrama sobre mí y mi boca se abre a la

suya. Inclina la cabeza y su lengua se desliza hacia dentro para probarlo por

primera vez, y me separo lentamente de él, con la mente confusa y el cuerpo

en llamas.

Dios, necesito más. Lo necesito todo.

No hay más dudas. No más toques cuidadosos de lengua a lengua, ni labios

buscando suavemente. Solo hambre. Macon me besa como si estuviera

sediento, con la mandíbula abierta y la lengua penetrando profundamente,

muy profundamente. Me arqueo contra él, sujeta por su pecho, sus dedos

agarran mi cabello. Ese pequeño mordisco de dolor me pone frenética,

dispara mi lujuria.
Nos convertimos en alientos calientes, mordiscos, lametones, pequeños

sonidos sin palabras. Está arremetiendo contra mí, su dura pene se mueve

sobre mi sexo, moliéndose en la sensible protuberancia de mi clítoris. Y

envuelvo mi pierna alrededor de sus caderas, queriendo más. La acción

cambia nuestras posiciones, y la gruesa corona de su pene hace muescas

contra mi abertura. Se siente tan malditamente bien que gimo en su boca, mis

caderas empujan hacia él.

Se estremece, chupa mi labio inferior, y se balancea sobre mí; sólo la barrera

de su sudadera y mi bikini le impiden entrar. Pero es suficiente. Lo suficiente

como para sentir esa gorda cabeza presionando y empujando allí, pero

dejándome sin llenar, vacía.

Mis músculos se tensan suavemente, queriendo alivio, necesitando más.

Deslizo la parte plana de mi lengua contra la suya, gimiendo, ondulando contra

él. Él gime largo y dolorido, todo su cuerpo se mueve con sus embestidas

parciales. Vamos a hacerlo como adolescentes sudorosos, follándonos en

seco en la arena. Y no me importa. Quiero que se quite la ropa. Quiero que

me quite la mía.

Una bofetada húmeda de agua se estrella contra nosotros, fría como el hielo y

salada. Está en mis ojos, sal en mi boca. Un grito sobresaltado me abandona.

Macon grita sorprendido. Ambos nos ponemos de rodillas, una maraña de

extremidades mojadas, la sorpresa nos vuelve torpes.

Por un segundo, no sé qué diablos pasó, solo que estoy empapada, mi cabello

cuelga mojado y tengo arena en mis ojos. Entonces me doy cuenta de que
estamos en la playa, la arena debajo de mí ahora está mojada. Vuelvo a mirar

al océano. Una ola rebelde nos golpeó, dejando atrás salmuera espumosa y

trozos de algas. Estando en el suelo, recibí la peor parte.

Macon y yo nos miramos como aturdidos y luego se echa a reír. Dios, es

hermoso cuando se ríe, los ojos como estrellas oscuras, la boca abierta y feliz.

Pienso en cómo debimos de habernos visto, tirados en la arena, perdidos el

uno en el otro, una ola rompe sobre nosotros. De Aquí a la Eternidad, no lo

fue. Simplemente frío, salado y arenoso.

Yo también empiezo a reírme, dejándome llevar. Mejor reírse que pensar en lo

caliente que había estado, en lo malditamente necesitada que estaba. El

sonido se acaba pronto, y nos quedamos ligeramente jadeantes y mirándonos

el uno al otro. La sonrisa de Macon es ladeada. Suavemente, alarga la mano y

aparta un mechón de mi cabello mojado del rostro.

—La ola te dio de lleno, Patatita.

Las puntas de sus dedos recorren mi mejilla y me encuentro inclinándome

hacia adelante. Dios mío, creo que lo querré para siempre.

Su mano acuna mi mandíbula, sosteniéndome.

—Vamos arriba.

Arriba. A su cama. O a la mía. Y después...

El pensamiento del mañana me hace retroceder, poniéndome de pie a tientas.

La mirada de Macon sigue mi cuerpo, con una sonrisa aún en sus ojos.
—Ansiosa. Me gusta. Sabes, si hubiera sabido lo agradable que serías

después de un beso, te habría besado en el instituto.

Suena tanto como el Macon de antaño, el que solía burlarse de mí, que se me

enfría la piel.

—Para hacerme callar, eh.

Macon se eleva más lentamente que yo, pero con mucha más gracia.

—Tienes que admitir que besar es mejor que pelear.

Es tan fácil para él desechar el pasado. Sólo puedo suponer que es porque

nuestro pasado compartido no dejó cicatrices en él como lo hizo en mí. No sé

cómo sentirme al respecto.

—Eso fue un error.

Parpadea, su cuerpo se balancea sobre sus talones.

—Un error.

El pánico sube a mi garganta. Prácticamente me estaba follando a Macon en

la arena. ¿En qué demonios estaba pensando?

—Una aventura, una pequeña huida de la realidad.

—Ya me he hecho una idea —interrumpe irritado—. Y eso es una mierda. —Se

pasa una mano por el cabello mojado—. Era perfecto. Hasta que decidiste

huir de esto.
De nuevo, lo hace parecer tan fácil. Él, que tiene menos que perder. Por otra

parte, todo ha sido fácil para Macon. Espera que el mundo caiga en su regazo.

Para él, sólo soy una tonta más.

Mi pecho se oprime y las palabras salen volando de mi boca.

—Ni siquiera sé qué es esto… —agito mi mano entre nosotros.

Sus labios se aprietan.

—Según mis cálculos, lleva unos quince años preparándonos.

—¿Quince años? ¿Estás diciendo que te gustaba en ese entonces? Porque no

voy a creer eso.

Un ceño fruncido oscurece sus rasgos y pone las manos sobre sus delgadas

caderas.

—No estaba enamorado de ti, si es eso lo que preguntas. Pero siempre hubo

algo, Delilah. No sé cómo llamarlo. No es amor. No es odio. Sino algo. Como

una picazón que no disminuye. Siempre estuviste ahí, bajo mi piel.

Bajo mi piel. Esa era la verdad.

—¿Y qué, ahora quieres rascar esa picazón con sexo?

Se ríe sin humor.

—¿Crees que esto se trata solo de sexo? ¿Crees que si follamos… —me

copia y agita su mano—… se va a ir? Piénsalo de nuevo, cariño.

El tono zalamero me hace ver rojo.


—¡Oh, me pones tan... tan furiosa!

—¿Y por qué es eso? —Da un paso más cerca—. ¿Por qué te hago enojar,

Delilah?

—¡Porque siempre lo haces! Siempre lo has hecho.

Extrañamente, esto parece calmarlo, pero no cede, su tono sigue siendo duro

e insistente.

—¿Ahora me odias?

—No.

Tengo un peso en el pecho, y él lo hace más pesado, agitando mi sangre.

—¿Entonces por qué te hago enojar?

La mirada del bastardo es implacable, demasiado tranquila y práctica.

—¡No lo sé!

Pero es mentira.

Y él también lo sabe.

—Tal vez es porque me deseas tanto como yo a ti.

Le devuelvo la mirada, mis labios lucen hinchados y doloridos por sus besos,

mi sexo aún resbaladizo y sensible.

Sus hombros se colocan en una línea de pura terquedad.


—Porque así es. Por si no ha quedado perfectamente claro. —Hace un gesto

hacia sus pantalones y el impresionante bulto sólo ha bajado ligeramente—.

Te deseo. Te he estado deseando desde que entraste en mi oficina con esos

malditos tacones y los labios rojos. Y no estoy demasiado orgulloso de

admitirlo.

A diferencia de mí, su tono implica.

—Desear y tener son dos cosas diferentes, trabajo para ti. No, tacha eso,

estoy pagando una deuda contigo…

—He dicho que ya no quiero esta deuda entre nosotros. —Levanta los brazos

en señal de frustración—. Me arrepentí de haber aceptado tan pronto como

las palabras salieron de mi boca. Pero al verte de nuevo... por primera vez en

años, sentí algo más que estar malditamente entumecido, y aparté mis dudas.

Porque significaba tenerte cerca de nuevo, aunque fuera en circunstancias de

mierda.

—¿Estás diciendo que sólo aceptaste porque me querías bajo tu control?

Resopla.

—No me pongas esa cara de santurrona cuando así es exactamente como

vendiste la proposición. ¿Me aproveché? Si, lo hice. Pero nunca se trató de

control o venganza. Era la única forma en que sabía que podía estar cerca de

ti. Nos separamos con tanto odio y dolor entre nosotros. Quería tener la

oportunidad de saber quién eres ahora. Para mostrarte quién soy. —Macon se

inclina cerca, su aliento es cálido, su mirada un oscuro desafío—. No estoy


mintiendo sobre mis motivos o la forma en que me siento. La pregunta es,

¿por qué lo haces?

No puedo respirar. Estoy entrando en pánico. No puedo evitarlo. Años de

inseguridades no desaparecen después de unas pocas semanas de tentativa

amistad y lujuria creciente. Me estoy enamorando demasiado fuerte y rápido.

Si me acuesto con Macon, me entregaré por completo, abierta y vulnerable en

todos los sentidos. Cuando se trata de este hombre, sólo he experimentado

decepción y dolor. Realmente dejarlo entrar me aterroriza tanto que me siento

mareada, enmudecida.

Sacude la cabeza una vez como si estuviera tratando de develar la verdad.

—Sigues resistiendo mi oferta de disolver nuestro acuerdo. ¿Por qué? ¿Por

qué lo hiciste en primer lugar? ¿Era realmente todo por Sam? ¿O era algo más?

Macon me mira como un halcón, listo para saltar.

Surge el pánico. Suena en mis oídos y entumece mis labios.

Corto el aire con una mano.

—Esta discusión ha terminado.

Tiene que ser así.

Entrecierra los ojos y levanta la barbilla.

—No estoy de acuerdo.

—Qué pena.
Giro sobre mis talones y me dirijo a las escaleras.

Su voz me sigue, airada y severa.

—Nunca pensé que fueras una cobarde.

Las palabras duelen porque no se equivoca.

—Ahora me conoces mejor.


Capítulo 21

Presioné demasiado, dije demasiado. Tal vez no debería haberla tocado, pero

en todo lo que pasó hoy, es lo único que no se sintió mal. Ya sea que quisiera

admitirlo o no, he querido saber cómo se sentiría ser besado por Delilah Baker

desde que tengo memoria.

Ser besado por ella. Hay una distinción en eso. Significaba que ella miraba

más allá de toda la animosidad, de todos los malentendidos y las cagadas, y

me quería de todos modos. Significa que me ha perdonado. Sólo puedo reírme

de mí mismo por ser un tonto. Puede que me deseara en ese momento, ese

momento embriagador y sin sentido de lujuria sin adulterar, pero en cuanto

recuperó el sentido común, me miró con horror.

No es bueno.

North viene a ayudarme a subir las escaleras. El hecho de que Delilah lo haya

enviado, obviamente, me molesta y me divierte. Ninguno de los dos dice una

palabra y North me deja una vez que entramos en la casa. Agradezco su

silencio; no puede haber pasado por alto que tanto Delilah como yo estamos

cubiertos de arena húmeda.


Solo, me dirijo a mi oficina y tomo asiento. Delilah necesita espacio y quiero

dárselo. Podría haber ido a mi habitación a ducharme, algo que necesito hacer

desesperadamente, pero podríamos habernos encontrado de nuevo. Es

incómodo.

Tal vez tenga razón. Si cedemos a este deseo y las cosas salen mal,

estaremos atrapados juntos en una nueva especie de infierno. Estúpida

arrogancia. Nunca debí aceptar su oferta. Nos ha atrapado a los dos. Pero si

no lo hubiera hecho, ella no estaría aquí. Delilah habría quedado como un

arrepentimiento del pasado, una herida que no se había curado bien. Tal como

están las cosas, ahora es más como un Fantasma de las Navidades Pasadas,

recordándome todas las formas en que la he jodido. Debería terminar con esto.

Pero no puedo. Maldición, no puedo.

Con un suspiro, descanso mi cabeza contra el respaldo de la silla y me

estremezco cuando el dolor recorre mi columna. Sí. Definitivamente torcí algo.

El sonido de la puerta del dormitorio de Delilah cerrándose de golpe llama mi

atención. En ese mismo momento. Mantente alejado de la mujer enojada. A la

mierda. No la necesito. Tuve una vida antes de Delilah. Una buena vida.

Reviso mi teléfono, leo un montón de mensajes para el trabajo.

Carl, mi director, está deseando volver al trabajo: traducción: ¿estás

preparado para esto, Macon?

Timothy quiere saber si quiero otra cita con Anya. No gracias Timothy.
Un par de mis compañeros de reparto quieren saber si he oído algún rumor

sobre el nuevo guion. A menos que la muerte de un personaje sea inminente,

lo que afecta nuestros contratos, no sabemos qué sucederá en cada

temporada. Los productores no quieren correr el riesgo de que salga un

spoiler. No necesitan preocuparse por mí; No tengo a nadie a quien decirle.

Y ahí es cuando me doy cuenta. No tengo a nadie.

North es mi amigo. Pero ambos somos un poco cerrados. No es el tipo de

conexión profunda que me hace sentir que tengo un ancla.

Nunca he tenido a alguien a quien pueda recurrir en la oscuridad de la noche y

encontrar consuelo, cuando el mundo se siente demasiado vacío y frío.

Sentado aquí pegajoso y mojado con arena y lodo del océano, me doy cuenta

de que la única persona que podría llenar ese espacio vacío acaba de

rechazarme, convencida de que no podemos funcionar.

Una sonrisa sombría curva mi boca.

Delilah podría tener razón. Podríamos ser un desastre. Podríamos vivir para

lamentarlo. Pero está completamente loca si cree que voy a dejar pasar esto

sin luchar. Porque si hay algo que sé que es cierto, es que todo lo que vale la

pena en mi vida, vale la pena luchar.

Y voy a luchar por Delilah.


Estoy enojada. Enojada con Macon y enojada conmigo misma. Esto no es un

cuento de hadas; esto es la vida real. No puedo cambiar de marcha tan

fácilmente. No puedo simplemente pasar de una vida de pensar en Macon en

términos de odio a... ¿qué? ¿Lujuria? ¿Es esto simple lujuria o algo más? Y si,

es más, entonces ¿qué es? ¿Una aventura? ¿Para siempre?

Sus acusaciones, las preguntas que planteó queman a través de mi piel y se

asientan como una piedra caliente sobre mi corazón. Consideré la oferta que

le hice a Macon, un sacrificio por la familia, un arreglo necesario para

proteger a mi madre. Pero la confesión de Macon me hizo dudar. Dijo que

había estado insensible hasta que regresé a su vida. Yo también había estado

entumecida. Tan... muerta por dentro. No puedo negar que desde el momento

en que me di cuenta de que era Macon quien me enviaba un mensaje, algo se

despertó y prestó atención.

Y no puedo negar que me gusta su atención. Eso debe convertirme en una

especie de enferma para prácticamente esclavizarme sólo para conseguir más

de él. Realmente no sé si me negué a terminar nuestro acuerdo para no poder

dejarlo, pero el hecho de que no pueda rechazar la teoría de forma rotunda es

angustiante.

—Argh. —Gimo contra la pared de azulejos de mi ducha, el agua caliente

golpea mi espalda haciendo poco para aliviar mi cuerpo rígido—. Soy una

idiota.
Una gran idiota orgullosa, atrapada en una red de mi propia creación.

Si no viviéramos juntos, me sentiría más segura para explorar esta nueva cosa

entre nosotros. Tendría la posibilidad de ir a mi propio rincón y lamer mis

heridas si las cosas se van al diablo. Aquí no tengo eso. Ni siquiera hemos

tenido sexo, y es muy incómodo.

Me escondo en mi habitación durante el resto del día. Maldita sea si no estoy

nerviosa, queriendo buscar la compañía de Macon. Siento la atracción de él

como si hubiera un gancho pegado a mi esternón que me lleva directamente a

él. Sé, sin que me lo digan, que está en su habitación igual que yo en la mía.

El lado de mi cuerpo que da a su habitación está frío y me encuentro

frotándome el brazo con agitación. Para cuando se pone el sol, estoy

totalmente nerviosa.

Es casi un alivio cuando me envía un mensaje de texto.

ConMan: Te necesito.

Mi estúpida mente se lo toma a mal, y mi interior da un vuelco. Pero me lo

saco de encima.

PatitaTemerosa: ¿Aclaración?

Tendrás que venir a mi habitación para eso ;-)

Retraigo una sonrisa. Este Macon, el lado del hombre que nunca antes conocí,

no guarda rencor. Me desarma a cada paso. Este Macon es divertido. No

puedo evitar divertirme con él.


No me hagas un guiño. Responde la pregunta.

Tan testarudo. Bien. Necesito que me ayudes.

¿Con qué?

Su voz, que suena extrañamente hueca, viene de la dirección de su habitación.

—¡Trae tu trasero de melocotón aquí, pequeña!

Le envío un mensaje de respuesta.

¿¿¿En serio???

—Completamente en serio —grita—. No me voy a callar hasta que entres aquí.

—Infantil —le grito de vuelta.

Por qué no puede entrar en mi habitación está más allá de mí. Y por qué tiene

que estar en su habitación, no lo sé. Pero se siente como una trampa.

—Tonterías —me digo a mí misma, tirando mi lector electrónico a un lado y

sacando mi trasero de “melocotón” de la cama.

La habitación de Macon es como la mía, pero con esteroides. Es más grande,

pero aún se las arregla para ser acogedora. Tiene una chimenea, un glorioso

asunto de piedra blanca cortada que llega hasta el techo abovedado y una

repisa de madera recuperada. El hogar de gas es una línea de llamas

parpadeantes sobre carbones de cerámica triturados.

Deliberadamente, ignoro la gran cama con paneles de estilo Mission, con las

fundas de lino arrugadas, como si acabara de salir de ella. Macon se apoya en


la pared del baño. Su piel es cenicienta, las líneas de expresión enmarcan su

boca y tiran de las esquinas de sus ojos. Me dedica una sonrisa prolongada.

—Hola.

—Hola.

A pesar de nuestro intercambio de texto un momento antes, ahora que nos

enfrentamos, nuestra incomodidad está en alturas estelares. Trato de no

pensar en su boca, en cómo sabe, en esos suaves ruidos de deseo que hace.

Dios, lo intento, pero está ahí, flotando sobre mi piel y calentándome. Sus ojos

tienen el mismo conocimiento, un parpadeo de lujuria los recorre. Pero una

sombra de dolor lo anula y salgo de mi confusión.

—¿Qué pasa?

Una mueca tensa su boca.

—Esto es lo que pasa. Y esto no te da la razón en lo que respecta a que baje

a la playa...

—Claro —digo arrastrando las palabras.

Sus fosas nasales se ensanchan en una respiración superficial.

—Puede que me haya desgarrado algo cuando nos caímos.

—¿Puede ser? —Me doy cuenta de la cautela con la que se sostiene—.

¿Dónde?
—Mis costados, espalda, maldición... No sé. Mi torso. Toda la zona no está

bien.

Traga saliva y cierra los ojos por un segundo.

—¿Por qué no dijiste algo antes?

Me sobresalto, queriendo tocarlo aunque sólo sea para reconfortarlo, pero

temiendo que le haga más daño, temiendo que no me detenga con un solo

toque.

Las cejas de Macon se fruncen mientras mira.

—Mi mente estaba en otras cosas.

Me abstengo de sonrojarme. Lo cual es una hazaña, considerando que mi

mente parece no poder alejarse de esas “otras cosas”.

Macon hace un ruido de dolor estrangulado.

—No era un problema hasta que me acerqué para abrir los grifos y todo se

agarrotó.

Hace dos años, decidí probar uno de esos campamentos de entrenamiento,

“Te haremos sentir el dolor hasta que llores”. Me fui a casa y me moví en

sentido contrario mientras sacaba las llaves de mi casa, mi espalda se

contrajo y terminé en mi piso durante una hora hasta que llegó mi madre para

ayudarme. La agonía era real.

—De acuerdo —digo en voz baja—. ¿Has tomado algo para el dolor?
—Ya estoy tomando medicamentos para mi pierna —gruñe, su expresión es

un poco hosca como si no quisiera admitirlo—. He tomado todo lo que puedo.

—Deberías estar acostado. En el piso. De verdad, ayudará.

Su labio se frunce con una fuerte incomodidad.

—Necesito meterme en la bañera primero.

Solo entonces me doy cuenta de que todavía tiene arena, pequeños trozos de

detritos del océano se le pegan a la sien y al cuello.

—Jesús, ¿por qué no te limpiaste antes?

—¿Porque no podía moverme? —Un pequeño sonido lo deja—. North suele

ayudar con esto, pero está fuera.

—¿Está mal que encuentre eso como algo excitante?

Macon me lanza una mirada como si no pudiera decidir si reír o poner los ojos

en blanco.

—Lo que sea que te ponga en marcha, Patatita. —Su humor decae—. Llevo

demasiado tiempo aquí de pie, intentando sacudirme y meter el trasero en la

bañera, pero no funciona. ¿Podrías por favor, por el amor de todo lo que es

sagrado, abrir los grifos por mí?

Cierto, necesita mi ayuda. Y he estado fantaseando con la acción de la ducha

masculina caliente.

—Claro.
El cuarto de baño de Macon es... sorprendente. Tan grande como mi

dormitorio en casa, tiene una bañera de cobre lo suficientemente grande

como para dos personas y está situada en un hueco con ventana para

disfrutar de las vistas. La chimenea del dormitorio es de doble cara y está

abierta al baño. El parpadeo de la luz del fuego da a la habitación un brillo

dorado.

—¿Qué? —pregunta Macon cuando me quedo boquiabierta.

—Todo lo que falta es una botella de champán y un poco de música lounge

para hacer de este un cliché de seducción perfecto.

Me mira de reojo.

—Apenas puedo moverme, pero tomaré nota para más adelante.

Refunfuño, me acerco y abro los grifos que están en el centro para que una

persona pueda apoyar cómodamente la cabeza a cada lado de la bañera.

—¿Cómo de caliente lo quieres? —pregunto por encima de mi hombro

mientras Macon entra cojeando, haciendo un gesto de dolor a cada paso.

—Justo a punto de cocerme. —Se detiene a mi lado. Sus ojos oscuros

parecen de repente un poco infantiles—. ¿Puedes, ah, poner burbujas?

Sonrío ampliamente.

—¿Quieres un baño de burbujas?

—Las burbujas ayudan a mantener el calor y huelen bien.


El hombre es unos diez centímetros más alto que yo, con los hombros el doble

de anchos. El mundo lo conoce como un bárbaro señor de la guerra asesino

en su programa favorito. Pero ahora es adorable.

—No tienes que convencerme —digo suavemente—. Me encanta un buen

baño de burbujas.

—¿Ahora sí? —murmura en voz baja, pero luego me lanza una mirada

inocente cuando le devuelvo la mirada.

—¿Sabes? —murmura por lo bajo, pero luego me dirige una mirada inocente

cuando miro hacia atrás.

No estaba bromeando sobre su amor por las burbujas. Múltiples geles de baño

y una agradable y amplia esponja vegetal esperan en un estante junto a la

bañera. Lo observo y él cambia su peso como si lo hubieran atrapado. Sin

ocultar mi sonrisa, vierto un poco de gel en el agua que sale del grifo. Los

aromas de bergamota y cálida vainilla inundan el aire húmedo. Es una

fragancia sutil pero deliciosa, como meter la nariz en el cálido hueco del

cuello de un hombre bien cuidado.

Niego con la cabeza ante mi mente errante. Es hora de que me vaya. Solo que

los labios de Macon siguen apretados, y lleva una camisa arenosa y húmeda

que se pega a su pecho y hombros. Esa camisa no se va a quitar fácilmente.

Maldita sea. Maldita sea. Maldita sea.

—¿Puedes levantar los brazos? —pregunto, con la voz un poco gruesa.


—¿Tengo que hacerlo?

Su expresión es de espanto.

—Vamos hombre y hagamos esto.

Sonríe, pero la sonrisa se desvanece rápidamente cuando intenta levantar el

brazo.

—Maldición.

En condiciones normales, me habría puesto nerviosa al quitarle la camisa a

Macon Saint. Pero es un proceso tan lento y horrible, en el que Macon aprieta

los dientes, suda frío por el dolor y hago una mueca de simpatía, que ambos

suspiramos aliviados cuando por fin se la quita.

Su amplio pecho se agita mientras apoya una cadera en la pared.

—A la mierda la bañera; sácame de mi miseria, Patatita.

—¿Ahogarte en la bañera?

Sugiero, cerrando el agua.

—Eso tomará demasiado tiempo.

Se mueve para frotarse el rostro, pero se detiene y maldice por lo bajo.

Pobre hombre. Miro la bañera llena. Los laterales de cobre son altos y se

inclinan hacia arriba en ambos extremos. Hay un pequeño taburete de teca

junto a la bañera, pero eso es todo. Es un infierno. Tomo una bocanada de

aire y me preparo para la tortura.


—Vas a necesitar ayuda para entrar, ¿no?

Por un segundo, su expresión es totalmente en blanco. Nos miramos el uno al

otro, enfrentando lo inevitable.

Su sonrisa es lenta y relajada.

—¿Cuánto te costó preguntar eso?

—De acuerdo. —¡Miente!—. Cerraré los ojos.

Una risa retumba por lo bajo.

—No me importa si miras.

—Ya lo creo.

A mí tampoco me importaría, pero no voy a hacerlo.

Oh, pero es un desafío mantener los ojos cerrados. Su lado cálido y duro

presiona contra el mío mientras hace pequeños movimientos de sus caderas

para bajar sus pantalones de chándal. No ayuda que cuando tanteo para

agarrar su cintura, consigo un puñado de lo que debe ser el mejor trasero

redondo de hombre que he tocado. Y él llama a mi culo melocotón.

Con el rostro en llamas, retiro mi mano de golpe, pero él igualmente se ríe.

—¿Se siente bien, señorita Baker?

—Métete en la bañera, Con Man.


Él gruñe. Nos tambaleamos una vez, y tengo miedo de que nos caigamos de

nuevo, pero entra con un chapoteo torpe y un juramento estrangulado. Sin

aliento, descanso mis manos en mis muslos, luego me enderezo.

La voz divertida de Macon flota sobre mí.

—Puedes relajarte ahora. Estoy decente.

Decente. Ja. Nada en la imagen que tengo a la vista es decente. Con los

brazos apoyados a los lados de la bañera, las burbujas formando espuma

sobre su pecho bronceado, parece un pecado. Sus pectorales son grandes y

prominentes y están ligeramente cubiertos de vello oscuro. Una burbuja

cuelga de uno de sus diminutos pezones y siento la urgencia de tocarla.

Una sonrisa de suficiencia permanece en sus ojos cuando, con un largo

gemido, Macon se relaja contra la bañera. Su pierna lesionada está apoyada

en el otro lado de la bañera, dejando al descubierto una buena parte de su

enorme muslo. Desde debajo de los párpados caídos, me mira.

—Gracias por ayudar.

Tan manso. Tan engañoso. Tan malditamente tentador.

Una constelación de conchas fragmentadas y arena flota en su cabello oscuro

como la tinta.

—Maldita sea —murmuro—. Tienes que lavarte el cabello.

Se le escapa un bufido.
—Ni de broma. No voy a mover ni un músculo. En algún momento tendrás que

sacar mi cuerpo frío y mojado de esta bañera.

—Bueno, eso suena divertido.

Su sonrisa es rápida y amplia. Luego se hunde un poco más.

—Se quedará.

No lo hará, y ambos lo sabemos.

—Lo lavaré. —Las palabras se arrastran.

Macon arquea la ceja, frunciendo el ceño cada vez más.

—No.

El rechazo golpea entre mis costillas.

—¿Qué? ¿Por qué no?

—Parecía que querías vomitar solo ofreciéndote. Prefiero no sufrir por tu

martirio.

Me mira con desdén, luego cierra los ojos, dejándome boquiabierta.

Mis manos se encuentran con mis caderas.

—¡No estoy siendo una mártir!

—Estás haciendo un buen trabajo para serlo.


Él yace allí, sin preocuparse por nada en el mundo, sumergido en su maldito

baño de burbujas. Pero no me dejo engañar. Sus ojos pueden estar cerrados,

pero su atención está en mí, provocando como el maestro que es.

—¿Quieres que te lave el cabello o no?

Los ojos oscuros se abren de golpe y se centran en mí.

—Sí, quiero que me laves el cabello —dice con voz áspera—. Sí, quiero que

me toques. Quiero muchas cosas de ti.

Bueno, maldición. Me encuentro hundiéndome en el taburete de teca junto a la

bañera, mi mano se enrosca alrededor del borde.

La mirada de Macon se clava en la mía.

—La pregunta es, ¿qué quieres de mí?

No puedo mentir ahora. Desafortunadamente, la verdad no es muy útil.

—No lo sé.

Asiente con la cabeza como si supiera lo que iba a pasar.

—Entonces hablemos de esto.

Es lo último que espero que diga. Los hombres que he conocido nunca

quieren hablar las cosas. Pero Macon simplemente se sienta allí, rey de su

bañera, mirándome pacientemente en busca de confirmación. Es tan

encantador que todo lo que puedo decir es—: Está bien.


Me estudia como si tratara de pensar en el mejor plan de ataque. El aire está

húmedo a nuestro alrededor, espeso con el embriagador aroma de su baño,

las burbujas haciendo un suave silbido mientras se desvanecen. Y Macon está

desnudo debajo de todo eso.

—¿Estás fingiendo sentirte atraída por mí debido a nuestro arreglo? —

pregunta sin rodeos.

—¿Qué? —Me siento derecha—. Eso es insultante.

Él encoge un gran hombro.

—¿Crees que si no lo haces, te lo reprocharé?

De todos los... mi mano tiembla mientras me imagino empujando su gorda

cabeza bajo el agua.

—¿Estás tratando de que te ahogue? —exclamo.

Él sonríe.

—Simplemente, estoy quitando la mierda del camino.

—Está bien, está bien, entiendo el punto. —Arrastro mi dedo a través de un

grupo de burbujas que descansan en el borde—. Esto es nuevo.

No estoy hablando de la tina, y ambos lo sabemos.

—No tan nuevo.

—Bastante nuevo. Hasta el momento en que me enviaste un mensaje de texto

por accidente, pensaba en ti como el maldito imbécil Macon Saint.


Él suelta una carcajada.

—Y tú eras Delilah Ojos Criticones Baker.

—¿Ojos criticones?

Él sonríe, totalmente complacido.

—Pregunta la mujer que actualmente me mira con ojos criticones.

Le doy un golpecito en un lado de la cabeza. Macon se ríe lenta y

relajadamente.

—Eso demuestra mi punto de vista.

Algo dentro de mí se calla y se calienta.

—Ya no creo que seas un imbécil.

Todo el humor se desvanece de sus ojos oscuros como la noche. Su mirada,

brumosa y acalorada, baja hasta mi boca.

—No puedo dejar de pensar en ti.

Mi resistencia se derrite como mantequilla tibia en una olla caliente.

—Yo también pienso en ti.

Los músculos a lo largo de sus grandes brazos se tensan mientras se agarra a

la bañera.

—Quiero estar cerca de ti todo el tiempo. Y cuando estoy cerca de ti, no es

suficiente; quiero más.


Nos inclinamos el uno hacia el otro, sin tocarnos pero compartiendo el mismo

aire.

Los labios de Macon se separan suavemente. Los lame y luego me mira a los

ojos.

—No puedo fingir más.

Quiero apoyar la cabeza en su hombro, meterme en la bañera con él, con ropa

y todo, y abrazarlo. Me da mucho miedo.

—No —concuerdo—. No podemos volver a ser como antes.

Macon se mueve, el agua chapotea, pero no me toca. Sus pestañas son

abanicos puntiagudos, su piel brilla como un bronce bajo las luces bajas del

baño.

—Sé que piensas que todo me resulta fácil, Delilah. En la superficie, es cierto.

Pero cuando se trata de esto (presiona un puño en el centro de su pecho),

estoy perdido. No sé nada acerca de las relaciones normales; mis padres

ciertamente no tenían una.

Se pasa una mano por su rostro mojado y se queda mirando por la ventana,

donde el cielo nocturno es negro como el terciopelo. Unas líneas de

concentración se extienden por su boca. Cuando por fin me mira, su expresión

es tensa, la frustración oscurece sus ojos.


—Cuando estoy en un rodaje, me consume las horas, los días, los meses. Me

aísla y me olvido de ser social. Diablos, la mitad de las veces, me desordena la

mente y empiezo a actuar como el personaje que estoy interpretando.

Asiento porque no sé qué decir, y Macon se frota el rostro de nuevo, el agua

tintinea con el movimiento.

—Puede ser muy solitario. Pero estoy acostumbrado a estar solo.

Me duelen sus palabras.

Los ojos de Macon sostienen los míos como si estuviera deseando que lo

entendiera.

—Estaba bien con todo eso. Y entonces volviste... Delilah, eres la única

persona viva que me conoce de verdad. Eso solía enojarme. ¿Pero ahora? Se

siente como un salvavidas.

