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teorema

Vol. XXXI/I, 2012, pp. 27-46


ISSN: 0210-1602
[BIBLID 0210-1602 (2012) 31:1; pp. 27-46]

Esa cierta animalidad.


¿Se cerró un círculo entre Russell y Wittgenstein?

Cristián Santibáñez

ABSTRACT
The hypothesis under discussion here is that there is conceptual similarity be-
tween Russell’s idea of instinctive/intuitive belief as expounded in The Problems of
Philosophy, and Wittgenstein’s idea of a hinge proposition as presented in On Cer-
tainty. As conceptual similarities need qualifying in order to be precise, this paper will
discuss the similarity by considering its limits, which will be anchored in the philoso-
phy of ‘common sense’ and the problems of scepticism.

KEYWORDS: Certainty, Hinge Propositions, Instinctive Belief, Moore, Russell,


Wittgenstein.

RESUMEN
La hipótesis que se pone a prueba aquí es que entre la idea de creencia instinti-
va/intuitiva que Russell expone en Los problemas de la filosofía, y la idea de proposi-
ción bisagra de Wittgenstein contenida en Sobre la Certeza, hay una coincidencia
conceptual. Como toda comparación conceptual requiere matices para lograr preci-
sión, este trabajo también dará cuenta de tal coincidencia considerando sus límites.
Los límites de esta coincidencia tendrán parte de su anclaje en la filosofía del ‘sentido
común’ y los problemas del escepticismo.

PALABRAS CLAVE: certeza, creencia intuitiva, Moore, proposiciones bisagra, Russell,


Wittgenstein.

I. INTRODUCCIÓN

Las historias de amor y odio capturan nuestra atención. Como en las te-
lenovelas, ellas tienen la capacidad de despertar la curiosidad por el próximo
capítulo. Ciertamente, es una exageración insinuar que la relación entre Russell
y Wittgenstein sea ejemplo de una telenovela, pero, convengamos, tampoco es-
ta relación estuvo exenta de escenas de admiración, rechazo e indiferencia,
las mismas que nutren a las series de romance y suspense.

27
28 Cristián Santibáñez

Evidencia de cercanía entre Russell y Wittgenstein es la génesis del


primer contacto entre ambos y el intercambio epistolario que tuvieron entre
1911 y 19191, incluyendo en este periodo los encuentros en La Haya, Holanda,
entre el 13 y 19 de diciembre de 1919 para discutir el alcance del Tractatus2.
Lugar común es relatar el impacto que tuvo Principia Mathematica de Russell
y Whitehead en el cambio de rumbo académico de Wittgenstein. Von Wright
[Malcolm (1962), p. 5, prologando la memoir sobre Wittgenstein] señala que
este libro, junto con la lectura de obras de Schopenhauer, da inicio al reemplazo
de la ingeniería por la filosofía en Wittgenstein. Aconsejaron a Wittgenstein es-
tudiar con Russell (¿o quizás Frege rechazó a Wittgenstein?), y fue el propio
Russell quien, notablemente inspirado por el talento del austriaco, impulsó la
primera publicación del Tractatus en 1922.
Pero aquí también comenzaron parte de los problemas. Mientras Witt-
genstein acusó total incomprensión del Tractatus por parte de Russell3, a par-
tir de la introducción que hiciera el británico a la edición en inglés de la obra,
poco a poco Russell comienza al mismo tiempo a desilusionarse y distanciar-
se sin miramientos de Wittgenstein, tanto en términos intelectuales como per-
sonales4. Esto quedó estampado tanto en la autobiografía de Russell como en
otros de sus escritos. Es bien conocido el tenor de la opinión de Russell sobre
el trabajo ‘tardío’ de Wittgenstein: “[…] parece haberse cansado del pensa-
miento serio y haber inventado una doctrina que haría innecesaria tal activi-
dad […]. Si esto es verdad, la filosofía es, en el mejor de los casos, una ayuda
liviana para los lexicógrafos, y en el peor, una floja mesa de té para el entre-
tenimiento” [Russell (1959), p. 160, trad. CS]. Más explícito en su eva-
luación, Russell consignó:

Durante el periodo que empieza en 1914, tres filosofías han dominado sucesi-
vamente el mundo filosófico británico: primero la del Tractatus de Wittgenstein,
en segundo lugar la del Positivismo Lógico, y por último la del Wittgenstein de
las Investigaciones Filosóficas. De ellas, la primera tuvo una influencia muy
considerable sobre mi propio pensamiento, aunque ahora no creo que esa in-
fluencia fuera completamente buena. La segunda escuela, tuvo mi simpatía ge-
neral, aunque estoy en desacuerdo con algunas de sus doctrinas más
características. La tercera escuela […] sigue siendo para mi completamente in-
inteligible. Sus doctrinas positivas me parecen triviales y sus doctrinas negati-
vas, sin fundamento. No he encontrado en las Investigaciones Filosóficas de
Wittgenstein nada que parezca interesante y no entiendo por qué una escuela
entera encuentra porciones importantes de sabiduría en sus páginas [Russell
(1959), p. 160, trad. CS].

Pero no serán estos los lineamientos que guíen este trabajo. Aunque a todos
en el algún momento nos entretienen los desencuentros inclinados a las pa-
siones5, será la dirección opuesta la que interese. Cabe advertir que tampoco
este trabajo tratará de la convergencia inicial entre Russell y Wittgenstein, a
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saber, el vínculo a partir de una visión lógico-atomista y pictórica del pensa-


miento y el lenguaje, aquel que los reunió en el Tractatus y sobre el cual
hubo intercambio muy amable entre los involucrados6. Lo que aquí se abor-
dará será la convergencia que, se considera, existe entre la idea de ‘creencia
intuitiva’ de Russell (cuya referencia será principalmente lo contenido en Los
problemas de la filosofía, en adelante LPF), y la noción de ‘proposiciones bisa-
gra’ de Wittgenstein (que se encuentra en Sobre la certeza, en adelante OC)7,
en relación con la forma en que se fundaría el conocimiento y la certeza8.
Para discutir esta hipótesis se procederá, en la siguiente sección, a defi-
nir parte del alcance de la idea de creencia intuitiva en Russell; luego, se
abordará el problema de las proposiciones bisagra en Wittgenstein, discu-
tiendo también parte de la literatura secundaria dedicada al tema, pero con-
textualizando previamente la importancia atribuida al texto epistemológico de
Wittgenstein; en la cuarta sección, se cotejarán de forma directa las diferen-
cias entre ambas ideas en relación con la noción de ‘estructura de las razones’
y el problema del escepticismo. En las conclusiones, se vincularán crítica-
mente las reflexiones de los dos filósofos a la luz de lo que formó parte del
telón de fondo de la primera cincuentena del siglo XX de la filosofía analítica
y del lenguaje: la filosofía del ‘sentido común’ de George Moore.

