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Caja Musical

Axel Luna

Después de haber funcionado sin interrupciones por más de una década, la Caja Musical
se averió un 2 de abril al mediodía. Pese al mantenimiento al que era sometida
anualmente, la máquina expiró, la habían sobre explotado. Desde un principio, grupos
de artistas habían predicho esto. No pudieron defender su hipótesis, al no conocer el
funcionamiento de la sofisticada máquina, pero presentían que la avería era inminente.
Era lógico: producción continua de música nueva; transmitida en directo al auricular
que todos tenían instalado en uno de sus oídos; géneros personalizados para cada
usuario, las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Una máquina no podría
con tanto. Y no pudo.
Tras la falla, la respuesta de la gente no se dejó esperar. Colapsaron de quejas la
central de comunicaciones de la RCM, empresa administradora de la Caja Musical. A
las tres de la tarde, los magnates de la empresa, decidieron mandar un mensaje de
calma:
“Disculpen las molestias. Hemos tenido una falla en nuestro sistema central que
nuestro personal se está encargando de reparar. Por el momento, disfrute de antiguas
grabaciones de la RCM. Buenas tardes.”
El malestar se apaciguó un poco, pero a las seis de la tarde, la gente volvió a
agitarse. Estaban aburridos de las grabaciones. La Caja Musical no podía crear
canciones dignas de escucharse dos veces. Esto se debía a una de sus principales
características de diseño: la máquina siempre debía crear música nueva. Así la gente
nunca se quitaba su auricular. Las empresas patrocinadoras de la RCM aprovechaban
esta escucha perpetua para vender, desde un calcetín, hasta un condominio, todo
utilizando las canciones que la Caja Musical producía.
Al anochecer, el malestar de la población se manifestó en protestas en las
puertas de las oficinas de la RCM. A la medianoche, las personas que se cansaron de
protestar, comenzaron a quitarse el auricular.

—¡Señores! —el presidente de la RCM golpeó la mesa de reuniones, furioso. Su comité


directivo, con quienes había pasado toda la noche y la madrugada discutiendo sobre la
falla de la Caja Musical, se sobresaltó con el grito y el golpe — ¡La gente está dejando
de usar el auricular! ¡Por favor! ¡Estamos ante una crisis que necesita pronta respuesta!
Mientras aquí nos culpamos unos a otros, allá afuera vamos perdiendo clientes con cada
segundo que pasa.
Y señaló hacia las ventanas de la sala de reuniones con energía. Ahí su gesto se
congeló. Notó algo. Su auricular le impedía detectarlo con claridad, pero su oído libre lo
percibió al instante: calma. Todos advirtieron lo mismo y corrieron a las ventanas, cual
niños curiosos, para comprobar la razón de tal cambio.
Afuera la multitud, despojada de su auricular, bajo la luz azul marino del final de
la noche, formaba un círculo alrededor de un joven. Le aplaudían, maravillados, como si
el muchacho fuese alguna raza extraña de ser luminoso. El joven sostenía una guitarra
en las manos y daba reverencias a su público. Con una sonrisa, acomodó sus dedos
sobre las cuerdas de su instrumento e interpretó la segunda canción de aquella
madrugada. Los empresarios se quitaron el auricular para escuchar mejor.
Quedaron atónitos frente a las ventanas con un gesto mezcla de incomodidad y
placer. Aquella melodía era tan diferente a las canciones que acostumbraban escuchar
de la Caja Musical. No fórmulas, no precios, no promociones. No parecía querer vender
nada. Solo una canción con ritmo de futuro ¡Qué triste era el futuro! Una canción con
armonía de pasado. ¡Qué hermoso era el pasado! Una canción con vibración de
presente. ¡Qué esperanzador era el presente! Después, las notas de la guitarra se
transformaron en imágenes extrañas en las mentes de todos los que escuchaban
maravillados. Veían un ocaso pintado de violeta y naranja, el humo de una taza de té, el
sol de la tarde pintando de amarillo las paredes de algún lugar. Veían el viento, “no
puedes ver el viento”, se decían, pero ahí estaba: danzaba lento con la canción del
guitarrista, se elevaba hacia el cielo, recibiendo a un nuevo día.

A las nueve de la mañana de aquel 3 de abril, la RCM publicó un comunicado a través


de la pantalla gigante del centro de la ciudad:
“A raíz de los problemas suscitados en las últimas veinticuatro horas,
convocamos a los llamados músicos, para que puedan formar parte del equipo de la
RCM. Asimismo, recomendamos a nuestros usuarios, volver a usar el auricular, pues la
música nunca se detiene en RCM. Todos los que activen el aparato en la próxima media
hora, recibirán como regalo nuestro nuevo auricular Universe Beta, en un elegante color
dorado. Disculpen los inconvenientes causados. Muchas gracias, y hasta la próxima.”

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