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Para Astrid, que hace pociones, baila con esqueletos y le aúlla a la luna.

Tienes magia en la sangre, cariño


LA LEY DE TRES

Que la magia que lances


tenga un uso desinteresado.
Haz el bien a los demás,
pues a ti volverá por triplicado.

Si mueves la mano
y la desgracia sigue tus pasos,
por triplicado volverá su poder.
Por triplicado la maldición habrá errado.
PRÓLOGO

Memnón

Estoy atrapado.
Desde hace muchísimo tiempo. Unos conjuros tan sofocantes como
reconfortantes me han aprisionado mente y cuerpo. No puedo escapar de
ellos por mucho que lo intente.
Y vaya si lo he intentado.
Esto no debería ser así. Lo sé. Lo recuerdo.
Alguien me ha hecho esto.
Pero… ¿quién?
La respuesta se me escapa.
Mis pensamientos están… fragmentados. Las mismas barreras que me
envuelven los han destrozado y esparcido.
Hubo una vida antes de esta sombra de existencia. A veces capto sus
destellos. El recuerdo del sol, la pesada carga de una espada en la mano, la
sensación de una mujer —la mía— debajo de mí.
Aunque no recuerdo demasiado bien mi propio aspecto, veo el perfil de
su hombro, la curva de su sonrisa y la picardía que brilla en sus ojos azules
como el zafiro.
Su imagen… duele más que una herida profunda.
La necesito.
Mi reina. Mi esposa.
Roxilana.
He de salir de este sitio. Debo encontrarla.
A menos que…
¿Y si…? ¿Y si de verdad se ha ido?
¿La he perdido para siempre?
El terror me eclipsa el anhelo y me despeja parte de la neblina de la
mente. Libero toda la magia que puedo y la canalizo a través de los pocos
resquicios que he encontrado en estos conjuros.
Roxilana no puede estar muerta. Mientras yo exista, también debe existir
ella. Me… me esforcé para que así fuera.
Me relajo.
Ella me encontrará.
Un día.
Un día.
Así que la llamo, como siempre he hecho. Y espero.
CAPÍTULO 1

Selene

Hoy será el día en que el Aquelarre del Beleño Negro me acepte.


Suelto el aire y clavo la mirada en los inmensos edificios góticos que
conforman su campus. La propiedad se encuentra en las colinas de la ribera
norte de San Francisco, rodeada en todos sus flancos por Everwoods, un
denso bosque litoral compuesto de árboles perennes.
No hay ningún cartel que anuncie que me encuentro en un terreno que
pertenece a unas brujas, pero la verdad es que este sitio no lo necesita. Si
alguien se detiene aquí durante el tiempo suficiente, verá que hay algo fuera
de lo normal, como, por ejemplo, el círculo de brujas que están sentadas en
el césped delante de mí.
Su pelo y su ropa flotan en todas direcciones, como si ya no
respondieran a la gravedad, y las estelas de su magia cargan el aire que las
rodea. El color de la magia de cada una de ellas es diferente —del verde
chillón al rosa chicle, pasando por el turquesa y muchos más—, pero,
mientras las observo, todos se mezclan y crean una extraña suerte de
arcoíris en el ambiente.
Siento una oleada de nostalgia y tengo que contener la sensación de
pánico y de desesperación que la sigue.
Bajo la mirada a la libreta abierta que tengo en la mano.

Martes, 29 de agosto

10:00, reunión con el departamento de


admisiones del Aquelarre del Beleño Negro
en el edificio Morgana.
*Sal veinte minutos antes. Tienes la mala
costumbre de llegar tarde.

Frunzo el ceño, luego miro el móvil: «9:57».


Mierda.
Me pongo en marcha de nuevo y me dirijo a los desgastados edificios de
piedra, aunque la mirada se me va otra vez hacia el cuaderno. Debajo de las
instrucciones que he garabateado, hay un blasón con unas flores saliendo de
un caldero que está sobre dos escobas cruzadas. Junto al dibujo, he pegado
una polaroid de una de las estructuras de piedra que tengo delante y he
anotado al pie «Edificio Morgana». Abajo del todo he escrito en rojo:

La reunión será en la sala de visitas,


segunda puerta a la derecha.

Subo los escalones de piedra de dicho edificio mientras el frenesí de


emociones me va dejando sin aliento. Durante el último siglo y medio,
cualquier bruja que valga su peso en magia ha sido miembro activo de un
aquelarre acreditado.
Y hoy estoy decidida a unirme a esa lista.
«No te aceptaron ni el año pasado ni cuando volviste a enviar la solicitud
al principio de este. A lo mejor es que no te quieren, así de simple.»
Respiro hondo y obligo a ese pérfido pensamiento a que se esfume. Esta
vez es diferente. Estoy en la lista de espera oficial y concertaron esta
entrevista la semana pasada. Deben de estar tomándose mi solicitud en
serio, y eso es lo único que necesito: meter la cabeza.
Abro uno de los enormes portones que conducen al edificio y entro.
Lo primero que veo en el vestíbulo principal es una gran estatua de la
triple diosa. Sus tres formas están de pie espalda contra espalda: la doncella,
que tiene flores trenzadas en la melena suelta; la madre, que se rodea con
las manos el vientre de embarazada; y la anciana, que lleva una corona de
huesos y descansa las manos en la empuñadura del bastón.
A lo largo de las paredes hay retratos de antiguas brujas del aquelarre,
muchas de las cuales tienen el pelo enmarañado y los ojos desorbitados.
Entre ellos se han colgado varitas, escobas y fragmentos enmarcados de
grimorios famosos.
Respiro hondo para impregnarme de este ambiente por un momento.
Percibo el leve zumbido de la magia en el aire y me siento como en casa.
«Conseguiré entrar.»
Camino por el vestíbulo con una determinación renovada. Cuando llego
a la segunda puerta a la derecha, llamo y espero.
Una bruja de rasgos suaves y sonrisa amable me abre.
—¿Selene Bowers? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Adelante.
La sigo al interior. Una enorme mesa en forma de luna creciente ocupa
casi todo el espacio y, sentadas al otro lado, una media docena de brujas
esperan con paciencia. Enfrente de ellas hay una sola silla.
La bruja que me precede la señala y, a pesar de todos mis pensamientos
motivadores, el corazón me va a mil por hora.
Tomo el asiento que me ofrece y recojo las manos en el regazo para
evitar que me tiemblen mientras la mujer que me ha guiado se sienta
también al otro lado de la mesa.
Justo frente a mí hay una bruja que tiene el pelo negro como ala de
cuervo, unos labios delgados curvados hacia abajo y una mirada perspicaz.
Creo que he hablado con ella antes, sus rasgos me resultan un tanto
familiares, pero no acabo de caer en quién es…
Levanta la vista de sus notas y entrecierra los ojos cuando me ve.
Después de un rato, frunce aún más el ceño.
—¿Otra vez tú?
Con esa pregunta, juro que el ambiente general de la estancia pasa de ser
acogedor a tenso.
Trago saliva con delicadeza.
—Sí, yo —digo con la voz ronca antes de aclararme la garganta. Me
temo que esta entrevista está condenada antes siquiera de empezar.
La bruja que ha hablado vuelve a centrar su atención en los papeles que
tiene delante. Se lame el dedo y empieza a pasar hojas.
—Creía que íbamos a entrevistar a otra solicitante —dice.
¿Qué se supone que tengo que responder a eso? ¿Que siento no ser otra
persona?
No puedo transformarme en quien no soy, así que no creo que pueda
apaciguarla.
Otra bruja, con una nariz aguileña y un áspero cabello gris, dice amable:
—Selene Bowers, es un placer conocerte. ¿Por qué no nos hablas un
poquito de ti y de por qué te gustaría unirte al Aquelarre del Beleño Negro?
Ahí está. Mi oportunidad.
Respiro hondo y me lanzo.
Durante treinta minutos, respondo varias preguntas sobre mis
capacidades, mi experiencia y mis intereses mágicos. La mayoría de las
brujas asienten para darme ánimos. La única excepción destacable es esa
con ojos de halcón que me mira como si yo fuera un hechizo que ha salido
mal. No puedo hacer más que responder a las preguntas y no dejar que me
intimide para que me calle.
—He soñado con formar parte del Aquelarre del Beleño Negro desde
que tengo memoria.
—¿Y desde cuándo tienes memoria? —dice la bruja que está sentada
justo delante de mí.
Me estrujo las manos y una voluta de magia naranja pálido se me escapa
de entre ellas. He evitado este tema en las respuestas anteriores, pues no
estoy muy segura de cómo abordarlo.
—De…, depende —digo ahora—. Pero mi memoria no afecta de ningún
modo a mi determinación ni a mis capacidades —añado.
—Pero podría hacerlo —contraataca—. Podría afectar a tu capacidad.
Lanzar hechizos te cuesta tus recuerdos, ¿verdad?
Ahí está, se ha descubierto el pastel.
Tenso la mandíbula.
—Sí, pero…
Hojea los papeles que tiene delante de ella antes de sacar un folio y
mostrárselo a las demás.
—Los informes médicos que proporcionaste sugieren que, y cito, «se
cree que la pérdida de memoria de la paciente es una enfermedad provocada
por la magia, no tiene ni equivalente ni cura conocidos. Parece ser una
enfermedad degenerativa. Diagnóstico: terminal».
El silencio que sigue a sus palabras es en cierto modo atronador. Oigo mi
propia respiración abandonando mis pulmones. Se me ha escapado un poco
más de magia y se alza desde mis manos como un hilillo de humo.
—Así pues —continúa—, cada brizna de poder que usas te debilita la
mente, ¿estoy en lo cierto?
Después de dudar por un momento, asiento sin mucha convicción.
—Y, cada vez que usas tu magia, el cerebro se deteriora.
—No se deteriora —protesto; estoy cansada de esa palabra. Pierdo
recuerdos, no funcionalidad.
Ahora la expresión de la bruja se suaviza, pero lo que veo en su rostro es
piedad. Algo que odio por encima de todas las cosas, tanto que me cuesta
respirar.
—En el Aquelarre del Beleño Negro —dice—, no solo aceptamos
cualquier tipo de discapacidad, sino que profesamos una particular alta
estima hacia esas brujas.
No miente. Si algunas de las más poderosas del mundo han sido ciegas
por algo será. La primera bruja de la cual se tiene constancia que voló en
escoba en Europa, Hildegard von Goethe, lo hizo porque tenía movilidad
reducida.
—Pero, en el Aquelarre del Beleño Negro —continúa—, se te exigirá
que hagas magia con rigor. Si tu uso de ella está relacionado directamente
con tu pérdida de memoria, sin duda alguna estar aquí acelerará tu…
condición. ¿Cómo podríamos pedirte eso y tener la conciencia tranquila?
Trago saliva. Es una pregunta sensata. Hace que me entren el pánico y la
desesperación, pero sigue siendo razonable.
Me miro las manos. Es algo que yo misma me he planteado muchas
veces. ¿Me alejo de la magia solo porque usarla me acabará matando algún
día?
Levanto la mirada hacia la mujer que tengo enfrente.
—He tenido que vivir con mi pérdida de memoria durante los últimos
tres años —admito—. Desde el Despertar de mis poderes. Y sí, lanzar
hechizos me socava los recuerdos y me complica mucho la vida. Pero no
puedo vivir sin magia. Seguro que eso lo entienden —digo mientras paseo
la mirada por todas las brujas que están sentadas enfrente de mí—. Y mi
magia y yo podemos ofrecer muchas más cosas aparte de la pérdida de
memoria. —Por ejemplo, organización, algo que se me da a las mil
maravillas. Soy tan organizada que esta tipa se caería de culo—. Me
gustaría tener la oportunidad de enseñarle al Beleño Negro esa parte de mí.
Tengo muchísimo que ofrecer.
Al terminar, mi magia me envuelve con su suave brillo crepuscular. He
dejado todas mis emociones al descubierto y me siento incómoda y
expuesta.
La bruja mayor me mira sin pestañear durante varios segundos. Al final,
da una palmada en la mesa y se pone en pie.
—Gracias por tu tiempo —dice. Hasta el mínimo detalle de su expresión
y su postura tiene un aire de solemnidad y cautela.
Joder.
Se suponía que hoy iba a ser mi día. Me he pasado muchísimos meses
trabajando en esto. No tengo ningún plan B, salvo volver a enviar la
solicitud dentro de otros cuatro meses.
Mi intención es ponerme de pie, pero tengo el culo clavado a la silla.
—Selene —dice la bruja mayor—, gracias por tu tiempo.
Solo el modo en que lo dice debería ser lo bastante explícito. Quiere que
me vaya. Puede que la siguiente candidata esté ya esperando en el
vestíbulo.
La emoción me tensa la garganta y tengo las manos tan apretadas que me
duelen.
—Impugno su desestimación —digo, mirándola fijamente.
Se detiene un momento y luego suelta una carcajada de incredulidad.
—¿Ahora eres vidente? ¿Le has echado un ojo al futuro y has visto tus
resultados?
No me ha hecho falta, aunque su mordaz respuesta sea una confirmación
más que suficiente.
Antes de dejar que me afecte, enderezo la espalda.
—La impugno —repito.
Sacude la cabeza.
—Así no es como funciona.
Ahora sí que me levanto, apoyando las manos en la mesa.
—Puede que mi memoria no sea la mejor, pero soy constante y puedo
prometerle una cosa: seguiré solicitando una plaza y viniendo hasta que lo
reconsidere.
Mi rasgo tóxico es no rendirme.
—Si se me permite interrumpir… —dice otra de las mujeres, la del pelo
encrespado—. Puede que no me recuerdes, pero soy Constance Sternfallow.
—Me dedica una sonrisa tensa—. Yo creo que eres una candidata fantástica
—añade—, pero tu solicitud flojea en un par de puntos cruciales. Necesitas
una búsqueda mágica mejor que la que has entregado y te hace falta un
familiar. Sé que se indica que es opcional, pero en realidad es algo que
solicitamos en la mayoría de los casos.
Constance le lanza una mirada al resto de las mujeres sentadas a la mesa.
Una de ellas asiente con la cabeza. Al volver su atención hacia mí, dice:
—Si puedes aportar esas dos cosas…
—Constance —le advierte la bruja jefe.
—… entonces, Selene Bowers —continúa, ignorándola—, se te aceptará
de manera oficial en el Aquelarre del Beleño Negro.
CAPÍTULO 2

Toda magia tiene un precio.


A los hechiceros les cuesta su consciencia. A los cambiaformas, su
forma física. A mí, la memoria.
Soy una especie de bicho raro entre las brujas. Para la inmensa mayoría,
los componentes del hechizo costean la magia. Y, cuando no es así, el resto
proviene de su inagotable fuerza vital. Aunque mi propio poder sigue las
mismas reglas, aprovecha para llevarse unos cuantos recuerdos.
Para mí siempre ha sido así. Tuve una infancia normal —bueno, todo lo
normal que puede ser cuando tu madre es bruja, y tu padre, mago—, pero,
desde que llegué a la pubertad y presencié el Despertar de mi magia, ha sido
así.
Cuando salgo del edificio Morgana, miro al cielo nublado. La emoción y
la ansiedad de los nervios me revuelven las tripas.
Saco el cuaderno y paso las hojas hasta la primera que encuentro en
blanco. Todo lo rápido que puedo, garabateo los puntos más importantes:

29 de agosto

He hecho la entrevista. Una bruja que se


llama Constance Sternfallow dice que me
aceptarán si cumplo los siguientes dos
requisitos:
1. Hacer una búsqueda mágica cojonuda.
2. Conseguir un familiar.
Intento no potar mientras observo lo que me parecen dos exigencias
imposibles de cumplir. Las búsquedas mágicas son subjetivas que te cagas;
estaré a merced de quien sea que lea mi informe sobre la experiencia. Y
encontrar un familiar, la contraparte animal de una bruja, es mucho más
difícil de lo que parece en un principio.
Respiro hondo.
Va a salir bien. Siempre sale bien. Soy inteligente y creativa y también
mañosa. Voy a manifestar esta puta mierda.
Meto el cuaderno de nuevo en el bolso y miro a otro edificio gótico y
oscuro que se encuentra a mi izquierda. Es la residencia de estudiantes de
las brujas y donde ahora mismo vive mi mejor amiga.
Atajo por el césped para acercarme.
De camino paso por dos lamassus gigantes —unas estatuas de piedra
similares a una esfinge con cabeza de mujer y cuerpo de león— que están a
sendos lados de la entrada. Estas criaturas híbridas protegen el umbral de la
casa.
Delante de mí, las puertas se abren y sale un grupo de brujas que van
charloteando entre ellas. Corro antes de que la puerta se cierre y, cuando la
alcanzo, me cuelo.
Hoy la residencia huele a menta y a pan recién hecho; se ven las briznas
de una magia color rojo anaranjado que surgen de los hechizos que se han
lanzado en la cocina, que se encuentra a mi izquierda. Una de las hermanas
del aquelarre debe de estar horneando algo mágico, literalmente.
La magia de todos los seres sobrenaturales tiene un rasgo distintivo: un
color, un olor, una textura. Depende del tipo de ser que seas. En particular,
las brujas y los magos son famosos por tener magia de color; se supone que
no hay dos tonos idénticos. Y solo las brujas y los magos —y unos pocos
seres sobrenaturales selectos—ven estas diferencias mágicas. Casi me
pongo a husmear por la casa, pues me siento atraída por la magia y lo
acogedor que es este lugar. Hace mucho tiempo que no vivo con brujas y
echo de menos que su poder llame al mío.
En lugar de explorar, cruzo el vestíbulo hasta la escalera que hay
enfrente de mí y subo. Sybil vive en una de las muchas habitaciones de la
segunda planta. Cuando llego, grito: «¡Sybil, soy yo!», y entro sin esperar
respuesta.
Al principio, lo único que veo es vegetación. Su habitación es un
amasijo de plantas, todos y cada uno de los estantes están abarrotados de
sea cual sea la especie con la que está fascinada ahora mismo. Las
enredaderas serpentean por la habitación y se enroscan alrededor de fotos
enmarcadas y lámparas. Probablemente eso implique riesgo de incendio,
pero entonces me doy cuenta de que a lo mejor Sybil ya ha protegido la
habitación para que eso no ocurra, a juzgar por el tenue resplandor morado
de magia que tengo encima.
Está sentada al escritorio, y Merlín, su lechuza común, está posada en su
hombro. Cuando me oye, se gira en la silla y su familiar agita las plumas
antes de volverse a acomodar.
—¡Selene! —saluda—. Mierda, ¿ya ha terminado tu entrevista? ¿Cómo
ha ido?
Tiro el bolso y sacudo la cabeza.
—No lo sé.
La expresión de Sybil decae un poco.
—¿«No lo sé porque no me acuerdo» o «No lo sé porque no sé cómo me
siento al respecto»?
—Lo segundo —digo.
Miro por la ventana, desde donde se ve parte del edificio Morgana.
Un aquelarre es algo extraño, en parte una especie de universidad para
brujas, pero también ofrece empleo y clases de continuación para brujas que
ya se han graduado. También hay alojamiento para las que prefieren estar
solas e incluso hay un cementerio para las que quieren seguir en el
aquelarre incluso después de la muerte.
La verdad es que entrar en un sitio como el Beleño Negro significa
unirse a una hermandad que te apoya y te acompaña a lo largo de toda tu
vida. ¿Quién no querría algo así? Amistad, sentido de pertenencia,
educación y una vida que gira en torno a la magia. Es algo que he anhelado
desde que tengo memoria.
—Entrarás —dice Sybil para que vuelva a prestarle atención.
Le dedico una sonrisa triste.
—Me han dicho que a mi solicitud le faltan dos requisitos: una búsqueda
mágica…
—Pero ya hiciste una —objeta, con las cejas fruncidas.
Me encojo de hombros.
—Creo que no les gustó mi acampada en Yosemite.
Sybil hace un ruido de hastío.
—¿Qué más quieren? La mía fue una de esas búsquedas mágicas en
grupo que ofrecían en el Club de Brujas de la Academia Peel —dice, lo que
me recuerda a nuestros años de secundaria en el internado sobrenatural—.
Fue la búsqueda mágica más triste de la historia.
Después de un rato, añade:
—Así que quieren una búsqueda mágica diferente. Vale, eso es fácil de
solucionar. ¿Qué más?
—Quieren que encuentre a mi familiar.
—¿Qué? —Ahora sí que empieza a estar indignada—. Pero eso ni
siquiera es un requisito. Conozco en persona a cinco brujas que no tienen
familiares. Esas cosas llevan tiempo.
El propio familiar de Sybil me mira e inclina la cabeza, como si él
tampoco lo entendiera.
Aprieto los labios; no voy a decir lo que me parece obvio.
El aquelarre quiere que supere todos esos obstáculos porque, al fin y al
cabo, no confían en que yo tenga lo que hace falta.
Sybil me coge la mano y me la aprieta.
—Que les jodan. Puedes con esto, Selene, lo sé. Eres bruja… Puedes
hacer magia, literalmente. Así que vete a casa, recréate en la autocompasión
y, después, idearemos un plan.

Sí que vuelvo a mi casa, en San Francisco, aunque en realidad no es más


que un apartamento reconvertido en estudio, pero es mi pedacito de cielo.
Cierro la puerta y me apoyo en ella mientras sopeso lo de recrearme en
la autocompasión, como ha dicho Sybil.
Algo cruje bajo mi espalda. Me giro y veo una nota pegada en la puerta:
Devuélvele la llamada a Kyla y discúlpate
con muchísimas ganas. (Sigue enfadada
contigo porque te olvidaste de su
cumpleaños.) También tienes que hacer la
compra.

Maldición. Saco la enorme agenda de la cartera y unos cuantos viales o


lo que sea tintinean en el fondo.
La agenda está a reventar, le he añadido unas cuantas hojas de papel, y
un torbellino de notas adhesivas sale por los bordes. Paso las páginas hasta
que encuentro una en blanco; cojo la nota de la puerta y la pego dentro.
«Me encargaré de ti luego.»
Por ahora, tengo unos requisitos de admisión que cumplir.
Paso por delante de la estantería, que también está llena de más
cuadernos y agendas improvisadas. Los devoro como si fueran droga. Estos
diarios son mi memoria, así que cada uno está etiquetado meticulosamente.
Hay otra estantería al otro lado de la habitación, la cual está llena de
grimorios caseros escritos a mano, cada uno organizado por tema.
Las mesas y las encimeras están llenas de notas adhesivas en blanco; la
pared está cubierta con un mapa del Área de la Bahía de San Francisco y he
señalado y etiquetado todos los lugares que son importantes para mí: mi
apartamento, mi trabajo, el Aquelarre del Beleño Negro, etcétera.
Hablaba en serio cuando decía que sería una gran baza la comunidad de
brujas.
La magia es mi propósito. Quiero estudiarla. Quiero destacar en ella.
Quiero salir al mundo y hacer grandes cosas con ella. Y lo haré, con o sin la
ayuda del aquelarre, me aseguro a mí misma. Pero eso no cambia que tengo
muchísimas ganas de entrar.
Cruzo hacia mi escritorio, suelto el bolso a su lado y luego me dirijo a la
cocina.
Necesito un té antes de ponerme a trabajar.
Por desgracia, cuando llego al armario de la cocina, hay una nota
adhesiva:
Compra más té (esa infusión sofisticada que
tanto te gusta).

Mierda.
Abro el armario de todos modos y por supuesto que no hay té. Sin
embargo, lo que sí hay es una botella de vino.
También tiene una nota pegada, solo que esta no está escrita con mi letra.
¡El hada del bebercio ha estado aquí!
<3 Sybil

Por todos los conjuros, adoro a la tramposa de mi amiga. Cojo el vino y


le doy las gracias a la triple diosa, porque es de esos que tienen tapón de
rosca. Lo abro allí mismo y voy de nuevo hacia mi ordenador mientras bebo
directamente de la botella.
Puede que empinar el codo sola no sea la mejor costumbre del mundo,
pero que le den, diré que es mi forma de celebrar que me he defendido bien
y he conseguido meter la cabeza.
Dejo la botella y saco mi cuaderno antes de leer los dos requisitos que he
garabateado en «Beleño Negro».
Es el segundo el que me va a dar urticaria:

Conseguir un familiar.

Me bebo la mitad de la botella de vino mientras le doy vueltas a cómo


narices voy a hacerlo. No es que no lo haya intentado ya. La cosa es que un
familiar no es un animal cualquiera. Es una criatura en particular cuyo
espíritu se identifica con el tuyo y se vincula a ti, de manera literal. Se
supone que son los familiares los que encuentran a sus brujas, pero eso
todavía no me ha pasado y cada vez soy más escéptica de que vaya a pasar
en un futuro inmediato.
Vale, que le den al número dos por ahora. Le doy otro trago a la botella;
ya empiezo a sentir los primeros mareos de la borrachera. Me centro en el
otro requisito, la búsqueda mágica.
Todas las brujas tienen que participar en una de estas misiones. La idea
es que te vayas al campo, conectes con tu magia a un nivel profundo y
espiritual, y que luego escribas sobre tu experiencia. En teoría, se supone
que es algo que te cambia la vida, pero, desde que se ha convertido en uno
de los requisitos para entrar en un aquelarre, se ha desvalorizado y
mercantilizado.
Pero da igual, porque ¿el aquelarre quiere que le dé una búsqueda
emocionante?
Pues vale.
Abro la página web de una aerolínea y medito sobre a dónde debería ir
exactamente. Estoy segura de que la junta de admisión cree que una
búsqueda interesante empieza con un destino inusual.
¿Siberia? ¿El desierto de Kalahari? ¿El desierto de Gobi? Podría ir al
Polo Norte, subirme a un narval y darlo por zanjado.
Pero, cuando empiezo a ver las tarifas internacionales, me doy cuenta de
que todo es carísimo. Madre mía. Tengo que vender un riñón solo para
pagar los billetes.
Eh, espera. En este botoncito tienen ofertas de vuelos. Le doy.
Oklahoma… Bueno…, eeeh. ¿Saldría bien?
Nah, seguro que no.
Filtro los resultados solo a vuelos internacionales y empiezo a buscar de
nuevo.
Reikiavik… ¿No tienen fuentes termales naturales? Suena bien.
Venecia… No lo sé. Parece mágica, pero no en plan salvaje y natural.
Londres. París. Atenas.
Me rasco la cabeza. Todos son destinos lejanos, pero ninguno acaba de
encajar.
Le doy otro trago al vino. A lo mejor esta noche no es el mejor momento
para hacer esto.
Lo consultaré con la almohada y, con suerte, mañana se me ocurrirá
algo.

—Por la teta izquierda de la Gran Diosa.


Me fijo el justificante de compra de los billetes de avión y del crucero,
ambos no reembolsables, que compré para las islas Galápagos.
Vaya, choca esos cinco, Selene borracha. Gracias por encontrar un
destino que sin duda alguna me encantaría visitar.
Pero, también, ¿en qué narices estabas pensando, Selene borracha?
¿Un crucero? ¿Cómo es posible que nos hayamos podido permitir esto?
Un vistazo a mi tarjeta de crédito me advierte que, de hecho, no nos lo
podemos permitir. La Selene borracha decidió que era algo de lo que ya se
encargaría la Selene del futuro, así de simple.
Me paso más de diez minutos intentando no hiperventilar.
Quizás pueda hacer horas extras hasta el juicio final para poder pagarlo.
O podría intentar encontrar más trabajos esporádicos mágicos. Fue lo que
me ayudó a pagar las facturas del año pasado cuando el sueldo del
restaurante no me llegaba.
Le echo otro vistazo al itinerario del trayecto.
Esto es lo que me pasa por invertir en una búsqueda mágica estando
borracha.
Va a salir bien: volaré a Ecuador, me montaré en el barco, disfrutaré del
crucero como una enana, intentaré desesperadamente crear una conexión
con alguna criatura —la que sea— dispuesta a ser mi familiar y luego
regresaré a Estados Unidos, donde le presentaré al aquelarre mi búsqueda
mágica y mi recién adquirido familiar. Pim, pam, gracias, señora.
Apunto toda esta información en mi diario y suspiro.
América del Sur, allá voy.
CAPÍTULO 3

Miro por la ventanilla del avión y disfruto de la densa masa de nubes que se
extiende en la distancia. Ahora que de verdad estoy en el cielo y de camino,
la emoción empieza a apoderarse de mí.
Me voy a las islas Galápagos. Al margen del precio del viaje y de las
búsquedas mágicas, estas islas casi deshabitadas han estado en mi lista de
deseos desde hace mucho tiempo.
Cuando la vista de nubes y más nubes, y, uy, mira, más nubes, empieza a
aburrirme, dejo la mente vagar hasta cuando me convertí en bruja.
Fue hace tres años, poco después de que empezara las clases en la
Academia Peel, un internado para seres sobrenaturales. Junto con el resto de
los nuevos estudiantes, pasé por una ceremonia de iniciación: el Despertar,
una antigua tradición que manifiesta nuestros poderes latentes.
Nos dan un sorbo de una poción amarga que les da vida a nuestros
aspectos paranormales. Fue la primera vez que noté que mi magia se
agitaba dentro de mí y me di cuenta del elevado precio que exigía.
Vuelvo a concentrarme en el libro que tengo en el regazo, Magia
multifuncional: ingredientes y versos para aplicar a los conjuros diarios.
Como mi mente no siempre es de fiar, tengo lo que cariñosamente me gusta
llamar «magia adaptativa». Es una forma elegante de decir «Voy a sentir las
cosas y a dejarme llevar sobre la marcha sin más». No quiero alardear, pero
tiene un sesenta y dos por ciento de índice de éxito.
Y, siendo sincera, es mejor que nada.
Pero tengo la esperanza de que, cuanto más estudie y aprenda, más capaz
seré de soltar mis habilidades innatas y aprovechar cosas como las fases
lunares, los cristales, los ingredientes de los hechizos y los encantamientos.
Tengo que creer que, cuanto más conocimiento le conceda a mi mente, más
difícil será que mi poder lo elimine por completo.
Emperatriz…
Me detengo; una mueca me tira de las comisuras de los labios. ¿Acabo
de oír algo?
Un susurro de magia me roza la piel y se me pone de gallina.
Ven… a… mí…
Suelto el bolígrafo.
Vale, ¿qué coño ha sido eso?
Miro a mi alrededor para ver si alguien se ha dado cuenta. La mayoría de
los pasajeros están durmiendo o viendo algo en las pantallas individuales.
Sin embargo, atisbo una estela de magia color índigo que serpentea por el
pasillo.
¿Alguien está lanzando conjuros…?
¡EMPERATRIZ!
El avión se tambalea y la magia azul se lanza a por mí; los hilillos de
humo se me enroscan en las piernas y en la cintura. Ahogo un grito cuando
veo que las hebras suben más y más con cada segundo que pasa y me
cubren ya la mitad inferior del cuerpo.
Le echo un vistazo rápido a la gente que me rodea, pero, aunque unos
pocos pasajeros miran a su alrededor, nadie parece ver la magia que está
provocando las turbulencias ni que solo se aferra a mí.
Hago un absurdo intento de apartarla, pero es tan efímera como el humo
y la atravieso con las manos. El hombre que tengo sentado al lado me mira
con las cejas arqueadas. Los humanos que no tienen magia no pueden ver el
poder del mismo modo que las brujas. Seguro que estoy ridícula dándole
manotazos a la nada.
Antes de que pueda explicarme, la magia que me aferra cae con fuerza y
el avión vuelve a descender. Juro que siento como si intentara arrancarme
del cielo.
La cabina se inclina a la derecha y el libro se me cae del regazo. No veo
dónde ha aterrizado, pues la magia azulona lo oculta.
Sobre mí se enciende la señal de «Abróchense los cinturones». La
megafonía chisporrotea antes de volver a la vida.
«Señores pasajeros…», empieza a decir el auxiliar de vuelo.
¡Ven a mí!
Me agarro la cabeza mientras la potente voz masculina ahoga el anuncio
de la tripulación. No sabría decir si proviene de dentro de mí o no, pero
parece estar en todas partes y siento el extraño impulso de ceder a sus
exigencias. Durante todo este tiempo, el distintivo color índigo de la magia
sigue su camino por mi torso.
Las luces superiores parpadean y se me revuelve el estómago conforme
el avión va perdiendo altitud. Unas cuantas personas gritan.
«Es solo una turbulencia —continúa el auxiliar de vuelo, que también
traduce el mensaje tranquilizador a español y portugués, mientras el cielo
que se ve por las ventanillas empieza a oscurecerse—. Por favor,
permanezcan en su asiento. Alguien pasará enseguida para tomar nota de
las bebidas.»
Vuelvo a mirar por la ventana, pero ya no veo las nubes. En su lugar, hay
estelas de magia color índigo que envuelven el avión por fuera.
¡Emperatriz, escucha mi llamada!
A lo mejor es el pánico o quizás este extraño poder que la magia ejerce
sobre mí, pero, antes de ser consciente al cien por cien de lo que estoy
haciendo, me desabrocho el cinturón y me pongo de pie. Mientras murmuro
unas cuantas disculpas, distraída, me abro paso entre los pasajeros de mi
fila y me dirijo al pasillo. El humo de la magia se mueve conmigo, sin dejar
de latir.
Más magia de ese intenso color azul sigue colándose por los conductos
de ventilación e incluso por las paredes; la cabina se va llenando
rápidamente.
—Ey —me dice una de las auxiliares de vuelo al verme—. Vuelva a
su…
¡Mi reina!
Jadeo y me llevo una mano a la cabeza mientras el avión cae en picado.
Me caigo contra un asiento cercano, a pesar de que noto que la magia sigue
apretándome con sus tentáculos.
Me detengo, el corazón me late desbocado, y tengo un momento de
claridad absoluta.
«Es un ataque mágico.»
Recorro con la mirada el avión y a sus pasajeros, a pesar de que la
auxiliar de vuelo de antes empieza a gritarme que me vuelva a sentar. No
sabría decir si el atacante está dentro del avión o en alguna otra parte en
tierra firme, pero no creo que tenga tiempo de encontrar al culpable y
enfrentarme a él.
No nos hemos enderezado; seguimos cayendo en picado y tengo revuelto
el estómago, como si se me fuera a salir por la boca.
La magia atacante está por todas partes y cada vez se vuelve más fuerte.
Parece una nube de color índigo cuyas grandes columnas de humo
oscurecen la cabina. Nadie más parece darse cuenta de ello, lo que significa
que es probable que yo sea la única sobrenatural a bordo y puede que la
única capaz de hacer algo para detenerlo.
Ignoro a la auxiliar de vuelo, que sigue gritándome, y me centro en mi
poder para dejarlo salir a la superficie. Lo noto hacer presión por debajo de
mi piel y trago saliva, el corazón me sigue latiendo desbocado por los
nervios. Me encanta la magia, disfruto la libertad y la fuerza que me otorga,
pero siempre siento una punzada de terror al saber que algunos recuerdos se
desvanecerán cada vez que la use…, y no soy yo quien elige cuáles.
No tengo ingredientes mágicos para mitigar el coste de esta magia, nada
salvo el propio encantamiento. Por lo que sea, a los conjuros les gusta lo
pulcras que son las rimas.
—Convoco mi poder y repelo este ataque —digo mientras reúno mi
poder—. Que expulse al enemigo y su magia socave.
Abro los ojos mientras la magia sale de mí. Su tono naranja pálido
recuerda a las nubes del atardecer y, cuando se encuentra con la magia azul
oscuro, solo refuerza el efecto: los dos poderes enfrentados parecen el día
dándole paso a la noche.
Mi magia me libera del atacante del torso y, poco a poco, pero con
seguridad, lo expulsa de la cabina. No aparto la mirada hasta que la última
estela se escabulle por los conductos de ventilación y se arremolina en las
ventanas.
Una vez que se ha desvanecido, cojo aire, temblando aún, y hundo los
hombros cuando el avión se endereza. A mi alrededor, los pasajeros parecen
relajados. Luego aprieto los dientes cuando siento un leve tirón en la
cabeza. Es la única señal de que debo de haber perdido un recuerdo.
—¡… he dicho que vuelva a su asiento! —chilla la auxiliar de vuelo, que
me señala con el dedo y me lanza una mirada que supongo que debería
asustarme.
Es demasiado tarde para eso. Ya estoy aterrada.
Sobre mí, la megafonía se enciende.
«Lo siento, amigos. —El piloto suelta una risilla—. Son solo
turbulencias. Parece que…»
Mi reina… Te siento…
Mi magia sigue suspendida en el aire, apenas brilla. Pero, mientras la
observo, esa pérfida azul vuelve a filtrarse en la cabina.
—No —susurro.
Barre la mía con un débil roce.
Juraría que incluso oigo una carcajada incorpórea.
Sí. Mi reina, ahí estás.
En unos pocos segundos, se entrelaza con mi magia y ambas se mezclan
hasta que el color resultante se parece a un moratón.
Te he buscado hasta la saciedad.
¿Qué narices es esta voz?
Ahora escucha mi llamada, emperatriz, y VEN A MÍ.
El avión se sacude y empieza a caer en picado. No parecen unas
turbulencias de nada, sino más bien que los pilotos han perdido el control
del vehículo.
La gente vuelve a gritar y la auxiliar de vuelo ha apartado los ojos de mí
lo justo para darles instrucciones a los pasajeros sobre el protocolo de
seguridad.
Mientras está distraída, corro por el pasillo, me choco con los asientos
cuando el avión se sacude y se tambalea. No sé qué voy a hacer
exactamente hasta que irrumpo en primera clase.
Quien quiera que sea a quien me enfrento, su magia es más fuerte que la
mía. No puedo esperar detener el ataque. Lo máximo a lo que aspiro es a
mitigarlo. Si de verdad hay alguien intentando sacarme a rastras del avión y
soltarme en el cielo, lo único que puedo hacer es ayudar a que aterrice.
No te opongas a esto…, a nosotros…
La extraña magia se arremolina a mi alrededor y siento como si intentara
meterse dentro de mí. Como si quisiera que la respirara para que estar lo
más cerca posible. La experiencia es inquietante que te cagas y, aun así,
algunos aspectos de esta magia me nublan el juicio.
Más auxiliares de vuelo me gritan, exigiendo que me dé la vuelta y
regrese a mi sitio. Hasta ahora, no han intentado contenerme físicamente,
dado que su atención está dividida entre mí, el resto de los pasajeros y las
peligrosas condiciones para andar que se dan en la cabina. Sin embargo,
cuanto más me acerco a la parte delantera del avión, más desesperadas se
vuelven las voces. Conforme me aproximo a la cabina, uno de los auxiliares
por fin avanza para cortarme el paso. Creo que su intención es hacerme
frente.
—Aparta a este cretino. —Levanto una mano hacia el auxiliar de vuelo
—. Que no interrumpa mi camino.
Le lanzo mi magia. Se tropieza y cae sobre el regazo de una pasajera.
Siento las miradas aterradas a mi espalda y que un par de personas se
levantan de su asiento; está claro que dan por hecho que tengo malas
intenciones.
Mi magia reparte golpes a diestro y siniestro para que esos héroes
insensatos vuelvan a sentarse.
Ahora mismo están actuando poderes más fuertes y aterradores que los
de una joven bruja.
Ven, brujilla. Nuestro destino nunca fue separarnos.
La voz es como el terciopelo, quiere engatusarme. Me corta la
respiración.
Me obligo a mí misma a avanzar hacia delante, hacia la puerta cerrada
de la cabina de mando.
Extiendo la mano y ni siquiera me molesto en decir un encantamiento
rápido.
—Ábrete.
La magia sale disparada de mí, salta la cerradura y la puerta se abre de
par en par.
Ven a mí, emperatriz.
Casi me desplomo encima de los interruptores y los botones del panel de
control cuando la magia color índigo vuelve a tirar del avión.
Una de los dos pilotos me echa un vistazo. Luego vuelve a mirar otra
vez.
—¿Qué narices…?
El otro piloto ruge:
—¡Vuelve a tu asiento! ¡Ya!
Detrás de mí todavía oigo a varias personas gritándome que vuelva a mi
sitio.
Me aparto del panel de mando y levanto una mano hacia la puerta.
—Ciérrate —digo.
Da un portazo y la cerradura vuelve a su sitio; nos quedamos aislados
del resto de la cabina.
El piloto pasa de mirarme a mí a la puerta que se encuentra a unos
metros y que al parecer se ha cerrado sola. Abre los ojos como platos,
incrédulo y quizás con algo de miedo.
—Están intentando derribarnos —digo, como si eso explicara que yo
misma tengo magia.
Para enfatizar mis palabras, el avión da un bandazo violento y me tira
hacia delante. Apenas consigo agarrarme a los asientos de los pilotos para
intentar recuperar el equilibrio.
—He venido para ayudaros a aterrizar.
La mujer se ríe; es un sonido cargadísimo de escepticismo. Siendo
sincera, probablemente yo también me reiría si una tirillas que se ha
estrellado contra el panel de control asegurara que puede ayudar.
Ven a mí…, emperatriz…
La voz fantasmal me susurra en el oído y en la piel. El vello de los
brazos se me pone de punta. Es una voz que tiene algo de seductora, pero en
un sentido perverso.
—Mirad, me da igual cuánta experiencia tengáis entre los dos: os estáis
enfrentando a fuerzas que sois incapaces de percibir y no vais a poder
aterrizar este avión sin mi ayuda.
Me gustaría decir que mis palabras los motivan, pero la verdad es que
ambos han vuelto a centrarse en pilotar el avión y la mujer le está hablando
a su compañero de una línea de actuación que podría funcionar.
Vale.
Cierro los ojos y recupero el aliento mientras me centro en mi interior.
—Usa mi poder. Ignora mi dolor. Con este conjuro, aterrizo el avión. —
Entono la rima una y otra vez mientras mi poder lanza un destello y luego
se extiende.
Cuando abro los ojos, veo por la ventana que la magia de color azul
oscuro que enturbiaba la visión se está difuminando. En cuanto vislumbro
lo que nos rodea, intento no gritar. Por debajo de nosotros, hay unas
montañas onduladas y un mar de árboles y cada vez están más cerca.
«Ay, Diosa, vamos a morir.»
Respiro hondo y obligo a ese pérfido pensamiento a que se esfume.
Solo necesito ayudar a que el avión aterrice. No es imposible. Me vuelvo
a concentrar en mi poder, dejo que se desate dentro de mí y sigo repitiendo
el encantamiento.
Sale de mí a toda velocidad y se desliza hasta el vientre del avión. No
consigo ver lo que está pasando, pero tengo la vaga sensación de presionar
contra el suave metal del vehículo. Y luego noto que se ondula como si
estuviera convirtiéndose en su propia corriente de aire. Demonios, a lo
mejor es eso.
Se tensa para cambiar el ángulo del avión.
«¡No es suficiente! ¡No es suficiente!»
Aprieto los dientes, la cabeza me late por el esfuerzo.
—Invoco a la magia arcana. Protege a estas personas. Aterriza esta
tartana. —Mi voz se oye más fuerte, a pesar del rugido de las turbinas y los
gritos ahogados que llegan de la cabina.
Con cada palabra, más magia brota de mí. La del enemigo sigue
presente, pero en lugar de luchar por el dominio se funde con la mía.
Cuando lo hace, siento que el morro del avión sube, solo un poquito. Y
luego un poco más.
Los pilotos disparan órdenes a toda velocidad, no sé si el uno al otro o a
alguien que está al otro lado de los auriculares. A lo mejor todo sale bien, a
lo mejor…
—¡Mayday! ¡Mayday! ¡Mayday! ¡Estamos perdiendo altura!
Joder.
Los árboles que se ven desde la ventana cada vez se hacen más grandes.
Sigo forzando la magia para que salga de mí y me esfuerzo por
enderezar el avión. Ahora que la otra magia está ayudando, funciona. Pero
no estoy segura de que lo bastante rápido.
Rujo y grito de cansancio.
Emperatriz, siento que te estás acercando.
Muy poquito a poco, la parte delantera del avión se levanta.
—¡Hostia! —dice el piloto, mirando los mandos; ha apartado las manos
por un momento. Aunque no lo esté manejando, el vehículo sigue tomando
altura—. ¿Qué coño pasa?
Me mira, pero estoy demasiado ocupada recitando conjuros y dirigiendo
el poder y no puedo perder el tiempo en dedicarle una mirada.
—¡Matt, agarra la mierda esa y ayúdame a aterrizar el avión! —chilla la
otra piloto.
Él le hace caso y agarra los mandos mientras el follaje que se encuentra
bajo nosotros sale a recibirnos. Veo las hojas de los árboles y el resplandor
de la lluvia.
Está sucediendo demasiado rápido y no estoy sujeta a ningún sitio, ni
siquiera a un asiento. Nada impedirá que salga despedida de la cabina de
mando por la ventana.
En respuesta a este pensamiento, mi magia me envuelve y me sujeta en
el sitio. Ni siquiera estoy segura de si necesito protegerme. Un segundo
después, esa otra magia extraña y maliciosa me cubre. Por extraño que
parezca, siento que me protege.
Sé que nos vamos a estrellar. Lo que veo me hace tener esa certeza, pero
aun así me obligo a sacar más magia en un último intento desesperado por
salvarnos. Siento que la cabeza se me parte en dos del esfuerzo y ni siquiera
quiero pensar en cuántos recuerdos se me van a borrar.
Una bandada de pájaros se alza de uno de los árboles que está por debajo
de nosotros y se dispersan mientras nos acercamos a la neblinosa jungla.
—¡Prepárate! —grita el piloto.
El avión golpea la primera rama. Se escucha un crujido horrible y
luego…
Pum, pum, pum…
La madera se astilla y el metal chirría cuando el vientre del avión aplasta
las copas de los árboles. Rebotamos y mi magia y este extraño poder son lo
único que me sujetan el cuerpo.
El morro del avión desciende y luego…
¡PUM!
A pesar de que la magia me inmoviliza en el sitio, algo tira de mí otra
vez hacia ese maldito panel de control y entonces todo se vuelve negro.
CAPÍTULO 4

—… Pero yo creía que había entrado a la fuerza en la cabina de mando…


—… Te juro por Dios que me ayudó a guiar el avión…
—… No llevaba el cinturón de seguridad…
—Parece que no está herida…
Parpadeo antes de abrir los ojos. Veo las caras preocupadas de varias
personas, aunque no reconozco a ninguna. Una lleva un uniforme de piloto.
Las otras parecen ser auxiliares de vuelo.
¿Pilotos? ¿Auxiliares de vuelo? ¿Qué está pasando?
Frunzo el ceño, paso la mirada de una persona a otra. Más allá oigo el
leve repiqueteo de la lluvia y el murmullo de muchas voces.
Respiro hondo y me palpita la cabeza.
Conozco este dolor… y la confusión que lo acompaña.
Mierda. Debo de haber usado mi magia… Probablemente un montón, a
juzgar por mi dolor de cabeza.
Respiro hondo y repaso mi lista de información básica.
Me llamo Selene Bowers.
Tengo veinte años.
Me crie en Santa Cruz, California.
Mis padres son Olivia y Benjamin Bowers.
Estoy viva. Estoy bien.
La gente que me rodea ha estado haciéndome preguntas. Intento
centrarme en una de ellas.
—¿Qué? —digo, aturdida.
—¿Te duele algo?
Frunzo el ceño otra vez y me toco la frente.
—La cabeza —respondo con la voz ronca. Me duelen los músculos y la
ropa se me está mojando por culpa de lo que sea que tengo debajo, pero eso
son pequeños inconvenientes. Incluso el dolor de cabeza acabará
desapareciendo—. ¿Qué está pasando? —murmuro.
—Hemos tenido un accidente —dice una de las auxiliares de vuelo.
«¿Qué?»
Me siento demasiado rápido y tengo que llevarme una mano a la cabeza
cuando una oleada de vértigo se apodera de mí.
«Hubo un ataque mágico… Algo estaba tirando del avión para que se
estrellara… Intenté detenerlo.»
Tomo aire cuando todo vuelve a mí, aunque un tanto impreciso. Pero
siento que los recuerdos deshilachados son más bien un sueño, no algo que
he vivido, y, cuando intento profundizar en esos detalles inconexos, es
como si se desintegraran.
Parpadeo mientras recorro con la mirada la multitud que se ha reunido;
luego centro la atención más allá de ellos.
Suelto un ruidito cuando fijo los ojos en el enorme avión, que descansa
en un lecho de árboles aplastados. Parte del revestimiento está arrancado y
la punta del ala está partida.
—¿He… sobrevivido a eso? —digo.
—Todos hemos sobrevivido —me corrige el piloto. Me observa como si
hubiera muchas más cosas que le gustaría decirme—. Todos y cada uno.
Sigo con la mirada clavada en el avión destrozado, esforzándome por
entender lo que ha pasado.
Nuestro avión se ha estrellado. Literalmente. Y todos hemos
sobrevivido.
Y debo de haber ayudado. Mi confusión y el punzante dolor de cabeza
que tengo son pruebas suficientes.
Por desgracia, no recuerdo mucho de la experiencia. Excepto…,
excepto…
Emperatriz…
Me quedo sin aliento.
Recuerdo esa voz masculina tan persuasiva. La…, la oí en el avión.
Creo, aunque no sabría decir qué papel ha desempeñado en todo esto. Pero
intentar hacer que todas las piezas encajen solo me da más dolor de cabeza.
Me presiono la frente con los dedos para intentar aliviar el malestar.
—Hay un médico que está revisando a la gente —dice el piloto, con lo
que llama de nuevo mi atención—. ¿Puedes sentarte aquí y esperar?
Trago saliva y asiento.
Me da unas palmaditas en la pierna, se levanta y se aleja para, no sé,
hacer las cosas que hacen los pilotos cuando hay un accidente. Me lanza
una última mirada por encima del hombro y hay una pregunta en sus ojos.
Debe de haber visto u oído alguna cosa, algo inexplicable, y ahora tiene
preguntas.
Doy las gracias por no recordar lo que sea que recuerda él. No tengo ni
idea de cómo podría explicar mi magia. Mientras me oriento, una de las
auxiliares de vuelo me tiende una aspirina y una botellita de agua. También
me lanza una mirada mientras lo hace, solo que la suya es menos curiosa y
más… molesta. Tengo la clara impresión de que hemos tenido algún
encontronazo desagradable y me deja con la duda de qué ha pasado en ese
avión antes de que se estrellara.
Cuando me he tomado la medicina y he asegurado que de verdad estoy
bien, ella y el resto de los auxiliares de vuelo se alejan de mi lado. Los veo
dirigirse a los demás pasajeros, que están sentados o tumbados. Hay
docenas, si no cientos, de personas pululando por ahí. Algunas están
llorando mientras otras se abrazan o miran al infinito.
Yo también permito que mi mirada vague por los alrededores. Una densa
arboleda se alza sobre nosotros y bloquea la mayoría de la luz solar. Los
arbustos han encontrado su hogar en el suelo del bosque, incluso se han
encajado en todos los recovecos y rincones disponibles. El suelo y las
plantas están húmedos y, a juzgar por el regular tamborileo de la lluvia,
hasta el propio aire.
Un extraño aullido resuena en la distancia. Por debajo de ese sonido, se
oyen trinos y sonidos más tenues que deben de pertenecer a ranas o a
insectos o a lo que sea que habita en este lugar.
Así que nos hemos estrellado en alguna parte de un bosque tropical, lo
cual es un tanto alarmante cuando me doy cuenta de que debemos de estar
rodeados de kilómetros de tierras salvajes.
¿Cuánto tardarán en encontrarnos?
Solo de pensarlo, la jungla que me rodea parece oscurecerse de verdad.
Me toco la cabeza y me pregunto si, además de la pérdida de memoria, he
sufrido algún traumatismo. Justo cuando veo una estela de magia azul
oscuro retorciéndose entre los árboles me doy cuenta de que no me estoy
imaginando cosas, para nada.
Ver magia en esta jungla debería aterrarme, pues sin duda su forma de
arrastrarse entre los árboles es siniestra. Pero despierta algo en mí, algo que
está justo ahí, lo tengo en la punta de la lengua…
Emperatriz…
Los pelos se me ponen de punta. ¡Otra vez esa voz!
Ven a mí…
Sin pensarlo, me pongo de pie. He oído hablar de sirenas que atraen a la
gente hacia su muerte; esto debe de ser lo que se siente. Algo se me agita en
la sangre cuando esa voz me llama. No sé lo que quiere de mí ni si pretende
hacerle daño al resto de los pasajeros, pero siento la apremiante necesidad
de acercarme a ella.
Y eso es lo que hago. Antes de que el médico o cualquier otra persona
venga a ver cómo estoy, me escabullo en la selva, devorada por los árboles
y las sombras.

