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LA
LINGÜÍSTICA DEL
TEXTO.
V. Tipología textual.
VIII. Bibliografía.
1. APARICIÓN DE LA LINGÜÍSTICA DEL TEXTO.
La lingüística del texto como tal aparece por primera vez en varios trabajos,
independientes entre sí, surgidos en Europa central en la segunda mitad de los años
sesenta: Das direkte Objekt im Spanischen, de Isenberg; Gramática del Decamerón, de
Todorov; Sintaksis sloznogo predlozenija, de Krjuckov y Maksimov… Así, la fecha de
finales de los sesenta no significa que esa fecha sea el comienzo de la preocupación por
el texto, sino sólo el momento en que los trabajos sobre esta unidad de la lengua
comienzan a destacar como intentos de diferenciarse del resto de las escuelas
lingüísticas; bien ampliando, bien sustituyendo las teorías existentes. Sufren cambios
radicales asimismo las teorías ya establecidas, como las de Chomsky. Todo ello
significa que se comienza a abandonar el postulado fundamental generativista de la
autonomía de la sintaxis y el intento de relegar la actuación o el habla a una disciplina
secundaria. La aparición de la lingüística del texto como disciplina autónoma es fruto e
un interés general, por cuestiones de semántica y pragmática. Y se desarrolla hasta
convertirse en una de las formas de practicar la lingüística más importantes del decenio,
fundamentalmente con la pragmática. Sin embargo, la lingüística del texto tiene unos
orígenes más antiguos y su aparición no es debida solamente a ese interés por la
semántica y la pragmática. Para ver los orígenes nos fijaremos solamente en los
antecedentes del estudio del texto y su estructura como unidad, no tendremos en cuenta
el estudio literario, filológico, psicológico o ideológico del texto, sino solamente su
estudio lingüístico.
La lingüística, que fue primero una ciencia de la palabra, se convirtió más tarde en
ciencia de la frase, ya a partir de los primeros estructuralistas. Pero, al igual que la
lingüística de la palabra tenía que considerar fenómenos de nivel oracional la lingüística
de la frase tuvo también en cuenta en ocasiones fenómenos que van más allá de aquél.
Curiosamente, esos antecedentes no se encuentran en los modelos gramaticales más
científicos. Hubo pocas excepciones, pero las que hay son significativas. La más
interesante está representada por el análisis del discurso de Harris:
<<El análisis lingüístico exacto no va más allá de los límites de la frase… Hay,
sin embargo, rasgos estructurales que se extienden sobre partes más amplias de cada
parte conexa de lengua hablada o escrita… Los métodos útiles para el hallazgo de esas
estructuras del discurso son ampliaciones de los métodos de la lingüística>>.
Pero, mientras estas ideas de Harris quedaron prácticamente sin desarrollo ulterior
fuera de sus discípulos, las de Pike (Language in relation to a unified theory of th
estructure of human behavior) se vieron desarrolladas por una amplia escuela hasta
convertirse, hoy día, en una de las más importantes formas de estudio lingüístico del
texto. Fuera del estructuralismo europeo, sí aparecen numerosos antecedentes que no se
continúan por sí mismos en tendencias modernas específicas. Así, Gili Gaya reconocía
en su Curso superior de sintaxis española que <<el discurso se divide en unidades
intencionales a las que hemos llamado oraciones… Las oraciones se suceden guardando
entre sí una relación de coherencia representativa, lógica o afectiva, una trabazón
psíquica de orden superior. Si esta relación de continuidad no se revela, decimos que el
discurso es incoherente. La unidad total del discurso, a la cual sirven las oraciones que
lo componen, obedece a leyes psicológicas, y según ellas percibe el oyente o el lector la
coherencia o incoherencia del discurso>>.
Fuera de España, el alemán Boost desarrolló el concepto de Satzverflechtung,
entretejimiento de oraciones. Pero en general, aunque hay antecesores reales del estudio
de algunos de los problemas específicos de la unidad lingüística textual, lo que hoy
llamamos lingüística del texto no es el desarrollo de ninguno de esos antecesores,
quienes sin embargo sí tuvieron una cierta influencia, probablemente en la preparación
inicial de muchos de los estudiosos actuales. De manera que la nueva disciplina tiene
que explicar sus orígenes por razones que no pueden resumirse en la existencia de una
tradición más o menos extensa e importante.
Causas internas.
