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Moderadoras

Dyanna y kirara7

aLexiia_Rms, Dyanna y Maia8

Dyanna aLexiia_Rms takara


Kirara7 hanna Josez57
LizC Selene Ohiana
Elizabeth TB sooi.luuli Serena

Jut Lavi Aldy92


hanna Julieta_arg Maia8
tamis11 Aciditax

Kachii Andree (Diseño 911)


Sinopsis ·································· 4 Capítulo 11 ······························ 229

Libro uno hades ······················ 5 Capítulo 12 ······························ 256

Capítulo 1 ································ 6 Libro tres Baron Samedi ········· 276

Capítulo 2 ································ 27 Capítulo 13 ······························ 277

Capítulo 3 ································ 56 Capítulo 14 ······························ 299

Capítulo 4 ································ 82 Capítulo 15 ······························ 319

Capítulo 5 ································ 104 Capítulo 16 ······························ 336

Capítulo 6 ································ 123 Capítulo 17 ······························ 357

Libro dos Hel ··························· 139 Capítulo 18 ······························ 381

Capítulo 7 ································ 140 Capítulo 19 ······························ 406

Capítulo 8 ································ 157 Sobre la Autora ······················· 452

Capítulo 9 ································ 173 Proximo Libro ························· 453

Capítulo 10 ······························ 194


Traducido por M_Berbegal

Corregido por aLexiia_Rms

El más maldito está aquí. Preparate para la batalla.

Vampiros han hecho conocer su presencia a la humanidad... y declararon la guerra.


La mayoría de las personas tienen miedo o no quieren tomar una posición, pero
Jenn Leitner, de dieciocho años de edad, entrena para convertirse en una
combatiente de vampiros, arriesgándolo todo en el proceso. Cuando Jenn se
enamora de Antonio, un vampiro que lucha del lado de la humanidad, descubre un
amor que trasciende la atracción y la consumación física, pero antes de que la
pareja puede reconciliar su romance prohibido, tienen que traer luz a la oscuridad
que los vampiros han extendido en todo el mundo.
Traducido por Dyanna

Corregido por Jut

En una noche oscura,

Encendida en amor con anhelos

¡Oh, feliz posibilidad!

Salí sin ser observado,

Mi casa está ahora descansando.

—St. John de la Cross,

Decimosexto siglo místico de Salamanca.


Traducido por Dyanna

Corregido por Jut

urante miles de años los Malditos se ocultaron en las sombras,


engañando a la humanidad haciéndolos creer que no existían. Hasta
que un día ellos simplemente... detente. Los escépticos se convirtieron
en creyentes una mañana fatídica. Y nadie estuvo a salvo otra vez.

Nadie sabe por qué se dieron a conocer. ¿Por qué eligieron el Día de San Valentín a
principios del siglo XXI para revelarnos su presencia? Algunos dicen que tuvo algo
que ver con el fin del mundo. Otros que simplemente se cansaron de esconderse.

Yo tenía doce años cuando Salomón, el líder de los vampiros, apareció por primera
vez en la TV y mintió sobre sus colmillos a todos nosotros. Trece cuando la guerra
estalló. Quince cuando los Estados Unidos declaro una tregua... cuando, en
realidad, nos rendimos, y la pesadilla comenzó realmente.

Incluso después de que esto, muchos de nosotros realmente no podíamos decir la


palabra "vampiro". Era como si una vez que lo admitiéramos, entonces tendríamos
que creer en extraterrestres o en las conspiraciones del gobierno también. O en
brujas y hombres lobo... en algo y todo lo que podría destruirnos. Porque nosotros
podríamos ser destruidos. Hemos perdido algo tan precioso —nuestra fe en que
eventualmente todo estará bien. Porque esto no está bien... y pocos creyero n que
alguna vez sería otra vez así.
Entonces, entre aquellos de nosotros que juramos no abandonar la esperanza, los
vampiros se hicieron llamar los Malditos. Nos enteramos de que era el nombre que
se les había dado hace mucho tiempo por los pocos grupos de personas que
conocían su existencia pero nunca compartieron el conocimiento. Pero los vampiros
no fueron los únicos maldecidos— todos lo estábamos. Nos habían seducido con su
sonrisa hipnótica, hablando sobre una coexistencia pacífica y con la inmortal idad
aun así cuando ellos habían montado una guerra contra nosotros. Entonces ellos
trataron de convertirnos en sus esclavos, y beber ríos de nuestra sangre.

Ahora tengo casi 18 años, y he aprendido algo sobre mí misma que yo nunca
podría haber sabido, si hubiera sido capaz de vivir una vida normal.

Pero no hay nada normal sobre mi vida.

Nada.

Incluyéndome.

—del diario de Jenn Leitner,

Descubriendo las cenizas.

EL PUEBLO DE CUEVAS, ESPAÑA

EQUIPO SALAM ANCA: JENN Y ANTONIO,

SKYE Y HOLGAR, Y ERIKO Y JAM IE


Apenas el sol se puso, y la muerte estallo en alrededor de Jenn Leitner.

Era una trampa, pensó ella.

El cielo crujió con llamas; el humo aceitoso ahogó el aire quemando sus
pulmones. Jenn luchó para no toser, temiendo que el sonido la expusiera. Sobre
sus codos y rodillas, su cabello castaño oscuro suelto cayendo sobre sus ojos, ella
se arrastró por debajo del tejado rojo de la iglesia medieval cuando colapsó en un
estruendo de chispas naranjas. Los fragmentos de azulejo, piedra, y madera
ardiente se dispararon hacia la luna color sangre, cayendo en picada a la tierra
como bombas. Clavó sus codos y se empujó hacia adelante con la punta de sus
botas, gruñendo cuando un gran trozo de madera ardiente, cayó sobre su espalda
con un chisporroteo. Ella luchó por mantenerse en silencio mientras el dolor
chamuscaba a través de ella. Mordiendo sus labios con fuerza, probó su sangre
cobriza mientras rodaba para extinguir las llamas.

A su lado, Antonio de la Cruz silbó una advertencia. La fragancia de su sangre


llenaba el aire de la noche, atrayendo a los vampiros que habían sido enviados
para cazar—pero a quienes estuvieran cazando en ese lugar. Cuando Jenn era
pequeña, su abuela le había dicho que los tiburones podían oler una gota de
sangre en el océano a mitad de un kilómetro de distancia. No había ido al océano
desde entonces. Los Malditos pueden oler la sangre a más de un kilómetro de
distancia. Con los tiburones tú podías escoger quedarte fuera del agua. Con los
Malditos era diferente. No puedes dejar el planeta. Estás atrapada.

Como nosotros lo estamos ahora.

Antonio la estudió con sus profundos ojos Españoles. Jenn le dio un


asentimiento de cabeza para hacerle saber que estaba bien; ella podía seguir
adelante. No tenía tiempo para buscar a través de su chaqueta la infusión de ajo
que podría bloquear el olor de su sangre. Ella rezaba para que el hedor de los
edificios quemados—y los cuerpos quemados—podrían ocultar el olor lo bastante
para permitirles escapar.
Más allá de la iglesia los robles estaban en llamas, haciendo estallar las bellotas,
las hojas se consumían como un papel destrozado. El humo llenaba el cielo de la
noche como tinta, sofocando el leve resplandor de la luna, pero la luz del infernal
fuego iluminaba cada movimiento de Jenn y Antonio. Combinando eso con su
labio sangrando, ellos eran dos objetivos fáciles para los monstruos salvajes
empeñados a masacrar a su pueblo.

Antonio se detuvo y levantó una mano advirtiendo. Ella lo observó atentamente.


Los mechones de su salvaje cabello negro escaparon de su gorra tejida; sus llenas
cejas se levantaron ligeramente, y su mandíbula se apretó. Como ella él estaba
vestido de negro—suéter negro, pantalones de cargamento negro, protectores de
rodillas negro y botas de cuero negras— y ahora cubiertas de cenizas.

Pudo ver el destello de los rubís incrustados de la pequeña cruz que llevaba en la
oreja izquierda. Un regalo, había dicho, cuando le preguntó al respecto. Su rostro
se había oscurecido cuando él le había respondido, ella sabía que había más en
esa historia. Gran parte de Antonio era un misterio para ella, era tan intrigante
como los rasgos agudos y los huesos de su cara. Estaba centrado, escuchando.
Todo lo que Jenn podía escucha era el sonido de las llamas y los gritos
aterrorizados, indignados de los vecinos de las casas de los alrededores y de las
oficinas de los edificios. Su mundo se convirtió en el rostro de Antonio y las
manos de Antonio, manchadas con hollín, ella tensó sus músculos de modo que
estuviese lista para moverse cuando su mano cayera. Lamentaba que no pudiera
dejar de temblar. Deseaba detener el sangrado y el dolor. Deseaba que alguien
más pudiera realizar el rescate, en lugar de ellos.

Pero en algún lugar de la oscuridad los Seres Maldito estaban viendo. Se imaginó
que la miraba fijamente, y casi podía oír su risa cruel bailando en el aire acre.

Tres vampiros y cazadores de seis acechado entre sí a través del infierno de


vapor. Si los cazadores de otras aún están vivos. Si escaparon de la iglesia en
llamas.

No pienses en eso ahora. No pienses en absoluto. Espera. Observa.


Cuevas, un pequeño pueblo español a un par de horas de su hogar, había sido
aterrorizado por un grupo de Vampiros durante semanas, el alcalde le había
pedido ayuda. Jenn había sido una del grupo de cazadores de vampiros
entrenados llamados Salamancans, graduados de la Academia Sagrado Corazón
Contra los Malditos1—Sacred Heart Academy Against the Cursed Ones—del siglo
de la Universidad de Salamanca. Padre Juan, su maestro, les había enviado a
Cuevas para deshacerse de Los Malditos.

En cambio, los Vampiros cazaban a los cazadores, como si ellos supiesen que
venían, como si ellos los hubieran atraído allí. Jenn se preguntaba cómo lo
habían sabido. Padre Juan siempre enviaba al equipo de forma encubierta.
¿Había un espía en la universidad? ¿Había alguien en Cuevas traicionándolos?

¿O es que el manual de los Cazadores estaba en lo correcto en todo acerca de los


vampiros?

No pienses.

Esa tarde Jenn, Antonio, y los otros cazadores se habían aparcado en el bosque y
silenciosamente siguieron su camino hacia la iglesia, donde los esperaban,
meditando u orando, y preparándose para la batalla que tenían por delante.

Los vampiros aparecieron con las sombras planas del crepúsculo, y en un literal
abrir y cerrar de ojos—se movieron más rápido de lo que la gente podía ver—
prendieron fuego a las ruinas de piedra del castillo, las piedras–y–Morteros2 de la
plaza cercana, los vidrios y unos puñados de edificios con oficinas modernas.
Jardineras de flores que recubrían la plaza, que rebozaban de geranios rosados y
blancos, crepitando como chispas; ventanas rotas; las bocinas de los autos
sonando como kláxones; y por todo el lugar, por todo el sitio, el fuego rugía.

1
Texto en español.
2
Mortero es un arma que dispara generalmente proyectiles explosivos o incendiarios.
En sus cortos dos meses de caza juntos como un equipo, los Salamancas habían
luchado con un mayor numero—una vez habían sido tantos como once—pero Los
Malditos habían sido convertidos recientemente. La sanguijuela más joven, era
más fácil de derrotar, ya que no se han adaptado completamente a sus nuevas
habilidades… o a sus debilidades.

Contra los vampiros más antiguos, como los tres que acechaban en la oscuridad,
sólo podías rezar que ellos aun no se hubieran topado con algún cazador. Ellos
habían crecido tan acostumbrados a sacrificarse por los indefensos que ellos
podían subestimar a los que sabían cómo defenderse.

Pero las Cuevas C.O. habían golpeado primero, lo que significaba que sabían lo
que los seis cazadores eran capaces de hacer. Por el momento, Jenn y los otros
Salamancas habían olido el humo, solo había tiempo para despertar a Antonio de
sus meditaciones en la capilla detrás del altar y arrastrarlo hacia a fuera.

Ahora estaban expuestos y vulnerables. Y...

Jenn parpadeó. Antonio ya no estaba a su lado. El pánico se envolvió alrededor


de su corazón, y ella se congeló, no sabía qué hacer. Directamente en frente de
ella un roble se estremeció dentro de su gruesa capa de fuego, y una rama
enorme se desprendió, cayendo en cascada en la tierra con un estruendo.

Él me dejó aquí, pensó ella. Oh, Dios.

Respira, se recordó a sí misma, pero cuando respiró, el humo llenó sus pulmones,
y presionó la mano sobre su boca. Su equilibrio cedió, y se desplomó en la
suciedad. Jenn gruñó de nuevo una tos seca. La roncha en la espalda quemada
como un ojo de buey; ella era un objetivo primordial. Y sola. ¿Dónde estás,
Antonio?, exigió en silencio. ¿Cómo pudiste dejarme?

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Jenn sacudió fuertemente su cabeza. Tenía


que darse prisa. Si ella no se movía, tendría una muerte horrible. Ella había visto
vampiros matar gente. Pero él no permitiría que eso sucediera. ¿Lo haría?
No pienses. Solo muévete.

Las uñas de Jenn se clavaron en la tierra cuando se levanto a sí misma. Al estilo


comando, se dirigió al camino para seguir, trepando a la izquierda cuando otra
gran rama de roble rama se quebró y cayó hacia ella como una lanza de fueg o.
Tuvo que alejarse de los edificios que se derrumbaban y los árboles que caían
antes de que pudiera pensar en ir a la ofensiva.

Hubo un susurro de sonidos, un shushshushshush y Jenn rodó más a su


izquierda justo cuando un vampiro cayó a la tierra sobre su espalda junto a ella.
Sus pálidos ojos azules se abrieron de una máscara de la muerte, y su aliento
apestaba a sangre podrida. Ella pensó que él gemía una palabra, tal vez un
nombre.

Entonces de repente el vampiro se derrumbó en el polvo y fue dispersado por el


cálido viento. Uno menos, pensó cubriéndose la boca y la nariz para evitar inhalar
cualquier cosa de los restos del vampiro. La primera vez que Jenn había visto
suceder esto, había sido incapaz de hablar por más de una hora. Ahora no podía
contener la sonrisa triunfal que se extendía por rostro.

Jenn luchó a sus pies; Antonio resistió un aliento lejos, sus ojos ardientes, la
estaca que había matado al vampiro todavía apretado en su mano. Él era mucho
más alto que ella, uno con ochenta frente a los uno con sesenta de ella. Cuando
alcanzó a tocar su brazo, un grito espeluznante rasgó el aire de la noche, y salió
en su dirección, esperando que Antonio hiciera lo mismo.

En cambio, su cuerpo fue lanzado pasando a su lado, aterrizando en un montón


de ramas y hojas de la quema.

—¡Antonio! —gritó ella, entonces rodó en la posición de combate, enfrentándose


contra el vampiro que le había arrojado por el aire como si lanzara el cambio
encima del mostrador. El Maldito era alto y voluminoso, sonriendo tan
abiertamente que sus colmillos brillaban en la luz del fuego. Su rostro estaba
cubierto de sangre. Su estomago se revolvió, y trató de no pensar en cómo
muchos de los aldeanos ya estaban muertos.

Jenn rápidamente agarró una estaca de su cinturón, tomándola en su mano


derecha, y rasgó el velcro de un bolsillo con la izquierda para recuperar una cruz.
Ella desesperadamente quería mirar hacia atrás a Antonio. No se atrevía.

El Vampiro se burló de ella y gruño en un fuerte acento Leonence -Español.

—Pobrecita 3, puedo escuchar los fuertes latidos de tu asustado corazón. Igual


como el conejo en una trampa.

Él le cortó el otro lado de la mejilla con sus uñas parecidas a una garra antes de
saltar hacia atrás en una imagen borrosa. Jenn sintió la sangre caliente y
pegajosa por su mejilla antes de sentir la picadura.

Jenn le rodeó con cautela. Soy una cazadora, se recordó, pero la mano alrededor
de su estaca temblaba mucho. Seguramente, él podía verlo. Si él atacaba, había
una buena probabilidad de que no lograra ser lo suficientemente rápida. La
especializada formación que había recibido en la Academia le había enseñado la
forma de anticipar los movimientos de un vampiro, incluso cuando ella no
pudiera verlo. Ellos se movían tan rápido, los Malditos. Padre Juan decía que se
movían más rápido de lo que un hombre puede pescar. Él dijo que podrían
matarte y tú nunca sabrías lo que había sucedido, pero si hubieras sido una
valiente y justa persona, los ángeles te lo contan todo, en una canción.

Yo no soy valiente.

Respiró profundamente y volvió la cabeza ligeramente hacia un lado. Su mejor


apuesta a seguir era no mirarlo directamente. El movimiento era más eficaz
atrapado por el rabillo del ojo. Había aprendido eso en la academia, y esto la
había salvado antes. Tal vez volvería a hacerlo.

3
En Español.
Pero tal vez no.

El vampiro quedó visible, retenido, pero lo más probable es que estuviera jugando
con ella antes que él realizara su muerte. Algunos vampiros eran matadores,
dibujaban la danza de la muerte como un ritual. Para otros la caza era un medio
para un fin—fresca sangre humana, bombeada por un corazón que aún latía.

Un movimiento en las sombras captó su mirada. Jenn luchó para no reaccionar


como uno de los otros cazadores—el cazador, Eriko Sakamoto—se arrastró hacia
el vampiro, su pequeño cuerpo desmintiendo su fuerza superior. Vestida en tonos
noche como Jenn y Antonio, llevaba un jersey de cuello, pantalones de cuero, y
thicksoled en sus botas que llevaban velcro hasta la mitad de las pantorrillas. Su
pelo corto, el gel le daba el aspecto de una guerrera tribal. Frescas rayas de hollín
se untaban en sus fuertes y dorados pómulos.

El sonido del fuego enmascaraba cualquier ruido desde su enfoque. Eriko cogió la
mirada de Jenn, Y Jenn comenzó por el borde de la derecha, colocando el
vampiro entre ellos.

—Cazadores… Jóvenes… no eres nada especial después de todo —gruñó el


Maldito.

—Somos lo suficientemente especial para que te convierta en polvo —gruñó Jenn,


tratando de mantener la atención del vampiro. Se centró en sus colmillos en lugar
de sus ojos, para no ser hipnotizada por él. Esa fue una de las primeras reglas de
la supervivencia—para resistir la mirada de los Malditos hipnótico, diseñado para
volver a su presa un esclavo—. Es mejor que digas tus oraciones. Estás a punto
de morir.

El vampiro se burló acercándose más, aparentemente inconsciente de que un


cazador avanzaba detrás de él con una estaca preparada. El olor de la sangre de
Jenn envuelto el aroma sutil olor de la carne humana ileso.
—Orar es para los mortales —dijo— que tienen que pedir alguna deidad para ser
salvados. Y como sabemos, las oraciones siempre van sin respuesta.

—¿Siempre? —preguntó Jenn, sintiendo la sangre que salía por su mejilla. El


vampiro la miraba como si no hubiera bebido en siglos.

—Siempre —respondió.

Eriko mantuvo su distancia, y Jenn tenía un terrible pensamiento: Ella me está


usando como cebo. Jenn comenzó a retroceder, y el vampiro hizo una
demostración de dar un paso hacia ella. Sus manos estaban resbaladizas por el
sudor—por el calor, su miedo—y su control sobre la estaca comenzó a deslizarse.
Trabajó con los dedos alrededor de ello. El vampiro se rió.

Jenn dio otro paso hacia atrás, su bota crujió abajo en algo. Su estómago se
sacudió cuando una chispa salto hacia arriba. ¿Y si era Antonio?

Ella no podía dejar de mirar hacia abajo. Fue sólo una rama. El vampiro se lanzó
hacia ella con un silbido.

—¡No! —chilló Jenn, cayendo hacia atrás.

El vampiro aterrizó encima de ella con sus ojos llenos de sed de sangre. Sus
colmillos son largos y curvados; que se agitaba, olvidando todo su entrenamiento,
cada maniobra que podría salvarla. Su aliento apestaba a sangre fresca, y se oyó
gemir:

Antonio.

Entonces, de repente, el maldito se había ido. Jenn se sacó en cuclillas,


consciente de que había perdido a su cruz. Eriko había tirado del vampiro a sus
pies y estaba de espaldas con las piernas envueltas alrededor de su cintura. Él
golpeó mientras ella entrelazó sus dedos debajo de su barbilla, forzando la cabeza
hacia atrás.
Él silbó, y le agarró sus tobillos, tratando de pelear.

—Jenn, estácalo —gritó Eriko—. ¡Ahora!

Jenn parpadeó. Dio dos pasos hacia adelante, y luego se detuvo por una fracción
de un instante. Sólo se detuvo.

Ella ya no podía ver Eriko o el vampiro. Se movían demasiado rápido para que
ella le siguiera la pista. Se lanzó hacia delante, estacando en el aire. No hubo
contacto. Captó destellos, manchas, pero no lo suficiente como para darle en el
blanco. A través de su agotamiento, Jenn se mantuvo oscilante, ya que su mente
corría. Si Eriko moría, estaría sobre los hombros de Jenn.

Entonces, los vio. El vampiro había sido forzado a arrodillarse, y Eriko estaba
detrás de él con sus manos todavía encajadas por debajo de la barbilla. Jenn
corrió a estacarlo cuando Eriko le dirigió una sonrisa feroz y retorció su cabez a.
Su cuerpo decapitado conservó su forma; Eriko lanzó su cabeza en las llamas que
avanzaban. Esto era algo que Jenn nunca podría haber hecho; ella no tenía la
fuerza sobrehumana de Eriko.

—Por lo menos las oraciones de alguien fueron respondidas —dijo Eriko,


jadeando mientras el cuerpo se desintegraba. Corrió hacia un muro de piedra
desmoronándose a su izquierda, que marcaba el extremo norte del cementerio de
la iglesia—. Vamos a seguir adelante.

Jenn miró hacia atrás donde ella había visto por última vez a Antonio, pero él ya
no estaba allí. Otra ola de pánico se levantó sobre ella cuando corrió hacia el
lugar. Él simplemente se había ido. Simplemente no los abandonaría, aunque; no
podía haberse marchado.

—¡Antonio! —gritó Jenn—. Espera, Eriko. ¡Antonio!

—Sí —él gritó—. Sí, Jenn.


Antonio se abrió paso entre la quema de maleza a unos cuantos metros, volutas
de humo que salía de su ropa quemada cuando él golpeaba contra ellos. Sus
manos estaban manchadas y peladas.

Ella corrió hacia él y se puso de pie vacilante frente a él; el miedo y la vergüenza
eran sus dudas.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

Él asintió tristemente.

—Lo estaré.

Ella comenzó a temblar.

—Yo estaba preocupada. Pensé... —Ella se calmó. No importaba lo que ella


hubiera pensado. Lo único que importaba era que él estaba vivo y aquí.

—¿No pensaste que yo podría dejarte? —Antonio cuestionado, su mirada intensa


cuando él llegó a la Copa de su mejilla con la mano—. Iba a venir a ayudarte a ti
y a Eriko. —Entonces su expresión suave parpadeó, y vio su desesperación. Lo
ocultó bien... aunque no lo bastante, al menos para alguien tan centrado en él
como lo era ella. Las sombras en sus ojos hablaban de algo que él había re husado
a compartir con ella—su herida más profunda. Su secreto más oscuro.

Las lágrimas picaban en sus ojos. Jenn amaba a Antonio, y quería confiar en él.
Pero la confianza era algo que había dejado atrás hace dos años, cuando había
cruzado el umbral de la universidad. Había tenido que aprender a no confiar en
sus ojos, su mente, o incluso su corazón. Cada vez que se olvidaba de eso, estaba
cerca de matarse.

—Ay, no —murmuró Antonio, mirándola—. Yo nunca te dejaré.

Antonio acarició su mejilla con el pulgar, y ella cerró sus ojos, apoyándose en su
toque. Calloso y aterciopelado. Cuando sus labios se rozaron, ella le devolvió el
beso con un sollozo. Colocó los brazos alrededor de su cuello y se aferró a él. Sus
labios eran suaves y cedieron contra los de ella, y el sabor de él mezclado con el
sabor metálico de la tenue sangre en su boca.

Apoyada contra Antonio, gimió, con ganas de más. Entonces, de repente, él se


había ido. Jenn abrió sus ojos y vio a Antonio encorvado sobre unos metros de
distancia con los ojos brillantes y salientes colmillos. Eriko se acercó al lado de
Jenn, con una gran estaca abrochada en la mano. Un tiro y podía matarlo.

—Estoy bien4 —gruñó Antonio profundamente en su garganta. Él se limpió algo


oscuro fuera de sus labios y en sus pantalones de cargamento negro.

Su sangre.

—Eriko, estoy bien —dijo en Inglés.

Su profunda voz siempre hacía temblar a Jenn, pero con el miedo o el deseo ella
nunca estaba completamente segura. A veces, cuando se besaban ella se
olvidaba, sólo por un momento, todo lo que los mantenía separado.

Antonio era un vampiro.

Ella se obligó a si misma a realizar un buen repaso: los dientes brillantes, la


hambrienta y salvaje mirada que se había introducido en sus ojos, la forma de los
músculos en su rostro contraídos mientras trataba de superar su sed de sangre.
A él no le gustaba que ella lo viera así, pero ella lo necesitaba. Ella necesitaba
recordar de lo que tenía que protegerse—y a él.

Algunos vampiros afirmaban ser capaces de controlar sus deseos, pero Antonio
de la Cruz era el único que había conocido en su vida que realmente lo consiguió.
Años de meditación, estudio y oración le había dado la fuerza que necesitaba. O
al menos lo que él afirmaba.

4
En español
Pero en el fondo Jenn sabía que cada momento que pasamos juntos era erosionar
esa fuerza. Un día, él no retrocedería, y entonces tendría que matarlo. Si es que
pudiera. O uno de los otros cazadores. Como Eriko. O Jamie...

—Bien —dijo Eriko—. Uno menos. —Pero ella no bajó la estaca. Musculosa y
menuda, Eriko era un par de años más joven y un par de centímetros más baja
que Jenn. Cuando se había graduado de la academia dos meses antes, Eriko
había sido elegida de su clase para recibir el elixir sagrado que legó sorprendente
velocidad y fuerza. El elixir era tan difícil de hacer, no sólo fue suficiente para un
cazador, capital H. Su líder.

—Antonio mató a uno también —dijo Jenn.

Eriko enarcó una ceja y miró a Antonio, quien asintió con la cabeza. Su rostro
estaba volviendo a la normalidad.

—Había sólo tres, ¿verdad? Estamos a punto de terminar.

—Tres es lo que nosotras dijimos —dijo Jenn, relajándose sólo ligeramente. Sacó
su ungüento de ajo y rápidamente se aplicó a la mejilla y el labio.

Eriko suspiró y apretó los dedos de su mano libre contra el rastrojo de punta de
su cabello.

—Los habitantes del pueblo podrían haber contado mal. No sería la primera vez
que sucede.

Debí tragar.

—Lo siento, Eriko —dijo—. No hice una copia de seguridad.

Eriko se encogió de hombros.

—No tienes el mismo poder que yo, Jenn. Y lo hiciste bien.


Sin embargo, Jenn sabía que no lo había hecho. Había entrado en pánico. Había
estado más preocupada por Antonio que por nadie, incluida que ella misma.

Eriko miró más allá de ella, a Antonio.

—Antonio, por otro lado...

—Déjalo —dijo Jenn, enojada y a la defensiva ante la implicación—. Mira tus


manos.

—Sangre —se quejó una voz familiar. Jenn giró cuando dos figuras se acercaron.
Uno de ellos tenía la cabeza casi rapada y tatuajes grandes en los brazos y el
cuello, que le hacían parecer como un demonio con la luz del fuego. El cuello de
su camisa no llegaba a cerrarse y quedaba solo como una camiseta. Ese era
Jamie O'Leary.

Por una vez la chica a su lado no estaba fuera de lugar. Desde su batalla contra
el tipo de la ropa negra acolchada, pantalones, botas altas, y con trenzas de rasta
blancas-rubias, con la plata de una luna creciente como anillo en su dedo pulgar,
Skye York estaba cubierta de hollín, excepto por las lágrimas que habían
marcado su rostro.

Skye hace círculos en el aire con la mano mientras murmura un conjuro del
estribillo de ―Desino”. Cease. Y uno por uno, los incendios de la zona fueron
extinguidos.

—¿Donde están los muertos? —preguntó Jamie, mirando a su alrededor. Miró a


Antonio.

—¿Mataron sólo a los que estaban autorizados? —agregó enfáticamente.

—Hay uno más —dijo Eriko—. Yo tengo uno, Antonio tiene uno, y creo que...
—No —interrumpió Jamie—. Maté uno en la Iglesia. —Les mostró las palmas de
las manos chamuscadas—. Lo he estacado a través de la espalda con un trozo de
madera ardiendo. Fue un buen y largo trabajo, pero atravesó su corazón.

—Eso está muy bien, ya hemos terminado, entonces —dijo Eriko, sonriendo a su
contrincante. Jamie le devolvió la sonrisa, disfrutando claramente de haber
asesinado a alguien hoy. No habían estado cerca el uno del otro cuando la iglesia
estaba en llamas pero no había causado mucho daño. Una energía práctica
chisporroteaba entre los dos. Parecían estar juntos, de alguna manera.

Después de ayunar, orar y trabajar magias, el padre Juan los había emparejado
en la lucha contra parejas, insistiendo en que cada uno es parte del complicado
equilibrio del yin y el yang, la luz y la oscuridad.

Fortaleza y debilidad.

Jenn estaba emparejada con Antonio, para su alivio. Eriko y Jamie fueron
emparejados y trabajaban muy duro. Skye y Holgar fueron la tercera pareja, y
tuvieron un acercamiento tranquilo entre sí, que era envidiable.

Al igual que Jenn, Jamie no tenía dones especiales o poderes. Sin embargo, su
ferocidad y la lucha cuerpo a cuerpo de él por su familia durante su infancia en
Belfast compensaban eso.

Eriko no parecía darse cuenta de la forma en que Jamie la miró... Fue más allá
de una relación de cazador. Debe haber sido obvio para Skye, también, cuando se
dio la vuelta para concentrarse en sus conjuros. Su bruja llevaba una antorcha
para Jamie y Jamie no tenía ni idea. Jenn no estaba segura si los otros miembros
del equipo sabían, o si ella era la única que lo había descubierto. Se sentía mal
por Skye y, francamente, desconcertada, porque Jamie era una idiota. Él no hizo
ningún secreto de su deseo de estar en otro lugar, sino que ni siquiera creía que
debiera haber un grupo de cazadores. Jamie estaba allí sólo porque el padre Juan
le había pedido que se quedara en Salamanca y que sirviera a la causa. Si no
hubiera sido por su lealtad muy arraigada a su iglesia, Jenn estaba segura de
que incluso la atracción por Jamie no sería suficiente para que Eriko no se fuese
a casa.

Terminó con su conjuro de incendios, y Skye tocó suavemente las palmas de


Jamie, y su piel comenzó a sanarse. Su delicado rostro brillaba casi como si ella
le enfundara su energía nutritiva. Jamie suspiró de placer, pero no dijo nada.

Skye se volvió al lado de Antonio. Mientras el sol se debilitaba. Extendió sus


manos con las palmas hacia arriba, y Skye movió sus manos sobre ellos y le
susurró en antiguo Latín. Jenn se sintió relajada ligeramente. Ella odiaba cuando
Antonio se acercaba al fuego. El fuego era una de las pocas cosas que podrían
matar a un vampiro. Los vampiros también podrían ser asesinados por la luz
solar, una estaca de madera a través del corazón, y la decapitación.

—¿Cuántos muertos, brujita 5? —preguntó Antonio en voz baja, llamando a Skye


"brujita", mientras estiraba sus dedos de la mano—. ¿Los aldeanos?

Skye negó con la cabeza, las trenzas de rasta balanceándose sobre su espalda.

—Por lo menos cincuenta. Cuando los incendios son provocados, los vampiros
son los primeros que intentan escapar. El resto tenían tanto miedo... —Su voz se
quebró.

—Algunos de ellos se quedaron en sus casas y se quemaron hasta la muerte —


terminó Jenn amargamente por ella, unos horribles nudos atacaban su
estomago—. Fue un fracaso.

Eriko negó con la cabeza.

—Nadie estaría vivo si no hubiera pasado.

—Y sobre eso —dijo Jamie, escupiendo en el suelo—, ¿cómo sabían de la sangre?

5
En español
—¿Dónde está Holgar? —preguntó Skye, mirando a su alrededor buscando a su
contrincante.

—Crujiendo bajo la tierra, si tenemos suerte —murmuró Jamie.

—Siento tener que decirlo, pero mis oídos no se queman —bromeó Holgar,
cojeando hacia el grupo. Su ropa colgaba en jirones al rededor de su cuerpo.
Tenía heridas abiertas en el pecho y las piernas ya comenzaban a sanar. Sus
manos estaban ensangrentadas, aunque si era él o alguien más, Jenn no podía
llamarlo.

Jamie juró por lo bajo, pero Jenn sólo podía verlo—... un hombre lobo con
sangre.

Jamie no ha ocultado el hecho de que había algo que odiaba aún más que ser
maldito: los hombres lobo. El mundo en general no se habían visto obligados a
aceptar la existencia de los seres humanos que se transforman en bestias por
medio de la luna, pero Jamie es de la gente en Irlanda que había sido testigo de
primera mano de su salvajismo. En lo que a él concernía, los vampiros eran los
enemigos, y los hombres lobo eran sus cómplices, traidores. Cuando los vampiros
se habían revelado a la humanidad, los hombres lobo habían elegido permanecer
ocultos, haciéndose pasar por gente común. Había bastante pocos, y mantuvieron
su bajo número de crías. Ellos mismos guardaron el secreto de los vampiros, y los
vampiros mantuvieron su secreto a cambio.

Fue una negociación mala, y por lo que Jamie estaba preocupado, demostrando
por qué deben ser eliminados. Habían destruido el mundo, y por ello debía ser
borrado de su existencia. Sin excepciones, sin misericordia. Ambos Holgar y
Antonio vieron el problema, sabían que el Padre Juan liberaría a Jamie de su
promesa de permanecer con el equipo. Cuando estaban peleando por su vida,
tenían que saber que cada uno en su lado vendría a su rescate.

Por supuesto, nadie puede contar conmigo, tampoco. Jenn debía tragar duro
mientras sentía vergüenza.
—El Padre Juan quiere hacer un control apenas esto terminara —recordó Skye al
grupo.

—Sí, por lo menos sobrevivimos a esta trampa sangrienta —dijo Jamie. Él


entrecerró los ojos—. Oh, venga ya. Estas pensando lo mismo. Alguien le dijo que
íbamos a venir. Caímos en una emboscada—. Miró directamente a Antonio.
Antonio levantó la barbilla y le devolvió la mirada con frialdad. La tensión era tan
gruesa como el humo había antes.

—Padre Juan —dijo Eriko llamando desde su celular—. Hai. Estamos bien. Hai,
hai. —Jenn sabía que Eriko estaba cansada. Ella era de Japón y su cabeza se
caía sola. Jamie cambió su mirada de Antonio a Holgar, y luego a ella. Jenn sabía
que el problema no era con ella, tampoco. Se odiaba, con mayor precisión. Debido
a Antonio. Y para que Jamie tuviera que ver la espalda, ni siquiera era el
contrincante de Jenn.

—¿Qué te pasó? —preguntó Jenn a Holgar. Se dio cuenta de Antonio se había


trasladado a unos pasos y se cubría la boca con la mano. El olor de sangre en
Holgar era muy fuerte.

—Vampiros. Fue un mal rato, pero definitivamente el tiene algo que ver.

—Maldito infierno —juró Jamie.

—¿Perdón? —preguntó Holgar, claramente desconcertado por la reacción de


Jamie.

—Eso hace cuatro, no tres —dijo Antonio en voz baja.

Al instante ellos estaban al estado de alerta. Jenn tiró otro juego del carcaj a la
cintura y giró para hacer frente a la oscuridad. Sacó de un bolsillo otra cruz. Que
siempre lleva como si fuera un arma.

—¿Creen que hay alguna más? —susurró.


Hubo un momento de silencio, sólo roto por la respuesta ocasional de Eriko a su
amo mientras continuaba para transmitir información.

—Sólo yo puedo sentir el olor a vampiros —dijo Holgar después de un minuto.

—Yo no oigo nada —añadió Antonio.

Skye lanzar un corto suspiro.

—Creo que sólo había cuatro —confirmó ella.

Se empezaron a relajar de a poco. Antonio se agachó y recogió un trozo de


madera carbonizada que había sido parte de la iglesia. Lo clavó en la tierra como
si hubiera clavado una estaca en el corazón de la misma. De un bolsillo de sus
pantalones sacó un banderín. La seda blanca y gruesa adornaba una cruz roja
que consta de cuatro brazos curvos de igual longitud, la cruz de los cruzados
original. Un casco de caballero azul coronada con tres plumas, el color blanco de
la Virgen, las plumas para honrar a la Santísima Trinidad, y sentado en el brazo
superior de la cruz. A continuación, la palabra "Salamanca" fue cosida en una
reminiscencia con fuente en las raíces árabes de España. Era la cresta de los
antiguos cazadores Salamanca. Los cazadores llevaban parches correspondientes
en el hombro izquierdo, lo que podría ser cubierto con bordes con velcro.

—Esta ciudad está bajo nuestra protección —anunció Antonio mientras sujeta la
bandera a la hoguera—. Los cazadores de Salamanca. —Entonces dio un paso
atrás e hizo la señal de la cruz sobre el banderín y luego se arrodilla. Fue una
cosa extraña y milagrosa que Antonio pudiera hacerlo, ya que las cruces a los
demás vampiros los quemaban. Como la única católica practicante en el grupo,
Jamie apretó los dientes, y luego hizo lo mismo. Como Bruja Blanca, Skye era
una bruja, y Eriko, budista. La Raíces de Jenn eran los Baviera, y su familia
hacía tiempo que había dejado de pensar en sí mismos como católicos. No eran
nada. En cuanto a Holgar, no tenía ni idea de lo que creía. El resto de ellos se
inclinó su cabeza brevemente en relación con la bandera.
El Equipo de Salamanca era el victorioso. Pero a medida que Jenn se quedó
mirando la bandera, pensó en la muerte y al morir en las Cuevas y no podía dejar
de preguntarse cómo se podría proteger a alguien cuando ni siquiera podía
protegerse a sí misma o a sus compañeros de equipo.

Una brisa los rodeó, y la bandera ondeaba desafiante, un símbolo de que se había
peleado por perder a los menos posibles compañeros, a los cazadores que le
habían precedido y los que vendrían después. Que Dios nos ayude a todos, pensó
Jenn.
Traducido por LizC

Corregido por Jut

Perdido y buscado

Maldito e imperecedero

Una raza en necesidad

Al linaje de los vampiros

Vamos a mostrarle bondad

Ofrecer respetuoso silencio

Y darle a cada corazón

Una parte perfecta.


UEVAS

EQUIPO SALAM ANCA

Jenn sintió una mezcla de orgullo y vergüenza mientras miraba a la bandera


improvisada plantada en el suelo ensangrentado. Consciente de la mirada en ella,
levantó la vista.

Los ojos de Antonio brillaban con intensidad, entusiasmado por la misión del
equipo. Nunca vaciló, lo amaba y le envidiaba por ello.

—¿Es prudente dejar una tarjeta de llamada de esa manera? —preguntó Skye con
nerviosismo, rompiendo el silencio. Su presencia en la universidad era un
secreto; aunque no bien cuidado, ya que muchos de los lugareños habían
comenzado a solicitar su ayuda. El gobierno español sabía de su existencia, pero
no los reconocían abiertamente, explicando la actividad de la Universidad de
Salamanca como una pequeña guarnición de mezcladas fuerzas militares
españolas. En cierta manera era cierto. Tres de sus profesores eran militares
españoles. Los tres enseñaban muchas de las clases de combate; uno de ellos,
Felipe Santasiero, también había sido el tutor de español de Jenn.

En cuanto a las reales fuerzas armadas españolas, los que sabían la verdad
resentían a los salmantinos, llamándolos las pulgas6. El General Maldonado del
ejército español les temía. Un hombre conservador, que sabía que los
salmantinos utilizaban magia… y la magia, a su juicio, era obra del Diablo. El
Diablo estaba vivo en todo caos y derramamiento sangre; el General Maldonado
no quería que el diablo bebiera más sangre española. Él nunca habría aceptado
que el Padre Juan compartiera ese deseo.

Jenn cambió su peso mientras miraba el banderín. Su espalda le dolía.

6
Las pulgas: está en el texto original de esta manera. Al igual que el resto de las palabras en cursiva.
—Si plantar nuestra bandera en el polvo de algunos Malditos muertos hacen que
los del C.O nos tengan incluso un poco más de miedo, estoy totalmente de
acuerdo.

—A menos que sea un código —dijo Jamie—. Me gusta, ―Toma el memo, gracias.
Aún no está muerto‖.

—Jamie, por favor. Es uno de nosotros. —Skye miró a Antonio—. He lanzado


runas. Podemos confiar en él.

—La mayoría de los vampiros apestan, y Antonio no —dijo Holgar con su acento
danés, parecía que estuviera congestionado—. Además, me salvó la vida. —Miró a
Jamie—. La tuya, también. La próxima vez estamos fuera. Es como, ustedes
dicen en inglés, ―genial‖. Y más genial para ti, Jamie, ya que tu vida significa
tanto para ti.

—Abajo, chico —murmuró Skye, colocando una mano sobre el antebrazo de


Holgar—. Todos estamos al borde. Pero no parece que nos estén esperando.

—Arroja unos hechizos cuando regreses —sugirió Eriko—. Tú y el Padre Juan,


juntos. Tal vez puedas adivinar el origen de la fuga. Simplemente, puede que
hayamos tenido mala suerte.

—Nacido bajo una mala estrella —dijo Jamie. Hizo una mueca hacia Holgar—. O
una mala luna llena.

Holgar suspiró.

—No es prudente hostigar a un hombre lobo.

Jamie mostró sus dientes, y luego escupió en las cenizas.

—Bien. Sabes, me encanta el conejo, pero estoy ocupado.


Skye, frunció los labios y Eriko asintió con la cabeza. Jenn era una pérdida. Dos
años en la academia y dos meses como compañeros de equipo, y Jenn aún no
podía entender la mayor parte de lo que Jamie decía. Ya era bastante malo que
Skye tuviera un fuerte acento cockney 7, Antonio liberalmente entrelazaba su
inglés con el español, Eriko maldecía en japonés, y Holgar tenía la tendencia de
hablar consigo mismo en una serie de gruñidos, aullidos, y yips que sólo un
perro, o cualquier otro hombre lobo, podía entender. Con Jamie era de alguna
manera peor. Él entendía las palabras que usaba pero no podía ni siquiera
comenzar a comprender la mitad de sus significados.

—Se quiere ir —dijo Skye, como vía de traducción—. Está cansado. Todos lo
estamos —dijo Skye la pacificadora.

Tácitamente acordando abandonar sus hostilidades, los seis desplegaron,


caminando en una formación circular en caso de que hubiera más vampiros.
Skye había apagado los incendios en las casas visibles desde el área de la plaza.
Lentamente, la gente comenzó a congregarse, algunos saliendo del bosque donde
habían buscado refugio. Cuando vieron a los cazadores, irrumpieron en un coro
de aplausos. Los hombres en jeans y trajes de negocios, las niñas de la misma
edad de Jenn todas a la última moda y tendencia. Un tipo en una camisa de
Hellboy levantó su teléfono celular, para filmarlos.

—Infierno sagrado —dijo Jamie—. Estarán esperando que posemos y firmemos


autógrafos.

—Tenemos que hacerlo —dijo Skye—. Sabes que hay un montón que odian a los
cazadores por ahí.

—Eso es en Estados Unidos, no en España —insistió Holgar.

—Necesito fumar —dijo Jamie.

7
Cockney: hace referencia a su acento Inglés o Británico.
—Antonio, deberías salir de aquí —advirtió Eriko. Hasta el momento ningún civil
había descubierto que Antonio era un vampiro… la mayoría de las veces no
podían saberlo con sólo mirarlo, pero no había ninguna razón para correr riesgos
innecesarios. El olor de la sangre a partir de algo tan pequeño como un corte por
papel podría provocar la sed de sangre, lo que haría crecer sus colmillos y sus
ojos tornarse rojos.

—Estaré en la camioneta —dijo Antonio, volviéndose para irse.

Jenn trotó a su lado, y él suavizó sus rasgos afilados. Le tomó la mano y la


apretó, no demasiado fuerte. Podría haberle roto todos los huesos si quisiera. Era
incluso más fuerte que Eriko.

Detrás de ellos, los aplausos se hicieron más fuertes. Los supervivientes se


regocijaban. Pronto se pondrían más sobrios, cuando algunos de sus heridos se
unieran a las filas de sus muertos. Jenn lo había visto antes. Sería peor esta vez;
gran parte de la ciudad había sido quemada. Se necesitaría mucho tiempo para
reconstruirla.

Se sentía culpable por el alivio de que no tendría que ayudar a limpiar y a


empezar de nuevo. No sabía nada sobre la creación, pero gracias a la academia
sabía mucho acerca de la destrucción.

—Me alegro de que no estés herido —le dijo Jenn, tratando de apagar los sonidos
de los aplausos que seguían creciendo con fuerza detrás de ellos—. Cuando te vi
aterrizar en esas llamas…

—Jamie está bien —la interrumpió, con el resplandor rojo de sed de sangre de
nuevo en sus ojos. Un estremecimiento se deslizó por su espina dorsal. Sus
colmillos comenzaban a alargarse—. Tiene razón en desconfiar de mí —añadió—.
Y tiene razón en pensar que hay un traidor entre nosotros, o un espía en la
Academia. Alguien le dijo a esos vampiros que veníamos. Fuimos muy
afortunados que ninguno fuera asesinado.
—Bueno, ninguno de nosotros lo fue —le recordó ella, tragando saliva.

—Todavía no —respondió él, su voz áspera y profunda. Y sus ojos brillaban


completamente bajo los rayos de plata brillante de la luna española.

Ella bajó la mirada y caminó hasta su blanca furgoneta Mercedes-Benz Vito. Los
hechizos de protección de Skye habían mantenido oculta la camioneta de los
extraños y sin ser tocada por el fuego. El bosque de robles en la que se
encontraba estacionada, por su parte, había sido consumido a la mitad, y gran
parte de los restos humeantes no serían nada más que cenizas al amanecer.

Antonio se sentó al volante, y un par de minutos más tarde, cuando los demás se
unieron a ellos, Jenn se encontró encajada entre Holgar y él.

Era como en las viejas películas de terror que solía ver con Papá Che cuando era
pequeña: hombres lobos y vampiros, pensó, y al instante se sintió muy tonta y
aun más culpable.

En el asiento trasero Jamie descansaba entre Eriko y Skye, y roncaba con fuerza
antes de que estuvieran de vuelva a la carretera.

—¿No puedes hacer nada al respecto? —preguntó Antonio con los dientes
apretados. Su audición era más aguda que la de ellos, lo que lo convertía en un
gran vigilante.

Y podría hacer de él un traidor incluso mejor…

Skye murmuró un hechizo, y descendió el silencio. Jamie seguía roncando; sólo


que ellos no podían oírlo más. Entonces la bruja hizo algunos trabajos en la parte
posterior de Jenn y gracias a Dios el dolor se fue. Jenn cansada cerró los ojos,
agotada, casi como si hubiera bebido veinte tazas del espeso café torrefacto-
tostado español al que se había vuelto adicta. Hubiera querido tener uno ahora
para lavar el polvo y el hollín y la sangre que cubría su lengua y boca. Incluso
más que eso, deseaba poder dormir como Jamie.
Jamie era el único que fue capaz de dormir con toda la pura fuerza de voluntad.
Dijo que era bueno descansar en cada oportunidad, porque nunca se sabía
cuándo y dónde la violencia podría estallar… algo que había aprendido de su
familia irlandesa en Irlanda del Norte. Sus padres habían muerto, salvajemente
unos años antes por locales hombres lobo Belfast que trabajaban con los
Malditos… quienes, afirmaba Jamie, estaban trabajando con los Ingleses. Los
antiguos odios todavía estaban allí; así que eran guerreros que luchaban por la
causa de una Irlanda unida libre del dominio Inglés. Aunque Jamie era uno, el
grupo nunca fue tras los hombres lobo, solamente vampiros.

Jamie tenía dementes habilidades de combate, pero al igual que el resto de ellos,
tenía todavía que entrenar duro para convertirse en un cazador. El armamento
moderno estaba prohibido, sobre todo porque era ineficaz contra un vampiro.
Para matar a uno de ellos tenías que moverte cerca y arriesgar tu vida. Jamie
había estado entrenando con su abuelo para ser un armero antes de irse a
estudiar a la academia. Lo único que los salmantinos eran capaces de matar con
un arma de fuego eran los uno a los otros.

Dada la tensión entre los miembros del equipo, el miedo roía en su interior
porque algún día pudieran en realidad recudirse a eso.

—Gracias, brujita —le dijo Antonio a Skye cuando Jenn suspiró y movió los
hombros, indicando que la magia de Skye había calmado sus quemaduras.

Gracias, pequeña bruja. A Skye le gustaba cuando él la llamaba así. Skye había
sentido el poder mágico que emanaba el Padre Juan, así que le había dicho que
era una bruja. Una Bruja Blanca, de hecho, una de las muchas brujas blancas
que se consideraban a sí mismas Wiccas seguidoras de la Diosa. Habían Brujas
Oscuras, también, llamadas por algunos, hechiceras, quienes seguían al Dios en
sus muchos aspectos malignos y practicaban magias oscuras. Ambas ramas de la
Brujería trataban de mantenerse fuera del radar de la gente común, y la Brujería
Blanca había pasado a la clandestinidad, por temor a que los vampiros las
explotaran como lo habían hecho los hombres lobo y las obligaran a convertirse
en aliadas. Algunos vampiros buscaban a las brujas para usarlas como armas;
mientras que otros querían acabar con ellas, porque las brujas podían detectar la
presencia de los vampiros. Skye era la única bruja en la academia, y al principio
había tratado de ocultar sus habilidades mágicas de los demás. Las Brujas
Blancas eran curanderas, no guerreras. Lo que la hacía una anomalía.

Pero Antonio la había dado la bienvenida. Y explicó que su creencia que luchar
era una forma de curación… al igual que llorar era una forma de oración.

Le gustaba la forma en que él pensaba, y estaba fascinada por su ardiente


creencia en su religión católica. Su devoción a la Virgen María era como su
devoción a la Diosa. Él creía en muchas cosas que ella no lo hacía, tales como el
concepto del pecado y la necesidad de la salvación… pero la pureza y la
simplicidad de su fe le encantaban. A Skye le gustaba eso. A ella le g ustaba. Le
había asegurado a Jenn una y otra vez que Antonio era realmente un hombre…
un vampiro… en el que se podía confiar. Cada hechizo que había arrojado para
juzgarlo lo había demostrado. Pero tal vez los vampiros podían manipular las
fuerzas mágicas del universo; tal como habían manipulado a la raza humana.
Queremos vivir en paz. Queremos ser sus amigos. Bebemos la sangre de los
animales.

El camino se torció y giró a través de los campos españoles, los árboles y la


maleza ondeaban sombras en las luces altas de la camioneta. A diferencia de la
casa de Jenn en California, no había alumbrado público, sólo una increíble,
oscuridad impenetrable. Antonio podía ver mejor que nadie en la camioneta, pero
incluso él tenía sus límites. Ella lo miró nerviosamente , pero él mantuvo la vista
al frente.

Al lado de Jenn, Holgar lamía sus heridas. Trataba de no hacer muecas, pero era
desagradable. El cuerpo de Holgar se curaba a sí mismo mucho más rápido que
lo que un humano podía, y a menudo ayudaba la limpieza de sus heridas como
sus hermanos silvestres lo hacían. Sabía que incluso eso hacía sentir a Antonio
un poco enfermo, y había tenido mucho más tiempo… más de sesenta años…
para acostumbrarse a esas cosas.
En el asiento trasero Eriko y Skye estaban hablando en voz baja. Ambos estaban
preocupados por la cantidad de lugareños que habían perdido, y estaban dándole
vueltas a la aparente emboscada. Jenn estaba preocupada también, pero su
mente estaba ocupada con otras.

Había dudado. No había estado en la lucha. No pertenecía allí. Lo sabía. Había


seis personas en su equipo, seis cazadores salmantinos. De esos seis, cuatro
tenían habilidades sobrehumanas.

La naturaleza de lobo de Holgar se había manifestado durante su primer


semestre de entrenamiento cuando, aunque encerrado por el Padre Juan, sus
aullidos furiosos habían atravesado la particularmente brillante noche de luna
llena. Además, un día se había olvidado y se había lamido las heridas después de
un ejercicio de entrenamiento.

Los estudiantes habían aprendido de la naturaleza de bruja de Skye poco


después, como si nadie viera ningún sentido en tratar de ocultar lo mucho que lo
sobrenatural estaba presente en su mundo actualmente innatural.

Jenn se había fortalecido aún más por las impactantes revelaciones… pero aun
con eso, no se había preparado para la revelación más impresionante de todas:
Antonio.

Nadie sabía de Antonio hasta la noche de su graduación, cuando fue puesto en


pareja con Jenn para ir de cacería de vampiros en su examen final. Para
entonces, su enamoramiento se había transformado en un profundo anhelo. Su
sentimiento de traición fue enorme cuando descubrió lo que él era, en esencia, el
mismo tipo de monstruo que había jurado matar. Todo lo que había aprendido de
los vampiros en sus clases, de sus maestros, y en el Manual del Cazador, insistía
en que todos los vampiros eran malos. Unos Malditos, que nunca mostraban
misericordia. Y luego de descubrir que el hombre que ella quería era muy, muy
por encima el tipo equivocado para ella… o para cualquier persona con un
corazón que late, y un alma… Pero entonces al enterarse de que había estado
estudiando para ser sacerdote antes de que hubiera sido ―convertido‖, como él lo
llamaba, y que incluso si hubiera sido todavía humano, seguiría estando fuera
del alcance de ella...

No sigas. Estás cansada. Haces esto cuando estás exhausta . Era como su mini-
vacaciones en la desesperación. Como golpear su cabeza contra una pared
porque se sentía tan bien cuando se detenía.

El último miembro sobrenatural de la cohorte era Eriko. Como el Cazador, Eriko


tenía el increíble poder originado de beber el elixir.

Los dos últimos miembros del equipo, Jamie y ella, eran humanos ordinarios.
Con la excepción de Antonio, Jamie tenía más experiencia de combate que todos
ellos juntos. El impetuoso irlandés era un peleador callejero vicioso, y tenía un
don para la estrategia; donde el golpe cause mayor daño y confusión. Por eso,
Jenn sospechaba que nadie presionó para que fuera expulsado del equipo. Jamie
no hacía más que pelear, discutir, y acusar, pero lo necesitaban.

Así que eso la dejaba a ella. Sólo Jenn. Así era como pensaba de sí misma; nada
especial. No trajo nada distintivo al grupo; ninguna picardía callejera, ninguna
habilidad extraordinaria, e incluso su español era el más débil. Más de una vez
había pensado que por el bien de todos lo mejor era que se fuera. Sin embargo,
cada vez, el Padre Juan la habría detenido. En secreto, estaba agradecida. Un
cazador solitario era un blanco y una presa fácil. Incluso si ella sobrevivía su
primera noche sola, ¿a dónde iría?

Era un grupo de locos, no coincidentes, pero estos eran tiempos de locos.

Jenn había solicitado la entrada en la academia tan pronto como había oído que
había una escuela especial que entrenaba a las personas… personas jóvenes…
para luchar contra los vampiros. Tales escuelas habían aparentemente existidos
desde hace siglos, pero habían cumplido una finalidad distinta; entrenar a un
Cazador para que luchara con los vampiros en cada ciudad o región. En su clase
de Historia del Vampirismo, Jenn se enteró que durante los Tiempos Oscuros
muchas de estas escuelas se habían perdido, e incluso las academias en sí
misma habían perdido la pista el uno del otro hasta que cada una pensaba que
estaba sola. Cada academia sobreviviente continuó entrenando a los Cazadores
solitarios, a menudo considerados como caballeros o santos, o ambos, que
protegerían al pequeño territorio de él… o ella. El Cazador de Salamanca debía
proteger a la universidad, la ciudad y a los pueblos cercanos.

Luego, los vampiros se habían revelado a la humanidad. Su portavoz, Solomon…


un joven y caliente al estilo estrella de rock, con el cabello rojo como el de Jenn…
había estado al lado del presidente de los Estados Unidos y ofreció su mano en
señal de amistad. Solomon dio a entender que los vampiros tenían acceso a los
secretos de su propia inmortalidad, y que los compartirían si eran tratados como
―socios globales‖.

―Como iguales‖, declaró Solomon.

Y el presidente de los Estados Unidos… viejo, canoso, de aspecto cansado… había


tomado la mano de Solomon. Los famosos se precipitaron a festejar con los
vampiros y a ser fotografiados y entrevistados con ellos. Los shows de entrevistas
reservaron a los vampiros para aumentar sus ratings. Las estrellas de cine se
casaban con ellos. Los políticos y las empresas les cortejaban. Todo había
sucedido tan rápido. Todo había sido tan emocionante.

Solomon era tan encantador, afable y divertido. Las amigas de Jenn en la escuela
habían colgado su foto en sus casilleros y la usaban como fondo de pantalla en
sus portátiles. Los avatares e iconos de vampiros surgían en todo los sitios de
redes sociales. Los vampiros eran completamente, y totalmente geniales.

Entonces, Nina, la hija adolescente del presidente, fue secuestrada. Su búsqueda


fue intensa, y Solomon y los vampiros se dedicaron a encontrarla… o por lo
menos eso afirmaban. La gente oraba, los generales amenazaban, y la primera
dama lloraba y rogaba a los captores de Nina que liberaran a su hija.

Cuando Nina finalmente apareció, sus secuestradores la mostraron en la


televisión en vivo. La habían transformado en un vampiro. ―Convertida‖, en la
jerga de los vampiros. La CIA se unió a otros grupos de inteligencia para
averiguar dónde estaba Nina, y la encontraron en un perdido pueblo cerca del
Círculo Ártico, donde era de noche casi todo el tiempo. Los Marines entraron,
junto con un equipo de cámara, y la gente vio cuán salvajes podrían ser los
vampiros mientras atacaban a los libertadores humanos. En vez del guapo
Solomon, cuyos seguidores bebían sangre de bolsas de sangre y carnicerías, estos
vampiros desgarraron las gargantas de los soldados armados. La sangre brotaba
y salpicaba.

El Sargento Mark Vandeven cargó a Nina hasta la seguridad. Tan pronto como la
dejó en el suelo, ella lo atacó. El Cabo Alan Taliaferro la estacó a través del
corazón, y todo el mundo que estaba observando vio lo que pasó con los vampiros
cuando murieron.

El Cabo Taliaferro fue entrevistado después. Tenía los ojos hundidos y estaba
agitado.

—Era un monstruo —citaba el marine mientras lo decía—. Ya no había ninguna


chica allí, sólo un demonio.

Solomon afirmó que un grupo marginal radical la había convertido. Insistió en


que esos ―renegados‖ habían obligado a Nina a beber de uno de ellos, una
violación que toda la mayoría de los vampiros consideraban sagrada. Para los
vampiros decentes, compartir su sangre con un ser humano era un acto sagrado,
y el humano tenía que estar dispuesto.

—El mortal debía pedir ser convertido —explicó Solomon en la televisión


nacional—. Es muy parecido a la noción cristiana de la Sagrada Comunión. —
Detectando cuán aterrorizado muchos de sus nuevos aliados estaban, pasó a
recordarle a sus espectadores que una mordedura de vampiro no podía convertir
a un ser humano; no una o dos o incluso una docena de mordidas. Un humano
tenía que beber la sangre de uno de los ya renacido en la inmortalidad.
—Efectivamente —había añadido—, esta es una tragedia sin sentido, y no tiene
nada que ver con vampiros civilizados como nosotros.

Pero muchas personas vieron la entrevista del marine en YouTube… a los


monstruos, los demonios; la mirada de cazador en sus ojos decía mucho más que
sus palabras. Unas semanas después de que el vídeo desapareciera, su cuerpo
fue encontrado sin sangre, y poco a poco muchos se dieron cuenta que no habían
vampiros decentes.

Fue entonces cuando los estadounidenses ordinarios comenzaron a llamar a los


vampiros ―los Malditos‖. Era una vez una frase escrita en los antiguos y mohosos
libros protegidos por unas pocas élites al corriente, que luego los pasaron a las
personas como Jenn; cazadores que se habían dedicado a la destrucción de los
Malditos. El nombre tuvo éxito, convirtiéndose en un truncado: ―C.O‖ 8 o
―Malditos‖, y en lugar de ser vistos como los recién llegados exóticos, los vampiros
fueron considerados finalmente como el enemigo.

Los Estados Unidos declararon la guerra contra los Malditos y exigieron a todos
sus aliados alrededor del mundo hacer lo mismo. Muchos lo hicieron. Algunos no.

Los gobiernos no confiaban unos en otros. Algunos aprovecharon el caos y


declararon la guerra a sus enemigos humanos.

El presidente de los EE.UU. fue asesinado.

La guerra mundial estalló, una horrible guerra. Los Malditos eran increíblemente
rápidos y fuertes. Los ejércitos cayeron, tanto el de los Malditos como los de la
otra nación; las fuerzas de operaciones especiales fueron borradas. Decenas de
ciudades pequeñas y pueblos de todo el mundo fueron destruidos en los
combates. Y cuando ya era obvio que la humanidad iba a perder, el nuevo
presidente de los Estados Unidos… joven, sexy y ambicioso… declaró una tregua
con los vampiros.

8
Iniciales en inglés “Cursed Ones”.
Varios otros países siguieron su ejemplo, con España como uno de los que se
resistieron.

Pero era una tregua sin honor. Y mientras muchas personas optaron por cre er
que todo había sido una trágica equivocación, otros sabían que la verdadera
guerra; la guerra fría, sólo acababa de empezar.

En la parte trasera de la camioneta Skye y Eriko se habían quedado en silencio.


Holgar había dejado finalmente de lamer sus heridas, y rebotaron a lo largo del
camino en la oscuridad. Jenn luchó contra el impulso de preguntarle a Antonio
cuánto más faltaba para llegar a casa en la universidad. Era como un viaje
familiar en coche desde el infierno.

Su garganta se apretó al pensarlo. No podía dejar de preguntarse cómo estaba su


familia, allá en Berkeley, California. Todavía las cosas estaban mal entre sus
padres y ella. Recordó la sensación de malestar que tenía encerrada en su
estómago, la ira pura, cuando su padre había vuelto a casa de su nuevo trabajo,
todo emocionado, soltando propaganda a favor de los vampiros como si realmente
lo creyera.

—Tres vampiros acaban de incorporarse a nuestra división —dijo a la familia en


la mesa—. Y son realmente sujetos agradables. Son prácticamente iguales a
nosotros.

—No puedes creer eso —dijo ella—. No son para nada como nosotros. Ni siquiera
pueden trabajar durante el día.

—Tenemos personas que trabajan todo tipo de horas —había respondido a la


defensiva.

—No son personas —había contrarrestado Jenn.

Y ahí había empezado una pelea; la primera de muchas. Su madre se había


puesto pálida. Su hermana, Heather, lloraba. Y Jenn se alejó de la mesa y cerró
la puerta de su habitación; si su padre no la enviaba primero.
Entonces, una noche había aparecido una grieta en su fachada. Él espetó:

—Nos vas a meter en problemas —Y ella supo entonces que él sabía que estaba
trabajando con los monstruos. Sólo estaba fingiendo, para que pudieran salir
adelante.

Jennifer salió corriendo a su habitación tan avergonzada de él, y con tanto miedo.
Lloró en su almohada y fantaseó con huir. Pero, ¿a dónde podía ir?

Más tarde, habían golpeado suavemente en su puerta, abriéndola antes de que


pudiera decirle que se fuera. Se veía tan pequeño de pie en el umbral.

Desamparado. Mirando hacia ella, había extendido una mano. Empezó a


levantarse, pensando que iban a ser honesto con los demás. Finalmente.

—Tienes que comportarte —dijo su padre, y sus palabras fueron cortantes—. No


puedes seguir así. Eres parte de esta familia.

Luego cerró la puerta. Ella se quedó mirándolo, sin poder creer que su padre
pudiera decirle algo así a ella. Había sido criado por padres que lucharon por lo
que creían, literalmente. Sus abuelos, que habían luchado contra los opresores
del pueblo anteriormente, desconfiaban de los Malditos, y Jenn no sabía como su
padre simplemente podía pasar por alto la evidencia, pretender que todo estaba
bien cuando no lo estaba.

Las palabras lentamente aparecieron acerca de las encubiertas academias de


cazadores de vampiros. La mayoría de la información estaba equivocada. Pero
Jenn había escuchado duro, y descubrió lo que era correcto. Había una escuela
en los Estados Unidos, en Portland, Oregon, y estaba llena. Todos los otros países
con escuelas contra los vampiros sólo aceptaban estudiantes que fueran nativos
por nacimiento… a excepción de la escuela en España. Estaba ubicada en los
terrenos de la Universidad de Salamanca, una de las universidades más antiguas
de Europa. Durante siglos, los estudiantes académicos habían acudido a
Salamanca para una educación superior a todas los demás en Europa.
Hasta la guerra contra los Malditos, sólo la Iglesia católica sabía de la existencia
de la Academia Sagrado Corazón Contra Los Malditos. Durante la guerra la
Universidad de Salamanca había cerrado sus puertas, y nunca las había abierto
de nuevo. Pero dentro del vasto complejo de edificios antiguos y modernos, la
Academia Sagrado Corazón llamó a un nuevo tipo de estudiante, y todo el que
quería luchar contra los vampiros era bienvenido; todo el mundo que calificaba,
lo era.

Jenn todavía no estaba segura de cómo se las había arreglado para conseguir
entrar; y mucho menos segura de cómo había logrado graduarse. De los noventa
estudiantes que habían compuesto su cohorte, sólo treinta habían logrado
graduarse. Los demás habían suspendido o habían sido asesinados. Su examen
final se celebró en la víspera de Año Nuevo; su prueba, acabar con un nido de
vampiros formado por nueves Malditos. De los treinta alumnos, quince murieron
esa noche.

Eso dejó a quince a la espera de saber quién sería declarado el Cazador de


Salamanca. Había habido un Cazador durante siglos, que custodiaba los
alrededores de Salamanca, defendiendo la ciudad, la universidad, y las aldeas
cercanas de los ataques de los Malditos… los Cursed Ones. A través de los siglos,
los Cazadores de Salamanca no habían tenido mucho que hacer. Las casi
constantes purgas religiosas de los herejes y los extranjeros hacía difícil para los
Malditos evitar el escrutinio, por lo que abandonaron la zona. Otras partes del
mundo no tuvieron tanta suerte.

Pero ahora que los Malditos estaban librando la guerra a la humanidad, algo
tenía que cambiar. El Padre Juan era capaz de destilar sólo la suficiente esencia
mágica para crear una sola dosis del elixir sagrado, lo que hace que un ser
humano sea tan fuerte como un Maldito, y casi tan rápido como él. Esto era lo
que le había dado a Eriko, lo que decretó que era su Cazador elegido.

Luego rompió con la tradición y le dio al Cazador un equipo de guerreros para


apoyar su campaña contra el antiguo enemigo; un equipo de cinco, que se
llamarían los ―cazadores‖, con una ―c‖ minúscula. El mundo entero estaba
empezando a averiguar acerca de estos venerables combatientes y no entendían
la diferencia entre el Cazador y un cazador.

Sin embargo, para los cinco escogidos para respaldar a Eriko, había una gran
diferencia. Los otros nueve podían quedarse en la escuela si lo deseaban,
ayudando a entrenar a la nueva clase de noventa.

Cuando Jamie se dio cuenta que no había sido seleccionado como el Cazador,
había estallado de furia. Skye había palidecido, asustada, tanto como podía
estarlo; siendo ordenada a combatir vampiros sin el beneficio del elixir. Holgar
había parecido tomar la noticia con calma, declarando que con o sin el elixir,
estaba contento por la oportunidad de ―rasgar algunos chicos-colmillos en dos‖.

Como vampiro, Antonio no había esperado ser elegido como el Cazador, y el Padre
Juan le había pedido que se uniera al equipo.

Más tarde, Antonio le había dicho a Jennifer que él había pedido ser su pareja de
lucha para que así pudiera cuidar su espalda.

En cuanto a Jenn en sí misma, cuando Eriko había sido seleccionada, se había


dado cuenta que ella no esperaba ser elegida; no realmente, no en el fondo. Era
un alivio. Se había, en esencia, mentido a sí misma. Ella creía en la causa, pero
no en sí misma.

—Hay una razón por la que estás aquí —le había dicho el Padre Juan—. Cada
uno de ustedes tiene un camino. Cada uno de ustedes es una luz en estos nuevos
Tiempos Oscuros. Algunos brillan mucho ahora. Para algunos, primero tiene que
haber un viento fresco, y luego...

Bajo la voz, y la bendijo y a los otros, aunque sólo dos de ellos creían en las
bendiciones Católica.

Luego el Padre Juan los había equipado y armado, y su nueva vida había
comenzado. Eran cazadores.
Ella deseaba que su padre pudiera entenderlo. ¿Qué diría si pudiera verla ahora,
ver la guerrera en la que se había convertido? Las lágrimas picaban sus ojos.

Ahora no, pensó, apretando los puños. Se obligó a pensar en el fuerte hombre en
su vida; su abuelo, a quien llamaba Papá Che debido a su ídolo, el luchador por
la libertad el Che Guevara. Antonio.

Antonio, no era un hombre.

—¿Jenn? —preguntó Antonio. Deslizó su mirada hacia él, avergonzada porque


podía leerla tan fácilmente. Él siempre sabía cuando estaba luchando con un
problema privado.

Se encogió de hombros.

—Estoy bien —dijo, lo que prácticamente era el código de que no quería compartir
con todos los demás.

—Bien —dijo, indicando que la entendía. Pero no dejaba de mirar hacia ella, su
rostro iluminado por las luces del salpicadero. A veces se preguntaba si estaba
leyendo su mente, o su corazón. Tal vez los vampiros podían hacer eso. Había un
montón sobre los vampiros que la gente no sabía.

Una gran cantidad de cosas sobre Antonio que Jenn no sabía. Excepto que,
cuando él susurraba su nombre, creía que realmente la amaba.

Después de un tiempo el cansancio y el calor de la calefacción del coche la


adormecieron hasta dormir. Soñó con su familia viajando hasta Big Sur, antes de
la guerra de los vampiros; acerca de tomar la mano de su hermana y pasear junto
a las olas ondeando sin ir dentro del agua.

Hay tiburones, le dijo su yo del sueño a Heather.

—Jenn, estamos en casa —murmuró Antonio.


Ella sacudió la cabeza hasta que la camioneta rodeó las puertas de hierro forjado
de la entrada a la universidad. Las estatuas de santos plantadas en los altos
muros arqueados.

Cruces, montadas hace seis años para mantener a los vampiros lejos, brillaban
en la luz de la luna. Detrás de la escayola como pan de jengibre la nueva clase
estaba durmiendo, o tal vez estudiando para los exámenes de Empezando el
Liderazgo, Español, o Lectura Fría, enseñado por el Señor Sousi, quien era el
hombre más extraño que Jenn había conocido. Jenn se suponía que iba a ayudar
hacer fintas en Empezando Krav Maga mañana, entrenando a los jóvenes
estudiantes que muy bien podrían sustituir a cualquiera o a todos los miembros
de su equipo… si los estudiantes en sí mismo vivían lo suficiente.

Antonio estacionó en el espacio junto a la capilla, y los demás saltaron. El Padre


Juan, vestido en su traje de sacerdote clerical y collar, bajó los escalones hacia
ellos. El sacerdote se veía elegante con hilos de plata tejidos a través de su cabello
negro-azulado.

—Oye, Padre, tengo un asunto que resolver con usted —medio le gritó Jamie al
Padre Juan, pero el sacerdote pasó por delante de él—. Ellos sabían... ¡oiga! —
gritó Jamie.

Holgar salió, dejando la puerta abierta para ella. Jenn se desenvolvió, con el ceño
fruncido mientras el Padre Juan se acercaba a la camioneta. Por lo general, los
habría encontrado dentro de la capilla, para bendecirlos después de su batalla y
guiarlos en una oración para dar gracias por su seguridad. En su lugar, se acercó
a la puerta del pasajero abierta, con el rostro sombrío.

—¿Padre? —dijo Antonio, apoyado en la dirección de Jenn.

—Jenn, necesito hablar contigo en privado —dijo el Padre Juan sombrío.

Jenn miró a Antonio, que parecía tan desconcertado como ella lo estaba.
—¿Qué? —preguntó nerviosa al terminar de salir y seguir al Padre Juan. Su
mente se aceleró. ¿Eriko le había dicho que Jennifer se había paralizado durante
la misión? Tal vez iba a decirle que se fuera del equipo porque no podía depender
de ella. O que Antonio era un traidor.

No. Nunca. Eso no podía ser.

Cerca de una estatua de piedra de San Juan de la Cruz, el Padre Juan se detuvo,
se volvió y le puso una mano en su hombro. Jenn miró a sus ojos de color
marrón oscuro, y el miedo la recorrió.

—¿Qué está pasando? —le preguntó, con la boca seca de repente.

Antonio miró a Jenn y al Padre Juan, ignorando la diatriba furiosa de Jamie y los
intentos de Skye para aplacarlo, y se centró en su conversación. Él no estaba
preocupado por cosas sutiles como la privacidad. No permitiría que lo que fuera
grosero o lo que no fuera se interpusiera en el camino de hacer su trabajo. El cual
era destruir a tantos vampiros como pudiera.

Y evitar que Jenn saliera lastimada.

Aunque algunas noches pensaba que el mayor peligro para ella no eran los
vampiros que cazaba, sino él, el único al que no lo hacía. La había querido
muchísimo cuando habían estado besándose allá en Cuevas. El deseo le había
inundado, llenándolo de una intensa necesidad de realmente saborearla,
alimentarse de ella, drenarla hasta secarla.

Sólo recordarlo hacía peor su sed, y sintió el filo de sus colmillos presionando
contra su labio inferior.

—Lo siento mucho —le estaba diciendo el Padre Juan a Jenn—. Es tu abuelo.
Fue su corazón, muy repentino. Tu abuela está preguntando por ti. Tu familia
quiere que regreses a casa para el funeral.
Ah, no, Jenn, pensó Antonio, santiguándose. Él sabía que ella adoraba a su Papá
Che. Era a causa de él que ella había entrado en la Academia.

Vio las rodillas de Jenn empezando a torcer, y se disparó en movimiento. El Padre


Juan se acercó a darle apoyo, pero Antonio se le adelantó. Ella cayó en sus
brazos, y él la recogió, con facilidad.

—Mi amor —susurró—. Mi amor. Ay, mi amor.

Ella lloró en su respaldo, y su corazón sufrió por ella.

Y sus colmillos se alargaron.

—Jenn debe permanecer en California —dijo Antonio, cuando él y el Padre Juan


se sentaron en una mesa de madera en un pequeño bar de tapas a unas pocas
cuadras del Aeropuerto Internacional de Madrid, acabándola de poner en un
avión. El suelo tenía baldosas en cuadrículas en blanco y negro, como un tablero
de ajedrez. El vampiro y el sacerdote habían pasado muchas horas juntos
jugando al ajedrez y otros juegos; juegos de guerra, juegos mentales.

La animada música pop con sabor a flamenco rebotaba a lo largo de los nervios
de Antonio. Dos soldados españoles armados se sentaron en una mesa cercana,
mirando a Antonio y al Padre Juan y murmurando en voz baja. No se habían
dado cuenta de que Antonio no arrojaba ningún reflejo en la elaborada ventana
encima de la mesa de Antonio y el Padre Juan, pero cuando su instinto vampírico
le advirtió de su interés, cambió de asientos con el sacerdote. Se había
descuidado al no prestar atención en primer lugar. Sabía que estaba distraído
con sus preocupaciones acerca de Jenn.

Los soldados reconocieron por el parche bordado en la manga de su chaqueta que


era uno de los cazadores de Salamanca. Los equipos de cazadores eran nuevos,
pero el símbolo del Cazador de Salamanca era antiguo. Muchos de los militare s
aprobaban las bandas independientes de cazadores de vampiros dispersos por
todo el mundo. Pero otros, como estos dos, temían la independencia de los
cazadores y quería que ellos sirvieran como una rama de las fuerzas armadas o
fueran marcados como renegados.

Había otros pocos clientes en el bar; desde la guerra y la ―tregua‖, la gente ya no


se aventuraba a salir por la noche si no había una necesidad apremiante.

España nunca había firmado el tratado; así que las lealtades de las personas
eran cuestionadas; a los vampiros, a la humanidad. Como siempre había sido,
España albergaba muchos secretos acerca de la fe y la creencia, la complicidad y
el honor. Se mantuvo de pie como un faro… o una hoguera.

El mundo se está ahogando en miedo, pensó Antonio. Así como su mundo.


Durante dos años había dejado pocas veces que Jenn Leitner estuviera fuera de
su vista. Hasta que él le había confesado lo que sentía, ella no lo sabía, nunca se
había imaginado que pasó interminables noches fuera de su ventana,
manteniéndola vigilada, estudiando las sombras. ¿Por qué Jenn? ¿Por qué la
chica de California que dudaba de sí misma en todo momento, que insistía que
no era nada especial? No sabía cómo se las arreglaba para emitir luz en las
sombras de su alma. Era especial. Él lo sabía tanto como sabía que sin ella… así
como sin su sangre… él se marchitaría en polvo.

Y ahora estaba volando de vuelta a Estados Unidos. Miles de kilómetros les


separarían por quién sabe cuánto tiempo. Al mismo tiempo que había un traidor
entre ellos. ¿Qué pasa si Jenn era su objetivo? ¿Y si ella estaba haciendo
exactamente lo que querían, dejando la seguridad de Salamanca, y la seguridad
de él? ¿Y si ella era el traidor? Ella sentía simpatía por un vampiro, ¿por qué no
con los demás?

Enojado consigo mismo por esa duda, Antonio sacudió la cabeza como si la
acción por sí sola pudiera aclarar los pensamientos no deseados. Jenn cuidó de él
a pesar de lo que era, no por ello. Esa era la verdad a la que él se aferraba cada
vez que se perdía en sus ojos. Sin embargo, había una parte de él que dudaba.
Continuamente.

—Ella debe permanecer lejos —insistió, con más fuerza de la que había querido.
Porque también sabía que no estaban seguros juntos. No por más tiempo.

Cuanto más tiempo pasaban juntos, más difícil se le hacía controlarse a sí


mismo.

El Padre Juan levantó una ceja, y Antonio bajó la mirada. Dos vasitos de sol y
sombra estaban puestos cercas de los codos de Antonio y el Padre Juan.

Mitad de brandy, mitad de regaliz con sabor a anís; Antonio tomó un sorbo
acompañando al hombre frente a él. El Padre Francisco, el predecesor de Juan
como maestro de la capilla de la universidad, le había concedido asilo a Antonio
hace medio siglo. El Padre Francisco había mantenido oculto a Antonio, orando
con él por la liberación del vampirismo. Cuando el Padre Juan había tomado su
lugar, había traído a Antonio de vuelta a la luz de la comunidad.

El Padre Juan le había animado a continuar sus estudios teológicos. Otra guerra,
años antes, había interrumpido esos estudios; la Segunda Guerra Mundial.

Antonio había sido ―Convertido‖, como se le llamaba, en un bosque en 1941.


Había corrido con su padre por menos de un año, hasta que la vergüenza y el
horror le enviaron a huir del nido del vampiro con sede en Madrid, y de nue vo a
los brazos de la Iglesia.

Parecía casi como una segunda oportunidad, y los estudios le habían ayudado a
sentirse casi humano. Todo eso cambió, sin embargo, cuando la universidad se
convirtió en un campo de entrenamiento ocupado por cazadores de vampiros.

Ha habido cinco clases de graduandos en la academia, y cada vez Antonio se


había disfrazado de estudiante. Cuando el Padre Juan y otros maestros de todo el
mundo habían decidido romper con la tradición y entrenaron a grupos de
cazadores para trabajar juntos, Antonio había tenido sus dudas. Pero cuando la
banda de cazadores se formó… la banda de Jenn… él se había unido, a petición
del Padre Juan.

—Va a regresar —dijo el Padre Juan—. Es una de nosotros. —Levantó su copa y


se dirigió a los soldados en la otra mesa—. A la gente —vociferó hacia ellos. Por la
gente.

Los soldados alzaron sus copas.

—A la gente—. Los dos parecían cansados, así como debían estar. Era agotador
estar en el bando perdedor.

—Deseo por Dios que se quede en casa —murmuró Antonio.

El Padre Juan sonrió con tristeza hacia él.

—Eres un enigma para mí, hijo mío. Eres más viejo que mi abuelo, y sin embargo
parte de ti todavía tiene apenas diecinueve.

—Ella tiene casi dieciocho años —dijo Antonio—. Es demasiado joven para esto.

—Has luchado junto a otros de dieciocho años de edad antes —respondió el Padre
Juan—. En esa otra guerra.

—Y han muerto —dijo Antonio con voz tensa, baja—. Por miles.

—Entonces protégela —dijo el Padre Juan—. Con toda tu alma.

Antonio resopló.

—Todavía no sabemos si tengo un alma.

—Yo sé que sí. —Era una extraña conversación, una vez Antonio imaginó que la
tendría hasta que muriera su Muerte Final; si ese día alguna vez llegaba.
Probablemente, lo haría. Había un precio por su cabeza. Entre su propia clase era
un traidor. Para su padre era un Judas.
—Entonces, ¿cómo los Malditos supieron que íbamos a Cuevas? —preguntó
Antonio, girando de nuevo a su tema original.

Aunque era generalmente de dominio público de la región que había un equipo de


cazadores secretamente enviados a misiones para derrotar a los vampiros
merodeando, los ciudadanos agradecidos mantenían sus bocas cerradas. El
Padre Juan recibía decenas de peticiones de ayuda y respondía a tantas como
podía. Antonio había escuchado con nostálgico entretenimiento a una de las
palabras de ánimo que Juan le había dado al equipo, en el que comparaba a los
cazadores con Robin Hood o con el Zorro; los bienhechores que luchaban contra
la autoridad establecida en nombre de los oprimidos. Así es como Antonio se
imaginaba a sí mismo, hasta la noche en que se había convertido.

—Los vampiros en Cuevas sabían que íbamos a ir. Estuvieron esperando por
nosotros. ¿Tenemos un espía? —presionó.

Con un suspiro el Padre Juan levantó su sol y sombra a la luz y estudió el líquido
ámbar.

—No lo sé. He trabajado con Skye, fundimos runas, convocamos visiones, pero
nada se ha aclarado.

—Skye es una bruja fuerte —aventuró Antonio.

—Sí —dijo el padre Juan—. Y como sabes, erase una vez que yo también,
sirviendo a Dios y a la Diosa hasta la hora de elegir. He trabajado con magias que
nuestra brujita nunca ha soñado, pero aún así no puedo decir si tenemos un
espía.

—Jamie cree que soy yo —dijo Antonio—. Tal vez lo soy. Si de alguna manera los
otros vampiros pueden leer mi mente, rastrearme…

El sacerdote frunció el ceño.

—Pero no puedes rastrearlos a ellos, o leer sus mentes.


—Soy diferente. El hedor de las tumbas no es de mi agrado. Vivo dentro de una
iglesia. Una mirada a la cruz y la mayoría de ellos vomitan. —Pasó la punta de
sus dedos alrededor del borde de su vaso, su estado de ánimo creciendo cada vez
más sombrío—. Padre, escuche mi confesión. Cuando la besé anoche, quería...

Volvió su cabeza, avergonzado.

—Es tiempo de que te alimentes. Solías ser tan bueno en ello, Tonio. —El Padre
Juan se inclinó hacia delante sobre los codos, su joven y bronceado rostro,
grabado con líneas de preocupación—. Dos veces al mes, el primer y tercer
viernes. Durante décadas. Esa fue tu promesa.

La vergüenza de Antonio creció. Durante décadas había bebido la sangre donada


de dispuestos humanos, que sabían lo que él era, honraban su lucha por
permanecer fiel a su fe y a su humanidad perdida. La sangre animal no podía
sustentar a un vampiro, aunque muchos mentían con que lo hacía. Se recordó
cuando vio todas las transmisiones donde Solomon le dijo al mundo que los
vampiros se alimentaban de ganado vacuno, porcino y ovino. Antonio quería que
fuera así, pero sólo la sangre humana podía sustentarlo.

Desde que Jenn había entrado en la Academia, se había medio matado de


hambre a sí mismo, imaginando que iba a pensar, cómo se sentiría, si alguna vez
lo veía alimentándose. A los ojos de la Iglesia, el amor era un milagro. La santidad
del amor inspiraba a los hombres y mujeres comunes a actuar como ángeles. Los
levantaba en alas más cerca de Dios.

Pero la idea del amor de Jenn hacia él lo mareaba, como si estuviera cayendo en
un pozo sin fondo.

—Esa fue tu promesa —enfatizó el Padre Juan—. Para detener la sed de sangre y
el frenesí de la maldición. Te puedo ayudar todo lo que puedo, con la oración y la
magia. Pero debes ayudarte a ti mismo, lo sabes.
—Ya lo sé. —Antonio miraba hacia la luna. Las brujas honraban a la luna como
la Diosa en todas sus caras. Para Antonio la luna llevaba el rostro de la Virgen
Santísima. Pero esta noche se veía como Jenn.

Le dije que nunca la abandonaría , pensó. Cuando era joven, había dejado a Lita,
su primer amor, morir. Había jurado que no haría lo mismo con Jenn. Pero tal
vez Jenn me había dejado.

En ese caso, ella era libre.

Veinte minutos más tarde estaban de vuelta en el coche; dos horas más tarde
pasaron a través de las puertas de la universidad. Eriko, Holgar, Jamie, y Skye
surgieron de la capilla y corrieron hacia la camioneta.

Algo pasó con el avión de Jenn, pensó Antonio, mientras bajaba la ventanilla y
sacaba la cabeza.

—¿Es Jenn? —gritó.

—No es Jenn —gritó Skye atrás—, ¡pero es malo!

Eriko volvió el camino de regreso a la capilla, y todo el mundo se reunió cerca del
altar bajo el crucifijo. Eriko pensaba que la estatua era macabra al extremo. No le
gustaba mirar a Jesús morir en un terrible dolor, por lo que mantuvo la espalda
hacia ella cuando le decía al Padre Juan de la terrible noticia: durante las previas
veinticuatro horas, tres Cazadores habían sido sacrificados por vampiros.
—¿Tres? —murmuró el Padre Juan, persignándose. Parecía conmovido—. Que
descansen en paz. 9

Antonio se persignó también y repitió lo que el Padre Juan dijo, pero en latín:
Requiescat in pace. Descansen en paz. Todos ellos lucharon por la humanidad.
Pero al final, los cazadores luchaban por sus vidas. Solos.

Su mandíbula presionó con rabia, Jamie se persignó.

—Hemos recibido mensajes de correo electrónico —le dijo Eriko al Padre Juan,
inclinándose un poco—. Se han copiado de mí. —Como el Cazador, Eriko era el
comandante oficial del equipo.

—¿Fue un ataque organizado? —preguntó el Padre Juan—. ¿Has recibido


mensajes de correo electrónico de cualquier otro Cazador?

—No sé si estaban organizados. Tal vez algunos correos electrónicos fueron


enviados sólo a usted. Tal vez alguien los llamo.

Nadie sabía cuántos numerosos cazadores había en el mundo. No había una


confederación de Cazadores; o de sus maestros o confidentes. Algunos habían
decidido darse a conocer a otros pocos Cazadores; mientras que otros
permanecían en el anonimato. El secreto les daba la oportunidad de una vida
más larga. El año pasado, el Cazador de Salamanca había durado menos de
veinticuatro horas después de beber el elixir sagrado. Los vampiros habían
permanecido al acecho, dispuestos a derribarlo.

Los Malditos iban detrás de cualquier persona que fuera entrenada para luchar
contra ellos. Esa fue una de las razones por la que el Padre Juan le había dado
un equipo.

9
En español original
—Sus gobiernos probablemente les vendieron —gruño Jamie—, para apaciguar a
los chupadores. —Parecía como si quisiera escupir en el suelo, pero nunca haría
una cosa así de grosera en la capilla.

—Por eso es tan importante estar en grupo —dijo Skye, nerviosamente recogiendo
un pedazo de pelusa en su suéter gris.

—¡Ja! —coincidió Holgar—. Como una manada.

—Casi —respondió Jaime—. No somos animales. Por lo menos, el resto de


nosotros —se burló de Holgar.

Incluso cuando estábamos hablando de la muerte de Cazadores, luchamos, pensó


Eriko reflexivamente. Pero no dijo nada.

—Voy a dar una misa por ellos —anunció el Padre Juan—. En una hora, si a
alguien le interesa asistir.

—Te voy a ayudar —dijo Antonio.

Eriko no quería ir. Sus articulaciones le dolían, estaba cansada, y no tenía ganas
de pensar en la muerte nunca más ese día. Pero se dio cuenta de que el ritual
podría servir para unir al equipo, y suspirando, reflexionando sobre si era su
deber asistir.

Ella miró a los otros. Estaban furiosos y asustados. Los ojos de Antonio estaban
cerrados, su frente arrugada, y sus labios se movían en silencio. Estaba orando
fervientemente. Por un instante su corazón se suavizó. Luego, se endureció de
nuevo. Era un monstruo. Él no pertenecía a su equipo o a la academia. Pero de
nuevo no dijo nada.

Soy una terrible líder. Dirigió su mirada hacia el Padre Juan, que la observaba.
¿Él sabía eso?
Traducido por Elizabeth TB

Corregido por Jut

a guerra fue una guerra como ninguna otra, los vampiros no tenían
ejércitos permanentes, como los teníamos nosotros. Furtivos,
amenazantes, ellos parecían aparecer de la nada, como la niebla,
emboscaron a nuestros soldados y arrancaron sus gargantas. Nuestra
mejor esperanza contra ellos eran los equipos de fuerzas especiales, los SEAL de la
Marina de los EE.UU., las fuerzas especiales británicas, el Mossad israelí, y las
secretas operaciones especiales de los equipos de Japón, Kenya, Australia, y una
docena de otros países que aportaron su odio y desconfianza a la lucha. Hubo
acusaciones de conspiración, colaboración y tratos secretos con los vampiros a
cambio de protección. En lugar de agruparse en contra de un enemigo común, la
humanidad se fragmento.

Ahí fue donde entramos.

—del diario de Jenn Leitner.

