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TEMA 4: MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98.

CARACTERÍSTICAS, AUTORES Y
OBRAS FUNDAMENTALES

Estos dos movimientos surgieron como consecuencia de la crisis de fin de siglo. La


diferenciación, muy discutida, se mantiene aún por razones didácticas.
El Modernismo es un movimiento artístico que se inició hacia 1880 y se mantuvo vigente hasta
la Primera Guerra Mundial aproximadamente. Sus primeras manifestaciones literarias tuvieron
lugar en Hispanoamérica, a partir de 1880, fruto del deseo general de renovación de la literatura.
En sus orígenes hay una rebelión contra el espíritu utilitario de la época y el materialismo de la
civilización burguesa e industrial. Del parnasianismo tomó la perfección formal, los temas
exóticos y el concepto de “el arte por el arte”. De los simbolistas, el ritmo y la musicalidad del
verso, así como el arte de evocar y sugerir.
Los temas de la literatura modernista son:
· La búsqueda de la belleza, único medio de huir de la realidad cotidiana y de mostrar su
desacuerdo con ella.
· Las evocaciones históricas y legendarias en las que abundan motivos coloristas.
· La expresión de la intimidad personal: la melancolía, el hastío y la tristeza como
manifestaciones del malestar existencial.
El ideal de belleza determina también los principales rasgos del lenguaje y el estilo
modernistas:
· Léxico muy seleccionado, con preferencia por las palabras musicales y cultistas que
expresan luz y color.
· Empleo de recursos estilísticos: aliteraciones, sinestesias, metáforas, etc.
· Renovación de la métrica: destaca la introducción de los ritmos de intensidad de la
poesía latina, basados en los pies acentuales, que producen gran musicalidad.
Los principales escritores modernistas son los siguientes:
- En Hispanoamérica, aparte de Rubén Darío, destacan José Martí y José Asunción Silva
entre otros.
- En España, influidos por Rubén Darío, son relevantes Eduardo Marquina, Francisco
Villaespesa y Manuel Machado. El movimiento influyó además en Antonio Machado,
Juan Ramón Jiménez y Valle Inclán.
Rubén Darío. Azul, Prosas profanas, Cantos de vida y esperanza (poesía lírica). Ejerce una
influencia decisiva en la renovación de la poesía española contemporánea.

La Generación del 98 debe su nombre a Azorín, que lo propuso en una serie de artículos de
1913 para referirse a un grupo de jóvenes escritores que había empezado a publicar hacia
finales de siglo. Contemporáneos de los modernistas, compartían con estos una misma actitud
de protesta contra la sociedad y contra el estado de la literatura, pero sus preocupaciones eran
otras: el problema de España y cuestiones filosóficas, básicamente.
Como rasgos distintivos destacamos los siguientes:
· Su preocupación por el problema de España, especialmente en el plano de las ideas y
creencias.
· Las preocupaciones filosóficas, como el sentido de la existencia o el destino del hombre.

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· Unas mismas inquietudes literarias: crítica del realismo; búsqueda de un lenguaje
preciso y natural; innovaciones en los géneros literarios, particularmente en la novela y
en el ensayo.
Entre los precursores, cabe citar a los regeneracionistas, preocupados de sacar a España de la
decadencia en que se encontraba, y a Ángel Ganivet.
Los nombres más relevantes son: Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Azorín, Ramiro de Maeztu,
Antonio Machado y Valle-Inclán.
Miguel de Unamuno. Sus escritos constituyen una profunda reflexión filosófica y religiosa sobre
la incertidumbre de una existencia humana que se sabe efímera y se desea eterna y sobre el
anhelo de un Dios que la razón no alcanza a comprender.
- Novela: Amor y pedagogía, Niebla, La tía Tula, San Manuel Bueno, mártir.
- Teatro: Fedra,
- Ensayo: En torno al casticismo, Vida de don Quijote y Sancho,
- Poesía: El Cristo de Velázquez.
Pío Baroja. Combina el Naturalismo con las ideas de los pensadores alemanes de finales del
XIX, singularmente de Shopenhauer. La busca, Zalacaín el aventurero, El árbol de la ciencia.
José Martínez Ruíz, “Azorín”. La pulcritud de su prosa se ha convertido en un verdadero
modelo estilístico. En ella revalorizó el paisaje y la literatura española tradicional.
- Novela: La voluntad, Antonio Azorín, Las confesiones de un pequeño filósofo.
- Ensayo: La ruta de don Quijote.
Ramiro de Maeztu. Hacia otra España (ensayo). Como les sucedió a otros miembros de la
Generación del 98, evolucionó políticamente desde el socialismo hacia ideas tradicionales.
Antonio Machado. Soledades (libro de influencias modernistas), Campos de Castilla (se
caracteriza por una poesía más desnuda, en la línea de Unamuno y de la Generación del 98),
Nuevas canciones (poesía lírica).
Valle-Inclán. Escribió siempre con una actitud renovadora y antirrealista. En su producción se
distingue un período modernista y el de los esperpentos.
- Novela: Sonatas, Tirano Banderas.
- Teatro: Comedias bárbaras (trilogía), Luces de Bohemia, que desarrolla la estética del
esperpento.