Las causas internas que dan lugar al nacimiento de la lingüística del texto se encuentran
sobre todo en los estudios sintácticos debidos, fundamentalmente, al generativismo. De
hecho, como tendremos ocasión de comprobar, la mayoría de los lingüistas textuales
proceden del campo generativista, aunque haya algunos como Pike que provengan de
otra escuela, son minoría, y en todos los casos se han visto sometidos a una mayor o
menor influencia de la gramática generativa transformacional. Se trata aquí de la
aparición, desde los primeros años de desarrollo de la teoría generativa, de fenómenos
aparentemente sintácticos cuya explicación no podía hacerse de manera adecuada si no
se tenía en cuenta el contexto, es decir, las frases anteriores y/o posteriores del mismo
texto.
La coordinación, por ejemplo, comenzó a estudiarse de nuevo, después de una larga
época de abandono. Chomsky la había presentado como “transformación de
conjunción”. Pero después se vio que tenían que contarse factores no sintácticos,
fundamentalmente semánticos, pero también pragmáticos, y se puso de manifiesto que
la coordinación actuaba no sólo en el nivel de la oración aislada sino en la sucesión de
oraciones. Otros aspectos de la sintaxis que escapaban de los límites de la frase eran el
uso del artículo, la sucesión de tiempos y en general el uso de los mismos, la
pronominalización, los interrogativos, etc. Isenberg presenta una lista de 23 fenómenos
que escapan a la capacidad explicativa de una gramática oracional.
De hecho, los primeros trabajos de lingüística textual son intentos de ampliar o
modificar las gramáticas oracionales al uso, generativas o estructuralistas, para poder
explicar todos esos fenómenos. Igualmente, las primeras discusiones se centraron en
estos temas y en su nuevo status teórico, y en la cuestión de hasta qué punto su estudio
exigía alejarse de las gramáticas oracionales conocidas.
También son causas internas, aunque tengan una estrecha relación con las externas
que veremos a continuación, dos fenómenos a los que ya nos hemos referido: la entrada
en la lingüística (y la gramática, más específicamente), incluso en las tendencias
tradicionalmente formalistas, de la semántica y con ella la pragmática moderna. De
manera que la lingüística textual no se encontraba con la única base de una semántica
más o menos formal pero básicamente autónoma, sino también con trabajos de
semántica y pragmática de interés considerable, sobre todo desde el punto de vista
teórico, que procuraban enlazar la gramática (en sentido tradicional) con las nuevas
disciplinas parciales. De forma que, en gran medida, el interés por el texto se unió a esa
tendencia ya existente: si queremos estudiar la semántica como parte integrante de la
gramática, tenemos que observar las relaciones semánticas –señalizadas formalmente o
no- existentes entre las frases, a fin de describir adecuadamente la semántica de cada
frase particular. Pero esa semántica, que suele ser de tipo referencial, tiene una conexión
inmediatamente reconocible con los factores pragmáticos y en general sociales. Así,
también la lingüística del texto respondía a una necesidad vivamente sentida por
entonces en toda la lingüística.
Causas externas.
3. EL CONCEPTO DE TEXTO.
-Definiciones tradicionales.
Decimos que texto es un concepto nuevo, pero sin embargo es muy antigua (aparece en
el diccionario de Corominas del siglo XIV) y en diccionarios de términos lingüísticos
anteriores a la lingüística textual. Pero ese concepto de texto que allí encontramos se
diferencia bastante del que hoy día se le da. Veremos a continuación algunas
definiciones de carácter tradicional. Para Lázaro Carreter, por ejemplo es
<<todo conjunto analizable de signos. Son textos, por tanto, un fragmento de una
conversación, una conversación entera, un verso, una novela, la lengua en su totalidad…
>>
Hjelmslev toma la palabra texto en su sentido más amplio y designa con ella un
enunciado cualquiera, hablado o escrito, largo o breve, antiguo o moderno […] Todo
material lingüístico estudiado forma igualmente un texto… Constituye una clase
analizable en géneros, a su vez divisibles en clases, y así sucesivamente hasta agotar las
posibilidades de división.
Evidentemente, estas definiciones no coincidentes plenamente unas con otras, no nos
sirven como definición del objeto texto de que se ocupa la lingüística textual. No se
puede limitar al texto escrito, porque el hablado también se considera texto; tampoco es
corpus porque no es simplemente el lugar donde empezamos el estudio para obtener
otras unidades lingüísticas que nos puedan interesar más, sino que es el texto mismo el
centro de interés; finalmente, tampoco es cualquier producto del habla, porque esto no
nos permitiría distinguir el texto de la palabra, la frase, el párrafo, etc. Es preciso en
consecuencia buscar otras definiciones.