II. RUSSELL Y LA INFERENCIA ANIMAL

II.1. Del realismo indirecto a la creencia intuitiva


Quizás la historia debiera comenzar por describir el frente común que
crearan Moore y Russell en su ataque al idealismo9. En esa dirección, pasar a
explicar el distanciamiento filosófico entre ambos a partir de un acercamiento
realista directo y otro representacionista o indirecto, respectivamente, en re-
lación con una teoría del conocimiento. Con cierto grado de independencia de
ese contexto conceptual, la literatura actual que resume la posición de Russell
colige frontalmente el vínculo entre una teoría de la percepción y una teoría
del conocimiento10.
Aun a riesgo de simplificar las cosas, es necesario recordar algunas ideas
básicas de la filosofía de Russell, partiendo por indicar que su paso desde el
realismo directo al realismo indirecto es gradual. En un comienzo, con Moore,
sostenía una visión realista directa que se caracterizaba por dar primacía a la
experiencia inmediata para señalar –y explicar– la existencia de los objetos y
su naturaleza. La explicación más usual de esta posición [Fumerton (2006);
Pritchard, (2007a)], se sintetiza indicando que los objetos físicos pueden exis-
tir y retener algunas de sus propiedades que percibimos incluso cuando lo de-
jamos de hacer. Para un realista directo, nosotros estamos ‘directamente’ al
tanto de los objetos externos que no dependen de imágenes mentales. En “On
Denoting” [Russell (1905)], prevalecía aun una noción ostensiva de la realidad
30 Cristián Santibáñez

y su conocimiento11, esto es, que una palabra de una frase sólo tiene significa-
do al denotar una entidad, y algunas de aquellas entidades se perciben direc-
tamente por el sujeto cognoscente sin atención inferencial inmediata, como
pasa, para Russell, con las funciones lógicas (de los universales, por ejem-
plo)12. A partir del ‘argumento de la ilusión’, Russell se convence de que los
objetos ordinarios no pueden ser objeto de conciencia directa. El argumento
de la ilusión sostiene, en lo medular, que cuando las experiencias perceptivas
normales no se pueden distinguir, cualitativamente, de las experiencias iluso-
rias –como cuando creemos experimentar un objeto frente a nosotros cuando
no existe–, entonces el realista general cae en la cuenta que la similitud feno-
ménica entre ambas experiencias hace imposible proponer un análisis definiti-
vo que separe ambos polos –la cosa y su perceptor–, por lo que postula que es
mucho mejor suponer que, aunque ambos estados tienen un objeto interno, sólo
uno tiene un objeto externo indirecto. Dicho en breve: para el realista interno
[Brewer (2011)], cuando un sujeto percibe –aprehende, asimila– un objeto ex-
terno, entonces ‘crea’ un estado perceptivo que tiene una naturaleza particular,
produciendo diferencias que finalmente son descritas como diferencias de con-
tenido. De modo que el contenido de nuestro estado perceptivo es el contenido
directo de aprehensión, que es señalado como objeto intermedio.
Así, la tesis del realismo indirecto [Brewer (2011)], consiste en afirmar
que aprehendemos, a través de los procesos perceptivos, de un modo indirecto
los objetos físicos que nos rodean en virtud de la asimilación directa de los ob-
jetos internos, físicos y no-físicos13. ¿Cómo se vincula este ángulo del realismo
indirecto con la creencia –o conocimiento– intuitivo? Y luego ¿cómo explica
Russell el paso desde la percepción y la creencia/conocimiento a la inferencia?
Para responder cabe recordar que Russell en LPF declara en el prefacio que su
meta se relaciona con la pregunta si acaso hay algo que esté fuera de toda duda,
y para responder esta pregunta, que contiene a la dos previas, nos advierte con
un ejemplo que las propiedades visibles, como el color, son variables de perso-
na a persona a partir de una experiencia interactiva entre la función de la luz y
nuestro aparato perceptivo, de modo que, concluye Russell, no experimentamos
lo que describimos como color, sino que inferimos la existencia de tales objetos
a partir de lo que directamente conocemos, o estamos familiarizados con, a sa-
ber: los datos de nuestros sentidos. ¿Qué se conoce instintiva/intuitivamente?
La experiencia perceptiva de los ‘objetos reales’. ¿Cómo se efectúa ese cono-
cimiento? De forma no-inferencial, inmediata, animal14.

II.2. De lo intuitivo y la inferencial animal


Para Russell hay un tipo de forma primitiva de ‘inferencia’ que, sin
más, no sólo la poseemos los humanos. Cuando un perro escucha un timbre e
inmediatamente va hacia la puerta, el animal está, obviamente, en un sentido,
practicando una inferencia. Tanto el capítulo 5 como el 11 de LPF tratan de
explicar este fenómeno: qué tipo de objeto perceptivo provoca una reacción o
Esa cierta animalidad. ¿Se cerró un círculo entre Russell y… 31

comportamiento certero. Incluso, sostiene Russell: “Digamos que tenemos


conocimiento directo de todo aquello de lo que somos directamente conscien-
tes sin la intermediación de ningún proceso de inferencia o ningún conoci-
miento de verdades” [Russell (1912), p. 72, trad. CS]. Esto lo compartiríamos
con otras bestias inteligentes. La diferencia con el animal no humano es que
hay un tipo de conocimiento directo, o intuitivo, que los sapiens tenemos y
que Russell describe como el caso de la introspección. Pero en definitiva, en
nuestra especie, sostiene Russell, la inferencia como actividad general es una
operación refinada, que da cuenta de un alto grado de desarrollo intelectual.
De esta posición de Russell es que se entiende su observación respecto
de la perplejidad y sentido de vaguedad que produce el cuestionamiento de
las cosas que se dan por sentadas y producen comportamientos instantáneos y
adecuados y que son resultado del conocimiento directo. En “Facts and Pro-
positions” [Russell (2000)], Russell deja ver que un cuestionamiento tal no
sólo refleja lo que el filósofo debe despejar, sino más importante, el trasfondo
que nutre al estado perceptivo y epistémico general de los individuos. El si-
guiente párrafo muestra, entre otras cosas, lo que se plantea:

Es un hecho más bien curioso el que, en filosofía, los datos que son innegables
y con los que comenzamos sean siempre vagos y ambiguos. Tú puedes, por
ejemplo, decir: “Hay cierta cantidad de gente en esta habitación en este momen-
to”. Esto es obviamente innegable en algún sentido. Pero cuando uno trata de
definir qué es esta habitación, qué significa para una persona estar en una habi-
tación, cómo se va a distinguir una persona de otra, y así sucesivamente, uno se
encuentra con que lo que ha dicho es aterradoramente vago y que no sabe real-
mente qué quería decir. Constituye un hecho singular el que todo aquello de lo
que uno está realmente seguro sea algo cuyo significado no conoce y, en el mo-
mento en que lo logra enunciar de manera precisa, uno no estará seguro de si es
verdadero o falso, al menos directamente […] [Russell (2000), p. 152, trad. CS]15.

