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TEORÍAS DE LA PERSONALIDAD

Carl Jung

Psicología analítica

Como Freud, Carl Jung propuso una teoría de la personalidad que da un papel predominante al
inconsciente. Para Jung, sin embargo, la libido no era primariamente sexual sino una energía
psíquica más amplia con dimensiones espirituales. Jung creyó que los desarrollos más interesantes
de la personalidad ocurrían en la adultez, no en la niñez. Este énfasis refleja su interés en las
direcciones futuras hacia las cuales se está desarrollando la personalidad, en contraste con el
énfasis de Freud en el pasado. Como Freud, Jung se permitió experimentar el inconsciente de
primera mano a través de sueños y fantasías, comparando su papel con el de un explorador.

Se consideró lo suficientemente fuerte como para hacer este peligroso viaje y regresar a decirles a
los demás lo que había encontrado ahí. A diferencia de Freud, quien trató de entender al
inconsciente desde la perspectiva objetiva de un científico, Jung sintió que la ciencia era una
herramienta inadecuada para conocer la psique.

Uno de los primeros puntos en los que Jung no estuvo de acuerdo con Freud fue el tocante a la
naturaleza de la libido. No coincidía en que ésta fuera primordialmente una energía sexual; en
cambio, sostenía que era una energía vital amplia e indiferenciada. Es interesante señalar que
Jung, quien redujo la importancia del sexo en su teoría de la personalidad, llevó una vida sexual
vigorosa y sin ansiedad, y tuvo varios amoríos extramaritales. Una de estas relaciones duró
muchos años, no obstante que su mujer estaba enterada. Se rodeó de pacientes que le adoraban y
de discípulas que casi siempre se enamoraban perdidamente de él. Un biógrafo comenta que esto
“le sucedía a todas sus discípulas antes o después, como él mismo les decía al iniciar el
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tratamiento” (Noll, 1997, p. 253). Compare la activa vida sexual de Jung con la atormentada
actitud de Freud hacia el sexo y su suspensión de las relaciones sexuales cuando estaba
formulando una teoría centrada en el sexo como causa de la conducta neurótica. “Para Jung,
quien satisfacía sus necesidades sexuales con entera libertad y gran frecuencia, el sexo
desempeñaba un papel mínimo en la motivación humana. Para Freud, abrumado por frustraciones
y la ansiedad a causa de sus deseos frustrados, el sexo desempeñaba un papel central” (Schultz,
1990, p. 148). Jung utilizaba el término libido en dos sentidos: primero, como una energía vital
difusa y general; segundo, desde una perspectiva semejante a la de Freud, como una energía
psíquica más limitada que alimenta el trabajo de la personalidad y que llamó psyche. Las
actividades psicológicas como percibir, pensar, sentir y desear se desempeñan en razón de la
energía psíquica. Cuando invertimos gran cantidad de energía psíquica en una idea o sentimiento,
se dice que tienen un alto valor psíquico y que pueden ejercer una influencia enorme en nuestra
vida. Por ejemplo, si uno se siente muy motivado para tener poder, dedicará la mayor parte de su
energía psíquica a obtenerlo. Jung se inspiró en conceptos de la física para explicar el
funcionamiento de la energía psíquica. Propuso tres principios básicos: los opuestos, la
equivalencia y la entropía (Jung, 1928). El principio de los opuestos se advierte en todo su sistema.

Se refirió a la existencia de opuestos o polaridades de la energía física en el universo: calor frente a