-Definiciones de texto en la lingüística textual.
Estas son las que me parecen más sencillas. Muestran las diferentes tendencias que
encontramos en los diversos practicantes de la disciplina. Si las analizamos, vemos que
el criterio más frecuente es que el texto posee una función comunicativa y social de
especial importancia, y que es producto de la actividad verbal; se indica asimismo el
carácter del texto como signo lingüístico superior. Los diversos autores ponen de relieve
además otras características como son su carácter de unidad lingüística, su cierre
semántico/comunicativo, el hecho de estar formado por un conjunto de
oraciones/proposiciones enlazadas… una diferencia importante está en que en algunas
definiciones se señala explícitamente que todo texto está formado por una sucesión de
frases, mientras que en otras no se hace mención de ello.
Si tomamos los criterios obtenidos, tendremos la base de las demás existentes hoy día,
con matices diferentes. Estos criterios son los siguientes: texto como unidad
comunicativa; texto como producto de actividad; texto como sucesión de oraciones;
texto como signo lingüístico y otros criterios como cierre semántico, existencia de
relaciones internas…
Por regla general, los tres primeros son los fundamentales hoy en día. Sin embargo,
una definición correcta de texto debe ser la que incluya el carácter comunicativo y de
actividad. Si consideramos el lenguaje primordialmente como medio de comunicación,
la forma más adecuada de estudiarlo es por medio de la teoría de la actividad. Por
ejemplo, podemos proponer una definición del tipo:
<<el texto es la unidad comunicativa de lenguaje, que se manifiesta en forma de
sucesión coherente de oraciones>>.
Para que esta definición sea válida, tendríamos que especificar el significado de
términos como unidad, sucesión, coherente… lo que de momento no parece del todo
posible.
Una definición bastante aceptada es la de Bertinetto:
<<un texto puede definirse ampliamente como cualquier secuencia coherente de
signos lingüísticos, producida en forma concreta por un hablante y dotada de una
intencionalidad comunicativa específica y una determinada función cultural>>.
Segre, por su parte, señala que la consideración del texto justamente con el contexto
pragmático en el que se produjo es esencial sobre todo al estudiar los textos hablados,
por la relación entre los objetos y situaciones reales y su representación verbal. En los
textos escritos, la presencia del contexto pragmático es más vaga.
Es decir, el texto debe estudiarse en función del contexto no verbal en que se realiza,
y en la definición del término habremos de tener en cuenta la existencia de ese factor.
Las demás características que pueden señalarse son también de gran importancia, pero
pueden considerarse derivadas de las tres anteriores. Así, el cierre semántico o
comunicativo es una consecuencia de la intención comunicativa, que se vale de las
reglas de estructuración interna del texto.
No podemos ni queremos proponer una definición más o menos definitiva del texto,
en vista de las dificultades que hemos señalado. Nos limitamos a presentar, más que una
definición, un conjunto de características del texto que nos permitirá trabajar con este
término:
<<”Texto” es la unidad lingüística comunicativa fundamental, producto de la
actividad verbal humana, que posee siempre carácter social; está caracterizado por su
cierre semántico y comunicativo, así como por su coherencia profunda y superficial,
debida a la intención (comunicativa) del hablante de crear un texto íntegro, y a su
estructuración mediante dos conjuntos de reglas: las propias del nivel textual y las del
sistema de la lengua>>.
Esperamos que a lo largo de las páginas del trabajo queden suficientemente clarificados
los términos que en esta definición se utilizan.
Veremos, a continuación cómo podemos definir la coherencia del texto y cuáles son las
bases que la sustentan.
Como hemos señalado, la coherencia es la característica principal, fundamental, de
un texto, lo que convierte un mensaje verbal en texto. De acuerdo con el enfoque que se
adopte para el estudio textual, tendremos diferentes definiciones y explicaciones de la
coherencia. Así, podríamos decir que el texto es una sucesión coherente de oraciones,
pero preferimos no adoptar este punto de partida en virtud de lo que antes expusimos
acerca de la imposibilidad de una comprensión adecuada del texto si se interpreta como
“conjunto de oraciones”. Como señala Conte, “la coherencia textual no se busca
simplemente en la sucesión lineal de los enunciados, sino que se busca en una
ordenación jerárquica pluridimensional”.
