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Aire Libro
Rabajille Diuana, Antonio
PURA SANGRE, PURO DESTINO...
mail Antonio Rabajille: arab_pirque@yahoo.com
Edición y corrección de texto: Cristian Vázquez
Diseño de portada Antonio Rabajille Diuana
Diagramación: Mónica Castro
Producción artesanal de 50 ejemplares
Portada: El caballo Negro de Humo (The Great Shark y Nelly D)
ganando el Clásico Polla de Potrillos, Grupo I en el Club Hípico de
Santiago. (Foto Juan Vergara, Ver y Ver)
ISBN Nº 978-956-351-134-5
Publicado por Aire Libro en Santiago de Chile Ñuñoa, Julio de 2012
http://airelibro.blogspot.com
airelibro@gmail.com
Revisión digital final: ARD, junio de 2021
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La vida es aquello que te va sucediendo, mientras te empeñas en
hacer otros planes.
John Lennon
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A mi señora Cecilia
A mis hijos Antonio, Martín, Andrés y Jacinta
A mis padres y hermanos
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Declaración de intenciones
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Aclaración
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CAPÍTULO PRIMERO
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Algo de la Historia de Fernando
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Haras El Parrón
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Despedida
A mediados de la semana siguiente, muy temprano por la mañana
estaban sus padres despidiéndolo en la parada del bus que lo llevaría
a Melipilla, donde podría tomar el “Romanini” que lo dejaría en
Santiago.
- Recoja sus cosas, mijito, que ahí viene el bus de los Jiménez…
- Sí, mamita, si estoy listo.
- Puchas, ojalá que lo estén esperando en Santiago, mire que dicen
que la gente es tan malaza pa’ esos lados, ay diosito santo, se me va mi
hijito… -exclamó la madre, llorando desconsolada.
- Pucha, mamita, no se ponga triste, no se preocupe, don Alonso va
a mandar a alguien a buscarme al terminal.
- Ya pues Eduvigis, deja de llorar, si el niño ya está grandecito pa´
echarse a volar… No es el primer chiquillo que se va a la capital.
- Es que jinete…
- ¿Qué, jinete y qué?
- Tan peligroso…
- A ver, Eduvigis, aquí también pasa arriba del caballo, y también
se ha caído y también andan con mañas, quédate tranquila, el de arriba
nos va a cuidar al chiquillo. Ya, un abrazo a sus viejos y no deje de
volver.
- Acuérdate Fernando que en dos semanas más se corre Cuasimodo
y tienes que estar.
- Sí, mamita, no voy a dejar de volver…
- Pórtese bien hijo, acuérdese de lo que habló su padrino, esta
oportunidad no se le va a repetir...
- Sí, tatita, no la voy a desaprovechar... quédese tranquilo.
Efectivamente en el terminal estaba uno de los empleados del
corral de Brito.
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- ¿Fernando?, me mandó don Alonso para llevarte al corral, tú no
me conoces, la semana pasada te vi ganar todo el programa en El Parrón.
-Fernando Sarmiento Rebolledo -exclamó Fernando, (¿por qué
sería que le gustaba tanto ocupar ambos apellidos?)
- Dejémoslo en Fernando nomás. Yo soy Francisco Chirinos pero
todos me dicen Chiricuto… ¿primera vez en la capital?
- No, ya había venido un par de veces, pero ahora vengo a
instalarme, no sé por cuánto tiempo, ahí veremos cómo se me den las
cosas, don Alonso me trajo para ver si me saca de jinete.
- Eso está por verse, aunque no hay duda de que eres muy bueno para
los caballos y la pinta de jinete ya la tienes, pero otra cosa es con
guitarra…
- Bueno, es don Alonso el que me invitó a venir, imagino que algo
me habrá encontrado.
- No, si cualquiera que te haya visto ganar a la chilena te
encontraría un futuro esplendor, como dice nuestro himno. Tan sólo un
consejo, el que no me has pedido, pero imagino que le estoy hablando a
un hijo, que no tuve.
- Dele nomás don... Chiripa…
- Chiricuto te dije. Mira, cabrito… Brito es súper jodido. Como
debes saber, nuestro corral es uno de los mejores del Club, el hombre es
buen patrón, buena paga, lo que en el ambiente es difícil de encontrar,
hay buenos caballos, buenos dueños, pero te aconsejo que no andes con
la tarasca abierta.
- No le entiendo, don Chirimoyo.
- Chiricuto te dije.
- Perdone, don Chiricuto.
- Está bien, te decía que tengas cuidado con el patrón, para llegar a
donde ha llegado es de los que no perdonan los errores…
- Así será pues, voy a estar atento, yo vengo a aprender.
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- Y harto tendrás que aprender antes que te puedas sentir jinete…
vamos, que esa es nuestra micro.
Le ayudó con la maleta a subirse a una micro que los dejó en la
esquina de Blanco y Avenida Club Hípico, de ahí se fueron caminando
hacia el corral.
- A propósito, para que no te pierdas, esta es la entrada de Tupper,
ahí están los talleres de los herradores, el previo, más allá la piscina...
- Chis, tenemos hasta piscina…
- Vamos arando dijo la mosca…, es la piscina de los socios, no
tienes ninguna posibilidad ni de acercarte…
- Pa’l interés que tenía, ¿y esa tremenda casita a la izquierda?
- No es ná una tremenda casita, esa es la Escuela de Ingeniería de la
Universidad de Chile.
- Ya me parecía grande pa’ ser una casa…
- El corral está un poco antes de llegar a la imprenta, mira, el
capataz me dijo que te pase una llave del portón, ojo cabrito, que esta
puerta debe estar siempre cerrada, nadie más que los empleados del
corral podemos entrar.
- Puchas que le pone color…
- Nada de color. Ningún extraño puede acercarse a los caballos del
corral, ya vas a entender lo peligroso que puede ser. Pasa cabrito, ya
llegamos.
Entran al corral de Brito, y era como estar en las pesebreras de El
Parrón, de madera, se veían antiguas, bien mantenidas; un pequeño
jardín en el centro, y en el segundo piso se notaba que vivía o había
vivido alguien. En el segundo patio Chiricuto le abrió la pequeña pieza
que el preparador le había reservado a Fernando. Las paredes llenas de
fotos de algunos de los caballos que habían ganado carreras para el
corral. En uno de los rincones se guardaban aperos que estaban en
desuso, viejas sillas de montar rotas, cinchas demasiado trajinadas,
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trajes desteñidos o de propietarios que ya no tenían caballos con Brito,
la típica colección de elementos que fueron útiles alguna vez y que a
pesar de no serlo, nadie se animaba a botar.
Contigua a su pieza estaba la nutrida farmacia donde el
preparador guardaba los remedios, suplementos vitamínicos y tónicos
que usaban para mejorar e incrementar la capacidad locomotiva de sus
pensionistas, el aroma que emanaba era muy típico. Un veterinario con
el que habría de hacer buenas migas le comentaría alguna vez que ese
olor característico correspondía a las vitaminas del complejo B, que
solían acompañar cualquier farmacia o clínica dedicada a caballos.
También se respiraba en el ambiente ese rico olor a la alfalfa
enfardada, ya que había una bodega llena hasta el tope, y que a
Fernando lo hacía sentirse como en su casa, ya que un corral de
caballos tenía un ambiente bastante de campo.
- ¿Qué tal la pieza, Fernando?
- Impecable, don Chiri.
- Nada de dones acá, te dije que me dijeras Chiricuto, así a secas.
- Bueno, deje irme acostumbrando de a poco; dígame una cosa ¿es
tranquilo por aquí?
- Bueno, más o menos…cómo te lo digo sin asustarte…
- ¿Qué quiere decir?
- Mira, en este corral pasan cosas raras, más bien comentan que
pasan, yo nunca he visto ni oído nada.
- ¿Cosas raras?
- En el segundo piso, murió el papá del hombre, no te puedo dar
muchos detalles, y no te aconsejo que preguntes, porque esa historia es
algo de lo cual no se habla.
- ¿Y?
- A veces se sienten golpes en las noches, como si hubiera un alma
buscando sosiego. Según el capataz, que lleva mucho más años
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trabajando acá, en casi todos los corrales del Club se sienten ruidos y
golpes.
- Bueno, siempre en la noche se escuchan ruidos…
- Yo le he escuchado decir al hombre que son las almas de los
apostadores ya finados, que vagan por los corrales, que vuelven a
vengarse de tantas desesperanzas sufridas en el hipódromo, ¿te estoy
asustando?