frío, altura frente a profundidad, creación frente a deterioro. Lo mismo sucede con la energía
psíquica: todo deseo o sentimiento tiene su contrario. Esta oposición o antítesis –un conflicto
entre polaridades– constituye el motivador primario de la conducta y el generador de energía. En
efecto, cuanto más fuerte sea el conflicto entre polaridades, tanta más energía se producirá. En el
caso de su principio de equivalencia, Jung aplicó el principio de la conservación de energía de la
física a los procesos psíquicos. Afirmó que la energía destinada a producir un estado no se pierde,
sino que se desplaza a otra parte de la personalidad. Luego entonces, cuando el valor psíquico de
un área particular se debilita o desaparece, esa energía se transfiere a otra parte de la psique. Por
ejemplo, cuando deja de interesarnos una persona, un pasatiempo o una disciplina, la energía
psíquica que se invertía en ese terreno ahora es transferida a otro. Así, la que usamos para las
actividades conscientes durante el estado de vigilia se transfiere a los sueños cuando dormimos. El
término equivalencia significa que el nuevo terreno al que se ha transferido la energía debe tener
el mismo valor psíquico; es decir, debe ser igual de deseable, motivador y fascinante. De lo
contrario, el exceso de energía fluirá al inconsciente. Sea cual fuere la dirección o la forma en que
fluya la energía, el principio de equivalencia sugiere que es redistribuida sin cesar a toda la
personalidad. En física, el principio de entropía se refiere a la igualación de las diferencias de
energía. Por ejemplo, si ponemos un objeto caliente en contacto directo con uno frío, el calor
fluirá del primero al segundo hasta que se equilibren a la misma temperatura. De hecho, se
presenta un intercambio de energía que produce una especie de equilibrio homeostático entre los
objetos. Jung aplicó esta ley a la energía psíquica y propuso que existe una tendencia hacia el
equilibrio en la personalidad. Si la intensidad o el valor psíquico de dos deseos o ideas son muy
distintos, fluirá energía del más firme al más débil. En un plano ideal, la personalidad tiene una
distribución igual de energía psíquica en todos sus aspectos, sólo que jamás se alcanza ese estado
ideal. Si se llegara al equilibrio perfecto, la personalidad carecería de energía psíquica porque,
como señalamos antes, el principio de los opuestos requiere un conflicto para que ésta se
produzca.
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Los sistemas de la personalidad

En la teoría de Jung, la personalidad total –o psique– se compone de varios sistemas o estructuras


que influyen unos en otros. Los principales son el yo, el inconsciente personal y el inconsciente
colectivo.

El yo

El yo es el centro de la conciencia, la parte de la psique donde se percibe, piensa, siente y


recuerda. Es la conciencia de nosotros mismos y se encarga de desempeñar las actividades
normales de la vida durante la vigilia. Opera de modo selectivo y sólo admite que parte de los
estímulos con los que tenemos contacto entre en la conciencia.

Las actitudes: extroversión e introversión

La percepción consciente del ambiente y nuestra reacción frente a él dependen, en gran medida,
de dos actitudes mentales antagónicas: la extroversión y la introversión. Según Jung, la energía
psíquica se puede canalizar hacia fuera, hacia el mundo exterior, o hacia dentro, hacia el sí mismo.
Los extrovertidos son abiertos, sociables, asertivos en el aspecto social y se orientan hacia otras
personas y el mundo externo. Los introvertidos son retraídos y, con frecuencia, tímidos, y tienden
a concentrarse en sí mismos, en sus ideas y en sus sentimientos. Según Jung, todos podemos
adoptar las dos actitudes, pero sólo una domina la personalidad. Luego entonces, la actitud
dominante suele dirigir la conducta y la conciencia de la persona. La actitud no dominante no deja
de ejercer cierta influencia y pasa a ser parte del inconsciente personal, desde donde afectará la
conducta. Así, en algunas situaciones, un introvertido exhibirá rasgos de extroversión, querrá ser
más comunicativo o se sentirá atraído por un extrovertido.

