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Definición.
Carácter es lo que verdaderamente somos, no la apariencia externa, sino la realidad
interna. Es la expresión de nuestro corazón, no de nuestra mente. Podemos tener ideas
buenas, pero acciones equivocadas. Nuestro carácter no son las buenas ideas sino la
realidad de nuestras acciones.
El carácter no es algo que tenemos de una vez y para siempre. Es posible cambiarlo y
desarrollarlo. Ese es el propósito de Dios expresado en Rom. 8:29 y Rom. 12.2: que
nuestro carácter cambie de tal manera que refleje el carácter de Cristo. Ello implica,
entre otras cosas, la adquisición de sabiduría y conocimiento (Jn. 8:31-32) y el
desarrollo de la habilidad de tomar buenas decisiones, morales, justas y equitativas.
Es el “esqueleto” sobre el cual se desarrolla la personalidad. Un carácter débil dará
como fruto una personalidad débil, y lo contrario también es cierto. Un carácter bueno
dará como fruto una persona buena, y lo contrario también es cierto. Y así
sucesivamente.
El carácter es el fundamento sobre el cual las personas edificamos nuestras vidas, y a
través de ello, las de nuestras familias, organizaciones y la sociedad entera.
Carácter maduro.
Mat. 15:11-20, Mar. 7:18-23, Prov. 4:23: el carácter tiene su base, su fundamento, en el
corazón de la persona. Por ello es necesario guardarlo de las obras de la carne y
entregarlo completamente al Espíritu, para que produzca el fruto del Espíritu (Jn. 3:30:
“es necesario que yo mengüe y que El crezca”).
El carácter maduro no llega de la noche a la mañana, no aparece de repente (Prov. 4:18).
Es el resultado de un proceso intencional y consistente de cambio para amoldarnos a lo
que Dios espera de nosotros según Su Palabra y la guianza del Espíritu, venciendo todas
las dificultades que se nos puedan presentar en el camino y confiando en que Dios nos
ayudará en el proceso (Fil 1:6, 1 Tes. 5:23).
Jesús mismo es nuestro ejemplo. El aprendió la obediencia por el sufrimiento (Heb. 5:8)
y soportó y venció todo tipo de tentaciones (Heb. 4:15).
La Palabra de Dios es nuestra brújula. Aunque los tiempos y las costumbres cambian, la
Palabra de Dios, sus principios, sus valores, y por lo tanto, las cualidades del carácter de
bien, justo, ético, moral, etc., no cambian: integridad, respeto, bondad, dominio propio,
etc.
El desarrollo del carácter maduro implica la necesidad de ser un discípulo de Cristo
(Mat. 28:18-20) y ello requiere: