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Teoría de disfuncionamiento del sistema inmunológico

El sistema inmunitario es la línea de defensa más importante contra toda sustancia


exógena que pueda entrar en nuestro cuerpo, a través de variados mecanismos
tales como reconocimiento y fagocitosis (ingesta) del agente extraño, destrucción
o lisis de la célula infectada, producción de anticuerpos específicos e inespecíficos
entre otros, y esta responsabilidad recae sobre las células del sistema inmune
como son: monocitos, los macrófagos, los polimorfonucleares, linfocitos B y T.

La teoría inmunitaria del envejecimiento descansa sobre la premisa de que, con la


edad, disminuye la capacidad de este sistema a sintetizar anticuerpos en
cantidades adecuadas, de la clase indicada, y en el momento oportuno, además
“el sistema de defensa del cuerpo parece volverse contra sí mismo y atacar
algunas de sus partes, como si fueran invasores extranjeros.

Puesto que es probable que con el tiempo aparezca un cierto material imperfecto
y que sea tratado como una amenaza, aumenta en consecuencia el peligro para
los tejidos normales, es decir, que el sistema produce anticuerpos contra proteínas
normales del cuerpo, pudiendo destruirlas, y allí se producen las enfermedades
autoinmunes, algunas que padecen no solamente las personas mayores, pero
otras sí, como lo son la rigidez articular, trastornos reumáticos y ciertas formas de
artritis.

A medida que envejecemos el sistema inmunológico se vuelve menos eficaz en la


lucha contra las enfermedades, y es por esto por lo que en los adultos mayores en
los que los mecanismos corporales de defensa estén disminuidos una enfermedad
común como un síndrome viral puede convertirse en fatal. (Mishara, B. y Riedel,
R., 2000)

Teoría de la autointoxicación

propuesta por Metchhnikov consideraba que las bacterias intestinales generaban


una autointoxicación que envenenaba nuestro organismo y que la acidificación de
este a través de los bacilos ácidos que contienen los yogures podría contribuir a
mantener la salud y a prolongar la vida.
el interés por Metchnikoff viene de la mano de sus ideas sobre el proceso de
envejecer. «El estudio del envejecimiento tiene una gran importancia y un enorme
valor práctico» comentaba en una de sus obras más clásicas. En la segunda mitad
de los años noventa sugiere que «la atrofia senil del cuerpo humano podría
deberse a la fagocitosis de los tejidos alterados».

En el año 1901 es invitado a dar una conferencia en Manchester sobre Flora and
the human body. En el curso de esta apunta que la «senilidad debe considerarse
como consecuencia de una intoxicación crónica por la presencia de microbios en
el intestino». Este pensamiento constituiría su idea central al respecto durante
todo el resto de su vida.

Los presupuestos de partida para ello serían básicamente 3:

a) la flora intestinal desempeña un doble papel: puede defender al organismo


contra la infección y retrasar el envejecimiento, pero junto a ello, puede también
convertirse en un elemento de autointoxicación.

b) existe la posibilidad de modificar la flora intestinal potenciando sus


componentes positivos y actuando contra los negativos.

c) los yogures son portadores de bacterias positivas, algo que intuía tras observar
la gran longevidad de los campesinos búlgaros, en cuya dieta se incluían grandes
cantidades de este producto.

Pensaba que en el reino animal cuanto más corto es el intestino, menos microbios
contiene y más prolongada es la duración relativa de la vida. Ponía como ejemplo
a los pájaros y a los murciélagos. Se trata de animales adaptados a la vida aérea
con un peso tan pequeño cómo es posible. Para ello vacían su intestino con
muchísima frecuencia y evitan utilizarlo como reservorio, con lo que reducen
enormemente su contenido microbiano.