Funciones psicológicas

A medida que Jung fue reconociendo que había distintos tipos de extrovertidos e introvertidos,
propuso otras diferencias de la personalidad basadas en lo que llamó funciones psicológicas. Éstas
se refieren a las formas diferentes y antagónicas de percibir o de captar el mundo real externo y
nuestro mundo subjetivo interno. Jung postuló cuatro funciones de la psique: percibir, intuir,
pensar y sentir (Jung, 1927). La percepción y la intuición están en el mismo grupo por ser
funciones que no son racionales; es decir, no emplean los procesos de la razón. Aceptan las
experiencias sin evaluarlas. La percepción reproduce una experiencia por medio de los sentidos tal
como la fotografía copia un objeto. La intuición no surge directamente de un estímulo externo;
por ejemplo, cuando suponemos que hay otra persona con nosotros en un cuarto oscuro, nos
basamos en la intuición o en un presentimiento, no en una experiencia sensorial real. El segundo
par de funciones antagónicas –el pensamiento y el sentimiento– son funciones racionales que
implican hacer juicios sobre nuestras experiencias y evaluarlas. Aun cuando son opuestas, se
encargan de organizar y clasificar las experiencias. La función del pensamiento implica un juicio
consciente acerca de la veracidad o la falsedad de una experiencia. El tipo de valoración a cargo de
la función del sentimiento se expresa en términos de agrado o desagrado, gusto o disgusto,
estimulación o aburrimiento. Tal como nuestra psique contiene cierta cantidad de las actitudes de
extroversión e introversión, de igual modo tenemos la capacidad de efectuar las cuatro funciones
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psicológicas. Además, tal como existe una actitud dominante, de igual modo sólo domina una
función. Las restantes quedan sumergidas en el inconsciente personal. Es más, sólo domina un par
de funciones –las racionales o las irracionales– y en cada par sólo domina una función. En un
sujeto no es posible que predomine el pensamiento y el sentimiento, o la sensación y la intuición
no pueden predominar en la persona porque se trata de funciones antagónicas.

Tipos psicológicos

Jung propuso ocho tipos psicológicos basados en la interacción de las dos actitudes y de las cuatro
funciones-

El tipo reflexivo extrovertido acata estrictamente las reglas de la sociedad. Estos individuos suelen
reprimir sus sentimientos y emociones, son objetivos en todos los aspectos de la vida y
dogmáticos en sus ideas y opiniones. Son percibidos como rígidos y fríos. Suelen ser buenos
científicos porque se concentran en conocer el mundo externo y en emplear reglas lógicas para
comprenderlo y describirlo.

El tipo sentimental extrovertido propende a reprimir el modo de pensar y es emotivo en extremo.


Estas personas aceptan los valores tradicionales y los códigos éticos que les han enseñado. Son
muy sensibles a las opiniones y expectativas de la gente. Son sensibles a las emociones y hacen
amigos con facilidad; suelen ser sociables y expresivas. Jung creía que este tipo de personalidad es
más frecuente en las mujeres que en los hombres.

El tipo perceptivo extrovertido se concentra en el placer y la felicidad, y no cesan de buscar


experiencias nuevas. Estos individuos muestran una enorme orientación al mundo real y se
adaptan fácilmente a distintas clases de personas y a situaciones cambiantes. No son dados a la
introspección, suelen ser comunicativos y tienen una enorme capacidad para disfrutar de la vida.
El tipo intuitivo extrovertido triunfa en los negocios y en la política gracias a su excelente
capacidad para aprovechar las oportunidades. Estos individuos se sienten atraídos por las nuevas
ideas y suelen ser creativos. Son capaces de inspirar a otros para que cumplan metas y se anoten
logros. También suelen ser muy cambiantes, pasando de una idea o empresa a otra, y toman
decisiones con base en presentimientos más que en la reflexión. Pese a ello casi siempre aciertan.

El tipo reflexivo introvertido no se lleva bien con los demás y le resulta difícil comunicar sus ideas.
Estos individuos se centran en los pensamientos más que en los sentimientos y tienen poco
sentido práctico. Dado que les preocupa enormemente la privacidad, prefieren ocuparse de
teorías y abstracciones, y procuran conocerse a sí mismos en lugar de a otros. La gente los
considera obstinados, retraídos, arrogantes y desconsiderados.

El tipo sentimental introvertido reprime el pensamiento racional. Estas personas experimentan


emociones intensas, pero no las manifiestan. Parecen misteriosas e inaccesibles y suelen ser
tranquilas, modestas e infantiles. No toman muy en cuenta las ideas y los sentimientos ajenos y
parecen distantes, frías y seguras de sí mismas.

El tipo perceptivo introvertido parece ser pasivo, sereno y alejado del mundo diario. Estas
personas observan divertidas, y con benevolencia, casi todas las actividades humanas. Están
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dotadas de gran sensibilidad estética, misma que expresan en las artes visuales o la música, y
propenden a reprimir sus intuiciones.

