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El servicio personal

como agente de desestructuración


en el Tucumán colonial
Ana María Lorandi

Siempre hemos pensado que la desvinculación americana de la Argen­


tina y su afinidad por los modelos culturales del Viejo Mundo provienen de-
tres causas fundamentales: por haber sido su proveedor de materias primas
agropecuarias durante agios (lo que creó una dependencia manifiesta), por­
que incorporó la ideología del progreso propia del iluminismo dieciochesco y
de la euforia finisecular europea y porque las nuevas oleadas de inmigrantes
cambiaron la composición demográfica de la pampa húmeda e implantaron
los modos de vida de sus países de origen.
Estas causas son probablemente reales, pero no las únicas. Están pen­
sadas desde el análisis de los fenómenos económicos y culturales de las élites
dominantes en el siglo XJX y dan cuenta de lo sucedido sólo en un sector del
país; es decir, en la pampa húmeda. Pero nuestra nación es más amplia, más
compleja y las diferencias con el resto del continente no surgen en ese siglo,
sino que tienen raíces más antiguas, algunas de ias cuales pueden remontarse
a los tiempos prehispánicos; otras, al período colonial.
Nosotros tenemos también nuestra región andina y, sin embargo, no
hemos logrado integrarnos ni económica ni culturalmente con los restantes
países andinos. Ellos tampoco nos consideran "como uno de los suyos”. La
arqueología puede mostrar que el noroeste argentino compartió en buena

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Artículos, Notas y Documentos,

medida las pautas culturales andinas y la relativa marginalidad con respecto a


los Andes Centrales debería solamente haber mostrado diferencias de grado
similares a las que podemos observar en Ecuador o Colombia, que también se
encontraron alejados de los grandes centros del poder en tiempos del Inca.
En otro trabajo (Lorandi 1985), ya hemos señalado que las dos “fron
teras” del mundo andino son netamente diferentes. Al norte, la fertilidad de
las tierras acogió a una población muy densa y permitió el desarrollo de gran­
des señoríos con capacidad política y económica semejante a los del Perú
central. Nuestro noroeste, en cambio, es menos fértil en términos generales.
La Puna, prolongación del altiplano boliviano, es progresivamente más seca y
salada a medida que avanza hacia el sur, ofreciendo sólo ámbitos de oasis
donde se pudieron acoger a limitados contingentes de población humana,
considerado esto en términos comparativos. Los valles y quebradas que la
bordean son mucho más aptos, pero paulatinamente desembocan en amplias
pampas intermontanas, relativamente secas, que en tiempos prehispánicos
constituían campos de algarrobales explotados por recolección, con una agri­
cultura relativamente más reducida que se recostaba contra las sierras, en los
vallecitos y quebradas transversales más altos.
La densidad de población era menor que en otras regiones andinas y
la economía, eminentemente agrícola, conservaba, sin embargo, un fuerte
apoyo en la recolección. Como consecuencia, encontramos que las estructu­
ras sociales oscilan entre el nivel tribal propiamente dicho y el de pequeños
señoríos, cuyos ámbitos territoriales sólo abarcaban sectores restringidos en
las zonas más fértiles, tales como la Quebrada de Humahuacay los valles de
Hualfín, Calchaquí, Andaigalá y Aconquija. A medida que avanzamos hacia
el sur, la sociedad presentaba una estructura más segmentaria.
Todo este territorio, incluyendo San Juan y Mendoza, quedó bajo el
dominio del Tawantinsuyu. En qué medida estas poblaciones aceptaron o re­
sistieron la invasión cusqueña es un problema que estamos debatiendo. Vin­
culado a esto, también nos planteamos el grado de desestructuración que pu­
dieron sufrir las sociedades incorporadas al imperio. Por lo tanto, no sabemos
si la situación política, relativamente segmentada, que encontramos en los
valles más importantes en tiempos coloniales fue la original o consecuencia
de la estrategia cusqueña para desactivar la resistencia y lograr una implanta­
ción más efectiva en la región.
Las evidencias históricas y arqueológicas —que no podemos detallar
en esta oportunidad— nos inducen a pensar que si bien los incas ocuparon y
explotaron toda la región, debieron recurrir para hacerlo a la instalación de
grandes contingentes de mitmahuna. Una parte de éstos provienen del altipla­
no y la otra, de ciertos sectores orientales del N.O., aquellos que formaban el
Tucumán prehispánico (Lorandi 1980). Es decir, aproximadamente los terri­
torios occidentales de las provincias actuales de Tucumán y Santiago del Es­
tero, que por razones diversas (no muy claras aún) parecen haber acogido y
apoyado la fundación del Imperio en los valles centrales. Una partq de los po-

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Lor and i' Servicio personal

Madores de esos valles pudieron aceptar más o menos dócilmente el dominio


inca, pero existieron grandes bolsones de rechazo, en muchos casos tal vez
manifiesto en forma de resistencia pasiva. No toda la población parece haber
sido organizada para servir regularmente. Las crónicas insisten en afirmar que
estos indios no tributaban al inca, y no quedan rastros de una organización
decimal que diera estructura jurídica a las prestaciones estatales.
Cuando el Tawantinsuyu fue desarticulado por los españoles, el N.O.
argentino retiene posiblemente una parte de los antiguos ntitmakuna, que de­
bieron incorporarse y mestizarse con las poblaciones locales. En consecuen­
cia, como en todo el ámbito del Tawantinsuyu. el mapa etnológico de! nor­
oeste muestra sensibles alteraciones. Después de la caída del Cusco, los con­
flictos entre los que colaboraron con el inca y los que resistieron no hallaron
ya frenos para manifestarse. Por esta razón, o por viejas rivalidades que des­
conocemos, cuando llegan los españoles, las poblaciones de los valles mostra­
ban frecuentes signos de hostilidad entre las diversas unidades políticas que
compartían distintos sectores territoriales. Además, la experiencia previa para
resistir el dominio estatal incaico les permitió iniplcmentar las mismas tácti­
cas contra el nuevo invasor.
La ocupación hispana en este territorio comienza recién en 1550. Las
“entradas” anteriores de Diego de Almagro en 1534 (en camino hacia Chile)
y de Diego de Rojas en 1543 sólo reconocieron la región y sufrieron severos
ataques de los nativos. Es recién a partir de la fecha señalada que Niíñcz de
Prado intenta establecerse, fundando la “ciudad” de Barco que, por dificulta­
des de jurisdicción con Chile y por la hostilidad de los indios, cambia tres ve­
ces su emplazamiento.
Aguirre fundó Santiago del Estero en 1553 y poco más tarde, en
1557, Juan Pérez de Zurita, enviado desde Chile, instala otras tres ciudades:
Córdoba de Calchaquí en el centro del valle homónimo, Londres en las cerca-
nías del actual Belén y Cañete,donde luego se instalaría San Miguel de Tucu-
mán. Una a una estas tres ciudades debieron ser despobladas frente a los ata­
ques de ios indígenas liderados por Juan Calchaquí, curaca principal de To-
lombón (valle Calchaquí). Hacia 1560, este jefe indígena encabeza una rebe­
lión general en la cual se confederan todos los grupos del N.O. e incluso in­
tenta encadenar su revuelta con los chiriguanos y con los incas de Vücabam-
ba. Esta actitud rebelde impedirá el ingreso de los españoles a! valle Calcha­
quí hasta 1664. El dominio hispano deberá consolidarse batiendo la resisten­
cia de cada sector. Es así que Tucumán, Santiago del Estero y Salta son las
primeras regiones donde esta ocupación logra echar raíces. Posteriormente
ocurre lo mismo con la fundación de La Rioja y, poco más tarde, Jujuy, que
libera el paso hacia el Perú por la Quebrada de Humahuaca o por la Puna.
El cinturón “urbano" asegura, de esta forma, el libre paso de carava­
nas y hacia fines del siglo XVI puede concretarse la preocupación del virrey
Toledo por mantener expedito el camino entre Buenos Aires y Potosí. No

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obstante, el centro neurálgico de la región central del noroeste; es decir, los


valles calchaquíes. continuará acérrimo en su resistencia y, a pesar de circuns­
tanciales apoyos de algunos grupos del valle que tratan de utilizar a los espa­
ñoles para dirimir sus propios conflictos, la Corona no logra liquidar a sus
enemigos interiores y afirmar su jurisdicción en estos valles hasta 1664. Hacia
ya mucho tiempo que el sistema colonial se había consolidado más al norte.
Teniendo a la vista este panorama general, podemos abordar la situa­
ción cotonía] en el sector central del N O., ámbito generalmente conocido
como área diaguita. Debemos partir de la base de que la mayor parte de la
sociedad incorporada al sistema colonial estaba constituida por unidades
fuertemente segmentarias o bien integradas en jefaturas poco abarcativas,
tanto por su expansión territorial y demográfica como por su poder político,
Al mismo tiempo, debemos considerar que los sectores de Tucumán que más
rápidamente aceptaron el dominio colonial parecen haber sido los que tam­
bién acogieron con beneplácito a los incas, con quienes colaboraron en el cui­
dado de “esa fronteraM(l) (Lorandi 1985). El resto se mantiene expectante y
provocando en ocasiones rebeliones generalizadas (1630-1643). Otros, final­
mente, resisten durante 130 años.
Todos los grupos étnicos diaguitas comparten una característica co­
mún; no disponen de grandes excedentes, y es por ello que la aplicación de
los mecanismos de explotación hispana tendrá que adecuarse a esta realidad.
Para comprender mejor las particularidades regionales (y dentro de ellas los
micro-procesos) es útil recordar primero algunos elementos que caracterizan
Las formas del dominio hispano en el Alto Perú y confrontarlos con los nues­
tros.
La mita fue organizada definitivamente en esa zona por el virrey To­
ledo a partir de 1570, con el propósito fundamental de servir en las minas de
Potosí. El interés por el mineral hará que la Corona concentre su preocupa­
ción por consolidar y fijar a las poblaciones en territorios bien delimitados.
La mayoría de Los grupos étnicos afectados a la mita potosina, aunque tem­
pranamente encomendados a particulares, fueron pasando luego a revertir en
“cabeza del Rey”. Con estas dos medidas no se evitó totalmente la dispersión
de los indígenas que continúan conservando sus patrones de ocupación del
espacio (el éxito de las reducciones toledanas continúa siendo motivo de po­
lémicas), ni la competencia entre los intereses de la Carona y de los azogue-
ros con otros intereses privados que trataban de explotar la mano de obra
en provecho propio. Nos referimos a los agentes intermedios, tales como co­
rregidores y curas, que en muchos casos fueron factores de desestructuración
comunitaria. Si bien se produjeron todo tipo de desviaciones y abusos, las
ordenanzas reales tendían a preservar la comunidad, al menos en sus niveles
de base —el aylht — en su estado tradicional. A pesar de la brutalidad del tra­
bajo en los socavones y su consecuencia en la fuerte caída demográfica, la
persistencia de las comunidades como tales dejó abierta ciertas opciones para
intentar algunas estrategias adaptativas, aunque a costa de modificar algunas

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pautas culturales, que impidieron de todas maneras su disolución definitiva.


Numerosos trabajos han analizado recientemente una gran variedad
de estrategias indígenas, que abarcan desde el accionar de ios curacas como
pieza clave en el sistema de articulación entre la sociedad hegemónica y la
subalterna hasta las de la población en general, que comunitaria o individual­
mente ponen en evidencia su flexibilidad y la voluntad de adaptación a las
nuevas circunstancias, tratando de recomponer, al mismo tiempo, la cohesión
social interna dentro de ciertos patrones tradicionales (Saignes 1984). En
otras palabras, la comunidad puede variar su composición en cuanto a su nú­
mero y a la identidad de sus miembros, pero el modelo de base se conserva
gracias a su capacidad adaptativa, De esta forma, el modo de producción co­
munitaria y un cierto margen de autogestión sobre sus efectos políticos, per­
sisten a través del tiempo.
E! sistema de dominio colonial, en especial el que se organiza en tor­
no a la mita potosiqa. favorece que el control de la producción doméstica y
la reproducción social, en el sentido de Melliassoux (1985), queden en la es­
fera de responsabilidad comunitaria. La producción agrícola de los nativos y
la de los hacendados subsidian la explotación del Cerro, permitiendo que el
empresario de minas pague un jornal muy bajo por la mano de obra que se le
asegura a través de la mita. Sin duda, esto provoca el empobrecimiento pro­
gresivo de la comunidad doméstica, que ve reducido el concurso de mano de
obra para el laboreo de sus propias tierras y que está obligada a destinar parte
de su producción (afectando a veces la subsistencia) al pago de los tributos y.
al mismo tiempo, a sostener parcialmente a los mitayos y a sus familias mien­
tras cumplen sus turnos en la mina.
A pesar de esto, los diversos recursos y estrategias individuales o co­
munitarias permitieron limitar en parte los efectos nocivos del sistema (del
Río 1987) y los resultados están a la vista, puesto que la comunidad persiste
en la región, aunque ahora se trate de una comunidad campesina y su estruc­
tura política y su capacidad de autogestión resulten diferentes a las originales.
¿Qué sucede en cambio Cuando se acumulan factores que tienden a la
desestructuración de la comunidad, como sucedió en ei Tucumán colonial?
Desde el punto de vista de Jos intereses hispanos, el noroeste argenti­
no, en general, se presentaba como una sociedad con mayor segmentación
política y con menor capacidad excedentaria. Por lo tanto, el interés por la
zona es más limitado y el tipo de explotación que se organiza estará condicio­
nado por los factores mencionados..
La Corona se ocupa mucho menos del Tucumán que del Alto Perú.
Sólo interesa como ruta hacia Buenos Aires y como zona económica subsidia­
ria de los grandes centros neurálgicos del sistema colonial. Tucumán tendrá
entonces un rol importante en el mercado interno a nivel regional, pero de­
pendiente de una explotación vinculada al mercado externo. En consecuen­
cia, sufrirá los efectos de las fluctuaciones de ese mercado del cual depende
indirectamente para colocar su producción.