BERKELEY, CALIFORNIA

JENN Y HEATHER

Por un milagro, no llovió durante el funeral. Debería haber llovido, eso es lo que
pasa en las películas cada vez que alguien importante muere. No había una nube
en el cielo, sin embargo, el sol brillaba tan caliente que Jenn podía sentir que la
piel de sus brazos se empezaba a quemar. Antonio no sería capaz de tomarlo,
pensó. Ella pasó tanto tiempo despierta por la noche, cazando, escondiéndose,
que estaba pálida para una chica de California. A su lado estaba su hermana
menor, Heather, que parecía una diosa de bronce con su cabello rubio brillante,
tan perfecta, resplandeciente y con dientes blancos.

Los dolientes se pusieron en grupos alrededor de la tumba. Más acorde con su


imagen de los funerales, la mayoría de ellos vestía de negro. Sus padres y sus
amigos, familiares, y los hippies que habían conocido y amado al gran Charles
Leitner, revolucionario para algunos, terrorista para otros. La abuela de Jenn,
Esther, se quedó sola, todavía muy orgullosa con los ojos como el acero y el
mentón firme y constante.

Jenn y Heather se presionaron hombro con hombro, apoyándose la una a la otra


en busca de apoyo. Incluso después de dos años, algunas cosas nunca
cambiaban. Y algunas nunca volverán a ser lo mismo, pensó mientras miraba el
ataúd. Mientras estaba en España estudiando para ser una cazadora, había
pensado a menudo en su la familia. Después de unos meses, su madre la había
perdonado por irse, o al menos eso parecía, y comenzó a enviarle pequeños
paquetes de apoyo. Heather había escrito docenas de veces. Pero de todos ellos,
ella había extrañado más al abuelo Che. Ahora se había ido.

Apartó la vista del ataúd, un símbolo muy familiar al de la muerte, natural o de


otra manera. Dejó su mirada permanecer en cada cara, muchos conocidos, los
demás sólo los había visto en fotos. Su mejor amiga, Brooke, no estaba allí. Pero
¿por qué debería estar? Jenn ni siquiera le había dicho que iba a dejar América
para unirse a la academia en España.

Por fin, sus ojos cayeron en tres hombres que estaban fuera de lugar. No eran ni
familia ni amigos, ni admiradores. Vestidos con traje negro y gafas de sol, se
quedaron mirando fijamente a su abuela de una manera que traspasó el dolor de
Jenn e hizo que se le pusieran los pelos de punta. Casi como si sintiera su
mirada, el más alto de los tres la miró, y ella se obligó a mirar hacia otro lado.
Su abuelo iba a ser enterrado en un cementerio antiguo y hermoso con un
montón de hierba y árboles. Los pájaros cantaban. Era tan hermoso y tranquilo
que era casi posible olvidar que se trataba de un lugar de muerte y dolor.

Casi.

Ella había visto media docena de tumbas recién removidas mientras caminaba
desde el coche hasta la tumba. Sabía que nadie los había dese nterrado. Los
muertos estaban vivos y bien en Berkeley.

Habitualmente, los señores vampiros esperaban que sus novatos despertaran,


con el fin de enseñarles lo que necesitaban saber acerca de su nueva existencia.
Aquí, sin embargo, los nuevos vampiros habían sido enterrados; habían revivido
solos, dentro de sus ataúdes. Habían usado sus garras para salir.

Eso no era bueno.

Ya sea que los señores vampiros eran imprudentes o no sabían lo que estaban
haciendo. O están convirtiendo a muchos para que cuiden de el los, pensó con un
estremecimiento. Pero, ¿por qué convertir tantos? ¿Para invadirnos?

El resultado era que había un montón de nuevos vampiros en la zona, y peor


aún, eran vampiros sin mentores, lo que significaba que matarían a cualquier
cosa que cruzara en su camino. Los vampiros inteligentes sólo bebían un poco de
sus víctimas, dejando con vida a la alimentación un día más. Los vampiros
estúpidos diezmaban su suministro de alimentos y se veían obligados a
desplazarse.

Por supuesto, los ―buenos‖ vampiros sostenían que el caos había sido causado
por la guerra innecesaria que Estados Unidos había comenzado. Salomón dijo en
directo que si la guerra no hubiera sucedido, ―las pandillas gángster de vampiros‖
no se aprovecharían de la población humana. La culpa era de la humanidad por
agrupar al conjunto vampiros, culpa de Estados Unidos por ser tan agresivo.

Una hippie mayor con una guitarra había terminado de cantar un himno soul, y
el ministro se puso en pie.
—Queridos hermanos y hermanas —comenzó.

Jenn le dio un apretón a la mano de Heather y su hermana comenzó a llorar. Las


lágrimas corrían por su rostro, pero en la academia había aprendido a no perder
la cabeza para poder vivir para luchar otro día. Estar de pie junto al ataúd de
Papa Che era una lucha propia.

El ministro habló de las virtudes de Papa del Che, e hizo una cuidadosa elección
de sus palabras en torno a los temas más sensibles. Al fin, habló sobre la
supervivencia de la familia, y por un momento Jenn pensó que Heather iba a
colapsar completamente.

Jenn trató de escuchar, pero otros pensamientos la llenaban. Se preocupaba por


las tumbas vacías; estaba preocupada acerca de Heather viviendo en una tierra
donde los Malditos eran tan numerosos; se imaginaba lo que dirían algún día en
su funeral. Se estremeció. Los cazadores tenían una vida notoriamente corta.
Para estar tan sólo unos meses fuera de la academia y estar vida la hacía una
veterana. Había sobrevivido a la estadística, pero no había ninguna razón para
creer que su suerte se seguiría manteniendo. Si había una cosa que el funeral de
Papa Che demostraba, era que la suerte tarde o temprano, se acaba. Todos, tarde
o temprano, mueren de algo.

Jenn se preguntó si esa era la verdadera razón de que los nueve miembros
supervivientes de su clase que no hubiesen sido elegidos para ser cazadores se
hubiesen quedado en la academia. Si en realidad se mantenían como respaldo en
caso de que ella y los otros murieran. Los nueve habían sido invitados a enseñar
a la nueva clase de reclutas, y todos ellos estuvieron de acuerdo. Eso le había
parecido extraño. Aunque la mayoría eran españoles, no todos. Es cierto que no
habían recibido el elixir, y a los vampiros les gustaba perseguir a los cazadores.
Se decía que la sangre de los cazadores tiene un sabor más dulce. Acaso los
nueve se quedaron porque era más seguro estar detrás de las paredes.
También le pareció extraño que sólo hubiese un español en su equipo de caza,
Antonio, un vampiro. Pero el padre Juan le había asegurado que todo era como
debía ser.

—Sabes que además de decir mis oraciones, tiré las runas —le dijo—. Todos los
signos los señalaron a ustedes seis. Por ello, como he dicho antes, eso queda
claro.

Tal vez el padre Juan ya sabía cuándo y cómo cada uno de ellos iba a morir.

Finalmente, el servicio terminó. La gente empezó a caminar a sus coches para


irse a casa de su abuela. Jenn vio la lenta procesión de vehículos con una mueca
leve, irónica. Sus abuelos se había mantenido con el radar bajo durante años,
obligados a ser cautelosos debido a las órdenes de arresto por sus ―actos de
justicia social‖, cuando eran jóvenes, irrumpiendo en instalaciones militares y
quemando los registros necesarios para el proyecto de jóvenes en servicio, el
bombardeo de la sede de las empresas que construían tanques y misiles y
desarrollaban armas biológicas, como el gas nervioso. Ahora el padre de Jenn y
sus dos tíos estaban entregando mapas con direcciones detalladas a todas las
personas en el funeral.

Jenn miró nerviosamente hacia los hombres de traje negro y gafas de sol. La
mayoría de los hombres presentes llevaban una especie de traje negro, pero estos
tres parados rectos y altos se habían colocado de tal manera que podían ver a
todo el mundo, realizando un seguimiento de las idas y venidas. El guerrero en
ella vio el guerrero en ellos, estaban en guardia, como si esperaran un ataque de
algún tipo. Ellos le recordaban a su equipo en Salamanca, y no tenía ninguna
duda de que eran peligrosos.

El más alto de los tres, de pelo plateado y fuerte mandíbula, empezó a caminar
hacia el ataúd. Sus gafas de sol le impidieron conseguir un verdadero sentido de
él. Jenn se trató de desenredarse con cuidado de Heather, que estaba
abrazándola con fuerza y llorando.
Antes de que pudiera liberarse, el hombre se dirigió hacia su abuela. L a abuela
estaba buscada por la ley, al igual que su abuelo lo había estado. En sus
entrañas, Jenn sabía que el hombre trabajaba para el gobierno.

Déjala en paz, pensó Jenn y apartó a Heather.

—Oye —dijo, dando un paso adelante.

El hombre extendió su mano y, para sorpresa de Jenn su abuela la tomó. Jenn se


detuvo, observó.

—Hola, Esther —dijo el hombre con acento del sur gangoso.

—Hola, Greg —La voz de Esther Leitner era triste y tranquila.

—Estoy profundamente apenado por su pérdida. Todos lo estamos. —Los otros


dos hombres se acercaron. Jenn se tensó, recordándose a sí misma el código con
el que los salmantinos viven, prohibiéndole hacer daño a otros seres humanos.
Pero si trataban de arrestar a la abuela en el funeral de Papa del Che... Bueno,
estaba bastante segura que incluso el padre Juan no la culparía por sus
acciones.

—Gracias. —Su abuela inclinó la cabeza, real, como una reina.

—Voy a echarlo de menos. Era un oponente astuto —agregó Greg.

—Él sentía lo mismo por ti —respondió la abuela de Jenn.

Greg asintió con la cabeza y luego se volvió a ir. Cuando vio a Jenn, se detuvo.

—Tienes unos zapatos muy grandes que llenar.

Sorprendida, Jenn se le quedó mirando, apartando los labios, perdida por las
palabras. Se quitó las gafas de sol y la miró con penetrantes ojos grises. Ella bajó
la mirada y vio que llevaba una cruz negra de los Cruzados, como el rojo en
parche en su hombro y la bandera de Salamanca. Desde la distancia no lo había
notado en contra de su corbata negra.
—Muchos de nosotros estamos orando para que puedas llenarlos —dijo, sus
palabras apenas más que un susurro.

Se fue, y los otros dos en silencio siguieron su paso. Desconcertada, Jenn volvió
su atención a su abuela, que estaba mirando cómo se iban.

—¿Estás bien, abuela? —preguntó Jenn, dándose cuenta de lo estúpida que


sonaba.

Su abuela asintió con la cabeza.

—Voy a extrañar a Che hasta el día en que me muera, pero él no querría que me
cayera a pedazos. Querría que yo siguiera adelante. —Le brillaban lágrimas en los
ojos, pero no caían.

—¿Quiénes eran esos hombres?

—Fantasmas del pasado, visiones del futuro —murmuró. Jenn frunció el ceño, y
Esther le tomó la mejilla. Al mismo tiempo, Jenn sintió el recuerdo del tacto de
Antonio, como un reflejo en un espejo.

—Hombres muy atemorizantes —agregó su abuela—. Trabajan para el gobierno


en el seguimiento de los delincuentes. —Lo que Jenn había sospechado. No sabía
por qué habían ido pacíficamente en vez de esposar a su abuela y transportarla a
la cárcel.

Ella estaba agradecida, sin embargo.

Su abuela asintió con la cabeza.

—Nos persiguieron durante años, pero él vino a presentar sus respetos. —Jenn se
maravilló de lo diferente que el mundo era. No podía imaginar a un vampiro
dándole la mano a la viuda de un enemigo en fatal.

—Lo voy a echar mucho de menos —dijo Jenn, con más lágrimas derramándose
por sus mejillas.
—Él estaba muy orgulloso de ti.

Esther puso sus brazos alrededor de Jenn. Jenn se hundió en ellos, tan cansada
y asustada, y afligida por su alma. Nunca se había dado cuenta de lo mucho que
dependía de su abuelo, había creído que las cosas se arreglarían porque Papa
Che se encargaría de ellas. Pero él se había ido.

Su abuela la dejó llorar lo suficiente como para empapar su camisa negra y luego
se alejo de Jenn con la misma insistencia suave que Jenn había utilizado con
Heather. Limpió los ojos de Jenn con los dedos y sonrió de verdad.

Juntas caminaron hacia la limosina negra que los llevaría a casa de sus abuelos.
Heather y sus padres y un par de miembros de la familia ya estaban dentro.

Esther enlazó su brazo con el de Jenn.

—Ahora, ¿por qué no me dices acerca a este chico del que estas enamorada? ¿El
que está en España? —Jenn miró a su abuela con asombro. Ella no había dicho
una palabra acerca de Antonio a su familia. No le había dicho a nadie lo que
sentía por él, ni siquiera al padre Juan.

—¿Cómo sabes que hay un chico?

Esther sonrió.

—El día que conocí a Charles, un amigo mío tomó una foto de mí. Todavía la
tengo. Tenía la misma mirada en mis ojos que tienes ahora.

—Oh. —Jenn no le creyó. Con cada paso, se alejaba de la tumba de Papa Che.
Quería salir corriendo hacia atrás y echar los brazos alrededor del ataúd y llorar
para siempre. No había manera de que pareciera una chica enamorada.

Su abuela seguía sonriendo, esperando.

—Su nombre es Antonio —admitió Jenn, sonrojándose cuando dijo su nombre en


voz alta.
—¿Y por qué no está aquí?

—Él quería venir —dijo Jenn—. Pero es un cazador. Le dije que se quedara en
caso de que hubiera... trabajo.

—Muy noble de tu parte —dijo Esther. Luego sus ojos brillaron, como cuando
Papa Che se burlaba de ella y la llamaba Essie—. Pero la próxima vez que un
joven sea voluntario para venir y reunirse con tu familia, dices que sí.

Lo hará. Sé que lo hará.

Heather estaba sentada sola en uno de los taburetes de la barra; había estado
con el mismo plato de comida durante más de una hora sin tocar nada en él.

No tenía hambre, pero todo el mundo empujaba la comida a ella. Era como si no
supieran qué hacer después del funeral, y necesitaran algo en qué concentrarse.
Al parecer, si no comía ni bebía nada, era el principio de la lista.

Heather miró a su hermana. Nadie obligaba a comer a Jenn. Era sólo dos años
mayor, y sin embargo todo el mundo la trataba como a un adulto. Pocos sabían
por qué había estado ausente durante dos años, que había ido a España para
entrenar. Que ahora cazaba vampiros.

Vampiros.

Muertos y todavía no. A diferencia de Papa Che, que nunca volvería a caminar
por la Tierra otra vez, o abrazarla o decirle que ella podía ser lo que quisiera ser.
Era injusto e increíble de alguna manera. Cuando era pequeña y se despertaba
de una pesadilla, todo el mundo le decía que no había cosas tales como
monstruos. Todavía recordaba la última vez que alguien le había dicho eso. Fue
la noche antes de que el mundo cambiara.
Ella y Jenn habían estado pasando unos días con Papa Che y la abuela cuando
los Malditos salieron de la nada. Sus padres se habían ido por el día de su
aniversario, San Valentín. Heather recordaba despertar antes del amanecer al oír
timbre del teléfono. Había sabido en el fondo que algo iba mal. Era la primera vez
que se había sentido así, y deseaba que hubiera sido la última.

Su tío había llamado de Boston para darles la noticia. Un minuto más tarde, ella
y Jenn se habían unido a Papa Che y a la abuela en la sala, mirando la televisión
mientras los vampiros se dirigían al mundo desde la sede de las Naciones Unidas
en Nueva York. Jenn le apretó la mano hasta que no pudo sentir sus dedos. Sus
abuelos se habían mirado pálidos mientras las cámaras mostraban un primer
plano de los ojos de color rojo sangre y colmillos.

La paz. Ese había sido el mensaje del día. Solomon, el vampiro que había dado
todo el discurso, había sido hermoso y carismático como una especie de estrella
de cine, con pelo rojo, dientes perfectos, y un traje oscuro sin corbata.

Lo que siempre había extrañado a Heather, sin embargo, era lo que su abuelo,
que tenía el símbolo de la paz tatuado en su hombro, había dicho cuando
finalmente apagaron la televisión.

Papa Che se había vuelto a la abuela y dicho en voz baja:

—La paz es una mentira.

—Heather, come —dijo uno de sus tíos cuando pasó por allí.

Heather suspiró y miró a Jenn, que estaba en la habitación, hablando en voz baja
con uno de los amigos de Papa Che.

Heather recordó el día en que Jenn había dejado la casa y la pelea terrible.
Corrección: la última de las peleas terribles. Jenn y papá habían estado en ellas
desde siempre. Heather sabía que algún día él la dejaría, al igual que ella había
sabido aquel día de San Valentín que el mundo había terminado.
Frenéticamente, Heather había metido la ropa interior, su cepillo de dientes, su
teléfono celular, y trescientos dólares que había estado ahorrando para su baile
de invierno formal, en su mochila camino a la casa de su hermana mayor.

Pero su madre la había alcanzado en su Volvo, y Heather se encontró castigada


durante un mes. Prohibiendo mencionar el nombre de Jenn. Teniendo que decirle
a sus padres si Jenn tenía contacto con ella.

Su madre nunca se había arreglado con Jenn ese día. Heather no estaba segura
de que siquiera lo hubiera intentado.

—¿Cómo estás? —le preguntó, Tiffany, una de sus mejores amigas, sentándose a
su lado en un taburete de roble a juego. Rubia, con reflejos caramelo y de ojos
azules, Tiffany llevaba una falda negra holgada y una camisa de encaje de
diferentes tipos de negro. No era su propia ropa. El negro no era color de Tiffany.

Como respuesta, Heather dejó salir el aire de sus pulmones.

—¿Quieres la comida?

—No.

Tiffany agarró el plato y lo tiró a la basura.

—Hecho.

Heather miró sus manos y se preguntó qué debía hacer con ellas ahora.
Finalmente, las cruzó en el regazo.

—Esto apesta —dijo Tiffany. Heather asintió con la cabeza, y se sentaron en


silencio juntas por un tiempo.

A su alrededor la gente se movía, hablaba, como si al mantenerse en movimiento


no tuviesen que pensar demasiado. El timbre sonó, y pronto más hombres
trayendo flores llegaron desfilando por la puerta principal. Heather luchó contra
el impulso de estornudar, ya que se movieron muy cerca de ella. Su garganta
empezó a contraerse ligeramente con el comienzo de un ataque de asma, y deseó
no haber olvidado su inhalador en la barra del lavabo del baño en su casa. Su
mamá a veces lleva un recambio en su bolso, pero el bolso negro pequeño,
probablemente, no tenía espacio para él. Pensó en preguntar, pero tenía miedo de
que su padre escuchara y le gritara por olvidarlo en el primer lugar.

—No he visto a tu hermana en bastante tiempo. —Tiffany arrugó la nariz, de


repente rompiendo el silencio.

—Sí —dijo Heather vagamente. No quería discutir con Tiffany acerca de Jenn.

—Deberías hablar con ella, decirle que ella está equivocada acerca de v-folk —dijo
Tiffany de todos modos.

Heather rodó sus grandes ojos azules. Tiffany y la mitad de las niñas en la
escuela, pensaban que los vampiros eran románticos. Llamándolos ―v-folk‖ como
si fueran hadas o sirenas o algo así. Todas querían caminar alrededor de ellos
con vestidos con escotes que prácticamente gritaban: ¡Muérdeme!

Los dedos Tiffany tocaron el collar con un murciélago de plata que siempre
llevaba. El murciélago tenía un corazón colgando de sus garras. Las chicas como
Tiffany lo llevaban como símbolo de que no estaban interesadas en los chicos
normales, sino por los v-chicos.

Heather levantó la vista y vio que Jenn se dirigía en su dirección. Heather agachó
la cabeza, avergonzada. Tiffany tanto si lo sabía como si no, el collar que llevaba
era una Disertación total de todo lo que Jenn representaba. Jenn luchaba contra
vampiros. Ella nunca se enamoraría de uno.

Heather tomó una respiración profunda. Eso era todo. Tiffany no podía ver lo que
los vampiros reales eran y los padres de Heather podrían creer que los vampiros
sólo querían la paz, pero, como Jenn, ella lo sabía mejor. Como Jenn, ya era
hora que hiciera algo al respecto.

—Hola, Tiffany —dijo Jenn—. Heather, mamá quiere saber si...

—Llévame contigo —estalló a Heather.


Las dos chicas volvieron a mirarla con asombro. El rostro pálido Jenn se tornó
más blanco.

Heather rodó sus ojos ante su propia metedura d epata.

—A Salamanca, cuando vuelvas.

—¿Qué? —preguntó Tiffany, de pie.

Jenn se limitó a mirarla con los ojos entrecerrados. Luego sacudió su cabeza con
un rápido movimiento.

—Quiero hacer lo que haces —dijo Heather, escuchando la desesperación en su


voz propia.

—Tiffany, lo siento, asuntos de hermanas —dijo Jenn—. ¿Nos das un segundo?

—Um, seguro —dijo Tiffany, retrocediendo, tratando de atrapar la mirada de


Heather—. Lo que sea.

—Ya empaqué —susurró Heather ferozmente—. Comencé a prepararme tan


pronto como supe que ibas a venir de nuevo. Por favor. Voy a entrenar duro. Te lo
prometo.

—No, no —dijo una voz enojada detrás de ella.

Heather se dio la vuelta para ver a su padre elevándose sobre ella, la rabia
quemaban en sus ojos. Con la frente alta y ojos color avellana, se parecía a su
padre, Papa Che, pero no era como él.

—No lo harás.

Tiffany se alejó mas, no quería ser parte de una confrontación familiar, y se


dirigió a la mesa llena de sándwiches y cubitos de queso. Qué amiga.

—Pero, papá...

—No. Hemos terminado.


Heather sabía que una vez que decía eso no se podía razonar con él. Debía haber
estado en otro planeta para soñar con él diría que sí.

Jenn debió olvidarlo, o bien, no le importaba.

—Si ella quiere ir, debe ser su decisión. Yo tenía su edad cuando comencé mis
estudios.

—¿Estudios? —Apretó la mandíbula—. Tus estudios van en contra de todo lo que


tu madre y yo creemos.

—Todavía no lo entiendes, ¿verdad? —dijo Jenn, con la furia de su voz a juego


con la de su padre—. Estamos en una guerra.

—No, tú estás en una guerra. Y estás luchando en el lado equivocado. Mi guerra


ha terminado. —Heather se aferró al borde de su taburete con fuerza, con el
pecho más apretado. Esperaba que su padre no pudiera escuchar el silbido leve
al respirar.

—Despierta, papá. Echa un vistazo a tu alrededor. La gente está siendo asesinada


por los vampiros todos los días. Peor que eso, están consiguiendo convertirlos.
¿Tienes alguna idea de cuántas tumbas vacías había en ese cementerio, tumbas
que deben tener los cuerpos en ellas? —preguntó Jenn.

Su padre parpadeó. Tal vez él no lo había notado.

—Eso no prueba...

—Esto es suficiente.

Heather dio un salto. Su abuela, con los puños en las caderas, tenía los pies
plantados separados. Lucía como en las fotos de ella y Papa Che cuando eran
jóvenes. Corriendo para asaltar un banco o algo

—Déjame hablar con Jenn —dijo la abuela Esther. Ella miró a su padre. Con el
rostro sombrío y apretado, él se alejó.
Pero no muy lejos.

—Yo no tenía intención pelear con él —murmuró Jenn, avergonzada.

—Puede que no tuvieses intención de hacerlo, pero lo hiciste —replicó Esther sin
rodeos—. Tu padre es un tonto; sabes eso. Nada de lo que digas va a cambiar su
pensamiento, por lo que es inútil pelear.

—Tienes razón —dijo Jenn.

—Por supuesto que sí. —Ella se dio la vuelta y miró a Heather—. Heather, vamos,
debes comer algo. Vas a volverte etérea. —Heather elevó las manos con
frustración.

—Me aseguraré de que coma —dijo Jenn.

Esther asintió con la cabeza como si eso fuese una respuesta satisfactoria y luego
volvió a mirar a dos hombres mayores y canosos que se preparaban para salir.

—Bobby, Jinx —los llamo—, los acompañaré a la salida.

Dio un medio paso y luego metió la mano en el bolsillo de su vestido y sacó un


inhalador. Sin una palabra, se lo entregó a Heather antes de dirigirse hacia la
puerta.

Heather tomó el inhalador e inhaló, relajándose un poco ya que el medicamento


funcionó y la respiración se hizo más fácil. Estaba agradecida a su abuela por
tener un inhalador para dárselo sin hacer un espectáculo. Al mismo tiempo, tenía
que preguntarse si tal vez todo el mundo tenía derecho a tratarla como si no
pudiera cuidar de sí misma.

Nunca me olvidaré de un inhalador de nuevo, se comprometió. Nunca.

Jenn se sentó en el taburete que Tiffany había abandonado e se giró para mirarla
de frente.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó en voz baja.


Heather asintió con la cabeza.

—Quiero ir contigo. Las cosas no son lo mismo aquí desde que te fuiste. No
quiero decir con mamá y papá, quiero decir con este lugar. ¿Sabías que San
Francisco es una fortaleza para los Malditos? Se han apoderado de la ciudad.
Nada sucede sin su permiso.

Los ojos de Jenn se abrieron como platos. San Francisco estaba a sólo veinte
minutos de Berkeley.

—No, no lo sabía —susurró.

—Bueno, es verdad. Es a lo largo de los Estados. Los vampiros están tomando el


gobierno. Ni siquiera lo esconden. Sigo esperando que Solomon sea ―elegido‖
presidente. —Sus manos temblaron citando en el aire.

—Hemos escuchado que la situación está mal aquí —dijo Jenn lentamente—.
Pero no tenía ni idea. —Tragó—. Todas esas tumbas...

—Las vi también —dijo Heather. Se aclaró la garganta. Estaba haciendo un


esfuerzo por respirar de nuevo. Estaba demasiado tensa—. Jenn, papá sigue
diciendo que Solomon va a restaurar la paz y que tene mos que hacer todo lo
posible para ayudarle.

—Oh, Dios, ha empeorado —exclamó Jenn, y luego hizo una mueca—. Lo siento.

—No, tienes razón —Heather tuvo que tomar otra dosis del inhalador. Su corazón
latía con fuerza—. Es como si hubiera sido un lavado el cerebro. Dice que si no
somos parte de la solución, entonces somos parte del problema.

—Como yo.

Heather podía oír el dolor en la voz de Jenn. Y la ira. Lo sentía. Su padre estaba
actuando tan estúpidamente.
—Dice que ustedes son como la abuela y Papa Che. Ellos hicieron todo tipo de
cosas que estaban mal, y nada bueno salió de ello. Que lo que hiciste fue lastimar
a su familia.

—Papá tuvo una infancia mala —dijo Jenn, aunque estaba apretando los
dientes—. Siempre escondido a la carrera.

—Al igual que nosotros. Recuerdo los combates. Todo el día en la televisión
escuchando las balas, y las bombas, y... y... —Cerró los ojos—. Y recuerdo haber
escuchado a papá diciéndole a mamá que dejara de causar problemas.

—La guerra nunca llegó a San Francisco —le recordó Jenn—. Pero sabíamos que
estábamos peleando con los Malditos. Para papá todo el mundo era el enemigo.
Nunca supo que tenía tíos hasta que los hermanos de Che obligaron a la abuela y
a él a contáselo. Piensa en lo que le haría a un niño pequeño.

—No puedo creer que estés de su lado —dijo Heather, enojada.

Los labios de Jenn se abrieron.

—No puedo creer que lo esté. Pero... ahora que sé lo que se siente, el
funcionamiento, el ocultarse, la incertidumbre, tal vez lo entiendo un poco mejor.
Tiene miedo. Ha tenido con miedo toda su vida.

—Bueno, yo también, y por lo menos estoy tratando de lidiar con él.

Jenn se detuvo y miró a Heather, realmente la miró. Sus cejas se levantaron


como si estuviera viendo a Heather por primera vez. Heather aprovechó el
momento.

—Por favor, Jenn, no me quiero quedar aquí. Me da miedo. —Era cierto. Ella no
había estado en la ciudad en seis meses. Las cosas estaban cambiando. Ya no
salía de noche.

La última vez que había salido, al centro comercial a ver una película, ella y Lucy
Padgett habían sido perseguidas por un vampiro. Estaba segura de que él no
había querido matarlas, o tal vez sí. Él sólo estaba tratando de asustarlas porque
podía hacerlo. Porque le gustaba.

La idea de luchar contra un vampiro daba miedo, pero si iba a la acade mia, tal
vez podría aprender a protegerse a sí misma. Tal vez no tendría tanto miedo. Tal
vez podría ser más como Jenn.

—Por favor, Jenn. —Heather dejó un caer una lágrima por su mejilla mientras
agarraba la mano de su hermana.

—Déjame pensarlo —dijo Jenn después de unos momentos—. Incluso si puedo


convencer a papá y mamá, voy a tener que pedir permiso a mi maestro.

Heather suspiró.

—Tengo que salir de aquí.

—¿Por qué es tan importante para ti? —preguntó Jen—. Si es porque lo hice yo,
entonces deberías replantearte esto. Se necesita un montón de trabajo duro para
sobrevivir a la formación.

Heather se quedó mirando el suelo. De repente, se sintió mareada. Tenía miedo


de caerse del taburete y quedarse sin respiración.

—Me siento como si no logro salir de aquí ahora, nunca lo haré.

Cerró la boca, con la esperanza de que Jenn no le preguntara nada más. Heather
no estaba lista todavía para hablar de las pesadillas. Aquellas en donde veía...

... donde veía...

Se obligó a alejar las imágenes horribles.

Oh, Dios, Jenn, por favor, pensó, apretando los puños. Eres tan buena en salvar a
la gente. Por favor, sálvame, también.
Jenn se quedó mirando un largo y duro rato a su hermana pequeña. Quería
protegerla, al igual que cuando eran niñas. No podía, sin embargo. Si había
aprendido algo en los últimos dos años, era eso. No podía proteger a Heather si se
inscribía en la academia. Por otro lado, desde luego, no podía cuidarla desde otro
continente. Especialmente si su padre todavía estaba ciego ante la verdad, y
especialmente si San Francisco había caído en manos de los vampiros.

Heather la miró con desesperación en sus ojos. El intestino de Jenn le dijo que
Heather estaba ocultando algo, pero sabía que no debía presionarla.

—Déjame pensarlo —dijo ella, y sí que pensó en ello. Pensó en las imágenes en la
red y en la televisión, los soldados de Estados Unidos en Washington, DC, y
Seattle y Chicago, y Los Ángeles, la lucha cuerpo a cuerpo con los vampiros
estacándolos, las fallidas armas diseñadas para estacas que se lanzaran como
lanzas contra los vampiros, los científicos estudiando sin fin lo que era real de los
vampiros, y lo que era mito: La luz del sol los quemaba; podían morir por
decapitación, quemados, o estacados. Tenían que beber sangre humana. Eran
superiores físicamente. Forzaban a la gente a "convertirse".

Y estaban ganando la guerra.

Recordó el día antes de que Estados Unidos hubiera llamado a una tregua. Había
racionamiento de alimentos, y los días que tuvo que quedarse en casa a causa de
posibles ataques. Recordaba haber oído que los amigos de la abuela y de Papa
Che habían muerto tratando de invadir una fortaleza de los vampiros... y tuvieron
una muerte horrible.

Su padre había vivido todo eso también. Él recordaba eso. Y su respuesta fue
votar por políticos que querían poner fin a la guerra, y decirle a su madre que no
vendiera arte en su galería ya que podría ser interpretado como hostil a los
Malditos. Era tan malo.
Ella tenía que dar otras opciones a Heather.

A medida que la tarde avanzaba, la gente comenzaba a irse. Finalmente, la


familia y los amigos más cercanos a sus abuelos se marcharon. Jenn tuvo la
oportunidad marcharse durante unos minutos.

Terminó en el estudio de Papa Che y se sentó en su silla, cerrando los ojos como
ella lo imaginaba, inclinado sobre el teclado de su ordenador.

La sala de olía como él, y le trajo nuevas lágrimas a los ojos.

Saco su teléfono de su bolsillo. El padre Juan le había dicho que llamara a pesar
de la diferencia horaria, y ella estaba muy agradecida mientras marcaba su
número privado.

Él respondió en el tercer ring.

—Jenn, ¿estás bien?

Podía decir que no lo había despertado. Él y los demás eran casi tan nocturnos
como los vampiros que cazaban.

—Estoy bien —dijo ella, cerrando los ojos, imaginándose de nuevo en España y
lejos de Berkeley—. Más o menos.

—¿Cómo fue el funeral? —Su voz era amable.

—Bien. A pesar de que había un montón de tumbas vacías en el cementerio.

Hubo silencio por un momento, y luego Juan dijo:

—No es bueno.

—Exactamente lo que yo pensaba. Mi hermana me dijo que San Francisco se ha


convertido en una fortaleza de vampiros. El gobierno local se ve comprometido.
¿Sabía usted eso?
—Había oído rumores, pero no estaba seguro. La mayoría de los informes que
recibimos de los Estados son difíciles de resolver. Hay tanta propaganda y
censura que no sabemos lo que es verdadero.

Pensó en decirle de los agentes del gobierno en el funeral. Pero el padre Juan y
ella trataban con los vampiros, no con los tipos de aplicación de la ley.

—Heather, mi hermana, quiere venir conmigo a Salamanca. Me suplicó. Quiere


convertirse en una cazadora. Dijo que no se siente segura aquí.

—Llegar a ser un cazador no es una decisión de tomar a toda prisa —dijo el padre
Juan—. Y es incorrecto hacerlo si se desea sentirse segura.

—Traté de decirle eso.

—¿Y?

—Creo que hay algo más, pero... dijo que los vampiros se están convirtiendo en
un gran problema aquí, que tiene miedo.

—Muchas hermanas tienen miedo —señaló el padre Juan, su voz era ilegible.

—Sí, pero la mía es esta —dijo Jenn con un suspiro.

El padre Juan se tomó un momento. Luego dijo:

—¿Le has hablado de Holgar? ¿O Skye? ¿Ella realmente sabe cómo es tu mundo?

—No, pero sé cómo es su mundo —dijo Jenn—. Y el nuestro es mejor.

Hubo otra pausa.

—Si desea estudiar, como lo hiciste tú, sería bienvenida en la Academia.

—Pero estaré... ocupada con las misiones. Me temo que no sería capaz de cuidar
de ella —confesó Jenn—. Protegerla.

—No puedes. Tú tienes deberes, como dijiste.


—Entonces, ¿qué debo hacer? —preguntó, tratando no mostrar su frustración.

—Ocultarla a y rezar por su seguridad, o que elija su propio camino y aprenda a


protegerse a sí misma.

—¿Qué estás diciendo? —presionó Jenn—. Por favor...

—Es tu decisión, y la suya. No la mía. Pero ella es bienvenida.

—Bueno. Está bien —dijo Jenn—. Debo irme ahora.

—Que estés a salvo —dijo.

—Gracias. Y... gracias por decir que puede venir.

—Jenn —dijo.

Ella esperó. No dijo nada más. Por un momento, pensó que la llamada se había
desconectado, pero luego lo escucho suspirar en voz muy baja.

—¿Padre? —Ella escuchó la ansiedad en su voz.

Silencio.

—¿Padre Juan?

—Está todo bien —dijo finalmente.

—Algo está mal.

—Estamos manejándolo —respondió—. Debes estar con tu familia.

Ustedes son mi familia, pensó mientras colgaba. Luego se levantó.

Un susurro de tela la sobresaltó; miró hacia el vuelto justo a tiempo para ver el
borde de un abrigo oscuro antes de que desapareciera. Corrió a la puerta
mientras su padre bajaba las escaleras.

¿Me escucho?, se preguntó.


Negó con la cabeza. No podría haberlo hecho. Si lo hubiera hecho, habría
irrumpido gritando. Eso era lo que hacía cuando tenía miedo: gritar y salir
bruscamente. Dios, iba a enloquecer cuando se enterase de que estaba llevando a
Heather con ella.

Oh, Dios, se dio cuenta. Estoy llevándomela. Él nunca me perdonará.

Respiró hondo y pensó en lo que su abuela había dicho antes. Tiempo suficiente
para luchar mañana. Aquí, como en España.

SAN FRANCISCO

AURORA Y LORIEN

Aurora sonrió a Lorien, el señor de los vampiros de San Francisco, que hizo una
profunda reverencia ante la puerta de su lujoso ático de arte deco. Podía oler su
miedo con tanta facilidad como podía leer la sorpresa en su rostro
verdaderamente hermoso. Él no sabía que estaba en la ciudad, no la había
esperado en su fiesta.

Los otros vampiros estaban vestidos para su encuentro con vestidos de alta
costura y esmoquin. Él la siguió, caminando mientras cruzaban a través de un
suelo de baldosas de jade. Llevaba escarlata, su color favorito, hacía lucir su
cabello negro azabache hermoso.

Una fuente de mármol blanco de una mujer desnuda que vertía agua de una jarra
irrumpía el respetuoso silencio. Algunos de los vampiros sabían quién era,
mientras que otros eran abiertamente curiosos. Escuchó los susurros: Aurora, la
examante de Sergio. Sí, Sergio el padre de Lorien. No sé por qué está aquí. Hay una
venganza... un plan secreto... no, no lo sé... y no creo que Solomon tampoco .

Pero no has oído nada de eso de mí.

En sus tacones de diez centímetros se deslizó lentamente hacia la ventana. Había


aprendido siglos antes que entre los que se podía mover con velocidad cegadora
no despertaba un miedo como el que se movía lentamente. Las luces en el puente
Golden Gate brillaban como ascuas, y admiró la vista.

—Mi señora Aurora, ¿a qué se debe este honor inesperado? —preguntó Lorien,
con su tono de voz suave pero respetuoso.

Se mantuvo de espaldas a él. En otra noche habría obviado su anticipación,


jugando un poco con él. Él era uno de los novatos de Sergio, no de ella. Eso por sí
sólo, según estimaba ella, era razón suficiente para atormentarlo. Por lo general,
no habría dejado pasar la oportunidad. La noche estaba lejos de lo ordinario, sin
embargo.

Se dio la vuelta... poco a poco, y lo inmovilizó con su mirada. Ella extendió el


brazo y señaló hacia la ventana.

—Ahí, a través de la bahía, se encuentra un enemigo de ambos. Estoy aquí para


acabar con ella.

Los vampiros murmuraron entre sí con el entusiasmo y sed de sangre


parpadeando en sus rostros mientras esperaban que continuara. En cambio,
Aurora miró a una jaula en la esquina. Una chica humana se acurrucaba en el
interior, floja y, media muerta. Patético. Lorien estaba permitiendo que sus
seguidores crecieran decadentes, alimentándose de animales enjaulados que no
tenían esperanzas de protegerse. Sus vampiros olvidarían cómo cazar.

Se giró hacia la ventana. No era gran cosa. La vida de Lorien era suya a para dar
o quitar cuándo ella eligiera. Sergio se enojaría, pero podía manejar a su antiguo
amante. Además, Lorien no era de interés real para ella, allí, en la oscuridad,
había una que lo era.

—¿Quién es ese enemigo? —preguntó Lorien.

Aurora sonrió.

—Una cazadora. De Salamanca.


Detrás de ella, hubo un rumor de voces al instante. Todos los vampiros aspiraban
a beber de un cazador; entre más inteligente el oponente, más dulce es la
matanza.

—¿Está segura? —preguntó alguien, miró desde la ventana a la multitud. Un


vampiro alto, muy guapo apartó sus ojos de su mirada fija. Aurora se hizo una
promesa personal de matarlo antes de salir de San Francisco.

Su silencio glacial fue su respuesta.

—¿Los salmantinos? He oído hablar de ellos —dijo Lorien nervioso, obviamente,


tratando de suavizar el paso en falso de su invitado y ganarse el favor de Aurora.

—Tienen unos de esos nuevos equipos de cazador.

Eso atrajo murmullos. Aurora se pavoneó.

—Sí, un equipo —repitió—. Los cazadores son peligrosos, no por los pocos
estúpidos que matan que antes de ser destruidos, sino por la inspiración que
proporcionan.

Eso por sí sólo valía la pena cruzar un océano. Dejar que Sergio se atreviera a
hacerlo. Dejarlo encontrar al traidor entre los salmantinos, su propio insipiente
Antonio. Sergio no tenía idea de que Antonio estaba vivo, y mucho menos que
había caído tan bajo como para ayudar y apoyar a los seres humanos.

Antonio de la Cruz era el verdadero Maldito. Para cuando lo encontraran, ningún


Dios le mostraría piedad, tanto si él o ella reinaban por encima o por debajo de la
tierra, en el cielo o en el infierno. Ella ciertamente no lo haría, lo entregaría para
asegurar su posición en el nuevo orden mundial que pronto iba a venir.

—No es muy pronto —dijo en voz alta mientras Lorien le sonreía burlonamente.
Era lindo, pero idiota.
Tal vez Sergio no se daría cuenta si estacaba a Lorien fuera de su miseria. Pero
sin duda se fijaría cuando entregara a Antonio de la Cruz a su señor feudal. Ah,
sí, él se daría cuenta de eso.

Sonrió ante la ventana, como si pudiera ver su propio reflejo. Pero, por supuesto,
lo había perdido, más de quinientos años atrás. En un calabozo...
Traducido por Elizabeth TB

Corregido por Jut

Ofrecemos sólo la paz y el amor

Te observamos desde arriba

Confíe en nosotros, ámanos, todo lo que pedimos.

Del bienestar de la humanidad nos encargaremos

Nosotros, los que habitan en la noche

Los que poseemos inflexible podría

Nos puede liberar de sus preocupaciones

Desenredar los pies de las trampas de toda la vida.


D 1490, TOLEDO, ESPAÑA

AURORA DEL CARM EN M ONTOYA

DE LA M OLINA ABREGÓN

—Mujer10 —susurró el joven guardia picado de viruelas mientras abría su celda.


La puerta chilló, y las ratas, asustadas, corrieron en el heno—. Mujer.

Él la miró, luego bajó la mirada mientras se guardaba la llave en el bolsillo de su


delantal sucio. Sus ojos negros estaban rodeados y sumergidos, prueba de que la
Inquisición le había robado la capacidad de dormir. Su angustia mostraba que
todavía tenía conciencia y, si Dios quería, un alma.

—Prepárate. El gran inquisidor se acerca. —Su rostro palideció mientras se


santiguaba.

—Ay, Dios me guarda 11 —susurró ella, incapaz de hacer lo mismo. Sus muñecas
estaban encadenadas entre sí y conectadas a un poste fuera de forma en el
centro del piso. Mientras trataba de alcanzar una posición de cuchillas, su sucio
y crudo movimiento atrapado debajo de sus rodillas. Ella dio un tirón, y el
guardia llegó a ella como si quisiera ayudar, luego sacó sus manos de nuevo,
cuando se hizo eco de las pisadas en el pasillo.

10
En español original.
11
En español original.
Con un gemido, se desplomó de nuevo sobre su cadera dolorida, temblando de
terror. Sin embargo, levantó la cabeza, su pelo largo y negro enredado entre sus
dedos.

—Lo siento —susurró el joven—. Si yo pudiera ayudar... —Él olía a ajo y carne. Si
no fuera por las cadenas, habría arremetió contra él como si él mismo fuera la
comida. Ella no podía recordar su último alimento. Se moría de hambre.

—Él viene —dijo el hombre. Sacó la llave de su bolsillo y la miró. Había lesiones
en los dedos, sabañones por el frío—. Si yo pudiera, créeme...

—¡Oh, por favor, por favor12, sácame de aquí! ¡Sálvame!

Ella se lanzó hacia él, agarrando su mano. La llave cayó en la paja, y la buscó a
tientas. Su mente corría en una fantasía loca en la que encontraba la llave, abría
la cerradura, y corría por el pasillo hasta las celdas donde guardaban a su madre
y a los pequeños, luego a sus hermanos mayores y su hermana María Luisa, y…

El guardia abrió la boca y cayó de rodillas a su lado. Se quedó inmóvil, y la


sombra de Torquemada, el inquisidor general de toda España, cayó sobre ella
como una red de hierro congelado. Calmó sus manos, sabiendo que la llave
estaba todavía allí, pero era un pedazo inútil de metal y nada más.

Se decía que Torquemada podía leer la mente de sus prisionero y que luego los
descomponía para decir la verdad, que eran brujas, o blasfemos, o Judíos que
sólo habían pretendido convertirse al cristianismo.

Judíos como Aurora y su familia.

La misma reina Isabel había invitado a Tomás de Torquemada para comenzar su


reinado de terror, y lo bendijo y lo elogió por ello. El padre de Aurora se había

12
En español original.
pronunciado en contra de los arrestos y las confesiones resultantes y ejecuciones
públicas, afirmando que el dios de su propio entendimiento era un dios de amor.

Por haberse atrevido a cuestionar la sabiduría de la reina y los métodos del siervo
de Dios, Torquemada, Diego Abregón había sido declarado hereje y encarcelado y
sus tierras tomadas por la Iglesia. Sin embargo, durante la tortura no había
gritado a la Virgen por su intercesión dulce, sino al dios de los hebreos. Fue
declarado un marrano, un judío que había fingido sólo abrazar la verdadera fe.
Un mentiroso, corrompiendo la ciudad de Toledo con sus formas no cristianas.
Después de ser forzado a ser testigo de su muerte ardiente, la esposa de Diego y
los niños habían sido arrojados a las mazmorras de Torquemada.

Y ahora Torquemada había venido por Aurora, la hija mayor de Diego.

—Mi hija 13 —dijo una voz baja y profunda. El estómago de Aurora se sacudió y la
bilis inundó su boca. Esa voz terrible había regodeado mientras las llamas
crepitaban alrededor de su padre, advirtiendo a Satanás que las filas de sus
esbirros terrenales se diluían como los huesos de Diego y se reducían a cenizas.
Aurora trató de tragarse el ácido y empezó a toser.

Torquemada: loco, un monstruo, un demonio.

—Dejadnos —dijo al guardia. El hombre se puso de pie y corrió, dejando a Aurora


para hacer frente al Gran Inquisidor sola.

La llave estaba en la paja. Todavía estaba allí. Si ella pudiera encontrarla y


enterrársela en el ojo, si pudiera cortarle la garganta con ella...

—Levanta la cabeza, hija —dijo con voz sedosa—. No tenga miedo de mí.

Aurora lloró una vez, duro.

—¿Y por qué no?

13
En español original.
—Sólo el culpable debe temer de Dios. Si usted no es culpable...

¿Culpable de ser una Judía? ¿Culpable de amar a mi fe y mi patrimonio?

Mantuvo la cabeza baja mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Entonces, algo golpeó la parte trasera de su mano derecha. Pequeño, muy bien
labrado, era un crucifijo con un grupo de rubíes en el centro, en honor a la
sangre de su propio Cristo, había sobornado a uno de los guardias con el collar a
cambio noticias de su madre.

—Te regreso esto —dijo—. Fue tomado en error.

Cerró la mano alrededor de la cruz. ¿Era este un acto de generosidad? ¿Podría ser
que Dios había ablandado el corazón de Torquemada?

Se atrevió a mirar hacia arriba. Una antorcha quemada en la pared detrás del
Gran Inquisidor, hacia borrosa su visión. Llevaba un traje negro con capucha y
una estola blanca sobre sus hombros. Envuelto en la oscuridad, su cara larga
nadando delante de ella, pero a partir de los pliegues de su capucha, sus ojos
brillaban como si estuviera ardiendo de adentro hacia afuera. Y luego sonrió. Sus
dientes eran escuálidos y negros, y su cabeza parecía a una calavera. Su corazón
tartamudeó.

—Tomado en error, porque le dijeron que su madre todavía estaba viva —


concluyó.

No había aire en la habitación. No hubo pensamientos en su cabeza o sensación


en su cuerpo.

Ella lo miró fijamente mientras hacía la señal de la cruz sobre ella con dedos
artríticos, garras de un demonio. Ella no podía recordar cómo hablar. Sólo podía
mirarlo con horror mudo.

—Vuestra madre confesó, como sabía que lo haría, que era una conversa de
nombre. Que, al igual que vuestro padre, había aceptado el bautismo en la Fe
católica sólo para conseguir a su familia que viviera fuera de la grosura de la
tierra aquí en Toledo. Que había adorado a la manera judía, y había mantenido
su casa de acuerdo a las costumbres judías.

—No —dijo Aurora. Estaba tratando de engañarla. Ella no quería confesar, su


palabra contra la de su madre. Catalina Elena, su hermosa madre14, todavía
podría estar viva.

—Te prohibió a hacer la señal de la cruz en tu casa. No iba a permitir que se


mezclase la carne y la leche. Nunca comiste carne de cerdo.

Aurora apretó sus manos juntas, clavando las uñas en las palmas de las manos.
Estas eran mentiras. Su madre le había servido de carne de cerdo a menudo, a la
vista de la los funcionarios. Y tenían que comérselo todo, en silencio pidiendo a
Dios perdón, y perdonando a los demás. Habían orado en la forma católica. No
fue hasta el viernes, en Sabbat, que había permitido algún rastro de sus
verdaderas creencias en su casa, encendieron velas, y oraron una vez a Adonaí.
Por cada dos horas de su vida, habían vivido como cristianos.

—Nosotros comemos carne de cerdo —dijo—. Tráeme algo, por el amor de Dios,
me muero de hambre.

Él no le hizo caso.

—La Iglesia ha estado observando. Durante cincuenta años, la familia Abregón ha


estado bajo nuestro escrutinio. Desde que la rebelión judía llegó hace cincuenta
años por vuestro bisabuelo.

Ella sacudió la cabeza, más segura ahora que él estaba tratando de asustarla
para exponer a su familia.

14
En español original.
Luego, Torquemada metió la mano en el bolsillo de su túnica y le lanzó un
puñado de oro y plata brillante y delicada en la paja. Ocho crucifijos.

Ella reconoció cada uno. Los más grandes habían pertenecido a sus tres
hermanos, y los más delicados de sus hermanas. La más pequeña, adornado con
rosas, era su hermana pequeña Elizabeta, la infanta 15 tan sólo cuatro años de
edad.

—Usted es la última —dijo, dejándose caer sobre una rodilla a su lado cuando
ella comenzó a jadear—. Pero cada alma responde a Dios. Puede salvarse, hija.
Con mi ayuda.

Él puso su mano sobre la coronilla de su cabeza. Bajo su peso se desplomó boca


abajo en la paja, y todo se volvió negro.

***

—Él va a ganar —dijo alguien—. Y usted va a morir en agonía.

Aurora abrió los ojos a la oscuridad. Paja húmeda se aferró a su mejilla mientras
ella volvió la cabeza. Un hombre se sentó a su lado. Al igual que Torquemada
llevaba una túnica con capucha de monje. Estaba envuelto en la oscuridad, su
sombra cambiando y extendiéndose como una piscina de agua negra, de la que
ella formaba parte.

Entrecerrando los ojos, trató de distinguir sus facciones, pero no podía.

—Buenas tardes16 —dijo la figura. Su voz era baja y suave, y tenía problemas
para escucharlo—. Sí, estoy aquí realmente.

—Por Dios17 —murmuró, encogiéndose—. Por favor, por favor no me hagas daño.

15
En español original
16
Idem
Se hizo el silencio. Entonces, la figura se echó a reír.

—¿Crees que soy uno de los secuaces de Torquemada?

Ella contuvo la respiración.

—¿Y lo eres... no?

—No lo soy.

—¿Entonces... qué...? —Y, entonces, temió que hubiese llegado su ataque. Ella
era una virgen soltera, y los guardias habían dicho cosas, amenazado con cosas...

Débil como estaba, apretó los puños, dispuesta a pelear con él. Los Crucifijos de
sus hermanos se habían reunido en su mano derecha. ¿Si ella gritaba, alguien
iría a ayudarla? ¿U otros simplemente se reunirían en su celda a participar en el
tormento?

—No te acerques o morirás —advirtió.

—Ah —dijo en tono divertido—. He estado observándote, Aurora. Te encuentro


especial. ¿Sabes lo que significa tu nombre? ―Dawn‖18. No he visto uno en un
siglo.

Ella se estremeció, no le entendió, viendo sólo un hombre en su celda, con la


intención de hacerle daño.

—Te voy a matar —le prometió.

—Yo estaba en lo cierto. Tienes el corazón de un guerrero.

—Yo-yo.

17
Idem
18
En español Amanecer o Aurora
—Camino por la mazmorra en la noche, en busca de los que pueda... ayudar. Y te
puedo ayudar, Aurora.

—Le sacaré los ojos y arruinaré su virilidad.

Se quedó en silencio un momento.

—Tal vez, con el tiempo, serás lo suficientemente fuerte para defenderte. Pero, por
ahora... —Él parecía levantar la mano, la oscuridad contra la oscuridad.

Y de repente, ella sabía: él era de temer más que Torquemada.

—¡No! —se lamentó ella—. ¡No, por favor, no me hagas daño! ¡Por el amor de Dios,
te lo ruego! —Entonces, él la apretó contra su pecho, envolviéndose alrededor de
ella, amortiguando sus gritos. Él estaba tan frío como una tumba. Su mano
helada se acercó a su boca, y la otra mano le sujetó por la parte posterior de la
cabeza. Ella golpeó los puños contra el pecho.

Le cortó el suministro de aire, y dejó de golpearlo, en lugar de luchar


violentamente por el aire. El mundo se disolvió en puntos y manchas, sus ojos en
blanco, y ella se dejó caer en sus brazos. Aflojó su agarre un poco, y empezó a
aspirar el aire en sus pulmones, oliéndolo, el mundo, naranjas, y rosas, y los
pinos. Sus brazos eran musculosos, el pecho ancho y musculoso.

—Escúchame, Aurora Abregó —susurró—. Ellos vienen por ti. Te ha guardado


para el final, porque eres la más bella de todos los Abregón. Ellos te torturaran,
aun cuando les ruegues por confesar. Para apaciguar a su Dios vengativo te
arruinarán, y desfigurarán, y luego te quemarán. Tu familia se ha ido. Estás sola.

Jadeando, Aurora dejó escapar un sollozo pesado. Ella sacudió la cabeza y


rompió a llorar. Él le tapó la boca con la mano una vez más, y su cuerpo dio un
espasmo. Debilitada como estaba, no tenía fuerzas para luchar contra él. Y sin
embargo, el desafío ardía como una llama en su interior.
—Puedo poner fin a tu tormento —dijo—, en una de dos maneras. Si deseas vivir,
mueve la cabeza. Si deseas morir, no hagas nada.

Demasiado cansada para moverse, se quedó quieta. Suspiró y bajó sus labios a
su cuello. Un escalofrío punzante se movió a través de su piel y se metió en la
sangre.

Quemaba. Ella no sabía lo que estaba haciendo, pero ella gimió.

Movió los labios a su oído y susurró. Entonces, llevó sus labios a lo largo de la
corona de su cabello, el mundo giraba y agrietaba, y sabía que estaba en un
terrible peligro.

—¿Quieres vivir? —susurró.

Aurora asintió con la cabeza. Desesperadamente.

BERKELEY

JENN Y HEATHER

Mientras Heather observaba en silencio a Jenn empacar no podía dejar de sentir


que había hecho un lío terrible de las cosas. Enroscada en su cama, la hermana
pequeña de Jenn parecía joven y vulnerable, vestida con su pijama amarillo de
patitos y medias verdes, con una lata de cerveza acunada contra su pecho. Los
ojos de Heather estaban hinchados de tanto llorar. Las dos chicas se habían
agotado. El día había sido muy largo y la pelea con su padre había hecho mella
en todos ellos. Conduciendo de vuelta del funeral, su padre no había dicho ni tres
palabras a Jenn. Heather se había mantenido mirando de su padre a Jenn y
viceversa. Su madre se había quedado mirando por la ventana, ya fuera
inconsciente o fingiendo no saber lo que estaba pasando. Jenn no estaba segura
de que su madre hubiese sido capaz de ignorar la tensión.
Jenn dobló el vestido negro que había tomado de Skye para el funeral y lo colocó
entre su par extra jeans skinny negros y la camiseta negra y leggings que por lo
general llevaba a la cama. Ella no se había puesto el pijama desde que había
llegado a la academia. Si ellos fueran citados en una de emergencia, estaba un
paso más cerca de estar vestido para la batalla.

Añadió su bolsa de aseo, y luego puso las estacas y frascos de agua bendita. Sus
armas tenían que estar a mano, de vuelta en España ningún cazador nunca dejó
de la academia sin armas. Eran las diez de la noche en Berkeley, pensó en las
tumbas vacías y se preguntó cómo muchos de los nuevos vampiros se le
levantarían de sus tumbas esa noche, desgarrando las gargantas de sus víctimas
más como hombres-lobo que como vampiros, ya que no tenían la tutoría de un
padre para mostrarles la forma de beber.

No puedo hacer nada acerca de eso esta noche, pensó Jenn, abriendo los bolsillos
de los pantalones de velcro en un patrón metódico, de arriba hacia abajo, rip rip
rip. Metió un par más de crucifijos de plástico de los que brillaban en la
oscuridad y comprobó el nivel del agua tanto en el plástico como en las botellas
de vidrio con agua bendita y los vasos para tirar, ya que los viales se rompían con
el impacto. Los dientes de ajo pelados se ponían marrones en sus envases
herméticos, pero no perdían su poder penetrante por lo menos en una semana
más.

Deslizó una estaca de seis pulgadas de largo en un bolsillo a lo largo de su


cadera. La había cortado de una rama de un árbol en su patio trasero en la
madrugada antes del funeral, cuando había estado demasiado estresada para
dormir. Tendría que tirarla a la basura cuando llegara al aeropuerto de San
Francisco, no había registrado ningún equipaje, por lo que sería considerado un
arma.

—Esa cosa es tan corta —dijo Heather, bebiendo su cerveza de raíz—. Tendría
que estar muy cerca a, um... —Ella hizo movimientos de apuñalar.
—Clavar una estaca en el corazón del vampiro —terminó Jenn por ella—. Así es.
Muy cerca del maldito.

Los ojos de Heather se agrandaron y su boca se abrió. El aspecto del culto al


héroe en su cara avergonzaba a Jenn. Se sentía como un fraude. Ella era un
fraude. Ella casi consiguió que mataran a Eriko.

Tal vez me quede aquí, pensó. Podría enseñar a Heather a pelear, y podríamos
tratar de defender San Francisco juntas. Pero eso no fue lo que estaba pensando.
Ella estaba asustada, mal, y cuando regresara a España, tenía que sentarse con
el Padre Juan y decirle lo que estaba en su corazón, tenía miedo de que fuera a
conseguir que alguien muriera. Sería un alivio confiar en él. La confesión, decían,
era buena para el alma. Pero, ¿sería buena para su vida? ¿Qué pasa si, en lugar
de tranquilizarla, le echaban?

Exhalando, se paso la bolsa por encima del hombro, y Heather se sentó bajando
su cerveza.

—¿Te vas ahora? —preguntó ruidosamente.

—Es de noche —dijo Jenn mientras depositaba la bolsa al lado de la puerta del
dormitorio cerrada, y luego, al darse cuenta de que estaba hablando como un
cazador, agregó:

—Así que los vampiros están fuera. Es demasiado peligroso.

Heather miró a la ventana.

—Tiffany podría estar con uno de ellos en este momento, dejando que él... —Se
pasó las manos por el pelo rubio y sedoso.

—La familia de Tiffany se ha unido a Talk Together Team.

—De ninguna manera —dijo Jenn, frunciendo el ceño ante ella. Talk Together
Teams eran los grupos de humanos y vampiros que se reunieron para tratar de
"cerrar la brecha", para explicar lejos de la guerra y el hecho de que los vampiros
mataban a la gente y bebían su sangre. Cuando habían oído hablar de ellos en
Salamanca, nadie lo había creído. Luego, había visto carteles pegados en las
paredes de la ciudad española antigua anunciar Grupos de Paz, que eran
esencialmente la misma cosa.

—Eso es una locura. Eso es justo... más allá de una locura —dijo Jenn, sentada
en su cama. Cogió su chaqueta de campo, aquella con el parche de Salamanca, y
decidió que debería esconderla en su bolsa de lona. El parche de velcro podría
soltarse, dejando al descubierto que era antivampiro. Si había gente de Talk
Together Teams por aquí, los cazadores no serían bienvenidos.

—Papá —comenzó Heather, y luego miró hacia la puerta y bajó la voz—. Él dice
que sólo se deshacen de las personas que los atacan a ellos.

—Como yo —dijo Jenn—. Yo sé que él está furioso porque la abuela Esther


llamase al Padre Juan para que me hablara de Papa Che. Él me odia.

—Oh, no, no lo hace. —Ella miró de nuevo a su puerta cerrada y puso sus brazos
alrededor de sus rodillas—. Él no cree en lo que estás haciendo, pero te ama. Al
igual que él ama a la abuela y... Papa Che.

Jenn recordaba oír las discusiones entre su padre y sus padres—más a menudo
con Papa Che que con Esther. Los abuelos de Jenn habían estado bajo tierra
desde antes del nacimiento de su padre, siempre corriendo y escondiéndose,
como prisioneros que escapaban eludiendo perros de caza. Su padre había odiado
su vida—aún podía recitar el rosario de nombres falsos que había tenido que
usar, y después de un par de copas de vino hacía un recuento de algunas de las
mentiras que le habían obligado a decir: que se había trasladado desde una
escuela en México, donde su padre había trabajado para una compañía de gas.
Que sus transcripciones se habían perdido en el correo.

Parecía que cada vez que había comenzado a hacer amigos en la escuela, entrado
en el equipo de fútbol, enamorado, Che recibía la palabra desde la clandestinidad
de que "el hombre" había recogido su olor de nuevo... y los Leitners debían salir
de la ciudad en medio de la noche. Cuando el padre de Jenn había cumplido
dieciocho años, se había negado a correr más.

Y nadie había llegado jamás a sus padres... hasta que el gran Che Leitner había
muerto.

A veces, Jenn preguntó si eso lo había hecho aún más amargo—que todo el
escondite había sido en vano. ¿Qué habría pensado de los hombres en el funeral?

Jenn se sentó en la cama y tomó un sorbo de cerveza de raíz. Se llenaron de


lágrimas los ojos de su hermana pequeña.

—Tienes que tratar de hacerle comprender lo peligroso que los vampiros son en
realidad —dijo Jenn.

Heather rastrilló sus manos por su cabello grueso.

—¿Por qué papá me escucharía? Soy el bebé. La que no sabe acerca de lo que
está hablando. Tú eres la inteligente. —Alargó la mano a Jenn—. Tienes que
llevarme con ustedes —Jenn le dio un pequeño apretón—. ¿Tienes un pasaporte?

Heather frunció el ceño.

N—o. Yo pensé que ustedes me lo podrían conseguir, tú sabes, el despacho o algo


así. Tal vez el padre Juan podría hacer algo como eso —Jenn no tenía ni idea,
tendría que hablar con él de nuevo. Sin embargo, el contrabando de Heather
fuera del país contra los deseos de sus padres... tal vez era ir demasiado lejos.

Pero el mundo había ido demasiado lejos. La guerra lo había cambiado todo.

—Tenemos que hacer que papá nos escuche. —Jenn tiró de la manta y el edredón
de su cama—. Él está haciéndote lo mismo que Papa Che le hizo a él, ¿sabes?
Toma de decisiones por ti basado en sus ideales, obligándote a vivir en el miedo.
—Salvo que no estamos corriendo y deberíamos —murmuró Heather—. Correr
por nuestras vidas.

No puedo discutir contigo en eso, pensaba Jenn con rabia.

Ella sacó la colcha, se recostó en su cama, y miró al techo. Su mente trabajaba


con furia, pensó en el equipo. Heather se asustaría, cuando conociese a Antonio.
Eso casi la hizo sonreír mientras dormitaba, pero nunca durmió en realidad.
Estaba muy despierta y en problemas.

Y demasiado fuera de su elemento. La cama era demasiado blanda, y la casa era


demasiada tranquila. Salamanca era su casa ahora.

—¿Qué se siente? —preguntó Heather, Jenn sorprendente.

—¿Qué es lo que se siente?

—La academia.

Jenn suspiró.

—¿Tú sabes todas esas películas que te muestran lo que es el campo de


entrenamiento cuando te inscribes en el ejército?

—¿Es así?

—Peor aún —dijo Jenn.

—¿Por qué te fuiste?

—Para obtener mi propia habitación.

Una almohada navegó a través de la oscuridad y aterrizó sobre la cabeza de Jenn.


Afortunadamente, había estado esperándola. Reprimió una risa cuando ella se la
lanzó de nuevo a Heather.
Jenn la tiró un poco demasiado duro y se sentió culpable cuando Heather gruñó
ante el impacto. Por un momento, sin embargo, era como si los últimos años
hubiesen sido una pesadilla terrible. No sabía cuántas veces habían estado
despiertas, como niñas, hablando en voz baja para no despertar a sus padres.

Había habido tantos sueños. Jenn recordó las conversaciones interminables


acerca de cosas como el regreso a clases y regalos de Navidad y cómo iban a ser
sus bodas.

Y su noche de bodas. Una imagen de Antonio floreció en su mente. ¿Dios, estaba


loca? Él era un vampiro.

—En serio, ¿por qué? —preguntó Heather, distrayéndola. Jenn parpadeó,


tratando de recordar lo que estaban hablando—. ¿Por qué ir a la academia?

—Había un montón de razones. Me pareció heroico y romántico. Creo que quería


ser como Papá Che y la abuela, para cambiar el mundo, o por lo menos salvarlo
—sonrió tristemente—. Y no me dolió que hiciera que papá se enojara.

—Realmente, realmente te ama —insistió Heather.

Jenn se volcó sobre su costado.

—Él tiene una extraña forma de demostrarlo.

—Él me dijo una vez que no tenías miedo.

Impresionada, Jenn luchó contra el impulso de estallar en una carcajada


demente. ¿Sin miedo? ¿Yo? Era absurdo. Ella era un manojo de miedo.

—Papá es un gran fan del miedo —dijo Jenn—. El miedo no permite hacer cosas
peligrosas. Mantiene ―a salvo‖.
—Eso es totalmente como algo que él diría. —Heather infló su almohada—. ¿Qué
se aprende en la academia? ¿Tienen uniformes? ¿Qué acerca de los dormitorios
mixtos? ¿Son los chicos guapos?

Jenn suspiró. Ella tenía la esperanza de una noche de sueño decente, pero eso
claramente no estaba en las cartas.

Era lunes, y su padre conmutaba en San Francisco en el tren BART a su trabajo


como ingeniero de software. La madre de Jenn era dueña de una galería de arte,
que había sido cerrada al final de la guerra debido a que algunos de los lienzos
habían sido declarados "inflamatorios". Había hecho algunas protestas en su
favor, pero la gente tenía problemas mucho más urgentes que el "negocio
boutique" de alguien, como un político local lo había llamado.

Ahora ella hacia trabajos voluntarios, llevando comidas a los confinados, algunos
de los cuales habían resultado heridos en los combates. Al padre de Je nn no le
gustaba que lo hiciera. Parecía "provocadora". Había otros cosas, "menos
políticas" que podía hacer si quería ser útil.

Ella le preguntó a las niñas si querían ir con ella para el día, y Jenn dijo que sí,
porque quería pasar más tiempo con su mamá, y también para asegurarse de que
estaba a salvo. A Heather se le había permitido excusarse de la escuela para estar
casa, así que ella fue también. Las calles estaban cubiertas con carteles Talking
Together Teams y toques de queda. Soldados vestidos de caqui con metralletas
miraba fríamente a los peatones y los coches. El gobierno de EE.UU. estaba
colaborando con el enemigo, ya que insistió en que la tregua había llegado y que
las dos razas, los vampiros y humanos, vivirían en paz. Sin embargo, la presencia
de estos lacayos humanos mantenía la paz mientras sus amos vampiros se
quedaron fuera del sol, eso delataba la mentira. Se dijo que Salomón había
prometido al nuevo presidente convertirlo en un vampiro después de haber
llevado a través de la legislación lo que Salomón quería, como que fuera una
ofensa capital entrar en la guarida de un vampiro dormido.

En un semáforo cerrado, Jenn intercambió miradas con un soldado que no


podría ser mucho mayor que ella, sus ojos parecían muertos, y malos. Unos
malditos habían hecho eso. Los odiaba.

Comenzó a llover; alrededor mediodía la madre de Jenn trató de llamar a su


marido para ver si quería que ella lo recogiera para que no tuviera que tomar el
BART en el mal tiempo. Él no contestó su celular, lo cual era inusual, y Jenn vio
lo nerviosa que puso a su mamá. Ella empezó a hablar rápido, casi balbuceando
con miedo, y Jenn se sintió aliviada cuando llegó el momento de volver a casa.

Jenn encontró a su padre en el estudio, sentado en su sillón reclinable de cuero


viejo. Estaba viendo la televisión, y sostenía un vaso de algo marrón que olía a
alcohol. Jenn adivinó que era escocés.

—Estás en casa temprano —dijo la madre de Jenn con claro alivio en su voz.

—Sí, nuestro encuentro fue cancelado —respondió vagamente—. No tenía mucho


sentido quedarse.

—Oh. —Ella lo besó y se fue a la cocina a preparar la cena. Heather merodeaba,


obviamente, queriendo hablar de ir a España, pero él le pidió que ayudara a su
madre para que pudiera hablar con Jenn a solas.

—Jenn. —Su padre le dio unas palmaditas al brazo del sofá marrón y blanco a
cuadros, que estaban sentados en ángulo recto a su sillón reclinable. Tomó un
sorbo de su vaso, entonces lo acabó.

Ella se sentó y lo observó detenidamente. Parecía tenso, cansado.

—Yo te di por muerta cuando te fuiste —le dijo bruscamente.


Se mordió el labio, sin saber qué decir en respuesta.

—Yo sabía a dónde ibas, qué ibas a hacer. No hiciste un muy buen trabajo al
ocultar tu rastro.

—Entonces, ¿por qué no tratar de detenerme? —preguntó en voz baja.

—Yo sabía que si te quedabas, era sólo cuestión de tiempo antes de que dijeras o
hicieras algo que pondría a todos en riesgo. Tu madre, tu hermana... Yo no
podían proteger a todos.

—¿Pero pensaste que podrías mantenerlos seguros sin mí alrededor? —le


preguntó, tratando de mantener el dolor en su voz.

—Lo siento.

Jenn sabía que debía decir algo, pedir disculpas también por haber huido, o al
menos aceptar sus disculpas y ofrecerle perdón. Más de una conversación con él
había salido mal, sin embargo, porque no sabía cuándo mantener la boca
cerrada. Finalmente, se limitó a asentir con la esperanza de que fue suficiente de
una respuesta.

—Nunca quise que ustedes niñas crecieran con el miedo constante como yo lo
hice. Sólo quería que estuvieras segura.

—Lo sé —dijo.

—Cuando te fuiste, yo estaba seguro de que serías asesinada. Me resigné a ello.


Al verte en el funeral, estaba orgulloso de ti. Te has convertido en alguien
parecida a tu abuela. Tienes su fuerza.

—Gracias —dijo Jenn, parpadeando lágrimas.

—Y me di cuenta que tenía que decirte algo. Tienes razón... acerca de los
vampiros. Siempre la has tenido. —Jenn se quedó mirando a su padre en estado
de shock. Por fin, lo admitía, pero parecía tan repentino. Volvió a mirar el dolor
en los ojos y al vidrio agarrado con fuerza en su puño—. Papá..

—Algo ha sucedido hoy. —Puso la copa vacía sobre una mesa lateral y se secó la
frente—. ¿Te acuerdas de Tom Phillips?

—Un poco. Él tenía un pastor alemán llamado Gunther.

—Sí. —Masticó el interior de su mejilla. Y entonces él la miró. Duro. Las lágrimas


brotaron de sus ojos—. Dijeron que había estado en un accidente de coche.

—Oh.

—Sin embargo, su esposa llamó. —Él negó con la cabeza—. Era otra cosa. No un
accidente —Se inclinó hacia ella—. Un ataque —Su rostro arrugado—. Y él era
tan bueno para ellos. Por lo tanto... leal.

Jenn esperó, sintiendo que había algo más.

—Lo que hacemos en el trabajo... Es una base de datos —Su padre bajó la voz
hasta un susurro—. De... indeseables. Y creo que había alguien en ella a quién
Tom estaba tratando de proteger. Y se dieron cuenta y... —Él enterró su cara
entre las manos—. No me lo puedo creer. Si lo hicieron con él, entonces nadie
está a salvo.

Ahora lo sabes, pensó. Ahora lo crees.

—Lo siento, papá. —Llegó a él, pero no la vio. Él respiró hondo y dejó escapar el
aire en ráfagas largas, dolorosas.

Entonces, se levantó y se sentó a su lado en el sofá. Su cara estaba gris, y en


gran medida alineada, como si hubiera envejecido terriblemente en los últimos
tres minutos, o tal vez sólo había crecido.

—Así que voy a su encuentro de esta noche.


—¿Ellos? —repitió.

Frunció el ceño ligeramente, como si él quISIERA que ella descifrara quÉ estaba
tratando de decir sin que tuviera que decirlo.

—El grupo que Tom estaba protegiendo a —susurró— algunas personas


relacionadas con la... situación. Personas que piensan que, ah... que no están de
acuerdo... —Cerró miradas con ella—. ¿Sabes lo que quiero decir?

Una parte de ella estaba muy emocionada. Su padre estaba involucrado, por fin.
Que iba a tardar hasta donde el Che había dejado. Ella podía sentirlo.

Pero tenía miedo por él. Él no era tan fuerte como ella.

—Papá, no, van a ser observados. Los Malditos...

—Shh. No quiero que tu madre se entere. Pero si no vuelvo...

—Papá, ¿te has vuelto loco? —preguntó Jenn en voz baja—. No hay manera de
que puedas hacer esto. No, no, no voy a dejarte ir.

—Le dije a la esposa de Tom lo haría. Tom... la viuda —Su padre comenzó a
caminar—. He estado mal, todo el tiempo. Pensé que si éramos útiles, si les
damos lo que querían, entonces no nos haría daño. Pero... —Dejó de caminar y se
fue a la ventana, descorriendo la cortina—. Hay alrededor de una hora y media de
la luz del día. Son tan sólo quince minutos en coche. Eso me da una hora para
hablar con ellos.

—Entonces, voy contigo. —Por la expresión de alivio en su cara, Jenn se dio


cuenta de que eso era lo que había querido, pero se había mostrado reacio a
pedir. Padre e hija unidos en un propósito común. Ahora tenía que acelerar,
actuar como un cazador, servir como protector. No había ningún remplazo de
seguridad de este momento.

Ella era la primera, y última, línea de defensa.


—Gracias —dijo, dándole un abrazo—. Sabía que podía contar contigo.

—Sí, papá. —Ella se lamió los labios, desgarrada por sus emociones en conflicto.
Orgullo de él. Aún más miedo por él. Y la constatación de que ella podría ayudar
a protegerlo, mantenerlo a salvo. Y él lo sabía. Lo sabía. Años de ira quemados en
un instante.

Ella dijo con fiereza:

—Puedes contar conmigo.


Traducido por aLexiia_Rms

Corregido por Maia8

ANUAL DE LOS CAZADORES SALAM ANCA:

EL ENEM IGO SUPREM O

El vampiro es astuto. Al igual que un Ángel Caído, tratará de seducirte hasta

enamorarte. Tratará de convencerte de que no es más que un ser humano

bendecido con dones y talentos especiales. Te seducirá con historias de la vida sin

fin, y se burlará de tu creencia de un juicio en el más allá, donde tu alma depende

de un hilo. No le creas. Él es un demonio, y un mentiroso.

SALAM ANCA, ESPAÑA

CAZADORES SALAM ANCA: ANTONIO, HOLGAR, SKYE, ERIKO, Y JAM IE.


Holgar estaba teniendo una pesadilla. Sabía que era una pesadilla, pero no podía
salir de ella. Nunca podía.

Estaban corriendo, jugando, y cazando conejos. Holgar tenía doce años y, en


forma humana, vestía un par de pantalones cortos y nada más. Sus pies
descalzos corrían a través de las rocas, impermeables a su nitidez. Su padre
corría junto a él en forma de lobo.

Hubo un destello de color naranja en los árboles. Un cazador. El hombre de


cabello rubio estaba moviendo el rifle hacia un ciervo. Cautelosamente, Holgar
volvió a cambiar de rumbo, pero su padre no lo siguió o se atrasó. En lugar de
eso, él aceleró, esquivando los árboles como si se dirigiese hacia el hombre.

Holgar gritó. El hombre se giró, y su padre le arrancó la garganta al cazador.


Holgar corrió hacia ellos, pero ya era demasiado tarde. El hombre estaba muerto
y su padre estaba lamiendo la sangre que brotaba de su garganta, gimiendo con
placer de hacerlo.

—¡Nej! —gritó Holgar.

Holgar se despertó con un grito, se sacudió, miró hacia la puerta. Jamie estaba
allí de pie con los brazos cruzados sobre el pecho y su perpetuo ceño fruncido.
Skye estaba a su lado, con la mano en el brazo de Jamie como si estuviera
dispuesta a echarlo para atrás.

—¿Teniendo uno de esos sueños de perro? —se burló Jamie.

—No —murmuró Skye.

Holgar se encogió de hombros y movió sus piernas a un lado de su cama. Sus


pantalones holgados se sentían constrictivos en comparación con la libertad de
correr semidesnudo. Gotas de sudor recorrían su pecho y hombros. Se apretó con
los dedos las sienes, tratando de reorientarse. Holgar odiaba las mañanas, la
mayoría de los lobos lo hacían. Miró por la estrecha ventana y no pudo ver nada
más que negrura. Tenía que ser muy temprano.
—¿No has oído que es mejor dejar las cosas como están? —gruñó.

—Me encantaría, pero nos mandó llamar el Padre —respondió Jaime.

—¿Qué pasa? —dijo Holgar muy despierto. El Padre Juan nunca los mandaba
llamar tan temprano. Desde que los cazadores debían ser nocturnos, las clases
en la Academia ni siquiera habían comenzado a las diez. Era un programa que se
había instalado con todos los de su graduación.

—No sabemos —dijo Skye.

Holgar agarró una camiseta de la cabecera y se la puso con una mueca. Era dos
tallas más grandes, y la había lavado decenas de veces, pero aún odiaba la
sensación que tenía contra su piel. De dónde era, los jóvenes lobos corrían
prácticamente desnudos hasta su quinto cumpleaños. Luego, a medida que se
relacionaban con en el resto del mundo, se veían obligados a usar ropa cuando
caminaban entre los seres humanos normales. La mayoría de ellos pasaban el
resto de su vida deseando poder haber continuado en su estado natural.

—Vamos —dijo Holgar.

—Nos vamos a reunir en su oficina —dijo Skye.

—¿De qué fue tu sueño sobre hombres lobo? —preguntó Jamie, no moviéndose
de la puerta.

Holgar no podía decir si el irlandés tenía realmente curiosidad o si sólo estaba


tratando molestarlo.

—Sobre ovejas.

Skye se rió, y Jamie continuó molesto.

—Vamos a ver lo que quiere —dijo Holgar, quitándolos de su camino y saliendo al


pasillo.
Los otros dos lo siguieron por detrás mientras caminaban por el largo pasillo del
dormitorio de la facultad. Pasaron habitaciones pertenecientes a sacerdotes y
profesores, incluyendo la habitación del Padre Juan. Holgar respiró
profundamente y podría decir, por su olor, que el Padre Juan no había estado en
su habitación durante horas. Se quejó en silencio, convencido de que no era una
buena señal.

Después de la graduación, el equipo se había mudado de la residencia de


estudiantes para dejar paso a los aspirantes entrantes. Holgar y Antonio habían
sido los dos únicos que no habían tenido que cambiar de habitación, ya que ya
habían sido separados de los otros estudiantes.

A Holgar no le había importado, al darse cuenta de que era tanto para su


protección como para la de los otros estudiantes. Cuando él había llegado a la
Academia, sólo el Padre Juan había sabido que era un hombre lobo. Después de
su desafortunado aullido a la Luna, rápidamente, se había corrido la voz de que
había un hombre lobo en la Academia, y no pasó mucho tiempo antes de que la
mayoría de los estudiantes supieran que era Holgar. Ser capaz de apuntar a un
monstruo en medio de ellos les impedía mirar a los demás. Holgar había
sospechado que había algo, sin embargo, sobre un Antonio de voz suave que le
hacía merecedor de vivir en el edificio con los sacerdotes y profesores en lugar de
con los estudiantes. Una noche, en realidad, había estado a favor del uso de la
voz de Antonio en un ejercicio de entrenamiento y olió el más ínfimo indicio de
muerte. Fue entonces cuando supo por qué Antonio también estaba apartado.

Holgar no sentía un gran amor por los vampiros, y pronto descubrió que tampoco
lo hacía Antonio. Holgar había mantenido el secreto de Antonio. Era evidente que
los que dirigían la Academia sabían lo que era y querían que él viviera. Holgar
sabía lo que era vivir con un lado oscuro que no podía ser controlado, y apreciaba
que Antonio lo comprendiera y ayudara. Incluso en su forma humana, los
hombres lobo eran más fuertes que los humanos normales. A cambio de su
discreción, el vampiro le ayudó a perfeccionar sus habilidades de combate. El
resto de los estudiantes caminaban con cuidado alrededor de Holgar, pero
ninguno sabía lo que Antonio era hasta la noche de graduación.

Pasaron la habitación de Eriko, perfectamente organizada, con un Buda de


bronce sentado en la entrada. Ella ya se había ido, pero su olor todavía estaba en
el aire. Se había ido hace menos de un par de minutos.

La esencia de cada persona era única e integrada por muchos factores. Era una
combinación de shampoo, crema de afeitar, jabón, pasta dental, detergente,
desodorante, incluso el tejido de la ropa de una persona o el tipo de calzado que
llevaban puesto. Cuero, plástico, tela, goma, cada uno tenía olor diferente.
Entonces, no era la dieta de una persona. Ciertos tipos de alimentos,
especialmente el ajo y la cebolla, pueden ser notables durante días o incluso
semanas. Ninguna cantidad de enjuague bucal podría hacerse cargo de eso.
Cambios en la enfermedad, la transpiración, y químicos en el cuerpo tienen un
impacto. Los cambios sutiles pueden ser reconocidos y compensados, pero si se
quisiera molestar a un hombre lobo con su olor, es fácil cambiar tu shampoo por
uno con un olor más penetrante, cambiar un desodorante que usualmente utiliza
el sexo opuesto, y empezar a añadir el ajo a la comida. O fumar como una
chimenea, como Jamie.

Salieron del dormitorio y atravesaron un patio de adoquines con estatuas y


cruces hasta uno de los edificios administrativos. En su interior, se encontraba el
Padre Juan en su oficina. Era una habitación bonita, con siglos de antigüedad,
paneles de madera cortada que se veían como si hubiera sido doblada, y una
mesa de ébano con incrustaciones de perlas. La silla moderna de cromo y cuero
negro de la oficina estaba totalmente fuera de lugar. Un panel de cristal de
colores en el ventanal que representa a San Juan de la Cruz en comunión con
Jesús colgado en la pared. Holgar que estaba de acuerdo con la mayoría de las
cosas del Padre Juan, con sus pómulos altos, frente inclinada y los ojos grandes,
ligeramente hundidos, parecía santo muy de cerca.

En cuanto a los rumores de que él era la reencarnación del hombre, Holgar era
bastante escéptico. Pero no se podía negar que el Padre Juan era extraño. Parecía
cultivar una personalidad de rareza, al menos para los estándares de Holgar. En
el escritorio del Padre Juan estaba una copia de la estatua de Bernini de Santa
Teresa de Ávila, en el éxtasis místico con la cabeza echada hacia atrás y los labios
entreabiertos como un Cupido regordete de un ángel sonriente, preparándose
para apuñalarla con la pequeña lanza ardiente en su mano. En otras ocasiones
Holgar, un moderno y vigoroso escandinavo, había estado riéndose interiormente
de la sexualidad desenfrenada de la estatua. No había nada místico sobre lo que
estaba sintiendo. Los católicos, como grupo, eran tremendamente reprimidos,
pensó. Mira a Antonio.

Pero hoy en día, Holgar sabía que algo estaba pasando, y su risa silenciosa no
brotó.

Eriko y Antonio estaban sentados en silencio, con una gran curiosidad en ambos
rostros. Holgar, Jamie, y Skye tomaron sus asientos. Dejaron dos sillas vacías,
una para el padre Juan y una para Jenn. Ella todavía estaba en los EUA en el
funeral de su abuelo. Holgar la echaba de menos. Ella tenía una forma
interesante de ver el mundo, y estaba seguro de que podría ser una gran
cazadora si se llegara a relajar un poco.

El Padre Juan se giró, interrogó al equipo brevemente, y luego se sentó. Se inclinó


sobre la mesa, cruzando las manos juntas.

—Tenemos un problema.

Ninguno de ellos dijo una palabra. Si no hubiera sido un problema, el sacerdote


no los hubiera despertado.

—Sé que hay un equipo de científicos trabajando en un arma que ayudará a


nuestro lado en esta guerra. He tenido noticias.

—Por favor, díganos, Sensei —dijo Eriko, meneando su cabeza.

—Sí, no hay mucho que mate a un Cursor —señaló Jamie—. Si tuviesemos algo
nuevo, tendríamos mucha ventaja.
—¿Es un arma de luz solar artificial? —preguntó Skye.

—¿O es un gas venenoso, como esencia de ajo en armas? —sugirió Holgar.

—Sería feliz con una bomba que explotara estacas de madera. —dijo Jamie.

El Padre Juan casi sonrió.

—En realidad, se trata de un virus.

—¿Te refieres a la gripe? —bufó Jamie, incrédulo.

La expresión del Padre de Juan no dudó.

—Sí. No tengo todos los hechos, pero al parecer el virus ataca las células
sanguíneas de ciertas especies.

—¿Vampiros? —preguntó Skye.

—Sí —dijo el Padre Juan—. Debe ser inyectado.

—Inyectado —dijo Jamie—. Al igual que en… ¿dará un curso sobre cómo
inyectar?

—¿Cuánto tiempo tarda? —interrumpió Eriko.

—No estamos seguros, todavía. —explicó el Padre Juan—. Debe ser administrado
bajo la piel.

Skye arrugó la nariz.

—Eso no suena como a un arma.

—Se podría usar en una pistola de tranquilizantes, pero sólo afectaría a un


vampiro a la vez con cada dardo —señaló Holgar—. No es mucho mejor que
apostar con ellos.
Padre Juan respiró hondo.

—No, pero si lo pudieron crear, entonces el siguiente paso es averiguar si hay una
manera de infectar a los vampiros en masa en lugar de uno en uno.

Holgar miró a Antonio. Si eso fuera cierto, entonces el virus podría matar a su
vampiro, también. El pensamiento tuvo que ocurrírsele a los demás, Eriko y Skye
intercambiaron miradas inquietas, y Jamie sonrió de oreja a oreja.

—Ellos habían estado moviendo el laboratorio dos veces por semana para evitar
ser encontrados —continuó el padre Juan—. Sin embargo, el lote más reciente de
virus, el más prometedor hasta la fecha, fue robado hace dos días, antes de que
pudiera ser probado. La mayoría de los científicos involucrados fueron asesinados
en el ataque.

Jamie golpeó un puño en el costado de su silla, mientras que Antonio


solemnemente hacía la señal de la cruz. Skye miró al suelo, y el músculo a lo
largo de la mandíbula de Eriko comenzó a temblar. Holgar cruzó los brazos sobre
su pecho. Tenía que haber más, o el sacerdote no los hubiera despertado.

—Así que los ellos lo tienen —señaló Jamie—. Es probable que lo destruyeran,
¿no?

—No lo sé —dijo el padre Juan. Frunció el ceño ligeramente—. Nadie en el


gobierno quería que me dijeran algo. Pero lograron hacérmelo llegar con mucho
trabajo. Sabemos que los Malditos no son un enemigo cohesionado y organizado.
Están luchando entre sí, al igual que nosotros los humanos nos encontramos
divididos. Un grupo puede refinar el gas y utilizarlo en contra de otro grupo.

—Bien, entonces, vamos a dejárselas —dijo Jamie.

—Hijo mía, detente —el Padre Juan la reprendió—, y escucha.

Todos se inclinaron hacia adelante al mismo tiempo, y Holgar por poco se rió. A
pesar de que estaban constantemente en conflicto entre sí, eran un equipo. Para
un grupo donde todo el mundo proclamaba su individualidad con firmeza, todos
se movieron al mismo tiempo, luchaban por igual, y con frecuencia pensaban
igual. Tal vez no querían admitirlo, pero cada uno tenía una profunda necesidad
de pertenecer, integrarse. Holgar era más consciente de ello, tenía un instinto
innato para alinear sus acciones a las del grupo.

—El ejército cree que los Seres Malditos tienen planes para estudiar el virus y
desarrollar una vacuna —dijo el Padre Juan.

—Haciéndolos más fuertes —reflexionó Jamie—. Siempre es así. Tu enemigo


aprende de la lucha contra ti. —Él lanzó una mirada a Eriko.

—Entonces, Padre, ¿por qué nos dice esto ahora? —preguntó Skye.

—El ejército español tiene una idea sobre el lugar dónde tienen el virus —replicó
el Padre Juan.

—¿Y el gobierno necesita a alguien para recuperarlo? —adivinó Holgar.

—¿Nosotros? —exclamó Jamie.

—Anno, sensei…Cara. —Eriko se ensombreció cuando habló en japonés, lo que


hacía cuando estaba nerviosa. Eriko y Holgar sabían que no querían discutir con
el Padre Juan—. Nosotros no estamos… no somos juguetes, Padre. Nosotros
cazamos vampiros. Nosotros no hacemos las cosas así. —Ella inclinó la cabeza—.
Le ruego me disculpe. No quiero ser grosera, pero…

—Tienes razón —dijo Jamie—. Esto no es lo que hacemos. Cazamos.

Padre Juan bajó la cabeza y se inclinó hacia delante en su silla. Holgar estaba
observando las interacciones en la habitación con una estrecha vigilancia. Eriko
podría ser el alfa designada de su manada, pero el Padre Juan era su director.
Holgar se había preguntado, en ocasiones, si Eriko había elegido convertirse en
cazadora. Por supuesto, todos en la sala, excepto el Padre Juan, pensaban que
debería haber dado el elixir. Todos habían llegado a la Academia esperando ser
elegidos.

—Ustedes saben que se comenta que el ejército español quiere cercarnos —


aventuró el padre Juan—. Tienen miedo de nuestra independencia y lo que
significa estar a nuestro alrededor algún día podría costarles. Es la época de
Francisco Franco de nuevo, cuando él hizo lo que tenía que hacer para mantener
a España fuera de la Segunda Guerra Mundial. España nunca declaró la guerra a
los aliados o los alemanes. Oficialmente, permaneció neutral, Franco salvó a
miles, si no cientos de miles, de vidas españolas.

