Está en la página 1de 382

1

Antonio Rabajille Diuana


Pura sangre, puro destino...

2
Aire Libro
Rabajille Diuana, Antonio
PURA SANGRE, PURO DESTINO...
mail Antonio Rabajille: arab_pirque@yahoo.com
Edición y corrección de texto: Cristian Vázquez
Diseño de portada Antonio Rabajille Diuana
Diagramación: Mónica Castro
Producción artesanal de 50 ejemplares
Portada: El caballo Negro de Humo (The Great Shark y Nelly D)
ganando el Clásico Polla de Potrillos, Grupo I en el Club Hípico de
Santiago. (Foto Juan Vergara, Ver y Ver)
ISBN Nº 978-956-351-134-5
Publicado por Aire Libro en Santiago de Chile Ñuñoa, Julio de 2012
http://airelibro.blogspot.com
airelibro@gmail.com
Revisión digital final: ARD, junio de 2021

3
La vida es aquello que te va sucediendo, mientras te empeñas en
hacer otros planes.
John Lennon

Lo que se hereda, no se hurta


Adagio tradicional.

4
A mi señora Cecilia
A mis hijos Antonio, Martín, Andrés y Jacinta
A mis padres y hermanos

5
Declaración de intenciones

Mi intención con esta novela es dejar un pequeño testimonio, de


mi vida ligada a los caballos, desde variadas posiciones, como hípico,
como veterinario, como propietario, como criador. Habrá otros que
puedan haber llegado más lejos, como hípicos, veterinarios,
propietarios o criadores, habrá otros que puedan contar historias más
sabrosas, más exitosas que la mía, con personajes más encumbrados e
interesantes que los que me tocó en suerte conocer (es cosa de acercarse
cualquier día a cualquiera de los hipódromos e iniciar conversación
con alguno de los actores de nuestra hípica: un preparador, un dueño
de caballos, un cuidador, un jinete o un secretario de jinete y podrá
conocer un cuento, una anécdota mil veces más entretenida o ingeniosa
que mi historia); concedo el punto. Tampoco intenté aquí hacer una
recopilación de historias que escuché o me hice contar, eso habría sido
mucho más fácil para llenar un par de cientos de páginas; los hípicos
son generosos, ávidos más bien, a la hora de narrar sus peripecias.
Siempre me llamó mucho la atención que después de José Salinas
Castillo, el verdadero maestro nacional en lo que a contar historias de
caballos se refiere, nadie haya escrito un libro sobre hípica, mostrando
en especial su lado menos glamoroso, que el sólo relatar los triunfos
en las carreras importantes (los hípicos igualmente apreciamos estas
historias) y me propuse ambiciosamente intentar llenar ese espacio.
Utilicé el formato de novela en casi todo el libro, a pesar de la
dificultad de abrir y cerrar historias, para que no fuera tan ríspida mi
descripción del quehacer hípico, el cual con orgullo creo que he
recorrido de partidor a meta, tan sólo honrando los genes heredados.

6
Aclaración

Aclaración a esta “segunda edición”, primera digital, revisada y


corregida en todos los errores que debido a Cristián Vázquez (algunos
sin su culpa pues el error es técnico, o sea mío; pero otros, francamente
¡¡cómo se te pasaron Cristian!!) quedaron per secula seculorum en el
papel, y en este pasar de pdf a rtf y luego Word, aprovecho de reparar.
También he aprovechado de agregarle algunas, muy pocas cosas, al
texto original, no porque sea intocable ni esté escrito en piedra, no, no,
no, es solo para respetar el sentido original que tuvo, me sirve para
darme cuenta de los errores que cometí en esta mi primera novela,
muestra mi inmadurez, me desnuda….
Lo dejaré así, a pesar de la tentación de agregarle información
interesante pues hay muchos cambios, especialmente (únicamente) en
los actores de carne y hueso que aparecen, hay fotos
actuales….fotos…este libro sería menos ríspido con fotos, no tanto
texto, quizás con links a sitios web, y así…la tentación es tanta, que
prefiero dejar el texto como está (excepto esos pequeños ajustes de
forma y uno que otro aporte de fondo)

Antonio Rabajille en abril de 2021

7
CAPÍTULO PRIMERO

Un día cualquiera de agosto del 2005

“Nos disponemos a aterrizar en el aeropuerto Comodoro Arturo


Merino Benítez, ciudad de Santiago, pasajeros con destino final
Santiago deben descender del avión, les recordamos no dejar a bordo
sus artículos personales, pasajeros en tránsito a Buenos Aires les
rogamos permanecer en sus asientos. La temperatura en el exterior es
de 11º Celsius con una humedad del 68%, por haber confiado en Lan
Chile le damos las gracias, esperamos que vuelvan a viajar con
nosotros. Ladies and gentleman we are... ”
Santiago otra vez. No pensé que iba a volver así, solo, derrotado
por la vida. Ni siquiera traigo en la maleta mis sueños juveniles.
¿Dónde quedaron?
Fracturados a la altura de la última curva, casi al entrar en la tierra
derecha de los sueños cumplidos. Tantos años para nada, tanto trabajo
para nada. Pero qué me importa, aquí estoy, vivo, tengo mis brazos,
mis piernas, mi mente despejada y de pie frente a mi tierra. Y el de
arriba me cuida. ¿Dije “el de arriba”?
Debí decir los de arriba: mi taita y el Tata me van a poner otra vez
en la meta, en mi sueño, me lo aseguraron.
Que rico aire el de Pudahuel, (¿Comodoro cuánto, dijo la
azafata?), así frío y neblinoso me recuerda la cancha del Chile por las
mañanas, cuando era la promesa en los jinetes nuevos y me aprestaba
a volar muy alto. “Niño maravilla” me llamaban...

8
Algo de la Historia de Fernando

Febrero de 1972, cancha del Chile, ocho de la mañana

- A ver, Fernando, trabájame este potrillo de los mil doscientos a la


meta, me lo sacas tranquilo y que finalice, déjame la huasca acá, no me
lo vayai a mañear mira que este Silver Moon fue uno de los grandes
precios del Santa Amelia, y está casi listo para debutar. Si es que anda
bien me lo corrís tú este sábado, pero antes, bájale unos dos puntos a los
estribos pa’ que te podai afirmar mejor.
Este era un ejemplar impresionante, mulato, de sobrados
quinientos kilos, pura fibra y nervio, y esperaba bufando inquieto,
sujeto por su cuidador. Lo montaba un niño de unos diez años que no
dejaba de pegarle en los flancos con un paño blanco, bordado, como
queriéndole espantar imaginarias moscas, las que a esa hora de la
mañana aún no pensaban aparecer.
- Bueno, Mariscal, déjeme a mí lo de los estribos, que de ahí yo no
me afirmo, y si bajamos de uno quince, usted se raja con el desayuno.
- El desayuno te lo invito igual, que nadie diga que el líder de la
estadística no es capaz de matarle el hambre a un aprendiz de jinete.
- Va ver usted donde va a llegar este aprendiz y hambre no he tenido
desde que nací y...
- Ya, ya, ya, basta de cháchara y súbete antes que busque al Rey y
te deje de infantería.
- P’tas le gusta a usté nomás... -“Mariscón”, le debía haber dicho,
masculló muy para adentro.
El niño desmontó y Fernando subió impulsado por el cuidador,
que le tomó el pie izquierdo y de un envión lo dejó sentado en la
pequeña silla de trabajo. En tierras gringas iba a aprender a subirse
sólo, de un salto, y siempre le pareció más elegante que lo ayudaran,
9
como más de caballeros y no tan salvaje como los indios en las
películas del Oeste que montaban en pelo. Una vez arriba acortó las
riendas mediante una amarra, se paró en los estribos, tal como le había
enseñado el Tachuela ( así probai si están firmes, preferible que se te
quiebre un estribo o se te corte una acionera paradito que en carrera) y
le soltó los dos primeros “chapes” de la tusa ( nunca sabís si te vay a
tener que afirmar de las mechas) y se dirigió a la derecha de la pista,
buscando el poste de los mil doscientos.

10
Haras El Parrón

De chico le gustó la sensación de ir arriba de un caballo,


especialmente cuando conoció los pura sangre, “ingleses” le llamaban
allá, en La Estrella, cerca de Rapel, donde había nacido. Y donde
Florindo Rebolledo, su padrino, lo llevaba al haras que administraba
para los Blackman. En el “Haras El Parrón”, don Floro era “el
ministro”, dueño y señor del criadero, los caballos y de su gente, y
gracias a su patrocinio no hubo carrera a la chilena que no hubiera
ganado su ahijado, forjándose una fama que de tanto extenderse le
hizo difícil encontrar en la zona, rivales que le compitieran, tanto así
que cuando don Alonso Brito, el preparador estrella del Club y amigo
personal de los Blackman le ofreció llevarlo de galopador a su corral e
intentar sacarle la patente de jinete, este no lo pensó ni dos veces, ni
siquiera cuando le advirtieron que “el hombre” tenía su genio, ni que
iba a tener que limpiar pesebreras como un cuidador más, hasta que
demostrara que la fama, que a su corta edad ya se había ganado de ser
“bueno p’al caballo”, era cierta.
Don Alonso iba a pasar algunos fines de semana a la señorial
casona que dominaba desde una cierta altura las casi quinientas
hectáreas que componían el fundo El Parrón, llamado así por tener una
parte de éste dedicado a la producción de uva para vinos, que se
cosechaban, guardaban y embotellaban en las propias bodegas y
planta del campo.
No era un mosto de gran calidad, demasiado grueso, pero los
contactos que la familia Blackman aún poseían en su tierra natal en
Inglaterra, les permitía vender la casi totalidad de la pequeña
producción en el exterior, siendo exportadores pioneros en una época
en que aún no existía el boom como el que se vive actualmente, con la
mayoría de las viñas vendiendo nuestros vinos por todo el mundo,
11
incluso una auspiciando al equipo de fútbol campeón de la Premier
League en Inglaterra.
Brito iba especialmente en la época previa al remate, a la selección
del lote de potrillos, que aunque pasaran por el martillo, igual iban a
llegar a su corral por cuenta del criador. Así lo habían estado haciendo
a lo largo de muchos años, incluso antes de que él sacara la patente, lo
mismo había hecho don Enrique “Harry” Blackman (Don Jary), el
ahora octogenario jefe de la familia con su padre, el recordado “Tata”.
Prácticamente don Alonso se había criado con los hijos del patriarca,
cultivando una amistad que superaba la simple relación de dueño-
preparador y se había convertido más bien en un amigo-asesor de
todos los temas que tuviesen relación con los caballos: en la elección
de los ejemplares reservados para defender las sedas azul blanco y rojo
del Haras, la compra de yeguas en otros criaderos para refrescar las
corrientes de sangre del plantel, los esporádicos viajes a ver otras
hípicas, especialmente europeas, en las que en más de una ocasión
había escogido algún potro para mejorar la alicaída hípica nacional, en
una época en que estaban cerradas las importaciones de líneas
maternas y reproductores, y los criaderos se batían con las mismas
históricas familias genealógicas. En todas estas instancias estaba la
palabra autorizada y experimentada de don Alonso, avalada por sus
múltiples estadísticas ganadas y la colección de triunfos en las
principales pruebas de la hípica nacional.
En sus estadías en El Parrón, una de las entretenciones era asistir
a partidos de polo, “picados” o “pichangas”, en las que competían
improvisados equipos de la zona, y a veces de Santiago; llegaban los
amigos de los Blackman con trailers completos, petiseros y aperos a
competir en famosos encuentros que duraban dos o tres días, todos
gozando de la hospitalidad “british” de la familia; era como trasladar
las cacerías de zorros desde la campiña inglesa a los campos de la zona
12
central de Chile, tal era el sentido que se les daba a estos encuentros.
Gozar la camaradería y la amistad en torno al amor que todos y cada
uno de los concurrentes sentían por los caballos. Estos partidos eran
matizados con asados y catas de los mejores mostos que se producían
en el fundo, y a veces se programaban carreras de caballo “a la
chilena”, las que se desarrollaban en una cancha que don Florindo
mantenía como una joyita cerca de las centenarias bodegas. En esas
carreras, el ministro era el juez de llegada, nadie se atrevía a dudar de
sus fallos, los que siempre trató de que fueran lo más ajustados al
resultado real, no por nada llevaba años trabajando para los Blackman
y también se había empapado del espíritu deportivo de sus patrones.
Fue en una de esas violentas carreras, violenta por lo corta y
rápida, que a don Alonso le llamó la atención la facilidad con que se
afirmaba arriba de uno de los veloces ganadores, un petiso jovencito,
tomando en cuenta que solo llevaba un pelero sujeto por una cincha y
nada más.
Más aún cuando se ganó casi el programa completo, corriendo
caballos locales como afuerinos, tanto que no se pudo resistir de
preguntarle a don Florindo:
- Y, don Floro, tenía bien fondeao a este tremendo jinetito ¿de
adonde lo sacó?
- Chis, don Alonso, este es mi ahijao, Fernando Sarmiento
Rebolledo, hijo de mi hermana menor, y estrella p’al caballo, salió
medio maluenda pa’ las letras así que arriba de los pingos se tendrá que
salvar nomás.
- ¿Y cree usted que le gustaría probar suerte en la hípica?, claro que
tendría que partir cuidando caballos, y de a poco lo empiezo a echar a
galopar y ahí vemos si sirve. Si no, de vuelta se lo mando y seguimos tan
amigos como antes...
- Delo por hecho don Alonso, yo me encargo de hablar con mi cuñao,
13
conociéndolo sé que no vamos a tener problemas, se lo voy a mandar
bien recomendao, eso sí, es un cabrito tranquilo pero muy regalón de su
mamá.
- En el corral va a tener su pieza y se lo voy a encargar a mi capataz,
que esté vivo el ojo hasta que se acostumbre a la capital.
Al otro día, temprano, don Florindo, se dejó caer en la casa de su
hermana.
- Cuñao, despiérteme a Fernando que tengo algo que hablar, con usté
y mi hermana también
- Altiro cuñaito, espéreme nomás un poco que yo despierto a este
bándido, quizás a qui’ora se durmió anoche…
Aparece Fernando con una cara de sueño, y vestido a medias:
- Padrino, ¿en qué anda tan temprano por aquí?
-¿Temprano?, ya tengo todo el fundo caminando ¡¡y tú todavía en
la cama!!
- Es que nos quedamos con los chiquillos de Hualañé y Licantén
celebrando las carreras de ayer…
- Celebrando el perla...
- Con puras agüitas nomás, padrino, si Usted sabe
- Si no supiera lo que ocurre en mis tierras, otro gallo cantaría.
- A ver, Eduvigis, tráigase unos mates pa’ que conversemos.
- Altiro hermanito.
Don Florindo no estaba acostumbrado a pedir, ocupara el tono
que ocupara, siempre le salía mandando, y los que escuchaban,
siempre obedecían. Con los patrones era al revés, el que obedecía era
él, al menos eso parecía, pero al igual que el alcalde en la Pérgola de
Las Flores ( “…Si alguien me propone alguna cosa, yo le digo siempre sí;
si alguien me propone algún negocio, yo le digo siempre sí. En toda mi
vida y experiencia yo no digo no jamás; pero cuando quedo solo, hago lo
que me conviene más…” ) al final hacía y deshacía a su amaño, lo que
14
le había permitido mantenerse como ministro y quedar bien con Dios
y el diablo.
- Fernando, te vay a ir a Santiago, al corral de don Alonso, ya es
hora que salgai a conocer un poco el mundo, si seguís aquí no veo como
vay a poder llegar a ser alguien importante. No te gusta el estudio, soy
malo pa’ la pala, mi cuñao no te va a dejar más que la tierra que tiene
en los zapatos, y no se enoje, cuñao, pero hablemos a calzón quitado.
- Dele nomás, don Florindo, bien sabemos con la Eduvigis lo que
usté quiere a su ahijao...
- Como iba diciendo, te van a dar una pieza, en el corral, y vas a
partir cuidando caballos, y de a poco te van a tratar de sacar la de jinete,
siempre que te portís bien y no andís haciendo lesuras.
- Si usté me conoce, pos padrino, pa’ que me la pone tan difícil...
- Es que quiero que entendai que esta es una oportunidad que te la
dan por lo que nos quiere don Alonso, y si tú le fallai, me estai fallando
a mí, le estai fallando a tus taitas y estarías malogrando una chance de
salir de este lugar, porque a los finales, van a pasar los años y vai a estar
donde mismo, ganándole a los mismos, juntándote con los mismos…
Esta tierra es muy re agarradora, y si no te vai ahora no te vai a ir
nunca…
- Como usté diga, padrino, no lo voy a dejar mal.
Fernando, a pesar de que le daba un poco de susto salir por
primera vez del modesto pero cómodo ambiente familiar en que había
pasado sus primeros diecisiete años sumado a que había ido a la
capital en un par de ocasiones y la había encontrado tan diferente a su
querida La Estrella, se convenció de que era una oferta que no podía
dejar pasar, era la oportunidad que le daba la vida para dejar de ser un
anónimo peón de campo, bueno p’al caballo, y quizás, sólo quizás,
transformar su destino en algo importante. Ayudó mucho en su
decisión el respeto, más bien miedo reverencial que le tenía a don
15
Florindo; mal que mal su palabra, desde que tenía memoria, era ley,
tanto en su casa como en El Parrón. Al menos debía intentarlo.

16
Despedida
A mediados de la semana siguiente, muy temprano por la mañana
estaban sus padres despidiéndolo en la parada del bus que lo llevaría
a Melipilla, donde podría tomar el “Romanini” que lo dejaría en
Santiago.
- Recoja sus cosas, mijito, que ahí viene el bus de los Jiménez…
- Sí, mamita, si estoy listo.
- Puchas, ojalá que lo estén esperando en Santiago, mire que dicen
que la gente es tan malaza pa’ esos lados, ay diosito santo, se me va mi
hijito… -exclamó la madre, llorando desconsolada.
- Pucha, mamita, no se ponga triste, no se preocupe, don Alonso va
a mandar a alguien a buscarme al terminal.
- Ya pues Eduvigis, deja de llorar, si el niño ya está grandecito pa´
echarse a volar… No es el primer chiquillo que se va a la capital.
- Es que jinete…
- ¿Qué, jinete y qué?
- Tan peligroso…
- A ver, Eduvigis, aquí también pasa arriba del caballo, y también
se ha caído y también andan con mañas, quédate tranquila, el de arriba
nos va a cuidar al chiquillo. Ya, un abrazo a sus viejos y no deje de
volver.
- Acuérdate Fernando que en dos semanas más se corre Cuasimodo
y tienes que estar.
- Sí, mamita, no voy a dejar de volver…
- Pórtese bien hijo, acuérdese de lo que habló su padrino, esta
oportunidad no se le va a repetir...
- Sí, tatita, no la voy a desaprovechar... quédese tranquilo.
Efectivamente en el terminal estaba uno de los empleados del
corral de Brito.
17
- ¿Fernando?, me mandó don Alonso para llevarte al corral, tú no
me conoces, la semana pasada te vi ganar todo el programa en El Parrón.
-Fernando Sarmiento Rebolledo -exclamó Fernando, (¿por qué
sería que le gustaba tanto ocupar ambos apellidos?)
- Dejémoslo en Fernando nomás. Yo soy Francisco Chirinos pero
todos me dicen Chiricuto… ¿primera vez en la capital?
- No, ya había venido un par de veces, pero ahora vengo a
instalarme, no sé por cuánto tiempo, ahí veremos cómo se me den las
cosas, don Alonso me trajo para ver si me saca de jinete.
- Eso está por verse, aunque no hay duda de que eres muy bueno para
los caballos y la pinta de jinete ya la tienes, pero otra cosa es con
guitarra…
- Bueno, es don Alonso el que me invitó a venir, imagino que algo
me habrá encontrado.
- No, si cualquiera que te haya visto ganar a la chilena te
encontraría un futuro esplendor, como dice nuestro himno. Tan sólo un
consejo, el que no me has pedido, pero imagino que le estoy hablando a
un hijo, que no tuve.
- Dele nomás don... Chiripa…
- Chiricuto te dije. Mira, cabrito… Brito es súper jodido. Como
debes saber, nuestro corral es uno de los mejores del Club, el hombre es
buen patrón, buena paga, lo que en el ambiente es difícil de encontrar,
hay buenos caballos, buenos dueños, pero te aconsejo que no andes con
la tarasca abierta.
- No le entiendo, don Chirimoyo.
- Chiricuto te dije.
- Perdone, don Chiricuto.
- Está bien, te decía que tengas cuidado con el patrón, para llegar a
donde ha llegado es de los que no perdonan los errores…
- Así será pues, voy a estar atento, yo vengo a aprender.
18
- Y harto tendrás que aprender antes que te puedas sentir jinete…
vamos, que esa es nuestra micro.
Le ayudó con la maleta a subirse a una micro que los dejó en la
esquina de Blanco y Avenida Club Hípico, de ahí se fueron caminando
hacia el corral.
- A propósito, para que no te pierdas, esta es la entrada de Tupper,
ahí están los talleres de los herradores, el previo, más allá la piscina...
- Chis, tenemos hasta piscina…
- Vamos arando dijo la mosca…, es la piscina de los socios, no
tienes ninguna posibilidad ni de acercarte…
- Pa’l interés que tenía, ¿y esa tremenda casita a la izquierda?
- No es ná una tremenda casita, esa es la Escuela de Ingeniería de la
Universidad de Chile.
- Ya me parecía grande pa’ ser una casa…
- El corral está un poco antes de llegar a la imprenta, mira, el
capataz me dijo que te pase una llave del portón, ojo cabrito, que esta
puerta debe estar siempre cerrada, nadie más que los empleados del
corral podemos entrar.
- Puchas que le pone color…
- Nada de color. Ningún extraño puede acercarse a los caballos del
corral, ya vas a entender lo peligroso que puede ser. Pasa cabrito, ya
llegamos.
Entran al corral de Brito, y era como estar en las pesebreras de El
Parrón, de madera, se veían antiguas, bien mantenidas; un pequeño
jardín en el centro, y en el segundo piso se notaba que vivía o había
vivido alguien. En el segundo patio Chiricuto le abrió la pequeña pieza
que el preparador le había reservado a Fernando. Las paredes llenas de
fotos de algunos de los caballos que habían ganado carreras para el
corral. En uno de los rincones se guardaban aperos que estaban en
desuso, viejas sillas de montar rotas, cinchas demasiado trajinadas,
19
trajes desteñidos o de propietarios que ya no tenían caballos con Brito,
la típica colección de elementos que fueron útiles alguna vez y que a
pesar de no serlo, nadie se animaba a botar.
Contigua a su pieza estaba la nutrida farmacia donde el
preparador guardaba los remedios, suplementos vitamínicos y tónicos
que usaban para mejorar e incrementar la capacidad locomotiva de sus
pensionistas, el aroma que emanaba era muy típico. Un veterinario con
el que habría de hacer buenas migas le comentaría alguna vez que ese
olor característico correspondía a las vitaminas del complejo B, que
solían acompañar cualquier farmacia o clínica dedicada a caballos.
También se respiraba en el ambiente ese rico olor a la alfalfa
enfardada, ya que había una bodega llena hasta el tope, y que a
Fernando lo hacía sentirse como en su casa, ya que un corral de
caballos tenía un ambiente bastante de campo.
- ¿Qué tal la pieza, Fernando?
- Impecable, don Chiri.
- Nada de dones acá, te dije que me dijeras Chiricuto, así a secas.
- Bueno, deje irme acostumbrando de a poco; dígame una cosa ¿es
tranquilo por aquí?
- Bueno, más o menos…cómo te lo digo sin asustarte…
- ¿Qué quiere decir?
- Mira, en este corral pasan cosas raras, más bien comentan que
pasan, yo nunca he visto ni oído nada.
- ¿Cosas raras?
- En el segundo piso, murió el papá del hombre, no te puedo dar
muchos detalles, y no te aconsejo que preguntes, porque esa historia es
algo de lo cual no se habla.
- ¿Y?
- A veces se sienten golpes en las noches, como si hubiera un alma
buscando sosiego. Según el capataz, que lleva mucho más años
20
trabajando acá, en casi todos los corrales del Club se sienten ruidos y
golpes.
- Bueno, siempre en la noche se escuchan ruidos…
- Yo le he escuchado decir al hombre que son las almas de los
apostadores ya finados, que vagan por los corrales, que vuelven a
vengarse de tantas desesperanzas sufridas en el hipódromo, ¿te estoy
asustando?
- Como dice mi taita, el susto es pa’ las mujeres don… digo,
Chiricuto.
- La verdad, cabrito, es que aquí hay que tener más cuidado con los
vivos, que son muy vivos, que con los muertos…Te dejo, me toca llevar
un potrillo a la clínica, ya vendrá el capataz a explicarte lo que tienes
que hacer.
-Aquí me quedo, don Chiri...
Fernando comenzó a sacar las pocas cosas que traía, y entre ellas
una estampita del niño Dios de Malloco; la puso en la cabecera de su
cama y recién empezó a sentirse un poco más tranquilo, protegido.
Con el tiempo, ya convertido en jinete de verdad, siempre llevaría
dentro del casco esa misma imagen, del venerado “niñito” del cual era
devoto, por una herencia familiar. Camino a Melipilla, antes de la
existencia de la carretera, era costumbre pasar a rezarle a su capilla de
Malloco, costumbre que mantendría en sus vueltas al terruño, incluso
cuando le tocó pasar largas temporadas fuera del país.
Mientras esperaba que apareciera el capataz, Fernando salió de la
pieza, cerró sólo con el pestillo, al parecer había sido originalmente
una pesebrera más, arreglada como bodega y que ahora iba a ser “su
pieza” (ya le pondría un candado para que nadie más entrara), y
empezó a curiosear hacia atrás del corral, alejándose desde donde
había entrado. Había otro patio, rodeado de más pesebreras, muchas
de ellas abiertas, vacías, en algunas estaban los cuidadores limpiando
21
caballos, arreglando camas y más allá se veía la puerta de salida. Justo
cuando pisaba los adoquines que daban a un precioso camino
flanqueado por árboles (posteriormente supo que lo conocían como ‘el
paseo’) y quedaba extasiado mirando la cancha y a la distancia la
imponente mole, el Club Hípico, aparece el capataz.
- Fernando.
- El mismo y ¿usted?
- Avelino Romo, el capataz de este corral. Me alegro que hayas
llegado bien; mandé a Chiricuto a buscarte porque te había visto correr
en El Parrón y dijo que te ubicaría fácilmente.
- Así nomás fue.
- Es que a veces cuesta creerle a este Chiricuto….es medio
mentirozaso.
- Medio mal genio dirá…
- Espérate un poco y vai a ver...
- ¿Voy a ver qué?
- Paciencia, todo a su tiempo, ¿viste la pieza que te preparamos?
Está llena de algunos cachureos que ya iremos ordenando, pero si
no te molestan, prefiero que los dejes ahí. Don Alonso me encargó que te
buscara un lugar donde te den pensión y ya hablé con la señora Sonia, la
señora de Fortachito, que tiene el casino en la puerta del pino, ahí te va
a tener desayuno, almuerzo y comida. Pa’ las onces te puedes comprar
pan y chancho en los negocios de aquí al frente, y donde se cambian los
cabros hay un anafe donde puedes calentar agua pa’ la choca. ¿Ta´bien
no?
- Impecable, don Aladino.
- Avelino… mira, dime capataz, como me dicen todos.
- Listón, mi capataz.
- El hombre me dijo que te pasara dos caballos, el potrillo Atomix,
ojo que es un hijo de Tantoul que está recién saliendo de cañeras y si no
22
las repite, va a debutar muy luego, a pesar que aún le falta aprender a
correr derecho, es un poco mañoso en la cancha y el otro es un tres años
que está corriendo en el hándicap, Pepe Carioca…
- Ya, Atomix y Pedro…
- Pepe, Pepe Carioca, en fin. Esos serán los caballos que vas a
cuidar, pero además me dijo el hombre que vienes a tratar de sacar la
patente de jinete, y que te trate de echar a galopar en otros caballos, de
ahí veremos qué hacer, mmm…
- ¿Por qué ese “mmm” mi capi?
- Porque a no todos los cabros acá les gusta que otro les galope los
caballos; es más fácil que otro les haga las camas o se los rasquetee, pero
galopar, mmm… vamos a ir viendo…
- Como usted diga.
- Vamos pa’l corral para mostrarte tus caballos y explicarte un poco
cómo funcionamos acá.

23
Un corral de caballos
La vida en el corral era tranquila, el trabajo de cuidador-aprendiz
no tenía secretos para un joven nacido en el campo y en especial para
Fernando, que prácticamente había pasado su vida arriba de los
caballos.
Aun así, en ese corral las cosas tenían que hacerse siguiendo las
estrictas instrucciones de don Alonso, a través del capataz.
- Sé que arriba del caballo eres un espectáculo, pero antes que logres
la patente de aprendiz siquiera, vas a ser un cuidador más, y como tal,
hay ciertas normas del corral que debes cumplir.
- Usté dirá...
- Aquí no se permite ni el trago ni las peleas, ni andar desastrado,
así que te voy a adelantar el suple para que te compres unas pilchas
decentes, puedes ir con alguno de los chiquillos a la Estación; allí hay
tiendas donde se encuentran ofertas.
- Le voy a pedir a don Chiri que me lleve.
- Bien, respecto de los caballos, siempre vas a sacar primero al que
te está corriendo, al principio te va a ayudar uno de los empleados más
viejos, ya le dije a Maquinita que te enseñe.
- Maquinita, Chiricuto, aquí nadie se llama por su nombre.
- La verdad que no, aquí todos nos conocemos por otros nombres,
apodos: aquí tenemos a Chumeiker, el Gato, Pantera, Tachuela, Guata
‘e lápiz, y así, imagino que pronto te encontraremos alguno a ti.
- Dígame Fernando, nomás.
- Parroncito te dicen los chiquillos.
- No me joda pos capi…
- Mira cabro, aquí no conviene llevar la contra, conviene seguir el
amén, si no las vai a pasar mal, bueno, ya te va a explicar Maquinita,
cada caballo tiene su balde y sus aperos. Desde la última ‘pizotia’ que el
24
doctor puso las cosas claritas, aquí seguimos a la pata las instrucciones.
Esa misma tarde Maquinita empezó la tarea de explicarle al nuevo
cuidador los rudimentos del oficio, con la impaciencia que dan los
años, y al día siguiente su primera entrada a la cancha de trabajos,
donde por fin se subió a su caballo a darle una vuelta tranquilo, tal
como le pidió un ceñudo Brito en la puerta del corral. Ir arriba de un
caballo de carrera le daba un sentimiento de libertad y poder que no
se podía comparar con nada que conociera. Al comenzar el galope se
iba despacio, como calentando motores, en un conocimiento mutuo
jinete-caballo, pero cuando este agarraba vuelo, el mundo empezaba a
pasar veloz por los lados y ambos iban cortando el aire, el caballo con
sus orejas atentas (algunos las llevaban hacia atrás) y su cabeza
oscilante, en una sincronía perfecta, haciéndose la pareja uno, y al
alcanzar la plena velocidad entonces era casi como volar.
El jinete con las rodillas flectadas, recostado encima del poderoso
cuello y sintiendo entre sus muslos la firme musculatura sudada de
estas máquinas de correr. Era lo más cercano al vuelo, algo como ir
sobre un ave de tamaño gigante o, alguna vez lo pensó así, una
sensación semejante a hacerle el amor a una mujer.
Aunque llevara las antiparras puestas, los ojos se humedecían por
el aire de las mañanas, y a pesar de no haberle tenido miedo jamás a
caballo alguno, siempre sintió un cosquilleo de emoción, de sentirse
importante, fuerte y triunfador arriba de estos animales. Quizás esta
sensación hacía que el caballo, dentro de su simpleza, intuyera que
llevaba sobre sí a un ser más poderoso que él, sin importar la
desigualdad de los tamaños, y los transformaba en animales dóciles,
maniobrables, amistosos, aun poseyendo tanta energía contenida.
Pero, ay de que sintieran a su jinete débil o temeroso, los caballos
siempre reconocían el miedo del que los montaba, entonces jugaban
con él, casi como divirtiéndose, haciendo “cabritas” o desobedeciendo
25
los deseos del jinete hasta terminar botando a su eventual amo.
Había caballos que a pesar de estar amansados y aptos para
competir, igualmente adolecían de mañas al momento de correr y en
plena carrera, por ejemplo, tendían a cambiar de pista sin razón alguna
o irse encima de algún rival, incluso algunos las emprendían a
mordiscos con los otros caballos, a veces perdiendo toda opción de
triunfo o, lo que era peor, provocando accidentes que costaron la vida
a más de un jinete.
Otros reaccionaban malamente a los fustazos, negándose a correr,
“emperrándose” o “amurrándose”; otros se negaban a partir e incluso
se negaban a entrar a los cajones (a algunos había que hacerlos entrar
al partidor encapuchados, con una “copucha”), por llevar en su
“memoria” malas experiencias vividas. Si no, cómo se podría explicar
que hubiera caballos que sencillamente no galopaban hacia la mano
del Chile, por ejemplo, aunque hicieran lo que hicieran; sencillamente
se negaban a comenzar el galope si tenían que ir en contra de los
punteros del reloj, y aquellos que no querían trabajar cuando eran
montados por un jinete y sólo aceptaban galopar con el mismo
empleado que los cuidaba, e incluso cuando eran obligados, hasta se
echaban al suelo para desembarazarse de tan indeseada carga. Había
una gama de temperamentos entre los caballos que muchas veces
habría de requerir jinetes-sicólogos para poder sacarle máximo
rendimiento a sus capacidades y algunos de estos pacientes estaban
francamente listos para su encierro en algún instituto semejante a un
manicomio, de haber existido.
- ¿Cómo anduve, don Alonso?
- Para ser primera vez que galopas en esta cancha, no vas a andar
nada de mal, ahora lo llevas a las duchas, donde está esperando el
capataz y luego del paseo lo guardas y me sacas el potrillo, ese sólo
camina y mucha ducha, para que vaya botando las costras de los
26
remedios
- Sí. Don Máquina me explicó lo del potrillo…
- ¿Te dijo también que es de uno de mis mejores clientes?
- Sí poh, de don Mandino.
- No, hombre, el Dadinco, stud Dadinco.
- Eso, Dadinco.
- Ándate a las duchas mejor…
- Oiga, don Alonso, ¿le puedo hacer una preguntita?
- Dime, cabrito.
- ¿Por qué no me da a cuidar alguno de los caballos de El Parrón?,
si yo los conozco desde que eran potrillitos…
- A las duchas -replicó don Alonso, casi enojado.
Y Fernando se quedó medio para adentro con la respuesta seca del
preparador, no era muy buenas pulgas, mejor hacer la pega y
calladito… bueno, ya Chiricuto le había advertido que no admitía
errores, pero una pregunta siempre merecía una respuesta, además no
veía el motivo para que no le hubieran pasado alguno de los potrillos
que conociera tan bien en los potreros de El Parrón. En las pesebreras
había visto varios nombres que le sonaban familiares: Lago Rapel,
Melipillana, Leyán Enojado, tenían que ser caballos de El Parrón, y con
éste y otros pensamientos en su cabeza, se integró a las columnas de
caballos que eran caminados por sus cuidadores en el arbolado paseo
del Club.
Este paseo, cumplía varios objetivos, el principal era el ser una
buena manera de que junto a recuperarse del esfuerzo realizado, les
permitiera entrar a guardarse secos a sus pesebreras, ya fuera en
invierno o verano, había costumbre de duchar a los caballos, tanto en
el propio corral como en un recinto que el hipódromo tenía
especialmente dispuesto para estos fines: las duchas. También
permitía que los caballos no estuvieran fuera de la pesebrera sólo la
27
media hora que duraba la faena de galope o trabajo, y era la
oportunidad precisa para que Brito, al igual que todos sus colegas, o
más bien los buenos preparadores, se ubicaran en la entrada de sus
corrales a ver cómo volvía del paseo cada uno de sus pupilos.
Importante labor, puesto que una vez que el caballo se “enfriaba” por
así decirlo, era el momento que afloraban las lesiones, acusando el
dolor por medio de una cojera, o haciéndole el quite a pisar o apoyar
uno u otro miembro, o la forma de girar, u algo indefinido que el ojo
entrenado era capaz de captar, ya que muchas veces, salvo que la lesión
fuera grave, en “caliente” o muy reciente al trabajo, estas se
enmascaraban y eran difíciles de detectar. En la tarde, también se
paseaban los caballos, por espacio de hasta una hora, si el empleado
era bueno y especialmente si el caballo era bueno, con el fin de que se
estiraran un poco, se distrajeran, conjuntamente con constituir un
excelente ejercicio. Se decía que caminar, en el caso del hombre, era
uno de los ejercicios más completos, por lo tanto en el caballo debía
ser algo semejante, solo superado por la natación. A este respecto, a
Fernando, en sus posteriores recorridos por distintas canchas del
mundo le tocaría ver cómo utilizaban piscinas para entrenar caballos,
con la ventaja de que los obligaban a utilizar casi toda su musculatura
para cubrir nadando el recorrido, sin traumatizar sus delicados
miembros por ser realizado este ejercicio sin apoyo en el suelo. La otra
ventaja era que los caballos gozaban, les encantaba retozar en el agua.
El paseo de la tarde era realizado en grupos, generalmente de cada
corral, y agrupándose los lotes casi siempre por edades. Más bien se
trataba que los potrillos salieran juntos, ya que también constituía un
paso más en el aprendizaje que les iba dejando la amansa. Como en la
mayoría de los corrales el paseo se hacía a horas semejantes, los lugares
destinados a estos efectos se llenaban de caballos en la misma faena,
ya fuere montados por sus cuidadores, otros solamente llevados de
28
tiro, y los menos, de tiro y montados, esto último especialmente
utilizado con aquellos ejemplares de difícil trato, duros de boca o muy
fogosos por ejemplo y que por haber un riesgo de que se escaparan del
control de sus cuidadores, pudieran causar un accidente en el colmado
paseo. Era muy entretenido y colorido el paseo, ya que se prestaba para
el desarrollo del inagotable ingenio de los empleados de corral, que
chanceaban unos con otros, en especial en temas referidos a la hípica,
el fútbol y las mujeres.
Encerrado Pepe Carioca, Fernando le puso un freno a su potrillo,
Atomix, y de tiro lo llevó a las duchas, al lado del embarcadero; curiosa
palabra usada para la rampa donde subían y bajaban caballos desde
los camiones que los traían o llevaban a los otros hipódromos o
llegaban desde los criaderos en la época de los remates (uno se
embarca en un barco…).
Ni sospechaba Fernando que en uno de esos viajes al Chile habría
de cambiar radicalmente su destino, frase un poco dramática, a decir
verdad, pues cruzar definitivamente el Mapocho significó tan sólo un
cambio de rumbo.
En las duchas, mientras recibían generosos chorros de agua,
algunos caballos revoleaban sus colas; otros, con los cascos, azotaban
el piso, de puro gusto.
- Acá, Fernando -le llamó don Avelino- ponte de este lado para que
no te mojís-y acto seguido comenzó a dirigir el chorro directo a la mano
derecha de Atomix.
- Oiga capi, ¿siempre ha sido tan mal genio el hombre?
- ¿Qué te pasó, si se puede saber?
- Na’, le pregunté por qué no me pasaba a cuidar algunos de los
caballos del Haras, y me paró en seco y me mandó a las duchas, bueno
me mandó a que duchara al Pepe Carioca.
- ¿Y que tenís que meterte a preguntarle nada tú, el recién llegado?
29
Aquí soi el último de la escala, haz tu pega calladito, si no, tenís poca
opción de durar, vai a quedar pagando noventa y nueve…
- No, si eso lo entiendo muy re bien, pero me pareció que el hombre
está como amargo por dentro, pareciera que tomara agüita de natri, me
imagino que usted conoce el natri.
- Era que no, tomatillo le llamamos por acá.
- Natri, tomatillo, parece que nunca le achunto a los nombres.
- Respecto a don Alonso, le pegaste medio a medio.
- Pero si no lo toqué…
- No seai aturdío cabrito, lo que ocurre… a ver, date vuelta pa’
tirarle a la otra mano… lo que ocurre es que tienes algo de razón, el
hombre tiene una amargura muy grande por lo que pasó con sus viejos…
- ¿Lo del segundo piso?
- Seguro que al Máquina se le cayó el casete.
- No fue ná el Máquina, fue don Chiri el que me dijo que algo había
pasado en el segundo piso, pero nada más, pero qué tanto pudo haber
pasado...
- Poca cosa -exclamó don Avelino, adoptando el tono más irónico
posible- tan sólo que el papá del hombre mató a la iñora de un
escofinazo y luego se colgó. Aparte de eso, nada más.
- ¡¡¡Chuuu!!!
- Ah, y nada más que al otro día el primero en llegar al corral fue el
mismo don Alonso, que era ayudante de preparador del primer don
Alonso, “el tata”; aparte de esto otro, qué tanto ¿no cierto?
- Bueno, ahí se explica lo seriote del hombre.
- Antes del “suceso”, no había gallo más simpático que don Alonso,
bueno pa’ĺa talla, compartía con los cabros del corral, si hasta
choqueaba con nosotros en el comedor, y ahora…
- ¿Y ahora qué?
- Ahora terminamos la conversa y la ducha, ya, te fuiste a pasear,
30
ándale a mostrar tu caballo a don Alonso, y no le hagai ningún
comentario, ¿entendiste?
- Si yo soy huaso pero no h’on pó… A propósito, al Pepe Carioca lo
sentí algo raro de atrás, salió medio trabado del trabajo.
- De ahí le vamos a echar una mirada, ya raspa de aquí…
Vuelta al paseo, en la entrada del corral seguía Brito, ahora
acompañado por uno de los propietarios, revisando un potrillo. Luego
de casi tres cuartos de hora, Fernando ingresa al corral y lo está
esperando el capataz
- Fernando, galópate esa potranca.
- ¿Cuál mi capi?
- La alazana del Gato, ¿sabís cuál es el Gato, no?
- Bueno, conozco los ratones, me imagino que el gato es el que los
anda persiguiendo.
- Ya, otra vez el incomprendido humor campesino, pongámonos
serio, Parroncito.
- Se me enojó mi capi, ¿y qué le pasa al Gato que no galopa él?, yo
feliz me le animo, pa’ eso me trajeron…
- La potranca lo botó hace un par de semanas, y todavía no se le
atreve, pero charap tú, nomás.
- Tráigame esa cuchita para acá, conmigo se las va a tener que ver.
- Nada de tráigame nada, anda a buscarla a su pesebrera y córtala
con las tallas, si no, te vai a ir cortao como volantín en el parque.
- Meh, don Alonso junior…
Con los jinetes, guardando las debidas diferencias, ocurría algo
semejante. Fernando conocería colegas que luego de sufrir un
accidente, nunca volvieron a ser estrellas, e incluso corriendo
ejemplares con opción al triunfo ni figuraban en el marcador. Los
hípicos se referían a estos jinetes con un despreciativo “se le achicó la
cuchara” o “ese tiene corazón de paloma” en clara alusión a un asunto
31
de coraje o valentía. Pareciera que esa chispa interior que hacía que
sujetos de pequeña estatura se agrandaran al nivel de colosos sobre los
finos ejemplares de carrera era un don recibido que se podía perder.
Fernando fue enseñado desde que era un “huasito”, en La Estrella, a
no achicarse nunca, y las veces que se cayó del caballo, “te volvís a
subir” , y por más mañoso o duro de riendas que estos fueran “me lo
montai igual” eran las órdenes de su taita, y cabeza gacha a obedecer.
Y así se fue endureciendo, templando, y haciéndose bueno pa’l
caballo a costa de caídas y golpes, superando el natural miedo de la
supervivencia, como quien tiene marcado a fuego, en la frente, un
destino prefijado.
Y así transcurrían los días de Fernando en el corral de Brito,
aprendiendo en principio el oficio de cuidador, de a poco galopando
otros caballos, todos los que le mandara don Alonso o don Avelino,
lentamente acostumbrándose a este ambiente siempre de chanza, en
que había que ser rápido para discernir si la pulla venía cariñosa o
llevaba veneno escondida, y más veloz aún para responder,
duplicando el ingenio o la ponzoña. De por vida, incluso cuando ya
era un jinete hecho y derecho, lo habrían de molestar esos empleados
de corral, con los que convivió en sus primeros meses en la capital. Sin
el ánimo de ofender, tan solo en la norma que se daba en la hípica,
cada vez que se topaban con él le dirían cosas como: “mírenlo de jinete,
ahora, y ni se acuerda cuando llegó con ojotas y esas chaquetas con
hartos botones” o “a este lo tuvieron que lacear en el cerro pa’ poder
traerlo a Santiago” y a veces: “acuérdate cabrito que cuando llegaste
traíai’ bajo el brazo la canasta con gallinas tapada por un paño
harinero”, todas destinadas a hacerle sentir su origen humilde y
campesino. Con el tiempo aprendería que esas tallas no se las habían
inventado especialmente a él, eran “clásicas” en la hípica y también
con el tiempo, lejos de la patria, habría de acordarse con cariño de los
32
chascarros dados y recibidos.
De volver para Cuasimodo ni se acordó, a pesar que nunca dejaba
de pensar en el hogar ni en sus taitas, pero el capataz le pidió que se
quedara a ayudar en el corral, pues dos de los potrillos corrían el
Cotejo y era necesario que todos cooperaran, faena que Fernando
encontraba muy entretenida, la de ayudar en los días de carrera a los
demás empleados a preparar sus caballos para la competencia. Esta
preparación comenzaba un par de días antes, con el cambio de
herraduras, se le sacaban las de trabajo, de fierro, más pesadas, y se les
ponía unas más livianas, de aluminio, llamadas de carrera, con
pestañas. Estas pestañas eran unas uñetas metálicas incrustadas en el
aluminio que les daba en carrera un mejor agarre, pues equivalía a los
zapatos de clavos que usaban los atletas, pero eran causantes de no
pocas lesiones llamadas “de alcance” a caballos rivales y a veces a los
miembros propios. Desde el momento que el caballo era herrado, ya
presentía que el día importante estaba a punto de llegar, el día en que
iba a ir a la cancha a correr de verdad, tal como un actor que aburrido
de practicar su obra toda la semana, sin público ni aplausos, apenas
con la ropa de calle, se dispone a demostrar en el escenario el día del
estreno con coloridos ropajes, todo lo ensayado.
Ese día era un día especial, comenzando por la alimentación, ya
que se les restringía la avena, quedando casi a pasto y un poco de agua,
o si corrían muy tarde, recibían un poco de grano, una “punta” o
“apunte” para no ir a correr “llenos” que era de creencia popular una
forma de “añatar” o “echar p’atrás” un caballo, o sea llevarlo a correr
sin intenciones de ganar.
También ese día, gran parte del trabajo de los cuidadores estaba
dedicado a hermosear para su presentación al animal; ya nada había
por hacer con respecto a su estado de entrenamiento o training. Así era
como algunos, encaramados en unas banquetas, desamarraban los
33
elásticos de las tusas de sus pupilos, que habían puesto para
encresparlas, como a verdaderas niñas coquetas dejándoles “chapes” o
poniéndoles lanas de colores a cada mechón, generalmente los colores
de la chaquetilla del “stud” o propietario. Otros lavaban los cascos del
caballo, usando unos pequeños baldes y unos ganchos especiales para
la faena, semejantes a garfios, para luego “pintarlos” con aceite
quemado o con alguna mezcla de productos, y todos rasqueteaban con
una pareja de escobillas, una de cerdas y otra metálica, compitiendo
por dejar la mayor cantidad de residuos (“caspa” le llamaban) afuera
de cada pesebrera. Y entremedio el capataz, preocupado de los aperos
especiales que cada caballo debía usar, como “lengüeros”, “frenos de
palanca”, algún tipo de bocado especial, pecheras, anteojeras,
“zorritos”, vendas, rodela, bajador, “muserolas” y un sinfín de
aditamentos que por distintos motivos algunos requerían, ya sea
porque se abrieran en carrera, se asustaran de las sombras,
mañosearan, pasaran la lengua por arriba del bocado y desobedecieran
al freno, levantaran la cabeza, etc., etc.
En fin, cada implemento intentaba corregir o disimular alguna
anomalía.
A don Avelino, el capi, mano derecha del preparador, era
característico verlo pasar llevando un riñón enlozado con las jeringas
preparadas con los nombres de cada uno de los “pacientes” por
inyectar, vitaminas de emergencia para asegurar el triunfo. Era casi un
equipo de Fórmula Uno preparando sus bólidos. Había un preparador
que se refería a su corral como “el hangar”: estaba lleno de “aviones”,
según él. Todos aportaban lo mejor de sí al éxito colectivo, como en un
equipo, aunque en lo íntimo, el triunfo del propio era lo más deseado.
La visión del capataz con el riñón repleto de jeringas, era una actividad
que poco a poco iba quedando reservada solamente para los caballos
que no les tocaba correr o sometidos a algún tipo de tratamiento
34
(resfrío, sustitución hormonal, vitaminas, etc.), pues se estaba
persiguiendo cada vez con más fuerza la administración ilícita de
fármacos o de otros agentes en los caballos, buscando alterar su
rendimiento físico, ya sea en sentido positivo o negativo, vulgo
doping, perseguido mediante laboratorios de última generación y
sanciones que iban desde suspensiones hasta el forfeit. Actualmente
hay una mayor sanción social respecto al tema.
Atomix ya había descostrado la piel de sus cañas, signo
inequívoco que la inflamación interior también ya había pasado; esto
era lo que se conseguía con los “remedios”: darle un tiempo de
descanso para que la naturaleza hiciera su trabajo.
- Fernando, hoy día vamos a meter tu potrillo a la cancha otra vez,
el doctor le dio el alta.
- Listón de madera de palo, mi capi…
- Pero como anduvo haciendo unos extraños la última vez, a lo
mejor fue el dolor de las manos, o le faltó amansa, ahí veremos, lo vamos
a acompañar con el caballo de silla.
- Como diga.
- Dile a Chiricuto que le avise al Tachuela que venga.
- Olrait, mi cap.
- ¿Qué es eso de “mi cap”?
- Idiomas que domina uno nomás… ve que yo soy polifónico.
- ¿No será políglota?
- Así como dijo usté…
- Siempre payaseando...
- No hay pa’ qué pasarlo mal...

35
Tachuela y Duraznito

Nada más saliendo del corral, estaba esperándolo un caballo


barroso, mezcla percherón-caballo chileno, un animal algo barrigón y
acarnerado, montado por un sujeto bajito, más que cincuentón y medio
colorado. De haber sido Europa, se podría haber pensado que era
irlandés por el color de piel, pero como estaba en el paseo del Club
Hípico, en pleno Santiago, se podría haber asegurado que el hombre
era (o fue) bueno para ponerle entre pera y bigote, y más tinto que
blanco, por el tono.
- Hola, cabrito, ¿nuevo por estos paisajes?
- Bueno, ya estoy por cumplir el mes donde don Alonso.
- ¿Y cómo no nos habíamos visto?
- Usted no me habrá visto, pero yo lo había lampareado varias
veces mientras galopaba potrillos con el barroso en la cancha.
- Por si acaso, el barroso se llama Duraznito, y ojo que es muy
delicado de oídos. ¿Eres bueno para el caballo? Si es así, galopamos
juntos nomás, o si prefieres te llevo tomado de un cabestro.
- Chii, solito nomás, si estoy aquí pa’ sacar la de jinete; parece que
el caballo tendrá buen oído, pero usted es medio cegateli…
- Para el tren, le pido mil disculpas, no sabía que estaba en
presencia del heredero de Ruperto Donoso, o del gran Emigdio Castillo…
- ¿Quiénes son Roberto y ese Emilio?
- ¿Nunca oíste hablar de estos grandes jinetes?
- De esos no, yo conozco a Vásquez, Poblete, Ulloa, Leighton,
Aravena, incluso de este, la señora me tiene loco hablándome lo bueno
que es...
- Sí, claro, muy buenos jinetes, pero como los que te nombré… y me
faltaron Jotaefe Marchant, Pitín Gutiérrez, Héctor Pilar, Juan Zúñiga...
- Oiga, pare usted el tren… estamos aquí parados en la entrada de
36
la cancha, no me ha dicho ni cómo se llama, aunque yo sé que le dicen
Rayuela, de afuera me debe estar mirando don Alonso y aún no
comenzamos el galope y me ha nombrado una cachada de jinetes y yo lo
escucho y lo escucho…
- Partamos de nuevo, hola, me llamo Uldaricio Carreño, todos me
dicen Tachuela, escucha bien, Ta-chue-la.
- Era que no, si jamás le habrían llamado por su nombre, ni yo me
atrevo a repetirlo, y eso que soy un balazo…
- Pa’ interrumpir.
- ¿Escobar, dijo que se llamaba?
- Cuidadito, cabrito, que no hai salido de perdedores y querís correr
el clásico, ya concentrémonos en la pega, ¿a qué vamos con este?
- Me dijo don Avelino que lo galopemos vuelta y media tranquilo,
que vaya derechito porque sospecha que con el dolor que tenía por las
cañeras se estaba empezando a poner mañoso, buscaba para adentro y
para afuera.
- Ah, igual que algunos aprendices de jinete.
- Y como la mayoría de los carretoneros.
- Epa, hasta aquí llegaste, cabrito, no me miris nada en menos
porque ande montado en este percherón (harto bueno pa’ la pega el pobre
Duraznito), yo fui jinete en la época de los buenos, y bien collerero te
diré.
- Ya, usté…
- Pregúntale a la señora Sonia, o al capataz, o mejor pregúntale al
hombre si tiene alguna foto mía de las carreras que le gané a su taita…
- Ya, bueno, le creo, pero es que al verlo montado en este panzón
quién iba a pensar que usté… jinete además…
- Ponte serio que vamos a pasar frente al corral y tu “trompa” tiene
puesto los largavistas…
- Vamos a salir seriecitos en la foto…
37
- ¿Y puede saberse la gracia del aprendiz?
- Yo soy muy re gracioso, pues, allá en La Estrella los cabros se
mataban de la risa con mis imitaciones.
- Te preguntaba el nombre, aturdío.
- Soy Fernando Sarmiento Rebolledo, para servírmelo.
- Con tanto nombre le vai a echar una tonelada de kilos al pobre
potrillo; Fernando nomás, ¿o prefieres que te llame Parroncito, como te
dicen en el corral?
- Quedemos en Fernando, más mejor.
- Olrait, Fernando nomás.
- Oiga, entonces usté me tenía bien ubicado, ¿y por qué eso de
hacerse el leso?
- Es que me dijeron que erai medio puntudo, y quise irte tanteando,
pero tranquilo, uno de estos días nos podríamos juntar, a la hora de
almuerzo, donde la señora de Aravena y seguimos la conversa, a lo mejor
tanta cháchara se transforma en algo útil.
Dentro de su aprendizaje de jinete le tocó llevar a “parar”
potrillos dentro de los cajones o “a hacer pasadas”, con las puertas
abiertas. Estas labores requerían de mucha paciencia y cuidado de
parte de los cuidadores, y empezaban desde enseñarles la forma como
entrar a la cancha de trabajos. Nunca había que iniciar un trabajo al
momento de pisar la pista, primero había que pararlos en ella, darles
unos golpes de paño, así como espantándoles moscas, hacerles una
entrada “contra la mano”, volverlos a parar, hacerlos mirar el galope
de los otros caballos, acariciarlos, hablarles y sólo después de haberlos
tranquilizados, inducirlos suavemente a trabajar.
Era una manera de invitarlos a hacer lo que más les gustaba:
correr.
Varios días después, terminado los trabajos mañaneros, luego de
haber galopado los caballos ajenos y los propios, incluyendo a Atomix
38
acompañado de un pensativo Tachuela sobre Duraznito (se arregló
rápidamente pues habían quedado de juntarse ese día a almorzar), de
manera imprevista se acercó Chiricuto.
- ¿Pa’ donde va, jinete?
- Voy a almorzar, don Chiri ¿por?
- Ayúdame a llevar estas capas a reparar al callejón, y
aprovechamos de mandar a bordar unos paños.
- Pero es que voy medio tarde.
- ¿Tarde a almorzar? Desde cuándo se ha visto que es tan estricto el
horario donde la señora Sonia, además te queda en la pasada, hazme la
gauchada… (Curiosa expresión. “Gauchada”, es el favor, la paleteada,
es ser buena gente. En cambio, ser huaso….)
- Ya me calzó, echémosle pa’ delante.
Aquí, a Fernando le tocó ver el lado oscuro de la luna, más bien
de la hípica, con familias enteras viviendo hacinadas, con pesebreras
que se caían a pedazos, pavimentos rotos, mucha humedad y basura
por doquier, ropa colgada y en desorden.
- Por aquí está la entrada.
- Oiga, ¿aquí también hay corrales?, pero si pensé que estaba
abandonado.
- Para que vayas conociendo los barrios bajos de la hípica,
¿pensaste que todos los corrales eran como el de don Alonso?

39
Primera oferta

Tan distinto a lo que vería en Estados Unidos, pesebreras a un lujo


tal, que llegaba a dar vergüenza que los animales tuvieran mejor pasar
que algunas personas, no solamente comparado con nuestro país, allí
igualmente tenían barrios tenebrosos, especialmente “dedicados” a
negros y latinos. Algunos corrales contaban con aire acondicionado,
otros estaban decorados en distintos estilos, pero lo más destacable era
el sistema en que los caballos eran mantenidos dentro de sus
pesebreras.
Reemplazaban las puertas por unas bandas de goma, muchas de
ellas con los colores del stud o el nombre del trainer, y así el caballo
era integrado al mundo del corral, obligándolo a sacar medio cuerpo
afuera para comer el pasto seco, que colgaba de una malla en el exterior
de la pesebrera.
Al menos convertían el lugar en una especie de semi-prisión, y
eso traía menos traumas a la hora del encierro, viéndose así menos
frecuencia de caballos andadores, o tragadores de aire, algo típico de
nuestras pistas, muchas veces pródigas en “vicios de establo”. Hasta
en eso éramos sub desarrollados…
- Menos mal que llegaste, ¿tan tarde almuerzas?
- Tuve que ayudarle a mi llave Chiricuto a llevar unas capas al
callejón, harto pobre el lugar, don Tachue...
- Dime Tachuela nomás, deja el don pa’ los patrones, ¿encontraste
pobre el callejón? Espérate a ver algunos corrales del Chile, entremedio
de cités y conventillos…
- Bueno, usté dirá…
- Yo me voy a ir por la cazuela seca.
- No le decía ná’ por la comida, yo estoy amarrado al menú, a la
suerte de la olla, como decimos. Me pidió que nos juntáramos a almorzar
40
y aquí me tiene, todo oídos, y pronto voy a ser todo diente, porque hoy
hay lentejas y voy a echar de menos la chancadora que tenía mi padrino
en El Parrón…
- A propósito, vamos al grano dijo el pollo… Me dijiste que vienes
a tratar de sacar la de jinete… bueno, primero aprendiz.
- Bueno, pa’ eso palabreó don Alonso a mi padrino, dijo que me iba
a tener un tiempo cuidando caballos y luego me ayudaba con el
trámite…
- ¿Y?
- Na’, veo poco al hombre y cuando lo veo es pa´ puro penquearme.
- ¿Y quién te está enseñando?
- A cuidar, bueno, no vamos a decir que hay que ser muy vivo pa’
hacer una pesebrera, sacar las bostas, rasquetear…
- No, cabrito, para aprender a ser jinete, te digo.
- Mmmm, no le cacho pa’ onde va…
- ¿Y qué creís, que el conocimiento te va a caer del cielo? Tu sabís
andar a caballo, y bien, pero de ahí a ser jinete hay un salto largo, que si
no tenís a nadie que te ayude, te vai a caer en el medio, al agua, al
precipicio…
- No le ponga tanto color, ya veo que se me está candidateando para
algo, usté, ¿por qué no me larga la firme, de una?
- Más mejor, a calzón quitado como se dice: te propongo ser tu
secretario.
- ¿Secretario?
- Es que profesor suena como a mucha cosa: “Voy a ser tu profesor
de jinete” Profesor de jinete… me da hasta vergüenza escucharlo… yo,
de profesor, si no alcancé ni a hacer las humanidades…
- ¿Y qué va a ganar usted como mi secretario?
- Yo no estoy pensando en ganar nada, al menos no estoy pensando
en la plata. Mira, yo soy solo, con poco tengo, y con esto de las amansas
41
me va muy bien, tengo al Duraznito, además de otra parejita de
matungos en una parcelita de un sobrino acá cerca, no, yo no necesito
“ganar” nada. Yo era jinete, me desgracié y desde esos días que no me
puedo alejar de las carreras; ahora me ves sólo a cargo del caballo de
silla, pero si pudiera volver a lo que me gusta de verdad, aunque sea a
través de otro, tú por ejemplo.
- Yo de alumno, usté de profesor… buena la pareja.
- No, si es mala…
- No me parece mala idea, en el corral no me pescan ni en bajada,
mmm… ¿y seguiría cuidando?
- Para sacar la patente tienes que estar dos años de cuidador, y te
tiene que presentar un preparador, y quizás te tome un examen una
comisión.
- ¿Un examen? Ojalá sea con alternativas…
- Rápido para la talla, ojalá seas igual de rápido para aprender; es
un examen práctico, te hacen trabajar un caballo acompañado de un
jinete que viene a ser tu examinador, pero no perdamos el rumbo de la
conversa. ¿Qué me dices?
- Como usté diga, profe, digo, Tachuela.
- Hecho, mañana te voy a explicar cómo lo vamos a hacer.
Volviendo al corral después del almuerzo, Fernando volvió a
pasar frente al callejón, pensando en que algunos caballos eran poco
menos que unos prisioneros confinados en sus pesebreras, pagando
castigo por un crimen no cometido. En “celdas” sórdidas, oscuras, y
muchas de ellas, no solo las del callejón, estaban en mal estado, a pesar
del valor sentimental e incluso económico de estos bellos e
inteligentes animales.
Es por tanto una verdadera liberación cuando les toca salir a hacer
su trabajo diario, vuelven a transformarse en los ágiles y plásticos
ejemplares que otrora retozaran en los potreros de los distintos
42
criaderos de donde provenían. Ahora van montados, pero esto es un
mal menor al de vivir confinados entre cuatro paredes. En Chile se le
intenta compensar la falta de potrero llevándoselo a la pesebrera,
“directo del campo a su mesa”, en esta faena cooperan “los del pasto
verde”, una organización destinada a cortar matas de alfalfa en campos
cercanos a la capital como Pirque, Buin o Lampa; hacer “atados” y
entregarlos tempranos en los corrales, para ser dados como “verde” a
los caballos, en especial a los que le tocaba correr, en los corrales más
modestos, y a toda la dotación, en los corrales más elegantes. Otro
personaje presente en esta ecológica misión de suplir al reo equino es
“el zanahoriero”, que trae sus apetitosas fuentes de vitamina D, en la
forma de jugosas zanahorias que se compran por sacos y se agregan
picadas sobre la ración de grano diaria. Como un postre colorido, para
variar la repetida avena (como en ese chiste en que los chinos se
quejan: “¡oh no, otla vez aloz!”).
En algunos corrales progresistas daban alimentos concentrados,
en pellets, pero los caballos se lo comían muy rápido y después se
aburrían, especialmente cuando alguien trató de introducir la alfalfa
peletizada, pregonando cero pérdidas, pero al final ocurría lo mismo
que con el concentrado. En otros corrales buscaban innovar con
afrecho, pero los “soltaba” mucho, y en otros, maíz chancado, cebada,
avena aplastada, todos inventos que mueren pronto, y se termina por
volver al viejo sistema de avena remojada, servida en porciones con un
tarro o “litro”, situación que da para grandes misterios.
Hay caballos de trece litros hasta otros de veintiuno. El detalle no
es tan sólo que haya caballos muy buenos para comer y viceversa, sino
que juegan otros factores tales como el tamaño del “litro”, e incluso la
forma de llenarlo.
El hecho concreto era que en casi todos los corrales se daba una
cantidad regulando o calculando que siempre los caballos dejaran un
43
poco y ya, esa era la medida.
Estos son los sistemas más usuales de alimentar caballos de
carreras, pero Fernando conoció preparadores que tenían algunos
secretos, como aquel que le cortaba chépica desde las orillas de la
cancha, o ese otro que le agregaba “pencas” picadas (por lo abundantes
en fierro) la que iba a conseguir en las orillas de los -en ese entonces-
cercanos campos santiaguinos. Algunos daban melaza, aceite de
bacalao, linaza, sal revuelta en la comida, sal en piedra dentro del
cajón, vitaminas en polvo, complejos minerales, y así, la lista era
interminable. Muchas de las medidas no tenían mucha explicación
científica, pero todo era asunto de tener confianza en algo que pudiera
resultar y mientras no hiciera daño se podía probar, y si resultaba bien,
entonces no se dejaba nunca más de darlo.
Y así pasaban los días, galopando y galopando, ahora bajo la
atenta mirada del Tachuela, que vio disminuido el trabajo con
Duraznito a medida que los potrillos iban terminando su faena de
amansa.
- Socito, ya lleva mucho galope y galope, como en la canción del
overito que iba pa’ la querencia; ya debe tener los riñones como
escalopas, vamos a verlo en algo más serio.
- ¿Cómo qué sería, mi Tachuela querido?
- Hoy día corre una yegüita de Severino en la última, y quiere
moverla un poco después de la mano del Chile, cuando hay menos sapos
en la laguna, y el jinete que la corre no puede porque tiene que ir a los
baños, para hacerle el peso a una potranca en la segunda.
- Puchas la historia enredada como moño ‘e vieja, imagino que ahí
entro yo.
- Justiniano, usted la va a mover de los 200 a la meta, va ir con silla
de carrera, pero sin estribar, me la saca bien charrasqueada y le deja caer
varios palos pero con esta fusta… (Tachuela le pasa una fusta gruesa,
44
menos brava que la fusta de carrera).
A pesar de que en el día de carrera se supone que nada más puede
hacerse respecto del training, la excepción la marcan algunos
preparadores que, como estrategia de última hora, llevan al ejemplar
ese mismo día a la cancha, a “huirear”. Entendiendo por esta curiosa
denominación “a pasarlo”, generalmente con un empleado apto o
algún aprendiz del corral, unos doscientos metros a toda velocidad,
intentando con este operativo obtener ligereza extra, útil para no venir
muy arreados o de atrás en un lote numeroso, por ejemplo, o para
sortear con éxito una partida mala, muy abierta, o porque
sencillamente en su último trabajo se puede haber visto lento, torpe,
buscando entonces “despertarlo” con la maniobra. Con este mismo
objetivo se realiza la “repetida”, consistiendo ésta en trabajar unos
doscientos o cuatrocientos metros, sacarlo al paseo, esperar que el
animal no estuviera muy agitado, y volver a pasar la misma distancia.
Estas medidas se realizaban medio en secreto, y para callado, ya
que en la hípica a muy pocos preparadores les gusta innovar, salirse
mucho de lo establecido, o destacar por alguna excentricidad,
prefiriéndose siempre lo más típico, lo estándar, lo que todos hacen,
por el riesgo de ser tratados de “locos”.
De locos también fueron tratados la desaparecida Bernardita
Campos, veterinaria, cuando junto a otros colegas, trataron de entrenar
caballos siguiendo una técnica o escuela basada en el entrenamiento
científico de atletas humanos, llevados o extrapolados al caballo. La
verdad es que más que tratar, realmente lograron algunos triunfos y
revolucionaron por un tiempo el ambiente, causando mucho revuelo y
comentarios malintencionados del medio hípico. Usaron el llamado
Interval Training, que básicamente consiste en hacer repetir muchas
veces distancias cortas, por ejemplo, en vez de trabajar mil doscientos
metros, se pasa seis veces doscientos, y el tiempo que mediaba entre
45
uno y otro trabajo lo daba la recuperación física del animal, mediante
la auscultación de su frecuencia cardíaca. A esto se suma muchas
mediciones de parámetros: niveles de creatinina, perfiles bioquímicos,
hematocrito, electrocardiogramas, etc.
Incluso mediante el uso de aparatos para telemetría, esto es
monitoreo a distancia; o sea métodos científicos y muy avanzados para
nuestro medio, quizás demasiado para la idiosincrasia de nuestro
ambiente.
Ni que decir la agitación que causó en la cancha del Chile, en
especial porque el preparador era ella, la primera veterinaria que sacó
la patente, lo que hizo que para sus colegas el esquema se rompiera
más aún, principalmente cuando los caballos del stud entraban una y
otra vez a la cancha, luego de descansarlos en el paseo. La calificación
de locos no se hizo esperar. No ganaron ninguna carrera “top” con este
método, porque con los caballos que consiguieron para su aventura no
la habrían ganado con ningún sistema de entrenamiento, tuvieron
muy poco apoyo y finalmente se vieron un poco obligados a no
desviarse mucho de la línea marcada para poder mantenerse en el
sistema.
Otro preparador, que tuvo una fugaz pasada por nuestra hípica,
tenía la costumbre de galopar personalmente sus caballos, excelente
medida para darse cabal cuenta de su estado de entrenamiento. Él
también pasó a integrar el grupo de excéntricos que por salirse de los
esquemas preestablecidos fueron tratados como rara avis por el
establishment hípico.
Claro que este último ayudaba bastante paseándose por las pistas
del club casi disfrazado de vaquero norteamericano (práctico, pero
curioso...).
Es así como fue muy criticado otro preparador, cuando para un
Ensayo (la competencia “top” del Club, que se corre sobre una
46
distancia de dos mil cuatrocientos metros) en vez de trabajar largo (una
vuelta, o la vuelta y doscientos, o incluso la vuelta y cuatrocientos, o
sea más de dos mil doscientos metros de trabajo), trabajó su ejemplar
con aprontes “cortos”, de hasta mil doscientos metros, rompiendo toda
la tradición y norma que por años se había mantenido para estas
clásicas distancias, obteniendo un excelente resultado, ¿qué mejor que
haber ganado?. Del tratamiento de “loco”, se tuvo que pasar a un
reverencial: “Alfredito se tiró el salto y le resultó”.
Tal como le resultó a Severino con su yegüita, que despertó con la
huireada lo que le permitió venir entre los punteros, en una cancha
que si no se entraba a tierra derecha entre los cuatro primeros, no se
tenía opción alguna, aunque lo importante del evento no fue si obtuvo
el triunfo o no, fue el primer lance casi en serio de Fernando.
- ¿Cómo anduve Tachuela?
- ¿Querís la verdad o una mentira piadosa?
- Usté me está palanqueando, si yo le caché la buena cara que puso
cuando me bajé de la yegua.
- Es que yo soy un libro abierto con esta cara de niño…
- Serás enano, serás lampiño, pero esas…
- Chanta la cancioncita grosera y hablemos en serio; tu primer
trabajo anduvo muy bien, la verdad es que 10 2/5 es muy bueno, aun
considerando tu peso. Vamos a andar muy bien, mi chiquillo, vamos a
dar que hablar, vamos a hacer maravillas…
Volviendo al ajetreo propio de un corral en día de carreras, al
nerviosismo propio de los empleados, se le sumaba el de los caballos,
ya muy excitados por las medidas extraordinarias que se vivían en el
corral, y además estimulados por los ruidos que llegaban,
especialmente en el Club, por culpa de lo cercano de la pista con los
corrales, ya que se alcanzaba a escuchar parte de los relatos por los
parlantes, el sonido de las puertas del partidor en las largadas, los
47
gritos de estímulo de los jinetes al ir en los primeros metros, e incluso
los vivas del público que desde las graderías animaba a sus elegidos.
Este nerviosismo se traspasaba, casi como en un sentimiento colectivo,
a todo el corral, el cual vivía momentos de agitación.
Culminaba todo el trabajo de la semana, cuajaban los sueños y
esperanzas cifradas o se despedazaban cruelmente, y en este esmero
todos ponían el alma, no sólo por la recompensa económica, que era
muy importante pero no lo único que movía al cuerpo de empleados.
Había también un orgullo de pertenecer a un corral triunfador, sobre
todo ser reconocido como “parte del corral del ganador” al otro día de
una gran jornada, luego de algún clásico importante. Esto daba un
status y un prestigio que duraba al menos hasta que otro corral pasaba
a desbancar al anterior.
- Lo felicito llavecita por la carrera…
- ¿Y cuándo se va a dar vuelta…?
- Dejen algo para los pobres…
Eran parte de las frases que se podían escuchar cualquier lunes en
el paseo del Club, cuando las carreras eran el domingo, obviamente.
Frases carentes de envidia; porque era sano para la actividad la
alternancia de triunfos entre distintos corrales y distintos propietarios,
y que no se cayera en la rutina que de repente los clásicos importantes
se los ganaran siempre los dos o tres corrales principales. Eso iba
creando una desazón entre todos los actores de la actividad,
preparadores (que se les hacía más cuesta su trabajo) y empleados, que
perdían toda ilusión de salir de pobres.
- Siempre ganan los mismos.
- En este corral onsapadana (no pasa nada).
Incluso propietarios que dejaban de invertir su dinero en los
caballos al ver que había cuatro o cinco stud que se ganaban todas las
carreras importantes. Pero en el ambiente menos lujoso de la hípica era
48
una alegría especial cuando un propietario de los humildes, habiendo
efectuado en el remate una compra modesta, accedía a uno de los
grandes premios, aquí el sentimiento era “también los “ratones”
podemos ganar”, y daban más ganas de seguir intentando darle el palo
al gato. El mismo día del triunfo eran efusivamente saludados por
otros preparadores (¿preparando el serrucho?), por los periodistas de
la radio y los fotógrafos, ya que muchos propietarios modestos eran
más pródigos en encargar fotos y videos una vez alcanzada la victoria,
tal vez por lo escaso de los triunfos o la dificultad de repetirlo.
Esta alegría del “pueblo” seguía incluso varios días después de la
victoria misma. Igual cosa cuando ganaba algún caballo que se le
“escapaba” a los criadores, en especial a alguno de aquellos que
generalmente corría todas sus producciones con sus colores, a pesar de
llevarlo a remate anunciando con pompa que era “sin reservas o sin
mínimos”. Todo el mundo sabía que los lotes ya venían seleccionados
desde el criadero, o que varios ya venían anticipadamente con nombre
y apellido del preparador preferido. Cuando esto ocurría, el
sentimiento no era de resentimiento ni algo parecido (no hay mucho
“comunismo” en la hípica), el sentimiento era más cercano a la picardía
de un: ¡chis, le robaron los huevos al águila!, o de alabar la sapiencia
del que escogió al caballo ganador, descartado anteriormente por los
que más sabían.
Los sueldos que pagaba Brito, donde Fernando hacía sus primeras
armas en la hípica, a pesar de ser el del líder de la estadística, eran
bajos, no mejores al de cualquier otro corral, las diferencias las daban
los mejores caballos que allí había, entonces los sueldos se
complementaban con el porcentaje que se recibía al figurar o ganar
uno de los caballos que uno cuidaba, y con la plata que pagaban por
llevar el caballo a correr, la “llevada pa’ dentro”. Otros lo
complementaban con las “amansas”, en la época que llegaban los
49
nuevos productos, potrillos y potrancas desde los criaderos o desde los
remates, que sucedía más o menos a partir de septiembre de cada año,
o con las propinas que daban algunos dueños cuando sus caballos
ganaban, lo que no sucedía a menudo (lo de las propinas, puesto que
algunos no daban ni las gracias). También algunos ejercían el oficio de
“dateros” y siempre andaban a la búsqueda de un “piloto” a quien
darle una información exclusiva y confidencial de un caballo que
estaba “listo pa’ la foto”, o listo para ganar. Y no era raro verlos a la
salida de la troya el día de carreras, pululando entre medio del público,
acercándose a posibles clientes con la esperanza de recibir “unas
monedas” de recompensa por el “dato”. Así se hacía la hípica, con
mucho de tradición, secreto y misterio.
Fernando no participaba de los datos, porque en esa época aún no
le había tomado gusto a las apuestas, bastante plata había visto perder
en las carreras a la chilena a sus parientes, platas que costaba mucho
ganar y más aún recuperar. Tampoco participaba de las amansas. De
estas últimas no porque no fuera hábil o capaz, ni menos por que le
diera miedo o no supiera cómo amansar un caballo, simplemente no lo
hacía porque él se estaba cuidando para cosas mayores, él iba a ser
jinete, no se iba a quedar eternamente de cuidador, su padrino así se
lo había explicado a don Alonso, y éste, en principio entusiasmado por
esa chispa ganadora que vio en Fernando en esas carreras a la chilena,
y por el respeto y cariño que sentía por los Blackman e incluso por don
Florindo, había ofrecido una oportunidad a este petiso tan parado en
las hilachas, pero perseverante y de idea fija.
Todo esto, a pesar de haber visto muchos Fernandos, muchos
proyectos fundidos, porque la hípica se comía los sueños, los
derrumbaba tan fácilmente como a castillos en el aire, castillos que
esos mismos soñadores creaban. Muchos jóvenes llegados de
provincia o de los barrios pobres de Santiago, buscando una mejor
50
fortuna en el ambiente hípico, habían encontrado el camino, pero
habían sido incapaces de sobrellevar un exceso de fama y/o dinero, o
incapaces de seguir el ritmo a esos amigos que, como llegaron, se
fueron. Esos “amigos” que grandes “esfuerzos” hacían para agotar los
fondos del jinete que estaba de moda, corriendo y ganando.
Esos jinetes fueron tragados por el remolino del fracaso.
Prospectos de jinetes, buenos para el caballo, pero malas cabezas para
cuidar lo obtenido y mantenerse profesionales, atletas, preparados…
ellos desaparecieron cual estrellas fugaces en el firmamento hípico,
incluso muchos no pudieron soportar el duro contraste entre la gloria
y el ocaso, encontrando como única salida su auto eliminación, una
muy mala solución a tanta desazón.
La hípica raramente daba segundas oportunidades, tal como hay
un instante preciso para ganar una carrera, hay puertas que se abren
solo una vez en la vida de una persona, y estar en el lugar preciso, en
el momento preciso, y en el lado preciso de la puerta, pueden hacer la
diferencia entre el fracaso y el triunfo. Fernando se habría de
arrepentir alguna vez de no haber tenido de joven alguien que le
hubiera enseñado, o mejor aún, que le hubiera advertido acerca de lo
frágil de la fama, de los amigos efímeros y de lo inconveniente de
hacerse enemigos, así como también de lo importante de guardar en la
época de vacas gordas, para sobrellevar las épocas de vacas flacas. Si
tan sólo Tachuela le hubiera prevenido… pero éste, en su rol de
profesor, sólo le fue traspasando los secretos de la profesión,
corrigiéndole el estilo de montar (cómo “allancarse” o estirarse arriba),
cómo tomar las riendas, cómo usar la fusta, cómo cambiarla de mano,
cómo tomar las curvas, cómo rematar los finales, cómo estar atento en
el partidor, cómo acompañar en el salto al ejemplar cuando pica al
salir. O cómo equilibrar el peso del cuerpo sobre el caballo, de modo
tal de no ser un estorbo en el libre desempeño de éste, o le hablaba del
51
“tren de carrera” y cómo y cuándo detectar si un puntero iba haciendo
un tren falso, o cuándo darle un respiro al caballo para no ahogarlo,
matizado con consejos para mantener en buen estado los aperos, o
cómo cuidarse el día previo a las reuniones de carrera.
Consejos todos destinados para transformarlo de uno “bueno pa’l
caballo” en un jinete hecho y derecho, incluyendo algunas artes que
algunas veces agradecería y muchas otras se arrepentiría de haber
aprendido.
Maniobras tales como sacar los codos o revolear la fusta para
molestar a los rivales sin que lo advirtieran los jueces, o a no entregar
los palos o a cambiar sutilmente de pista y tapar al posible ganador o
hacerle “el cajón” antes de que pudiera reaccionar, todas dirigidas a lo
que llamaban “timbrar” al rival, o sea perjudicarlo pero sin que se
note.
De hecho había jinetes que sabían “leer” el tren de carrera, incluso
algunos que eran especialistas en correr punteros, así como había
algunos que ganaban preferiblemente corriendo de atrás, arreando el
lote. De uno de esos especialistas en correr adelante a Fernando le tocó
escuchar en un par de ocasiones una anécdota contada por jinetes
panameños, cuando ya ejercía fuera del país.