No sé cuánto me alejo ni durante cuánto tiempo camino. Estoy aturdida; las


intermitentes llamadas de la voz y la cinta de magia azul oscuro que parece
liderar la marcha tiran de mí.
Por una parte, soy muy consciente de que es mala idea seguir voces
extrañas que provienen de un poder desconocido y casi me duele, pero aun
así, por otra, estoy del todo cautivada por esta magia que me atrae. Paso los
dedos por una hoja cerosa y me agacho para meterme por debajo de una
enredadera que cuelga de una rama mientras espanto a un insecto que ha
estado zumbando a mi alrededor. Llevo menos de un día en esta jungla y ya
sé que aquí viven los bichos más raros del mundo, estoy segura de ello. He
visto por lo menos una araña que era casi tan grande como una ensaladera y
no hace ni cinco minutos que se me ha acercado un escarabajo del tamaño
de la palma de mi mano.
Me seco el sudor de la frente.
El viaje se ha ido al garete, pero, ey, sí que estoy disfrutando de la
experiencia de una búsqueda mágica.
Miro por encima del hombro; no es la primera vez que me pregunto
cómo voy a conseguir volver al lugar del accidente. Sin duda, tendré que
usar más brujería. Había dado por hecho que seguiría a la magia durante
unos veinte pasos y luego encontraría al misterioso ser que se esconde tras
ella, pero eso no ha sucedido.
La larga caminata me deja tiempo para pensar, en concreto sobre los
recuerdos que acabo de perder. Me es imposible saber cuáles o cuántos he
quemado con el conjuro. Ser consciente de eso me atormenta, porque podría
haber perdido algo formativo o maravilloso o importante, pero nunca lo
sabré. Por otro lado, si no sé qué es lo he perdido, es complicado
lamentarse.
Siento un hormigueo de poder en la piel, el cual me distrae de mis
pensamientos. Al principio, creo que es la misma magia que me ha estado
llamando, solo que, bueno, más alto.
Pero en cierto modo su esencia es distinta. Me detengo cuando veo la
magia en sí. A diferencia del poder color índigo que he estado siguiendo,
que incluso ahora flota encima de mí, esta magia brilla en el aire como si
fueran motas de polvo iridiscentes. La miro sin pestañear, se aglutina y se
vuelve más densa a mi alrededor.
Mi reina…
El apremio que hay en esas dos palabras casi hace que me vuelva a
poner en marcha, pero parece que no puedo apartar la vista de la magia que
está justo delante de mí. Percibo algo de movimiento por el rabillo del ojo y
levanto la mirada justo cuando una enorme sombra salta de un árbol y se
me echa encima.
No me da tiempo ni a moverme ni a gritar. Me golpea el pecho y me tira
al suelo. Su peso me inmoviliza.
«No puedo respirar.»
Tengo encima del esternón unas enormes garras negras que me impiden
moverme. Levanto la vista y observo el sedoso pelaje oscuro que le cubre
las patas delanteras y el pecho al animal. Me fijo en los aterradores dientes
apretados de la criatura antes de seguir alzando los ojos y encontrarme con
la mirada verde esmeralda de una pantera.
CAPÍTULO 5

«Joder, me cago en la Diosa de los cielos.»


Esta extraña magia me ha conducido hasta una pantera. Repito, una
pantera.
Gritaría, pero no me sale la voz.
Este feroz gato del infierno me va a comer y me va a cagar y luego ni
siquiera nadie sabrá qué me pasó.
«Cálmate, Selene. Tienes magia a tu disposición. Ningún minino con
gigantismo va a terminar contigo, da igual lo aterrador que sea.»
La pantera abre la mandíbula un poco, lo suficiente para que me llegue
el tufillo a aliento de gatazo, el cual es tan horrible como suena.
Se inclina para acercarme la cabeza a la cara. No deja de mirarme
fijamente en ningún momento.
Entonces siento algo que se me concentra en la tripa. Tardo un segundo
en darme cuenda de que es mi magia. Hay algo en el aire, o quizás son mis
huesos, que llama a esta criatura. Me transmite la misma sensación
atemporal que mi magia.
Y, cuanto más la miro, más aumenta la sensación de que un aspecto de
mí misma está detrás de sus ojos. Mi miedo desaparece y lo sustituye una
familiaridad intuitiva.
Mi magia zumba cuando me doy cuenta de eso y se desplaza, desde las
tripas hasta las extremidades. La urgencia de tocar a este gato enorme, de
acariciarlo, es casi abrumadora.
Levanto una mano con cautela y siento que mi poder se concentra en la
palma. Mi escéptica interior sigue creyendo que aquí es donde me muero,
pero mi intuición me dice otra cosa y confío en ella por encima de todo.
La magia se me arremolina en la palma, como guiada por algún instinto
atávico de bruja. Siento un cosquilleo en la piel y los dedos me tiemblan un
poco.
La pantera acorta la distancia que hay entre nosotras y presiona la cabeza
contra la mano que he extendido, como si estuviera desesperada por que mi
magia la tocara.
Y eso es justo lo que consigue la criatura.
En cuanto la toca, el poder sale despedido de mi palma y envuelve el
aire que nos rodea con un pálido tono anaranjado. Se cuela en la pantera
con la misma facilidad que el respirar y siento que se conecta. Algo dentro
de mí encaja en su sitio y quedo vinculada a la criatura por arte de magia.
Miro fijamente al enorme felino y él me mira a mí; sigue teniendo la
cara apretada contra mi palma.
Después de un momento, se aparta de la mano y se inclina, como si
necesitara mirarme a los ojos desde más de cerca. Entonces, de repente, me
lame la mejilla y siento que me arranca una o dos capas de piel.
Levanto la mano y acaricio al animal, aturdida. Me tiembla un poco,
pero por dentro…, por dentro siento el vínculo que acabamos de forjar.
Hostia puta, creo que acabo de agenciarme un familiar.

Me quedo mirando al gatazo por enésima vez mientras me sacudo y


recupero la compostura.
El aquelarre se va a cagar de miedo cuando vea a mi familiar. Mierda.
Yo sí que me cago de miedo.
De hecho, se me escapa una sonrisilla al pensarlo. La frase «Ten cuidado
con lo que deseas» la inventaron las brujas.
Mi pantera —no me puedo creer que esté diciendo esto— es enorme. En
realidad, nunca he apreciado de verdad el tamaño de estos felinos gigantes
hasta ahora, cuando tengo a uno a mi lado.
De todos los animales con los que podría haberme emparejado, me ha
tocado este. Él —y, eh, sin duda alguna es chico— es mucho más orgulloso
y aterrador que el familiar que siempre me había imaginado que tendría.
Siendo sincera, tenía en mente en algo más similar a una chinchilla.
Pero parece que no.
Incluso ahora siento el leve zumbido de mi conexión con el gran felino.
Vincularse con otra esencia es una sensación extraña y, en el caso de un
animal, no lo es menos. Es como descubrir que tienes un apéndice
adicional, solo que es inteligente.
Cierro los ojos y me centro en esa consciencia y en el vínculo que nos
une. Cuanto más tiempo me concentro en nuestra conexión, más siento un
tirón que me atrae.
Me dejo llevar.
Un segundo estoy sintiendo el vínculo mágico y al siguiente me deslizo
dentro de la cabeza de la pantera.
No puedo acceder a la mayoría de los pensamientos de la criatura, pero
sí percibo que siente algo de hambre y que, por todo lo demás, tiene una
salud de hierro. Su fuerza es latente bajo la superficie y, en su cabeza, me
siento más fuerte y atlética.
Respiro hondo y, a través de su nariz, aprecio una docena de olores
diferentes, cada uno con un sutil significado. Lo más sorprendente de todo
es que, cuando parpadeo y el mundo vuelve a hacerse claro, me veo a mí
misma a través de sus ojos.
Alucino pepinillos.
Muevo la cabeza para contemplar lo que nos rodea. Su visión es más
aguda, aunque menos vibrante, y ve todo tipo de cosas en las sombras de la
jungla.
Vuelvo a mi propia mente; es como pasar de una habitación a otra… y
no hace falta magia, no devora recuerdos.
Me apoyo en un árbol cercano mientras recupero el aliento.
—Eres… Esto es…
«Increíble. Extraordinario.»
Y, sobre todo, inesperado.
Inesperadísimo de verdad.
A pesar de lo desesperada que estaba por encontrar un familiar, nunca
había pensado que sucedería en este viaje.
Con cuidado, doy un paso hacia delante y le acaricio el pelaje a mi
pantera; en parte todavía espero que me arranque la mano de un mordisco.
Pero me deja que la acaricie, incluso cierra los ojos y se inclina cuando la
toco.
—¿Cómo debería llamarte? —le pregunto.
El enorme gato no dice nada, tan solo sigue pegado a mí.
—¿Fantasma? —Pruebo el nombre. A ver, es que es aterrador.
No reacciona. Creo que eso podría ser un no.
Por la Diosa de los cielos, estoy intentando leerle el pensamiento a un
felino salvaje.
—¿Ónix?
Este es bastante literal. Mi familiar sigue sin reaccionar.
—¿Ebenezer? —suelto.
Ahora me mira, y no es un gesto amable.
—Es una broma —digo. Observo a la pantera otra vez—. Eeeh… Eres
un tío serio. Lo bastante como para merecer un nombre poderoso, de
soberano.
De los jirones brumosos de mi memoria saco un nombre:
—Nero.
El gran felino gira la cabeza y me lame la palma de la mano con esa
abrasadora lengua suya.
—¿Este te gusta?
La pantera me da un cabezazo en la mano y creo que eso es un sí.
Le acaricio el pelaje.
—Sí, apuesto a que te emociona estar conectado a un emperador romano
implacable.
Mientras me enderezo, algo se mueve. Levanto los ojos a tiempo de ver
que la estela de magia color índigo está dando vueltas en el aire. Serpentea
entre los árboles, hacia lo que parece una masa de agua.
Mi reina… Encuéntrame… Reclámame… Sálvame…
La magia azul oscuro se extiende hasta mi brazo, me agarra de la
muñeca como si fuera una mano y tira de mí hacia delante.
La observo; por un momento me he quedado confundida. Creo que he
dado por hecho que encontrar a Nero era la fuerza motora que estaba detrás
del accidente de avión y de esta búsqueda mágica en la que ahora estoy
sumida de verdad. Pero ese no es el caso, por supuesto. Los familiares no
hacen magia por sí mismos, tan solo la amplifican o hacen de conductores.
La voz y el insistente poder que tiran de mí hacia el agua turbia que se
encuentra ante nosotros pertenecen a otra cosa.
La magia vuelve a tirarme de la mano y una vez más me siento obligada
a encontrar su origen.
Emperatriz…
—Más te vale no ser un monstruo del pantano que pretende comerme —
digo en voz alta—, porque tengo un familiar impresionante al que parece
que no le disgustaría zamparse a un monstruo de pantano para desayunar.
Miro a Nero, que para nada parece dispuesto a eso de comer monstruos
de pantano.
—Está claro que voy de farol —susurro—. Tú sígueme el rollo.
El gran felino se estira con cierta languidez y echa a andar, me roza con
la cola cuando empieza a seguir la magia.
Lo sigo y disfruto del leve zumbido de nuestra conexión. Aunque no veo
ese delgado hilo mágico que nos conecta, sigo sintiendo a mi familiar en el
otro extremo.
Esto es una locura.
Nero se desliza entre los árboles con sigilo, se mueve como una sombra
entre la maleza de la jungla.
Ni siquiera hemos avanzado mucho cuando los árboles dan paso a un río
largo y serpenteante.
¿Podría ser el río Amazonas? Porque eso sí que sería una pasada.
Imprevisible, pero una pasada. Me quedo ahí parada, con las manos en las
caderas. Tengo las botas militares llenas de barro y la piel sudorosa, incluso
saboreo la ridícula ironía de la situación. Ahora sí que he conseguido la
búsqueda mágica salvaje que no me podía permitir. A ver, en teoría,
tampoco me podía permitir la que compré, pero ¿acaso importan los
detalles?
La estela de magia azul cruza el río y desaparece entre los árboles que
hay al otro lado.
Suelto un suspiro y me vuelvo hacia Nero.
—Por casualidad no sabrás si hay algún puente cerca, ¿verdad?
CAPÍTULO 6

No es un puente, pero Nero sí que me lleva hasta un barco. Bueno, a una


balsa. Está llena de moho y parte de ella está sumergida en el barro de la
ribera. Está hasta arriba de maleza podrida, charcos de agua turbia y lo que
parece un ecosistema independiente y próspero. El suelo también está roto
en algunas partes. Y le faltan los remos.
Pero, ¿sabes qué?, algo es algo.
Así que dedico una ridícula cantidad de tiempo y de magia a reparar el
Tétanos Exprés y lo saco de la ribera. Cuando lo consigo, la cabeza, que
había dejado de dolerme gracias a la aspirina, empieza a palpitarme de
nuevo.
Ignoro el dolor y la ansiedad, que aumentan debido a la cantidad de
poder que he usado hoy. Estoy en una búsqueda mágica, puedo ser un tanto
indulgente con los conjuros que lanzo.
Con ese pensamiento en mente, libero otra ráfaga de poder para limpiar
el interior de la embarcación. Mientras tanto, la magia azul oscuro me
rodea.
Emperatriz…
Ignoro la voz y el nerviosismo que despierta en mí. Me centro en
arrastrar el bote hasta el agua y hago muecas cuando las botas se me hunden
en la ribera. Casi salto de alegría cuando la balsa se mantiene a flote y se
mece suavemente en las aguas poco profundas del río. Sigue teniendo
muchísimo moho y le faltan los remos, pero flota.
Me vuelvo hacia Nero, que me ha estado observando desde la orilla del
río, y dudo. He pasado muchísimo tiempo pensando en cómo conseguir un
familiar, pero no en qué hacer una vez que nos hubiéramos vinculado.
—¿Quieres… venir conmigo? —le pregunto.
Nero me mira fijamente por un momento. Luego, como respuesta, se
acerca al borde del río y salta a la balsa. La fuerza de su aterrizaje casi
hunde la embarcación.
—Tío —digo. Sujeto el borde de la balsa y la mantengo todo lo recta
que puedo.
Si a Nero le preocupa caerse por la borda, no lo demuestra para nada. La
pantera se tumba en el suelo de la embarcación y empieza a lamerse.
Echo un último vistazo a lo que veo de las reparaciones mágicas que le
he hecho a la balsa y luego miro la otra orilla del río.
Respiro hondo para reunir valor y me subo a la embarcación.
Antes siquiera de intentar lanzar un hechizo para que esta cosa se mueva
hacia la otra orilla, la magia que me rodea me empuja por atrás y nos
propulsa para cruzar el río.
Suelto el aire, insegura.
Bueno, una cosa solucionada.
Solo desconfío cuando llegamos a la mitad del río.
Por Diosa, ¿qué estoy haciendo? Da igual si esto es una búsqueda
mágica o no, no debería estar merodeando por ahí en esta jungla
desconocida, dejando que un ser misterioso me engatuse para que me
acerque. Ni siquiera tengo mi cuaderno, así que, si me olvido de lo que ha
pasado hace unas horas, estoy JODIDA.
Levanto la mirada al sol de la tarde.
Y si no vuelvo antes de que se ponga el sol…
… jodida por partida doble.
Pero mi intuición no me está advirtiendo que no siga este rastro y he
encontrado a mi familiar porque hace un rato le he hecho caso.
Técnicamente, esto sí es una búsqueda mágica: escuchar esa voz interior
indomable que guía a todas las brujas.
Nero se acerca al río y casi tira la embarcación. Otra vez. Agarro los
extremos de la balsa para mantener el equilibrio cuando el agua que nos
rodea se agita. Oigo un crujido y la pantera recula, arrastrando con ella algo
que se retuerce.
¿Qué narices…?
Nero se vuelve hacia mí: lleva en la boca la puta serpiente más grande
que he visto en mi vida; la cabeza y el cuello cuelgan inertes, aunque el
resto del cuerpo se sigue sacudiendo con espasmos.
Me cago en todo.
—Buen chico —grazno.
Me lanza una mirada que me dice que yo soy la siguiente que podría
comerse si lo vuelvo a tratar como si fuera una mascota. Vuelve a colocarse
en medio de la balsa, se tumba y la enorme serpiente cae junto a él sin dejar
de retorcerse.
Pongo cara de asco.
Me aclaro la garganta y digo:
—Creo que tenemos que hablar sobre las reglas del barco. Regla número
uno…
Nero clava los dientes en el vientre de la criatura.
«Voy a vomitar.»
—No comer animales a bordo.
Me ignora y sigue masticando la cabeza de la serpiente.
¿Qué se supone que tengo que hacer cuando mi familiar no me escucha?
¿No se supone que los animales le deben lealtad sin reservas a la bruja con
la que se han vinculado?
Respiro hondo un par de veces y decido que es mejor que hoy me baje
de esta burra.
—Está bien, ignora las reglas del barco, pero no me manches de
sangre…
Siento que algo cálido y húmedo me salpica el reverso de la mano. Le
lanzo una mirada a mi familiar…, que sigue absorto en su almuerzo.
—No me obligues a convertirte en un gato doméstico —le advierto.
Deja de comer para enseñarme los colmillos.
Supongo que esa idea tampoco le entusiasma.
—Entonces, compórtate.
Me mira fijamente durante un buen rato; luego vuelve a masticar su
asqueroso almuerzo.
La magia azul nos empuja durante todo el camino y, lentos pero seguros,
cruzamos el río. El resto de la magia flota sobre nosotros como una estela;
el extremo desaparece entre los árboles conforme nos acercamos a la orilla
del río. Juro que parece más densa que en el lugar del accidente.
Todavía siento el poder presionándome la espalda, pero ha empezado a
subírseme por los hombros y a rodearme el torso y un hilillo me acaricia la
mandíbula, como si fuera el leve roce de unos nudillos, lo juro.
Creo que sería mejor si me diera asco, pero… no, y eso me tiene
confundida.
Por fin llegamos a la ribera. Espero hasta que la balsa se hunde casi por
sí misma en el banco del río antes de saltar con Nero y alejar la
embarcación de la orilla todo lo que puedo.
Mientras me sacudo las manos, me vuelvo hacia la oscura jungla que se
encuentra más allá.
Ven a mí…
Me detengo. La voz del fantasma es mucho más fuerte ahora.
El aire que me rodea parece vibrar. Siento la magia como si estuviera
viva.
Llamándome. Llamando…
Me abro camino entre la vegetación y los imponentes árboles frondosos
mientras ese insistente tirón se vuelve más fuerte. Me detengo cuando llego
a un denso cúmulo de vegetación prácticamente infranqueable.
Estoy a punto de apartarme cuando siento… más magia. Pero esta no
tiene los mismos elementos que la magia azul que flota encima de mí.
El conjuro que hay aquí —y lo que siento es un conjuro, sí, no magia
desatada— no es como el que me empuja hacia delante. Este poder es tan
sutil que lo habría pasado por alto si no hubiera estado buscando magia
desde el principio.
Ahora que sí lo miro de frente, veo las trémulas líneas que ha dejado
atrás quien lo haya lanzado. A veces adoptan la forma de letra manuscrita,
pero otras veces, como ahora mismo, los conjuros no parecen más que hilos
brillantes entretejidos.
Sin embargo, este conjuro no son solo unos pocos hilos mágicos, sino un
tapiz entero. Los conjuros —siendo tiquismiquis, son hechizos de
protección— flotan en el aire como una telaraña gigante. Son tan complejos
y tienen un forjado tan intrincado que debe de haber llevado semanas, si no
meses, crearlos.
Estudio las capas y más capas de los hechizos protectores; me sobrecoge
que alguien haya creado esto.
Los hechizos de protección que más destacan son los que harían que una
persona se marchara de este lugar. Hay muchos más que forman una especie
de barrera mágica, que sería impenetrable para un humano que no tiene
magia. Por último, siento varios encantamientos superpuestos que me
impiden ver lo que hay más allá. Es todo demasiado complicado.
Por desgracia para mí, la magia que he estado siguiendo cruza
directamente esos hechizos protectores, como si no estuvieran allí.
Mi reina…
Esa voz me agita la sangre y se me clava en la espalda. Si tengo alguna
esperanza de encontrar su origen, necesito atravesar estos conjuros.
Vuelvo a echarle otro vistazo a la telaraña que forman. Después de dudar
un momento, extiendo los dedos, aunque no estoy segura de cómo van a
reaccionar los hechizos de protección. Podría haber embrujos y maldiciones
tejidos entre estas cosas y por nada del mundo me gustaría irme de aquí con
algún maleficio que me pudra por dentro.
Ayúdame…
La súplica me envalentona. Puede que haya alguien al otro lado de estos
conjuros que de verdad se halle en peligro. Y, aunque no me encuentro en
posición de ser el caballero de brillante armadura de nadie, por lo menos
puedo intentar ser valiente.
Respiro para calmarme y luego presiono con la mano la telaraña de
conjuros.
Cuando la toco, el amasijo de hechizos se desintegra, como si no fueran
más robustos que una telaraña de verdad. Incluso cuando deslizo la mano
por ella, siento la enorme cantidad de poder que estos conjuros han liberado
y la ola que se genera me golpea y me tambaleo hacia atrás. La onda
expansiva se extiende por la jungla y se disipa conforme avanza.
Frunzo el ceño. Unos conjuros tan fuertes deberían haberse resistido un
poco.
Pero solo me detengo en esa preocupación un segundo, porque ahora que
he eliminado esta sección de hechizos de protección veo cómo es en
realidad el área que tengo delante de mí.
Ruinas.
Miro fijamente las columnas derrumbadas y los restos aplastados de
arcos labrados, el mármol blanco cubierto de enredaderas y vegetación. Las
propias piedras parecen estar incrustadas con patrones florales de oro y los
extremos de las columnas adquieren la forma de lo que parecen ser ramas
de árboles.
No soy experta, pero… juraría que esta arquitectura tiene el toque del
más allá, el reino donde residen las hadas. Pero ¿qué hacen escondidas en
América del Sur?
El corazón me late aún más fuerte.
A lo mejor me equivoco. A lo mejor es alguna especie de complejo
vacacional fallido que dejaron que se desmoronara…
Eso tendría algo de sentido, aunque no explica los hechizos de
protección.
Con cuidado, doy un paso hacia delante y avanzo entre las ruinas.
Ven a mí, mi reina…
La voz masculina suena clara y cercana, incluso tiene algo tan íntimo
que me resulta desgarradora. Hace que me tiemble la respiración.
Me dirijo hacia ella; la línea de magia azul sigue guiando mi camino.
Ondea entre los detalles de la estructura caída. Me fijo en unas piedras
aplastadas que parecen ser parte de una rama de mármol y su extremo se
transforma en algo similar a una hoja de verdad. Pero no puede ser verdad.
Sin embargo, según me voy fijando en más detalles, más claro tengo que
esto no es un complejo vacacional abandonado. Más bien parece un palacio
sobrenatural que dejaron que se pudriera. La mayoría está muy enterrado
bajo capas de vegetación, pero por aquí y por allá vislumbro atisbos de lo
que una vez estuvo en pie aquí.
Camino hacia una de las paredes más intactas y aparto una cortina de
plantas. Por debajo de ellas, observo el mármol; me detengo en las
incrustaciones de oro de una planta en espiral que decora el muro.
Sin duda alguna, esto parece que lo han hecho las hadas. Puede que
incluso una viviera aquí.
Emperatriz…
Me aparto de la pared, pues la voz que me persigue me atrae hacia ella
una vez más, y el follaje vuelve a su sitio.
A mi alrededor, siento más conjuros protectores. Están en todas partes,
brillan en el aire, envuelven las columnas derrumbadas, cubren las pocas
paredes que quedan en pie. Alguien sudó sangre para cubrir hasta el último
centímetro cuadrado de este lugar con conjuros. Me llevaría horas averiguar
cuál es el objetivo de cada uno de ellos y muchísimo más tiempo quitarlos
todos.
Delante de mí, la magia azul como la tinta baja desde el cielo y su estela
acaba hundiéndose en la tierra. La sigo hasta donde se une con el suelo.
Extiendo la mano y atravieso la magia color índigo. Siento un cosquilleo
placentero en los dedos cuando lo hago, pero no sucede nada más.
Le doy unos golpecitos a la tierra húmeda, justo donde el poder se une
con ella. Lo único que veo es barro, pero aun así siento que hay hechizos de
protección ahí abajo…, hechizos y algo más, algo que me muero por
descubrir.
Levanto la palma por encima del barro y obligo a mi poder a traspasarlo.
—Desentierra tus ocultos secretos —entono—. Déjame penetrar tus
vericuetos.
Mi poder golpea el suelo con tanta fuerza que pegotes de barro salen
despedidos por todas partes. Dirigida por el hechizo, mi magia va
desprendiendo las capas del suelo una tras otra. Tarda varios segundos, pero
al final descubro una sección de un pavimento de mármol que es idéntico a
lo que he visto en otras partes de estas ruinas.
Bueno, idéntico salvo por la franja de magia que se filtra entre sus
juntas.
Sálvame…
Trago saliva. La voz proviene de por debajo del suelo en cuestión. Me lo
imaginaba, pero ahora…, ahora tengo que darle una explicación.
La magia azul oscuro se agolpa a mi alrededor, me persuade de que
descubra lo que se encuentra debajo de esa losa. Abro la boca y me estoy
peleando por conjurar otro hechizo cuando algo completamente diferente
sale de mis labios.
—Buvakata sutavuva izakasava xu ivakamit sanasava —entono con la
voz llena de mi poder. «Ábrete y revela lo que está oculto.»
Las palabras me ponen los pelos de los brazos de punta, no solo porque
son otro idioma e inquietantes, sino porque me han salido tan naturales
como mi lengua materna.
Bajo el tacto de mi poder, la losa de piedra tiembla conforme empieza a
levantarse para liberarse. Mientras observo, unos hilillos de magia azul se
deslizan entre los míos y, hasta cierto punto, siento su contacto. Un
escalofrío de emoción me recorre entera.
Con un crujido, la losa de mármol se levanta del suelo y se aparta.
Suelto el aire, tengo los nervios a flor de piel.
Ahora que el suelo se ha alzado, distingo una apertura y unos escalones
que conducen hacia abajo. El lazo de magia oscura desciende hasta la
oscuridad.
¿Me atrevo a ir allí abajo?
Ven… a… mí…, querida…
La voz susurra como un amante, me roza la oreja y me pone los pelos de
la nuca de punta. Las palabras deberían ser desagradables, pero estoy tan
hechizada por la voz que ahora no podría volver atrás.
Y, aunque no lo estuviera, habría dado igual, porque mi familiar pasa por
delante de mí antes de dirigirse a los escalones, como si las cámaras
subterráneas abandonadas no fueran para nada ni aterradoras ni
escalofriantes. Cuando desciende, unas antorchas colgadas en las paredes se
encienden y revelan un largo tramo de escaleras y, más allá, un pasillo.
—¡Nero! —grito. Se supone que la que está asumiendo riesgos aquí con
la extraña voz soy yo, no mi familiar.
Si me oye, no me hace caso. Mi familiar desaparece y, aunque todavía
oigo antorchas encendiéndose ahí abajo, fuera de mi campo de visión, el
sonido cada vez se hace más distante, imagino que según la pantera se
adentra más en la cámara.
—¡Nero! —vuelvo a gritar.
Nada.
Me deslizo en su mente solo para asegurarme de que está bien. Un
segundo estoy mirando la oscura apertura y al siguiente estoy dentro,
avanzando hacia delante, con las puntas de las uñas resonando contra el
suelo de piedra. A través de los ojos de Nero, veo paredes enormes y
sombras titilantes; también huelo… algo.
Algo vivo.
En un instante, vuelvo a mi propia cabeza.
Había supuesto que detrás de la magia y de la voz que me llamaba había
algún ser. Aun así, es obvio que este lugar lleva mucho tiempo olvidado y
revestido con hechizos protectores que han sobrevivido incluso a quienes
los forjaron.
Y aun así, a pesar del estado olvidado de este lugar, hay algo que todavía
persiste junto a esos hechizos, algo consciente y mágico, y mi flamante y
nuevo familiar se dirige directo hacia ello.
«Mal, muy mal, fatal.»
Antes de pensármelo mejor, desciendo las escaleras tras Nero para seguir
la luz de las antorchas y el rastro de magia color índigo.
Hacia la mitad de la bajada, me doy cuenta de lo seco que está todo.
Incluso el aire, a pesar de lo húmedo que era en la superficie. A mis lados,
las antorchas parpadean y sisean; no solo desprenden olor a humo, sino
también a olíbano y canela.
Paso el dedo por las paredes, donde veo el iridiscente brillo de los
conjuros. Aquí está la misma magia que me he encontrado antes, saturando
el aire. No creo que pertenezca a esa voz incorpórea, pero eso solo acentúa
el misterio. El poder llena el espacio, cubre el aire y las paredes como si
fuera miel y la magia azul parece retorcerse y contorsionarse —solo un
poco— a su alrededor. Qué raro.
Pero lo es más todavía que siento que se supone que tiene que mantener
a la gente alejada y, aun así, a mí parece darme la bienvenida, se restriega
contra mi piel como si fuera la seda más suave del mundo.
Cuando llego al final de la escalera, observo el largo pasillo que se
extiende ante mí. Se curva hasta perderse de vista y la estela de magia
desaparece con él.
—¿Nero? —lo llamo.
Nada.
Miro hacia atrás, hacia las escaleras, y le lanzo al cielo un último vistazo
compungido antes de continuar.
Las paredes de esta parte están talladas con imágenes de árboles y
animales y guerreros a caballo que parecen bailar a la luz del fuego y las
sombras. Por encima hay más telarañas de hechizos brillantes.
Conforme me adentro en el pasillo, las imágenes dan paso a frases. Las
letras parecen sacudirse un poco cuando las miro, pues las propias palabras
son conjuros. La escritura parece… latín. Sin embargo, cuanto más la miro,
más cuenta me doy de que en realidad esto no es latín.
Es el alfabeto latino, pero no el idioma.
Y la única razón por la que lo sé es porque yo puedo leer este texto.
Digo una frase en voz alta.
—… azkagu wek div’nusava. Ipis ip’na sava udugab…
«… aprisiónalo rápido en su interior. Mantenlo a salvo durante toda la
eternidad…»
Uno de los conjuros cercanos destella cuando cobra vida por culpa de mi
invocación.
Recorro el resto del texto con la mirada. Sea lo que sea este idioma, es
otra cosa, algo de muy lejos y de hace mucho tiempo que parece hacer que
mi sangre cante y mi corazón se despierte.
Siento un picor de intranquilidad por debajo de la piel. Es lo mismo que
cuando me topo con una laguna mental. Como si me hubieran puesto
bocabajo.
Puede que haya cosas que ya no consigo recordar, pero también sé otras
sin ninguna explicación.
El latín es una de ellas.
El latín y, al parecer, lo que sea este idioma.
Quiero quedarme aquí y leer estos hechizos solo para volver a saborear
este idioma en mi lengua. En mí… evoca una emoción querida, pero
innombrable, algo que solo he sentido en sueños. Pero, cuanto más tiempo
permanezco quieta, más magia azul se enrosca a mi alrededor. Ahora siento
la presencia a la que pertenece y que me llama para que me acerque.
Me aparto de la pared y avanzo.
El estrecho pasillo acaba dando paso a una cámara tan grande como mi
apartamento, un espacio que ya está iluminado por las antorchas.
La estancia está decorada de arriba abajo con más escrituras e imágenes
de animales fantásticos. Veo grifos y ciervos con cornamentas que se
convierten en las ramas de los árboles cercanos. Solo les echo un vistazo al
pasar.
Pues lo que me llama la atención es lo que se encuentra en el centro de la
estancia.
Nero está tumbado en un enorme bloque de mármol blanco y la piedra
tiene unos intrincados grabados lo hacen parecer un tronco enorme. El hada
que seguramente lo talló se esforzó muchísimo por capturar la textura de la
corteza e incluso parece que el árbol tiene anillos en el extremo que queda
expuesto.
El rastro de magia termina aquí y desparece en la piedra labrada a través
de una beta que la recorre entera.
No es sin más un bloque de piedra tallado para que parezca un árbol
caído enorme.
Es un sarcófago y esta cámara, una cripta.
Y aun así… hay algo vivo en este lugar. Algo que se encuentra en este
ataúd de piedra que está debajo de Nero.
El horror que siento va en aumento cuanto más lo pienso. Sea lo que sea
lo que hay dentro de esa tumba, está vivo y me llama.
¿Cuánto tiempo llevará atrapado aquí?
Mi reina…
Se me pone toda la piel de gallina. La voz es muchísimo más alta e
intimidante en esta estancia.
Por fin, has venido…
Solo ahora me doy cuenta de que esta voz no me ha estado hablando en
mi idioma. Tan solo la entendí como si lo hiciera. De hecho, la he entendido
tan bien que ni siquiera se me ha ocurrido preguntarme qué idioma es. Pero
creo que el mismo que está escrito en las paredes.
La magia azul oscuro me empuja por la espalda, interrumpe mis
pensamientos y me urge a que me acerque al sarcófago.
Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando, a regañadientes, vuelvo a
mirar la tumba. Como si no pudiera evitarlo, me acerco.
Entonces, Nero se levanta y salta al suelo, dejando al descubierto una
zona rectangular de mármol liso en la que hay más frases inscritas, aunque
es difícil saber lo que dicen desde donde estoy. Cuerdas y más cuerdas de
conjuros cubren todo el sarcófago, el parpadeo de las antorchas hace que
desaparezca su brillo fantasmal.
La gran cantidad de conjuros parece excesiva, pero, claro, no sé qué tipo
de ser contiene, solo que ha sido capaz de atraerme hasta aquí a pesar de
que estaba atrapado debajo de todo eso.
Me paso la lengua por los labios secos; mis dudas vuelven a borbotear.
Cubro la distancia que me separa de la tumba y miro la losa.
Paso los dedos por la inscripción, siento los surcos que alguien talló en
la piedra meticulosamente. Esa simple caricia es suficiente para deshacer el
nudo de conjuros. Los hilos se separan y se desenredan. La magia que se ha
liberado me echa el pelo hacia atrás cuando recorre la estancia y hace que
las llamas bailen, salvajes, en sus apliques antes de volver a asentarse.
Recorro con los dedos las letras inscritas y formo las palabras con los
labios: «Zoginutasa vaksasava vexvava ozakosa pesaguva ekawabiw
di’nasava».
«Por el amor de tus dioses, ten cuidado conmigo.»
Debajo hay un nombre:
NU’SUWNUSAVUVA MEMNÓN.
MEMNÓN EL MALDITO.
Sentimientos encontrados se agitan en mi interior como la arena que
empuja la marea. Miedo, impaciencia, deseo.
Emperatriz…
Por encima de todas las cosas, siento la abrumadora necesidad de abrir el
ataúd. Va en contra del buen juicio y cualquier pensamiento racional, pero,
aun así, la mayoría de este día ha ido contra el buen juicio y cualquier
pensamiento racional. ¿Por qué iba a romper ahora con los precedentes?
No he llegado tan lejos como para detenerme en el último segundo.
Una vez tomada la decisión, extiendo la mano sobre la fría superficie de
mármol.
Cierro los ojos, respiro hondo y me centro en mi poder.
—Hechizos, desataos. Losa, hazte a un lado. Revela lo que yace aquí
debajo.
La magia surge de mí, se desliza entre el último conjuro que cubre la
tumba. Sus nubes de humo color naranja pálido rodean la tapa de piedra. El
silencio es escalofriante mientras mi poder levanta la losa tallada en el aire
y luego la hace a un lado. Justo cuando ha destapado el sarcófago por
completo, cae.
¡PUMBA!
La losa golpea el suelo y se resquebraja. Del techo empiezan a caer
terrones de arena y la tierra tiembla, pero solo un poco. Sacudo la mano
ante la nube de polvo que flota en el aire.
Una vez que la magia y el polvo se asientan, echo un vistazo en el
sarcófago abierto, el corazón me va a mil por hora.
Dentro hay un hombre…, un hombre impresionante y perfecto.
No es una momia… Ni siquiera es un cadáver reciente. El pecho no le
sube ni le baja, pero su piel olivácea parece rojiza, como si le hubiera dado
el sol. Es casi como si hubiera estado bajo él hace unas horas y solo hubiera
venido aquí a descansar. Y, aun así, si hubiera sido así de simple, ya se
habría despertado.
Incluso dormido, este extraño es la persona más fascinante que he visto
en mi vida. Observo sus prominentes pómulos, luego su nariz un tanto
aguileña. El grueso cabello negro se le enrosca en las orejas, y los labios…
Ya puedo asegurar que esos gruesos labios curvados se crearon para mojar
bragas y corromperle el corazón a las muchachas.
Una impía cicatriz le recorre desde la comisura del ojo izquierdo hasta la
oreja antes de hundirse de repente en el borde de la mandíbula.
Memnón parece un macarra. Un macarra buenorro y violento.
El corazón cada vez me late más fuerte mientras sigo mirándolo sin
pestañear. Ha pasado algo dentro de mí, algo que tiene poco que ver con la
peligrosa belleza de este hombre.
La magia se me agolpa en el corazón, la sensación es tan punzante y
visceral que tengo que ponerme una mano temblorosa encima del pecho
solo para que se detenga.
Paso la mirada por el ancho pecho de Memnón, que está cubierto por
una armadura de escamas. A diferencia de su forma física, ese armazón
parece quebradizo y deslucido. Sus pantalones y sus botas, ambos de cuero,
tienen peor pinta, la ropa está podridísima en algunas partes. La túnica que
lleva por debajo de la armadura ha desaparecido casi del todo. Solo la daga
envainada que cuelga de la cadera parece estar en unas condiciones
decentes, aparte del anillo de oro que lleva.
Mi amor…
Vuelvo la mirada enseguida al rostro de Memnón, me quedo sin aliento
ante sus cariñosas palabras. Estoy segura de que no se refiere a mí, pero de
todos modos me conmuevo.
Lo miro fijamente, siento una extrañísima sensación de anhelo, como si
mi corazón se estuviera despedazando y recomponiendo.
Levanto la mano hacia él. Sea cual sea la fuerza que me ha traído aquí,
ahora está desesperada por que toque a este hombre: Memnón el Maldito.
«Libéralo —me susurra la mente—. Álzalo de su sueño inmortal.»
Cuando estoy a un pelo de tocarle el rostro a Memnón, dudo, pienso en
mí misma por un segundo. Pero la magia de este lugar y la que nos rodea
me tienen absorbida. Con cuidado, toco con la punta del dedo el contorno
de la cicatriz cerca del ojo.
Me muerdo la lengua para no soltar un grito cuando la piel cede bajo mi
roce. El frío de la muerte se aferra a ella, pero… es flexible, como la piel
viva.
Poco a poco, dibujo la cicatriz, siguiendo la línea hasta su oreja y luego
hacia abajo, hasta el borde de la mandíbula. Le acaricio el pelo y siento un
dolor muy profundo. Muy muy profundo.
Libérame…, brujilla…, por favor…
El sonido de su voz hace que ese dolor se agudice.
Cuánto tiempo llevo esperándote… a ti…, solo a ti…
Pongo la mano en la mejilla del hombre, ignorando que la magia azul
como la tinta llena la estancia y que una vocecilla aguda me grita por dentro
que me vaya corriendo de este sitio.
Pero, en lugar de hacerle caso, respiro hondo con fuerza y luego doy una
única orden en el mismo idioma que nos rodea.
—Obat’iwavak.
«Despierta.»
CAPÍTULO 7

El viento inunda la estancia, casi apaga las antorchas. Se oye un grito y otra
voz llena la habitación.
«¿Qué has hecho?», se lamenta.
Aparto la mano de la mejilla del hombre y parpadeo para librarme del
extraño aturdimiento que me envuelve desde que se estrelló el avión.
¿Qué estoy haciendo?
Antes de que se me ocurra una respuesta, los ojos del hombre se abren
de repente.
Trastabillo hacia atrás y me llevo una mano a la boca para ahogar un
grito.
Sus iris son de un precioso tono marrón, oscuros en el borde exterior y
claros como el licor en el interior. Se le dilatan las pupilas mientras me
observa.
Memnón respira hondo y su pecho por fin se alza. Cuando lo hace,
varias escamas de la armadura se le caen y tintinean.
—Roxilana —suspira el hombre, sin apartar la mirada de mi rostro.
Me quedo sin aliento al oír su voz. Ya no hace eco ni es incorpórea, y
que sea áspera y humana hace que sea aún más íntima.
Si el anhelo fuera un sonido, sería este.
Parece devorarme con la mirada.
—Me has encontrado. Me has salvado. —Sigue hablando en el mismo
idioma que está escrito en las paredes. No sé qué es ni por qué lo entiendo.
Memnón se sienta y otra docena de escamas de metal se le caen del
pecho.
Doy un paso atrás y luego otro.
Pone las manos en el borde del ataúd de piedra y se levanta.
Oh, Gran Diosa, está saliendo.
Con un único movimiento fluido, abandona el sarcófago. Las ropas se le
resbalan del cuerpo y su armadura de escamas cae sobre el suelo como si
fuera lluvia, repiqueteando a cada paso.
El muerto viviente no parece darse cuenta de nada de esto, pues sus ojos
siguen fijos en mí.
Sin embargo, yo sí me doy cuenta; por un lado, porque se queda desnudo
y, por otro, porque tiene la piel cubierta de unos extraños y estilizados
tatuajes; son los mismos dibujos de los tallados que me rodean. Animales y
flores se le enroscan en los brazos y se extienden por el torso y el cuello.
Otros le envuelven las pantorrillas y le trepan por los muslos. Tiene otros
pocos esparcidos por los abdominales y puede que haya más en la espalda,
pero no los veo. Parece como si la tinta se cerniera poco a poco sobre él,
desde las extremidades exteriores hasta su mismísimo centro.
Camina hacia mí, me mira como si yo fuera su oxígeno, como si no le
importara lo más mínimo estar casi desnudo, salvo por lo pocos jirones de
armadura y de ropa que lo envuelven como si fueran vendas de lino.
—Sabía que vendrías, mi reina.
El aire se agita a su alrededor con su magia, llena todo el espacio y se
restriega contra mí.
—Sabía que no era cierto. No podía serlo. Un amor como el nuestro lo
desafía todo.
Sus palabras evocan imágenes a las que no les encuentro sentido. Veo
kilómetros y kilómetros de hierba que se extiende en todas direcciones.
Oigo los chasquidos de las tiendas de campaña al viento, el repiqueteo de
los cascos de caballo. Noto una piel contra la mía, una luz que parpadea y
una voz en el oído: «Soy tuyo para siempre…».
Las imágenes se desvanecen tan rápido como han venido.
—Vak zuwi sanburvak —digo; ni siquiera necesito mi magia para
responderle en el mismo idioma. Está ahí, enterrado en mis huesos. «Te
estás equivocando.»
—¿Equivocando? —Se ríe y, hostia puta, quien sea, o lo que sea, este
hombre tiene una risa preciosa.
Camina hacia mí y me envuelve el rostro con las manos; me sorprende
que este contacto sea tan posesivo. Por no mencionar el modo en que me
mira.
—Yo no…, no te conozco.
Las palabras no encajan del todo con su traducción en mi idioma. Sea
cual sea esta lengua antigua, su léxico ni siquiera se centra en las mismas
cosas que la mía. Me siento como una persona diferente cuando la hablo.
—¿No me conoces? —Curva los labios en una sonrisa traviesa—.
Venga, ¿qué clase de juego es este, Roxilana?
Le brillan los ojos y de verdad parece que le importa un pepino estar
desnudo.
Le cojo la cintura con las manos, preparada para empujarlo. Pero, al
tocarlo, suelta una exhalación desgarrada y cierra los ojos por un segundo.
—Tu roce, Roxi… Cuánto te añoraba. Estaba atrapado en una pesadilla
de la que no me podía despertar. —Abre los ojos y me duele que su
expresión sea tan cruda—. Hace mucho que languidezco. A pesar de todo,
me aferré a la esperanza de que vendrías y me salvarías, mi reina.
Vale, aquí hay algo que está muy muy mal. Yo no soy esa tal Roxilana,
ni una reina ni una emperatriz. Y sin duda alguna no soy suya.
Abro la boca para decirle precisamente eso, pero entonces Memnón se
inclina y me besa.
Aspiro una fuerte bocanada de aire.
«¿Qué narices, por el amor del infierno?»
Un hombre desnudo que acaba de resucitar me está besando.
Apenas puedo registrar ese pensamiento cuando sus labios abren los
míos como si yo fuera una cerradura, y él, la llave. Y entonces pruebo su
sabor.
Debería saber a telarañas y a cadáveres putrefactos, pero, en todo caso,
juraría que su lengua tiene gusto a un vino fuerte y delicioso. Paso las
manos de su cintura a sus pectorales; al tocarlo se desprenden un par de
trozos más de la armadura. Tengo toda la intención de apartarlo, pero su
lengua embiste la mía del modo más carnal posible y, en lugar de hacerme
caso, mis dedos deciden explorar su piel.
Gruñe cuando nota mi presión y se acerca más, su muslo desnudo roza el
mío vestido.
Y…, en contra de mi voluntad, respondo a su beso.
Hace otro ruidito pecaminoso y me aprieta contra él. Me besa como si se
fuera a morir si se detuviera.
Ha bajado una mano a mi cintura y ahora está jugueteando con el borde
de mi camiseta, y yo sé muy bien hasta dónde va a llegar esto si no lo
detengo ya.
Requiere muchísima fuerza de voluntad romper el beso e, incluso
entonces, mis pies no quieren alejarse de él. Memnón sigue acunándome el
rostro con una mano, con sus oscuros ojos clavados en los míos.
—Te he llamado, Roxi. Te he llamado durante muchísimo tiempo, pero
nunca has respondido. Mi poder se debilitó y, entonces, se sumió en un
letargo; solo se despertó cuando… —Parpadea, baja la vista para mirarse y
luego observa mi ropa por primera vez—. ¿Estoy muerto? —pregunta, y
vuelve a levantar la mirada hacia la mía—. ¿Has venido para conducir mi
alma a la otra vida?
¿La otra vida?
—¿De qué estás hablando? —digo. Doy un paso atrás para liberarme de
su abrazo—. Me llamo Selene, no Roxi.
Frunce las cejas y dibuja una mueca con la boca.
Sin duda este hombre está confundido. Se piensa que soy otra persona y
que tenemos algo, pero no dispongo de suficiente información sobre toda
esta situación como para manejarla bien.
Su mirada pasa a la escritura que decora las paredes. Entrecierra los ojos
mientras observa las inscripciones.
Sigo sus ojos.

… Memnón el Maldito dormirá el sueño de los dioses…


… ligado a esta habitación…
… poderes silenciados…
… recuerdo expulsado de las mentes de los vivos…
… obligado a dormir…
… a no envejecer nunca, a no morir jamás…
Me aclaro la garganta.
—Yo… entiendo que estás maldito, ¿no?
Cuando Memnón vuelve el rostro hacia mí, su expresión ha cambiado,
se ha endurecido y esa cicatriz suya se le marca muchísimo en la piel.
Me cuesta un gran esfuerzo no mearme encima por lo aterrador que
parece.
—Era cierto, ¿no? Todo era verdad. No creí a Eislyn, pero tenía razón.
—Me toma por la barbilla y tira de mí hacia él—. Mi reina, ¿qué has
hecho?
—Seas quien seas —digo despacio—, tienes que soltarme. Ahora.
Justo cuando ya he pronunciado las palabras me doy cuenta de que he
hablado en mi idioma.
—¿Qué ha confundido a tu lengua? —dice, apretando su agarre. Frunce
el ceño aún más—. ¿O es un idioma nuevo que has aprendido para
maldecirme?
Veo su magia espesando el aire a nuestro alrededor.
—Sea lo que sea lo que me has hecho, esposa —dice, acercándome más
a él—, te juro que no volverá a suceder.
A pesar de su cercanía, no hay nada cálido en su toque. Solo cierta
posesividad que pretende castigarme.
Su poder se cierne sobre mí y siento que está preparando algún conjuro
horrible.
Mierda, mierda, mierda.
Lo empujo, pero esta vez Memnón no me suelta.
—¡Que me sueltes, joder!
Al parecer, puedo maldecir en este idioma.
Estupendo, supongo.
Se ríe por lo bajo, uno sonido que me pone de punta todos los pelos de
los brazos.
—¿Soltarte? Eh, no, no, brujilla, no vas a ir a ninguna parte.
Añade algo tan bajo que no consigo escucharlo, pero siento que su
magia se alza.
—Ahora que te he atrapado, ¿pretendías maldecirme? —Sacude la
cabeza, aunque veo la traición destellar en sus ojos—. Te haré pagar por lo
que has hecho durante el resto de nuestros días.
Se acerca un paso más y me presiona la boca con la suya. Lucho contra
el beso, que en realidad no lo es en absoluto.
El poder de Memnón se arremolina a nuestro alrededor. Lo siento
deslizárseme por la garganta y arremolinarse en los pulmones.
—Duerme —murmura contra mis labios.
Y el mundo se vuelve negro.
CAPÍTULO 8

Parpadeo una vez, dos veces, tres.


