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Lo expresable y lo místico

La vida de Wittgenstein

Ludwig Wittgenstein nace en el seno de una de las familias más ricas del imperio
Austrohúngaro, rodeado de lujos y en una Viena llena de cultura. Es educado por tutores en
su casa hasta los 13 años, edad en la que entra a una escuela técnica. Posterior a esto, inicia
una carrera en ingeniería mecánica, a través de la cual desarrolla su interés en los
fundamentos de la matemática. Siguiendo estos intereses, estudia brevemente con Gottlob
Frege, quien le recomienda continuar sus estudios en Cambridge con Bertrand Russell.

Luego de un periodo de estudio en Trinity College, se cansa del ambiente académico


de Cambridge (situación recurrente a lo largo de su vida) y se hospeda en un pequeño pueblo
noruego, donde escribe unos manuscritos que más adelante serían el Tractatus
Logico-Philosophicus. Al empezar la Primera Guerra Mundial se une al ejército austríaco
como soldado raso, periodo en el cual termina de escribir el Tractatus.

Mientras el Tractatus era publicado en 1921, Wittgenstein daba clases a niños de


primaria en un pueblo de Austria. Solo años más tarde entraría brevemente en contacto con el
Círculo de Viena, estando en desacuerdo con la interpretación que habían hecho del
Tractatus. Posterior a esto, vuelve a Cambridge y se hace acreedor de un PhD con el Tractatus
como tesis, grado que le permite ser profesor del Trinity College, posición que mantendría
hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

En este último período de la vida de Wittgenstein, ya alejado de la vida académica, se


dedica a terminar sus manuscritos. Estos manuscritos no fueron publicados en vida, solo más
adelante serían adaptados, por los ejecutores de su testamento, a los libros que fueron
publicados póstumamente. El más conocido de estos, las Investigaciones Filosóficas,
publicado a partir de los Cuadernos Azul y Marrón.

Introducciones

Debido a su particular orden y a que Wittgenstein no era una figura filosófica


conocida al momento de la publicación del Tractatus, este fue publicado con una introducción
por Russell. Aunque permitiese que el libro fuese publicado en su momento, el mismo
Wittgenstein rechazaba la introducción, pues no consideraba que Russell hubiese entendido el
Tractatus al escribirla.

Esta introducción puede dividirse en dos apartados, el primero donde Russell muestra
el contexto y explica el Simbolismo que Wittgenstein construye en el Tractatus, mientras que
el segundo apartado se refiere a lo místico y, de manera más general, a las tesis principales
del texto. Russell presenta mal el Tractatus solo en cuanto al segundo apartado se refiere, por
ejemplo, al afirmar que:

“Para que una cierta proposición pueda afirmar un cierto hecho, debe haber,
cualquiera que sea el modo como el lenguaje esté construido, algo en común
entre la estructura de la proposición y la estructura del hecho. Ésta es tal vez la
tesis más fundamental de la teoría de Wittgenstein.” (2017, p. 140).

Esta tesis, conocida como teoría pictórica del significado, a pesar de ser de relevancia
central al Simbolismo construido en el Tractatus, no es una tesis central del Tractatus. Si este
fuera el caso, el Tractatus sería un tratado de lógica y poco más, precisamente como fue leído
por el Círculo de Viena. Respecto a la tesis central del Tractatus, Wittgenstein escribió:

The book's point is an ethical one. I once meant to include in the preface a
sentence which is not in fact there now but which I will write out for you here,
because it will perhaps be a key to the work for you. What I meant to write,
then, was this: My work consists of two parts: the one presented here plus all
that I have not written. And it is precisely this second part that is the important
one. My books draws limits to the sphere of the ethical from the inside as it
were, and I am convinced that this is the ONLY rigorous way of drawing those
limits. In short, I believe that where many others today are just gassing, I have
managed in my book to put everything firmly into place by being silent about
it. (1967, p, 143).

