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En un primer acercamiento al término filosofía de la cultura, nos interpela de manera inmediata

un acercamiento a los conceptos de filosofía y cultura.


Hemos ido acuñando una posible definición de filosofía, en nuestro andar por estas áreas,
y lo primero que me viene a la mente es: el estudio del ser hasta sus últimas causas; desde esta
perspectiva, la filosofía aparece indudablemente como la herramienta indispensable de la razón
para acercarnos a cualquier realidad, dicho incluso de manera peyorativa. Es entonces una
reflexión que nace del objeto, y del objeto presente –como diría Beuchot-, y por su misma
dinámica alcanza niveles de explicación dentro de categorías racionales que de suyo pertenecen
al ámbito filosófico. En este ejercicio, el hombre, único ser capaz de realizarlo se sitúa en el
centro mismo de la reflexión, y desde su propia naturaleza a una búsqueda incansable por lograr
su realización hacia sí mismo. Sin embargo, esta realización le exige un conocimiento de sí
mismo y del mundo que le rodea, que finalmente lo posibilita a actuar moralmente. Si bien esta
era la cosmovisión griega, y desde esta base no sólo podríamos hablar de un saberse dentro del
mundo y en relación con él, sino que precisamente se inserta en el nervio de la reflexión
filosófica. Pero cabe preguntar, ¿acaso sólo hablamos de filosofía en aquello que posibilita al
hombre a situarse y actuar de determinada manera en el mundo?. Surge entonces el concepto
cultura que complementa nuestra intención en este comentario. La cultura emerge del mismo
hombre, nace con él y hasta cierto punto no puede entenderse el hombre sin ella. Desde esta
perspectiva, nos atreveríamos a decir que: la naturaleza humana no existe sin la cultura. ¿Qué
argumentos nos permiten emitir una premisa tan arriesgada?.
Desde la concepción griega del hombre, la cultura referida en sentido subjetivo, parte del
mismo hombre, le forma y de continuo le lleva a hacerse hombre, a humanizarse, pero con un
carácter aristocrático, es decir, sólo algunos son capaces de ingresar en esta categoría cultural. A
lo largo del tiempo esto se ha ido modificando según las circunstancias, explícitamente en la
Ilustración, sin embargo, la excesiva confianza en la razón lleva al hombre a intentar
universalizar esta cultura, y pretender con ella renovar la humanidad, incluso por encima del
orden moral (Cf. Kant). Más adelante se convierte en restricción para el mismo individuo dado su
carácter de especialización y por la abundancia del contenido.
Como lo entiende Abbagnano, la cultura debe abrirse a otras culturas, debe ser viva y
formadora, y debe llevarse a cabo dentro de circunstancias muy concretas. En sentido objetivo, se
dificulta la relación entre ésta y la cultura como formadora del individuo. Pues si la entendemos
como el conjunto de bienes creados por el hombre, -como afirma Frost-, se torna ambigua y se
confunde con lo que conocemos como civilización. Más aún esta creación del hombre lo dispone
a vivir de cierta manera, y de ella no se puede escapar, es lo que Frost llama una segunda
naturaleza.
Pero, ¿a qué nos lleva todo esto?, si bien el hombre se constituye como único ser capaz de
autodeterminarse, formarse, cultivarse, en sentido subjetivo; también esta dinámica no se realiza
sino desde la misma cultura, desde su creación objetiva, desde su segunda naturaleza (tradición).
Por lo tanto, una y otra constituyen el quehacer cultural del hombre, que lo posibilitan a
asumir una actitud ante la vida, una manera concreta de asumir su papel de ser humano dentro de
una realidad concreta, incluso a universalizar esta exclusiva actitud humana.
La filosofía entonces se sitúa desde y en la cultura entendida en estas dos acepciones, y
dado su objeto, -como hemos visto-, conjuga la reflexión del hombre mismo, de su mundo y de
su creación cultural que paradójicamente lo mueve a responder a ella y a generar al mismo
tiempo de continuo y por naturaleza lo que llamamos cultura.

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