—Y convirtió España en una dictadura despiadada en el proceso —murmuró


Antonio—. ¿Qué clase de vida ha sido esa?

La expresión sombría del Padre Juan se suavizó.

—Lo has vivido, Antonio. Y luchado contra Hitler con las Fuerzas Francesas
Libres.

—Y así se convirtió en vampiro —recordó Skye al sacerdote. Eso era todo lo que
sabían. Que Antonio había luchado por los aliados, y que un vampiro le había
atacado mientras estaba huyendo de los alemanes.

—Es probable que lo salvara de la masacre —dijo Jamie, gruñendo, como si la


declaración le costara muy caro—. Con la muerte. —No hay duda de que quería
que el Padre dejara las cosas como estaban.

—Es la Segunda Guerra Mundial de nuevo —murmuró Antonio—. Las naciones


están cediendo ante el conquistador con el fin de reponer su contingente. Nuestro
propio gobierno quiere que dejemos de luchar contra su peor enemigo. No
funcionó entonces. No va a funcionar ahora.

—Al igual que Inglaterra le hizo a mi gente —dijo Jamie—. Lanzarnos a… los
lobos. —Cruzó sus brazos y negó con la cabeza—. De ninguna manera, Padre. Si
no nos gusta, vamos a conseguir nuestro propio virus. No somos los niños para
sus malditos encargos. Todo esto es una locura.

—De acuerdo, Jamie, pero no veo que tengamos una opción —respondió el Padre
Juan—. Necesitamos el apoyo de los militares. Y esto es un arma que podría
ganar la guerra. Si funciona.

—¿Y si no funciona? —preguntó Eriko.

—Mi conjetura es que no viviremos lo suficiente para saberlo —dijo Holgar.

—No se trata de un arma —dijo Antonio—. Se trata de que les demos más tiempo
a los militares, ¿no?

—El arma es muy valiosa —dijo el padre Juan—. Incluso si sólo se puede matar a
un vampiro a la vez.

—Supongo que tienes razón. Quiero decir, hasta que desarrollemos una
ametralladora que dispare balas de madera, es la única parte de la tecnología que
tenemos. —Jamie le sonrió con amargura a Antonio.

—Guau —arrastró las palabras Holgar.

—Sí, ¿qué pasa con esto? —preguntó Jamie—. ¿Cualquier peligro para otros
seres sobrenaturales o simplemente seres humanos de edad?

—No lo sabremos hasta que puedan probarlo —dijo el Padre Juan regresando a
su silla—. El virus es más complicado de lo que parece. Y nuestro lado lo quiere
de vuelta.

—No es de nuestro lado —dijo Jamie—. Y hablando de eso, hay un traidor por
aquí, y lo sabe, Padre. —Miró a Antonio—. Él lo es, probablemente, va a hacerlo
ahora, enviando un e-mail a su padre, y…
En un instante, Antonio saltó a través del espacio a la silla de Jamie y puso una
mano alrededor de la garganta del irlandés. Antonio gruñó, y sus ojos empezaron
a brillar con furia al rojo vivo.

—No soy el traidor19 —dijo Antonio con los dientes apretados, los colmillos
comenzando a extenderse.

—¡Aléjate, por un sangriento infierno, de mí! —Jamie se atragantó, se movió para


golpear su rodilla en el pecho de Antonio, excepto que Antonio se movió más
rápido, y Jamie se cayó de su silla hacia el suelo.

—¡Ya basta! —gritó el Padre Juan, poniéndose en pie. Hizo unos movimientos, y
Holgar sintió una flor de calma inundando el ambiente. El buen Padre había
lanzado un hechizo mágico para reducir las tensiones. A veces se enojaba con el
alboroto del equipo Salamanca.

A menudo no lo hacía.

—No tenemos tiempo que perder, ya hemos perdido dos días —dijo el padre
Juan—. Esto es lo que estoy diciendo que hagas. —Hizo una pausa—. Y… hay
más.

—¿Y ahora qué? —exclamó Jamie, poniéndose de pie.

El Padre Juan parecía sumamente incómodo. Holgar se preparó. Sus


pensamientos se dirigieron a Jenn, y aumentó la presión sobre el reposabrazos de
su silla.

—El científico que encabezaba el proyecto estaba entre los sobrevivientes. Se


escondió en un congelador en el laboratorio.

—¿Está seguro que no lo convirtieron? —preguntó Jamie, mirando fijamente a


Antonio.

19
En español en el original.
—Está comprobado —replicó el padre Juan—. Se puede verificar si se encuentra
el virus. Por lo tanto… te lo vamos a llevar.

—¿Quieres que traigamos a un civil de una caza? —exclamó Holgar.

Eriko palideció.

—Anno, sensei… —dijo otra vez.

—Ustedes son civiles. Todos ustedes. —replicó el padre Juan—. Y sí, eso es lo que
quiero. —El Padre Juan miró su reloj.

—He organizado una reunión con el científico. Su nombre es Dr. Michael


Sherman. Antonio tendrá que permanecer fuera del sol. Va a ponerse al día con
ustedes más tarde.

Antonio bajó la cabeza en señal de asentimiento.

El padre Juan se sentó de nuevo en su escritorio.

—Toma el desayuno, y consigue tu equipo.

—Gomenasai… —murmuró Eriko, se puso de pie y se inclinó—. Hai, hai, sensei


—dijo—. Sí, Padre Juan.

—¿Sí? —Parpadeó Jamie—. Eri, esto es una locura. Este no es nuestro trabajo.

—Jamie, kun —respondió ella en voz baja—. Es mi elección de hacer lo que


quiera nuestro señor. Yo soy la cazadora alpha.

Todos asentimos en acuerdo.

Tan pronto como salieron de la oficina del Padre Juan, se dispersaron en


distintas direcciones. Holgar sabía a dónde los demás se dirigían. Antonio iba a la
capilla para orar y meditar. Skye saldría fuera para trazar un círculo y llevar a
cabo rituales de protección. Eriko estaba fuera para ir al gimnasio para calentar
sus músculos. Jamie iba a su habitación para romper las cosas por furia, y luego
empacar y revisar su arsenal.

Por su parte, Holgar se dirigió hacia la cocina.

Una vez allí se encontró con un sacerdote, llamado Manuel, de mal humor. El
anciano era rotundo, el cocinero.

—El Padre Juan nunca me escucha. Él me despierta y me insiste en que los


alimentos suficientes para todos se estén preparando. Cada vez que le digo que
sólo se voy a prepararlos para mí, me dice que tengo que preparar la comida de
todos modos y mejor si la hago toda.

—Ja, Tak. Perdón por la molestia —dijo Holgar.

Manuel se encogió de hombros.

—Okey. Usted es normal, los otros son difíciles.

Le entregó un plato a Holgar con carne de venado cruda. Por respeto a él, Holgar
lo llevó a la sala vacía para comer. La mayoría de la gente en la escuela no podía
soportar estar con él a la hora de comer. No era intensamente agradable, sin
embargo, Manuel respetaba su dieta. Los hombres lobo podían comer la carne
cocida, pero no era muy agradable. A menudo, les daba dolor de estómago. Sus
intestinos fueron diseñados para procesar los alimentos frescos y crudos. Algo
que no tuviera más que unas pocas horas o fuese cocido durante mucho tiempo
sabía horrible.

Puesto que no había nadie alrededor para ver, cogió la carne con las manos y se
lo comió de esa manera. Trató de tomarse su tiempo y disfrutar del sabor, sin
embargo, en vez de simplemente devorarlo. Por así decirlo.

Cuando terminó, devolvió cortésmente su plato a la cocina. Manuel hizo la señal


de la cruz sobre él al recibir el plato vacío, y Holgar asintió con la cabeza en
agradecimiento. Al igual que muchos escandinavos, Holgar era nominalmente
luterano, pero su familia sólo adoraba una cosa, la Luna. Era un poco como Skye
en ese sentido. Sonrió al pensar en la chica inglésa. Su sonrisa se cayó cuando
sus pensamientos se dirigieron a la misión. Jamie estaba en lo cierto. Esto no
debió ponerse a Salamanca.

Regresó a su habitación, donde estaban reunidos frascos de agua bendita, una


docena de estacas de madera, y un pequeño recipiente de pastillas de menta que
había sido un elemento de novedad y eran muy apreciadas hoy muy por su
capacidad para repeler a los vampiros. Colgó una cruz de madera de cuatro
pulgadas alrededor de su cuello. Había sido un regalo del Padre Juan al
graduarse en la Academia. En el centro había un cordero tallado en él, mientras
que los brazos de la cruz terminaban en talladas cabezas de lobo. Un lobo que
sirve al Cordero de Dios en lugar de devorarlo. El sacerdote tenía un gran sentido
del humor, que en su mayoría mantenía en secreto, pero a menudo se expresaba
con Holgar. Había algo de lobo sobre el Padre Juan, que a menudo hacía a Holgar
sentirlo como un igual.

Satisfecho, Holgar se dirigió a la capilla. Antonio estaba de rodillas en el riel de la


oración en el primer banco, y Holgar se sentó dos filas atrás. Estaba lo
suficientemente cerca para hacer sentir su presencia, pero no tan cerca que
estuviese entrometiéndose. Cerró los ojos y esperó.

Me pregunto si vamos a ver otra vez a Jenn, pensó Holgar. No hubo apuestas a lo
largo de los militares sobre el tiempo que el equipo de cazadores Salamanca iba a
durar. Hoy se podría hacer a alguien muy rico.

BERKELEY

HEATHER Y JENN

Heather estaba aterrorizada. Sabía que su hermana y su padre se habían ido a


alguna parte. Ella los había oído hablar. Estaba enferma de preocupación, y los
nudos en su estómago le decían que tenía una razón para sentirse así. Su
primera reacción fue tratar de seguir el coche de su madre. Pero su madre la
había oído y probablemente la agarró en el acto.

Está preocupada por nada, se dijo. Ella no lo podía creer, sin embargo. Si ella iba
a actuar, tenía que ser ahora, antes que Jenn saliera del cuarto de baño. Heather
agarró su inhalador y se lo metió en el bolsillo delantero del pantalón y luego se
dirigió a coger las llaves de bronce en forma de gato por la puerta de atrás. Agarró
el juego extra de llaves del coche de su padre, un Toyota Camry de color azul
oscuro, y se metió en el garaje, cerrando la puerta detrás de ella.

Antes de que pudiera darle demasiada importancia, Heather abrió el maletero con
el mando a distancia. En la tenue luz, podía ver el mango de color amarillo
brillante y el pictograma que explicaba cómo abrir el maletero desde el interior.
Ella siempre había sentido curiosidad acerca de eso cuando era niña. Deseaba
más que nada probarlo para ver si efectivamente funcionaba. No había tiempo,
sin embargo, por lo que se metió en el maletero, cerró los ojos, y cerró la tapa.

No tardó en sentirse claustrofóbica, y su garganta empezó a apretarse. Empezó a


retorcerse para llegar al inhalador de su bolsillo, cuando oyó la puerta del garaje
abrirse y cerrarse. Se quedó inmóvil, con miedo de que si se movía la fueran a
descubrir.

—¿Estás segura? —Escuchó que su padre preguntaba, su voz apagada.

—Absolutamente —respondió Jenn.

Heather se mordió el labio. Había pasado su infancia escuchando a sus padres y


a Jenn mientras hablaban. Ella sabía que su padre estaba alterado y nervioso.

Ella también sabía que a pesar de la respuesta de Jenn, estaba asustada. Esto
hizo acrecentar el miedo de Heather, y su mano encontró el cordón y envolvió su
dedo alrededor de él, lista para cortar y salir de la cajuela, incluso si significaba
enfrentar a los dos.
¿Cómo piensas que puedes ir a España y aprender a luchar contra vampiros si no
puedes pasar un minuto en un espacio pequeño sin volverte loca?, se preguntó.
Heather tomó una respiración profunda y se tranquilizó. El coch e vibraba contra
la mejilla derecha que se presionaba contra la alfombra del piso del maletero.

El Camry comenzó a rodar hacia atrás. Se preparó cuando el coche dio la vuelta y
luego se precipitó hacia delante. Era demasiado tarde para echarse atrás. Una vez
que estuvieron totalmente en marcha, comenzó a tientas su inhalador una vez
más. Se las arregló para que los sacarlo de su bolsillo, y respirar tan
profundamente como pudo.

El medicamento comenzó a surtir efecto, y el coche empezó a acelerar, por tanto


ya estaban en la autopista. El coche rebotó, y la cabeza de Heather y el hombro
se estrellaron contra el techo. Ella probaba su sangre en la boca, donde se mordió
la lengua, y el pánico la atravesó. Los vampiros podían oler la sangre a grandes
distancias. ¿Qué pasa si las encontraban? ¿Cómo iba a poder luchar Jenn? ¿Qué
pasaría si morían?

Las lágrimas llenaron los ojos, por el miedo y la abrumación. Pensó en todo lo
que podía perder: su padre, su hermana, su vida. Nunca voy a ser una esposa o
una madre, se dio cuenta. No voy a entrar a la Universidad, nunca me graduaré en
la escuela secundaria. Nunca voy a ir a la graduación. El último pensamiento
parecía tan absurdo a la luz de todo lo que ella dejó de llorar. Mantente fuerte. Sé
más como Jenn.

En el momento en que salieron de la autopista, la lengua había dejado de


sangrar, y ella estaba un poco más tranquila. El coche hizo una serie de vueltas
rápidas hasta que el movimiento y el calor del maletero le dieron náuseas. Ella se
apretó con la mano la boca, tratando de no vomitar. El regusto químico de su
inhalador lo empeoraba.

Por fin, el coche se detuvo. Quería desesperadamente tirar de la palanca, salir, y


encontrar un lugar para descansar. En su lugar, Heather se obligó a permanecer
inmóvil, escuchando como se abrían las puertas y sintió la ligera diferencia
cuando su padre y hermana salieron.

—Mantente quieta —escuchó que Jenn dice.

—El sol todavía está arriba —contestó su padre.

—No por mucho tiempo.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo siento —dijo Jenn.

Las palabras de Jenn impulsaron a través de Heather oleadas de náuseas, y un


escalofrío se deslizó por la espalda. Jenn había estado luchando contra los
vampiros que ya estaba empezando a sonar como uno. Repentino pánico la
inundó. Tal vez Jenn sea una . Heather se obligó a tomar una respiración
profunda. Jenn estuvo en el funeral, en la luz del día. No hay manera de que ella
fuera una vampira. Por otra parte, ¿qué sabemos, realmente, acerca de ellos? Dicen
que no se pueden convertir en murciélagos, pero un amigo del primo de Tina María
dijo que vio cambiar a su hermana.

De repente, se dio cuenta de que ya no podía escuchar a su padre y a Jenn


hablando. Aguzó los oídos pero no oyó un sonido. Haciendo una mueca, jaló el
cordón de escape, y el maletero se abrió con un solo clic. ¡Funcionó! Cuando una
pequeña chispa de victoria calentó su interior, ella levantó la tapa muy
ligeramente para poder mirar.

El mundo parecía envuelto en niebla, y la luz del sol había desaparecido mucho
antes de llegar al suelo. Ella contuvo el aliento y arrojó la tapa del maletero y
salió a toda prisa, aspirando bocanadas de aire limpio y fresco hasta que las
náuseas disminuyeron.

No podía ver a Jenn o a su padre en cualquier lugar. ¿Por qué vendrían aquí tan
cerca de la puesta de sol con la niebla? Su padre lo sabía, y Jenn...
Heather se quedó boquiabierta. Jenn se había ido antes que los vampiros se
hicieran cargo de la ciudad. Probablemente, no sabía por qué habían elegido San
Francisco como una de sus sedes. No era que pudiesen regular el acceso
mediante el control de los puentes. No es que los líderes del pueblo se hubiesen
rendido a ellos sin luchar. Era la niebla. Cuando la niebla tapaba la bahía, los
vampiros podían salir mientras el sol todavía estaba.

Y no podían ser de encontrados.


Traducido por hanna
Corregido por Aciditax

Vengan a nosotros, niños de la luz

Hemos visto y oído su difícil situación

Dejen que los llevemos de la mano

Vampiros y humanos en unión

Sus luchas han sido largas y costosas

Pero todo eso está hecho, ahora estamos aquí

Conflictos cesarán a través de todas las tierras

Divididos caeremos, unidos permaneceremos


ADRID, ESPAÑA
CAZADORES SALAM ANCAN: ANTONIO, HOLGAR, SKYE, ERIKO Y
JAM IE
La noche había caído; Eriko llamó una vez que habían alcanzado su
objetivo, y pideió que Antonio se uniera a ellos. El científico estaba siendo
atendido en una iglesia por los sacerdotes simpatizantes conocidos por el
padre Juan. Compartiendo la desconfianza de Jamie en toda la misión,
Antonio se preguntaba quién exactamente se acercó a su maestro y le
pidió ayuda.
Antonio estacionó en un lote y caminó a través del parque del Retiro, pasando
por la Fuente del Ángel Caído. Lucifer, ángel de luz, acababa de ser
desterrado del cielo, y fue cayendo en picada al Infierno. Las alas desplegadas,
los brazos extendidos con consternación. Alrededor de la fuente, las caras
del mal miraban de reojo a los peatones, arrojando agua. La fuente era
mayor que Antonio, cuando la había visto de niño en su visita especial a
Madrid para hacer su primera confesión, lo había aterrorizado.
Santiguándose ahora, bordeó su alrededor, lleno con intensos sentimientos
de desagrado.
España, ¿ustedes caen del paraíso, también? ¿Pueden fácilmente someterse,
como tantos otros países lo han hecho? ¿Apaciguar a los vampiros,
pretendiendo que ellos han retractado sus colmillos y no rasgaron fuera la
garganta de sus hijos?
Un poco más allá del parque estaba la iglesia, un edificio pequeño pero
bonito de yeso barroco con un campanario. Todas las ventanas de su arco
habían sido tapiadas. Había un cartel en la puerta que decía: SERVIMOS A
TODOS LOS QUE SON LLAMADOS POR EL SEÑOR.
Antonio caminó por un lado, en busca de la rectoría, y fue escoltado por un
joven y sombrío sacerdote dentro de una pequeña sala diseñada para orar y
meditar. Había una fuente de piedra tallada al lado de la puerta, y él metió
los dedos dentro bendiciéndose a sí mismo -el único vampiro que sabía que
podía hacerlo.

En un rincón una estatua de San Juan de la cruz con la cabeza


inclinada parecía estar orando por los que entraban en la habi tación
escasamente amueblada. Las velas votivas parpadeaban ante la figura, y el
santo se veía casi como si estuviera sonriendo. Antonio encontró eso
significativo, por si el patrono de su Academia estaba acompañando al grupo
en su misión.

Los otros cuatro Salamancas estaban sentados en los sofás y en las sillas
de peluche. Envuelto en un suéter de abrigo gris y un gorro de punto a
juego, Skye le dedicó una sonrisa de agradecimiento, y el resto asintió con
la cabeza, reconociendo su llegada. Ellos estaban agrupados para protegerse
del frío. Un calentador eléctrico marcó; el aire caliente zumbaba. Madrid a
finales de febrero era frío y húmedo, incluso para Holgar. Por suerte, no
había nevado.

Sentado en el borde de un escritorio de caoba, un segundo joven sacerdote


asintió con la cabeza a Antonio, quién asintió con la cabeza de regreso. El
sacerdote tenía una barba de chivo, dándole un molde ligeramente
satánico. Y de pie junto a la mesa tenía que ser el hombre por el que
había viajado para reunirse.

Antonio podría haber quebrado al científico a la mitad. De alguna manera


el hombre consiguió encarnar todos los estereotipos que su profesión tenía
que ofrecer. Era delgado y bajo, con pelo marrón claro y acuosos ojos
azules escondidos en un par de gruesos lentes con bordes negros. De
cuarenta años, tal vez, pero probablemente más joven. Y más bien ansioso,
por la manera en la que sus ojos miraban alrededor de la habitación.

—Soy el padre Luis —dijo el sacerdote a Antonio—. Y este es el Dr.


Michael Sherman.
—Hola. ¿Cómo estás? Er, ¿están? —preguntó el hombre en un doloroso español.

—Tú no eres español, Mick habla inglés —gruñó Jamie.

—Lo siento, muchas gracias —dijo Michael, visiblemente relajado.

—¿Americano? —preguntó Antonio con sorpresa.

—Sí —asintió el Dr. Sherman—. De la Universidad de Maryland. O bien, lo


era.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Holgar.

El científico hizo subir sus gafas.

—Bueno, puedes recordar de tus clases de biología que…

—Sáltate todos los discursos de fantasía —dijo Jamie—. Algunos de


nosotros hemos estado demasiado ocupados salvando el mundo para ir a
la escuela.

Eriko enrojeció, y Antonio esperó cortésmente.

—Muy bien. —El Dr. Sherman levantó su barbilla—. He pasado varios años
trabajando en la búsqueda de una cura completa de la leucemia, que es
un cáncer en la sangre. Me di cuenta de que con mi investigación podría
ser posible y real de crear una variedad de leucemia, que puede ser
inyectada en los vampiros, lo que causa que sus cuerpos sean destruidos
de adentro hacia fuera.

Holgar silbó bajo.

Michael estornudó.

—Lo siento, tengo alergias. —Sacó un pañuelo tejido de su bolsillo y se


sonó la nariz. Luego pasó unos segundos examinando el contenido.
Jamie parpadeó y miró al grupo como si dijera: ―¿Y nosotros hemos
confiado la tecnología a éste imbécil?”

—Creo que quiere saber por qué estabas aquí y no trabajando en casa —
dijo Skye suavemente—. En América.

Sherman miró a su alrededor por un bote de basura. Detectó el lado del


escritorio del Padre Luis, hizo un equilibrio de su tejido y lo apuntó hacia
el borde. Cayó en el suelo, muy por debajo de su objetivo.

Skye se rió entre dientes.

—Sherman-sensei, por favor discúlpenos —dijo Eriko, disparando el ceño


fruncido—. No quiero ser grosero.

—Oh —dijo—. Eso está bien. Me han dicho que eres un poco…exuberante.
—Sonrió con entusiasmo—. Al igual que los chicos de operaciones
especiales, solamente… más joven.

—Ese es un término relativo —respondió Holgar, y Antonio esbozó una


sonrisa.

El Dr. Sherman frunció el ceño con curiosidad. Luego se encogió de


hombros.

—Bueno, de todos modos, se habían acercado… ciertas personas… en mi


gobierno, pero dijeron que no estaban interesados. Esa misma noche mi
laboratorio, el de los Estados Unidos, fue destruido. Se suponía que debía
estar allí trabajando, pero yo había salido a tomar algo de aire fresco.
Cuando volví a entrar al edificio y vi lo que había sucedido, corrí.

Los cazadores se miraron, conscientes de que uno de los suyos estaba


solo en territorio hostil. Jamie apretó los dientes y boqueó una maldición,
y Holgar emitió a Antonio una mirada comprensiva.
—¿Así que usted vino aquí? —preguntó Antonio—. ¿Para España?

Sherman asintió con la cabeza, mirando a lo lejos como si estuviera en un


lugar que no podía ver, o tal vez uno que no iba a olvidar más

—Si, yo había oído que España no estaba enrollado más y se hizo el


muerto. Estaba en lo cierto. —Inclinó la cabeza, como si fuera personal y
les daba las gracias.

Antonio no podía dejar de pensar en Jenn, que también había huido a


España desde estados Unidos para poder unirse a la causa y destruir a
los vampiros. Suspiró. Pensamientos de Jenn siempre interrumpían su
concentración.

—Déjenme decirles acerca de este ataque —dijo Sherman—. Entré en el


congelador por algunos cultivos. Entonces oí algo romperse y estrellarse, así
que me escondí allí hasta que todo se quedó en silencio y parecía seguro.
Cuando salí —bajó la voz—. Todo el mundo…estaba muerto.

Antoni miró Jamie, que apretaba la mandíbula con fuerza. Leyó el lenguaje
corporal del irlandés: Muertos como vamos a estar si seguimos esta puta
excursión. Muertos, como los tres cazadores. ¿Ellos lo estaban creando?

Herman olfateó y se limpió la nariz con otro tejido. Estaba luchando


contra algún tipo de infección. Para los sentidos de vampiro de Antonio eso
era ofensivo. La infección de la sangre contaminada, y el olor era repulsivo
para los vampiros. Holgar se torció incómodamente en su asiento, y Antonio
no podía dejar de preguntarse si el hombre lobo lo olía también. Que la
infección pudo haber sido lo que salvó la vida del científico durante el
ataque más reciente. Ningún vampiro hubiera bebido de él voluntariamente,
y ellos probablemente estaban más ocupados drenando a los demás para
ir a buscarlo en la nevera y presionar su cuello.
Antonio bajó la cabeza y tosió en su mano. La mera idea de la
alimentación fue lo que le causó el cambio. El medio escuchó al Dr.
Sherman continuar explicando sobre el virus. Si era real y servía, la
humanidad podría ganar la guerra. ¿Y luego qué? Tan seguro como Antonio
estaba de que el sol seguirá saliendo y poniéndose, estaba seguro de que,
si se le daba una oportunidad, Jamie usaría el virus para matarlo.

No si yo lo mato primero. La idea creció en él como lo había hecho


muchas otras veces, pero esta vez tuvo un mayor esfuerzo para disiparla.
Un día, el impetuoso irlandés podras hacer un movimiento en contra de él
o de Holgar, y ¿entonces qué?

El sacerdote comenzó a hablar, y Antonio se obligó a prestar atención.

—Cuando llamé por teléfono a su maestro para decirle que ustedes y el


Dr. Sherman habían llegado, me dijo que les dijera que salieran en tres
horas, y que deben estar preparados.

—¿No podemos descansar y salir mañana por la noche? —pidió el científico


. Miró a los otros—. He pasado por muchas cosas.

—No queremos perder el tiempo —respondió Antonio rotundamente.

El hombre parecía demacrado, y Antonio se preguntó lo enfermo que


estaba.

—Pero sin duda, un par de horas más no harían daño. Podríamos atacar
mañana por la tarde temprano. —El Dr. Sherman hizo hincapié en la
palabra ―atacar‖ como si estuviera tratando de sonar como alguien en
operaciones especiales.

Antonio no podía entender por qué llevarlo con ellos. Se suponía que
tenían que hacerlo, pero rayaba en lo absurdo.
Antonio miró hacia Eriko, esperando que el cazador lo respaldara. Fue
Jamie, sin embargo, quién se encontró con sus ojos. El irlandés sonrió
tristemente.

—Junto a ti, España —murmuró Jamie.

OAKLAND, CALIFORNIA

JENN Y HEATHER

Jenn miraba por todas partes, las colinas de Oakland estaban cubiertas
con capas de niebla blanca. Ocho kilómetros al este de San Francisco,
Oakland compartía los mismos patrones de clima, incluyendo la densa
niebla. Esta niebla se había puesto tan pronto como la lluvia había cesado,
cubriendo el paisaje con un manto blanco. Serpenteando sobre las colinas,
las casas antiguas de Oakland, algunas de ellas victorianas, todas de ellas
bien mantenidas, alineadas en las calles estrechas. Si bien la mayoría de la
ciudad había sido abandonada años antes debido a las pandillas, las casas
en las colinas habían mantenido su valor y estatus.

Jenn y su padre se habían estacionado en un pequeño estacionamiento


donde los viajeros del área de la bahía podrían reunirse y amontonarse en
un coche por las acciones de paseo a la ciudad. El lote estaba desierto,
con toda esa gente queriendo llegar a casa antes del anochecer, Jenn no
los culpaba.

La sensación de aislamiento era casi abrumadora cuando ella y su padre


salieron de coche y comenzaron a subir una pendiente pronunciada. Jenn
respiró profundamente el aire frío y después de un minuto se volvió y
miró hacia abajo para admirar la vista. Pero el resto de Oakland y la
misma bahía estaban oscurecidas por la espesa niebla.
Incluso su coche, a un centenar de metros de distancia, había sido
devorado por ella. Como un fantasma, vino la idea, lo prohibido.

Ella había extrañado la niebla y la frescura del aire. Ella había extrañado
un montón de cosas de su casa. Tantas veces había soñado con lo que
sería estar de regreso. Pero en sus sueños Papa Che estaba vivo,
saludándola como un héroe, como una igual. En sus sueños no había
vampiros… excepto Antonio.

Ojalá hubiera podido decirle a Heather sobre Antonio, que estaba


enamorada, y que el chico era hermoso, fuerte y cariñoso. Jenn no podía
decirle a ella que Antonio era un vampiro. No podía decirle a alguien de
su familia. Sería simplemente confundir el asunto y causar que se
pregunten las causas mucho más. A su lado no podía permitirse que,
especial y no más que un vampiro, ni siquiera era su novio, o algo así.

La verdad era que nadie sabía por qué Antonio tenía fuerza para hacer lo
que hizo. Antonio estaba convencido de que era Dios. Jenn no lo sabía. Lo
que sabía era que nadie, ni siquiera Antonio, había oído hablar de
cualquier otro vampiro que hubiera traicionado a su clase y peleado por el
bien.

Tropezó con un pedazo de acera desigual, un recuerdo del terremoto del


89. Recuperó su pie y se sacudió mentalmente. ¡Enfócate! Se asuntó cuando
noto la división en zonas de esa manera. Sin embargo, por lo menos era de
día, pero no era bueno al mismo tiempo. Especialmente cuando su padre
caminaba junto a ella y había prometido protegerlo.

Miró a su padre mientras subía la colina al lado de ella. Estaba tenso.


Tenía las manos apretadas en los puños, y un pequeño músculo en la
mandíbula sufrió un espasmo en repetidas ocasiones. Él estaba tomando
un riesgo enorme para ayudar a la familia de su amigo, y tenía miedo.
Sabía lo difícil que tuvo que ser para él.
—Estás haciendo lo correcto, papá —dijo ella, con cuidado para mantener
su voz apenas en un susurro. A pesar de que era temprano antes del
atardecer, nunca se sabía que simpatizante del otro lado podría estar
escuchando.

—Espero que sí —murmuró.

Pasaron junto a más grandes, lujosas casas, la niebla se arremolinaba a su


alrededor, ocasionalmente revelando trozos del pan de jengibre de la Reina Ana,
setos privados, y, en un caso, dos leones de piedra gris flanqueaban un camino
empedrado. Era como ver mezcladas piezas de un rompecabezas. Entonces la
niebla descendió en serio, oscureciendo todo.

Su padre se detuvo. Extendió la mano y puso su mano sobre una cerca


blanca y se quedó por un momento, como perdido en sus pensamientos.

—No hay otra manera —se quejó.

—¿Qué es? —preguntó Jenn, explorando la calle a su alrededor en busca de


algún signo de que estuvieran siendo observados. Se esforzó con todos sus
sentidos. Todo lo que vio fue blanco sobre blanco sobre blanco—. ¿Papá?

Su padre abrió de golpe la puerta. Ella se mantuvo en alerta máxima.


Tenía que protegerlo. No podía permitir que nada le pasara.

Desde la dirección en la que habían llegado, oyó el sonido de pisadas de


zapatos contra el hormigón. Alguien corría hacia ellos.

—Son…pensé que estaban reunidos en el interior —murmuró su papá.

—¡Papá! Atraviesa esa puerta —dijo entre dientes.

—Yo…oh, Jenn…

—¿Papá? —Algo iba terriblemente mal—. ¿Papá?


Él volvió a gemir. El corredor invivible seguía llegando, pisadas más duras y
más fuertes. Alarmada, Jenn deslizó una estaca fuera de su aljaba con la
mano derecha. Se suponía que los cazadores no mataban seres humanos.
¿Y si era un espía o un centinela? ¿Qué si ellos conocían a su padre,
debido a su trabajo? Ella envolvió los dedos alrededor de la estaca. Con el
deseo de tener un arma de fuego. La adrenalina corrió a través de ella,
haciendo estallar sus sentidos, aumentando su consciencia.

Su padre entró por la puerta abierta. Llegó junto a él, pero la niebla lavó
entre ambos, ocultándolo de su vista.

—Papá, tenemos que salir de aquí —dijo, girando de nuevo alrededor de la


figura que había llegado. El sonido se hizo más fuerte. Alguien estaba
deliberadamente en dirección a ellos. Los latidos de su corazón se aceleraron.
Podría ser simplemente un corredor. Pero, ¿quién iba a correr en un banco
de niebla?

—No. Lo prometí —dijo.

—Papá, espera. No vayas a ninguna parte.

Ella esperó, en equilibrio, los músculos zumbando. Oía los silenciosos pasos
detrás de ella y las fuertes pisadas de la carrera hacia su persona.

Jenn plantó los pies y se preparó para la batalla.

Más cerca.

Jenn levantó su estaca en alto, medio corriendo a través de ella. ¿Qué pasa
si se trataba de un policía con una pistola? ¿O un soldado con una Uzi?
¿Qué pasa si esta casa era un lugar de encuentro conocido por la
Resistencia? No podían ser capturados. Su padre no podía ser identificado.
Si se le veía con la gente que había matado a su colega, lo iban a matar
también. Y a su mamá y a Heather.
No puedo matar a un ser humano. A menos que esté absolutamente segura
de que estoy en peligro.

Podía oír la respiración entrecortada del corredor y se esforzó por


distinguir una figura. El desconocido estaba a sólo unos pasos, pero la
niebla era demasiado espera para que ella viera quién era.

Deténgase e identifíquese, Jenn quería llamar, pero no podía arriesgarse a


ser oída si hubiera otros.

Más cerca.

Ella apartó el brazo, preparándose para hundir la estaca en el pecho de l


extraño si era necesario, sabiendo que era una violación de todos los votos
que había tomado. Quería gritarle a su padre que corriera. La figura de una
chica apareció de repente frente a ella, y Jenn comenzó a oscilar su estaca.
Entonces vio su cara.

¡Heather!

—¡Detrás de ti! —gritó Heather.

Jenn se dio la vuelta, con el brazo todavía en movimiento. Una mujer se


precipitó hacia ella; Jenn creyó ver un destello de colmillos cuando se
hundía la estaca en su corazón.

—¡Oh, Dios mío, oh, Dios! —gritaba su padre y Heather lanzó un grito.

El horror se apoderó de Jenn. Todavía era de día. Ella acababa de matar a


un ser humano.

Pero en el momento siguiente, la mujer se desplomó en un montón de


remolinos de polvo así como Heather gritaba y gritaba.

¿Vampiro? ¿A la luz del día?


Cinco vampiros más, con sus ojos brillando en la niebla, la enfrentaron. Su
padre se lanzó a su derecha, lanzando una mano apretada sobre sus ojos
y la otra en el pecho. Detrás de ella, Jenn podía oír el sonido familiar de
las sibilancias cuando Heather sucumbió a un ataque de asma.

Jenn dio un paso atrás cuando los vampiros se desplegaron, avanzando


hacia ellos.

Vampiros. A la luz del día.

Ella parpadeó

—¿Cómo…?

Un hombre alto-deportivo de clásico aspecto de vampiro inclusive el cabello


peinado hacia atrás y el manto negro —le sonrió—. ¿Sabes lo maravilloso
del espesor de la niebla de San Francisco? Difunde la luz del sol para que
no nos toque.

¿Niebla? ¡Niebla! Es por eso que San francisco es una fortaleza. Es por eso
que los vampiros están corriendo como salvajes. Y la gente… su mirada se
clavó en su padre, de pie con los hombros caídos y las manos cubriendo
sus ojos como-un-niño-de-dos-años-de-edad que no quería ver algo que lo
asustaba. ¡El pueblo lo sabe!

Ella lanzó un frasco de agua bendita con tanta fuerza que se rompió
contra la frente del aspirante de Drácula. Aulló y comenzó a arañar sus
ojos. Tres de los demás vampiros se echaron para atrás, mientras que el
quinto, un hombre rubio delgado, llegó a Jenn. Sus manos volaron a sus
bolsillos. Con la izquierda lanzó una botella de aceite de oliva que había
sido bendecido por el Papa en el suelo delante de ella. Un momento
después el aceite se incendió al mismo tiempo que el vampiro se abalanzó
sobre ella. Él chilló cuando las llamas envolvieron sus zapatos y
pantalones.
Cayó al suelo y trató de rodar para apagar las llamas, pero sólo logró
capturar el pantalón de su compañero ciego con el fuego también.

—¡Papá, Heather, corran! —gritó Jenn, el corazón palpitándole en el pecho.


Sólo tenía otro frasco de aceite, y pronto el fuego se extinguiría en la tierra.

Había tres vampiros a la izquierda, y de la forma en que la miraban en


silencio, con paciencia, sabía que eran los más inteligentes del grupo.

Jenn sacó otra estaca de su bolsillo y la agarró con fuerza. Sus manos
estaban resbaladizas por el sudor, y hasta podía oler el hedor del miedo
saliendo de ella.

Su mente se deslizó de vuelta a España, a la iglesia en llamas, su vacilación…

¡Basta ya! Eres mejor que eso, mejor que esto.

Las llamas envolvieron los dos vampiros heridos, que pronto se redujeron a
polvo. Sus compañeros estaban imperturbables.

Tomó la botella de aceite restante y lo estrelló contra la valla de madera que


rodeaba el patio. Jenn encendió otro fósforo y lo dejó caer, y una llama
saltó a la vida. Impulsado por el aceite, el fuego ardía caliente y rápido.
Pronto rodearía a los vampiros.

Ella dio un paso atrás. Uno de los tres vampiros, una mujer de aspecto
mayor, miró incómodamente la valla quemándose. Jenn excavó por más
estacas de su cargamento en los bolsillos de los pantalones y se arriesgó a
echar un vistazo a su padre, que estaba congelado por el miedo. Alguien
los había traicionado.

—¿Están las personas que necesitamos ayudar en la casa? —Le gritó a él.

Él meneó la cabeza lentamente. Ella nunca había visto esa extraña


expresión en su rostro, o de cualquier otra persona-vergüenza, miedo…odio.
Ella sacudió la cabeza, perpleja.

—Nunca hubo nadie dentro de la casa —dijo, su voz apenas lo suficientemente


alta para oírse sobre las llamas.

—¿Qué? —preguntó, aún más confusa.

—Él dijo, nunca hubo personas dentro de la casa. —Una voz gutural
femenina susurró a sus espaldas.

Jenn se dio la vuelta y se encontró cara a cara con el mal. Lle vaba un
hundido jersey de cachemira de color rojo y pantalones de cuero negro que
abrazaba sus piernas. Pelo negro caía por su espalda, y se veía como una
mujer fatal de una película antigua de cine negro. Sólo que esta muj er
tenía un malvado aspecto, colmillos y una súper fuerza. Sostenía a Heather
por el cuello con una mano. Jenn vio cómo su hermana luchaba
débilmente contra su agarre, contra la falta de aire.

—Heather —dijo Jenn con voz ronca, extendiendo la mano—. Oh, Dios,
Heather.

Con los pies apenas tocando el suelo, Heather la miró con sus enormes
ojos azules. Su boca se movía, pero las palabras no salieron.

—Sólo hay vampiros en ésta casa —dijo la mujer, sonriente.

—Eso no es… verdad —dijo Jenn, desesperadamente tratando de averiguar si


podía estacar a la maldita antes de que ella matara a Heather. Se
preguntaba si la gente en la casa estaban vivos, o si fueron asesinados en
el ataque sorpresa.

La maldita ladeó la cabeza. Sus ojos brillaban a través de la niebla


cuando Jenn seguía cada uno de sus movimientos, su formación de
cazador volvía a ella a pesar de su terror. Una barra, un bocado, y Heather
podría estar muerta.
—No importa. Papi querido dijo que ibas a ayudar a algunas personas. Y lo
estás haciendo. Ella, me imagino —dijo el vampiro, dando a Heather una
pequeña sacudida. Heather gimió.

—Papá, ¿de qué está hablando? —exclamó Jenn, sin apartar los ojos de su
hermana y la Maldita.

Se hizo el silencio.

—Dile —dijo el vampiro—. Sobre el trato que has hecho.

Más silencio.

—¿Qué trato, papá?—preguntó Jenn.

La voz de su padre, temblaba tanto que apenas podía oírle cuando habló.

—Jenn… Jennifer… tenía que salvar a Heather. Lo hice porque ellos dejarían
a ella a tu madre y a mí solos.

—¿Qué les prometiste a cambio? —exigió Jenn, mirando a los vampiros,


escuchando como Heather tenía dificultades para respirar.

—Dile a ella —insistió el vampiro. Le sonrió brillantemente a Jenn.

Hubo otro silencio, esta vez mayor que los anteriores.

Cuando finalmente habló, la voz de su padre era fría y distante

—A ti. Yo les prometí estregarte.


Traducido por Dyanna

Corregido por hanna

En la oscuridad y segura,

Por la escalera secreta, disfrazada~

¡Oh, dichosa ventura!~

En la oscuridad y ocultada,

Mi casa estará ahora descansando.

—St. John de la Cross,

Decimosexto siglo místico de Salamanca.

20
Hel (o Hela) Diosa de la Mitología Nórdica
Traducido por Selene

Corregido por hanna

osotros somos los Cazadores. Inmersos en la tradición de una época en

que los vampiros eran considerados una amenaza local, no una global,

los Cazadores fueron entrenados por sus amos y sobre el grupo de Malditos, o de

los Maldecidos, que amenazaban a la ciudad natal de los Cazadores, el pueblo, o

la tribu. En la flor de nuestra juventud servimos a nuestro pueblo ―y sólo nuestra

gente―, sólo un Cazador aislado, venerado, y recompensado.

Ahora eso ha cambiado.

—de los diarios de Jenn Leitner

M ADRID

ANTONIO, HOLGAR, JAM IE, ERIKO, SKYE, Y DR. M ICHAEL SHERM AN


De acuerdo con el contacto del Padre Juan, los vampiros que les habían robado el
virus habían creado su propio laboratorio bajo la Biblioteca Nacional de España,
en el Paseo de Recoletos. La biblioteca fue fundada por el rey Felipe V en 1712,
medio millón de libros habían sido confiscados a los civiles durante la guerra civil
española solo en la década de 1930, encerrados dentro de sus bóvedas para ser
preservados estaban los valiosos textos de los estragos de la guerra. Antonio le
había contado a Skye mucho sobre la historia de la zona, un cepillado ligero de
su propia historia personal.

Skye compartió su inquietud sobre la misión con Antonio: si los Malditos eran
tan descarados como para establecer un laboratorio en el sub sótano de un
edificio público, ellos tenían que tener amigos en puestos influyentes. Por lo que
ella sabía, esta "misión" podría ser una trampa, para deshacerse del espinoso
problema de tener un equipo español de Cazadores. Junto al padre Juan, Skye
había lanzado las runas y consultado otros numerosos arcanos, en busca de
augurios para predecir el resultado de su misión. Ni ella ni el extraño hombre
santo, que era tan versado en los asuntos de la Orden habían sido capaces de
averiguar que les esperaba a los Cazadores en el almacén. El padre Juan se
disculpó, y le aseguró que iba a orar.

Pero Skye era una hija de la diosa y nunca había tenido muchas razones para
creer que el Dios cristiano iba a interceder en su favor.

Y así, ella había recurrido a. . . otros lugares, en busca de ayuda. Pero no hubo
respuesta, ninguna, y le preocupaba que al alejarse del círculo sagrado de su
grupo, ella podría haber revelado demasiado sobre los planes de los Salamanca y
los hiciera aún más vulnerables.

El sentimiento de culpa, casi hizo que le contará todo al Padre Juan, en busca de
la absolución en caso de que ella muriera. Pero su miedo la mantuvo en silencio,
y decidió que se llevaría sus secretos a la tumba.

Holgar dio un silbido bajo de admiración al entrar en el edificio, que en la mente


de Skye se asemejaba a un templo griego. La acumulación enorme de
conocimiento era asombrosa. La enorme biblioteca albergaba libros raros que
tenían siglos de antigüedad, y Skye estaba segura de que muchos de los
tentadores libros de hechizos que las brujas creían perdidos estaban escondidos
por el gobierno español que los había considerado demasiado peligrosos para su
pueblo.

Y hablando de peligro...

Armas ocultas bajo sus ropas ―cortas espadas envainadas bajo sus voluminosos
abrigos, los ingredientes para disfrutar de un cóctel de Molotov pegado a sus
piernas― los Salamanca y sus "civiles", el científico con mal aliento, pasando a
través de pilas y pilas de volúmenes encuadernados de color burdeo y del cazador
verde, con títulos estampados en oro. Skye no podía dejar de preguntarse si
alguno de los libros contenía las pistas que podrían ayudarla a combatir esta
secreta guerra. ¿Alguno de ellos siquiera menciona la palabra "vampiro" no
inmediatamente vinculados a la palabra "mito"? Las historias de lo que había
pasado ―la verdadera historia― todavía estaba por escribirse.

Ella había sido pequeña cuando los Malditos habían hecho sentir su presencia.
Ella recordaba sentirse sorprendida, asustada y fascinada al mismo tiempo. Fue
una de las únicas veces que sus padres le permitieron tener la televisión
encendida en casa. Ellos le dijeron que era sólo para mantenerse al corriente de
las noticias importantes del mundo terrenal y no para pudrir su cerebro.

Un grupo de vampiros había convocado a una conferencia de prensa en el edificio


de las Naciones Unidas en Nueva York. Su líder era el increíblemente guapo
Solomon. Allí, a la vista de todo el mundo, Solomon había revelado la verdad
sobre su especie. Bueno, una versión de la verdad, en todo caso. Con algunos
otros él se había mostrado con sus brillantes ojos y con sus colmillos frente a las
cámaras, mientras juraban que los vampiros sólo se alimentaban de sangre
animal, que generalmente era obtenida de las carnicerías y rara vez de los propios
animales. Tenían que parecer civilizados. Ellos hablaban de paz, de un mundo
profundamente dividido, y cómo había llegado el momento para que todos se
unieran en un espíritu de armonía.
Lo que más recordaba, sin embargo, fue que mientras ella y su hermana habían
quedado choqueadas, sus padres no parecían sorprenderse. Desde entonces
especulaba que ellos sabían de la existencia de los Malditos desde mucho antes.

Skye miró hacia Antonio, que estaba tranquilamente caminando junto a Eriko
bajo las luces fluorescentes. Los vampiros dijeron que querían vivir en paz, pero
él era el único que había demostrado cada vez que podía que vivir y trabajar con
los seres humanos era posible. Él era fascinante, y a menudo ella oraba porque él
y Jenn pudieran encontrar la felicidad juntos.

Holgar era incluso más exótico. Ningún grupo de hombres-lobo se había


presentado, en la forma en que los Malditos habían anunciado su existencia y
que también querían vivir en paz. A pesar de su vida como una Bruja Blanca, y
de la celebración de la naturaleza como algo sagrado, incluso después de que
Holgar se presentara en la academia, a Skye se le había hecho difícil aceptar que
los hombres lobo eran reales. Ellos se las habían arreglado para mantener su
existencia oculta, ocultando sus formas de los seres humanos y muchas veces
sus identidades. Los hombres lobo eran cambiadores de forma, y durante la luna
llena Holgar se transformaba en una bestia peluda.

Incluso cuando era humano, tenía extraños hábitos ―deslizar sus uñas sobre sus
enemigos como si fueran garras, beber de los arroyos mojando su rostro en el
agua y chapotear con su lengua, para después dar un gruñido que nacía desde
su cuerpo y que parecía hacer vibrar el aire a su alrededor.

Antonio siempre había actuado como una persona. Esa había sido la forma en
que los vampiros siempre habían dado una falsa sensación de seguridad― porque
no se ven diferentes. Los vampiros atraen groupies, clubs de fans, mujeres de
mediana edad y jóvenes se desmayan sobre ellos. ¿Personas que h abían
aumentado sus colmillos y se ponían ojos brillantes? Eso los hacía parecer algo. .
. retorcidos. ¿Personas convirtiéndose en monstruos? Eso era algo que temer.

Al principio Skye había tenido miedo de Holgar. A diferencia de Antonio, que era
difícil de leer. Su sonrisa fácil y amplia ocultaba algo oscuro que la asustaba.
Antonio había sido convertido cuando era un hombre joven y tenía recuerdos de
lo que era ser humano. Holgar había nacido como un lobo y no sabía nada de
cómo era la vida para aquellos que no lo eran.

Ella había aprendido, sin embargo, a leer su lenguaje corporal y cómo reaccionar
ante él. Se había sentido como una idiota al principio y, ocasionalmente lo
acariciaba como si fuera un perro, murmurando banalidades. La primera vez que
accidentalmente le dijo que era un buen muchacho, se había sentido mortificada.
Sin embargo, en lugar de enojarse él había rozado su brazo contra el suyo en lo
que ella interpretaba como una señal de afecto. Eso era lo que Jamie no entendía
de Holgar.

Jamie estaba constantemente tratando de menospreciarlo y se refería a él como


un animal. Para Holgar eso no era un insulto.

Se quedó cerca de su pareja cuando el Salamanca se movió hacia el lado


izquierdo de la sala de lectura cavernosa, más allá de una hilera de mapa mundis
arcaicos decorados con caritas que soplaban los vientos a través de los océanos.
Ajenos a que los cazadores caminaban entre ellos, la gente estaba sentada en las
mesas de madera oscura de lectura, abrigos y bufandas cubrían las sillas. Dos
niños se reían mientras jugaban un juego de video portátil, cuando una anciana
los miró y se aclaró la garganta. La biblioteca cerraría pronto, tenían suerte de
que estuviera abierto por la noche y podrían caminar solos por allí.

Junto a ella, Skye sintió a Holgar tensarse.

―Tranquilo ―le susurró, poniendo una mano sobre su brazo, sintiendo la


vibración de sus músculos contra sus dedos―. ¿Qué es?

―Miedo. Este lugar apesta a ello ―aspiró el aire e hizo una mueca.

―Como la mayoría de los lugares en estos días ―sonrío tristemente.


―Nej, min lille heks21, no de esta manera. ―Él estaba cambiando al danés,
llamándola su pequeña bruja―. Algo está podrido, y no es el estado de
Dinamarca. ―Y ahora él estaba citando a Hamlet. Su tensión se transmitía hacia
ella.

―Yo también lo huelo ―dijo Antonio en voz baja, moviéndose al lado de ellos―.
Algo es diferente aquí.

―¿Qué? ―preguntó Skye.

―Sangriento infierno, ¿no es obvio? ―susurró Jamie, dándose la vuelta para


mirar alrededor de ellos.

Skye negó con la cabeza.

Eriko ya estaba varios pasos delante y, o bien no los oyó o no le importó ser
parte de la conversación.

―¿Por qué no nos iluminas, irlandés? ―dijo Holgar con un gruñido.

Jamie asintió con la cabeza hacia un grupo de estudiantes universitarios


estudiando sobre la pila de libros de texto de matemáticas e interrogándose unos
a otros alguna que otra pregunta ocasional.

―Una reunión de la Resistencia.

―¿Qué? Ellos están estudiando ―argumentó Skye.

―Eso es lo que parece ―dijo Jamie―. Pero ellos también están comunicándose.

Skye observó a una chica pálida, con su cabello negro hacia atrás con una cinta
escarlata escribiendo algo en su cuaderno, y el hombre de piel oscura al lado de
ella, con una sudadera de fútbol del Real Madrid, echó un vistazo. Real Madrid

21
No, mi pequeña bruja
golpeó dos veces con el lápiz sobre la mesa. Un chico con una banda para la
cabeza asintió con la cabeza casi imperceptiblemente y luego borró lo que fuera
que había escrito.

―Lindo ―dijo Holgar con admiración.

Skye miró alrededor de la biblioteca con nuevos ojos. Había un montón de


lectores solitarios en las mesas y en sillas acolchonadas, pero otros se agruparon
en grupos de tres y cuatro. ¿Cuántos de ellos estaban orando por un milagro y
arriesgaban sus vidas para que algo les ocurra a los demás? Ella sacudió la
cabeza con asombro.

―No vamos a llamar más la atención de ellos ―dijo Antonio, empujándolos hacia
adelante para seguir a Eriko, que estaba casi fuera de vista.

El resto lo siguió y Skye trató de mantener sus ojos en el suelo para no fijar su
vista en un sólo grupo de personas. Ella movió las manos lentamente. No era
exactamente un hechizo desvanecedor, los cazadores todavía eran visibles. Sin
embargo, si funcionaba se aseguraría de que la gente no estuviera interesada en
ellos cuando los viera.

El encantamiento que Skye había practicado con su familia crecía con el tiempo,
habían sido más débiles en comparación con los que había hecho desde su
llegada a Salamanca. Ella pasó todo el tiempo que pudo con el padre Juan,
aprendiendo nuevos hechizos, hechizos defensivos. Él incluso le había enseñado
un par de hechizos para atacar, pero tenía demasiado miedo de usarlos. Fue un
error, pero eso era lo que su educación le había enseñado. Sin embargo, cuanto
más tiempo pasaba y más vampiros aparecían, ella se preguntaba si esto era
sobre lo que sus padres hablaban.

¿En qué crees Skye? Hay días en los que ella no estaba segura.

Finalmente alcanzaron a Eriko en la parte posterior del edificio, ella estaba


examinando una pared de madera lisa. Un librero alto ocultaba a los cazadores
de los demás en la biblioteca, que se agrupan a su alrededor. La Cazadora
extendió su mano y acarició la madera lisa y oscura.

De acuerdo con su contacto había un pasaje secreto en la pared que conducía a


las cámaras bajo la biblioteca. Skye apenas podía mantenerse quieta. ¿Qué pasa
si tenían una alarma contra robos? ¿O si una alarma sonaba en secreto debajo de
las escaleras, alertando a los Malditos de su entrada?

―¿Dónde está? ―susurró Jamie.

Skye agitó la mano haciendo un hechizo de revelación, pero no funcionó.

―Puedo oler la diferencia en el aire ―insistió Antonio―. Tiene que estar aquí.

―Estoy de acuerdo ―agregó Holgar. Dio un paso adelante, y puso su nariz en la


pared, presionando su cara contra ella, por lo que su nariz estaba aplastada. Él
ladró suavemente.

Skye lanzó una rápida mirada alrededor para asegurarse de que no estaban
llamando la atención. Afortunadamente, no había nadie más a la vista. Holgar
caminó lentamente, olfateando como un perro. Finalmente se detuvo y respiró
hondo varias veces en un mismo lugar y luego dio un paso atrás

―Es aquí―dijo, trazando con el dedo una parte aparentemente lisa de la pared―.
Ésta es la apertura.

―¿Estás seguro? ―le preguntó Michael, con una voz muy fuerte en el silencio que
los rodeaba.

Skye saltó. Casi había olvidado que el científico un poco nerd estaba con ellos.
Había seguido sumisamente tras ellos en silencio.
―Ja22 ―dijo Holgar.

El hombre frunció el ceño.

―Pero yo no veo nada.

―Confío en su nariz ―espetó Jamie―. Si él dice que está aquí, está aquí.

Skye estaba impresionada de que Jamie estaba confiando en Holgar, sobre todo
teniendo en cuenta que Jamie no confiaba el resto del tiempo en Holgar en
absoluto.

―El padre Juan dijo que había un resorte oculto ―les recordó Eriko―. La puerta
se abre con presión.

―¿Alguien sabe dónde? ―Michael nerviosamente subió sus gafas.

―Vale, vale 23 ―murmuró Antonio, mientras se ponía de rodillas y pasaba los


dedos por la base de la pared―. Hay una ligera depresión aquí. No puedo verla,
pero la siento.

―Pues empuja la maldita cosa ―instó Jamie.

Antonio lo hizo.

Una sección de la pared se deslizó en silencio para revelar la intensa y


amenazadora oscuridad.

Y el mal, Skye pensó con un estremecimiento.

OAKLAND

22
Sí.
23
Español original
JENN, HEATHER, Y AURORA

Jenn se volvió hacia su padre en estado de shock. No podía ser cierto. Su padre
nunca la habría tentado a venir aquí para ser asesinada. Sin embargo, el
sentimiento de culpa estaba escrito en su rostro.

―Te perdí hace mucho tiempo ―dijo―. Al final, fue la decisión correcta.

Ella quería gritar y arremeter contra él. Pero ella era un Cazador, y estaba viendo
cuatro vampiros a su alrededor. Temblando de horror, se tragó la bilis y se obligó
a evaluar la situación. El fuego había consumido toda la madera empapada de
aceite. El resto de la cerca había absorbido demasiada humedad de la niebla para
quemarse. Los vampiros tras ella estaban cerca de atacar.

Y su padre fue poco a poco retrocediendo, abandonándola a ella y a Heather, la


hija a la que él había obligado a hacer todo esto.

¡Piensa, Jenn!, se ordenaba ella misma, mirando de nuevo a los vampiros que
tenían a Heather. La mujer de pelo negro emanaba poder, y Jenn sabía por
instinto que ella era mucho más peligrosa de los tres vampiros juntos tras de ella.

―¿Qué haces tan lejos de tu hogar y de tu equipo, pequeña Cazadora? ―susurró


la mujer.

Jenn levantó la barbilla en desafío.

La mujer apretó la garganta de Heather.

―Jenn ―chilló Heather involuntariamente.

―Jenn, ¿verdad? ¿Sólo Jenn? ―se burló el vampiro.

Jenn sintió como su cara se sonrojaba. Se decía a sí misma que los Malditos no
podían leer sus pensamientos, no sabía cómo se llamaba a sí misma.
―¿Y quién es a la que voy a tener el placer de estacar? ―preguntó Jenn, obligando
a su voz a sonar valiente.

La Maldita se echó a reír.

―Bueno, tu puedes intentarlo tienes a Nick, Dora, y Kyle detrás de ti. Sin
embargo, si quieres saber mi nombre, te costará.

A Jenn no le gustó eso. Ellos fueron entrenados para no entrar en una discusión
con los vampiros. Era peligroso. No sólo podían hipnotizar a la gente, sino que
también podrían distraerla mientras que otros se deslizaban detrás de ti.

Al igual que los tres que estaban detrás de Jenn. Sin embargo, creía que ellos no
harían su movimiento hasta que la mujer delante de ella lo mandara. Así que
Jenn se mantuvo de espaldas a ellos y se enfrentó a su verdadero adversario, el
que estaba amenazando a su hermana.

―¿Que me costaría? ―preguntó Jenn, cuidando de no mirar a aquel Maldito


directamente a los ojos para no ser encantada. Jenn quería ganar tiempo,
mientras trataba de encontrar la manera de que ella y Heather salieran de este lío
con vida. El ataque contra un rival sin un plan era un suicidio.

―Mucho.

Algo frío y duro se estableció en el estómago de Jenn. Ella y Heather iban a morir.
No había una forma de salir de esto. No podía hacer nada para detenerlo. Ella era
una Cazadora, con pocas armas, contra cuatro vampiros y un humano que la
había traicionado. Se metió las manos en los bolsillos y sacó dos pequeñas
cruces.

El vampiro le sonrió, entonces movió una de sus manos libres, de repente uno de
los Malditos que había estado tras Jenn apareció frente a ella. Jenn se aprovechó
de su propia sorpresa para saltar hacia atrás, y luego se dio la vuelta y lanzó las
cruces en los ojos de los dos restantes vampiros, tomándolos por sorpresa.
Ellos cayeron al suelo, gritando y con humo saliendo de sus ojos quemados. Eso
no los mataría, pero si aminoraría su velocidad, dándole el tiempo que ella
necesitaba.

Jenn giró sobre su pie izquierdo y lanzó las cruces a su líder y al otro vampiro. El
chico levantó la mano y golpeo ambas cruces soltando un aullido de dolor.

Un rayo de luz atravesó la niebla y cayó al suelo justo delante del pie de la mujer.
Ella se sacudió y saltó hacia atrás. La niebla se estaba adelgazando, pocos ejes de
luz comenzaron a abrirse en varios lugares. El sol se ponía, y una vez que lo
hiciera, todo estaría perdido.

Jenn saltó hacia adelante, como un tigre terminando su matanza. Todo lo que
tenía que hacer era llevar al vampiro a uno de esos rayos de luz.

La mujer gruñó y lanzó a Heather como si fuera una pluma hacia el hombre con
la mano quemada. Este atrapó Heather y la echó sobre su hombro.

―¡No! ―gritó Jenn―. ¡No!

―¡Jenn, ayúdame! ―gritó Heather, agitando y pateando―. ¡Oh, Dios mío!

―Vamos, Nick. Es hora de irnos ―dijo la mujer.

―Espera, dijiste que dejarías a mi hija ―llamó el padre de Jenn que estaba
afuera, con los brazos levantados hacia Heather. Su hija... como si Jenn no
fuera...nadie.

―Sé agradecido yo te estoy dejando a salvo ―disparó la mujer de vuelta.

Jenn sacó el juego de cruces restantes de su bolsillo y lo arrojó a uno y después


al otro, pero la mujer los esquivó con facilidad. Ella sonrió a Jenn, y la sangre de
Jenn se convirtió en hielo.
―Si quieres a tu hermana, ven por ella. Ella estará esperando por ti en Nueva
Orleans. De lo contrario, voy a convertirla yo misma en el Mardi Gras. Nos vemos.
Es decir, si Dora y Kyle no te matan primero.

Y entonces ella, Nick, y Heather desaparecieron en la niebla.

Jenn abrió la boca y dio la vuelta. Los dos vampiros estaban cegados pero
estaban recuperándose sobre sus pies, sus ojos aún no se habían recuperado.
Silbaban furiosamente. Su padre se echó a correr hacia el coche y Jenn lo dejó ir.

Estaba fuera de juego. Ella agarró la parte quemada de la valla, pero se deshizo
en cenizas sobre sus manos. Miró a su alrededor, desesperada por encontrar algo
que pudiera utilizar para matarlos. Se estaba quedando sin tiempo ―y de pronto
estaba corriendo.

Tambaleándose, miró a la izquierda y la derecha, buscando un lugar para lanzar


un ataque. Toda su formación había sido lanzada a patadas, sólo se echó a
correr, cambiando de rumbo cada pocos pasos para tratar de mantenerlos
despistados. Los vampiros eran rápidos, pero estos estaban heridos, y ella tenía
solamente unos segundos para escapar, y encontrar un lugar para refugiarse.

Una casa borrosa pasó en la blancura lechosa, luego había unos arbustos, y
luego otra casa. Cortó a través de un césped bien cortado y salió por una calle
diferente. Todo se veía de pronto familiar. Parpadeando volteó hacia la derecha y
comenzó a correr cuesta abajo, que era más rápido y más fácil, pero corría el
riesgo de caer.

¿Dónde estaba?

De repente, se quedó en su lugar. Trestle Glen. Era la calle de su mejor amiga,


Brooke, que había vivido durante años allí. Ella no había visto a Brooke desde
que salió para Salamanca. Ni siquiera había tenido la oportunidad de decir adiós
antes de que se fuera, y habían sido amigas desde la guardería.
Brooke había sido siempre la voz de la razón. En el fondo sabía que no había
llamado a Brooke antes de que se fuera porque Brooke habría sido capaz de
disuadirla.

Jenn comenzó a correr más rápido. A diferencia de su hermana, Jenn podía hacer
un gran esfuerzo físico y ella no tenía el asma que afectaba a Heather. Pensó en
su hermana pequeña y cuando le faltaba el aire después de que ella la
persiguiera. Heather nunca podría sobrevivir a la Academia, no importa cuánto
ellas lo quisieran. Jenn había sido una tonta al pensar por un segundo que
Heather podría soportar los rigores del entrenamiento.

Pero ella tenía el corazón para hacerlo, Jenn discutió consigo misma. Heather le
había salvado la vida, le advertía a tiempo sobre el vampiro que se escapaba por
detrás de ella, dispuesto a matarla, mientras que su padre se quedó en silencio.

Él observaba.

Su furia la inundó al rojo vivo, conduciéndola más y más rápido. Ella había oído
hablar de que esto ocurría, miembros de la familia vendiéndose unos a otros.
Pero nunca había pensado que podría suceder en su familia, no importaba los
problemas que existían. No era la manera de los Leitner. O al menos eso había
pensado. Nada le haría traicionar a su propia carne y sangre.

La niebla seguía presionando, pero se estaba adelgazando rápidamente. ¿Se


disiparía a tiempo para matar a sus perseguidores en coche o en el subsuelo a la
vivienda? Ella esperaba que así fuera, pero lo dudaba. El sol se ponía, ella podía
sentirlo tan cierto como que sentía los latidos de su corazón.

Un corazón que latía por Antonio.

A pesar de que él no podía vencerlos por ella.

Ella estaba enferma de miedo de que nunca lo volviera a ver o a Heather otra vez.
Tendría que hacer todo lo que pudiera para salvarse y a su hermana.
Y para hacer eso, iba a tener que poner en peligro a su vieja amiga.

La casa de Brooke apareció a la vista, y Jenn tuvo un nuevo estallido de


velocidad. Subió de un salto los escalones de la puerta y la golpeó ignorando el
timbre.

Oyó los pasos en su interior, un momento después se abrió la puerta y allí estaba
Brooke, parpadeando en estado de shock. Los grandes ojos verdes de Brooke se
abrieron, y ella dio un grito de alegría.

―¡Oh, Dios mío! Jenn, ¿en realidad eres tú?

Jenn echó sus brazos alrededor de Brooke, ahogando un sollozo que amenazaba
con escapar de ella. Su amiga la abrazó antes de separarse y tirarla hacia el
vestíbulo de mármol blanco y negro. La casa era tan familiar para Jenn como en
la que había crecido y ahora tenía que convertirla en una fortaleza donde pudiera
tomar una posición. En línea recta, una escalera de madera con un corredor
floral llevaba a las habitaciones. A la izquierda estaba el comedor y la cocina, con
un conjunto de escaleras que conducían hasta el garaje. A la derecha estaba la
sala donde habían visto horas de películas, tocaron piano, tuvieron peleas de
almohadas, y contaron sus secretos más profundos. El olor familiar del humo del
cigarrillo de los padres de Brooke se quedaba en el aire.

Una vez fue la mayor preocupación de Jenn el morir de cáncer por ser una
fumadora pasiva. Parecía que una eternidad había pasado desde entonces, al
igual que sus recuerdos eran para Jenn como historias que había escuchado
sobre la vida de otro.

Brooke le apretó las muñecas, tirando de ella hacia la sala, pero Jenn se mantuvo
firme. Ajena a todo, Brooke continuaba tirando de ella.

―¿Qué te pasó? Todo lo que tus padres dijeron era que habías abandonado la
escuela. Yo sabía que no podía ser cierto. Pero no te habrías ido sin decirme algo
o enviarme un mensaje de texto, o llamarme o algo ―dijo Brooke, desconcierto y
dolor se veían en sus ojos.

―Lo siento mucho ―dijo Jenn, mirando hacia atrás por encima del hombro en la
dirección al vestíbulo―. No tengo tiempo para explicaciones. Necesito tu ayuda.

―¿Por qué? ¿Qué está pasando? ―La voz de Brooke se elevó, alarmada.

―No hay tiempo. Sé que era una tontería de venir aquí. Yo no tenía nadie a quien
recurrir, y viniste a mi mente―Jenn estaba balbuceando, pero no lo pudo evitar.
Los vampiros podrían estar afuera de la puerta ahora mismo.

―Simon, algo está mal ―dijo Brooke, arrastrando a Jenn a la sala de estar.

Un hombre alto, flaco, rubio-oscuro de su misma edad, vestido con una camisa
negra a botones y pantalones vaqueros, se levantó del sofá. Brooke se acercó a él,
y él le pasó un brazo por los hombros.

Whoa, Brooke tiene un novio y él es un bombón, pensó Jenn. Algo que era
totalmente inadecuado, pero que le sorprendió.

―Este es Simon. Sy, esta es mi mejor amiga en el mundo entero.

―Hey ―dijo―. ¿Estás bien?

Jenn estaba jadeando, pero respiró hondo y movió la cabeza.

―Estoy siendo perseguida.

―¿Por quién? ―preguntó Brooke alarmada.

―Muéstrame quién es. Y voy a patear el culo ―dijo Simon.

El oxígeno se precipitó en sus pulmones mientras se inclinaba hacia adelante.


Ella sólo necesitaba un momento para recobrar el aliento.
―No puedes ―dijo―. Son vampiros. Sólo estaban como a un minuto de distancia.

Brooke se rió entre dientes y rodó los ojos.

―Bueno, entonces, Simon les pateara en el culo.

―No, no puede ―comenzó a decir Jenn. Entonces se detuvo abruptamente


cuando sus ojos se posaron en el collar que Brooke llevaba. Era un palo con el
corazón apretado en sus garras. Las niñas lo usaban cuando se estaban
ofreciendo como novias de vampiros. Pero Brooke claramente ya tenía novio, y
¿qué... ?

Cerró los ojos con Simon, y él sonrió.

―Oh, no ―susurró Jenn, retrocediendo furiosamente lejos.

―¿Qué pasa? ―preguntó Brooke. Entonces ella miró a su collar―. Es genial.


Simon es genial. Vaya, ¿parece que te lavaron el cerebro mientras estuviste lejos?

Jenn se volvió, rezando para que pudiera llegar a la primera puerta. Algo agarró
su cola de caballo y le dio un tirón lo suficientemente fuerte para tirar de ella
para hacer que se desplomara sobre el suelo.

Ella abrió la boca dejando salir todo el aire que le quedaba. Ella miró fijamente a
Simon y le oyó reír en voz baja. Tal vez estaba saboreando la ironía: había estado
huyendo de los vampiros, y ahora estaba encerrada con uno de ellos.

Saboreando la ironía, la anticipación de una presa fresca.


Traducido por aLexiia_Rms

Corregido por hanna

Nunca más volverás a estar solo

Lo prometemos con sangre y huesos

Así que, acuéstate en paz para descansar

Uniéndote a las filas de los dichosos

Y mientras que estás soñando en la cama

Recuerda que nosotros, los orgullosos no-muertos

Te respondemos en el canto de sirena

En cada vida, al caer la noche


OAKLAND

HEATHER

Heather yacía en la oscuridad y se preguntó dónde estaba. Sus pulmones dolían,


y estaba luchando por cada respiro. Tenía miedo de moverse para conseguir su
inhalador hasta que descubrió lo que estaba sucediendo.

Un pequeño ic24 de olor metálico como papel de aluminio la rodeaba, podía ver
nada más que oscuridad. Se acordó de ser lanzada sobre la espalda del vampiro.
Debía haberse desmayado, porque ella no podía recordar nada después de eso.
¿Cuánto tiempo había estado inconsciente?

Se abrió una puerta, escuchó unas voces. Se mantuvo quieta y trató de escuchar
lo que estaban diciendo.

—Quién sabe por qué ella hace algo, amigo —dijo la voz de un hombre. Sonaba
como un surfista.

—Es un error, burlarse de un cazador de esa manera. —Otro tipo, éste sonaba
más viejo y gruñón—. Y ¿por qué ella arroja el guante y le dice dónde poder
encontrar a su hermanita?

El alivio se apoderó de Heather. Jenn está viva. Jenn sabía dónde estaba, y ella
iba a buscarla, salvarla y matar a la vampira que le hizo esto.

—Debe de tener algún tipo de plan.

—Creo que ella es, simplemente, una idiota imprudente y arrogante.

24
Un circuito integrado (también conocida como IC, chip o microchip) es un circuito electrónico fabricado por la
difusión de patrones de micro elementos en la superficie de un substrato fino de material semiconductor. Los
circuitos integrados se utilizan en prácticamente todos los equipos electrónicos de hoy (ordenadores, teléfonos
móviles y otros aparatos digitales) y han revolucionado el mundo de la electrónica.
—No estoy de acuerdo. Ella es inteligente, más que una persona normal. Más
inteligente que nosotros.

—¿Me estás diciendo estúpido?

—No, hermano, sólo digo que ella es como una especie de genio.

—¡Escucha! ¿Oyes eso?

Se hizo el silencio, y Heather podía oír el sonido de su respiración. Quería tanto


su inhalador, pero no se atrevía a moverse para conseguirlo.

—Esa es la respiración de la chica, amigo.

—¿Qué pasa con ella?

—El asma.

—El asma —dijo el más viejo y gruñón sarcásticamente—. Idiota. Eso es sólo una
excusa para dejar de hacer algún trabajo real.

—No, el asma, como, en serio. Mi hermana tenía. Ella se despertaba en medio de


la noche, como, si se estuviera asfixiando. Mi mamá la llevó a la sala de
emergencias un montón de veces. Pensé que iba a morirse por eso —dijo el
surfista con seriedad.

—¿Lo hizo?

—No, yo la maté. Ya sabes, después de que me convertí.

—Cool.

Heather apretó la mano sobre su boca para no gritar. El terror se apoderó de ella.
¡Jenn, sácame de aquí! rogó en silencio, lágrimas cayendo por sus mejillas.

—Vamos a llevarla al avión y luego buscaremos algo de comer —dijo el mayor.


—Te tienes que ir sin mí. Ella quiere que me vaya con ella a Nueva Orleans.

—De ninguna manera. ¿Tú? ¿Por qué?

—Tal vez piensa que soy sexy.

—Sí, claro.

El suelo cambió de repente debajo de ella, y sentía como que estaba siendo
levantada en el aire. De repente, el piso del ic, donde recargaba su mano, ya no
estaba y luego se detuvo tan abruptamente que sus dientes chocaron con un
tubo y el dolor explotó en su boca.

—Hey, hombre, ¡cuidado!

Luego hubo un movimiento hacia delante, y se dio cuenta que debía estar en
algún tipo de caja.

¡Ellos me van a poner en la carga! Pensó ella, inundándose de pánico. Tal vez si
gritara para pedir ayuda, alguien me escucharía y vendría corriendo. Entonces,
¿qué? Los vampiros sólo atacarían y se pondría peor la situación.

La llevaron hasta lo que parecía una rampa y luego la bajaron. Un rayo de luz
apareció cerca de la rodilla, y vio las rejas. No estaba en una caja, estaba en una
jaula como un animal. Lanzaron una lona negra sobre ella para alejar la luz. Vio
la alfombra beige en el suelo. Por lo tanto, no iba a ir en el almacenamiento de
carga, lo que la alivió un poco. Oyó pasos alejándose, después de exactamente un
minuto.

Buscó su inhalador y lo sacó de su bolsillo. Un par de caladas y el medicamento


comenzó a aliviar la molestia en el pecho y la garganta.

A medida que su respiración se hizo más fácil, otros pensamientos llenaron su


mente. El principal: se preguntaba qué había pasado con Jenn. Lo qué habían
dicho sus captores la llevaba a creer que su hermana estaba viva. Pero ella lo
estaba y, si era así, ¿en qué tipo de forma se encontraba?

Heather se había emocionado cuando vio a Jenn luchar contra los tres vampiros.
Su hermana era increíble, al igual que todos los súper-héroes, pero aún mejor.
Esperaba que ella estuviera a salvo, y mientras deseaba desesperadamente que
Jenn la encontrara y rescatara, una parte de ella estaba aterrorizada de que si
Jenn tratara de hacer eso, entonces, la asesinarían. Heather no podía vivir con la
muerte de Jenn en la cabeza.

A partir de ahí sus pensamientos se dirigieron a su padre, y la rabia la llenó. Si la


muerte de Jenn estaría en cabeza de alguien, sería en la de él. ¿Cómo pudo haber
hecho eso a su propia hija? ¿Cómo pudo hacerles eso?

El cambio en su jaula la hizo estremecerse como un retorcijón enfermo en su


interior. Aguzó los oídos, pero no podía oír nada. El pedazo de la alfombra fuera
de la jaula se mantuvo sin cambios. Sabía, de alguna manera, que la mujer, la
vampira que la había tomado, se acercaba.

Una puerta se cerró, se oyó el sonido de un motor, y un momento después, el


avión se precipitó hacia delante. Siguió así durante unos minutos y luego se
detuvo de nuevo. Los motores hacían un quejido constante, y entonces el avión se
disparó hacia delante. Uno, dos, y luego se elevaban hacia el cielo en un ángulo
inclinado.

Heather se deslizó hasta el fondo de su jaula. Podía sentir los tubos presionando
su espina dorsal, y apretó los dientes. Tras lo que pareció toda una vida, el avión
por fin comenzó a estabilizarse.

De repente, la lona fue arrancada de su jaula, y parpadeó con furia por el brillo
repentino. Ella estaba a bordo de algún tipo de avión de una empresa de lujo.
Miró hacia arriba y vio a la vampira sonriendo hacia ella, con las manos en las
caderas. Sus labios brillaban en un tono rojo, Heather rezaba que se tratara de
lápiz labial.
—Es hora de la comida durante el vuelo —dijo, la lengua lamiendo sus labios.
Sus ojos eran del mismo color que su boca y brillaba con una luz de rubí.
Sonriendo con malicia, dio a Heather un pequeño guiño que envió escalofríos a su
espalda. Luego llegó a la puerta de la jaula.

Heather echó un vistazo a sus colmillos y comenzó a gritar.

M ADRID

SKYE, ERIKO, JAM IE, ANTONIO, HOLGAR, Y DR. M ICHAEL SHERM AN

Frente a la puerta oculta, Skye se echó hacia atrás de la oscuridad.

—No quiero ir ahí —murmuró—. Puedo sentir… algo.

—Puedes hacerlo, bruja —dijo Jamie, encendiendo una linterna e iluminando la


oscuridad—. Mira, no hay ningún villano, al menos nadie que no hayamos traído
con nosotros.

Antonio casi se había hartado de los insultos y las insinuaciones de Jamie. Cerró
los puños y apretó hasta que se cortó la palma con sus propias uñas. El olor de la
sangre no hizo nada para calmarlo. Junto a él Holgar se endureció y le echó un
vistazo rápido, también, reaccionó al olor.

Esto ayudó a que Antonio se relajara, porque, después de todo, Jamie tenía
razón. Ellos eran los villanos. Tal vez ya era hora de dejar de huir de la verdad y
abrazarla.

Él negó con la cabeza. Era su parte monstruo la que estaba hablando. No era el
seminarista que amaba a Dios o el hombre que amaba a Jenn. Era el monstruo
que amaba la sangre y la muerte y la matanza. No podía dejar que esa parte
tomara el control, ni ahora ni nunca.
—Yo soy la Cazadora. Iré primero —susurró Eriko.

Su rostro era inescrutable, e imposible de saber si estaba hablando con él, con
Jamie, o con todos. Dio un paso adelante en la impenetrable oscuridad, y Jamie
desapareció detrás de ella, como un cachorro, con un cigarrillo sin encender
colgando de la boca.

Skye siguió junto a Holgar. Eso dejó a Antonio, cuya caza e staba asociada con los
Estados, solo. Correspondiéndole, entonces, vigilar a Michael Sherman.

Por la forma en que el científico estaba sudando, Antonio podría decir que no le
gustaba la oscuridad, incluso menos que Skye.

Puso una mano sobre el hombro del hombre y sintió el miedo golpeteando en la
sangre de sus venas. El hedor del miedo de los conspiradores a lo largo de la
biblioteca no era nada comparado con el temor que transmitía el hombre a su
lado.

Antonio se estremeció, deseando que hubiera algo que pudiera decir o hacer para
calmar al loco científico. Con el olor de su miedo—y su enfermedad—tan fuerte,
serían detectados mucho antes. Antonio debería haberle pedido a Skye poner un
hechizo sobre el Dr. Sherman, una especie de relajante muscular mágico.

Podrías hipnotizarlo. Dijo una voz en un lugar muy profundo de él, de un lugar
que no le agradaba mucho. Él la rechazó de inmediato, pero el pensamiento
regresó diez veces. Podrías salvarle la vida, a Skye y a los demás. ¿Cuál es la
diferencia si Skye lanza un hechizo sobre él para que se calme un poco?

—¿Qué pasa? —exclamó Sherman, mirándolo con pánico.

Antonio se dio cuenta que estaba temblando. Muchas veces —decenas, cientos—
había estado con una lucha interna sobre hipnotizar a Jenn. Era como la versión
vampírica de coquetear con ella —tentándola, reduciendo sus defensas. Él había
jurado que nunca, nunca le haría eso a ella. Y entonces, trató de no hacerle eso a
nadie, a excepción de otros vampiros.
—Nada —dijo.

El hombre no le creyó. Sherman se puso pálido y empezó a temblar. Antonio


había visto decenas de veces la reacción de los soldados en el campo de batalla y
de los hombres frente a los monstruos.

Podía hacer algo al respecto. Y admitió que debería hacerlo.

—No hay nada malo —murmuró Antonio, mirando profundamente a los ojos del
hombre.

La confusión se dibujó en el rostro del hombre.

—¿Estás seguro?

Antonio se acercó y puso una mano sobre el hombro de Sherman. Rayo láser,
cerró sus ojos. Para dar más fuerza al encanto, dejó salir al monstruo, sólo un
poco. Podía sentir sus dientes alargándose, y sabía que sus ojos estaban
cambiando. Sherman se le quedó mirando, fascinado, como cuando alguien se
quedaba mirando a una serpiente que estaba a punto de atacar.

—Escúchame, profesor —dijo Antonio, su voz en un susurro—. No hay nada


malo. No tienes por qué tener miedo de ir allí. Sólo por ir allí estarás a salvo.
Debes encontrar el virus. Puedes salvar el mundo. Tienes que hacerlo… confía…
en mí.

—Debo… —dijo Sherman, tenía su rostro ligeramente relajado y los ojos fuera de
foco.

—… confiar en mí.

—Sí —dijo con un aliento Sherman.

—Bien… ven conmigo —dijo Antonio, dando un paso adelante en la oscuridad.

Sherman lo siguió.
OAKLAND

JENN

—Jenn, oh, Dios mío, ¿te vas? —exclamó Brooke.

Sobre la espalda de Brooke en el salón, Jenn miró hacia los ojos rojos de Simón y
sabía que estaba muerta, a menos que pudiera alejarse de él.

Lo primero que le enseñaron en Salamanca —antes de enseñarle la lucha


callejera o las tácticas o cualquier otra cosa— fue la forma de correr y cómo
escapar.

La forma de luchar de Jenn puedo haber sido mediocre, pero una cosa que sabía
hacer era huir. El vampiro la miró de reojo, esperando que tratara de ponerse de
pie, o de rodar a un lado. Ella no hizo nada. Se separó de la tierra con los brazos
y las piernas y dio un salto mortal hacia atrás, clavándole en la cara con las
rodillas mientras lo hacía.

Incluso un vampiro centenario no podía dejar de reaccionar cuando algo le


golpeaba en la cara, incluso si no hay dolor o daño causado. Era primordial, el
último vestigio de lo humano que habían sido una vez.

Así que Simón hizo un gesto con la cabeza hacia atrás y se levantó, alejándose de
ella. Fue el instante que necesitaba para terminar su maniobra, mover sus pies y
echarse a correr a la escalera.

—¡Jenn, detente! —gritó Brooke, todavía en la sala de estar—. ¡Es


verdaderamente bueno!

Detrás de ella oyó un grito de sorpresa seguido de risas. Simón había esperado a
que tratara de escapar por la puerta delantera y asumió que ella había elegido
mal en tomar las escaleras. Pero ella conocía muy bien la casa, y tenía esperanza
de que aún mejor que él.

En la parte superior de la escalera se dio la vuelta a la izquierda y voló a la oficina


en casa del padre de Brooke. Con alivio vio que era la misma que cuando ella se
colaba con Brooke para jugar a las escondidillas cuando eran niñas. La misma
anticuada silla de cocina de madera, se encontraba frente a la mesa, dando la
espalda a las ocho o diez tablillas de la silla. El padre de Brooke siempre había
dicho que esa silla dura era mejor para la espalda que una cómoda que estaba en
el rincón, llena de libros, un cenicero, y un paquete de Marlboro. Solía decir: ―la
silla de madera salvó mi postura y los cigarrillos mi cordura‖. Brooke había
pedido a sus padres que dejaran de fumar, para salvar a sus pulmones.

Cuando Jenn puso sus manos sobre la silla, esperaba que le salvara la vida.

Ella la tiró y puso su bota sobre ella. Agarró la primera tablilla y tiró duro. Por un
momento creyó que no era lo suficientemente fuerte. Entonces, la madera crujió
y, al final, dio paso a una grieta. Ella la arrancó y luego pasó a la siguiente. Se
rompió con más facilidad que la primera. Agarró la tercera, la rompió, y oyó que
la puerta delantera se abría y cerraba.

Se quedó inmóvil, escuchando, pero no oyó nada. ¿Si habían llegado más
vampiros y la alcanzaban? Reunió las tres tablillas en la mano.

No tenía tiempo para más. Había tres vampiros.

Tres vampiros, tres estacas. Tenía que ser suficiente.

No te pierdas, Jenn.

Oyó el crujido del tercer escalón superior, una vez, dos veces.

Dos vampiros arriba. Eso quería decir que uno estaba abajo. Probablemente
Simón. ¿Habrá herido a Brooke?
Jenn se metió entre el hueco de dos estantes que estaban a la derecha de la
puerta, y esperó. Oyó que la puerta de la habitación de Brooke se abría.
Entonces, se dirigieron a la habitación donde ella estaba.

Sostuvo una estaca en la mano derecha y dos en la izquierda y trató de contener


su respiración. La puerta se abrió. El primer vampiro, Kyle, entró en la
habitación, la vista al frente. Dora lo seguía, y Jenn saltó. Hundió la estaca en el
corazón de Dora y salió corriendo de la habitación a través de la nube de polvo
resultante. Saltó a un lado y cayó al suelo. Cuando Kyle salió, ella le disparó.

Los vampiros pueden moverse a una velocidad vertiginosa, pero la gravedad los
trataba igual que cualquier otra criatura de la misma masa. Justo antes de que el
Cursor cayera al suelo, ella fue capaz de clavar la estaca en su corazón.

Tosió cuando el polvo la atrapó y llenó sus pulmones. Se arrastró con sus manos
y rodillas, con arcadas y tratando de no pensar en ello. Se las arregló para
arrastrarse con sus pies después de unos segundos, se limpió la boca con la
manga. Agarró su última estaca.

Sólo uno.

El novio de Brooke.

Jenn se deslizó por las escaleras, evitando las que crujían, y trató de maniobrar
sin ser vista. Brooke y su novio vampiro estaban de pie, mirando el camino que le
faltaba. Los ojos de Brooke eran enormes, y se aferraba al vampiro, que tenía sus
brazos alrededor de ella.

—Simón, ¿qué está pasando? —estaba diciendo Brooke.

—No tengo idea. Ella está atacando sin razón —dijo Simón.

Jenn dudó por un momento. Avanzó lentamente. Entonces, Brooke la vio y dio un
pequeño grito.
—¡Brooke, aléjate de él! —gritó Jenn—. En este momento.

—¡No! ¿Estás loca?

—Aléjate —dijo Jenn.

Brooke dio un paso delante de él, como para protegerlo. Sobre la cabeza de
Brooke, Simón le sonreía a Jenn, y unos escalofríos corrieron por su espina
dorsal.

—Él me ama —insistió Brooke—. Nos vamos a casar.

—¿Casar?

El vampiro se encogió de hombros.

—Sabes lo que dicen. ―Hasta que la muerte nos separe‖.

Antes de que Jenn pudiera reaccionar, él se adelantó y agarró Brooke. Giró la


cabeza hacia un lado —Jenn oyó el crujido― y hundió sus colmillos en su
garganta.

—¡No! —gritó Jenn.

Simón lanzó el cuerpo de Brooke en el suelo. Sus ojos estaban abiertos, sin vida.

—Bueno, supongo que tenías razón —dijo, haciendo gala de lamer la sangre de
Brooke de sus labios.

Él tomó una posición defensiva, esperando a que ella lo atacara. En su lugar,


Jenn echó a correr. Él ya se había alimentado. Eso le daría un gran impulso,
mientras que ella se estaba cansando.

Atravesó la sala y huyó a la cocina. La cocina tenía una mesita en medio de ella, y
el lado que daba al comedor tenía estanterías que recorrían la longitud de la
misma. En estos estantes la madre de Brooke almacenaba sus aceites de cocina.
Jenn tiró el aceite de oliva, aceite vegetal, aceite de trufa, aceite de nuez de
macadamia, y varias otras botellas en el suelo, donde se rompieron y salpicaron
su contenido por toda la cocina.

El vampiro apareció en la puerta y gruñó.

—Mi suegra no va a ser feliz. ¡Qué lío que has hecho! Recuérdame que nunca
tengo que comer tus platillos.

Se acercó, rodeando la mesita, y Jenn dio unos pasos hasta que se estrelló contra
el mostrador. Abrió un cajón y cogió un cuchillo para carne y lo arrojó hacia él.

Lo esquivó con facilidad. Su mano se cerró alrededor de otro, y él lo esquivó,


nuevamente. Una mano buscó otros dos cuchillos para carne. Tiró primero uno,
luego otro, mientras su mano libre estaba buscando desesperadamente en el
cajón. Tenía que estar allí.

Cuando él se alejó para esquivar los cuchillos, ella encontró un encendedor BIC y
un paquete de cigarrillos de la mamá de Brooke. Encendió el encendedor y lo
arrojó hacia el suelo, y luego saltó sobre el mostrador.

Los aceites se incendiaron al instante, en el espacio de tiempo que le tomó a


Simón averiguar por qué había saltado sobre el mostrador, él ya estaba en
llamas. Con un grito Simón saltó por la cocina, se tropezó en el vestíbulo, y rodó
para extinguir el fuego. Jenn se bajó y corrió tras él. Entonces, se arrojó sobre él.
Las llamas la quemaron, ignoró el dolor y luchó.

Él se resistió y la lanzó a las escaleras. Se golpeó la cabeza con fuerza en la


barandilla, y la sala se veía borrosa por un momento mientras él terminaba de
rodar y apagar el fuego. Trató de levantarse, pero sus piernas estaban muy
quemadas.

Se arrastró hacia la sala. Lejos de ella. Temeroso de ella. Ella tenía que aferrarse
a su ventaja. Aturdida, Jenn se obligó a ponerse de pie, pero se cayó
inmediatamente —demasiada mareada para mantener el equilibrio.
Puso la estaca bajo el brazo. Se arrastró con sus codos tras él. Gotas de sangre
bañaban su cara como sudor, y ella negó con la cabeza para que no entraran en
contacto con sus ojos.

Gruñendo y jadeando, se empujó a sí misma con sus manos y rodillas, sus pies
deslizándose sobre las baldosas de mármol. Brillantes salpicaduras de color rojo
de su sangre manchaban el blanco de la habitación junto con las manchas de
ceniza que dejó el vampiro.

Se empujó hacia adelante, sabiendo que si ella no lo mataba dentro de los


próximos segundos, ella estaba muerta.

En el salón se agarró del piano y se alzó sobre sus pies. Jenn se lanzó a Simón y
cayó encima de él justo cuando estaba dándose la vuelta.

Ella se sentó a horcajadas y puso una bota en cada brazo. Él la miró con ojos
aterrorizados. Ella sacó la estaca de debajo de su brazo y la apretó contra el
pecho del vampiro.

—¿Quién es ella? —rugió Jenn.

—¿Quién? —preguntó, la confusión se mezclaba con el miedo en sus ojos


carmesí. Sus colmillos extendidos, y siseando.

