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UNIVERSIDAD PARA EL BIENESTAR

BENITO JUÁREZ GARCÍA


CARRERA DE MEDICINA INTEGRAL Y
SALUD COMUNITARIA

TRABAJO:

NUTRICIÓN MEDICA CAP 44

MATERIA: ALIMENTACIÓN Y NUTRICIÓN EN EL


CICLO DE VIDA
ALUMNO: JAIME SALOMÓN PÉREZ BENÍTEZ
DOCENTE: Q.F.B. BETSABÉ GONZÁLEZ RODRÍGUEZ
TERCER SEMESTRE

SAN DIEGO DE LA UNIÓN A 15 DE FEBRERO DEL 2024


Contenido
Cultura, biología evolutiva y determinantes de las preferencias alimentarias ......... 2

Conclusión............................................................................................................. 10

Bibliografía ............................................................................................................ 11

Cultura, biología evolutiva y determinantes de las preferencias


alimentarias
La idea de respirar bajo el agua podría parecer beneficiosa debido a la presencia
de toxinas en el aire, sin embargo, los seres humanos no están biológicamente
adaptados para hacerlo. Es importante destacar la influencia de la alimentación en
la evolución y señalar que muchas recomendaciones nutricionales actuales ignoran
las implicaciones de la evolución en la dieta. Además, es crucial resaltar la
necesidad de comprender las razones detrás de los hábitos alimenticios humanos
y reconocer las limitaciones en el éxito del asesoramiento nutricional convencional.
También se debe señalar que muchas enfermedades crónicas en los países
industrializados están relacionadas con una alimentación que no se ajusta a la
fisiología humana. Finalmente, es esencial destacar la importancia de comprender
las incompatibilidades entre la salud humana y el ambiente, así como la historia de
la conducta alimentaria humana, que se remonta a millones de años atrás.

La evolución de la alimentación humana desde los primeros ancestros primates


arbóreos y herbívoros hasta los humanos modernos es un proceso complejo. Se
destaca el desarrollo de habilidades como la caza y el uso de herramientas, así
como la importancia de la cocción de alimentos durante la época del Homo erectus.
A lo largo de la evolución, se observa un aumento en la dependencia de la caza,
aunque la recolección también fue fundamental. Se señala que, incluso con el éxito
en la caza, los períodos de hambruna eran comunes en el ambiente nutricional
ancestral, lo que llevó a un patrón de ingestión excesiva y almacenamiento de grasa
para sobrevivir a la escasez. Este patrón de vida adaptativa implicaba una
esperanza de vida más corta en comparación con los estándares modernos, con

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altas tasas de mortalidad a edades tempranas entre los ancestros humanos, como
los neandertales.

La carne consumida por nuestros ancestros era diferente de la que se consume


actualmente, siendo más magra y con menor contenido de grasa. Además, su dieta
incluía más fibra, calcio y vitaminas provenientes de alimentos vegetales. Aunque a
veces consumían grandes cantidades de carne, tenían valores saludables de
colesterol y otros factores cardiovasculares. Comparado con la dieta actual, la de
los ancestros era menos rica en grasas saturadas y trans, azúcar refinada y más
rica en almidón no refinado y fibra. A lo largo del tiempo, ha habido un aumento en
el consumo de grasa, especialmente saturada, y una disminución en el consumo de
almidón no refinado y fibra. La disminución del consumo calórico desde el Paleolítico
se ha visto acentuada por la Revolución Industrial y la tecnología moderna, lo que
ha llevado a un aumento de la inactividad física y la obesidad en la sociedad actual.