52
Lizama punta a punta

Corría el año 1979 y desde Panamá llama el famoso y ya


desaparecido preparador Luis Humberto “El Mago” Farrugia a su
amigo y colega Pedro Bagú solicitándole un jinete para correr el
caballo Melincué (un buen hijo de Proposal), de propiedad de los
hermanos Víctor e Isaac Tawichi, conocidos empresarios y turfman
panameños. Don Pedro le comienza a nombrar los mejores jinetes del
momento: Vásquez, Aravena, Orlando Castillo. “El Mago” lo
interrumpe y le dice:
- Sí, sí, los conozco y los he visto correr en varias oportunidades,
¿pero cuál de ellos es el mejor para correr de atrás, Pedro?
- Ah, entonces te recomiendo a Gustavo Lizama, sin pensarlo dos
veces…
Llegan los pasajes y nuestro compatriota viaja al país del Canal a
correr el clásico Presidente de la República, equivalente al GP
Hipódromo Chile, una carrera Grupo I que se corre sobre una distancia
de 2.100 mts. en una pista muy semejante a la de La Palma, en el
Hipódromo Presidente Remón. Y con 50 mil dólares (en 1979 no era
poco) al ganador.
- Mira, chileno, acuérdate que te he traído para que me corras este
caballo desde atrás, no me hagas quedar mal con estos propietarios que
son de lujo.
- Calma, don Mago, que yo no voy a desteñir, mire que he corrido en
México, Jamaica, República Dominicana, y los jinetes chilenos…
- Cuidado, que de aquí salieron Braulio Baeza, Jacinto Vásquez, el
gran Laffit Pincay Jr., y dejemos el blablá para después y concéntrate en
lo que te he dicho, por favor…
Farrugia botó una larga ceniza de su habano y lo encaramó en el
precioso ejemplar. Y se fue Lizama hacia el partidor, instalado frente a
53
lo que sería la galería en el Chile. En los cajones le mantenía cortita las
riendas al caballo y le murmuraba un “tch-tch-tch”, como para
calmarlo.
- Tranquilito, huachito, no te me vai a venir…
Y ¡Chas!, se abren las puertas del partidor con su peculiar sonido,
salta el caballo y antes de los 50 metros corridos, Lizama mira hacia los
lados y no ve caballo alguno….
- Chuuu… palla, parece que voy puntero… -y apuntala un poco
más, y nada, sigue sin ver caballo cerca.
Primera pasada por la meta, y según cuentan, ya Farrugia había
tirado el habano, maldiciendo a Lizama, Bagú, y al pueblo chileno
entero. Primera curva, entran al derecho opuesto, recién cuando
comienzan a girar la curva final se le dejan caer tres caballos por
fuera…. Al menos aquí termina el suplicio… estoy frito, pensó en
fracciones de segundos, y lo animó con un chuff-chuff (Nota del
escritor: es muy difícil llevar al papel estos sonidos, empleados tanto
para calmar al caballo como para animarlo; pero cualquiera que tenga
la curiosidad puede averiguar en alguno de los hipódromos con alguno
de los jockeys, quienes gentilmente reproducirán estos y otras
asonancias; si es que no las emprenden con “otras” asonancias, por la
imprudencia).
Al estímulo de Lizama, Melincué se aleja un poco del lote y
vuelve a verse puntero. Ya quedan los últimos cuatrocientos metros, y
ante la instrucción no cumplida, nada hay por hacer más que tratar de
ganar y poder salvar con vida el entuerto. Unos segundos más y cruza
la meta triunfador… Farrugia gritaba a quien quisiera oírlo,
olvidándose de Baeza, Vásquez, Pincay, olvidándose de sus
instrucciones, de sus amenazas:
- Tuve que traer a un jinete chileno para enseñarles a correr…
Los premios los entregó el propio presidente Arístides Royo,
54
incluyendo una preciosa moneda que Lizama guarda entre sus trofeos,
fotos y recuerdos de una vida de triunfos.
Las carreras se estudian, se planean a veces hasta el último detalle,
pero están lejos, muy lejos de ser una ciencia exacta, también Fernando
habría de aprender que junto a la teoría, a los consejos recibidos, el
arte de conducir caballos, había que tener mucha improvisación,
velocidad mental, ingenio, astucia y mañas necesarias para triunfar en
el difícil mundo de los jinetes. Tachuela intentó enseñarle todas las
que él sabía, pero falló en hablarle de la vida de verdad, nunca le dio
un consejo acerca de cómo convivir con la fama, a lo mejor porque
nunca la tuvo, o no tuvo las luces para siquiera pensar en el tema o
quizás jamás había imaginado que Fernando llegaría tan lejos.

55
La historia de Tachuela

La propia historia de Tachuela era entre dramática y cómica, pues


había sido uno de esos proyectos de jinete y había logrado ganar las
carreras suficientes para alcanzar a ser jinete de primera.
- Oiga, Tachuela, ¿qué hay de cierto lo que cuentan de usté?
- Depende, ¿lo que cuentan de mí en qué?
- Que se jodió una pata en una pelea con un preparante porque usté
le había añatado el caballo.
- Las cosas que inventan…
- ¿Si no fue ná’ así, entonces cómo fue?
- Son tiempos pasados, concéntrate más mejor en lo que estai
haciendo.
- Ya po’ no sea rescatado pa’ sus cosas
- ¿No será reservado?
- Yo no soy ná’ reservado, ¿pregúnteme lo que quiera?
- Tantas historias que podís tener tú po’…
- No tengo pero voy a tener… ya po’, ¿por qué fue la pelea?
- Mira, yo me jodí en el partidor, en la época que no era ná’ como
ahora, con puertas, sino que tenía huinchas que subían al dar la largada.
- ¡Qué choro, con huinchitas!
- Ni tanto… bueno, un preparador malacatoso, al que le decían
Zumbido, sin decirme agua va, le puso la corriente a la yegua que yo
montaba, segundos antes que dieran la partida, y cuento corto, me
enredé en las huinchas.
- ¿Y por qué le decían Zumbido?
- Es que tenía panales… Aturdío, porque le gustaba usar las pilas
en sus caballos, yo debo haber sido el único que no le conocía la gracia,
y justo me tercié…
- Bueno pero enredarse en las huinchas no es para tanto, estuve
56
leyendo en una revista antigua, “El Ensayo”, que en un Derby se quedó
colgado uno de los jinetes, y no pasó ná’.
- Con la diferencia que la yegua me pisó justo el tobillo y sí pasó…
- De tobillo a papilla.
- Ja, me mato de la risa, hasta aquí llega la historia.
- No sea bacalao, ¿qué más?
- Falta sólo que saques el tejido y el brasero.
- Curiosidad femenina que dicen
- Ayayay…
- Déjeme, es mi vida… ¿y el malacate?
- Ojalá hubiera tenido al mentado Zumbido cerca pa’ haberle dado
un puntete con la pata buena, porque me jodió pa’ siempre.
- ¿Y usté murió en la rueda?
- ¿Y qué ganaba con irme de tollo?, esperé que el de arriba me diera
el desquite…
- ¿Y?
- Supe que estaba trabajando en Nicaragua o El Salvador, ojalá que
se pierda en pelota en la selva de los monos rochecas…
- ¿Qué monos son esos?
- Esos que son peligrosos al revés…
-¿Cómo?, a ver, rochecas…. Ahora caigo, chuta profe, modere esa
boquita…
Los doctores sólo pudieron dejarlo en condiciones de caminar,
rengueando de por vida y lejos de las pistas de competición y jubilado.
Desde esa época, Tachuela se transformó en un personaje querido por
todos, y deambulaba de un corral a otro, siempre servicial, de talla a
flor de labios, con la última información del futuro golpe a la cátedra
en alguna carrera, pero por sobre todo cerca de los jinetes jóvenes,
siempre aconsejando, observando y enseñando. Un tiempo ofició de
secretario de preparador, capataz, y alguna vez de ayudante de
57
cronometrador, pero en ninguna de ellas prosperó, prefiriendo la
libertad de ir de aquí a allá, siempre en la hípica, tal como hacían los
que se jubilaban en cualquiera de los oficios relacionados, siempre se
quedaban cerca de los hipódromos, como atraídos por algún extraño
magnetismo, y así no era raro ver a antiguos porteros, ya retirados,
permanecer en el día de carreras junto al portero en ejercicio, nada más
que por el gusto de estar ahí, y los que no podían mantenerse en
contacto, lentamente languidecían y desaparecían.
La hípica es una cofradía en que todos se conocen, una especie de
Torre de Babel en la que se habla un idioma oculto, secreto y que sólo
los hípicos dominan. Uno puede ir a Monterrico en Lima, a Gulfstream
en Miami o a Palermo en Buenos Aires y encontrar los mismos tipos
humanos, hablando la misma jerigonza, y con los mismos sueños,
anhelos y supersticiones, ya sean jinetes, preparadores, dueños o
simples apostadores. Así habrá algunos que siguen algunas cábalas
para ganar, como jugar al primero en la primera o al diez en la décima,
otros siguen algunas líneas de sangre (descendientes de algún potro
famoso, descendientes de líneas buenas para lo blando, cuando hay
pista barrosa), algunos siguen a los jinetes más ganadores, otros se
fijan en los aprontes o trabajos previos, otros en el peso físico, otros en
los dividendos actuales y anteriores, algunos siguen a los dueños y
creen ver en sus caras o gestos mensajes premonitorios de triunfo,
otros son grandes observadores de los jinetes, cómo llevan la fusta y
en qué mano, o si se toman el casco, o si van con las piernas abajo o
estribados, y hay algunos, la gran mayoría, que siguen todas estas
señales, más algunas otras claves, casi secretas, reservadas solo a los
estudiosos o catedráticos de la hípica (llámese hándicap o índice), y
son capaces de leer y entender los retrospectos o resultados de las
últimas actuaciones de un ejemplar.
Es cosa de ver los programas de carreras. Si no se es un conocedor,
58
este resulta ser algo así como un manual de funcionamiento de una
retroexcavadora escrito en ruso o chino, como le ocurrió a Venancio, el
personaje de ese clásico del tango, aunque recitado, “Carreras son
carreras”, del gran Héctor Gagliardi, quien ignorante del tema,
invitado al hipódromo recoge un programa y “ … me fui a la tribuna y
busqué en una revista, saber algo de mi crack, lo corría XX...con chanc,
man, clis, gor, luna, para mí que ese caballo, debía ser de Burichang...”
En cambio hasta el más modesto e iletrado hípico de la galería es capaz
de interpretar sus signos y designios tal como hubiera leído el oráculo
un sacerdote de Delfos.
Otros sueñan con ganarse la gran carrera, lo sospechan desde que
ven ese proyecto de ganador exhibiéndose nervioso en el ruedo del
remate, entremedio de los futuros compradores, y conocen la historia
de la madre que aunque no ganadora aprontaba como ninguna, o
reciben el dato ultra secreto del stud master del criadero que les
confiesa cual es el más “liviano” en el picadero del haras, o
sencillamente se juegan su opción al de tres patas blancas, o al que
tiene el “lanzazo del moro” (estos salen todos buenos), y descartan al
de “cuello invertido” o al que ven que los dueños del criadero ni
siquiera defienden de una baja postura. Todos por igual, el gringo o el
sudamericano de estos confines, entra en el mismo tipo humano
definido como hípico. Cartel que es imposible sacarse de encima, que
es de gran ayuda cuando uno se encuentra en algún lugar en el que se
es un desconocido, y basta encontrarse con otro hípico para que el tema
de conversación esté resuelto, quedando por resolver sólo el problema
de la comunicación o más bien incomunicación con los demás.

59
Celebrando

Y Fernando pasaba los días, cuidando los dos ejemplares a su


cargo y galopando los otros del corral, generalmente los menos
valiosos, pero poco a poco iba sintiendo una desazón por la rutina, a
veces la soledad, la indiferencia de don Alonso, desaliento tan sólo
matizado por el cariño que le brindaba Tachuela y alguno de los otros
cuidadores.
- ¿Sabís Tachuela?, aquí me siento perdiendo el tiempo.
- Esta carrera es larga, mi chiquillo, hay que correrla con paciencia,
además tienes que cumplir los dos años cuidando, excepto que haya un
paro o algo semejante.
- ¿Cómo sería?
- Tiempo atrás, ante una amenaza de huelga, sencillamente
autorizaron la patente de aprendiz a todos los cuidadores-jinetes que
estaban en camino de sacarla.
- ¡Hagamos una huelga entonces!
- Claro, empieza a pintar carteles… No hablís lesera mejor y tómate
un consomé de calma.
- A propósito, ¿se va a quedar al asado de hoy? Celebramos el
triunfo del Alberto Vial…
- Sabes que no participo de estas fiestitas, se sabe dónde comienzan
y no dónde terminan, pero te aconsejo quedarte.
- ¿Por?
- Siempre viene gente importante, dueños, directores, y aparte que
conviene irse codeando con los “palo grueso”, nunca sabe uno quien
pueda ayudarte más adelante.
- Me convenga o no, yo estoy frito, me encargaron prender la
parrilla y ayudar a servir.
Para el asado de celebración llevaron a Mario Córdoba, cantante
60
de tangos, que venía con su bandoneonista Héctor Preseas “Cachito”;
corrió el vino a raudales y la carne se carbonizó entre los fierros de la
parrilla esperando que los saciados concurrentes trataran de agotar
tanta abundancia.
Fernando pudo conocer a esos personajes de los que solo había
oído hablar a los otros cuidadores con un respeto casi reverencial.
- Don Mario, cántese “Por una cabeza” o “Leguisamo sólo”.
- Muchachos, dejen que el cantante elija su repertorio.
Uno de los copetudos invitados, don Isaac, poseedor de una
mirada penetrante y aguileña, y que no dejaba de fumar un puro de
gran tamaño, promediando la fiesta llamó a Fernando.
- Cabrito, toma estas llaves y tráeme del auto un paquete que tengo
en la guantera.
- ¿Y cuál auto sería el suyo, patronato?
- El plomito que está frente a la imprenta, y me lo pasas pa’ callado.
- Voy y vuelvo...
De recompensa recibió dos billetes nuevecitos de cincuenta
escudos, y luego se encerraron en la oficina de don Alonso, don Isaac
junto a otros tres personajes que Fernando nunca había visto antes.
- Maquinita, ¿y esos otros quiénes son?
- Cuidadito con ese trío, el larguirucho es el Flaco Jalil, el más
gordito es el Guatón Jamis, y el de sombrero mejor ni te cuento.
- Ése es Mateo de la Carrera -dijo Chiricuto-, y “trabajan” llevando
caballos para Estados Unidos
- Caballitos que van muy cargados, y no precisamente de avena -y
se largaron a reír, pero Fernando en ese momento no entendió la
broma.
La fiesta siguió hasta que todos los patrones se fueron en sus autos
a seguir festejando al Nuria, un restaurante que le sonó como a
elegante, al menos por el nombre. Fernando se quedó soñando que
61
alguna vez iba a tener una situación que le permitiera ser él quien
tomara su auto y, acompañado de sus amigos, se fuera a celebrar un
triunfo de un caballo conducido por él, pero se tuvo que resignar con
acostarse temprano ya que al otro día le tocaba galopar uno de los
caballos que le habían asignado.

62
El Rey

A pesar de la impaciencia de Fernando, Tachuela seguía


optimista; se había tomado la faena como una tarea propia, se lo
tomaba como una apuesta: “mi chiquillo va a salir de carrera” , decía a
quien quisiera oírle.
- Fernando, te tengo una sorpresa, hoy vamos a almorzar con el Rey.
- ¿Cuál de todos los reyes? ¿Del calzoncillo, del mote con huesillos?
No me diga nada: va a venir Caszely…el rey del metro estrellado...
- Metro cuadrado será, tú siempre payaseando; el único rey con el
que podemos conversar es Vásquez, el rey de los jinetes, y el único que te
debe interesar.
- Ah… nuestro Rey.
- Hablando del rey de Roma, luego asoma, hola Keko.
-Tachuela, que raro verte abajo de Duraznito -exclamó el recién
llegado.
- Rey de reyes, este es el chiquillo del que te hablé, crack pa’l caballo,
rápido para contestar leseras y apurón, no hace seis meses que llegó del
campo con…
-…la gallinita en la canasta, ya po’ don Tachue, cambie el
repertorio o cambiamos de canal…
- Keko, cuéntale por favor a este bruto un poco de cómo llegaste a
ser lo que soi ahora.
- Parroncito…
-Dígame Fernando, nomás… pucha que es boca ‘e litro Tachuelita…
- Delicado el niño… bueno, para que sepas, mi papá, jinete también,
murió cuando yo tenía seis meses, a mí me criaron mi mamá y mi
hermana, y de chico tuve que salir a rebuscármelas para ayudar en la
casa; a los 17 años ya era jinete en Viña, vivíamos cerca del Sporting y
crecí entremedio de las patas de los caballos, no las he tenido nada de
63
fácil, al principio no me pescaba nadie, pero…
- Suelte un poco el micrófono, don King si yo tampoco vengo del
barrio alto…
- Lo que te quiero decir es que ésta es una profesión muy re jodida,
tal como en la cancha, no se puede bajar los brazos, las carreras se ganan
metiéndole ñeque hasta el final, pero con paciencia. A mí nadie me regaló
nada, y a costa de puro esfuerzo llevo un par de Derby, un par de Saint
Leger, incluso uno me lo gané con mi tocayo; me falta el puro Ensayo que
me lo pienso ganar este año con el potrillo Escapado… nada de mal para
haber partido limpiando pesebreras en Viña.
- Di algo Fernando, parece que se te agotaron las baterías…
- Estoy nadando en saliva con tantos triunfos….
- Aquí te traje estas cositas: unos guantes, un casco y estas botas,
tienen poco uso, pero traen pura historia entre medio. Yo me tengo que
ir porque corro temprano en el Chile, suerte jinete, échele pa’ delante que
pa’ tras corren los giles. Y usté me saluda a mi Duraznito regalón…
- Gracias Keko...
La mayoría de los reyes de los jinetes eran de reinados cortos,
pasaban por momentos en que eran los más cotizados, los más
buscados, pero a veces la dificultad de mantener el peso óptimo, otras
veces la afición a la vida nocturna, y algunos que caían en la tentación
del juego (no sólo a las patas de los caballos sino convertidos en
clientes frecuentes del Casino), los hacía decaer, transformándolos en
uno más del montón, hasta que aparecía otro que no tenía tanta
conciencia del “tren de carrera” ni tanta inteligencia para estudiar una
carrera como el monarca vigente, pero ponían empeño, mucho trabajo,
traían hambre de triunfo y pasaban a destronar al viejo y se coronaban
como el nuevo rey. Esta situación sucedía casi idéntica en otras
actividades, como en el fútbol, por ejemplo, en que se erigían y
derrumbaban tantas figuras por falta de profesionalismo.
64
Pero en la hípica esto fue y sigue siendo patético. Hay que pensar
que el jinete está sometido a un stress por ejercicio muy violento. En
pocos segundos tiene que acelerar de cero a sesenta kilómetros por
hora, manejando un animal de casi quinientos kilos, entremedio de
otros quince o dieciséis animales semejantes, todo en una pista
angosta, a veces llena de pequeños obstáculos o trampas mortales
como zanjas, champas, sombras, pájaros, perros que se meten en la
pista y otros. Todos en un afán de locos por obtener el triunfo, al que
se llega luego de uno o poco más de dos minutos de batalla. Si le
sumamos el hecho de correr de noche, alumbrados sólo con las luces
de los focos, “luz artificial”, o en pistas barrosas o acuáticas, sometidos
al griterío de los rivales y del público y al peligroso factor de la
fragilidad de los miembros de los caballos (una cuartilla, que es la
estructura entre el nudo y el casco, tiene el diámetro escasamente
superior a la muñeca de una persona) y del temperamento nervioso de
los mismos, configuran un panorama que requiere de un conductor
más cercano a un atleta olímpico que a un “cabro bueno pa’l caballo”
solamente.
Pero en la realidad esto era diametralmente diferente, los jinetes
no tenían plan alguno de mantenimiento físico, ni qué hablar de dietas
apropiadas, muy por el contrario, constantemente estaban bajándose
de peso para llegar a los extremos que eran requeridos, con terapias de
baños turcos y a veces el uso de anfetaminas u otras drogas. No eran
pesquisados en el abuso de estas sustancias ni de consumo de alcohol,
configurando un panorama sombrío, en el que había que estar
contento de que no ocurrieran más desgracias que las que
normalmente ocurrían, situación que con el tiempo habría de cambiar,
para bien.

65
Alberto Poblete

Quizás estas alzas y bajas de peso repentinas, sumadas a la


mezquindad del medio y a las típicas bajezas de los hombres que se
dan en todas las esferas de la convivencia diaria, hacían que entre los
distintos gremios hípicos imperara la ley del serrucho, en que cada uno
intentaba llevar agua para su molino. Y los secretarios pasaban
levantando caballos, los preparadores con distintas artes trataban de
captar a aquellos propietarios con recursos (o con pocos recursos pero
poco fijados en gastarlos), y en menor escala sucedía que entre los
jinetes había marcadas rivalidades entre algunos, dando origen a más
de una sabrosa anécdota.
Se corría el clásico Ignacio Urrutia de la Sotta sobre la distancia
de 1500 metros y entre los participantes estaban los eximios jinetes
Carlos Rivera, muerto trágicamente por un accidente en la pista
conduciendo a una yegua de su propiedad ese mismo año (1978) y
Alberto Poblete, doble ganador de El Ensayo entre tantos lauros
recibidos, que tenían pendiente entre ellos muchas “hachitas que
afilar” por motivos que no vienen al caso comentar. Poblete conducía
a Pestañeo, un hijo de Fuero Real que preparaba Gabriel Melej. Y
Rivera llevaba a Moduño, el hijo de Proposal, posteriormente
exportado y padrillo. Faltando 150 metros para la meta, Poblete, seguro
del triunfo, le grita a Rivera:
- Huaso c…, sin la huasca te gano igual.
Y acto seguido le tira la fusta… Rivera, a pesar de estar superado,
reanima a Moduño en base a una sarta de huascazos (a lo mejor le pegó
con las dos…), reacciona, pilla y gana en la meta a Pestañeo, ante el
asombro del público. Carlos Rivera era un monstruo de la conducción,
pero Poblete era un personaje de la hípica: pelusón como ninguno pero
educado, viajado y simpático, además de excelente jinete.
66
Otra muy buena de Poblete fue el triunfazo en el Derby
bicentenario con el caballo Chasco, del cual más adelante se relata la
historia de su compra.
Luego de perder en un par de ocasiones contra el monstruo
Geólogo, en ese último clásico, por el estilo de correr del caballo, con
la cabeza gacha, el jinete llegó destrozado, con las piernas agarrotadas
de tanto pelear, riendas mediante, para que no se “clavara” en la arena.
Como el plan era llevarlo al Sporting a la carrera reina de la temporada
grande, diseñó un programa de acondicionamiento físico, y se hizo una
rutina de subir y bajar cerros de arena para fortalecer las piernas en las
dunas de Concón; sumado a trotes en la propia cancha de pasto, futuro
escenario del evento. Acompañado por su hermano jinete, Jorge, la
discusión era por cuál de las líneas de la pista atacar, estrategia que
muchas veces se planifica con anticipación y no siempre se puede
cumplir.
La semana previa a la carrera fue de mucha tensión; el caballo
estuvo adolorido y solamente los buenos finales de su último trabajo
hicieron que el “team Melej” (que incluía a don Gustavo, el padre, que
volvió de sus cuarteles de invierno a asesorar a su hijo menor)
ratificara su intención de correr. Ese domingo, Poblete, para relajarse,
se fue temprano a pasear en bote por la bahía, luego se fue a dormir
una siesta, y lo agarró el “aire marino” pasando de largo. Llega al
hipódromo al filo de la hora de la carrera. Pedro estaba esperándolo en
el exterior del Sporting, muy nervioso y enojado (similar a Baeza-
Quick Casablanca-Gonzalo Ulloa en el Latino 2012 en Palermo)
- Qué bueno que apareciste… ¿querías matarnos de los nervios?
- Tranquilo, preparante, que no es primer clásico que corro…
- Vamos a la sala de jinetes, pásame tus cosas.
- Chuta… mis cosas… sabía que se me olvidaba algo…
- Ojalá que sea otra de tus bromas…
67
- ¿Broma? Embromados vamos a estar si no me consigo equipo.
- Cómo podís ser tan…
- Calma, camellito… mira, le pido el casco a Carvajal, la Fresia me
presta un pantalón ( que yo mismo le regalé) Con las botas vamos a tener
problema… ¿a quién me calzo…?
Así se fueron a la sala de jinetes, y a estadio lleno, probándose
botas, consiguiéndose una huasca, Pedro estaba al borde del colapso.
- Vas a correr con todo prestado… ¿qué opción vamos a tener?
- Corriendo en pelo soy mejor que todo este lote, tendría que caerme
para que me ganen.
- Trata de no caerte, porque en vez de ayudarte voy a ir a darte la
pateadura...
- Relájese, prepa.
No se achicaba Poblete, y estuvo a punto de suceder, puesto que
estando en el partidor, Chasco se lo sacudió de encima y lo botó al
suelo. La historia final es conocida y mejor relatada por el maestro
Salinas en su libro, no cabe repetirla aquí.

68
Fernando conoce a Sebastián

Y la vida en el corral continuaba su ritmo, un día el capataz llama


a Fernando.
- Hoy déjate a Pepe Carioca sin grano, échale un poco de pasto seco,
y mañana lo llevas a la clínica, el hombre lo va a mandar a castrar.
- Chis, por fin me hicieron caso, si llevo varias semanas diciéndole.
- Bueno, gánate esa carrera, pero no me empieces a marear.
- Incluso el doctor de la Clínica me había mandado a decirle a don
Alonso…
- Fernando, desaparécete.
- Puchas, mi capi si yo...
- ¡¡Vírate!!
Fernando estaba feliz, pues él había detectado que el caballo salía
raro después del galope, como cayéndosele el tren posterior, e incluso
después de uno de los trabajos le había visto uno de los testículos
arriba, más bien el de arriba no lo había visto sino que sólo había visto
uno abajo. Al llevarlo a la Clínica Veterinaria, el veterinario jefe del
servicio no había dudado en recomendar la cruenta pero necesaria
operación. Este doctor era temido por su mal genio, lo que hacía que
nadie mirara con buenos ojos el tener que ir a la clínica y de él se
contaba una penosa historia en la que uno de sus hijos, muy pequeño
aún, había muerto en las dependencias de la clínica, hecho del cual el
doctor jamás pudo reponerse, trocando su carácter jovial por el de un
personaje sin sentimientos, rencoroso con el mundo y en especial con
aquellos bajo su mando.
Esta historia se la contó a Fernando el veterinario residente, al que
conoció mientras esperaba su turno para ser atendido por el solicitado
jefe del servicio.
- ¿A qué viene este caballo?
69
- Tiene que verlo el doctor Cardales.
- ¿No será Canales?
- Sí po’, Canales.
- Winner el niño…
- Avísele al doc.
- No hay para qué, espera tu turno tranquilo nomás, pero ¿a qué
viene?
- Me ha hecho varios extraños en la cancha y al parecer se aprieta
las boleadoras, incluso ahora tiene una sola a la vista, si se agacha un
poco… ¿siempre hay tantos caballos esperando?
- Es que la mayoría viene a que lo vea el jefe, a pesar de que hay
otros colegas.
- ¿Y usté qué onda?
- Me llamo Sebastián, acabo de egresar de veterinario y trabajo de
residente en esta clínica, imagino que tú eres cuidador donde Brito.
- ¿Es adivino?
- No, pero la cogotera que trae tu caballo viene con las iniciales AB.
- ¡Vivo el doc!, sí, estoy de cuidador en ese corral, pero la verdad es
que estoy trabajando para sacar la de jinete…
- ¿Y te llamai?
- Fernando nomás, me molestan con Parroncito en el corral, porque
vengo de El Parrón.
- ¿Tienen un comité creativo?
- ¿Qué cosa?
- Olvídalo, ¿y qué caballo es este?, para aprovechar de hacerle el
ingreso mientras te lo atienden.
- Este es Pepe Carioca, del stud Nadir, tiene ficha acá.
- ¿Así que jinete?
- Ahí estoy intentando, pero todo es cuesta arriba…
- Y me lo dices a mí, llevo cuatro meses de “nochero” mientras estoy
70
terminando mi tesis para recibirme, y aquí apenas me pescan…
- ¿Y usté siempre quiso ser doctor?
- Bueno, siempre me gustaron los caballos, viene de familia, la idea
es trabajar un tiempo acá, hacerme un nombre y largarme.
- ¿Renunciar?
- Largarme, irme a perfeccionar a otro país, idealmente Estados
Unidos
- ¿Por qué se escucha tanto Estados Unidos por aquí? Que los
caballos buenos se van p’allá, que los mejores potros hay que traerlos de
allá… ¿guai bicos? Hasta yo estoy aprendiendo el idioma…
- Gran pronunciación; los gringos tienen la hípica más desarrollada
del mundo, para que te des una idea de la importancia de los caballos, y
en general de todos los animales, en la escala de los profesionales, los
veterinarios están sólo por debajo de los médicos, y nadie, ni el
preparador y menos un capataz, pueden tocar un caballo con una
jeringa, eso está sólo reservado al veterinario, y su palabra es ley, no
como aquí, en que somos vistos casi como médicos frustrados.
- ¿Y los jinetes?
- ¡Ah!, los buenos viven como príncipes, viajando en primera clase,
verdaderos rock stars, portadas en los diarios…
- ¿Y el kullin?
- ¿Qué es el kullin?
- Las monedas, el massare, el billete, puchas que es poco albertío
usté…
- Y tú medio pasado pa’ la punta, comentan que con un par de años
buenos los jinetes ganan lo suficiente como para no trabajar más…
Y mientras Sebastián, o doctor Holliday como le decían los
enfermeros, le contaba esto, Fernando se llenaba la cabeza de sueños,
y se imaginaba conduciendo un Camaro último modelo, con una rubia
de esas de película, viviendo en una mansión como la casa de los
71
Beverly Ricos, una serie norteamericana que había visto en la
televisión en la pieza del capataz.
- ¿Este es Pepe Carioca?
- Yes verigüel.
- ¿Ah?... mételo al box para ponerle el Combelén…
- Altiro doc
-Yo soy enfermero, dime Claudio nomás… y no se te ocurra
chancearte cuando venga el jefe, yo lo he visto sacar con viento fresco a
preparadores y hasta dueños… no aguanta puntudos, ¿te queda claro,
cabrito?
- Claro hacen los patos.
- ¿Qué?
- Clarito, don Carlos.
- Te dije Claudio, ¡ahhh! olvídalo, deja tu caballo en esta pesebrera.
Mientras esperaban que el tranquilizante le hiciera efecto a Pepe
Carioca, Sebastián, quien había seguido la escena a distancia, puesto
que no le estaba permitido participar activamente de las atenciones del
día, llevó a Fernando al corral vecino, donde dejaban a los caballos
hospitalizados y le presentó a un pequeño amigo: Pinto, un pony
overo, bueno para el mordisco y que respondía a un silbido con un
relincho. Escena que años más tarde, al visitar Fernando un criadero en
Ocala que poseía una pareja de caballitos Falabella, como curiosidad
casi circense para los invitados, habría de hacerle añorar la tierra lejana
y decidirlo a emprender la vuelta a casa.
El que habría de volver la misma noche de la castración de Pepe
Carioca fue Fernando, a buscar de urgencia a Sebastián, porque de la
herida de la operación, de la bolsa vacía que antes contenía los
testículos, o escroto como le llamaba doc Holliday, no dejaba de salir
sangre, gota a gota, pero sin parar. Sebastián, atemorizado, porque
jamás había visto ni le habían enseñado nada parecido en la Facultad
72
de Medicina Veterinaria, mejor dicho, en la escuela jamás había visto
caballo alguno, y aunque lo hubiera visto, un caballo entre ciento
cincuenta alumnos que componían su curso, no le habría sido de
mucha utilidad. La verdad es que su verdadera práctica profesional la
había realizado durante las vacaciones de verano en la clínica del
Sporting, bajo la cariñosa batuta del doctor Víctor Goldzveig y no en
los insulsos pasos prácticos de la Universidad ni menos en el árido
tema de tesis que le permitió graduarse con todos los honores al
término de su carrera.

73
Un adelanto de la historia de Sebastián

Fue en Viña donde conoció al doctor Goldzveig, personaje de


leyenda en la hípica, y tan alejado de Sebastián que no podría haber
sido mejor planeado. Don Víctor era de izquierda, descendiente de
judíos, en cambio Sebastián era acérrimo derechista y descendiente de
árabes; al doctor le gustaba el juego, el boxeo, el trago, y fanático del
equipo de fútbol de la Universidad de Chile, en cambio Sebastián no
apostaba, nunca le había pegado un combo a nadie, era abstemio y era
hincha de Santiago Morning, un equipo menor pero muy querido. Lo
conoció un sábado temprano, en la clínica, por la entrada de Uno Norte
donde estacionó su auto.
- Don Víctor Goldzveig…
- Tienen que esperarlo un poco, está atendiendo un caballo... ¿en qué
lo podemos atender?
- La verdad es que tenemos que hablar con él...
- Si traen algún animal, hay otros doctores que lo pueden atender.
- Lo esperamos, no hay problema.
Las oficinas parecían detenidas en el tiempo, con archivadores
metálicos de oficina pública de los años 40, un par de funcionarios
tecleando y un fuerte olor, penetrante (“Bálsamo del Perú”) que
impregnaba el recinto.
- ¿Quién me busca?
- Hola, doctor. Me llamo Sebastián, este es mi primo Pablo.
- A ustedes los he visto alguna vez en el Chile.
- Bueno, nuestros parientes tienen caballos…
- Claro, los rosarinos.
- Esos, bueno. Yo estoy en tercer año de veterinaria y quería ver la
posibilidad de hacer una práctica acá, en la clínica.
- ¿Una práctica, eh?
74
- Conocemos a su hijo Víctor de la época en que usted era gerente en
el Chile (con este pituto estamos listos).
Don Víctor lo miró con sus ojillos achinados y mirada pícara, y
dijo en su tono argentinizado para que escuchara la galería:
- Si traes como referencia a Vichoco no creo que dures mucho - se
escucharon risas generales- es una broma… gran valor mi Vichoco…
Hubo un silencio absoluto por el lado de Sebastián.
- Tranquilo, chiquillo, te espero a partir del lunes.
- Gracias, doctor, ¿a qué hora entonces?
- A las siete de la mañana… Sebastián se ofreció pasarlo a buscar
con el auto por su casa de avenida Los Castaños y llevarlo a la clínica
en Uno Norte, ya que viniendo desde la avenida Perú le quedaba en el
camino.
Finalmente, ese lunes, luego de una corta espera en la puerta de
casa…
- No creí nunca que llegarías tan temprano…
- ¿Por?, estoy acostumbrado a madrugar.
- Te creo, pero la carita que andabas trayendo el sábado, y tu
acompañante, peor.
- Mi primo Juan Pablo; y qué quiere, doctor, si veníamos de dejar a
unas amigas recién en Reñaca Alto, no me acuerdo ni cómo se llamaban,
ni quiero acordarme…
- Ah, esta maldita sangre semita, que nos hace hervir…
- Y eso que los dos somos “Artemios”, ¿se imagina que además
tomáramos?
- ¿No fue un pariente tuyo el que dijo: “no bebáis vino pues
morirás”?
- ¿Gibrán?, a esta hora no estoy muy vivo para acertijos.
- Y alguien contestó: “beberé pues moriré igual”.
- Sabias palabras
75
- Yo he gastado casi toda mi plata en caballos lentos, naipes y
alcohol…, el resto la malgasté.
- Ahí sí que no, pues doctor, esa frase la dijo un futbolista inglés, no
me acuerdo cual. *
- ¡¡Pero me la estaba dedicando a mí!!
A esa casa de Avenida Los Castaños se entraba por dentro del
Sporting, y era tan amplia como el corazón de sus habitantes. La
familia de don Víctor acogía cariñosamente a cuanto amigo o conocido
llevara el doctor; siempre había un plato extra para quien tocara la
puerta, junto a una buena conversación e incluso con albergue para
quien lo necesitara. La sobremesa terminaba generalmente con una
invitación a probar fortuna en algún tipo de juego: se jugaba a las
cartas, al cacho, al crap, al dominó y a las carreras, tanto en directo (se
veían los últimos doscientos metros de las carreras del mismo
Sporting, de frente), como a las telefónicas, en esa época sin imagen,
en que lo positivo era que al menos se desarrollaba la imaginación. Los
amigos de don Víctor provenían del fútbol, del box, de la hípica (don
Víctor había sido gerente del Hipódromo Chile en los nefastos tiempos
de Allende, su amigo personal), y de todas partes de Chile o de otros
países siempre había algún huésped gozando de la hospitalidad y
amistad del pequeño veterinario. Este era el más grande perdedor del
lote (no hay nada que hacer Sebastián, “el que nace pato, por más que
intente el vuelo, puede volar un poco, pero termina por caer”, haciendo
un juego entre el pato-ave y el “pato” que anda sin plata) Y era común
para Sebastián tener que esperarlo en la Clínica, ya cuando todos se
habían marchado, a que terminara de perder. Bueno, técnicamente era
jugar, pero don Víctor se las ingeniaba para perder siempre su juego
de Telefunken con un par de preparadores, usualmente uno de los
jerarcas de la familia Bernal, apellido ilustre y común en la hípica.
*George Best (Nota del autor….todo es del autor….)
76
- No te preocupes, Sebastián -y esta parte iba entonada con ritmo
de tango “la cárcel para el hombre no hace mal….tan tan” , cuando el
alumno se sorprendía de la inmensa capacidad o resistencia de don
Víctor para jugar y perder, y a través del sonsonete le daba a entender
a Sebastián que seguiría fiel a su espíritu, no importando las
consecuencias (el que nace chicharra…o la fábula del escorpión y la
rana).
A pesar de ser tan diferentes, don Víctor era para Sebastián una
de las personas más cálidas y queribles que había conocido hasta
entonces.
Siempre preocupado de sus subordinados, don Víctor dividía
entre todos lo poco que se ganaba en la clínica, permitiendo a los
alumnos en práctica ejercer Clínica Menor, con pacientes que llegaban
a atenderse.
- A ver, Franco y Gonzalo, tómenle una radiografía al perro que trae
esa señora, le cobran y dejan la plata en la caja chica.
- Cómo no, don Víctor.
- Hernán, ¿cuánto cobraste por las vacunas que fuiste a poner ayer?
- La plata la guardó Funes, no saqué ni un peso, doctor.
- Ya estamos listos para este lunes, hay que preocuparse de traer las
latas del Cambucha del corral de Pombo… Sebastián ¿te puedes
encargar?
- Voy con Mario y Joaquín…
La mayoría de estas platas iban a un fondo común, para financiar
actividades en que participaban todos: el médico, que era el más
entusiasta organizador, alumnos en práctica, empleados e invitados.
Memorables eran los “lunes populares”, en que se hacía un asado,
unos pollos al limón o unos jureles a la lata, preparado por
“Cambucha”, secretario de jinetes; de esta última preparación se
sacaba un caldo del que por lo concentrado y la cantidad de
77
ingredientes que contenía (machas, almejas, choritos, litros y litros de
vino, entre otros) bastaba tomarse una taza para quedar grogui.
También memorable su frase: “todos tienen que comer” referida a la
consideración que había que sentir incluso por aquellos que hacían los
trabajos más humildes y al concepto de dejar que todos ganen, no
querer abarcarlo todo. A pesar de andar siempre ajustado de plata,
nunca se negó a sacar de apuro a quien le fuera a pedir; campeón para
hacer favores, su paso por la gerencia del Hipódromo dejó muchos
testimonios acerca de lo blando de corazón del Dr. Goldzveig.
Creo no equivocarme, pero jamás se ha corrido un clásico en su
honor, en el hipódromo donde ocupó tan alto cargo.
Hablando de la parte humana, don Víctor era “de carrera”; pero
como doctor era clasiquero. En las conversaciones de lo humano y lo
divino, en lo intrascendente de las conversaciones de tertulia, que a
veces son lo más importante de las relaciones humanas, todos aquellos
aprendices de veterinario pudieron escuchar directamente del
protagonista sus múltiples historias: en Colombia, fundando la
Clínica Veterinaria del Hipódromo de Cali, o atendiendo el stud
Barlovento en Monterrico (propietario del crack Santorín, padre de
Galeno, ganador del Latino), o en los Haras El Cimarrón y El Candil en
Argentina, donde además fue gerente técnico de un famoso
laboratorio, o la oferta para hacerse cargo del Haras Malurica en Brasil,
la cual desechó por seguir a cargo de la gerencia del Chile. Los jinetes
y preparadores que llevó a trabajar al exterior. Y no tan sólo hípica:
también boxeo, fútbol, conquistas…
Con don Víctor, Sebastián aprendió más que sólo de la ciencia
veterinaria, aprendió de la vida, el respeto a los demás y, en especial
(muy en especial) aprendió a compartir con todos, no importando su
condición, y a mirar el mundo con otros ojos. No pudo hacerlo de
izquierda (nunca intentó, ni lo habría logrado, a pesar de lo que dicen
78
que “si uno no es de izquierda a los 18 años, no tiene corazón, y que si
uno es de izquierda a los 25 años es que no tiene cerebro….”), ni de la
“U” (aunque en un partido pactado entre la clínica contra los
empleados de un corral los hizo jugar a todos con camisetas originales
azules, incluso con una gloria del equipo, el flaco Jorge Américo
Spedaletti, muy amigo de don Víctor), pero cambió para siempre a
Sebastián, quien nunca se olvidó de sus consejos. Por eso más rabia le
daba su jefe actual, con su forma prepotente y desaliñada de trato,
especialmente cuando lo comparaba con la humildad y sapiencia de
don Víctor.

79
Canales y la residencia, el contraste

Esa noche, en que Pepe Carioca se desangraba, desesperado:


- Fernando, le he puesto todos los Cromadrén y el Compremín que
tenía, parece que la cosa va para grave…
- No me asuste, doc, que justo hoy no está el capataz, me dejaron de
guardia…
- La suertecita tuya…
- Voy a la clínica y vuelvo con otra estrategia que se me acaba de
ocurrir.
- ¿La de arrancar?
- Tranquilo gancho, aunque es lo que más quisiera, arrancar…, que
voy y vuelvo
- Como un tal Juan Salas, que no volvió más.
- De que vuelvo, vuelvo…
Camino de vuelta a la clínica, estrujando el seso, ni siquiera se le
pasó por la mente llamar al colega culpable, menos al hosco jefe;
llegando se dirigió a la farmacia, “inspiración, ven a mí” , susurró entre
dientes; luego tomó una caja de Cromadrén, la abrió y leyó el folleto:
Hemostático de acción sistémica de uso en todas las especies, para
apoyo de cuadros hemorrágicos moderados en espera de localizar la
causa con exactitud, pero sin reemplazar la intervención quirúrgica o
ligaduras cuando la hemorragia deriva de estas…
- No reemplaza… las ligaduras…
Tomó todas las pinzas, grandes, chicas, mosquitos, desde el
autoclave; gasas, algodón y, contra su deseo, pero honrando el
juramento veterinario del que no se acordaba haber declamado, volvió
raudo al corral de Brito. A esas horas de la madrugada tenía
autorización para circular por el paseo y llegó en cosa de minutos.
- ¡Volvió, mi doc!
80
- ¿Cómo sigue la cosa?
- Todavía respira doctorcito…
- Buena, Manolo González…
- ¿Eh?
- Mira, afirma bien tu caballo, ponle un puro apretado y levántale
una mano, pero que no se afirme en ella pa’ que no me patee.
- Chis, si yo soy uno nomás y me manda a hacer la pega de tres…
Sebastián taponeó el escroto abierto con algodón y comenzó a
poner una a una las pinzas, intentando cerrar la herida abierta,
operativo temerario, pues con cada pinza que ponía, el caballo
reaccionaba intentando alejar al culpable, mediante una expeditiva
patada…
- Con esta última terminamos.
- Si ya no bota ná sangre, déjelo así.
- Y te voy a tener un rato más gimiendo afuera de mi puerta, nada
de cosas, pongamos esta última.
- Al que le van a volar la cabeza es a usté…
Cerca anduvo, pues con la mala iluminación de la pesebrera y la
incómoda posición del sector a intervenir, verdaderamente era “poner
la cabeza en las patas del caballo”, para detener la hemorragia, lo que
finalmente ocurrió. Sólo la desesperación del que no tiene otro recurso
y siente sobre sí la responsabilidad de solucionar el problema para el
que había sido llamado, lo llevó a cometer ese casi suicidio, que
terminó con Fernando y el novel doctor, entrada la madrugada,
desfallecientes, pero con la situación bajo control. En esa noche, en la
que doc Holliday le contó acerca de don Víctor, y le habló de todo el
mundo que había por conocer, Fernando tomó la decisión de que una
vez que triunfara en Chile se largaría a conquistar otras tierras, para
sólo volver cuando ya fuera famoso, para gozar de sus triunfos.
El que no gozó de ningún triunfo fue Sebastián. Cuando entregó
81
su turno a las ocho y media de la mañana de ese día, no sólo no
encontró palabras de elogio, sino que fue reconvenido por no haber
llamado al cirujano jefe, doctor Fuchslocher.
- ¿Por qué no llamaste a don Pancho?
- ¿A las dos de la mañana?
-A cualquier hora… aquí es el cirujano el que debe
responsabilizarse. - “Vaya a retarlo a él entonces” , pensó Sebastián.
- ¿Y de dónde sacaste que ponerle pinzas era buena idea? Al parecer
en la Escuela no enseñan como antes…
- “Parece que antes tampoco enseñaban modales” estuvo a punto
de exclamar, pero sólo atinó a decir:
- Viera doctor cómo sangraba…
- La sangre es alcahueta -concluyó el jefe con su cara agria, y
dándose media vuelta se encerró en su oficina.
Distinto fue cuando uno de los tantos domingos de amanecida,
con los mil ejemplares del Club bajo su cuidado, recibió a uno de estos
pobres e inocentes caballos con gran malestar abdominal (lo de
“pobres e inocentes” está referido a que no sabían que estaban a cargo
de un inexperto aprendiz de veterinario), un tipo de dolor que se
encuadraba en un fenómeno l amado “cólico”. Había cólicos a frigori,
estos ocurrían cuando tomaban agua muy fría, lo que producía un
espasmo violento (solucionarlos era simple y pasaba con un analgésico
y paseo), también había cólicos obstructivos, por torsión, por
parasitismos. En todos, el síntoma común era el gran dolor que el
pobre animal manifestaba mirándose el flanco, mostrándose inquieto,
a veces revolcándose, todo muy dramático, especialmente si el que
estaba encargado de resolver el asunto no tenía mucha experiencia.
- ¿A qué hora comenzó con el dolor?
- Desde antes de la repetida.
- ¿Y por qué lo trajiste tan tarde?
82
- Pensé que se le iba a pasar…
Esta era la clásica recolección de datos o anamnesis, interrogatorio
que los veterinarios ejercían sobre los responsables de sus animales,
sin posibilidad de preguntarle al paciente, excepto por sus síntomas.
- ¿Ha bosteado?
- Nada, ni quiere tomar agua, ni menos comer.
- Voy a ponerle algo contra el dolor. Luego paséalo en este patio.
- Como usted diga, doc.
Varios minutos después, a pesar del paseo, el dolor persistía.
- Vamos a pasarle sonda, ¿es manso?
- Mansito, dele nomás.
Un par de litros de vaselina y, contra las instrucciones, repetición
de los analgésicos y más paseos. Y así: paseos, Novalgina, incluso el
intento de una palpación rectal, buscando una posible obstrucción.
Maniobras rústicas para las postrimerías del siglo veinte, y el dolor
que no se aplacaba. Esta vez sí llamó al jefe temprano, para no darle
motivos de reto, pero éste, pese a su experticia, repitió las mismas
maniobras sin resultado, debiendo sacrificar el caballo al mediodía.
¡Casi un día entero de sufrimiento!, todo por no contar con los
elementos para efectuar un diagnóstico acertado (una buena máquina
de rayos X, para una toma abdominal con un medio de contraste
hubiese sido un excelente recurso, y un buen pabellón con su mesa
operatoria respectiva, también). Lo que mató a ese animal fue una
obstrucción intestinal causada por una torsión severa, que provocó la
ruptura del mismo lo que le trajo en muy pocas horas una septicemia
aguda que intoxicó y terminó por obligar su sacrificio. Todo esto
confirmado post-mortem en la autopsia o necropsia que
obligadamente había que realizar. También don Pancho recriminó a
Sebastián porque él mismo lo habría operado y seguramente salvado.
¡Estaba dispuesto a operarlo en el suelo!
83
La voz de la experiencia

Fernando tuvo ocasión de ver a Sebastián varias veces antes de


irse a Estados Unidos, incluso antes de que le dieran la patente de
jinete. Una noche lo invitó a un asado que hacía el médico residente
anterior, un argentino al que en la Escuela todos conocían como
“Pinino”. El agasajo se realizaba con el fin de agradecer y despedir a
los auxiliares de la clínica.
Incluso hubo un momento de consejos al nuevo residente:
- Mirá, Sebastián, con el jefe estás en el pololeo, pídele nomás.
- ¿Pedirle qué?
- Qué se yo, un refrigerador nuevo, que te pinte la pieza, piensa y
pide.
- ¿Por?
- Porque no te va a negar nada… estás nuevo, no eres amenaza...
- Amenaza de qué…
- Mírame a mí, yo empecé igual que tú, pensaba aprender a la vera
de los que saben… las pinzas, aquí nadie enseña nada, está el miedo de
que al aprender ellos pierdan su parcela de poder…
- Suena a política maquiavélica…
- No, este ambiente es así.
- Cierto, doc, lo mismo me pasa en el corral.
- ¿Y a ti que te ocurre?
- Nadie pesca, son simpáticos los cabros, pero nadie se hace cargo
de nadie, por ejemplo, el Maquinita, también fue jinete, no llegó a las 60
carreras, pero sabe.
- ¿Y?
- ¿Usté cree que alguna vez Fernando me ha dicho “haz esto” o
“tenís que hacer esto otro”? … neverindeguel
- Así nomás es, bueno, yo empecé por mi cuenta y me hice cargo de
84
un corral, mientras era residente, y de ahí la cosa cambió con el jefe… se
puso odioso.
- ¿Se puso?
- Se me vino el infierno: que no podía sacar remedios ¡pero si nunca
he sacado!… que no podía salir en mi horario de trabajo, que no
prendiera tantas luces, en fin, me ahogó hasta que me obligó a renunciar.
- Menos mal, porque ahí pude entrar yo…
- Espérate, cabrito.
- Yo no pesco al jefe, y si me viene con muchas… chao nomás.
- Sabrás que la tradición indica que el nuevo residente debe ayudar
al anterior…
- ¿Tradición? ¡Ese es un invento porteño!
- Hablando en serio, voy a necesitar de tus servicios, de repente un
examen parasitario, centrifugar un suerito… vos sabés…
- Lo que quieras, las puertas de la clínica están abiertas para ti, no
me olvido que fui compañero de tu señora, la pinturita de la Facultad.
- Eh, pará, pará… que te amarro con el jefe.

85
A patadas en el Chile

La última vez que Sebastián se encontró con Fernando, este ya


estaba avecindado en el Hipódromo Chile, ya era un aprendiz de jinete
ganador de carreras y le llamaban “el niño maravilla”. Se encontraron
jugando un partido de fútbol en la cancha interior del hipódromo y en
ese momento no tuvo ocasión de cruzar sino algunas palabras con el
veterinario, pues estaban en equipos contrarios. El partido era un
desafío entre propietarios y empleados del corral de Aliro Sepúlveda,
preparador muy querido en el ambiente, cuyo homónimo hijo mayor
algún día sería colega de Sebastián. El motivo fue lo ofuscado que
salieron los “patrones” de la cancha, perdieron por goleada, perdieron
a las patadas y, para colmo de malos perdedores, no se quedaron ni
siquiera al “cotelé” o recepción que había preparado el entrenador de
los muchachos del corral, Jorge Castillo, además jinete de la casa.
Fernando estaba invitado a jugar como “galleta”, de refuerzo en el
equipo de “los pobletes”, tal como se hacían llamar, contra “los
riquelmes” (pobres contra ricos).
Participar en estas actividades mantenía alejado de las tentaciones
a la que estaban sujetos la mayoría de los actores principales de la
hípica, ya que con el horario de trabajo quedaban libres muy temprano
por las mañanas, y muy especialmente los jinetes, ya que los
preparadores siempre podían encontrar algo que hacer en las tardes en
sus corrales. Más aún en esa época, a diferencia de lo que sucede ahora,
en que los jinetes eran especializados en correr casi exclusivamente en
una pista: los del Chile corrían en el Chile y viceversa los del Club.
Además, no había tantas reuniones seguidas y había alternancia de un
miércoles en cada pista. Esto hacía que a los jinetes les sobrara mucho
tiempo, el cual lo invertían con los amigos en partidos de fútbol o

86
baby, juegos de naipes, o lo que era peor y más común, en salir a
revolverla, con las facilidades que el ambiente daba a la conjunción de
ocio y plata abundante. Hubo un momento en que la hípica estuvo
inundada de los más conspicuos miembros del tráfico de drogas,
quienes invertían en caballos o realizaban gruesas apuestas de dinero
que percibían en su ilícito negocio.
Se llegó a extremos en que las carreras estaban “arregladas” para
hacer ganar a los caballos de estos verdaderos capos mafiosos, sobre
todo cuando estaban en disputa algunos pozos suculentos de apuestas
de fantasía como triples, quíntuples o sextas. A pesar de esta especie
de infección social, los gremios hípicos siempre han considerado este
período como de gran abundancia de recursos, sin tomar en cuenta (a
lo mejor sin siquiera pensarlo), las implicancias de permitir el ingreso
de fuentes de dinero tan grandes, de fácil consecución y de orígenes
tan oscuros. Así, semejantes sumas de dinero dominaron una actividad
que, ya de por sí, gozó siempre de cierto desprestigio ante los ojos del
chileno común.

87
El que pestañea pierde

Fernando tuvo ocasión de sufrir, no en carne propia, sino en carne


de su propio caballo, el accionar de uno de esos personajes de fama
siniestra en el bajo mundo de la hípica, y que en definitiva, aunque no
tuvo más culpa que haber pestañeado por un minuto, le significó a
Fernando su salida del corral, hecho del que finalmente habría de salir
favorecido. Resultó que Atomix, a pesar de salir de perdedor por casi
siete cuerpos en la pista del Club, fue inscrito para correr en un clásico
de potrillos en el Chile, donde para su mala suerte también corría
Marítimo, potrillo mediocre de un conocido arreglador de carreras,
dueño del stud “Los Duendes”. Al ir en el camión del Club al Chile el
día de la carrera, en un momento de descuido y distracción por parte
de Fernando, el cuidador de Marítimo se acercó a Atomix con una
pequeña jeringa llena de Combelén, procediendo a inyectársela en el
anca del presunto favorito de la carrera. Este Combelén se usaba para
transportar o castrar caballos, y era una sustancia caracterizada por su
efecto tranquilizante.
El espectáculo de Atomix, con su pleno miembro oscilando en el
paseo en La Palma no fue menor al absoluto fracaso en la carrera. En
todo caso salió barato el que no se haya ocasionado un accidente de
carácter mayor al haberse corrido el clásico con un caballo narcotizado
entremedio. Como parte del anecdotario, Marítimo se hundió antes de
entrar a tierra derecha y ni siquiera entró en tabla.
Brito estaba indignado y no atinaba a comprender qué había
ocurrido, no supo qué decir ante los comisarios al ser citado. Fernando,
por su parte, no tuvo ninguna información ni explicación que darle,
pues de verdad no se había dado cuenta del “jeringazo” y esto terminó
por apresurar su salida de un corral donde no encontraba la
oportunidad para acceder a cumplir su sueño de vestirse con las sedas
88
de los jinetes de verdad. Es cierto que alcanzó a llevar caballos al
partidor y a trabajar en silla con tiempos que le tomaba Tachuela, a
espaldas de don Alonso, pero finalmente no hubo mayor interés de
gestionarle la patente de aprendiz, a pesar de las promesas que Brito
le hiciera a su padrino; el corral tenía demasiados caballos, demasiados
propietarios importantes, por lo tanto dedicarle un tiempo extra a uno
de tantos proyectos de jinete no cuajó en la mente del exitoso
preparador. Fernando sólo lo lograría en un corral más pequeño, e
incluso en un ambiente menos elitista; incluso pensó en emigrar a
Concepción, a Mediocamino, desde donde llegaban en oleadas los
mejores jinetes.
Si Iquique era tierra de campeones por los eximios boxeadores
que había producido, Concepción era tierra de centauros. Pero en ese
momento no tomó la decisión de emigrar al sur ya que Tachuela le
contó que se iba de capataz a un pequeño corral del Chile, con “El
Gitano”, apodo de un obeso preparador, de relativo éxito, pero muy
astuto en eso de acomodar caballos y mantenerlos “invictos”.
- Estoy que echo el retiro, Tachue...
- Vámonos al Chile, mi chiquillo, el ambiente es más atorrante, pero
te aseguro que conmigo de capataz, te saco de jinete.
- Aquí no tengo nada que hacer, y ya no hay vuelta atrás. Al Chile
será…
- Estabai pagando noventa y nueve pesos donde Brito, Fernando.
Entraste a la hípica por una puerta muy grande que te quedó el poncho
ídem, es preferible ser cabeza de ratón que cola de león
- “En esta frase se mandó como tres dichos de una”, pensó
Fernando.
Pero Tachuela conocía mejor el ambiente del Chile. Sin dudas no
estaba errado cuando le aconsejaba que no lo pensara dos veces y
aceptara su invitación de partida.
89
Fernando se fue al Chile, siguiendo a Tachuela en su nueva pega
de capataz. En La Palma iniciaría su nueva vida en la hípica. Mientras
tanto Sebastián no estaba partiendo en el Club, ni siquiera se había
iniciado en Viña, sencillamente venía hípico in útero, desde antes de
nacer.

90
CAPÍTULO SEGUNDO

Un día cualquiera de agosto del año 1989

Sebastián con su familia en la pista del Club Hípico, esperando


que su caballo, ganador de la Polla de Potrillos, ingrese a la pelouse
para las fotografías de rigor, la entrega del trofeo en el escenario ya
dispuesto, las palabras para los periodistas, las felicitaciones mutuas,
los comentarios y más fotografías, muchas fotografías…
Ah, si pudiera vernos mi abuelo… casi 60 años atrás estaba en este
mismo lugar, recibiendo a su yegua ganadora de El Ensayo, y ahora
nos ha tocado a nosotros. ¿Nos ha tocado? Esto es pura genética,
pequeños mensajes codificados que acarrean deseos, aficiones,
habilidades que se pasan de una generación a otra, y no hay fuerza que
se le resista. Pensar que antes me arrancaba a escondidas para venir a
la pista, y después dormí casi un año en la residencia de la Clínica.
No, esto no es coincidencia, esto es lo que llaman destino.

91
Algo de la historia de Sebastián

Don Abraham, su abuelo materno, había nacido en un lugar muy


lejano, y entre sus descendientes nunca se supo muy bien la historia
de la ligazón que pudo haber tenido con los caballos. Quizás algún
antepasado era caballista en vez de camellero, o beduino
acostumbrado a cabalgar el desierto en esos preciosos caballos árabes,
de los cuales el actual caballo de carrera desciende. Coincidentemente
el caballo pura sangre de carrera, tal como lo conocemos hoy, derivaría
exclusivamente de la cruza de tres potros: Darley Arabian (de origen
árabe, sirio para ser más exactos), Byerly Turk (obviamente turco) y
Godolphin Barb (berberisco o beréber, del norte de África), con una
cincuentena de yeguas inglesas, historia que se remonta al siglo XVIII.
Entre los especialistas hay relativo consenso en estimar el nacimiento
de la raza a partir del año 1791, con la formación del Stud Book, algo
muy bien descrito por Álvaro Blanco en su Tratado de Zootecnia del
Caballo Inglés de Carrera del año 1937.
Y don Abraham venía de un pueblo llamado Homs, en la misma
y exótica Siria del Medio Oriente. Arribó al puerto de Buenos Aires (lo
que hoy se llama Puerto Madero) a principios del siglo pasado, a la
edad de cinco años, acompañado por sus padres. Luego de un tiempo
de duro trabajo en Rosario, sus padres ya eran dueños de coches o
“breques”, tirados por caballos, destinados al transporte de personas.
Al cabo de un tiempo, don Abraham vuelve a su Homs natal para
buscar una esposa y de vuelta en América, ya con su primer hijo nacido
en Rosario, decide cruzar la Cordillera de Los Andes para venir a
afincarse definitivamente en Chile, en 1917.
Trabajó como ambulante en una carreta tirada por un caballo,
luego en un auto adaptado (“falte” motorizado) y posteriormente se
inició en el negocio del transporte, con góndolas del recorrido
92
Alameda, en el trayecto que unía Vicuña Mackenna con la Estación.
- ¿Sabes?, aprovechando esa plata que habíamos ahorrado, compré
un par de caballos.
- Pero papá, si las carretas ya no se usan, ahora están de moda los
microbuses, “micros” que les llaman, incluso pronto tendremos que
deshacernos de nuestras queridas Brockway.
- ¿Quién habló de carretones? Son caballos finos, de carrera…
- ¿Pero no le basta con ir todos los domingos a los hipódromos?
- Claro que no me basta, pero no me retes, que ya saqué colores y en
tu honor le puse El Rosarino.
- Puchas, papá, sabe que no me puedo enojar con usted… El
Rosarino, mmm… suena bonito… ¿Y qué colores eligió?
- Rojo, con una banda celeste que le cruza el pecho, celeste como los
cielos de mi Homs querido.
- ¿Y el rojo por qué?
- El rojo es la pasión, la fogosidad de nuestra sangre árabe.
- Sí, nuestra sangre árabe, los pura sangre… como que calza, tiene
sentido. Bien, veremos que resulta de esta nueva aventura suya.

En 1937, padre e hijo inscribían sus colores como ganadores de la


principal carrera de la hípica nacional, “El Ensayo”, con la yegua
Rosarina, llamada así en homenaje a la ciudad trasandina que lo
acogiera. Todo un mérito para un emigrante levantino el insertarse en
un mundo normalmente reservado a familias tradicionales y de
abolengo (“El deporte de los reyes”). En 1938, luego de ganar una
chorrera de clásicos con Rosarina, Dalcahue y Fauno, don Abraham
iniciaría su primera aventura como criador, ejerciendo hasta 1944 con
escasa fortuna, bastón que habría de tomar posteriormente su hijo,
también con dispares resultados.
Don Abraham era un verdadero personaje de la hípica, jugador
93
como ninguno y del cual se contaban sabrosas historias. Muchas de
ellas eran verídicas y otras no tanto. La más celebrada, narrada
innumerables veces en los corrillos hípicos, sucedió en la época en que
las ofició de “falte”, actividad muy común entre los primeros árabes o
“paisanos”, como ellos mismos se llamaban, o “turcos”, tal como los
denominaba la gente del pueblo, o “turquitos” si había algo más de
cariño. Estos “faltes” salían a los pueblos cercanos, en sus carros llenos
de mercadería, ropa, menaje y chucherías, es decir, lo que se pudiera
vender, lo que “falte”.
- Facundo, engancha en el carro la yegua alazana.
- Como diga, don Abraham, imagino que vamos p’al lado de Lampa
o Colina.
- Imaginai bien, pero no andes gritándolo por ahí.
- Sí que es vivaracho este patroncito, yo soy tumba. Voy a buscar
una de mis huascas, la regalona…
La alazana, a pesar de su feo aspecto, pues había perdido parte de
una oreja a causa de un mordisco y era, exprofeso, previamente
embarrada hasta dejarla convertida en un monumento a la fealdad casi
digna de lástima, había sido, tiempo atrás, una eximia velocista en la
arena del Chile.
Por su lado, Facundo, el “ayudante”, era petiso, con cara de poco
avispado, piernas arqueadas y andar achacoso, consecuencia de años
corriendo con regular suerte en los hipódromos centrales. Sumado al
metro noventa de estatura de don Abraham, el panorama de esta
troupe debió conformar lo que llamaríamos un trío de miedo. Y
aparecían en los lugares en que se desarrollaban estas populares
carreras. Se ponía a vender su mercadería, y como quien no quiere la
cosa, se metían en el tema de las carreras. Acto seguido siempre
empezaba el toreo, los dimes y diretes.
- Qué van a ser tan buenos estos caballos. Corriendo con una pata
94
amarrada me los gano.
- Miren al turco entrometido, vuelva a sus peinetas y percales.
- Si no parecen caballos, parecen burros, si hasta me atrevería a
correrles con esta yegüita…
- ¿Con ésa? Supongo que el muy insolente no estará hablando en
serio, si apenas arrastra las patas.
- A ver, Facundo, ¿te animai a correrles con la alazana?
- P’tas, don Abraham, usted sabe que a la yegua le duele hasta el
pelo…
- Que me salió cobarde el petiso… bájate y sácala de las varas.
- Ta’ bien, ta’ bien… donde manda capitán…
- Le vamos a cerrar la boca a todos.
Esto tenía el efecto de un verdadero ají en el orgullo de los huasos
y en pocos minutos estaba concertada la carrera. La yegua, al serle
sacado los aperos, y el ayudante al bajarse del carro, sufrían una
metamorfosis maravillosa, al estilo de la calabaza y las ratas en La
Cenicienta, transformándose en lo que realmente eran: una pareja de
jinete y yegua de carrera. Y no cualquier yegua, era de esas rápidas, de
las de veintiuno en los cuatrocientos. El resultado final era previsible:
a cobrar don Abraham y a dejar pasar un poco de tiempo para repetir
la gracia a otro pueblo.
Una vez, yendo en su carreta, y siempre acompañado de su
antigua pero fiel carabina Lebel, pues en esa época los caminos estaban
llenos de maleantes listos para asaltar a quien pareciera incauto (hoy
en día no es necesario ser incauto para ser asaltado, desgraciadamente
con la “vuelta de la democracia” resulta que tiene más derechos el
delincuente que las víctimas; me he permitido este paréntesis
ciudadano) por descuido o impericia de quien llevaba las riendas de la
carreta, ésta cayó en un hoyo del camino rural, de manera que la
carabina se accionó sola, disparando un tiro que rozó la pierna de don
95
Abraham, además de atravesarle una manga y el sombrero… un
perfecto accidente con consecuencias casi fatales del que don Abraham
habría de sacar mucho provecho, alterando un poco el suceso y
llevándolo a un hecho heroico en el cual, supuestamente, había hecho
frente a toda una banda de maleantes. Merced a su arrojo de guerrero
beduino logró conjurar el peligro no sin antes quedar gravemente
herido, lo cual podía comprobar, por si había algún escéptico,
mostrando la herida en su pierna.
Celebrando un triunfo de un caballo en el corral de don Ernesto
Pinochet, padre de Francisco y John, ambos preparadores, don Ernesto,
al saber que Sebastián era nieto de don Abraham, inmediatamente le
dijo:
- Yo conocí a su abuelo, un hombre muy corajudo. ¿Sabía usted que
su abuelo se enfrentó solo a una banda completa de asaltantes de
caminos que lo quisieron robar?
- Es que mi abuelo era muy valiente -atinó a decir Sebastián,
aquella vez, conocedor de la verdadera historia de su abuelo.
Si en la hípica don Abraham era rápido, en el casino era un jet. En
el transcurso de su vida le dieron dos preinfartos o anginas de pecho
jugando al punto y banca, e incluso los mismos croupiers solían
sacarlo en la misma silla en la que jugaba para recuperarse. El mejor
cuento es el de una noche en que, viéndose absolutamente perdido,
sacó las llaves de su auto, un Packard del año, y sin mayor trámite lo
remató al mejor postor, en lo que ahora se conoce como Salón Verde.
Para fortuna del erario familiar, éste se lo adjudicó un amigo de su
hijo, que al día siguiente procedió a devolver “el vale” contra el mismo
valor de lo pagado.
Y en los garitos no era menos. Un día pasó a buscar a otro de sus
paisanos, Gustavo Melej, muy querido preparador que tiempo
después sería padre de dos conocidos preparadores de nuestros
96
hipódromos. En aquella oportunidad don Abraham le dijo:
“Acompáñeme, Gustavito, a hacer una diligencia. No se preocupe,
volvemos luego” . Este ingenuamente accedió y terminó
acompañándolo hasta una casa de donde don Abraham prácticamente
desapareció. Para acortar el cuento, don Abraham estuvo dos días
completos, casi sin dormir, encerrado y jugando. Por supuesto, don
Gustavo abandonó el buque al cabo de unas pocas horas, muerto de
aburrimiento y sorprendido por la actitud de su compañero.

97
La Candelaria

Don Abraham incursionó en la crianza con poca fortuna. Se


instaló inicialmente con su criadero en el fundo Santa Teresa, a los pies
del Cerro el León, en Colina, y luego instaló el criadero en Codegua,
comprando La Candelaria, una hacienda de añosa historia, pues el
origen del caserío se remontaba incluso antes del siglo XVIII. En 1678,
Antonio de Barros dio La Candelaria en dote a su hija Catalina, al
casarse con José Agüero. En 1750 María del Carmen Agüero la amplió,
y posteriormente las hijas de Josefa Santelices Agüero construyeron la
iglesia. En 1903, el fundo pertenecía a Juan Francisco Fresno y su
mujer, Dolores Grez, de cuyos descendientes don Abraham adquirió
la propiedad.
- Yola, Nelly, ¿les gusta el lugar?
- Papá, es precioso, podemos traer los caballos del corral para
andarlos acá.
- Justamente, hijas. Aquí estamos instalando nuestro criadero. Ya
trajimos a la Rosarina, a Dalcahue y a Fauno. Vengan, vamos a recorrer
las pesebreras.
- Quiero subir al torreón…
- No subas, Nelly, dicen que andan murciélagos.
- Mejor, quiero uno de mascota…
- ¿Otra mascota más? ¿No les basta con los gatos, los perros, el
cordero y hasta el chancho regalón?
- ¿De qué se queja papá? ¡Si es usted el que nos trae los animales!
Ah, se le olvidaba el burrito…
- A propósito de burros, ¡¡David!! (gritó con su vozarrón)
- Dígame, don Abraham.
- ¿Qué andas flojeando por ahí?, mira cómo están estos cercos,
manda una cuadrilla con grampas y alambre a repararlo.
98
- Sí, patrón.
- Estos huasos flojos…
- Ay, papá, no sea tan enojón….
- Y mándame a Juvenal al “gualpón” para que nos muestre los
potrillos.
- Sí, patrón
Entraron al galpón de grandes dimensiones donde, rústicamente
pero en muy buenas condiciones, guardaban las yeguas en distinto
estado de preñez, algunas acompañadas por su cría, otras a punto de
parir.
- Miren, niñitas, la regalona del lugar. Les presento a la ganadora
de la carrera máxima de nuestro calendario.
- Papá, cómo no vamos a saber que es la Rosarina… trajo las fotos,
tenemos un álbum con los recortes de los diarios, y aún estamos
enojadas porque no nos llevó al Club...
- Nelly, tenías siete años… y además los hipódromos no son para
las niñas. Juvenal, deja de pajarear y toma la yegua para que mis hijas
se acerquen al potrillo.
- Como no, patrón
- Este alazán es El Rosarino, como nuestro criadero. Ojalá nos
salga corredor como la madre.
- ¿Es hijo de Dalcahue?
- No, este es hijo de The Font, un potro de El Bosque.
- Yo quiero tomarlo primero.
- Bueno, Yola, tú primero…
- Oiga, patrón ¿cierto que casi se da un doblete en El Ensayo?
- Sí, papá, cuéntanos…
- Al otro año de Rosarina, encontrábamos fijo a Dalcahue. Ya nos
habíamos repetido los espárragos con él, en el Nacional, y para asegurar
la carrera inscribimos a Fauno, para que hiciera el tren falso.
99
- ¿Y qué tienen que ver los trenes con los caballos, patrón?
- Serás bruto… Fauno tenía que salir a correr adelante y matar al
favorito, de hecho se les vino hasta la curva final. ¡Echó los bofes pa’
cumplir instrucciones!...
Don Abraham se quedó en silencio unos momentos, meditando,
recordando esa carrera; las niñas lo sacaron de su ensimismamiento:
- Siga papá…
- Cansado, al abrirse molestó la atropellada de Dalcahue y se nos
coló Valeriano con Grimsby, que empataron la carrera… primera vez
que se dio un empate…
- ¿Al menos llegó tercero?
- Ni eso… se metió esa maldita potranca, Adraste, “ya jara el
beit”… llegamos cuartos, y Fauno se nos mancó, nunca volvió a ganar,
ahí lo pueden ver cojeando al pobre.
- O sea, le falló la martingala, patrón…
- ¿Sabís que más, Juvenal? ¿Te fuiste a decirle a la Celinda que le
sirva el almuerzo a las niñas?, porque se nos hizo tarde y estoy
esperando a un invitado de Santiago que viene a echarle una mirada al
bosque de encinas; dile a David que si un tal Víctor Küpfer pregunta por
mí, que me salga a buscar…
- ¿Qué va a hacer con el bosque, papá?
- Vamos a transformarlo en el piso de nuestra casa de Apoquindo…,
- Se nos acabaron las escondidas
- Cuarto… ¡¡a menos de medio cuerpo!!
Don Abraham se quedó mirando en lontananza. De haber tenido
una bola de cristal, habría visto nubes negras en el horizonte de su
futuro.
Es que poco a poco fueron llegando yeguas hasta tener una
veintena: Cordobesa, Popelina, Selvática, Desamparada, Lotería, entre
otras, pero la fórmula no se le dio. Los viajes al criadero con los primos
100
y las primas, las ida a las termas hacia la cordillera en Las Marcas, los
paseos a caballo, las caminatas por los potreros, las celebraciones para
el día de la virgen que le daba el nombre a la hacienda, fueron
finalmente la única utilidad que les rendiría La Candelaria (junto con
el parquet). A pesar de todos los planes, de toda la inversión y toda la
ilusión, no volvieron a tener ejemplares tan corredores como los que
les impulsaron a la aventura de criar. El campanazo final lo dio el
carácter explosivo de don Abraham que trajo consigo la animadversión
entre los inquilinos; al principio fue una vaca que desapareció, luego
encontraron carneada una de las yeguas de cría, hecho que se repitió
unas semanas más tarde. Pero lo que rebasó la paciencia fue un rayado
en uno de los muros de la iglesia, que llevó a la familia a rogar la venta
del campo. El rayado en cuestión decía: “Muerte al futre”.
Y así nomás fue… El campo fue adquirido por Gregorio
Amunátegui, quien se adjudicó el potro L’Oriflamme y las yeguas,
mantuvo el Haras con el mismo nombre, y heredó la suerte negada a
los dueños originales, puesto que se convirtió en frecuente ganador de
las pruebas más importantes del calendario hípico (El Ensayo con
Babú en 1957, el triple coronado Empire, entre tantos otros) con los
tradicionales colores “verde gorra negra, cocarda blanca”. Sebastián
habría de ver en innumerables ocasiones a este ya maduro Gregorio
Amunátegui en el recinto Socios del Club o Chile, con el gesto medio
adusto y con cara de pocos amigos. Es interesante consignar que la casa
patronal del fundo, en la actualidad, es conocida como casa de la
Candelaria y es parte de la Ruta Patrimonial “Camino Real a la
Frontera”. A pesar de los estragos causados por los terremotos de 1985
y 2010, la edificación aún permite entrever, entre sus pasillos
coloniales, la grandeza de su pasado.
Tan interesante como que, sin saberlo, cuando Sebastián y sus
primos se tomaban fotos con Preparante (hijo de Badril Amar, a su vez
101
hija de Badril Vidur) o Pedregosa (hija de Barbamar, a su vez hija de
Badril Amar) o Práctico (hijo de Badril Budril, a su vez hija de Badril
Amar), estaban posando no sólo con descendientes de Prepotente II,
sino que también con descendientes directos de Rosarina, la ganadora
de El Ensayo, siguiendo los pasos de ese abuelo que traía en sus genes
la hípica, transmitiéndola a su descendencia. No se puede decir lo
mismo de la progenie de Rosarina, pues al parecer dejó todo lo bueno
que tenía en la cancha, no quedando nada para su prole.