Atendiendo a la distinción entre decir y mostrar, la tesis central del Tractatus es


mostrar lo inexpresable a través de decir todo lo que es expresable. De una manera análoga a
la que la teología negativa define a Dios, Wittgenstein trata de referirse a lo ético
precisamente al no hacerlo, puesto que si lo hiciese en términos de lenguaje ya no estaría
refiriéndose a lo ético, “está claro que la ética no resulta expresable. La ética es trascendental.
(Ética y estética son una y la misma cosa.)” (Wittgenstein, 2017, 6.421).

El mundo es todo lo que es el caso

El primer aforismo del Tractatus es el primer escalón de la escalera que dejaremos


atrás al terminar, por lo que establece el primer concepto: el mundo. Decir que es todo lo que
es el caso nos refiere al segundo aforismo, “lo que es el caso, el hecho, es el darse efectivo de
estados de cosas.” (Wittgenstein, 2017, 2). Entonces, el mundo es el darse efectivo de estados
de cosas, con estados de cosas se entiende una relación entre objetos, que forman la unidad
básica del mundo.

Pero que sean la unidad básica no implica que existan sin un hecho al que estén
adjuntos, porque es esencial al objeto que haga parte de un hecho, por lo que toda posibilidad
de los hechos ya está en el objeto. Así pues, no hay nada accidental en la lógica porque
implicaría que hay una posibilidad de hechos que no esté en el objeto, lo que no puede ser el
caso según lo antes dicho.

Por último, en esta sección de aforismos podemos ver los primeros esbozos de la
teoría pictórica del significado, pues (refiriéndose a si el mundo no tuviera substancia) “sería
entonces imposible pergeñar una figura del mundo (verdadera o falsa).” (Wittgenstein, 2017,
2.0211). De esta manera, la relación pictórica entre la lógica y el mundo descansa sobre los
objetos como unidad básica, porque de no serlo no habría un grupo de elementos que se
pudiesen contrastar entre la pintura y lo pintado.

La teoría pictórica del significado

Continuando con la escalera, la figura lógica de los hechos, que constituyen los
estados de cosas, es el pensamiento. Siguiendo el aforismo 3.01, al pensar lo que hacemos es
hacernos una figura del mundo, en el sentido que se puede hacer una representación en
geometría. En este sentido de figuración, “representar en el lenguaje algo «que contradiga la
lógica» es cosa tan escasamente posible como representar en la geometría mediante sus
coordenadas una figura que contradiga las leyes del espacio” (Wittgenstein, 2017, 3.032.) Por
lo tanto, nuestras posibilidades de figuración vienen determinadas por la lógica subyacente a
nuestro lenguaje, lo que se intenta describir en el Tractatus.

La figura lógica de los hechos, es decir el pensamiento, “puede expresarse en la


proposición de un modo tal que a los objetos del pensamiento correspondan elementos del
signo proposicional.” (Wittgenstein, 2017, 3.2). Por lo tanto, la figura lógica de los hechos es
la proposición, viene a ser la representación del hecho en el simbolismo lógico. Los signos
proposicionales de la proposición, es decir los nombres, son equivalentes entonces a los
objetos del mundo.

Alejándose de las teorías previas de Frege y Russell, Wittgenstein propone un


concepto de sentido que hace referencia a la posibilidad de correspondencia entre un
elemento de la representación y del mundo. De este sentido, se dice que “Sólo la proposición
tiene sentido; sólo en la trama de la proposición tiene un nombre significado.” (Wittgenstein,
2017, 3.3). Así pues, solo de una proposición podemos hablar entre una correspondencia
entre la representación y el mundo, no hay tal cosa como sentido en, por ejemplo, un objeto.

La filosofía; decir y mostrar

El siguiente escalón de la escalera nos lleva a la proposición con sentido, esto es,
aquella que tiene un valor de verdad. La tesis central de esta sección presenta el problema al
que se enfrenta la filosofía:
La mayor parte de las proposiciones e interrogantes que se han escrito sobre
cuestiones filosóficas no son falsas, sino absurdas. De ahí que no podamos dar
respuesta en absoluto a interrogantes de este tipo, sino sólo constatar su
condición de absurdos. La mayor parte de los interrogantes y proposiciones de
los filósofos estriban en nuestra falta de comprensión de nuestra lógica
lingüística. (Wittgenstein, 2017, 4.003).