Investigaciones muestran que el gasto energético diario entre diferentes estilos de


vida puede ser constante, incluso con niveles más altos de actividad física. La
sobrealimentación se señala como un factor principal en la obesidad, especialmente
debido a la disponibilidad de calorías menos saludables en comparación con las
dietas de nuestros ancestros. La civilización humana se originó en Mesopotamia
hace aproximadamente 12000 años, donde la agricultura se formalizó, lo que
condujo a una densidad de población sin precedentes. La dispersión humana debido
a la búsqueda de alimentos dio lugar a la variación alimentaria y a la diversificación
cultural en diferentes regiones, como la dependencia del mijo y el arroz en Asia
Oriental y la introducción del olivo en la dieta mediterránea con sus beneficios para
la salud. En la antigua Roma, el crecimiento poblacional y las conquistas territoriales
llevaron a excesos alimentarios y el inicio del procesamiento de alimentos,
influenciado por la preferencia por comidas altamente condimentadas.

Durante la Europa medieval, el pan era fundamental en la dieta y las restricciones


alimentarias eran comunes durante el invierno. La falta de proteínas animales y la
escasez de cosechas afectaron la altura de la población. En América, el maíz se
convirtió en un alimento básico, mientras que el tomate fue descubierto en campos

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de maíz en América Central. La diáspora humana ha ocultado los vínculos entre la
humanidad y las adaptaciones alimentarias, pero hay generalizaciones que pueden
hacerse. A pesar de las diferencias regionales, la influencia de los patrones
alimentarios occidental y estadounidense ha crecido globalmente, destacando el
gusto compartido por el azúcar, la sal y la grasa. Aunque la evolución humana sigue
influyendo en la conducta alimentaria, el genoma humano no ha cambiado
esencialmente en miles de años. Estudios recientes revelan diferencias genéticas
entre géneros que pueden estar relacionadas con actividades ancestrales como la
caza y la recolección.

La alimentación de nuestros ancestros sigue siendo un determinante principal de la


fisiología nutricional y dicta nuestras preferencias alimentarias actuales. La
adaptación genética a los entornos nutricionales pasados puede explicar la
prevalencia de enfermedades crónicas en la sociedad moderna. Es crucial distinguir
entre la dieta real de nuestros ancestros y las versiones "seudopaleolíticas"
populares hoy en día, ya que la carne moderna es diferente y nuestro gasto
energético es menor. La genética también desempeña un papel en la predisposición
a la obesidad, con algunos genes relacionados con la supervivencia ancestral en
entornos de privación alimentaria. La susceptibilidad común al aumento de peso se
observa en grupos como los indios Pima, cuya salud cambió con la introducción de
la dieta occidental y la disminución del gasto calórico.

En los Pima, reiniciar su alimentación original ha demostrado mejorar su salud, lo


que destaca la influencia de la dieta en la salud metabólica. La propensión a comer
en exceso puede derivar de adaptaciones ancestrales para acumular energía en
tiempos de escasez. La saciedad sensorial específica, donde la variedad de
alimentos aumenta la ingesta total, puede ser una ventaja evolutiva para obtener
una gama completa de nutrientes, pero en la era moderna puede conducir a un
consumo excesivo de calorías. La preferencia por alimentos dulces puede tener
raíces evolutivas relacionadas con la disponibilidad de calorías y la evitación de
alimentos tóxicos. La familiaridad con los alimentos influye en las preferencias y
expectativas de saciedad, lo que puede requerir esfuerzo para cambiar los hábitos
alimentarios.

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La preferencia por alimentos dulces en los humanos puede estar arraigada en la
seguridad y disponibilidad históricas de estos alimentos. Los lactantes muestran una
inclinación innata hacia sabores dulces, grasos y energéticamente densos, mientras
que rechazan los sabores agrios y amargos. La posible participación de
características adictivas en la atracción hacia los dulces se sugiere por la reducción
del deseo compulsivo de comer dulce con fármacos bloqueantes de los opiáceos.
Nuestros sistemas nervioso y endocrino se han adaptado para recompensar
comportamientos necesarios para la supervivencia, lo que puede incluir la búsqueda
de alimentos energéticos. Los patrones alimentarios establecidos en la infancia
pueden influir en la salud a largo plazo, y promover la restricción de ciertos alimentos
puede reducir la preferencia y el consumo compulsivo de los mismos.