102
Caballos en Quilicura

Don Abraham, con el producto de la venta de este fundo, incurrió


en otras aventuras comerciales poco dignas de mencionar. En 1947, ya
con el mando de los negocios familiares en manos de su hijo mayor,
instalaron El Rosarino definitivamente en Quilicura, en las cercanías
del futuro aeropuerto, zona de chichas y zancudos (muchos zancudos).
En este haras, Sebastián habría de dar sus primeros pasos hípicos. Ya
iba en tiempos en que era un gran fundo, antes de la reforma agraria,
y además del criadero de caballos había una lechería, muchas hectáreas
de cultivos diversos y muchos trabajadores. Era una tradición ir a pasar
una semana “al fundo” con los primos, y había varias entretenciones,
como ir a caballo o en carreta para ver el despegue de los aviones desde
Pudahuel, o acompañar a los peones en las faenas, con antiguas
máquinas tiradas por caballos, o las pichangas contra los huasos del
futuro asentamiento Colo Colo, que jugaban a pata pelá’ partidos en
los que estaba prohibido cargar dos contra uno; o las idas al pueblo de
Quilicura, de a caballo, a tomar la chicha de don Pancho Romo, alcalde
y padre de alcaldesa.
- Hoy día viene el doctor Leigh.
- ¿El veterinario?
- Sí, pues, don Lionel Leigh, así que tienen que ayudarnos a encerrar
las yeguas.
- ¿Todas las yeguas, Ignacio?
- Toitas, incluso hay que arrear las del Cristo, pero el doctor llega
después de almuerzo, así que ahora tienen libre.
- Es que yo iba a ir con el Queno a rastrillar la alfalfa de abajo…
- Y nosotros vamos a llevar a botar el guano con el Coloso…
- Con cuidado, niñitos, que su abuelo me mata si les pasa algo.
- Acuérdese que es nuestro tío.
103
- Tío, abuelo, a mí me mata igual…
Lo que más atraía a Sebastián era esto, cuando coincidía su paseo
con las visitas de este veterinario que atendía el criadero. Se entretenía
viendo como palpaba las yeguas, como operaba hernias o suturaba
yeguas post parto, además que al veterinario le encantaba enseñar.
Especialmente en época de montas, toda la faena de celar, preparar y
cubrir. Sebastián no se olvidaría nunca del espectáculo impresionante
de aquella primera vez que vio saltar y cubrir al potro Prepotente II
(Casanova y Pomposa): La yegua maneada, sujeta a una gruesa vara, la
cola vendada, un somero lavado a sus partes íntimas, que ella insistía
en mostrar, impúdicamente, en su ardor hormonal, y todos los asistentes
nerviosos, expectantes, un silencio que se oían volar los zancudos (cosa
fácil en Quilicura) cuando de repente la quietud se rompe con un relincho
ronco, más bien bronco (basto, destemplado, rudo) y viene Ramón, el
stud master, con el potro Prepotente II, mulato de unos 600 kilos, puro
nervios, tendones y músculos, bufando como el oscuro monstruo de
alguna pesadilla, echando vapor por los ollares, sudado, el ojo alerta,
cascando las piedras del camino con sus pisadas, enojado, casi furioso.
El público mudo, ya no por la expectación sino por el miedo; el único
sonriente es Ramón, tranquilo, cabestro en ambas manos, calzado con
ojotas, y su hombro derecho contra la paleta del potro, ’qué tenís, qué
tenís’ le viene diciendo...
Y mi recuerdo vuelve a la yegua, absoluta mitad importante de la
historia, los demás éramos simples mirones y, especialmente ahí, en esa
circunstancia, los mirones son de palo; la yegua siente la presencia
cercana del semental, levanta la cola y bota a chorros varias oleadas de
orina tibia, que con el frío de la mañana santiaguina (olvidé de situar la
hora del evento) caía en vaharadas al piso, piso cubierto especialmente
para estas ocasiones de una gruesa capa de arena, y la yegua se estremece
entera, flaqueando, tiritando. El potro llega al lado de su eventual pareja
104
(no tan eventual, a decir verdad, pues él es el amo de la manada, año tras
año le presentan las mismas concubinas de su harem. Lo que ocurría
eventualmente era la llegada de material nuevo, hembras con reciente
olor a hipódromo, que año tras año se retira de training para dedicarlas
a labores de crianza) Bueno, como venía diciendo, llega nuestro ardoroso
macho y comienza a olorosar a la yegua, irguiendo el cuello hacia el
cielo, abriendo el hocico, levantando el labio superior, el morro, en una
ceremonia que tiene algo de mágico, incomprensible (aunque se llame
reflejo de Flehmen). El potro arquea el cuello, vuelve su cabeza hacia una
de las “patas”, (“patas” traseras, las delanteras son las manos) y
suavemente la muerde cerca de la corva. La yegua, molesta, intenta
patear, pero las maneas eran de buen cuero y resisten, al menos hasta
aquí. Ramón lo deja hacer, es parte del coqueteo, de la conquista, que
fuera preparando su instrumental, que se vaya armando, con seguridad.
Cuando transcurre un poco de tiempo, luego de una nueva mordida
de Prepotente y luego de que la yegua se orinara de nuevo, el estado de
preparación es el óptimo. A la vista refulge el miembro viril del potro,
enhiesto, firme, oscuro, con su glande rosado (suena demasiado carnal
este comentario, pero es para hacerlo aún más descriptivo). Entonces
Ramón revolea un poco el cabestro incitándolo a saltar, tácitamente le
está diciendo: “basta de entretención y vamos a la parte que más te gusta
de tu trabajo”. El potro entiende y salta, apoyando ambas manos,
abiertas, en la mitad de la grupa. Se escucha un quejido de la yegua, que
siente el peso del “artista” en su cuerpo, el potro intentando apuntar su
arma al blanco.
Un intento, otro intento y Ramón que toma con la mano el
“instrumento”, suavemente, y lo guía al interior de la yegua. En ese
instante Prepotente está afirmado de la tusa de la yegua, mordiendo sin
dañar, para luego comenzar el vaivén, el bamboleo que da placer, que da
vida, que transmite descendencia, que asegura la especie, que multiplica
105
la raza… Los miembros traseros del potro ejecutan un curioso baile,
muy sincopado, ayudando los embates.
Corren unos segundos, menos de un minuto, y la tarea está
cumplida, ya no existe ese poder contenido, el poder ha desaparecido,
tan sólo queda un animal relajado, lacio, extenuado, que recibe un
baldazo de agua con algo de permanganato de potasio, un animal que
posteriormente es llevado al pilón para recuperar parte de los líquidos
perdidos (En defensa de Prepotente, y de todos sus colegas sementales,
debemos decir que el caballo, desde su origen, es un animal
acostumbrado a la huida con el peligro y que su instinto de
supervivencia lo obliga a no detenerse más tiempo del estrictamente
necesario; hecha esta salvedad vuelvo a la yegua). Ella, también
satisfecha, es desamarrada y mansamente se deja hacer. Quizás algunos
interrogantes cruzaban por su equino cerebro, a la par de los
espectadores de la monta, que a su vez, también podían estar haciéndose
preguntas tales como: “¿La yegua, había encontrado brusco a su galán?”,
“¿Estaría pidiendo que sea macho o hembra?”, “¿Soñaría con un hijo
clasiquero?”, “¿El nuevo orgullo del Haras, tal vez”? “¿Y la envidia de
esas otras? ¡Yeguas nomás!”, “¿O en su simpleza animal no había lugar
para pensamiento alguno?”
Porque no hay dudas de que el caballo es un animal inteligente,
con sentimientos, con penas, con alegrías. Era cosa de ver el triste
encierro en que era mantenido Gran Amigo (Faubourg y Amistosa),
siempre confinado por su mal genio, en contraste con el lujo que se le
brindaba a su padre, el argentino Faubourg (Black Out y Callejuela),
gran reproductor del Haras, cuyo semblante parecía ser siempre el de
un cacique satisfecho…
- Ramón, hay una potranca que tiene una pelota en el cuello…
- ¿La hija de la Rebotada?
- Prestigiada, dice la pesebrera.
106
- Vamos a verla…
Efectivamente tenía un tremendo absceso, producto de una
inyección que se le había infectado.
- A ver, Sebastián, tú que querís ser doctor, tráeme un riñón con
permanganato, una hoja de bisturí y un poco de algodón.
- Altiro, Ramón.
- Juan Pablo y Rodi, tráiganse un puro y una jáquima.
- ¿Y yo?
- Tú me acompañai Marito.
Rápidamente todo era preparado, unos sujetaban la potranca,
otros sostenían el riñón, y cuando Ramón hacía el corte, salta un chorro
de material purulento justo a la cara de uno de ellos.
- Siempre a mí, soy el más fatal…
- Vamos a lavarnos y después vamos a ir a comernos unas sandillas
con harina tostada.
- ¿Quedan melones? Ojalá de los “escritos”...
Las idas para recoger a las yeguas de cría en los potreros, para
luego encerrarlas en la tarde-noche santiaguina, la levantada temprano
a tomar leche al pie de la vaca en la moderna lechería automática que
contaba el fundo, las guerras entre los primos a postonazos (¡qué
inteligentes!) en el galpón donde se acumulaba el pasto y la humilde
tarea de llenar el pilón del agua con la bomba manual, o las fogatas con
bosta seca para ahuyentar las hordas de picudos zancudos que con
regularidad casi prusiana llegaban todos los atardeceres a llenarse de
la fresca sangre de los visitantes, los cuentos de terror con los que
Ignacio Díaz, el administrador del campo, intentaba dejarlos
espirituados, muertos de susto en las noches, para luego proceder a
tirarles piedras en el techo o tocarles las murallas, como si estuvieran
penando, las cenas campesinas bajo la higuera, o ayudar a cargar el
Coloso con los apios recién cortados, competir en llenar cajones con
107
tomates… en fin, cada actividad que realizaban, todas faenas normales
en un fundo, en un criadero, fueron haciendo que se enamoraran de la
vida de campo, y que cada año esperaran ansiosos las vacaciones para
pasar esos días en Quilicura, en ese mundo tan diferente y a sólo unos
kilómetros de la capital.

108
La Reforma Agraria

Pero soplaban vientos de nefastos cambios en el campo, presiones


políticas llegadas desde el país del norte hicieron aplicar la famosa
reforma agraria y el mundo rural que Sebastián y sus primos habían
conocido, desapareció completamente. Se produjo la atomización de
los fundos para repartir las tierras a los inquilinos, en pequeñas
parcelas, manteniendo en comunidad las maquinarias e instalaciones
(el “asentamiento”), dejándole a los dueños originales una reserva
cuyo tamaño dependía de los pitutos que tuviera entre los funcionarios
encargados de tan “democrática” medida, aunque en teoría tenían una
enredada forma de calcular la reserva según fueran de riego, o secano,
o la aptitud, etc. Aunque funcionaba mejor el engrase de los
mecanismos que decidían con cuanta tierra dejaban al ex propietario,
procediendo a pagar la expoliación legal con bonos a nosecuántos
años, no reajustables.
Luego, en vez de capacitar a los futuros terratenientes, los
politizaron con ideas socialistas foráneas, de odio y separación de
clases, muy útiles para ganar votos, e inútiles para trabajar
eficientemente los campos. Como un botón de muestra, los “coreanos”
(miembros de la CORA o Corporación de Reforma Agraria), lo primero
que hicieron al hacerse cargo del asentamiento Colo Colo, producto de
la partición del Fundo San Luis, donde se ubicaba el Haras El
Rosarino, en Quilicura, fue una celebración del cambio logrado, con
un invitado de honor: el toro reproductor de la lechería, que cooperó
aportándose involuntariamente al asado. Previamente, durante la toma
que religiosamente antecedía a la expropiación, destruyeron la casa
patronal de casi cuarenta habitaciones para sacar materiales con el fin
de levantar las chozas de material liviano y así instalarse. La paradoja
de destruir para construir.
109
En otros fundos esto produjo dramas con resultados fatales entre
los dueños que veían a estos verdaderos hunos modernos arrasar con
la historia y tradición de varias generaciones, trayendo más
producción de odio y separaciones entre clases sociales. La consigna,
obligada por la llamada “Alianza para el Progreso”, que curiosamente
venía desde los Estados Unidos, era quitar aquellas tierras que no
estuvieran explotadas y entregárselas a los trabajadores, “la tierra para
el que la trabaja”, con absoluto desprecio por los propietarios
originales, y así provocar una verdadera revolución del agro que
traería bienestar a toda la región. En Chile no se hizo distingo entre
campos bien o mal explotados, de hecho expropiaron algunos campos
que eran modelos de productividad y manejo, más bien basado en un
criterio de venganza selectiva que en elementos técnicos.
Los abusos fueron pan de cada día: don Jorge Baraona, dueño de
la hacienda Nilahue en Colchagua y padre del director del Club Hípico
don Pablo Baraona, no resistió verse expulsado de su casa, de su tierra
ni de las arbitrariedades de los funcionarios Cora y falleció de un
infarto en el año ’71.
Otra agricultora, doña Eliana Quezada, indignada por la
expoliación ilegal del fundo El Rincón, en Curicó, fue detenida en
1972, frente a La Moneda, por protestar en traje de baño, llamando la
atención sobre su caso; sus hijos, de apellido Talep, fueron criadores
de mediano éxito en los años siguientes.
Ellos no fueron los únicos casos en que se afectó la hípica. Hubo
quienes arrancando del primer gobierno socialista dejaron atrás
empresas, casas e incluso criaderos completos. La mayoría, como en el
caso de El Rosarino, expropiado bajo el gobierno de Frei, vieron
disminuidos sus terrenos inducidos a reducir sus actividades,
provocando disminución de las fuentes de trabajo con la consiguiente
pobreza en el campo y la obligada migración de una clase trabajadora
110
que vivía en las zonas rurales con pocas apreturas y con las
necesidades básicas satisfechas, donde tenían derecho a tener sus
propios animales, cultivaban su pedazo de tierra e incluso los más
esforzados conseguían medierías, cumpliéndose fielmente ese adagio
de que “en el campo nadie pasa hambre”.
Cualquier administrador o dueño de campo o empresa, sabe que
alguien tiene que mandar, por ingrato que sea el papel; el mundo real
funciona así. Los sistemas cooperativos, basados en la utopía de la
igualdad no funcionan, pues no hay tal mentada igualdad. Por lo tanto
el sistema colectivo de propiedad siempre estará condenado al fracaso.
Siempre habrá algunos más diligentes, más esforzados, más
despiertos, como otros más aprovechadores, más remolones, más
quedados. En aquellos tiempos, sin una cabeza directora, se echaba a
perder el tractor de todos, pero nadie era responsable de su arreglo.
Igualmente la moderna lechería volvió a ser una faena manual, al no
reemplazar las piezas que fallaban. En el asentamiento, si había que
limpiar acequias (faena tediosa) no se encontraba voluntarios, como
tampoco para la levantada temprano en la lechería. Todo era de todos,
pero nada era de nadie, un desorden que terminó con la operatividad
de las máquinas, la productividad de los animales e incluso terminó
con la fertilidad de la tierra, tanto así que cuando Sebastián y sus
primos salían montados a recorrer el antiguo fundo, debían volverse
por el peligro que significaba para los caballos, pues los cascos cabían
en las grietas de los potreros erosionados y secos. Con el tiempo esta
situación se agudizó e hizo crisis, y al recibir sus títulos de dominio
muchos de los ex inquilinos, y en ese entonces dueños de sus parcelas,
se vieron obligados a vender, se desarraigaron de donde habían vivido
siempre y se fueron a incrementar los cinturones de pobreza que
rodeaban la capital. Triste epílogo para una muerte anunciada de un
proyecto planeado por “cerebros” desde sus escritorios burocráticos,
111
ignorantes de la idiosincrasia del campesinado chileno, condenándolo
sin vuelta atrás a una vida citadina, dura y con menos recursos con que
enfrentarla.

112
Esos genes…

Volviendo de la política a la hípica, por el lado materno por tanto,


Sebastián estaba genéticamente condenado a los caballos. En esa
familia todos respiraban el mismo aire hípico y de chico, en la casa de
ese abuelo que desgraciadamente no conoció, tuvo los primeros
acercamientos a través de los programas de carreras que había
dispersos por doquier, las fotos de los triunfos, los trofeos, las
colecciones de antiguas revistas “La Fusta” y “El Ensayo”, y los
programas de carrera de todos los hipódromos, todo sumado a la
conversación cotidiana de temas hípicos, las llegadas, las apuestas, el
nacimiento de algún potrillo en el haras, los viajes de los días viernes
a pagar los sueldos al criadero, etc. Como contrapeso, por el lado
paterno, don Nadim era acérrimo enemigo de los caballos, quizás por
la forma en la que había visto perder fortunas a su suegro, o por haber
visto la pasión desmedida que ponían los miembros de su familia
política en el juego, a veces olvidando la parte deportiva de la afición.
Y el edicto fue categórico: ni Sebastián ni sus hermanos estaban
autorizados para ir a los hipódromos.
Esta orden tuvo el resultado absolutamente contrario:
generalmente lo prohibido se transforma en deseado, por lo tanto, en
cualquier ocasión que podían, Sebastián, junto a su hermano Rodrigo
o junto a su primo Juan Pablo, se arrancaban a las carreras, de manera
clandestina.
Un quince de agosto, coincidiendo con el cumpleaños de uno de
sus primos, en la cancha del Club corría el caballo Preferente (hijo de
Prepotente II) al que habían conocido de potrillo y que venía de una
seguidilla de tres triunfos al hilo con los colores del stud Mamoto de
los Sumar.
- Sebastián, ¿vas a ir al cumpleaños de Esteban?
113
- Seguro, Juan Pablo, tengo partido de baseball en el Estadio
Nacional a las tres y media y de ahí me tengo que ir en micro a la casa
de mis tías. Como todos los años, de ahí nos van a llevar al cine.
- Sí, ojalá que este año se rajen y nos lleven al de calle Bandera.
- ¿Al Metro?... no creo, es demasiado fino para nosotros, seguro que
nos llevan al York o al Sao Paulo.
- Sebastián, ¿sabes quién corre hoy en el Club?
- Era que no, el crack hijo de Espargelina.
- ¿Vamos a verlo correr?
- Estás loco, si sabe mi papá me mata…
- Bien dijiste, “si sabe mi papá”… o mi papá, que es más bravo que
el tuyo, ¿pero quién les va decir?, ¿quién va a saber? Mira, yo también
me tengo que ir en micro, el miércoles tenemos entrenamiento, y soy el
único arquero, no puedo fallar y de ahí me voy al centro.
- Eso, nos juntamos frente a la casa García, y nos vamos caminando
por la avenida España, así ahorramos para los ganadores. Somos fijos...
pero hay que morir en la rueda.
- ¿Hecho?
- Hecho, primo.
El plan era impecable, el único que no compartió la misma idea
fue el protagonista principal, Preferente, el cual, inmenso favorito con
la monta de Carlitos Pezoa, cayó por medio cuerpo ante Que Pasa con
Carlos Sepúlveda. La sociedad quebró, debiendo caminar desde
Blanco con Molina hasta General Velásquez, llegando por supuesto
atrasados y dando una excusa ridícula basada en haber sido partícipes
de un choque.
Si alguien no les creyó, afortunadamente se hizo el leso.
En sus veraneos en Viña, en vez de ir a la playa se arrancaban a
las telefónicas, los sábados, a jugarse la mesada, y entre carrera y
carrera profundizaban en los secretos del “table” (backgammon) y el
114
“tele”, medios fondeados en las tribunas de socio del Sporting, o si la
ocasión lo ameritaba, jugaban a las carreras de palitos en las acequias.
Cada palito recibía el nombre de un ganador clásico, y gracias a estas
entretenidas competencias se pudo ver disputando estrechas llegadas
a Old Boy con Naspur, o a Prólogo con Figurón (¡la poderosa fantasía
haciendo de las suyas!). Es difícil entender, sobre todo en esta época
en la que hay un predominio de lo visual por sobre cualquier otro
medio de comunicación (del homo sapiens al homo videns, según
Giovanni Sartori) que un grupo de jóvenes gozara de un día sábado,
en un hipódromo semi-vacío, tan sólo escuchando carreras, sin imagen
alguna, dejando todo el espectáculo a la plena imaginación de cada
uno. Para ellos asistir a las telefónicas también era hípica.
Por esos años, en su loco interés por los caballos, Sebastián y sus
primos se habían abanderado con un ídolo de las pistas, nada menos
que el crack Naspur. De nombre sugestivamente árabe, era hijo de
Bristol y Naipur por Nasr-ed-Din, estos últimos definitivamente
árabes. Pero a decir verdad no era el nombre lo que les atraía, sino la
campaña que presentaba, invicto hasta El Ensayo, ganador en las tres
pistas que había corrido (Cotejo de Potrillos en el Club, El Estreno
Nicanor Señoret en el Sporting, el Tanteo de Potrillos en el Chile, para
volver al Club a ganarse la Polla de Potrillos y el Nacional Ricardo
Lyon, en esta última, descartado para efecto de las apuestas),
embelesados por su postura de campeón absoluto. Era precioso, y a
pesar de no ser un caballo muy grande, bordeaba los cuatrocientos
cincuenta kilos, tenía un tremendo corazón y, con su estilo de correr a
la delantera, le daba emoción y atractivo a las pruebas en las que
participaba, pruebas a las que Sebastián, dentro de sus posibilidades,
trataba de no faltar.
Desilusionante fue verlo morder el polvo de la derrota, por vez
primera, en los dos mil doscientos metros del Gran Premio ganado por
115
El Tirol… no tan desilusionante como verlo pasar desmontado frente
a la meta en El Derby, luego de botar a su jinete y arrancarse del
partidor. Como crack que era, les dio revancha y desquite a sus
seguidores, ganando el Gran Premio del año siguiente por diez
cuerpos, arrasando con Mediatore, Husillo, Marcus, etc. bajo el
aplauso de Sebastián y miles de asistentes al Hipódromo Chile, en un
inolvidable 27 de noviembre. No fue retirado a tiempo de las pistas, lo
que hizo que recrudecieran sus lesiones; era delicado de manos, y bajo
la dirección de otro trainer lo siguieron corriendo innecesariamente,
hasta que ya no dio más. Caballos inolvidables como Naspur hicieron
que Sebastián comiera hípica, soñara hípica y viviera hípica, y el
tiempo le daría la ocasión de volver a encontrarse con su ídolo, cuando
el caballo ya no lucía su velocidad en pista alguna y el joven ya no era
un espectador desde la galería de un hipódromo, como se verá más
adelante.

116
Emerge el “submarino”

Si bien había prohibición paterna para acercarse a los


hipódromos, en los primos mayores, fanáticos de las carreras (sello de
raza), encontrarían “aliados” y “enemigos” en este seguir del mandato
genético.
Día sábado, después de un té en la casa de Apoquindo (la del
parquet), epicentro de las reuniones familiares:
- ¿Quién va a la hípica hoy día?
- La preguntita de Juan Carlos… vamos los cinco, pero…
- Si sabe el Abe nos va a acusar, nos tiene amenazados.
- El Abe no va a estar en Santiago, así que ¿cuál es el problema?, a
mí también me la tiene jurada. Ojos que no ven…
- Nosotros nos íbamos a misa, a Nuestra Señora de los Ángeles…
- Vámonos a la misa de 8, que nos sirve para la de mañana, pero en
auto, y de ahí nos vamos al Chile, les tengo una sorpresa...
Subieron los primos al 404. En menos de dos minutos estaban
estacionados frente a la iglesia. Iglesia que tenía una gran carga
emocional para toda la familia: ahí se habían casado la mayoría de los
parientes, ahí se habían celebrado los ritos fúnebres, los bautizos,
etc… además de quedar a pocas cuadras del centro de operaciones
mencionado.
Luego de una corta ceremonia, en menos de un cuarto de hora ya
estaban en el interior del Chile, recién corrida la penúltima.
- ¿Por qué nos vinimos tan tarde?
- Corre Vos y Yo, y ha estado haciendo malas carreras…
- Ya, pos, a nosotros no nos tires marian… ¿ha estado ñato?
- ¿Qué saben ustedes de estar ñatos? Está prohibido correr p’atrás.
- Bueno, ha estado malo, entonces. ¿Y por qué tanto misterio?

117
- Si me ven a mí en las cajas, se van a dejar caer todos los que juegan
fuerte y lo van a hacer favorito. Todos saben que está botado en ese lote.
Esta es una operación secreta…
- ¿Cómo lo hacemos, entonces?
- Aquí está la plata, divídansela entre el Pablo, el Rodi y Sebastián,
y se quedan en el 3er piso; Mario y Hernán me acompañan a la Troya.
- ¿Y?
- Cuando yo vuelva, ustedes van a estar a la salida del ascensor; si
yo salgo mordiendo el programa, se van a las cajas y se la juegan toda
a ganador.
- ¿Y si no?
- Me devuelven hasta el último peso, y sin sorpresas.
- Chis, está buena; ¿somos los cómplices o somos los bandidos?
Dicho y hecho, al subir venía mordiendo el programa, y se fue a
sentar al balcón. Si alguien lo estaba siguiendo, pensaría que el caballo
no tenía opción. Los primos se fueron disimuladamente a tres cajas
distintas y le dejaron caer el turro al hijo de Faubourg y Binding por
Biriatou. La carrera fue un trámite, el submarino había salido a flote…
y los cogoteó… Luego de la foto, fueron a cobrar. Era tanta plata que
mientras dos la ordenaban en la maleta del Peugeot, los demás hacían
pantalla para despistar a los curiosos.
Claro que era la época de la UP (inflación mil % en 3 años), y no
era inusual manejar tal cantidad de billetes.
“Submarino” era el término que el pronosticador de la
desaparecida revista El Ensayo utilizaba para designar a estos
ejemplares que estaban curiosamente bajos en el índice y a los que
recomendaba no abandonar al momento de efectuar las apuestas.

118
De viaje por el Norte

Todo era hípica. En los viajes que hacía Sebastián, ya sea dentro
de Chile o fuera del país, en lo primero a lo que se abocaba era en
visitar los hipódromos. En plena Unidad Popular, junto a su hermano
y primos, pasaron unas vacaciones de invierno en Arica, que se
alargaron involuntariamente debido a una huelga total de
transportistas, lo que determinó que no hubiera buses para volver,
debiendo estirar el exiguo presupuesto con el que contaban. Aquí
tuvieron su primer acercamiento a la hípica provinciana, en un
modesto y peculiar Hipódromo de Arica, con una cancha de arena de
playa y tribunas de madera, sencillo y precioso, en la época de oro de
los traficantes de coca, donde el caballo Reprepo, nacido en el haras
familiar, les salvó la reunión al ganar holgadamente al “potrillo”
Pericles de tan sólo 16 años.
Memorable fue el coincidir en esas sufridas ‘vacaciones de
invierno’ con el triunfo de la selección chilena de fútbol sobre su par
peruana, en el partido de definición jugado en Montevideo, que
permitió ir al repechaje contra la Unión Soviética, en ese famoso
partido con Figueroa y Quintano deteniendo hasta al aire, auténticos
bastiones en la defensa chilena y finalmente el arribo al Mundial de
Alemania, en 1974. Bueno, la celebración en Arica fue doblemente
apoteósica, huelga explicar el porqué, y Sebastián junto a sus primos
salió en las caravanas a expresar su júbilo, incluso con cánticos no muy
santos como: “cholo, cholito, chúpame el palito”, y otras delicadezas
parecidas, o gritos desaforados frente a la mansión (con llamas
pastando en el frontis) del mítico Yayo Fritis, quien sería expulsado
del país por el gobierno militar, poco tiempo después.
Estando en el pintoresco hipódromo, casi al final de la reunión,
los primos recibieron un cariñoso saludo…
119
- ¿Qué andan haciendo por acá?
- De vacaciones de invierno, y no podíamos dejar de venir a las
carreras, y usted ¿de dónde nos conoce?
- ¿Ustedes no son los del Rosarino?
- Los mismitos, ¿y usted?
- Yo soy Jacob Eltit, papá del Coco.
- El Coco Eltit, amigo nuestro del Chile… ¿Y qué hace por estos
lados?, digo, en Arica…
- Tentando la suerte, claro que la “capital del nylon” pasó a la
historia, ahora hay que ser adorador de la diosa blanca para hacerse de
plata.
- ¿Qué religión es esa?
- Traficante de coca, pero ni se les ocurra meterse en leseras ¿dónde
se están quedando?
- En una pensión en la calle Blanquier.
- Ah, andan maoma las cosas…
- Con esto de la huelga de buses hemos tenido que acomodarnos al
presupuesto.
- Los invito mañana a Tacna, a las peleas de gallo, ¿han ido?
- ¿A qué hora y dónde nos juntamos?
El cruce de la frontera no tuvo sobresaltos; al parecer el anfitrión
era conocedor de la zona, y luego de un breve paseo por la ciudad,
donde llamaron su atención los cambistas de dinero en plena calle, con
sus fajos de billetes ofreciendo sus tarifas, los primos llegaron al
‘Coliseo de Gallos Los compadres’ en la Ciudad Nueva; menos mal que
estaban acompañados, pues el ambiente era sórdido.
- Manténgase juntos y no le metan conversa a nadie, aquí hay que
ser sordo y mudo, dedíquense a mirar, nomás.
- ¿Qué le están poniendo a esos gallos?
- Son los espolones de cacho, filudos y mortales.
120
- ¿Y está permitido?
- Aquí está todo permitido, menos negarse a pagar una apuesta.
Colorido y sanguinario espectáculo, en que se la jugaron toda al
castellano chileno, quien luego de hacerle un par de feas heridas al
calvo tacneño, sucumbió a los espolonazos del local, como la
Esmeralda y el Huáscar, y se hundió en la arena de la gallera. Esto trajo
una nueva disminución de las arcas del grupo y una vuelta al territorio
chileno en un silencio sepulcral.

121
De vuelta a la cancha

Siempre, las salidas de los recintos de juego, cuando la suerte ha


sido esquiva, suele ser silenciosa; al bajar los escalones del Casino en
Viña, tipo tres de la mañana, en un grupo perdedor, nadie tiene ganas
de hablar, en esos momentos ataca el sueño y el cansancio, duelen los
pies y el cuerpo entero. Luego de la última carrera en el Chile, es cosa
de ver en los grupos que van bajando las escaleras desde Socios o
Paddock Superior, esa sensación de abatimiento general que domina
a los hípicos que lo han dejado todo en las cajas, y claro, qué fácil es
distinguir a los ganadores.
Estos, a los que nada les duele ni aqueja, van livianos,
conversadores, dueños del mundo.
La sensación del triunfo alivia todos los males, y ni qué hablar
cuando gana un caballo propio, aquí es casi una intoxicación de
adrenalina, la sangre circula a mil, el mundo gira en torno a uno, y uno
se siente dueño del universo, estrella de cine, inmortal. Las escenas del
caballo alcanzando al puntero, sobrepasándolo y cruzando victorioso
el disco, animado por los gritos del público y en especial de los gritos
propios, se repiten esa noche, al otro día al comprar los diarios (cuando
estos traían sección de hípica) y toda la semana con los comentarios de
los amigos hípicos que, por supuesto, todo hípico tiene. Lo felicita el
almacenero de la esquina que lo vio en la sucursal, el que vende los
diarios y que fue a la cancha, y el amigo que lo escuchó en la radio y
llamó temprano al otro día. Este girar en torno a los caballos, culmina
el día de carreras, obteniendo un triunfo, ganándose una carrera,
expresión máxima de la actividad.
Pero para aquellos que no vienen hípicos por vientre o lomo, hay
distintas maneras de involucrarse y pertenecer a la cofradía. Un punto
de partida puede ser una reunión de amigos, uno de ellos hípico, que
122
invita a los otros a formar una sociedad con el fin de comprar un
caballo.
- ¿Y por qué no nos compramos un caballo entre todos?
- Sale tan re caro.
- Tai loco, miren si ponemos el puro pie y las cuotas las pagamos
con los premios.
- ¡Buena!, la papa…
Por lo general, este tipo de sociedades tiene muy mal futuro, ya
que estadísticamente hablando, las probabilidades de perder son
mayores que las de ganar.
- Compremos un caballo, entre todos no sale tan caro.
- Y así tenemos una excusa más para juntarnos, a verlo correr, a los
trabajos, o a puro venirlo a ver…
- ¡De ahí somos!
Esta opción es más realista, la ganancia la da la confraternidad
entre amigos, lo que les llegue extra, es por añadidura. A otros los lleva
un amigo que les presenta a un preparador de confianza, que elige un
caballo para el nuevo cliente, le ayuda en los trámites para inscribirse
como propietario, elegir los colores del stud, y así ya tenemos a otro
hípico que al poco tiempo va a estar dando cátedra de la actividad.
También están los hípicos de siempre que asisten a todos los remates,
buscando a un potencial ganador entre los más de mil potrillos y
potrancas que año tras año se venden, especialmente en la segunda
mitad del año, cuando han cumplido los dos años de edad.
En Chile, los caballos de carrera nacen en el segundo semestre
(modalidad hemisferio sur) por haber sido cubiertas, cruzadas o
montadas las yeguas desde julio en adelante, al revés de los
“nacimientos europeos” que ocurren en el primer semestre del año.
Todos los caballos en Chile cumplen años el primero de julio, esto
independiente del mes en que hayan nacido.
123
La yegua, desde el punto de vista reproductivo, se clasifica como
“poliéstrica estacional”, porque tiene varios ciclos estrales o celos
dentro de una estación. Es durante primavera y verano, cuando
aumentan las horas de luz y la temperatura ambiente, cuando hay una
estimulación vía eje hipotálamo-hipófisis que las hace “activarse” y
entrar en celo. Cada ciclo dura alrededor de veintiún días, y durante
cuatro o cinco días de este ciclo es receptiva o se deja montar por el
potro, es decir, el momento en que pueden preñarse. Al estar gestando,
en predominio de la hormona progesterona, no ciclan, rechazando el
acercamiento del macho, al igual que durante el período invernal, en
el cual permanecen en “silencio reproductivo”. En algunos criaderos
se adelanta este ciclo, para obtener nacimientos más tempranos (julio
y agosto, tomando en cuenta que el período de gestación es de once
meses aproximadamente), y así llegar a las primeras carreras de enero,
e incluso mediados de diciembre anterior, con los animales un poco
más maduros (sin hacer caso del proverbio árabe que dice: “Doma
pronto y usa tarde”), a través de implementar en las pesebreras de las
yeguas secas del año anterior, un sistema de luz artificial. Esto hace
aumentar de modo controlado las horas de luz que reciben, dejando
encendidos focos de una cierta intensidad durante las noches,
buscando modificar el ciclo natural y adelantando la entrada al ciclo
estral, imitando lo que se logra con las gallinas ponedoras, cuando se
las “engaña” a producir tres huevos cada dos días empleando un
sistema similar.

124
En los remates

A pesar de que en los últimos tiempos algunos criaderos han


optado por la venta directa de sus productos en el campo, quitándole
esa transparencia que existía al presentar las producciones ante el
juicio del público, dándole opción a cualquiera que dispusiera de las
platas a adquirir determinado ejemplar, los remates de caballos son un
evento de mucha tradición y donde se juntan todos los estereotipos
hípicos. De acuerdo al lado en que uno se encuentre, la percepción que
se tenga sobre un mismo hecho varía notablemente, esto en cualquier
actividad (“todo depende del color del cristal con que se mira”). Si uno
está llevando caballos a vender, hay mucha expectación y nerviosismo
por el resultado de ese remate, porque la actividad viene a ser un
examen final que, de alguna manera, evalúa el trabajo de mucha gente,
con mucho tiempo y dinero invertido.
Una generación de caballos implica selección de yeguas,
mejoramiento de tierras, cruzas acertadas, manejo desde varios puntos
de vista: alimenticio, veterinario, aplomos, presentación, que no se dan
tan sólo en los dos o tres años (si se incluye el período de gestación)
que demora en llevar un producto al redondel.
Cuando alguien es encomendado a escoger un caballo, se carga
con una responsabilidad que, aunque entretenida, puede ser motivo
de alegría o pesar de acuerdo al desempeño que el escogido tenga en
las pistas. A Sebastián le tocaría asumir el papel en más de alguna
ocasión, tanto para algún cliente e incluso para su propia familia. Las
probabilidades de acertar a la hora de comprar un caballo que resulte
no el crack de su generación, sino tan solo un buen caballo,
justificando la inversión o el pago de su avena, son bajas. Nacen
anualmente alrededor de mil setecientos productos en los cerca de
ciento treinta criaderos del país, una cantidad que se ha mantenido
125
relativamente estable en los últimos veinte años, tendiendo a la baja a
pesar del pick de dos mil cuatrocientos nacidos en 1994, coincidiendo
normalmente las curvas con la situación económica general del país.
Para estos caballos, en su primer año de competencia, hay menos de
mil carreras condicionales para no ganadores, considerando los tres
hipódromos centrales, o sea casi setecientos caballos no van a ganar
siquiera una carrera en su primer año de campaña.
De cualquier modo, la asistencia a los remates siempre fue para
Sebastián un espectáculo atractivo, independiente de la labor en la que
estuviera. Ya desde los primeros años, cuando recién formaban su
novel stud, y en compañía de algún preparador, siempre estaba
dispuesto a elegir un nuevo elemento para renovar los pocos
ejemplares que año tras año brindaban, con irregular suerte, algunas
satisfacciones (¡este va a ser el crack!). Todo comenzaba con la decisión
de comprar. Había dos requisitos importantes que debían llevar muy
en claro antes de asistir: si iba a ser macho o hembra, y hasta cuanto
podían gastar. Hay otros que eligen de acuerdo al potro, otros según el
criadero y, aunque hay propietarios que no tienen limitación
económica para elegir, la verdad es que hacer una gran inversión nunca
ha asegurado el éxito; sólo es cosa de ver cuántos propios hermanos de
caballos muy buenos, vendidos a precios altísimos, no recuperaron
jamás ni siquiera parte de lo invertido, sin considerar todas las
esperanzas y sueños involucrados. Comprar bien es una suma de
“capital” (siempre hay más opción en un buen criadero, con un caballo
hijo de un potro top ten, que comprarle al criadero “Las Piedras” con
su reproductor “Come nunca”), “conocimiento” (este no debe escasear
ni tampoco abundar: los sabios y sabelotodo son un fracaso en la
hípica), y “suerte”, adjudicándose a este último factor un porcentaje
importante del resultado final.
Sebastián habría de conocer la gloria y el fracaso en la elección de
126
caballos, es así como compraron para su stud una yegua hija de Lujoso
II, llamada Mezquita, a un criador de los denominados pequeños, en
una cifra modesta, tanto así que se pagó en un cheque al violento
contado y no dolió tanto. La yegua devolvió con creces la inversión y
los gastos, ganando con excelente estilo en su debut en el Chile,
pagando la suma de sesenta y cuatro veces a ganador. Con lo apostado,
sumado el premio, salvaron todos los gastos. El acontecimiento
coincidió con un cumpleaños de la mamá de Sebastián, así que
vaciaron la fiesta y se fueron todos los primos a ver el exitoso debut.
Pero lamentablemente la historia continuó como muchas otras:
Mezquita se fracturó en su segunda participación, no fue más “de
carrera” y en la reproducción dio tres o cuatro burros que aún vienen
corriendo para tratar de ganar una carrera.
Otro ejemplo de gloria lo brindó la costumbre de almorzar en el
mismo restaurant, frente a la Escuela de Ingeniería, en Rondizzoni,
junto a su amigo preparador Pedro Melej, prematuramente fallecido.
- Pedrito, ya viene el remate del Tarapacá, acuérdese que ahí vamos
a comprar -exclamaba desde el otro lado del mesón el propietario del
restaurant, don Luis Vergara, muy ad-hoc con su delantal blanco,
mientras les preparaba unos sándwiches.
- Sí, don Luis, si lo tengo clarito (ésta es como décima vez que me
lo dice).
- Un macho Chairman Walker.
- Un macho será, pues…
- ¿Y por qué la idea fija, don Luis?
- Mire, doctor, yo tengo mi parcela en Calera de Tango, donde
acopio la madera que traigo del sur, y cada vez que vuelvo cargado, paso
frente al Tarapacá, y viera lo lindo que se ven los potrillos.
- ¿Y por qué Chairman Walker? También hay otros potros…
- Parece una lesera lo que le voy a decir, pero me gusta el nombre,
127
se parece tanto a esa marca de whisky…
- ¿Johnny Walker?
- Esa misma. ¿Quién sabe si la tincada es buena?, al menos el
whisky es el mejor…
- Yo no soy tomador, pero dicen que el mejor es el Chivas, ese que
tomaba ese nefasto presidente.
- Bueno, Pedrito, cuando encuentre un potro de nombre Chivas, le
avisa al doctor y me eligen una potranca.
-“Graciosito, Mr. Sánguche-man”, concluyó Sebastián muy para
sus adentros, medio quemado ante el ingenioso retruque de don Luis.
Cada uno con su fantasía (como solía decirle Ricardo Montalbán,
en su papel del señor Roarke, al enano Tatoo, en La Isla de la Fantasía)
y don Luis quería un Chairman Walker y se lo iba a comprar. Y si “el
hombre” quería un macho, macho tendría que ser.
Los caballos llegan con tres o cuatro días de anticipación, desde
los criaderos al recinto de remate, al Tattersall, como se le conocía en
esa época al ubicado en la propia avenida Club Hípico. Estos días
previos sirven tanto para aclimatarlos, en especial los que vienen de
lugares alejados de la capital, como para ser observados
minuciosamente por los posibles compradores. Generalmente van los
preparadores acompañando a un propietario, aunque hay “lobos
solitarios” que prefieren ir solos, a horas en que no hay otros
“competidores” observando, no queriendo así dar pista alguna sobre
sus preferencias, dato importante para no hacer subir los precios. Otras
veces van los propietarios solos, en especial los que entran en la
categoría “sabios”: no tienen nada que aprender, ya lo saben todo. En
aquella oportunidad Sebastián acompañó al preparador durante la
elección, la cual no fue fácil, ya que había un tope de dinero disponible
para hacer la compra. Estuvieron toda la mañana viendo a los machos
Chairman Walker. Los encargados de los criaderos no tienen problema
128
alguno en sacar cualquier caballo que uno les pida, al contrario, las
caras largas son cuando en un criadero no hay interés por sacar a pasear
a ningún ejemplar, ya que esto auguraba un fracaso seguro.
- A ver, sácame el lote seiscientos ocho.
- Cómo no, patroncito, espéreme un minuto... Francisco, Lucho, una
manito aquí...
Y se acercaba un equipo de limpieza express, el cual, en un dos
por tres, hermosea el ejemplar solicitado, quedando uno de los
empleados encargado de sacarlo al paseo para que lo pudieran
observar de frente, perfil, parado, andando, y si hubiera habido
facilidades, más de alguno lo habría hecho galopar. Es como un desfile
de modas en una pasarela, con la diferencia de que aquí, a veces, “la
modelo” se asusta por un ruido imprevisto y arrastra con empleado,
mirones, mozos con bandejas y todo, hasta que logran calmarla con un
ya ya yá, un qué tenís, o un mírenlo nomás, o el shhht milagroso que
hace volver el recinto a la normalidad.
Además un caballo que se asusta trae consigo una reacción en
cadena que se propaga hacia los demás; están concertados cual
escolares: a la primera señal nos desordenamos todos, y así nomás
resulta.
De los Chairman Walker escogieron tres, ya que por ser acotado
el fondo de compra era preferible tener alternativas, y le informaron a
don Luis que se preparara para la tarde, que se juntaban en el
Tattersall.
Previo a la hora del remate, se juntó el equipo, para ser atendido
por la hospitalidad del criador; en algunos remates la consigna era bar
abierto para todos, tratando de subir la temperatura del ambiente y por
lo tanto los precios. En ciertas ocasiones se les pasaba la mano y
algunos asistentes le levantaban el dedo a todo lo que veían pasar
enfrente (fueran caballos o no). Aquí es fundamental el criterio del
129
martillero y de sus ayudantes, junto al conocimiento que deben tener
de los asistentes al remate, dominar muy bien el “who is who” de la
hípica. Cabe aclarar que hay una serie de gestos y maneras de efectuar
una postura, ofreciendo una cierta cantidad de dinero inicial, o
mejorando la oferta anterior. Puede ser un pequeño gesto con la
cabeza, un movimiento con el programa o algunos dedos levantados
y… ¡tenemos a un nuevo propietario!
En aquel remate salió el primero de los elegidos, y comenzaron
las posturas:
- ¿Quién hace una oferta por este precioso hijo de Chairman
Walker, de la línea Maporal, todos ganadores, sangre clásica del
criadero? ¿Cuánto vale? Tengo doscientos por él, tengo doscientos, si no
hay quien mejore… tengo doscientos veinte allá arriba, sí, el caballero
al lado de don Pedro… no, tengo doscientos cuarenta aquí abajo,
doscientos cuarenta y se va…
- Doscientos cuarenta por este nieto de Maporal…
- ¿Lo espero?, ¿le pone? se le escapa un excelente potrillo, botado a
la calle…
El experimentado martillero, con su instrumento, cual director
absoluto de la orquesta de compradores, va llevando gentilmente al
auditorio, haciendo las pausas necesarias con mayor o menor
histrionismo según lo amerite la ocasión, dejando que se produzcan
pequeñas luchas entre los bandos, azuzando a unos, adulando a otros,
y ayudándose con los infaltables palos blancos que todo remate que se
precie de tal debe tener. Una vez, en un remate del haras familiar
utilizaron a un completo desconocido en el ambiente, un amigo de sus
primos, de nombre sugerentemente extranjero pero absolutamente
nacional: Francis Carpentier, el señor Carpentier. Éste no tenía el
menor interés en comprar caballo alguno, pero mejoró todas las
posturas en que había riesgo de salir bajo el precio mínimo estipulado
130
de antemano. El público juraba que era un gringo que venía
especialmente a este evento, y se “adjudicó” un par de animales en
calidad de defensa, los que fueron vendidos una vez terminada la
función, para gran alivio del propio señor Carpentier.
Siempre, finalizado un remate, venía el “remate chico”, en que se
entraba a postular por los defendidos, a veces en mejores condiciones
de plazo y precio que los pasados por el martillo, y más de una buena
sorpresa dieron esos “despreciados por la masa compradora” al
momento de cumplir en las pistas.
En otra ocasión, y en la que Sebastián estaba en el lado de los
vendedores, planeando la estrategia con el propietario del criadero y
el martillero, la conversación fue muy distinta:
- Bueno, esta hija de Mesata la ha sacado varias veces el del
Vendaval.
Fíjate si le levanta el dedo...
- Ahora, si mi primo Alfredo le pone a alguno de los potrillos,
súbele nomás porque me va a pagar con unos vales que le debo…
Lo que pasa en la oficina del martillero es muy distinto a lo que
uno está pensando en la tribuna de los compradores.
Pero… volviendo al remate del que veníamos hablando, se fue el
primero de los posibles, superó ampliamente el presupuesto
disponible… a seguir esperando que salga el siguiente, otro que
también se escapó de las manos (de haber comprado a este último, se
hubiesen llevado un buen ganador clásico, pero el que se llevó al
primero se clavó, fue un clavel, no salió de perdedores). Y al fin vino
el último, con un trámite semejante al resto, pero no hubo posturas que
superaran el tope que llevaban y…
- Y no hay más, seiscientos mil y no hay más, adjudicado a don
Pedro en seiscientos mil, y no hay más. ¡Tac!
Golpe de martillo, y comienzo de una nueva historia en los anales
131
hípicos. Como anécdota basta decir que el despreciado último macho
ganó la edición centenaria de la carrera más importante de Viña, El
Derby.
¿Suerte? ¿Conocimiento? ¿Una mezcla de ambas?

132
Don Alberto Solari

Sin dudas, suerte fue haberle comprado un caballo a un señor de


la hípica como era don Alberto Solari.
- Pedro, ¿cuándo vamos a ir a buscar la comisión de la compra?
- Es que no hablé nada con don Alberto…
- Pero tú sabes que el hombre es muy derecho…
- La verdad es que me da no sé qué.
- Vamos, yo te acompaño.
Dicho y hecho, en el Falcon del preparador se fueron al centro. En
esa época se podía estacionar en cualquier parte, y se fueron
caminando por Ahumada hasta el 236 donde el hombre tenía su
oficina. Preguntaron en recepción y subieron por el ascensor al 7° piso.
- Don Alberto, ¿cómo ha estado?, ¿nos permite unas palabritas?
- ¿Qué de bueno lo trae por aquí, Pedrito, y quién es el joven que lo
acompaña?
- Es mi veterinario, don Alberto.
- ¿Cómo está, joven?
Sebastián dudó si contarle o no sobre las veces que le había
comprado caballos al Tarapacá, o referir su parentesco con el tío
criador; a fin de cuentas venían a “quitar” una comisión no pactada, y
mientras menos palabras, mejor.
- Muy bien, don Alberto, lo felicito por el remate, fue difícil elegir.
- Dígame, Pedrito…
- La verdad, don Alberto, es que venía a conversar con usted por la
comisión de la compra del potrillo.
- ¿Qué comisión? Si no conversamos nada.
El hombre era muy derecho, pero era comerciante y no se iba a
regalar tan fácilmente.
- Ya sé, pero usted sabe…
133
Aquí se hizo un silencio largo e incómodo en el cual don Alberto
pareció meditar la conveniencia de echarlos con viento fresco,
merecidamente, o calcular si valía la pena “quemarse” con el par de
aprendices de vivarachos que tenía enfrente.
- A ver, a ver, ya, esto es muy irregular, normalmente esto se
conversa antes. Si tienes un cliente, en fin, déjame ver la liquidación de
este caballo… mmm… pagó con letras y no lo conozco.
- Es de primera, don Alberto, el hombre no tiene problemas de plata.
- Sí, eso dicen todos hasta que empiezan a protestar las letras.
-…
- Bueno, a medida que se vayan pagando las letras te vienes a
buscar una comisión, y váyanse luego antes que me arrepienta.
- Muchas gracias, don Alberto.
- Gusto en conocerlo, doctor, ¿mucho tiempo en la hípica?
- Sí, algún tiempo.
Ya la conversación estaba siendo incómoda, salieron del edificio
y fueron a relajarse tomándose un café en el Haití.
Así tenemos un potrillo adquirido en un remate, que es retirado
luego de documentar su pago de diversas formas, es decir, al contado
o en un plazo estimado dependiente de lo interesado que esté el
criadero en vender o los clientes en adquirir (oferta y demanda).
Antiguamente, cuando la palabra empeñada valía, bastaba para dar
por hecho un trato, y se daba el pase para retirar el animal del recinto,
separándolo de sus “hermanos y hermanas”, para ser llevado a alguno
de los corrales dentro de los recintos de los hipódromos o en la cercanía
de estos (en el Club están situados a ambos lados de la Avenida Club
Hípico. En cambio, en el Hipódromo Chile, están incluso a varias
cuadras a la redonda. En el Sporting, exclusivamente dentro del mismo
hipódromo).
La llegada de un potrillo a un corral pequeño, constituye un
134
motivo de alegría y sobre todo de esperanza de un futuro promisorio
para todo el equipo, ya que implica la renovación del material; en
pocas palabras: equivale a la llegada de una máquina nueva a una
empresa, o de un auto nuevo a una flota. Inmediatamente viene la
asignación de quien lo va a cuidar. Aquí el preparador y el capataz
tratan de equilibrar las opciones, repartiéndose funciones de modo tal
que cada cuidador tenga un par de caballos corriendo y otro por correr,
o al menos uno corriendo. Claro que cuando llega una “estrella”, por
precio o antecedentes (a veces por el caballo y otras veces por el dueño,
un “patrón bueno”), el caballo es entregado al mejor cuidador del
corral o al que ha demostrado tener ese “ángel” o “suerte” que marca
la diferencia y no siempre es azar, sino una mezcla de diversos factores
sumados a la capacidad y también al cariño que la mayoría de los
cuidadores sienten por estos inteligentes animales.
Los primeros días son de acostumbramiento, el animal viene de
otro ambiente (el criadero) y su llegada al corral implica un cambio
radical en la vida de estos nobles corredores: diferente clima,
alimentación, manejo y otro tipo de exigencias a las que no están
habituados. La verdad es que en el criadero, especialmente en los
últimos días, se busca que el caballo destinado a ser exhibido en el
redondel luzca bien. Y para los parámetros existentes en nuestro país
esto es un animal rellenito (gordo), brioso y de pelo brilloso.
Obviamente, todos estos factores acompañados de un tamaño ojalá
grande (bordeando y superando los quinientos kilos), sin defectos
locomotivos aparentes, ni vistosas cicatrices, ni colores muy distintos
a los usuales.
- Lote 149, tenemos el lote 149, último ejemplar del Haras Los
Retamos.
- ¿Dijo Los Reclamos?
- Silencio, por favor…
135
- Este buen hijo de Crivelli por una madre Don Barcia, línea de El
Palmar…
- ¿Lo entregan con las muletas?
- Más respeto, por favor…
- ¡Pero si anda completamente cojo este caballo!
- ¿Una oferta?
- Fuiiiiiii, fuiiiiiii (silbatina general)
- Sáqueme ese animal, y damos por finalizado el remate.
En los remates de año y medio, los cuales son totalmente distintos
a los de caballos en training, en muchas ocasiones el público reacciona
en forma burlona, casi agresiva cuando algunos de los prospectos
presentados presenta algún defecto de aplomos, pero a veces el castigo
es más subjetivo: el color por ejemplo. Nadie compra caballos tipo Roy
Rogers, con las crines muy rubias, o caballos de color barroso por
ejemplo. También se castigan aquellos de gran mancha blanca en la
cara (cariblancos), o con ‘pico de loro’. Igual sucede con aquellos de
perfil acarnerados, característica ideal en los caballos chilenos,
prefiriendo aquellos de perfiles rectos e incluso cóncavo tan comunes
en los caballos tipo árabe. Y para qué hablar de los caballos “sillones”
(como el caballo de Los Tres Chiflados), o con las manos muy
desviadas, hacia afuera o hacia adentro, siendo preferibles estos
últimos, pues tienden a “alcanzarse” menos que los primeros, pues al
sacar las manos en el galope, lo hacen abriéndolas hacia afuera.
Al observar a los futuros compradores de potrillos (y potrancas,
ya que se usa “potrillo” como término genérico), acompañados por un
séquito de especialistas (preparadores, veterinarios e incluso algunos
jinetes que las oficiaban de asesores), Sebastián llegaba siempre a las
mismas conclusiones: no hay caballo perfecto, el caballo perfecto no
servía para correr y el concepto de calidad de un caballo es un tema
perfectamente individual y discutible, rara vez hay dos opiniones
136
coincidentes. Muchas veces, en la pista, corrían más los papeles
(antecedentes genealógicos, pedigree, campaña de los hermanos) que
las bonitas fachas, haciendo excepción de las fallas groseras: muy
“parado de manos” o muy “sentado”, o rodillas vacías, o “corvas de
vaca”, que hacían muy difícil la tarea de entrenar a esos animales
(difícil pero no imposible, ya que en numerosos casos llegaron a ganar
incluso clásicos).
En los últimos meses antes de llevarlos a remate, en casi todos los
criaderos se tiende a engordar a los caballos en vez de tratar de
ponerlos en forma mediante ejercicios. Ejercitarlos en exceso trae
aparejado el riesgo de lesiones que puede abortar una venta a un buen
precio, o incluso tener que retirarlos si las lesiones son muy graves.
Cuando Sebastián trabajó en el haras, vivió el ajetreo de llevar más de
treinta potrillos a remate, concluyendo el duro y sacrificado trabajo
realizado a lo largo de más de tres años, desde el momento que se
efectuaba la monta o servicio hasta la salida al ruedo de las ofertas. A
partir de un cierto momento se los mantenía encerrados la mayoría del
tiempo, sacándolos en las mañanas al trabajo de picadero o “estaca”,
seguido por la clásica ducha y la caminata. Una vez secos, se procedía
al ritual de la rasqueta y el cepillo, al igual que en los corrales, pero
aquí con la idea de tenerlos en buen estado de presentación para los
visitantes que arribaban al criadero. Aparte de mejorarles el pelo, el
rasqueteo y cepillado servía para amansarlos y acostumbrarlos al
manoseo, incluyendo la zona testicular (en los machos), además de la
limpieza de orejas y de cascos, etc.
Dependiendo del caballo, se les daban ocho o diez vueltas a la
estaca, esto es a ambas manos (Club y Chile, o a favor y en contra de
los punteros del reloj, respectivamente). Al principio, sujetos por una
cuerda, cuerda que en más de una ocasión provocaba algún accidente
o rozadura, certificada por la marca que presentaban algunos
137
ejemplares. Luego, cuando los ejemplares ya tenían más costumbre o
eran más dóciles, se les deja galopar libremente.
Efectivamente algunos caballos son más “livianos” que otros, y
casi no se cansan con el ejercicio, pero esto es más un indicio del estado
físico que presentan en el momento y no necesariamente una muestra
precisa de la calidad futura que van a desarrollar. En más de una
ocasión, en una generación del criadero, el más remolón resultó ser el
más corredor y viceversa. Tampoco tiene relación alguna cuál de los
potrillos es el líder en los potreros, el que galopa encabezando el lote,
el que domina al momento de recibir el alimento en los comederos, el
más bravo o el más despierto.
Ninguna de estas características indica un futuro pletórico de
éxitos en las pistas. Estos factores supuestamente infalibles a la hora
de elegir al mejor constituían (y constituyen) otro de los mitos de la
hípica, ya que a juicio de Sebastián había otros factores que incidían
más fuertemente en los resultados. Uno de los más importantes era la
calma para llevarlos a su ritmo, dejando de lado el calendario de
carreras, el apuro de los dueños o la necesidad de cubrir la letra
firmada en la compra; todo esto sumado a una tremenda dosis de
suerte, al cariño y empeño puesto por el cuidador, y al conocimiento
del preparador. Este último factor era el más estable, ya que en los
distintos corrales en los que Sebastián tuvo ocasión de trabajar, salvo
contadas excepciones, se preparaba a todos los caballos de la misma
forma.

138
Preparando a un caballo

Hay una contradicción a la lógica entre los criadores, que entregan


potrillos excedidos de peso a los corrales, y los preparadores que deben
comenzar de cero a ponerlos en estado de máximo rendimiento.
Haciendo un símil con el atletismo, es como recibir a un joven
gordito y fuera de forma y tratar de transformarlo, en el menor tiempo
posible, en un atleta fibroso y agresivo, sin descuidar el aspecto ya que,
por ser la hípica principalmente un espectáculo, la presentación es un
punto de suma importancia, especialmente el día de carreras. Por eso
la profusión de chapes, borlas, trapos bordados, vendas llamativas,
capas de colores, riendas lujosas y otros adornos que contribuyen a
darle brillo y lucimiento.
Paralelamente algunos preparadores (y eso que en Chile no
tenemos un Ascot ni un Florida Derby) cooperan con algunos curiosos
sombreros, a veces muy demodé, mientras otros hacen gala de corbatas
llamativas, casi incendiarias, o albas bufandas, que junto con llamar
poderosamente la atención, ponen una nota de color a nuestra plana y
gris indumentaria. En otros países, especialmente Estados Unidos, el
show lo es todo: encabezan la salida de los caballos con personajes
históricos, hay homenajes a figuras de antaño, desfile de carros y venta
de productos alusivos: copas, poleras, lápices… en fin, todo el
merchandising que suele rodear a cualquier evento gringo, para atraer
más público y más ingresos.
- Sebastián, ya llegó el potrillo.
- Vamos a echarle una mirada.
- Julio, trae una jáquima y sácate Chasco para mostrárselo al
doctor.
- Altiro, don Pedro…
- ¿Y?
139
- Sigo encontrándolo precioso, quizás un poco gordo, pero ese
pecho no lo va a perder con el ejercicio.
- Ni ese cuello…
- Es una pintura…
- Vamos a hacernos famosos con este “Johnny Walker”.
- ¿Cuál es el plan?
- Lo vamos llevar al paseo unos días, para que se acomode, se
ambiente y luego a la estaca.
- ¿La idea es correrlo acá o en el Chile?
- Vamos a ver qué mano agarra mejor, pero por los hermanos yo
creo que vamos a debutar en la arena.
Al igual que en los criaderos, el trabajo en el picadero se
desarrollaba en ambos sentidos, independiente del hipódromo en que
estaba ubicado el corral. La idea era que no se acostumbraran a una
sola mano, ya que nunca se sabía dónde iban a terminar corriendo. Hay
caballos que a pesar de estar en el Club, desarrollan su mejor campaña
en el Chile y otros a la inversa. Lo típico es debutar en la pista en que
están alojados, así se evita el viaje en camión y se disminuye un riesgo
considerable; también se evita el stress de llevarlo a otro ambiente,
puesto que los caballos son muy sensibles a estos cambios, pero es
inevitable probar en otra pista si en las primeras presentaciones no se
obtienen buenos resultados, tanteando a la diosa fortuna al otro lado
del Mapocho.
Hay líneas de sangre que son mejores areneras como otras
mejores para el pasto y esto obliga a algunos preparadores a debutar
en la pista donde no están afincados; en momentos en que la hípica
pasó por aflicciones económicas esta situación tuvo molestos a los
ejecutivos de algunos hipódromos que consideraron una auténtica
“traición” el hecho de que preparadores ocuparan sus instalaciones
como pistas de entrenamientos (hasta hablaron de usarlas como hotel)
140
y presentaran sus caballos en los otros hipódromos, llevando el juego
a la competencia. Esto es no conocer de verdad la hípica, ya que no se
le puede exigir a una persona poseedora del hermano del ganador del
Tanteo, por ejemplo, que debute en el Club; el dueño no lo entendería
ni le interesarán los motivos “macro” económicos, ya que la hípica es
una suma de “micro” motivos, muchos de ellos fáciles de entender,
pero la mayoría desconocidos para el común de la gente.
En ese corral Sebastián atendía varios caballos, y debido a su
amistad con Melej, paisano también, no hacían más que repetir la
amistad que se dispensaron ambos progenitores e incluso con el
abuelo del veterinario, en la anécdota ya narrada. Sebastián pasaba sus
días entre la farmacia, los corrales y otras atenciones veterinarias, pero
su mayor goce lo obtenía compartiendo el entrenamiento en el corral
de los Melej.
- Vamos a sacar al potrillo de la estaca, tengo miedo de que se nos
lesione.
- En el corral del Metropolitano tengo a Fresón con un nudo
inflamado, por una mala pisada en el picadero, y se veía bueno.
- Y yo tuve que llevar a la potranca de don Tito a la clínica, se
alcanzó la mano y se sacó un pedazo de talón.
- Me podrías haber llamado a mí…
- Tú andabas en un criadero, y conoces a don Tito… es medio
nervioso.
- ¿Cuándo irán a arreglar las estacas?
- Administrador que llega, administrador que promete solución,
pero llega el invierno y comienzan las lesiones de los potrillos…
- Si no sabré… cuando estaba de residente tuve que sacrificar tres
caballos por lesiones sin vuelta atrás.
- Además de la espera, se juntan siempre muchos caballos, y
también está el riesgo de que pase algo.
141
- Sí, mejor meter Chasco a la cancha, pero… ¿conseguiste caballo
de silla?, siempre me ha llamado la atención que les llamen así…
- Algunos tienen nombre…
- Mmmm… Duraznito… ¿qué será de Fernando?...
Curiosa denominación ésta pues en general los caballos son de
silla, pero por costumbre se les llamaba así a caballos “chilenos” o
mestizos relativamente mansos que se utilizaban principalmente en
faenas de amansa de los potrillos y en algunas ocasiones en caballos
mañosos que por su tendencia a “abrirse” o “cargarse” requerían
adiestramiento para correr. En esos casos primero se hacía una
“sugerencia” junto a una suspensión, merced a la cual no se permite la
inscripción del caballo, ejecutada por la Junta de Comisarios, en
especial cuando el caballo en cuestión causaba notorias molestias a sus
rivales, conducta no atribuible al jinete, porque en ese caso
sencillamente se castigaba al conductor.
Estos caballos de silla se ocupaban en algunos corrales como
“profesores” de los fina sangre. Modestos personajes a cargo de
alumnos de alcurnia, como en un colegio pituco. Esta diferenciación
de clases la expresó muy bien el desaparecido Renzo Pecheninno
“Lukas”, en una caricatura donde un caballo carretonero, con sombrero
de paja incluido, le está pidiendo a un espigado caballo de carreras:
“Un autógrafo, por favor”. Algunos corrales arriendan a los caballos
de silla por la temporada, otros los piden prestado, pero resalta el
increíble estado físico de estos caballos, auténticos “stayers”, dotados
de una enorme resistencia para galopar varias veces la cancha,
acompañando a los futuros cracks de la pista durante sus
entrenamientos.
- Chico Rigo, ¿Julio se va a subir de una a Chasco?
- No, po’ doctor, parece recién llegado a la hípica, usted.
- Cada uno en su pega, ¿o tú sabes castrar?
142
- No sé castrar, pero he visto castrar muchas veces, una vez en el
corral de don Valentín…
- ¿Ubilla?
- Ese es jinete, pues doctor, Valentín Ramírez le digo yo. Al otro año
que nos ganamos el Ensayo con Eugenia, al hombre le entró la idea de
castrar los seis potrillos que teníamos, hijos de Filibustero, Licencioso,
puro filete…
- ¿Por?
- Tincás nomás, que echaran más cuerpo, que igual no iban a ser
reproductores, vaya usted a saber… cuando uno es cuidador es el último
de la fila, al menos eso creen los preparantes.
- ¿Y?
- El doctor Morales, ha oído hablar de él, supongo.
- Mucho.
- Nos regaló las criadillas, y nos hicimos el manso fricasé…
- Linda historia, ¿y cómo llegamos al fricasé de criadillas con mi
pregunta de si Julio se va a subir de una al potrillo?
- A esta conversa hay que ponerle rodela.
- ¿Cómo?
- Va pa’ dentro y pa’ fuera…. No, pues doc, ya lo apretaron y ahora
viene la montada.
Montar por primera vez un potrillo tiene varias posibilidades
pero casi todas comienzan con “la apretada”. Esta consiste en ponerle
una cincha o cinchón que es una banda elástica con hebillas y dejar
que el caballo se acostumbre durante algunos días, “apretado”,
tratando de matar su instinto libertario con una pequeña muestra de
poder, para que entienda que debe acatar todo lo que sus humanos
dominadores deseen imponerle.
Luego algunos los “guatean”, esto es subirse dentro de la
pesebrera, como tanteando si se resisten a tener a alguien arriba, y los
143
más valientes (la mayoría) sencillamente se montan de una vez. Aquí
la decisión es del amansador, que ayudado por otro de los cuidadores
(generalmente trabajan en parejas), sujeta mediante un cabestro, lo
monta con un mandil y lo saca al paseo, acostumbrándolo a sentir
sobre sus lomos el peso y el poder del jinete. Pura valentía nomás, que
se cobra todos los años un amplio número de cuidadores accidentados,
en mayor o menor grado.
Vienen entonces algunos pocos días de galope montado en la
estaca y cuando sienten que está listo, lo ingresan a la cancha de
trabajos. Si hay caballo de silla éste acompaña en el galope. Si no,
entran de a parejas, con otros más adelantados o en grupos de varios
haciendo un trabajo suave, de aprendizaje. Al mismo tiempo se les va
“enseñando rienda”, acostumbrando el hocico al bocado. El hocico es
una parte muy sensible de la anatomía del caballo, actúa como un
verdadero manubrio o timón para el jinete, por lo tanto se debe ser
cuidadoso en no mal acostumbrar a un potrillo con golpes bruscos de
riendas, buscando más bien enseñarle con movimientos sutiles a
obedecer los deseos del amansador. Hasta esta etapa el amansador
tiene ganada la mitad de la amansa, que generalmente equivale al
valor de lo que cobra el preparador por la mantención mensual de un
caballo.
- Ahora que está galopando en la cancha va a venir don Luis a
verlo.
- Tanto que transmitió con los Charmain Walker y ni bola le ha
dado.
- Esta es la época que tiene que sacar madera desde la Cordillera
de Nahuelbuta, después los caminos se ponen imposibles, así que el
hombre no ha venido a Santiago, ¿lo has visto en el restorán?
- No, está solamente el gordito.
- El sobrino, pero hablando de Roma, pronto asoma…
144
- Pedrito, doctor ¿cómo va la cosa?
- Me tiene en la ruina su caballo… le damos veintiún litros y no
deja un grano en el cajón…
- No llore miserias, Pedrito, lo vemos galopar y me cuenta mientras
desayunamos donde Habibi.
- Rigo, dile a Julio que lo meta a la cancha.
Aquí realmente comienza la transformación, mediante el
ejercicio, de animales sobre engordados, tal como llegaban de los
criaderos en atléticos conjuntos de huesos, tendones y músculos,
dedicados a rendir en velocidad y resistencia contra su propio
desempeño y los demás rivales. No es raro que bajen cuarenta,
cincuenta o más kilos una vez llegado el momento de debutar, para
luego subir de peso gradualmente y a los tres o cuatro años alcanzar el
peso definitivo óptimo. Una vez dóciles de rienda y galopando en la
cancha, todo depende de cómo vayan desarrollándose físicamente,
algo que el entrenado ojo del preparador debe evaluar día tras día
antes de permitir los pasos siguientes: la silla de trabajo, primero y
luego la de carrera.
Todos los galopes se hacen sin estribar, con los pies del jinete
colgando libremente, ya que sólo se ocupa un mandil o pelero y la
cincha, mientras con los talones se le pega en los flancos para
animarlos, y la fusta o huasca se lleva para usarla en caso de necesidad.
Algo similar a esquiar: todos llevan bastones, pero sólo lo usan los que
saben menos; la fusta igual, al menos en la etapa de aprendizaje, se
lleva pero no se usa. Una vez que están galopando en la cancha, el
preparador ya debe elegir la mano a la que piensa debutar.
Al menos en el Club, hay cancha a la mano del Chile en horas muy
tempranas, antes de las siete y media, y luego después de las once de
la mañana, todo sujeto a si es un día de carrera o no y ha sufrido
cambios según las distintas administraciones de la cancha. Cada
145
cambio de mano se indica con toques de campana, la misma que sirve,
al ser tocada en repique, en el Club, para indicar que hay un caballo
suelto en la cancha, signo casi inequívoco de la ocurrencia de un
accidente, caída o rodada. En el Chile en cambio, se usa una sirena con
la misma finalidad.
- Oye, Julio ¿cuándo va a trabajar Chasco?
- Estamos galopando largo con el de Cacaraco, el de su tío.
- ¿Mastuerzo?
- Ese mismo…
- ¿Y, cuál se ve mejor?
- Usted sabe que al hombre le gusta llevarlos tranquilos, se han
visto parejos.
- Por ahí me contaron que ya los movieron.
- Hocicón el chico Rigo… la verdad es que el alazán se ha visto más
liviano, pero mi mulato tiene el galope más largo.
- Tiene un galope muy raro, diría yo, como que entierra la cabeza.
- Me lo dice a mí, llego todo adolorido porque hay que ir
levantándosela todo el galope.
- ¿Y será problema?
- Va a ser problema pa’ los otros, porque mientras más lo afirmo,
más corre.
A pesar de que el preparador decide cuándo ponerle silla a un
potrillo, de acuerdo a lo avanzado en sus galopes en la cancha,
normalmente los cuidadores, a escondidas del “hombre”, los tantean
en pequeños tramos adoptando las poses de los verdaderos jinetes, con
los pies imitando la estribada de estos y revoleándoles la fusta, a esto
se le llamaba “moverlos”. La verdadera “movida” consiste en juntar
una pareja de potrillos que ya estén galopando en silla, con avance
semejante en su training, y hacerlos pasar una distancia corta,
generalmente doscientos metros, casi sin importar el tiempo en que lo
146
recorran, aunque igual se estaba pendiente del tiempo, pero no de
manera enfática. La instrucción es normalmente: que lleguen parejo,
se van esperando y no los castiguen.
Este trabajo es para ir generando competitividad entre pares,
haciendo que uno se adelante, que el otro lo espere y luego lo pase.
Siempre se hace entre caballos del mismo corral, excepto en el Chile,
en que se ve a los preparadores buscando acompañantes para un
caballo, diciendo algo así como: “¿Quién va seiscientos?”
Así se va subiendo de distancia a medida que van sorteando
tiempos aceptables. En el Club van de doscientos a cuatrocientos,
incluso muchas veces se salta a los seiscientos (en ese caso
normalmente el trabajo se hace sin acompañante, ya que se los
animales se “intencionan” mucho), de ahí se pasa a los ochocientos
metros que todavía es una distancia de pre competencia. Al llegar a los
mil metros, ya se puede considerar que está listo para el debut, el cual,
generalmente, se hace en esa distancia y más raramente en los mil
doscientos, aunque quien crea tener un caballo de calidad superior,
por antecedentes, físico y a veces precio, puede hacerlo debutar incluso
en mil seiscientos metros. En el Chile la mayoría debuta en mil
doscientos y se utilizan los quinientos metros como referencia de
finales. Cuando están trabajando la distancia que van a correr,
comienzan las idas al partidor, aunque comienzan antes, cuando los
llevan a “parar”, esto es meterlos en los cajones, acostumbrarlos a estar
tranquilos dentro, y enseñarles a “picar” o salir, al principio con
puertas abiertas. Después el paso siguiente es sujetando las puertas en
forma manual y luego se sueltan éstas sincrónicamente, animándolos
a salir. Cuando ya se encuentran aptos, después de varias pasadas por
los cajones, viene la prueba más difícil: la “huinchada”.

147
Primera vez al partidor

- Sebastián, mañana estamos listos para huinchar.