- Como dice mi taita, el susto es pa’ las mujeres don… digo,
Chiricuto.
- La verdad, cabrito, es que aquí hay que tener más cuidado con los
vivos, que son muy vivos, que con los muertos…Te dejo, me toca llevar
un potrillo a la clínica, ya vendrá el capataz a explicarte lo que tienes
que hacer.
-Aquí me quedo, don Chiri...
Fernando comenzó a sacar las pocas cosas que traía, y entre ellas
una estampita del niño Dios de Malloco; la puso en la cabecera de su
cama y recién empezó a sentirse un poco más tranquilo, protegido.
Con el tiempo, ya convertido en jinete de verdad, siempre llevaría
dentro del casco esa misma imagen, del venerado “niñito” del cual era
devoto, por una herencia familiar. Camino a Melipilla, antes de la
existencia de la carretera, era costumbre pasar a rezarle a su capilla de
Malloco, costumbre que mantendría en sus vueltas al terruño, incluso
cuando le tocó pasar largas temporadas fuera del país.
Mientras esperaba que apareciera el capataz, Fernando salió de la
pieza, cerró sólo con el pestillo, al parecer había sido originalmente
una pesebrera más, arreglada como bodega y que ahora iba a ser “su
pieza” (ya le pondría un candado para que nadie más entrara), y
empezó a curiosear hacia atrás del corral, alejándose desde donde
había entrado. Había otro patio, rodeado de más pesebreras, muchas
de ellas abiertas, vacías, en algunas estaban los cuidadores limpiando
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caballos, arreglando camas y más allá se veía la puerta de salida. Justo
cuando pisaba los adoquines que daban a un precioso camino
flanqueado por árboles (posteriormente supo que lo conocían como ‘el
paseo’) y quedaba extasiado mirando la cancha y a la distancia la
imponente mole, el Club Hípico, aparece el capataz.
- Fernando.
- El mismo y ¿usted?
- Avelino Romo, el capataz de este corral. Me alegro que hayas
llegado bien; mandé a Chiricuto a buscarte porque te había visto correr
en El Parrón y dijo que te ubicaría fácilmente.
- Así nomás fue.
- Es que a veces cuesta creerle a este Chiricuto….es medio
mentirozaso.
- Medio mal genio dirá…
- Espérate un poco y vai a ver...
- ¿Voy a ver qué?
- Paciencia, todo a su tiempo, ¿viste la pieza que te preparamos?
Está llena de algunos cachureos que ya iremos ordenando, pero si
no te molestan, prefiero que los dejes ahí. Don Alonso me encargó que te
buscara un lugar donde te den pensión y ya hablé con la señora Sonia, la
señora de Fortachito, que tiene el casino en la puerta del pino, ahí te va
a tener desayuno, almuerzo y comida. Pa’ las onces te puedes comprar
pan y chancho en los negocios de aquí al frente, y donde se cambian los
cabros hay un anafe donde puedes calentar agua pa’ la choca. ¿Ta´bien
no?
- Impecable, don Aladino.
- Avelino… mira, dime capataz, como me dicen todos.
- Listón, mi capataz.
- El hombre me dijo que te pasara dos caballos, el potrillo Atomix,
ojo que es un hijo de Tantoul que está recién saliendo de cañeras y si no
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las repite, va a debutar muy luego, a pesar que aún le falta aprender a
correr derecho, es un poco mañoso en la cancha y el otro es un tres años
que está corriendo en el hándicap, Pepe Carioca…
- Ya, Atomix y Pedro…
- Pepe, Pepe Carioca, en fin. Esos serán los caballos que vas a
cuidar, pero además me dijo el hombre que vienes a tratar de sacar la
patente de jinete, y que te trate de echar a galopar en otros caballos, de
ahí veremos qué hacer, mmm…
- ¿Por qué ese “mmm” mi capi?
- Porque a no todos los cabros acá les gusta que otro les galope los
caballos; es más fácil que otro les haga las camas o se los rasquetee, pero
galopar, mmm… vamos a ir viendo…
- Como usted diga.
- Vamos pa’l corral para mostrarte tus caballos y explicarte un poco
cómo funcionamos acá.
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Un corral de caballos
La vida en el corral era tranquila, el trabajo de cuidador-aprendiz
no tenía secretos para un joven nacido en el campo y en especial para
Fernando, que prácticamente había pasado su vida arriba de los
caballos.
Aun así, en ese corral las cosas tenían que hacerse siguiendo las
estrictas instrucciones de don Alonso, a través del capataz.
- Sé que arriba del caballo eres un espectáculo, pero antes que logres
la patente de aprendiz siquiera, vas a ser un cuidador más, y como tal,
hay ciertas normas del corral que debes cumplir.
- Usté dirá...
- Aquí no se permite ni el trago ni las peleas, ni andar desastrado,
así que te voy a adelantar el suple para que te compres unas pilchas
decentes, puedes ir con alguno de los chiquillos a la Estación; allí hay
tiendas donde se encuentran ofertas.
- Le voy a pedir a don Chiri que me lleve.
- Bien, respecto de los caballos, siempre vas a sacar primero al que
te está corriendo, al principio te va a ayudar uno de los empleados más
viejos, ya le dije a Maquinita que te enseñe.
- Maquinita, Chiricuto, aquí nadie se llama por su nombre.
- La verdad que no, aquí todos nos conocemos por otros nombres,
apodos: aquí tenemos a Chumeiker, el Gato, Pantera, Tachuela, Guata
‘e lápiz, y así, imagino que pronto te encontraremos alguno a ti.
- Dígame Fernando, nomás.
- Parroncito te dicen los chiquillos.
- No me joda pos capi…
- Mira cabro, aquí no conviene llevar la contra, conviene seguir el
amén, si no las vai a pasar mal, bueno, ya te va a explicar Maquinita,
cada caballo tiene su balde y sus aperos. Desde la última ‘pizotia’ que el
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doctor puso las cosas claritas, aquí seguimos a la pata las instrucciones.
Esa misma tarde Maquinita empezó la tarea de explicarle al nuevo
cuidador los rudimentos del oficio, con la impaciencia que dan los
años, y al día siguiente su primera entrada a la cancha de trabajos,
donde por fin se subió a su caballo a darle una vuelta tranquilo, tal
como le pidió un ceñudo Brito en la puerta del corral. Ir arriba de un
caballo de carrera le daba un sentimiento de libertad y poder que no
se podía comparar con nada que conociera. Al comenzar el galope se
iba despacio, como calentando motores, en un conocimiento mutuo
jinete-caballo, pero cuando este agarraba vuelo, el mundo empezaba a
pasar veloz por los lados y ambos iban cortando el aire, el caballo con
sus orejas atentas (algunos las llevaban hacia atrás) y su cabeza
oscilante, en una sincronía perfecta, haciéndose la pareja uno, y al
alcanzar la plena velocidad entonces era casi como volar.
El jinete con las rodillas flectadas, recostado encima del poderoso
cuello y sintiendo entre sus muslos la firme musculatura sudada de
estas máquinas de correr. Era lo más cercano al vuelo, algo como ir
sobre un ave de tamaño gigante o, alguna vez lo pensó así, una
sensación semejante a hacerle el amor a una mujer.
Aunque llevara las antiparras puestas, los ojos se humedecían por
el aire de las mañanas, y a pesar de no haberle tenido miedo jamás a
caballo alguno, siempre sintió un cosquilleo de emoción, de sentirse
importante, fuerte y triunfador arriba de estos animales. Quizás esta
sensación hacía que el caballo, dentro de su simpleza, intuyera que
llevaba sobre sí a un ser más poderoso que él, sin importar la
desigualdad de los tamaños, y los transformaba en animales dóciles,
maniobrables, amistosos, aun poseyendo tanta energía contenida.
Pero, ay de que sintieran a su jinete débil o temeroso, los caballos
siempre reconocían el miedo del que los montaba, entonces jugaban
con él, casi como divirtiéndose, haciendo “cabritas” o desobedeciendo
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los deseos del jinete hasta terminar botando a su eventual amo.
Había caballos que a pesar de estar amansados y aptos para
competir, igualmente adolecían de mañas al momento de correr y en
plena carrera, por ejemplo, tendían a cambiar de pista sin razón alguna
o irse encima de algún rival, incluso algunos las emprendían a
mordiscos con los otros caballos, a veces perdiendo toda opción de
triunfo o, lo que era peor, provocando accidentes que costaron la vida
a más de un jinete.
