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Número 15

El Nahual Errante

Número 12
El Nahual Errante
EL ARTE DE LA TRANSFORMACIÓN Y EL MIEDO

Título: El Nahual Errante #15 Gula y Avaricia


Fecha de publicación: 15/02/2024
Maquetación y diseño editorial: Belem Leal
Consejo Editorial: Leonora Montejano, Miguel Diaz, Arely Fuentes
Portada: IA
Playlist: Arely Fuentes
Contacto: elnahualerrante@gmail.com
Página: https://elnahualerrante.com
El copyright de las imágenes pertenece a sus respectivos autores y/o
productoras/distribuidoras.

EL NAHUAL ERRANTE
Contenido
Carta Editorial
Gula y Avaricia 4

Omeyolloa
Las hermanas peligrosas 6

Amoxtli
El hambre que lo devora todo: La ruta del hielo y la sal 8

Tlatlapana
American Horror Story Hotel 12

Icnocuicatl (Canto Triste)


Seven ways to die
Greed is the answer, everyone’s going mad 14

El Nahual y Y Ū rei ナワアルと幽霊


Castelvania Nocturne 16
Deboremos la revolución

Anecdotario
¿Me convertí en un vampiro? 18

Sasanili o El Arte de Narrar


Fantasmas Hambrientos  20
El que baja del cerro 23
Desigualdad social 26
LA ÚLTIMA TAZA 29
Dulce y Amarga 32
La tía Helen 34
Human's Inc. 37
Los Candidatos 40
Eternidad Vampirica 43
Tiempos Difíciles 45
El Ciclo y la Penumbra 48

Los Nahuales
Carta Editorial

Gula y Avaricia
Come de mí, bebe de mí… pero con prudencia. Los excesos, el punto máximo de
los placeres terminan por convertirse en pecados. ¿Y no son los pecados ese elixir
exquisito del que queremos saciarnos hasta el hartazgo? Y qué mejor manera de
representarlos por medio de la cara del monstruo ¿Qué más pueden perder los con-
denados? Ellos que se pueden llevar por los excesos sin remordimientos sin conse-
cuencias celestiales.
Para este número asociamos al vampiro con dos pecados capitales: la gula y la ava-
ricia. Dejemos que la inmortalidad se sacie del líquido vital al punto de atesorarla,
desearla sin las barreras de los límites humanos. Es así como los participantes para
este número llevaron al extremo más plausible la figura vampírica.
El reto está en la mesa. Monstruos y pecados. ¿hasta dónde pueden llegar?

Escoria Medina

4 | EL NAHUAL ERRANTE
|5
Omeyolloa

Las hermanas
peligrosas
Miguel Ángel Diaz Barriga N.

L
os pecados capitales son sim- imposibles de evadir. Los pecados capi-
plemente lo que, en el silo IV tales son innatos a los seres con pensa-
D.C., un sacerdote llamado Eva- miento.
grio Póntico seleccionó como los peores Cualquier especie, con un ápice de inte-
vicios del ser humano. Ya después fue un lecto alto, ha demostrado presentar en
Papa, Gregorio, quien los oficializó, pero sus actitudes los 7 pecados de la lista:
esa es otra historia. lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envi-
Son las manchas de la personalidad dia y soberbia.
de un individuo, sus deseos incontrola- Los monos, las orcas o los delfines
bles que a la larga conflictúan la vida de han demostrado estar más cerca del ser
quienes los padecen. Pero, también, son humano por sus vicios que por algunas
otras razones. Incluso la inmensa bon-
6 | EL NAHUAL ERRANTE
dad de los canes se opaca por la gula o la ningún otro. Proyección de la buena, de
pereza, demostrando que no es tema de la que pone en duda si somos los buenos
humanos nada más, también es de orcas, en realidad.
delfines, monos… vampiros. Los pecados en general nos impiden
La gula y la avaricia son hermanas. Son ver la bondad de la vida misma, deseos
una expresión de la misma necesidad en absurdos que toman el lugar de cosas más
el ser: la atracción desmedida de lo que sencillas, y, por tanto, que más llenan el
no es suyo. El individuo se mete al cuerpo alma ¿A qué me refiero? Los valores son
con cierta desesperación el alimento que el contrapunto de los pecados. Más satis-
ya no necesita, el que le hace daño, atrae factores, pero más complejos. Estos sí son
a su interior el vicio; mientras que la ava- más cosa de humanos, menos vistos en
ricia es mantener cerca lo que considera la naturaleza. Pero puede más una ham-
valioso, metales, piedras, papeles a los burguesa que la prudencia, puede más
que les asignamos un valor, llegando al una cuenta de cheques llena que la bon-
grado de tener vida de pobre por no per- dad. Puede más ese ensimismamiento
der lo valioso. Atraer lo externo que no es que levantar un poco los ojos para mirar
necesario para vivir. que hay otros que necesitan de ser reco-
El mito vampírico nació con la gula, un nocidos por nosotros.
demonio que se alimenta de los humanos La gula y la avaricia son esas herma-
sin saciarse, devorando sin poder resis- nas peligrosas, que necesitan acaparar
tirse a su hambre. Es tal vez el pecado todo, que pululan egoísmo y desespera-
más acorde al monstruo de Polidori, un ción, que no tienen las manos vacías para
monstruo que se hace de cualquier herra- abrazar o ayudar a alguien a ponerse de
mienta para devorar, incluso la seduc- pie, en todo caso para arrebatar; como lo
ción. El vampiro tiene la peculiaridad de haría un vampiro, un rico, un par de glo-
usar un pecado como herramienta para tones peleando por la última rosquilla.
saciar a otro pecado: la lujuria a favor de El trágico resultado suele ser poético, lo
la gula. que suele ser la perdición de los vampiros
Pero desde Lord Ruthven hasta el Conde son sus propios pecados. Tanta hambre
Drácula, el vampiro se ha asociado siem- y ambición que los lleva a la perdición,
pre con la fortuna. Incluso hay lógica con como a Drácula, quien nunca debió ir a
esto, si has vivido por siglos y no eres Londres a intentar agrandar su impe-
millonario has hecho algo mal. La for- rio, quien debió controlar su hambre
tuna no es mala, necesitarla y temer su por Nina. Pero tendríamos otra historia
ausencia es avaricia, es cegadora, es una de no ser así, quizá una más aburrida,
vida de tortura interna. menos famosa, con menos conexión con
De esta manera, los chupasangres se los lectores, ¿Quién sabe?, Quizá Drácula
pueden definir como seres sin control seguiría vivo. ¿Tú qué piensas?
de hambre de sangre y fortuna, y de la
misma manera sufren una gran tortura
física y psicológica al faltar ambas con-
diciones… como los humanos. Por eso
hay hoy en día una especie de culto a este
monstruo clásico, son tan humanos cómo

OMEYOLLOA | 7
Amoxtli

El hambre que lo devora


todo: La ruta del hielo y
la sal
Escoria Medina

8 | EL NAHUAL ERRANTE
P
ara hablar de vampiros dentro naturaleza humana, desafiando las nor-
de la literatura no hay mayor mas sociales y religiosas, acechando a sus
referente que la obra maestra víctimas con una seductora ferocidad.
de terror gótico Drácula de Bram Stoker, Pero una de las partes más impresio-
la cual, ha cautivado a generaciones de nantes de la novela, a mi parecer, fue el
lectores desde su publicación en 1897. diario del Capitán Varna, donde se narra
Esta novela epistolar nos sumerge en un el último viaje del Deméter que partió
mundo oscuro y misterioso, tejiendo una de Rumania hasta Inglaterra. Este dia-
red de intriga y horror que se extiende rio nos cuenta cómo la tripulación de la
desde los sombríos castillos de Transil- embarcación fue sometida por una pre-
vania hasta las bulliciosas calles del Lon- sencia oscura y maligna, terminando
dres victoriano. con las vidas de todos los tripulantes y
A través de cartas, diarios y recortes de el barco naufragando en las costas de
periódico, Stoker construye una atmós- Inglaterra.
fera de tensión y paranoia, explorando Este capítulo nos muestra la natura-
temas tan universales como el bien y el leza sangrienta de Drácula, así como su
mal, la sexualidad reprimida y el temor instinto de cazador. No por nada, Jose
a lo desconocido. La presencia del Conde Luis Zárate, decide retomar estos diarios
Drácula encarna el lado oscuro de la y darle otra voz al capitán del Deméter

Amoxtli | 9
donde los placeres, los miedos, el hambre brientas, no buscan la despensa de los
y el cazador furtivo se enfrentan ante la hombres, sino devorar a las otras ratas,
supervivencia en el vacío del mar abierto. como si estuvieran hambrientas de su
La narrativa de Zárate se desarrolla de sangre.
manera poco ortodoxa ya que, en los pri- Un poco de calma se presenta, al des-
meros capítulos, nos presenta una per- cartar la peste negra, pero la desapari-
sonalidad lasciva por parte del Capitán, ción del primer tripulante disuelve esta
quien, obsesionado con los cuerpos mus- paz al instante. Pudo haber caído por la
culosos y estéticos de su tripulación se borda, piensan varios, ya que se enfren-
siente sexualmente atraídos hacia ellos. taron a una tormenta durante días, pero
También nos muestra que, a pesar de su algo no termina de convencerlos. Otro
hambre sexual, tiene un deber que cum- más desaparece y no hay duda de que
plir como capitán del Deméter, así como algo los está cazando. A partir de este
la misión que se le ha encargado, la cual, momento el miedo y la desesperación se
es llevar un cargamento de tierra hasta hacen presentes en cada uno de los tri-
Inglaterra. Durante esa fracción del dia- pulantes. Las rondas las hacen en pareja,
rio, también, nos damos cuenta de la armados, pero lo que está en la oscuri-
culpa que carga hacia un hombre lla- dad, no le teme a sus armas ni a su fuerza.
mado Mijaíl y su trágico final. Alguien logra ver un polizonte. Un hom-
Para el segundo capítulo, dejamos como bre alto, pálido, que se pasea sobre la
temática principal los deseos sexuales goleta. Buscan en cada rincón del barco
para concentrarnos en la ruta del Demé- descartando la presencia del polizonte.
ter y las “coincidencias” que tiene con los El final de viaje se aproxima hasta que
diarios del Capitán Varna con la narra- una neblina densa no les permite ver
ción del escritor mexicano. Nos narra el rumbo que lleva el barco. Están a la
el recorrido del barco, aspectos bási- deriva por quién sabe cuánto tiempo.
cos de los tripulantes, las pesadillas que Para el tercer capítulo y final, los lecto-
comienza a tener el Capitán, la relación e res de Drácula ya saben cómo termina el
importancia que tienen las ratas a bordo viaje, pero Zárate da un giro interesante
y ese terrible presentimiento de que algo a la locura que viven los siete tripulantes
oscuro acecha la embarcación. Zárate en restantes del barco. El segundo al mando
ningún momento hace referencia explí- termina por tirarse al mar para impe-
cita a Drácula, pero entendemos, por las dir la muerte sin piedad que le espera a
similitudes que existen, que hablan de la bordo. El capitán se aferra al timón. Es el
última ruta que llevó a cabo el Deméter. único que puede llevar a tierra a la nave.
El hambre se hace presente. No sólo el
Lo primero que desapareció, fue-
de la creatura, los tripulantes ahora son
ron las ratas…
más bestias que hombres, pero el ser que
El Capitán señala la preocupación de la los disminuye en número, le dice al Capi-
desaparición de las alimañas dentro de la tán que es suyo, un trato de sangre se ha
embarcación, así como una marca negra hecho a cambio del placer otorgado. El
en el cuello de unos de los marineros. Con Capitán lo niega, pero recuerda sus pesa-
temor de que la peste negra sea parte de dillas tan lúcidas. Le recuerda a Mijaíl,
la tripulación, da la orden de búsqueda su muerte y la culpa que tiene. El capitán
de las ratas del barco, encontrando que busca la redención tanto de sus tripulan-
ratas blancas son las que están dando tes como del ser amado. Desnudo se tira
caza a las ratas grises. Estas ratas, ham- al mar para que sus cachorros lo sigan.
10 | EL NAHUAL ERRANTE
La sangre los incita, se tiran al mar bus-
cando saciar su sed, pero mueren ahoga-
dos. Ese fue el último acto de amor del
Capitán para su tripulación. La cuerda
que lo ata al Deméter lo ayuda a regresar
a bordo. Pudo escoger la muerte, pero un
Capitán no abandona su barco. Necesita
demostrarle al cazador que el hambre
no es el pecado, ni el placer sino lo que
se hace para zacear el placer. Se ata al
timón y con ello a su redención y victoria.
El resto lo saben los lectores de Drácula.

Amoxtli | 11
Tlatlapana

American Horror Story


???
Hotel
A
merican Horror Story: Hotel La Condesa es presentada como la
se destaca como una de las dueña y operadora del Hotel Cortez,
temporadas más inquietan- un lugar macabro y decadente lleno de
tes y fascinantes de la serie antológica secretos. Sus orígenes exactos no se reve-
creada por Ryan Murphy y Brad Falchuk. lan de inmediato, lo que añade un aire
Ambientada en un lujoso pero siniestro de misterio a su personaje y aumenta la
hotel en Los Ángeles, esta temporada intriga en torno a su pasado. Además, es
nos sumerge en un mundo de terror, un vampiro, lo que le otorga la inmorta-
decadencia y sensualidad. Sin embargo, lidad y una necesidad insaciable de san-
entre los muchos horrores que habitan el gre. Esta característica fundamental de
Hotel Cortez, hay uno que destaca espe- su naturaleza la define en gran medida y
cialmente: el vampiro. afecta su comportamiento y decisiones a
En la serie, el personaje central aso- lo largo de la temporada.
ciado con la figura del vampiro es Eliza- Elizabeth Johnson, es retratada como
beth Johnson, también conocida como una figura seductora y carismática que
“La Condesa”. Interpretada por la actriz atrae a aquellos que la rodean con su
Lady Gaga, La Condesa es un personaje encanto y elegancia. Esta capacidad para
complejo y fascinante cuya historia y manipular y seducir a otros es una herra-
motivaciones desempeñan un papel cru- mienta importante que utiliza para con-
cial en la trama general de la temporada. seguir lo que quiere. A pesar de su natu-

12 | EL NAHUAL ERRANTE
raleza vampírica y su aparente falta de trando a Valentino y a otros vampiros
empatía, La Condesa desarrolla vínculos como seres atormentados por su inmor-
emocionales con ciertos personajes a lo talidad y su sed insaciable de sangre. A
largo de la temporada. Su relación con través de flashbacks y revelaciones esca-
el conde Rudoph y su apego a la criatura lofriantes, la serie revela las tragedias
que esconde en una de las habitaciones personales y los tormentos emocionales
es lo que muestra que, a pesar de su frial- que han llevado a estos personajes a abra-
dad, todavía es capaz de experimentar zar su condición vampírica. A medida
emociones profundas, aunque pasajeras que la temporada avanza, vemos cómo
ya que sólo le importa así misma. estos personajes luchan con su humani-
A medida que se desarrolla la tempo- dad perdida y las consecuencias de sus
rada, se revelan detalles sobre el pasado acciones inmortales.
de La Condesa que arrojan luz sobre las En última instancia, American Horror
tragedias que ha experimentado y que Story: Hotel ofrece una mirada fasci-
han contribuido a moldearla en la per- nante y aterradora a la figura del vampiro,
sona que es en el presente. Estas reve- explorando no solo su faceta seductora y
laciones agregan capas de complejidad peligrosa, sino también su humanidad
a su personaje y generan empatía por perdida y su eterna lucha con la soledad
ella, a pesar de sus acciones. La Condesa y el vacío. A través de personajes com-
es una mujer ambiciosa que anhela el plejos y una narrativa rica en matices, la
poder y la riqueza. Su deseo de mante- temporada nos sumerge en un mundo de
ner el control sobre el Hotel Cortez y su oscuridad y decadencia donde los vam-
obsesión por la moda y el glamour son piros reinan supremos, recordándonos
manifestaciones de esta ambición, que la que, incluso en el glamuroso mundo del
impulsan a tomar decisiones extremas y Hotel Cortez, el verdadero horror reside
a enfrentarse a quienes se interponen en en lo que yace en lo más profundo de
su camino. nuestras propias almas.
Entre otro de los vampiros seductores
se encuentra el Conde Rudolph Valen-
tino, interpretado por Finn Wittrock.
Valentino es retratado como una presen-
cia misteriosa y seductora que habita en
el Hotel Cortez desde hace décadas. Su
aura de glamur y sensualidad se mez-
cla con un oscuro y peligroso magne-
tismo que atrae a aquellos que cruzan su
camino. Valentino encarna muchas de
las características clásicas del vampiro:
es carismático, seductor y está dotado de
una inmortalidad que lo hace tanto enig-
mático como aterrador.
Sin embargo, American Horror Story:
Hotel no se limita a retratar al vampiro
como un simple depredador seductor. La
temporada también explora las comple-
jidades de la naturaleza vampírica, mos-

TLATLAPANA | 13
Icnocuicatl (Canto Triste)

Seven ways to die


Greed is the answer, ever-
yone’s going mad 1

Florencia Frapp
1 Buckcherry (2013). Greed. En Confessions [Digital], EE.UU.: Endurance Music Group.

