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Estado del arte sobre la creación y puesta en funcionamiento de las entidades territoriales
indígenas en Colombia1
Andrés Fabián Rodríguez Arango2
Resumen
El presente artículo tiene como objetivo reseñar las aproximaciones conceptuales, históricas y
jurídicas sobre la creación y puesta en funcionamiento de las Entidades Territoriales Indígenas en
Colombia, a partir de la producción académica disponible a la fecha. Actualmente, transcurridos
más de treinta años de la expedición de la Constitución de 1991 y a pesar de lo establecido
explícitamente en ella en el sentido que la conformación de las Entidades Territoriales Indígenas
debe hacerse en la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial, las mismas no han sido creadas y
puestas en funcionamiento.
Palabras clave
Abstract
This paper reviews the conceptual and legal approaches to the creation and implementation of
Indigenous Territorial Entities in Colombia, based on the available academic production so far.
Currently, more than thirty years after the issuance of the 1991 Constitution and despite the specific
provisions contained in it in the sense that the conformation of the Indigenous Territorial Entities
must be done by the Organic Law of Territorial Organization, they have not been created and put
into operation.
1
El siguiente corresponde a un artículo de revisión elaborado como opción de grado para la Especialización en Derecho
Administrativo de la Universidad Libre.
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Abogado y Filósofo, Especialista en Gerencia Social de la ESAP, Magíster en Filosofía Pontificia Universidad Javeriana,
estudiante Especialización en Derecho Administrativo Universidad Libre Seccional Bogotá. Correo electrónico: andresfa-
rodrigueza@uniibre.edu.co
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Keywords
Introducción
Por otra parte, con base en lo establecido en el artículo 330 de la Constitución, los
Territorios Indígenas estarán gobernados por consejos conformados y reglamentados según los
usos y costumbres de sus comunidades, y tendrían entre sus funciones: (i) velar por la aplicación
de las normas legales sobre usos del suelo y poblamiento de sus territorios, (ii) diseñar las políticas
y los planes y programas de desarrollo económico y social dentro de su territorio, en armonía con
el Plan Nacional de Desarrollo, (iii) promover las inversiones públicas en sus territorios y velar
por su debida ejecución, (iv) percibir y distribuir sus recursos, (v) velar por la preservación de los
recursos naturales, (vi) coordinar los programas y proyectos promovidos por las diferentes
comunidades en su territorio, (vii) colaborar con el mantenimiento del orden público dentro de su
territorio de acuerdo con las instrucciones y disposiciones del Gobierno Nacional, (viii) representar
a los territorios ante el Gobierno Nacional y las demás entidades a las cuales se integren y (ix) las
demás que les señalen la Constitución y la ley.
Ordenamiento Territorial (LOOT) a través de la Ley 1454 de 2011 a la que correspondía regular
la materia, no se legisló sobre ningún aspecto concerniente a las entidades territoriales y los
territorios indígenas.
Ante esta omisión legislativa y tras múltiples protestas y exigencias de los pueblos
indígenas posteriormente se expidió el Decreto Ley 1953 de 2014, en el que se contempló un
régimen especial transitorio para poner en funcionamiento los Territorios Indígenas respecto de la
administración de los sistemas propios de los pueblos indígenas, hasta que el Congreso expida la
ley de que trata el artículo 329 de la Constitución Política.
Para efectos de la presentación de los resultados, se definió comenzar por los antecedentes
históricos y normativos frente a la creación y puesta en funcionamiento de las Entidades
Territoriales Indígenas en Colombia, para identificar algunos de las limitaciones y cuellos de
botella más importantes que explican la omisión legislativa, así como algunas de las propuestas
y/o recomendaciones para abordarlos.
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Metodología
Para abordar el problema planteado se desarrolló una revisión temática en la producción académica
disponible, tanto a través de motores de búsqueda como a partir de consultas en bases de datos
(Google Académico, Redalyc, Academia, Scielo, entre otros) y repositorios institucionales de
algunas de las universidades más importantes del país (Universidad de los Andes, Pontificia
Universidad Javeriana, Universidad Libre, Universidad Nacional de Colombia, entre otras).
