Está en la página 1de 11

Clase 3

RACISMO Y DISCRIMINACION

Como señalamos sobre el final de la primera clase, pensar la igualdad requiere siempre
pensarla en el marco de la comunidad y del conjunto de derechos y responsabilidades que
derivan del vivir-en-común, ya que es la comunidad la que nos permite dar sentido,
contenido y alcance a aquello que entendemos por igualdad. Es importante tener presente
que este tipo de definiciones –desde la libertad y la igualdad hasta las nociones de
discriminación y racismo– tienen siempre un carácter social; esto es que toda atribución de
sentidos se funda y asienta sobre creencias y valores socialmente compartidos. Desde la
perspectiva del paradigma de los derechos humanos, la experiencia diaria del menosprecio
y el desinterés por el principio de igualdad nos lleva a centrar la atención en las prácticas y
situaciones que se presentan como la contracara de este principio: hablamos en este punto
de aquello que llamamos discriminación.
Nuestra tarea en este módulo se centra en la especificidad que adoptan las
modalidades del desinterés por el principio de igualdad. Con este objetivo, podemos
comenzar con una pequeña exploración que permite poner en relieve ciertos aspectos de
esta problemática. En 1925 la Real Academia Española incorpora en su Diccionario de la
Lengua la palabra “discriminación”. Esta incorporación resulta bastante reciente y tiende a
contradecir nuestro sentido común, según el cual esta palabra estaría presente en nuestro
léxico desde tiempos más remotos. Desde 1925, y hasta la edición de 2001, la palabra
discriminación significaba “separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra”.
Sin embargo, en 1970 se incorpora una segunda acepción de la palabra, en la que
encontramos puntos de contacto con el sentido actual que le atribuimos. En ese momento
se incorpora la idea de que discriminación alude también a “dar trato de inferioridad a una
persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.”

Como señalábamos, será sólo muy recientemente, en 2001, que ambas acepciones
se combinarán en la significación principal atribuida a la palabra: discriminación significa
“seleccionar excluyendo”1.

1 Respecto de las diferentes ediciones del Diccionario de la lengua española, véase la web de la Real Academia

1
Aun así, pensar el menosprecio por el principio de igualdad requiere de mayores
precisiones para poder dar cuenta de las prácticas vigentes a nivel social. Esto hace que
resulte necesario reflexionar sobre las diversas formas que adoptan ciertos modos de
interacción social, aquellas que conocemos como prácticas sociales discriminatorias. En
este sentido creemos de importancia retomar la perspectiva desarrollada en el Plan
Nacional contra la Discriminación:

Entendemos como práctica social discriminatoria a cualesquiera de las siguientes acciones:


a) crear y/o colaborar en la difusión de estereotipos de cualquier grupo humano por
características reales o imaginarias, sean éstas del tipo que fueren, sean éstas positivas o
negativas y se vinculen a características innatas o adquiridas;
b) hostigar, maltratar, aislar, agredir, segregar, excluir y/o marginar a cualquier
miembro de un grupo humano del tipo que fuere por su carácter de miembro de dicho grupo;
c) establecer cualquier distinción legal, económica, laboral, de libertad de movimiento
o acceso a determinados ámbitos o en la prestación de servicios sanitarios y/o educativos a
un miembro de un grupo humano del tipo que fuere, con el efecto o propósito de impedir o
anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos o libertades
fundamentales 2.

Un primer aspecto a destacar es que en nuestro análisis hacemos referencia a


prácticas sociales discriminatorias –en lugar de hablar de 'actos discriminatorios'– en la
medida en que dar cuenta de las prácticas sociales nos permite adentrarnos en los marcos
comunitarios que organizan, dan sentido y hacen inteligibles los actos que ponen en escena
las matrices discriminatorias vigentes en cada sociedad y para cada momento histórico. En
la medida en que no se trata de hechos o eventos aislados, consideramos de importancia
abordar esta cuestión en términos de prácticas sociales, ya que permiten dar cuenta de las
regularidades socio-históricamente determinadas de articulación entre personas, grupos
de personas y bienes sociales (simbólicos, materiales, etc.). Cuando hablamos de prácticas
sociales discriminatorias estamos tematizando aquellas formas de obrar, pensar y sentir
que, sobre la base de la asignación de atributos estereotipados, tienen como resultado
menoscabar, restringir o anular la capacidad de las personas para poner en práctica y gozar
plenamente de sus derechos.
Por su parte, cuando hablamos de racismo nos referimos a una construcción
ideológica que articula dos creencias: la primera, sostiene que existiría la posibilidad de
segmentar al género humano en grupos sobre la base de un conjunto de características