Otros reaccionaban malamente a los fustazos, negándose a correr,
“emperrándose” o “amurrándose”; otros se negaban a partir e incluso
se negaban a entrar a los cajones (a algunos había que hacerlos entrar
al partidor encapuchados, con una “copucha”), por llevar en su
“memoria” malas experiencias vividas. Si no, cómo se podría explicar
que hubiera caballos que sencillamente no galopaban hacia la mano
del Chile, por ejemplo, aunque hicieran lo que hicieran; sencillamente
se negaban a comenzar el galope si tenían que ir en contra de los
punteros del reloj, y aquellos que no querían trabajar cuando eran
montados por un jinete y sólo aceptaban galopar con el mismo
empleado que los cuidaba, e incluso cuando eran obligados, hasta se
echaban al suelo para desembarazarse de tan indeseada carga. Había
una gama de temperamentos entre los caballos que muchas veces
habría de requerir jinetes-sicólogos para poder sacarle máximo
rendimiento a sus capacidades y algunos de estos pacientes estaban
francamente listos para su encierro en algún instituto semejante a un
manicomio, de haber existido.
- ¿Cómo anduve, don Alonso?
- Para ser primera vez que galopas en esta cancha, no vas a andar
nada de mal, ahora lo llevas a las duchas, donde está esperando el
capataz y luego del paseo lo guardas y me sacas el potrillo, ese sólo
camina y mucha ducha, para que vaya botando las costras de los
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remedios
- Sí. Don Máquina me explicó lo del potrillo…
- ¿Te dijo también que es de uno de mis mejores clientes?
- Sí poh, de don Mandino.
- No, hombre, el Dadinco, stud Dadinco.
- Eso, Dadinco.
- Ándate a las duchas mejor…
- Oiga, don Alonso, ¿le puedo hacer una preguntita?
- Dime, cabrito.
- ¿Por qué no me da a cuidar alguno de los caballos de El Parrón?,
si yo los conozco desde que eran potrillitos…
- A las duchas -replicó don Alonso, casi enojado.
Y Fernando se quedó medio para adentro con la respuesta seca del
preparador, no era muy buenas pulgas, mejor hacer la pega y
calladito… bueno, ya Chiricuto le había advertido que no admitía
errores, pero una pregunta siempre merecía una respuesta, además no
veía el motivo para que no le hubieran pasado alguno de los potrillos
que conociera tan bien en los potreros de El Parrón. En las pesebreras
había visto varios nombres que le sonaban familiares: Lago Rapel,
Melipillana, Leyán Enojado, tenían que ser caballos de El Parrón, y con
éste y otros pensamientos en su cabeza, se integró a las columnas de
caballos que eran caminados por sus cuidadores en el arbolado paseo
del Club.
Este paseo, cumplía varios objetivos, el principal era el ser una
buena manera de que junto a recuperarse del esfuerzo realizado, les
permitiera entrar a guardarse secos a sus pesebreras, ya fuera en
invierno o verano, había costumbre de duchar a los caballos, tanto en
el propio corral como en un recinto que el hipódromo tenía
especialmente dispuesto para estos fines: las duchas. También
permitía que los caballos no estuvieran fuera de la pesebrera sólo la
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media hora que duraba la faena de galope o trabajo, y era la
oportunidad precisa para que Brito, al igual que todos sus colegas, o
más bien los buenos preparadores, se ubicaran en la entrada de sus
corrales a ver cómo volvía del paseo cada uno de sus pupilos.
Importante labor, puesto que una vez que el caballo se “enfriaba” por
así decirlo, era el momento que afloraban las lesiones, acusando el
dolor por medio de una cojera, o haciéndole el quite a pisar o apoyar
uno u otro miembro, o la forma de girar, u algo indefinido que el ojo
entrenado era capaz de captar, ya que muchas veces, salvo que la lesión
fuera grave, en “caliente” o muy reciente al trabajo, estas se
enmascaraban y eran difíciles de detectar. En la tarde, también se
paseaban los caballos, por espacio de hasta una hora, si el empleado
era bueno y especialmente si el caballo era bueno, con el fin de que se
estiraran un poco, se distrajeran, conjuntamente con constituir un
excelente ejercicio. Se decía que caminar, en el caso del hombre, era
uno de los ejercicios más completos, por lo tanto en el caballo debía
ser algo semejante, solo superado por la natación. A este respecto, a
Fernando, en sus posteriores recorridos por distintas canchas del
mundo le tocaría ver cómo utilizaban piscinas para entrenar caballos,
con la ventaja de que los obligaban a utilizar casi toda su musculatura
para cubrir nadando el recorrido, sin traumatizar sus delicados
miembros por ser realizado este ejercicio sin apoyo en el suelo. La otra
ventaja era que los caballos gozaban, les encantaba retozar en el agua.
El paseo de la tarde era realizado en grupos, generalmente de cada
corral, y agrupándose los lotes casi siempre por edades. Más bien se
trataba que los potrillos salieran juntos, ya que también constituía un
paso más en el aprendizaje que les iba dejando la amansa. Como en la
mayoría de los corrales el paseo se hacía a horas semejantes, los lugares
destinados a estos efectos se llenaban de caballos en la misma faena,
ya fuere montados por sus cuidadores, otros solamente llevados de
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tiro, y los menos, de tiro y montados, esto último especialmente
utilizado con aquellos ejemplares de difícil trato, duros de boca o muy
fogosos por ejemplo y que por haber un riesgo de que se escaparan del
control de sus cuidadores, pudieran causar un accidente en el colmado
paseo. Era muy entretenido y colorido el paseo, ya que se prestaba para
el desarrollo del inagotable ingenio de los empleados de corral, que
chanceaban unos con otros, en especial en temas referidos a la hípica,
el fútbol y las mujeres.
Encerrado Pepe Carioca, Fernando le puso un freno a su potrillo,
Atomix, y de tiro lo llevó a las duchas, al lado del embarcadero; curiosa
palabra usada para la rampa donde subían y bajaban caballos desde
los camiones que los traían o llevaban a los otros hipódromos o
llegaban desde los criaderos en la época de los remates (uno se
embarca en un barco…).
Ni sospechaba Fernando que en uno de esos viajes al Chile habría
de cambiar radicalmente su destino, frase un poco dramática, a decir
verdad, pues cruzar definitivamente el Mapocho significó tan sólo un
cambio de rumbo.
En las duchas, mientras recibían generosos chorros de agua,
algunos caballos revoleaban sus colas; otros, con los cascos, azotaban
el piso, de puro gusto.
- Acá, Fernando -le llamó don Avelino- ponte de este lado para que
no te mojís-y acto seguido comenzó a dirigir el chorro directo a la mano
derecha de Atomix.
- Oiga capi, ¿siempre ha sido tan mal genio el hombre?
- ¿Qué te pasó, si se puede saber?
- Na’, le pregunté por qué no me pasaba a cuidar algunos de los
caballos del Haras, y me paró en seco y me mandó a las duchas, bueno
me mandó a que duchara al Pepe Carioca.
- ¿Y que tenís que meterte a preguntarle nada tú, el recién llegado?
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Aquí soi el último de la escala, haz tu pega calladito, si no, tenís poca
opción de durar, vai a quedar pagando noventa y nueve…
- No, si eso lo entiendo muy re bien, pero me pareció que el hombre
está como amargo por dentro, pareciera que tomara agüita de natri, me
imagino que usted conoce el natri.
- Era que no, tomatillo le llamamos por acá.
- Natri, tomatillo, parece que nunca le achunto a los nombres.
- Respecto a don Alonso, le pegaste medio a medio.
- Pero si no lo toqué…
- No seai aturdío cabrito, lo que ocurre… a ver, date vuelta pa’
tirarle a la otra mano… lo que ocurre es que tienes algo de razón, el
hombre tiene una amargura muy grande por lo que pasó con sus viejos…
- ¿Lo del segundo piso?
- Seguro que al Máquina se le cayó el casete.
- No fue ná el Máquina, fue don Chiri el que me dijo que algo había
pasado en el segundo piso, pero nada más, pero qué tanto pudo haber
pasado...
- Poca cosa -exclamó don Avelino, adoptando el tono más irónico
posible- tan sólo que el papá del hombre mató a la iñora de un
escofinazo y luego se colgó. Aparte de eso, nada más.
- ¡¡¡Chuuu!!!
- Ah, y nada más que al otro día el primero en llegar al corral fue el
mismo don Alonso, que era ayudante de preparador del primer don
Alonso, “el tata”; aparte de esto otro, qué tanto ¿no cierto?
- Bueno, ahí se explica lo seriote del hombre.