Russell define las creencias intuitivas como una plataforma respecto de la


que el conocimiento de verdades toma curso: “Si la descripción arriba dada
es correcta, todo nuestro conocimiento de verdades depende de nuestro cono-
cimiento intuitivo. De modo que llega a ser importante considerar la natura-
leza y alcance del conocimiento intuitivo, de la misma forma como, en una
etapa más temprana, consideramos la naturaleza y alcance del conocimiento
directo” [Russell (1912), p. 172, trad. CS]. El vínculo que establece entre el
trabajo perceptivo de un agente –y aquí toma sentido nuestra discusión ante-
rior respecto del realismo indirecto– y la certeza epistémica, se despeja cuan-
do afirma que: “Hasta aquí, nuestra respuesta ha sido que tenemos
conocimiento directo de nuestros datos de los sentidos, y, probablemente, de
nosotros mismos. Sabemos que tales cosas existen. Y de los datos de los senti-
dos pasados que son recordados, se conoce que han existido en el pasado. Este
conocimiento es el que nos provee de nuestros datos” [Russell (1912), p. 92,
32 Cristián Santibáñez

trad. CS]. Estos datos forman parte, parafraseando a Wittgenstein, del bedrock
sobre el que descansan nuestros comportamientos y conocimientos derivados,
y respecto de los que cuando se nos consulta por sus pruebas o evidencias de
existencia, no hallamos a la mano, por perplejidad o incomprensión del tipo
de diálogo, una explicación inmediata adecuada, pero confiamos ciegamente,
sin embargo, que llegaremos a ella tarde o temprano.
Uno de los problemas de Russell en LPF, es que allí no fue del todo cla-
ro respecto de las diferencias, si las hay, entre conocimiento y/o creencia in-
tuitiva o instintiva, pues sostuvo:

Sin embargo, la dificultad central que surge en relación con el conocimiento no


aparece respecto del conocimiento derivativo, sino respecto del conocimiento
intuitivo. Mientras que nos ocupamos del conocimiento derivativo, tenemos el
mejor conocimiento intuitivo en que apoyarnos. Pero en relación con las creen-
cias intuitivas, no es fácil en absoluto descubrir algún criterio por el cual distin-
guir algunas como verdaderas y otras como erróneas [Russell (1912), p. 210,
trad. CS, nuestras cursivas)]16.

Y este es un problema porque la creencia es un prerrequisito del conocimien-


to [Pritchard (2007a)]. De modo que si interpretásemos benevolentemente a
Russell en una dirección, se podría sostener que se está refiriendo, en la ma-
yoría de los casos, a creencias intuitivas, aquellas que operan, como ya se di-
jo, de forma instantánea, y que tendrían en Russell una justificación
(¿internista?) no inferencial [Fumerton (2006), p. 62]. Russell reflexiona so-
bre estas intrincadas materias, del siguiente modo:

Se tiene comúnmente la impresión de que todo lo que creemos debería ser capaz
de prueba, o al menos de mostrarse que es altamente probable. Mucha gente tiene
la impresión de que una creencia a favor de la cual no se puede aducir ninguna ra-
zón es una creencia no razonable. En líneas generales, esta perspectiva es correc-
ta. Casi todas nuestras creencias ordinarias son o inferidas, o capaces de ser
inferidas de otras creencias que puede considerarse que dan razón de ellas. Como
regla general, la razón ha sido olvidada, o no ha estado nunca conscientemente
presente en nuestras mentes. Pocos de nosotros nos hemos preguntado, por ejem-
plo, qué razón hay para suponer que la comida que vamos a comer no resultará ser
más tarde un veneno. Aun así sentimos, cuando somos desafiados, que puede en-
contrarse una perfecta buena razón, incluso si no estamos listos para darla en ese
momento. Y estamos usualmente justificados para creer esto [Russell (1912), pp.
174-75, trad. CS] […]. De lo que ha sido dicho es evidente, en relación tanto con
el conocimiento intuitivo como con el conocimiento derivado, que si asumimos
que el conocimiento intuitivo es fiable en proporción al grado de su auto-
evidencia, habrá una gradación de fiabilidad, que va desde la existencia de datos
de los sentidos claros y las más simples verdades lógicas y matemáticas, que pue-
den ser tomadas como muy ciertas, hasta los juicios que parecen ser sólo más pro-
bables que sus opuestos [Russell (1912), p. 217, trad. CS].
Esa cierta animalidad. ¿Se cerró un círculo entre Russell y… 33

Se condensan en esta larga cita varios de los aspectos que se han abordado
aquí. Algunos [Bonjour (1978)], han visto en este tipo de acercamiento epis-
temológico un ejemplo de una posición que cabría denominar ‘fundamenta-
lismo débil’. Débil o fuerte en Russell, lo concerniente al fundamentalismo es
también parte de la preocupación, y línea de interpretación, de la epistemolo-
gía de Wittgenstein en OC, como a continuación se discutirá.
Quizás una de las claves para comprender esta posición, sea revisar el
modo en que Russell explica el funcionamiento no-inferencial de la creencia
intuitiva:

Pero si fuéramos capaces de obtener inferencias a partir de esos datos – si cono-


ciéramos de la existencia de la materia, de otras personas, del pasado antes que
nuestra memoria individual comenzara, o del futuro, debiéramos conocer prin-
cipios generales de algún tipo a través de los que tales inferencias pueden ser
obtenidas. Tenemos que conocer que la existencia de un tipo de cosas, A, es un
signo de la existencia de otro tipo de cosas, B, bien al mismo tiempo que A o en
algún momento anterior o posterior, como, por ejemplo, el trueno es un signo
de la existencia anterior de un relámpago. Si esto no nos fuera conocido, nunca
podríamos extender nuestro conocimiento más allá de la esfera de nuestra expe-
riencia privada; y esta esfera, como hemos visto, es excesivamente limitada. La
pregunta que ahora debemos considerar es si tal extensión es posible, y si lo es,
cómo se lleva a cabo [Russell 919120, pp. 93-4, trad. CS].

Ya se había planteado más arriba con el ejemplo de la reacción del perro a de-
terminado estímulo, que el conocimiento de una especie de cosas A, actúa co-
mo signo y desencadena otra especie de cosas, B. Lo hace el animal, el
neonato, y el ¡escéptico! Es la inferencia animal de Russell. Cuando el animal
inferencial experimenta dos estímulos al mismo tiempo, uno de ellos tiene la
capacidad de desencadenar la respuesta que permite el vínculo correcto entre
las especies de cosas implicadas. La inferencia explícita en los humanos es la
racionalización del comportamiento que compartimos con otros de la fauna ge-
neral. Al experimentar A y B juntas frecuentemente, reaccionamos a A como si
originalmente reaccionáramos a B. De acuerdo con Russell, si el paso del ‘da-
to’ a lo ‘inferido’ es accidental, entonces estamos en presencia de una falacia.