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La región quedó bajo la tutela de un gobernador y los indios fueron


totalmente repartidos en encomiendas privadas (con pocas excepciones). Los
controles institucionales resultaron así poco efectivos y las desviaciones res­
pecto a las ordenanzas reales mucho mayores que en las zonas centrales. El
poder político de los curacas era comparativamente menos importante y, en
general, parecen haber estado menos aculturados para participar de una orga­
nización jurídica y administrativa más compleja. Como resultado veremos
que tendrán un rol menos activo como articuladores sociales. El sistema es
tan opresor que deja poco espacio para estrategias adaptativas que tiendan a
defender la cohesión de la comunidad.
Nuestro análisis se focalizará sobre aquellas variables que fundamen­
talmente afectan al sistema de producción y reproducción social, en el senti­
do de Melliassoux (1985). De hecho, la desestructuración conducirá a la for­
mación de una sociedad que tendrá que soportar las consecuencias de una
aculturación limitada dentro de los parámetros permitidos por el grupo hege-
mónico (Rodríguez Molas 1985), y que ayudará a perpetuar la diferenciación
social, aunque pasando de una sociedad de castas a otra de clases. Finalmen­
te, veremos que todo este proceso provocará una crisis de identidad (Barth
1979; Cardoso de Oliveira 1977), crisis que está vigente y eclosiona en el mo­
mento actual.
EL TUCUMAN, SOCIEDAD DE FRONTERA
Ya desde la época incaica, el Tucumán fue visto desde el Cusco como
una frontera, en parte por la distancia, en parte por la resistencia que opusie­
ron los diaguitas. El estado de rebelión que perdura hasta más allá de media­
dos del siglo XVII explica que también desde la Lima virreinal se lo conside­
rara de la misma manera.
Así como a los incas les interesó dominar el Tucumán a la vez por sus
riquezas intrínsecas (productos y mano de obra) y como acceso a Chile, para
los españoles era en primer Lugar el único camino posible hacia el Atlántico.
Las ciudades se establecen como postas de ruta y cada una se erige a costa de
muchas vidas y exigiendo a los pioneros una cuota de sacrificio personal. Era
una empresa de mayor riesgo y aquí llegan los que no encuentran lugar en el
Perú. EL acecho de los indios de la sierra desde el oeste y de los del Chaco
desde el este obliga a mantener constantemente dos frentes de guerra. La si­
tuación de inseguridad es generalizada. El virrey Toledo no puede ampliar
hasta aquí la orden de visitar y tasar a los indios. No puede aplicar su política
de “reducciones” de pueblos. En este sentido, el modo de explotación de la
mano de obra permanece durante 150 años en el mismo estado en que el Pre­
sidente La Gasca encontró al Perú hacia 1548.
La prohibición del uso ilimitado del servicio personal de los indioses
reiterada una y mil veces, pero nunca acatada. Por el contrario, las ordenan­
zas de 1576 del gobernador Gonzalo de Abrcu legalizan el sistema. Posterior­

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mente, las del visitador Francisco de Alfaro tratan de eliminarlas, pero sin
éxito. La Corona y la Audiencia de Charcas, en cuya jurisdicción se encontra­
ba Ja provincia, inundaban la región con papeles y ordenanzas, pero no dispu­
sieron de los medios concretos para aplicar su autoridad ni su justicia.
El Tucumán estaba regido por un gobernador, sobre el cual recaía la
mayor responsabilidad en la conducción de los destinos de la zona (o se atri­
buía más autoridad de la que legalmente le correspondía). Recibía instruc­
ciones precisas sobre la política a aplicar, empero generalmente no Jas cum­
plía o difería su ejecución. Los conflictos entre los gobernadores Cabrera.
Abreu y Lerma finalizaron en muertes violentas:
“. , . parece que en esta tierra no conviene dar libertad y dejar la
mano para que los particulares entiendan que pueden quitar y poner
justicia, corregidores y gobernadores cuando quisiesen. Acabándose
el tiempo ahora este año de su producción se le tomará residencia (al
Gob, Abreu) y por ello parecerá lo que deba hacer , . ,”(2V
Las acusaciones de unos a otros reflejan la brutalidad y arbitrariedad
de sus conductas, y no sólo con los indios, sino también con los propios es­
pañoles. Discrecionalidad y arbitrariedad en el manejo de los fondos públicos
y de la justicia, intervención abusiva en los asuntos y bienes individuales, dis­
tribución nepótica de tierras y encomiendas, son algunas de las particularida­
des que caracterizan la historia del Tucumán en los siglos XVi y XVII. Al
consultar la abundante documentación sobre el tema, se tiene la sensación de
que la región se comportaba como un far-west; es decir, como una verdadera
frontera, donde los valores de la sociedad y la sociedad misma pierden su
norma tividad. Fue en realidad una sociedad de marginales.
Cada nueva fundación y !a lucha contra los indios fueron empresas
privadas, cuyos costos recaían sobre las finanzas de los colonos, siguiendo Las
pautas medievales de la guerra contra los moros (Morell Peguero 1978). El
Cabildo de Santiago del Estero escribe una extensa presentación ante el Rey.
destacando los méritos y sacrificios de la ciudad y pidiendo mercedes espe­
ciales a fin de obtener bienes adicionales que permitan retener a la gente en
la tierra. En 1586, el gobernador Juan Ramírez de Velasco decide dotar con
encomiendas a las mujeres pobres o, huérfanas como anzuelo para atraer a
hombres que se afinquen en Tucumán. Resulta difícil atraer a nuevos colo­
nos o impedir que se vayan "... siendo la tierra tan pobre.... como no se
cansan de clamar. Hacia 1605, sólo quedaban en el Tucumán tres de sus pri­
mitivos conquistadores (3).
La pobreza de la tierra parece estar en la base de las miserias visibles
en la conducta social. Y también en la irracionalidad que se manifiesta en las
relaciones de producción. Son bien conocidas las andanzas del obispo Vito­
ria, traficante de esclavos, que realiza además la primera exportación de teji­
dos producidos por la mano de obra servil (Rodríguez Molas 1985:78). El
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gobernador Ramírez de Ve lasco lo denuncia como mercader, afirmando que


se fue a Perú llevando sesenta negros que le trajeron de Brasil y 1500 vacas
de la gobernación!4). Las ganancias del obispo, según parece, se obtenían en
buena medida negociando con situaciones irregulares que estaba obligado a
corregir, tales como amancebamientos, hechicerías, malos tratos a los indios.
El gobernador debe intervenir y casar compulsivamente a esos españoles mar­
ginales para evitar el escándalo público!5).
Es siempre este mismo funcionario quien hace justicia por su mano,
quemando hechiceros que confesaron sus prácticas “... algunos viejos de 60 y
80 años o castigando a españoles por homosexualidad (entre ellos a un
sacerdote). Es más, en las Probanzas de Hernán Mexía Miraval se afirma que
se le concedió poder para castigar a los indios por propia mano, ejecutándo­
los. cortándoles la nariz, los pies o azotándolos allí donde los encontraran.
El mismo clima de abusos y arbitrariedad se denuncia por ejemplo
en los cargos que hace el gobernador Hernando de Lerma a su predecesor
Abreu(7). La acusación 48 consigna que Abreu envió a 140 indios a Mizque,
entre ellos niños y muchachos, para poblar tierras que pertenecían a su primo
Alvaro de Abreu. En el cargo 44 se menciona que el gobernador protegió a
un tal Diego Núñez que había robado a la hija de un vecino honrado; en el
49. que había dado en encomienda a la hija de su primo a los indios de So­
concho y Manogasta (que habían estado en cabeza del Rey) y hecho otros
repartimientos a sus deudos y amigos. Se lo acusa de vida licenciosa con mu­
jeres indígenas, juegos de azar y hechicerías.
La situación de pobreza aparece profusamente en los papeles colonia­
les. En la Probanza de Alonso de Abad, hecha en Santiago del Estero entre
1585 y 1589, se afirma que la pérdida de vidas y bienes ha sido muy grande
en los 35 años que transcurrieron desde la llegada de Núñez de Prado. Queda
claro también que los 60 hombres que llegaron con él a Tucumán no habían
recibido nada en el Perú. Ya hemos visto que, a medida que se acaban los
grandes repartimientos en la zona andina central, las autoridades fomentan la
conquista de nuevas regiones para eliminar de su seno a tantos aspirantes a
riquezas que habían visto frustradas sus expectativas. Trasladan o exportan al
Tucumán a una población que podría ser foco de conflictos intestinos, debi­
do a su niarginación en el reparto general. Para favorecer el interés por las
nuevas conquistas, la Corona emite en 1573 una Cédula Real reglamentando
los adelantazgos(S). Entre otros beneficios se consigna que los adelantados
podrán encomendar a los indios vacos por dos vidas en las ciudades españolas
que ya estuvieran pobladas "...y en las que se poblasen por tres vidas dejan­
do ios puertos y cabeceras para nos..."(9). Ramírez de Velasco pedirá en
1596 mercedes especiales basándose en el Item 60 de esta Cédula,
donde se establece que sí se hacían tres fortalezas los adelantados tendrían
derecho a perpetuidad del titulo, podrían tomar para sí una encomienda en
cada pue­ blo y otras para sus hijos legítimos e incluso, si éstos no
existieran, para sus
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hijos naturales. Esta disposición es por demás interesante y marca singular­


mente a esta sociedad local. Los hijos naturales, mestizos en su mayoría,
sobre todo si son criados y educados en el hogar del padre, se transforman
así en miembros legítimos de la sociedad.
En la primera época fue notoria la escasez de mujeres españolas y la
ausencia de hijos legítimos creaba problemas en las sucesiones de encomien­
das y mercedes de tierras. ¿En qué medida esta forma de legitimar a los mes­
tizos, hijos de gobernadores y adelantados, se expande a! resto de los miem­
bros de la comunidad colonial? ¿En qué medida estas disposiciones alientan
el mestizaje para consolidar los derechos de los españoles en estas tierras? En
la primera etapa de la colonización hay pocas referencias a mestizos, a menos
que vivan entre indios y se destaquen especialmente, como es el caso de Luis
Enríquez. teniente de Pedro Bohórquez en el último período de la guerra
calchaqu í.
Por todo lo dicho, la situación local es particular. Mientras Perú entra
en una etapa de organización, el Tucumán espera ser conquistado y coloniza­
do. Ya vimos la precariedad de la vida en las ciudades en esos años. Loslule
atacan desde las llanuras y Los españoles perecen de hambre. Deben ira Chite
a traer algodón, trigo, vacas, ovejas, cabras y a un sacerdote. Y este proceso
no se detiene con sólo fundar nuevas ciudades. San Miguel es atacada e incen­
diada dos veces; lo mismo le sucederá a La Rioja ya bien avanzado el siglo
XVII. Mientras tanto, el oro y la plata no aparecen por ninguna parte .
Es así que reiteradamente piden mayores franquicias: encomiendas
por dos vidas, que se dé escala franca a los mercaderes que vienen desde el
Río de La Plata (lO), que se otorguen encomiendas a los primeros conquista­
dores que no las tengan o que las perdieron en los Conflictos con los goberna­
dores, que se otorguen también a las mujeres (11) para fijara nuevos residen­
tes. Es más, en una carta a S.M. del Cabildo de Santiago del Estero (12)
de 15S6 se solicita autorización para que las encomiendas pasen en
herencia a sus segundos hijos, hijas mujeres solteras o viudas, porque éstas
quedan sin nada para sustentarse. Al mismo tiempo se aconseja que en todo
caso se pue­ da sacar la décima parte de los indios de una encomienda y
darlos a aquellos miembros de la familia que no están en condiciones legales
de heredarla, De esta forma, las estancias y fincas dispondrán de mano de
obra inhallable por cualquier otro medio. De hecho, ésta era una práctica
corriente, tan sólo se trataba de legitimarla.
Sin duda, el sistema de encomiendas y mercedes tendía a concentrar
estos recursos en pocas manos, en tanto prevalecía el mayorazgo. Pero las
rentas reducidas de cada unidad económica no permitían a sus usuarios soste­
ner una “clientela” numerosa, tal como podía hacerlo un señor feudal euro­
peo o algunos de los grandes encomenderos del Perú. Los segundones y las
solteras no tenían acceso a recursos ya que la falta de numerario circulante
tampoco facilitaba la asignación de dotes. El sistema neo-feudal, entonces,
debía ser modificado para adecuarse a esta realidad de frontera. Toda la