El tipo intuitivo introvertido se centra tanto en la intuición, que tiene poco contacto con la
realidad. Estas personas son visionarias y soñadoras; no les interesan los asuntos prácticos y se
sienten por encima del bien y que la gente no las comprende. Consideradas excéntricas y raras,
tienen dificultad para lidiar con la vida diaria y para hacer planes futuros.

El inconsciente personal

El inconsciente personal del sistema de Jung se parece al concepto freudiano del preconsciente. Se
trata de un depósito de material que fue consciente pero que ha sido olvidado o reprimido porque
era trivial o perturbador. El inconsciente personal y el yo registran bastante movimiento de ida y
vuelta. Por ejemplo, nuestra atención puede pasar sin dificultad de esta página impresa a un
recuerdo de algo que hicimos ayer. El inconsciente personal guarda toda clase de experiencias;
cabe decir que es como llenar un archivero. No se requiere mucho esfuerzo mental para sacar
algo, examinarlo un rato y después devolverlo a su lugar, donde permanecerá hasta la siguiente
vez que lo necesitemos o que lo recordemos.

Complejos Conforme vamos almacenando más y más experiencias en nuestro inconsciente


personal, empezamos a agruparlas en lo que Jung llamó complejos. El complejo es un núcleo o
patrón de emociones, recuerdos, percepciones y deseos organizados en torno a un tema común.
Por ejemplo, podríamos decir que alguien tiene un complejo de poder o estatus, o sea, que le
preocupa el tema al grado de que llega a influir en su conducta. La persona quizá trate de volverse
poderosa compitiendo por un puesto de elección o quizá se afilie o identifique el poder
conduciendo una motocicleta o un veloz automóvil. Dado que el complejo dirige los pensamientos
y la conducta a distintos caminos, también determina cómo percibimos el mundo. Los complejos
pueden ser conscientes o inconscientes. Los que no son controlados por el consciente se
entrometen e interfieren con la conciencia. La persona que tiene un complejo rara vez se da
cuenta de la influencia de éste, no obstante que otros vean sus efectos con facilidad. Algunos
complejos son nocivos, pero otros son útiles. Por ejemplo, el complejo de perfección o de alcanzar
logros podría llevar a una persona a esforzarse más para desarrollar determinados talentos o
habilidades. Jung estaba convencido de que los complejos no sólo se originan en nuestras
experiencias de niños o de adultos, sino también de experiencias ancestrales, del legado de la
especie contenido en el inconsciente colectivo.

El inconsciente colectivo

El aspecto más original y controvertido del sistema de Jung es el inconsciente colectivo, o el nivel
más profundo y menos accesible de la psique. Él pensaba que tal como acumulamos y guardamos
todas nuestras experiencias en el inconsciente personal, el género humano, como especie,
también almacena las experiencias de la especie humana y la prehumana en el inconsciente
colectivo. Este legado va pasando de generación en generación. Todas las experiencias universales
–esto es, las que cada generación repite con relativamente pocas alteraciones– pasan a formar
parte de nuestra personalidad. El pasado primitivo del hombre se convierte en la base de la psique
humana, la cual dirige la conducta presente e influye en ella. Según Jung, el inconsciente colectivo
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es un potente depósito que controla las experiencias ancestrales. Por lo tanto, ligaba la
personalidad de cada individuo con el pasado y no sólo con la niñez, además de con la historia de
la especie. No heredamos las experiencias colectivas de forma directa. Por ejemplo, no heredamos
el miedo a las serpientes, sino el potencial para tenerles miedo. Poseemos una predisposición a
conducirnos y a sentir de la misma manera que la gente se ha conducido y sentido siempre. La
posibilidad de que la predisposición se haga realidad o no dependerá de las experiencias
específicas que cada quien encuentre en su vida. Jung creía que, a lo largo de la historia de la
humanidad, todas las generaciones han vivido ciertas experiencias básicas. Por ejemplo, las
personas siempre han tenido una fi gura materna y han experimentado la vida y la muerte.
Siempre han sentido miedo a lo desconocido en la oscuridad, rendido culto al poder o a alguna
divinidad y temido a un ser maligno. La universalidad de estas experiencias a lo largo de las
innumerables generaciones que han ido evolucionando marca una huella en cada uno de nosotros
al momento de nacer, y determina nuestra manera de percibir el mundo y de reaccionar frente a
él. Jung escribió: “La forma que adquiere el mundo en el que nace [una persona] es innata en ella,
como una imagen virtual” (Jung, 1953, p. 188). El niño nace con la predisposición a percibir a su
madre de cierta manera. Si se comporta como normalmente lo hace una madre –con afecto y
dispuesta siempre a ayudarlo– la predisposición del niño corresponderá a su realidad.

Dada la originalidad del concepto del inconsciente colectivo, es importante explicar por qué lo
propuso Jung y qué evidencia reunió para fundamentarlo. Al leer sobre culturas antiguas, tanto
míticas como reales, descubrió temas y símbolos que, en su opinión, eran comunes y se
presentaban en diversos lugares del mundo. Hasta donde tenía conocimiento, estas ideas no
habían sido transmitidas ni comunicadas, de forma oral ni escrita, de una generación a otra.
Además, los pacientes de Jung, al recordar y describirle sus sueños, hablaban de las mismas clases
de símbolos que él había descubierto en las culturas antiguas. La única explicación que encontró
para estos símbolos y temas compartidos a lo largo y ancho de zonas geográficas tan vastas y
distantes en el tiempo era que fueron guardadas y transmitidas por la mente inconsciente de cada
individuo.

Arquetipos

Las experiencias añejas contenidas en el inconsciente colectivo se manifiestan en los temas o


patrones recurrentes que Jung llamó arquetipos (Jung, 1947). También utilizó la expresión
imágenes primordiales. El número de esas experiencias universales es tan vasto como el número
de experiencias humanas comunes. Dado que se repiten en la vida de sucesivas generaciones, los
arquetipos han quedado grabados en nuestra psique y se expresan en nuestros sueños o fantasías.
Algunos de los arquetipos propuestos por Jung son: el héroe, la madre, el niño, Dios, la muerte, el
poder y el viejo sabio. Varios de ellos están más desarrollados que otros e influyen en la psique de
forma más consistente. Algunos de estos arquetipos centrales son: la persona, el ánima y el
ánimus, la sombra, el sí mismo. El término persona se refiere a la careta que usa un actor para
representar diversos papeles o rostros frente al público. Jung lo utilizó básicamente con esa misma
acepción. El arquetipo de la persona es una careta, el rostro público que usamos para
presentarnos como alguien que no somos en realidad. En opinión de Jung, la persona es necesaria
porque nos vemos obligados a desempeñar diversos papeles en la vida para poder tener éxito en
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la escuela y en el trabajo y para llevarnos bien con distintas personas. Esa persona es muy útil,
pero puede ser perjudicial si llegamos a pensar que refleja nuestra verdadera naturaleza. En lugar
de sólo representar un papel, podríamos convertirnos en eso que actuamos. Por lo mismo, otros
aspectos de nuestra personalidad no se podrán desarrollar. Jung describió el proceso de la manera
siguiente: el yo se podría identificar con la persona más que con la verdadera naturaleza del
individuo, dando por resultado un estado que se conoce como inflación de la persona. Sea que el
individuo desempeña un papel, sea que llega a creerlo, estará recurriendo al engaño. En el primer
caso estará engañando a otros, en el segundo se estará engañando a sí mismo. Los arquetipos del
ánima y el ánimus se refieren a que Jung reconoció que el ser humano es bisexual en esencia. En el
ámbito biológico, hombres y mujeres segregan las hormonas correspondientes a su sexo y
también hormonas del sexo contrario. En el ámbito psicológico, un sexo manifiesta características,
temperamento y actitudes del otro porque llevan siglos conviviendo. La psique de la mujer incluye
aspectos masculinos (el arquetipo del ánimus) y la psique del hombre contiene aspectos
femeninos (el arquetipo del ánima).