Jenn negó con la cabeza, y las gotas de su sangre salpicaban en el pecho de él y


la alfombra. Sus ojos se oscurecieron en un color rojo sangre profundo.

—Ella, la vampira.

—¿Dora?

—No. Su líder. Me tendió una emboscada. Secuestró a mi hermana.

Él negó con la cabeza, moviendo su lengua para atrapar las gotas de sangre de
Jenn —eso era su combustible, su energía. Con lo que podía matarla.
—¡Respóndeme! —gritó Jenn.

—No sé a quién te refieres —gritó a su vez.

—¡Sí, sí! —dijo sarcásticamente—. Vives aquí. Tienes que saber quién es. —Pero
ella no estaba segura de ello. Él no había venido aquí con los demás.

Había estado con Brooke. Pensaba que se refería a Dora.

—Tú sabes —dijo con firmeza.

—Lo siento —le sonrió—. Supongo que brindo por tu hermana. Es una pena. Es
algo muy, muy malo.

Él estaba tratando de ganar tiempo, tratando de conseguir que lo mirara,


tratando de hipnotizarla.

—No —gruñó ella, jadeante. Arrancó su mirada—. Dime.

Jenn profundizó la estaca hasta que empezó a sangrar.

—La que tomó a mi hermana. Dime ahora.

Empujó más profundo. Una pulgada —o dos— más y traspasaría su corazón, y él


se convertiría en polvo. Si lo sabía, iba a rendirse y decir el nombre. Tenía que
hacerlo. Él no se sacrificaría por lealtad. Los vampiros no eran así.

Pregúntale a Brooke.

—Aurora, su nombre es Aurora —exclamó el vampiro—. Te ayudaré a


encontrarle; me necesitas. Podemos salir y…

—Te necesito muerto —dijo con frialdad.

Jenn metió la estaca en su corazón, y se convirtió en cenizas. Se dejó caer al


suelo y se encontró mirando a la muerta de ojos verdes. Brooke estaba en el
suelo, donde Simón la había lanzado. El collar de palo yacía en un charco de
sangre de Brooke. Y allí acostada, con su propia sangre mezclándose con la de
Brooke, recordó los buenos tiempos que habían compartido. Recordó lo feliz que
Brooke se había visto hace unos minutos, cuando había defendido a su novio.
Todo lo que era, todo lo que pudo haber sido, se lo había llevado en un momento.
Debido a que Jenn había buscado refugio en su casa. Debido a que Jenn había
sido atacada. Debido a que su propio padre la había traicionado.

Jenn sintió que su corazón se rompía. Aurora tenía razón. Aprender su nombre le
había costado muy caro a Jenn.
Traducido por Kirara7

Corregido por hanna

anual del cazador de Salamanca: recuerda esto, tu responsabilidad con

los demás es destruir su enemigo. Ustedes son los protectores de las

criaturas de Dios. Por esto se les dispensa de cometer un mal menor para frustrar

uno mayor. Lucha con valentía y honor cuando te sea posible, pero sacrificarlos a

ambos cuando te arriesgues a la derrota.

(Traducido del español)

OAKLAND

JENN

Muy tarde para hacer cualquier cosa bien, la alarma de incendios se apagó, Jenn
miró sorprendida sus pies, se tambaleó y extendió una mano para sostenerse con
el respaldo del sofá. Miró por un momento a Brooke. Luego respiró
profundamente, no había nada que pudiera hacer por los muertos, sólo podía
concentrarse en ayudar a los vivos.

Esperemos que Heather lo sea.


Se tambaleó en la cocina donde pateó el fuego ya casi apagado, cogió una silla y
pulso el botón del detector de humo, pero el volumen no se detuvo. El sonido
llenaba sus oídos y tenía que ser audible para los vecinos. Si siguiera mucho
tiempo, alguien llamaría a los bomberos. La arrancó del techo y le quitó las pilas.

Cuando el silencio reinaba, sus pensamientos volvieron al escape. Pensó en su


maleta empacada y lista para volver en la casa de sus padres. Ella no quería
tener que volver allá. Pero necesitaba la mochila que contenía su pasaporte y
licencia de conducir. Las había dejado con su papá en un apuro, dejando atrás
todo lo que no era inmediatamente útil como arma.

Alcanzó el teléfono, marcó. Ella se detuvo, un taxista podía ayudarle a llegar a la


casa de sus padres pero no podía ayudarle a obtener las cosas que necesitaba.
Ella tomo el teléfono y marco el número de sus abuelos.

―¿Hola? ―respondió su abuela al teléfono.

―Es Jenn, necesito ayuda.

―¿Qué está mal?

―Abuela no puedo hablar ahora, necesito ayuda.

―De acuerdo estoy aquí. ―No había duda, no segundos pensamientos. Los años
revolucionarios contraculturales de su abuela se habían afirmado. Jenn se sentó
con alivio y casi rompió en llanto.

―Tengo que llegar al aeropuerto, pero necesito que me lleven y recojan las cosas
de mi casa.

―¿Dónde estás? Iré a recogerte y luego iremos a coger tus cosas.

―No, no podemos hacer eso ―dijo Jenn dispuesta a no llorar―. Abuela tienes que
llegar rápido a casa, tienes que ver si mamá está bien, abuela. ―Ahora ella
lloraba. Con la misma rapidez se forzó a parar.
―Dime algo ―pidió su abuela.

―Oh abuela, oh Dios ―susurró―. Papá me entregó…a unos vampiros.

―¿Qué?

Jenn se forzó a si misma a seguir hablando.

―Pa-para que así dejaran al resto de ustedes solos pero Heather quedó atrapada
en el fuego cruzado y l-la secuestraron.

Hubo un golpe luego su abuela dijo quedadamente.

―Continua.

―La están llevando a Nuevo Orleans, voy por ellos pero necesito mi bolso que está
en la habitación de mi casa y no puedo arriesgarme a ir allí.

―Lo tengo. ―Se dio cuenta de que su abuela intentaba mantener el control.

―Está empacado, estoy en Oakland en el caballete de Glen ¿recuerdas….la casa


de Brooke? ―Comenzó a llorar de nuevo―. Abuela date prisa.

―Estaré allí en una hora ―dijo su abuela y luego―. Si estás herida o lesionada,
lávate. Cámbiate de ropa, si viene alguien, vete. ¿Este es un teléfono fijo?

―Sí, mi celular está en casa.

―Tenemos que colgar. Puede ser rastreada. Si te tienes que ir ve a la estación de


gasolina más cerca yo te encontraré allí.

―De acuerdo.

―Jenn voy para allá.

―Gracias ―murmuró Jenn terminando la llamada.


Jenn caminó alrededor de la zona quemada del suelo, se quitó la ropa y la lavó en
el baño de la cocina. Luego asaltó la lavandería en busca de algo que pudiera
usar de Brooke―un sujetador deportivo un poco grande, un suéter de cuello
tortuga negro, un par de vaqueros que eran demasiado largos, ropa interior,
había una toalla de playa allí. Desviando la mirada la colocó sobre Brooke.

Después intento limpiar la evidencia, pero era imposible, la sangre de Jenn y sus
huellas digitales estaban en todos lados, extrañamente la de los vampiros
también lo estaría. Es posible que las autoridades encontraran sus huellas en la
base de datos―ellos tomaron las huellas digitales en su secundaria antes de que
ella la dejara y se fuera para España, pero de alguna manera dudaba las de
Simón aparecieran. No había manera de saber cuan viejo era él o de donde era.
Tal vez traten de inculparla del asesinato de Brooke. Otra razón por la cual no
regresar.

La noche había caído y comprobó el garaje en busca de vampiros ocultos,


dándose cuenta que debió hacerlo de inmediato, ambos carros estaban
desaparecidos. Ella esperaba que los padres de Brooke no llegaran antes que su
abuela. Se sentía mal por ellos, terriblemente mal. Y por ella misma.

Pensó en correr el riesgo y llamar por teléfono fijo y contactar al Padre Juan. Pero
él estaba en marcación automática en su celular y estaba muy nerviosa para
recordarlo. Lo mismo con Antonio. Lo mismo con los demás.

Estoy sola aquí. Estoy sola.

Con cansancio se sentó en el escalón inferior de la entrada, en cuarenta minutos


escuchó un auto acercándose. Ella se asomó por la venta y reconoció el viejo Jeep
de su abuela.

Agachando la cabeza, corrió hacia el auto y se deslizó en el asiento del pasajero.

―Gracias, abu... ―Se volvió a mirar a su abuela y las palabras murieron en su


garganta.
Nunca había visto tanta ira en su rostro, los ojos de su abuela ardían con un azul
brillante, como si estuvieran en llamas. Jenn se estremeció

―Tu mochila está en el asiento de atrás ―dijo su abuela.

―Gracias, tú…¿hubo algún problema?

―Sin problemas. ―Sus nudillos estaban blancos en el volante.

―¿Estaba…estaba papá allí?

―No. Tu madre se irá conmigo, te llamaré una vez estemos acomodadas ella y yo
―agregó como énfasis.

―Oh, abuela. ―Jenn tragó duramente saliva.

―Hazlo después querida― dijo su abuela, levantando la barbilla―. Eso es lo que


yo voy hacer.

Jenn asintió con la cabeza y condujeron en silencio. Comenzó a lloviznar,


estaban a mitad de camino del aeropuerto Oakland antes que la abuela hablara
de nuevo.

―No serás capaz de llegar a ningún lado cerca de Nuevo Orleans, Los Malditos
han bloqueado la ciudad. Lo averigüe con unos viejos amigos. El aeropuerto más
cercano al que puedo llevarte es el de Biloxi. Apartar de allí son setenta y cinco
millas. Tendrás que hacer autostop. No te molestes en intentar rentar un auto.
Tienes que tener permiso para salir y entrar de Louisiana. Y no serás capaz de
conseguir uno, tendrás que intentarlo por la frontera, casi he pensado ir contigo.

Jenn negó con la cabeza.

―Necesito saber que tú y mamá estarán a salvo ―se preguntó si las volvería a ver
de nuevo. O su padre.

Ellos me matarían y él lo sabía. Mi padre. Mi propio padre.


Su abuela la miró duramente.

―Niña, nadie está seguro. Nunca más. Tú de todos deberías saberlo mejor.

Jenn mordió su labio, tratando de no recordar la imagen de Brooke muerta.

―Sé eso pero…

―No te preocupes, encontré algo en lo que soy más útil. Hay un movimiento de
resistencia, y ellos necesitan gente con experiencia. No tendrás que arrastrar mi
anciano cadáver a la antigua como un maldito albatros.

Jenn estaba muy sorprendida para contestar.

―No tengo gente en Nuevo Orleans. La tenía, pero se han ido.

Jenn casi le pregunta si se habían ido o estaban muertos, y luego se dio cuenta
que no quería saber la respuesta. En su lugar ella asintió.

―No confíes en nadie, se decente, se amigable, no hace daño jugar a ser tonta de
vez en cuando, hay gente en este país que aún te subestimarán si eres callada…o
mujer. Usa eso para tomar ventaja. Trata de no estar a más de media hora de tus
alimentos, agua o ayuda médica ¿ya has llamado a tu gente?

―No, aún no. ―Lo había querido, pero lo primero era salir.

―Bueno, hazlo ahora. Tú nunca sabrás quien estará escuchado tus


conversaciones privadas cuando estás en público.

Jenn buscó a su alrededor y agarró una bolsa de lona. Tomó su celular y


presionó uno para el Padre Juan. El atendió en el segundo timbrado.

―¿Jenn, estás bien? ―preguntó su voz mezclada con tensión.

―No, quiero decir, físicamente estoy bien, pero tengo grandes problemas
―admitió.
―¿Qué pasó?

Le dijo toda la historia.

―Mi padre me traicionó y me vendió a los vampiros ―terminó Jenn, incapaz de


guardar el dolor de su voz.

―Ay, Mija, lo siento ―dijo el Padre Juan.

―Todos lo sentimos mucho, padre. ¿Vas a venir ayudar o no? ―Su abuela
interrumpió, lo suficientemente alto para que él escuchara.

El padre Juan gruñó.

―¿Tu abuela?

Jenn sonrió a través de sus lágrimas.

―¿Cómo adivinó?

―Dile que tiene las orejas de un zorro. Por supuesto que iremos a ayudar. El
equipo salió en una misión. Iremos hacia Nuevo Orleans tan pronto como vuelvan
y nos encontraremos contigo allí.

―Gracias ―susurró Jenn.

―Vaya con Dios ―replicó―. Llámame, mantente en contacto.

―Lo haré ―prometió

―Jenn se cuidadosa. Muy cuidadosa.

―Sí, mi maestro. ―Estaba empezando a caer en cuenta lo que se le venía encima,


su mano alrededor del teléfono comenzó a temblar de nuevo―. Por favor saluda
de mi parte a todos.
―Vale, sabes que lo haré.

Con un nudo en la garganta asintió aunque él no podía verla. Desconectándose


se volvió hacia su abuela.

―Ellos se encontraran conmigo en Nuevo Orleans.

Ella asintió.

―Dale a ese chico tuyo un beso de mi parte y dile que romperé sus piernas si te
lastima.

Por la mirada en su rostro Jenn sabía que no bromeaba

Salieron de la autopista hacia una gasolinera, y las indicacione s para el


aeropuerto brillaban en la parte de arriba. Su abuela sacó un canguro con dinero
de debajo de su asiento y se lo entregó a Jenn, sin dejar de explorar su entorno.
Esto era lo que la vida de su padre había sido. Escapando.

Vigilando. Escondiéndose.

No. No voy a excusar su traición. Nunca, jamás lo perdonaré.

―¿Qué es esto? ―preguntó Jenn.

―Dinero, el suficiente para llevarte a dónde necesitas y algo más. ―Su abuela
respondió severamente―. Cuando estás en problemas nunca tienes demasiado
efectivo a la mano.

―Gracias ―dijo Jenn.

―No me agradezcas, sólo trae de vuelta a tu hermana.

―Lo haré ―prometió Jenn, tomó el canguro y lo puso alrededor de su cintura


debajo de su camisa mientras su abuela conducía de nuevo hacia el aeropuerto.
Dos minutos después llegaron a la terminal.

―Aquí está tu boleto electrónico. Y una identificación falsa. ―En modo negocio su
abuela le entregó una confirmación impresa y una licencia de conducir emitida
en California a nombre de Jacqueline Simmons. La foto se parecía a una de las
de la época de estudiante de Jenn. El boleto electrónico era para Jacqueline
Simmons

―Pero, ¿cómo…?

―Tengo documentos para toda la familia, en caso de que algo como esto surgiera
la he actualizado cada año desde que estalló la guerra. ―Los rasgos de la abuela
se endurecieron―. Por su puesto imagine que tu padre sería…―Su voz quedó
atrapada, luego apretó su mandíbula. Luego exhaló.

―Por cómo se ven tus pupilas tal vez tengas una contusión. Si no puedes ver un
doctor, por lo menos mantente despierta por las próximas doce horas.

Jenn se acercó y le dio un beso en la mejilla, luego tomó su bolso y salió a la


acera. Por mucho que no le gustara la idea, tendría que revisar su mochila
para buscar todas las estacas. Sólo esperaba que los viales de agua vendita
sobrevivieran el viaje.

Permanecer despierta en el avión resultó ser más fácil decirlo que hacerlo. Miró
una película, una historia de amor cursi en un intento por mantenerse despierta.
Media docena de veces se sorprendió dormida y levantó su cabeza, el miedo hacia
que su corazón palpitara.

Sólo concéntrate, ella se dijo a sí misma.

Una vez el avión aterrizó en Biloxi, se sintió aliviada al encontrar su bolso en el


carrusel de equipajes.
Un soldado armado se puso de pie al lado de un cartel de un hombre con
sombrero sonriéndole a una mujer desplegando un conjunto de planos, los
caninos de la mujer estaban ligeramente alargados.

BIENVENIDOS A MISSISSIPPI. ¡ESTAMOS EN MARCHA!

Caminó pasando al soldado, agarró su bolso, y luego mostró su correspondiente


cheque de reclamaciones a un funcionario de seguridad del aeropuerto con una
camisa blanca y pantalón azul marino que los miró a cada uno mientras se iban.
El oficial la estudió por un momento y la dejo ir.

Afuera logró ver una torre de vigilancia. Tan casualmente como pudo, sacó su
teléfono celular y llamó al padre Juan de nuevo. Él sonaba preocupado pero le
dijo que todo estaba bien.

Elevó su mochila por encima de su hombro y miró hacia la parada de taxis, pero
la señal en rojo decía SÓLO DESTINOS DENTRO DEL ESTADO. Palideció y miró
nuevamente a sus compañeros de viaje.

―Oh, caramba ―dijo con una pose y poniendo acento sureño―. Perdón, pero
¿alguno de ustedes se dirige a Louisiana? mi madre acaba de llamar y dijo que no
podría llegar. ―Agitó las pestañas―. Simplemente no tengo la más remota idea de
lo que tengo que hacer.

Docenas de personas se alejaron de ella. Un hombre con barba la miró de reojo y


abrió la boca a punto de hablar.

Antes de que el chico pudiera decir una palabra, una mujer de mediana edad
usando un suéter azul brillante decorado con ositos y banderas estadounidenses
miró al hombre y se interpuso entre él y Jenn. Le dio a Jenn una amable pero
preocupada sonrisa.

―Por amor a Dios, cariño ―dijo ella―. No deberías hacer esa clase de cosas, mi
esposo Oral y yo estaremos felices de llevarte.
―Gracias por su amabilidad señora. ―Jenn arrastró las palabras―. Estoy segura
de que no sabe cuán agradecida estoy. Es tan aterrador estar aquí sola.

―No tienes por qué preocuparte ―dijo la mujer―. Oral se fue a traer el auto,
¿dónde está tu gente, cariño?

―Fuera de Nuevo Orleans ―respondió valientemente. La mujer palideció


visiblemente; el señor frunció el ceño, varios espectadores intercambiaron
miradas.

―Bueno te llevaremos tan cerca como podamos ―dijo la mujer sonando algo
tensa.

―Gracias ―dijo Jenn.

Un momento después se encontraba cómodamente recostada en el asiento


trasero de un blanco y rojo Mini Cooper entre dos enormes montículos de
equipaje. Mientras el coche se alejaba de la acera ella espe raba que el conductor
no se perdiera por el camino de Lousiana o la atacaran.

M ADRID

SKYE, HOLGAR, ERIKO, JAM IE, ANTONIO Y EL DR. M ICHAEL SHERM AN.

Eriko dio un paso cuidadosamente hacia la oscuridad hacia el otro lado de la sala
de lectura, la luz de la linterna difícilmente podía alumbrar su camino. A ella no
le gustaba nada sobre la misión. A ella no le gusta el Dr, Sherman, el cual estaba
en la retaguardia con Antonio. Era demasiado nervioso para ser de confianza.

―¿Cómo puedes saber si alguien es un vampiro? ―Eriko le escuchó preguntar.

―No tienen latidos ―respondió Antonio.

―¿Eso es todo?
―A menos que tengan hambre ―replicó Antonio―. ¿Nunca has visto un vampiro?

―En realidad no. ―Sherman parecía avergonzado―. Mi trabajo se ha hecho con


simulaciones a computador. El siguiente paso son sujetos, estábamos esperando
que tu gente tal vez ayude con eso.

Eriko estaba ofendida, pero trató de no mostrarlo. No se había convertido en


Cazadora para reunir a los sujetos de prueba. Aun así, si este americano podía
encontrar una buena forma de matarlos…

Llegó a una escalera larga y sin usar, la barandilla de broce estaba llena de polvo
y telarañas, y el ángulo en que se encontraban las hacían parecer un abismo
infinito.

―El hoyo del conejo ―susurró Skye y Eriko sostuvo una mano en alto en señal de
silencio.

Todos ellos avanzaron hacia abajo sin palabras, la luz alumbrando sus pies.
Eriko llegó a preguntarse si llegarían a algún terreno o piso o si llegarían al
infierno en el que el padre Juan creía.

Se sentía como había imaginado que sería el infierno, sus músculos estaban
adoloridos, le dolían de los pies a la cabeza, doblar las rodillas al caminar hacia
abajo era insoportable. El elixir le daba gran fuerza, velocidad y habilidades
curativas. Sin embargo funcionaba sólo con el cuerpo que ya tenía, eso significa
que el aumento de masa muscular era abrumador para su estructura y muy
seguido se encontraba muy débil y con dolores en medio de la noche. Y se estaba
volviendo progresivamente peor.

Por fin llegaron al final de las escaleras. La luz provenía de algún lugar pasando
el corredor. Había suficiente para que Eriko apagase la linterna. Los vampiros
podían ver lo suficientemente bien en total oscuridad, pero podían ver mejor con
la luz encendida como humanos, afortunadamente para su equipo no anunciaría
su posición con linternas.
Los otros esperaban agrupados para que ella hiciese algo, esperando que ella los
liderada. No era la vida heroica de un samurái que había ambicionado cuando
estudió y entrenó para ser recompensada por el elixir. Después de las dos
horribles muertes de sus dos mejores amigas Yuki y Mara. Ella no quería amigas,
había concentrado toda su energía en un objetivo: convertirse en la Cazadora,
caminar sola como una emisaria de venganza. Había sido la más fuerte, la más
sigilosa, viéndose a sí misma como una ninja solitaria.

Nunca se había imaginado como una líder de equipo.

Ellos caminaron silenciosamente por el pasillo. Eriko le indicó a Antonio ir de


primeras y a Holgar ir de últimas. Quería saber que venía hacia ellos y que los
seguía.

La luz se hizo más brillante mientras caminaban por el corredor, a través de las
ventanas cuadradas cortadas en dos puertas de acero, ella y Antonio podían ver
una gran habitación llena de hombres y mujeres―tal vez vampiros―y más equipo
científico del que había visto en un lugar, grandes maquinas con botones, tubos
de vidrio y un gran telescopio o tal vez un láser. Mesas de madera con pinzas de
acero y un montón de capsulas Petri. Parecía un escenario de una loca película
de ciencia-ficción. También parecía muy sofisticado para ser armado
rápidamente, pero la forma torcida en que algunas máquinas estaban colocadas
indicó que la prisa había estado involucrada.

Ella le hizo señas al Dr. Sherman, quien vino a su lado y miró cuidadosamente
por la ventana, él estudió la habitación por un momento, luego
susurró―Ahí―señaló un pequeño refrigerador de cristal, en una mesa lejana a la
izquierda de donde ellos se paraban. En su interior se podía ver una hilera con
frascos de líquido claro.

―¿Estás seguro? ―Ella se atrevió a susurrar, incluso aunque los vampiros tenían
mejor audición.
―Ellos se parecen a los míos ―susurró de vuelta―. Tapones lavanda, etiquetas
verdes.

Como en una señal, una de las mujeres de la habitación se puso unos guantes de
goma azules y una capucha con máscara de plástico, luego cruzó hacia el
refrigerador. Eriko la siguió, detectando su miedo en los movimientos mientras se
acercaba al refrigerador. Era obvio que ella tenía miedo de lo que estaba dentro
del refrigerador.

Los brazos y manos de Eriko comenzaron a temblar, si de alegría o cansancio, no


sabía. Su corazón martillaba, con un ritmo nervioso cuando estaba bajo presión y
le dolía todo el cuerpo, pero eso ahora no importaba.

Respiró profundamente, se encontró con los ojos de cada uno y asintió


rápidamente. Este era el momento, lo habían repasado miles de veces y una
mirada a la habitación le dijo que funcionaria.

Haciendo un puño, ella índico que todos debían prepararse, cuando abriera su
puño, esa sería la señal. Luego encontró paz consigo misma, lista para enfrentar
la muerte si era necesaria, y casi dándole la bienvenida a través de la neblina de
su dolor.

El puño de Eriko se abrió, Antonio paseaba por la habitación con calma,


silenciosamente como si tuviera todo el derecho de estar allí. Él no tenía bata de
laboratorio, pero no todos los vampiros allí la usaban o porque no tenía latidos
del corazón, nadie se molestó en mirarlo en un inicio. En ese momento ya se
había estacionado detrás y al lado del refrigerador. Él miró rápidamente
alrededor―decenas de computadores portátiles en las mesas de madera, una
unidad central más grande, bancos de equipos para que sus ojos no entrenados
se miraban como osciloscopios y parlantes estéreos, filas y filas de tubos de
ensayo y una gigante centrifugadora y un montón de microscopios, tanto equipo
de alta tecnología, capaz de hacer cosas increíbles. ¿Dónde terminaba la magia y
la ciencia comenzaba?
Contó a catorce vampiros en la habitación, se preguntó si había más en otra
habitación. Seguramente habían rodeado el premio con mucha fuerza de
seguridad.

Por un loco momento se preguntó si podía simplemente abrir el refrigerador,


tomar los viales, y sacarlos de la misma forma en la que entró. Pero pronto―en
algún segundo, en realidad―él esperaba que alguien se diera cuenta que no
pertenecía a este lugar.

Se volvió y asintió una vez hacia el pasillo, donde el resto del equipo estaba
reunido, mientras él hacia el reconocimiento ellos se preparaban para la entrada.

La señal principal no era suya para dar.

Adelante, él insto a Eriko, hagámoslo.

Entonces Jamie entró a la habitación, un coctel Molotov en cada mano. Con un


grito él los lanzó a la pared de la derecha más lejana, hacia un banco de objetos
que parecían micrófonos.

La explosión sacudió a la habitación entera y tiró a Jamie. Antonio pudo


mantenerse de pie, segundos después los otros cazadores entraron a la
habitación, cada uno deteniéndose solamente para atacar a los vampiros que se
atravesaban en su camino. Sacando espadas de las vainas en sus espaldas.

Sherman voló a la espalda de Antonio, sus ojos muy abiertos, pero mucho más
tranquilo de lo que había estado antes.

―Ve por el virus ―dijo Antonio, sin explicarle porque no iba por este él mismo―.
Te cubriré.

Antonio escuchó un grito penetrante. Eriko estaba estacando a un vampiro


incluso cuando otro se lanzaba a ella. Como él lo había anticipado más estaban
saliendo de una habitación en la esquina noreste.
Holgar rugió mientras que el intento de bola de fuego de Skye chamuscó el
cabello de su cabeza mientras rozaba su oreja. Aulló, agachándose y disparó a
través de la habitación y golpeando a una mesa de laboratorio. Una computadora
portátil golpeó el suelo.

Tres vampiros se dirigían hacia Antonio; se preparó para el ataque cuando dos
Malditos más cerraban las puertas de metal―la cual era la entrada principal al
laboratorio. La única forma de escapar era por donde ellos habían entrado.

El primer vampiro se acercó hacia Antonio, Antonio se movió a gran velocidad


hacia el otro lado y luego, con toda su fuerza, dirigió su estaca hacia la parte
posterior de su corazón.

Eriko saltó a la batalla para ayudarle a luchar con los dos vampiros, ellos
lucharon de ida y vuelta, ambas partes buscando la ventaja hasta que finalmente
Antonio estacó al vampiro de Eriko y se volvió hacer lo mismo con el otro.

―¿Qué estás haciendo? ―exigió Antonio, mientras observaba al científico insertar


los viales en el frigorífico.

El pequeño hombre estaba en posición de trípode, las piernas abiertas


sosteniendo una jeringa.

―Asegurándome que sea la cosa real, necesito a alguien para probarla.

Eso no tenía sentido, Sherman ya había dicho que nunca lo había probado en un
vampiro real. Pero en ese justo momento un Maldito se dirigía a Antonio, así que
él se alejó y le hizo zancadilla, siguiéndolo para empujar su rodilla en la garganta.

―¡Entonces hazlo! ―gritó.

El hombre se dejó caer al lado del vampiro y se lo inyectó en la garganta, Antonio


trató de no hacer una mueca ante la proximidad del mortal virus. De repe nte se
dio cuenta que había muchas preguntas que no había hecho, como si la
enfermedad podía transmitirse de un vampiro a otro.
El vampiro gritó y comenzó a retorcerse. Sherman gritó.

―¡Sí!

Antonio sintió que su espíritu se elevaba…y luego caía.

Nada más pasó. El vampiro se quedó quieto, parpadeando hacia él. Antonio miró
al científico que estaba mirando fijamente a su paciente de pruebas. El olor de la
infección le dio nauseas a Antonio. Ahí fue cuando Antonio se dio cuenta lo que
estaba mal con el hombre.

―Estabas estudiando leucemia, porque la tienes.

―Primero mi padre, luego mi hija y ahora yo ―afirmó Sherman.

Alrededor de ellos todo era caos, y parecía tan absurdo que se sentaron en
silencio, como un cuadro en un espectáculo de navidad. El vampiro no luchó
como si sintiera que si luchaba, Antonio lo mataría en menos de un segundo.

―No funciona ―dijo Sherman finalmente, viéndose disgustado.

No virus. Casi por un momento el sintió un gran alivio, casi como alegría. Luego
estacó al vampiro y se volvió a reportar a Eriko. Pero ella había visto la
demostración, asintió pero no dijo nada mientras estacaba a otro vampiro.

―Retirada ―gritó―. Ahora, vamos, vamos, vamos.

Antonio se volvió justo a tiempo para ver a Sherman, su rostro cubierto en


sangre, agarrado por un vampiro alto y lanzado por el otro lado de la puerta. Él
gritó. Luego fue estrellado contra la pared. Antonio estacó al vampiro y luego se
dirigió hacia el hombre. Cayendo de rodillas a su lado.

El científico estaba muerto. Sus ojos congelados con terror. No tenía pulso o
respiraba. ¿Por qué alimentarse de sangre infectada en lugar de sólo romper su
cuello? Antonio se preguntó. Había sangre cerca de las dos marcas del cuello de
Michael donde había sido mordido. Pero eso no explicaba la sangre en su boca.

Una terrible sospecha llenó a Antonio, y miró la boca abierta del científico, su
boca y lengua recubierta de sangre. Antonio olfateó. No era su sangre, era la de
otra persona.

¡Dios, no! ¿Había sido convertido?, se preguntó. Escuché su corazón latiendo. ¿No
es así?

Antonio no podía correr el riesgo. Sacó una estaca de su bolsillo, y se apresuró a


enterrarla en el corazón del Dr. Sherman. Una explosión sacudió la puerta
sellada del laboratorio. La explosión lanzó a Antonio contra la pared, quitán dole
la estaca de la mano. Un momento después una docena de hombres vestidos con
chalecos antibalas negros, con máscaras de gas y ballestas, surgieron del humo.
Ellos miraron el cuerpo inerte del científico y se dirigieron a él. Uno de los
hombres le lanzó su arma a otro y alzó el cuerpo de Sherman sobre su hombro y
desaparecieron dentro del humo.

El otro hombre parecía fundirse hasta que sólo quedó uno. Una negra cruz de
Jerusalén colgaba de su cuello. El sangrado negro en su ropa negra se fundía en
uno que Antonio casi no lo podía ver. El hombre lo vio y alzó su mano en modo de
saludo. Y luego también entró a las columnas ondulantes y desapareció.

―Vámonos ―rugió Holgar.

―Algo en lo que podemos estar de acuerdo. ―Escuchó gritar a Jamie.

Llegaron al pasillo y subieron las escaleras hacia la entrada secreta en la


biblioteca. Antonio corrió hacia atrás, manteniendo un ojo en el laboratorio, y
preparado para llevarse por delante a quien lo siguiera.

Le tomó un minuto darse cuenta que nadie lo seguía.

Arriba, las alarmas se apagaron.


―Tenemos que salir de aquí ―les dijo Eriko―. Ahora.

EN RUTA A NUEVA ORLEANS, LOUISIANA

HEATHER.

Heather descansaba en su jaula, húmeda por el sudor y lastimada por la pérdida


de sangre. El dolor era insoportable. Llevó sus rodillas hasta el pecho. Aun podía
sentir los dientes de Aurora perforando su cuello, el dolor había sido como
ningún otro que ella alguna vez había experimentado. Se había empequeñecido,
sin embargo, por el horror de la intimidad forzada.

Los brazos de Aurora se sentían como acero en su alrededor, acercándola y


sosteniéndola fuerte. Por un momento sus labios habían sido un suave susurro
en la piel de Heather, había sentido cosquillas justo antes de ser mordida, luego
había sido la sensación de ser desgarrada―no sólo la piel, sino la mente y el alma
también. Había sentido la sangre salir de ella y entrar a Aurora, y había gritado y
rogado por la muerte.

Había parecido durar como media hora, pero sabía que no podía ser. Jenn le
había dicho que un vampiro podría drenar la sangre de un humano en cinco
segundos. Ella no estaba muerta. Podía sentir cada doloroso latido y agonizante
respiración. Tuvo que haber sido sólo un segundo, aunque se había sentido como
toda una vida.

Cuando Aurora terminó con ella. El vampiro hizo un ronroneo y la había dejado
caer de vuelta al piso de la jaula. Heather no sabía cuánto tiempo había pasado
así, acurrucada. Sabía que en algún momento alguien―ella pensó que pudo ser
el vampiro con la hermana asmático muerta―había metido un plato que olía
como carne de tacos. No había podido levantar su cabeza para comer aun si
hubiera querido.
El olor de la carne la mareó, y cayó en cuenta de que la estaban manteniendo con
vida por un tiempo. Lo que significaba que Aurora o alguien beberían de su
sangre, contra su voluntad. El año pasado Tiffany le había dicho que no podías
convertirte solo siendo mordida. Heather no quería saber porque estaba tan
segura. Salomón había dicho la misma cosa en televisión, pero Heather no le
había creído. Él era un vampiro, Un Maldito como Jenn los llamaba, un monstro
mentiroso, justo como Aurora.

Pero ella esperaba que esa fuera la verdad. Prefería morir que convertirse en un
vampiro. No estaba segura de si creía en el cielo, pero ser un vampiro sería un
infierno.

Me mataría yo misma, pensó y por primera vez en su vida, rezó.

Por favor Dios, déjame morir primero.

Escuchó voces murmurantes que decían que pronto llegarían a Nuevo Orleans, y
esa ciudad era una fortaleza de vampiros, incluso más que San Francisco.

Debajo del avión, durmiendo en sus casas, la buena gente de América soñaba.
Buenas personas que no hacían nada para detener a los vampiros.

Buena gente que hablaba de paz y tratados, buena gente que pensaba que luchar
no era necesario, buena gente que creía que hablar y aprender del enemigo era la
respuesta.

―Buena‖ gente como su padre, que sacrificó a los miembros de su familia a


cambio de protección.

Esas personas que podrían ir al infierno, porque por ellos ella estaba en una jaula
como un animal. Sufriendo por la diversión y alimentación de unos seres
demoniacos que no debían ser reales. Y no sabía que le había pasado a Jenn.
Imágenes terribles del último momento de Jenn, flotaron en su mente.
Su pecho se apretó muy dolorosamente. Ella podía sucumbir a un ataque de
asma ahora.

Si alguna vez salgo de aquí, yo mataría hasta el último vampiro . Se prometió a sí


misma, acostada en una piscina de su propia sangre, sudor y vómito. Si alguna
vez salgo de aquí, mataría a mi padre y a cualquier otro hombre que p ermitiera que
eso le pasara a su hija. Y el pensamiento le dio fuerza, y dejó de rezarle a Dios
que la dejara morir y comenzó a rezarle que la dejara vivir.
Traducido por aLexiia_Rms

Corregido por hanna

Hermanos y hermanas, todos y cada uno

Hay quienes nos ven caer

Nos matan en nuestras propias camas

Y en una parte de nuestras cabezas siempre están ellos

Esta violencia no puede continuar

Hasta todo lo que es bueno en la vida ha desaparecido

Estos son los monstruos a los que deben temer

Maten los Cazadores, cerca o lejos.


N LAS AFUERAS DE BILOXI, M ISSISSIPPI

JENN

—Toma unas pocas galletas, linda —dijo Modean Bethune a Jenn.

Jenn y los Bethune estaban sentados en una mesa en la tienda Pecan Pie Grove,
que estaba al otro lado del estacionamiento del motel donde los Bethune habían
ingresado una hora antes. Su Mini Cooper estaba sin el equipaje. La frontera
entre Mississippi y Louisiana había sido cerrada, por lo menos, durante el resto
del día. Algo acerca de un fallo de seguridad que Jenn no entendía. Eso había
estado en las noticias, y la larga fila de autos se extendía por la carretera, girando
lentamente en la vuelta, comprobó la veracidad de la misma.

Un locutor estaba repitiendo la información en el televisor que colgaba del techo


por encima de una máquina de café. El volumen estaba bajo, y Jenn no
alcanzaba a oír lo que estaba diciendo.

Este tipo de cosas no suceden en España.

Estaba a punto de salir corriendo del restaurante, robar un coche, conducir por
el desierto y cruzar la frontera ilegalmente. Los Bethune eran filosóficos. Por sus
reacciones, vio que este tipo de cosas sucedían con cierta frecuencia. De
inmediato se registraron en el motel y le dieron a ella una habitación contigua.

Jenn ya estaba haciendo sus planes para escaparse después de que estuvieran
dormidos.

—Lo bueno es que regaste muy bien las plantas de hiedra antes de irnos —dijo
Oral a Modean.

Ella asintió con la cabeza.

—Jackie, cariño, tienes que comer. —Jenn estaba usando el nombre falso de sus
papeles. Jacqueline Simmons.
—Perdone un momento, Señora Bethune —dijo ella con dulzura—. Estoy tan
preocupada por mi Maw-Maw. —Levantó su celular—. Voy a llamarle una vez
más.

—Hazlo, cariño —dijo Modean mientras Oral, que era demasiado grande para ser
el dueño de un Mini Cooper, tomó las dos últimas galletas y las dejó en su plato.
Modean le dirigió una mirada, que fingió no ver.

Jenn caminó rápidamente por el restaurante y marcó al Padre Juan. Él respondió


inmediatamente.

—Jenn, una buena noticia. Estamos en camino —dijo—. Hay un sacerdote en


Nueva Orleans tratando de ponernos en contacto con un grupo de combatientes
de allí.

—¿Cazadores? —preguntó ella esperanzada.

—No exactamente. No como nosotros —respondió—. Mantén tu teléfono. Cuando


pueda obtener más información, te lo haré saber. —Hizo una pausa—. ¿Han
reabierto la frontera?

—No.

—Quédate allí hasta que se abra.

—Padre, no —suplicó—. No podemos quedarnos sentados aquí, comiendo granos.

—Los tendrás que comer —insistió—. Así que vete a dormir a la habitación del
motel. Y descansa un buen rato, mientras que tengas la oportunidad. Y luego
deja que los Bethune te lleven a través de Louisiana.

—Pero…

—Yo soy tu maestro —le recordó—. ¿Quieres que me ponga como un Cazador, así
ella puede para hacer lo que yo digo?
A través de la ventana de vidrio, Modean saludó con la mano y señaló a la
camarera que estaba poniendo los platos grandes con pastel de carne y puré de
papas. Oral le sonrió a la camarera y levantó un vaso vacío, que había contenido
té helado dulce.

—Quédate con esa gente. Ellos necesitan cruzar la frontera, también —dijo el
Padre Juan—. Piensa con la cabeza, no con el corazón.

—Pero Aurora tiene a Heather.

—Y ella dijo que iba a mantenerla con vida hasta el Mardi Gras. Si algo te sucede,
tendremos que rescatarte. Escúchame —dijo con firmeza mientras se preparaba
para discutir—. Vamos a aterrizar en el aeropuerto de Nueva Orleans. No
tenemos ninguna frontera que cruzar. Sólo algunos malos vuelos. No hagas esto
más difícil para nosotros.

Ella respiró hondo.

—Está bien.

—Okey. Jamie, no se permite fumar aquí —dijo separando el teléfono—. Jenn. Yo


sé que no crees en la oración, pero yo sí, y yo estoy orando.

—Gracias. —Se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de


lágrimas—. Oh, Dios, Padre Juan.

—Ah, al fin y al cabo una oración —dijo en voz baja—. Si Dios quiere, no veremos
pronto.

Ella casi podía sentirlo haciendo la señal de una cruz sobre ella. Colgó el teléfono
primero. Miró por la ventana otra vez. Oral Bethune levantaba el plato de Jenn,
como si le estuviera advirtiendo que su comida se estaba enfriando. Levantando
un dedo, ella llamó a su abuela. La llamada fue directamente al buzón de voz.
—Estoy bien. —Fue lo único que dijo. Si alguien robara el teléfono de su abuela,
no sería capaz de saber dónde estaba Jenn.

Se quedó afuera por unos momentos, intentando recuperarse. Entonces, volvió a


entrar en el restaurante y se sentó, consciente de que el volumen de la televisión
había sido manipulado. El mismo presentador de noticias estaba en la pantalla.
Los Bethune habían dejado de comer, y sus ojos estaban pegados al televisor.

—… y, repito, la frontera entre Mississippi y Louisiana estará cerrada durante al


menos veinticuatro horas.

—No —susurró Jenn—. No, por favor.

—Menos mal que he traído un buen libro —dijo Modean—. Y todo lo necesario
para tejer.

—Me pregunto si tienen televisión de paga —respondió Oral—. Jackie, ¿qué tipo
de películas te gusta ver?

La velada se prolongó. Después de la cena vieron una película de espías en la


habitación de los Bethune. Luego Oral anunció que estaba cansado, y Modean
tomó eso como su señal para mover la fiesta al cuarto de Jenn. Tomaron
refrescos en lata con cubitos de hielo rancios de la ruidosa máquina de hielo, y no
hablaron durante horas, hasta que Modean tuvo que volver a su habitación a
través de la puerta que las conectaba.

Con una mano en el picaporte, ella miró a Jenn. Su rostro se suavizó.

—No es tu Maw-Maw lo que te preocupa —dijo—. ¿Verdad?

Jenn negó con la cabeza. Modean sonrió con tristeza en ella.

—Estos son tiempos difíciles, pero las cosas van a mejorar.

—Sí, señora. —Jenn aclaró su garganta—. Lo sé.


—Una vez que nuestro gobierno y el pueblo de Salomón elimine las manzanas
podridas, todo volverá a la normalidad.

¿Está loca? Jenn quería gritarle a esta mujer en su suéter de osito. Pero ella
mantuvo su compostura y juntó las manos en su regazo.

—Ese día no podrá llegar lo suficientemente pronto —declaró.

—Estará aquí antes de que lo sepas. —Modean le sopló un beso—. Eres tan dulce
como el azúcar, Jackie.

—Gracias, señora —respondió ella.

Para cuando Modean se fue, Jenn ya estaba agotada por la preocupación y la


comedia. Agarró el cepillo de dientes barato que había recibido de la recepción y
se cepilló sus dientes. Luego se acostó en la cama. La habitación olía como goma
de mascar. Su corazón dio un vuelco.

Nunca voy a relajarme lo suficiente como para conciliar el sueño, pensó.

Sin embargo, Jenn lo hizo. Y soñó:

Antonio estaba debajo de un dosel de encaje con hojas de naranjo y flores


blancas. Llevaba una camisa blanca y pantalón blanco, con una amplia faja de
seda roja bajo sus caderas. Iba descalzo. Su pelo rizado le rozaba los lóbulos de
las orejas, y su piel estaba bronceada. Tenía pecas en la nariz, y su pendiente de
rubí atrapaba los colores del atardecer resplandeciente en el cielo.

Una costa detrás de él. Estirándose, él arrancó una naranja y metió la punta de
sus dedos en la piel de naranja, luego la abrió. En el interior, la fruta era de color
naranja con manchas rojas.

—Esta es una naranja de sangre —dijo—. No hay manzanas en el jardín. —Se la


tendió a ella—. Pruébala.
Se vio en su propio sueño. Llevaba un blusón para dormir de gasa blanca, y su
cabello oscuro estaba recogido con una cinta de seda color marfil. Mientras
tomaba la naranja de él, sus dedos rozaron. Ellos estaban cálidos.

—Si yo tomo esto y como, ¿me hará como tú? —preguntó ella.

Su sonrisa se desvaneció.

—No hay nadie como yo —respondió.

Entonces el sol cayó al mar y el cielo oscureció como una hoguera. Luz de la luna
azul en su cabello, sus ojos brillantes de color escarlata, abrió su boca y sus
colmillos…

Jenn dio un salto, sin aliento. Bañada en sudor, dobló sus piernas y echó sus
brazos alrededor. Temblando, apoyó la frente en sus rodillas.

Una pesadilla, una pesadilla.

¿O había sido el más dulce de los sueños?

M ADRID

PADRE JUAN, JAM IE, SKYE, ERIKO, HOLGAR, Y ANTONIO

—Dime, otra vez, por qué estamos haciendo esto —gruñó Jamie al Padre Juan,
cuando se dejó caer junto al cabezal de sal y pimienta del cuello clerigal del
sacerdote y le entregaba el café que el buen padre había solicitado. Todo el equipo
estaba en el Aeropuerto Internacional de Madrid, en espera de su vuelo con
destino al Aeropuerto JFK en Nueva York. Para evitar ser detectados estaban
divididos en tres puertas diferentes, y Jamie había protestado rotundamente
estar separado de Eriko. Había argumentado que nadie en el mundo se daría
cuenta que la chica en peluca castaña y gafas de sol enormes era Eriko
Sakamoto, la Cazadora Salamanca. Jamie había cubierto la mayor parte de su
delgado cuerpo con un suéter negro y chaqueta de cuero, y un gorro negro de
punto que le tapaba hasta la frente. Se veía tan pomposo que dudaba que su
propia mamá lo reconociera. Si siguiera viva.

Después de la misión Cuevas sus fotos habían terminado en línea. Sus éxitos en
YouTube se contaban en millones. Afortunadamente, el video del celular estaba
borroso.

¿Y qué si la seguridad del aeropuerto estaba vagando, teniendo los bocetos y


viendo a todas las personas a punto de abordar aviones de otros lugares de
España? Seguramente no se darían cuenta de que los Salamanca estaban a
punto de salir del continente.

Además, con la ayuda mágica de Skye, el buen padre había colocado abracadabra
en sus pasaportes falsos, dando a quien tocara los documentos una sensación de
buena voluntad hacia la titular del pasaporte. La magia funciona mejor para unos
que para otros —como el caso con todas las armas defensivas— pero entre eso y
que el Padre Juan decía hechizos con tanta frecuencia como otros sacerdotes
católicos rezaban, como se supone que debían, Jamie no veía ninguna razón por
qué no podía ver a su compañera.

—Siéntate, Jamie —le ordenó el Padre Juan.

El maestro de Jamie había estado mandando mensajes de texto; trató de leer lo


que había escrito, pero el padre lo metió de nuevo en su bolsillo de la chaqueta y
tomó el café con sus guantes de las manos de Jamie. Jamie sabía lo que estaba
pasando, todos lo hacían: había dos equipos en Rusia en contra de algunos
vampiros monstruos llamados Dantalion, que estaban torturando a los cazadores
hasta la muerte y cosas peores. Habían estado pidiéndole al Padre Juan que los
ayudara. Nunca acabaría.

Pero en lugar de ir allí, donde podían hacer algo bueno, los Salamanca estaban
obligados a dirigirse a la dirección opuesta.
Otro condenado al fracaso.

Jamie hervía.

El Padre Juan lo miró, cada cabello en su lugar, la cara limpiamente afeitada,


cejas espesas, y sus ojos hundidos traicionaban su control, llenos de su
confusión interna, que Jamie sabía que había ido en aumento durante los
muchos mensajes de texto en los que había estado negociando con Rusia. Ellos lo
conocían. Si él no estaba orando, se encontraba trabajando sus rosarios,
enviando oraciones a la Santísima Virgen. O a un Dios, o a quien adorara. Jamie
estaba comenzando a preguntarse sobre la creencia del Padre Juan en el
Catolicismo. Muy bien, entonces, no empezó a preguntarle. Ya lo había hecho
antes.

—Siéntate. —El Padre Juan le ordenó sentarse—. Eres peor que Holgar.

Rodando los ojos, Jamie se dejó caer en la silla negra de plástico junto al Padre.

—Por lo menos no ando dando círculo tres veces y me huelo el culo antes de
sentarme —gruñó. Frunció sus cejas rubias y ladeó la cabeza—. Nueva York —
pidió—. Nueva Orleans. Todo esto es un error.

—Shh… —murmuró Juan mientras le quitaba la tapa de plástico a su café y


tomaba un sorbo, todo indiferente y tranquilo—. Hemos hablado de esto. Jenn
está sola, y han secuestrado a su hermana.

—Heather, ¿así dijiste que se llama? Es una mocosa muerta —espetó Jamie.

Se quedó mirando su propio vaso, viendo a su familia allí. Su propia hermana,


desgarrada ante sus ojos por hombres lobo cuando él tenía diez años. Al ver los
rostros de los vampiros que la habían acorralado en un callejón fuera de su
parroquia para que los lobos la pudieran atacar. Jamie, gritando a su sacerdote,
el Padre Patrick, que hiciera algo, cualquier cosa, cuando al Padre Pat pudo hacer
algo sólo detuvo a Jamie de que fuera para que no muriera esa noche, también.
Maeve, la chica dulce, estaba siendo desgarrada mientras los lobos aullaban y los
vampiros se tropezaban, silbaban y reían. Y no hizo nada para ayudarla. No tomó
venganza, aún, después de años.

No había Cazadores en Belfast. Nadie que hiciera frente a los monstruos que
aterrorizaban las calles. ¿Y por qué, si en todos los jodidos pueblos de Inglaterra
había por lo menos un Cazador? ¿Y en la capital de Irlanda del Norte, con tres
millones de almas pidiendo ayuda, no había ni uno?

Fue muy valiente, en el cementerio de la clase trabajadora, ya que bajó la caja de


lo que quedaba de Maeve y su papá y su mamá en el suelo, Jamie había jurado
sobre sus ataúdes que habría una piel de lobo frente a su chimenea antes de que
dejara este mundo. Por eso Jamie había viajado a Salamanca—para ser
preparado para Cazador. Había luchado y entrenado más duro que cualquiera de
ellos; se había sentado en la capilla a la mitad de las noches más heladas y
cálidas—Cristo, ¡España era como un infierno!— y le pedía a la dulce Madre
María que pusiera el signo de Cazador en su frente. Y él había jurado, por los
recuerdos de su familia asesinada, que en el segundo que hubiera bebido el elixir,
iba a volver a Belfast y librar a su pueblo de vampiros, y hombres lobo, también.

Pero no sólo él no se había convertido en el Cazador, también había sido


persuadido para permanecer en Salamanca para luchar como parte del Equipo de
Caza contra los Malditos. Iba en contra de todas las costumbres y tradiciones de
caza, y si el Padre Juan hubiera sido el único maestro que quisiera formar un
equipo, Jamie hubiera sospechado que Juan trabajaba con los ingleses para
asegurarse de que Belfast quedara indefenso. Jamie estaba seguro que el
gobierno Inglés había hecho un trato con los Malditos. Nosotros les damos a los
Irlandeses y dejan en paz a Inglaterra.

Los Malditos locales hicieron un brusco barrido, en el oeste de Belfast, todavía


se juntaban con la misma manada de lobos que había arrancado las
extremidades de Maeve. Acorralando a niñas y ancianos, dejando sólo a los
turistas (si es que había personas lo suficientemente tontas para pasear en el
oeste de Belfast), que dieran más peso a la teoría de la conspiración Inglaterra-
Malditos de Jamie.
—Yo sé que estás enojado —dijo el Padre Juan—. Pero ella es una de nosotros. No
nos abandonamos los unos a los otros. Nunca. Ella necesita de nuestra ayuda.

Jamie se tragó la mitad de su té, enviando un río hirviente a su garganta. Apenas


estaba empezando el asunto y Jamie ya estaba furioso. Sí, Jamie iba a tener que
vagar y cuidar de la hermanita de alguien—bueno, Belfast estaba lleno de
buenos católicos con las hermanas y las hijas y las madres que necesitaban ser
salvadas.

—Nuestras Americanas necesitan más ayuda de la que podemos darles nosotros


—espetó Jamie—. Primero nos deja el trabajo Cuevas, y ahora estamos dejando
nuestra base—saliendo de Europa, por el amor de Dios―porque ella ni siquiera
puede mantener a su hermana a salvo de los lugareños…

—Papeles —dijo un hombre uniformado que se puso enfrente de Jamie. Papeles.


Con un rostro mofletudo y patillas negras, llevaba el nuevo uniforme de la Fuerza
Civil—una chaqueta de vestir azul marino, pantalón negro y una insignia en el
hombro de un águila que sostiene una espada. Antes de la guerra muchos de los
batallones españoles habían tenido una cruz. Como los vampiros no podían
soportar las cruces, las imágenes ya habían sido rediseñadas y ahora eran
espadas. Para mostrar cortesía, se dijo. Pero era apaciguamiento, puro y simple.

El Padre Juan pensó que era sólo cuestión de tiempo antes de que los vampiros
se trasladaran a la Iglesia, tuvieran o no a los seres humanos para ayudarles. En
ese día la humanidad, realmente, sería condenada al fracaso.

Junto a Jamie, el padre Juan movió su dedo meñique de la mano izquierda y


movió los labios. Lanzó otro hechizo.

Jamie metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó su pasaporte


falso. Era, todavía, un irlandés público, la piel artificial color vino con un
estampado de una medalla de oro de arpa irlandesa—no tenía sentido tratar de
negar que Jamie, con su fuerte acento, era cualquier cosa menos un jodido No-
Irlandés.
La mano de Jamie se mantuvo estable mientras le entregaba el pasaporte al
traidor de su especie, y el español hizo una demostración de examinarlo; mirando
la foto de Jamie y luego a Jamie como si estuviera memorizando las respuestas
de una prueba. Entonces, el guardia le devolvió su pasaporte como si él le
estuviera haciendo el mayor favor a Jamie, e inclinó la cabeza por respeto al
Padre Juan.

—Buenos días, Padre —dijo el hombre, y siguió adelante.

Una vez fuera del alcance del oído del traidor, Jamie se volvió hacia el padre
Juan.

—¿Qué mierda sangrienta fue todo eso?

—Te recomiendo que mantengas tu energía negativa —dijo el padre Juan


simplemente. Un anuncio público en español hizo eco a través de los altavoces, y
el Padre le puso la tapa a su café—. Ese es nuestro vuelo.

El padre Juan se levantó y miró hacia abajo con expectación a Jamie, quien ya
había terminado su té—que diablos, no tenía los nervios para aguantarlo— y se
mantuvo quieto.

—Estoy esperando aquí a Eriko —declaró, cruzando una pierna sobre la rodilla.

El Padre Juan suspiró.

—Ahora tienes que abordar, hijo mío. —Alzó la mano e hizo la señal de la cruz
sobre Jamie, entonces sobre sí mismo—. Vamos.

En ese momento Holgar y Antonio se acercaban del lado del otro, y Jamie hirvió.
¿Los dos seres sobrenaturales del grupo podían pasar tiempo juntos?

Miró por primera vez al Maldito, y luego al lobo. Una vez Holgar había sido
marginado, los rumores acerca de su naturaleza bestial volaron. Hombres lobos
escandinavos decían que poseían unas cuantas gotas de sangre de vikingos
rabiosos, pero el Danés se había ganado a la mayoría de los estudiantes
rápidamente con su llamado ingenio. Jamie no encontró nada rápido de él
excepto su velocidad condenable y la capacidad de curarse a sí mismo. Y si
alguna vez el Danés desaceleraba en un lugar donde no había nadie más
alrededor…

—Guau —susurró Holgar, sus chispeantes ojos azules, como si pudiera leer la
mente de Jamie. Antonio seguía mirando a Jamie, muy neutral, como si nunca lo
hubiera visto en su vida. Los vampiros eran unos mentirosos astutos.

Realmente estamos haciendo esto por Antonio, Jamie se dio cuenta. Él es el


vampiro-mascota de la Iglesia, y está un poco chiflado por nuestra Jenn. El Padre
Juan quería mantener feliz a su Antonio… así el canalla se quedaría de nuestro
lado. Él sabe de nosotros, podría decir cosas que nos darían desventaja. Es
probable que ya lo estuviera haciendo. ¿Por qué nadie lo ha querido matar aparte
de mí?

Jamie cerró los puños, odiando más a Antonio, si eso era posible. Si el Padre
Juan quería energía negativa, Jamie le daría mucha.

Ríos.

Y algo más.

***

Cuando el Padre Juan se acomodó en su asiento en el avión, mantuvo una


estrecha vigilancia sobre su Equipo. Sabía que, aunque simpatizaban con la
difícil situación de Jenn, la mayoría no entendía por qué le iban a ayudar.

Había rezado y trabajado en su magia casi sin parar desde la partida de Jenn de
España. Él no sabía que iba a pasar, hasta que ella lo llamó en su camino hacia
el aeropuerto. La única cosa que la visión le había dicho era que cuando le
llamara, tenían que responder.
De los equipos de cazadores, sabía que el suyo era la más rebelde. Salamanca era
la Academia que atraía a la gente de diferentes lugares. Sus cazadores tenían
muy poco en común, no compartían credo ni cultura con los demás. Los
combates que tenían entre ellos los hacían más fuertes. Sólo abrazaban las
diferencias que nunca serían lo suficientemente fuertes para manejar lo que se
avecinaba.

Él se resistía a dejar a la nueva estudiante de primer año, que había estado en la


academia menos de dos meses. Él no estaba enseñándole alguna de las clases
que tenía, sus obligaciones con el equipo de cazadores se lo impedía.
Probablemente eso era mejor. No podía permitirse el lujo de distraerse. Además,
había dejado la escuela en las capaces manos de sus profesores, que incluía a los
nueve graduados de la clase del equipo que no habían sido seleccionados.

Había dos grupos de estudiantes: aquellos que se graduaban en un año, y los que
terminan en dos —si no se iban y sobrevivían. Cada nueva clase se dividía en
nueve equipos de diez alumnos, designadas por un número —1, 2, 3, hasta el 9.
No había nombres de fantasía o de inspiración para los equipos o los dormitorios
que compartían. Eso era por el diseño, convertirse en un Cazador era un trabajo
duro, brutal, con una muerte prematura como su recompensa más probable. La
formación en Salamanca no era romántica o linda.

Los 180 eran enseñados por doce sacerdotes, nueve hombres ex-militares y tres
civiles, con lo que el mundo viera como discapacidad aguda. Cada instructor traía
sus propios puntos fuertes a la mesa. Los ex-militares enseñaban el combate
cuerpo a cuerpo, armas, medicina de campo y tácticas. Su trabajo era endurecer
los cuerpos de los estudiantes y hacerlos armas letales. Los sacerdotes
enseñaban la historia del mundo, la historia vampírica, y el pensamiento crítico,
y preparando de otra forma las mentes de los estudiantes y las almas para la
batalla. Una cosa era tomar una vida, y otra muy distinta era estar en paz con
eso y ser capaz de hacerlo sin dudarlo.

La mayoría de los estudiantes debían seguir alguna variante del cristianismo,


pero también había algunos judíos y dos Musulmanes. Estaba Eriko, siendo
budista, y algunos ateos y agnósticos. Los estudiantes se sorprendieron al
enterarse de que a veces los vampiros retrocedían con los símbolos de cualquier
religión—cruces, imágenes de Buda, estrellas de cinco puntas. Pero como
Salamanca pertenecían a la Iglesia, preparaban a los Cazadores para realizar
cruces y utilizar agua bendita como arma.

Por ahora, sin embargo, algunos de los profesores más valiosos en su formación
no provenían de los sacerdotes ni de los guerreros.

Susanna Elmira, una antigua maestra de Jardín de Niños, ciega de nacimiento,


capacitaba a los estudiantes a luchar contra lo que ellos no podían ver, de sentir
y responder a los movimientos que recibieran a una velocidad de rayo. El examen
final para su clase hizo que un estudiante con los ojos vendados se enfrentara
contra tres adversarios videntes con espadas de madera llamados bokkens.

Jorge Escobar, un joven que había sido incapaz de utilizar su parte baja del
cuerpo desde un accidente de coche cuando tenía cuatro años, enseñó a los
estudiantes a luchar, sin importar qué tan mal heridos estaban, y cómo
defenderse, incluso cuando estaban en el suelo. Les enseñó a perfeccionar sus
puntos fuertes a niveles casi sobrehumanos. Él mismo podría aplastar los huesos
de la muñeca de un hombre adulto con sólo dos dedos.

José Trujillo, un anciano con grave trastorno obsesivo-compulsivo que había


pasado gran parte de su vida en Instituciones, había encontrado un hogar en la
Academia. Él enseñaba a los estudiantes a tener una mayor conciencia de su
entorno, a ver los patrones, no importa lo oscuro que fuera, y reconocer cuando
algo o alguien no pertenecía. Dos años antes, él había sido el instructor sólo para
darse cuenta en el primer día de clases que Holgar era un hombre lobo.
Afortunadamente, había llegado el Padre Juan, que ya sabía la verdad, y no dejó
escapar su descubrimiento de una forma que podría causar pánico. Holgar se las
arregló para hacerlo con sus aullidos. Aunque la mayoría de los estudiantes
habían aprendido muchísimo de las clases del viejo, el padre Juan estaba
convencido de que las lecciones habían hecho a Jamie aún más paranoico de lo
que era cuando llegó a la Academia.
Los nueve graduados estaban en una cierta desventaja, ya que eran vistos como
deslaves. Pero se habían humillado a fin de continuar sirviendo a la causa. Su
dedicación le daba al Padre Juan esperanza para la humanidad.

Estos eran, pues, los valientes hombres y mujeres que sacrificaron mucho para
convertir nuevos Cazadores. Que habían dado lo mejor de ellos. Incluso Antonio y
Holgar habían encontrado desafíos, y habían aprendido, con la ayuda de todos, a
aumentar sus sentidos ya agudos.

Son un buen equipo, recordó.

El último pasajero subió al avión, las puertas se cerraron tras él. El hombre se
dirigió por el pasillo y tomó asiento junto al Padre Juan. Se sentó, y el Padre
Juan pudo oler la sangre.

—¿Puede bajar la cortina, por favor? —preguntó el hombre.

El padre Juan se puso rígido y miró de reojo justo a tiempo para ver un atisbo de
colmillos. Poco a poco bajó la cortina, sopesando sus opciones. Su equipo estaba
disperso a través del avión. Podría haber otros vampiros presentes, o
simpatizantes. ¿Estaban siguiendo a los Cazadores? ¿O simplemente viajaban en
el avión por otros motivos, otros planes?

En la parte delantera la aeromoza llamó la atención de todos. Cuando comenzó a


explicar las características de seguridad del avión, el padre Juan rogó que no
tuviera que utilizarlas.

***

Skye se sentía aplastada. Estaba en el asiento de en medio en una línea de tres.


El hombre de edad sentado a su derecha, junto a la ventana, estaba demasiado
obeso. El tipo sentado a su izquierda, en el pasillo, parecía que jugaba futbol
americano profesional. Holgar estaba en la fila delante de ella, en el pasillo, y a
ella le hubiera gustado haber estado sentada a su lado.
—Buenos días —dijo el hombre futbol.

—Hola —respondió ella.

—¿Hablas Inglés?

—Sí —dijo, manteniendo su mirada fija hacia adelante. Iba a ser un vuelo largo.
Se preguntó si podía hacer un poco de magia, sólo un hechizo para evitar su
interés. Miró al hombre a su derecha, que estaba viéndola, aparentemente no
teniendo nada mejor que hacer.

Se mordió el labio. Ya estaba a punto de tratar de llamar la atención de su


Equipo. Cinco filas atrás y hacia la izquierda, Antonio también estaba sentado en
un asiento de pasillo, lo suficientemente lejos de las ventanas para evitar el sol.
Eriko estaba en el lado opuesto del avión en el frente, el padre Juan estaba
sentado en la parte trasera. Jamie estaba acomodándose en la última fila de la
sección de en medio, murmurando sobre las piernas y coágulos de sangre. A Skye
no le gustaba.

Se sentía expuesta, vulnerable.

¿Ay, mi amor, me extrañas? Una voz que parecía susurrar dentro de su cabeza.
Un escalofrío recorrió su espalda, y se estremeció. Siempre le susurraba cuando
estaba sola, vulnerable.

Vio la cabeza de Holgar moverse a un lado ligeramente, como si estuviera


detectando algo malo. Ella tomó una respiración profunda, calmándose, con la
intención de relajarse.

Sr. Futbol comenzó a hablar de sí mismo, y ella trató de sintonizar con su mente.
Trató de centrarse en disipar sus sentimientos. Había una energía extraña que
parecía crepitar a través del avión, como la que precedía a una tormenta que se
acercaba. Cuanto más tiempo estaban en el aire, más intensa se hacía.
No debería estar aquí, pensó de repente, la certeza la abrumó. El Sr. Futbol se
inclinó hacia ella, y lo esquivó.

—Oh, vamos. Un beso no te hará daño —dijo.

Holgar se puso de pie y se dio la vuelta.

—Deja sola a mi chica —dijo, su voz con un gruñido bajo y retumbante. A Skye le
fascinó cómo sonó.

El hombre soltó una risita.

—Oh, lo siento, ¿ella es tu novia?

Holgar volvió a gruñir.

La pequeña pasajera de piel oscura junto a Holgar dio un pequeño grito.

—¿Um, señorita? —Alcanzó y pinchó el botón de llamar—. ¿Hola?

El Sr. Futbol rozó un dedo helado en la mejilla de Skye . Por la forma en que los
ojos de Holgar se abrieron como platos, sabía que no había detectado al vampiro,
o bien hasta ese momento había perdido el rastro por tantos olores. Sus ojos
recorrieron el resto del avión, y ella vio que su sonrisa se borraba. ¡Dios, no! Ella
podía decir por su expresión que había más de un vampiro en el avión.

Los ojos de Holgar comenzaron a brillar. Él volvió a gruñir, bajo en la garganta,


amenazante.

—¿Cuál es el problema? —dijo Jamie mientras caminaba por el pasillo.

Una aeromoza le cerró el paso.

—Señor, el signo de sujetar el cinturón de seguridad ya está —dijo


nerviosamente.
—Sí, lo siento —dijo Jamie, poniendo a la aeromoza en un asiento y siguiendo
caminando.

—¡Señor! —protestó ella.

Jamie no le hizo caso y siguió su camino hasta llegar a la fila de Skye. Él agarró
la mano del vampiro.

—¡Maldito pedazo de mierda! —Jamie le dijo.

—Voy a traer al capitán —dijo la aeromoza.

—¡Hazlo! ¡Trae al co-capitán, también! ¡Él iba a morderla! —gritó Jamie. Luego se
volvió al vampiro—. Eres un jodido imbécil, hijo de puta.

En ese momento, varios pasajeros más se levantaron de sus asientos. Skye contó
cinco. Sus ojos brillaban, sus colmillos se extendían.

Cerró los ojos y trató de conjurar un hechizo calmante. Su corazón latía con
fuerza, estaba demasiado asustada para concentrarse.

—¿Participan en la fiesta? —dijo Jamie, y parpadeó los ojos abiertos para


encontrar flotando a su lado a Antonio, con su máscara monstruosa de sed de
sangre.

Él había revelado su identidad vampírica a todos en el avión.

No podían empezar una pelea, no con tantos inocentes en el camino, no en un


avión que podría fácilmente venirse abajo, matando a todos.

—No, no —murmuró Skye, y cerró los ojos otra vez.

Diosa, hazme un instrumento de tu paz…


Y sintió la esencia del Padre Juan uniéndose a su canto, que para él era una
oración, la oración de San Francisco de Asís: donde haya odio, siembre hay amor,
donde haya injuria, perdón…

Trabajando en conjunto con el sacerdote, que había servido a la Diosa, el hombre


peculiar que parecía tan eterno y, sin embargo, tan agobiado y cansado.

Pero en este momento en que sintió el halo dorado de su alma, que había vivido
antes, y los sueños de su corazón, que aún tenía que vivir.

Y juntos derramaron el bálsamo: de la ira y de la sed de sangre del vampiro-


futbol.

Cuando salió de su trance el avión estaba aterrizando, y todos estaban en sus


asientos. A medida que bajaban, el padre Juan se acercó a ella y asintió con la
cabeza.

—Espero que nadie viera a Antonio —murmuró—. Nadie que no debería haberlo
visto.

—Podemos trabajar algunos hechizos con eso, también —ofreció.

Él sonrió.

—O pedirle a Dios que se ponga de nuestro lado.

Skye recordó las palabras susurradas en su mente. Ella no las había escuchado
desde hace mucho tiempo y había comenzado a creer que quien le susurraba
había perdido el rastro de ella. En ese momento, allí mismo, ella se preparó para
decirle lo que había estado escondiendo este tiempo. Ella tenía un acosador, y él
era alguien malo, loco y peligroso de conocer. Pero Jamie subió con una mochila
por encima de su hombro y dijo:

—Vamos a salir de aquí, antes que los Malditos salgan.


El momento se perdió. En otra ocasión, Skye se prometió. Luego sonrió
brevemente a Holgar, que llevaba su mochila. Durante el altercado él había
mantenido la calma.

—Bueno, fue muy divertido —dijo él.

El Padre Juan esbozó una sonrisa.

—Como dicen, no han visto nada todavía.

—Estoy preparado. —Jamie levantó su barbilla y agarró la mochila de Skye de


Holgar. Luego pisoteó hacia la salida, se detuvo y se dio la vuelta—. ¿Vienen?

Se fueron.

FUERA DE BILOXI

JENN

—Te ves cansada, cariño —dijo Modean en el desayuno. Las dos mujeres estaban
solas en la mesa—. Pero hay buenas noticias. Se ha reabierto la frontera.
Estaremos en camino tan pronto como Oral se despierte.

Les tomó una hora, pero al final salieron a la carretera. Resultó que, los Bethune
sabían cómo sobornar al guardia de frontera sobre ignorar a su pequeña y dulce
chica Jackie, que no tenía los documentos necesarios para entrar en Louisiana.
Se detuvieron para almorzar, mientras hacían los planes para llevar a Jenn
directamente a su Maw-Maw. Por tanto, con pesar, Jenn se deslizó por la ventana
del cuarto de baño del restaurante y corrió por el camino.

Entonces era sólo Jenn y su pulgar, y un camionero que la había recogido. A


medida que se acercaba a Nueva Orleans, estaba más agitada.
El hombre canoso de sesenta y algo años echó su gorra de beisbol de los New
Orleans Saints hacia atrás y la miró como un ángel triste. Llevaba una chaqueta
de mezclilla sobre unos jeans gastados de color azul oscuro, una camiseta, y
unas botas de trabajo. Tocando el crucifijo colgando del espejo, el camionero hizo
una mueca y sacudió su cabeza.

—No deberías estar haciendo esto, querida —dijo en un acento gangoso―. Nueva
Orleáns no nos pertenece más. Es de ellos. Yo me críe allí, y me he ido. La
empresa de transporte me ofreció el triple para ir a la ciudad, dije que no. Ese
lugar es pura maldad. Las personas que se quedan son propiedad de ellos. No les
gustan los extranjeros. Preferirían rajarte la garganta que preguntarte cuál es tu
nombre.

Jenn se sorprendió. Las cosas en España eran muy diferentes, ella viajaba con el
Equipo pero siempre vivía detrás de las puertas de la Academia.

No había oído algo acerca de lo mal que estaba la situación en Nueva Orleans, si
es que el camionero decía la verdad.

—¿Por qué las personas no huyen? —preguntó.

—La mitad de ellos no pueden. Los chupadores de sangre no se lo permiten. La


otra mitad tampoco. Un montón de grupitos de vampiros se mudaron aquí
cuando se hicieron cargo de la ciudad. Pueden hipnotizar, ¿lo sabías? Te hacen
caminar a un precipicio, si así lo desean.

—Gracias por la advertencia —dijo Jenn, a pesar de que ya sabía eso.

Detuvo el camión a un lado de la carretera.

—Aquí es hasta donde yo llego.

Ella salió de la cabina con su mochila por encima del hombro. Afuera, a
principios de la tarde, el cielo estaba nublado y con una llovizna tibia. Sus botas
se hundían en la tierra pantanosa, e hizo una mueca cuando sacó su pie derecho
de la suciedad, y buscó con la vista un lugar más seco. El aire pantanoso era una
bofetada húmeda contra su cara helada.

—Esta es la forma más rápida, ¿no? —preguntó ella. Eso era lo que le había
dicho.

—Oui. Ellos miran la carretera, pero el pantano te ocultará. —Levantó una mano
grande del volante y señaló a los árboles—. Pero no sé, querida. Eso no se ven
bien para mí, ahora que estamos aquí. Está bastante oscuro allí para que vayas.
Tal vez un Maudit—Maldito— está afilando sus colmillos en este momento, a la
espera de que alguien como tú camine hacia allá. ¿Has visto a una persona
después que los chupasangres la secaran?

—Sí —dijo en voz baja—. Es por eso que estoy aquí.

Su rostro se suavizó con compasión, su ceño fruncido cada vez más profundo
mientras apretaba los labios, después de un golpe, las lágrimas no derramadas
brillaban en sus ojos.

—¿Así que estás aquí por venganza? No hay nada que puedas hacer, querida. No
hay nada que alguien pueda hacer. El Gobierno vendió todo después del río, tal
como lo hicieron cuando el Huracán Katrina llegó. Dejando que los vampiros nos
masticaran para que sólo ellos salieran libres.

Suena como Jamie, pensó. O… Papá…

Una oleada de náuseas le pegó. Mordiéndose el labio inferior, obligó a sus


lágrimas a no salir. Si ella se ponía a llorar, nunca se detendría. No podía pensar
en su padre, no ahora. Quizás nunca.

—Yo puedo hacer algo. Lo haré.

—Yo lo intenté, también —dijo. Luego agarró el cuello de su camiseta y tiró de


ella hacia abajo, dejando al descubierto su pecho. Una gruesa cicatriz irregular
púrpura corría de un lado de su cuello al otro—. Casi me mata.
Ella contuvo el aliento a la clara evidencia de un ataque de vampiro. Algunos
decían que la mordedura de un vampiro era la experiencia más dolorosa
imaginable.

Otros que era un anticipo del cielo.

—Mi hermano vino detrás de un vampiro que me tenía, y lo estacó. El Maudit se


convirtió en polvo, justo en mi pecho. —Se volvió a acomodar su camisa y se dio
unas palmaditas al pecho—. Debiste haber visto toda la sangre.

—Me alegro de que se salvara —dijo con sinceridad.

Dio unos golpecitos con el dedo contra el gran crucifijo negro que colgaba del
espejo.

—Jesucristo salva vidas. Él me rescató.

—Me alegro por eso, también. —Ella se movió para cerrar la puerta.

—No vayas a la ciudad —le suplicó, pero ella cerró la puerta, se alejó un paso, y
se despidió con la mano. Él señaló el crucifijo, y ella asintió con la cabeza, sin
saber exactamente lo que estaba tratando de decirle, pero estaría dispuesta a
aceptar sus buenos deseos y bendiciones.

Sus neumáticos chillaron cuando se fue. Una vez que el camionero se había ido
de la vista, metió la mano en la parte superior de la mochila por una estaca y la
apretó. Era lo mejor que podía tener. En las manos de Eriko o cualquiera de los
otros, era un arma formidable. En sus manos…

—Eres una cazadora entrenada —se dijo a sí misma—. Puedes hacer esto. —
Había cinco vampiros menos en Oakland como prueba de ello. Sin embargo,
sabía que había sido suerte. Sólo esperaba que, otra vez, la suerte estuviera de su
lado, porque en este punto ella era la única esperanza de Heather. Si no fuera ya
demasiado tarde.
Te odio, papá. Es lo mismo que si le hubieras pintado en el pecho el blanco… La
has matado.

No podía pensar así. Esa vampira—Aurora—se había comprometido a mantener


con vida a Heather hasta el Mardi Gras, y todavía faltaban nueve días. Pero
Aurora podía hacerle muchas cosas a Heather, mientras tanto, además de
matarla.

Torturándola, drenando su sangre poco a poco.

Jenn se obligó a mantener la calma y el control. No podía pensar como una


hermana mayor en estos momentos. Tenía que ser una Cazadora, un 100%,
dentro y fuera.

Sacó su celular y alcanzó a ver un bar. Con la esperanza de que hubiera señal,
marcó primero al Padre Juan, a continuación, a Antonio, y no obtuvo el servicio.
Esperaba que estuvieran en camino, llegando a su ayuda, como el Padre Juan
había prometido.

Pero no estaban allí ahora. Ella estaba sola, consciente de que Heather era el
cebo y que ella estaba haciendo exactamente lo Aurora quería. ¿Por qué?
Seguramente para engañar a un Salamanca no valía la pena tanto esfuerzo,
especialmente cuando Aurora podría haberla matado ya. Jenn había pasado las
últimas horas preguntándose por qué Aurora se había alejado en lugar de
terminar las cosas. Estaba segura de que la Maldita tenía una razón, y estaba
segura que no le iba a gustar cuando se enterara.

Cuadrando los hombros, Jenn agarró con firmeza la estaca, abrió su bolsillo de
velcro y sacó el frasco de vidrio con agua bendita. Si un Maldito venía detrás de
ella, podría abrir el frasco contra el tronco de un árbol. El agua bendita quema
vampiros como ácido—vampiros, a excepción de Antonio. ¿No era eso prueba
suficiente de que él, verdaderamente, poseía un alma?
El pantano seguía resbaloso, aunque la lluvia había cesado. El sol luchando a
través de las nubes bajas y el follaje de los cipreses. Extraños palos de madera
gris se levantaban de los remolinos de agua. ¿Lagartos? ¿Vampiros en esas
pequeñas Canoas Cajun que había leído en alguna parte?

Entrecerró los ojos en la oscuridad, oliendo el barro y la putrefacción. Robles


rodeaban el pantano, luego se extendían de izquierda a derecha como un ejército
—marcando una barrera y una trampa. Ella comenzó a caminar paralelamente,
con la esperanza de darle la vuelta. Había un tramo de carretera de dos carriles
más adelante—la "carretera" rumbo a Nueva Orleans que el camionero se había
negado a tomar. Él dijo que era demasiado peligrosa para tomar. En el centro de
la pista, un quemado y oxidado Infiniti 25 yacía de costado como el esqueleto de
un animal muerto. No se había tomado ese camino desde hace mucho tiempo.

Sin embargo, el sol brillaba allí, así que siguió caminando hacia la carretera,
maniobrando con la estaca, agarrando la mochila de tal manera de poder
quitársela inmediatamente si tenía que hacerlo. Todos los demás en el Equipo
podrían utilizar una mochila como un arma, pero Jenn no tenía suficiente fuerza
en la parte superior del cuerpo para hacerlo.

Llegó a la carretera y dudó, más vehículos quemados y abandonados se extendían


por la acera. El sol caía directamente sobre el metal retorcido, y tragó,
preparándose en caso de tener que ver cuerpos de personas muertas. Todavía no
se había acostumbrado a ver cadáveres. Sin embargo, los restos segurame nte ya
habían sido desintegrados por el mucho tiempo que pasó desde los incendios, si
algo quedaba de las personas que habían viajado en ellos, serían sólo los huesos.
La idea hizo poco para consolarla, pero siguió su camino. Detrás de ella, los
grillos chillaban, las ranas croaban y los pájaros graznaban. Eso era lo único con
vida en Nueva Orleans.

25
Infiniti es una marca de autos
El aleteo de algo parecido a una libélula vibró en su oído, el sonido se hizo más
fuerte al pasar el Infiniti. Sintió una vibración en contra de las suelas de sus
botas. Era el rugido de un motor que venía detrás de ella en el largo camino
desértico.

Se dio la vuelta, cubriéndose los ojos contra el deslumbramiento. A unos


cincuenta metros de ella una furgoneta negra le estaba dando la vuelta a un
camión de remolque oxidado. El parabrisas estaba oscuro, y así estaba la ventana
del lado del conductor. ¿Polarizados? Escalofríos le recorrieron en su espalda. ¿El
camionero le había advertido acerca de esto? ¿Eran Malditos atreviéndose a
manejar en el sol? Un vampiro jamás se hubiera arriesgado.

La camioneta aceleró su motor, tomando velocidad y directo a ella. Dejando caer


la mochila, echó a correr. La camioneta siguió avanzando. El motor estaba
corriendo. Ella se movía más rápido. El zumbido se convirtió en un rugido que
hacía vibrar los huesos en su contra.

Los árboles, pensó. No serían capaces de seguirla en la maraña de robles en el


lado de la carretera. ¿Pero era lo que querían que hiciera?

¿Estaban más vampiros escondidos en las ramas y mirando de reojo detrás de los
troncos, a la espera? Y si es así, ¿qué debía hacer?

Los Cazadores aprendían a procesar las situaciones estratégicamente. La


principal prioridad era conseguir alejarse de la camioneta. Si la llegaba a
atropellar, moriría. Tenía que hacer la primera cosa que, muy probablemente, la
mantendría con vida. Por el momento, eso significaba los árboles.

La camioneta rugió hacia ella cuando giró sobre sus talones y corrió hacia el más
cercano roble. El sudor cubría sus manos; se aferró a la estaca, la única que
tenía, y mantuvo el frasco de agua bendita en su sudorosa mano izquierda. Su
corazón latía violentamente, y se obligó a sí misma a no jadear, a respirar con
regularidad, mediante la técnica de ejercicio—la del aumento de aguante del
Cazador. Sus ojos no podían hacer un ajuste lo suficientemente rápido cuando
estaba con el sol brillante a la oscuridad del bosque, y ella sabía que tenía que
reducir la velocidad, o el impacto cuando se encontrara con el árbol la haría
noquear. Musgos españoles colgaban de ramas y le rascaban la frente mientras
corría a toda velocidad.

Luego la camioneta chocó. Ella escuchó, cayó de rodillas y metió el puño en su


boca para que el conductor no la escuchara tragar aire. El sudor picaba sus ojos,
y se secó la frente con el antebrazo. Le ardió, y se dio cuenta de que estaba
cubierta de arañazos por su rápida carrera.

—Era una chica. —Alguien —que sonaba como un hombre—gritó—. ¡Vite!

Oyó el sonido de un silbato.

Vite es una palabra en Francés que se utiliza para decir "primero"—pero también
puede significar ―aprisa‖. Jenn había aprendido unas pocas palabras de un
estudiante en la Academia. Simone había salido, alejándose decepcionado, pero
libre. Tuvo suerte. La mayoría de los estudiantes que salían de la Academia lo
hacían en bolsas para cadáveres.

Pero ahora Jenn estaba atrapada. Los latidos de su corazón iban jodidamente
rápido, y la adrenalina se derramaba en su sistema. A través de un acto supremo
se obligó a respirar lentamente de nuevo. Sin embargo, sus ojos no se habían
adaptado; estaba ciega, a pesar de todas sus intenciones y propósitos.

Otro silbido le perforó el tímpano, tan sorprendentemente fuerte que casi cae
sobre sus manos. Si eso sucediera, el frasco se rompería.

Cambió su peso, cerró los ojos, luchando por adaptarse.

El silbato era respondido…. de algún lugar detrás de ella. Sus ojos se abrieron. El
segundo silbador estaba en el bosque. Con ella.

Antonio, pensó, porque cada vez que se enfrentaba a la muerte, su último


pensamiento era él. Su rostro brillaba en su mente. Ella se quedó inmóvil, con
miedo a que su miedo les hiciera saber dónde estaba, a pesar del asqueroso olor
natural en el aire.

Escuchó pisadas detrás de ella. Podría ser un vampiro, podría ser un ser
humano. Teniendo en cuenta la luz del sol, lo más probable es que quien se había
bajado de la camioneta fuera un humano, a menos que la furgoneta hubiera
rodado a la sombra. Y el chico había hablado con alguien, por lo que había por lo
menos dos de ellos. Tal vez estaban rodeándola.

Finalmente, alcanzó a ver las formas oscuras de los árboles, las cuerdas de
musgos españoles colgando como sogas. Se medio enderezó, y se deslizó
silenciosamente como pudo detrás del tronco del roble más cercano. Estiró el
cuello a su alrededor, tratando de ver en la penumbra.

—Te tengo —dijo alguien, cuando un golpe se estrelló contra la parte posterior de
su cabeza.

NUEVA ORLEANS

PADRE JUAN, JAM IE, ERIKO, HOLGAR, SKYE, Y ANTONIO

—Gracias a Dios por los sótanos —dijo el Padre Juan a Antonio cuando salió del
ascensor de servicio y cerró la puerta. Revisaron su equipo. Nadie tenía equipaje
documentado. Todo lo que habían traído, lo llevaban en sus espaldas. Eso
significaba que tenían carencias graves de armas de todo tipo.

—Hay una puerta que conduce al túnel de mantenimiento, y a partir de ahí, la


red de alcantarillado. —El Padre Juan le dio un vistazo a Jamie—. No fumar.

Jamie resopló y guardó los cigarros. Todos estaban cansados y sucios, incluso
Antonio. El sol le afectó mucho. Cuando su avión se había retrasado en Nueva
York, el peligro de tener que caminar bajo el sol se había intensificado.
Afortunadamente, el camino, tanto en Nueva York y Nueva Orleans, había sido en
el interior, protegiéndolo.

Eriko caminaba con el Padre Juan hacia una puerta de metal gris. Antonio miró a
Skye, para ver si sentía algún vampiro cerca, y luego a Holgar para ver si algún
olor estaba fuera de lo común. Él no encontró nada. Todo el mundo estaba tenso.
El contacto del Padre Juan en Nueva Orleans le había enviado un e -mail con la
información diseñada para ayudarlos a conectarse con la banda local de los
combatientes, pero se negó a reunirse con ellos en persona. Dijo que era muy
peligroso, que ya había arriesgado demasiado, ayudándoles. La única razón por la
que se había metido, era porque el Padre Juan era un Sacerdote Católico, al igual
que él.

—Hasta ahora, todo va bien —anunció el Padre Juan cuando Eriko abrió la
puerta―. Él dijo que habría un carro de mantenimiento. Entonces un poco más
lejos, podemos llegar a las alcantarillas.

—Magnífico —se quejó Jaime. Miró a Holgar—. Te gustará, ¿verdad, hombre-


lobo? ¿Chapotear sobre una gran corriente de mierda?

Holgar no le hizo caso.

—¿Y nos podrán encontrar en las alcantarillas? —preguntó Skye.

—Ese es el plan —respondió el Padre Juan.

—Jodernos, más bien —dijo Jamie.

—Por favor, cállate —dijo Eriko.

Ellos encontraron el carro, y terminaron paseando por el laberinto de túneles de


servicio, comenzaron a adentrarse en la oscuridad y alejarse del aeropuerto. Era
la temporada de Mardi Gras. Antonio nunca había estado, pero el tráfico en la
terminal parecía escaso para una ocasión tan festiva. La gente tenía miedo de
venir a Nueva Orleans.
Pensó en Jenn sola, haciendo su camino hasta aquí, y sintió que su corazón se
rompía. Ella era una Cazadora altamente calificada y elegida por el Padre Juan,
pero era mucho más para él. Y él había nacido en un tiempo cuando los hombres
cuidaban completamente de sus mujeres.

Sin embargo, fracasaste con la protección de la mujer, pensó. Y ahora ella está
muerta.

Apartó su culpabilidad y se concentró en mover al Equipo a su punto de


encuentro. Pero no pudo alejar el miedo.

Por Jenn.

Las horas se extendían; Antonio se decidió a cubrir la retaguardia mientras


seguían adelante. Luego olió a muerte, y miró a Holgar, quien asintió con la
cabeza.

—Estamos por debajo de uno de los cementerios —dijo Holgar—. Entierran a sus
muertos en esas cajitas. ¿Cómo les llaman?

—Tumbas —dijo Antonio.

—Así que no los dejan ir por los canales —se quejó Jamie, evitando el agua fétida
que corría por el centro del túnel—. Maldita sea, esto es peor que las catacumbas.

A continuación, el padre Juan se sacudió, y ladeó la cabeza. Antonio lo miró,


escuchando los extraños latidos de corazón de alguien. A excepción… que no
eran latidos de corazón. Él entrecerró los ojos, concentrándose.

—Tambores de vudú —dijo el padre Juan—. En el cementerio por encima de


nosotros.

—Mágicos —afirmó Skye—. Ellos resucitan a los muertos.


—Como zombis —añadió Jamie—. No tenemos nada que temer. Apenas pueden
moverse. Los segaremos.

—Alors26, tienen que parar ahí. —Sonó una voz en la oscuridad.

El chasquido de un arma se hizo eco detrás de él.

—¿Amigo o enemigo? —dijo el Padre Juan en voz alta.

No hubo respuesta.

EL PANTANO A LAS AFUERAS DE NUEVA ORLEANS

JENN

A medida que el golpe en la parte posterior de la cabeza impulsaba a Jenn contra


el tronco del árbol, se empujó con las palmas de las manos e inclinó la cabeza,
golpeando en la cara a su agresor. Lo oyó gruñir y lo sintió tambalearse hacia
atrás, y ella ejecutó una fuerte patada circular mientras se volvía hacia él.

Su bota golpeando un lado de su cabeza.

Él era un hombre alto y de piel oscura, y cuando se estrelló contra el suelo, ella
se tiró encima de él, capturando su brazo izquierdo con la pierna derecha.

A horcajadas, empujó en el hombro derecho y le clavó en el pecho su estaca, lo


suficiente para hacer una abolladura, pero no cortar la piel.

—¡No, no, no! —gritó, agitándola con el brazo liberado—. ¡Soy humano!

26
Entonces, en francés
—Me atacaste —le recordó ella, dándose cuenta de que no tenía sentido usar en
él la estaca. Lo que quería decir que su promesa de no dañar a los humanos salía
por la ventana si era necesario para defenderse.

—Esto es suficiente —dijo alguien a su derecha. Era la voz del hombre que había
oído salir de la camioneta—. Tengo un rifle apuntando a tu cabeza.

Ella era una Cazadora. Los Cazadores no se rendían.

—Tengo una estaca apretada contra su corazón —dijo ella, levantándose sobre
sus rodillas y, debido a su peso corporal, profundizando la estaca. Ahora la piel
se cortó. Cuando él gritó, ella rodó fuera de él, y luego lo tiró a la posición de
sentado como si fuera un trapo, y lo aferró a su pecho. Reposicionó la estaca en
contra de su arteria carótida, tratando de distinguir la figura del otro hombre.
Pero estaba demasiado oscuro. Si él la podía ver lo suficientemente bien como
para disparar, era probable que fuera un vampiro o que tuviera lentes de visión
nocturna.

—¡Si la entierro, sangrará hasta la muerte! —gritó ella.

—Oh, merde, merde 27—susurró el hombre negro—. Lucky, ¡para!

—¿Qué estás haciendo aquí? —El hombre —Lucky— exigió—. Nadie viene aquí.

—¡Tira el arma! —exigió, agarrando a su preso debajo de la barbilla y


preparándose para hacer lo necesario—. ¡Ahora!

—Mierda —dijo su prisionero con voz áspera—. Lucky, ¡hazlo!

—Esperen, paren, todos. —La voz pertenecía a una tercera persona, una mujer—.
Lucky, creo…creo que es una Cazadora. Tiene un parche de Salamanca. Tienen
una academia, ¿no?

27
Mierda, en francés
Habían encontrado su mochila. Su chaqueta con su parche de Salamanca estaba
doblada en el interior.