14 | EL NAHUAL ERRANTE
M
uchas han sido las bandas Pero no solo las bandas de metal han
que han utilizado los siete hecho música sobre los grandes place-
pecados capitales como res de la vida, ahí estaban 10 niños, de
inspiración de canciones o incluso de dis- entre 6 y 12 años, a finales de los 80 can-
cos enteros. Estos álbumes conceptuales tando «viva la gula, viva el mole, vivan
básicamente tienen un tema llamado los churros y el atole»4; la llamada, en
“siete pecados” y siete tracks en los que aquél entonces, Onda Vaselina, quienes
abordan uno a uno los pecados, por lo hacían versiones en español de música
que iremos desentrañando esos álbumes de los 50 y 60; “Viva la gula” es un cover
durante los próximos tres números de la de una canción de Naftalina quienes a su
revista; sin embargo, la playlist de esta vez le cambiaban la letra a las canciones
primera entrega pecaminosa la encabeza para hacerlas “divertidas”. En este caso
Paquita la del barrio cantando «invítame la canción que originó “viva la gula” es
a pecar, invítame o te invito»2. “Be-Bop-a-Lula” de Gene Vincent and
BillyMonkeys es una banda granadina his blue caps, un clásico de la década de
de rockabilly que sin pensarlo terminó los 50, que seguramente es una de las
haciendo un disco conceptual “7 peca- melodías más reversionadas de la histo-
dos”. De alguna manera fueron relacio- ria de la música.
nando las letras de las rolas con los peca- Arturo Huizar de Luzbel dice «Vivo en
dos, excepto la que se escribió pensando la orgía de la felicidad»5 en su tema “gula”
en la envidia, y de “Pereza” ya habla- en el que habla de todos esos excesos que
remos en un siguiente número, o no. le dan placer, de no tener misericordia
En “seven deadly sins” la banda alemana y aun así poder llegar al tan anhelado
Rage habla de lo que la mayoría ya piensa paraíso. Al contrario, Dave Gahan canta
sobre el surgimiento de los pecados capi- «How sweet life would be if I could be
tales, sobre la iglesia tratando de infun- free from the sinner in me»6, pero ¿por
dir miedo a sus feligreses para así poder qué? ¿Por qué sería feliz viviendo sin
tener más y más autoridad y fortuna. los grandes placeres de la vida? Aunque
Mientras que el grupo Immer en su can- Gahan habla también de moderación en
ción, del mismo nombre,, además resalta “The sinner in me” ¿será acaso el exceso
que las virtudes están muriendo olvida- lo que se considera pecar?
das ya que al mundo lo domina el pecado,
y como afirma Josh Todd de la agrupa-
ción californiana Buckcherry «greed is
the answear, everyone’s going mad»3,
tan locos que hay mucha gente a la que
no le importa lo que tenga que hacer o
sobre quién tenga que pasar con tal de
conseguir poder y riqueza como asegu-
ran los miembros de Luzbel en “avaricia”
de su disco “Tentaciones”.

2 Paquita la del barrio (1993). Invítame a pecar. En Invítame a pecar [CD], Ciudad de México, México.: Musart-Balbo.

3 Idem

4 Onda Vaselina (1989). Viva la gula. En La Onda Vaselina [vinil], Ciudad de México, México.: Melody.

5 Luzbel (2014). Gula. En Tentaciones [CD], Ciudad de México, México.:Discos Denver

6 Depeche Mode (2005). The sinner in me. En Playing the angel [CD], Londres, Reino Unido.:Mute Records

ICNOCUICATL | 15
El Nahual y YŪrei ナワアルと幽霊

Castelvania Nocturne Deboremos la revolución


Escoria Medina

Y
cuando creíamos que no podía para continuar con un spin off titulado
haber nada más sobre vampi- Castelvania Nocturne, adaptado de los
ros, Netflix decide apostar por videojuegos Castelvania: Rondo of
revivir uno de los vampiros de la Old Blood (1993) y su secuela Symphony
School ya que, si pasaste horas frente of the Night del mismo año y produci-
a un Super Nintendo, Game Boy das por KONAMI.
o PlayStation, seguro que llegaste a Nocturne se centra durante La Revolu-
jugar cualquiera de los juegos que ofrece ción francesa. La sociedad, en busca de
Castelvania o ya de plano, habrás oído igualdad y justicia, termina decapitando
hablar sobre este antaño videojuego. reyes, clérigos y aristócratas. Estas figu-
En lo particular, era todo un reto termi- ras de poder están asociadas con los
nar al 100% cualquiera de sus varian- vampiros, que si bien, son cazados por la
tes, además de farmear una y otra vez familia Belmont, pareciera que ven una
para conseguir el item que te hacía falta. oportunidad de resurgimiento por medio
Más allá de eso, realmente no contaba de los aristócratas que buscan sobrevi-
con una historia compleja ni nada por vir a la caída del sistema que promete la
el estilo. Aun así, Netflix nos presenta revolución. Y así, como si se tratase de
no una, sino dos historias que se desa- un movimiento contra revolucionario, el
rrollan cada una por separado. Por una cual es liderado por una “mecías”, toma
parte, tenemos Castelvania adaptada fuerza como un culto que se alimenta del
del videojuego Castelvania III: Dra- pueblo que busca la libertad.
cula’s Curse (1989) donde Trevor Bel-
mont se enfrentará al ejército de Drácula
16 | EL NAHUAL ERRANTE
No hay que ser muy listo para ver las nos revela que la serie tendrá continui-
“metáforas” que nos presenta Nocturne dad gracias a la aparición de Alucard. ¿No
de cómo el pueblo es succionado (literal- sabes quién es él en el contexto de Cas-
mente) por la aristocracia. Y este harto telvania? Bueno, pues anda a ver las dos
del maltrato social, se levanta contra el series para que lo tengas bien en claro y
hambre voraz de estas criaturas. La serie te quedes picado de estas franquicias que
también toca temas como la esclavitud cuentan con una animación excepcional.
en los campos de algodón en Estados No esperes mucho de los héroes… pero
Unidos y la destrucción de civilizaciones los vampiros simplemente cautivan, tal
en el nuevo continente. cual lo debe hacer la figura del vampiro.
El personaje de Orlox, vampiro antiquí-
simo descendiente de estas civilizacio-
nes perdidas, es de los personajes mejor
construidos dentro de la serie. Si bien,
vemos al Belmont en turno pelear con
vampiros y monstruos al mismo tiempo
que intenta lidiar con sus miedos infan-
tiles, como dije anteriormente, carece de
profundidad y trama. Entiendo que, si el
videojuego carece de historia, es difícil
adaptarle una narrativa que se sostenga
por sí sola, pero vamos, apena estás
empatizando con uno de los personajes
cuando termina devorado por vampiros.
Por otra parte, regresando a Orlox, se
presenta como el asesino de la madre del
protagonista, partícipe del culto hacia
las mecías, instigador, provocativo y en
momentos aliado del grupo de Belmont.
Entre otras sorpresas que se guardan
los personajes es la supuesta mecías con
deseos de devorar al sol. Esta se nos pre-
senta por primera vez como la insacia-
ble Isabel Bathory. Hambrienta de poder
y sangre de vírgenes, esta promete a los
vampiros y adoradores de su culto la
oscuridad eterna ya que en realidad es
un ser divino. Ella, en realidad, es Sek-
met, hija del Dios Ra en la cultura egip-
cia. Sekmet representa la guerra y la ven-
ganza y es bajo esos principios que busca
la destrucción de la raza humana para
dar paso a la raza de los vampiros.
Los héroes, ante tremendos enemigos,
se pinta difícil que puedan llegar a la vic-
toria hasta el último capítulo donde se

El Nahual y Yurei | 17
Anecdotario

¿Me convertí en un vampiro?


Leonora Zea

18 | EL NAHUAL ERRANTE
D
esde hace ya varios años o es (aún no lo sé) tal mi amor, mi obse-
aun estando en la universi- sión por ellos que no dejo que se aparten
dad, empezó mi ahora no tan de mi vista.
extraño gusto por las novelas y las pelí- —Si gustas puedes ojearlos — digo tra-
culas cuyos protagonistas eran los vam- tando de ocultar la ansiedad si alguien me
piros, por lo que, en aquella reunión del pide alguno prestado, pero que se vayan
Nahual Errante, cuando se eligió el tema, de mi casa, que crucen aquella puerta
mi emoción fue notable, ¡algo tengo que con mis tesoros, jamás lo permitiría.
escribir!, pensaba mientras a lo lejos En verdad prefería que se quedaran ahí
admiraba aquella colección invaluable, guardados, esperando a que otras manos
de libros vampíricos. los tocaran. “No es avaricia, pero no sea
Gula, avaricia, Vampiros, repasaba en que algo les pase” me decía a mí misma
mi mente una y otra vez como una plega- mientras la pila de libros iba en aumento.
ria, buscando alguna conexión real, algo “Los libros son para leerse” solía decir
sobre lo que pudiese hacer una “crónica” mi padre, me educaron bajo ese precepto,
algo verdadero sobre lo que escribir, algo bajo la idea de que era mejor perder un
que contar, pues no es como que me haya libro para que alguien más se nutriera
cruzado en el camino de algún vampiro de sus páginas a que se quedaran eter-
cuya fortuna no quería compartir, ¿ver- namente en un librero...Y ahí estaba
dad? yo, derrotada en un sillón mirando mis
Un poco frustrada, agarré uno de mis libros, sus palabras, cual faraón que pre-
sagrados libros y lo empecé a hojear en fiere irse a la tumba con sus tesoros antes
busca de algo de inspiración cuando el que compartirlos con alguien más: no
polvo de las páginas me hizo estornudar. importaba que los títulos fueran repeti-
—Ya vez, eso no pasaría si los prestaras dos, no importaba que no tuviera dinero
más seguido— dijo una risa burlona. o espacio, siempre quería, quiero más.
—Ash, Chango, orangután tenías que Siempre míos.
ser— le respondí al amor de mi vida, sin Un vampiro que chupaba cada una de
pensar en cuánta verdad había detrás de sus páginas de sus letras, un vampiro
esa “broma”. que no dejaba que nadie se acercara a su
Llevaba aproximadamente unos nueve tesoro. Un vampiro siempre sediento de
años buscando, comprando y coleccio- más y más y más.
nando casi cualquier libro que tuviese Vampiro, gula, avaricia.
la palabra “vampiro”, sin importar el
costo. Sin bromear, hubiera sacrificado
una semana de comida en pos de aquel
libro que no cualquiera podía” conseguir,
en pos de ese tesoro del cual presumir”,
pero después de leerlos se quedaban ahí
guardados, empolvándose, esperando
semanas o meses a que volviera a ellos,
y una vez que chupara todas las letras,
todo el conocimiento, todos los puntos y
comas, podían pasar años antes de que
mis manos los volvieran a abrir, pero era

Anecdotario | 19
Sasanili o El Arte de Narrar

Fantasmas Hambrientos
Daniel Greene

H ace mucho olvidé mi nombre, antes que existiera esta ciudad. Olvidé también
mi rostro, mi pasado y mi razón de haber nacido. Solo queda el Hambre.
Cuando salgo por las noches y recorro la ciudad, me acompaña y me indica cosas
que solo el Hambre puede ver: una rata muerta, una ventana rota por la que puedo
entrar, un borracho dormido en un callejón. Como un niño que tira de las faldas
de su madre para decir algo a su oído, el Hambre tira los bordes de mi conciencia,
me pide acercarme y siempre engullir más, más, más. Me hace un agujero en el
estómago y aunque mis entrañas son solo un concepto desde hace mucho, continúa
la sensación.
Entre el tráfico y las personas que salen a disfrutar un viernes festivo, entende-
mos el Hambre y yo que la ciudad está desierta: las nubes de lluvia se reflejan en los
edificios hechos todos de cristal. Las luces de los faroles flotan en la neblina como
fuegos fatuos. Y en la muchedumbre, lo veo en sus rostros, no hay una sola persona
con real ambición. Todos buscan solo pasar el día a día, someterse al tráfico, al tra-
bajo, su ruta al matadero personal. Beber de ellos no me da satisfacción. En algún
momento eran un festín fácil de obtener. Ahora son solo un alivio pasajero que, al
poco rato chilla en mi estómago junto al Hambre, haciendo eco de sus peticiones, un
fantasma dentro del Fantasma. Me piden comer; quieren comer ahora, ahora, ahora
pero no me alimento de quienes no buscan de verdad. No sacian mi hambre si no
tienen hambre como yo, hambre de vida y experiencia y de existir realmente en vez
de solo vagar por la vida. Vagar como Fantasmas.
Hace tiempo morir era más fácil, por eso la gente deseaba. Aunque siempre ha
habido personas que buscan recorrer el trecho entre la vida y la muerte con el menor
número de eventualidades posibles, un cuerpo destrozado por una bestia salvaje,
una casa entera vacía por la plaga suele otorgar idea de su propia mortalidad y eso
les impulsa. Las mismas ganas de morir al ver a un ser amado que se fue de pronto,
por un instante eso es verdadera ambición. Pero el instante se evapora, el deseo se va
mientras la comida desciende por mi invisible garganta. Me deja hambriento y con
sabor a cenizas en la boca.
Cuando nací era solo un sonido primario, el gruñido de un estómago. Envolví el
primer rastro de sangre que encontré, un moribundo con el estómago abierto que
se entregaba a su señor. Desde entonces tomé conciencia, tomé sustancia, entendí
que no estaba solo, sino que el Hambre venía conmigo. Aún en la más rudimentaria
existencia, estábamos juntos los dos. Lamíamos el suelo de las prisiones, manchado
de peleas y alguna muerte en ocasiones. Luego, el cadalso. Engullimos animales
enfermos que no lograban huir despavoridos, algún infante muerto cuya madre chi-
llaba de dolor. Entonces, me vi en una vidriera, apenas el vapor de un suspiro que
empañaba el cristal.