Un salvavidas. Nunca he sido eso para nadie. Y traté de romper esa conexión

con él. El remordimiento es un puño frío en mi garganta.

—Siento cómo reaccioné en la playa. No debería haber arremetido así. Es sólo

que... es un salto de fe para mí, ¿cierto? Como la persona con todo el poder

aquí, tienes menos que perder.

—Delilah —dice con una risa seca—, si crees que no tienes poder sobre mí,

estás completamente equivocada. ¿No has estado prestando atención? Una

palabra tuya tiene el poder de ponerme de rodillas.


¿Como si fuera diferente para mí? Puede cortarme como una cuchilla sin

siquiera intentarlo a medias.

Frunce el ceño entre sus gruesas cejas.

—Entiendo que es difícil cambiar de marcha. Estuvimos en la garganta del

otro durante años, y ahora no lo estamos.

—Lo estoy intentando —susurro, la necesidad de trazar las gotas de agua a lo

largo de la línea cincelada de su mandíbula es casi abrumadora.

—Lo sé.

Y me doy cuenta de que realmente lo sabe. Él también lo está intentando.

—Estamos terminando el trato —dice—. Tiene que terminar para que esto

funcione.

Asiento, mientras me apoyo un poco en la bañera.

—¿Y Sam?

Las comisuras de sus labios se tensan por un segundo; luego suelta otro

aliento, este resignado.

—Dejé de buscarla hace tiempo.

—¿Desde cuándo?

Estoy más que sorprendida.


—Desde la primera semana que estuviste aquí. El reloj se ha ido. Solo Sam

puede recuperar eso. Y no puedo castigarla sin lastimarte a ti o a tu mamá, lo

cual es algo que ya no estoy dispuesto a hacer.

Maldita Sam. No quiero que sus actos se ciernan sobre nosotros. Cuanto

antes vuelva, más libres seremos. Macon puede haber renunciado a la

búsqueda, pero yo no lo haré. He sido demasiado descuidada con eso. Pero

por ahora...

—Lo siento —digo—. Por todo eso. Odio lo que hizo Sam.

Hay bondad en sus ojos cuando su mano se acerca a la mía. Nuestros

meñiques se tocan.

—Lo sé, cariño.

El pequeño punto de contacto se siente como una caricia a lo largo de todo

mi costado.

—Me mudaría y pondría algo de distancia entre nosotros, pero mi casa ha

sido alquilada.

—Así que quédate. —Su meñique acaricia el borde de mi dedo—. No quiero

distancia. Pero si realmente te molesta vivir aquí, múdate a la casa de

huéspedes. Hay espacio. —Lo dice tranquilamente, pero su expresión es

parecida a la de un hombre que chupa un limón.

Me río, el sonido es ronco y fuerte en el baño.

—¿De verdad me estás empujando a vivir allí solo con North?


La expresión amarga crece. Pero él encoge esos enormes hombros, con el

agua ondulando mientras se mueve.

—Haré lo que sea necesario para ganarme tu confianza.

Y ahí mismo, la tiene.

—Me quedaré aquí. —Sale en un susurro. Pero lo oye muy bien y deja escapar

un suspiro como si lo hubiera estado conteniendo.

—De acuerdo. Estupendo. —Con un destello travieso, Macon se hunde un

poco más en la bañera—. Ahora sobre nosotros...

—¿Podemos ir despacio? —espeto.

Mi cuerpo no quiere ir despacio. Lo quiere ahora. Pero la chica tímida que una

vez fui tiene más control sobre mí de lo que pensaba. Y ella es cautelosa.

—Podemos hacer lo que quieras. —Hace una pausa, frotándose las comisuras

de la boca—. Define despacio.

Es linda la forma en que piensa que no puedo verlo tramando mi ruina sexual.

—Como si no tuviéramos sexo de inmediato.

Macon frunce el ceño.

—No me gusta esa definición.

Me río de su mirada de disgusto. Su sonrisa de respuesta es pequeña y

arrepentida, pero solo un poco malvada, como si disfrutara bromear conmigo.


Lo loco es que yo también lo disfruto. Trato de ser severa, aunque

probablemente estoy fallando en eso.

—Macon, acabo de llegar al punto en que solo quiero matarte algunas veces

en lugar de todo el tiempo.

Macon se ríe.

—Ahí está esa mejora.

Compartimos una mirada, una vida de irritaciones y malentendidos, de respeto

a regañadientes y de admiración mutua fluyendo entre nosotros. Estamos

cambiando, ninguno de nosotros sabe exactamente cómo hacerlo, pero lo

estamos intentando.

—Podemos ir al ritmo que quieras. —Su pulgar se desliza sobre el dorso de mi

mano en un círculo lento y seductor—. Sin embargo, tengo una propuesta.

—¿Por qué tengo la sensación de que me estás metiendo en problemas?

Su sonrisa de respuesta es torcida y creciente.

—Solo es un problema si no te gusta.

—Deja de ponerme esos ojos sexys.

—¿Ojos sexys? —Se atraganta con una risa incrédula.

—Me estás mirando como si... tú...

Sus ojos brillan con mala intención.


—¿Quieres meter mi cabeza entre tus muslos y lamerte lentamente hasta que

ambos lleguemos al orgasmo?

Un sonido estrangulado me abandona mientras un pulso de pura lujuria palpita

en mi sexo. Quiero tocarme, presionar contra esa sensación para aliviarlo.

—Macon...

—Porque eso es lo que estoy pensando la mitad del tiempo —continúa—.

Cuando no estoy pensando en besar tu suave boca o en levantarte la blusa

para que por fin, maldita sea, por fin, pueda ver esos hermosos pechos.

—¡Macon!

—Delilah —responde con descaro.

Dios, quiero que haga todas esas cosas y más. Quiero desnudarlo, lamer su

cálida piel. Lamerlo como un helado derritiéndose en una cuchara. ¿Por qué

dije algo sobre ir despacio?

Lo que sea que vea en mis ojos hace que la sonrisa se le borre del rostro,

reemplazada por algo claramente excitante.

—Esta noche no te tocaré. En cambio, tú me tocarás a mí.

—¿Tocarte?

Mi pulso se acelera y comienza a rasguear.

—Sí. —Descansa los brazos a los lados de la bañera. Me llama la atención la

amplitud de sus hombros y la definición tallada de sus bíceps—. Pon tus


manos sobre mí; ponte cómoda con estar cerca de mí, tomando lo que

quieras. Nada está fuera de los límites.

Oh, Dios. Quiero eso. Es una piel suave y resbaladiza y unos músculos

ondulantes. Lo tocaría toda la noche y luego perdería la cabeza.

—¿Cómo es que eso no es sexo?

—Porque solo tú me tocas. —Su mirada se desliza sobre mí como seda

líquida—. ¿Quieres?

El “Sí” entrecortado sale de mi boca antes de que pueda pensar.

Sus fosas nasales se ensanchan, la mirada en sus ojos es pura tentación.

—Entonces tócame, Delilah.

Mis dedos se enroscan alrededor de la bañera, aguantando. Solo aguantando.

—No irás a ninguna parte. Eso sería una provocación.

—Quiero que me provoques.

Una parte de mí todavía no puede creer que estemos aquí, hablando de esto.

Que esté desnudo y dispuesto.

—¿Lo quieres?

Su garganta se fuerza en tragar.

—Sí, lo quiero.

—¿Incluso si no obtienes nada de eso?


Una respiración temblorosa lo abandona, y sus pezones se tensan.

—Si me estás tocando, voy a sacar algo de ello.

Esa voz oscura trabaja sobre mi piel como miel caliente.

—Dios...

—No moveré un músculo —promete—. A menos que tú me lo pidas. Ahora,

mujer, levántate y deja de dar rodeos.

No puedo evitar reír.

—¿Levántate mujer?

—Me imaginé que te opondrías a “levántate hombre”.

—Imaginaste bien.

—Sigues dando rodeos.

Sacudo la cabeza y me estremezco. Luego me levanto.


Capítulo 22

—¿A dónde vas? —La ligera alarma en la voz de Macon es gratificante.

—A por tu champú. —Tomo la botella de la enorme ducha y me dirijo a él,

colocando el taburete detrás suyo. Los hombros de Macon se tensan—.

Necesitas que te laven el cabello, ¿recuerdas?

—Todo pensamiento racional ha abandonado mi cabeza en este momento.

Me río, pero no se mueve mientras toco el rociador de mano junto al grifo.

Sale un chorro de agua caliente.

—Inclínate un poco hacia delante, si puedes —le digo, sintiendo la extraña

necesidad de hablar en voz baja.

Macon emite un pequeño sonido de protesta dolorosa, pero se levanta lo

suficiente como para que el agua fluya por su espalda en lugar de salir de la

bañera. Es un buen recordatorio de que, por mucho que quiera tocarlo, y por

mucho que él obviamente quiera que lo haga, también le duele. Con toda la

delicadeza que puedo, le enjuago el cabello y le paso una mano por la frente

para evitar que el agua le entre en los ojos. Siento su cuidadosa respiración,

casi como si tuviera miedo de moverse, y su calor. Dios, hay tanto calor que

sale de él.
Cuando su cabello está mojado, cierro los grifos.

—Vuelve a descansar.

Lo hace y luego gime cuando empiezo a masajear el champú en su cuero

cabelludo. El sonido me llega directamente al corazón. Masajeo lentamente.

Más lento de lo que debería, pero se siente bien tener mis manos sobre él.

Mis dedos se deslizan por la dura curva de su cráneo, hasta las gruesas

cuerdas de su cuello.

—Dios —susurra—. Por favor, no pares.

Sus músculos son tan fuertes aquí que me duele clavar los dedos, pero sus

ruidos de placer y la forma en que se inclina hacia mi tacto me hacen

continuar.

La espuma sube alrededor de mis manos; el agua baja por la columna

bronceada de su cuello para recorrer las colinas y los valles de sus anchos

hombros. Mis labios se hinchan con la necesidad de seguir esas gotas de

agua, presionar contra su piel húmeda. Muerdo el interior de mi mejilla.

Macon suspira, baja los párpados y me acerco, mis pechos chocan contra el

fondo de la bañera. Presiono mis manos a lo largo de la subida de sus

hombros. Son como la seda sobre el granito; resbaladizos, húmedos y cálidos.

Gruñe y lo vuelvo a hacer. Se apoya en mis manos, gimiendo suavemente.

Aprovecho el momento para levantarme y volver a abrir los grifos. No

hablamos mientras enjuago el champú de su cabello.


Es extraño cuidarlo de esta manera. Estoy excitada, más de lo que pensaba.

Es un zumbido bajo en mi cuerpo, la exuberante hinchazón de mis pechos, de

mi sexo. Está en la dolorosa ternura de mis pezones y en los bordes sensibles

de mis labios. Quiero saborearlo como lo hago con un buen chocolate negro,

dejando que cada bocado se derrita en mi lengua, prolongando su delicioso

sabor.

Pero eso no es lo que me parece extraño o sorprendente. Es que me gusta

ocuparme de él. Detrás de toda la brillante y abrasadora lujuria hay calidez y

satisfacción. Está sufriendo, y le ayudo a quitarse parte de la carga. Esa

encantadora sensación hogareña atempera todo y me permite mantener la

concentración.

Las patas del taburete rozan con fuerza cuando me pongo a su lado y vuelvo

a mirar hacia él. Con los párpados entreabiertos, espera, con una respiración

suave, apenas perceptible. Todo en mí se tensa. Mi mano se dirige a los duros

pectorales. Macon se estremece visiblemente al contacto, pero ninguno de los

dos dice nada.

Lentamente, con ligereza, le acaricio el pecho, burlándome de él. Dios, pero

está construido a escala heroica, sólido y grueso. La punta de mi dedo roza su

pezón, y él gruñe por lo bajo y con fuerza. Le doy vueltas a la punta,

haciéndolo temblar a pesar del vapor que desprende su piel húmeda.

Humedece sus labios separados, pero se queda totalmente quieto, soportando

mi tortura. Nos rodea el goteo del agua y el áspero chirrido de nuestra agitada

respiración. Deslizo mi mano hacia abajo, palpando ociosamente toda esa piel
suave y resbaladiza. Y entonces lo veo: la punta ancha e hinchada de su pene

saliendo de las burbujas que se disipan, para posarse dura y necesitada sobre

su vientre plano.

Los dos nos quedamos quietos. Estoy mirando el pene de Macon Saint. Me

mareo un poco. Los ojos oscuros de Macon brillan con una pregunta y un

desafío a la vez. Está enroscada con tanta fuerza que su cuerpo se estremece

con ello, pero no se mueve. No lo hará a menos que se lo pida.

Deslizo mi mano bajo el agua caliente. Está caliente y es grueso y se ajusta a

mi palma. Un gemido bajo y torturado sale de él y su cabeza cae contra el

borde de la bañera. Lo acaricio suavemente. Y él lo acepta, con una expresión

casi de dolor. Ahora jadea con fuerza, con las mejillas enrojecidas, mientras

sus caderas empiezan a mecerse impotentes al ritmo de mis caricias.

El espectáculo es tan claramente sexual, tan increíblemente caliente, que mi

sexo se hincha y resbala. Aprieto las piernas para aliviar la presión. Mi mano

sube y baja por su larga longitud, a un ritmo constante.

—¿Esto es lo que necesitabas? —Froto mi pulgar sobre su punta en la

bajada—. ¿A mí, acariciando tu gran pene?

—Oh, diablos —susurra, su garganta titila—. Oh, maldición. Delilah… Yo…

Su ancho pecho se contrae con la respiración.

Las puntas de sus dedos se vuelven blancas cuando se agarra al borde de la

bañera. Está tenso, con todos esos músculos finamente forjados apretándose.

Bombeo su pene, apretando un poco más fuerte, yendo un poco más rápido.
—Lo necesitabas, ¿verdad?

—Sí —dice, jadeando—. Diablos, sí.

Los ojos de Macon se cierran, con el ceño fruncido. Humedece sus labios

mientras gime... gimotea, en realidad. El hecho de que haya reducido a este

hombre fuerte y estoico a esta masa temblorosa me da vueltas en la cabeza.

Quiero meterme en la maldita bañera con él. Hundirme en este hermoso pene

y tomarlo. Pero esta vez es para él.

—¿Vas a llegar al orgasmo para mí, Macon?

Al oír mi voz, sus ojos se abren de golpe. El calor en ellos me quema.

—¿Quieres ver cómo llego al orgasmo, Delilah?

—Sí.

Sus pestañas se agitan.

—Entonces haz que duela, cariño.

La siguiente bajada hace que el agua forme espuma. No tengo piedad, lo

bombeo, tiro de su pene mientras gruñe y empuja. Jadea, con las cejas

fruncidas en una expresión de casi dolor, pero mantiene su mirada en mí,

suplicando silenciosamente más.

—Eres hermoso —susurro, apretando su pene.


Sus fosas nasales se agitan mientras sus caderas se levantan y un largo y

agónico gemido brota de él. Se derrama en un fino arco sobre su pecho y se

hunde de nuevo en el agua con un estremecedor suspiro.

Suavizo mi agarre, pero permanezco con él hasta que se queda sin fuerzas y

saciado. Nos quedamos en silencio hasta que, de repente, Macon se mueve y

me agarra por la nuca para acercarme. Su beso es rápido, pero desordenado,

como si estuviera agotado, pero necesitara transmitir lo mucho que le gustó lo

que hice.

Sus pestañas oscuras están agrupadas y mojadas por el baño mientras me

mira fijamente a los ojos.

—Gracias.

Me besa de nuevo para reafirmar el sentimiento.

Sonrío contra su boca.

—¿Me das las gracias por una paja?

Suelta una carcajada y sus labios hacen cosquillas en los míos.

—Te agradezco por confiar en mí lo suficiente como para hacerme una.


Capítulo 23

Haz que duela...

Con un grito ahogado, me despierto en mi cama, sonrojada y febril y

deseándolo. Mi entrepierna está resbaladiza e hinchada, las suaves sábanas

de lino son casi ásperas contra mi piel sensibilizada. He estado soñando con

él. Mi mano todavía siente la huella de su duro pene, el peso de la misma, la

circunferencia.

—Dulce Jesús —murmuro, pasando una mano inestable por mi frente húmeda.

De hecho, masturbé a Macon Saint en el baño. Y fue glorioso, hermoso,

caliente como el infierno. Su orgasmo fue la cosa más sexy que he

presenciado. Lógicamente, me alegro de haber pedido tomarlo un poco con

calma. ¿Físicamente? Quiero follarlo y olvidarme del mundo.

Con las mejillas ardiendo, tomo una larga ducha fría y luego me sirvo un vaso

de jugo del pequeño bar instalado en mi habitación. Es temprano, aún no ha

salido el sol. Una parte de mí quiere ir hasta Macon ahora, decirle… ¿qué?

¿Qué me penetre? ¿Puedo tocar tu pene de nuevo? Bastante, por favor.

Me río de mi necesidad. Ten un poco de decoro, Delilah. Solo un poco.


Pero estoy feliz. Y un poco tímida ante la perspectiva de enfrentarlo. Quiero

decir, masturbé a Macon. Macon Saint. El mundo realmente se ha puesto

patas arriba. Las mariposas revolotean sin cesar en mi vientre, y mis dedos se

crispan con anticipación.

Tarareando Where Is My Mind? de los Pixies, me siento y veo salir el sol sobre

el Pacífico. Estoy casi totalmente relajada cuando suena mi teléfono.

Me imagino a Macon en el otro extremo, habiendo ideado alguna nueva

maldad para tentarme y respondo sin mirar.

—¿Ahora qué?

Estoy bromeando, y sé que lo entenderá. Pero hay un silencio prolongado,

luego una risa suave y femenina.

—Y aquí pensé que estarías feliz de saber de mí.

Mi mundo entero se detiene.

—¿Sam?

Casi no puedo creerlo. Miro hacia la puerta del dormitorio, mi corazón hace

todo lo posible para salir de mi pecho. Una parte de mí quiere correr y

encontrar a Macon, decirle que Sam está al teléfono. Pero ella sólo colgaría y

él probablemente explotaría.

—La única.

Su voz es ligera, con falsa bravuconería.


Mis dientes posteriores rechinan.

—¿Dónde estás? ¿Dónde has estado? ¿Qué diablos, Sam?

—Vaya. —Se ríe, pero está tensa por la molestia—. No llamé para que me

asaran.

—Tenías que esperarlo —replico—. ¡Ya pues!

Sam suspira ampliamente.

—Si lo sé. Lo sé, de acuerdo. Soy una mierda, y esto es malo.

—¿Malo? Macon podría haber sido asesinado. Esto es más que malo, Sam.

—¡Oye! No sabía que esa señora era una acosadora. Dijo que era prensa y

que solo quería obtener una buena imagen.

—¿Y eso está bien? ¿Venderlo a la prensa?

Hay veces que no puedo creer que nos criamos en la misma casa. ¿Cómo es

que soy más como mis padres y no de su sangre, y Sam es todo lo contrario?

—Oh, por favor, Dee. Macon es famoso. Tomarse una foto es parte del

trabajo. Me ofrecieron un buen dinero por algo con lo que tendría que lidiar de

todos modos. —Hace una pausa y tiene la gracia de sonar avergonzada—. O

se supone que fue así.

—Bueno, no fue así. Y tan pronto como te diste cuenta de lo mal que lo

hiciste, corriste en lugar de lidiar con las consecuencias.


—Nunca pretendí ser perfecta —dice hoscamente—. Sé que soy una idiota

aquí. ¿De acuerdo?

—¿Y el reloj? Mi corazón late con fuerza, duro y dolorido.

—Necesitaba dinero. Me entró el pánico.

Por supuesto. Cierto. Excelente.

Tomo una respiración profunda, pero no funciona. Quiero estrangularla.

Despacio.

—Tienes que volver.

—Lo sé.

Muy hosco.

—Y devuélveme el reloj. Por favor, dime que todavía tienes el reloj de su

mamá.

—Lo tengo. No pude… No lo vendí, de acuerdo. —Su tono molesto irrita—.

Volveré pronto y arreglaré todo.

De alguna manera lo dudo.

—¿Pronto? ¿Dónde estás?

Ella se queda en silencio por un segundo.

—Deja de preguntar, Dee. No voy a decirte. Y no es por eso que llamé.


—¿No? —Quiero reírme, pero no me divierte en absoluto—. Entonces, ¿por

qué diablos llamaste?

—Dijiste que estabas viviendo con Macon.

No pienses en él desnudo en la bañera.

—Porque lo estoy. Estoy trabajando para pagar tu deuda.

¡No pienses en la maldita bañera!

Ella aspira una respiración audible.

—¿Qué diablos, Dee?

—¿Qué quieres decir con “¿Qué diablos?” Te dije que estaba limpiando tu

desastre. ¿Qué pensaste que quise decir? —Se me escapa una risa fría—.

¿Qué le había pagado por un reloj de trescientos mil dólares? Jesús, incluso si

tuviera esa cantidad de efectivo, ¿honestamente crees que está bien que

pague por tu robo?

Mi voz ha subido varias octavas y me encuentro jadeando.

La voz de Sam es igual de aguda.

—No pensé que le habías pagado, no. Pensé... bueno, diablos, Dee. Pensé que

harías lo tuyo y razonarías con él. Hacer que retroceda.

Dios mío, eso es justo lo que intenté. Ella sabía que lo haría. Me siento como

una tonta.
—Él no quería que razonáramos con él —siseo—. Iba a la policía. Y tenía que

proteger a mamá de esa preocupación. ¡Sabes lo débil que es su corazón!

Sam maldice por lo bajo, luego habla con más calma.

—No lo pensé. Pero estás en lo correcto. Mamá no lo tomaría bien.

Suena casi arrepentida. Casi.

—No me digas, Sam.

Prácticamente, puedo verla entrecerrando los ojos con una mirada

deslumbrante.

Pero no necesitabas trabajar para él. Estaba fanfarroneando.

—Yo estaba allí, Sam. Estaba listo para hacer esa llamada.

—Estaba fanfarroneando. Macon ama a mamá, tanto como ese hombre puede

amar a cualquiera. Él no haría nada para arriesgar su salud. —Resopla—.

Olvidas que lo conozco. Más que a cualquiera.

Palidezco y caigo contra la silla. Mi mirada se dirige ciegamente hacia el

océano, más allá a medida que aumenta ese sentimiento de estupidez. En los

pequeños rincones orgullosos de mi mente, siempre pensé que conocía a

Macon mejor que nadie, que lo entendía en un nivel extraño, no del todo

seguro. Pero Sam tiene razón, ella salía con él todo el tiempo. A pesar de lo

que dijo Macon acerca de que realmente no se gustaban, fueron cómplices

durante toda su infancia.

No tengo eso con Macon. Ni siquiera tengo eso con Sam.


La chica tímida, solitaria e incómoda que era regresa con toda su fuerza. Mi

labio inferior tiembla. Lo muerdo con fuerza. No lloraré. No lo he hecho en

todos estos años. No voy a empezar ahora. Especialmente por algo tan inútil

como estar celosa de Sam y Macon.

La voz de Macon susurra en mi cabeza:

«Delilah, eres la única persona viva que realmente me conoce por mí.»

Lo dijo con tanta convicción.

Ella está hablando de nuevo, más persuasiva ahora que ha anotado un golpe

directo.

—No puedes confiar en él, Dee. ¿Me escuchas? Es un actor profesional y un

hijo de puta manipulador.

—Ya no puedo fingir.

Él era sincero. Lo sabría si no lo fuera.

A pesar de mis pensamientos inquietos, me burlo.

—Eso es valioso viniendo de ti.

—Lo que significa que sé de lo que estoy hablando. ¿Sabes cuántas veces lo

vi engañar a alguien? Les decía exactamente lo que querían escuchar y caían

directamente en su palma.

Fue el novio de Sam durante tanto tiempo. ¿Qué hago siquiera pensando en

salir con Macon? Viola el código de hermanas. Los exnovios definitivamente


están fuera de los límites. Especialmente Macon. Yo era la tercera rueda en su

relación. La mayor parte del tiempo, yo era su enemiga, la atípica en su frente

unido de todas las cosas anti-Delilah.

La sensación que tengo de todo retorciéndose en mi interior toma un giro

nauseabundo, y doy un sorbo a mi jugo.

Un suspiro brota de su lado del teléfono.

—Lamento que terminaras en esta posición. Realmente no me di cuenta de

qué harías esto por mí.

—Lo hice por mamá —digo automáticamente, mi voz es severa.

Me siento tan hueca y quebradiza como un tronco viejo. Mis labios se sienten

entumecidos.

—Cualquiera que sea el caso —dice ella, desechando la distinción—. Lo

siento. Pero me enviaste un mensaje diciendo que te gusta Macon. No. Él

nunca se ha preocupado por ti. ¿Te olvidaste del baile de graduación?

No lo había olvidado. Simplemente, no quería pensar más en eso. ¿Pero la

niña en mí? Se está acurrucando sobre sí misma, los recuerdos de Sam

queman a través de la piel como ácido. No quiero creer a Sam. Quiero creer

en Macon.

—Si está actuando amablemente —dice Sam—, es para mantenerte feliz y en

tu lugar.
Lo curioso es que bien podría estar hablando de sí misma. Ese conocimiento

me deprime.

—No es tan buen actor, Sam. Te olvidas, yo también lo conozco. Tal vez no

tan bien como tú... —Todo en mí grita que no es cierto. Lo conozco mejor.

Pero, ¿es eso verdad o vanidad hablando?—. Sé cuándo está mintiendo y

cuándo no.

—¿Qué está pasando exactamente entre ustedes dos?

La sospecha ata su voz.

No le cuento lo de anoche, los besos, la creciente atracción. No le digo acerca

de acercarme a Macon o la forma en que se está abriendo a mí. Se sentiría

como una traición. En algún momento, mis lealtades han cambiado.

—Un acuerdo de trabajo. —La mentira sabe amarga en mi lengua. Somos más

que eso. Más—. Dadas las circunstancias, Macon ha sido realmente bueno en

todo.

Dios, si tan solo ese punto se hundiera en mi cabeza también. Estúpidas

inseguridades. Estúpida Sam por agitarlos.

Me golpea de nuevo, justo donde estoy más sensible.

—No has oído ni la mitad de las cosas feas que ha dicho sobre ti. No podía

soportarte, Dee. ¿Crees que eso simplemente desaparece? Demonios, ni

siquiera verías Dark Castle porque su recuerdo te repugnaba mucho, y eso fue

hace solo unos meses.


Sus palabras caen sobre mí como alquitrán caliente, pegándome y quemando.

Ella tiene que saber que me está lastimando. Que ella esté dispuesta a hacerlo

para transmitir su punto de vista también duele.

—Eso es realmente injusto, Sam. La gente crece. Crecí. Macon también lo

hizo.

—¡Esto es de lo que hablo! Estás bajando la guardia. Macon lo usará a su

favor.

—¿Por qué? ¿Con qué propósito?

Niego con la cabeza y resoplo mi exasperación.

—Para usarte como cebo y atraerme de vuelta a casa.

—Entonces muerde el anzuelo —espeto—. Vuelve y termina con esto.

Y entonces lo sabremos. Un hilo de miedo recorre mi espina dorsal. ¿Qué

pasará si ella regresa?

—Regresaré. Pronto.

—Eso no es lo suficientemente bueno. Tengo que decirle que llamaste.

—¡No! ¡No te atrevas!

—¿Por qué no? Él debería saberlo.

Prácticamente, puedo escuchar sus pensamientos acelerados.

—Volverá a armar un alboroto, y será implacable. Díselo y no voy a volver.


—Oh, eso es bajo. —No puedo golpear a Sam, así que golpeo el brazo

acolchado de la silla—. Muy bajo.

—¿Me equivoco? Regresará con un humor negro, disparándome.

Ella no está equivocada.

—Si no estás dispuesta a dejar esa casa... —comienza Sam, haciéndolo sonar

como una pregunta.

—No me estoy yendo. Hice una promesa.

No le digo la otra verdad. No me quiero ir. Todavía no. Me he encariñado con

este lugar, con Macon. ¿Es eso una debilidad? ¿Estúpido de mí? No sé. Sam

está enturbiando las aguas aún más.

—Eso es lo que pensé —dice ella—. Así que no muevas el bote. Volveré tan

pronto como pueda. Y le llevaré a Macon su maldito reloj. Pero no te atrevas a

caer en su acto, sea lo que sea.

Lo siento, hermana. Ya estoy cayendo.

—Estás siendo melodramática.

—¿Lo soy?

—Sí. Y te daré un mes. Después de eso, le voy a decir.

Un mes es más que generoso. Aunque me siento como una traidora hacia

Macon por mantener este secreto.

—De acuerdo —dice ella—. Pero lo sabré si se lo dices.


Por eso estoy de acuerdo con esto. Porque definitivamente comenzará a

enviarle mensajes de texto nuevamente. Él querrá que ella regrese

inmediatamente. Y como antes, sus amenazas y mensajes de texto no traerán

a Sam de vuelta. Ella tiene que hacer eso por sí misma.

Me siento pequeña e irritable y de repente no quiero escuchar el sonido de su

voz. No puedo creer que haya estado ansiosa por recibir una llamada de ella.

—Solo trae tu trasero aquí con el reloj.

—Lo haré —promete con un acento—. Y recuerda tu pasado. Recuerda quién

es Macon.

Cuelga, y me quedo con el teléfono en mis manos entumecidas. ¿Recuerda

quién es Macon? ¿O quién era?

Las llamadas telefónicas de Sam son como una infección. Trato de quitármela

de encima, pero sus feas palabras siguen resonando en mi cabeza. No puedo

deshacerme de ellas. Permanecen incluso cuando voy a mi lugar feliz, la

cocina. Suenan alrededor de mi cabeza como un gusano desafortunado

mientras corto cebollas, mis ojos escuecen y lagrimean.

—Sacúdelo —murmuro, palmeando la esquina de mi ojo lloroso con mi

manga—. Son sólo palabras. No significa que ella tenga razón.

—¿Estás llorando?
Macon se encuentra en la entrada de la cocina, con el ceño fruncido. Por un

momento, simplemente lo miro, recordando el bronce de su piel perlada de

agua, la forma en que se derramó en mi mano con un gemido que parecía

arrancado de lo más profundo de su amplio pecho.

Mi rostro arde con calor. Él debe darse cuenta. Se despliega una sonrisa lenta

y torcida. Esos ojos de tinta encierran ternura y picardía.

—Cebollas. —Dejo el cuchillo, voy a lavarme las manos y mojar mi rostro con

agua fría—. Esta es particularmente feroz.

Se toma su tiempo para caminar hacia mí, con esa pequeña sonrisa de

satisfacción esbozada en sus labios. Y aquí estoy, nerviosa como un gato con

pulgas. Se detiene frente a mí, extiende la mano y toca suavemente mi mejilla,

atrapando una gota de agua que se me pasó por alto cuando me sequé el

rostro. Intento no estremecerme. Pero lo hago.

Vuelve el ceño fruncido.

—¿Estás bien?

Sé que está preguntando por algo más que las malditas cebollas.

—Estoy bien.

El ceño permanece.

—Algo está en tu mente.

No es una pregunta. Esa sensación de inquietud, nerviosismo y fealdad se

vuelve casi intolerable.


—¿Qué es? —pregunta en voz baja y preocupada.

Es Sam. Llamó y reventó mi feliz y cachonda burbuja. Cortó mis rodillas y me


redujo a esa adolescente insegura.

Sam llamó.

Se supone que no debo decírtelo.

La odio.

Odio preguntarme.

Odio estar dudando de ti.

Abro la boca, pero no sale nada.

—Veo esos pensamientos corriendo detrás de esos lindos ojos, Patatita.

Dime lo que estás pensando.

—Macon...

Humedezco mis labios.

Su gentil mirada se entorna.

—¿Te estás arrepintiendo de lo de anoche?

—No —susurro—. No exactamente.

—No exactamente —repite rotundamente.


—Solo estoy teniendo un momento. —Miro el mostrador. Mi hermana destripó

mi confianza en mí misma—. Estaré bien en un rato. Sólo... dame un poco de

espacio.

Eso claramente no le sienta bien. Su pecho se eleva al respirar, y cierra el

puño como si estuviera tratando de no alcanzarme. Pero luego niega con la

cabeza una vez y toma mi mejilla.

—Déjame entrar, Delilah. Por favor. Quiero entrar tanto.

Cuéntale tu parte. Sácalo, o seguirá infectándose.

Pero la verdad duele y me avergüenza no poder dejar ir mi pasado. Las

palabras funcionan como vidrios rotos contra mi garganta.

—Quiero estar contigo. Lo hago. Pero hay cosas... mi mente... a veces se

atasca en la repetición.

—¿Repetición? —Un surco aparece entre sus cejas—. ¿Qué significa eso?

No puedo contarle lo que dijo Sam sin contarle lo de la llamada de Sam.