Es decir, al plantearnos qué es la coherencia textual no es suficiente con señalar las
relaciones que deben existir entre las unidades lingüísticas que representan
superficialmente el texto, sino que será necesario considerar el proceso total desde la
intención comunicativa misma del hablante hasta las estructuras lingüísticas en que se
manifiesta finalmente esa intención. Es decir, procesos como los que vimos en
apartados anteriores no explican la coherencia textual, sino que son reflejo de su
existencia: el texto no es coherente porque las frases que lo componen guarden entre sí
determinadas relaciones, sino que estas relaciones existen precisamente por la
coherencia del texto.
En esta línea deben considerarse distinciones como las que Halliday y su escuela
establecen entre textura y cohesión, o la diferenciación entre cohesión y coherencia que
propone Marcus. Textura y coherencia hacen referencia a esa característica intrínseca
del texto en cuanto tal:
Señala también el mismo autor, Marcus, que tanto cohesión como coherencia existen
tanto en el nivel pragmático como en el sintáctico-semántico. Esta distinción que no
suele realizarse sistemáticamente en la mayor parte de trabajos de lingüística textual es,
como vemos, importante: sustitución sinonímica o pronominal, elipsis, relaciones
semánticas entre lexemas o coordinación, junto a fenómenos que no hemos considerado,
tales como orden de palabras, etc, son fenómenos de cohesión, no de coherencia.
¿En qué se basa la coherencia como propiedad del texto? Si no la podemos buscar en
la estructuración superficial, la podemos buscar en la estructuración superficial, es
evidente que sus causas deberán hallarse en las estructuras profundas del texto. Estas
estructuras profundas no son básicamente de carácter sintáctico o semántico, al
contrario que la cohesión, sino fundamentalmente pragmático. Es decir, la coherencia es
un fenómeno pragmático que, por tanto, interviene ya antes de la estructuración
propiamente lingüística del texto. No puede ser de otro modo si tenemos en cuenta que
el texto es texto en función sobre todo de la intención del hablante de construirlo: la
única posibilidad de definir el texto está en la intención del hablante, criterio
estrictamente pragmático. Las consideraciones propiamente semánticas y sintácticas no
intervienen hasta más tarde.
Lo que ahora llamamos coherencia corresponde a un proceso prelingüístico que parte
de la intención comunicativa. Ésta se desarrolla en un plan del texto que, a
continuación, llegará a manifestarse verbalmente por medio de determinadas
operaciones. Es decir, la coherencia no es la intención comunicativa, pero depende
directamente de ella: corresponde más bien a ese plan global que sirve de expansión de
las intenciones comunicativas.
En consecuencia, el texto llega a ser coherente, y a reflejarse superficialmente en una
sucesión lineal de unidades lingüísticas relacionadas, debido a la existencia de un plan
global previo a la articulación. Podemos resumir en la siguiente forma el proceso:
a) El hablante tiene una intención comunicativa;
b) El hablante desarrolla una plan global que le permitirá, teniendo en cuenta los
factores situacionales, etc, conseguir que tenga éxito su texto, es decir, que se
cumpla su intención comunicativa.
c) El hablante realiza las operaciones necesarias para expresar verbalmente ese
plan global, de manera que a través de las estructuras superficiales el oyente sea
capaz de reconstruir o identificar la intención comunicativa inicial.
De esta forma, un texto puede no ser coherente en cada una de las tres fases: en el
caso más poco frecuente, la intención comunicativa será incoherente: por ejemplo,
imposible en el contexto situacional. Un texto científico puede resultar coherente para
un científico, pero incoherente para una persona sin la suficiente preparación. O el caso,
más general, en que el oyente supone conocidos datos que el oyente ignora. Este tipo de
error, que impide la coherencia de un texto al no haberse prestado la atención suficiente
a los fenómenos situacionales, es muy frecuente.
Los errores en la tercera fase repercuten directamente sobre la formulación
lingüística, de manera que el texto, además de incoherente, sería inconexo y/o
gramaticalmente incorrecto. La diferencia con los dos casos anteriores es clara, ya que
en estos podemos tener como resultado superficialmente una sucesión de errores
“correcta”, mientras que los errores en la estructuración lingüística dan lugar a
estructuras superficiales anómalas. Así, este tipo de estructuración incoherente (cuando
se sabe lo que se quiere decir, pero no cómo decirlo) es extremadamente frecuente.
