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vo que no hay una única mejor forma de gobierno, porque ésta depende estrechamente
de las características del pueblo y ciudad a gobernar.
Siglos después, otro precursor, el funcionario florentino Nicolás Maquiavelo (1469-
1527), introdujo en El Príncipe (1532) una sustancial ruptura entre lo filosófico-moral y
lo político-práctico, entre el deber ser (preocupación filosófica) y el ser (preocupación
científica). Para Maquiavelo el Estado y lo político son una esfera particular de la acción
humana, independiente de la religión, de la filosofía y de la moral. Autonomizó así un
objeto: lo político-estatal. Y con ello consolidó la posibilidad de una disciplina también
autónoma que lo estudie: la ciencia política. En la obra citada escribió: «... juzgo más
conveniente irme derecho a la verdad efectiva de las cosas, que a como se las imagina».10
Otro precursor fue el jurista francés Montesquieu (1689-1755), quien hizo impor-
tantes aportaciones metodológicas al desarrollo de la ciencia política. En El espíritu de
las leyes (1748) procuró establecer cuáles son los sustratos sociales, económicos, cultu-
rales y geográficos que dan forma a diversos tipos de constituciones políticas. Sobre su
método, escribió Montesquieu que estaba dedicado a estudiar «las relaciones necesarias
que se derivan de la naturaleza de las cosas».
En el siglo XIX la ciencia social (en singular, en este caso) adquirió sus rasgos mo-
dernos, realizando investigación empírica y construyendo métodos y modelos teóricos
sistemáticos. Entre los fundadores de la ciencia social destacan Augusto Comte (Fran-
cia, 1789-1857), Carlos Marx (Alemania, 1818; Gran Bretaña, 1883), Emilio Durkheim
(Francia, 1858-1917) y Max Weber (Alemania, 1864-1920). Pese a sus grandes diferen-
cias en otros aspectos, estos cuatro grandes fundadores de la ciencia social coincidían
en estudiar a la sociedad como un todo integrado, sin considerar que hubiese una cien-
cia autónoma de lo político.
Paralelamente, se habían realizado esfuerzos por diferenciar o autonomizar a la
ciencia política. En 1795, en el seno del Instituto de Francia se había fundado una sec-
ción de «ciencias morales y políticas», que en 1832 se transformó en la Academia de
Ciencias Morales y Políticas. En 1857 España instituyó la Real Academia de Ciencias
Morales y Políticas. Quedó así acuñado el término ciencias políticas, un conjunto de
ciencias que —se confiaba en esa época de optimismo iluminista—11 con base en la
razón y el conocimiento contribuirían a una mejor organización social y política. En
1872, fue creada en París la Escuela Libre de Ciencias Políticas.12 En Estados Unidos de
América, en 1880 la Universidad de Columbia erigió una School of Political Science, y
en 1903, en ese mismo país, se formó la American Political Science Association (APSA).13
A nivel mundial, en 1949 nació la International Political Science Association. En Améri-
ca Latina, en 1938 se constituyó en Argentina la Academia Nacional de Ciencias Morales
y Políticas, y en 1951 se creó la Escuela Nacional (luego Facultad) de Ciencias Políticas
y Sociales en la Universidad Nacional Autónoma de México.14 David Altman sostiene
que «La ciencia política latinoamericana tuvo su “edad dorada” en los de 1970, y luego
tuvo que esperar otros 30 años para [con la redemocratización] reganar impulso».15
Según este politólogo uruguayo, Argentina, Chile, Brasil y México son los países que
tienen una ciencia política más institucionalizada, aunque también para ellos vale su
conclusión de que: «... la necesidad de profesionalizar la ciencia política en América
Latina continúa siendo uno de los más urgentes tópicos dentro de la disciplina en la
región».16
La creación de escuelas, instituciones y carreras universitarias de ciencia política
logró finalmente diferenciarla del discurso político y de la filosofía política, así como
¿Cuál es la relación de la ciencia política con las restantes ciencias sociales particulares?