- Antes del “suceso”, no había gallo más simpático que don Alonso,
bueno pa’ĺa talla, compartía con los cabros del corral, si hasta
choqueaba con nosotros en el comedor, y ahora…
- ¿Y ahora qué?
- Ahora terminamos la conversa y la ducha, ya, te fuiste a pasear,
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ándale a mostrar tu caballo a don Alonso, y no le hagai ningún
comentario, ¿entendiste?
- Si yo soy huaso pero no h’on pó… A propósito, al Pepe Carioca lo
sentí algo raro de atrás, salió medio trabado del trabajo.
- De ahí le vamos a echar una mirada, ya raspa de aquí…
Vuelta al paseo, en la entrada del corral seguía Brito, ahora
acompañado por uno de los propietarios, revisando un potrillo. Luego
de casi tres cuartos de hora, Fernando ingresa al corral y lo está
esperando el capataz
- Fernando, galópate esa potranca.
- ¿Cuál mi capi?
- La alazana del Gato, ¿sabís cuál es el Gato, no?
- Bueno, conozco los ratones, me imagino que el gato es el que los
anda persiguiendo.
- Ya, otra vez el incomprendido humor campesino, pongámonos
serio, Parroncito.
- Se me enojó mi capi, ¿y qué le pasa al Gato que no galopa él?, yo
feliz me le animo, pa’ eso me trajeron…
- La potranca lo botó hace un par de semanas, y todavía no se le
atreve, pero charap tú, nomás.
- Tráigame esa cuchita para acá, conmigo se las va a tener que ver.
- Nada de tráigame nada, anda a buscarla a su pesebrera y córtala
con las tallas, si no, te vai a ir cortao como volantín en el parque.
- Meh, don Alonso junior…
Con los jinetes, guardando las debidas diferencias, ocurría algo
semejante. Fernando conocería colegas que luego de sufrir un
accidente, nunca volvieron a ser estrellas, e incluso corriendo
ejemplares con opción al triunfo ni figuraban en el marcador. Los
hípicos se referían a estos jinetes con un despreciativo “se le achicó la
cuchara” o “ese tiene corazón de paloma” en clara alusión a un asunto
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de coraje o valentía. Pareciera que esa chispa interior que hacía que
sujetos de pequeña estatura se agrandaran al nivel de colosos sobre los
finos ejemplares de carrera era un don recibido que se podía perder.
Fernando fue enseñado desde que era un “huasito”, en La Estrella, a
no achicarse nunca, y las veces que se cayó del caballo, “te volvís a
subir” , y por más mañoso o duro de riendas que estos fueran “me lo
montai igual” eran las órdenes de su taita, y cabeza gacha a obedecer.
Y así se fue endureciendo, templando, y haciéndose bueno pa’l
caballo a costa de caídas y golpes, superando el natural miedo de la
supervivencia, como quien tiene marcado a fuego, en la frente, un
destino prefijado.
Y así transcurrían los días de Fernando en el corral de Brito,
aprendiendo en principio el oficio de cuidador, de a poco galopando
otros caballos, todos los que le mandara don Alonso o don Avelino,
lentamente acostumbrándose a este ambiente siempre de chanza, en
que había que ser rápido para discernir si la pulla venía cariñosa o
llevaba veneno escondida, y más veloz aún para responder,
duplicando el ingenio o la ponzoña. De por vida, incluso cuando ya
era un jinete hecho y derecho, lo habrían de molestar esos empleados
de corral, con los que convivió en sus primeros meses en la capital. Sin
el ánimo de ofender, tan solo en la norma que se daba en la hípica,
cada vez que se topaban con él le dirían cosas como: “mírenlo de jinete,
ahora, y ni se acuerda cuando llegó con ojotas y esas chaquetas con
hartos botones” o “a este lo tuvieron que lacear en el cerro pa’ poder
traerlo a Santiago” y a veces: “acuérdate cabrito que cuando llegaste
traíai’ bajo el brazo la canasta con gallinas tapada por un paño
harinero”, todas destinadas a hacerle sentir su origen humilde y
campesino. Con el tiempo aprendería que esas tallas no se las habían
inventado especialmente a él, eran “clásicas” en la hípica y también
con el tiempo, lejos de la patria, habría de acordarse con cariño de los
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chascarros dados y recibidos.
De volver para Cuasimodo ni se acordó, a pesar que nunca dejaba
de pensar en el hogar ni en sus taitas, pero el capataz le pidió que se
quedara a ayudar en el corral, pues dos de los potrillos corrían el
Cotejo y era necesario que todos cooperaran, faena que Fernando
encontraba muy entretenida, la de ayudar en los días de carrera a los
demás empleados a preparar sus caballos para la competencia. Esta
preparación comenzaba un par de días antes, con el cambio de
herraduras, se le sacaban las de trabajo, de fierro, más pesadas, y se les
ponía unas más livianas, de aluminio, llamadas de carrera, con
pestañas. Estas pestañas eran unas uñetas metálicas incrustadas en el
aluminio que les daba en carrera un mejor agarre, pues equivalía a los
zapatos de clavos que usaban los atletas, pero eran causantes de no
pocas lesiones llamadas “de alcance” a caballos rivales y a veces a los
miembros propios. Desde el momento que el caballo era herrado, ya
presentía que el día importante estaba a punto de llegar, el día en que
iba a ir a la cancha a correr de verdad, tal como un actor que aburrido
de practicar su obra toda la semana, sin público ni aplausos, apenas
con la ropa de calle, se dispone a demostrar en el escenario el día del
estreno con coloridos ropajes, todo lo ensayado.
Ese día era un día especial, comenzando por la alimentación, ya
que se les restringía la avena, quedando casi a pasto y un poco de agua,
o si corrían muy tarde, recibían un poco de grano, una “punta” o
“apunte” para no ir a correr “llenos” que era de creencia popular una
forma de “añatar” o “echar p’atrás” un caballo, o sea llevarlo a correr
sin intenciones de ganar.
También ese día, gran parte del trabajo de los cuidadores estaba
dedicado a hermosear para su presentación al animal; ya nada había
por hacer con respecto a su estado de entrenamiento o training. Así era
como algunos, encaramados en unas banquetas, desamarraban los
33
elásticos de las tusas de sus pupilos, que habían puesto para
encresparlas, como a verdaderas niñas coquetas dejándoles “chapes” o
poniéndoles lanas de colores a cada mechón, generalmente los colores
de la chaquetilla del “stud” o propietario. Otros lavaban los cascos del
caballo, usando unos pequeños baldes y unos ganchos especiales para
la faena, semejantes a garfios, para luego “pintarlos” con aceite
quemado o con alguna mezcla de productos, y todos rasqueteaban con
una pareja de escobillas, una de cerdas y otra metálica, compitiendo
por dejar la mayor cantidad de residuos (“caspa” le llamaban) afuera
de cada pesebrera. Y entremedio el capataz, preocupado de los aperos
especiales que cada caballo debía usar, como “lengüeros”, “frenos de
palanca”, algún tipo de bocado especial, pecheras, anteojeras,
“zorritos”, vendas, rodela, bajador, “muserolas” y un sinfín de
aditamentos que por distintos motivos algunos requerían, ya sea
porque se abrieran en carrera, se asustaran de las sombras,
mañosearan, pasaran la lengua por arriba del bocado y desobedecieran
al freno, levantaran la cabeza, etc., etc.
En fin, cada implemento intentaba corregir o disimular alguna
anomalía.
A don Avelino, el capi, mano derecha del preparador, era
característico verlo pasar llevando un riñón enlozado con las jeringas
preparadas con los nombres de cada uno de los “pacientes” por
inyectar, vitaminas de emergencia para asegurar el triunfo. Era casi un
equipo de Fórmula Uno preparando sus bólidos. Había un preparador
que se refería a su corral como “el hangar”: estaba lleno de “aviones”,
según él. Todos aportaban lo mejor de sí al éxito colectivo, como en un
equipo, aunque en lo íntimo, el triunfo del propio era lo más deseado.
La visión del capataz con el riñón repleto de jeringas, era una actividad
que poco a poco iba quedando reservada solamente para los caballos
que no les tocaba correr o sometidos a algún tipo de tratamiento
34
(resfrío, sustitución hormonal, vitaminas, etc.), pues se estaba
persiguiendo cada vez con más fuerza la administración ilícita de
fármacos o de otros agentes en los caballos, buscando alterar su
rendimiento físico, ya sea en sentido positivo o negativo, vulgo
doping, perseguido mediante laboratorios de última generación y
sanciones que iban desde suspensiones hasta el forfeit. Actualmente
hay una mayor sanción social respecto al tema.
Atomix ya había descostrado la piel de sus cañas, signo
inequívoco que la inflamación interior también ya había pasado; esto
era lo que se conseguía con los “remedios”: darle un tiempo de
descanso para que la naturaleza hiciera su trabajo.
- Fernando, hoy día vamos a meter tu potrillo a la cancha otra vez,
el doctor le dio el alta.
- Listón de madera de palo, mi capi…
- Pero como anduvo haciendo unos extraños la última vez, a lo
mejor fue el dolor de las manos, o le faltó amansa, ahí veremos, lo vamos
a acompañar con el caballo de silla.
- Como diga.
- Dile a Chiricuto que le avise al Tachuela que venga.
- Olrait, mi cap.
- ¿Qué es eso de “mi cap”?
- Idiomas que domina uno nomás… ve que yo soy polifónico.
- ¿No será políglota?
- Así como dijo usté…
- Siempre payaseando...
- No hay pa’ qué pasarlo mal...
35
Tachuela y Duraznito
39
Primera oferta
52
Lizama punta a punta
55
La historia de Tachuela
59
Celebrando
62
El Rey
65
Alberto Poblete
68
Fernando conoce a Sebastián
73
Un adelanto de la historia de Sebastián
79
Canales y la residencia, el contraste
85
A patadas en el Chile
86
baby, juegos de naipes, o lo que era peor y más común, en salir a
revolverla, con las facilidades que el ambiente daba a la conjunción de
ocio y plata abundante. Hubo un momento en que la hípica estuvo
inundada de los más conspicuos miembros del tráfico de drogas,
quienes invertían en caballos o realizaban gruesas apuestas de dinero
que percibían en su ilícito negocio.
Se llegó a extremos en que las carreras estaban “arregladas” para
hacer ganar a los caballos de estos verdaderos capos mafiosos, sobre
todo cuando estaban en disputa algunos pozos suculentos de apuestas
de fantasía como triples, quíntuples o sextas. A pesar de esta especie
de infección social, los gremios hípicos siempre han considerado este
período como de gran abundancia de recursos, sin tomar en cuenta (a
lo mejor sin siquiera pensarlo), las implicancias de permitir el ingreso
de fuentes de dinero tan grandes, de fácil consecución y de orígenes
tan oscuros. Así, semejantes sumas de dinero dominaron una actividad
que, ya de por sí, gozó siempre de cierto desprestigio ante los ojos del
chileno común.
87
El que pestañea pierde
90
CAPÍTULO SEGUNDO
91
Algo de la historia de Sebastián
97
La Candelaria
102
Caballos en Quilicura
108
La Reforma Agraria
112
Esos genes…
116
Emerge el “submarino”
117
- Si me ven a mí en las cajas, se van a dejar caer todos los que juegan
fuerte y lo van a hacer favorito. Todos saben que está botado en ese lote.
Esta es una operación secreta…
- ¿Cómo lo hacemos, entonces?
- Aquí está la plata, divídansela entre el Pablo, el Rodi y Sebastián,
y se quedan en el 3er piso; Mario y Hernán me acompañan a la Troya.
- ¿Y?
- Cuando yo vuelva, ustedes van a estar a la salida del ascensor; si
yo salgo mordiendo el programa, se van a las cajas y se la juegan toda
a ganador.
- ¿Y si no?
- Me devuelven hasta el último peso, y sin sorpresas.
- Chis, está buena; ¿somos los cómplices o somos los bandidos?
Dicho y hecho, al subir venía mordiendo el programa, y se fue a
sentar al balcón. Si alguien lo estaba siguiendo, pensaría que el caballo
no tenía opción. Los primos se fueron disimuladamente a tres cajas
distintas y le dejaron caer el turro al hijo de Faubourg y Binding por
Biriatou. La carrera fue un trámite, el submarino había salido a flote…
y los cogoteó… Luego de la foto, fueron a cobrar. Era tanta plata que
mientras dos la ordenaban en la maleta del Peugeot, los demás hacían
pantalla para despistar a los curiosos.
Claro que era la época de la UP (inflación mil % en 3 años), y no
era inusual manejar tal cantidad de billetes.
“Submarino” era el término que el pronosticador de la
desaparecida revista El Ensayo utilizaba para designar a estos
ejemplares que estaban curiosamente bajos en el índice y a los que
recomendaba no abandonar al momento de efectuar las apuestas.
118
De viaje por el Norte
Todo era hípica. En los viajes que hacía Sebastián, ya sea dentro
de Chile o fuera del país, en lo primero a lo que se abocaba era en
visitar los hipódromos. En plena Unidad Popular, junto a su hermano
y primos, pasaron unas vacaciones de invierno en Arica, que se
alargaron involuntariamente debido a una huelga total de
transportistas, lo que determinó que no hubiera buses para volver,
debiendo estirar el exiguo presupuesto con el que contaban. Aquí
tuvieron su primer acercamiento a la hípica provinciana, en un
modesto y peculiar Hipódromo de Arica, con una cancha de arena de
playa y tribunas de madera, sencillo y precioso, en la época de oro de
los traficantes de coca, donde el caballo Reprepo, nacido en el haras
familiar, les salvó la reunión al ganar holgadamente al “potrillo”
Pericles de tan sólo 16 años.
Memorable fue el coincidir en esas sufridas ‘vacaciones de
invierno’ con el triunfo de la selección chilena de fútbol sobre su par
peruana, en el partido de definición jugado en Montevideo, que
permitió ir al repechaje contra la Unión Soviética, en ese famoso
partido con Figueroa y Quintano deteniendo hasta al aire, auténticos
bastiones en la defensa chilena y finalmente el arribo al Mundial de
Alemania, en 1974. Bueno, la celebración en Arica fue doblemente
apoteósica, huelga explicar el porqué, y Sebastián junto a sus primos
salió en las caravanas a expresar su júbilo, incluso con cánticos no muy
santos como: “cholo, cholito, chúpame el palito”, y otras delicadezas
parecidas, o gritos desaforados frente a la mansión (con llamas
pastando en el frontis) del mítico Yayo Fritis, quien sería expulsado
del país por el gobierno militar, poco tiempo después.
Estando en el pintoresco hipódromo, casi al final de la reunión,
los primos recibieron un cariñoso saludo…
119
- ¿Qué andan haciendo por acá?
- De vacaciones de invierno, y no podíamos dejar de venir a las
carreras, y usted ¿de dónde nos conoce?
- ¿Ustedes no son los del Rosarino?
- Los mismitos, ¿y usted?
- Yo soy Jacob Eltit, papá del Coco.
- El Coco Eltit, amigo nuestro del Chile… ¿Y qué hace por estos
lados?, digo, en Arica…
- Tentando la suerte, claro que la “capital del nylon” pasó a la
historia, ahora hay que ser adorador de la diosa blanca para hacerse de
plata.
- ¿Qué religión es esa?
- Traficante de coca, pero ni se les ocurra meterse en leseras ¿dónde
se están quedando?
- En una pensión en la calle Blanquier.
- Ah, andan maoma las cosas…
- Con esto de la huelga de buses hemos tenido que acomodarnos al
presupuesto.
- Los invito mañana a Tacna, a las peleas de gallo, ¿han ido?
- ¿A qué hora y dónde nos juntamos?
El cruce de la frontera no tuvo sobresaltos; al parecer el anfitrión
era conocedor de la zona, y luego de un breve paseo por la ciudad,
donde llamaron su atención los cambistas de dinero en plena calle, con
sus fajos de billetes ofreciendo sus tarifas, los primos llegaron al
‘Coliseo de Gallos Los compadres’ en la Ciudad Nueva; menos mal que
estaban acompañados, pues el ambiente era sórdido.
- Manténgase juntos y no le metan conversa a nadie, aquí hay que
ser sordo y mudo, dedíquense a mirar, nomás.
- ¿Qué le están poniendo a esos gallos?
- Son los espolones de cacho, filudos y mortales.
120
- ¿Y está permitido?
- Aquí está todo permitido, menos negarse a pagar una apuesta.
Colorido y sanguinario espectáculo, en que se la jugaron toda al
castellano chileno, quien luego de hacerle un par de feas heridas al
calvo tacneño, sucumbió a los espolonazos del local, como la
Esmeralda y el Huáscar, y se hundió en la arena de la gallera. Esto trajo
una nueva disminución de las arcas del grupo y una vuelta al territorio
chileno en un silencio sepulcral.
