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Cristología de

Francisco de Asís
por Michel Hubaut, ofm
En Selecciones de Franciscanismo, vol. XIV, n. 42 (1985)
pp. 372-378

ESCUELAS DE ESPIRITUALIDAD
I ciclo 2021
Os invitamos aquí a un trabajo personal o en fraternidad, que
consiste en destacar en los Escritos de San Francisco de Asís los
títulos y las imágenes que él utiliza para hablar de Cristo. Y
quedaréis sorprendidos por la riqueza de su representación
cristológica. Dentro de los límites de un artículo, os ofrecemos aquí
algunas pistas. Este artículo debe mucho a la tesis doctoral
de Norbert Nguyen Van Khanh, «Cristo en el pensamiento de
Francisco de Asís, según sus escritos» (Madrid 1986),
defendida en París en junio de 1973.

I. CRISTO ES «SEÑOR Y
DIOS» («DOMINUS ET
¿QUÉ VISIÓN DE DEUS»)
CRISTO SE
DESPRENDE DE LOS Francisco nunca designa a Cristo
ESCRITOS DE SAN con el título de Jesús o Jesucristo
FRANCISCO DE o Cristo sólo, sino siempre con el
ASÍS? de «Señor» Jesu(Cristo), o
«Nuestro Señor Jesucristo», que es
el título más frecuente. Tiene,
pues, como sus contemporáneos,
una viva conciencia del «Señorío divino» de Cristo y de
su universalidad.

Si bien la palabra Dios (Deus) designa la mayoría de las veces a Dios


Trinidad o a Dios Padre, designa también en numerosos pasajes
a Cristo mismo: «Como a hijos se nos brinda el Señor Dios» (CtaO
11); aquí el contexto eucarístico nos dice que se trata de Cristo. «Y
todas las criaturas que están bajo el cielo sirven, conocen y obedecen,
a su modo, a su Creador mejor que tú. Y aun los mismos demonios no
fueron los que le crucificaron, sino fuiste tú el que con ellos le
crucificaste, y todavía le crucificas...» (Adm 5,2-3). ¡Cristo creador!
Este es un título que parece poco apropiado teológicamente hablando.
Pero, para Francisco, Cristo es de tal modo Hombre y Dios que no
separa nunca lo humano y lo divino. Él ve siempre una persona viva,
el Hombre-Dios, en quien y con quien el Padre y el Espíritu Santo
obran siempre juntos.
Destaquemos ya, de pasada, que su cristología jamás se separa del
misterio trinitario. Para Francisco, el misterio de la Salvación es obra
del amor trinitario: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios,
Padre santo y justo, Señor rey de cielo y tierra, te damos gracias por ti
mismo, pues por tu santa voluntad, y pormedio de tu único Hijo con el
Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales...» (1 R
23,1). Para él, la Trinidad viva es la creadora y redentora. Ella es un
acto de creación y de redención permanentes: cada una de las personas
divinas trabaja en la salvación del hombre y de la humanidad. Por otra
parte, refiriéndose a Cristo eucarístico, Francisco escribe: «Siendo
único en todas partes, obra según le place conel Señor Dios Padre y
el Espíritu Santo Paráclito por los siglos de los siglos» (CtaO 33).

Este Jesucristo es realmente el «Dios vivo y verdadero» (CtaCus 8). El


día de la Ascensión, Él es «el Dios que asciende sobre el cielo de los
cielos hacia el oriente» (OfP 9,10). Francisco tiene, pues, una viva
conciencia de la divinidad de Cristo y de su igualdad con el Padre y el
Espíritu Santo. Imposible resulta confundir en sus Escritos a este
Cristo Transcendente y Juez con un gran profeta cualquiera, con un
reformador genial o incluso con un simple compañero de camino
particularmente inspirado. ¡Él es Dios... Es el Señor! «Que todas las
tardes, por medio de pregonero u otra señal, se anuncie que el pueblo
entero rinda alabanzas y acciones de gracias al Señor Dios
omnipotente. Y sabed que, si no hacéis esto, tendréis que rendir cuenta
en el día del juicio, ante vuestro Señor Dios Jesucristo» (CtaA 7-8; cf.
1 R 23,7-8).