20 | EL NAHUAL ERRANTE
Cuando yo era el frío que se colaba por los marcos de las ventanas, el Hambre me
contó que alguna vez viví. Era yo una persona que deseó demasiado sin tener satis-
facción. Me levanté entonces como un fantasma, impedido del descanso por una
ambición que la muerte y el tiempo no me dejan recordar. Ahora solo tengo el Ham-
bre. Me murmuró al oído que mis alimentos me dan sustancia, me permiten tomar
forma.
En aquel entonces fue un comentario casual pero el paso del tiempo me quitó la
ciudad que conocía: las enormes casas de piedra fueron derrumbadas y edificios
de cristal brotaron en su sitio como flores en la primavera. Los caminos largos que
la gente transitaba solo de día se convirtieron en carreteras ocupadas a toda hora.
Incluso el cielo se fue opacando con las luces de los automóviles y el smog. Ahora hay
gente, mucha gente y nadie me ve.
No sé si alguna vez fui particularmente sociable y no busco ahora mezclarme con
todo el mundo, pero la marca de un suspiro que empaña una vidriera se va, por las
ventanas cada vez se cuela menos el viento helado. La luz me duele, me hace des-
vanecer, quizá si cobro sustancia en algún momento pueda volver al sol, pero por
ahora únicamente aspiro a la tibieza de la gente apiñada en el transporte público, la
exhalación de un niño cuando intenta calentarse las palmas durante el invierno. No
podría decir que me siento solo, porque solo el Hambre siento, y es esa falta de sen-
sación la que me impulsa a buscar sustancia buscando nutrición.
Pero cada vez resulta más difícil encontrarme algo qué comer. Me pregunto si otros
fantasmas hambrientos como yo piensan lo mismo, o si han encontrado
toda la forma de cazar a quienes desean algo de la vida. Yo por mi parte me dejé
guiar por el aroma del incienso, el montón de baratijas que colgaban de tu ventana y
que el Hambre me dijo que eran para tu protección: ajo, salvia, una línea de sal mez-
clada con ceniza. Supongo que quien busca protegerse, como tú que no sales de casa
y prendes velas en tu habitación a todas horas, le tiene a vivir un aprecio especial.
Llevo un par de noches acurrucado frente a la ventana de tu apartamento, mirar
cómo tocan el timbre y esperas cinco minutos antes de abrir la puerta y tomar lo que
dejaron en la entrada. Comes en tu mesita, ovillada en tu lugar como yo me ovillo
en el contenedor de basura para esconderme del sol. En las noches te veo recorrer tu
apartamento, asegurarte que todas las cerraduras estén puestas y no se haya pertur-
bado la línea de sal. El Hambre solo me permite observar una semana.
Pero cuando me doy cuenta de que realmente quieres vivir es la única vez que te
veo salir de casa: el sol recién cae y te cambias de ropa. Te sigo y llegamos a un par-
que con una pista de correr. Para entonces ya está oscuro, la gente sale de trabajar y
camina arrastrando los pasos, pero yo te observo desde el borde de la pista mientras
trotas con suavidad. En una de esas vueltas, noto que sonríes y te dejo ser. Vuelvo
junto a tu ventana, me pongo a esperar. Te aseguras de poner todos los candados,
enciendes tus velas unos minutos y recitas algunas oraciones. Enciendes la alarma
de la puerta. Le echas un vistazo a la línea de sal. Todo en orden, vas a la cama.
Cruzo el vidrio y paso sobre la sal. El ajo tiene algunos hongos, las hierbas están
secas. Cuando paso por el corredor, miro una pared llena de espejos, en tu habita-
ción flota el perfume de resinas y el velo grisáceo del humo. Desde tu ventana se ve
la calle llena de farolas; a lo lejos, la avenida con un montón de puntos luminosos,
un cielo estrellado para sustituir el que no vemos por el smog.

SASANILI | 21
Duermes hecha un ovillo, tus manos estrujan una almohada. Sobre tu cabecera,
un crucifijo color plata que refleja la luz con un destello. Cuando toco su rostro, des-
piertas y miras en mi dirección, los ojos fijos en mí como si me vieras en realidad.
Tus pupilas, en las sombras, se dilatan. Te enfocas en mí, pero nadie más me ha
visto. Preparándote para gritar, inhalas.
Me pregunto si los que son como yo obtienen placer de alimentarse o si sólo buscan
hacerlo para ganar sustancia y volver a sentir. Sentir.
Siento el frío de la noche, tu aroma suave se desvanece y tu respiración se ralentiza
poco a poco. Los sonidos de afuera ganan nitidez: un perro, una persona que habla
a la distancia por su teléfono celular. Concentrándome un poco, miro hacia abajo:
un par de pies que me pertenece, enfundados en zapatos negros y brillantes que, de
alguna forma, sé que se ensuciaran. Las mangas de la camisa en mi abdomen tienen
manchas pequeñas, los puños arrugados. Salgo al corredor de los espejos y, por pri-
mera vez en muchos años, una imagen humana me mira. Tiene profundas ojeras y
un par de líneas de expresión, pero es una cara.
Al inicio pienso que apenas estoy acostumbrándome a andar, pero después noto que
mis pasos son pesados. Camino por la calle arrastrando los pies y, en una vidriera,
veo la imagen de la gente muy cansada para hablar. Somos similares, todos con oje-
ras y líneas de expresión, todos fantasmas hambrientos. La multitud me envuelve
y hace tanto frío esta noche que me uno al cauce en busca de calor. Y caminamos,
caminamos. Escucho la forma en que hablan con el Hambre al caminar. Le cuentan
su historia como yo lo hago desde que existo con ella. No podemos hablarnos por-
que no tenemos nombre, lo hemos olvidado. No tenemos hogar porque no tenemos
memoria. Con nuestro rostro nuevo no nos identificamos y no sabemos nuestro pro-
pósito porque no recordamos haber nacido.
Estoy seguro de que en algún momento saldrá el sol. Cuando el sol salga, existir
tendrá sentido. Buscaremos formas de mantenernos materiales, de seguir sintiendo
su calor. Mientras tanto, camino. Caminamos todos por la ciudad; aunque el resto
de los Fantasmas desaparezcan, encuentro siempre
alguien que de algún modo busca el día siguiente, sobrevivir. Supongo que son
Fantasmas como uno que poco a poco se han creído algo más que fantasmas, pero
vagan igual. Arrastramos todos los pasos en busca de un hogar en ciudades que no
existen, alimento que nos de sustancia, o tal vez solo vagamos en espera del próximo
día para seguir en busca de nuestro matadero personal.

22 | EL NAHUAL ERRANTE
El que baja del cerro
Carlos E. H. García

L a luna estaba por llegar a su punto máximo. Amarilla, fría, cobijada por
nubes pasajeras. Era la más grande del año, la más bella, y la más odiada
por los habitantes de Río Colorado. La gente corría en la plaza del Santo sin rostro,
buscando donde acomodar la mesa de roble, lo más alejada de la iglesia de la Virgen
de los colonos de Allende, pero por debajo de la gran luna amarilla tenía que estar
de frente al naranjo que tanto le gustaba. El invitado era muy especial, no lo querían
hacer enojar.
Don Lino Vargas se enjugaba el sudor con un pañuelo percutido. La noche era fría,
el viento taladraba la ropa, y los nervios ardían como leña. Tenía que proteger a su
gente. Le había pedido a Pablo Orozco que estanoche no se presentara, es más, para
estar seguros que ni estuviera en los alrededores, que se llevara a sus santos de yeso,
los crucifijos, la biblia y todo lo que fuera religioso, no quería molestar al invitado.
Aquí y allá se escuchaban maldiciones y plegarias en susurros. Todos llevaban algo
en las manos. Platos de oro, vasos de plata, joyas, carne cruda, cubetas con sangre.
Los faroles en las calles se apagaron, y como respuesta encendieron lámparas
de brea que rodeaban la plaza de aquel santo que no los escuchaba. Doña Magda
acomodó el mantel sobre la mesa y los cubiertos envueltos en servilletas de tela.
Antes eran más de doscientas almas, pero desde que aquella cosa llegó, se fueron
marchando poco a poco buscando una vida mejor. Se miraban los unos a los otros,
viendo el fuego brillar en la película de sudor del que tenían al lado. Se encontraban
nerviosos, mordiéndose los labios, comiéndose las uñas y jugando con los dedos de
las manos.
A lo lejos, por la avenida del Nopal, aparecieron tres sombras con los ojos brillosos
por la rabia. Mephisto, Lilith y Vaehl, los tres lobos que acompañaban a la bestia.
Una neblina oscura y espesa comenzó a bajar desde los cerros y a reptar los tejados
de zinc, carcomiendo la pintura de las paredes. Poco a poco se fue moviendo por los
techos de lámina hasta llegar a la mesa y formar un bulto. En un abrir y cerrar de
ojos se fue disipando la espesura de la niebla y apareció un hombre alto, flaco, con
cadavéricas manos, piel pálida, escasos cabellos que le colgaban de las sienes y una
boca diminuta que se le dibujaba en el rostro alargado. Aquella cosa se hacía llamar
Sir Arthur Swamp.
El pueblo hizo una reverencia al verlo sin perder el miedo que siempre les causaba.
Arthur Swamp los observó con aquel asco que muestra una persona al ver a las ratas.
Fue directo a su silla de roble con los lobos pisándole los talones, viró a todos lados
para cerciorarse que la iglesia estaba lejos, levantó la vista y miró que la luna la tenía
de sombrero, fijó la vista enfrente para ver el árbol que tanto le gustaba. “En nombre
de Río Colorado”, comenzó don Lino Vargas, “Le damos la bienvenida a…”. No era
algo nuevo. Desde hace cinco años Sir Arthur bajaba desde algún punto de los cerros
para pedir oro y comida, a cambio de dejarlos tranquilos las noches sin luna.

SASANILI | 23
Jose López, el policía de Río Colorado le entregó un cuaderno grande con pastas
negras y letras doradas. En él, estaban escritos los nombres de todos los habitantes
del pueblo (subrayados con tinta roja los que ya habían muerto). Y comenzó: “César
Alcantar.” dijo con aquella voz lejana. El señor Alcantar era un ganadero próspero en
un pueblo chico. Llegó hasta el hombre flaco y le ofreció una vaca gorda. Sir Arthur
la miró y la aceptó, lo despidió con un movimiento de mano y pronto mandó a lla-
mar a otro, mientras los lobos se peleaban por la vaca. “Margarita Aguilar”, y la bella
joven se acercó a Sir Arthur cubierta por un velo negro y le entrego una bolsa con
monedas de oro rozando aquella mano fría. Fueron pasando por orden alfabético,
algunos entregaban oro, otros animales, sangre, o carne cruda. Lo impresionante
llegaba cuando era el turno de algún desafortunado que no tenía cómo pagarle a la
cosa que se hacía llamar Sir Arthur Swamp. Tenían que entregar a un hijo pequeño,
al monstruo le gustaba la carne tierna.
Todo ocurría demasiado rápido. El niño tenía que ir hasta donde la bestia lo miraba
con aquellos ojos oscuros como la obsidiana, le comenzaban a crecer los dedos fla-
cos hasta convertirse en garras. El pequeño temblaba, Arthur abría la boca de una
manera inhumana y le crecían los colmillos; el niño lloraba cuando miraba ese ros-
tro, y todo el pueblo se tapaba los ojos, mientras se escuchaban los gritos de los niños
al sentir como Sir Arthur clavaba los dientes en sus cuellos; les succionaba la sangre
y les arrancaba un pedazo de carne. Cuando le entregaban bebés, no dejaba ni los
huesos. Aquel monstruo flaco iba engordando conforme pasaba la lista. La mayoría
de las personas prefería entregarle oro, joyas y piedras preciosas. Así fue comoa-
masó toda su fortuna. Pero cada vez exigía más dinero, más oro, más carne, más
sangre, y sobre todo más niños.
Siguió pasando su dedo largo sentenciando nombres cuando llegó a su favorito.
“Humberto Frías”. Todos en Río Colorado le habían dicho a Humberto que aque-
lla noche no se presentara, que se escondiera en su casa y rezara. Que ellos dirían
cualquier cosa. “No está”, “ya no vive en este pueblo”, gritaron algunos. Sir Arthur
chasqueó los dedos y los lobos saltaron hacia la multitud y comenzaron a olfatear,
aquel hombre tenía un olor peculiar, no era miedo, sino tristeza, mucha tristeza. A la
luz de la luna todos se parecian, eran bultos negros. Siguieron olfateando hasta que
encontraron a la sombra llamada Humberto, la persona más triste de Río Colorado.
No tenía trabajo, ni tampoco dinero, de los siete hijos que tenía solo le quedaban tres
(a los otros cuatro se los había llevado Swamp). Los lobos lo olfatearon y aullaron, sir
Arthur lo hizo llamar con un dedo largo, todos se sorprendieron al verlo, ¿cómo era
posible que fuera a entregar a otro hijo? No entendían cómo podía ser tan estupido.
Pero ahí estaba, y no llevaba a ninguno de sus hijos con él, sino un pollo asado en
una vara. Sir Arthur sonrió cuando Humberto llegó a su lado.
–Esperaba ver a uno de tus hijos, Humberto.
–Perdóneme esta vez señor –le respondió Humberto en una súplica poniéndose de
rodillas–. Le traigo este pollo, está muy bueno, es lo único que tengo, por favor.
–No creas que un pollo… ¿Qué es ese olor? –dijo Sir Arthur mientras sus ojos se
dilataban y la boca se le hacía agua.
–El pollo, señor.
–Vaya, puede que te perdone, Humberto –tomó el pollo y le tiró una mordida–.
Pero quédate mientras termino, si no me gusta, traerás a uno de tus hijos. Toma
asiento.
24 | EL NAHUAL ERRANTE
Humberto lo odiaba, lo que más deseaba era acabar con aquella bestia que solo
se burlaba de él, quería vengar a Susana, María, Braulio y Miguel. Se sentó, y miró
como aquel monstruo devoraba su comida.
–¿Que lo trajo a Río Colorado, señor? –preguntó después de un largo suspiro.
–Este pueblo tiene algo en particular –Sir Arthur hablaba sin dejar de morder el
pollo que le había dado Humberto–. Leí en revistas inglesas que México tiene de
todo, brujas, chamanes, duendes, gente que se transforma en animales, y un tal chu-
pacabras y dije, ¿Por qué no un vampiro?
–Pero ya no tenemos oro y la poca comida que juntamos en el año usted se la lleva,
¿Por qué quiere seguir aquí?
–Su pueblo, cof –Arthur se llevó la mano a la boca y eructo–. Su pueb… cof… san-
gre… Necesito sangre para pasarme el pollo.
Humberto Frías miró al monstruo y le tendió un vaso con sangre, esta le corrió por
la comisura de los labios como ríos rojos que surcan la nieve. Por un momento la tos
desapareció, pero algo en el pecho le quemaba.
–¿Qué es esto? –preguntó y volvió a toser.
–Cociné el pollo por fuera hasta que estuviera tostado, pero lo dejé crudo por den-
tro, eso fue todo.
–No estupido… cof… ¿Qué le pusiste?
–Ah… pues lo condimenté con dos limones agrios que tenía, sal, pimienta, clavo y
mucho tomillo, para disimular el olor de una cabeza de ajo molido.
Los tres lobos comenzaron a correr en círculos y a pelearse entre ellos, termina-
ron huyendo por la calle del nopal. Sir Arthur apartó la silla con una patada y cayó
de rodillas, trató de sostenerse en la mesa, pero el ajo lo quemaba por dentro, era la
primera vez que aquel monstruo experimentaba el miedo. Utilizó todas sus fuerzas
para ponerse de pie, pero Humberto miró la oportunidad que buscaba desde hace
años.la vara con los restos de pollo y apuñaló el pecho de aquel monstruo; cuando
miro cómo aquella cosa moría, sonrió como hace años no lo hacía. Todos dicen que
fue un grito aterrador que se quedó impregnado en las noches sin luna, pero para
Humberto Frías fue el grito de la venganza, de la paz, y de la victoria.

