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Carácter maduro.

Mat 15:11-20, Mar 7:18-23, Prov 4:23: el carácter tiene su base, su fundamento, en el corazón
de la persona. Por ello es necesario guardarlo de las obras de la carne y entregarlo
completamente al Espíritu, para que produzca el fruto del Espíritu (Jn 3:30: “es necesario que
yo mengüe y que El crezca”).
El carácter maduro no llega de la noche a la mañana, no aparece de repente (Prov 4:18). Es
el resultado de un proceso intencional y consistente de cambio para amoldarnos a lo que Dios
espera de nosotros según Su Palabra y la guianza del Espíritu, venciendo todas las
dificultades que se nos puedan presentar en el camino y confiando en que Dios nos ayudará
en el proceso (Fil 1:6, 1 Tes 5:23).
Jesús mismo es nuestro ejemplo. El aprendió la obediencia por el sufrimiento (Heb 5:8) y
soportó y venció todo tipo de tentaciones (Heb 4:15).
La Palabra de Dios es nuestra brújula. Aunque los tiempos y las costumbres cambian, la
Palabra de Dios, sus principios, sus valores, y por lo tanto, las cualidades del carácter de bien,
justo, ético, moral, etc., no cambian: integridad, respeto, bondad, dominio propio, etc.
El desarrollo del carácter maduro implica la necesidad de ser un discípulo de Cristo (Mat
28:18-20) y ello requiere:
• Disciplina: desechar hábitos y establecer nuevos.
• Responsabilidad: es tarea nuestra no de Dios ni de otros.
• Persistencia: requiere mantenerse firme a pesar de las dificultades.
• Paciencia: toma tiempo, es un proceso, no un evento.
• Convicción: estar totalmente decididos a lograrlo, sin ninguna sombra de duda.
• Compromiso: pagar el precio sin bajar las estándares o las metas que nos propusimos.
• Intencionalidad: mantenernos con la mente fija en la meta.

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