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Mientras tiraba, el Negro le decía:—Ya

verás, Pepe, cómo voy a dejar este pinche


terreno, porque tengo pensado que cuando
nadie te recoja por ahí, tú puedas vivir en el
lugar más lujoso de México. El Presidente
siempre lo animaba. ¡Y Durazo cumplió!
Porque con el procedimiento usual adquirió
una mayor extensión de terreno, y a base de
sus malas artes con los ejidatarios,
construyó inmediatamente después de lo
que era su casa un casino con sala de
juegos, alberca interior y discotheque; por
cierto que como a su hijo Yoyo, en un viaje
que hizo a Nueva York le gustó el famoso
“Studio 54”, el Negro ordenó a su personal
que fuera a comprar réplicas exactas de
todos los aparatos electrónicos y luces de
la discotheque para instalarlos en su casino.
El costo, según recuerde, fue de 58 millones
de pesos, al tipo de cambio de ese tiempo.
Aparte de lo anterior, la casa del kilómetro
23.5 comprende las caballerizas, el cortijo,
canchas deportivas,
galgódromo ,hipódromo, y otras lujosas
instalaciones, tal y como acertadamente las
describió la revista Proceso que dirige el
señor Julio Scherer García (según
reportajes descritos por Andrés Campuzano,
Ignacio Ramírez, y Miguel Cabildo en el
número 351, del 25 de julio de 1983).Como
complemento a esa información, me permito
añadir algunos otros detalles: Por mediación
de López Portillo y no obstante su carácter
de simple director dependiente del
Departamento del Distrito Federal —
jerárquicamente estaba por debajo del
oficial mayor, del contralor general, de los
secretarios de gobierno, del tesorero y, por
razón natural, del regente—, Durazo Moreno
manejaba el presupuesto íntegro de la
Policía para usarlo de la manera que él
consideraba pertinente. Con esa cantidad
de miles de millones de pesos, además de
sus “extras”, el Negro Durazo logró estas
“proezas”: Nunca volvió a proporcionar
refacciones, lian ipst aceites, combustibles
(reducidos), aditivos y demás a las”
unidades de servicio como patrullas,
camionetas, motos, grúas, etcétera; la
orden para el personal que utilizaba todo
esto era: —Si quieres patrulla, para
“trabajar” en la calle (léase extorsionar), tu
tendrás que pagar todos tus gastos.
Tampoco se entregaron dos uniformes por
año, como era costumbre; además un
uniforme constaba de zapatos, corbata,
calcetines y fornituras. Por ese motivo,
siempre fue público y notorio que en la
calle, los uniformados parecían vestidos de
“chile, de dulce y de manteca”, pues cada
quien se compraba lo que podía. Debían
comprar también sus placas y herrajes, lo
mismo que sus credenciales, y todo esto lo
cobraba Durazo del presupuesto para la
Policía. Así mismo, le tenían que devolver el
dinero de aproximadamente 1 000 vacantes
de sueldos, para que él los aplicara donde
se le ocurriera; además dejaba un promedio
de 2 000 vacantes pendientes de bala, cuyo
trámite no llegaba a la oficina de personal
del DDF y obviamente los sobres con esos
emolumentos seguían llegando a la DGPT,
como si el personal estuviera activo. En
este caso, la Dirección Administrativa de la
propia Dirección destacaba personal
exclusivo con el fin de seleccionar el dinero
y clasificarlo. Era una cantidad que
conservadoramente, calculando a 10 000
pesos por sobre de 2 000 elementos, arroja
una cifra de 20 millones de pesos
mensuales; y eso el director del DGPT lo
utilizaba nada más para sus “chuchulucos”,
o sea, para sus gastos menores. También
tenía un medio muy eficaz para disponer de
dinero destinado a “gastos imprevistos”;
cuando de momento no había efectivo,
ordenaba que por los vales de gasolina para
las unidades, que podían ser de 20 o 30
litros por turno, las gasolineras no
despacharan más de 15 o 20, según el caso.