SASANILI | 25
Desigualdad social
Génesis García

C ontrario a la creencia popular, los vampiros no tienen múltiples deficiencias,


ni puntos débiles. La luz del sol es molesta, sí, pero su efecto no pasa más allá
de una insolación y un vergonzoso enrojecimiento similar al de un cangrejo. La estaca
en el corazón resulta mortal, pero, ¿qué clase de criatura no moriría con una jodida
estaca atravesando su corazón? El que afirmó que era una manera efectiva de acabar
con un vampiro era un ser muy obvio y evidentemente de luces muy, muy cortas.
La creencia de los ajos (ridícula, por lo demás) también resultó ser una falacia. La
peste de los bulbos ofende más a su sentido de la elegancia que a su salud. Puede que
alguno sea alérgico, pero nada tiene que ver con su condición vampírica. Las cruces,
por otro lado, sí fueron motivo de preocupación para las generaciones anteriores. Sin
embargo, en un mundo moderno y decididamente ateo, dejaron de ser un problema.
De hecho, muchos vampiros (seducidos por la moda gótica y victoriana) las usan
como parte de sus atuendos, sin arrugar una ceja.
La plata, en cambio, probó ser tremendamente peligrosa. La exposición prolon-
gada al metal puede causar lesiones severas y finalmente, la muerte. Es por ello que
muchos prefieren la bisutería, ignorando las marcas verdosas que esta puede dejar
en la piel; detalles menores si se compara con la perspectiva de una muerte dolorosa.
Lo que sí resultó ser una verdad innegable es que ningún vampiro puede atravesar el
umbral de una casa si no es invitado. Esta imposición biológica, molesta para algu-
nos, risible para otros, era motivo de una furia asesina para Camilla. Odiaba sentirse
limitada por algo tan tonto como una puerta y la voluntad de un humano insignifi-
cante. Ella era una vampira, miembro de una raza antigua y poderosa que venció a la
Muerte, a Dios mismo y que se hizo un lugar en el mundo a sangre y fuego. ¿Por qué
debían limitarse por algo tan ridículo como un par de paredes? ¿Por qué no podía
beber toda la sangre que quisiera? ¿Por qué no podía tenerlo todo?
El sabor de la sangre era como una droga para Camilla. Le gustaba la sangre dulce
de las mujeres jóvenes, el sabor agrio y robusto del plasma masculino, el ligero
regusto a cerezas y caramelo dentro de las venas de un niño. Cada persona tenía
su propio aroma, su propia combinación de esencias y picos de sabor que los hacía
únicos. Descubrir ese gustillo, esa nota singular de cada alma que arrebataba pro-
vocaba en ella un placer y un hambre insaciable, incontenible e intensa. Tan intensa
como su amor por el dinero. La joven vampira no solo sentía hambre por la sangre
humana. No, su apetito iba más allá. Camilla tenía hambre de éxito, de poder, de
fama. Lo quería todo y todo para ella. Era egoísta y ávara, ambiciosa e implacable.
Descubrió muy pronto que para ser alguien en el mundo, necesitaba dinero. Y no
poco. Era el único modo de llevar la vida llena de lujos y opulencia que ansiaba y
merecía. Así que se decidió a acumularlo y a amasar una fortuna.
Su inmortalidad probó ser de gran utilidad y más temprano que tarde sus arcas
rebosaban de dinero: acciones, joyas, propiedades, caballos, autos, aviones. Camilla
lo tenía todo. Vestía con los mejores diseñadores, se rodeaba de la gente más ele-
26 | EL NAHUAL ERRANTE
gante y poderosa, asistía a fiestas con miembros de la realeza y aparecía en las porta-
das de las revistas. Era envidiada y admirada, deseada y codiciada por los hombres
más boyantes del momento. Cambiaba de amante cada pocos días, ansiosa por pro-
bar algo nuevo; cada vez más audaz, más intenso. Tenía una vida brillante y lujosa…
pero, no era suficiente. Camilla quería más. Lo quería todo. El hambre que parecía
sentir a todas horas ya no se saciaba solo con sus visitas a los bancos de sangre, ni
con los “regalos” que le ofrecían constantemente sus amigos más cercanos. Llegó
a un punto en que no podía concentrarse, ni mantener su atención en nada que no
fuera esa llamada urgente y desesperada dentro de su ser. Su trabajo como directora
del banco más importante del país comenzó a verse afectado por sus continuos des-
cuidos y pronto la junta directiva se volvió una espina en su costado, exigiendo más
y más de ella.
El olor de la sangre fresca y cálida bajo la piel de sus empleados provocaba en ella
una fascinación cada vez más grande y la tentación de hundir sus colmillos en las
horribles y arrugadas gargantas de los miembros de la junta se hacía insoportable.
Sabía, sin embargo, que ellos estaban fuera de su alcance. Todos los que la rodeaban
estaban fuera del menú y eso amenazaba con arrebatarle la cordura. Desesperada,
comenzó a recorrer por las noches los callejones y las plazas, buscando víctimas que
nadie echara de menos. La sangre de los adictos y las prostitutas era repulsivamente
dulce, pero, no tenía más alternativa. No podía atacar a cualquiera, por mucho que
lo deseara.
En primer lugar, estaba el desagradable tema de las casas. Las jodidas paredes,
puertas y ventanas convertían hasta el más humilde de los hogares en una forta-
leza inexpugnable para ella, alejándola de cientos de potenciales presas mucho más
apetecibles que una prostituta o un mendigo. Por otro lado, estaba la imposición
del Concilio de Vampiros. Todos los vampiros del mundo estaban obligados a some-
terse a las decisiones del concilio para mantener la paz y el statu quo entre huma-
nos y vampiros. Los ancianos prohibieron, so pena de muerte, atacar a los humanos
a diestra y siniestra, especialmente si tenían familias u hogares a los que regresar.
Sabían que debían evitar a toda costa una matanza innecesaria que llamara dema-
siado la atención, ya que un paso en falso pondría en peligro el secreto que rodeaba a
su mundo y su propia supervivencia. Camilla siempre odió esas leyes absurdas y las
ridículas imposiciones, pero, apretaba los dientes y obedecía, como todos los demás.
Se amaba demasiado como para exponerse al escarnio público y a la ejecución. No,
su hermosa cabeza pelirroja no rodaría. Aunque eso significara aguantar el hambre
y el deseo.
Un buen día, sin embargo, una ingeniosa salida apareció frente a sus ojos. Cuando
la sosa relatora de noticias bursátiles anunció el comienzo de la recesión económica
y de la crisis del mercado inmobiliario, Camilla vio una solución maravillosa a su
problema. Las altas tasas dejarían a cientos y cientos sin un techo y, a más personas
sin hogar, más comida para ella. Regresó al banco con el corazón en llamas y la feli-
cidad hormigueando bajo su piel. Impuso un nuevo régimen de intereses y cuotas
que hicieron prácticamente imposible que las familias pudieran pagar sus créditos
e hipotecas y con eso, las calles comenzaron a llenarse de gente sin hogar. Gente
limpia, sana, respetable que sabía delicioso y que nadie echaría de menos porque,
bueno, eran indigentes. Y los indigentes a nadie importan.

SASANILI | 27
Así, comenzó una fructífera y satisfactoria cacería que, por una vez, sació su ham-
bre. Los indigentes formaban parte de ese grupo anónimo y olvidado del que tenían
permitido alimentarse con libertad, por lo que tenía vía libre para dar rienda suelta
a su gula. Sentada entre los cuerpos sin vida de un pequeño campamento de indi-
gentes bajo un puente, relamió la sangre de sus labios carnosos y suspiró felizmente,
observando los cadáveres a su alrededor. Hombres, mujeres y niños le devolvían la
mirada con sus ojos vacíos, marchitos. El pequeño grupo, compuesto por dos o tres
familias, habían construido un refugio improvisado junto al agua y la ropa tendida,
los sacos de dormir, los juguetes de los niños y los utensilios de cocina llenaban
el lugar. Era claro que eran (fueron, en realidad) personas trabajadoras, decentes.
Familias unidas y amorosas que se esforzaban por darle lo mejor a sus hijos y brin-
darles una vida cómoda y digna. Nada de eso sirvió, sin embargo, cuando la codicia
de los ricos se cirnió sobre ellos como una maldición.
Nada de eso le importaba a Camilla. Era la ganadora. Y ahora disfrutaría de los
frutos de su arduo trabajo.
–Como me gusta la desigualdad social…– murmuró, estirándose perezosamente
antes de salir a cazar de nuevo.

28 | EL NAHUAL ERRANTE
LA ÚLTIMA TAZA
Demian Shadows

L a pesada tapa del sarcófago se volvía uno más de sus problemas, al momento
en que el sol se ocultaba por detrás de las montañas.
Eran tiempos nuevos, caóticos, irreconocibles para su situación. Laenihm, vam-
piresa de hace un par de siglos, hoy confronta no solo la carencia de vitalidad, sino
la de sangre para beber. Sus alargadas y arrugadas manos tientan los límites de
su sarcófago, intentando aferrarse a lo poco que queda; palpa lo que puede ser la
última vez que puede moverse. Su larga cabellera gris cae, hacia la gastada almoha-
dilla dentro del féretro; continúa cayendo conforme la criatura se levanta. Recuerda
los tiempos en que su largo, oscurecido, mortífero y sensual cabello podían hacer a
cualquier ser humano, la hipnosis atrayente a su presa, para al final, ver su rostro a
sus ojos embebidos de solo muerte, oscuridad en el fondo, los colmillos fuertes hun-
diéndose en la carne…
Tiene hambre. Tiene duelo. Tiene debilidad. Tiene eternidad.
El umbral de dolor humano finaliza una vez que muere, mas el de un vampiro se
posterga por años; así lo ha comprobado Laenihm. Mas, teme morir. Todo comenzó
en ese punto.
Tras una de las muchas pandemias que la humanidad creó para extinguirse, Lae-
nihm tenía el nombre de María de los Ángeles; católica por imposición, abandonada
por despecho. Durante la pandemia, a la joven la asoló dicha enfermedad. A falta de
información, la familia la abandonó a su suerte en aquella enorme casa. Encerrada
en la enorme tumba aquella, de tantas posesiones materiales, María le abrió una
noche la puerta a una anciana con unas extrañas manos alargadas, justo como las
que ahora observa detenidamente su vampírica forma. Tras darle asilo a la anciana,
ofreció agua y una manta, aquella débil figura alargó su mano para acariciar a la
joven.
“Yo puedo salvarte mi niña, pero debes aprender a salvarte tú también”, le dijo la
anciana.
Con una de sus alargadas uñas, rasgó de tajo su muñeca y ofreció la sangre a la
joven.
“Bebe hija mía. Bebe y sálvate. Yo ya no tengo más que probar”.
María escuchó voces del pasado, tiempos nunca escritos en los libros, historias de
miles de personas a través de los siglos, gritos de horror en las esquinas del mundo.
Su cabeza, llena de todos los sonidos al mismo tiempo la hizo fallecer y revivir.
María murió. Laenihm volvió de algún punto en el pasado a usar el cuerpo de la
joven. Así, comenzó el principio del fin.

SASANILI | 29
La pandemia se extendió por muchos años. Laenihm comprobó que la sangre con-
taminada por dicha pandemia no era buena para beber, casi muere en un par de oca-
siones. Los humanos comenzaron a aislar en ciertos puntos, en los cuales, nuestra
vampira se alojó en la esquinas y recovecos oscuros, bebiendo la pureza de la vida
de otros.
Los casos confirmados de pandemia fueron tergiversados por los medios con los
ataques de Laenihm, llevando así a la conclusión de que esta enfermedad condujo a
la creación de muertos resucitados.
Como si fuesen los años 1500, no se hizo esperar que la humanidad respondiera
como lo ha hecho: descubrir ataúdes y fosas comunes, clavando estacas al corazón
de los ya fallecidos por la pandemia, creando un virus más fuerte.
Laehnim no tenía control de su sed ni de la situación humana, aprovechaba estos
instantes en los cementerios y fosas comunes para devorar uno que otro incauto.
En los poblados, esperaba a las carencias de los humanos, para cuando decidieran
morir por cuenta propia, ella los ayudaría con su eutanasia.
No había límites: de ancianos a recién nacidos.
Las colonias de hombres comenzaron a caer. La tecnología junto a la amalgama de
construcciones tecnológicas cayó poco a poco. Se volvió a la comunicación por car-
tas, muchas de estas, interceptadas por nuestra protagonista para seguir saciando
su sed.
La tierra se sumió en un terrible silencio. Laenihm recurrió a la caza de anima-
les en el bosque, mas nunca fue suficiente. Recordó que algunos humanos estarían
todavía en el espacio, pero al volver a las torres de comunicación, sin electricidad,
sabría que aquellos seres estarían vagando en el espacio, muertos.
Fue de sitio en sitio, hasta que los mares la detuvieron; porque no había nadie que
surcara ya los mares para llevarla a otra tierra. Se aisló dentro del faro, obtuvo un
sarcófago en buen estado de los que podría encontrar entre las fosas comunes y ahí
ha habitado, eternamente.
El sol, la luna, la primavera, el verano, el otoño, el invierno, las lluvias, los vientos,
la nieve, los sismos, los terremotos, los laudes, los maremotos, la naturaleza en sí, en
su más pura concepción, seguía su curso.
Laenihm podía verlo desde el empañado y viejo cristal del faro cuando el atardecer
marcaba el final del día. Recordó los tiempos en los que solo era beber y disfrutar,
donde el hombre solo era eso, una presa más para devorar. Resuenan las palabras
de la anciana, quien posiblemente cometió el mismo error que ella, solo beber por
beber, sin dejar un rastro.
En un tiempo, cuando devoró uno de los poblados más ricos en Escocia; con verdes
pastos, clima frío, excepcional para una criatura de su condición; su mente trazó un
plan sin vuelta atrás: aquel poblado era una granja de humanos. Más, lo redujo a un
cementerio para los insectos. La pandemia junto con el hombre llegó ahí, para ser
también devorados.
Sentada en una vieja silla de plástico, vuelve a observar lo poco que queda, como
aquella vez en que María de Jesús observó a la distancia, a través de la ventana, al
mundo en caos y silencio.
Con su alargada uña, cortó de tajo su muñeca. En una vieja taza sirvió su propia
sangre.