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mano de obra era tributaria y estaba atada a tai sistema. De esta forma no
quedaba fuerza de trabajo disponible recurriendo a otros tipos de relaciones
de producción. Además, los hombres morían más que las mujeres a causa de
las guerras, y el peligro constante no era aliciente para quedarse ni tentación
para venir. De allí que Ramírez de Velasco trate de legalizar estas “irregulari­
dades” que no obtuvieron aprobación oficial, pero que de hecho no dejaron
nunca de practicarse.
Y las mencionadas no fueron las únicas argucias para sortear el pro­
blema. Una encomienda no podía ser legalmente otorgada en dote. No obs­
tante, así lo hace Ramírez de Velasco con las huérfanas y pobres! 13), y hasta
mucho más tarde estas dotes se realizan por acuerdos entre particulares. Unas
veces la entrega se disimula haciendo dejación de la encomienda y solicitando
que le sea otorgada al pretendiente(14); otras esto queda registrado directa­
mente en los contratos de matrimonio!15). En uti caso se consigna el acuer­
do del heredero, Juan de Mena, hermano de la novía(ló),
Por otra parte, la situación demográfica de los grupos indígenas enco­
mendados era débil. Las pestes, las luchas contra los indios rebeldes y la
crueldad de! trabajo los habían diezmado. Son escasas Las encomiendas que
superan los cien indios. Ramírez de Velasco sostiene que los encomenderos
gastaban más de lo que podían y que para paliar esta situación sobreexplotan
a los tributarios. Por ello solicita autorización para introducir esclavos. Cada
gobernador trataba de paliar los efectos de las arbitrariedades de sus predece­
sores haciendo nuevos repartimientos y dando a sus parientes y allegados lo
que les quitaban a otros.
Según parece, una de las mayores causas de la baja demográfica fue la
huida de los indios o su traslado y posterior abandono en las terminales de las
rutas de comercio. Ramírez de Velasco, una vez más, sostiene que faltan más
de diez mil indios en la gobernación y que algunos son vendidos por paños o
sedas en Potosí. Exige que se haga registro de los indios que se sacan de la
provincia. Las encomiendas de Soconcho y Manogasta, puestas en cabeza de
S.M., habian disminuido notablemente. De 800 censados originalmente, que­
daban sólo 280 indios en 1585, y el gobernador reclama su renta para solven­
tar los gastos de la guerra y para mantener a su familia. Sostiene que, además,
nada se puede comprar en la ciudad y que sí los indios no le tributan, no se
puede siquiera comer,
". . . porque en esta tierra no come si no es quien tiene indios porque
con ellos siembran y crían lo que han de comer y no hay plaza por no
haber moneda ni oro ni plata en la tierra y así el Gobernador si no
tiene indios no puede vivir . . . ”
Ante el fracaso reiterado en la búsqueda de minas rentables y ante la
evidencia de que el sueño de otro Potosí era siempre esquivo, el Tucumán no
pudo autogenerar un eje productivo y social que justificara su existencia

H4 Revista Andina, aña 6


Lorandi: Servicio personal

autónoma. Los sueños de Ramírez de Velasco acerca del cerro de Famatina,


en La Rioja, ilustran la relación entre la producción minera, la organización
del trabajo y su impacto en la preservación de la comunidad. Denuncia cons­
tantemente los abusos en el servicio personal de los indios, pero reconoce al
mismo tiempo que la pobreza de la tierra no deja otras opciones. Imagina el
sistema para explotar Famatina, proponiendo paso a paso la organización de
la mita, acompañando su carta con un sumario padrón de indios. Esto mues­
tra a las claras que si el eje de la prosperidad era el oro, indirectamente la pre­
servación de la comunidad descansaba en un mecanismo de trabajo por tur­
nos bien organizado, como sucedía en el Perú. Ramírez de Velasco lo había
comprendido muy bien. En el Tucumán, la pobreza y la inestabilidad no per­
mitían el desarrollo de un mercado interno importante; su producción textil,
pabilo, cera, grana, ganado, miel y vino se destinaban a Potosí o Chile en
gran medida Su función principal era abastecer el tráfico entre Buenos Aires
y el Alto Perú; en otros términos, mantener operable una ruta por donde
transitaban riquezas importadas que podían consumir en niveles mínimos.
Casi un siglo después, la situación típica propia de una sociedad de
frontera no parece haber cambiado sustancialmentc. En primer lugar, porque
la guerra se mantenía en ambos frentes, el occidental y el oriental. Su conse­
cuencia inmediata era la generalizada sensación de inseguridad y, tal vez, pro-
visionalidad de los establecimientos españoles. Por otra parte, la mano de
obra disponible discrecíonalmente se hacia cada vez más escasa y, a pesar de
los esfuerzos de las autoridades, los abusos no cesaban. En el Informe que
presenta el gobernador Don Alonso de Mercado y Villacorta antes de partir
para su nuevo destino en Buenos Aires se consigna que,durante su visita a las
ciudades y con referencia a una serie de asuntos, tales como la tutela de me­
nores, rentas de los hospitales, cajas reales, administración de justicia, etc., se
constató que:
. . y aunque quedó bastante ajustado el intento por ser los excesos
muchos, continuado el desorden y casi imposible repararlo (.. ,)por
ser grandes los fraudes y agravios contra la hacienda de los pobres y
menores que tiene instroducidos maliciosamente la costumbre”. Y
más adelante afirma que . . los pleitos continuos de la provincia
gastan las amistades y haciendas de los vecinos . . . ” y que se hace
“mercancía del uso de los oficios .. .”(17).
Mercado y Villacorta se queja, además, de las irregularidades en la ad­
ministración de justicia y dice que en muchos casos las personas elegidas para
esos cargos carecen de la competencia y la equidad necesaria para ejercerlos.
Los vecinos feudatarios eran pocos y sus rentas, reducidas. A la ex­
plotación brutal del indígena debe sumarse, entonces, el deseo de obtener
ventajas los unos sobre los otros para arrebatarse indios o tierras. Los indios
porque eran relativamente escasas; las tierras buenas y alejadas de pueblos

No. t, Julio 1988 145


Artículos, Notas y Documentos

combativos también lo eran. Este ese contexto que caracteriza sumariamen­


te el modelo de economía y sociedad colonial de la región y constituye el
marco histórico en el cual se articulan las relaciones de producción entre
indios y colonizadores.
DEMOGRAFIA DE LA REGION
Con excepción de la Quebrada de Humahuaca y del valle Calchaquí,
no existía otra zona con densidad demográfica y nivel productivo suficiente
para que cada comunidad nativa pudiera satisfacer a los encomenderos. Y de
estas zonas, el valle Calchaquí permanece inconquistable hasta 1665. En 1596,
el gobernador Ramírez de Velasco calcula que en la región había 56,500
indios de mita, distribuidos de la siguiente manera: 20 mil en Todos los San­
tos de la Nueva Rioja, 12 mil en Córdoba, 8 mil en Santiago del Estero. San
Miguel, Tatavera y Salta tienen 5 mil cada una, 3 mil San Salvador de Velasco
(Jujuy) y 500 Nueva Madrid. Esto elevaría la cifra total de población nativa a
282,500. No sabemos si el valle Calchaquí está incluido en este cálculo.
En 1607, el gobernador Alonso de Ribera realiza otro padrón general
estimativo, pero observemos que sus cifras, que incluyen el total de pobla­
ción, sólo alcanzan a 87,600 nativos de todas las jurisdicciones (las mismas
que las del padrón anterior). Esta diferencia puede deberse a un notable des­
censo de población, pero también hay dificultades en los cálculos. Por ejem­
plo, en Santiago del Estero, donde consigna 4,729 indios de doctrina, agrega:
"...sin el servicio personal, y los que sirven de la dicha gruesa son muchos menos
porque se descuentan los curacas principales, fiscales y viejos reserva dos ...". De
modo que no queda claro cuántos hay en dicho servicio perso­nal y cuántos
reservados que no han sido censados. Por otra parte, advierte que éstos son
los que sirven, el resto está de guerra. Empero, algunas veces parece
contarlos, otras sugiere que hay más, aunque no dice cuántos.
Es interesante advertir que el padrón de 1607 trae una lista de mag­
nitudes de encomiendas que corresponden a cada ciudad. Vemos que ningu­
na alcanza a tener 250 indios, siendo la mayoría de menos de 50 y no pocas
de menos de dos cifras (8). Lo cierto es que la mayoría de esas encomiendas
no rinde los frutos esperados. Muchas de las más grandes probablemente son
de indios de guerra que nunca han servido. En el caso de los calchaquí no
quedan dudas al respecto. Las encomiendas de indios de guerra fueron con­
cedidas con generosidad, a la espera de que el feudatario agraciado se dispu­
siera a emprender su conquista.
En una carta del gobernador Barraza y Cárdenas, de 1604, se confir-
ma que "... los encomenderos no saben cuántos indios tienen...". En gene­
ral, agrega, no asisten o huyen, y tienen que ira a "... cazarlos como a vena­
dos..." (9). Muchas de las “entradas” al valle Calchaquí para “pacificar” a los
indios fueron, en realidad, expediciones de caza para conseguir la tan
anhelada mano de obra.
14fi Revista Andina, año 6
Lorandi: Servicio personal

El padrón de 1607 consigna también que en la dudad de Talavera


hay “soldados” (20) que tienen indios en servicio personal, aunque éstos no
tienen derecho a disponer de encomiendas. Empero, la situación allí es tan
critica y es tan necesario sostenerla para el tráfico con Perú que se admite sin
ambages esta irregularidad.
En las Cartas Anuas, los padres Juan Romero y Gaspar Monrroy con­
signan en 1603 que en el valle Calchaquí habría 2,500 indios, o sea 6 ó 7 mil
almas, y una cifra similar para La Rioja (21). Estos serian los cálculos más ba­
jos para estas regiones, pero no los únicos. (Por otra parte, habría que saber
qué entienden estos padres por valle Calchaquí: si el conjunto actualmente
denominado valles Calchaquí y Santa María, o sólo una porción propiamente
dicha calchaquí, cuya cabecera sería Tolombón.) En otra carta se habla de
9 mil a 10 mil infieles para Calchaquí (22).
En la presentación que Pedro Bohórquez hace de los indios que pue­
blan el valle se llega a la cifra de 3.540 indios de guerra, o sea 16.760habitan­
tes. A éstos deben sumarse los paccioca y los putares, que no acompañan a
Bohórquez cuando va al encuentro del gobernador Alonso de Mercado y
Vitlacorta en Pomán, en la actual provincia de Catamarca, y que por lo tanto
no están inscritos en la lista que se encuentra incluida en los Autos del proce­
so a Bohórquez. Vemos que, a pesar de esas lagunas, la cifra es importante
porque muestra una considerable densidad de población. En general, en los
Autos aparecen diversas estimaciones, que oscilan entre 20 y 16 mil almas
para el valle. El gobernador Luis de Cabrera y Figueroa estima en 6 mil los
indios en el tiempo en que Bohórquez salió del valle, quedando 2 mil en seis
u ocho pueblos rebeldes, lo que significa que al menos 4 mil han desapareci­
do, entre muertos y desnaturalizados durante la última guerra (23).
Como vemos, a pesar de las discrepancias y de las dudas que suscitan
los cálculos (en algunos casos se considera al sector pular; en otros, la mayo­
ría, cuando se habla de Calchaquí aquéllos quedan afuera), la población era
considerable, pero con densidad menor a la del altiplano. De todas formas no
debemos olvidar que se trata de estimaciones y no de auténticos padrones, de
modo que no sabremos nunca con exactitud cuántos eran y realmente cuán­
tos servían a sus encomenderos. No debemos olvidar tampoco que la ausen­
cia de padrones refleja el desinterés de la Corona por disponer de este valioso
instrumento de control demográfico y político. La Corona sabe, sin duda,
que la región es a veces “tierra de nadie”, pero no quiere o no puede aportar
soluciones efectivas para evitar las nefastas consecuencias de la voracidad de
los colonos.
LAS PRESTACIONES DE LOS INDIOS
En principio existen las mismas categorías de servicios y status en las
relaciones de producción que las que vimos en el Alto Perú. No obstante.