121
De vuelta a la cancha
124
En los remates
132
Don Alberto Solari
138
Preparando a un caballo
147
Primera vez al partidor
153
Las instrucciones
155
Los Siameses
162
En la Facultad
165
Veterinaria y algo más
167
Don Víctor Goldzveig
170
En la clínica del Club
179
Farmacia Centro Hípica (en el centro de la hípica)
180
como una forma de ayudar a quien empezaba en la actividad. Bueno,
este preparador tenía su corral en la esquina, vecino a la farmacia
(Farmacia Centro Hípica, “en el centro de la hípica”), y un día llamó a
Sebastián para que atendiera a uno de sus primeros clientes, quizás
como una forma de devolver la mano.
- Doctor, quiero que me desparasite a Actinio, un potrillo muy
bueno que tengo, me descuenta los gastos del valor del arriendo.
- Como no, don Oscar, lo preparo y me encargo.
Sebastián preparó el sobre con la mezcla de Neguvón, Piperazina
y Fenotiazina típica (recién estaban saliendo las jeringas preparadas
con los antiparasitarios), lavó su sonda de goma nueva (siempre la
encontró más tiesa que las que había usado en Viña o en la clínica del
Club), y se fue con su jarrito y el embudo donde el vecino. El potrillo
era un precioso alazán, grandote y manso, ideal para “pasarle sonda”
y habría de resultar todo bien, excepto porque algo falló (esta es una
de las leyes de Murphy). Tal vez debido a los nervios de Sebastián,
detectados por el paciente animal, el hecho es que luego de múltiples
intentos tuvo que desistir, pues le produjo un intenso sangrado por
una de las narinas (narices), que no paraba y no paraba de sangrar. Una
vez más la maldita sangre alcahueta. Parecía haber habido un degüello
en esa pesebrera. Sebastián volvió a la farmacia en busca de algodón
para taponar la hemorragia y también para escapar de la ira del
preparador, conocido entre sus empleados como “el manso”, fácil de
imaginar el porqué. Luego de una interminable media hora dejó de
sangrar, para tranquilidad de Sebastián, quien a pesar de ese mal
debut tuvo siempre las puertas abiertas del corral, atendiendo a varios
caballos del padre e incluso del hijo que recién se independizaba.
181
En sociedad
185
En contacto con la muerte
188
Zarevich, el primero
189
asegurándole a viva voz a Sebastián que él era el mejor ( te lo tuve que
correr yo para que salieras de perdedores... ).
Sebastián también tuvo oportunidad de hacer pequeños trabajos,
sacando muestras de sangre de caballos en trámites de venta al
exterior, sobre todo para Fernando Fantini, que en esa época era el
principal exportador de caballos chilenos al exterior. O reemplazos en
el criadero que este mismo personaje tenía en el sector de Cachagua,
cuando José Luis Gatica, el veterinario titular, lo dejaba a cargo en su
ausencia, lo que le permitió ampliar el círculo de conocidos en el
ambiente. Una anécdota muy curiosa de esa época fue la ocasión en
que le hizo una gran venta de remedios a este mismo colega que estaba
a cargo de una veintena de caballos que tenían en sociedad Fernando
Fantini con Javier Vial, en los días de la quiebra e intervención del
sistema bancario. Estos caballos, junto a las empresas del caído en
desgracia hombre de negocios, estaban embargados por el Banco de
Chile. Sebastián hubo de hacer la factura a nombre del banco y
proceder a cobrarla en las oficinas generales del mismo banco, en
Ahumada.
- Aquí está la factura, señor Ordóñez.
A Sebastián le extrañó lo malhumorado que estaba aquel
funcionario que parecía salido de una película de los años 30, con
coderas de género, elasticadas, para proteger la camisa.
- ¿Hay problemas? -preguntó Sebastián simpáticamente, y el
hombre le manifestó con tono sombrío:
- Mire, doctor, no tengo nada en contra suya; yo soy bancario hace
casi treinta años, y me ha tocado recibir departamentos, casas, fundos
en garantía. Y uno tiene que preocuparse de pagar las cuentas de luz,
agua, contribuciones, mantener cerrado y esperar a que el banco logre
deshacerse de ellos. Pero tener caballos en garantía, es como mucho. Los
caballos se enferman, hay que pasearlos, alimentarlos, las yeguas están
190
pariendo y lo peor de todo es que ¡¡se mueren!! La verdad es que nunca
había visto algo semejante.
- Puchas, señor Ordóñez, lo lamento…
Empero el lamento no era tan sincero, ya que Sebastián salió con
un abultado vale vista a nombre de su farmacia, que ayudó a solventar
el montón de facturas impagas que se acumulaban en su escritorio. En
la época de crisis de la banca en Chile se dieron muchos casos curiosos
como este.
191
CAPÍTULO TERCERO
Sociedades y criadero
197
Don Joseph Hamwee
202
Ese antiparasitario nuevo
207
No era tan buen amigo el paisano
211
Otro vecino
213
¿A la pelea o para atrás?
214
y todos sabían quién era quien.
Otra forma de bajar índice es correr un caballo sin trabajarlo
previamente, suponiendo que si está fuera de condición física no
debería rendir lo suficiente como para alzarse con el triunfo. Empero
esto es un gran supuesto, ya que hay caballos que prefieren el poco
trabajo para rendir.
En todo caso, por tratarse de una condición individual, si un
preparador conoce a su caballo lo suficiente, entonces puede ser capaz
de discernir si utiliza esta estrategia para engañar al público, a los
comisarios y, si quiere, al mismo dueño del animal. También se baja
de categoría corriendo en una distancia en la que se supone (otra vez
un supuesto) que ese caballo no es capaz, por ejemplo un caballo de
larga atropellada, o esos de galope incansable pero lentos, o
acostumbrados a rendir en distancias largas, inscritos en corto, mil
metros, por ejemplo, dando por sentado que no serán capaces de seguir
el ritmo de los demás, corriendo fuera de toda opción, bajando de
índice.
El proceso a la inversa no es tan seguro, ya que velocistas llevados
a la milla o al doble kilómetro, salen a cortar el viento con sus colores
en punta y mientras el público y los jinetes rivales esperan que se
paren como estacas al girar la curva, muchas veces sencillamente “se
vienen” y se llevan las preseas, hazaña que cuesta mucho que la
repitan porque a la próxima ya no los dejan correr tan libres y los
“salen a buscar” antes de que se transformen en imparables. Otras
maneras de correr sin intención es cambiándolos de pista, de la arena
al Club o viceversa, e incluso de mano, del Club a Viña; hay caballos
que no se acomodan, ya sea al sentido de girar la pista, o a la modalidad
que impera en cada una de ellas. Por ejemplo, en el Chile se corre al
estilo norteamericano: de un principio a fin se sale a correr, sin mucho
tren de carrera; en cambio en el Club es un estilo más europeo, con
215
estrategia, debido entre otras cosas a lo largo de la recta. Un caballo
lento en el Club, va a dar la hora en el Chile, y no va a ser capaz de
seguirles el ritmo, se va a tragar toda la arena y va a llegar recogiendo
gorras, sin escándalo, bajando su punto.
Y finalmente, por ser la maniobra más burda y que siempre cae
dentro de los mitos que el turf genera en los no-entendidos, está la
antigua fórmula de llevar al caballo “lleno” a correr, o sea, luego de
haberlo atiborrado de comida (con un estómago lleno nadie puede ser
muy atleta).
Esto lo “corroboran” los que luego de ver a un caballo en plena
pista, muy montados por su jinete, y muy elegantes ambos, levanta la
cola y deja caer humeantes bostas, entonces los testigos le comentan al
vecino: “chis, este va pa’trás, lo mandaron lleno”. Hecho desmentido
por cuanto se ha visto cometer ese “atentado al buen gusto” en grandes
clásicos, y más atribuible a los nervios previos a la competencia (las
tribunas atiborradas de vociferante público), que a una triquiñuela tan
antigua como ineficaz.
216
La Junta de Comisarios
218
El complicado hándicap
222
Clavando a los amigos
228
Veterinarios especialistas en equinos
233
Sobre preparadores, premios y porcentajes
237
Intentando desfilar en el Parque Cousiño
238
(Edificio Diego Portales, piso 15, entrada por la calle trasera)
- ¿Qué desea, joven?
- Tengo cita con mi general Sinclair (¿dije mi general? debo irme
poniendo a tono con el ethos militar)
- Suba, doctor, mi general lo está esperando (¿doctor? ¿Cómo
supo?) Amplia oficina. En las paredes, cuadros de caballos. En una
mesa, un juego de espuelas de plata. El general, bajito, cordial, pero
muy serio.