Española: http://www.rae.es/
2 VVAA (2005). Hacia un Plan Nacional contra la Discriminación. Buenos Aires: INADI-PNUD, pág. 41.

2
biológicas comunes (la “raza”, concepto que ha sido abandonado tanto por su
inconsistencia científica como por sus implicancias políticas) y, la segunda, que de dicha
pretendida segmentación se derivaría una jerarquización necesaria entre dichos grupos
humanos y las características que se les atribuyen. En suma, de manera general, podemos
decir que el racismo sostiene una pretendida superioridad de cierto/s grupo/s
poblacional/es, portador/es de determinadas características, por sobre otros. En este
sentido, es importante retomar la perspectiva presentada por Rita Segato cuando sostiene
que “la raza no es una realidad biológica ni una categoría sociológica, sino una lectura
históricamente informada de una multiplicidad de signos, en parte biológicos, en parte
derivados del arraigo de los sujetos en paisajes atravesados por una historia” 3.
A los fines de nuestro análisis resulta relevante destacar que existen distintas
dimensiones en las que se hacen tangibles las prácticas sociales discriminatorias: a nivel
simbólico-discursivo, a nivel físico-corporal y a nivel institucional-normativo. Estos
grandes patrones nos permiten clasificar las diversas situaciones y manifestaciones
concretas que adoptan estas prácticas.
El tipo de análisis que proponemos tiene la importancia de no centrar la reflexión
sobre quienes históricamente resultan (y han resultado) víctimas de diversas formas de
discriminación. Por el contrario, el objetivo es iluminar los mecanismos que hacen posible
el despliegue del racismo, la discriminación, la xenofobia y otras formas de intolerancia. Es
importante tener presente que estas prácticas son las que ponen en marcha la valencia
diferencial de las personas y que son las que sostienen y refuerzan las construcciones
simbólicas que inferiorizan a determinados grupos de personas. Es sobre estos
procedimientos (negativización, marcaje o estereotipificación e inferiorización y trato
diferenciado) que se funda la negación en el reconocimiento, acceso, goce y ejercicio de
derechos a determinados grupos de personas.
En primer lugar, destacamos aquellas acciones que apuntan a la creación y
reproducción de representaciones simbólicas y estereotipos respecto de determinados
grupos de personas. Como sabemos, los estereotipos son imágenes, ideas o referencias de
contenido reduccionista que resultan comúnmente aceptadas en el seno de las sociedades
sobre la base de la naturalización de los contenidos transmitidos. Estas referencias
proponen pautas de identificación y caracterización para distintos grupos de personas
(generalmente sobre la base de caracteres atribuidos y asociados a valoraciones negativas),

3Segato, R. (2010). Los cauces profundos de la raza latinoamericana: una relectura del mestizaje. En: Crítica y
Emancipación, año II N°3. p. 32. Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/

