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TEORÍAS DE LA PERSONALIDAD

Alfred Adler y la psicología individual

Alfred Adler forjó una imagen de la naturaleza humana que no describía a las personas como
víctimas de los instintos y los conflictos, ni condenadas por las fuerzas biológicas y las experiencias
de la niñez. Llamó psicología individual a su enfoque porque se centra en la singularidad de cada
individuo y niega la universalidad de las metas y los motivos biológicos que postuló Sigmund
Freud. En opinión de Adler, cada persona es fundamentalmente un ser social. La personalidad está
moldeada por nuestras interacciones y ambientes sociales únicos y no por nuestros esfuerzos para
satisfacer las necesidades biológicas. A diferencia de Freud, que consideraba que el sexo era un
factor determinante de la personalidad, Adler redujo el papel del sexo al mínimo en su sistema.
Según él, la conciencia, y no el inconsciente, era el núcleo de la personalidad. No somos
impulsados por fuerzas que no podemos ver ni controlar, sino que participamos activamente en la
creación del yo y en la elección de nuestro futuro. En Adler y Freud vemos dos teorías muy
distintas formuladas por dos hombres criados en la misma ciudad durante la misma época, que
recibieron idéntica formación médica en la misma universidad. Sólo había una diferencia de 14
años de edad. Igual que en el caso de Freud, algunas vivencias de la niñez de Adler influyeron
acaso en su concepción de la naturaleza humana.
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Sentimientos de inferioridad:

La fuente del esfuerzo humano Según Adler, los sentimientos de inferioridad están siempre
presentes como una fuerza motivadora del comportamiento. Así, escribió: “Ser humano significa
sentirse inferior” (1933/1939, p. 96). Dado que esta condición es común a todos los seres
humanos, no representa una señal de debilidad ni de anormalidad. Adler propuso que los
sentimientos de inferioridad son la fuente del esfuerzo humano. El crecimiento individual se
obtiene por medio de la compensación, es decir, de los intentos por superar las inferioridades
reales o imaginadas. A lo largo de la vida nos mueve la necesidad de sobreponernos a esos
sentimientos y de tratar de alcanzar niveles más altos de desarrollo.

El proceso comienza en la infancia. En esa etapa los niños son pequeños e indefensos, y dependen
totalmente de los adultos. Adler pensaba que los menores saben que sus padres tienen más poder
y fuerza y que es inútil tratar de resistirse o de enfrentarse a ellos. Por lo mismo, desarrollan
sentimientos de inferioridad frente a las personas más grandes y más fuertes que les rodean. Esta
experiencia inicial de inferioridad se aplica a todos en la infancia, pero no proviene de factores
genéticos. Por el contrario, depende del ambiente, que es idéntico para todos los niños, o sea, uno
de indefensión y subordinación a los adultos. Los sentimientos de inferioridad son inevitables,
pero lo más importante es que son necesarios porque proporcionan la motivación para esforzarse
y crecer.

El complejo de inferioridad

Supongamos que un niño no crece ni se desarrolla. ¿Qué sucede cuando no logra compensar sus
sentimientos de inferioridad? La imposibilidad de superarlos los intensifica y produce un complejo
de inferioridad. Las personas con complejo de inferioridad tienen una mala opinión de sí mismas y
se sienten desvalidas e incapaces de afrontar las exigencias de la vida. Adler descubrió este
complejo en la niñez de muchos adultos que acudían para recibir tratamiento. El complejo de
inferioridad puede surgir de tres fuentes durante la niñez: la inferioridad orgánica, los mimos
excesivos y el descuido. La investigación de la inferioridad orgánica fue la primera importante de
Adler y la efectuó cuando todavía estaba ligado a Freud, quien aprobó el concepto. Llegó a la
conclusión de que las partes o los órganos defectuosos del cuerpo moldean la personalidad por
medio de los intentos por compensar el defecto o la debilidad, tal como había hecho Adler con el
raquitismo o la inferioridad física de su niñez. Por ejemplo, un infante físicamente débil quizá se
centre en su debilidad y se esfuerce por adquirir una excelente habilidad atlética.

El complejo de inferioridad también puede ser resultado de consentir o mimar en exceso a un


niño. Estos pequeños son el centro de atención en el hogar. Todas sus necesidades o caprichos son
satisfechos, y casi nunca se les niega algo. Dadas las circunstancias, es natural que tengan la idea
de que son la persona más importante en cualquier situación y que los demás deben someterse a
ellos. La primera experiencia en la escuela, donde ya no son el centro de atención, les produce un
choque para el cual no están preparados. Los niños consentidos tienen poca sensibilidad social y
son impacientes con la gente. Nunca aprendieron a esperar para cumplir sus deseos ni tampoco a
sobreponerse a los problemas o a adaptarse a las necesidades ajenas. Cuando encuentran un
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obstáculo que impide la gratificación, creen que la causa es alguna deficiencia personal que lo está
impidiendo y de ahí surge el complejo de inferioridad. No es difícil comprender por qué los niños
descuidados, no deseados y rechazados desarrollan este complejo. Su infancia se caracteriza por la
falta de amor y de seguridad, porque sus padres son indiferentes u hostiles. En consecuencia,
sienten que no valen nada, a veces también experimentan ira, y ven a la gente con desconfianza.