El gusto por la grasa en los alimentos puede remontarse a su importancia


prehistórica como fuente densa de calorías necesarias. La preferencia por alimentos
ricos en grasa parece estar influenciada por factores metabólicos, sensoriales y
socioculturales. Estudios en animales han demostrado que la ingestión de grasa
puede estimular el placer mediante la activación del sistema de péptidos opioides
endógenos, lo que sugiere posibles analogías con la adicción. La grasa confiere a
los alimentos una amplia variedad de características sensoriales y tiene un papel
importante en la determinación del sabor agradable en general. Los intentos por
reducir el consumo de grasa han tenido un éxito limitado, posiblemente porque la
regulación del consumo de grasa puede tener bases fisiológicas y psicológicas.
Estudios en ratas han mostrado preferencias por sabores asociados con la ingestión
de grasa, incluso cuando se desacopla de las preferencias previas por ciertos
sabores.

Las preferencias innatas por alimentos están influenciadas por exposiciones


ambientales y la familiaridad con los alimentos es un factor clave en la selección
alimentaria. La predilección innata por lo dulce también está regulada por la
experiencia, como se observó en estudios experimentales con lactantes. La
familiaridad parece ser un determinante primordial de las preferencias alimentarias,
como lo sugieren los estudios en ratas y ratones jóvenes que muestran una
preferencia selectiva por la dieta sólida de la hembra de la que recibieron leche.

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Reed y Tordoff realizaron un estudio con ratas que mostró que aquellas adaptadas
a una dieta rica en grasa desarrollaron una mayor preferencia por esa comida y la
aceptaron más fácilmente. Estudios similares demostraron que la exposición
temprana a una dieta rica en grasa generaba preferencia por alimentos grasos
incluso en la edad adulta, posiblemente debido a alteraciones en la transducción de
señales de la dopamina en el cerebro.

Además de la investigación científica, las preferencias alimentarias también están


influenciadas por factores culturales. Las diversas culturas humanas han
evolucionado con preferencias hacia una amplia variedad de alimentos, y la
familiaridad con ciertos sabores juega un papel significativo. A medida que los
niveles de vida aumentan, las preferencias alimentarias tienden a converger hacia
alimentos densos en energía y pobres en nutrientes, independientemente de la
cultura. Por otro lado, la situación socioeconómica influye en la calidad de la
alimentación, y existe una asociación entre un nivel socioeconómico bajo y una dieta
de menor calidad. Sin embargo, incluso en contextos socioeconómicos más altos,
el aumento del acceso a alimentos densos en energía puede conducir a hábitos
alimentarios poco saludables y aumentar el riesgo de enfermedades crónicas. Esto
se observa en varios países, incluido Sudáfrica, donde la obesidad coexiste con la
desnutrición, creando una doble carga de enfermedad.

Alimento y cultura han estado interconectados a lo largo de la historia, moldeando


creencias religiosas y expresiones de estatus. Sin embargo, esta relación puede
volverse disfuncional en contextos modernos, donde la comida se asocia con éxito
económico y se convierte en un exceso poco saludable. Las expresiones de amor
a través de la comida se han vuelto prevalentes, pero transformar continuamente el
alimento en un exceso poco saludable no es positivo. La abundancia nutricional
constante en las sociedades modernas ha generado problemas de salud, mientras
que las tendencias fisiológicas adquiridas durante la evolución se ven exacerbadas
por las prácticas de la industria alimentaria, que promueve alimentos procesados y
densos en grasa, azúcar y sal. Esta promoción constante de alimentos poco

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saludables, especialmente dirigida a los niños, crea un ciclo destructivo que
amenaza la inclusión de productos saludables en la cultura alimentaria popular.