Y que los cinco o diez litros restantes, se
los entregaran en efectivo. Si usted
multiplica por 3,800 vehículos
aproximadamente, en tres turnos diarios,
averiguar; la fabulosa cantidad que se
embolsaba el Negro ladrón para atender sus
“imprevistos”. Es decir a razón de siete
litros promedio por vehículo tenemos un
humilde ingreso diario de 332 00 pesos; y
por mes, de 15 millones 960 mil pesos.
¿Cuánto le dejaba al año?
Por otra parte, y hablando de los
centenarios que recibía cada quincena,
había órdenes ya establecidas de que tanto
la Policía Auxiliar como la Sanearía, jefes de
áreas y directores, le llevaran su “entre”
quincenal en oro o dólares; nunca aceptaba
billetes mexicanos ni cheques. ¿Las
cantidades? Mentiría si diera cifras
pretendidamente exactas, pero puede
asegurar que quincenalmente y en forma
muy discreta, acompañado sólo por su
chofer y yo, balábamos tres maletas de viaje
—de las grandes a la cajuela de su
automóvil, y nos trasladábamos a la casa
matriz del Banco de Comercio, en cuyo
sótano nos estaba esperando el hijo de don
Manuel Espinosa Iglesias; acompaña de de
este personaje y de varios policías
bancarios el Negro subía con sus maletas
por el elevador privado. El chofer y yo nos
quedábamos esperándolo en el sótano. En
esas ocasiones, y porque lo presumido
nunca se le ha quitado, el Negro, al subirse
al auto con las maletas, me decía:—Mira
pinche flaco, aprende hijo de tu chingada
madre. ¿Cuántos años te has jodido y no
tienes ni en dónde caerte muerto? Yo en
cambio, ya soy accionista principal de este
pinche changarlo y no se los compro
completo porque sería mucha pinche
ostentación. Por otra parte, volviendo a la
información de la citada revista Proceso, y
con todo el respeto que el escultor
Ponzanelli me merece, yo fui testigo cuando
personalmente él le iba a ofrecer sus obras,
e incluso le hizo un busto para ponerlo en el
centro de un museo que llevaba su nombre
en Cumpas, Sonora; Durazo se las compraba
por decenas, y ordenaba que se las pagara,
en mi presencia, el entonces director de
Servicios Administrativos de la DGPT,
Carlos Castañeda Mayoral. Tocante al
calificativo de “ignorante” que aplica a
Durazo el afamado Ponzanelli, le dey todo mi
crédito y respaldo.
Las Fiestas de la Cabaña
Las fiestas en la Cabaña se iniciaban
normalmente los fines de semana y duraban
hasta el domingo en la noche; con el fin de
transportar invitados de la casa del
kilómetro 23.km a la réplica de chalet suizo,
se usaban des helicópteros de la policía
pues, tomo ya dije, no había camino alguno
para llegar a dicho lugar. El número de
invitados oscilaba entre 200 a 300 personas.
La Cabaña no cuenta con cocina, porque la
señora Durazo opinaba que donde hay
cocina todo huele a grasa; por tal motivo, se
colocaron en el exterior grandes parrillas,
asaderos de carne y mesas campestres, a
fin de preparar ahí todo lo necesario; por
otra parte, las viandas, incluyendo las
bebidas (todas de importación), eran
adquiridas y pagadas por algún jefe de Arca
mediante desembolsos que se “rolaban”
entre todos sus subordinados. El personal
para atender a los invitados —cocineros,
meseros, garroteros y demás gente de
servicio— estaba enteramente formada por
elementos de la policía que trabajan en el
Servicio de Alimentación de la Brigada de
Granaderos, a cuyo frente se encontraba la
mayor Guillermina Martínez de Ijar. Como
detalle chusco, citaré lo que algunos de
estos elementos me llegaron a comentar:
Jefe, si hay fiesta en la Cabaña, prefiero
cortarme las venas. Y es que ellos no tenían
la suerte de subir en helicóptero para llevar
todos los implementos indispensables para
dar servicio (platos, peroles, manteles,
cuchillería, etcétera), sino que cubrían a pie
el kilómetro de cerro para llegar a su
objetivo. Posteriormente, una vez terminado
el festejo, a eso de las tres o cuatro de la
mañana, sólo quedaban en la Cabaña
personas de mucha confianza. Entonces me
llamaba el Negro y me ordenaba:—Oye
pinche flaco, ya retira al personal y mañana
nos vemos a las siete. Arregla lo de la
seguridad. Esto último consistía en rodear
materialmente el cerro con elementos del
Regimiento Montado de la Policía, armado
con metralletas. Así las cosas, se iniciaba el
regreso del personal completamente a
oscuras y lógicamente había lastimados por
caídas, ya que en los alrededores se carece
de luz eléctrico, no así en la Cabaña. A este
respecto, cabo aclarar que so instaló una
línea de más de 100 postes para conducir la
corriente eléctrica; todo esto obviamente se
pagó del presupuesto de la DGPT. Al día
siguiente, y previas órdenes que por radio
me daba Durazo, se volvía a iniciar la
heroica peregrinación de los muchachos
cargando a lomo pancita, chilaquiles y todo
lo necesario para “curar” una “cruda”. A
mediodía se repetía la carne asada,
barbacoa, carnitas y tamales, el platillo
favorito de la señora Durazo, así como un
tipo especial de pasteles de “El Globo”;
porque hay que agregar que cada fin de
semana llegaban a la casa del señor 40
charolas de pasteles y entre ellas había una
clase especial que le fascinaba a la señora;
de ésos no llegaban más de cinco o seis.
