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"Transferencia En Las Instituciones Hospitalarias: El Jardin De Las

Transferencias Multiples"

(*) Seminario De Fundamentos “la Transferencia”. Escuela Freudiana De Buenos Aires - Clase Del 14 Julio 2012.-

Mónica Fudín - Carlos Paola

Carlos Paola: Bueno, hoy habíamos pensado, con Mónica Fudin, trabajar lo que se suele
llamar “la transferencia institucional”, o “la transferencia a la institución”, o directamente,
“cómo interviene la institución asistencial de salud mental en la transferencia”.
Entonces, comienzo hablando yo sobre mi experiencia en un Centro de Salud Mental como es
el Ameghino, que es un Centro solo de consultorios externos, es decir, que no tiene
internación.
Después Mónica va a hablar sobre los dispositivos de internación.

Habíamos visto que la estructura de la experiencia analítica consiste en que alguien le habla a
Otro (1). Lo cual implica una dirección que llamamos demanda.
En esta dirección incluimos, desde la revelación de una intención en el discurso, ya sea
reivindicativa, agresiva o seductora (2), hasta la demanda de desciframiento, que llamamos
transferencia (3).
Destaco esto último, porque está lo que se dice y también lo que se hace con lo que se dice
en la demanda.
Vale decir: trabajamos con la demanda.
Ahora bien, ¿qué sucede con esta dirección cuando se intenta practicar el psicoanálisis en un
ámbito como el hospital, donde la demanda parece multiplicarse?
Y digo que parece multiplicarse porque la Institución Pública nos confronta con legalidades y
especificidades que condicionan los modos de la demanda. Y estos modos, si bien son
exteriores al análisis, muchas veces suscitan obstáculos cuando el analista debe posicionarse
como tal.
En primer lugar, confrontamos con la demanda institucional de cumplir con algunos
instructivos que afectan no sólo a los profesionales sino también a los pacientes. Porque el
Estado, como toda estructura de poder, da instructivos acerca de los servicios que deben
prestar su instituciones.
Así, la institución reglamenta la gratuidad de la atención, los plazos de duración de los

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tratamientos, la cantidad de admisiones que se deben realizar por mes y la obligatoriedad de
atender oficios judiciales y de confeccionar estadísticas.
Pero también, la institución establece las condiciones para la admisión y los dispositivos que
el ciudadano debe atravesar para ser atendido: la información, el turno, la entrevista de
admisión, la derivación.
Y cuanta más burocracia se interponga entre el paciente y el profesional que va a atenderlo,
mayor será la tendencia al anonimato en dicha consulta.
Así, en los inicios, es bastante frecuente que no se recuerden los nombres; y que ése a quien
se le dirige la palabra sea un otro institucional sin encarnadura.
Es bastante común que cuando alguien llega a ventanilla, y la enfermera administrativa le
pregunta: “¿con qué profesional se atiende?”, el paciente responda: “espere que no me
acuerdo” y saque la tarjetita para fijarse quién es el profesional. O incluso, es frecuente que
alguien diga: “yo acá estuve en tratamiento”, “¿si?”, “estuve tres meses el año pasado”,
“ah, ¿con quién estuvo en tratamiento?”, “no, no me acuerdo, era uno de barba”.
O sea, muchas veces se le dirige la palabra a ese Otro institucional y por ahí la primera
intervención tiene que ver con eso, con hacer que ese Otro a quien se le dirige la palabra esté
encarnado.
Asimismo, estas normativas determinan un cierto perfil de consultas. Por ejemplo, en un
Centro de Salud Mental, que sólo tiene consultorios externos como el Ameghino, hay tres
condiciones taxativas para la admisión:
1.En tanto no hay dispositivo de internación, la persona en consulta no deberá presentar
riesgo inminente para sí, ni para terceros, ni para las instalaciones.
2.En tanto la asistencia queda circunscripta a tratamientos ambulatorios, la persona en
consulta deberá ser capaz de esperar, al menos, entre un turno y otro.
3.En tanto no hay infraestructura médica, la persona en consulta deberá ser capaz de tramitar
su sufrimiento psíquico por vía de la palabra.
Por otra parte, la oferta que la institución hace a la comunidad no sólo promueve la demanda
espontánea de asistencia. También hay otras demandas, algunas de las cuales derivan de los
equívocos que introduce dicha oferta.
Un primer equívoco deriva del entrecruzamiento del criterio de normalidad (que es estadístico)
con el de salud (que es biologista). Así, bizarramente, se tiende a homologar “sano” con
“normal”.
Desde esta perspectiva, toda Institución Pública de Salud Mental, deviene escenario
privilegiado, tanto para elevar quejas por la “conducta anormal” de algunos, como para
demandar su urgente restitución a los “esperables” parámetros de normalidad.
Se agrega, entonces, un tipo particular de demanda institucional, que podemos llamar de
“normalización” (4), en la cual, lo que viene fracasado de la ley (5), o lo que no anda de la
institución escolar o familiar, cobra consistencia en alguien que, nombrado como paciente y
“mandado” a tratamiento, no es sujeto de esa demanda, al menos en la instancia de la
admisión.

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Un segundo equívoco deriva de homologar salud y asistencia. Se suele hablar del derecho a
la salud de los ciudadanos. Pero el derecho no es a la salud (que es un estado particular del
ciudadano), sino a la asistencia gratuita (que es un servicio que el Estado debe brindar).
Esta homologación propicia, en estos tiempos de exclusión, la aparición de la particular figura
de aquel que viene al Hospital a reclamar por su salud, como si se tratara de un bien que
algún Otro debiera donarle o restituirle. Y, por extensión, la aparición de aquellos que, a
nombre de la Salud, reclaman por otros derechos que el Estado, caído en su función de
regular el bien común, ha dejado de garantizar.
De de los requisitos y condiciones cuyo cumplimiento demanda la institución, tiempo y dinero
han sido, durante décadas, ejes privilegiados del debate acerca de la posibilidad de un
análisis allí.
Con respecto a la gratuidad, algunos “apasionados” planteaban que dicha condición volvía
imposible un análisis en la institución, porque suponían que allí quedaba cancelada la
tramitación de las dimensiones de objeto y significante que el dinero tiene.
Y, como todo paciente debía pagar con dinero por su análisis para no pagarlo con sacrificio,
reducían la experiencia en el hospital a un “cobre sin aleación”, siempre en concordancia con
el tiempo de las entrevistas preliminares.
Otros, en cambio, sostenían la convicción de que la gratuidad era una de las tantas formas de
la imposibilidad jugada en todo análisis. Y el dinero, en falta en la Institución, podía habilitarse
como la presencia de una ausencia.
Una vez impuesta esta convicción, la pregunta sobre la posibilidad de fundar un análisis en el
hospital se centró en el tiempo. Porque el analista allí se encuentra inmerso en la paradoja de
una decisión no analítica: precipitar, respecto del fin, una conclusión anticipada.
Entonces, ¿qué estatuto tiene una sanción de concluir que, en tanto respuesta a la demanda
de asistencia masiva, no se funda en la ética del deseo? ¿Desmiente que hubo un análisis
allí?
Si bien algunos interrogantes quedan todavía abiertos, hoy podemos afirmar que los analistas
que sostienen y han sostenido su praxis en las Instituciones Públicas, ya han respondido
afirmativamente en acto a la pregunta por la posibilidad de fundar un análisis allí (6).
Siguiendo la ruta freudiana, cientos de trabajos publicados atestiguan que la posición del
analista puede alcanzarse arriba de un tren o en la cima de una montaña.
Decía al comienzo que trabajábamos con la demanda. Y sabemos que toda demanda siempre
se refiere a otra cosa que las satisfacciones que ella reclama.
La demanda, dice Lacan en el Seminario 5, es algo de una necesidad, que por estar dirigido al
Otro, pasa al medio del significante (7). Por lo que siempre restará algo más allá de lo que
pueda satisfacerse por su intermedio.
Luego, la demanda nunca se presenta desnuda. Su formulación tiene en cuenta al sistema del
Otro. Es por eso que se disfraza según con qué tenga que vérselas. Se dirigirá de una cierta
manera a la benefactora, de otra manera al banquero, (...) de otra manera al casamentero.
Así, se demanda algo de lo que se tiene necesidad en nombre de otra cosa, de la que a veces