Encima de mí se encuentra la superficie rugosa de un techo de tierra.
Estoy tumbada boca arriba y tengo la mandíbula mojada. Me llevo una
mano a la cara justo cuando una enorme lengua abrasiva me lame.
Mi familiar. Nero.
—Ey —digo en voz baja mientras me siento.
Me restriego los ojos. Tengo una sensación de bruma en la mente, es la
que a menudo acompaña a porciones de tiempo perdido.
Sin embargo, sí que recuerdo a Nero.
Mi familiar me da un cabezazo en la barbilla y ronronea un poco
mientras se acerca.
—Estoy bien —digo flojito; tengo la voz ronca—. Creo.
Se impulsa con las patas, me da otro lametazo en la mejilla y luego se
aparta. Estoy segura de que es la forma que tienen las panteras de decir:
«Hale, hale, ahora levántate, joder».
Temblando, me pongo de pie y miro a mi alrededor. Recuerdo esta
estancia, con su extraña escritura y sus grabados aún más extraños.
Recuerdo caminar por el bosque tropical hasta llegar aquí.
Detengo los ojos en el sarcófago abierto, la losa está rota en el suelo, a
su lado. Cerca veo los restos desmenuzados de la armadura de escamas.
Y me acuerdo de Memnón, con sus ojos color licor, sus fascinantes
tatuajes y su aterradora cicatriz.
«Te haré pagar por lo que has hecho.»
Tengo un malísimo presentimiento. Algo no va bien. Algo no va para
nada bien.
—¿Memnón? —Me sale como un susurro.
Ni siquiera estoy segura de que quiera la atención de este hombre. No
después de que diera un giro brutal de la pasión desenfrenada a la traición
rabiosa.
Salvo por el suave siseo de las antorchas, la estancia está en silencio.
Silenciosa y sombría.
Creo que se ha ido.
Miro las paredes y el texto que las recorre. Esto era un lugar lleno de
hechizos pensados para mantener encerrado a Memnón el Maldito. Y ha
hecho un trabajo estupendo hasta que he aparecido yo.
Vuelvo la mirada a la tapa rota del sarcófago. Todavía veo la advertencia
que tiene escrita.
«Por el amor de tus dioses, ten cuidado conmigo.»
Me aprieto los ojos con las palmas de las manos. No. No, no, no.
He liberado algo que estaba mejor enterrado. Y ahora no tengo ni idea de
dónde está ni de por qué piensa que soy… suya.
«Mi reina… Un amor como el nuestro lo desafía todo… Soy tuyo para
siempre…»
Me masajeo la sien.
Solo eso ya sería un problema, pero no, además tiene que estar
convencido de que yo le he jodido.
Uf.
De repente, siento una apremiante y claustrofóbica necesidad de huir de
este sitio. Cruzo la habitación corriendo y salgo al pasillo. La magia que
llenaba este lugar se ha desvanecido casi del todo. Siento el vacío palpitante
de su ausencia. Lo único que queda son unos cuantos jirones andrajosos de
los conjuros. Puede que sean suficientes para mantener alejada a la gente
que se acerque, pero no para volver a meter a Memnón en la caja.
Al menos no está aquí.
A medio camino del pasillo, me detengo. Nero ya se encuentra al pie de
las escaleras. Pero ha desaparecido la luz del sol que debería brillar en los
escalones que hay por encima de él.
Mierda, mierda, mierda.
¿Ya es de noche?
Corro hacia las escaleras; las paredes decoradas se burlan de mí con un
nombre que destaca una y otra vez.
«Memnón. Memnón. Memnón.»
Por Diosa, este tío da muchísimo asco. Subo las escaleras y Nero me
sigue. Pero hasta que no estoy cerca del final no me doy cuenta de que en
realidad no es de noche, para nada. O a lo mejor sí que lo es, pero no hay
forma de saberlo con seguridad, porque nuestra salida está tapada con una
losa de piedra. En la tenue luz, solo distingo el conjuro que la cubre, los
mágicos hilos del familiar color azul medianoche.
Solo por el modo en que el poder cubre la losa y se desprende en las
juntas sé que es un conjuro de contención.
«Joder.»
Me vuelvo a mirar a Nero.
—¿Tú tienes alguna idea de cómo levantar esta cosa?
Me devuelve la mirada sacudiendo la cola. Juro que el enorme felino me
está diciendo con los ojos: «Eres una puta bruja. Lánzale un conjuro a esa
mierda». Pero, ya sabes, quizás solo estoy sacando demasiadas
conclusiones de la expresión de mi mascota.
A pesar de todo, lo admito:
—Me temo que, si uso más magia, me costará demasiados recuerdos.
Nero me mira fijamente durante varios segundos; luego se da la vuelta,
desciende las escaleras y salta al pasillo, como si tan solo aspirara a…
quedarse encerrado aquí dentro.
—¡Bonita demostración de la fe que me tienes! —le grito. Para mí
misma, murmullo—: Le muestras a un felino una chispa de vulnerabilidad y
da por hecho que eres una gallina.
Cosa que, voy a ser del todo sincera, soy. Aun así, no necesito que mi
familiar me juzgue de ese modo.
Me vuelvo hacia la losa de piedra que hay por encima de mí. En
realidad, no hacer nada no es una opción. Nero y yo tenemos suerte de que
nos haya dejado aquí sin hacernos daño, pero ¿y si el monstruo vuelve?
Mierda, ¿y si no vuelve?
¿Y si nos ha dejado aquí para que nos muramos?
El miedo me aferra la garganta.
Mi memoria no es infinita y, si uso demasiado mi magia, no sé qué
sucederá exactamente. Menuda perspectiva más siniestra.
«Eso no pasará hoy.» Me lo juro a mí misma. Nos sacaré de aquí. Cueste
lo que cueste.
Me centro una vez más en el conjuro. Desprende una especie de luz
fastuosa. A diferencia de las columnas de humo salvajes que he visto antes,
en esta forma, el poder de Memnón parece una escritura indescifrable,
hecha por un trazo mágico continuo. Parece también como si estuviera
tallada en la losa que tengo encima.
Después de un segundo, extiendo la mano y la toco. Incluso es un tanto
cálida y descubro que, por extraño que parezca, me gusta sentirla. Acaricio
el hilo para tantear el hechizo. Sin duda alguna, es un conjuro de
contención; veo la intención de Memnón tejida en la magia. Permanecer y
mantener parecen las palabras predominantes que se desprenden.
Aunque no es el momento ni el lugar, no puedo evitar preguntarme qué
clase de ser sobrenatural es. Hay muchos que esgrimen magia y, aunque hay
formas de diferenciarlos a través de los propios conjuros, yo no conozco
ninguna.
Detengo los dedos en el hechizo protector y, mientras murmuro, el
intrincado hilo forjado se tambalea y empieza a moverse, hasta que al final
cede de su posición fija. El trémulo cordón azul se me enrosca en el dedo
corazón. El conjuro se desliza por mi mano y me envuelve la muñeca como
si fuera un brazalete improvisado.
Es como si a esta magia le gustara el contacto de mi piel casi tanto como
a mí la sensación de tocarla.
La miro fijamente, medio horrorizada y medio asombrada.
—Esto es rarísimo —murmuro mientras observo que el conjuro se
deshace solo según se mueve por mi piel.
Me debería preocupar tocarlo. Ahora queda más que claro que esta
magia pertenece a Memnón, la criatura a la que he liberado de esta…
prisión. Todo lo que está relacionado con él parece volátil, incluida su
magia. Y, aun así, no me corroe la piel ni ha invocado un conjuro
secundario cuando la he tocado. Se desprende de la piedra sin más y se me
acumula en la mano y la muñeca hasta que, al final, todo el hechizo se ha
mudado a mi piel. Ahí se queda suspendido durante unos segundos antes de
desaparecer.
La magia ha roto su propio hechizo.
—Rarísimo —murmuro de nuevo.
Una vez que la magia se ha disuelto del todo, vuelvo a mirar la lápida de
piedra. Apoyo el hombro contra ella y empujo, pero no se mueve ni un
ápice.
A mis pies, Nero bosteza, muestra los dientes por un segundo y hace un
sonido que sería cuqui si no fuera un insulto directo a mi capacidad para
sacarnos de este antro.
Desciendo dos escalones y levanto el brazo con la palma hacia la losa.
—Levanta esta losa que me bloquea. Déjame ver lo que hay allá fuera.
Mi magia brota de la mano y cubre la piedra; luego la enorme losa se
levanta y se aparta a un lado ella sola. Observo la luz mortecina que viene
de arriba; siento alivio y un mal presentimiento al mismo tiempo. Nero y yo
somos libres, pero ahora es casi de noche.
A oscuras. Solos en la jungla. Donde hay una plétora de depredadores,
entre los que se encuentra un antiguo ser sobrenatural vengativo.
Me encojo un poco. Memnón bien podría estar esperando en las
sombras, cada vez más profundas, que hay al otro lado de la entrada de la
tumba.
Sin embargo, Nero no tiene tantas reservas. Ahora que somos libres, la
pantera se escabulle por delante de mí y se abre paso entre las ruinas.
Dudo solo unos segundos más antes de reunir valor, y magia, para subir
los escalones y salir de la cripta. En la mortecina luz, las ruinas parecen
inquietantemente hermosas… o hermosamente inquietas. No sabría decir
cuál de las dos es, solo que verlas me toca la fibra sensible y me pone los
pelos de la nuca de punta.
Me doy la vuelta y me quedo una vez más frente a la cámara
subterránea. Levanto la mano y entono:
—Esconde lo que ha sido hallado. Vuelve a dejar este secreto enterrado.
Mi poder mana de mí y envuelve la lápida de piedra. Incluso ante mis
propios ojos, la magia parece débil y aletargada, pero aun así consigue
arrastrar la losa hasta su sitio y esta cae con un golpetazo. La tierra húmeda
que la rodea tiembla y se desliza otra vez encima de la puerta; luego se
compacta ella sola. Unos segundos después, el suelo está como si nadie
hubiera encontrado nada.
Puede que haya sellado esa tumba, pero eso da igual. La antigua
amenaza que alberga ahora está libre.
Y soy la primera de su lista negra.
«No debo olvidarme de esto —me animo a mí misma—. No debo
olvidar.»
En cuanto vuelva a la civilización, dedicaré un cuaderno entero a esta
experiencia y luego haré copias y las guardaré por todas partes para que no
se me olvide en la vida que he despertado algo que no debería haber
despertado.
Avanzo entre las ruinas. Sigue habiendo unos cuantos conjuros tenaces
que todavía cuelgan de piedras caídas y paredes derrumbadas. Este lugar
me pone la piel de gallina. Se siente poco natural, está demasiado imbuido
de una magia que se ha vuelto salvaje con el tiempo.
Me froto los brazos; estoy ansiosa por marcharme. Pero, aun así, cada
poco tiempo, me detengo y miro a mi alrededor, intentando descubrir para
qué sirvió esta estructura. Siento curiosidad por rebuscar entre los pocos
restos desmoronados que quedan para ver qué podría encontrar. Una
sensación innombrable me recorre el cuerpo, es la misma que te dan ciertos
sueños, esos de los que no puedes desprenderte.
Quizás es porque, para empezar, este lugar parece demasiado onírico:
unas ruinas encantadas sumidas en un paraíso indómito. Y hay una parte de
mí a la que le entristece marcharse, incluso aunque sepa que era una especie
de prisión sobrenatural.
Vuelvo hacia la orilla del río, donde Nero está bebiendo agua a
lametazos. Estudio lo que me rodea en la noche crepuscular.
Buenas noticias: el bote no ha desaparecido.
Malas noticias: como el universo me odia, se encuentra en medio del
puto río.
Lo vadeo; estoy demasiado hastiada de mi situación como para
asustarme de lo que pueda acechar en el agua.
—Puto viaje. Puto lugar. Y, sobre todo, puto gilipollas endemoniado de
Memnón.
Me tiembla todo el cuerpo por el exceso de magia, pero aun así consigo
arañar poder suficiente para atraer el barco hasta la orilla.
Algo me roza la pierna y le suelto una patada.
—¡No me toques las narices ahora, pez! —le grito al agua—. ¡Hoy no es
el día!
Después de una cantidad absurda de tiempo y esfuerzo, el pedazo de
cubo de basura que tengo como barco llega hasta mí. Ahora que el atardecer
ha dado paso al crepúsculo, el bote no es más que una mancha oscura en el
agua.
Al ver la embarcación, Nero avanza y salta encima antes que yo. Hasta
que no oigo un chasquido húmedo no me acuerdo de que el cadáver de una
serpiente muerta sigue estando en nuestro barco.
Genial. Qué emoción volver a subirme a esta cosa.
Tengo que respirar hondo un par de veces. Podría ser peor, podría haber
olvidado que había una serpiente muerta y haberla pisado. O antes podría
haberlo reparado mal y haberlo hundido. O podría haberse esfumado del
todo.
Así que me coloco con cuidado en la embarcación y fuerzo más magia
para que la impulse hacia el otro lado del río.
Justo cuando estoy a punto de llegar a la otra orilla me doy cuenta de
que no tengo ni idea de dónde se estrelló el avión ni de cómo se supone que
tengo que volver desde aquí.
Por todos los hechizos del infierno.
Cierro los ojos y me pellizco el puente de la nariz.
Un minuto después, empieza a llover.
Sin duda alguna, hoy el universo me odia.
CAPÍTULO 9

Cuando el equipo de búsqueda y rescate me encuentra al día siguiente, me


he alejado unos treinta y dos kilómetros del lugar del accidente, que ocurrió
en algún punto remoto de la región norte de Perú. Tardo otros dos días en
irme de América del Sur y volver a Estados Unidos. Todo ello es una
pesadilla logística, sin contar el aspecto personal. He tenido que convencer
a mis padres de que no regresaran de sus largas vacaciones en Europa para
ayudarme.
Ahora, abro la puerta de mi apartamento y enciendo las luces. Nero se
me cuela entre las piernas, con la cabeza levantada y las aletas de la nariz
dilatadas mientras olisquea mi hogar.
Suelto las maletas en la entrada, cruzo el pequeño espacio y me dejo caer
en la cama.
Y tan solo me quedo ahí tirada, pues mi cuerpo no está dispuesto a
moverse.
Un segundo después, la cama se hunde cuando Nero se coloca a mi lado
de un salto. No quiero ni imaginar lo difícil que ha sido todo esto para él. Se
supone que no hay que sacar a las panteras de la jungla y obligarlas a viajar
en avión (eso es otra historia, pero implicó que usara muchísima magia) y a
vivir en una casa. Lo he arrojado al mundo de los humanos y me siento fatal
por el papel que he desempeñado en ello.
—Lo siento —susurro en voz baja, y extiendo la mano para acariciarle la
frente.
Nero cierra los ojos y suelta un ruidito de satisfacción. No es un
ronroneo —ayer aprendí que las panteras no ronronean—, aunque sí es un
sonido bastante alegre.
Pero no me hace sentir mejor.
Sigo acariciándolo distraída.
—Supongo que me puedo quedar aquí para siempre, ¿no? —le pregunto.
Me dedica una mirada inexpresiva.
—Quiero suponer que eso es un sí, pero no pareces amigable en plan
majo, sino más bien en plan sincero, así que voy a suponer que es un no. —
Suspiro.
Nero responde estirándose en la cama y me empuja hasta el borde del
colchón.
—Oye, venga ya. Vas a tener que compartir —le digo.
Solo me devuelve la mirada.
Le doy un gran empujón al animal. En respuesta, él gruñe.
—Supéralo. Hasta que puedas pagar el alquiler, yo soy la que manda.
Ya, quítate.
No lo hace.
—¿Quieres que te convierta en un periquito?
Ahora, a regañadientes, mi familiar se aparta.
Vuelvo a tumbarme en la cama.
—Que sepas que este acuerdo no va a funcionar cuando me traiga chicos
a casa.
Nero hace un ruido y, no estoy del todo segura, pero ha sonado como si
hubiera resoplado. Un puto resoplido. Como si este felino de la jungla que
me he encontrado de casualidad —y el cual probablemente nunca haya
estado en contacto con humanos— no pudiera imaginarse una situación en
la que a un tío le gustaría meterse en mi cama.
—Sé ligar con tíos —le digo. Incluso a mí misma me parece que sueno a
la defensiva.
Mi pantera suelta un ruidito más bajo. Sigue sonando a que no me cree.
Me parece que mi familiar es idiota.
—Voy a ignorar tu falta de fe en mí —le digo. Luego me arrastro fuera
de la cama—. Está bien, ya dormiré cuando me muera. —Camino hacia la
cocina. —Lo que necesito es algo de comer, café y un poco de música. —
Me crujo los nudillos—. Tenemos un aquelarre en el que entrar.
Armada con una taza de café, un paquete de galletas para mí y algo de
pechuga de pollo descongelada para Nero, me siento delante del ordenador
y empiezo a teclear mi experiencia en América del Sur.
Menciono mis planes originales para la búsqueda mágica y luego cuento
que mi avión se estrelló. Describo la voz incorpórea que me llamaba y que,
después de seguirla, descubrí a mi familiar. La redacción me sale sola. Lo
único que no menciono es el evento principal: descubrí y liberé a un antiguo
ser sobrenatural. No solo porque dudo de que me crean, sino porque
también tendría que explicar por qué he soltado a una amenaza y dónde se
encuentra ahora. Y no puedo responder a ninguna de esas dos preguntas con
la verdad.
Estoy terminando de corregir mi redacción cuando suena el teléfono.
Miro el nombre que aparece en pantalla: «Sybil».
Me llevo el teléfono a la oreja.
—¿Ahora nos llamamos? —respondo—. ¿No sabes que tu amiga la
introvertida solo manda mensajes?
—Ah, mi mejor amiga la bondadosa —dice Sybil—. Sabía que echabas
de menos mi voz.
—Siempre te echo de menos —le digo con total sinceridad.
—Oooh, Selene, te quiero, cariño. En realidad, te llamaba para
convencerte de que vinieras a la fiesta de la cosecha del Beleño Negro.
Por supuesto, me llama por eso. Es mucho más difícil decirle que no por
teléfono que por mensaje.
—Solo es para miembros del aquelarre —le digo, por si lo ha olvidado.
—Las dos sabemos que vas a entrar después de todo por lo que has
pasado —dice.
Espera, ¿Sybil y yo ya hemos hablado?
Dedico un frenético segundo a repasar de mis recuerdos, hasta que
encuentro uno vago sobre la conversación que tuve con ella en el
aeropuerto de Quito, cuando llamé a familiares y amigos para que supieran
que estaba bien. El accidente de avión fue un notición, incluso
internacionalmente.
—Bueno —dice Sybil, interrumpiendo mis pensamientos—, ¿vas a venir
a la fiesta?
Por supuesto que quiero ir. Es solo que… no quiero sentirme desplazada.
Es la tercera vez que intento entrar en el aquelarre y, teniendo en cuenta que
el semestre de otoño del Beleño Negro empieza a finales de la semana que
viene, las cosas no pintan bien para mí. Siento que estoy empezando a
atraer la piedad de la gente.
Me muerdo el labio y abro el calendario de mi ordenador.
—¿Cuándo es?
—Este viernes.
Eso es dentro de dos días. Dudo que sepa si he entrado para entonces.
—Estoy cansada. Acabo de volver —digo.
—Por faaavooor —suplica—. Va a ir la manada Marin. Y también los
magos del Cónclave del Sargazo Vejigoso.
Ahora me tienta con la promesa de cambiaformas buenorros y tíos
mágicos.
—No lo sé —digo, todavía dudando.
—Venga ya. Últimamente apenas tenemos la oportunidad de vernos.
Menuda amiga más astuta, sabe cómo usar la baza de la culpa.
—Habrá poción mágica para que ahogues las penas —continúa—, y he
oído que a lo mejor va Kane Halloway.
Me llevo la mano a la cara.
—Por la Diosa de los cielos, tía, ¿cuándo vas a dejarme en paz con ese
tema?
Me pillé del licántropo en cuanto puse los ojos en él hace tres años en la
Academia Peel. Cuando se graduó, volvió a la Manada Marin, donde había
nacido y se había criado. No sé si es muchísima buena suerte o muy mala
que el territorio de esta manada se encuentre justo al lado del campus del
Beleño Negro. Si estuviera en el aquelarre, es probable que lo viera mucho,
ya que las brujas suelen mezclarse con sus vecinos los hombres lobo con
total libertad.
—¿Dejarte en paz? Uy, no voy a dejar de sacarlo a colación hasta que lo
perviertas.
—Sybil.
Se carcajea como la bruja que es.
—Vamos, sabes que quieres ir a la fiesta.
¿De verdad? Porque ahora mismo lo único que quiero hacer durante el
próximo mes es meterme en la cama con un libro y una taza de té.
Vuelvo a mirar el calendario.
«Siempre habrá tiempo para leer.»
Suspiro.
—Está bien. Está bien.
Mi mejor amiga chilla.
—¡Sí! Recuerda llevar un vestido de guarrilla.
—Sybil…
—Y trae una escoba, rarita. ¡Va a ser divertido!
CAPÍTULO 10

El viento se lamenta entre los árboles y sacude las copas perennes que se
ciernen sobre nosotras. El aire es frío y huele a madera quemada en algún
lugar cercano. Lo que sucedió en América del Sur parece pertenecer a otro
mundo.
No tengo escoba, aunque puede que mi vestido sea lo bastante corto
como para que Sybil esté orgullosa. Si doy un paso en falso, todo el mundo
me verá el chichi.
Nero camina a mi lado y estoy orgullosísima de tenerlo aquí. Siento
como si siempre hubiera estado conmigo y tener la posibilidad de mostrar
en su gloriosa corpulencia y ferocidad aplaca mis inseguridades mágicas.
La gente no sentirá pena de una bruja que se ha agenciado una pantera
como familiar. Es el tipo de vínculo que inspira respeto… y puede que
incluso un poco de miedo. Es algo que no me importaría, si soy del todo
sincera.
Pasamos junto a los edificios de las aulas y el enorme invernadero de
tres pisos de camino al bosque que rodea el aquelarre: Everwoods. Sigo el
distante sonido de las risas y la música. Por un momento, finjo que
pertenezco a este lugar, que conozco este campus como tan desesperada
estoy por hacerlo.
El móvil me vibra en el escote, que uso en lugar del bolso.
Lo saco y veo el mensaje de Sybil:
¿Ya estás aquí? ¿Necesitas que vaya a buscarte? Acabamos de pasar por el
invernadero.

Respondo enseguida:
Estoy bien. Ahora en el campus. Debería llegar enseguida.
Se levanta una ráfaga de viento que me provoca un escalofrío.
Me froto los brazos descubiertos y miro a Nero.
—¿Tienes frío, amigo?
Posa los ojos en mí el tiempo suficiente para hacerme sentir que he
hecho una pregunta absurda.
—Está bien, vale, olvida que lo he preguntado.
Aplasto con los tacones las agujas de pino caídas y el olor de la madera
quemada se hace más fuerte. Para una bruja, es una fragancia que despierta
algo en los huesos. Es la magia de la que estamos hechas: hogueras de
medianoche y bosques sumidos en la niebla.
La espesura da paso a un claro lleno de docenas y docenas de seres
sobrenaturales charlando, bailando, bebiendo y riendo alrededor de
montones de tallos de maíz secos. La mayoría son mujeres; a algunas las
reconozco del aquelarre, pero hay brujas cuya cara no me suena, igual que
también varios licántropos. Observo a los magos, el equivalente masculino
de la bruja, y al resto de los hombres lobo. La magia resplandece en el aire,
aparte de la luz que desprenden las hogueras y las linternas encantadas que
flotan en el cielo.
He echado de menos esto.
Me he pasado el último año trabajando en el mundo normal, lleno de
humanos sin magia, igual que su vida. Había olvidado el modo en que me
vibra la sangre durante las reuniones de seres sobrenaturales.
Oigo un chillido y luego Sybil corre hacia mí, con la bebida
desbordándose en su mano, mientras que su búho, Merlín, se alza de su
hombro, donde estaba posado.
—¡Aquí estás! —grita; su largo pelo oscuro se balancea a su espalda—.
Me preocupaba que no vinieras… —Se detiene de repente y posa los ojos
en Nero—. Por el Rey Tigre, ¿qué demonios es esa cosa? —dice, mirándolo
fijamente. Su propio familiar también estudia a la pantera; a Merlín se lo ve
todo lo contrariado que puede parecer un búho.
¿No se lo dije?
—Este es mi familiar, Nero.
Planto una mano en la cabeza del susodicho y le sacudo el pelaje; quizás
soy algo más agresiva de lo que hace falta.
En respuesta, mi familiar gruñe, seguro que porque es consciente de que
estoy siendo una cabrona.
Tenemos una relación de amor-odio.
—¿Eso es tu familiar? —dice, retrocediendo un poco—. Creía que
habías dicho que era un gato.
Nero me mira durante un buen rato, como si lo hubiera decepcionado.
Pero, ¿sabes qué?, es él quien se lame el culo, así que no tiene ningún
derecho a juzgar.
—Es un gato —digo a la defensiva—. Solo que es muy muy grande.
—¿Tú crees? —dice Sybil.
Su búho aletea agitado; está claro que se siente incómodo por estar tan
cerca de una pantera. Mi amiga parece igual de inquieta, como si estuviera
luchando contra sus propios instintos de huir ante un depredador tan grande.
Aunque no es que eso deba preocuparle. Es bastante seguro estar cerca de
familiares. Como es una extensión animal de mí misma, Nero solo atacará a
otro humano si yo se lo ordeno o si es para defender mi vida. Aparte de eso,
actuará de acuerdo con mis valores, entre los que no se incluye mutilar a mi
mejor amiga.
Después de un rato, la expresión de Sybil se ilumina.
—Bueno, ey, seguro que así el Aquelarre del Beleño Negro no te
rechaza, no cuando tienes un familiar así.
Entre las brujas, se suele pensar que, cuanto más fuerte es una, más
grande y poderoso es el familiar. Y me siento halagada y orgullosa y
también redimida por todas las dificultades a las que me he enfrentado.
Pero, cuando bajo la mirada, me muerdo la comisura del labio. Hablar de
esto ha desbloqueado una preocupación completamente nueva: a lo mejor
mi familiar es demasiado para mí.
Sin duda, Nero parece pensar lo mismo.
Después de un rato, Sybil se recompone y me coge del brazo.
—Venga. Vamos a beber algo.
La dejo que me arrastre por el claro y pasamos junto a la hoguera y un
violinista que toca una melodía alegre. A su lado hay una arpista, aunque
ahora mismo está recostada en un tronco caído con una bebida en la mano,
hablando con un mago que lleva el blasón del Cónclave del Sargazo
Vejigoso, que es la asociación mágica local de magos.
Cuando el violinista ve a Nero, deja de tocar y mira a mi pantera con los
ojos como platos. Un grupo cercano de lo que deben de ser cambiaformas
olisquea el aire cuando pasamos por su lado. En cuanto siguen el rastro
hasta Nero, se quedan quietos, de una forma casi preternatural, y los ojos se
les iluminan cuando sus lobos interiores asoman.
De hecho, poco a poco, la fiesta se sume en el silencio. Nunca he tenido
tanta atención puesta sobre mí al mismo tiempo. Aunque, técnicamente, no
es a mí a quien están mirando. Tienen los ojos clavados en mi pantera.
Al final, alguien grita:
—Por los siete infiernos, ¿qué es eso? —La voz inunda el claro.
El estómago se me encoge, como si yo hubiera hecho algo malo. No sé
por qué me siento así. Hacía muchísimo tiempo que quería que se
reconociera mi valía como bruja, pero, al parecer, no tengo ni idea de qué
hacer ahora que la gente se ve obligada a hacerlo.
Me detengo y planto una mano en la cabeza de Nero mientras observo a
la multitud para encontrar la voz.
—Este es mi familiar.
En cierto modo, el silencio se hace más denso. Lo único que se oye son
los chasquidos del fuego y el siseo del familiar de otra bruja.
Entonces, alguien dice:
—Tío, menuda pasada, qué alucine.
Una bruja que está cerca se ríe y, tan solo con eso, la tensión se relaja
como el aire que sale de un globo.
Sybil me coge de la mano una vez más y sigue tirando de mí mientras el
resto de la fiesta se sume de nuevo en sus conversaciones.
—Bueno, ¿ya has sabido algo del comité de admisiones? —pregunta
Sybil mientras avanzamos hacia un caldero enorme. A sus pies crecen
flores silvestres y de él se alza el humo.
Sacudo la cabeza.
—No —digo en voz baja; intento no pensar en que es posible que me
pase otro año muriéndome de ganas por entrar en el aquelarre.
Llegamos al caldero, que está lleno de un líquido oscuro color ciruela.
En su superficie flotan hierbas y flores secas y de él surge un vapor blanco.
Ah, poción mágica. Justo lo que necesitaba para aliviar mi ataque de
nervios.
—¿Vas a tomar otra copa? —le pregunta una bruja a Sybil, la cual finge
que está sorprendida—. ¡Borrachilla!
Ambas se ríen mientras mi amiga se sirve un vaso y me pone otro a mí.
La otra bruja mueve los ojos hacia mí y, por su brillo, veo que me
reconoce.
—Oye —dice—, eres la chica del accidente de avión, ¿verdad?
Tomo la copa que Sybil me tiende.
—Eh…, sí.
En mi mente, veo la magia color índigo.
«Nuestro destino nunca fue separarnos…»
—Menuda locura. Oí que el avión solo podría haber aterrizado así con
magia —dice.
Eso es nuevo para mí.
—¿Ayudaste a aterrizarlo? —pregunta. La expresión de los ojos de la
bruja me pone un tanto nerviosa. Siempre he odiado que me subestimen,
pero entre lo de Nero y ahora esto estoy bastante segura de que odio mucho
más ser el centro de atención.
—No me acuerdo —digo, porque es la verdad. Se me han borrado los
recuerdos del acontecimiento.
Aun así, sus palabras se me quedan grabadas.
«El avión solo podría haber aterrizado así con magia.» La bruja mira a
Nero y casi veo su siguiente pregunta: «¿Encontraste a tu familiar mientras
estabas allí?».
Antes de formularla, Sybil me coge de la muñeca y empieza a alejarme.
—¡Luego volvemos a por más poción! —grita mi amiga.
Hago un gesto de impotencia y la sigo.
—¿Vas a dejar de manosearme en algún momento de la noche? —le
pregunto.
—No finjas que te habría gustado quedarte para responder las preguntas
de Tara —dice Sybil.
Cierto.
En lugar de contestar, me llevo la bebida a los labios. Esta poción
mágica es ahumada y tiene un regustillo a regaliz. No siempre sabe así; a
veces es floral, y otras es cítrica o melosa. Lo único que siempre está
presente en el sabor de la bebida alcohólica es el ligero matiz amargo del
espiritus, un ingrediente que interacciona con tu magia.
Mi amiga me acerca más a ella.
—Siento decirte que Kane no ha venido.
Casi me atraganto con la bebida.
—Ay, por Diosa, Sybil —exclamo—. Por favor, deja de hablar de él.
Hace muchísimo tiempo que dejó de gustarme.
Resopla.
—Si hace un mes es muchísimo tiempo…
La miro con los ojos entrecerrados; no estoy segura de si recuerda algo
que yo no o si solo se está quedando conmigo.
Mi emperatriz…
El pelo de los brazos se me pone de punta.
Madre santísima.
Mis ojos vuelan hacia los árboles que rodean el claro, buscando al
hombre que se encuentra detrás de la voz.
¿Me has echado de menos, brujilla?
Se me corta la respiración.
Esto no puede ser real. Lo dejé en América del Sur. Estaba desnudo,
hablaba otro idioma y estaba confundido sobre en qué lugar y época se
encontraba.
Es imposible que haya conseguido llegar hasta aquí.
—¿Selene? —dice Sybil.
Voy a por ti.
Miro, frenética, a mi alrededor. La última vez que oí su voz, su magia
estaba en todas partes y su tono azulón llenaba toda la cripta. Ahora, sin
embargo, el aire está saturado de todo tipo de magias. Si la de Memnón se
encuentra entre ellas, está mezclada con la de los demás.
Y cuando te encuentre, querida, mi intención es que me las pagues.
—Cariño, ¿estás bien? —dice Sybil, interrumpiendo mi hilo de
pensamientos—. Parece que has visto a un fantasma.
Me humedezco los labios y me centro en ella. Toda yo estoy temblando.
Nero se deja caer contra mí para darme su apoyo. Le pongo la mano en la
cabeza y deslizo los dedos por el pelaje.
Le doy un buen trago a mi copa. Luego, en voz baja, admito:
—Cuando estuve en América del Sur, después de que se estrellara el
avión, creo que… —Miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie nos
está oyendo. Trago saliva—. Creo que desperté algo —susurro.
—¿Qué? —Sybil me lanza una mirada escéptica—. ¿Qué quieres decir
con que despertaste algo?
Recuerdo los ojos de Memnón: oscuros y ahumados en el exterior, claros
como la miel en el interior. Recuerdo el modo en que me miró, como si yo
hubiera sido todo lo que amaba y luego todo lo que odiaba.
—Eh… Después de que se estrellara el avión, había una voz… y
magia… que me llamaban.
—¿Te llamaban? —repite, y levanta las cejas, incrédula.
Asiento con la cabeza.
—Tengo la memoria un poco borrosa. Pero esa magia… me condujo a
una tumba.
—¿Una tumba? —Me mira como si se me hubiera ido la pinza.
—Maldita sea Diosa —susurro—. No me lo estoy inventando. Me
encontré una tumba abandonada mientras estaba con mi búsqueda mágica y
la profané, joder. —Me detengo para respirar hondo—. Escucha, sé que es
difícil de entender. No soy Indiana Jones. Aun así, seguí un rastro de magia
que me condujo a una cripta y entré.
—¿Por qué ibas a hacer eso? —susurra, furiosa. Ahora, por fin, parece
creerme.
—No lo sé.
¿Cómo puedo explicarle el efecto que tuvo esta magia en mí? Incluso
ahora sigo recordando cómo me susurraba en el oído, cómo me tiraba de la
piel y cómo me empujó a acercarme a la tumba. No… pude ignorarla. No
quería hacerlo.
—Vale —dice Sybil, y hace un gesto con la mano, como si alejara mi
explicación—. Así que entraste en una cripta… —Espera a que yo continúe.
Respiro hondo.
—El lugar estaba cubierto de hechizos, muy arcanos. No sé cuánto
tiempo llevaban ahí, pero estaban intactos.
Sybil asiente con la cabeza.
—A veces pasa con los hechizos antiguos —explica—. El tiempo puede
reforzar la magia si está bien colocada. —A esta chica le encanta la historia
mágica.
Sigo hablando:
—Detrás de esos conjuros, había un sarcófago…, y yo, eh, lo abrí.
Sybil se pellizca el puente de la nariz; luego le da un buen trago a su
vaso. Sacude la cabeza.
—Se supone que no hay que abrir mierdas así. Las tumbas, sobre todo
las antiguas, están llenas de maldiciones.
Hablando de eso…
—Había un hombre dentro del sarcófago, Sybil. Parecía que estaba tan
vivo como tú y como yo, pero estaba durmiendo. —Bajo aún más la voz—.
De algún modo, era quien me había estado llamando. No sé cómo consiguió
usar la magia si no podía despertarse, pero lo hizo. Y parecía como si
llevara siglos en ese ataúd.
Sybil frunce el ceño.
—Selene, te digo esto con todo el cariño de mi corazón, pero ¿estás
segura de que no te lo estás imaginando? A lo mejor sufriste una contusión
durante el accidente…
Le lanzo una mirada a mi amiga.
—Puede que mi memoria no sea perfecta, pero sé lo que vi.
En todo caso, Sybil parece más aterrada, no menos.
—Entonces, ¿qué crees que le sucedió a ese hombre? —pregunta.
—Le habían lanzado una maldición —«Mi reina, ¿qué has hecho?»—.
Creo que se lo hizo alguien a quien estaba muy unido.
—¿Y lo enterraron vivo en esa tumba? ¿Durante siglos? La verdad es
que es un futuro aterrador.
—No lo sé, Sybil. Es obvio que hay mucho más. Parecía… como si
hubiera hecho algo para merecérselo.
Me mira fijamente por un momento; tiene una expresión extraña.
—Antes has dicho que despertaste algo —empieza a decir despacio—.
Por favor, no me digas que él era esa cosa.
Trago saliva.
—A ver, no podía dejarlo ahí sin más.
—Selene —me reprende como si me hubiera olvidado de que habíamos
quedado para tomar un café, no como si, ya sabes, hubiera dejado suelto por
ahí a un tipo antiguo y demoniaco.
Abro la boca para defenderme, pero ¿qué puedo decir? Fue la peor idea
del mundo. Y encima la acepté sin preocuparme mucho hasta que Memnón
el Maldito decidió que yo había sido la cabrona que le había arruinado la
vida.
Paso un dedo por el borde del vaso que tengo en la mano y me muerdo el
labio.
—Hay algo más.
Sybil abre los ojos como platos.
—¿Cómo es posible que haya más?
Suelto una risa, aunque mi estómago está intentando ahorcarse.
—Creo que Memnón…
—¿Memnón? ¿Tiene nombre?
Asiento con la cabeza. Respiro hondo y la miro a los ojos.
—Creo que me ha seguido hasta aquí.
Sybil parce aterrorizada.
—¿Que te ha seguido hasta aquí? ¿Por qué haría eso?
Mi emperatriz.
Mi reina.
Lo único que oigo son esas palabras, y solo veo sus ojos cuando las
pronuncio.
—Parece que Memnón cree que yo fui quien lo encerró en la tumba y
ahora me está buscando.
Voy a por ti.
Joder. En serio, no debería olvidarme de esto.
CAPÍTULO 11

La sábana que tengo debajo es suave y la habitación está llena de una


extraña combinación de olores —cedro y olíbano, humo y salmuera— que a
la vez resultan reconfortantes, por curioso que parezca.
La tenue luz parpadea en una docena de lámparas de arcilla que están
dispuestas por toda la habitación y, a través de las ventanas abiertas, oigo
los ruiditos de los insectos estivales que enfatizan la noche.
Miro la cama en la que estoy tumbada: la estructura de madera tallada
está hecha de cedro del Líbano, aunque no sería capaz de decir exactamente
por qué lo sé. Tampoco sería capaz de decir por qué sé, antes de tocarlas,
que tengo dos broches, unas fíbulas doradas, sujetándome el vestido en los
hombros. Con un par de gestos hábiles, la prenda se me caería.
Percibo con la mirada un movimiento en el otro extremo de la
habitación.
Un hombre entra por la puerta abierta y me sobresalto al reconocer su
rostro.
Memnón.
No aparece por ninguna parte el miedo que espero sentir. En cambio, el
anhelo me inunda. Me había olvidado de lo guapo que es, aunque, para ser
justa, guapo es una palabra demasiado insulsa para su afilada y aterradora
belleza. Tan solo lleva puestos unos pantalones bajos caídos y su torso
tatuado queda a la vista en todo su esplendor.
Cuando se acerca a mí, veo esos luminosos ojos marrones llenos de
deseo. Camina directo hacia la cama y me envuelve el rostro con las manos,
incluso yo misma lo envuelvo a él con los brazos y siento los duros
músculos de su espalda.
—Roxi. —Dice el nombre con un tono profundo y gutural; los párpados
se le entrecierran mientras me observa.
Un segundo después, me besa como si se estuviera ahogando y yo fuera
aire. No puedo evitar responder a su beso. No me he olvidado de lo bien
que besa ni de que lo hacía con una posesividad que no debería sentir.
Tampoco es que me importe. Aunque sé que debería ser así. Pero solo
puedo pensar en que es muy probable que este hombre folle como besa y en
que no me importaría averiguar si estoy en lo cierto.
Lo miro fijamente, el corazón me late a mil por hora. Parece que no
puedo ni respirar y me duele el pecho, creo que de felicidad, pero hasta
ahora no sabía que la dicha doliese.
Busca algo en mis ojos.
—Mi emperatriz. Mi esposa.
Y, entonces, como si no pudiera evitarlo, se inclina y me besa de nuevo;
sus labios son rudos y están hambrientos. El movimiento de esa boca me
arrastra hasta el mar. Me dejo llevar por el beso y disfruto de su sabor a
vino.
Me envuelve con su cuerpo mientras me conduce a la cama y jadeo en su
boca, pues su movimiento tira de mí.
Rompo el beso, ya siento los labios hinchados, y miro a Memnón a los
ojos.
—Te he… echado de menos —jadeo.
Pero no, eso no es lo que quería decir. ¿O sí?
Sonríe y, al hacerlo, se le ve uno de los afilados dientes.
Memnón se inclina como si estuviera a punto de besarme otra vez. Justo
cuando sus labios están a un pelo de los míos, dice:
—No te creo.
Deja caer su peso sobre mí y toda clase de deseos licenciosos bullen en
mi interior. Me dejan sin aliento, aunque también hay confusión.
Algo no va bien, pero ¿el qué?
Sé que he dicho algo que no debería, y él también ha dado la respuesta
equivocada, pero aun así sigue encima de mí y sigo acariciándole la espalda
mientras mueve las caderas levemente contra mí.
Vuelve a moverse para recorrerme la mejilla con los labios hasta
acariciarme la oreja.
—Pero yo sí que te he echado de menos. Te he echado muchísimo de
menos, brujilla.
Abandona la oreja para plantarme un beso en la mejilla con fuerza. Tiene
un brillo perverso en los ojos y la comisura de la boca se le curva en otra
sonrisa. En cierto modo, hace que lo siniestro sea sexy.
Mueve la mano hacia mi cintura.
—Déjame que te enseñe cuánto —dice, recogiendo la tela de mi vestido
entre los dedos.
Me levanta la falda cada vez más, dejándome las piernas al descubierto.
Durante todo este tiempo, me mira fijamente, como si con los ojos me
retara a detenerlo.
No lo hago.
Tengo demasiada curiosidad y ardo en deseos.
Pero no jadeo hasta que no tengo la falda alrededor de la cintura y las
manos de Memnón caen en mis muslos.
—¿El tiempo que hemos pasado separados te ha vuelto vergonzosa, mi
reina?
Lleva la otra mano al interior de mi otro muslo y me los abre de una
forma casi obscena. Solo entonces aparta los ojos de mi cara. Parece
devorar la carne expuesta con la mirada.
El calor me sube por las mejillas.
—Memnón.
Estoy mortificada. Y cachonda. No sé qué hacer, pero estoy bastante
segura de que tengo demasiada curiosidad como para detener esto.
Me lanza otra sonrisa lobuna.
—Vuelve a decir mi nombre así, brujilla. —Sus ojos vuelven a volar
hacia los míos—. Me gusta escucharte cuando te tiembla la voz.
Trago saliva y debe de darse cuenta, pues centra la atención en mi
garganta.
—Memnón —repito, y suena como una plegaria. Pero no estoy del todo
segura de por qué.
Tensa las manos en mis muslos.
—Bien, amor —me elogia—. Muy bien.
El hombre vuelve a inclinarse hacia mí, como si pretendiera besarme.
Sin embargo, esta vez, dirige la boca otros labios.
Solo tengo un segundo para alarmarme.
—Memn… —jadeo cuando me besa el núcleo y siento sus labios cálidos
contra mi piel sensible.
Encuentro su cabeza con las manos y deslizo los dedos por su áspero
pelo negro. Intento tirar de él para levantarle la cabeza a pesar de que estoy
gimiendo. Esto debería ser ilegal, es demasiado bueno. No entiendo por qué
está pasando esto exactamente, pero creo que debería detenerlo, aunque no
quiero.
Tengo la cabeza hecha un lío.
Intento empujarlo para que se aparte y Memnón no deja de besarme,
pero solo consigo una risa suave contra mí y siento su cálido aliento sobre
la piel.
—¿Rechazas mis besos, esposa? —dice—. Qué impropio de ti.
Mi pecho se alza y se hunde mientras lo observo sumergido en mi
cuerpo.
—No… —Intento decir que no soy tu esposa, pero me duele el cuerpo y
sigo sintiendo cierta confusión: ¿a lo mejor sí lo soy? Pero eso no puede ser
cierto, ¿no? Así que, en lugar de decir eso, añado—: ¿Por qué estás
haciendo esto?
—Porque te he echado de menos y quiero redescubrirte. ¿De verdad
quieres que pare?
A sus palabras les sigue el silencio. Lo miro; la tenue luz hace que la
cicatriz de la cara se le marque mucho más.
Antes de que pueda evitarlo, sacudo la cabeza con suavidad.
—Bien, Roxi —vuelve a elogiarme.
Me tenso al oír el nombre que utiliza. No es el mío. ¿O sí?
Cuando siento la lujuriosa presión de sus labios en mi núcleo una vez
más, dejo de pensar en nombres ajenos, en los motivos de Memnón y en
todo lo que me ocupa la mente. Menos en lo genial que me hace sentir esto,
por la maldita Diosa.
Mueve las manos por el interior de mis muslos, las desliza por debajo de
mis piernas para acunarme por la pelvis.
Vuelvo a entrelazar los dedos con su pelo y gimo ante las sensaciones
que despierta en mí.
Los besos de Memnón se vuelven carnales mientras mueve la boca en mi
apertura. Y entonces desliza la lengua dentro de mí.
Grito, retorciéndome debajo de él.
La garganta de Memnón emite un ruido ronco mientras tensa su agarre.
—Joder, qué bien sabes, brujilla. No quiero soltarte nunca.
—Jamás tendrás que hacerlo —jadeo, aunque mis palabras son un tanto
absurdas.
Me devora con una ferocidad desbocada, los músculos de sus brazos
están abultados y sus tatuajes se mueven mientras me agarra por el culo. Me
aferro a su rostro con lascivia y emite un ruido de aprobación, como si de
verdad estuviera disfrutando de mi vena porno.
Me cuesta respirar y empiezo a subir y a subir y…
—¿Mi reina está a punto de correrse? —dice Memnón contra mi coño—.
Porque —me succiona el clítoris, lo que me obliga a gritar—, si es así —
vuelve a succionar—, entonces solo tengo que… —Alcanza algo y…
BZZZZZZZ, BZZZZZZZ…
Abro los ojos de repente.
Estoy sudando y mi pecho se sacude, agitado.
Por la Gran Diosa, ¿acabo de despertarme de un sueño húmedo?
¿Protagonizado por Memnón el Maldito?
Me siento aturullada y avergonzada, por extraño que parezca. Y
resacosa. Uf. Hago una mueca cuando siento en la lengua el sabor del
alcohol y las malas decisiones de anoche.
BZZZZZZZ-BZZZZZZZ…
La vibración atropellada de mi móvil me saca de mis pensamientos. Eso
debe de ser lo que me ha despertado.
Me restriego los ojos con una mano y uso la otra para buscarlo a tientas
en mi mesita de noche… No, espera, en la de Sybil.
Entonces me detengo.
Por la Gran Diosa, ¿he tenido un sueño erótico en la habitación de Sybil?
¿En su cama? ¿Mientras ella estaba durmiendo a mi lado?
Mátame ahora mismo y termina con mi humillación.
BZZZZZZZ-BZZZZZZZ…
Rozo el teléfono con la mano y lo tiro al suelo.
—Joder —maldigo para el cuello de mi camisa cuando me inclino por el
borde de la cama de mi amiga. Se me revuelve el estómago al hacerlo y
obligo a una arcada a que vuelva a su sitio mientras levanto el teléfono.
A mi espalda, Sybil se despereza.
—Apaga el móvil —gruñe.
Lo agarro el aparato en cuestión y lo miro.
«Juro que si es publicidad…»
El pensamiento se detiene de repente cuando leo el nombre que aparece
en pantalla: «Aquelarre del Beleño Negro».
Cojo la llamada tan rápido que casi tiro él móvil de nuevo.
—¿Diga? —contesto sin aliento.
—¿Selene Bowers? —dice una mujer al otro lado.
Me aclaro la garganta.
—Sí, soy yo. —Intento no sonar tan aturdida y resacosa como estoy.
Aun así, el corazón empieza a latirme desbocado. ¿Por qué me llamaría
alguien de la escuela?
«No te hagas ilusiones. No te hagas ilusiones…»
—Hola, soy Magnolia Nisim, del Departamento de Admisiones del
Aquelarre del Beleño Negro.
A mi lado, Sybil se sienta; tiene el pelo hecho un desastre.
«¿Quién es?», gesticula con la boca.
Cubro el auricular y le respondo del mismo modo: «¡El Aquelarre del
Beleño Negro!».
—El resto del comité de admisiones y yo hemos leído tu artículo sobre
tu búsqueda mágica y… vaya. —Se detiene.
Respiro hondo para calmar las náuseas mientras espero.
«¿Qué significa “vaya”?»
Ay, Diosa, ¿y si he vuelto a meter la pata con la solicitud? ¿Qué voy a
hacer ahora? No creo que pueda pasarme otro año arrastrándome por aquí…
—Todas estamos muy muy impresionadas.
¿Impresionadas?
Jadeo y Sybil me agarra del antebrazo; tiene los ojos abiertos como
platos y se le ve la emoción en la cara.
—Hemos tenido noticias de la Politia —continúa.
—¿La Politia? —pregunto, frunciendo las cejas. Se trata de las fuerzas
policiales sobrenaturales. ¿Qué tienen que ver con todo esto?
—Investigaron el accidente y llegaron a la conclusión de que tuvo que
haber magia implicada en el aterrizaje del avión. Eras el único ser
sobrenatural a bordo del que tenemos constancia —añade.
Como no respondo, continúa:
—¿Sabes lo increíble que fue lo que hiciste? Salvaste cientos de vidas al
aterrizar ese avión. Puede que los medios de comunicación nunca se
enteren, pero eres una heroína, Selene.
Me lamo los labios, pues los noto resecos. Sigo estando confusa y
todavía tengo náuseas. ¿Una heroína?
En mi mente aparecen imágenes de la tumba abierta y el sarcófago
vacío.
Eh…, no creo que esa sea la palabra correcta para lo que soy.
—Selene Bowers —dice—, en nombre de toda la comunidad del Beleño
Negro, me gustaría invitarte formalmente a unirte a nuestro aquelarre.