Esta visión inspira su actitud de adoración y de veneración ante la


gloria y santidad de Cristo Dios, «quien ya no ha de morir, sino que
vive eternamente y está glorificado» (CtaO 22); y, especialmente, ante
su presencia eucarística. Por eso, Francisco expresa su fe, su temor
reverencial y agradecido, por medio del homenaje y de
la prosternación: «El hermano Francisco os saluda en Aquel a quien
habéis de adorar con temor y reverencia postrados en tierra al
escuchar su nombre; el Señor Jesucristo, cuyo nombre es Hijo del
Altísimo, el cual es bendito por los siglos» (CtaO 3-4; cf. CtaCus 6-7).

En esta materia, pues, Francisco es muy de su época. Pero, en él, esta


imagen de Cristo Señor jamás es abrumadora o temible. Porque el
Señor nunca es contemplado únicamente en su esplendor divino, sino
que lo es también en su existencia humana humilde, pobre y sufriente.

1
En esto se acercaba a la visión de la corriente cisterciense. Francisco
proclamará con la misma fuerza que Cristo Señor es verdadero
Hombre.

II. CRISTO ES EL «SIERVO»

Repetidas veces Francisco da gracias al Padre y lo glorifica porque


quiso que su Hijo, «verdadero Dios y verdadero Hombre, naciera de
la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María» (1 R 23,3); y el
Verbo del Padre recibió, en el seno de la Virgen, «la carne verdadera
de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4). Por esto, Francisco
saluda a María con términos muy concretos que, en definitiva, no
expresan sino sumaternidad; a través de ella, Francisco canta
la encarnación de Cristo en su seno (CtaO 21; SalVM).

Así, pues, al contrario que las herejías de su tiempo (como los cátaros
que hablaban de apariencia de humanidad), Francisco llamó mucho la
atención de sus hermanos sobre esta maravilla que lo arrobaba: Dios
tomó un cuerpo de hombre.

Su mirada de fe equilibrada no separa nunca la condición divina y la


condición humana de Cristo, su rostro glorioso y su rostro sufriente y
frágil. En ese Cristo Señor veía siempre a «Aquel que tanto ha sufrido
por nosotros» (este pro nobis, «por nosotros», es un «leitmotiv» en él).
Desde su conversión, Francisco adoptó la oración litúrgica del
«Adoramus te» (Test 5),[1] porque expresaba bien lo que él creía y lo
que él vivía. Hay que adorar a este Cristo y bendecirlo porque es el
Redentor del mundo por su cruz. Para él, como para san Juan,
la Gloria de Cristo Señor brota de su anonadamiento, de su
humanidad crucificada, donde se manifiesta la Gloria de Dios, es
decir, su secreto íntimo.

Y Francisco utilizará otra serie


de imágenes que expresan para
él ese misterio de
anonadamiento:

1. Cristo SIERVO. Cristo es


aquel que lavó los pies de sus
discípulos (Adm 4); ésta es
una de las imágenes
2
cristológicas más fuertes que haya impresionado el espíritu de
Francisco. La tarde del Jueves Santo constituye un elemento esencial
de la espiritualidad del «hermano menor»; y cuando Francisco querrá
que sus hermanos se llamen «menores» (es decir, los más pequeños,
los últimos, los siervos de la casa), les impondrá ese nombre
refiriéndose evidentemente al gesto de Jesús que lavó, Él mismo, los
pies a sus discípulos.[2]

2. El Siervo SUFRIENTE. Es una imagen muy fuerte, que se


desprende sobre todo de su «Salterio» (llamado incluso Oficio de la
Pasión), donde Francisco se identifica con la voz del
Hijo ultrajado que expresa a su Padre su soledad en el sufrimiento a la
vez que su confianza filial.[3]

3. Cristo MENDIGO y PEREGRINO. Esta imagen es más original de


Francisco, quien, con frecuencia, tiene esta visión insistente y extraña
de un Cristo tirado por los caminos del hombre, y que, con su madre,
vivió de limosna como todos los mendigos: «Y cuando sea necesario -
dice Francisco a sus frailes-, vayan por limosna. Y no se avergüencen,
sino más bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios
vivo omnipotente, puso su faz como roca durísima, y no se avergonzó.
Y fue pobre y huésped y vivió de limosna él y la bienaventurada
Virgen y sus discípulos» (1 R 9,3-5). Esta imagen, que no tiene apoyo
concreto en los textos evangélicos, le fue sugerida, tal vez, por
palabras como «las raposas tienen cuevas y las aves del cielo nidos;
pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20).