Una linterna de luz amarilla la alumbró, luego a su chaqueta y luego, otra vez, a
ella. Ella no se relajó, manteniendo la estaca presionada contra el costado del
cuello de su cautivo. Él la miró con ojos enormes.

—¿Es eso cierto? —El hombre del suelo preguntó—. ¿Eres una Cazadora?

Ella no respondió. Pero él se puso a llorar.

—Merci28—susurró él—. Merci, Dios.

—Si eres una Cazadora, estás entre amigos —dijo la mujer—. Lo juro.

La luz se volvió contra los árboles y luego se posó en el rostro de una mujer joven
y un hombre —Lucky. Ninguno de ellos parecía más viejo de veinte años, quizás
más jóvenes. La mujer tenía el cabello teñido de color rojo, y lo traía amarrado en
una alta coleta. Llevaba pantalones vaqueros andrajosos y una camiseta negra
con un estampado de la cara de una geisha japonesa, y la mochila de Jenn
estaba en sus brazos. Lucky parecía ligeramente gótico, con ojos delineados y
anillos en todos los dedos. Sus oídos tenían múltiples perforaciones.

—Mira —dijo la mujer a Lucky, sosteniendo la chaqueta de Jenn.

Lucky le mostró su rifle a Jenn y lo puso en el suelo, extendiendo las manos, y


estirando lentamente sus brazos sobre la cabeza. La mujer sostenía la linterna
con su mano derecha y en la otra colgaba de su puño la chaqueta.

El cuarto extraño, un hombre, se acercó a Jenn por detrás. En el resplandor de la


linterna, vio que era más alto, de cabello gris. Parecía estar desarmado.

28
Gracias en francés
El cuarteto la miró. Levantó la estaca lejos de la garganta de su cautivo y se puso
de pie. Todavía no estaba convencida de confiar en ellos. Pero como el Padre Juan
decía a menudo; había que ir por los instintos. Ella bajó su arma y levantó la
barbilla.

—Sí —dijo, enfrentando a los tres—. Soy una Cazadora.

Lucky y la mujer empezaron a dar grititos y bailar. El hombre que casi había
estacado, se levantó y echó los brazos alrededor de ella. Y el hombre de más edad
bajó la cabeza.
Traducido por aLexiia_Rms

Corregido por hanna

uestros maestros se han buscado mutuamente, y nos organizan en

grupos de lucha. Nos envían donde podemos hacer el mayor bien —es

decir, causar el mayor daño a nuestro enemigo común. Pero la creación de equipos

de cazadores es un concepto nuevo, trabajar con otros grupos es tan nuevo, y

tenemos tensiones y problemas iguales que a los de nuestra edad, supuestamente

más sabios, las fuerzas de combate de élite. Muchos de los que han oído hablar de

nosotros han protestado por nuestra propia existencia, llamándonos niño s en una

cruzada.

—Del diario de Jenn Leitner


NUEVA ORLEANS

JENN

—Hay túneles por debajo de la mayor parte de Nueva Orleans. Han estado aquí
por años —dijo la mujer pelirroja a Jenn, cuando el hombre más viejo metió la
furgoneta negra en una estrecha calle detrás de un bonito y moderno edificio de
tres pisos, mezclado con balcones de hierro forjado—. Los piratas,
contrabandistas y los niños solían utilizarlos. Ahora lo hacemos nosotros. Y los
vampiros.

La mujer se llamaba Suzy, y era de Ohio. Había estado trabajando en Le Pirate,


un restaurante en el bello e histórico Vieux Carré o Barrio Francés, de Nueva
Orleans. Les habían dado autorización de seguir abierto porque, después de todo,
la gente tenía que comer.

Resultó que el ―amigo-camionero‖ de Jenn había visto a los cuatro patrullando, y


se había detenido, y les habló de su chica pasajera y su extraño comportamiento.
Existían precios por sus cabezas—ellos eran bandidos, rebelándose al actual
gobierno de su ciudad—y las personas hacían cosas terribles en estos días. Lo
que la hizo muy sospechosa, mereciendo una visita. Ellos habían encontrado
accidentalmente oro al capturar a un cazador.

—Deja que la lleve por usted, Cazadora —ofreció Matt, el conductor, cuando Jenn
salió de espaldas, elevando su mochila por encima del hombro.

—Gracias —dijo, permitiéndole agarrarla. Si él se ocupara de la lona, tendría las


manos libres para luchar. Además, estaba demasiada agotada. Apenas se había
recuperado de su última concusión, y esperaba no tener que soportar otra gracias
a su reciente golpe en la cabeza.

Moviéndose sigilosamente, los demás se bajaron. Bernard, su ex-atacante, era el


líder. Mientras que se presionaban contra la pared, él se deslizó por la calle,
moviendo su cabeza a la derecha e izquierda, y asintió con la cabeza a Lucky,
quien era un fugitivo de dieciséis años, de Tampa. La vida que había tenido se
reflejaba en su edad: parecía más viejo. Jenn reunió por su humor negro que
"Lucky" era el más irónico de los apodos. Él había huido de su casa a Nueva
Orleans, por el amor de Dios.

Avanzaron unos metros, se detuvieron bajo un árbol de magnolia empalagoso.


Envuelta en su perfume, Jenn casi estornudó, pero se las arregló para
aguantarse, con su pecho adolorido. Con los demás, ella observaba mientras
Lucky iba al centro de la calle y exploraba el área. Quería decirle que su
comportamiento furtivo seguramente captaría la atención, realmente no había
forma de mover la tapa de una alcantarilla casualmente, pero él estaba
levantando más indicadores rojos de lo necesario. A medida que la cubierta
pesada raspaba contra la calle, Lucky asentía con la cabeza. Luego la dejó caer.

Jenn tocó el hombro de Bernard.

—Está muy oscuro allá abajo. Ellos serán capaces de atacarnos.

—Tienen ojos y oídos en todas partes —susurró Bernard sin mirarla—. Entre los
seres humanos, quiero decir. Si nos vamos por las calles superficiales, nos
atraparán.

Monumental e inquieta, se debatió en seguirlos. Sólo tenía su palabra de que


estaban luchando contra los vampiros y los humanos corruptos del gobierno
local. Por lo que sabía, ellos la podrían entregar a Aurora.

¿Era así como Papa Che había sentido? ¿Preguntándose constantemente en


quién podía confiar, sabiendo que en cualquier momento podría ser traicionado?
Quizá por eso él siempre había sido tan bueno leyendo a la gente, sus corazones,
sus intenciones. Si hubiera tenido sólo la mitad de su capacidad, le podría haber
sido más fácil leer las intenciones de su padre antes de que él la traicionara.

—Estoy preguntándome si deberían bajar allí —insistió Jenn.


Suzy se deslizó a su lado. Agachó la cabeza y asintió.

—Estamos tomando riesgos estúpidos. Lo sabemos —susurró—. Simplemente...


estamos cansados. Todo el mundo está buscándonos. Los vampiros viven en las
casas, y también lo hacen las personas que los adoran. Eso deja a las
alcantarillas y túneles para las ratas. Y para nosotros.

—Tenemos una casa de seguridad allí —intervino Bernard.

—Nada es seguro en la oscuridad —respondió Jenn—. La única razón por la que


yo bajaría sería para salvar a alguien.

—Tú nos estás salvando —dijo Suzy en voz baja cuando se encogió de hombros
bajo el árbol—.Solía haber más de nosotros. Llegó la policía... —Su voz se apagó,
y le tembló su labio inferior—. Nunca hemos vuelto a escuchar de Stan y Debbie
otra vez.

—Ella está diciéndote la verdad, su… —dijo Bernard—. Es al revés aquí. Nueva
Orleans es una ciudad cerrada. Nadie sale. Deberían advertirle a la gente, decirle
lo que es y en toda regla. Teléfonos y celulares no funcionan. El uso de Internet
privado está bloqueado. Es como la Edad Media.

Ella parpadeó, y Bernard continuó:

—La gente que protesta se la llevan. Ellos nunca vuelven. Hubo una escasez
terrible por un tiempo, pero los Malditos comenzaron a conseguir meter
suministros. Los Nueva Orleaneses han captado el mensaje: seguir la línea, vives
y comes. Te quejas y desapareces.

Pensó en su padre. Hizo un gesto.

—Así lo hacen. Seguir la línea.

Suzy asintió con la cabeza.


—Oh, diablos, sí que lo hacen. Y se sonríen mientras lo hacen. Por supuesto,
muchos de ellos también beben mucho, toman drogas. Hay un montón de estrés
post-traumático. Y luego hay personas que pretenden que su vida es la misma.
Que no es gran cosa —sonrió con amargura—. La negación es grande aquí en el
Big Easy.

—Entonces no eres tú —dijo Jenn. Ella estaba preocupada por Lucky. Luego, su
cabeza volvió a aparecer e hizo la señal de ―todo está bien‖.

—No somos nosotros —coincidió Bernard—. Y te sorprenderá cómo muchas


personas nos odian. Dicen que vamos a conseguir que todos mueran. Dicen que
si queremos ayudar, debemos ayudar a los tontos a traer más suministros:
diques de reparación, ese tipo de cosas.

Eso sonaba muy familiar.

—Esto es muy malo. —Jenn miró el túnel. Era una trampa mortal.

—Mira, tenemos un lugar donde descansar, donde puedes comunicarte con tu


gente. En la calle… —Él hizo una mueca.

—Pero ella es una cazadora —les recordó Matt—. Estará bien.

—Por favor, ven con nosotros. —Suzy le tomó la mano—. Es peligroso allá abajo.
Y tenebroso.

De repente, Jenn vio la situación de manera diferente: aquí estaba un ser


humano pidiéndole a un cazador ayuda. ¿No estuvo con el Equipo, en la víspera
de Año Nuevo, y hubo jurado proteger la vida humana? ¿Esas palabras valían
algo? ¿No era por eso el que se hubiera convertido en un cazador? ¿No sól o por
su hermana, sino también por todas las personas?

—¿Por favor? —rogó Suzy, con su pequeña cara, y muy joven.


En ese momento Jenn se dio cuenta que no tenía otra opción. No podía
abandonar a estas personas.

—Está bien —dijo, y Suzy le dio un rápido abrazo.

Ellos corrieron hacia la alcantarilla y bajaron por el túnel, uno a la vez. Hacía
más frío por debajo de la tierra, y olía peor que el pantano. El eco del goteo de
agua marcaban el tiro-rápido de los latidos de su corazón, y un par de pulgadas
de líquido maloliente cubría el suelo del túnel.

—Vivimos en un convento abandonado —dijo Suzy, cuando hicieron tantas


vueltas que Jenn perdió la pista—. Se supone que está embrujado.

—Lo está —exclamó Lucky, y luego miró sus manos.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Jenn, pero él se encorvó más, su lenguaje


corporal gritaba que no quería hablar de ello. Ella podía ver los huesos de su
columna vertebral a través de su camiseta, como si él no estuviera comiendo lo
suficiente, o como si tuviera una enfermedad crónica. No serviría de mucho en
una pelea. Y en cuanto a Suzy, una camarera, Sarah Connor no era. ¿Eran estos
los mejores luchadores del grupo que tenían?

Evaluando su capacidad para defenderse, ella miró el rifle de Lucky. Sabía que
Bernard llevaba una pistola, pero esas armas no causaban un gran daño a los
vampiros, y nada permanente. Aseguró que su agarre a su estaca fuera bueno y
firme.

Con tanta calma como pudo, sacó su teléfono. Por supuesto que no iba a
funcionar bajo tierra, sin embargo esperaba un mensaje retrasado que hubiera
llegado hasta estas alturas.

—Como he dicho, no hay ninguna señal de celulares decente en Nueva Orleans,


nunca —murmuró Suzy—. El alcalde dice que tiene algo que ver con las torres de
telefonía, pero sabemos la verdad —frunció el ceño—. ¿Esto no está ocurriendo
en España?
Jenn frunció el ceño y sacudió la cabeza. Ellos tenían cobertura para los
celulares en España. Como Cazadores, mantenían perfiles muy bajos. El Padre
Juan los mantenía protegidos de las preocupaciones del día a día sobre la
guerra—y, al parecer, del mundo. Le molestaba que ella estuviera fuera de
contacto. Pero, de nuevo, ¿importaba?

—Tenemos que cortar la charla —advirtió Bernard—. Estamos moviéndonos en


territorio enemigo.

Como si fuera una señal, la linterna de Jenn iluminó una huella sangrienta en la
pared. Tragó y la recorrió un escalofrío de miedo, y miró, estando atenta de su
alrededor, su mirada perdida en las sombras. Incluso si los vampiros vivían en
las casas, necesitarían los túneles para moverse durante el día. Bernard apagó la
linterna, y los demás hicieron lo mismo.

—Los vampiros pueden ver bastante bien en la oscuridad —dijo.

Se hizo el silencio. Entonces Bernard dijo suavemente.

—Pero las personas no pueden ver nada.

Un recordatorio de que también había enemigos humanos.

—De acuerdo —dijo, y apagó la suya.

En España no era así. Ellos siempre eran aclamados como la salvación de los
ciudadanos. Ella nunca había tenido que ver la espalda alrededor de seres
humanos antes. Tal vez si lo hubiera hecho, esto no estaría sucedido.

Ella sacudió la cabeza. Su padre y ella nunca habían sido cercanos. Había sido
Papá Che quien le enseñó a montar en bicicleta, Papá Che animándola a tomar
riesgos, a pesar de que enfurecía a su padre.

Sin embargo, ella nunca había entendido realmente la profundidad de la


hostilidad entre su padre y el padre de él hasta la noche de la pelea. Papa Che y
Gramma habían venido a cenar, y durante el postre la conversación había pasado
al tema de los vampiros. Papa Che los había denunciado, y su padre se había
puesto furioso, diciendo que él no tendría que hablar de esa manera en su casa,
no quería oír hablar de la guerra. Al final, él había ordenado a Papa Che irse, y
Gramma se había ido con él.

Tan pronto como la puerta se cerró detrás de ellos, Jenn había hablado. Dos
chicas de su escuela habían desaparecido, y estaba segura de que habían sido
matadas por vampiros. Había cosas malas que estaban pasando, ¿cómo podría
su padre hacerse de la vista gorda?

Él la había acusado de ser corrompida por Papa Che, dijo que sonaba como una
revolucionaria.

—Uno de nosotros debe. —Le había acusado. Y algo que había estado zumbando
en el fondo de su mente durante semanas llegó a la luz. Declaró que iba a ir a
España a estudiar para ser una cazadora.

Su padre se había vuelto loco, tanto que gritó a su alrededor sobre lo que su hija
debía y no debía hacer. Ella estaba yéndose, sólo paró en su cuarto para agarrar
su pasaporte—que tenía sólo un sello de Canadá—el dinero que había ganado
trabajando en el cine durante el verano, y una chaqueta.

Veinticuatro horas después, había aterrizado en Madrid. Una semana después ya


estaba oficialmente matriculada en la Academia Salamanca, gran parte de su
clase eran adolescentes de todo el mundo. A los dieciséis años no era la más
joven de todos. Había otros que eran más viejos, también. La edad límite era de
veintiún años. A menos, claro, que fueras como Antonio: diecinueve pasando
noventa.

Cuando Jenn y el pequeño grupo de Resistencia chapotearon en el agua, se


hicieron más tranquilos y más tensos. Pronto se trasladaron en un silencio
absoluto. Caminaron durante tanto tiempo que Jenn empezó a sospechar que se
perdieron. Ella sacó su teléfono, y ahuecó la pantalla mientras miraba la hora.
Eran las dos cincuenta y cinco de la tarde. El camionero la había dejado a las
nueve de la mañana, y estaba muriéndose de hambre. Había algunas barras de
proteína y un par de botellas de agua escondidas en su bolso de la lona.

Estaba a punto de pedir la mochila cuando el grupo dejó de moverse. No sabía si


Bernard les había dado una señal que no había oído bien, o si habían llegado a
su destino. Bernard encendió su linterna. Suzy se acercó a Jenn.

Bernard iluminó un tramo de escaleras de madera podrida con el haz de luz. Las
barandillas estaban agrietadas y peladas, y la propia escalera estaba llena de
contenedores de poliestireno de comida para llevar, los periódicos estaban
podridos, y había botellas de cerveza. No parecía haber sido usada en años. Pero
mientras observaba, Suzy y Lucky agarraron la esquina izquierda de lo que
parecía ser una larga franja de redes de camuflaje debajo de la capa de basura y
lo doblaron por la mitad, dejando al descubierto una escalera mucho más limpia.
La basura había sido deliberadamente conectada a la red. Quedó impresionada
por el truco ingenioso, y memorizó la basura como algo que los Salamanca
podrían ser capaces de imitar en una fecha futura.

Sus mejillas quemaron. Era tan difícil pensar en un futuro. Si algo le hubiera
sucedido a Heather, el tiempo en su mundo se detenía para siempre, hasta el
momento en que su padre las había traicionado. Traicionó a las dos, cuando
pensó que estaba salvando a su "buena" hija al enviar a la mala a su muerte.

Ella comenzó a temblar. No podía pensar en ello ahora. Nunca sería capaz de
pensar en ello. Cuando apartó la cabeza y se secó los ojos, Bernard subió la
escalera y llamó a una puerta de madera en un código especial: -rap-rap-rap,
pausa, rap, pausa, rap-rap. Si estas personas eran inteligentes, lo cambiarían por
lo menos una vez al día.

La puerta se abrió, y una voz baja y tranquila habló en francés. Bernard contestó.
Jenn, quien nunca había estado en Nueva Orleans antes, no se había dado
cuenta de cómo muchos habitantes de Nueva Orleáns utilizaban el francés como
primera lengua. Era como estar en un país extranjero.
—Bon, pasa —dijo el extraño, mientras sostenía la puerta abierta.

En el otro lado un hombre joven con cabello oscuro debajo de un gorro negro
tendió una cruz, y otro, un pelirrojo un poco viejo, movió su ametralladora sobre
su hombro, dirigiéndose directamente a ella. Ella dejó sus manos a la vista,
comprendiendo—y aprobando—su cuidado.

—Jenn —dijo Antonio, saliendo del alrededor de los dos hombres.

—Antonio —exclamó—. ¿Cómo has llegado aquí antes que yo?

Ajena a todos los demás, ella corrió hacia él y le echó los brazos alrededor. Él la
abrazó con fuerza y murmuró en español, tan suave y rápido que no pudo
entender lo que estaba diciendo. No le importaba. Las palabras no eran
importantes. Sus ojos cerrados fuertemente, ella apoyó la mejilla contra su pecho
y sintió sus fuertes brazos alrededor de ella, como las paredes que había
construido a su alrededor desde que Aurora había secuestrado a Heather.

—¿Cómo pudo él…? ¿Cómo pudo? —exclamó cuando comenzó a llorar—. Mi


padre—lloró más fuerte, perdiéndose a sí misma ahora que la habían encontrado.

—Sí —susurró—. Sí, mi amor.

Dejó salir su dolor y rabia, sin importarle que la vieran. Lloró hasta que se había
agotado. Entonces lo oyó silbar, como un suspiro en su mejilla, y sus músculos
de los brazos se flexionaron y su pecho se expandió. Él se apartó y ella volteó la
cabeza. Desde su punto de vista, pudo ver la lava incandescente de color rojo en
sus ojos. Afectado por su presencia tanto como ella había sido por la de él—él
estaba cambiando.

Desviando la atención de él, abrazó al padre Juan mientras caminaba hacia ella
con Eriko y Holgar. La besó en la frente, luego hizo la señal de la cruz sobre ella y
le entregó un pañuelo de papel.
—Gracias a Dios que estás a salvo —dijo mientras se limpiaba los ojos—.
Tomamos de inmediato un vuelo, y después nos pusimos en contacto con Marc
cuando tratamos de llegar, pero los celulares no funcionan aquí.

—Este lugar es una trampa mortal —dijo Jamie, sin saberlo, haciendo eco de sus
pensamientos exactos. Se apoyó en la pared y le frunció el ceño como si todo
fuera su culpa. Sus nudillos blancos en una botella Rabid Bet.

—¿Alguna palabra? —le preguntó al Padre Juan, mientras Eriko le daba un


abrazo y Holgar apretaba su brazo.

—Sí —dijo el padre Juan—. Hemos aprendido algunas cosas sobre Aurora. Ella es
una vampira muy antigua. No sé cuántos años. No sabemos qué quiere, o por qué
vino aquí. Los vampiros aquí la esperan.

—¿Para Mardi Gras? —preguntó Jenn.

—No sabemos. —El Padre Juan se encogió de hombros—. Pero creemos que
hemos encontrado una manera de encontrarla.

—¿Enserio? —Su voz se elevó junto con su entusiasmo—. Entonces vamos.

—Sí, claro —dijo Jamie, dando un paso adelante—. Hay que darle a Aurora en
sus propias manos un pequeño regalo envuelto. No es una buena idea.

—Parece que este es un Equipo de Cazadores —dijo el pelirrojo a Bernard—. Es


algo que están haciendo en Europa.

—¿Un Equipo? —silbó Bernard en voz baja, y miró a Suzy, Matt y Lucky, que
acababan de entrar por la puerta. Jenn asumió que se habían quedado atrás
para reemplazar el camuflaje-escalera.

Suzy se puso de puntillas para besar al hombre pelirrojo, cuyo nombre era
Andrew. Él le sonrió y le jaló sus coletas. Jenn pensó que podrían ser hermanos,
y ella sintió un tirón terrible en su corazón.
Suzy miró a Jenn y le dijo:

—Dijiste que eras La Cazadora.

—¿Volando bajo falsos colores? —murmuró Jamie mientras levantó los ojos hacia
el techo, bebiendo su cerveza.

—No —le replicó Jenn.

—Ella es una Cazadora —elaboró el Padre Juan—. Eriko es su líder. Pero todos
son cazadores.

El hombre que les había abierto la puerta miró a Jenn con sus pesados parpados
y sus ojos un poco caídos, como si hubiera visto muchas cosas tristes en este
mundo.

—Yo soy Marc Dupree —le dijo—. La cabeza de este grupo de anti-vampiros. En
otra guerra la gente como nosotros se llamaba…

—La Resistencia —murmuró Antonio, mirando con ojos lejanos—. En la Segunda


Guerra Mundial. —Bajó la cabeza—. Yo tenía familiares que murieron luchando
por la Resistencia.

—Verdaderos héroes, entonces —dijo Marc, inclinando la cabeza por respeto—.


Es un honor que te quedes con nosotros. Todos ustedes, cazadores —añadió,
como por el bien de Jamie—. Sabemos por qué han venido, una vampira llamada
Aurora secuestró a su hermana pequeña —asintió una vez a Jenn—. Les
ayudaremos todo lo que podamos. No podemos tener otro vampiro como ella en
nuestra ciudad.

—La atraparemos —dijo Eriko, simplemente, como si en su mente no hubiera


duda de éxito.

―Merci, Marc —dijo el padre Juan—. Ahora, si ustedes quieren, Jenn ha tenido
un impacto terrible. Su propio padre la traicionó por los Malditos, y ella casi fue
asesinada. Ya has conocido el resto de nuestro equipo: podemos ir a la otra
habitación, y proponer estrategias mientras Jenn descansa.

—No —protestó Jenn—. Yo no necesito descansar.

Cuando el Padre Juan abrió la boca para responder, Jamie resopló y terminó su
cerveza.

—Padre —dijo—. ¿Si uno de nosotros fuera secuestrado―Holgar, por ejemplo―me


dirías que descansara? Ella es parte de este equipo, y si ella quiere mi ayuda,
será mejor que cargue con su propia carga.

—Ella lo está ―gruñó Antonio, moviéndose hacia el irlandés tan rápido que Jenn
no lo vio hacerlo. Tampoco Jamie, quien se fue a correr hacia Holgar.

—Guau —arrastró las palabras Holgar, sonriendo débilmente.

Jamie apretó los dientes y dobló sus puños, y el corazón de Jenn dio un vuelco.
Jenn se preguntó si le habían dicho a los extranjeros que Antonio era un
vampiro. Como si pudiera leer su mente, Antonio movió rápidamente su cabeza, y
la miró con ojos normales y oscuros.

—Por favor, basta —dijo el Padre Juan, mirando a sus anfitriones y lanzando una
mirada de advertencia a Antonio. Los ánimos acortándose. La tensión en la sala
estaba llena, y todos estaban en el borde—. Tenemos un plan, y ya está
ejecutándose.

Jenn exhaló lentamente cuando Marc Dupree miró largo y tendido a Antonio.
Entonces se dio cuenta que faltaba alguien.

—¿Dónde está Skye? —preguntó.

—Ella es el plan —respondió el Padre Juan.


SAM HAIN (NOCHE DE HALLOW EEN) FUERA DE LONDRES HACE DOS AÑOS,
LAS CUEVAS DEL FUEGO INFERNAL

SKYE

—Ponte la máscara, borrachín —dijo Estefan a Skye mientras sostenía la


máscara medio aterciopelada negra, adornada con cordones púrpura y negro, y
plumas. Una estrella de cinco puntas de plata brillante con amatistas brillaba en
el centro de la frente de la máscara. Estefan había dicho que la estrella de cinco
puntas había pertenecido a Lord Dashwood, el mago aristócrata que había creado
el ritual secreto de las cuevas en su hacienda en 1740.

—No me digas así —espetó Skye. Su apodo español para ella era "un poco
borracha", en honor de la noche donde se habían reunido, cuatro meses antes, en
la víspera de San Juan, en la ceremonia de matrimonio de su hermana Melody a
las afueras de Stonehenge.

Los Yorks eran brujas poderosas, muy respetadas, y Melody York se unía a la
familia de brujas Highfal, era el evento de la temporada.

Todo el mundo necesitaba un buen tiempo—Londres estaba invadida por los


Malditos, y las brujas en todas partes estaban de forma clandestina, como lo
habían hecho en otras épocas de opresión, el peor de los tiempos fue en el de
Burning del siglo XVI. Muchos de ellos habían decretado que el matrimonio de
Melody sería la última función pública de brujas.

En la fiesta después del ritual de unión, Skye había bebido demasiado vino—no
estaba acostumbrada a beber—y había coqueteado descaradamente con un
visitante de fuera de la ciudad, el brujo Estefan Montevideo. El español llevaba
un fantástico esmoquin negro con un capullo negro, daba una total sombra de
chico malo contra el vestido de fru fru verde claro que Melody había obligado a
Skye a llevar como su dama de honor. Con su corona de flores de colores pastel y
cintas, Skye se veía como una fugitiva de una feria Renacentista. Pero con una
mirada de Estefan le había gustado. Mucho.
Después de haber llegado a ella con una copa de vino, había decidido no ir y de
inmediato cambiarse en su corsé de cuero negro, falda roja y negra, botas con
hebillas, que había sido su plan original. Antes de que ella ni siquiera supiera lo
que estaba pasando, estaba bailando el tango—y nunca bailaba—en sus tacones
plateados que había jurado quemar tan pronto como Melody y Llewellyn Highfal
hubieran jurado ser fiel el uno al otro, siempre y cuando su amor durara.

Luego Estefan destapó la botella de orujo español que había llevado, y pronto se
escondía detrás de una de las grandes piedras de Stonehenge, tomando con él y
sus tres hermanos Coven de España. Ellos eran de Cádiz. Estefan dijo que la
magia era tan común allí que había una estrella de cinco puntas en el suelo de la
iglesia católica. La forma en que hablaba—relajado, amante de la diversión, y
lleno de vida—casi hizo que Skye olvidara que los Malditos estaban tomando el
mundo y que odiaban a las brujas, a quienes temían. Hizo sonar los planes de
sus padres para dejar de usar la magia como ridículo.

—Es sólo a través de nuestra magia que estaremos a salvo de los Malditos —
insistió. Él la miró fijamente—. Y me gustaría utilizar cada pedacito de magia que
tengo que mantenerte segura, cielito—Pequeño cielo.

Eso fue una cuestión machista pero linda. La magia del amor y deseo se
arremolinaban en la brisa de verano que flotaba en torno a Stonehenge, y Skye se
enamoró de él, profundamente. Con su sexy acento español y su cuerpo fuerte y
bronceado, era imposible de resistir. Pasaron la última hora de la fiesta afuera.
Ella ni siquiera tenía catorce—aún no había tenido una cita—y sus padres se
hubieran puesto balísticos si supieran que él tenía dieciocho años.

Esa fue razón suficiente para mantener su relación en secreto. En la próxima


luna llena Estefan le reveló que no era un Brujo Blanco sino un Brujo Oscuro—
quienes servían a Pan, el dios del bosque, y no a la Diosa. La sorprendió, pero
también emocionó por lo inapropiado que era. Además, estaba tan enamorada de
él que podía haber sido un brujo completo y no le importaría.
Por supuesto, ella había tenido que ocultar su relación de sus padres. Era fácil:
los York estaban distraídos con la creciente amenaza que planteaban los Malditos
en Witchery—ya que las brujas podían detectar la presencia de los vampiros—y,
curiosamente, dio a Skye más libertad de la que estaba acostumbrada. Así que se
veía más con Estefan, quien mantuvo presionándola para que adorara a la Luna
con la secta de sus hermanos y él.

Desde que la secta de Estefan adoraba a la Luna más tarde que la de Skye, tuvo
tiempo para terminar sus obligaciones y luego se reunió con él. Su secta se
reunía en el bosque, al amparo de la oscuridad, enmascarados. Las Brujas
Blancas no llevaban máscaras, pero Estefan le dijo que las máscaras eran
tradicionales, ya que siglos antes, las Brujas Blancas habían perseguido a las
Oscuras—de hecho, las Blancas habían originado el término ―Oscuras‖—y ellos
habían sido tan intolerantes con la adoración de Pan como la Iglesia Católica
había sido con la brujería.

El ritual de su secta había sido casi idéntico a la de Skye, excepto que Pan recibió
los honores en lugar de la Diosa Virgen. Ella había permanecido en silencio
durante los cánticos, y a nadie le había importado. Cuando Estefan le habló la
mañana siguiente, él le había dicho que había estado magnífica. Ella se sentía
magnífica… feliz y llena de luz, no oscuridad.

Magnífica. Cada vez que estaba con él, sus pies apenas tocaban el suelo, y ella
había sido tan feliz que casi se echaba a llorar. Él la llevó alrededor de Londres en
un Jaguar, y él era más allá de rico. Los padres de Skye creían que la bendición
de los poderes mágicos podrían ser utilizados sólo para beneficiar a otros, y no a
uno mismo. Vivían de los trabajos mundanos de sus padre —su padre era un
ingeniero de software, y su madre dueña de una panadería. Estefan dijo que era
ridículo. La única regla tradicional de la brujería era: ―No dañes a nadie, haz lo
que quieras‖. ¿Qué haría daño a alguien llegar a ser rico?
Así que él había utilizado la magia para hacerse rico—no estaba segura de
cómo—y él la colmaba de regalos: de muy alto nivel ropa gótica; un poco de
steampunk29[1]: y botas fabulosas, zapatos, y una varita de magia, dijo haber
pertenecido a Iphigenia de la Tour, una bruja famosa que había vivido en París
durante el Belle Epoque—a principios del siglo XX. Ella los escondía de sus
padres para evitar las preguntas. Él la adoraba, la amaba, ella sobrecalentaba su
sangre española. Él quería que se casara con él para que pudiera protegerla de
los Malditos. Aún podría vivir en casa con sus padres: ¿Quién tenían que saber
que estaban unidos? Eran tiempos salvajes, pidiendo trabajos salvajes.

Sus dos mejores amigas, las gemelas Soleil y Lune, no podían soportar los celos.
¿Qué había magia había tejido en la Luna del Solsticio de verano para
enganchar a ese bombón?

Luego en Septiembre, y ella se escapó para celebrar el Equinoccio de Primavera


con Estefan. Pero esta vez no recordaba lo que había sucedido.

Se despertó en su cama, no tenía memoria de llegar allí, y tenía un pequeño


tatuaje en su espalda—un corazón de San Valentín en la boca de una gárgola.
Medía dos pulgadas por dos pulgadas, y era similar al símbolo utilizado por los
malditos—un murciélago llevando en la boca un corazón.

Llamó a Estefan, quien se echó a reír.

—Tú lo querías. Tú lo pediste, borrachín —le había dicho. Un poco borracho—.


Fuimos a una tienda de tatuajes.

29
Es un tipo de subcultura que mezcla los estilos de la ropa de las generaciones pasadas (como la época
victoriana) con todas las comodidades modernas, creando inventos que se ven como si hubieran sido creados
hace varias generaciones.
Estaba horrorizada. Soleil y Lune trataron de borrarlo con magia, pero nada
funcionó, y le picaba terriblemente mientras sanaba.

Entonces comenzó a tener horribles pesadillas sobre fiestas de enmascarados


donde ella y Estefan asistieron, en húmedas cavernas subterráneas decoradas
con tapices de color escarlata e iluminadas con antorchas. Estaba vestida con
grandes vestidos púrpuras con negro, y él completamente negro. Todos los demás
eran vampiros… Estefan bebió sangre con ellos, y trató de forzarla a hacerlo,
también.

Cada vez que se llevaba la copa a los labios, ella se despertaba. En casa. En su
propia cama. El tatuaje quemándole la espalda.

Tras una semana de pesadillas ella se había agotado, y se veía horrible —círculos
bajo sus ojos, su cara contorsionada. Sin tener idea de la causa, Melody y sus
padres realizaron hechizos de curación en ella, pero nada funcionó. Soleil y Lune
le dijeron que si ella no rompía con Estefan, ellas serían las que le dijeran a su
familia la existencia de él.

Desesperada, aún enamorada, fue a Estefan y le contó lo que estaba sucediendo.


Terminó con sus brazos alrededor de su cintura y apretándola a él. Le susurró al
oído.

—En estos sueños tuyos, ¿qué pasaría si bebías la sangre, mi amor? —Y sus
dientes mordieron bruscamente el lóbulo de su oreja.

Y ella lo sabía, entonces, que su magia se entrelazaba con Los Malditos. No sabía
exactamente cómo, pero sabía que no era sólo un chico malo.

Él era un hombre malo, y peligroso, y ella tenía que alejarse de él.

Pero de alguna manera allí estaba ella, frente a las Cuevas del Fuego Infe rnal de
sus sueños, vistiendo un corsé morado mezclado con negro, bajo una falda negra
adornada con tiras moradas, sostenía su capa ritual baja sus brazos. Sus
gruesas botas color vino a lo largo de sus rodillas. Las otras chicas que estaban
presentes eran mucho más sexys, vestidos de negro y zapatos de tacón alto, con
púas. Todos ya tenían sus máscaras, y ella no sabía si conocía a alguno de ellos.
Ese fue el momento. Ninguna de las chicas de su secta debería estar aquí. Podría
admitir la verdad: no era ni siquiera magia oscura, era negra.

No debería haber venido, Skye pensó miserablemente, sosteniendo su capa contra


el pecho mientras estudiaba la máscara. Debería haber roto con él por teléfono.

Pero la verdad era que ella había tenido miedo. Si lo molestaba, ¿qué le haría?

—Esta noche —dijo, mientras colocaba la máscara sobre su cara y la ataba con
cintas de color negro—. Nos casaremos. Deja que te ayude con tu capa.

Los otros le sonrieron, mientras pasaban camino a la entrada de la cueva. La


anticipación se arremolinaba en el aire de la noche: la luna brillaba abajo en el
azul-negro cabello de Estefan, y por un instante de luz, el color carmesí bailaba
en sus ojos. ¿Sus dientes… estaban largos y afilados?

Oh, mi Diosa, pensó, ¿él es un vampiro?

¿No lo sabía? ¿Las brujas no podían sentir la presencia de Malditos como los
vampiros a su vez que los detectaban? ¿No era por eso que los vampiros los
odiaban?

—Vámonos, mi amor —murmuró vigorosamente—. Vamos a hacer que suceda.

—¿Q-qué hacer que suceda? —Su voz se elevó agudamente, y miró en la dirección
de la cueva. Las luces rojas y anaranjadas iluminaban la entrada como la puerta
del Infierno. Se tambaleó hacia atrás, con miedo—. ¿Estefan? ¿Qué está
pasando?

Él entrecerró los ojos, y de repente el brujo guapo era algo completamente


distinto, algo que había sospechado que había debajo de su encanto. Era como si
él se hubiera quitado la máscara, y mostrado su verdadero rostro. Y era malvado.
—En verdad fuimos, ¿no? —susurró—. A las fiestas.

Él se deslizó su máscara mitad negra, el doble de la de ella, sobre su rostro


mientras caminaba hacia ella.

—No te harán daño—dijo.

Su corazón latía con fuerza mientras se tambaleaba hacia atrás. Ella sabía en lo
más profundo de su alma que estaba mintiendo. Le dolía. Mucho.

Algo se movió en su visión periférica. Tres encapuchados y enmascarados


estaban saliendo de la cueva, con antorchas. Ella reconoció sus siluetas—eran
los hermanos de la secta española de Estefan que conocía—y venían a ayudarlo,
venían por ella. ¿Esto había sido al plan todo este tiempo?

Estefan le tomó de la mano.

—Estarás a salvo —dijo.

—¿Debido a que seré uno de ellos? —Terror frío la inundó. Podía sentir cómo la
congelaba, incapaz de moverse mientras él hacía un hechizo sobre ella.

Convocando a su propia magia, luchó contra su toque fascinante,


concentrándose en el peligro.

—No vamos a ser Malditos, exactamente. Ellos desean a brujos de su lado,


ayudándoles. Cambiaremos, pero no te convertirás. —Él parecía inconsciente del
hechizo que ella trataba desesperadamente de crear. ¿Podría ser que él era
mucho más poderoso que ella? ¿Estaba su magia por debajo que la de él?

—Ay, hermosa, mi dulce, mi alma —susurró todas las palabras de amor que le
había susurrado al oído en los últimos meses, suavizando sus brazos, haciéndole
creer que él la amaba.
—¿Has… hiciste algún tipo de acuerdo? —Ella no lo miraba. Podía hechizarla
más fácil si podía atrapar su mirada.

—Sí, pero te beneficiarás, también —respondió. Su mano se apretó alrededor de


su mano, deslizándose hacia arriba para rodear la muñeca—. Escúchame.
Escúchame. Ellos van a hacerse cargo de este mundo. Es inevitable. Pero
aquellos que estemos de su lado, seremos como ellos, estaremos bien—oyó la
certeza en su voz.

—No, oh, no. —Tiró de su mano—. No, por favor.

Él le acarició el cabello con su mano libre.

—Terminará muy rápido. Te lo prometo.

—Se acabó —dijo ella. Y de algún lugar muy dentro de ella, la furia hervía en un
géiser hirviente de magia. Casi podía verlo, ya que viajó a través de su cuerpo
físico, luego en el plano inmaterial, donde la magia adquiere su fuerza.

Para su sorpresa, se manifestó una bola de fuego en su mano libre y se estrelló


contra el rostro enmascarado él. Las llamas danzaban en el terciopelo negro, y
Estefan la soltó, gritando y agarrándose a la tela.

Sus hermanos de la secta corrieron hacia ellos. Skye gritó y giró sobre sus
talones, huyendo tan rápido como pudo, pidiendo a la Diosa ayuda, salvación.
Bolas de fuego se estrellaron a su izquierda y derecha, y en sus talones, pero ella
siguió corriendo, susurrando a la Diosa:

¡Consérvame! ¡Consérvame! ¡Consérvame! Protégeme.

Jadeante, sus pulmones picando, llegó a la carretera principal y corrió a su casa.


Tan pronto como cruzó el umbral de ladrillo de la casa de su familia cubierto de
hiedra, sonó su celular.
—Es mejor correr —dijo Estefan con una voz ronca, herida—. Corre rápido. Y
ahora.

EL PRESENTE: NUEVA ORLEANS

SKYE

Y ella había corrido… a Salamanca, para su protección. Pensó que la Academia


Española sería el mejor lugar para esconderse de un Brujo Oscuro español, y que
iba a aprender a protegerse a sí misma con nuevas magias. No había entendido lo
que implicaba la formación—no tenía en cuenta de que se convertiría en el blanco
de los enemigos, y aún más, que alguna vez se convertiría en mie mbro de un
Equipo de Cazadores.

Peor aún, en la primera noche que estuvo allí, había llegado a ella en un sueño.
Estaban en un brillante fiesta de mascaras, iluminados con velas y antorchas, y
él levantó la copa…

Ella se despertó jadeando. Una semana después recibió una postal de Cádiz.
Cuando lo leyó, escuchó su voz—un poco mágica――No voy a dejarte, mi amor. Yo
todavía te amo‖.

Jadeando en voz alta, rompió la postal en decenas de pedazos, y alimentó con


ellos el fuego de una vela colocada ante la estatua de la Virgen María en la Capilla
de la Universidad. La Virgen era la Diosa, en sus ojos. Y la Diosa la ayudaría a
convertirse en La Cazadora, capaz de defenderse de cualquier ataque que Estefan
podría lanzarle.

Porque él no la amaba. Quería usarla.

Un mes más tarde una segunda postal había llegado:

"El amor nunca muere."


Seis meses más tarde, otra postal, murmurando amenazas disfrazadas en
palabras de amor.

"Vendré por ti."

Un año más tarde, otra.

"Para siempre." Para siempre.

Pero él nunca intentó acercarse a ella, y ella no había oído hablar de él en ocho
meses. Pensó que ella había estado en lo cierto: no había seguridad en números.

Sus padres no habían entendido ni aprobado cuando ella se había ido para
unirse a la Academia. Al igual que los padres de Jenn, quienes habían estado en
contra de ella.

Las brujas no peleaban con la gente, y ciertamente, no participaban en las


guerras. Se mantenían neutrales, centrándose en la cicatrización de las heridas
de cuerpos y almas, al éter de la magia, y con la Madre Tierra. Era un anatema
para una bruja hacer violencia. Si los padres de Skye tenían conocimiento de la
bola de fuego que le había arrojado a Estefan, podrían haber ido tan lejos como
para renegarla. A sus ojos las armas eran el mal.

Ella era la única bruja que conociera que hubiera estudiado en la Academia.
Antonio la había ayudado a estudiar magias antiguas de libros de hechizos que se
encontraban en los polvorientos archivos de la biblioteca. Con siglos de
antigüedad, las páginas de pergamino crujían con conjuros escritos por brujas
españolas—muchas de las cuales la Inquisición había quemado en la hoguera.

Tanto Antonio como el Padre Juan le aseguraron a Skye que, aunque no se había
convertido en La Cazadora, ella era muy valiosa. Noticias de una Bruja Blanca
Salamanca alrededor, y ella se unió al Circuito, una confederación internacional
de jóvenes brujas—algunas Blancas, otras Oscuras, e incluso algunos que se
habían dedicado a las Artes Negras—quienes creían que una posición neutral en
relación con los vampiros era en sí un acto perjudicial. No podían actuar
pasivamente mientras que los Malditos derrocaban gobiernos, y asesinaban
personas. Soleil y Lune también se habían unido, y le enviaban actualizaciones a
Skye sobre sus padres.

Quería decirle a Antonio sobre Estefan, pero una de las preguntas a los
aspirantes a la Academia fue: "¿Tienes algún enemigo que podría chantajearte o,
de lo contrario, presionarte que vayas en contra de tus principios?" Y ella había
mentido y dicho que no. Ahora le daba vergüenza confesarlo, eso era una de las
razones por las que se lo ocultó al Padre Juan. Le asustaba un poco. Realmente,
mucho. Y estaba casi segura que él ya sabía mucho más sobre ella que ella
nunca había querido que supiera. Ella no le había dicho sobre el Circuito, porque
las brujas se había comprometido a mantener el secreto del mundo.

Pero Antonio era amable con ella y pasaba horas de entrenamiento con su magia.
Él era un hombre religioso, en extremo—había estado estudiando para
convertirse en un sacerdote católico mientras se convirtió: su ironía no pasó
desapercibida para ella—pero no era místico y misterioso como el Padre Juan. Él
le dijo que rezaba por cada persona en el Equipo cada noche, y ella creía que sus
oraciones los mantenían a salvo. Sentía un vínculo con él. Ella no lo amaba de la
forma en que amaba a Jamie—un amor que en verdad no podía explicar—y esa
era una de las razones por las que le gustaba mucho Antonio.

Confiaba en él.

Y ahora, en el alcantarillado del Barrio Francés, había puesto su con fianza en


estos dos miembros del Circuito, anteriormente sólo nombres en un chat: la
Bruja Blanca en tonos oscuros llamado Mikhu, y Theo, un vudú caliente bokor—
practicante—que vivían en Nueva Orleans, y confirmaron que un nueva vampira
decana—reina—estaba en la ciudad. No sabían si su nombre era Aurora, pero
sabían que estaba aquí por una razón, y ellos estaban ayudando a Skye a
prepararse para reunirse con ella. Cuando pinchazos de magia se lanzaron sobre
su piel, imaginó la cara triple de la Diosa—doncella, matrona y anciana—visible
en multitud de aspectos, desde mariposas hasta arcoíris, y mantuvo la imagen de
su propio rostro cambiante en respuesta a su propia necesidad.
—Está bien, te ves muy bien, lo que significa que te ves horrible —dijo Mikhu,
cuando Theo y ella dieron un paso atrás y admiraron su trabajo. Skye había
conjurado un hechizo de glamour original en sí misma, y la Bruja y el Bokor le
habían dado un gran impulso. Iba a necesitar la mayor ayuda mágica posible
para pasar como un vampiro en una fortaleza de vampiros.

—Ahora la prueba final —dijo Theo, sosteniendo un espejo—. Funciona, querida.

Skye convocó toda la energía a su alrededor, provocando un hechizo de vista-


barrera entre ella y el vidrio. Funcionó. No apareció su reflejo, o mejor dicho,
estaba su reflejo pero nadie podía verlo. Ella deshizo el hechizo, y su rostro
apareció, sus rastas intactas

Una vez ella había huido de un hombre que quería convertirla en un vampiro, o
algo muy parecido a uno. Pero ahora con la magia se obligó a tener sus ojos rojos
y a sus dientes alargarse. Con la fuerza útil de la magia Blanca detrás de ella,
asumió la apariencia de un Maldito con la sed de sangre en ella.

Luego, con la ayuda de sus dos amigos, tejió un hechizo de atracción, alentando
a alguien cerca, ya sea humano o vampiro, a buscarla.

—¡Menos mal, lo siento! —le dijo Mikhu—. Hey, femme magique, ¿damos un
paseo por el lado salvaje?

Skye sonrió débilmente. Alzó los ojos a Theo, quien permitió que su lengua
colgara de su boca.

—Tienes el jugo, querida —le aseguró—. Eres un total imán.

—Okey. Bien —dijo. Tomó una respiración profunda—. Será mejor que nos
vayamos.

Theo levantó un dedo.

—No respires. O al menos no parezcas que lo haces.


—Lo tengo. No respirar —dijo. Ella palideció—. Espero que pueda sacar esto
adelante.

—La Diosa va contigo —dijo Mikhu, cuando ambos se dieron besos en la frente—.
Alertaremos al Circuito para que haga oraciones por uno de nosotros en peligro.

—Pero sin detalles —dijo Skye.

—Cero —prometió Theo.

Luego entró en las sombras. Ella escuchó sus pasos alejándose, con la tentación
de llamarlo de nuevo una docena de veces. Pero tenía que hacerlo.

Se había ofrecido como voluntaria para la misión, y era la más probable que
pudiera sacarla adelante.

Miró su anillo del pulgar de plata y se preguntó si debía habérselo quitado. Tenía
la forma de una media luna envuelta alrededor de una piedra lunar. Ella lo
llevaba como un recordatorio constante de quién era, así que no se arriesgaría a
perderse a sí misma de nuevo. Y ahora aquí estaba tratando de perderse. Un
momento después sonrió de mala gana. Los vampiros tenían todas las razones
para adorar a la luna tanto como las brujas. El pensamiento le dio la fuerza para
no volver hacia atrás y volver a caminar.

Mientras caminaba sola, temblando, oró para que Estefan no estuviera entre los
que gravitaban hacia ella ahora. Que hubiera renunciado finalmente, o estuviera
de regreso en Europa, o—lo mejor de todo—que hubiera muerto. Qué horrible,
desear la muerte de alguien. No dañes a nadie, haz lo que quieras.

Cruzando los dedos para que el nuevo vampiro en la ciudad fuera Aurora.

Cruzando los dedos para que el vampiro mirando a través de las sombras con sus
ojos rojos y demoníacos en este momento podría llevar a Skye a ella.

El vampiro le siseó. Escalofríos recorrieron la espalda de Skye.


Diosa, protégeme, yo te conjuro, rezaba. Yo soy tu hija. Estoy en tu cuidado.

Y entonces ella le siseó de regreso.


Traducido por Kirara7

Corregido por hanna

Brujas, Lobos y un amigo mortal

Es un horror que no termina

La guerra se libra y se pelean batallas

¿Pero te has detenido a pensar el costo?

Nosotros somos los respaldados por derecho

Debemos atacar con audacia y podrían

Los Malditos ser irreprensibles

Adviérteles de los cazadores que ves


UEVA ORLEANS.

PADRE JUAN, JENN, HOLGAR, ERIKO, JAM IE, Y ANTONIO.

El Padre Juan escoltó al equipo a la capilla abandonada, con su escalera secreta


del túnel que decían había sido usado por esclavos y fugitivos piratas, el convento
no parecía una muy segura casa. Mark y su grupo se burlaron de las preguntas
que hacía Jenn sobre porque Lucky había dicho que la casa estaba embrujada.
Ella hubiese querido hacer más preguntas cuando Lucky se negó a acompañarlos
a la capilla para la misa, pero le pidió al Padre Juan que escuchara su confesión
mas tarde. Desconcertada, estaba segura de que ellos estaban ocultando algo, tal
vez tenían miedo de que si los cazadores se enteraban de que era, los Salamanca
se irían.

No había electricidad en el edificio, y todas las ventanas estaban pintadas de


negro, para ocultar todo lo que viviera dentro. En adición, ellos no usaban las
habitaciones exteriores, solo aquellas sin ninguna ventana. Era frio y húmedo. Y
Jenn no sabía cómo describirlo excepto como ―no amistoso‖.

El pasillo de la capilla estaba a oscuras, y mientras caminaban con las linternas,


Jenn permaneció súper alerta por movimientos, por ataques. Antonio también
cargaba una linterna, aunque en realidad él no la necesitaba, pasando bajo un
arco de piedra hacia una habitación helada. Jenn olió polvo viejo e incienso. Jenn
pensó en los fantasmas de monjas en hábito negro y blanco deslizándose por la
oscuridad.

La capilla tenía una estatua de piedra negra de la virgen y en un lugar vacío de la


pared detrás del altar, donde un crucifijo debía haber sido colgado.

Ella observó inquietamente el punto blanco, buscando mas cruces. Los vampiros
habían tomado iglesias por todo el mundo, lanzando a un lado los símbolos
religiosos.
El sacerdote encendió una vela y la colocó en el altar mientras Marc rápidamente
limpiaba el lugar sagrado con una toallita de la cocina. Gentilmente, el Padre
Juan lo detuvo, Marc se unió a la primera fila en el puesto cinco, el cual estaba
medio podrido, la madera astillada se desasía bajo la mano de Jenn mientras se
sentaba al lado de Antonio. El Padre Juan levantó las manos y los seis―Jenn,
Antonio, Jamie, Eriko, Marc y Bernard―se arrodillaron, en unas almohadillas
para proteger sus rodillas del frio, Jenn se acercó a Antonio, temblando,
deseando calor corporal. Pero no tenía calor para dar.

Siendo que ella no era bautizada católica, no hizo la primera comunión. Pero
Antonio la hizo. Observó fascinada, cuando el Padre Juan puso la hostia en la
lengua de Antonio, y entonces le ofreció la copa. Cualquier otro vampiro que ella
hubiese visto habría gritado en agonía, pero Antonio cerró sus ojos, se persignó y
bajó su cabeza para rezar.

El padre Juan habló sobre la paciencia, el citó a 2 Corintios 6;4 primero en Latín
― ―sed in omnibus exhibeamus nosmet ipsos sicut Dei ministros in multa
patientia in tribulationibus in necessitatibus in angustiis‖—y después en ingles
―antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha
paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias…‖ Jenn estaba seg ura
de que él había escogido el verso―y el sermón―para ella, a pesar de la fría
temperatura estaba sudando. Era todo lo que ella podía hacer para evitar correr
hacia a fuera por las calles del barrio francés y gritar el nombre de Heather.
Parecía tan mal estar rezando, prácticamente haciendo nada.

Luego, con su sentido casi mágico para saber lo que pasaba, Antonio puso su
mano izquierda sobre la derecha de ella y entrelazó los dedos con los de ella, en
un gesto de oración.

―Esto es hacer algo ―susurró en una voz tan baja que sólo ella podía escuchar―.
Tú crees es hechizos de magia, ¿si? ¿Qué son si no plegarias? ―Ella no le
respondió. ¿Cuántos millones de personas habían rezado para derrotar a los
Malditos? ¿Por los seres queridos que habían sido masacrados o convertidos?
Cuando eran hablados por una bruja los hechizos si funcionaban.
Y la violencia funcionaba.

Mientras Suzy y Lucky estaban preparando arroz al estilo cajún y salsa, el Padre
Juan ofreció una demostración de Krav Maga, es un arte marcial de combate
callejero, practicado por las Mossad, las fuerzas armadas israelíes. Es la primera
forma de defensa que se enseña en la academia.

―Está basada en pelea básica callejera. ―El padre Juan explicó cuando Marc y
Jamie asumieron la posición de pelea―piernas abiertas y sueltas, sus manos
frente a su rostro.

Marc imitó a Jamie, preparado para la batalla. Él era más alto que Jamie, y
posiblemente con más masa muscular―Jamie era delgado, Marc era más
corpulento―y ligero en sus pies. Eriko y el Padre Juan habían organizado la
demostración en la sala común del comedor del convento iluminado con baterías
de linternas fluorescentes de campamento. Mesas medio descompuestas, sillas en
mal estado, empujadas hacia la pared, bañadas de un blanco-azulado claro.

Al lado de Antonio, Jenn estudiaba al cura, quien se sentó en un silla con una
manta oscura sobre su regazo, bebiendo un vaso de vino, su parecido con la
estatua de San Juan de la Cruz que custodiaba la puerta de la universidad fue
disminuyendo―él parecía una persona normal―y Jenn reconsideró todas las
historias que había escuchado sobre el Padre Juan. Tal vez la gente necesitaba
que él fuera especial, mágico, porque tal vez él entrenaría a Cazadores que si los
salvarían.

―Cualquiera puede realizar Krav Maga. ―Eriko comenzó, en medio de dos


potenciales combatientes―. Gente mayor, esos que no tienen entrenamiento en
artes marciales, el Krav Maga explota las reacciones defensivas de la gente y les
enseñan hacer armas. Jamie les mostrara. ―Ella movió sus manos juntas y dio
un paso hacia atrás, marcando el comienzo de la pelea.
―La idea no es bailar una baile elegante, si no salir con vida ―dijo Jamie,
avanzando y golpeando la barbilla de Marc, tirando el golpe pero asegurándose de
que se enterara de que si hubiese seguido le hubiese tumbado los dientes a Marc.

―Tú lo sabes mejor ―dijo Holgar desde su lugar en la esquina, señalando los
dientes frontales de Jamie que en realidad eran un puente. Jamie había perdido
sus dientes originales en una sesión de práctica tres mese s después de unirse a
la academia, se suponía que debía usar protector bucal, pero él había sido muy
macho para usarlo. Trisha, la chica que lo había golpeado, había perdido su vida
por un vampiro la noche del examen final.

Jamie y Marc mostraron unos cuantos movimientos más. Jenn los observó
distraídamente, obsesivamente sacando el celular para mirar la hora, ya que no
podía recibir mensajes. Nadie sabía cuándo o si Skye se pondría en contacto.
Llena de ansiedad, y a penas capaz de quedarse quieta, quería salir y buscar
también a Aurora, no ver a Jamie hacer un espectáculo.

―Esto es genial ―dijo Marc, alisando su cabello mientras Eriko anunciaba que la
pelea había terminado y dándole los puntos a Jamie. A Marc obviamente no le
importo que perdiera. Empapado de sudor, él pregunto entusiasmado―. En
verdad podríamos usar esto, tenemos acceso a un gimnasio a pocas calles
¿estarían dispuestos a darnos unas sesiones de entrenamiento para nosotros
allí?

¿Cómo puede hablar de eso ahora? Jenn quería grita ¡Aurora tiene a mi hermana!
Y no sabemos si Skye está vivo o-peor.

―Creo que podríamos manejar eso. ―el Padre Juan dijo levantando su copa de
vino mientras Marc tomaba una botella de agua―. Por la paz.

―Por la guerra ―contradijo Marc.

Jenn miró de nuevo a la pantalla de su celular. Un minuto pasó desde la última


vez que miró, una sombra cruzó sobre ella; Antonio se levantó y se acercó al
Padre Juan, mirándolo. Y era obvio para Jenn que algo iba mal, olas de ansiedad
salían de él; su oscuro cabello enmarcaba sus parpados caídos y su mandíbula
apretada y sus generalmente labios llenos ahora fruncidos en una línea blanca.
Sus puños estaban acomodados a cada lado.

Él se acercó y dijo algo al oído del cura. El Padre Juan escuchó cuidadosamente,
luego terminó su vino y se levantó. Antonio miró hacia Jenn pero evitó sus ojos.
Vergüenza marcaba su rostro.

―Antonio y yo necesitamos discutir algunas cosas. ―El Padre Juan dijo al grupo
―. Los veremos en la cena.

―Si, háganlo. ―Jamie arrastró las palabras. Entonces Holgar y Eriko miraron al
Irlandés, él giró sobre sus talones y agarró una toalla; la cual colgaba en la parte
de atrás de una silla. Secó su rostro y murmuró algo. Entonces se volvió cuando
Antonio y el Padre Juan salían de la habitación.

―Ellos mienten ―dijo directamente a Jenn―. ¿Recuerdas tu manual?

―¿Qué? ―preguntó Marc, haciendo ruidos con la botella de agua vacía al


apretarla con su mano―. ¿Qué significa eso?

―Nada ―dijo Eriko, estiró sus manos sobre su cabeza, luego se inclinó desde la
cintura y toco los dedos de sus pies. La siguiente vez que pudo verla Eriko estaba
en el piso, descansando su cabeza en el suelo. Ella miró a Marc, quien estaba
mirándola con admiración. Estar alrededor de Eriko era estar atascado con una
ardiente hermana mayor. Heather pensó que Jenn era una heroína, pero tan
pronto el grupo de Marc se enteró que ella era la Cazadora con C mayúscula, casi
toda su atención cambio a ella. Para Jenn no era un secreto que a Eriko no le
gustaba la atención. A Jenn tampoco le gustaría; no quería ser por la cual se
desvivieran, ella sólo quería sentir que tenía un lugar real junto a los Salamanca.

Y encontrar a su hermana.
―¿Has escuchado algo de Japón Marc? Mi familia vive en Kyoto ―dijo Eriko,
sonando británica, su inglés cambiaba entre la jerga americana y lo que había
aprendido en el colegio, lo que era un inglés de la clase británica alta.

―Kyoto es una muy hermosa ciudad ―dijo Marc, causando que Eriko levantase
su cabeza y lo mirara. Él sonrió.

―Ah so desuka ―dijo Eriko, devolviéndole levemente la sonrisa―. Hai.

―Ambos bandos―Vampiros y Humanos―se esforzaron por preservar los tesoros


allí. Viaje por Asia antes de la guerra. Yo era un estudiante de arte.

Antes de la guerra, todos habían sido algo más, antes de la guerra.

Excepto por Antonio.

El Padre Juan esta alimentándolo, ella lo había sabido cuando ambos dejaron la
habitación, ella nunca ha visto a Antonio alimentarse. Él nunca lo permite. Y en
cuanto alimentarse de ella…una vez ella intentó ofrecerse y él la interrumpió
fuertemente, prácticamente gritándole. Que ella nunca volvió a ofrecerse.

Ella había estado intensamente aliviada.

Si él necesita mi sangre, se la daría. Se dijo eso a sí misma. Era lo que ella


siempre se decía. Pero la sola idea la hacía tambalearse. La hacía sentirse
enferma y marearse. Podría en verdad ella amarlo, ¿si esa era su honesta
reacción? ¿No era prueba de que la amaba el que él se hubiese negado a su
oferta?

Suzy se asomó, interrumpiendo los pensamientos de Jenn.

―La cena esta lista ―anunció

Eriko se levantó y estaba en la puerta antes de que Jenn la viera, ella se inclinó y
esperó a que Marc fuese primero, que, después de un momento de duda, lo hizo.
Jamie fulminó con la mirada la espalda de Marc y Eriko sin darse cuenta se fue
también.

Entonces Jenn cruzó la habitación, cuando pasó a Jamie, él la siguió tan cerca
que ella podía sentir la calidez-la calidez que había estado perdida de Antonio, en
la capilla.

―Ellos mienten ―susurró Jamie ferozmente―. Espera y veras.

NUEVA ORLEANS

SKYE

―Perdón por hacer eso, pero no puedes ser demasiado cuidadoso, ¿sabes?
―El vampiro le dijo a Skye mientras se movían en las alcantarillas del barrio
francés. Skye podía ver perfectamente a través de la seda que le tapaba los ojos
que el vampiro, cuyo nombre era Nick, le había puesto para guiarle a la guarida
de Aurora. Ella se había atrevido a realizar un hechizo para poder ver, con la
esperanza de que los vampiros aun no pudiesen detectar la magia, él no tenía ni
idea, ella estaba enferma de alivio. Si las cosas se pusieran inciertas, había un
arsenal de cosas que podría hacer para protegerse―todas de las cuales iban en
contra de sus más sagradas creencias―que eran no hacer daño.

Nick le recordaba un poco a Jamie―joven, calvo, pero sin tatuajes y con un


acento surfer―Californiano. Él era nuevo en la corte de Aurora, después de haber
demostrado su valía en el ataque de Jenn y Heather. Nick se jactó de haber sido
el que arrastró ―la hermana de la Cazadora‖ por el cabello hacia una jaula, y
luego había ayudado a meterla en el Jet de Aurora. Skye enmascaró su reacción y
le dijo que hubiese deseado estar allí.

―Nunca he visto un Cazador ―mintió

―No quieres hacerlo, confía en mi ―respondió.


Ahora, su mano fría, en la igualmente fría de él, Nick la sacó de la alcantarilla
hacia la luz de la luna. Ella estaba sorprendida al ver que la noche había caído;
ella no tenía idea de que hora era. Su rostro como hueso blanqueado por la luz
acuosa. El aire era fresco y tuvo que luchar por no respirar profundamente.

Poco a poco sin detenerse a ver si él la veía, la condujo por un tramo de escaleras
de concreto hacia un bordado de árboles de roble, luego a través de un patio
ovalado encantado rodeado con una escalera en forma de caracol forjado en
hierro negro, que conduce a un piso superior con dos columnas blancas.
Adoquines en la planta baja, elegantes urnas de alebresto con flores rosadas y
naranjas. Manteniendo el pretexto de que lo que le cubría los ojos funcionaba,
ella fingió chocar su pie contra una pared, haciéndole murmurar.

―Oops, lo siento.

Sus pies resonaban en el hierro forjado. La puerta se abrió antes de que Nick lo
hiciera, y otro vampiro estaba al otro lado de la puerta, rodeado de oscuridad. Los
vampiros tenían excelente audición, pero cualquiera hubiese podido escuchar ese
ruido. O Nick había estado anunciando su llegada, o a los vampiros no les
importaba saber donde estaban. Si es así, ¿entonces porque cegarla?

El vampiro en la puerta era una niña con cabello morado cayendo sobre un
corpiño negro y pantalones recogidos verde oliva adornados con tiras de cuero y
hebillas de bronce. Ella estaba fumando, lo cual era impresionante porque los
Vampiros tenían que forzar constantemente el aire para que entrara y saliera de
sus pulmones, haciendo el fumar más desafiante. Sus uñas estaba pintadas de
negro, con pestañas rojas postizas, y sus labios eran del mismo purpura oscuro
que su cabello.

―¿Quién es ésta? ―preguntó la vampira entrecerrando sus ojos bordeados con


negro.

Skye había utilizado magia para acallar los latidos de su corazón, y haciendo que
su piel se sintiera fría al tacto. Ella rezó haberlo hecho bien.
―Su nombre es Brianna, es una local ―dijo Nick―. Bueno, más o menos. Ella es
huérfana.

Las pestañas negras encontraron a Skye mientras la estudiaba.

―¿Oh? ―Ella volvió su mirada a Nick―. ¿Su Padre fue asesinado?

―No estoy segura de si soy huérfana ―respondió Skye, usando su propia voz, su
propio acento. Ella decidió usar tanto de sí misma como pudiese para poder
concentrarse en los efectos del glamur. Sin la necesidad de concentrarse en un
acento foráneo a demás de lo otro―. Yo…Desmond me atacó en Toronto, yo
estaba visitando a mi tía.

―Él te convirtió, quieres decir ―interrumpió la vampira―. A la verdadera religión.

―Sí ―asintió Skye, aunque no supiese exactamente a qué se refería con eso. Ella
estaba indudablemente nerviosa. Con miedo de hacer un lio y su garganta seria
arrancada―y la de Heather, si también estaba allí.

―¿Y terminó aquí por qué…? ―dijo sospechosamente la vampira. Le dio a Nick un
cabeceo fuerte.

Hubo una pausa, y la venda comenzó a soltarse de la cabeza de Skye. Skye miró
fijamente los ojos rojos ardientes y grandes colmillos mientras ella la estudiaba.
Luego Nick apareció al lado del hombro de la vampira, moviéndose a una gran
velocidad. A pesar de toda la magia ella no podía hacer lo mismo, pero ella podía
invocar hechizos para que otros perdieran la noción del tiempo, dando la ilusión
de que ella se movía muy rápido. Por supuesto, todo lo mágico costaba y
concentración y energía; tendría que ser tan moderada como fuese posible.

―He estado buscando a Desmond ―dijo, cruzando sus dedos para que eso sonara
razonable―. Encontré a otro vampiro que él convirtió en internet y Jon―ese es su
nombre―dijo que Desmond había sido visto aquí.
―No había escuchado sobre ningún Desmond. ¿Obtuviste permiso para quedarte
en el Cuartel Francés? Tú tienes que preguntar para poder quedarte en la
propiedad de alguien más, esta parte de la ciudad le pertenece a Christian
Gaudet. Mi Señor. ―Enderezó los hombros y apartó su cabello.

Entonces sus ojos se hincharon, y ella hizo un sonido de arcadas. Nick abrió la
boca y corrió al otro lado del umbral justo cuando la chica vampiro se volvía
polvo, cubriendo a Skye, que forzó la tos a regresar y se aferró a Nick.

Un hermoso vampiro salió a la vista, sus rasgos finos acentuados por su brillante
cabello negro recogido en una coleta y unos pendientes largos que rozaban la
línea de su mandíbula. Sus ojos eran color carmesí y sus colmillos se
extendieron. Llevaba un suéter rojo que estaba dentro de sus pantalones de cuero
y tacones de diez centímetros negros. En su dedo derecho llevaba un anillo de oro
sencillo con un solo rubí; había algo que le parecía a Skye familiar.

―A Christian Gaudet no le pertenece el Cuartel Francés ―declaró la vampira.

Ella miró a Nick, quien cayó de rodillas, entonces fue Skye, que estaba tan
aterrada que sus piernas cedieron, dando una apariencia de reverencia.

―¿Au-Aurora? ―Skye manejó decir.

―Por supuesto. ―Aurora hizo su cabeza hacia atrás.

Skye se había preparado para este momento―estar frente con frente Aurora―pero
ella no estaba preparada. La amenaza irradiaba de Aurora como un perfume
exótico. Skye se sintió como si fuese sofocada, y la urgencia de toser pesó en ella.
Pusó su mano sobre su boca, y luego hizo todo un espectáculo para quitarse el
polvo de la vampira de la cara y ropas.

Aurora dio un paso hacia las sombras, sus ojos rojos parecían flotar. Skye esperó
a ser invitada, aunque no era cierto que los vampiros necesitaran una invitación
para entrar al lugar. Ella simplemente no quería ser estacada.
―Tráela aquí ―dijo Aurora a Nick. Skye casi grita cuando Nick la agarró y la llevó.
Como si fuese a demostrar que era un vampiro duro y leal a su gran líder. Él
empujó a Skye a la habitación negra. Su hechizo de ver se desvanecía. Y ella
estaba aterrada de tal vez tropezarse con algo que estaba oculto en la
oscuridad―una mesa, una silla, o la misma Aurora.

Escuchó el crujir y fingió tropezar para darse tiempo para adaptarse. Ella que ría
impulsar su hechizo, pero tenía miedo de agotar sus reservas de magia. Su vida
dependía de poder mantener sus glamur de vampiro.

―¿Así que buscar a el Señor que te abandonó? ―dijo Aurora con un acento en su
voz―¿Crees que tu Señor tiene una obligación para contigo?―¿Qué respuesta
complacería a Aurora? El estomago de Skye se retorció y ella se humedeció sus
labios, casi pinchado su lengua cuando toco sus colmillos.

―Yo…yo no lo sé ―dijo―. Todo lo que sé es que es difícil vivir entre humanos sin
una familia.

―¿Dónde está este amigo tuyo, Jon? ―demandó Aurora―. ¿Por qué él no vino
contigo?

―Él tiene miedo ―respondió―. Ha sido duro.

Aurora la miró de cerca y Skye luchó por no reaccionar.

Finalmente la vampira dijo.

―Estás mintiendo.

NUEVA ORLEANS

PADRE JUAN, JENN, ANTONIO, JAM IE Y HOLGAR

¿Qué acababa de tocarme?


Jenn se sacudió hasta detenerse mientras se movía por el pasillo hasta una
habitación de monjas que Antonio había reclamado como suya. ¿Había algo
besado su mejilla?

¿Algo que no estaba allí?

Con un grito suave se tambaleo hacia atrás, su linterna brillando en la oscuridad.


El haz se estremeció. Ella estaba temblando tan fuerte como si hubiese estado
sumergida en un río helado.

―Antonio ―susurró, pero su voz era tan seca como polvo de huesos.

¿Una forma extraña colgaba en el espacia ante ella? Una sensación amenazadora
se apoderó de ella en olas, frías y espesas, como manos recorriendo su rostro y
pecho.

―Aaaahh. ―Algo susurró, ¿o era su propia voz, susurrando por Antonio?

―¿Jenn?

Ese era Antonio, sacando su cabeza de su habitación. Ella dirigió su mirada del
centro del pasillo a su rostro; frunciendo el seño, él se camino desde su
habitación hasta ella, caminando directamente entre la oscuridad.

―Vamos ―urgió, tomando su mano.

El cerró su mano con la de ella y la llevó hacia su habitación; ella se detuvo, no


queriendo pasar por el pasillo. Lanzándole una mirada interrogante, él se detuvo.

―¿Qué tienes? ―le preguntó en español.

―No lo sé. Creo que algo me tocó. En mi mejilla. ―No le dijo que pensó que había
sido un beso. ¿Por qué? Ella no sabía. Pero se humedeció sus labios y respiró
lentamente―. Estoy demasiado asustada para moverme ―confesó.

― ¿Dónde pasó? ―preguntó, mirando alrededor


―Dónde estás parado ―susurró.

―Sólo soy yo. ―Tomó con sus dos manos las muñecas de ella, apretando y la llevó
a su habitación. Cerró la puerta y se recostó en ella mientras ella se abrazaba a si
misma tratando de entrar en calor.

―Descríbelo.

―Escuché algo y yo…yo sentí algo. Creo que este lugar está encantado. ―Se sentó
en la cama de él. Tenía un colchón muy delgado y una sábana mucho más
delgada encima. Ella tomó la sabana y la puso encima de sus hombros, haciendo
una mueca cuando Antonio abría la puerta y salía al pasillo.

―No veo nada Jenn ―le dijo. Ella se obligó a mirar, el haz atrapaba el relieve de
Antonio, cuando hizo la señal de la cruz, y murmuró unas cuantas palabras en
latín. Entonces él volvió a la habitación y cerró la puerta.

―Nada ―dijo él cuando se sentó a su lado y puso su brazo alrededor de ella―. ¿Te
sentiste amenazada?

―Sí ―respondió, hundiendo su cabeza en el hombro de él. Eriko no lo habría


hecho. Hubiese atacado a la oscuridad y gritado por refuerzos.

―Está bien, estoy aquí ―dijo Antonio y ella cerró fuertemente sus ojos para alejar
las lágrimas. Ella estaba mortificada. Todo lo que hacia estos días era llorar.

―Antonio…―comenzó, pero él presiono la cabeza de ella contra su hombro. Y ella


se rindió ante la necesidad de ser reconfortada.

―Le diremos al Padre Juan sobre esto ―dijo él. Pero si él en verdad creyese que
había algo en el pasillo, se apresuraría para avisar a los demás, él no le creía. Él
probablemente creía que ella imaginó todo el asunto.

Tal vez lo hizo.


No, pensó ferozmente. Estaba allí.

―No, deberíamos decirle ahora ―insistió.

Antonio dudó. Luego dijo:

―El Padre Juan está descansando un poco. En unos minutos puedes llevarle algo
de la cena y entonces puedes decirle.

Un nudo apareció en su estómago, el Padre Juan estaba descansando porque le


había dado su sangre a Antonio. A veces ella creía que su mente luchaba con la
verdad sobre lo que Antonio era, pero siempre desaparecía de nuevo en su
conciencia. Él era un vampiro. Tenía que beber sangre humana fresca de las
venas de los humanos―no sangre de animal, no refrigerada o de un banco de
sangre, si no lo hacía, moriría.

―De acuerdo ―dijo ella débilmente.

Algo cambio en él, se movió y su mano alrededor de la de ella se apretó, su pierna


se apretó contra la de ella, la tención fluía a través de él como electricidad.

―Sabes ―comenzó―. Yo estaba en un seminario cuando fui convertido. Estaba


estudiando para ser un cura, y yo nunca…nunca estuve con alguien.

Ella tampoco lo había hecho.

―Pero si pudiera Jenn… ―besó la parte de arriba de su cabeza, y su labios se


entre abrieron, un hormigueo se deslizo a través de ella y sintió su rostro caliente.

El silencio cayó entre ellos, sus dedos acariciaban el dorso de su mano,


acariciaban su piel. Y tal vez él no sabía cuan profundamente eso le afectaba.
¿Por qué Antonio? Ella se había preguntado por é l a lo largo de sus dos años de
entrenamiento. Hacinados en pequeñas casas, en una formación brutal,
entrenamientos rigurosos, los estudiantes de Salamanca habían reaccionado a la
presión de distintas formas, incluidas juntarse y romper, y luego estar con otras
personas. Excepto que Jenn jamás lo había hecho, ella siempre había querido a
Antonio, pero asumía que él no sentía lo mismo. Él se mantenía al margen,
siempre amigable en una educada y casi cortes forma.

En la noche en que se graduaron, el Padre Juan los había emparejado como


compañeros de pelea, y fue en ese momento que todos aprendieron su secreto: él
era el enemigo. Excepto que él era uno de ellos. Un Cazador.

Cuando él vio que ella lo amaba aun cuando sabía la verdad, él había quitado la
brecha entre ellos. Y luego se alejó de nuevo convencido de que era su devoción a
la virgen y todos los santos la que le impedía comportarse como un monstro, una
bestia voraz.

Que él debía buscar la santidad y la pureza, abrazando las órdenes sagradas de


la iglesia: pobreza, castidad y obediencia.

Ella sabía que lo tentaba, y desde que ella no era religiosa no creía que estar con
ella lo cambiase.

En todo caso, la mayoría de las veces.

Pero en noches como ésta, cuando los fantasmas flotaban en los pasillos oscuros
y Heather estaba tan lejos, todo lo que sabía era que no sabía nada.

―¿Has tenido alguna vez novia? ―preguntó y luego se sonrojó porque eso sonaba
tan de la secundaria.

―Yo tuve a alguien que me amó ―respondió y allí estaba la desesperación, el


terrible dolor que vivía dentro de él.

―¿Qué le pasó? —Ella puso su mano con la de él dándole un apretón gentil―. Tal
vez si hablaras sobre eso…

―Nadie ha escuchado esa historia ―dijo él―. Sólo Dios sabe lo que hice.
Ella intentó levantar su cabeza, pero él colocó una mano para impedírselo.

―Pero si eres católico y el Padre Juan es tu sacerdote, deberías decirle. Él puede


perdonarte ¿no funciona así?

Él estuvo en silencio por un largo tiempo, en el pecho de cualquier otro chico, ella
hubiese escuchado su latido. Pero el silencio entre ellos se alargó. Y si ella había
estado asustada de la oscuridad antes, ella lo estaba mucho mas ahora.

―No estoy seguro de lo que el Padre Juan es ―dijo al final―. Y él no puede


perdonarme, solo puede absolverme. Solo Dios perdona.

―¿Es lo que crees?

―Creo que hay un plan divino ―dijo él calladamente.

―Pero tú no sabes eso. ―Su voz era casi feroz.

―Sé que moriría por ti.

Luego se volvió a ella y la miró, sus ojos carmesí llenos de amor, sus colmillos se
alargaron con sed de sangre.

―Antes que dejar que algo malo te pase, moriría primero.

NUEVA ORLEANS

AURORA, SKYE Y HEATHER

―Estás mintiendo sobre todo ―le dijo Aurora a Skye―. Has escuchado. Conoces
sobre el plan. Y quieres estar en el bando ganador‖

―Yo…yo ―murmuró Skye, ¿qué plan? ¿El plan de usar a Heather como carnada?
―Eso es un buen movimiento. Un movimiento inteligente. Me impresionaste.

―Gracias ―sonrió Skye para si misma―. Lo confieso. Escuché que vendrías a este
lugar. Así que pensé que debería unirme―pedir acompañarte. Mi Señor estaba
muy asustado de ti.

―Un sabio movimiento también. ―Aurora ladeó su cabeza―. ¿Qué puedes


ofrecerme?

―¿Mi lealtad? ―preguntó.

―¿Eres una buena Cazadora?

La pregunta le sorprendió. ¿Aurora sabia? ¿Estaba burlándose de ella?

―Sí, lo soy. ―Encontró su mirada.

―Bueno, me gustaría que alguien lo cazara. No puedo esperar hasta que esté
muerto. Sin embargo, sirvió a su propósito. La guerra fue una excelente
distracción. Por otra parte, también lo es la ―paz‖. ―Hizo una cita al aire―.
Mientras nosotros hacemos el trabajo real.

Skye sabía que estaba escuchando algo importante. Su entrenamiento en


interrogación―ambos como sujeto e interrogador―entraron a trabajar. Ella tenía
que dejar que Aurora pensara que ella sabía algo del ―Trabajo real‖

―Solomon ―dijo ella

―Pobre Solomon ―sonrió Aurora, claramente no teniendo simpatía por Solomon.

―Vamos ―dijo Aurora ―a Nick aparentemente. Sus dedos se enterraron en los


brazos de Skye y la acompañó hacia adelante, girando bruscamente a la derecha
sin advertirle. Ella fingió tropezar.

―¿Qué pasa contigo? ¿Estás enferma? ―preguntó Aurora.


¿Podrían los vampiros enfermarse? Skye nunca escuchó nada que indicara eso.
Ella se detuvo y se aclaró la garganta.

―Sólo hambrienta.

Oh Dios, ¿por qué había dicho eso? ¿Que si Aurora…?

―Entonces aliméntate, Mi Dulce ―dijo Aurora.

Hubo un silbido, olor a azufre y luego vio el rostro de Aurora resplandecer con la
luz. La vampira estaba encendiendo un cono y en el cálido resplandor ella olio un
terrible hedor. Entonces mientras Aurora levantaba la vela, la luz cayó en una
jaula oxidada al otro lado de la habitación octagonal, adornado con muebles
victorianos. Algo se movió dentro de la jaula.

Aurora caminó hacia eso. A medida que la luz caía sobre los barrotes, Skye vio
ojos. Unos grandes ojos azules.

Heather Leitner tenía ojos azules.

Skye luchó fuerte para no reaccionar. Es ella. Tiene que ser ella. Escuchó un
gemido y jadeó. La jaula se sacudió mientras la persona dentro se movía hacia la
oscuridad y luego un silbido extraño, como si Heather tuviese problemas para
respirar. Tal vez estaba enferma.

Tal vez estaba muriendo.

―¿Sabes quién es? ―preguntó Aurora a Skye, pareciendo supremamente feliz. El


polvo en su mejilla era la única prueba de que acababa de acabar con una
vampira presumida. Además Ahora, Nick se movió bruscamente, como un juguete
de cuerda, como si apenas pudiese comportarse. Skye desterró cualquier
pensamiento mientras Aurora se acercaba a la jaula, moviéndose como una
serpiente. El barranco de Skye aumentó, todos sus instintos de bruja de
protección lucharon con los de conservación.
―Ésta es la hermana de un Cazador ―declaró Aurora―. Ella es deliciosa ―lamió
su propio dedo índice como una paleta y luego lo extendió a Skye. Mirando a
Skye con una pequeña sonrisa, ella dijo con una voz gruesa y baja―. ¿Quieres
una probada?
Traducido por Dyanna

Corregido por tamis11

En la dichosa noche,

En secreto, cuando nadie podía verme,

Ni yo mirar nada,

Sin luz o guía,

Salvé esa quemadura en mi corazón.

—St. John de la Cross,

Decimosexto siglo místico de Salamanca.


Traducido por Irme y Kirara7

Corregido por tamis11

anual de un Cazador de Salamanca: El Cazador.

El Cazador se distingue y es inalterable, comprometido con la misión:

la muerte del enemigo. Aunque el mundo cambia, tú no debes. Como un ángel

vengador tú no debes estar desviado, distraído o afligido. La batalla entre

vampiros y Cazadores tiene que rugir hasta que los Demonios sean aniquilados

de la tierra. Esta es tu carga y responsabilidad.

Esto no puede ser levantado de ti y si tú eres un verdadero Cazador, tú no

desearás que lo sea.

NUEVA ORLEANS

SKYE Y HEATHER

Heather sentía que su garganta se le cerraba mientras Aurora la ofrecía a una


nueva vampira de trenzas rubias. Ella se movió tan a lo lejos como su jaula le
permitió y tembló de miedo. Podía escuchar su respiración sibilante, pero no se
atrevía a alcanzar su inhalador. Estaba segura de que ellos se lo cogerían si lo
encontraban. También se estaba agotando y lo tenía que ahorrar para las
emergencias.

El nuevo vampiro se acercó, se aproximó a la jaula con los dientes descubiertos y


los ojos encendidos. Heather se oyó hacer un gimoteo. Entonces el vampiro se
puso de pie al lado de la celda, mirándola fijamente.

Y Heather la conocía.

De sus pesadillas.

Heather empezó a gritar. Había visto la cara de esa chica docenas de veces en sus
sueños. Ella siempre estaba cubierta de sangre y de pie en un círculo de
cadáveres.

La pesadilla hecha realidad arrugó su nariz con disgusto y volvió a Aurora.

—Ella huele a enferma. Gracias, pero puedo ignorar el hambre por un rato más.

Heather sintió un rayo de esperanza. Aurora había matado a otros por menos. Tal
vez podría matar a este, y estas pesadillas jamás se harían realidad. Aurora
sonrió.

—Muy bien, estás en lo correcto, ella está enferma. Nick, sácala a cazar.

El vampiro surfista asintió con la cabeza, agarró a la nueva vampira por el codo, y
la sacó de la habitación.

NUEVA ORLEANS

PADRE JUAN, ANTONIO, Y JENN

Antonio caminó con Jenn a la habitación de Padre Juan. Su maestro estaba


acostado totalmente vestido en la estrecha cama con dos almohadas debajo de su
cabeza, acunadas por sus manos. Le habían atado un trozo de gasa a su muñeca
izquierda en la herida que Antonio había dejado. Tres velas votivas30 en vasos
rojos parpadeaban en una silla cerca a la cama. Un rosario de madera de rosa
colocado y enrollado junto a un plato con media dona azucarada y un vaso con
algo que olía como a jugo de manzana. El Padre Juan estaba reemplazando el
azúcar después de su pérdida de sangre.

—Jenn piensa que vio algo en el recibidor —le dijo Antonio al cura—. Como un...
—Él pensó por un momento—... un fantasma.

—¿Un fantasma? —El Padre Juan se levantó—. ¿Lo puedes describir, Jenn?

Ella estaba asustada de nuevo. Él le creyó. Lo que significaba que él creía en


fantasmas.

—Oscuro. Creo que me tocó. —Señaló ella su mejilla—. Estaba frío.

—¿Padre? 31 —dijo Antonio, levantando las cejas.

—Podría ser magia —dijo el Padre Juan, balanceando sus piernas en el costado
de su cama—. Una clase de visión.

El alcanzó su bolsillo, y saco una pieza áspera, rectangular de cristal oscuro,


rosáceo y blanco.

—He estado esperando que Skye nos enviara algunas imágenes. Pero no hay
nada aún.

Entonces la luz bailó en el cristal, y los tres se inclinaron hacia ella. Antonio
apretó la mano de Jenn mientras las imágenes borrosas y distorsionadas

30
Velas votivas: Es una pequeña vela, típicamente blanca o amarilla, de cera de abejas destinadas a ser que madas
como una ofrenda en una ceremonia religiosa.
31
En Español original.
tomaban forma. La cara de Aurora llenó la superficie del prisma. Antonio se agitó,
Jenn instintivamente retrocedió mientras el Padre Juan sostuvo la mano en alto.

—Ella no puede verlos —les recordó.

Aurora se movió a la derecha, y una jaula fue revelada. Estaba demasiado oscuro
para ver quien estaba dentro, pero Jenn lo sabía. Ella lo sabía. Ella agarró el
cristal del Padre Juan y miró fijamente con fuerza en él, esforzando por ver si
Heather estaba todavía viva. Pero el cristal se tornó gris, y luego se apagó.

—Oh, Dios —susurró ella—. Oh, por favor, por favor, Dios.

—Amén —dijeron el Padre Juan y Antonio al unísono, santiguándose.

Eriko, Mate, Bernard, y el Padre Juan investigaron el vestíbulo mientras los otros
se sentaron en el comedor, en la agrietada y ovalada mesa. Los viejos mosaicos de
cristal colgaban en las paredes, astillados y descoloridos, ellos parecían
desgastados como un libro de colorear. Santos con halos, corderos, corazones
llameantes. Las imágenes católicas le recordaron a Jenn la colección de álbumes
de los viejos discos de vinilo de rock de sus abuelos con sus cubiertas
psicodélicas. Ella se preguntaba qué mentiras había contado su padre a su
abuela sobre sus dos nietas desaparecidas. Si él pensaba que la abuelita nunca
descubriría la verdad. Y se preguntaba adónde habían ido su abuela y su madre.

Tuvo los ojos vidriosos por un momento mientras miraba fijamente a un caballero
en un halo armado con espada a punto de atacar a un dragón. Había rumores de
que el padre Juan había sido un exorcista antes de convertirse en director de la
academia y, desde allí, el maestro de los Salamanca. Se asustó mucho al pensar
que Antonio no confiaba enteramente en su maestro. Pero de nuevo estaba
trabajando horas extras para confiar en alguien, algo. Y siempre terminaba mal.

La luz de las velas parpadeaba a través de rostros tensos, cansados mientras los
cazadores y los rebeldes subterráneos bebían vino y se conocía unos a otros.
Jenn estaba agotada, quedándose dormida en la esquina a pesar de todos sus
intentos de permanecer despierta. Fantasmas o no fantasma, estaba a punto de
irse a la cama (con linternas y velas ardiendo), cuando tres miembros más de la
Resistencia llegaron: dos mujeres y un chico. Estaban cansados y agitados. El
Departamento de Policía de Nueva Orleans los había visto y les dispararon, pero
con éxito habían eludido a la policía, al llegar a la casa de seguridad después de
doblar de nuevo dos millas de su camino. Ellos trajeron la noticia de que Aurora
había formado una alianza con los Christian Gaudet, el rey de los vampiros del
Barrio Francés. Había algo en el aire, entusiasmo. Algo grande iba a suceder, y
Aurora tenía la mano en ello.

—¿Qué quieres decir, Tina? —le preguntó Marc a la mujer Tina Right. Jenn había
sido presentada. Estaba demasiado cansada para recordar algo.

—¿Cuán grande?

—Los vampiros están reivindicando los territorios —dijo Tina—. Creemos que
están lanzando un desafío. Parece que van a tener una guerra entre ellos, ahora
que nos han derrotado.

—Eso sería bueno para nosotros —dijo Holgar—. Ellos se dividen; nosotros
conquistamos.

—Nosotros conquistamos mierda —murmuró Jamie. Las mejillas de Tina


enrojecieron.

—Todavía no conocemos la localización de Aurora, pero ella está en alguna parte


en el Barrio Francés.

—Eso es muy útil —se quejó Jaime.

Los otros cambiaron de posición, probablemente cansados de su sarcasmo como


lo estaba Jenn. Tina continuó su informe. No hubo información sobre Heather, y
nadie había visto a Skye. Antonio les mostró el cristal, (más conocido como una
bola de cristal) y discutieron sobre la fecha límite de Aurra en Mardi Grass 32

—¿Has oído algo sobre por qué ella fijó una fecha de esa manera? —preguntó
Marc.

—¿Por qué hacer algo de eso? —respondió Jaime, empujando su silla hacia atrás
y apoyándola contra la pared en la parte posterior a los dos peldaños. Había
bebido demasiado

—¿Por qué no matar al Cazador (aunque, por supuesto, Jenn no es realmente un


Cazador) pero por qué no matarla en San Francisco? Quizá la chica es un regalo
de cumpleaños Christian Gaudet o algo sin sentido.

—Su nombre es Heather —dijo Jenn con los dientes apretados. Quería darle una
bofetada. Era arrogante y cruel.

—Me refería a ti —disparó Jamie de nuevo, dándole una mirada dura—. Espera a
que venga el rescate. Ella está esperando por todos nosotros. Es decir, por favor.
Está muy claro que quiere seis cabezas en la pared, no sólo una. Lo siento, que
sean siete, con la hermana.

—Tal vez la fecha límite esta impuesta por alguien más —sugirió Holgar—. Su
jefe, o lo que sea que tengan.

—No son Vikingos —replicó Jamie.

—O su señor o su rey. Su consejero delegado. Tal vez Aurora tiene que demostrar
algo —dijo Holgar— ya sabes cómo es eso Jamie.

Jamie lo miró. Golpeando las patas de la silla en el piso de madera, cogió la


botella de vino tinto en la mesa y se sirvió otro vaso.

32
Un lugar en Nueva Orleans
—Dudo que Aurora tenga que demostrar algo a alguien, una perra mandona
como ella. —Se bebió todo el vaso como si fuera agua y dejó escapar un pequeño
eructo.

—Deja de beber tanto. Si somos atacados esta noche, tu no serás de ayuda para
nosotros —le espetó Antonio.