Dos días después, estoy de pie en el sendero que conduce a la residencia del
Beleño Negro, con Nero a mi lado.
No estoy del todo segura de que esto sea real, no hasta que no abro el
cuaderno y veo las indicaciones sobre el alojamiento impresas y pegadas en
la agenda, con mi nombre en ellas. He rodeado el número de la habitación,
la 306, varias veces.
Recorro el sendero hasta la puerta principal.
Esta vez, cuando me acerco a las lamassus, me detengo para tocar una.
No sé por qué me gustan tanto estas estatuas medio mujeres, medio bestias,
pero me emociono cuando me doy cuenta de que estarán protegiéndome
todos los días.
Dejo caer la mano y recorro el resto del camino hasta la entrada
principal. La oscura puerta con manchas de humedad tiene una elaborada
aldaba de bronce que Medusa sujeta entre sus dientes afilados. Como las
lamassus, es otra de las guardianas de la entrada. En cuanto cierro la mano
alrededor de la aldaba, la Medusa de metal se mueve, las serpientes del pelo
se retuercen y se le abren los labios.
—Bienvenida, Selene Bowers —dice.
Por un segundo, huele a romero, a lavanda y a hierbabuena, olores
asociados con la protección. Unas voces de mujeres me susurran en el oído
y, cuando una de ellas se ríe, el sonido se transforma en una carcajada.
Y entonces, sea lo sea este ritual de brujería, se ha terminado. Los olores
y los sonidos fantasmales desaparecen y la cabeza de Medusa se queda
quieta en su sitio.
Empujo la puerta para abrirla, entro en el edificio y Nero me sigue.
Voces de mujeres llenan el espacio. No puedo evitar que una sonrisa se
me extienda por la cara.
A mi izquierda, hay un salón y una cocina para hacer conjuros. Más allá
se encuentra la verdadera cocina de la casa, donde se prepara la comida, y,
cruzándola, está nuestro comedor.
A mi otro lado hay una biblioteca, un patio interior y un pasillo que sé
que conduce a una sala de estudio y a la sala de rituales. Y, justo enfrente,
está la escalera principal.
Igual que sucedió en la fiesta de la cosecha, el edificio se va sumiendo
en el silencio poco a poco cuando nos ven a Nero y a mí.
El mutismo empieza a ser incómodo, pero entonces Charlotte, una bruja
que reconozco de la Academia Peel, sale de la cocina y grita:
—¡Bienvenida a la familia, Bowers!
Muchas otras la siguen y me dan la bienvenida. Los hombros, que había
tensado, se me relajan. Independientemente de lo que provocara ese
silencio, las mujeres lo han dejado atrás para hacerme sentir cómoda.
—Gracias —les digo a Charlotte y a las demás.
Cruzo el vestíbulo y me dirijo a las escaleras con mi familiar al lado. Los
peldaños de madera crujen cuando subimos.
Llego hasta el tercer piso y me dirijo a mi derecha, observando las placas
de los números de habitación hasta que llego a la mía.
Habitación 306.
La puerta está abierta de par en par. Dentro, hay una cama individual y,
al lado, una silla de terciopelo azul. En la pared contraria hay una estantería
vacía. Al lado, una gran ventana que da a un roble retorcido.
Enfrente de la cama hay un escritorio que parece viejo, con una lámpara
de la misma época. Encima de él, justo en medio, hay una llave de hierro
enorme.
Entro y la cojo.
Es una broma, ¿verdad? A ver, ¿cómo se supone que tengo que llevar
esto en el llavero sin parecer un guardia de prisiones de alguna época
pasada?
Miro la puerta, con su recargada aldaba de bronce y una enorme
cerradura.
Vale, entonces no es una broma. Es solo que el aquelarre no ha renovado
las cerraduras de las habitaciones desde hace un siglo más o menos.
En realidad, espero que esas lamassus hagan bien su trabajo de proteger
este sitio, porque la cerradura sin duda es una mierda.
De todos modos, me guardo la llave en el bolsillo.
—¿Qué te parece? —le digo a Nero.
Mi pantera recorre la habitación con la mirada y luego se restriega la
cara contra mi pierna.
Yo también estudio el lugar.
—Me alegro. A mí también me encanta.
CAPÍTULO 12

«Putamudanza.» Que le den, pero bien.


Me dejo caer en la cama.
Me tiemblan los brazos de subir las cosas tres pisos de escaleras durante
todo el día y tengo el culo y las piernas adormecidos del esfuerzo. Y eso sin
entrar en que muchas de las notas y etiquetas que les pongo a mis cosas se
han caído. Y, por la Gran Diosa de la tierra y de los cielos, nada está donde
se supone que tiene que estar y me duele la cabeza.
Pero, ¿sabes qué?, ya está hecho.
Miro fijamente el techo mientras oigo las risas ahogadas de las brujas
que hay en las habitaciones cercanas.
Un escalofrío me recorre la columna vertebral. Esta es mi vida ahora.
Estoy en el Aquelarre del Beleño Negro. Ya no hay que esperar ni anhelar
más. Tengo que vivir y aprender aquí y cumplir los sueños que hace tanto
tiempo que espero cumplir.
Inspecciono de nuevo mi diminuta habitación y acabo posando los ojos
en Nero.
Mi familiar está tirado en una manta, que estoy bastante segura de que él
mismo ha arrastrado desde mi cama al suelo, y está masticando un hueso
que le compré en la carnicería. Este cruje, cosa que me da mucho asco, y
luego oigo la tosca lengua de Nero dándole unos entusiasmados lametazos a
Diosa sabe qué.
—¿Puedes no hacerlo en mi manta? —le pregunto.
Me ignora.
Tengo un familiar defectuoso.
—Debería devolverte —le digo—. Apuesto a que podría comprarme
unos cincuenta familiares cuquísimos y esponjosísimos por lo que me den
por ti.
Ahora Nero sí que levanta la cabeza para mirarme y se relame los labios.
Estoy segura de que en «pantero» eso significa: «Suena delicioso».
Suspiro.
Después de acercarme a la ventana, abro una de las hojas y dejo que
entre aire fresco.
Fuera, el roble gigante que he visto antes se cierne como una sombra
oscura. Una de las gruesas ramas del árbol queda justo por debajo de mi
ventana. Es tan robusta y tiene una posición tan conveniente que seguro que
alguna bruja anterior debió de haberla hechizado para que sea así, ya fuera
para sí misma o para su familiar.
Me vuelvo hacia Nero.
—Voy a dejar esta ventana abierta para que entres y salgas cuando
quieras.
En respuesta a mis palabras, mi familiar se alza sobre las cuatro patas.
Después de estirarse con cierta satisfacción, salta al alféizar de la ventana.
—Ahora bien, recuerda: nada de cazar ni humanos ni mascotas, ¿vale?
—le digo—. No están incluidos en el menú.
Nero me fulmina con la mirada.
—Ah, y nada de comerse a los familiares de otras brujas —añado—. Ah,
y no ataques a los licántropos por nada del mundo. No saldrías bien parado.
Nero me lanza una mirada de resentimiento, como si yo fuera la dueña
más cruel del mundo.
—Para casi todo lo demás tienes vía libre. Dejaré la ventana abierta para
que puedas volver a entrar. —Me muerdo el labio—. Puedes trepar,
¿verdad?
Me lanza otra mirada de resentimiento.
—Vaya —digo, levantando las manos—. No pretendía ofenderte. —
Bueno, a lo mejor un poco sí. Es un cabrón, en el fondo—. Solo quería
asegurarme.
Tras esto, Nero da un salto y aterriza en la rama. Sin ni siquiera mirar
atrás, baja del árbol antes de caer al suelo sin hacer ruido y empieza a
caminar hacia la oscuridad.
Me muerdo el labio, preocupada, sin perderlo de vista. Más le vale a ese
zopenco no hacerse daño. Ni pasar frío.
Me siento en el borde de la cama. Me he pasado todo el día con la
mudanza y necesito darme una ducha e intentar relajarme, pero sigo
teniendo el cuerpo cargado de energía. Ahora que me he quedado sola por
un segundo, quiero explorar. Hay nuevos olores y sonidos y un embriagador
zumbido de poder en el propio aire con el que quiero familiarizarme.
Una vez tomada la decisión, me levanto de la cama. Casi estoy en la
puerta cuando oigo un crujido en el roble. Un segundo después, Nero salta a
la habitación sin hacer ruido.
—¿Ya has vuelto? —le pregunto—. Creía que te pasarías toda la noche
explorando.
Se me acerca y se restriega la cabeza con mi muslo antes de dejarse caer
otra vez en la manta que me ha robado.
—Estaba a punto de irme —digo—. ¿Quieres explorar un poco más
conmigo?
En respuesta, Nero me bosteza en la cara.
—Está bien. Enseguida vuelvo.
Giro el pomo de la puerta, salgo de mi nueva habitación y luego cierro a
mi espalda. A mitad del pasillo, oigo unas uñas que rascan contra la
madera.
Putos gatos.
Regreso y abro. Nero me mira y sale en silencio. Escudriño el otro lado
de la puerta y…
—Madre santísima de las setas mágicas, Nero, ¿por qué tienes que ser
tan bestia?
Hay varias marcas de garra profundas al pie de la puerta y los restos de
madera llenan el suelo.
Vaya tela los gatos, tía.
Las luces del pasillo parpadean. Parecen una reliquia de hace un siglo y,
a juzgar por la magia que chisporrotea en ellas, supongo que son tan viejas
como parece.
Me dirijo hacia las escaleras, rumbo al primer piso. Esa planta está llena
de salas comunes, la mayoría de las cuales he visto solo al pasar.
Me dirijo hacia la inmensa biblioteca de la casa y Nero viene detrás de
mí. Cuando entro, no veo a nadie en el interior; todos los mullidos sofás de
terciopelo rojo y las sillas están vacíos. En el extremo opuesto de la
estancia, hay una enorme chimenea en la que yacen las ascuas agónicas del
fuego.
Y luego, por supuesto, están los libros. Hay cientos y cientos de ellos
colocados pulcramente en casi todos los centímetros cuadrados de este sitio.
Avanzo por la habitación y me detengo para tocar un libro y otro, todo
ello mientras Nero sigue a mi lado. Muchos de los tomos están apolillados,
tienen las letras doradas casi borradas y las páginas amarillean. Me muerdo
el labio mientras leo los lomos escritos en latín y en griego antiguo, unas
lenguas que me resultan tan familiares como el rostro de un amigo querido.
Al adentrarme, veo libros sobre las escrituras de Nostradamus, los
Manuscritos del Mar Muerto y varios textos antiguos más, algunos
religiosos y otros no, así como algunos que se circunscriben a esa categoría
a la que la gente le gusta llamar «herética». Las brujas hemos vivido y
muerto en ella.
Hay libros de historia sobre brujas y brujería, así como otros que
analizan las generalidades del lanzamiento de hechizos. Todo es muy
académico y disfruto de cada pedacito.
Cuando llego al fondo de la biblioteca, cerca de la chimenea de piedra,
dudo. A mi derecha hay una puerta empotrada en la pared, con muchísimos
detalles tallados. En ella la magia late de manera leve.
Unos hechizos de protección destellan a lo largo de sus bordes, los
cuales impiden el paso a seres sobrenaturales que no estén afiliados al
Aquelarre del Beleño Negro. Antes yo era uno de ellos. De hecho, la
primera y única vez que intenté abrir esta puerta fue en algún momento del
año pasado, cuando vine a ver a Sybil.
No recuerdo por qué entré en la biblioteca ni por qué intenté entrar en la
habitación, pero sin duda recuerdo que me quedé impactada. Una parte de
mí está segura de que ahora sucederá lo mismo.
Solo hay un modo de averiguarlo.
Extiendo la mano hacia el pomo. Cierro la mano alrededor del metal y
espero un segundo mientras me preparo para que los hechizos de protección
actúen en mi contra.
No sucede nada.
A mis pies, Nero me da golpecitos en la pierna, como si me estuviera
diciendo que me diera prisa. Debe de estar bien eso de no tener que
preocuparse por que la magia protectora te fría en el sitio.
Y yo sigo inquieta. Después de todo, no he abierto la puerta.
Respiro hondo. No hay nada mejor que el ahora.
Giro el pomo y tiro. Por encima de mí, un conjuro destella por un
segundo y luego… ningún hechizo me ataca. En lugar de ello, la puerta
cruje mientras la abro. Al otro lado del umbral solo hay oscuridad.
Un segundo después, una ola de poder se estrella contra mí y me
tambaleo. No es un conjuro que me esté atacando ni nada parecido. Tan
solo es magia. Un montonazo de magia potente y empalagosa. Casi me
atraganto con ella mientras busco a tientas un interruptor.
No doy con él, pero en la oscuridad consigo encontrar un farolillo al lado
de la puerta que dentro tiene una vela casi derretida. Hay un farolillo, pero
no hay cerillas.
Suspiro.
Voy a tener que usar magia para esto.
Cojo el farolillo y miro la mecha con el ceño fruncido.
—Uf, cómo odio inventarme conjuros nuevos. Enciende esta maldita
vela del infierno.
Fiiiu.
Una llama color escarlata empieza a arder dentro del farolillo y, a lo
mejor es cosa mía, pero parece un tanto demoniaca.
Mmm.
Mierda.
Estoy bastante segura de que he invocado fuego del infierno.
Miro a Nero.
—Tú no has visto nada.
Me devuelve la mirada sin parpadear.
Me muerdo el labio, preocupada, mientras entro en la habitación y
levanto el farolillo con su llama roja. Ni siquiera llevo aquí una noche y ya
he roto las reglas usando magia negra.
Sin embargo, no me centro en esos pensamientos durante mucho tiempo,
porque lo que veo a mi alrededor me deja sin aliento.
—Grimorios —susurro.
Cientos. Están colocados en estanterías y su magia conflictiva se
desborda. Ya han conseguido que me palpite la cabeza, es como que te
rocíen con una docena de perfumes diferentes.
Hay una larga mesa en medio de la estancia, en la cual se supone que
puedes leer los libros.
—¿No puedes dormir?
Chillo y casi tiro el farolillo al oír la voz a mi espalda.
Me giro y me encuentro con otra bruja, que probablemente viva aquí.
Mira la lamparita.
—Te has agenciado una luz muy interesante.
—Eh…
Ahora es cuando me echan a patadas a pesar de que no hace ni un día
que me he mudado.
—Menudo mareo, ¿verdad? —dice, dando un paso para ponerse a mi
lado.
Al principio creo que está hablando de la magia negra, pero luego me
doy cuenta de que está mirando los grimorios que nos rodean.
—Ajá —coincido con ella, aunque el latido que siento en la frente
aumenta.
—Se supone que muchos los escribieron miembros del aquelarre que
vivieron aquí, aunque algunos son mucho más antiguos. —Me lanza una
mirada conspiratoria—. Quizás algún día tú o yo tengamos un grimorio
aquí guardado.
Es una idea tan loca que me distrae del hecho de que me han pillado casi
literalmente con las manos en la masa de la magia negra.
—Soy Kasey, por cierto —dice la bruja, y me tiende la mano.
Se la estrecho.
—Selene.
—Lo sé. Te vi en la fiesta de la cosecha… Menuda entrada hiciste con tu
familiar —dice, y su mirada vuela a Nero.
—Eh, sí, en realidad es un cachito de pan. Nadie lo entiende.
El animal me mira como si fuera una mentirosa, cosa que está claro que
soy, pero esta bruja y el resto de las que viven aquí no tienen por qué
enterarse. Estoy segura de que ya están bastante aterradas por saber que
comparten alojamiento con una pantera. Por no hablar de que es hostil.
Kasey vuelve a mirar los grimorios que nos rodean. Señala uno que está
encuadernado con una tela color cereza.
—Ese me ayudó con la potencia y la duración de mis conjuros en clase
de Hechizos Protectores…, un truquillo, por si la coges este semestre.
No creo que lo haga, pero…
—Gracias —digo—. Seguro que le echo un ojo.
Kasey me sonríe.
—Bueno, yo me voy a la cama. —Sus ojos caen de nuevo en la llama
escarlata del farolillo antes de volver a mirarme a la cara—. Ah, y por
cierto, ten cuidado y no quemes nada… Los fuegos mágicos son famosos
porque no se apagan y las llamas como esa —desvía los ojos de nuevo
hacia el farolillo— tienen hambre de poder. Encantada de conocerte,
Selene. —Asiente con la cabeza y se marcha.
—Adiós —digo a su espalda.
Una vez que me he asegurado de que se ha marchado y de que la casa
vuelve a estar en silencio, le hablo al farolillo.
—Gracias por la ayuda, llama endiablada. Vuelve al infierno y de ahí no
te vayas.
La vela se apaga y deja atrás un olor un tanto corrosivo y un residuo de
magia negra tiñe los paneles de cristal del farolillo. Es esa sustancia
parecida a la brea lo que le da su nombre: magia negra.
Se extrae de fuerzas oscuras y exige pecados y sangre como diezmo. Es
una magia malvada y prohibida.
Y mi nueva amiga Kasey me ha visto usarla.
CAPÍTULO 13

La semana siguiente a la mudanza se me pasa en un suspiro. Me he


instalado del todo en mi nueva habitación y Nero se ha acostumbrado a la
rutina de entrar y salir de la casa para darse una vuelta por el bosque que
rodea el aquelarre. Por fin he organizado las estanterías con mis antiguos
cuadernos y el actual está lleno con el horario de clase y mapas. He cogido
mis libros de texto para el curso e incluso he hojeado unos cuantos.
Estoy lista para mi primer día de clase, que es mañana.
Ahora voy bajando por las escaleras, con Nero a mi lado como si fuera
una sombra. En el rellano que hay a mi derecha, está Sybil hablando con
otra bruja.
Cuando me ve, grita:
—¡Selene! ¿A dónde vas?
Sin duda alguna, debería esforzarme más por conocer a las brujas con las
que vivo y ahora es un buen momento para ello. Ya he hablado con unas
pocas y me avergüenza admitir que, cuando he tenido la oportunidad, he
apuntado su nombre, la especie de su familiar, la habitación en la que
duermen y cualquier cosa que las distinga de las demás, como si fuera una
acosadora obsesionada.
Pero, a ver, sí que me funciona.
—Voy a sacarles fotos a los edificios del campus para hacer un mapa.
—¿Eso no lo hiciste ayer? —pregunta.
Ahora vacilo. ¿Lo hice?
Sybil aprovecha mi momento de duda para acercarse.
—Cariño, relájate con lo de ser tan estudiosa —dice en voz baja.
Por encima de su hombro, veo que la bruja con la que estaba hablando
me observa con curiosidad.
Bajo la voz.
—Sabes que no puedo.
Me gustaría que fuera de otra forma. Me gustaría no tener que trabajar
mucho más duro para que mis iguales me traten con normalidad. Pero es así
y Sybil debería saberlo mejor que nadie.
Frunce el ceño.
—Es solo que por fin estamos bajo el mismo techo y todavía no hemos
pasado tiempo juntas desde que te has mudado.
Trago saliva, siento la tensión que empieza a crecer entre nosotras. Es
algo que no quiero. Estoy decidida a demostrar mi valía en el Beleño
Negro, pero tampoco quiero llevar al límite la relación que tengo con mi
mejor amiga.
—Lo siento —digo—. Es solo que… no quiero meter la pata.
La expresión de Sybil se suaviza.
—Eso no va a pasar. Eres brillante. —Suelta un suspiro y luego señala la
puerta con la cabeza—. Adelante. Haz un mapa del aquelarre y, cuando
vuelvas, pasamos un rato juntas.

Mientras el sol se oculta en el horizonte, me siento en un banco de piedra en


la parte trasera del observatorio lunar, el edificio más septentrional del
campus. Tengo un cuaderno en el regazo; es el que tiene toda la
información relevante del Aquelarre del Beleño Negro, desde mi horario de
clases hasta notas sobre dónde se encuentran algunas cosas, pasando por las
horas en que se abren y cierran ciertos edificios. También hay apuntes sobre
las idiosincrasias de algunos de ellos, como que las sillas del edificio
Caldero tienen una ligera tendencia a levitar por culpa de una broma que
nunca se consiguió revertir del todo.
Paso la mano por las fotos del observatorio lunar que he pegado con celo
en la página y me detengo en la cúpula de cristal que se encuentra en la
parte superior del edificio, la cual supuestamente está hechizada para que
parezca que el cielo está más cerca de lo que en realidad está.
Un zumbido empieza a vibrarme en las venas y se me tensa el pecho. Al
principio creo que es solo porque me encantaría tener una clase de
astrología este semestre, que no la tengo, pero… es una sensación
persistente. Sigue ahí incluso después de que haya terminado de apuntar
cosas, cuando cierro el cuaderno. Si acaso, parece hacerse más fuerte al
guardarlo en el bolso y levantar la vista hacia el cielo crepuscular.
Me pongo en pie a la vez que la farola que está delante de mí parpadea.
Me estoy colgando el bolso al hombro cuando la magia me roza la piel,
como si me hubiera acariciado una mano.
Emperatriz… Te he encontrado.
Aspiro una fuerte bocanada de aire y giro la cabeza. Miro a mi alrededor,
pero no hay nadie en esta parte del aquelarre. Aunque, ahora que me
concentro, juraría que siento esos ojos color licor posados en mí.
Empiezo a notar una presión en el pecho, justo encima del corazón. Me
pongo la mano sobre él e intento darme un masaje para apartar la tensión.
En cuanto lo hago, la familiar magia de color índigo surge de entre la
línea de árboles que rodea los edificios y repta hacia donde me encuentro.
La última vez que esa magia serpenteó hacia mí, me dejó inconsciente y
me encerró en una tumba.
«No puedo dejar que me vuelva a pillar.»
Muevo los pies antes de que conseguir formular del todo la orden en mi
mente.
«Corre.»
Avanzo a toda velocidad, moviendo los brazos, y el bolso me va dando
golpes mientras fuerzo las piernas para que vayan cada vez más rápido.
Dejo atrás el edificio Todos los Santos y el Morgana. Me arden los muslos y
me cuesta respirar. El viento me aúlla en los oídos mientras me obligo a
avanzar más.
Me ha seguido hasta aquí.
Por la Diosa de los cielos, me ha seguido hasta aquí.
Una cosa es oír su voz arrastrada por el viento. Pero volver a ver su
magia y saber que se encuentra al otro lado…
Siento las náuseas y las obligo a bajar. «Ya potarás luego, cuando hayas
escapado.»
Siento más que veo una estela de magia azul oscura enroscárseme en la
cintura como si fuera un brazo fantasma. Grito a pesar de que el poder de
Memnón, y debe de ser suyo, inunda cada vez más el aire que me rodea,
hasta que cubre el bosque, los edificios y el oscuro cielo.
Ven a mí, mi reina…
Me cuesta respirar cuando me detengo. Ya siento el tirón de su poder, se
me filtra en la piel y se me desliza por los pulmones.
Ya me dejaste antes, pero no volverá a pasar… nunca más…
El impulso de seguir esa voz se acumula en mi interior. No sabría decir
qué tipo de hechizo es, pero debe de ser eso.
Sigo la línea de magia color índigo hasta los árboles. Continúa
adentrándose en el bosque Everwoods. Doy un paso hacia ella, aunque mi
mente racional me grita que me están hechizando.
Pero la sangre me arde y me palpita la piel con cada leve caricia del
poder de Memnón.
«No seas tonta, Selene. Solo es su magia, que te está adormeciendo para
que tengas una falsa sensación de seguridad.»
Cierro los ojos y mantengo los pies en el sitio.
Regresa a mí, Emperatriz. Hemos estado separados durante demasiado
tiempo…
Hay algo sensual en esas palabras y en esa voz, algo que me recuerda al
Memnón de mis sueños. Acaba con mi resistencia de una vez.
Titubeante, doy un paso hacia delante. Luego otro. Es difícil oponerse a
esa voz cuando mis sentidos más profundos e innatos me empujan hacia
ella.
Creo que me encuentro bajo los efectos de un hechizo. Tiene que ser eso.
Ojalá lo odiara más.
Llego a la frontera de árboles; cada vez estoy más ansiosa. Cuanto más
tiempo me agarra la magia de Memnón, más tóxica se vuelve.
Tras avanzar unos quince metros por el bosque, el humo de la magia se
disipa.
Me tenso y miro a mi alrededor. Siento un cosquilleo en la piel.
Él sale de entre la oscuridad como si fuera una aparición digna de una
pesadilla. Pero, joder, este tío es real. Y su belleza es aún más devastadora
que en mis recuerdos.
Paso la vista por todo su alto cuerpo y sus anchos hombros. Veo los
tatuajes que le recorren los esculpidos brazos. Incluso con camiseta de
manga corta y pantalones vaqueros, este hombre parece todo un guerrero.
Desplazo la mirada hacia su rostro y, si su magia no me tuviera atrapada,
recularía.
En mi sueño, la intensa belleza de Memnón estaba cargada de deseo y
pasión. Ahora, sin embargo, en la oscuridad, donde las sombras son más
profundas y despiadadas, parece brutal sin más: sus pómulos afilados, la
cruel curva de sus labios y esos luminosos ojos cargados de ira. Es un alivio
no verle la cicatriza. No creo que ahora mismo fuera capaz de presenciar tal
exhibición de violencia.
Avanza moviéndose con una agilidad amenazadora.
—¿De verdad creías que había acabado contigo? —dice con suavidad en
esa lengua antigua, con una voz vibrante y gutural. Lo entiendo con una
claridad que me resulta alarmante—. ¿Que dejaría que te pudrieras en esa
tumba como tú hiciste conmigo? —Sacude la cabeza despacio—. No, no,
no.
Se me acelera el pulso.
—¿Por qué me has seguido hasta aquí? —pregunto en mi idioma.
—¡Háblame en nuestro idioma, Roxilana! —aúlla.
—¡No conozco «nuestro idioma»! —respondo a gritos en otro idioma.
Las palabras surgen de algún lugar recóndito de mi interior, igual que en la
tumba de Memnón.
Se me escapa un chillido y me agarro la garganta.
A ver, la cosa es que técnicamente no es mentira. Aunque siempre he
entendido el latín y el griego antiguo, e incluso algo de egipcio antiguo
escrito, nunca he hablado esta lengua. Al menos, no que yo recuerde.
Memnón avanza antes de agarrarme de los antebrazos.
—No sé a qué estás jugando, pero terminará.
Me siento muy pequeña e indefensa estando tan cerca del asombroso
cuerpo de Memnón.
—Suéltame —digo en esa lengua antigua. Una vez más, no pretendía
hablar, sale de mí sin más. Me quedo maravillada, pero el miedo que siento
eclipsa cualquier otra emoción.
—No hasta que no me digas qué me has hecho —exige, furioso.
Me duele mirarlo a los ojos. Esto se parece muchísimo más a mi sueño,
donde la confusión se sobreponía a la realidad.
—¿De qué estás hablando? —digo. Esta vez ni siquiera me estremezco
cuando las palabras salen en otro idioma.
Me zarandea un poco.
—Desmantelaste mi ejército. ¡Destruiste nuestro imperio, me expulsaste
de nuestras tierras y me arrojaste a este futuro retorcido en el que nada tiene
sentido! —Casi ruge esa última parte.
—Suéltame. —Mi voz aumenta con cada latido del corazón, hay acero
en ella. Mi magia se arremolina en mi interior, se acumula ella sola. El
miedo que sentía hace solo unos segundos está dando paso a la rabia.
Los labios de Memnón se curvan en una sonrisa. Pero sus ojos son tan
afilados como sus palabras.
—Pero ¿no me has echado de menos, Roxilana?
—¿Quién narices es Roxilana? —Otra vez, ese extraño idioma.
Ahora me mira de una forma extraña.
—¿A qué estás jugando?
—¿Por qué iba a jugar a nada contigo? ¡Ni siquiera sé quién eres!
—¿No sabes quién soy? —Levanta las cejas, con una expresión
incrédula. Luego se ríe; es un sonido escalofriante—. He estado dentro de ti
más veces que estrellas hay en el cielo. No soy más extraño para ti que tu
propia piel.
«He estado dentro de ti más veces que estrellas hay en el cielo.»
Lo miro fijamente durante un buen rato y un terror frío me inunda. Esta
criatura me atrajo a su tumba y me obligó a que lo sacara de ella. Y luego
me siguió por todo un continente y ahora se cree que hemos estado
juntos…, en plan juntos juntos.
Estoy de mierda hasta el cuello.
—Ha habido un error —digo despacio.
La mente me va a toda velocidad, intento recuperar recuerdos de
América del Sur, pero algunos se desvanecieron hace tiempo. Necesito
llegar a la raíz de este problema.
—¿Un error? —ruge Memnón.
Los ojos empiezan a brillarle como ascuas ardientes y el aire crepita con
su poder. Tiemblo, pues ya reconozco qué magia sobrenatural se presenta
de ese modo.
No es un demonio. Tampoco un vampiro ni un ser feérico.
Es un hechicero.
Son casi tan malos como los demonios. El poder de un hechicero se
alimenta de su consciencia. Cuanto más fuerte esta, más despiadado será.
Y Memnón parece muy fuerte, por sorprendente que parezca.
Ajeno a mis pensamientos, continúa:
—Después de todo lo que me has hecho…, de todas las traiciones…
—Escucha —lo corto—, no soy quien quiera que crees que soy. —La tal
Roxilana la cagó de verdad con el tío equivocado—. Por favor, deja que me
vaya.
La llama de los ojos de Memnón se vuelve más brillante.
—Te atreves a hacerte la tonta. A llamarme mentiroso y a decir que lo
nuestro fue un error. Tú, la mujer a la que se lo di todo.
—Pero es que yo no te lo di todo —insisto—. Me has confundido con
otra persona.
Ignora mi explicación.
—Me encerraste, me negaste incluso la decencia mínima de la muerte.
Nunca se celebraron ritos funerarios en mi honor, jamás se me permitió
pasar de este mundo al siguiente. Me mantuviste alejado del más allá,
donde podría haber cabalgado por los cielos con mis ancestros. —Miro al
hombre, parece una antigua deidad—. En cambio, me tuviste prisionero
todo este tiempo. Pero ya no estoy atrapado. —Lo último lo dice con una
voz grave y siniestra—. El mundo conocerá mi ira…, tú la conocerás, mi
reina.
»Te pondré a mi merced —jura—. Y destruiré tu mundo poco a poco
hasta que lo único que te quede sea yo.
CAPÍTULO 14

Contengo un bostezo mientras me siento en el aula de Lanzamiento de


Hechizos I, mi primera clase del semestre. Anoche, después de encontrarme
con Memnón, no dormí mucho porque me pasé todo el tiempo escribiendo
lo que recordaba del incidente. Como que es un hechicero y que resulta que
quiere arruinarme la vida.
«Te pondré a mi merced. Y destruiré tu mundo poco a poco hasta que lo
único que te quede sea yo.»
Por lo menos dejó que me marchara. No estaba segura de que fuera a
hacerlo después de lo que dijo, pero Memnón sí que me soltó poco después
de su amenaza y se retiró al oscuro bosque. En cierto modo, eso fue aún
más aterrador que cuando estaba de pie justo delante de mí. En parte, saber
que este hechicero vengativo estaba acechando en Everwoods sin que nadie
lo viera es lo que me ha tenido despierta toda la noche.
Me restriego los ojos y mi cansada mente se deja llevar. Por un segundo,
vuelvo a estar en mi habitación, tumbada en la cama, con mi cola negra…
¿Cola?
Salgo de la mente de Nero y vuelvo a la mía; luego me obligo a
sentarme recta y a prestar atención a la clase.
—Como ya sabéis, la magia lo impregna todo —dice la profesora desde
la tarima. La señora Bellafonte es una bruja de mediana edad y tiene unos
rizos cobrizos que empiezan a cubrirse de blanco—. Pero la mayoría de las
personas apenas la sienten. Menos aún acceden a ella. Solo las brujas y
unos pocos seres sobrenaturales pueden interactuar con ella y manipularla.
»Una de las formas más antiguas y básicas de hacerlo es a través de la
invocación. Es decir, las palabras —indica la señora Bellafonte, tocándose
los labios—. A lo largo de este curso, volveremos a este tema una y otra
vez. Pero, por ahora, vamos a profundizar en esto.
Un escalofrío me recorre la columna vertebral, porque, aunque estoy
cansada y este asunto está muy trillado, por fin de los por fines, estoy
estudiando en este aquelarre.
—Algunos elementos del lenguaje añaden potencia a una invocación y,
por lo tanto, a un conjuro. El ejemplo más obvio es la rima. Pero también
hay otros. Un elemento mucho menos conocido es el uso de antiguas
palabras de poder. —Le lanza al aula una mirada cargada de significado—.
¿Por qué es así? —pregunta—. Por la misma razón por la que el poder de
una bruja solo incrementa con la edad: la magia se siente atraída por las
cosas antiguas. —Se detiene de nuevo—. Dentro de diez años, seréis más
poderosas que ahora. Y lo seréis mucho más dentro de otros diez años.
Incluso cuando vuestros huesos sean frágiles y vuestros músculos estén
retorcidos por la edad, la magia surgirá de vosotras.
El aula se ha sumido en el silencio.
—El mundo que valora vuestra belleza y vuestro rostro joven no sabe
nada del verdadero poder. Pero con el tiempo lo descubriréis vosotras
mismas.
La señora Bellafonte nos dedica una sonrisa tensa.
—Pero estoy divagando. —Se coloca delante de la primera fila mientras
su magia de color bígaro se le enrosca de una forma encantadora en los
tobillos—. Durante las siguientes semanas, aprenderemos algunas palabras
y frases arcanas, también las aplicaremos a conjuros antes de pasar a los
ingredientes comunes del lanzamiento de hechizos, el uso de la escritura y
el papel que desempeñan los grimorios. Hablaremos del efecto que tienen
las temporadas y los momentos del día en el lanzamiento de hechizos, así
como de las fases lunares y los eventos astrológicos.
»Espero que, hacia el final del semestre, tengáis conocimientos y
algunas herramientas de sentido común con los que trabajar y que hayáis
llegado a entender vuestro poder y vuestros dones.
»Por ahora, vamos a empezar con una introducción básica sobre cómo
suenan diferentes lenguas muertas.
»Abrid los libros por la página veintiuno.
Lo abro y paso las páginas hasta la indicada. En ella aparece la imagen
de una tablilla de piedra con jeroglíficos tallados.
—Esta estela se encontró en Karnak. No vamos a traducirla entera, pero
quiero que recitéis una parte…
Empieza a leerla y no, no lo hace bien. Sacudo la cabeza, ausente. Está
poniendo el acento en las consonantes que no son y las vocales…
—Perdone, pero ¿no está usted de acuerdo con algo de lo que estoy
diciendo?
No me doy cuenta de que la señora Bellafonte me está hablando a mí
hasta que su magia se me enrosca en la barbilla y me levanta la cabeza del
libro de texto para que la mire a los ojos.
Siento que me pongo roja cuando el resto de las brujas del aula se
vuelven en su asiento para centrarse en mí.
Se hace el silencio.
—¿Y bien? —insiste la profesora.
Trago saliva y luego vuelvo a mirar los jeroglíficos. No sé cómo poner
en palabras mis confusos pensamientos, así que me limito a leer lo que
puedo de la estela:
—Jenek nedej sew meh a heftejewef. Jenek der beheh meh qa sa, seger
qa herew re temef medew.
Las palabras me surgen de los labios, diferentes a mi lengua materna y al
idioma que sea que hablé con Memnón. Me siento… menos segura con el
egipcio antiguo, a pesar de haber corregido a la profesora.
Suelto el aire y traduzco:
—«Soy yo quien lo salvará de sus enemigos. Soy yo quien elimina la
arrogancia del altivo, quien silencia al escandaloso para que no hable.»
El aula sigue callada un buen rato.
—No has usado magia para leer eso —dice al fin.
La miro a los ojos. Muestran muchísima confusión y también algo más;
parece cautela.
Parpadea y carraspea, aunque las brujas que me rodean siguen
mirándome fijamente.
—Un trabajo excepcional —admite al fin, antes de volver a aclararse la
garganta. Entonces me da la espalda y sigue soltando su perorata sobre la
estela y las palabras de poder que se podrían extraer de ella.
Frunzo el ceño cuando leo el resto de la tablilla de piedra. Habla de
victorias bélicas contra los Nueve Arcos, las distintas naciones enemigas de
Egipto. Las palabras de la estela se podrían utilizar para invocar magia
negra, pues esta radica en la violencia. No deberían estar en este libro de
texto.
Un grito aterrador interrumpe mis pensamientos. El sonido proviene de
fuera del aula.
La señora Bellafonte se detiene y nos dedica una sonrisa tranquilizadora.
—Probablemente solo sea la señora Takada, que acaba de ver todos los
conjuros que tiene que corregir —bromea antes de volver la vista a sus
apuntes.
Pero se oye otro grito que no se acalla.
—¡Asesinato! —acaba gritando alguien—. ¡Han asesinado a una bruja!
CAPÍTULO 15

—Dicen que le sacaron los ojos y que le arrancaron el corazón del pecho —
explica Charlotte, la chica que está sentada justo delante de mí. Estoy
cenando en el comedor con ella, Sybil y otras cuantas brujas.
Le pongo cara de asco a la comida. Los detalles no tardan en quitarme el
apetito.
—Yo he escuchado que estaba desnuda —añade una bruja llamada
Raquel, que parece como si quisiera chillar.
Ya van veinte veces hoy en que el corazón me late desbocado. Memnón
apareció anoche lanzando amenazas siniestras y ¿ahora ha muerto una
bruja?
«Solo es una coincidencia —intento decirme—. Quiere vengarse de ti,
no de otras brujas.»
—Pobre Kate —dice otra.
—¿La conocías? —pregunta Charlotte mientras levanta las cejas, casi
albinas.
Sobre nosotras, las luces de los candelabros de hierro forjado parpadean,
lo que intensifica el tenebroso ambiente de la habitación.
—Ajá. Tenía un año más que yo, pero se había cogido una excedencia
para trabajar en no sé qué compañía que necesitaba brujas. No recuerdo
cómo se llamaba. No sabía que había vuelto a clase.
—Creo que había vuelto —comenta Sybil—. Estoy bastante segura de
haberla visto metiendo sus cosas en la residencia…, al final de tu pasillo,
Selene —añade, dándome un codazo.
—¿Es mi vecina? —Recuerdo vagamente haber hablado con un par de
chicas que vivían en mi planta, pero ninguna se llamaba Kate.
—Era —me corrige Raquel.
Hay demasiados ojos abiertos y asustados alrededor de la mesa. Y,
cuando miro al resto del comedor, las brujas están tensas y mantienen
conversaciones en voz baja. Creo que todas están pensando que la bruja
encontrada en el aquelarre podría haber sido una de ellas.
Otra bruja con el pelo hirsuto y la nariz afilada se sienta a la mesa
mientras suelta encima un enorme diario de cuero.
—Quiero saber cuáles fueron sus últimas palabras —dice.
Mis ojos vuelan hacia su hombro, donde está sentado un… ¿Eso es un
tritón?
—¿Qué es eso? —Raquel señala el libro con la cabeza.
—Es mi propio «registro de últimas palabras».
—Olga —la reprende Sybil—, ahora no es el momento.
—En realidad, ahora mismo es precisamente el momento. —Sus ojos
tienen un brillo fanático—. Justo estoy intentando conseguir las últimas
palabras de Kate. Podría ayudar a pillar al asesino.
—Eso es perturbador que te cagas —dice la bruja que está a la mesa y
cuyo nombre todavía no sé.
Olga se encoge de hombros.
—Nunca he dicho que no fuera una perturbada.
Se ríe y algunas de las chicas de la mesa la acompañan hasta que la risa
se apaga. A su paso deja un silencio tenso, solo interrumpido por el ruido de
los cubiertos.
Charlotte se inclina hacia delante.
—¿Quién creéis que lo hizo? —susurra.
El miedo se me expande por el pecho.
Puede que sea mi culpa. Liberé un mal antiguo y quizás esté acechando a
las brujas jóvenes.
Miro a Sybil a los ojos antes de tragarme los nervios y sacudir la cabeza.
—Ni idea —le digo a Charlotte.
Nadie más en la mesa da una respuesta mejor.
Después de cenar, cuando mi amiga y yo nos vamos a su habitación a
hacer nuestros primeros deberes, decido desahogarme.
Intento que no me tiemble la mandíbula cuando estoy sentada en el
suelo, con uno de los libros de texto abierto delante de mí, mientras ella se
mueve de un lado a otro de la habitación, regando las docenas de plantas en
macetas que están apiñadas en estanterías o que cuelgan del techo.
Ahora que una bruja ha muerto, que además vivía al final de mi pasillo,
no puedo evitar que el terror se me aferre a las venas.
—Me ha encontrado —digo en voz baja mientras muevo una pierna por
puro nerviosismo.
Sybil se detiene.
—¿Qué? —dice; para y me mira por encima del hombro.
—Memnón —digo—. Me ha encontrado.
—Espera. —Deja la regadera—. ¿Qué? —Su tono estridente le eriza las
plumas al búho antes de que este vuelva a colocarse en su percha.
—Ayer, cuando estaba a punto de volver a la residencia, me encontró.
Estaba acechando en los bosques que rodean el aquelarre.
—¿Estás bien? —me pregunta, alarmada—. ¿Te hizo daño? ¿Te
amenazó?
Trago saliva y sacudo la cabeza.
—Estoy bien. No, no me hizo daño. Sí, me amenazó —respondo.
—¿Te amenazó? —La voz de Sybil se ha vuelto más aguda—. Que le
den a la ley del tres y a sus consecuencias, encontraré una maldición tan
potente que se le marchitará la polla.
Se me escapa una risilla al pensarlo.
Se sienta delante de mí y me aparta el libro.
—Cuéntame todo lo que pasó.
Y eso es lo que hago.
Cuando termino, Sybil se ha quedado pálida.
—¿Así que ese tipo de verdad se cree que eres su esposa?
Asiento con la cabeza miserablemente.
—¿Y te ha seguido hasta aquí, el Beleño Negro?
Vuelvo a asentir.
Me retuerzo las manos y me muerdo el labio.
—Y ahora ha muerto una bruja —añado en voz baja.
Veo en sus ojos que lo ha entendido.
—Crees que lo hizo él.
Me froto la cara.
—No lo sé. Aunque parece probable, por horrible que sea, ¿no? Se
presenta aquí y, al día siguiente, muere una bruja.
Sybil sacude la cabeza.
—Sí… Sin duda alguna, no tiene buena pinta —conviene—. Pero, de
todos modos, podría ser una coincidencia.
Quiero creerlo. De verdad que sí. Si no, la muerte de esa bruja pesará
sobre mi conciencia.
Mi amiga frunce el ceño.
—Cariño, tú prométeme que tendrás cuidado.
Respiro hondo.
—Lo prometo.

El aquelarre bulle de actividad conforme las clases llegan a su apogeo y,


aunque el asesinato todavía está muy reciente, la vida sigue su curso. A
pesar de los aspectos sobrenaturales de la existencia de una bruja, lo que
hace que los días avancen por aquí son las rutinas mundanas.
Miro por la ventana desde la clase de Hechizos Protectores. Fuera hay
unas alumnas sentadas en el patio delantero del aquelarre; están haciendo
que crezcan tallos de habichuelas en cuestión de minutos.
—… los hechizos de protección más fáciles y duraderos se presentan en
forma de amuletos.
Vuelvo a prestar atención a la clase, donde la señora Gestalt, una
ponente invitada, está dando la charla. Me fijo en la anciana bruja mientras
se inclina en el atril. Es una saga, una de esas brujas a las que los cuentos de
hadas se refieren de una forma muy poco cariñosa: «vieja bruja».
Pero, bueno, los cuentos no acertaban en muchas cosas. De hecho, las
«viejas brujas» no tienen por qué tener verrugas ni rasgos siniestros. En
concreto, el cuento de esta debe de ser erótico.
—Decidme —pregunta ahora—, cuando pensáis en amuletos, ¿qué se os
viene a la cabeza? —Su largo pelo blanco se balancea a su espalda mientras
camina.
Alguien levanta la mano y ella la señala.
—Una piedra o un colgante que te pones al cuello.
Asiente.
—¿Algo más?
Otra grita:
—Anillos de tipo sello.
—Bien, bien —dice la señora Gestalt. Se detiene—. ¿Y si os dijera que
llevo diez amuletos diferentes? ¿Creéis que podríais encontrarlos todos?
La recorro con los ojos. Lleva un vestido ancho de color azul real que se
ciñe con un cinturón bordado, las muñecas llenas de brazaletes y unas
sandalias de cuero.
Se aparta el pelo de la oreja y deja a la vista un pendiente de cobre con
algo grabado. Lo señala.
—Puede que este sea el ejemplo más obvio. Pero también debería
deciros que tres de las coronas de mis dientes están marcadas con hechizos
protectores y que en el cinturón tejí otro.
Se señala un par de brazaletes, un botón de la parte superior de la
espalda de su vestido y la hebilla de una sandalia.
—Los amuletos no tienen que ser obvios ni convencionales; en el campo
de la medicina he hechizado unos cuantos: marcapasos, implantes,
dentaduras y mucho más.
Se pasa el resto de las dos horas de charla hablando sobre los matices de
los amuletos y los conjuros que se pueden colocar en ellos. Tomo apuntes
de todo lo que dice, pues estoy determinada a no perderme ni el más
mínimo detalle.
Suena la campana que marca el final de la clase.
—La profesora quiere que os recuerde que tenéis que entregar vuestros
amuletos a finales de la semana —grita la señora Gestalt—. Yo misma los
revisaré. A la bruja que cree el más exquisito se le ofrecerá una beca en mi
empresa, Marca de Bruja.
Recojo mis cosas, igual que hacen mis compañeras, pero empiezo a
darle vueltas a la idea de una beca. ¿Eso es lo que quiero? Después de todo,
tendré que especializarme en algún tipo de magia. Me pregunto cómo sería
una carrera centrada en los amuletos…
—Selene Bowers.
Me sobresalto al oír a la señora Gestalt llamarme; bueno, qué demonios,
también me sorprende que sepa mi nombre. Pero, claro, es bastante fácil
recordar un nombre si eres bruja.
La miro.
Me dedica una suave sonrisa; sus claros ojos están un tanto vacíos.
—¿Puedo hablar contigo?
Arrastro la mirada por el resto de las brujas que ya salen del aula. No sé
qué podría querer de mí, a menos que sea algo que he olvidado.
Un segundo después, asiento con la cabeza.
—Por supuesto. —Avanzo hacia ella.
—Bien, bien. —Recoge sus apuntes del atril y los guarda en un bolso
que tiene a sus pies.
Conforme me acerco a ella, el corazón se me empieza a acelerar. Ni
siquiera sé por qué estoy nerviosa. Creo que es simplemente la costumbre
de dar por hecho que me han pillado haciendo algo malo, en lugar de, no sé,
que reclaman mi maravilloso talento mágico.
—Tienes una forma muy curiosa de hacer magia —me dice la señora
Gestalt mientras cierra la cremallera de su bolso.
Levanto las cejas. ¿Conoce el tipo de magia que hago? No debería
sorprenderme. Las viejas brujas son especialmente audaces.
Se endereza y consigo ver sus inusuales ojos.
—Incantatrix nimmemorata. —Hace demasiado énfasis en cada palabra
—. La bruja no mencionada, cuya magia le devora los recuerdos. Muy
peculiar. Muy raro. Me preguntó a qué se debe…
Junto las cejas. Me ha pillado por sorpresa que lo sepa.
—Simplemente nací así.
—Mmm… —Me escudriña con sus claros ojos y tiembla un poco.
Aunque su magia es fuerte, sus miembros parecen ligeros como los de un
pájaro—. No, no creo que sea así.
Clavo los ojos en los suyos. Ahora que la miro de cerca, me doy cuenta
de por qué parecen tan poco usuales. No tiene pupila en ninguno de ellos.
«¿Es… ciega?»
—¿Quién necesita ver cuando el tercer ojo lo ve todo? —dice.
Doy un paso atrás para alejarme de ella.
Tía, las brujas ancianas son espeluznantes. Sí que es cierto que es ahí
cuando alcanzamos el máximo de nuestro poder.
—Selene, hija mía, te están rodeando los buitres. Hay muchos ojos
puestos en ti. Algunos son buenos, otros malos y otros un poco de las dos
cosas.
—¿Qué? —digo, alarmada.
—El poder hay que celebrarlo y temerlo. Lo tienes a raudales, pero está
encerrado con llave. Encuéntrala y úsala. No te comportes como un
zángano cuando eres una reina. Nadie le da órdenes a la reina.
La miro parpadeando y me pica la mano de la urgencia por escribir todo
esto antes de que se me olvide.
—No… lo entiendo —consigo decir al fin, apretando aún más mi bolso.
Ella se ríe; es un sonido tenue y, por alguna extraña razón, me hace
pensar en hojas de maíz.
—Hay muchísimas cosas que no recuerdas, pero no te engañes a ti
misma pensando que no lo entiendes, Selene Bowers.
Me lanza una mirada cargada de significado con esos ojos suyos que
todo lo ven y, por un momento, se me ocurre que debe de saber lo de
Memnón.
—Haz tu amuleto —dice la señora Gestalt—. Protégete contra el daño.
«¿Daño?»
—Por cierto, Selene —añade—. Los villanos van a por ti. Prepárate.
CAPÍTULO 16

Hongos venenosos mohosos.