3
reduciendo la complejidad social a un aspecto saliente vinculado a prejuicios y “lugares
comunes”. Los estereotipos son el resultado de una selección de predicados posibles que,
por fuerza de la costumbre y de las representaciones dominantes de la cultura, termina
instalándose como la forma natural de pensar. Por ejemplo, una forma típica que adoptan
estas prácticas es la de atribuir formas de comportamiento a las personas en función de su
nacionalidad y de ello derivar generalizaciones positivas o negativas: “los … son todos
vagos” en contraposición a “los … son muy trabajadores”. Lo mismo ocurre si
reemplazamos la nacionalidad por otro aspecto vivencial: el género, el aspecto físico (ya
sea el color de la piel como el peso corporal), la adscripción religiosa, entre otros.
En segundo lugar, podemos dar cuenta de prácticas sociales que se relacionan con
formas de violencia directa y de hostigamiento físico sobre personas o grupos de personas.
De manera general, podemos señalar que estas prácticas suelen sustentarse en
construcciones simbólicas que fundamentan (hacen pensable) y viabilizan (hacen posible)
el ejercicio de la violencia física directa sobre determinadas personas y grupos de personas.
Incluimos en este grupo a las prácticas de maltrato, agresión, segregación, exclusión y
marginación, entre muchas otras formas de violencia directa que se ejercen sobre la
corporalidad de las personas. Entre los muchos ejemplos que podemos citar respecto de
estas prácticas se cuentan las agresiones físicas directas a diversidades sexuales y de
género.
En tercer lugar, mencionamos aquellas prácticas de tipo institucional- normativo
que tienen como resultado el establecimiento de distinciones formalmente inscriptas en el
marco de instituciones sociales, lo que implica diversos grados de codificación de los
parámetros de inclusión/exclusión de las propias instituciones. Este fue el caso de las leyes
de Nuremberg de 1935 por medio de las cuales se establecía quienes eran o no de “sangre
alemana” y, en virtud de eso, quienes detentaban la nacionalidad y quienes eran excluidos
de esa tutela (y por tanto de el goce de muchos derechos). En lo que respecta a la Argentina,
encontramos alguna similitud con la figura de las “reducciones civiles estatales para
indígenas”. Bajo este rótulo, tal como señala Musante, encontramos “un sistema
concentracionario de personas implementado por el Estado nacional para sedentarizar,
disciplinar y controlar a la població n originaria vencida en las campañ as militares de la
regió n chaqueñ a. (…) Fueron espacios donde los grupos sociales recluidos se definieron
por una característica específica, la é tnica, y a quié nes se les atribuyó un atributo de

4
peligrosidad que justificó la estrategia de concentració n”4.

HISTORIA Y NEGACIÓN DE DERECHOS

Si bien resulta sumamente complicado –y por demás infructuoso– intentar rastrear el


origen concreto de estas prácticas, debemos destacar que en determinado momento
histórico estas formas de simbolización y de categorización de las diversidades presentes
al interior de cada comunidad fueron especialmente difundidas. Hacemos referencia aquí
al momento que de manera más directa incidió en las prácticas discriminatorias
actualmente vigentes: el período de conformación y consolidación de los Estados
nacionales modernos. Con diversas temporalidades en cada caso, la conformación de
estructuras políticas caracterizadas por el monopolio de la violencia, el control territorial
y el establecimiento de burocracias estables comenzaron a delinearse desde mediados del
siglo XVIII5.
En Argentina este proceso se inicia con los movimientos independentistas y se
consolida entre 1880 y 1930. En consonancia con las ideas vigentes a nivel internacional,
el Estado Argentino orientó su accionar en sentido de redefinir las reglas social y
políticamente vigentes. A partir de la década de 1870 comienzan a desarrollarse políticas
tendientes a regular distintos espacios de intercambio social y productivos, desde las
reformas urbanas (inspiradas en las teorías vigentes respecto de la salubridad social) hasta
el desarrollo del encierro penitenciario y los saberes criminológicos. En este marco
podemos situar, hacia el cambio de siglo, el desarrollo de políticas “modernizadoras”
fuertemente permeadas por construcciones simbólicas respecto de “lo nacional” y de sus
atributos. De la mano de teorías científicas de gran aceptación (positivismo, higienismo,
normalismo, etc.), la sociedad argentina redefinió los términos demarcatorios de su
identidad y las pautas de delimitación de incluidos-excluidos. Las decisiones políticas y las