El complejo de superioridad

Sea cual fuere el origen del complejo, algunas personas tienden a compensarlo y a desarrollar lo
que Adler llamara complejo de superioridad, el cual implica una opinión exageradamente buena
de las capacidades y los logros personales. El individuo se siente satisfecho consigo mismo, pero
no siente que sea preciso demostrar su superioridad con logros. La persona tal vez sienta una
enorme necesidad de esforzarse para obtener un éxito rotundo. En ambos casos, los sujetos que
tienen este complejo propenden a ser jactanciosos, vanidosos, egocéntricos y a denigrar a otros.

La lucha por la superioridad o la perfección

Los sentimientos de inferioridad son fuente de motivación y de esfuerzo, ¿pero para qué?
¿Simplemente para liberarse de ellos? Adler pensaba que nos esforzamos por algo más; sin
embargo, su idea de cuál era la meta última de nuestras vidas fue cambiando con los años. Al
principio, identificó la inferioridad con un sentimiento general de debilidad o de feminidad,
reconociendo así la posición inferior que las mujeres ocupaban en esa época. Al referirse a la
compensación de este sentimiento, hablaba de una protesta masculina. El objetivo de la
compensación era un impulso o deseo de poder, en el cual la agresión, que supuestamente es una
característica masculina, desempeñaba un papel muy importante. Más adelante, rechazó la idea
de identificar los sentimientos de inferioridad con la feminidad y adoptó una óptica más amplia, en
la cual luchamos por la superioridad o la perfección. Describió su concepto de la lucha por la
superioridad diciendo que era un hecho fundamental de la vida (Adler, 1930). Todos luchamos por
alcanzar la superioridad como meta última de nuestra existencia. No se refería a la superioridad en
su acepción habitual, y el concepto tampoco remitía al complejo de superioridad. La lucha por la
superioridad no es un intento por ser mejor que todos, una tendencia a ser arrogante o dominante
ni a tener una opinión inflada de nuestras capacidades y logros. Adler se refería a un impulso hacia
la perfección. El vocablo perfección se deriva del latín perfícere, que significa “terminar” o
“completar”. Así pues, él sugería que todos luchamos por alcanzar la superioridad con la intención
de perfeccionarnos, de alcanzar la plenitud personal. Este objetivo innato, o sea el impulso a la
integridad o la plenitud, se dirige hacia el futuro. Mientras que Freud proponía que el pasado
determina la conducta humana (es decir, por los instintos y las experiencias de la niñez), Adler veía
la motivación en términos de las expectativas futuras. Sostenía que los principios de los instintos y
de los impulsos primitivos no bastan para explicar todo, que sólo la meta última de la superioridad
o la perfección puede explicar la personalidad y la conducta.

El estilo de vida

La meta última de todos nosotros es la superioridad o perfección, pero tratamos de alcanzarla por
medio de diferentes patrones de conducta. Cada quien expresa esta lucha de distinta manera.
Desarrollamos un patrón único de características, conductas y hábitos que Adler llamó carácter
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distintivo o estilo de vida. A efecto de entender cómo se desarrolla el estilo de vida, volvamos al
concepto de los sentimientos de inferioridad y de compensación. Los bebés padecen sentimientos
de inferioridad que les motivan a compensar la indefensión y la dependencia. En sus intentos de
compensación, adquieren una serie de conductas. Por ejemplo, el niño enfermizo luchará por
aumentar su capacidad física corriendo o levantando pesas. Estas conductas pasan a formar parte
de su estilo de vida; es decir, un patrón de actividades cuyo fi n es compensar la inferioridad.
Nuestro estilo de vida es singular y define y moldea todo lo que hacemos. Determina cuáles
aspectos del ambiente observamos o ignoramos y qué actitudes adoptamos. El estilo de vida se
aprende en razón de las interacciones sociales que ocurren en los primeros años de vida. Adler
sugirió que el estilo de vida está tan cristalizado hacia los cuatro o cinco años que después de esa
edad resulta muy difícil cambiarlo. El estilo de vida será el marco de referencia de todas las
conductas posteriores. Como dijimos antes, su índole depende de las interacciones sociales,
especialmente del orden de nacimiento dentro de la familia y del tipo de relaciones entre
progenitor e hijo. Recuerde que el descuido es una circunstancia capaz de producir el sentimiento
de inferioridad. El niño que es descuidado se siente incapaz de lidiar con las exigencias de la vida,
por lo cual será desconfiado y hostil con la gente. Por consiguiente, su estilo de vida tal vez
implique buscar venganza, envidiar el éxito ajeno y tomar lo que considera que merece.