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Rubén Darío. Azul

ACUARELA

Había cerca un bello jardín, con más rosas que azaleas y más violetas que rosas. Un bello y
pequeño jardín, con jarrones, pero sin estatuas; con una pila blanca, pero sin surtidores, cerca
de una casita como hecha para un cuento dulce y feliz.
En la pila, un cisne chapuzaba revolviendo el agua, sacudiendo las alas de un blancor de nieve,
enarcando el cuello en la forma del brazo de una lira o del asa de un ánfora, y moviendo el pico
húmedo y con tal lustre como si fuese labrado en un ágata de color de rosa.
En la puerta de la casa, como extraída de una novela de Dickens, estaba una de esas viejas
inglesas, únicas, solas, clásicas, con la cofia encintada, los anteojos sobre la nariz, el cuerpo
encorvado, las mejillas arrugadas, mas con color de manzana madura y salud rica. Sobre la saya
obscura, el delantal.
Llamaba:
-¡Mary!
El poeta vio llegar una joven de un rincón del jardín, hermosa, triunfal, sonriente; y no quiso tener
tiempo sino para meditar en que son adorables los cabellos dorados, cuando flotan sobre las
nucas marmóreas, y en que hay rostros que valen bien por un alba.
Luego, todo era delicioso. Aquellos quince años entre las rosas -quince años, sí, los estaban
pregonando unas pupilas serenas de niña, un seno apenas erguido, una frescura primaveral, y
una falda hasta el tobillo que dejaba ver el comienzo turbador de una media de color de carne;-
aquellos rosales temblorosos que hacían ondular sus arcos verdes, aquellos durazneros con sus
ramilletes alegres donde se detenían al paso las mariposas errantes llenas de polvo de oro, y las
libélulas de alas cristalinas e irisadas; aquel cisne en la ancha taza, esponjando el alabastro de
sus plumas, y zambulléndose entre espumajeos y burbujas, con voluptuosidad, en la
transparencia del agua; la casita limpia, pintada, apacible, de donde emergía como una onda de
felicidad; y en la puerta la anciana, un invierno, en medio de toda aquella vida, cerca de Mary,
una virginidad en flor.
Ricardo, poeta lírico que andaba a caza de cuadros, estaba allí, con la satisfacción de un goloso
que paladea cosas exquisitas.
Y la anciana y la joven:
-¿Qué traes?
-Flores.
Mostraba Mary su falda llena como de iris hechos trizas, que revolvía con una de sus manos
gráciles de ninfa, mientras, sonriendo su linda boca purpurada, sus ojos abiertos en redondo
dejaban ver un color de lapislázuli y una humedad radiosa.
El poeta siguió adelante.

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Ite missa est

Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,


virgen como la nieve y honda como la mar;
su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
y alzo al son de una dulce lira crepuscular.

Ojos de evocadora, gesto de profetisa,


en ella hay la sagrada frecuencia del altar:
su risa en la sonrisa suave de Monna Lisa;
sus labios son los únicos labios para besar.

Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;


apoyada en mi brazo como convaleciente
me mirará asombrada con íntimo pavor;
la enamorada esfinge quedará estupefacta;
apagaré la llama de la vestal intacta
¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!

Recuerdo infantil A UN OLMO SECO

Una tarde parda y fría Al olmo viejo, hendido por el rayo


de invierno. Los colegiales y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
estudian. Monotonía algunas hojas verdes le han salido.
de lluvia tras los cristales.
¡El olmo centenario en la colina
Es la clase. En un cartel que lame el Duero! Un musgo amarillento
se representa a Caín le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
fugitivo, y muerto Abel
junto a una mancha carmín. No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
Con timbre sonoro y hueco habitado de pardos ruiseñores.
truena el maestro, un anciano Ejército de hormigas en hilera
mal vestido, enjuto y seco, va trepando por él, y en sus entrañas
que lleva un libro en la mano. urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
Y todo un coro infantil
con su hacha el leñador, y el carpintero
va cantando la lección: te convierta en melena de campana,
mil veces ciento, cien mil, lanza de carro o yugo de carreta;
mil veces mil, un millón. antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
Una tarde parda y fría al borde de un camino;
de invierno. Los colegiales antes que te descuaje un torbellino
estudian. Monotonía y tronche el soplo de las sierras blancas;
de la lluvia en los cristales. antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
Antonio Machado. Soledades la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Antonio Machado Campos de Castilla,

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Texto: Fragmento de Sonata de Otoño

Concha me llamaba desde el jardín, con alegres voces. Salí a la solana, tibia y dorada al sol
mañanero. El campo tenía una emoción latina de yuntas, de vendimias y de labranzas. Concha
estaba al pie de la solana:
- ¿Tienes ahí a Florisel?
- ¿Florisel es el paje?
- Sí.
- Parece bautizado por las hadas.
- Yo soy su madrina. Mándamelo.
- ¿Qué le quieres?
- Decirle que te suba estas rosas.
Y Concha me enseñó su falda donde se deshojaban las rosas, todavía cubiertas de rocío,
desbordando alegremente como el fruto ideal de unos amores que sólo floreciesen en los besos:
- Todas son para ti. Estoy desnudando el jardín.
Yo recordaba nebulosamente aquel antiguo jardín donde los mirtos seculares dibujaban los
cuatro escudos del fundador, en torno de una fuente abandonada. El jardín y el Palacio tenían
esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de
la galantería y del amor. Bajo la fronda de aquel laberinto, sobre las terrazas y en los salones,
habían florecido las rosas y los madrigales, cuando las manos blancas que en los viejos retratos
sostienen apenas los pañolitos de encaje, iban deshojando las margaritas que guardan el
cándido secreto de los corazones. ¡Hermosos y lejanos recuerdos! Yo también los evoqué un día
lejano, cuando la mañana otoñal y dorada envolvía el jardín húmedo y reverdecido por la
constante lluvia de la noche. Bajo el cielo límpido, de una azul heráldico, los cipreses venerables
parecían tener el ensueño de la vida monástica. La caricia de la luz temblaba sobre las flores
como un pájaro de oro, y la brisa trazaba en el terciopelo de la yerba, huellas ideales y
quiméricas como si danzasen invisibles hadas. Concha estaba al pie de la escalinata,
entretenida en hacer un gran ramo con las rosas. Algunas se habían deshojado en su falda, y me
las mostró sonriendo:
- ¡Míralas qué lástima!
Y hundió en aquella frescura aterciopelada sus mejillas pálidas.
- ¡Ah, qué fragancia!
Yo le dije sonriendo:
- ¡Tu divina fragancia!
Alzó la cabeza y respiró con delicia, cerrando los ojos y sonriendo, cubierto el rostro de rocío,
como otra rosa, una rosa blanca. Sobre aquel fondo de verdura grácil y umbroso, envuelta en luz
como diáfana veste de oro, parecía una Madona soñada por un monje seráfico. Yo bajé a
reunirme con ella. Cuando descendía la escalinata, me saludó arrojando como una lluvia de
rosas deshojadas de su falda. Recorrimos el jardín. Las carreras estaban cubiertas de hojas
secas y amarillentas, que el viento arrastraba delante de nosotros con un largo susurro: Los
caracoles, inmóviles como viejos paralíticos, tomaban el sol sobre los bancos de piedra: Las
flores empezaban a marchitarse en las versallescas canastillas recamadas de mirto, y exhalaban
ese aroma indeciso que tiene la melancolía de los recuerdos. En el fondo del laberinto
murmuraba la fuente rodeada de cipreses, y el arrullo del agua, parecía difundir por el jardín un
sueño pacífico de vejez, de recogimiento y de abandono. Cocha me dijo:
- Descansemos aquí.
Nos sentamos a la sombra de las acacias, en un banco de piedra cubierto de hojas. Enfrente se
abría la puerta del laberinto misterioso y verde. Sobre la clave del arco se alzaban dos quimeras
manchas de musgo, y un sendero umbrío, un solo sendero, ondulaba entre los mirtos como el