Mis dedos se enroscan en los pliegues de su suave camisa de algodón.

—Me desperté hoy... —Entusiasmada. Hasta la llamada de Sam. Ahora

estoy...—. No es lógico, ¿de acuerdo? Y eso es lo más frustrante de esto.


Pero nos guste o no, pasamos una década agrediéndonos y todavía tengo

esas cicatrices. Durante años, cada vez que me miraba en un espejo y veía

defectos, cada vez que escuchaba esa voz en mi cabeza que decía que no era

lo suficientemente buena... Macon, fue tu voz la que oí.


Un sonido sale de él, pequeño y dolorido. Se ve completamente destrozado.

—Maldición. —Su mandíbula se aprieta mientras agacha la cabeza—. Delilah...

demonios.

Él golpea su puño contra el mostrador.

—No hagas eso. Te volverás a lastimar la muñeca.

Me acerco a él, pero él me sacude.

—¿Crees que me importa? —No grita. Su voz es un fantasma de sí misma, lo

que de alguna manera la hace más horrible—. ¿Cuándo acabas de abrirme de

par en par? Maldición, me destroza haberte hecho esto. —Levanta las manos

en súplica—. No sé qué hacer. No sé cómo arreglar esto.

Con otra maldición, se da la vuelta y mira al suelo como si pudiera contener

algunas respuestas.

—Tal vez no puedas. Tal vez sea demasiado tarde para nosotros.

Aclarar las cosas no ha mejorado nada. Es peor. Mucho peor.

La cabeza de Macon se levanta.

—No. —Se mueve como si quisiera abrazarme, pero se detiene a unos

centímetros de distancia. No me toca, pero baja la cabeza hasta que

compartimos el mismo aire—. No, no digas eso.

—Lo siento, Macon. No debería haber dicho eso. Lo superaré. —Lo haré. Lo

haré—. Simplemente, me golpea a veces.


—No quiero que te golpee. —Su voz es aguda y ronca—. Quiero que te

sientas segura conmigo. Siempre.

—Yo también quiero eso. Sin vacilación ni reserva. —Un nudo obstruye mi

garganta, y mi voz sale en un tono ronco—. Pero a veces lo que queremos no

es lo que obtenemos.

El rabillo del ojo se contrae.

—Delilah, lo he sabido toda mi vida. La única diferencia aquí es que duele más

de lo que puedo manejar.

Me alejé. No podía ver esa mirada en sus ojos. Lamento. Vergüenza. Un error.

Cada centímetro de mí duele. Hay un peso aplastante en mi pecho, como

garras agarrando mi garganta.

Soy Macon Saint, intocable, el que todos quieren tener cerca. No soy nada.

Solo un chico estúpido, irrespetuoso y vago. Así me llamaba siempre mi padre.

Aunque lo he intentado a lo largo de los años, nunca puedo deshacerme por

completo de ese viejo dolor. Solo un vistazo a su rostro y el recuerdo de su

voz es suficiente para volver a meterme en ese caparazón de niño que se

sentía pequeño e indefenso. ¿Cómo puedo culpar a Delilah por tener la misma

reacción instintiva a las cosas que le dije?


Algunas cosas que nunca podrás olvidar. Como el momento en que vi a esa

chica en una bicicleta roja, deslizándose por la carretera, zigzagueando de un

lado a otro en un patrón serpenteante. La piel morena y el cabello castaño

brillante con vetas de cobre y oro hablaban de días pasados al sol. Parecía

feliz y bien alimentada. Despreocupada. No se sentó en su asiento, sino que

se balanceó sobre los pedales, tarareando una melodía desafinada mientras

pedaleaba. Una niña mariposa al sol.

Sus ojos oscuros me vieron, y un nudo de pavor se formó debajo de mi

esternón. No quería que ella me viera. Mi rostro estaba caliente y palpitaba al

ritmo de los latidos de mi corazón. Probablemente, estaba rojo e hinchado en

mi mejilla donde mi padre me había golpeado. Pero ella no prestó atención a

mi mirada de advertencia y se acercó.

Tenía las mejillas regordetas, la nariz respingona y los ojos del color de los

caramelos que nuestra doncella Janet me pasaba a veces cuando nadie

miraba. Y ella era más grande que yo. Por lo menos unos centímetros. Sabía

que acababa de mudarse al vecindario.

Conocí la casa. Era una de una docena de casas estilo bungaló construidas en

algún momento durante la década de 1920. Nada que ver con la

monstruosidad de mansión en la que vivía, asomándose al final del camino.

Había visto a dos niñas corriendo por el césped mientras su padre regaba los

rododendros rosas y se reía de sus payasadas.

Ella fue amada.


Me miró en ese primer encuentro con esos ojos extrañamente dorados

rodeados de pestañas oscuras. Me miró como si lo viera todo. El dolor, el

aislamiento, la tristeza. No podía respirar de tanto mirar. Esta niña linda y feliz

en su bicicleta tenía todo lo que yo quería. Una hermana, padres que la

amaban. Ella pertenecía al mundo y yo no.

La rabia me ahogó, espesa como la sémola deslizándose de una cuchara

caliente. Chico estúpido. Mierda perezosa e irrespetuosa.

Ella me miró y pareció llegar a alguna conclusión.

—¿Tal vez te gustaría un amigo?

Un amigo. No tenía amigos. No los quería. No la quería. Esa rabia asfixiante

echó raíces y encontró una voz. La escupí como cuchillas amargas.

—¿Eres estúpida o algo así?

Los ojos color caramelo se abrieron con dolor.

Chico estúpido.

Tonto.

Tonto...

El arrepentimiento me oprime. Si pudiera volver a ese momento en el tiempo,

lo haría. Le habría dicho a esa dulce niña que sí. Sí, necesitaba un amigo.

Necesitaba tanto uno. Alguien que me mostrara lo que era la bondad simple

para que lo supiera cuando la viera. Así no la empujaría con ambas manos.
Pero no puedo volver. Elegí a la chica equivocada a la que aferrarme en aquel

entonces. Dejé que mi padre ganara, me convertí en el niño estúpido que

tantas veces me acusó de ser. Ese niño aún vive, se convirtió en un hombre al

que todos llaman Saint. El diablo con nombre de ángel.

Todos excepto ella.

Piensa que somos un error. Para ella, soy uno. Ahora lo entiendo. No quiero

que sea verdad. Pero lo entiendo. Y solo se me ocurre una cosa para arreglar

esto. Tengo que hacerle saber todo.


Capítulo 24

Huyo. Al lugar más seguro del mundo: la cocina de mi mamá.

—Ahora bien —pregunta mamá cuando estoy sentada en la mesa redonda de

roble maltratada en la que he comido desde la infancia—. ¿Por qué estás aquí

como si alguien hubiera pateado a tu perro?

—No tengo perro, mamá.

Sus labios rojos se fruncen.

—Es un dicho.

—Es un dicho terrible. ¿Quién haría eso? ¿Por qué querría imaginármelo?

—Deja de evadir, Delilah Ann. Fuera con eso.

Tomo una respiración profunda.

—Escuché de Sam.

Ella no se mueve, pero veo el alivio en sus ojos.

—Sabía que aparecería tarde o temprano. Aunque esperaba que fuera antes.

Lo dice la mujer que lloró por teléfono a las dos de la mañana.


—Sólo llamó. No me dirá dónde está.

—No, no creo que lo haga. —Mamá se levanta y empieza a jugar con las

margaritas amarillas que ha puesto en un jarrón chino azul y blanco—. ¿Sabes,

cuando tenía cinco años, rompió la ponchera Waterford de la abuela Maeve y

se escondió en el ático todo el día en lugar de salir y enfrentarse a las

consecuencias? Nos asustó muchísimo hasta que la encontramos. Señor, pero

ella era desafiante, incluso entonces. Ni una pizca de remordimiento.

—No recuerdo eso.

—Probablemente, eras demasiado joven. —Mete una margarita más adentro

del jarrón—. Creo que los distrajimos poniendo El Rey León.

—Esa película siempre me dio ganas de llorar —susurro, con ganas de llorar.

Pero las lágrimas no vendrán. En este punto, serían un alivio.

Mamá se vuelve y sus cejas plateadas se juntan.

—Bebé, ¿qué dijo Sam para molestarte?

Porque nos conoce demasiado bien.

—Me recordó cómo solía ser Macon. Todas las cosas feas.

—Y dejas que eso te afecte.

La vergüenza se apodera de mí.

—Sí.

—Ya veo.
Deja el jarrón sobre la mesa y luego se aleja de él.

—Y luego le dije a Macon que no podía superarlo.

—Supongo que ustedes dos discutieron por eso.

Discutir no era la palabra. Lo destripé.

Mi cabeza se siente demasiado pesada para sostenerla, así que la dejo

descansar sobre la mesa.

—Me gusta Macon Saint.

Mi confesión queda amortiguada contra el roble.

—¿Te gusta? —pregunta mi madre desde algún lugar cercano.

—Sabes... —Muevo una mano sobre mi cabeza—. Sí.

Puedo escuchar la risa en su voz.

—¿Como si estuvieras dibujando mentalmente pequeños corazones alrededor

de su nombre?

Me incorporo para mirar correctamente.

Ella sonríe.

—¿Cuál era esa expresión que tú y Sam solían usar conmigo cuando eran

niños? Oh sí... bueno, obvio.

Lo juro, puede que no haya salido de su vientre, pero a veces me asusta lo

parecido que es nuestro sarcasmo.


—¿Cuánto tiempo has estado esperando para usarlo en uno de nosotros?

Mamá sonríe mientras lava algunos platos en el fregadero.

—Demasiado largo. —La luz del sol brilla a través de la ventana e ilumina su

suave melena rubia. Ahora hay más plata que oro, pero solo resalta su

delicada belleza. Sus ojos brillan con picardía—. Por supuesto que te gusta. Y

le gustas. Eso es obvio.

—¿Lo es?

Trazo un surco en la mesa.

—Bueno, fue en el almuerzo. —Saca una jarra de su té dulce casero del

refrigerador y nos sirve un vaso a ambos—. La forma en que ese chico te

miró...

Se calla, sacudiendo la cabeza con una sonrisa perpleja.

—¿Cómo me miró? —insisto a mi pesar.

Mamá me mira pensativa.

—Como si de repente se diera cuenta de que tú eras la razón por la que Dios

creó el placer sexual.

—¡Mamá!

Podría haber pasado toda mi vida sin escuchar a mi madre decir las palabras

placer sexual.

Ella sorbe por la nariz.


—Oh, no seas tan mojigata.

—Mojigata, ¿eh? —Me siento y tamborileo con los dedos sobre la mesa—.

¿Eso significa que quieres escuchar detalles sobre mi vida sexual?

Un pequeño espasmo recorre el rostro de mi madre y se acomoda el cabello,

evitando definitivamente mi mirada.

—Supongo que, si realmente necesitas sacar cosas de tu pecho, podría...

Me eché a reír.

—Relájate, mamá. Eso nos marcaría completamente a ambas.

Ella deja escapar un suspiro y se lleva una mano al pecho.

—Gracias al Señor. Todavía no he superado la charla de pájaros y abejas que

te dimos.

—¿Te refieres a cuando tú y papá tocaron Let’s Do It, Let’s Fall in Love de

Cole Porter, y me confundí con todos los insectos?

Ella se sonroja.

—Probablemente, no sea la mejor manera de explicar. Te lo concedo.

Ambas nos reímos, pero dejo de reír primero.

—A papá siempre le encantaron los clásicos.

—Echo de menos a ese hombre —dice mamá con nostalgia.

Hace que me duela el corazón.


—Yo también.

—Hubo momentos en los que me hacía golpearlo en la cabeza con una

almohada, pero lo amaba. —Ella se sacude de su ensimismamiento. Los

agudos ojos gris azulados me miran fijamente—. ¿Qué está pasando entre tú

y Macon?

—Es complicado. Macon y yo... nos besamos. Y él... Yo...

Un rubor me invade. No puedo hablar de esto con mamá. Pero nadie más

conoce nuestra historia. Nadie, excepto Sam, y ella se ha ido. No es que yo

sería capaz de contarle sobre esto.

Mi madre se queda en silencio por un momento, bebiendo su té y frunciendo

el ceño ligeramente.

—Estás trabajando para él —dice finalmente, su expresión es severa—. Y

viviendo en su casa.

—Decidimos poner fin a ese acuerdo.

—¿Viviendo juntos?

Mis mejillas se sonrojan.

—Trabajando para él.

—Bueno, eso es bueno. —Abre la boca, luego la cierra y luego la vuelve a

abrir—. Era el galán de Samantha.


Odio el término galán. Suena tan anticuado, pero también hay algo mucho

más que un novio: una solidez, un sentido del tiempo y la historia. Me da

escalofríos. Porque ni siquiera había estado pensando en Sam cuando besé a

Macon. Rara vez pienso en ella junto con él. En estos momentos lo estoy, sin

embargo. Se retuerce y se enrosca en mi vientre como una serpiente agitada.

No quiero contarle a mi madre cómo veía Macon a Sam. No es mi lugar decir.

Aun así, no puedo evitar encogerme.

Mamá se da cuenta y hace un pequeño chasquido.

—Aunque tengo mis dudas sobre qué tan serios fueron alguna vez.

Agarro mi vaso un poco más fuerte, mis manos resbalan en la condensación.

—Y, sin embargo, mencionaste su relación.

Ella tiene una reacción tardía como si se estuviera dando cuenta de algo, y

sus labios se fruncen.

—Señor, ni siquiera... no, cariño, no quise decir que deberías sentirte

avergonzada o culpable por sentirte atraída por Macon. Simplemente, estaba

pensando en términos de complicaciones.

Ella extiende su mano a través de la mesa. Su mano suave y fresca envuelve

la mía.

—Tú y Macon tienen más sentido que él y Sam.

La sorpresa tiene mi corazón disparado.


—¿Por qué dirías eso?

—Sam y Macon nunca brillaron como tú. Ellos eran... insulsos, apagados de

una manera. Sacaron lo peor de cada uno. Oh, no cómo tú y Macon se

involucrarían en pequeñas disputas, sino algo más oscuro. Se hicieron el uno

al otro menos de lo que podrían ser.

—No puedo creerlo. Nunca dijiste una palabra.

Ella medio se encoge de hombros y toma un sorbo de su té dulce.

—Tal vez debería haber intervenido y decirle algo a Sam. Pero parecía

necesitar a Macon en ese momento. Y él también.

Dibujo un círculo a través de la condensación en mi vaso. Me duele la cabeza.

Todo duele, de verdad. Hay un constante latido bajo de incomodidad.

No sé cuánto de mis pensamientos se muestran en mi rostro, pero mamá me

mira con una mirada cariñosa aunque distante, como si recordara otro tiempo.

—Pero entre tú y ese chico... —Sonríe débilmente—. Hay lluvias de chispas.

Se iluminan el uno al otro.

La miro de reojo.

—Solías decir que éramos como el gas y el petróleo. Y eso no fue algo bueno.

Ella lo descarta con un movimiento de su muñeca.

—El gas y el petróleo son combustibles. No es ideal cuando tienes dos niños

peleando. Pero es un asunto completamente diferente cuando hablas de amor.


Gimo y descanso mi cabeza en mis manos.

—Nadie dijo nada sobre amor.

—Entonces, ¿de qué estamos hablando?

Ella suena exasperada.

—No lo sé —digo débilmente.

Con un suspiro audible, Mamá toca mi brazo nuevamente, obligándome a

mirarla. La empatía destella en sus ojos.

—Cariño, tú y Macon... —Hace una pausa, las arrugas se profundizan sobre su

frente—. No hay nadie en esta tierra que yo sepa que tenga la capacidad de

llegar a ti como lo hace ese chico.

—No lo sé.

Su tono es suave y comprensivo.

—Significa que te importa. Siempre te ha importado lo que pensaba de ti. Y

aunque me encantaría verlos a los dos finalmente encajar, pisa con cuidado,

bebé. No quiero que te lastimes. Y me temo que esto dolerá bastante si no

sale como esperas.

Sé todo esto. Lo supe cuándo hui de la casa de Macon.

—¿Por qué mi pasado con él me persigue? No quiero que lo haga. —Aprieto

mis manos y suspiro—. ¿Por qué no puedo perdonarlo completamente?


—No lo sé, Dee. Es fácil para aquellos que miran desde afuera decir: “Supera

un dolor y sigue adelante”. Pero algunas heridas se enconan por mucho que

queramos que cicatricen.

—Quiero estar con Macon libre y relajada. Estuve tan cerca de dejar ir todo

ese viejo equipaje, mamá. Entonces Sam me llama y me recuerda las cosas

horribles que nos hemos dicho y hecho. —Gimo de nuevo y presiono las

palmas de mis manos contra mis ojos—. El viejo miedo y animosidad volvieron

a asentarse en mi piel como lodo.

—¿Qué tiene que decir Macon al respecto?

—Estaba devastado.

Dios, la mirada en sus ojos. Necesito ir a casa, ver si está bien. ¿Cuándo se

convirtió Macon en mi hogar?

Su "hmm" me tiene encogiéndome por dentro.

—¿Le dijiste exactamente cómo te sientes? ¿O simplemente señalaste sus

fechorías?

Trago saliva y parpadeo hacia el techo como si pudiera tener las respuestas.

—Siempre me equivoco cuando se trata de Macon.

Mi madre sigue hablando, suavemente porque realmente me conoce.

—El hecho de que estés dispuesta a intentarlo con Macon Saint dice mucho.

No te castigues por tomarte tu tiempo para llegar hasta allí.


—Se supone que tienes una solución mágica para hacerlo todo claro y fácil —

murmuro.

—Ja. —Da una palmada en la mesa, su anillo de bodas, el cual nunca se ha

quitado, tintinea en la madera—. Querías que te diera permiso y te dijera que

era una buena idea perseguirlo.

—Bueno, claro.

Sus ojos se entornan, pero no puede ocultar su sonrisa.

—Cuando las cosas son fáciles, no las apreciamos por completo. —Se pone

de pie y se alisa la falda—. Puede que no tenga una solución clara, pero

puedo ofrecerte un sándwich de queso a la parrilla.

—Dios, sí —gimo.

Pero luego pienso en cómo de todos los platos en la vida de Macon que

podría haber mencionado cuando le pedí un buen recuerdo de comida, eligió

queso asado. ¿Éramos realmente sus mejores recuerdos?

Una bola de plomo cae en mi vientre, y de repente no quiero queso asado.

Pero es muy tarde. Mi madre asiente complacida y se dirige a la nevera.

A mi pesar, los aromas del pan tostado y la mantequilla me abrieron el apetito.

Como mi sándwich lentamente, mis ojos se cierran con cada bocado porque

no hay nada como su queso asado para devolverme a la niñez, con toda la

vida por delante. Odiaba ser adolescente. Estaba llena de impaciencia por

emprender la aventura de vivir mi propia vida en mis propios términos. ¡Qué


poco sabía entonces! Un anhelo feroz por esos días incómodos, pero

maravillosamente ignorantes casi me abruma ahora. Volvería allí si pudiera.

Y, sin embargo, una voz persistente susurra en mi cabeza, exponiendo la

mentira por lo que es. Porque quiero otra cosa mucho más.

Una parte de mí quiere quedarse en la cocina de mi madre para siempre, ese

lugar simple con su empapelado de frutas floridas y gabinetes amarillos. Pero

cuando cae la noche, vuelvo a la perfección de la casa de Macon y encuentro

el lugar extrañamente silencioso.

La mañana llega, estoy sentada en la mesa de la cocina, repasando ideas para

el menú en un esfuerzo por hacer algo productivo. No dormí bien anoche.

Macon ha mantenido su distancia, enviando mensajes de texto para decir que

él también necesita algo de tiempo para pensar. Y aunque es mi maldita culpa

por abrir la boca, siento profundamente la pérdida de su abierto afecto. ¿Por

qué tenía que decir algo?

Sí, tengo cicatrices emocionales. Todos lo hacen. El punto es no huir de ellas,

sino trabajar a través de ellas. Podría ser esa chica asustadiza, reaccionaria y

cerrada de mi infancia, o podría crecer y tomar al pie de la letra lo que Macon

claramente quiere darme.

Estoy a punto de levantar el trasero del asiento e ir a buscarlo cuando

aparece. Vestido con una camiseta gris arrugada y desteñida, y un par de

pantalones cortos deportivos sueltos que cuelgan bajo sus caderas, es como
si acabara de salir de la cama. Se pasa una mano por el cabello de punta y

me mira con ojos magullados e hinchados.

El arrepentimiento oprime mi cintura, un nudo grueso y feo que me hace

presionar una mano contra mi estómago. Soy yo quien puso esas líneas de

tensión en las comisuras de su boca. Es por mí que sus hombros,

normalmente rectos y orgullosos, ahora cuelgan bajos.

—Hola.

Su voz crepita en el silencio.

Aclaro el nudo en mi garganta.

—Hola.

Macon hace un ruido en la parte posterior de su garganta mientras se acerca

lentamente. Sostiene un paquete delgado en la mano, del tamaño de una

novela de bolsillo. El papel de embalaje marrón está arrugado y maltratado

como si hubiera pasado por un momento particularmente difícil con la entrega

postal.

Me mira con ojos cautelosos y toma asiento. Macon, con los muslos gruesos

separados y los codos apoyados en las rodillas, estudia la caja que sostiene

flojamente en sus grandes manos. Su pulgar presiona una esquina mientras

comienza a hablar con una voz como papel de lija.

—Sé que no querías esto antes...


—Espera. —Pongo una mano en su muñeca—. Espera. ¿A qué te refieres con

antes? ¿Qué es eso?

Él frunce el ceño.

—¿Nunca lo has visto?

Después de un momento, me ofrece la caja. Y la acepto con toda la vacilación

de quien acepta una bomba.

Mi nombre y dirección de la infancia están en el frente, y la antigua dirección

de Macon está en la esquina superior izquierda. Un gran sello rojo con las

palabras “Devolver al Remitente” cubre la etiqueta. En la esquina superior

derecha, se repiten esas mismas palabras, escritas con letra familiar, solo que

no puedo decir si es de mamá o de Sam. Su guion es demasiado similar.

Humedezco mis labios repentinamente secos.

—Nunca he visto esto.

Su ceño aumenta.

—¿No lo devolviste?

—Esa es... —Se me quiebra la voz y lo intento de nuevo—. Esa es la letra de

mi madre. O la de Sam. No puedo estar segura de cuál.

Sus labios forman una línea delgada, y sé que está pensando que este es otro

ejemplo en el que Sam podría haberse metido con nosotros.


—Bueno... —Hace un gesto hacia el paquete con un levantamiento de la

barbilla—. Es para ti.

Paso mis dedos sobre la etiqueta, sintiendo las viejas barras donde la letra de

Macon casi grabó mi nombre en tinta. La fecha en el sello me hace detenerme.

—Me enviaste esto la semana después...

—Después del baile de graduación —termina, su voz es ronca y tensa—. Sí.

Observo el paquete de nuevo como si realmente pudiera ser una bomba. Pero

Macon se inclina hacia mí, las líneas de su cuerpo se tensan como si estuviera

preparándose. Él quiere esto tanto.

Con manos temblorosas, separo lentamente el papel.

La voz áspera de Macon atraviesa el silencio.

—Pensé que eras tú quien lo devolvió.

Hago una pausa, levanto mis ojos hacia los suyos.

—¿Hubiera importado si supieras que no había sido yo?

—Me gustaría pensar que la habría entregado en persona, si hubiera sabido

que alguien te lo ocultó. Pero era un imbécil inmaduro a los diecisiete. No

puedo decir con certeza qué habría hecho.

Mi mano se desliza sobre la caja.

—Ábrela —dice—. Por favor.


El viejo papel de embalaje cruje bajo mis manos. Dentro hay un sobre, mi

nombre está impreso en grandes letras mayúsculas y una caja delgada de

color azul huevo de petirrojo. Se me corta el aliento porque sé el color de esa

caja. Las palabras Tiffany & Co. están grabadas en negro en el frente. La

curiosidad me tiene con ganas de abrirlo, ver lo que hay dentro. Pero la carta

me llama con una voz más fuerte, con su voz.

Con cuidado, dejo la caja sobre la mesa y abro la carta.

La letra de Macon no es bonita. Algunas letras están amontonadas con

impaciencia frustrada, mientras que otras se abren como si se estuvieran

deshaciendo. La tinta es oscura, las palabras están grabadas en el papel con

fuerza determinada. Por un largo momento, simplemente sostuve el papel

rayado, tan obviamente arrancado de uno de sus viejos cuadernos escolares.

Tengo miedo de leerlo. Pero los ojos oscuros de Macon están sobre mí,

esperando. Sus manos se cierran en puños. Le ofrezco una rápida y débil

sonrisa como diciendo, voy a entrar. Está bien, no correré.

Y luego dirijo mi atención a la página. Instantáneamente, su voz está en mi

cabeza, ese lento acento de mantequilla y miel que antes erizaba mi piel, pero

que ahora se hunde en mi corazón y lo hace latir con más fuerza.

Delilah,
Mi madre me dijo una vez que, si tienes algo realmente importante que decir,
escríbelo en una carta. Ni un correo electrónico, ni un mensaje de texto, ni
mecanografiado. Pero sí en tinta y papel. La letra de una persona, los lugares

que presiona con más fuerza en la página, las manchas y los errores en la
tinta, muestran su alma. Plasma tus pensamientos en una carta, y el receptor
tiene un registro para siempre, no solo un recuerdo, sino algo que pueden

sacar y tocar cuando necesitan un recordatorio.

Como mi madre rara vez me da algún consejo, he decidido seguir el suyo

ahora. Además, estoy mucho mejor cuando puedo pensar en las cosas que
quiero decir en lugar de escupir cualquier tontería que salga de mi boca.

Lamento lo que pasó en el baile de graduación. Las cosas fueron demasiado


lejos.

Eso suena débil incluso mientras lo escribo. No sé las palabras correctas para

decir. No sé por qué las cosas siempre se salen de control entre nosotros.
Pero sé que no soporto vivir en mi piel cuando pienso en ti como eras esa
noche. Eso nunca debería haber sucedido.

Estaba equivocado. A menudo me equivoco, especialmente cuando se trata de


ti.

No espero tu perdón. Realmente no lo necesito. Ya no estaré en tu vida y eso


probablemente sea algo bueno. Te mereces algo mejor que lo que obtuviste

de mí. De mucha gente.

Entonces, no, no espero tu perdón, pero espero que no te duela más.


Tal vez no lo recuerdes, pero una vez dijiste que las estrellas en lo alto te
daban esperanza porque, aunque su luz tardó años en llegar hasta nosotros,
su luz estelar aún nos daba alegría cuando las mirábamos. Y me burlé de ti

porque no tenía esperanza ni luz en mi vida. Pero nunca pude quitarme la idea
de que, si Delilah Baker tenía la esperanza de que eventualmente brillaría, a
pesar de toda la mierda que se le presentó, ¿quién era yo, con todas mis

ventajas, para dejar de intentarlo? Yo también te odié por eso, Delilah. Odiaba
que fueras la única que pudiera rascarse las costras que me cubren. Me
hiciste sangrar cuando no quería.

Y ahora te he hecho sangrar demasiado. ¿Por qué se siente como si fuera mi


herida también?

No importa. Te compré esto porque me recordó a las estrellas. Me imagino


que puedes usar estas estrellas alrededor de tu cuello y mantener siempre la

esperanza. Entiendo si, en cambio, te recuerdan a mí y no quieres mi regalo.


En ese caso, vende la maldita cosa y usa el dinero para lo que te plazca.

Macon Saint

PD: Esta es mi última pieza de dignidad y le damos la bienvenida. Tu rostro


me es familiar como el mío. Ahora que sé que nunca volveré a ver el tuyo,
siento como si una parte de mí hubiera muerto. ¿De verdad crees que es

porque eres mi enemiga?


Mi respiración está atrapada en algún lugar entre mi corazón y mi garganta.

Parece que no puedo liberarla. Parpadeo rápidamente, agarro la carta en mis

manos y finalmente lo miro. Hay demasiado en sus ojos: cautela, anhelo,

tristeza, arrepentimiento, pero ninguna esperanza. Sus muros están levantados,

aunque está claro que está luchando a través de ellos.

Escuchar la voz de Macon del pasado nos ha abierto a ambos. Está tan quieto

que bien podría estar congelado. Cuando habla, las palabras crujen como un

cristal frágil.

—¿Vas a abrir la caja?

Todavía no he tocado la caja. Tengo miedo. La carta implica que me dio un

collar, pero temo que verlo pueda romper mi corazón herido. Su carta casi me

mata. Quiero contarle cosas, abrazarlo y llorar por los dos. Él, el chico

orgulloso y desordenado que tanto odiaba, y yo, la chica orgullosa y defensiva

que siempre parecía buscarlo cuando quería pelear.

Hacía tiempo que había olvidado lo que dije sobre las estrellas. Eran palabras

lanzadas en el momento. Pero claramente se imprimieron en Macon y

significaron algo para él. Es extraño cómo el conocimiento ahora hace que las

estrellas también sean más significativas para mí.

Paso una mano por la superficie ligeramente texturizada de la caja azul.

—Macon...

—Ábrela, Patatita.
Su voz es terciopelo viejo. No puedo rechazar la solicitud.

—Vaya. Oh mi… —Con manos temblorosas, levanto el collar para liberarlo. La

cadena es un delicado hilo de oro que sostiene una fila bien espaciada de

diminutos diamantes que brillan a la luz del sol. Me consiguió diamantes

cortados a medida—. Macon... —Mi respiración se entrecorta—. Es hermoso.

Sus cejas se juntan mientras mira el collar.

—Pensé que el oro rosa complementaría bien tu piel.

Se me escapa una pequeña risa impotente.

—Me encantaría esto incluso si no fuera así.

Él asiente como si estuviera satisfecho.

—Estupendo, entonces. Genial.

Incapaz de detenerme, levanto el collar hacia la luz, admirando el brillo de los

diamantes y el brillo suave del oro.

—Es absolutamente hermoso. Pero ¿por qué lo guardaste? Podrías haberlo

devuelto, ¿no?

—Sí —dice lentamente, todavía con el ceño fruncido—. Pero no era mío para

regresarlo. Era tuyo.

Mi boca se abre.

—Pero... pensaste que te lo había devuelto. Ha pasado una década, Macon.


—Soy consciente. —Su expresión es seca—. No cambia el hecho de que

todavía es tuyo. Ya sea que lo aceptes o no.

—No puedo —susurro, mis dedos se enroscan alrededor de la delgada cadena

en señal de protesta, aunque mi mente dice que tengo que dejarlo ir.

Sus labios forman una línea decidida.

—Entonces va de vuelta en la caja fuerte.

—Macon...

—Delilah. —Se inclina más cerca, sus grandes hombros se agrupan—. No me

estás escuchando. El collar es tuyo o de nadie. —Unos ojos color café me

miran desde debajo de unas espesas pestañas—. No tienes la obligación de

ponértelo, pero tampoco esperes que lo devuelva. Es una década demasiado

tarde para eso.

—Testarudo.

Su sonrisa es rápida pero cariñosa.

—Dice la mujer más terca que conozco. —La expresión relajada se desvanece,

y toma aliento—. Dije en serio cada palabra que escribí. Y sé que no es

suficiente...

—Las palabras nunca se sienten suficientes —digo. Hace una mueca y

continúo con una charla relajada—. Cuando eres tú quien las dice. Pero eso

no significa que no lo sean. Abriste una ventana a tu corazón. Me diste tu

confianza. No tenías que hacer nada de eso, pero lo hiciste. Y significa algo.
Él parece considerar esto, pero luego se pone de pie, una tensión nueva y más

profunda se mueve sobre sus rasgos.

—Hay un poco más.

—¿Más?

Macon mete la mano en el bolsillo y saca un pequeño paquete de papeles

doblados.

—Podría contarte todo esto. Pero es el pasado lo que nos persigue ahora, así

que creo que es mejor si lo escuchas de mi yo que solías conocer. No es

exactamente bonito, y en parte me avergüenzo, pero estos también son tuyos.

Deja el bulto sobre la mesa delante de mí.

—Léelos. Si quieres terminar con esto después, me dolerá mucho. Pero no te

detendré. Hemos jugado suficientes juegos a lo largo de los años. No quiero

que lo que hay entre nosotros sea otro.

El gris bordea mi visión, y exhalo un fuerte suspiro. Quiero decirle que nunca

terminará para mí, pero él no espera mi respuesta, ni siquiera me mira a los

ojos; simplemente asiente hacia los papeles.

—Continúa. No tengo nada más que ocultar.

Con otro suspiro, desdoblo las páginas. Todas las cartas están claramente

escritas en cualquier papel que debe haber tenido a mano: papelería,

cuadernos de espiral, un papel arrugado. La tinta es diferente en cada uno:

algunas en negras, algunas en azules. Uno está garabateado con lápiz borroso.
La letra de arriba es la más antigua, fechada unos meses después de que mi

familia se mudara a Los Ángeles, la tinta negra fue garabateada con tanta

fuerza que hay pequeños agujeros donde la pluma atravesó el papel.

