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L A ID E A D E L H O M B R E CO M O
F U N D A M E N T O D E L A P E D A G O G ÍA
Y D E L A L A B O R E D U C A T IV A
vina, que salta hasta la vida eterna y al mismo tiempo sana las fragili
dades de la naturaleza caída.
Asimismo, la luz natural de su entendimiento ha sido fortalecida
por la luz de la gracia. Está mejor protegida contra los errores, si bien
no asegurada contra ellos. Sobre todo, los ojos del espíritu están
abiertos para todo lo que en este mundo nos habla de otro mundo di
ferente. Por su parte, la voluntad está inclinada al bien eterno, de ma
nera que no es fácil apartarla de él, y queda robustecida para luchar
contra las fuerzas inferiores.
Con todo, durante esta vida el hombre permanece sometido a la
necesidad de luchar. Debe implorar constantemente que se le conce
da la vida de la gracia, y ha de procurar conservarla. La perspectiva del
status termini, de la vida de la gloria, en la que contemplará la verdad
eterna y se unirá inseparablemente a ella por el amor, se le presenta
solamente como recompensa por haber luchado. Tender a este obje
tivo sin desviarse de él: ésta debe ser la pauta para toda su vida, de
modo que en todos los asuntos y sucesos de su vida terrena busque
su relevancia de cara a esa meta eterna, y los valore y actúe sobre ellos
conforme a ese criterio.
De esta manera, al cristiano se le exige una actitud crítica ante el
mundo, en el cual se encuentra como hombre que despierta al espíri
tu, y también ante el propio yo. La llamada a atenerse al verdadero
ser, que con tanta radicalidad se nos formula desde la metafísica de
Heidegger, es una llamada del cristianismo más originario: es un eco
de aquel «convertios», «Mexavoevte», con el que el Bautista invitaba a
preparar los caminos del Señor.
Entre todos los pensadores cristianos, ninguno ha respondido a
esa llamada con tanta pasión y energía como san Agustín con su Noli
Joras * iré, in te redi, in interiore homini habitat veritas. Es muy probable que
nadie haya profundizado tanto en su propio interior como Agustín en
sus «Confesiones», pero tampoco nadie ha planteado una crítica más
dura y más radical al mundo de la vida del hombre que la contenida
en «La ciudad de Dios».
Ahora bien, el resultado es completamente distinto. En el interior
del hombre habita la «verdad»: esta verdad no es el hecho desnudo de
9 De Trinitate, X , 5.
10 Confessiones, X, 1.
11 Confessiones, X, 2.
I. LA IDEA DEL HOMBRE CO M O FUNDAMENTO DE LA PEDAGOGIA 15
2. Consecuencias pedagógicas
Desde los dos puntos de vista que nos han permitido detectar el
fracaso de la antropología de la ciencia natural como fundamento de
la pedagogía, a saber, su incapacidad tanto para comprender al hom
bre concreto como para proporcionarnos una jerarquía de nuestros
objetivos, debemos plantearnos ahora la siguiente pregunta: ¿existe
una antropología que cumpla esos requisitos? De entrada: ¿hay una
antropología que pueda ayudarnos a comprender la individualidad? Y
como pregunta previa a ésta: ¿existen ciencias que tengan por objeto
al individuo en su individualidad?
Esta pregunta suscitó hace algunos decenios vivas controversias
en la teoría de la ciencia. La escuela de Badén (Windelband-Rickert)
distinguió entre ciencias nomotéticas (que buscan leyes universales) y
ciencias idiográficas (que tienen por objeto la descripción de estructu
ras y contextos individuales), o, lo que es lo mismo, entre ciencias ge-
nerali^adoras y ciencias individuali^adoras.
Esta división se solapa con la que otros preferían entre ciencias de la
naturalesg. y ciencias del espíritu. Se puede considerar a las ciencias de la
naturaleza como nomotéticas, porque —incluso allí donde proceden
descriptivamente— hablan de una ley universal de formación y estu
dian al individuo sólo como ejemplar, y nunca en su individualidad. En
cambio, no es posible equiparar a las ciencias idiográficas con las del
espíritu. Existen ciencias del espíritu que se ocupan de algo único: la
historia trata de investigar y exponer la marcha de la humanidad a lo
largo del tiempo, tal y como ha tenido lugar de modo único e irrepeti
ble, en individuos humanos y en pueblos concretos. Pero siempre ha
habido investigadores que han creído poder leer en los procesos histó
ricos algo distinto: leyes universales con arreglo a las que discurre el
acontecer histórico, estructuras y procesos típicos que se repiten siem
pre. Este es el punto de partida para una ciencia del espíritu dotada de
universalidad. Se la ha solido denominar filosofía de la historia. Esto
nos lleva a las preguntas de qué es una ciencia del espíritu, de qué rela
ción guarda con la filosofía, y de cómo ellas dos se relacionan a su vez
con una antropología como la que estamos buscando.
Pero de momento no necesitamos abordar todo este conjunto de
tan difíciles cuestiones. Podemos limitarnos a las ciencias que estu
II. LA ANTROPOLOGÍA C O M O FUNDAMENTO DE LA PEDAGOGÍA 25
3. E l estudio universal del hombre que llevan a cabo las ciencias del espíritu
Tenemos que decidir ahora qué camino tomar para obtener una
idea del hombre. Por mucho que la filosofía y la teología colaboren
para levantar el edificio de la metafísica, el modo de proceder de cada
una de ellas es esencialmente distinto. Va no sólo en su propio inte
rés, sino también en el de la metafísica, que una y otra recorran sus
caminos respectivos por separado, hasta llegar al punto en que éstos
se encuentren y cada una solicite desde sí misma el complemento que
la otra puede proporcionarle.
En el prólogo de su Summa teológica, santo Tomás ha expuesto la
diferencia y la justificación independiente de ambas ciencias con per
fecta claridad. Se distinguen tanto por su objeto como por su méto
do. El objeto de la teología es Dios, y cuando estudia el mundo lo
hace sólo en tanto el modo de ser propio de Dios, como creador y re
dentor, hace necesario incluir en la exposición el origen de las cosas
en Dios y su vuelta a Él. El objeto de la filosofía es el mundo creado,
y cuando estudia a Dios lo hace sólo en tanto que detecta que las cria
turas remiten a Él.
La diferencia de objetos implica la diferencia de medios y métodos
de conocimiento. La teología bebe de la Revelación. Solamente se sir
ve del entendimiento natural para hacer comprensibles a los hom
bres, en la medida de lo posible, las verdades de fe (fieles quaerens inte-
llectum), para ordenarlas y para desarrollar sus consecuencias. La
filosofía bebe del conocimiento natural. Tiene en cuenta las verdades
de fe como criterio que le permite someter a crítica sus propios resul
tados: dado que sólo existe una verdad, no puede ser verdadero nada
que contradiga a la verdad revelada. Sirve también a la teología, por
cuanto le proporciona el aparato conceptual y metodológico que ésta
precisa para exponer las verdades de fe 13. También encuentra en ella
el complemento que necesita: la respuesta a las preguntas ante las que
sus propios medios de conocimiento fracasan.
13 Es sin duda una cuestión metodológica fundamental de la teología dilucidar en qué
medida puede utilizar el aparato lógico de la filosofía, o si, y en qué medida, puede form ar
sus propios conceptos.
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2. E l método fenomenológico
T
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