4 Al respecto el autor destaca que “las reducciones civiles estatales no son consideradas en este trabajo como
un espacio de exterminio en el sentido de los campos del nazismo, pero sí como un espacio marcador de sujetos.
En este sentido, siguiendo a Agamben (2001), en las reducciones el sujeto que ingresa al campo ya había sido
privado anteriormente de sus derechos de ciudadano. El indígena que forma parte de Napalpí o Bartolomé de
las Casas es un sujeto que está siendo acorralado, perseguido y asesinado por las campañ as militares a la regió n.
Quié n ingresa allí lo hace en una situació n de indefensió n y subalternidad extrema ante quié nes ostentan el
ejercicio del poder”. Véase Musante Marcelo (2013). Las reducciones estatales indígenas. ¿Espacios
concentracionarios o avance del proyecto civilizatorio?. VII Jornadas Santiago Wallace de Investigación en
Antropología Social. Sección de Antropología Social. Instituto de Ciencias Antropológicas. Facultad de Filosofía y
Letras, UBA, Buenos Aires.
5Para mayor precisión respecto de este proceso véase, entre otros: Weber M.(2002). Economía y sociedad.
México: FCE; Foucault M. (2001). Defender la sociedad. Buenos Aires: FCE; y Oszlak O. (1997). La formación
del Estado Argentino. Buenos Aires: Planeta.

5
reglas sociales de interacción resultaron reformuladas: las poblaciones originarias, las
poblaciones migrantes, los niños y niñas, los portadores de determinadas filiaciones
políticas, entre muchos otros, pasaron a ser objetos de permanente vigilancia y corrección
por parte del Estado nacional.
Lo que subyace en este conjunto de políticas es la presencia de elementos narrativos
vinculados a la idea de “homogeneidad”. Nos referimos aquí a las distintas presentaciones
de esta idea: homogeneidad étnica, cultural, religiosa, lingüística, etc. Un elemento a
destacar es que, dada la vigencia de estructuras simbólicas jerarquizantes, la valoración
positiva de determinados rasgos trajo aparejada la descalificación de todo aspecto que no
coincidiera con dicha valoración. En este sentido, se asoció la noción de “normal” a aquello
estimado como positivo para la sociedad y, en consecuencia, toda “desviación”, todo
“problema” emergente en el seno de la sociedad se vinculó a personas o grupos que no se
adecuaron a la norma y la imagen de “sociedad bien ordenada”. Esta construcción
negativizante de las diversidades tildó como “anormal” a un amplio espectro social.
En este marco podemos comprender en profundidad y resignificar las implicancias
de las políticas desarrolladas con el objetivo de “integración nacional” desde los ámbitos
educativos, sanitarios, legislativos, judiciales, comunicacionales, policiales, militares, etc.
Aún cuando un análisis detallado de este conjunto de políticas resultaría demasiado
extenso en este contexto, vale la pena destacar que esta matriz general de valoración de las
determinaciones comunitarias perdura en la actualidad y su vigencia podemos constatarla
sobre la base del análisis de las prácticas sociales discriminatorias.
Es en esta clave que, si focalizamos la mirada en las prácticas discriminatorias,
notamos la extensión de los grupos de personas que resultan víctimas de estas diversas
formas de negación del principio de igualdad. En primer lugar, y sin que esta presentación
responda a la magnitud ni a la extensión de las prácticas analizadas, destacamos la situación
de quienes han sido históricamente posicionados/as en situación de dependencia: las
mujeres, los niños y niñas, y los/as adultos/as mayores. En lo que se refiere a la situación
de las mujeres, constatamos que su desigualdad social (es decir, la posición inferiorizada
en el esquema jerárquico que venimos analizando) tiene como sustento la interpretación
cultural que se hace de la diferencia biológica. Por otra parte, respecto de niñas y niños, su
inscripción social en términos de “minoridad” y dependencia de sus padres y madres ha
llevado a que sean considerados objetos de protección-tutela y judicial, desconociendo su
carácter de sujetos de derechos. Finalmente, en el caso de las personas adultas mayores,
debemos notar que su descalificación y subordinación se asocia principalmente a la