D,

Mi madre está muerta. Los médicos dicen que fue un aneurisma.


Personalmente, creo que ella simplemente no quería estar aquí por más
tiempo. Siento empatía.

No puedo llorar. Sigo intentando, pero no pasa nada. Solo hay esta maldita
pesadez, una bola negra y gruesa en mi garganta. Pero sin lágrimas. Nunca

lloraste. No importa lo mucho que discutimos, nunca te vi derramar una


lágrima. Yo tampoco. Lo que me hace preguntarme por qué no podemos llorar.
¿Somos una especie de personas rotas? ¿O lloras cuando nadie está mirando?

Estas son cosas que me pregunto en momentos extraños. Ya sabes, en esos


momentos entre intentar llorar para poder llorar. Me apeno, pero no de la
manera que esperaba.

De hecho, y solo te lo confesaré a ti, que nunca recibirás esta carta, yo


también estoy feliz.

Ella me dejó todo a mí. La casa, el dinero, todo.

No es el dinero lo que me hace feliz. Es la libertad.

Libertad, Delilah. Eso es lo que ella me ha dado.


Sé que piensas que siempre tuve dinero. No tengo nada. Era todo suyo. El
dinero de su familia. Una pequeña asignación es todo lo que tengo. Él, mi
padre, no me dejaba trabajar. No se vería a ningún Saint trabajando por dinero.

Lo cual es un montón de tonterías, ya que vino de la nada, simplemente no


quería que nadie lo supiera.

Ese collar que envié, del que no quieres saber nada, era la suma de todos mis
ahorros. Años de esconder mis fondos. Mi boleto para salir de aquí. Quería
que lo tuvieras. Una penitencia por todas mis fechorías. Melodramático por mi

parte, ¿no crees?

No importa ahora. No lo quieres. Y tengo más dinero del que necesito.

Cantidades obscenas.

El dinero me permite respirar libremente.

Por primera vez, puedo respirar.

Y es todo porque mi mamá está muerta.

Mi felicidad es una cosa retorcida.

¿Estamos todos tan destrozados, Delilah? ¿O solo soy yo?

En cualquier caso, me largo de aquí. Estoy empacando y yendo a Berkeley, no


al alma mater de mi padre, Alabama, como él exigía. Porque, al diablo con él.

De todos modos, el funeral es mañana. Si estuvieras aquí, ¿tomarías mi mano?

Supongo que no. Pero me pregunto, si sostuviera la tuya, ¿me soltarías o la


cortesía mantendría tu mano en la mía? Ojalá pudiera averiguarlo.
Macon

—Hubiera sostenido tu mano —susurro, mis manos tiemblan—. Si hubiera

estado allí, lo habría hecho.

Pero Macon se ha ido. En algún momento, salió de la cocina. Me duele por él,

por el dolor y la confusión que es tan claro en la página. Quiero llorar por él.

Pero tiene razón; Realmente nunca puedo manejarlo. No tenía ni idea de que

él tampoco podía.

Es su voz en mi cabeza ahora, diciéndome que siga leyendo. Recojo la

siguiente carta.

Delilah,

Me gradué hoy. Magna cum laude en literatura clásica, un título que mi padre
habría odiado. No es que él estuviera aquí para decírmelo. No había nadie aquí
para verme graduarme. Hice mi caminata, felicité a mis amigos y me fui a

casa.

¿Sabes lo que encontré esperándome?

Una carta de D. Baker.


Pensé que era tuya. Lo juro, fue como si tu fantasma caminara detrás de mí y
me lamiera el cuello. Me tomó una eternidad abrir la maldita cosa. Pensé, tal
vez se arrepienta de devolver el collar. Tal vez ella sabe que estoy en

California y quiere encontrarnos.

Estúpido, ¿eh?

No fue de tu parte, Delilah Baker. Era de Darrell y Andie Baker. Sí, tus padres
me enviaron una tarjeta ofreciéndome los mejores deseos por mi graduación.

No tengo idea de cómo lo supieron o cómo me encontraron. No he hablado


con un Baker desde la noche del baile de graduación.

Me enviaron una tarjeta con un billete de cien dólares adentro. A mí. El chico

que atormentaba a la mayor y dejaba a la menor de sus hijas. No podía


creerlo. Me senté allí, sosteniendo la tarjeta con ese nítido Benjamín
mirándome, y me reí.

Heredé trescientos treinta y un millones de dólares de mi madre, (Sí, leíste


bien. Yo tampoco podía creerlo cuando me informaron) y tus padres,

pensando que era un pobre universitario solo, enviaron un pequeño obsequio


para empezar en la vida.

Si hubiera podido llorar, creo que lo habría hecho entonces.

Así que aquí estoy para escribirte, deseando nada más en este mundo que

estar en la mesa de la cena de tus padres, comiendo el famoso pollo asado de


tu madre y echándote guisantes en el cabello cuando no están mirando, solo
para verte mostrarme el dedo de formas nuevas y creativas. Lo quiero tanto
que me duele el pecho.

Quizás también sea tu día de graduación. Si es así, espero que la vida te dé


todo lo que deseas, que encuentres a alguien que te amé, que vivas cada día

al máximo. Que tal vez, en los rincones más oscuros de tu mente, piensas en
mí solo un poco.

M.A.S

Una sonrisa se tambalea en mis labios. Quiero buscar a mi madre, darle un

gran abrazo por preocuparse por un chico que no había visto en años. Ella

tenía razón, nos necesitaba. Y yo no lo había visto. Presiono un puño contra

mis labios y me obligo a continuar.

Hola Patatita,

Probablemente, odies ese nombre, ¿no? Pensando que es un insulto, un

comentario sobre tu apariencia. Tal vez comenzó de esa manera, yo tratando


de menospreciarte, ponerte en tu lugar, en algún lugar lejos de mí, donde no
pudieras hacerme sentir como si estuviera sangrando de adentro hacia afuera.
Pero ya no lo pienso así. Me hace pensar en ti como un pequeño bocado

caliente en el que quiero hincarle el diente.


¿Verdad? Quería hacer eso incluso cuando dije las palabras. Siempre quise
hundirme en ti. No importaba si me volvías loco, lo deseaba tanto que me
dolían los dientes. ¿Te impactaría saber eso? ¿Te enfadaría? Probablemente

ambos.

Te extraño, Patatita. ¿Puedes creerlo? Tuya es la voz en mi cabeza,


acechando mis sueños, empujándome hacia adelante.

Estoy en una oficina de casting ahora. Sudando mis bolas, esperando que

digan mi nombre. Estoy alcanzando las estrellas, Delilah.

Te escucho sonriendo, esa voz tuya llena de azúcar y arsénico diciendo: “Por
supuesto que tendrías que intentar volverte famoso, Macon Saint. Siempre te

ha gustado que te presten atención.

¡Qué bien me conocías! Y qué poco me conocías.

Quería atención. Pero solo la tuya. No tengo idea de por qué, ya que cada vez

que lo conseguía, actuaba como un maldito tonto.

La verdad es que prefiero ser alguien que no sea yo. Quiero la fantasía en
lugar de la realidad. Así que actuaré. Diré palabras que no son mías y

respiraré más tranquilo viviendo en la piel de otra persona.

¿Cómo no voy a quererlo? “Somos de la materia de la que están hechos los

sueños” y toda esa mierda.

Estoy temblando ahora, Patatita. Casi enfermo de anticipación y

preocupación de que verán a través de mí, directo a mi núcleo podrido. Pero


te tengo a ti para apoyarme. Entraré allí y fingiré que es contigo con quien
estoy hablando. Será fácil entonces, burlarme de tu escepticismo, probarme a
ti y a mí mismo que no soy un alma sin valor como una vez lo dijiste tan

acertadamente.

Tu odio me da fuerza.

Probablemente, soy un maldito egoísta por sentir eso. No, sé que lo soy. Pero
es verdad.

Maldición, te extraño. ¿Por qué? ¿Por qué te extraño tanto?

Nunca responderás porque de ninguna manera voy a enviar esto.

Pero lo hago.

Te

Extraño

Señorita

Delilah

Ann

Baker

Mi pequeña

Caliente

Patatita.
Se me escapa una carcajada. Vaya hombre irritante y grosero. Hombre

extrañamente dulce. Sus palabras garabateadas apresuradamente envían un

hormigueo cálido sobre mis pechos y mis muslos. Sacudo la cabeza, veo las

negritas oblicuas de su próxima carta, la letra más grande de lo habitual,

ocupando más espacio en la página.

¡Mira! Soy Arasmus, hijo bastardo de Jon'ash, hermano del Rey Ulser de los
Braxton.

He sido exiliado a las Tierras del Dolor, obligado a luchar por mi comida, mi
refugio, mi existencia. Hasta que...

Bueno, la producción no me ha dejado entrar en el resto. Estoy seguro de que

será épica y llena de angustia, y si mi personaje logra vivir esta temporada,


será un maldito milagro. Si has leído alguno de los libros de Dark Castle,
notarás que las cabezas tienen una forma de separarse de los cuellos de los

personajes clave. No estamos siguiendo los libros al pie de la letra, así que no
estoy seguro del destino de Arsamus.

Sin embargo, hace que me duela el cuello solo de pensarlo.

¿Pero por ahora? Festejo.

O lo haré esta noche.


En este momento, estoy en mi auto, escribiendo en este maldito cuaderno que
todavía tengo en la guantera.

Escribiéndote para decirte que te odio una vez más.

Te odio, Delilah Ann Baker, fría y cruel Patatita frita.

Odio que acabo de recibir la llamada de mi agente, diciéndome que, sí, yo...
Macon Saint, un virtual don nadie en Hollywood, consiguió el codiciado papel

de Arasmus en Dark Castle... la serie más esperada que llegará al cable en


décadas, y ¿a quién quiero contárselo de inmediato?

A ti.

Maldición, a ti.

¿Por qué? ¿Por qué siempre...?

¿TÚ?

El impacto de sus palabras me golpea como una explosión, me siento en mi

silla y miro por la ventana. Es casi demasiado brillante aquí, la luz del sol

rebota en las paredes, haciendo que mis ojos ardan. Por un momento estuve

en ese auto con él, acurrucada en el asiento, sintiendo su frustración, su rabia.

La forma en que pensaba en mí era tan similar a mis reacciones hacia él, es

inquietante.
Tengo miedo de leer la última, sabiendo que me odia en ella, y soy el

fantasma del que quiere deshacerse. Oh, cómo me arrepiento de mis palabras

antes. Los fantasmas, me doy cuenta, son solo eso, muertos hace mucho

tiempo. No pueden hacernos daño a menos que se lo permitamos. Pero me

debo por los dos terminar.

Hola Patatita,

Gané un Emmy.

Es pesado y frío. Y lo mejor que he recibido. Y lo peor. Porque se siente como


una mentira. ¿Por qué no vieron que estaba fingiendo? ¿Por qué pensaban

que me lo merecía por encima de los demás? Esos buenos y verdaderos


actores que saben lo que hacen. Quienes son reales.

Nunca me siento real.

¿Tú? ¿Qué sueñas ahora? ¿Con ser una chef famosa?

Un amigo me entregó tu tarjeta de catering. Dijo que tu comida era increíble.


Como si necesitara contarlo. Siempre lo fue.

Llevo la tarjeta en mi billetera, pero no la miro mucho. Tendré la tentación de


llamar si lo hago.

¿Qué diría yo? Ahora somos extraños. Nada el uno para el otro, excepto un

pasado feo.
Al menos lo soy para ti. Para mí, eres algo diferente.

No tienes idea de que esta noche, cuando me paré en ese podio y dije:

“Agradezco a las estrellas por traerme aquí. Nada es posible sin ellas”.

Estaba hablando de ti.

De todos modos, pensé que deberías saberlo.

O el “tú” que está en mi cabeza.

Siempre tuyo,

Macon

—Oh, Dios —susurro en el silencio. Mis ojos arden cuando los presiono con

mis dedos fríos—. Dios.

El collar de diamantes sobre la mesa me hace un guiño y lo recojo. Es tan fino

y ligero que apenas lo siento contra mi piel y, sin embargo, es el regalo más

sustancial y real que he recibido. Macon me dio todo lo que tenía cuando me

compró esto, aunque tenía pocas esperanzas de mi perdón o amistad.

Hay once pequeños diamantes en la cadena. Once. La edad que tenía cuando

conocí a Macon. El número en la camiseta de fútbol de la escuela secundaria

de Macon. Cuando llegue mayo, serán once años desde que peleamos en el

baile de graduación.
Todavía me está dando todo lo que tiene.

Tardo dos intentos en ponerme el collar. Se asienta como telaraña sobre mi

piel. Entonces lo estoy superando.


Capítulo 25

Hay algo catártico en hacer lo que más temía. Incluso si no sé cómo

reaccionará Delilah a mis cartas, ahora las tiene. Ella las leerá y conocerá

todos esos pensamientos secretos que nunca esperé contarle a nadie. Me

alegro de que las tenga. Pertenecen a ella.

No me impide sentirme muy agitado. Parece que no puedo conformarme.

Camino por mi oficina, luego por mi habitación. No quiero estar en mi

habitación. Puedo ver el baño desde aquí, y no puedo mirar ese maldito baño

sin pensar en su mano delgada y capaz sobre mi pene...

—Maldición.

Empujo las puertas del balcón y salgo. El sol es caliente y brillante. Vuelvo mi

rostro hacia la brisa y respiro profundo. El aire huele a sal, mar y hierba dulce.

Dejo que me calme tanto como puedo, pero nada realmente ayuda. Solo me

conformaré cuando pueda enfrentarla de nuevo.

Estoy sentado en la silla en la que una vez acurruqué a Delilah, mi rodilla

rebota, mi mirada se posa en el horizonte, cuando escucho un ruido y miro

hacia arriba.
Ella se encuentra a unos metros de distancia, sus grandes ojos lucen vidriosos.

¿Está molesta? ¿Contenta? Estoy demasiado nervioso para obtener una

lectura adecuada de ella.

Me quedo completamente inmóvil mientras camina hacia mí, esas caderas

redondeadas se balancean. Dios, me encanta la forma en que camina. Me

encanta la forma en que el sol le da un color dorado a su piel. Me encanta la

forma en que sus ojos color caramelo siempre parecen ver a través de mí. Me

encanta…

—Hola —dice, deteniéndose delante de mí.

Me pongo de pie, luego me arrepiento porque me estoy acercando. Sin

embargo, no retrocede, sino que inclina la cabeza hacia atrás y me mira como

si me estuviera viendo de nuevo. Sus manos delgadas acunan la piel áspera

de mis mejillas, y me besa, explorando suavemente con su boca. Inhalo

profundamente antes de dejarlo salir lentamente mientras acaricio la delicada

línea de su mandíbula, la cálida curva de su cuello.

Delilah me toca como si de pronto pudiera desvanecerme. Besa el puente de

mi nariz, la piel en los bordes de mis ojos. Descanso mi frente contra ella, mi

respiración se vuelve más profunda, más rápida. Rozo mis labios contra los de

ella con cada otro beso que me da en la piel porque necesito ese contacto,

por breve que sea.

—Delilah —susurro, mis pulgares acarician caminos sobre sus sienes—. Todas

las cosas que he dicho…


—Están en el pasado. —Sus labios presionan mi mejilla—. Ojalá estuviera allí.

Ojalá lo hubiera sabido.

—Tú estabas ahí. Siempre estuviste conmigo. —Ella tiene que entender esto.

Me siento y la atraigo hacia mi regazo—. Eso es lo que me mata, Patatita.

Cuando pensé en ti, me impulsó. No me sentí solo. Dices que soy la voz en tu

cabeza que te dice lo que no eres. Quiero ser la voz que te diga todas las

cosas que eres. Talentosa, divertida y muy valiente.

Entonces me doy cuenta de que lleva puesto el collar. Trazo la cadena,

deteniéndome en un diamante brillante.

—Que eres hermosa para mí en el camino de las estrellas.

—Macon... —Sus dedos peinan mi cabello—. No debería admitir esto, pero

incluso cuando estabas en tu peor momento, cuando soñaba con cubrirte con

alquitrán, emplumarte y dejar tu cadáver para que los pájaros lo recogieran…

—Me río de eso—. Admiré tu arrogancia.

—¿Acaso lo hiciste?

Como para estabilizarme, apoya la palma de su mano en mi pecho,

seguramente sintiendo el fuerte latido de mi corazón.

—Solía canalizar esa arrogancia. Si alguna vez me intimidaba o me sentía

menos, solía pensar: “¿Qué haría Macon Saint?”

Mi sonrisa se amplía y ella me la devuelve.


—Cómo puedes ver. No todo fue malo. También estuviste allí conmigo,

dándome fuerza, obligándome a ser mejor de lo que pensé que podría. —Su

toque es cálido y constante a lo largo de mi mandíbula—. Hice un trato para

quedarme aquí, esperando lo peor, pero encontré al mejor hombre que he

conocido.

Sus palabras me golpean. Es un dulce dolor. Una pequeña voz dentro de mí

quiere decir que no soy bueno. No soy ni remotamente el mejor. Pero si ella

tiene que creer en cómo la veo, tengo que hacer lo mismo.

Su mirada busca mi rostro con asombro.

—Me dije a mí mismo que hice ese trato contigo por mi familia, pero cuando

entré en tu oficina, me sentí vivo de una manera que no me había sentido en

diez años. Ahora sé que hice ese trato por mí también. Estoy aquí para ti,

Macon. Esa es la pura verdad.

Exhalo un largo suspiro, agarro la nuca de su cuello, sosteniéndola.

—¿Vamos a hacer esto, Delilah?

—Sí, vamos a hacer esto.

Extrañamente, se siente como si hubiera estado esperando toda mi vida para

escuchar eso.
Por un acuerdo silencioso, Delilah y yo pasamos el día juntos, simplemente

empapándonos el uno del otro. Pasamos el rato como lo hacíamos cuando

éramos niños, solo que esta vez, es Delilah quien está acurrucada a mi lado

cuando vemos películas. Es Delilah cuyo cabello acaricio. Estoy contento de

quedarme así toda la noche. Eso es hasta que suena el estómago de Delilah,

gruñendo fuerte e insistentemente. Ella se pone roja brillante.

Suelto una carcajada, pero las reprimo rápidamente cuando ella me mira.

—Lo siento. Pero eres tan adorable.

Delilah hace una mueca y me da una palmada en el costado del brazo.

—Idiota.

Me río de nuevo y rápidamente beso su mejilla.

—Yo también tengo hambre. Vamos a cenar algo.

El sol se ha escondido por completo, y el cielo es púrpura en el crepúsculo.

No me había dado cuenta. Me levanto y me ofrezco a cocinar. Delilah arquea

una ceja.

—¿Qué? Puedo cocinar —protesto—. No es nada parecido a lo que haces,

pero puedo manejar comidas simples.

—Te creo. —Delilah se levanta del sofá, distrayéndome con su cuerpo—.

Estaba pensando que tal vez podríamos salir.


Salir. Para la gente normal esto no sería un problema. Para mí, es algo

diferente. Llámame egoísta, pero no quiero compartir a Delilah en este

momento. Por ahí, tendré que hacerlo porque la gente inevitablemente lo nota.

Ella ve claramente mi vacilación.

—Nada lujoso, totalmente informal. Incluso podemos comer en el auto si

quieres —agrega moviendo una ceja como si me estuviera tentando a pecar.

—Ahora estoy intrigado.

—Te va a encantar —dice mientras vamos a cambiarnos—. Además, quiero

mostrarte algo.

Me sorprende lo peligroso que es vivir con Delilah porque prepararnos para la

cena se siente como si estuviéramos haciendo algo más que empezar. Es

cómodo de una manera que nunca he experimentado. Real de una manera en

la que solo me permito soñar en el rincón más oscuro de mi mente.

Todo este tiempo, me preocupaba lastimar a Delilah, pero ahora me pregunto

si seré yo quien quedará desnudo y vacío. Me encojo de hombros y echo a un

lado la preocupación. Dijimos que lo intentaríamos. Eso es todo lo que

cualquiera puede hacer.

Delilah me lleva a un pequeño puesto de tacos en la costa, escondido entre la

carretera y el mar. La entrada rocosa tiene suficiente espacio para los autos,

un estacionamiento y otro restaurante del tamaño de una casa de campo que

está cerrado al público.


El puesto de tacos, sin embargo, tiene una larga cola. Nadie nos mira mientras

esperamos, acurrucados en nuestras sudaderas con capucha contra el viento

que sopla sobre la arena. El rico aroma de las carnes a la parrilla y las

verduras fritas hace que mi estómago se queje.

—¿Ves? —digo, mirando hacia abajo a mi estómago—. Él es igual de ruidoso.

—Idiota —murmura.

—Ese es el señor imbécil —le recuerdo con un empujón de mi codo.

Delilah sonríe y luego apoya su hombro contra el mío. Estoy

extraordinariamente complacido.

En el puesto, la dejo pedir, insistiendo en que, dado que conoce el menú,

puede elegir lo mejor. Tomo nuestras cervezas, aseguro un asiento en una de

las mesas de picnic colocadas bajo luces multicolores.

Delilah regresa con dos cajas y se sienta a mi lado. La selección es sencilla:

un cerdo, un pescado y una ternera para cada uno de nosotros. Es cómo

están hechos lo que me hace gemir.

—Maldita sea —digo alrededor de mi mordisco—. Está bueno.

—Muy bueno.

Ella lame una gota de alioli en la comisura de su labio mientras los jugos

corren por sus dedos y gotean en la caja.

Comemos en relativo silencio, disfrutando de la comida y de nuestras

cervezas. A nuestro alrededor, familias, parejas y grupos de solteros charlan y


ríen. La felicidad se apodera de mí. No tengo mucha experiencia con la

felicidad. Pero la absorbo.

—Ves ese lugar de allí —dice Delilah, rompiendo nuestro silencio.

—¿La choza azul de un restaurante? —Entrecierro los ojos ante el cartel

descolorido—. ¿Una vieja casa de cangrejos?

—Sí. —Se limpia los dedos con una servilleta—. Aparentemente, no eran nada

buenos, y no puedes esperar permanecer abierto sirviendo basura.

Especialmente al lado de este lugar.

Delilah mira fijamente el viejo lugar, su expresión es pensativa como si tal vez

lo estuviera viendo de una manera que yo no puedo. La tensión se arrastra

visiblemente a lo largo de sus hombros cuando se vuelve hacia mí.

—He estado pensando en abrir un restaurante allí.

Cuidadosamente, dejo mi cerveza en la mesa. Este lugar está a diez minutos

de mi casa. Ella estará cerca de mí. Quiero eso. Ferozmente. Quiero más su

felicidad.

—¿Sería una buena idea abrir al lado de un lugar tan popular?

—No estaría sirviendo tacos, así que no es una competencia directa. Creo que

beneficiaría a ambos, porque la gente que ama la buena comida se sentiría

atraída aquí. —Sus manos comienzan a moverse mientras habla, cada vez más

emocionada—. Quitaría esa horrible pintura azul y la devolvería a la apariencia

de una vieja cabaña en la playa. No estoy segura del menú, pero está
empezando a tomar forma en mi cabeza. Comida reconfortante, pero no

pesada. Ingredientes de calidad, una mezcla entre lo simple y lo complejo... —

Se detiene y sus labios se curvan—. Te estoy aburriendo.

—Difícilmente. Me gusta oírte hablar. —Tomo su mano y entrelazo nuestros

dedos. Porque puedo. Finalmente—. Funcionará, Patatita.

Ella se encoge de hombros, pero no puede ocultar su sonrisa.

—Bueno, hay muchas paradas entre una idea y la realidad. No tengo el dinero

ni un patrocinador…

—Lo haré. Te respaldaré. Demonios, compraré el lugar si quieres.

—No. Macon, no. —Atenúa su rechazo apoyándose en mí—. Es una oferta

generosa y encantadora, pero no quiero eso entre nosotros. Los negocios

tienen que seguir siendo negocios.

—Y no somos un negocio.

Empezamos de esa manera. Hasta ahora, realmente no comprendía cuánto

quería que ese arreglo quedara atrás. Me hace gracia para mis adentros

escucharla decir que está aquí porque me quiere, no por lo que podría hacer

por ella, no por ese maldito trato.

—No —dice felizmente—. No somos.

—De acuerdo. —Echo otro vistazo al restaurante—. Pero todavía puedo

ayudar. Conozco a un tipo...

Delilah se echa a reír.


—Ay, dios mío. Por favor, no digas que está en la mafia.

Le pellizco el lóbulo de la oreja.

—No, sabelotodo. Es un restaurador que está buscando una nueva expansión.

Eso llama su atención.

—¿Quién?

—Ronan Kelly.

—¿Conoces a Kelly? —Ella hace un sonido de diversión—. ¿Qué estoy

diciendo? Por supuesto que sí. Los hombres ardientes y exitosos corren en

manada.

Mi barbilla descansa contra la parte superior de su cabeza.

—Espera un segundo. ¿Qué es eso de ardiente?

—Ronan Kelly es ardiente. Increíblemente ardiente. Sería difícil no darse

cuenta de eso.

Gruño.

—No estoy seguro de que me guste que te des cuenta.

—Tengo ojos, ¿no? —Pasa un dedo por la parte superior de mi muslo. El

músculo se tensa en respuesta. Su estremecimiento es de complacida—.

Macon Saint, celoso. ¿Quién lo hubiera pensado?

—No es la primera vez contigo —admito en voz baja.


Pero ella escucha. Y sonríe. Porque Delilah es mala.

—¿North? —Suelta una carcajada—. Tenemos cero química. Si estuvieras

pensando con claridad, habrías visto…

—No North —interrumpo—. Aunque, sí, estaba un poco irritado.

Delilah resopla, pero luego se detiene y me mira.

—¿Quién entonces?

Es mi turno de sonreír.

—Matty Hayes.

—¿Matty Hayes? ¿De la escuela secundaria? ¿En serio?

—¿La forma en que solías mirarlo como si fuera un dios? —Pongo los ojos en

blanco, luchando contra una risa—. Era molesto para mí.

Sus labios se curvan.

—Qué irónico, dado que cuando recuerdo ese día, me doy cuenta de que yo

también estaba probablemente celosa.

Probablemente, sea malo de mi parte estar tan complacido.

—Dígalo usted, señorita Baker.

El viento azota un mechón de su cabello sobre su boca, y ella lo aparta antes

de hablar.
—Sam y tú siempre fuisteis pareja. Yo no tenía a nadie. Me sentí como una

tercera rueda, y apestaba.

Presiono mis labios contra su cabello, me quedo en silencio por un momento.

Sam. Siempre Sam, acechando como un fantasma entre nosotros. En este

punto, no me importa si nunca la vuelvo a ver.

—Fuiste el pegamento que nos mantuvo a todos juntos, y nunca lo supiste.

Delilah resopla.

—Sí, bueno, en ese momento, hubiera preferido un novio. Solo había tenido un

beso hasta ese momento. Y eso fue solo por ese estúpido juego de mesa The

Shed.

Me congelo, mi interior se paraliza. Entonces mi corazón comienza a latir con

una extraña mezcla de sorpresa y satisfacción.

—¿Ese fue tu primer beso?

—Me recuerdas en la escuela. No era exactamente popular. —Sus ojos se

entornan—. ¿Por qué lo preguntas?

Demonios.

—Macon...

—De acuerdo. —Levanto una mano—. En el espíritu de nuestro nuevo

intercambio y honestidad, tengo que confesar que fui yo.

—¿Qué eras tú? —pregunta sombríamente.


—En el cobertizo. Contigo. —Me aclaro la garganta. Demonios—. Te besé.

—¿Qué?

Su silbido recorre el área, y un par mira en nuestra dirección.

Tomo su mano, la ayudo a levantarse, recojo nuestra basura y la tiro antes de

caminar con ella hacia el viejo restaurante.

—Saqué un número, entré en el cobertizo y esperé. Entró una chica. Unos

cinco segundos después, supe que eras tú.

—¿Cómo? —susurra, todavía sorprendida.

—Delilah, puede que hayamos sido enemigos, pero conocía tu olor como si

conociera tu hogar.

—Por favor. Olía como cualquier otra chica en ese entonces.

—Tropezaste o te golpeaste el dedo del pie al entrar y murmuraste “palo de

mierda” en voz baja. —Me río del recuerdo—. Estaba impactado como el

infierno. Y excitado, tanto como podría estarlo un niño de trece años.

Su bonita boca se abre.

—Ay, dios mío. ¿Realmente fuiste tú?

—Sí.

—Sabías que era yo, y me besaste de todos modos. —Ella me mira como si

me estuviera viendo de nuevo—. ¿Por qué?


—Quería saber cómo se sentiría. —Doy un paso más cerca—. Sabía que eras

tú, y me sentí extrañamente aliviado de no tener que besar a nadie más.

Su mirada se vuelve borrosa como si estuviera recordando.

—Eras dulce.

—Tú también. —Mi mano se desplaza hasta acunar su mandíbula—. Me gustó.

Un ceño arruga su frente.

—¿Por qué fingiste que besaste a Sam?

Me encojo de hombros, me giro y estudio el restaurante.

—Me gustó demasiado. Y ahí estabas tú, mirándome con dagas durante toda

la fiesta. Parecía más seguro, más fácil pedirle a Xander que cambiara de

número y fingir que no sucedió.

Delilah guarda silencio. Frunce el ceño entre sus cejas.

—Empezaste a salir con Sam esa noche.

Ella no lo dice, pero ambos sabemos la verdad. Todo cambió esa noche, para

peor. La brecha entre Delilah y yo se hizo más grande.

—Cometí muchos errores en mi vida —digo en voz baja—. No quiero hacer

más. —Miro hacia el restaurante, tomo la mano de Delilah en la mía—.

¿Quieres que llame a Ronan?

Ella no responde de inmediato, pero me mira fijamente.


—De acuerdo —dice finalmente—. Sí, por favor.

—Considéralo hecho.

—Gracias, Macon. —Me sobresalta con una breve risa divertida—. Debería

estar mareada ante la idea de conocer a Ronan Kelly. Pero todo lo que puedo

pensar es en ese beso y en cómo me alegro de que hayas sido tú y no ese

imbécil de Xander.

La estrecho en mis brazos.

—Sí, bueno, prefiero que pienses en besarme en lugar de pensar en conocer a

Ronan, así que no me quejo.

Lo que no le digo es que cada vez estoy más convencido de que quiero que

sea la última mujer a la que besé, la única. El hecho de que ella no sienta lo

mismo me asusta muchísimo. Mi historial de retirarme de situaciones que no

puedo controlar me hace aferrarme a ella un poco más fuerte.

No arruines esto.

De alguna manera, me temo que lo haré.


Capítulo 26

—He venido con refrescos.

Delilah se detiene frente a la tumbona de doble ancho en la que estoy sentado

leyendo guiones.

Pasamos la mañana separados. Quería darle tiempo a Delilah para que se

acostumbrara a estar conmigo. No fue fácil. Quería, necesitaba, saber si

estaba bien. Tal vez solo quería ver si vendría a buscarme. Sí, soy un maldito

necesitado.

Muevo la pila de guiones al otro lado de la sala para dejarle espacio.

—Dámela y siéntate —digo, haciendo que ponga los ojos en blanco ante mi

orden—. ¿Qué tienes para mí esta vez?

Delilah a menudo se queja de que la comparo con comidas deliciosas, pero no

puedo evitarlo. No puedo pensar en un momento en que Delilah no haya

estado cuidando a las personas en su mundo ofreciéndoles comida y bebidas.

Para Delilah la comida es amor. La verdad es que eso más que nada me

empujó a aceptar la oferta de ser mi chef. Quería que Delilah me cuidara

incluso si lo recibía de la manera más tortuosa.


—Copa de Pimm. —Delilah se pone cómoda, doblando sus piernas

bronceadas mientras se inclina hacia atrás—. Mi bebida favorita de la tarde

para un día de descanso.

Tomo un largo trago y dejo que el sabor del día de Delilah se asienta. Es

crujiente, dulce, una explosión de frescura. Algo así como Delilah.

—¿Cómo está la pierna?

Se sienta hacia adelante y mira mi pantorrilla.

Más temprano, fui con North al médico para que me quitaran el yeso. La

primera vista de mi pierna demacrada no fue alentadora. Muevo los dedos de

los pies, y los músculos debilitados a lo largo de mi pierna se mueven debajo

de mi piel pastosa.

—Parece un infierno, pero se siente bien. Sin dolor ni punzadas.

—¿Y tu espalda?

Sus labios se contraen mientras mantiene cuidadosamente sus ojos en mi

pierna. ¿Está recordando la atención espectacular que le dio a mi pene

mientras me quitaba los dolores? Eso espero.

—Como nuevo. Debes tener dedos mágicos.