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también se tiene necesidad, pero que será más fácilmente admitida como pretexto a la
demanda.
Por lo que, toda posición que no contemple el más allá de la demanda, confrontará
irremediablemente con el “no es eso”.
O peor: tenderá a cancelar la posibilidad de que ese alguien, ya sea victimizado, “mandado”
a tratamiento o reclamando por su derecho a la salud, se haga sujeto de esa demanda.
Porque no es lo mismo responder a la demanda, tal y como es formulada, que apostar a la
emergencia del sujeto.
El olvido de este más allá, deviene siempre resistencia del analista, acontezca o no en el
marco de una Institución Pública.
La institución pública es un espacio asistencial donde las demandas se pluralizan. Allí el
analista es confrontado, privilegiadamente, con lo que lo precipita a inventar nuevas
aleaciones, a fin de reintroducir la lógica del no todo.
Varias décadas de praxis en la institución ponen en evidencia que, si bien con la ética del
psicoanálisis no hay aleación posible, la posición del analista puede alcanzarse, aún
soportando variaciones en las condiciones del encuadre y en los modos de presentación de la
demanda.
Por lo que me autorizo a decir que la Institución Asistencial es un escenario propicio donde
interrogar la posición del analista. Porque, conmoviendo de vez en cuando aquellos rituales
que pretenden garantizarla, pone algunas veces en suspenso lo ya sabido, ofreciendo la
chance de investigar lo que resulta esencial para alcanzarla.
Precisamente, fue en el Hospital donde Lacan encontró su Aimée. Fundacional encuentro de
amor y saber que introdujo la psicosis en el campo de lo analizable (8).

EL JARDIN DE LAS TRANSFERENCIAS MULTIPLES

Mónica Fudin:

Bueno, escuchándolo a Carlos, voy a continuar con este tema de la transferencia en las
instituciones desde otro ángulo, el ángulo de la internación.
Yo les traje algún material fotográfico para que puedan situar de qué estamos hablando, de
qué les voy a hablar.…
(Entrega un material fotográfico para su circulación). son producciones, muchas sobre el
espacio donde viven, las actividades que realizan como talleres de titeres, producción de pan,
bolsas recicladas, pintura, dibujos, las marcas que dejan en las paredes y otras de
producciones de los pacientes dentro del hospital, que ellos hacen, tambien de cómo se situan
en los espacios donde viven.
llamé a esta clase “El jardín de las transferencias múltiples”. Porque yo trabajo en el hospital
Psicoasistencial Monovalente Jose T. Borda, como hablamos en otra oportunidad, y ustedes
saben que es un edificio muy antiguo, un hospital bastante clásico, donde sobreabundan los

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jardines. Casi como un pequeño pueblo, porque tiene al rededor de 1200 personas, entre
profesionales, pacientes y personal auxiliar, así que es como un pequeño pueblo.
Les decía que llamé así a este trabajo porque del jardín del hospital aparece un paciente. Sale
como un espectro de la nada y a mi lado dice “¿Le parece que me escape? Hoy tendría que
haberme ido, pero así, sucio y sin plata ¿a dónde voy a ir? Afuera no me van a querer, mejor
me quedo.” Sin esperar respuesta, desaparece como vino. Entre la piedad y el asombro,
balbuceo una respuesta que nunca será escuchada porque ya partió a refugiarse en otro
rincón. Es una demanda intransitiva que repetirá casi diariamente a quienes pasen a su lado,
haciéndolos participar de la fiesta de su jardín.
Leo en Borges “Todo el jardín es una luz apacible que ilumina la tarde. El jardincito es como
un día de fiesta en la pobreza de la tierra. Andas por tu jardín. Algo, lo se, te falta.”
Dice Allouch en referencia a eso “Y cuando nos hace el regalo y el honor de tomarnos por
testigos de su testimonio, demandándonos sancionar su validez, pero desde un sitio desde
donde está excluido que podamos hacerlo”. Subrayo “excluido”.
Frases emitidas por estos pacientes que son su modo de anclaje, una plomada. Permitirle que
en sus límites se interrogue sin saber lo que quiere o lo que dijo es tratar con esos restos
extraños de transferencia. Un sujeto hace posible su existencia en la medida en que aparece
inscripto en el campo del Otro.
Hablamos específicamente de pacientes psicóticos internados. ¿Cómo se inscriben en el
campo del Otro hospitalario? El psicótico tiene en el hospital alguna posibilidad de subjetivar,
en la medida de lo posible, sus actos. El hacer a su modo lazo social. Acompañarlo a transitar
esos caminos de una hospitalización es tener registro de su presencia en el mundo. Registro
que la institución en este caso tiene de ese sujeto que lo inscribe en el orden de las palabras,
siendo la continuidad de los encuentros muy importante en esa ecuación, que nos incluye en
la función.
Mi trabajo con la psicosis en la clínica hospitalaria –podemos pensarlo hoy, como decía
Carlos, ya habiendo transitado los pasos, si el psicoanálisis puede o no trabajar en una
institución o hacer efectiva ahí su intervención–. Mi trabajo con la psicosis, entonces, me lleva
a presentar algunas reflexiones con respecto a la transferencia situando dos aspectos
entrelazados de esta práctica. Y esto es lo que quiero compartir con ustedes en este trabajo.
En primer término ¿Cómo marcan y reconocen estos pacientes sus territorios? ¿Cuáles son
las fronteras que un analista puede reconocer cuando lo que se da a leer se encuentra en el
lugar en que el paciente vive y a su vez es lugar de cura y asistencia?
En segundo término, algunas observaciones sobre la transferencia, sus límites y obstáculos
en una internación.
Aquello que se establece entre el paciente internado y la institución que lo alberga, puede
hacer que un psicótico insista en permanecer en el hospital o lo tome como lugar de
referencia. Recordemos que “hospital” viene de la raíz “hospites” que es “huésped”. ¿No?
Lugar que hospeda. Hostal, huesped.
Como decíamos en clases anteriores sobre psicosis, el paciente alojado, vínculo que no se

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establece por el deseo de descubrir –esto es muy importante que lo podamos situar. Paciente
que permanece internado en un hospital– no por su deseo de descubrir el saber que
determina su sufrimiento, sino que allí puede encontrar algún tipo de respuesta. Un lugar
donde alojar su saber, donde acotar un goce mortífero.
¿Cuál es el mecanismo transferencial perturbador de la relación al Otro como tal? Cito una
pregunta del mismo texto que les leí antes, de Allouch, que mis compañeros me aportaron,
que dice “Partamos de una notación clínica al alcance de todos. La insistencia del alienado de
no admitirse como tal. ¿No es sorprendente? Frente a la psicosis, animarse y dejarse llevar
por ciertas experiencias que los mismos pacientes nos transmiten y nos permiten avanzar en
las preguntas que me guían.
En los años que llevo de práctica con la psicosis, recorrí a modo de investigación, cámara en
mano, los rincones, pasillos, salas, jardines; aprendí a mirar dentro de los placares, armarios,
cajones; a conversar con los pacientes, quienes en la mayoría de los casos estaban
dispuestos a hablar de ellos y mostrarlos como quien muestra parte de su casa. Aquello que lo
liga al Otro hospitalario.
Se presentaron territorios bizarros, coloridos, sombríos, despojados, anodinos. Pero todos
hablaban por sí mismos. En todos podían leerse marcas subjetivas. Un hospital que refleja no
solo las marcas de aquellos a quienes alberga y sufren, sino que padece los mismos avatares
que la sociedad en la que se encuentran.” Esto es un poco lo que decía Carlos, ¿seguirá la
institución, no seguirá…? No es la pregunta que uno se hace como profesional, sino que los
pacientes también aparecen en esta cuestión del ser y no ser. ¿No?
Un tratamiento que dejará de desarrollarse entre cuatro paredes de un consultorio para
desplegarse al borde de una cama, en la riqueza de signos y significantes que irán poblando
un discurso pobre. Y tendremos que dejar que aquello que lo rodea, hable, y nos de una pista
más de cómo acompañarlo hacia su salida. Detenerse y observar su hábitat, las paredes que
portan sus escrituras y las pinturas, las marcas artísticas de sus muros, que dejan a quienes
viven allí y transitan, poner a trabajar formas de expresión que nos dan a ver incorporándolas
en el discurso de una cura.
Ahora bien, uno transita por un hospital donde aparece todo esto y atiende pacientes que
están internados. ¿Cómo debían leer los psicoanalistas las escenas que se imponían con
premura? La palabra siempre dispuesta aprendió a desplegarse en los lugares menos
usuales… menos usuales para el psicoanálisis. Maniobramos desde la transferencia
generando dispositivos como los que vimos en la clase pasada, se acuerdan, a Las mañanas
con Romina y los esmaltes de uñas, todo lo que fue surgiendo.
El tratamiento analítico tal como fuera concebido por Freud requería de condiciones que el
paciente psicótico no poseía. Esta concepción freudiana continúa vigente, pues ciertas
intervenciones psicoanalíticas pueden resultar hasta contraproducentes.
La desmesura de la acción o la inhibición nos exigen diferentes intervenciones para la
instauración de la transferencia. Se requieren operaciones previas para acceder a la palabra.
El horror al acto –que despiertan esta manera de operar psicoanaliticamente en lugares no