Vemos, por tanto que la coherencia es algo que se v a desarrollando desde el
momento mismo en que el hablante decide producir un texto, y que llega hasta su
estructuración superficial. Claro es que no podemos olvidar que en la estructuración
superficial hay que distinguir a su vez diferentes niveles: no se trata de que mediante las
operaciones correspondientes el hablante dé forma verbal a su plan global en forma de
oraciones enlazadas por medios como los que vimos en apartados anteriores, sino que
va estableciendo unidades mayores a la frase que luego se manifiestan en frases. Esto
es: el hablante va estructurando el plan global en “subtextos” y “frases”, pues la
distinción se hace aquí de carácter predominantemente sintáctico. Es preferible
considerar que la manifestación verbal se realiza mediante proposiciones elementales
que pueden unirse para formar frases complejas, o bien verbalizarse sin más en forma
de frases simples, mediante procesos sintácticos específicos de cada lengua.
Estos niveles intermedios, que hemos llamado subtextos, mantienen la coherencia
dentro de sí y con los demás, en tanto que participan de la coherencia previa del plan
global. Esa coherencia se manifestará superficialmente mediante fenómenos como los
vistos en los apartados anteriores. En este caso se trata de fenómenos de tipo semántico;
en niveles inferiores la coherencia va reflejándose progresivamente en forma sintáctica.
Entonces, la coherencia es inicialmente pragmática, pero a continuación pasa a
manifestarse en términos semánticos y paulatinamente nos acercamos a niveles más
superficiales, con medios sintácticos: así, la coordinación es parcialmente semántica y
parcialmente sintáctica en el sentido tradicional. Si seguimos el camino inverso, el que
realmente sigue el oyente al percibir un texto, vemos que el papel de cada uno de estos
tipos de manifestación de la coherencia va siendo más importante según subimos.
Con lo expuesto, podemos ver que la coherencia es una propiedad del texto pero
también un proceso. Aunque la diferenciación en cohesión y coherencia es
metodológicamente de gran importancia, no podemos olvidar que se trata de dos
aspectos de un mismo fenómeno. Dicho en términos un tanto simplistas, coherencia
hace referencia al proceso de estructuración del texto por el hablante, mientras que
cohesión se refiere a la interpretación del texto por el oyente, es decir, al descubrimiento
de la coherencia por el oyente. A la lingüística del texto le interesa fundamentalmente la
producción del texto, es decir, la perspectiva del hablante, de ahí que sea fundamental el
concepto de coherencia, pero no podemos olvidar tampoco el punto de vista opuesto, ya
que un estudio del texto debe explicar tanto la síntesis (hablante) como el análisis
(oyente).
Para resumir este punto con las palabras de las autoras del trabajo, hemos
comprendido que:
- Para que una secuencia lingüística sea considerada texto, es preciso que
entre los elementos que la forman se establezca una red de relaciones
semánticas y gramaticales. Esto es posible gracias a las propiedades de
coherencia y cohesión. La coherencia la definiríamos como una
propiedad que otorga al texto la capacidad de expresar un sentido
unitario. Se relaciona con la organización de la información que recibe el
texto y con el conocimiento sobre el contexto que comparten el emisor y
el destinatario.
- La cohesión sería la propiedad que se manifiesta en la relación
gramatical y semántica entre los “enunciados”. Para conseguir
coherencia y cohesión, se emplean los llamados mecanismos de
coherencia y cohesión textual.
5. TIPOLOGÍA TEXTUAL.
Hemos tenido ocasión de utilizar términos como género o tipo de texto. Pero no existe
aún una teoría general de la tipología de los textos, y mucho menos una tipología o
modelo tipológico ya elaborado. Se trabaja todavía, fundamentalmente, en un plano
intuitivo, y los estudios tipológicos existentes son todavía trabajos que intentan, con
considerables dificultades, superar este estado intuitivo en que se encuentran los
conceptos de tipo de texto o clase de texto, para formularlos de manera científicamente
adecuada. Se presupone y utiliza tanto en el lenguaje corriente como en la práctica de
cada ciencia textual un concepto intuitivo, preteórico, de tipo de texto. Una vez que
parte de la lingüística se ha dedicado en medida creciente al fenómeno texto en estos
últimos años, resulta conveniente preguntarse si esta lingüística del texto está en
disposición de fundamentar y explicitar ese concepto preteórico de tipo de texto.