El interés social

Adler pensaba que la primera tarea que encontramos en la vida es llevarnos bien con otros. El
siguiente nivel del ajuste social, que forma parte de nuestro estilo de vida, influye en nuestra
forma de abordar todos los problemas de la existencia. Propuso el concepto del interés social,
definiéndolo como la capacidad innata para cooperar con otros a efecto de alcanzar las metas
personales y las sociales. El vocablo alemán con que Adler designó este concepto,
Gemeinschaftsgefuhl, significa más bien “sentimiento comunitario” (Stepansky, 1983, p. xiii). Sin
embargo, el término aceptado en varios idiomas es interés social. Si bien las fuerzas sociales
ejercen más influencia en nosotros que las biológicas, según Adler, el potencial para el interés
social es innato. Luego entonces, en ese sentido limitado, su enfoque contiene un elemento
biológico. No obstante, la medida en que se realice ese potencial innato dependerá de nuestras
primeras experiencias sociales. Nadie puede evitar enteramente a otras personas ni las
obligaciones que se tienen con ellas. Desde la más remota antigüedad, la gente se ha agrupado en
familias, tribus y naciones. Las comunidades son indispensables para la protección y supervivencia
de los humanos. Por lo tanto, siempre ha sido necesario que las personas cooperen, que expresen
su interés social. El individuo debe cooperar y contribuir con la sociedad para realizar sus metas
personales y las comunitarias. El recién nacido se encuentra en un estado que requiere la
cooperación, prime - ro de la madre o de un cuidador primario, después la de los miembros de la
familia y del personal de la guardería o la escuela. Adler señaló la importancia de la madre por ser
la primera persona con la que el bebé tiene contacto. Ésta, en razón de su conducta hacia él,
puede fomentar el interés social o impedir que se desarrolle. Adler pensaba que el papel de la
madre era vital para el desarrollo del interés social del niño, así como de otros aspectos de la
personalidad.
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Orden de nacimiento

Una de las aportaciones más duraderas de Adler es la idea de que el orden de nacimiento es una
influencia social importante en la niñez a partir del cual construimos nuestro estilo de vida. Aun
cuando los hermanos tienen los mismos padres y viven en la misma casa, su ambiente social no es
idéntico. Ser mayor o menor que otros hermanos y estar expuesto a otras actitudes de los padres
crea condiciones diferentes en la niñez que contribuyen a determinar la personalidad. A Adler le
gustaba divertir al público que asistía a sus conferencias y a los comensales adivinando el orden de
nacimiento de una persona con base en su conducta. Escribió sobre cuatro situaciones: el
primogénito, el segundo hijo, el hijo menor y el hijo único. El primogénito Los primogénitos están,
cuando menos por algún tiempo, en una situación única y envidiable. Por lo habitual, los padres
están felices por el nacimiento de su primer hijo y le dedican mucho tiempo y atención.
Normalmente obtienen la atención inmediata y exclusiva de sus padres. Por lo tanto, tienen una
existencia feliz y segura, hasta que nace el segundo hijo. De repente dejan de ser el centro de
atención y de recibir cuidados y afecto constantes; en cierto sentido, los primogénitos son
destronados. Ahora deben compartir el afecto que recibieron durante su reinado. Muchas veces
deben sufrir el agravio de esperar hasta que quedan satisfechas las necesidades del recién nacido,
y además se les advierte que no hagan ruido para no molestarlo. Nadie esperaría que los
primogénitos sufran un desplazamiento tan drástico sin dar la pelea. Tratarán de recuperar la
posición de poder y privilegio que tenían. Sin embargo, su batalla por recuperar la supremacía en
la familia está perdida desde el principio. Las cosas jamás volverán a ser como eran a pesar del
esfuerzo que ellos hagan.