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específicamente para los que ha sido creado– el horror al acto, a las transferencias salvajes, a
los encuadres desencuadrados que propone la asistencia en instituciones, el requerimiento
administrativo burocrático, los diagnósticos que no cierran, hacen que intentemos mitigar el
desamparo de una práctica ajustándonos, a veces excesivamente, a un discurso universitario
y a largas listas semiológicas que aparecen en el DSM III, IV, CIE-10… comprobando una vez
más, a pesar de esto, que “los clavitos no encajan con los agujeritos”.
La urgencia lleva generalmente a la internación, e interpela al analista en su saber hacer. Dice
Lacan en “La dirección de la cura”: “Entonces habla. Y si habla, nos pide. Su petición es
intransitiva. No presupone ningún objeto. Para eso damos nuestra presencia, siendo ésta en
primer lugar, la acción de escuchar que es la condición de la palabra.” Nosotros estamos ahí,
en ese pueblo, digamos. Transitamos por esas calles y esos lugares.
El psicoanálisis puede ser en el ámbito hospitalario muy efectivo cuando se topa con lo que
no marcha, con el equívoco, con la contingencia, con la inadecuación entre el lenguaje y lo
Real.
El llamado a veces implica una pregunta que apunta a la ruptura del discurso alienante del
Otro. Esto que también mencionaba Carlos en relación a esas demandas administrativas,
burocráticas, a ciertas cuestiones.
Un psicoanálisis hospitalario que encuentra la salida codo a codo entre otros colegas, con sus
discursos y sus diferencias, remando en la arena junto a otros pacientes.
Ahora, en el punto uno de la pregunta, que es ¿Qué puede ser leído en las paredes y en los
jardines que hablan? Si la transferencia es la transferencia del analista, el hospital ese Otro
presente para paciente, es parte de la ecuación. Lo que se produce en una internación tienen
también el efecto, el marco, el encuadre, de aquello que trata de encuadrar.
Las demandas, como decíamos, de estos pacientes, que se dan en cualquier lugar,
trascendiendo las puertas de los consultorios, jardines, pasillos, salas de espera, convierten
en lugares propicios para que se acerquen a quienes quieran escucharlos y formular
preguntas.
Pueden pedir, interrogar, expresar su amor, su odio, contar fragmentos de su historia o
quedarse hablando solos, aunque le hablen a las paredes. Paredes de un Otro que les ofrece
un lugar donde desplegar el lenguaje.
Camino por el jardín y de las sombras un ser anónimo pasa a encarnar el extranjero de pasillo
y dice “¿Usted trabaja acá?” pregunta el paciente. “Si” le digo. “¿Y no tiene miedo? Acá
estamos todos locos”.
Entre el adentro del afuera, el aquí y allá, encuentran una diferencia de esos muros donde
todo parece ser posible y adquirir otro sentido, encontrando el lugar para la pregunta insólita y
el aspecto estrafalario.
La institución transmite, tal como lo hacen los pacientes, “más allá” de las palabras –retomo
el “más allá” del que justamente hablábamos recién, tener en cuenta el “más allá”– signos y
estos aún en toda su ambigüedad representarán algo para alguien. Signos que deben ser
leídos.

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He tratado de rescatar la mirada y la voz oculta cuando un paciente internado lo está durante
años y el hospital se convierte en su hogar. Las pequeñas cosas que guarda a su alrededor,
que coloca –algunos están en las fotos, que hay ahí– que coloca sobre su armario, que oculta,
los objetos con que adorna sus paredes, su cama, su estilo bizarro, el lugar que elige para
estar en la sala, si sale o no, habla de las marcas que deja por el lugar que transita.
Cristalización de un vínculo especial en sus espacios. Sus ficciones y sus delirios. Vidas
anónimas, espacios nominados.
Yo llamé en algún trabajo “la ciudadela hospitalaria”. Una ciudadela porque alberga una
guarnición de pacientes como si fuera el último refugio. Y a veces, lo es. ¿Por qué?
Pabellones sombríos y amurallados, metáforas de prejuicio entre lo bueno y lo malo, lo normal
y lo anormal, subsociedad que ha generado un límite de contención y dispersión propia desde
donde parten el concepto de exclusión y marginación.
Humberto Eco, que trabaja el tema de las ciudadelas, las llama “medievalización”, pues una
serie de minorías rechazan la integración, se constituyen en un clan y cada clan se convierte
en un centro propio, quiebre del tiempo donde la vida adquiere otra dimensión, otra dimensión
temporal. El tiempo psiquiátrico o psíquico, en este caso, prevalece sobre el tiempo
cronológico que se dilata y se pierde. Duración –a diferencia de lo que Carlos mencionaba en
los lugares de consultorios externos– donde la duración de los tratamientos parece ser infinita.
Quiebre del tiempo. Si los analistas no operamos allí en una función de corte, con la mirada
puesta en el acto del alta o de la externación, entonces somos tomados, de alguna manera,
con este concepto “atemporal”, casi, podríamos decir.
Si el enfermo, dice Freud en “Más allá del principio del placer”, “Si el enfermo establece con
la institución una transferencia negativa, abandonará tarde o temprano el establecimiento sin
haber conseguido alivio alguno o habiendo empeorado. Claramente como resistencia a la
curación, no ya impulsando al enfermo a abandonar el establecimiento sino por el contrario
reteniéndolo en él, manteniéndolo apartado de la vida real.” Esto dice Freud en 1920.
¿Por qué permanecen los pacientes psicóticos en un hospital, aún a veces pudiendo irse, o
se van y después vuelven, vuelven a pedir la internación? ¿Qué lugar tiene el hospital para el
enfermo psicótico?
Veamos algunas situaciones interesantes que se presentan en una internación, pues todo
hospital tiene terapeutas, camas, una capilla, un director. Para algunos enfermos la presencia
de la institución tendrá mayor fuerza que para otros. Están los que establecen lazos tan
fuertes con sus terapeutas que son capaces de desestabilizarse cuando estos salen de
vacaciones, debiendo ser re internados en su ausencia. Hay otros que no están
especialmente interesados en hacerse atender por un profesional en particular o por el que
con anterioridad los asistió. Muchos de ellos –esto creo que tiene que ver con lo público que
vos también mencionabas, Carlos– muchos de ellos apenas recuerdan el nombre, y las
descripciones que hacen no coinciden con los rasgos de quienes los atienden, a pesar de
haber estado sostenidos fuertemente por ellos. Y están los otros, que aún sin tener
establecidos contactos estables y profundos se niegan a abandonar la institución, aún

