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La Pascua cristiana es la celebración del cumplimiento de los compromisos

divinos. ¿Y qué hay de los nuestros? ¿Pero tiene sentido el compromiso? ¿Vale la
pena comprometerse, por ejemplo en el matrimonio?

La Pascua cristiana es la celebración del cumplimiento de los compromisos


divinos. ¿Y qué hay de los nuestros? ¿Pero tiene sentido el compromiso?
¿Vale la pena comprometerse, por ejemplo en el matrimonio?

Escribe el Papa Francisco que “comprometerse con otro de un modo exclusivo y


definitivo siempre tiene una cuota de riesgo y de osada apuesta”. Y añade que el
rechazo de asumir este compromiso tiene algo de egoísmo interesado, no acaba de
reconocer los derechos del otro y no termina de presentarlo a la sociedad como
digno de ser amado incondicionalmente (cf. exhort. Amoris laetitia, n. 132).

Situados entre los sínodos sobre la familia y el sínodo sobre los jóvenes, el
compromisoes un tema puente que vale la pena plantearse. Comenzamos por la
mirada al ambiente cultural sobre el compromiso y examinamos su significado
antropológico. Nos fijamos luego en el contenido bíblico y cristiano de ese valor.
Por ultimo mostramos algunas características del compromiso propio de la
vocación para formar un matrimonio y una familia.

El compromiso, ¿un poder?


1. Nos encontramos en una cultura que retrae a los jóvenes del compromiso. Entre
otros se han señalado estos factores: problemas de tipo económico, laboral o de
estudio; influencia de las ideologías que desvalorizan el matrimonio y la familia;
experiencia del fracaso de otras parejas; miedo ante algo muy elevado o sagrado;
oportunidades sociales y ventajas económicas derivadas de la mera convivencia en
pareja; concepción meramente emocional y romántica del amor; miedo a perder la
libertad y la independencia; rechazo de lo institucional y burocrático (cf. Ibid. n.
40).

2. Ante esta situación, cabe preguntarse si el compromiso o la promesa tiene en sí


un valor o no lo tiene; si “vale la pena” o no porque es inútil o utópico, por
ejemplo. En esto son esclarecedoras algunas observaciones de Hanna Arendt,
profesora de Ética, fallecida en 1975, en el marco de su filosofía de la acción.

Según esta filosofa de origen judío, la acción humana evita el aparente sinsentido
de la dinámica humana hacia la muerte. La acción humana es capaz de crear
nuevos procesos, entre otras cosas, gracias a la promesa y al perdón. Tanto para
Nietzsche como para Arendt la promesa es “memoria de la voluntad”. Pero
mientras Nietzsche defiende un sujeto irresponsable y autónomo capaz de olvidar
y destruir las promesas, Arendt subraya el valor de la promesa como herramienta
de responsabilidad que nos hace más libres.

Como explica H. Arendt, la promesa es capaz de encauzar las consecuencias


impredecibles de la acción, controlándolas por el poder de la voluntad. El poder de
hacer promesas y de cumplirlas nos hace más fuertes y abiertos, capaces de salir al
encuentro de la verdad, el bien y la belleza. Así es, cabría concluir, y esa es una
buena razón por la que el compromiso tiene la capacidad de transformar el
mundo. La promesa se relaciona con el perdón, que es el poder de permitir a otro
comenzar de nuevo para rehacer lo andado. Quienes se comprometen y perdonan
pueden cambiar el mundo.

El compromiso en perspectiva cristiana


3. ¿Cómo se ve este valor de la promesa o el compromiso en la perspectiva bíblica
y cristiana? Si examinamos la Biblia encontramos que el Dios vivo es quien se
adelanta en el compromiso con el hombre. Esto se manifiesta especialmente a
partir de Abraham y la Alianza con el “pueblo de las promesas”, Israel, a quién
ofrece una descendencia innumerable, una tierra espléndida, un reino de paz y de
justicia. Las promesas de Dios se cumplen en la muerte y resurrección de
Cristo. Esas promesas se van revelando y descubriendo también mediante el amor
humano entre el hombre y la mujer, de modo que “el matrimonio basado en un
amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su
pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor
humano” (enc. Deus caritas est, n. 11).

La promesa de felicidad que se abre en todo amor humano requiere que


el eros (amor posesivo) acepte ser elevado por el agapé (amor de donación). Ahora
bien, esto sólo se logra plenamente participando del amor de Jesús, en quien se
cumplen las promesas divinas. Y así el lecho nupcial puede transformarse en un
altar en el que se da culto verdadero a Dios y se enraíza el servicio cristiano a los
demás desde el núcleo del amor matrimonial y familiar. La Iglesia, cuerpo místico
de Cristo, es la familia depositaria de las promesas divinas para cada persona y
para toda la humanidad.

4. El compromiso cristiano, como respuesta a las promesas divinas, se caracteriza


por la fidelidad creativa, con la ayuda de la gracia de Dios que nos precede, y se
manifiesta en el matrimonio con las notas de exclusividad, permanencia y apertura
a la fecundidad. El compromiso se muestra en la vida de los cristianos por la
generosidad en el servicio a los demás hasta el heroísmo, tantas veces callado y
discreto en la vida ordinaria.