Según Celano, Francisco, «al hablar de la pobreza, solía repetir


muchas veces a los hermanos este versículo del Evangelio» (2 Cel 56),
o evocaba los cuarenta días que Cristo pasó en el desierto al
descampado. Aquí nos encontramos, tal vez, con una visión
particularmente desarrollada por Francisco: el Cristo huésped de paso,
a quien se acoge, y que vivió de limosna (pauper et hospes). Es
el Peregrino del Padre que abrió un surco profundo en el corazón de
toda la humanidad. Creó una tensión irreversible hacia el Absoluto del
Reino del Padre, y puso a los hombres en situación de éxodo
mesiánico.

Cristo es también el Mendigo. Todas las limosnas del mundo le son


debidas a Él, y a aquellos que son pobres como Él ante el Padre. «La
limosna es la herencia y justicia que se debe a los pobres, adquirida
3
para nosotros por nuestro Señor Jesucristo» (1 R 9,8). Aquí tenemos
una visión cristológica que no es fácil hacer inmediatamente operativa
hoy, y, sin embargo, ¡qué mirada tan profundamente teológica! Este
Cristo mendigo que recibe todo del Padre (su creación, su
resurrección); estos pobres que, en la fe, reconocen su verdadera
condición de hombres ante el Padre: son hijos que reciben todo de Él,
y que se hacen los hermanos de Cristo, teniendo derecho a la misma
herencia; toda la creación recibida como un don, y sobre todo el Reino
de los cielos, la «Tierra de los vivientes».[4]

4. Cristo es el GUSANO. Imagen cristológica que también evoca en


Francisco la encarnación de Cristo rechazado y despreciado, que
asumió nuestra condición de «gusanos despreciables y pecadores».
[5] El hombre, por su pecado, estaba como desnudo en el fondo de su
miseria y abandonado como gusano en el camino. Cristo se identificó
con el hombre pecador.

5. Cristo es el CORDERO. En el misterio eucarístico, Francisco


discierne a la vez la presencia del Señorresucitado, y también la
imagen del Cordero cuya sangre, libremente derramada, es la de la
Nueva Alianza (CtaO 18-19; cf. 1 Cel 77-78). Por lo demás, esta
imagen polivalente no evoca simplemente el don y el abandono de
Cristo, sino también el Señorío glorioso del Cordero que reina en los
cielos, según la visión del Apocalipsis.

6. Cristo es el BUEN PASTOR. Imagen muy querida por Francisco,


que la evoca repetidas veces en sus Escritos. Cristo es a la vez el
que da su vida por sus ovejas y el que las conduce hacia la vida en
plenitud.[6]Esta imagen del Buen Pastor no se encontraba en las
representaciones artísticas del siglo XIII; Francisco no la tomó, por
tanto, de su ambiente cultural, sino de la fuente misma de la Escritura
(Jn 10,11; 1 Pe 2,24-25), que le une curiosamente a la fe de la Iglesia
de las catacumbas.

Vosotros mismos, lectores, podríais continuar esta enriquecedora


cosecha, y descubrir hasta dónde Francisco es realmente un hombre
de su tiempo que comparte las aproximaciones cristológicas de aquel
ambiente, y, a la vez, un hombre tan profundamente inmerso en el
Evangelio y la Liturgia que corrige espontáneamente los límites de
aquéllas. Sí, Cristo es ciertamente el Dios creador, el Dios de Israel, el
Dios vivo y verdadero, el Juez supremo; pero es también el Siervo que
4
lavó los pies de sus discípulos, el Mendigo, el Peregrino, el Siervo
sufriente, el Gusano, el Cordero, el Buen Pastor que dio su vida...
Francisco había captado que las riquezas de Cristo no pueden
encerrarse ni expresarse en un solo título o en una sola imagen.
¿Cómo «decir» ese misterio del Altísimo que se hace cercano al
hombre? Siempre balbuceando. Ayer como hoy. Sin jamás
sistematizar un título o una imagen, ni siquiera una definición
dogmática. Admiración y asombro fueron las principales claves de
Francisco.