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teniendo lugar donde vivir y pudiendo hacerlo.
Su cama, su lugar en la sala, sus extravagantes pertenencias, sus silenciosos rincones, son
espacios ganados, valuarte de su presencia en el mundo hospitalario. Celosos vigías de un
territorio incapaz de ser considerado valioso para quien no habite tras los muros de un
hospital.
No todo les da lo mismo, aunque por su alienación lo parezca. Quien desconozca esto,
desconocerá también el significado que para un paciente internado puede tener un cambio de
escena. Las expulsiones o traslados compulsivos de enfermos a otras instituciones, como
pasó hace uno o dos años, donde había una compulsión a sacar todos los pacientes
internados, desmanicomializar, abrir las puertas del hospital, sacar el hospital, bueno. Por
supuesto fueron pasados a instituciones privadas, pero por supuesto, como no se les pagó a
las instituciones privadas los pacientes volvieron al hospital, o a la calle. Entonces, muchos de
esos pacientes se desestabilizaron al pasar a otra institución. Volvieron otra vez a su hábitat
cotidiano.
Entonces, las expulsiones o traslados compulsivos de enfermos han producido
desestabilizaciones, regresiones y pedidos explícitos de retorno al hospital. Y suelen ser
inefectivos si el traslado es un mero trámite burocrático de abrir las puertas de un manicomio,
propiciado por algún funcionario de turno.
¿Qué es la consistencia hospitalaria? La consistencia hospitalaria reconoce su filiación con la
cultura. Las instituciones ofrecen una cultura, parámetros simbólicos, imaginarios, que
proveen un armazón estructural y que establece cierta manera de convivir en la institución.
Así, entre tantos personajes de un hospital, está el nombre del director del hospital. Será la
instancia recurrente a través de pedidos, felicitaciones, amenazas o quejas que le llegan en
innumerable cantidad de cartas.
El párroco –esto es interesante, todo hospital tiene una Iglesia, todo hospital tiene un párroco,
el párroco de este hospital, con el que yo había hecho una entrevista hacía muchos años,
estaba contento porque él había pedido a la Diócesis que lo mandara al peor lugar del mundo
para que él pudiera trabajar en el lugar donde estuvieran los más pobres de los pobre y lo
mandó al Borda. Al jardín de las delicias–.
El párroco representará la cara de Dios en la tierra. La capilla, una faz a veces materna del
ícono sagrado, otras, inquietantemente paterna, que bascula entre la imagen de la cruz, al
cura párroco.
Me gustaría mencionarles un pequeño párrafo de una carta, que este párrafo leyó en una
charla a la que yo lo invité en un seminario en el hospital, para contar sus actividades. Porque
uno decía: “Bueno, ¿pero qué hace un párroco en un manicomio? ¿Cuál es su función, es
puramente religiosa…?” Estaba lleno, la capilla estaba siempre llena de pacientes que
circulan, que van.
Entonces, él dice así, el lugar que él pensaba que tenía para los pacientes la parroquia que
allí funcionaba, y decía esto con sus palabras “La figura del sacerdote es mediador, puente
entre Dios y ellos. Quieren que los bendiga, que los toque, que les regale estampitas o los

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rocíe con agua bendita. Darme un beso o saludarme como la expresión de que Dios los
bendice al tocar al sacerdote. Lo que yo les diga, mi palabra –este es psicoanalista, ¿no?– no
tiene tanta importancia. Hay como un respeto al sacerdote por lo que es. No por lo que dice.
En cualquier rincón del hospital quieren que los confiese. Saben que el cura te saca los
pecados y si no los tienen los inventan para que yo los perdone. Esto lo podemos constatar
especialmente en los pacientes crónicos que en medio de su soledad y abandono
experimentan el estar internados. Han hecho del hospital, su hogar.”
Esto escribe este Padre.
Entonces, el psicótico a su manera llama y desde su imposibilidad, al igual que un niño,
reclama por la ayuda del otro que Freud denomina como “prójimo”.
Hay otra especialidad dentro de un psiquiátrico, que son la categoría de ayudantes de servicio
que tienen algunos pacientes. Es un paciente que está entre el enfermero, podríamos decir, y
los pacientes. Una especie de cadete, de ayuda.

Carlos Paola: (Fuera de micrófono).

Mónica Fudin: Claro, que queda ahí. Y les pagan un pequeño peculio por esta actividad.
Entonces, el ayudante de un servicio puede convertirse en un espacio de categoría de
prestigio, encontrando la oportunidad de tener un lugar para el otro a partir de las rutinas que
brindan las rutinas de una sala. Junto a la enfermería, de quién recibe indicaciones. El
reconocimiento de los profesionales, de quienes esperan un trato diferenciado al resto de sus
compañeros, no les es indiferente. Estos espacios poco ortodoxos favorecen acceder o
mantener el orden de la palabra y de esta manera se abre un campo de intervención
posibilitando un encuentro.
¿Qué posibles intervenciones podemos pensar para el paciente en estos espacios?
René Roussillon estudia los espacios en las instituciones. Esto es interesante porque además
no es solo en las instituciones psiquiátricas sino en general en las instituciones y qué
funciones tienen.
Él piensa los lugares que son comunes a todos, patios, salas, corredores, cafeterías, aulas.
Dice que son espacios espontáneos donde se regula la atención de las actividades cotidianas.
Funcionan como vocero, es decir, que se digan y se transmitan informaciones sin demasiado
riesgo. Lo que sería “radio-pasillo” por ahí para cualquiera que trabaje en algún otro lugar.

Comentario del público: Por donde circula lo no-institucionalizado.

Mónica Fudin: Claro, son espacios... están fuera de los espacios oficiales e intermediarios. La
palabra circula co otro sentido…

Carlos Paola: De los dispositivos de poder.

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Mónica Fudin: Exactamente. La palabra encuentra aquí un lugar donde puede ser ensayada y
retomada en espacios no oficiales ni profesionales.
Ahora, ¿Qué se hace con lo que sucede en esos espacios cuando esto es un hospital y hay
un paciente internado y vive ahí? El hospital ofrece gran cantidad de lugares donde estos
pacientes pueden no solo realizar actividades sino armar lazo social con el otro, prójimo que
comparte la cotidianeidad. Estos espacios pueden ser artísticos, laborales, aprenden oficios,
funcionan como cooperativas. Los profesionales intentan movilizarlos propiciando participar de
estas actividades según la estructura de cada uno.
Lo que sucede en estos espacios, hay como tres formas, porque uno se encuentra con el
paciente que atiende en el circular de estar instituciones. ¿Qué hace con lo que ve que hace
el paciente, en un jardín, o si lo vemos pintando la pared, o pegándole a alguien…?
Él dice, uno puede pensar ¿Qué pasa? En función de esta propuesta que tiene Roussillon, …
lo que sucede en estos espacios puede tener distintos efectos, pero puede a los profesionales
serles muy útil en los tratamientos si se los reanuda. ¿Qué quiere decir? Si se los reintegra a
la cadena asociativa como actualización transferencial y se lo retoma en el seno de una
sesión. De lo contrario puede quedar como un depósito, dice él, donde lo que se dice o se
hace en el intersticio queda reservado y depositado, inmovilizado.
Por último, aparece como un estatuto de lo que él llama “cripta”, o sea, que hay una división
muy tajante entre lo que pasa en la sesión y lo que pasa afuera de los tiempos de una sesión.
También Carlos hablaba de esto en ese Hospital de Día donde se bañaban los pacientes, no
se bañaban, bueno, qué se hace con eso que está por ahí.
Hay otra situación a la que se tiene que prestar atención cuando se trabaja en una institución
y que se da de esta manera, como Carlos decía en ese sentido, que es la monotonía sensorial
o disminución de los estímulos ambientales. No somos arquitectos ni ambientalistas ni
celadores, pero sí nos dice algo, y en la dirección de una cura de un paciente es importante
que a esto le prestemos atención.
Hay algo que menoscaba el contacto del sujeto con el otro y que se denomina “velo gris”.
Velo gris es un término que se usa para un ambiente desprovisto de estimulación sensorial.
Exceso de reposo, silencio, soledad, oscuridad, son las condiciones que asocian el
hospitalismo y el deterioro. La falta de decoración… fíjense qué cosas que uno diría “bueno,
son cosas sencillas, de lo cotidiano, casi ni valdría la pena mencionarlo”, pero sí si hay que
incluirlas en la dirección del tratamiento porque esto, este estímulo que buscamos, si
buscamos que el paciente salga, que el paciente se externe, son cuestiones importantes. ¿Por
qué? Porque llevaron a pensar, esto de que las salas de crónicos son salas suspendidas en el
tiempo y el espacio, uniformes y monótonas. “Total, son dementes, deteriorados…” y después
termina deteriorándose uno que trabaja ahí. Eso obviamente no es contagioso, pero el velo
gris avanza.
Freud decía, llevaron a Freud a pensar en su existencia, vale decir, junto al Eros hay una
pulsión de muerte. La pulsión de muerte trabaja muda dentro del ser vivo en la obra de su
disolución. En la psicosis, en una internación, hay que batallar permanentemente contra eso

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que es lo mudo, lo que pasa inadvertido, lo que está ahí, pero de alguna manera habla, o lo
tenemos que hacer hablar.
Bleger, que todos lo habremos estudiado en la facultad, en un libro que dice “Psicohigiene y
psicología institucional”, alguna vez lo leímos, dice “La institución psiquiátrica está
estructurada en función de un código y una lengua, pero es también un lugar sintomal. Las
instituciones tienden a adoptar la misma estructura de los problemas que tienden a enfrentar”.