Que las cuestiones filosóficas sean absurdas quiere decir que no tienen un valor de
verdad, esto es, no es posible establecer una relación de correspondencia entre su proposición
y el hecho del mundo que esta representa. Por esto la imposibilidad de una respuesta, de estas
proposiciones solo puede decirse que no refieren a nada. A partir de esta concepción de lo
absurdo, se pueden establecer los primeros paralelismos entre Wittgenstein y Kant, pues
“Consiguientemente, ningún objeto es determinado mediante una categoría pura en la que se
prescinda de toda condición de la intuición sensible, que es la única posible para nosotros.”
(Kant, 2005, p. 193). Así como Kant encuentra imposible acceder a objetos que no sean una
intuición sensible posible, Wittgenstein encuentra absurdo referirse a proposiciones que no
tengan un referente.

Explicitando lo expuesto en el párrafo anterior, Wittgenstein afirma “Toda filosofía es


«crítica lingüística».” (2017, 4.0031). Este sentido de la filosofía es desarrollado en un
aforismo posterior, al presentar que:

El objetivo de la filosofía es la clarificación lógica de los pensamientos. La


filosofía no es una doctrina, sino una actividad. Una obra filosófica consta
esencialmente de aclaraciones. El resultado de la filosofía no son
«proposiciones filosóficas», sino el que las proposiciones lleguen a clarificarse.
La filosofía debe clarificar y delimitar nítidamente los pensamientos, que de
otro modo son, por así decirlo, turbios y borrosos. (Wittgenstein, 2017, 4.112).

En este orden ideas, la filosofía no es una ciencia ni en el sentido de la psicología ni


en el sentido de las ciencias naturales, no tiene un objeto estudio como podría ser el lenguaje,
sino que es una actividad que se dedica a la clarificación de las proposiciones. A su vez,
clarificar lo que es y no es una proposición con sentido, le pone límites a la ciencia, en tanto
aquello que no se puede poner en proposiciones con sentido no puede ser una ciencia.

Por último, en esta sección también se encuentra la primera referencia explícita a


mostrar, “La proposición muestra la forma lógica de la realidad.” (Wittgenstein, 2017,
4.121). Lo que quiere decir que algo sea mostrado es que no se está dando en una proposición
con sentido, pues no podemos establecer una correspondencia entre la forma lógica de la
proposición y la de la realidad, por lo que la forma lógica de la realidad debe ser mostrada a
través de la propia proposición. Un ejemplo de esto es la proposición P∨⌐P, que por sí misma
no dice nada, mas muestra que solo existen dos posibilidades, P o ⌐P.
La libertad y el yo

Siguiendo lo que fue presentado en el aforismo 1.21, se explicita que “de una
proposición elemental no puede inferirse ninguna otra.” (Wittgenstein, 2017, 5.134). De esto
se sigue que la creencia en la causalidad sea una mera superstición, dado que de un estado de
cosas particular no puede deducirse otro. Así, la libertad de la voluntad queda dada en que no
podemos conocer las acciones futuras en el presente en tanto toda inferencia es a priori.

Que los límites de mi lenguaje sean los límites de mi mundo significa que “lo que no
podemos pensar no lo podemos pensar; así pues, tampoco podemos decir lo que no podemos
pensar.” (Wittgenstein, 2017, 5.61). De esta manera, el solipsismo se cae porque pretende
decir aquello que no podemos pensar, en la medida en que el que el mundo sea mi mundo se
muestra en los límites de mi lenguaje.

Entonces, el yo no puede ser encontrado en el mundo porque es un límite de la misma


manera que el lenguaje lo es. Este es el yo filosófico, no un yo psicológico que refiera a un
sujeto interno, sino un límite del mundo de manera análoga a la que el ojo no es sujeto de la
visión, dado que no podemos inferir que el campo visual pertenezca a un ojo.

Esto guarda relación con el hecho de que ninguna parte de nuestra experiencia
es tampoco a priori. Todo lo que vemos podría ser también de otra manera. En
general, todo lo que podemos describir podría ser también de otra manera. No
hay orden alguno a priori de las cosas. (Wittgenstein, 2017, 5.634).