6
valoración negativa asignada a las transformaciones psico-sociales y corporales vinculadas
al envejecimiento, que lleva a las personas adultas mayores a ser consideradas “objetos de
cuidados”. En este sentido, “en nuestra sociedad, donde se valora a los seres humanos por
su vinculación con la capacidad de producir o de acumular riqueza material, el paradigma
a emular resulta ser el de la juventud, sana, fuerte y productiva”65.
Por otra parte, vale la pena analizar el impacto de las prácticas discriminatorias sobre
las personas y grupos de personas cuyas determinaciones existenciales se hallan
fuertemente vinculadas a su origen étnico y/o nacional 7. En este punto hacemos referencia
a las comunidades y colectividades de pueblos originarios, afrodescendientes, judías,
árabes e islámicas, gitanas y migrantes (incluyendo a los/as refugiados/as), entre otras. De
manera general, podemos establecer que el ideal de la “integración nacional” implicó para
estos grupos diversas formas de anulación de las particularidades culturales e identitarias
propias. El ideario nacionalista potenció el valor de la homogeneidad cultural de la nación
y, por tanto, tendió a considerar que los rasgos salientes de otras identidades nacionales
y/o étnicas atentaban contra la consolidación de las estructuras políticas y sociales
proyectadas. En este sentido, señala Grimson que la “desetnicización se vinculó a la
promesa de cierta igualdad siempre sobre la base de aceptar parámetros culturales
definidos como ‘argentinos’”8. Desde entonces toda valoración de la diferencia cultural y/o
étnica ha estado fuertemente permeada por su exotización, extranjerización y marcaje de
su “diferencia constitutiva” respecto de los valores, creencias y costumbres vigentes en la
sociedad.
En lo que hace a otros grupos de personas cuyas determinaciones existenciales no
coincidían (ni coinciden) con valoraciones positivas encontramos a quienes, por diversos
motivos, no se corresponden con el paradigma de “normalidad orgánico- anatómico-
funcional”. Este es el caso de las personas con discapacidad (sean físicas, mentales,
intelectuales y/o sensoriales) y de personas portadoras de determinadas enfermedades
(VIH y Sida, cáncer, etc.). La impronta higienista dentro del sistema social y político,
especialmente dentro del campo de la salud, estableció pautas sumamente discriminatorias
que cualifican a estas personas, sus vidas, expectativas, posibilidades y derechos.

6 Hacia un plan nacional…, op. cit., p. 92.


7 Seguimos aquí la perspectiva adoptada por el Plan Nacional contra la Discriminación, según el cual puede
entenderse como grupo étnico-nacional a “toda colectividad de individuos con tradiciones y/o lengua y/o
religión y/u origen territorial común y que asuma su pertenencia a dicho colectivo, siendo esta ‘auto- inclusión’
la característica central de su pertenencia”. Ibidem, p. 102.
8 Grimson A. (2006). Nuevas xenofobias, nuevas políticas étnicas en Argentina. En: Migraciones regionales hacia

la Argentina: Diferencia, desigualdad y derechos. Buenos Aires: Prometeo, p. 3.

7
De manera similar, personas con diversas orientaciones sexuales e identidades de
género fueron relegadas en el ejercicio de su derecho al desarrollo de una vida plena y libre
de discriminaciones. Desde un discurso que concebía a la sexualidad desde una mirada
“única, normal, sana y legal” se articularon las diversas formas de negación de derechos,
estigmatizaciones y discriminaciones que han tenido como víctimas a quienes asumían
estas identidades codificadas como “anormales”, “desviadas” e, incluso, “enfermas”.
Vale la pena destacar que el hecho de que tanto el género como la pobreza resultan
ejes transversales que se acoplan a las manifestaciones usuales de discriminación. Este tipo
de análisis, atento al hecho de que las personas sufren opresión u ostentan privilegios en
base a su pertenencia a múltiples categorías sociales, es generalmente referido como
“interseccionalidad” 9. Esta categoría de análisis resulta útil para poder dar cuenta de los
componentes que confluyen en un mismo caso, multiplicando las desventajas y
discriminaciones. Es por ello que destacamos que la estructura simbólica de valoración de
lo masculino y lo femenino ha tendido siempre a inferiorizar a las mujeres (y otras personas
feminizadas), posicionándolas en roles subalternos y minorizados. A su vez, la situación
socio-económica de pobreza y/o exclusión social ha redundado en la marginación y
exclusión social de quienes se ubican en las escalas más bajas o nulas de participación de la
renta social.
De manera general hemos presentado las matrices discriminatorias vigentes en
nuestra sociedad. Vale la pena recalcar que todos estos grupos resultan víctimas de formas
de discriminación específicas dentro de cada una de las dimensiones generales
anteriormente descriptas: simbólico-discursivo, físico-corporal e institucional-normativo.
Asimismo, volvemos sobre la idea de que las prácticas sociales discriminatorias tienen la
característica de instituirse en marcos de sentido determinados socio-culturalmente. Esto
implica que a lo largo de la historia los roles atribuidos, el tipo de interacciones posibles al
interior de cada sociedad y las expectativas para el desarrollo de una vida plena han variado
de acuerdo a un conjunto amplio de variables. En este sentido, uno de los aspectos
fundamentales que inciden y han incidido de manera determinante en la adopción de estas
pautas de interacción han sido las formas históricas en que cada sociedad se ha ido
autorrepresentando; esto es, la medida en que cada sociedad ha podido tematizar la
pluralidad, diferencia y diversidad que le es constitutiva.

