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Muchas Moradas, así en la tierra como en el Cielo

No es el competir a muerte y en todos los planos lo que trae progreso, sino la cooperación
y la integración de todas las fuerzas sociales para ampliar el radio del Bien Común del
cual todos podemos beneficiarnos.

las masas hace rato que ya no ven con buenos ojos a la institución eclesial y su instinto le
hace desconfiar. Desconfía de una Iglesia clerical, autorreferencial y autista, que no
escucha, que no ve, que expulsa, que abusa y solo se siente cómoda con sumisos feligreses
de sacristía

Si la Iglesia ha de ser camino hacia la Jerusalén celestial, debe acondicionar una morada
para cada uno y lavar los pies a los recién llegados en este mundo. Para eso hay que mirar
y escuchar a cada ser humano, estar interesado en las personas y la sociedad, latir con el
mundo desde Jesús. Ellos son el “plan pastoral”. No habrá catolicismo hasta que cada ser
humano tenga un lugar a su medida, una morada en la iglesia que anticipe la del cielo.

No encontramos el sentido de la vida aisladamente, sino formando un Pueblo. La


sinodalidad es expresión de este caminar juntos, de escucharnos, dialogar, discutir y
generar fraternidad e igualdad. Una Iglesia creíble y apetecible nacerá del ejercicio de
esta forma evangélica, para que cualquier umbral sea la morada del hermano, así en la
tierra como en el Cielo.

08.05.2023 Guillermo Jesús Kowalski


La expresión de Jesús sobre las muchas moradas que hay en el Cielo alude a que en la casa de Dios hay un
lugar para todos y cada uno de sus hijos. Todos somos diferentes y tenemos talentos, historias y lugares
distintos que dan como resultado que ningún humano y ninguna cultura sean iguales. El desafío es vivir
esta diversidad con vocación de unidad, un poliedro en el cual todos estamos presentes con nuestras
diferentes facetas que enriquecen el todo. Comenzar a vivirlo hoy y aquí, porque el Reino y su Justicia que
no comienzan aquí, no tiene porqué darse en el Cielo mágicamente y de la nada.

Es tan cierto es que somos distintos como que somos iguales. Esta igualdad básica nos exige trabajar las
aristas que reproducen las inmensas desigualdades humanas que nos destruyen. Nada aniquila tanto al ser
humano como la desigualdad aberrante y las falsas superioridades abusivas derivadas de ésta.

Paradójicamente, estas flagrantes desigualdades derivadas del egoísmo y la injusticia, imposibilitan a las
sociedades a desplegar todo su potencial y progreso. No es el competir a muerte y en todos los planos lo
que trae progreso, sino la cooperación y la integración de todas las fuerzas sociales para ampliar el
radio del Bien Común del cual todos podemos beneficiarnos.

La desigualdad atrasa y empobrece porque descarta a otros seres humanos con talentos para producir y
multiplicar. Esto, que es una verdad de lo más evangélica, es corroborado en todos los estudios de las
sociedades humanas pasadas y presentes. La tecnología, que debería ayudar a realizar sociedades más
humanas, sin embargo, al ponerse al servicio del paradigma tecnocrático denunciado por Francisco
en Laudato Si, ha terminado siendo una herramienta de exclusión y guerras. Su incentivo permanente
al consumismo frenético de lujos inútiles cuyo único fin es la vanidad humana, enriquece a unos pocos
que acumulan y excluye de lo elemental a gran parte de la humanidad.

El cristianismo será siempre la opción libre y fraterna para construir igualdad y unidad con los diferentes.
Jesús nos lo enseña al no haber hecho alarde de su categoría de Dios sino anonadándose y tomando la
condición de uno de tantos, con los hombres y no sobre ellos. Jesús se hizo pueblo. Un Dios que se hace
igual no merece ser alabado de otra manera.

Jesús nos hace recordar la dignidad de cada ser humano que cuanto más otro, enemigo, pobre, extranjero,
raro, inútil, etc. es el camino más directo hacia Él. Una cosmovisión cristiana es la que, como Él, está
atenta y se mezcla con el pueblo para detectar desde el amor misericordioso a toda clase de necesidad,
injusticia y exclusión. En el cristianismo, el único sufrimiento valioso es el que se evita, el que se repara.

Toda liturgia, como la de la última cena, ha de terminar lavando los pies a los demás como actitud de servicio
que nos dignifica. De lo contrario es una repetición mecánica de un rito que tranquiliza conciencias pero que
no redime. La redención es curar heridas, combatir injusticias y por sobre todo dar vida, no quitarla siendo
cómplices de sistemas en los cuales muchos tienen que morir para que pocos se lleven el premio.