La industria alimentaria utiliza diversas estrategias para promover sus productos,


muchas veces en detrimento del consumidor. Por ejemplo, las etiquetas resaltan la
ausencia de ciertos ingredientes, como el colesterol, aunque los productos pueden
ser ricos en grasas saturadas, azúcar o sal, y tener poco valor nutricional. A menudo,
los empaques destacan características promotoras de la salud, como la presencia
de granos integrales, aunque estas contribuyan mínimamente al producto real.
Además, las compañías buscan mejorar su imagen ofreciendo alternativas
aparentemente más saludables, como menús infantiles con rodajas de manzana en
lugar de papas fritas, pero al mismo tiempo promueven productos aún más
indulgentes.

La industria también aprovecha las debilidades de los consumidores de manera


sutil. La adición de azúcar y sal a productos que normalmente no se considerarían
dulces o salados puede aumentar la tolerancia del consumidor a estos sabores,
socavando las restricciones autoimpuestas sobre la alimentación. Aunque la
preferencia innata por lo dulce y lo salado puede haber sido beneficiosa en un
entorno ancestral, en la actualidad, con la abundancia de alimentos procesados
ricos en estos ingredientes, estas tendencias se vuelven perjudiciales para la salud.
Además, la disponibilidad y el precio de los alimentos menos nutritivos contribuyen
a que sean más accesibles que opciones más saludables, lo que agrava el
problema.

Estas tendencias se ven exacerbadas por los patrones culturales modernos, que
refuerzan las preferencias fisiológicas por alimentos poco saludables. Incluso en
eventos deportivos de alto perfil, la asociación entre una alimentación poco
saludable y el éxito es promovida por el patrocinio de compañías de alimentos y
bebidas poco saludables. En conjunto, estas prácticas hacen que sea difícil para los
consumidores seleccionar opciones alimentarias que promuevan la salud,
socavando así sus esfuerzos por mejorar su bienestar.

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La conducta alimentaria involucra tanto aspectos voluntarios como involuntarios,
con patrones de activación neural sugiriendo un comportamiento adictivo hacia la
comida rica en grasas, azúcar y sal. La presión para asumir la responsabilidad
individual sobre la alimentación puede ser contraproducente, generando frustración
y conduciendo a comportamientos alimentarios menos saludables como mecanismo
de afrontamiento. Esta narrativa de "culpar a la víctima" recuerda a los esfuerzos de
la industria tabacalera para evitar regulaciones, destacando cómo la comida
chatarra está diseñada para influir en las elecciones personales. Es esencial que
los médicos reconozcan estos impedimentos y los consideren al brindar
asesoramiento nutricional, manteniendo el compromiso con la promoción de la
salud.

La nutrición juega un papel fundamental en las enfermedades crónicas prevalentes,


incluida la obesidad, y los objetivos nacionales buscan reducir estos riesgos
mediante cambios en la alimentación y el estilo de vida. Sin embargo, las pautas
que presuponen la capacidad y el deseo de los individuos para cambiar su selección
alimentaria ignoran las restricciones ambientales y sociales. Se necesita un cambio
hacia soluciones sociales y regulatorias para abordar los desafíos ambientales que
enfrentan las personas en su alimentación diaria, especialmente cuando están
expuestas a entornos nutricionales tóxicos y tentaciones constantes de alimentos
poco saludables.

La cultura alimentaria actual refleja un conflicto entre la exposición a alimentos poco


saludables y los mensajes de comer bien, exacerbado por la comodidad y la
disponibilidad constante de alimentos en la sociedad moderna. Las actitudes
estadounidenses hacia la comida resaltan una mentalidad de consumo
individualista y diario, en contraste con la perspectiva europea que enfatiza la
comida como una experiencia social compartida. Estos factores complican los
esfuerzos individuales para mantener una alimentación saludable y resaltan la
necesidad de abordar los desafíos alimentarios desde una perspectiva más amplia
y sistémica.