Con base en los resultados obtenidos se construyó una bitácora diferenciando año, autor,
título de la publicación, fuente, tesis, argumento y metodología. A partir de esta clasificación, se
identificaron las tesis, ideas y conceptos principales que se exponen en el presente documento,
teniendo como criterio de selección aquellas fuentes la pertinencia de las publicaciones y su valor
agregado para explicar antecedentes relevantes en la conformación de las Entidades Territoriales
Indígenas, así como elementos de explicación y comprensión acerca de por qué se mantiene la
referida omisión legislativa en lo relacionado con su implementación.
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Junto con otras formas de dominación y explotación del trabajo como la mita minera o el
concierto agrario, estas prácticas redundaron en desplazamientos, enfermedades y muertes de la
población nativa e indígena, con un impacto directo en términos de disminución de la población y
pérdida de control sobre el territorio, incluyendo los territorios de resguardos que aparecieron cada
vez más como “tierras incultas” que fueron ocupándose por blancos y posteriormente mestizos
(Rojas, (2000).
privada colectiva de la tierra, institucionalizada en resguardos”, razón por la cual esta norma brindó
sustento legal para las luchas defensivas de los pueblos indígenas. No obstante, estas concesiones
aparecieron condicionadas por la definición de dar tratamiento jurídico a los indios como incapaces
y sin reconocimiento de su cultura. (Hernández, 2004).
Un caso notable es el del gran resguardo de Ortega y Chaparral a cuya recuperación dedicó
Quintín Lame la mayor parte de su vida. A pesar de haber llegado hasta la protocolización
por escritura pública en abril de 1942, las autoridades locales negaron la existencia del
resguardo, contando siempre con el apoyo de la Gobernación del Tolima:
A esto deben sumarse como factores que afectaron a los resguardos y territorios indígenas
las concesiones para la explotación de los recursos naturales y otras actividades económicas, así
como la agudización del conflicto armado interno durante el siglo XX, que marcaron prácticas de
desposesión de los pueblos indígenas y otros grupos étnicos y sociales sobre sus territorios.
Aunque con puntos de lucha en común contra los latifundistas y terratenientes, la situación del
campesinado también generó impactos para los pueblos indígenas, en razón de los conflictos
asociados con la propiedad, posesión y uso de la tierra, los procesos de colonización por
desplazamiento y/o migraciones o las prácticas de parcelaciones.
Siglo XX
También otras acciones del Estado, como la promulgación de “las Leyes de Reforma Agraria, la
Ley 200 de 1936 y la Ley 135 de 1961, dirigidas a favorecer con un reparto equitativo de la tierra
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a los campesinos, han inducido políticas agrarias tendientes al fraccionamiento y/o parcelación de
los resguardos (Rojas, 2000). Con la Ley 200 de 1936 promulgada durante el gobierno de Alfonso
López Pumarejo intentando dar respuesta a los crecientes conflictos agrarios, se terminó
perjudicando a las comunidades indígenas, cuyas tierras se vieron expuestas a nuevas presiones
provenientes de colonos que, amparados en esta legislación, migraron hacia “tierras baldías” del
oriente y sur del país, buscando oportunidades de subsistencia.
Con la independencia orgánica y programática de los indígenas del Cauca respecto del
movimiento de los usuarios campesinos con la creación del Comité Regional Indígena del
Cauca -CRIC- en 1971, la recuperación toma los contenidos básicos de la lucha y del
pensamiento de Quintín Lame. Los ya famosos siete puntos del Programa de lucha con el
cual se inicia el CRIC tienen la particularidad de que pueden ser asumidos por todos los
grupos indígenas colombianos sin tener que constituir una forma organizativa específica.