Una tipología elemental existe en el campo de la literatura. Es la clasificación en
géneros. Sin embargo, el concepto lingüístico de tipo de texto debe distinguirse del
concepto histórico-literario de género, porque la lingüística del texto fija su atención en
textos de cualquier clase, literarios o no, escritos u orales. Es necesario elaborar una
tipología más estricta y precisa.
Igualmente, Isenberg señala que ya resulta imprescindible una tipología textual, pues
sólo de esta forma podremos saber si las reglas de textualización o estructuración del
texto que se proponen dentro de un determinado modelo son universales o limitan su
validez a tipos específicos. Si carecemos de un inventario completo de estos, no será
posible valorar adecuadamente los resultados obtenidos por un modelo textual
cualquiera. Para Isenberg, una tipología adecuada debe tener los siguientes
componentes:
Para cada clasificación o tipología concreta habrá que tener en cuenta criterios
específicos. Veamos a continuación las condiciones que presenta Isenberg:
1) HOMOGENEIDAD. Una tipología es homogénea cuando se define una base
unitaria de tipologización y todos los tipos de texto se caracterizan de la misma
forma en referencia a esta base tipológica.
2) MONOTIPIA. Una tipología textual es monotípica cuando no se permite la
clasificación simultánea de un mismo texto en distintos tipos de texto del mismo
rango (es decir, no afecta al hecho de que el texto se pueda clasificar en dos
tipos, siempre que uno de ellos sea de orden jerárquico inferior al otro: en el
mismo nivel o rango sólo será posible una única caracterización).
3) FALTA DE AMBIGÜEDAD. Un texto es tipológicamente ambiguo cuando las
sucesiones de frases que constituyen el texto tienen diversas interpretaciones
semánticas y/o pragmáticas, de forma que una misma sucesión de frases pueda
asignarse a distintos tipos de texto según la interpretación. Una tipología debe
ser estricta, evitando esa ambigüedad: no debe haber textos ambiguos en
relación a esa tipología textual.
4) EXHAUSTIVIDAD. Una tipología es exhaustiva cuando cada texto posible en
ella puede asignarse a uno de los tipos de texto existentes en esa tipología, es
decir, cuando no existen textos que no encajen en ninguno de los tipos
establecidos.
Como vemos, los principios señalados por Isenberg se corresponden con los
principios lógicos de la clasificación que presenta Bunge. Parece que, en consecuencia,
sería ineludible respetarlos para que cualquier tipología textual pudiera tener validez
científica. Isenberg sometió a un breve análisis en función de estos criterios a varias
tipologías y llegó a la conclusión de que ninguna de ellas cumple las cuatro condiciones.
Parece, por tanto, que estamos muy lejos de poder elaborar una tipología adecuada. Por
otra parte, no está ni siquiera claro cómo podríamos hacerla siguiendo los principios que
deben hacer justicia a la complejidad del fenómeno texto. La conclusión es que parece
necesario desarrollar trabajos intensos sobre esta cuestión, ya que resulta imprescindible
para conseguir una teoría textual adecuada. Se trata probablemente del campo menos
desarrollado en toda la lingüística textual.
Uno de los modelos más complejos de teoría textual es el de Janos Petöfi. Es el autor de
una teoría semiótica de los textos verbales.
Petöfi considera el texto como una unidad básica de la gramática y entendido como
una “unidad constituida por más de un enunciado” y distinta a la mera secuencia o suma
de ellos; un análisis en profundidad muestra que existen procedimientos sintácticos que
sólo pueden ser explicados por una gramática textual y no por una gramática del
enunciado, por cuanto una gramática así no posee los medios metodológicos ni técnicos
para un análisis adecuado.
Petöfi hace notar que en la mayoría de investigaciones dirigidas a la construcción de
gramáticas textuales, el enunciado u oración aparece como la unidad lingüística de
mayor nivel. El texto se construiría sobre la base de la suma de los enunciados y de sus
relaciones internas; de ser así, el texto no sería una unidad en sí, propia del discurso y
sus componentes pragmáticos, diferente a la composición de la frase. Criticó a las
gramáticas textuales centradas en los enunciados, porque creía que había una carencia
de una representación canónica exclusiva del texto, por cuanto en representación es
entendida e interpretada como una secuencia lógicamente ordenada de enunciados. El
análisis textual se reduce, por lo tanto, a un análisis supraoracional.