III. NO HAY SANA CRISTOLOGÍA AL MARGEN DE UNA


VISIÓN TRINITARIA

Recordemos en primer lugar que el cristianismo de Francisco no es un


tratado de teología sino una seducción, una invasión: la irrupción de
una Figura Viva de Cristo que unifica toda su vida de fe.

Francisco entra en el misterio trinitario con Cristo. Para él, seguir las
huellas de nuestro Señor Jesucristo, es seguir las huellas del Hijo,
animado por el Espíritu y orientado por completo hacia el Padre.

El movimiento de los verdaderos místicos cristianos, guiados por el


Espíritu, conduce siempre al Dios Trinitario. Francisco es uno de
ellos. Sería desconocerlo el reducir su espiritualidad a su dimensión
estrictamente cristológica. Y la historia nos enseña que toda
cristología desconectada del misterio trinitario se desvanece a menudo
en la ideología. Francisco es lo contrario de un ideólogo, jamás
contempló a Cristo al margen de su relación filial con el Padre y de
su disponibilidad total al Espíritu.

Si bien, para Francisco, Dios es esencialmente el Padre, Cristo es


siempre contemplado como el Hijo único, el Hijo amado y
predilecto del Padre. Sus Escritos vuelven con mayor frecuencia
sobre su obediencia filial que sobre su pobreza. Los títulos preferidos
que Francisco da a Cristo son también muy reveladores de su visión.

5
Jesús es el Hijo: «El Hijo bendito y glorioso del Padre» (2CtaF 11),
«el altísimo Hijo de Dios» (Test 10). El Hijo viene ciertamente de
arriba, pero el calificativo más frecuente y que se repite más de doce
veces es «el Hijo amado» (el dilectus). Preferencia que nos indica su
manera habitual de mirar a Cristo: siempre en relación con su Padre.
Jesús nunca es considerado solo, sino siempre en su relación de amor
con su Padre. Él es, ante todo, el «Hijo amado» del Padre, cuyo
cometido y misión esenciales son amar al Padre y adorarlo en nombre
de toda la humanidad. «Él, que te basta siempre para todo» (1 R 23,5).
El Hijo es el adorador, el intercesor y el glorificador del Padre. Sólo
en Cristo encuentra el Padre toda su alegría y su gozo. Este es uno de
los puntos originales en que se apoyará la teología franciscana, como
lo prueba el artículo de Luc Mathieu.[7] El hombre, indigente y
pecador, indigno de nombrar a Dios, no puede adorar, orar, interceder,
glorificar al Padre si no es por mediación del Hijo. Éste es el
único Mediador de toda gracia que desciende del Padre a los hombres
y el único Adorador que ofrece la acción de gracias al Padre en
nombre de todos sus hermanos.

Cristo es el Hijo que ora. Esta es una actitud que impresionó


profundamente el espíritu del Pobrecillo. Si el hermano menor debe
seguir el género de vida de Cristo pobre, peregrino, debe, en primer
lugar, seguir al Hijo poniendo la adoración del Padre en el centro de
su vida.

El otro título, tan cargado de densidad afectiva y que a Francisco le


gusta dar a Cristo, es el de Hermano que da su vida e intercede por sus
hermanos: «¡Oh, cuán santo y cuán amado, agradable, humilde,
pacífico, dulce y amable y más que todas las cosas deseable es tener
un tal hermano e hijo!
El cual dio su vida por
sus ovejas y oró al
Padre por nosotros...»
(2CtaF 56).

Jesús es la revelación
del itinerario pascual
hacia el Padre, Jesús
es la manifestación y
la fuente del Espíritu.
Francisco, visual y

6
práctico, abre el Evangelio, se introduce en la liturgia de la Iglesia,
escucha esta Palabra que es un rostro... y descubre con su corazón la
«Suma Trinidad y la Santa Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo»
(CtaO 1). Ella es, para Francisco, un canto de amor que envuelve la
tierra, una historia de Salvación que levanta los siglos. Convertido en
predicador del Evangelio, jamás predica un Espíritu Santo sin la
encarnación del Hijo. Jamás predica un Hijo encarnado sin la fuerza
del Espíritu. Esta es toda su predicación y la alabanza de los
hermanos: «Y esta o parecida exhortación y alabanza pueden
proclamar todos mis hermanos, siempre que les plazca, ante
cualesquiera hombres, con la bendición de Dios: Temed y honrad,
alabad y bendecid, dad gracias y adorad al Señor Dios omnipotente
en Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas
las cosas» (1 R 21,1-2; cf. 1 R 16,7-8).