Más aún, tales puntos tienen una vigencia a perpetuidad: recuperación de las tierras de los
resguardos, ampliación de los resguardos, fortalecimiento de los cabildos, no pago de
terraje, promoción de las leyes sobre los indígenas y exigir su aplicación, defensa de la
historia, la lengua y las costumbres indígenas, y formación de profesores indígenas para
educar de acuerdo con la situación de los indígenas y en su respectiva lengua. Fue así como
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En el contexto de las luchas de resistencia de los pueblos indígenas, el resguardo ha sido la figura
fundamental para la defensa del territorio, por lo que se han exigido instrumentos y garantías para
el reconocimiento y la ampliación de los mismos. En cuanto a la periodización de las luchas por
la recuperación de territorios, José María Rojas, (2012). ha planteado lo siguiente:
a) Antes de la expedición de la Ley 135 de 1961: período que se puede remontar hasta
1913, cuando Quintín Lame inicia la lucha contra el pago de terraje, se configuran el
pensamiento y la estrategia de la recuperación.
b) De 1961 a 1980: Expedición de la Ley de reforma agraria hasta que desde el Incora se
produce un viraje sustancial sobre la política de tierras para los indígenas. La Ley 135 en
su artículo 29 establece un límite a la ocupación de los resguardos en tanto afirma que "no
podrán hacerse adjudicaciones de baldíos que estén ocupados por indígenas, sino con el
concepto favorable de la división de asuntos indígenas. El artículo 94 contempló la
posibilidad de constituir Resguardos nuevos, pero solo cincuenta años después, durante el
gobierno de Virgilio Barco (1986-1990) se reglamentó el trámite jurídico para hacerlo.
c) De 1980 en adelante: Hasta 1991, podríamos decir que se inicia un período de transición
con un cambio radical en la política de tierras del Incora para los indígenas. En efecto, ante
la temprana desaparición del movimiento campesino, el rotundo fracaso de las empresas
comunitarias y de las cooperativas y la vitalidad del movimiento indígena, el Incora inicia
un proceso de titulación de tierras bajo la forma de resguardo para la mayor parte de los
pueblos indígenas de Colombia. A partir de 1991 con la expedición de la nueva
Constitución el proceso se acelera, hasta tal punto que a enero de 1999 el Incora llevaba
476 resguardos constituidos, de los cuales solamente 70 eran de origen colonial.
La cuestión de la tierra para los indígenas pasa del marco legal de la propiedad al marco
constitucional de la territorialidad: El artículo 286 establece que "son entidades territoriales
los departamentos, los distritos, los municipios y los territorios indígenas" y a renglón
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seguido -artículo 287 - puntualiza entre los derechos que se les confieren a tales entidades,
los que a nuestro juicio son fundamentales para la efectiva conformación de los territorios
indígenas: a) gobernarse por autoridades propias y b) participar en las rentas nacionales.
Pasados todos estos años el Congreso de Colombia no ha podido expedir la ley de
Ordenamiento Territorial, dentro de la cual quedaría reglamentado lo relativo a las
Entidades Territoriales Indígenas (ETI).
Houghton (2008a) por su parte, ha señalado que a pesar de la expedición de la Ley 135 en
1961, en la práctica la misma fue derogada con el denominado Acuerdo de Chicoral de 1972,
“cuando el presidente Pastrana Borrero firmó un pacto con terratenientes comprometiéndose a
frenar la titulación y reprimir de forma militar las ocupaciones de tierras” que venían avanzando
en el país. En el periodo comprendido entre 1962 y 1972 fue prácticamente nulo el avance en
materia de reforma agraria, pues “la principal fuente de tierras para distribuir fueron los llamados
“baldíos de la nación” ubicados especialmente en las zonas de selva y llano, donde el 90% de la
población y el territorio eran indígenas, mientras se dejó intacto el latifundio de los valles
interandinos y la Costa Atlántica, donde la concentración de la tierra era causa de conflictos
sociales y políticos desde los años treinta.