Entonces, cada conquista sobre estas áreas aparentemente arquitectónicas el siglo pasado,
que le dan al hospital una estructura asilar, sucia, lúgubre, será trabajar en contra de esto en
pos del alivio y la evitación de la humillación, hostilidad y frustración de los enfermos en el
punto asistencial, que podríamos decir, prestando atención a las condiciones ambientales,
que también son un real del que forma parte una internación.
Ahora, el segundo punto y en esto habíamos quedado d la clase pasada … ¿Existen
dispositivos transferenciales en una internación en la psicosis? Creo que lo habíamos, que
había quedado por ahí esta pregunta. Y yo creo que sí. Yo creo que hay dispositivos, porque
los momentos transferenciales en una institución son diferentes. Yo pude situar tres
momentos importantes transferenciales en una institución y serían los siguientes. Para Lacan
la transferencia es un fenómeno que incluye juntos al sujeto y al psicoanalista, fenómeno
ligado al deseo –de lo cual estábamos hablando–. ¿Qué sucede cuando ese saber puede
estar encarnado en ese Otro que alberga a un paciente? Ese Otro hospital que alberga a un
sujeto psicótico.
El primer momento que yo puedo situar transferencial tiene carácter resistencial, reforzado por
el hospital como el lugar del sin retorno a la comunidad, del hospital “atrapado sin salida”.
Momento propicio para las fugas de los pacientes, los abandonos de tratamiento, el abandono
de la familia, las quejas, las altas contraindicación médica, el rechazo a la medicación,
tendencias al acting y la reaparición de episodios de violencia y excitación.
También la contracara de la resistencia y es identificaciones masivas, adhesividad, insistencia
en la búsqueda de atención sin límites –esos pacientes que golpean la puerta de los
consultorios diez veces, “doctora, le quiero decir…” ¿no?– agradecimiento incondicional
articulado por un exceso de demanda. Territorio de puertas abiertas permeables al vínculo con
el exterior, donde el paciente pueda entrar y salir, y donde pueda tener un espacio.
En este primer momento, la intervención deberá orientarse a no quebrar el lazo social. Como
generalmente en las internaciones hospitalarias el paciente es traído por otros y alguien debe
firmar como responsable de esa internación, convocarlos una vez instalado el paciente en el
servicio de agudos suele ser de mucha operatividad en la dirección de un tratamiento. Se abre
así la posibilidad de establecer la palabra evitando el abandono del paciente en el hospital,
involucrándolos en la dirección del mismo.
Esto es muy importante, yo tenía un maestro de hospital que decía que cuando el paciente
entra al hospital y la familia le sacó la cama de la habitación, no vuelve más. Entonces, hay
que evitar que la familia piense que el paciente no va a salir más, que lo depositó. Aunque

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después no retorne a su casa, pero lo importante es que trabajen con nosotros en la
posibilidad de la salida del paciente vaya adonde vaya después de la internación.
Este momento transferencial es muy importante. La ligazón que aquel que lo internó o que el
mismo paciente pueda establecer en este primer momento. Momento de involucrar al
paciente, donde lo que se le pide… y otra vez vuelve a estar acá el lugar de dónde se ubica el
saber, el saber no está del lado de quien va a dirigir el tratamiento sino que el saber va a estar
del lado de esa familia o de aquel que internó y nos va a ayudar a nosotros con todo eso que
saben, a poder intervenir. Entonces se los convoca desde ese lugar. Porque a veces se dice
“no, porque usted tiene que venir…” y la familia que ya está agotada cuando interna un
paciente lo que menos quiere es llevárselo al otro día a la casa, o venir todos los días de
visita.
Entonces, hay muchos elementos que uno tiene que considerar en las intervenciones para
poder establecer una transferencia de trabajo… a nosotros lo que nos interesa es poder
establecer ese lazo transferencial con aquellos que internan al paciente, la familia, los
amigos, o quien sea, Que se establezca este primer momento donde haya una idea, un
imaginario, de que el paciente no va a estar ahí de por vida, no se va a quedar para siempre y
que pueden trabajar con nosotros en la salida del paciente o en la externación, o vaya donde
vaya después.
Entonces, la pregnancia imaginaria acerca de la valoración que otorga la sociedad y la prensa
sensacionalista a veces hace que estos lugares sean golpeados y no siempre muy bien vistos.
Después pasamos a un segundo momento. El paciente ya está instalado en un servicio, se
empieza a trabajar con él, el psiquiatra, el psicólogo, los terapeutas de grupo, ocupacionales,
familiares, lo que sea. En el segundo momento la transferencia salvaje entra a circular por los
canales normativos de un tratamiento donde se empiezan a aceptar las consignas
establecidas por el servicio donde se está internado. Las palabras trascienden el fin catártico o
la queja sin fin para dar paso a la resignificación de los signos por la vía de las intervenciones
y permite que el paso por la internación no sea sin consecuencias. No es un trámite
burocrático, que viene, está 30 días, se lo compensa y se va. Ese trabajo tiene que tener una
marca.
Analista y paciente comparten entonces las mismas reglas de un hospital. Internarán…
Intentarán hacer algo con ellas. Y acá, un poco lo que decía Carlos, bueno, días de
internación, consignas básicas y burocratizadas, pero con eso hacer algo. La internación no
es de por vida.
El paciente tiene que poder trabajar, porque él sabe que las voces que escuchó, si bien fueron
ciertas, sabe que las escuchó pero algo le dice que no todos escuchan voces y que algo no es
“normal”, entre comillas, en ese acontecimiento. Algo que posiblemente él no pueda explicar.
Yo tenía un paciente que decía, explicaba así su primera internación, decía “es como cuando
uno va viajando en un colectivo. Siempre viaja en el colectivo y va por el mismo recorrido.
Pero un día el recorrido es otro y no sabe dónde está y no se bajó y siguió y no se dio cuenta
que cambió ese recorrido…”. Me pareció una explicación fantástica de lo que le había pasado.

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Él tomó el recorrido como siempre del colectivo y se bajó en otro lugar. No era el mismo. Y
después de ese momento tampoco el fue el mismo, ya no se reconoció mas en el que era…
Entonces, algo de ese “no normal” de ese acontecimiento, que no puede explicar, tal vez esta
pequeña vacilación “¿por qué no se bajó en el lugar de siempre?” tal vez sea la puerta de
entrada. Enfrentarse a un sufrimiento que lo deja al margen del lazo social, advertido que todo
retorno a su escena familiar y social pondrá a prueba el camino transitado.
Este es el camino de este segundo momento transferencial en una internación, que es abrir
alguna posibilidad en esa certeza.
Los permisos de salida se harán cada vez más frecuentes hasta que se pueda obtener el alta.
De lo contrario hay un tercer momento transferencial en relación al hospital y al cambio de
dispositivo, que es que si se atraviesan estos dos momentos pero el paciente no está en
condiciones de volver, ya sea porque no tiene trabajo, ni familia, ni puede manejarse solo, o
no tiene a dónde ir.
Hay un tercer momento en donde pasará al servicio de crónicos, a un servicio de mediano o
largo plazo. Asentado allí –y de esto tenemos que estar advertidos– sus conductas más
extravagantes se incrementarán, su deterioro se hará presente día a día. El abandono, la
soledad y el aislamiento encontrarán ahí un terreno fértil en donde clavar sus garras. De no
haberse dado esta instancia, pasaríamos justamente a este tercer momento.
Entonces, es el analista en transferencia en este tercer momento que no debe dejarse
subyugar por esta melodía que cronificará las intervenciones y coagulará el deseo del mismo
analista, que a veces ya da causa perdida en este paciente con el que no se pudo hacer nada.
Entonces, tiene que tratar de disponer y recrear todos los recursos que la institución ofrece.
Hospital de día, de noche, la capilla, área de deporte, recreación, lo que sea. Es en esta
instancia donde tenemos que estar alertas de la manera de anclarse el paciente al hospital.
Una puede ser al estilo del hospitalismo, incrementándose las conductas extravagantes,
donde la soledad y el abandono hacen su terreno, o propiciando la externación.
Dice Neruda: “No hay sueños, no hay imágenes, no hay paroxismo, hay un debilitamiento
melódico, como si una nota infinitamente suave se prolongara en la atmósfera.”
Entonces, concluyendo, dejemos a la locura pasearse por los jardines sin salir despavoridos.
Estemos advertidos de que hay una ética en el acto de una internación aunque esta sea de
por vida. Existen diferentes maneras de insertarse un paciente en un hospital, pero que éste
sea el último recuso que tienen, a veces pueden desplegar la transferencia y armar algo con
ese lugar que los aloja.
Por último, porque después de todo qué es un signo por sí solo si no se presenta enhebrado a
otros, a una historia, a una dimensión subjetiva de un individuo. Entonces vuelvo a Pablo
Neruda en “Confieso que he vivido” y dice “¿Hacia dónde ir? ¿Hacia dónde regresar,
conducir, callar y palpitar? Miro hacia todos los puntos de la claridad y de la oscuridad y no
encuentro sino el propio vacío que mis manos elaboraron con cuidado fatal.”
Bueno, abrimos un espacio de preguntas. Vieron también ahí en las fotos todas las marcas,
las marcas internas, externas, que estos pacientes dejan en estos lugares, que no pueden

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pasar inadvertidas y no pueden ser no pensadas como pertenecientes a esos sujetos.
Bueno, abrimos preguntas.

