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Las crisis de ansiedad son estados de extrema ansiedad de breve duración y rápida
instauración que se acompañan de síntomas físicos, como sensación de falta de aire,
palpitaciones, presión en el pecho, mareo y miedo a perder el control o a morir. El
tratamiento, tanto psicológico como farmacológico, ofrece magníficos resultados y evita
que se complique con otros trastornos de ansiedad, como la Agorafobia o el Trastorno
de ansiedad generalizada. Eventualmente, no tratarlas durante mucho tiempo puede
llevar a la Depresión mayor o al consumo de sustancias.
Los ataques de ansiedad se pueden manifestar de forma muy variable. Recordemos que
la crisis aparece de forma súbita y en pocos minutos alcanzan su máxima intensidad. A
continuación, vamos a enumerar los distintos síntomas de un ataque de ansiedad:
aceleración del pulso o sensación de palpitaciones (el corazón late más deprisa y
con más fuerza)
sensación de ahogo o dificultad para respirar (puede parecer un ataque de asma)
presión en el pecho (puede parecer un infarto al corazón)
sudoración
temblor
dolor de cabeza
llanto o gritos incontrolables
ganas de vomitar (náuseas) o molestias gastrointestinales
sensación de mucho calor o escalofríos
mareo, aturdimiento o sensación de desmayo
hormigueo en las manos o en la cara
sensación de irrealidad (desrealización) o verse en tercera persona, como desde
fuera (despersonalización)
miedo a “volverse loco” o a perder el control
miedo a morir de forma inminente
Con esta descripción de síntomas, cualquier persona (aunque no haya sufrido un ataque
de pánico antes) entendería lo desagradable que puede llegar a ser. Normalmente,
después de vivir un episodio así, las personas desarrollan una inquietud o preocupación
continua ante la posibilidad de que la crisis de ansiedad se repita. El temor les lleva a
modificar sus hábitos y conductas, con el objetivo de evitar nuevas crisis de pánico. Así,
evitan hacer deporte o acudir a determinados lugares que relacionan con las crisis,
pudiendo desarrollar posteriormente una Agorafobia o una Depresión.
La gran mayoría de las personas con ataques de ansiedad los relacionan con
situaciones de estrés recientes. Estas situaciones de estrés pueden ser problemas
personales, familiares, laborales, económicos, de salud o experiencias recientes con
drogas. Las personas que sufrieron abuso infantil también tienen más riesgo de tener
crisis de angustia en la edad adulta y adolescencia.
Como hemos mencionado anteriormente, se pueden sufrir crisis de ansiedad sin que se
realice el diagnóstico de Trastorno de pánico. En estos casos, las crisis de ansiedad
pueden ser precipitadas por cualquier otro trastorno de ansiedad. Por ejemplo, la
exposición a situaciones fóbicas, como puedan ser las arañas para algunas personas,
puede desencadenar una crisis de ansiedad. El consumo de tabaco es un factor de
riesgo para los ataques de ansiedad y el cannabis puede producir como efecto
indeseable una crisis de ansiedad. Las personas con Agorafobia pueden tener una crisis
de ansiedad al viajar en metro, mientras que las personas con estrés postraumático por
un atentado pueden tener una crisis de pánico cuando oyen estallar un petardo. Incluso
algunas afecciones médicas pueden producir una crisis de ansiedad.