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camino de una vida solitaria, silenciosa e ignorada. Florisel pasó a lo lejos entre los árboles,
llevando la jaula de sus mirlos en la mano.
Concha me lo mostró:
- ¡Allá va!
- ¿Quién?
- Florisel
- ¿Por qué le llamas Florisel?
Ella dijo, con una alegre sonrisa:
- Florisel es el paje de quien se enamora cierta princesa inconsolable en un cuento.
- ¿Un cuento de quién?
- Los cuentos nunca son de nadie.
Sus ojos misteriosos y cambiantes miraban a lo lejos, y me sonó tan extraña su risa, que sentí
frío. ¡El frío de comprender todas las perversidades! Me pareció que Concha también se
estremecía. La verdad es que nos hallábamos a comienzos de Otoño y que el sol empezaba a
nublarse. Volvimos al Palacio.

RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN, Sonata de Otoño.

VALLE-INCLÁN
Luces de bohemia, (de la escena XII)

MAX.-Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del
pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis. Lo
torearemos.
DON LATINO.-Me estás asustando. Debías dejar esa broma.
MAX.-Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes
clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO.- ¡Estás completamente curda!
MAX.-Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido
trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO.- ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX.-España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO.- ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX.-Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO.-Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX.-Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi
estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO.- ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX.-Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la
vida miserable de España.
DON LATINO.-Nos mudaremos al callejón del Gato.