Esto me recuerda que en una de tantas
fiestas los invitados se comieron
precisamente esos pasteles destinados al
consumo exclusivo de la señora; quienes lo
hicieron ignoraban el tremendo problema en
que estaban metiendo al personal de
servicio, pues cuando ella se dio cuenta de
que sus pasteles se habían “esfumado”, me
llamó y me dijo:—Mire Pepe, en cuanto
termine la fiesta, se lleva usted a los
meseros a los separos, porque estos
cabrones nomás por chingarme se tragaron
mis pasteles. A mí no me quedó más
remedio que cumplir las órdenes, ratificadas
por el Negro, y siete inocentes policías del
Servicio de Alimentación se echaron quince
días en los separos, a pesar de que ellos me
confiaron:—Mire jefe, cómo cree que
nosotros nos íbamos a comer los pasteles
que sabemos que le gustan a la señora. Lo
que pasó fue que los invitados se los
comieron, y ya ve usted la clase de
cabrones invitados que tiene el jefe Durazo;
y si según la señora, nos manda 15 días a
los separos por comemos los pasteles, si
algún Invitado le dice que se los negamos,
nos cuelga de los güevos.Cabe mencionar
que a la casa de Durazo todo lo comestible
llegaba en cantidades industriales: piernas
de jamón serrano español, quesos
holandeses y de todos tipos, caviar,
conservas, mazapanes, ultramarinos y
demás, a tal grado que se echaban a perder
al no consumirse; pero ni Durazo ni su
esposa permitían que se tirara nada, hasta
que efectivamente estuvieran las cosas en
perfecto Estado de descomposición. ¿Cómo
no se les ocurrió, con esas grandes
cantidades de alimentos, socorrer a toda la
pobre gente que vivía a sus alrededores? Se
acumulaba tanta comida que había cuatro
congeladoras gigantescas; y cuando
llegaban los pavos de Navidad nos
encontrábamos con el problema de que los
refrigeradores todavía estaban repletos de
los pavos de la Navidad anterior. Hasta que
los alimentos estaban totalmente
agusanados era cuando los señores se
decidían a tirarlos, sin socorrer a hospicios,
asilos o casas de asistencia que tanto los
necesitaban. Los Durazo eran tan
miserables que al personal la estaba
prohibido pedir una taza de café, y todos
teníamos que llevar a su casa nuestros
propios alimentos. ¡Cuidado con que un
mesero llevara comida al personal de
vigilancia! El responsable era sancionado
severamente y confinado en los separos por
tiempo largo. Las fiestas se realizaban cada
fin de semana, y a ellas asistían
personalidades como el licenciado Salvador
Martínez Rojas, en ese tiempo presidente
del Tribunal Superior de Justicia del Distrito
Federal; Antonio Lukini Mercado, jefe de la
Oficina de Licencias y administrador de
algunos negocios del Negro; Arturo Marbán,
director operativo; Pancho Sahagún Baca,
director de la División de Investigaciones
para la Prevención de la Delincuencia;
Carlos Castañeda Mayoral, director
administrativo; también llego a asistir el
presidente de la Yamaha, de Japón, de la
que el Negro es uno de los accionistas
mayoritarios; Andrés Ramírez Maldonado, al
que nombró coronel y director de los
Servicios al Público, pero que en su vida
privada fue hotelero, lenón y traficante de
drogas (incluso, estando en funciones fue
ejecutado por la mafia en San Antonio,
Texas, y Durazo lo hizo enterrar en la ciudad