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Comprender los determinantes de las preferencias alimentarias humanas es crucial
para modificar los hábitos alimentarios. Similar al abordaje del tabaquismo, el
cambio en la conducta alimentaria puede requerir múltiples intervenciones y un
entendimiento de los obstáculos involucrados. Además de las intervenciones
individuales, es vital impulsar cambios culturales en los patrones alimentarios para
lograr un impacto significativo en la salud pública, como se ha observado en la lucha
contra el tabaquismo. Los esfuerzos para reducir la ingesta de grasas y sal en los
alimentos pueden beneficiarse de estrategias que preserven el significado cultural
de la alimentación mientras promueven cambios en los ingredientes y recetas.

Además, la modificación ambiental, como la disponibilidad de opciones alimentarias


más saludables, puede facilitar el cambio conductual hacia una dieta más
equilibrada. Aunque los médicos de atención primaria pueden desempeñar un papel
clave en la promoción de hábitos alimentarios saludables, se necesita un enfoque
multidisciplinario que aborde tanto los aspectos individuales como los ambientales
para lograr un progreso significativo en la salud nutricional de la población. El
enfoque de la nutrición humana basado en la biología evolutiva enfrenta desafíos
debido al conocimiento limitado sobre la dieta y la salud de nuestros ancestros, así
como a la evolución de nuestras necesidades alimentarias en un contexto de mayor
longevidad.

A pesar de estas limitaciones, entender las adaptaciones de nuestros ancestros


puede ayudar a explicar nuestras preferencias alimentarias y los obstáculos que
enfrentamos al intentar mejorar nuestra dieta. La consideración de la biología
evolutiva subraya la importancia de adaptarnos a un ambiente nutricional particular
y abordar los desafíos que enfrentamos al cambiar nuestros hábitos alimenticios.
Es esencial comprender estos obstáculos y trabajar con los pacientes para
superarlos, lo que puede llevar a mejoras significativas en la salud pública. Sin
abordar estos desafíos, simplemente aconsejar a los pacientes sobre qué comer sin
considerar sus dificultades individuales equivale a una estrategia poco efectiva.

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Conclusión
En conclusión, el estudio de la evolución humana y sus efectos en nuestras
preferencias alimentarias y hábitos nutricionales actuales arroja luz sobre los
desafíos que enfrentamos en la promoción de una alimentación saludable en la
sociedad moderna. Desde nuestros ancestros primates hasta las complejidades de
la industria alimentaria contemporánea, hemos desarrollado una relación intrincada
con la comida que está influenciada por factores biológicos, culturales y sociales.

La comprensión de cómo nuestras preferencias alimentarias han sido moldeadas a


lo largo del tiempo nos permite reconocer los obstáculos que enfrentamos al tratar
de adoptar hábitos alimentarios más saludables. Las presiones de la industria
alimentaria, las tendencias culturales y las predisposiciones biológicas pueden
dificultar el cambio hacia una dieta equilibrada y nutritiva. Además, la disponibilidad
constante de alimentos poco saludables y la promoción agresiva de estos productos
presentan desafíos significativos para quienes buscan mejorar su bienestar.

Para abordar estos desafíos, es crucial adoptar un enfoque multidisciplinario que


considere tanto los aspectos individuales como los ambientales de la conducta
alimentaria. Esto implica no solo educar a los individuos sobre la importancia de una
alimentación saludable, sino también implementar cambios en el entorno
alimentario para hacer más accesibles las opciones nutritivas y desalentar el
consumo de alimentos poco saludables. Además, se requiere un esfuerzo conjunto
de la sociedad en su conjunto para promover una cultura alimentaria que valore la
salud y el bienestar sobre la conveniencia y el placer inmediato.

En última instancia, al reconocer y abordar los obstáculos que enfrentamos en la


promoción de una alimentación saludable, podemos trabajar hacia una sociedad
donde todos tengan la oportunidad de llevar una vida más saludable y feliz.

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Bibliografía
Katz, D. L. (2015). Nutrición médica (3a ed.). Lippincott Williams & Wilkins. Cap. 44.
Pags. 935-953

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