Comentario del público: Decías esto, de… en la parroquia o en relación a lo religioso que
aparecía mucho la figura masculina, la cruz, Cristo. Y también vi la piedad, la Virgen con el
hijo muerto ( en las fotos que se mostraron) También me parece muy fuerte, porque lo
masculino muerto en los dos casos.

Mónica Fudin: Si hay algo de eso…

Comentario del público: Yo te iba a preguntar algo muy... creo al menos entender que en la
misma línea que planteaba ella. Me llamaban la atención los signos que aparecen, ya sea a
través de producciones plásticas, grafitis, lo que fuere y los ponía en relación con otros signos
que da el hospital. Por ejemplo, pensaba precisamente en la piedad, es un signo que también
el hospital brinda. Entonces ahí hay como un interjuego entre esos dos signos.
Lo que yo pensaba, dado que se habla del “alienado” remite a la palabra “alien”, como lo
“otro”, lo radicalmente otro. Estas marcas, estos signos, permiten atravesar ese muro
segregativo estructural. Pero del lado de la institución también se dan signos, cuando se
instaura una cruz, la Virgen con su hijo muerto, también son signos que se da al otro lado del
muro.
Quería preguntarte ¿cómo pensabas estas cuestiones?

Mónica Fudin: Cuando yo trabajaba en emergencias, hace muchos años, el jefe de servicio no
dejaba poner signos, cosas de cuestiones religiosas. Ni cruces, ni vírgenes, ni rosarios…

Comentario del público: Santos…

Mónica Fudin: Ni nada. Digamos que podía haber ahí sujetos de cualquier religión y no
permitían en las habitaciones ponerlas si bien algunos las traian, pero piensen que tambien
ponían cosas de magia, cosas rarísimas que tenian que ver con el delirio de cada uno como
impregnar todo de vinagre, saumerios, etc. Arrodillarse y tirarse al piso frente a las imágenes.
Tampoco en esa época, por ejemplo, se permitían los espejos. Porque había una cuestión en
relación al temor a que el paciente se suicidara si se rompian los vidrios y se cortara , o veía
reflejada su imagen y se destabilizara, Pero esto va más allá de lo que la institución pueda
ofrecer o una propuesta de dispositivo, porque evidentemente, y lo habrán visto ahí, cada uno
pone sus marcas, de la religión que sea, inclusive creo que hay una estrella judía, después
hay signos nazis, bueno, hay todo tipo de signos en esas paredes. Y en muchos hay, bueno,
estampitas, vírgenes… va más allá de lo que la institución ofrezca o pueda o no permitir. Es
más, esa Piedad, no se si está en esa foto o no, esa estatua está cortada porque le rompieron
las piernas. Después se pintó de blanco, después se le arregló la pierna, después lo volvieron

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a romper...parece que està ahí para ser gastada…
Bueno, digamos, hay ofertas, un montón de posibilidades y de signos, que a veces, que los
pacientes construyen o recrean, más allá de lo que la institución les pueda permitir o no. Y
también hay pacientes que se han suicidado cortando vidrio en la ventana, no hace falta que
haya un espejo. Con lo cual el paciente trae sus propios signos, sus propias marcas, como
deciamos la clase pasada el Taller del sastre está en la cabeza de cada uno, aun cuando no
se tenga aguja ni hilo….

Clara Cruglak: ¿Había alguien por ahí que quería intervenir? ¿No?
Se lo mire por donde se lo mire, se lo busque por donde se lo quiera encontrar o se lo pueda
encontrar, el tema de la transferencia tiene un punto, a mi entender, un punto capital y es lo
que se juega en la presencia. Porque tanto lo que decía Carlos como lo que decía Mónica, me
hacía pensar que el pronóstico del sujeto, sea cual sea el ámbito donde se pueda leer la
demanda, el pronóstico del sujeto depende del campo del Otro. Y de acuerdo a cómo se sitúe
esa presencia del analista en el campo del Otro, se jugará en estos tres tiempos, que me
parece que esto que marca Mónica con respecto a los tres momentos de la transferencia en la
institución psiquiátrica, de hospitalización, digo, de internación, cómo está bien marcado que
el pronóstico del sujeto depende enteramente de lo que se juegue en el campo del Otro.
Entonces a mí me causó como cierta picardía, seguir en el… la propuesta del título, muy rico,
poético, de Mónica, “El jardín de las transferencias”. Inmediatamente invoqué “El jardín de
las delicias”. Hasta que esto abrochó con que… cómo uno, la lectura siempre implica la clínica,
la escucha siempre implica la clínica, porque uno no deja de escuchar, el point de capiton
donde se le anuda la propia falta. ¿No? Entonces escuchaba “El jardín de las delicias”, pero
era anticipado, entonces lo comenté tipo picardía con Carlos, digo “che, “El jardín de las
delicias” de el Bosco” y él me corrige “de Bosch. La traducción es en España”. Vengo de un
viaje donde vi “El jardín de las delicias”.
Mónica sigue avanzando y nos cuenta que el párroco, dando cuenta de cómo se jugaba su
presencia en ese lugar, dice haber pedido ir “al peor de los lugares”. Entonces ahí se me
abrochó, significativamente para mí, como el peor de los lugares para un párroco. O sea, el
lugar de mayor inserción para… de la locura, con el prejuicio es la locura como castigo. Él pidió
como castigo, digamos, más o menos.
Esto quería… porque verdaderamente, subrayar, que en mi lectura sigue insistiendo la
presencia del analista como el punto clave.

Carlos Bembibre: Bueno, pero yendo al castigo, yo… porque es cierto, es un pedido, el del
cura, “el peor lugar del mundo”, que asume la vestidura sacrificial. No es “el castigo, la
locura” sino “yo me sacrifico”…

Clara Cruglak: …y voy donde más me necesitan.

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Carlos Bembibre: Claro.

Comentario del público: Donde hay más necesidad.

Clara Cruglak: Porque la locura es tomada en función… la locura o la enfermedad, por la cual
los pacientes pueden estar en ese lugar, no es tomada dentro de los parámetros que vos
hablabas, de “salud” y “normalidad”, sino que ahí ya implica otra sanción que es la del
pecado. “Pecaste y esto obtenés”.

Carlos Bembibre: Entonces, yo pensaba, es como la figura clásica de santidad de besar los
labios de un leproso, o “comer las llagas de un leproso”, como cita creo que en el “Seminario
7”, Lacan, en referencia a no se qué Santa.
Pero entonces digo, si en el “Breve discurso a los psiquiatras” habla de la cuestión del horror
ante ese extraño coleóptero, y el horror lanza a un gesto segregativo, en ese “mándenme al
lugar más terrible”, es que en ese gesto segregativo estamos concernidos en un goce. Hay un
goce que nos concierne ahí.
Eso por un lado. Y por otro, la verdad es que yo les agradezco mucho porque yo creo que lo
que interesa en estos espacios no es tanto las conclusiones que nos puedan transmitir sino
las incitaciones. Y a mí me incitaron a releer estos tres clásicos de Foucault, “Historia de la
locura”, “El poder psiquiátrico” y “Los anormales”. Donde estamos trabajando,
precisamente, estamos dando vuelta en torno a esto que planteaba Clara que el pronóstico va
a depender del lugar de el Otro que está en juego.

Mónica Fudin: Yo pensaba que a veces esas encarnizadas batallas que se arman, “Cerremos
el hospital, el manicomio”, “¡abrámoslo…!” obviamente que sería fantástico que hubieran
Casas de Medio Camino, con diez pacientes, o no se si vieron la película “Elling, mi amigo y
yo”, que es una película fantástica, donde bueno, sería ideal que el Estado brindara un
departamento, dos ambientes y les pagara todo. Pero no sucede y tampoco hay suficientes
Casas de Medio Camino. Entonces no se trata de “cerremos el manicomio” porque es un
lugar donde no hay posibilidades en que el paciente pueda hacer algo con lo que le pasa.
Yo creo que hay muchos dispositivos, y efectivamente el hospital tiene un lugar para el
paciente psicótico. No solo el hospital ofrece, sino que para el paciente ese espacio es un
lugar ganado. No es tan alegre “cerremos los manicomios”. Porque el concepto manicomial,
justamente tiene que virar a un concepto de asistencia, de albergue, no de depósito, colonia,
sino de albergue asistencial.