de México, rindiéndole honores como a los
policías que mueren en el cumplimiento de
su deber); Isidro Valdés Norato, quien
antecedió en el cargo a Ramírez Maldonado
y al que ya entonces Durazo había
degradado como jefe de peritos de
vehículos; Gastón Alegre López, abogado
establecido en Montreal, Canadá, y
especializado en negociar ciertas
situaciones jurídicas de país a país, y
además dueño ancestral de casi todos los
terrenos del Ajusco; Alejo Peralta, a cuyo
hijo, el Negro, por atención al padre, nombró
capitán y piloto para que atendiera
exclusivamente los teléfonos de sus
coches; Pablo Fontanet, con quien hizo la
gran “tranza” del panteón Mausoleos del
Ángel, y de cuyas ganancias iniciaron el
proyecto de Reino Aventura; además de
otras personas de menor importancia. Como
ya dije, la decoración de la Cabaña se
realizó de acuerdo con los gustos de la
señora, y por conducto del arquitecto
Carreño, que era su decorador personal, se
trajeron en avión desde Suiza los
materiales, cuyo costo considero superior a
los 100 millones de pesos; era importante
para los Durazo que el sitio tuviera toda la
ambientación alpina que tanto les
fascinaba; y recuérdese que la Cabaña
estaba en el sitio más alto del Ajusco.
IV
“Los Manejos de Durazo“
Para tener control absoluto del presupuesto
que ya el Negro Durazo manejaba
íntegramente, pues el profesor Hank
González se lo había entregado por órdenes
de López Portillo, el profesor Molina, su
secretario particular, hombre muy audaz, le
sugirió: Señor, para que usted pueda
manejar el presupuesto a su antojo,
necesitamos legalmente al aval de la
Contraloría General del DDF. Y lo primero
que debe usted hacer es remover al actual
contralor general, Salvador Mondragón
Rodríguez, porque esto no se va a ajustar a
nuestras situaciones, y tratar de que en su
lugar quede el sub contralor, Jaime Porter
Samanillo; creo que si usted le avienta a
Porter un “disparo” de cuatro o cinco
millones de pesos para empezar, va agarrar
la pichada y se va a prestar para lo que
usted mande. —Primero voy a calar a Porter
Samanillo —dijo Durazo. Y lo citó
discretamente para desayunar en la DGPT.
Le pidió que le diera de bala cosas que no
se habían comprado, pero que se habían
pagado, según facturas; y efectivamente, le
dio un “disparo” de adelanto en mi
presencia, diciéndole: Toma, autorízame
esto otro, porque me cae en los güevos que
gentes como tú, tan serviciales, andan tan
jodidas. Por lo pronto, voy pagándote este
favor; toma estos centavos —y le dio en
dólares el equivalente a cinco millones de
pesos, ya que, como aclaré, no le gustaba
manejar moneda nacional—. Porque además
—agregó—, para demostrarte mi estimación,
quiero que usando tu puesto me consigas
documentación en la que esté involucrado
tu jefe, Salvador Mondragón Rodríguez y el
profesor Hank González; y el día que la
tengas, sin importarte la hora, me lo
comunicas para que de inmediato te lleve yo
con el señor Presidente. Y si tú cumples lo
que te estoy pidiendo, te puede asegurar
que en ese preciso momento vas a ser el
contralor general del DDF. ¿Cumpliría el
Negro con la promesa? La tarde del día
siguiente, mientras Durazo descansaba en
su privado, recibí una llamada. Era Porter
Samanillo:—Despiértelo “Güero”, porque
esto es muy urgente.