- Temprano vamos a operar una rodilla con Sabureau, y voy a
ayudarlo con la anestesia.
- Va a venir tu tío, don Luis, don Tito…
- Va a estar llena la galería…
- Los muchachos quieren apostar los desayunos, pero yo prefiero
que salgan separados, así se producen menos roces entre los dueños y el
capataz puede “pararlos” de a uno.
La huinchada es una verdadera carrera chica, en la que salen del
partidor, igual a una competencia oficial, cinco o seis caballos, los que
también se ubican en los cajones por orden de llegada, al azar, aunque
todos prefieren verse las caras con ejemplares de la misma edad o
semejante estado de entrenamiento; nadie quiere que a un potrillo lo
“reviente” un caballo viejo, más fogueado o acostumbrado a salir del
partidor, es preferible ir con los de igual nivel. La hípica en este
sentido es muy democrática, muchas de estas actividades no respetan
jerarquías entre caballos de mejor precio ni pedigree, ni entre corrales
poderosos y modestos; prima entre los cuidadores un estricto respeto
al orden de llegada.
Apenas alcanzó Sebastián a llegar a la huinchada de Chasco quien
con Oscar Escobar “up”, salió con otros cuatro potrillos y llegó
lastimosamente último, muy sofrenado.
- ¿Qué pasó, jinete?
- Échele una mirada, don Pedro, al parecer se enganchó con algo en
el cajón.
- Tiene sangre en el pecho…
-Sebastián, mírale el lado derecho, está sangrando
- Llevémoslo al corral, voy a tener que suturarlo, es muy grande el
148
corte para que cierre solo.
Desde su auto sacó su caja con instrumental, y puso en un riñón
el porta agujas, unas pinzas, agujas y se echó al delantal dos sobres con
hilo de sutura. Mandó a buscar jeringas y Procaína a la farmacia y en
menos de diez minutos lo tenía “cosido”, suturado.
- Hay que pararlo unos días, hasta que le saque los puntos.
- No hay problema, doctor, el problema es que voy a tener que pagar
los desayunos porque Mastuerzo arrasó en la huinchada…
- Va a estar feliz mi tío, pero no te preocupes, que a los caballos
buenos siempre les pasa algo…
Se “huincha” varias veces antes de obtener el pase del Juez de
Partida, condición sine qua non para poder inscribir un potrillo por
primera vez. Es además una excelente ocasión para comprobar el
estado de preparación de un caballo. A pesar de ser un ejercicio
relativamente corto (cuatrocientos metros) es un ejercicio que imita
muy bien el clima de carrera real, con el nerviosismo de varios
ejemplares en su cajón y con la obligación de estar muy atentos, tanto
el jinete como la cabalgadura, concentrados en la orden de salida del
juez y en la violenta apertura de las puertas. Casi todos van “hasta
afuera”, o sea hasta cumplir los cuatrocientos metros de recorrido, y
siempre son carreras de “meta y ponga”, donde los jinetes (más los
aprendices que los consagrados) castigan a fustazos, meneando
enérgicamente a sus conducidos, tal como si se corriera por los
premios.
Esta ida al partidor, a veces es la postrera oportunidad de sacarle
ligereza a un caballo que se haya visto remolón en el último trabajo
“largo” antes de correr. Este trabajo es casi siempre en una distancia
muy semejante a la que tendrá que enfrentar el día de la verdadera
carrera y en ambos se trata de exigir que sea efectuado por el mismo
jinete que lo correrá.
149
Todo reglamentado

Y viene la primera inscripción. Todo está rigurosamente regulado.


La verdad es que la hípica está absolutamente regulada, todo tiene
reglamento, leyes, códigos y estatutos, de conocimiento público y más
fácilmente ahora con el acceso a internet y el acceso libre a las páginas
de las instituciones encargadas (muchos de esto se puede revisar en la
página www.consejosuperior.cl del Consejo Superior de la Hípica
Nacional).
Además, preestablecido con meses de antelación, hay un
Programa de Temporada que indica de manera cabal los próximos tres
meses de carreras que se disputarán en determinado hipódromo, con
el detalle de sus características. Las carreras siempre llevan un nombre;
las comunes, generalmente el de algún caballo que ya no está
corriendo, y las especiales o clásicas siempre hacen referencia a
personajes famosos de la hípica (v.gr. Premio Nacional Ricardo Lyon),
o próceres de la historia (v.gr. Clásico José Miguel Carrera Verdugo) o
instituciones nacionales (v.gr. Armada de Chile), o nombres
tradicionales cuyos orígenes se pierden en el tiempo (v.gr. Tanteo de
Potrillos, Polla de Potrancas, el Cotejo, El Ensayo, Comparación, Gran
Premio, El Derby, etc.) Las condiciones de estas (no ganadores de dos
años, hándicap del cuarenta y cuatro e inferiores, clásico de
reglamento, hembras, etc.), además de establecer la distancia a recorrer
(desde ochocientos a dos mil cuatrocientos metros), el día que se
disputará la competencia, el premio asignado al ganador y a los que
ocupen los lugares secundarios y la fecha hasta la que se reciben
inscripciones.
La inscripción es un formulario en que debe constar el nombre del
ejemplar, el de sus padres (si es primera vez), los nombres del
preparador, del capataz y del cuidador, así como establecer en qué
150
carrera y en qué fecha se desea participar. El formulario se deposita,
firmado, en buzones ad-hoc ubicados en zonas determinadas de la
cancha o directamente en las mismas oficinas de los hipódromos. Si
las carreras son un lunes, por ejemplo, la inscripción se hace en la
mañana del martes anterior. En los departamentos hípicos de los
hipódromos ordenan estas inscripciones, agrupándolas por carrera, y
un poco acomodando los rivales tratando de ser lo más ecuánimes
posibles y así no perjudicar ni favorecer a nadie.
Tratan de no juntar caballos del mismo preparador en una misma
carrera, por ejemplo, o “cortan” carreras de acuerdo al hándicap. Dejan
carreras “abiertas” también, esto es con la posibilidad de que se
inscriban más caballos, generalmente cuando el número es
insuficiente para ofrecer competencia y espectáculo. Y revisan una
serie de factores, antes de hacer pública la inscripción: rechazan
inscripciones de caballos que no se acomoden a lo solicitado, o
caballos que precisen certificados de un veterinario para correr o del
juez de partida; todo esto lo indican en el listado. Una vez que está
todo de acuerdo a las reglas, se imprimen los volantes, entregándolos
esa misma tarde a los gremios hípicos con las listas de las distintas
carreras y los ejemplares que postulan a participar.
Todos las conocen como “las inscripciones” y con estas listas
comienzan su labor los secretarios de jinetes (cuando el jinete tiene
uno), los secretarios de preparadores o capataces y muchas veces el
propio preparador. Y se trata de “buscarle monta” a cada caballo
inscrito o buscarles caballos a los jinetes, si se pudiera mirar desde el
punto de vista de estos. Muchos ya saben que tal caballo lo está
corriendo tal jinete y los secretarios de otro jinete ni siquiera lo piden.
Otras veces se trata de “desmontar” un jinete, ya sea alabando el
propio o denostando al anterior, todo en un ambiente de rivalidad no
agresiva, como en un juego en el que todos tratan de sacar la mejor
151
ventaja, pasando a llevar a los otros, pero sin que se note ni se sepa
mucho. Cuando la salida de las inscripciones coincide con un día de
carreras, es común ver a algunos preparadores, especialmente los que
tienen muchos pupilos, rodeados de secretarios de jinetes, solicitando
correr este u aquel caballo y alabando las virtudes de sus
representados.
Otras veces el compromiso de correr se manifiesta
inmediatamente finalizada una competencia y si algún caballo ha sido
notoriamente mal conducido, en ese momento se dejan caer los
secretarios con sus “serruchos” intentando conseguir la monta para
ellos.
El trabajo de secretario es a un porcentaje de lo obtenido por el
jinete, generalmente el 1% de los premios, y un tanto más por monta
conseguida (esto viene a ser el sueldo fijo, porque los premios…
pueden venir como no pueden venir), así que a mayor eficiencia,
mayor ganancia. Otras veces ocurre que un caballo viene siendo
corrido en sucesivas carreras por un mismo jinete, pero sale inscrito
con un peso tal que es necesario buscarle un jinete más liviano,
obligándose el cambio. Hay jinetes que por más que intenten, a través
de dietas, ejercicios, idas a los baños turcos, uso de pastillas, etc., no
llegan a pesos bajos: cincuenta y uno o cincuenta y dos kilos
(incluyendo traje, botas y aperos, excluyendo solo el casco, es el peso
ideal), y son escasos y muy apreciados los jinetes buenos y livianos.
Igualmente apreciados los jinetes aprendices, que mientras no
ganen las primeras sesenta carreras que los hagan cambiar de
categoría, corren descargando hasta cuatro kilos en las carreras
condicionales. Ocurre que cuando aparece alguno de mucha calidad,
no le cuesta mucho ganar su título de jinete de primera, ya que se usa
mucho “echar cuatro menos” a algún potrillo o potranca para que salga
de perdedor rápidamente. Cuatro kilos menos, en una carrera
152
condicional, en la que van todos a pesos iguales, es una tremenda
ventaja a favor entre caballos de la misma edad.
Una vez que se establece el compromiso de correr un caballo, este
se formaliza con la entrega del “compromiso de monta”, otro
formulario que lleva claramente el nombre y firma del jinete, el
nombre del ejemplar y la carrera en la que se declara el compromiso
de montarlo. Este formulario también se hace llegar al departamento
respectivo, con un plazo de hasta el día siguiente de salida las
inscripciones. También en este momento está la posibilidad de retirar
al caballo mediante una papeleta especial.
Con los caballos ratificados se puede elaborar el programa
definitivo y se imprimen las hojas para su divulgación, conocidas
como “las con montas” y ya se comienza definitivamente a pensar en
la carrera, estudiando las últimas actuaciones de los rivales, calculando
cómo irán a correr los demás (si en punta o de atrás), averiguar sus
últimos aprontes y soñar con la posibilidad del triunfo. Entremedio
viene el último trabajo, para saber el verdadero estado antes de la
carrera, trabajo final que, para ser sinceros, no asegura nada, ya que en
los dos o tres días faltantes pueden ocurrir muchas cosas.
En todo caso se puede consignar que Chasco debutó ganando en
el Chile y no volvió a ganar hasta que se llevó el Derby Centenario,
con la monta del crack Alberto Poblete; Mastuerzo, en cambio, debutó
último y salió de perdedores en su séptima presentación, aunque igual
dio satisfacción a sus parciales ganando el Paddock Stakes (el Ensayo
chico) y figuró 5º en el concurrido Derby viñamarino.

153
Las instrucciones

Hito importante, o rito importante, es ese breve espacio de tiempo


en la troya, previo a la monta de los caballos, en que se juntan jinete,
preparador y propietario. Un poco antes, el preparador, ayudado por
su secretario, habrá ensillado al ejemplar bajo la atenta mirada del
cuidador, quien al estar de frente sujetándolo por las riendas, es testigo
privilegiado para que el mandil quede alineado. En este evento puede
o no estar presente el propietario, pero no puede faltar en “las
instrucciones”. Hay caballos que tienen una modalidad de correr y es
difícil cambiarla, hay otros más dúctiles que permiten que su jinete
decida si vienen punteros, a medio lote o arriando el mismo. La partida
es otro factor a considerar, junto a la distancia y los rivales, pero
ningún propietario debe perderse el momento de la monta en la troya.
- ¿Cómo está, Pedrito? (este es el jinete de la casa...)
- Bien, doctor, gracias (el apretón de manos nos indica lo fuertes
que son a pesar de su tamaño)
- Usted lo ha corrido otras veces, que más le vamos a decir… ( ahora
está mirando el fondo de su casco y elevando una oración)
- Bueno, aquí va ese caballo rápido de Juan Silva (poniéndose los
guantes...)
- Sácalo adelante, si te pasan, que sea corriendo (este es el
preparador)
- Déjele algo para los finales (comentario del dueño que poco
entiende...)
- Acuérdese que las líneas por dentro están pesadas, han ganado
todos por el centro o por fuerita (el preparador, demostrando que hace
su tarea)
- Sí, si ya me tocó correr, y por dentro está muy agarradora (no
vayan a creer que estoy pajareando)
154
- ¿Corre algo más, Pedrito?, ¿algo que le guste? (mmm, dateándose
los perlas)
- El de Gabriel, en la penúltima no puede perder...
- Suerte jinete...
Otros más cancheros tan solo dicen: “Usted lo conoce, tráigalo
tranquilo y que corra al final” . Otros, más cancheros aún: “Nos vemos
en la foto, jinete”. Algunos “sabios”: “Que parta bien, y lo dejas
cuartito, que no venga muy lejos, trata de tomar la curva por dentro y
en el derecho lo abres un poco y lo llamas a terreno” (le pasó el manual
completo). Los que se la juegan en su ley: “Que pique bien, y te vienes
en punta nomás, no te va a salir a correr nadie...O que venga con ellos...”
Los gringos son más prácticos, suponen que ya se ha conversado lo
suficiente sobre la estrategia y sólo agregan un “safe home” o algo
parecido: “bring it on home”, un deseo que ni a caballo ni jinete (o
viceversa) les pase nada en la carrera.

155
Los Siameses

Así, la hípica domina la vida de los que en ella participan,


acortando las semanas con sus días de inscripciones, los días de los
aprontes y el importantísimo día del trabajo previo a correr, que indica
con relativa seguridad (si es que este tipo de seguridad existe en esta
actividad) el resultado que habrá de obtenerse el día de carrera. Y
Sebastián era un hípico clásico. En sus viajes privilegiaba los
hipódromos por sobre los museos, los corrales por encima de los
monumentos, y así, en Palermo se la jugaba toda a Carlitos Pezoa,
aunque muchas veces no ganaba. Carlitos igualmente sonreía al
público, que curiosamente animaba a los jockeys y no a los caballos. Y
suma y sigue, en Monterrico le jugaba al Conejín González, en Rio a
Lucho Yáñez y en Antofagasta al “tata” Juan Rivera.
Para ese entonces, ya el papá de Sebastián había comprendido que
contra la fuerza de la sangre no se podía luchar, y prefirió no ir contra
la corriente. Empezó a permitir que Sebastián desarrollase de manera
libre el gusto por los caballos, la hípica y su mundo. Aún más, en las
vacaciones, se llevaba temprano a Sebastián hasta su fábrica en Avda.
Einstein, para que éste tomara la micro Avenida Chile que iba por
México hasta la plaza Chacabuco, donde se instalaba toda la mañana
en la clínica del Hipódromo Chile a ver en acción a los médicos
veterinarios y a sus eficientes ayudantes. Era la época de los doctores
Hernán Gaona y Miguel Miranda, con los enfermeros Navarro y “El
potro”, apodo de uno de ellos.
Ahí fue desarrollando el amor por la actividad que habría de ser
su pasión y profesión, tratando de participar en todo lo posible, lo que
obviamente era difícil dada su juventud, pero Sebastián estaba feliz
con el hecho de estar ahí, observando, aprendiendo, educando el ojo y
todos sus sentidos, entremedio de los vahos y olores que sólo se
156
sienten en las clínicas de caballos, un olor inigualable mezcla de
remedios, cáusticos, sudores, bostas y desinfectantes.
Y pensar que en algún momento, esta inevitable atracción
genética por los caballos, cuando Sebastián y sus hermanos eran niños,
habría de hacer que don Nadim gestara un plan “genial” para hacer
“desistir” a su familia de la idea de involucrarse en la hípica. Es así
que ideó un plan con Aliro, preparador casi exclusivo de su cuñado,
para desilusionar de una vez por todas a los porfiados aprendices de
propietario.
- Aliro, quiero comprar un caballo.
- Pero si a usted no le gusta este ambiente para sus hijos. Incluso
me ha dicho…
- Pero, ¿si les compro un caballo que no corra nunca? Entonces sí
capaz que se desilusionen de la hípica.
- ¿Le busco un caballo que no sirva?
- ¿Qué comes que adivinas?
- Llevo años preparando, y le puedo asegurar don Nadim que nunca
me habían hecho un pedido así, veremos qué se me ocurre…
A los pocos días don Nadim recibe una llamada de Aliro.
-Tengo la solución, véngase con los niños a los remates…
- Acuérdate de lo conversado…
- Tranquilo, hoy nos juntamos a las cuatro en el Tattersal.
Y esa tarde, en uno de los remates, adquirieron a uno de los
despreciados que no tuvo ni la postura mínima (de acuerdo a la
opinión del criador) para ser adjudicado a otros, lo que llaman
“defendido”, de nombre Marnox, un hijo de The Accuser y Fortunata
por Flexton. Era un linajudo alazán, pequeño y fuerte, que fue uno de
los más baratos del haras, ya que a pesar de tener un par de hermanos
clasiqueros, traía una pequeña “trampa” consigo: era mellizo. Esta
condición hizo que, a pesar de sus antecedentes familiares, saliera en
157
un precio más bien módico.
Mientras celebraban la adquisición en el Mervilles, restaurant
ubicado en Rondizzoni, frente al parque, recinto al que se haría
costumbre asistir en posteriores adquisiciones, en un momento de
descuido de sus hijos, don Nadim le espeta:
- Aliro, explícame ¿qué compraste?
- No se preocupe, Don Nadim, uno que no va a correr jamás.
- Eso espero, quiero que la palabra “carreras” no se escuche más en
mi casa.
Tú conociste a mi suegro, y a los sobrinos de mi señora…
- Era que no, son mis mejores clientes…
- En maldita hora se le ocurrió a mi suegro...
- No les ha ido tan mal...
- No estoy hablando de eso, no quiero sorpresas con esta estrategia.
- Confíe en mí.
Efectivamente, el bonachón Aliro tenía razón: el mellizo Marnox
apenas se pudo amansar, era de trato difícil a pesar de toda la atención
que la familia entera le brindaba: lo iban a ver todas las semanas, la
mamá de Sebastián le había hecho una capa de fantasía con trozos de
distintas telas (copiada de El Padrino I) y lo mimaban en la pesebrera
con azúcar y zanahorias. Pero no hubo caso, no sirvió, no era “de
carrera”, hecho usual en la hípica. Incluso Sebastián habría de cruzarse
con otros mellizos en su vida profesional, le tocó criar personalmente
a uno cuando ya era un veterinario hecho y derecho: Milloneti,
bautizado así por el costo que significó criarlo, y cuya madre murió en
el parto. Milloneti fue igualmente inservible para correr.
Este fracaso, lejos de amilanar a Sebastián y a sus hermanos, fue
el mejor (“peor”, según don Nadim) aliciente para buscar la revancha
o desquite en la hípica, por lo tanto se abocaron a buscar otro caballo
que les permitiera darse el gusto no de ganar, sino tan sólo de ver los
158
colores de la familia compitiendo en la pista. Aquí apareció el tío
materno de Sebastián, el dueño del criadero y continuador de la faena
que iniciara el abuelo Abraham, allá lejos en el tiempo, haciéndoles a
los hijos de su cuñado una oferta ineludible.
- Llévense esta potranquita, chiquillos, díganle a mi cuñado que me
la pague como quiera.
- ¿Y es buena, tío?
- Lo mejor del criadero. Se llevan una clasiquera.
La oferta fue aceptada y vuelta al corral de Aliro, vuelta a la
ilusión, pero (siempre los malditos peros), este fue el segundo fracaso
del novel stud. La potranca tampoco pudo siquiera ser entrenada, no
alcanzó a correr, pues luego de un detenido examen a los varios meses
de estar en el corral, se le descubrió un defecto: era ciega de un ojo, o
mejor dicho, tuerta. Los reclamos al tío no se hicieron esperar, y éste,
presionado y acusado de haberles metido “un gol” tuvo que ofrecerles
una revancha y los invitó a escoger (seguramente de entre un lote
“selecto”, donde ya había sacado el “filete”, dejando el “huachalomo”)
otra potranca. Sebastián y sus hermanos escogieron a una mulata hija
de Prepotente II y Memoria por Taitao, de nombre Praga, hermana de
una yegua que estaba en el corral llamada Pasanomás, buena ganadora
pero de un genio tal que la tenían en la pesebrera con neumáticos en
el piso, colgando del techo, ya que la oveja que le habían puesto para
tranquilizarla había terminado cadáver. Al menos la “línea” era
ganadora, pensaron los hermanos. Y el tío no sabía la estirpe ganadora
que estaba entregando. De haberlo sabido seguro lo habría pensado
dos veces antes de entregarla en cambio.
El nombre Praga no les gustó desde un principio, sonaba tan frío
como lejano, para ellos no significaba nada.
- Cambiémosle el nombre a la potranca.
- Sí, Praga es horrible.
159
- ¿Has estado en Praga?
- Buena, Firulete…
- ¿Qué nombre le ponemos?
- Algo con los animales...
- Saki como la siamesa.
- La siamesa…
- Sí, como nuestra gata siamesa.
- No, yo digo “La Siamesa”, y le ponemos “Los Siameses” al
stud….
- Hecho, es cosa de ver que el nombre no esté tomado.
- Llamemos al Aliro y que nos averigüe.
Tanta pasión por los gatos, homenajeados en el nombre del stud;
a decir verdad, la pasión de la madre por todos los animales, pasión
recibida por el mencionado abuelo Abraham, y traspasada a sus hijos,
tanto así que en la casa de Sebastián, desde pequeño, había perros,
gatos, ovejas, loros, conejos, ranas, llamas, cabras, hámsteres, gallinas,
patos, gansos… en fin, era cosa de pensar en un animal y constatar la
existencia de un ejemplar, dando vueltas por allí. No habría sido
sorpresa si hubieran vivido en un fundo o en una parcela, pero vivían
en plena avenida Las Condes, al llegar a la Kennedy, casa que era una
mezcla de zoológico y albergue animal.
Así que a este primer ejemplar del stud Los Siameses, fue lógico
ponerle La Siamesa, y con ese nombre iba a debutar. Era muy común
escoger un seudónimo como nombre para la caballeriza o stud, luego
venía la búsqueda de colores, desde un archivo especial, con especial
cuidado de que no fuera muy semejante a alguno existente. Un amigo
de la familia, que había desistido de ser propietario, les ofreció sus
colores verde amarillo, los que por su semejanza con la bandera
brasilera les encantó, y aceptaron de inmediato.
En el colegio, Sebastián era un alumno opaco, no por su
160
rendimiento sino que más bien socialmente, debido quizás a la
sobreprotección materna a la que estaba sometido, lo que le impedía
participar en las actividades típicas de esa edad, en esa época peligrosa
por lo demás, plena UP, la sociedad estaba muy revuelta. Jamás tuvo
que arrepentirse de este hecho, puesto que mientras sus amigos
incursionaban en fiestas, muy regadas y a veces muy “voladas”,
Sebastián prefería pasar su tiempo libre estudiando, o leyendo en su
pieza, en la cual permanecía confinado durante gran parte de su
tiempo, lo que hizo que su familia la denominara “la baticueva”, en
clara alusión al escondite del popular “Batman”. En ese refugio,
Sebastián devoraba todos los libros que pasaban por sus manos, pero
en especial los que abordaban temas hípicos. Así fue que leyó y releyó
“Caballo de Copas” de Fernando Alegría, sufriendo y gozando con las
desventuras y triunfos de “González”, el verdadero protagonista de la
única novela hípica que hasta esa fecha había conocido. Con el tiempo
descubriría a Dick Francis, maestro del thriller y misterio en temas
hípicos, quedando fascinado con sus novelas Banker y Bonecrack.
Se devoró los libros de José Salinas Castillo, en especial las “50
Historias de Caballos Importantes”, libro que habría de recibir cual
tesoro en un ejemplar foliado, como regalo de 15 años de parte de su
papá (en la librería de don Luis Rivano, en San Diego, muchos años
después, tuvo oportunidad de comprar un segundo ejemplar de este
libro, el cual regaló a Fernando Savater, luego de asistir a una
conferencia dictada por el filósofo e hípico recalcitrante, al igual que
el escritor Rivano). También iban con su hermano Rodrigo y sus
primos Juan Pablo y Mario, al menos una vez a la semana, a las oficinas
de la revista El Ensayo, en la Galería Suiza, en la calle San Diego,
donde se hicieron muy amigos de uno de los periodistas, Vicente,
quien les ayudó a buscar ejemplares atrasados para que los primos
completaran su colección. Todo esto, sumado a los programas hípicos
161
que semana a semana pasaban por su pieza, junto a los artículos en los
diarios y el infaltable programa de radio Colo Colo, mantenían a
Sebastián inmerso en un mundo hípico, cual Quijote de la Mancha, al
punto de que sus padres pensaran que, en algún momento, su hijo
enloquecería por completo, lo cual no sucedió… creo.

162
En la Facultad

Lo que sí ocurrió, es que cuando Sebastián salió de cuarto medio,


ese año, excepcionalmente, se daba la prueba de aptitud en la mañana
y se postulaba en la tarde. En su tarjeta de postulación puso sólo tres
opciones: veterinaria en la Universidad de Chile de Santiago,
veterinaria en Concepción (sede Chillán) y veterinaria en la Austral.
Entró en el segundo lugar entre 175 aceptados a la primera de las
nombradas. Tenía compañeros de todas las edades, estratos sociales y
de todas las provincias del país, además de extranjeros.
Eso era, en aquel entonces, la Universidad, una síntesis real de la
vida, a diferencia del colegio, en que todos eran de un mismo nivel
social y de edades parecidas. A diferencia de lo que aún sigue
ocurriendo en algunas universidades privadas, de aquellas de la “cota
mil” especialmente, donde de la burbuja del colegio se pasa a una
burbuja semejante, con los mismos compañeros, vecinos, y en los que
escasea la diversidad. Los nuevos “ghettos”, donde los jóvenes
transitan por la escolaridad obligatoria y superior (más o menos
diecisiete años de su vida) sin abandonar su barrio y sin cambiar
significativamente sus grupos de referencia, produciéndose una
peligrosa endogamia, demasiada estratificación.
En Medicina Veterinaria de la U de Chile había diversidad de
credos y razas, por así decirlo, y entre tantos personajes no podían
faltar los hípicos. Uno de ellos fue Washington Prudant, un cuarentón,
hermano de dos veterinarios que trabajaban en caballos, a quienes él,
como hermano mayor, quiso emular entrando tardíamente en la
universidad. Tenía una vulcanización en Blanco Encalada con Vergara,
y era epicentro de datos para las apuestas, ya que llegaban jinetes y
preparadores a arreglar los neumáticos de sus coches… pobre
Washington, entre criar a sus hijos y atender la vulcanización se le fue
163
la ilusión de recibirse. El tiempo lo terminó echando de la facultad: el
poco tiempo que podía dedicarle al estudio, y el mucho tiempo que
había pasado desde que salió del colegio.
Otra compañera de facultad entró por cupo de extranjera y venía
del Perú, hija de Pablo Alquinta, jinete chileno que corría en Lima,
tampoco duró mucho, pero le daban un toque hípico a la carrera de
veterinaria.
A Sebastián le tocó vivir la transición de la antigua escuela al
interior de la Quinta Normal, en edificaciones llenas de historia y
tradición, (donde hacía clases de anatomía un sabio doctor Roberto
Tapia, junto a su ayudante “Farolo” Guzmán) al incipiente proyecto de
facultades relacionadas: Veterinaria, Agronomía y Forestal, en las
afueras (en ese entonces) de la ciudad, en el paradero 34 de Santa Rosa.
Allí, en sendos fundos contiguos en La Pintana, se ubicaban los
campus Antumapu y Santa Sofía, rodeado de peligrosas poblaciones.
Pasado un primer año sin sobresaltos en el estudio, comenzaba el
segundo año con un plan que habría de culminar en la justicia
universitaria:
- ¿Qué vamos a hacer muchachos?
- ¿Respecto a qué?
- Respecto a la recepción de los mechones este año.
- ¿Y qué estás pensando?
- En desquitarme po’, a mí me lacearon, me metieron en el tambor
con la cabeza de chancho, me quitaron la ropa…
- A mí me echaron al centro a pedir plata...
- Eso no es nada, acuérdense del pobre Nissan… mi papá lo tuvo
que mandar a pintar, no le salieron las cáscaras de huevos con nada…
-A propósito de huevos, como ustedes saben, soy proveedor.
- Esteban, alias “huevomán”.
- A mucha honra…, me tienen guardados todos los huevos hueros,
164
a costo cero, para este pechito…
- Yo tengo acumulado en Quilicura un cerro de melones bien
maduritos, podridos la verdad.
- Roberto y Carlos se encargan de ir a buscarlos y estamos listos.
Tan destacado plan tuvo su “premio”: un sumario por desmanes
cayó sobre Sebastián y sus tres inseparables amigos con los que
formaba un grupo cerrado, muy pesado, del cual se consignan sólo sus
“iniciales”: Roberto Fenzo, Carlos Oyarzún y Esteban Yunes, junto con
otros doce compañeros de “destacada” participación. El sumario
terminó con el sobreseimiento total luego de cuatro años de
incertidumbre, en que incluso pendía la amenaza de expulsión de la
carrera. Eran tiempos de gobierno militar y no había mucho humor
para comprender algunas travesuras y se quiso escarmentar a un grupo
pequeño para así dar el mensaje de seriedad que imponía el rector. Y
eso que nunca descubrieron quiénes habían arruinado una fiesta de
agrónomos esparciendo polvo lacrimógeno en el casino de Antumapu,
ni quiénes cambiaban los nombres de los profesores del departamento
de matemáticas, donde la seria y solemne académica Rosa Troncoso
pasaba milagrosamente a ser conocida como “Rosamel Tronco”, el
destacado biólogo doctor Luis Capurro se trocaba en “Luis penca de
burro” además de otras travesuras más que por ahora no serán
develadas.

165
Veterinaria y algo más

No todo fue jarana ni sólo estudio. Sebastián, en la universidad,


aprendió a jugar fútbol, ping pong, volvió al voleibol y empezó a ir a
fiestas. Durante el veraneo del primer año de universidad, viajó con su
hermano Rodrigo, un tío y otros dos amigos al Carnaval de Rio de
Janeiro, en un Chevrolet 56. Ese año fue el único verano en que no hizo
alguna práctica en la que sería su profesión, ya que en el segundo año,
junto a dos compañeros de curso y su primo Nadim hizo un recorrido
al sur de Chile, visitando lecherías, centros de inseminación, e incluso
llegando (sin invitación) al Haras El Rincón, donde tuvo la fortuna de
ser acogido muy cariñosamente por el famoso doctor José Mora
Campos, a la sazón todo un personaje del jet set hípico internacional,
y sobre el cual se contaban sus amores con una condesa, además de
atender los caballos del mítico Aga Khan. La encargada del criadero
era una rubia, sueca u holandesa, exquisita ella.
Al tercer año de estudios, Sebastián fue aceptado en una práctica
espectacular en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria
(INTA) en Balcarce, cerca de Mar del Plata, para aprender con los
mejores patólogos trasandinos, expertos en ganadería. Lo más
espectacular en aquel momento no fue la práctica, sino que estuvimos
(los chilenos) a un tris de entrar en guerra con nuestros hermanos
argentinos y Sebastián junto a Nicolás Emden estuvieron presos.
Finalmente tuvieron que volver casi arrancando a la casa de unos
amigos en Buenos Aires e ir en calidad de prófugos-asilados a buscar
solución a la Embajada, puesto que no se habían dado cuenta que les
habían dado visas por seis días solamente, y el viaje era de un mes
completo. Había una increíble animosidad, de parte de las
autoridades, no de la gente, en contra de los chilenos, contrastando con
el trato amistoso que se les daba a los ché en Chile, que se adueñaban
166
de las playas del litoral central ese mismo verano.
Al año siguiente viajó en auto a Lima, con otro de sus primos-
amigos, quien iba a ser el futuro oftalmólogo (y crack…) Michel
Mehech. Juntos recorrieron el norte chileno, pasando a Tacna, Nazca,
Lima, y volviendo por Arequipa, Cuzco y Macchu Picchu, atravesando
lo más importante del circuito inca. Sería durante el veraneo siguiente
que tendría ocasión de conocer a un personaje inolvidable de la hípica
y en especial de la veterinaria especializada, el ya comentado Dr.
Goldzveig. En todo caso tampoco fue el primer encuentro, puesto que
en plena UP, Sebastián y sus primos se habían hecho amigos de Víctor,
uno de los hijos del doctor, cuando éste era gerente del Hipódromo
Chile; tiempo después este mismo jovencito sería uno de los más
destacados relatores de hípica, con un estilo propio pero que no cuajó
con los conservadores gustos de los ejecutivos de ese momento,
perdiéndose a una de las buenas voces de recambio en la locución.

167
Don Víctor Goldzveig

Ese enero en Viña, Sebastián se lo pasó disfrutando las salidas


nocturnas con niñas que “levantaban” de la Av. Perú, las idas al
Casino, las carreras, y todas las tardes a Reñaca, donde mantenían una
malla de volley propia en que se batían entre ellos y los foráneos. (Fa-
Mi-La). Lo que nunca dejó de hacer fue levantarse de lunes a domingo,
a las seis y media de la mañana, para ir a buscar a don Víctor y llevarlo
a la clínica donde se quedaba toda la mañana. A mediados de enero, se
desató en los hipódromos centrales una epidemia de influenza equina.
Ésta se manifestó de forma benigna más en la quinta región que en la
capital, dado quizás por las condiciones atmosféricas templadas, por
ser costa y tener mejor aire. Pero igual produjo estragos, y en las
cercanías de El Derby, gran acontecimiento de la temporada y, en esos
tiempos, fuente de salvación de las exiguas arcas del Sporting. Por
supuesto, la consigna era no suspender bajo ningún motivo las
competencias. Tal vez hubo una solicitud especial al doctor de parte
de la gerencia, a Sebastián nunca le quedó claro, pero le prometieron a
todos los estudiantes en práctica que al final del verano vendría un
bono de estímulo si todo salía bien. Las prácticas eran absolutamente
ad-honorem, más aún, era un honor acceder a alguna de las tres clínicas
de los hipódromos para practicar una especialidad que, por lo difícil y
exclusiva, a veces parecía que nadie la quería enseñar y por lo tanto
compartir.
Esto no ocurría con el Dr. Goldzveig, muy por el contrario, gozaba
enseñando y rodeándose del grupo de jóvenes que lo seguía como a un
iluminado (entre dichos jóvenes cabe mencionar a Mario Acuña,
Gonzalo Ouvrard, Hernán Leigh, Raúl Franco, entre otros). Y todo el
final de enero fue un frenético ir y venir por los corrales, tomando
temperaturas, inyectando antibióticos y antipiréticos y dejando
168
instrucciones de manejo epidemiológico, intentando que no se
diseminara el mal. Muchas de estas instrucciones eran una simple
mezcla de sentido común con algo de “magia” y tradición: dar agüita
quitada de hielo, póngale esas matas de eucaliptos, que duerma con las
ventanas abiertas, le vamos a poner un suero con Ciletramina… (¿Y
qué habrá sido de la Ciletramina, el Cardiotónico, la Cafeína de la
Farmacia Iberia? ¿Y de la auto hemoterapia o los polvos
antiflogísticos?).
Fue un verdadero bautizo de fuego para todo el grupo, un grupo
que incluía al doctor, a los enfermeros y a los alumnos.
Afortunadamente la tarea llegó a buen término. Hubo damnificados
eso sí, caballos que no debieron haber corrido el clásico y que lo
hicieron, y algunos caballos que por sus condiciones no pudieron
correr. Pero se hizo todo el esfuerzo para mantener al hipódromo
funcionando y nadie del servicio veterinario obligó a los preparadores
a correr sus pupilos, sólo facilitaron la labor a los que quisieron
hacerlo; en otras palabras, hubo libertad, y “chipe libre” para poner,
inyectar, lo que se le ocurriera. Hubiera sido trágico suspender el
Derby por enfermedad, se hablaba incluso de una posible quiebra. Al
final hubo conceptuosas cartas para el doctor y su equipo, y una
recompensa económica que Sebastián no pudo aprovechar ya que
tenía un viaje planeado a la Argentina, en febrero.
Dejó, eso sí, instrucciones de repartir su plata entre los enfermeros
Funes y Villablanca.
Y pasó otro año de estudios, al final del cual Sebastián, junto a un
centenar de compañeros, egresó finalmente de la carrera. Sólo le
faltaba realizar la práctica y la tesis, que obviamente desarrolló en
caballos. La tesis versó sobre un complejo tema respecto a la forma en
que cambiaba el nivel de las proteínas plasmáticas de los fina sangre
en respuesta a la vacunación contra la influenza (¡otra vez la
169
influenza!), en algunos potrillos alojados en los corrales del Club
Hípico. Aquí tuvo su primer acercamiento al interior de la clínica y a
su ambiente enrarecido. El jefe no dejaba que ninguno de los
estudiantes que estaban realizando su tesis tocara los caballos, es por
ello que les adjuntó enfermeros que ejecutaban las simples maniobras.
Pero antes de la tesis primero había que egresar, de manera oficial.
Y en ese marco se realizó una muy formal ceremonia de la nueva
promoción de veterinarios, en la Casa Central de la universidad, donde
Sebastián fue elegido como “mejor compañero” por sus pares.
Finalizada la ceremonia, la fiesta se llevó a cabo en la casa de sus
padres, situada en Las Condes, donde estaba todo muy bien dispuesto:
música, comida, etc. Cuando se acabaron todas las vituallas, don
Nadim apeló a su propia cava para salvar la situación. ¡¡Cien
veterinarios con sus parejas!! Qué paciencia de los dueños de casa… y
con qué gusto fueron anfitriones esos orgullosos padres.

170
En la clínica del Club

Ya estaba egresado con 22 años y tratando de ingresar al mundo


grande de la hípica. A pesar de que su familia contaba con un criadero
en las cercanías de Santiago, no hubo oportunidad de hacerse cargo,
prefiriendo Sebastián buscar otros aires y, al igual que los médicos de
humanos recién recibidos, pensó en foguearse en el equivalente a un
hospital, esto es en alguna de las clínicas de los hipódromos, mundo
que no le era desconocido y que recibía día a día una enorme cantidad
de caballos, pacientes aquejados por las más diversas dolencias. “Un
buen lugar para aprender” o al menos eso pensó Sebastián. Por una
nombrada del doctor Wilhelm Rudolf, su profesor jefe de tesis, supo
que se iba a producir una vacante en el puesto de residente en la clínica
del Club Hípico, donde tuvo la oportunidad de conocer al temido jefe,
no así el recinto…
Un par de años antes, invitado por un compañero de facultad muy
conquistador, pasaron a buscar a tres damiselas, enfermera una de
ellas, profesoras las otras dos, pues habían planeado una fiesta en la
clínica del Club Hípico, donde otro de los compañeros era el médico
residente. Así, Juan y Sebastián llegaron en auto al antiguo portón
verde, por Avenida Club Hípico casi al llegar a Rondizzoni, donde los
esperaba impaciente el colega. Entraron los seis al pequeño dormitorio
del residente y comenzó la fiesta, la música, el bailoteo. Poco a poco
empezó a subir la temperatura y en un momento dado Sebastián invitó
a su pasajera pareja:
- Vamos un rato afuera, así dejamos un poco más despejada la
pieza.
- Vamos -dijo ella, que debe haber sido la enfermera, ya que según
dicen jamás contradicen a sus pacientes.
Y salieron a la fría noche santiaguina, que estaba especialmente
171
oscura esa noche. Como no había estrellas y la ocasión (y el lugar) se
prestaba más para desatar pasiones animales que para conjeturar un
romance, fueron buscando un lugar más cómodo. Sin pensarlo
demasiado entraron por la primera puerta que se les presentó ante sus
narices, a la derecha (la sala de radiografías, como averiguarían
posteriormente).
- No se ve nada. ¿Dónde estará el interruptor?
-Nada de luces. Mira, allí hay una puerta (la oficina del
administrativo, como averiguaría posteriormente)
- Entremos
- ¿Y esta otra puerta, adónde irá?
Entraron y en un cómodo sillón, que estaba enfrentando un
escritorio, dieron rienda suelta (valga la coincidencia, utilizar la frase
dentro de una clínica veterinaria de un hipódromo) a esos impulsos
que a la edad de Sebastián, al igual que los equipos punteros o los
caballos cracks, no respetan cancha, momento ni rival.
Volviendo al presente, más bien al “presente” de dos párrafos
atrás, Sebastián estaba citado a una entrevista con el jefe de la clínica,
para la vacante de residente. Junto a dos candidatos más, esperando su
turno cerca del pequeño recinto que hacía las veces de farmacia, le
pareció conocida la puerta de la oficina.
- Yo he estado aquí… -murmuró pensativo. Unos segundos
después le llegó el turno de pasar a la oficina del temido jefe.
- Toma asiento.
- Gracias doctor - y mira a su espalda, un sillón, enfrentando el
escritorio, sí, el mismo sillón, el cómodo y pecador sillón y Sebastián
tuvo que apelar a toda su fuerza de voluntad para concentrarse y seguir
la conversación del entrevistador y olvidarse de la noche aquella, y
ante la pregunta de:
-¿Y tú conoces esta clínica?
172
Debió mentir, una mentira inocente, no habría forma de explicarle
nada al adusto jefe :
-Por fuerita nomás, más bien he trabajado en la del Chile y del
Sporting (aquí sólo me he venido a divertir quiso agregar, pero calló)
Luego de la entrevista de rigor y la presentación de las cartas de
recomendación que Sebastián traía, en especial las del Dr. Goldzveig
y del nombrado doctor Rudolph, exresidente de la misma clínica y en
ese momento a cargo de los exámenes clínicos que ahí se efectuaban,
Sebastián quedó aceptado en el cargo. El sueldo no era malo, era
pésimo.
Apenas alcanzaba para pagar los gastos que tenía de movilización
ya que continuaba haciendo su tesis en la escuela, por allá lejos, en
Avenida Santa Rosa, y a Sebastián se le había ocurrido tener absoluta
independencia de sus padres. Claro que le daban alojamiento, luz,
agua, teléfono y lavado de la ropa, pero esto no era algo que apreciara,
puesto que en su casa paterna vivía con estas y mayores comodidades.
Tal vez si el residente hubiera sido un estudiante de provincia, estas
prebendas le habrían significado un ahorro o un aliciente, pero para
un hijo de familia santiaguina relativamente acomodada no eran
significativas.
Sebastián empeoró su situación al mantenerse fiel a la promesa
que se había hecho de entregarle el primer sueldo a su mamá. Promesa
que cumplió, llevándole el sobre cerrado, con membrete del Club
Hípico, en una ceremonia muy simple y emotiva. Lo emocionante del
suceso contrastó con la realidad que le tocó vivir ese mes, viviendo de
préstamos y de la caridad ajena, especialmente de algunas generosas
almas femeninas que compartieron con Sebastián muy buenos
momentos en su encierro voluntario.
Eso era la residencia, un encierro durante las horas en que no
estaban los veterinarios de planta en la clínica. El turno comenzaba
173
luego de la última carrera de los días en que se corría en el Club (por
ejemplo, el domingo) y se entregaba a las ocho de la mañana del día
siguiente (es decir, el lunes). De ahí Sebastián se iba a la universidad
a trabajar en su tesis y volvía a entrar a las seis y media de la tarde. Los
sábados entraba a las tres de la tarde y se podía retirar el domingo al
comenzar la primera carrera. Con esto estaban olvidadas las
posibilidades de salir a carretear, sin dejar botado el trabajo. La
alternativa era recibir invitados que entraban por el actualmente
desaparecido portón verde ya citado. Vivir en la clínica era sacrificado,
por el horario y por los casos que le tocaba ver: eran puras urgencias,
puros dramas de difícil solución, una Posta Central equina.
Los cólicos eran lo más frecuente en las noches. Los sábados eran
tranquilos, pero los domingos eran los días de sacrificio y no en un
sentido figurado, ya que le tocaban los trabajos de la mañana, con su
secuela de fracturas, calambres, dolores, etc., o caballos “descomidos”,
o que traían a solicitar su retiro, a veces justificadamente y otras veces
como parte de algún misterioso plan para acomodarlos. A horas
insólitas y absolutamente sin ninguna regularidad recibía la llamada
de control del jefe, con su invariable ¿hay alguna novedad?, carente de
toda simpatía o comprensión por el subordinado que, a veces (casi
siempre) veía sobrepasados sus conocimientos, escasos a esa altura,
saturado por los acontecimientos e incluso por culpa de los colegas del
día. Un ejemplo claro de esto último: el caso de Pepe Carioca que
quedó mal castrado y Sebastián “pagó el pato”.
O caballos que le dejaban hospitalizados los del turno diurno y
Sebastián los “heredaba” para “entretenerse” durante las noches de la
semana o las tardes del sábado.
El jefe tampoco llamaba para realmente saber las novedades,
solamente para controlar que Sebastián estuviera en su puesto. Lo que
nunca pudo controlar fue la voluntad de Sebastián puesto que jamás
174
se dejó doblegar por su prepotencia, claro que a costa de sacrificar sus
planes de seguir como veterinario contratado. Lo que Sebastián
supuestamente debía hacer era seguir la ruta lógica, es decir, esperar a
que se creara una vacante, que generalmente sucedían por muerte del
titular o hartazgo provocado por el jefe vitalicio, para luego acceder
por derecho propio al rol de veterinario oficial del Club Hípico. Tuvo
buen ojo de no esperar, ya que habrían de pasar casi 20 años para que
hubiera un cambio en la jefatura de la clínica.
Para su fortuna, Sebastián buscó otros rumbos.
Dejar la residencia, o el puesto de “nochero” como decía con sorna
el Dr. Rudolph (quien también había sido “nochero”...), fue una
decisión no exenta de dolor y pena, pues dejaba atrás alguno de los
mejores días de su existencia. A pesar del jefe, la clínica le deparó la
oportunidad de conocer a otros colegas que sí sabían tratar a sus
“inferiores”. Fueron el Dr. Fuchslocher (don Pancho) y el Dr. Alert
(don Chemo), los cuales con simpatía y calidez se preocuparon por
hacer sentir a Sebastián como un miembro más de la cofradía, ese
pequeño grupo de elegidos por el arte y la magia de sanar caballos. De
don Pancho se contaba una anécdota que aseguraba que después de
haberle operado de urgencia un cólico, con un mal final de la
operación, pues el ejemplar murió, don Pancho fue interrogado por el
suceso y comentó: “la operación resultó un éxito… bueno, es cierto, el
caballo murió, pero le hemos hecho un favor al dueño porque ningún hijo
de Galileo Galilei ha salido de carrera”.
Y con el Dr. Alert (don Chemo) salían a probar su auto, un
Chevrolet 57 que mantenía impecable, como sacado del túnel del
tiempo. Don Chemo, para alivianar el espeso ambiente que había en
la clínica debido al mal humor del jefe, pasaba buscando víctimas
propicias para hacerle alguna de sus bromas. De hecho el recibimiento
que le había propinado a Sebastián, delante del personal de la clínica
175
y de los concurrentes (“a estadio lleno”), fue uno de sus aciertos más
celebrados. En aquella oportunidad visitaba la clínica el caballo
Pancho Vargas, que era propiedad del tío de Sebastián, y don Chemo,
luego de revisarlo, le preguntó:
- ¿Sabes por qué don Juan le puso Pancho Vargas?
- No, doctor -contestó ingenuamente Sebastián, y agregó para su
fatalidad un: ¿por qué?
- Porque tiene el p... corto y las h... largas.
Risa general, incluyendo a Sebastián, que prefirió reír que
enojarse, no le quedaba otra. En otras ocasiones Don Chemo le hizo
otras tallas, siempre al estilo de preguntas como “…mira esa yegua, es
la típica yegua garrucha” (porque debajo de la cola tiene la ch...) o
¿sabes dónde está la plaza Gorbea? Esto lo obligaba a estar siempre
atento, ya que no sabía desde donde llegaban las bromas. Poco a poco
Sebastián descubriría que el ambiente de la hípica era así. Un
constante ambiente de tallas, de doble y triple sentido, todos tratando
de mostrarse más vivarachos, listos y rápidos que los demás. Es por
ello que Sebastián siempre se mantendría alerta, con todas las antenas
paradas.
Ambos doctores, Alert y Fuchslocher habían sido jefes del
servicio y por tanto superiores del que las oficiaba de jefe en esos
momentos, y de una u otra forma habían prevenido a Sebastián sobre
la forma de tratarlo, “ni tan lejos que te enfríe, ni tan cerca que te queme”
había sido el sabio consejo de don Chemo cuando lo acompañó en una
de las tantas visitas a un corral. Ambos doctores aguantaban en el
puesto tanto por la necesidad del trabajo como por el prestigio que
daba ser miembro de la clínica top en el manejo y tratamiento de los
fina sangre en el país, además de la facilidad que estos puestos daban
para acceder a la atención de caballos en otros ambientes como el polo,
los “caballos chilenos” o de salto.
176
A la clínica también llegaban otros veterinarios con los que
Sebastián hizo buenas migas, incluyendo al anterior residente, quien
tenía casi prohibida la entrada a la clínica (era la forma en que salían
todos los doctores de la institución, casi) pero con Sebastián había
hecho buenas migas y, a escondidas del jefe, Pinino tenía las puertas
abiertas. Cual Quijote siempre de parte del débil, y sin dudar a pesar
del riesgo, en más de una ocasión accedió a centrifugar un suero,
dejarle revelar alguna radiografía, o permitirle hacer un coprocultivo.
Solidaridad entre jóvenes…
Otro colega, el doctor Bruno Muñoz, gran especialista en
reproducción, le hizo ver la cara amable de la profesión, invitándolo a
compartir una visita a un haras que atendía. Así que una mañana lo
pasó a buscar y fueron al “Santa Isabel”, cerca de Catemu, donde pudo
ver en acción a un experto en su tema. Apreciado por los empleados,
amigables en el trato, y bien recibido por los dueños, los Vega Lyon,
que les prodigaron cariñosamente un almuerzo, Sebastián pudo
aquilatar la diferencia con el trabajo en los hipódromos, todo tan
misterioso, lleno de mitos y hasta de supersticiones o prácticas
retrógradas como los criminales “abscesos de fijación” o los
“cáusticos” que aún se utilizaban en ese pleno final del siglo veinte.
Esto, en contraste con el profesionalismo y las modernas técnicas que
el doctor Muñoz aplicaba para lograr el plantel de yeguas de mejor
rendimiento, hicieron que Sebastián comenzara a pensar que quizás
en ese campo de acción podría desenvolverse mejor.
Paralelamente a su tesis, su trabajo de residente, y estos atisbos de
prácticas profesionales, Sebastián también se mantuvo ligado a la
hípica, a través del stud familiar, con varios ejemplares ganadores y
algunos estruendosamente fracasados. Hija Mía, una hija de Biriatou,
(que debió ser nieta, por la avanzada edad de este al engendrarla) les
brindó varios triunfos inolvidables. En cambio, otras como la Cuchicú
177
(¡con ese nombre!), sólo dio sinsabores. El drama lo vivían al retirar
estos animales de training y no tener lugar donde llevarlos (pero, ¿y el
tío?), debiendo peregrinar por distintos criaderos que aceptaban
yeguas extrañas a criarse por una pensión y luego buscar algún potro
del que ofrecieran montas, lo cual claramente no era la mejor manera
de lograr éxito en la crianza.
Una vez terminada su tesis, preparó su examen de grado,
sorteando ambos pasos con una chorrera de sietes, recibiendo su
flamante título de veterinario con honores, situación que no trajo
mayores cambios en su status en la clínica. Lejos de recibir alguna
oferta de trabajo, a pesar de haber tantos “paisanos” dueños de
caballos, y criaderos, y directores de los hipódromos, era como si no
existiera aquel joven descendiente de árabes, exitoso como estudiante
y ligado desde siempre a la hípica (excepto el correcto don Carlos
Abogabir). Años después, siendo accionista del mismo Club Hípico
(acción 742), varias veces estos mismos le pidieron el voto para
mantenerse como directores y, en una ocasión en la que decidió darle
el voto a otro postulante, fue encarado por el más encopetado de sus
paisanos (Carlos Hirmas Atala) con un “¡¡cómo le vas a dar el voto a un
chilenille!!” ¡Hay algunos buenos para predicar y malos para
practicar…!
Para qué decir… en la clínica no recibió ni siquiera una
felicitación por su título de veterinario con honores. Es difícil imaginar
un ambiente menos cordial que el de esa clínica del Club, en la que
uno de los colegas, el más bajo en el escalafón, está estudiando para
lograr su título mientras practica la actividad que eligió y adora. Pasa
las pruebas, obtiene el cartón y no hay ni siquiera un brindis entre los
“compañeros” de trabajo y profesión.
Disculpas a todos los compañeros, de verdad… creo que había
algo de maldad, de quererse poco, quizá un deseo de no ver progresar
178
al otro. Y esto no significa que Sebastián necesitara la celebración, ya
que en su casa de Avda. Las Condes hubo una fiesta con primos,
compañeros, profesores, en que no faltó nada. Después de todo era el
primero de la familia en recibir un título universitario, con honores…
pero la ausencia de reconocimiento por parte de sus colegas era algo
que lo sorprendía tristemente.
El ambiente descrito, las puertas cerradas que encontraba,
sumado al bajo sueldo que recibía, motivaron a que Sebastián,
acuciado por su padre, optara por buscar suerte en el negocio familiar,
lejos de la hípica. Faltó paciencia, un buen consejo, aguantar; quizá
tomar como un aprendizaje el tiempo que transcurría sin ofertas,
dedicándolo a ganar experiencia, trabajando en la clínica durante el
día, pero…, ese era el gran pero: en esa clínica nadie enseñaba nada.
Las veces que se quedaba durante el día se sentía un intruso, un
espectador más, desengañado por completo, ya que sus planes de
sacrificarse mientras hacía la tesis, luego recibirse y posteriormente
postular a ser un miembro de planta en la clínica, no tenían ningún
destino certero, de manera que resolvió aceptar la oferta paterna,
dispuesto a acompañarlo en sus labores en la industria familiar.
Le avisó al jefe que se iba y que no se preocupara, que seguiría
hasta que encontrara reemplazante y éste estuviera “de a caballo”,
recién entonces dejaría el puesto. Tal anuncio de partida ocurrió una
mañana que siempre llevaría en su recuerdo, por lo doloroso del
momento. De alguna manera significaba renunciar a su vocación,
admitir que había fracasado.
Como parte de la historia cabe mencionar que a Sebastián lo
sucedió el Dr. Sabureau, quien recibió de parte del saliente las propias
enseñanzas que ameritaba el cargo (una especie de manual heredable).

179
Farmacia Centro Hípica (en el centro de la hípica)

Pero sólo duraría un año fuera del ambiente hípico, inserto en el


mundo de los negocios. Allí no encontraría lo que buscaba y a la vuelta
de un año retornó al Club Hípico, no a la clínica pues estaba claro que
ya no había cupo para él, sino para instalar la primera farmacia
veterinaria en el sector.
Más aún, la primera farmacia que se instaló cerca de algún
hipódromo, pero atendida por veterinarios (ya que siempre había
existido la farmacia Rozzi), ofreciendo el servicio de exámenes
parasitarios que efectuaba el propio Sebastián, además del servicio de
atención a caballos en los corrales. En la compra de remedios no había
dificultad, los laboratorios daban buena atención y plazos, la venta
tampoco era problema, siempre había clientes. Lo único complicado,
por decirlo de algún modo, era la cobranza, lo cual consumía gran parte
del tiempo que Sebastián le dedicaba al negocio, debiendo muchas
veces ir a la cancha con la lista de morosos, y llegando incluso a cobrar
delante del “juez árbitro” cuando ya algunos definitivamente se
“habían olvidado” de sus compromisos.
Gradualmente Sebastián se dio cuenta de que se estaba
transformando en un mercader, no encontrando satisfacción en esta
nueva actividad.
Estaba inmerso en la hípica, es verdad, pero veía los caballos pasar
por delante de su negocio. Igual tuvo algunas anécdotas dignas de
consignar.
La propiedad que arrendó en avenida Club Hípico 1216,
pertenecía a Oscar Silva padre, pero había pertenecido originalmente
a los miembros de su familia materna, quienes se la vendieron en muy
buenas condiciones al preparador; una parte pagaderas en pensiones,

180
como una forma de ayudar a quien empezaba en la actividad. Bueno,
este preparador tenía su corral en la esquina, vecino a la farmacia
(Farmacia Centro Hípica, “en el centro de la hípica”), y un día llamó a
Sebastián para que atendiera a uno de sus primeros clientes, quizás
como una forma de devolver la mano.
- Doctor, quiero que me desparasite a Actinio, un potrillo muy
bueno que tengo, me descuenta los gastos del valor del arriendo.
- Como no, don Oscar, lo preparo y me encargo.
Sebastián preparó el sobre con la mezcla de Neguvón, Piperazina
y Fenotiazina típica (recién estaban saliendo las jeringas preparadas
con los antiparasitarios), lavó su sonda de goma nueva (siempre la
encontró más tiesa que las que había usado en Viña o en la clínica del
Club), y se fue con su jarrito y el embudo donde el vecino. El potrillo
era un precioso alazán, grandote y manso, ideal para “pasarle sonda”
y habría de resultar todo bien, excepto porque algo falló (esta es una
de las leyes de Murphy). Tal vez debido a los nervios de Sebastián,
detectados por el paciente animal, el hecho es que luego de múltiples
intentos tuvo que desistir, pues le produjo un intenso sangrado por
una de las narinas (narices), que no paraba y no paraba de sangrar. Una
vez más la maldita sangre alcahueta. Parecía haber habido un degüello
en esa pesebrera. Sebastián volvió a la farmacia en busca de algodón
para taponar la hemorragia y también para escapar de la ira del
preparador, conocido entre sus empleados como “el manso”, fácil de
imaginar el porqué. Luego de una interminable media hora dejó de
sangrar, para tranquilidad de Sebastián, quien a pesar de ese mal
debut tuvo siempre las puertas abiertas del corral, atendiendo a varios
caballos del padre e incluso del hijo que recién se independizaba.

181
En sociedad

Con Oscar Silva, hijo, tuvieron en sociedad un potrillo, Zarevich.


- Doctor, le propongo un negocio.
- Soy todo oídos, Oscarín…
- Su tío tiene a la venta un caballo perdedor, y se aburrió de pagar
pensiones, hijo de Fasto II y Palmeta, pura línea del Rosarino...
- El billete escasea por estos lados…
- Nada de plata, me lo da pagadero en premios, y por la pensión ni
se preocupe, del mismo cuero salen los lazos.
- Ojalá que no hagan el lazo con los cueros nuestros…
- No llore tanto que usted es pura plata.
- Por el momento tengo puros vales, pagarés y promesas.
- No se va a arrepentir, tiene una sola pana…, pero ahí entra usted.
- ¿Y sería?
- Hay que castrarlo y darle tiempo.
Así cualquiera entra, y se hicieron socios; para mayor
tranquilidad, el matungo quedaba a nombre de Sebastián, quien hubo
de sacar colores, para no confundir las platas con el stud familiar. El
sistema “pagadero en premios” era ideal para ambas partes: por un
lado el que vendía se deshacía de un caballo que no quería tener,
dejaba de gastar en pensiones desde ese momento, y a pesar de que no
recibía dinero inmediatamente, tenía la seguridad de hacerlo en caso
de que ese caballo tuviera alguna figuración percibiendo premios, por
cuanto estos quedaban prendados en beneficio del vendedor. Por otro
lado, el que compraba no tenía inversión inicial, solamente los gastos
de mantención de la pensión, confiando en superar en premios el valor
estipulado de compra, y así empezar a recibir, ya que desde ese
momento se hacía la transferencia definitiva de la propiedad del
ejemplar.
182
Sebastián se preparó para operarlo, sin problema alguno por
cuanto ya había estado presente en muchas intervenciones en las
diversas clínicas en las que había practicado. Y habría de seguir
castrando, especialmente caballos en el callejón. Este callejón, ubicado
en diagonal a la farmacia, casi frente al local de la Sociedad Hípica Luis
Cousiño (¿existe aún esta sociedad? ¿Está unido el gremio?), que
agrupaba a los preparadores, tenía tres corrales, que también habrían
de ser clientes de Sebastián. Respecto a la castración, era un mero decir
aquello de que “castraban los veterinarios”, porque tanto en la práctica
en los corrales como en la clínica misma, el 80% de la castración la
efectuaba el enfermero y el que se llevaba el 100% de las palmas (o las
patadas), era el doctor. Es así como Sebastián “aprendió” a castrar con
Balbontín, un enfermero que deambulaba por los corrales del Club, al
igual que con un señor de edad avanzada conocido como “el doctor
Rossi”.
Ambos practicaban la profesión sin título académico alguno,
especialmente en lo referido a infiltraciones, tratamientos, sacar y
poner yesos, etc.
Balbontín, del que se contaban muchas historias (ninguna de ellas
comprobable), era un personaje de aspecto vinoso, muy malas pulgas,
aunque muy didáctico y con mucho tino al momento de ejercer como
ayudante de quien se suponía doctor, situación que en el caso de
Sebastián venía a ser exactamente la contraria.
- Ya, mi doctorcito, páseme las procaínas, vamos a dormirle las
bolisnaques pa’ que ni sienta cuando lo alivianemos.
Entonces Balbontín se “sumergía” bajo las patas del hasta ahí
potrillo, buscaba el cordón que inervaba la bolsa con los testículos y
en varios pinchazos vaciaba las cajas de anestésico.
- Ya está quedando listo, vaya preparando las tijeras, quédese
tranquilo que va a salir todo bien.
183
-Sí… estoy tran-tran-tranquilo... ce-ce-cero nervio... so.
Las tijeras eran el “emasculador”, un instrumento impresionante,
todo en acero inoxidable, brilloso, impecable y brutal. Tenía parejas
de cuchillos y pinzas, un mecanismo de corte y apriete, y lo
fundamental era que la mariposa o tuerca quedara para abajo,
cumpliendo la función de cortar hacia el cordón y mantener unido los
restos de piel y los vasos sanguíneos, por unos minutos, hasta que se
produjera la buscada interrupción del flujo.
Lo escabroso era el sonido al cortar, los tejidos desgarrándose.
Sólo el pensar en el resultado final para liberar al animal de semejante
sufrimiento (ya que normalmente se castraba sólo animales que se
apretaban los testículos, o que los subían en carrera o durante el
trabajo), hacía que el sonido se atenuara en los oídos de Sebastián. Si
a la inversa la operación hubiese sido utilizada como un método de
tortura, entonces sí la “música” al cortar hubiese sido un
acompañamiento ideal al sufrimiento.
El cirujano intervenía en la faena previa a emascular, en el
momento de hacer el corte en el escroto que servía para probar la
anestesia lograda y así permitir que asomaran los testículos y se
pudiera localizar donde poner las tijeras para cortar. Cuando castraba,
don Pancho sacaba el trozo remanente de escroto entre los dos cortes y
tomándolo lo tiraba a volar como un platillo o “frisbee”, y si volaba
lejos iba a ser un éxito la operación.
Científicamente esto una soberana estupidez, maniobra efectuada
tan sólo con el ánimo absoluto de chancear y bajar el natural
nerviosismo que normalmente tenían los cuidadores al llevar a castrar
a sus ejemplares.
Siempre había una esperanza en la castración, un ahora va a
mejorar, doctor, lo que hacía que siempre se encontrara uno o los dos
testículos maltratados, con “várices”, culpables de las malas
184
actuaciones de los operados, lo que a veces era cierto, o al menos le
daba un poco más de tiempo al pobre bruto (al caballo, digo), de
demostrar que servía y no era necesario viajar tan luego a provincia, a
gozar de unas vacaciones sin retorno; o peor aún, finalizar sus días
como cliente de aquel siniestro personaje que siempre merodeaba
entre la “puerta del pino” (o Puerta de El Espino) y Tupper, esperando,
al acecho de poder retirar algún pobre animal con destino de feria,
matadero o cualquier otro aciago destino para aquellos que entregaban
las armas y eran declarados inservibles (“chacal” era el apodo que
recibía el personaje en cuestión). Cabe aclarar que el hombre en sí no
tenía nada de siniestro, lo siniestro era su papel, al estilo de los buitres
de las tragedias griegas, prestos a hacer desaparecer los despojos que
los hombres dejaban a los dioses. Lo siniestro era pensar en caballos
queridos, adorados por sus dueños en momentos de gloria, de triunfos,
protagonistas estelares en el redondel de las fotos ganadoras
(“pelouse”), visitados en sus pesebreras, adulados y atendidos como
estrellas, que de repente pasaban a ser estorbos merecedores de una
suerte tan indigna para su condición de animales inteligentes:
transformarse en comida.

185
En contacto con la muerte

A propósito, Sebastián sufrió uno de los peores momentos de su


carrera en una práctica obligatoria a la que debió asistir en un
matadero de caballos en Panamericana Sur, cerca del motel Toi et Moi.
Mientras era estudiante de último año, le tocó el ramo de Animales
Mayores, donde el colega a cargo del matadero Camer prestaba
animales para hacer algunas maniobras sencillas, y aunque pudiera
parecer una crueldad, era una de las pocas oportunidades en la que los
estudiantes podían practicar con animales de verdad.
La vista de los caballos en la línea de matanza, sus miradas de
horror ante el próximo sacrificio al que serían sometidos, esa absoluta
seguridad de que los caballos presentían lo que ocurría al llegar al
final de la angosta manga, translucido en la inquietud y nerviosismo
colectivo que se olía en el aire, se cristalizaba ante los ojos de
Sebastián, aturdido a veces por la sensación de estar cometiendo un
crimen espantoso, como matando a seres humanos, casi. Guardando
las proporciones, Sebastián se sentía como en una especie de
Auschwitz equino, resultándole imposible mirar la masacre,
transformando un simple paso práctico de la carrera universitaria en
una pesadilla que habría de recordar por siempre.
Distinto era sacrificar un caballo por razones humanitarias,
penosa pero necesaria acción que Sebastián habría de verse obligado
a ejercer varias veces en el desarrollo de su profesión, tanto en la
misma pista del Club, en los corrales, y posteriormente en el criadero.
A pesar de que en esa época el instrumento usado era la llamada
“pata”, algo así como una escopeta recortada hechiza, con un extremo
en forma de casco de caballo.
Este mortífero instrumento se ponía en el nacimiento del mechón,
en la frente del pobre animal a sacrificar y se percutaba el proyectil
186
interior con un palito, causando la casi inmediata muerte del
“paciente”. Pero eran animales que estaban sufriendo, y la decisión era
la de suprimir de manera rápida este sufrimiento. Sebastián, en un acto
llevado por el respeto y amor que sentía por estos nobles brutos, se les
acercaba suavemente, murmurando un pequeño rezo, pidiéndoles
perdón y rogando entendieran que era por su bien, les acariciaba la
cabeza y luego procedía. A pesar de lo tétrico de la acción, jamás sintió
remordimientos ni peso de conciencia, era una acción de caridad
humana por el hermano menor sufriente, de parte de alguien que,
aunque encomendado a curar o salvar esa vida, no tenía los elementos
suficientes para hacerlo, y tomaba a su juicio la mejor decisión por el
animal.
Una vez en plena calle Apoquindo, al llegar a la iglesia de Los
Dominicos, hubo un choque de un auto con una carretela, quedando
el caballo muy mal herido, con fracturas expuestas y en estado de
shock. Sebastián, que pasaba justo por ahí, detenido por el taco
formidable que se había formado, se bajó a ver qué ocurría.
- Mi cabo, soy veterinario, déjeme ver si puedo hacer algo...
- ¿Tiene alguna identificación?
- Sí, aquí en mi C.I. lo dice, y además soy socio cooperador de la
Protectora de Animales
- Así veo.
Una somera mirada del animal, tendido en la calle, le indicó que
había poco por hacer.
- El pobre animal no tiene remedio, hay que sacrificarlo.
- Yo no estoy capacitado...
- Yo sí, si me presta la pistola, yo me encargo.
- Tendría que llamar a la comisaría, están muy estrictos con el uso
del arma de servicio.
-OK, pero ojalá le respondan luego, está sufriendo…
187
Dado el conforme por radio, el uniformado, a solicitud de
Sebastián, despejó el área, por el peligro de la maniobra. Ya con el
arma en mano, Sebastián se arrodilló, le “explicó” al caballo lo que se
proponía hacer y terminó de una vez con su vida y su dolor.
Muy distinto era matar caballos para obtener comida,
industrializando la muerte, no haciendo distingos entre sanos y
enfermos, entre animales jóvenes o yeguas preñadas, y sin siquiera
respetar la dignidad de seres tan inteligentes que se negaban a avanzar
en la línea de matanza. Había en ese recinto de San Bernardo una mala
vibración en el aire, un ambiente malsano que jamás olvidaría. Incluso
años más tarde, cada vez que pasaba frente al sórdido lugar, volvía a
escuchar los lamentos de los que iban a ser sacrificados. También era
distinto al matadero de vacunos, en que a juicio de Sebastián, las vacas
no entendían mucho, con su mirada bovina impertérritas ante el
próximo fin, y por último los vacunos habían sido criados
(desgraciadamente, es verdad) con ese destino. En cambio, los caballos,
siendo del mismo rango animal, poseían un soplo divino, algo que se
hacía patente en la mirada. Así, había caballos con ojos de locos, otros
con cara de inteligentes, otros francamente estúpidos y otros pícaros,
tal como se puede encontrar personas que reúnen las mismas
características.

188
Zarevich, el primero

Si con Balbontín cualquiera castraba, Sebastián no fue menos y


aprendió a castrar. Su primer paciente fue el nombrado Zarevich, su
propio caballo y uno de sus primeros y auténticos pacientes, que le
permitiría, por vez primera, sentirse un verdadero veterinario. En el
ejercicio de la veterinaria “free lance” se tenía éxito si se ganaban
carreras, y esto muy pocas veces tenía relación con ser mejor o peor
profesional, sino que estaba más relacionado con la suerte de caer en
un corral que tuviera caballos con chances de ganar. O con la suerte de
que a ese caballo le tocase ganar, dependiendo de que partiera bien, de
que no se encajonara, de que no lo estrellaran, de que no lo hubiesen
traído muy de atrás, de que no se haya venido con los punteros o de
que no se encontrase con algún otro caballo muy “botado” en el índice,
o “ñato” por muchas carreras, o que el día de la carrera hubiese llovido
justo cuando el caballo era malo para el barro (“se resbala en un
escupo”) o al revés, malo para la pista muy seca (“a este le duelen hasta
las muelas”, o “da bote en lo duro”), o que el jinete no se hubiese
bajado mucho en el peso, o que llegara muy débil de los baños, o que
el herrador no lo hubiese “clavado”, al herrarlo con las herraduras de
carrera y así, una innumerable lista de imponderables que en nada
dependían de la capacidad o profesionalismo del doctor a cargo.
En los modestos corrales en los que Sebastián ejercía, eran
conscientes del empeño que este ponía y más bien se forjaron buenos
lazos de amistad entre preparadores de larga experiencia (Velarde,
Zijl) y el joven veterinario en vías de aprendizaje. Zarevich, una vez
castrado, figuró de inmediato y luego salió de perdedores, con la
monta del legendario Alberto Poblete quien, desde el redondel de las
fotos, bromeaba con Sebastián, al mejor estilo Cassius Clay,

189
asegurándole a viva voz a Sebastián que él era el mejor ( te lo tuve que
correr yo para que salieras de perdedores... ).
Sebastián también tuvo oportunidad de hacer pequeños trabajos,
sacando muestras de sangre de caballos en trámites de venta al
exterior, sobre todo para Fernando Fantini, que en esa época era el
principal exportador de caballos chilenos al exterior. O reemplazos en
el criadero que este mismo personaje tenía en el sector de Cachagua,
cuando José Luis Gatica, el veterinario titular, lo dejaba a cargo en su
ausencia, lo que le permitió ampliar el círculo de conocidos en el
ambiente. Una anécdota muy curiosa de esa época fue la ocasión en
que le hizo una gran venta de remedios a este mismo colega que estaba
a cargo de una veintena de caballos que tenían en sociedad Fernando
Fantini con Javier Vial, en los días de la quiebra e intervención del
sistema bancario. Estos caballos, junto a las empresas del caído en
desgracia hombre de negocios, estaban embargados por el Banco de
Chile. Sebastián hubo de hacer la factura a nombre del banco y
proceder a cobrarla en las oficinas generales del mismo banco, en
Ahumada.
- Aquí está la factura, señor Ordóñez.
A Sebastián le extrañó lo malhumorado que estaba aquel
funcionario que parecía salido de una película de los años 30, con
coderas de género, elasticadas, para proteger la camisa.
- ¿Hay problemas? -preguntó Sebastián simpáticamente, y el
hombre le manifestó con tono sombrío:
- Mire, doctor, no tengo nada en contra suya; yo soy bancario hace
casi treinta años, y me ha tocado recibir departamentos, casas, fundos
en garantía. Y uno tiene que preocuparse de pagar las cuentas de luz,
agua, contribuciones, mantener cerrado y esperar a que el banco logre
deshacerse de ellos. Pero tener caballos en garantía, es como mucho. Los
caballos se enferman, hay que pasearlos, alimentarlos, las yeguas están
190
pariendo y lo peor de todo es que ¡¡se mueren!! La verdad es que nunca
había visto algo semejante.
- Puchas, señor Ordóñez, lo lamento…
Empero el lamento no era tan sincero, ya que Sebastián salió con
un abultado vale vista a nombre de su farmacia, que ayudó a solventar
el montón de facturas impagas que se acumulaban en su escritorio. En
la época de crisis de la banca en Chile se dieron muchos casos curiosos
como este.