Clara Cruglak: Cuando traías la cita de… la referencia de Humberto Eco con respecto a la
“medialización”, que es la…

Mónica Fudin: La “medievalización”.

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Clara Cruglak: Si, que apunta a la idea de cómo estaban organizados los espacios en la
época medieval. De hecho el “burgo” medieval implicaba que dentro de las murallas estaba el
burgo, la burguesía, pero que respondía a un amo. Y por fuera del burgo estaba la bestialidad
o lo que estaba fuera de los lazos sociales.
Es interesante la lectura de Eco, porque las leyes que rigen un hospital, por más entre
comillas “caótico” que pueda ser la comprensión o la sanción que se tenga en relación a la
salud, lo normal, la enfermedad, hay algo que es inevitable, que recorta una geografía del
afuera donde se confía en que haya leyes. Tanto los profesionales, como los pacientes, como
los familiares, esto lo toman como un punto de referencia. Un lugar donde se puede buscar la
libertad porque se reconoce la prisión, en la locura, en la burocratización, en esta cuestión de
las demandas que vos tan bien nos transmitías, cómo la multiplicidad de demandas, o sea,
cómo prolifera. Pero está enmarcado. El afuera es mucho más caótico, en el sentido,
volviendo a lo de Eco. Tengamos en cuenta que cuando hay un parámetro que funciona como
ley instaura la otredad. Por eso no es tan sencillo desmanicomializar.
A mí me parece que esto… qué bueno que en este seminario de transferencia podamos hablar
de estas cosas que hablan de nuestro compromiso político en la polis, con respecto a la idea
que tenemos de salud mental, locura y subjetivación.
Porque había algo de lo que decía Mónica también, porque en esos espacios, desde la
muralla, que hace a lo medieval, hasta el ámbito de un placard. A mí me conmovió pensar que
lo que se lee, esto que vos decís, hay que aprender a leer ahí.
Entonces, decía yo, lo que nos estás enseñando es que los rastros de la subjetividad se
encuentran en cualquier lugar. Y ese cualquier lugar, como el (Sq) de la transferencia que nos
muestra Lacan para enseñarnos a leer, ese cualquier lugar depende de quien se acerque a
leer.
Por eso, otra vez, toda esta vuelta es para subrayar enfáticamente la cuestión de si nos
acercamos ahí desde el marco referencial teórico psicoanalítico y desde la práctica del
psicoanálisis, vamos a hacer de ese rincón, de ese placard, una marca de subjetivación. Y
vamos a poder escuchar lo no institucionalizado de cualquier práctica en esos lugares que
están sin norma, o sea, fuera de lo institucionalizado, o sea, donde circula lo real, y no
salvajemente.
Bueno, la verdad que el trabajo que nos han traído yo se los agradezco profunda y
sinceramente.

Carlos Bembibre: Dos cosas. Una anécdota que recuerdo y una pregunta. Con esta vorágine
de desmanicomialización, que tiene sus distintas facetas, está la versión Gabriela Michetti que
dice “cerremos porque es un horror pasar por el Borda”.
(Risas).
¿No? “Me da horror pasar por ahí.” Más allá de todos los intereses que hay porque es un
terreno muy valioso. A la vorágine de… amparado incluso en lectura de Foucault, de

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desmanicomializar en algunos ámbitos de la provincia.
Y me acordaba de las primeras experiencias que se hicieron en casas de convivencia, en
Open Door, una de ellas está en Moreno, fue la primera. Está bien, vino la foto, las
autoridades, eso ya pasó. Y después de eso el problema es que la casa no tenía ni
electricidad ni calefacción, había problemas con el agua, entonces, si, los pacientes estaban
fuera pero no se si fue para mejor o para peor.
El tema es que los pacientes rápidamente empiezan a organizarse, pero hay un punto en que
no había con qué darles, al mediodía viajaban al hospital para que les den de comer.

Comentario del público: A la casa.

(Risas).

Carlos Bembibre: Entonces les insistían y les daban como normativas “está prohibido ir al
hospital….” Pero los tipos iban a buscar la comida.
Entonces, uno diría ¿Cómo se lee eso? Bueno, en ese momento se leyó desde una cuestión
del máximo dispositivo de poder, absolutamente prohibido, si no quieren comer que no coman.
En lugar de hacer de esto una lectura de esto que vos decís, ¿no? “Volvemos a casa”.

Comentario del público: Que en ese lugar nuevo tiene que instaurarse una transferencia,
porque no es solo una casa. Es una casa donde vive, se lo asiste, hay terapeutas, bueno, lo
que haya. Si no se da el tiempo de instaurar la transferencia va a pasar esta cosa compulsiva,
que no es válida tampoco.

Clara Cruglak: Y la pregunta que quería hacerte, Carlos, vos decías, los problemas de
homologar el derecho a la salud con el derecho a la asistencia. Pero creo que tiene distintos
matices, según sea esa homologación planteada desde el lado de aquel que consulta como
cuando esa homologación no se sostiene desde el lado de políticas sanitarias.
Digo, olvidar el derecho a la asistencia, dejarlo caer, es un problema que concierne a una
política de Estado.

Carlos Paola: Sí. Lo que pasa es que yo me estaba refiriendo a que ambos lados, el
consultante y la política de salud, se articulan en la demanda de tratamiento en el hospital. Por
ejemplo: alguien que hace todo el tramiterío, hace la cola, consigue el turno, la entrevista de
admisión y demás, y por ahí el planteo que hace es “Yo tengo bulimia y anorexia. Dígame
usted qué puede ofrecerme para curarme”. La demanda viene articulada de esta manera: un
sujeto que demanda de un modo particular pero en el contexto de una oferta institucional. Lo
cual no significa que, entonces, haya que decirle “fuera de acá, porque usted no se implica en
su padecimiento” o “usted está esperando que otro le resuelva las cosas”. Sino que con esta
formulación hay que tener más cintura para poder escuchar y para poder implicar a un sujeto

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en su demanda, y en la manera en que se dirige al Otro… Y también para no expulsar, porque
me parece que estas cosas muchas veces se resuelven con la expulsión. Cuando un paciente
llega con cierta violencia verbal en su demanda a un lugar que es sólo de consultorios
externos, a veces empieza a circular entre los profesionales: “no es un paciente para esta
institución”. Me refiero a esa clase de cosas. A cómo se articula la demanda entre la iniciativa
de un sujeto y la oferta institucional. A veces, esa articulación cobra una forma tal que, al
correrte tanto de lo esperable, puede hacerte obstáculo para pensar el “más allá”. Cuando
esto sucede, se expulsa al paciente.

Clara Cruglak: Pero eso es porque, mirá, vos mismo lo subrayaste. Cómo debemos estar
alertas, a ver, cómo funciona.... Porque sino vamos a pensar que el fenómeno de la
transferencia tiene diferencias en lo estructural, digo, con respecto a la transferencia que es
del orden de la práctica privada a la transferencia que ustedes están ahora mostrando, para
mí de una manera muy profunda, en las instituciones. O sea, vamos a tender a pensar que se
trata de otro fenómeno, si no rescatamos otra vez esto que vos subrayaste en relación a tener
en cuenta el más allá de la demanda.

Carlos Paola: Claro.

Clara Cruglak: Eso en toda instancia lo debemos tener en cuenta, porque somos expulsivos
en lo privado también.

Carlos Paola: Sí, por supuesto. Lo que quiero decir es que hay algunas coordenadas que a
veces provocan mayor vacilación. Estructuralmente, obviamente, no hay ninguna diferencia.
Pero intento situar que hay coordenadas por donde, muchas veces, pasan las vacilaciones del
analista en una institución. Porque no sólo nos ofertamos nosotros como analistas, sino que
también la institución se oferta a la comunidad de un particular modo. Y, a la vez, nosotros
también somos trabajadores que pertenecemos a esa institución que nos condiciona con sus
normativas y su discurso. A eso me refiero.

Clara Cruglak: Es que las vacilaciones del analista, o sea, cuando nos ofrecemos como
analistas, más allá del lugar donde vamos a ofertar nuestra presencia para ejercer la función,
me parece que lo estructural y estructurante en nuestra práctica cuando se juega el deseo del
analista, y lo sostenemos en presencia, es que no podemos… que no es que no podemos en el
sentido de que no debemos, sino que hay algo en relación a la potencia de la función que es
lo que tenemos que mantener vigente, en relación a reconocer en cada instante y en cada
instancia que nos toca jugar la presencia, que cuando se ejerce la expulsión o el rechazo, es
algo de un punto fantasmático que está en juego para aquel que se ofrece a la escucha.

