Está en la página 1de 1

Mito griego Pigmalión

Pigmalión era un escultor que vivía en la isla de Creta. Un día se enamoró de una de sus creaciones, una estatua a la
que puso el nombre de Galatea. Tan enamorado estaba, que pidió a los dioses que la convirtieran en mujer de carne y
huesos para poder quererla como a una mujer real. Afrodita le concedió el deseo, para que más tarde se casara con
ella y naciera Pafo, su hija.
Nuestras creencias son más importantes de lo que pensamos. Si tenemos altas expectativas acerca del alguien, esta
persona tenderá a tener un rendimiento alto. Por el contrario, si nuestras expectativas sobre él son bajas, es probable
que tenga un bajo rendimiento. Las expectativas también pueden estar dirigidas a nuestro propio rendimiento, y en tal
caso se denominaría efecto Galatea.

Efecto Pigmalión aplicado al aula


¿En qué consiste el efecto pigmalión aplicado al aula? Para explicaros esto, recurriré a la investigación que llevaron a
cabo Rosenthal y Jacobson. Mediante ésta, un grupo de profesores fue informado de que a sus alumnos se les había
realizado una prueba para medir sus capacidades intelectuales. Posteriormente, se les dijo quiénes habían obtenido
los mejores resultados y afirmaron que éstos serían los que mejor rendimiento tendrían. La clave de este experimento
está en que nunca se realizó tal prueba de rendimiento. Por lo tanto, los estudiantes fueron elegidos al azar. Los
profesores desconocían totalmente esta cuestión, y aquellos que fueron considerados como mejores estudiantes
tuvieron mayor rendimiento que el resto. ¿Por qué los elegidos al azar se convirtieron en los mejores estudiantes?
Porque los profesores crearon altas expectativas sobre el rendimiento de ellos y actuaron a favor para que éstas se
cumplieran. Hubo mayor predisposición a enseñarles, mejor clima, buena actitud, etc. Estos son los cuatro factores
que permiten explicar lo anterior:
1. Se genera un clima emocional más cercano. Hay un lenguaje no verbal inconsciente que permite transmitir las
emociones a través de expresiones faciales, tono de voz, miradas, sonrisas…
2. Hay más elogios. Un profesor con expectativas positivas sobre uno o varios alumnos, tiende a elogiarlos más para
que puedan obtener mejor resultado. Frases como “eres muy bueno/a, sigue así” son frecuentes en estas aulas.
3. Se enseñan más contenidos. Como el profesor tiene expectativas positivas sobre el alumno, se motiva y se
esfuerza más para explicar nuevos contenidos. Además, se vuelve más exigente con el alumno porque espera
más de él.
4. Mayor participación en clase. El/la profesor/a pregunta más. Ocurre porque confía más en las respuestas de sus
alumnos/as.
El efecto pigmalión tiene beneficios en el rendimiento de los/as alumnos/as. Pero debemos de ser coherentes y tener
expectativas reales sobre el rendimiento de nuestros alumnos. Además, cuidar el lenguaje y nuestra actitud hacia ellos
es vital. Un lenguaje lleno de reproches o unas expectativas demasiado elevadas, no ayudarán mucho y puede que
consigan el efecto contrario, ya que el efecto pigmalión también tiene efectos negativos. Aparecen cuando las
expectativas del profesor que las proyecta en su alumno o del individuo que se las proyecta a sí mismo, son negativas.
Cuando un/a profesor/a piensa que uno de sus alumnos sacará bajas notas, dará problemas en clase (por su
procedencia, porque es repetidor, porque es más nervioso que los demás, etc), está proyectando sus expectativas
negativas sobre él o ella y su comportamiento influye en el rendimiento del estudiante. Por ejemplo, a la hora de
resolver dudas o cuando haga la distribución de sitios en la clase, tal vez le preste menos atención e incluso llegue a
ponerlo en las últimas filas porque “da problemas”. También ocurre que el alumno puede darse cuenta de que su
profesor/a lo tiene “etiquetado” y esto haga que se comporte todavía peor (“piensan que soy malo, pues voy a ser
malo”).
Otro claro ejemplo son los padres que quieren que sus hijos lleguen a ser lo que ellos no han podido ser. En este caso,
a diferencia del anterior, están proyectando expectativas positivas sobre sus niños/as, pero no lo hacen como deberían
si utilizan reproches o frases que ellos piensan que son motivadoras pero en realidad no lo son. Frases como: “Si
sigues así serás un don-nadie como tu padre/madre” o “Tienes que estudiar más o acabarás barriendo las calles”
tienen efectos negativos en el rendimiento de los/as chicos/as. Estos padres tratan de proyectar sus expectativas
positivas sobre sus hijos/as, pero lo hacen de manera negativa. Quieren que triunfen, que saquen buenas notas en
clase, pero cuando transmiten ese mensaje lo hacen de forma inadecuada. ¿Cómo podemos prevenir estos efectos
negativos? Cambiando las frases que utilizamos y nuestra actitud. “Si sigues así serás un don-nadie como tu
padre/madre” → “Estoy seguro de que puedes conseguir lo que te propongas”
“Tienes que estudiar más o acabarás barriendo las calles” → “No importa en qué trabajes. Mientras te ganes la vida
honradamente, tu padre estará orgulloso de ti.”
Otro aspecto relacionado con la comunicación es el tono de la voz. Muchos padres se alteran cuando ven que sus
hijos no van por el buen camino o que se alejan un poco. Proyectan tan fuerte sus expectativas, que se podría decir
que los obligan a sacar buenas notas. Con esto consiguen que todo lo relacionado con el colegio se convierta en
aversivo y que haya rechazo por parte del niño o la niña a las tareas académicas. “Tienes que leerte el libro o te
quedas sin salir”. No son formas.
Tenemos que llevar cuidado con lo que decimos y cómo lo hacemos. De ello dependerá, en gran medida, el futuro de
nuestros pequeños.

También podría gustarte