9 Véase al respecto Crenshaw K. (2012). Cartografiando los márgenes. Interseccionalidad, políticas identitarias,
y violencia contra las mujeres de color. En: Platero L. (coord.), Intersecciones: Cuerpos y sexualidades en la
encrucijada. Barcelona: Bellaterra, pp. 87-122.

8
DISCRIMINACIÓN Y VIGENCIA DE LOS DERECHOS HUMANOS

En este contexto debemos destacar que la incorporación de la perspectiva y la agenda de


los derechos humanos en el escenario político y social han permitido, y permitirán en el
futuro, articular de forma novedosa los reclamos de igualdad y de reconocimiento,
acceso y ejercicio de derechos de una parte muy importante de la sociedad. Si bien a lo largo
del siglo XX pudieron constatarse ciertos avances en este sentido (derechos civiles de las
mujeres, sufragio femenino, derechos de los/as trabajadores/as, etc.), la recuperación de la
democracia en 1983 marcó un punto de inflexión, en tanto estas aspiraciones y voluntades
pudieron articularse y comenzar a ser tematizadas a nivel político.
En Argentina, hasta hace algunos años, hablar de discriminación resultaba un poco
claro ya que no se comprendía plenamente a qué se hacía referencia y tendía a pensarse
que se aludía a situaciones particulares de algunas personas: se asociaba esta noción al
antisemitismo, a personas con ciertas enfermedades, a personas con diversa identidad de
género. En todos estos ejemplos, presentados intencionalmente de forma esquemática y
exacerbada, la discriminación era entendida como un problema ajeno al conjunto de la
sociedad, limitado y relativo a algunas personas o, en el mejor de los casos, a ciertos grupos.
Es por ello que creemos de importancia destacar distintas perspectivas posibles
para hacer frente a situaciones de discriminación. Desde la mirada estatal se han
desarrollado diversas estrategias, entre ellas las políticas de acción afirmativa y políticas
de prevención y/o sensibilización. Sobre la base del reconocimiento de la herencia de las
distintas formas de discriminación a lo largo del tiempo, las políticas de acción afirmativa
se orientan a revertir las consecuencias más notorias de estas desigualdades, con el
objetivo final de eliminar los motivos que les dieron origen. Este sería el caso, por ejemplo,
de las becas educativas destinadas a alumnos/as de determinados orígenes, los cupos
legislativos y sindicales, etc.
Por otra parte, en la medida en que cuando hablamos de discriminación hacemos
alusión a prácticas simbólicas, las estrategias de prevención y sensibilización se vinculan
de forma directa a la difusión y promoción de derechos. A fin de promover la
desnaturalización de prácticas discriminatorias, uno de los objetivos centrales de difusión
de derechos apunta mejorar los circuitos de información, difusión y acceso a la justicia para
toda la población, atendiendo especialmente a la situación de quienes suelen ser excluidos
y/o marginados.