Existen dos puntos de vista alternativos sobre esta cuestión: uno, que la ciencia política
está estrechamente inserta en el conjunto de las ciencias sociales, a tal punto que sería
difícil diferenciarla del resto de ellas; otro, que la ciencia política es autónoma respecto
de las otras ciencias sociales. Al respecto, en un trabajo de Rin puede leerse:
Su relación [de la ciencia política] con estas disciplinas [sociales] puede verse desde dos
perspectivas. Algunos dicen que la ciencia política ocupa un lugar central porque las pre-
ocupaciones sociales y humanas de las otras ciencias sociales deben tener lugar dentro —
y ser afectadas por— las creencias, prácticas y autoridad políticas que existen por doquier.
La visión opuesta es que la ciencia política es la ‘asistente’ de las otras ciencias sociales,
porque sus conceptos, métodos y capacidad de entendimiento dependen de ellas. Cual-
quiera que sea el lado que se tome, sigue siendo cierto que durante los casi cien años de
historia de la ciencia política como un campo académico, una u otra de las ciencias socia-
les han sido vistas como la clave para la comprensión de los asuntos políticos.18
Ciencia-encrucijada. No hay una ciencia política en particular; cada una de las ciencias
sociales comporta una parte política en la medida en que le concierne el problema del
poder; de este modo se tendrían una sociología política, una economía política, una antro-
pología política, etc. La ciencia política sería así la «encrucijada» de todas estas partes
políticas de las ciencias sociales.
Ciencia residual. Como ciencia más joven entre las ciencias sociales, la ciencia política estu-
dia problemas que las otras disciplinas habían descuidado, por ejemplo los partidos políti-
cos, las elecciones, los grupos de presión, los procesos de toma de decisiones, etcétera.
Ciencia de síntesis. Algunos piensan (erróneamente) que la ciencia política no tiene campo
empírico propio, y que la política debe ser analizada empíricamente por cada ciencia so-
cial particular siguiendo sus métodos especiales; en este sentido, la ciencia política sólo
existiría en un nivel superior, intentando sintetizar los resultados obtenidos por cada una
de ellas en el dominio del Estado o del poder.
entre sí, sino más bien porque, compartiendo como objeto genérico común a la sociedad
total, se «enfocan» sobre aquellos fenómenos que ofrecen una faceta de interés para su
peculiar perspectiva analítica, como se esquematiza en la figura 1.
AQUÍ FIGURA 1
Ahora bien, debe reconocerse que hay quienes piensan que las ciencias sociales son
realmente independientes unas de otras; esta manera de pensar implica que cada cien-
cia social posee un objeto específico que no se superpone con los de la demás. Por
ejemplo, el politólogo italiano Giovanni Sartori afirma que:
la noción de política calificó todo, y por lo tanto nada específico, hasta que las esferas de la
ética, de la economía y de lo político-social se mantuvieron no divididas y no se tradujeron
materialmente en diferenciaciones estructurales, vale decir en estructuras e instituciones
que pudieran calificarse de políticas por su diferencia con institutos y estructuras pasibles
de ser calificados de económicos, religiosos y sociales. En este sentido, el nudo más difícil
de desatar es entre lo ‘político’ y lo ‘social’.23
AQUÍ FIGURA 2
Resumiendo: poder político es aquél que se ejerce sobre una sociedad, por personas
«autorizadas» a tal efecto, y que dispone de un aparato coactivo (el Estado) para imponer-
se en caso de desobediencia. Con estos elementos puede formularse una segunda defini-
ción de la ciencia política: una disciplina social especializada que en el marco de una
ciencia social general se ocupa de todo tipo de fenómenos sociales (relaciones, estructu-
ras, instituciones) en la medida en que éstos afecten a, o influyan sobre, el poder político.