191
CAPÍTULO TERCERO

Un viernes del mes de julio de 1974

Sociedades y criadero

A propósito de las mencionadas sociedades para adquirir caballos


de carreras, hubo una que casi dio origen al segundo criadero en la
familia, una típica aventura hípica en que un grupo de amigos se
juntaron para compartir la propiedad de un caballo de carreras. Estos
socios pretendían mantener la amistad que por años los había unido,
y convocados en torno al tapete verde, jugaban a las cartas,
desarrollando sus maniobras lúdicas como amigos y a la vez como
enconados rivales del Telefunken.
- Juanito, ¿dónde se juega hoy?
- Vénganse a mi casa, voy a llamar al Oso y a Pedro López.
- Ojalá no se le pegue la Afida, pucha la señora, buena pa’l
garabato.
- Toda una señorita, ella… ¿por qué no invitas a Carmelo?
- Usted sabe que a mi compadre no le gusta jugar.
- Bueno, igual puede que se quede el Pato o llegue Nanette.
- ¿Intentó con Salvador?
- Lo llamé al Pollo Dorado, pero anda de viaje con la Tina.
- La idea es que seamos al menos cuatro, a ver si llamo a Chamaco.
- Hecho el lote, en mi casa a las diez...
Muchos viernes, después de terminar sus respectivas actividades,
o a veces los sábados después de algún concurrido almuerzo familiar,
comenzaban a jugar, especialmente en la casa del tío de Sebastián, en
192
Apoquindo 3039, pleno barrio El Golf, y uno de los entusiastas
contertulios era don Nadim, que como se consignó anteriormente, no
era afecto a la hípica pero sí a las cartas y al casino, como buen
descendiente de árabes, con reuniones que terminaban de madrugada
incluso al día subsiguiente; maratones de Telefunken, en que se
conversaba mucho y se homenajeaba en forma casi profesional al dios
Baco. Entre estas libaciones, y debido a que en esa casa el tema hípico
era dominante, poco a poco fue naciendo una idea…
- ¿Y cómo va el criadero, Juanito?
- Y… aún no le apunto con el reemplazo del potro… nada después
de Prepotente…
- ¿Y por qué no se compra uno bueno?
- Nada asegura nada… y sale tan caro…
- Llora, llora, corazón. No nos venga con esas, pues cuñado, si usted
tiene más plata que un bandido mexicano.
- Están difíciles las cosas. Con el cambio de las micros a Lynsa
tengo medio abandonado el fundo…
- Se me ocurre una idea, compremos un caballo, un potrillo, lo
mejor que encontremos. Si sale bueno, lo dejamos de potro en El
Rosarino, después de ganarnos la Triple Corona, eso sí…
- Yo entro…
- Y yo en otra pata…
- Hecho, Juanito. Usted nos avisa cuando encuentre algo bueno.
Sumando fuerzas entre varios, podían acceder a un mejor
prospecto.
Al menos esos eran los planes que hacían, y una tarde, de
improviso, recibieron la llamada del encargado de buscar el ejemplar.
- Mañana remata el Tarapacá, así que junte sus billetes, cuñado.
- Acuérdese que yo entro en una pata, y en la otra entra Carlos
Haddad.
193
- Pedro López y yo nos quedamos con las otras dos patas.
Lo mejorcito en ese momento era la sangre de The Accuser, así
que se adjudicaron un hijo del mentado reproductor y Partitura; un
tordillo de nombre Tarim, que parecía grandote, pero que una vez ida
la grasa y el sobrepeso, terminó bordeando los cuatrocientos kilos. Y
fue muy curiosa, ya no la coincidencia, sino la compra, pues los socios
se juntaron previo a la hora del remate y “cariñosamente atendidos”,
no se dieron ni cuenta de que se habían metido a comprar uno de los
grandes precios del día, un caballo “toy”, bonito pero de proporciones
reducidas, que posteriormente habría de demostrar lo difícil que
resultaba entrenarlo debido a su escasa resistencia en las distancias
largas, a pesar de ser poseedor de cierta clase y velocidad.
Instalado en el corral del desaparecido Oscar Silva, fue llevado de
una de las peores maneras que se puede llevar a un potrillo, excepto si
uno tiene otro Naspur. Corrió sus tres primeras carreras en las tres
pistas centrales: debutó segundo en el Club, seguramente por estar
alojado en esa pista. En su segunda presentación también obtuvo un
segundo lugar en el Sporting, para ir a salir de perdedores al Chile.
Inexplicablemente el gran formador de Figurón, Clear Song y
Troyano, entre tantos buenos caballos que tuvo, cometió este
“caballicidio” con un potrillo de físico menguado y de dueños nuevos.
Lo que logró es que al poco tiempo de estar corriendo, con diversa
suerte pero sin los resultados espectaculares que los noveles socios
esperaban, dos de ellos decidieran “echar retiro” quedándose en
principio sólo los cuñados con el “cacho” cuadrúpedo.
- Así pues, Sebastián, tu tío no quiere gastar un peso más con el
tordillo, ¿qué hacemos?
- Quedémonos con él, no es justo que un noble venido a menos como
nuestro caballo, termine sus días en algún hipódromo de provincia o
alimentando a los leones…
194
- Qué trágico, hijo…
- Este matungo tiene más sangre que una prieta, ya va a devolver
algo de lo gastado.
- Dejémoslo en nuestro stud.
Parecía que la suerte de los colores verde amarillo era inagotable
y se dieron el gusto de ganar el clásico Navidad en la arena de Plaza
Chacabuco, como un adelantado regalo de Pascua. De esta forma Tarim
retribuyó la tremenda inversión (proporcional a su nivel) en la que
habían incurrido sus dueños y le dio al stud su primera presea clásica,
mérito destacable cuando se tienen pocos ejemplares. Pero pronto se
darían cuenta de que el animal había entregado todo lo que podía dar,
y era hora de pensar en un retiro decoroso.
Tal como en todas las ocasiones en que le tocó retirar un caballo
de las pistas, Sebastián no tenía muchas alternativas, y menos en este
caso en que era un potro. Pero como en todas las situaciones de la vida,
cuando se cierra una puerta se abre otra. Providencialmente recibe una
llamada:
- Aló…
- ¿Sebastián?
- ¿Carlos? ¿Carlos Oyarzún?
- ¿Quién otro? No voy a ser el príncipe Carlos…
- ¿Qué es de tu vida?, desde que salimos de la U que he sabido poco
de ti. Bueno, sé que estás en Rancagua, administrando un campo de tu…
¿suegro ya?
- No todavía, pero justamente te estoy llamando porque me acaba
de parir una yegua y no bota la placenta.
- Dile a tu suegro que...
- Futuro suegro…
- Lo que sea. Dile al doctor Orellana que te convide 4 ampollas de
oxitocina de uso humano, son 40 UI y se las pones a la vena. No se te
195
ocurra ponerte a tirar las presas a lo bruto, o sea, no hagas lo que te
indica el “tincómetro”.
-O.K., von Frey junior, gracias como siempre… ¿y cómo va la cosa
para ti?
- Ahí estoy, con un cacho entre manos.
- Para variar, tú metido en cachos, lejos de mí ayuda…
- Tus últimas ayudas fueron salvavidas de plomo: la Wishe de
Rancagua, la Nani de Coya… ¿sigo? Bastó que me presentaras las minas
tuyas: la boca de litro, la yegua erótica, la Esterio…
- Para ahí o me voy de tollo.
- Oye, más seriamente hablando, estoy sacando de las pistas a mi
caballo Tarim y tengo un par de yeguas: la Hija Mía y la Mezquita.
- ¿La que debutó ganando?
- Esa misma… ¿se te ocurre qué podríamos hacer?
Sebastián ya tenía la loca idea en la cabeza, sólo debía
“traspasársela” con anestesia al amigo.
- Tráetelos para acá, tengo pesebreras, pasto… de ahí conversamos
como lo podemos hacer.
- ¿Socios?
- Socios.
- No te olvides de ponerle antibióticos y un enema al potrillo…
- Ya, si esto no es el Tarapacá.
- ¿Cómo le llamaremos al criadero?
- ¿Criadero?, tenemos las patas y el buche...
- Pero puede llegar a ser… salúdame a la Maritza.
- Y tú a la… ¿cuál es ahora? Da lo mismo, para lo que duras
pololeando…
- Yo también te quiero.
¡Estaba listo el Haras! En esa época había que inscribir el potro,
presentándolo ante una comisión calificadora que le adjudicaba una
196
categoría y, de acuerdo a ésta, correspondía pagar la inscripción. El
ejemplar fue calificado en quinta categoría, y había que pagar un valor
difícil de juntar por el par de noveles veterinarios. El Stud Book hizo
oídos sordos a la sentida carta de reconsideración que Sebastián
redactó, y mantuvo su dictamen: quinta categoría. Para ese entonces ya
habían hecho las primeras montas, y para empeorar el cuento, el amigo
se peleó con el dueño de la parcela (el ex-futuro suegro), y los caballos
quedaron retenidos, en pago de la inversión de pesebreras,
empastadas y cuentas varias. Los amigos estuvieron casi diez años sin
hablarse ya que el tema no se zanjó nunca y las recriminaciones fueron
mutuas. Sebastián siempre se preguntó si el jefe del Stud Book lo
había perjudicado o en cambio le había hecho un favor al no permitirle
inscribir su potro, aduciendo que no aportaba nada al desarrollo del
turf. Curiosa determinación, ya que con el correr del tiempo han
aparecido inscritos potros de ninguna campaña (no corridos), y sin
pedigree (ni siquiera con hermanos clasiqueros). ¿Cambio de política?
No debiera haber comisiones que califiquen, sino libertad para que
cada uno se juegue la mejor opción que estime correcta. Mal que mal,
si alguien está en condiciones de hacer el gasto con sus recursos, que
se la juegue. La opción comisión se prestaba para suspicacias, donde
siempre se favorecía a un grupo de personas, las más conocidas, las
más influyentes, las más poderosas, etc. En el caso de Sebastián, él
pertenecía al segmento opuesto: sin influencias ni recursos (sin
criadero ni campo), y sin asomo de ayuda alguna. Pero en todo caso, y
mirándolo con la perspectiva que da el tiempo, todo aquello fue para
mejor.

197
Don Joseph Hamwee

Si en este episodio se vio perjudicado por el establishment, no hay


dudas de que en otras situaciones se vio favorecido, y fue cuando tuvo
ocasión de conocer a un señor de la hípica, Don Joseph Hamwee
Bazzini, sí, el Don en mayúscula, tal como se le anteponía al que fuera
crack del fútbol chileno, Elías Figueroa. Y aunque suele ser un lugar
común hablar bien de los que ya se fueron a decorar el oriente eterno,
a Sebastián le bastó un solo encuentro con Mr. Hamwee para reconocer
la calidad inmensa que tenía el moreno norteamericano, tan moreno
que le llamaban “blackie” y así supo bautizar a su criadero, situado en
Pirque: “Blackie”.
La historia de Mr. Hamwee se entroncaba con inversiones en
pesqueras, en la época de la UP, empresas que compró baratas por
efecto de la desconfianza que había para invertir en esos momentos.
¿Quién iba a invertir mientras estuvieran estatizando todas las fuentes
de producción, fijando precios, amenazando e interviniendo? Don
Joseph, luego de una muy buena gestión, vendió las pesqueras con
pingües ganancias.
Enamorado de Chile, se quedó en el país instalando un criadero
de caballos, pionero de la llamada “crianza al estilo norteamericano”,
en los preciosos parajes de Pirque.
Habían decidido retirar de las competencias a la yegua La
Siamesa, luego de que hubiera corrido muchas carreras y ganado
quince de ellas, en una campaña larga pero limpia, sin ‘mereque’ ni
ayudas raras. La yegua había mostrado calidad, claro que en índices
medios a bajos, pero igual se puede mostrar calidad ya que las carreras
se disputan entre iguales y para ganarlas hay que tener algo, llamado
corazón o clase y ella lo tenía de sobra. La alternativa era llevarla al
fundo del tío, que por ese entonces tenía unos potros más bien
198
mediocres, ya probados en otros haras y que no habían producido casi
nada. Sebastián se devanaba los sesos para conseguir un potro de
calidad y así poder demostrar que la tincada de que iba a reproducirse
muy bien era más que sólo una tincada, pero nada... es difícil discurrir
sin capital.
Por otro lado, la situación por la que atravesaban los negocios
familiares (comienzo de la crisis del ’83-84) no les permitía acceder a
ningún potro de los llamados top, y en esa época estaba de moda el
Haras Blackie, que con gran bombo había traído unos potros
importados (Clásico, Master, Worldwatch), sangres nunca llegadas a
Chile desde que la Sociedad de Criadores trajo a Parbury, y ofrecía
servicios de monta para el que pudiera pagar la tarifa que no era barata.
Sebastián habló con José Melero, apellido antiguo en la hípica, quien
aparte de ser el preparador casi exclusivo que tenía Don Joseph, era
algo así como su mano derecha, y este lo conminó a que le explicara
directamente su petición al caballero, ayudándolo en la primera
conversa con “el hombre”.
Don Joseph era uno de los accionistas mayoritarios del Club
Hípico, tenía una cantidad importante de acciones que le habían
permitido acceder a un cargo de director, costumbre que se habría de
seguir utilizando en lo sucesivo en las empresas hípicas, en desmedro
de la sana votación por las mejores cartas, algo que se daba cuando la
propiedad estaba más atomizada. Lo de sana votación es un decir, por
la abulia normal de la gente de nuestro país (incluso hoy son pocos los
que participan en las Juntas de Vecinos; en las reuniones de
apoderados en los colegios, cuesta designar a los delegados, mucha
gente ni siquiera está inscrita para las votaciones políticas, etc.), y
siempre estuvo instalada la costumbre de “asegurar” los votos
saliendo a pedirlos. Y así se repetían, con leves variaciones, los mismos
directores, de período en período. Este comentario no lleva intención
199
crítica, sólo consigna el indesmentible hecho. En la actualidad, para
bien o para mal (el tiempo juzgará), la propiedad accionaria está más
concentrada, lo que ha hecho cambiar el esquema de votación del
pasado.
En la época en que Sebastián lo conoció, Don Joseph lo tenía casi
todo: fama, reconocimiento y excelente situación económica, excepto
salud; por efecto de una diabetes intratable le habían cortado uno o
ambos pies (nunca estuvo clara la situación de sus pies), obligándolo
a mantenerse en silla de ruedas. Sentado en ella, le dio audiencia a
Sebastián, en el quinto piso, en el Recinto del Directorio.
- Don Joseph, este es el veterinario del que le hablé, quiere
conversar con usted.
- Joven, dígame qué quiere y ojalá no demore mucho, pues me corre
una yegua en la próxima carrera (hípico ante todo).
- La verdad, don Joseph, es que tengo una yegüita en el criadero de
mi tío, en el Haras El Rosarino, en Quilicura...
- Ah, es sobrino de don Juan, ¿y qué es de su tío?
- Ahí está, bien, y la verdad es que yo quería ponerle a mi yegua un
buen reproductor, y mi tío tiene un potro argentino que no me tinca que
dé para largo, y me gustaría ponerle uno de los suyos, usted sabe, para
darle una buena oportunidad y...
- ¿Y cuál es el problema? Hable con Pepe, converse las condiciones
y póngase de acuerdo con él.
- Don Joseph, no tengo la plata para pagar la monta, pero me
gustaría que tomara en cuenta que soy veterinario, que soy hípico desde
siempre y que en este ambiente pienso trabajar. Estudié esta carrera
exclusivamente con el fin de dedicarme a los caballos, tengo una
farmacia aquí enfrente del mismo Club, y estoy recién partiendo, pero
uno nunca sabe cuándo podría serle útil a usted, así que me atrevo a
pedirle esta paleteada...
200
- Mire, doctor, mándeme su yegua, hable con Pepe, no me va a pagar
nada, pero cuando yo lo necesite, usted me va a responder. Y ahora
déjeme ver tranquilamente esta carrera, ojalá que me haya traído suerte.
- Muchas gracias, Don Joseph, no lo voy a defraudar.
Traspirado entero, Sebastián salió del recinto del Directorio.
- ¿Y, cómo le fue?
- Súper bien, don José. Me dijo que le mandara la yegua nomás, y
que de plata no me preocupara, que lo veíamos después.
- ¿Ve?, le dije que el hombre era clasiquero, así que de ahí me avisa
usted…
- Yo le aviso, don José.
Es verdad, la escena anterior parece sacada de El Padrino I (sí, otra
vez), cuando don Vito le hace un favor al enterrador y le dice que
alguna vez va a tener ocasión de pagarle, lo que ocurre cuando le toca
“armar” a su hijo Sonny, al que habían zurcido a balazos en una
emboscada.
- José Luis, acompáñame a Quilicura.
- No hay problema, ¿a qué sería?
-Ayúdame a tomarle una muestra a La Siamesa. Antes de
mandarla al Blackie quiero asegurarme de que no está pringada…
- ¿Al Blackie? ¡Te creció el pelo, Sebastián!
- Amigos que uno va haciendo por la vida, nomás.
Sin embargo, Sebastián no tuvo ocasión de pagarle el favor, ya
que jamás le envió a la yegua. No se atrevió a hacerlo luego de lo que
sucedió en Quilicura. Acompañado por José Luis Gatica, que recién se
iniciaba en el trabajo de criaderos y que curiosamente llegaría a
administrar el criadero de Hamwee, viajaron dispuestos a revisar a la
yegua en El Rosarino y así tomarle una muestra cervical (del cuello del
útero) para cultivo bacteriológico, y ver en qué condiciones internas
estaba, para aprovechar bien la oportunidad que le estaba dando ese
201
nuevo Padrino de la hípica. El mayor temor de Sebastián era enviarle
una yegua infectada y que en vez de pagar el favor tuviera que
desaparecer del ambiente hípico por un tiempo considerable, para
escapar de las posibles “represalias” que podrían caerle. El asunto es
que metieron a la yegua a una manga y trataron de palparla, pero fue
imposible. Le pusieron un “puro”, y nada; probaron con “chinos”, y
nada, Combelén, nada… la yegua destrozó la manga a patadas, casi
mata al stud master y para colmo se les arrancó por los caminos
interiores rumbo a los potreros; una verdadera salvaje… parecía como
si nunca hubiese estado amansada, y Sebastián decidió que lo más
apropiado era no enviársela al gringuito; si ya temía meterle una
infección al haras, peor sería si La Siamesa mataba a alguna de las
maravillas de potro de Don Joseph, ya que si no tenía plata para pagar
la monta, menos tendría para pagarle el potro, así que se quedó con los
potros del tío, lo que daría origen a toda una línea de corredores y a
una serie de múltiples historias.

202
Ese antiparasitario nuevo

El mundo de la farmacia, a pesar de que a Sebastián le parecía un


simple intercambio de productos y servicios por dinero, estaba tan
inserto en la hípica que le trajo diversas experiencias, buenas y de las
otras, con distintos actores de la actividad, especialmente preparadores
que llegaban a comprar algún remedio y en el transcurso de la conversa
iba saliendo un: “échele una miradita, doctor”, o un “de ahí me lo va
a ver”. Ambas fórmulas eran invitaciones a conversar un poco,
actividad muy común entre hípicos, y a veces una forma de tantear sus
conocimientos. Otras veces (las menos veces), la conversa derivaba en
el pedido de que atendiese a algún ejemplar de la propiedad. Tal como
esa vez que lo fue a buscar don Teófilo Jacial, un preparador de bajo
porte y de reconocido mal genio; no es que abundaran en la hípica
estos tipos humanos, pareciera como si Sebastián los atrajera.
Jacial tenía un corral pequeño, a su medida, justo frente a la
farmacia, y aunque tenía pocos caballos (casi todos muy buenos) los
propietarios de dichos caballos eran excelentes, de entre los paisanos
los mejores, como los efectivos de la familia Sumar. Tan buenos
dueños eran estos, que entre los cuidadores de otros corrales había un
dicho para referirse a quien estuviese alardeando de generosidad o de
holgura económica, a ese le decían: “¡Buena, César Sumar!” . César
Sumar era uno de los reales “patrones buenos”, y en esa época le tenía
la mayoría de sus ejemplares en el Club, a don Teófilo, paisano igual
que ellos.
Don Tano (como le decían), cruzó la calle y entró en la farmacia:
- Doctor, me contaron de un antiparasitario nuevo, que es
fenomenal, que no hay que dejar sin comida a los caballos. Quiero
llevarlo para un caballo que me corre y que no puedo dejar de para, y que
sospecho que está con gusanos...
203
- Éste es, don Tano, es inyectable y sólo con un cc. por cada cien
kilos de peso basta para matar parásitos adultos, larvas, etc., es súper
fácil de usar, se pone intramuscular y se olvida…
- ¿Inyectable?, olvídese usted; sabe que más, doctor, vaya y me lo
pincha usted mismo y me cobra, nomás. Voy a decirle al capataz que
usted va a ir. El caballo se llama Escapado, un hijo de El Tirón. Ojo, doc,
que es el mejor potrillo que tengo, me está corriendo los clásicos de la
generación, lo tengo por súper bueno... es crack.
- Mire, el único problema de estos antiparasitarios es que
destruyen los bichos, y aunque busque en las bostas, no se encuentran
restos, y a veces la gente cree que no hizo efecto, pero la forma de
comprobar es buscando los huevos en una muestra, después de unos días.
Sebastián quedó feliz, ya que se le abría la oportunidad, por
simple que fuera el procedimiento a realizar (eso imaginó, al menos),
de entrar a un corral chico pero bueno. Así que tomó el frasco de
Invermic, una jeringa desechable, algodón y alcohol, los puso en un
riñón enlozado y con su delantal blanco siguió al petiso preparador
rumbo al corral. Don Tano ya estaba en su oficina. ¡Qué emocionante,
por fin la tan ansiada oportunidad de entrar en un corral de los
“grandes”!
- ¿El capataz?
- Se lo llamo altiro, doctor.
Sebastián conocía al capataz, ya que junto con vivir en el corral,
era asiduo comprador de la farmacia, uno de los pocos clientes top que
tenía, de los que pagaban en billetes, al contado, nada de anotar ni de
tener que hacer verdaderas investigaciones policiales de seguimiento
y búsqueda para que luego de un operativo de amenazas pagaran las
cuentas. No, del corral de Jacial venían con la receta en una mano y los
billetes en la otra, pero el capataz y los cuidadores le tiritaban a don
Tano. Sebastián, a poco de llegar al corral, habría de averiguar el
204
porqué.
- Capi, vengo a pinchar a Escapado, por encargo de don Tano
- A ver, Manuel, ponle un freno a tu caballo, que el doctor le tiene
que poner una inyección.
Sebastián preparó la maniobra, exagerando un poco el
procedimiento.
Con una mota de algodón empapada en alcohol limpió la tapa de
goma del frasco, sacó los cinco centímetros cúbicos de producto y sacó
el exceso de aire a la jeringa, hasta que apareció en la punta de la aguja
una pequeña gota. Luego escogió la zona del cuello donde iba a
pinchar al animal; esta era un triángulo que se formaba entre la
yugular y la paleta, sector clásico escogido para las inyecciones
intramusculares. Sebastián le dedicó unos minutos, frotando con el
mismo algodón, a favor y contrapelo para desinfectar la piel antes de
clavar la aguja. Posteriormente sacó la aguja, dio dos golpes con el
reverso de la mano en el sector a pinchar y al tercero se la clavó en un
movimiento enérgico pero controlado. En teoría parece una maniobra
simple, casi tonta, pero la acción tiene algo de arte. A pesar de ser un
proceso mecánico, repetitivo, hay que cumplir algunos pasos, en un
cierto orden, siguiendo una cierta pauta que requiere alguna cachativa,
como por ejemplo fijarse si la zona está sana, sin porotos de pinchazos
anteriores, hacer un buen aseo previo, estar atento al pinchar,
observando que el cuello no sangre pues indicaría que se le ha acertado
sin querer a una pequeña vena o arteria indeseada. Una vez cumplido
lo anterior, se atornilla la jeringa y se pone de una vez el contenido a
una cierta velocidad, permitiendo que trasfunda al músculo
lentamente, para luego retirar la jeringa en un movimiento, poniendo
algodón y manteniendo apretado para que la minúscula entrada en la
piel cierre, vigilando que no gotee sangre. Hasta ahí, la faena de
Sebastián fue impecable.
205
- Le avisa a don Tano que estamos listos, no hay ninguna medida
que tomar, sigue el training normal. El ideal es que le tome una muestra
de las bostas y me la lleva en unos cinco días más, para control
- Listo, doc, yo le aviso más rato al hombre, que está hablando por
teléfono en su oficina.
- Chao, capi.
Sebastián regresó feliz a la farmacia, soñando con gloria y nuevos
clientes, ya que estaba convencido de que esa había sido la mejor
forma de entrar a un corral; luego lo podrían llamar para algo más
interesante, quizás... y efectivamente, a los quince o veinte minutos
reapareció don Tano, con algo súper interesante para decirle:
- ¿Qué le ha hecho usted a mi caballo?, ¿qué le puso?, está como
loco, desesperado de dolor, véngase altiro a verlo.
Sebastián echó a andar su cerebro a mil, no tenía gran experiencia
en ese producto, ni en casi ninguno, y para ganar tiempo le dijo al
indignado preparador que iba en unos minutos y que iba a llevar algo
para ponerle.
Ojalá hubiera existido Google en esa época, pero por suerte pudo
encontrar el folleto del laboratorio que le había vendido el producto,
con la información, y los efectos no deseados: “....este medicamento
puede en algunos casos producir dolor en el punto de inyección, en ese
caso se debe recurrir a...”
- ¡Maldición, justo tocarme a mí, y con este preparador, y con este
caballo! -se lamentó Sebastián. Luego sacó un poco de Novalgina y
cruzó, jeringa en mano, sin algodón, riñón ni delantal sino que con
puro susto rumbo al corral, donde tuvo que explicar lo inexplicable y
dejar que el capataz pusiera el calmante en la vena, ya que don Tano
no dejó que Sebastián volviera a tocar su caballo. Sebastián,
achunchado, no pudo chistar y tan sólo alcanzó a recomendar que lo
pasearan dentro del corral, así se calmaba un poco y dejara de mirarse
206
el flanco, signo inequívoco de dolor. Luego, tratando de pasar
desapercibido, se arrancó a su farmacia para rumiar su mala suerte y
especialmente para escapar de las miradas asesinas de don Tano, que
a pesar de su porte se le antojaba más alto mientras más enojado lucía.
Con los años, incluso cuando ya no trabajaba en la hípica y sólo
era asiduo visitante de los hipódromos como propietario, Sebastián
habría de encontrarse con el cuidador de Escapado y siempre se
habrían de chancear recordando aquel momento de apuro que ambos
pasaron, en donde la furia de don Tano alcanzó y sobró para ambos.
Incluso cuando era cuidador en otro corral, le decía a Sebastián:
- Este sí que es mansito, ná’ que ver con el otro.
- Era el otro el bravo...
Como si estuvieran hablando del caballo, pero haciendo clara
referencia al desaparecido preparador. Como parte de lo anecdótico,
Escapado tuvo una excelente campaña, la que culminó
desastrosamente en El Ensayo, donde se fracturó de gravedad. Se lo
trató de recuperar para dejarlo como padrillo, y por largos meses, luego
de que lo operaran, estuvo en tratamiento en el propio corral. En
reiteradas ocasiones Sebastián pudo ver cómo le hacían curaciones y
como se le fue deformando la mano, hasta adquirir proporciones
monstruosas, que hacían ver como imposible el que se recuperara,
incluso para ejercer como reproductor.

207
No era tan buen amigo el paisano

A propósito de reproductores, una tarde en que Sebastián estaba


en su farmacia sacando cuentas y estudiando el gris porvenir del
negocio, lo pasó a buscar su tío para que lo acompañase a revisar un
caballo que le estaban ofreciendo como reproductor, ya que además de
haber tenido un rendimiento más que aceptable en una campaña corta
(debido a una lesión) era hijo de Mocito Guapo, uno de los buenos
reproductores y padre de reproductores que se han dado en el país.
Este caballo era un tordillo de regular físico y estaba alojado en el
corral de un preparador que, según el tío: “es un buen amigo y me va a
decir la firme, nos conocemos de años”.
Pero parece que la confianza depositada en el “amigo” no era
tanta, ya que por algo le pidió a Sebastián que lo acompañara a revisar
al caballo, con la expresa misión de que se fijara en la rodilla, por
cuanto había sido la causa de su retiro de las pistas (a pesar de haber
sido operado, nunca había podido volver a correr)
Llegaron al corral, que quedaba cerca de la puerta de El Espino, y
los estaba esperando el preparador.
- Juanito, que gusto de verte, che, como está la familia, tanto
tiempo que no nos veíamos... Gran recibimiento…
- Aquí vengo con mi sobrino, es veterinario y tiene la farmacia aquí
cerca…
- Sí, si lo ubico.
“Me ubica” , pensó Sebastián, “pero nunca me compró nada de
nada, ni siquiera había entrado a la farmacia, ni él ni su hijo”, a pesar
de que se conocían desde la epidemia de influenza, en aquel agitado
verano en Viña.
- Mirá… -dijo el tío con su mejor acento argentino, ya que había
nacido en Rosario y vivido algunos años en Argentina, “perdiendo”
208
totalmente el acento, pero recuperándolo milagrosamente cada vez que
se encontraba con otro “compatriota” - Quiero que me digás de verdad
si crees que puede fallar de la rodilla, ya que tengo que reemplazar el
potro que tengo, y no me quiero arriesgar a invertir en un caballo que me
dure poco, por eso traje aquí a mi sobrino, para que lo revise...
- Ningún problema, Juanito, este caballo está diez puntos, si falla
de alguna parte no va a ser de la rodilla, te lo aseguro. Podría correr
perfectamente, pero el dueño lo quiere retirar y bueno, qué le puedo hacer,
pero lo vamos a hacer sacar, para que el muchacho lo revise...
Lo sacaron de la pesebrera al patio interior, y el animal caminaba
absolutamente normal, no cojeaba ni le hacía el quite al pisar ni girar.
Sebastián se acercó, le tomó la mano, la flectó, la sobre extendió,
se puso por delante y le hizo un prolijo examen, tocando
minuciosamente todos los pequeños huesos que componen lo que
llamamos la rodilla del caballo, que por ser realmente el carpo,
corresponde a lo que es nuestra muñeca.
Sebastián no encontró lesión o dolor alguno, parecía que el
caballo en cuestión nunca hubiese tenido problema en la zona, a pesar
de notársele a simple vista la herida cicatrizada producto de la
operación a la que había sido sometido. Sebastián, con cierta malicia,
al ver la cicatriz pensó: “Parece que cuando habló de los diez puntos se
refería a los puntos de sutura que tiene en la rodilla…”, pero prefirió
guardar silencio.
Por su poca experiencia, a Sebastián no se le ocurrió hacerlo
galopar o moverlo un poco durante el paseo, por ejemplo, para que
acusara algún dolor al ser sometido a un ejercicio más severo que sólo
caminar; tampoco solicitó algunas radiografías que le permitieran
“ver” la verdadera situación interna de ese carpo. Llevado por la
familiaridad y el aparente grado de amistad que le demostraba el
vendedor, nada le hizo dudar respecto a las condiciones del caballo. Ya
209
con el paso del tiempo, y mirando en retrospectiva, Sebastián habría
de admitir su excesiva confianza en aquella situación, al igual que
cierta escasez de dureza o frialdad profesional a la hora de separar la
“amistad” de los negocios. En tales transacciones no era recomendable
creer demasiado en las palabras, sino que había que atenerse a los
hechos, tomando todos los recaudos posibles (exámenes de
laboratorio, una demostración bajo esfuerzo, etc.).
Así funcionaban los veterinarios gringos cuando venían a revisar
caballos por cuenta de algún cliente, representando a un posible
comprador. Los gringos sacaban juegos completos de dieciséis o más
radiografías por cada miembro, incluyendo todas las articulaciones:
nudo, rodilla, corva, etc. Si les cabía alguna duda tomaban otras
cuantas más, desde distintos ángulos, con la filosofía de que era
preferible exagerar y cuidar las espaldas y el prestigio ante una posible
falla. Pero con igual acuciosidad, en Chile nos encargábamos de burlar
tales minuciosidades apelando al ingenio criollo; fueron muy
comentados los “goles” que les metieron inescrupulosos
“profesionales” del ambiente, a los “expertos” extranjeros. Cambiazos
de radiografías, caballos repletos de analgésicos, engranajes aceitados
por aquí o por allá, en fin, triunfos que se transformaron rápidamente
en derrota ya que cerraron las puertas por un buen tiempo a nuevas
exportaciones de caballos chilenos, con el consiguiente perjuicio para
la actividad. Pero los “vivos” no calcularon este costo, sólo vigilaron
sus mezquinos intereses.
Pero volviendo a la historia que nos importaba, el caballo falló de
la rodilla, a pesar de lo que pensaron Sebastián y su tío, confiados en
el “buen amigo” que les iba a decir la firme. Arrastrados por la
confianza pensaron que la faena de monta no iba a ser problema con
una rodilla operada. Sin embargo con las sucesivas montas que realizó
en El Rosarino, al caballo se le fue deformando la mano. En un par de
210
años apenas les serviría para, penosamente, desplazarse. Además, al
hacer la monta, el potro utiliza los miembros anteriores (manos), para
afirmarse encima de la yegua, apretando. Esta acción fue provocando
que la rodilla, que no estaba sana, se fuera “desarmando”, hasta llegar
a un punto en que finalmente no pudo seguir cubriendo. El caballo
finalmente fue sacrificado.
¿Otra de las curiosidades de la hípica? ¿Otra de las avivadas?
¿Realmente el preparador había actuado de buena fe al decirles que no
iba a fallar?
¿El preparador tenía más amistad con el dueño del potro que con
el tío?
¿Había otros intereses? ¿O fue todo producto de la mala suerte?
No, sencillamente la hípica era (es) así. Los caballos son rápidos y
quienes los administran son más “rápidos” aún. El que pestañea,
pierde.
El personaje de este capítulo es Antonio Bullezú Noar, padre del
también preparador Antonio Bullezú Melej, ambos sujetos de mi no
devoción.

211
Otro vecino

Y si de suerte se habla, ¿cómo calificar una “acertada” compra que


Sebastián realizó en un corral, en el que atendía a algunos ejemplares?
Vecino a la farmacia, al lado del caserón donde funciona la
nombrada Sociedad Hípica Luis Cousiño, estaba la casa y el corral 2 de
don Pedro Bagú Herrera, un antiguo preparador, figura muy
pintoresca, casi histórica, reconocido por su campaña y la de sus hijos.
De estirpe hípica, era el típico preparador cazurro pero sustentado con
buenos caballos, sin necesidad de brujuleos raros ni malabares. Tan
sólo su carácter era así: pícaro y burlón, simpático y gracioso. Era
cliente de Sebastián, y mandaba siempre a Rosales, el capataz del
corral chico, donde mantenía a la segunda división de sus entrenados:
- Rrrosales - con su característica voz y medio golpeado - Pónle
freno al tordillo y se lo traís al doctorrr.
Rosales, sumiso, medio nervioso, tres cuarto asustado,
completamente con pánico, iba y cumplía lo ordenado. En cambio en
el corral grande, con salida directa al paseo del Club, don Pedro tenía
a la primera división, los mejores caballos de su stud. En una actitud
de buenos vecinos, le pasó a Sebastián algunos caballos del corral
chico para que se los atendiera, en especial un bonito mulato llamado
Furibilú, hijo de Furibundo, que el mismo trainer había preparado.
Ese caballo reventaba en sangre, y en esa época no estaba
difundido el uso del Lasix o furosemida, que luego se haría tan común.
En aquellos tiempos para los caballos “reventadores” se usaban otros
medicamentos, generalmente sacados de lo que se usaba en las
personas: vitaminas A, C, E, K, DUO CVP, sueros y otros. Cuando se
habla de “reventar en sangre” (que es incluso el término legal que se
usa, a pesar de lo dramático y poco técnico de la palabra), de lo que
realmente se está hablando es de acuerdo a la nomenclatura gringa de
212
una EIPH: Exercise Induced Pulmonary Hemorrage o, en buen
castellano, hemorragia pulmonar inducida por el ejercicio, aunque
aquí se le llamara epistaxis o sangre de narices, aún de causas inciertas,
a pesar de que la pueden causar algunos cuadros de infección
respiratoria o resfrío, o incluso ser de origen hereditario. Se dice que
incluso más de un diez por ciento de los caballos la pueden sufrir, y
puede detectarse o no, dependiendo del uso de la endoscopia, que
puede realizarse después de un ejercicio severo, o mejor aún, después
de la carrera. Pero en esa época no había nada de lo nombrado, en Chile
se sabía menos aún, y su tratamiento, aparte de los medicamentos
paliativos, incluía desde sangrías y puñados de azufre aplicados
directamente en la comida, hasta sahumerios.

213
¿A la pelea o para atrás?

En las manos de Sebastián, Furibilú mejoró y ganó un par de


carreras, claro que era un caballito de índice nomás, y se topó, o sea, le
correspondía bajar de categoría para obtener otro triunfo. Algunos
dueños o preparadores logran descender estos puntos corriéndolos sin
intención de ganar, a veces corriendo decididamente “para atrás” o
ñatos. En tales situaciones se le dan instrucciones al jinete de no ganar,
incluso de no figurar y muchas veces se le agrega un “pero sin
escándalo”. Otras veces la instrucción es dual: trata de no ganar, pero
si se viene, se viene nomás.
Estas maneras de añatar un caballo, en la actualidad, están
prácticamente desterradas, por varios motivos. Entre ellos el uso de los
medios visuales para controlar el desarrollo de las carreras: la
filmación de la carrera desde diversos ángulos y la posibilidad de
reiterarla cuantas veces quiera la Junta de Comisarios, han ido
eliminando esta práctica poco deportiva. Otro de los motivos es la
abundancia de reuniones de carrera, con el aumento por tanto de las
posibilidades de correr y de bajar los puntos corriendo, situación que
varió desde el tiempo que había más restricción en el número de
reuniones de carreras y con algunas prohibiciones que en la actualidad
no existen. Luego está el tema de los premios y la baja de las apuestas.
En la actualidad, con premios mínimos bordeando el millón de pesos,
conviene más ganar alguna que arriesgar varias carreras corriendo al
borde de lo legal para obtener un buen dividendo; sumado al hecho de
que hay que invertir un buen resto de dinero, a la gran cantidad de
ejemplares que siempre están dispuestos a ganar y que nadie sabe si
están en buen estado o no, ya que corrieron dos días atrás. La situación
no es como antes, cuando los caballos se iban de domingo a domingo

214
y todos sabían quién era quien.
Otra forma de bajar índice es correr un caballo sin trabajarlo
previamente, suponiendo que si está fuera de condición física no
debería rendir lo suficiente como para alzarse con el triunfo. Empero
esto es un gran supuesto, ya que hay caballos que prefieren el poco
trabajo para rendir.
En todo caso, por tratarse de una condición individual, si un
preparador conoce a su caballo lo suficiente, entonces puede ser capaz
de discernir si utiliza esta estrategia para engañar al público, a los
comisarios y, si quiere, al mismo dueño del animal. También se baja
de categoría corriendo en una distancia en la que se supone (otra vez
un supuesto) que ese caballo no es capaz, por ejemplo un caballo de
larga atropellada, o esos de galope incansable pero lentos, o
acostumbrados a rendir en distancias largas, inscritos en corto, mil
metros, por ejemplo, dando por sentado que no serán capaces de seguir
el ritmo de los demás, corriendo fuera de toda opción, bajando de
índice.
El proceso a la inversa no es tan seguro, ya que velocistas llevados
a la milla o al doble kilómetro, salen a cortar el viento con sus colores
en punta y mientras el público y los jinetes rivales esperan que se
paren como estacas al girar la curva, muchas veces sencillamente “se
vienen” y se llevan las preseas, hazaña que cuesta mucho que la
repitan porque a la próxima ya no los dejan correr tan libres y los
“salen a buscar” antes de que se transformen en imparables. Otras
maneras de correr sin intención es cambiándolos de pista, de la arena
al Club o viceversa, e incluso de mano, del Club a Viña; hay caballos
que no se acomodan, ya sea al sentido de girar la pista, o a la modalidad
que impera en cada una de ellas. Por ejemplo, en el Chile se corre al
estilo norteamericano: de un principio a fin se sale a correr, sin mucho
tren de carrera; en cambio en el Club es un estilo más europeo, con
215
estrategia, debido entre otras cosas a lo largo de la recta. Un caballo
lento en el Club, va a dar la hora en el Chile, y no va a ser capaz de
seguirles el ritmo, se va a tragar toda la arena y va a llegar recogiendo
gorras, sin escándalo, bajando su punto.
Y finalmente, por ser la maniobra más burda y que siempre cae
dentro de los mitos que el turf genera en los no-entendidos, está la
antigua fórmula de llevar al caballo “lleno” a correr, o sea, luego de
haberlo atiborrado de comida (con un estómago lleno nadie puede ser
muy atleta).
Esto lo “corroboran” los que luego de ver a un caballo en plena
pista, muy montados por su jinete, y muy elegantes ambos, levanta la
cola y deja caer humeantes bostas, entonces los testigos le comentan al
vecino: “chis, este va pa’trás, lo mandaron lleno”. Hecho desmentido
por cuanto se ha visto cometer ese “atentado al buen gusto” en grandes
clásicos, y más atribuible a los nervios previos a la competencia (las
tribunas atiborradas de vociferante público), que a una triquiñuela tan
antigua como ineficaz.

216
La Junta de Comisarios

La Junta de Comisarios, nombrada en cada hipódromo por los


directorios respectivos, tiene la función de velar principalmente por el
buen desempeño de jinetes, preparadores y caballos, dentro de una
carrera. Por ejemplo, si alguno causa molestias a otro, obstaculizando
el desempeño del rival, y sin necesidad de reclamo elevado por alguno
de los involucrados, la Junta puede proceder “de oficio”, sancionando
con suspensiones de días o de reuniones, sin poder contratar montas,
en el caso de los jinetes, o medidas más drásticas como multas en
dinero a jinete, preparador, suspensión del propio caballo e incluso
apelar al distanciamiento en una carrera (cambiar el orden de llegada)
si el perjuicio de una de las partes fue ostensible, intencionado o no.
Aunque también se da el caso de desestimar el reclamo y considerarlo
casual. En una reunión cualquiera las resoluciones pueden ser: $20.000
multa de oficio por no conservar línea de carrera; multa por ratificar
peso mayor al establecido (cambio de aperos); 21 días de suspensión a
un caballo por reventar en sangre; 30 días de suspensión a un caballo
y debe presentar certificado del Juez de Partida para inscribir; $8.000
por no presentar colores y $10.050 por arriendo de colores al mismo
preparador; ejemplar cargado al partir, comprobado casual; ejemplar
recibe champazo a la altura de los 500 mts.; 7 días de suspensión al
jinete por molestar en carrera; $10.000 de multa a un jinete por
excederse en el peso, o por provocar cambio de monta.
También es propio de la Junta sortear qué jinetes serán sometidos
a control doping, o alcotest, y a qué caballos, aparte del ganador, se les
sacará muestra de orina con el mismo fin. La Junta debe recibir, estimar
o desestimar todos los reclamos que los jinetes eleven, en pos de
impartir justicia para un normal desarrollo de las competencias.
Complementan su labor los jueces de paddock, peso, partida y llegada,
217
cada uno con su ámbito de acción, labor fundamental para la
transparencia de la actividad.
En la actualidad, está incluido en la junta de Comisarios un ex
jinete, el correcto Fernando Díaz, quien aporta su conocimiento al
buen decidir. No hay veterinarios integrantes, pero siempre los hay de
turno en cada reunión de carreras.

218
El complicado hándicap

¿Qué importancia tiene un punto de índice o hándicap? O mejor:


¿qué es el índice o hándicap? Es un sistema utilizado en varios
deportes (polo, golf y la hípica entre otros) para equiparar las opciones
entre competidores.
En la hípica es un sistema automático, absolutamente
reglamentado, con normas claras y explícitas, que parte cuando un
caballo gana su primera competencia. Dependiendo de la edad, sexo,
distancia y mes del año en que la logre, se le adjudica un determinado
valor o índice. Un par de ejemplos: uno triunfal, un macho de dos años
que gana su primera carrera en mil doscientos metros, durante el mes
de febrero, tiene índice veinticinco; y un ejemplo menos glorioso: una
hembra que sale de perdedora, a los tres años, en mil cien metros, en
el mes de febrero siguiente, queda con índice diez. Estos serán sus
índices de partida, al ingresar a correr carreras de hándicap. Al
principio todos los caballos participan en carreras agrupados por su
condición de no ganadores, esto es en carreras “condicionales”, ya que
tienen una condición. Luego aspiran a correr en carreras de selección,
es decir en carreras donde todos los participantes ya han ganado
alguna vez, o carreras clásicas en las que a pesar de aceptar caballos no
ganadores, estos no son inscritos (salvo excepciones) y normalmente
corren los mejores o los que están en vía de probar que lo son. Luego
de haber sido asignados con un índice, éste se incrementa al ganar
carreras o figurar en ellas, o se disminuye al no entrar en el marcador,
de acuerdo a una tabla.
Por ejemplo, un caballo que gana una carrera de mil cuatrocientos
metros, compitiendo contra más de ocho rivales, superando a su escolta
por dos cuerpos, subirá seis puntos en el índice. A su vez, el que arribó
en segundo lugar incrementará su índice en dos puntos, el tercero en
219
sólo uno, el cuarto mantendrá el índice con el cual corrió y desde el
quinto al último bajarán un punto. Las normas son más complicadas
que este simple resumen, ya que cambian según las distancias, el
número de ejemplares inscritos, los posibles empates, los triunfos
consecutivos, el tiempo que permanecieron sin correr, etc. Incluso los
no ganadores pueden entrar a las carreras hándicap a partir de cierta
fecha. En un Programa de Temporada de alguno de los hipódromos se
puede ver el Reglamento del Hándicap, completo; es público y se
supone del conocimiento general, como cualquier ley de la República.
Parece chino pero no lo es, es muy simple de entender si uno está
interesa en aprender.
La forma de ejercer en la práctica el uso del hándicap es mediante
la asignación del peso que debe cargar el jinete sobre los lomos del
animal, y se logra regulando el peso con que el jinete correrá un
ejemplar, pesándolos previo a la carrera con todos los aperos,
incluyendo vestimenta y montura completa, agregándole (en caso de
ser necesario) barras de plomo dentro del mandil, que es un elemento
de cuero con pañete que se pone sobre el lomo del caballo.
La forma más usual de ensillar un caballo es así: primero se utiliza
un trozo de esponja, sobre éste el mandil con el peso, salvo que por ir
con un peso muy bajo, o con un jinete muy pesado, no sea necesario el
uso del mandil. Luego un mandil de paño, con los colores y el número
asignado para la carrera (en los clásicos lleva impreso el nombre del
ejemplar).
Encima va la montura, generalmente pequeña, y afirmada por una
ceñida cincha elástica; sobre ella, una sobrecincha, a modo de
seguridad, para que el conjunto no se corra. El pesaje se realiza en la
ceremonia previa a efectuar la monta y debe ajustarse al peso asignado.
Una vez disputada la competencia, deben volver a pesarse. La cifra
debe coincidir con el pesaje anterior, permitiéndose diferencias de
220
hasta cuatrocientos gramos. De no ser así, se estima que hubo dolo,
argumentando que se sacó peso buscando una ventaja ilegal, de
manera que se castiga al ejemplar adjudicándole la última ubicación
de la carrera, aunque haya sido ganador.
¿Tanta importancia a un kilo? Un punto de hándicap es un kilo en
el peso del jinete. Algunos agregan que un kilo es un cuerpo de
distancia, y otros agregan el factor tiempo con el dicho: “un quinto (un
quinto de segundo) es un cuerpo”, aforismo que requeriría un cálculo
más ajustado que la simple seguridad con que los hípicos manejan
estas equivalencias.
Por eso la importancia del peso y el tamaño de los jinetes. Éstos
deben pesar entre cuarenta y nueve o cincuenta kilos para poder correr
algunos ejemplares, y uno de los peores enemigos de los jinetes es su
propio peso.
Por el hecho de ser una limitante al momento de ser elegidos como
monta de algún ejemplar, los jinetes viven cuidándose, con ejercicios,
dietas, asistencia a los baños turcos, etc. Esta situación está muy bien
descrita en el personaje del jockey Leon Micheaux, en la serie Luck, de
HBO. Allí el jockey vive una constante y despiadada lucha contra la
balanza.
Así, los caballos se agrupan para correr carreras hándicap con
índices semejantes, en un intento por reunir caballos de similar
calidad y similar opción, pero al haber un caballo que
“artificialmente” (por haber corrido sin intención de ganar, “para
atrás”) haya bajado cinco puntos pues entonces se va a encontrar con
caballos cinco índices inferiores en calidad, y los va a enfrentar con un
jinete cinco kilos más liviano de lo que debería ir. Ante un hecho así,
en teoría, se supone que dicho animal debería ser el ganador de la
competencia. Pero es un puro supuesto, ya que los cinco kilos menos
no asegura nada; el caballo podría encontrarse con un potrillo recién
221
salido de perdedores cuyo índice real debiera ser mayor, o también con
otro caballo en iguales condiciones (otro “submarino”), o
sencillamente una equivocación mínima del jinete, que puede
descuidarse en la partida, o partir bien pero sin encontrar una vía libre
para pasar, o tantas otras posibilidades de “despilfarrar” la opción de
ganar, arruinando la tan mentada “papa”.

222
Clavando a los amigos

Como se trató de explicar anteriormente, Furibilú estaba


“topado”, y otra de las alternativas para librar es la que usó su
entrenador: deshacerse de él. Cuando Sebastián supo que el caballo se
vendía, se interesó de inmediato, sin pensar en su alto índice, ni
tampoco que reventaba en sangre, es más, ni siquiera en el precio, que
no fue rebajado ni un peso de los ciento cincuenta mil que se pedía por
él, buena plata de su época.
Sebastián se cegó ante el hecho de que era un muy buen caballo,
y principalmente porque era su paciente; lo había atendido en más de
una ocasión, estaba a su cargo y de verdad pensaba que podía llegar
más arriba con él. Nunca culpó a don Pedro, ya que, ocupando un
término hípico, “entró solito al partidor”, aunque para ser fieles a la
verdad, no entró solo, ya que ocupó una de las fórmulas más usadas
para hacerse de un caballo: formar una sociedad.
- Hola, Guillermo.
- Sebastián, tanto tiempo.
- Sí pos, ahora que estás en las altas esferas, te has olvidado de los
amigos pobres.
- Sabes que no, sigo siendo tu mismo amigo de Los Barbechos, la
señora Katy y Chechayeya.
- Vamos al grano, la última vez que nos vimos me dijiste que te
gustaría entrar en el mundo de la hípica.
- Bueno, tú sabes que desde siempre me han gustado los caballos…
- Varias veces te acompañé cerca del Cantagallo, donde había
caballos para arrendar (hoy está llena de casas, con terrenos a 20 UF el
m2).
- Venden un caballo precioso, ¿te interesa entrar en una pata?
Guillermo Martínez era en ese entonces yerno del General
223
Pinochet, casado con la hija menor en una fastuosa y muy publicitada
fiesta en el Palacio Cousiño, a la que Sebastián concurrió como
invitado. Además en un par de ocasiones había estado con la pareja
tanto en la casa de Santiago como en el Palacio Presidencial de Viña,
pudiendo palpar en carne propia la dificultad de convivir con tanto
poder y salir indemne de la experiencia.
Sus amigos, en cambio, no pudieron soportar tantas presiones y
terminaron fracasando.
- Vale, si tú entras, me meto. ¿Y quiénes serían los otros socios?
- Yo entro con dos patas, y la restante se la voy a ofrecer a la
Rata…
- ¿Cristián?
- El mismo, así que va a ser un caballo gasparino…
Pero ni San Gaspar los iba a salvar del estropicio que se venía. El
otro, Cristián Prat, amigo de toda la vida de Sebastián, tenía una fe
ciega al lance.
Tal como el fracaso del matrimonio de Guillermo, también habría
de fracasar la aventura hípica de los tres amigos; una vez comprado el
caballo, lo llevaron al corral del Chile, donde Aliro, ya que era eximio
arenero. Y lo corrieron cinco veces con los colores amarillo y verde
listado de Sebastián, en contraposición al amarillo y verde en ruedas
del stud familiar. Sus cuatro primeras presentaciones fueron cuatro
últimos lugares. En la quinta presentación fue peor, si es que peor
ubicación se puede obtener: salió último pero además se fracturó
ambos rudimentarios (huesos de la caña) de una de las manos,
quedando inutilizado para volver a correr.
Linda historia… “felices” estaban los amigos de Sebastián con la
invitación recibida… pero jamás le reprocharon nada, excepto las
normales tallas en alguna reunión de exalumnos como por ejemplo:
“¿cuándo me invitai’ otra vez a una sociedad?” , o “es más malo que’l
224
caballo del Sebastián”, bromas que duraron años, pero siempre en
buena onda.
Pero la historia no terminó ahí. Gracias a que el caballo se fatalizó
en carrera (lo cual fue certificado por el veterinario oficial de turno ese
día, en el Chile) Sebastián pudo hacer uso del seguro contra accidentes
que ampara a todos los caballos participantes en las competencias de
los hipódromos centrales. Este seguro de riesgo basa sus fondos en un
pequeño porcentaje, no mayor al 0,3 % del premio a ganador, con un
cierto tope, y que se le descuenta a cada caballo participante,
acumulado en un fondo y destinado a pagar una indemnización según
una cierta escala basada en la calidad y edad del accidentado (escala
muy bien reglamentada) y al cual se accede siguiendo unas simples
gestiones ante el Consejo Superior de la Hípica, que es la institución
encargada de velar por estas y otras materias en el quehacer hípico:
patentes de preparadores, jinetes, cuidadores, establecer las leyes de la
actividad, etc.
En un momento este fondo acumulado estuvo en el centro de una
polémica, debido a que el dinero se utilizaba para pagar los accidentes
de los jinetes cuando estos ocurrían dentro de los recintos de los
hipódromos, también según un reglamento. No todos estaban de
acuerdo con la norma, originando verdaderos atochamientos en el
pago de los siniestros del Fondo de Riesgo, demorándose sobre seis
meses el pago efectivo del seguro.
Sin embargo, en el caso de Furibilú pagaron prontamente, y salió
a nombre de Sebastián un cheque por valor de ciento cuarenta y siete
mil quinientos pesos, por lo que la pérdida para los socios fue de tan
solo dos mil quinientos pesos, más los gastos de pensiones incurridos.
Para ser una aventura fracasada, la sacaron barata, aunque Sebastián
desistió por un tiempo de buscar socios. Al parecer la suerte había que
buscarla en otros derroteros.
225
Cambio de giro

Un día Sebastián recibió una llamada de un funcionario de la


oficina de Estadística del Club, invitándolo a conversar, pues tenía una
oferta que hacerle. Se conocían porque se habían topado varias veces
cuando el veterinario iba a averiguar los inscritos para alguna carrera
en la que participaban sus ejemplares. Aún no era la época de internet
donde la mayoría de estas informaciones se pueden obtener
accediendo a las páginas web de los distintos hipódromos
(anteponiendo la triple w a clubhipico.cl, hipódromo.cl o sporting.cl).
Arrastrado por la curiosidad Sebastián acudió a la cita en el segundo
piso del vetusto recinto de Blanco Encalada.
- Hola doctor, ¿cómo va esa farmacia?, ¿le pagan estos veloces?
- Más o menos nomás, Iván, tú sabes que la mayoría es buena p’al
anote y después si te he visto no me acuerdo, pero hay otros que son de
primera línea, y con esos me las bato.
- Pero he sabido que sigue atendiendo caballos en los corrales,
especialmente en el callejón, lo felicito por el 4º de Kilán en el Chile.
- Sí, me ha ido relativamente bien. Aunque son corrales modestos,
al menos hemos ganado algunas carreritas y ya vendrán tiempos
mejores.
- Bueno, de algo así quería hablarle. Fíjese que me preguntaron si
conocía a algún veterinario que quisiera atender el corral completo de
un preparador que le trabaja a un solo dueño. No sé si ha oído
nombrarlos, son los del stud Metropolitano.
- Ah, ¿el de los profesores?
- Esos mismos. Se llevaron como preparador a Belisario Vidal, han
comprado algunos caballos en training y van a empezar a comprar
potrillos en los remates. Mire, es gente nueva en la hípica, no saben
mucho, pero son muy serios, excelentes personas y yo me atreví a
226
recomendarlo a usted, incluso antes de preguntarle si estaría dispuesto
a aceptar.
- La verdad es que me interesa. Ya los conozco porque le he
escuchado a don Pedro decir que hay unos profesores que están
comprando cualquier cosa, lo que le ofrecen se lo han llevado, y parece
que problemas de plata no tienen.
- Tienen un tremendo colegio, del mismo nombre, aquí, en
Velásquez al llegar a la Alameda, con no sé cuántos alumnos, y por ser
subvencionados, reciben un chorro de plata todos los meses.
- Ya me está gustando, ¿y cómo cobrarles?, ¿te dijeron algo?
- Ellos saben que se paga algo como mil a mil doscientos pesos por
ejemplar mensual, y tienen como dieciocho caballos. Les voy a decir que
usted acepta y que les va a costar veinte mil mensual, ¿qué le parece?
- Súper bien.
Para sus adentros a Sebastián le pareció más que bien; llegar a
todo un corral era un excelente punto de partida para empezar a dejar
la farmacia.
- Hecho, doc, yo me encargo de avisarles y lo voy a volver a llamar
para decirle cuando empiece a trabajar. Ah, me olvidaba, no he visto sus
colores en la pista…
- Estoy un poco retirado de propietario… gracias, Iván, te debo
una.
- Anótela por ahí, pues doc.
- Otro anote más, chis, no me pegue en el suelo...
Y Sebastián se alejó bajando alegremente las escaleras, haciendo
cálculos y planes de cómo lo iba a hacer, los horarios, los remedios de
la farmacia, si hablarles de un porcentaje sobre las carreras o solamente
responder por la parte veterinaria. Además se preguntó cómo serían de
trato, ya que sólo por oídas sabía que eran personas sencillas y
principalmente profesores. Y tal como sabían enseñar, también debían
227
saber escuchar y dejar actuar a los profesionales, dejándolos hacer su
trabajo, sin asociar tan estrechamente su labor con los resultados.
Sebastián no era amigo de tratar de “poner” para ganar, aunque
algunos de sus colegas veterinarios, en aquella incipiente sociedad de
veterinarios especialistas en equinos, lo habían apodado “Jeringo
Pinchaforte”, en alusión a un personaje de una viñeta cómica que
aparecía en el suplemento hípico de un diario capitalino.
Pero el alias se lo habían asignado principalmente por la actividad
de su farmacia, más que por el afán de inyectar a sus pacientes (al
menos eso le dijeron...).

228
Veterinarios especialistas en equinos

La mencionada sociedad, tuvo un corto funcionamiento, un par de


reuniones realizadas en una sala anexa a la farmacia, en la cual
ubicaron unas bancas e invitaron a todos los colegas que trabajaban en
caballos, incluyendo a los que lo hacían en las instituciones militares,
clubes de equitación y polo, y por supuesto a los que colaboraban en
los hipódromos. La asistencia fue buena, pero no concurrió ninguno
de los colegas de la clínica del Club. Sebastián nunca supo si se debió
a un veto impuesto por el jefe, o sencillamente pensaron que ya no
tenían nada que aprender (o nada que enseñar). La mayoría era gente
joven, dispuestos a debatir distintos procedimientos, a estandarizar
modos de acción, y sobre todo (quizá el motivo principal de la cita)
buscar establecer lazos y estrechar conocimientos entre el puñado de
profesionales que, dedicados a un mismo tema, y por ser un ambiente
tan pequeño, constantemente debían toparse entre ellos, en busca de
soluciones con buenos y malos resultados. La idea de los gestores (el
núcleo principal estaba compuesto por la veterinaria Bernardita
Campos, su esposo, también veterinario Rolando Carrillo, y Sebastián)
era que al compartir reuniones en forma profesional, y luego en los
coffee break, socialmente, iba a mejorar el trato entre ellos,
disminuyendo las murmuraciones y descalificaciones que eran
moneda común entre los veterinarios, a diferencia de lo que ocurría
entre los médicos, por ejemplo, que difícilmente se “pelaban” unos a
otros.
Entre los veterinarios había frecuentes rencillas, derivadas
principalmente de envidias y egoísmos por los escasos buenos clientes
disponibles en el mercado, y quizás por la deficiente formación ética
que recibían en la Escuela de Medicina Veterinaria. ¿Deficiente
formación ética?… nula formación ética más bien, al menos en esa
229
época.
Sebastián no recordaba haber recibido ningún tipo de
preparación en ese sentido, y si se llevaba bien con todos sus colegas
era simplemente porque apelaba al uso del sentido común y al adagio
de “trata como quieres que te traten” y a otras muletillas sabias que le
había contagiado el doctor Goldzveig.
Otra de las motivaciones que no pudieron llevarse a efecto, era
conseguir información actualizada de los avances de las ciencias a
través de sociedades similares nucleadas en Estados Unidos, o por
suscripción a las revistas especializadas como el J.A.V.M.A. (Journal
of American Veterinary Medicine Association) o el Equine Veterinary
Journal, ya que entre todos iba a salir más conveniente. Era una época
en que no existía internet con su maravilloso Google y su acceso
ilimitado a la información. Pero no fue posible aunar voluntades y
luego de un corto tiempo, la sociedad murió.
A lo largo del tiempo, y hasta los días que corren, los veterinarios
no han podido superar esa falta de unión y lograr espíritu de cuerpo,
como si no entendieran que “la unión hace la fuerza”, dicho muy
repetido, es verdad, pero no menos cierto.
A esta falta de ética que no se enseñaba en las escuelas que
impartían la carrera, se le suma cierta negligencia o indiferencia por
parte de los veterinarios que tampoco se interesaban en aprenderla ni
cultivarla, desprestigiando así a la profesión y por ende haciéndose
menos respetables ante los demás estamentos hípicos, es decir,
propietarios, preparadores y directivos de las instituciones. Ni
siquiera estaban representados en el Consejo Superior de la Hípica
Nacional, donde sí lo estaban jinetes, preparadores, propietarios,
criadores y hasta la Remonta del Ejército.
Tampoco en los programas oficiales de carrera aparecía el nombre
del veterinario oficial de cada hipódromo (excepto en los del Sporting).
230
Si no se respetaban entre ellos, cómo iban a pretender ganarse la
consideración de los demás. Esta situación se hizo patente en varias
ocasiones en que Sebastián necesitó operar a algún caballo suyo y
debió recurrir a un colega, por no poseer la habilidad necesaria. Algo
así le sucedió cuando, para evitar castrar a uno de sus ejemplares,
prefirió hacerle una cremastectomía, operación muy de moda en algún
tiempo, la que fue llevada a la hípica por intervención de un médico
“humano”, pediatra y en ese tiempo controvertido director del Club
Hípico, el doctor Alejandro Álvarez. El citado doctor la efectuaba en
niños que sufrían de una afección llamada “testículo en ascensor”, y la
aplicó en sus caballos, en conjunto con el doctor Sabureau, veterinario
que había reemplazado a Sebastián como residente en la clínica
veterinaria del Club, y quien para esa fecha ya había sufrido el
“síndrome jefe”, saliendo de la digna institución tal como todos sus
antecesores: con prohibición de volver a entrar al recinto.
El razonamiento de los doctores fue el siguiente: si a los niños que
sufrían el mal no se los castraba, tampoco habría necesidad de hacerse
en los caballos, evitándose varios días “de para” y toda la terapia
sustitutiva hormonal que debía aplicarse a los castrados, ya que al
sacarle los testículos se buscaba solucionar varios problemas: caballos
que por subirlos no rendían por el dolor que esta acción les provocaba,
otros que al estar “enteros” tenían problemas de temperamento, otros
porque eran muy “viciosos” y no había resultado “el aparato” ni “el
anillo” y otros en los que se buscaba un cambio en la conformación
física para que “echaran más cuerpo”. Pero por otro lado había que
proveerles artificialmente, mediante inyecciones mensuales, la
testosterona que los testículos también producían y que era
beneficiosa para el rendimiento del animal. Todo esto se evitaba
sacando el cremaster, músculo “culpable” de que el caballo pudiera
subir, involuntariamente, claro, sus testículos.
231
Con el tiempo la operación se desprestigió por culpa de algunos
caballos que, aunque operados, igual los subían, recayendo la
acusación sobre los cirujanos, responsables de no haber extraído todas
las fibras musculares, dando origen a la regeneración del músculo, que
volvía a cumplir su misión de participar en la termo regulación de tan
importantes órganos.
Otros, como una manera de evitar la subida de los testículos,
preferían sacar uno y dejar que actúe el “principio vicariante”: en
órganos pares, al faltar un “hermano”, el otro órgano reemplaza su
función, aumentando de volumen, como en este caso, o agudizándose
en su actuar, tal como ocurre con los sentidos. Claro que los más
salvajes recurrían simplemente a amarrar ambos testículos con una
media, para tratar de impedir que los subieran, no dándose cuenta de
que esto producía más traumatismo, sin prestarle atención al origen
del problema que a veces era un dolor músculo esquelético que
causaba la subida.
Sebastián le pidió a don Francisco Fuchslocher que le operara su
caballo y se ofreció como ayudante, pensando en todo momento que
por ser un caballo de su propiedad y dada la estrecha relación que
había tenido con su colega, éste no le iba a cobrar, pero se habría de
equivocar rotundamente. La ley que imperaba entre los médicos
“humanos” no se aplicaba entre los veterinarios, y al terminar la
operación:
- Listo, Calixto, este nunca más las va a poder subir...
- Muchas gracias, don Pancho.
- Le voy a cobrar sólo 60 mil, colega.
-…
- Pero no se preocupe, Sebastián, las penicilinas van por mi cuenta.
- Mire que bueno...
Y pensar que don Pancho era profesor en la Austral…, con esos
232
profesores, ¿cómo pretender ética alguna?
La situación se repetía cuando tenía que llevar a alguno de sus
perros o gatos al colega especialista. A pesar de que incluso muchos de
ellos habían sido compañeros de curso y compañeros de correrías, le
cobraban igual por las consultas o por alguna operación, tanto así que
al final enviaba a los animales sin hacer notar que eran de su
propiedad, para evitarse divagar sobre el tema. Por estas y otras
razones, quienes amaban de verdad la profesión se daban cuenta de
que la carrera estaba sumida en luchas y envidias intestinas que
desprestigiaban a todos, sin muchas esperanzas de que la situación
cambiase.
Pero para ser justos, de otros colegas no recibió igual trato. Por
ejemplo, en todas las ocasiones en que el doctor Juan Sabureau le
atendió un caballo, incluso cuando Sebastián se hallaba alejado de la
actividad, jamás insinuó cobro alguno, incluso irónicamente siempre
le decía: no te preocupes, Sebastián, yo pongo las penicilinas. También
es cierto que Sebastián le ofició de ayudante en cuanta operación
realizó, e incluso le proveyó de anestesia en algunas ocasiones, hasta
que se profesionalizó más, llevando ayudante y anestesistas propios.
Pero para ese entonces Sebastián ya había “echado retiro” de la
actividad.

233
Sobre preparadores, premios y porcentajes

Donde tuvo bastante actividad fue en el corral del stud


Metropolitano. Los caballos que habían adquirido eran casi puras
sobras de otros corrales, muchos de ellos topados en el índice,
destroncados, adoloridos, pero en fin, mirado desde el punto de vista
de la abundancia de clientes, era un buen lugar para ejercer como
veterinario. Belisario Vidal, el preparador, había sido capataz de un
corral, y de ahí los profesores lo habían instado a que sacara la patente
y se hiciera cargo de su stud, con la condición preestablecida que ellos
corrían con todos los gastos (en esa época era poco usual), y
respetándole el porcentaje de los premios que le correspondieran, de
modo que se dedicara totalmente a la preparación, olvidándose de
pagar sueldos e imposiciones, comprar avena, paja y pasto, pagar las
cuentas, etc., actividades que muchas veces consumen el mejor tiempo
de los preparadores independientes.
Respecto a los porcentajes, don Beli, el novel preparador (novel
porque eran sus primeras armas en el ejercicio de su profesión) era un
preparador de segunda. Todos partían en esta categoría, hasta que
completasen sus primeras sesenta carreras; recién entonces pasaban a
ser de primera. La única diferencia entre unos y otros era el porcentaje
del premio que les correspondía, ya que del premio total de una carrera
el 68% va directamente al propietario del ejemplar, y el 32% restante
se divide entre preparador (18,5% para el de primera y 13,5% al de
segunda), jinete (9% para el de primera y 7,5% para el de segunda),
cuidador (3%) y capataz (1,5%). Las diferencias que se producen al ser
los profesionales de segunda, van a incrementar el pozo del
propietario. Es un galimatías de porcentajes y números, pero al igual
que todo lo relacionado con esta actividad, todo está perfectamente
reglamentado.
234
De esta distribución porcentual se aprecia lo importante que
puede llegar a ser un premio, especialmente cuando es una carrera de
tipo clásica, donde el premio es sustancialmente mayor a una carrera
común, llegando a ser hasta sesenta millones de pesos en una como El
Ensayo, El Derby o el Gran Premio Hipódromo Chile, o por encima de
los doscientos mil dólares en una carrera internacional, como alguno
de los Latinos. Para todos los actores o artífices del triunfo hay
recompensa, incluso para los personajes más humildes que suelen ser
los actores más importantes. Es verdad, ellos reciben los porcentajes
menores, aunque muchas veces son los que más aprecian y aprovechan
estos recursos extra. Sebastián conoció a más de alguno que gracias a
un Grupo I pudo dar el pie para obtener su casa propia o arregló la que
ya tenía. De esta forma, y aunque suene extraño decirlo, los caballos
cooperaban con el desarrollo del país.
Sobre el rol del preparador cabe decir que es el encargado de
mantener los caballos en un corral. Sus funciones incluyen estar a
cargo de la alimentación, el entrenamiento y el cuidado de todos los
animales. Los cuidadores son los empleados a su cargo. Además debe
vigilar la salud de todo el corral, a través del concurso de veterinarios
privados que ejercen su actividad en el propio corral o pertenecientes
a los servicios de las clínicas de cada hipódromo, sin olvidar la
importante función de los herradores, que en carácter de free lance
también brindan sus servicios directamente en los corrales.
Todos los gastos en que incurren los preparadores son detallados
en la cuenta que mes a mes hacen llegar a los propietarios para su
cancelación, la llamada “pensión”, que viene a ser una restitución de
los gastos del mes pasado. Hay preparadores que ni siquiera detallan
y tan solo cobran un global: algunos de ellos perciben una pequeña
utilidad mensual por cada caballo, y otros, dependiendo del mayor
prestigio o fama y basados en las leyes de la oferta y demanda, cobran
235
pensiones más caras y aseguran una utilidad mayor. Pero este margen
es de poca importancia, aunque en justicia, correspondería al sueldo
base del preparador, que se recibe independiente del rendimiento que
logre.
Pero por lo general el común de los preparadores, a través de la
pensión, solamente equilibra los gastos que cada caballo produce,
esperando como utilidad recibir su porcentaje respectivo del premio
que este genere, cuando esto ocurre, claro. No sólo para el triunfador
hay premio. Los premios incluyen hasta el cuarto lugar, con escalas
descendientes que en promedio entregan treinta, veinte y diez por
ciento del premio al primero, al segundo, tercero y cuarto
respectivamente. Hay variaciones entre los distintos hipódromos y ya
sea se trate de carreras hándicap, clásicas o condicionales, todo está
claramente reglamentado de antemano. Todos los premios que un
caballo produzca durante una semana, van a incrementar las cuentas
corrientes de sus responsables, así como la aminoran los gastos en que
incurra, tal como inscripciones, el porcentaje de fondo de riesgo, gastos
de la clínica veterinaria y otros. En la suma y resta se hacen
liquidaciones semanales, con la emisión de cheques a nombre de cada
uno de los actores, liquidaciones que, al menos en el Club, salían los
días viernes, evento que posteriormente se habría de adelantar a los
días jueves, para beneplácito de los gremios involucrados.
Es función entonces del preparador mantener al caballo en el
mejor estado posible, lo que implica el manejo de su corral como una
pequeña empresa, y a veces no tan pequeña ya que hay preparadores
con más de cien caballos a su cargo, lo que viene a ser una mediana
complicación.
Don Beli tenía que preocuparse sólo de la preparación, el resto
corría por cuenta de los propietarios, lo que en cierta forma le
alivianaba bastante sus tareas, y por otro lado le dejaba poco margen
236
de acción (y de ganancia), pasando a ser un empleado más del corral, a
pesar de ser el responsable absoluto de su funcionamiento. La relación
funcionó al principio, quizás con la contra de que casi todo el personal
estaba emparentado entre sí, lo cual está demostrado que no funciona,
por motivos obvios, siendo preferible un poco de independencia entre
las partes, sin caer en el “dividir para reinar”, pero con ese sistema de
familiares vinculados a la misma tarea nadie era culpable de nada,
nunca se sabía si lo que se decía era cierto y la verdad era que, a pesar
de que todos los integrantes por separado eran buenos elementos, en
conjunto se convertían en una “olla de grillos” de la que Sebastián, al
poco tiempo habría de retirarse cuando todavía mantenía buenas
relaciones con los dueños, optando por buscar nuevos horizontes. La
aventura para el resto del equipo tampoco duró mucho más, al escasear
los triunfos y volverse imposible el recupero de las inversiones.
Así, los profesores volvieron a dedicarse a sus alumnos.

237
Intentando desfilar en el Parque Cousiño

Obligado a regresar al negocio de la farmacia, una inesperada


visita le traería un cambio en la rutina, aunque finalmente no llegaría
a significar un cambio de rumbo.
- Hola, Sebastián, amigazo, así que ésta es tu farmacia, la famosa
Centro Hípica.
- Hola, Guillermo, vienes por la revancha, tengo varios caballos
para entrar en sociedad, ¿entras?
- Mmmm, la verdad es que prefiero pasar. No, sólo vengo de visita,
más bien ando buscando un caballito para saltar, como sabes tengo
facilidades para mantenerlo por ahí, en la Escuela.
- Imagino que hay facilidades…
- Sebastián, ¿nunca has pensado en entrar al ejército?
- No me veo mucho siguiendo la rutina militar, el uniforme, las
armas, etc., mi mundo es éste, los caballos, los corrales, las carreras, tú
sabes.
- Pero yo he visto a los veterinarios del ejército, que cumplen unas
pocas horas, y el resto del tiempo lo dedican a sus actividades
particulares… Igual cosa Sandoval, en Carabineros...
- No tengo ninguna posibilidad de entrar, no soy de familia militar,
no conozco a nadie…
- ¿Y para qué estamos los amigos? Mira, voy a conversar con
alguno de los contactos con galones que tengo y tú vas a ir a hablar de
mi parte con él, ¿qué te parece?
- Bueno, total que nada se pierde.
- Nada se pierde, y ahora vamos a la cancha a esos desayunos
mirando los trabajos.
- Vamos por esas mechadas en marraqueta.

238
(Edificio Diego Portales, piso 15, entrada por la calle trasera)
- ¿Qué desea, joven?
- Tengo cita con mi general Sinclair (¿dije mi general? debo irme
poniendo a tono con el ethos militar)
- Suba, doctor, mi general lo está esperando (¿doctor? ¿Cómo
supo?) Amplia oficina. En las paredes, cuadros de caballos. En una
mesa, un juego de espuelas de plata. El general, bajito, cordial, pero
muy serio.
- Así que usted viene de parte de mi buen amigo Guillermo, dígame
¿qué se le ofrece, doctor? ¿Cómo le puedo ayudar?
- Tengo intenciones de entrar al ejército, como veterinario, y quizás
usted me puede echar una mano, yo no conozco mucha gente en el
ambiente…
- Ni un problema, aquí tiene una tarjeta mía, y pida una cita con el
Coronel Tastest, encargado del servicio veterinario del ejército, y
después hablamos. ¿Algo más?
- Nada más, mi general, de ahí le cuento y muchas gracias.
“¿Coronel Tastest?, ¿Tastest?” , pensaba Sebastián, “pero si este
doctor nos hizo clases de Producción Equina, era un militar cuadrado,
recuerdo. Sus clases, una verdadera lata, se sentaba adelante a dictar, no
contestaba preguntas, la verdad es que nadie preguntaba nada, chuuuu,
la vas a tener difícil, Sebastián, pero menos mal que voy arreglado”.
(Cita en las oficinas del Coronel Tastest. Edificio que se caía a
pedazos, en una calle del sector Ejército-Grajales-Vergara… mejor
olvidar la ubicación exacta).
- Así que usted viene de parte de mi general Sinclair, coleguita
(¿coleguita?, partimos mal...)
- Sí, mi coronel, usted fue profesor nuestro en la Escuela…
- A ver, a ver, coleguita, primero que nada, ¿qué pretende usted?
- ¿Disculpe, mi coronel?
239
- Sí, ¿cuál es su idea?
- Bueno, entrar como veterinario al ejército. He sido residente en la
clínica del Club Hípico, he estado toda mi vida ligado a los caballos,
y…
- Debo informarle, coleguita, que el que toma las decisiones aquí
soy yo.
- Pero, coronel…
- No me importa que usted venga recomendado por el general lo que
sea, a mí nadie se me mete por la ventana.
- Pero, coronel…
- Tiene que postular cuando se abra un cupo, aquí no se le va a
recibir, por más recomendado que venga.
Hasta aquí el coronel hizo valer todo el peso de funcionario
mediocre (tan mediocre como habían sido sus clases), pobretón (como
el ambiente) y prepotente (como gustaba de hacerse sentir).
- E incluso si lograra entrar, me reservo el derecho de enviarlo al
destino que se me frunza, al Lanceros, a Putre, donde se me ocurra…
Sebastián no podía entender semejante trato y se preguntaba:
“¿estará con trago este energúmeno? Esto fracasa, al menos me voy a ir
con todo el carrete”
- No se preocupe, doctor, entiendo bien cómo funciona el sistema,
pero si no quedo en Santiago, la verdad es que el puesto no me interesa,
prefiero que lo use alguien que esté más necesitado que yo...
- ¿Cómo dijo?
- Lo que oye, o quedo en Santiago o no me interesa, además le
informaré al general Sinclair de esta reunión.
- Infórmele nomás, no hay problema. Ahora tenga la bondad de
retirarse
A Sebastián no le dio la educación para despedirse con un “hasta
luego”, lo superó la indignación y frustración. Al parecer no iba a
240
haber Parada Militar.
Nunca más volvió a intentar por este lado, ya que había que tener
un carácter especial para aguantar la verticalidad (y a personajes como
el siniestro coronel Tastest) de la noble y antigua institución.
Obviamente no volvió donde Sinclair con el cuento, ni le comentó a su
amigo Guillermo palabra alguna de la curiosa “entrevista”.
Fin del capítulo militar, de vuelta a los corrales, broker de caballos
y jinete…
Como dejé consignado en otro escrito, a este sujeto, Tastest me
tocó la siguiente vez que lo vi, jugando fuertes sumas en el casino de
Viña, sumas que no se conciliaban con su posible sueldo de militar. A
lo mejor era de familia millonaria, habría recibido una herencia, no lo
sé, pero una vez más, me dejó una mala impresión.