Rasgo la mugre carbonizada del fondo del caldero y hago una mueca.
Llevo toda la tarde trabajando en este maldito amuleto y lo único que
tengo para enseñar es este fango. Tengo el pelo chamuscado, huelo a humo
y el resto de las brujas que han entrado y salido de la cocina de hechizos
han mantenido la distancia.
Esperaba que, si me ponía con el amuleto esta noche, consiguiera matar
dos pájaros de un tiro: terminar mi primer proyecto importante para clase y
arañar algo de protección adicional frente a la siniestra amenaza contra la
que me advirtió la señora Gestalt.
La cocina tiene un antiguo hornillo de hierro forjado, así como varios
calderos colgando sobre las llamas, uno de los cuales es mío. En el extremo
opuesto de la estancia hay estanterías con tarros que contienen todo tipo de
ingredientes extraños.
Saco el emplasto carbonizado del caldero y lo pongo en un cuenco,
ignorando el modo en que Nero echa las orejas hacia atrás al verlo.
Dejo el recipiente en la tabla de cortar de la encimera y miro mi creación
con una mueca. No puede estar bien. Después de acercarme a mi libro de
texto, Guía práctica para magia apotropaica, leo la receta del conjuro una
vez más.
—¿Dónde me he equivocado…? —le pregunto a Nero.
Me mira parpadeando y juro que está diciendo: «¿Se supone que lo
tengo que saber yo? Tú eres la bruja».
Pero a lo mejor solo estoy antropomorfizando a mi pantera.
Vuelvo a mirar el libro de texto. ¿Puede que haya sido el aliso de mar?
La receta indicaba que se echara un puñado, pero es una medida muy vaga.
O a lo mejor necesito artemisa fresca, no la versión seca.
Pero, por otro lado, ¿y si a lo mejor no es la artemisa?
Me masajeo la sien.
—¿Sigues aquí? —resuena la voz de Sybil.
Levanto la vista cuando entra en la cocina. Se vino conmigo hace un par
de horas para hacer los deberes de otra asignatura, pero hace un buen rato
que se marchó para leer un poco.
Al parecer, ha terminado.
Arruga la nariz.
—¿Qué es ese hedor tan atroz? —dice, acercándose más a mí.
—Es el olor de la protección —digo, tan tranquila.
—Sea lo que sea ese brebaje que estás haciendo, creo que se supone que
no tiene que apestar así. —Cuando llega a mi lado, le echa un vistazo al
cuenco—. Ni tener ese aspecto.
Bajo la mirada hacia el emplasto chamuscado y lleno de grumos. Según
mi libro de texto, se supone que tiene que convertirse en un líquido verde
lechoso.
—Pero ¿qué estás haciendo? —pregunta Sybil.
Pongo cara de asco.
—Se supone que es una poción de protección. Cuando esté hecha, solo
tengo que meter una joya dentro… y debería convertirse en un amuleto.
Se ríe ante mis palabras.
—Tía, lo más seguro es que esa cosa atraiga malas vibraciones en lugar
de repelerlas.
La miro con una mueca.
—Todavía no está acaba.
—Cariño, tírala y déjalo por hoy. Vuelve a intentarlo mañana.
Cojo mi cuchara de madera y le doy vueltas al lodo grisáceo.
—¿De verdad mi mejor amiga tiene tan poca fe en mis capacidades?
Sybil me mira con una ceja levantada.
—Eh, cuando se trata de este conjuro en particular…, sí.
—Pfff. —La echo con un gesto—. Casi he terminado con esto.
—Está bien, Selene, como quieras. —Se aparta de la encimera—. Yo me
voy a la cama. ¿Quieres venirte a correr conmigo mañana antes de clase?
Pongo cara de asco solo de pensarlo.
—¿De verdad me gusta correr? —le pregunto.
Por un segundo, Sybil duda, como si no supiera si lo he olvidado de
verdad.
—Es una pregunta retórica —digo—. Odio correr, por supuesto. Pero
soy masoquista, así que sí, iré contigo.
Sacude la cabeza.
—Tu sentido del humor es lo peor, lo sabes, ¿verdad?
Levanto la cuchara de madera y le apunto con ella.
—Eh…, sí, un poco.
Me lanza una mirada divertida.
—Buenas noches, cariño. No maldigas nada por accidente con esa…
poción. —Tras decir esto, sale de la cocina.
—¡Buenas noches! —le grito.
Cuando todo se queda en silencio, vuelvo a prestarle atención a mi
pringue.
Bueno, ¿por dónde iba?
Miro la lista de pasos que he ido tachando meticulosamente. Lo único
que falta es el paso final.
«Toma el objeto que quieres recubrir con tu mezcla protectora y
sumérgelo en la poción.»
Hay que recitar un ensalmo en este paso y, en teoría, invocar este
hechizo hará que la poción se consuma y solo quede el amuleto recubierto
de magia.
Es bastante sencillo.
Añado más agua a la mezcla mientras susurro el ensalmo para el cuello
de mi camisa. Y luego le doy vueltas y más vueltas hasta que el engrudo se
convierte en un líquido grumoso. Parece algo más verde y también más
líquido, así que eso es una victoria.
Tendrá que valer.
Cojo un pequeño colgante de arcilla con espirales grabadas en la parte
delantera. Era una baratija que compré en una feria ambulante en Berkeley,
pero es rara y bonita. Y, si todo sale bien, será un amuleto.
Me muerdo el labio, preocupada, mientras observo mi brebaje. Después
de un rato, suelto el colgante en la mezcla.
«Va a funcionar», me digo a mí misma.
Respiro hondo, sujeto el cuenco con la mano y empiezo a recitar:
—Convoco a la tierra y a los cielos… —Mi poder se alza, mi intención y
el encantamiento lo han llamado—. Elimina toda debilidad… —la suave
magia naranja fluye desde el brazo y la palma antes de posarse sobre el
líquido— de seres malvados y siniestros…
Observo mi poder sumergirse en la poción, que hace que el líquido
brille.
Termino el ensalmo con un «mantenme a salvo, mantenme entera».
¡PUM!
La poción explota como un disparo y el líquido salpica por todas partes.
Mierda.
Toso, pues me he tragado el turbio humo. Una vez que se despeja, miro
dentro del caldero. Luego gruño.
En el fondo hay un bulto que parece caca fosilizada.
¿Tengo que tocarlo?
Después de dudar por un momento, extiendo la mano y saco el amuleto.
La parte positiva es que el brebaje apelmazado ha desaparecido. Bueno, el
resto de la cocina está cubierta de él, pero no vamos a centrarnos en eso.
Al ver el amuleto en mi mano, Nero enseña los dientes.
—Ay, venga ya, no está tan mal —digo, volviendo a dejar el humeante
colgante en la encimera.
Pero sí está tan mal. De verdad que sí.

Estoy en el fregadero industrial de la cocina, tarareando mientras limpio el


último de los utensilios que he usado. Intento no pensar en la pesada
decepción que noto en el estómago; es como una piedra.
Tan solo ha sido el primer intento.
Lo conseguiré la próxima vez.
—¿Limpiando los cacharros, mi reina? ¿Por esto me dejaste?
Grito, me doy la vuelta y, como acto reflejo, le lanzo la cuchara de
madera a la voz.
Memnón está apoyado contra el marco de la puerta de la cocina y su
cuerpo ocupa la mayor parte del espacio. Atrapa el utensilio con el puño,
pero sigue con los ojos fijos en mí.
«¿Cuánto tiempo lleva ahí?»
Probablemente ahora no sea el momento de fijarse una vez más en lo
bueno que está Memnón, pero, joder, en ese aspecto, la Diosa lo bendijo un
poco más que al resto.
Después, con el paso del tiempo, tuvo que arrepentirse de haberlo hecho
y lo maldijo para compensarlo.
Lleva el pelo peinado hacia atrás, por lo que tiene la cara despejada y se
le ve la cicatriz que lo recorre desde el ojo hasta la oreja y la mandíbula.
Tiene el ceño fruncido y diría que está enfadado, salvo porque hay un atisbo
de confusión en su mirada.
Se aparta de la pared y su fascinante magia se despliega como una flor.
—Y, por todos los dioses, ¿qué es ese olor? Es peor que esa comida
romana que me hiciste probar…
—No te atrevas a entrar —le advierto, aferrada a la encimera que tengo
detrás para sujetarme. Las piernas me ceden al verlo. Este es el hombre que
podría haber asesinado a una de mis hermanas del aquelarre.
Y me odia.
Memnón levanta la barbilla, a pesar de que su magia chasquea, aburrida.
—¿O qué? —Cuadra los hombros y entra en la estancia dando un paso
calculado—. ¿Qué va a hacerme ahora la esposa que perdí hace tanto
tiempo?
Justo entonces me doy cuenta de que, una vez más, estamos hablando
ese otro idioma. Despierta en mí sentimientos extraños a los que no les
encuentro sentido. Lo único que identifico es el terror que me recorre todo
el cuerpo cuanto más tiempo miro a este antiguo hechicero.
El corazón me golpea las paredes del pecho como si estuviera
desesperado por irse.
Memnón inclina la cabeza y escudriña mi expresión.
Un destello de algo aparece en sus ojos, pero desaparece tan rápido
como ha venido.
—Ahora llega el miedo —dice—. ¿Te percatas, mi reina, de que tienes
cuentas pendientes?
—Juro por Diosa que gritaré tan fuerte que toda esta maldita casa se te
echará encima.
Memnón se detiene, entrecerrando los ojos.
—¿Esa es tu amenaza, Roxilana? ¿Gritar mucho? ¿A qué estás jugando?
—dice.
Sigue haciendo la misma pregunta y, por Diosa, lo único peor que un
hechicero vengativo es un hechicero vengativo y confundido.
—Te diré lo que sé —susurro— si dejas de acercarte.
Memnón debe de estar desesperado por obtener respuestas, porque se
detiene.
Lo recorro con la mirada. Viste una camiseta blanca ajustada que revela
sus antebrazos tatuados. La lleva por dentro de un pantalón negro suelto,
que a su vez tiene los bajos metidos en unas pesadas botas militares. Ha
desaparecido el antiguo guerrero que desperté. Cada centímetro de él
recuerda a alguna especie de soldado moderno de operaciones especiales.
Su poder emana de él como el vapor del agua hirviendo y una vez más
me sorprende que este hombre, de entre todas las posibilidades, sea un
hechicero; no parece que hayan hecho bien el casting para el papel. Se
supone que no debería tener músculos y poder. Eso es como hacer trampas.
Mierda, a lo mejor por eso está maldito. Algo tiene que igualar el campo
de batalla con este hombre.
La expresión de Memnón se endurece ante mi mirada, pero aún siento su
ira explosiva.
—Estoy esperando.
—Sí, bueno, dame un segundo… Es que eres un mojabragas.
Mierda.
¿Eso acaba de salir de mi boca?
¿De verdad acabo de decir eso?
Memnón levanta las cejas y por su rostro se expande una expresión de
autosatisfacción.
Me arden las mejillas.
—Porque e-eres aterrador y estoy in-intentando no mearme encima —
tartamudeo.
Por favor, entiérrame y sálvame de mí misma.
Empieza a cubrir la distancia que nos separa.
Levanto una mano.
—¡Retrocede! —le advierto.
Memnón me aparta la mano como si no fuera más que una molestia e
invade mi espacio personal.
—Roxilana —gruñe, mirándome.
Se me endurece la piel ante el sonido gutural de ese nombre en sus
labios. Ni siquiera es el mío y aun así me afecta. ¿No es esto muy retorcido?
—¿A qué estás jugando? —exige de nuevo, como si mordiera cada
palabra.
Levanto la mandíbula, obstinada, y lo miro.
—Tienes que retroceder. Ahora. —Con cierto retraso, me doy cuenta de
que he vuelto a cambiar de idioma. Solo que esta vez he hablado en latín.
Me dedica una sonrisa y, por todos los dioses, qué perversa es.
—¿Crees que las amenazas van a funcionar conmigo? —responde en
latín. Un segundo después, me pone una mano en el cuello y aprieta con
cuidado—. Yo soy quien dice ahora las amenazas, esposa —añade,
apretándome la garganta, pero solo un poco, para que quede claro lo que
quiere decir—. Responde a mi pregunta.
—Esto no es un juego para mí —digo, volviendo de nuevo a ese otro
idioma desconocido, y las palabras me salen solas de la boca—. Es mi vida.
—Tu vida —repite con amargura—. ¿Y has estado disfrutando de tu
tiempo a solas? ¿Todos estos veinte siglos?
Cuanto más habla, más fuerte me agarra la garganta.
—¿Has comido pan duro? —digo, lo que al parecer es una forma antigua
de decir «¿Qué te has fumado?»—. Escucha, me llamo Selene, tengo veinte
años y la primera vez que te vi fue cuando abrí tu tumba. Ni soy tu esposa
ni te he traicionado.
Conforme hablo, la furia de Memnón se va transformando en algo más
frío y decidido.
Me mira fijamente durante varios segundos.
—Así que sigues decidida a mentirme —dice al fin.
Quiero gritar. ¿Es que no ha escuchado nada de lo que acabo de decir?
Sigue hablando:
—Hace mucho tiempo que no estás cerca de mí, mi reina, así que quizás
has olvidado que inspiro miedo en el corazón de mis enemigos.
No dejo de acordarme de Kate, la bruja asesinada. De repente, la mano
que me rodea la garganta me parece mucho más amenazadora de lo que
había creído hasta ahora.
Mis ojos vuelan hacia mi familiar. Nero está hecho un ovillo en la
alfombra de la cocina, con los ojos cerrados.
«¿Por qué está durmiendo justo ahora?»
—Nero —jadeo, intentando llamar su atención. Mueve una oreja y
balancea la cola, pero sigue con los ojos cerrados.
—¿Nero? —repite Memnón. El veneno que destila su voz llama mi
atención—. ¿Qué tiene que ver ese capullo? ¿Me traicionaste por él?
¿Incluso después de lo que intentó hacerte?
¿De qué coño está hablando?
—Es… mi familiar —resuello—. Se llama… Nero.
Memnón frunce aún más el ceño.
—No, no se llama así.
Vaya por Diosa, maldita sea la audacia de este hombre.
—Nero —suelto, dispuesta a deslizarme en la mente de la pantera para
despertarlo.
Antes de llegar a hacerlo, mi enorme gato se levanta, estira las patas un
poco y se pone en movimiento.
Joder, por fin. Esa es la demostración de solidaridad que he estado
esperando…
Nero camina hasta Memnón y restriega la cara contra la pierna del
hechicero.
¿Qué narices…?
—¿En serio? —chillo.
¿Me están sujetando del cuello y Nero cree que debería hacerse amigo
de Memnón? ¿De Memnón?
Mi familiar está defectuoso.
—¿Esperas que me crea alguna de tus mentiras? —El hechicero recorre
la habitación con los ojos—. ¿O de esta farsa de vida que te has creado?
»No puedes esperar que me crea que pasaste de gobernar la nación más
poderosa de la buena tierra de Api a esto. —Levanta el labio superior y
observa la cocina antes de volver a centrar su atención en mí—. ¿Y esa
demostración ridícula de magia de hace un rato? Era una broma, ¿verdad?
La forma en la que dice la última parte… Mierda, debe de haber visto
toda la receta del amuleto. No es el momento del que más orgullosa me
siento.
—Seguramente —continúa— no planeaste mi muerte para terminar
siendo una sombra tan patética de tu antigua…
Mi mano ya se está moviendo antes de que yo haya decido que voy a
atizarle. La palma se estrella contra la mejilla y produce un agudo sonido.
A la mierda las repercusiones, qué bien me siento.
—No sé quién demonios era Roxilana —digo, cambiando de nuevo al
latín—, pero le pondré una vela y diré una plegaria por todo lo que tuvo que
aguantarte durante a saber cuánto tiempo. Estoy segura de que se rio bien a
gusto cuando te enterró. Sé que yo lo habría hecho.
Me he pasado.
Los ojos de Memnón destellan y un gruñido impío se alza de sus
pulmones. Si antes ya parecía despiadado, ahora parece apocalíptico.
Me aparta del fregadero, todavía agarrándome por el cuello.
—Olvídate de mis planes anteriores —dice en esa otra lengua antigua,
en voz baja y letal—. Haré que me lo pagues ahora.
Desliza la mano del cuello a la muñeca y siento las cosquillas más
desconcertantes del mundo en la piel cada vez que su palma me roza.
Intento zafarme de su agarre, pero es inútil. Memnón me saca a rastras
de la cocina y su magia me envuelve mientras lo sigo. Nero va detrás de
nosotros, caminando como si nada de esto fuera preocupante.
La planta baja de la casa está en silencio, salvo por el zumbido estático
de las luces parpadeantes. A pesar de que es tarde, no puedo ser la única
persona que siga despierta aquí abajo. Pero, salvo por él, la casa ha estado
extrañamente tranquila.
Me doy cuenta de por qué mientras me arrastra al vestíbulo: el brillante
residuo azul de sus hechizos protectores cuelga en el aire entre los dos
pasillos y la biblioteca.
Es probable que los haya puesto Memnón antes y que lo haya hecho para
sacarme de aquí sin que nadie se dé cuenta.
¿Esto es lo que le sucedió a Kate?
Mi intuición me dice que este hombre nunca se atrevería a hacerme
daño, pero también me ha dicho que es violento y peligroso. Además, está
el detalle de que me tiene agarrada por el cuello, me amenazó y ahora me
está arrastrando a donde solo Diosa sabe. Ah, y es un hechicero cuyo poder
se alimenta de su consciencia.
Si salgo por esa puerta con él, puede que nunca regrese.
Pienso rápido; me agarro un pelo, tiró de él y luego dejo que se formen
las palabras.
—Con un pelo de la cabeza y el toque de una esposa despechada, te
expulso de mi morada.
Mi poder arremete y golpea a Memnón, que me suelta el cuello mientras
lo lanza hacia delante.
Mi magia crea una especie de túnel de viento y las nubes trémulas de
color naranja hacen que un candelabro apagado y un montón de papeles
salgan volando por los aires. A nuestro alrededor, las luces de la casa
parpadean erráticas.
Memnón se da la vuelta para mirarme y ahora sonríe, aunque su gesto es
tan afilado como un cuchillo.
—Ahí está tu poder, emperatriz —dice, luchando contra mi magia
mientras esta sigue empujándolo.
A su espalda, las puertas de la casa se abren, como si esta también
quisiera deshacerse de él.
Lo miro; tengo el pelo encrespado en todas direcciones.
—Vete.
Al decirlo, otra ola de poder le golpea en el pecho y Memnón se
tambalea hasta el quicio de la puerta.
Se agarra al marco y se mantiene firme contra la descarga de mi magia.
—No puedes posponer lo inevitable —dice—. Volveré.
Levanto la barbilla.
—Hasta entonces, encenderé una vela en recuerdo de tu esposa.
Los ojos le arden con su creciente magia. Por Diosa, es hermoso.
Hermoso e iracundo. Antes de hacer nada con su poder, oigo el áspero
rugido de las lamassus de piedra, las guardianas del umbral.
De repente, toda su magia es expulsada de la casa y la puerta principal se
cierra de un portazo.
Una vez que se ha ido, me hundo y me apoyo con fuerza contra una
mesa auxiliar que evita caiga desplomada.
«Joder.»
Entonces Nero se me acerca y se me frota contra la piernas.
—Estás en un buen lío desde ahora hasta el final de los tiempos —digo,
hundiéndome del todo en el suelo porque las piernas no quieren
mantenerme en pie.
Nero se frota la cara contra la mía y lo envuelvo con un brazo. Siento en
la cabeza punzadas y un mareo, mi magia se está cobrando su diezmo.
Miro los hechizos protectores de Memnón, los cuales todavía brillan en
el aire. Con un cansado movimiento de muñeca, suelto mi magia y los
destrozo, pero esta acción me hace sentir otro latido en el cráneo. En
cuestión de segundos, los conjuros de protección se disuelven.
Suelto un suspiro de alivio cuando oigo las voces distantes de las
hermanas del aquelarre en algún lugar de la casa.
Apoyo la cabeza contra la de Nero.
—Esperemos que esta sea la última vez que veo a Memnón en un
tiempo.
CAPÍTULO 17

—Dime que me quieres.


—Te quiero —jadeo.
—Dime que soy el único.
—Siempre lo has sido —murmuro, hundiendo los dedos en su áspero
pelo.
Siento unas manos que se deslizan por mi torso y me levantan la
camiseta. Un aliento cálido me abanica los pechos.
Esa boca me aprieta el pezón y jadeo mientras me arqueo al sentir el
beso.
Se aparta demasiado pronto, pero va dejando un reguero de besos
mientras baja y baja por el torso desde el pecho.
—Di que eres mía —exige Memnón.
¿Memnón?
—Soy tuya —respondo, aturdida.
Lo que me rodea empieza a hacerse más nítido mientras también lo hace
mi consciencia. Me fijo en la temblorosa luz de las lámparas, las suaves
sábanas, el hechicero desnudo que desciende por mi cuerpo y los tatuajes de
la espalda que se ondulan con el movimiento.
—Te reclamo ante todos los dioses —dice.
Espera.
¿Qué?
—Memn… Aaah… —grito cuando la mano desciende a mi núcleo y me
arqueo contra él, pues la sensación de sus labios contra mi carne es casi
demasiado.
Soy consciente de que en el fondo algo me preocupa y de que sé que
algo no va bien. Pero no consigo ubicar qué es ese algo…
Me alejo de mis pensamientos cuando Memnón me lame el clítoris,
mueve los dedos hacia mi núcleo y desliza uno dentro.
—¡Diosa!
La sensación me abruma. Intento apartarme para conseguir cierto alivio
de este contacto tan íntimo.
Con la mano libre, él me sujeta enseguida.
—Memnón…, demasiado —jadeo.
Se ríe en mi clítoris.
—Y aun así lo aguantarás todo.
Me obliga a sentir el persistente embate de su lengua y las caricias de sus
labios, todo ello mientras sus dedos entran y salen, entran y salen… Cedo a
la sensación cuando comienzo a llegar al clímax. Empiezo a soltar unos
ruiditos débiles y vergonzosos porque, uf, qué bien está esto. Demasiado
bien.
Memnón aparta la boca del clítoris, pero casi de inmediato la reemplazan
las caricias de su magia. Usa su poder como si fueran otro par de besos
contra mi clítoris y continúa donde lo ha dejado.
Mientras su magia se centra en mí, él me recorre el cuerpo con la
mirada. Cuando nuestros ojos se encuentran, el mundo tiembla.
—Todas las tierras y todos los reinos volverán a ser míos —dice en voz
baja, sin dejar de sacar y meter los dedos— y todos sabrán mi nombre como
antaño lo supieron. Memnón el Indomable. —Sus ojos destellan con
intensidad—. Pero, sobre todo, volverás a ser mía.
Mi orgasmo está tan cerca, tan tan…
Vuelve a colocarse entre mis piernas y deja un beso en el interior del
muslo.
—Pero primero, mi reina, me las pagarás.
Suena la alarma de mi móvil y me despierto sobresaltada. Estoy cubierta
en sudor y mi núcleo late por la necesidad insatisfecha.
Respiro hondo y cojo el teléfono. No estoy segura de si me voy a
encargar del orgasmo que me he perdido y a levantarme o si solo voy a
posponer la alarma y volver a dormir. Antes de que lo decida, veo la
notificación en el móvil:
Alarma para salir a correr con Sybil a las 6:30.
Uf, cierto.
Ahora mismo son y cuarto, lo que significa que apenas me da tiempo a
cambiarme y reunirme con ella como hemos quedado. Así que nada de
orgasmos ni de dormir. Aturdida y malhumorada, cojo la ropa y me la
pongo, me recojo el pelo en una coleta y me ato las zapatillas.
Cuando llamo a la habitación de Sybil, me sobran dos minutos. Y sigo
de mal humor.
Al abrir la puerta, me escanea.
—Tu aspecto refleja cómo me siento —dice, saliendo de la habitación
—. ¿Por qué nos hacemos esto a nosotras mismas?
Me restriego los ojos y sacudo la cabeza.
—Porque somos las reinas de las malas ideas.
—Entonces, a por ello, amiga reina —dice—. Vamos a llevar a cabo esta
mala idea.

Vale, la carrera no está tan mal.


Quiero decir, correr es correr y todo se zarandea y tengo calor en ciertas
partes que no mencionaré y frío en otras. Pero el aire huele a pino y a
petricor y los pájaros trinan…, por no hablar de las vistas.
Sybil nos lleva por un camino de tierra que se pierde por detrás del
campus, luego sigue por el norte y serpentea por las colinas litorales.
—¿Hasta dónde llegan los terrenos del aquelarre? —le pregunto. Tengo
la sensación de que llevo corriendo toda la eternidad y ni siquiera hemos
empezado a volver.
—Kilómetros y kilómetros… En esta dirección están las residencias de
los miembros graduados del aquelarre. —Sybil resopla y señala hacia
delante.
No veo las casas de las que está hablando, pero sé que existen. Los
miembros del aquelarre que prefieren vivir cerca de otras brujas y al mismo
tiempo alejadas del ajetreo de la sociedad normal pueden decidir quedarse
en la propiedad del aquelarre. La idea de envejecer junto a otras brujas
suena bastante idílica, pero quién sabe. A lo mejor para cuando me gradúe
en el Beleño Negro me parece estupendo.
El bosque nos rodea, se abre y da paso a un campo. A mi izquierda,
atisbo el distante litoral y, más allá, el océano.
La palabra idílico se creó para días como este.
Casi consigo olvidarme de mi encuentro con Memnón.
Va a ser un problema… y bastante grande. La semana pasada me visitó
dos veces, por no hablar de mis, eh, vívidos sueños. Y a juzgar por sus
palabras de despedida anoche, volveré a verlo y pronto.
Solo ahora me acuerdo de un detalle que había pasado por alto en
nuestro encuentro.
«¿Y has estado disfrutando de tu tiempo a solas? —dijo—. ¿Todos estos
veinte siglos?»
Un escalofrío me recorre la espalda cuando echo cuentas.
¿Tiene dos mil años?
No concibo tal cantidad de tiempo. Y hablando de tiempo, si Memnón
sabe cuántos años ha dormido, entonces sabe en qué año estamos.
¿Qué más debe de saber?
Por primera vez desde que me enfrenté a él en el observatorio lunar, me
pregunto sobre su vida. ¿Cómo llegó al norte de California desde América
del Sur? ¿De dónde sacó la ropa? ¿De quién obtuvo información sobre el
mundo moderno? Y, por las diosas, ¿dónde se aloja?
Estas preguntas me llenan con una mezcla de temor y culpabilidad. En
realidad, no quiero respuesta para ninguna de ellas, pero también siento que
liberé a este hombre y luego lo abandoné en el mundo.
Tampoco es que me correspondiera a mí ayudarlo. No después de cómo
me trató.
Y hablando de eso…
Mis pensamientos se desvían a mi último sueño. Quiero olvidarme de
que ya he tenido dos sueños tórridos con el puto Memnón. A ver, es que es
perversamente guapo, así que supongo que mis ojos tienen buen gusto,
pero, venga ya, mente, no nos abrimos de piernas ante hombres de ensueño
malvados. Ni siquiera ante aquellos que saben cómo comer un coño.
Me cuesta respirar.
—Ey, ¿estás bien? —dice Sybil a mi lado.
—¿Qué? Sí, estoy bien —suelto deprisa.
Me mira fijamente durante un segundo.
—Siento lo del amuleto —dice al final.
¿Cree que estoy de mal humor por el fiasco del amuleto?
Ojalá fuera eso.
Aparto sus palabras con un gesto.
—Estoy bien. De verdad que sí. Lo volveré a intentar.
Siento sus ojos sobre mí un segundo de más, pero, teniendo en cuenta lo
irregular que es el suelo, acaba por apartar la mirada.
Corremos un ratito más hasta que el camino se divide: un sendero
continúa hacia delante y el otro se curva hacia donde hemos venido.
—A menos que quieras seguir —dice Sybil—, lo mejor sería coger este
camino para volver a casa. —Señala el sendero que gira hacia la residencia.
—No quiero seguir —digo. Ya me empiezan a flaquear las fuerzas y
varios kilómetros me separan de mi habitación.
Cogemos el camino de vuelta y el trino de los pájaros y la luz que se
filtra entre los árboles nos acompañan por Everwoods.
Estamos a poco menos de kilómetro y medio del campus cuando, delante
de nosotras, el sendero está cortado por una cinta que señala que eso es la
escena de un crimen.
Sybil y yo bajamos el ritmo. Hay gente con uniformes de la Politia
pululando por ahí y su magia llena el aire. Hay algo más suspendido en la
brisa, algo lúgubre y empalagoso y malévolo. Incluso por debajo de todo
eso, siento…
… muerte.
Una muerte despiadada y angustiosa. Es una impresión fugaz que
desaparece enseguida.
—Selene… —dice Sybil con un deje de miedo.
Antes de responder, una de las oficiales uniformadas se fija en nosotras.
—¡Ey, vosotras! —grita la mujer.
Imagino que nos va a mandar a paseo, pero en lugar de eso nos hace
señas para que nos acerquemos mientras se dirige hacia la cinta de la escena
del crimen.
—¿Puedo hablar con vosotras un momento? —dice.
Sybil y yo nos miramos antes de que yo responda:
—Sí. Por supuesto.
Nos acercamos al área acordonada. Con cada paso que doy, se me
revuelve el estómago y mi intuición me dice que me mantenga alejada.
Algo no va bien.
—¿Vivís por aquí? —pregunta la agente mientras saca un cuaderno y un
bolígrafo.
—Somos brujas estudiantes en el Aquelarre del Beleño Negro —digo.
—¿Pasáis por este camino con cierta regularidad?
—Ella no —responde Sybil, señalándome—. Yo salgo a correr por este
sendero todas las semanas desde el año pasado.
—¿Alguna de las dos conoce a alguien más que suela venir por aquí? —
pregunta la agente, pasando la mirada de la una a la otra.
Mis ojos se desplazan a la masa de oficiales y demás personal
uniformado; esa sensación enfermiza e incómoda se abre paso por debajo
de mi piel. El grupo de oficiales se separa y diviso un atisbo de…, de…
Mi mente no le encuentra sentido —ni lo hará— a lo que ven mis ojos.
Los colores son carmesí y rosa y beis y negro, un negro muy oleoso…
La agente se coloca delante de mí para bloquearme la vista. Me llevo
una mano a la boca para luchar contra las náuseas.
Sybil me mira a mí, luego a la escena del crimen y luego a la oficial.
—¿Qué está pasando? ¿Ha sucedido algo?
—No se nos permite decir nada sobre una investigación abierta —aclara
con suavidad.
Pero no necesito ni magia ni intuición para saber lo que está pasando. Lo
veo con mis propios ojos.
«Sálvanos, Diosa.»
Ha habido otro asesinato.
CAPÍTULO 18

La noticia sale a la luz ese mismo día.


Otro asesinato. Otra bruja se ha marchado demasiado pronto.
Intento centrarme durante Introducción a la Magia, pero lo único que
veo es esa forma en el suelo, a la que mi mente no le encontró ningún
sentido…, y sigue sin tenerlo. Y luego estaba esa magia grasienta e
impregnada de terror que se aferraba a la escena del crimen como un olor
horrible.
Magia negra. Magia negra de verdad. De esa por la que la gente vende
su alma.
Incluso ahora sigo temblando.
La Politia no ha difundido mucha información sobre el asesinato, pero
por lo que vi era bastante obvio que el ataque sucedió en algún momento
entre ayer por la noche y esta madrugada.
Justo después de que Memnón me visitara.
Siento frío por todo el cuerpo.
¿Podría haber atacado a otra bruja llevado por la rabia? ¿Haberla
matado?
Recuerdo la violencia del poder y de su presencia.
Sí, podría haberlo hecho. Sin ningún problema.
Cojo aire, temblando, y me obligo a apartar estos pensamientos antes de
que entre en bucle. Vuelvo a centrarme en le profesore Huang, que se
encuentra al frente de la sala de conferencias. Tiene el pelo moreno y liso
que le llega hasta los muslos y, cuando se mueve, este también se balancea
como una cortina.
—Como brujas, extraemos la magia del mundo que nos rodea —dice
mientras camina hacia el borde de la tarima, donde hay una mesa. Sobre
ella descansan una docena de objetos diferentes.
—Sin embargo —continúa—, cada una de vosotras tiene una forma
única de interactuar con la magia y, conforme crecen vuestras capacidades,
aprenderéis cómo darle forma a vuestro poder para que encaje en el uso que
le deis.
Mueve la mano por encima de los objetos y los va tocando uno a uno.
—He preparado varios artículos, pero cada uno es simbólico para una
determinada forma de magia.
Me centro en tales objetos. Desde donde estoy sentada, distingo una
planta en una maceta, una rebanada de pan, un relicario, un manojo de
hierbas secas, un cuenco con agua, un cristal, una concha de caracol, una
vasija de arcilla, un canto rodado de río, un cuenco de tierra, una vela
apagada, una página escrita y un vial de lo que parece polvo gris.
—Hoy vamos a aprender cada uno de los tipos de magia que os
reclaman —dice le profesore Huang—. Esto os proporcionará un buen
conocimiento base de vuestra propia magia, que podréis reforzar a partir de
ahí. Es importante conocer nuestros puntos mágicos fuertes. Y, más
adelante en la asignatura, volveremos a hacer esto. Solo que la próxima vez
buscaremos los objetos que queréis evitar, es decir, aquellos que serían
vuestros contrarios mágicos.
»Pero me estoy adelantando. —Da una palmada y su pelo se balancea—.
Ahora, brujas —dice—, tendréis que bajar. Por favor, formad una fila
delante de la mesa.
Me levanto y sigo a mis compañeras de clase hasta el escenario.
—Sé lo que muchas estáis pensando —dice le profesore Huang mientras
formamos la fila—. ¿Por qué tenéis que hacer esto otra vez cuando
seguramente ya lo habéis hecho?
¿Lo hemos… hecho antes?
Mi mente se esfuerza para encontrar un recuerdo parecido a este que ya
haya sucedido aquí en el Beleño Negro o en la Academia Peel. No me viene
ninguno.
Si ese recuerdo existió alguna vez, ha pasado a ser una víctima de mi
magia.
Nuestre instructore continúa:
—Yo recomiendo repetir esta prueba cada pocos años. Como todas
sabemos, la magia es astuta y salvaje y le gusta crecer y cambiar igual que
lo hacemos nosotras.
Cuando ya estamos todas en fila, le profesore Huang se acerca a la mesa
y se coloca delante de la primera bruja.
—Vamos a empezar.
Una por una, mis compañeras de clase se acercan a la mesa y cogen
varios objetos que representan sus preferencias mágicas. La mayoría
terminan gravitando hacia la maceta con la planta —magia verde—, así
como a la rebanada de pan y al manojo de hierbas, pues todas ellas son
objetos que en realidad hablan de una brujería dadora de vida y de medicina
natural.
De vez en cuando, alguien extiende la mano hacia el relicario, el trozo
de papel o el cristal. Yo observo, fascinada y llena de curiosidad por lo que
acabaré cogiendo.
Cuando llega mi turno y me acerco a la mesa, la magia me vibra en las
venas. Recorro los objetos con la mirada. Yo ya sé lo que más le gusta a mi
magia: los recuerdos. Pero los objetos que tengo delante son conductores,
permiten usar la magia en su máxima extensión.
—Cierra los ojos y extiende la mano —me indica le profesore Huang.
Hago lo que me pide. No veo claramente los objetos con los ojos
cerrados, pero siento la magia latiendo por cada uno de ellos. Extiendo el
brazo, con la palma hacia los artilugios. Casi de inmediato, mi mano se
mueve, va hacia la derecha y luego baja hasta que toco algo húmedo con las
puntas de los dedos.
—Agua —murmura mi instructore—. Continúa.
Vuelvo a mover el brazo, que ahora se siente atraído hacia una sección
diferente de la mesa. Cuando la mano cae en otro cuenco, ni siquiera me
hace falta escuchar lo que tiene que decir elle. Siento la suave tierra
colándose entre los dedos.
Levanto la mano de la tierra. Enseguida hay otro objeto que puja por mi
atención.
Mi mano envuelve una piedra suave.
—El canto rodado —dice le profesore Huang—. ¿Algo más?
Suelto la suave piedra. Mi magia me está llamando a dos últimos puntos
en la mesa. Voy primero al objeto más cercano; acaricia con los dedos el
áspero borde de algo y casi lo tiro. Pongo la mano encima con firmeza.
—El cáliz de Vinča —murmura mi instructore—. Interesante, querida.
Un tirón brusco me mueve la mano otra vez. Con los ojos aún cerrados,
agarro el frío vial de cristal. Este es el último objeto.
—Polvo de luna —dice Huang cuando abro los ojos. En la mano tengo
el vial lleno de polvo oscuro.
—Buen trabajo —dice elle—. Qué combinación tan inusual.
Mi decepción me deja un regusto amargo en la lengua.
Agua, tierra, una roca, una vasija y… ¿polvo de luna? ¿Estas son las
cosas por las que me siento atraída? ¿No las hierbas? ¿Ni el pan? Joder, si
me encanta el pan.
Mi magia parece fría e inerte.
—El agua puede indicar que tienes un talento natural para hacer
pociones —dice mi instructora—. Es interesante que eligieras el canto
rodado, pero no los cristales, igual con la tierra en vez de la planta. La
vasija de arcilla es especialmente destacable, ya que tiene casi quinientos
años de antigüedad y contiene algunas de las primeras formas de escritura
grabadas. —Señala una pequeña espiral tallada de forma tosca—. Por
último, el polvo de luna es una indicación de que tu poder puede ser
sensible a las fases lunares… Estas no pueden intensificar los conjuros,
pero deberías leer al respecto.
Me da unas palmaditas en el hombro.
—Un trabajo maravilloso —murmura—. Recordad además que hay
objetos que no están aquí y que también podrían estar conectados con
vuestros poderes: la magia solar, la astral y la numérica son solo unas pocas.
Los deberes serán escribir una redacción sobre vuestras afinidades mágicas
específicas y cómo creéis que interactúan con vuestra magia. Entregadla el
viernes que viene.
Tras esto, me despide. Y ahora me quedo preguntándome qué se supone
que tengo que hacer con un poder al que le gustan la tierra, las piedras, la
cerámica y el agua, pero no las plantas. Ni las hierbas.
Ni el pan.
A ver, ¿a qué clase de magia retorcida no le gusta el puto pan?
Justo cuando estoy casi en la residencia me doy cuenta de que había un
objeto dador de vida muy obvio que no estaba presente, el cual mi
instructore ni siquiera ha nombrado.
La carne.
La sangre y los huesos pueden producir magia dadora de vida igual que
las plantas y las hierbas secas. Pero también es cierto que es una línea
difusa entre la magia blanca y la negra.
Mientras me dirijo a la residencia, no puedo evitar preguntarme si mi
poder es en realidad tan frío e inerte como creo.
A lo mejor sí que le gustan los objetos dadores de vida. Quizás ansía
algo que proviene del suelo y regresa a él, algo que es más fundamental que
las plantas. Que crece y muere.
Que sangra.
Pero nunca lo adivinaré, de un modo u otro. La magia de sangre está
prohibida.
CAPÍTULO 19

Tener un familiar está causando unos cuantos problemas.


Aparte del problema más obvio, que es que las panteras sueltas hacen
que incluso las brujas se pongan nerviosas, resulta que alimentar a un felino
gigante es caro, sobre todo para una chica que está sin blanca, como yo.
A ver, técnicamente, Nero suele estar por el bosque cazando animales
silvestres (intento no estremecerme al pensarlo), pero eso también tiene sus
propios inconvenientes. Por ejemplo, puede que lo esté haciendo en el
territorio de los licántropos, cosa que podría acarrear consecuencias
catastróficas. Por no mencionar que, mientras tanto, Nero estaría cazando
de forma ilegal.
En resumen, es un dolor de cabeza terrible y es mucho más fácil traerle
comida del carnicero.
Así que necesito un trabajo.
Miro el tablón de anuncios que cuelga en el pasillo, a la izquierda de la
escalera principal de mi casa. Hay varios anuncios de trabajos sujetos con
chinchetas. Los miro fijamente, como si fueran el Santo Grial.
Antes de vivir aquí, no podría haber aspirado ni a uno solo de estos
empleos. Todos exigen que sea una bruja afiliada a un aquelarre, cosa que
no era entonces.
Sin embargo, ahora puedo desempeñar cualquiera de ellos…,
suponiendo que me contraten.
Estudio los anuncios. Alguien quiere una bruja para que le quite cinco
años de encima. Otra persona quiere usar en su casa un conjuro de limpieza.
Otro anuncio es para una necesidad no revelada, pero está impreso en una
elegante cartulina, lo que me hace pensar que quien sea que lo ha puesto
tiene dinero de sobra.
Dinero que sin duda me vendría bien, sobre todo desde que me enteré
hace un rato de que el amuleto que rehíce para la asignatura de Hechizos
Protectores no me ha granjeado ese aprendizaje que codiciaba.
Apunto los números de cada puesto de trabajo. Si soy sincera, no estoy
segura de si podría quitarle cinco años a un sapo, así que mucho menos a
una persona, ni tampoco conozco ningún hechizo de limpieza satisfactorio
(mi antiguo apartamento es prueba de ello). Pero estoy dispuesta a aprender,
siempre y cuando me haga ganar un par de dólares extra.
Otra bruja se acerca al tablón de anuncios y mira las ofertas.
—Nunca hay suficientes, en mi opinión —dice.
Hago un ruidito para demostrar que estoy de acuerdo, aunque ¿qué sabré
yo? Soy nueva.
La otra se vuelve hacia mí y lo primero en lo que me fijo es en lo
blancos que tiene los dientes. Blancos y rectos. Luego me fijo en sus cejas
perfectamente arqueadas y la manera en que el pelo le cae con unas
ordenadas ondas sueltas. Las brujas siempre impresionan, de una forma y
otra. Ya sea porque tienen una nariz larga, un cuerpo enjuto, unos ojos
raros, el pelo encrespado, unas curvas generosas, una mente aturullada, una
cara larga, una marca de nacimiento prominente o, como sucede en este
caso, una simetría agradable.
—¿Estás buscando algo en particular? —pregunta.
—En realidad no —respondo, y vuelvo a centrar la atención en el tablón
de anuncios. En teoría, estoy buscando algo fácil, pero me conformaré con
lo que haya disponible.
—¿Así que solo estás corta de pasta? —dice.
Dudo; luego vuelvo a mirar a la bruja que tengo a mi lado.
A ver, sí, mi cuenta corriente llora agarrada a una botella de vino la
mayoría de los días de la semana, pero no quiero parecer desesperada.
Ella se da cuenta de mi incertidumbre.
—Lo siento, espero que no haya sido maleducado por mi parte —dice—.
Es solo que… —Mira alrededor y luego se inclina hacia mí—. Hay un
círculo de hechizos que algunas hacemos todas las lunas nuevas y está
financiado por unos cuantos patrocinadores privados. Es un tanto turbio,
pero pagan bien.
Eso suena muy interesante y a que no es lo mío al cien por cien. Mira, a
tope con lo de infringir las reglas, pero escarmenté sobre lo de no meterse
con mierdas turbias cuando abrí una tumba abarrotada de hechizos de
protección y solté a un demonio antiguo que piensa que soy su mujer
muerta y que ahora me está acosando. Y quizás esté matando brujas.
Una chica no puede soportar tantos problemas.
Pero… también estoy desesperada, tanto por conseguir dinero rápido
como por tener amigas.
—Gracias por la oferta —digo—. Me lo pensaré.
Y dentro de nada lo olvidaré. Esperemos que para bien.
La bruja me responde con una sonrisa.
—Por favor, hazlo. Son quinientos fáciles.
«¿Dólares?»
Cojo aire y casi me atraganto con mi propia saliva.
—Perdona, ¿qué?
¿Quinientos dólares? Tiene que ser una broma.
O algo ilegal. Probablemente muy muy ilegal.
La bruja me suelta una sonrisa hermética.
—Nuestro patrocinador paga bien.
Vaya que sí. Quinientos dólares es casi dinero suficiente para mandar mi
moral a tomar viento.
Después de dudar por un momento, mi hermana de aquelarre saca un
cuaderno y garabatea algo.
—Me llamo Kasey y este es mi número. Si decides unirte a nosotras,
escríbeme. —Le da unos golpecitos al número escrito y se aparta—.
Piénsatelo y dime algo. El próximo círculo es el sábado.
Se despide con la mano y se dirige hacia las escaleras; luego se vuelve
para gritarme por encima del hombro:
—Espero que decidas venir.

Cuando entro en mi habitación, las luces están encendidas, la música sale a


todo volumen de los altavoces y hay un hombre enorme sentado en la silla
de mi ordenador, cuyos brazos musculados y tatuajes se le ven por debajo
de la camiseta ajustada. Tiene abierta una de las páginas de mis redes
sociales. Muestra una foto en la que aparecernos Sybil y yo; llevamos un
pelele y sujetamos sendos vasos de plástico rojos. Estoy sacando la lengua y
hago el símbolo de la paz con dos dedos extendidos, mientras que mi amiga
lanza un beso.
No es… mi mejor momento. Aunque no recuerdo esa noche en
particular.
Paso la mirada de mi foto a Memnón.
—¿Qué coño? —digo.
Levanto la mano mientras preparo mi magia, más enfadada que asustada.
Él se retrepa en mi silla de escritorio, chasquea los dedos y, puf, todo se
sume en el silencio.
—El mundo en el que vives es fascinante —responde… en mi idioma.
Tiene un sutil acento extranjero, así que las palabras le salen guturales y
como ruladas.
Me recorre con los ojos, deteniéndose en el corto vestido cruzado que he
llevado a clase. Se le calienta la mirada.
Lanzo el bolso a la cama con enfado, se me está acelerando el pulso.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto
Memnón entrelaza las manos detrás de la cabeza mientras se recuesta en
mi silla.
—Estoy viendo dónde vive la confabuladora de mi esposa —dice,
hablando todavía en mi idioma. Mira a su alrededor—. Tu habitación es aún
más pequeña de lo que era tu caravana. —Recorre con la mirada las notas
adhesivas que cubren la habitación—. Veo que no has perdido tu amor por
la escritura.
—No puedes… aparecer por aquí sin más cuando te dé la gana —digo,
alarmada porque ya lo ha hecho.
Ni siquiera me voy a molestar en preguntar cómo sabía cuál era mi
habitación.
Memnón me mira entrecerrando los ojos, sin abandonar esa sonrisilla
insufrible que me hace sentir calor en los lugares equivocados.
¿Por qué tengo que reaccionar así ante él? Sin duda alguna es malvado,
la cicatriz y el poder que destila son pruebas de ello, está claro.
Simplemente mi cuerpo no se ha puesto al día con mi mente.
—¿Eso te molesta, est amage?
«Mi reina.» Esas dos palabras son las únicas que ha pronunciado en su
antiguo idioma hasta ahora.
Por supuesto que me molesta. Se ha autoproclamado mi enemigo.
También podría haber asesinado a dos brujas.
Y, una vez más, estoy atrapada en una habitación enana con él.
—La última vez que te vi, te expulsé —afirmo.
Memnón deja caer las manos desde la nuca hasta los brazos de la silla.
—Sí, bueno, a tu magia le gusto demasiado como para mantenerme
alejado mucho tiempo.
Frunzo el ceño cuando me acuerdo del modo en que sus conjuros se
derritieron cuando mi magia los tocó. Pensar que nuestros poderes se gustan
quizás sea lo más perturbador que he escuchado en todo el día.
—Tienes que irte —digo.
—Me iré cuando esté listo.
Quiero gritar.
—Juro por Diosa que te expulsaré otra vez si no te marchas.
Vuelve a dibujar una mueca burlona y, a lo mejor es por la forma en que
tira de su cicatriz o quizás el modo en que deja a la vista sus dientes
afilados, pero me estremezco ante lo perversa que es esa sonrisa. Perversa y
sexy, por absurdo que parezca.
Me entran los calores y me aturullo al verla.
Memnón levanta la barbilla.
—Inténtalo, brujilla.
Lo miro fijamente durante un buen rato. Sus ojos tienen algo salvaje; me
observa como si fuera una serpiente a punto de atacar.
Un conjuro de expulsión podría ser una idea muy muy mala.
Necesito sacarlo de aquí de cualquier otra forma. Pero primero…
Mis ojos vuelan a la página de mi red social, donde mi foto con Sybil
sigue ocupando la mayoría de la pantalla.
Me acerco al escritorio antes de inclinarme sobre él para salir de la
página.
Memnón se me acerca y me roza el pelo con los labios.
Me quedo helada ante el contacto.
—Llegas, me despiertas —dice casi ronroneando, con voz muy suave—
y ahora sigues existiendo sin más como si nada hubiera cambiado.
Trago saliva e intento controlar el modo en que me tiembla el cuerpo al
tenerlo tan cerca. Entonces vuelvo a acordarme de mis sueños y recuerdo
con muchísima nitidez cómo me sentí al tenerlo cerca.
Cierro la pantalla del portátil y me aparto del escritorio.
Memnón me atrapa la muñeca.
—Roxilana, dime por qué —suplica.
Por una vez, su aterradora esencia sobrenatural está desprotegida y hay
algo en sus ojos cuando me mira, algo que está más allá del calor y la rabia.
—Me llamo Selene —le recuerdo.
—Puedes mentirles a todos los demás, pero no a mí —dice.
De verdad se cree que esto es alguna elaborada pantomima que esa
mujer, la tal Roxilana, se niega a parar.
No me extraña que esté confundido.
—No soy ella —insisto.
Se levanta poco a poco de la silla y me acuerdo otra vez de lo alto que es
este hombre. Tengo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo. No ayuda
que cada centímetro de su cuerpo parezca estar hecho de unos pesados
músculos bien apretados.
Memnón extiende la mano y yo me encojo. Frunce el ceño cuando ve mi
reacción, pero eso no parece impedirle que me envuelva las mejillas con las
manos y me levante la cabeza.
Me da unos golpecitos en el moflete con el pulgar.
—Tienes los mismos ojos azules que mi Roxi, incluso la línea blanca
que rodea su interior. —Me echa la cabeza a un lado y me toca algo que
tengo cerca de la oreja—. Tienes los dos mismos lunares que ella, justo
aquí. —Mientras Memnón habla, sus ojos se suavizan.
Me pasa la mano por el pelo y es como si, por un segundo, se hubiera
olvidado de sí mismo y de su venganza. Su caricia es casi reverente
mientras me pasa los dedos a lo largo del cabello. Siento que me ha
hipnotizado.
—Y este pelo —añade— es del mismo color canela que el de Roxi. —
Me lo suelta, pero la otra mano sigue en mi rostro—. Tienes una marca de
nacimiento en la parte trasera del muslo izquierdo y el segundo dedo del pie
es más largo que el gordo. ¿Debería seguir?
Lo miro fijamente, como si hubiera visto un fantasma.
—¿Cómo sabes todas esas cosas sobre mí? —digo.
Frunce las cejas, confuso.
—¿Por qué no iba a saberlas? Me he pasado años mapeando tu
cuerpo…, igual que tú has hecho con el mío.
«¿Qué?»
Casi por instinto, mis ojos miran esa cicatriz suya. Memnón tiene
muchos rasgos distintivos, pero quizás ese sea el más prominente.
Al ver dónde he puesto la atención, dice en voz baja:
—Puedes tocarla, est amage.
No debería hacerlo.
En el mejor de los casos, parece una buena idea y, en el peor, una
trampa. Pero eso no me impide invadir su espacio personal y extender la
mano, un tanto insegura. En el momento en que toco la piel arrugada de la
cicatriz, cierra los ojos y se le dilatan las fosas nasales.
Memnón se queda tan quieto que parece de piedra mientras yo recorro
con los dedos el sendero de su cicatriz; avanzo primero hacia la oreja y
luego bajo hacia la mandíbula.
—Parece que dolió —murmuro.
Hace un ruidito que ni confirma ni desmiente nada. Porque claro que
dolió. Debió de ser horrible.
Llego al final de la cicatriz y, en contra de mi voluntad, dejo caer la
mano.
Cuando Memnón vuelve a abrir los ojos, ya no veo rastro de su ira. Sin
embargo, lo que sí hay es un anhelo tan profundo que se me encoge el
estómago.
—Esposa —jadea, fijando la mirada en mis labios.
Trago saliva; a mí los ojos también se me han ido a su boca. Quiero
volver a besarlo para saborear su anhelo. Soy incapaz de recordar a nadie
que me haya mirado de ese modo.
Pero no soy su esposa. Fuera cual fuera esa maravillosa y trágica historia
de amor que tuvo, no fue conmigo.
Me llevo una mano a la sien para intentar apartar mi propio deseo.
—¿Por qué sabes mi idioma? —pregunto para distraerme, solo para
apartar la mente de la idea de besarlo.
—Ya conoces mi poder —dice, casi obstinado, como si pensara que sigo
mintiendo—. Sabes que puedo extraer lo que quiera de la mente de los
demás, incluso el idioma.
Abro los ojos como platos.
¿Que puede hacer qué?
Él ladea la cabeza.
—¿Por qué sigues fingiendo conmigo, emperatriz? —pregunta, y parte
de la rabia de antes vuelve a deslizarse en sus ojos.
—No estoy fingiendo nada, Memnón.
—Entonces, ¿por qué sabes sármata, el idioma de mi pueblo? Se supone
que hace muchísimos siglos que es una lengua muerta.
Así que eso es lo que he estado hablando. Sármata.
—Sé varias cosas que no tienen explicación…
—Eso sí que la tiene —insiste él antes de que yo termine—. Es la prueba
de que viviste conmigo.
Lo miro.
—Puede que esto te sorprenda, pero no todo gira en torno a ti, Memnón.
Su mirada se vuelve más intensa.
—No, casi todo en mi vida gira en torno a ti.
Sigue mirándome fijamente y yo me retuerzo.
—No soy tu Roxi —insisto; no pienso detenerme en lo que ha dicho de
los idiomas—. Puedo demostrarlo.
Tengo que hacerlo, llegados a este punto, por su bien y por el mío.
Porque eso es lo que provoca la pérdida de memoria: hace que te cuestiones
tu realidad todo el rato.
Paso la mirada por mis cosas para buscar algo, cualquier cosa, que
convenza a este hombre de que posiblemente yo no podría ser la traidora de
su mujer. Cuando mis ojos aterrizan en los lomos de mis álbumes de fotos,
me detengo.
Por supuesto.
Es tan obvio que duele.
Paso por al lado de Memnón, me acerco a ellos y los saco todos.
Mientras los recojo, señalo con la cabeza la silla de escritorio.
—Siéntate —le ordeno.
Un segundo después de haber soltado la orden, ya estoy segura de que
no me va a escuchar. Pero me lanza una mirada divertida y vuelve a
sentarse obedientemente en la silla, con las piernas abiertas.
Suelto todos los álbumes encima de la cama y cojo uno encuadernado en
tela beis con la palabra «Recuerdos» escrita en letras doradas en medio de
la portada.
Memnón me observa con una intensidad inquietante mientras me vuelvo
hacia él con el álbum entre las manos.
Una extraña sensación de que tiran de mí se me instala en el pecho
cuanto más me acerco. Me obligo a mí misma a ignorar hasta el último
detalle sobre él, porque quiero recrearme en todo ello: el lustroso bronce de
su piel, las espirales de sus tatuajes, los ondulantes surcos de los
músculos…
Le tiendo el álbum de fotos.
—Aquí tienes tu prueba.
Memnón observa con el ceño fruncido el libro que tiene entre las manos
y de vez en cuando levanta la mirada de nuevo hacia mí, como si pensara
que esto es alguna especie de broma elaborada.
Reticente, lo abre.
Se sume en un silencio casi preternatural. Atraída por su reacción —qué
demonios, por él—, me pongo a su lado y miro las imágenes por encima de
su hombro. Este álbum empieza en mi octavo cumpleaños. Hay fotos mías,
de mis amigas y del castillo hinchable que alquilamos y pusimos en lo que
debe de ser el jardín de atrás de casa.
Yo soplando las velas, abriendo regalos, poniéndoles caras graciosas a
mis amigos. Tengo el pelo alborotado, solo me han salido parte de los
incisivos y tengo un montón de pecas salpicadas por la nariz que han
desaparecido desde entonces.
No recuerdo ese día ni la casa. Pero sí a una de mis amigas… Eh…
Emily. Sí, a ella la recuerdo.
Mientras Memnón pasa las páginas, extiende una mano y me acaricia el
brazo con los nudillos de manera ausente. Me quedo sin aliento y bajo la
mirada hacia ese roce, aunque el hechicero ni siquiera parece darse cuenta.
Debería apartar el brazo. Una persona cuerda lo haría.
Sin embargo, dejo que mi posible marido me acaricie.
Su tacto es muy suave y muy opuesto a todos sus aspectos violentos.
Solo mueve la mano para repasar la forma de mi cara en una foto en la que
aparezco en primer plano; estoy en una boda familiar un año o dos después.
Apenas recuerdo aquel evento.
Memnón empieza a sacudir una pierna y, cuantas más páginas pasa, más
se agita.
De repente, lanza el álbum a un lado.
—No —dice—. No.
Se pone de pie y se pasa los dedos por el pelo. Mis depravados ojillos se
dan cuenta del modo en que la camiseta se le pega al cuerpo al hacerlo.
—Si no eres mi Roxi, entonces, ¿quién eres? —dice, con los ojos
inundados de desolación.
Eh, esta me la sé.
—Me llamo Selene Bowers. Mis padres son Olivia y Benjamin Bowers.
Nací el…
Sacude la cabeza y aprieta los párpados.
—No, no, no. No me lo creo. No.
—La mujer que te traicionó no está. Yo soy otra persona. Nací hace
veinte años. ¿Qué más pruebas necesitas?
Abre los ojos y me mira, prestando atención a la parte superior de mi
torso.
—Tu piel… Me gustaría verla, est amage.
Lo miro frunciendo el ceño.
—No me voy a desnudar.
—No, hoy no —me da la razón.
Su respuesta me deja sin aliento y sus palabras tiran de mi magia como
si fuera una cuerda rasgada.
Memnón se levanta de la silla antes de acercarse a mí despacio, como si
yo pudiera salir pitando en cualquier momento.
—Tienes tatuajes —dice.
Un extraño zumbido empieza a surgir entre nosotros, un zumbido que en
realidad no lo es para nada. Creo que tiene que ver con nuestra magia, pero
siento que se mueve por mis brazos y por mi espina y me palpita el corazón.
—Roxilana tenía tatuajes —lo corrijo.
Yo no tengo ninguno. Pero ahora siento curiosidad.
Memnón llega a donde estoy y hace un gesto hacia el brazo.
Anda, ¿ahora, después de haberme amarrado, me pide permiso?
Estiro el brazo para que quede a su alcance. Poco a poco, como si no
quisiera asustarme, me toma el antebrazo y, con la otra mano, me levanta la
manga suelta del vestido, con lo que el brazo y el hombro quedan al
descubierto.
Lo oigo tomar aire y mi mirada vuela a su rostro.
Parece… no creérselo.
Memnón levanta un dedo y me traza líneas fantasmas en los brazos.
—Tenías una pantera tatuada justo aquí —dice, con la voz calmada,
controlada—. Y, debajo, un ciervo muerto.
Qué bonito.
Mueve la mano por mi hombro y se detiene en el pecho, justo encima
del corazón. Es un toque íntimo, a pesar de que está solo a unos centímetros
de donde estaba antes.
La lógica me dice que aparte la mano del hechicero de un bofetón. El
instinto quiere que apriete mi propia mano contra la suya y lo ancle a mí.
Así que tomo la decisión de no hacer nada.
—Tenías mi marca justo aquí —dice con suavidad.
Por un segundo, me da la sensación de que Memnón también pretende
bajarme el escote del vestido. En cambio, se lleva la mano a su propia
camiseta y se la quita con un único movimiento fluido.
«Nadie ha dicho que pudieras desnudarte en mi habitación.»
La protesta se me muere en la garganta en cuanto mis ojos aterrizan en
su torso expuesto. Trago saliva al ver sus apretados músculos, pero es
imposible fijarse en ellos sin reparar también en los tatuajes. Memnón está
cubierto de ellos: un ciervo de cuyos cuernos brotan flores, un grifo alzado
sobre los cuartos traseros, una pantera rugiendo que parece estar aferrada a
su cuello. Y, justo encima del corazón del hechicero, un dragón alado.
Ahora se toca esa imagen de tinta.
—La marca del clan de mi familia —dice, mirándome fijamente con
ojos salvajes.
Ahora sí que me aparto el cuello de mi vestido para enseñarle mi piel
intacta. No hay ningún dragón encima de mi corazón, igual que no había
animales en mi brazo.
Oigo a Memnón coger aire rápido y, por un instante, veo algo en su
expresión que no he visto antes: desesperación. Se desvanece un segundo
después.
—Te los has quitado —me acusa, aunque no hay mucha fuerza en sus
palabras.
Sacudo la cabeza.
—Para empezar, nunca los tuve.
—Eres astuta, Roxi —dice, y se me ponen los pelos de punta ante un
apodo que ni siquiera pretende ser para mí—. Un par de fotos hechizadas y
una piel limpia podrían convencer a otro hombre, pero he visto la extensión
de tu mente y de tu magia. Tendrás que esforzarte más.
—Mis fotos no están hechizadas —le gruño más bien.
Esos álbumes son algo muy preciado para mí porque capturan mucho de
lo que ha perdido mi mente…, mi pasado.
A juzgar por la obstinada mandíbula de Memnón, sé que todo esto ni
siquiera trata sobre fotos ni tatuajes ni lógica. Para él es incomprensible
pensar que yo no soy la tal Roxilana.
Pero debe de estar dándole vueltas. Después de todo, no me ha estado
amenazando y, cuando le miro los ojos, veo desconcierto en lugar de
malicia.
Parece medio convencido. Si lo logro del todo, puede que deje de
acosarme.
Se me ocurre una idea terrible.
Respiro hondo.
—¿Tu poder te permite extraer información de la cabeza de la gente? —
le pregunto.
Memnón me dedica una larga mirada, como si no tuviera claro si estoy
haciendo trampas. Al final, asiente levemente con la cabeza.
Me paso la mano por el pelo; tengo el corazón acelerado cuando hablo:
—Entonces, te propongo un trato: si respondes a una pregunta que yo te
haga con sinceridad…, después te dejaré usar tu poder sobre mi mente para
que lo veas por ti mismo.
En realidad, me sorprende que Memnón todavía no haya hecho algo tan
sencillo. Pero, cuando lo miro ahora, parece… inquieto ante la perspectiva
de hacerlo.
A lo mejor este hombre tiene algo de ética, después de todo.
O quizás es solo que no quiere responder a mi misteriosa pregunta.
Me sostiene la mirada, como si buscara a saber qué. Después de un rato,
inclina la cabeza.
—Haz la pregunta, brujilla.
Se la va a jugar. Gran Diosa, se la va a jugar.
Antes de que se acobarde, levanto la mano y mi poder empieza a
acumularse en la palma. Memnón observa la magia de color melocotón con
algo que parece cariño.
—Responde a esto sin ardid —recito—. Solo la verdad di.
Mi poder serpentea entre el espacio que nos separa y se desliza por sus
labios y su nariz. Respira hondo y cierra los ojos por un segundo.
Se le curvan las comisuras de la boca.
—Tu conjuro se ha enraizado. —Por cómo lo dice, parece complacido
con la sensación, algo que resulta inquietante. Abre los ojos—. Estoy listo.
Oigo el corazón martillearme mientras formo la interrogación. Estoy tan
aterrada por la respuesta que pueda darme Memnón que una parte de mí
quiere preguntar otra cosa.
Pero, si este hombre va a seguir apareciéndose, la verdadera respuesta
me calmaría de verdad parte de los nervios.
—¿Estás asesinando a las brujas que se han encontrado muertas en el
campus?
Memnón me sostiene la mirada, con el rostro impasible. Veo que se le
mueve la garganta, como si la respuesta se estuviera retorciendo para
conseguir salir. La retiene y curva los labios en una sonrisa desafiante.
Espero mientras mi hechizo funciona. Al final, abre los labios.
—No.
Mi magia lo libera de repente y tiemblo de alivio.
Él no es el asesino.
«Él no es el asesino.»
Quiero llorar. No me había dado cuenta del peso que había sido pensar
que Memnón les había hecho daño a brujas inocentes.
Me recorre entera con la mirada.
—Supongo que estás aliviada.
Suelto el aire.
—Mucho.
Él me observa en silencio. Si estaba ofendido porque yo pensaba que él
era el asesino, o decepcionado ahora que no lo creo, ni lo dice ni lo muestra.
Me paso las manos por el pelo para recomponerme una vez más.
—Entonces, ven aquí, emperatriz. —Me hace gestos para que me
acerque—. Es mi turno.
Doy un paso hacia él, insegura.
—Más cerca —insiste.
Ay, Diosa, ¿de verdad voy a dejar que un hechicero me husmee en la
cabeza? Este plan no lo he pensado del todo.
Me acerco más mientras intento apartar los nervios.
—¿Necesitas algo?
Memnón me coge la cabeza por ambos lados y me sobresalto un poco
ante su roce.
—Solo a ti.
Ese extraño zumbido que hay entre los dos se vuelve más fuerte y me
cuesta respirar. También podrían ser sus palabras. Todo lo que dice parece
tener un doble sentido.
No pretendo levantar la vista y encontrarme con la mirada del hechicero
directamente, pero como estoy tan cerca de él mientras me levanta el rostro
hacia el suyo, no puedo mirar a ninguna otra parte.
Sus ojos color licor son tiernos y cariñosos. Me da un vuelco el corazón
al verlos.
«He estado dentro de ti más veces que estrellas hay en el cielo.»
El calor me sube a las mejillas y obligo al recuerdo a apartarse. Memnón
dibuja la sombra de una sonrisa. Sin embargo, un segundo después, ha
desaparecido.
—Cierra los ojos —me ordena.
Lo miro durante unos segundos más, pues me siento pequeña y
vulnerable con sus manos envolviéndome el rostro, su cuerpo cerniéndose
sobre mí y su cara tan cerca.
Cojo aire para infundirme fuerzas y cierro los párpados.
Memnón me da unos golpecitos en la mejilla con el pulgar, a modo de
aprobación tácita.
—Ahora repite después de mí: Ziwatunutapsa vak mi’tavkasavak ozkos
izakgap.
«Descubro mis recuerdos para que los veas.»
Me resulta fácil pronunciar las palabras; los sonidos de esta antigua
lengua son ásperos y cantarines al mismo tiempo.
Sigue hablando:
—Pes danvup kuppu sutvusa vak danus dukup mi’tupusa. Pes vakvu
i’wpatkapsasava kusasuwasa dulipazan detupusa.
«Todo lo que sé, lo comparto contigo. Te doy voluntariamente la verdad
de mi pasado.»
Siento que su magia se alza y, en cuanto termino de hablar, se precipita
dentro de mí.
Por reflejo, le agarro las muñecas a Memnón, lista para apartarle las
manos en cuanto su poder me roce la cabeza, pero el hechicero me sujeta
rápido.
Recuerdo tras recuerdo se van filtrando poco a poco, apenas consigo
encontrarles sentido a ninguno de ellos, solo siento que las punzantes
caricias del poder de Memnón los acarician a todos ellos. Una y otra vez, y
podrían haber pasado segundos u horas. Siento que me ha puesto del revés,
que ha inspeccionado hasta la última mentirijilla y…
Con una maldición, le suelto las manos. Se tambalea hacia atrás; le
cuesta respirar y, cuando me mira, tiene los ojos atormentados.
Busca algo en mi cara, como si esta fuera a darle las respuestas que está
buscando.
—¿Cómo…?
—¿Me crees ahora?
Sigue escudriñándome el rostro y, mientras lo hace, me permito a mí
misma estudiar el suyo. El pelo negro que se le curva en la nuca, los
pronunciados pómulos, esos ojos multifacéticos y esos labios sinuosos, todo
me tiene cautivada.
—Tienes razón, Selene.
Casi cierro los ojos cuando lo oigo decir mi nombre. Es una pequeña
victoria, pero la aceptaré. Y no puedo evitar darme cuenta de lo íntimo que
suena mi nombre en sus labios. Como si supiera cosas sobre mí que nadie
más conoce… Lo cual, ahora que ha rebuscado en mi cabeza, es
técnicamente cierto.
—No recuerdas nada —sigue diciendo—. Tu propia memoria… —
Memnón frunce el ceño y se le forma un surco entre las cejas.
—Mi magia se alimenta de mis recuerdos —explico—. Así que hay
muchas lagunas.
Me estudia.
—No entiendo tu situación —dice despacio—. Por lo menos, no todavía.
Pero, según parece, tú tampoco. —Sonríe para sí mismo—. Así que, por
ahora, aceptaré este horrible simulacro de realidad.
¿Eso significa que ahora, de verdad de la buena, por fin me cree?
La intensidad de su mirada se ha enfriado y lo único que queda es una
especie de tristeza hueca.
—Tenía caballos, guerreros y ejércitos, palacios y sirvientes y
admiradores, pero lo más importante de todo era que te tenía a ti. —Se le
rompe la voz al decir las dos últimas palabras, como una ola que se estrella
contra las rocas.
—Tenías a Roxilana —le recuerdo en voz baja.
Memnón aprieta la mandíbula y aparta la mirada.
—No; al final, parece que ni siquiera la tenía a ella.
Su pecho se alza y se hunde cada vez más rápido; veo el borde violento
de su magia empezar a despertarse.
—Debes irte —digo tranquila.
Él tiene lo que vino a buscar. No es mi culpa que no sea lo que quería.
La magia del hechicero llena la habitación y la mía se alza para unirse
con la suya.
Me lanza una última mirada funesta; luego pasa por mi lado dando
grandes zancadas y sale de la habitación. La puerta se cierra a su espalda y,
sin más, Memnón el Maldito por fin se ha marchado.
CAPÍTULO 20

Estoy tumbada bocabajo, con la mejilla contra una suave sábana.


Hay alguien en mi espalda, dejando besos por mi espina.
—Est amage —jadea Memnón contra mi piel.
Me tenso al oír su voz.
¿No nos habíamos separado hace un par de horas?
Miro alrededor de la habitación. Esta tiene un techo bajo y unas paredes
estrechas de madera oscura. Unas lámparas de aceite repartidas por aquí y
por allá iluminan el intrincado diseño rojo y dorado que hay en la manta
que está debajo de mí.
Recorro el dibujo con los dedos. Eh…, juraría que hay algo justo aquí, lo
tengo en la punta de la lengua.
Memnón me pasa una mano por la espalda desnuda y se me vuelven a
tensar los músculos. Siento la cálida presión de sus piernas contra las mías
y veo nuestra magia entremezclándose en el aire; sus tonos van del naranja
rosado al azul zafiro lóbrego, pasando por el rosa cobrizo y el lavanda
oscuro.
—Relájate, brujilla. Solo quiero hacerte sentir bien.
Un segundo después, Memnón me da la vuelta con cuidado para que
quede tumbada bocarriba.
El hechicero está desnudo y de rodillas, con la polla sobresaliendo hacia
delante. La luz de las lámparas hace que sus ojos parezcan casi líquidos y
me doy cuenta de que dejo de respirar al verlos.
Es consciente de que lo observo fijamente y nos aguantamos la mirada el
uno al otro.
—Dime qué estás pensando —dice en voz baja.
¿Revelar mis pensamientos? Suena aterrador.
Pero, mientras sigo sumida en los ojos de Memnón, no siento terror…, a
menos que sí lo sea esta extraña sensación de estar cayendo.
—Quiero que me beses —confieso, bajando los ojos a sus labios.
Veo que se curvan en una sonrisa… e incluso atisbo esos caninos suyos
afilados.
Memnón se inclina y me deja un beso entre los pechos.
—¿Aquí? —susurra contra mi piel.
Una ola de pelos de punta me recorre los brazos.
Sacudo la cabeza.
Me roza un pecho con la boca y se detiene a lamer el pezón.
—¿Aquí? —pregunta.
Gimo; la piel me arde ante la sensación.
—En los labios —digo jadeando.
Memnón sonríe contra mi piel, todavía con el pezón atrapado entre los
dientes. Esa simple y taimada reacción me inflama los nervios y me
encuentro a mí misma apretando la pelvis contra la suya por instinto.
—Ah, quieres un beso en los labios —dice él.
Un segundo después, empieza a moverse. Pero, en lugar de acercarse
más a mi boca, se aparta y usa una rodilla para separarme las piernas.
Memnón me mira y me lanza una sonrisa que promete pecados. Se
inclina como si estuviera a punto de hacer una reverencia. Sin embargo, se
coloca una de mis piernas sobre el hombro y luego la otra.
Su boca queda a unos centímetros de mi coño. Solo ahora asocio las
palabras que ha dicho antes.
«Quieres un beso en los labios.»
Siento su respiración en mis pliegues sensibles. Por todos los hechizos
del infierno. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
—Eres la única diosa a la que le rezo —murmura y me deja un beso en
el interior del muslo—. Aunque también eres vengativa de narices.
Con una mano me acaricia el muslo por fuera y se inclina hacia delante
para darme un beso carnal en los pliegues. Otro escalofrío me sacude el
cuerpo.
Memnón debe de sentirlo, porque deja de acariciarme la pierna para
agarrarme más fuerte.
Un segundo después, desliza la lengua por mi apertura. Mis caderas se
oponen a la acción y un grito sin aliento se me escapa de la boca. Me
embriaga la sensación que despierta en mí.
Él, con la voz ronca por el deseo, dice:
—Déjame que te muestre cómo te rezo, mi diosa iracunda.
Tras esto, se inclina hacia delante y… «reza».
Grito mientras mueve la boca por mi piel sensible. Enseguida encuentra
mi clítoris con los dedos y lo acaricia dibujando círculos mientras desliza la
lengua entre los pliegues y se adentra en mi interior.
Estoy ahí tumbada, jadeando, mientras Memnón me destroza cada vez
que me toca. Un segundo estoy desesperada por alejarme de su
sobreestimulación, pero al siguiente me muero por acercarme más. Es
demasiado…, pero no es suficiente. Necesito menos lengua y dedos y más
del resto de él.
Busco al hechicero; sus manos y su boca en mi carne ya no me
satisfacen. Quiero sentirlo dentro de mí.
Ante mi insistente tirón, Memnón detiene sus atenciones y me permite
que lo conduzca hasta mi cuerpo.
Se coloca encima de mí y su polla queda atrapada entre nosotros. Los
ojos del hechicero brillan mientras me estudia.
—¿Crees que te voy a dar esto?
Mueve las caderas contra las mías y contengo el aliento cuando desliza
la polla entre los pliegues.
Se ríe, empapándose de mi expresión.
—Eh, no. Lo has entendido mal, Selene. —Me besa la mejilla y luego
presiona los labios contra mi oreja—. Te haré sufrir una y otra vez, est
amage. Verás, yo también puedo ser iracundo.

Me despierto sin aire. Vuelvo a tener la mano entre las piernas y mi casi
orgasmo se está retirando. Tengo la piel sudorosa y ardiendo. He estado a
punto de morir por un puto sueño. Otra vez.
Suelto un jadeo de frustración y miro al techo. Está claro que mi
subconsciente cree que necesito un polvo. Y, por desgracia para mí, ha
puesto el punto de mira en el peor hombre posible.
Incluso al pensarlo, una pequeña parte de mí se entristece porque puede
que no vuelva a ver a Memnón. Es mi parte ilógica y masoquista, pero
sigue ahí.
Por otro lado, también me pregunto si se ha ido de verdad. Ya lo expulsé
una vez y básicamente no sirvió para nada. Creo que soy demasiado
optimista al dar por hecho que se ha ido de una vez por todas.
Un sonido que entra por la ventana abierta me distrae de mis
pensamientos. El roble cruje y enseguida Nero aparece de entre la
oscuridad, salta de la rama a la ventana y clava las garras en el marco de
madera.
—Nero.
Sonrío, feliz por ver a mi familiar. Ha estado fuera la mayor parte del día
y, aunque sé que siempre puedo deslizarme en su mente y asegurarme de
que está bien, no es lo mismo que tenerlo aquí, delante de mí.
La forma sombría de mi pantera brinca de la ventana y se acerca a la
cama. Sin muchos preámbulos, salta al colchón y empieza a amasar las
mantas.
Es una adorable maquinita de matar.
Extiendo la mano y le acaricio la cara. Incluso en la oscuridad veo que
cierra los ojos, feliz, porque le estoy rascando.
—Qué buen familiar eres —lo arrullo, y, por una vez, Nero me permite
que lo mime.
Le paso la mano por el cuello y el flanco, pero me detengo cuando toco
algo húmedo y pegajoso.
Un mal presentimiento me invade. Aparto la mano, restriego los dedos
entre sí y luego me los llevo a la nariz. Casi de inmediato, me doy cuenta de
que desprenden un olor empalagoso y a caza.
—Ilumina esta habitación —digo, lanzado mi magia rápido y con fuerza.
Mi poder surge de mí como un látigo y se enrosca para formar un orbe de
luz.
En cuanto se ilumina el espacio, contengo el aliento.
Tengo los dedos cubiertos del brillante color rojo de la sangre. Pero no
está solo en mis dedos, sino por todo…
—Nero.
Me meto en su mente tan rápido que por un segundo me quedo
confundida al ver mi propio rostro humano mirándome fijamente.
Siento que tengo —es decir, él— el flanco, las patas y las garras
húmedas. Pero no hay ningún dolor ni molestia obvios.
«No es de Nero.»
Vuelvo a mi propia cabeza un segundo después. Mi familiar se tumba de
lado y ahora veo que la sangre ha manchado mi colcha de cuadros.
—¿Qué ha pasado? —le pregunto, aunque sé que no puede responder—.
¿Esta sangre es de una de tus presas?
No hay ninguna reacción por su parte.
—¿Le has hecho daño a la criatura a la que pertenece esta sangre?
Sigue sin reaccionar, salvo por la cola, que mueve con irritación.
No estoy haciendo las preguntas correctas.
Mi mente se mueve a lugares más oscuros y aterradores.
—¿Era un humano?
Lentamente, la cabeza de Nero se hunde y se levanta, un movimiento
antinatural en él. Pero sí, ha sido un asentimiento.
—¿Está vivo? —le pregunto.
Nada.
Joder.
Eso es un no.
—¿Puedes llevarme a donde está?
Nero se levanta de la cama y camina hacia la ventana una vez más. Cojo
mi móvil y una sudadera, meto los pies en las zapatillas deportivas y lo
sigo.
CAPÍTULO 21

Me muevo como si estuviera poseída mientras corro detrás de mi familiar,


pues mi conciencia está a caballo entre su cuerpo y el mío.
Solo se me ocurre que esto puede ser una mala idea cuando llegamos a la
línea de árboles que bordean el campus.
Ah, es allí a donde vamos. El corazón me late a toda velocidad.
«Eres una bruja poderosa con un familiar macarra. Nadie va a meterse
contigo.»
Delante de mí, Nero baja el ritmo.
Antes de llegar a ver nada, siento la magia resbaladiza y corrompida que
flota en el aire.
Magia negra.
—Illuminet hunc locum.
«Ilumina este lugar.»
Las palabras en latín salen de mí con fluidez, provienen del mismo lugar
oculto al que van mis recuerdos perdidos. Me sorprende oírlas, sobre todo
porque últimamente la lengua que suele buscar mi memoria es la otra, la
que habla Memnón. Oír este retazo de lengua antigua deslizarse de entre
mis labios es como reencontrarse con una vieja amiga.
Mi magia gira y se convierte en varios orbes de luz ambarina; cada uno
levita en el aire por encima de Nero y de mí. Se colocan entre las copas de
los árboles sin dejar de emitir una tenue luz.
Ahora que lo que me rodea está iluminado, veo el insidioso poder que se
encuentra ante nosotros. Obstruye el aire y mancha el suelo. Tardo un
momento en darme cuenta de que esas manchas son sangre, sangre
impregnada de magia.
A mi lado, mi familiar emite un rugido mientras mira al frente.
Sigo sus ojos. A menos de seis metros por delante de nosotros yace un
cuerpo, con los miembros retorcidos y la ropa y la piel cubiertas de una
sangre teñida de negro oscuro. El largo pelo oscuro oculta la cara de la
persona, pero no esconde la cavidad abierta en el pecho, donde deberían
estar los órganos.
El olor a carne y la magia aceitosa que destella y se le pega al cuerpo son
algo… sobrecogedores. Me vuelvo y contengo las arcadas.
Me imaginaba que encontraría un cadáver, es lo que indicaba Nero. Pero,
aun sí, el descubrimiento me sorprende. Me sorprende y me perturba.
«Tengo que llamar a la Politia pero ya.»
Con una mano temblorosa, saco el móvil. Me lleva varios intentos
buscar el número de teléfono, pues no me funcionan los dedos como
deberían.
Por fin, marco y suena.
—Politia, comisaría cincuenta y tres. ¿En qué puedo ayudarle?
Me lleno los pulmones de aire, pero entonces siento la magia negra en la
garganta y tengo que luchar contra otra oleada de náuseas.
Lo único que consigo decir son apenas unas palabras:
—Ha…, ha habido otro asesinato.

Regreso a la residencia una hora antes del amanecer, con el cuerpo más que
exhausto.
Me han interrogado durante horas y a mi familiar y a mí nos han hecho
fotos y nos han tomado muestras de sangre y de cualquier cosa que
hayamos podido coger de la escena del crimen mientras los agentes de la
Politia registraban mi habitación en busca de más pruebas. Mi cuarto sigue
sellado, pero no tengo prisa por ver ni afrontar las manchas de sangre que
hay por todas mis cosas.
«Voy a tener que bendecirlo todo cuando me permitan regresar.»
Me paso las primeras horas del día llorando en una de las duchas. Nero
está aquí conmigo, restregándome la cabeza contra la pierna para
tranquilizarme. Cualquier otro día, me habría parecido que esta situación
era más que rara: mi familiar y yo dándonos una ducha juntos para
limpiarnos la sangre y la magia negra que se nos han quedado pegadas.
Pero hoy no.
En lo único en lo que puedo centrarme es en el recuerdo de esa persona
muerta, sus órganos arrancados y su propia sangre imbuida de magia negra.
No vi el rostro ni el resplandor de su propia magia, suponiendo que la
tuviera, para empezar. En cierto modo, la falta de rasgos distintivos
empeora todo esto. Al no saber quién es, no puedo convertir mi horror en
duelo o simpatía.
Apoyo la cabeza contra la pared de la ducha y me permito llorar hasta
que me siento vacía.
Me tiemblan las manos mientras cojo una de las dos toallas que el agente
de la Politia me ha sacado antes de mi habitación. Me envuelvo con ella y
uso la otra para secar a mi familiar.
Siento los huesos cansados. Me duelen partes del cuerpo que no me
puedo curar con ungüentos y tiritas.
Una vez que Nero y yo estamos secos, salimos del cuarto de baño
común. Si hay un resquicio de esperanza en toda esta experiencia de mierda
es que siento una conexión mucho más profunda que antes con mi pantera.
Supongo que es cosa del trauma.
Cubierta solo con una toalla, bajo a la segunda planta, donde se
encuentra el dormitorio de Sybil. Me detengo delante de su puerta, con el
pelo aún chorreando. Miro a Nero. Mi pantera me observa con la cabeza
levantada. A lo mejor hay algo en mis ojos o quizás ve que el labio inferior
me tiembla, algo que ha estado sucediendo de manera intermitente durante
las últimas horas, pero restriega la cabeza contra mi pierna y apoya el
cuerpo con fuerza sobre mí.
Me trago un sollozo ante el alarde de afecto protector que exhibe mi, por
lo general distante, familiar.
Le acaricio la cara y el cuello. Me giro de nuevo hacia la puerta, respiro
hondo y llamo.
Al otro lado, oigo a Sybil gritar adormilada:
—¡Largo!
Quiero responder algo rápido, pero siento que tengo la garganta llena de
algodón y no me salen las palabras.
Espero a que mi amiga se levante y abra la puerta. Como no lo hace,
vuelvo a llamar con más insistencia. Oigo un gruñido.
—Más vale que haya muerto alguien, no son horas para que me
despiertes. —Las palabras de Sybil atraviesan la pared. Apoyo la frente
contra la puerta.
—Eso es. —La voz me sale más baja y áspera de lo que imaginaba.
Cierro los ojos para luchar contras las imágenes que hacen fuerza en mi
mente por ponerse en primera fila.
Hay un largo silencio y casi creo que mi amiga se ha vuelto a quedar
dormida cuando oigo el roce de las mantas.
Unos segundos después de que me haya enderezado, la puerta se abre y
Sybil me observa con los ojos desorbitados.
—Selene —dice, frunciendo el ceño—. ¿Qué está pasando?
«Mantén el tipo. Mantén el tipo.»
—Es una larga historia —susurro—. ¿Nos podemos quedar Nero y yo en
tu habitación un par de horas?
—Eso no tienes ni que preguntarlo —dice, cogiéndome de la muñeca y
arrastrándome al interior. Sujeta la puerta para que la pantera se deslice
detrás de mí.
Su ventana está abierta y la percha de su familiar está vacía. Suspiro de
alivio, pues no quiero, para colmo, tener que enfrentarme a que el mío
intente comerse al suyo.
—¿Necesitas ropa? —pregunta.
—Por favor —digo, mientras, a mi lado, Nero olfatea las plantas que
parecen surgir de cada rincón y recoveco de la habitación de mi amiga.
Sybil rebusca en su armario antes de sacar unas mallas y una camiseta.
Me quito la toalla, la cuelgo y me pongo las prendas. Son suaves y
huelen como mi amiga y, una vez que las tengo puestas, me dejo caer en su
cama.
Ella se coloca al otro lado del colchón.
—Hazme sitio —dice, empujándome.
Me arrastro por debajo de las mantas y me acomodo como si la
habitación de mi amiga fuera mi casa, igual que hecho muchísimas veces.
Nero viene a mi lado antes de tumbarse en el suelo junto a mí. Sybil se mete
debajo de las mantas.
Después de un segundo, me pasa los dedos por el pelo.
—¿Estás bien, cariño? —pregunta con dulzura.
Sacudo la cabeza.
—¿Quieres hablar de ello?
Me cuesta respirar.
—No —admito.
Pero de todos modos acabo contándoselo todo.

El resto del aquelarre se entera un par de horas después, mientras Sybil y yo


vemos un programa de repostería en su portátil, acurrucadas las dos en la
cama.
Es imposible no enterarse de este último asesinato teniendo en cuenta el
número de especialistas forenses que he oído subir y bajar por las escaleras,
los cuales sin duda se dirigían a mi cuarto para recoger y catalogar pruebas.
Al final, me obligo a salir de la habitación de Sybil con un boli y un par
de folios de papel pautado para ir a clase y tomar apuntes.
No sé por qué me molesto en ir hoy, pues me quedo ahí sentada y
escribo como un robot todo lo que dice la profesora. En realidad, ni siquiera
lo proceso; mi cuerpo está cansado, y mi cerebro, aturdido. ¿Por qué tuve
que salir al bosque de Everwoods como si fuera una especie de detective en
prácticas? Me estremezco al pensar en Nero vagando por allí con un asesino
que practica las artes oscuras.
Hacia el final de la clase, recibo un mensaje de un número desconocido:
Los forenses han terminado en tu habitación. Puedes regresar.

El alivio y el temor me invaden.


Cuando termina la clase, regreso a mi casa y paso la mano por una de las
lamassus de piedra al franquear la puerta. Una vez que entro, el corazón me
late más rápido.
No sé por qué estoy tan nerviosa. Solo es mi cuarto. Estoy preparada
para reunirme con mis cosas.
Me dirijo hacia las escaleras y recorro el pasillo; las habitaciones que se
encuentran en mi ala de la casa están sumidas en un silencio inquietante.
Normalmente, hay risas, chillidos o ruidos de los familiares de mis
hermanas de aquelarre.
Cuando llego a mi puerta, dudo, pues me acuerdo de la sangre en mis
sábanas.
Cojo aire para reunir fuerzas, agarro el pomo y lo giro. Abro la puerta,
entro y, casi de manera inmediata, arrugo la nariz al notar el olor a
desinfectante y las capas de magia disipada que todavía se aferran a mi
habitación.
Han limpiado la sangre del alféizar de la ventana y del suelo y han
quitado las sábanas de la cama, incluso alguien ha lanzado un conjuro
desinfectante, pero todavía percibo las leves trazas de magia negra.
La habitación parece menos acogedora que cuando todavía no había
traído todas mis pertenencias.
Suelto el aire.
Solo se puede hacer una cosa.
Limpiar.

Me lleva varias horas frotar, bendecir y proteger mi habitación hasta que


quedo satisfecha. Cuando está hecho, compro un edredón y un juego de
sábanas nuevos; me estremezco por dentro cuando me percato de que he
cargado en mi tarjeta de crédito más dinero del que tengo en mi cuenta.
Y además tengo que comprarle más comida a Nero.
Me froto la frente; algo me empieza a palpitar en la sien. El problema de
ser pobre es que siempre estás a un pequeño inconveniente de la ruina.
El edredón era el menor de mis problemas.
Entro en la cuenta del banco y calculo cuánto tiempo me queda hasta
que toque pagar el recibo.
Doce días.
Se me revuelve el estómago de la incomodidad. Doce días para
apañármelas antes de que entre en deuda de manera oficial.
Me froto la cara; me siento perdida.
Aunque había algo, ¿no? Una solución para arreglar esto.
¿Qué era?
Cojo el bolso que llevo a clase y rebusco en él. Cierro la mano alrededor
de mi diario, lo saco y paso las últimas páginas en busca de algo de
información.
Ojeo los deberes, los horarios, las indicaciones escritas a mano y las
descripciones de lugares.
No es esto, ni esto ni esto. ¿Acaso lo recuerdo mal?
Cuando paso la siguiente página, una hoja suelta sale volando. La cojo y
le doy la vuelta.

Kasey

Debajo del nombre hay un número de teléfono y, más abajo, con mi


letra, un mensaje adicional:

Oferta de unirse a un círculo de hechizos.


500 $ el bolo
Parece algo turbio y probablemente sea
una mala idea. Ignóralo a menos que estés
desesperada por conseguir dinero.

No recuerdo haber escrito esta nota y me cuesta encontrar de dónde


viene, pero el nombre de Kasey… Creo que sé quién es esta bruja.
Me mordisqueo el labio, preocupada; mi intuición protesta ante la idea
de participar en algo turbio. Por meterse en líos como este a otras brujas las
han expulsado de su aquelarre.
Miro mi cuenta bancaria una vez más antes de decidirme.
Puedo buscar un trabajo, un préstamo estudiantil o una beca que cubra
mis necesidades en el futuro. Pero mientras tanto…
Guardo el número en el móvil y envío un mensaje:
Quiero participar en el círculo de hechizos.
CAPÍTULO 22

Las brujas hacen fiestas. Muchas. Normalmente, me parece algo estupendo.


Pero esta noche no.
—Sybil, no puedes hablar en serio —digo cuando entro en su habitación
por la noche.
Ya se ha puesto un vestido corto con lentejuelas que cambia de color
dependiendo de la dirección en la que las pongas. Es el tipo de atuendo que
te ruega que lo toques.
—Están matando a brujas en los terrenos del campus a horas
intempestivas —añado. De he hecho, he oído por ahí que el aquelarre está
pensando en imponer un toque de queda.
Levanta la cabeza para mirarme, sujetando una paleta de sombras de
ojos y un pincel. Estudia mis pantalones largos y mi camiseta suelta.
—¿Por qué no estás vestida? Te escribí que había una fiesta hace horas.
—Porque no es seguro —respondo despacio.
Han pasado tres noches desde que encontré a Andrea, la bruja que
asesinaron en el bosque. No estaba afiliada a ningún aquelarre conocido, tan
solo pasaba por la zona.
Aun así, su nombre se me ha grabado en la memoria hasta que mi magia
se lo lleve.
Sybil suspira.
—¿Has visto a alguien al venir? —pregunta sin venir a cuento.
Frunzo las cejas.
—¿Qué tiene eso que ver?
—¿Sí o no? —insiste. Sacudo la cabeza—. ¿Has oído a alguien cuando
ibas andando por la casa?
Frunzo más las cejas.
—¿Acaso eso importa…?
—Las demás compañeras ya están en la fiesta, la cual, sí, está al otro
lado de Everwoods, en territorio licántropo, y, sí, el mundo es un lugar
peligroso, pero siempre lo ha sido para las brujas, Selene.
¿El resto ya están en el bosque? Solo de pensarlo se me hiela la sangre.
¿Por qué nadie se está tomando esto en serio? Sybil continúa:
—La manada Marin está patrullando el bosque y las brujas jefe del
aquelarre han lanzado hechizos protectores en la zona. Quien sea que esté
matando a brujas será incapaz de hacerle daño a ninguna sin que todo el
aquelarre y los cambiaformas se enteren.
»Además —suelta como si nada—, dicen que a esas mujeres no las
mataron en el bosque, solo las movieron allí.
Un escalofrío me sacude el cuerpo.
Como si eso fuera mejor.
—¿Vas a pasearte por ahí sola? —le pregunto.
—Por la Diosa, Selene, iba a ir contigo, pero puedo encontrar otra bruja
con la que ir si tú no vienes.
El infierno se helará antes de dejar que mi mejor amiga vaya sola por ese
bosque con una compañera cualquiera que no cuidará de ella como yo.
Aunque de paso me acaben matando.
Suelto el aire.
—Está bien —accedo—, iré contigo, pero solo si no dejas que te maten
en tu intento por emborracharte y echar un polvo.
Sybil suelta un chillido de emoción.
—No te arrepentirás.
Lo dudo muchísimo.

—Estoy bastante segura de que la gente que inventó los tacones era fan de
la tortura del submarino, las doncellas de hierro y la Inquisición española —
murmuro mientras me pongo unas botas altas del armario de Sybil. Llevo
un vestido corto de color azul oscuro con unas exageradas mangas de
campana—. Y yo soy la idiota que se los pone —continúo— para beber
garrafón y tomar malas decisiones.
—Diosa mía, Selene, deja de canalizar a tu yo octogenaria interior y
suéltate un poco.
Hago una mueca mientras me pongo la otra bota.
—Mi octogenaria interior ha descubierto cosas —replico.
—¿No quieres ver el territorio de los hombres lobo?
En realidad, no.
—Además, Kane va a estar allí…
—Por el amor de nuestra diosa, deja ya lo de Kane —gruño.
—Solo si vas. Si no, lo buscaré y le diré que estás enamoradísima de él y
que quieres tener lobitos bebé con él.
Aterrada, miro a mi amiga.
—Sybil.
Puede que antes sí me hubiera gustado. Pero ahora, cuando cierro los
ojos, pienso en una cara diferente, que me encoge el estómago tanto de
pavor como de deseo.
Mi amiga se carcajea cual bruja malvadísima.
—No lo harás —digo.
—No, pero solo porque vienes.
Sybil me hace unas trencitas a ambos lados de la cabeza y luego las
sujetas atrás con unas horquillas que están pintadas para que parezcan
mariposas reales. Murmura un conjuro bajo el cuello de su camisa y,
cuando me miro en el espejo, veo que las alas de los broches baten y se
recolocan, como si fueran de verdad.
Las dos retocamos el maquillaje la una a la otra y nos marchamos de la
residencia. Sybil y yo atajamos por el campus, pasamos por el enorme
invernadero de cristal que queda a nuestra derecha, el cual todavía está
iluminado a pesar de lo tarde que es. Las farolas que rodean la escuela
bañan el resto del campus de una preciosa luz dorada, pero en cuanto
llegamos a la línea de árboles las sombras nos engullen.
—Esto es una mala idea, Sybil —digo, mirando las formas oscuras de
los árboles que nos rodean. No ayuda nada que esta noche mi familiar esté
cazando por ahí en lugar de a mi lado. No hay nada como tener a una
pantera de guardaespaldas para que una chica se sienta segura.
Sybil se agacha y arranca un tallo del suelo. Lo sujeta en la palma de la
mano y susurra un encantamiento. La planta tiembla y se retuerce ante
nuestros ojos. Donde estaba, aparece una bola de una pálida luz verde. La
sopla y se coloca delante de nosotras para iluminarnos el camino. Casi
como si se le hubiera ocurrido después, tira el tallo muerto que tiene en la
mano.
La miro fijamente durante un segundo.
—De verdad que eres extraordinaria, ¿sabes?
Estoy muy orgullosa de ella, mi amiga cambiará el mundo algún día.
—Oooh —dice Sybil, dándome con el hombro—. Tú también, Selene.
Guardo sus palabras y me permito creer en ellas. Cuando mis pérdidas
de memoria me resultan sobrecogedoras o cuando me impiden hacer otras
cosas que el resto de las brujas dan por sentadas, pongo en duda mis
habilidades. Este es mi recordatorio de mandar a tomar viento mis
inseguridades.
Sybil me envuelve con el brazo.
—¿No es una locura? —dice—. Piensa en todas esas historias que
cuentan sobre estos bosques.
Le lanzo una mirada penetrante.
—¿Te refieres a las brujas que han asesinado? —digo, levantando un
poco la voz.
—Por Diosa —dice Sybil, exasperada y entornando los ojos—.
Everwoods tiene muchísima más historia que los recientes asesinatos. —Me
mira—. ¿Has oído hablar de las brujas reclamadas durante los Siete
Sagrados?
Según los hombres lobo, son los siete días más próximos a la luna llena,
la época en la que su magia los obliga a convertirse. Por lo general, las
manadas se mantienen aisladas durante esos días, normalmente para evitar
herir por accidente a los no cambiantes.
—No —digo—. ¿Qué demonios quieres decir con que han reclamado a
brujas durante los Siete Sagrados?
Sybil se encoge de hombros.
—Los licántropos son conocidos por reclamar el derecho a darles un
mordisco a las brujas que vagan por estos bosques de noche… si, por
supuesto, ellas son incapaces de detenerlos o no están dispuestas a hacerlo.
—¿Qué? —digo, espantada—. ¿Eso sucede de verdad?
Los ojos se me van al cielo para buscar la luna. Pero por supuesto que no
está ahí. Aunque los árboles y las nubes no me obstruyeran la vista, mañana
es luna nueva, lo que significa que ahora mismo no hay mucho que ver ahí
arriba.
—Así reclaman los licántropos a sus parejas. —Sybil me lanza una
sonrisa maliciosa—. Esta noche, pregúntale a cualquier cambiaformas
cómo se conocieron sus padres. Algunos tienen madre bruja.
La cual también podría transformarse en loba si lo que dice mi amiga es
verdad.
—Pero no es solo cosa de los licántropos —continúa Sybil—. Hay
historias de seres feéricos que han secuestrado a brujas en estos bosques
para que fueran sus esposas.
—¿Se supone que esas historias me van a hacer sentir mejor? Porque lo
único que sé ahora es que debería preocuparme por asesinos, hombres lobo
y hadas.
—No te olvides de tu momia vengativa —dice juguetona, con una
sonrisa expandiéndosele en los labios.
Mi estado de ánimo decae cuando me lo recuerda. Pero, antes de darle
muchas vueltas, el golpeteo distante de la música se cuela por el bosque.
Seguimos andando un poco y, entonces, delante de nosotras, el bosque
brilla y, a través de los árboles, atisbo a seres sobrenaturales bailando y
mezclándose en un pequeño claro que hay junto a una cabaña.
Sybil y yo llegamos hasta los juerguistas y el orbe de mi amiga flota y se
une a otra docena de bolas de luz que tenemos encima; cada una emite luz
del color de la magia de quien lo ha lanzado. El conjunto tiene un aspecto
etéreo y, al verlo, me acuerdo de lo que me ha contado antes sobre seres
feéricos reclamando esposas en noches como esta.
Un escalofrío me recorre el cuerpo.
A mi lado, Sybil murmura:
—Con sudor, sal y miedo almizclado, llévate el frío a otro lado.
El frescor se dispersa y la noche se torna cálida.
—De nada —susurra.
Sacudo la cabeza y sonrío. Siempre se me olvida lo divertido que es usar
la magia sin tapujos. Todavía estoy acostumbrada a vivir entre humanos y a
ocultarla.
Entramos en la cabaña, donde más cambiaformas y brujas pasan el rato.
Reconozco a un gran grupo de brujas de nuestra residencia y me reúno con
ellas mientras Sybil corre a servirnos algo de beber.
Escucho a mis hermanas de aquelarre hablar sobre lo difícil que es la
magia premedicinal y asiento con la cabeza cuando me parece apropiado,
pero estoy distraída por mi propia incomodidad. Esto parece una recreación
de Caperucita Roja, solo que la historia está al revés y los lobos no van a
comernos…, independientemente de lo que aceche en los bosques.
En mi imaginación, vuelvo a ver a esa bruja asesinada, con el pecho
abierto y sin órganos…
—He visto a Kane.
Casi doy un brinco al oír la voz de mi amiga en el oído.
—Por la doncella, la madre y la anciana, Sybil —digo, agarrándome el
pecho—. Me has asustado.
—Relájate, Bowers —repone, poniéndome un vaso rojo en la mano—.
No voy a morderte. En cambio, Kane…
—¿Quieres dejarlo? —susurro, desesperada.
—Nunca —me responde también susurrando.
Mientras hablo con Sybil, pillo mirándome a una de las brujas que
tenemos enfrente, de rasgos tan simétricos que casi duele.
Estoy un setenta y cinco por ciento segura de que es Kasey, la bruja del
círculo de hechizos turbio. Me respondió al mensaje que le envié con la
hora y el lugar donde se reúnen.
Ahora me saluda con la mano y yo hago lo mismo con un nudo en el
estómago.
De verdad, tengo que conseguir un trabajo respetable. Me falta entereza
para andar haciendo bolos turbios.
Olga se nos acerca, con su maraña de rizos y los ojos desorbitados.
—¿No llevas encima tu «libro de últimas palabras»? —dice Sybil,
mirando a la bruja—. Creía que nunca salías sin él.
—Registro —aclara Olga—. Es «registro de últimas palabras». —
Levanta su bebida—. Y no quiero que le caiga cerveza encima. Pero le he
añadido cosas desde la última vez que hablamos…
Me obligo a mí misma a no escuchar el resto de lo que tiene que decir.
Por lo general, siento tanta curiosidad como cualquier otra persona por la
muerte, las últimas palabras y todo eso, pero esta noche como que no. Ya
estoy al límite.
Así que bebo de mi vaso y deambulo con la mirada por el resto de la
cabaña mientras mis hermanas de aquelarre hablan.
La casa tiene dos plantas y, desde donde estoy en el salón, veo las
puertas de la planta de arriba. La mayoría ya están cerradas y no me hace
falta usar ninguno de mis sentidos sobrenaturales para saber lo que está
pasando detrás de ellas.
Sin pretenderlo, mis ojos aterrizan en un grupo de licántropos que están
al otro de lado de la estancia, cerca de una chimenea donde crepita el fuego.
La magia que desprenden es translúcida y rugosa, en lugar de colorida y
nebulosa. En el centro del grupo se encuentra el único e inimitable Kane
Halloway.
Se me encoge el estómago al verlo hablando con uno de sus amigos, y
esos antiguos sentimientos de emoción y encaprichamiento salen de nuevo
a la superficie. Cuando estaba en la Academia Peel, suspiraba por este tío.
Y durante todo ese tiempo él ni me vio.
Kane aparta la mirada de uno de sus amigos y, antes de que yo haga lo
mismo, esos lupinos ojos de color azul atrapan los míos.
«Mira a otro lado», me ordeno a mí misma.
Pero parece que no puedo.
Kane me sostiene la mirada y, cuanto más lo miro, más dispuesta estaría
a jurar que su lobo está asomándose por esos iris. El calor se me sube a las
mejillas mientras los dos nos quedamos quietos, así. No sé mucho sobre
licántropos, pero estoy bastante segura de que mirar fijamente es una
demostración de dominancia. Y también de que desafiar a un lobo de este
modo es una mala idea.
Al otro lado de la habitación, las fosas nasales de Kane se dilatan un
poquito. Entonces sonríe.
—Venga, por Diosa —dice Sybil, que se pispa del intercambio—. Ve
para allá y habla con él como has querido hacer durante los últimos años —
añade.
Al final, en contra de mi voluntad, obligo a mis ojos a apartarse de Kane
para lanzarle a mi amiga una mirada asesina.
—Te va a oír —digo, bajando la voz. Incluso en su forma humana, los
licántropos tienen una audición preternatural.
—Entonces, espero que sepa que te haría muy feliz follártelo —dice
Sybil más alto.
Por todos los hechizos del infierno.
Por el rabillo del ojo, veo a Kane sonreír con la seguridad de un hombre
que sin duda alguna acaba de escuchar esa parte de la conversación.
—¿Por qué me haces esto? —le susurro, furiosa.
—Porque te quiero y llevas mucho tiempo esperando que te pasen cosas
buenas.
Sybil me da un rápido apretón y luego me empuja fuera del círculo de
brujas.
Avanzo a trompicones y le lanzo una mirada con la que pretendo decirle
que me ha traicionado.
—¿Qué estás…?
Pero ella ya ha vuelto a girarse hacia Olga, que está demasiado
entusiasmada por retomar la conversación sobre las últimas palabras.
Me alejo un par de pasos, mordisqueándome el labio y con el corazón
latiéndome a mil por hora. Miro mi cerveza. Voy a necesitar por lo menos
tres más antes de tener la confianza lo suficientemente alta como para
acercarme al tío del que estuve pillada hace tanto tiempo.
—Ey. —Esta voz profunda y masculina casi hace que me tire el
contenido del vaso encima.
Me giro hacia la voz y ahí está Kane, que parece más alto y más fuerte y
mucho más buenorro en conjunto que en los recuerdos que tengo de él.
—Ey, tú —digo.
Estoy orgullosa de haber podido decir dos palabras, porque me estoy
ahogando en adrenalina. Estoy bastante segura de que la misma gente que
es responsable de los tacones y de las doncellas de hierro y de la Inquisición
española también inventó lo de «colgarse» por alguien, porque no hay nada
placentero en esta sensación. Lo cual, siendo justa, puede que sea la razón
de que se diga «colgarse», para empezar, porque estoy cien por cien segura
de que Kane está a punto de estrangular mi maltrecho corazoncito. No
consigo imaginarme que acabe de otro modo.
—Selene, ¿verdad? —dice, con esos ojos lupinos que, al tenerlos tan
cerca, resultan un poco demasiado intensos. Casi siento el poder que irradia
de él. Ahora sí que quiero enseñarle el cuello y mirar para otro lado.
Pero, en cambio, la sorpresa me hace levantar las cejas.
—¿Sabes cómo me llamo?
No puedo creerme que Kane Halloway sepa mi nombre.
Frunce las cejas.
—Por supuesto que sé cómo te llamas.
Estoy gritando por dentro.
Es mucho más grande de lo que recordaba…, aunque tampoco es que
haya que fiarse de mi memoria. Y su voz me penetra por los oídos directa a
mi coño.
«¿Por qué estás pensando en tu coño? ¡Cálmate, Selene!»
—Me alegro de que hayas venido —continúa—. Te recuerdo de la
Academia Peel.
Casi tiro la bebida.
—¿En serio?
Siento que toda la historia de mi enamoramiento con él se pone patas
arriba. Siempre di por hecho que me mimetizaba con las paredes.
Kane me lanza una mirada extraña; luego se inclina con aire conspirador.
—Te invité a una cita —dice—. Pero no viniste.
—No —repongo, casi sin voz por el horror.
¿No fui? ¿Por qué, universo, por qué?
—¿No te acuerdas? —dice.
Sigo agonizando solo de pensar que podría estar saliendo con este
hombretón desde el instituto.
—Eh, hablando de eso… —¿Cómo le explico mi poder?—. Tengo un
problemilla con mi magia…
Antes de terminar, aparecen unos amigos suyos y uno le da unas
palmaditas en la espalda.
—Kane, tío, qué fiestón.
Otro de los cambiaformas, que tiene el pelo oscuro, levanta la barbilla
hacia mí a modo de saludo.
—Ey —dice, con una sonrisa.
Kane gruñe, lo juro por la diosa de los cielos. Lo hace tan bajo que no
estoy del todo segura de haberlo escuchado correctamente, pero entonces
los amigos de Kane reculan.
—Tranquilo, chico —dice el del pelo oscuro, aunque sigue echándose
hacia atrás—. No pretendía hacerle daño. Solo quería decirle a la bruja que
tiene unos ojos muy bonitos. —Me guiña un ojo, a pesar de que Kane gruñe
otra vez.
Supongo que así es como te metes con tus amigos si eres un
cambiaformas: haces que parezca posesivo de narices con una chica con la
que acaba de empezar a hablar.
Y a lo mejor, si no hubiera estado pilladísima de Kane durante años,
habría dejado que esos gruñidos me asustaran. Pero a mi alegre corazoncito
todo esto le parece fascinante; que le den a la dignidad.
Ayuda que Kane esté haciendo una mueca, como si estuviera frustrado
por su propia reacción. Mira a sus amigos y estos se alejan.
—Lo siento —dice, volviéndose hacia mí—. Hay cosas sobre ser licán…
—Se le tensa un poco la mandíbula mientras intenta encontrar las palabras.
¿A Kane le cuesta que la gente acepte ciertas partes de su identidad? Eso
no me lo esperaba.
Hago un gesto para quitarle importancia.
—Créeme cuando te digo que lo entiendo.
CAPÍTULO 23

Las dos siguientes horas se me pasan en un suspiro hablando con Kane.