—Discúlpeme señor Porter, pero ya sabe
usted que cuando el jefe se acuesta sólo se
le molesta si lo llama el señor Presidente de
la República.—Alabo su apego a las órdenes
del jefe, pero le garantizo que hasta lo va a
felicitar si usted lo despierta ahorita porque
yo tengo órdenes de él muy especiales al
respecto. En vista de lo anterior, entré al
privado de Durazo y lo desperté:—Disculpe
señor, pero el señor Porter insiste en hablar
con usted para una cosa muy urgente.—
Pásame la llamada— dijo el Negro.
Y esto fue lo que alcancé a escuchar: —Muy
bien Jaime te felicito; mañana te espero en
mi casa del 23.5 a las siete de la mañana.
Vas a conocer al señor Presidente de la
República y te garantizo además que de Los
Pinos sales nombrado contralor general del
Departamento. Tal como el Negro se lo
prometió, Porter estuvo en dicho puesto los
últimos cuatro años del sexenio. Cuando
Porter tomó posesión, le asignó a la DGPT
dos “valiosos” elementos: Abraham
González Castañeda y Francisco Cuevas
Días, ambos contadores; el primero estaba
ahí para avalar los desmedidos gastos del
Negro y el segundo para dar de baja lo que a
su juicio ya no funcionara en la DGPT. Con
esto el señor director Durazo lograba, por
ejemplo, lo siguiente: Factura: ocho
millones de pesos. Concepto: platos y
cubiertos para el servicio de alimentación
de la DGPT. Avala el gasto: Abraham
González Castañeda. Á los cinco días los
trastos se daban “de baja” por inservibles.
Avalaba la baja: Francisco Cuevas Díaz. Por
supuesto, lo comprado físicamente nunca
existía, o sea que sólo se manejaba el
papeleo y los policías seguían comiendo sin
platos ni cubiertos. Igualmente se
negociaba con peroles, estufas y otros
utensilios, y lo mismo pasaba con las llantas
de las patrullas, aceites, aditivos,
acumuladores, uniformes, zapatos, gorras,
camisas, corbatas, insignias, etcétera. Por
eso, el Negro se daba el lujo de alardear;
recuérdese aquel mencionado reportaje de
la revista Proceso, donde llegó a decir con
cinismo: “Que me hagan las auditorías que
quieran”. Sabía a la que se atenía, pues
estaba seguro que con ese procedimiento
tendría que salir bien librado.
Ladrón que Roba a Ladrón
Para controlar las entradas ilícitas del
dinero proveniente del presupuesto, Durazo
lógicamente debía tener gente de confianza;
así que al primer director administrativo que
designó para organizar sus maniobras
ilícitas fue a su cuñado Federico Garza
Sáenz. Durazo lo coloco respondiendo a las
“sugerencias” de su esposa, pues ella
quería estar siempre enterada de las
entradas ilícitas de dinero. En principio,
Garza Sáenz le funcionó al Negro; pero al
enterarse el cuñadito de las cantidades
exorbitantes que se manejaban, inició por
su cuenta robos contra el “patrimonio” de
Durazo; así pude comprarse una Isla en
Zihuatanejo, Guerrero, y se convirtió en
vecino del general Durazo, por aquello del
“Partenón”. En el centro de la isla, que tuvo
un costo superior a los 500 millones de
pesos, construyó un restaurante a todo lujo.