9
Una mención aparte merece la labor legislativa, en sentido de promover la sanción
de leyes centrales en esta materia. En los últimos años hemos avanzado de manera
significativa en el reemplazo y creación de normas tendientes al reconocimiento de las
diversidades y a la protección de derechos. Entre muchas otras debemos destacar la
aprobación y/o ratificación de instrumentos internacionales de protección de los derechos
humanos (Protocolo Facultativo de la Convención sobre la Eliminación de todas las formas
de Discriminación contra la Mujer, Ley Nº 26.171; Convención Internacional sobre la
Protección de los derechos de todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares, Ley
Nº 26.202; competencia del Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial para
recibir y examinar comunicaciones de personas o grupos víctimas de discriminación, Ley
Nº 26.162; Convención Internacional de los Derechos de las Personas con Discapacidad,
Ley Nº 26.378).
Asimismo, se han puesto en marcha numerosas leyes de protección específica: Ley
de Migraciones (Ley Nº 25.871); Ley declarando la Emergencia de la Posesión y Propiedad
de Tierras de Comunidades Indígenas (Ley Nº 26.160); Ley de Protección Integral de los
Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (Ley Nº 26.061); Ley de Educación Nacional (Ley
Nº 26.206); Ley de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos
(Ley Nº 26.331); Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la
Violencia contra las Mujeres (Ley Nº 26.485); Ley de Reconocimiento y Protección al
Refugiado (Ley Nº 26.165); Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Ley Nº 26.522);
Ley de Matrimonio Igualitario (Ley Nº 26.618); Ley de Identidad de Género (Ley Nº
26.743); Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (Ley Nº 27.610), entre muchas otras.
En este marco, otro aspecto de importancia a considerar son las estrategias
nacionales desarrolladas para dar cumplimiento a las obligaciones contraídas a nivel
internacional. En la Argentina, las políticas nacionales de protección y promoción de
derechos son llevadas adelante desde distintos Ministerios y Secretarías, a saber:
Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad; Secretaría de Derechos Humanos;
Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI); Instituto
Nacional de Asuntos Indígenas (INAI); Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), entre
otros. Vale la pena destacar que muchos de estos organismos son también los responsables
del seguimiento y aplicación de las distintas convenciones internacionales de derechos
humanos.
Es importante tener presente que las instituciones de derechos humanos son
relativamente nuevas en el marco del diseño institucional público. Estos organismos han

10
adoptado diferentes formas en distintos países y regiones. En América Latina suelen
ocupan este lugar predominante las Defensorías del Pueblo y las Comisiones Nacionales de
Derechos Humanos. Estas instituciones se inspiran en la necesidad de contar con un ámbito
dentro del Estado capaz de monitorear la vigencia de los derechos humanos, recibir
denuncias, realizar investigaciones sobre posibles violaciones, determinar patrones de
violaciones, realizar diagnósticos de situación, entre otra cantidad de acciones. En este
sentido, podemos decir que los avances en la incorporación de la perspectiva de los
derechos humanos han sido sostenidos.
Desde nuestra perspectiva, resulta central comenzar a pensar el paradigma de
derechos sobre la base del abandono de la premisa liberal de ciudadanía, según la cual la
incorporación a la comunidad dependía del relegamiento de las identidades y las
determinaciones existenciales al ámbito construido como “privado”, lo que en términos
prácticos equivalía al reemplazo de una identidad propia por una nueva “identidad común”.
De esta forma, es importante avanzar hacia una nueva conformación de lo estatal donde el
Estado ya no sea pensando en términos de neutralidad. La idea de neutralidad estatal
respecto de las diferencias sociales ha probado sus límites en la medida en que la
abstracción respecto de las particularidades ha tenido como consecuencia la
profundización de las desigualdades y el despliegue de prácticas sociales discriminatorias.
En la actualidad, las prácticas sociales discriminatorias atentan de manera directa
contra la posibilidad de ejercicio y, más aún, de reconocimiento de la centralidad del
principio de igualdad. A nivel social, la vigencia de este tipo de prácticas puede ser
establecida sobre la base del conjunto de actos, actitudes e ideas (incluyendo gestos, gustos,
lenguajes, etc.) que se despliegan respecto de las personas colocadas en condición de
inferioridad y/o discriminación.

Es en este sentido que hablamos de la importancia de delinear una idea de


comunidad no homogénea: retomamos aquí la perspectiva presentada anteriormente
según la cual el principio de igualdad y el “derecho a tener derechos” devienen tanto
requisitos de configuración de lo social como máximas para orientar la intersubjetividad.
Es por ello que entre las tareas pendientes de una agenda social y política activa en materia
de derechos humanos debemos otorgar un lugar preponderante al reconocimiento como
pares de quienes compartimos el ser-en-común.

11

También podría gustarte