Estas características sexuales antagónicas ayudan a la adaptación y a la supervivencia de la especie


porque permiten que la persona de un sexo comprenda la naturaleza del otro sexo. Los arquetipos
nos predisponen a que nos agraden ciertas características del sexo contrario, las cuales guían
nuestra conducta en relación con él. Jung insistió en la necesidad de expresar el ánima y el ánimus.
Un hombre debe exhibir tanto los rasgos femeninos como los masculinos y una mujer debe
expresar sus características masculinas y también las femeninas. De lo contrario, estos aspectos
vitales permanecerán latentes y sin desarrollarse, ocasionado una personalidad unilateral. El
arquetipo más poderoso propuesto por Jung lleva el misterioso y siniestro nombre de sombra y
contiene los instintos básicos y primitivos, por lo cual sus raíces son las más profundas de todos los
arquetipos. Las conductas que la sociedad considera malas e inmorales se encuentran en la
sombra y, para que la gente pueda vivir en armonía, es necesario domar este lado oscuro de la
naturaleza humana. Debemos frenar esos impulsos primitivos, superarlos y luchar contra ellos. De
no hacerlo, la sociedad seguramente nos castigará. Pero nos encontramos ante una disyuntiva: la
sombra no sólo es fuente del mal, sino también de la vitalidad, la espontaneidad, la creatividad y la
emoción. Por tanto, si se suprime por completo, la psique se volverá aburrida e inerte. La función
del yo consiste en reprimir los instintos animales lo bastante como para considerarlos civilizados,
permitiendo al mismo tiempo su expresión a efecto de garantizar la creatividad y el vigor. En caso
de suprimir enteramente la sombra, la personalidad no sólo se vuelve plana, sino que el individuo
también corre el peligro de que la sombra se rebele en su contra. Cuando se reprimen los instintos
animales, éstos no desaparecen sino que permanecen latentes en espera de una crisis o de una
debilidad del yo para recuperar el control. Cuando eso sucede, nos domina el inconsciente. El
arquetipo del sí mismo representa la unidad, la integración y la armonía de la personalidad total.
Según Jung, el objetivo supremo de la vida es tratar de alcanzar la unidad. Este arquetipo reúne y
equilibra todas las partes de la personalidad. Hemos hablado del principio de los opuestos y de la
importancia de las polaridades para la psique. En el caso del arquetipo del sí mismo, los procesos
conscientes e inconscientes son asimilados de modo que el sí mismo –centro de la personalidad–
pasa del yo a un punto de equilibrio entre las fuerzas antagónicas del consciente y el inconsciente.
De ahí que el material procedente del inconsciente influya más en la personalidad. La realización
plena del sí mismo está en el futuro. Es una meta que se busca pero rara vez se alcanza. El sí
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mismo es una fuerza motivadora que nos jala de frente, en lugar de empujarnos desde atrás
(como sucede con las experiencias). El sí mismo no empieza a emerger mientras no se hayan
desarrollado los otros sistemas de la psique. Eso ocurre hacia la edad madura, periodo crucial de la
transición en el sistema de Jung y también en su vida. La realización del sí mismo incluye metas y
planes para el futuro, así como una percepción realista de las propias capacidades. Dado que su
desarrollo es imposible si uno no se conoce a sí mismo, representa el proceso más arduo de la vida
y requiere de persistencia, perspicacia y sabiduría.

El símbolo del Yin-Yang ilustra los dos lados complementarios de nuestra naturaleza. El lado
derecho oscuro representa los aspectos femeninos (el arquetipo del ánima) y el izquierdo claro
representa los aspectos masculinos (el arquetipo del ánimus). El punto del color contrario en las
dos mitades indica la expresión de las características del arquetipo contrario.