30 | EL NAHUAL ERRANTE
“Perdóname Laenihm. Perdóname María. Perdóname D…”
Aquel nombre de una antigua deidad era impronunciable. La vampiresa en toda su
debilidad cayó al suelo, aun sosteniendo el oscuro brebaje de su ser. Su propio coctel
de eutanasia debía levantarlo y llevarlo a su boca, para así, poner fin con todo en el
mundo: la humanidad y las míticas criaturas que una vez intentó exterminar.
“Todos fuimos muy ilusos”, se responde ella misma.
Cayó presa de su debilidad en un profundo sueño.
Si el oído no le traicionaba, escuchó los pasos de alguien. Entre las sombras, vio a
una joven, sumamente delgada, con una tela cubriendo parte de su espalda y pecho,
más unas bermudas y unos tenis viejos. Estaba buscando comida. Nada asustada,
registró el cuerpo de Laenihm, que ya no podía moverse. Sintió como la fría taza que
contenía la sangre le era rebatada de su mano. Pudo ver a la chica beber el contenido.
No pasó mucho tiempo para cuando la endeble figura juvenil, comenzó a retorcerse
en estertores en el suelo, a gritar porque la vida iba y volvería en un instante más.
Pero el sol está saliendo… Laenihm podía verlo por el enorme ventanal del faro.

SASANILI | 31
Dulce y Amarga
Pedro Villegas Flores

A las tres de la mañana, la luna desplegaba su máximo esplendor, una imagen


que contrastaba con la figura de Grift, tumbado sobre el césped con los ojos
enrojecidos. Nunca antes había sufrido una derrota en combate, y ahora, por primera
vez, sentía la amargura de la derrota y los colmillos rotos. Pero lo que más le hería
era la pérdida de su Dulce.
Dulce, la doncella, poseía unos cálidos ojos avellana y una piel suave y clara. Su
sangre se convirtió en un placer exclusivo para los vampiros, haciéndola un tesoro
codiciado e intransferible entre los seres de la noche. Para Grift, ella despertó una
avaricia desmedida, llegando incluso a considerarla su propiedad.
Grift la conoció como una mujer de rasgos finos y delicados, de una belleza vigo-
rosa cuya sonrisa podía doblegar tanto a seres mortales como inmortales.
Transformarla sería un pecado ante sus ojos, así que le propuso un trato: su protec-
ción, su mansión y toda su fortuna a cambio de su sangre. La mujer aceptó.
Pasados un par de años junto al vampiro, Dulce, lejos de sentirse estafada, esclavi-
zada o consumida, disfrutaba de los lujos que Grift le proporcionaba. El vampiro era
culto, lo que garantizaba siempre una conversación interesante, y su castillo estaba
equipado con todo lo que ella podía desear. Pero la comida... la comida era la verda-
dera jaula dorada.
Los más hábiles chefs, las carnes provenientes de los animales más imponentes,
las especias exóticas y raras: todo se incorporó a la vida de Dulce, cortesía de su
vampiro. Pero lo que Grift no previó fue cómo, a medida que ella ganaba peso, su
sangre se tornaba aún más irresistible. Menos aún imaginó que con el tiempo, su
amada se volvería más exigente en sus gustos culinarios.
Exigía porciones de carne de dimensiones monumentales, animales de rareza casi
extinta y especias tan exóticas que apenas unos cuantos paladares las habían expe-
rimentado. La realidad era clara: la sangre de la mujer confería al vampiro un poder
que lo llevaba a cometer actos atroces. Esto lo obligaba a eliminar a cualquier otro
ser con colmillos que osara intentar arrebatarle a la doncella.
Sin embargo, llegó el día en que la gula de Dulce alcanzó un límite al pedirle pro-
bar la carne de un vampiro. Consciente de los problemas que eso podría acarrear o,
como mínimo, transformarla, Grift se negó. Fue entonces cuando la mujer comenzó
a envenenar su sangre con toda sustancia que disgustara al vampiro.
La sangre perdió su sabor, tornándose insípida y agria. Ante la ineficacia de súpli-
cas y amenazas, Grift buscó desesperadamente a un cocinero con la habilidad de
preparar la carne de un vampiro, pero no encontró a nadie que pudiera cumplir
con tan inusual petición. Fue entonces cuando una anciana hechicera le ofreció un
acuerdo.
Amarga, la vieja hechicera, que debido a sus pocas habilidades culinarias sobre-
vivía a base de pociones, le ofreció una solución. Grift narró su problema y ella pro-
puso un encantamiento para que Dulce creyera haber comido vampiro a cambio de

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que él la transformara. Pero no cualquier transformación; sabía que los vampiros
al convertir a alguien debían ceder parte de su fuerza, y por eso no habían surgido
nuevos seres alados en las últimas épocas, pues a los vampiros no les agradaba ceder
su poder.
Pasaron meses, y aparte de la solución de Amarga, Grift no encontró otra salida.
Cuando Dulce enfermó por consumir cosas que dañaron su salud, Grift volvió a bus-
car a la hechicera. Acordaron un trato: a cambio de la mitad de su fuerza, Amarga
salvaría a Dulce, le devolvería la salud y eliminaría sus ansias de probar vampiro.
Amarga dedicó semanas enteras al cuidado y aislamiento de Dulce, restaurando
su salud por completo. Cuando se reencontraron, la doncella confesó a Grift que ya
no ansiaba probar la carne de un vampiro. Fue en ese instante cuando Grift volvió a
saborear la sangre de su amada, descubriendo una vez más lo que la hacía tan adic-
tiva.
Sin embargo, llegó el momento de cumplir su promesa. Una vez transformada la
hechicera, esta atacó. Se desató un enfrentamiento donde los años de experiencia
del vampiro se equiparaban con las artes oscuras de la hechicera. Pero el punto de
inflexión lo marcó Dulce al distraer a Grift, permitiendo así que Amarga le destro-
zara los ojos y los colmillos.
Grift intentó escapar, pero no logró alejarse demasiado. Lo hallaron postrado en
el césped y, después de una espera prolongada, Dulce finalmente pudo satisfacer su
deseo de consumir a un vampiro.
La avariciosa hechicera había pactado con Dulce, un acuerdo que quedó a medias,
ya que ahora era ella quien se deleitaba con la sangre dulce de la doncella de costo-
sos gustos.

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La tía Helen
Miguel Angel Diaz Barriga N.

L a tía Helen era la pesadilla de Carol ¿Y cómo no? De solo imaginar a una
pequeña de doce años obligada a pasar tiempo con esa mujer da nauseas…
creo que debo empezar otra vez.
La tía Helen era una señora de unos 400 o 500 kilos, no exagero. Era una masa
de grasa y piel confinada a la cama de su recámara, en un segundo piso, de donde
un día, sin que nadie se diera cuenta, no se volvió a parar nunca. Ya pasaba los cin-
cuenta años de edad, nunca tuvo hijos y su esposo murió de algo, Carol no supo
nunca de qué murió.
Lo que sí sabía Carol era que la mujer había caído en una depresión inmensa, donde
devoraba dos cosas: comida y novelas de vampiros. Se quedó en la cama engullendo
pizza, hamburguesas, burritos y papas fritas, refrescos y bebidas energéticas. Leía
una novela tras otra sin parar. De alguna manera la situación se salió de control y
la familia no pudo evitar que el peso de Helen aumentara al grado de que no podía
ponerse de pie, y mucho menos salir de su habitación. La mujer quedó confinada al
segundo piso, donde se fueron acumulando libros y envolturas de caramelos.
Creo importante aclarar que con “familia” me refiero a la mamá de Carol pues,
en sí, era la única pariente que tenía. Se le contrató una enfermera, pero cada tres
o cuatro días la madre de Carol iba a visitarla, y claro, llevaba a su hija de doce con
ella. La obligaba a darle un beso en su grande, grasosa y sudorosa mejilla, y se que-
daban una o dos horas en la habitación hablando con la mujer morsa, que olía a
comida podrida, a sudor y algunos otros gases… a lo que huele una persona que rara
vez se baña y no puede cagar en donde todos lo hacen.
La señora morsa, cómo le decía Carol, vivía de la pensión que el tío Manuel le había
dejado: le era fácil conseguir lectura, tal vez eso era lo único que a Carol le gustaba
de ir a ese lugar. La colección inmensa de libros que Helen tenía en su habitación. La
mujer no permitía sacar ni uno solo: gritaba, lloraba, se ponía roja y dejaba de respi-
rar… eso era peligroso con sus dos pre infartos a cuestas.
Pero Carol leía una y otra vez los títulos de los libros, alguna vez quiso abrir uno y
leerlo, pero Helen le había gritado— Ni se te ocurra tocarlo con tus dedos llenos de
mugre.
La mirada instructiva de su madre hizo que se tragara el “¿Qué no te hueles?” que
estuvo a nada de soltarle.
Por alguna razón, los padres de Carol consideraban que gastar en libros era
absurdo, por eso los títulos se quedaban en el deseo: Drácula, El vampiro, Carmilla,
algo llamado Crónicas Vampíricas, y otras tantas historias apiladas en la esquina.
En alguna ocasión Carol había contado sesenta y siete libros y cada que iban había
uno o dos más.

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La mujer se había apegado tanto a los libros, como si fueran un hijo o un amante. La
tía Helen sudaba incluso cuando tenía que dar vuelta a la hoja, un sudor manchado
por la mugre y la grasa de su piel ¿Por qué no podía tomar uno y salir corriendo?
Jamás la atraparía… ah, sí, su madre. La madre de Carol la castigaría o algo peor, le
haría pedir perdón a la morsa.
—¿Por qué no puedo tomar uno? — Le había preguntado alguna vez.
—Tú ni has de saber leer—Le soltó la morsa—Esos libros son míos, de nadie más.
—Obvio sé leer, y ya sé que son tuyos, te lo regreso la próxima vez que venga—
Había replicado Carol.
—¡Qué no! Niña malcriada y necia. ¡Ya te dije que no! — gritaba la morsa desde su
cama, agitando esas bolsas gelatinosas que llamaba brazos.
Las pesadillas de Carol eran casi la misma: la tía Helen queriendo comerla por
haber tomado sus preciados libros.
Es de entenderlo, tras la pérdida de su esposo y sin la oportunidad de tener hijos,
era obvio que la mujer se iba a volver dependiente de lo único que le daba algo qué
sentir, que la distrajera de su dolor, para ti será el novio golpeador o el trabajo de
mierda que tienes, pero para Helen fue la comida y los vampiros. Pero esto no lo iba
a entender una pequeña con curiosidad y ganas de leer.
Fue una tarde de diciembre, un día antes de navidad, cuando todo pasó. Mucho
más simple de lo que esperarías—Hijita, no seas mala. Tráeme una bolsa de papas,
un refresco de tres litros, cuatro hotdogs, un bote de queso derretido, un pastel de
chocolate y un litro de helado de fresa. Por favor, antes de que me dejes aquí sola en
navidad y te vayas con la familia de tu esposo—Le había dicho Helen a la madre de
Carol.
Y si de por si la madre de Carol ya se sentía culpable por la situación de su tía, ella
accedió. Dejó a Carol a solas por primera vez en esa casa y se fue al supermercado.
Después diría que no veía algún peligro de dejar a una puberta con una señora que
no se podía parar.
Pues bueno ¿Qué podía pasar mal? ...
—Quédate ahí sentada. No te quiero corriendo por mi casa.
—¿Por qué me tratas tan mal?
—¿De qué hablas?
—Siempre me gritas y me prohíbes ver los libros ¿Qué te hice?
—Nacer.
—¿Cómo que nacer?
—No lo entenderías. Eres estúpida como tu padre.
—No hables así de mi papá.
—Ni siquiera sabes de quién hablo.
—Dijiste que de mi papá.
—Olvídalo, niña estúpida.
En ese momento Carol tuvo el vaso derramado… o como se diga el dicho. Al final,
llena de enojo, de decisión y de falta de razonamiento, la pequeña se puso de pie.
Caminó a la pila de libros y tomó uno sobre una entrevista— ¿Qué haces? Deja eso
—le gritó Helen molesta. Carol no respondió y comenzó a leer en voz alta. La furia

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de la mujer se elevó al máximo, sus ojos se llenaron de rabia y sangre, el rojo inundó
su piel. No dejaba de gritar, pero Carol ya no sabía qué era lo que gritaba, se concen-
traba en leer.
La tía Helen intentó lo que, en doce años, aproximadamente, no había hecho…
intentó levantarse. Carol tardó unos cinco segundos en darse cuenta que la morsa
ya no gritaba, al mirar hacía la cama se encontró con una mujer con medio cuerpo
fuera de la cama, boca arriba, boca abierta, con una espuma blanca escurriendo, con
los ojos abiertos inyectados en sangre mirándola fijamente, pero sin parpadear, sin
luz, sin vida.
La madre encontró a Carol en la esquina de los libros, afónica de tanto gritar y
mirando a los ojos a su tía, la morsa.
La terapia fue más cara que la colección de libros, que al final heredó la niña, pero
lo entendieron los padres de Carol demasiado tarde… bueno, de esta breve historia
¿Qué aprendiste? Bien, bien, no vuelvas a tocar mis libros y, por favor, cómete el
brócoli.