Un rubor rojizo adorna sus mejillas, pero Delilah no dice nada mientras toma

un guion y comienza a leerlo. Me echo a reír, me relajo y bebo mi Pimm,

disfrutando cada maldito sorbo helado. El sol está bajo en el cielo, a punto de
ponerse, y el mar se queda en silencio como si esperara ese último beso de

luz.

—¿Estás pensando en hacer esta película? —pregunta, los cubitos de hielo en

su vaso tintinean mientras bebe y lee.

—Sí. —Me inclino y miro el guion. Está leyendo el de superhéroes. Se supone

que es ultrasecreto, revelado bajo pena de muerte. Pero confío en Delilah—.

¿Por qué? Pensé que te gustaban los héroes de los cómics.

Cuando éramos niños, solíamos acampar en el sofá de su sala familiar y ver la

serie animada X-Men. Delilah quería ser Rogue, a pesar de que el personaje

nunca podría tocar a otra persona sin correr el riesgo de matarla.

Ella encuentra mi mirada por primera vez hoy.

—Los amo. Verte en esto sería... Ni siquiera tengo las palabras. Surrealista.

Impresionante.

—Me gustan esas palabras —bromeo—. ¿Pero? ¿Qué?

Se muerde el labio inferior, claramente considerando sus palabras.

—Supongo que depende de lo que quieras de esta carrera. Básicamente estás

jugando a un superhéroe ahora, solo con espadas y cueros. Si vuelves a jugar

uno...

—Corro el riesgo de que me encasillen —termino, adelantándome.

—Por otra parte, estas películas son increíblemente populares. —Ella pasa una

mano sobre el guion—. Puedes convertirte fácilmente en una superestrella.


—Quien se desvanecerá rápidamente cuando sea demasiado viejo y reciba

una paliza para seguir interpretando esos papeles.

Se ríe, pero niega con la cabeza.

—No necesariamente.

Con un suspiro, inclino la cabeza hacia atrás y miro al mar.

—Necesito diversificarme, asumir diferentes roles. Pero todos estos —hago un

gesto hacia la pila de guiones—, son básicamente para películas de acción.

—No tiene nada de malo ser una estrella de acción. —Copia mi pose,

estirando sus piernas. Sus pequeños dedos de los pies están pintados de rosa

chicle ahora. Por qué los encuentro tan lindos como el infierno es un

misterio—. Mira a Harrison Ford. Es una de las estrellas más grandes de todos

los tiempos. La mayoría de sus películas son películas de acción.

—Sí —estoy de acuerdo, inexpresiva—. Todo lo que tengo que hacer es

conseguir papeles en películas tan épicas como Star Wars e Indiana Jones, y

estoy listo.

Ella me da un codazo.

—Si alguien puede ser dueño de esta ciudad, tú puedes.

—No sé si quiero.

Mi confesión la tiene volteándose de lado para mirarme.

—¿Eres feliz?
Algo muy dentro de mi estómago se oprime incómodamente.

—Qué pregunta —bromeo con una carcajada.

Su mirada es firme y seria.

—Es difícil, ¿no? A veces, me pregunto, y no tengo idea de cuál es la

respuesta. Lo que probablemente significa que no lo soy.

Dejo mi vaso y el de ella en los adoquines y luego me vuelvo para acostarme

de lado para que estemos cara a cara.

—Tal vez no estamos destinados a ser completamente felices en todo

momento —digo—. Soy feliz en el set, cuando las cosas fluyen. Una buena

conversación con buenos amigos me hace feliz. —Me acerco, descansando

completamente en la tumbona. Está tan cerca que todo lo que tengo que

hacer para besarla es inclinarme—. Soy feliz cuando estoy contigo.

Su mirada se vuelve soñolienta mientras estudia mi rostro como si estuviera

asimilando los detalles y comprometiéndolos en la memoria.

—¿Te sorprendería saber que soy feliz cuando estoy contigo también?

—Sí —digo sinceramente, mi corazón late con fuerza en mi garganta—. Pero

me alegro de que lo estés, Patatita.

Su sonrisa es pequeña pero complacida. Ninguno de los dos dice nada más.

Me conformo con tumbarme aquí y simplemente ser, porque ella está aquí, y

eso es todo lo que necesito en este momento. Lentamente, arrastrándose

como si tuviera miedo de que me escape, Delilah se acerca más. La espero,


con el pulso latiendo. Su cálida pierna choca con la mía. Dejo escapar un

suspiro y mi pierna se desliza entre las suyas.

El sol se hunde, naranja caliente en el océano azul frío. Podríamos estar

viendo la puesta de sol. Nos estamos mirando el uno al otro en su lugar.

Acurrucados muy cerca, con nuestras extremidades entrelazadas. La luz del

atardecer vuelve la piel de Delilah color caramelo y sus ojos brillan como el

oro viejo. Ella es tan hermosa que me duele el corazón.

Presiono un beso en su mejilla y soy recompensado con el sonido de su

respiración entrecortada. Quiero explorar su boca durante horas, días. Estoy

empezando a pensar que lo querré durante años interminables. Por ahora,

haré lo que ella desee e iré despacio, comenzando con toques castos y

relativamente inocentes. Mi recompensa es su mano acariciando mi cuello

para descansar allí, cálida y perezosa. Siento ese toque suave hasta el hueso,

un latido de cálida felicidad que perdura.

Se acurruca más cerca, su pantorrilla se desliza a lo largo de la mía. Se siente

tan bien que me distraigo momentáneamente. Mi brazo se envuelve alrededor

de su cintura, asegurándola contra mí. Su cuerpo es todo curvas y calidez.

Estoy haciendo todo lo posible para no distraerme con sus pechos o la forma

en que se burlan de mi pecho con su respiración. Pero maldita sea, quiero

tocarlos.

—¿Macon?
Acaricio su brazo, toco sus dedos. Si hubiera sabido en esa fatídica noche de

graduación que envolverme en Delilah sería tan bueno, la habría perseguido,

me habría arrojado a sus pies y suplicado.

—¿Me has estado evitando hoy?

Mi mano se detiene en su cintura.

—Quería darte tiempo para que te acostumbraras a esto.

A nosotros. Éramos un nosotros. Malditamente increíble.

Presiona el interior de su labio con los dientes mientras su pulgar roza mi

mandíbula.

—Pensé mucho. —Su mirada baja a mi boca. Ella tiene toda mi atención

ahora—. La cosa es que te extrañé.

No puedo evitarlo. Me inclino y la beso como he querido todo el día, profundo

y dulce. Ella hace un pequeño sonido de placer que eriza mi piel, y luego su

boca se abre a la mía, el suave toque de su mano se convierte en un apretón

desesperado.

—No voy a ninguna parte. —Inclino mi cabeza, atrayéndola hasta la mitad

debajo de mí, sabiendo que no tiene idea de cuánto disfruto la libertad de

tocarla, saborearla—. ¿Está bien? —susurro antes de chupar su carnoso labio

inferior—. ¿Besarte así?

Se siente bien. Más que eso. Y es receptiva. Pero quiero las palabras.

Necesito saber que está tan interesada como yo. Delilah tararea en mi boca,
haciéndome cosquillas en los labios. Su cuerpo se arquea contra el mío,

presionando esos gloriosos senos contra mi pecho.

—Sí —dice ella.

Sí. Mi nueva palabra favorita.

Una sonrisa se escapa. Entonces me pierdo en Delilah. Nunca había besado

así, porque se siente tan condenadamente bien que mi cuerpo palpita de

lujuria. Me trago sus suaves sonidos, aprendo los contornos de su boca. El

simple deslizamiento de su lengua a lo largo de la mía tiene mi pene tan duro

que duele.

Delilah besa como lo hace con todo lo demás, con pasión. Me besa como si

fuera una indulgencia, un regalo secreto. Y me excita tanto que mis

movimientos se vuelven torpes y descoordinados. Quiero tocarla en todas

partes, y mis manos no pueden decidir por dónde empezar.

Nunca me he sentido así.

En el momento en que nos separamos para tomar aire, ambos jadeamos un

poco, y mi mano está a la mitad de su camisa. Un poco más cerca, y estoy en

el cielo. Pero ella retrocede, un bonito rubor se extiende por sus mejillas.

—Maldita sea —murmura, mirándome con una sonrisa irónica.

—¿Maldita sea?

La lujuria me nubla, solo puedo quedarme ahí, tratando de controlarme para

no volver a alcanzarla.
Se ruboriza, sacude la cabeza como si quisiera salir de la niebla. Quiero

acercarla de nuevo.

—Nunca pensé que me estaría besando contigo en una tumbona —dice—.

Nunca pensé... que me daría cuenta de que sería así... —Su respiración es

inestable—. Tan bueno.

Su confesión envía otro rayo de calor a través de mí. Tomo la parte de atrás

de su cuello y la beso de nuevo. Más fuerte, tal vez un poco desesperado.

Porque ella me está matando aquí.

La pierna de Delilah trepa por mi costado, su cuerpo se enrosca alrededor del

mío. Sus manos empuñan mi camisa, los cortos mechones de mi cabello.

Agresivo, codicioso. Un gruñido me deja, y ruedo para empujarla contra la

tumbona, cuando ella hace un sonido de protesta, y se interrumpe.

Sus labios están hinchados y separados mientras jadea.

—Yo... —Succiono su labio inferior. Murmura un sonido de aprobación,

lamiendo mi boca antes de intentar hablar de nuevo—. Pienso que

deberíamos...

—¿Detenernos? —Estoy duro como la madera. Mis abdominales realmente

duelen con necesidad. Tómalo con calma. Ella lo quiere lento. Le daré todo lo

que quiera—. De acuerdo. Dame un minuto…

Toca mi mejilla y gira suavemente mi cabeza para encontrar su mirada. Hay

tanto calor en sus ojos color caramelo que mi mente se queda en blanco.
—Olvida lo que dije sobre tomarlo con calma. Te quiero ahora.

Me toma un segundo ponerme al día. Pero mi pene inmediatamente empuja la

base de mis pantalones cortos, haciendo todo lo posible por salir. Este es

probablemente el momento en el que debería tratar de tranquilizarla, decirle

que estoy bien con esperar. Que no hay prisa. Eso no es lo que sale de mi

boca.

—Oh, bendita seas.

Se ríe, el sonido es amortiguado por mis labios mientras caemos hacia atrás, y

la beso como si necesitara aire.

—Nunca se me dio bien esperar —dice.

Beso a lo largo de la piel suave y fragante de su cuello, mis manos se llenan

con su dulce trasero.

—Nunca cambies, maldición.

Ella pellizca mi lóbulo de la oreja. Las puntas de sus dedos me hacen

cosquillas en la cintura mientras levanta el borde de mi camisa.

—Quita esto. Quítatelo todo.

Tan demandante. Lo juro, casi llego al orgasmo solo por eso. Delilah Baker

ordenándome que me desnude. Jesús.

—Sí, señora. —Hago una pausa—. Espera. ¿Aquí?


Hay una razón por la que estoy protestando por la ubicación. Simplemente, no

puedo concentrarme lo suficiente para recordar qué diablos podría ser.

—Sí. Aquí. —Ella levanta la cabeza. Su cabello está revuelto, sus ojos dorados

aturdidos, ella sonríe, y es condenadamente sexy—. A menos que tengas

alguna objeción…

—Aquí está bien. Bésame. —Gimo cuando lo hace—. Esa boca atrevida. —Me

sumerjo en ella, pruebo su sabor—. Dios, Delilah. Dame otro sabor de esa

boca agria.

Ella tararea, y su mano se desliza hacia abajo para acunar mi pene. Ah, dulce

alivio.

—No, espera. Maldición. Condón. —Un suspiro estremecido sale de mí—.

Necesitamos un condón.

Un gemido de protesta suena en su garganta mientras apoya su cabeza en mi

pecho. Aprovecho el momento para estrechar su cuerpo, aplastar mi erección

contra su calor. Ella gime de nuevo y me aclaro la garganta.

—Piso superior. Ahora.

Ambos nos bajamos de la tumbona.

El viaje a mi habitación es un baile torpe, interrumpido por paradas frecuentes

porque sigo empujándola contra cualquier superficie disponible para besar su

boca, comer como si fuera mi última maldita comida. Me muero de hambre

por Delilah.
Ella está igual de hambrienta, arrancándome la camisa en el pasillo. Cae en

algún lugar de nuestra estela. Sus dedos fuertes y diestros recorren mis

abdominales mientras luchamos por encontrar la cama.

—Dios, Macon. Eres tan malditamente... —Su lengua rosada toca mi pezón.

No me avergüenza admitir que lloriqueo. Ella sonríe—. Precioso.

Me han llamado así de una forma u otra toda mi vida. Nunca ha significado

nada. Hasta ahora. Porque ella no mira mi cuerpo cuando lo dice. Ella me mira

directamente a los ojos. Me mira como si fuera suyo. Estoy condenadamente

cerca de suplicarle misericordia. Y ni siquiera está desnuda. Necesito arreglar

eso.

Con un gruñido, la acerco, envuelvo mi brazo debajo de su trasero regordete y

la levanto. Protesta por mi pierna, pero no sabe cuán fuerte es la motivación

que tengo. La cargo los últimos pasos hacia mi habitación, mis labios nunca

dejan el refugio de los suyos.

Cuando finalmente la dejo, todo cambia. Nos quedamos en silencio,

mirándonos el uno al otro. Diría que es tímida, pero no es eso. Con los labios

entreabiertos e hinchados por mis besos, Delilah encuentra mi mirada. Está

absorbiendo este momento de la misma manera que yo. Quiero recordar esto,

la forma en que la luz acaricia su piel bruñida y hace brillar los mechones

sueltos de su cabello, la forma en que sus ojos están muy abiertos y llenos de

asombro. Atraigo el aroma de su piel y me inclino más cerca, necesitando su

calor.

Sonríe un poco, agarra la parte inferior de su camisa y se la quita.


—Quería hacerlo.

Apenas reconozco mi voz, es muy áspera. Porque ella está de pie allí, esos

gloriosos pechos encerrados en un sostén de encaje de color rosa pálido.

Su sonrisa crece.

—Puedes hacerlo la próxima vez.

—¿Va a haber una próxima vez?

—Supongo que eso depende de lo bueno que seas esta vez.

Descarada. Me acerco más, sigo el tirante de su sostén, complacido de ver

que se le pone la piel de gallina. Ella se balancea hacia mí, su palma descansa

sobre mi pecho. Sostengo su mirada mientras me estiro detrás de ella y suelto

el gancho. Su sostén se desliza por el suelo.

No, esto es lo que recordaré por el resto de mi vida. La primera vista de los

pechos de Delilah. He soñado con ellos durante demasiado tiempo. Mis

primeros sueños húmedos fueron sobre ellos, cómo se verían, sentirían y

sabrían. No sabía nada.

Son redondos y blandos, la piel es más pálida aquí, delicadamente coronado

con pezones color miel oscura. Me pone tan caliente que estoy temblando. Mi

mano acuna su peso suave y regordete, y ella también se estremece. Quiero

decir algo como "Finalmente" o "¿Por qué tardamos tanto?" Pero todo lo que

sale es lo más importante.

—Eres hermosa.
Parpadea, su respiración se entrecorta cuando froto las puntas de mis

pulgares sobre sus sedosos pezones. Esos dulces capullos se tensan, y es

todo lo que puedo hacer para no abalanzarme y chuparlos con fuerza. Tal

como están las cosas, los pellizco y jadea. El sonido va directo a mi pene.

—Métete en mi cama, Delilah. Y ponte cómoda, porque no la dejarás pronto.


Capítulo 27

Desnudarse frente a Macon es casi surrealista, como si lo estuviera viendo

desde afuera. Que finalmente estamos en este lugar. En algún lugar, en el

fondo de mi cabeza, estoy tan nerviosa como una adolescente sin experiencia.

Pero luego nuestras miradas chocan, y me olvido de ser tímida o preguntarme

cómo llegamos aquí. Porque solo existe él y la forma en que me hace sentir.

Como si fuera una nueva versión de mí misma, recreada en algo glorioso, algo

esencial. Me hace eso con una sola mirada. Quiero brillar para él. Sólo para él.

No aparta la mirada mientras se quita los pantalones cortos y se para frente a

mí, desnudo y excitado. He visto partes de él en el baño; ahora tengo la

imagen completa. Nunca he tenido una vista más hermosa. Y luego está sobre

mí, envolviéndome en sus brazos. Su cuerpo es caliente, sólido y mucho más

grande que el mío, que me envuelve.

La ropa de cama se hunde debajo de mí mientras me presiona hacia abajo,

arrastrando besos con la boca abierta a lo largo de mi cuello.

—Cualquier cosa que no te guste, cariño. Cualquier cosa que necesites,

dímelo. —Sus manos grandes, ásperas, con callos de pelear con espadas,

rozan mis costados—. Cualquier cosa.


Con un ruido de deseo, acuna mi pecho y luego se inclina sobre él. Su boca

está caliente y húmeda, y gimo, arqueándome hacia él mientras succiona mi

pezón profundamente. Me libera con una larga lamida satisfecha y luego lo

hace todo de nuevo.

—Macon... —Es una súplica. Para más, para ello en todas partes.

Parece saberlo porque me mira desde debajo de sus pestañas mientras su

lengua traviesa se desliza sobre mi otro pezón.

—Es mi turno de jugar.

Juega, succiona mis pezones hasta que están hinchados, rígidos y brillantes,

luego frota la parte plana de sus dedos sobre las puntas sensibles en un

círculo lento y firme. La acción es tan lasciva, tan vilmente sexual, que me

retuerzo y gimo contra él, mi pierna se engancha sobre sus delgadas caderas

en un intento de atraerlo sobre mí.

Pero él se resiste, poniendo todo su enfoque en mí. Se abre camino sobre mi

cuerpo, aprendiendo cada curva y hueco. Deposita pequeños besos suaves de

placer estremecedor, besos lentos y húmedos de codicia. Cuando llega a la

altura del hueso de mi cadera, hace una pausa. Sus grandes manos se posan

sobre mis muslos, agarrándolos ligeramente. Su mirada, oscura y ardiente, se

encuentra con la mía.

—Abre estos muslos, Patatita, y muéstrame lo que he estado soñando durante

demasiado tiempo.
Lentamente, me abro a él. Siento la exposición en el suave estiramiento de los

músculos internos de mis muslos, la ráfaga de aire fresco contra mi sexo

húmedo. Mis pechos se estremecen con cada respiración temblorosa que

tomo. La atención de Macon está absorta. Humedece su labio inferior y

contraigo profundamente mi interior.

Con un gemido, baja la cabeza y besa mi coño como un hombre sin aire. El

placer ardiente e intenso me sacude. Me retuerzo contra esa boca suya que

busca lentamente. Se da un maldito festín, y no puedo evitar poner mi mano

en la parte posterior de su cabeza para sostenerlo allí, instándolo a que tome

más.

Dios, la sensación de su lengua deslizándose y explorando hace que mi clítoris

se vuelva tan hinchado y sensible que estoy medio tratando de escapar. Pero

él no me deja. La vista de sus anchos hombros entre mis piernas, sus

pestañas ensombreciendo una expresión de pura codicia, me tiene al borde

del orgasmo. Se detiene para colocar un beso suave y firme justo en mi

clítoris como si fuera algo que tiene que hacer, una muestra de afecto

absoluto en el punto álgido de su lujuria, y me deshago.

Me arqueo contra la cama, me estremezco una y otra vez cuando llego al

orgasmo. Macon me besa de nuevo, su mano alivia mi vientre tembloroso en

suaves círculos, luego se eleva para colocarse sobre mí.

—De todos los sabores que me has dado —dice con aspereza—. Ese fue mi

favorito.

Dios. Humedezco mis labios secos, mi respiración se entrecorta.


—Puedes probarlo cuando quieras.

Su expresión es de satisfacción masculina y puro calor mientras desliza su

palma por mi vientre y sobre mi pobre sexo provocado. Estoy tan resbaladiza

y lista que dos de sus gruesos dedos se deslizan directamente dentro. Ambos

gemimos, su frente descansa sobre la mía.

—Me necesitas aquí, ¿verdad, Patatita?

—Sí.

Estoy jadeando ahora, con mi cuerpo sonrojado y temblando.

Él sigue tocándome, completamente sin reservas.

—¿Cómo lo quieres?

Tomo la parte de atrás de su cabeza, agarrando los mechones húmedos de su

cabello corto. Lo acerco a mí hasta que compartimos el mismo aire.

—Macon, ¿sabes cuántas noches he soñado con ese grueso pene tuyo

penetrándome?

Se estremece, un fuerte aliento sale de sus labios.

—Maldición. Dime.

—Tantas noches frustradas. —Lamo su labio superior—. Lo quiero profundo y

duro.

Todo el sentido del juego se evapora. Consigue un condón, pero sus manos

tiemblan tanto que lo deja caer. Él suelta una carcajada.


—Diablos, estoy demasiado nervioso. —Su ardiente mirada choca con la

mía—. ¿Lo pones?

Lo intento, pero también estoy temblando. Reímos suavemente y lo ponemos

juntos. Sus abdominales se contraen cuando paso una mano por sus bolas, su

pene se flexiona con impaciencia. No hay más sonrisas. Su expresión es casi

feroz mientras acuna mis mejillas y me besa. Lo siento en mis rodillas, en mi

espalda, en mi corazón.

Luego se desliza sobre mí, dejando espacio entre mis muslos. Cada parte de

él es grande y fuerte. Sus duros bíceps se agrupan y se tensan mientras se

sostiene sobre mí, su erección presiona caliente contra mi vientre.

Mueve sus caderas lo suficiente para deslizarse a través de mi humedad, pero

no me penetra. No todavía. Unos ojos oscuros me miran. Me olvido de respirar

porque lo que veo allí no es solo lujuria. Suavemente, como si fuera un sueño,

agacha la cabeza y deposita un beso ligero como una pluma en mis labios

hinchados.

—Delilah.

Eso es todo. Solo mi nombre.

Es todo.

Mis brazos se envuelven alrededor de la gruesa columna de su cuello. Estoy

rodeada por su calor, el aroma fresco de su piel, el ritmo inestable de su

respiración. Le doy un pequeño beso en sus labios, luego le digo lo que

necesita escuchar.
—Sí, Macon. Sí.

Un suspiro estremecido sale de él. Sostiene mi mirada, esos expresivos ojos

brillan negros a la luz. El primer empujón me abre de par en par. Mi pecho se

contrae. Me llena en una invasión constante. Tan grueso. Tan perfecto.

Y todo el tiempo me mira.

Es demasiado grande para deslizarse con facilidad. Tiene que trabajar para

ello, un poco adentro, un poco afuera, cada vez hundiéndose más profundo.

Y todavía me mira.

El placer nos arrastra con fuerza. Y luego está todo dentro. Se mantiene allí,

palpitando y temblando.

—Oh, demonios —dice con voz áspera. Su beso es ardiente y exigente, casi

desesperado, como si no tuviera suficiente—. Lo que me haces... no tienes

idea, ¿verdad? Cómo me haces sentir.

—Sí. ¿Crees que es diferente para mí? Siente mi corazón. —Coloco su mano

entre mis pechos—. Palpita rápidamente. Por ti.

No hay más palabras. Macon se mueve, el poder de su cuerpo ondula sobre

mí. Nos movemos juntos como si hubiéramos estado haciendo esto desde

siempre, como si ya nos conociéramos perfectamente. Tal vez lo hagamos.

No es un amante egoísta. Me da todo, toca y acaricia con tal entrega y

atención que me siento mimada. Y él me penetra con tal placer codicioso,


chupando mi piel, embistiendo dentro de mí con profundos gruñidos de placer,

que me siento adorada.

Pero al final, rueda sobre su espalda, llevándome con él. Extiende mis brazos

por encima de la cabeza para que agarre la cabecera.

—Móntame, Delilah. Toma lo que necesites.

Todo ese poder ha sido puesto delante de mí. Sus pómulos están sonrojados.

El sudor corre por sus sienes. Cada centímetro de él está duro y tenso por la

lujuria. Me deslizo en su pene y ambos gemimos. Tomo mi placer, disfrutando

de su cuerpo. No lo dejo hasta que él gime y grita mi nombre.

Nos juntamos, cayendo el uno en el otro, destrozados.

Nada será lo mismo otra vez.


Capítulo 28

Estoy organizando una cena para Ronan Kelly, uno de los restauranteros más

poderosos del negocio. Sé que esto es cierto, pero a una parte de mí le

cuesta creerlo. A pesar de toda su fama y conocimiento de los negocios,

Ronan es un hombre difícil de precisar. Al igual que Macon, se rumorea que es

un recluso social, pero muchos lo adoran. Tiene treinta y tantos años, es hijo

de inmigrantes irlandeses y tiene el toque de Midas en lo que a restaurantes

se refiere.

Y viene a cenar. Todo porque Macon se lo pidió. Podría besar a Macon por

eso. Por muchas cosas. Sabía que el sexo con él sería bueno, intenso. De lo

que no me di cuenta fue de lo cerca que me sentiría de él. El sexo es algo que

entiendo. Es placer y liberación. La intimidad es diferente. Pensé que lo

entendía. He tenido novios, pero no sabía nada. Porque esta cosa entre

Macon y yo está cambiando la composición misma de lo que soy.

No se está metiendo debajo de mi piel; se está volviendo parte de ella. No

creo que pueda alejarme de él ahora sin desgarrar una buena parte de mí

misma. Es a la vez aterrador y reconfortante. Si esta noche va según lo

planeado, mi vida cambiará una vez más. Estaré un paso más cerca de mi

sueño. Y todo se debe a un texto que ni siquiera estaba destinado a mí.


Me avergüenza decir que no he querido pensar en Sam. En absoluto. Sam

ahora equivale a culpa. Culpa por no contarle a Macon sobre su llamada.

Culpa por acostarme con el novio de la infancia de Sam. Culpa por sentirme

culpable por eso. ¡Qué desastre!

Una pequeña e infantil parte de mí se alegra de que se haya ido. Fuera de la

vista, fuera de la mente, y todo eso. Pero alejar algo no arregla nada. Mi

hermana tiene defectos. Pero es familia, y nos debe a todos regresar.

Sentada relajadamente en la cama, tomo mi teléfono y envío un mensaje de

texto antes de que pueda pensarlo mejor.

DeeLight a SammyBaker: Todo ha cambiado. Solo deseo que estuvieras

aquí. Tengo tanto para contarte.

Le doy unos buenos veinte minutos. No responde. Tengo que resignarme al

hecho de que no está lista para volver. Trago un bulto de decepción, me visto

y me concentro en esta noche.

Estoy tan condenadamente nerviosa que apenas puedo evitar que me tiemblen

las manos mientras aliso mi cabello y aplico mi maquillaje. La Delilah en el

espejo tiene mejillas redondas que están demasiado sonrojadas y ojos de

color ámbar que son demasiado grandes, brillantes y asustados. Dejo el rubor,

ya que claramente no lo voy a necesitar, y aplico un poco de lápiz labial rojo.

A pesar de mis nervios, tengo confianza en mi menú. Me tomó dos semanas

encontrarlo, buscando inspiración en viejos libros de cocina, recordando

recetas de la infancia, experimentando con combinaciones de sabores que me


traen alegría. Cada plato se siente profundamente personal, aunque no puedo

expresar completamente por qué. Los creé sin pensar demasiado en ello,

dejando que mi memoria de la comida, el conocimiento de las combinaciones

de sabores y las habilidades básicas me guiaran. Valió la pena. Tenía que

descubrir quién era y contar mi historia a través de la comida que preparaba.

Todo está en este menú. Todo lo que significa más para mí. Funcionará, no lo

sé. Pero estoy a punto de descubrirlo.

La mañana después de que Delilah me contara sus sueños, se despertó con

una amplia sonrisa y dijo:

—Quiero cocinar.

Eso fue todo. Desapareció en la cocina y comenzó a preparar platos que

hicieron que mis rodillas se debilitaran y se me hiciera agua la boca. Mi dieta

se fue por la ventana; malditas sean las órdenes de producción. Prefiero pasar

mis días como su degustador.

Se convirtió en una mujer impulsada por un instinto creativo que la ilumina.

Ella cocina; Yo como; hacemos el amor. Una y otra vez. Por dos semanas. No

creo completamente en el karma, pero en algún lugar, en algún momento, debí

haber hecho algo bien.


Ahora tengo la oportunidad de devolverle el favor a la mujer que se ha

convertido en mi todo. Pero primero, hay algo que tengo que hacer por los

dos. Saco mi teléfono y encuentro el número de Sam.

Saint a Sam Baker: Estaba decidido a odiarte. Pero ya no puedo porque

trajiste a Delilah de vuelta a mi vida.

No te voy a perdonar por el reloj; No soy tan magnánimo. Pero ya no te

voy a buscar. Quédate lejos si ese es tu deseo. O regresa y alivia las

preocupaciones de tu familia.

De cualquier manera, tú y yo hemos terminado. Paz, Saint.

No tengo idea si Samantha recibirá los textos. No estoy seguro de que me

importe. Pero dejar ir a Sam oficialmente libera algo en mí también. Me siento

más ligero También quiero esa ligereza para Delilah, y me recuerdo a mí

mismo contarle sobre los textos más tarde. En este momento, está abajo,

cocinando y dando instrucciones a su personal.

Suena el timbre justo cuando me estoy poniendo una camisa. Me apresuro

hacia la puerta, abrochándome la camisa a medida que avanzo. Kelly está

esperando al otro lado.

—Ronan, me alegro de verte.

—Hola, Saint. —Entra en el pasillo—. Te ves mejor. Bueno, para una montaña

cubierta de maleza.

Lo supero por quince centímetros, y le gusta reprenderme por eso.


—Gracias, niño bonito.

Conozco a Ronan desde hace años. Tiene varios restaurantes, todos ellos con

listas de espera de un mes y un sinfín de reconocimientos. Otro talento

singular es identificar el mismo talento de los chefs y crear restaurantes que

destaquen perfectamente la comida de ese chef. Una sociedad con Ronan es

como encontrar un boleto de oro.

Estoy nervioso. Y nunca me pongo nervioso. Al menos, no cuando se trata de

mi carrera. Después del primer año de trabajo, finalmente me di cuenta de que

las cosas pasan o no pasan. No sirve de nada preocuparse por cosas que no

puedes controlar. Pero esto es para Delilah. Sé cuánto significa esto para ella,

y no puedo controlar ni una sola cosa sobre esta cena. Quiero que Ronan vea

el genio en su cocina. Pero si no puede, entonces es un idiota, y

encontraremos a alguien más. Y luego patearé el trasero de Ronan.

Con eso en mente, llevo a Ronan a la sala de estar, donde North y su cita

están esperando para unirse a nosotros para la cena. Luego me dirijo a la

cocina.

Delilah está dando algunas instrucciones a su personal. Tenía la intención de

ofrecer algunas palabras de aliento; Me quedo mudo temporalmente al verla.

Se encuentra medio inclinada sobre el mostrador, lleva puesto un vestido color

canela que abraza cada deliciosa curva. Su trasero es una verdadera belleza.

Quiero pasar mi mano sobre él, darle a ese trasero color melocotón una

palmada firme. Se movería deliciosamente. Aunque probablemente me


patearía el trasero. Por otra parte, tal vez le gustarían un poco de nalgadas

ligeras. Quiero saberlo. Pero necesito concentrarme.

—Hola —digo, acercándome para pararme junto a ella—. ¿Estás bien?

Se peina un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Tengo esto.

—Sé que lo haces.

Me inclino para besar su mejilla y siento la tensión en ella.

Delilah agarra mi antebrazo.

—Macon... —Hace una pausa, vacila, luego toma aire—. Gracias por esto.

No estoy seguro de que eso sea lo que realmente quería decir, pero no voy a

presionarla.

—No hay nada que agradecer. —Acaricio la curva de su mejilla, le dedico una

sonrisa de aliento—. Te va a amar.

Mi garganta se cierra con las palabras, la emoción me desconcierta por un

segundo. Pero no se da cuenta. Endereza los hombros y camina conmigo para

recibir a nuestros invitados.

No debería haberme preocupado. Delilah maneja a Ronan con una confianza

fría que desmiente totalmente el caos nervioso que me mostró. Intento seguir

la conversación, pero entonces uno de los antiguos camareros del catering de


Delilah saca una ronda de bebidas y una bandeja con pequeñas esferas del

tamaño de una canica grande.

—Gin blackberry bramble y esferas quebradizas de maní —nos dice Delilah.

Tomo un sorbo de la bebida. Instantáneamente, estoy de vuelta en el sur en

un día de verano, comiendo moras regordetas directamente del arbusto. La

esfera quebradiza de maní se derrite en mi boca, recordándome las galletas

que la mamá de Delilah solía hacer para nosotros, deliciosas y dulces. Es un

momento tan fuerte de la infancia que juro que prácticamente siento el sol en

la espalda.

Después de nuestras bebidas, nos hace sentar y llega nuestro primer plato.