No. 1, Julio 1988 147


Artículos, Notas y Documentos

ante la ausencia de minas, no hay una organización ni reglamentación de la


mita minera. La encomienda, por su parte, presenta carácter particular. Los
indios no están tasados y, en general, no pagan tributo que provenga de la
explotación de sus tierras comunales. La única excepción tributaria a esta si­
tuación es el trabajo de las mujeres en los obrajes textiles. Tenemos registros
de indígenas que participaban en las caravanas comerciales entre Buenos
Aires y Potosí y algunos datos, escasos todavía, respecto a oficios diversos.
El yanaconazgo como tal estaba poco difundido y ocultaba bajo ese nombre
una modalidad privilegiada de servicio personal, ya que sus beneficiarios no
pagan necesariamente el tributo que debían por estos servicios.
El trabajo de los indios, en realidad, consistía en una superposición
de obligaciones que debían cumplir mediante la llamada mita al encomende­
ro. Las razones que explican esta situación son variadas. Los indígenas no
siempre parecían disponer de capacidad excedentaria suficiente para pagar
tributo. Por otra parte, en ciertas zonas los habitantes semisedentarios no es­
taban en condiciones de lograr este excedente. En el caso de los lule reduci­
dos en Talavera, por ejemplo, son considerados como
. . indios nuevos (. . .) y no dan aprovechamiento ninguno más del
servicio personal y si alguno dan es con industria y trabajo y orden de
su encomendero que de su voluntad y natural no acuden a cosa desto
por indios nuevos y bárbaros . . .”(24).
Quedan no obstante, entre otros, los indígenas de Calchaquí, de la
Quebrada de Humahuaca y de la Puna. Los primeros no fueron conquistados
totalmente hasta 1664. Los otros, que entran en servicio a fines del siglo
XVI, no siempre responden a los patrones de los valles centrales, pero tampo­
co se ajustan estrictamente a los del Alto Perú. Un mejor estudio de la situa­
ción en el extremo norte del país aclararía estas posibles diferencias que co­
nocemos en forma incompleta.
Sería tedioso incorporar en este texto las innumerables citas en las
cuates se consigna que no hay padrones ni tasa de los indios del Tucumán. Lo
mismo sucede con respecto a los argumentos para sostener la necesidad de
mantener el servicio personal. La situación se considera siempre caótica e in­
controlable, a tal punto que las Ordenanzas de Gonzalo de Abreu, de 1576,
que aparecen como contradictorias con la legislación virreinal para el Perú,
traían, no obstante, de poner un cierto orden en estas prestaciones (25).
Los indios tendían a conservar un hábitat parcialmente disperso. En
este sentido, en la 1a Ordenanza, Abreu exige que los encomenderos, ... por
sus propias personas, o criados españoles o yanaconas...” obliguen a los
indios a reducirse en un pueblo y que se les respeten las fiestas de guardar y
los domingos, penando a quien los ocupase en dichos tiempos. De hecho, las
denuncias muestran que el trabajo obligatorio no se interrumpía jamás (Ro­
dríguez Molas 1985: 201-217).
De acuerdo con las reglas generales, Abreu también exige que los

148 Revista Andina, año 6


Lorandi: Servicio personal

indios hagan sus propias sementeras, y para ello deben respetarse los perío­
dos en los cuales deben realizarlas, no cargando a los indios con otros traba­
jos, ¿Qué sucede cuando esto no ocurre así? Como veremos, el indio trabaja
el tiempo completo en tierra del feudatario o en otros menesteres que éste le
asigna. Su vida comunitaria es ilusoria. Encontramos así el primer eslabón de
desestructuración social. Se puede suponer que en muchos casos no debió
producir siquiera para la autosuficiencia, si bien en principio esto se respeta­
ba para evitar gastos. El indio, por regla general, sólo comía lo que producía
por sí mismo. No obstante, en parte pudo ser más rentable para el encomen­
dero darle de su propia comida y conservar al indio en sus obligaciones para
con su persona. Si nuestra ainterpretación no es errónea, esto surge parcial­
mente de la Ordenanza 16 . Por otra parte, las mujeres ocupadas todo el
tiempo en hilar y tejer no pueden socorrer a sus maridos. Además de los ma­
les que esto acarrea en el sentido de la morbilidad y desasosiego individual,
debemos considerar sus efectos en la vida comunitaria e incluso en la propia
reproducción biológica de la sociedad, tal como lo hemos señalado al comien­
zo de este artículo.
Sabemos que, en buena medida, los naturales del Tucumán tenían
pautas similares a las de los otros pueblos andinos. Sabemos, entonces, que la
reciprocidad de las prestaciones simétricas (entre los miembros de la comuni­
dad) y de las asimétricas (con el curaca) están en la base de la reproducción
de las relaciones sociales. Es probable que muy poco de esto haya podido
perdurar a lo largo del tiempo, si bien estas solidaridades fueron al fin y al
cabo el único recurso de que disponían para no perecer. Pero no es sólo el
problema de la subsistencia en sí misma. Están las fiestas, cuando se consoli­
dan las relaciones sociales en todo nivel. Aun cuando pudieran escapar al
control de los sacerdotes y de las autoridades y realizar estas fiestas, la posi­
bilidad de reunir en ellas a todos los miembros pudo llegar a transformarse
en una utopía. La comunidad se dispersa en tanto muchos de sus miembros
son trasladados a haciendas alejadas de su lugar original de instalación, son
llevados a la ciudad u obligados a viajar por períodos muy largos. Por otra
parte, Abreu es claro en este punto; tales fiestas estaban prohibidas (Orde­
nanza 19a). En suma, el indio sufre desde muy temprano los fuertes efectos
de la deculturación como correlato inevitable de la desestructuración.
Las Ordenanzas 8a y 9a reglamentan la mita al encomendero. Co­
mienza a los quince años y se prolonga hasta los cincuenta (como vemos, co­
mienza tres años antes que en Perú). El encomendero puede traer a !a ciudad
a la décima parte de sus indios para servicio de sus casas, el recojo de leña y
otros menesteres, asi como para el trabajo en las chacras próximas al ejido
urbano. Los indios restantes, por mitades, son obligados a acudir a las otras
propiedades de sus feudatarios, donde éstas se encuentren. En principio siem­
pre debía quedar un número considerable en sus asentamientos con el fin de
atender sus propias tierras y otras actividades necesarias a la subsistencia del
grupo, pero, como veremos, esto es relativo.

No. 1, Julio 1988 149


Artículos, Notas y Documentos.

Imaginemos una encomienda con cien tributarios (que no son las más
frecuentes, por otra parte). Diez de ellos, o veinte en tiempos de siembra y
cosecha (según la Ordenanza), deben acudir a la ciudad. De los ochenta res­
tantes, cuarenta trabajan alternativamente en otras propiedades del feudata­
rio. No se tiene en cuenta que algunos han sido sacados en forma permanente
para atender el servicio doméstico, ni los viajes comerciales que los retienen
fuera del pueblo, a veces por varios meses. Las mujeres, como veremos, traba­
jan todos los días del año. En suma, quedan muy pocos para asegurar el ali­
mento del grupo, tal cual se espera que lo hagan, efectuándose de esta forma
la reproducción social con las consecuencias que ya hemos señalado (ver
Melliassoux 1985). En la práctica, todos son usados simultáneamente, sin
respetar los turnos.
En los casos de encomiendas que están en cabeza de Su Majestad hay,
en cambio, ciertos tributos, en especial algodón. Soconcho y Manogasta (que
están en Santiago del Estero) valen mil pesos al año, pero "... han de tener
un hombre sobre ellos que los haga trabajar porque es gente haragana e
incapaz de obedecer ni tienen cacique y por esto no hizo caso de ellos el
Inga...” (26).
La única parte del tributo convertible en pesos proviene del tejido,
880 pesos corrientes en ropa y moneda de la tierra (lienzo). El tributo, en­
tonces, consistía en algodón, que los mismos indios (o indias) convertían a su
vez en tejidos(27).
El trabajo femenino tampoco escapó al ordenamiento de Abreu (Ord.
10a). Desde la edad de diez años son obligadas a trabajar en servicio de su en­
comendero a lo largo de todo el año. Se trata de hilados y tejidos primordial­
mente o bien en servicio doméstico. Niñas, madres, solteras o casadas, todas
abandonan susa hogares en beneficio de estas prestaciones. La jornada de tra­
bajo (Ord. 1 I ) es de sol a sol, teóricamente cuatro días a la semana, pero en
realidad los siete,como lo prueban las constantes denuncias (Rodríguez Mo­
las 1985:201-202). La Ordenanza dice:
. . que las dichas indias se junten cada día en saliendo el sol en ta
plaza del dicho pueblo (...) y acabando de rezar entren a tejer e hilar
en el lugar que les fuere dedicado y a medio día las suelten a comer y
que en comiendo y en descansar estén una hora y luego vuelvan a tra­
bajar hasta media hora antes de que se ponga el sol...”
La misma obligación les compete a los muchachos de diez a quince
años que cumplen también con su mita. Entre sus tareas se les asigna .. ha­
cer calceta, cojer grana, pez y algodón . . . ” (Ord. 12a).
La Ordenanza No. 13 establece las obligaciones para los viejos de más
de cincuenta años que no estuvieren impedidos:
”, . . en guarda de algodonales chacaras de trigo maíz cebada y otras

150 Revista Andina, año 6


J-orandi: Servicio personal

heredades y guarda de ganados, cabras ovejas y las viejas de edad de


cincuenta años hasta cincuenta y cinco en hacer losa y esteras y tener
y criar aves...”
De esta forma, las obligaciones se inician a los diez años y terminan
. . . con la muerte.
Por otra parte, es lícito castigar a los indios si no ayudan a sus enco­
menderos en sus siembras y servicios (Ord. 15a). Se consigna también que en
parte lo que los encomenderos cosechen lo "... guarden y depositen para
ellos... ¿Para los indios? El texto no es claro, pero existe la sospecha de
que es una forma disimulada de alentar el peonaje en detrimento de la auto-
producción de alimentos. En realidad, con algo debían ser alimentados los
indios, una mano de obra irremplazable. No olvidemos que los indios eran la
riqueza de las Indias. Es así que también se les impone la obligación de reali­
zar la cosecha de algarrobo porque "... para sustentar a los indios de las
mitas cuando vienen a ella y les falta comida...” (Ord. 16a). También
sirve para pagar a los sayapayas (mandones) y ".. . otros servicios. . . ".Para
todo esto deben tributo en algarroba. Entre los tributos que provenían
de la recolección (los únicos que pueden ser considerados realmente como
tales) se encuentra también la miel y la cera, productos que junto con el
tejido, eran esenciales y de los pocos que se exportaban desde el Tucumán
y podían ser vendidos en los grandes mercados regionales. Su peso en trabajo
en las fechas propicias debió ser importante, al menos entre las poblaciones
de la llanura y entre las que tenían acceso a los amplios bolsones del centro
y sur de Catamarca, Córdoba y La Rioja,
La Ordenanza No. 20 trata de limitar el transporte de mercancías a
lomo humano, mostrando que esta práctica era corriente y abusiva. Del mis­
mo modo se reglamentan las prestaciones en construcción de edificios en las
ciudades y haciendas (Ord. 40).
Todo esto configura un cuadro de trabajo, traslados y dispersión que
no deja resquicio para la vida comunitaria. La consecuencia más grave es la
progresiva deculturadón del indígena. Se pierden sus hábitos originales y su
normativídad se desvaloriza. La individuación se agudiza, pero en un contex­
to que no es competitivo. Y éste es el punto critico. Si se hubiera alentado la
asimilación a las pautas de la nueva sociedad en forma integral, al menos algu­
nas personas y algunas estrategias podrían haber tenido éxito. En el contexto
opresivo del sometimiento no hay espacio ni oportunidad para hacerlo, des­
prendidos como se encuentran del apoyo comunitario. Por cierto, esta situa­
ción no es uniforme y es válida fundamentalmente si la consideramos en el
tiempo largo y como un análisis de tendencias. Estudios que estamos reali­
zando en este momento nos muestran que, en todas las ocasiones en que fue
posible, las estrategias comunitarias trataron de salvaguardar la integridad del
grupo. Además, en ciertas zonas la pauta prevaleciente fue la resistencia. En
otras, tal vez sobre todo en la franja tucumana de pie de monte, podremos

No. 1, Julio 198S 151


Artículos, Notas y Documentos,

observar los intentos de explotaren provecho propio el nuevo sistema que se


les impone.
En este sentido, debemos deslindar la situación de los que quedan en
el campo de la de los que por uno u otro motivo acceden a instalarse en la
ciudad en forma permanente. Sin duda tendrán opciones distintas, que mere­
cen ser estudiadas para establecer los matices que este cuadro tan dramático
necesita. Ahora bien, tenemos razones para trazar este cuadro con aristas tan
agudas. El paso del tiempo no parece haber atenuado la condición del ind ige-
na. Treinta anos más tarde, en 1606, el gobernador Alonso de Ribera advier­
te sobre las vejaciones y agravios que reciben los indios. Sostiene que “los
tienen muy amedrantados, les quitan las mujeres y tos hijos, mueren muchos,
muchas criaturas no tienen ni con qué vestirse. , .’’(28). La situación es tan
irregular que en 1611 la Audiencia de Charcas envía al Visitador Francisco
de Alfaro para tratar de imponer orden en la región. Lamentablemente, la
Visita al Tucumán nunca ha sido hallada. Tan sólo disponemos de sus Orde­
nanzas, que intentan cambiar radicalmente el sistema, con la consiguiente
alarma de los afectados (29),
En las Ordenanzas de Alfaro son reiterados los títulos que tienden a
preservar al indio en su comunidad, evitando los traslados y los viajes (cada
ciudad tenía límites para llevar a los indios en viajes comerciales). Además,
todo cambio de localización debía ser voluntario y no compulsivo. En algu­
nos casos, como los ocloyas u osas del este de Jujuy, podían ser traídos a
donde fuera más fácil catequizarlos, pero cuidando de reinstalarlos en zonas
con temples semejantes a tos originales. También justifica el traslado de los
de Córdoba a fin de localizarlos en los ríos Primero y Segundo, donde causa­
rían menos daño a las caravanas comerciales.
Como estamos viendo, Alfaro trata de aplicar aquí la ideología tole-
dana. Por ejemplo, preservar el aislamiento del indio en su tierra y cuando
está en las ciudades evitar un contacto demasiado íntimo con los europeos.
Incluso se tiende a que los mitayos no vivan en casas de otros indios de la
ciudad, demostrándose con este resguardo que éstos últimos están más acut-
turados y que constituyen un peligro potencial sí esta condición se expande a
los indios de comunidad. Recordemos para esto cómo se expresaba Juan de
Matienzo respecto a los yanaconas, quienes en su opinión tenían más oportu­
nidades para aculturarse y por lo tanto aconsejaba mantenerlos aislados de
los indios de comunidad (30).
De hecho, se admite que muchos naturales residen en tierras de pro­
pietarios europeos (encomenderos o no), lo cual estaba prohibido y niega el
derecho a expulsarlos de ellas, así como de vender esas tierras. Esto prueba el
avance sobre tierras de originarios, como lo veremos más adelante.
De igual forma, se prohíbe que se utilicen mayordomos o pobleros,
existiendo la obligación de instalar en cada pueblo uno o dos alcaldes indios
y de dos a cuatro regidores, según la magnitud de los mismos. Tampoco era
posible que los encomenderos tuvieran edificios ni obrajes en los pueblos de