Igualmente, durante los años setenta y ochenta el Estado rechazó las acciones legales de
recuperación de las tierras indígenas y campesinas, por lo que durante dicho periodo tuvieron
lugar:
“en los departamentos del Cauca, Tolima y Córdoba más de 1.000 acciones de recuperación
de tierras campesinas e indígenas que cambiaron el mapa territorial indígena de esos
departamentos y de otras regiones como la Sierra Nevada de Santa Marta, Meta, Nariño y
Valle, que, aunque intervinieron de forma menos intensa en las luchas, lograron recuperar
el dominio sobre muchas de las tierras ocupadas ilegalmente por terratenientes o declaradas
baldías por el Estado” (Houghton, 2008b, p 84).
derecho al territorio. Entre otras disposiciones clave, se incorporó explícitamente que “los
resguardos son de propiedad colectiva y no enajenable", así como la posibilidad de equiparar los
territorios indígenas que lleguen a constituirse a entidades territoriales. A partir de este nuevo
estatus constitucional, ha tenido lugar un importante desarrollo jurisprudencial sobre los derechos
de los pueblos indígenas, en particular en lo relacionado con su autonomía, aunque aún existen
claras limitaciones en lo relacionado con las Entidades Territoriales Indígenas.
En este contexto se ratificó la Convención 169 de 1989 de la OIT sobre Pueblos Indígenas
y Tribales a través de la Ley 21 de 1991 y que forma parte del bloque de constitucionalidad y
constituye la convención internacional más amplia para garantizar los derechos indígenas. Con
este fundamento jurídico, los pueblos indígenas han pasado a ser considerados sujetos de derechos
fundamentales colectivos. (Semper, 2006).
documentos técnicos como “Bases para la conformación de las Entidades Territoriales Indígenas”
(DNP, 1992), “Debates y propuestas sobre el ordenamiento territorial indígena” (DNP, 1992) o
“De los Territorios Indígenas a las Entidades Territoriales Indígenas” (Ministerio de Gobierno,
1993) (Arango, 1994).
En este periodo, el gobierno de César Gaviria Trujillo acordó con las organizaciones
indígenas que, previa consulta con sus comunidades, éstas serían las responsables de preparar el
proyecto de ley de ordenamiento territorial indígena, para incluirlo como capítulo de la LOOT. En
desarrollo de lo convenido, el proyecto fue elaborado por organizaciones indígenas y consolidado
en un texto único, pero paralelamente el Ministerio de Gobierno de la época elaboró su propia
propuesta, en la que incorporó 16 artículos de la propuesta indígena. La diferencia entre los
proyectos se evidenció en la concepción misma del alcance de los territorios indígenas: para las
organizaciones indígenas, con base en su interpretación del artículo 286 de la Constitución, los
territorios indígenas ya eran entidades territoriales de la República y lo que correspondiente era
definir el territorio indígena. Para el gobierno, por su parte, los territorios indígenas, los resguardos
y las entidades territoriales indígenas constituían figuras diferentes con alcances que había que
precisar.
Por las razones expuestas, una comparación entre la propuesta indígena y la elaborada por
el Gobierno dejó en evidencia dos diferencias fundamentales: en la primera se definía el territorio
indígena y no se exigían requisitos para conformar las entidades; en la segunda, se definía la
entidad territorial indígena y se condicionaba su conformación al cumplimiento de los siguientes
requisitos como la continuidad geográfica del área que ocupen, contar con por lo menos 3.000
habitantes a la fecha, contar con concepto favorable de la Oficina Departamental de Planeación
sobre la conveniencia económica y social de la iniciativa y sobre la viabilidad de la nueva entidad
y que la creación de la entidad territorial indígena sea aprobada en consulta popular por al menos
el 51% de los habitantes que tengan domicilio en el territorio solicitado como tal (Arango, 1994).