Ciertamente, el matrimonio cristiano implica un nivel alto de compromiso, público


y totalizante. Como señala el cardenal Ch. Schönborn, el matrimonio es exigente,
pero está lleno de alegría. Se sitúa en la misma línea que el compromiso cristiano
con los más pobres, débiles y necesitados, y también con el compromiso en el
ámbito cultural y sociopolítico, para transformar la sociedad con los criterios
cristianos como oferta de paz y de justicia, al servicio del bien común.

Belleza, exigencia, alegría, locura


Todo ello puede simbolizarse con cuatro palabras, tres de las cuales se desarrollan
en la exhortación Amoris laetitia: belleza, exigencia, alegría. De la cuarta, la
locura, tiene experiencia cualquiera que haya amado de veras; pues no hay tal
amor sin una pizca de esa locura propia de la gratuidad, como explicó Francisco en
la homilía de inauguración del segundo sínodo sobre la familia: “Solo a la luz de la
locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la
gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem” (4-X-2015).

En efecto, solamente un amor verdadero, es decir gratuito y dispuesto a entregarse


y sacrificarse por el otro y por el proyecto común, más allá de cálculos
racionalistas o pragmáticos, y capaz de ir más allá de una mera convicción o norma
legal, es el que vence al egoísmo y al miedo ante el compromiso.
La visita de su santidad el Papa Francisco nos invita a que reflexionemos seriamente
sobre nuestras responsabilidades en el mundo de hoy. Si su mensaje no se traduce en
hechos será estéril y no habrá fruto alguno.
Los católicos nos movemos en todos los ámbitos y allí debemos dar testimonio de nuestra
Fe, una Fe comprometida capaz de transformar nuestro entorno.

Los cristianos debemos hacer un alto en el camino y reflexionar sobre nuestro


compromiso ya que con nuestros actos estamos dando testimonio de nuestro ser y
quehacer .

Ser cristiano en el mundo de hoy es un reto que se debe asumir con un tremendo sentido
de responsabilidad cuando se entiende la esencia misma del cristianismo.

Debemos formar una familia, núcleo de toda sociedad, que sea portadora de valores que
la dignifiquen a ella y a su comunidad, teniendo como primer valor la aceptación de
Cristo como el Dios encarnado.

Predicar con el ejemplo en el hogar es fundamental; con lo cual los hijos reciben una
educación en el amor de sus padres como primeros educadores, nadie debe suplir a los
padres en este derecho-obligación.

Ser cristianos en la escuela exige de nosotros cultivar la inteligencia y la voluntad


encaminadas al bien, la verdad y la belleza.

El cristiano debe ejercitar la libertad, sin olvidar el binomio libertad-responsabilidad, para


hacer no lo que le de la gana sino hacer lo que debe hacer, es decir aquello que lo
perfeccione como ser humano, la libertad no es para el libertinaje.

Debemos ser tolerantes sin perder nuestras convicciones ni renunciar a la verdad,


debemos dar testimonio de nuestra religión sin imponerla a nadie, la podremos comunicar
y sobre todo con el ejemplo vivo de nuestros actos...
Ser cristiano es hacer el bien y evitar el mal, es saber darnos a los demás, es tener un
espíritu de servicio, recordemos que Cristo dijo: "No vengo a ser servido sino a servir...”
y esto es en todos los campos en que nos desenvolvemos.

El cristiano debe participar en política en sentido amplio o partidista siempre buscando el


bien común a través de una recta conciencia.

Debemos luchar por engrandecer nuestra patria solidarizándonos con los demás, para con
el esfuerzo de todos y por encima de nuestras diferencias buscar aquellos valores que
dignificaran esta nuestra casa.

Ser cristianos es ser justos en el sindicato, la empresa, la profesión, el partido político, o


en cualquier otro organismo intermedio en que participemos, sino, seremos la antítesis del
discurso que pregonamos...

No debemos difamar, cultivar la mentira, hacer daño a nuestros semejantes ni dejar que el
fin justifique los medios.
Debemos estar abiertos a la verdad, venga esta de donde venga, no olvidemos que San
Juan dijo que: "La verdad os hará libres...”.

Ser varones cristianos, es saber respetar a una dama y todo lo que ella representa en
nuestras madres, hermanas, esposas, amigas o conocidas...

Los cristianos debemos saber pedir perdón y saber perdonar; y corregir el rumbo cuando
nos equivocamos.

No caigamos en la falsedad de querer ser cristianos en ciertos actos y en otros no, se es


cristiano integralmente, los valores del cristianismo deben iluminar nuestros actos,
nuestro camino,... sino......pobre caricatura de cristianismo la que estamos haciendo.

Nos encontraremos con personas que no pierden ocasión para atacar a nuestra religión e
iglesia, a veces con razón, en otras ocasiones más bien llevados por una fobia propia de su
deformación que les impide ser objetivos y visceralmente atacan cuanta ocasión u
oportunidad encuentran para ello, hay que cuidar no asumir la misma actitud, hay que
tratarlos con respeto y si estar abiertos a corregir cuando alguna observación que nos
hacen es fundamentada, el ser humano no es un ser perfecto sino perfectible...
Que la pasión de Cristo y su redención por medio de la cruz se vean coronados con éxito
sabiendo cargar la cruz de nuestras responsabilidades y, el sacrificio que seamos capaces
de vivir, contribuya a la redención en la búsqueda del bien nuestro y de nuestros
semejantes.

Ser cristianos es muy difícil cuando verdaderamente queremos encarnar las enseñanzas
evangélicas en nuestra vida...pero no imposible.

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