Carlos Paola: Por supuesto.

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Clara Cruglak: Más allá de la institución, más allá del burgo, digamos…

Carlos Paola: Sí, pero no te confundas en lo que yo quiero decir. Por supuesto que eso tiene
que ver con el fantasma del analista. Pero mi experiencia de trabajar veintisiete años en una
institución pública me dice - sobre todo hoy por el estado en que están las instituciones donde
vemos las expulsiones pululando por los pasillos - me dice que no es sólo el fantasma del
analista. El riesgo de vacilación se potencia en la institución, porque por su oferta, la demanda
se multiplica. Por eso creo que es un lugar…

Clara Cruglak: Yo lo que tomo, lo que retomo es el subrayado que me parece que es vital lo
que vos dijiste, es que en cada demanda, cuando alguien viene y dice “soy anoréxica y
bulímica y vengo para que usted me lo resuelva”, si yo tomo la demanda y la escucho y
pienso la sintaxis que tiene, no importa el lugar donde esté –aunque esto si importe–…

Carlos Paola: Por supuesto….

Clara Cruglak: Pero lo que te quiero decir es esto, hoy lo que yo rescataría con subrayado,
muy importante, es que sea cual sea el lugar donde ofertamos la presencia para sostener la
función del analista, el más allá de la demanda, es lo que más nos compromete éticamente en
la operación que somos capaces de realizar.

Carlos Paola: Por supuesto, es lo que pienso. Por eso creo que la institución es un espacio
privilegiado - de formación incluso - donde investigar lo que resulta esencial para alcanzar la
posición del analista. Porque la institución es un lugar donde se presentan mayores
condicionamientos. Y si bien, siempre apuntamos a ofertar la escucha, escuchar a la letra, y
hacer letra de esa manera singular de presentarse ante el Otro, yo te sé decir que, cuando
alguien se dirige a ese Otro que es la institución pública, eso que está demandando, muchas
veces, es más difícil de conmover, tiene una cuota mayor de dificultad. Yo lo creo así.

Clara Cruglak: Yo estoy totalmente de acuerdo.

Carlos Paola: Por ejemplo, cuando viene alguien mandado por un juzgado, donde la demanda
viene a veces “plana”. Cero demanda. No responde, no sabe, no contesta. Es bastante
común que alguien venga de un juzgado y diga “¡qué bien que me hace la terapia!”. Por
supuesto, uno tiene que escuchar la intención en el discurso, como decía al comienzo, “hay lo
que se dice y lo que se hace con el decir.” Está la intención en el discurso de decirte que está
colaborando con el tratamiento. Pero ¿por qué? Porque está suponiendo que vas a hacer un
informe al juzgado.

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Clara Cruglak: Claro.

Carlos Paola: Bien, me parece que todas estas cosas que intento situar son como pliegues
que se agregan. Y que no es lo mismo que cuando alguien va a una consulta demandando
descifrar lo que le pasa y lo hace sufrir. Hay como pliegues que se agregan y que muchas
veces hacen obstáculo para ubicarse desde dónde intervenir, si es que hay que intervenir.

Clara Cruglak: Esta es la cuestión, porque hay algo que a mí me parece que tiene que ver con
que la presencia del analista, quise decir, la actuación del psicoanálisis en el ámbito público,
que ya no nos preguntamos “¿es posible el psicoanálisis en una institución?” O sea, lo
volvemos posible tantas veces como practicamos esto de lo imposible. Que sea imposible no
impide que se lo practique.
Y con nuestra presencia y con nuestra práctica fundamos el lugar del psicoanálisis en el
hospital. Desde las guardias hasta la internación, pasando por la asistencia… como se hace en
el Ameghino, sin internación.
Lo que digo es lo siguiente, que estos pliegues –que vos decís “pliegues” y en ese sentido
creo que es absolutamente pertinente pensarlo como pliegues– es que cuando estamos en
una institución, sea cual sea la gradación con respecto a la salud mental, digo, porque puede
ser en un hospital general, o sea, atender la guardia en psicopatología en un hospital general,
sea cual sea, digo que no podemos perder de vista que la otredad, que puede ser en el
hospital esto que vos decías “bueno, pero hay un Otro hospitalario…” que recorta la geografía,
porque el que va a un hospital general no es el mismo, seguro que no va a ser lo mismo que ir
a una consulta privada. Pero lo que digo es que cuando nos ofrecemos, éticamente, para
practicar el psicoanálisis, estas cosas no las desconocemos. Que la otredad está como las
muñecas rusas y que en todo caso somos como la última muñequita que está… la maciza,
sosteniendo la consistencia de esa otredad, porque es a quién se dirige, en todo caso, en el
ámbito de un consultorio, o de una cocina, o sea en el lugar donde se atienda. Todas esas
dimensiones de ese Otro, desde el Amo hasta el lugar desde donde ejercemos la práctica, no
podemos descontar que está jugando, pero que en el momento de la escucha, si la escucha
está condicionada por todo eso, va en detrimento de la intervención analítica. Se pueda o no
intervenir. Esto es lo que digo. Que no somos ingenuos cuando estamos en ese lugar.

Carlos Paola: Sí, claro. Yo creo que si no somos ingenuos, en el mejor de los casos, hay que
estar advertidos de estas cosas para que no se pierda el “más allá”. Precisamente, si no
escuchás el “más allá”, lo que hacés es subirte a la vorágine. Y eso no es analizar.

Clara Cruglak: No, exactamente, a eso apuntaba. Justamente.

Mónica Fudin: Bueno, ya… estaba lindo. Gracias, digo yo, gracias por venir. Está de moda
ahora.

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(Risas)
Por haber trabajado junto con nosotros, porque para nosotros la verdad que fue un trabajo de
cartel donde cada uno fue hablando de sus temas, que estaba trabajando, investigando, y se
pudo enriquecer con la charla posterior y por las preguntas de ustedes que nos permitieron a
nosotros también avanzar en la línea de por dónde íbamos a seguir trabajando.
Así que de mi lado gracias a los compañeros del cartel y a ustedes.

Clara Cruglak: Gracias a todos ustedes.

Mónica Fudín: Bueno, ya están las últimas clases y después se va a agregar esta y creo que
falta otra más. Bueno, gracias, hasta luego.

(Fin de la exposición).

NOTAS:
(1) Ricardo Rodríguez Ponte, El Inconsciente, lo que va de Freud a Lacan, Seminario
Inconsciente, EFBA, Junio 2006.
(2) Jacques Lacan, Más allá del principio de realidad, Descripción fenomenológica de la
experiencia analítica, Escritos I, Traducción: Tomás Segovia, siglo veintiuno editores,
Argentina, 1988.
(3) Ricardo Rodríguez Ponte, La Transferencia, Clínica y fundamentos, Seminario dictado en
la EFBA, Red de Seminarios, 1998.
(4) Cecilia Illia, Una demanda particular, Revista Psicoanálisis y el Hospital, Año 10, Nº 19,
Incidencias de la Ley, Junio 2001, (Dirección: Mario Pujó).
(5) Marta Avila, intervención en el Panel La Admisión, Segunda Reunión de las “Tertulias
Clínicas de los Miércoles en el Ameghino”, Abril 2007, (Comisión Organizadora: María
Alvarez, Juana Gutman, Carlos Paola, Mirta Pipkin, Silvia Rucker, Liliana Videla).
(6) Héctor Braun, intervención en el Panel “Clínica Institucional”, “Segundas Jornadas
Anuales del Ameghino (1995): El hospital hacia el fin del milenio... ¿nuevos padecimientos
psíquicos?” (Comisión de Jornadas: D. Clerici, M. Pipkin, E. Romero, S. Rucker, P. Bianchi),
Publicación de la Comisión de Recopilación y Publicaciones del Ameghino (A. Dreizzen, V.
Puppolo, S. Rucker, L. Suarez, M. Trigo), año 1995.
(7) Jacques Lacan, Seminario 5, Las Formaciones del Inconsciente, Clase Nº 5, Traducción:
Ricardo Rodríguez Ponte, Biblioteca de la EFBA C-314.
(8) Intervención de Carlos Bembibre en el dictado del Seminario Transferencia, EFBA, Red
2008 de Enseñanza y Transmisión - Seminarios Fundamentos del Psicoanálisis, mayo 2008.

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