III. WITTGENSTEIN Y LA CERTEZA ANIMAL

III. 1. Sobre la certeza


Moore, nuevamente, podría ser el comienzo de esta sección. En Witt-
genstein su figura fue superficie y fondo. En el prefacio, los editores Anscombe
y von Wright así lo atestiguan: las notas que se reúnen en esta edición titulada
Sobre la certeza contienen las reflexiones de Wittgenstein respecto de la filo-
sofía del sentido común de Moore, en particular su rechazo al análisis de ‘sa-
34 Cristián Santibáñez

ber’ realizado por Moore en “Proof of an external world”, y “A defence of


common sense”.
La apertura de OC es sintomática de lo que va la obra, pues ataca sin
miramientos la argumentación de Moore: “Si sabes que aquí hay una mano,
te concederemos todo lo demás” [OC, §1]. Como en tantas ocasiones en sus
escritos, afirmaciones de este tipo nos han causado extrañeza, tanto por su
brevedad como por su aparente simplicidad.
Tal como lo ha señalado generosamente Malcolm (1986)17, en OC el
lector se enfrenta a ideas de Wittgenstein genuinamente nuevas, que difícil-
mente pueden ser indicadas como repetición de algún pensamiento anterior.
Esto no quiere decir, por cierto, que OC no forme parte de un proyecto filosófi-
co más amplio, o que incluso se encuentre en relación crítica con perspectivas
anteriores. Por el contrario, OC es un trabajo de vínculo y distanciamiento de
ciertas convicciones que Wittgenstein tuvo en otros momentos. Así lo atestigua
también un análisis comparado de la literatura consagrada al estudio de OC.
Lo más relevante, es destacar que OC [Stroll (2007)], expone un tipo de
fundamentalismo no tratado previamente; segundo, una visión renovada del
modo en que conocemos y formamos certezas; y tercero, provee de una dis-
tinción, no apuntada en la literatura filosófica anterior, entre certeza subjetiva
y certeza objetiva. Respecto del fundamentalismo, Stroll (2007) enfatiza que la
idea de que los juegos de lenguaje descansan en una base fundada, o fundamen-
to, está completamente ausente en las Investigaciones, por lo que con OC nos
encontramos frente a una etapa totalmente distinta y nueva de Wittgenstein.
Uno de los núcleos en OC es que los fundamentos de los juegos de lenguaje es-
tán fuera de los mismos, pero los mantienen. La idea de que Wittgenstein es
un ‘fundacionalista’, en esta etapa de su vida, es altamente controvertida18.
De los 676 parágrafos que OC contiene, en más del 10% de ellos aparece la pa-
labra ‘fundamento’, o ‘base’, para mostrar el contraste entre la idea de juegos
de lenguaje y lo que se encuentra, metafórica o literalmente para Wittgenstein,
por debajo de ellos y los mantienen. Ejemplo cualitativo: Ҥ205. Si lo verdade-
ro es lo que tiene fundamentos, el fundamento no es verdadero, ni tampoco
falso”. La nueva epistemología en Wittgenstein tendría como blanco la dis-
tinción entre ‘certeza’ y ‘saber’. Mientras el fundamento funciona como cer-
teza objetiva para la justificación, el ‘saber’ funciona como y en enunciados
de lo empírico. Ejemplos de esta distinción son los parágrafos 116, 308 y
341-343. De acuerdo con Stroll (2007), para Wittgenstein ‘saber’ y ‘certeza’
no son estados mentales, sino comportamientos distintos. Mientras la primera
categoría fluye para proposiciones mayormente empíricas en ciertos contex-
tos, la segunda está vinculada a contextos en que el error no es posible, e in-
cluso, a proposiciones que no se debieran enunciar, como por ejemplo “Se
qué tengo un cuerpo”. Lo ilustrativo para Stroll (2007), p. 37, está en §195:
“Si creo que estoy sentado en mi habitación cuando no lo estoy, entonces no
debiera decirse que he cometido un error”. Un error, nos recuerda Wittgenstein
Esa cierta animalidad. ¿Se cerró un círculo entre Russell y… 35

en §156, es un equívoco que cabe en los patrones de lo normal en las activi-


dades humanas, como en el caso de un cálculo errado. Es un juicio erróneo el
que se hace en conformidad con lo permitido. Esta forma de exponer la dife-
rencia entre tales categorías es, además, la posición fundamental de Wittgens-
tein contra el escepticismo, en tanto que la certeza objetiva (“Se que tengo un
cuerpo”) no se ‘dice’, pero se enuncia con fines mostrativos. Por su parte, la
certeza subjetiva está destinada a medirse en base al juego del error en el
marco de nuestros intentos por convencer. Este distingo entre ‘certeza objeti-
va’ y ‘certeza subjetiva’ permitiría enfatizar que hay casos en las actividades
humanas donde un error no es posible, a menos claro, como señala Stroll
[(2007), p. 38], uno quiera poner en duda la herencia de un mundo o la parti-
cipación en una comunidad; la ‘certeza subjetiva’, en cambio, se vincularía
con el ejercicio efectivo de la certeza objetiva en contextos donde el señala-
miento esté en función de convencer. Dicho de otra forma, la certeza subjeti-
va es la formulación de la certeza objetiva por parte de un individuo con fines
de evidencia, aun cuando para Wittgenstein esto es, sino innecesario, al me-
nos redundante en la mayoría de los contextos. Según Stroll (2007), en OC se
despliega la brillantez de Wittgenstein en lo concerniente a su entendimiento
del problema del escepticismo, siendo éste menos un desafío a la existencia
del conocimiento que a la existencia de la certeza.

III.2. Proposiciones bisagra y certeza animal19


Tal como lo reconoce el propio Stroll (2007), p. 34, se le debe Moyal-
Sharrock (2004, 2005) el que se hable del ‘tercer Wittgenstein’ en OC. Para
Moyal-Sharrock (2007) esta nueva fase se justifica porque el autor, en pro-
gresión respecto de las Investigaciones (incluso respecto del Tractatus, de
acuerdo a Rhees (2003)), se ocupa de las formas primitivas del lenguaje y,
por tanto, de los ‘fundamentos’ de los juegos de lenguaje. Estas formas pri-
mitivas son, como señala el propio Wittgenstein [Cultura y valor§31], reac-
ciones, comportamientos, actos físicos.
Para Rhees (2003) esta división es antojadiza. Sin dejar de reconocer la
progresión existente en Wittgenstein, Rhees sostiene que la preocupación de
Wittgenstein, en la mayor parte de su producción, fue el problema del lengua-
je, por lo que mal hay etapas sino simplemente distintos énfasis y problemas
específicos en los que éste se manifiesta (como por ejemplo: en la noción de
color, en el lenguaje matemático, en el problema religioso, e incluso en el
problema discursivo). Sin reparar en este contra-argumento, Moyal-Sharrock
(2005, 2007) ha insistido en que lo principal en OC se encuentra en la nece-
sidad de distinguir entre ‘certeza objetiva’ y ‘certidumbres objetivas’ (no hay
total semejanza con la distinción de Stroll (2007) entre ‘certeza objetiva’ y
‘certeza subjetiva’). La primera se expresa, justamente, como certeza animal
[§359], como un tipo de seguridad que no tiene, y no le cabe, justificación,
que no posee razones. Por ejemplo, “aquí tengo una mano y aquí la otra”,
36 Cristián Santibáñez