Los primogénitos, durante algún tiempo, se vuelven obstinados, se portan mal, adoptan una
actitud destructiva y se niegan a comer o a irse a la cama. Están lanzando golpes a causa de la ira,
pero los padres probablemente les devolverán el golpe, y ellos son más poderosos. Cuando
castigan a los primogénitos por su mala conducta, éstos podrán interpretar la reprimenda como
una prueba más de su caída, y quizás hasta lleguen a odiar al otro niño porque, al final de cuentas,
él es la causa del problema. Adler pensaba que todos los primogénitos resienten el choque del
cambio de su posición en la familia, pero que los que han sido demasiado consentidos sienten una
pérdida más grande. El grado de la pérdida dependerá de la edad que tengan cuando aparece el
rival. En general, cuanto mayor sea el primogénito cuando nace el segundo hijo, tanto menos
sentirá que ha sido destronado. Por ejemplo, un niño de ocho años se sentirá menos molesto por
el nacimiento de un hermano que uno que tenga dos años. Adler descubrió que los primogénitos
muchas veces se orientan al pasado, están atrapados en la nostalgia y muestran pesimismo por el
futuro. Como en algún momento conocieron las ventajas del poder, siguen preocupados por él a lo
largo de toda su vida. Ejercen cierto dominio sobre los hermanos menores, pero al mismo tiempo
están más sujetos al poder de sus padres porque esperan más de ellos. Con todo, el hecho de ser
el primogénito tiene sus ventajas. A medida que cumple años, éste con frecuencia desempeña el
papel de maestro, tutor, líder y encargado de la disciplina, porque los padres esperan que les
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ayude con los hermanos. Estas experiencias muchas veces le permiten madurar intelectualmente
más que los hermanos menores.

El segundo hijo Los segundos hijos, los que perturbaron tanto la vida del primogénito, también
están en una situación única. Jamás experimentan la posición de poder que alguna vez ocuparon
sus predecesores. Aun cuando nazca otro niño en la familia, los segundos no sufrirán el
sentimiento de desplazamiento que sintieron los primogénitos. Es más, a estas alturas los padres
normalmente han cambiado de actitud y de prácticas para la crianza. El segundo hijo no es una
novedad tan grande como el primero; los padres podrían estar menos preocupados y ansiosos por
su conducta y podrán adoptar una actitud más relajada frente al segundo hijo. Desde el principio,
los segundos tienen el punto de referencia del primogénito. Siempre tendrán el ejemplo de la
conducta del mayor como modelo, amenaza o fuente de competencia. Adler fue segundo hijo y
siempre tuvo una relación de competencia con su hermano mayor (que se llamaba Sigmund).

La competencia con el primogénito puede motivar al segundo hijo, quien luchará por alcanzar y
superar al mayor, meta que estimula su desarrollo motor y su lenguaje. Los segundos hijos, como
no han experimentado el poder, no se preocupan mucho por él. Muestran más optimismo por el
futuro y suelen ser competitivos y ambiciosos, como lo fue Adler. La relación entre el primogénito
y el segundo hijo puede producir otros resultados menos beneficiosos. Por ejemplo, si el mayor
destaca en los deportes o en los estudios, el segundo podría pensar que jamás lo superará y
desistir. En este caso, la competitividad no formará parte de su estilo de vida, y se podría convertir
en un segundón, con un rendimiento por debajo de sus capacidades en muchos aspectos de la
vida.

El hijo menor

Los hijos menores, o los últimos, nunca sufren el choque de que otro los destrone y, con
frecuencia, son los consentidos de la familia, sobre todo cuando los hermanos les llevan varios
años. Movidos por la necesidad de superar a los hermanos mayores, los pequeños muchas veces
se desarrollan a gran velocidad. Con frecuencia son triunfadores en aquello que deciden
emprender de adultos. Sin embargo, puede ocurrir lo contrario si los pequeños son demasiado
consentidos y creen que no necesitan aprender a hacer nada por sí mismos. Cuando crecen, estos
niños quizá conserven la indefensión y la dependencia de la niñez. Estas personas, como no están
acostumbradas a luchar ni a esforzarse, pero sí a que las cuiden, podrían tener dificultad para
adaptarse a la edad adulta.

El hijo único

Los hijos únicos nunca pierden la posición de primacía y de poder que tienen en la familia; nunca
dejan de ser el centro de atención. Como pasan más tiempo con adultos que un niño que tiene
hermanos, maduran pronto y manifiestan conductas y actitudes de adulto. Los hijos únicos suelen
tener problemas cuando descubren que en territorios fuera del hogar –digamos en la escuela– no
son el centro de atención. No han aprendido a compartir ni a competir. Si sus capacidades no les
reportan suficiente reconocimiento y atención, es probable que se sientan profundamente
decepcionados. Con sus ideas respecto del orden de nacimiento, Adler no estaba proponiendo
reglas firmes del desarrollo del niño. Éste no adquirirá automáticamente un tipo de carácter tan
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sólo en razón de su lugar en la familia. Lo que Adler sugería es que resulta muy probable que
ciertos estilos de vida se desarrollen en función del orden de nacimiento en combinación con las
interacciones sociales tempranas. El yo creativo emplea estas dos influencias para construir el
estilo de vida.

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