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Human's Inc.
Cesar Toral

L os veo a los ojos, pero no siento nada. Es decir, si entre los humanos esa falta
de empatía permea cada vez que ven a un animal que servirá de alimento,
entre los de nuestra especie ocurre lo mismo cuando vemos a los humanos. En mi
caso tengo que lidiar con más humanos que la mayoría de mis congéneres. Y no es
por un extraño fetiche. Todo es exclusivamente por negocios.
Mi verdadero nombre se ha perdido en los anales de la historia, enterrado entre los
tantos sobrenombres que he usado en cada una de las distintas épocas. Hoy en día
todos me conocen como Trash. Ese apelativo, como muchos otros que he usado a lo
largo de mi vida, no tiene ningún significado oculto. Desde mucho antes de alcanzar
mi perfección, siempre fui capaz de encontrar la ventaja donde otros solo veían difi-
cultades y desperdicio.
Desde el principio, los vampiros nos hemos caracterizado por ser unos cazadores,
tanto sanguinarios como seductores. Siempre hemos sabido usar nuestros encantos
y belleza para enamorar a nuestras víctimas. No obstante, en los tiempos que han
transcurrido últimamente, nuestra imagen se ha degradado tanto ante la mirada de
la gente, que nos hemos vuelto más un objeto de burla y entretenimiento, que objeto
de temor y hasta veneración. Nuestra forma de cacería se ha tenido que modificar
radicalmente. Nos hubiéramos quedado sin suministro alguno, si no hubiera salido
con la mejor de las ideas. La tradición siempre ha dictado nuestras costumbres de
cacería. Seducción, refinamiento, poder... Todas estas cualidades son parte de nues-
tra esencia.
Mi negocio es próspero y rinde para una pequeña sociedad de individuos. Es un
poco ridículo al principio si no estás familiarizado, sin embargo, es como ciertos
licores: sabe mejor cada que lo vuelves a probar. El mismo sexo es de esa manera.
Cada uno de nosotros descubrimos nuestros gustos y orientaciones a través de cada
experiencia nueva. Todo consiste en conseguir el lugar ideal y proseguir con el expe-
rimento. ¿Dónde les gusta más a mis clientes cazar? Quizás una enorme casa o al
aire libre. Soy muy versátil a la hora de dar mis servicios. Un bar, un antro, un tea-
tro... También soy muy generoso a la hora de dar el mejor servicio, para que mis
hermanos se alimenten. Es el epítome del clasismo y la agonía. Muchos de mis com-
pradores vienen a mi famélicos a buscar mis servicios. Desesperados por la infamia
de la ridiculización y el señalamiento. Solo les devuelvo un poco de esa dignidad
robada. Yo mismo viví las mismas condiciones hasta que descubrí la forma de des-
hacerme de eso para siempre: cultivo y crianza. Ni más ni menos.
Fue un proceso un poco lento al principio. Funcional solo para su servidor y, poco
después, para unos cercanos allegados. Es fácil hacer desaparecer unos cuantos
niños, drogadictos y gente sin hogar de vez en cuando; lo difícil viene después: man-
tenerlos con vida. Cual reses, necesitan ciertos tratamientos, para que cuando te los

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comas, o, mejor dicho, succiones su sangre, ésta sea de la mejor calidad. Lo bueno
de los humanos es que, a diferencia de las reses, pueden ser usados varias veces
antes de ser completamente desechados. Es por eso que en mis granjas hay un ala
dedicada solo a la recuperación de sujetos. Así que tengo una de las compañías más
sustentables del mundo, y ni siquiera cotizo en la bolsa de valores.
Ya que toco el lado del dinero, he de decir que no fue fácil vender la idea al princi-
pio. Lo bueno es que por un lado no hay vampiro que sea pobre. Legalmente debe-
mos de estar muy bien amparados cuando caminamos en el mundo de los huma-
nos. Los más pobres terminan escapando a los lugares más alejados de las grandes
urbes o acechando los caminos, pero eso es degradante. La mayoría de los vampiros
somos demasiado refinados y cosmopolitas como para permitirnos terminar así. Así
que usé la mayoría de mis recursos para mantener con vida a ciertos especímenes
de prueba. Con el paso del tiempo me di cuenta que era más fácil de lo que pensaba.
Con las ventajas que tenemos sobre ellos, no sé por qué no hicimos esto antes.
A excepción de la luz directa del sol, y otros artilugios que no merecen ser nombra-
dos, somos invulnerables y, por ende, inmortales; si tenemos los debidos cuidados.
Por lo tanto, como granjeros, tenemos la ventaja de ver varias generaciones de nues-
tras cosechas, hasta encontrar el método perfecto de cultivo. Cuando ya poseía una
sustanciosa granja fui capaz de llevar mi idea hasta las alturas. Otra ventaja yace
en nuestro poderoso e inminente carisma y poder de persuasión, capaz de poder
hacer que cualquiera haga lo que sea por nosotros, hace que nuestras autosusten-
tables granjas también sean autogobernadas. Eso significa que nuestros humanos
son capaces de cuidarse a sí mismos por el bien de la compañía. He ahí el origen del
nombre y lema de nuestra marca: Humans Inc. “Experiencia en experiencias.”
He de confesar que la codicia me ha cegado en ciertas ocasiones. Pero no sólo a mí
y a todos los socios que he hecho en casi un par de siglos de selectas cosechas. Tam-
poco a todos aquellos que han copiado mi idea a lo largo del mundo y han abierto
sus propias granjas. Sino también a todos esos acaudalados hijos de la noche capa-
ces de obtener este tipo de servicios. La ya de por sí enorme brecha entre los vam-
piros pobres y ricos (que, a diferencia de los humanos, los ricos somos más que los
pobres), ha crecido enormemente, casi a la par de la brecha humana. Los que hemos
aprovechado la facilidad de alimento hemos sufrido ciertos cambios físicos a lo largo
de, sobre todo, el último siglo. En lugar de nuestro característico color pálido, el
exceso de flujo sanguíneo nos ha puesto ruborizados y rozagantes. Algunos de noso-
tros tendemos ser desde cachetones hasta rellenitos. A mí han empezado a decirme
Big Trash desde hace casi medio siglo. Pero la mayoría de nosotros conserva cierta
condición física, agradable para los humanos que no son de criadero y apta para la
“caza deportiva”. Así se le llama a la forma antigua de alimentarnos. Digna ahora
solo de anécdotas interesantes y presunción anticuada.
También, pensar que nos habíamos librado de toda la burla y el escarnio por nues-
tra forma de vida, por parte de los más impresionables, solo fue una tranquilidad
pasajera. Confiados en nuestras nuevas apariencias, al principio tuvimos la facilidad
de mezclarnos, sin ser considerados raros por nuestras góticas figuras pasadas. Eso
desencadenó en una nueva moda, de las más ridículas que han existido desde que
los mortales han comenzado a copiar nuestras exquisitas imágenes. Entre los huma-
nos siempre han existido los dos extremos no deseados en su apariencia física, hasta

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que nos mostramos ante ellos, sobrealimentados, pero en la mejor de las formas.
Y esta moda ni siquiera está relacionada con la imagen vampírica. Esa imagen se
quedó congelada en el imaginario colectivo como la figura estilizada y sombría. No
hay nada más humillante que, hoy en día, nuestra imagen sea ejemplo de vitalidad
y salud emocional.
Como sea, cada cambio de siglo trae consigo nuevos retos para nosotros. Los huma-
nos se ponen como locos cuando el calendario cambia. Cuando pasó en 1900 no se
la creían, en el 2000 pensaban que el mundo se acabaría. En esta ocasión los vien-
tos futuristas huelen desde la distancia de este milenio que acaba su décima parte.
La población mundial ya ha aumentado a más de diez mil millones. Nosotros tam-
bién hemos aumentado nuestra población en gran medida. El tan buen control que
quieren tener de su población los ha llevado a husmear varias veces en mis negocios,
todos bien disfrazados de albergues, centros de ayuda y casas hogar. Sin embargo,
esas solo son las filiales más pequeñas. Como ser del inframundo de negocios que
soy, debo de pensar en distintos escenarios, sobre todo de bancarrota. Varias de
mis inversiones ya están puestas en proyectos del futuro venidero. El desarrollo de
tejidos sintéticos y la clonación le va a hacer maravillas al negocio. Sinceramente,
considero que somos los inmortales los verdaderos beneficiados de los avances tec-
nológicos. Cada generación de humanos trae consigo novedades intrínsecas casi
imperceptibles al principio, pero enormes con el paso del tiempo. Somos como esos
ancianos eternos que se sorprenden con cada invento de los jóvenes.
Los vampiros también hemos hecho nuestros aportes en medicina, por ejemplo.
Gran parte del capital inyectado en el desarrollo de sangre sintética provino de su
servidor y mis socios. Justo ahora me dirijo a una prueba de producto en Reino
Unido. Es un largo viaje de tres horas y media desde mis oficinas principales, en
Shanghai. Pero no me preocupo, voy muy bien acompañado de un delicioso bocadi-
llo de mi cosecha personal. Es una fémina de veintidós años, entrenada como dama
de compañía. Varios de mis colegas la han llevado de cacería un par de veces, y casi
siempre regresa con dos ligeros puntos rojos a un costado del cuello. Su sangre es de
lo más exquisita, y la mayoría de las veces solo deja que se la succione yo, sin poner
mucha resistencia; a menos que se lo solicite.
No está en mis planes ahora, pero si dura al menos diez o quince años más en leal
servicio, podría ser capaz de otorgarle su libertad. A cierta edad dejan de pelear y ya
no es divertido, ni apetitoso. Muchos ganaderos de humanos los subastan, la mayoría
hace buffet tipo rodeo. Los menos optamos por jubilarlos por sus años de servicio.
Los más imbéciles han llegado a transformar unos pocos. Estos se dedican ahora a
tratar de sabotear y sacar a la luz nuestras operaciones. Nosotros les llamamos vam-
piros de rastro, y están en el escalón más bajo de nuestra sociedad; justo debajo de
los que acechan caminos. Yo nunca le daría el don nocturno a Ivanova, mi almuerzo.
Sería como darle las llaves de mi auto a un perro, cuando ya nadie conduce.

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Los Candidatos
Juan Pablo Goñi Capurro

S i los pulpos comieran embutidos, papas fritas, bifes a caballo, postres de crema
o masas dulces, lo harían como lo hacía Gustav para horror de sus familiares,
tan recatados ellos. La visión de ese ser que se metía merengue italiano en la boca y
lo empujaba con salsa guacamole revolvió los estómagos de los comensales cercanos;
casi al unísono abandonaron la mesa que los familiares de Gustav habían tenido el
buen tino de evitar. El joven de cabeza maciza y cabello rojo comía a dos manos,
parecía tener ocho tentáculos, ya que, además, alcanzaba delicias dispuestas en
puntos distantes de su asiento. Los brazos eran macizos, fuertes.
Con disimulo, los invitados que quedaron sin sitio se paseaban picoteando algo
por encima de los comensales sentados, cargaban las copas de botellas distribuidas
en el salón, interrumpían a los mozos para recoger platillos de las bandejas; se las
ingeniaban para ingerir mínimos bocadillos que no reemplazaban la opípara cena
por la que habían pagado una interesante suma. Acabadas las raciones se volvieron
más nerviosos. Abandonaron toda cortesía y observaron a Gustav con franco des-
dén. Entre ellos se destacaba Ferdinand, el médico enjuto de cuarenta y pocos años
que atendía a varios de los presentes.
Los ojos del galeno llameaban al contabilizar el dinero que engullía el solitario
ocupante de la que había sido su mesa. Su estómago ardía, el calor le subía por el
tracto digestivo, le quemaba la garganta, poco más era un dragón en el centro de
la sala; deseó haberlo sido, hubiera lanzado sus llamaradas a Gustav hasta carbo-
nizarlo. Había pasado el mediodía en estrictas ayunas, cosa de tener más espacio
para comer esa noche; tenía el cálculo exacto de las porciones que iba a ingerir para
amortizar el costo de la tarjeta y agregar una ganancia.
—Es admirable verlo comer, por eso siempre lo invito.
La duquesa Bersil lo había atrapado observando al ser primitivo que deslucía el
salón; Ferdinand enrojeció, primero por vergüenza, luego de furia al comprender
que ese sujeto que devoraba sus alimentos ni siquiera había pagado para estar allí,
como si fuera una estrella de la televisión. El enojo impidió al médico decir algo;
aburrida por su parquedad, la duquesa fue por mejores oídos. Encontró muy cerca
los del doctor Avina, médico nuevo que empezaba a hacer buena clientela.
Aquello no mejoró el humor de Ferdinand; salió al patio para evitar males mayores.
Estuvo solo por más de diez minutos. Se ubicó bajo una farola cuando se asomó al
patio la hija de la duquesa; apoyada en una columna, lo miró como antes hiciera su
madre. Al advertirla, el doctor se acercó, necesitaba remediar el fallo del salón, la
hija tenía que llevarse la mejor impresión de él cosa de interceder ante su madre si
la generosa duquesa Bersil evaluaba cambiarse de médico.
La joven Antonia no tenía bebidas consigo; Ferdinand se ofreció a ir por una, inqui-
rió su gusto y ella respondió «algo rojo», con una voz abúlica que demostraba poco
interés. En su afán por ganarse sus simpatías el médico no percibió el matiz en la voz;
se preocupó por resolver el acertijo, algo rojo podía ser vino, Fernet con Cola, Cin-
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zano o un combinado con jugo de frutilla. Adentro, la gente ya se limitaba a hablar.
Habían abierto una barra con bebidas. Ferdinand buscó a la duquesa, hablaba toda-
vía con el doctor Avina. Su billetera tembló en el bolsillo trasero del pantalón, no
pudo evitar otro retorcijón. Pidió dos copas del vino más caro.
Centrado en las amenazas que se cernían sobre sus ingresos, no prestó atención a
un detalle: Gustav ya no estaba comiendo, directamente no estaba en el salón. De
entrar por otra puerta, lo hubiera chocado; en cambio, se topó con él en el patio.
Palideció, estaba haciendo reír a Antonia. La furia provocó que otra vez Ferdinand
se trabara; quedó de pie con las copas en la mano. Antonia lo vio, luego Gustav. El
colorado cogió ambas copas de las manos del recién llegado y le cedió una a la here-
dera del ducado, cuyo vestido azul brillaba cuando quedaba expuesto a la luz de la
farola. A Ferdinand se le cerró la respiración; Antonia estalló en un nuevo brote de
carcajadas. Gustav bajó el vino de un sorbo. Colocó la copa vacía en la mano del
médico, sostenida todavía en el aire. La risa de la joven era tan intensa que necesitó
abrazarse a Gustav. El otro la trajo contra él, la apretó con fuerza y, para horror de
Ferdinand, le lambeteó una oreja, todo ello con la aquiescencia de la fémina. Gustav
se disponía a coger los delicados labios rojos con su jeta de primordial, en tanto ella
reía y Ferdinand padecía los síntomas de un infarto, pero en ese instante quedó ante
su vista la copa de vino de la futura duquesa.
El colorado, el traje azul cubierto de lamparones de grasa, chorreado por mil líqui-
dos, soltó a la chica y cogió la copa. La bebió tan rápido como la otra, luego expresó
giró y fue por una botella al salón. Ferdinand reaccionó. Se deshizo de la copa vacía,
luego hizo un gesto indefinido en dirección a Gustav.
—Mamá lo adora, quiere que me case con él.
Ferdinand tenía treinta años, en su plan de vida estaba llegar a los treinta y cinco
para casarse y tener familia, no fuera cosa que al fallecer todo lo reunido terminara
en manos del estado; en la lista de mujeres a abordar en ese momento, Antonia ocu-
paba el primer sitio. La lista estaba compuesta por jóvenes con buena dote y ninguna
mujer de la región poseía más que ella, la mansión en la que se encontraban era
prueba de ello. Que el abominable Gustav se la llevara, era el peor de los insultos; era
preciso intervenir para evitarlo.
—Su madre es muy bromista. Un bruto, un animal como Gustav, fíjese que se comió
todo, pero todo, el contenido de nuestra mesa prevista para doce personas...
—Mm... se me hace agua la boca...
Ferdinand se sorprendió por esta salida. Antonia efectuó un ligero mohín de arre-
pentimiento. El médico no lo advirtió, aturdido por las palabras; a la vez, le era nece-
sario volver a la barra y capturar ese vino caro, se terminaría la cena y no amortiza-
ría ni el valor del coche que había tomado para ir hasta allí —siempre usaba el de la
misma empresa y lo descontaba como gastos de negocios.
—No entiendo, Antonia...
La mujer se aproximó al atribulado galeno. De tacos, lo superaba en altura. Le pasó
un brazo por los hombros, el delicioso perfume mareó a Ferdinand, haciéndolo sufrir
por el gasto absurdo que significaba comprar perfumes importados de alta gama.
—Gustav se come todo, es un animal, según me dices, eso hace que una mujer lo
vea apoderándose de ella, o sea, lo veo comiéndome, Ferdinand, y eso es muy eró-
tico, puedo asegurártelo, las mujeres amamos a los amantes desatados.