Sin embargo, el restaurante nunca entró en
funciones, porque el Negro se dio cuenta de
que “le estaban dando machetazo a caballo
de espadas”, y de inmediato suspendió a su
cuñado, con el consiguiente escándalo
familiar. Durazo lo sustituyó con su íntimo
amigo, Carlos Castañeda Mayoral, sedicente
licenciado, quien durante muchos años
fungió en la Procuraduría General de la
República como jefe de personal, y con
quien lo ligaban nexos ilícitos, incluso a
nivel de mafia: drogas, trata de blancas,
contrabando, etcétera. Con este individuo
aumentaron las entradas de dinero, porque
era capaz para su negocio y sabía manejar
muchos recursos ilícitos disfrazándolos de
legales; pero además, sabía lo que al Negro
le gustaba: lo halagaba a tal grado que caía
en las situaciones más absurdas y
grotescas. Por ejemplo, le pagaba a un tal
teniente Nieto para que fuera a Estados
Unidos a traerle al Negro cigarrillos de
marcas extrañas o clamatos (jugo de
tomate con concentrado de ostión y almeja)
para Bloody Maries que yo
irremediablemente tenía que prepararle; a
propósito de este detalle, yo quedé muy
bien con José Ramón López Portillo al
prepararle sus tragos, sólo que éste se los
tomaba sin vodka. Por cierto que pata no
molestar al Negro, Castañeda Mayoral le
llenaba todos los sillones de su despacho
con “altas” de elementos que ingresaban
constantemente a la policía para que las
firmara; eran auténticos regalos que en un
momento dado podían sumar hasta 1 000
policías en funciones, quienes en tanto no
tuvieran firmados sus papeles, no podían
cobrar su sueldo. Y como a veces la firma
se tardaba hasta tres o cuatro meses, no
había forma de que pudieran cobrar sus
salarios. Castañeda sólo se concretaba a
preguntarle: —Patroncito, ¿no me firma? El
Negro, invariablemente le contestaba;—No
estés chingando, hijo de tu chingada madre.
Durazo no acostumbraba delegar la firma
(ocho por cada expediente), porque pensaba
que si les dejaba a otros el trámite no le
iban a dar participación de la tranza de
dichas “altas”, pues partía de la base de que
todo ahí tenía un precio, Para halagar a
Durazo cuando supo Castañeda Mayoral que
una señora llamada Lidia Murrieta Encinos
se le había “metido” bien al Negro,
aprovechó que éste tenía grandes
dificultades con su esposa Silvia (duraron
separados como año y medio) y le propuso:
—Vamos a hacerle una casa a la muchacha
para que llegue usted a gusto. El Negro
accedió, y compró inmediatamente y al
contado —30 millones de pesos— la casa
que está enclavada en la calle de Fuente
bella número 54, en la colonia Fuentes del
Pedregal, frente al Pedregal de San Ángel.
Al principio, la señora Murrieta era una
persona dócil qué por todos los medios
trataba de congraciarse con el Negro; pero
al sentir que olla podría ser la número uno,
perdió la proporción de las cosas, y como
sabía que existía la orden de que se le
atendiera en todo lo que quisiera, usó una
clave para hacer todas los peticiones de sus
gastos a la DGPT; así que llamaba por
teléfono y decía:
—Habla el ingeniero Murrieta. Castañeda
Mayoral le había asignado dos arquitectos
para verificar la remodelación de su casa.
Se trataba de Juan José Díaz Infante y
Alfredo Hernández, quienes hicieron gastos
por 28 millones de pesos sólo en
adaptaciones; y todos los muebles, a
petición de la Murrieta, fueron adquiridos en
Francia e introducidos a México por vía
marítima y a través del Puerto de
Coatzacoalcos, donde era administrador
aduanal Sigfredo Durazo Moreno, hermano
mayor del Negro. Distrayendo a su jefe con
este “pasatiempo”, Castañeda Mayoral
también se fue sobre los bienes, y en tan
sólo ocho meses se construyó dos casas
con valor muy superior a los 40 millones de
pesos, sin contar los muebles. En esas
casas albergaba a sus dos “frentes”; una de
ellas estaba en Tecamachalco y la otra en
Fuente luna, de la misma colonia Fuentes
del Pedregal. Fue entonces cuando el Negro
se percató de que este sujeto lo estaba
traicionando, por lo que le ordeno hacer la
investigación correspondiente y pudo
comprobar también otros hechos.
Efectivamente, las dos casas tenían el
costo que mencioné, pero ya amuebladas
superaban los 50 millones de pesos cada
una. Además logré comprobar que
independientemente de sus casas “uno” y
“dos”, Castañeda Mayoral tenía la “tres”,
pues había “adoptado” a la artista brasileña
Gina Montes, a quien le puso
inmediatamente un departamento con renta
mensual de 50 000 pesos en las calles de
Eugenia 701, interior 502, de la colonia del
Valle. Aparte, se le pagaban otros 50000
pesos por el uso del teléfono, ya que ella
acostumbraba hablar a Brasil a su mamita
para saludarla; también le compraba un
fastuoso vestuario para sus actuaciones
(cada vestido sobrepasaba los 100 000
pesos) y le firmaba sus cuentas en el centro
nocturno donde trabajaba, “El Marraquesh”,
para que ella quedara bien con los
periodistas de la fuente o con sus
amistades. Todas las noches,
invariablemente, Castañeda Mayoral iba por
ella, llevando a dos o tres invitados y con
todos ellos se gastaba diariamente un
promedio de 100 000 pesos, según las
notas. Este dinero lo robaba directamente
de las entradas de Durazo, por lo cual, una
vez verificado todo lo anterior, fue cesado.