El desarrollo de la personalidad

Jung propuso que lo que queremos llegar a ser y también lo que hemos sido determinan la
personalidad. Criticó a Freud por sólo haber subrayado la experiencia pasada como moldeadora de
la personalidad y por haber excluido el futuro. Creía que nos desarrollamos y crecemos
independientemente de la edad y que siempre estamos avanzando hacia un nivel más pleno de
autorrealización. Jung adoptó una perspectiva más larga de la personalidad que Freud, quien se
concentró en los primeros años de vida y consideraba que después de los cinco años se registra
muy poco desarrollo. Jung no postuló una secuencia de etapas de crecimiento con tanto detalle
como Freud, pero se refirió a periodos específicos durante el proceso global (Jung, 1930). De la
niñez a la adultez temprana El yo se empieza a desarrollar en la niñez temprana, al principio de
una manera primitiva porque el niño todavía no se forma una identidad individual. En esta etapa,
su personalidad es poco más que un simple reflejo de la de sus padres. Así pues, ellos ejercen gran
influencia en la formación de la personalidad del hijo. Impulsan su desarrollo o lo obstaculizan con
su comportamiento hacia el pequeño. Los padres podrían tratar de imponer sus personalidades al
niño porque desean que sea una extensión de ellos. También podrían desear que adquiera una
diferente a la de ellos para que compense de algún modo sus propias deficiencias. Los rasgos
importantes del yo no se empiezan a formar hasta que el niño sabe distinguir la diferencia entre él
y la gente o los objetos de su mundo. Es decir, la conciencia aparece cuando es capaz de decir
“yo”. No es sino hasta la pubertad cuando la psique adopta forma y contenido definidos. Este
periodo –que Jung llamó el nacimiento psíquico– se caracteriza por las dificultades y la necesidad
de adaptarse. Las fantasías de la niñez llegan a su fi n cuando el adolescente confronta las
exigencias de la realidad. En el periodo comprendido entre la adolescencia y la adultez temprana
predominan las actividades preparatorias, como terminar la escuela, iniciar una carrera, casarse y
formar una familia. En esos años, nuestros intereses se dirigen al mundo exterior, predomina el
consciente y, en general, la extroversión es la actitud consciente primaria. El objeto de la vida es
alcanzar nuestras metas y crearnos un lugar seguro y exitoso en el mundo. Por lo tanto, la adultez
temprana debería ser un periodo emocionante y lleno de desafíos, con nuevos horizontes y logros
excelentes. Edad madura Según Jung, los cambios fundamentales de la personalidad ocurren entre
los 35 y los 40 años. Este periodo de la edad madura fue un tiempo de crisis personales en el caso
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de Jung y de muchos de sus pacientes. Para entonces, los problemas de adaptación de la adultez
temprana han sido resueltos. El individuo típico de 40 años tiene una carrera bien cimentada, está
casado y vive en una comunidad. Jung se preguntaba por qué tantas personas de esa edad que
han alcanzado el éxito se ven afectadas por sentimientos de desesperación y minusvalía. Todos sus
pacientes le decían en esencia lo mismo: se sentían vacíos. La aventura, la emoción y el
entusiasmo se habían esfumado. La vida ya no tenía sentido. Cuanto más analizaba Jung esta
etapa, tanto más se convencía de que los cambios drásticos de personalidad eran inevitables y
universales. La edad madura es un periodo normal de transición, durante el cual la personalidad
pasa por transformaciones necesarias y benéficas. Por irónico que se antoje, los cambios ocurren
porque los individuos han podido cumplir con las exigencias de la vida. Pusieron todo su esfuerzo
en las actividades preparatorias de la primera mitad de su existencia, pero a los 40 años esa
preparación había llegado a su fi n y los desafíos estaban resueltos. Aun cuando siguen teniendo
bastante energía, ésta ahora no tiene hacia dónde ir, tiene que ser reencauzada hacia otras
actividades e intereses. Jung señalaba que en la primera mitad de la vida debemos concentrarnos
en el mundo objetivo de la realidad: los estudios, la carrera y la familia. En cambio, la segunda
mitad se debe dedicar al mundo subjetivo interno, que hasta entonces ha sido descuidado. La
actitud deja de ser extrovertida y se vuelve introvertida. El descubrimiento del inconsciente
modera la concentración en la conciencia. Los intereses dejan de estar en lo físico y lo material y
se dirigen a lo espiritual, lo filosófico y lo intuitivo. El equilibrio de todos los aspectos de la
personalidad sustituye a la unilateralidad anterior (es decir, el énfasis en la conciencia). Así pues,
en la edad madura comienza al proceso de realización o actualización del sí mismo. Si logramos
integrar el inconsciente y el consciente estaremos en condiciones de alcanzar un nivel más alto de
salud psicológica positiva, estado que Jung denominó individuación.