152 Revísta Andina, año 6


.Lorandi: Servicio personal

los naturales. Y que los edificios que hubiere se conviertieran en telares para
los indios o en despensas donde pudieran conservar " . . . las especies benefi­
ciadas o por beneficiar que son para los tributos , . Sin duda, estas Orde­
nanzas tratan de retrotraer a cero la situación del servicio personal en el
Tucumán e imponen, como en Perú, el sistema tributario. Evidentemente el
contexto impedía ponerlas en práctica, ya que en realidad el “tributo’’ como
tal no existía o se reducía a algodón (en algunos casos), algarroba, cera o
miel; en suma, principalmente a productos de recolección.
Del mismo modo se prohíben los cultivos de los encomenderos en los
territorios reservados a los naturales. Veremos que la apropiación abusiva de
las mejores parcelas hace ilusorias estas recomendaciones. Alfaro es claro en
este sentido: las chacras que los indios hacían en los pueblos para sí y para su
encomendero "... no son chacras de españoles sino de indios. Esto sig­
nificaba dejar en manos nativas el control de los medios de producción agro­
pecuaria, De hecho, esto era imposible en una región donde la única riqueza
provenía de la tierra. Si esto fue parcialmente tolerable en el Perú con respec­
to a las chacras de comunidad, es porque el estrecho control ejercido por el
corregidor aseguraba la venta de la producción tributaria en los mercados lo­
cales o controlaba que lo hicieran para convertirla en metálico y pagar así el
tributo. Además, la situación de la comunidad andina del norte no era. como
ya lo vimos, la misma que en nuestra región. En el Tucumán no existían tales
mercados, en parte por la ausencia casi total de numerario destinado a los
“tratos” al menudeo (y no mucho para los de mayor envergadura). Esto se
pone de relieve cuando Ramírez de Velasco reclama para sí los indios de
Socancho y Manogasta, única forma por la cual un gobernador podía acceder
a bienes de consumo cotidiano. Cada feudatario comía gracias a los produc­
tos cultivados por los indios, generalmente en las tierras del feudatario. Sólo
en las ciudades debió existir un pequeño mercado al cual no todas las comu­
nidades tenían acceso.
En otros títulos, Alfaro prohíbe que los indios cultiven fuera del eji­
do que se les asigna. Con licencia del gobernador podían hacerlo "... todos
iuntos y no dos o tres indios solos". Con esta medida se cercena cual­
quier práctica de “control vertical” de pisos ecológicos que pudiera subsistir
en la región. Es más, está inspirada seguramente en la situación del Alto Perú
y tendía también a evitar la presencia de “forasteros” y el que los indios se
alquilasen por su cuenta para trabajar en estancias alejadas de su punto de
residencia.
Se legisla también sobre patrilocalidad en caso de haber hijos legíti­
mos y matrilocalidad cuando se trata de madres solteras. Del mismo modo,
las mujeres casadas debían vivir en el pueblo de sus maridos, aunque se alega­
se que éste había huido. De esta forma se trata de paliar los efectos deses­
tructurantes de la política de los encomenderos, que se “roban” indios utili­
zando estos argumentos. Pero, al mismo tiempo, se anula los efectos de las
pocas estrategias defensivas que pueden poner en práctica los indios.
No. 1, Julio 1933 153
Articulas, Notas y Documentos

Para evitar los pleitos entre encomenderos por la posesión de los


indios y para interferir en las estrategias de éstos últimos, cada uno queda fi­
jado como natural u originario del pueblo donde Alfaro lo había visitado. Sin
duda nuestro Oidor está aplicando en el Tucumán la experiencia adquirida en
otros ámbitos, donde los españoles no habían acertado por mucho tiempo a
contrarrestar eficazmente estas estrategias de los nativos. Para el caso tucu-
mano, no tenemos todavía datos claros sobre ei tema de los “forasteros”.
Asimismo, la mita se reglamenta de la siguiente forma: “Los de chocara y
edificios cada mes, ios de servicios de casa cada tres meses y los de estancia
cada seis meses...” La mita sería además de la sexta parte del grupo y no de
la décima, como lo había establecido el gobernador Abreu. Las mitas fe­
meninas, incluidas Las mujeres viejas, quedaban prohibidas. En estos casos, el
servicio sería voluntario y limitado. Se reglamentan tas prestaciones de los
mitayos y se castiga el usarlos para cargar, con excepciones. Se admiten, no
obstante, ciertos trabajos de pastores para los viejos de más de cincuenta
años. También se impide la utilización involuntaria o falsamente voluntaria
de las mujeres como amas de los hijos de los encomenderos. Del mismo
modo, el servir en sus casas, salvo que lo hiciese el marido al mismo tiempo.
Con esto se trata de evitar el concubinato o el uso indiscriminado de mujeres
incorporadas a la vida íntima de los señores, aun si eran casados.
La tasa se establece entre los dieciocho y los cincuenta años. Las mu­
jeres no debían ser incluidas en la tasa. Disminuye el valor monetario de la
misma de diez a cinco pesos, pero esta declinación entraría en vigencia sólo
cuando una encomienda fuese readjudicada. Establece también por primera
vez los equivalentes monetarios de los productos de tasa. A fin de introducir
a los indios en ei mercado, se reglamenta el sistema de aparcería, por el cual
éstos aportan tierras y trabajo y los encomenderos contribuyen con bueyes,
arados y aperos. La cosecha se dividía en partes iguales entre el agricultor y
el feudatario. Se tiende de esta forma a mejorar el método de producción y,
de paso, a “aculturar” a los nativos enseñándoles a emplear animales y herra­
mientas europeos.
Las Ordenanzas tratan de evitar la subdivisión de las encomiendas;
por el contrario, se fomenta su concentración en pocas manos, medida que,
como se desprende de los padrones del siglo XVII, no debió tener mucho éxi­
to. Además, era una medida contradictoria con la situación general, donde la
tendencia fue tratar de favorecer a un mayor número de destinatarios para
incitarlos a la radicación. Alfaro interviene también tratando de evitar los
abusos en cuanto a matrimonios forzados de indios, que se incluían en las es­
trategias de los españoles para robarse indios unos a otros.
En 161 2, al año siguiente de la visita del Oidor Francisco de Alfaro, sé inician
las quejas y reclamos. El Cabildo de Santiago del Estero se queja por tos
perjuicios que ocasionan las Ordenanzas al suprimir el servicio personal.
Reclaman que sin el la provincia se empobrece. Advierten, además, que
”. . . esta libertad es peligrosa ya que tos indios ahora no quieren obedecer y

154 Revista Andina, año 6


.Lorandi. Servicio personal

han vuelto a sus idolatrías y podrían alzarse .. . ’*(31). Como vemos, el argu­
mento principal que enarbolan al final del párrafo es el de la idolatría y los
alzamientos, argumento, ellos lo saben muy bien, al que son sensibles las auto­
ridades. Las mismas razones esgrime el Cabildo de San Juan Bautista de la Ri­
bera (Londres) en 1613(32). Sostienen que a los indios ..."es falta entendi­
miento para poderse gobernar...". Ese año, el Cabildo de San Miguel
agrega, además, que no vuelvan a enviar personas de España que no
entienden de los asuntos locales y que perjudican los intereses de la
provincia (33). También el Cabildo de Córdoba hace oír su voz en el asunto
y, entre otras cosas, no ad­mite que se hayan cometido grandes excesos contra
los indios (34).
A su vez, el gobernador Luis de Quiñones Osoria manifiesta que ha
visitado las encomiendas tratando de hacer cumplir las Ordenanzas. Dice que
ha suprimido el servicio personal y exigido a los encomenderos que paguen
por los servicios que reciben(35) ". . . y se les preguntó si quieren estar de su
voluntad ... ", permitiéndoles regresar a su comunidad si asi to deseaban. A
pesar de todo esto, no queda claro si en realidad poco a poco las cosas no vol­
vieron a su cauce anterior. La situación que se prefigura en los prolegómenos
de los alzamientos de 1630 y 1659 no permite conjeturar que ésta haya cam­
biado mucho. Los abusos, no obstante, parecen haber sido castigados con
mayor celo por las autoridades. En realidad, las Ordenanzas de Alfaro para el
Tucumán nunca fueron oficialmente promulgadas y los papeles coloniales
posteriores a ellas dejan pocas dudas de que fueron prácticamente ignoradas,
si bien establecen un corte en el proceso por la condición de virtual ilegalidad
con que sancionan el modo de producción imperante en toda la región. Por
otra parte, las Ordenanzas ponen de relieve, más que ningún otro documen­
to, las particularidades del sistema, tal vez más bien por los abusos que tratan
de corregir. Veamos algunos ejemplos que nos darán cuenta de la realidad
desde otra perspectiva, Las encomiendas de Soconcho. Manogasta y Anga
en Santiago del Estero estaban, como dijimosten cabeza del Rey y eran
utilizadas por los gobernadores para solventar sus gastos. En 1607(36), entre
las tres tenían 250 indios. En tiempos anteriores habían cambiado varias ve­
ces de mano (por ejemplo, al primo del gobernador Abreu). Producen 5,600
varas de lienzo, que equivalen a siete mil pesos al año. Se acusa a los goberna­
dores de haber sacado de sus pueblos a 38 indios y 38 indias para servicio
personal y que no se les pagan jornales. En el mismo documento se insiste en
que otras encomiendas se desmembran en sucesivas dejaciones y readjudica­
ciones. Es corriente también que se altere su composición demográfica, ",..
quitándoles veinte y treinta indios a cada una para yanaconas perpetuos y
dándolos a sus deudos y paniaguados antes de encomendar las encomiendas
por medio de estas dejaciones
Tales dejaciones eran frecuentes, ya sea por problemas de sucesión o
porque el poco rendimiento incitaba a sus beneficiarios a abandonar la región.
Esta “quita" de indios de comunidad para transformarlos en yanaconas es
uno de los mecanismos más corrientes de desestructuración y uno de los más
No. t, Julio 1988 155
Artículos, Notas y Documentos

controlables en los papeles cuando la situación se legaliza. Por otra parte, no


olvidemos que esta práctica se inscribe en las sugerencias propuestas por el
Cabildo de Santiago para destinar mano de obra al trabajo en propiedades de
segundones, otros hijos e hijas y miembros de la clientela familiar de un en­
comendero. Estos yanaconas quedan registrados como tales y su tenencia es
legal aquí, como lo era en el resto de América, pero localtnente tienen una
expansión relativa probablemente porque la práctica del servicio personal lo
hacía innecesario, ya que las obligaciones del español con respecto a ellos
eran más onerosas, pues debían pagar lo que cada indio debía por su tributo.
De todos estos comentarios se desprende que la tendencia se dirigía a
atomizar la encomienda o, en su defecto, cuando no se obtenía una cesión
formal, se trataba de lograr indios por medio de entregas informales de los
familiares que los poseían, alquiler, yanaconazgo u otros recursos consagra­
dos por ía práctica. Las Ordenanzas de Francisco de Alfaro, por el contrario,
trataron de revertir esta tendencia, promoviendo la concentración, aunque
no obtienen ningún éxito en este sentido, ya que la cantidad de indios enco­
mendados muestra una curva declinante. No son ajenas a este proceso la inci­
dencia de los índices de mortalidad por pestes, exceso de trabajo, viajes, y las
propias estrategias indígenas, como el cambio de lugar de residencia u otros
medios, para burlar el sistema.
Ya dijimos en varias oportunidades que la Corona no pone en prácti­ca los
recursos suficientes para consolidar su presencia en la región. La cesión de
encomiendas está en manos de los gobernadores, incluso de sus tenientes,
que manipulaban los asuntos locales de cada ciudad y su jurisdicción. Pero ni
los unos ni los otros podían permanecer ajenos a las intrigas y presiones de
los vecinos, dentro de un marco tan limitado como el que existía en estas
“ciudades” de frontera. Además, había que tratar de retener a los hombres
en la tierra. ¿Cómo hacerlo sin mano de obra indígena? La única solución es
repartir a todos un poco. Para esto sirven en especial los prisioneros de gue­
rra, aunque está expresamente prohibido encomendarlos. Sólo se debía redu­
cirlos y aculturarlos "... ponerlos en pulida..." lentamente. No obstante,
cada “pieza cobrada” (dicho así en el lenguaje del cazador resulta altamente
descriptivo y esta expresión se encuentra con frecuencia en la documentación
de la época) queda en manos del captor. Aparentemente, no hay otro recurso
para incitar a los feudatarios y sobre todo a los españoles pobres para que se
incorporen a las expediciones militares contra los “bárbaros” del Chaco o
contra los calchaquí.
Sin duda, este proceso contribuye a facilitar la movilidad social al in­
terior de la sociedad dominante. Una cantidad importante de familias ten­
drán un acceso “medio” a recursos. Si bien esto no impide la consolidación
de un grupo más rico y poderoso, permite al mismo tiempo la formación de
una capa social intermedia de pequeños propietarios agrícolas y que integra a
la población urbana creciente. Es en este medio social donde se producirá la
mayor tasa de mestizaje.