Todavía podríamos citar muchos otros textos que subrayarían cuán


amplia y profunda era la mirada de fe de Francisco. La voluntad y la
gloria del Padre, el fuego y la iluminación del Espíritu, el camino
doloroso del Hijo... todo se unifica en el corazón de Francisco que
quiere llegar hasta el Altísimo. Esta es, para él, la identidad y la
bienaventuranza del hombre creado. No hay otra. Y si la Regla se abre
y se cierra con la invocación a este Dios Trinitario, no es únicamente
por un piadoso artificio literario de la época. El hermano menor
apuesta toda su vida en el Evangelio «en el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo por los siglos» (1 R 1,1 y 24,5).

7
N O T A S:

[1] Testamento 4-5: «Y el Señor me dio una tal fe en las iglesias, que
así sencillamente oraba y decía: Te adoramos, Señor Jesucristo,
también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te
bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo».

[2] Cf. I.-E. Motte, Se llamarán «Hermanos Menores»,


en Selecciones de Franciscanismo, vol. IV, n. 12 (1975) 274-280. M.
Steiner, «Todos nosotros, hermanos menores y siervos inútiles» (1 R
23,7). El «siervo» en los Escritos de san Francisco, en Selecciones de
Franciscanismo, vol. VIII, n. 24 (1979) 373-384.

[3] Cf. O. Schmucki, El "Oficio de la pasión" de S. Francisco,


en Selecciones de Franciscanismo, vol. VIII, n. 24 (1979) 497-506.

[4] «Los hermanos nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna.


Y como peregrinos y forasteros en este siglo, sirviendo al Señor en
pobreza y humildad, vayan por limosna confiadamente, y no deben
avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre por nosotros en este
mundo. Esta es aquella eminencia de la altísima pobreza, que a
vosotros, carísimos hermanos míos, os ha constituido herederos y
reyes del reino de los cielos, os ha hecho pobres de cosas, os ha
sublimado en virtudes. Ésta sea vuestra porción, que conduce a la
tierra de los vivientes. Adhiriéndoos totalmente a ella, amadísimos
hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, ninguna otra
cosa jamás queráis tener debajo del cielo» (2 R 6,1-6).

[5] «No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino que, por
el contrario, debemos ser sencillos, humildes y puros. Y tengamos
nuestro cuerpo en oprobio y desprecio, porque todos, por nuestra
culpa, somos miserables y pútridos, hediondos y gusanos, como dice
el Señor por el profeta: Yo soy gusano y no hombre, oprobio de los
hombres y desprecio de la plebe (Sal 21,7)» (2CtaF 45-46; cf. 1 Cel
80).

[6] «Consideremos todos los hermanos al buen Pastor, que por salvar
a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor le
siguieron en la tribulación y la persecución, en la vergüenza y el
hambre, en la enfermedad y la tentación, y en las demás cosas; y por
esto recibieron del Señor la vida sempiterna» (Adm 6,1-2). «Y
8
recurramos a él como al pastor y obispo de nuestras almas (1 Pe 2,25),
que dice: Yo soy el buen pastor, que apaciento a mis ovejas y doy mi
alma por mis ovejas» (1 R 22,32). «¡Oh cuán santo y cuán amado,
placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas
deseable, tener un tal hermano y un tal hijo!, que dio su vida por sus
ovejas y oró al Padre por nosotros diciendo: Padre santo, guarda en tu
nombre a los que me has dado» (2CtaF 56).

[7] L. Mathieu, «Cristo, suficiencia de Dios». En la fuente de una


línea teológica, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XIV, n. 42
(1985) 347-354.

Directorio Franciscano.
Estudios sobre los escritos
de san Francisco y
de santa Clara de Asís.
. http://
www.franciscanos.org/
estudios/mhubaut.htm

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