—Brunoise de sandía y habanero —dice el camarero, poniendo un plato

delante de mí. Es una pequeña obra de arte.

—El menú de esta noche —nos dice Delilah—, es una versión de lo que estoy

pensando ofrecer. Es una compilación de las cosas que amo y aprecio. Sin

embargo, estaría creando platos basados en los mejores productos

disponibles de la semana.

—Siempre y cuando no lo llames de la granja a la mesa —dice Ronan—. Ese

eslogan tuvo una muerte rápida.

Sonríe fácilmente.
—Te dejaré que inventes el nuevo eslogan. Para mí, un plato es tan bueno

como sus ingredientes. Es mi trabajo comenzar con los mejores y hacerlos

brillar de una manera que nunca esperarías.

Está encantado. Por supuesto que lo está; ella es brillante

—Ese es el truco, ¿no?

—No es ningún truco, señor Kelly. Es amor. El amor por la comida y el deseo

de mostrarle a la gente cuánto pueden amarla también.

Empiezan a hablar de negocios, pero de nuevo me distraigo con la comida de

Delilah. Con las ostras, estoy en la orilla, nadando en el calor del día. Nos sirve

panecillos de crema y mantequilla de durazno ahumado que saben

exactamente como los que comíamos en la mesa de su madre durante una

cena de domingo, solo que mejor, modificado de una manera que me dan

ganas de probarlo una y otra vez. La panna cotta de suero de leche con

langostinos y verduras de primavera me lleva directamente a los picnics

perezosos en el patio trasero de Delilah, cuando nos atiborramos de guisantes

gordos, tomates dulces y pepinos crujientes. Los camarones tiernos y el suero

de leche agria: todo esto es nuestra infancia en un plato.

Nunca quise mirar demasiado de cerca en ese momento, pero me está dando

una bofetada en el rostro. Curiosamente, no duele. No esta versión. Se siente

frágil y raro, como si debería estar protegiéndolo, como si debería estar

orgulloso de dónde venimos y quiénes somos.


Y luego el menú cambia ante mí. Los meseros traen lo que Delilah dice que es

bacalao escalfado en mantequilla con galette de papa y emulsión de mariscos

salpicado de pétalos de mango y melocotón. Es el sabor limpio del mar; es

terciopelo mantecoso a lo largo de mi lengua, estallidos brillantes de fruta

jugosa. Debajo de todo hay una versión nítida y aireada de lo que es

esencialmente una bolita de patata gourmet.

El sabor es erótico. El calor y la lujuria me inundan en una ola que hace que

mis bolas se contraigan y mi pene se endurezca. No puedo entender por qué.

Entonces me golpea como una patada en el pecho. Este plato somos nosotros.

Besos frenéticos en la playa, comiendo jugosos mangos en el mercado,

melocotones y bolitas de patatas. Ella nos ha creado. Una compilación de

todo lo que aprecia.

Una carcajada sale de mí y todos miran en mi dirección.

North me mira como si estuviera loco. Delilah arquea una ceja pero no dice

una palabra. No tengo idea de lo que se dijo mientras estaba perdido en su

comida. Diablos.

—Lo siento. Risa espontánea. —Me aclaro la garganta, sintiéndome como un

idiota de grado A—. Hago eso cuando disfruto de mi comida.

El silencio es ensordecedor. Ronan ahoga una risa con una tos. Los ojos de

Delilah se estrechan un poco. Le devuelvo la mirada, toda inocencia. Pero en

mi cabeza, estoy pensando en lo que ha hecho. Y toda esa lujuria y necesidad

surgen de nuevo, duro, necesitado, pero templados con algo que no quiero

nombrar todavía. Pero es real, y es exigente.


No sé lo que ve en mis ojos, pero niega con la cabeza y se ríe ligeramente.

—Lo tomaré como un cumplido.

—Deberías. —Quiero besarla. Aquí mismo. Tirarla sobre la mesa y probar su

boca, contarle todo—. Esta es la mejor comida de mi vida.

North mira hacia otro lado como si estuviera luchando por no reírse de mí

también. Pero Ronan, quien me gusta cada vez más, se sienta y asiente.

—Tengo que estar de acuerdo con Macon. Sinceramente, estoy atónito. Este

menú no es pretencioso ni llamativo, pero ese es el punto. No estoy tratando

de averiguar lo que estoy comiendo, simplemente disfruto cada bocado y me

pregunto cómo es que nunca me di cuenta de lo buenos que eran estos

simples ingredientes.

Ella se sonroja hermosamente. Por él.

—Gracias. Hay postre.

Con eso, sacan pasteles individuales. Tarta de crema de plátano con

chocolate amargo. Me las arreglo con un bocado de lo que es el mejor pastel

que he probado, todo crema exuberante y dulzura, un bocado de Delilah

encarnada, la riqueza intensa y caliente del chocolate abriéndose paso casi

bruscamente en todo eso, tal como lo hice yo. Sexo y salvación en un plato.

No lo soporto más.

Mi tenedor golpea el plato con un estrépito, mi respiración es inestable. La

sangre corre por mis oídos y me alejo de la mesa.


—Discúlpennos un momento. —Agarro la mano de Delilah y la levanto

conmigo—. Volveremos en seguida.

Luego nos vamos de la habitación antes de hacer el ridículo.


Capítulo 29

—Macon —siseo tan pronto como salimos del comedor—. ¿Qué diablos te

pasa?

Ha estado actuando de forma extraña durante toda la comida,

desconcentrado y sin decir una maldita palabra a nadie. Francamente, me ha

molestado y dolido de formas para las que no estaba preparada.

No responde, pero tira de mí con pasos rápidos, obligándome a trotar detrás

de él con mis tacones altos. Lo sigo de buena gana porque no voy a montar

una escena. Lástima que él ya lo haya hecho. Otro estallido de rabia caliente

como el fuego me golpea. ¿Cómo se atreve a actuar así ahora? Esto es lo

último.

—¿Estás drogado? —Es una lucha mantener mi voz baja—. En serio, ¿tomaste

algún tipo de droga antes de la cena?

Se detiene y me hace retroceder hasta el hueco sombreado al final de las

escaleras del pasillo.

—Sé que estoy fuera de lugar. Yo... —Se pasa una mano por el cabello lo

suficientemente fuerte como para que las puntas oscuras sobresalgan


salvajemente—. Tenía que hablarte... no podía sentarme allí más y no decir

algo... maldición.

Me doy cuenta de lo buen actor que puede ser Macon. Hasta ahora parecía

tan tranquilo, un lago fresco sin apenas mostrar una oleada de emoción.

Ahora no está tranquilo. Y no está calmado y sereno. Está extrañamente

desquiciado.

—De acuerdo —le digo con calma porque ahora me está asustando—.

Estamos solos. Dime que está mal.

La mirada oscura de Macon busca en mi rostro.

—Esa comida. Estabas contando la historia de nosotros.

Mi corazón da un vuelco dentro de mi pecho, y tomo aire, aturdida en silencio.

—Éramos nosotros —dice—. Cada bocado. Era nuestra infancia. Somos tú y

yo. Mangos en el mercado, besos en la playa, pastel de crema de plátano... —

Da un paso más cerca, levantando la barbilla como si estuviera en una pelea.

Pero hay tanto calor y emoción en sus ojos que mi boca se seca—. Dime que

estoy equivocado.

—No había pensado... —Me detengo, presionando mi palma contra mi frente

sobrecalentada. Sí, estaba contando mi historia durante la comida, pero tiene

razón; también se trataba de Macon. Sobre nosotros. Porque él es parte de mi

historia. Siempre. Mi mirada choca con la suya—. ¿Entendiste eso? ¿Solo con

una probada?
Sus fosas nasales se ensanchan mientras asiente brevemente.

—Con cada bocado. Me hiciste recordar. Me arrastraste a esos recuerdos. —

La cabeza de Macon baja, su aliento roza mis labios—. Me hiciste amarlos.

No sé qué decir. Estoy expuesta. Totalmente. Tanto para él como para mí.

—¿Lo decías en serio? —pregunta, mirándome con ojos tensos—. Toda esa

emoción que pusiste en la comida. ¿Lo decías en serio?

Lo sabe. La probó, después de todo. La buena comida es evocadora. Sin

saberlo, expresé mis sentimientos abiertamente, y no estoy segura de cómo

me siento al respecto. Ser tan abierta es nuevo para mí.

—Macon…

Su boca está sobre la mía, sus manos sujetan mi cabello. Va por todo,

tomando mi boca como si fuera suya. Devorándome tan a fondo como

cualquier comida. Y lo dejo. A pesar de todos mis miedos, también siento esta

necesidad desesperada, y tal vez no tenga otra oportunidad de tocarlo.

Y luego cambia, se vuelve suave y se derrite. Me derrito con él, cayendo en él.

Debilita mis rodillas y mi corazón. Tal vez yo también le hago eso, porque se

tropieza un poco, su espalda choca contra la pared, sus manos aún me

mantienen cerca.

Se aparta para recuperar el aliento. Y ahora soy la que lo busca, mi mano en

su cuello, mi boca busca la suya. Necesito más. Otra probada. La sensación

de él. Con un gemido, baja la cabeza y me da lo que necesito.


—Me estás matando, Patatita. No sé si voy o vengo contigo. —Sus palabras

son cálidas contra mi piel. Me las trago, las absorbo. Lo saboreo. Y me lo

permite, presiona su cuerpo contra el mío como si no pudiera acercarse lo

suficiente.

Porque hay más. De alguna manera, nunca es suficiente cuando se trata de

nosotros. Siempre debe haber más. Otro toque. Otra probada. Más profundo,

más duro, más largo. Él es el rico dulce que tanto tiempo se me ha negado. Y

soy suya. Lo siento en cada caricia que perdura, en cada aliento que atrapa, el

golpe caliente de su lengua, en el codicioso movimiento de sus labios a lo

largo de los míos.

Su agarre sobre mí se aprieta por un segundo, y luego sus dos manos se

deslizan hacia mi mandíbula. Cuando habla, su voz es áspera y seria, sus

palabras fluyen sobre mis labios.

—Te adoro. —Otro beso caliente y codicioso—. Te adoro, Delilah Baker. Cada.

Maldito. Centímetro. —Cada palabra puntuada por su boca se encuentra con

la mía—. Eso es por lo que te traje aquí, para decírtelo. Porque no podía

soportar ni un minuto más sin que lo supieras.

El vértigo burbujea dentro de mí, y me encuentro riendo suavemente mientras

lo sigo besando.

—Yo también te adoro, Macon Saint.

Porque lo hago. Cada parte de él, incluso los rincones oscuros donde teme

pisar.
—Maldición —gime, girando de modo que estoy presionada contra la pared.

Su grueso muslo se desliza entre los míos y se frota contra mi sexo. Gimo, y

lo hace más fuerte, más lento.

—Vamos arriba —jadeo, mis manos se deslizan bajo su camisa para encontrar

la piel caliente y suave de su cintura.

Desde el fondo del pasillo llega el sonido de una risa. North dice algo, y hay

otra ronda de risas. Macon hace una pausa, nuestros labios se rozan con cada

respiración entrecortada.

—Diablos. Tenemos que volver.

Que haya olvidado dónde estamos es desconcertante, y asiento, pero parece

que no puedo moverme.

—¿Tenemos que hacerlo?

Estoy tensa y resbaladiza. Mis pechos duelen donde presionan la dura pared

de su pecho.

Macon suelta un sonido que está cerca de un gemido.

—Es tu cena. Compórtate, porque solo me estoy aferrando de un hilo.

Con un suspiro arrepentido, lo empujo lejos.

—Entonces no me beses de nuevo. Todo pensamiento racional sale volando

de mi cerebro cuando me besas.

La comisura de sus ojos se arrugan.


—Eso no es un incentivo para que deje de besarte.

—Si lo haces, te llevaré arriba. —No puedo dejar de trazar la línea hinchada de

su labio inferior. Me muerde el dedo y grito, aunque no me duele—. Hombre

malvado.

Macon se ríe, más despreocupado de lo que jamás lo he visto. Y me quita el

aliento. Toma mi mano entre las suyas y tira de mí hacia nuestros invitados.

—Cuando todos se vayan, lo haré.

—Promesas, promesas.

Pero sé que cumplirá. Así que lo sigo de buena gana, la felicidad fluye por mis

venas como la luz del sol. Esto es la felicidad. Es tan pura y frágil que siento

la necesidad de tratarla con la delicadeza del soufflé, temerosa de que el más

mínimo mal manejo lo desinfle todo.

Cuando termina la cena y nuestros invitados se van, Ronan Kelly me lleva a un

lado y dice que le gustaría trabajar conmigo.

—Podemos discutir los términos, pero serías la jefa de cocina, tendrías el

control creativo total del menú. Seré responsable del capital y la promoción.

—Tengo un lugar en mente —le digo, tratando de contener el impulso de

saltar y chillar. Le cuento la ubicación y mi idea para ella.

—Podemos ir a echar un vistazo la próxima semana —promete.


Y así, mis sueños están cayendo en su lugar. Nunca he estado más

aterrorizada. Porque cuando realmente quieres algo, te duele mucho más si te

lo quitan.
Capítulo 30

—Necesito moverme.

Delicadamente temblorosa, resbaladiza y sudorosa, hago fuerza contra el

bulto de Macon. No sirve de nada; me tiene clavada a la silla, con su grueso y

pulsante pene en mi interior. Y sin moverse.

Me sonríe, una gota de sudor resbala por un lado de su rostro sonrojado.

—Todavía no.

Lentamente, demasiado despacio, mece sus caderas, estirándome,

haciéndome arder de deseo.

—Necesito llegar al orgasmo —susurro. Gimoteo. Suplico. Todo es lo mismo.

Cada centímetro de mí palpita. El placer es un arco tenso dentro, y necesito

ese chasquido de liberación.

Su sonrisa se desvanece, reemplazada por determinación.

—Lo harás. Cuando esté listo.

—Sádico.

Me pellizca el lóbulo de la oreja.


—Te encanta.

Me estremezco cuando ese glorioso pene suyo sale, haciéndome sentir cada

centímetro duro, solo para empujar lentamente hacia adentro. Demasiado

lento. Me estoy retorciendo sobre él, y le encanta. Sus ojos oscuros brillan

mientras me penetra.

Desnudos al sol y tirados en una silla que apenas nos sostiene, me ha estado

follando con una deliberación constante, diseñada para volverme loca. Y

aunque soy un desastre suplicante y jadeante, también me encanta.

Dios, es precioso. Músculos interminables, piel bronceada, perlada de sudor y

enrojecida por el esfuerzo. Su expresión es relajada, nublada por la lujuria.

Envía lametones de placer a lo largo de mi piel. Jadeando, levanto mi mano y

toco su mandíbula, tratando de acercarlo. Obedece, bajando la cabeza.

Nuestras bocas se encuentran en un beso profundo y perezoso, un

intercambio de aire, una exploración desordenada de labios y lenguas.

Gime, temblando. Pero no afectado. Es muy bueno torturándome.

Entra. Sale. Tira. Empuja.

—Macon —susurro en su boca—. Por favor. Fóllame.

Se congela, y luego con otro gemido, todo ese poder y necesidad se libera.

Solo puedo aguantar mientras va duro y profundo. La silla raspa el suelo

cuando me penetra. Cada empuje impacta mi sexo hinchado y sensible. El

placer crece y aumenta hasta que estoy lamentándome, con los ojos cerrados
como si de alguna manera pudiera aferrarme a la sensación para siempre.

Pero se rompe sobre mí en una ola brillante.

Los dientes de Macon aprietan la curva carnosa de mi cuello, no con fuerza,

pero sosteniéndome allí mientras sus embestidas se vuelven rápidas, una

ávida persecución de su propio placer. Es tan animal e inesperado que otro

orgasmo me golpea con un poder inesperado.

Pierdo la conciencia de mí misma, de él. Mis dedos arañan su espalda, se

enroscan a través de su cabello. Estoy luchando por acercarme, conseguir

más. Llega al orgasmo con un gran grito, su cuerpo grande hace fuerza contra

el mío.

Mareada por la liberación, suelto un suspiro flácido. Macon yace jadeante y

encima de mí, pero sostiene la mayor parte de su peso sobre sus rodillas.

Nuestras respiraciones se ralentizan, y se mueve lo suficiente como para

presionar un beso caliente, pero débil en mi cuello.

—Delilah, yo...

La puerta principal se abre de golpe, sobresaltándonos a ambos. North

siempre toca y nadie más sabe el código de acceso. O eso pensaba. Hasta

que escucho una voz que conozco tan bien como la mía. La fría conmoción y

la incredulidad me golpean cuando la escucho.

—¿Holaaaa Saint, cariño, estás en casa? ¡Oh, Dios mío!

El grito de Sam es agudo, horrorizado, y suficientemente fuerte para que

Macon y yo salgamos de nuestra conmoción paralizante. Lucho por


levantarme, pero tengo noventa kilos de hombre musculoso sobre mí. Macon

gruñe una maldición y se estira para cubrirme, incluso cuando se gira para

mirar por encima del hombro a una Sam boquiabierta.

—Lárgate, maldita sea —prácticamente grita.

No se mueve. Bronceada y peinada como si acabara de salir del salón, mi

hermana está de pie en la entrada de la sala de estar, mirándome como si

esta fuera su casa, y yo fuera una intrusa que ha encontrado con su hombre.

—¿Qué demonios? ¿Estás follando a Delilah? —le grita a Macon—. ¿Hablas en

serio?

Dado que todavía está medio sobre mí, bloqueando mi cuerpo con el suyo,

siento la oleada de ira que atraviesa a Macon. Desnudo, se levanta con un

rápido movimiento y se vuelve hacia Sam mientras yo envuelvo frenéticamente

la manta a mi alrededor.

—Vete. —Señala la puerta—. ¡Ahora!

La intensidad de su grito nos sobresalta tanto a Sam como a mí. Ella palidece,

pero su mirada viaja hacia el sur y sus labios se separan.

Oh, diablos, no.

Finalmente, me pongo de pie y me coloco frente a Macon. No soy lo

suficientemente alta para cubrirlo todo, pero las partes esenciales están

bloqueadas. Una Sam boquiabierta ante la desnudez de Macon me hace

sorprendentemente territorial. Tengo que tragarme un gruñido de ¡mío!


La mano de Macon cae sobre mi hombro. Por un segundo, temo que pueda

colocarme detrás de él, pero en su lugar me da un rápido apretón

reconfortante.

Los ojos de Sam se estrechan ante el gesto, y sus labios se fruncen en una

línea apretada de brillo rosa fuerte.

—¿Están juntos ahora?

El asombro y el disgusto ante la perspectiva suenan fuertes y claros.

Macon hace un ruido, su mano en mi hombro tiembla, y sé que está a punto

de estallar de nuevo.

—Sam —le digo antes de que pueda hablar—. Vete. Acabas de entrar en la

casa de Macon sin invitación. Te ha pedido que te vayas.

Lo juro por todos los dioses de la cocina, ¿aparece ahora? ¿Ahora? ¿Y así?

Esperaba una llamada de advertencia. Un texto con un mensaje diciendo:

“¡Oye, he vuelto!” No que entrara a la casa de Macon como si fuera la dueña.

Su ceja rubia se arquea.

—¿Irme? ¿Cuándo lleva semanas llamándome y enviándome mensajes para

que vuelva con él? —resopla divertida—. No me iré.

Detrás de mí, Macon maldice.

—¿Entramos en la dimensión desconocida? Dime que esta es la maldita

dimensión desconocida, porque te juro por Dios que esa es la única

explicación para tu completo comportamiento de mierda, Sam.


Sam se sonroja y sé que es inminente una pelea a gritos.

—Sam —digo con calma, aunque me siento todo lo contrario—. Ve a la cocina

y prepárate un poco de café. Ahora.

Uso el tono que usa mamá cuando está a punto de imponer la ley. Y funciona.

Sam nos lanza a Macon y a mí una larga mirada de odio, pero luego levanta la

barbilla y se dirige a la cocina.

Mi corazón está latiendo como un metrónomo, golpeando demasiado rápido

contra mis costillas. No debería sorprenderme que esté aquí. Le pedí que

volviera. Pero la realidad y ver su rostro indignado cuando se dio cuenta de

que estaba con Macon me ha sacudido tanto que me he vuelto extrañamente

sensible.

Con un suspiro, me dirijo a Macon. Un rojo opaco tiñe sus mejillas, y parece

estar a un segundo de enloquecer. Pero cuando coloco mi palma en su pecho,

me mira con ojos un poco perdidos y preocupados.

—No le pedí que volviera —dice—. Le envié un mensaje de texto diciéndole

que ya no la iba a buscar.

—¿Qué? ¿Cuándo?

Se pasa una mano por el cabello húmedo.

—Justo antes de la cena con Ronan. Quería que esto con Sam y nosotros

terminara. Para que sigamos adelante. —El temor oscurece su mirada—. Iba a

decírtelo, pero me distraje.


Ya que sé exactamente cómo se distrajo, no puedo culparlo exactamente.

Acaricio su pecho resbaladizo por el sudor, ahora fresco al aire libre.

—Yo también quiero eso. Vamos a vestirnos y ocuparnos de ello.

No estoy deseando que llegue en absoluto.

Nuestra ropa está arriba. Estuvimos follando lentamente por la casa todo el

día, toda la semana, en realidad. Deleitándonos el uno con al otro,

aprendiendo qué excita al otro, aislándonos del mundo. Cada segundo, caía

más profundo, lo necesitaba más.

El regreso de Sam se siente como una cuchilla cortando todo eso. Por dentro

estoy temblando. Si nos guiamos por la expresión de Macon, está igual de

inquieto. Con un breve asentimiento y una larga mirada en dirección a la

cocina, suavemente pone su mano en la parte baja de mi espalda y me guía

escaleras arriba.

—No puedo creer que haya vuelto —gruñe, pisando fuerte como para mostrar

su ira.

—No puedo creer que tenga el código de la casa —murmuro.

Es una tontería que me importe, pero no estoy pensando con claridad. Todo lo

que puedo pensar es que mi hermana volvió, y como un virus lo va a infectar

todo.
—No pensé en cambiarlo —dice Macon, frunciendo el ceño—. Nunca se me

pasó por la cabeza que tendría el descaro de entrar a mi casa. Demonios,

pensé que había una buena posibilidad de que nunca regresara.

El temor crece dentro de mí. Sabía que regresaría. Lo supe por un tiempo y no

le dije. Maldición. Necesito hacerlo, pero esa conversación es demasiado

complicada para tenerla con Sam pasando el rato abajo. Y soy una gallina.

Una completa y absoluta gallina.

—Bueno, lo hizo. —Es todo lo que puedo decir.

—Maldita Sam —es todo lo que Macon puede decir.

A pesar del hecho de que mi hermana intrigante y ladrona, perdida hace

mucho tiempo, ha regresado y actualmente está en la cocina, Macon insiste

en llevarnos a la ducha. Se queda en silencio mientras me lava con cuidado y

luego a sí mismo. Su mirada oscura es una mezcla de ansiedad e ira. Siento

empatía. Es como si nos hubieran sacado de un sueño y no supiéramos qué

hacer con la realidad.

Limpios y vestidos, bajamos las escaleras juntos, marchando como si nos

preparáramos para enfrentarnos a un pelotón de fusilamiento.

Sam está acurrucada en el banco de la cocina, con un vaso de té dulce en la

mano.

—Tu obra, supongo —dice a modo de saludo. Mirándome por encima del vaso,

toma un lento sorbo—. No es tan bueno como el de mamá, pero servirá.


Pongo los ojos en blanco. Si va a tratar de insultarme, tendrá que esforzarse

más que eso.

—Estoy herida. De verdad.

Macon cruza los brazos sobre el pecho.

—Déjate de tonterías, Sam, y explícate.

El vaso aterriza sobre la mesa con un tintineo.

—No eres mi hombre, y ciertamente no eres mi papá. Así que no me hables

como si lo fueras.

Él no parpadea.

—Le dijiste a las malditas acosadoras dónde estaría. Y mientras estaba allí en

un hospital, en parte debido a tus acciones, revisaste mis cosas, robaste el

reloj de mi mamá, luego huiste y te escondiste.

El silencio resuena. Porque, ¿qué puede decir a todo eso? Nada, y todos lo

sabemos.

Las fosas nasales de Macon se dilatan mientras la mira fijamente.

—Entonces sí, te hablaré como quiera.

Sam se ríe, un ligero trino que funciona como uñas en mi piel.

—No lo robé. Solo estaba tomando prestada la maldita cosa.


Los brazaletes de plata en su delgada muñeca repican cuando se estira y abre

su bolso para hurgar en él.

El reloj de diamantes brilla al sol mientras lo sostiene en alto.

—¿Ves? Está bien.

El resoplido de Macon es elocuente, pero no se mueve para aceptarlo.

Simplemente, la mira fijamente mientras lo deja con cuidado sobre la mesa,

luego sonríe con inocencia.

—¿Dónde has estado, Sam? —Mi voz es grave e inestable. Estoy tan

avergonzada de ella en este momento que apenas puedo soportar estar en la

misma habitación.

—Aquí y allá. —Toma otro sorbo de té—. Tenía algunas cosas de las que

necesitaba ocuparme.

—¿Cómo empeñar el reloj de mi mamá? —suministra Macon.

—Está aquí, ¿no?

—Supongo que te costó más deshacerte de él de lo que esperabas —dice

inexpresivo.

Sam arroja un mechón de cabello dorado sobre su hombro, pero no responde.

Pellizco el puente de mi nariz, controlo mi temperamento.


—Suficiente. Samantha, Macon tiene razón. Déjate de tonterías. No sé por qué

estás actuando así, pero no es gracioso. Esperaba que regresaras y te

disculparas, no que lo molestaras. Dios, ¿tienes algún remordimiento?

Toda la pretensión de Sam por ser casual y despreocupada se desvanece, y

se pone de pie.

—Tienes algo de valor, Dee.

—¿Qué? —decimos Macon y yo al mismo tiempo con diferentes niveles de

indignación.

Nos ignora.

—Actuando altiva y poderosa cuando te estás acostando con mi novio.

—¿Tu novio? —repite Macon, incrédulo.

Pero sé exactamente lo que quiere decir. Ella se concentra en mí.

—Él era mío. ¡Durante años! Mi primer hombre. Mío. Eso lo coloca fuera de

los límites.

—No lo puedo creer —dice Macon, interrumpiendo—. ¿Cuántos años tienes,

trece? Hemos sido historia antigua durante una década.

—Cállate —dice Sam, sin mirar en su dirección. Solo tiene ojos para mí—.

Eres mi hermana —grita, llorando—. Mi mejor amiga. ¿Y tenías que ir allí?

¿Con él? Entiendo que es atractivo y famoso, pero está fuera de tu alcance,

Dee.
Un aleteo de culpa me hace cosquillas en la conciencia porque hay un código

entre hermanas. Y lo rompí. Pero empujo esa culpa lejos. En la superficie, soy

culpable, cierto. Y si hubiera sido cualquier otro hombre, me sentiría

avergonzada. Pero nuestra enredada historia con Macon lo hace más

complicado.

—En primer lugar, no es un juguete. Gritar “mío” no lo hace así. Y ya me

cansé de los insultos. Quieres estar molesta por esto, de acuerdo. No puedo

decirte cómo sentirte, pero puedo decirte que cuides tu boca. Ya no puedes

hacerme sentir como una mierda.

Los ojos de Sam se reducen a rendijas.

—La verdad duele, Dee, es tu culpa.

A mi lado, Macon hace un movimiento beligerante como si fuera a decir algo.

Toco su muñeca y se queda quieto, mordiéndose la lengua.

—No es solo sexo. Es algo serio.

Resopla.

—Lo que solo lo empeora. Te he dicho una y otra vez que no creas una

palabra de lo que dice. Es un actor. —Finalmente, mira a Macon—. Y tú. ¿Con

qué porquería le estás llenando la cabeza?

Macon ladea la cabeza, arqueando las cejas.

—¿Porquería? ¿Qué demonios?

—Sam —llamo su atención—. Estás totalmente fuera de lugar aquí.


—¿No lo ves? Está tratando de ponerte en mi contra —dice Sam con un aire

de histeria.

Juro que Macon va a estallar. Mi mano encuentra la suya y se aferra.

—Macon tiene razón. Ya no somos niños. Hicimos las paces y seguimos

adelante. Quizás también deberías hacerlo. La única ira que ha mostrado

hacia ti es totalmente justificable.

Hace una mueca obstinada y no me mira a los ojos.

—Ahora apareces con este acto territorial y santurrón cuando deberías

ofrecerle disculpas. Y a mí también.

Con esto, Sam se endereza.

—Lo sabía. ¿Qué ha estado diciendo? Supongo que te habló del baile de

graduación…

—Sam —espeta Macon, tan rápido y enojado que doy un brinco.

Se ha puesto pálido, con la mandíbula apretada.

Sam lo ignora.

—Lo hizo, ¿no?

—¿El baile de graduación? —repito como un loro, mi mirada salta entre ellos.

—Sam. —Macon da un paso en su dirección—. Lo digo en serio. Guarda.

Silencio.
—Así es como consiguió que lo perdonaras, ¿no? —Se ríe, corta y

desquiciadamente—. Te lo dijo.

—¡Sam! —La voz de Macon lleva un toque de desesperación.

Levanto una mano.

—No, déjala hablar.

Está llorando de nuevo; Sam siempre llora rápido.

—Bien, de acuerdo. Lo hice. Pensé que sería divertido. Solo fue una broma

estúpida, un error. Pero él. —Señala a Macon—. Prometió que nunca lo diría.

Mintió.

¿Una broma? Y luego me golpea. El baile de graduación. Bolitas de patatas en

bandejas. Las risas burlonas. Sam mirándome como si hubiera visto un

fantasma. Y Macon allí furioso, luciendo horrorizado. Pensé que era su culpa.

Lo llamé despreciable.

Fue la gota que colmó el vaso en nuestra desmoronada relación y consolidó el

odio que sentía por él.

Una broma.

Y fue obra de Sam. Mi hermana. Oh, cómo lloró esa noche. Me dijo cuánto lo

sentía. Pensé que se refería a la mala acción de Macon. Pero fue ella. Pasé

toda mi vida protegiéndola de cualquier grande o pequeña manera que pude,

¿y ella hizo eso?


La sangre brota de mi cabeza y se acumula hasta mis pies. Débilmente,

escucho a Macon maldecir. Mis oídos están zumbando. Sam me mira con

lágrimas en los ojos y una expresión de esperanza en el rostro.

Por primera vez en mi vida, actúo sin pensar. Mi mano sale disparada y se

conecta con la mejilla de Sam. La bofetada resuena en la cocina. Me

hormiguea la palma de la mano cuando doy la vuelta y me alejo.

Delilah sale de la cocina con tranquila dignidad, dejándome a solas con Sam.

—Pequeña imbécil egoísta. Tenías que decírselo, ¿no?

Quiero tanto ir con Delilah que me duele el corazón, pero sé que mi chica

necesita su espacio por un momento. Sam necesita ser manejada.

Sam mira en la dirección que tomó Delilah, llevándose una mano a la mejilla

enrojecida como si no pudiera creer que Delilah realmente la abofeteó.

—¿No le dijiste?

—¿Por qué lo haría? Lo mantuve en secreto todos estos años. —Algo que

odiaba hacer. Especialmente cuando comencé a enamorarme de Delilah. La

verdad se asentaba como una piedra quebradiza debajo de mis costillas cada

vez que Delilah mencionaba el incidente—. ¿Honestamente crees que acepté

tomar la culpa por tu broma solo porque estaba tratando de protegerte? Lo


hice por ella. Porque sabía, incluso en ese entonces, que Delilah se sentiría

devastada si supiera que su propia hermana la humilló con esa broma cruel.

Sam palidece.

—No era mi intención lastimarla.

—Mentira. Lo hiciste porque estabas celosa.

Estoy empezando a pensar que Sam siempre lo estuvo. Que la única razón por

la que se aferró a mí con tanta fuerza cuando éramos niños fue porque sabía

que lastimaba a Delilah.

—¿Por qué estás aquí? —le pregunto a Sam cuando no dice nada—. ¿Por qué

ahora? Y no me vengas con esa mierda de pedir prestado el reloj. Sabías que

te estaba buscando y quería recuperarlo. Entonces, ¿por qué ahora?

Sam levanta la barbilla en desafío.

—Vi una foto de ustedes en esa gala. Tenías esa mirada en tu rostro. Conozco

esa mirada. O te la estabas tirando o querías hacerlo.

No está equivocada en eso. Lo quería hacer.

—¿Y entonces tenías que regresar y arruinar cualquier posibilidad de felicidad

que ella pudiera tener?

Sacudo la cabeza con decepción.

Los ojos grises de Sam se agrandan.


—A pesar de lo que piensas, Saint, amo a mi hermana. Nunca te gustó.

Demonios, ustedes se odiaban. ¿Se supone que debo creer que estás qué, de

repente enamorado?