“estoy sentado”, “tengo un cuerpo”, son proposiciones que no tienen mayor


justificación que la confianza ciega, no-reflexiva, de que contamos con eso.
A pesar de que ‘no conocemos’ tales proposiciones, actuamos sobre ellas
[Pritchard (2011); Wright (2004)]. Así, la certeza objetiva tiene una naturale-
za fundamental [Moyal-Sharrock (2007), p. 52, nuestras cursiva]. Sus ‘obje-
tos’ son las certidumbres objetivas. Según Moyal-Sharrock [(2007), p. 52], si
la ‘certeza objetiva’ es expuesta por Wittgenstein como un fundamento, co-
mo lo que viene primero [OC, §354] –y las fundaciones hacen posible que
sus unidades devengan con sentido–, sus ‘piedras de construcción’ [OC, §
396] son entonces las aseveraciones y/o proposiciones extrapoladas en algún
lenguaje. De tal modo que las ‘certidumbres objetivas’ son los componentes
específicos de la estructura fundacional [OC, §279, §234, §141]. Aunque el
uso de los conceptos en Moyal-Sharrock a veces da la impresión de ser un
uso paradójico, para ella las certidumbres objetivas son subjetivas, pero sub-
jetivas en el sentido de que son incuestionables tanto para mí como para cual-
quier otro individuo que es parte de una comunidad.
Romper con la perspectiva tradicional de construir nuestra relación con
la certeza como materia de saber es la importancia que le atribuye Moyal-
Sharrock (2007) a OC, pues no se trata de que sepamos o conozcamos la cer-
teza, sino de lo que hacemos y mostramos cuando actuamos con y sobre ella.
Es un tipo de seguridad que no tiene precursor en el pensamiento, es instan-
tánea... excepto cuando filosofamos [§407]. En una nomenclatura más tradi-
cional, estas metáforas también se refieren a la noción alemana Weltbild
[§94, §162]. Todos nuestros juegos de lenguaje, todas nuestras acciones y
pensamientos, están basados en este fondo [§253, §492, §97, §162, §248,
§211, §94, §151, §96, §144, §655, §403, §103]. También cabe hablar de
‘marco de referencia’ [§83]. De acuerdo con cierta parte de la literatura hasta
aquí discutida, el concepto ‘metafórico’ que se ha impuesto para nombrar es-
te fenómeno, es el de ‘proposiciones bisagra’, y que proviene de §341 y 343.
Son de tal tipo y envergadura que para Wittgenstein incluso funcionan como
un método de duda e investigación. Wittgenstein describe esta seguridad co-
mo ‘algo animal’ [§510], como rudimento básico, elemental, primigenio so-
bre el que se construyen diálogos naturales. Se debe insistir, se trata de una
confianza ciega [§150], una creencia no razonada, un tipo de actitud que
compartimos con los neonatos y la fauna cercana a nosotros. Como ya se ob-
serva, ciertamente hay una semejanza –continuación, o radicalización– con la
idea de creencias instintivas/intuitivas de Russell, que se exteriorizan como
un comportamiento ciego, una reacción. Esta confianza no se experimenta
qua confianza, sino en la inexistencia de desconfianza. No requieren atención
cognitiva, y operan por default; es decir, a menos que exista una excepción,
ellas fluyen sin más. Son no-reflexivas. Prestar atención a una proposición
bisagra es signo inequívoco que algo vital se está poniendo en duda o está
funcionando mal. Cuando sostenemos “Sé que esto es una mano”, nos mos-
Esa cierta animalidad. ¿Se cerró un círculo entre Russell y… 37

tramos como practicando un caso raro, donde tal proposición no está funcio-
nando como bisagra, sino como descripción o conclusión. Cuando Moore
sostiene “Aquí hay una mano”, no está demostrando nada, sino mostrando
algo, algo que nunca estuvo escondido. La certeza animal no solo es ciega,
sino además silente. Las proposiciones bisagra, como “Tengo un cuerpo”,
que sólo se utilizan en contadísimas oportunidades, sobre todo cuando esta-
mos en contextos muy intelectualizados o de enseñanza, son reglas gramati-
cales en el sentido de que condicionan el uso de nuestras palabras y
oraciones. En tanto ocurrencias o manifestaciones, las proposiciones bisagra
son inefables. En OC, Wittgenstein insiste en que nuestra certeza objetiva es
práctica, de la misma forma en que nuestra adherencia a una regla de pensa-
miento puede tener sentido solo si se manifiesta ella misma en nuestros actos.
Un rechazo verbal a una ley de pensamiento no es efectivo en términos lógi-
cos. La frase “No podemos dudar de todo” articula un ley de pensamiento
humana, expresa una forma de actuar y pensar normales en nuestro mundo.
Cualquier rechazo no tiene ninguna resonancia práctica en nuestras vidas. Si
lo hacemos, podríamos ser incluso declarados dementes.

IV. ¿SE CERRÓ UN CÍRCULO?

Russell y Wittgenstein, reconózcanlo o no, dialogaron más de lo que de


forma explícita admitieran y dejaran constancia. Hay cierta evidencia que en-
tre LPF y OC hay coincidencias y convergencias, pero lo mismo ocurre con
las diferencias que se manifiestan al encarar el problema del conocimiento y
la construcción de certidumbre: responden de manera distinta a problemas
comunes. En dos aspectos se puede observar, no obstante, la coincidencia: 1)
si hay cuestionamiento de una creencia intuitiva o una proposición bisagra, se
entra en un estado de perplejidad y vaguedad anormal; y 2) los dos autores
unen sus respectivas ideas a un comportamiento automático, de procedimien-
to inferencial mecánico. La diferencia inmediata es que en Wittgenstein, al me-
nos en la interpretación extrema de Moyal-Sharrock (2005) y Stroll (2007), las
proposiciones bisagra ni siquiera son parte de un proceso de inferencia. Tanto
las creencias intuitivas como las proposiciones bisagra representan, conver-
gentemente, una respuesta al escéptico, pero también a Moore, y se convier-
ten en un desafío a la concepción estándar del funcionamiento de la
estructura de las razones. La relación con la posición de Moore será tratada
en las reflexiones finales, pero el problema del escepticismo y lo referido al
engranaje del uso de razones mostrará, a continuación, el límite de la conver-
gencia entre quienes, cronológicamente hablando, se vincularon como maes-
tro y pupilo.
Siguiendo en parte a Pritchard [Pritchard (2007b); (2011)], se podría
partir diciendo que, en particular con la idea de proposiciones bisagra, el
38 Cristián Santibáñez