—No te enfades, español —dijo Jamie insegura, poniendo su vaso vacío en la


mesa

—Ya me conocen. Siempre listo —Entrecerró los ojos—, igual que tú.

Marc se aclaró la garganta.

—Si se me permiten decirlo, mes amis33, para ser un equipo no parecen muy...
unidos

—Somos nuevos en esto —le dijo Holgar.

—Y somos muy malos en esto —dijo Jamie arrastrando las palabras, sacando un
paquete de cigarrillos del bolsillo de su chaqueta de cuero negro—. ¿Fumas,
Antonio?

Jenn estudió los rostros de los luchadores de la Resistencia con ansiedad,


mientras ellos miraban a los Salamanca. Desconfianza. Malestar. ¿Por qué Jamie
molestaba a Antonio? ¿Quería que se dieran cuenta de que Antonio era un
vampiro? ¿Lo odiaba tanto como para poner en peligro sus posibilidades de
rescatar a Heather? Jamie puso sus labios en torno a un cigarrillo y lo sacó de la
cajetilla. Luego llegó a una vela sobre la mesa y la encendió. Se estableció
alrededor de la habitación un silencio incómodo. Jenn inclinó su cabeza hacia
adelante en el pecho. Comenzó a hundirse en el sueño, escuchando hablar a su

33
''amigos míos'' (Francés)
alrededor. Ella empezó a soñar con San Juan de la Cruz en su oscura celda,
rezando.

¿Dónde te has metido, abandonándome en mi gemido, oh mi amado? Has huido


como el ciervo, que me ha herido, corrí después de ti, llorando, pero tú ya te
habías ido. Antonio de la Cruz, ¿dónde está tu alma?

NUEVA ORLEANS

AURORA, HEATHER y SKYE

Aurora se volvió a Christian Gaudet cuando salió de las sombras y empujó a la


chica a través de los barrotes con su pie desnudo. Con el torso desnudo, con
cabello color ámbar, cortado desordenadamente y gel, Christian usaba unos
vaqueros negros y un arete plateado en su oreja izquierda.

Como la mayoría de los vampiros que habían alcanzado cierto estatus y habían
convertido a otros, era arrogante. Christian se autonombra el señor de Nueva
Orleans, lo cual divertía y ofendía a Aurora.

Christian no había visto lo que le había hecho a la pequeña mocosa en la puerta.


Ella contemplaba dejarlo vivir una poco más de tiempo. Él tenía sus usos, y
aunque ellos habían salido de la ciudad, él y los suyos no se habían vuelto tan
perezosos como los vampiros en San Francisco.

—Ella está jadeando de nuevo —le dijo a Aurora, luego miro la puerta del frente
la cual se había cerrado detrás de Skye y Nick—. ¿Estás segura de que esos dos
pueden ser de confianza?

—No —respondió ella fácilmente—, pero entonces, nadie lo es. —Buscó en su


espalda con la mano izquierda y sintió la extraafilada estaca mientras extendía su
mano derecha hacia él. Si él se movía mal, si parpadeaba mal, sería polvo.
Él parpadeó.

Ella se movió.

—Oh, qué mal —susurró y hubo terminado todo, recogió el arete plateado de las
cenizas y se lo tiro a Heather en su jaula.

—Para ti, mi mascota —dijo ella.

***

—Lo siento —dijo Nick media hora más tarde, cuando él y Skye salieron de la
alcantarilla al lado de unos de los diques del río Mississippi.

—Sé que quieres unirte a su corte, pero nunca voy a volver allí. Ella está loca. La
miras mal y —Hizo la mímica de ser estacado—, por lo tanto, buena suerte.

Él cerró con seguro y se echó a correr hacia el tráfico nocturno. Sonaban las
bocinas de los coches, ella hizo una mueca cuando lo vio saludarla desde lejos.
Estaba aliviada al saber que la iba a dejar sola. Desde que habían salido de la
guarida, había estado pensando en cómo deshacerse de él sin estacarlo. A pesar
de que él era un monstro chupasangre, a ella le gustaba. Suponía que eso la
hacía una mala cazadora.

Siempre me han gustado los chicos malos, pensó, sonriendo tristemente pasó al
otro lado de la carretera y le saludó de vuelta. A diferencia de Estefan, este
Maldito dejaba a la vista su maldad, para que el mundo la viera. Aún faltaban
horas para el amanecer, tal vez se alimentaría. Él no era la clase de vampiro que
tal vez dejara sus presas con vida. Ella debió estacarlo.

Se sintió igualmente aliviada al poder haber evitado beber la sangre de Heather.


Fue un poco después de que Aurora hubiese aceptado que la sangre de Heather
olía un poco a enferma que se había dado cuenta de que había sido una prueba,
que la había pasado gracias a Dios.
Skye sacó su piedra de adivinación, y conjuró energía para poder encenderla,
mientras miraba la superficie, un pálido azul se creaba en el interior. Entonces la
sostuvo en alto y le mostró sus alrededores. Las piedras de adivinanción eran
elementos antiguos de la magia. Pero una vez los celulares con GPS fueron
inventados, habían sido relegado a ser pintorescas e ineficientes. Le agradecía a
la diosa por sus extremadamente tradicionales padres. Quienes la habían criado
para saber de las antiguas formas.

Esas viejas formas le estaban sirviendo ahora.

Como lo eran las huellas mágicas que había en la alcantarilla; la guiarían de


vuelta a la guarida para que los salamancas pudieran rescatar a Heather,
después de haber descansado por el resto de la noche, para poder salir con el sol
fresco. Ella se abrazó a sí misma, contenta por haber logrado esto. Tal vez Jamie
la notara y se impresionara con ella en lugar de estar suspirando por Eriko, la
diosa de hielo inalcanzable. Tal vez por eso la deseaba, porque sabía que nunca
podría tenerla. Jamie era tan desconfiado y amargado, junto a él, Nick parecía un
cachorro.

—Somos tan disfuncionales —murmuró en voz alta. ¿Qué loco plan tenía el Padre
Juan forzando un grupo con tan diferentes personalidades? Ellos sólo habían
sido un equipo durante dos meses y en su opinión no estaba funcionando.

Cuando un auto blanco de la policía con una estrella y el logo de una me dia luna
rojo desaceleró, ella se deslizó hacia las sombras a la orilla del río. Nueva Orleans
estaba bajo el toque de queda. Sería irónico si el Padre Juan tuviese que venir a
la estación de policía a sacarla de la cárcel, por estar en las calles de una ciudad
mundana, después de haber logrado entrar y salir de una guarida de vampiros.

Ellos siguieron desacelerando, mientras bajaba la ventana del auto y pasaban


una linterna por los arbustos en los que ella se había escondido. De mala gana,
convocó más energía mágica, Skye creó una versión de su hechizo ―Ver‖ para
evitar su reflejo.
Un cosquilleo en la parte de atrás de su cuello la hizo parpadear. Viajó desde su
cuello hasta su cabeza, ella tocó su rostro con su mano izquierda. Luego dejó de
mecerse cuando la linterna se quedó quieta en la parte donde las hojas se
mecían.

Ella sostuvo el aliento. Diosa protégeme, pensó.

La luz se apagó y el auto siguió su camino.

Gracias, señora. Un rayo cayó sobre el cielo seguido de un estruendo de truenos


a través de las negras aguas del rio. Mirando hacia las nubes negras, hizo magia
sobre la piedra, murmurando la dirección de la casa de seguridad. Con suerte...

—Skye. —Vino el susurro en el viento.

De cuclillas, se volvió. Las luces sobre el río brillaban y este se movía rápido.
Entonces, el cielo se abrió y la lluvia cayó, como la que caía en los páramos de su
casa. Tensándose, intentó ver a través de esta, viendo nada, pero de repente, una
violenta tormenta se formaba a su alrededor.

Con un grito, corrió hacia el refugio más cercano, la parte de debajo de un balcón
lleno de helechos y geranios.

La lluvia se convirtió en lluvia torrencial, estrellándose contra el agua con una


fuerza sobrenatural. Una cascada de agua se resalaba por el pavimento y caía
hacia las alcantarillas, enrollándose contra el drenaje fluvial.

¿Magia?, se preguntó. ¿Era esto normal en Nuevo Orleans? ¿Y de verdad había


escuchado una voz decir su nombre?

¿La voz de él?

Manteniendo la parte superior de su abrigo bien cerrada, giró sobre sus talones y
comenzó a correr. Sus botas resonaban sobre los charcos de agua, su respiración
era entrecortada, corrió muy rápido, mientras el miedo se amontonaba sobre más
miedo.

NUEVA ORLEANS

EQUIPO SALAM ANCA

—Jenn, despierta —murmuró Antonio, sacudiéndola gentilmente.

Ella se sacudió y abrió los ojos. Poniéndose en posición vertical cuando él le puso
la mano en el hombro mientras sostenía una linterna y la habitación estaba
oscura. Sus ojos estaban casi negros y él parecía muy serio.

—Hay una fuerte lluvia, el drenaje se está llenado, tenemos que irnos.

—¿Qué?

Ella dejó caer sus pies a los lados de la cama y se puso de pie mientras él le
ayudaba.

—Nos movemos a tierras más altas —dijo él.

Eriko asomó la cabeza por la puerta, usaba un impermeable azul oscuro y una
gorra de beisbol que ocultaba sus ojos.

—Movámonos —ordenó ella—. Ahora

Jenn estaba atontada por el sueño, generalmente en medio de una misión, lo que
era esto, se hubiese despertado de inmediato; se imaginaba que estaba exhausta
de viajar tan duro. Tropezó mientras se ponía las botas y las amarraba, entonces
buscó en su bolsillo por su celular. La batería estaba prácticamente a cero, la
guardó en su bolsillo y siguió a Antonio fuera de su habitación mientras él
colgaba la lona en su espalda.
—Déjame cargarla —insistió. Sonrojándose mientras trotaba tras Eriko. Él se la
entregó y por un momento quiso cambiar de opinión. Era pesada y ella estaba
cansada.

Antonio tomó el separador. Ellos lo habían armado en la misma habitación donde


Marc y Jamie habían discutido. Superados por el número de rebeldes, sus
compañeros de equipo estaban organizando la armadura de cuerpo completa, las
rodilleras y amarrando sus zapatos. Los parches del equipo Salamanca eran
manchas de color alrededor de todos los tonos del negro.

Y ahí estaba Skye, completamente empapada en su pesado abrigo, su falda y sus


botas pasando de lado de Bernard y Lucky. Cuando vio a Jenn corrió hacia ella y
le echo los brazos alrededor.

—La encontré, está bien, bueno, más o menos bien. —Skye empujó las trenzas
húmedas de su rostro mientras miraba a Jenn. Parecían patas de arañas
rubias—. Aurora la mantiene en una jaula, estaba como jadeando.

—Oh, dios. —Jenn se sintió mareada—. ¿Viste su inhalador?

—¿Estás loca? Si Aurora la va a vacunar contra la gripe... —Jamie salió de su


escondite y le dio una palmada en el hombro.

—Buen trabajo Bruja.

Con el ceño fruncido, ella apartó su hombro como para alejarlo.

—Dios, Jamie no tienes que ser tan duro ella, es la hermana de Jane.

—Sí, lo sé recibí el memo.

—¿Ellos….ellos…?

Lo que Jenn quería preguntar pero no podía era: ―¿Lo hiciste?‖.


—No te puedo mentir, Jenn —dijo Skye—. Sí bebieron de ella, pero se detuvieron
porque está enferma.

Jenn se desvaneció, Skye sostiene su brazo.

—Vamos a sacarla de allí.

Jamie se volvió hacia Eriko.

—¿Qué vamos hacer una docena de personas corriendo hacia la puerta principal?
Seguro que los locales pensarán que somos un montón de muchachos teniendo
una reunión. —Hizo la mímica de beber una cerveza—. ¿Qué buenos tiempos, eh,
caballeros?

—Iremos por el túnel. —Marc se volvió a los Salamanca y los instruyo—. Por lo
cual debemos irnos ya, el nivel del agua aumenta.

—Por el maldito alcantarillado... —se quejó Jamie—. No veo porque nos tenemos
que ir, incluso si el alcantarillado se llena, tienes el piso subterráneo para
evacuar y siendo más sabios... —Miró a Skye—. Puedes ponerles a alguno de ellos
algún hechizo…

—Silencio. —Skye rechinó los dientes mientras la gente de Marc la miraba. El


silencio cayó en la habitación.

—¿Hechizos? ¿Ella puede usar magia? —preguntó Marc. A mitad del momento en
que ponía una ametralladora sobre su cabeza. Él miró del Padre Juan a Skye y
luego a Eriko. El silencio cayó.

Entonces, el Padre Juan dijo:

—Sí. —No agregando que él también podía usar magia.

—¿Y no lo ibas a mencionar? —La voz de Mar vibró con tensión.


—Sólo es por defensa —dijo Skye rápidamente, su rostro volviéndose rojo. El
agua cayó de su cabello por su rostro y ella se sacudió como un perro—. No
puedo lastimar a nadie, pero puedo hacer más difícil que nos noten mientras
escapamos.

Frunciendo los labios, Marc se dirigió a una mesa con una caja de municiones
abierta y metió algunas en su bolcillo. Jamie se unió a él, examinando la caja de
municiones y abriendo una nueva, después sosteniéndola ante una luz artificial.

—Pensé que lo sabían, por eso la envíamos a ella —dijo Eriko, cruzando hacia
donde esta Jamie, para quitarle lo que tenía en la mano—. Ella tenía más
posibilidades de infiltrase porque puede usar magia.

—Me perdí eso. —La voz de Marc era helada con ira. Los demás estaban muy
callados.

—¿Cómo supusiste que pudimos infiltrarla? —preguntó Eriko, genuinamente


confundida.

—Hemos hecho infiltraciones de vez en cuando, vamos encubiertos —dijo Marc


con los dientes apretados.

Lucky y Bernad asintieron con la cabeza.

—¿Simplemente entran? —preguntó Jamie con admiración—. Amigo, sí que


tienes unos compañeros...

—Tenemos una causa —interrumpió Lucky.

Marc miró a Eriko y luego al Padre Juan.

—Cuando dejamos este lugar, nos volvemos cien veces más vulnerables. Somos
buscados. No dudo de tus palabras, también somos incluso más vulnerables por
ti.
—Aún creen que soy una vampira —dijo Skye— y Aurora planea algo grande.
Ellos matarán a Salomon.

—¿¡Qué!? —dijo un coro de voces, muchos rostros mirando a Skye.

—Sí, ella cree que estoy en Nueva Orleans por ella. Es el centro de algo.

—Bueno, si tú fuiste por ella —le recordó Holgar, sonriendo levemente—, sólo que
no de la forma que ella cree.

Marc exhaló.

—Merde, no quiero más chupa sangre en mi ciudad ¿hay algo más que
necesitamos saber?

Eriko señaló a la munición.

—No usamos armas.

—Nosotros con un demonio, sí —le informó Bernard.

—No sabemos mucho de los Cazadores ¿tienen alguna clase de prohibición sobre
matar seres humanos? —Suzy sonaba forzada como si ella intentara mantener la
calma.

—Sí, estúpidamente —interrumpió Jamie—, sólo lo hacemos como último


recurso. Me refiero a matarlos.

—Vamos a misiones —elaboró Eriko—, nuestros objetivos son definidos, somos


enviados por nuestro maestro. —Ella inclinó su cabeza en dirección del Padre
Juan.

—Los envió a donde creo que harán un mayor bien —dijo el Padre Juan—. Las
misiones son secretas, por supuesto.
—Salvo que alguien ha estado abriendo la boca. —Jamie le dio una mirada al
Padre Juan—. Por lo que sabemos, le dijeron a Aurora que estábamos aquí.

—Aurora no parecía que supiese —dijo Skye—, ella dijo que Heather era la
hermana de una cazadora.

—De vuelta a esas misiones —dijo Marc—, nosotros hacemos lo mismo.

—La mayoría de las veces no hay humanos del otro lado — respondió Eriko.

—De los que sepamos —susurró Jamie.

—¿Perdón? —dijo Marc, frunciendo el ceño—. ¿Qué significa eso?

—Eso significa que si tienes armas de sobra, mi equipo las tomará —El Padre
Juan dio un paso al frente y extendió su mano— con agradecimiento.

Él miró a Jenn.

—Haremos lo que sea necesario para rescatar a tu hermana.

—Eso es resbaladizo, Padre Juan —dijo Jamie. El Padre Juan no reaccionó.

—Gracias ,maestro. —La voz de Jenn era tensa. Ella tenía miedo de llorar
nuevamente y ya había llorado lo suficiente.

Jamie gruñó y miró a Eriko.

—¿Unas palabras?

Eriko levantó las barbilla, como preparándose para enfrentar a Jamie. Los dos
caminaron un poco separados. Antonio entrecerró sus ojos, Jenn podía decir que
los estaba escuchando. Mientras hablaban Suzy abandonó la habitación y
regresó. Con dos mochilas repletas.
—Esta de aquí es agua, esta otra son barras de proteínas y carne seca —dijo
ella—. También tenemos una cuantas frutas secas‖

—Deberías mezclarlas —le dijo Jenn—. Si pierdes una, no perderás toda la


comida o el agua.

Suzy parpadeó y asintió.

—Buena idea.

Lucky le tendió una metralleta a Jenn. Él ya llevaba una sobre sus hombros.

—¿Sabes cómo usarla? —le preguntó—. Estoy un poco oxidada —admitió,


mientras ponía la correa alrededor de su cuello y levantaba el arma.

—Pero tuve clases de armas en la academia. —Ella agarró el cañón y la


empuñadura—. Esta es una Uzi, con un diseño abierto en el perno que ayuda con
el equilibrio. Pero deberíamos tenerlas desarmadas tanto como nos sea posible.
Para evitar tanto la contaminación como en el drenaje de aguas.

Ella lo miró.

—Además, es bueno descansar y bajar tu arma. Descansar del Bam-Bam-Bam.


De otra forma tal vez termines disparándole a la luna.

Lucky silbó.

—Debería abrir más academias Padre, podría entrenar más guerreros.

—Oui —dijo Marc—. ¿Por qué tan elitistas? ¿Qué tienen estos cazadores que los
hace tan diferentes? —Cuando Marc habló, miró a Jenn y ella pudo sentir sus
mejillas sonrojarse.

—Por lo general, usamos el combate cuerpo a cuerpo, como saben las armas no
funcionan en los vampiros. Les enseñaremos lo que podamos —dijo el Padre Juan
—¿Incluyendo magia? —preguntó Lucky moviéndose para estar de pie cerca de
Mar—. Nunca conocí a nadie que hiciera magia. Eso es muy raro —le sonrió a
Skye—, puedes hacer como, pociones de amor y esas cosas.

—No puedo —soltó Skye rápidamente. De repente, ocupada con una bolsa que
contiene estacas afiladas y agua bendita.

—¿Puedes hacer que nuestros teléfonos funcionen? —preguntó Marc.

—Lo intenté mientras no estaba, e intente lanzar hechizos de protección a este


lugar. No podría decir si funcionó. —El entrenamiento de Jenn para ver que
estaba fuera de lugar entró en juego. Skye estaba actuando fragmentada,
estropeada, literalmente. Algo estaba muy mal.

—Tenemos otra casa de seguridad en el barrio —dijo Marc—, nos reagruparemos


allí, y nos iremos.

Eriko y Jamie se reunieron con el grupo. Eriko se aclaró la garganta y dijo:

—Quiero discutir el plan más detalladamente, estamos llevando demasiado


equipo. Tendremos que guardarlo antes de abordar nuestro plan de rescate.

—Digo que lo dejemos aquí —insistió Jamie. Guardando municiones en sus


bolcillos de velcro—, no hay un punto en hacernos más pesados, en los pisos
superiores deberíamos estar bien. —Jamie tomó una Uzi con una mano y con la
otra una magnum 457. Él parecía un niño en navidad.

—No estabas aquí —dijo Marc— cuando golpeó Katrina.

—Sólo es lluvia —dijo Jamie.

—Esto es Nueva Orleans, estamos por debajo del mar —contraatacó Marc.

—Deberíamos ser dos equipos —Holgar elevó la voz—: uno para mover las cosas,
otro para rescatar la hermana de Jenn. —Alzó su mano—. Ayudaré con el rescate.
—Deberías ir con el equipo de carga. Harías de una apropiada bestia de carga. —
Jamie arrastró las palabras.

Holgar entrecerró sus ojos.

—Llevo la puntuación, sabes.

—Y es cien mil a acero, según mis cuentas —contestó Jamie.

—Bueno, soy la única que puede seguir las huellas mágicas que dej —dijo Skye
—, así que tengo que ir.

—Vale, vale —dijo Antonio—. Obviamente, Jenn y yo iremos.

Él se acomodó más cerca de ella.

Jamie se volvió hacia Eriko.

—¿Qué dices, chica?

Eriko asintió y se puso de pie al lado de su compañero de batalla.

—Pero deberías ser cuidadoso con lo que guardas en su bolsillo —dijo ella
arrugando la frente—. Será difícil para ti, alcanzar las estacas y el agua bendita si
las municiones están allí.

—Yo solía llevar mucho más que esto en Belfast —respondió, golpeando los
bolsillos de su chaqueta verde olivo.

—Y era para ir a la tienda y comprar media caja de cerveza.

—Irlanda del Norte es una buena analogía —dijo Marc— o París, después de que
los nazis conquistaron Francia. Los vampiros se han apoderado de todo y son
muy descarados. Han aterrorizado a la policía y al alcalde sometiéndolos, ningún
humano puede esperar justicia, para los vampiros es como un paraíso.
—Más cerca del infierno —dijo Jamie.

—Tal vez es por eso que Aurora trajo a este lugar a tu hermana —agregó Bernard,
asintiendo hacia Jenn—. Si ella quiere echar raíces, dice bastante de su fuerza el
que pueda arrebatarle un familiar a una cazadora.

—Para subrayar mi punto —interrumpió Marc—, la gente aquí hace lo que los
Malditos quieren, alguno de ellos están muy asustados para no hacerlo, pero la
verdad es que muchos de ellos tienen mejores vidas desde que ellos llegaron. A la
gente pobre, los más pobres, los vampiros los están usando contra nosotros y
ellos son felices de ser usados.

—Los hace sentir útiles —aventuró Holgar.

—Lo hace. —Marc aparentemente no tenía un buen humor—. Hay precios para
nuestra cabeza, somos de más utilidad muertos. Es mucho más probable que los
humanos te disparen.

—Que vengan —dijo Jamie, ladeando la magnum.

—La Uzi es una buena arma —dijo Antonio, mirando al Padre Juan—. Cuando
lleguemos aquí, tal vez deberíamos reconsiderar la forma en que hacemos las
cosas.

—Somos cazadores —dijo Eriko —. No comandos.

Marc descansó su mano en la Uzi.

—Sí, bueno, se define la misión para igualar a tu enemigo, no al contrario ¿eh?

—¿Maestro? —Luciendo nerviosa, Eriko inclinó su cabeza hacia el Padre Juan.

Jenn dio un paso frente a Eriko


—Mi hermana está en peligro mortal. —Ella tomó otra magnum 457 y la sostuvo,
pero era tan pesada que su brazo se arqueaba hasta que la tomó con ambas
manos. Sin duda, eso fue una desventaja ante su mirada desafiante.

El Padre Juan dudo, entonces dijo:

—Lo siento, Eriko, por favor, toma el arma, resolveremos esto cuando lleguemos a
casa

Cuando lleguemos a casa. Jenn pasó su lengua por sus labios y tragó fuerte.O
no..

—Movámonos —dijo Marc.


Traducido por sooi.luuli
Corregido por Aldy92

Aunque nuestra carne es pálida y fría

Somos bellos de contemplar

Ámanos por nuestra pacífica manera

Y ni una vez nuestra confianza traicionar

Porque dañarnos es dañarte a ti mismo

Para cortar la carne y romper el hueso

Porque el pasado siempre te encontraría

Que te perderías tanto en cuerpo como alma.

ueva Orleáns
LA RESISTENCIA Y LOS CAZADORES DE SALAM ANCA

Con Eriko al lado de él, Marc abrió la puerta del convento que conducía
hacia la alcantarilla e inmediatamente criticó duramente el área con su Uzi,
mientras ella describía la oscuridad con la linterna. Mirando por encima del
hombro de Eriko, Jenn vio correr el agua donde, antes, allí había habido un goteo
de las bocas de tormenta del barrio francés. A pesar del incremento en la
cantidad de agua, no olía nada peor que la primera vez que había estado por allí.
Pero se preguntaba cómo serían capaces de atravesar el túnel—estaba desde la
cintura por encima de ella, y aumentando.

Marc le asintió a Bernard, Matt, y a Lucky, quien escaló los escalones, luego
desapareció detrás de ellos. Reaparecieron unos segundos después con el primero
de nuestros cuatro botes de fondo plano, cada uno de aproximadamente diez
metros de largo, con bancos extendiéndose horizontalmente entre los dos lados
de la bodega.

—Son llamadas piraguas —anunció Marc—. Botes cajun. Hay diecisiete de


nosotros. Bernard, Lucky, Suzy, y yo iremos con el resto del equipo de extracción.
Eso nos hace once. El resto de mi gente tomará la marcha hacia la casa segura
por turnos. Nos encontraremos allí.

Suzy se vio un poco incómoda mientras hacía espacio para Skye en su banco
cuando Suzy subió a bordo. Ella se había sacado sus colas de caballo en forma
de pom-pom y se había recogido el pelo hacia atrás con una gomita. Skye estaba
girando el anillo de plata en su dedo gordo, su rostro pálido, sus trenzas
africanas enmarañadas y despeinadas.

La atmósfera había cambiado tan pronto como la identidad de la bruja de Skye


había sido revelada, y había empeorado cuando Eriko había protestado por sus
armamentos mismos de armas convencionales. Ahora que estaban en
movimiento, era incluso peor. La Resistencia ahora estaba insegura alrededor de
ellos, y eso era malo. La gente de Marc quería deshacerse de Aurora. Jenn quería
salvar la vida de su hermana. Pero la Resistencia no tenía reparos en matar a
humanos en orden para servir al bien común. Si Heather se interpusiera en el
camino, y eso derrumbara a la hermana de Jenn o al objetivo del vampiro, ¿Qué
harían los soldados de Marc?
Antonio, Jenn, y el Padre Juan subieron al bote.

—Si pudiera —dijo Marc, empujando su bote, luego con elegancia subiendo a
bordo, mojado hasta las rodillas. Un poste de madera de casi seis metros de largo
yace a lo largo del lado derecho de los bancos, y lo levantó y lo lanzó al agua—.
Así es como conducimos en las aguas poco profundas —explicó.

La corriente los agarró, y se deslizaron lejos de la entrada del convento. Un


pasajero en cada bote encendió una linterna, guiando al capitán. En el bote de
Jenn el Padre Juan era el farero.

El túnel se volvió más estrecho, y más oscuro; las linternas revoloteando por los
ojos redondos y brillantes de los ratas que chillaban desde las grietas cubiertas
de musgo y llenas de basura y luego salían disparadas. En el orden de Marc
todos bajaron las cabezas mientras el techo del túnel disminuía, haciendo más
difícil mirar por dónde iban—y ver cualquier atacante potencial.

—Una vez estuve aquí abajo solo —murmuró Marc—, y un vampiro cayó sobre mí
desde arriba. Usan los pozos de la misma manera que nosotros.

—¿Es tan malo allá arriba que tenemos que viajar así? —preguntó Jenn.

—¿Para nosotros? Mais ouis34(1) —replicó—. Somos conocidos. Pero si tú


caminaras afuera como una persona, no, no se vería tan mal. La gente sonríe.
Ellos están celebrando Mardi Gras. Vampiros y personas encantadoras. Y
asesinos.

—Suenas enojado.

Él la miró, en verdad la miró. Ella vio líneas alrededor de su rostro. —Eres muy
inteligente, Jenn. Estoy enojado. Estamos arriesgando nuestras vidas para

34
Maius ouis: Por supuesto que sí.
deshacernos de los imbéciles, y la mayoría de la gente en la calle nos odia. Harán
lo que puedan para sobrevivir.

—Pero tú preferirías morir.

—Demonios, no, no quiero morir. Pero ellos pueden también ser zombies reales.
No están viviendo. Sólo están manteniéndose a flote.

Se quedó en silencio. Ella tomó su indicación y no hizo más preguntas. Su


espalda dolía por encorvarse, y el sudor hacía arder sus ojos.

Los labios de Antonio rozaron su nuca; estaban fríos contra su vena palpitante.
Ella se sacudió, tensa, sorprendida y asustada. Intentó voltear su cabeza para
mirarlo, pero justo entonces el bote cayó a unos cinco metros, creando un
chapoteo mientras golpeaba, y Antonio agarró su brazo, estabilizándola.

—Lo siento, debería haberte prevenido —murmuró Marc

Antonió envolvió su brazo alrededor del suyo y lo apretó. ¿Estaba disculpándose?


¿Había querido tocarla así? Su corazón tronó mientras cautelosamente se
apoderaba del extremo del banco. Luego, tan cuidadosamente como pudo, miró
en su dirección.

Ojos rojos parpadeaban como llamas bailando en el agua. Profundos, de color


carmesí, provocativos. Contuvo el aliento. Si Marc veía, él sabría el secreto de
Antonio. ¿Qué haría? Tocó su Uzi. ¿Qué haría ella?

Se estiró y alcanzó la mano de Antonio de nuevo; enlazando sus dedos con los
suyos, lo agarró, fuerte, dándole una rápida sacudida.

Él bufó.

—¿Qué fue eso? —susurró Marc—. Padre Juan, mueve tu linterna por alrededor.

Ella escuchó la vacilación en la voz del Padre Juan.


—Muy bien.

Su señor supo que el bufido era de Antonio. El Padre Juan sabía que Antonio
había cambiado. Jenn comenzó a temblar. Unir las fuerzas había sido un terrible
error. Deberían haber seguido por su cuenta. Ahora ellos tenían que preocuparse
por los vampiros y la Resistencia.

—Estoy bien —susurró Antonio contra su oído. Estoy bien. Él había tomado el
mando sobre sí mismo. Ella se arriesgó a una mirada y no vio nada. Entonces la
linterna del Padre Juan rebotó contra la pared y sutilmente expuso el perfil de
Antonio. Su ojo ya no estaba brillando—. Lo siento. —Lo siento.

—Estamos aquí —anunció Marc—. Padre, por favor dirige tu linterna directo
hacia arriba. Es nuestro código, señalar que somos amigos. En caso de que
cualquiera de nosotros se acerque.

Marc extendió su poste adelante y lo mantuvo presionado hacia abajo en un


ángulo, usándolo como un mecanismo de freno. La luz amarilla revoloteó por una
pendiente de grava que llegaba hasta arriba en la oscuridad. Las ratas chillaban y
desaparecían. Con un chorro de agua, la proa de la piragua rozó la grava; el bote
se movió bruscamente hacia delante, y entonces Marc saltó. El Padre Juan hizo
lo mismo, y luego Jenn y Antonio.

Pronto los otros botes se alinearon al lado del de Jenn. Marc tomó la linterna del
Padre Juan, pasando el bao por encima de dos túneles por delante de ellos. Skye
se acercó a su lado, sosteniendo su bola de cristal.

—Por lo que describiste, creo que necesitamos tomar el túnel a la izquierda —dijo
Marc.

—Sí —dijo—. Debería ir adelante.

—No tienes un arma.


—Me concentraré en mi rastro mágico —replicó, y Jenn escuchó a su voz
entrecortarse extrañamente. Ella miró a Antonio de nuevo, pero su cara estaba
envuelta en oscuridad.

—Te cubriré, ya que estarás desarmada —dijo Jamie—. Yo y Eriko. Ambos


tenemos Uzis.

—Hai hai. —Eriko estaba hablando en japonés. Ella estaba estresándose. Había
perdido el control de la misión, y ellos no lo estaban haciendo a su manera.

Por favor, chicos, por favor manténganse juntos. Esta es mi hermana, pensó Jenn.

—Padre Juan —murmuró Antonio—. pensé escuchar algo en el otro túnel.

—Investiguemos —dijo el Padre Juan rápidamente. Dirigiéndose a Marc—, vamos


a echar un vistazo y enterarnos.

—No, es demasiado peligroso —Eriko interrumpió—. No dejen al grupo.

—Sí. Deberíamos asegurarnos que no hay vampiros allá, —el Padre Juan
contestó suavemente. Pero Jenn escuchó la tensión.

Antonio no puede detener su transformación. Ella apretó las manos en torno a su


fusil ametrallador. Esto estaba yendo mal. Todas esas pistolas, alrededor de ellos,
Eriko perdiendo el control, Antonio perdiendo el control.

—Vite —le dijo Marc al Padre Juan. Formas oscuras se movían alrededor de
Jenn; ella capturó un destello de rojo—los ojos de Antonio—y entonces no vio
nada más; él debe haberse apartado. Ella tomó un tentativo paso en su dirección;
luego la presión de una mano la detuvo, y alguien se inclinó a susurrar en su
oído.

—Déjame ir. No protestes. —Era Jamie. Así que él lo había visto. Ella asintió,
apartándose, y él la siguió.
—Sé serena. Actúa serena.

Estaba agradecida por su voz firme.

—Si puedes —murmuró.

Tal vez no tan agradecida.

—Hay un problema —dijo Skye en voz baja—. No puedo encontrar mi rastro


mágico. ¿Estás seguro de que este es el túnel correcto?

Botas cambiado en la grava. Jenn vio cómo el Padre Juan y Antonio entraron en
el otro túnel, el Padre Juan sostenía la linterna hacia abajo, aunque Antonio
podría haberlo guiado en la oscuridad. Pero tuvieron que mantener las
apariencias.

—Tú comenzaste debajo de la calle Decatur, ¿oui? —dijo Marc—. ¿En frente de
Jackson Square? ¿Viste la estatua de Andrew Jackson en el caballo?

—Sí, ahí es por donde entré al túnel, pero nosotros… yo… salí de una manera
diferente. Acabé por el atracadero —replicó.

Jenn parpadeó. ¿Acabo de escucharla decir ―nosotros‖?

—Entonces con cualquier camino hubieras tenido que atravesar el otro extremo
de este túnel. Ahí se encuentra la intersección de los túneles, —dijo Marc—. Tal
vez estamos demasiado lejos de tus ―migajas‖. Dirijámonos hacia el túnel.

Escuchó el chasquido—armas siendo lanzadas sobre sus nucas, soldados


verificando sus municiones de cartuchos. Las botas caminaban pesadamente
sobre la húmeda grava. Las linternas rozaban a los combatientes mientras
entraban al túnel. Jenn vio el aspecto del rostro de Skye—preocupada,
frustrada—mientras la bruja murmuraba y agitaba su mano libre por la
superficie de la piedra. Caminó lentamente, y Jenn se apresuró hacia ella.
—¿Puedes hacer algo como poner un glamour en Antonio? —preguntó en voz
baja—. Él está teniendo problemas.

—Oh, mi Diosa —respiró Skye, mirándola—. No sé si puedo, Jenn. Quiero decir,


no estoy segura de si pueda hacerlo en primer lugar. Pero ahora mismo mi magia
está siendo bloqueada.

Jenn contuvo el aliento.

—Pero fuiste capaz de ponerte un glamour a ti misma así podías pasar como un
vampiro. Eso funcionó.

Skye vaciló. Entonces dijo, en una voz tan baja que Jenn apenas pudo
escucharla:

—Tuve ayuda.

Nosotros, Jenn pensó. Así que ella la había escuchado correctamente. ¿Nadie más
lo había hecho?

—¿Ayuda? —Jenn levantó la cabeza—. ¿Como otras brujas?

Skye formó puños con sus manos y se golpeó la frente.

—Ay demonios, acabo de romper mi voto. Estamos obligados a guardar secreto.


Lo que estamos haciendo tan mal a los ojos de Witchery.

Movió los hombros de forma circular, y sacudió su cabeza. —Y estoy haciendo


cosas que las brujas tienen prohibidas de hacer: luchar, usar armas. Con balas.
Y ahora me he ido y te he contado sobre las otras.

Jenn puso su mano en el hombro de Skye.

—Estás intentando evitar que tu hermana muera. O peor. —Su voz se rompió—.
Tienes que decirle al Padre Juan sobre esas otras brujas. Necesitamos su ayuda.
¿Cuántas son?
—No puedo decirte eso —dijo Skye duramente—. Me equivoqué, Jenn.

—Tal vez puedas pedirles que nos ayuden. —Jenn mantuvo su voz tan plana
como pudo, pero quiso sacudir a Skye hasta que sus dientes castañearan. ¿Cómo
podía no decirles? ella quería gritarle. ¿Cómo pudiste ocultar algo así de
nosotros?

—He pedido. Ellas estuvieron dispuestas a ayudarme tanto como prometiera no


revelar su existencia. —Sopló una trenza de su frente—. Así que podría acabar de
perder a todos mis aliados.

—Pero si ellas saben que la vida de un humano está en juego —argumentó


Jenn—, entonces…

—Los vampiros de Nueva Orleans tienen a alguien del mundo de la magia que los
está ayudando. —La voz de Skye tembló. Estaba asustada—. Pienso que quien
sea está bloqueándome ahora mismo. Y tal vez están lanzando un hechizo sobre
Antonio también.

Jenn la miró boquiabierta.

—¿Quieres decir que alguien está haciendo cambiar a Antonio?

—No lo sé —susurró de vuelta Skye—. He escuchado decir que alguien puede.


Pero mi bola de cristal está dibujando en blanco. Eso no debería estarlo. Debería
responderme. Mi rastro mágico debería aparecer en la piedra, y debería brillar
con más fuerza cuanto más nos acercamos.

Skye pensó un momento, entonces habló rápidamente en latín, creando una bola
de luz blanca azulada casi del tamaño de su dedo gordo que vagó por delante de
ella.

—Eso funcionó, al menos. Voy a hablar con Marc.

—Pero no dirás nada —dijo Jenn—. No sobre Antonio.


—O mi compañero luchador, Holgar —resopló Skye—. ¿Crees que soy una idiota?

Jenn se mordió la lengua.

—Y necesitas mantenerte tranquila con mis amigos —agregó Skye

—Tienes que decirle al Padre Juan, al menos —suplicó Jenn.

—Mira, te acabo de decir que les pedí que nos ayuden. Están haciendo lo que
pueden. No avanzarán. Lo que están haciendo ahora es eso, Jenn.

Skye se alejó con afectación con las puntas de sus botas, una sigilosa versión de
pisar con sus pies, y le dio un golpecito a Marc en el hombro. Él se detuvo, y
consultaron. Él giró su cabeza hacia el grupo, luego miró de vuelta a Skye.
Caminaron casi diez metros más lejos y estiraron el cuello sobre la bola de cristal
de Skye. Se adentraron otros diez metros, luego veinte, llevando la luz con ellos.

Su mano se ahuecó alrededor de una linterna, Suzy alcanzó a Jenn.

—¿Ella creó esa luz? —preguntó—. ¿Con magia?

Jenn no sabía qué decir. No solía explicar las acciones del grupo a las personas
de afuera. Y lo que Skye le había revelado la había dejado sorprendida. No sólo el
hecho de que Skye tiene una vida secreta, sino que era demasiado claro para
Jenn que no fuera una bruja tan poderosa como Jenn había asumido. El Padre
Juan podría estar similarmente afligido.

Se le debe decir al Padre Juan.

Su columna se puso rígida mientras Skye y Marc se dirigían de vuelta hacia ellos.
Entonces Eriko se movió alrededor de Jenn, colocándose ella misma entre Jenn y
Marc, intentando restablecerse como la persona a cargo.
—Algo no está bien —le dijo Marc a la Cazadora—. Skye dice que su piedra no
está funcionando.

Eriko se encogió de hombros.

—Tal vez a veces no funciona.

—No —se metió Jenn—. Esa es la cosa sobre la magia. Si no funciona, hay una
razón. —A diferencia del rezo.

—Mi mejor suposición es que hay alguien más que está usando magia para
mantenerme cegada —dijo Skye. Se lamió los labios como si fuera a decir algo
más, entonces los frunció, examinó a Jenn, y bajó la mirada a la piedra—. Tal vez
hay hechizos por toda la ciudad. Tal vez ese es el por qué de que tus celulares no
funcionen.

La piel oscura de Bernard se veía violeta en la luz azulada de Skye.

—Tal vez podría ser. Hay también tecnología que puede interferir en el uso del
celular, sin embargo. Y el Internet —agregó él, antes de que nadie pudiera
interrumpir.

—¿Entonces qué es la magia y qué la tecnología? —murmuró Marc.

—Si están evitando que uses magia, ¿entonces por qué la lamparita funciona? —
le preguntó Suzy a Skye.

Skye cambió su peso.

—La magia es una fuerza, como la electricidad. Una ruedita de hechizo la forma.
Si alguien apaga las luces de la sala, por ejemplo, tu iPod no dejaría de funcionar.
Tomaría un hechizo muy poderoso, o un conjunto de hechizos, apagar todos mis
hechizos. Quien sea que bloqueó mi rastro está haciéndolo para proteger a
Aurora.
Hay más que eso para que Skye pierda el control, Jenn pensó, estudiando a su
compañera. Ella no está sólo preocupada; ella está aterrada. Los ojos de Skye
estaban lanzándose a la izquierda y derecha, casi como si estuviera preparándose
para que algo ocurra.

Como si estuviera esperando que alguien aparezca.

Y de repente, Jenn tuvo la más clara sensación de que estaban en un terrible


peligro. Se sentía como insectos arrastrándose por todo su cuerpo, o pequeños
shocks eléctricos.

—¡Deberíamos salir de aquí ahora! —gritó Jenn.

El túnel rugió a la vida como un monstruo viviente mientras formas se dejaban


caer desde el techo y retumbaban fuerte en la grava. La luz de Skye se apagó, y
en la oscuridad el ratatatatat entrecortado de la ráfaga de ametralladora impactó
contra los tímpanos de Jenn.

—¡No dispares! —gritó Eriko—. ¡Podrías dispararle a uno de nosotros!

El ruido bramó cerca de Jenn, empujándola hacia todo el caos y el infierno; luego
algo la golpeó en la cara, y ella cayó hacia atrás, golpeando la parte posterior de
su cabeza contra las rocas filosas. Rodando a la izquierda, metió la mano en su
bolsillo moviéndose a lo largo de su muslo en busca de una estaca mientras
sacaba un frasco ampolla de agua bendita de su chaqueta. Incapaz de ver, lanzó
el agua bendita en un arco, y fue recompensada por un agudo siseo. Concluyó,
arrojando el frasco ampolla, luego se esforzó y golpeó en la oscuridad con su
estaca. El filoso extremo penetró en algo—o alguien—pero su agresor la pateó
fuerte en sus costillas. Su armadura de cuerpo la ayudó a amortiguar el impacto.

¿Qué si es Antonio?, pensó, lanzándose hacia su atacante.

Más ráfagas de ametralladoras acribillaron por el túnel como dinamita explosiva,


y sus tímpanos se cerraron. El mundo se hizo añicos en un vacío silencioso
mientras Jenn pegaba, pateaba, y apuñalaba al aire. El vampiro se había
apartado. Sabía dónde estaba ella, pero ella no podía decir lo mismo. Giró en un
círculo, ciega, sorda, apuñalando a la nada.

Algo la golpeó fuerte. No sabía dónde. El entumecimiento helado se desplegó por


su cuerpo mientras sus piernas cedían el paso y colapsó en el suelo. Con un
gruñido luchó por levantarse de vuelta—nada estaba manteniéndola abajo—pero
sus músculos comenzaban a temblar. Ella estaba girando, congelándose.

Estoy herida. Ella no podía decir si había sido disparada o golpeada o algo. Ese
no era el tema. Ella estaba fuera de la pelea. Levántate, se ordenó a sí misma.
Ahora.

—Antonio —murmuró, aunque no pudo escuchar la palabra. ¿Dónde estaba él?


¿Qué le estaba pasando?

Entonces alguien la recogió, y estaba o flotando o ellos estaban llevándola;


gradualmente, comenzó a escuchar palabras, y eran mezclas de español y latín.
En su aturdida mente sonaba como una canción de cuna. Era Antonio, rezando
por ella. Su cabeza colgaba en su pecho, y deslizó su brazo alrededor de su nuca.

—Jenn —dijo—. Jenn, te tengo. —Su voz temblaba.

—Oh, Dios, me siento tan fría.

El frío aire golpeaba sus mejillas, y escuchaba el ritmo de sus pies. Él estaba
corriendo más rápido de lo que cualquiera podía, excepto Eriko. Él estaba
saliendo por sí solo; alguien lo notaría, y haría preguntas.

—Antonio, bájame despacio —dijo ella.

No respondió. Entonces cambió su peso a un brazo y subió por una escalera de


metal. Sobre ellos llovía a cántaros. Otras manos la agarraron—Holgar—y corrió
con ella por la calle, rodeó un edificio, y fue por un callejón pequeño con
pancartas violetas y verdes esparcidas. Había un gran cartel por Mardi Gras;
pasaron tan rápido que no pudo leerlo.

—¿Qué pasó? —preguntó ella, mientras una puerta violeta se abría por sí sola y
Holgar la llevaba adentro. En la luz opaca el vestíbulo estaba sucio y repleto de
buzones, basura, y dos estacas de sillas de oficina se apilaban una sobre la otra.
Rodeando una esquina, atravesaron una entrada de madera blanca desconchada,
y el Padre Juan condujo a Holgar a una extendida bolsa de dormir en el piso.

—Te desmayaste. No podíamos encontrarte. Antonio volvió, —dijo Holgar,


mientras la depositaba abajo. Él miró al Padre Juan—. Esto es una locura,
Maestro. No hay nada seguro sobre esta casa segura. Tuvimos que correr por la
calle. Una docena de vampiros pudo habernos visto.

—O informantes —se metió Jamie. Se inclinó sobre Holgar y echó un vistazo


hacia Jenn—. ¿Quieres algo de whiskey? Aliviará el dolor.

—Sí —contestó ella, sorprendiéndose tanto a sí misma como a los demás.

—A ellos, entonces. —Mientras Holgar la ayudaba a levantarse, Jamie puso la


botella en sus labios. Quemó su garganta y se proyectó en su torrente sanguíneo.
Ahogó una tos. Jamie vio eso y sonrió abiertamente, poniendo la botella en sus
labios.

—¿Cómo está el resto del equipo? —preguntó ella—. ¿Dónde están Skye y Eriko?

—Skye está ayudando a los heridos. Eriko está caminando por el perímetro. A ella
no le gusta este lugar tampoco —contestó el Padre Juan.

—La planta baja. Es jodidamente como el culo —murmuró Jamie—. Deberíamos


salir de aquí ahora. No estamos lo suficientemente lejos de la alcantarilla. Olerán
la sangre.
—Pero nadie fue asesinado. —Agregó el Padre Juan, respondiendo a la pregunta
de Jenn.

—¿Fui disparada? —preguntó ella.

—Examinemos —dijo, colocando sus manos sobre su brazo. Bajó la mirada y vio
la cantidad de sangre que había remojado su chaqueta. Ella aún está sangrando.

Él miró a Jamie.

—¿Te agradecería que le pidieras a Skye de venir aquí, mi hijo?

—¿Dónde está Antonio? —Levantó la cabeza, sintiéndose mareada.

—Se queda en el túnel por un rato —le dijo su maestro. Él le dio una dura
mirada, como si previniéndola no le dijera nada. Agitada, obedeció.

La puerta principal se abrió. Pesados pies se escucharon en el vestíbulo, y Marc y


Eriko se inclinaron en la sala. Marc dijo:

—Hemos reunido el transporte. Vamos.

El Padre Juan frunció el ceño.

—Esta cazadora ha sido herida.

—Me disculpo por eso —le dijo Marc directamente a Jenn—. Fuimos
sorprendidos.

—No hubo atacantes humanos en ese túnel. —Eriko recorrió su mano por su
pelo—. Sólo vampiros. Así que las balas causaron sólo el daño.

—No sabíamos cuándo abrir fuego —replicó Marc.

Jamie echó un vistazo a Marc.


—Tenemos que irnos. No es seguro aquí.

—Vamos a irnos —contestó Marc—. Vamos a salir de la ciudad. —Bajó la mirada


hacia Jenn—. Tenemos que hacer una primera parada.

El rugido de un vehículo aproximándose cubrió el llanto de Jenn mientras el


Padre Juan la ayudaba a levantarse. Ahora a ella le dolía. Todo dolía. Su brazo
tenía un dolor punzante, y ella sintió a su estómago enfermar. Tomó una
profunda y firme respiración mientras el Padre Juan la levantaba de sus pies.
Ella se balanceó.

—Vamos, Jenn. —Holgar la tomó en brazos, sonriendo hacia ella—. Necesitas


seguir una dieta.

—Veré a Lucky —dijo el Padre Juan.

Entonces todos salieron disparados del edificio y se adentraron en la lluvia


torrencial—excepto Lucky, quien era llevada en dos pedazos de madera unidos
para hacer una camilla. Marc tenía un extremo y el Padre Juan el otro. Envuelta
en una manta verde oscura, Lucky estaba quejándose, y su cara estaba muy
blanca. Skye caminó al lado de él, haciendo círculos con sus manos. Su frente
estaba arrugada con concentración

—Oh, no, —murmuró Jenn, mientras dos camionetas giraban hacia una parada y
sus puertas se deslizaban de vuelta. Una era la negra camioneta que casi la había
atropeyado, negra con vidrios polarizados. La otra era blanca, con pintura blanca
en las ventanas. Bernard estaba detrás del volante de la camioneta blanca, y
Suzy estaba manejando la otra—. ¿Qué le pasó?

—Disparo en el intestino —dijo Jamie—. Se ve mal. Por supuesto, ellos no pueden


llevarlo a un hospital.

—Un doctor se va a estar encontrando con nosotros —dijo Marc.

Jamie sacudió su cabeza.


—Escúchame. No deberías moverlo. Él va a morir si lo haces.

—No tenemos otra opción. —Frunció el ceño Marc—. ¿Quieres guerra? Se trata de
Belfast durante Los Problemas, antes de que tú y yo naciéramos. Se trata de
tanques instalándose sobre gente inocente en sus pijamas.

—Esto ocurrió por las armas, —dijo Eriko mientras miraba hacia la izquierda,
luego a la derecha, y movía su cabeza bruscamente hacia Holgar—. Entra a Jenn
a una de las camionetas.

—¿Dónde está Antonio? —preguntó ella.

—Estoy aquí —contestó tranquilamente, mientras Holgar medio la llevaba, medio


la deslizaba en la camioneta negra con las ventanas polarizadas. No había
asientos, sólo el piso, el cual estaba atiborrado de mantas y armas, y un gran
botiquín de primeros auxilios. Antonio había recogido del suelo una manta negra,
y gentilmente la envolvió alrededor de Jenn. Su brazo se sentía como si hubiera
sido puesto en fuego, y contuvo su aliento.

—Bien, bien, mi amor —dijo él, limpiando su frente con una mano temblorosa,
mirándola con sus oscuros ojos españoles.

No se hicieron fuego; él se había mantenido bajo control. O bien, en su miedo, el


fuego se había ido.

—¿Me estoy muriendo? —preguntó ella.


Sus labios se separaron.

—No, nunca. —Él agarró su mano, apretándola tan fuertemente que ella hizo un
gesto de dolor. Él estudió su rostro, sus ojos entrecerrados, y ella se sintió
deslizarse más lejos, como si estuviera en un elevador. Tenía frío.

—Hey, ¿cómo llegaste aquí tan rápido? —demandó Marc, asomando la cabeza en
la camioneta. Entonces se distrajo, murmurando.
—No abuses de Lucky. —Él se fue y siguió hacia la camioneta blanca.

El Padre Juan se subió a la de al lado, luego Holgar. Holgar cerró la puerta


deslizándola, y los dos vehículos se movieron. Menos de un minuto había
transcurrido. Por la luz de las ventanas Jenn podía ver que el amanecer se estaba
aproximando. Luchando por no lloriquear por el dolor, estudió a Antonio, quien
se había envuelto a sí mismo en una manta. El material reunido alrededor de su
cabeza se veía como una capucha de monje.

Holgar se levantó sobre sus rodillas, echando un vistazo por la ventana


polarizada. ―Hold kaeft35,‖ dijo en danés. Abrumada de dolor, Jenn gruñó
débilmente. Era el danés equivalente de ―Holy shit 36‖, y él no lo había dicho en un
largo tiempo.

—Hay soldados por todos lados —anunció Holgar—. Muy armados.

—Y oficiales de policía —dijo Suzy desde el asiento del conductor—. Así que ves,
Marc no estaba equivocado. —Se aclaró la garganta como si supiera que debería
cambiar el tema—. Cuando lleguemos a la carretera principal, verán los carteles

La camioneta se movía tranquilamente. Jenn estaba teniendo un dolor de cabeza,


y sentía a su estómago enfermar. Antonio sostuvo su mano muy fuertemente —
tan fuertemente, casi como si estuviera inmovilizándola más que confortándola.
Ella estaba sangrando. ¿Qué estaba haciendo eso con él?

—Ja, veo los grandes letreros de la carretera —reportó Holgar—. Con lemas
escritos en letras enormes. Este dice ―Amigos‖. Y muestra un hombre y una
mujer con grandes colmillos sonriéndoles a una vieja dama y un chico.

35
Hold kaeft: Cállate
36
Holly shit: Mierda
—¿Ves ese? ―Paz para Todos‖ —leyó Padre Juan, estirando el cuello—. Por el
amor de Dios, miren eso. Un vampiro con sus brazos extendidos, como Cristo.

Antonio gruñó.

—Haz frente a la Resistencia, —Suzy recitó por encima de su hombro, como si


conociera todos los lemas de memoria—. Somos los chicos malos, hiriendo a los
lindos vampiros. Ahora eso es demasiado obvio que ellos son los chicos malos,
nadie tiene las agallas para decir nada diferente.

Holgar gruñó bajo en su garganta.

—El mundo se ha vuelto loco.

La camioneta dio otro golpe, luego golpeó un bache, y Jenn gimió. Antonio tomó
su mejilla. Su piel estaba incluso más fría que la suya.

—Tonio —dijo ella—, esto es una mierda.

—No —comenzó él, y entonces bajó la mirada hacia ella. Puntos de luz escarlata
bailaban en sus ojos—. Sí, Jenn, tienes razón. Es una mera mierda.

Y escucharlo decir eso lo hizo peor. Herida, asustada, desesperada, comenzó a


llorar. Sus yemas de los dedos eran gentiles contra su rostro.

—Oh, Dios, Antonio, ¿Qué está pasando con mi hermana —Ella se disolvió en
lágrimas.

Él apretó su mano mientras acaricia su frente, su sien, su mejilla.

—Yo sé, Lo sé—. Dios tiene un plan. Estoy seguro que Él lo tiene.

—Eso no hace nada —dijo ella entre sollozos— para hacerme sentir mejor.

—Él está aquí, con Sus manos fuera, si sólo las tomas.
Y yo también, Antonio pensó.

Pero lo que él era, era un vampiro. Un vampiro que había servido en la corte de
su padre y señor, Sergio. Uno de los tantos súbditos vampíricos de Sergio, que
había atacado salvajemente a chicas de calle y a los abandonados de Madrid por
su sangre. Incapaz de controlar sus deseos, sus necesidades. Viéndose como un
Maldito desobediente fue atado a una pira como una víctima de la Inquisición,
esperando que el sol lo llevara, finalmente, de la tierra. Aprendiendo de los dioses
de los Malditos, tal como el único al que Sergio siguió—Orcus, portador de la luz,
quien castiga a los que rompen los votos. Dioses del infierno, que prometían traer
luz a la oscuridad—como Lucifer, líder de todos los dioses del infierno, el
luminoso. Quien, si él era visto en esta vida, ardería su testigo a la muerte.
Enceguecido por la luz—no por ángeles, sino por demonios. Ese era el por qué los
demonios ardían a la luz del día, o así se decía. Y el por qué los humanos ardían
también, sólo que mucho más lento. La camioneta llegó, mientras el cielo
aclaraba, y Antonio echó un vistazo hacia Jenn. Si él dejara sus votos, si dejara ir
su rígido autocontrol…

Él se adentraría al día más luminoso en el lugar más soleado en el primer


planeta. Él enfrentaría la luz con mucho gusto, polvo eres y en polvo te
convertirás, disperso en el viento.
Traducido por Dyanna

Corregido por Jut

sta es una cruzada, al menos para la mayor parte de nosotros. Una causa

santa. Estamos dedicados a ella. Daremos nuestras vidas por ella.

Lucharemos con el idealismo de los jóvenes y lucharemos con las emociones y las

confusiones que crecen al mismo tiempo. Para nosotros el amor y el odio pueden

girar en la vida o la muerte, sobre todo para mí, Jenn Leitner.

Y para algunos de nosotros, la muerte nunca podrá venir. Lo que significa que esta

guerra puede rugir...

... siempre.

—del diario de Jenn Leitner

NEW ORLEANS
LOS CAZADORES Y LA RESISTENCIA

La furgoneta aceleró, golpeando y saltando bruscamente, mientras Jenn


dormitaba. Soñaba que caminaba por la playa, con Heather, advirtiéndole sobre
los tiburones.

Ellos pueden olerte, dijo ella.

Y en el sueño Heather le respondió: Lo sé. Ahora soy un tiburón también.

Jenn gritó cuando se despertó. Antonio y Holgar estaba inclinado sobre ella, y la
puerta de la camioneta estaba abierta.

—Todo está bien —la tranquilizó Antonio. Su rostro estaba apretado por la
preocupación, y su aspecto se perecía mucho a la forma en la que recordaba en
su primer día en la academia, cabello largo y rizado, su rostro serio. Llevaba un
solo pendiente con el rubí de la cruz. Su aparecían física era como la de un
antiguo adolecente. Eso no había cambiado.

El padre Juan lo había presentado como un seminarista, un hombre que


estudiaba para ser sacerdote. Él había olvidado mencionar que Antonio había
sido seminarista durante más de setenta años.

—Estamos estacionados en la sombra —dijo Holgar en voz baja—. Así Antonio no


conseguirá ninguna quemadura.

Ella dirigió una triste, llorosa sonrisa y se levantó, sorprendida al encontrar que
la manga de su camisa había sido empujada hacia arriba alrededor de su codo y
su chaqueta colgada sobre sus hombros. Su antebrazo había sido vendado y le
habían puesto un cabestrillo que rodeaba su cuello, igual que la ametralladora
que ahora había desaparecido.

Ante su expresión interrogativa Antonio dijo:

—Yo lo hice. La venda en el campo.


—Vamos —les dijo el padre Juan, asomando la cabeza dentro de la camioneta—.
Antonio, el techo debería ser un refugio para ti, pero muévete y ve hacia el centro
de la casa.

—Sí, padre 37. Cuide de ella.

Holgar ayudó a Jenn a salir de la camioneta, mientras que Antonio esperaba. Su


brazo palpitaba. Ellos habían estado estacionados debajo las ruinas de una
enorme mansión. Era de tres pisos de altura, azul y la pintura blanca que se
desprendía de los elegantes balcones que rodeaban cada piso, mitad destruidos
por el tiempo y el clima.

Tres tragaluces se encontraban inclinados en el centro del techo, que se había


derrumbado en muchos lugares. La lluvia había parado, y las nubes cubrían el
cielo.

Antonio salió cautelosamente a continuación, agachándose bajo el toldo y


posicionándose sobre el brazo bueno de Jenn sobre sus hombros.

Una puerta estaba abierta, y Holgar había parado, permitiéndole a Antonio


entrar. Parecía incómodo—incluso una pequeña cantidad de sol era realmente
demasiado para él. Avanzando rápidamente hacia el pasillo, él se apoyó contra la
pared y cerró los ojos.

Holgar camino con Jenn a través de un enorme piso parquet 38 con agujeros a un
sofá tapizado de color borgoña, del tipo inclina cabezas y una sola almohada
lateral, fue hecho para recostarse y leer, soñar despierto. Estaba en perfectas
condiciones, desmintiendo a las runas de la mansión amueblada.

Jenn se encorvó hacia adelante de tal manera que sus bitas quedaron fuera de la
tapicería, colgando en el aire. Era sumamente incomodo.

37
En español original
38
Parquet: piso flotante de madera
Se quedó tranquila, somnolienta, sintiéndose débil, consciente de que ella había
sido el único cazador herido en el ataque. Ella no se había movido lo bastante
rápido, o había observado lo suficiente, o algo. Cerrando los ojos, ella dejaría de
pensar en Lucky, incluso si ella no oraba exactamente.

¿Por qué yo no rezaba? ¿Por qué no puedo creer? Cruses y agua bendita les hacía
daño. Él reza, y está intacto. ¿No es prueba suficiente Antonio de que dios está
involucrado?

Los pasos la sacudieron despertándola. Antonio estaba sentado con la espalda


apoyada en el borde del sofá, vigilando. Las sombras se deslizaban por la pared y
se extendían por el suelo.

—¿Es esta mi otra paciente? —preguntó una regordete mujer de piel moca, ella
llevaba un ondulante vestido negro, morado, y blanco como un muumuu que
ocultaba sus pies. Su cabello estaba oculto en un pañuelo de color morado y
negro, llevaba grandes pendientes de aros decorados con grandes cruces negras.
Un collar de huesos que tenía que ser de animales y pies de pollo que colgaban
sobre su abundante pecho.

—¿Usted es el médico? —exclamó Antonio, sonado incrédulo.

La mujer sonrió.

—El doctor y el mambo vudú. Mujer Voodoo —tradujo ella—. Y déjame decirte,
querido, los tambores han hablado.

—¿Cómo está Lucky? —preguntaron Jenn y Antonio al mismo tiempo

La mujer suspiro y se persignó. Antonio hizo lo mismo.

—No está bien —confesó—. Él padre Juan está con él.

—¿Esta dándole los últimos ritos? —Le preguntó Antonio—. Lo que esto significa
es...
—Yo sé cuáles son los últimos ritos —dijo—. No sé si lo habrá hecho… aún —
Aclarándose la garganta—. Pero yo estoy aquí por ti, querida. Has esperado
demasiado tiempo para verme.

La mujer desató el cabestrillo de Jenn detrás de su cuello. Los músculos del


antebrazo de Jenn se contrajeron cuando la mujer enderezó el brazo y comenzó a
desenvolver el vendaje.

—Buen trabajo —dijo ella, y Antonio bajó la cabeza—. ¿Tú lo hiciste? ¿Eres
paramédico?

—Algo así —dijo él.

—Soy Alice Dupree, la maw-maw de Marc. Es como la abuela para ustedes.

—Antonio de la Cruz, a sus órdenes39 —contestó, inclinando la cabeza.

—Solo Jenn. Leitner —dijo Jenn, parpadeando con enojo al recordar el tono
burlón de Aurora—. ¿Esta es su casa?

Alice suspiró.

—Oh, no, solo Jenn. Les Maudits tomaron mi casa hace años. Mataron a la
esposa de Marc, también.

—Lo siento por sus pérdidas —dijo Jenn con los dientes apretados, tratando de
no mostrar cuánto dolor había ahí.

—Maw-Maw —dijo Marc, entrando en la habitación, plantando un beso e n su


mejilla. Él asintió con la cabeza hacia Antonio y Jenn—, ¿xómo está?

—No puedo decirte aún. ¿Dónde has estado? —le preguntó ella.

39
En español original
—Asegurándome que todo el mundo estuviera a salvo. Tenemos que permanecer
aquí por un tiempo. Hace demasiado calor en el cuartel. Y tenemos un mal vudú
detrás de nosotros. Esperaba que pudieras darnos una mano.

Alice frunció el ceño mientras inspeccionaba el brazo de Jenn.

—¿Cómo sabes que tienes un mal vudú?

—¿Has visto a la rubia de las trenzas locas? Su nombre es Skye. Ella dice que es
una bruja, la vi crear una bola de luz. Ella nos iba a llevar a una decena de
vampiros nuevos en la ciudad, pero dijo que algo la estaba bloqueando. Entonces
un grupo de vampiros nos atacó, y me estoy preguntando si ellos nos están
siguiendo a través de ella.

Alice chasqueó la lengua y frunció los labios.

—Podría ser. Tendré una conversación esta noche, y veré lo que puede ocurrir.
¿Tú me ayudaras, petit40?

—Oui, Maw-Maw41, sabe que lo haré —Marc la miróun momento—. ¿Bullet?42

—No lo sé, bebé; coge mi bolsa —le dijo a Marc—. Soy doctora —Le aseguró a
Jenn—. Tuve práctica en el Algies, a través del río. El alcalde me encerró, dijo que
era buena remendando a los rebeldes —ella me guiño—. Lo era. Lo soy.

—Oh —dijo Jenn.

Marc se marcho y volvió con una gran bolsa de de cuero negra, igual a la que
tenían los doctores en las antiguas películas, Alice la abrió.

40
Petit: Pequeño
41
Oui, Maw-Maw: Sí, abuela
42
B ullet: Bala
—He oído que son todos de España. Tú no suenas como si fueras de España.
¿Por qué no me cuentas al respecto?

—Soy de California —comenzó Jenn. Entonces sintió un pinchazo en su codo. Y


su brazo se entumeció desde el hueso de la risa43 hacia abajo.

—Sólo era la Lidocaine —dijo Alice—. Ahora miraré alrededor.

Marc se inclinó atento.

¿Ella fue mordida?

—¿O un disparo? —preguntó Antonio.

—No parece tampoco. Yo diría que es un corte. Lo limpiaré. Entonces le daré


unas pocas puntadas.

—¿Ella necesita alguna transfusión de sangre? —preguntó Antonio.

—Nosotros no tenemos ninguna unidad aquí —La voz de Alice sonó estricta.

Oh, dios, ella sabía que Antonio es un vampiro, Jenn pensó, tensa.

—Ese niño, Lucky, perdió demasiada sangre —murmuró Alice—. Es tan joven…

Por supuesto, por eso sonaba tan estresada. No era por Antonio, pero era por un
niño que podría morir. Jenn no podía perder el control.

No hasta que tuviéramos devuelta a Heather.

—Allí, está hecho. Necesitas descansar —le dijo Alice, dirigiéndole una pequeña
sonrisa cuando las tijeras destellaron y ella levanto una gran aguja y volvió a
saturar con el hilo—. ¿Necesitas algo más para ayudarte a dormir?

43
Funny B one: es el hueso que va del hombro al codo.
—Sí44, ella lo necesita —interrumpió Antonio—. Ha estado bajo mucha presión y
está muy cansada.

—¿Jenn? —preguntó Alice directamente, mirándola fijamente.

Si los vampiros atacaban esta noche, ella tenía que estar preparada. Ella no
podía estar drogada. Pero Antonio tenía un punto, condescendiente como él era.
Ella estaba fatigada en exceso. No podía dejar de preocuparse por Heather.

—¿Puedo tener solo un poco? —preguntó—. No algo que me deje atontada, sólo
algo que me ayude a dormir. Podría necesitarlo.

—Sí, es posible —respondió Alice. Ella buscó dentro de su bolso negro—. Aquí.

—Conseguiré algo de agua —dijo Antonio.

Él volvió con una botella de agua, y Alice le dio una pequeña píldora azul. Ella
comenzó a adormilarse casi inmediatamente.

—Gracias —dijo Jenn levemente.

***

Las pestañas de Jenn revolotearon cerrándose, y Antonio le hizo la señal de la


cruz sobre ella, entonces él se desató la cruz de los Cruzados que Padre Francisco
le había bendecido y dado a él la noche cuando había caído medio muerto en la
parte posterior de la capilla de Salamanca en 1942, pidiendo santuario—y la puso
alrededor del cuello de Jenn. Sus dedos rosaron sobre la vena que palpitaba allí,
y él cerró los ojos luchando contra la ola intensa de deseo que rugía a través de
él. No tenía una forma—no era antojo físico o deseo por su sangre—él
simplemente la quería.

44
En español original
Antonio acerco una silla por un momento, vigilando a Jenn como lo había hecho
tantas noches en la academia. Él probablemente la avergonzaría; ella llevaba
escrita su inseguridad acerca de su rol de cazadora como un parche en su
manga. Ella se esforzaba en aparentar ser igual que los demás; ¿a caso ella no
sabía cómo era?

Como el convento, la mansión no tenía electricidad o agua potable, pero como la


habían utilizado como una casa segura durante un tiempo, habían luces a
batería a su alrededor. En la cocina había una estufa de propano y un
refrigerador, y Suzy consiguió preparar la cena. Las tareas mundanas que
atender, Eriko, Marc, y el Padre Juan se reunieron para discutir la estrategia
mientras Alice reunía los objetos de rituales que se necesitaban para crear su
ceremonia vudú.

Había más idas y venidas, con más rebeldes reportándose con Marc. Marc era el
líder de la Resistencia, pero había docenas de pequeñas células de tres y cuatro
en todo Nueva Orleans y en sus alrededores, haciendo que fueran más difíciles de
eliminar el movimiento si una casa de seguridad fuese descubierta.

Suspirando, Antonio sacó su rosario de su bolsillo y contó sus cuentas, rezando


por Jenn, por el equipo, y por la victoria de la humanidad sobre la de sus
hermanos.

Aunque él hubiera sido cambiado, él no se había convertido en el sentido


religioso: él no había abrazado la creencia de su señor vampiro, Sergio
Almodóvar, quien adoraba a los Orcos, señores del inframundo y castigadores de
quienes rompían su juramento. A los ojos de Sergio, Antonio había roto lo más
básico de los Vampiros juramento—absoluta lealtad a su creador. En su lugar se
aferraba a la verdadera fe, sin saber si podría ser salvado de las llamas del
infierno. La religión de los Malditos no era algo que fuera entendido o incluso
escuchado por la mayoría de los seres humanos. Orco solo era uno de los dioses
adorados. Parecía como si cada vampiro adorara a uno diferente, ferozmente leal
a uno solo. Casi siempre era el mismo dios adorado por su señor.
Alguien detrás de él se aclaro la garganta; Antonio se volvió para encontrar al
padre Juan de pie respetuosamente con la cabeza inclinada. Él arqueó una ceja,
y el Padre Juan torció su dedo, haciéndole señales para que lo siguiera. Antonio
se envolvió su rosario alrededor de su puño y rosa.

—La Señora Dupree está a punto de comenzar su ceremonia Vudú —dijo el Padre
Juan—. En mi experiencia tales rituales tienen un gran poder. Tengo miedo de
que pueda exponerlos a ti y a Holgar.

Antonio reflexionó.

—Padre, usted me ha dicho muchas veces que la verdad de Dios es como un


prisma, refractándose en varia religiones. Y esta es nuestra creencia—la de usted
y la mía—que la fe nos siga ofreciendo una fe más clara.

—Porque ahora nosotros vemos a través del vidrio, oscuridad —confirmó el Padre
Juan, citando a Corintios—. Es por eso que te invito a decir los Divinos Oficios
conmigo durante la ceremonia. Cuando recemos juntos, quizás tu santo patrono
te proteja del escrutinio.

—¿Y Holgar? —preguntó Antonio.

Él sonrió con malicia.

—Tal vez San Judas Tadeo tenga cuidado de él. San Judas era el santo de las
causas perdidas.

—San Judas es el santo patrón de Jamie —respondió Antonio.

—Vamos a ir un poco más aparte —sugirió el Padre Juan.

AD 1591, PEÑUELA, ESPAÑA.

ST. JOHN DE LA CRUZ.


John de la cruz nació de Juan de Yepes Álvarez, y él era un converso: nacido como
un hijo de los judíos, confeso como un hijo de la iglesia. Su cama era dura, y su
habitación estaba llena de luz, y cuando él murió, él hizo una última petición:

Oh, alma mía, alza el vuelo, en vida, y realiza el trabajo de mi Padre Celestial. En
vivir, en las alas del viento, en los rayos del sol. Bendice y repara al mundo.

Y con el suspiro todos los problemas del mundo terrenal, el sentía toda la bondad
que había flotado en las alas de los ángeles, como la propia magia de Dios.

AD 1941, SUROESTE DE FRANCIA,

EN LA FRONTERA CON ESPAÑA

ANTONIO DE LA CRUZ

Las nubes bajas cubrieron las colinas rocosas como Antonio y los sobrevivientes de
su grupo huyeron de la andanada de fuego de morteros y ametralladoras por las
pendientes pronunciadas. Uno por uno, desaparecieron en el monte bajo
matorrales, maleza, que les había dado su nombre: los Maquis, la libertad
combatientes. La Cruz de Lorena, símbolo de las fuerzas francesas libres, a donde
se había unido como voluntario, estaba cosido jersey de lana de Antonio. Ahora era
un maquis, un inconformista. España estaba por los suelos, pretendiendo ser
neutral, pero estaba la lealtad del dictador español Franco con Adolf Hitler y sus
aliados, Japón e Italia.

Antonio había luchado contra Franco en el final de la guerra civil, que había
terminado dos años antes, en 1939. Ahora, sus objetivos eran extranjeros
invasores. En ambos casos había desobedecido a su consejero espiritual, el padre
Francisco, que le había prohibido pelear.
—El pueblo de Dios necesita oraciones, no las balas —El anciano había insistido en
que Antonio se arrodillara delante de él en su pequeña capilla Lady. Una estatua
de la Beata Madre le tendió los brazos, vestido con una túnica marrón y un
cinturón de cuerda, como un fraile. El padre Francisco fue tonsurado, con una fina
línea de vello alrededor de su cabeza calva, mientras que Antonio conserva los
rizos sedosos de los que Beatriz se había quejado siempre ya se pierde en él.

—El pueblo de Dios necesita victorias —Antonio había contestado, deslizando sus
manos en la túnica mientras inclinó la cabeza. Tenía diecinueve años, demasiado
joven para servir a la Misa por el número cada vez mayor de las viudas y los
huérfanos españoles, pero la edad perfecta para tomar un fusil en su nombre. Su
estómago estaba atado, estaba tratando de hacer lo correcto. No había tomado sus
votos finales—que era en años a partir de eso—pero él estaba empeñado en
convertirse en sacerdote.

Algunos días se sentía como si su familia sin padre había muerto en sacrificio a su
vocación. Si salía de Salamanca y se unía a las Fuerzas Francesas Libres, ¿su
muerte carecería de sentido?

—Yo no te libero a ir —insistió el padre Francisco.

Antonio consideró. Fascinado que su apellido—de la Cruz—fue el mismo nombre


que San Juan de la Cruz había adoptado al convertirse en un católico, Antonio
había estudiado la vida del santo, y él sabía que San Juan había sido encarcelado
y torturado por otros sacerdotes católicos por sus creencias. San Juan no se había
sometido. Se había escapado. Y así, una noche, cuando los hermanos en Cristo de
Antonio estaban en las vísperas, Antonio salió del seminario. Sa lió por la puerta
lateral, llevaba una camisa fina verde, pantalones de lona marrón oscuro y botas.
En el camino de los Maquis recogió su cabello en una coleta y llevaba una boina
color negro.

Antes de caer la noche también llevaba una carabina al hombro, y él había


aceptado un suéter de una mujer que conoció en una taberna llamada El Cocodrilo.
El parche de las fuerzas francesas libres, con su doble cruz era nuevo y limpio y
acababa de ser cosido en el—para el marido de la mujer, que nunca lo necesitaría,
como había sido ejecutado en contra de una pared de ladrillo, tres días antes.

Antonio tomó el regalo como una señal de Dios—el símbolo de las Fuerzas
Francesas Libres era una cruz rematada con un palo pequeño, y fue también el
símbolo de Juana de Arco. La angustiada mujer, borracha lo había besado,
metiendo su lengua en su boca, y le rogó que fuera a la cama con ella.

Pensó en Lita y se negó, tan suavemente como pudo.

Ahora estaba aquí, en el polvo y la suciedad, huyendo de los alemanes, que


constantemente avanzaban como las máquinas insensibles que él creía que eran.

Con eficiencia con derramamiento de sangre, acabando con los indeseables de su


sociedad-los mismos que los indeseables. No sólo judíos, pero los discapacitados,
los débiles y los indefensos. Pronto Hitler encontraría a todos los españoles y
franceses indeseables. De eso Antonio no tenía duda.

Se escondió detrás de un árbol de enebro mientras balas ametrallaron su posición.


Agachándose, él replicó, recompensado con un grito.

Vaya a Dios, le dijo el alma del enemigo caído.

Y entonces se oyó un grito de su lado-un grito de agonía. Había cuatro Maquis con
él, luchando su camino hacia el valle. Eran todos franceses, él era el único español,
dos eran hermanos cerca de su misma edad, el tercero, un muchacho de doce años,
y el último, a los setenta y cuatro años, era demasiado viejo para luchar. El nombre
del anciano era Pierre Louquet, y Antonio temía que había sido él quien había sido
golpeado.

—¡Alors! ¡Vite, Père Espagne! —llamó a uno de los hermanos, probablemente


Gastón. Padre España era el apodo de Antonio.

Él se apartó del enebro. Las balas zumbaban junto a él, podía sentir su calor. Los
hermanos corrieron seis metros por delante de él, cada uno con una mano
alrededor de la muñeca del niño, a quien llamaban Frère Jacques—Hermano Juan,
como si fueran miembros de la familia.

Se apartó, prácticamente volando sobre el viejo Pierre, que estaba acostado a su


lado, gimiendo. Su rostro arrugado y el pelo blanco mate con suciedad y sangre.

Sin un momento de vacilación Antonio se agachó, lo recogió, y le echó sobre los


hombros. El anciano se estremeció en la protesta y la murmuró en francés.

El peso adicional hizo el descender de Antonio difícil de manejar, y no podía hacer


nada para protegerse a sí mismo o al viejo Pierre. Si la muerte llegó, y que venga.
Él no tenía miedo, él no quería morir, pero si moría ahora, sintió que pasaría en un
estado de gracia con el Señor de los Cielos, salvar la vida de otro.

Pero él esperaba morir ese día —o por lo menos, que no doliera.

Tal vez en otro mundo de los hermanos franceses y el muchacho le habrían


reprendido por cargar al anciano moribundo. Pero esta era la "guerra buena",
donde las líneas han sido claramente establecidas, la libertad y la vida enfrentada
contra la tiranía y los campos de exterminio. Un mundo tambaleándose bajo el mal,
levantando las manos al cielo por rescate.

Y así, los hermanos y Jacques, que eran hombres buenos, ayudaron a llevar al
viejo Pierre al valle, y cuando el sol se puso y empezó el frío, se quitaron las
chaquetas y lo cubrieron con ellas. Había recibido un disparo en el costado, y no
había manera de extraer la bala sin hacerlo sufrir más, y ya estaba jadeando de
dolor. Estaba sangrando tanto que probablemente no iba a vivir la noche . Fue
bueno que la oscuridad cayera como una cortina, los alemanes no serían capaces
de ver la sangre por todas las ramas y el suelo.

Los Maquis no podían hacer un fuego. Las llamas y el humo podrían delatarlos.
Tan silenciosamente como pudieron, se echaron a comer-pan, queso de pasta dura,
salami duro envuelto en papel marrón. Los hombres eran todos católicos, y Antonio
pronunció la bendición. Estaba tan oscuro, y tan frío, y el Hermano pequeño
Jacques estaba delgado, cansado y hambriento. Antonio pensó en su familia
perdida, sus hermanas y Emilio, y de Lita, que nunca tendría niños, y se le hizo un
nudo en la garganta. La inocencia, destruida. Él dio su salami a Jacques,
diciéndole al muchacho que había comido carne el viernes pasado —una infracción
de las reglas, por que los buenos católicos no comen carne los viernes—y así que
deseaba hacer penitencia.

Los hermanos sabían que estaba mintiendo. Tal vez Jacques también, pero él
estaba demasiado hambriento para discutir. Lo engulló.

Como era su costumbre, un hombre se mantenía vigilando mientras los otros


trataban de descansar. Todos eran conscientes de que el enemigo arrastrándose
por el bosque. Antonio mantenía la vigilia al lado de Pierre. Nubes veloces liberaron
a la luna, y Antonio vio los ojos cerrados del hombre, sus mejillas hundidas
profundamente, grisáceos en su barbilla. Su respiración era trabajosa. ¿Tenía
Antonio dispensa para dar al hombre la extrema unción, los últimos ritos? No lo
tenía. Era sólo un seminarista.

El viejo Pierre abrió los ojos. Sus labios se movían. Su corazón tronando, Antonio se
inclinó.

—Confesión —El hombre logró que decir.

Yo no soy un sacerdote. No puedo hacer esto, Antonio pensó. Pero llegó a su bolsillo
y sacó su rosario, que él besó y envolvió alrededor de los dedos nudosos. Luego
hizo la señal de la cruz sobre la cabeza blanca tenue y dijo —:

—Oui, los mon fils —Sí, hijo mío.

—Yo maté... Yo... —El hombre empezó a toser. Gastón, que estaba vigilando, miró a
Antonio y sacudió la cabeza violentamente.

Lo más suavemente posible Antonio cubrió la boca del viejo Pierre. El hombre dejó
de toser. Antonio tomó su mano, inclinándose hacia él, los labios agrietados y
delgados.
—… un hombre... no en tiempo de guerra...

La progresiva en el bosque era más fuerte. Zas, zas, como el viento mistral.
Alemanes. Jacques se sentó, con el rostro aplastado agrandado por el terror.

Gastón, su centinela, señaló con el cañón de su rifle hacia los árboles. Los
hermanos y Antonio miraron sombríamente el uno al otro, y entonces, como tres
padres, a Jacques.

Antonio murmuró a ellos en francés—. Allez-y —Vaya.

—Deja viejo Pierre y yo aquí.

—Père Espagne, no —susurró el niño, sus ojos grandes como platos.

Los hermanos querían discutir. Todo el mundo sabía que no había tiempo. Antonio
se queda atrás, con el anciano moribundo. En silencio, los tres se levantaron, y
Père Espagne los bendijo, por lo que sería la última vez. Luego se fundió en los
enebros y hayas.

Antonio oyó el trino de un pájaro, y miró a la luna. Se persignó y deseaba


desesperadamente un poco de aceite. Divisó el papel de estraza para envolver el
salami y apretó sus manos contra ella. Tentativamente se golpeó el pulgar contra el
dedo índice, con la esperanza de que algún residuo de la grasa había sido
trasladado a su piel. Luego tomó un respiro y el valor en el antiguo rito de su fe,
entonando la bendición de los moribundos en el lenguaje de los Papas y los
monjes. Cerró los ojos para encontrar la luz interior, la luz de su alma, comenzó:

—Por istam sanctam unctionem, et suam piissimam misericordiam tibi Dominus


indulgeat Quidquid deliquisti por visum, auditum, odoratum, gustum et locutionem,
tactum et gressum.

—Ah, ah —Se quejó el viejo Pierre, y Antonio abrió los ojos. El herido estaba
mirando detrás de Antonio con una mirada de horror puro. Antonio sabía que había
alguien detrás de él.
Un alemán, pensó. Y ahora me encuentro con mi Señor.

Él tenía parte de razón.


Traducido por Elizabeth TB

Corregido por Jut

Somos fuertes en mente y corazón

Mesmerizar nuestro arte

Podemos seducir incluso al más puro

Para nuestro control no hay cura

Resístenos ahora si puedes

Declara tu lealtad solo a un hombre

Pero en la noche tú rogaras y arrastraras

En tus rodillas tu pronto caerás


D 1941, EL SUROESTE DE FRANCIA

ANTONIO Y SERGIO

El invasor en el bosque no era un alemán, y no llevaba el uniforme de un soldado


o un maquis. Aunque Antonio no lo sabía entonces, el extraño estaba, sin
embargo, vestido para la batalla. Vestido de negro oscuro su jersey de cuello alto
con sus pantalones de lana, botas y capa de lana gruesa, que buscó para el
encanto de su víctima. Pelo negro como el de Antonio colgaba sobre los hombros,
y por debajo de las cejas pesadas rodeadas de negro espeso las pestañas de sus
ojos ardían con el fuego del infierno. Cuando sonreía, sus dos colmillos largos y
blancos se extendían sobre su labio superior.

—Buenas noches, pequeño sacerdote —dijo—. No dejes que te interrumpa.

Antonio no podía moverse. Se quedó mirando sin comprender en horror ante el


hombre, el demonio.

... un vampiro.45

El tiempo se detuvo. ¿Por cuánto tiempo? No podía decir. Luego exhaló una
respiración en sus pulmones, sacudiéndolo de su ensueño. Se persignó y
murmuró:

—Madre de Dios, Santa María, que me protege 46.

El vampiro se echó hacia atrás un poco y luego se cruzó de brazos sobre el pecho
y ladeó la cabeza, mirando hacia abajo al viejo Pierre, quien abrió la boca para
hacer gárgaras.

—Está sufriendo —dijo—. Tu dios debe de ser muy feliz.

45
En español original.
46
En español original
—Los ángeles lo están esperando —dijo Antonio, y su voz se quebró como el de
un niño pequeño. Nada de lo dispuesto en el seminario, nada en la tierra o en el
cielo, lo había preparado para este momento. Un vampiro. Un vampiro.

Un vampiro.

—Puedo poner fin a su sufrimiento —dijo El Vampiro 47. Su voz era baja, muy
relajante, se deslizó hacia Antonio. Sus ojos rojos brillaban en la noche.

—Por un precio.

—Su alma pertenece a Dios —respondió Antonio, poniendo sus brazos alrededor
de viejo Pierre, cubriendo el cuerpo del anciano con el suyo.

—Yo no estaba hablando de su alma. Yo estaba hablando de la tuya —dijo el


vampiro con una voz profunda y resonante—. Ese es mi precio.

Sin comprender, Antonio permaneció en silencio.

—Permítanme comenzar de nuevo. —Él hizo una reverencia—. Soy Sergio


Almodóvar, y soy el rey de los vampiros de España.

Antonio no respondió. El vampiro hizo un gesto al viejo Pierre.

—Yo puedo convertirlo en uno de los míos. Y sí48, con toda seguridad, cuando
hago eso, su alma será tomada, y se enviara a mi señor, Orcus, a quien yo sirvo.
Él gobierna el inframundo, donde todas nuestras almas nos esperan.

—No —dijo Antonio, protegiendo al viejo Pierre con su cuerpo. Apretó los labios
contra la oreja viejo Pierre y le susurró la última línea de la oración por la muerte:

47
En español original
48
En español original
—Benedicat te omnipotens Deus, Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus —Bendición
de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

—Amén —dijo el vampiro, sonando divertido—. Oh, mi pobre sacerdote, nadie


está escuchando.

—Alguien —insistió Antonio.

—Muy bien. Cree que tu pequeña historia bonita.

—No es sólo una historia. Es la verdad. A diferencia de su pesadilla horrible —


dijo Antonio—. Los dos sabemos que gobierna el mundo terrenal.

—Yo sí, porque le sirvo —contestó el vampiro—. Y lo he cumplido.

—Entonces, los dos están locos y mal.

—Peleón. Está en la flor de su juventud, como yo, antes de que fuera bendecido
con la vida eterna. Fui puesto en libertad en mi vigésimo cumpleaños —Cuadró
sus hombros y levantó la barbilla. Perfil filoso, la nariz noble, mandíbula firme —.
Y así voy a seguir siendo, mientras que los hombres de otras edades, se
marchitan y se convierte en polvo.

—Y va a renacer en la plenitud del Espíritu Santo —respondió Antonio.

—Es triste. Usted parece inteligente. Pero ahora, ha de oír el resto del trato.

El demonio desenrolló sus brazos, y el aire a su alrededor parecía endurecerse


con el mal—. Voy a tener al hombre, mientras que usted mira, convertirlo en un
vampiro. Voy a entregar su alma a Orcus, y va a correr conmigo. O voy a
prescindir de él y lo convertiré a usted en un vampiro.

Antonio parpadeó. De repente sintió mucho frío. Temblando de frío, apretó sus
brazos alrededor de viejo Pierre, luego lo bajo al suelo y agarró el crucifijo
alrededor de la mano del anciano.
—No —dijo Antonio, se lo mostró al vampiro.

El vampiro desvió la mirada. Había algo en su porte que era muy noble, antiguo y
elegante. No era un siervo del voraz Diablo. Un aristócrata, con buenos modales.

—Piense un momento —dijo el vampiro, levantando la mano para proteger su


vista—. Usted se convirtió en un sacerdote para asegurar un lugar en el cielo por
su alma. Todo lo que haces es un pacto con Dios, calculada para demostrar que
se han portado suficientemente bien como para vivir con los santos y los ángeles
para siempre.

Levantó una de sus cejas oscuras. A pesar de la forma en que se movía, él se veía
muy joven, incluso más joven que Antonio, que estaba agobiado por las
preocupaciones de la lucha.

—¿No lo encuentra mortificante en lo más mínimo, todo esto engatusar y hacer el


seguimiento? Tres Ave Marías, un Padre Nuestro... ¿No te gustaría llevarte a ti
mismo con más dignidad?

—No. He escuchado la Palabra, y es un placer para mi obedecer —dijo Antonio.


Excepto que yo no obedecía , se dijo. Dejé el seminario. ¿Era la verdadera voluntad
de Dios, o la mía?

—Si te conviertes en un vampiro, nunca verás a tu Dios en el cielo. Nunca. Y todo


este esfuerzo, la pobreza, la castidad, la obediencia, interminables oraciones,
misas, el ayuno, todo—habrá servido para nada, porque vas a ir al infierno de
todos modos. Esto no lo creo simplemente...

—Lo sé.

Antonio no podía tragar. Apenas podía respirar.

—Pero el infierno no es tan malo como han dicho —Él se rió entre dientes—. Es
realmente exquisito. Es un lugar de luz, y el placer. Y usted será libre de todas
las restricciones religiosas, por lo que en realidad se puede disfrutar de ella. Eso
es lo que te ofrezco, mi hermano español.

Antonio extendió su brazo, el crucifijo colgaba de su puño.

—No.

—La cruz en la mano es muy pequeña —dijo el vampiro—. No pesa tanto como un
puñado de arena. Sin embargo, pronto se te cansará el brazo.

Esta vez, el vampiro miró a Antonio de lleno. Dio un paso deliberado hacia
adelante, hacia Antonio. El pelo en la parte posterior del cuello de Antonio estaba
en punta. La mano que sostenía el crucifijo se balanceaba.

—No —repitió.

—No entiende. No hay rechazo. No eres tú, o él.

Antonio levantó la barbilla en el desafío, pero las lágrimas de desesperación


brotaron de sus ojos. El vampiro estaba en lo cierto. Antonio nunca se había dado
cuenta hasta ese momento que la amenaza de la condenación había colgado
sobre su cabeza como una espada sujeta al techo con una hebra de cabello
humano. ¿Fue amor o el miedo que tenía lo que motivó su búsqueda de la
santidad?

No importa. Voy a esperar hasta que el sol se levante , pensó Antonio. O...

Él miró hacia abajo.

El viejo Pierre estaba muerto.

El vampiro sonrió.

—Conóceme a mí —dijo—. Sírveme. Le llevará a una vida feliz, libre del temor al
pecado y el infierno. Y la muerte. De verdad, Padre, yo estoy haciendo un favor.
—Prefiero morir.