- Así que usted viene de parte de mi buen amigo Guillermo, dígame
¿qué se le ofrece, doctor? ¿Cómo le puedo ayudar?
- Tengo intenciones de entrar al ejército, como veterinario, y quizás
usted me puede echar una mano, yo no conozco mucha gente en el
ambiente…
- Ni un problema, aquí tiene una tarjeta mía, y pida una cita con el
Coronel Tastest, encargado del servicio veterinario del ejército, y
después hablamos. ¿Algo más?
- Nada más, mi general, de ahí le cuento y muchas gracias.
“¿Coronel Tastest?, ¿Tastest?” , pensaba Sebastián, “pero si este
doctor nos hizo clases de Producción Equina, era un militar cuadrado,
recuerdo. Sus clases, una verdadera lata, se sentaba adelante a dictar, no
contestaba preguntas, la verdad es que nadie preguntaba nada, chuuuu,
la vas a tener difícil, Sebastián, pero menos mal que voy arreglado”.
(Cita en las oficinas del Coronel Tastest. Edificio que se caía a
pedazos, en una calle del sector Ejército-Grajales-Vergara… mejor
olvidar la ubicación exacta).
- Así que usted viene de parte de mi general Sinclair, coleguita
(¿coleguita?, partimos mal...)
- Sí, mi coronel, usted fue profesor nuestro en la Escuela…
- A ver, a ver, coleguita, primero que nada, ¿qué pretende usted?
- ¿Disculpe, mi coronel?
239
- Sí, ¿cuál es su idea?
- Bueno, entrar como veterinario al ejército. He sido residente en la
clínica del Club Hípico, he estado toda mi vida ligado a los caballos,
y…
- Debo informarle, coleguita, que el que toma las decisiones aquí
soy yo.
- Pero, coronel…
- No me importa que usted venga recomendado por el general lo que
sea, a mí nadie se me mete por la ventana.
- Pero, coronel…
- Tiene que postular cuando se abra un cupo, aquí no se le va a
recibir, por más recomendado que venga.
Hasta aquí el coronel hizo valer todo el peso de funcionario
mediocre (tan mediocre como habían sido sus clases), pobretón (como
el ambiente) y prepotente (como gustaba de hacerse sentir).
- E incluso si lograra entrar, me reservo el derecho de enviarlo al
destino que se me frunza, al Lanceros, a Putre, donde se me ocurra…
Sebastián no podía entender semejante trato y se preguntaba:
“¿estará con trago este energúmeno? Esto fracasa, al menos me voy a ir
con todo el carrete”
- No se preocupe, doctor, entiendo bien cómo funciona el sistema,
pero si no quedo en Santiago, la verdad es que el puesto no me interesa,
prefiero que lo use alguien que esté más necesitado que yo...
- ¿Cómo dijo?
- Lo que oye, o quedo en Santiago o no me interesa, además le
informaré al general Sinclair de esta reunión.
- Infórmele nomás, no hay problema. Ahora tenga la bondad de
retirarse
A Sebastián no le dio la educación para despedirse con un “hasta
luego”, lo superó la indignación y frustración. Al parecer no iba a
240
haber Parada Militar.
Nunca más volvió a intentar por este lado, ya que había que tener
un carácter especial para aguantar la verticalidad (y a personajes como
el siniestro coronel Tastest) de la noble y antigua institución.
Obviamente no volvió donde Sinclair con el cuento, ni le comentó a su
amigo Guillermo palabra alguna de la curiosa “entrevista”.
Fin del capítulo militar, de vuelta a los corrales, broker de caballos
y jinete…
Como dejé consignado en otro escrito, a este sujeto, Tastest me
tocó la siguiente vez que lo vi, jugando fuertes sumas en el casino de
Viña, sumas que no se conciliaban con su posible sueldo de militar. A
lo mejor era de familia millonaria, habría recibido una herencia, no lo
sé, pero una vez más, me dejó una mala impresión.
241
De jinete…
242
y equitación, ayudado por su constante deambular en los corrales.
Siempre mantenía vivo el ojo y atenta la oreja, sobre todo a quien
necesitaba deshacerse de algún ejemplar, y dependiendo del porte, y
también de la facha, buscaba clientes para ganarse una comisión que
le cobraba especialmente al preparador que vendía. Uno de sus
mejores clientes era don José Sayago, argentino, personaje conocido en
el ambiente del polo, ya que era proveedor de aperos y en especial de
tacos para practicar el exclusivo deporte. Logró vender más de diez
caballos con don José, con quien cultivó una interesante amistad, a
pesar de que el hombre no era hípico pero tenía más historias que
Quintín el aventurero, muchas incluso referidas a personajes del jet
set internacional, pues había sido instructor de polo en Buenos Aires
y estaba dedicado a comprar caballos baratos, enseñarlos o arreglarlos
para jugar polo, y venderlos a mejor precio haciendo una buena
utilidad. Tenía un socio que aportaba con una parcela preciosa en el
sector de Calera de Tango, con pesebreras y unas buenas canchas de
entrenamiento. Tantas veces lo invitó a conocer el lugar…
- ¿Y cuándo me va ir a ver, doctor?
- Un día de estos, don José…
- Mire que ya tengo listas un par de las yeguas que me consiguió,
una de ellas, la Tara Taking, es un espectáculo taqueando, ¿se acuerda,
doctor?
- Se llamaba Tara King, una colorada hija de Tussock, cómo no,
don José. Se la compramos a don Ernesto Pinochet…
- Mire, doctor, lo espero este sábado, llegue temprano y le aseguro
que va a pasar un día que no olvidará, le voy a tener un par de caballos
para usted y su novia.
- Polola aún, no me dé por “cazado”.
- Novia, polola, igual lo voy a dejar de jinete, no tenga cuidado.
Don José no podía entender el resquemor que Sebastián tenía a la
243
hora de montar a caballo. A pesar de gustarle tanto los caballos,
trabajar con ellos, y no tenerle absoluto miedo a manipularlos de las
más insólitas formas (como sacar líquido de alguna articulación, poner
sueros, palpar una yegua, o enyesar un caballo) bastaba que le
hablaran de montar a caballo, para que empezara a sudar de nervios.
Su caso era muy semejante a lo que contaba Lobsang Rampa en sus
libros, referido a que, una vez arriba de un caballo, estos detectan el
nerviosismo del jinete y se empeñaran en desmontarlo.
A Sebastián le ocurría algo así, por lo que había optado declararse
enemigo de andar a caballo, inventando algunos argumentos ilógicos
sobre el tema para no exponerse a la vergüenza debido a su ineptitud.
En varias ocasiones había tenido que hacer de tripas corazón y
obligarse a cabalgar, como aquella vez en Cachagua, en que había ido
a interiorizarse del manejo, antes de hacerse cargo del criadero, en
reemplazo del doctor Gatica, quien medio emparentado con Fantini,
era quien atendía y administraba el campo ubicado casi a orillas del
mar, en un entorno de maravilla, entre cerro y océano. Una vez que ya
habían hecho el trabajo y Sebastián se encontraba de a caballo para
proceder al reemplazo, vino la invitación a salir a recorrer “de a ídem”
el precioso entorno, y no pudo rehuir la invitación, esperanzado en que
le tocara un caballo manso, entre la cantidad de poleros que había;
hubo de montar, resignado. Le tocó una yegüita mulata, mansita, y se
fueron a recorrer los potreros, todos muy bien empastados y cerrados.
Al principio todo bien, iban al paso y Sebastián sólo preocupado de
mantener las riendas firmes y no dejar que la yegua ramoneara,
manteniéndole la cabeza en alto, según le había recomendado el
experimentado colega. El problema comenzó cuando llegaron a la
playa.
Como era pleno invierno, a pesar del sol primaveral, no había un
alma en la playa, y empezaron a galopar. Aquí comenzaron los
244
problemas. No se afirmaba arriba y la yegua “detectó” su impericia; de
inmediato empezó con cabriolas, a mañosear y esto le trajo más
nerviosismo a Sebastián y más mañas a su cabalgadura, hasta que José
Luis lo detectó incómodo y decidió parar y preguntarle si tenía algún
problema:
- ¿Qué pasa, Sebastián?
- Esta yegua media mañosa.
- Bah, si la tenemos por mansita, súbete a este otro, que es un
cordero…
Hicieron el cambio, lo que no mejoró las cosas, ahora la yegua era
la manejable y el caballo de Sebastián el mañoso. En resumen, era un
asunto de piel, no se sentía a gusto arriba de los caballos y los caballos
tampoco se sentían bien con él arriba. Por suerte tuvieron que volver
al para realizar las labores de la tarde, aunque la playa estaba preciosa.