A partir de este aforismo podemos ver otro paralelismo entre Kant y Wittgenstein,
pues no hay un orden a priori de las cosas, esto es, sin el límite que es el sujeto, de la misma
manera que Kant afirma “sin las condiciones formales de la sensibilidad, las categorías puras
sólo poseen una significación trascendental, pero carecen de uso trascendental, ya que éste es
imposible en sí mismo por faltar a las categorías las condiciones de cualquier uso” (Kant,
2005, p.193). Así, el yo filosófico, que no se corresponde con el sujeto en un sentido
psicológico, es un concepto central para ambos filósofos.

La ley más simple

En concordancia con lo dicho anteriormente sobre la posibilidad de inferir una


proposición elemental a partir de otra, Wittgenstein muestra que la inducción es puramente
psicológica al carecer de una fundamentación lógica, simplemente se cree que la ley más
simple es la que sucederá. Así, afirma que “a toda la visión moderna del mundo subyace el
espejismo de que las llamadas leyes de la naturaleza son las explicaciones de los fenómenos
de la naturaleza” (Wittgenstein, 2017, 6.371). Comparando estas leyes a las creencias de los
antiguos, es claro que, a diferencia de los antiguos, en la modernidad todo se toma como
explicado a través de estas leyes naturales. Esto quiere decir que no hay lugar para algo fuera
de las leyes naturales, noción que Wittgenstein quiere controvertir.
Lo presentado en esta sección puede ser resumido en el siguiente aforismo: “El
mundo es independiente de mi voluntad” (Wittgenstein, 2017, 6.373). Esto significa que la
inducción es simplemente una hipótesis más sobre el funcionamiento del mundo, pero creer
que es verdadera no va a hacerla más necesaria lógicamente, que la inducción sea el caso es
una imposibilidad lógica, dado que supone que el mundo está sujeto a la voluntad.

Un último paralelismo

Cuando se asienta una ley ética de la forma «tú debes...» el primer pensamiento
es: ¿y qué, si no lo hago? Pero está claro que la ética nada tiene que ver con el
premio y el castigo en sentido ordinario. Esta pregunta por las consecuencias de
una acción tiene que ser, pues, irrelevante. Al menos, estas consecuencias no
deben ser acontecimientos. Porque algo correcto tiene que haber, a pesar de
todo, en aquella interpelación. Tiene que haber, en efecto, un tipo de premio.
(Wittgenstein, 2017, 6.422).

Incluso en estos aforismos finales del Tractatus, hay lugar a un último paralelismo
entre Wittgenstein y Kant, puesto que ambos filósofos toman como punto importante la
imposibilidad de establecer las consecuencias de una acción como parámetro para una ley o
sistema éticos. Así mismo, tienen en común la idea de que la carga moral debe residir en la
acción en sí misma, por ende, debería haber algo en dicha acción que refleje el llamado a
actuar bajo la buena voluntad.

Por otra parte, también es relevante mencionar que tales procesos para comprender
qué acción tiene una carga moral es por implicación de esta, consideremos el caso de
"Robar". Para Kant, cuando uno ejecuta esta acción; está mal no por las consecuencias sino
porque Robar como tal implica como concepto, ver a la persona que es robada como un
medio para tus fines (al quitarle sus pertenencias contra su voluntad) y no un
fin-en-sí-mismo.

Dejando atrás la escalera

Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final


como absurdas, cuando a través de ellas —sobre ellas— ha salido fuera de
ellas. (Tiene, por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido
por ella.) Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el
mundo. (Wittgenstein, 2017, 6.54).

Después de recorrer la sucesión de conceptos que es el Tractatus, Wittgenstein nos


exhorta a dejar atrás estas proposiciones como sinsentidos, en la medida en que el mensaje
importante ya ha sido transmitido. Este mensaje no es otra cosa que el punto ético que intenta
dilucidar el Tractatus, que se hace cada vez más explícito en los últimos aforismos.
Refiriéndose a lo que sucede en el mundo, Wittgenstein afirma que “Lo que los hace
no-casuales [a los eventos] no puede residir en el mundo; porque, de lo contrario, sería casual
a su vez. Ha de residir fuera del mundo.” (2017, 6.41). De esta manera, la distinción entre lo
expresable y lo místico cobra vida al limitar nuestro conocimiento proposicional posible
sobre el mundo, razón por la cual afirma en el aforismo 6.4132 que no son los problemas de
la ciencia natural los que hay que resolver, en la medida en que estos problemas nos refieren
al mundo.