También se le comprobó a Castañeda
Mayoral que en la nómina de honorarios, con
sueldos mínimos de 40 000 a 50 000 pesos
mensuales, había incluido a sus dos
esposas y a sus hijos (tres y uno, cuatro por
todos), permitiendo también que su segundo
de a bordo, José Luis Echeverría, agregara
en la misma nómina a su esposa, hermano,
papá, y tío; además, con lo que le tocaba de
las tranzas, en cinco meses ya se había
edificado una casa de tres niveles en el
kilómetro 23 de la Carretera México
Cuernavaca, (a medio kilómetro de la que
tenía el Negro) cuyo costo en un cálculo
conservador era de 15 millones de pesos,
sin contar el mobiliario. Asimismo,
Castañeda Mayoral había permitido al
teniente coronel Alberto Paz Martínez, jefe
de la oficina de vehículos oficiales, cometer
irregularidades con la gasolina: hacía
efectivos los vales de vehículos pendientes
de baja, lo cual representaba más de 300
millones de pesos anuales. También le
permitía a Echeverría y Paz, atrasar hasta
un mes los pagos a las gasolineras,
permitiéndoles “jinetear” cantidades
fabulosas que depositaban en el banco a
plazo fijo. Para saber a cuánto ascendían
hay que multiplicar 60 litros diarios por
aproximadamente 3 800 unidades, lo que
dará un total cercano a los 82 millones de
pesos mensuales, tomando en cuenta que la
gasolina en ese tiempo costaba 12 pesos
por litro. ¿Qué cantidades tan
estratosféricas robaría Durazo, que todas
esas fugas las detectó hasta después de un
año, cuando hice la investigación? En
cuanto quedaron debidamente comprobados
estos hechos. Lo único que ordeno Durazo
fue la baja inmediata de Carlos Castañeda
Mayoral, José Luis Echeverría, Alberto Paz
Martínez y el personal menor allegado a los
tres. El asunto había trascendido a los alias
esfera; políticas, y concretamente a la
Secretaría de Programación y Presupuesto
Sin embargo, el Negro delegó el
ofrecimiento del nefasto Pancho Sahagún
Baca, quien de inmediato le había propuesto
servilmente:—Patrón, usted nomás me
ordena y mañana los quiebro. Durazo tuvo
que recurrir nuevamente a la gente que ya
estaba identificada con el sistema que él
usaba para robarse el presupuesto, y a
instancias de la señora Garza de Durazo,
hizo reaparecer a su cuñado al que ya había
corrido por rata. Así fue como Federico
Garza Sáenz volvió a hacer de las suyas en
los pocos meses que faltaban para entregar
la administración los del nuevo sexenio;
concretamente, vendió las últimas plazas de
jefes, cuyos costos eran, de capitán a
mayor, de 500 000 pesos; de mayor a
teniente coronel, de 100 000 pesos; y de
teniente coronel a coronel, de 1 500 000
pesos. Cabe señalar que Castañeda Mayoral
participó en un estudio que hizo Durazo con
el fin de que le aprobaran 600 millones de
pesos para la reconstrucción del edificio de
la DGPT; pero dicha cantidad únicamente se
usó para construir unas barracas junto al
primer templo que edificaron los españoles
en México: la iglesia de Tlaxcoaque. Y con
el remanente, Durazo construyó a su nombre
un edificio en Insurgentes sur esquina con
la avenida Río San Ángel, que pretendió
alquilar al DDF para que fuera ocupado por
la DCPT, a cambio de una renta mensual de
diez millones de pesos y un contrato mínimo
de diez años. Sin embargo, Hank González
no aceptó el trato, pues ese “negocio” era
tan oscuro como el propio Durazo.

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