Cachagua sin gente es una de las playas más lindas; con gente
empeoraba bastante, mucha nariz parada, abundancia de siutiquería y
miradas de arriba a abajo, lo que habían comprobado las veces que
iban por el día junto a sus primos, desde Viña, en que todo el lote era
considerado entre sospechoso y raro.
Demasiados paisanos juntos, medios gritones, extrovertidos y
activos contrastaban con la abulia del ambiente cachagüino, más
cercano a un desfile social que a una verdadera playa. Por ello
Sebastián y sus primos se sentían más a gusto en Reñaca; pero a pesar
de las aprensiones, todos los años igual iban de picnic por un día, al
exclusivo balneario, a “marcar territorio”.
Memorable fue un año en que descendió de los cinco o seis autos
todo el montón de personas que eran y Rodrigo, el más bromista de los
hermanos de Sebastián, gritó a toda voz: “¡Magali, que güeno que nos
sacamos la Polla Gol, pa’ venir a conocer el mar!” Broma burda, que
igual produjo una situación de incomodidad al resto del grupo, y un
245
silencio absoluto en rededor.
Y era así, Sebastián no quería nada arriba de los caballos, y aceptó
visitar la parcela de don José, a la que concurrió muy acompañado de
su polola, quien sería posteriormente su esposa, con la idea de pasar
un buen rato y estrechar lazos con el mejor cliente que tenía, en su
incipiente carrera de broker en caballos desechados de la hípica. Fue
una mañana de neblina, y encontraron los caballos ensillados y a don
José vestido de impecable color crema, parecía un instructor arrancado
del imperio británico.
- Quiubo, don José.
- Buenos días, doctor, y la novia…
- Polola, Cecilia.
-Disculpe, su polola. Vengan por acá, tengo estas dos yegüitas
mansitas para que comencemos la clase.
Tan afable el trato, tanto el cariño recibido que efectivamente
Sebastián y su polola se sintieron, aunque fuera por una mañana,
pertenecientes a la realeza; fue un momento mágico, con el veterano
caballero dándoles instrucciones sobre cómo tomar las riendas, cómo
repartir el peso equitativamente sobre el animal, la postura, etc.
- Mantenga las riendas a media altura. No descanse las manos en
el caballo. Trate de flectar las rodillas. Acompañe el ritmo. No luche
contra el animal.
Una experiencia espectacular, muy interesante, pero inútil, ya que
no todo era un asunto de técnica, iba más allá. Tal como había algunas
personas buenas para el caballo, Sebastián era la muestra cabal de que
también tenía que haber algunos malos, muy malos para la monta,
cumpliendo una de las leyes del Kybalion: el principio de polaridad,
“todo es doble; todo tiene dos polos; todo su par de opuestos...”
Sebastián estaba en uno de los extremos, abajo del caballo, de a pie.
246
Viaje a Perú y castigo a un mal ganador
251
Filosofía del hípico
257
Vuelta a la farmacia y viaje a Estados Unidos
263
El maldito “pero”
265
Oferta en Miami
267
El NBC tomaría fama mundial cuando operaron al caballo
Barbaro, ganador del Derby de Kentucky el año 2006, fracturado en el
Preakness. A pesar de todos los adelantos, igualmente hubo de ser
sacrificado (la tecnología no hacía milagros).
Igualmente no andaba tan lejos el Dr. Burch Jr. con su opinión
vertida, pues las condiciones que había para trabajar en el NBC no se
daban en ninguna otra parte ni siquiera en Estados Unidos y menos,
mucho menos, en esta alejada parte del mundo. En las tardes, después
de las cirugías, Sebastián quedaba libre, lo que aprovechaba para ir a
las carreras, o en la compra de medicamentos para su farmacia,
vitaminas, anabólicos y otros con los que pretendía financiar su viaje
y recorrer la ciudad.
El primo de Sebastián, el doctor Carlos Nazir Diuana, finalmente,
luego de un periplo por España, se afincó en Chile, su país de
nacimiento, sigue siendo exitoso en urología, masculina (solamente).
268
Reencuentro
272
Hípicos, iguales en todo el mundo
279
Aceptando la invitación
285
Balacera en el downtown
290
De las balas, vuelta a Burch & Burch
296
Despedida
302
CAPÍTULO CUARTO
En el criadero
315
Salchicha
317
Abejas y ajos
320
Otra vez a Estados Unidos
328
Epcot Center
330
Bluegrass Farm, Kentucky
339
A Miami los boletos
343
EPÍLOGO
345
ADDENDUM
346
Biblioteca Hípica recomendada
348
Modernidad
349
Glosario de términos utilizados *
Reconocimientos
Entre tantas personas de la hípica con las que siempre me sentí
cómodo y acogido haré un homenaje a todas nombrando a algunas:
Pedro Melej R. (preparador crack y amigo, recientemente fallecido),
su secretario “chico Rigo” Napolitano, y a su hermano Gabriel Melej
(aun preparando); los jinetes Alberto Poblete, Gustavo Lizama, Pedro
Santos, los doctores Juan Sabureau y Bruno Muñoz; Víctor Naduris
(cuando éramos una cofradía hípica en el corral 11 del Club), Juan
Palma (secretario de jinete), Manuel Velarde y Eduardo Zijl
(preparadores del callejón, desaparecidos, al igual que el callejón), a
los periodistas Vicente Arriagada (de la desaparecida revista El
Ensayo), Esteban Gárate, Julio César Navarrete, Manuel Somarriva y
Sebastián Pavez (¿dónde andará?) siempre cariñosos con nosotros,
igual que los gentiles porteros del Club, entre otros. Un poco más atrás
en el tiempo: Aliro Sepúlveda H. (nuestro primer preparador) y su
capataz, Héctor Duque (el verdadero Tachuela).
372
Mis caballos
374
Reflexión final
377
Dedicatoria especial
378
ÍNDICE
Declaración de intenciones 6
CAPÍTULO PRIMERO
Algo de la Historia de Fernando 9
Haras El Parrón 11
Despedida 17
Un corral de caballos 24
Tachuela y Duraznito 36
Primera oferta 40
Lizama punta a punta 53
La historia de Tachuela 56
Celebrando 60
El Rey 63
Alberto Poblete 66
Fernando conoce a Sebastián 69
Un adelanto de la historia de Sebastián 74
Canales y la residencia, el contraste 80
La voz de la experiencia 84
A patadas en el Chile 86
El que pestañea pierde 88
CAPÍTULO SEGUNDO
Un día cualquiera de agosto del año 1989 91
Algo de la Historia de Sebastián 92
La Candelaria 98
379
Caballos en Quilicura 103
La Reforma Agraria 109
Esos genes… 113
Emerge el “submarino” 117
De viaje por el Norte 119
De vuelta a la cancha 122
En los remates 125
Don Alberto Solari 133
Preparando un caballo 139
Primera vez al partidor 148
Todo reglamentado 150
Las instrucciones 154
Los Siameses 156
En la Facultad 163
Veterinaria y algo más 166
Don Víctor Goldzveig 168
En la clínica del Club 171
Farmacia Centro Hípica 180
En sociedad 182
En contacto con la muerte 186
Zarevich, el primero 189
CAPÍTULO TERCERO
Sociedades y criadero 192
Don Joseph Hamwee 198
Ese antiparasitario nuevo 203
No era tan buen amigo el paisano 208
Otro vecino 212
¿A la pelea o para atrás? 214
La Junta de Comisarios 217
380
El complicado hándicap 219
Clavando a los amigos 223
Cambio de giro 226
Veterinarios especialistas en equinos 229
Sobre preparadores, premios y porcentajes 234
Intentando desfilar en el Parque Cousiño 238
De jinete… 242
Viaje a Perú y castigo a un mal ganador 247
Filosofía del hípico 252
Vuelta a la farmacia y viaje a Estados Unidos 258
El maldito “pero” 264
Oferta en Miami 266
Reencuentro 269
Hípicos, iguales en todo el mundo 273
Aceptando la invitación 280
Balacera en el downtown 286
De las balas, vuelta a Burch & Burch 291
Despedida 297
CAPÍTULO CUARTO
En el criadero 303
Salchicha 316
Abejas y ajos 318
Otra vez a Estados Unidos 321
Epcot Center 329
Bluegrass Farm, Kentucky 331
A Miami los boletos 340
381
EPÍLOGO 344
ADDENDUM
Biblioteca Hípica recomendada 347
Glosario de términos utilizados 350
INDICE 379
382