En este proceso de dejar atrás la escalera, se presenta uno de los aforismos que más
cuestiones abiertas parece dejar, al decir que “El mundo del feliz es otro que el del infeliz”.
(Wittgenstein, 2017, 6.43). Para empezar a dilucidar el sentido de este aforismo, es
importante referirse al aforismo 6.373, en el cual se establece que el mundo es independiente
de mi voluntad. Si este no fuera el caso, el feliz y el infeliz podrían compartir el mundo
porque ambos modificarían un mismo mundo, en la medida en que el mundo puede ser
modificado por la voluntad. Por esta salvedad, la única manera en la que se modifica el
mundo a través de la voluntad es a través de su límite, es decir el yo filosófico.

De esta manera, cuando una persona es feliz no está cambiando los hechos del mundo
sino que cambia sus límites, su mundo crece o decrece, mas el contenido de los hechos del
mundo no cambia precisamente porque es independiente de la voluntad. Esto no es más que
la consigna de “el sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo.”
(Wittgenstein, 2017, 5.632) puesta en práctica.

Lo místico

Atendiendo al título de este texto, Wittgenstein establece de manera explícita lo que es


lo místico, al decir “Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico.” (2017,
6.522). La distinción entre decir y mostrar se ve expresada en que lo místico está más allá del
lenguaje, pues el lenguaje no puede alcanzar lo “más alto” como en los pasajes anteriores se
vio que no podemos alcanzar el sentido del mundo por medio del lenguaje. En este orden de
ideas, lo que usualmente se considera dentro del campo de la filosofía es parte de lo místico,
por lo que no podríamos hacer filosofía según los métodos tradicionales. Así, la única
filosofía que se puede decir consiste en “cuantas veces alguien quisiera decir algo metafísico,
probarle que en sus proposiciones no había dado significado a ciertos signos.” (Wittgenstein,
2017, 6.53).

Como antes se estableció que las ciencias naturales están limitadas a lo expresable en
términos de lenguaje, el problema de la vida no puede ser tratado desde las ciencias, ni aún
contestando a todas las preguntas de la ciencia. Referenciando a lo que solo puede ser
asemejado a la filosofía taoísta, Wittgenstein cree que el sentido de la vida solamente puede
ser respondido por la desaparición del problema:
La solución del problema de la vida se nota en la desaparición de ese problema.
(¿No es ésta la razón por la que personas que tras largas dudas llegaron a ver
claro el sentido de la vida, no pudieran decir, entonces, en qué consistía tal
sentido?) (Wittgenstein, 2017, 6.521).

En este tipo de aforismos es donde más se puede observar el método filosófico


utilizado por Wittgenstein, que consiste en plantear un problema y superarlo, pero no por
medio de responder directamente al problema, sino al mostrar que no hubo ningún problema
en primer lugar. De esta manera, se cumple con el objetivo que se le asignó a la filosofía al
dedicarse exclusivamente a la clarificación de los pensamientos.

La última cuestión tratada en estos aforismos finales es la del escepticismo, del que se
dice que “el escepticismo no es irrebatible, sino manifiestamente absurdo, cuando quiere
dudar allí donde no puede preguntarse.” (Wittgenstein, 2017, 6.51), puesto que como todo lo
que puede ser expresado lo puede ser claramente, cualquier pregunta debe poder ser
respondida. Si la pregunta no puede ser respondida, es porque esta no pudo ser formulada
claramente y por lo tanto no hay lugar a una pregunta en primer lugar.

Sobre el progreso y la industria

Además de ser un autor prolífico en filosofía del lenguaje y de la lógica, Wittgenstein


no se limitó a escribir exclusivamente de estos temas. En esta sección del texto, se hará un
breve análisis de una faceta poco conocida y de la que se ha escrito poco hasta la fecha, esto
es sus opiniones respecto al mundo actual.