—¿Sabes lo que pienso? No pudiste soportar la idea de Delilah y yo juntos.

¿Por qué es eso? Y no me vengas con la mierda de estar apegada a mí. Hace

años que terminamos.

—Fuiste mi novio. Las hermanas no cazan viejos amores.

—Oh, diablos. Simplemente, odias la idea de que Delilah y yo podamos ser

felices. —Cuando mira hacia otro lado y levanta la barbilla en señal de desafío,

sigo adelante—. ¿Qué le dijiste? ¿Qué yo era tuyo? —bufo con disgusto—.

Aquí hay algunas noticias para ti. Nunca fui tuyo.

Sam se estremece. Es leve, pero lo veo, y el arrepentimiento palpita en mi

pecho.

—Sé cruel si quieres —dice, tocando su cabello en un movimiento que sé que

es autoprotector—. Ya no me importa. Pero no finjas que no fuimos algo.

Estuvimos juntos prácticamente toda nuestra infancia. No importa cuánto lo

niegues, no puedes borrar eso.

La lucha sale de mí con un suspiro. Me siento cansado, y la mitad más grande

de mí todavía está ansiando ir hacia Delilah, queriendo consolarla. Solo

abrazarla. Apoyado en el mostrador, miro a la mujer que fue mi compañera de

mezquindad durante años.


Está en lo correcto. Tenemos una historia. Y no todo fue malo. Hubo

momentos en los que nos divertimos, cuando ella era la única persona a la

que podía recurrir. Me preocupaba por ella y la odiaba a la vez. Para bien o

para mal, fue parte de mí durante mucho tiempo.

—No quiero borrarlo porque es parte de mi historia. Fuiste una amiga cuando

no tenía a nadie más. Con toda honestidad, salir contigo probablemente me

salvó la vida en más de un sentido.

La mirada de sorpresa de Sam es vacilante, pero complacida.

Sostengo su mirada con la mía.

—Pero también sacamos a relucir la fealdad del otro, era malsano y mezquino.

Y cualquier afición nostálgica murió cuando me vendiste, robaste el reloj y te

escondiste.

Para su crédito, se estremece.

—Lamento eso. Realmente lo hago. Sé que fue horrible. Pero no pensé que

esa mujer te haría daño. Pensé que era una reportera. Está bien, sí, fue una

estupidez. Y el reloj... Estaba desesperada. —Por un momento, parece

asustada antes de retirarse bajo su máscara—. Pero lo regresé. ¿No cuenta

eso para algo?

El reloj que está sobre la mesa, brilla al sol como un ser vivo. Verlo trae una

punzada familiar de añoranza por mi mamá, pero ahora está silenciada, un

sentimiento fantasma susurra a lo largo de mi corazón. Estoy feliz de


recuperar el reloj, pero ahora que lo devolvió, sé que nunca se trató del reloj.

No, se trataba de Delilah.

Felizmente no lo habría vuelto a ver si eso significaba que podía mantener a

Delilah en mi vida.

—¿Sabes por qué Delilah se puso en contacto conmigo? —le pregunto a Sam.

Duda por un segundo, pero luego su nariz se arruga, y sé que es por molestia.

—Recibí sus mensajes de texto. Sé que estaba suavizando las cosas para mí.

La ira se expande con fuerza a lo largo de mi cuello y hombros.

—Estaba trabajando para pagar tu deuda, Sam.

—Lo sé —suspira—. No debería haber hecho eso.

Si no fuera una mujer y diez veces más débil que yo, estaría tentado a

retorcerle el cuello. Tal como está la situación, apenas puedo mirarla.

—Un año de trabajo en lugar de viajar por Asia como había planeado. Todo

para que no llamara a la policía para denunciar tu crimen, y tu madre pudiera

estar tranquila. ¿Y lo sabías?

Niega con la cabeza como si fuera tonto, está tratando de ser paciente

conmigo.

—Saint, tú y yo sabemos que no habrías llamado a la policía.

El impulso de gritar quema mi piel.


—¿Lo sabemos?

—Una vez que Delilah te contó sobre la salud de mamá y cómo mi arresto

podría afectar su salud, no te habrías arriesgado.

Odio que tenga razón. Cuando llegara el momento, no habría sido capaz de

seguir adelante. El hecho de que Sam entienda esto sobre mí antes que yo,

realmente me irrita. Bufo sin humor.

—Eres un problema. Delilah siempre te ha cubierto, protegido y, a cambio, te

cagas en ella cada vez que puedes. Si eso es a lo que llamas amor, tal vez

quieras repensar tus conceptos.

Sin nada más que decir, voy a buscar a la mujer que me enseñó lo que

realmente significa el amor.


Capítulo 31

Delilah está acurrucada en la cama. Tan pronto como entro, levanta la cabeza.

Hay lágrimas en sus ojos. Nunca la he visto llorar. Se desgarra mi corazón.

—Cariño...

Me arrastro sobre la cama, la tomo en mis brazos, medio asustado de que me

abofetee. Pero no lo hace.

Con un sollozo, se acurruca contra mí y hunde su rostro en el hueco de mi

cuello. La sostengo cerca, meciéndonos y murmurando palabras sin sentido en

su cabello.

—No puedo creerlo —dice, su voz apagada en mi piel—. ¿Cómo pudo hacer

eso?

—No lo sé. —Beso su cabeza, acaricio su espalda—. Lo siento. Por todo.

—Esa perra me hizo llorar —solloza—. Yo nunca lloro.

—Lo sé, nena. Lo sé.


Delilah llora más fuerte, y no es bonito. Su cuerpo se estremece y moja un

lado de mi cuello. Todo lo que puedo hacer es abrazarla y esperar. Cuando se

tranquiliza, me estiro y agarro un pañuelo.

—Sopla.

Lo hace, y uso otro pañuelo para secarle las lágrimas. Delilah se recuesta,

apoyándose en la cabecera. Su rostro está rojo e hinchado. Y la amo. No sé

cuándo realmente me golpeó, pero ahora lo siento con cada respiración que

tomo. Quiero decírselo, pero no es el momento. La verdad es que no sé qué

hacer para mejorarlo.

Delilah arruga su pañuelo y lo tira a un lado.

—Todo este tiempo, fue Sam quien hizo esa estúpida broma. —Los ojos

enrojecidos se encuentran con los míos—. Nunca dijiste una palabra. Nunca te

defendiste.

—¿Con qué propósito? Me odiabas y amabas a Sam. Era mejor para todos si

seguías asumiendo que fui yo.

Resopla, su nariz se arruga.

—Me odiabas. Según todos los informes, podrías haberme destrozado

fácilmente delatando a Sam.

Hago una mueca y tomo su mano. Yace inerte en mi agarre.

—Nunca te odié de verdad, Delilah. Esa noche, entraste con ese vestido

asesino, y se me ocurrió que había sido un completo imbécil cuando se


trataba de ti. Quería decir algo esa noche. Pedir una tregua, disculparme, algo.

Pero luego aparecieron esas malditas bolitas de patatas, y ya era demasiado

tarde.

Sus labios rosados se estremecen y niega con la cabeza.

—¿Sabes lo que es extraño? Cuando te vi esa noche, finalmente me di cuenta

de que ambos éramos forasteros allí.

Porque Delilah es la única que realmente me ve por mí. No quiero perder eso.

Sostengo su mano un poco más fuerte.

—Aún no era nuestro momento.

Muerde su labio, agacha la cabeza.

—¿Me lo habrías dicho alguna vez?

—Delilah, me lo habría llevado a la tumba si eso significara ahorrarte dolor. El

hecho de que pudieras perdonarme a pesar de pensar que te había hecho eso

fue un regalo único. ¿Cómo podría lastimarte egoístamente solo para poder

verme mejor ante tus ojos?

—En cambio, me quedé pensando que mi hermana era alguien en quien podía

confiar.

Se me obstruye la garganta y la aclaro.

—Lo siento. Pensé que te estaba protegiendo.

Se ríe amargamente.
—Y pensaba que estaba protegiendo a mamá y Sam. Me llamaste mártir por

eso.

Maldición.

—Me equivoqué. Fue tonto.

Sus labios se tuercen en una sonrisa triste.

—Siempre te enfadabas mucho cuando trataba de defender a Sam. Dijiste que

no valía la pena. Ahora sé por qué.

Mis dedos se enroscan en el edredón junto a su cadera.

—No te equivocaste al intentarlo.

Delilah resopla y luego inclina la cabeza hacia atrás para parpadear hacia el

techo. Las lágrimas corren por sus mejillas.

—Fui estúpida. Y lo sabes.

—No hay nada de malo en tratar de ayudar a las personas que amas. Eso es

lo que sé ahora.

Es todo menos una confesión, pero Delilah no parece escucharla. Está

frunciendo el ceño a la puerta.

—La golpeé.

—Bastante fuerte —estoy de acuerdo. ¿Está mal que la vitoreé en silencio?

Probablemente. Pero no pude evitar sentirme orgulloso de ella por enfrentarse

a Sam.
—Quiero golpearla de nuevo.

Suena tan feroz que tengo que sonreír. Como si no pudiera contener su furia,

se levanta y comienza a caminar.

—Y cuando me llamó… no solo me convenció de no decirlo, sino que volvió a

contaminar nuestra relación, alimentándome de dudas, diciéndome que solo

me manipulabas, que siempre me habías odiado.

Las campanas de alarma comienzan a sonar. También me pongo de pie.

—¿Qué quieres decir con cuando te llamó?

Delilah se detiene y palidece, sus ojos se agrandan. Por primera vez en

nuestras vidas, en realidad parece culpable. Humedece sus labios rápidamente.

—Me llamó.

—¿Cuándo?

Mis oídos comienzan a sonar. No estoy seguro de lo que estoy sintiendo, pero

no es bueno.

Desvía la mirada y se agarra la parte inferior de la camisa.

—Antes de las cartas.

Unas punzadas heladas recorren mi piel, es como si me hubiera abofeteado.

—Todo este tiempo que hemos estado juntos, ¿has estado en contacto con

Sam?
Me duele el maldito corazón. Pensé que éramos una unidad cuando se trataba

de lo incorrecto que Sam hizo. ¿Y me ocultó esto?

Delilah resopla, pero luego se recupera.

—Fue una llamada telefónica.

—Una llamada es suficiente. —Paso una mano temblorosa por mi cabello y

agarro las puntas—. Jesús. Aquí estoy sintiéndome como un canalla porque no

te conté sobre la broma de Sam. ¿Y hablaste con ella mientras estabas

conmigo? A mí tampoco me gusta que me mientan.

—Lo siento. —Es un susurro culpable. Porque sabe que se equivocó.

—¿Por qué? —chasqueo—. ¿Por qué me ocultarías esto? ¿Después de todo lo

que hizo?

—Sam me rogó que no...

—Sí, apuesto que lo hizo. —Doy un paso firme hacia ella, pero me detengo,

incapaz de acortar la distancia—. ¿Se te ocurrió que me gustaría saber que

había llamado?

—Lo hice... —Se muerde el labio—. Pero dijo que no volvería si te lo decía. Así

que me mordí la lengua. Lo siento, Macon.

El hecho de que no esté peleando conmigo me molesta. Quiero esa chispa,

una mejor explicación. Quiero que me diga que me estoy equivocando, que no

puso a Sam antes que a mí. Ocurrió desde las cartas. Un pensamiento me
golpea, y me balanceo sobre mis talones. Mi piel se siente fría cuando fuerzo

las palabras.

—Cuando te encontré en la cocina... —Trago con dificultad, la ira aumenta—.

Y trataste de alejarte de lo nuestro porque no podías pasar por alto cómo te

había tratado cuando éramos niños... —Se estremece, sin mirarme a los

ojos—. En realidad, fue por Sam, ¿no? ¿Qué dijiste hace un momento? ¿Qué

te hizo pensar que te estaba manipulando?

Sus ojos se cierran con fuerza por un segundo. Cuando los abre, están

demasiado brillantes y doloridos.

—Sí. Fue por Sam. Jugó con mis inseguridades.

Asiento, rápido y firme.

—Correcto. Y en lugar de hablarme sobre eso y decirme lo que realmente

sucedió, trataste de alejarte.

Duele. En formas para las que no estaba preparado. Puedo soportar que

Delilah no me haya hablado de Sam si pensó que eso haría que la mocosa

regresara. ¿Pero esto? Froto una mano sobre mi pecho.

Su labio inferior tiembla, pero los presiona juntos antes de responder.

—No soy perfecta. Algunas cosas están tan arraigadas que es difícil liberarse

de ellas. Cuando Sam dijo...

—Sam —me burlo—. Siempre la maldita Sam. Se caga encima de ti, y todavía

dejas que te guíe. ¿Cuándo vas a aprender?


Los ojos de Delilah parpadean.

—Acabas de decirme que no estaba mal tratar de ayudar a las personas que

amas.

—Fue cuando pensé que estabas hablando de proteger a tu madre. No esta...

mierda. ¿Qué hay de mí, Delilah? Me abrí, te mostré cada rincón oscuro que

tenía. Te confié todo de mí. —Con mi maldito corazón—. Y no confiaste en mí

lo suficiente como para decirme la verdad sobre por qué tenías dudas.

—Lo siento, Macon.

Se desinfla visiblemente. Y me molesta que quiera abrazarla. Estoy demasiado

enojado en este momento. Siento como si me hubieran arrancado la maldita

alfombra de debajo de los pies. ¿Cómo puede entenderme tan bien y no

entender esto?

—Cuando éramos niños, todo lo que tenía era mi orgullo —digo con firmeza—.

Pensé que proteger mi orgullo era lo más importante del mundo. Pero crecí y

me di cuenta de que la confianza significaba más. Te dejé entrar porque

pensé que la teníamos…

—Macon...

—Si no podemos confiar el uno en el otro con las peores partes de nosotros

mismos, ¿cuál es el punto?

Abro mis brazos de par en par.

—Confío en ti. Aparte de la llamada de Sam, nunca te he mentido.


—Desafortunadamente, esa es la mentira en la que estoy atrapado.

Nos miramos en silencio. Y espero a que me diga algo para hacerlo mejor.

Que me ama, que no tendré que preguntarme si siempre pondrá a Sam por

encima de mí. Algo.

No habla. Por primera vez en nuestra relación, guarda silencio.

Dejo escapar un largo suspiro.

—Esto no nos está llevando a ninguna parte. Necesito aclarar mi cabeza. No

puedo hacer eso contigo cerca.

También podría haberla abofeteado. Ella retrocede visiblemente. Pero luego

echa los hombros hacia atrás.

—De acuerdo. Tomaré mis cosas. Puedo quedarme con mi madre.

¿Tomar sus cosas?

—¿Te vas?

Una pequeña arruga se forma entre sus cejas.

—Dijiste que necesitabas espacio. Te lo estoy dando. ¿Qué esperabas que

hiciera?

Esperaba que me dejara en paz por un tiempo hasta que me calmara, no que

se mudara. Esperaba que peleara, no que se fuera. Que me eligiera a mí, a

nosotros.
—Además —dice, caminando hacia la puerta del dormitorio—. Hay cosas que

necesito discutir con mi hermana.

Veo rojo. Es cierto que Sam se ha convertido en un disparador para mí.

—¿Vas a ir con ella?

Delilah se detiene el tiempo suficiente para ver mi expresión.

—Me acabo de enterar que mi hermana fue la responsable de la peor

humillación de mi vida. Te he odiado durante años por algo que no hiciste.

Mentí por ella y te causé dolor. Quieres espacio. Sí, Macon, voy a hablar con

mi hermana.

Es un puñetazo en el estómago.

—Entonces vete.

Me mira como solía hacerlo, como si no fuera más que un doloroso

recordatorio de cosas que es mejor dejar en el pasado. Como si fuera el

enemigo. Odio esa mirada. Mi temperamento se rompe.

—¿Qué estás esperando? ¡Vamos!

La barbilla de Delilah se levanta, y esa chispa que he estado esperando se

enciende en sus ojos. Pero veo el dolor allí también. Cuando habla, su voz es

rígida.

—Nunca quise lastimarte. Sé que mentí, pero solo fue…

—¿Una mentira más entre nosotros?


Delilah parpadea una vez antes de responder.

—Sí. Supongo que lo fue.

Se va entonces. Y eso duele más que nada.

Todo se derrumba bajo mis pies. La confesión de Sam fue cómo un martillo

neumático llevándose mi base sólida. Pero la pelea con Macon fue peor. Por

dentro, estoy temblando.

Ambos mentimos. Ambos nos decepcionamos mutuamente a nuestra manera.

Una mentira sigue siendo una mentira. Se suponía que íbamos a superar todo

eso, comenzando de nuevo con todo lo que estaba sobre la mesa. Sin

embargo, mantuve la llamada de Sam en secreto. Y planeó mantener el

conocimiento de la broma en secreto para siempre si se salía con la suya.

La idea de Sam y él compartiendo esta verdad de mi peor humillación me

revuelve el estómago. Sé que siente lo mismo acerca de que le oculté la

llamada de Sam.

Tiene razón. Si no podemos confiar completamente el uno en el otro, ¿cuál es

el punto?
Las lágrimas nublan mi visión. Me echó. Eso dolió más que nada. Salí de su

habitación lo más rápido que pude para que no me viera desmoronarme.

Sam no está en la casa. No tengo ni idea de dónde ha ido y, si soy sincera, a

una parte de mí no le importa. Le dije a Macon que quería hablar con mi

hermana, algo que sé que lo enoja, pero estoy tan disgustada con ella,

conmigo misma, que no sé qué haría en este momento.

Me dirijo a casa de mi madre porque, a falta de un hotel, no tengo otro lugar a

donde ir. Un sollozo estalla tan pronto como salgo de la propiedad de Macon.

Se convirtió en mi hogar. Sé que está enojado y quiere su espacio, pero

dejarlo atrás se siente como una traición. Una parte de mí quiere darse la

vuelta y decirle: “Maldición, no, no voy a ir a ninguna parte”. Pero lo lastimé, y

si quiere espacio, se lo daré.

Mi mamá me acoge sin dudarlo, aunque sé que se da cuenta de que he

estado llorando. Silenciosamente, lava los platos a mano, dándome un

momento de privacidad.

Me siento en mi lugar habitual en la mesa, sintiéndome como si tuviera doce

años. Estoy medio tentada de pedir galletas de mantequilla de maní. Pero aquí

también es relajante, con los sonidos familiares de mi mamá limpiando y el

leve aroma de limón del limpiador elevándose desde la mesa de roble.

—Bueno —digo con un temblor en mi voz—. Aquí estoy otra vez.

—De acuerdo —dice, dejando el trapo—. ¿De qué se trata todo esto?

—Macon...
Es todo lo que puedo decir antes de perder el control.

Cuando las lágrimas brotan de mis ojos, jadea y se sienta a mi lado para

tomar mi mano con la suya fría.

—¿Te lastimó? —pregunta suavemente, pero hay una promesa en su voz que

me dice que, de hecho, quemaría la piel de Macon si lo hizo.

Mi sonrisa es vacilante y breve.

—No. Para nada. Él ha sido… —Una revelación—. Maravilloso. Empezamos

algo, y fue maravilloso. Perfecto. Y luego apareció Sam.

Una ceja rubia plateada se arquea con delicadeza.

—¿Sam? ¿Regresó finalmente, entonces? ¿En qué se metió esa chica esta vez?

—Ay, mamá... —Presiono mis manos contra mi rostro caliente—. En todo.

Mi confesión viene en una gran purga de palabras, derramadas rápidamente

para que no tenga que sentir todo el impacto de ellas. Le cuento todo,

comenzando con los mensajes de texto y terminando con Sam apareciendo en

la casa de Macon. Oculto los detalles de cómo exactamente nos encontró a

Macon y a mí, pero no escondo mi culpabilidad.

Cuando termino, me quito las manos de los ojos y miro a mi mamá.

—Bueno, maldición —dice. Ahogo una carcajada y arquea una ceja—. Algunas

cosas necesitan decirse con maldiciones. Y esta es una.


—Tienes razón sobre eso. —Dejo escapar un suspiro tembloroso e intento

controlar mis lágrimas. Ahora soy un maldito grifo que gotea. Toda una vida

de no llorar deshecha en una sola noche—. Macon estaba tan dolido porque

no le conté sobre la llamada de Sam. Y está enojado porque siempre trato de

cubrirla.

Mamá apoya su mano sobre la mía.

—Delilah, cariño, tiene razón. ¿Por qué te ofreciste a trabajar para pagar su

deuda? No tenías que hacer eso.

—Dijo que llamaría a la policía. Si iba a la cárcel... tu corazón...

Su rostro se oscurece, las nubes de tormenta se juntan en sus ojos.

—Delilah Ann, ¿me estás diciendo que piensas que soy tan delicada que no

puedo manejar el mal comportamiento de mi propia hija?

—¿Sí?

Esa ceja rubia plateada se arquea de nuevo. Esta vez es una advertencia.

Mis hombros se hunden.

—Tenía miedo. No quiero perderte ni verte molesta.

—Cariño. —Su mano vuelve a la mía—. ¿De qué se trata esto en verdad? ¿Por

qué realmente sientes esta necesidad de protegernos?


—Papá y tú me eligieron. No tenían que hacerlo, pero lo hicieron. —Las

lágrimas brotan de nuevo—. ¿Cómo no puedo devolverte el favor haciendo

todo lo posible para proteger a nuestra familia?

—Devolvernos el favor... —repite débilmente antes de que el color suba a sus

mejillas, y me atraiga hacia sí, sus delgados brazos me envuelven como

bandas de acero—. Cariño. No, no. Dime que no crees eso.

Estoy sollozando ahora, soy un completo desastre. Mis palabras salen

calientes y amortiguadas contra su hombro.

—Era una niña tan rara, un verdadero desastre la mayor parte del tiempo.

Quería que estuvieras orgullosa…

—Estoy orgullosa de ti. —Agarra mis hombros y me aparta para mirarme a los

ojos. Los suyos están llenos de lágrimas—. Escúchame bien, Delilah Ann. Tú

nos elegiste. Creo completamente en eso. Y en el momento en que te vi,

fuiste mi hija en todos los sentidos.

—Mamá...

Me da una pequeña sacudida.

—En todos los sentidos. ¿Entiendes?

—Sí.

Froto mis ojos que siguen goteando, estoy agotada.

Mamá agarra una servilleta y me la da, pero no me deja ir. Me arropa contra

su costado y me mece como lo hacía cuando era niña.


—Tienes una vena protectora de un kilómetro de ancho, cariño. Siempre has

sido así. No hay nada de malo en eso. Pero no dejes que Sam se aproveche

de tu naturaleza amorosa. Ella no aprenderá nada de esa manera.

Francamente, es demasiado manipuladora muchas veces.

—Mamá, es tu hija.

Se encoge de hombros.

—Amo a mis hijas, pero las veo a ambas claramente, con fallas y todo.

—Tuvo un ataque cuando descubrió que Macon y yo estábamos juntos.

—¿Te importa?

Me alejo de mi mamá y me siento, limpiando mis mejillas. Una pequeña

sonrisa desafiante hace cosquillas en mis labios.

—No, en realidad no.

—Bien. Lo superará. —Mamá me da un apretón rápido en los brazos—.

Tendrá que hacerlo porque tengo la sospecha de que ni tú ni Macon se

olvidarán el uno del otro.

Tomo aliento y miro hacia la mesa.

—Me dijo que me fuera. Dijo que necesitaba aclarar su cabeza.

Cuando mi mamá habla, su voz es suave y vacilante.

—¿Lo amas?
Amor. Mi corazón da un gran latido. He evitado el amor toda mi vida.

Lógicamente, no debería haberlo hecho. Sabía cómo era una relación feliz; el

matrimonio de mis padres era ideal. Y, sin embargo, cada vez que pensaba en

enamorarme, me sentía un poco enferma e inquieta. El amor es riesgo. Para

mí, abrirme a ciertos riesgos significaba abrirme al dolor.

—No tienes que decirme lo que sientes por Macon. Tienes que decírselo a él.

Luchas por todos los que amas. Tal vez sea hora de demostrarle a Macon que

también lucharás por él.

Luchar por Macon. No había pensado en nuestra relación en esos términos.

¿Es eso lo que quería de mí? Recuerdo la mirada en sus ojos cuando dije que

me iba. Estaba sorprendido. Decepcionado, incluso.

Me acomodo en la habitación de invitados para pasar la noche, y el dolor en

mi corazón crece tanto y es tan profundo que apenas puedo respirar. Una

cosa es cierta; mamá tenía razón cuando dijo que nunca superaría a Macon.
Capítulo 32

La luz de la pantalla parpadea sobre la oscura sala de cine. Miro fijamente las

imágenes que se reproducen con los ojos desenfocados. Solo he venido aquí

para huir. La puerta se abre, derramando luz en la oscuridad. Mi pecho se

oprime, esperando ver a Delilah, pero la decepción no tarda en llegar cuando

North entra en la habitación.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta, tomando asiento a mi lado.

—Viendo una película. Obviamente.

—Me parece que estás meditando.

Bufo sin entusiasmo.

—¿Cómo lo adivinaste?

—Siempre vienes aquí para meditar. —Sonríe cuando le muestro el dedo

corazón—. ¿Es esto una cosa sureña?

Giro la cabeza hacia un lado y me encuentro con su mirada.


—Sí. Nosotros, los caballeros sureños, meditamos en cines oscuros cuando

nos apetece. Más tarde, interpretaré todos mis monólogos favoritos de

Tennessee Williams.

North sonríe.

—Estúpidos estudiantes de literatura.

Con un gruñido, giro la cabeza hacia atrás para mirar la pantalla. Nos

quedamos en silencio. Es decir, hasta que North lo arruina hablando de nuevo.

—¿About a Boy? Esperaba que estuvieras viendo algo de cine negro.

—Me gusta esta película. —Me recuerda a Delilah. Diablos. Casi la eché de mi

casa. Al menos así lo tomó. ¿No es de extrañar que haya huido?

Necesito hablar con ella. Necesito... a ella.

Su boca se abre; luego lo cierra.

—Cierto.

—Estoy enamorado de Delilah.

Mi confesión, soltada de golpe, suena demasiado fuerte y me hace estremecer.

No quería decir eso, pero ahora que lo he hecho, me siento peor. Porque si

esto es amor, no es la cosa esponjosa que dicen que es. Y North está aquí

para presenciar mi miseria. Demonios. Confiar en la gente está sobrevalorado.

North resopla y niega con la cabeza como si estuviera siendo ridículo. A decir

verdad, me siento un poco ridículo en este momento.


—Estoy bastante seguro de que todos los que los ven juntos lo saben —

dice—. Sabía que estabas perdido en el momento en que aceptaste su loco

trato.

—¿Soy tan obvio?

—No parezcas tan horrorizado —dice—. No creo que sea obvio para Delilah. Y

claramente estabas ciego a eso.

—Ya no.

Su ceja rubia se arquea.

—¿Se lo has dicho?

—No. —Pellizco el espacio dolorido entre mis ojos—. Iba a hacerlo. Pero luego

apareció Sam, y todo se fue al infierno —explico brevemente, las palabras

suenan tan amargas en mi lengua como cuando Delilah y yo peleábamos.

—Maldición —dice cuando termino.

—Sí.

Rueda los hombros y luego se recuesta.

—¿Y ahora qué?

La pregunta es un peso de plomo sobre mi pecho.

—No sé. Demonios, no sé lo que estoy haciendo. Nunca me he... enamorado.

Miro en su dirección, pero él niega con la cabeza y ahoga una risa corta.
—No me mires. Soy la última persona que podría darte un buen consejo sobre

las mujeres.

Frunce el ceño a la pantalla como si fuera su trabajo.

—¿Te has enamorado de Sam?

Me arrepiento de haberlo preguntado porque se estremece, todo su cuerpo

retrocede como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago. Pero se

encoge de hombros ligeramente.

—Caí lo suficiente como para que me doliera al aterrizar. ¿Pero amor? —

Parece como si estuviera saboreando algo asqueroso—. Nunca fue amor con

Sam. Solo fui... ciegamente estúpido. Rápidamente, se hizo evidente que me

estaba usando como una distracción y una forma de joderte.

—Me lo temía—murmuro.

El sofá cruje cuando se vuelve en mi dirección.

—¿No estás enojado?

—Sí, estoy enojado. —Miro la pantalla—. Ella te trató mal.

Un ruido prolongado de North me hace mirar hacia él. Me devuelve la mirada

como si no entendiera.

—Quieres decir, enojado conmigo —dice.

—¿Por qué estaría enojado contigo?


—Porque Sam era tu novia de la secundaria. Demonios, Saint, me advertiste

que me alejara de ella.

—Te advertí que te alejaras de ella porque sabía cómo opera y no quería que

te vieras envuelto en sus travesuras.

—Tú también me advertiste de Delilah.

Mi risa es corta y plana.

—Ambos sabemos que lo hice por celos mezquinos.

—Tú lo dijiste, no yo.

Ambos nos quedamos callados por un momento antes de que North vuelva a

hablar.

—De hecho, vine aquí por una razón.

—¿Aparte de toda esta charla incómoda sobre nuestros sentimientos y las

mujeres que los pisotean?

Se ríe.

—No es que esto no haya sido divertido. —Se tranquiliza—. Lisa Brown está

muerta.

La sangre sale de mi cabeza tan rápido que mis manos se estremecen. Lisa

Brown. La mujer que me sacó de la carretera y tomó fotos de las secuelas. En

las sombras más oscuras de mi corazón, puedo admitir que me dio un susto

de muerte.
—¿Cómo?

—No sé si lo llamarías ironía, pero fue atropellada por un auto al cruzar

Sunset la semana pasada. Martin me lo contó hoy.

Mi aliento se expulsa con un silbido audible. Ella está muerta.

El entumecimiento se arrastra por mis dedos y flexiono la mano.

—¿Y Michelle Fredericks? —La amiga que estaba con ella—. ¿Qué pasa con

ella?

—Por lo que ha averiguado Martin, Fredericks va a volver a su ciudad natal en

Arizona. Aparentemente, eso estaba en los planes desde hace un par de

meses.

Se acabó. Cierro los ojos y aspiro un par de veces. Cuando puedo hablar, mis

palabras salen en forma de ronca.

—Soy una persona horrible, North.

—¿Por qué?

No puedo mirarlo.

—Porque estoy aliviado. Una mujer ha muerto y mi primera emoción es de

alivio.

—Eres humano, Saint. Ella te acosó. Te hirió físicamente. Muchos acosadores

nunca se rinden. Por supuesto que vas a sentir alivio cuando esa amenaza

desaparezca.
—Porque está muerta.

North me da un puñetazo en el brazo. Su expresión es decidida.

—Yo también me sentí aliviado, ¿de acuerdo? No porque la quisiera muerta.

Sino porque se había acabado. No te sientas culpable por ser humano,

hombre.

Asiento tontamente. Estoy cansado. Todo lo que quiero hacer es acurrucarme

alrededor de Delilah y dormir. Pero se ha ido. Cuando me enfrento a la noción

de la muerte real, mis celos y mi orgullo herido pierden sentido. Ella cometió

un error. He hecho cosas mucho peores cuando se trata de Delilah, y me ha

perdonado en todo momento.

—Maldición —murmuro, apoyando mi rostro en mis palmas—. No debería

haber sido tan duro con Delilah.

North no dice nada. Se ha hecho tanto silencio que me pregunto si habrá

salido de la habitación. Pero cuando levanto la cabeza, lo encuentro mirando

hacia atrás con una expresión pensativa.

—¿Qué?

Se sacude la niebla en la que se encontraba.

—Estaba pensando en lo mucho que se parecen. En las formas más básicas,

claro. Me sigue gustando más Delilah.

—Como debe ser.

Se levanta, estirando un nudo en su espalda.


—Te han dado un regalo, Macon. A veces eso es todo lo que necesitas saber.

Se dirige a la puerta.

—¿North?

Se detiene y se vuelve hacia mí.

—¿Lisa Brown? ¿Tenía algún familiar? Tal vez debería... No sé. ¿Debería

ofrecer mis condolencias?

Las tenues líneas alrededor de los ojos de North se profundizan cuando me

mira.

—Sin familia.

—Entonces se acabó de verdad.

Pienso en Lisa Brown. Una mujer que, por alguna razón, se fijó en mí como su

única oportunidad de ser feliz. Murió sola en el mundo. Solía disfrutar de mi

soledad.

Ya no quiero estar solo.

No puedo dormir. Macon está ahí fuera, dolido y molesto, y yo estoy metida

en una cama. El peso de eso hormiguea en mi piel y tiro las sábanas hacia

atrás. No puedo quedarme aquí ni un segundo más. Me visto en la oscuridad y


tomo el bolso y las llaves. Pero cuando abro la puerta de la cocina para salir,

me encuentro frente a frente con la última persona que esperaba ver: Sam.