156 Revista Andina, año 6


Lorandt; Servicio personal

EL YANACONAZGO
Como ya dijimos, desde el punto de vista legal la institución del yana-
conazgo parece menos consolidada en el Tucumán que en el Alto Perú. El
concepto se deforma y evoluciona a formas locales, donde se confunde con
las prácticas del servicio personal. No obstante, la situación de privilegio que
Matienzo señalara para este tipo de status laboral tiene vigencia en la repon
cuando se trata de verdaderos yanaconas. Algunos de ellos gozan de una po­
sición privilegiada: cumplen funciones de pobleros y de capitanes o mando­
nes responsables del reclutamiento de la mita al encomendero o bien hacen
efectivas ciertas reducciones de indios en pueblos concentrados (Doucet
1982:281-283). Incluso tienen responsabilidades en el adoctrinamiento de los
otros indígenas, tarea en la que cometen frecuentes errores (37). El dato es
interesante porque muestra a las claras el aprendizaje mecánico de la doctrina
y la ineficacia de estos yanaconas para transmitirla. Pruebas al canto, la acul-
turación religiosa es débil e incompleta y se apoya casi exclusivamente en los
rituales externos más que en el adoctrinamiento espiritual propiamente dicho.
El ascenso social de los yanaconas se pone en evidencia también en
las tropelías y vejaciones que cometen contra los indios de comunidad (Dou­
cet 1982:283). Estos datos revelan que los yanaconas tenían conciencia de su
superioridad social y que usan y abusan de la misma. Las denuncias agregan
incluso que "...quitan ios yanaconas ladrones a los naturales lo que tienen,
hasta hijos y mujeres El tema de los yanaconas del Tucumán espera, de
todos modos, una investigación más pormenorizada.
EL OBRAJE
Las denuncias por las vejaciones y excesos impuestos al trabajo feme­
nino inundan Los papeles coloniales, tanto los civiles como los eclesiásticos.
Ramírez de Velasco(38) apunta que el trabajo femenino en los obra­
jes les impide atender a sus hijos y esposos. Estos huyen y ellas se vuelven a
casar. Se conforman así lo que los españoles consideran uniones irregulares;
pero desde el punto de vista de la desestructuración de la comunidad y la fa­
milia, éste fue uno de los mecanismos que más las afectó y uno de los facto­
res que, favoreciendo el mestizaje con blancos o con indios de otras comuni­
dades o regiones, acelera el proceso de cambio cultural.
Conocemos la importancia del tejido como “moneda de la tierra".
Los particulares y los funcionarios explotan a las indias para echar mano de
uno de los pocos recursos convertibles en dinero, si se lo vende en Potosí.
Pero si se trata de hacerlo localmente, las rentas son malas o nulas. Juan Pérez
de Zurita, reclamando salarios que le adeudan, confiesa que disponía para
reemplazarlos
. . de 3,400 varas de lienzo de aquella tierra, que puestos en esta

No. 1, Julio 1988 157


Artículos, Notas y Documentos

ciudad (Santiago del Estero) valen a cuatro reales, e que no los he


podido cobrar, por ser aquellas provincias tan pobres que no hay de
qué poderse pagar .. .”(39).
Esto revela que la Corona no satisfacía sus obligaciones y que los fun­
cionarios recurrían a la explotación indígena para paliar sus deficiencias. En
parte podía ser una excusa, en parte una forma de hacerse con rentas adicio­
nales. Ya sea de esta manera o bien intermediando en el comercio a cuenta
de otros encomenderos, estos negocios de los funcionarios eran frecuentes en
el Tucumán, alterando las normas establecidas en la legislación general.
No contamos con estudios puntuales sobre este tema para la región.
No sabemos si se construían instalaciones especiales para instalar en ellas a
trabajadores permanentes (a veces casi prisioneros) como ocurre en algunas
zonas del Perú. La impresión general es que el trabajo se hacía en los mismos
pueblos de residencia de las indias y tenía carácter doméstico. La prestación
se regulaba mediante una tasa de hilado o tejido calculada a partir de la canti­
dad de fibra recibida. Generalmente, el poblero era el encargado de controlar
esta producción, con la cual además hacía sus propios negocios, sobreexplo­
tando a las indias y engañando a su patrón.
Los abusos en el trato de las mujeres fueron frecuentemente castiga­
dos por las autoridades. No obstante, en 1659 la explotación en los obrajes
continuaba vigente y sin alternativas de solución. Esto queda demostrado en
las manifestaciones de los indios malfín que huyeron al valle calchaqui para
proteger a sus mujeres. Cuando tratan de convencer a éstos últimos de la ne­
cesidad de atacar las ciudades para que cese, entre otras cosas, la explotación
femenina, los calchaqui les responden que no es asunto de ellos puesto que ni
los hombres ni las mujeres del valle trabajan para los españoles (Torreblanca
1696: folio 37).
LOS ROBOS DE TIERRAS Y GANADO
Los robos de las tierras de los indios eran moneda corriente. El Síno­
do de 1597 lo denuncia y en la Constituci ón 4 se dice además que "... no
se tomen tos bienes de los indios difuntos..."(40). Aparte de las quejas
genera­les, podemos citar casos precisos donde, echando mano de la justicia,
se lega­ lizan estas apropiaciones. Una de las excusas es la disminución
demográfica de ciertas comunidades (41). La situación se repite con algunas
variables en un documento de 1609(42). Se trata de un pleito sostenido
por Bartolomé Capinmay, cacique principal del pueblo de Colpes (provincia
de Catamarca), de la encomienda de Gaspar Doncel, contra Juan Triarte,
Este último había invadido las tierras de Capinmay con ganados mayor y
menor, aduciendo que tales tierras le habían sido concedidas en merced. De
hecho, las mercedes de tierras ocupadas por los indios estaban prohibidas y
legalmente no debería haber tenido éxito tal demanda. No obstante, por
consejo del Protector de
158 Revísta Andina, año 6
Lorandt: Servido personal

Naturales, que sin duda “protege” más bien los intereses del hacendado, se
llega a un curioso acuerdo. Los indios venden a Iriarte sus tierras,
...dos leguas desde la junta del río del dicho pueblo de Colpes con
un manantial que es donde tiene los corrales de ganado y casas hacia
el pueblo de Single de la encomienda del Capitán Jinés de Lillo, el
valle arriba, y en ancho el del dicho valle y desde la dicha junta del
dicho río y manantial hasta nuestro pueblo de Colpes un ancón de
tierra para que pueda sembrar que será más de una cuarta de legua
donde el susodicho tiene una cruz y un rancho hecho...
El predio abarca, como vemos, tierras de pasturas y tierras de cultivo.
Todo esto se vende por 200 ovejas de Castilla. Los indios afirman, además,
que es el justo precio y que nadie “cotizó” un precio mayor cuando se ofre­
ció en venta abierta, aceptando los títulos plenos que Iriarte adquiere con
esta transacción. Se obligan además a sanear las tierras, caso contrario devol­
verán las ovejas. De todas estas obligaciones, deudas o penas se hace respon­
sable el dicho cacique Capinmay.
¿Adonde van luego los indios? ¿De dónde obtienen sus alimentos si
pierden sus tierras? ¿Adónde llevan las 200 ovejas? ¿Conservan otros ejidos
que no se incluyen en la venta? ¿Los protege su encomendero, Gaspar Don­
cel? Nada se dice en el contrato refrendado por el Teniente de Gobernador y
por el Protector de Naturales.
Hay otros casos conocidos desde hace tiempo, como el robo de aguas
que Tula Cervin hace a los indios de Huillapina, al sur de la actual provincia
de Catamarca (43). En 1609, los indios de Guaype reclaman mil ovejas y sus
multiplicos (dos mil animales) y la lana desde hace veinte años a esta parte
que un tal Lope de Bravo les ha quitado. El encomendero Pascual García ha­
bía dejado estas ovejas a los indios en su testamenta, pero ellos no han podi­
do disfrutarlas (44). No hay muchas dudas, los naturales pierden sus bienes,
propios o heredados, y son impulsados a abandonar sus tierras por falsas
ven­ tas, por quedar sin agua u otros motivos de opresión. A los indios de
Colpes, por ejemplo, pudo no haberles quedado otra solución que
refugiarse en tie­rras que podía poseer su encomendero. Lo peor de los
traslados es que no siempre se producen masivamente. La comunidad es
dispersada en distintas propiedades u obligada a realizar actividades en sitios
alejados a su residencia habitual, como sucede, por ejemplo, con la
fabricación de carretas en Tucumán. La comunidad y aun el núcleo
familiar se dispersan. Según Ramírez de Velasco, la costumbre era servirse de
los indios en sus casas y granjerias y en diversas actividades domésticas.
Los "...traen dea 10, 15 o 20 por vez, por 15 dias por tanda". A veces
vienen desde treinta leguas cargados “... con la comide que han de
comer todo el tiempo ...". El gobernador, en 1590, propone suprimir el
sistema, instaurando el yanaconazgo legal:

No, 1, Julio 1988 159


Artículos, Notas y Documentos.

. . que queden como yanaconas y que éstosflos encomenderos) pa­


guen a S.M. de cada uno un peso ensayado como se hace en Perú, con
los cuales habrá para el salario de vuestro Gobernador o se gastará en
lo que S.M. fuera servido . . ,”(45).
Estas citas ponen de relieve que la estrategia de recurrir a la justicia
era muy falaz. No hay muchas opciones en el Tucumán colonial. Tomemos
otro caso, el del pueblo del Guaco, en La Ríoja (46), pueblo formado por
indios malfín y andalgalá desnaturalizados después de los alzamientos de
1630-43. Un largo pleito los enfrenta con su encomendero, Gregorio Gil Ba -
zán, quien tos recibe ya instalados en una finca que había pertenecido al
antiguo encomendero de estos indios. La finca se vende a nuevos
propietarias, quienes inducen al cacique a pleitear reclamando autorización
para regresara sus tierras de origen en Andalgalá. La sentencia es favorable a
los indios, pero Bazdn apela reiteradas veces. En los papeles se pone de
manifiesto la manipu­lación que el nuevo propietario de la finca hace de los
intereses de los natura­les y, lo que aún es peor, de las divisiones internas que
esta situación provoca entre ellos. Algunos insisten en regresar, sobre todo los
más viejos, que recuer­ dan su antiguo natural; los más jóvenes prefieren
quedarse en su nuevo asen­ tamiento pues es e! único hogar que conocen
(Lorandi y Sosa Miatello 1986).
Por otra parte, los que regresan, ¿dónde se instalan?, ¿en qué condi­
ciones lo hacen?, ¿cuántos regresan?, ¿qué pasa luego con los que quedan?
De todo esto queda abierta una pregunta más amplia y sin respuesta por el
momento: ¿tienen opción para transformarse en campesinos o poco a poco
son absorbidos como peones de campo? ¿En algún momento se les considera
propietarios de sus antiguos territorios?
LOS TRASLADOS A GRANDES DISTANCIAS
Otro de los mecanismos de desestructuración son los traslados por
comercio. Ya hemos citado las frecuentes denuncias que se inician a poco de
consolidarse las primeras poblaciones hispanas. Tanto el gobernador Gonzalo
de Abreu como Juan Ramírez de Velasco exigen que los indios sean registra­
dos, se les pague salario y se garantice su regreso. Por un Auto de 1573 del
virrey del Perú se ordena registrar a los indios de Tucumán que están en el
Alto Perú y se exige que se los haga regresar(47). Existen unos pocos regis­
tros de los indios ocupados en estos viajes. En San Miguel se presenta nuestro
ya conocido Juan de Iriarte,
. . mercader que tiene que llevara la Villa de Madrid de las Juntas
tres carretas de vino y con ellas cuatro indios que le prestaron vecinos
de La Rioja y para cumplir con el tenor de la Ordenanza y no incurrir
en la pena deila pidió al dicho juez le dé licencia para los llevar que él
le prestó de hacer registro y dar la fianza que es obligación y el dicho
registro se hizo de la forma siguiente . .