—Lo siento. Mi señor me dio otra opción, y le agradezco todos los días por eso. La
elección que te di expiró junto con el viejo.

Luego atacó.

LA M ANSIÓN EN THE BAYOU

EQUIPO DE SALAM ANCA Y LA RESISTENCIA

Eriko miraba, perpleja, como Marc colocó los huesos, piedras, montones de
cristales, platos de huevos de gallina que contenían agua, y las velas sobre una
mesa larga cubierta con el tejido de color negro y morado que su abuela le había
entregado. Tantas cosas. Era muy diferente de la religión budista, lo que requiere
desprenderse de las posesiones. Para separar del deseo. Se quiere, deseo, hambre
que ha creado el sufrimiento del mundo. ¿No eran los vampiros prueba de ello?
Toda su existencia dependía de la satisfacción de su adicción a la sangre.

Budistas devotos se inclinaron para controlar incluso la respiración, el requisito


necesario de la vida humana. Eriko no había comenzado como una devota
Budista. Ella había sido una colegiala japonesa moderna.

En los días del antiguo Japón, los Sakamotos de Kyoto había sido una familia
orgullosa, samurái venerable, conocidos por su valentía en la batalla. Ellos no
tenían miedo de morir, sino que sólo había tenido miedo de hacer menos de lo
mejor. Los Sakamotos del Japón moderno también debían ser los mejores,
haciendo lo mejor. A pesar de sus creencias budistas, adoraban el
perfeccionismo.

Cuando los vampiros salieron de la sombra del Monte Fuji, Eriko y sus amigas
habían estado tan emocionadas. Ella tenía diez años, y fue como si todo lo mejor
de su muestra de anime y libros de historietas cobraran vida. La guerra nunca
llegó a las costas de Japón, y sus padres la protegieron de todos modos.

En el momento de la tregua su vida fue muy divertida. Catorce fue el mejor año
de su vida. Después de que ella llegó a casa de la escuela, ella se cambió fuera de
su aburrido uniforme azul marino a una pequeña falda escocesa de color rosa
impactante, medias hasta la rodilla con lunares de color rosa y naranja, y un
gran peinado con cola de caballo, y recorrió todo el centro de Kyoto, con sus
mejores amigas, Yuki y Mara. Ir de compras, tomar café, a coquetear con los
chicos y hombres de negocios. Auriculares ahogando el mundo aburrido, ella
garabateaba pequeños vampiros con grandes ojos rojos en todos sus cuadernos
de la escuela y se fue a ver Eigamura, la vieja película y el parque temático (como,
los Estudios Universal de América) los domingos veían las bandas pop temáticas
los Elvis, los góticos…. alrededor de la entrada para bailar y cantar. Para ella los
vampiros tenían un montón de estilo con el pelo largo sobre sus hombros, o en
una cola de caballo, como guerreros samurái. Eran muy educados con el
emperador en la televisión, haciendo una profunda reverencia a él. ¿Cuán genial
era eso?

Ella, Mara y Yuki comenzaron un club de fans de chicos vampiros, la creación de


una página web llena de poesía y fan art. Llamaron a los malditos Lindos y
escribieron y grabaron una canción sobre ellos en su página web. Luego se formó
una banda propia y vestidas de colegiala como los vampiros, en almidonadas
faldas cortas con volantes rojos y calcetines hasta la rodilla decoradas con
pequeños corazones rojos, con dos pequeños corazones a cada lado de sus
cuellos—Se hacían llamar Vampiro Three.

Las Vampiro Three fueron un gran éxito. Llegaron los e-mails de fans de los
vampiros, o niños fingiendo ser vampiros. Estaban en construcción de sus
nervios para encontrarse con uno de ellos, un hombre que se hacía llamar
Shogun Shell Ghost. Iba a ser una noche de viernes, en un club llamado Sueños
Perdidos, a las diez.
Se suponía que iban a reunirse en la casa de Mara a las siete para estar listas.
Pero Yuki no se presentó. Ella no llamó, no mando mensajes de texto.

Ella había desaparecido.

La policía buscó por todas partes, nadie tenía idea de dónde encontrarla, lo que le
había sucedido. Ella se convirtió en un rostro en un cartel. Eriko escribió un
haiku en su página web:

La niebla se enrolla en el mar

Mar rueda en el universo

Rompe Universo

Mara y Eriko pasaban horas en busca de Yuki, luego de días y semanas, ambas
estaban fallando en la escuela. Ambas fueron castigadas, y Eriko se puso furiosa.
¿No quieren los padres de Yuki que la encuentren?

Ella estaba quejándose con Mara en Skype cuando Yuki se presentó en el


dormitorio de Mara. Viendo a Mara chatear a distancia, mientras que Yuki
acosaba por detrás de ella, los ojos ardientes, colmillos relucientes, Eriko le gritó
a Mara que corriera, que saliera de allí, ahora, abunai, peligro—

A continuación Yuki tomó a Mara desde atrás, de su cuello, tirándola al suelo.


Luego, el vampiro que había sido Yuki se inclinó sobre Mara, sujetándola, y le
arrancó la garganta.

Eriko no podía dejar de gritar. Su rostro cubierto de sangre, el vampiro Yuki se


arrastró a la pantalla de Mara y la miró a ella, directamente a los ojos de Eriko, y
sonrió. Ojos a ojos. Sus colmillos parecía uñas sumergidas en pintura carmesí.

A continuación, la pantalla quedó en blanco.


Eriko les dijo a sus padres. Ella le dijo a quien quisiera escucharlo. Sin embargo,
los Sakamotos pronto se enteraron de que hablar en público invitaba problemas.
La madre de Eriko encontró a su gato, Nekko, muerto en la cuneta detrás de su
casa. Ella no había muerto bien. Una huella sangrienta en la puerta de su casa
vino después.

La policía no hizo nada.

Luego recibió una visita del padre de Mara, que era prácticamente un fantasma,
un fantasma de la tristeza. Había descubierto que entre un grupo selecto de
familias samurái, guerreros llamados karyuudo, que se había formado durante
siglos, en silencio luchando contra el demonio Kyuuketsuki los vampiros, que
acabo con emperadores y campesinos por igual. Cuando los vampiros había sido
un secreto, también lo habían sido los guerreros-cazadores—que luchaban contra
ellos.

Eriko tenía un hermano llamado Kenji, y sin mucho entusiasmo se ofreció a ir a


un centro de formación cercano. Eriko le rogó ir en su lugar. Kenji parecía
aliviado y le dijo a sus padres que estaba bien con él. Pero su padre se negó. Kenji
tenía que ir. Kenji era su hijo. Y Eriko era solo su hija.

No sabía por qué estaba tan sorprendida. Un gaijin, un extranjero, puede ser que
piense que la actitud japonesa hacia las mujeres ha cambiado a través de la
siglos, pero los hombres como su padre no eran tan inusuales. Trató de ir de
todos modos, pero el sensei—el maestro de su escuela—del Protocolo de Kyoto,
dijo que estaba allí por la razón equivocada. Uno no se convierte en un cazador de
vampiros para vengar la muerte de una sola persona.

Entonces oyó hablar de la escuela en España. Llevaban a estudiantes no


españoles. Así que se cortó el pelo en un acto de luto, en un acto de desafío se fue
a España, y se entrenó más duro que incluso Jamie O'Leary y estudio más que
Skye York y empujó y empujó y empujó, todo el tiempo para recordar cómo Mara
había luchado contra su destino, y cómo Yuki se había reído, y si Eriko podría
matar a todos los vampiros en el mundo, no sería suficiente.
Kenji se convirtió en el cazador de Kyoto seis meses antes que Eriko fuera elegida
para convertirse en el cazador de Salamanca, y estaco a Yuki tres noches más
tarde. El padre de Eriko le envió un correo electrónico a España y le dijo que
volviera a casa. Su amiga había sido vengada. Sin embargo, Eriko estaba en lo
profundo, no podía echarse atrás, y cuando ella bebió el elixir, ella asumió un
lugar entre los samuráis del Japón, al menos en su mente.

Fue entonces cuando abrazó el budismo, entre las estatuas extremas y el


esplendor de la Iglesia Católica. Ella dejo todas sus faldas y su bolso mensajero
de Hello Kitty y todos sus cuadernos con pegatinas de anime en ellos, y llevaba
sólo negro.

Pero algo faltaba. Ella no sabía cómo explicarlo, y ella no lo intentó. El padre
Juan había hecho su elección, sin embargo, tenía la sensación de que había sido
un error. Ella no se sentía como un verdadero cazador, como un samurái. Se
preguntó si era porque Kenji había hecho lo que quería hacer.

Nunca sería capaz de estacar a Yuki en el corazón.

—Nuestros números han ido hacia abajo —dijo Marc, arrastrándola hasta este
momento en que él ayudó a su abuela preparar su altar vudú.

La noche había caído hace dos horas, Bernard y Jamie estaban patrullando el
perímetro—. Hace un año, por cada muerte en la acción, conseguíamos a dos
nuevos reclutas. Pero la gente de por aquí que odia a los vampiros han perdido la
esperanza. No creen que podamos ganar. Así que sólo le queda caminar.

Miró a Eriko, como si quisiera algo. Llevaba el cráneo de un animal en su


manos—muy raro, pensó.

—¿Y tú? —le preguntó, fijando el cráneo en el altar.

—¿Piensas que podemos ganar?


—Eso no es así como pienso —respondió ella—. Cada día me despierto, espero
que pueda matar a un vampiro. Eso es todo lo que espero.

—Oh.

Ella vio el intenso dolor detrás de sus ojos, y lo sentía también. Tenía tantos lazos
con su equipo, pero ella sentía que los estaba defraudando también, la forma en
que había defraudado a Mara. Tal vez su padre tenía razón, y ella no estaba
destinada a hacer esto. Lo estoy, pensó. Luego sus músculos de la pantorrilla se
estrecharon, e hizo una mueca.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—¿Por qué tantos huesos? —le preguntó Skye a Alice.

Marc se volteó y miró a Skye ahora fascinado, un poco reservado. Estaba medio
enamorado de ella. O tal vez solo caliente. Skye estaba ajena a eso; toda su
atención estaba en lo que Alice estaba haciendo. La boca de Eriko hizo una
mueca; la formación clásica de Skye en magia blanca no había incluido vudú.

—Yo no lo sé, cariño —respondió Alicia, esparciéndolos sobre la mesa—. Sólo sé


que los necesitan. Mi loa viene cuando tengo todo correcto.

—El Loa —dijo Skye, mirando sobre su hombro a Eriko. Eriko no reaccionó. Skye
frunció los labios y dio la vuelta.

Sintiendo que estaba de alguna manera no cumpliendo con las expectativas de


Skye, Eriko volvió a los negocios. Ella caminó por la habitación con poca luz
como si estuviera patrullando. ¿Cómo habían sabido los vampiros que podían
atacarlos en el túnel? ¿Estaban fuera de la mansión, preparándose para atacar
de nuevo?

¿Cuál es nuestra misión?, se preguntó. Los salmantinos. ¿Que estamos haciendo


exactamente?
Alice había cogido una pluma larga y negra y un vaso lleno de algo que parecía
arena de colores. Metió la punta de la pluma en la arena y rocian do con
movimientos en el aire.

—Mi loa es como un dios. El espíritu que me habla a mí —respondió finalmente a


Skye.

—¿Cómo? —insistió Skye.

—A través de mí —Alice asintió con la cabeza a Marc, quien caminó pasando a


Eriko en las sombras, y luego regresó con un gran tambor. Eriko se sacudió un
poco; le recordó a los tambores de Obon, el festival de los muertos que se celebra
en Japón con el baile y la limpieza de las tumbas de sus antepasados.

—Tendrán que ser mis testigos. Yo no sabré lo que estoy diciendo.

Marc se sentó con las piernas cruzadas en el suelo al lado de la mesa. Alice dijo:

—Ayúdame, por favor. —Y le entregó vasos de agua con los huevos en su interior
a Skye y Eriko.

—Colóquelas en torno a Marc.

Eriko hizo lo indicado y luego se trasladó a la parte posterior de la habitación y


vio como Marc comenzó a tocar el tambor en un ritmo constante, hipnótico.

Alice se puso delante de su altar, recogió objetos y los puso abajo como si
estuviera buscando algo. Skye se movió cerca, escrutando todos sus
movimientos, como si quisiera memorizarlos.

Desde su regreso de la corte de Aurora, Skye ha sido muy moderada. El equipo de


Salamanca había sufrido otro ataque sorpresa—tal vez no tan sorprendente.
Vampiros sabían cómo mirar por su presa.
—Loa son como nuestros santos patronos. Mi loa es Ma'man Brígida, patrona de
los cementerios —dijo Alice, balanceándose en el tambor—. Ella va a guardar su
tumba... Si hay una cruz en él —Ella le guiñó un ojo—. ¿Suena familiar?

—¿En serio? —Preguntó Skye, sorprendida—. ¿Y si no hay?

—Entonces tu enemigo podría convertirte en un zombi —dijo Alice, que poniendo


la pluma y una vela púrpura sobre la mesa.

—Ella es la esposa del Barón Samedi.

—¿Y quién es él?

—El señor de los muertos. ¿Sabías que los vampiros adoran a dioses diferentes,
lo mismo que la gente? —Ella asintió con la cabeza—. Eso es correcto. No hay
muchos católicos entre los vampiros.

—Hemos escuchado lo mismo —dijo Skye sin problemas.

—Es por eso que se refieren a su transformación como una conversión. El


aumento de una nueva forma de vida.

—Pero si los vampiros de Nueva Orleans adoran a Baron Samedi...

—Mucha gente humana lo adora también. Y Ma'man Brigit es una dulce dama.
De aspecto aterrador, pero dulce. Ella cura la gente, como yo —Alice asintió con
la cabeza—. Sobre todo a los que están a punto de morir a causa de la magia.

—¿En serio? —dijo Skye, abriendo los ojos—. Eso es genial. ¿Podría incluir eso en
ataques de vampiros?

—No —Alice añadido dos velas de color púrpura más, y luego uno negro—.
También exige venganza, si ella siente que está justificada.

—Suena como una buena loa a tener de nuestro lado —dijo Skye—. ¿Qué
piensas, Eriko?
A pesar de que estaba en la oscuridad, Eriko se sintió como si un foco estaba
brillando en ella—. Soy una budista —respondió ella—. Yo no tengo un dios, en
realidad.

—Entonces, ¿en que pone usted su fe, hija? —Preguntó Alice.

—Mi gente —dijo Eriko. ¿Pero lo hacía?

Recorrió su equipo. Jamie y Antonio odiaban a los vampiros tanto como ella lo
hacía. O al menos lo pretendían.

La hermana de Jenn había sido secuestrada por los vampiros. Si la muchacha


que vio Skye siquiera era su hermana. Skye nunca expresó odio hacia los
vampiros, y con su ropa de gótica y su incapacidad para utilizar la magia
ofensiva, fácilmente podría estar escondiendo un corazón que latía por los
vampiros, o uno en particular. ¿Antonio? ¿Alguien en Inglaterra? Ella podía ser
tan reservada.

Si puedo llegar a ser un cazador, porque quería matar a uno, podría convertirse
en un cazador, porque quería salvar a uno. El padre Juan ha entrenado a todos
nosotros, nos enseñó a matar a los vampiros. Sin embargo, alberga uno, y le da
de comer cuando no estamos viendo.

Y ese Holgar, a la izquierda. El hombre lobo tenía el menor sentido para ella. No
tenía idea de lo que le llevó, no sé por qué quería ser un cazador, cuando la
mayor parte de su clase había comprometido su lealtad con los malditos. A Todo
el mundo le gustaba porque era divertido, a todo el mundo excepto a Jamie.

Tal vez Jamie estaba en lo correcto de no confiar en él. Realmente no sabía nada
de él.

Tal vez no tengo ninguna fe, después de todo.

Alice la miraba de cerca.


—La fe puede mover montañas. Es la peor especie de infierno, no tener nada en
que creer.

Marc siguió tocando el tambor. Alice encendió un fósforo y encendió las velas de
color púrpura. Cuando cada vela se encendió con una llama amarilla, las
sombras se movieron y se movieron por la habitación, casi como si estuvieran
tomando forma. El ambiente en la sala también cambió, como si el techo había
bajado cinco pies, y Eriko frunció el ceño, sin saber si este ritual era una buena
idea. Si algo salía mal, bueno, ya tenía lo suficiente para luchar.

Sin embargo, observó, sin saber cuánto tiempo pasó. Parecía horas. El ritmo del
tambor recogido, y Alice, posicionándose a sí misma delante del altar vudú,
comenzó a mover sus caderas seductoramente. Eriko estaba un poco
sorprendida, era muy sexual. Luego Skye se unió a Alice, frente a ella, imitando
sus movimientos. Los dos se ondulaban como la danza del vientre. Skye dejó caer
la cabeza hacia atrás, y Alicia bailaba a su alrededor, meciendo a su pelvis y
moviendo los hombros.

Los ojos de Marc se cerraron, y sus labios se entreabrieron, como si estuviera en


éxtasis.

—Ah —exclamó Skye, con una voz que sonaba como alguien teniendo relaciones
sexuales. Desde su puesto de observación Eriko pasó la mano por su pelo—. ¡Oh,
ahhhh!

—Ma'man Brigit —murmuró Alice, empujando las caderas y pasándose las manos
por sus lados—. Ecoutez-moi. Escúchame.

—Oh, oh —exclamó Skye, levantando sus manos sobre su cabeza.

Con el ceño fruncido, Eriko giró sobre sus talones y se fue en busca del padre
Juan. Los tambores la siguieron por el pasillo mientras ella entró en la
improvisada enfermería, las paredes cubiertas con jirones de desplazar fondos de
escritorio, el suelo barrido, donde Lucky yacía sobre un colchón cubierto con
sábanas. Había otro colchón en el otro lado de la habitación, y un par de
pantuflas que parecían ser del tamaño de Alice.

Padre Juan y Antonio se arrodillaron junto a Lucky, cuyo rostro estaba pálido.
Antonio llevaba lo que parecía ser un misal o algún tipo Biblia para que el padre
Juan pudiera leer de ella. El anciano llevaba un cinturón negro sobre los
hombros. Un pequeño plato de lo que parecía aceite al lado de su rodilla, y una
vela blanca. Aceite brillaban en la frente de Lucky. Así que estaban llevando a
cabo un ritual también. Todo parecía un poco loco para ella. Más que un poco
loco, en realidad.

El Padre Juan dejó de hablar, y él y Antonio la miraron. Podía oír los tambores y
el gemir de Alice, y su cara se puso caliente.

—Tal vez la ceremonia vudú es una idea inusual —comenzó.

El gemido se hizo más fuerte. Padre Juan miró de ella a Antonio y viceversa.
Obviamente, los dos podían oír lo que estaba pasando, pero la miraban como si
tenía que explicarse. Avergonzada, ella se quedó mirando el suelo. No quería
empezar algo con el Padre Juan.

Finalmente, el sacerdote dijo:

—El vudú es muy inusual para nosotros. Pero no a estas personas.

—Ah, así que desuka, veo —murmuró, con los ojos a la baja debido a que en
Japón, eso era muy educado. Al menos eso era lo que ella dijo sí misma. Tal vez
fue para que no pudiera verla rechinando los dientes.

Por un momento nadie habló. Eriko se quedó mirando la misma plaza del suelo.

El tambor se hizo más fuerte. El llorar más intensa.

Ella quería morir.


El Padre Juan se aclaró la garganta—. Eriko, ¿podrías quedarte aquí? Creo que
tenemos que hablar de una cierta estrategia y la táctica.

Por fin. Gracias, Eriko pensó.

—Hai, hai, sensei —contestó ella, haciendo una reverencia. Eriko se hundió en la
posición de seiza tradicional japonesa, plegando sus piernas y descansando su
trasero sobre los talones.

—Voy a ver a Jenn —dijo Antonio; Padre Antonio cabeceó, se puso de pie.

***

La percusión y los gemidos despertaron sobresaltada a Jenn de un sue ño terrible.


Ella había estado llorando mientras dormía, algo acerca de Heather.

Mareada, se sentó y echó las piernas por el lado del sofá. Alguien le había quitado
las botas. Entró en ellas y, sin amarrarlas, se puso de pie. Ella se moría de
hambre. No estaba segura donde estaba la cocina, pero si ella seguía el sonido
sería capaz de encontrar alguien que pudiera decirle. Antonio estaba en el salón;
se sorprendió de verla levantada y luego su sonrisa se desvaneció, y ella bajó la
mirada hacia sí misma. Su chaqueta había sido tomada y su armadura de
cuerpo, pero su suéter negro estaba tiesa de sangre.

—Jenn —Antonio la atrajo hacia él y puso sus brazos alrededor de ella. Se dejó
descansar en él por un momento, avergonzada por el gemido—o era su
incertidumbre acerca de cómo iba a reaccionar a toda la sangre—ella se apartó.

—¿Esas son Alicia y Skye? —le preguntó ella. Sus mejillas quemadas.

—El vudú es una religión de éxtasis —respondió él, manteniendo el brazo suelto
sobre los hombros—. Debes tener hambre.

—Sí, pero quiero ver lo que están haciendo. —Ella hizo una pequeña mueca—. A
menos que estén bailando desnudas o algo así.
—Eso sería un espectáculo, ¿no? —dijo, sonriendo débilmente. Viviendo en
espacios tan reducidos, Jenn había visto a la mayoría de los miembros de su
equipo en varias etapas de desnudez, a excepción de Antonio. En realidad, lo
hacía más atractivo, si eso fuera posible.

Dio un paso por el pasillo, un poco sorprendida y decepcionada cuando él se


quedó donde estaba, dejando deslizar el brazo por los hombros Se encogió de
hombros.

—El Padre Juan y yo pensamos que lo mejor era que me quedara fuera de l
camino de Alice. De hecho —continuó él—, he estado pensando que tal vez sería
mejor si me voy.

Ahora le tocaba el turno de la cara de sorpresa, como si él no había querido decir


eso. Pero él se quedó pensativo y asintió con la cabeza.

—Por supuesto. Eso es exactamente lo que debo hacer.

—No —dijo ella, pero al mismo tiempo algo se estableció a su alrededor, algo de
fuego caliente y emocionante, que se sintió tan bien, y se entrelazo a sí misma en
torno a él, separando los labios. Ella lo quería. Todo de él. Sería tan maravilloso.

—Antonio —susurró ella, volviéndose hacia él.

—Jenn —Sus manos tomaron el rostro—. Jenn. —Llegó a sus ojos un tono rojizo.
Cuando él la miró, ella casi no podía respirar. Los tambores vibraron a través del
suelo y los huesos en sus manos.

—Antonio... —Ella no podía decir su nombre lo suficiente. No podía estar lo


suficientemente cerca. El ritmo subió y bajó por su columna ve rtebral, y golpeó
en el interior de sus huesos como un pulso. Se ordenó el ritmo de su corazón.

Puso sus brazos alrededor de su cuello y echó la cabeza atrás, ofreciéndose a sí


misma. Y él se sentía caliente, por último, y él estaba calentando su sangre.
—Por favor —susurró.

—Ay, no, amor, no 49 —murmuró.

—Antonio. —Ella lo amaba, amaba a su nombre, amaba lo que era. ¿Te gusta lo
que es?—preguntó una voz dentro de su cabeza. Ella lo ignoró.

—Jenn —susurró. Sus labios se abrieron, y él la besó en la boca, luego la parte


superior y el labio inferior. Un hormigueo se deslizó a través de su cuerpo, sus
brazos se tensaron alrededor de ella. Se abrazaron.

Se querían.

¿Quieres lo que es él?

Luego, sus labios tocaron su garganta, y se quejó. Se sentía como si alguien le


había prendido fuego. Ella quería que él la mordiera.

—Sí —le susurró ella, apretándose contra él—. Sí, Antonio —dijo a continuación
entre dientes.

—Ay —gritó en agonía, y la empujaron lejos de él.

Ella cayó hacia atrás con un grito, y el mundo giro, se desplomó, alguien la
levantó y la llevó por el pasillo.

El corredor se sacudió; gimió, mareada y débil. Y entonces vio que el Padre Juan
fue quien la llevaba.

—¿Qué pasó? —susurró.

—Un segundo más y hubiera tenido que matarlo —dijo el sacerdote con fuerza.

49
En español original.
La llevó a una pequeña habitación iluminada por una vela. La cabeza de Jenn
colgaba a la izquierda. Eriko estaba allí, acurrucada al lado sombrío de Lucky,
mirando. Y Jenn sabía que la suerte de Lucky se había agotado. Estaba muerto.

—No —susurró Jenn—. No.

Su vista se volvió borrosa, y ella se hundió en la oscuridad.


Traducido por Oihana, Serena y Takara

Corregido por Julieta_arg

anual de los cazadores de Salamanca: Tu deber

Saber esto: estás envuelto en una lucha contra las fuerzas del

maligno. Por mucho tiempo, mientras honres tu sagrada vocación, la gracia de

dios brillará en ti así como el sol brilla en la vid. No flaquees. Todos los diablos

son maléficos y engendran hijos del mal. Nunca debes desperdiciar la

oportunidad de terminar con la existencia de uno de ellos, si no, será como si

derramaras la sangre de los inocentes por ti mismo.

(Traducido del español)

NUEVA ORLEANS

EQUIPO SALAMANCA Y LA RESISTENCIA

Alguien puso una cuchara en los labios de Jenn. Era caldo de carne y la ansiedad
hizo que abriese la boca. Creyó escuchar la voz de Alice, después la de Skye.
Alguien estaba discutiendo y otro estaba hablando en francés. Se distanció de
aquello y se quedó dormida. Había alguien con ella, alguien le besaba la frente y
la mano, aquel mismo tenía la piel fría.

Cuando abrió los ojos, se encontró tumbada en una cama que había contra la
pared de la habitación. Sentado en una silla de madera estaba Antonio,
mirándola fijamente y Skye a su lado tejiendo algo con hilo de color verde moho.

—Buenas tardes —dijo Antonio y Skye levantó la mirada. Gritó y rodeó a Jenn
con los brazos.

—¡Oh, gracias a dios Jenn! —Se volvió hacia Antonio—. Por favor, comunícale al
Dr. Alice que Jenn está despierta.

—Sí —dijo Antonio mirando una última vez a Jenn para después salir de prisa de
la habitación.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué hora es? —Intentó sentarse, pero Skye la obligó a
permanecer tumbada poniéndole una mano en la cabeza.

—Tranquila Jenn —dijo—, has tenido fiebre muy alta, has estado fuera de
combate tres días.

—¿Qué? —dijo Jenn con voz ronca

—Sí. —Skye agarró un tazón de plástico azul claro, cogió una toallita de aseo, la
mojó, escurrió y la utilizó para limpiar la cara de Jenn amablemente. Estaba
helada y Jenn se agitó—. ¿Sabes que Antonio ha estado saliendo todas las frías
mañanas y al volver ha puesto sus manos en tu rostro para hacer que te bajara la
fiebre? Es realmente horrible y dulce de algún extraño modo.

—¿Hemos encontrado a mi hermana? —preguntó Jenn agarrando la mano de


Skye y buscando la cara de la bruja. Tenía círculos bajo los ojos y estaba muy
pálida. Suspiró pesadamente.
—Los equipos han estado buscando la guarida de Aurora, creemos que ha debido
moverse. Lo siento Jenn pero todavía hay tiempo. —Tomó un profundo respiro—.
Lo creemos.

—¿Qué quieres decir? —Ahora Jenn se sentó obligando a Skye a apartar las
manos—. Dime lo que está pasando.

—Bien, verás, de lo que no nos habíamos dado cuenta es de que Mardi Gras no
es sólo un evento de un día en Nueva Orleans, han estado de fiesta en el French
Quarter desde hacer por lo menos dos semanas, con desfiles, esas cosas, de
hecho nos perdimos un día cuando llegamos. Los días mas importantes son los
últimos tres, cuando hay grandes desfiles y bals are held. Están estos grupos
llamados Krewes: son como clubes y presentan los desfiles.

—Skye por favor, ve al grano.

—Lo siento, bueno, el caso es que por lo que nos dijiste, Aurora amenazó con
convertir a Heather en el Mardi Gras. —Hizo gestos en el aire— Pero nos
preguntamos si se refería a la concreta noche del Mardi Gras o a la época del
festival.

—No, dijo en nueve días —insistió Jenn y luego se paró—. Espera, no estoy
segura de que dijese eso. —Se cubrió la cara—. Oh dios mío, ¿Qué pasa si ya lo
ha hecho?

—Jenn, lo he comprobado con The Circuit, están intentando ayudar, tirando


piedras, haciendo magia. He estado trabajando con Alice pero no hemos
encontrado respuesta, pero por la noche podemos escuchar tambores de vudú y
cuando los luchadores de la resistencia vinieron nos dijeron que la actividad en
los cementerios había incrementado. Los brujos del vudú están avisando a sus
seguidores de que no salgan por la noche.
—Jenn —dijo Alice arrastrándose dentro de la habitación. Llevaba un albornoz de
lana morado sobre un camisón de blanca franela—, ¿Cómo te encuentras? ¿Te
duele algo?

—La estaba poniendo al día —dijo Skye—, aunque me temo que ha sido un poco
triste.

Alice frunció los labios.

—Tengo noticias, he contactado con Papa Dodi y va a ayudarnos. —Miró a ambas


Salamancas y se dio un golpecito en la cabeza—. Lo siento, claro que tú no sabes
quién es. Es el Bokor de vudú más respetado en el estado de Louisiana y vive en
Nueva Orleans. Si alguien puede decirnos dónde se encuentra tu hermana, es él.

—Gracias —dijo Jenn fervientemente. Entonces tuvo el impreciso recuerdo de


cómo se había comportado durante la ceremonia de vudú de Alice, arrastrándose
por Antonio, y enrojeció.

En aquel instante Antonio entró en la habitación. No miró a Jenn sino a Alice.

—Acaba de llegar uno de los soldados de Marc, Andrew, el pelirrojo. Vamos a ir al


French Quarter para volver a intentarlo por la calle Bourbon, puede que
tengamos una pista.

—Yo también voy —dijo Jenn.

—Yo también —se ofreció Skye.

—No —dijo Antonio finalmente mirando a Jenn por menos de un segundo—,


estás demasiado débil. Y tú, Skye, Doña Alice me ha dicho que ya que Papa Dodi
se ha ofrecido a ayudar, tú y ella deberíais dirigir otra ceremonia, ¿no? —Se giró
hacia Alice para recibir la confirmación.

—Está bien. —Alice asintió en dirección a Skye—. Hoy a la medianoche.


Antonio actuaba de forma extraña, no miraba a Jenn. Al bajar la cabeza, su perfil
se mostró afilado contra la suave luz de la habitación.

—Volveremos antes del amanecer —dijo y se giró para irse.

—¿Antonio? —dijo Jenn con voz débil.

Él se volvió a girar y Jenn pudo ver un reflejo escarlata en sus ojos. Por su
posición Alice no podía verlo pero Skye sí.

—Ten cuidado —dijo la bruja, descartándole de forma efectiva.

Él no respondió, simplemente se fue. Jenn se revolvió y Alice aclaró la voz.

—Veré si hay algo más sustancioso para que comas, necesitas recuperar las
calorías perdidas.

Jenn asintió en silencio. Cuando Alice se fue, Skye volvió a poner la toallita en el
tazón de plástico y se secó las manos. Se inclinó hacia delante e hizo gestos
circulares con las manos, murmurando algo en latín.

—Un hechizo para que sanes —dijo cuando hubo terminado y tomó aire—. Creo
que tenemos que hablar sobre Antonio, lo ha estado pasando mal.

El rostro de Jenn se calentó, incluso el calor se extendió por todo su cuerpo

—¿A qué te refieres?

—A tu alrededor, le afectas demasiado. —Jenn se tensó y Skye le inclinó hacia


delante como si necesitase que prestara más atención a lo que estaba diciendo—.
Sé que te preocupas por él, pero a veces no importa lo mucho que quieres estar
con alguien, simplemente no funciona.

Tragando fuerte, Jenn intentó aclarar la garganta


—¿Realmente crees que este es el momento de hablar sobre esto? La vida de mi
hermana corre peligro.

—Sí, sí, lo sé —respondió Skye—. Tenemos muchos extraños ayudándonos, han


comprometido sus vidas para matar a los malditos. Fue malo para nosotros no
decirle a Marc y a sus luchadores que soy una bruja, nadie sabe lo de los
hombres lobo, así que no supongo que Holgar esté en peligro de ser descubierto.
—Se mordió el labio inferior y bajó la mirada a sus manos—. Quizás deberías
pensar en Antonio, ¿qué le harían si descubren que es un vampiro? ¿Qué nos
harían al resto?

Entonces, sin decir nada más se giró y salió de la habitación, dejando a Jenn
mirando tras ella, sin palabras y temiendo, en su corazón que Skye tuviese razón.

Después de que Skye saliese de la habitación Jenn se levantó y dio un paseo con
el padre Juan por los pasillos de la casa. Se apoyaba en su brazo y se movía
como una señora mayor. Llegaron a una habitación donde algunos de sus
anfitriones estaban reunidos alrededor de una radio. Una débil voz hablaba y se
estiró para distinguir las palabras a través de las interferencias.

—No es imposible pero no pueden darse por vencidos, tienen debilidades: la luz
del sol, el fuego, la decapitación, astillas a través del corazón. Como ya sabéis,
todo esto puede matar vampiros; el agua bendita y los crucifijos pueden
quemarles, coged vuestros comprimidos de ajos y frotad sus dientes sobre la piel
de vuestra garganta y muñecas para que no sean capaces de alimentarse de
vosotros. Los tatuajes de cruces en vuestro cuerpo también ayudan, pueden
quemarse al tocarlos.

Jenn sonrió débilmente, la mitad de los tatuajes de Jamie tenían alguna especie
de cruz. Debía ser su gemelo hace mucho tiempo desaparecido. El hombre de la
radio continuó:

—El gobierno de Cuba, el último país a este lado del océano en mantener la fe, ha
firmado hoy un acuerdo de comercio libre con los vampiros. Los rumores dicen
que en España están a punto de reconocer a Solomon como el embajador oficial
de lo que a puertas cerradas se conoce como la nación vampiro.

Todo el mundo en la sala dio un grito ahogado y miraron al padre Juan. Su rostro
estaba blanco.

—¿Puede eso ser cierto? —preguntó ella—. ¿Qué nación vampiro?

—No desesperen. Cada día que trascurre, la gente recupera sus ciudades, sus
pueblos y un día no muy lejano sus ciudades. Y ahora un mensaje especial para
nuestros oyentes en Nueva Orleans.

Jenn dio un salto, igual que el resto de la gente. Se acercaron a la radio, el padre
Juan seguía aguantándole del brazo y ella contuvo la respiración.

—Dejen que arda. —Incrédulas protestas se levantaron por todo alrededor—. Se


los necesita desesperadamente en otros sitios, la ciudad ya está irreversiblemente
perdida. Ahora debemos acabar esta transmisión. Soy Kent y han estado
escuchando la voz de la resistencia.

—¿Quién es? —preguntó Jenn.

Uno de los hombres negó con la cabeza.

—Nadie lo sabe, nadie sabe dónde está o cómo se las arregla para que no le
encuentren.

—Este tipo de cosas sucedían en la segunda guerra mundial —dijo el padre Juan.

—Sí pero no estamos en el año 1940, la tecnología debería haber sido capaz de
atrapar a este tipo y callarle hace meses. Es un milagro que todavía siga haciendo
esto.

—Entonces deberíamos rezar para que esto continúe —dijo el padre Juan
empujando a Jenn para que salieran de la habitación y continuasen caminando.
Dejen que arda. Era extraño pero casi podía sentir que había estado hablando
directamente para ella. Le encantaría dejar la ciudad, irse lejos y rápido pero no
podía, no sin Heather. Esconderse, transmisiones secretas, no era su vida. Se
acordó de sus abuelos y de todo lo que habían visto y experimentado. Habrían
estado mucho mejor equipados que ella para manejarse con todo aquello. Deseó
poder llamar a su abuela y esperó que tanto ella como su madre estuvieran a
salvo. En lo que a su padre se refería, esperó que los vampiros le hayan matado.

—Oh —dijo el padre Juan ya que ella estaba hincándole las uñas en el brazo. La
miró—. ¿Jenn?

—Le odio —susurró—, si estuviese aquí, le mataría con mis propias manos.

—Entonces, por tu propio bien, espero que no vuelvas a verle. —Se detuvo, se
giró para mirarla. Puso ambas manos en sus hombros, inclinó la cabeza y la miró
con comprensión y lástima—. Jenn, toma todo ese odio y utilízalo para la lucha
pero no dejes que supure tu corazón. —Le apartó un mechón de pelo castaño
rojizo de los ojos—. Todos tratamos de ser justos e imparciales pero lo cierto es
que estamos muy cerca del pecado, de dejar que la bestia salga…

—Hola Mester Jens —dijo Holgar con alegría desde el otro extremo del pasillo.
Llevaba el mismo jersey y vaqueros con los que había llegado hace días, igual que
todo el mundo.

—Hablando del diablo, ¿eh? —Se notaba un forzado vértigo en su tono, se


arañaba las manos y enseñaba los dientes—. Soy una bestia, ¿así que tengo
pecado extra?

El padre Juan miró sin inmutarse.

—Holgar, ya sabes que no me refería a eso —respondió—, deberías descansar un


poco, creo que Jamie y tú se han ofrecido para continuar entrenando a Marc y su
gente con las técnicas del Krav Maga mañana por la mañana, ¿verdad?

Holgar hizo una reverencia.


—Oído, mi señor y obedezco. —Sonrió a Jenn—. Encantado de verte.

—Tak —respondió ella.

Se giró para irse pero entonces se volvió a dar la vuelta, pareciendo su rostro más
serio.

—Mi señor —dijo—, te equivocaste, ¿ja?

—Holgar —dijo cansadamente—, esperaba que me conocieses mejor que eso.

El danés dejó de sonreír.

—¿Hablando del pecado y bestias? No estoy muy seguro de hacerlo. —Pasó las
manos por su rubio cabello y dejó que cayese por ambos lados.

—Los veo por la mañana.

—Todos estamos al límite —dijo el padre Juan mientras ambos le veían irse—. Ya
ves, es como lo cuento, es suficientemente difícil para ustedes seis aprender a
trabajar juntos pero ahora estamos en cuartos con extraños y hay mucho más
que tenemos que esconder. —Ella respiró.

—Eso se está convirtiendo en algo complicado para alguno de nosotros.

—Lo sé.

—Es mi culpa.

—No, no lo es. —Estudió su rostro—. Desearía poder decirte que todo va a salir
bien pero hay diferencias entre las falsas esperanzas y la fe.

—¿Cuáles son esas diferencias? —preguntó ella.

—La fe es saber que se resolverá como debe ser. —La luz pareció inundar sus
ojos mientras ella intentaba sonreír. Aquella era la mayor discusión que tenía con
la religión de él: si las cosas se desmoronaban era el deseo de dios, si su hermana
moría…

—Vayamos a por algo de comer —dijo él.

NUEVA ORLEANS

HEATHER

El inhalador de Heather se había agotado, lo agitó, lloriqueó mientas su pecho se


tensaba, su respiración sonando en la garganta. Volvió a agitar el inhalador
mientras la desesperación la inundaba. Se lo llevó a los labios y pulsó el botón,
pero nada. Lágrimas de frustración caían por sus mejillas. Lo agitó por tercera
vez e intentó agarrarlo al revés, pero nada. Lo tiró al suelo de la jaula, un trozo de
plástico inútil e intento calmarse.

La puerta de la sala se abrió y un vampiro entró, llevando consigo un sangriento


trozo de carne en un plato blanco. En vez de moverse dentro de la jaula tan lejos
como le fuese posible, se agarró a las barras firmemente.

—¿Puedes traerme algo de café? —preguntó ella. Su voz estaba oxidada por el
desuso y lo único que reconoció de su voz fue el resuello del final.

El vampiro miró sorprendido mientras deslizaba el plato en la jaula.

—¿Por qué? —preguntó sospechosamente.

—Para que pueda respirar, la cafeína ayuda con el asma. —Entonces, al darse
cuenta de que él no haría nada para ayudarla, añadió—. Si no consigo algo de
eso, dejaré de ser capaz de respirar pronto. Si dejo de respirar, muero. A Aurora
no le gustaría eso.
Él estrechó los ojos y la miró por un momento. Podía verle pensar, procesando
todo lo que había dicho. Era cierto, los planes de Aurora para Heather estarían
completamente arruinados si ella moría por asfixia ahora.

—Deja que lo compruebe —dijo girándose y saliendo de la habitación.

Empujó su filete distraídamente, no había ni tenedor ni cuchillo. Sabía por


experiencia que no era capaz de tragar nada hasta que su garganta estuviese
bien. Cinco minutos se convirtieron en diez, diez en veinte… su garganta se
tensaba más y más hasta hacer que cada respiración fuese un jadeo. Comenzó a
entrar en pánico. Iba a morir sola en una jaula en Nueva Orleans. Pensó en Jenn
viniendo a salvarla, pensó en Aurora y en todos los vampiros como ella a los que
quería matar. ¡No puedo terminar así!

De repente la puerta de la sala se abrió y ella tembló. En vez del sirviente, era la
propia Aurora la que entraba dando zancadas en la habitación. Se deslizó a
través de la sala resplandeciente, con un búster púrpura y una toga en forma de
campana morada y verde. Había prescindido de su habitual rojo. Su pelo negro
estaba apilado en lo alto de la cabeza con brillantes clips morados. Un hombre de
piel oscura la acompañaba, vestido éste con un negro caftán y un redondo
sombrero con plumas. Llevaba una cadena en el cuello con lo que parecían ser
huesos de dedos. Huesos de dedos humanos.

Aurora se acercó a la jaula y Heather no tuvo la fuerza de alejarse hacia el otro


extremo. Cada vez temblaba más y su cabeza daba vueltas. No suficiente oxígeno,
debía respirar. Aurora cogió el inútil inhalador y la miró.

—La cafeína excita el corazón, hace que la sangre sepa diferente y la tuya ya es
demasiado amarga. No permito el café aquí.

—Por favor, no puedo respirar. —Heather se las arregló para susurrar—.


Inhalador. —Se agarró su propia garganta y sintió cómo se ahogaba. Algo en todo
aquello se le hacía familiar, como si fuese un sueño. Estoy muriendo, se dio
cuenta. Todos aquellos discursos de sus padres sobre mantener cerca el
inhalador habían sido para prevenir lo que ahora le estaba pasando pero esta vez,
lo había mantenido cerca como si estuviese loca, había sido una buena chica.
Sus pensamientos comenzaron a fragmentarse y a vagar.

Aurora permanecía de pie con los brazos cruzados sobre el pecho, mirándola de
forma distante. Sentía repugnancia.

—Quizás podamos encontrar uno en alguna parte, nosotros no tenemos que


preocuparnos por inhalar. —Aurora posó las uñas contra los colmillos—. Tienes
que durar, eres parte de mi celebración, la hermana de una cazadora es un digno
sacrificio para mi señor, eso seguro, pero por supuesto, no tanto como el otro
gran artículo, quien está con ella: Antonio de la Cruz.

¡Jenn estaba en la ciudad! ¡Jenn podría salvarla!

Dedos invisibles la apretaron en la garganta y Heather comenzó a hundirse en el


suelo de la jaula. Aurora se agachó para ponerse a la altura de sus ojos. Podía ver
los ojos de la vampira inundados de rojo, como la sangre. Comenzó a sonreír
asomando sus colmillos. Heather quería quejarse, alejarse, pero no podía. No le
quedaba fuerza en los brazos, se estaba muriendo, sofocando. Dolía muchísimo.

—Hmm, obviamente no vas a durar mucho, parece que tendré que hacer el
sacrificio y probar tu enfermedad, después de todo, lo que no saben…no les hará
daño. —Miró en los ojos de Heather—. Así que escúchame, bonita Heather
Leitner, puedo acabar con tu tormento. Si deseas vivir, asiente con la cabeza, si
deseas morir, no hagas nada.

¿Qué? ¿Qué era lo que había dicho? ¿Heather? ¿Quién era Heather? El nombre le
sonaba cercano, como si quisiera decir algo para ella pero mientras la oscuridad
completaba su visión periférica, todo se desvanecía. Los dedos invisibles
apretaron una vez más y no había ningún resoplido más, no más agobio, no más
jadeos, sólo oscuridad y dolor.

—Asiente si quieres permanecer con vida. —Le ordenó una voz.


Realmente debería contestar a aquella mujer.

NUEVA ORLEANS

ANTONIO, BERNARD y ANDREW

Amaneció mientras Antonio, Bernard y Andrew se deslizaron a través de las


alcantarillas por debajo del barrio Francés. Antonio sintió una ráfaga de calor y
luego pesadumbre, como gravedad adicional tirando de él hacia la tierra. Sergio,
su padre vampiro, le había explicado que la sensación era una prueba parcial de
lo que a las almas de los vampiros les esperaba abajo en el inframundo. El dios
de Sergio era Orcus, el señor de los muertos y castigador de aquellos que
rompieron su juramento.

Otro juramento roto. Había durado menos de un año en la corte real de Sergio, se
rebeló por definición de su señor de placer.

Crueldades inenarrables.

Tomo tiempo llegar al negocio. Mientras Bernard lideraba el camino, Antonio


golpeo el hombro de Andrew. El hombre se volvió con su linterna, y Antonio
entrecerró los ojos con él. Andrew parpadeo, y Antonio encendió su encanto.

—Tiene sentido seguir sin mí —dijo—. Nos reuniremos de nuevo en la mansión.

Me tomó un poco más de un minuto convencerlo. Bernard requiere mayor


esfuerzo. Pero pronto Antonio se encontró solo.

El día fue largo e improductivo. No vio a otros vampiros, y sólo escucho a la gente
hablando en voz baja mientras caminaban por las aceras encima de él,
desgastados en la sumisión, ahogándose de miedo. Ellos. Nosotros. La policía. Ya-
sabes-quien. Shh, no digas eso. Por favor, sólo déjalo ir. Igual que durante la
Segunda Guerra Mundial.
Se había preguntado todos estos años lo que le había sucedido a los hermanos y
Jacques Frère.

Y luego:

—Hay una nueva krewe este año, llamado Krewe du Sang. —Una pausa—. Y si,
es lo que piensas que es.

—¿Están teniendo su propio desfile?

—Esta noche. Están tomando videos, viendo quien se presenta. Teniendo cuidado
de cualquiera que lo hace.

—Que se…

—Shh, policías.

La boca de Antonio se quedo entre abierta. Du Sang significa “de la sangre” en


francés. ¿Los vampiros tenían su propio desfile durante el Mardi Gras?

Voló a través de las alcantarillas mientras regresaba a la mansión en el pantano.


Encontró los atajos por las tumbas subterráneas y logro deslizarse a través de la
negrura del pantano. Pero le dolía, sintiéndose quemado y exhausto. Agotado por
la luz de sol que no podía ver, se obligó a reducir la velocidad mientras se
acercaba al lugar donde el tenía que salir. Estaba detrás de la casa, para que
pudiera caminar por la sombra del techo saliente mientras se dirigía al frente. Se
puso la capucha sobre su rostro, metió las manos dentro de sus mangas y voló
fuera de la alcantarilla.

Pudo sentir la quemadura del sol al instante. Un segundo y había ganado la


sombra junto a la casa. Se obligo a detenerse un momento antes de caminar
lentamente alrededor de la parte delantera de la casa.

Marc estaba parado justo en el interior de la casa, con su Uzi apuntando a la


puerta.
Antonio le asintió con la cabeza y entró. Marc lo miró, esperó, y luego dijo:

—¿Dónde están Bernard y Andrew?

—¿Cómo? —Respondió Antonio en español—. ¿Qué? Se fueron. Me quede en las


alcantarillas. Y encontré algo. Los vampiros van a tener un desfile de Mardi Gras.
Esta noche.

Marc parpadeo, incrédulo.

—¿Hablas en serio?

—Krewe du Sang —respondió Antonio.

—No está en el horario. —Marc miro duro a Antonio—. No importa. Vamos a


atacar.

—¿Qué pasa si la chica no está con ellos?

Marc apretó los dientes.

—No voy a pasar esto.

—Ellos podrían tomar represalias y matarla. Ella es importante para nosotros.

Marc comenzó a hablar, pero en lugar de eso cerró la boca. ¿Qué iba a decir?
¿Heather no era importante para él?

—Voy a buscar algo de comer —mintió Antonio—. Muero de hambre.

—Espera —Marc lo agarró del brazo—, ¿cómo llegaste aquí?

—Moviéndome, y luego caminando. Tuve mucho cuidado.

Marc no se veía contento, pero asintió secamente, y Antonio salió de la


habitación. Se dirigió a la cocina y se hizo un sándwich de mantequilla de maní y
jalea y le dio un mordisco, aunque encontró a la mantequilla de maní algo
repulsiva. Luego fue en busca del padre Juan y Eriko.

Jenn estaba de pie en el pasillo, luciendo mucho mejor que cuando la dejo. Había
incluso un poco de color en sus mejillas. El quería tomarla en sus brazos. Pero se
mantuvo a distancia.

—Jenn —dijo, y oyó la extraña mezcla de medida calma y mayor ansiedad en su


voz cuando ella comenzó a caminar hacia él. Levanto una mano—. Los vampiros
están lanzando un desfile. —Le habló acerca de la Krewe du Sang.

Se quedo en silencio, blanca.

—Aurora dijo que iba a convertir a mi hermana en el Mardi Gras.

El asintió con la cabeza.

—Lo sé. Creo que esta es la ruptura que estábamos esperando. Nuestras
oraciones están siendo escuchadas.

—Oh. —Ella se cubrió la boca con las manos mientras lagrimas brotaron. Se
tambaleo, y él quería cogerla y abrazarla. Sin embargo sintió sus colmillos
alargándose, respondiendo al olor intoxicante de la adrenalina. Cuando ella dio
un paso hacia él, alzo una mano, tanto como había visto a sacerdotes jóvenes
protegerse de las parroquianas bonitas que tenían enamoramientos con ellos.

—Antonio, ¿crees que realmente podamos llegar al desfile y rescatarla? —


preguntó en voz baja. Ella se vino abajo—. Heather.

El quería tenerla en sus brazos y alisar su pelo rojo salvaje. Para besar la corona
de su cabeza y abrazarla. Podía sentir sus cuidadosas barreras desmoronarse
cuando ella rompió en sollozos, y el suyo comenzó a caer. Sus colmillos eran
afilados. Olía su sangre. Escuchó sus latidos del corazón como una estruendosa
promesa.
Necesitaba sangre.

Pero no de ella. Por el amor de Dios, no de ella.

—Jenn, escúchame —dijo con severidad—. Eres un cazador. Dios te ha escogido


para este llamado sagrado.

Ella sacudió la cabeza.

—El padre Juan me escogió.

—Con magia y oraciones —dijo, con la esperanza de que no traicionara su propia


incertidumbre acerca de los métodos del padre Juan por su tono de voz—. Esta
es una misión que a nuestro equipo se le ha dado para cumplir.

—No fuimos entrenados para rescatar a la gente —dijo ella, y su lenguaje


corporal pidió por comodidad, se inclino hacia él, con los ojos enormes—. Fuimos
entrenados para matar vampiros.

—Tal vez esta es la manera de Dios de la expansión de nuestra misión —dijo él,
muy contento de que Eriko no estuviera aquí para escucharlo hablar así—. Tal
ves esto es un crisol, una prueba.

Ella parpadeo, sorprendida. Su rostro se endureció.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes creer que Dios le haría daño a mi
hermana, tal vez hasta matarla, para una prueba?

—El no le está haciendo daño. Es Aurora —respondió el.

Y entonces no pudo mantenerse alejado cuando ella levanto su barbilla


desafiante y lagrimas corrían por sus mejillas. Ella retrocedió, la siguió y la tomo
en sus brazos. Su pulso rugió.

—Hay tanto mal en el mundo —dijo—, que Dios debe hacer todo lo posible para
buscar el bien. Estas cosas no son obra suya, pero él debe hacer uso de ellos.
—No —susurró—, estas equivocado. Estas equivocado.

La tomo por la parte superior de la cabeza, y su pelo rojo se desplegó sobre sus
hombros mientras miraba hacia abajo sus rasgos enojados, asustados. Por Dios,
quería probarla. Su sed era casi abrumadora.

—En esto estoy en lo cierto: Dios no quiere que tu hermana muera. Él quiere
salvarla. ¿Puedes hacer eso, Jenn?

No te rindas, no sucumbas, su mente le susurró.

—Cazador —dijo—, ¿puedes hacerlo?

Vio su lucha, y la amaba por esa lucha. Esta vida, todo este mundo, era un
crisol. Era la cruzada de su tiempo y fueron los caballeros, los guerreros.

Pero la última vez que peleaste, perdiste, se dijo recordando la noche en que se
convirtió en vampiro. Perdiste todo.

—Sí —dijo Jenn, tomando una respiración profunda—. Yo puedo hacerlo.

No todo, luego pensó.

Entonces ella alcanzo a darle un beso en los labios, y se dejo tener eso. Suave,
cálido, ella lo amaba, una abominación monstruosa, Un Maldito.

Esto podría ser todo lo que alguna vez tendrá, este momento, este beso, este
amor. Así que se lo dio, consciente de que sus colmillos se alargaban, que a esta
altura sus ojos brillaban. Hambre, miseria y deseo libró su propia guerra dentro
de él. Y luego volvió a ganar, prevaleciente cuando termino el beso y le tomo la
mano.

—Vamos a salvarla. —le prometió.

—Está bien. —Ella le dio un apretón a sus dedos, y la dulzura del gesto casi le
rompió el corazón.
Fueron juntos a encontrar al padre Juan. Antonio estaba en medio de cubrirlo
cuando el ruido y los gritos estallaron desde la parte delantera de la casa.

Era Bernard.

—¡Hemos cazado un chupador!

***

Todo el mundo vino a ver al vampiro capturado. Y Skye sintió un momento de


pánico.

—Es Nick —anuncio Skye, cerca de superar la vergüenza que tuvo al confesar en
esencia que ella no había tratado de estacarlo—. El que deje en la guarida de
Aurora. Salió corriendo antes de que pudiera hacer algo.

—Yo, yo nunca te he visto en mi vida —contestó el vampiro. Luego siseó. Sus ojos
eran de color rojo, y sus colmillos estaban fuera. Estaba rodeado por
Salamantinos y la Resistencia, en la habitación donde Jenn se había acostado la
primera vez que había llegado. Una vez que se dio cuenta de que Andrew y
Bernard regresaron con un vampiro, Antonio se había hecho pequeño. Skye trato
de no pensar en qué pasaría si Nick detectara la presencia de otro vampiro, y lo
denunciara al grupo.

—Llevaba un disfraz —dijo. Y entonces se dio cuenta de que él podría saber quien
la había bloqueado mágicamente. Casi tenía miedo de averiguarlo.

Eriko se le acerco y le mostró una estaca en su mano derecha y una cruz en la


otra. Se tambaleo hacia atrás, luego se dio vuelta y volvió la cabeza a Holgar,
ahora frente a él, extendió su estaca y cruz, imitando a Eriko.

—Él trato de atacarnos — les informó Bernard, burlándose de Nick—. Fue la cosa
más patética que he visto nunca.
—Soy débil porque la luz esta fuera. Y tengo hambre — engatusó Nick—. Ella no
me dejaba comer. —Miró a Skye—. Amiga, no tienes latido de corazón. No tener
latidos no es un disfraz.

Skye se lamió los labios.

—Soy una bruja. Puedo evocar hechizos mágicos. Tienes uno como yo, ¿no?

—¿Uno? —Sorprendido, se rió—. Tenemos un montón de gente bruja, de todo el


mundo. Y chicos vudú también. Tenemos un gran kahuna esta noche, de hecho.
—El vio su cara caer, y el cuadro los hombros—. Somos, como, mayormente
peligrosos.

—Puedo ver eso. —Eriko arrastró las palabras. Ella caminó hacia él. Miró de ella
a Holgar y de vuelta, volvió a gemir.

—Así que volvió a Aurora —presionó Skye.

—Sí. Le dije que me rescataste y me fui detrás de ti. Ella estaba muy molesta, y
dijo que teníamos que movernos. Me metí en graves problemas. —Él negó con la
cabeza—. Así que dice que tengo que ―depender de un hombre‖ y conseguir mi
propia comida por un tiempo. No puedo aprovecharme de nadie: tengo que
valerme por mi misma.

—Más bien como ―vampiro‖ —dijo Holgar.

—No es divertido —espetó Jamie—. Entonces ¿Dónde te mudaras? Dinos, y


quizás podríamos salvarte. —Él se deslizó hacia Nick, desarmado, con las manos
en los bolsillos de sus pantalones de cuero negro. Sacó una bolsa de ajos sin
pelas de su bolsillo izquierdo—. ¿Sabes lo que hacemos con esto? Lo ponemos en
el interior de tu boca hasta que empieza a sangrar.

—De ninguna manera —dijo Nick, con los ojos desorbitados—. Oh, hombre.
—Solo tienes que decirnos —dijo Eriko, asintiendo con la cabeza a Jamie, quien
abrió la bolsa.

—Oh, vamos, chicos —declaró Nick—. Si les digo… —Entonces se fue apagando,
como si hubiera ocurrido sólo para él que estaba rodeado de sus enemigos
mortales—. Whoa.

—Dinos. Con detalles —dijo Eriko.

—Te lo voy a mostrar. Te llevaré allí —dijo, alzando la voz—. Por favor.

—Y nos dirás acerca de las brujas con Auras —le ordenó Skye.

—Bueno, no son brujas, exactamente. Son brujos. Ya sabes, son tíos vudú. —
Miró esperanzado alrededor del círculo—. Con los tambores y esas cosas. —Miró
esperanzado a Alice, quien había entrado en la sala con su tunica ceremonial
negra y morada.

—Traidores —dijo ella, escupiendo en el suelo—. Cuando le diga a papa-Dodi…

—Oh, sí —dijo el vampiro, asintiendo con la cabeza como si fuera un muñeco. —


Se supone que debe reunirse con nosotros para el desfile.

Un pesado silencio calló sobre la habitación. Skye miró a los vampiros y luego a
la hechicera vudú y viceversa.

—No —susurró Jenn. Su voz hizo eco contra las paredes en el silencio, bajando
por los pasillos.

Alice se apretó la frente con las manos durante cinco segundos. Skye se acercó a
ella y puso su brazo alrededor de la angustiada mujer.

—Tal vez no es lo que parece —dijo Skye—. Tal vez papa Dodi es uno de nosotros,
infiltrado en el grupo de Aurora…
—Um. Nosotros los llamamos tribunales —ofreció Nick amablemente—. Y creo
que está bastante animado a estar con nosotros. Aurora va a convertirlo. —Él
iluminó.

—Estoy seguro de que ella los convertiría si quisieran chicos. —Miradas de odio le
derritieron en un charco—. Sólo digo —murmuró.

Skye observó a Alice. Las lágrimas corrían por la cara de la mujer. Ella miró
fijamente a Eriko.

—Averigua lo que necesitamos saber —dijo ella. Entonces salió fuera de la


habitación.

Después de que el vampiro demostrara su coraje, apostaron por él. Antonio


observó desde las sombras, vio caer sobre sus rodillas al internauta despistado,
gritando y suplicando. Tres segundos después era polvo.

Los cazadores de Salamanca cedieron. Los luchadores por la libertad de Nueva


Orleans hicieron lo mismo. A continuación, se reunieron en una mesa larga,
destartalada, Eriko se sentó frente a Marc. El padre Juan se sentó a la derecha
de Eriko, y Bernard se desempeñó como asesor de Marc.

Tras un rato Marc y Eriko echaron sus sillas hacia atrás, y cada uno se acercó a
su equipo. El padre Juan se excusó y saló de la habitación.

Los cazadores estaban cerca de la puerta principal, Jamie apoyado contra la


pared con su cabeza inclinada hacia atrás, como si se aburriera soberanamente.
Bajó la cabeza cuando vio a Eriko acercarse a ellos.

—¿Así que está arreglado? —le preguntó.

—Sip —replicó Eriko—. Marc nos llevará de regreso al pueblo. Todo nuestro
equipo, y su grupo central: Bernard, Suzy y Matt. Vamos todos al desfile y,
después, nuestro equipo se divide para ir a la nueva guarida de Aurora.
—Tengo entendido que el resto se quedara en el desfile —dijo Jamie.

—Sí —Ella dudó momento antes de seguir—. El objetivo de Marc es diferente del
nuestro. La resistencia ve esto como su gran oportunidad para causar tanto daño
como sea posible. Esperan inspirar a la gente para ayudarles.

—Los espectadores del desfile —dijo Holgar, como si quisiera asegurarse de que
entendía lo que estaba diciendo.

—Sip. —Eriko agachó la cabeza—. Y vamos a rescatar a Heather. —Sus mejillas


se sonrojaron.

Ella no cree que deba ser nuestro objetivo principal. Jenn se dio cuenta,
sorprendida hasta la medula. Quería ayudar a Marc.

—Depende de cómo se vaya desarrollando, Antonio podría separarse y entrar sen


la guarida solo —añadió Eriko. Antonio asintió con la cabeza.

—No —espetó Jenn.

—Jenn, él es un vampiro —dijo Holgar.

—¿Por favor, puedes decirlo más alto? —le murmuró Jamie.

—Yo iré dentro. Déjenme ir. Ella es mi hermana —argumentó Jenn.

Eriko entrecerró sus ojos hacia Jenn.

—Aurora sabe de ti. Ella no sabe de Antonio.

—¿Están listos? —preguntó Marc, dando grandes zancadas hacia ellos—. Iremos
a prepararnos y conseguir armas… armarnos… y…

Dejó de hablar cuando el padre Juan entró en la sala. Su rostro estaba marcado,
y tenía las mejillas cenicientas. Un joven con alzacuellos estaba de pie junto a él.
—Este es el padre Gilbert —anunció el padre Juan—. Él es el sacerdote que nos
envió la información sobre el grupo de Marc.

—Hola —dijo el padre Gilbert. Jenn pensó que no parecía lo bastante mayor para
ser sacerdote. Su frente estaba arrugada y su rostro marcado—. Vengo buscando
a su maestro, porque hemos tenido noticias de problemas.

Él puso su atención en el padre Juan, quien asintió con gravedad.

—Tengo que ir a España —dijo—. Ahora.


Traducido por Josez57

Corregido por lavi

―La humanidad está de rodillas

Nos da lo que nos place

Lamen nuestros zapatos y gimotean como perros

En su propia destrucción ustedes son el engranaje

Ruéguennos ahora para permitirlos vivir

Díganos qué más pueden dar

Y nos reiremos y les diremos que no

Es hora de que la humanidad se marche.‖


UEVA ORLEANS

LOS CAZADORES DE SALAMANCA, LA RESISTENCIA, Y LOS


M ALDITOS

Fueron rodando hacia el barrio francés en una camioneta más grande, todos los
de Salamanca, Marc y sus tres, y Antonio estaba aterrorizado. No había sentido
esa emoción particular en un largo, largo tiempo. Cuando el equipo más lo
necesitaba, estaba perdiendo el control, por alguna razón que él no podía
entender. Algo oscuro y mágico estaba sin duda trabajando en él, y tenía más
poder sobre su monstruo que él.

Skye y Alice habían trabajado con el Padre Juan poniendo protecciones mágicas
en la camioneta en la que viajaban, enmascarándola como un camión de
mudanzas. El Padre Juan había proporcionado los conjuros, un arsenal de
arcanas y mágicas tradiciones que Antonio no conocía. El repertorio mágico del
Padre Juan era únicamente suyo. El hechizo no había sido fácil, y el Padre Juan
había dicho un montón de cosas en latín que sólo Antonio había entendido y se
habría sonrojado de repetir en cualquier idioma. El padre Juan había sido capaz
de verificar que había una fuerza mágica en su contra, pero que no podía
confirmar si era Papa Dodi. No sabía si era vudú, o magia Blanca, Negra, u
Oscura, tampoco. El loa50 de Alice también guardaba silencio al respecto. Cuando
finalmente el trabajo se hizo, los seis cazadores se habían apretado en la
camioneta, y Marc y sus tres, Matt, Bernard, y Suzy. Más peleadores estarían
conduciendo por separado, y más células se unirían una vez que llegaran al
barrio francés. Las armas fueron tomadas, pistolas, mientras que los Salamancas
llevaban todo lo necesario para su tradicional combate cuerpo a cuerpo con el
enemigo.

Antonio no sabía cómo Marc había obtenido la palabra a las otras células, y por
el momento estaba demasiado ocupado para preocuparse. Él luchó para

50
Loa: En la religión vudú, se les denomina Loa a los espíritus que sirven como intermediarios entre los hombres
y Bondye, el regente del mundo sobrenatural.
mantener su sed de sangre controlada, consciente de que en cualquier momento
podría estallar en forma de depredador, con los ojos rojos, brillantes, afilados
colmillos.

El Padre Juan estaba haciendo un paseo desde Alice al Aeropuerto Internacional


de Nueva Orleans, Louis Armstrong, o lo más cerca que podía conseguir. El Padre
Gilbert se había ido tan silenciosamente como había llegado, insistiendo todavía
en que él no podía participar.

Las calles de la ruta del desfile en el barrio francés fueron acordonadas por los
vehículos. Unas cuantas preguntas rápidas en una gasolinera de la carretera
habían revelado que el desfile Krewe du Sang comenzaría en la parte oriental del
barrio, en la Avenida Franklin. Marc se puso tan cerca como pudo, entró en el
estrecho callejón de un complejo de apartamentos abandonado, había un montón
de esos, y el grupo en silencio salió. En la pared de ladrillo habían pintado con
aerosol ―LOS VAMPIROS APESTAN, VAYANSE AL INFIERNO MALDITOS‖. Marc
sonrió sombríamente al ver las palabras.

Eran las siete, momento en que los dos grupos debían separarse. Objetivo de
Marc: matar tantos vampiros como sea posible. Equipo de Salamanca: salvar a
Heather Leitner. Ambos: hacer una diferencia.

—Bonne chance —dijo Marc a Eriko, incluyendo a todos los cazadores en su


deseo de buena suerte. El grupo de Marc tenía previsto reunirse con otra célula a
una milla de distancia. Otros se les unirían. Su mirada se posó un instante sobre
Antonio, y entrecerró los ojos; luego la suavizó ante la vista de Skye, que estaba
tejiendo un hechizo en nombre de los combatientes de la Resistencia—. La buena
noticia es que vamos a crear una distracción para ti —dijo Marc. Él respiró
hondo, y Antonio vio la determinación en el rostro del guerrero. Él sabía que
sentir. Cada noche que había sido un Maquis, había conocido que su vida estaba
en manos de Dios. Sin embargo, en algunas misiones los riesgos eran mayores
que en otras. Fue entonces cuando la posibilidad de muerte se convirtió en la
probabilidad de muerte. Marc estaba colocando a su equipo en la columna de la
probabilidad.
—Banzai —dijo Eriko, inclinándose, saludando al cuarteto, Matt, Marc, Bernard,
Suzy. La tradición japonesa veneraba al kamikaze, el guerrero dispuesto a morir
por su causa. Los cuatro se inclinaron hacia bajo, Marc inclinándose más bajo—.
Vamos —dijo Eriko a su gente.

Salieron en uno y dos, yendo en direcciones diferentes para evitar llamar la


atención. Los cazadores no llevaban chalecos antibalas, ni chaquetas, nada que
llame la atención.

Nick había puesto la nueva guarida de Aurora fuera de Decatur Street, junto a la
catedral. Estaba en la ruta del desfile de Krewe du Sang, los cazadores llegarían
media hora después que el desfile comience, a las ocho en punto.

El Vieux Carré, el barrio francés, estaba adornado con guirnaldas moradas y


verdes, y cuerdas brillantes de cuentas y plumas recorrían las calles y se
cruzaban a lo largo de los balcones. Las multitudes se agolpaban en la calle,
algunos semidesnudos en cuero negro y lamé 51, otros en pantalones vaqueros,
camisas, gorras, sombreros de cowboys. Decenas de ellos llevaban cerveza en
vasos de plástico. Arriba, en los balcones, las mujeres destellaban a la multitud
jalando hacia arriba sus camisetas, recibiendo cadenas de cuentas de oro por sus
molestias.

Dos bailarinas orientales con pelucas color rojo y púrpura bailaban entre la
multitud dando gritos y alaridos agradecidos. Cuatro hombres vestidos como
Santa Claus empezaron a bailar con ellas.

Gran parte esto era forzado, como un espectáculo, un show. Sonrisas se fueron
dibujando por la borrachera de la gente, que estaba tomando en gran medida.
Jenn vio a una mujer girar su cabeza y comenzar a llorar. Un hombre la abrazó,
se agachó, trató de razonar con ella. Sollozando, se secó las lágrimas y tomó su
cerveza. Ella se la bebió toda.

51
Lamé: Tela bordada con hilos de plata y oro.
Pero la gente parecía realmente feliz. Rebosante de alegría, incluso. Era tan loco.

—Mira —murmuró Jenn.

Antonio miró en la dirección que ella señalaba. En el balcón de alado, cuatro


miembros armados del Departamento de Policía de Nueva Orleáns estaban serios,
mirando a la multitud. Llevaban cascos y equipo antidisturbios. El balcón
enfrente de ellos, al otro lado de la calle, contenía otros tres oficiales también
preparados para la acción.

De hecho, los oficiales de policía armados obstruían los pisos superiores de los
edificios de ladrillo. Y con cada grupo de agentes, otras personas sostenían
cámaras de video y teléfonos celulares, grabando todo. Las personas por debajo
de ellos lo sabían. A pesar de que se reían y estaban de fiesta, algunos de ellos
levantaban la vista.

—Avestruces —murmuró Antonio—. Avestruces.

—¿Cómo vamos a sacar esto adelante? —preguntó Jenn en su oído. Él se apartó


de ella, sintiendo el cambio en él.

Mirando alrededor, vio a Skye media cuadra abajo. Antonio dijo a Jenn:

—Sigue caminando. —Y corrió entre la multitud en dirección a la bruja. Peatones


medios borrachos lo vieron y parpadearon, entonces o bien se reían, aplaudían, o
tragaban su cerveza y daban un paso de distancia. Estaba claro que no sabían si
era un vampiro real o no.

Llegó a Skye. Ella lo miró boquiabierta, y él negó con la cabeza, necesitando que
se concentrara.

—¿Puedes hacer algo? —preguntó—. Si la gente de Marc me ve así. . .

—No sé. —Ella tejió sus manos y susurró en un idioma antiguo que no conocía.
Él empezó a relajarse, y eso le preocupaba: tenía que estar alerta.
—No luches contra mí —dijo ella—. Ahí.

Sus colmillos se habían retractado. Ya no sentía el fuego en sus ojos. Él dijo:

—Gracias.

Eriko apareció en su hombro. Ella levantó una ceja.

—Voy a empezar a recorrer —dijo él—. A ver si aún están en la guarida.

Ella inclinó la cabeza.

—Buena suerte, Antonio. —Su voz era fría. Ella todavía no confiaba en él.

Él se volvió y vio a Jenn en la multitud. Ella estaba recogiendo su pelo rojo en


una coleta. Vio cómo le temblaban las manos. Su corazón latía tan rápido que
tenía miedo de que tuviera un ataque al corazón. La miraba fijamente. Podría ser
la última vez que la viera.

Te amo, pensó. Te amo. Pero se obligó a no articular las palabras. Ya podía sentir
el hechizo de Skye debilitarse, era más fuerte su instinto para liberar a la bestia.

Mirándolo, Jenn se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza hacia él.
¿Estaba diciendo que ella también? Nunca lo sabría.

Dejando a Eriko y Skye detrás, se movió a través de la multitud. Holgar estaba a


una cuadra, cruzando la calle. Antonio se dio la vuelta para ver a Jamie
paseándose junto a Jenn. Un destello de celos lo pilló por sorpresa.

Miró a los números en los letreros de las calles y comenzó a cruzar. El callejón
ubicado entre una tienda Gumbo 52 y un puesto de venta de souvenirs del
carnaval Mardi Gras era su mejor esperanza para entrar en la nueva guarida de

52
Gumbo: Restaurant famoso en Nueva Orleans.
Aurora, ubicado con valentía en un edificio de ladrillo con un letrero de vacante
en él.

Pero mientras comenzaba a cruzar, el mundo estalló en locura.

La música proveniente de un Calliope 53, discordante, fuera de tono, se notó a


través de la noche. Explosiones, como cañonazos sacudieron las llamativas
decoraciones de la calle, y todo el mundo gritaba. Niebla roja o hielo seco o magia,
bajó al centro de la calle mientras los agentes de policía a caballo se ubicaban a
cada lado de la nube, ordenando a las personas de vuelta. En la confusión
obedecieron, la mayoría de ellos estaban bien entrenados para el carnaval Mardi
Gras y el protocolo de seguridad; durante un desfile, usted se queda en la acera.

Entonces surgió una voz a través de docenas de altavoces:

— ¡Mesdames et messieurs, Señoras y Señores, es el momento para el carnaval,


al estilo de los vampiros! ¡Les traemos el desfile Krewe du Sang!

Y de repente, como si se hubieran materializado en el aire de la noche, una


pandilla de vampiros, con máscaras grotescas representando la gran sed de
sangre, brincaban y marchaban por la calle, por lo menos veinte. Las mujeres
estaban vestidas con trajes de baile elaborados de color morado y verde, los
hombres hacían juego con abrigos de satén y pantalones, todos iban coronados
por polvorientas pelucas blancas, como en la corte de María Antonieta en el siglo
XVIII en Francia. Estaban lanzando tiros a la audiencia, algunos de los cuales se
habían congelado horrorizados. Pero a medida que los agentes de la policía
montada trotaban en sus caballos, los espectadores forzaron risas y sonrisas en
sus rostros, y alcanzaron con sus manos los lazos de cuentas, cadenas de
colmillos de vampiros de oro y plata.

Antonio tomó dos y luego se dio cuenta de que no eran colmillos de vampiro, sino
dientes reales de humanos, presentados para que parezcan colmillos.

53
Calliope: Órgano que hace una serie de silbidos de tren.
A continuación, la primera carroza apareció, sus lados cubiertos con espirales y
remolinos de rosas rojas y medias lunas de plata, y un cartel que decía
―¡ESTUVIMOS ALLÍ!‖

La carroza era una recreación de un salón de baile parisino, con una medalla de
plata estilo barroco y una araña de cristal suspendida sobre una pista de baile de
madera.

Velas ardían, parpadeando mientras la niebla roja se arremolinaba encima y


alrededor de los bailarines, que estaban vestidos con trajes y capas, como los
caminantes antes de ellos.

La música de una clave 54 tocó mientras bailaban el minué.

La carroza siguiente mostraba un castillo, Antonio lo reconoció como un castillo


de estilo español, y delante se encontraba un hombre humano vestido con una
túnica marrón con capucha. Otro hombre colgaba, sus pies apenas tocando el
suelo, los brazos atados por las muñecas a una horca, una barra transversal que
se extendía desde una gruesa columna. En la base de la columna, cráneos
humanos habían sido apilados.

―¡ESTUVIMOS ALLÍ!‖ proclamaba el lado de la carroza. Antonio se preguntaba si


los espectadores sabían que estas dos figuras eran seres humanos, con corazones
latiendo. Y si se habían dado cuenta de que los cráneos eran reales.

El castillo pasó junto él, y luego la tercera carroza se alzó sobre las dos
anteriores. En un extremo había una recreación de una ciudad moderna, todos
los rascacielos de vidrio y acero, y en el otro, los edificios de ladrillo y balcones de
encaje del barrio francés; combinados, hicieron una miniatura de la propia Nueva
Orleans. En la parte superior del edificio más alto de acero y vidrio, levantándose
seis pies de la base de la carroza, una impactante mujer va vestida con un traje

54
Clave: instrumento musical interpretado por medio de un teclado
de noche verde y morado, su pelo negro sujeto en su lugar con peines púrpuras,
sonrió y tiró cuentas a la gente. Aurora.

La vampira que había amenazado la vida de Jenn, y llevado a su hermana. Su


enemiga.

Y su hermana de sangre.

No, pensó, sintiendo como su cara cambiaba. El hecho de que ambos seamos
vampiros, no significa nada. Eso sería como decir que Jenn y Adolf Hitler son
familiares, ya que ambos son humanos.

—¡Buenas noches, Nueva Orleans! —exclamó Aurora por los altavoces mientras
se echó las cadenas de colmillos de oro y plata. Tenía un acento español. Al igual
que su padre, Sergio, era española. Y. . . era como él.

¿Tenía el resplandor rojizo en sus ojos? ¿O Skye lo había enmascarado


exitosamente? Ahora deseaba que el hechizo desapareciera y el grito asustado de
una mujer mayor vestida con una camiseta de Mardi Gras y una falda de gasa
con volantes le dijo que ya no estaba oculto.

Antonio escuchó los latidos de la multitud, esporádicos, acelerados. El cuerpo no


conocía la diferencia entre la excitación intensa y el miedo extremo, la adrenalina
era adrenalina, y las caras estaban tomando la desesperada, abrumadora
emoción de una turba. Tratando de complacerlos, demostrando que no tenían
miedo. Que amaban a sus amos vampiros.

Otro grito se levantó, y Antonio volvió a mirar la carroza. Emergiendo de uno de


los edificios modernos, un hombre en traje de negocios se unió a Aurora. La
multitud aplaudió y gritó.
De uno de los edificios más antiguos un hombre negro en un caftán surgió.
Estaba vestido como un Bokor vudú55, con un collar de hueso y una redondeada
gorra con plumas. ¿Era este el Papa Dodi de Alice? Él llevaba un bastón con
cuernos retorcidos que sobresalían de la parte superior, con una cobra viva
enrollada alrededor de los cuernos. Junto a él, bailaba un vampiro que estaba
vestido como el Barón Samedi, dios vudú de la muerte, sombrero negro de copa
decorado con pequeñas calaveras blancas, huesos y plumas, y una máscara de
calavera blanca en su cara. Llevaba guantes negros y blancos, y un collar de
huesos humanos.

Baron Samedi era uno de los oscuros dioses de la muerte, también venerado por
algunos vampiros, quienes tenían muchos cultos y prácticas religiosas como los
seres humanos. Y allí estaba el loa de Alicia, Ma'man Brigit, la esposa del barón,
que llevaba un velo salpicado con flores podridas. Tal vez esta noche Brigit
también estaba del lado de los vampiros.

—Papá Dodi —gritó alguien—. ¡No!

El bokor se volvió y miró a la multitud. Luego levantó la vara con la serpiente


enroscada en ella y echó hacia atrás la cabeza. Gritó en una lengua extraña. La
cobra se enrolló alrededor de los cuernos del bastón, se empezó a mover más
rápido, luego, comenzó a humear. Se sacudió y chisporroteó, mientras Papa Dodi
continuaba cantando. Tambores lejanos comenzaron a resonar. La criatura se
estremeció.

De pronto, la cobra se amplió el doble de su tamaño, luego el triple, y siseó a la


multitud, agitando la lengua. La multitud aplaudió frenéticamente, como si fuera
parte de un espectáculo, un loco efecto especial de Hollywood.

Magia. Vudú. El mal.

55
B okor vudú: sacerdote en el vudú.
Los tambores resonaban frenéticos, sepulcrales, amenazantes. Algo se levantaba,
algo se avecinaba.

La carroza pasaba por delante. No había señales de una chica humana. Jenn le
había descrito a Heather en detalle que Antonio sentía como si la hubiera
conocido. Del desfile vampiro Antonio ya había visto suficiente , más que
suficiente.

Tenía que cruzar la calle, a la guarida de Aurora, antes de que el desfile


terminara. Sin embargo, la policía estaba allí, y la multitud se estaba volviendo
más desenfrenada. Los seres humanos se aplastaban en torno a él en oleadas,
empujándolo a lo largo. Estaban gritando, vitoreando. Caleidoscopios de caras
giraban a su alrededor. Cerveza se derramó sobre él.

―¡Vampiro, muérdeme! ―le susurró una mujer en un sujetador de lentejuelas,


echándole sus brazos alrededor de él. Entonces ella miró más allá de él y empezó
a chillar—. ¡Mira, mira! —le ordenó—. ¡Ella va a convertir al alcalde!

Gritos y gemidos se levantaron, como un géiser de la derrota de la humanidad, y


a través del humo escarlata él vio a Aurora con su apariencia de depredador, sus
ojos de color carmesí y sus colmillos afilados. Ella agarró al hombre con el traje
de negocios y hundió los dientes en su cuello.

—¡Oh, Dios mío! —gritó la mujer, cubriendo su rostro—. Es. . . ¡Oh, Dios!

Él la miró fijamente y dijo:

—Eso es lo que realmente significa.

—No —dijo ella, comenzando a llorar—, no, no es. . . es todo. . .

—Si ella no lo alimenta con su sangre, él estará a salvo —agregó Antonio. Muerto,
tal vez, pero no sería convertido.
Pero en ese momento, Aurora hizo un gesto a la cobra. Se disparó hacia abajo, en
dirección a ella y hundió sus colmillos en la zona carnosa sobre su corazón. Ella
gritó, como en éxtasis.

A medida que puso al alcalde en posición vertical, posicionó su mano entorno a la


cabeza de la cobra, sólo por detrás de sus colmillos, y tiró de ella. La sangre brotó
de su pecho. Papa Dodi tomó a la serpiente, y ella empujó la cara del alcalde
contra la herida. Él comenzó a beber.

El hombre volvería a levantarse, Antonio lo sabía.

Las lágrimas rodaban por las mejillas de la mujer.

—Fuera de aquí. Ahora —le dijo a la mujer.

Siguió adelante, a medida que la marea de gente cambiaba en un momento al


pánico. Ellos se estaban agitando, amotinando, él no podía ver a Jenn, o a
cualquiera de los otros.

Estaban evacuando la calle, algunos corriendo en la dirección opuesta, en


absoluto terror, pero la mayoría de ellos no tenía idea de a dónde iban, qué
estaban haciendo.

Empujando contra el mar de humanidad, él consiguió pasar a través de la calle.

Corrió en silencio a la parte posterior del edificio de ladrillos, debatiendo cómo


hacer para poder entrar. Él debería pasar por la puerta trasera, subir las
escaleras interiores, y pasar por la puerta roja, que se situaba en el extremo sur
de un patio central interior. Entrar, evaluar la situación e informar.

Oyó la locura: las sirenas, silbatos. Los gritos. Las personas perdiendo su
humanidad, ya sea de forma permanente, o sólo a través del frenesí de la turba,
él no podía decir.
Y él tomó una decisión. Él no iba a poner en peligro a Jenn y a los demás. Iba a
entrar, tomar a Heather, y correr, estacando a cualquiera que se interpusiera en
su camino.

Él tomó las escaleras de cuatro en cuatro; como era un vampiro, casi podía, pero
no del todo, volar. La luz de la luna brillaba a través de tragaluces en el patio, que
estaba lleno de plantas muertas en grandes urnas negras, y ciegas estatuas
griegas.

Allí estaba la puerta delantera de color rojo. Quería entrar tan pronto como sea
posible y obtener a Heather y salir antes de que saliera el sol. Subió corriendo las
escaleras, vaciló, y luego giró el picaporte. La puerta se abrió.

O eran negligentes o estaban completamente seguros de su poder sobre los seres


humanos de la ciudad. Entró. No había nadie inmediatamente a la vista.

Nadie, de hecho, en absoluto.

Heather no estaba allí.

***

Arrastrada por el mar embravecido de la muchedumbre aterrorizada, Jenn se


tambaleó hacia atrás, manteniendo la mirada fija en el edificio de apartamentos
abandonado.

Ella estaba enloqueciendo: este no era el plan, Antonio no debía haber ido solo.
Ella estaba luchando por seguir adelante, pero sin recurrir al Krav Maga56 en un
centenar de personas a la vez, tendría que contentarse con caminar lentamente
hacia adelante. A continuación, las trenzas de Skye pasaron flotando cerca de
Jenn a unos seis metros por delante de ella.

56
Krav Maga: que en hebreo significa “combate de contacto”, es el sistema oficial de lucha y defensa personal
usado por las fuerzas de defensa y seguridad israelíes.
—Skye —gritó ella.

La bruja no la oyó. A continuación, Skye levantó una mano y empezó a atravesar


la multitud, hacia el edificio. Jenn siguió su línea de visión y vio a Antonio, solo.

Heather, Jenn pensaba. ¿Dónde está Heather?

Ella comenzó a empujar a la gente fuera de su camino, bloqueando el puño de


una persona, encorvando los hombros y bajando la cabeza como un jugador de
fútbol.

Las protestas y juramentos vinieron con sus esfuerzos, pero ella seguía
empujando, y cruzó la calle en menos de diez segundos, después de Skye. Tanto
Jenn y la bruja se detuvieron justo delante de Antonio, cuyos ojos brillaban.

—No está allí —dijo—. Nunca lo estuvo.

—¿Qué? —exclamó Jenn.

Él puso sus brazos alrededor de sus cinturas y las atrajo hacia el callejón, fuera
de la locura. El ruido era ensordecedor. Las botas de Jenn crujían sobre la grava.
La luna, medio llena, brillaba sobre el pelo color negro azulado de Antonio. Si
hubiera sido humano, hubiera estado jadeando y sin aliento.

—No había olor a humano en ese lugar. No la tienen allí. O Nick nos estaba
mintiendo o Aurora le mintió.

—Maldita sea —dijo Skye, poniendo una mano en su cara—. Entonces, ¿dónde
diablos está?

—Oh, no, no —se lamentó Jenn—. ¡No, Heather!

—Jenn. —Antonio puso sus manos sobre sus hombros y dobló sus rodillas para
poder mirarla a los ojos—. Escucha. Tienes que ser fuerte. Debes mantener la
concentración. El desfile aún sigue en marcha. Aurora no está con tu hermana.
Eso significa que hay esperanza.

—No, no lo está —dijo Jenn. Tomó una respiración profunda—. Pero tienes razón.
Debo mantener la concentración. —Ella se volvió a Skye—. Tienes que intentar
con tu piedra de escudriñamiento de nuevo. —Antes de Skye pudiera decir nada,
Jenn se lamió los labios y le dio una mirada dura—. Tienes que hacerlo, Skye. Y
tienes que hacer que funcione.

Skye hizo una mueca mientras pescaba en el bolsillo y sacó la piedra rectangular
pequeña.

—No funcionó antes.

—Estábamos bajo tierra. Has hecho vudú, desde entonces —Antonio le recordó—.
Esto abre más canales de los arcanos. Y no he dejado de orar por ti.

—Tienes que tener fe —dijo Jenn. Las palabras salieron de su boca antes de que
ella se hubiese dado cuenta de lo que iba a decir.

—Cierren los ojos, Jenn y Skye, y oren conmigo —Antonio les invitó.

Jenn vaciló. Ella todavía no creía, no de la forma en que él lo hacía. Pero ella
cerró los ojos, con lágrimas corriendo por su rostro. El tiempo marchaba. El
desfile iba serpenteando por las calles del Barrio Francés, y quién sabe qué
camino tomaría. O si Heather estaba oculta en una de las carrozas, siendo
destrozada por Aurora.

—Amén —murmuró Antonio, y los tres abrieron sus ojos.

Skye miró a la piedra y sacudió la cabeza. Nada.

—Una vez más —dijo Antonio—. Una vez más.


—No tenemos tiempo —dijo Jenn, agarrando la piedra. Miró a su alrededor—. Oh,
Dios, no tenemos tiempo.

Suavemente, Antonio tomó su barbilla y miró a sus ojos. Ella sacudió la cabeza.
Estaba cansada de esto.

—Cierra los ojos —dijo Antonio.

—Antonio —suplicó—.Tenemos que hacer algo. —Luego resopló, recordando que


ya habían tenido esta conversación, de vuelta en el convento.

Nada en ella quería repetir el fracaso, pero no tenía idea de qué otra cosa podían
hacer, salvo correr al azar por todo el barrio, con la esperanza de que Skye
pudiera reconocer el edificio. Sí, se podría hacer eso.

—Shh —Antonio le pidió—. Por Heather.

Frustrada, asustada, cerró los ojos. Por favor, Dios, o diosa, o la suerte o el
destino, o. . .

El rostro de su querido abuelo, Papa Che, floreció en su mente. Ella lo veía con
tanta claridad, los ojos serenos y oscuros, las pecas en la nariz, las cejas
pobladas y la sonrisa.

¡Oh, yo te amaba! Todavía te amo, pensó. Te amaré mientras yo viva.

Ocuparé tu lugar.

Y algo pasó. Algo se transformó. Algo cambió. Jenn sintió como una vibración
cálida corría por el centro de su cuerpo, como si alguien arrancara la cuerda de
un arpa. Vibraba a través de la base de ella, entonces se calmó.

—¡Sí! —gritó Skye.


Jenn saltó. Entonces ella y Antonio miraron en el cristal mientras Skye lo tendía
a ellos. Jenn se inclinó, entornando los ojos en él, viendo un patio y, tras el, un
edificio con una escalera de caracol.

—¡Eso es! —gritó Skye.

Ella giró a la derecha. El cristal se atenuó. A la izquierda. Se iluminó.

—¡Vamos! —gritó.

—Aquí, detrás del edificio, en el callejón —dijo Antonio. Él tomó las manos de
Jenn y Skye, y echaron a correr. Los ladrillos del callejón eran de tono negro,
pero Jenn sabía que él podía ver a dónde ir. Él las arrastraba, ella estaba
corriendo tan rápido que se caía sobre sus propios pies. Ella tropezó, él
desaceleró. Ella lo sostenía, y así también Skye.

—¡Veo un nombre detrás de la escalera! —gritó Skye—. Está en San Pedro. Hay
números: uno, dos, cinco, y otro que no puedo leer.

—Antonio, ¡ve! —gritó Jenn—. Te seguiremos.

La respuesta de Antonio fue soltarlas y volar como un murciélago al infierno.

***

Él estuvo allí en menos de un minuto. Corrió por las escaleras y por la puerta
principal, rompiendo las bisagras, listo para matar a un centenar de los suyos
para salvar a la hermana de Jenn.

El olor a sangre fresca llenaba el aire, y se encontró en una sala octogonal


decorada con antigüedades.

Allí, del otro lado, una jaula estaba abierta, el cuerpo de una joven envuelta, con
una mitad dentro y la otra fuera. Por un momento miró el cuerpo de la hermana
de Jenn. La rabia lo invadió.
Era demasiado tarde.

Ella estaba muerta.

Se agachó, y de repente el olor a muerte llenaba sus fosas nasales, fuerte,


picante, e incorrecto. Se persignó mientras saltaba hacia atrás.

—Así es, yo la convertí —susurró una voz detrás de él—. Yo soy su señor. —Se
dio la vuelta para ver a Aurora mirándolo, jugueteando con sus colmillos—. Ella
sabía horrible. Estaba casi muerta. Sin embargo, ella es mía ahora.

Antonio no tenía palabras.