Con una inspiración similar a la que se tiene hacia la ciencia en el Tractatus,


Wittgenstein objeta que estemos en un período positivo de la historia humana, en particular
dudando de la idea de que se esté progresando. Así pues, afirma que:

“Podría ser que la ciencia y la industria, justo con su progreso, constituyan el


elemento más duradero del mundo actual. Que cualquier suposición en el
sentido de que la ciencia y la industria se hundirán, no sea, entre tanto y por un
largo período, más que un sueño, y que, tras infinitas calamidades, la ciencia y
la industria unifiquen el mundo, quiero decir, lo unan en un todo que
seguramente será habitado por cualquier cosa excepto por la paz. Pues la
ciencia y la industria son las que deciden las guerras o, en cualquier caso, eso
es lo que creo”. (Bouveresse, 2006, p. X)

En este pasaje, Wittgenstein parece proponer una disyunción respecto al futuro de la


humanidad, pues puede ser el caso que la ciencia y la industria se hundan como mecanismos
de control imperantes en nuestras sociedades o que, tras un largo y calamitoso periodo de
transición, la ciencia y la industria unifiquen al mundo en una cierta medida de
domesticación. A esto parece referirse el filósofo cuando afirma que ese mundo dominado
por la ciencia y la industria sería habitado por cualquier cosa menos que la paz, en la medida
que los conflictos se vuelven cada vez más crueles y globales según avanza la tecnología.

“Nuestra civilización se caracteriza por la palabra “progreso”. El progreso es su


forma, y el hecho de que progrese no es una de sus propiedades. Es típicamente
constructiva. Se aplica activamente a erigir construcciones cada vez más
complicadas. Y la claridad misma no hace más que estar al servicio de ese fin,
pero no es un fin en sí misma. Para mí, por el contrario, la claridad, la
transparencia, constituye un fin en sí. Lo que me interesa no es construir un
edificio, sino tener frente a mí, de manera transparente, los cimientos de los
edificios posibles”. (Bouveresse, 2006, p. X)

De manera análoga a la crítica que se realiza a la industria, en este fragmento se


cuestiona la noción de que nuestra sociedad progrese hacia una suerte de Fin de la Historia.
Contra esta idea de la construcción de “edificios” cada vez más complejos como el fin de la
sociedad, Wittgenstein propone la claridad como un fin en sí mismo, no solamente como
medio para hacer más eficientes y “grandes” los logros de la humanidad.

“La visión apocalíptica del mundo es, rigurosamente hablando, aquella según la
cual las cosas no se repiten. No resulta insensato creer, por ejemplo, que la
época científica y técnica sea el principio del fin de la humanidad; que la idea
del gran progreso sea una ilusión que nos ciega, al igual que la idea del
conocimiento completo de la verdad; que en el conocimiento científico no hay
nada de bueno ni de deseable y que la humanidad que se esfuerza por
alcanzarlo se precipita en una trampa. No es para nada claro que lo anterior no
sea cierto”. (Bouveresse, 2006, p. X)

Por último, en el apartado más crítico de los presentes, el autor propone que el gran
énfasis en la ciencia y la técnica no son bondades que nos dirigen a un conocimiento
completo o aun bien mayor, sino que son una gran trampa en la cual la humanidad está
cayendo de manera ingenua. No solo se cae en la trampa por la ciencia en sí, sino porque
todos los problemas que se desprenden de la ciencia también se intentan solucionar de una
manera científica, como quien cava más hondo tratando de salir de un hoyo. De esta manera,
solo queda decir que “De lo que no se puede hablar hay que callar.” (Wittgenstein, 2017, 7).

Referencias

Wittgenstein, L. (2017). Tractatus logico-philosophicus-investigaciones filosóficas (1.a ed.).


Gredos.

Kant, I. (2005). Crítica de la razón pura. Taurus.

Engelmann, P. (1967). Letters from Ludwig Wittgenstein, with a Memoir. Basil Blackwell.
Bouveresse, Jacques (2006). Wittgenstein: la modernidad, el progreso y la decadencia. Juan
C. González y Margarita M. Valdés (trad.). México, DF: UNAM, IIF.

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