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DE LAS ESCUELAS MONÁSTICAS A LAS ESCUELAS URBANAS 59

tuvo siempre. Luego hubo un tiempo en que no existió. Por consiguiente,


debe de haber obtenido la existencia de un ser necesario y existente por sí
mismo. Esta prueba presupone que un principio racional sólo puede ser pro-
ducido por otro principio intelectual y que es imposible la regresión al infi-
nito (tiene que haber un primer ser necesario no producido por otro, que ten-
ga la existencia por sí mismo).
La segunda prueba está tomada de la experiencia externa y se apoya
en el hecho empírico del cambio. Parece inspirarse en San Juan Damasceno
(De fide orthodoxa), a quien corrige y mejora.
La tercera prueba se basa en la existencia de la providencia divina, que
es la causa del orden y del crecimiento armónico de las cosas. Su formula-
ción es en sí misma muy rudimentaria y se apoya en su física, que era de ca-
rácter atómico. Para Hugo, los átomos son elementos simples y en movi-
miento, no materiales pero susceptibles de producir materia, de multiplicarse
ellos mismos y de crecer aumentativamente.
Hugo admite, por tanto, la posibilidad racional de conocer a Dios; pero in-
siste igualmente en la necesidad de la fe, porque en Dios hay muchos misterios
que están por encima de la razón.

16. SAN BERNARDO DE CLARAVAL (1090-1153)

Finalmente conviene decir unas pocas palabras sobre el borgoñés Bernardo


de Claraval, destacada figura de la especulación monástica, impulsor de la refor-
ma cisterciense, una rama de la gran familia benedictina, que había brotado a fi-
nales del siglo XI. Desde el punto estrictamente filosófico son de interés sus polé-
micas con Pedro Abelardo sobre el protagonismo de la razón en el conocimiento
de Dios y de los misterios revelados. Para Bernardo, que era una inteligencia
egregia, y que desconfiaba del temperamento quizá un tanto apasionado de Abe-
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lardo, las artes liberales no son una ayuda imprescindible para alcanzar a Dios y
comprenderlo, sino más bien una dificultad. La filosofía puede ser origen de or-
gullo y de soberbia. Para él, la filosofía racional se opone a otra filosofía supe-
rior, que pretende conocer a Cristo crucificado, según la famosa dicotomía ofre-
cida por San Pablo: los judíos piden signos, los griegos sabiduría o argumentos.
San Bernardo estuvo más próximo a la corriente antidialéctica, tal como la
hemos descrito al hablar de San Pedro Damián, que de los excesos racionalistas
del hiperrealismo medieval o de los excesos filosóficos, si así se puede hablar, de
los primeros maestros urbanos, sobre todo parisinos. Fue ante todo un místico y
un asceta, aunque muy puesto en los debates intelectuales de su época, compe-
tente y avezado en las tesis trinitarias, cristológicas y ético-morales de Abelardo,
que criticó con fundado razonamiento.

Saranyana, Josep-Ignasi. Breve historia de la filosofía medieval (2a. ed.), EUNSA, 2010. ProQuest Ebook Central,
http://ebookcentral.proquest.com/lib/elibrorafaellandivarsp/detail.action?docID=3207698.
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60 BREVE HISTORIA DE LA FILOSOFÍA MEDIEVAL

17. LA CRISTIANDAD MEDIEVAL


A finales del siglo XII se había consolidado la «cristiandad medieval», o sea,
el orden social y político que imperará hasta mediados del siglo XIV, desde el Me-
diterráneo hasta el Vístula (el río de Varsovia), con exclusión del Imperio bizan-
tino (establecido en los Balcanes) y los pequeños territorios ocupados por el Is-
lam en la Península Ibérica, reducidos, a partir de mediados del siglo XIII, al
Reino de Granada.
Gabriel Le Bras ha definido la cristiandad medieval como «un conjunto co-
herente de tierras gobernadas por principios oficialmente sometidos a la presi-
dencia religiosa del Romano Pontífice, que ejercía su poder espiritual sobre todos
sus súbditos, sin excluir al propio emperador y a los reyes de las naciones».
Este orden cristiano, de cuño pseudo-agustiniano, se basaba en las doctrinas
establecidas por el Decreto gelasiano y en las tesis de la «donatio Constantinii»4.
El momento de mayor esplendor de la cristiandad medieval coincidió con el pon-
tificado de Inocencio III (1198-1215), para ir declinando poco a poco a lo largo
del siglo XIII, primero con los enfrentamientos entre los papas y el emperador Fe-
derico II, a mediados del siglo XIII, y, después, con las agrias polémicas entre Bo-
nifacio VIII (1294-1303) y el rey francés Felipe el Hermoso (1268-1314). El ciclo
de la «christianitas mediaevalis» se cerraría con el «exilio de Aviñón» (1309-
1377), al trasladarse la corte pontificia a esta ciudad borgoñesa, y con la consoli-
dación del ockhamismo político-filosófico.
El siglo XIV contempló, pues, el alumbramiento de un nuevo orden político-
religioso. Es lo que algunos, como el historiador Georges de Lagarde, han deno-
minado «nacimiento del espíritu laico». La justificación doctrinal de ese nuevo
orden contaría con la colaboración de algunos filósofos y políticos de especial re-
lieve, como Dante Alighieri, Marsilio de Padua y, sobre todo, Guillermo de Ock-
ham, de quienes hablaremos en su momento, y se basaría también en el sistema
político-filosófico pseudo-agustiniano.
He aquí, en conclusión, una de las paradojas históricas más inquietantes: la
capacidad de la filosofía agustiniana, distorsionada en mayor o menor medida, de
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originar sistemas filosófico-político-religiosos tan diversos, como la «cristiandad


medieval», el «espíritu laico» y, ya en Renacimiento y la modernidad, el lutera-
nismo, primero, y el jansenismo, después.

4. Cfr. supra, capítulo I, § 5, pp. 28-31.

Saranyana, Josep-Ignasi. Breve historia de la filosofía medieval (2a. ed.), EUNSA, 2010. ProQuest Ebook Central,
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