Individuación

En pocas palabras, la individuación implica convertirse en un individuo, en realizar las capacidades


propias y en desarrollar el sí mismo. La tendencia a la individuación es innata e inevitable, pero las
fuerzas ambientales, como las oportunidades económicas y educativas y la índole de la relación
progenitor e hijo, la impulsan o la obstaculizan. Para lograr la individuación, las personas de edad
madura deben abandonar las conductas y los valores que dirigieron la primera mitad de la vida y
encarar el inconsciente, llevándolo a la conciencia y aceptando lo que les pide que hagan. Deben
escuchar lo que dicen sus sueños y seguir sus fantasías, ejercitando la imaginación creativa
escribiendo, pintando o mediante otro tipo de expresión. Se deben dejar guiar, pero no por el
pensamiento racional como antes, sino por el flujo espontáneo del inconsciente. Sólo así se
revelará el verdadero sí mismo. Jung advirtió que el hecho de admitir las fuerzas inconscientes en
la conciencia no significa ser dominado por ellas. Se deben asimilar y equilibrar con el consciente.
En este periodo de la vida no debería predominar ningún aspecto de la personalidad. Un individuo
maduro y emocionalmente sano no se deja guiar por el consciente ni por el inconsciente, por una
actitud o función específicas ni por ninguno de los arquetipos. Cuando se consigue la
individuación, todos ellos están en armonioso equilibrio. En el proceso de individuación durante la
edad madura el cambio de naturaleza de los arquetipos es sumamente importante. El primer
cambio implica destronar a la persona. Si bien tenemos que seguir desempeñando diversos
papeles sociales para poder funcionar en el mundo real y llevarnos bien con distintas clases de
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personas, debemos reconocer que nuestra personalidad pública tal vez no represente nuestra
verdadera naturaleza. Es más, debemos aceptar el auténtico sí mismo que la persona ha estado
ocultando. A continuación, nos percatamos de las fuerzas destructivas de la sombra y percibimos
el lado oscuro de nuestra naturaleza, con sus impulsos primitivos, como el egoísmo. No nos
sometemos a ellos ni dejamos que nos dominen, sino que simplemente aceptamos su existencia.
En la primera mitad de la vida usamos la persona para esconder este lado oscuro; queremos que la
gente sólo vea nuestras cualidades. Pero al esconder las fuerzas de la sombra a la vista de otros,
también nos las ocultamos. Eso debe cambiar como parte del proceso de aprender a conocernos a
nosotros mismos. Una mayor conciencia de los aspectos constructivos y destructivos de la sombra
dará a la personalidad una dimensión más profunda y plena, porque las tendencias de la sombra
generan entusiasmo, espontaneidad y dinamismo. Volvemos a encontrar este tema central en el
proceso de individuación de Jung; es decir, debemos armonizar cada aspecto de la personalidad
con todos los demás. El sólo tener conciencia del lado positivo de nuestra naturaleza producirá un
desarrollo unilateral de la personalidad. Como sucede con otros elementos antagónicos de la
personalidad, debemos expresar los dos lados de esta dimensión para poder lograr la
individuación. También debemos admitir nuestra bisexualidad psicológica. Un hombre ha de ser
capaz de expresar su arquetipo del ánima –los rasgos tradicionalmente femeninos como la
ternura– y una mujer debe ser capaz de expresar el ánimus –los rasgos tradicionalmente
masculinos, como la asertividad–. Jung pensaba que el reconocimiento de las características del
sexo contrario era el paso más difícil del proceso de individuación porque representa el cambio
más grande de la autoimagen. La aceptación de las cualidades emocionales de los dos sexos abre
nuevas fuentes de creatividad y representa la liberación final de las influencias de los padres. La
siguiente etapa del desarrollo puede iniciar cuando las estructuras de la psique han sido
individuadas y reconocidas. Jung lo llamó trascendencia, o sea, una tendencia innata hacia la
unidad o la integridad de la personalidad que une todos los aspectos antagónicos dentro de la
psique. Los factores ambientales, como un matrimonio desgraciado o un empleo frustrante,
inhiben el proceso de trascendencia e impiden la plena realización del sí mismo.

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