Además, surgieron diferencias en aspectos claves como las connotaciones que podía tener
el concepto de territorio, la ocupación de un mismo territorio por varios pueblos indígenas, los
territorios atomizados en pequeñas entidades territoriales discontinuas, los territorios aislados, el
caso de los pueblos nómadas, los territorios compartidos por comunidades indígenas, campesinos,
comunidades negras o terceros, los que forman parte de dos o más municipios de un mismo
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departamento o varios de ellos, los que pertenecen a áreas protegidas y los territorios indígenas de
frontera (Arango, 1994).
En la propia presentación de la Ley, el entonces Ministro del Interior Germán Vargas Lleras
planteó el asunto quedaba planteado para una ocasión futura, puesto que la Ley 1454 de 2011 era
una “Ley general de principios y, por ello, será la base para posteriores regulaciones especiales,
como el Régimen Municipal y el Régimen Departamental, que cursan ya en el Congreso de la
República, y una Ley sobre entidades territoriales indígenas” (Vargas Lleras, 2011). En este
sentido, la nueva Ley incorporó un parágrafo con la obligación posterior de regular el asunto:
Este Decreto con fuerza de ley habilita, por una parte, a los Resguardos indígenas para
administrar directamente recursos especiales del Sistema General de Participaciones (SGP) (la
denominada Asignación Especial del Sistema General de Participaciones para Resguardos
Indígenas -AESGPRI) mientras, por otra, establece que los Territorios Indígenas que lleguen a
constituirse podrán administrar su Sistema Educativo Indígena Propio (SEIP), su Sistema de Salud
Propio Intercultural (SISPI) y asumir las competencias para la prestación de los servicios y la
administración de recursos del SGP para Agua Potable y Saneamiento Básico, previo el
cumplimiento de las reglamentaciones que el Gobierno Nacional expida para el efecto. (García,
2016).
Tras ser impugnado en acción pública de inconstitucionalidad por parte de actores que
consideraban que el Gobierno nacional no tenía competencia para expedirlo (en su concepto, las
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En parte este cambio obedeció al optimismo creado por las nuevas normas, entre ellas el
estatus constitucional de los territorios indígenas, así como a los procesos de cooptación
ocurridos por diversos mecanismos de participación indígena, tales como la transferencia
de recursos de la nación a los resguardos, y la circunscripción electoral indígena, que
viabilizó otras formas de afianzamiento organizativo y político indígena. Pero a esta
desactivación de las recuperaciones de tierra contribuyó de forma decisiva, sobre todo en
los años 1993-1996, la recomposición de las clases rurales que se transformaron en
narcoterratenientes al tiempo que en paramilitares, y la escalada consiguiente de los
diversos actores armados en territorios indígenas desde 1997. (pp 86-90)
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Con base en la revisión de las fuentes disponibles, el objetivo de este apartado es sintetizar algunos
de los problemas y cuellos de botella que explican la permanencia de la omisión legislativa frente
a la creación y puesta en funcionamiento de las Entidades Territoriales Indígenas, así como las
dificultades para transferir competencias y recursos a los Territorios Indígenas.
Entre 2001 y 2007 se redujeron entre 70 y 80% las asignaciones presupuestales para
adquisición de tierras con destino a resguardos indígenas, al pasar de casi 3.000 millones a
mil millones o menos (tabla 4). Esto, sumado a la baja ejecución presupuestal, evidencia
una política por parte del Estado dirigida conscientemente a incumplir sus obligaciones
frente al derecho de los pueblos indígenas. 500 mil propietarios, es decir el 99,5% de todos
los propietarios rurales, poseían predios menores a las 200 hectáreas, sumando un poco
más de 23 millones 300 mil hectáreas, es decir el 34% de todos los predios rurales
registrados por el IGAC. Mientras solamente 7.363 propietarios de predios superiores a las
1.000 hectáreas, el 0,2% del total, concentraban 35 millones de hectáreas, el 52% del total
(ver tabla 2). Esta enorme concentración de la tierra, expresada en un índice de
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Esto se suma a la reducción sistemática en términos reales del presupuesto nacional para
la adquisición de tierras para pueblos indígenas y la implementación de políticas que benefician el
mantenimiento del estado de cosas actual. De acuerdo con Houghton (2018b)
“el propio Ministerio de Agricultura, en sus componentes de política, reconoce que el costo
promedio de una hectárea en Colombia es de 2,5 millones de pesos. Así pues, el Ministerio
es consciente de que 1.000 millones de pesos anuales alcanzan para adquirir 400 hectáreas,
lo que plantea que las 2.262.764,5 hectáreas demandadas por los pueblos indígenas
culminarán su titulación dentro de 60 siglos” (pp 95-96)
Por otra parte, ante la falta de una verdadera reforma agraria la titulación de tierras tiene
como fuentes fundamentales los baldíos, la expropiación o la extinción de dominio.