epistemólogo se enfrenta a una posición que incorpora la total exclusión de la


evaluación epistémica de ciertas proposiciones, siendo esto un evidente ata-
que al argumento escéptico. La posición simplemente esgrime que hay cosas
respecto de las que no cabe dudar. Sin embargo, hay un segundo argumento
más implícito que se encontraría en Russell y Wittgenstein en contra del es-
cepticismo. Este segundo argumento va como sigue: en especial para Witt-
genstein, el escéptico está totalmente divorciado del lenguaje ordinario, y las
consecuencias dialécticas de este divorcio van más allá del problema de la re-
levancia en el uso de proposiciones en ciertos contextos – de modo que, de
paso, el ataque de Moore al escéptico se construye sobre la base de una con-
cepción errónea de la estructura de las razones, de cómo éstas se engranan.
Para pretender ‘saber’ de forma apropiada a través de una proposición, es
esencial que uno esté en posición de ofrecer poderosas razones a su favor.
Cuando sostenemos algo que es demasiado cierto, ¿qué razones podemos es-
grimir para justificarlas?, si tales razones no son más poderosas que la propo-
sición misma, no juegan su rol de justificación.
El papel dialéctico en la estructura de las razones de la pretensión de
saber es resolver dudas a través de razones que soporten otras, lo que no se
cumple cuando tenemos las proposiciones bisagra y las creencias intuitivas.
Dicho de otra forma, se sostiene una pretensión de saber allí donde hay un
desafío contextual relevante a lo afirmado: ¿Alguien duda de que tengamos
manos? Enumerar por enumerar, mostrar por mostrar, no tiene ningún rol
dialéctico. Con claridad esta pretensión se observa en OC §125. Russell, por
su parte, como se ha visto, considera que las creencias intuitivas son el punto
de partida del conocimiento mismo, de modo que también son piedra de toque,
ya que de allí deriva el verdadero conocimiento. Sin embargo, para Russell las
creencias intuitivas están sujetas a grados de evidencia, lo que muestra meri-
dianamente la distancia con la epistemología de Wittgenstein: las creencias
intuitivas causan perplejidad en el modo conversacional, mientras que las pro-
posiciones bisagra son silentes, actitudes, formas de vida. Las creencias intuiti-
vas son extensiones verbales de un modo perceptivo y se plasman en forma de
inferencia instantánea; las proposiciones bisagra, por el contrario, raramente
son parte de una conversación y se encarnan como hábitos. Las creencias intui-
tivas juegan un rol dialéctico, mientras que las proposiciones bisagra no corren
al auxilio de nadie ni tampoco son socorridas por semejante alguno.
Mientras Wittgenstein quiere erradicar el hábito de abusar de la con-
cepción de duda, de las expresiones de duda, erradicar la idea de que ellas
son ‘libres’ ya que, en realidad, ellas no pueden entrar a un contexto conver-
sacional sin una motivación especial – pues de otra forma son incoherentes
[OC § 122-123]; Russell, por su parte, quiere erradicar la duda tradicional,
esto es, quiere describir desde dónde comienza la ruta segura del conocimien-
to y el cuestionamiento. Si las creencias intuitivas marcan la dirección de
nuestras investigaciones en torno a la certidumbre, entonces las proposiciones
Esa cierta animalidad. ¿Se cerró un círculo entre Russell y… 39

que más ‘conocemos’, las proposiciones bisagra, no pueden ser declaradas


como conocidas, o dudadas, porque tales proposiciones están fuera de la ruta
de viaje de la investigación.
La clase de indubitabilidad que Wittgenstein promueve no es la clásica
promovida por la epistemología tradicional, aquella que Russell comparte
con Descartes. Cuando Descartes trata al cogito como indudable, y así fun-
damental, tiene en mente una concepción de indubitabilidad donde dudar de
la proposición en cuestión ipso facto asegura su verdad. La indubitabilidad
del cogito es así una indicación de su verdad. En Wittgenstein no se encuen-
tra esta posición, sino el convencimiento de que sobre ciertas materias no ca-
be dudar, porque no hay soporte racional, nada presta ayuda en el ámbito de
lo decible. Este argumento se dirige también al corazón del anti-escéptico, en
el sentido de que Wittgenstein reclama una arquitectura de la estructura de las
razones en la que las proposiciones bisagra no sólo están exentas de evalua-
ción epistémica, sino que están aparte de la lógica misma de la evaluación
epistémica, puesto que no podemos ofrecer razones para los equívocos, sino
que debemos buscar, si cabe, sus causas. En Russell este alcance no se observa.

V. CONCLUSIONES

Unidos contra Moore. Suena como un slogan, pero no lo es. No obstan-


te, y al mismo, ¿unidos contra la filosofía del sentido común? Tenue diferen-
ciación. Moore y Russell comandaron la revuelta contra los continentales,
pero se distanciaron al poco andar. Russell recuerda del siguiente modo el
camino inaugurado:

Fue hacia el final de 1898 cuando Moore y yo nos rebelamos en contra tanto de
Kant como de Hegel. Moore marcó el camino, pero yo seguí muy de cerca sus
huellas […] [Russell (1959), p. 42, trad. CS]. Sentí una gran liberación, como si
hubiese salido de una casa llena de calor agobiante hacia la ventisca del campo
abierto […] En la primera exuberancia de la liberación, llegué a ser un realista in-
genuo y me regocijé en el pensamiento de que el césped era realmente verde
[Russell (1959), p. 62, trad. CS].

Es el realismo ingenuo el que molestó a Russell. Aunque tuvieron un punto


de vista en común respecto de que proposiciones de ciertos objetos materiales
específicos del entorno de un agente no le son conocidas inmediatamente,
Moore insistió en un externismo a ultranza, desconociendo la intermediación
perceptiva de los sentidos20. Nótese: Moore no está intentando demostrar el
conocimiento del agente del mundo externo, sino lisa y llanamente la existencia
del mundo externo. Sostiene que si el escéptico señala que no se puede conocer
que hay objetos materiales, entonces comete una auto-contradicción21. El ar-
40 Cristián Santibáñez