Valle-Inclán Luces de Bohemia,

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Y ahora, al escribir esta memoria, esta confesión íntima de mi experiencia de la unidad ajena,
creo que Don Manuel Bueno, que mi san Manuel y que mi hermano se murieron creyendo no
creer lo que más nos interesa, pero sin creer creerlo, creyéndolo en una desolación activa y
resignada. Pero ¿por qué –me he preguntado muchas veces- no trató Don Manuel de convertir a
mi hermano también con un engaño, con una mentira, fingiéndose creyente sin serlo? Y he
comprendido que fue porque comprendió que no le engañaría, que para con él no le serviría el
engaño, que sólo con la verdad, con su verdad, le convertiría: que no habría conseguido nada si
hubiese pretendido representar para con él una comedia –tragedia más bien-, la que
representaba para salvar al pueblo. Y así le ganó, en efecto, para su piadoso fraude: así le ganó
con la verdad de muerte a la razón de vida. Y así me ganó con la verdad de muerte a la razón de
vida. Y así me ganó a mí, que nunca dejé transparentar a los otros su divino, su santísimo juego.
Y es que creía y creo que Dios Nuestro Señor, por no sé qué sagradas y no escudriñados
designios, les hizo creerse incrédulos. Y que acaso en el acabamiento de su tránsito se les cayó
la venda ¿Y yo, creo?
Y al escribir esto ahora, aquí, en mi vieja casa materna, a mis más de cincuenta años, cuando
empiezan a blanquear con mi cabeza mis recuerdos, está nevando, nevando sobre el lago,
nevando sobre la montaña, nevando sobre las memorias de mi padre, el forastero; de mi madre,
de mi hermano Lázaro, de mi pueblo, de mi san Manuel, y también sobre la memoria del pobre
Blasillo, y que él me ampare desde el cielo. Y esta nieve borra esquinas y borra sombras, pues
hasta de noche la nieve alumbra. Y yo no sé lo que es verdad y lo que es mentira, ni lo que vi y
lo que soñé –o mejor lo que soñé y lo que sólo vi-, ni lo que supe ni lo que creí. No sé si estoy
traspasando a este papel, tan blanco como la nieve, mi conciencia que en él se ha de quedar,
quedándome yo sin ella. ¿Para qué tenerla ya…? ¿Es que pueden pasar estas cosas? ¿Es que
todo esto es más que un sueño soñado dentro de otro sueño? ¿Seré yo, Ángela Carballino, hoy
cincuentona, la única persona que en esta aldea se ve acometida de estos pensamientos
extraños para los demás? ¿Y estos, los otros, los que me rodean, creen? ¿Qué es eso de creer?
Por lo menos, viven. Y ahora creen en san Manuel Bueno, mártir, que sin esperar inmortalidad
les mantuvo en la esperanza de ella [...].
Al llegar la última Semana de Pasión que con nosotros, en nuestro mundo, en nuestra aldea
celebró don Manuel, el pueblo todo presintió el fin de la tragedia. ¡Y cómo sonó entonces aquel
“Dios mío, Dios mío!, por qué me has abandonado?”, el último que en público sollozó don
Manuel. Y cuando dijo lo del Divino Maestro al buen bandolero –“todos los bandoleros son
buenos”, solía decir don Manuel- aquello de “Mañana estarás conmigo en el paraíso”. ¡Y la
última comunión general que repartió nuestro santo! Cuando llegó a dársela a mi hermano, esta
vez, con mano segura, después del litúrgico… in vitam aeternam, se le inclinó al oído y le dijo:
“No hay más vida eterna que ésta… que la sueñen eterna…, eterna de unos pocos años…” Y
cuando me la dio a mí, me dijo: “Reza, hija mía, reza por nosotros”. Y luego, algo tan
extraordinario que lo llevo en el corazón como el más grande misterio, y fue que me dijo con voz
que parecía de otro mundo: “…y reza también por Nuestro Señor Jesucristo…”.

Miguel de Unamuno San Manuel Bueno, Mártir

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"-En eso estoy conforme –dijo Andrés-. La voluntad, el deseo de vivir, es tan fuerte en el animal
como en el hombre. En el hombre es mayor la comprensión. A más comprender, corresponde
menos desear. Esto es lógico, y además se comprueba en la realidad. La apetencia por conocer
se despierta en los individuos que aparecen al final de una evolución, cuando el instinto de vivir
languidece. El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida
para morir. El individuo sano, vivo, fuerte, no ve las cosas como son, porque no le conviene. Está
dentro de una alucinación. Don Quijote, a quien Cervantes quiso dar un sentido negativo, es un
símbolo de la afirmación de la vida. Don Quijote vive más que todas las personas cuerdas que le
rodean, vive más y con más intensidad que los otros. El individuo o el pueblo que quiere vivir se
envuelve en nubes como los antiguos dioses cuando se aparecían a los mortales. El instinto vital
necesita de la ficción para afirmarse. La ciencia entonces, el instinto de crítica, el instinto de
averiguación, debe encontrar una verdad: la cantidad de mentira que se necesita para la vida.
¿Se ríe usted?
-Sí, me río, porque eso que tú expones con palabras del día está dicho nada menos que en la
Biblia.
-¡Bah!
-Sí, en el Génesis. Tú habrás leído que en el centro del Paraíso había dos árboles: el árbol de la
vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso y, según
algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era;
probablemente sería mezquino y triste. ¿Y tú sabes lo que le dijo Dios a Adán?
-No recuerdo, la verdad.
-Pues al tenerlo a Adán delante, le dijo: “Puedes comer todos los frutos del jardín; pero cuidado
con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que tú comas ese fruto
morirás de muerte” Y Dios, seguramente, añadió: “Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed
cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia,
porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá”. ¿No es un consejo
admirable?
-Sí, un consejo digno de un accionista de Banco- repuso Andrés."

Pío Baroja El árbol de la ciencia

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