241
De jinete…

Para poder dedicarse a atender en los corrales, Sebastián debió


contratar un empleado y así poder dejar la farmacia sin verse obligado
a cerrar en los momentos en que tenía que acudir a un llamado; esto
era importante para que la gente se acostumbrara a comprar en
Veterinaria Centro Hípico, poniéndole el gorro a la Farmacia Rozzi,
apostando a que la cercanía a los corrales le iba a permitir despegar con
su negocio, lo que finalmente no ocurrió. Como tenía amistad con los
preparadores del callejón, recurrió al hijo de uno de ellos para
ofrecerle el puesto: Carlos Zijl, que se desempeñaba como cuidador en
el corral de su papá, donde había mucha afición por el oficio de la
jeringa, además de ser mano derecha del dueño del mencionado stud
“Los Duendes”, el tránsfuga de allende Los Andes, quien además traía
remedios desde Argentina. Por lo tanto, el empleado tenía el pro de
conocer los remedios, conocer a los clientes, saber quiénes eran top y
quiénes “vacuna” al momento de comprar, lo que adquiría
importancia al momento de cobrar. Pero por otro lado, y Sebastián se
dio cuenta mucho tiempo después, tenía la contra de que estaba
maleado con el ambiente. La otra hija del matrimonio pololeaba y se
casó con un joven de la familia Polanco, muy ligado a la hípica, y se
fueron a buscar suerte a Estados Unidos donde el joven se transformó
en un medianamente exitoso preparador. Como corolario de la
historia, el empleado terminó mal, preso por una acusación grave, lo
que terminó por derrumbar a don Lalo, el papá, al que Sebastián le
tocó tiempo después ver en muy malas condiciones saliendo de un
clandestino, cerca del Club Hípico.
Mal final para una de las historias del callejón.
Sebastián mejoraba sus ingresos, consiguiendo caballos para polo

242
y equitación, ayudado por su constante deambular en los corrales.
Siempre mantenía vivo el ojo y atenta la oreja, sobre todo a quien
necesitaba deshacerse de algún ejemplar, y dependiendo del porte, y
también de la facha, buscaba clientes para ganarse una comisión que
le cobraba especialmente al preparador que vendía. Uno de sus
mejores clientes era don José Sayago, argentino, personaje conocido en
el ambiente del polo, ya que era proveedor de aperos y en especial de
tacos para practicar el exclusivo deporte. Logró vender más de diez
caballos con don José, con quien cultivó una interesante amistad, a
pesar de que el hombre no era hípico pero tenía más historias que
Quintín el aventurero, muchas incluso referidas a personajes del jet
set internacional, pues había sido instructor de polo en Buenos Aires
y estaba dedicado a comprar caballos baratos, enseñarlos o arreglarlos
para jugar polo, y venderlos a mejor precio haciendo una buena
utilidad. Tenía un socio que aportaba con una parcela preciosa en el
sector de Calera de Tango, con pesebreras y unas buenas canchas de
entrenamiento. Tantas veces lo invitó a conocer el lugar…
- ¿Y cuándo me va ir a ver, doctor?
- Un día de estos, don José…
- Mire que ya tengo listas un par de las yeguas que me consiguió,
una de ellas, la Tara Taking, es un espectáculo taqueando, ¿se acuerda,
doctor?
- Se llamaba Tara King, una colorada hija de Tussock, cómo no,
don José. Se la compramos a don Ernesto Pinochet…
- Mire, doctor, lo espero este sábado, llegue temprano y le aseguro
que va a pasar un día que no olvidará, le voy a tener un par de caballos
para usted y su novia.
- Polola aún, no me dé por “cazado”.
- Novia, polola, igual lo voy a dejar de jinete, no tenga cuidado.
Don José no podía entender el resquemor que Sebastián tenía a la
243
hora de montar a caballo. A pesar de gustarle tanto los caballos,
trabajar con ellos, y no tenerle absoluto miedo a manipularlos de las
más insólitas formas (como sacar líquido de alguna articulación, poner
sueros, palpar una yegua, o enyesar un caballo) bastaba que le
hablaran de montar a caballo, para que empezara a sudar de nervios.
Su caso era muy semejante a lo que contaba Lobsang Rampa en sus
libros, referido a que, una vez arriba de un caballo, estos detectan el
nerviosismo del jinete y se empeñaran en desmontarlo.
A Sebastián le ocurría algo así, por lo que había optado declararse
enemigo de andar a caballo, inventando algunos argumentos ilógicos
sobre el tema para no exponerse a la vergüenza debido a su ineptitud.
En varias ocasiones había tenido que hacer de tripas corazón y
obligarse a cabalgar, como aquella vez en Cachagua, en que había ido
a interiorizarse del manejo, antes de hacerse cargo del criadero, en
reemplazo del doctor Gatica, quien medio emparentado con Fantini,
era quien atendía y administraba el campo ubicado casi a orillas del
mar, en un entorno de maravilla, entre cerro y océano. Una vez que ya
habían hecho el trabajo y Sebastián se encontraba de a caballo para
proceder al reemplazo, vino la invitación a salir a recorrer “de a ídem”
el precioso entorno, y no pudo rehuir la invitación, esperanzado en que
le tocara un caballo manso, entre la cantidad de poleros que había;
hubo de montar, resignado. Le tocó una yegüita mulata, mansita, y se
fueron a recorrer los potreros, todos muy bien empastados y cerrados.
Al principio todo bien, iban al paso y Sebastián sólo preocupado de
mantener las riendas firmes y no dejar que la yegua ramoneara,
manteniéndole la cabeza en alto, según le había recomendado el
experimentado colega. El problema comenzó cuando llegaron a la
playa.
Como era pleno invierno, a pesar del sol primaveral, no había un
alma en la playa, y empezaron a galopar. Aquí comenzaron los
244
problemas. No se afirmaba arriba y la yegua “detectó” su impericia; de
inmediato empezó con cabriolas, a mañosear y esto le trajo más
nerviosismo a Sebastián y más mañas a su cabalgadura, hasta que José
Luis lo detectó incómodo y decidió parar y preguntarle si tenía algún
problema:
- ¿Qué pasa, Sebastián?
- Esta yegua media mañosa.
- Bah, si la tenemos por mansita, súbete a este otro, que es un
cordero…
Hicieron el cambio, lo que no mejoró las cosas, ahora la yegua era
la manejable y el caballo de Sebastián el mañoso. En resumen, era un
asunto de piel, no se sentía a gusto arriba de los caballos y los caballos
tampoco se sentían bien con él arriba. Por suerte tuvieron que volver
al para realizar las labores de la tarde, aunque la playa estaba preciosa.
Cachagua sin gente es una de las playas más lindas; con gente
empeoraba bastante, mucha nariz parada, abundancia de siutiquería y
miradas de arriba a abajo, lo que habían comprobado las veces que
iban por el día junto a sus primos, desde Viña, en que todo el lote era
considerado entre sospechoso y raro.
Demasiados paisanos juntos, medios gritones, extrovertidos y
activos contrastaban con la abulia del ambiente cachagüino, más
cercano a un desfile social que a una verdadera playa. Por ello
Sebastián y sus primos se sentían más a gusto en Reñaca; pero a pesar
de las aprensiones, todos los años igual iban de picnic por un día, al
exclusivo balneario, a “marcar territorio”.
Memorable fue un año en que descendió de los cinco o seis autos
todo el montón de personas que eran y Rodrigo, el más bromista de los
hermanos de Sebastián, gritó a toda voz: “¡Magali, que güeno que nos
sacamos la Polla Gol, pa’ venir a conocer el mar!” Broma burda, que
igual produjo una situación de incomodidad al resto del grupo, y un
245
silencio absoluto en rededor.
Y era así, Sebastián no quería nada arriba de los caballos, y aceptó
visitar la parcela de don José, a la que concurrió muy acompañado de
su polola, quien sería posteriormente su esposa, con la idea de pasar
un buen rato y estrechar lazos con el mejor cliente que tenía, en su
incipiente carrera de broker en caballos desechados de la hípica. Fue
una mañana de neblina, y encontraron los caballos ensillados y a don
José vestido de impecable color crema, parecía un instructor arrancado
del imperio británico.
- Quiubo, don José.
- Buenos días, doctor, y la novia…
- Polola, Cecilia.
-Disculpe, su polola. Vengan por acá, tengo estas dos yegüitas
mansitas para que comencemos la clase.
Tan afable el trato, tanto el cariño recibido que efectivamente
Sebastián y su polola se sintieron, aunque fuera por una mañana,
pertenecientes a la realeza; fue un momento mágico, con el veterano
caballero dándoles instrucciones sobre cómo tomar las riendas, cómo
repartir el peso equitativamente sobre el animal, la postura, etc.
- Mantenga las riendas a media altura. No descanse las manos en
el caballo. Trate de flectar las rodillas. Acompañe el ritmo. No luche
contra el animal.
Una experiencia espectacular, muy interesante, pero inútil, ya que
no todo era un asunto de técnica, iba más allá. Tal como había algunas
personas buenas para el caballo, Sebastián era la muestra cabal de que
también tenía que haber algunos malos, muy malos para la monta,
cumpliendo una de las leyes del Kybalion: el principio de polaridad,
“todo es doble; todo tiene dos polos; todo su par de opuestos...”
Sebastián estaba en uno de los extremos, abajo del caballo, de a pie.

246
Viaje a Perú y castigo a un mal ganador

Para un Latinoamericano, a realizarse en el Hipódromo de


Monterrico, en Lima, cada uno de los dos hipódromos centrales, el
Chile y el Club, nominaban a dos representantes, porque ambos
aportaban fondos para la realización de la carrera, y lo propio hacían
Argentina y Brasil. El Club Hípico nominó a los excelentes corredores
Pure Silk y Calafquén; el Hipódromo Chile a Athenea y un ejemplar
que desistió. Estos ejemplares eran muy buenos caballos, quizás lo
mejorcito que estaba compitiendo en ese momento, pero en ningún
caso eran extraordinarios. No les llegaban ni a la punta del talón a otros
seleccionados chilenos que alguna vez se habían paseado con el
escudo nacional en canchas extranjeras, como Cencerro y Figurón. En
fin, uno viajaba con lo que había y con los que deseaban ir, y así fue
que la directiva del Chile buscó otro ejemplar en reemplazo del que
había desistido.
El caballo de Sebastián había ganado varios clásicos en la pista de
la plaza Chacabuco. Sin embargo estaba instalado en los corrales del
Club, donde contabilizaba varias carreras de grupo, incluyendo la
citada Polla de Potrillos G1. Su último triunfo había sido en el clásico
de inauguración de la cancha de arena (la pista tres), en ese mismo
recinto. A pesar de ser un caballo totalmente identificado con el Club,
lo nominó el Chile, y comenzó la aventura de preparar el viaje.
Había que llevar un jinete y le dieron la preferencia al jinete con
el que había obtenido su última presea clásica, Hernán E. Ulloa, que
tenía como contra ser muy joven y no tener experiencia ni roce
internacional. Pero con el miedo a la divina providencia siempre
latente, ese pavor al “castigo de la santa”, al principio de acción y
reacción, a las leyes karmáticas, o a la vuelta de mano del destino, o
como fuese que se llamase al hecho de que el actuar mal traía como
247
consecuencias resultados adversos, no le quitaron la oportunidad al
“Foquita”, quien estaba muy entusiasmado. Más que miedo, era una
forma de enfrentar la vida, tratando de cumplir estas normas no
escritas, de respeto por las intenciones de los demás. Era claro que
podrían haber llevado a un jinete de más experiencia y haber
acrecentado su opción, pero se la jugaron con el de la casa. Por su corta
edad, éste les pidió ser acompañado por su papá, ex jockey de dilatada
y no muy exitosa carrera, quien poco tiempo después de retornar a
Chile, protagonizaría un trágico episodio de tipo policial con penosas
consecuencias, pues mató a su señora y se suicidó. Como dije, no fue
muy buen jinete, pero dejó tres hijos cracks para la actividad: Gonzalo,
Oscar y el mencionado Hernán Eduardo).
Podrían haber cambiado de jinete, pero normalmente ese actuar
siempre les había traído recompensas.
Sebastián y su familia, en la hípica y en cualquier deporte o
actividad, sabían ser buenos perdedores y buenos ganadores (¡hay que
saber ser hincha del “Chaguito”!). Pero una vez, una sola vez habían
cruzado el límite, incurriendo en el lado oscuro de la hípica. Con uno
de sus caballos habían perdido un par de clásicos en contra de un
caballo muy rápido, que tomaba la punta y se hacía imposible seguirle
el ritmo, lo cual era parte del juego: ganar o perder. Pero el problema
no era ese. En ambas ocasiones, especialmente en el último clásico, el
preparador del veloz ganador, muy en su estilo, lejos de todo
pundonor y caballerosidad, se había burlado de Sebastián y de sus
hermanos, muy groseramente, en el quinto piso de accionistas.
- Estoy tan quemado…
- Pero Sebastián, si esto es como la hípica: se gana y se pierde…
- Si no es ganar o perder, estoy quemado con este hijo de su madre,
tan burlón.
- Es más pesado que una vaca en brazos… enyesada.
248
- ¿Cómo le podemos dar la paliza? Donde más le duele, digo, en la
cancha…
- Miren, vamos a hacer algo que no es muy santo, pero legal.
- ¿?
- En el próximo clásico vamos a ver los inscritos y me voy a
encargar de cortarle las alas al avioncito del pechugón ese…
- Ojalá resulte, estoy aburrido de pedirle revancha a la “santa”.
Sin esperar el castigo de la “santa”, se les dio la oportunidad en el
clásico siguiente, donde uno de los caballos inscritos no tenía opción
de ganar, pero tenía rapidez innata. Y entre jinetes fue el acuerdo. Y el
‘outsider’, inmediatamente abierto los cajones, salió a perseguir al
favorito, sin regalarle un metro, resoplándole, palo y palo, ahogándolo.
El jinete del puntero no podía creer que lo hubiera salido a correr ese
caballo sin opción. En la tribuna los burlones ya no se reían y
sospechaban que esta vez no habría fotos ni bandeja.
Exactamente al entrar a tierra derecha, el puntero, agotado por el
acoso, sólo pudo defenderse débilmente ante el ataque del caballo de
Sebastián que, fresco por haber venido en la retaguardia, sin esforzarse
ni gastarse, lo pasó de largo y cruzó victorioso el disco mientras el otro
caballo pagó su sacrificio recogiendo gorras. En la tribuna, los
parciales del ganador fueron a refregar duramente al ahora
achunchado perdedor, lo que causó comentarios durante días en el
medio hípico. Fue la única vez que se acercaron al filo de lo éticamente
permitido. Sebastián y sus hermanos quisieron darle una lección a un
mal ganador (los personajes: el preparador Juan Carlos Pichara, el
caballo Schuman, el propietario Pablo Trucco, este último,
exgasparino y muy exitoso en su rubro, actual criador y director del
CHS, pero odioso personaje).
Pero volviendo al viaje, José Aedo, el cuidador de Negro de
Humo, debido a su edad, no galopaba, por lo que hubo que llevar a un
249
empleado que sí lo hacía, y el preparador escogió a Hugo Carrasco, que
por su eficiencia y diligencia, sumaba un aura de fortuna ya que había
sido el cuidador de Prepo, el último caballo chileno que había ganado
el Clásico Latinoamericano corrido en nuestro país. De esta manera se
aseguraban de repetir en el equipo las mismas caras, expertas en
triunfos de categoría: el mismo preparador, el mismo cuidador, la
misma carrera: estamos listos.
¿Superstición?, ¿locura?, ¿tonteras? De este tipo de “maniobras”
estaba llena la hípica, y ni hablar de aquellas otras, como las lanas de
colores que le ponían en los nudos a algunos caballos para evitar
lesiones, las cruces en las puertas de las pesebreras para alejar los
malos espíritus, los sahumerios con yerbas especiales para llamar a la
buena suerte (a veces esto se conseguía mediante la realización de un
asado en el corral, para “botar la mala”), o las imágenes de una
virgencita, Jesucristos varios, o algún santo puesto en el interior del
casco de los jinetes, que se encomendaban a ellos antes de cada carrera
y previo al momento de hacer la monta, o incluso realizando
peregrinaciones a distintos lugares de culto (Niño de Malloco, San
Sebastián, Lo Vásquez, Santa Teresita, el Padre Hurtado y otros), tanto
antes como después de alguna carrera o evento importante, o
sencillamente en algún momento del año para manifestarle a estas
divinidades el agradecimiento por los cuidados y favores recibidos.
Otros hacían “mandas”, ya sea en ofrecimientos de dinero a
alguna institución benéfica como el Hogar de Cristo o Fundación Las
Rosas, o mediante la realización de alguna prueba o sacrificio si todo
salía de acuerdo al “trato” efectuado. Todo como una muestra perfecta
de paganismo y religión, costumbres tan asentadas en nuestro pueblo
y cultura, recibidas como herencia de la mezcla entre europeo y
aborigen que diera origen a nuestra raza chilena.
Con los jugadores sucedía otro tanto, sumado al estudio de todos
250
los antecedentes estadísticos que ya vimos anteriormente. Entre los
apostadores había una serie de ritos, costumbres, cábalas, de la cual
muchos eran adeptos, tal como jugar al número uno (el primero) en la
primera carrera, o al último, en la última, por ejemplo. O repetir el uso
de alguna prenda de vestir (un par de zapatos, una chaqueta o llevar
un pañuelo, un llavero, o un prendedor) que le hubiera traído suerte
en alguna ocasión, o sentarse en la misma mesa o sector del
hipódromo, o acompañarse de amigos “amuletos” que llamaran a la
esquiva diosa Fortuna, tanto como alejarse de sujetos “fatales” o
“salados” (hijos de Saladino II y Camionada de Sal por Quemazón),
aquellos que de sólo cruzarse en el camino de los jugadores atraían
como un imán la desgracia de todos.

251
Filosofía del hípico

Que a uno le guste la hípica puede llevar a cometer excesos


difíciles de entender por otro que no sea fanático (de la hípica o de
cualquier actividad).
Ahí están los cazadores, que dejan sus casas muy temprano para
dirigirse a la picada o nombrada que algún recogedor de San Vicente,
Melipilla o Teno informó en la tarde previa (“Véngase, don Rodrigo,
está pasando la tórtola de a racimos y es un potrero que no lo han
disparado” ). Otros son los coleccionistas de cualquier cosa, que son
capaces de ir a Puerto Montt a comprar una rara ficha de las antiguas
pulperías salitreras o un escaso y casi único boleto de micro. Hay
fanáticos del cine, de las revistas de Manga, de los discos de vinilo, de
fotos de The Beatles, de algún equipo de fútbol, de los eclipses, de las
floraciones de los cactus, en fin… la gama es tan amplia como la
diversidad que compone la raza humana. Todos estos fanáticos tienen
muy adelantado su camino al cielo, por haber puesto pasión en sus
vidas, por haber recorrido este mundo vibrando y gozando con no
importa qué, y entre ellos, los hípicos tienen un rol destacado.
Sebastián, como uno más de la cofradía, en muchas ocasiones hizo
largos desplazamientos desde lugares en los que no había un Teletrak
o no llegaba la señal de la radio Carrera (CB 96) para ver o escuchar la
participación de alguno de sus caballos. Por ejemplo, al estar
veraneando en Bahía Inglesa, en la tercera región, se desplazaba en un
viaje de doscientos kilómetros, ida y vuelta, tan sólo para ver en una
modesta sucursal de Copiapó, dos minutos, dos segundos, con cuatro
quintos de carrera. Lo heroico del viaje, mirado por los ojos de un no-
fanático, era efectuar tal periplo tan sólo con el objetivo de ver una
competencia cuyo incierto resultado se prestaba para pensar que todo
era una inversión de tiempo perdido. Pero el que anda perdido es el
252
que piensa que el resultado es lo único importante en esta aventura;
desde un acotado punto de vista puede ser lo más importante, puede
decidir un importante premio en dinero, es verdad, puede decidir el
futuro de un caballo, puede decidir un estado de ánimo, puede decidir
muchas cosas. Pero es otro el factor que determina que alguien decida
tomar su auto, abandonando su lugar de veraneo, y partiendo en busca
de una sucursal hípica para ver una sola carrera, y este es el sólo gusto
de verla, así de simple.
Que quede bien en claro que estoy hablando de los buenos
hípicos y no de aquellos recién aparecidos en la actividad, que han
entrado por el status que supuestamente brinda la hípica, y que
generalmente se caracterizan por ser malos perdedores, que cambian
constantemente de preparador cuando no llegan los éxitos que
esperaban, o que cuando les llega el anhelado triunfo (llámese un
clásico de los grandes o la inesperada venta de un ejemplar en varias
veces la inversión), desaparecen tal como llegaron. El verdadero,
sufrido y estoico hípico, sabe de antemano que, así como el caballo
puede ganar, también puede llegar en último lugar, debido a lo que
elegantemente se ha dado en llamar “la gloriosa incertidumbre del
turf”.
Para un buen hípico, un triunfo lo lleva al séptimo cielo, lo hace
olvidar de todos los problemas del mundo, llevándolo a sacar cuentas,
porcentajes, cálculos, proyectos, construcciones de castillos en cada
uno de los siete cielos. Este hípico, de no poder asistir a las carreras,
cuando corre su caballo, se lamentará de no estar en la cancha
tomándose las fotos. Curioso evento este último, bajar de las tribunas
a inmortalizarse en una foto con el ganador; no se ve en casi ninguna
otra actividad competitiva, en que uno quiera fotografiarse de manera
inmediata con el protagonista. Y dentro de los lamentos concluirá que
debió haber viajado a ver en directo el triunfo, quizás haber calculado
253
las vacaciones para cuando no corriera el caballo.
Y siendo más drástico consigo mismo: el caballo no debería haber
corrido sin que él estuviera ahí, si no ¿para qué tengo los caballos, si
no puedo ir a verlos correr? Estos últimos pensamientos son pasajeros,
motivados tan solo por la amargura de no haber estado en vivo y en
directo, presenciando esa carrera, y por lo general pasan tan pronto
como cuando revive los últimos metros, y su caballo comienza a
desprenderse en busca del disco de meta, volviéndose inalcanzable,
invencible, el mejor, el ganador. Entonces la alegría supera cualquier
otro pensamiento, inunda el cerebro de buenas vibraciones y todo se
olvida, vine, vi y vencí, lo demás da igual.
En cambio, si el caballo perdió, y había fundadas esperanzas de
triunfo que motivaron el “sacrificio” del viaje, hay varios caminos a
seguir. Primero viene una desazón, un intento de convencimiento de
que la hípica es así, o reflexiones estilo barón de Coubertin en donde
el perdedor trata de convencerse de que lo importante no es ganar sino
competir, e incluso se llega al perjurio de pensar que tanto sacrificio
fue absolutamente en vano, y entonces baja el cansancio y hasta el
remordimiento por haber dejado otro panorama mejor sólo para venir
a sufrir, y queda un “¿cuándo voy a aprender?”, resonando en el aire.
Luego se recurre a la institución hípica de las justificaciones o excusas,
ya que todo es posible de explicar con factores ajenos a la calidad del
caballo.
Se parte por la conducción, siempre es el recurso más utilizado, el
hilo cortándose por lo más delgado, y así es más fácil echarle la culpa
a un jinete, que es perfectamente reemplazable en una próxima
oportunidad, que a otros actores. Esta labor, es decir, ejercer la crítica
sobre cómo lo corrió tal jockey, se ve dificultada cuando el pobre ha
cumplido con las instrucciones entregadas, esto es, por ejemplo, si el
caballo es puntero y vino adelante o si se le pidió traerlo a la
254
expectativa, en una expectable posición, obedeciendo lo planeado.
Pero igual se le puede achacar la culpa, porque hay formas y formas de
dosificar a un puntero y venir a la expectativa pero soltarlo muy tarde
o muy temprano también son causas de fracaso.
Otra forma de explicar una defección en una carrera, en la cual se
tenían fundadas esperanzas de triunfo, tiene que ver con la distancia
que corrió, por ejemplo, si hubo alguna variación hacia arriba o hacia
abajo con respecto a la última distancia recorrida con éxito; aquí el
culpable es el preparador por su desacertada inscripción. Igualmente,
un fracaso estrepitoso, solamente se puede deber al mal estado físico
del pupilo, que no fue capaz de seguir a sus rivales o no pudo tomar la
punta. Y pobre si el caballo presenta una variación excesiva en su peso
físico, tanto para abajo (“se le descomió”), como para arriba (“lo
regaloneó”), y así, son infinitas las razones posibles.
Muchas pasan por una crítica definitiva al entrenador, pero el
buen hípico es estable en sus fidelidades, los propietarios se eternizan
con un preparador, son los mejores propagandistas de las virtudes de
éste, incluso traen nuevos propietarios al corral, y muchos gozan los
triunfos de los caballos del corral como si fueran propios.
Es común relacionar algún stud con cierto preparador; por años se
mantienen relaciones que van más allá de sólo clientes, pasando a ser
una relación de amistad que se quiebra en contadas ocasiones. Los
verdaderos hípicos ven con malos ojos cuando un caballo formado por
un preparador es retirado de ese corral y llevado a otro profesional para
que continúe su entrenamiento, considerando casi una traición al
primero, sin importar que a veces los motivos sean plausibles. De
manera tácita todos esperan que se cumpla una de las leyes míticas de
la hípica y de la vida también, la que dice que quien mal obra, mal
acaba, o el popular y ya citado castigo de la santa, lo que no siempre se
cumple, es verdad. De allí que daba rabia ver cómo algunos que
255
actuaban tan mal, sin el menor apego a la ética, igual gozaban del éxito,
al menos por un tiempo, ya que al final todo se paga en esta tierra.
Otras de las excusas usadas eran la partida sorteada, los kilos que
le había tocado cargar y el estado de las canchas, excusas cuyo
argumentos no eran lo suficientemente claros, puesto que muchas
veces ganaban caballos tanto con la partida uno como la dieciséis, o
cargando sesenta y dos kilos, en pistas barrosas o duras. Finalmente
una de las justificaciones más simplistas y también más recurrentes
era decir: “no hay nada que hacer, estamos fatales”, especialmente
cuando los triunfos se alejaban por un buen tiempo de sus colores. Y
si la fatalidad era reciente, se podía empezar a buscar el motivo que
provocaba la repentina mala suerte, quizá originado por múltiples
razones: una pelea en la mañana, no haberle dado unas monedas a ese
mendigo que nos pidió, no haber cumplido la promesa de hacer un
asado en el corral luego de la última carrera ganada, o cualquiera de
las supersticiones ya antes citadas: la ropa que se llevaba puesta, el
sujeto con el que si uno se topa es casi imposible ganar, y así un sinfín
de etcéteras desgraciados.
Ganando, o con una buena actuación (debutar figurando, por
ejemplo), la vuelta se convertía en alegría pura, con la satisfacción de
haber tomado una buena decisión. En cambio, con una derrota
estrepitosa, el regreso se convertía en una procesión penosa. Pero nadie
iba a borrar los momentos vividos, con la ilusión renovándose con cada
viaje de ida, cuando aún era posible soñar con el triunfo. Y este
sentimiento es el que prevalecerá en el tiempo, así hayan pasado los
años, porque lo que se recordará será la experiencia global, será
aquella vez que fui a ver correr a tal caballo, no siendo necesariamente
importante si se le vio ganar. Así Sebastián se trasladaba de Rupanco
a Osorno, de Hornitos a Antofagasta, al nombrado Copiapó, a Viña por
el día, tan sólo por el placer de ver correr a sus caballos. Eso sí que era
256
ser hípico, hacer hípica.
La aventura en Lima resultó eso, una aventura, o sea una
experiencia de naturaleza arriesgada normalmente compuesta de
eventos inesperados, como ir a correr una carrera internacional. A
pesar de haber hecho todo de la mejor manera posible, no dejando
detalle por considerar, el caballo sólo figuró sexto, fuera del podio,
fuera de las recompensas, quizás solamente el consuelo de haber sido
el mejor exponente chileno (mal de muchos...) En todo caso, hasta
Quick Casablanca, ganador del Latino en 2012 en Palermo, nunca hubo
un triunfo de un caballo chileno en la bien remunerada carrera
internacional corriendo fuera del país; tan sólo honrosas actuaciones,
muchas de ellas segundos lugares. Como utilidad quedó la experiencia
de haber compartido en una hípica latina, de la cual no tenía
conocimiento, y haberse dado el gusto de oficiarle a su caballo de
cuidador, cuando lo llevaron a conocer la pista de Monterrico y él lo
llevó de tiro, montado por su cuidador a dar una vuelta de
reconocimiento. Como consecuencia del viaje, Negro de Humo no
volvió a ganar carrera alguna, lesionándose, debiendo retirarlo de
training y una vez más se encontraron con no saber qué hacer con su
caballo, ganador de nueve carreras, ocho de ellas clásicas incluyendo
la Polla Grupo I. No hubo interesados y Sebastián lo regaló; fin de la
historia.

257
Vuelta a la farmacia y viaje a Estados Unidos

Detrás del mostrador habría de conocer a mucha gente, de los más


variados orígenes, pelajes e intenciones, como Leif Hempel, un gringo
extrovertido, propietario de caballos en un corral de los pequeños, que
lo invitó a visitarlo cuando alguna vez fuera a Miami, donde según él
lo introduciría en la hípica norteamericana. O el ex administrador de
un campo agrícola, en Padre Hurtado, que lo buscó para que Sebastián
le revisara unos caballos chilenos que iban a ser exportados a Bolivia,
o las veces que tuvo que ir a tomar muestras de sangre a caballos que
estaban en cuarentena, recién llegados al país o en vías de salir
exportados, todo gracias a la farmacia.
Durante el tiempo transcurrido hizo profesión, de una manera
sencilla quizás, pero así suele suceder con gran parte de los
profesionales, especialmente con aquellos que no son los “hijos de”, o
“los dueños de”, pero Sebastián tenía metas más ambiciosas, ansiaba
una excelencia que sabía que en el modesto accionar de los corrales
jamás podría alcanzar, por lo tanto pensó en emigrar, y como tantos
otros, se puso en la mira un objetivo: Estados Unidos. Tenían los
mayores recursos, la hípica más desarrollada del mundo y un
sinnúmero de universidades que enseñaban clínica y medicina equina
y que además recibían estudiantes de todos los rincones de la tierra,
pero especialmente (como averiguaría tiempo después), si traían
suficientes dólares.
Se dedicó a escribir a todas las universidades que daban estos
cursos, en Kansas, Florida, California y Filadelfia, obteniendo de todas
ellas respuestas muy amistosas y muy documentadas, con folletos,
formularios de inscripción, etc. Eligió esta última, y luego de un
intercambio de cartas con el Dr. Charles Raker, que sería su contacto,
fue aceptado a hacer una pequeña estadía de reconocimiento mutuo.
258
Para Sebastián la estadía estaba destinada a comprobar si lo que la
universidad ofrecía era realmente lo que él andaba buscando, y para
los gringos, ver si Sebastián era capaz de enfrentarse a un nivel tan
exigente como el que encontró en el New Bolton Center (NBC). Ese era
el nombre del centro que la Universidad de Pensilvania tenía en las
cercanías de Filadelfia, solamente dedicado a la enseñanza de
medicina y cirugía en caballos. Con algunos ahorros que poseía, y
gracias al dólar fijo a treinta y nueve pesos, no le fue difícil sacar el
pasaje con destino a Filadelfia, con escala en Nueva York y volviendo
por Miami.
Era pleno invierno, y cinco grados bajo cero cuando bajó en La
Guardia a tomar una conexión de una compañía aérea local hacia su
destino final.
A Sebastián le daba pánico volar incluso en aviones grandes, y ese
era un Cessna para ocho pasajeros; se lo pasó rezando con una familia
latina que iba más asustada que él. El piloto les hizo una pasada muy
cerca de la Estatua de la Libertad, que se veía imponente, y a pesar de
ser un viaje muy corto, se le hizo muy largo, por el susto que llevaba
encima, para finalmente llegar a la histórica ciudad, cuna de la
independencia norteamericana. De ahí, en taxi a las afueras, en una
zona absolutamente rural llena de granjas de animales y productores
de hongos (mushrooms).
Los gringos, tan organizados ellos, le tenían en la portería un
sobre dirigido a Sebastián, con un mapa del campus, una llave e
instrucciones para manejarse sin problemas en el sector. El lugar de
alojamiento que le habían asignado era la pieza 3 de una histórica
cabaña de troncos de la época de la independencia norteamericana,
llena de muebles ad hoc, la “Allam House”, la cual era mantenida en
perfecto estado pues había sido declarada monumento nacional; sólo
la usaban invitados y por un período de hasta una semana. Y por
259
mantener la casa en el estado original, no había sido aggiornada, por
ejemplo no tenía ducha en el baño, tan sólo una vetusta tina. Sebastián
debió hacer figurillas para poder bañarse todas las mañanas, pero por
otro lado tenían una serie de máquinas de escribir IBM de última
generación para que los invitados escribieran sus cartas o reportes,
máquinas que por carecer de la letra ñ, motivarían curiosas misivas a
su familia).
En el NBC compartió con doctores que venían de todas partes de
Estados Unidos, y a pesar de hablar todos el mismo idioma, las
diferencias regionales de los acentos era tan acentuada que cuando
conversaban entre ellos, por ejemplo un doctor de Arkansas con otro
de Carolina del Norte, les costaba entenderse. Pero nadie pescaba
mucho a nadie, reinaba un individualismo rabioso, todos venían a
hacer méritos para quedar en el staff de profesores o alumnos, tal era
el prestigio del centro.
El lugar en sí era maravilloso, en las mañanas se despertaba con
el ruido de los pájaros carpinteros que golpeaban en los gigantescos
árboles centenarios, luego caminaba entre las distintas locaciones,
pesebreras y jaulas donde eran mantenidos los animales menores,
camino a desayunar en la cafetería universitaria, donde a los
sándwiches atiborrados con exquisito jamón de Virginia los
acompañaban de puñados de papas chips (¡cómo no iban a proliferar
los gorditos!) y luego de una agotadora rutina diaria se dormía muy
tarde soñando con que era aceptado.
Al Centro llegaban caballos de todos los estados del país, cercanos
o no, especialmente a intervenirse quirúrgicamente en problemas
óseos.
Estaban increíblemente adelantados, o en Chile atrasados, pero el
pabellón de osteosíntesis o de operaciones a huesos, tenía vitrinas y
más vitrinas llenas de clavos, placas, tornillos, etc. de todos los tipos y
260
medidas. Para los estudiantes y pasantes como Sebastián, el acceso a
las operaciones era por orden de llegada, y los que no alcanzaban a
entrar, podían verla en un auditorio especialmente acomodado, con
imágenes en una gran pantalla. El que ingresaba a la sala de
operaciones debía ocupar pantuflas, mascarilla y guantes, todo
desechable, junto al estandarizado traje verde, típico del cirujano
veterinario; elementos que era cosa de sacar de grandes armarios.
Mucho despliegue, muchos recursos, muchos alumnos; venían de
todos lados, Sebastián hizo buenas migas con un mejicano, Mario
Trillo, un estudiante eterno que no había podido pasar a un nivel
superior, pero “pinche” lo que le importaba, parece que tenía un buen
acomodo en el gobierno de esa época (uno de turno del PRI), puesto
que hasta se burlaba de la situación diciendo que él era becado
vitalicio. También hizo lote con unas canadienses que venían de la
Universidad de Guelph, Canadá, a practicar medicina y cirugía en
caballos.
Con el aval de Trillo, Sebastián arrendó un auto que le permitió
mayor independencia en sus idas y venidas en el sector, lo cual
produjo una situación entre divertida e incómoda, puesto que el
empleado del rent-a car se llamaba Joe Foca, y Mario le advirtió que
pronunciara el apellido con mucho cuidado por la similitud fonética
con “fuck”. En broma, a la vuelta de arrendar, Sebastián le dijo a Mario
que míster Foca se había indignado por la forma de hablarle, y el cuate
“entró al partidor” con la broma, increpando asustado a Sebastián,
quien un poco azorado tuvo que deshacerse en excusas ante Mario,
quien a puro “pinche” esto y “pinche” lo otro, se sacó el nerviosismo,
desquitándose del mal momento que le había hecho pasar. El famoso
“pinche” era una muletilla que usaban en cada frase los mejicanos
como habría de averiguarlo posteriormente.
También le tocó asistir en directo a una operación que se le
261
efectuó de urgencia a una yegua percherona que había llegado en
avión desde un lugar lejano, como Illinois o algo así. El animal valía
menos que tan sólo los gastos del viaje, pero era la regalona de su gorda
dueña quien la utilizaba para arar su campo y estaba dispuesta a pagar
lo que fuera para al menos salvarle la vida puesto que jamás iba a
poder volver a trabajar el arado. Tenía una fractura expuesta de la caña,
la que redujeron mediante la fijación de sendas placas de acero con sus
tornillos, luego le fabricaron un armazón también de acero que se
afirmaba en un vástago que le atravesaba la caña un poco sobre la
fractura y que terminaba soldado a la herradura, para que el peso no
recayera en el hueso herido. Una verdadera obra de ingeniería; de
hecho el herrador que ayudó en la intervención sacaba cálculos cual
arquitecto, al mismo tiempo que la radiografiaban y revelaban las
placas en máquinas automáticas mientras los cirujanos hacían su parte.
Un éxito absoluto para un animal de trabajo. “¡Si el pobre Escapado
hubiera tenido esta suerte...!” , pensó Sebastián en aquel momento.
Otro caso interesante que le tocó ver fue una discusión clínica
referida a un caballo mantenido en potreros, con cercos hechos de
huinchas de goma cortadas de cintas transportadoras en desuso. El
pobre animal se había comido parte de la huincha, digiriendo un poco
el caucho, pero el rayón se le había incrustado en el intestino
provocándole una obstrucción que hubo de ser intervenida
exitosamente (obvio). Era otro mundo, otras experiencias, otros
problemas, pero a Sebastián no lo amilanaba; su manejo con los
caballos y sus conocimientos no iban en zaga con los de los otros
estudiantes, y respecto del idioma tampoco; había sorteado el TOEFL
(Test Of English as a Foreign Language o Prueba de Inglés como
Lengua Extranjera) con éxito, se sentía preparado para el desafío.
Sebastián, en aquellas instancias, no se dio cuenta, pero mientras
realizaba las diversas rutinas médicas, mientras asistía a conferencias
262
y lectures, (que son las presentaciones de casos sometidos a discusión
clínica), e incluso cuando pasaba horas en la biblioteca fotocopiando
artículos completos de los más variados temas, estaba siendo
atentamente observado, como lo descubriría en la entrevista final a la
que fue sometido. Claro que no todo era estudio y caballos, también
compartió salidas y diversiones (especialmente con el grupo de
Canadá) yendo algunas noches a un pub cercano, y en particular con
una de las canadienses, Judit Smits. Esta era veterinaria y había
recorrido gran parte del mundo, trabajando de voluntaria en lugares
como Sri Lanka y Kenya.
Con ella efectuó un viaje a Washington sólo para ir a ver los
mundialmente famosos osos panda en el National Zoo. También
aprovecharon de ir al Capitolio, tomarse la clásica foto encadenados
frente a la casa Blanca y la visita al Museo del Espacio donde esperaron
su turno para tocar una piedra lunar que estaba empotrada en una
vitrina abierta. Washington daba para más que unas pocas horas y
Sebastián se prometió volver cuando regresara a estudiar en forma
definitiva, ese era el plan. El plan se alteró un poco, mejor dicho se
alteró total y definitivamente luego de la nombrada entrevista con el
decano y el Dr. Raker.
Judit es aún veterinaria, DVM, MVetSc, PhD y profesora emérita
en la universidad de Calgary en Canadá; pocos años atrás nos
conectamos por internet, y nos mandamos mutuamente fotos de
nuestras familias.

263
El maldito “pero”

La reunión comenzó con flores para Sebastián, al parecer había


buenas noticias.
- Sabrá, Sebastián, que lo hemos estado observando atentamente.
- Bueno, no me había percatado.
- Su manejo con los animales, el uso de nuestro idioma, las notas
y las cartas de recomendación que trae son impecables.
- Gracias.
- Pero…
Sebastián sospechó inmediatamente ante tantos halagos. El
“pero” iba a ser grave.
- Queremos que nos interprete el siguiente examen, por favor...
Le pasaron un sobre café, muy cerrado. Sebastián lo abrió,
encontrándose con 6 hojas radiográficas de un papel azul que no había
visto jamás (y que nunca volvería a ver). Devanándose los sesos, se
tomó su tiempo, mirando las misteriosas hojas como buscando alguna
clave o inspiración divina que le permitiera librar, y luego de un lapso
que le pareció eterno sólo atinó a decir:
- La verdad es que es primera vez que veo una imagen de este tipo.
- Son xeroradiografías. ¿Y? ¿Qué es lo que ve en ellas?
- Aquí en el carpo hay un problema,
Sebastián tragó saliva, trató de dominar sus nervios y prefirió no
carrilearse, apelando a la comprensión de la “comisión investigadora”.
- Discúlpenos por hacerle pasar este mal rato, supusimos que esto
era algo nuevo para usted, lo felicitamos por su honradez y su buen
olfato o intuición, pero una respuesta así es insuficiente para darle a un
propietario; esto demuestra que usted no está preparado para ingresar a
nuestros cursos de post-grado. Usted queda aceptado pero
necesariamente deberá ingresar al último año de pregrado y nivelarse
264
con el resto, a pesar de que entendemos que ya es un profesional.
- Si eso es lo que decidieron…
- Eso es lo que encontramos justo y conveniente para Usted.
- Y eso significa que…
- Que usted debe inscribirse por un año, con el consiguiente costo
asociado.
Costo no despreciable por concepto de matrícula, mensualidad y
estadía, pero en ese momento Sebastián no se quiso achicar, prometió
volver y le reservaron el cupo para el inicio del semestre siguiente,
emprendiendo el regreso a Chile, pasando por Florida.
Nunca quise contar este episodio, o más bien el final de este
episodio, pues jamás avisé que no iba a poder volver, y me llegó una
carta cuero de diablo en la que me trataban al menos de irresponsable,
pues había quedado un cupo disponible a mi espera, y que si no había
decidido volver, debía haberles avisado, e incluso podrían haber
manejado la situación… Seguro que se cerró la puerta para otros
chilenos en NBC por mi irresponsabilidad, y la vergüenza que me trajo
me enseñó que siempre, siempre, es mejor encarar las situaciones, por
más peludas o escabrosas que sean, pues las consecuencias de no
hacerlo, siempre, siempre, son peores.
Lo único positivo de haber recibido esa carta, que aún conservo,
es la lección (a bofetadas) que recibí.

265
Oferta en Miami

En Miami vivía un primo de Sebastián, un exitoso médico que lo


acogió cordialmente en su departamento en la avenida Brickell, en uno
de los sectores elegantes de la ciudad. Apenas instalado, llamó a Leif
Hempel y le cobró la palabra ofrecida de contactarlo con algún
veterinario para practicar los diez días que le quedaban de viaje. Este
resultó ser el Dr. William Burch, que tenía su oficina dentro del
hipódromo de Gulfstream, una especie de puesto hereditario que
compartía con su padre. Era una verdadera máquina de trabajar, citó a
Sebastián a las cinco treinta de la mañana, ya que por el calor y por el
hecho de haber carreras casi todas las tardes, el trabajo fuerte se hacía
temprano. Sebastián acompañó como ayudante ad honorem a Bill,
mientras éste hacía sus visitas, exámenes, y tratamientos en las
mañanas, y le ofició de segundo cirujano en las cirugías por las tardes,
aunque el doc corría con los sándwiches al almuerzo. Era una rutina de
locos, iban de un corral a otro. En la parte trasera de la station, el
ayudante oficial, un gringo medio-pollo, medio-pavo, iba preparando
las jeringas con los distintos remedios que iban a utilizar en la próxima
parada.
Al llegar a cada corral dejaban el motor en funcionamiento para
no perder el tiempo en echarlo a andar al irse, así de trabajólico y
ajustado con el tiempo era el Dr. Burch.
-Peter, 5 cc de bute y 3.5 dexa.
-OK, doc.
Esa era toda la instrucción que mandaba al extremo de la
camioneta, y el pobre Peter, con los bamboleos de los lomos de toro,
en el estrecho espacio de la SW, iba abriendo frascos, sacando líquidos
y dejando todo preparado para cuando estuviesen en las puertas del
corral siguiente.
266
Se bajaban, el doc ponía las inyecciones, dejaba algunas
instrucciones, sorbeteaba una taza de café, dejaba la cuenta y se
largaban a otro corral.
Al acercarse la hora de almuerzo, llamaba veinte minutos antes,
por celular, a algún Burger o KFC para que al llegar a su oficina
estuviesen los paquetes con la comida caliente y lista, mientras
escribía en las fichas y planeaba las actividades del día siguiente. El
Dr. Burch era una persona muy cordial, feliz de poder practicar su
spanglish con Sebastián. Quedó tan encantado con éste, que le ofreció
trabajo como ayudante.
- Sebastián, esto es la verdadera veterinaria de caballos.
- ¿Perdón, Bill?
- Yo he estado en el NBC, y jamás vas a poder aplicar en Chile lo
que allí aprendas.
- ¿Por?
- No es por mirar en menos tu país, pero ni yo mismo me puedo dar
los lujos que se dan en ese centro; es una academia, sirve para enseñar,
no es el mundo real.
- Mirado desde ese punto de vista…
- ¿Por qué no te quedas a trabajar acá?, yo podría gestionarte sin
problema una visa de trabajo, hay muchas personas influyentes en la
hípica, que me deben favores, en fin, ese no es un problema.
- ¿Cree que no debiera volver al NBC?
- La verdad que si tú fueras un hijo mío, ese es el consejo que le
daría, salvo que quisieras seguir la carrera de profesor, seguir en el
ambiente universitario.
- Mmmm, la verdad es que me gustaría terminar mis estudios, pero
lo voy a pensar, de todas maneras gracias por la oferta, lo tomaré en
cuenta.

267
El NBC tomaría fama mundial cuando operaron al caballo
Barbaro, ganador del Derby de Kentucky el año 2006, fracturado en el
Preakness. A pesar de todos los adelantos, igualmente hubo de ser
sacrificado (la tecnología no hacía milagros).
Igualmente no andaba tan lejos el Dr. Burch Jr. con su opinión
vertida, pues las condiciones que había para trabajar en el NBC no se
daban en ninguna otra parte ni siquiera en Estados Unidos y menos,
mucho menos, en esta alejada parte del mundo. En las tardes, después
de las cirugías, Sebastián quedaba libre, lo que aprovechaba para ir a
las carreras, o en la compra de medicamentos para su farmacia,
vitaminas, anabólicos y otros con los que pretendía financiar su viaje
y recorrer la ciudad.
El primo de Sebastián, el doctor Carlos Nazir Diuana, finalmente,
luego de un periplo por España, se afincó en Chile, su país de
nacimiento, sigue siendo exitoso en urología, masculina (solamente).

268
Reencuentro

Bill le consiguió un pase especial para que pudiera entrar a todos


los recintos de Gulfstream donde era muy controlado el acceso, así que
no tuvo problemas para entrar a la troya, donde se vivía el espectáculo
hípico de verdad, con la esperanza de toparse con algún conocido de
Chile y probar suerte en el juego; tenía una tincada de que ese iba a ser
su día. Se llevó una sorpresa al encontrarse casi de frente con
Fernando, ya convertido en un jinete no muy famoso pero al menos
muy solicitado y ganador. Seguía siendo el mismo muchacho que
había conocido, parecía que por los jinetes el tiempo demorara en
pasar, o pasaba y no se quedaba. Quizás el ejercicio constante los
mantenía en forma, juveniles para siempre, o tal vez por poseer esa
apariencia de niños-grandes que los caracteriza y que suele contrastar
con el resto de los mortales, dando la impresión de que uno envejecía
mientras ellos seguían iguales. Este, al reconocer a Sebastián se alegró
de sobremanera al verlo.
- Doctorcito ¿y aprendió a jugar fútbol? -fueron sus primeras
palabras, para molestarlo en clave de broma, recordando el episodio
en las canchas de Jardín del Chile donde Sebastián y sus primos se
habían retirado humillados luego de la paliza deportiva que le habían
infringido- no se caliente mi doc, es broma, ¿qué hace por estos lados?
- Chis, memorita que te gastai, si hasta yo me había olvidado de
ese partido. Aquí ando pos Fernando, paseando por estas tierras, aunque
ya voy de vuelta pa’ Chile, la verdad es que arreglo unas cositas que
tengo que finiquitar y me regreso pa’l lado de Filadelfia, voy a seguir
estudiando en un lugar que es el Hollywood de los caballos, ni te cuento
lo feliz que estoy. Y a ti, ¿cómo te ha tratado la vida?
- Del uno, doc, o mejor dicho, del güan.
- ¿Y con esa pronunciación cómo te las arreglas para que te
269
entiendan?
- Pero si aquí en Miami no es necesario saber inglés pa’ vivir, hay
más cubanos y latinos que gringos, y solo me las bato con algunas
palabras pa’ entender a los trainers que no le hacen al idioma.
- En Chile se escuchó hablar de ti cuando recién te viniste, luego te
desapareciste de las noticias.
- Pasé las de Quico y Caco cuando llegué, resultó que el “agente”
que me trajo me prometió un contrato, entrada a los mejores corrales y
finalmente eran puras chivas y lo único que quería era esquilarme como
a un cordero. Aquí no lo conocía nadie, ni siquiera lo dejaban entrar al
track, se habrá dado cuenta lo estrictos que son, ná’ que ver con nuestros
hipódromos, en que se pasea el que quiere por los corrales.
- Es que la hípica acá es harto distinta a la nuestra, ¿no echai
mucho de menos?
- La verdad es que sí, extraño a los cabros del corral, al Tachuela,
las pichangas, los asados cuando celebrábamos una carrera, y hasta los
garabatos que me gritaban cuando perdía con algún favorito:
“tragamonedas y la que te parió”, “ladrón retutetutate”, “lo corriste con
el balde”, eso echo de menos, las tallas bien echadas, incluso las
chuchadas. Estoy hasta más arriba del unto con los bull shit y fucking
que tienen pegados estos pailones, pero estoy cumpliendo mis sueños,
tengo mi bulincito y mi autito, usted lo viera; no es el Camaro del que
alguna vez hablamos pero parezco astronauta en el Pacer que me
compré. Le mando casi todos los meses un giro a mi familia, hablo con
mi mamita casi todas las semanas, puro llanto no más, mi taita murió,
y no alcancé a llegar ni siquiera a su entierro, pero desde arriba él me
cuida, cada vez que gano una carrera miro p’al cielo, y sé que está ahí,
guiando mis manos seguras y ayudándome a triunfar, me ha cambiado
la vida desde que me vine...
- Lo que no has cambiado nada es en lo bueno para hablar, pareces
270
loro del Parrot Jungle y curado además. Siento mucho lo de tu papá. Oye,
Fernando, consíguete un dato para ver si salvamos la tarde con un buen
dividendo.
- Para hoy no corro nada, estoy suspendido, los comisarios me
tienen de casero, aunque mañana reaparezco con varias montas con
opción, pero acompáñeme un rato que el preparador al que yo le corro
lleva algo interesante en la penúltima, pero cuénteme como le ha ido, qué
novedades trae de Chile. Vamos a servirnos algo, yo lo invito, si aquí ya
no soy ná’ un ratón, soy Fernando Sarmiento, jinete estrella, voy
collereando firme la estadística y parece que me quedo pa’ largo por
estos litros. Con lo que me gané en un stakes importante más lo que me
pasaron los propietarios, di la entrada para un departamento propio,
sabe, ya estaba aburrido de las pensiones. Está en Le Jeune, cerca de
Hialeah, le voy a invitar a conocerlo, ¿qué tiene que hacer esta noche?
- La verdad es que iba a ir a conocer Coconut Grove con mi primo,
pero es cosa de llamarlo y decirle que lo dejemos para otro día.
- Listón, mi doc, entonces pasamos por mi departamento, de ahí
llama a su primo, comemos algo decente. A lo único que no me puedo
acostumbrar es a la maldita comida, fíjese que aquí se vuelven locos con
los “panchos”, como le llaman a los completos aquí, y son más fomes
que bailar con la hermana. Estos gringos no saben lo maravilloso que
puede ser comerse un chacarero en marraqueta con harto ají verde
picado, o un simple jamón palta como los que vendían en el paddock del
Chile el día de carreras. Puaj, aquí me tienen hasta la coronilla los
panchos con esas salsas de colores que pareciera uno se estuviera
comiendo una petroquímica entera. Bueno, después de comer algo vamos
a llamar a unas amigas que tengo. ¿Ya se casó, usted? Y por último ¡qué
le hace una raya al tigre! La entretención corre por cuenta mía, aunque
mañana tengo que correr y no me puedo acostar muy tarde.
- No tan rápido, Fernando, yo llego hasta conocer tu departamento
271
y de ahí me voy temprano a dormir, mañana tenemos un día de mucha
pega con Bill y no quiero que se me enoje el gringo, me ha recibido tan
bien que hasta me daría vergüenza fallarle, así que conmigo no
cuentes…
- Ya arrugó el doctorcito, pero ahora vamos a ir a asegurarnos del
dato que le dije que le corre a Vegueiro, un brasileño que me echa mucho
a correr, vamos doc.

272
Hípicos, iguales en todo el mundo

Vegueiro resultó ser un morenito muy simpático, típico brasileño,


de elevada estatura, parecía jugador de la NBA más que preparador,
quien en una mezcla de portuñol e inglés increpó al jinete chileno pues
el caballo que corría en la séptima y penúltima carrera era monta de
Fernando que lo había trabajado desde su arribo, proveniente de
Georgia a su corral, y por culpa de la suspensión no iba a poder correrlo
ese día, debiendo echar un jinete nuevo, de apellido Lazier, que no lo
había siquiera montado. Para las pretensiones de Sebastián esta
situación era favorable, pues el dividendo sería más abultado, pero el
riesgo en caso de no triunfar era mayor. De esta manera se aplicaba
estrictamente la ley tácita de las probabilidades que regía en las
apuestas, donde a menor opción aparente de triunfo, mayor dividendo
en pizarra y viceversa.
En el aparente estaba la diferencia y la causa de los grandes
dividendos.
También aquí residía uno de los leitmotiv de la hípica, en que a
pesar del hándicap, había un factor predominante, el factor sorpresa,
que motivaba a los feligreses al juego. Tal como en este caso, un
caballo de campaña desconocida, proveniente de un hipódromo
pequeño, del interior, en manos de un preparador de segundo nivel,
no atraía a la gran masa de apostadores que completaban, reunión a
reunión, las aposentadurías de uno de los tres hipódromos de Miami
durante todo el año (los otros hipódromos eran Hialeah y Calder).
Tanta asistencia estaba dada por la enorme población flotante que
visitaba la tórrida ciudad y la enorme masa de latinos, cubanos,
mejicanos y puertorriqueños que hacían del juego algo cercano a una
religión, sin considerar a los enviciados chinos, coreanos y vietnamitas
que abundaban en los recintos hípicos, en los perros y en el jai-alai,
273
conversando en su enrevesada jerigonza.
Vegueiro estaba sentado con un cubano de mirada torva, Ismenio
Torrado, fotógrafo del turf. Al grupo se agregó Salvador, un
colombiano al que le decían “Tío Gordo”, como se presentó, y que
según le contara Fernando posteriormente andaba a la siga del chileno
ofreciéndose como su representante, a lo que Fernando se había
resistido ya que prefería su independencia sin perder ninguno de los
esquivos dólares en secretarios que creía no necesitar, pero el
colombiano insistía en que con su dominio casi perfecto del idioma y
sus contactos, catapultaría a Fernando al firmamento de las estrellas
hípicas. Completaba aquella singular embajada sudamericana el
infaltable argentino, canchero y sobrado, que además de ayudante o
assistant trainer de Vegueiro, era vendedor de aperos para jinetes,
productos que le enviaba un hermano talabartero afincado en el barrio
de Palermo, en Buenos Aires. Como en los típicos chistes en que hay
un protagonista de cada país, este era un disímil conjunto de
costumbres, aspectos y modismos diferentes, aunados todos bajo la
multinacional bandera de la hípica, que como ya se dijo, los
emparejaba en espíritu y los asimilaba a la movediza masa de
concurrentes que deambulaban como posesos de un lado a otro del
hipódromo, todos llevados por alguna secreta e importantísima
misión, no distinguiéndose ni diferenciándose del resto.
Tío Gordo fue quien propuso ir a sentarse a un lugar alejado de
las tribunas para planear la estrategia de carrera.
- Que yo creo que es mejor que “Stingy uncle John” salga
inmediatamente a correr, pues como no conoce la cancha, se va a asustar
menos que viniendo a retaguardia, considerando que...
- Que de carreras no sabés nada, hermano -interrumpió el
trasandino- para un caballo que debuta en la pista nada mejor que venir
fondeado, de atrás, a la expectativa. Tomando en cuenta que es una
274
milla, esperando que se agoten los punteros, seguro que sale a cortar el
viento el de McCarron, y se deja caer al final, en el derecho...
Fernando, que no había intervenido rompió su silencio para decir:
- El único que lo ha montado aquí soy yo, y es un animal muy
rápido. Pienso como Tío Gordo en que “de un viaje” es lo mejor; de atrás
va a terminar gastándose al freno. Además, como nadie lo conoce lo van
a dejar correr tranquilo pensando que se va a parar, y cuando lo quieran
salir a pillar, vamos a estar sacándonos la foto y cobrando.
- Enano, vez que te jugamos, nos hundimos. Al parecer te pones el
balde cuando defiendes nuestros boletos, como con aquella potranca... -
empezó a increparlo el cubano, y se produjo un incómodo momento
interrumpido por el mismo Fernando.
- No me puede molestar tu comentario, sabiendo que cuando
arrancaste de la isla, los tiburones caribeños te devoraron parte del
cerebro…
- Vos estás de capirote, chilenito, si viene de puntero el favorito
Wait for the Money, que corre McCarron, lo va a ahogar y...
- Ustedes pueden hablar y hablar toda la noche, pero el que va a
dar las instrucciones soy yo, y estoy de acuerdo con venir de un viaje, no
hay caballo más rápido que el mío y hay que salir a mostrar calidad
desde las gateras, ya lo tengo decidido...
La conversación pasó a otros temas, siempre vinculados a la
hípica, y Sebastián no hallaba la hora de que alguien le preguntara por
su vida, y aunque Fernando lo había presentado como un compatriota
dedicado a la veterinaria en caballos, todo el frenetismo y la
preocupación del momento era la carrera, en que unos y otros tenían
depositadas distintas esperanzas o anhelos. Igualmente Sebastián se
sentía a gusto, como cada vez que se encontraba entre cofrades hípicos,
y también estaba ansioso de que llegara la hora de la esperada
competencia. Con la última palabra tomada por el preparador fueron a
275
ubicarse en una de las mesas, cerca de la pista, donde entre cervezas y
el fuerte café cubano que se servía en unas tacitas chicas como dedales,
fueron pasando las competencias que quedaban, y justo antes de que
se corriera la sexta se disolvió el grupo, pues el carioca y el che se
fueron al sector de los boxes a ensillar, quedando los otros a la espera
de la carrera.
De la carrera anterior ni se percataron, estudiando la penúltima,
buscando cual acompañara en las combinadas a Stingy uncle John,
estudiando pesos físicos, contratiempos, campañas, en fin, a todo lo
que se dedica un hípico de cuerpo y alma en cualquier lugar del
mundo, sólo para darse cuenta luego de corrida la carrera, que
deberían haber jugado a algún otro en vez del elegido. Para ganador
pusieron “seco” al caballo de la casa, y como compañero de las exactas
escogieron un petisito de nombre The Cat Killer, que tenía
figuraciones en distancias menores, de seis furlongs o mil doscientos
metros (parecía como que siempre le quedara corto el tiro). En materia
de nombres, ya casi no tenían cuál usar, todos estaban compuestos de
dos o más palabras, frecuentemente tres, no siempre con significados
lógicos. Pero con la tremenda producción que año tras año se volcaba
en las pistas de carrera, en los cincuenta estados, todos los nombres
simples estaban prácticamente tomados.
Justo a la hora señalada se dio la largada, con aquella maldita
puntualidad gringa, todo a la hora, todo perfectamente señalizado,
para cada tarea una persona, todo en su lugar. Este orden incluso
llegaba a molestar a los que provenían de países de este lado del
planeta. Esta sincronización cercana a la manía sacaba de quicio; al
principio la organización puntillosa sorprendía agradablemente, pero
al final agobiaba, cansaba y en el específico caso de los chilenos, los
hacía echar de menos algo del natural desorden nacional al que
estaban acostumbrados, como llegar tarde a una reunión sabiendo que
276
todos llegaban atrasados, sin mencionar las hallullas y marraquetas, el
café-café (el auténtico), una paila de huevos revueltos, escuchar un
“huevón” en alguna conversación y una enorme lista de cosas que
evocaban todos los compatriotas casi al momento de salir del
aeropuerto y tornándose tan difícil a los profesionales, deportistas o
no, el triunfar afuera, por eso de añorar tanto la patria natal.
El trámite de la carrera fue exactamente contrario a todo lo
planeado, opuestas a las instrucciones dadas al jinete; algo muy
frecuente, a decir verdad. El caballo no pudo tomar la punta ni lo hizo
el de McCarron, sino que fue una tordilla, de la que ni se habían fijado,
quien salió a lucir sus colores en avanzada. A continuación la siguió el
favorito, a unos cuantos cuerpos de distancia, y en un lejano 6º lugar
venía Stingy uncle John, pero viéndose cómodo, con su jinete brazos
abajo, como si fuera solamente galopando. Las miradas de
recriminaciones eran mutuas entre los amigos, excepto el argentino
que se paseaba ufano y tranquilo. La situación no varió hasta entrado
al derecho en que los punteros se agotaron, y pasó cortado a la punta
el “matador de gatos”, y cuando parecía que se distanciaba, se dejaron
caer el favorito, que sacó fuerzas de quizás donde, emparejando a The
Cat Killer que se veía como seguro ganador y recién aquí entró en
discusión el caballo de la casa, animado por su jinete y este a su vez
animado por los gritos desencajados de sus parciales con sus “come on
Lazier, come on” equivalentes a los “hace correr” o “no te parís”
criollos.
Sacó al caballo por última línea y como una exhalación cazó al
eventual puntero en la misma raya de la meta, sacándole una limpia
cabeza de ventaja, sin que fuera posible a simple vista dilucidar a cuál
de los dos había ganado, pero lo importante siempre era quien
resultaba ganador.
Decirle esto a un jugador era una ignorancia supina, ya que el
277
ganador era importante, es cierto, pero los acompañantes en el podio a
veces lo eran más, puesto que determinaban los resultados de las
apuestas de fantasía, quinelas, exactas y trifectas.
La euforia que se apoderó de los latinos, incluyendo los dos
chilenos, fue rozando la histeria colectiva e individual. Todos se
invitaban “a la foto”, el argentino gritaba a todos los vientos:
- ¡No ha nacido quien sepa más de hípica que yo!
- Son todos ciegos, más ciegos que gato de yeso.
El cubano, torvamente, exclamó:
- Le faltaba un jinete de verdad, le dije Vegueiro…
A lo que Fernando retrucó:
- No me andís buscando, balserito, que me vai a encontrar…
- Donde quieras y cuando quieras coño y las de tu madre.
- Por favor, no me echen a perder el momento, si acabamos de ganar
una carrera -casi rogó el preparador.
Se dirigían a la cancha para la foto de rigor, mientras sacaban
apresuradamente cálculos mirando el tablero electrónico, el que
indicaba 13 a 2 (nunca nadie entendió por qué razón no simplificaban
con los decimales y ponían simplemente seis con cincuenta que era lo
que había repartido por cada dólar jugado, excepto por el boleto
mínimo que era de dos dólares). Llegando al “grandstand”, Sebastián
iba multiplicando y dividiendo ya que habían puesto cien dólares cada
uno, con Fernando en sociedad, jugando la mitad a ganador y el resto
en la exacta, la que aún no se definía porque había photofinish, esto
por haber sido una llegada estrecha que se definía luego de revisar la
foto que se tomaba automáticamente al cruzar la meta. Sebastián iba
pidiendo interiormente que el segundo lugar se lo llevara The Cat
Killer, que en pizarra pagaba 9 a 2 a ganador, quedando por ver cuánto
daría en las combinaciones.
Mientras estaban en la pelouse sacándose la foto echaron un
278
vistazo al totalizador.
- Doc, mire cuanto dan las exactas con el matagatitos…
- Chuuu, 19 veces.
- Le pegamos el palo al gato, mi doc.
- Nos vamos a repartir más plata que si lo hubieras corrido, y
capaz que con el balde nos habríamos hundido.
- Buena, parece que usted también llegó nadando con el otro.
- Tranquilein, John Wayne, que alcanza hasta para echar tallas.
Con los cien dólares de inversión estaban cobrando cada uno la
preciosa suma de casi mil doscientos dólares. Para Sebastián esta cifra
representaba una fortuna, tanta plata como la que había llevado para
los gastos en su viaje. Por eso salió tan sonriente en la foto de recuerdo
del triunfo, la típica foto de hipódromo estadounidense en que el
caballo aparece tapado por muchas personas, incluso algunos
arrodillados a la manera de los equipos de fútbol. Sebastián no habría
de olvidarse nunca de esa tarde en Gulfstream, ni menos de esa noche.

279
Aceptando la invitación

Salieron después de la última carrera al gigantesco


estacionamiento en busca del auto de Fernando, que en verdad parecía
un vehículo de astronautas, salido de una película de Kubrick o
Spielberg, casi, con una cabina toda vidriada, además del color
plateado que lo hacía ver más cibernético. Sebastián dejó la Van que
su primo le había prestado estacionada en el mismo hipódromo, total
al otro día tenía que presentarse temprano en la clínica de los Burch y
en ese momento la recogería. La camioneta era el típico vehículo sin
ventanas que usaban para instalarse, con equipos de escucha, en una
esquina, en las películas de espionaje.
Era toda cerrada y gastaba más que un país en guerra, pero
cumplía con llevarlo a todas partes y no tener que depender de nadie
para movilizarse, lo cual era una ventaja en una ciudad que estaba muy
extendida y las distancias de un lugar a otro eran enormes. Para poder
ahorrar algo del gasto, siempre cargaba bencina en bombas que tenían
el sistema de autoservicio, sistema que llegaría años después a Chile,
además no le “metía mucha chala” para que no se tragara el
combustible. Sebastián aceptó la oferta de irse en el auto de Fernando
quien se comprometió para ir a buscarlo al otro día, temprano, pues él
también iniciaba su faena tipo cinco o seis en la mañana. La verdad es
que todo el hipódromo se movía desde esas horas tempranas, los
corrales ya estaban en actividad antes de aclarar puesto que con el
predominio del sol, se hacía insoportable el calor y la humedad,
haciéndose inhóspito el ambiente una vez llegado el mediodía. Una de
las cosas entretenidas o pintorescas de este clima templado en las
primeras horas del día era que a los caballos se los podía bañar enteros,
empaparlos con unos shampoos especiales, dejarlos bien espumosos y
luego manguerearlos completos, no como en Chile en que era
280
impensado mojarles el lomo y sólo se bañaban de las rodillas y corvas
a los cascos y sólo un poco entremedio de las “verijas”.
En estos temas cavilaba Sebastián mientras recorrían las cómodas
avenidas de Miami con Fernando hablándole a súper velocidad,
siempre acelerado, como si las ideas le brotaran a borbotones,
cambiando de un tema a otro, haciendo zapping mental, derramando
palabras y frases de los más variados tópicos, lo que sumado a la
estridente música disco que estallaba en los parlantes del equipo del
auto, eran demasiado para la mente reflexiva del veterinario que
prefería la introspección a la inagotable charla del extrovertido jinete.
- Oye, Fernando, ¿qué le pasaba al cubanito ese que te tiene tanta
pica?
- No lo pesco a ese malnacido, está molesto conmigo por una lesera.
- Ya me imagino, líos de falda.
- No anda tan lejos, mi doc, pero tampoco por donde se imagina…
- Chutas que estás hermético, si recién no parabas de hablar y
ahora no quieres contar nada.
- La verdad es que estoy saliendo hace un par de meses con una
gringuita estupenda, es periodista y muere por los caballos, y también
por este pechito mío.
- ¿Y?
- Esta mina es la jefa de hípica del Miami Herald, y el cubanito
quiso que le ayudara a entrar al staff de fotógrafos.
- ¿Y?
- Ná pues, no le di la pasada, no confío en él, es un marielito…
- ¿Y?
- ¿Me las está viendo? ¿Qué no vio usted Scarface?
- Claro que la vi, pero ¿tú crees que todos los “marielitos” son Tony
Montana?
- Mire, doctorcito, llevo años viviendo en esta pequeña Habana que
281
es Miami, y yo sé bien cuándo alguien es de confianza o no. Usted ni
siquiera aprendió a jugar fútbol y me viene a dar clases a mí…
- Ya te enojaste…
- No, pero algo me tinca que este gallo me va a traer problemas
nomás, así que dejémoslo ahí
- A mí me tinca que sabes algo más que no me quieres contar.
- Ya, bueno, mire… usted sabe que yo no salí ná de Chile con la beca
militar, al contrario, bien agradecido estoy de que hayan botado al
caballero de bigotito blanco, que arruinó el país.
- Ya, ¿y?
- También sabe que en Cuba viven prisioneros del maldito barbón
que estuvo más de un mes agitando nuestro chilito...
- ¿Y?
- Por eso me cae mal este Ismenio...
- Pero, Fernando, si viene arrancando de la dictadura de los
Castro…
- Aquí está el pero… resulta que este maldito trabajaba para la
DGI cubana, trucando fotos para meter presos a los disidentes, hasta
que él mismo cayó en desgracia y se embarcó en el Mariel.
- Guaaa, ¿y de dónde sacaste esa información?
- Oiga, doctorcito, Miami está llena de cubanos y una cachada de
ellos le tienen ganas al peuquito este.
Luego de este diálogo se quebró un poco el ambiente entre ambos,
y con Donna Summer y los Stylistics sonando de fondo llegaron
finalmente al condominio donde Fernando tenía su departamento,
sobre el Ocean Blvd., continuación de la Collins, todo muy cerca de
Gulfstream, casi en Fort Lauderdale. El departamento era pequeño,
situado en un lugar muy bonito, rodeado de jardines y edificios
elegantes, pero estaba pobremente decorado, en un estilo muy kitsch
para el gusto de Sebastián: esto incluía un par de fotos de algunos de
282
los triunfos principales que había logrado en su corta campaña en
nuestro país, acompañadas de algunos objetos que trataban de darle
ambiente chileno a un típico apartamento gringo, funcional, sencillo,
con mucho mueble de cuero sintético y tubos metálicos.
Había, en las paredes y encima de los muebles, calendarios con
paisajes del norte y sur de Chile, un cacho de vaca con una cinta
multicolor que rezaba “Recuerdo de La Estrella”, sobre un arrimo un
chamanto chilote de lana cruda y un pergamino que decía: “Madre hay
una sola” (frase remanida, de poco ingenio y muy lacrimosa). Faltaba
la pura foto retocada en colores para trasladarse a cualquier casa de
inquilino de algún fundo del valle central, haciendo vista gorda de los
muebles. A juicio de Sebastián lo único que salvaba la situación, y en
muy buena forma, era el extraordinario equipo de música, el primero
cuadrafónico que jamás viera.
- ¿Y este manso equipito que te gastas? ¿De dónde te lo choreas…
quiero decir, cuánto te costó?
- No se me insolente, mi doc, me lo gané montando…
- ¿Regalo de alguna amiga?
- Ya, ya, ya… es un regalo de un dueño, por el triunfo de una yegüita
en un Stakes, derrotamos nada menos que a una ganadora del Belmont…
- ¿Y?
- El hombre, cubanito el chico ese, tiene un local de venta de equipos
de video y música en la calle Ocho, y me invitó a escoger lo que quisiera,
de unas rumbas de cajas.
- ¿Rumbas?, serán rumas.
- Rumba, candonga, ruma, como se le frunza…
- Sin enojarse, pues jinete…
- Y yo, tímido, escogí esta maravilla.
- Te apuesto que ni sabes para qué son todos esos botones, ni has
leído el manso manual, seguro.
283
- Ni idea. ¿Y, le gusta, doc?, ¿qué le sirvo mientras voy a cambiarme
para que vayamos a celebrar nuestro pequeño triunfo de hoy? Porque me
imagino que estaría bromeando con eso de que lo voy a dejar en su casita
antes de que al menos comamos algo? Y quién sabe si de ahí se me
entusiasma y nos lanzamos un poco a la vida; conmigo va a conocer el
verdadero Miami, no el de las postales ni el de las películas y...
- Bueno, ya, a comer te acepto, pero apúrate para que me vayas a
dejar temprano, que ya me está dando sueño, ando de las cuatro y media
en pie y todo el día traqueteando de aquí pa’lla. Este gringo trabaja
como un robot, si ya me está costando seguirle el ritmo.
- ¿Vio?, aquí son todos iguales, pareciera que viven pa’ puro
trabajar, pero como me decía uno el otro día, hay que aprovechar los
años productivos, dejar el cuero mientras uno está joven y sano, para
guardar pa’l futuro. Aquí los hijos no se preocupan mucho de sus taitas
cuando viejos, son como medio independientes, por lo que todos
acumulan para la vejez. Sí, el sueño americano es tener una jubilación
que permita vivir en el verano todo el año, ¿se fijó la cantidad de
veteranos que andan aquí en Miami?, sólo la supera la cantidad de
gordos que circulan. Mire, doc, no es que estos gallos no sepan
aprovechar la vida, por el contrario, cuando les toca darse descanso, se
dan tremendas vacaciones, se van a recorrer el mundo a todo pasto como
se dice, pero cuando trabajan, trabajan y a cabeza gacha.
- En eso somos tan diferentes, en Chile la mayoría vive el momento,
es cosa de ver como el pueblo se gasta la plata el día de pago en los
restoranes, con los amigos, o lo difícil que es encontrar gente que haga
algunas pegas después de la hora o que sacrifique un feriado, o que no se
tome toda sus vacaciones legales. En otras palabras, aplicamos la ley
del menor esfuerzo; qué alegría de ver que has aprendido a ver la vida de
otra forma.
- Bueno, ni tanto, mi doc, igual me gusta lanzarme de repente, y yo
284
no vivo pa’ la pura pega, pero al estar viviendo aquí y conocer un poco
más a estos gringos, uno se da cuenta de por qué Estados Unidos es un
país tan desarrollado.
- Ya te largaste a la conversa otra vez, ¿por qué no te apurai un
poquito?, ¿o me vas a dejar de una a mi departamento?
- Bueno, si estoy casi listo, no sea tan verdugo.

285
Balacera en el downtown

Y por fin salieron en el Pacer, Fernando iba de impecable chaqueta


blanca y pantalones azul marino, parecía salido de la serie de
televisión Miami Vice. A Sebastián siempre le llamó la atención que,
por más modestos que fueran los jinetes, o mejor dicho, aunque fueran
de origen modesto ya que muchos de ellos gozaban de ingresos
superiores a los de muchos veterinarios, cuando dejaban su
indumentaria de trabajo, se vestían con ropas tan elegantes como
llamativas. No era raro verlos en el recinto “Socios” compartiendo con
propietarios o preparadores y destacar por ser los mejores vestidos del
lote. En este caso, el contraste lo daba Sebastián, quien andaba de blue
jeans, una polera de color y una antigua chaqueta azul marino que
había dejado en la Van por si acaso y que de suerte atinó a llevar, pero
que en contraste con las pintas que se veían en las calles, pasaban
totalmente desapercibidas.
Los dos amigos fueron al sector Art Deco de la ciudad, donde
Fernando tenía una nombrada, una picada en la que se podía comer
ricos mariscos.
El lugar, llamado Diana’s Crab Palace resultó ser muy elegante y
al parecer estaba absolutamente de moda pues tuvieron que inscribirse
con el waiter en la entrada y asumir una demora de treinta minutos por
lo bajo. Fernando trató de avivarse ofreciendo una propina al
uniformado recibidor, pero lo miraron de arriba abajo y no lo tomaron
en serio ni por broma.
- Esto jamás habría fallado en Santiago, mi doc.
- Tranquilo, jinete, ya estoy resignado a que esta noche sea muy
larga.
Qué tanto, aprovechemos de pasear un rato y así hacemos más
hambre.
286
Salieron del local y se fueron por la avenida, caminando y
charlando de nada en especial. Las calles estaban llenas de gente. Se
veían parejas, grupos de jóvenes conformados tanto por mujeres como
por hombres, todos como a la búsqueda de algo, seguramente
diversión por un tiempo, o una relación duradera o lo que fuese; el
hecho es que la noche tenía vida, animación y parecía más de día que
de noche. De improviso sintieron que les estaban hablando desde la
calle, era un latino que manejaba una especie de descapotable rojo, y
digo “una especie” porque se trataba de un Vega abierto, dejándole un
medio techo, con las viseras y el espejo, muy típico en la ciudad, donde
abundaban los autos raros, modificados y
de los más variados estilos y gustos, enchulados o tuneados.
- Hey, broder, ¿Tú has visto a Dayton?
- Perdón, parece que me confunde -le respondió Fernando.
- Que te digo si ya te encontraste con Dayton, te pregunto hermano.
Instintivamente Sebastián tendió a alejarse, haciéndose el que no
había escuchado y así evadir lo que parecían problemas, técnica que
había aprendido desde pequeño y que generalmente le había dado
resultado, pero Fernando, más curioso y buscador, eligió acercarse al
borde de la calzada y encarar. “En una de esas sale más corta la espera,
hasta que nos reciban en el maldito restaurante”, debió pensar para sus
adentros, sin imaginar el giro que tomarían los acontecimientos. Al
acercarse, vio que el chofer era un joven latino cubano-americano,
dominicano, portorriqueño quizás, con cinto al pelo, a lo Jimi Hendrix,
con una barba descuidada de varios días, en el cuello lucía una
impresionante cadena de oro, gruesa como un pulgar, y en el asiento
trasero descansaba un machete, como si el isleño, boricua o lo que
fuera se dispusiera a ir a la zafra en la sierra.
Sebastián, un poco retirado y con todos sus sentidos en alerta,
miraba como Fernando se acercaba más y más al convertible rojo,
287
cuando de repente apareció caminando desde el lado opuesto de la
calle una pareja de sujetos sospechosos, tan sospechosos que parecían
culpables anticipadamente, gesticulando hacia el sector donde se
encontraban los amigos.
El recuerdo de lo que sucedió siempre le pareció a Sebastián como
si hubiera sido filmado mediante una mezcla de cámara lenta con la
superposición de algún filtro que empañara el lente; así de borroso
permaneció el suceso en su memoria, por la violencia con que se
desarrolló la escena. Se escucharon tableteos de ametralladoras, gritos
de la gente, vidrios que explotaban, latas perforadas, y muy claro el
grito de alerta de Fernando: “¡Al suelo, doc, que andan con fierros!”, y
ambos atinaron a sumergirse en el pavimento, tratando de hacerse
invisibles mientras se desataba el infierno a su alrededor.
Una vez que hubo pasado lo peor, y aun tiritando de miedo, los
amigos no podían comprender qué había ocurrido, ya que Fernando
rápidamente instó a Sebastián a alejarse del lugar, a pesar de la natural
curiosidad de quienes suelen ser testigos de un hecho que les pudo
haber costado la vida. Pero la experiencia del jinete lo hizo obligar a
perderse el final del cuento. Por la tremenda violencia existente en
Miami en esa época, no les costó mucho averiguar en la prensa del día
siguiente lo que había ocurrido.
El Miami Herald traía detallado por zona geográfica los hechos
policiales del día anterior. Bastó buscar en la zona del downtown para
enterarse. No venía destacado ni siquiera en titulares, tan sólo hacía
referencia al parte policial que indicaba que en una presunta venganza
entre bandas rivales de narcotraficantes, dos desconocidos
premunidos de armas automáticas (Uzi, presumiblemente),
ajusticiaron dentro de su convertible a un conocido “camello” del
South Miami, de nombre Carlos “Cari” Quinteros, de origen cubano.
Este tuvo una muerte casi instantánea a causa de los cinco balazos
288
recibidos. El artículo periodístico también decía que no había sido
posible encontrar testigos del hecho delictual. “Era que no” , se decía
Sebastián al leer el periódico, “¿Quién va a quedarse a contar la
historia? Hay que estar en medio de la lluvia de balas para saberlo” . De
alguna manera Sebastián confirmaba el sentido de la frase de la
canción “Pedro Navajas” de Rubén Blades, en la parte que dice “no
hubo preguntas, no hubo curiosos, nadie miró.”
Por supuesto que esa noche tampoco hubo restaurant fino, ni
celebraciones ni brindis por los aciertos; terminaron en un Mc Donald
comiendo las nunca bien ponderadas hamburguesas, cerca del
departamento del jinete, en Hialeah.
- De la que libramos, mi doc.
- Y todo por meter las narices donde no debíamos, aquí casi se nos
dio el dicho famoso.
- ¿Cuál?, ¿el de librar por un pelo?
- No, el que dice que la curiosidad mató al gato.
- Bueno, si cuando le dije que lo iba a llevar a conocer el verdadero
Miami, estaba hablando en serio.
- Casi conocemos la verdadera morgue, o la verdadera cárcel. La
verdad es que no debería haberte acompañado, aún me tiritan las
piernas, pensar que podríamos haber recibido alguno de los tantos
disparos que tiraron, y de sapos nomás. ¿Y qué voy a hacer ahora?, no
me animo a llegar donde mi primo a esta hora, me va a interrogar y no...
Mejor me quedo en tu departamento, igual lo voy a llamar para que no
se preocupe.
- Oiga, no me cargue a mí la culpa, si yo iba pasando y el perla me
confundió con no sé quién y me preguntó por el Dayton y ¿qué iba a
hacerle?
- Lo mismo que hice yo, sencillamente correrte, ¿no ves que soldado
que huye sirve para otra guerra?
289
- Puchas que ha salido versero este doc, ahora sacó el habla, si hace
un rato estaba más pálido que ratón de panadería. Tómela por el lado
positivo, cuando escriba sus memorias va a poder dedicarle una página
entera a contar que una noche, acompañado por un gran jinete chileno -
y nadie va a creerle- libró de morir bajo las balas.
- Seguro que alguna vez escribo hasta un libro...