gumento es como sigue: si el escéptico sostiene que “Nunca un ser humano ha


tenido conocimiento de la existencia de otros seremos humanos”, está diciendo
que “Ha habido muchos seres humanos (él incluido), y ninguno de ellos (él in-
cluido), ha tenido conocimiento de la existencia de otros seres humanos”,
asumiendo la existencia de lo que niega, otros seres humanos como él mismo.
Y negar esto, finalmente para Moore, es negar las precondiciones del pensa-
miento y acción significativas.
Si esto es lo que comienza la justificación de la filosofía del sentido
común22, entonces calza perfectamente con esa cierta animalidad que enfati-
zan Russell y Wittgenstein, porque mal que pese ¿acaso no son las creencias
intuitivas y las proposiciones bisagra a tal grado comunes y fundamentales
como la innegable existencia del mundo externo que se aprehende por el sen-
tido común y que funciona como el reconocedor de las precondiciones del
pensamiento y la acción? Si en definitiva, como sostiene parte de la crítica
[Wolterstorff (2001), p. 223], la tradición que va desde Reid a Moore insiste
en que las creencias de sentido común son creencias justificadas no-
inferencialmente, entonces Russell compartió esta línea de pensamiento, y
Wittgenstein se dedicó en los últimos años de su vida a afinarla. Si la filoso-
fía del sentido común de Moore (2000b, 2000c, 2009) se define en parte co-
mo una reflexión que acusa extrañeza e impotencia para demostrar que
conocemos y tenemos certezas, entonces Wittgenstein hereda esta compul-
sión, mientras Russell, como ya se vio, ayudó en promoverla. Moore viene a
sostener al respecto [(2000b), p. 117, trad. CS]: “Estamos todos, creo, en la
extraña posición consistente en que sabemos muchas cosas, respecto de las
cuales sabemos además que debíamos haber tenido alguna evidencia a su fa-
vor y aun así no sabemos cómo las sabemos, i.e. no sabemos cuál era la evi-
dencia”. De modo que más que al irremediable contexto –cronológicamente,
Moore fue por dos años estudiante de Russell–, Wittgenstein y Russell res-
pondieron al desafío intelectual de explicar la formación de certidumbre, y de
paso congelar las pretensiones del escepticismo23.
Aunque el problema del anti-escepticismo que se le atribuye a Witt-
genstein en OC requiere mayor cuidado en su análisis, hay una ambivalencia
que es necesario apuntar. Si el escéptico es aquel que cree, o duda sistemáti-
camente, que no hay conocimiento último sobre hechos –porque no se puede
probar, como Moore (2009) admitió no poder disipar, que uno no está soñan-
do mientras sostiene que tiene una mano–, entonces, en ese sentido básico,
Wittgenstein es un escéptico, del mismo modo que Russell deja ver un escep-
ticismo epistemológico a través del que trataría de explicar la parte de cosas
que conocemos por descripción, esto es, no por familiaridad o indirectamen-
te. Pero el escepticismo de Wittgenstein, si cabe nombrarlo así, tiene raíces o
razones distintas a la russellianas. La posibilidad de duda es cuestión episté-
mica, y la certeza animal, aquella sobre la que nuestra vida tiene sentido, no
entra en el juego del escepticismo, pues dudar de ella, en una comunidad de
Esa cierta animalidad. ¿Se cerró un círculo entre Russell y… 41

habla, significaría que nos declarasen inadaptados. Si dudo lo que afirma la


proposición “Aquí tengo una mano”, esta actitud no sería otra cosa que un
pasatiempo heurístico, y no una duda real. Si el escéptico duda de este enun-
ciado-hecho no sería una duda legítima, o por lo menos no más allá del escrito-
rio del filósofo. El escéptico es un incrédulo obsesivo, a pasos de la neurosis.
Para un discípulo de Wittgenstein como Rhees (2003), OC es el trabajo
más elocuente en el proyecto filosófico de Wittgenstein, que sólo se deja
apreciar si se acepta que su tema principal es la discusión con Moore respecto
del papel y uso de ‘saber’ [Rhees (2003), p. 67]; y en la misma dirección,
como sostiene Soames [(2003), p. 127, trad. CS], respecto del influjo de
Moore, “[…] el análisis lógico russelliano del lenguaje fue un gran éxito,
combinado con la insistencia de Moore en el sentido común como punto de
partida en filosofía para crear un estilo de análisis filosófico […]”. Como se
observa, son marcas de una persona en común que permitiría cerrar un círcu-
lo de un diálogo filosófico. De la mano del sentir cotidiano, con las creencias
intuitivas y las proposiciones bisagra, Russell y Wittgenstein se estrechan ba-
jo la naturalización del pensar filosófico: esa cierta animalidad.

Centro de Estudios de la Argumentación y el Razonamiento


Universidad Diego Portales
Manuel Rodríguez Sur 415, Santiago, Chile
E-mail: cristian.santibanez@udp.cl

NOTAS
1
Para observar el tono de amabilidad y respeto entre ambos, véase la corres-
pondencia compilada por McGuinness y von Wright (1990), intercambio en el que se
ve a Russell enviando incluso misivas en alemán.
2
Para un resumen biográfico donde aparecen este y otros datos, véase la ver-
sión online de The Cambridge Wittgenstein Archive: http://www.wittgen-cam.ac.uk/
3
Como queda explícito en una carta que envió Wittgenstein a Russell en 1919:
“Me temo que no has comprendido mi aseveración fundamental, respecto a la cual el
asunto de las proposiciones lógicas es mero corolario…”. Véase introducción de Re-
guera y Muñoz [(1999), p. viii] a la edición en español del Tractatus.
4
Hubo gran conmoción cuando William Bartley III publicó en 1973 su biogra-
fía de Wittgenstein, sustentando como vector de su trabajo la tesis de la homosexuali-
dad del filósofo austriaco. Incluso von Hayek intervino señalando que no entendió la
cruzada en contra Bartley por parte de von Wright y los albaceas de Wittgenstein que
negaban la inclinación homosexual del filósofo, cuando era un secreto a voces que
junto a Keynes y otros había tal afinidad. Véase Baum (2000).
5
Otros pasajes respecto de reacciones, opiniones e intercambio entre Russell y
Wittgenstein se pueden encontrar en el trabajo periodístico de Edmonds y Eidinow
(2001). En especial, véase cap. 5, dedicado a Russell, y al comienzo del cual los auto-
42 Cristián Santibáñez

res sostienen que Wittgenstein hacia 1946 apenas podía disimular su desprecio por
Russell. Pero la pasión, como orientación vital, no era ajena a la cotidianidad de Russell,
pues como bien recuerda Ortega (1995), la pasión y el amor eran dos de las cosas más
importantes y simples que Russell consideraba como elementales. No debiera extra-
ñar, entonces, su vehemencia al apuntar lo que él consideraba un error en la filosofía
de Wittgenstein.
6
Gellner (1998) considera que Russell y Wittgenstein compartieron una visión
individualista del lenguaje, la epistemología y el pensamiento, y lo declara de forma
tajante mostrando la relación histórica que los unía con una tradición que buscaba so-
lucionar los problemas asociados a los nacionalismos románticos: “Wittgenstein elaboró
una imagen del mundo no meramente “como Idea”, sino como una idea inherentemente
mantenida por un individuo aislado y consignado a permanecer en un confinamiento
conceptual solitario […] [Gellner (1998), p. 62, trad. CS]. [...] El argumento defendido
por Janik-Toulmin es que la situación en física, en filosofía de la física y en matemática
por un lado, y la crisis moral de la intelligentsia de la época de los Habsburgo, tal como
fue comentada por un kierkegaardiano sin pizca de gracia como Karl Kraus por otra, pu-
sieron a Wittgenstein frente a su problema: la notación y la idea del trabajo de Russell y
Whitehead sobre lógica y los fundamentos de la matemática proveyeron las herramien-
tas técnicas para la solución. El resultado: el Tractatus” [Gellner (1998), p. 83, trad. CS].
7
Se utilizará la nomenclatura ‘OC’ para referirnos a Sobre la Certeza, siguien-
do la convención entre los especialistas de habla inglesa.
8
Esta coincidencia sigue el análisis sugerido por Moyal-Sharrock [(2007), p.
135] respecto de la similitud que hay entre ambos respecto de cómo justifican los fun-
damentos del conocimiento.
9
Una contextualización amena de la discusión semi-pública de las ideas en tor-
no al realismo de Moore y Russell, se encuentra en Hintikka (1995), pp. 1-26, cuando
describe el famoso grupo de Bloomsbury; [véase también Hintikka (1979), pp. 5-14].
Como parte del trasfondo de la filosofía analítica, véase Glock (2008).
10
Separar estos dos problemas en la filosofía de Russell es artificial, aquí sólo
tiene un sentido instrumental. Sin embargo, algunos comentaristas han visto la necesi-
dad de separarlos para mostrar el desarrollo del pensamiento de Russell [Carey,
(2009)]. En su teoría de la percepción [Carey (2009), (2007)], el autor se preocupa por
analizar el modo en que se puede percibir el mundo externo (donde rechaza el psico-
logismo de Kant y el monismo). Respecto de una teoría del conocimiento, Russell
mismo publicó escritos que contenían estas palabras [Russell (1914), (1948)]; o com-
pilaciones posteriores reunieron esta dimensión por separado [Russell (1984)], y el
tema cruza toda su obra. Un tratamiento similar desarrolla Tomasini (2001), pp. 91-98,
respecto del análisis de la percepción y concepto de conocimiento en Russell. Cierta-
mente, también se puede analizar el vínculo directamente entre percepción y conoci-
miento bajo el rótulo de ‘conocimiento perceptual’, véase por ejemplo Alston (1999).
11
Russell (1959), al discutir la posición de Strawson (1950) en “On Referring”,
señala: “[…] hay palabras que son significativas solo porque hay algo que significan, y
si no hubiera ese algo, serían ruidos vacíos, no palabras. Por mi parte, creo que tiene que
haber tales palabras si el lenguaje ha de tener alguna relación con hechos. La necesidad
de tales palabras se hace obvia a través del proceso de la definición ostensiva” [Russell
(1959), p. 177, trad. CS]. Para un estudio crítico de este ángulo, véase Cappio (1981).
Esa cierta animalidad. ¿Se cerró un círculo entre Russell y… 43