Esta definición, por un lado, combina los enfoques «sociológico» e «institucional» men-
cionados por Duverger, ya que involucra tanto la manera en que individuos, grupos (orga-
nizados o no) y clases sociales interactúan para obtener, mantener o cambiar el poder
político, como los orígenes, estructuras, instituciones y funcionamiento de los regímenes
políticos. Por otro lado, resuelve la disputa sobre si la ciencia política es tal por poseer un
objeto específico o más bien por su perspectiva analítica; en efecto, construye al primero,
de manera amplia y no pre-delimitada, como «todo» lo que gira en torno al poder político;
y a la segunda la concibe como una lente que resalta, dentro de ese todo, aquéllas relacio-
nes o fenómenos que tienen un impacto sobre dicho poder político.
En efecto, buena parte de las concepciones usuales de la ciencia política destacan al
poder político como su nota característica. Algunas afirman directamente que el poder
político constituye el objeto específico de la ciencia política. Otras definen a la ciencia
política como «ciencia del Estado», llegando por un rodeo a lo mismo, pues el Estado —
y los hombres que lo dirigen, o sea el gobierno— es quien detenta el poder político.
En unas y otras, lo distintivo es la coacción, resorte característico tanto del poder
político como del Estado. Por ello, durante bastante tiempo la ciencia política puso el
acento en relaciones de mando y obediencia: el ejercicio del poder, las modalidades de la
dominación, la dialéctica amigo-enemigo, las instituciones del Estado, fueron a menudo
considerados como datos iniciales y fundamentales de todos sus análisis. Tal tipo de
conceptualización de la ciencia política deja un amargo sabor de boca. Si ésta es la
ciencia que se ocupa del poder, hay sólo un paso a decir que es la «ciencia del poder»: la
ciencia de los poderosos, o de quienes desean serlo.
Frente a esto, es posible formular una tercera definición de la ciencia política, más
actual y a la vez mucho más antigua, que por una parte va acorde con la realidad y las
AQUÍ CUADRO 1
Con afán de puntualizar su objeto, pueden señalarse los temas típicos de la ciencia
política. La organización de las academias de Ciencias Morales y Políticas da una prime-
ra ilustración de esos temas. La francesa tiene las siguientes secciones: filosofía; moral y
sociología; legislación, derecho público y jurisprudencia; economía política, estadística
y finanzas; historia y geografía; y sección general. La española tiene como secciones:
ciencias filosóficas; ciencias políticas y jurídicas; ciencias sociales; y ciencias económi-
cas. La argentina se organiza en siete institutos: política ambiental; filosofía política e
historia de las ideas políticas; política internacional; sociología política; política consti-
tucional; ética y política económica; bioética. Tanto las denominaciones oficiales de
estas academias como las heterogéneas temáticas de que se ocupan, sugieren una con-
cepción de las «ciencias políticas» como encrucijada en que se entrecruzan otras cien-
En conjunto, estas listas temáticas ofrecen una cuarta definición de la ciencia polí-
tica, consistente en la enumeración de los asuntos comprendidos en ella. En efecto, sin
pretender ser exhaustivas, este tipo de listas temáticas indican con claridad los alcances
y temas propios de la ciencia política. Nótese que ni las academias ni la UNESCO inclu-
yen el poder político como un tema típico. Esto no significa que el poder político no
exista o no deba ser analizado, sino, simplemente, que ha dejado de ser objeto central de
la ciencia política. En efecto, desde fines del siglo XX, acorde con el avance de la demo-
cracia en el mundo actual, el foco de la ciencia política se ha desplazado a la política, a la
ciudadanía.31
¿Para qué sirve la ciencia política? ¿Qué utilidad social tiene la profesión de politólogo?
Un vistazo a los campos profesionales en que los politólogos se desempeñan preferente-
mente puede dar una primera respuesta a estas preguntas. El cuadro 2 indica tales
campos, así como los conocimientos y habilidades necesarios para desenvolverse en
cada uno de ellos.
AQUÍ CUADRO 2