Cuando pasamos a la pista de baile, la magia satura el aire, sus distintos
colores se retuercen y se funden. Me empapo de este ambiente, el poder
llama a mi propia magia y exige que me desinhiba.
Este es uno de los aspectos de la brujería de los que no se suele hablar a
menudo: la naturaleza salvaje y casi febril de nuestra magia que sale a la luz
cuando nos reunimos bajo el cielo nocturno.
Siento esa necesidad primordial de liberación mientras bailo con Kane.
Que la ropa me pesa y me aprieta demasiado, así que siento la urgencia de
arrancármela. Necesito… más.
Emperatriz… Oigo tu llamada…
Se me calienta la sangre al escuchar la voz de Memnón en mi cabeza y
mi necesidad aumenta. No sé cuándo pasé de temer al hechicero a tener esta
reacción.
Mi intención es buscarlo, pero me fijo en Kane y sus aletas de la nariz
dilatadas, como si estuviera oliendo algo. Un momento después, me
envuelve las mejillas con las manos; seguimos en la pista de baile, nuestros
cuerpos sudorosos se restriegan.
Baja la cabeza para mirarme y, una vez más, veo ese brillo lupino en sus
ojos. Se inclina hacia mi cuello y me pasa los labios y la nariz por la piel.
Sea lo que sea lo que está haciendo, parece… animal. Como si quizás me
estuviera oliendo o marcándome.
Me roza la mandíbula con la boca antes de apartarse. Me mira a los ojos
durante un largo segundo y luego, muy despacio, se inclina una vez más,
con la mirada clavada en mis labios, lo que me da muchísimo tiempo para
recular.
No lo hago.
Me roza los labios con los suyos y entonces bailar se convierte en
besarse. Soy incapaz de parar, a mi boca le gusta demasiado este sabor
como para detenerse. Algo tira de mí, como un picor que no me puedo
rascar, y solo hace que me sumerja más en el beso para cazar esa sensación
que se me escapa.
No sé cuánto tiempo estamos ahí, enrollándonos en lugar de seguir el
ritmo de la música, antes de que Kane me levante para sacarme de la pista
de baile y salir juntos de la cabaña.
Sin mirar mucho en realidad, tengo la sensación de que la mayoría de la
fiesta ya se ha desplazado hasta aquí. Los licántropos se han emparejado
con las brujas y entre sí; en algún punto entre el alcohol, la magia y el
instinto, la noche se ha vuelto carnal.
Kane solo me suelta para apretarme contra un árbol, sus manos vuelven
a envolverme la cara. Cierro los ojos mientras me besa de manera brusca.
La dominancia y el poder avivan un recuerdo...
Abro los ojos y frunzo el ceño cuando sus rasgos no se corresponden con
lo que esperaba ver.
«Un amor como el nuestro lo desafía todo… Soy tuyo para siempre…»
Las palabras fantasmales me provocan un escalofrío antes de que las
obligue a alejarse para volver a dejarme llevar por el beso.
«No es suficiente. Ni mucho menos.»
Muevo las manos por todo su cuerpo y dedico un momento a apreciar
sus músculos a través de la tela de la camisa antes de meter los dedos por el
dobladillo y recorrer las rígidas llanuras de su pecho.
Kane me gruñe en la boca, apretándose más contra mí, y no se me pasa
por alto la rígida longitud de su pene. Ahora es su turno de tocar; mueve las
manos por mis costados, me roza los pechos con el pulgar.
Gimo. Una comezón me empieza a crecer entre los muslos y no quiero
resistirme.
«Necesito… Necesito…»
Brujilla, tu voz es preciosa cuando exige cosas…
Jadeo al escuchar la voz de Memnón en mi cabeza, mi núcleo se contrae
por alguna perversa razón.
Kane se aprieta contra mí y tengo la cabeza hecha un lío… ¿Quién me
está poniendo a cien, el cambiaformas o el hechicero?
Miro por encima del hombro de Kane, buscando…, no estoy segura del
qué. Recorro con la mirada los alrededores y me doy cuenta de cuánta gente
de la fiesta se ha emparejado. Oigo respiraciones pesadas y sonidos que me
harían enrojecer si estuviera sobria. Incluso ahora veo parejas y grupitos
desapareciendo en la profundidad de la noche.
A lo mejor ni siquiera es cosa de los hombres… Quizás solo es el
embriagador combo de alcohol y magia.
Independientemente de la causa, estoy ardiendo de deseo. Pero lo que
nos rodea…
Aprieto más fuerte a Kane y se detiene para ver lo que me tensa.
—¿Qué pasa? —dice jadeando.
Trago saliva.
—Han matado brujas en estos bosques…
Ahora mismo, adentrarse en la espesura es la peor idea del mundo.
—Nadie de mi manada permitirá que les ocurra nada a tus hermanas de
aquelarre.
A menos que, por supuesto, sea un licántropo quien las esté matando. El
cuerpo que vi lo habían abierto en canal de una manera brutal.
Aprieto los párpados ante esa idea.
—Ey, ¿estás bien? —pregunta Kane, levantándome la barbilla con la
mano.
Asiento, quizás un tanto demasiado deprisa, antes de abrir los ojos.
—¿Quieres que nos vayamos de aquí? —le pregunto.
No voy a desperdiciar la oportunidad con él, ni siquiera aunque oiga la
voz de Memnón en la cabeza y me aterre el bosque.
El lobo de Kane asoma al fondo de sus ojos.
—Sí.
El corazón me late a toda velocidad. Diosa, esto está pasando de verdad.
Me llevo a casa al tío que me molaba en el instituto. Lo cojo de la mano y
empiezo a alejarlo de la fiesta. Entonces, dudo.
—He venido con una amiga y pensaba acompañarla a la residencia.
—Entonces, vamos a recogerla —dice Kane.
En realidad, no tengo ni idea de si Sybil quiere venir conmigo, pero, por
suerte, la veo en el otro lado del claro, enrollándose con un cambiaformas.
—Dame un segundo —le digo a Kane—. Enseguida vuelvo.
Me dirijo hacia mi amiga; dudo un poco si interrumpir o no lo que
parece una sesión intensa de magreo.
—Sybil —susurro.
No reacciona.
—Sybil —susurro más fuerte.
Aún nada.
—¡Sybil! —grito al fin.
Mi amiga se detiene y aparta la cara de la del licántropo.
—Ey, Selene —saluda, intentando recomponerse.
—Iba a irme con Kane a casa, pero no quería dejarte sola —digo.
—Vete —insiste; tiene los ojos neblinosos por el alcohol y el deseo—.
Estaré bien. Sawyer me ha prometido llevarme a casa.
Sonríe y le guiña un ojo. El tal Sawyer parece sorprendido, pero también
emocionado ante la propuesta.
Dudo. No quiero enrarecer las cosas, pero…
—Ese no era el plan.
—Olvida el plan.
Aun así, no estoy convencida.
Mi amiga suspira.
—Cariño, te lo digo con todo el amor del mundo, pero no me cortes el
rollo. Quiero esto. —Ve algo por encima de mi hombro y sonríe de oreja a
oreja—. Y para nada te lo voy a cortar yo.
Antes de que llegue a mirar por encima del hombro, una mano cálida me
toca la cintura y siento el calor de Kane en mi espalda. Si estuviera menos
embriagada, me avergonzaría de que haya escuchado las palabras de Sybil.
En cambio, me apoyo en el cambiaformas que tengo detrás, pues mi
necesidad sigue aumentando.
—Ey —le dice mi amiga y lo saluda con un gesto tímido.
—No quiero dejarte —insisto.
—Confío en Sawyer a ciegas —dice Kane para meterse en la
conversación—. No dejará que le ocurra nada a tu amiga. —Mirándolo,
añade—: Acompáñala a casa al final de la noche.
Esas palabras están imbuidas de una ráfaga de magia cambiante que me
acaricia la piel y se curva bajo la suave luz del claro antes de colocarse
sobre los hombros de Sawyer.
No sé mucho sobre la jerarquía y la dinámica de una manada, pero creo
que acabo de presenciar un juego de poder.
—Kane, tío —dice Sawyer—, no tienes ni que decírmelo.
Creo que me han tranquilizado todo lo que han podido. Aun así, no me
gusta dejar aquí fuera a mi amiga. Sybil debe de vérmelo en la cara, porque
tira de mí para darme un fuerte abrazo y me susurra al oído:
—Cariño, vete con ese tío y déjalo seco. Te veo mañana en el desayuno.
Lo prometo.
Me suelta y me empuja hacia Kane, que me coge por los hombros. Para
que entienda mejor que la conversación ha terminado, Sybil tira de la boca
de Sawyer hacia la suya.
Muy bien, mensaje recibido alto y claro.
Me aparto de ella y Kane está ahí; los ojos le brillan un poco demasiado.
—Encajarías muy bien en la manada, ¿sabes? —suelta mientras
avanzamos hacia el límite del claro.
—¿Qué quieres decir? —pregunto, entrelazando los dedos con los suyos.
—La manada no deja a los suyos atrás. Estabas dispuesta a sacarla a
rastras de aquí y, a pesar de todo lo que te hemos tranquilizado, sigo oliendo
tu preocupación.
Espera, ¿que puede oler qué?
Mierda, ¿qué más ha estado oliendo durante las últimas horas?
Redirijo mis pensamientos hacia el tema que tenemos entre manos.
—Sybil es mi mejor amiga —digo mientras abandonamos el claro y los
árboles se ciernen sobre nosotros—. Siempre ha estado ahí para mí. Daría
mi vida por esa chica.
Ese brillo lobuno ha vuelto a los ojos de Kane, que me observa como si
siguiera cada uno de mis movimientos.
—Como he dicho, encajarías bien en la manada.
En cierto modo, este cumplido me halaga y me desconcierta a partes
iguales.
«Los licántropos son conocidos por reclamar el derecho a darles un
mordisco a las brujas que vagan por estos bosques de noche…»
—¿A dónde quieres ir? —dice Kane, interrumpiendo mis pensamientos.
Vale. Eso no lo habíamos decidido.
—A mi habitación —digo, tirándole de la mano.
Tres pasos después, casi me tuerzo el tobillo al apoyar mal el pie en una
rama.
Malditos tacones.
Kane me sostiene antes de que me caiga y me sujeta contra su cuerpo.
—¿Estás bien?
Trago saliva y asiento con la cabeza.
—Vale. —Sonríe y se inclina un poco más—. Se me da muy bien llevar
a caballito… si te interesa.
Soy una bruja, un símbolo del feminismo revolucionario. No necesito
que un hombre me lleve a cuestas, ni que me mime ni que se preocupe
por…
—Qué demonios. Sí.
Me levanta, me pone a su espalda y, ah, alivia un poco mis pobres y
doloridos pies.
—Sujétate —dice Kane y luego echa a correr.
Chillo y al principio casi me caigo. Le envuelvo el cuello con los brazos
y luego me río una y otra vez.
Es divertido, por ridículo que parezca. Menudo polvo le voy a echar a
Kane. Un polvazo.
—Alguien tiene ganas —susurro contra su pelo, y me envuelvo un dedo
con uno de sus rizos color arena.
—¿Y qué culpa tengo yo? —dice por encima del hombro—. Quiero
volver a besar esos labios.
—No es justo que estés bueno y sepas cómo jugar —vuelvo a susurrar
en su oído. A continuación, lo acaricio con los labios.
Antes de que me responda, pasamos por delante de una pareja desnuda.
Chillo cuando veo a una bruja que vive al final del pasillo dándole bien al
tema con un licántropo.
—Uy, ¡por las… tetas!
Pretendía decir «por Diosa», pero parece que he dicho lo que acabo de
ver.
Debajo de mí, Kane estalla en carcajadas.
Vemos a otra pareja y a otra más, cada una en diversos estados de
éxtasis.
Él aminora el paso cuando ya casi estamos en el campus.
—¿Por qué nos detenemos?
Señala un menhir cercano.
—Marca la frontera entre las tierras del aquelarre y las de la manada.
De cada lado de la piedra, surge una línea levemente luminosa que
marca el límite de manera mágica. Intento recordar si me he fijado en ella al
principio de la noche, pero, si fue así, lo he olvidado.
—¿Por qué me la enseñas?
Una parte de mí se pregunta si se trata de Nero. A lo mejor su manada
sabe que mi familiar es una pantera y a lo mejor Nero sí que ha estado
practicando la caza ilegal en territorio licántropo.
Kane se queda callado unos segundos y, a cada rato que pasa, tengo más
la sensación de que se trata de Nero.
Entonces dice:
—Si alguna vez quieres visitarme, lo único que tienes que hacer es
cruzar la frontera. Mis compañeros de manada y yo patrullamos el
perímetro por aquí.
Eso no es para nada lo que me esperaba.
Lo miro por encima del hombro.
—Kane, ¿estás…, estás diciendo que quieres que te visite incluso
después de esta noche?
Justo cuando pronuncio estas palabras me doy cuenta de cuánto me he
pasado de la raya. Porque a lo mejor no quiere verme después de esta noche
y lo he entendido todo mal. Quizás ahora es cuando de verdad me hace
pedazos el corazón.
Vuelve a dudar.
—Sí —acaba diciendo al final—, eso es.
Y entonces echa a correr otra vez y me quedo con mis vertiginosos y
agitados pensamientos hasta que llegamos a la residencia.
Pasamos por las lamassus de piedra y Kane me deja en el suelo delante
de la puerta, pero me sujeta cuando me tambaleo un poco.
Frunce las cejas y luego se inclina para absorber mi olor.
—¿Estás bien? —pregunta, apartándose—. Si no, no tenemos que
hacerlo esta noch…
Lo agarro por la camisa y vuelvo a besarlo. Qué noble es y, maldita sea,
cómo me gusta eso.
Menudo pooolvazo se va a llevar Kane. Y luego otro.
—Estoy bien —susurro entre un abordaje de besos y otro.
Eso es lo único que necesita escuchar el cambiaformas. Gruñe, un
sonido que no es del todo humano, y me presiona de espaldas contra la
puerta mientras vuelve a devorarme la boca.
En algún punto de ese beso, descubro que Kane no sabe como esperaba
ni su boca se mueve como creía. Cada desviación me desconcierta.
Claramente, esta soy yo intentando sabotearme a mí misma porque no
puedo asimilar que algo demasiado bueno para ser verdad me esté pasando
a mí en realidad y de manera legítima.
A mitad del beso, empiezo a reírme porque me está pasando algo
demasiado bueno para ser verdad.
—Cuéntame el chiste —dice Kane, que sigue salpicándome los labios de
besos, aunque me ría.
Sacudo la cabeza contra él.
—Hace tanto que me gustas… No puedo creerme que ahora te esté
besando.
En respuesta, su boca regresa a la mía y, por un breve minuto, me pierdo
en ella. Aun así tengo que ignorar el molesto pensamiento de que algo no va
bien, pero lo aparto con bastante facilidad.
El frío me mordisquea y me recuerda que sigo estando al aire libre en
medio de la propiedad del aquelarre cuando sin duda quiero seguir con lo de
los besos en mi cálida habitación, sobre mi cómoda cama.
—Espera, espera, espera —jadeo, poniéndole una mano en el pecho para
apartarlo—. Necesito abrir la puerta.
A Kane le cuesta respirar y sigue con los ojos clavados en mi boca. Se
pasa la lengua por el labio inferior y me muerdo para contener un gruñido al
verlo. Tanteo detrás de mí, buscando a tientas el pomo de la puerta. Me
cuesta dos intentos, un pequeño hechizo y casi caerme antes de conseguir
abrirla.
Kane me coge en brazos antes de que entremos. Me lleva en volandas
por las escaleras hasta el tercer piso, todo ello sin dejar de comerme la boca.
Solo rompo el beso cuando nos dirigimos por el pasillo hacia mi cuarto.
—¿Cómo sabes cuál es mi habitación? —pregunto, mirándolo con los
ojos entrecerrados.
Se ríe ante mi suspicacia.
—No me hechices, Selene —dice—. Solo he seguido tu olor.
—Ah.
«Claro, Selene. Tranquilízate de una vez.»
Kane me deja delante de mi puerta, y esta vez consigo no equivocarme
al abrirla. Estoy a punto de hacerlo cuando siento el roce de la magia en la
nunca y la mejilla. Se mueve como una caricia y avanza hacia mi boca. La
sensación es tan real y tan extrañamente sensual que tengo que tocarme los
labios con los dedos mientras los pelos se me ponen de punta.
Solo hay una persona cuyo poder me afecta de esta manera.
Soy tuyo para siempre…
—¿Selene?
Parpadeo y recuerdo. Miro el pasillo, a un lado y a otro, buscando
cualquier rastro de Memnón. Pero no lo veo y la magia que he sentido hace
un segundo se ha desvanecido como si nunca hubiera existido.
Sacudo la cabeza mientras abro la puerta.
—Lo siento —dice—, se me ha ido la cabeza un segundo.
Kane se inclina, me deja un suave beso en la mejilla y tengo que hacer
acopio de todas mis fuerzas para no limpiármelo.
¿Qué me pasa?
Mantengo la puerta abierta y me aparto de él para poner algo de
distancia entre nosotros. Respiro hondo e intento aclararme las ideas.
Kane entra en mi habitación batiendo las aletas de la nariz mientras
aspira mi aroma. Se fija en las notas adhesivas que cubren las paredes y los
muebles.
El corazón se me acelera y vuelvo a sentirme vulnerable. La gente
siempre piensa que le va a gustar la chica rara y peculiar, pero las cosas
raras de verdad no siempre son cuquis y peculiares. A veces solo son…
repelentes.
—Bonita habitación —dice Kane, y creo que está siendo sincero.
Sé que quiero creerlo.
Yo también entro y cierro la puerta a mi espalda.
—Mmm, hay algo que deberías saber sobre mí —digo.
—¿Qué? —pregunta, volviéndose para mirarme.
Obligo a las palabras a salir.
—Existe la posibilidad de que me olvide de esta noche.
Levanta las cejas.
—¿Qué? —repite, esta vez un tanto más alarmado.
Lo miro; no estoy segura de cuánto sabe sobre mí.
—Mi magia… se alimenta de mis recuerdos —admito—. Cada vez que
uso mi poder, pierdo algunos. No puedo elegir cuáles. Así que… es posible
que me olvide de esta noche.
Kane frunce más las cejas y no tengo ni idea de lo que está pensando.
—Solo… quería que lo supieras en caso de que las cosas cambien —
añade.
Al darse cuenta, algo le brilla en los ojos.
—Por eso me dejaste plantado en Peel, ¿no? —dice, atando cabos. Como
si el mundo tuviera muchísimo más sentido ahora que sabe que nunca lo
rechacé de verdad.
Mientras me muerdo el carrillo, asiento.
Kane frunce un poco el ceño.
—¿Quieres que me marche? —pregunta con suavidad.
—No… ¡No! Solo quería que lo supieras, por si este recuerdo se me va.
«Por favor, magia, no te lleves el recuerdo de cuando me tiré al hombre
lobo buenorro que me gustaba en el insti.»
Relaja el rostro y se acerca a mí.
—Creo que puedo enfrentarme a un poquito de amnesia —dice.
O este tío tiene muchísimas ganas de mi coño o está siendo comprensivo
que te cagas. A ver, si un tío me dijera que se acostaría conmigo, pero que
puede que después no lo recuerde…, no sé si me haría mucha gracia.
Kane me toma la mandíbula con las manos y, de repente, sus labios están
encima de los míos. Así, sin más, mi preocupación se disipa. Me dejo llevar
por el beso y deslizo las manos por su torso.
Otro susurro de magia me roza la piel, como la caricia de un amante. Y
es eso, más que el morreo, lo que hace que me palpite la entrepierna. Me
arqueo contra el toque fantasmal, esperando más.
Él mueve los dedos por mi pelo y lo aprieto más fuerte. Cuanto más
intenso se vuelve el beso, más persistente es la sensación de que algo está…
fuera de su sitio. Pero no sé lo que es. Algo sensorial…, como si su tacto y
su olor no estuvieran bien. No sé qué hacer con ello, así que lo ignoro.
Deslizo las manos por debajo de su camisa y, por el amor de Diosa,
siento todos y cada uno de sus abdominales.
Cambiaformas.
Me levanta y le envuelvo la cintura con las piernas, cosa que me pone a
mil.
Kane nos lleva a la cama antes de tumbarme y ponerse encima de mí.
Entierra la cara en mi rostro y entonces se detiene. Su garganta emite un
sonido gutural.
—¿Por qué tu cama huele a carne cruda? —pregunta, pasando los labios
y la nariz por mi garganta, arriba y abajo.
—¿Mi cama huele a carne cruda? —He levantado la voz de lo alarmada
que estoy.
—Ajá —dice mientras me besa.
Maldito Nero.
—Eh, al parecer, mi familiar está muy mal educado.
La próxima vez que vea a esa pantera, se va a enterar.
Kane sonríe pegado a mí y luego me da un mordisquito en el cuello.
Jadeo y aprieto la pelvis contra él.
Me suelta la piel, aunque juraría que lo hace muy a su pesar.
—Ese olor está sacando a la luz a mi depredador interior —admite.
—¿Eso es malo? —le pregunto, dividida. Aunque me pone la idea de su
lado animal, sus dientes en mi cuello me han obligado a pensar en lo de
reclamar mordiscos, lo cual para mí es un no rotundo.
Kane sacude la cabeza.
—Estoy bien. Lo tengo controlado.
Creo que todo esto le parece erótico, por extraño que parezca.
Se aprieta contra mí y, joder, creo que valdría la pena correr el riesgo de
que me reclame un mordisco solo por verlo dejarse llevar por completo.
Bueno, vale, en realidad no, pero me parece estupendo el sexo salvaje
que lo acompañaría.
Lo miro fijamente.
—¿No vas a sentirte incómodo por esto la próxima vez que nos veamos?
Kane se detiene, con la respiración acelerada.
—No. ¿Y tú?
—Sin ninguna duda.
Sonríe ante mi respuesta.
—Está bien, Selene. Me gusta lo rara que eres. —Enfatiza su afirmación
acariciándome la cara y luego restriega la mejilla contra la mía, una acción
que claramente parece lobuna—. Además, parece que piensas que las cosas
volverán a ser como eran antes de esta noche.
Frunzo el ceño y me vuelvo hacia él.
—¿No va a ser así?
En lugar de responder, Kane se inclina para volver a besarme. Parece
uno de esos besos que están más bien pensados para demostrar sus
intenciones en lugar de decirlas. Y el lento desliz de sus labios y el balanceo
sensual de sus caderas me hacen pensar que a lo mejor se supone que tengo
que creer que de verdad quiere algo más de mí que solo una noche.
Una parte de mí está emocionada ante esa idea, pero otra está
rotundamente en contra. No sé por qué.
Kane extiende la mano hacia el hombro de mi vestido. Aparta la tela y
pasa los labios a lo largo de toda la piel expuesta. Se me corta la
respiración.
Necesito más.
Me siento y obligo a Kane a que se vuelva a poner de rodillas, aunque
sigo teniendo las piernas alrededor de su cintura.
Entonces me saco las mangas, una a una, ya que la tela elástica del
vestido me permite bajármelo hasta la cintura.
Esos ojos lobunos parecen hambrientos mientras me observa. Sin duda
soy consciente de que llevo un sujetador beis deshilachado, pero da igual,
no es que vaya a seguir puesto mucho tiempo.
Mi magia se agita, me tira del corazón y se me desliza por la piel
mientras Kane levanta los brazos para quitarse la camisa. Siento que mi
poder deja atrás al cambiaformas mientras avanza hacia el otro lado de la
habitación y sale por la ventana.
Vuelvo a centrar mi atención en él cuando se agarra el dobladillo de la
camisa, tira de ella y la lanza a un lado.
Kane sin camiseta es algo digno de contemplar. Es todo músculos tensos
y apretados.
Se le abren las aletas de la nariz como si estuviera aspirando mi deseo.
Mierda, probablemente lo esté haciendo. Los licántropos lo huelen todo.
Antes de que pueda reaccionar, se inclina hacia mí, me envuelve la cara
con las manos y sus labios encuentran los míos una vez más.
Nos caemos sobre la cama, envueltos el uno en el otro. Estoy pasándole
las manos por los costados cuando siento lo que juraría que es la magia de
Memnón contra mi piel, acariciándome una y otra vez…
Jadeo al sentirlo, tengo el cuerpo electrificado ante su tacto. Me sube por
los brazos y me pone la piel de gallina.
Busco la magia y, esta vez, sí que veo las estelas de color índigo
moviéndose por mi piel…, las cuales Kane no ve y probablemente tampoco
sienta.
Es entonces cuando me doy cuenta, más allá del alcohol y de la bruma
del deseo, de que el hechicero que esta noche he tenido en la cabeza
también ha estado usando su magia para atraer mi deseo. Una de esas
estelas se me enrosca ahora en el bíceps mientras Kane me besa el cuello.
Parece inofensivo y, por debajo de él, se me arruga la piel. Mientras la miro,
la magia se va espesando.
Si el poder de Memnón está aquí, entonces…, entonces él debe de estar
cerca.
Mierda.
Mierda, mierda, mierda.
Empujo el pecho de Kane para obligarlo a levantarse mientras la magia
del hechicero crece a nuestro alrededor.
—¿Qué pasa? —dice él, con la mirada llena de deseo.
—Tienes que irte —respondo mientras le doy otro empujón para que se
mueva.
El cambiaformas se queda donde está, obstinado.
—¿He hecho algo mal?
La magia color índigo inunda ahora la habitación y mi intuición, a la
cual he estado ignorando categóricamente toda la noche, no hace más que
advertirme a gritos.
—Tengo más problemas aparte de mi memoria —le explico, luchando
por levantarme y obligando a mis brazos a que se metan por las mangas del
vestido. El poder que me rodea ha cambiado; ya no es sensual, sino inquieto
y violento—. Tienes que irte —insisto—. Ahora.
Ante la orden directa, los ojos le brillan y siento que su propia
dominancia se despierta ante el desafío.
—No me voy a…
¡PUMBA!
Toda la casa se sacude y mi ventana se hace añicos. Algo golpea a Kane
y, medio segundo después, se estrella contra la pared y el yeso se desconcha
bajo la fuerza.
Oigo un aullido de lobo tras el impacto y, mientras cae desplomado
contra el suelo, un hombre enorme se alza por encima del cambiaformas.
No necesito ver la ristra de tatuajes que le recorren el brazo para saber
quién es.
—¡Memnón! —chillo; se me cae el alma a los pies cuando el hechicero
tira de Kane para que se vuelva a poner en pie—. ¡Para!
De alguna forma, consigue que parezca pequeño y aniñado mientras lo
levanta por la garganta.
Para mi horror, los ojos de Kane han cambiado y los dientes se le han
afilado.
—¿Te atreves a tocar lo que es mío, lobo? —ruge Memnón, y los ojos le
empiezan a brillar.
Su magia se está acumulando y siento sus perversas intenciones mientras
se retuerce a nuestro alrededor.
—¡Memnón, para! —grito mientras me arrastro fuera de la cama.
Bajo la mano del hechicero, Kane casi se había transformado, pero ahora
empieza a regresar a su forma humana. Solo que… no es él quien está
haciendo el cambio; parece que es Memnón quien lo hace, pues su poder es
tan denso que lo siento en la lengua. El otro gruñe y chilla como si estuviera
agonizando con cada segundo de este proceso. Cuando vuelve a ser humano
del todo, está bañado en sudor y le cuesta respirar.
—¡Te castraré y haré que te comas tu maldita polla por lo que has hecho!
—brama el hechicero.
No tengo palabras para explicar el terror que me recorre las venas. Pero
bajo él bulle mi rabia.
Levanto la mano y canalizo mi ira por el brazo.
—¡Libéralo!
Las palabras surgen en otro idioma y, con ellas, mi poder inunda la
habitación. El tono anaranjado de mi magia se apodera de las columnas
azules de la suya.
Siento el momento en que mi conjuro se agarra.
Memnón también debe de sentirlo, porque es la primera vez que se
vuelve hacia mí desde que ha irrumpido en la habitación.
—¿Liberarlo? —pregunta. Mira al licántropo—. Está bien.
En lugar de soltarlo sin más, lanza al cambiaformas por la ventana rota.
Grito, horrorizada, cuando oigo las ramas romperse y las hojas crujir
mientras el cuerpo de Kane cae.
Entonces mi poder surge de mí y se precipita detrás de él. No hay ningún
conjuro ni ningún intrincado diseño para llevarlo a cabo, solo una intención:
salvarlo.
Por desgracia, mi magia es demasiado lenta.
Corro hacia la ventana a tiempo de oír el pum de Kane golpeando el
suelo, pues no hay magia que amortigüe el impacto.
Joder, joder, joder.
Mi magia vuelve a mí un segundo después y siento ese pérfido tirón en
la cabeza, que me indica que he perdido otro recuerdo por usar mi poder.
Da igual. Más aún cuando puede que Kane se esté muriendo ahí fuera.
Meto la pierna por el agujero que era mi ventana, pero Memnón me
agarra por atrás.
—¿Primero me encierras en una tumba y me jodes durante dos milenios
y ahora te atreves a romper nuestros votos inquebrantables y tocar a otro?
—me gruñe en el oído. El ritmo del antiguo idioma se me enrosca como un
recuerdo intacto desde hace mucho tiempo.
¿Este hombre se ha olvidado de la última conversación que tuvimos?
—¡Yo… no soy… Roxilana!
Le doy una patada.
Memnón ignora el golpe, me aferra con más fuerza contra él, avanza
hacia la ventana y salta.
Por un segundo, me siento ligera. Cuando aterrizamos, todo mi cuerpo se
sacude por el impacto y los dientes me castañetean.
Veo el cuerpo desplomado de Kane y suelto un grito de horror.
Hay un charco de sangre a su alrededor y está ahí tumbado, inmóvil.
Intento zafarme del hechicero otra vez, pero Memnón me sujeta
enseguida. Y entonces empieza a tirar de mí, como esas novias capturadas
por los seres feéricos de las que me advirtió Sybil.
Ay, demonios, no.
—¡Suéltame! —La orden me sale en sármata, aunque apenas lo noto.
Estoy furiosa y preocupadísima por Kane.
Memnón ignora mis alaridos y mi pugna por liberarme y sigue
avanzando hacia delante, hacia el oscuro bosque.
En la distancia, siento a mi familiar, pero cuando me deslizo en su mente
lo único que veo es bosque.
«¡Venga ya!»
Lo llamo, aunque no sé si Nero oirá mis órdenes o si se sentirá obligado
a cumplirlas.
Volver a mi mente es confuso, porque el escenario es casi el mismo: más
árboles oscuros.
Cuando consigo orientarme, lo ataco con mi poder. El hechicero se ríe.
Se ríe.
Menudo descaro.
—No me insultes, emperatriz. Sabes que tienes que hacer mucho más
que eso si deseas hacerme daño.
—¡Psicópata! ¡Suéltame!
Me retuerzo en sus brazos, el pánico y la ira hacen que la magia surja de
mí. Pero ni siquiera consigue aflojar el agarre.
Hace un buen rato que hemos perdido de vista la casa del aquelarre
cuando Memnón por fin se detiene y me suelta, reticente.
Me cuesta respirar, el corazón me late a mil por hora cuando me giro y lo
miro. La escasa luz de la luna cae sobre sus rasgos y los vuelve siniestros.
Tiran de mi mente y, por un breve instante, estoy en otra parte…
Memnón se agarra la larga melena y saca un cuchillo.
Antes de que yo reaccione, se lleva el arma a sus oscuros rizos y, con un
golpe brutal, se corta gran parte de ellos.
Entonces la imagen desaparece. El mismo hombre está delante de mí,
pero sus ojos son más duros, y su boca, más áspera. A pesar de lo
enfurecido que parece, cada centímetro de mi piel tiembla ante esta
conciencia electrizante.
Emperatriz…, eres mía…
Me rasco la frente, quiero que salga de mi cabeza. También quiero gritar,
porque creía que ya había solucionado todo este embrollo de la confusión
de la identidad.
—¡Necesito volver con Kane!
No puedo evitar que el pánico se filtre en mi voz. Si sigue vivo, puede
que no por mucho tiempo. A menos hasta que lo ayude a curarse.
—¿Volver con él? —Veo asesinato en sus ojos cuando desvía la mirada
hacia el edificio de la residencia—. Claro, volveré yo. Así, si esa bestia aún
no está muerta, puedo cumplir con la amenaza de castrarlo.
«Por la doncella, la madre y la anciana, este hombre es un psicópata de
verdad.»
El pánico se apodera de mis pensamientos y ahora soy yo quien está
agarrando a Memnón, pues estoy decidida a retenerlo aquí, lejos de Kane,
aunque el corazón me lata, descontrolado, porque el cambiaformas necesita
ayuda.
—¿Y ahora piensas en protegerlo a él de mí? ¿Tu compañero espiritual?
Sus ojos vuelven a brillar. Hasta ahora no me había dado cuenta de que
habían dejado de hacerlo. Pero eso solo retiene mi atención un segundo,
porque…
—¿Compañero? —repito.
En mi interior, todo se queda en silencio y muy quieto.
—Pronunciamos nuestros votos ante tus dioses y los míos —continúa
Memnón—. Tú y yo fuimos creados del mismo trozo de tierra. El destino
tejió nuestros hilos juntos. Y forjamos nuestro propio pacto. Puede que tu
mente esté confundida…
«¿Confundida?»
—… y, aun así, hay ciertas verdades que ni siquiera puedes negar.
—¡Yo no soy esa mujer! —le chillo—. Lo sabes… Tú mismo lo
reconociste. Ahora —continúo, tironeando—, ¡suéltame!
—¿Soltarte? —Los ojos de Memnón arden con más fuerza, su expresión
se endurece mientras se le revuelve el pelo, agitado por su poder—. Aunque
quisiera…, aunque no tuviera dos mil años de venganza que hacerte
pagar…, tu vida está ligada a la mía, est amage. Ni siquiera la muerte nos
separará. Nunca te soltaré.
Y, cuando pienso que las cosas no pueden empeorar, tira de mí contra él
y me besa.
El momento en que sus labios se encuentran con los míos, mi magia
vuelve a la vida.
Se me precipita por la piel y entre los huesos. Por imposible que parezca,
creo que me está consumiendo.
La magia de Memnón se une a ella y se entrelazan. Siento su poder
sobre mí y dentro y me estremezco ante el éxtasis que me provoca. Ni
siquiera es una opción responder al beso, es como un fuego salvaje y me
arrastra con él.
Lo beso como si me estuviera muriendo por sentir su contacto, como si
todo lo que antes estaba mal ahora estuviera bien. Su sabor y la adrenalina
de su poder se mueven dentro de mí, me abrasan la piel y me dejan sin
aliento.
Esto era lo que estaba buscando en el sabor y el roce de otro. Esto es
pasión.
Memnón emite un ruido posesivo, desliza la mano por mi pelo y me
envuelve con su abrumador cuerpo. Sus labios me queman los míos, pues
me besa con la ferocidad de un hombre hambriento.
Me inclina la cabeza para tener mejor ángulo.
Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que estuviste en mis
brazos, mi reina.
No estoy segura de que su intención fuera que yo oyera eso, pues parece
más un pensamiento pasajero que cualquier otra cosa, pero las palabras
susurradas se me meten en la cabeza de todos modos y se rompe el hechizo.
«Por la gracia de Diosa, Selene, ¿qué estás haciendo?»
Muevo las manos a su abdomen inferior y disparo todo mi poder para
apartarlo con la magia.
—Creía que habíamos acordado que no soy tu nada.
Ni su esposa, ni su reina ni su emperatriz.
Una sonrisa enfadada le adorna el rostro.
—Sí, casi me convenciste, ¿verdad? Pero desde entonces he tenido
tiempo para darle vueltas. —Su tono cambia y se vuelve acusador—. No sé
qué brujería ha destruido tus recuerdos y producido esas fotos…
—¡No hay ninguna brujería implicada! —digo, acalorada. Volvemos a la
casilla de salida. Quiero gritar.
—… pero mi magia reconoce a la tuya y mi vínculo está cantando por
mi sangre como no lo ha hecho en los últimos dos mil años.
Estamos tan cerca que nuestro aliento se entremezcla.
—Por eso puedes hablarme en sármata cuando estás bien conmigo y en
latín cuando estás enfadada —continúa Memnón. Lo que dice me recuerda
al encuentro que tuvimos hace unos días en la cocina. Entonces le hablé en
latín—. Por eso me gritas y me lanzas tus juramentos aun cuando me besas
como si lo hubiéramos hecho miles de veces antes…, porque lo hemos
hecho.
»Así que te equivocas, brujilla. Para mí eres muchas cosas. Eres mi
reina, mi emperatriz y mi esposa. Mi Roxilana, la mujer que despertó mi
magia y le habló a mi mente mucho antes de que nos conociéramos. Eres mi
némesis, quien me maldijo con un sueño eterno.
Me envuelve la mejilla con la mano.
—Y eres mi Selene, mi alma gemela eterna, quien me despertó de él.
CAPÍTULO 24

«Alma gemela.»
Las palabras, aterradoras y embrujadas, resuenan en mi cabeza.
Me tambaleo hacia atrás.
—No…, no soy tu alma gemela —digo, aunque la voz me flaquea.
Espero que reciba mis palabras con enfado o frustración, pues esta es,
después de todo, una nueva versión de la misma discusión que ya hemos
tenido.
En lugar de eso, sus ojos se dulcifican.
—Vi tu mente, brujilla. Entiendo cuánto luchas y que muchas cosas se
han escapado de tu propia percepción.
Cubre el espacio que nos separa y me pone la palma de la mano en el
corazón.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto.
Debería apartársela. Sin embargo, la horrible realidad es que me gusta su
roce, a pesar de todo lo que acaba de hacer.
Menuda osadía por parte de mi cuerpo.
En lugar de responder, Memnón me mira con más intensidad.
Emperatriz… ¿Por qué crees que puedo hablarte de este modo?
No respiro, tengo la mirada atrapada en la suya.
Tu corazón sabe la respuesta…, igual que tu magia.
Ahora siento que el poder al que se refiere se alza y se entrelaza con el
suyo.
Ay, Diosa.
Sacudo la cabeza.
No, no, no.
Los brillantes ojos marrones de Memnón siguen concentrados en los
míos y una sonrisa complacida se le extiende despacio por los labios, como
si oyera mis propios pensamientos sorprendidos.
Somos almas gemelas, brujilla, y podemos hablar a través de nuestro
vínculo…
Aprieto los párpados para cerrar los ojos y hago una mueca al sentir sus
palabras en mí. Se me filtran en la sangre como un río que avanza hacia el
océano.
He notado esto todas las veces que me ha llamado…, incluso cuando nos
estábamos besando hace unos minutos. Tan solo había dado por hecho que
así era como funcionaba su magia. Ahora, sin embargo… Ahora su
explicación tiene cierto sentido, por muy retorcido que parezca.
Los vínculos son cuerdas mágicas que conectan a dos entidades…, como
el que comparto con Nero. Las almas gemelas también las tienen.
¿Sería posible? ¿De verdad Memnón podría ser mi alma gemela y
hablarme a través del vínculo que compartimos?
No. Rechazo ese pensamiento antes de que se enraíce más.
Sus ojos tienen un brillo taimado y me maravilla lo formidable que es
este hombre en realidad. He visto su magia y su poderoso cuerpo y he
escuchado lo suficiente sobre su pasado como para saber que debió de ser
algún tipo de mandamás que gobernaba en un gran imperio en expansión.
Aun así, incluso sabiendo todo esto, sigo pensando que la mente de
Memnón es en su mayoría un misterio. Y creo que esa misma mente es lo
más terrible de todo.
—Tú también puedes hablarme a través de nuestro vínculo —dice en
voz baja, con la mano todavía sobre mi corazón.
Cierro los ojos con fuerza.
—Deja de decir eso —susurro.
Vínculos, compañeros espirituales… No quiero escuchar nada al
respecto.
—¿El qué, «vínculo»? ¿Por qué? —pregunta, al parecer muy
desconcertado—. Es la base de todo, est amage. Tu poder, mi poder. Todo
lo que sé sobre mi magia viene de ahí. Antes incluso de que nos
conociéramos cara a cara, oí tu voz, justo aquí. —Memnón usa la otra mano
para tocarse el corazón—. Me pasé muchísimas noches susurrándote y
todos mis días dejando que me guiara a través del mundo para encontrarte.
Siento un cosquilleo en la piel cuando confiesa esto y, al abrir los ojos,
hay una crudeza y una intensidad en sus palabras que me atrapan.
—Así que, seamos enemigos o no, Selene, por favor, hazme una
pregunta a través de nuestro vínculo… Proyéctala hacia mí.
Quiero echar por tierra su argumento porque estoy en la fase de
negación, pero su súplica se me mete bajo la piel y la retorcida curiosidad
gana.
No debería funcionar. De verdad que no.
Cierro los ojos una vez más y me centro en ese lugar que está justo por
debajo de la cálida palma de Memnón, pues se supone que es por donde la
magia une a las almas gemelas. Sí que siento algo ahí ahora que me
concentro, lo cual me resulta aterrador.
He oído que los vínculos se describen como cuerdas o carreteras, pero
esto se parece más a un río que fluye dentro y fuera de mí.
«¿Cómo te hiciste la cicatriz de la cara?» Empujo el pensamiento con mi
poder y lo obligo a bajar por ese río mágico que siento.
—Cuando tenía quince años, un hombre intentó despellejarme en la
batalla —responde Memnón.
Abro los ojos, afligida y fascinada al mismo tiempo, no solo por lo que
me ha contado, sino porque ha oído mi voz en la cabeza.
—Me has leído la mente —lo acuso. No quiero creer la alternativa: que
estamos… vinculados, que nuestras almas están entrelazadas de manera
inextricable.
—No me hace falta hacerlo cuando hablas con tanta gracia por nuestro
vínculo.
Memnón me mira con la emoción inundándole los ojos.
Le aguanto la mirada por un segundo, y por dos y por tres. Tengo el
pulso descontrolado y oigo el rugido de mi sangre en los oídos. Las rodillas
se me empiezan aflojar.
—No soy tu alma gemela —insisto.
¿Estás segura?
Como si quisiera enfatizar sus palabras, su poder se me filtra a través del
río mágico. Por un momento, cierro los ojos y siento su fascinante pellizco
justo en el corazón. Aprieto la palma contra ese lugar, pero cuando descansa
sobre la de Memnón me doy cuenta de que todavía me está tocando y estoy
empezando a confundir dónde termina él y empiezo yo.
—No —susurro, casi suplico.
—Sí, emperatriz, estás segura —dice con una voz tranquilizadora, con
un aplomo que me lleva al límite.
Me he pasado mucho tiempo intentando convencerlo de mi identidad sin
ningún resultado. Quizás ha llegado el momento de que sea él quien me
convenza.
Levanto la barbilla.
—Entonces, dime quiénes éramos —lo reto.
Memnón extiende la mano y me acaricia la mejilla con los nudillos; esta
delicadeza no tiene nada que ver con el hombre que he llegado a conocer.
—Yo era rey y tú eras mi reina —dice; sus ojos se han ablandado.
—No tienes pinta de rey —lo desafío.
Es demasiado joven, guapo y musculoso, y tiene demasiadas cicatrices.
Me mira entrecerrando los ojos, pero sonríe.
—De donde yo soy, sí. —Después de un rato, se toca el pelo—. Salvo
por esto —admite. Se pasa la mano por la mandíbula—. Y esto.
Mientras habla, mi familiar surge de entre los árboles y se pone a mi
lado en silencio, cuando hace ya un buen rato que lo necesitaba. Le dedico a
la pantera una mirada molesta.
—Los hombres sármatas se dejan crecer la barba y el pelo —continúa
Memnón. Me lanza una mirada conspiratoria—. Pero me preferías
esquilado como una oveja y, tengo que admitirlo, disfrutaba muchísimo de
tu coño contra mi cara lampiña cuando te comía…
Le tapo la boca antes de que termine.
—Nop, eso no quiero escucharlo —digo, aunque mis sueños húmedos
vuelven a mí en toda su refulgente gloria.
Bajo mi mano, él sonríe y sus ojos brillan con regocijo. Ha desaparecido
el monstruo enfurecido que irrumpió en mi habitación…
«Kane.»
Joder, tengo que volver con él.
Aunque le doy vueltas, no sé cómo escapar de esta situación sin atraer a
Memnón otra vez a donde está el licántropo y que le siga haciendo daño.
El hechicero se aparta mi mano de la boca.
—Pregúntame algo más, est amage. Déjame que te demuestre nuestro
pasado.
Al menos ahora parece creer que, sea cual sea el pasado que existió para
él, yo no tengo ningún recuerdo.
Busco en su mirada; una parte de mí está desesperada por comprobar
cómo está Kane y otra está ansiosa por escuchar más cosas sobre este
hombre.
—¿En qué tierra gobernabais Roxilana y tú? —digo al fin, apartándome
hacia atrás.
—Sarmatia. —La palabra está cargada de anhelo—. Éramos un imperio
de nómadas y guerreros, nos desplazábamos por la estepa póntica, con la
migración de los rebaños. Aunque derroté al rey de Bósforo para que
pudieras establecerte en un palacio junto al mar. Los viajes constantes eran
difíciles para ti.
—Nunca he oído hablar de nada de eso —digo. No me atrevo a
mencionar que mi propia magia podría haberme privado de esa información
Memnón suspira.
—Sí, bueno, gran parte de la historia de esa época la escribieron los
romanos. —Arruga los labios mientras habla—. Para ellos, éramos bárbaros
sin nombre. Existíamos en sus pesadillas y en los márgenes de su mundo,
pero no en sus historias de autoengrandecimiento. Pero sí existíamos.
—Ajá —digo, apartándome un poco más—. Igual que existía mi
infancia.
Memnón entrecierra los ojos, sin duda entiende a la perfección lo que
quiero decir: «Creo en tu palabra siempre y cuando tú creas en la mía».
Antes de que uno de los dos añada algo más, escucho una voz rota que
grita: «¡Selene!».
Kane.
Por Diosa, está vivo. El alivio me recorre las venas.
Doy varios pasos hacia atrás, pues la necesidad de volver con el
licántropo es abrumadora.
La expresión de Memnón se vuelve muy fría, demasiado…, sobre todo
en sus ojos.
Señala con la cabeza hacia donde esté el otro y siento las oleadas de
amenazas que surgen de él.
—Est amage, me está costando la vida no matar a ese lobo ahora mismo.
Si tocas a ese chico, morirá. Lentamente. La misma amenaza se aplica a
cualquiera que piense en ir a por ti, brujilla. ¿Lo entiendes?
Levanto la barbilla, pues me niego a acobardarme ante este hombre.
—Haré lo que me dé la puta gana. Esto no es la Edad Media, Memnón.
Los ojos del hechicero arden un poco cuando su poder vuelve a salir a la
superficie con su creciente agitación.
—No, no lo es —está de acuerdo. Tengo que esconder la sorpresa por
que haya entendido la referencia—. Pero tampoco soy un hombre moderno
—continúa—. He matado por mucho menos y me alegraría volver a
hacerlo, en lo que a ti respecta.
Lo miro con mala cara; mi magia se retuerce y sale de mí ante mi
irritación.
Me mira la boca como si de verdad estuviera considerando besarme.
—Te volveré a ver pronto, emperatriz —dice, apartándose de mí—.
Hasta entonces, dulces sueños.
Memnón gira sobre sus talones y se aleja por el oscuro bosque mientras
su magia ondula a su alrededor.
CAPÍTULO 25