12
Sobre el mismo aspecto de la función de la definición ostensiva del significa-
do en la semántica léxica de Russell, véase Hintikka (1981).
13
Para una discusión acabada de lo que comporta el realismo indirecto, véase
Brewer (2011), cap. 3. En “On propositions”, Russell (1956) acepta que, junto a la in-
formación de los sentidos, pueden participar imágenes mentales en la elaboración ló-
gica de los objetos, esto es, se combinarían procesos físicos con los psicológicos.
14
La combinación en la nomenclatura entre realismo directo e indirecto queda
clara en Russell cuando sostiene: “Si tengo conocimiento directo de una cosa que
existe, mi conocimiento directo me da el conocimiento de que tal cosa existe. Pero no
es verdad que, inversamente, cuando sea el caso que puedo conocer que una cosa de
un cierto tipo existe, yo o alguien más deba tener conocimiento directo de esa cosa”
[Russell (1912), pp. 70-1, trad. CS].
15
Como se observará en las siguientes secciones, es esta posición que en Witt-
genstein de OC se ve radicalizada – como fue parte de su trabajo en Cambridge, radi-
calizar pensamientos tempranos de Moore y Russell, entre otros con los que dialogó
filosóficamente. Esta idea de radicalización discrepa con la interpretación de Moyal-
Sharrock (2005, 2007), Coliva (2010), Stroll (2005), entre otros, quienes sostienen
que Wittgenstein responde de forma simplemente distinta al desafío del escéptico,
respecto del que Moore en particular falló; incluso, sostienen, Wittgenstein ofrece una
posición epistemológica no tratada anteriormente en la literatura filosófica. De modo
que la idea de radical aquí tiene una orientación, por llamarlo de algún modo, pública:
Wittgenstein definitivamente está respondiendo a Moore, a su razonamiento y justifi-
cación del mundo externo, pero lo hace acompañado por Russell con quien comparte
explícitamente una idea: véase OC §91. Pero al discutir Wittgenstein las ideas de
Moore, al mismo tiempo se enfrentaba al legado del empirismo británico, incluido en
éste, y de manera fundamental, Russell. Diremos por ahora, entonces, que la cercanía
con Russell es de tono naturalista, y la diferencia radica en la categoría explicativa uti-
lizada para explicar un ‘hecho’, en tanto forma de comportamiento, de la actuación
epistémica de los agentes.
16
La obra filosófica de Russell es a veces contradictoria [Carey (2007)], otras
confusas [Sainsbury (2005)], y como queda claro en LPF, a veces se mezclan concep-
tos como cuando utiliza indistintamente ‘conocimiento’ y ‘creencia’.
17
Sus elogiosas palabras son las siguientes: “Los últimos cuadernos de notas de
Wittgenstein, publicados bajo el título Sobre la Certeza, fueron escritos en el año y
medio final de su vida. Son notas rápidas, completamente no revisadas. Son sus discu-
siones consigo mismo, sin pensar en una futura publicación […]. Muchos lectores en-
cuentran todo esto desconcertante. Pero el estudio profundo de esas notas es
gratificante. No solo se encuentran allí comentarios individuales de gran belleza, sino
también líneas de pensamiento emergentes que no se pueden encontrar en otros de los
escritos de Wittgenstein” [Malcolm (1986), p. 201, trad. CS]. En un juicio un tanto
extremista, Stroll (2007), p. 33, sostiene de entrada, y sin atenuación, que las notas
que se recopilan bajo OC dan vida al libro más importante en la filosofía occidental
desde La crítica de la razón pura de Kant.
18
Para Williams (2007), por ejemplo, Wittgenstein no es fundacionalista en
OC, o al menos no un fundacionalista tradicional, ya que los ‘juicios marco’ de Witt-
genstein son extremadamente heterogéneos entre sí y no obedecen a ningún tipo de
esencia o base común que pueda reconocerse como fundamento.
44 Cristián Santibáñez

19
Se ha traducido literalmente hinge propositions por ‘proposiciones bisagra’
para conservar la riqueza y coherencia metafórica con la que Wittgenstein explica este
tipo de proposiciones.
20
Es explícito el acuerdo de Moore con Russell, en “Four Forms of Scepticism”
[Moore (1959), p. 226]. Moore concuerda con el Russell de Our Knowledge of the Ex-
ternal World. La misma línea de argumentación respecto de la justificación del mundo
externo, en contra del idealista, había seguido Moore en “The Refutation of Idealism”
(2000a).
21
Véase Moore [2000b (1925), p. 116].
22
Evidentemente aquí no comienza la filosofía del sentido común, si no sola-
mente la filosofía común a la que Russell y Wittgenstein responden y se integran. Para
un tratamiento y defensa pormenorizada de la filosofía del sentido común, véase el
trabajo de Lemos (2004), en especial respecto de los antecedentes en Reid, y la conti-
nuación en Chisholm. También véase el trabajo de Rescher (2005) con otros énfasis
sobre la tradición del sentido común.
23
Pérez Otero (2000), p. 14, sostiene que en Russell incluso se manifiesta una
posición escéptica respecto de la posibilidad de conocer el mundo externo.

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