290
De las balas, vuelta a Burch & Burch

Lo que no pudo creer Sebastián fue cuando sonó el despertador


que Fernando tenía puesto, a las cuatro y media de la mañana; cuando
tan sólo había dormido un par de horas, hizo de tripas corazón y se
sumergió en la ducha caliente, intentando despertar, cosa que sólo
logró después de un tazón de café amargo (tan amargo como su ánimo
del momento), para encaminarse rumbo a la cancha. El Dr. Burch ya
estaba en su oficina y Sebastián no se atrevió a contarle nada, tan sólo
comentarle que había estado en las carreras del día anterior, ya que al
doc sólo le interesaba su trabajo y tenía como único hobby el pilotear
un Piper. Incluso, alguna vez, le pidió a Sebastián que cuando volviera
a Chile le mandara algunas cartas de navegación pues tenía la loca idea
de llegar volando a Sudamérica.
(Sebastián nunca le mandó nada y seguramente Burch nunca
viajó, quedando todo en la típica promesa y en el típico plan
incumplido).
Esa tarde les tocó una cirugía: le sacaron los metacarpianos
rudimentarios a un potrillo de gran valor, que se los había fracturado
en el último trabajo antes del debut. Era increíble, tenían una mesa
operatoria neumática, con huinches para elevar a los caballos, sala de
recuperación revestida en goma y todo lo necesario para operar sin
riesgo alguno. Sebastián no pudo dejar de acordarse del fracaso que
sufrió en su último año de universidad cursando Cirugía de Animales
Mayores cuando creyó que podía salvar a un potro francés que les
habían regalado, pensando en que encontraría solución en la facultad.
Este era Sun Sun, que no sólo tenía una fístula en una de sus manos,
sino que además era poseedor de un carácter terrible, loco, quizás
derivado de su dolor. Con la indolencia típica de las instituciones
fiscales, el animal pasaba el tiempo encerrado en su pesebrera y nadie
291
hacía nada para intentar mejorarlo. Sebastián, con una compañera, que
terminó curiosamente siendo la mejor anestesista de caballos en el
Club Hípico, se propuso operarlo y sanarlo.
La operación fue una quijotada sin futuro desde el inicio, no los
ayudó ningún profesor y fue algo así como una carnicería en vez de
una verdadera operación. No había anestesia suficiente (se ocupaba
cloral, como a principios del siglo veinte) y no había suficiente suero
para recuperar la sangre perdida. El “primer cirujano” y su “cirujano
ayudante” no tenían ni idea de lo que estaban haciendo, todo con la
complicidad casi criminal de los jefes del Servicio que dejaron que dos
inexpertos estudiantes sacrificaran a un pobre animal, sólo llevados
por su afán de remediar los males que sufría.
Estos jefes de Servicio, lejos de apoyarlos una vez consumado el
crimen, les hicieron constantes reproches en cuanta ocasión les fue
posible. De alguna manera esto acabó (aún antes de empezar) con la
carrera de cirujano de Sebastián, quien agarró una inseguridad total a
la hora de intervenir a algún animal, presuponiendo que siempre las
condiciones no iban a ser las óptimas. Y nunca eran óptimas, en
aquella oportunidad la mesa en que operaron era de cuero (totalmente
anti higiénica), se movía con manivelas y estaba más bien para el
“Museo de Historia de la Medicina Veterinaria” que para una sala
moderna de cirugía.
Situación que habría de cambiar con los tiempos; en la actualidad
la Escuela de Medicina Veterinaria de la Universidad de Chile cuenta
con un moderno pabellón de cirugía de equinos, con mesa de
operaciones hidráulica, equipo de anestesia, monitores, equipos de
rayos, sala de recuperación, etc., al mejor nivel disponible para nuestro
país. Todo de la mano del diligente veterinario doctor Mario Acuña,
quien hiciera sus primeras armas en la profesión en la clínica del
Sporting, a la vera del varias veces mencionado doctor Goldzveig.
292
Treinta años no pasan en vano y la Escuela luce notorios cambios en
equipamiento, implementación de salas, laboratorios y lugares de
esparcimiento para formar a las nuevas generaciones de veterinarios.
¡Quién pudiera echar el tiempo atrás!
En el pasado las operaciones realizadas en la facultad o en las
clínicas de los hipódromos, se hacían en el suelo; habrían de pasar
muchos años para que se dotaran de salas operatorias dignas del valor
que poseían los pacientes, que ingenuamente llegaban a estos
servicios de cirugía buscando solución. ¡Caballos que costaban
millones de pesos, operados en el suelo!, paradojas de nuestro país. En
otra hípica, en otro mundo, el Dr. Burch poseía un pabellón más
moderno imposible de encontrar en todo Chile. Por eso era fácil
entusiasmarse a quedarse en los Estados Unidos, pero a pesar de lo
tentadora de la oferta, Sebastián tenía entre ceja y ceja el master de la
universidad, era como una meta mayor que la de ser un simple
ayudante de veterinario. Quizás aquella otra ruta lo hubiese llevado a
un final distinto, pero nadie sabe de antemano lo que le depara el
destino y cada cual se la juega por la opción que en ese momento le
parece más atractiva. Lo impresionó el poder que tenían los
veterinarios en el país del norte, nadie podía ni siquiera manejar ni
menos aplicar inyectables, salvo el doctor, de ahí que florecieran tanto
los remedios en polvo o pastillas. Le tocó ver al Dr. Burch cobrar
ochenta dólares por adelantado por sólo poner un “bute shot” (dosis
de fenilbutazona) a un caballo al que le tocaba correr y por el hecho de
que el preparador era un deudor de su clínica, no le aceptó el cargo en
la cuenta corriente. ¡Qué diferencia con la cobranza que Sebastián
efectuaba! Y el manejo que tenían los gringos…, claro que los caballos
eran mucho más mansos que los chilenos, por haber sido más
manoseados y dóciles; era cosa de ver como los "colgaban" de los
andadores automáticos, ¿y qué habría pasado al poner en uno de esos
293
aparatos a alguno de los caballos chilenos, de esos del haras familiar,
que había que acorralar y lacear, antes de intentar siquiera ponerle una
jáquima?
En una tarde le fueron a “hacer las muelas” a un potrillo.
Sebastián no imaginó lo que le tocaría ver. Entró el doctor, solo, a la
pesebrera, y sin ayuda de “puros” ni “chinos”, así, a capella, ni siquiera
con el empleado, absolutamente solo, niveló los molares del potrillo y
le extrajo un par de dientes. La hípica y la veterinaria eran
absolutamente distintas a lo que Sebastián conocía; incluso muchas
mujeres trabajando de cuidadoras, muchas de galopadoras (solamente
en el Santa Isabel había visto una stud master mujer, a cargo de las
faenas con las yeguas. Según el Dr. Muñoz las mujeres eran más
limpias y más cuidadosas en el trato de los animales).
Otra cosa que sorprendió a Sebastián era que junto a los
paseadores automáticos, estaba lleno de máquinas de hielo con las que
congelaban (“freezing”) las manos de los caballos delicados previo a
la competencia.
También había inhaladores, oxigenadores, el uso de veneno de
serpiente para anestesiar “manos” adoloridas antes de correr, y
muchas friegas de todos los colores y olores.
La alimentación también era distinta, la repartían con una especie
de barco manicero (del túnel del tiempo) que estaba lleno de
“exquisiteces” como distintos granos preparados de distintas formas
(incluso caramelizados) variados polvos desconocidos (vitaminas,
minerales, misterios) y con una receta especial para cada pensionista.
La viruta venía prensada en sacos que al abrirlos explotaban como el
maíz de curagua cuando se hacen cabritas o pop corn. Las pesebreras
contaban con aire acondicionado y todos los corrales con cafeteras
constantemente destilando un líquido que de café sólo tenía el color.
Sí que era distinto, raro y muy atrayente, puesto que se movía mucho
294
dinero, pero principalmente se movían muchos afectos por los
caballos, pero finalmente Sebastián cerró los ojos y comenzó a planear
su vuelta.
Con Bill quedaron de acuerdo en mantenerse en contacto. “We’ll
keep in touch”, se despidió Bill en la última jornada de práctica juntos;
“See you later alligator”, le respondió Sebastián, y se comprometió a
enviarle las cartas de navegación aérea para que pudiera llegar al
menos a Perú, ya que el doc quería conocer el Cuzco, el Camino del
Inca y las líneas de Nazca desde el aire.
Sebastián lo había entusiasmado pues conocía toda la zona, claro
que las líneas las había visto solamente desde un mirador instalado en
una torre de agua muy alta ya que por su miedo atávico a los aviones
no se había animado a subir a una de las avionetas que hacían el tour
(y que se estrellaban de vez en cuando).
Bill lo recomendó con una farmacia que vendía productos
veterinarios para que no tuviera problemas al comprar, ya que eran
muy quisquillosos con el tema, puesto que Sebastián necesitaba llevar
cantidades que le permitieran hacer una buena utilidad y así poder
pagar ese primer año en el NBC, pues ni con lo ganado apostando en
Gulfstream podría afrontar el subido fee. Compró especialmente por
cajas complejos vitamínicos, fenilbutazona, anabólicos y Lasix, todos
muy escasos en esa época en el país, y casi prohibida su importación
legal por una serie de trámites sanitarios casi imposibles de sortear. A
pesar de estas normas igual había “importadores” que ofrecían
medicamentos foráneos a los preparadores chilenos y Sebastián, como
dueño de farmacia y veterinario, se sentía con más derecho a venderlos
pues sabía lo que estaba entregando, así que sin complejos llenó un
par de maletas que luego vería cómo las ingresaba al país. En Santiago
tenía un “arreglo” con un vista de aduana, en Pudahuel, gracias a que
uno de los locales del aeropuerto era administrado por un pariente,
295
que antes del viaje prometió limpiar el camino para que no perdiera la
inversión.

296
Despedida

A Fernando lo volvió a ver un par de veces antes de retornar. En


una de ellas se lo encontró tomando café en el corral de un preparador
cubano-americano. Al parecer por la facilidad con el idioma, Fernando
prefería frecuentar a quienes hablaban español, lo que era un
hándicap en contra ya que muchos de los buenos caballos estaban en
manos de dueños y preparadores WASP (White: blancos, AS: anglo-
sajones, P: puritanos) que discriminaban a los latinos, asociándolos
con la droga y el crimen, lo que en parte era cierto pero también había
mucho latino decente y era injusto echarlos a todos al mismo saco, tal
como si se dijera que todos los gringos eran sectarios o racistas,
cayendo en una generalización producto más de la ignorancia que de
la realidad. Igual, según la teoría de su primo doctor, donde Sebastián
estaba alojado, para triunfar en Miami había que cumplir un par de
normas: vivir en un buen barrio, ya que por el lugar donde uno vivía
sí que te discriminaban, y por otro lado, para llegar a la enorme colonia
hispana había que asociarse con un miembro de origen cubano,
cualquiera fuese el negocio en que uno estuviera, tal era la fuerza que
esta comunidad tenía. Fernando se había desmontado recién de una
potranca que había cotejado y estaba haciendo un aro antes de seguir
el trabajo diario. Sebastián, por su parte, le dijo a Bill que se iba a
quedar un rato y que luego lo alcanzaba.
- ¿Todavía en Gringolandia, mi doc? Parece que se nos va a quedar
por un tiempo largo, ¿cuándo vamos a pasear al dauntaun otra vez?
- Cuando me consigas un traje a prueba de balas, huevón, y tú
¿cuándo vas a aprender a pronunciar el idioma bien?, no ves que te
limita tus posibilidades.
- Ya le dije que me las bato de lo más bien, salvo algunas veces que
he subido a correr a Churchill, en que parece que todos hablan puro inglés
297
nomás.
- ¿Y qué esperabas encontrar en Estados Unidos? Miami es sólo una
excepción, Fernando, junto a algunas ciudades en California, o algunos
barrios de Nueva York.
- Igual nomás aquí me tiene, fíjese que esta tarde corro una fija y...
- No tan rápido, Fernando. Como dice el tango: “basta de carreras,
se acabó la timba”, no hay más carreras para mí, me devuelvo en un par
de días, sólo me quería despedir y había pensado que podríamos comer
juntos mañana por la noche, después de tu jornada de trabajo. Mi primo
me va a hacer una despedida en el Jockey Club, ¿lo conoces?, me gustaría
que pudieras ir, además él es un urólogo exitoso, con muchos contactos
y quién sabe si no te establece alguna conexión con algún personaje
importante que te sirva en este ir y venir por la vida.
- Hecho, mi doc, ¿a qué hora nos juntamos? Y deme la dirección de
su primo que voy a estar como tabla a la hora, ¿qué le llevo?, ¿el vino,
las minas, alguna otra entretención? Pida nomás que no lo voy a dejar
feo…
- Nada, preocúpate solamente de llegar a la hora y solito, y trata
de no meterme en ningún problema, porque mi primo es medio puntudo,
ahí lo vas a conocer.
La comida fue muy entretenida pues aparte de Fernando, en la
comida estaba el socio cubano del primo. También estaba Diane, una
doctora muy buena moza que vivía en el piso de arriba y tenía interés
en conocer a un jinete de verdad, al igual que Isabel, la novia
costarricense del primo, y Carmen, una amiga de la familia. Cada uno
con una historia muy entretenida, por ejemplo esta última había sido
enfermera en Chile y emigrado a Estados Unidos en época de Allende,
buscando mejores horizontes. También por problemas con el idioma
no había logrado pasar el State Board, la prueba para revalidar sus
estudios y poder ejercer la enfermería en forma profesional en el
298
estado de Miami, ni que hablar el National Board que permitía lo
mismo a escala nacional. Estas pruebas debían rendirla los
veterinarios, los doctores y varios otros profesionales para poder
ejercer en los distintos estados, eran súper difíciles pues hacían
preguntas demasiado específicas (por ejemplo enfermedades típicas
de una región, yerbas tóxicas, etc.). El hecho es que Carmen se había
visto obligada a trabajar cuidando enfermos, casi como una dama de
compañía, pero aprovechando sus conocimientos de enfermera tenía
mucho éxito con personas de edad, que podían pagar sus servicios.
Uno de ellos, míster Jacobs, era un viejecito de ochenta y tantos años,
tremendamente rico, y un hípico fanático. La obligación de Carmen era
acompañarlo a todas partes, incluyendo los hipódromos, ayudarlo
cuando quisiera jugar, en sus desplazamientos, en resumen, ser casi su
guardaespaldas o más bien un ángel de la guarda del viejito. Uno de
los hijos, el que la contrató, le dijo:
- Carmen, hágase cargo de mi padre, y cuando haya ocurrido lo que
tenga que ocurrir, pídame lo que quiera. Si lo ha cuidado bien, le prometo
que se lo recompensaré
- Le haremos el empeño...
El hecho es que míster Jacobs duró casi cuatro años, no dejó de ir
ni una sola vez al hipódromo, llegaba a almorzar y se iba corrida la
última carrera, siempre acompañado de su celosa enfermera, con la que
compartía mesa, conversación medio chapuceada y juego, (hacían
quinelas, exactas y trifectas a medias). A juicio de los hijos, el viejito
se había revitalizado, contradiciendo todos los pronósticos que no le
daban más de un año de sobrevida, por todos los achaques que por su
edad le habían venido. ¿La milagrosa hípica? No, tan sólo el hecho de
ejercer una actividad constante que llenaba plenamente el gusto del
caballero. Una vez que ocurrió lo inevitable, sin culpa alguna de
nuestra compatriota, y sin que tuviera que recordarle a Jacobs junior
299
su promesa de antaño, éste le preguntó que iba a querer en recompensa
por sus años de trabajo. Y Carmen, sin dudarlo, a pesar de encontrar
que era una pedida con el tejo pasado, le pidió una acción del Jockey
Club, equivalente a nuestro Club Hípico, que costaba una porrada de
dólares, y los hijos del viejo se la compraron. Así que una modesta
enfermera chilena era la que había conseguido que todo el lote pudiera
estar disfrutando de los señoriales salones donde se respiraba pura
hípica, muy acogedor pero muy elegante. La estacionada era con valet
parking obligatorio (y menos mal que Sebastián no pasó una plancha
con la Van cacharra en la que se movilizaba, concurriendo a la cita en
el Mercedes del primo) Otra cosa que llamó la atención de Sebastián
fue la belleza de las niñas que atendían, parecían misses del Playboy,
pero ellas ni lo pescaron y Fernando se dedicó a engrupir a la Diane
que estaba más que interesada en conocer la hípica completa de boca
del petiso jinete y tenía ojos sólo para él. Sebastián hizo grupo con el
doctor cubano tratando de entender la compleja relación política de los
caribeños con su isla de origen, no pudiendo entender cómo seguía
manteniéndose en pie un régimen tan tiránico estando casi en el patio
trasero del propio Estados Unidos.
Llegado el momento de los adioses, Sebastián le aseguró a
Fernando que se volverían a ver cuándo pasara de camino al NBC, tal
era su seguridad de que iba a poder recorrer el camino que lo llevase a
triunfar en la hípica grande, y el jinete le prometió que le iba a pedir
al tatita Dios y a su taita que cuidaran a su amigo doc, y lo llevaran por
el mejor camino y toda una suerte de cháchara que, achispado por los
combinados que se había tomado, lo habían puesto aún más
conversador y sentimental.
- ¿Y sabe que más, mi doc? No le había querido contar nada para
que no se chingara la noticia, pero acabo de firmar un contrato exclusivo
con la Clairborne Farm, ¿los ubica?
300
- Era que no, son de Kentucky y llevan casi 100 años criando.
- Bueno, los mismos tienen un corral exclusivo aquí en Miami, y
hace unos años se ganaron el Derby de Florida con Swale.
- Con Pincay, si no me equivoco.
- Ecole cuá, y ahora quieren empezar a traer potrillos para intentar
repetir la hazaña. El premio es de medio millón de dólares para el
ganador.
¿Cacha la tremenda tucada que me tocaría?
- Imagino nomás…
- Tengo loco al preparador, me ha pasado potrillos que nadie los
podía montar, y usted sabe, yo soy crack para el caballo, se los tengo
pasando en récord. De todo el tiempo que llevo por acá, al parecer esta
vez me agarro a la yegua Fortuna.
- ¿?
-...mecon que la atajo con la colorá, de Los Quincheros...
- No había cachado... pucha Fernando, es tu oportunidad de salir
de pobre, ojalá se te den las cosas.
- Gracias, mi doc, salúdeme a los niños por allá, si ve al Tachuela...
- Le digo que estás triunfando.
No se fueron muy tarde, aunque el avión salía casi a la noche
siguiente.
Sebastián quería dejar todo ordenado y tener su último día para
descansar, ya que a pesar de estar acostumbrado a levantarse
temprano, todos los días descubría algo nuevo, aprendía cosas nuevas
o se sorprendía con otras, lo que lo mantenía en un estado de sobre
excitación permanente que lo tenía completamente agotado.
Una vez de vuelta en Chile, intentó conseguir financiamiento a
través de alguna beca, la Fullbright, la presidencial o de alguna
institución. No hubo resultados. Para colmo de males, el “dólar fijo”
se pegó una subida y al intentar vender su auto y la farmacia para
301
pagarse al menos el primer año, lo que obtendría producto de las
ventas era absolutamente insuficiente, y su familia, al igual que el
resto del país, pasaba por la mayor crisis de fin de siglo, lo que sepultó
definitivamente las posibilidades de emigrar, teniendo que desistir. El
trabajo en la farmacia también declinaba, las cobranzas eran
dificultosas y una de las pocas cosas que alegraban su existencia era la
hípica. Luego de ganar quince carreras y numerosas figuraciones,
Sebastián tenía a su yegua La Siamesa en el criadero de su tío, en plan
de llevarlas junto con otras para ser montadas por Naspur, su caballo
ídolo, al Haras María Pinto. Al parecer se había tranquilizado,
transformándose en una yegua casi mansa, o al menos manejable.
Lamentablemente hubo algún error puesto que le fue presentada a
Unigenitus, quien solo había dado un caballo de calidad, Navarino, y
seguramente gracias a su sangre materna, ya que era un hijo de Nassa
y ésta de Naipur, línea ilustre en la hípica criolla (“madre de madres”).
Pero Sebastián había hecho el trato con los propietarios por Naspur,
cancelando la monta con cuatro frascos de Equipoise, un anabólico
importado, muy apreciado en esos tiempos.
Entretanto continuó trabajando en los corrales, especialmente
donde los hermanos Melej y en la farmacia, donde seguía haciendo
exámenes de parasitología en su microscopio. Coincidentemente
llegaban muestras del Haras María Pinto y salían cifras muy altas de
infestación, tanto así que fue invitado por el preparador que lo
administraba a visitar el fundo y tratar de buscar una solución al
problema que los tenía de cabeza. En el criadero mantenían las mismas
líneas maternas que tanto prestigio le dieron al Haras El Bosque, e
incorporaron un potro hermano de dos campeones en Estados Unidos,
pero aun así no obtenían buenos resultados.
Pero esa historia viene más adelante…

302
CAPÍTULO CUARTO

Plenos años ‘80

En el criadero

En las visitas a María Pinto, que se fueron haciendo más y más


frecuentes, Sebastián se fue sintiendo muy cómodo en ese ambiente
ya que podía practicar la profesión con mayor propiedad que en los
corrales. El criadero parecía sacado de una de esas revistas inglesas:
pesebreras de madera oscura, los potreros cerrados con cercos de
madera pintados de blanco, caminos interiores que recorrían el fundo
completo, todo muy ordenado, una casa patronal muy moderna, pero
con los mismos muebles que habían pertenecido a los anteriores
dueños, y un tremendo parque con árboles añosos que hablaban de un
pasado glorioso y tan bien mantenido que presagiaban un futuro
mejor. El problema del alto parasitismo que había sido causa primera
de su contratación, lo solucionó dejando reposar potreros (sin
animales dentro), para romper el ciclo del parásito, recomendando la
rotación de los mismos con cultivos rápidos como papas, maíz o
sandías, y con dosis frecuentes de antiparasitarios a los animales.
Lástima que el futuro de un criadero de caballos lo pueda decidir
un solo animal, el potro, y efectivamente los ejemplos son muchos: Mr.
Long, Balconaje, Roy, Hussonet, Gallantsky, por nombrar algunos,
agarraron sus criaderos y los llevaron a besar las estrellas, con hijos
ganadores clásicos, exportados, bien vendidos en remate. Y no sólo eso:
dejaron simiente en sus criaderos para seguir una vez desaparecidos,
muertos o reexportados, simientes para trascender y brillar a través de
sus hijas, como abuelos maternos; es cosa de leer las estadísticas que
303
tan bien se llevan en la hípica. Claro que para llegar al estrellato tiene
que haber materia prima (expresada en yeguas madres de buen origen
y campaña) y sensación de gasto: bodegas plenas de avena, cerros de
fardos de pasto y paja, buenos potreros, buen aire, buenas aguas, una
farmacia surtida. Sumado a empleados con la camiseta puesta por el
haras, una cabeza que administre toda esta empresa y un dueño que
sea capaz de resistir estos gastos por al menos tres o cuatro años hasta
que los primeros productos no solamente lleguen a las pistas y sean
ganadores, sino que alcancen a llegar a las carreras de selección
importantes, esto es en distancias por sobre los mil setecientos y
preferiblemente dos mil o más metros. María Pinto tenía todo esto,
menos el potro.
Bueno, potro tenía, un desgraciado llamado Brothers Three, que
ya mal con su propio nombre, intraducible a algo comprensible:
“Hermanos Tres”, o lo correcto en el inglés era invertir el calificativo,
traduciéndolo como “Tres Hermanos”, pero si alguien hubiera querido
decir esto en inglés debió ser Three Brothers. Y vaya uno a saber en
qué estaba pensando el “creativo” que inventó tal nombre; lo mismo
podríamos preguntar al que le puso Kate Moss a un macho, o Ruidosa
Dani, Apak, Gallinita Ciega, Mendioroz, Montaña Infiel, Beanaloon,
Fonte di Papa, Rodloc, Dolza Catalunya, Asuka, Crafty You,
Baborcillo, Ajala, Akbarie, ¡¡¡Gorojalclamai!!! (perdona Huguito
González…, pero ¿y qué tal esa Cuchicú?).
Pero volviendo al nefasto Brothers Three, sus únicos antecedentes
eran dos hermanos muy buenos, con campañas en la hípica en Miami,
pero él no había sido corredor ¿Por qué? Había fallado de una rodilla
que la tenía deformada y además era roncador (hemiplejia laríngea),
características que gracias a las leyes mendelianas (o por desgracia, en
este caso) las traspasaba limpiamente a sus descendientes.
Así sucedía que un criadero tenía unas líneas maternas
304
extraordinarias: toda la línea Naipur, una hermana de Habanico,
ganador del Pellegrini, una hermana de El Barril, la línea de Mesata,
en fin, todas excelentes yeguas seleccionadas por más de cincuenta
años, (el Haras El Bosque era continuación del Haras Las Mercedes,
fundado por Don Mayer Braun, por allá en 1928), se hundía en la
mediocridad por culpa de un potro poco ligador, como se decía. Era
una infeliz situación, que arrastraba todos los esfuerzos de muchas
personas, además de un tremendo capital invertido, relegándolo a la
fosa común que equiparaba a los criaderos buenos con los malos,
siendo muy excepcional el que se produjera un caballo de carrera de
calidad. Esto traía una profunda desazón en el equipo de trabajo
(incluyendo al veterinario, stud master y empleados), los dueños
(incluyendo sus hijos, yernos y amigos) ya que los caballos malos
comen, se enferman y gastan igual que los buenos, es más, muchas
veces gastan más y no devuelven nada de la inversión.
Esto lo vino a descubrir Sebastián cuando ya se había ido del
criadero.
Generalmente uno aprende cuando ya es demasiado tarde, claro
que igual hubiese sido poco lo que hubiese podido hacer en caso de
habérsele ocurrido liquidar a Brothers Three; un veterinario tiene poco
margen de acción a este respecto. Pero para ser justos, elegir un potro
es una verdadera lotería, uno puede tener todos los factores en la mano
y, haciendo un símil con un apostador, uno puede estudiar las carreras
anteriores (la campaña de un potro), quiénes son su padre y madre (los
antecedentes genealógicos), el aspecto físico, el peso, el pelaje, lo
puesto que está (la conformación), pero aun así nunca va a tener acceso
a un sinnúmero de detalles que hacen la diferencia entre los ganadores
y los perdedores de una carrera.
El juego de preguntas que podría hacerse entre un criador y un
apostador sería algo así: ¿Cómo saber que era roncador? ¿Cómo saber
305
si estuvo enfermo en la semana? ¿Cómo saber si reventaba en sangre en
carrera? ¿Comió bien? ¿Le sacaban líquido de las rodillas? ¿Durmió
bien esa víspera? ¿Corría infiltrado? ¿Estará incubando alguna
enfermedad?
¿Tuvo alguna afección de potrillo (paperas, hernia u resfrío
severo)? ¿Se alcanza en carrera? ¿Será fértil, preñará bien? ¿Usa herraje
especial en la semana? ¿Transmitirá lo corredor a sus hijos? ¿Llegará a
la distancia? ¿Dará hijos grandes? ¿Será capaz de ganar este lote? ¿Será
un buen potro?
Así, entonces, puede ser un contrapunto de preguntas efectuadas
por un jugador ante un programa de carreras, en los minutos previos a
que se corra una competencia, y un dueño de criadero, frente al
ofrecimiento de un prospecto de potro. El primero demorará entre uno
y dos minutos y fracción en obtener una respuesta, al menos a la última
(¿Será capaz de ganar el lote?) y obviamente la más importante. El
segundo, por su parte, tendrá que esperar al cuarto año, cuando las
crías de ese potro estén debutando, y ante un fracaso de esa primera
generación se podrá escuchar algo así como: “esperemos la segunda
generación” (y naturalmente se escucharán muchas posibles causas
que pudieron haber afectado a esta primera producción y se confiará
en la esperanza de que mejore en las siguientes). El problema es que
llegado ese quinto año, si el resultado es desastroso con esa segunda
generación y se decide “no ponerle más yeguas” , igual tendrá naciendo
la quinta generación, que lo tendrá amarrado a las crías de ese potro
hasta un octavo año, que es cuando recién llegarían a correr. En ese
momento, el pobre criador, si no tiene una tremenda espalda
económica, puede ir cerrando el criadero y dedicarlo a las frambuesas,
la lechería, una viña o parcelarlo (se han visto todas estas alternativas
y también otras más ingeniosas, novedosas o desesperadas), o en el
peor de los casos, entregárselo a los bancos, factoring o síndico.
306
De las visitas frecuentes al criadero, Sebastián pasó a tomarlo casi
como actividad única, dejando de lado la farmacia, que a esas alturas
le daba más dolores de cabeza que satisfacciones, sobre todo a la hora
de cobrarle a sus clientes. Tal como se vio en la necesidad de cobrarle
a un prestigioso propietario a través del juez árbitro, un tipo de justicia
interna que se da la hípica para solucionar los problemas entre pares,
dentro del ambiente, para que esto no trascienda. Y en más de una
ocasión estuvo a punto de irse a las manos con algún preparador,
incluso en la misma cancha (Óscar González, Gerardo Silva, entre
otros), al tratar de recuperar lo que le adeudaban. Para Sebastián, que
era uno más del ambiente hípico, la situación lo molestaba
profundamente ya que no se sentía un profesional de la medicina,
aquello no era para lo que había estudiado y no sólo se estaba
transformando en un comerciante sino que para colmo se estaba
enemistando con gente que siempre había conocido y que, a pesar de
todo, estimaba. Era una tremenda paradoja, bastaba con darle crédito
a un amigo para que, una vez vencido el plazo de pago, pasase a
integrar el equipo de los enemigos, así que se “promovió” para ocupar
el puesto de veterinario de María Pinto, lo que no fue tan difícil, ya
que el colega que en ese momento atendía el criadero era un doctor de
la vieja guardia, obsoleto, incluso presentaba en su tarjeta de
presentación estudios en una cierta Universidad Complutense de
nosedónde (era un personaje copetudo, ex diputado incluso, el doctor
Fritz Hillmann Suárez, se puede leer su reseña en Internet).
Este episodio no fue grato, pues el día que se hizo cargo en
propiedad del puesto, se dejó caer el mentado doctor e increpó
duramente a Sebastián, ya que a su parecer éste le estaba robando el
cargo. En los va y viene de palabras, Sebastián le respondió que no se
sentía pasándolo a llevar, ya que en una ocasión en que él le había
solicitado que lo llevara de prácticas, el mentado doctor se había
307
negado de manera poco simpática. Era una jugarreta más del destino,
que permitía una sutil “venganza” contra un mal accionar, que se
pagaba privilegiando al afectado. Jamás se le pasó a Sebastián buscar
un desquite con ese doctor, tan sólo era el normal recambio; nadie
pretende que el mundo siga funcionando igual, y alguna vez los
jóvenes debían hacerse cargo de la situación.
Al principio fueron dos visitas semanales donde Sebastián
disfrutaba cada recorrido. El criadero poseía un entorno de ensueño,
nada que envidiarle a los criaderos que conocería en Kentucky, con el
agregado de ser más natural, más “naive”, y no tan estilo “mall”, como
viera en Estados Unidos, o posteriormente en criaderos chilenos que
para variar copiaban lo peor de afuera. Había un estilo chileno que se
dejaba de lado por un estilo extranjero, por moda, por esnobismo
(como el usar la palabra “naive” por ejemplo). María Pinto, a pesar del
raro nombre, escogido por estar ubicado en la comuna homónima (en
honor a esa mujer aristócrata del siglo XIX, originalmente propietaria
de esas tierras), era un criadero que atraía por su belleza, además era el
sueño de cualquier veterinario joven poder trabajar allí. Lo tenía casi
todo: un tremendo plantel de yeguas, buenas empastadas, fresca y
abundante agua, buen aire, unos dueños con recursos e hípicos desde
siempre, y un personal calificado (esto último suena como a
propaganda de una farmacia, pero la verdad es que sabían más que el
propio Sebastián).
Había también una lechería, que les quitaba espacio de potreros a
los caballos, a pesar de que algunos opinaban que se complementaban
en el manejo, al ocupar los campos con posterioridad al paso de los
caballos.
Cuando tocó el tema con el dueño, tomando en cuenta lo precario
de los ingresos que se producía por concepto de venta de leche,
situación que empeoraba con en el tiempo, este le dijo: “Las vacas son
308
para comérselas en asados, no para criarlas”, y se decidió su
eliminación.
Cuando ya estaba yendo casi todos los días al criadero, le
ofrecieron hacerse cargo de todo el campo como administrador. Esto
implicaba no sólo la responsabilidad por la parte veterinaria, que
incluía la reproducción y la crianza de los animales, sino que manejar
la parte agrícola, la producción de pasto y paja, el pago de los sueldos,
el manejo del personal, las maquinarias, las compras de insumos, los
remates. Con el fin de evitarse tanto viaje, le ofreció a los dueños el
irse a vivir al campo, y le asignaron una de las piezas destinada a los
invitados. Cuando la familia dueña del María Pinto le compró a
Hernán Braun, el entonces tradicional haras El Bosque, dueño de un
historial y un prestigio nacional, lo hicieron con todo incluido:
muebles, enseres (incluso libros), maquinarias, animales (incluso los
perros) y todo el personal (incluso empleadas y jardineros), lo que se
llama “a puerta cerrada”, bien cerrada, como si hubieran salido un día
temprano con sus ropas en las maletas, y en la tarde otra familia
hubiera ocupado su lugar.
A Sebastián esta actitud de los Braun le generó situaciones
encontradas, ya que por un lado se decía que él jamás se desharía de
sus libros y menos de sus perros, pero por otro lado pensaba que
quizás era mejor dejar a un perro en el lugar donde estaba arraigado.
La misma doble sensación, una gran alegría mezclada con dolor fue
encontrarse nuevamente con su ídolo equino, Naspur; encontrarlo en
mal estado, cojeando, considerado tan sólo como un reproductor
secundario. ¡Naspur, que fuera sinónimo de velocidad, resistencia,
triunfos, portadas y titulares!
El destino de los caballos en mano de los hombres…
Con Naspur fue como reencontrarse con un amigo hípico al cual
no había visto desde hacía mucho tiempo, la última vez en un
309
hipódromo. Y así había sido, en un hipódromo, sólo que el amigo, en
ese entonces, estaba en el lado interior de la cancha, corriendo, y
Sebastián, en las tribunas, admirándolo.
En el criadero Sebastián le prestó toda la atención posible y le
aumentó la cuota de yeguas que le habían asignado. Muchas veces lo
iba a acompañar al potrerillo donde lo mantenían durante el día, le
hablaba en diálogos silenciosos (digamos monólogos), en esas
interminables tardes de campo, con el sol pegando débil entre los
álamos, incluso le escribió un poema muy sentido, en el que al dejar
constancia de su cariño por el retirado gladiador de las pistas, también
manifestaba todo su profundo amor por los caballos y las carreras,
paralelo al rechazo por la injusta retribución que algunos (hombres y
animales) recibían por sus generosos actos. Claro que independiente
del amor y del cariño, lo que había que tener con Naspur era un
tremendo cuidado, ya que a pesar de estar manco y en mal estado, era
seco para el mordisco, y por más simpatía que Sebastián le demostrara
al momento de aplicarle algún tratamiento o sencillamente brindarle
una caricia, si se descuidaba un poco, el viejo crack era capaz de sacarle
un pedazo si el veterinario admirador se descuidaba.
No era simple administrar el criadero, ya que había que manejar
todos los factores que componen un campo. De partida el personal,
más de veinte personas, cada uno con su temperamento, sus defectos y
virtudes, típicas de trabajador rural, tan distinto de los citadinos, y por
lo tanto a veces difícil de entender y manejar. Además había una serie
de relaciones complejas entre ellos, de parentesco y otras, que hacían
que por un lado se encubrieran unos a otros, y que por otro, los no
parientes, estuviesen acechando constantemente para hacer caer a los
parientes. Como Sebastián tenía sólo conocimientos generales de un
adecuado manejo desde el punto de vista agronómico de un campo, se
hizo asesorar por Agustín Cordero, un joven ingeniero agrónomo,
310
especialista en el tema, administrador del Fundo El Carrizo en
Puangue, de quien aprendió mucho respecto de siembra de
empastadas, rotación de cultivos y preparación de la tierra. A su vez,
Sebastián le devolvió la gentileza aportando sus conocimientos en
caballos, que también le interesaban al agrónomo.
En lo referente a alimentación, tenían asesoría del departamento
de nutrición de la escuela veterinaria, y recibían periódicamente la
visita de Plinio Gecele, un colega especialista en el tema. Había una
romana para pesar caballos, muy semejante a la usada en los
hipódromos previo a las carreras, en ella pesaban a los potrillos casi al
nacer y controlaban la progresión del peso físico. Sebastián diseñó una
ficha para llevar el historial de cada yegua, en especial de los eventos
ováricos, pues en época de montas palpaba más de diez yeguas diarias,
buscando aquella con folículo más maduro y esa era presentada al
reproductor escogido, teniendo un mayor porcentaje de preñez con
menor gasto del potro. La palpación o tacto rectal era un excelente
método para diagnosticar preñez temprana, incluso a los veinte días, y
detectar celos, junto al uso del potro celador.
Este cumplía la ingrata misión de buscar entre las yeguas secas,
detectando a la que estaba en celo, lista para recibir la monta del potro
oficial. Era un trabajo ingrato, pues veía pasar por sus narices la
mercadería que no estaba autorizado a probar.
Para mantener interesado al pobre animal, Sebastián regalaba la
monta a cualquiera que tuviera una yegua chilena u otra y quisiera
cruzarla con un fina sangre, para mestizar y sacar caballos de silla
mejorados. Le parecía más civilizado que el cruento método que
alguna vez hubo de aplicar el Dr. Leigh en el fundo de su tío, en
Quilicura, en el que le desvió el pene a un potro, para utilizarlo como
celador; de esta forma, aunque quisiera montar, le era imposible. Con
el tiempo, cualquier criadero podría traer un equipo de ecografía, con
311
el que se podía “ver” el interior de la yegua con una aproximación casi
exacta, sin sufrimiento para el animal. Las técnicas nuevas contra la
vieja escuela.
Había momentos de tranquilidad y momentos de gran tensión en
la vida del criadero, y quizás lo que más nervioso ponía a Sebastián,
aún que los remates, era la época de los nacimientos o partos. A pesar
de ser un evento natural, a pesar de las comodidades que María Pinto
poseía (varias salas de parto, amplias, comunicadas por mirillas con
una pieza donde pernoctaba un guardia cada noche), a Sebastián
solamente lo iban a buscar cuando había un problema, y si lo iban a
buscar era exclusivamente porque el problema no había podido ser
solucionado por el stud master (equivalente al capataz de un corral) o
sus ayudantes, los que tenían infinita mayor experiencia que Sebastián
en el tema, pero él era el responsable de solucionar los problemas; y
cuando le tocaban la puerta a inusitadas horas de la noche, a pesar del
pánico que le producía enfrentarse a estas instancias, no tenía otro
camino que levantarse y tratar de solucionar lo que fuese.
Generalmente eran hemorragias de la yegua, malas posturas durante
parto (en vez de venir de cabeza el potrillo venía de revés o con una
mano hacia atrás). También se generaban dificultades cuando nacían
mellizos o crías con defectos. Todos eventos que Sebastián no había
visto ni en fotos durante su aprendizaje en la universidad, pero se
suponía que había recibido las armas, principalmente el criterio, para
sortear los acontecimientos con éxito. Es así como muchas veces
resolvió alguna de estas estresantes situaciones con maniobras mezcla
de lógica científica con experiencia empírica de los empleados,
supuestamente a cargo de Sebastián, pero que lo superaban
ampliamente en años y años de experiencia viendo partos difíciles y
aplicando distintas técnicas para resolver los conflictos. Igualmente se
le murieron pacientes, hubo de sacrificar algunos, y era un alivio
312
cuando nacía el último potrillo de la temporada; recién entonces se
conseguía una cierta calma, ya que coincidía con la ida a las ventas de
la generación de dos años, que buscaba su suerte en los hipódromos;
ese era el destino final de la producción de un criadero de caballos.
La calma se rompía con otro evento de gran tensión, aunque había
más dominio sobre esta situación, pues no se luchaba contra el destino
de los animales sino contra las máquinas y su funcionamiento; y
además el resultado final, de no ser el esperado, tenía una solución que
pasaba por gastar un poco más. Esta actividad que generaba tensiones
era la adecuada provisión de pasto (alfalfa) y paja que había que
acumular en un corto período de tiempo para que alcanzara durante la
temporada siguiente, y era una lucha diaria contra los tractores, las
segadoras, los rastrillos y las enfardadoras, con todos sus aditamentos:
ganchos, cuchillos, motores, cadenas, correas, neumáticos, poleas y la
cantidad de insumos necesarios: petróleo, aceite, alambre de enfardar,
etc.
Por realizarse en los meses de verano, había que sincronizar las
vacaciones de las personas encargadas y capaces de mover toda esa
maquinaria, además de que las empastadas estuvieran en su calidad y
madurez oportuna, averiguar cuáles vecinos habían sembrado el
suficiente trigo y hacer el trato para que entregaran la paja a enfardar
(a un porcentaje), y que acompañara el clima, para conseguir cerca de
ocho mil fardos de pasto y un poco más de paja, que era acumulado en
grandes montañas, cual pirámides mayas, que quedaban expuestas
como símbolo de la eficiencia del equipo a cargo.
Claro que también había eventos entretenidos en la vida del
criadero, y uno de los que Sebastián más gozó fue cuando le tocó rotar
potreros con siembras de chacarería, especialmente sandías. La
rotación de cultivos cumplía varios objetivos: por un lado permitir
variar la composición de la tierra, romper los ciclos de los parásitos,
313
abrir la tierra, aunque esto último se oponía al concepto de “cero
labranza” y a algunas voces neo-ecologistas que estaban contra el uso
del arado. Otro objetivo de la rotación se basaba en recuperar algo de
plata, la que iba a ser reinvertida al momento de instaurar nuevamente
la empastada, fin último y principal de un criadero de caballos. Es por
ello que a veces ponían papas, otras veces maíz o tomates, pero nada
tan entretenido como las sandías.
Si ya resulta rico comerse un trozo de dulce sandía en un plato,
era cosa de imaginar lo que significaba tener acceso a cuatro hectáreas
llenas de jugosas y maduras sandías. A pesar de la estricta manía de
Sebastián de cuidar los intereses de sus patrones, en estas ocasiones no
podía sino sucumbir a la tentación de comerse en pleno potrero y a
puro cuchillo, solamente los corazones de un par de los mejores
ejemplares. Claro que lo hacía después de culminar la faena a pleno
sol y luego de vigilar el conteo mientras en una cadena humana iban
cargando el camión del comprador,
“Noventa y nueve, una pa’ los pacos, otra pa’l peaje, otro pa’ĺa
vieja que reclama, cien... “, y así ya estaban haciendo un tres por ciento
de descuento.
La primera vez, cuando Sebastián se disponía a reclamar ante este
descuento, lo pararon los mismos empleados del criadero, ya que era
tradición en la venta de sandías calcular un porcentaje por las que se
rompen y las que se devuelven, para evitarse problemas en el camino
y otras yerbas.
En el criadero había varios tipos humanos muy diversos, como
uno muy parecido a Costello, aquel que hacía el famoso dúo con Abott.
Era malo para la pala en las limpiezas de acequias o canales; era malo
para acarrear yeguas o potrillos, siempre se le arrancaban, o se le
accidentaban; y era fatal, siempre le sucedía algo, lo chocaba alguna
bicicleta, se le derrumbaba alguna muralla en la casa o le atropellaban
314
un perro. Pero era muy dócil, en el sentido que jamás alegaba si había
que cumplir un trabajo inesperado, ir a abrir un taco de riego, por
ejemplo, o quedarse cuidando a un potrillo enfermo. Este sujeto
adquiría en la época de las sandías un papel fundamental, era el mejor
cortador de la región. Para los que no conocen el rubro, entre los que
se encontraba Sebastián, se desconoce lo clave de esta labor, pero las
sandías cortadas verdes no maduran y se pierden, y los compradores
calan varias del montón antes de decidirse a hacer la compra.
“Costello” se iba antes de las siete de la mañana rumbeando entre
medio de los surcos llenitos de sandías con un pequeño corvo, y semi
agachado iba dándoles un toque mágico a las que consideraba
posibles, y con el corte las graduaba dejándolas listas para la venta.
Demoraba un par de horas en su faena, y luego Sebastián lo eximía de
las labores del criadero, en pago por sus servicios. ¡Hasta el más
modesto actor cumple algún rol destacado alguna vez!

315
Salchicha

Otro episodio digno de mención, incluso aunque más no fuera por


el nombre del personaje, fue la llegada de Salchicha. Obviamente su
nombre verdadero debió ser otro, aunque Sebastián jamás lo llegó a
saber. El sujeto en cuestión llegó y se fue del María Pinto como
Salchicha, y formó parte de un experimento que duró poco, pues no
resultó como se esperaba, más bien por la idiosincrasia nacional que
por otro motivo. La idea era entrenar un lote selecto de potrillos que el
dueño no iba a vender a ningún precio, entrenándolos en el mismo
criadero, antes de llevárselos al hipódromo.
Tomando en cuenta que una vez que se encerraban para
prepararlos para el remate no había gran diferencia con el primer
período en los corrales, el dueño trajo a Salchicha, un amansador del
Chile para que cuando se los tuviera que llevar ya estuviesen listos
para entrar a la cancha y evitarse la amansa, que a su juicio echaba a
perder muchos caballos, evitando también los mismos picaderos de los
hipódromos, siempre abarrotados y en mediocre condición. Sebastián
recibió la instrucción de prepararle una cancha de galope, lo que
consiguió arando y rastreando repetidamente una franja en uno de los
potreros cercanos a las pesebreras; le buscó alojamiento y pensión a
Salchicha, y separó los cinco ejemplares que iban a formar parte del
novedoso plan. De novedoso no tenía mucho, ya que a principios del
siglo pasado, el tío de Sebastián veía pasar los caballos del stud
Limited camino a competir al hipódromo, bajando por la actual
avenida Apoquindo, desde Las Condes, donde se encontraba el
criadero y su centro de entrenamiento. En la actualidad, en algunos
criaderos también se prueba entrenar los caballos en el propio campo,
a cargo de un preparador. El tiempo dirá si la idea perdura o se desecha.
Era un espectáculo ver al ágil Salchicha montado en los indóciles
316
potrillos, que se portaron como si hubieran sido verdaderos corderos,
inteligentes animales que prefirieron pasar por mansos antes que
sufrir el rigor del jinete. Galopaban temprano, el pasto estaba todavía
mojado, y la pista recién rastreada desprendía un rico aroma de tierra
fresca, removida por los cascos herrados de los caballos. Los animales
salían sudando como máquinas de vapor, se entregaban a Manuel
Durán, uno de los cuidadores buenos para el caballo, para que luego
de una ducha fría los paseara, en busca de que se secasen rápido,
mientras Salchicha se acomodaba en otro potrillo.
Todo ideal, excepto que también Salchicha era un espectáculo
para beber y trasnochar, y como en María Pinto no había muchas
alternativas, la manzana podrida empezó a contagiar al cajón, y
empezaron a fallar algunos empleados. La culpa no fue sólo de
Salchicha, pero se optó por lo más sano: ¡fuera Salchicha!, y Durán
terminó la amansa. Había un sólo defecto en el plan: en los corrales la
amansa termina con el caballo saliendo del partidor. En el criadero no
había partidor, así que si se quería evitar entre otras cosas el pago de
la amansa, no resultó. El factor idiosincrasia jugaba aquí: un cuidador,
al recibir un caballo que ya venía amansado desde el criadero, no
asumía responsabilidad alguna en las mañas que tuviera, al contrario,
tenía a quien culpar de cualquier defecto que desarrollara al respecto,
por otro lado siempre quedaba con la “espina” de haberse perdido la
plata que podría haber recibido por hacer él mismo la gestión.
Tomando en cuenta estos factores, la idea se desechó.
Años después, una iniciativa parecida cuajó en el Haras Pirque,
en la cual instalaron un centro de entrenamiento abierto a quien
llevara sus caballos, aunque inicialmente solo entrenaban a los
nacidos en ese criadero, ex Blackie.

317
Abejas y ajos

Considerando el plan de vida trazado por Sebastián, respecto a


vivir y trabajar en el campo, y por mandato de su cuarto de sangre
fenicia, intentó algunas experiencias comerciales agrícolas, con
variados resultados, para su desgracia. En esas largas tardes rurales, de
conversa y caminata, conoció a Segundo, el “Chegua”, un “rastrojero”
de la zona, cuyo oficio consistía en recorrer los campos buscando pegas
por aquí y por allá, mientras practicaba su verdadera profesión:
apicultor. Rústicamente, eso sí, ubicando panales silvestres y
encajonándolos en toscas cajas de madera hechas por él mismo. En las
trescientas hectáreas de cerro del Haras, abundaba una flora nativa
entre vertientes y restos de antiguos habitantes del sector (piedras
tacitas), y muchas veces acompañó al Chegua a comer miel directo de
la “penca” sacada de algún tronco viejo, mientras las abejas
revoloteaban, zumbando indignadas.
- No se mueva, doctor…
- Se me enredan en el pelo.
- Si usted no se defiende, ellas no atacan…
- Eso será para ti, conmigo se están ensañando.
Chegua vivía modestamente en un callejón, antes del cruce a la
municipalidad, y prontamente, como una manera de ayudarlo,
Sebastián le propuso una sociedad (¡¡otra más!!) al “abejorro”, tal como
le puso la señora de Sebastián. El acuerdo fue el siguiente: Sebastián
ponía las maderas y materiales para nuevos cajones, más pitucos y
presentables y Chegua se encargaba de llenarlos con nuevas familias
productoras; así, el producto iba a medias. Vendieron dos tambores de
cien litros en la calle Exposición y con su mitad Sebastián recuperó los
gastos incurridos, quedando de utilidad los casi 80 cajones de abejas.
Luego, cuando Sebastián se retiró de María Pinto, le regaló los cajones
318
a su socio.
Otra aventura fue aprovechando a su suegro, don Jacobo
Siraqyan, a la sazón el más grande exportador de cebollas y ajos del
país, quien le consiguió a buen precio semilla de ajo (dientes de ajo).
Sebastián arrendó dos hectáreas colindantes al haras y contrató el
rastraje y arado del potrero.
Durante dos meses iba temprano, una vez a la semana, a buscar a
cinco especialistas a Llay-Llay, puesto que en la zona no había
experiencia en el cultivo. De paleteado instó al stud master a que
pusiera también su propio plantío (suegro: más semillas...), lo que
terminó siendo un craso error. Esos meses se lo llevó de viajes (para la
siembra, para las limpias, etc.) y gastos (abonos, desinfectantes, el
arriendo, etc.) hasta que estuvieron los ajos arrodelados en el potrero,
listo para llevar al packing del suegro y proceder a exportarlos.
Tres de la mañana, y tocan la puerta buscando a Sebastián.
- Doctor, doctor…
- ¿Quién busca? (seguro un accidente, algo grave para que me
molesten a esta hora…)
- Soy yo, el Chegua.
- ¡Abejorro!, no me diga que algo pasa con nuestras abejas…
- No, doctor, sus abejas están bien, pero acompáñeme al potrero de
sus ajos, porque están cargando un camión.
- Pero si Mundial me va a hacer el flete este sábado…
- Doctor, le están robando sus ajos, los de Llay-Llay, con su jefe…
- Diosito, ¿cómo puede ser tan maldito alguien a quien sólo he
tratado de favorecer?
-…
Llegado al potrero, con la pura luna de iluminación, estaban los
afuerinos y el local, listos para llevarse diez mil kilos de ajos.
- De ustedes me lo podría imaginar, pero tú, Lucho… ¿qué
319
explicación tienes?
- Haga lo que tenga que hacer nomás, doctor y no le ponga tanto…
- Te podría meter preso, pero me das pena…que sea otro el que te
castigue, ahora tienen cinco minutos para largarse de aquí o me voy a la
comisaría a cambiar la historia…
- Lo hecho hecho está... (¡¡”Chorizo” además…!) Y se fueron,
sumando otra desilusión a la lista; el suceso tan sólo sirvió para que su
despedida del criadero fuera menos dramática.
Luis Berríos, ladrón y mal agradecido, trabajó en el Haras Puerta
de Hierro del citado doctor Gatica, y también salió mal de ahí…

320
Otra vez a Estados Unidos

Mientras trabajaba en María Pinto, Sebastián recibió la noticia de


que su primo de Miami se casaba. Por fin el sempiterno casanova había
encontrado un alma gemela, una exótica brasilera de madre china y
padre ex militar, de esos que le daban la razón a quienes tildaban a
nuestros países como “repúblicas bananeras”, de acuerdo a los oscuros
manejos que recibían de parte de sus dirigentes. Aprovechando la
coyuntura de tal evento, Sebastián planeó su segunda visita al país del
oro verde, esta vez con la idea de conocer el epicentro mundial de la
crianza de caballos: Kentucky, proponiéndole al dueño del haras un
viaje compartido. Él se pagaba pasaje y estadía, mientras que el dueño
lo ayudaba con el arriendo del auto, además de algo de plata para traer
remedios o alguna novedad que fuera útil para el criadero. Para tener
un lugar donde llegar en Kentucky, Sebastián se contactó con Alfredo
Bagú, el extrovertido preparador, hijo y hermano de preparadores,
quien cariñosamente lo contactó con la Murty Farm, empresa de la cual
era representante para Chile, para que lo recibieran en sus
instalaciones en la hípica ciudad (tardíamente, gracias Alfredito…).
También alguien de las oficinas de Fernando Fantini hizo el contacto
principal con el veterinario Joe Di Michael, quien estaba a cargo del
criadero Bluegrass Farm, de propiedad del millonario tejano Nelson
Bunker Hunt, dueño además de la Hunt Exploration Mining
Company.
Di Michael había estado recientemente en Chile siendo muy bien
“atendido”, incluso se comentaba que se había ido muy mojado, y no
específicamente por el calor humano de nuestra gente sino que
referido a algún caballo que vino a revisar previo a su importante
adquisición.
Tan buenos recuerdos guardaría de su paso por nuestro país, que
321
aún sin conocer a Sebastián, estuvo dispuesto a recibirlo en visita de
práctica, aunque esto último no fue tan cierto, pero al menos le dio la
entrada a uno de los más importantes criaderos de Estados Unidos. Al
poco tiempo don Nelson fue enjuiciado por especular con mineral de
plata, acumulándolo en tal magnitud que causó un colapso del
mercado, multiplicando su precio con ganancias estratosféricas, pero
una vez que intervino el gobierno, cambiando las reglas vigentes, lo
hicieron quebrar; bancarrota que trajo el cierre de Bluegrass Farm. En
esa época, el tejano era uno de los grandes inversores de la hípica
mundial, al nivel de Robert Sangster, Stavros Niarchos o de los jeques
árabes.
Así que el plan era llegar a Miami, asistir al matrimonio, y
arrendar un auto para subir hasta Kentucky, pasando por Orlando
donde quería conocer el famoso Epcot Center, todo en no más de tres
semanas, que era el tiempo máximo que definió para poder dejar el
criadero. Por suerte la boda estaba fijada para fines de junio, momento
en que aún no empezaban los nacimientos.
Al matrimonio solamente viajaron Sebastián y el ya mencionado
tío Juan, acompañado por su señora, los que se alojaban en una
tremenda suite en un lujoso Marriot, en Bay Biscayne, quienes lo
invitaron a quedarse con ellos. Como contrapartida, Sebastián
aportaba a la “sociedad” el auto que había arrendado y todos los
traslados necesarios para moverse en la extendida ciudad que tan bien
conocía. Demás está decir que la mayoría de los días que estuvieron en
Miami lo dedicaron a ir a las carreras. En esos momentos estaba de
temporada Gulfstream pero aprovecharon de ir a conocer Hialeah, con
sus lagunas llenas de flamencos y todo su encanto. También
recorrieron los barrios de la Pequeña Habana visitando torcedores de
puros, comprando y degustando tabacos, afición de la cual tío y
sobrino eran adictos, en una época en que la costumbre no estaba muy
322
extendida en Chile y era difícil encontrar habanos de buena calidad,
excepto los exquisitos y nunca bien ponderados Domínguez (este
espacio pudo ser auspiciado por la fábrica nacional de puros
Domínguez, pero a ésta se la comió el impuesto al tabaco y
desapareció).
Otra parte no declarada del plan de Sebastián era más bien una
loca idea o deseo de encontrarse con Hunt. En dicho encuentro fortuito
iban a hablar de Chile, Sebastián le iba a caer en gracia y lo iban a
invitar a trabajar en Estados Unidos. Mal que mal, algo por el estilo le
había sucedido al doctor Mora, o al doctor Morales, “macaco”, como le
decía el abuelo de Sebastián.
Tan sólo necesitaba ese golpe de suerte, ese toque de los hados, ya
que por capacidad no se sentía menos que nadie.
Luego del matrimonio, el día antes de salir de Miami rumbo al
norte, fue a visitar a Fernando, para saber cómo se encontraba su amigo
y, en una de esas, recibir algún dato de un criadero en Kentucky,
quizás la misma Clairborne. Gracias a la maravillosa US1 pudo ir
desde Biscayne Bay a Hallandale, donde estaba el condominio del
jinete. Tuvo la suerte de que Fernando estaba en su departamento y lo
recibió con su cariñosa ironía.
- Doc Holliday ¿anda perdido por estos lados, mi doc?
- La verdad que no me costó nada llegar, con las maravillosas
carreteras tan bien indicadas de esta gringolandia que tanto te gusta…
-Buscó por otro lado, doc, lo de perdido era porque desde la última
vez que nos vimos no he sabido nada de usted, yo lo hacía en su Boston
Center.
- New Bolton Center.
- Ese Boston quise decir.
-Bolton, bueno da lo mismo. Pero no, me fallaron los planes o más
bien hubo cambio de planes, abandoné la idea de ser un catedrático de la
323
veterinaria, abandoné los corrales, ahora estoy en un criadero, a cargo
de todo el criadero, no sólo como doctor.
- ¿Y cuál criadero, mi doc?
- El Haras María Pinto.
- ¿Cuál dijo?
- El Haras María Pinto.
- Mmmm… segunda vez que lo oigo nombrar.
-Saaa, acuérdate que el de los dichos fomes soy yo.
- No me suena para nada, ¿es nuevo?
- Es el ex Haras El Bosque, la cuna del gran Naspur.
- El crack hijo de Bristol y Naipur… si yo era un huasito en La
Estrella, y don Blackman viejo comentaba con Brito lo bueno que era ese
caballo.
- Sí pues, de ese criadero vengo y ahora voy camino a Kentucky,
mañana salgo temprano y quise venir a ver cómo estabas, además vi en
un diario que te dieron una monta para el Derby de Florida.
-Mercedes Won se llama el caballo, puchas que se prestaría para
bromas el nombrecito este, en chilito…. no lleva el favoritismo, pero
mejor así, nadie está pendiente de uno, me dejan correr tranquilo y quién
sabe si doy el batatazo.
- ¿Qué más me puedes contar? Algo bueno, ojalá.
-Nada muy bueno. La verdad es que me estoy cansando de estar
siempre ahí, como flotando en medias aguas, como entre Tongoy y los
Vilos, ni chicha ni limoná. Llevo ganada como mil carreras, nunca le he
pegado a un Grupo I ni II, siquiera. No me he hecho un nombre aquí en
este país, se me ha hecho difícil, de repente me dan ganas de volver. Han
sido años lejos de los míos, tanto sacrificio, a lo mejor usted no sabe
pero yo empecé galopando caballos acá, a pesar de que yo venía con la
fama de ganador de carreras.
-Bueno, pero todos comienzan así, en las clínicas veterinarias uno
324
parte de nochero…
-No me venga con su historia que la conozco muy bien. Yo le estoy
hablando de pelear con el idioma, contra el prejuicio de ser latino, de ser
de origen modesto.
- De ser lanzado…
-También, he sido lanzado y qué. Sabe, a pesar de que han pasado
meses enteros en los que me cuido y me dedico sólo a la profesión, no hay
nada que hacer, como si el dicho de criar fama y echarse a volar lo
hubieran inventado para mí. Cualquier contratiempo que ocurra en una
carrera donde yo participo, pum, me tiran 30 días a pesar de no haber
andado ni cerca. Debuto un potrillo ganando y pum, se lo dan a otro
para el clásico. A veces siento que soy un jinete de segunda categoría,
¿será la pinta, mi mal inglés, el cómo me visto o con quien me junto?
-Sabes, Fernando, tú eres como medio bipolar, de repente estas
bajoneado, de repente por allá arriba, vas para adentro y para afuera, te
vamos a tener que correr con rodela y freno de palanca…
- Mire quien habla, mi doc. Usted un día se va a lo de Boston, al
otro día es ministro en un criadero y ahora aparece por acá, yéndose a
Kentucky… ¿quién es el que va pa’ dentro y pa’ fuera?
-A propósito, ¿conoces a alguien que me pueda dar una ayudadita
en Kentucky, no sé, alguien de algún criadero para que me sea más fácil
llegar?
-Puchas la suertecita suya, no es de un criadero-criadero, pero hace
dos semanas atrás apareció por el corral míster John Gaines, el propio
dueño de la Gainesway Farm, no creo que la conozca, pero es un centro
de montas en el cual tienen como 50 potros, famosos y caros. Venían a
ver trabajar un potrillo hijo de Riverman que se ha visto muy bien.
- ¿Y hablaste con este Gaines?
-Se le ocurre… no, pero venía con una secretaria muy simpática, la
que estuvo encantada de acompañarme a recorrer el Miami de noche, ese
325
Miami que tan poco le gustó a usted.
- ¿Y?
- Usted se deja caer allá, y de mi parte pregunta por Rita… a ver,
por aquí tengo un catálogo que me dejó. Mire, esta es, Rita Waggoner se
llama.
- Media rellenita…
- Muy cariñosa, diría yo…
- Bueno, pregunto de parte tuya, imagino que me recibirán bien.
- De primera, mi doc, ahí va a ver…
- ¿Y para el Derby?
- A pesar de todo mi desánimo, tengo una tincada que me va a
cambiar la suerte. He tenido unos sueños medios raros, alguna vez le
contaré… pero, por el momento, ¿qué va a hacer esta noche?
- Ni lo sueñes que te voy a acompañar por ahí, tengo que salir
temprano para no llegar muy tarde a Orlando, me dijeron que por ser
víspera del día nacional puedo tener problemas para encontrar donde
dormir.
- Usted nomás se pierde el panorama que tengo…
- Chao, Fernando, nos vemos a la vuelta, ojalá que se te den las
cosas y arriba ese ánimo.
- Igual pascual para usted, mi doc.
Para llegar sin contratiempo a su destino, considerando que éste
se encontraba a más de dos mil kilómetros de Miami, Sebastián se
dirigió a las oficinas del Automóvil Club norteamericano, donde con
un sistema muy curioso y eficiente le diseñaron un plano a medida en
el cual le marcaron la ruta a seguir, con las distintas alternativas de
desvíos para evitarse entrar a las ciudades si así lo prefería. La atenta
funcionaria iba sacando hojas sueltas de un armario, y una vez que
tuvo todo el recorrido, las perforó, las anilló, le puso una tapa plástica
y con un destacador le fijó la mejor opción, en unos pocos minutos y
326
gratis. Años después casi todos los autos contarían con un GPS, que
cumplen y superan las funciones del utilísimo mapa del AAA. Junto a
una serie de consejos respecto a la seguridad en carretera y otros, la
eficiencia gringa estuvo al servicio de un chileno. A pesar de no estar
tan de moda los ataques a turistas como se pusieron después, le
recomendaron no subir a nadie al auto, ya que con la atractiva promesa
que pudiera encerrar una rubia haciendo auto stop, solía aparecer el
maleante con la navaja dispuesto a desplumarte.
Del matrimonio casi no le quedaron recuerdos, salvo que fue en
un elegante recinto de Coconut Grove, y por fin pudo conocer tan
sonado sector, ya que desde el fallido episodio en que casi fue baleado
no había tenido ocasión ni ganas de volver. Como al medio día
siguiente, luego de las despedidas de rigor, se largó a la carretera, la
US1 (la yu-es-uán, como decían los latinos), subiendo en el plano,
yendo hacia el norte, buscando la capital mundial de la hípica. Todo
súper bien señalizado, a prueba de tontos. Las salidas las anunciaban
como diez kilómetros antes, los rest places o lugares de descanso, las
estaciones de servicios también y además, contando con el plano súper
ultra, era imposible perderse. El auto, un Renault último modelo,
andaba de maravillas, y tanto así que en un momento, sin darse cuenta,
Sebastián iba muy fuerte, a más de ciento veinte en una zona de
ochenta máximo. Escondido detrás de un letrero, igual que en las
películas, salió un automóvil de policía que lo empezó a seguir y a
prenderle las luces, conminándolo a detenerse. Sebastián se paró a un
costado, congelado, con pánico, porque se dio cuenta de que estaba
metido en un problema.
Del patrullero se bajó un policía medio cowboy, y este sí que era
igualito al de las películas, hasta comía chicle con desparpajo. De
manera inmediata el policía empezó a sermonearlo sobre el peligro de
andar corriendo como loco por las carreteras, diciéndole que si no tenía
327
interés por su propia vida que al menos pensara en los demás, etcétera,
etcétera. Finalmente le pidió los documentos. Sebastián no
pronunciaba palabra del miedo que tenía, le tiritaba la pera, y el
cowboy comenzó a hacerle la boleta. “Aquí ya soné” , pensó Sebastián,
y estiró la mano para recibir la multa, calculando cuánto le iba a salir
la gracia. Pero, milagro del cielo, sólo era un parte de cortesía, de
advertencia, y el policía en cuestión le dio la pasada no sin antes
pedirle que moderara su manejo. Sebastián se deshizo en algunos
thanks officer, thanks you very much o algo parecido y suavecito
retomó el viaje.
Cuando ya se había alejado del peligro, y una vez que pudo dejar
de tiritar, leyó el extraño parte, el cual guardó como una curiosidad.
Dentro de los datos de nombre, edad, y lo típico, venía un espacio
destinado a race, (raza), y el muy hijo de su madre había puesto una L,
de latino, o sea que en el país de las libertades te catalogaban por raza,
y además había que agradecerles su gentileza. “¿Latino?”, pensó
Sebastián, “pero si soy 100% descendiente de árabe”.

328
Epcot Center

Como a la una de la mañana llegó a Orlando, luego de recorrer


una zona mezcla agrícola y turística, llena de museos o más bien
colecciones de los más extravagantes artículos. Museo de tanques de la
segunda guerra mundial, museo de motos Honda, el museo de David
Crockett, museo de tractores International, etc., todo disponible
pagando una módica suma.
Lo curioso no era que alguien se dedicara a juntar tan disímiles
objetos, sino que hubiera tantos y en una sola ruta, claro que se podía
explicar por la cantidad de autos que circulaban de Miami a Orlando,
atraídos por las maravillas del mundo Disney. Era un tres de julio,
víspera de la celebración de la independencia norteamericana, y
estaban todos los moteles baratos llenos, y en cada hotel en que
entraba a preguntar encontraba el mismo panorama: más de cien
dólares la noche, por puro dormir unas horas. A pesar de disponer de
la plata, pudo más su espíritu aventurero, y cicatero, y no dispuesto a
pagar casi quince dólares por hora de sueño, se fue a uno de los rest
place, y se acomodó a dormir en el auto, total no era el único en hacerlo,
había familias completas en el lugar, y tenía unos baños impecables,
así que al otro día se duchó y con la plata ahorrada se pagó la entrada
al Epcot Center y sobró para las costillas con salsa agridulce durante el
almuerzo.
El famoso Epcot Center le hacía honor a su fama, tenía los últimos
avances en la tecnología mundial, una ventana sobre cómo iba a ser el
mundo del futuro, y por haber tenido la suerte de encontrarse en pleno
cuatro de julio, le tocó asistir a desfiles patrióticos, alocuciones
dictadas por un Lincoln robótico, pero lo que lejos más le gustó fueron
dos experiencias que alborotaron sus sentidos, tanto como lo puede
haber desatado aquella primera vez que el coronel Buendía, siendo
329
niño, tocó el hielo en la feria de Melquíades, el gitano.
La primera experiencia que lo embelesó fue el cine en trescientos
sesenta grados, donde el espectador se ubica en el centro, y la película
alrededor. Y una de las filmaciones era un automóvil que circulaba por
una ciudad china, y la otra era en medio de una estampida o ataque de
una horda tipo Atila, de a caballo; en cualquiera de las direcciones en
que uno mirara, se desarrollaba la acción. La otra experiencia
alucinante fue el cine en tres dimensiones. Antes de entrar a la sala, le
pasaron unos lentes especiales, y cuando corría la película, parecía
como si los objetos y las personas estuvieran encima del espectador,
con volúmenes y profundidad, una sensación de difícil explicación,
pero muy especial, sobre todo si se ve por vez primera. Años después
el cine 3D abarrotaría las ofertas de películas para todos los gustos,
pero la primera vez nunca pierde su encanto. No fueron las únicas
novedades que impresionaron a Sebastián, estaba también el reloj que
marcaba “minuto a minuto” la cantidad de personas que habitaban los
Estados Unidos; los cultivos sin tierra, hidroponía, que llegarían años
después al país; los chorros de agua que volaban por los aires para caer
en orificios situados metros más allá; la robótica extraída de las
cadenas de producción automotriz que permitía que un loro mecánico
ofreciera un cigarrillo, lo prendiera y lo fumara, etcétera.
Sebastián salió de Epcot, embotado con tantas sensaciones,
cansado pero feliz.