Durante la década de 1990, los pueblos indígenas invirtieron casi todos sus esfuerzos
políticos en la elaboración de Planes de Ordenamiento Territorial y Planes de Vida. Estos
Planes de Vida y Planes de Ordenamiento Territorial definían los límites administrativos
de cada autoridad y pueblo indígena. Los pueblos indígenas de Colombia llamaron Planes
de Vida a propuestas de inversión de recursos para el desarrollo, pero con una visión
diferente: los pueblos indígenas no promoverían el desarrollo en sus territorios porque
percibían el desarrollo como un proyecto etnocida. En vez de hacer planes de desarrollo,
entonces, los pueblos indígenas harían planes de vida. En otras palabras, invertirían los
recursos del Estado en procesos para pervivir como pueblos. Así, los pueblos indígenas
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Como ha sucedido con la definición de las regiones y las provincias como entidades territoriales,
en el caso de las Entidades Territoriales Indígenas se han esgrimido como argumentos los
problemas que una reconfiguración político administrativa puede generar. El propio Departamento
Nacional de Planeación ha llegado a consignar en documentos técnicos esta prevención: “El
Gobierno Nacional recientemente ha insistido en la conveniencia de fortalecer las entidades
territoriales existentes (departamentos, municipios y distritos) antes que crear nuevos entes
respecto a los cuales no se tiene claridad sobre los criterios para su conformación”. (Bastidas
Calderón, 2009).
En este punto pueden incluirse los argumentos referidos a exigir garantías de no afectación
frente a los límites de las entidades territoriales actualmente constituidas, pues la creación de
nuevas entidades territoriales ha generado expectativas negativas frente a la posibilidad de
compartir los mismos recursos o plantear la posibilidad de desaparición de otras entidades
territoriales.
Las preocupaciones de los poderes regionales se han puesto de manifiesto, entre otros
momentos, en el trámite de la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial con el proyecto de ley
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número 16 de 2003 que en su momento resultó archivado por la Cámara de Representantes por
considerar que aún no había acuerdo frente a temas como “la gestión de las autoridades político-
administrativas, el manejo de la descentralización, la real autonomía de las entidades territoriales,
una concepción de desarrollo en torno a la integración territorial y poblacional, la protección a los
recursos naturales y la distribución de regalías” y que “resulta confuso que el proyecto desarrolle
el tema de la ETIS, pero dejando de lado el resto de la población, originando así, una desigualdad
con respecto a los otros sectores de población colombiana.” (Bastidas Calderón, 2009).
Para varios autores, resulta evidente que la apuesta de descentralización promovida por la
Constitución Política está lejos de materializarse. Además de los otros factores que se enuncian en
este texto, las apuestas por una mayor descentralización se han visto afectadas por las políticas
centralistas de varios gobiernos, así como por reformas legales y de nivel constitucional, apelando
a algunas veces a argumentos técnicos y otras a argumentos políticos, como la “denuncia de la
ineptitud en la ejecución de los presupuestos por parte de las autoridades locales y el elevado grado
de corrupción que se presente en ellas”. (Leiva, julio-diciembre de 2015).