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Tomó nota del tuteo, notable avance, pero quedó preocupado. ¿Amantes desata-
dos? Eso era peligroso, podían tener lesiones carísimas de curar, romperse la ropa,
destrozar un mueble; lo de amantes desatados era para otro. Aunque si lo hicieran
en la casa de la duquesa, el gasto no sería suyo, terminó de evaluar Ferdinand. Ella
continuaba sobre él, los labios a centímetros. Se abrió la puerta de la sala, se escu-
charon algunos vítores. Más cercana, una voz conocida.
—Hija, es hora de los postres especiales.
Los postres especiales y él en el patio. Se desembarazó en un instante de la rubia;
prometió buscar platos para los dos. Se perdió el diálogo entre madre e hija.
—Te gusta joderme.
—No te quejes, como madre mía me diste los peores años de mi existencia, son mis
lustros de revancha. ¿Querías morder al doctorcito?, ¿no es riesgoso?
—¿Desde cuándo necesitamos médicos?
—Lo digo porque es un personaje conocido.
—En realidad, mamá...
—¡La puta que te parió! Hija.
—Quería chupar a Gustav, debe estar buenísima esa sangre. A ese no lo quieren
ni los parientes, no se lo ve nunca, jamás lo invitan... Lo tenía arrinconado, me lo
ligaba, cuando este otro idiota vino haciéndose el mozo y el colorado rajó por vino.
—Y ahora, con los postres especiales, cargadita de azúcar...
Se miraron, encogieron los hombros y pasaron al salón. La mesa de platos espe-
ciales estaba copada, impedían acceder al hombre de cabello rojo. Gustav se había
demorado catando vinos. Allí estaba el médico, amontonaba porciones en un plato,
a los codazos con quienes tenían su mismo objetivo. El colorado no era el único que
esperaba el turno, aunque sí el que hacía ademanes más grandilocuentes. Antonia
sonrió al verlo. En segundos estuvo a su lado.
—Gustav, ¿no quieres probar versiones más exquisitas? Todos para ti solo.
—Claro que sí.
—Para que nadie sospeche y se sume al festín, sube las escaleras y espérame en mi
cuarto, la cuarta puerta a la derecha. Yo iré cinco minutos después con el mozo.
Gustav trepó con agilidad insospechada la escalera y se perdió en el piso de alto.
Ferdinand llegó a verlo cuando apoyaba su torre de postres sobre el mantel. Buscó a
Antonia. La vio. Hubiera preferido no verla; subía por las mismas escaleras que Gus-
tav. Tendría que ir por ella si quería evitar que se viera con el energúmeno glotón;
desistió, era muy riesgoso abandonar los postres acumulados en manos de tanta
competencia, no podía continuar perdiendo más dinero.
Ignorante de las tribulaciones de Ferdinand, Antonia se acercó a la puerta de su
cuarto. Observó el pasillo, seguía libre. Cerró los ojos un instante. Se relamió, asió el
pomo y dejó salir los gigantescos colmillos de su boca.

42 | EL NAHUAL ERRANTE
Eternidad Vampirica
Luis Ariel Alfonso Conyedo

G unthar, Gran Maestre de los Caballeros Solares se dirigió al pequeño grupo


a su espalda:
—Desenvainen las espadas y estén alertas, el último de esos monstruos se va a
defender como un león arrinconado.
La voz en la mente del veterano habló:
—Ya deja de resistirte, Gunthar, sé que lo quieres.
El hombre sacudió la cabeza, su antebrazo derecho empezó a dolerle.
—¿Señor, es cierto que ese monstruo ha acumulado las riquezas de cientos de per-
sonas? —Es cierto, al igual que un dragón ese demonio ha estado robando toda clase
de tesoros y lo ha llevado a su guarida.
Ese día Gunthar iba a poner fin a la amenaza vampírica en cuanto asesinara al
último murciélago gigante. La guerra que peleó su padre y la inició el padre de su
padre, él iba a concluirla.
Recordó el combate que tuvo unas semanas atrás. En un templo, el único humano
que había abrazado al vampirismo y seguía con vida cayó bajo su gloriosa espada.
Rememoró el instante en que aquel desgraciado le hundió sus colmillos en el ante-
brazo derecho. Sin importar el tiempo pasado la herida no sanaba. Lo peor era que
escuchaba la voz del que debía estar muerto.
Se escuchó un ruido.
—¡Todos alertas!
Vieron a la monstruosa criatura. Semejante a un murciélago deforme, pero mucho
más grande de lo que permite la lógica, un drakulheo, el demonio al que los vampi-
ros adoraban. De nuevo la voz en su cabeza:
—Puedes matarlo, pero en el fondo sabes que deseas el poder para ti.
En ese momento tuvo que darle la razón. Él estaba a punto de finalizar la guerra
que iniciaron sus ancestros hacía cuatro décadas, sin embargo, tendría que compar-
tir el tesoro con esos guerreros de poca monta que le seguían. No es que los despre-
ciara, pero…
Un chillido, un grito de dolor, un guerrero tirado en el piso ahogándose en su san-
gre. El monstruo voló todo lo que pudo dentro de su fortaleza subterránea. Aterrizó
sobre un montículo de oro y emitió un rugido que retumbó en las paredes. Los caba-
lleros se sintieron mareados, Gunthar supo que debía arengarlos:
—¿A qué esperan? ¡A la carga! ¡Por la Orden!
Algunos pocos levantaron sus espadas, los demás estaban tan asustados que ni eso
pudieron hacer. El dios vampiro los observaba como haría el león con una gacela.
Gunthar resopló, ¿iba a compartir la gloria con esos cobardes?
—¿Creo que deberías conseguir aliados más feroces? —dijo la voz en su cabeza.
—¡Cállate, demonio! —gritó furioso.

SASANILI | 43
Arremetió contra el enemigo con el mismo ímpetu. La guerra que peleó su padre
y la inició el padre de su padre estaba a punto de concluir. La espada de Gunthar
restallaba como un látigo mientras azotaba al drakulheo. Los otros caballeros deci-
dieron intervenir en el combate. O a juicio de Gunthar, decidieron estorbar. Se inter-
ponían en su camino, hacían que el monstruo saliera volando cuando necesitaba que
aterrizara y lo dejaban en tierra cuando lo necesitaba en el aire. Las órdenes apenas
se escuchaban entre los bramidos del demonio.
¿En serio debía compartir el tesoro con esos incompetentes? Los mataría a todos
si el drakulheo no lo hacía antes.
—Justamente eso es lo que trato de decirte, deja de verlo como a un enemigo y te
darás cuenta de que es tu aliado —la voz del vampiro que supuestamente ya no exis-
tía volvió a la carga, esta vez con más fuerza.
—¡Te dije que te callaras!
Su antebrazo derecho empezó a sangrarle. Esa herida que nunca había sanado le
recordaba que estaba allí. Gunthar se dio cuenta de que tenía sed. Todos esos deseos
tan básicos debían ignorarse en medio de una batalla y él como guerrero experimen-
tado lo sabía muy bien, sin embargo tenía sed.
El monstruo trató de escapar volando. Vio que era de día y como los rayos del sol
podrían destrozarlo, se quedó a pelear por su madriguera. La batalla fue memo-
rable, cualquier bardo le habría dedicado cientos de canciones. El murciélago, con
cientos de heridas se arrastraba por el suelo. Los caballeros, tuvieron que presenciar
cómo muchos de sus hermanos eran devorados por ese demonio. Gunthar, ahogado
por la sed hizo frente al enemigo como un paladín legendario. La bestia se levantó
sobre sus patas traseras y trató de morderlo. Un rápido movimiento y la espada del
guerrero se le hundió en el corazón. Manó un torrente de sangre. Parte del líquido
vital le entró por la boca. Ese gusto salobre apaciguó su sed y en ese instante le supo
mejor que cualquier vino.
—Eso es lo que te digo, Gunthar, ya sabes lo que debes hacer.
Los otros caballeros se abalanzaron sobre el botín. Gunthar no iba a permitir que
le quitaran lo que era suyo por derecho. Recordó la figura del vampiro en ese templo,
aunque ya no con asco, sino con admiración. La sed continuaba. Sintió que al igual
que aquellos monstruos, su piel palidecía, sus ojos se encendían y sus colmillos se
aguzaban.
Lo que ocurrió después fue una espiral de violencia. Sus hombres no esperaban el
ataque. El sabor de la sangre y la esperanza del botín eran algo tan… ¡adictivo! Gula
y avaricia, lo que una vez fueron pecados ahora eran virtudes.
Se dejó caer sobre sus riquezas mientras lamía las últimas gotas de sangre. Sonrió
satisfecho. En cuanto cayera la noche iba a continuar el festín y la cacería de tesoros.
La guerra que peleó su padre e inició el padre de su padre seguiría en pie.

44 | EL NAHUAL ERRANTE
Tiempos Difíciles
Alejandro Benítez, “Radio Nahual”

S u mundo estaba cambiando y eso no estaba bien. Después de mucho tiempo en


paz, había disputas entre las criaturas nocturnas, todo a raíz de que llegaron
extraños soldados con corazas brillantes, animales gigantescos y armas de trueno.
Años atrás, el imperio más peligroso había caído y desde entonces, nada había sido
fue igual.
Meztli observó el pueblo montaña abajo, donde su olfato le indicaba la existencia
de muchos bebés, en especial de “esos”; criaturas que, con su piel pálida y exótico
sabor, habían desencadenado peleas encarnizadas entre las tlahuelpuchis.
Pese a estar en completo desacuerdo con esa guerra silenciosa, comprendía las
razones. Probar la sangre de dos niños “nuevos” fue una explosión de sabores reco-
rriendo su boca. En lo personal, ella lo percibió como “bastante bueno, pero sólo
eso”, había sido como probar carne de ave, sólo que en distinto platillo. Caso con-
trario a las demás de su especie, enloquecidas ante el novedoso alimento. Si bien la
sangre de un recién nacido ya era un trofeo que muchas ambicionaban al punto de
la mera adicción, las nuevas familias trajeron consigo algo nunca antes saboreado.
Las nubes cubrieron el cielo, sumergiendo el valle en tinieblas que ofrecían cobijo
para cazar. Cuando estaba dispuesta a convertirse en ave para ir de cacería al pue-
blo, el viento del oeste llevó dos aromas que detectó con su fino olfato. No estaba
sola, otras buscaban el tesoro.
Ahora la pregunta, ¿seguir adelante o resistir el hambre un par de noches más?
En la mejor de las situaciones, las tres tlahuelpuchis podrían compartir sus presas,
pero por mera experiencia, supo que eso era imposible. Todas deseaban quedarse
con cada gota de sangre infantil para ellas solas. Este era el aspecto más peligroso: si
la habían detectado, era probable que buscasen eliminar a toda competencia. Meztli
prefirió escapar de la zona, ya cazaría a un viajero desprevenido, aunque la sangre
tuviera un gusto rancio. Con su forma de ave, emprendió el vuelo sobre las copas de
los árboles; no se involucraría en peleas innecesarias.
Surcando la noche, sus reflejos fueron rápidos cuando una saeta le pasó demasiado
cerca, casi derribándola. Otra más atacaba desde la derecha y Meztli esquivó las
garras por muy poco, obligada a aterrizar entre el follaje para protegerse de nuevas
embestidas. De nuevo como humana, esperó hasta que alguien dijo con voz aguda:
—Sal o te buscamos.
—¡Ya me voy! —Anunció a sus semejantes— No quiero pelear, el pueblo es todo
suyo, pero hay al menos otras dos cazando por el oeste.
Silencio. ¿De verdad podía tener tan mala suerte? Era rarísimo encontrar a seres
tan territoriales trabajando en pareja, ¿y ahora había dos equipos así? Meztli repitió
la advertencia, pidiendo que la dejasen pasar.
—Te escuché la primera vez —era otra voz, hablando desde el suelo—. También las
olemos. ¿Pudiste hablar con ellas?