330
Bluegrass Farm, Kentucky

Esa noche le perdió el amor a los pesos y durmió en uno de los


moteles, a orilla de la carretera, en las cercanías de Georgia, en medio
de plantaciones de maní, pécanos y naranjas, todo automatizado. En la
tarde del día siguiente hizo su arribo a Lexington, Kentucky.
Siguiendo las instrucciones recibidas por Di Michael, ubicó un
pequeño hotel que quedaba en Versailles Rd, cerca del criadero,
aunque a decir verdad quedaba cerca del campo principal, uno de los
que componían Bluegrass Farm, ya que estaba dividido en varias
secciones, algunos dedicados al tabaco, soya y crianza de vacunos. Allí
Sebastián se registró como huésped.
Esa noche durmió tranquilo y nervioso a la vez. Tranquilo porque
había recorrido un buen trecho de un país extraño, lejos del ambiente
latino más acogedor que se encontraba en Miami, internándose en el
verdadero Estados Unidos, llegando sin contratiempos a destino, y
nervioso porque a pesar de que le habían pintado muy simpático a Di
Michael, tenía un presentimiento extraño, lo que vería comprobado al
conocerlo. Se levantó temprano, pasó a desayunar al lugar que le
habían recomendado, una cafetería chica, en la que todos se conocían
y todos eran del ambiente de los caballos. Después se daría cuenta de
que casi toda la ciudad giraba en torno a los caballos, de manera que
todos sus habitantes, de alguna u otra forma, estaban relacionados con
la crianza.
Di Michael era un ítalo norteamericano, más parecido a un
luchador o levantador de pesas que a un veterinario, muy seco, el típico
gringo mirador en menos. Nunca le quedó claro a Sebastián si esta
actitud le venía por algún sentimiento de culpabilidad o por el rumor
que había escuchado en Santiago sobre la famosa “mordida” que había
sufrido, o quizás la situación inestable de Mister Hunt y su empresa lo
331
tenía nervioso. El hecho es que luego de una recepción poco cordial, le
advirtió que podría acompañarlo en todos sus recorridos, pero no le
estaba permitido manipular por su cuenta los animales (¿exceso de
celo?, ¿normas del haras?, gringo pesado, nomás). Sebastián no
pensaba meterse más de la cuenta, solamente deseaba observar,
anotarlo todo en una libretita ad-hoc que llevaba, y le pidió
autorización para recorrer las distintas secciones del criadero, solo,
para lo cual no le puso ningún problema. Hizo mejores migas con
George Mundy, el segundo veterinario a cargo, el cual era más joven,
de menos experiencia y menos galones. Aun así Sebastián prefirió
acompañarlo en su rutina, era más simpático y dispuesto a compartir
con un veterinario sudamericano ávido de conocimientos. Este
Mundy, a pesar de que en ese momento era un bisoño, terminó siendo
el gerente general y veterinario residente de la Hill ‘n’ Dale Farms, en
el propio Lexington, veterinario jefe de la comisión de carrera de
Kentucky, entre otros trabajos y honores.
A pesar de todo el capital invertido y toda la tecnología
disponible, en Bluegrass tenían los mismos problemas que en María
Pinto: igual se le enfermaban los potrillos, igual morían yeguas al
nacer, igual tenían casos de poliartritis. De alguna forma el lugar era
una copia mejorada de los criaderos chilenos. Es decir, a pesar de que
manejaban todo por computación, raciones alimenticias, estadísticas,
la parte agrícola, etcétera, igual había varias maniobras dignas de ser
imitadas, pequeños detalles que podían hacer la diferencia en un
criadero chileno, como que a todos los potrillos, al nacer, le ponían un
enema, hierro inyectable y diez mil unidades de penicilina. Usaban el
ecógrafo para detectar folículos maduros y preñez temprana, pipetas
desechables para la toma de muestras del cuello uterino, y un montón
de maniobras veterinarias especialmente referidas al uso de hormonas,
y combinaciones de antibióticos para solucionar diversas afecciones. Y
332
sí, la verdad era que Di Michael era pesado como una vaca enyesada,
pero era un veterinario de primera, meticuloso, y estricto, su palabra
era ley, los capataces que manejaban los distintos campos tiritaban
ante su presencia. En sus recorridos Sebastián iba anotando todo,
desde la cantidad de alimentos que daban a los distintos grupos de
animales, hasta el uso de luz artificial, los tamaños de las
maternidades, el manejo de las yeguas previo al parto, en fin, iba
recogiendo la enorme cantidad de formularios que ocupaban, tanto
para llevar el control del criadero como para el envío de las muestras,
la recepción de yeguas nuevas, etc.
Muchas cosas eran similares a lo que él hacía en Chile, aunque
había mucho que aprender. No todo iba a ser aplicable, eso quedaba
claro, por las diferencias en recursos disponibles en uno y otro país,
incluyendo el material humano.
A pesar de que su visita obedecía estrictamente a una de tipo
profesional, tuvo un momento de emoción cuando en sus correrías por
Bluegrass Farm se topó con la tordilla Songe Bleu, una hija de Señor
Flors y Vendange, que en Chile entrenaba Aquiles Martínez, a la cual
había visto ganar El Ensayo, conducida por Claudio Leighton. Se sintió
el personaje de Caballo de Copas cuando le hablaba a “González”,
ambos extrañando el terruño (“...mi campeón venía de un vallecito
sureño de mi Chile natal. Centauro criado entre chacolíes y alcoholes de
madera, rápido ante la esencia de la cebolla y el anca rubia de las yeguas.
No conocía sino el habla que habla la uva, el volantín de sus tiempos de
potrillo y la chaucha de quienes le iniciaron en las pistas del Hipódromo
Chile…” ). Lo romántico era reencontrarse en tierras tan lejanas con
una “compatriota” patiperra y se imaginaba que la yegua echaba de
menos el idioma, los paisajes con montañas y hasta el olor a
yerbabuena al pasar por las acequias; leseras si se quiere, pero no para
los que aparte de querer a los caballos tienen la imaginación fecunda
333
y tratan de ver más allá de lo evidente (Thunder, thunder cats...) Al
menos la compatriota era tratada de primera, era toda una gringa, de
nariz parada ya que ni siquiera reconoció los garabatos que Sebastián
le echó para probar su memoria; se había olvidado de todo. Quizás por
el hecho de tener nombre extranjero, nunca se sintió verdaderamente
chilena. Quién sabe…, siguen las leseras.
También recibió una invitación a comer de… ¿Di Michael?, no, de
George Mundy, que junto a Leyna, su estupenda señora, le prepararon
a Sebastián una típica comida casera gringa, con alitas de pollo
rostizadas acompañadas de ensaladas y cheese cake de postre.
Sebastián quedó como un rey ya que les llevó de regalo dos botellas
de vino Undurraga, las típicas botellitas guatonas, tinto y blanco, que
fueron muy bien recibidas por la joven pareja. Omitió decirles que las
había llevado originalmente para entregárselas a Di Michael, pero
dadas las circunstancias había decidido que George era merecedor de
su aprecio más que su hosco jefe.
Al otro día, que era feriado, los acompañó a comprar un barril con
el que pensaban fabricarse una mesa, y esa noche el suegro de George
los invitó a uno de los restaurantes más elegantes de Kentucky, donde
los precios intimidaban, viviendo una cálida velada conversando de...
caballos, ya que el hombre era gerente de una empresa que compraba
y vendía caballos. Era cierto, todos en esa ciudad tenían algo que ver
con la hípica, se respiraba caballos en todas partes.
Al día siguiente, aprovechando que Di Michael no iba a estar,
Sebastián se fue a conocer Churchill Downs, el famoso hipódromo
cuna del Kentucky Derby. Guardando las proporciones, se sintió como
en el Sporting, pero todo más espectacular, en el estricto sentido de la
palabra espectáculo.
Había galerías de fotos, exposiciones de arte relacionadas con los
caballos, paseos guiados donde a uno le enseñaban lo medular de la
334
hípica, desfile de caballos acompañantes de los competidores, etcétera.
Tomando en cuenta que las carreras mismas son muy iguales en todos
los hipódromos, ya que del partidor a la meta es muy raro encontrar
diferencias, estas diferencias suelen darse durante el antes y el
después, y para eso los gringos son especialistas. Es cosa de acordarse
del mundial de fútbol que organizaron, en que la parafernalia superó
a lo visto en la cancha. Sebastián gozó su día de carreras en Churchill
Downs, como seguramente lo gozaría cualquier hípico. Como tal, se
dedicó a jugar a los caballos de Bluegrass Farm (con la chaquetilla
verde claro y verde oscuro, a cuadrados) obteniendo regular fortuna,
pero más allá de la suerte el objetivo era pasar una linda jornada,
inolvidable, lo cual ocurrió.
En otra de sus visitas fue a conocer la Murty Farm, siendo muy
bien recibido por el manager, Jerry Dilger, un típico irlandés, medio
colorado, bien simpático, como todos los que trabajaban en ese
criadero. Parecía que el lema elegido lo aplicaban a cabalidad: We
welcome your inquiries, algo así como el chileno: Su consulta no nos
molesta, contrastando con el de Bluegrass Farm: Heaven is the limit (El
cielo es el límite). A Sebastián se le olvidó preguntar una duda que
tenía: ¿Por qué en Irlanda había tantos individuos dedicados a la
hípica?, porque incluso el Aga Khan tenía su criadero allí, incluyendo
al desaparecido Shergar.
En su visita a la Murty, se tomó fotos con el potro Liloy, padre del
ganador del Pellegrini, I’m Glad, que también estaba en la Murty, y
eran las estrellas que tenían para ofrecer a sus clientes. Y a pesar de no
haberle creído mucho a Fernando respecto a la secretaria de Gainesway
Farm, debido a que desde la Murty se llegaba fácil a Paris Pike,
cruzando la circunvalación por Brodway Rd. (¡qué fácil era moverse en
Estados Unidos!), el mismo día visitó la estación de montas más
famosa de Kentucky y, por qué no decirlo, quizás la más famosa del
335
mundo, donde tenían millones de dólares en potros. En este recinto,
mantenían potros que pertenecían a distintos propietarios, con el
sistema de acciones o sindicalizados, para españolizar una palabra
inglesa, en instalaciones a todo lujo. A este lugar soñado llegaban las
yeguas de cualquier parte de Estados Unidos y de otros países, a ser
cubiertas por estos famosos padrillos. Sebastián pudo entrar gracias a
la gestión de Di Michael, ya que Mr. Hunt tenía acciones de varios de
ellos, y mandaba frecuentemente sus yeguas a cubrir. En tal ocasión no
se atrevió ni a preguntar por la Rita Waggoner, no se fuera a meter en
un problema por culpa de otro.
Al venir de parte de Mr. Hunt, al menos eso entendieron los
encargados (Sebastián no hizo nada para aclararlo, apelando a la
picardía del chilenito, que le dicen), lo trataron como a un personaje
first-class, a pesar de sentirse un ratón de cola pelada al lado de otros
propietarios que llegaban en limosinas lujosas a conocer el
establecimiento. Tuvo el gusto de sacar de su pesebrera al famoso
Vaguely Noble, padre de nuestro conocido Semenenko, con el cual
también se fotografió (de este viaje le quedaron más fotos con caballos
que con personas). Le llamó mucho la atención que el lugar donde se
realizaban las montas era un recinto absolutamente cerrado, tanto para
obtener una cierta privacidad para el evento, práctica que rara vez se
cumplía en Chile, además de grabarse en video absolutamente todo,
videos que eran entregados al propietario de la yegua, para certificar
que había sido cubierta por el potro al cual había sido enviada. Una
relativa exageración, tomando en cuenta la seriedad del centro de
montas, pero algunas acciones costaban miles de dólares, así que mejor
se evitaban suspicacias.
A modo de ejemplo, la monta para aquel privado que tuviera
ganas de enviar su yegua a cubrir con Lyphard, costaba doscientos
veinticinco mil dólares; otro como Cresta Rider, que aterrizaría
336
posteriormente en estos australes dominios, costaba la ganga de
cuarenta mil. Sebastián pensaba que si tuviera que enviar a una de sus
yeguas, a esos precios desorbitantes, lo mínimo que exigiría sería ver
el espectáculo de la monta, en directo, no conformándose solamente
con el video.
Otra de las curiosidades era una empresa que prestaba el servicio
de yeguas nodrizas, o sea, arrendaban yeguas que habían parido
recientemente y por lo tanto estaban en condiciones de amamantar a
un potrillo ajeno.
Y esto no se hacía sólo en reemplazo de yeguas que hubieran
muerto durante el parto (situación desagradable que Sebastián
presenció más de una vez), puesto que el modo más frecuente de
reemplazo se daba cuando propietarios de yeguas de gran valor,
después del parto, una vez que el recién nacido ya tomaba el calostro
o primera leche de la yegua (que contiene importantes elementos que
protegerán a la cría hasta que esta sea inmunosuficiente), separaban al
pequeño de su madre biológica y se la entregaban a una nodriza, para
evitar el deterioro de la “estrella”, evitándole su desgaste. Cruel
sistema si pensamos que las yeguas tienen sentimientos, de ninguna
manera como los humanos, claro está, pero quien ha visto las
maniobras de destete, en las cuales madres e hijos sufren por la
separación, no podrán pensar de otra manera.
En Bluegrass Farm le tocó ver a una hija de la famosa Dahlia, la
mejor descendiente del citado Vaguely Noble, que se lo ganó todo;
incluso fue la primera hembra que superó el millón de dólares en
premios, mientras era amamantada y criada por una tremenda yegua
tipo percherona, que contrastaba con las figuras estilizadas de las
demás yeguas de cría, todas fina sangre. Curioso sistema este de las
madres postizas, que le quitaba el romanticismo a la crianza,
acercándola más a un proceso industrial que a una actividad regida por
337
los ciclos naturales. Sebastián no estaba muy de acuerdo con estos
manejos; para él era mucho más bello y romántico ver a una yegua que
supo ser excelente performer acompañada de su cría, observando su
aptitud para la crianza, encontrando semejanzas madre-hijo(a),
especulando sobre el futuro de la simiente. Todo esto era mejor que
tener enfrente a una disímil pareja que, aparte de enseñarnos que se
puede engañar a la naturaleza en nuestro beneficio, no aportaba nada
a la estética de la crianza.
Federico Tesio, el más famoso criador, italiano, habría estado de
acuerdo con Sebastián.
Al igual que en su primer viaje a Estados Unidos, en el cual se
desenvolvió en el ambiente académico de la veterinaria, Sebastián
encontró que también en la veterinaria a nivel crianza había muchas
diferencias, demasiadas quizás con lo que se podía hacer en Chile. Los
veterinarios trabajaban en sociedades, casi no existían los free lance
como en Chile, única forma de acceder a buen equipamiento, buenas
instalaciones, y poder así ofrecer un servicio de primera calidad a
clientes tan exigentes que, a pesar de estar dispuestos a gastar enormes
sumas de dinero para obtener el mejor rendimiento de sus animales,
también esperaban que los resultados fueran acordes a su inversión.
El que no tenía equipos de rayos de última generación, ecógrafo, sala
de operaciones completa, laboratorio clínico, acomodaciones para
recuperación, camionetas equipadas, por nombrar algunos de los
elementos de que disponían estas sociedades, sencillamente no existía.
Había otro sistema relacionado con el manejo de los campos donde, a
pesar de ser el país de las libertades económicas (o al menos ese era el
slogan que nos han tratado de vender), el estado asignaba algunas
cuotas de producción en algunos ítems como el tabaco, por ejemplo. Si
un agricultor no cumplía con su cuota, se le descontaba un porcentaje
de tierra que no podía cultivar al año siguiente, y de este modo se
338
mantenía relativamente estable la producción, impidiendo las bruscas
caídas en los precios, protegiendo la actividad. En Chile, muchas veces
era más conveniente dejar la cosecha en la tierra (papas, por ejemplo),
que arrancarlas, porque valía más caro el saco que el contenido.
¿Diferente cultura? ¿Otra organización? Lo único claro era que
después nos vendían la pomada del libre mercado y ellos eran los
adalides del proteccionismo.
Pero independiente de estas disquisiciones económicas, Estados
Unidos, en general, pero Kentucky, en especial, era el paraíso para los
amantes de los caballos (no dejar de leer a Jane Smiley). En el par de
días que le quedaban, antes de volver a Miami para tomar de vuelta el
avión a Chile, Sebastián decidió despedirse del hosco Di Michael y
recorrer la atractiva ciudad, puesto que había visto un curioso
Kentucky Horse Park, algo así como un Disneylandia de los caballos.
Así pudo conocer el museo internacional, un cementerio de caballos
famosos (Memorial Park) donde mantenían y murió el legendario John
Henry, al igual que Bold Forbes y Alysheba, entre otros; tours
educativos, exposiciones y shows de caballos.
También visitó una finca en Winchester, a minutos de Lexington,
cuya especialidad era amansar caballos y un break-in center, con una
pista sintética ¡techada!, (“de aquí no se me habría escapado Salchicha”,
pensó Sebastián) Otro mundo, un mundo distinto, a pocas horas de
distancia (si, aunque hora no es una medida de distancia) estaba a años
luz de su alcance y había que volver a la realidad. Sebastián salió muy
temprano, casi en un recorrido non-stop, pues se acababa el tiempo
que había dispuesto para este satisfactorio viaje. Sin embargo las
sorpresas habrían de seguir, y no de las mejores…

339
A Miami los boletos

De vuelta en Miami, caminando por la Flagler, en busca de un par


de cajas de Por Larrañaga en la Pequeña Habana, que resultaron más
falsos que beso de madrastra, le llamó la atención la foto de primera
página de un diario.
- Pero si es Fernando.
En pleno titular, la foto de Fernando, mano derecha levantada con
la fusta en ristre y una colorida camiseta listada, negra y amarilla, y la
cara llena de risa, ganador de una carrera importante, se imaginó…
pero no.
“Acusan a Fernando Sarmiento, jinete de Mercedes Won y reciente
ganador de los 500 mil dólares del Derby de Florida, de llevar un
implemento prohibido en su mano con el que habría cometido foul en la
carrera, según la instantánea entregada a este periódico por el fotógrafo
free-lance…”
- No me extrañaría que fuera el mismo…-pensó Sebastián antes de
leer el nombre del fotógrafo… Ismenio Torrado.
Más abajo, la declaración de Fernando: “Este es un montaje, nunca
necesité nada extra para ganar carreras y me querellaré contra los
canallas que inventaron esta falsedad” .
-Tengo que hablar con Fernando, debe estar deshecho -murmuró
Sebastián, pensando en su amigo.
Y llamó al Dr. Burch para que le consiguiera el teléfono del corral
donde estaba tan felizmente afincado, pero Fernando no lo podía
atender pues estaba reunido con los propietarios, los abogados y una
serie de personajes.
-Mañana está citado ante la Comisión Hípica, que tiene que
resolver su caso -le dijo el secretario portorriqueño del preparador-.
¿quién lo llama?
340
- Soy un amigo chileno, y me acabo de enterar de la acusación.
Quería ver si podía ayudar en algo.
- Mire, el corral está lleno de gente, no creo que usted pueda ayudar
a Fernando…
-OK, ahí veré qué hago.
Igual decidió irse a Gulfstream, tomó la Biscayne Blvd, la misma
US1 que servía para subir al norte, y se descolgó en la Federal
Highway, donde tuvo que esperar que llamaran a la oficina de los
Burch para que lo autorizaran a pasar, estacionando en el sitio de
invitados. Demoró en llegar al corral de Arnold Fink, y efectivamente
estaba repleto, revolucionado. Divisó a Fernando entremedio de la
reunión, demacrado, se notaba destruido.
Sebastián le hizo una seña desde donde estaba, Fernando lo vio
pero respondió con un gesto de resignación. Se hablaba de que les
podían quitar la carrera, a pesar de que sólo había un caso en la historia
de los Derby, y en el de Kentucky, más precisamente, en que habían
descalificado a Dancer’s Image por el uso de fenilbutazona, un
desinflamatorio que había hecho caer a muchos preparadores, también
en Chile. Estaban esperando un reportaje que iba a transmitir la NBC
el cual, según decían, traía información que podía ser usada en la
defensa del caso, para lo cual habían instalado un espectacular Sony
Chromatron, que estaba encendido en el medio de la oficina.
Fink pidió silencio mientras mostraba en la TV el desarrollo de la
recta final donde se veía claramente como Fernando apretaba la huasca
y la soltaba y la volvía a apretar con su puño, el cual mantuvo en alto
mientras el castrado seguía galopando después de la meta. La
repetición de la NBC también mostró a Fernando fustigando a
Mercedes Won con la mano derecha cuando entró a la recta final,
posteriormente cambió la fusta a la mano izquierda en la mitad de la
recta y finalmente hizo otro cambio hacia la derecha cuando faltaban
341
unos 100 metros para el final. “Si este hombre es capaz de hacer eso
(mantener un objeto eléctrico en sus manos mientras cambia la fusta de
mano a mano) está en la profesión equivocada” , opinó el periodista que
relataba, “Con los años que tengo en la hípica, escribiendo artículos para
los periódicos, nunca había visto algo parecido. El jinete debiera
trabajar en la mesa de blackjack sacando cartas debajo de la mesa, sería
mucho más seguro que estar sobre un caballo que va a una velocidad de
35 millas por hora. Creo que la acusación que se le hace es absolutamente
infundada”, concluyó el programa.
Un murmullo de satisfacción sacudió el ambiente. Luego el
abogado sacó un set de fotografías y la desplegó sobre la mesa de
reuniones; varias de ellas eran ampliaciones de la mano de Fernando,
a todo color; se notaba que se estaban tomando el caso muy en serio.
-Aquí hay una foto de AP que muestra claramente los colores de
Silver Sunset, el derrotado por Mercedes Won, a través de los dedos de
Fernando, lo que prácticamente resuelve el dilema. No hay duda de que
la foto fue trucada -dijo uno de los abogados, un jovencito que habría
estado más cómodo en Wall Street que en ese corral de hipódromo.
- Lo que coincidiría con la sospecha que tiene Fernando, respecto a
ese truhán, el tal Torrado, que a propósito, estamos buscando por cielo
y tierra, sin poder dar con su paradero -habló el abogado más viejo, que
era el que llevaba la batuta de la reunión.
Reunión que habría de durar poco más pues los abogados querían
volver a su oficina a preparar la presentación del día siguiente, ante la
comisión, y finalmente Sebastián pudo acercarse a su amigo.
- Al parecer no se ve tan mala la cosa, Fernando.
- Eso es lo que usted cree, a mí me tiene destrozado…
- ¡Y cómo se te ocurre poner las pilas en un Derby! Es broma, jinete,
es para mejorarte el ánimo nomás.
- A mí no me hace reír ni un camión de chapulines, así que busque
342
a otro para echarle tallas…
- En todo caso el dicho es un camión de chaplines.
- Ni chaplines, ni chapulines, ni el sindicato de payasos completo,
nadie me hace reír, tengo una rabia parida contra el que me hizo esta
chanchada, la verdad es que tengo una rabia parida contra todo, estoy
que cuelgo la fusta y abandono la profesión.
- Se te va a achicar el corazón ahora, Fernando, y si además no
hiciste nada, vas a ver cómo se aclara todo.
- Puchas que es ingenuo, usted doctorcito, acuérdese que a los
latinos nos tienen siempre en la mira, un error y chao, te puedes ir
despidiendo de los buenos caballos, de los corrales con opción, de los
triunfos… vuelta a la pega de galopador, o peor, a sacar bostas en los
corrales. No, mi doc, pa’ eso mejor voy pensando en la de Camilo Sesto.
- ¿Cuál es esa?
- “Y volver, volver, volver…”

343
EPÍLOGO

A mediados de marzo de 1972


Fernando y Tachuela van caminando por calle Chillán, hacia
Vivaceta, rumbo a la cancha. Es sábado, día de carreras y el debut de
Fernando, quien no para de hacerle preguntas a su maestro, quien con
paciencia digna de un oriental no deja de responder.
- ¿Y si parto mal? ¿Y le haré los cuarenta y nueve kilos? ¿Me trajiste
la sobrecincha?
Y así con cualquier duda que, en la nebulosa de su nerviosismo,
se le viniera a la cabeza, salía de la boca en forma de pregunta, mientras
Tachuela, más cabeza fría, a todo tenía respuesta, y si no sabía alguna
de ellas, inventaba algo para tranquilizarlo. Su turno es en la segunda
carrera, una condicional de hembras no ganadoras en la que Fernando,
por ser aprendiz, va a cuarenta y nueve kilos, o sea cuatro kilos más
liviano que un jinete de primera. Aun así va a tener que llevar “peso
muerto” en el mandil; Fernando descargaba cuatro, indicando su
condición de jinete aprendiz, y montaba una potranca llamada Hija
Mía, una alazana hija de Biriatou, la cual debió ser engendrada en un
momento de enojo de sus padres por el genio ligero que poseía, buena
para la patada y el mordisco si uno se descuidaba. Era una petisa que
no llegaba a los 400 kilos, de propiedad de Sebastián y su familia. Se
enfrentaban a un reducido grupo de excelentes potrancas, una de ellas,
la favorita Amenaza, que como su nombre lo indicaba, era el terror de
la carrera, puesto que exhibía dos segundos lugares en dos
presentaciones; la otra, Renegada, una hija de Dunkerque, también
debutaba, y había roto los cronómetros del Club ( ¡pa’ que la traerían
pa’ca! , se quejaba Fernando) y terminaría corriendo El Ensayo, claro
que con un final desastroso pues rodó. Completaban el lote otras diez
344
potrancas entre debutantes y ya estrenadas. La preparaba “el Buey”,
como le decían cariñosamente a don Aliro Sepúlveda.
Como esta es una historia casi ajustada a la realidad, con pena hay
que consignar que Hija Mía cayó derrotada por la favorita, y su derrota
no se debió de ninguna manera a su conducción ni a su estado de
entrenamiento, ni siquiera por haberse encontrado con alguien o haber
dejado de encontrarse con ese alguien, tampoco tuvo que ver la ropa
que usaron ni el número del mandil, sencillamente fue otro ejemplo
de la manida incertidumbre del turf.

345
ADDENDUM

346
Biblioteca Hípica recomendada

(No es la bibliografía del libro)


Algunos libros que un hípico no puede dejar de leer y tener en su
biblioteca, ordenados por título, deslizando un pequeño “error” para
que así quede Caballo de Copas con el número uno en el mandil:

-Caballo de Copas (Fernando Alegría, 1957)


-A caballo entre milenios (Fernando Savater, 2001)
-Centenario del Club Hípico de Santiago (José Salinas Castillo, 1969)
-Cien años del clásico St. Leger en Chile (José Salinas Castillo, 1987)
-Cincuenta Historias de Caballos Importantes (José Salinas Castillo,
1966)
-El Ensayo 1986/2002 (Juan Antonio Torres, 2002)
-El Espectáculo de la hípica en Chile (Javier Badal, 2001)
-El juego de los caballos (Fernando Savater, 1995)
-El paraíso de los caballos (Jane Smiley, 2003)
-El Turf en Chile 1928 (Luis E. Soto, 1928)
-El Turf en Chile 1958 (Luis E. Soto, 1958)
-Historia de El Derby de Chile 1885-1985 (José Salinas Castillo, 1985)
-Historia de El Ensayo (José Salinas Castillo, 1981)
-Historia del Gran Premio Hipódromo Chile (José Salinas Castillo,
1976)
-La herencia en el caballo F. S. de carrera (José Salinas Castillo, 1971)
-La hermandad de la buena suerte (Fernando Savater, 2008)
-La hípica en Chile: 37 años de historia (Manuel Somarriva, 1994)
-La muerte juega a ganador *(Ramón Díaz Eterovic, 2010)
-Miradas al Turf (José Salinas Castillo, 1984)
-Pingos y respingos (Julio César Navarrete P., 1987)
347
-Reproducción, crianza y manejo en el caballo Fina Sangre de Carrera
(Hugo Díaz Orellana, 1995)
-Tratado de Zootecnia del caballo inglés de carrera (Álvaro Blanco B.,
1937)

Comentarios del autor a esta pequeña biblioteca hípica:


-*Buena novela, si uno tiene el aguante de resistir, hablar y hablar de
la “dictadura” tal como se refiere al gobierno militar el señor Díaz E.,
siguiendo el estilo de la mayoría de la fronda intelectual chilena, que
han lucrado y medrado con el tema (y al parecer lo seguirán haciendo).

- Faltan (si uno puede darse el gusto de adquirir y mantener su


biblioteca actualizada) los Calendarios de Carrera anuales, y el Libro
del Stud Book de Chile que publica cada tres años la misma oficina,
que darán a cualquier hípico una fuente inagotable de información.

-También, si se tiene la suerte de leer en inglés, recomiendo las


excelentes novelas del ex jockey Dick Francis como Banker, Bonecrack,
Longshot, entre muchas otras (hay algunas en español)

-Gran entretención brindan las revistas El Ensayo, Haras y Pistas, Turf


y La Fusta, publicaciones ya desaparecidas. O la excelente revista
Criadores; un buen hípico encuentra todo un mundo de entretención
en cualquier programa nuevo o antiguo del Chile, Club o Viña, incluso
en un Registro de Reproductores, un Calendario de Remates o una
Memoria y Balance anual de algún hipódromo.

348
Modernidad

(No significa que la lectura esté “out”)


Como estamos en el siglo XXI, ningún hípico puede dejar de ver (en
DVD o el cable) las películas:

-Secretariat y Seabiscuit. Ambas son historias de caballos reales,


incluso la madre del citado Chairman Walker es Swansea, hija de
Somethingroyal, madre de Secretariat.

La serie Luck de HBO, la 1ª y única temporada que a la fecha ha


salido al aire (temporalmente suspendida).

Igualmente, visitando la página www.pedigreequery.com se


obtiene el pedigree de cualquier caballo, hasta 5 generaciones.
También en el link Stud Book de www.clubhipico.cl se accede a
información valiosa e interesante.

Ruffian, si tiene estómago para sufrir…., y también están otras


como Shergar, Run like a girl, One last ride

349
Glosario de términos utilizados *

Abrirse: No mantener una línea de carrera, tendiendo a irse hacia


las barandas exteriores (hacia la izquierda en el Club o hacia la derecha
en el Chile o Sporting), alejándose de la baranda interior.
Abscesos de fijación: Vetusta técnica veterinaria consistente en
poner un líquido cáustico intramuscular, provocando tal inflamación
que llega a convertirse en absceso, con la idea de “sobre-inflamar” para
resolver una lesión grave. Procedimiento tan ineficiente como cruel.
Gracias a Dios en desuso.
Abuelo materno: Potro que es el padre de la madre; asume
importancia con respecto al abuelo paterno, que no se considera.
Acionera: Correas que sujetan los estribos.
Alcanzarse: Las heridas de alcance se producen cuando uno de los
cascos del mismo ejemplar u otro, golpea a alguno de los otros
miembros del caballo, generalmente por falta de coordinación
mecánica debido a malos aplomos o a veces por fallas en el herraje.
Otras veces, por mal estado de las pistas (debido a condiciones
climáticas y/o de mantención).
Agua quitada de hielo: Es agua que se entibia un poco antes de
ofrecerla a los caballos, especialmente en las mañanas frías. Previene
el cólico a frigori (ver cólico).
Allancarse: Inclinarse en el lomo del caballo, formando una línea
horizontal, permitiendo la desenvoltura cómoda de la cabalgadura.
Andar o nacer pato: No disponer de dinero, provenir de un hogar
modesto.
Anillo: Adminículo, normalmente de bronce, que se instala en el
glande del caballo entero (potro) para prevenir su masturbación,
evitando la erección.
350
Antiparras: Anteojos o gafas de protección usadas por los jinetes
para evitar el azote de la arena o trozos de pasto en los ojos. En pistas
barrosas usan varias de ellas superpuestas y se las van bajando a
medida que se van ensuciando.
Aparato: Otro adminículo, más salvaje que el anillo, que intenta
cumplir la misma función; consiste en una pieza de cuero tapizada de
tachuelas o pinchos que por medio de correas se instala en el vientre
del caballo impidiendo la masturbación, evitando el frotamiento del
pene. Potencial origen de accidentes al echarse el animal para reposar,
e incrustarse el antediluviano ‘aparato’ en otra zona del cuerpo.
Anteojeras: Una pareja de piezas, antiguamente de cuero,
actualmente plásticas, fijadas a la cogotera, que se utilizan para que el
caballo no pueda mirar hacia los lados y se concentre en lo que ocurre
adelante.
Añatar, correr para atrás: Correr un caballo sin intenciones de
ganar.
Arreado: Caballo que por tener poca velocidad inicial, o por una
estrategia elegida, viene corriendo entre los últimos del lote.
Asentamiento: Fundo expropiado que los campesinos explotan en
forma cooperativa, de acuerdo a la definición de la Cora.
Atropellar: En una carrera, al no venir en la delantera, arremeter
en los metros finales buscando llegar primero a la meta. Se puede
atropellar por los palos (ver palos), por fuera, o por el centro de la pista
(aunque parezca obvio).
Bajador: Correa de cuero o polipropileno que va desde la cincha a
la hociquera del bozal o de la cabezada de trabajo, que ayuda a
conservar la correcta posición de la cabeza del caballo, impidiéndole
cabecear y protegiendo al jinete. Se usa en el entrenamiento para
permitirle al jinete sofrenar un caballo muy fogoso. En el argot hípico,
andar con corbata es andar “con bajador”.
351
Balde: Correr con el balde es correr muy mal a un caballo, “sácate
el balde” por tanto es un insulto que el público brinda a un jinete que
no lo ha hecho bien. Si iba bien y empezó a cometer errores: ‘se puso
el balde’.
Bálsamo del Perú: Resina muy aromática, extraída del Myroxylon
balsamum, usada en el pabellón auricular (orejas), posterior a la
limpieza.
Biblia: “Lo corrió con la biblia”, en el argot hípico, indica que el
jinete cumplió a la perfección el plan trazado, y ganó, Si no ganó, lo
corrió con el anterior (balde).
Bichos: O gusanos, son los parásitos internos del caballo,
normalmente corresponde a tenias, strongylus o áscaris.
Bocado: Parte metálica del freno (ver Freno) que va dentro del
hocico del caballo, consta de dos piezas metálicas móviles con argollas
en ambas puntas, en las cuales se abrochan los extremos de las riendas.
Bosta, bostear: Producto de la digestión de los caballos: fecas (que
fea palabra ésta), acción de evacuar.
Botado, caballo botado: Aquel caballo abandonado por los
apostadores, está botado en las apuestas, y por tanto pagando buen
dividendo.
Caballo andador: Uno de los vicios de establo más comunes; por
aburrimiento, el caballo recorre su pesebrera en un circuito
interminable, gastando inútilmente sus energías. Se combate
poniendo obstáculos dentro de la pesebrera (pero los caballos
aprenden a esquivarlos), o metiendo un animal, generalmente oveja,
que entretiene al caballo y tiende a calmarlo (para la oveja es el
aburrimiento y un riesgo máximo). Famosa se hizo en su oportunidad
la oveja Pepa con la yegua Shaba, ¿o la yegua Shaba con la oveja Pepa?
Caballo sillón: Curva exagerada en el lomo del caballo,
corresponde a una lordosis, defecto absolutamente indeseable en un
352
F.S. de Carrera pues impide un buen desarrollo en velocidad.
Cabritas (hacer): Los caballos van haciendo cabritas cuando van
dando saltitos, mañoseando, tratando de botar a su jinete.
Cajón, hacer el cajón: Maniobra que consiste en,
intencionalmente o no, tratar de encajonar a un rival o encajonarse él
mismo (ver Encajonarse) Calambres: Los caballos sufren, al igual que
los humanos, de calambres, especialmente si son sometidos a un
trabajo fuerte luego de varios días de descanso; por eso es común el
calambre durante el fin de semana (día de los trabajos fuertes). A veces
esto no tiene consecuencias, pero en ocasiones, si el daño es extendido,
se puede producir hasta mioglobinuria (sangre en la orina) por la
destrucción de grandes masas musculares. Es absolutamente una falla
de manejo, totalmente evitable por cierto.
Calendario de Carreras: Publicación anual confeccionada por la
Oficina de Stud Book y Estadística, que contiene los resultados
oficiales de las carreras públicas disputadas en los hipódromos
reconocidos del país, los datos estadísticos correspondientes a ellas y
demás informaciones que se estimen de interés hípico.
Cancha de carrera: En contraposición a la cancha de trabajo que se
usa en todo momento para el entrenamiento, la cancha de carrera,
especialmente la del Club, se puede utilizar en ocasiones especiales
(en ese caso “dan” la cancha de carrera), no así la del Chile que es
normalmente la pista donde se efectúan los trabajos. En el argot hípico,
si a alguien le "dan la cancha de carreras” la expresión tiene una
connotación sexual (a alguien le permitieron tener relaciones
sexuales).
Cancha de trabajo: La cancha de trabajo del Club tiene un largo
de 1.860 mts.; la del Chile 1.665 mts. Datos importantes pues en general
se usan muchos términos como: “dale una vuelta”, “galópalo vuelta y
media”, o “vamos a ir una vuelta y doscientos”, por ejemplo.
353
Capataz: Cuidador al que los preparadores están autorizados para
contratar como ayudante; el capataz es la mano derecha del preparador,
encargado de repartir el alimento, vigilar a los cuidadores, administrar
el corral.
Cargarse: Exactamente lo inverso de abrirse (ver más arriba), es
perder la línea de carrera, yéndose hacia las barandas interiores.
Obviamente, hacia la derecha en el Club y hacia la izquierda en el
Chile y Sporting.
Casco: El casco es el estuche córneo que recubre completamente el
extremo del pie de los equinos, especialmente la última falange. En su
estructura se afirman las herraduras.
Cáusticos: Soluciones preparadas generalmente en base a yodo y
químicos irritantes, las que aplicadas sobre la piel del caballo,
generalmente en extremidades, produce gran inflamación (además de
mucho e innecesario dolor) buscando paradójicamente el sobre-
inflamar, para desinflamar. La verdad es que el efecto de resolución se
logra principalmente por el reposo obligatorio al que se somete al
animal. También llamados “remedios”.
Clásico, carrera clásica: La que por su importancia y el monto de
sus premios, sea calificada como tal por el directorio del hipódromo
respectivo. Hay un reglamento internacional que las clasifica por
orden decreciente de importancia, en carreras de Grupo I, II, III y
Listada; luego vienen los clásicos y las especiales.
Clasiquero: Caballo ganador de carreras clásicas. En el argot
hípico, se refiere a un caballo de calidad y también a un propietario
buena gente, de mano abierta, o útil (en cualquiera de los sentidos).
Clavar, un caballo: Se le llama así cuando al clavar la herradura,
el clavo se dirige a las zonas sensibles, causando dolor. Poco frecuente
por la habilidad de los experimentados herradores chilenos.
Clavel: Un clavo. Comprar algo que no sirve, recibir un cheque
354
incobrable, etc. Irse de clavel es ser engañado. También puede usarse
la expresión “irse de centolla”.
Club: Se refiere al Club Hípico de Santiago.
Cogotera: Pieza de tela que cubre cara y frente de la cabeza del
caballo, con un fin decorativo, generalmente fabricada con los colores
del stud o distintivos del preparador (muchas veces lleva las iniciales
de éste) Coloso: En los campos se les llama “Coloso” a carros de
diversos tamaños, generalmente de 4 ruedas. Seguramente alguna vez
fueron marca “Coloso” y de ahí quedó la costumbre (como Frigidaire,
Gillette, Thermos, etc.)
Cólico: Aunque etimológicamente el término cólico significa
dolor de colon, se considera cólico a cualquier dolor localizado en la
cavidad abdominal. En definitiva, se trata de dolencias del aparato
digestivo caracterizadas por el dolor, y que se acompañan de
alteraciones funcionales e incluso en la topografía de las vísceras de la
cavidad abdominal. Hay c. espasmódico, c. hepático, c. renal, c. por
obstrucción, c. por torsión, c. a frigori, c. por ruptura, etc.
Combelén: Tranquilizante, sedante, principio activo: propionil
promazina. Usado como inductor de anestesia para procedimientos
menores o en el transporte de los caballos. En la hípica, a los sujetos
nerviosos e inquietos se les dice: “te vamos a poner un Combelén”.
Comisario, Junta de Comisarios: Autoridad principal de los
hipódromos en los días de carreras, encargada de velar por el correcto
desarrollo de éstas y el cumplimiento de la parte hípica de cada
reunión. Principalmente observan el desarrollo de las carreras, en la
actualidad con poderosas cámaras, en varios ángulos, advirtiendo y
sancionando irregularidades con suspensiones, multas, etc.
Compromiso de monta: El que contrae un jinete con el propietario
o el preparador de un caballo, para hacerse cargo de su conducción en
una carrera determinada. En caso de que el jinete tenga un secretario,
355
es éste quien entrega el documento.
Condicional: Carrera condicional es la prueba en que la
participación y el peso de los competidores están sujetos a condiciones
previamente determinadas en el programa de temporada (tienen una
“condición”). Por ejemplo, condicional para tres años no ganadores o
condicional para ganadores de una y dos carreras, etc.
Contrapesado: Hay algunos personajes muy pesados en la hípica
(sin decir “escoba”), pero esta palabra hace referencia al caballo que
una vez que se echó a descansar o dormir (algunos duermen parados)
y al tratar de incorporarse, quedan atrapados contra la pared, o el
comedero, sin poder levantarse solos, debiendo ser ayudados,
normalmente mediante una cuerda. A veces trae consecuencias que
pueden llegar a ser fatales, especialmente si estuvieron mucho tiempo
en la incómoda posición. La mayoría de las veces “libran” sólo con
heridas o rasmilladuras.
Copucha o capucha: Paño que se pone sobre los ojos del caballo
que se niega a entrar al partidor. Obviamente se le saca antes de salir.
Corral: Espacio físico donde se alojan los caballos pertenecientes
a un mismo preparador pudiendo ser del mismo dueño (muy común
en la actualidad) o de varios propietarios. También se le denomina
stud, aunque esta última palabra sirve para referirse a los caballos de
un propietario determinado (Stud Los Siameses, por ejemplo).
Corral, en corral: Dícese de dos o más caballos que se consideran
como uno solo para los cómputos de las apuestas mutuas, de acuerdo
con la reglamentación particular de cada una de ellas. En el argot
hípico dos personas que están en algo conjunto, jugando una triple por
ejemplo, o del mismo equipo de fútbol, o muy amigos entre ellos,
suelen decirse: ‘vamos en corral’ o ‘somos llave’. Antiguamente
agrupaban a los caballos, dentro de una carrera, en ‘llaves’ para poder
hacer juegos de fantasía (exactas, quinelas, etc.).
356
Correr lleno: Táctica de dejar con comida completa a un caballo,
previo a la carrera, buscando que su saciedad le impida rendir de la
mejor forma. Una de las formas de añatar (ver más arriba).
Corte cuchillo: Al tener una partida en el exterior de la pista,
partida muy abierta, el jinete sesga violentamente hacia las barandas
interiores al poco de partir, buscando correr por una línea interior y no
dar tanta ventaja.
Crack: Caballo campeón, muy bueno o al menos el mejor de un
lote (de una generación, de un corral). Es crack o “crá”. Un dueño, un
preparador, un criador también pueden ser crack, pero más bien caen
en la categoría patrón bueno (ver).
Cronometrador: Importante personaje de la hípica, generalmente
contratado por los hipódromos y muy requerido por la prensa (en la
época que la hípica era al menos una página en cada diario). Se ubican
en casetas dispuestas a la orilla de la pista (en el Club al menos) y
conocen a casi todos los caballos que están en training, o conocen a los
cuidadores, o les preguntan a los jinetes. Al salir, también los jinetes
averiguan cómo anduvo el trabajo (por si el preparador lo tira por el
desvío, aunque muchos jinetes no necesitan el guarismo alcanzado
para saber si el trabajo fue malo, bueno o muy bueno). Los más
conocidos han sido Bernardo “El Loro” García, en el Chile, y en el
Club: Jorge Castro “Castrito”, ya fallecido. En la caseta del Club había
varios preparadores habitué de tomar tiempos.
Cuartilla: Parte de la anatomía del caballo entre el nudo y el casco,
corresponde a la primera falange, tanto del miembro anterior como
posterior.
Cuchara: Vulgarmente se le dice al corazón.
Cuidador: Persona contratada por los preparadores para hacerse
cargo de la atención, cuidado y ejercicio de los caballos a su cargo, y de
las labores propias de su corral.
357
Cuello de cisne: Dícese del caballo que tiene el cuello torneado y
arqueado como el del cisne o el gallo. Estos caballos son muy buscados
para adiestramiento, por lo vistoso.
Cuello invertido: Dícese del caballo que tiene el cuello arqueado
de revés, como el de las llamas o un ciervo. Afea mucho la pinta del
caballo, es exactamente el inverso del anterior cuello de cisne.
Chépica: Paspalum paspalodes, maleza muy común en los
jardines, usado también como hierba medicinal.
Chile: Se refiere al Hipódromo Chile, llamado también sólo
Hipódromo.
Chilenille: Modo despectivo que tienen los chilenos
descendientes de árabe para referirse a quienes no lo son. ¿Creían que
lo de turquearnos era gratis? Gracias a Dios ambos son vocablos en
franca desaparición.
Chino: Maniobra cercana a la tortura en la cual a un caballo
mañoso se le “pellizca” la piel en la zona de la paleta, manteniéndosela
tomada como una forma de distraerlo mientras se le manipula,
generalmente con motivos médicos. ¿Vendrá por lo de ‘suplicio
chino’?
Dato, datero: Es una nombrada, un caballo que no puede perder,
pero el secreto lo manejan algunos, entre ellos el que lo está dando, el
datero. Generalmente a cambio de una recompensa o devolución del
favor.
De pato: Salir a correr una competencia desde un principio,
punteando o entre los punteros. Venir adelante.
Dejarse caer: Se dice cuando uno o varios caballos vienen
corriendo adelante, los que vienen a la expectativa están esperando el
momento propicio para “dejarse caer”, alcanzarlos y ojalá superarlos.
Descomido: Cuando un caballo deja parte o la totalidad de su
ración (grano y/o pasto), se dice que “se descomió”; si sucede durante
358
la noche, es muy posible que esté incubando alguna enfermedad, un
resfrío por ejemplo; si es durante la mañana y coincide con algún
trabajo fuerte, entonces es posible que sea consecuencia de alguna
molestia músculo esquelética, no detectada aún.
Emperrarse: Negarse a correr, o negarse a entrar al partidor o la a
cancha; en general negarse a seguir las instrucciones del jinete.
Encajonarse: Cortarse la línea de carrera, dificultando la opción de
pasar y ganar, especialmente si ocurre en las instancias finales. Ocurre
al encontrarse por delante con una muralla de caballos, no
encontrando una línea libre. Hay jinetes que se tiran a pasar entre los
caballos que le van encajonando, a veces con resultados funestos, pero
lo recomendable es abrir o cerrarse buscando una línea libre (y
regalando preciosas décimas de segundo que definen una carrera).
Entrar al partidor: A pesar del significado obvio (un caballo que
entra al partidor) en el argot hípico también hace referencia a alguien
que “compra” fácilmente un cuento, que se la cree, que engancha fácil,
a veces en algo no muy legal. Cuando no hay que hacer mucho esfuerzo
en la maniobra, se dice que ‘entró solito al partidor’ (mansito).
Estirarse: Dejar que un caballo alcance su máxima velocidad,
mediante una posición aerodinámica y perfecta del jinete que sea la
menor molestia para su conducido.
Exacta: Apuesta que consiste en acertar los caballos que lleguen
en primer y segundo lugar, en orden exacto, debiendo elegir al menos
dos caballos. La trifecta es semejante pero acertando el orden exacto de
tres caballos y en la superfecta hay que acertar a cuatro caballos en el
orden exacto (difícil, pero los sabios la aciertan…)
Forfeit: La sanción impuesta por la autoridad competente a un
caballo o a una o más personas, inhabilitándolas de forma indefinida
para desarrollar cualquier actividad hípica.
Freno: En nuestra hípica se le llama freno al conjunto de cabezada,
359
bocado y riendas, existiendo frenos de carrera (más finos, delgados e
incluso bonitos) y frenos de trabajo, más toscos pero que cumplen
igual función. Antiguamente se le llamaba freno a un tipo de
embocadura compleja, no tan simple como el bocado y los jinetes que
la usaban los llamaban freneros, en contraposición a los jinetes
fileteros que usaban el bocado simple o filete. Los jinetes chilenos
siempre fueron fileteros. Pareciera un detalle, pero el uso de distintos
tipos de embocadura, cambia la forma en que el jinete puede exigir al
caballo.
Freno de palanca: Relacionado con el anterior, es un freno de
mecanismo complejo que se usa en caballos de manejo difícil, que
tienden a arrancar o desobedecer las intenciones de su jinete. Por ser
más agresivo con el hocico, se ven obligados a acatar las instrucciones.
Gorras: Recoger gorras, llegar recogiendo gorras es llegar último
o de los últimos en una carrera.
Guardia: Estar de guardia en un corral es estar como único
cuidador del corral, especialmente en días de carrera en que los
cuidadores a los que no les corre un caballo, están eximidos de
concurrir. Tiene como obligación dar agua, ayudar al capataz con las
raciones de alimentos, vigilar que no haya algún caballo en problemas
(contrapesado, por ejemplo) y labores de seguridad, pues
normalmente los corrales son bastante permeables, especialmente los
del Club desde la propia cancha de carreras.
Hándicap: Sistema en el cual los pesos de los competidores son
fijados con el objeto de equiparar las posibilidades de triunfo de todos
ellos. Actualmente rige un hándicap automático, absolutamente
normado, que en palabras simples asigna puntos por carrera ganada,
con una tabla dependiendo la distancia corrida, diferencia por la cual
fue ganada, etc., y descuenta un punto por carrera perdida o por haber
estado un tiempo largo sin correr.
360
Así, un caballo, al no ganar por estar corriendo con caballos
mejores que él (en teoría), al perder carreras y bajar de “categoría” o
hándicap, encuentra caballos similares a la suya y tiene (en teoría)
mejor opción de obtener el triunfo.
Hacer el cajón: Maniobra usada para taponar o impedir el paso de
un caballo que por ir más rápido debiera sobrepasar al que va adelante.
Haras: Establecimiento inscrito en la Oficina de Stud Book de
Chile que se dedica a la crianza de caballos fina sangre de carrera, y
cuya dotación está compuesta por un padrillo y diez yeguas de cría,
registradas a nombre de su propietario. Si tiene menos de diez yeguas,
es tan sólo un ‘Criadero’.
Hombre: “El hombre” se refiere generalmente al patrón, ya sea el
preparador o el dueño de un caballo. No cualquiera es “el hombre”,
lleva una referencia de autoridad y respeto.
Huinchear: Ir al partidor con miras a practicar la labor de salida, o
buscando ligereza, “despertando” al animal pues se trata de un
ejercicio corto, violento y muy animado debido a los gritos de los
jinetes, el ruido de las puertas del partidor, los huascazos de los
jinetes. El origen de esta palabra provendría de la época en que la
salida la marcaba la subida de huinchas que cumplían las funciones
de las puertas actuales.
Huirear: Mover o trabajar una distancia corta, entre 200 y 400
metros, el caballo muy exigido, animado con gritos y fustazos,
buscando el mismo efecto de la ida al partidor (ver Huinchear) pero
sin tener que ir al partidor, que está disponible en días y horas
determinadas. En el argot hípico se usa para contar que a alguien lo
retaron o le dieron una paliza: “lo huirearon”
Infiltración: Proceso por el que se introduce un líquido
(generalmente anestésico) en los tejidos, buscando solucionar, o
reducir un dolor o inflamación.
361
Ir para dentro y para afuera: A pesar de referirse a un caballo que
no mantiene la línea de carrera, debido a un andar errático, la
expresión también se usa para describir a aquellas personas que no se
sabe bien lo que piensan o van a hacer, o sea, que repiten el
comportamiento errático de un caballo mal enseñado.
Ir hasta afuera: Al ir a practicar al partidor, un jinete puede recibir
instrucciones de hacer sólo pasadas (por las gateras) o salir picando y
detener al caballo en los primeros metros o completar el ejercicio
(generalmente 400 metros) y en ese caso es mandado a ‘ir hasta afuera’.
Juez árbitro: Abogado encargado de resolver, sin forma de juicio,
las dificultades que se produzcan entre todas las personas que
intervienen en las actividades hípicas, con excepción de aquellas que
se hallan reglamentariamente excluidas de su competencia. Esta es la
definición oficial del Código de Carreras. En términos simples sirve
para que los distintos estamentos hípicos diriman sus entuertos sin
recurrir a la justicia ordinaria, al menos no en primera instancia. El
juez árbitro es como un componedor de las partes.
Lanzado: Ser lanzado, lanzarse, es alguien bueno para la farra, el
trasnoche, la compañía femenina, el alcohol y algo más (como dijo
Camilo Sesto, otra vez Camilo Sesto…).
Lanzazo del moro: Anomalía muscular consistente en una
depresión en forma de botón, usualmente entre el pecho y la paleta,
presente en algunos caballos y que, según algunos, serían un indicador
de calidad locomotiva. Proviene mitológicamente de la época de las
cruzadas en que el lanzazo de uno de los moros dejó su impronta en el
corcel de un caballero.
Lengüero: Trozo de media o panty, con el que se amarra la lengua
a aquellos caballos que agarraron la costumbre de pasarla por encima
del bocado quedando el jinete con menos opciones de hacerse
obedecer a través de las riendas.
362
Liviano: Se dice así del caballo que se nota entrenado, que está en
buena forma física, en contraposición a uno que se ve ‘pesado’. En el
argot hípico, estar liviano con alguien es estar en buena posición y que
a su vez la persona esté en buena disposición con uno, sin asuntos
pendientes. En contraposición, estar “pesado” con alguien es estar
debiéndole algo, plata, un favor, o tener cosas pendientes. Un par de
ejemplos: el haber incumplido con obligaciones en el hogar hace decir:
“estoy pesado en la casa” ; haber fallado un día de carreras puede hacer
que el cuidador esté “pesado con el hombre” (ver Hombre).
Llave: Ver corral, en corral.
Maneas: Artilugio normalmente de cuero, con hebillas, que sirve
para inmovilizar las extremidades de los caballos cuando es necesario
someterlos a algún procedimiento y hay riesgo de una reacción
violenta. A veces hay riesgo en poner las maneas. Las hay de varios
tipos siendo la más usada aquella que inmoviliza las patas traseras, y
con una correa o cadena se fija contra un collarín de cuero puesto en el
cuello (impide absolutamente la patada hacia atrás, salvando al
veterinario que está palpando o al potro que intenta montar la yegua)
Mano: Mano del Club o a la mano del Club es galopar o correr un
caballo en una pista o cancha en el sentido de los punteros del reloj.
Por su parte, a la mano del Chile es en el sentido contrario. Ambos
hipódromos disponen de un espacio en que las canchas de
entrenamiento permiten galopar o aprontar caballos en la mano que
no corresponde a la usual, considerando que hay caballos que están
alojados en un hipódromo y corren en el otro. También está el caballo
que durante el ejercicio se desembaraza de su jinete y se arranca
“contra la mano” con grave peligro para los demás jinetes y caballos
(va contra el tránsito…).
Manos: Miembros delanteros del caballo. Los traseros son
“patas”.
363
Mereque: Correr con mereque es cuando el caballo ha recibido
alguna sustancia, prohibida o no (mereque) para mejorar su
rendimiento.
Ministro: Administrador en los campos chilenos (palabra en
extinción).
Muelas: Hacer las muelas a un caballo es limar con una escofina
ad-hoc las irregularidades (las puntas de muelas; más técnico es decir
odontofito, pero nadie lo dice así) producidas por un frotamiento
irregular de las muelas contrapuestas, que causan heridas en las
mejillas y a veces impide comer normalmente. También la acción
incluye sacar dientes de leche o rudimentarios con pinzas. Es la ida de
los caballos al dentista.
Muserolas: Correa de la brida que da vuelta al hocico del caballo
por encima de la nariz y sirve para asegurar la posición del bocado.
Nudo: Articulación entre la caña (metacarpo) y la primera falange
(cuartilla). Dentro están los huesos sesamoideos, muy frágiles.
Ñato, caballo ñato: Es aquel caballo que corre sin intención de
ganar. ¿Para qué?: ver capitulo ‘El complicado hándicap’
Outsider: Caballo inscrito en una carrera, generalmente clásica,
con mínima opción; en desuso.
Paisanos: Del mismo país es su acepción etimológica, pero el
vocablo es más conocido a la hora de referirse a los descendientes de
árabes, aunque también la usan los gitanos para acercarse a los
“chilenos” con sus inventos y artilugios.
Pagar, estar pagando: en el argot hípico estar pagando noventa y
nueve o estar “pagando bueno” significa que alguien está sólo,
abandonado (haciendo el símil de abandonado en las apuestas y por
tanto entregando un buen dividendo, tan alto como puede mostrar el
tablero electrónico: En contraposición con “estar pagando dos pesos”,
aquí el interpelado es como el favorito que devuelve poco por la
364
apuesta, tiene muchos boletos jugados y tiene mucha opción, de
conseguir el trabajo, de hacer el viaje, de terminar un trabajo, etc. Se
usa también con mucho humor negro cuando alguien está al borde de
la muerte (luego de una larga y penosa enfermedad, por ejemplo)
también se dice de él que “está pagando poco”: paga un peso veinte…
También en estos caso se usa la expresión “con el número uno en el
partidor”.
Palos: Los palos es la protección interior de la pista. A pesar de ser
metálica, o cerco vivo, se continúa llamando “por los palos” o “por
dentro” en contraposición a “las barandas” que vienen a ser el exterior
de la pista o “por fuera”. En el argot hípico “pasarse por los palos” es
cuando alguien se adelanta a otro, en una diligencia, en un negocio, en
un compromiso de monta, etc. También “agarrar a palos” o venir “a
palo y palo”, es dar una paliza a un caballo, a fustazos eso sí.
Papa: Caballo con la primera opción de ganar, caballo “fijo” pero
bajo el conocimiento de algunos pocos solamente; en caso de ser
conocido por todos pasa a ser un caballo favorito, en el que la mayoría
del público le entrega sus preferencias en las apuestas. Muy asociado
al “dato”, pues generalmente un dato es una papa ( para comerla con
arroz, como decía por ahí un preparador).
Para: Estar “de para” es cuando un caballo no puede entrenarse
normalmente, debido a una afección, resfrío, dolor en alguno de los
miembros, o por haber sido sometido a un tratamiento, etc. En ese caso
y dependiendo de la gravedad de la “para”, puede quedar encerrado
en la pesebrera, o sólo con paseos. Al irse recuperando comienza su
entrenamiento sólo con galopes, antes de volver a trabajar. Al estar “de
para”, inmediatamente se suspende la ración de avena, quedando sólo
a pasto seco y verde.
Parado de manos: Caballo cuyo aplomo lateral no respeta una
línea quebrada entre la caña y la cuartilla y tiende a ser recta.
365
Absolutamente contrario es el “Sentado de manos”, en que el ángulo
es extendido y el nudo parece acercarse peligrosamente al suelo, a
veces ocurre por ser la cuartilla exageradamente larga. Ambos defectos
son indeseables y de feo aspecto.
Pasar: Ir a pasar o hacer pasadas, al partidor. La primera medida
al enseñar a un potrillo la faena del partidor es pararlo en los cajones,
que se sienta cómodo; luego, con las puertas abiertas, hacerlo pasar,
tranquilamente, antes de “explicarle” el verdadero sentido de éste.
Pasto seco: Pasto, generalmente alfalfa de segundo o tercer corte
para arriba (el primer corte trae mucha maleza), enfardada, que junto
a la avena constituyen la mayoría del alimento que reciben los caballos
de carrera. Esta alfalfa se le echa a los caballos en el suelo de la
pesebrera, suelo o cama, que usualmente está cubierta de viruta de
madera y sólo en algunos corrales usan paja (de trigo normalmente).
Patente: Permiso o licencia que se otorga a los profesionales
hípicos (preparador, jinete, cuidador, etc.), que les permite ejercer su
actividad.
Patrón bueno: Propietario de caballos desprendido al momento de
los triunfos, o mejor aún, en cualquier momento, paleteado. Los
caballos de un “patrón bueno” siempre van a estar con la mejor cama,
la mejor capa, la mejor parte del fardo de pasto, el mejor balde
disponible, etc. Y siempre va a haber alguien dispuesto a sacarlo de la
pesebrera y mostrarlo. No olvidar. En menor grado se usa para los
preparadores, pero los hay.
Pechera: Conjunto de correa y collar de cuero utilizado entre el
pecho y la cincha, para evitar que esta se corra hacia atrás y por ende
arrastre a la silla.
Pelero: Pieza de paño, cuero, fieltro o un ensamblado de
cualquiera de ellos que va ubicada entre el caballo y la silla, al
momento de ensillar. En este caso entremedio va el mandil que es de
366
paño y lleva el número que le corresponde en una competencia. A un
caballo que sólo va a galopar, se le pone el pelero con la cincha, puesto
que el uso de la silla obliga al jinete a estribar y los caballos tienden a
intencionarse.
Penca: Matas de penca o cardo (Cynara cardunculos), muy
abundante especialmente en terrenos de secano, tiene una vara jugosa
que algunos consumen como ensalada y que otros, como el preparador
en comento, le dan a sus caballos regalones. Rica en hierro.
Petisero: Término usado para referirse al cuidador de caballos
usado casi exclusivamente en el ambiente polero y de equitación.
Picado: Un picado es una competencia informal, de fútbol u otro
deporte como el polo, en el que se cumplen las normas que pactan los
competidores, también llamado pichanga.
Pico de loro: Aquel caballo en el cual los dientes de la mandíbula
superior sobrepasan marcadamente los de la mandíbula inferior al
cerrar la boca. Esto puede ser causal de dificultades al comer.
Técnicamente es prognatismo.
Piloto: En el argot hípico es un financista para un dato o
nombrada, a quien luego de resultar ganador (triunfo del caballo) se le
puede pedir una comisión por la información.
Pizotia: Epizootia, enfermedad contagiosa que ataca a un número
inusual de animales, al mismo tiempo y en el mismo lugar,
propagándose con rapidez. Su término equivalente en medicina
humana es epidemia. Normalmente referido a la Influenza equina,
resfrío común en los caballos.
Poliartritis: Inflamación bacteriana en las articulaciones del
animal recién nacido, por infección desde el cordón umbilical,
especialmente si no se han tomado buenas medidas de higiene o
prevención (pintar con solución yodada, y/o una dosis de antibiótico).
Puerta de El Espino: Entrada oficial al sector operativo de la
367
cancha del Club, en Avenida Club Hípico 1313. Punto de referencia
para encontrarse, retirar inscripciones, tomar desayuno, etc. Llamada
también “puerta del pino”.
Punta, apunte: Ración menguada que se le entrega a un caballo
previo a participar en una carrera, especialmente si corre temprano; si
corre en las últimas competencias, la ración puede ser levemente
mayor.
Puro: Llamado acial o torcedor en otras hípicas, es un aparato
coercitivo y consiste en un palo con una cuerda en un extremo la cual
se enrolla en el morro (labio superior) del caballo. Es útil en caso de
caballos mañosos que no se dejan manipular. Dicen (aquellos a los que
no se les ha puesto puro) que no causa daño o dolor y su efecto se
explica porque provoca estimulación nerviosa vagal, que es
tranquilizante.
Quinela: Apuesta que consiste en acertar a los caballos que
lleguen en primer o segundo lugar, en cualquier orden, eligiendo al
menos dos caballos. En el argot hípico se usa el término para referirse
a alguien que va haciendo buena pareja con otro, “buena la quinela…”.
La respuesta más clásica es: “no, si va a ser mala…”
Repetir: Entrar a la cancha a trabajar una distancia corta (200
metros), esperar unos minutos (para que el caballo se recupere) y
volver a recorrer la misma distancia. En el argot hípico se utiliza el
término cuando alguien (un superior, el patrón por ejemplo) reta con
vehemencia a un subordinado, entonces la queja es: “chis, me repitió ,
haciendo el símil con un caballo que es “castigado” sometiéndolo a un
sobre esfuerzo.
Retiro: Echar retiro. Dentro de la normativa hípica, un animal
inscrito para correr una carrera, una vez publicadas las inscripciones,
puede aceptarla presentando un compromiso del jinete que lo va a
correr o echando en el buzón que está en el mismo recinto de la cancha,
368
una papeleta de retiro, con la cual desiste de participar. En el argot
hípico se “echa retiro” al no asistir a jugar un partido, al desistirse de
ir a las carreras, al fallar al trabajo, etc. Un término más que toman
prestado los hípicos para su vida corriente.
Rodela: Adminículo generalmente plástico, redondo, con una
perforación central y lleno de pinchos en su superficie (como un
cepillo de cerdas cortas pero pinchudas) que se pone entre el bocado y
la rienda, del lado izquierdo o derecho de la cabezada, dependiendo
hacia donde tenga el caballo la maña de escapar, ya que al tirar el jinete
de la rienda, la rodela se le clava en el delicado hocico impidiéndole la
maña.
Rodilla: Lo que llamamos rodilla en el miembro anterior del
caballo, o mano, la verdad es que equivale a nuestra muñeca o carpo; a
continuación vienen la caña y luego el nudo.
Salir a buscar: Cuando los que vienen corriendo lejos del puntero
apuran el tranco para emparejar y poder ganar la carrera. Salen a
buscar al puntero.
Segar/Rastrillar: Labores campestres destinadas a cortar alfalfa,
pero puede ser cualquier pasto (festuca, trébol) con el propósito de
enfardarla y guardarla para la época en que mengua el crecimiento
normal de las praderas. Primero se corta, se deja orear y luego se
rastrilla formando hileras para hacer eficiente el enfardado.
Actualmente hay máquinas que cortan y acondicionan disminuyendo
el tiempo y riesgo, hasta obtener un fardo de calidad.
Soltar: Se dice de un caballo que se “suelta” cuando algo le
produce diarrea, o las deposiciones son más blandas de la consistencia
normal. A veces ocurre tan sólo con cambiar el tipo de grano usado.
Sporting: Se refiere al Valparaíso Sporting Club.
Sprinter: Caballo especialista en distancias cortas, hasta 1000 o
1200 metros; actualmente se usa “velocista”, sacado del atletismo
369
humano.
Stayer: Caballo especialista en distancias largas, desde 2000 mts.
en adelante, usándose el término fondista, referido a carreras de fondo.
Telefunken, tele: Juego de cartas parecido al Carioca, se usan
naipes ingleses.
Timbrar: Dejar sin opción a un caballo en carrera, ya sea
cortándole la línea de carrera, encajonándolo, o cruzándolo (esto
muchas veces en la partida) En el argot hípico, cuando alguien jode a
otro, o se le adelanta en algo o va a pedir algo y le es negado, se dice:
“me timbró” . El origen de este término podría venir de la época en que
al hacer las apuestas, los boletos eran sacados desde un talonario
corcheteado, dispuesto en las cajas, hasta el momento en que tocaban
un timbre y no se podía seguir apostando, dejando sin opción a los que
llegaban posteriormente al timbre, o al timbre que le ponían para dar
por sellado el talonario.
Tragador de aire: Vicio de establo, tal como el andador o el mal
del oso (el caballo, por aburrimiento, se bambolea, de lado a lado) y el
animal se apoya en un borde de la pesebrera traga aire, provocándose
una falsa sensación de saciedad, impidiendo por tanto un buen
entrenamiento. Llamado técnicamente “aerofagia”, inventaron una
serie de operaciones medio salvajes para evitarla, con dudosos
resultados, al igual que el uso de collares, bozales y otros artefactos. El
problema con estos vicios es que son contagiosos, por observación, y
al ser el caballo un animal inteligente, “aprende” rápidamente.
Tragamonedas: Se le gritaba como un insulto al jinete de un
favorito cuando no ganaba, se había tragado el montón de boletos, las
monedas, como las máquinas de los casinos.
Tren de carrera: Ritmo o velocidad a la que se viene corriendo una
carrera, generalmente de distancia media (1.600 mts.) en adelante, pues
las carreras cortas casi no dan para estrategia. Por ejemplo, un puntero
370
puede venir cómodo en la delantera pero sin exigir a su conducido,
haciendo un tren lento, a veces “engañando” a los que vienen detrás,
los que al momento de salir a buscar al puntero lo encuentran fresco,
recién comenzando a correr. Otras veces el tren es violento, lo que
produce agotamiento de los punteros, y en ese caso los que venían en
la retaguardia, al aguaite, acrecientan su opción al atropellar.
Turcos: Denominación que se le daba (está en franca retirada
actualmente) a los descendientes de árabe en Chile y también en
Argentina. Por el hecho de arribar a inicio del siglo pasado con
pasaporte turco. Obviamente los turcos provenían de Turquía
(Estambul, Ankara, etc., ¿vieron el Expreso de Medianoche?,
¿simpáticos noo?)
Vacuna: Más que referido al término médico que nombra al
preparado inyectado en un organismo, aumentando las defensas, en la
hípica un “vacuna” es el que anda por ahí, “clavando” con argucias a
los incautos (espécimen abundante).
Verija: Corresponde a la entrepierna de los caballos.
Vicioso: Caballo vicioso es aquel que se masturba
consuetudinariamente, con mal pronóstico… castración, aparato (ver),
anillo (ver). No confundir con los viciosos del juego, que ahora son
“ludópatas”.
Zorrito: Artefacto originalmente manufacturado en chiporro
dispuesto en la cabezada, bajo los ojos del caballo, obligándolo a
levantar la cabeza, impidiéndole mirar el suelo. Usado en aquellos
caballos que se asustan con las sombras en la pista de carreras.

*La mayoría de los términos desglosados vienen del propio


conocimiento del autor, pero algunos fueron transcritos del sitio
www.hipica chilena.cl, con la anuencia de mi amigo Hernán
Avendaño.
371
Agradecimientos y otros
Agradecimientos
A mi señora, Cecilia Siraqyan, mi compañera, mi amiga y gran
impulsora de que me tirara a la piscina con este invento. A mis padres
Nadim (ya fallecido) y Nelly (Nelly D), a quienes les debo todo
(TODO); a mis hermanos Rodrigo y Julio (socios del stud Los Siameses
y amigos desde siempre) y Chechi; a los doctores Víctor Goldzveig M.
(que estará jugando, y perdiendo en algún casino estelar), a Wilhelm
Rudolph R. (con quien aprendí a redactar; me rechazó siete veces la
introducción de mi tesis) A mis padrinos Eliana Rabajille (por
inculcarme el amor por la lectura y las ciencias) y a Enrique Rabajille
(por sus consejos de vida y lealtad a toda prueba)

Reconocimientos
Entre tantas personas de la hípica con las que siempre me sentí
cómodo y acogido haré un homenaje a todas nombrando a algunas:
Pedro Melej R. (preparador crack y amigo, recientemente fallecido),
su secretario “chico Rigo” Napolitano, y a su hermano Gabriel Melej
(aun preparando); los jinetes Alberto Poblete, Gustavo Lizama, Pedro
Santos, los doctores Juan Sabureau y Bruno Muñoz; Víctor Naduris
(cuando éramos una cofradía hípica en el corral 11 del Club), Juan
Palma (secretario de jinete), Manuel Velarde y Eduardo Zijl
(preparadores del callejón, desaparecidos, al igual que el callejón), a
los periodistas Vicente Arriagada (de la desaparecida revista El
Ensayo), Esteban Gárate, Julio César Navarrete, Manuel Somarriva y
Sebastián Pavez (¿dónde andará?) siempre cariñosos con nosotros,
igual que los gentiles porteros del Club, entre otros. Un poco más atrás
en el tiempo: Aliro Sepúlveda H. (nuestro primer preparador) y su
capataz, Héctor Duque (el verdadero Tachuela).
372
Mis caballos

No puedo dejar afuera a los verdaderos protagonistas de todas las


historias, los caballos, nuestros caballos, mis caballos: Marnox (The
Accuser y Fortunata por Flexton), Hija Mía (Biriatou e Hija Negra por
Polo Sur), Mezquita (Lujoso II y Trotinette por Mío Sea), Tarim (The
Accuser y Partitura por Paresa), Pantén (Prepotente II y Memoria por
Taitao), La Siamesa (Prepotente II y Memoria por Taitao), Cuchicú
(Chaitán y Perlita por Treble Crown), Furibilú (Furibundo y Empresa
por Escaño), Calígula (Kimono y Kala por Latido), Mezquino
(Abraham D y Mezquita por Lujoso II), Don Abraham (Abraham D y
Mezquita por Lujoso II), Puyehuita (Puyehue y Mezquita por Lujoso
II), Maine (Missouri y Lloroncita por Greenhill), Chechita (Puyehue y
Mezquita por Lujoso II), Ali-K-Te (Unigenitus y La Siamesa por
Prepotente II), Nelly D (Fasto y La Siamesa por Prepotente II), Punto
Final (Puerto Banus y La Siamesa por Prepotente II), Siampur (Naspur
y La Siamesa por Prepotente II), Siam Three (Brothers Three y La
Siamesa por Prepotente II), Teresita Mía (Navarino y La Siamesa por
Prepotente II), Campione (Roy y Tirolita por Paresa), Fireman (Halo
Fire y La Siamesa por Prepotente II), Puerto Siamés (Puerto Banus y
Nelly D por Fasto II), Pampero (Primehaul y Bien Mandada por
Balouf), Negro de Humo (The Great Shark y Nelly D por Fasto II), El
Cruceral (Fils Unique y Nelly D por Fasto II), Gualpón (Fils Unique y
Nelly D por Fasto II), Delmónica (Pick Up y Nelly D por Fasto II),
Alfayad (The Great Shark y Nelly D por Fasto II), Trago de Sombra
(Columbus Day y Nelly D por Fasto II), Tiuram (Jaded Dancer y Nelly
D por Fasto II), Astilla de Plata (King Alex y Nelly D por Fasto II), Nico
el Grande (Jaded Dancer y Nelly D por Fasto II), La Jaci (Barkerville y
Astilla de Plata por King Alex), última en vestir nuestros colores (hasta
373
el momento).
Caballos que me dieron satisfacciones y decepciones, triunfos y
derrotas, alegrías y penas… ni más ni menos, como es la vida misma.

374
Reflexión final

A riesgo de parecer una disculpa, quiero aprovechar estas últimas


páginas para hacer una reflexión final respecto a mi recorrido por el
mundo de la hípica, reflejando en varias ocasiones su lado menos
glamoroso, que me ha tocado en suerte vivir, y digo en suerte pues a
pesar de que he contado casi puras desventuras, ocasiones que no se
me dieron, o que no pude o supe aprovechar, he dejado fuera, ex
profeso, muchas alternativas, situaciones y momentos en que bebí el
dulce trago de las victorias; un poco por modestia, vergüenza, y mi
falta de auto bombo, quizá…
Sólo por nombrar algunas, nuestros caballos (digo “nuestros” ya
que la mayoría fueron en sociedad con mis hermanos) ganaron más de
cien carreras, veinte de ellas clásicas, listadas, de grupo, etc. Cada uno
de esos triunfos daría para un capítulo. Me he dado el gusto, cuando
administraba el Haras María Pinto, de recibir cursos completos de
estudiantes de veterinaria y amablemente enseñar lo modestamente
aprendido; postulé a docente en la Universidad de Chile, mi alma
mater, y quedé seleccionado “top one” entre decenas de candidatos; tal
como he narrado, fui aceptado en la mejor universidad de EEUU para
proseguir mis estudios… y así podría seguir. Nos hemos dado el gusto
de ser propietarios en un corral pequeño, el de mi amigo Pedro Melej,
y jamás le dimos vuelta la espalda cuando se nos alejó la meta.
Gozamos con el alma haber podido compartir nuestros triunfos con los
personajes más modestos de la hípica. Intentamos ganarnos el título
de “patrón bueno”, pero eso, claro está, deben juzgarlo otros...
He contado algunas peripecias del ambiente hípico, dejando
afuera muchos episodios que eventualmente podrían “ensuciar” la
actividad, pero en cuarenta años deben creerme, hay mucho, mucho
375
más, y no tan bonito; algo de lo no narrado esconde lo peor del actuar
humano, pero por el momento no he querido dejar constancia escrita
de ninguno de ellos.
La mayoría de lo referido, se ajusta fielmente a cómo sucedió,
excepto algunas licencias que me he tomado al agregar algo, o darle un
giro gracioso a diálogos que sucedieron sólo en mi imaginación; tal vez
el lector pueda discernir cuáles son reales y cuáles no; está en su pleno
derecho.
Aquellos sucesos en que aparecen algunos personajes
perjudicándome, los he dejado en el texto, a riesgo de aparecer con
intenciones de “desquite” ante ellos, pero doy fe que lo he hecho
exclusivamente para que sirva como una voz de alerta. Muchas veces
la gente actúa mal sin darse cuenta del daño que produce; pero sin
dudas lo perverso es darse cuenta del daño que se puede causar y aun
así actuar mal. No guardo rencor ninguno, cada uno forja su destino
con las cartas que le tocaron en el reparto, y del reparto no somos
responsables.
La hípica ha cambiado mucho en estos 40 años. Actualmente los
personajes menores tienen poca cabida en esta actividad, tal como
desaparecen los negocios de barrio, las ferreterías o las farmacias
pequeñas, dando paso a las grandes cadenas. En la hípica actual hay
poca cabida para el pequeño propietario, el pequeño criador, el
modesto preparador.
No estoy haciendo un juicio de valor, tan sólo constatando un
hecho indesmentible. El tremendo aporte que personas o grupos
(familiares, económicos) han hecho a la hípica, invirtiendo grandes
sumas, muchas veces sin esperar retorno, no ha ido de la mano con la
preocupación de los pequeños actores, que le daban ese sabor
democrático a la actividad y que poco a poco han ido desapareciendo.
Pero no todo está perdido, aún se encuentra placer en una reunión de
376
carreras, conversando en una mesa con otros hípicos, estirando la
conversa entre carrera y carrera, a pesar de que el programa se lo gane
un puñado de colores, con los caballos en manos de un puñado de
preparadores...
Nada de lo que uno pueda escribir cambiará esta situación.
¡Such is life!

377
Dedicatoria especial

A pesar de llevar dedicatoria en el comienzo, dedico también mi


libro a la memoria de mi abuelo Abraham Diuana Yaquich, al que no
conocí pero hice “hablar” y logré “escuchar” en las páginas de este
libro; y a mi querido primo Juan Pablo Rabajille Diuana, fallecido
trágicamente, muy joven, gran compañero de travesías hípicas.

378
ÍNDICE

Declaración de intenciones 6

CAPÍTULO PRIMERO
Algo de la Historia de Fernando 9
Haras El Parrón 11
Despedida 17
Un corral de caballos 24
Tachuela y Duraznito 36
Primera oferta 40
Lizama punta a punta 53
La historia de Tachuela 56
Celebrando 60
El Rey 63
Alberto Poblete 66
Fernando conoce a Sebastián 69
Un adelanto de la historia de Sebastián 74
Canales y la residencia, el contraste 80
La voz de la experiencia 84
A patadas en el Chile 86
El que pestañea pierde 88

CAPÍTULO SEGUNDO
Un día cualquiera de agosto del año 1989 91
Algo de la Historia de Sebastián 92
La Candelaria 98
379
Caballos en Quilicura 103
La Reforma Agraria 109
Esos genes… 113
Emerge el “submarino” 117
De viaje por el Norte 119
De vuelta a la cancha 122
En los remates 125
Don Alberto Solari 133
Preparando un caballo 139
Primera vez al partidor 148
Todo reglamentado 150
Las instrucciones 154
Los Siameses 156
En la Facultad 163
Veterinaria y algo más 166
Don Víctor Goldzveig 168
En la clínica del Club 171
Farmacia Centro Hípica 180
En sociedad 182
En contacto con la muerte 186
Zarevich, el primero 189

CAPÍTULO TERCERO
Sociedades y criadero 192
Don Joseph Hamwee 198
Ese antiparasitario nuevo 203
No era tan buen amigo el paisano 208
Otro vecino 212
¿A la pelea o para atrás? 214
La Junta de Comisarios 217
380
El complicado hándicap 219
Clavando a los amigos 223
Cambio de giro 226
Veterinarios especialistas en equinos 229
Sobre preparadores, premios y porcentajes 234
Intentando desfilar en el Parque Cousiño 238
De jinete… 242
Viaje a Perú y castigo a un mal ganador 247
Filosofía del hípico 252
Vuelta a la farmacia y viaje a Estados Unidos 258
El maldito “pero” 264
Oferta en Miami 266
Reencuentro 269
Hípicos, iguales en todo el mundo 273
Aceptando la invitación 280
Balacera en el downtown 286
De las balas, vuelta a Burch & Burch 291
Despedida 297

CAPÍTULO CUARTO
En el criadero 303
Salchicha 316
Abejas y ajos 318
Otra vez a Estados Unidos 321
Epcot Center 329
Bluegrass Farm, Kentucky 331
A Miami los boletos 340

381
EPÍLOGO 344

ADDENDUM
Biblioteca Hípica recomendada 347
Glosario de términos utilizados 350

AGRADECIMIENTOS Y OTROS 372

MIS CABALLOS 373

REFLEXIÓN FINAL 375

DEDICATORIA ESPECIAL 378

INDICE 379

382

También podría gustarte