160 Revísta Andina, año 6


Lorandi: Servicio personal

Se enumeran luego los indios y sus distintas procedencias(48): En


otra presentación, esta vez de Juan Bautista Romano, se pide autorización
para salir al Perú, para lo cual lleva . . doce indios y ios dos casados con sus
mujeres . . . ” y se les pagará diez pesos a cada uno " . . . para el avío . ,
además de entregarles ropa nueva.
El problema son los miles no registrados, no pagados y que nunca re­
gresaron, quienes se casan con nativas del Perú o de Chile. En carta de Juan
Ramírez de Velasco se insiste que hay cuatro mil indios huidos a Potosí, A
pesar de que se mande pregonar su regreso, el gobernador opina: “. . . hasta
hoy no veo ninguno que vuelva si Vuestra Magestad no lo manda con graves
penas, nombrando persona que lo ejecute . . . ”(49). En la misma carta secón-
signa que ha echado de la gobernación a Juan Arévalo Briceño por sacar ga­
nado c indios para llevarlos al Perú y no traerlos de regreso. Es más, el gober­
nador admite que es imposible hacer cumplir la Real Cédula que ordena el re­
greso de los indios porque hay “cohecho”. En estos documentos vemos tam­
bién que los indios son “prestados” o alquilados a los comerciantes, posible­
mente por los propios productores de las mercancías, encomenderos a su vez
de los indios. Estos tratos quedan formalmente registrados(50). En un caso,
un encomendero alquila a veinte indios por dos mil pesos corrientes de a
ocho reales.
Finalmente existen los traslados por rebeliones. Sin duda, son los que
tuvieron efectos más devastadores en el proceso de desestructuración social.
Los primeros en gran escala se producen al finalizar las campañas de la guerra
iniciada en 1630. La mayoría de los malfín, andalgalá,abaucán y otros son
concentrados en el Fuerte del Pantano, al norte de La Rioja. Más tarde fue­
ron parcialmente dispersados a diversas regiones de Córdoba y Tucumán. Los
malfín y andalgalá fueron primero llevados a Córdoba y luego reinstalados en
La Rioja, en el pueblo del Guaco, como ya vimos. Por su parte, los putares
del norte del valle Calchaquí, que colaboraron con los españoles durante la
misma campaña de 1630, fueron llevados al valle de Guachipas y de Salta
para alejarlos de las represalias que los calchaquíes tomaban contra ellos a
causa de su traición. Poco a poco volvieron, después de fracasar una estrate­
gia negociadora. Después de la última campaña del gobernador Mercado y
Villacorta, en 1659, serán nuevamente trasladados al valle de Salta.
Las desnaturalizaciones más drásticas se hicieron después de las cam­
pañas al valle Calchaquí, realizadas en 1659 y 1664 por el gobernador Alonso
Mercado y Villacorta. En los Autos reunidos con motivo del proceso a Pedro
Bohórquez se recopilaron los partes de campaña, hechos casi día por día por
el gobemador(51). Allí se deja constancia de las dudas reiteradas sobre la me­
jor política a seguir respecto a los indios. Las discusiones versan sobre las
conveniencias cíe dejarlos en sus pueblos o sacarlos de ellos. En principio, y
con el objeto de ganarse la buena voluntad de los indios, a los primeros gru­
pos que ofrecen la paz se les concede el derecho a permanecer en sus tierras.
Pero a medida que la guerra se endurece, aumentan los argumentos en favor

No. 1, Julio 1988 161


Artículos, Notas y Documentos

de las desnaturalizaciones. Los españoles saben que los efectos de esta políti­
ca son nefastos, pues el rendimiento efectivo de los indios en estas condicio­
nes disminuye notablemente. Además, ¿quién trabajaría en las tan apetecidas
tierras de Calchaquí? No obstante, se llega a un punto sin retorno. La guerra
como tal nunca está realmente del lado español. Los indios bajan a dar la paz
y luego huyen a sus cerros, donde se fortifican y donde es prácticamente im­
posible alcanzarlos. No hay forma de doblegarlos, de asegurarse de que las
prestaciones serán cumplidas. Esto lo saben después de 130 años de expe­
riencia.
El 15 de julio de 1659, en Autos levantados en el sitio de Tolombón,
se distribuyen las mercedes y encomiendas a los soldados y feudatarios que
participan en la campaña, según su jerarquía y responsabilidad en la guerra. A
los lugartenientes se les prometen encomiendas por tres vidas (las que ya tu­
vieren o a conceder en este valle); a los oficiales, "promoverlos a los puestos
que vacaren y mercedes de encomiendas si no las tuvieren. Lo mismo con res­
pecto a los feudatarios que participan en la guerra. A los soldados pobres,
servicio personal de las . . piezas que cogieren A los que no entran en
las mercedes anteriores, mitas especiales en sus ciudades de residencia. En el
mismo Auto se consigna que los cafayates y chuchagasta quedan por el mo­
mento en sus asientos y se niega autorización para que los indios varones si­
gan a sus destinos a las mujeres capturadas. Todas son formas de legalizar el
desmembramiento social de la región.
Entre los argumentos que se esgrimen en los Autos está el poder en­
viar indios a las minas de Lipez, puesto que allí habría disponibles más de
dos mil almas para esa actividad. Por otro lado, los indios “amigos” no sólo
son usados masivamente en la guerra, con las consiguientes muertes. Se adju­
dican al servicio personal de los soldados, que los llevan consigo una vez ter­
minada la campaña. En una de los acuerdos de paz, esta vez con los de Gual-
fingasta, se conviene en dejarlos bajar a sus sementeras, que están en Angas-
taco, a cambio de que envíen a Salta a treinta indios de mita para repartir
entre los pobres. Cuando la situación empeora, se decide que los de Chucha-
gasta y Cafayate sean enviados a Salta y a Esteco y desnaturalizar también a
los de Tolombón y Colalao. En los Autos levantados en Atapsi, el 30 de sep­
tiembre de 1659, se consigna que casi todos los pueblos vencidos fueron lle­
vados a Salta o a Jujuy.
Los tafí y anfama dan la paz al obispo Maldonado y son trasladados
a territorios de los lule. Allí los encontraremos más tarde en pueblos biétni-
cos, dispersos en distintas zonas en la vertiente oriental de las sierras de Tucu-
mán. La represión más dura se ejecutó, sin duda, contra los quilmes, después
de su heroica resistencia en 1664, trasladados, como sabemos, a las proximi­
dades de la ciudad de Buenos Aires, donde dan origen a la moderna ciudad
de Quilmes.
En carta de Mercado y Villacorta a la Reina Gobernadora, en 1669,
se da cuenta de la composición que hizo "... de algunas familias de indios

162 Revista Andina, año 6


LorancH: Servicio personal

calchaquies desnaturalizados para gastos de aquella guerra, y de los funda­


mentos que justifican este contrato ..." (52). Los indios del valle Calchaquí
son enviados a diversas partes en todo el territorio. En 1673 había doscientos
indios calchaquí en el valle de Choromoros y al mismo tiempo seiscientos
indios del Chaco servían en San Miguel o residían cerca de allí{53). Tenemos
así que, como consecuencia de ambas guerras, la de Calchaquí y la del Chaco,
la franja tucumana se convierte en zona de reducciones de indios desnaturali­
zados, con el consiguiente mestizaje interétnico e intercambios culturales
entre ellos.
En suma,
consecuencia como
de las guerras caichaquíes se reparten o desnaturalizan de mil
quinientos a dos mil indios de guerra, muchos de ellos separados de sus
familias: las mujeres por un lado, los hombres por otro y aun los niños por
un tercero. Por los datos del gobernador Lucas de Figueroa al finalizar la
campaña, se calcula que en el valle Calchaquí había unos 2,500 indios de
pelea aproximadamente. De éstos, cuatrocientas familias fueron en­viadas a
Salta; ochenta a Jujuy;cincuenta a Choromoros en Tucumán y otros a
Andalgalá; hubo envíos a Córdoba y a Santa Fe. Mil piezas se repartieron
en servidumbre entre las ciudades, conventos, viudas y pobres(54). Finaliza­
da la campaña de 1664, otras doscientas familias quilme fueron enviadas pri­
mero a Córdoba, "... para pasar la mayor parte al servicio de las fortificacio­
nes de Buenos Aires, como estaba propuesto por el Presidente, de aquella
Real Audiencia.... 350 fueron enviados a La Rioja y al valle de Catamarca
"... para beneficio de las viñas y algodonales de que abastecen la provincia...
150, a Esteco para defensa y alivio de la población en decadencia. En
1665, los acalian reducidos en Esteco retornan al Valle. Se los recupera
y son enviados también a Buenos Aires y distribuidos entre los soldados.
En total eran unos cuarenta indios. En suma, todas las ciudades reciben su
tributo humano, incluida Santa Fe, que había colaborado enviando
hombres a la campaña. Recordemos que Salta recibió en total 150,
Esteco 140, San Miguel 200, La Rioja 180, Londres 160, Santiago del
Estero 260 y que buen núme­ro quedó en Córdoba y en Jujuy (Lozano 1874:
V,247).
LAS CONSECUENCIAS CULTURALES
Creemos que el panorama ha abundado en detalles (los hay en mucho
mayor cantidad) para probar que la realidad tucumana difiere sustancialmen­
te de la del Alto Perú. Es cierto que la caracterización que hicimos de aquella
zona no incluye explícitamente todas las desviaciones que se producían res­
pecto a los patrones institucionales. Pero la tendencia muestra un cierto orde­
namiento, a tal punto que las estrategias de aculturación, al menos, son op­
ciones posibles. La mita, la encomienda y el yanaconazgo se encuentran en
Tucumán totalmente entremezclados. La situación legal del indio no aparece
clara y, por el contrario, es mano de obra de uso múltiple e indiferenciado.
Las investigaciones sobre el Tucumán, desde esta perspectiva, recién

No. 1, Julio 1988 163


Artículos, Notas v Documentos

comienzan. No obstante, este cuadro no parece dejar demasiado espacio para


opciones similares a las que comentamos para el Alto Perú, donde tales estra­
tegias se apoyan en la perduración legal y efectiva de la comunidad y en el
resto de poder político y económico que se conserva al nivel del ayllu y que
se pone en evidencia por el accionar de sus curacas.
En el Tucumán, una vez desnaturalizados los rebeldes y esparcido el
resto en estancias y fincas, los indios han perdido paulatinamente su capaci­
dad de reacción, salvo los levantamientos armados de los grupos que fueron
efectivamente dominados. Los nuevos pueblos, algunos de los cuales persis­
ten hasta bien avanzado el siglo XVIII, son muchas veces multiétnicos. No sa­
bemos casi nada sobre la legitimidad de sus curacas, pero es posible que mu­
chos de ellos hayan sido impuestos por las autoridades. Estos nuevos jefes de
grupo no disfrutan de poder real. Son más bien responsables legales o articu-
ladores entre las dos sociedades. Es muy probable que en pocos casos se res­
guarden los hábitos de prestaciones especiales hacia ellos. Muchas veces son
tan sólo niños, que heredan el cacicazgo de acuerdo con las reglas europeas,
no necesariamente con las nativas. Vemos así que tanto las relaciones de pro­
ducción como las de reproducción social fueron sustancialmente alteradas,
hasta el punto, en muchos casos, de la ruptura total.
Mientras las calchaquí permanecieron en sus tierras, fueron capaces
de preservar su sistema social, así como los mecanismos de reciprocidad y
redistribución, sus rituales, hábitos y técnicas de producción. Algunos docu­
mentos nos informan sobre la incorporación de la cebada y del trigo (55) y
también que robaban vacas y caballos, pero no hay datos fehacientes sobre la
intensidad de utilización de estos nuevos bienes. ¿En qué medida estos nue­
vos productos autogeneraron un proceso de cambio? Es imposible estimarlo
con informaciones tan parciales, pero en general no parecen haber tenido un
impacto significativo en la vida de estas poblaciones.
El cambio se produce, sin duda, entre ios indios sometidos y entre los
rebeldes después de la desnaturalización. El asunto a dilucidar es en qué me­
dida esta incorporación produce cambios que ellos mismos puedan explotar
en beneficio propio. Y si tal cambio se produce, ¿qué consecuencias tiene
sobre la estructura social en general? Por lo que se observa superficialmente,
el cambio más notorio es que los indios del area central del Tucumán abando­
nan sus hábitos agrícolas y se transforman en pastores. Pero aun así, ¿es el
ganado una forma de intervenir en el mercado aunque sea en escala reducida?
Es más, ¿conservan la agricultura como un recurso de autosuficiencia o ésta
se completa con lo que les da el feudatario a cambio de su trabajo o con jor­
nales con los que compran buena parte de sus bienes elementales? Es decir
que, en parte, son campesinos sin tierra. Pueden vender la lana o carne de sus
animales en los mercados locales o entregarla a los acopiadores, pero cada vez
más obtendrán sus bienes de fuentes externas. Sin embargo, lo más grave es
que ya no se trata de una economía organizada en tomo a una comunidad y
que se encuentran inmersos en un creciente proceso de individuación, acom-

1,64 Revista Andina, afio 6


Lorgndi: Servicio personal

panado por una dramática deculturación, todo esto fomentado por el sistema
de servicio personal impuesto en la región.
En otras palabras, el grupo étnico como tal fue perdiendo su capaci
dad para producir y reproducirse. Se transforma en otra realidad. El
proble­ ma ,aquí se plantea en dos niveles. En su mayor parte, el trabajo
realizado no es pagado ni siquiera por su valor intrínseco en cuanto a
calidad y cantidad. Es más, cuando se pagan jornales, éstos no son suficientes
para asegurar la so­brevivencia de los otros miembros del núcleo familiar que
no participan en el trabajo y, en muchos casos, ni siquiera la del trabajador
mismo. El ideal de la encomienda era que la escasa producción de
subsistencia de los indios subsidiara la economía regional, garantizando
que en tiempos futuros el encomendero pudiera contar con una nueva mano
de obra, los hijos, por los que no ha realizado inversión alguna. Pero este
ideal no se cumple ya que los intereses privados prevalecen sobre los
generales y los inmediatos sobre los de largo plazo (Melliassoux 1985:
141-148). La responsabilidad sobre la reproducción social, que estaba
centralizada anteriormente sobre el conjunto del grupo, pierde vigencia.
Cuando es posible, se localiza ahora en el grupo familiar, que
individualmente deberá preocuparse por la reproducción de la nueva mano
de obra. Cuando la desestructuración es total, es el feudatario quien asume
tal rol (alimentando y casando a todos los sirvientes). Se acrecientan así los
lazos de dependencia a través de la formación de una clientela parasitaria a
la que se le niegan los recursos de educación necesarios para competir libre­
mente dentro de la nueva sociedad. La iglesia, fomentando el valor de la obe­
diencia y del trabajo, colabora eficazmente en consolidar este proceso de su­
misión. Al mismo tiempo se produce un fuerte mestizaje que favorece el aban­
dono de las pautas culturales de origen. Esto limita en los nuevos agrupamien-
tos interétnicos su incorporación competitiva como comunidad indígena con
derechos propios dentro del conjunto de la sociedad colonial. El sistema eco­
nómico, dependiente en gran medida del mercado externo, no genera a su
vez polos de producción y de consumo interno de volumen significativo. La
opción, la única y mejor estrategia fue la dispersión, que a su vez genera un
mayor nivel de individuación. Por otra parte, al producirse el mestizaje entre
indios de origen serrano y chaqueño y el de éstos con blancos y negros, se
configura un contexto que favorecerá la desaparición del indio como catego­
ría tributaria y, por lo tanto, como categoría social.
Los padrones de fines del siglo XVII y principios del XVIII muestran
una dramática caída de las cifras de población indígena (Lorandi y Ferreiro
1986). Empero, la pregunta es: ¿desaparece biológicamente o desaparece
como categoría social (tributaria)? Creemos que esto último es lo más proba­
ble, al menos una vez que las guerras han terminado. En el Tucumán del siglo
XVIII el indio es una realidad evanescente. Todos los mecanismos y procesos
que hemos descrito condujeron a esta situación. De allí la diferencia con al­
gunos países limítrofes, tal como lo venimos señalando. De allí, asimismo, la
No. 1, Julio 19BB 165
Artículos, Notât y Documentos