SASANILI | 45
—No. Vine a comer, pero estas peleas son tontas y no quiero morir.
—¿Y debemos creerte? —dijo la voz aguda mientras se acercaba contoneando las
ramas—. Es demasiada coincidencia que haya otras tres en el mismo lugar. Podrías
estar con ellas.
—Vivo sola, trabajo sola.
—Imagino que te sientes orgullosa de eso, viendo cómo las adictas pelean entre sí
para conseguir sangre blanca…
—Y ustedes deben estar felices de que nos matemos así. No hacen falta más enemi-
gos si nos exterminaremos solas.
Las tlahuelpuchis saltaron frente a Meztli, apoyadas sobre delgadas ramas que
luchaban por no romperse. Ella retrocedió, a la defensiva Una de ellas era demasiado
joven para cargar con esta maldición y se veía decidida a abrirse paso sin medir con-
secuencias. Su compañera le sostuvo por el hombro, sabiendo que era impulsiva.
Más tranquila, pero firme, habló:
—Somos las dueñas de este valle. Es nuestra casa y de nadie más. Si estás aquí, es
porque querías robarte nuestra comida. Tontas como tú nos complican todo; tene-
mos un ciclo para beber sangre sin levantar demasiadas sospechas.
—Comemos en un pueblo —interrumpió la joven—, queda en paz por varias sema-
nas o meses mientras vamos a otro sitio. Un ciclo perfecto…
—Hasta que llegan invasoras como tú a comer sin razón, embrutecidas por el aroma
y entonces vienen los problemas. Aldeanos con fuego…
—No queremos eso, ¿verdad?
Se acercaban a Meztli, quien hacía equilibrios entre ramas cada vez más frágiles,
sabiendo que era imposible escapar; así tomase cualquiera de sus múltiples formas,
ellas le acorralarían. Por fin, su peso fue demasiado para el árbol y cayó, apenas
amortiguando los golpes. Antes de que tocara el suelo, ellas le tenían sometida, mos-
trando sus colmillos.
Meztli pataleó para defenderse. La más joven estuvo a punto de morderle el ros-
tro, pero ella logró trabarle la mandíbula con un trozo de madera que llegó hasta la
garganta. Tosiendo, la tlahuelpuchi cayó contra el suelo mientras las otras dos for-
cejeaban en un tronco.
Un nuevo grito de la chica, pero fue tan distinto que las mayores detuvieron su
pelea. Fue un alarido largo, agudo y lleno de dolor que no pudo provocar la defensa
de Meztli. La mayor preguntó si estaba bien y cuando la vieron, ella se arrastraba
con una flecha en su pierna, alumbrada por el resplandor de varias antorchas apro-
ximándose. Era una horda de aldeanos provenientes de cada rincón en ese valle,
buscando exterminar a los seres endemoniados que asesinaban a sus hijos.
—¡Vuela! —gritó su hermana, soltando a la invasora— ¡Vámonos ya! ¡Ya!
Le ayudaba a ponerse de pie, con los exterminadores cada vez más cerca. Estaban
tan concentradas en matar a la extraña que no les olieron. Meztli trepó hasta una
distancia segura, donde las hojas podían cubrirle para espiar. O quizá… ¿qué ganaba
por ayudarles? ¿ellas la habrían entregado?
Fue muy tarde para decidirse. Las tlahuelpuchis quedaron sometidas en el centro
de las antorchas, con la turba abriendo paso a alguien más. Un hombre alto, con
ropas extrañas, sosteniendo en sus manos un libro y otro objeto pequeño que Meztli
no alcanzaba a distinguir.

46 | EL NAHUAL ERRANTE
—¡Ayuda! —Gritaban las dueñas de ese territorio— ¡Haz algo y te daremos todo el
valle para ti sola!
Ella tuvo suerte de que su idioma fuera desconocido para los pobladores, pues de
otra forma le habrían delatado. La horda quedó en silencio, mientras el hombre del
libro decía algo extraño, imposible de entender, pero que provocó un dolor terrible
en Meztli. De pronto, estaba muy mareada y sentía todo su cuerpo ardiendo en una
fiebre demasiado agresiva. Mordió su propio puño para no gritar de dolor, pero ellas
no podían hacer lo mismo.
El misterioso objeto era una botellita plateada y ese hombre vació todo el conte-
nido sobre las tlahuelpuchis. Meztli no pudo más, sabiendo que su vida corría grave
peligro. Apenas consciente, se transformó en ave, pero no podía volar. Sólo saltaba
de rama en rama para alejarse de los cazadores. No supo lo que pasó con esas dos
mujeres.
Comer era cada vez más difícil con los territorios disputados por todas las tlahuel-
puchis. La exquisita sangre neonata desataba peleas a muerte entre sus semejantes y
ahora ese hombre amenazante logró herirlas sólo con hablar, ¿y si había otros como
él? Más que nunca, estaba decidida a actuar por su propia cuenta, ¡que otras murie-
ran por la nueva sangre, si tanto lo deseaban! Podían matarse entre ellas por el con-
trol de las montañas y valles, ¡ella no les necesitaba!
Meztli tenía mucho miedo. Los tiempos habían cambiado.

SASANILI | 47
El Ciclo y la Penumbra
Brandon Barrios

B uenos Aires, Argentina. No veo el amanecer, sólo me azota. Mi piel conoce


esa sensación, a esta altura ya se da cuenta de cuando encima de cualquier
techo y más allá de cualquier pared, está el día. Se reanuda el ciclo, pero ya no me es
tan indiferente como cuando esto recién comenzaba.
No soy oriundo de esta ciudad, ni siquiera soy argentino, y de americano sólo tengo
el conocimiento de varios de los idiomas de los que se hablan en el continente. Fui
un conquistador español, un pirata inglés, y en Portugal tuve una esposa. El francés
lo aprendí porque era común hacerlo en la época en la que lo hice y dentro de los cír-
culos que yo frecuentaba.
Llegué a esta ciudad como polizón de un barco mercante, habiéndome ya retirado
de todos los oficios que mencioné antes hacía ya mucho tiempo. Mi etapa como con-
quistador no mereció más que algunas pequeñas crónicas, que, según me dijo una
vez alguien en mi misma situación, las únicas copias que han llegado a estos días
se hallan en la biblioteca vaticana, no sé bajo qué categoría. Sólo diez o doce veces
estuve en Italia, y en ninguna de ellas tuve acceso a dicha biblioteca, en parte por-
que no me lo hubieran dado de haberlo pedido, y en parte porque mi tiempo merecía
ser usado en cosas mejores. El Moisés de Michelangelo es siempre una de ellas. Ni
los libros ni los turistas coinciden conmigo: es mucho mejor que el David y que la
Piedad. Él mismo me lo dijo una noche que caminamos juntos a orillas del Tíber, y
yo mismo se lo reconocí en una carta que le escribí a orillas del Arno, recordando
aquella caminata con motivo de una pregunta suya.
Me había preguntado por qué no lo había convertido cuando tuve la oportunidad.
Yo le respondí que porque a él no le hacía falta ser como yo para ser inmortal, y que
además, él había sido un buen amigo. A nadie le deseo mi condición, pero he malde-
cido a muchos con ella. También tuve que liberarlos las veces que, por sus descuidos,
la Comunidad y yo corrimos el riesgo de ser expuestos ante el mundo. Es mientras
escribo esto que recuerdo los episodios de Whitechapel durante el año 1888. Escribí
“Desde el infierno” para ayudar a construir el mito, táctica que, según me explicó
Byron una vez, el César Augusto se adjudicó a sí mismo cuando mandó a Virgilio a
escribir la Eneida y a Tito Livio la Historia de Roma. Como mucho de lo que decía
aquel extraordinario libertino, nunca sabré si es verdad. Pero una cosa es cierta: fue
mi corruptor a la par de mi cómplice.
Ingresé a su vida como su médico personal, me había llamado a mí mismo John
Polidori y no sin dificultades varias, construí una biografía de barroca verosimili-
tud, que es la que está disponible tanto en los libros como en el resto de las fuentes
que hoy tanto abundan. Es en esas fuentes en las que se habla de cómo Byron con-
tinuamente me menospreciaba y humillaba siempre que podía. Sólo el matrimonio
Shelley descubrió parte de la verdad. Mi desprecio hacia Mary también fue parte de
la construcción de nuestros mitos personales, hábito que ambos compartíamos con
mucho entusiasmo entre lecturas y vinos, en reuniones de las que Percy también

48 | EL NAHUAL ERRANTE
participaba, pero no con la maestría retórica que tenía su esposa a la hora de hablar
de cualquier tema, y que a ambos nos maravillaba, y que nos hacía comprender
por qué una idea como Frankenstein sólo podría habérsele ocurrido a ella. Percy,
en cambio, se convirtió en aquello sobre lo que él mismo había cantado: el ídolo de
Ozymandias que habla de los grandes templos a su alrededor, mientras estos yacen
devorados por las arenas, tanto las del espacio como las del tiempo.
Volvamos ahora a Byron. Mi primer encuentro con él fue a la salida de un típico
club que frecuentaba. Yo había recién dado mis últimas atenciones a un paciente, y
haciendo uso de lo que quedaba de mi vocación sacerdotal, también le practiqué la
unción de los enfermos antes de devorarlo. Recuerdo haberme repetido a mí mismo
que podía ser que Dios me hubiera abandonado, pero que no por eso abandonaría a
aquellos con los que sus sacramentos todavía simpatizaran. Esos restos de la voca-
ción sacerdotal de los que acabo de hablar, fueron los que Byron se ocupó de destruir.
Esa noche sólo lo vi, no supe quién era hasta que alguien que también salía aquel
club se dirigió a él para alcanzarle un reloj que se le había caído y en lugar de llamarlo
por su nombre real, lo llamó por el que todos conocemos. Yo había oído hablar de
él, y aquello que se le adjudicaba me producía tanta intriga como desagrado. Decidí
seguirlo hasta donde se dirigía, pero mis planes se frustraron cuando decidió subirse
a un carruaje.
Sin embargo, la suerte decidió que debíamos conocernos: siendo que ambos tenía-
mos un amigo en común, una noche nos presentó y Byron me contrató como su
médico personal, ya que estaba por comenzar un viaje alrededor de toda Europa, y
creyó que necesitaría de mis servicios.
Durante esa gira, intercalamos museos con burdeles y monumentos con clubes de
hachís. Como dije, lo que quedaba de mi vocación sacerdotal acabó por perecer en
ese viaje con mi tan excéntrico compañero. Fue durante una de aquellas veces en
un burdel, cometiendo lo que en aquel momento identifiqué con el pecado de la gula
por lo que hacía con algunas de esas mujeres cuando nadie miraba y con la compli-
cidad de todos los que luego encontraban sus cuerpos, que recordé por primera vez
en varios siglos mi pasado como caballero de la Orden de Malta, y de cómo, durante
el sitio de Rodas, fue que conocí a quien me despojó de mi humanidad.
Arrodillado estaba yo en el suelo, usando mi espada como un bastón para mante-
nerme lo más erguido que pudiera. Habíamos perdido la ciudad en manos de Soli-
mán. El estar tan malherido como recién describí me producía los más terribles deli-
rios, por lo que no lograba distinguir entre si era de día o de noche, y si me hallaba
entre los cuerpos de mis compañeros, o entre los del enemigo. Fue cuando escuché
algo que parecía un pedido de ayuda en árabe, que atiné a usar mis últimas fuerzas
como humano para enterrar mi espada en el cuerpo de quien estaba pidiendo aque-
llos socorros. Lo que siguió a eso fue que otro enemigo que estaba cerca de nosotros
me atacara, no con el filo de su espada, sino con el de sus colmillos. Aquel sarraceno
había atinado a decirme unas palabras en mi idioma antes de convertirme: “si creías
que esto era entre nosotros, estabas equivocado”. Hace apenas unos años creo que
comencé a entender a qué se refería.
Lo que siguió a eso me aproximó más a ser una bestia que un hombre.

SASANILI | 49
Luego de curarme succionando la sangre del sarraceno que había matado, usé
todas las habilidades e instintos que mi nueva naturaleza me había conferido para
escapar de aquella situación hasta llegar hasta la que estoy narrando y llegar hasta
el día de hoy, claro está.
El tan vívido recuerdo de aquella experiencia, producto tanto de la situación como
de las sustancias que Byron y yo habíamos consumido antes de entregarnos a lo
que sucediera en aquel antro, fue lo que terminó por desencadenar mi verdadera
naturaleza.
Hasta aquel momento, yo sólo había experimentado los placeres carnales las veces
que la ocasión lo había propiciado, salvo cuando estuve casado con una mujer por-
tuguesa, la cual también me dio tres hijos, que, al igual que a ella, lamenté enterrar
cuando la peste se los llevó, pero habiendo sido yo quien le diera la mordedura de
gracia a los cuatro para detener su sufrimiento de una vez por todas. Con Byron eso
había cambiado: no era para nada inverosímil decir que ambos competíamos por ver
cuantos excesos podían aguantar nuestros cuerpos. De alguna manera, ambos éra-
mos criaturas de la noche. Lo que más nos diferenciaba no era que Byron lo era por
hábito y yo por necesidad, sino que yo además de pecar de gula pecaba de avaricia.
La vida nocturna, cuando se trata de gente honesta, sólo le permite vivir a las
damas de los lupanares y las tabernas. Para costearme mis distintas residencias,
me dediqué a devorar a los burgueses y a los nobles que salían de aquellos mismos
lugares donde habita esa gente honesta. Fue en una de estas circunstancias, que el
destino me topó con Paracelso. De él fue que aprendí los rudimentos del oficio de la
medicina. Luego de eso, sólo tuve que estar atento a los distintos avances en dicha
ciencia para poder seguir ejerciéndola y ya no depender tanto de mi otro oficio antes
explicado.
Fue mi avaricia lo que me alejó de Byron, de nuevo desmintiendo lo que dicen los
libros. Una noche, no recuerdo ya en qué ciudad, nos encontramos con que el burdel
al que íbamos había sido clausurado por orden de las autoridades municipales. Vol-
vimos a la suite que Byron había alquilado por esa semana y nos dedicamos a beber.
Estando él vulnerable y estando yo harto de su persona, procedí a atacarlo con el
objetivo de luego ir por todos sus parientes y riquezas, aprovechando el escándalo
que seguiría su muerte y la “desaparición” de su médico. Fue un rayo de sol lo que lo
salvó: al ver como mi piel ardía en llamas, asustado huyó de la habitación. Por lo que
deduzco, nunca habló de aquel incidente con nadie. Me salvé de morir incendiado
arrojándome a la bañera, que para suerte mía, estaba llena. Cuando el personal del
hotel vino a ver qué había sucedido, ninguno de ellos sobrevivió a mi cólera, tam-
poco ninguno de los otros huéspedes. Esperé a que se hiciera de noche para ya con
mis fuerzas renovadas, desaparecer de allí para luego fingir mi muerte con la com-
plicidad de otros como yo.
Un tiempo después me enteré de que Byron había muerto a causa varias sangrías
que empeoraron la enfermedad de la que estaba tratando de salvarse. Y pensar que
yo mismo podría habérselas practicado de haber sido más paciente.
He repetido este mismo ciclo dos o tres veces más y la última me ha llevado a la
ciudad en la que he decidido morir. El sol que a través del techo me azota es el que
quiero que me libre tanto de la penumbra como de su ciclo. He invertido mis últimas

50 | EL NAHUAL ERRANTE
fuerzas en intentar dejar una buena historia. Como dijo mi conversor, estaba equi-
vocado al pensar que “esto” era entre nosotros: es entre el día y la noche, y entre la
vida y la muerte, entre lo que hay de este lado y lo que hay del otro.
Pero como dicen algunos sabios que he leído al pasar, nadie vive su propia muerte.

SASANILI | 51
Los Nahuales

Leonora Zea: Bruja, hechicera, curandera de las pala-


bras, las ideas y los sueños. Perseguida y buscada por
hereje, por ir en contra de las reglas y las normas de la
ciudad Mirtos, ciudad de frío y hierro.

Florencia FraPP: Todos en el mundo somos grasas,


no hago distinción de sexo y raza.

Ángel Diaz: Ermitaño, viajero del mundo. Estudioso de


aquellos libros escondidos o rechazados. Cazador de pala-
bras y de malas ideas. Verdugo de atrapasueños y coleccio-
nista de historias por contar.

Escoria Medina: Procedente de una mente descom-


puesta. Mediocre intelectual, andrógino, Dios fantoche
de logros pueriles, de creaciones aberrantes e inestables.
Todo un fraude.

EL NAHUAL ERRANTE

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