Frente a este aspecto, se incluyen reservas relacionadas con la extensión de los territorios, el
número de habitantes que se requerirían para su adecuado funcionamiento y asegurar el cierre
financiero en la prestación de los servicios que lleguen a tener a cargo, así como otros requisitos.
Lo anterior teniendo en cuenta que los territorios sobre los cuales las sociedades indígenas
reivindican sus derechos corresponden a espacios fragmentados, a pesar de lo que son
significativamente integrados, puesto que los procesos de significación y de construcción de
sistemas de representación que llevan a cabo las sociedades indígenas refieren al conjunto del
sistema espacial, aunque no esté bajo su control objetivo; y se pueden considerar socialmente
articulados, puesto que familias, linajes, comunidades y organizaciones indígenas mantienen entre
sí relaciones de cooperación, concertación, coordinación, dependencia o, incluso, de rivalidad
(Zuñiga Navarro, 1998). En términos de Houghton (2008b), “los territorios ancestrales no se
reconocen como la unidad de referencia Al exigirse el derecho al territorio y a las tierras de los
pueblos indígenas es evidente que se trata de un derecho que tiene realización específica en lo que
los pueblos consideren por tales”. (p. 112)
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Atendiendo a los antecedentes históricos proporcionados en la primera parte del presente trabajo,
las normas jurídicas relativas a los territorios indígenas han sido producto de complejos procesos
sociales que involucran tanto prácticas de despojo como luchas por la recuperación de tierras por
parte diferentes sectores del movimiento indígena. Por esta razón, el reconocimiento de derechos
para un ordenamiento territorial indígena no puede considerarse el producto de una planeación
consecuente y, por ende, de una verdadera política de Estado.
Otro factor que merece la pena resaltar y que ha ubicado parte de la producción académica
es que en el último periodo la normatividad enfatiza la representación de los pueblos indígenas en
su condición de víctimas con base en lo definido en la Ley 1448 de 2011. A pesar de la importancia
del reconocimiento de esta condición para efecto de la garantía de los derechos a la verdad, la
justicia y la reparación integral, el énfasis como víctimas tiende a invisibilizar la condición de
sujetos políticos de los pueblos indígenas y otros actores sociales. (Amador Ospina et al, 2018).
Conclusiones
La revisión previamente expuesta revela algunas de las dificultades fundamentales que explican la
omisión de reglamentación de las Entidades Territoriales Indígenas en Colombia. Como ha podido
evidenciarse,
La normatividad jurídica y las políticas del Estado se han visto marcadas por fuertes
diferencias de intereses y procesos históricos de luchas sociales, que han configurado avances y
retrocesos en distintos momentos para los pueblos indígenas.
Entre los factores causales que aportan para la comprensión del fenómeno se encuentran la
imposibilidad de llevar a cabo una reforma agraria estructural, con los consecuentes problemas
asociados con la distribución de la tierra en el país, agudizados por el conflicto armado y sus
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Por otra parte, como ha sucedido con la definición de las regiones y las provincias como
entidades territoriales, en el caso de las Entidades Territoriales Indígenas se han esgrimido como
argumentos los problemas que una reconfiguración político administrativa puede generar, lo que
incluye las constantes exigencias de garantías de no afectación frente a los límites de las entidades
territoriales actualmente existentes y una percepción negativa frente a la posibilidad de compartir
los mismos recursos o plantear la posibilidad de desaparición de entidades territoriales.
Además, como quedó señalado, persisten claros problemas de adecuación normativa, pues
las normas jurídicas relativas a los territorios indígenas han sido producto de complejos procesos
sociales que involucran tanto prácticas de despojo como luchas por la recuperación de tierras por
parte diferentes sectores del movimiento indígena, razón por la que el reconocimiento de derechos
para un ordenamiento territorial indígena no puede considerarse el producto de una planeación
consecuente y, por ende, de una verdadera política de Estado.
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Referencias