—Así que tú eres el traidor —dijo, moviéndose lentamente hacia él como si


estuviera flotando—. El vampiro que ayuda a los seres humanos a cazarnos. He
estado esperando mucho tiempo para conocerte. Tu señor habla con tanto cariño
de ti, Antonio de la Cruz.

Antonio siseó y se abalanzó sobre ella, un grito de furia sacudiéndolo.

***

Holgar vio como combatientes de la Resistencia se quitaban las máscaras del


carnaval y las capas, blandiendo metralletas mientras embestían las locas
carrozas de los vampiros. Bernard, Matt, Andrés y Marc acribillaron a los
vampiros y a aquel hombre vudú, Papá Dodi. Desde sus balcones, la policía abrió
fuego, disparando contra la multitud. Los seres humanos estaban gritando y
corriendo por todas partes.

Un incendio estalló dentro de uno de los edificios. El humo salía y se elevó hacia
el cielo.

Vampiros volaron de los carros alegóricos, como ratas, los ojos rojos de sangre,
los colmillos relucientes. Uno de ellos, un hombre, agarró a la mujer más
cercana, y hundió sus dientes en su cuello. Un Maldito junto a él, derribó a un
hombre enorme, poniéndolo de rodillas. La sangre corría por la cara del vampiro.

Holgar empujaba a las personas fuera de su camino, trazando la ruta que había
visto tomar a Antonio, Skye, y Jenn. Llegó al final del callejón para encontrar a
Jenn y Skye, pero no a Antonio.

—San Pedro —soltó Skye, mostrándole la piedra.

Él asintió con la cabeza.

—Encuentren a Eriko y a Jamie —les dijo.

A una cuadra de su destino, se agachó al oír un grito de furia. Era Antonio.

Se lanzó hacia la casa, subió las escaleras, y voló a través de la puerta abierta.

Antonio tenía las manos alrededor de la garganta de una vampira, que siseaba y
lo arañaba. Ambos estaban intentando clavarse sus colmillos, abriéndolos y
cerrándolos, como lobos.

Holgar liberó un par de estacas de sus bolsillos y trató de acercase. Sin embargo
Antonio y la mujer empezaron a moverse tan rápido que no podía seguirlos, y
mucho menos correr el riesgo de fallar y matar a Antonio.

Rugió por la frustración y se dio la vuelta al oír unas maldiciones. Media docena
de vampiros entró en la habitación. El hundió su estaca en el pecho de la
primera, que murió con una mirada de sorpresa en su rostro.

***

Eriko y Jamie encontraron a Jenn y Skye. Sin decir una palabra Eriko agarró a
Jenn y la llevó a cuestas por la calle. La gente corría por todas partes, gritando.
Una mujer con una herida en la cabeza se sacudió delante de ellos. El fuego de
ametralladoras sonaba en staccato contrapunto57 por las olas de las sirenas.

Jamie y Skye corrieron juntos. A continuación, un vampiro apareció entre la


multitud, dirigiéndose directamente hacia Eriko.

—Cazador —gritó él, desafiándola—. ¡Eres un cazador!

—Bájame —le dijo Jenn, y Eriko cumplió. Jenn miró por unos segundos cómo
Eriko sacaba una estaca de su pantalón, separaba sus piernas para mantener el
equilibrio, y se preparaba para la batalla.

Corriendo, Jenn vio la casa. Aceleró quitando fuerzas de una reserva que ella
nunca había soñado poseer. Subió por las escaleras e irrumpió en la casa con
Skye y Jamie.

Aurora y Antonio se rozaban el uno al otro, y más vampiros estaban dando


vueltas, siseando, cuando Antonio lanzó una estaca en el pecho de uno
directamente detrás de él. El Maldito explotó.

Holgar estaba en el fragor de la batalla, arañando con sus uñas humanas y


siendo todo lo mordaz que podía con quien se le acercara.

Más allá de ellos Jenn vio a su hermana, y corrió hacia ella, a pesar del caos y la
lucha sucediendo a su alrededor.

Una mirada le dijo todo lo que necesitaba saber: la garganta de Heather estaba
desgarrada, un charco de sangre a su alrededor. Tenía los ojos medio cerrados. Y
aunque no había ninguna chispa de vida en e llos, aún no brillaban tan rojos
como la sangre fresca en sus labios. Sangre de vampiro. Ella había sido
convertida.

57
Staccato contrapunto: se refiere a que el sonido de las ametralladoras era silenciado de manera entrecortada por
las sirenas.
—No, Heather, oh, Heather, lo siento mucho —lloró.

Con un sollozo ella cayó de rodillas. La habitación daba vueltas. Quería gritar y
llorar y rogar y odiar y matar, pero ya era demasiado tarde.

Demasiado tarde.

Jadeante, sacó una estaca y se dispuso a atravesar el corazón de Heather. En su


mente vio a Heather y a ella caminando por la playa, Heather en un bikini de
color rosa brillante, chillando cuando una ola se acercó a ella y se apoderó de los
dedos de su pie.

—¡Está muy frío! —gritó Heather.

—¡Está lleno de tiburones! —gritó Jenn.

Sacudiéndose a sí misma, Jenn se secó las lágrimas. Lamentándose,


lloriqueando, levantó su brazo, la hizo girar hacia abajo. . .

. . . y Antonio la agarró y la detuvo de forma que el extremo estaba sólo por


debajo de su marca. Detrás de él, Eriko, Jamie, y Skye habían llegado. Y así
también Marc, y al menos una docena de luchadores de la Resistencia,
disparando sus armas en el lugar cerrado y atacando vampiros.

—Antonio, Antonio, debo hacer esto —gritó Jenn a través del ruido—. Ella la
convirtió.

—No, no lo harás —dijo Antonio, tratando de arrebatarle la estaca de la mano, sin


hacerle daño—. Yo puedo ayudarla. Yo la puedo salvar.

En torno a ellos la lucha rugía. Los vampiros de levantaban del polvo. Un joven
revolucionario cayó muerto junto a ella, con el cuello roto, sus ojos muertos
mirándola fijamente, instándola a hacer lo correcto.
Esta es la prueba, pensó mientras el mundo parecía a enfriarse y oscurecerse a
su alrededor. Ella no escuchó nada de los combates, no vio nada excepto la
estaca en su mano y los ojos rojos de Heather. Yo soy una cazadora, y ella es un
vampiro.

Más frío.

Más oscuridad.

Ella no podía hacerlo.

Este es el momento de prueba para ti. Aquí es cuando debes aceptar tu vocación.
Esto es para lo que has nacido para hacer.

—Tengo que hacerlo —dijo ella de nuevo—. No podemos correr el riesgo.

—Tú me has dado una oportunidad —instó Antonio—. Déjame por lo menos
intentar, por tu bien y por el de ella.

Jenn se le quedó mirando por un momento, con su corazón en guerra con su


mente. Antonio estaba lesionado; marcas profundas, manchas sangrientas le
cubrían el rostro y el pecho. Un agujero se abría en el hombro en el que había
sido apuñalado con algo. Estaba temblando, y se dio cuenta de que estaba al
borde del colapso. Tendió su mano hacia él.

De repente, Eriko y Marc se detuvieron frente a ella, un vampiro se convertía en


polvo entre ellos. Marc se volvió, vio los colmillos de Antonio, y se abalanzó hacia
él, gritando:

—¡Vampiro!

Antonio estaba demasiado débil para defenderse. Marc lo golpeó hacia atrás y se
arrodilló sobre su pecho, balanceando una estaca hacia abajo. Hizo contacto,
entrando profundamente en el pecho de Antonio, pero fallándole al corazón. Eriko
se estrelló contra Marc, gritándole como una loca a través de la sala cuando ella
lo siguió. Ella agarró su cabeza y la estrelló contra el suelo.

—¡Él es un vampiro! —gritó Marc, la voz llena de dolor—. ¡Hay que matarlo! ¡O
déjame matarlo!

—No lo harás —dijo Eriko, tirando de una estaca libre y amenazando a Marc con
ella.

—¡Basta! —gritó Jenn—. ¡Él está de nuestro lado, él siempre lo ha estado!

Marc no lo comprendía. Se lanzó hacia adelante, y Eriko le pegó duro, a lo largo


del lado de la cara. Una vez más. Ella blandió su estaca, apuntando hacia su
pecho.

Jenn se puso de pie, agarrando a Eriko alrededor de la cintura. Ella gritó en su


oído:

—Eriko, detente, lo vas a matar. Él es un ser humano, un aliado. ¡Alto!

De repente, Eriko dejó caer la estaca y retrocedió mientras Marc se ponía en pie,
con una mirada asustada pasando por su cara. Ella y Marc se pusieron de pie,
jadeantes, a cuatro pies de distancia, asesinándose con la mirada.

Holgar gritó a través del cuarto.

—¡Eriko! ¡Te necesitamos aquí!

Eriko dio la vuelta y se dirigió. Marc miró de Antonio a Jenn y de vuelta a é l.

—¿Ha sido así todo el tiempo?

—Sí.

—Mierda —escupió—. ¡Ustedes son unos mentirosos!


—¿Nos habría ayudado si te hubiéramos dicho?

Marc la miró a los ojos.

—Por supuesto que no. —Jenn se encogió de hombros—. Lamento lo de tu


hermana —dijo Marc, antes de volver a la lucha. Y había tanta malicia en su voz
que ella se tambaleó hacia atrás, como si la hubiera golpeado.

Eriko debió haberle dicho algo a Holgar, porque un minuto más tarde llegó a su
lado. Miró a Antonio, que estaba tratando de ponerse de pie. El vampiro sangraba
profusamente de las heridas en su cara y su cuello, y parte de la estaca de
madera de Marc seguía en su pecho, lejos de su corazón, pero la sangre brotaba a
su alrededor y caía al suelo.

—¿Qué necesitas? —le preguntó a Jenn.

Se apartó el pelo teñido de sangre de los ojos y se limpió la nariz con el dorso de
su mano.

—Tenemos que sacar a Antonio fuera de aquí.

—Y llevaremos a la hermana de Jenn con nosotros —dijo Antonio con voz ronca.

—¿Está Aurora muerta? —preguntó Jenn.

Holgar negó con la cabeza.

—Se escapó. Ella clavó una estaca en el hombro de Antonio y corrió antes que
cualquiera del resto de nosotros pudiera atraparla.

El hombre lobo colgó a Heather sobre su hombro y ayudó a Antonio a ponerse de


pie. Ellos se abrieron paso hacia la parte delantera de la casa. La batalla se había
extendido a las calles exteriores, combinado con el fragor de los enfurecidos
habitantes de Nueva Orleáns.
Se tambalearon por las escaleras y encontraron a Jamie, Eriko, y Marc en la
calle, rodeando a dos vampiros. En un flash Eriko había estacado a ambos.

Los tres se volvieron y vieron a Jenn, Holgar, y Antonio.

Los coches de policía se dirigían hacia ellos. Arriba, el constante rugido de un


helicóptero señaló que los aliados de los vampiros habían tomado el aire.

Skye salió corriendo de la casa y luego se deslizó hasta detenerse junto a Jenn.
Ella estaba mirando fijamente el suelo. Jenn miró hacia abajo y vio un dibujo de
tiza. Era una gárgola con un corazón en la boca, un gemelo al tatuaje de Skye,
que había visto en las duchas. En el centro del el corazón se leía ―E + S.‖

—¡Salgan de aquí mientras puedan! —gritó Marc por encima del rugido, tirando
de la atención de Jenn de vuelta al peligro.

—¿Está seguro? —preguntó Eriko.

—Sí, creo que lo tenemos cubierto —dijo—.Gracias a ti y a tu maldito vampiro. —


Él le dirigió una loca, altanera sonrisa—. Ustedes están locos.

Jenn levantó su cabeza y miró a su alrededor. En todas partes la gente salía de


las casas, llevando cruces rotas y pedazos de madera, pedazos de silla,
rompiendo piezas únicas de barandillas y tablas. Las calles se iban llenando, no
con las miedosas víctimas, sino con combatientes.

Lo hemos hecho, hemos empezado una revolución, pensó, sus ojos llenos de
lágrimas.

Entonces, mientras miraba la cara floja, no muerta, de su hermana, pensó,


¿Importará?
Traducido por hanna

Corregido por Julieta_arg

ecibí este diario de mi maestro, el padre Juan, el día que regresamos

de Nueva Orleans. Me dijo que escribiera, todo ello para recordar cada

momento para que yo pudiera sobrellevarlo y aprender de ello. Dijo que lo más

oscuro además de estos tiempo, eran tiempos más oscuros que vendrían.

Estaba en lo cierto

Y así estaba yo, cuando escribí la primera línea en la primera página, que decía…

―del diario de Jenn Leitner

M ADRID
PADRE JUAN

Tan pronto como el padre Juan salió del aeropuerto de Madrid, sabía lo grave que
era su citación en casa. Diego, el obispo a cargo de la Academia entera, se de tuvo
en la acera en su propio Mercedes reluciente.

Juan se sentó en el coche, y Diego aceleró rápidamente alejándose de la acera.


Mirando al hombre mayor, Juan notó que estaba vestido de civil, ningún indicio
de su posición religiosa sobre él.

—Están culpando a los cazadores por la pérdida del virus ―dijo Diego sin
preámbulos.

—El virus no funcionaba de todos modos —gruñó el Padre Juan.

Diego se fusionó en el tráfico.

—Lo sabemos y ellos lo saben, pero no es así como están hilando esto. También
están difundiendo la lucha en el avión.

—¿Qué está pasando? —exigió Juan con el temor pinchando a través de él.

—El gobierno ha desplazado a los cazadores fuera de la ley.

—No. —La peor pesadilla de Juan, estaba sucediendo.

—Sí.

—¿Qué es lo que pueden usar para racionalizar esa decisión? Los cazadores
hacen su trabajo. Están ahí matando vampiros cuando los militares no pueden.
Son lo único que se interpone entre el pueblo y la oscuridad.

—Has dicho una buena parte, amigo —dijo Diego con solemnidad. Su cara estaba
surcada de arrugas de preocupación, y los círculos oscuros rodeaban sus ojos.
Había envejecido terriblemente desde que Juan lo había visto.
—Ellos son muy populares. El pueblo español los ve como salvadores, haciendo
por ellos lo que el gobierno no puede. Y entonces, ¿son una amenaza? —preguntó
Juan, tratando de formar un sentido de todo eso. Diego asintió con la cabeza.

—Ahora que España está haciendo propuestas a los vampiros, lo son.

—¡Hostia! —Juan golpeó con el puño el salpicadero del coche, un arrebato de ira
que no había demostrado en muchos, muchos años, haciendo un juramento que
un sacerdote no debe pronunciar.

—Ellos sabían que iban a fallar. Contaban con ello. Sabían que el virus no iba a
funcionar, pero no podían admitirlo. Sino que debían tener a alguien a quién
culpar. Ellos necesitan un enemigo efectivo con el cual luchar para mantener el
poder.

—Los cazadores —dijo Diego en voz baja.

—Sí, los cazadores. Maldita sea, hemos estado buscando el eslabón más débil, el
traidor en nuestras filas —dijo Juan, mirando por la ventana hacia España, su
España, donde había vivido durante tanto tiempo, más tiempo del que nadie
podía imaginar. Suya para proteger.

Había fracasado.

—El traidor fue nuestro propio gobierno, uno de los últimos firmes contra los
vampiros. Cada militar, todos con una nómina de gobierno, todos los contactos,
cualquiera de ellos pudo habernos visto, traicionándonos a cada momento. —
Juan cerró los ojos. ¿Cómo podía haber estado tan ciego?

—Deben haber encontrado más atractivo poner fin a la guerra en las sombras
que seguir luchando en el bando perdedor —especuló Diego.

—Pero no podían chasquear los dedos y hacerlo. Se necesitaba un nuevo


enemigo, una nueva cara para poner ante el pueblo como la razón del
sufrimiento.
—Dios.

—No podemos permitir a esto reposar —dijo Juan con los dientes apretados.

—No estoy seguro de lo que la iglesia pueda hacer para convencer al gobierno
español. Pero ten por seguro que mientras la Academia sea propiedad y esté en
control de la Iglesia, vamos a seguir apoyando a nuestros cazadores y formando
nuevos.

Juan sintió el brote de esperanza dentro de sí, pero el calor fue escaso.

—¿Pero por cuánto tiempo?

Juan miró a Diego, quien se negó a mirarlo a los ojos. Los dos habían oído los
rumores desde hacía meses acerca de un movimiento dentro de la misma Iglesia
para hacer un tratado con los vampiros. Era escandaloso, impensable, y ahora no
demasiado aterrador para ser verdad.

—Durante el tiempo que haya aliento en nuestros cuerpos ―prometió Diego,


quitando una mano del volante y santiguándose.

Juan hizo lo mismo.

—Amén.

—Voy a necesitar tu ayuda para hacer frente a los estudiantes. Vamos a tener
que encontrar una manera de explicarles la situación, para que se preparen.

—Por supuesto —exhaló Juan lentamente a medida que la enormidad de lo que


estaba ocurriendo descendió sobre sus hombros ya muy cansados―. Y yo
necesito la tuya cuando le diga a mis cazadores. Si ellos vuelven.

—Pareces preocupado.

Apoyó la cabeza contra el asiento, preveyendo a sus pendencieros pupilos. Los


extrañaba. Esperaba que todavía estuvieran vivos.
—Ellos son los correctos en el momento adecuado, pero no puedo hacer que ellos
lo vean. Ni siquiera puedo hacer que trabajen junto sin pelear y pelear.

—Así igual que en la Iglesia, como en el mundo —dijo Juan, riéndose


amargamente.

—La resistencia en Nueva Orleans es un desastre, pero al menos aún hay gente
dispuesta a luchar y morir por lo que es correcto.

—Necesitamos más de ellos, y no sólo en los Estados Unidos —observó Diego

—Lo sé. Ahora que España ha caído, no sólo es subterráneo, la Resistencia, para
liberarnos a todos. Hombres y mujeres que viven en el miedo y actuando con
desesperación, es todo lo que tenemos ahora —dijo Juan.

—Entonces eso debe ser nuestro punto de partida —respondió Diego.

SALAM ANCA

PADRE JUAN, HOLGAR, SKYE, JENN, ANTONIO, ERIKO, Y JAM IE

Jenn estaba en su propia cama y mirando al techo, respirando el aroma familiar


de la Academia. A su llegada el Padre Juan les había dicho que les vería por la
mañana, luego habían sido enviados directamente a sus habitaciones para
dormir.

Todos menos Holgar, eso era. Iba a ser luna llena, y Jenn estaba secre tamente
agradecida de que hubiesem llegado a Salamanca dos horas antes del anochecer.
Sabía que él se encerraba en algún lugar, mientras cambiaba. Ella no quería
verlo.

Antonio y uno de los sacerdotes habían llevado a Heather a alguna parte, no


sabía dónde. Era habitual y tomaba un total de veinticuatro horas para que un
nuevo vampiro despertara, un ciclo completo de día y noche. Podría
ocasionalmente tardar un poco más, pero nunca menos.

Habían salido del barrio francés por el oeste de la I-10 en la furgoneta de Marc,
preparando un vuelo al azar a Madrid. El sol había iluminado a un hombre en un
traje negro, que estaba de pie frente a un auto negro sin marcas, estacionado a
través de su carril de tráfico, las manos extendidas para que se detuvieran.

Él se había puesto las gafas de sol y una pequeña cruz de Jerusalén en la solapa.

—Hay un jet privado esperándoles —había dicho—. El Padre Juan lo envió.


Vengan por aquí.

Le habían seguido hasta el aeropuerto y a través de una puerta en un muro de


huracanes. Había un jet privado de color gris-mate asentando en la pista
esperando.

Eriko caminaba por la bajada de cubierta, luego hacia arriba del avión, seguida
adecuadamente por Jamie, Skye y Holgar.

Cuando Jenn salió al lado de Antonio, estaba abrigada contra el sol, se volvió y
miró al hombre, que tenía abierta la puerta del coche. Su rostro se reflejaba en
sus gafas de sol como en un espejo.

—¿Conoces a Greg? —preguntó, pensando en el hombre que había hablado con


ella en el funeral de Papa Che.

El rostro del hombre no tenía expresión.

—Ese en un nombre común —respondió—. Será mejor que te des prisa. Tuvimos
que mover algunos hilos para que esto sucediera.

Todos ellos subieron al avión para descubrir que las ventanas habían sido
bloqueadas. Antonio había resultado sólo un poco chamuscado en el milisegundo
que le tomó llegar desde el coche hasta el avión, corriendo por delante de Holgar,
que cargaba a Heather.

Una vez que se marcharon, las cosas se pusieron feas. Acusaciones y


recriminaciones fluían calientes y pesadas. Jamie estaba furioso porque habían
traído a su hermana recién convertida con ellos, y, francamente, no podía echarle
la culpa. Se hubiera sentido de la misma forma si hubiera sido la hermana de él o
hermana de alguien más, cualquiera, en realidad, a excepción de Heather.

Holgar intervino para tratar de hacer la paz, y Jamie lo golpeó. Eriko y Skye se
enojaron, arrastrando lejos a sus respectivas parejas.

Antonio no habló ni la miró durante todo el vuelo. En su lugar, había pasado con
la aún forma de Heather, inclinado sobre ella rezando.

En España, el avión había aterrizado en otra pista de aterrizaje privada, y una


limusina los había llevado a la universidad.

Los pensamientos de Jenn se mantuvieron congelados de vuelta en ese momento


cuando se dio cuenta de que su hermana se había convertido, cuando h abía
levantado la estaca en su mano, dispuesta a hacer lo correcto, y cuando Antonio
la había detenido. ¿Por qué había hecho eso? ¿Fue verdadero amor por ella, o
porque pensó que podía encontrar algún tipo de salvación en cuidar a otro
maldito?

Había demasiadas preguntas sin respuestas. Tenía la esperanza de por lo menos


ser capaz de hablar con el padre Juan y descubrir porque había dejado Nueva
Orleans con tanta prisa. Algo no iba bien, estaba segura de ello, pero no tenía
idea de lo que podría ser. ¿Qué puede ser tan malo que lo llevó a abandonarlos en
la víspera de la batalla?

Él no nos abandonó, se recordó con severidad, volteando a un lado para poder ver
la puerta de su habitación. Como niña, nunca había sido capaz de dormir con la
puerta cerrada, siempre temerosa de que un monstruo se escondía en el otro
lado. Ahora sólo podía dormir con ella cerrada con llave, para que no pudiera ver
el rostro de los monstruos que estaban justo en el otro lado.

Y yo sé sus nombres, pensó, yendo a la deriva del sueño. Su teléfono celular sonó,
lo que indicaba que había un mensaje de texto. Cogió el teléfono y lo abrió. No
había ninguna indicación de la hora, no había ninguna información del
remitente, sólo una palabra: Montana.

Se quedó mirando durante mucho tiempo. Montana fue llamado el País del Gran
Cielo. No había mucha gente allí, y supuso que había muy pocos vampiros. Fiel a
su palabra, su abuela había llevado a sí misma y a la madre de Jenn fuera del
peligro y había avisado dónde estaban.

***

Skye probaba las cerraduras una vez más de dónde Holgar la observaba desde el
interior de la jaula. No podía dejar la sensación de malestar en el estómago al
pensar en Heather, que también había sido encerrada en una jaula como un
animal. Sin embargo, Holgar era un animal. Bueno, al menos a veces. Cuando él
le sonreía, estaba lleno de calidez y alegría. Pero sus ojos estaban siempre tristes.
Ella sabía que él llevaba consigo un oscuro secreto, y que no lo compartía con
nadie. Estaba bien. Ella no había compartido los suyos con nadie. Jamie,
Antonio, y Jenn llevaban su dolor como insignias de honor, las heridas recibidas
en combate. Eriko no se permitía sentir. Skye y Holgar, sin embargo, tenía
enterrado profundamente su dolor para que nadie más lo pudiera ver.

—No estés tan triste, min lille heks —dijo Holgar—. Es sólo por la noche. Y es
mejor así. Más seguro.

—¿Más seguro para quién? —susurró Skye.

—Para todos nosotros ―dijo, mirando sus ojos. Lo decía en serio, él realmente
creía que los estaba protegiendo, como a sí mismo. Tal vez lo estaba. Pero esa
noche ella sabía que él podría utilizar algún tipo de protección extra.
—Buenas noches —dijo en voz baja, y luego salió de la habitación. Cerró la
puerta detrás de ella y luego trabajó en su magia para crear una barrera que
impidiera a cualquiera entrar en la habitación hasta la mañana. Odiaba hacerlo,
pero tenía miedo de Jamie, miedo de lo que podría hacer. Él todavía estaba
enojado, y la forma de lobo de Holgar era la personificación de todo lo que Jamie
odiaba.

—Estás seguro, Holgar ―susurró antes de dar vuelta y dirigirse a su habitación.

Una vez que hubo cerrado la puerta, Skye dibujó un círculo en el suelo.

Normalmente, ella prefería salir afuera para realizar sus rituales, de pie entre los
árboles y sentir la tierra bajo sus pies y mirando hacia la luna. Esta noche no, sin
embargo. Las fuerzas oscuras se arremolinaban a su alrededor, y no estaba del
todo segura de que alguien o algo no estaba esperando en la oscuridad por ella.

La cara de Estefan creció en su mente, y se estremeció.

Abrió su baúl y sacó las herramientas de su oficio. Necesitaba purgar la


oscuridad de su mente y romper los lazos que parecían estar obstaculizándola,
torciendo su magia de una manera en la que ella no tenía intención de que
pasara.

—Tiene que terminar esta noche —susurró en la oscuridad.

Ella esperó para ver si alguien susurraba de regreso.

***

Holgar había visto a Skye irse con una mezcla de emociones. Lo mejor era que
ella se había ido, pero él no quería que se fuera. Ninguno de su nueva manada lo
había visto nunca cambiar a lobo. El padre Juan había sido testigo de eso, pero
no los otros. Era algo que no estaba dispuesto a compartir con ellos todavía.
Pero era cuando cambiaba que más deseaba el contacto con otros. Era el lobo en
él: feroz, fuerte, y necesitando desesperadamente la comunión con los demás.

La soledad se levantaba estrangulándolo, como lo había hecho todos los meses


desde que había salido de casa para entrenar para ser un cazador. Era
insoportable aulló por el dolor de eso. Por los primeros meses casi lo había dejado
casi después de cada transformación, convencido de que no podía pasar por el
dolor del aislamiento de nuevo.

Permanece, Skye, sólo por ésta vez, pensó. Tal vez un día se lo preguntaría,
cuando supiera que ella podía manejar verlo. Odiaba comer solo, pero no era
nada comparado con lo mucho que odiaba tener que pasar por el cambio por sí
solo.

Tres veces el padre Juan se había quedado con él, y lo había hecho mucho más
fácil de soportar. Pero el sacerdote no tenía ninguna ilusión en cuanto a lo que
era Holgar. Holgar había engañado a la mayoría dejándolos pensar que era un
buen tipo. Ellos no entienden la verdadera bestia en su naturaleza, por lo que no
se podía confiar en ellos para presenciar lo que ocurría con el rose de la luna
llena.

Su pulso se aceleró de repente y empezó a sudar como si tuviera una fiebre alta.
La luna estaba llamando a su hijo rebelde, y era su deber responder. No tenía
más remedio que contestar.

A medida que su cuerpo comenzó a cambiar, Holgar aulló de nuevo, cantando a


la luna, pidiéndole un compañero.

El aullido de su lobo despertó a Eriko de lo que había sido un despiadado sueño


sin sueños. Su cabeza golpeaba, y podía oír la sangre corriendo en sus oídos. Su
brazo estaba dormido, torcido debajo de ella, pero cuando trató de darse vuelta,
el dolor corrió como el fuego a lo largo de los nervios de su cuerpo.

Gimió y se quedó inmóvil, deseando que el dolor cesara. Los músculos


sobrecargados estaban retorcidos, tratando de curarse a sí mismos, otros de los
efectos del elixir. Se había roto cinco huesos en la mano durante la batalla, y casi
recomendados. Su pie izquierdo estaba hinchado, casi irreconocible, un esguince
y moretones por todas partes. Hubiera sido mucho mejor si realmente se hubiera
roto. Ella había aprendido de la dolorosa experiencia que un esguince podría
tomar cinco veces más en sanar que una rotura y volver a lesionarse con más
facilidad.

El lobo volvió a aullar, y se sentía como si el sonido sacudiera su cráneo


alrededor, golpeando desde el interior.

—¿Por qué alguien simplemente no acaba de disparar a ese lobo? —se quejó. Un
momento después se arrepintió de sus palabras, al darse cuenta de que el lobo en
cuestión era probablemente Holgar.

Holgar. Él era un luchador, un miembro fuerte del equipo. Ella deseaba que él y
Jamie no estuvieran constantemente contra la garganta del otro, sin embargo.
Era agotador tratar de evitar que se maten unos a otros.

Así como yo estuve a punto de matar a ese hombre, ese humano, pensó. Revivió
una vez más el horror de ese momento, y agradeció a cualquier deidad que
quisiera escuchar el que ella hubiera sido capaz de contenerse. Ella era
consciente de que no podía tener tanta suerte la próxima vez.

Extendió su mano y tomó dos analgésicos, haciéndolas estallar en la boca y


tragándolas enteras. Resolvió que en la mañana iba a hablar con el padre Juan
de ir a ver a un médico. Necesitaba algo más fuerte para controlar el dolor. Tal
vez podría obtener una receta de algo real que lo detuviera. Exhausta, se volvió a
dormir sin haber movido su brazo.
***

Jamie paseaba por su habitación como un animal enjaulado. Normalmente, no


tenía problemas para conciliar el sueño después de una misión, pero su sangre
aún estaba hirviendo sobre todo lo que había sucedido. Había pensado en ir con
el Padre Juan y despertar al sacerdote, exigiéndole lidiar con los problemas
actuales, como Heather, y su mascota vampiro. Y ese maldito lobo, pensó,
mientras en la distancia Holgar aullaba.

Se acercó a su baúl y sacó sus herramientas y el esqueleto a medio formar de un


arma de fuego. Su abuelo lo había hecho a la antigua usanza, a mano, y le había
enseñado a Jamie a hacer lo mismo. Dejó escapar una respiración lenta y se puso
a trabajar.

***

Aurora conoce a mi señor. ¿Sergio la mandaría a buscarme? ¿Quién es ella y que


quiere?

Melancólico, Antonio vigilaba el cuerpo de Heather. Pronto se despertaría a su


nueva vida como vampiro, y se negaba a perder el momento del revoloteo de vida.
Tenía que ayudarla, para salvarla, por amor a Jenn.

No sólo por Jenn, reconoció. Si él pudiera ayudar a Heather a enfrentarse a su


bestia y ganar, entonces no sería el único, habría dos vampiros que podrían
controlar sus impulsos.

No podías controlarlo en Nueva Orleans, su mente se burlaba de él. Eso fue parte
de lo que lo asustó tanto. Durante años se había engañado al pensar que lo que
tenía que hacer era estar bien, dedicarse a Dios, y que todo estaría bien.

Ahora sabía que eso no era cierto. No todo iba a estar bien, porque no importaba
la cantidad de penitencia que hizo, cuántas personas había salvado, lo mucho
que oraba y estudiaba, todavía sería un Maldito.
¿Qué significaba esto para sus posibilidades de vivir una vida normal, para amar,
o incluso pasar la eternidad en algún lugar que no fuera el infierno?

Eso le aterrorizaba, porque por alguna razón siempre había creído que un día
simplemente se detendría. Se despertaría y descubriría que Dios le había
sonreído, y podría volver a caminar en la luz del sol, comer comida de verdad,
besar a Jenn sin pensar en matarla. ¿O era una promesa que susurró el maligno
tentándolo?

—Dios —gimió, cuando se inclinó sobre Heather—. Ayúdame.

***

El padre Juan se sentó en su oficina, perplejo acerca de cómo los cazadores


habían llegado a casa. Había esperado un mensaje para decirle acerca de su
vuelo a casa, pero nunca había llegado. Y ahora estaban de regreso, contándole al
guardia de la noche una historia sobre un hombre con gafas y un jet privado.

No había enviado a tal jet. Tal vez tenía más aliados de los que pensaba. Tal vez
fue otro de los peligros imprevistos. Algo más de Aurora teniendo que ver con
esto.

Su equipo necesitaba urgentemente la victoria en Nueva Orleans. Ellos eran la


fragmentación, parte del despedazamiento separado en vez de permanecer cerca.
Ahora, con la preocupación añadida de la acción del gobierno y el nuevo vampiro
bajo su techo, y un misterioso grupo que había intercedido de alguna manera en
su nombre, no sabía cuánto tiempo podía mantenerlos juntos.

Aún era temprano. Los cazadores todavía debían de estar dormidos. Él debería
estarlo también, pero un mensaje le había llegado. Dejó que el pedazo de papel
revoloteara en su escritorio, y su corazón se hizo pesado. Las noticias de los
Estados Unidos eran tan malas como podían ser.
Dios, ¿por qué? Sabes que es necesario que esto sea una victoria con el fin de
unirlos, hacerles ver su propio potencial y vivir conforme a ello. Y sin embargo,
nada había cambiado.

Jenn aún se negaba a reconocer sus dones, a asumir la responsabilidad y asumir


su legítimo lugar en el equipo. Había dejado que se fuera a Estados Unidos con la
esperanza de que reforzara su resolución y que encontrara el coraje que
necesitaba para ser una fuerza a tener en cuenta. Había lanzado runas y dicho
decenas de oraciones y sabía que ella había tenido la intención de ir. Heather
tenía que valer la pena por el sacrificio, o estaban condenados. Con Heather
ahora siendo una Maldita, no sabía que esperar de Jenn.

La inquietud de Antonio estaba creciendo cada vez más, otro motivo de


preocupación. El padre Juan no había desalentado la relación entre Antonio y
Jenn. La verdad era que había algo poderoso en su amor, algo trascendente. Sólo
podía relacionarlo con el amor de Dios. Había peligro allí también, como lo estaba
demostrando el errático comportamiento de Antonio. Le preocupaba que el
vampiro no estuviera comiendo con regularidad. Ayunos forzados podrían llevar a
atracones incontrolados. Le preocupaba que su vampiro pudiera morder a Jenn
por accidente, o a Jamie a propósito.

El padre Juan presionó sus dedos en las sienes. Jamie era otro problema, un
barril de pólvora a punto de explotar. Había impedido el regreso de Jamie a
Irlanda, no porque lo necesitaba en Salamanca, sino porque Jamie lo necesitaba.
Por su cuenta en Belfast, estaría muerto dentro de una semana.

Era un luchador astuto y cruel, pero no tenía ninguna inclinación que ocultar,
prefiriendo en su lugar echar de bruces a todo el mundo en su umbral, incluso si
eso lo mataría.

Por encima de todo Eriko no podía dar lugar, Holgar no podía confiar y Skye no
podría realizar incluso los hechizos ofensivos más básicos.
En la graduación el elixir había ido a Eriko. Era tradición que los mejores
estudiantes lo obtuvieran, y ella había sido la mejor. Los demás, incluidos Jenn ,
habían asumido que significaba que Eriko era el líder. El Padre Juan no estaba
tan seguro de eso, pero tenía la esperanza que la dinámica del grupo los reuniera
en su propio tiempo.

El Padre Juan suspiró. Su equipo le dio dolores de cabeza, pero había otros que
eran peores. Sonó el teléfono, y respondió.

—Es Dimitri.

El conocía lo suficiente esa voz como para ser capaz de ignorar el nombre falso
que le dio.

—¿Cómo está tu viaje?

—Terrible. Tengo toda la familia aquí, incluso los primos.

—¿Todo el mundo está jugando bien?

—Lo están.

Por el tono de voz El padre Juan sabía que el rabino en el otro extremo había
perdido a su equipo en su misión conjunta en Rusia.

—Enviare un paquete de atención —susurró.

—Da.

El Padre Juan puso fin a la llamada y luego inclinó la cabeza en oración. Dos
equipos habían ido a luchar, y ahora los dos equipos estaban muertos.

Lo que estaba ocurriendo en Rusia no podría ser debido a la oposición. El señor


de los vampiros tenía que ser detenido. Él tenía que enviar a su propio equipo,
incluso si no estaban listos.
Una llamada en su puerta le hizo levantar la cabeza. Vestido con su habitual
sudadera holgada, Holgar estaba de pie en la puerta. Los primeros rayos del sol
de la mañana estaban entrando por la ventana detrás de su escritorio. El Padre
Juan lo miró con sorpresa. De toda su gente, había pasado la menor cantidad de
tiempo con Holgar.

El hombre lobo lo miró tímidamente. Si hubiera estado en su forma de lobo, su


cola se habría encogido entre sus piernas.

—¿Qué pasa, Holgar?

—Era luna llena la noche anterior.

—Sí, ¿y?

—Parece que salí de la jaula.

Para seguridad de todos Holgar había insistido en pasar las noches de luna llena
en una jaula. Lo hombres lobo sólo tenían medio control cuando estaban en su
forma de lobo.

Variaba de uno a otro, y también podría verse afectada por factores externos,
como el sueño, el hambre, el estrés y el medio ambiente.

—¿Recuerdas algo de lo que hiciste anoche?

Holgar negó con la cabeza.

—Nej. Tengo un mal presentimiento, sin embargo.

—¿Por qué?

Haciendo una mueca, el joven danés cambió su peso y frunció los labios.

―Me desperté al lado del cadáver de un ciervo que había destripado.


Hasta ahora no era demasiado malo. El Padre Juan, sin embargo, sintió que
había mucho más. Un sacerdote aprendía estas cosas.

—¿Y? ―incitó.

—La cabeza había desaparecido.

—¿Qué piensas que hiciste con él? —preguntó el Padre Juan, incrédulo. Nunca
había oído hablar de un hombre lobo quitar la cabeza y ponerla en otro lugar. No
era un comportamiento natural del lobo. Lo que significaba que tenía que haber
provenido de algún impulso de la mitad humana de Holgar.

—No sé —le susurró Holgar.

De repente oyeron un portazo y pies corriendo.

— ¡Holgar! —gritó Jamie en la parte superior de sus pulmones. El Padre Juan


cerró los ojos.

—Creo que sé lo que hiciste con la cabeza.

***

Skye inclinó la cabeza mientras estaba sentada en la oficina del Padre Juan.

Holgar se sentó junto a ella, y Jamie se sentó al otro lado de la habitación. Ella
no podía creer que Holgar había dejado una cabeza de venado en la cama de
Jamie. Eso era como El Padrino. Jamie estaba tan furioso, que había perdido la
capacidad de hablar después de su explosión inicial. Holgar también se había
vuelto terriblemente silencioso, había perdido su jocosidad habitual y la había
reemplazado por un estado de ánimo melancólico que le daba miedo.

No la asustaba ni la mitad, sin embargo, como lo hacía la cara del padre Juan.
Algo terrible había sucedido.

—¿Qué hay de nuevo? ―preguntó en voz baja Eriko.


―Nada bueno ―reveló el padre Juan―. Los dos equipos en Rusia se han perdido.
Yo los enviaré en breve. Además, tuve unas noticias esta mañana. La resistencia
en Nueva Orleans colapsó. Con la ayuda de la policía, y el alcalde recién
convertido, y sus nuevos aliados, entre ellos la mayor parte de la comunidad
vudú, los vampiros volvieron a tomar la ciudad. De los combatientes humanos no
hubo sobrevivientes.

—¿Todos están muertos? Marc, ¿todo el mundo? —preguntó Skye, la voz en un


susurro.

El padre Juan inclinó la cabeza y se santiguó. Lo mismo hizo Antonio.

—Sí, mija, todos están muertos.

Skye oyó a alguien en la habitación comenzar a llorar y después de un momento


se dio cuenta de que era ella.

—Hay más. El gobierno español hizo un tratado con los vampiros esta mañana.
Se anunció que los cazadores deben cesar sus actividades o serán vistos como
enemigos del Estado. La Iglesia seguirá patrocinando y manteniendo esta
academia, siempre que pueda, pero las cosas son bastante sombrías.

—Es el fin del mundo —susurró Skye.

Ninguna persona en la sala estuvo en desacuerdo con ella.

Estaban todos reunidos en la capilla para pensar, recordar y orar. Jenn se sentía
entumecida. Habían sido derrotados en todos los barrios. Su hermana, encerrada
en algún lugar profundo en el corazón de la universidad, era un vampiro. Las
personas con las que había entrenado y luchado en Nueva Orleans estaban
muertos, y la ciudad estaba más en control de los vampiros que nunca. El
Gobierno español había cedido, y la Iglesia, estaba, probablemente, haciendo un
pacto con los vampiros aun cuando los Salamanca se sentaban en la capilla
oscura como ovejas a la espera de ser sacrificados.
—Yo no soy un líder —dijo Eriko, rompiendo el silencio—. No es lo que soy. Yo
puedo ser el Cazador, pero no puedo ser el encargado.

—Sólo hay una persona aquí que puede hacerlo —dijo Antonio.

Jenn lo miró. Sabía que iba a seguirlo al mismo infierno si él se lo pedía.

Se oyeron murmullos por un momento, y luego Skye preguntó:

—Entonces, Jenn, ¿cuándo vas a dejar de huir de quién eres?

—¿Perdón? —preguntó Jenn, sorprendida.

—Ya lo has oído —gruñó Jamie.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Jenn.

—Necesitamos un líder, alguien que pueda pensar cómo el enemigo —dijo Skye.

—Yo sólo soy Jenn —dijo, una vez más, dando voz a lo que ella misma se
denominaba en privado.

—Exactamente —dijo Holgar—. El resto de nosotros somos animales de manada.


Soy un hombre lobo, nacido y criado en una manada. Skye es una bruja, nacida
y criada en un aquelarre. Eriko es un producto de una sociedad que valora la
comunidad por encima del individuo. Antonio ha estado estudiando setenta
malditos años para ser un sacerdote. Y Jamie, tanto como le gusta pensar de sí
mismo como un lobo solitario, es tanto un animal de manada como yo. Su
manada es IRA1.

Jamie resopló pero permaneció en silencio.

—Tú, Jenn, sólo eres única —continuó Holgar—. Dónde has crecido y la forma en
que te planteas, eres la única que realmente entiende el valor de la persona.
Piensa en lo que te llamas tú misma: ―Sólo Jenn‖. No hay manada para ti, son tu
familia, si siquiera nosotros. Eso te hace única. Eso te hace la única que puede
ayudarnos a llegar dentro de las cabezas de los maestros vampiros que no sirven
a nadie más que a ellos mismos.

Jenn se le quedó mirando en estado de shock. Pensó en las noticias que habí a
escuchado de niña, donde la gente hablaba de la ruptura de la cultura familiar y
el creciente aislamiento de los estadounidenses, especialmente de los que vivían
en la costa oeste. Combinando eso con el aislamiento al que su familia había
vivido durante esos años debido a sus abuelos.

Y se dio cuenta de repente que lo que ella siempre había pensando era algo malo,
podría ser la cosa que podría salvarlos a todos. Holgar estaba en lo cierto.

Había sido realmente una persona de manada, y luego las dudas que había
sentido sobre sí misma tendrían que obligarla a abandonar de hecho el equipo en
un intento de salvarlos a todos de su ineptitud. Tentador como había sido, sin
embargo, era una decisión que nunca había sido capaz de hacer.

Gracias a Dios.

Debido a que la necesitaban.

Porque tenía un lugar.

Porque soy especial.

Dejó su bolígrafo y se quedó mirando la frase. Fue la primera línea en su nuevo


diario, que iba a ser el nuevo Manual del cazador. El viejo, el padre Juan le había
dicho, estaba anticuado, creado en un tiempo diferente, un mundo diferente.

El diario era un hermoso libro encuadernado en cuero con ribete de oro en las
páginas de pergamino pesado. Una cosa de belleza e importancia. El padre Juan
había presentado ante ella después de que los otros se habían ido de la capilla.

—Escríbelo todo y recuérdalo. Tú eres sólo Jenn. Tú eres nuestra esperanza.


En su habitación en la Academia, ella era consciente de que Antonio patrullaba
afuera, vigilando. Escribiendo a las luz de las velas en una especia de ritual
propio, ella miró hacia abajo en la línea.

Porque yo soy especial.

Por el momento eso era todo lo que tenía que decir. Habría más, mucho más,
pero las cuatro palabras eran como cuatro velas, o los brazos de la cruz que los
Cruzados llevaban en la mano.

Porque yo soy especial.

Cerró el libro y comenzó a soplar la vela, antes de cambiar de idea. Se sentó en su


silla, y lo vio brillar.
Historia Corta de Jenn y Antonio
Traducido en el Blog Están Contigo.

Era casi la hora, unos minutos antes de la medianoche en la víspera de Año


Nuevo. Nuevo Año, cazadores de vampiros nuevos. ¿Sería yo la elegida? Me senté
temblando en la capilla de piel a antigua de la anterior Universidad de
Salamanca, la universidad más antigua de España.

Cuando estalló la guerra, la mayoría de las universidades en Europa, cerraron.

Los estadounidenses pensaron que los vampiros no nos atacarían en suelo patrio.

Pagamos un alto precio por nuestra arrogancia.

Durante los últimos doce años, Salamanca ha sido el hogar de la Academia


Sagrada Familia Contra los Vampiros. Era la escuela para cazadores de vampiros,
mi escuela.

Había estudiantes extranjeros de todo el mundo, porque la Academia era la


mejor. Los graduados de la Academia erradicaban a la mayoría de los vampiros, y
tenían la mayor habilidad de supervivencia. Había se is académicos vivos; Juan
Maldonado había sido un cazador por nueve años. Increíble.

No es que la tasa de supenivencia fuera muy buena, de los originales noventa


y seis de nosotros en nuestra clase, se había reducido a dieciocho. Nos abríamos
camino en la capilla con nuestras ropas ceremoniales negras, nuestras capuchas
ocultaban el rostió. Estábamos a punto de tomar nuestro examen final. Sólo uno
de nosotros pasaría.

Yo había temido este momento durante dos largos años, el momento en que
mi pie cruzara el umbral de la Academia, y temiéndolo durante dos meses. Diego,
nuestro Maestro, nos había advertido que a medida que el tiempo que se
acercaba, experimentaríamos gran ansiedad. .Alrededor de una docena de mis
compañeros de clase se despertaban gritando con pesadillas. En Mitad de la
noche Habían un montón de marcha. A pesar de que las drogas y el alcohol
estaban prohibidos, yo sabía que la gente bebía vino y tomaba Xanax para que
pudieran descansar un poco.

Ninguno de ellos llevaba cargas extras, por la culpa , o por el tenor de los
acompañantes yo lo hacía.

Debería decir algo, decirle a alguien, pensé. Pero yo preferiría cortar mi propio
corazón que decirles lo que había hecho. Lo que podría hacer.
El sólo pensamiento hacía que mi corazón se salteara latidos, y me aferré a la
parte posterior del banco de caoba tallado.

En los últimos dos meses, había roto un montón de reglas. Para algunas de las
cosas que había hecho, ni siquiera había reglas. Nadie hubiera soñado con cruzar
la línea que yo había saltado en el último Halloueen.

Exactamente hace dos meses, el 31 de octubre, todo había cambiado. La


Guerra Vampiro había dado un giro brutal cuando los vampiros habían asesinado
a la hija del presidente de los Estados Unidos. Los Malditos no lo pusieron de esa
manera, por supuesto. Afirmaron que la habían —liberado— convirtiéndola en
uno de ellos y que nuestro equipo la había asesinado cuando le clavaron una
estaca en su corazón y le cortaron la cabeza.

Como todos los demás, exigí venganza. Yo no veía la hora de tomar venganza.
A pesar de que nos comprometíamos a correr juntos, yo quería que un vampiro
muriera por mi propia mano. Corrí con mi grupo a través del antiguo - puente
medieval mientras el sol que moría convertía a la ciudad de piedra en una de
color dorado. Recorrimos los ceños buscando bebedores de sangre, españoles y
americanos, coreanos y suecos. Con nuestras armaduras, cantamos nuestra
canción, Canción que a mí antes me había sonado tan cursi. Traducida al Inglés,
decía así:

—Nosotros somos los cazadores de vampiros. Nuestra causa es santa. De


España venimos a salvar al mundo. ¡Corran de nosotros a la luz del sol, demonios
del infierno! ¡Es mejor que te mueras en las llamas que por nuestras manos!
Esa noche, Antonio de la Cruz estaba a mi lado. A veces tomaba mi mano
enguantada en la suya mientras atravesábamos la oscuridad. Mi ballesta golpeó
las contusiones que había conseguido de la pelea callejera el día anterior.

La niebla se levantó a nuestro alrededor como el humo de un incendio forestal. Oí


gritos y la mano de Antonio dejó la mía. Le llamé, él me contestó, muy
lejos. Vi una caía flotando en la niebla delante de mí, y corrí hacia ella. Pero no
era Antonio. Era Jack.

No pienses en él, me ordené, mi visión borrosa mientras me concentraba en el


teñido de las ventanas de vidrio de los santos. El Salvador derretido y borroso.

—Piensa en tu legado, y las promesas que has realizado. Piensa en tus abuelos.

Challes —Che— y Esther Leitner, mis abuelos, eran revolucionarios anteriores, o


al menos eran los términos para ello.

Hoy en día los llamamos terroristas. Durante la guerra de Vietnam, habían


bombardeado los bancos y las bases militares. Yo tenía una imagen de Papa Che
y Gram en un medallón alrededor de mi cuello. En la imagen, Gram tenía mi
edad. Su súper, rizado cabello, como el mío, se desplomaba a su cintura. Llevaba
una cinta de cuero, redondas gafas de montura metálica, una chaqueta del
ejército, y un par de jeans andrajosos. Mi abuelo podría haber sido su hermano
gemelo, excepto que era más alto.

Estaban tan orgullosos de mí por unirme a la Academia. Mis padres... no tanto.

De hecho, en absoluto. Ellos eran pacifistas, y me dijeron que ya era hora de


detener la lucha y escuchar a los vampiros, encontrar una manera de coexistir.
Peleamos acerca de eso, con amargura.

Mis abuelos decían que mis padres eran soñadores sin esperanza.
Cuando la guerra se hizo más brutal, yo me puse del lado de Gram y papá Che.

No había forma en que podríamos sentamos a negociar con los vampiros. Ellos
eran monstruos, rapaces bestias. También podríamos caminal hasta ellos y
mostrarles nuestros cuellos.
Pero ahora...

—Acerquémonos, —dijo Diego, mientras irrumpía en la capilla por la puerta


lateral del altar. Todos tolmos que aprender español. En los viejos tiempos, antes
de que los vampiros declararan la guerra contra nosotros, los estudiantes
llegaban a Salamanca para aprender español, no combate cuerpo a cuerpo.

Diego se paró frente a su silla de madera ornamentada, que estaba tapizada


de terciopelo negro. Negro era nuestro color, el símbolo de la oscuridad. El sol no
era para nosotros. Más de una vez me había parado a pensar cuánto más en
común los cazadores tenían con los vampiros que con el resto de la humanidad.

Así que, está comenzando, pensé, temblando. La campana sonaría a la


medianoche, tanto para celebrar el nuevo año y como un canto fúnebre para los
diecisiete de nosotros que no se convertirían en cazadores de vampiro. Los
vampiros nos cazarán a todos nosotros por el resto de nuestras vidas. Nuestras
identidades eran conocidas. Sólo uno de nosotros recibiría el elixir sagrado que lo
fortalecería para la prueba que estaba por venir, y los haría rápidos de curar. El
resto de nosotros serían invulnerables, más fáciles de matar.

El propio elixir era mágico. Había rumores de que se componía de algunas


muy raías hierbas que sólo podían ser cosechadas en una sola noche del año y
estaba en el corazón de una de las fortalezas de vampiros. Armand, uno de los
sacerdotes en la escuela, era el único que podía hacer el elixir, y nunca era
suficiente para más de un cazador.

Miré a través de la capilla de piedra a Antonio, que estaba ocupado


santiguándose. Estaba vestido con un traje negro, como yo. Debajo de la túnica
llevaba un chaleco antibalas, como yo. Su perfil era fuerte. Zarcillos de pelo negro
suelto rozaban sus mejillas. Al igual que todas las demás chicas de la Academia,
yo había tenido un enamoramiento por Antonio. Me tomó casi un año entender
que en su corazón no había lugar para el romance y las chicas. Los vampiros
habían matado toda su familia. Él era el único que quedaba. Se llevaron todo lo
de mí, era lo que decía. El ardía con un odio que me asombraba, que lo hacía
parecer un tipo de ser diferente.
En su presencia, a menudo me sentía tonta. Nadie había matado a miembros
de mi familia, o amigos. Yo había llegado a estudiar la forma de luchar contra los
vampiros, porque sonaba bien, glamorosa, y porque quería parecerme más a mi
abuela que a mi mache. Yo había sido una chica estúpida. Mientras mis
pensamientos regresaban a Jack, me di cuenta de que todavía lo era.

En la noche que me encontré con Jack —La noche de Halloween— Antonio me


había dicho que de todas las chicas en la clase, él era a la que respetaba más.
¿Me habría respetado aún si hubiera sabido que me había enamorado de un
vampiro?

No, seguramente me habría matado el mismo.

—Entiendes —dijo Antonio—, ¿por qué no puedo... — Y entonces, y ahí, yo


sabía que Antonio me amaba. No sé qué tipo de batalla privada había luchado,
pero había perdido.

Ya era demasiado tarde, pero nunca se lo dije. Nunca hablamos de eso, así que
nunca tuve que decirle que yo había sido muy cuidadosa de no dejar que mis
sentimientos se profundizaran por lo que había supuesto era una causa perdida.
Ya que nunca me dijo que me amaba, no tenía ninguna razón para decirle a aquel
viejo cliché, de que yo lo quería como a un hermano, y que no había ido más allá
de eso.

Como si fuera a hacer mi punto, me senté sola, como casi todos los demás. Los
únicos dos que se sentaban juntos eran Jamie y Skye, ambos pelirrojos. El resto
de nosotros nos vigilábamos; habíamos aprendido a endurecer nuestros
corazones. Jamie, una luchadora callejera feroz de Irlanda del Norte, era la más
dura de todos nosotros. Skye, un londinense gótico, le gustaba, pero era obvio
que no era consciente. Tenía miedo de que mis propias decisiones esta noche
pudieran matarlos.

O a Antonio, pensé, mirando la escultura desgarrada de Cristo Crucificado


colgando detrás del altar. Si no entrabas en la Academia como un creyente, te
convertías en uno: cruses, agua bendita, y hostias realmente funcionaban contra
los vampiros. La mayoría de los vampiros.
Yo conocí a uno que era inmune.

Jack, añadí a mis oraciones. No pongas su muerte en mi puerta. Pude ver mi


respiración.

Mi estómago se cerró mientras Diego me miraba directamente. Él no lo sabe, me


recordé a mí misma. No puede saberlo. He sido tan cuidadosa.

Por debajo de mi vestido negro, mi armadura estaba atada sobre un andrajoso


suéter negro viejo y un par de desteñidos jeans andrajosos. Era lo que yo había
tenido en la primera vez que conocí a Jack. Yo no estaba muy segura de lo que yo
estaba tratando de decir por llevar la misma ropa, pero sentí que era mejor ir con
ellas. Tal vez, Más seguro.

Era peligroso sentirse seguro. Posiblemente fatal. Mis abuelos nunca se sintieron
a salvo.

Ellos habían estado huyendo toda su vida. Órdenes de detención estaban todavía
activas.

—Y así, en su última noche, estamos reunidos—, dijo Diego. Me puse en posición


vertical. Mis pensamientos estaban dispersados. Era un hábito nervioso, uno
terrible-—a la deriva—, lo llamaba.

Yo había estado a la deriva cuando conocí a Jack. Podía haberme matado.

Después de tanto tiempo, todavía no estaba segura de por qué no lo había hecho.
—En primer lugar vamos a decir la misa, y luego los emparejaré para su caza
esta noche. — Diego asintió con la cabeza en la parte posterior de la iglesia.

—El propio arzobispo dará la comunión. Estarán tan bien armados como los
arcángeles.

Pero sólo uno de nosotros recibiría el elixir después del examen de esta noche.
Me pareció tan horriblemente malo, y injusto. Pasar por todo el entrenamiento, y
hacer los votos, y luego negarnos la mejor arma de nuestro lado que había. Ellos
trataban de protegernos, y algunos de nosotros haríamos nuestro camino a otras
escuelas para intentarlo de nuevo. O tal vez para enseñar. Pero, ¿honestamente?
La mayor parte de nosotros íbamos a morir.

El arzobispo y los celebrantes del altar llegaron al lado, balanceándose por el


pasillo central como los monaguillos y las chicas abrían quemadores de incienso.
Un chico alto, un poco más joven que yo llevaba una enorme cruz de oro. El
arzobispo vestía ropas negras y de oro. El era antiguo y solemne. Algunas
personas afirmaron que la iglesia mantenía la guerra en marcha, ya que quería
que los vampiros fueran eliminados. Incluso se habló de que la Iglesia había
ordenado la muerte de la hija del presidente para asegurarse de que nadie se
suavizara hacia Los Malditos.

Por fin llegó el arzobispo al altar. Levantó la mano alta y nos bendijo a todos
nosotros. Tragué saliva. Mi garganta estaba tan apretada que tenía miedo de
ahogarme hasta la muerte.

La misa continuó. Me había imaginado esta noche cien veces, quizás mil. El
esplendor de la antigua misa en latín. El simbolismo pesado. Yo había soñado
incluso con ella, que los murciélagos volarían desde el altar hasta transformarse
en palomas blancas. Pero cualquiera fuera la comodidad que la misa pudiera
atribuir en los demás estaba desperdiciada en mí.

Yo estaba temblando. Era tan frío. Entonces, finalmente, el arzobispo hizo un


gesto para que nos sentáramos en los bancos.

Diego estaba junto al arzobispo. Levantó la barbilla y empezó a leer de una lista,
en un lugar a una cierta distancia de él.

—Jamie y Skye —comenzó, al anunciar el primer par. Jamie fulminó con la


mirada a Diego, obteniendo una mirada de desprecio del arzobispo. Skye se
ruborizó hasta sus raíces.

—Eriko y Holgar —continuó. Los dos se hicieron gestos el uno al otro en la sala
con corrientes de aire.
Yo no miraba a nadie, y nadie me miraba. Antonio miraba fijamente hacia
delante. Tal vez sabía.

—Jenn y Antonio —dijo Diego, y hubieron de hecho suspiros en la capilla, como


si fluyeran.

Algunas chicas no habían renunciado a Antonio. Parecía tan absurdo y, sin


embargo, yo las envidiaba. Yo no había dejado salir ninguna de mis emociones
fuertes... antes de Halloween.

Diego terminó de leer la lista. A continuación, las campanas de la medianoche


sonaron, las cascadas de la música purificándonos, bautizándonos a nosotros.
Había vampiros en las colinas. Que habían sido avistados. Ellos sabían que esta
noche vendríamos a por ellos, y probablemente ya habrían sembrado los bosques
y las colinas con trampas para nosotros. El año pasado, los cazadores de
vampiros de posgrado habían sido sacrificados en menos de veinticuatro horas
después de esta ceremonia.

Luego de dos en dos, tomamos la comunión. Me quedé hombro con hombro con
Antonio, mientras la línea corta avanzaba por el pasillo, a aceptar la hostia y
beber el vino ceremonial del cuerpo de nuestro Salvador, la sangre de Nuestro
Salvador. Yo estaba intensamente consciente de Antonio junto a mí. Y entonces,
mientras nos arrodillamos para nuestra bendición, su mano rozó la mía.

Nunca había entendido por qué nos enviaban de dos en dos, como si fuéramos
animales en el arca, o los misioneros mormones, los mormones se hacen
compañía y se vigilan unos a otros del pecado, pero no tenían un objetivo común:
convertir a otros a su causa. Nosotros, sin embargo, estábamos en competencia
directa unos con otros. Algunos de nosotros creíamos que la Academia nos estaba
mintiendo, tal vez nos ponían juntos, porque después de que el examen hubiera
terminado, íbamos a trabajar juntos.

Luego se acabó, y salimos de la capilla. Alguien había puesto una vela en mi


mano. El brillo dorado jugó con los rasgos afilados de Antonio.
Se había hablado de la banda de vampiros salvajes en el bosque. Había siete de
ellos. Dos de ellos eran franceses, cuatro españoles, y uno, el líder, era
Americano, llamado Jack. La Academia le colgaba a Jack personalmente como
responsable de la muerte de treinta y seis de mis compañeros.

Esto es una locura, pensé, mientras fuera de la Iglesia las estacas de madera
colgaban en nuestros pechos, como arcos y flechas. Llevábamos paquetes de
cruces, agua bendita, y hostias. Armamento moderno no estaba permitido, o no
funcionaba, otro hecho inexplicable, entre tantos, que formaban lo que se nos
había enseñado acerca de los vampiros y el vampirismo.

No era cierto, por ejemplo, que ser mordido por un vampiro o beber su sangre te
convertía en uno de ellos. Nuestro lado no sabía por qué algunos seres humanos
se convertían en vampiros y otros no. Me preguntaba si el amor tendría algo que
ver con eso. Tenía una sensación de que podría salir de dudas. Esta noche.

Nos dispersaron, aunque no había nada en las reglas acerca de tener que
separarnos. Si queríamos, podíamos cazar en grupo, un grupo por última vez.
Mientras estábamos en un lugar y mirábamos hacia el valle, Anita y Marica me
abrazaron y me desearon suerte. Eriko y Holgar corrieron a lo largo de la
corriente, desapareciendo en la oscuridad. Pesadas nubes se deslizaban por el
cielo iluminado por la luna, y la niebla envolviéndose como olas del océano, alta,
implacable, húmeda y de gran alcance.

¿Jack puede dominar los elementos? Me pregunté con ansiedad. Mi corazón


estaba tratando de dar un salto fuera de mi pecho, y golpeando fuerte en mi
garganta. Estaba helada del miedo. Diego había jurado que si seguíamos
entrenando y entrenando, los reflejos se harían cargo y pelearíamos sin pensar.
Tenía la esperanza de que eso fuera cierto.

La niebla corrió a lo largo de nuestros tobillos, luego se duplicó de nuevo


subiendo a nuestras pantorrillas. Nosotros estábamos en lo profundo cuando
Antonio se volvió hacia mí y dijo: —Yo lo sé.
La luz de la luna brillaba sobre la corona de la capucha como un halo. La niebla
barrió detrás de su espalda y se disperso, dando la impresión de alas. No podía
ver su rostro. Su voz estaba dura y enojada.

—Tú te has escabullido tres veces para verlo —continuó.

Oh, Dios. —Antonio —le dije. Mi voz estaba ronca—. Ellos no son todos iguales.
Así como nosotros no somos todos iguales.

—Todos aquí están dedicados a la causa —dijo—. La guerra santa contra los
vampiros. Excepto tú.

—Yo lo estaba —le dije—. Y luego... el día de Halloween... — Me callé mientras


Antonio salía de la luz de la luna.

— ¿Crees que eres un heroína romántica? Julieta Y el es Romeo. El es un matón


asesino que se complace con lo que hace. Y tú lo sabes. Tú lo sabes.

Me humedecí los labios. Mi lengua estaba tan seca como el polvo que cubría las
tumbas de los enterrados en la capilla. Nuestros muertos venerados. En algunos
casos, no había habido nada que enterrar. En otros, una mano, o una cabeza.

—Sé que se nos ha dicho eso, —por fin pude decir. La cara de Antonio estaba
contraída por la rabia. Levantó una mano como si fuera a golpearme.

—Mierda —dijo con los dientes apretados—. Si tenías estas dudas y estas
creencias, deberías haber hablado. Deberías haberte ido.

—Lo sé —dije con voz entrecortada. Traté de mirar hacia otro lado. Yo no sabía
qué decirle, pero eso resultó ser la menor de mis preocupaciones. Desde algún
lugar cercano, una chica gritó. El sonido era agudo y terrible. Luego se cortó
abruptamente.

Los vampiros estaban cerca, y uno de mis compañeros de clase ya estaba muerto.
Antonio agarró mi mano y me llevó en la dirección opuesta. — ¿No deberíamos
estar persiguiendo a los vampiros?— Le pregunté, chasqueando los dientes
juntos, mientras tropezábamos sobre el desigual suelo.

—Eso es lo que quieren que hagamos —dijo él—. ¿Cómo lo sabes?

—Porque es lo que yo haría si fuera ellos. Los sentidos humanos no pueden


igualar los suyos en esta oscuridad y niebla. Ella sólo tuvo tiempo de gritar
porque ellos querían que lo hiciera.

Saqué mi mano liberándola de la de él, caí de rodillas y comencé a sentirme


miserable.

— ¿Qué te pasa? —siseó él—. Ella no es la primera que conoces que ha sido
asesinada.

Tenía razón, pero ¿cómo podía explicarle cómo me sentía? Por alguna retorcida
razón, los últimos dos años no parecían reales para mí. Era como si yo fuera una
concursante de una demostración de un juego enfermizo. ¿Quién recibirá el elixir
fabuloso? ¡Sintonice la próxima semana para averiguarlo! Yo estaba cambiando.
Yo no era ya una chica. Me sentía como una mujer. Y yo le debía eso a Jack. Me
había sentido tan viva cuando me sostenía, me besaba. Yo había escuchado
cuando él hablaba de su amabilidad y que la paz era todo lo que quería
realmente.

Me había parecido la cosa más madura de hacer, escucharlo y tratar de


entenderlo.

Ahora, me preguntaba si se había estado riendo de mí todo el tiempo.


Me empujé a mí misma sobre mis pies. ¿Tal vez la chica que había gritado no
estaba realmente muerta? Yo sabía que era una locura creerlo, sin embargo.
Antonio me cogió del brazo para estabilizarme. — ¿De qué lado estás? Si no es el
mío, entonces debes irte. Ahora.

Me miró profundamente con sus ojos solemnes. ¿Por qué no me había dicho hace
meses la forma en que se sentía en vez de haber esperado tanto tiempo?
Debería haber estado en casa, pasando la noche jugando juegos con mi familia y
riendo con mis amigos. En lugar de eso había elegido irme, correr, desaparecer
después de una mala pelea con mi mamá y mi papá. Yo había llegado a España
debido a que la Universidad tomaba a cualquiera que tuvie ra por lo menos
dieciséis años. Yo tenía dieciséis años (apenas) y sabía que mi vida era mía. Mis
padres no me podían controlar, no dentro de las salas de la Universidad.
Tomé una respiración profunda. Correr me había metido aquí. Correr de nuevo
probablemente sólo haría que todo empeorara. —Yo estoy contigo —le prometí a
Antonio. Pero yo sabía que no podía matar a Jack. Yo todavía rogaba que
sobreviviera. Pero el resto de la banda era presa fácil por lo que me concernía.

Antonio asintió, pero antes de que pudiera moverse un vampiro salió de la


oscuridad detrás de él, su cara una máscara de la muerte de colmillos retorcidos
y lujuria. Y Diego estaba en lo cierto, el entrenamiento se hizo cargo. Tiré a
Antonio a un lado, tomé una estaca, y se la clavé en el pecho del monstruo. Se
paró en seco. Fue un momento antes de que cualquiera de nosotros se diera
cuenta de que le había errado al corazón.

Antonio recuperó el equilibrio, mientras yo empujaba una cruz en la cara del


vampiro. La criatura se ilumino como un árbol de Navidad, las llamas lamían sus
ojos, haciendo que pareciera mucho más demoníaco. El grito que vino de el casi
me paralizó. Antonio sacó una espada corta de debajo de sus ropas y decapito a
la criatura en un movimiento. La cabeza cortada rodó por el suelo como una bola
horrible, una pelota de fútbol en llamas. Antes de poder detenerme a mí misma,
lo pateé en la medida de lo que pude. Navegó hacia el cielo, colgando un momento
mientras las llamas bailaban sobre las láminas de niebla.

Y fue entonces cuando vi al resto de ellos. Los vampiros se encontraban en un


medio círculo suelto, enfrentándonos. Tenían a Anita y Marica. Mientras
observaba, los vampiros, con sonrisas enfermas, poco a poco hundieron sus
dientes en el cuello de las dos chicas.

—¡No!— grité, corriendo hacia adelante.

Antonio me agarró por la cintura y me hizo girar. —¡Corre! —susurró en mi oído.


La oscuridad presionado, e hice lo que dijo. Corrimos durante diez minutos,
torciendo el camino y alrededor de los árboles, escalando constantemente hacia
arriba, lejos de la Universidad. Por fin Antonio me llevó a una cueva y seguido,
encendió un solo fósforo para mostrar el camino.

Yo nunca había estado tan lejos de la Universidad y miré hacia la parte posterior
de la cueva. No podía ver una pared, justo en un recodo del camino.

— ¿Qué está pasando? —Tenía tantas preguntas, pero esa fue la que llegó
primera a la superficie.

—Las cosas han ido mal —dijo Antonio—. Se suponía que les cazaríamos, pero en
vez de eso ellos nos están cazando.

—Y por lo menos tres de nosotros ya están muertos —le dije.

—Más—, dijo Antonio oscuramente.

Yo quería desesperadamente preguntarle cómo lo sabía, pero realmente no podía


soportar la respuesta. Pensé en todos mis compañeros restantes y me pregunte
cuántos de nosotros sobreviviríamos la noche.

—Esta cueva es como una red. Podemos movernos a través de ellas de forma más
segura de lo que podemos por el suelo del exterior.

Miré dudosamente a la oscuridad que parecía más profundo que la noche.

—Soy claustrofóbica —murmuré.

—Mejor aterrorizada que muerta —dijo—. Hablando de eso, toma un momento


para vendar tu herida.

Intrigada, me miré a mí y me di cuenta de que algunos matorrales me había


rayado a través de uno de los agujeros en mis pantalones vaqueros. Me arranqué
un trozo de tela de la parte inferior de mi manto, saqué un tubo de antiséptico de
mi bolsillo y vendé la herida. Una vez que la guerra había comenzado, habían
empezado a poner extracto de ajo en las cremas de antibióticos con el fin de
neutralizar el olor a sangre fresca. Yo nunca había estado más agradecida por la
innovación.

El único que los vampiros podían hacer mejor que ver en la oscuridad era oler
una gota de sangre a kilómetros de distancia.

—Si salimos de esta con vida, voy a tener que pedirle disculpas a mi madre, —le
dije, haciendo un trabajo rápido con los vendajes—. Y voy a tener que darle las
gracias.

— ¿Por qué?

—Por esto, —tiré un Glowstick58 apagado de mi bolsillo—. Ella lo envió en mi


último paquete de cuidados.

Antonio guardo su caja de fósforos y encendió el fuego del Glowstick. —Voy a


agradecerle a ella también.

—Entonces, ¿cuál es el plan de juego? —Pregunté, tan preparada para entrar en


los confines de la cueva como jamás lo volvería a estar.

Antonio abrió el camino, y yo lo seguí, forzando los ojos a permanecer en el


Glowstick en su mano. No estoy descendiendo en cuevas oscuras, terroríficas y
luchando por mi vida, me dije a mí misma. Tengo diez y es Halloween y estoy
tratando de vencer a los niños más grandes por el mejor dulce.

—Tenemos que encontrar una manera de derribar a los vampiros sin exponernos
nosotros mismos.

—Y esperando que estén siguiendo a algunos de los otros, ¿verdad?

—No vamos a tener tanta suerte.

— ¿Por qué?— Le pregunté, luchando por mantenerme directamente detrás de él


y en vista de la luz.

58
son varitas luminosas, las que usan en fiestas
Dudó. Cuando finalmente habló, su voz era tensa. —Hay algo que probablemente
debería haberte dicho antes.

Así que, no era la única que mantenía secretos. La revelación me dio una
sensación de alivio y otra cosa, además de centrarme en el hecho de que las
paredes de la cueva parecían estar más cerca.

— ¿Qué es?

—Yo soy conocido por los vampiros, y he hecho muchos enemigos.

Esperé a que continuara. Nada de lo que había dicho vino como una sorpresa real
para mí. El silencio se extendía entre nosotros y finalmente se fue. —Creo que
van a tratar de encontrarnos antes de ir detrás de los otros.

Había algo que no me estaba diciendo. Pensé en ponerlo al tanto de eso, pero
todavía me estaba tambaleando bajo el peso de mi propio culpable secreto.
¿Dónde son varitas luminosas, las que usan en fiestas estaba Jack? ¿Iríamos a
chocar con él pronto?

Un crujido repentino adelante nos hizo a ambos congelarnos en seco. Yo tenía la


mano en el brazo de Antonio, y yo podía sentir el juego de sus músculos bajo la
piel. El cambió un poco lentamente para poder presionar la espalda contra la
pared de la cueva y yo hice lo mismo, mi corazón dando golpes sin control. No
quiero tener que pelear aquí. No quiero morir aquí.

Hay tan poco espacio, que bien podría ser un ataúd. Mi ataúd. Negué con la
cabeza, tratando de borrar eso. Concéntrate, concéntrate, concéntrate! Oí un
sonido sibilante suave y luego un murciélago voló justo al lado de nosotros, sus
alas rozando la punta de mi nariz. Me di un tirón, golpeando mi cabeza contra la
pared de la cueva. Todas las historias que había oído acerca de los vampiros
cuando era una niña acudieron a mi mente. —Vampiro— Di un grito ahogado.

Antonio se rió, bajo y profundo, y el sonido cortó a través de mi terror. —Tú


sabes que los vampiros no pueden transformarse en murciélagos.
Y tenía razón. Yo lo sabía. Había pasado los últimos dos años estudiando
vampiros, no del tipo de ficción, sino los reales, sólo-mientras-te-mate-
seduciéndote.

Continuamos avanzando, un poco más rápido ahora, que era un alivio, ya que
requería más atención por mi parte para no torcerme un tobillo. Estábamos a
través de varios túneles, que se separaban en corredores más pequeños hasta
que yo supe que nunca podría encontrar mi camino de regreso.

—Sabes que te quiero, —dijo Antonio, rompiendo el silencio que había caído una
vez más entre nosotros.

Yo no sabía cómo responder. Era una declaración, no una pregunta, como si no


pudiera haber duda de que yo sabía que él me amaba. Yo había logrado evitar el
tema durante dos meses. Mientras ahora yo contemplaba la forma de dejarlo de
lado, sin embargo, un par de cosas se me ocurrieran. Primero, prefiero hablar de
ello que pensar en las cuevas por las que íbamos caminando.

Segunda, uno de nosotros dos probablemente moriría antes del amanecer. De


repente, hablando de eso parecía una buena idea.

—No estoy segura de que yo realmente lo supiera, —le dije, haciendo una mueca.
Yo estaba agradecida que no podía ver mi cara. Mi intención era rechazarlo
suavemente. Sin embargo, había una parte de mí que en realidad había querido
oírle decir las palabras.

—No sé cómo podría haber sido más claro. Te amo, Jenn.

Todas las chicas sueñan con un tipo que les diga eso. Cuando era más joven,
pasé horas y horas imaginando oír esas palabras, visualizando quien las diría,
donde sería, cómo me sentiría. Pero ni en mis sueños más salvajes, yo podría
haberme imaginado un chico como Antonio. Y aunque por lo menos una o dos
veces había pensado podría escuchar esas palabras en alguna víspera de Año
Nuevo, yo nunca podría haber previsto oírlas en medio de una cueva mientras
teníamos una batalla con los vampiros. Y, ciertamente, nunca había esperado
tener unas reacciones mixtas a las mismas palabras.
En el momento en que las dijo en voz alta yo sabía que aún tenía sentimientos
hacia Antonio. Quería tanto mantener mi corazón cerrado y mantenerme
apartada, que tal vez eso no era realista. —Yo no me permití sentirme así por ti
de esa manera porque parecía muy obvio para mí que no había ninguna
posibilidad, —admití.

—Era… importante... para mí mantenerme centrado en el por qué estábamos


aquí.

—Sé que los vampiros mataron a toda tu familia. Pensé que la venganza era todo
lo que querías.

El se echó a reír, una risa dura, tan amargada y tan diferente de la anterior.

—Sí, tienes razón, la venganza es todo lo que quería.

—¿Y ahora?

—Ya te he dicho que te amo.

—Yo creo que... estoy en enamorada de Jack—, admití. Ahí, lo dije. Yo contuve la
respiración, con miedo de lo que sería su respuesta.

—No, no lo estás, —dijo en una voz tan baja que apenas lo escuché.

Esa era una respuesta que no esperaba. —¿Por qué dices eso?

—Él es un vampiro.

—Eso no significa que no pueda amarlo.

—Yo no estoy diciendo que no puedas amar a un vampiro, sólo que no amas a
ese.

—No te sigo, —dije con frustración.


—Él te hipnotizó. —Me detuve en seco en mis pasos. Antonio dio unos pasos más
antes de darse la vuelta.

La luz de la Glowstick arrojaba sombras alrededor de la cueva en patrones


extraños, y bailaban en su cara. Yo quería decirle que estaba equivocado, que era
una mentira.

De alguna manera pregunté en su lugar, — ¿Cómo lo sabes?

—Simplemente lo sé. Detente y registra tu alma. Tú lo sabes, también.

Todo parecía detenerse, volverse muy lento como en una pesadilla. Donde mi
obsesión por Jack se había flameado y quemado, algo helado y frío se acercó a mi
tumba.

Di un grito ahogado. Yo no había sido yo misma. Él me había utilizado.


Mientras que el conocimiento se apresuraba, empecé a temblar y a llorar. En dos
años, no había derramado una lágrima por los muertos, o el dolor. Ahora todo
parecía decidido a ser puesto en libertad inmediatamente.

—¿Que me ha ocurrido?— Le pregunté a Antonio. Cuando se me acercó y me


sostuvo, sentí que él también temblaba.

—Creo que Jack te hipnotizo para llegar a mí, —susurró—. Lo siento muchísimo.
Sólo recuerda que mientras tú estés consciente de ello, su magnetismo estará
roto.

Me aparté y me sequé los ojos en la manga. Pero... pero había sido tan real. Y
ahora, sólo otra mentira de vampiro. No habían venido en paz. Jack no había
venido por amor.

—Jenn, —dijo Antonio—. Lo siento.

—Tenemos que seguir adelante, —le dije fríamente—. Tenemos que matar a los
vampiros.
Él asintió con la cabeza y me tomó la mano. A medida que nuestros dedos se
entrelazaron, sentí una paz que no había conocido desde hace años. El se volvió y
comenzó a moverse a través de las cuevas medio corriendo. Lo seguí, agradecida
de estar haciendo algo al menos.

Serpenteando a través de las cuevas, perdí la noción del tiempo. Cuando


finalmente salimos de ellos, me sorprendí al ver la luna directamente sobre
nuestra cabeza. Trepamos por una ladera rocosa de unos cien metros antes de
emerger en un claro.

Los vampiros ya estaban allí. La sensación de malestar en mi instinto me dijo que


habían estado esperando por nosotros.

Y allí estaba Jack. Él extendió su mano hacia mí exactamente como yo lo había


imaginado haciendo la última de varias noches de insomnio. Su sonrisa era
amplia, ya no era tan divertido como yo lo recordaba, sino simplemente
arrogante. Sus ojos se reían y eran crueles. Pude ver todo lo que había estado
oculto a mí antes. Él me había fascinado. Maldita sea. Él me había engañado.
Pero yo era libre. Y él no lo sabía.

Le di un apretón a la mano de Antonio, con la esperanza de que entendiera lo que


yo iba a hacer. Yo me adelante con una sonrisa en mi cara, el corazón desbocado
fuera de control.

—Amada, —dijo Jack, cuando estaba a sólo unos pasos de distancia.

Él me había llamado así antes, pero esta vez me ruboricé de vergüenza en lugar
de emoción. Fuera de las esquinas de mis ojos, pude ver a los otros vampiros.
Ellos querían verme muerta. Yo podía sentir el odio viniendo de ellos en ondas.
Más que eso, sin embargo, querían a Antonio muerto. Yo lo entendía todo ahora.

Yo era sólo la carnada.

Si yo pudiera matar a Jack antes de que pudieran detenerme, Antonio tendría


una oportunidad de combate. Un búho ululaba no tan lejos, y yo hice todo lo
posible para no volver la cabeza. Ninguno de los vampiros parecía darse cuenta,
pero yo sabía que no era un verdadero búho sino que era nuestra compañera de
clase, Jamie. Era un mensaje: Ton no está solo.

Y yo sonreí aún más ampliamente, Jack tenía su grupo y yo tenía el mío. Esta era
pues la lección final. No estábamos solos, no sólo los cazadores de vampiros solo
contra muchos vampiros. Nosotros teníamos amigos que luchaban y morían con
nosotros, y para nosotros. Era algo de lo que no se hablaba en la Universidad,
porque era algo que no se podía enseñar. Era camaradería construida con el dolor
compartido y la adversidad. Entendí todo ahora.

— ¿Me extrañaste?— Jack ronroneó. Llegué a estar delante de él. Él se acercó a


mí, queriendo que yo tomara su mano. Mantuve mi cara vuelta tímidamente
hacia el suelo, Cuando por fin levanté los ojos hacia él, él todavía estaba
sonriendo, confiado de que todavía estaba bajo su hechizo.

Hijo de puta.

Arranqué la estaca fuera del sujetador en un instante. —No, ¡no lo hice!— Sus
ojos de repente se ampliaron al yo levantar la estaca y sin piedad la conduje
directamente a través de su negro y vampiro corazón. Sus ojos parpadearon
sorprendidos por un momento que me suspendieron en algún lugar humillante y
vergonzoso, yo nunca dejaría que nadie me usara de nuevo. Nunca creería en las
mentiras de un vampiro de nuevo.

Luego se fue. Me di la vuelta para evitar el siguiente, el más cercano de los


vampiros, pero me tiró al suelo, sacando el viento fuera de mí. A continuación,
saltó a matarme. Sus colmillos me rozaron la garganta.

Esto es todo. Esta es la forma en que muero.

De repente, algo agarró mi torturador por detrás, y él salió volando treinta pies en
el aire. La única cosa lo suficientemente fuerte como para hacer eso era otro
vampiro.

Y mientras luchaba por levantarme en mis codos, eso fue exactamente lo que vi.
Antonio se volvió hacia mí. Yo sabía que no era un truco de la luz. Los colmillos
que estaba desnudando eran reales. Di un grito ahogado y él sonrió con tristeza
hacia mí. Entonces entendí exactamente lo que había querido decir el primer día
en la Universidad cuando él había dicho que los vampiros le habían quitado todo
de él. Su familia, sus amigos, su vida. No era de extrañar que los odiara. Y no era
de extrañar que ellos lo odiaran, uno de su propia especie los cazaba.

Jamie y Skye irrumpieron en el claro. Antonio se volvió mientras otro vampiro


salía corriendo hacia nosotros. Eriko y Holgar salieron a la batalla, sangrienta y
brutal. Los vampiros se convirtieron en cenizas a nuestro alrededor. Nuestra
ferocidad no tenía límites. ¡Esta vez los derribaríamos a todos! Jamie corrió hacia
nosotros, ahora cubierto con la sangre de los vampiros que recientemente había
estaqueado. Él patinó hasta detenerse al darle un buen vistazo a Antonio.

— ¿Algo nuevo? —Jamie le preguntó con cautela mirando los colmillos de


Antonio.

—No, algo viejo, —dijo Antonio.

—Maldita sea. —Jamie se abalanzó a estaquearlo.

Pero me interpuse en su camino.

—No. Él me salvó la vida, —me oí decir. Yo estaba temblando. —Él es... uno de
nosotros.

Quise decir que entonces y allí, nos convertimos en un equipo. Cinco seres
humanos locos y un vampiro. Pero tuvo que pasar mucho tiempo, y nos pusieron
a prueba una y otra vez mientras las noches se desarrollaban.

Pero mientras estábamos juntos en la víspera de Año Nuevo, me volví y vi a otra


media docena de vampiros salir de los árboles. Sus dientes largos y brillantes en
la luz de la luna, y silbaban en previsión de muerte.

—No me acuerdo de Jack con un grupo tan grande, —le dije—. Parece que
alguien ha estado reclutando.
—Construyendo su pequeño ejército, —añadió Antonio.

Cogí una estaca en cada puño. —Lo bueno es que tenemos un vampiro de los
nuestros.

—¡Vamos a empezar esta fiesta!— Eriko gritó. Antonio me dio una mirada a mí, y
sentí una extraña mezcla de horror y emoción. Antonio era un vampiro. Él había
dicho que me amaba.

Y yo sabía que no era una mentira.

El conocimiento me impulsó a la batalla. Me movía como un torbellino, luchando


como nunca lo había hecho antes. Yo estaba casi loca, yo estaba tan feroz. Sentí
mi estaca entrando en los pechos de los vampiros, tomando las vidas de
vampiros.

Milagrosamente, todo había terminado en menos de cinco minutos. Aún más


milagrosamente, todos estábamos ensangrentados pero aún en pie.

—Todo el mundo a vendarse. —Me puse a trabajar en mis propias heridas.

Antonio se mantuvo a una distancia segura, y por su postura, yo sabía que él


estaba tratando de recuperar el control sobre su propio vampiro. Tenía tantas
preguntas, pero ellas podían esperar. Cuando maté a Jack, su poder sobre mí
había desaparecido por completo. En ese momento, recordé que antes de que
conociera a Jack había querido a Antonio. Y no como un hermano. Jack había
torcido la emoción para sus propios fines. Él me había hecho olvidar quién era yo
por un momento. Pero eso se había terminado ahora.

Yo había querido a Antonio, y yo lo quería de nuevo. La idea era extraña y nueva,


y sin embargo, se sentía vieja. Pensé en mis padres y mis abuelos, y sentía una
conexión mareante.

¿Iba yo a algún lugar en mi corazón que ellos nunca habían ido? ¿O eran los
corazones de los seres humanos y los vampiros más parecidos que diferentes?
Yo tenía muchas preguntas. Algunas eran para mis compañeras de clase. Con
excepción de Jamie, ellos parecían bien con la idea de un vampiro como
compañero.

Yo esperaba totalmente a su vez que se volvieran contra Antonio después de


haber despachado al resto de los vampiros.

Me aclaré la garganta. — ¿Vamos a tener algún problema?— Le pregunté a mi


nuevo grupo.

— ¿Con Antonio? —Jamie frunció el ceño. Asentí con la cabeza.

—Está bien para mí, —dijo Holgar. Pero Jamie no dijo nada. Me quedé mirando a
todos con incredulidad. Después de dos años de entrenamiento para matar a los
vampiros, de ser testigos de los horrores que eran capaces de hacer, yo no sabía
cómo el resto de ellos podría dejar pasar esto tan fácilmente. — ¿Por qué?
¿Cómo?— Solté.

Eriko sonrió. —Si el padre Armand deja que un vampiro estudie en la


Universidad, entonces debe ser uno de nosotros.

Nosotros. No uno de nosotros como seres humanos. Uno de nosotros los


cazadores. Yo no había pensado en eso. El Padre Armand personalmente
aprobaba a cada estudiante para su admisión. Era un amable, pero intenso
sacerdote, con un retorcido sentido del humor. Sin embargo, ¿habría sido capaz
de decirle Antonio que era un vampiro?

— ¿Crees que el Padre Armand lo sabe? —Le pregunté.

—Él sabía que yo era una bruja—, dijo Skye con calma.

—Y él sabía que yo era un hombre lobo—, agregó Holgar, como si fuera un


conocimiento común.

Me quedé mirando a todos ellos en estado de shock. Por último, me giré para
hacer frente a Jamie y Eriko. — ¿Alguna cosa sobre ustedes dos sobre la que
deba saber?
—No, —respondió una voz profunda de las sombras detrás de nosotros.

Me di la vuelta, mi mano en una estaca, y me desplomé de alivio cuando vi que


era el padre Armand.

—Cada emparejamiento tiene un estudiante normal, y uno con habilidades


especiales, —explicó—. Es más seguro para todos de esa manera.

—Pero…

Él levantó la mano. — ¿Crees que los seres humanos son los únicos que quieren
luchar contra el mal? No. Esta guerra contra los vampiros ha perdido muchas
personas de muchos grupos. Muy pocos vampiros conservan bastante de su ser
original que con la meditación, el estudio y la disciplina pueden controlar su sed
de sangre. Antonio es uno de esos. Skye es pariente de algunos amigos míos y me
di cuenta de su talento cuando nos conocimos. Holgar, hace años, aprendió a
protegerse a sí mismo y a los demás de su aspecto de lobo. Esta guerra nos toca a
todos y, me temo, que no se detiene aquí.

—Entonces vamos a seguir luchando, —le dije—. O por lo menos, yo lo haré.

—Y yo, —dijo Holgar.

—Yo también, — Skye se unió.

Los otros hicieron eco en la afirmativa, Jamie de última. Antonio apareció de


repente cerca, deslizando su mano alrededor de la mía. Yo luché contra el
impulso de apoyarme en su hombro. Habría tiempo más tarde para nosotros dos.

—Sólo tengo elixir para uno, —recordó Armand—. Y es para Eriko.

—Sí, —dije. Yo me preguntaba cómo me las había arreglado para nombrarme


portavoz del pequeño grupo, y por qué nadie parecía oponerse.

El sacerdote, nuestro sacerdote, me sonrió. —Tú entiendes, entonces. Una bruja


puede ofrecer protección a su compañero. Un vampiro puede hacer lo mismo. Sin
embargo, un hombre lobo tiene un talento salvaje. Podía infligir un daño
intencional a su pareja y no puede cambiar a voluntad.

Eriko inclinó la cabeza. —Yo no soy digno, —ella murmuró.

Armand puso su mano sobre el hombro de Eriko y la obligó a mirar hacia arriba.
—Entonces conviértete en digna —le susurró.

Todos lo haríamos, me prometí.

—Si —Antonio me susurró al oído.

Y así empezó todo.


Nancy Holder es una escritora norteamericana y
autora de varias novelas, entre ellas numerosas
empate en los libros basados en la serie de televisión
Buffy the Vampire Slayer. Ella también ha escrito
novelas relacionadas con la ciencia ficción y
espectáculos de fantasía, incluyendo Angel y
Smallville.

Debbie Viguié autora betseller del New York Times en más


de una docena de novelas, entre ellas, la serie Wicked y la
nueva serie Crusade en Co-Autoria con Nancy Holder.
Gran parte de la escritura de Debbie tiene un margen oscuro,
incluyendo su narrado cuento de hadas, las últimas siendo
Violet Eyes, un relato de The Princess And The Pea.
Hay una línea muy fina entre el amor y el sacrificio ....
Antonio haría cualquier cosa por su amada compañera guerrera: Jenn. Él la protege,
incluso reprime sus deseos vampíricos para estar con ella. Juntos, defienden a la
humanidad de los Malditos. Pero las tensiones amenazan con dividir a su equipo de caza, y
su lealtad —su amor— se pone en duda.

Con un poder aún más siniestro emergiendo, Jenn deberá superar sus venganzas
personales.

Antonio y Jenn se necesitan mutuamente para sobrevivir, pero el mal acecha en cada
esquina. Con el destino de la humanidad pendiendo de un hilo, deben bajar la mirada a la
oscuridad... o morir en el intento.

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