Metchnikoff considera que es posible retrasar los procesos que determinan el


envejecimiento, actuando sobre la flora microbiana intestinal a través de 2 vías
complementarias.
1. La primera buscaría dificultar la entrada de aquellos «microbios» tóxicos
responsables de la autointoxicación, o del envenenamiento crónico del
organismo. Nos indica que una vida higiénica, alimentación incluida, sería el
mejor camino para lograrlo.
2. La segunda sería administrar en los alimentos sustancias que ejercieran
una influencia positiva. Se trataría de alcanzar lo que calificaba como un
«estado ortobiótico», un ecosistema local más favorable donde la flora
bacteriana perjudicial sería sustituida por otra con predominio de los
lactobacilos. Se trataría de acidificar el medio intestinal contraponiéndolo al
medio alcalino más favorable al desarrollo de las «bacterias de la
putrefacción».

Las dietas esencialmente lácteas y, sobre todo, los yogures (la leche agria)
serían portadores de bacterias positivas para el organismo. En esencia se
buscaría modificar la flora intestinal potenciando sus componentes positivos y
actuando contra los negativos, algo, a su juicio, perfectamente posible de
lograr a través de la alimentación.

 Los microbios de la putrefacción intoxican los tejidos.


 El intestino grueso solo actúa como reservorio, especialmente en las
situaciones de estreñimiento, y favorece la estasis de los microbios de
putrefacción.

Para conseguir una vida más larga y cualitativamente mejor insiste en muchas
ocasiones en lo que él califica como hábitos higiénicos, centrados, sobre todo,
aunque no de manera exclusiva, en la alimentación. Dice: «no se trata
simplemente de alargar la vida; la prolongación de la vida debe acompañarse
de la conservación de la inteligencia y de la aptitud para el trabajo». Lo que
entiende como hábitos higiénicos lo resume de la siguiente manera:

«Moderación en la comida, bebida y cualesquiera otros placeres».

«Ejercicio físico diario haga el tiempo que haga».

«Vivir en un entorno de paz respirando aire puro».


«Acostarse y levantarse pronto».

«No dormir más de 7horas».

«Bañarse a diario con agua templada».

Teoría del soma desechable

Sugiere que nuestros cuerpos han evolucionado para no ser compatibles con la
inmortalidad. A pesar de los avances científicos, seguimos siendo como máquinas
bien diseñadas, pero con componentes que eventualmente sufren daños y
necesitan ser sustituidos. Así como la retina, que no puede ser reemplazada y
pierde eficacia con la edad, nuestro organismo también tiene límites en su
capacidad de mantenerse joven y saludable indefinidamente.

La teoría del soma desechable del envejecimiento postula que existe una
compensación en la asignación de recursos entre el mantenimiento somático y la
inversión reproductiva. En esencia, el nivel óptimo de inversión en el
mantenimiento somático es menor que el nivel que se necesitaría para la
longevidad somática indefinida1. Esta teoría, formulada por Thomas Kirkwood,
explica que un organismo solo tiene una cantidad limitada de recursos que puede
asignar a sus diversos procesos celulares2.

El envejecimiento supone un descenso progresivo del rendimiento fisiológico, una


disminución del número de células germinales y atrofia o apoptosis de las células
diferenciadas. Nuestra longevidad depende de la eficiencia del mantenimiento de
nuestras células, tejidos y órganos. Aunque el envejecimiento es una característica
universal de los organismos multicelulares, todavía no existe una explicación
definitiva sobre por qué envejecemos. Podríamos decir que el envejecimiento es
un proceso de desorganización gradual e irreversible que imposibilita la
supervivencia ilimitada. El ser humano tiene una expectativa de vida máxima de
130 años, es decir, con los conocimientos actuales es biológicamente imposible
vivir más tiempo3.
En resumen, la teoría del soma desechable sugiere que nuestros cuerpos han
evolucionado para no ser compatibles con la inmortalidad. A pesar de los avances
científicos, seguimos siendo como máquinas bien diseñadas, pero con
componentes que eventualmente sufren daños y necesitan ser sustituidos. Así
como la retina, que no puede ser reemplazada y pierde eficacia con la edad,
nuestro organismo también tiene límites en su capacidad de mantenerse joven y
saludable indefinidamente3.

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