Ninguna de las dos dice una palabra mientras Sam y yo vamos a la cocina. Me

sirvo un vaso de agua y tomo un gran trago que me quema la garganta. Por

mucho que quiera ir con Macon ahora mismo, hay cosas que necesito decirle

a mi hermana.

—Esa maldita broma con las bolitas de patatas. ¿Por qué me hiciste eso? Lo

tenías todo: belleza, popularidad, novio. Yo no tenía ninguna de esas cosas.

Todo lo que quería del baile de graduación fue divertirme. Y me quitaste eso.

Está claro que no se esperaba ese vómito de palabras, y tarda un momento en

reaccionar. Tiene la delicadeza de bajar la cabeza.

—No lo sé.

—Oh, tonterías. Tienes una buena razón para todo. Porque todo en la vida es

un juego, ¿no?

—¡Porque estaba celosa!

El grito me golpea como una bofetada. La miro boquiabierta.

—¿De qué? ¿Ser una solitaria? ¿De qué toda la escuela se burle de mí? ¿De

ser regordeta, vulgar y pasar desapercibida? ¿Cuál de esas cosas codiciabas,

Sam?

Sam se enjuga los ojos.

—¿Crees que eras vulgar? Eras bonita.


—Oh, por el amor de... comparada contigo, era promedio en el mejor de los

casos. Algo que te encargabas de recordarme a cada momento.

Sam frunce el ceño, pero luego se ríe como si yo fuera una ilusa.

—Y, sin embargo, nunca me miró como te miraba a ti. Nunca me habló como

si realmente quisiera saber lo que pensaba. Te puso un apodo a ti, no a mí.

—¿Macon? —No puedo creerlo—. Él me odiaba. Estaba saliendo contigo.

—Estaba perdiendo el tiempo conmigo. —Sus labios se fruncen

amargamente—. Y hay una delgada línea entre el amor y el odio. En el mejor

de los casos conseguí apatía. Tú conseguiste su atención. Dios, nadie lo llama

Macon excepto tú.

Sus celos son tan extraños para mí que solo puedo quedarme boquiabierta.

Me cuesta encontrar mi voz.

—¿Así que todo esto fue por Macon?

Sam se encoge de hombros y aprieta sus brazos contra su pecho.

—No. No todo.

—¿Entonces qué?

—Eras su favorita —susurra—. Mamá y papá. Siempre estuvieron muy

orgullosos de ti. —Su voz adopta el tono de mamá—. Nuestra Delilah volvió a

sacar sobresalientes. ¿Has probado la cazuela de Delilah? Declaro que es la

mejor de los cinco condados. Delilah es una niña tan especial.


Estoy sorprendida. Incapaz de respirar por un largo momento.

—Tenían que decir todo eso. ¡Porque yo era malditamente miserable, y ellos lo

sabían!

Sus ojos azules, tan parecidos a los de mi madre, brillan de indignación.

—Lo dijeron porque lo decían en serio, Dee. No puedes ser tan despistada.

Ellos te querían más a ti.

—¡Ni siquiera era su hija! —Mi grito sale de la nada, hiriendo mi pecho, mi

garganta.

—¿Qué? —pregunta Sam, desconcertada—. ¿De qué estás hablando?

—Soy adoptada.

Es una cosa ridícula de decir, dado que ella lo sabe.

Sam traga saliva con fuerza, y luego da un paso vacilante para acercarse. Su

voz se atenúa.

—¿De verdad crees que te querían menos?

—Ya no. —Mi conversación con mamá alivió los últimos restos de esas

preocupaciones—. Pero en aquel entonces, siempre estaba en mi mente. La

extraña Delilah, sobresaliendo como un pulgar dolorido entre el resto de

ustedes.

Sam niega con la cabeza.


—Diablos, Dee. Ellos te eligieron. Fui una llegada inesperada; tenían que

amarme.

Mi risa es desquiciada.

—No puedo creerlo. ¿Todo este tiempo estuviste celosa del amor de nuestros

padres por mí, y yo estaba celosa de lo mismo?

En la alegre cocina de nuestra madre, Sam y yo nos miramos fijamente, y

entonces ella empieza a reírse.

—Supongo que lo estábamos.

Las dos nos reímos; en realidad no es por diversión. Estoy demasiado

maltratada, pero se siente bien dejarlo pasar. Sam termina con una

respiración nerviosa y luego se tranquiliza. Tentativamente, extiende la mano y

acepto su abrazo. Huele a Chanel y a los cigarrillos que sé que todavía fuma a

escondidas.

—Lo siento, Dee. Lo siento mucho.

—Me has hecho daño.

Aún estoy herida.

—Lo siento —dice de nuevo. Sé que lo dice en serio. Pero no me parece

suficiente.

—Y dejaste que Macon cargara con la culpa.


Su nariz se arruga. Con el rostro rojo y los ojos llorosos, sigue siendo hermosa.

Sigue siendo reservada.

—Él insistió. La noche que me dejó, dijo que lo haría por mí por todo lo que

habíamos pasado juntos, pero que había terminado con las hermanas Baker.

No fue exactamente lo que me dijo Macon. En la versión de Sam, Macon la

estaba protegiendo a ella, no a mí. Esto otra vez. Las mismas viejas

manipulaciones y verdades retorcidas. Me alejo de su abrazo.

—Debiste decírmelo.

—Lo sé.

Sam se muerde el labio inferior.

—Lo hecho, hecho está.

Ella se anima ante eso.

—Y oye, volví y traje el reloj como había prometido.

¿Quiere una galleta por hacer lo correcto? Por dentro, me entumece un poco

más. Es mi hermana. Pero la persona en la que se ha convertido es la peor

versión de ella.

No me mira a los ojos.

—Fue estúpido tomar el reloj. Nadie lo tocaría… —Se detiene con un sonido

estrangulado, dándose cuenta de lo que ha dicho.


La miro, la decepción es tan aguda que parece que no puedo moverme. Trató

de vender el reloj.

—¿Qué te pasa, Sam? ¿Por qué necesitabas tanto dinero?

El titilar suave de su mandíbula se eleva.

—Lo acabo de hacer.

—¿Trescientos mil dólares? ¿Por qué?

Cuando finalmente se vuelve hacia mí, sus ojos son severos.

—Tengo un poco de adicción al juego. A veces me quedo sin fondos.

Podría haberme derribado con una pluma. Sam sonríe.

—Deberías ver tu rostro, Dee. Tan conmocionada.

—Esto no es gracioso.

—No —dice—. No lo es. En cualquier caso, he tenido una buena racha y ya no

necesito dinero.

¿Una buena racha? Mi hermana es una jugadora y nunca me di cuenta. ¿En

qué demonios se ha metido?

—Sammy…

—Es mi asunto, así que no te pongas en plan Santa Delilah y trates de

arreglarlo.
Mi impulso es replicar, regañarla. Pero de repente estoy cansada. No quiero

pelear con ella. Solo quiero seguir con mi vida en paz.

—No te preocupes, Sam. He aprendido mi lección. Ahora peleas tus propias

batallas. He terminado oficialmente.

El reloj en la pared hace tic-tac alto y claro mientras ella me mira. Alguna

emoción pasa por su rostro, arrepentimiento o preocupación, no puedo decirlo,

luego toma aire y endereza los hombros.

—Yo también aprendí mi lección. No más robos para mí.

Lo dice como una broma de la que se espera que me ría. No puedo. Me

preocupa que sea tan simplista con su problema. Me preocupa que, a pesar

de su buena racha, pueda seguir debiendo a alguien una cantidad de dinero

inimaginable. ¿Cómo la pagó sin usar el reloj de Macon? Pero me muerdo la

lengua. Si voy a cumplir mi palabra y no meterme en sus asuntos, tengo que

empezar ahora.

—Delilah —comienza Sam después de un momento—. Este asunto con Saint,

dime que no es serio.

Me muevo hasta el final de la mesada y limpio un anillo de agua.

—Sé que fue tu novio durante la escuela. Y no me habría ido con él si no

fuera... —Tomo una bocanada de aire y la miro de frente—. Sí, esto es serio.

Me importa.

La piedad llena sus ojos.


—Oh, Dee, deberías saberlo. Saint no es capaz de amar.

—Eso no es cierto...

—¿Te dijo que te ama? —Su tono implica que ya sabe que no lo hizo.

Te adoro. Cada. Maldito. Centímetro.

—Aún no hemos dicho esas palabras...

—Y nunca lo hará. —Ella camina hacia mí, con esa maldita lástima en su

maldito rostro—. Porque te está tomando por tonta. Sé que no me crees, pero

te observó todos esos años. A Saint le habría encantado meterse en tus

pantalones, aunque solo fuera para tener la experiencia de atraparte.

—¿Por qué eres así? —respondo agresivamente—. ¿Por qué odias tanto todo

lo bueno que llega a mi vida? Esto va más allá de los celos. Es cruel.

Sam se detiene.

—Estoy tratando de ayudarte.

—Esto no es ayuda. Este es un intento de desgarrar mis inseguridades.

—Dee —entona como si yo fuera una niña—. Si tienes esos miedos, debes

preguntarte por qué.

—No voy a escuchar más esto.

Sam agarra mi muñeca, y sus lágrimas están de vuelta.


—Él me usó. Durante años me usó porque estaba aburrido. También te usará

a ti, porque eres algo seguro y familiar.

Ella me conoce muy bien. Conoce todos los puntos débiles y las formas de

dar un golpe directo. Siempre lo ha hecho. Quiero reírme hasta aullar. La bilis

llena mi boca. Me la trago y me quema.

Sam se queda ahí, engreída, pero haciendo lo posible por parecer triste.

—Piensa lo que quieras. Pero pregúntate si realmente estás dispuesta a

arriesgar nuestra relación con alguien tan vacío emocionalmente como Macon

Saint. El chico que hizo de tu vida una miseria.

Cuando no respondo, Sam se encoge de hombros y se gira para tomar un

vaso del gabinete como si no hubiera tratado de cortarme las piernas.

Mientras tararea y se sirve una copa de vino blanco de la nevera, pienso en

Macon. Cada palabra que dijo. Cada palabra que dije. La forma en que me

tocó. La ternura y la necesidad en sus ojos cuando me miró. La forma en que

se rio conmigo, tomó mi mano, me habló de su dolor. Las cartas que escribió.

Él mintió. Sam mintió. Mentí.

Todo el mundo miente a veces.

Sam sigue tarareando. Una melodía estúpida.

Tomo mis llaves en la mano.

—¿Samantha?

Ella levanta una ceja expectante.


—Te quiero muchísimo.

—Yo también te quiero, Dee. Me alegro de que hayamos arreglado eso…

—Te quiero —interrumpo—. Pero has sido una hermana de mierda. Llámame

cuando decidas crecer de una maldita vez.

La dejo a ella y sus protestas atrás.

Se ha ido. La presioné y se fue. Me digo a mí mismo que eventualmente

volverá. No es como si fuera a dejarla ir sin más discusión. No me voy a rendir.

Pero no puedo controlar el resultado de todo. Lo que significa que podría

perderla.

¿Realmente la tenía? Aquí, en la oscuridad, todo se siente como un extraño

sueño. Tal vez me lo imaginé todo. Tal vez todavía estoy atrapado en los

restos de un auto.

—Diablos —digo, asqueado de mi propio drama.

He leído demasiados guiones. Me pongo de lado y trato de ponerme cómodo.

Cuanto antes me duerma, antes podré despertarme y verla.

El sonido de la puerta principal abriéndose me hace sentar tan rápido que mi

cabeza da vueltas. La casa es demasiado grande para oír algo. Podría ser
Delilah. Por otra parte, podría no serlo. Me levanto de la cama, agarro mi

bastón desechado como arma y me dirijo hacia la puerta del dormitorio.

Escucho el sonido familiar de sus pasos un segundo antes de que entre en la

habitación. Me ve justo cuando estoy bajando el bastón y chilla.

—Jesús —grita, sosteniendo su pecho—. Me has dado un susto de muerte.

Con el corazón palpitando por la adrenalina liberada, me desplomo contra la

pared.

—No soy yo quien se cuela en habitaciones a las dos de la mañana.

Su rostro ensombrecido es una imagen de indignación.

—No me colé, vivo aquí.

Esas palabras rompen la tensión que ha tenido a mi cuerpo prisionero durante

las últimas horas.

—Has vuelto —le digo. No me dejes otra vez. No te vayas.

Delilah también se relaja. Está descalza y sigue llevando los jeans y la

camiseta rosa con los que se fue. Está demasiado oscuro para verla bien,

pero parece... no feliz, pero sí tranquila.

—Volví. —Hay vacilación en su tono, como si no estuviera segura de si

debería estar aquí. El hecho de que no lo sepa es una tragedia—. ¿Está bien?

—¿Bien? —suelto un suspiro—. Tuvimos una pelea, Delilah. Va a pasar de vez

en cuando.
Una sonrisa lenta florece.

—Probablemente muchas veces.

Yo también sonrío. Se siente frágil, pero bien.

—Espero que no demasiado.

Sus dientes se enganchan en su labio inferior, y ella muerde, mirándome por

debajo de sus espesas pestañas.

—¿Pero después podemos hacer las paces?

Dios, quiero hacer las paces. Y luego reconciliarnos un poco más. Pasar toda

la semana haciendo las paces.

—¿Vienes a la cama?

Estoy así de cerca de rogar.

Delilah camina hacia la cama, dirigiéndose en una franja de luz de luna que se

cuela a través de las ventanas del dormitorio. Pero se sienta en lugar de

deslizarse bajo las sábanas.

—Debería haber esperado hasta la mañana y dejarte dormir.

De ninguna manera.

—Pero quería hablar contigo —continúa.

No me gusta la forma en que se mantiene tan rígida. Me pongo en guardia y

vuelvo a sentir la tensión en el cuello. Me siento junto a ella en la cama.


—Delilah, puedes decirme cualquier cosa.

Sus dientes se enganchan en el labio inferior.

—He hablado con Sam.

No estoy seguro de a dónde quiere llegar, pero la tristeza en sus ojos es

dolorosa.

—No pareces feliz por ello.

Hace una mueca.

—Nada es fácil cuando se trata de Sam.

Nada más cierto.

—¿Estás bien? —pregunto.

—Lo estaré.

Lo que significa que ahora no lo está. No puedo evitar tomar sus manos y

sostenerlas entre las mías.

Ella pasa sus dedos por los míos.

—Siento mucho no haberte dicho lo de la llamada.

—No pasa nada. Entiendo por qué no lo hiciste.

Ahora que me he calmado y me he enfrentado a unas horas oscuras y

solitarias sin ella, entiendo muchas cosas.

Su mirada busca mi rostro con una ternura que siento a lo largo de mi piel.
—Pero, sobre todo, lamento no haberte dicho exactamente por qué me sentía

vulnerable. Puede que me equivoque cuando se trata de ti, Macon, pero confío

en ti más que en nadie. Nadie me ve como tú lo haces. Es un regalo que

nunca vi venir, pero lo aprecio con todo mi corazón.

—Oh, demonios, Delilah...

Me acerco a ella y le aprieto suavemente la nuca. Pero no me deja atraerla.

Su mano se posa en mi pecho, sin apartarme, pero descansando allí como si

necesitara sentirme tanto como yo necesito sentirla a ella.

—Déjame decir esto.

Cuando asiento, parece armarse de valor.

—Me he dado cuenta de algunas cosas. Primero, mi hermana es una imbécil.

Me ahogo con una risa, muy sorprendido.

Pero Delilah no se da cuenta; sus labios se fruncen en señal de desaprobación.

—No sé por qué es así. Hemos tenido una educación esencialmente idéntica.

Y, sin embargo, acabó siendo egoísta y mezquina. Encuentra la debilidad de

una persona y la explota. Que me lo haya hecho durante tanto tiempo me

duele, y, sin embargo, me da pena porque podría ser mucho más, aunque

quiera darle un puñetazo en un pecho por todo lo que ha hecho. A pesar de

todo eso, la sigo queriendo. No puedo evitarlo. Lo hago y siempre lo haré.


—Es tu hermana. Por supuesto que lo harás. —Mi pulgar recorre su mejilla—.

Lamento haber tratado de hacerte sentir culpable por ayudarla. Estaba celoso,

y no debería estar…

Delilah me toca la barbilla, haciéndome callar al instante.

—No he terminado. —Toma una respiración inestable—. Me di cuenta de que

cuando mi madre dijo que siempre mantendría la esperanza en Sam, fue por

amor, no porque tuviera vendas. No puedo proteger a mi madre contra las

travesuras de Sam porque siempre las ha visto claramente. Simplemente la

ama de todos modos.

—Ella ve lo bueno en todos. Siempre la admiré por eso.

Delilah murmura en un vago acuerdo. Luego se mueve nerviosamente, alisando

una arruga en las sábanas, acomodando un mechón de su cabello hacia atrás,

mirando a todos lados menos a mí.

—Eso me lleva a mi último punto.

—De acuerdo —le digo, porque ella se queda callada.

Exhala una fuerte bocanada de aire, como si se preparara.

—Si Sam se saliera con la suya, tú y yo volveríamos al punto de partida. Te

odiaría para siempre y nos separaríamos como enemigos. De hecho, me rogó

que te dejara. Insinuó que nuestra relación abriría una brecha entre ella y yo

que nunca sanaría.


Quiero protestar. Despotricar un poco. Pero eso no me llevará a ninguna parte.

Aun así, tengo el pecho oprimido y dolorido mientras Delilah continúa.

—Puede que tenga razón sobre esa brecha.

No, no, no. Ella no puede.

—Mientras despotricaba y lloraba, me quedé pensando en no volver a verte...

—Delilah...

—La absoluta inutilidad de eso... —Mueve la cabeza distraída—. Como si

pudiera alejarme de ti y no sentirlo como la pérdida de un miembro. Fue ese

momento cuando me di cuenta, sin duda, de que te amaba.

—Yo... —Mi aliento se convierte en un susurro cuando sus palabras realmente

me golpean—. ¿Qué?

Su sonrisa es suave, incluso tímida.

—Te amo, Macon Saint. Mucho.

Con los labios entumecidos, la miro fijamente, incapaz de decir una palabra, y

mucho menos de pensar. Un fuerte golpe suena con fuerza y rapidez, y me

doy cuenta de que es mi corazón.

—¿Macon?

Delilah comienza a fruncir el ceño, levantando la mano para tocar mi mejilla

sin sangre. Estoy pálido, lo sé. Entonces mi aliento se libera, y el calor se

precipita a lo largo de mis miembros hormigueantes.


—Nadie me ha dicho eso nunca. Nadie.

Ni mi madre, ni mi mierda de padre. Ni una sola persona. Nunca he oído esas

palabras dirigidas a mí. Hasta ahora.

Hasta ella.

Delilah.

Delilah me ama.

Me estremezco, la acerco hacia mí, incómodo y torpe mientras la aplasto

contra mi pecho y la agarro con fuerza, mi nariz enterrada en su cabello.

—Yo también te amo. Yo también te amo.

Con un suspiro, se apoya en mí, con su mejilla pegada a mi corazón.

—Ha sido un largo camino hasta llegar aquí.

—Siempre estuvimos en ello, Delilah. —Aflojo mi agarre, dejando que mis

manos recorran la curva de su espalda. Presiono mis labios en su sien, los

apoyo allí, y la inspiro—. Amarte era inevitable. Te metiste en mi piel a los

once años y nunca te fuiste.

Sonríe y se aparta lo suficiente para mirarme. Dios, todo está en sus ojos.

Realmente me ama. Como si supiera que no puedo superar esa verdad,

acaricia mi nuca con dedos cálidos y suaves.

—Voy a amarte, Macon Saint. Tanto tiempo y con tanta fuerza que no vas a

recordar lo que se siente estar sin amor.


Y es entonces cuando finalmente ocurre. El calor punzante que se acumula

detrás de mis párpados se convierte en un borrón y se desliza. No lo oculto.

Es un alivio.

—No sé mucho sobre el amor, aparte de lo que siento por ti. Puede que me

equivoque, pero sé esto: eres totalmente preciosa para mí. Te honraré cada

maldito día de mi vida, si me lo permites.

Enmarco su rostro con mis manos mientras las palabras salen graves e

inseguras, pero directamente desde mi corazón.

—Y lo que hay entre nosotros, Delilah, es para siempre.


Epílogo

—Mira lo que mi madre ha encontrado en el ático. —Sostengo en alto el

maltrecho libro de cuero rojo en cuestión mientras Macon entra en la

caravana vestido con toda la ropa de Arasmus.

Dios mío, el hombre es sexo en cuero con esa ropa. Nunca sabré cómo no he

apreciado la gloria del Rey Guerrero hasta ahora.

Deja su hacha y está a punto de desabrochar el tahalí de cuero que sostiene

su espada cuando su mirada choca con la mía. Una lenta y dulce sonrisa se

extiende por su rostro manchado de tierra.

—Deja de mirarme con esos ojos sexys, señorita Delilah.

Reconozco esa orden. Ya se la di una vez. Humedezco mi labio inferior y sigo

mirándolo.

—¿Ojos sexy?

Macon avanza lentamente, sonriendo con intención.

—Sí, ojos sexys. Haciéndome ojitos como si...


—¿Quisiera meter mi cabeza entre tus muslos y chuparte lentamente hasta

que los dos lleguemos al orgasmo? —le ofrezco.

Con un gruñido bajo que va directo a todos mis lugares felices, me levanta y

nos lleva a los dos de vuelta al pequeño sofá, esta vez conmigo sentada a

horcajadas sobre su regazo.

—Buen truco —murmuro.

Me aparta el cabello del rostro y me besa profunda y largamente.

—Sabes a miel. —Su lengua se desliza sobre la mía en un lánguido

deslizamiento—. Hablando de trucos, decías algo de chupar.

Ya estoy desatando sus pantalones de cuero. Se desliza libre, caliente y

pesado. Larga vida al Rey.

Dos orgasmos más tarde, estamos desplomados en una maraña sudorosa, y

Macon juega con las puntas de mi despeinado cabello. Desde fuera llegan los

gritos o las llamadas ocasionales de varios miembros del equipo, pero en

nuestra caravana todo es acogedor y tranquilo.

Cuando Macon tuvo que volver al trabajo, me animó a seguir mi viaje por Asia,

que él siempre estaría allí, esperándome. Estaba lista para ir, pero de alguna

manera, me encontré en un avión a Islandia, donde Macon está filmando esta

temporada de Dark Castle. Ya no quería hacer el viaje de mi vida si él no

estaba allí para compartirlo conmigo. Así que nos vamos en otoño.
El restaurante, al que llamaremos Black Delilah, está en proceso de renovación.

Hablo por Skype con Ronan a diario, y esperamos abrir el año siguiente.

Debajo de mí, Macon se mueve un poco para estar más cómodo. Pero no me

suelta.

—¿Dijiste algo sobre un libro?

Mi risa es débil y perezosa.

—¿Cuándo me distrajiste con tus pectorales sexys? Sí.

Él resopla.

Lentamente, me suelto de él y recojo el libro que ha acabado en el suelo.

—Es el diario de mi infancia.

La ceja oscura de Macon se arquea.

—¿Quiero saberlo?

Sonrío, mientras me arrastro de vuelta a su regazo y descanso mi cabeza en

su gran hombro.

—Probablemente, es justo como sospechas. Pero lo leo ahora, y todo lo que

siento es un cariño feliz. Aquí, echa un vistazo.

—¿Estás segura?

Está mirando el diario como si fuera a morder.


—Cariño, no hay nada entre nosotros ahora más que amor. Además, lo

agregué, y todo está como debe ser.

Querido Diario (11 años),

Todavía no tengo un perro. Mamá dice que soy alérgica y papá no quiere

entrar en razones. Es una trampa conspirativa ¡Es una farsa!

En otras noticias, hoy llamé a Macon Saint un canal anal, la cosa más vil y
repugnante que se me ocurrió. Lamento decirlo, mamá estuvo de acuerdo. Si

hubiera sabido que estaba detrás de mí, habría esperado hasta más tarde
para llamar así a Macon.

Ahora mis dedos están irritados y malolientes porque pasé el día puliendo
toda la plata, incluida la vajilla navideña de la abuela Belle. La única justicia es
que Macon también tuvo que pulirla porque mamá lo escuchó llamarme

maldita.

Pero sigue sin ser justo porque Sam, que empezó todo el asunto diciéndole a

Macon que la sopa de ostras de mamá me dio diarrea, escapó libre como un
pájaro. ELLA tenía una vista clara de la entrada de la guarida y cerró su gran
boca tan pronto como vio venir a mamá.

No sé a quién odio más, a Sam o a Macon.


Sam.

Macon.

A los dos.

No, definitivamente a Macon.

Querido diario,

Hoy era el día en que planeaba participar con mi primer pastel en el horneado
de verano de la iglesia. Siempre he estado esperando para tener trece años, la

edad mínima oficial para los participantes. Mamá me convenció de que me


pusiera el vestido azul cielo con tirantes que ha estado colgado en mi armario
desde la primavera, y tuve que admitir que me quedaba bastante bonito.

Pronto llegué a arrepentirme de mi decisión. Al verme, Macon Saint, cabeza


de mierda y cara de ano, me preguntó (en voz alta) si estaba pasando de

contrabando plátanos pequeños bajo mi vestido. Justo en frente de Jonas


Hardy, Macon sabía que estaba enamorada de él. La estúpida de Sam le
cuenta todo.

Jonas se rio, y Macon empezó a llamarme Tetas de Plátano. Y yo... Me enfadé


tanto que lancé mi amada tarta de crema de plátano (oh, ¿por qué tenía que
ser de crema de plátano??) en el gordo rostro de Macon. Solo que la rata se

agachó, y mi hermoso pastel golpeó de lleno en el rostro a la mezquina señora


Lynch.
¡La humillación! Ahora estoy castigada por el resto del verano y tengo
prohibido presentar tartas en los concursos de la iglesia.

Odio a Macon Saint. Lo odio. ¡¡A él!!

Querido diario,

Anoche, besé a un chico. Primer beso. Fue agradable. Hasta que no lo fue. En

definitiva, estoy muy decepcionada.

Solo fui a la fiesta de cumpleaños de Geoff Martin porque mamá dijo que
sería de mala educación ignorar la invitación. No tenía ganas de decirle que

probablemente me habían invitado porque Geoff estaba desesperado porque


Sam apareciera.

Como se sospechaba, la fiesta fue horrible. Tuvimos que jugar a un estúpido

juego llamado El Cobertizo. Básicamente, todo el mundo tomaba un papel


numerado y, cuando salía tu número, ibas al oscuro cobertizo del jardín y
besabas a la persona que tenía el número correspondiente. La idea era que

nunca se supiera a quién se besaba hasta el final de la noche, cuando


mostrabas el número y descubrías quién tenía el mismo.

Quería vomitar. Correr. No sé. Sam me llamó gallina, así que me quedé.

Nunca vi el rostro del chico. Todo lo que sé es que su aliento olía a menta, y

sus labios eran suaves y dulces. Me impactó tanto el contacto, y la forma en


que hizo que mis entrañas se calentaran, que salí corriendo del cobertizo
como si estuviera en llamas. Como una gallina. Y eso fue todo. Sorprendente,
pero al fin y al cabo una decepción de mi propia creación.

Sin embargo, no me sorprendió que Macon y Sam revelaran que tenían el


número seis. Macon había crecido varios centímetros y se ha convertido en el

chico más suspirado de la escuela. ¡Qué asco! Todas las chicas, excepto yo,
habían querido sacar su número. No sé cómo lo hizo, pero sé que Sam hizo
trampa para conseguir ese número. Fue la Srta. Calcetines Engreídos toda la
noche.

Mi noche empeoró. Estábamos a punto de irnos cuando descubrí que había


besado a Xander Dubois, uno de los amigos de Macon, quien me guiñó un ojo

y me dijo que podía sentirme libre de pasarle la lengua cuando quisiera,


siempre y cuando pudiera tocarme los pechos a cambio. ¡Qué asco! Me fui a
casa decepcionada, y Sam terminó la noche como novia de Macon. Qué el

Señor nos ayude a todos.

Odio los besos.

Querido diario, (16 años)

Hay palabras mucho mejores que odio. Aborrecer es una. Aborrecer. Me


encanta cómo sale de la lengua... abo-rre-cer. O detestar. Tan bonito y nítido.

“Lo detesto”. ¿Aborrezco? No, eso es demasiado ligero. No puedes conseguir


una buena burla con “aborrecer”. Aunque tiene una cierta cualidad de
esnobismo. “Simplemente, lo aborrezco, cariño”.
Me estoy escondiendo en mi habitación porque Macon Saint está aquí. Llegó
poco después del juego de béisbol de la escuela, un juego que perdió cuando
no pudo atrapar una pelota alta, lo que resultó en que Greenfield High tomara

la delantera. No es que dijera algo; soy una dama, después de todo. Aunque
puede que haya elogiado la destreza atlética del equipo de Greenfield. Sam
me llamó traidora; tiene que mostrar lealtad a la escuela, es una animadora.

De todos modos, ha estado rondando como un mal olor desde entonces. Le


pregunté si tenía previsto pagar el alquiler aquí en algún momento, lo que le

valió una reprimenda de mamá, mientras Macon recibía galletas y el mejor


asiento de la sala de estar. Bah. Se la jugó algo bien, haciendo una sutil
mueca de dolor cuando volvió a la cocina para poner su plato en el lavavajillas.

Mamá instantáneamente comenzó a quejarse, preguntándole si se había


hecho daño durante el partido. Macon se rio, insistiendo en que estaba bien y

que solo estaba un poco tenso por estirarse demasiado. Oh, pero es un buen
actor, dejando que veamos solo un poco de dolor en sus ojos, dejando que
mamá piense que está tratando de ocultar esa mueca de dolor. Funcionó

como un encanto. Ahora está invitado a cenar.

Odio odiar cuando Macon cena con nosotros. La rata siempre me hace caras
que nadie más capta. Eso, o me patea bajo la mesa, o trata de aplastar mis

dedos con su gran y estúpido pie. Esta noche me pondré mis botas con punta
de acero que mamá odia y le daré una buena paliza.

Delilah Ann
Querido diario,

Dicen que hay una fina línea entre el amor y el odio. No sé si eso es cierto

para todas las situaciones, pero ¿para mí? Bueno, juzguen ustedes. Porque
amo a Macon Saint. Tengo tantas palabras para Macon: amor, lujuria, ternura,
alegría, esperanza y amor. Siempre amor. En algún momento del camino, él y

yo nos hicimos parte el uno del otro. Todo lo que necesitábamos era accionar
el interruptor. ¿Estás sorprendido? Dado que todo este libro estaba dedicado
a Macon, de alguna manera dudo que alguien lo esté. Siempre se trató de

Macon. Y siempre lo hará.

Menú de la cena de Delilah

● Bramble de mora, ginebra y trufas de maní.

● Ostras con brunoise de sandía y habanero.

● Galletas de nata y mantequilla de melocotón ahumado.

● Panna cotta de yogur con langostinos y verduras de primavera.

● Bacalao con tortilla de patatas, emulsión de marisco y fruta con hueso.

● Tarta de plátano con chocolate amargo.

Fin
Agradecimientos
Muchas gracias a mi encantadora agente, Kimberly Brower; al maravilloso y

trabajador equipo de la editorial Montlake; y un agradecimiento especial a mi

editora, Lauren Plude. Estoy muy contenta de que por fin hayamos vuelto a

trabajar juntas. Es un gusto.


Próximo Libro
Make It Sweet

La vida de Emma no es buena. El mundo la conoce como la princesa Anya en

Dark Castle, pero luego su personaje es eliminado, literalmente. La guinda del

pastel es encontrar a su novio en la cama con otra mujer. Necesita un

descanso, y el santuario llega en forma de Rosemont, una preciosa finca en

California que promete descanso y relajación.

Entonces conoce al nieto del propietario, Lucian Osmond, ex jugador de

hockey y actual recluso, y ve su propio dolor y anhelo reflejados en sus ojos.

Es encantador cuando quiere, pero también reservado y brusco, con unos

muros protectores tan gruesos como los de la propia Emma. A pesar de su

creciente atracción, se evitan mutuamente.


Pero entonces se produce un chapuzón nocturno improvisado, y las deliciosas

tartas caseras y pasteles de nata de Lucian empiezan a llegar a la puerta de

Emma, tentándola a saborear de nuevo la vida...

Al tratar de mantenerse separados, sólo consiguen acercarse más, y sus

piezas rotas podrían encajar y hacer que se unan.


Sobre La Autora
Kristen Callihan es autora porque no hay otra cosa que preferiría ser. Es una

de las autoras más vendidas del New York Times, el Wall Street Journal y el

USA Today. Sus novelas han recibido buenas críticas de Publishers Weekly y
Library Journal. Su primer libro, Firelight, recibió el Sello de Excelencia de la
revista RT y fue nombrado mejor libro del año por Library Journal, mejor libro

de la primavera de 2012 por Publishers Weekly y mejor libro romántico de

2012 por ALA RUSA. Cuando no está escribiendo, está leyendo.

También podría gustarte