realidad que encontramos hoy en la región, que sólo se explica como resulta­
do de las diferencias que se conformaron en el mundo colonial.
Este contexto de dispersión, mestizaje y deculturación, donde la po­
lítica colonial tuvo el efecto de una bomba de fragmentación, es el que da el
carácter a ia región, que no parece encontrar una punta de hilo para desen­
volver su propio destino. Los mitos revivalistas de una minería esquiva vuel­
ven de año en año y paralizan otros esfuerzos más fértiles. La relación del
indio con ei hacendado se hizo cada vez más paternalista y paralizante. Aun
cuando el indio desaparece como categoría social y accede teóricamente a un
status de mayor libertad, ¿en qué medida está en condiciones de ejercerla, de
elegir opciones autogeneradas? Como bien lo expresan Tord y Lazo: “¿cómo
se entiende la libertad en un mundo de relaciones personales y con procesos
de individuación muy restringidos? ¿Qué determinantes existen en las rela­
ciones de afecto-libertad y razón-libertad? ¿Cuándo, históricamente, una
conciencia es autónoma y cuándo es heterónoma? Finalmente, ¿coinciden
siempre libertad y voluntad?" (Tord y Lazo 1984). Sin duda, son todos inte­
rrogantes dramáticos, fieles reflejos de nuestra realidad.
Quisiéramos preguntarnos también sobre la relación entre etnicidad e
identidad. Barth sostiene que debemos definir el grupo étnico “concentrán­
donos en lo que es socialmente efectivo" (1979:1 5); es decir, como una for­
ma de organización social, entendiendo por esto a un "sistema de relaciones
sociales y de sus representaciones ideológicas en oposición a lo que podría ser
culturalmente efectivo" (instituciones, tecnologías, costumbres, etc.); tales
elementos no marcarían las fronteras del grupo étnico, mientras que sí lo
harían la organización social y los modos de “auto-atribución y atribución
por los otros de la identidad étnica" (Cardoso de Oliveira 1977:290). En la
sociedad aborigen del Tucumán, con poder político parcelado, la noción de
pertenencia se debió reducir a la de la unidad política menor de referencia,
sea esta el grupo étnico (o nación) o, más probablemente, la parcialidad (56).
Sin duda, la identificación de un enemigo comuna muchas de estas parciali­
dades les ayuda a unirse bajo un objetivo también común: la resistencia o la
rebelión. Pero una vez destruidas sus fuerzas y desarticulada su unidad de re­
ferencia, cada individuo se encuentra solo frente a un mundo que, inevitable­
mente, es percibido como hostil.
La reconstrucción de nuevas agrupaciones sociales multiétnicas, ca­
paces de generar su nueva “sustancia" comunitaria, como las llama Vesuri
(1977:202), necesita tal vez más de una o dos generaciones hasta que dispon­
ga de una nueva experiencia compartida. Esta es imprescindible para que los
nuevos asentamientos dejen de ser simples “agregados” humanos. Ahora bien,
para lograr esto, debe haber, a nuestro entender, algo más que experiencias
negativas, tales como exceso de trabajo, mutilaciones y soledad. Es muy difí­
cil construir una relación socialmente operativa sin disponer de objetivos de
crecimiento autónomo. La extrema penuria, no olvidemos, no favorece la so­
lidaridad, sino el egoísmo, de modo que el trabajo sin pausa en beneficio

166 Revista Andina, año 6


Lorandi: Servicio personal

ajeno cimenta el desinterés y aun et odio o la competencia deslea!. En gene-


ral, ia tónica no fue la competencia, por otro lado, sino la apatía y la práctica
del trabajo en el límite de !a subsistencia. Esto generará en el blanco el cono­
cido concepto de “indio vago y haragán". Debemos admitir que la organiza­
ción es imposible en esas condiciones y menos aún la formación de una con­
ciencia de clase. La construcción de una nueva comunidad, que se identifique
con objetivos comunes, depende en buena medida de la cuota de poder de
decisión que la sociedad global le reserve. La atomización étnica, la movilidad
forzada, los reemplazos de población que sufren aun las unidades más esta­
bles, todos son factores que conspiran contra la construcción de una socie­
dad cohesionada y capaz de desarrollar la noción de ciase en la cual podría
basarse una nueva estructura de relaciones sociales. Por el contrario, cuando
dejan de ser indios y por ello de constituir una casta definida, pasan a formar
una clase social, incapaz de autoidentificarse como tal. Es por ello que, para
paliar el desasosiego y la soledad, se refugian bajo el paraguas protector del
patrón. Se generan así relaciones paternalistas que enmascaran las antiguas
instituciones coloniales.que, después del análisis precedente, la identidad social
Es indudable
del descendiente del indio dejará de pasar por la etnicidad. Lo hemos visto en
la mentalidad del gaucho de las pampas, quien reniega de su origen nativo. El
mestizo asciende en la escala social, aun cuando quede en los escalones infe­
riores de tal escala. La identidad se desprende de la etnicidad y se instala, im­
perfectamente, en !a clase social. La minusvalía y la explotación van de la
mano en este proceso histórico; los menos seguirán dominando a los más e
impidiendo sistemáticamente su aculturación completa y competitiva a fin de
conservar el poder, basándolo en la supuesta inferioridad del dominado. La
identidad se construirá a partir de las condiciones de! nuevo asentamiento,
rural o urbano marginal, y de un provincialismo exagerado y exacerbado por
los caudillos del siglo XIX, que cumplen el rol de cohesionara una población
desasosegada en busca de su identidad. En suma, formas locales det mesianis-
mo en América.

Ana María Lorandi


Instituto de Ciencias Antropológicas
Universidad de Buenos Aires
25 de Mayo 217,4° piso
1039 Buenos Aires
Argentina

No. 1, Julio 1988 167


Artículos, Notas v Documentos

NOTAS:

(1) “Frontera": puede referirse a la frontera oriental delTawantinsuyu atacada por lu-
les y chiriguanos o a la frontera interior, denominada así por la resistencia de los
calchaquíes al dominio cusqueño.
(2) En: AGI, 70-l-30;B.N. C.G.G.V., 116: 1856.
(3) Información de Toledo y Pimentel, en: AGI, 74-5-29. B.N , C.G.G. V,, 1 78:3602,
(4) En: AGI, "Charcas” 26, Bibl. Inst. E. Ravignani, Fac. Fil. y Letras. Universidad de
Buenos Aires.
(5) Carta del Gobernadora S.M., 1586. En Levillier 1921:11,182-183.
(6) Probanza de H, Mexia Miraval, en Levillier 1919-20:11,175-176.
(7) Testimonios de cargos, etc. en Levillier 1921:11,138-158.
(8) En AGI. 1-6-53, BN, C.G.G. V., 17b: 3512.
(9) Ibid. 57.
(10) Carta delGob. Melchor de Villagómez de 1577. En Levillier 19)8:88-96.
(11) Carta de Ramírez de Veiasco al Rey. En Levillier 1921: I.
(12) Levillier 1918, 18-12-1586 {AGI 74-4-19),
(13) Carta de Ramírez de Velasco al Rey. En Levillier 1921: 1.
(14) Obligación de dote contraída por Isabel de Leguizamo y su jijo menor Juan Gutié-

168 Revista Andina, año 6


Lorandi: Servicio personal

rrez Alta mira no en favor de Pe dro Costilla de Rojas . y para tas cargas matri­
moniales y sustentación deltas el dicho Juan Gutiérrez, de su libre y espontánea vo­
luntad, sin premio ni fuerza algunas le ha parecido hacer dejación de veinte y seis
indios y 4 chinas solteras; seis indios tundeóte y veinte p¡sapanacos en cabeza de
S.M. para que el Gobernador de estas provincias que es o fuere en nombre de S.M.
los encomiende y ponga en cabeza del dicho Pedro Costilla como peísona benemé­
rita ., ,”,en Lirondo Borda 1937:213-215.
(15) Op. cit.: 238-240.
(1 f») Se trata del cacique Leo. Chanibi con 28 indios casados y sus familias, naturales de
Aconquiia.
(I 7) AGI, Charcas 58. Copia en Biblioteca del Insl. E. Ravignani. Univ. de Buenos Aires.
(18) En carta del gobernador Lucas de Figucro y Mendoza, de 1662: . . los feudos
mayores son de 15,25 y 30 indios y con esta proporción hasta el número 45 y estos
tales feudos son muy pocos, y muchísimos feudos no pasan de cinco indios, otros
son de ocho y los otros de 10..
(19) AGI, 74-4-11-6. B.N., C.G.G.V., 186:3920.
(20) Soldados: españoles pobres que no tienen calidad de vecinos.
(21) Cartas Anuas, X]X: 35.
(22) Ibidem: 75.
(23) Carla ai Rey de 1662, en Larrouy 1923: 243 y sig.
(24) Probanza de la ciudad de Talavera, 1 589. En: AGÍ, R.N., C.G.G.V., 154:2882.
(25) Ordenanzas de Ahreu, en Levillier 1919-20- 11, 22-31.
(26) Carta de Ramírez de Velasco, 1589. En AGI, 74-4-11-0, B.N., C.G.G.V., 154:2852.
(27) lbid.
(28) Carta de Alonso de Ribera de 1606, En AGI, 74-4-11, B.N., C.G.G.V., 189:4028.
(29) En Levillier 1915-1918.
(30) Matienzo [ 1567| 1967: Ia parte, VIH, 25.
(31) En AGI, 74-49-0, B N., C.G.G.V,, 192:4151,
(32) En AGI, 74-3-38 B.N., C.G.G.V,, 186:4266.
(33) Ibidem: 4282.
(34) En AGI, 74-4-19-0. B.N , C.G.G.V.. 186:4270.
(35) Ibidem: 4269 y AGI, 74-4-11, B.N,, C.G.G.V., 186:4285.
(36) Carta del Contador Rui Díaz de Guzmán. En AG!, 74-4-32, B.N-, C-G.G.V,, 178:
3541.
(37) Los padres Juan de Cereceda, Pedro de Herrera y Antonio Macero, en misión reali­
zada en las sierras que llaman de Quimilpa y Valle de Calamares, encuentran que la
catequización está a cargo de los pobleros y de los indios ladinos .. y examinan­
do el padre a uno de ellos en que forma usaban en la administración de este sacra­
mente dijo que ésta, yo te bautizo en nombre del Padre y del Espíritu Santo Amén
Jesús y replicando el padre por que se dejaba al Hijo no dio otra razón sino que así
lo habfa usado siempre con los que había bautizado y este baste por muchos ejem­
plos que se podían pono' de la necesidad extrema que padecen en sus almas estas
miserables naciones , . .’’En Cartas Anuas, XX:396.

No. 1, Julio 1988 169


Artículos, Motos y Documentos.

(38) En Levillier 1919-20: I, 316.


(39) Información de Pérez de Zurita, 8 de noviembre de 1583. En; T. Medina !90I:
XXVI, 84.
(40) En Levillier 1926b: I, 81.
(41) Caso de los indios de Motino, En Larrouy 1923:520.
(42) En Lizondo Borda 1937:195.
(43) En Montes 1961-1964:7-8, ,
(44) Carta de Alonso de Ribera de 1606, en: AGI, 74-4-11, B.N., C-G.G.V., 189:4028,
(45) En AGI, 11-7-4-10. B.N-, C-G.G.V,, 155 2900.
(46) En AHC, Escr. 2a, Leg. 4, Exp. 26. También en Montes 1961-64: I-Ill, 7-29.
(47) En AGI, il-7-4-10, B.N., C.G.G.V., 93:1441.
(48) Lizondo Borda 1937:88-89,
(49) En AGI, 74-4-11, B.N., C .G G V , 155:2900.
(50) En Uzondo Borda 1937:200-202.
(51) Autos del proceso a Bohórquez, AGI, Charcas 58 En Bibl. del Inst. de Historia E.
Ravignani, Fac. Fil. y Letras, Univ. de Buenos Aires.
(52) En Paste lis 191 2-1915; AGI. 74-6 31.
(53) Año 1678. EnPastells 1912-1915:111,53.
(54) En Autos del Proceso a Bohórquez, loe. cit.
(55) En Autos del proceso . . . Charcas, 22, doc. del 17-7-1658;Charcas 58, Consejo de
Guerra del 7-7-1659; Carta del Obispo Cortazar de 1622 en Jaimes Freyre 1915:
143-150.
(56) La voz parcialidad es usada en forma ambigua en los documentos deT la época. A ve­
ces queda claro que con este término se define a “una parle del todo \ a veces desig­
na incluso probablemente mitades, pero, en general, fue un término comodín para
identificar agrupaciones que se suponían integradas aúna unidad mayor, de magni­
tud y limites indefinidos.

170 Revista Andina, año 6


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