En cuanto a van Dijk, estima que la teoría del texto tiene como principal intento la
presuposición de que la gramática de una lengua debe dar cuenta no sólo de las
emisiones de hablantes nativos, sino de las relaciones entre oraciones, es decir, de los
textos enteros subyacentes a estas emisiones. Esta afirmación se basa en parte en
argumentos gramaticales y en parte en el posible papel de la gramática en dominios
tales como la psico y sociolingüística.
El estudio del código de la lengua supone una actividad propia de la lingüística
descriptiva, en tanto que ese código en relación con el mundo lo proyecta hacia el
ámbito de las disciplinas intercientíficas. El carácter interdisciplinario que supone el
estudio del texto o discurso es la base de las teorías del autor neerlandés. Una gramática
del texto sólo da cuenta de las propiedades lingüísticas del discurso. Para él un discurso
es una unidad observacional, la unidad que interpretamos al escuchar o ver una emisión.
Una gramática sólo describe textos y por lo tanto sólo da una aproximación de las
verdaderas estructuras empíricas de discursos emitidos. El discurso es la unidad
empírica; el texto, por el contrario, es un constructor hipotético y teórico, una
abstracción. Van Dijk se propone trabajar con ambas unidades lingüísticas, pero lo hará
con “tipos de discursos” y “tipos de textos”, pues la ciencia no puede operar con
fenómenos únicos, no hay conocimiento fundado de lo singular.
Su gramática textual incluiría el estudio del código de la lengua, pero también las
circunstancias que variaran de las cuestiones puramente paradigmáticas.
García Berrio también defiende ideas similares. Considera necesario postular una
estructura subyacente para los textos de las lenguas naturales, basándose en razones de
carácter empírico y psicológico, puesto que es difícil concebir que el hablante pueda
producir y entender textos complejos como un todo coherente sin un programa o
estrategia subyacente. Para él, la estructura subyacente textual que dará cuenta de la
coherencia del discurso será de carácter lógico semántico. Por esta razón, se ocupa de la
competencia textual, es decir, de los conocimientos lingüísticos de carácter textual que
posee el hablante, conocimientos que le permiten distinguir textos gramaticales de los
no gramaticales, producir, resumir, calificar textos… etc. En definitiva, para él el
cometido de la lingüística del texto comienza allí donde los modelos de lingüística
oracional se muestran inadecuados en el tratamiento de la realidad lingüística. La
lingüística textual podría concebirse como lingüística total, en la que se integrasen los
modelos que se ocupan de aspectos puramente oracionales, pues el texto es la unidad
que engloba a todos los demás.
Las investigaciones de estos autores a partir del texto como reconocimiento de
unidad lingüística máxima han ido dibujando cada vez con más nitidez una imagen del
texto como ámbito científico-comunicativo, que aparece como un logro fundamental de
la teoría gramatical.
7. Valoración o conclusión.
Pocas disciplinas han tenido un desarrollo más rápido que la lingüística en el siglo XX,
que sobre todo en los años sesenta, fue objeto de una verdadera inflación, tanto por el
número de publicaciones o el de especialistas, como por el de nuevas teorías. En esos
años, la cantidad de escuelas o tendencias resulta especialmente significativa: es la
época del triunfo del generativismo de Chomsky, de la aparición de teorías próximas
pero diferentes como la gramática de los casos, del surgimiento de nuevas escuelas,
como la sistémico-funcional británica de Halliday, la gramática generativa aplicativa…
Y es finalmente la época en la que aparecen por primera vez los trabajos sobre lo que
hoy llamamos con preferencia a otros nombres posibles lingüística del texto.
En resumen, las escuelas o teorías lingüísticas que hoy día dominan el panorama de
los estudios sobre el lenguaje son fruto de esos años sesenta, mientras que la década de
los setenta vio un reflujo en la aparición de nuevas formas de estudio del lenguaje (la
sociolingüística y la psicolingüística modernas proliferan y se replantean cuestiones
olvidadas como el estudio diacrónico del lenguaje). En este esquema, válido sólo en
términos generales, existe sin embargo una importante excepción: la lingüística del
texto. Aunque nacida a finales de los sesenta, su verdadero desarrollo teórico es fruto
del trabajo desarrollado en multitud de países durante los años setenta.
8. BIBLIOGRAFÍA.