Los dones de la libertad y la razón no nos han sido dados para competir hasta la muerte para demostrar
vanidosamente que somos superiores, sino para construir fraternidad y bien común, ese tipo de bien en el
cual todos aportamos y que llega a ser un Tertium Quid, una realidad nueva que ya no es ni personal ni
colectiva sino el resultado inseparable de ambas. Ser a imagen y semejanza de Dios es reflejar ser personas
distintas y trinidad, uno y muchos…un poliedro que integra periferias.

Conciencia de unidad, conciencia de Pueblo sinodal.

El amor de Jesús no pide que para amar a algunos tengamos que despreciar o destruir a
otros (Madeleine Delbrel). El amor cristiano no es conciencia de clase, es conciencia de Pueblo de Dios.
Del Pueblo al que Jesús llama desde su Cruz, es decir, desde los más periféricos y aislados de la sociedad y
la iglesia.

Un pueblo que tiene características de todo pueblo, pero que va más allá, así como la familia de los hijos de
Dios es mucho más que el amor cerrado de una familia o de la patria. Fratelli Tutti trata mucho este tema de
los pequeños grupos que se aman entre sí, pero son indiferentes o desprecian a otros. El amor de Dios es
expansivo. El “como yo los he amado” nos abre a esta dimensión en la que la exigencia de justicia entre
ciudadanos se logra desde la misericordia de Jesús, aun cuando ésta sea conflictiva.

Si la Iglesia ha de ser camino hacia la Jerusalén celestial, debe acondicionar una morada para cada uno
y lavar los pies a los recién llegados en este mundo. Para eso hay que mirar y escuchar a cada ser
humano, estar interesado en las personas y la sociedad, latir con el mundo desde Jesús. Ellos son el “plan
pastoral”. No habrá catolicismo hasta que cada ser humano tenga un lugar a su medida, una morada en la
iglesia que anticipe la del cielo.

Lo institucional no ha de ser el fin, sino un medio, una herramienta que se deja permear por la profecía del
Espíritu dado en Pentecostés. Ha de salir a buscar ovejas perdidas, abrazar a los hijos pródigos, mujeres
adúlteras apedreadas, paralíticos a quienes nadie ayuda a llegar a las piscinas de curación, los ciegos
y leprosos de todo tipo, incluso a los que ella misma ha contribuido a crear y despojar de dignidad a
lo largo de la historia y lo sigue haciendo…porque también comparte las cegueras humanas y necesita
redención.

También ha de ser firme con los que quieren mercadear en el templo y descubrir a los lobos con piel de
oveja. El papa distingue entre el pecado y la corrupción como sistema, frente a la cual reclama decisión. Y
todo esto a nivel personal y social, contribuyendo a crear, mantener y corregir sistemas y estructuras
más acordes a la cosmovisión cristiana expresada en la Doctrina Social de la Iglesia y cuyas semillas
ya están creciendo más allá de los límites institucionales de las religiones en todas las culturas.

Pero las masas hace rato que ya no ven con buenos ojos a la institución eclesial y su instinto le hace
desconfiar. Desconfía de una Iglesia clerical, autorreferencial y autista, que no escucha, que no ve, que
expulsa, que abusa y solo se siente cómoda con sumisos feligreses de sacristía. Dios le ha dado todos los
talentos, que son la plenitud de los medios de salvación, pero los entierra para conservarlos intactos y cuando
un profeta como Francisco quiere ponerlos al servicio de la humanidad, protestan en nombre de pequeñas
tradiciones muertas. No predican a Jesús, se predican a sí mismos, no comparten, sino que están por
encima, no liberan, generan dependencias, culpas, miedos, piedades espiritualistas que huyen del
mundo, porque no lo aman.

Como decía aquel profeta laico llamado Péguy: “Porque no tienen el coraje de estar con el mundo, ellos se
creen que están con Dios. Porque no tienen el coraje de comprometerse en las opciones del hombre, se creen
de luchar por Dios. Porque no aman a ninguno, se creen que aman a Dios”.

No encontramos el sentido de la vida aisladamente, sino formando un Pueblo. La sinodalidad es


expresión de este caminar juntos, de escucharnos, dialogar, discutir y generar fraternidad e igualdad.
Una Iglesia creíble y apetecible nacerá del ejercicio de esta forma evangélica, para que cualquier
umbral sea la morada del hermano, así en la tierra como en el Cielo.

poliedroyperiferia@gmail.com

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