En cuanto desaparece de mi vista, corro hacia mi residencia, con Nero


pisándome los talones.
No he oído la voz de Kane desde que me ha llamado esa única vez y,
aunque estoy más segura de que ha sobrevivido a la caída, me aterra el
silencio que ha seguido a su grito.
Llego al límite del bosque y, a través de los árboles, consigo ver el
edificio de la residencia. Me atraganto con un grito cuando lo veo
desplomado en el césped a medio camino. Está justo donde Memnón lo ha
tirado y no parece que se haya movido.
Corro hasta él y caigo de rodillas; Nero se une a mí un segundo después.
Está tumbado de lado, con los ojos cerrados.
—¿Kane? —lo llamo—. ¿Kane?
No responde.
Pongo las manos sobre su pecho; ni siquiera me molesto ni en
comprobarle el pulso ni en intentar despertarlo. A menos que ya no pueda
salvarlo, lo que estoy a punto de hacer debería funcionar.
Cierro los ojos e invoco mi magia. Nunca he hecho esto, pero tengo
suficiente poder y determinación como para intentarlo.
—Sella la carne perforada, repara los huesos rotos, detén las
hemorragias y cura las heridas —digo en sármata; aunque las palabras no
riman, su poder, impregnado de tiempo y oscuridad, añade una punzante
potencia al conjuro.
Siento cosquillas en las palmas de las manos y luego una magia densa y
viscosa surge de ellas. Se coloca sobre la piel de Kane antes de que su
cuerpo la absorba.
Siento que lo está curando, pero no veo los resultados enseguida, no
hasta que su cuerpo encogido empieza a estirarse; me resulta desconcertante
que parezca un globo inflándose. No quiero ni imaginarme qué tipo de daño
interno habrá provocado que su cuerpo se derrumbara de esa forma, para
empezar.
Kane gruñe mientras una de sus piernas se desenrosca y tengo que dejar
de hacer muecas por su bien. Sé que los cambiaformas están acostumbrados
a que su cuerpo se reorganice solo, pero me parece algo doloroso y
violento.
Pasa un minuto y tengo la respiración entrecortada, pues mi magia me
está agotando. Siento un tirón que me hace cosquillas en la cabeza cuando
mis recuerdos se desvían. No voy a pensar en cuánto me ha costado esto.
Kane gruñe y luego se le escapa una tos débil. Antes de abrir los ojos,
grita:
—¡Selene!
Suelto un suspiro tembloroso, el alivio casi se puede palpar.
—Estoy aquí, Kane —digo para tranquilizarlo mientras le paso una
mano por el rostro—. Te estoy curando. Te han lanzado desde una buena
altura.
El cambiaformas frunce las cejas y se obliga a abrir los ojos. En cuanto
me ve, intenta cogerme la mano.
—¿Me estás curando? —repite.
Le aprieto la mano.
—Sí.
Su cuerpo emite un sonido sordo, como de agua, mientras mi poder
repara algo. Kane gruñe por lo bajo de dolor.
—Lo siento —digo en voz baja—. Lo siento muchísimo.
No solo lo digo por el dolor que le está haciendo mi magia, el cual
debería poder soportar si es capaz de transformarse y curarse a sí mismo,
sino porque yo he provocado que le suceda esto. Sabía que Memnón era
una amenaza desde la primera vez que me enfrenté a él.
Una amenaza que he besado hace unos minutos.
Uf, ¿qué me pasa?
Él cierra los ojos.
—Solo quiero saber —traga saliva— si tú estás bien.
—Estoy bien, Kane. Mientras tú estés bien, yo también lo estaré.
Me aprieta la mano.
«Si tocas a ese chico, morirá. Lentamente.»
Respiro hondo para intentar calmar los nervios, porque ya he tocado a
este chico y, que le den a ese hechicero, seguiré tocándolo hasta que se
encuentre mejor. Quiero abrir en canal a Memnón desde los hombros hasta
las caderas. Tiene la audacia de amenazarme.
Kane mueve los ojos.
—¿Quién era el que nos ha atacado? —pregunta con la voz ronca—. ¿Y
cómo te has escapado?
Le echo un vistazo a la línea de árboles; todavía siento cosquillas en la
piel en todos los lugares en los que Memnón me ha tocado.
—Es una larga historia —digo—. Es… —«Yo era rey y tú eras mi
reina»— un viejo enemigo.
Mira a mi familiar por un segundo, el cual le devuelve la mirada con una
expresión aburrida, como si prefiriera no estar aquí. Aunque, ahora que lo
pienso, creo que lo que gustaría en realidad sería volver a acosar a las
criaturillas cuquis del bosque o lo que sea que Nero estaba haciendo en
Everwoods.
Miro a mi familiar.
—Vuelve al bosque si prefieres no estar por aquí —le digo.
Nero aparta la mirada del cambiaformas para estudiarme durante unos
cuantos segundos. No sé lo que se supone que significa esta expresión, pero
el gatazo avanza e invade mi espacio personal, luego se restriega conmigo
y, al hacerlo, me enrosca la cola en el cuello.
Cuando ha terminado, se aparta y se retira a la oscuridad, dejándonos a
Kane y a mí a solas.
El cambiaformas vuelve a centrar su atención en mí y me imagino que
va a comentar algo sobre Nero, pero en lugar de eso dice:
—¿Cómo es posible que una persona tan maja como tú —dice mientras
se sienta y de paso hace una mueca— tenga enemigos?
Le paso a Kane un brazo por la espalda, ya que se tambalea un poco.
—¿Estás bien? —digo, ignorando la pregunta.
El licántropo aprieta los dientes.
—Bastante bien… gracias a tu magia. —Se incorpora—. Ya puedes
dejar de curarme. El resto lo haré yo.
Así que me detengo y los filamentos de mi poder vuelven reptando a mí.
Lo único que queda tras mi esfuerzo es la inquietante vibración que me
dejan en el cráneo.
—¿Todavía llevas el móvil encima?
Asiento con la cabeza.
—Bien —dice. Se inclina hacia delante y se levanta apoyándose en las
manos y las rodillas; el pelo rubio le cuelga por delante de la cara—. Llama
a la Politia e informa de esto.
No creo que Kane haya usado nada de magia al dar la orden, pero siento
el extraño impulso de hacer lo que dice enseguida.
Quizás por eso dudo. O quizás es porque en realidad no creo que la
Politia vaya a impedir que un antiguo hechicero haga lo que le dé la gana
cuando se trata de mí.
Kane se detiene y me mira.
—Selene, por favor. Llámalos. Este hombre no puede sacarte de tu casa
cuando quiera.
Tiene razón, y ni siquiera ha mencionado que es el mismo que lo tiró por
la ventana desde tres pisos de altura.
—Vale —respondo, tranquila.
La espalda del cambiaformas ondula de una forma que no es natural y
gruñe.
—Si eres quisquillosa con la desnudez —suelta—, a lo mejor quieres
mirar para otro lado.
Siento una punzada de pesar solo por que haya salido el tema. Si
Memnón no hubiera sido el mayor cortarrollos de la historia, este hombre
tendría varios centímetros de su anatomía dentro de mí y le habría visto
todos los recovecos.
Suspiro con pesar.
No quiero darme la vuelta, pero sí que aprovecho el momento para
sacarme el móvil de la bota y llamar a la Politia.
—Hola, soy Selene Bowers. Me gustaría informar de un allanamiento y
un asalto en la residencia de estudiantes del Aquelarre del Beleño Negro…
Me quedo sin palabras al ver, por el rabillo del ojo, que Kane cambia de
forma. Casi tiro el teléfono al suelo cuando el pelaje remplaza a la piel, el
rostro se le extiende, los dientes se le afilan y la nariz da paso a un hocico.
Los manos y los pies se convierten en garras y el torso se le estrecha y se le
redondea.
Cuando termina, lo único que veo de Kane en este animal son los ojos
azules como el hielo que pertenecen al tío por el que estoy pillada, y, aun
así, no…, no parecen humanos.
Me cago en la puta. Tengo que parpadear varias veces para encontrarle
sentido al lobo que tengo delante de mí. Me quedo de piedra cuando clava
la mirada en la mía.
—¿Hola, señorita? ¿Señorita? ¿Señorita? —dice el oficial que ha
respondido al teléfono.
—Por favor, vengan enseguida —jadeo, y cuelgo la llamada.
No me muevo. Es lo único que puedo hacer para no dejarme llevar por el
pánico mientras miro fijamente a un impresionante lobo gris.
El animal olisquea el aire en mi dirección y ¿por qué, oh, por qué ha
decidido Kane transformarse justo a mi lado? ¿Y por qué no he tenido
suficiente sentido común para alejarme de él antes de que pasara esto?
El hombre lobo se acerca a mí; sigue oliendo el aire como si yo fuera su
próxima comida.
—No —digo, infundiéndole poder a mi voz. No sé hasta qué punto el
humano controla la mente del animal.
El lobo se detiene, moviendo las orejas, y luego sacude la cabeza como
si se desprendiera de la magia.
Justo cuando me preparo para que se me acerque de nuevo, la magia
cambiaformas se vuelve más densa alrededor del lobo y empieza de nuevo
la transformación, pero en el sentido contrario. Los miembros se hacen más
largos y anchos y el pelo se retira, hasta que un Kane desnudísimo se queda
en el suelo a cuatro patas, jadeando del agotamiento. Consigo ver que los
músculos le tiemblan del esfuerzo y tiene la piel cubierta por una capa de
sudor.
—Lo siento —dice. Su voz es más bien un gruñido que otra cosa. Se
aclara la garganta—. No estaba pensando. Se me había olvidado que no
eres… —levanta la cabeza para mirarme— parte de la manada.
Suelto el aire. Imagino que se supone que eso es un cumplido, pero,
considerando que casi me cago en las bragas hace dos segundos, tengo
sentimientos encontrados al respecto.
¿Por qué todos los seres sobrenaturales tienen que ser tan aterradores,
maldita sea?
—Los licántropos no cazan humanos —añade—. Al menos, no para
matarlos.
Entonces, ¿en qué situación los cazarían? No soy lo bastante valiente
como para preguntarlo.
Así que, en lugar de hacerlo, asiento con la cabeza.
—¿Cómo están tus heridas?
—Mejor —dice; empieza a sonar más como él mismo. Agarra su ropa y
comienza a ponérsela—. Creo que casi me he curado del todo. Debería
bastar con un cambio más, pero ya lo haré cuando vuelva al territorio de la
manada.
Le dedico una sonrisilla.
Oigo sirenas en la distancia. Debe de ser la Politia.
Cuando Kane ya está vestido —bueno, casi, ya que sigue sin camisa—,
se me acerca, se sienta a mi lado y me pasa el brazo por los hombros. Su
abrazo es tan reconfortante que no puedo evitar apoyar la cabeza contra él.
Que le den a la amenaza de Memnón.
—Creo que estamos condenados a ser solo amigos —digo en voz baja.
Odio tener que admitirlo, pero siento que es la verdad.
—¿Qué? —Kane me mira—. ¿Lo dices por ese gilipollas?
Asiento, con la cabeza todavía pegada a él. No sirve de nada mentir. Se
queda en silencio un momento.
—¿Y eso es lo que tú quieres? —dice, frunciendo las cejas—. ¿Ser solo
amigos?
Respiro hondo.
—No sé lo que quiero —digo, dubitativa—. Lo que sí sé es que estaba
dispuesta a divertirme muchísimo contigo y a echarte un polvo salvaje. —
Llegados a este punto, ya no me da vergüenza admitirlo.
—Eso sigue estando encima de la mesa —me interrumpe, acariciándome
la frente con los labios.
Siento que no está bien que estén ahí. Joder, ¿por qué tengo la impresión
de que esto está mal? Quiero arrancarme mis propios pensamientos, porque
están todos retorcidos.
Me enderezo y me aparto un poco del cambiaformas.
—El hombre que te ha atacado… ha estado acosándome y ha dejado
claro que te hará daño si volvemos a hacer algo.
Pero esa no es toda la verdad, ¿cierto? Besé al hechicero y me sentí bien
de un modo inaudito. Y ahora me estoy dando cuenta de que otras caricias
no encajan de ninguna forma.
«Y eres mi Selene, mi alma gemela eterna, quien me despertó de él.»
Kane me aprieta más fuerte.
—Que le den. Un psicópata no tiene que decidir cómo vives tu vida.
Sí, eso es cierto, pero, al parecer, el psicópata en cuestión derrotó todo a
un reino solo para que su chica tuviera un palacio de verano.
No es el tipo de hombre al que quiera enfrentarme cara a cara.
Antes de responder, dos agentes de la Politia, un hombre y una mujer,
giran la esquina de la parte trasera de la residencia, la luz de las linternas
recorre la hierba.
Los saludo con la mano para llamar su atención.
Los dos se nos acercan.
Me aparto de Kane para poner entre nosotros cierta distancia, cosa que
necesito.
—¿Es usted Selene Bowers? —dice el hombre.
Asiento con la cabeza.
—¿Le importaría decirnos por qué nos ha llamado para que viniéramos?
—pregunta la otra, pasando la mirada de Kane a mí.
Durante los siguientes treinta minutos, les explicamos a los dos agentes
de la Politia lo que ha pasado. Con discreción, miro el nombre en sus
chapas: el agente Howahkan es el hombre y la agente Mwangi es la mujer.
Contactan con la manada de Kane para informarlos del accidente y, luego,
yo conduzco al grupo al interior de la residencia.
Cuando pasamos por la biblioteca de la casa, vemos a una bruja que está
sobando en uno de los sillones orejeros, con las piernas abiertas y la falda
alrededor de la cintura. Otra mujer —una cambiaformas, creo— está
arrodillada delante de ella, con la cabeza metida en la entrepierna de la
bruja. También parece estar durmiendo la mona.
El oficial Howahkan carraspea; está claro que no le gusta lo que ve.
También es obvio que no ha asistido a muchos eventos con brujas. Sí
que es cierto que nos gusta una buena fiesta.
Conduzco al grupo escaleras arriba, hacia mi habitación, y rodeamos a
una bruja que está sentada en el rellano mientras le canta a su familiar, un
zorro, una obscena canción de taberna. Su magia color magenta la
envuelve.
Recorremos el pasillo del tercer piso hacia mi habitación y, una vez que
todo el grupo entra, los agentes miran el cristal roto, las sábanas revueltas y
la camisa que ha tirado Kane antes. Y entonces volvemos a contarles lo que
ha pasado esa noche, empezando por la sesión de magreo frustrada y
terminando con la transformación del hombre lobo. Durante todo el tiempo
que nos lleva relatar los acontecimientos, la compañera de la habitación de
al lado está echando un polvo, cosa que expresa entusiasmada en voz alta.
Bien por ella. Debería haber sido yo, pero bien por ella.
Al final acabamos bajando de nuevo; pasamos por la misma chica del
rellano, pero su familiar y ella se han quedado dormidos juntos. La pareja
de la biblioteca sigue inconsciente y, siendo sincera, probablemente sigan
así hasta por la mañana.
La agente Mwangi sacude la cabeza ante el espectáculo.
Corro para escoltarlos al porche delantero antes de cerrar la puerta de la
biblioteca para darles a mis hermanas algo de privacidad.
—Bueno, creo que eso es todo lo que necesitamos por ahora —nos dice
el agente Howahkan a Kane y a mí—. Los informaremos si atrapamos a su
atacante.
La agente Mwangi me escudriña con la mirada mientras su compañero
se vuelve hacia ella; está claro que él sí quiere dar esto por zanjado.
Sin embargo, los ojos de la mujer siguen fijos en mí.
—¿No fue usted la chica que informó del último asesinato? —pregunta.
Eeeh… Tengo cero recuerdos de haber conocido a esta persona. Trago
saliva con delicadeza.
—Eh, sí.
Kane me mira levantando las cejas. El agente Howahkan también me
mira con una intensidad desconcertante.
—Qué coincidencia —comenta la agente Mwangi, aunque por el modo
en que lo dice deja claro que no piensa que sea una coincidencia para nada.
Me escanea entera, como si de repente me hubiera vuelto mucho más
sospechosa.
Siento que los pelos se me ponen de punta.
—Oiga —dice Kane, levantando una mano con un gesto tranquilizador
—, lo de esta noche no ha sido culpa de Selene. Un hombre entró en su
habitación y nos atacó.
La agente Mwangi centra la atención en él y lo mira como si fuera un
pánfilo.
Oigo un aullido siniestro en el pecho de Kane. Lo miro al acordarme de
cómo ha reaccionado hace un rato cuando le di una orden. Y ahora ha
percibido esto otro como si fuera un desafío.
¿En qué lugar de la jerarquía licántropa se encuentra? Porque se está
comportando como un alfa. Y posesivo.
La agente Mwangi agacha la cabeza y no sé si pretende que sea una
muestra de sumisión, pero parece satisfacer al lobo de Kane, que se calla
cuando la ve hacerlo.
No obstante, independientemente de los gestos tranquilizadores, las
palabras de la agente ya han hecho mella. Lo siento en el aire como si fuera
una especie de magia retorcida.
De algún modo, entre que me tropecé con un cadáver y que me ha
acosado un antiguo hechicero, la Politia ha llegado a la conclusión de que
soy lo bastante sospechosa como para tenerlo en cuenta.
Por Diosa, solo espero que esto no me explote luego en la cara.

Cuando me despierto a la mañana siguiente, sonrío al oír a los pájaros trinar


en el árbol y, por un par de segundos, la vida es lo más maravilloso del
mundo.
Entonces la noche de ayer se me echa encima.
Me tapo los ojos con las manos. «Haz que se vaya.» Hay fragmentos de
ayer que tampoco recuerdo, por ejemplo, ha desaparecido cuando me
preparé para la fiesta. Y algunos vestigios de la fiesta de anoche, pero no
estoy segura de si de eso hay que echarle la culpa al alcohol o a la magia.
Aun así, recuerdo lo suficiente. Y, ante la aleccionadora luz diurna, un
detalle en particular me llama la atención, aunque anoche no lo estuve
rumiando durante mucho tiempo.
«Somos almas gemelas, brujilla.»
Salgo a rastras de la cama y suelto una maldición cuando piso un cristal
de la ventana.
—Cristales rotos, no me deis la lata. Reparad ahora mismo esa ventana.
De verdad, tengo que currarme más las rimas…
Mientras el cristal se levanta del suelo y se pone en su sitio él solo, me
dirijo a mi estantería. Paso los dedos por los lomos de mis diarios.
Ser el alma gemela de alguien no es algo que suceda de improviso. Es un
aspecto de un ser sobrenatural que se manifiesta con el Despertar de su
magia y que se suele registrar y reconocer de manera formal.
Así que, si yo fuera su alma gemela, lo habría escrito en alguna parte
antes de que mi mente se olvidara de esa información. Habría sido
demasiado importante como para no hacerlo.
Saco todos los cuadernos uno a uno y paso las páginas de manera
frenética.
Nada, nada, nada.
Por supuesto que no hay nada, porque no soy su alma gemela. No de ese
bastardo brutal.
Aun así, me paso como una hora sentada en el suelo de mi habitación,
con mis libretas abiertas a mi alrededor, pasando página tras página de notas
que apunté hace años, buscando cualquier pista de que yo sea su alma
gemela. Justo cuando llego a mi primer diario me doy cuenta de que no
empecé a hacer un registro exhaustivo hasta la mitad del primer año en la
Academia Peel, meses después de mi Despertar.
En cualquier caso, lo que tengo es bastante completo. Y ni una sola vez
he encontrado ninguna mención a ser su alma gemela.
Suelto el aire. Sé que debería sentirme aliviada, pero están esos malditos
meses que no registré. A lo que hay que sumar que ya no recuerdo mi
Despertar, cuando debería haberme enterado de si soy el alma gemela de
alguien.
Me froto el corazón y frunzo el ceño. Cuanto más me concentro en ello,
más dispuesta estaría a jurar que puede que ahí haya algo.
«Fue solo un truco de hechicero, nada más.»
Hay otro lugar donde podría comprobarlo.
La Academia Peel debería tener a mano los archivos sobre mi Despertar.
Tienen los de todos los estudiantes sobrenaturales que han ido a su
internado. Solo necesito conseguir una copia.
Abro el portátil y voy directa al correo electrónico. Una vez ahí, envío
una rápida petición al Departamento de Archivos de la Academia Peel para
que me envíen los resultados oficiales.
Diosa, espero que esto aclare las cosas de una vez por todas.
Sigo aferrándome a esa maldita esperanza de estar en lo cierto.
Si no, estoy jodida.
CAPÍTULO 26

Bzzz.
El sonido de mi móvil me levanta de la silla del escritorio. No estoy
segura de dónde proviene, pero no está donde debería: en la mesita de
noche.
Bzzz.
Sigo el sonido y palpo la ropa que llevé anoche.
Bzzz.
Agarro una de las botas y le doy la vuelta. El móvil sale disparado antes
de caer al suelo con un golpe seco.
Me da tiempo a ver que es Sybil, pero en cuanto lo atrapo se corta la
llamada.
Estoy a punto de llamarla, medio acojonada por todo lo que tengo que
contarle, cuando me doy cuenta de que hay una cantidad ingente de
mensajes y llamadas perdidas que debo de haber obviado mientras dormía.
Oh, Diosa, ¿estará bien Sybil? Los miro, aterrada.
¿Te divertiste anoche?
¿Kane era todo lo que siempre habías soñado?
Vale, supongo que estás sopa después de una noche de sexo descontrolado,
pero, por favor, contéstame.
Hostia puta, ¿QUÉ PASÓ? ¿POR QUÉ NO ME RESPONDES?
SI NO ME CONTESTAS AHORA MISMO, VOY A IR A TU HABITACIÓN.
Vale, he sido una pervertida total y me he colado en tu habitación y estabas
sobadísima y abrazada a tu familiar como si fuera una almohada gigante, y qué
bonito, joder.

Debajo del mensaje hay una foto que la perturbada de mi mejor amiga
me ha hecho dormida con Nero.
En cierto modo, sí es una foto bonita.
Vale, voy a dejarte dormir, cariño. Ven a verme cuando te despiertes.
P. D.: Voy a dejarte dormir *un poco*. A lo mejor me pongo a llamarte si me
impaciento.

Ahora que sé que mi amiga está bien —a pesar de que fui una capulla al
dejarla anoche para tirarme a un hombre lobo («Venga, Selene, supérate»)
—, todo mi cuerpo se relaja y la tensión me deja.
Está bien. Ningún asesino la tiene secuestrada. Solo está preocupada por
mí.
Mientras sujeto el teléfono, me llega otro mensaje:
P. D. 2: Le he pasado tu número a Sawyer, que se lo va a pasar a Kane. Pasara lo
que pasara anoche, sigue coladísimo por ti.

Gruño. Es imposible que le siga gustando. En cuanto a mí, dejando a un


lado la amenaza de Memnón, a la dura luz del día, después de todo el
alcohol y las malas decisiones, no estoy del todo segura de cuán colgada
estoy de Kane.
Eso es algo de lo que me preocuparé más adelante.
Le respondo a Sybil con un mensaje para decirle que estoy viva y que iré
a buscarla para contarle lo que pasó anoche en cuanto pueda.
Después de terminar de escribir la respuesta, me fijo en otro mensaje que
tengo de anoche, de un número desconocido.
Miro fijamente la pantalla del móvil, intentando encontrarle sentido a lo
que estoy leyendo:
Ey, soy Kasey. Qué ganas de verte mañana en el círculo. 22:00 en la biblioteca.

Espera, ¿acepté participar en un círculo de hechizos, en serio? Mierda.


¿Era esta noche?
Agarro mi cuaderno y paso las notas que he escrito para hoy. Por
supuesto, veo «círculo de hechizos» en rojo y rodeado varias veces.
Gruño.
Diosa, espero no arrepentirme de haber accedido a esto.

A las diez de la noche, después de que la mayoría de las hermanas del


aquelarre hayan vuelto a su habitación o se hayan ido a otra fiesta, me
siento en la biblioteca y hojeo un libro sobre magia indígena en Perú
mientras muevo la pierna con nerviosismo.
Aquí no hay ventanas, pero incluso sin mirar sé que la luna nueva es de
todo menos invisible ahí fuera, en el cielo nocturno, e intento que eso no me
asuste demasiado.
En cuanto a hechizos se refiere, la luna nueva es buena para la ilusión,
para esconder la verdad y para hechizos de ocultamiento, pero resulta que
también para la magia oscura, cuando el tercer ojo de Diosa se ha alejado de
la tierra.
Oigo las suaves pisadas de unos pasos y dejo el libro justo cuando Kasey
entra en la biblioteca.
—Ey, me alegro de verte —dice, saludando con la cabeza—. ¿Preparada
para irnos?
Nop. Ni un poquito.
—Sí —miento; me levanto y camino hacia ella—. ¿A dónde vamos?
—Ya lo verás —dice de manera críptica, y me guiña un ojo, como si
todo esto fuera una inocente diversión y para nada perturbador.
Sale de la biblioteca y camina por el pasillo que hay en sentido opuesto a
la cocina. No he venido mucho por aquí, aunque a la izquierda hay un
pequeño invernadero donde incluso ahora hay una bruja regando plantas.
Lo dejamos atrás y seguimos adelante. Siento la punzante ausencia de
Nero, que está correteando por el bosque, demasiado ocupado siendo la
pesadilla de las criaturas peludas del bosque como para participar en un
círculo de hechizos. Ese felino, por muy gruñón que sea, es un gran apoyo
para mí. Como no lo tengo al lado, siento los nervios un poco más a flor de
piel de lo normal.
Al final del pasillo hay una puerta que conduce a la sala de rituales. Es
donde se celebran las asambleas de la residencia y las ceremonias oficiales.
Fue aquí donde hicimos una breve reunión de bienvenida durante mis
primeros días y otra hace una semana, así que el lugar no me es del todo
desconocido.
Kasey entra en la estancia delante de mí y camina con confianza por el
improvisado pasillo, pasando las manos por las sillas que tiene más cerca.
Dudo y miro más allá de ella, a la oscura habitación. Las paredes y el
techo están pintados de negro y no hay ventanas; ni siquiera los pequeños
apliques de la pared y la araña de hierro dan apenas luz. No es exactamente
el tipo de habitación en la que querría pasar la noche.
Aunque no es que esté haciendo esto porque sea divertido.
Muy a mi pesar, sigo a Kasey y nuestros pasos resuenan alrededor. Igual
que en el resto de la casa, varios conjuros protectores y encantamientos
cubren este espacio. Pero aquí dentro, con las paredes oscuras que parece
que se ciernen sobre ti, la magia parece un tanto agobiante.
—¿Es aquí donde hemos quedado con las demás? —pregunto,
observando las filas de sillas vacías que se quedaron colocadas después de
la última reunión que se celebró aquí.
—No exactamente —dice, sin añadir nada más.
Su críptica respuesta me pone los nervios aún más de punta.
Kasey no deja de caminar hasta que llega a la pared del fondo de la
estancia.
Se saca un vial del bolsillo y se vierte en la palma de la mano un polvo
de hierbas y a saber qué más.
Se lo lleva al rostro.
—Revélate —susurra, y luego lo sopla hacia la pared.
Donde hace un segundo no había más que una pared sólida e intacta,
ahora hay una simple puerta negra.
Me quedo sin habla al ver la entrada oculta.
Kasey se vuelve hacía mí con una sonrisa pícara.
—¿A que es guay? Este aquelarre está lleno de cosas secretas. —Agarra
el picaporte—. ¿Preparada para ver más?
Asiento con la cabeza, aunque sigo impresionada por lo que veo… y
porque me he dado cuenta de que hay más.
Kasey abre la puerta y al otro lado hay una pequeña habitación blanca.
Lo único interesante de esta estancia es que alberga lo que parece ser una
escalera de espiral que baja hacia un lugar que no veo.
Una vez que se me pasa el efecto de la magia ilusoria, vuelvo a estar
inquieta. Pero no es solo esta situación lo que no encaja, sino el hecho de
que haya una puerta escondida que conduce a una escalera oculta que a su
vez lleva a otra estancia secreta, y todo está conectado con la casa en la que
duermo.
«Voy a tener que proteger mi habitación cada quince días solo para
sentirme a salvo.»
Kasey cruza el umbral de un paso y luego se vuelve hacia mí. Antes de
entrar, observo con cuidado la pared para buscar los conjuros que hay
ocultos en la sala. La magia que cubre las paredes es complicada y ha sido
creada por muchas manos diferentes. Emite el más leve de los destellos… y
sé que debe de haber muchos más hechizos que a su vez están ocultos
incluso para la mirada de las brujas.
Siendo sincera, es algo hermoso y fascinante, ojalá tuviera mi cuaderno
para apuntar todo lo que veo.
Kasey no comparte mi estupefacción. En cuanto se da cuenta de que me
he distraído, se encamina hacia la escalera.
—Vamos —dice—, nos están esperando.
Vale. El resto del círculo de hechizos.
—¿Cómo han llegado las demás hasta aquí? —pregunto cuando entro en
la estancia y cierro la puerta a mi espalda—. ¿También son hermanas del
aquelarre?
—No te preocupes por eso —dice, mirando por encima del hombro—.
En realidad, no es de eso de lo que va este círculo.
Eso no me ha tranquilizado para nada.
Me hace falta el dinero, me digo a mí misma, porque esa es la
tranquilidad que necesito para seguir con esto.
Bajo las escaleras detrás de Kasey y el aire se vuelve más frío conforme
avanzamos. Descendemos a una planta que casi destella con una luz
ambarina. Cuando llego al pie de la escalera, recorro con los ojos el
estrecho pasillo que se extiende ante mí. Las paredes son de sillería y el
suelo es de mármol.
Parece algo que como mínimo se construyó el siglo pasado. Hay un olor
a humedad en el aire que ninguna cantidad de magia puede hacer
desaparecer.
A mi poder le encanta, aunque el resto de mi cuerpo se siente atrapado
aquí dentro.
En las paredes hay candelabros que emiten una luz parpadeante mientras
la cera derretida se desliza por sus lados.
—¿Qué es este lugar?
—Un túnel de escape —dice—. Uno de tantos.
Me había olvidado de los túneles de escape, pero son una parte
importante de los planes de construcción de los edificios sobrenaturales.
Son, en esencia, una forma literal de escapar de una persecución.
—El Beleño Negro está lleno de estas cosas —continúa Kasey—. Ya
sabes cómo son las brujas —añade, encogiéndose de hombros.
Cautas. Gran parte de nuestra historia ha estado llena de violencia
injustificada hacia nosotras.
En la distancia, oigo un leve murmullo. Se me acelera el pulso, al mismo
ritmo que la curiosidad.
El pasillo se curva y se abre a una cámara más amplia. En su umbral hay
otro par de lamassus de piedra montando guardia y, más allá, una
habitación llena de seres sobrenaturales.
Con cuidado, paso una mano por encima de la cabeza de una de ellas
cuando pasamos a su lado, y entonces entramos en la enorme estancia
circular. Igual que el pasillo que la precede, las paredes están cubiertas de
piedra gris y el suelo es de mármol pulido. Hay unos cuantos pasillos que
desembocan aquí y que conducirán a quién sabe dónde.
El espacio en sí está lleno de sobrenaturales enmascarados y con túnicas;
supongo que son todos brujas, aunque no estoy segura, porque ninguna
magia los delata.
Una de las figuras lleva la máscara de la triple diosa, con el símbolo de
la triple luna pintado en la frente. Debe de ser la sacerdotisa, la bruja que
dirige el círculo.
Cuando ve a Kasey, coge lo que parecen ser dos túnicas negras dobladas
y dos máscaras blancas y luego se acerca a nosotras.
—Ey, nena —dice tras la máscara.
No me esperaba para nada lo dulce y juvenil que suena su voz ni
tampoco la familiaridad con la que abraza a Kasey.
La sacerdotisa le pasa una túnica y una máscara.
—Ya estamos listas.
Luego me saluda con la cabeza.
—Hola. Nos alegramos de que hayas venido. —Me tiende a mí la otra
túnica y la otra máscara—. Tendrás que ponerte esto antes de unirte al
círculo. La túnica te la puedes poner encima de tu ropa. Estamos esperando
a los invitados de honor, pero creo que empezaremos antes de que vengan.
Ya se unirán cuando lleguen.
Tardo un momento en darme cuenta de que yo no soy una de esas
invitadas de honor. Y, por supuesto, me siento avergonzada, porque no
esperaba que me trataran como a la estrella invitada. Solo estoy un poco
desestabilizada, eso es todo.
La sacerdotisa se aleja de nosotras, así que desdoblo la túnica y me la
pongo encima de la camiseta y los vaqueros.
—Las zapatillas sí que tienes que quitártelas —dice Kasey mientras se
pone su túnica—. Ayuda a conectar y a canalizar la magia.
—¿Vas a decirme ya lo que estamos haciendo? —pregunto, quitándome
las Converse y los calcetines antes de dejarlo todo a un lado. Me siento algo
mejor ahora que nos hemos reunido con la bruja que lidera todo esto.
—Solo es un círculo de hechizos. Nos cogeremos de las manos,
cantaremos un poco y uniremos nuestro poder.
Sí, pero ¿con qué objetivo?
Miro fijamente la máscara y le paso el pulgar por el labio inferior. Es
obvio que están pensadas para darnos algo de anonimato.
¿Por qué tendría que importarme? ¿Por qué alguien compraría túnicas y
máscaras y les pagaría a dos docenas de brujas para estar presentes? Si a
todas las que estamos aquí nos dan quinientos dólares, en total son diez mil.
¿Qué tipo de magia cuesta tanto? Miro hacia los otros miembros
enmascarados para ver si alguien comparte mi preocupación. No consigo
ver ninguna cara, pero nadie más parece estar molesta. Intento que eso me
infunda algo de seguridad.
Exhalo y me pongo la máscara y el cubrepelo encima de mis rizos
dorados para ocultarlos a la vista.
Kasey ya se ha movido hacia el círculo, aunque yo no estoy segura de
cuál de las figuras con túnicas es. Yo también me uno y la chica que está a
mi lado —no es ella, a juzgar por sus ojos verdes— me saluda con la
cabeza, pero no hace nada más.
Una vez que el círculo está formado, la sacerdotisa se coloca en el centro
con un cáliz entre las manos.
—Es la hora, hermanas —dice—. Uníos a mí en el círculo de hechizos
de esta noche.
Arrugo la nariz cuando percibo a qué huele la habitación. Lo que antes
había supuesto que tan solo era el olor de la húmeda estancia subterránea
es…, es algo más, algo que me resulta vagamente familiar.
Antes de centrarme más en el olor, la sacerdotisa se levanta la máscara lo
suficiente para darle un trago al cáliz. Cuando lo hace, se vuelve a bajar la
máscara y le tiende la copa a una bruja con túnica que se encuentra al otro
lado del círculo de donde estoy. Esta también se levanta la máscara y da un
traguito, antes de pasárselo a la persona que está a su lado. La copa va
pasando de mano en mano y cada una le da un trago.
—¿Qué hay ahí dentro? —le pregunto a la bruja de ojos verdes que está
a mi lado. Se encoge de hombros como para desechar la idea.
—Es solo un poco de poción mágica… más unas cuantas especias para
ayudar a reforzar tu magia.
¿Especias? ¿Así es como se llama ahora a las drogas?
Algunos círculos de hechizos las usan para mejorar el poder colectivo y
la experiencia del grupo, pero ¿confío lo suficiente en las desconocidas de
este círculo como para meterme un viaje con ellas?
Demonios, no.
Así que, cuando el cáliz llega a mí, me levanto la máscara y me llevo la
copa a los labios, pero que le den, no voy a beber cualquier brebaje. Mi vida
ya es lo bastante caótica mientras estoy sobria.
Aprieto el borde del recipiente contra la boca y lo inclino solo lo
suficiente para que el líquido me roce los labios. Después de un par de
segundos, bajo el cáliz y lo paso. Justo cuando la atención ha pasado a otro
punto de la fila, me meto la mano debajo de la máscara con discreción para
limpiarme la boca.
En el lado opuesto de la habitación, veo que algunas brujas ya se están
balanceando. Sea lo que sea esta bebida, debe de ser fuerte para que
provoque tal efecto.
Cuando el cáliz ha recorrido todo el círculo, la sacerdotisa lo deja a un
lado.
—Vamos a darnos las manos.
Hago lo propio con las mujeres que tengo a ambos lados y la piel me
hormiguea apretar nuestro poder.
La sacerdotisa emite un sonido gutural bajo y luego habla en otro
idioma, el cual entiendo.
Latín.
—Invoco la magia antigua y la oscuridad que yace bajo los pies.
Préstanos tu poder para el conjuro de esta noche. De la tierra a los pies, del
pie a la mano y de bruja a bruja, nuestro círculo invoca tu magia.
El poder brilla por todo el grupo, se alza del suelo de mármol hacia las
plantas de los pies. Fluye por las piernas y el torso antes de desviarse por
los brazos mientras se mueve por todo el grupo hasta que las magias se
unen y nos sentimos como si fuéramos un todo.
Estoy tan absorta en la extraña y fascinante sensación de ser parte de una
única unidad más grande que no me doy cuenta de que están arrastrando a
otra mujer hasta el círculo hasta que la sacerdotisa dice en voz alta:
—Entra en nuestro círculo y únete a las festividades de esta noche. Te
damos permiso para cruzar nuestra sagrada línea de poder.
Al otro lado del círculo, dos brujas levantan con cierta torpeza las manos
que tienen unidas y dos individuos más pasan entre ellas hasta el centro.
Observo a las dos figuras con los ojos fijos en la más grande. Esta
persona lleva una túnica negra y una máscara igual que todas las demás,
pero lo que me llama la atención es lo que se encuentra debajo de la careta.
La piel de su cuello es de un suave gris pálido y tiene como un brillo
apagado. Cuando avanza hacia delante, sus movimientos parecen
espasmódicos y mecánicos.
La oscuridad debe de estar jugando con mi vista.
Me obligo a mirar hacia abajo, hacia la figura que acompaña a ese
individuo. También lleva una máscara, pero ahí es donde termina cualquier
parecido. A diferencia del resto de nosotras, viste un camisón blanco casi
transparente y los pezones y el vello púbico se le ven descaradamente. No
consigo distinguir la expresión que tiene por debajo de la máscara, pero se
apoya contra la primera figura, como si las piernas no hicieran demasiado
bien eso de sujetarla.
No me gusta nada de esto.
—¿Qué está pasando? —le pregunto a la bruja de ojos verdes.
Me lanza una mirada que sin ninguna duda grita «¡Cierra el pico!», pero,
aun así, responde:
—Solo es parte de los círculos de hechizos de la luna nueva.
La mujer del camisón se tambalea un poco y, cuando se endereza, me
fijo en lo pequeños que tiene los miembros.
Se me encoje el corazón.
No es una mujer, sino una niña. No puede tener más de dieciséis.
Técnicamente, se considera la edad en la que los seres sobrenaturales entran
en la adultez, pero venga ya. Parece demasiado joven como para estar aquí,
participando en un círculo de hechizos. Y sobre todo para estar borracha,
cosa que parece.
Por un momento, le cambia la piel de los antebrazos y el pelo de los
brazos le crece. Luego este retrocede, como si nunca hubiera estado ahí.
Cojo aire, sobresaltada.
¿Es una licántropa?
¿Por qué la han conducido a un círculo de hechizos de brujas?
Mal, muy mal, fatal. Esto me huele horrible.
El acompañante de la chica le pone una mano en la nuca y la guía para
que se ponga de rodillas.
Por un segundo, el miedo me paraliza y el horror me agarrota los
músculos.
¿Qué coño está pasando?
Paso la mirada de una bruja a otra, pero ninguna parece ni ansiosa ni
nerviosa.
«¿Por qué no se las ve preocupadas?»
—Unid las manos una vez más, hermanas —pide la sacerdotisa mientras
avanza dentro del círculo hacia los dos invitados de honor.
Siento que tengo el corazón en la garganta cuando agarro las manos a las
mujeres que me rodean para sellar el círculo. La magia se espesa en el aire.
Debo de estar entendido algo mal. Seguro que sí.
La sacerdotisa levanta los brazos y, una vez más, habla en latín:
—Invoco la oscuridad y a los antiguos dioses hambrientos, que serán
testigos de mis hazañas.
Deja caer las manos y busca algo entre la túnica. Se saca una daga
ceremonial reluciente.
La levanta sin dejar de hablar.
Hostia puta, ¿quién le ha dado un cuchillo?
Arrastro la mirada por el resto del círculo. Varias brujas se balancean y
los ojos que consigo ver en la tenue luz parecen un tanto vidriosos, pero a
ninguna se la ni sorprendida ni incómoda.
«¿Por qué ninguna está acojonada?»
La sacerdotisa se aparta el cuello de la túnica y se lleva la daga al
esternón. Y entonces se la clava. Veo que la piel se le abre. Oigo la tela
rasgarse. Y, cuando las primeras gotas golpean el suelo de mármol dentro
del círculo, mi magia lo siente, se me alza en las venas como un leviatán,
ansiosa por utilizar ese fluido. Y ese olor, ese olor que antes me ha azotado,
ahora lo reconozco…
Magia negra.
Se mezcla con el aire y se alza como si fuera humo.
La sacerdotisa se lleva los dedos a la herida. Cuando los tiene cubiertos
de sangre, se acerca a la chica y le quita la máscara.
—Con sangre ato —dice en mi idioma mientras le marca la frente de la
chica con la sangre—. Con hueso rompo. Solo a través de la muerte
renunciaré al fin.
En el centro del círculo, la chica solloza y empieza a gritar.
«No.»
Suelto las manos de mis hermanas y la magia colectiva del círculo se
disipa zumbando mientras corro hacia ella.
No sé lo que estoy haciendo, solo que debería haberlo detenido antes,
cuando apareció el cuchillo o la magia negra, o, demonios, cuando
mencionó lo de invocar la oscuridad de la tierra. Es una situación jodida en
todos los sentidos y ninguna cantidad de dinero vale la pena por lo que sea
que está pasando.
Empujo a un lado a la sacerdotisa antes de ponerme de rodillas delante
de la chica; soy vagamente consciente de que la primera grita mientras
pierde el equilibrio y el cuchillo repiquetea cuando se le cae de las manos.
Agarro a la segunda por las muñecas; estoy aterrada por ella.
La figura de la túnica que la acompaña se vuelve hacia mí y, por debajo
de la máscara, surge un siseo monstruoso.
Por instinto, mi magia sale disparada como un látigo, golpea a la figura y
la hace caer de espaldas.
¿Emperatriz? La voz de Memnón me habla en la cabeza.
Mierda. Él no. No ahora.
—¿Qué coño estás haciendo, Selene? —chilla Kasey, acercándose a mí.
No lo sé. No sé lo que estoy haciendo y puede que esta cambiaformas
sea una adulta que aceptó hacer esto y quizás lo he entendido todo mal, pero
tiene las pupilas dilatadas y gimotea como un lobo y, joder, lucharé contra
cualquiera que se interponga entre ella y yo.
—No pasa nada —le susurro, y le paso un brazo por los hombros para
ayudarla a ponerse en pie.
Se tambalea y apoya casi todo su peso en mí. Siento que se inclina más e
inhala mi aroma, lo cual me recuerda a Kane.
Debe de ser cosa de lobos.
A nuestro alrededor, las mujeres se mueven y murmuran. Por primera
vez en toda la noche, empiezan a parecer nerviosas. Unas pocas se han
acercado hacia la sacerdotisa y la ayudan a levantarse e intentan detener el
flujo de sangre de su herida.
—Vamos —susurro con suavidad, para urgir a la chica a que se mueva.
Si logro que suba las escaleras y entre en la residencia, le conseguiré la
ayuda que necesita.
—Criatura —chilla la sacerdotisa—, véngame.
Enfrente de nosotras, el acompañante original de la cambiaformas se
levanta del suelo. Solo ahora que la capucha se le ha escurrido, veo un
pálido rostro gris, una piel sin lustre y unos ojos completamente negros.
Aunque parece una persona, no es un ser humano. Ni siquiera parece tener
fuerza vital.
En la frente tiene una única palabra, como si se la hubieran garabateado
en la piel, escrita en…, en…
«Arameo», susurra mi cabeza.
Antes de que consiga averiguar qué significa la palabra, la criatura corre
hacia nosotras.
A mi alrededor, las brujas contienen el aliento.
Le lanzo mi magia a la criatura; saco el poder del suelo igual que nos ha
enseñado a hacer la sacerdotisa. Es la misma sensación que cuando coges
mucho aire y luego lo sueltas en una poderosa exhalación. Las nubes de
magia color naranja claro me abandonan y ruedan por toda la estancia.
Golpean al ser, que se cae, y lo lanzan contra la pared de piedra.
Su cuerpo emite un leve chasquido y el ser se hunde como si fuera un
montón de escombros.
Emperatriz, ¿qué está pasando?
—Serás idiota —me dice la sacerdotisa. Y luego le chilla al ente—:
Criatura, repárate.
El ser empieza a moverse, pero no lo hace de una forma natural. Algo se
sacude y se mueve bajo la túnica.
Sujeto a la chica con más fuerza mientras avanzamos de espaldas.
La cambiaformas gruñe, cosa que me hace apartar la atención de la
habitación por un segundo.
—¿Estás bien? —le pregunto susurrando.
—No… me… siento… muy bien… —balbucea, apoyando la cabeza
contra mí.
Está sudando y temblando; queda bastante claro que está embriagada de
alguna droga o conjuro o las dos cosas.
Apenas puedo pensar con los latidos desenfrenados de mi corazón de
fondo.
—¿Puedes correr? —susurro—. ¿O transformarte?
Prefiero una loba ebria a seguir en esta sala de brujas.
—Angh —dice; parece que la cabeza le rueda sobre los hombros.
Supongo que eso es un no.
Me dirijo hacia uno de los pasajes iluminados que salen de la estancia.
—Eh, no, de eso nada —grita la sacerdotisa—. Tú vete si quieres, pero
la loba es mía.
Su magia llena el aire y, cuando me vuelvo hacia ella, ya no lleva la
máscara. Todavía le gotea la sangre por el pecho y sigo percibiendo los
restos de la magia negra que tiñen el aire. Una magia negra en la que he
participado.
—Suelta a la chica —ordena. A su espalda, el cuerpo de la criatura sigue
moviéndose y haciendo unos desconcertantes ruidos, como si raspara algo.
Reculo y arrastro conmigo a la pobre cambiaformas. Por desgracia, el
pasadizo iluminado está cerca de… lo que sea que es esa cosa.
La sacerdotisa da un paso hacia mí.
—Bruja, te lo advierto una última vez: suelta a la cambiaformas.
Es obvio que aquí pasa algo muy malo, no solo un poco turbio.
Es malvado.
Me he equivocado viniendo aquí, para empezar, y luego cuando no he
dado un paso al frente antes. Pero esa mujer solo tocará a la chica por
encima de mi cadáver.
Mi expresión se endurece cuando la miro.
—No.
La sacerdotisa respira hondo. Luego extiende las manos como si
intentara abarcar toda la estancia y dice:
—Hermanas, criatura, traedme a la loba.
Todas las figuras enmascaradas se lanzan contra mí. Mi miedo
aumenta…
Emperatriz, ¿qué está pasando?
Juraría que la voz de Memnón suena preocupada, pero quizás son mis
propias emociones.
Me muevo con la chica y corremos hacia el túnel que estaba mirando.
Ella se tropieza con sus propios pies y la arrastro más que otra cosa, pero
si algo no cambia rápido esas brujas y esa…, esa… monstruosidad van a
pillarnos.
Con esa aterradora idea in mente, canalizo mi magia en la mano.
—Explota —susurro, y luego lanzo la granada mágica hacia atrás.
¡PUMBA!
La chica y yo salimos disparadas hacia delante cuando la tierra salta por
los aires y el estallido nos empuja por la espalda. Detrás de mí, oigo gritos y
gruño mientras asumo todo el peso de la cambiaformas y las dos nos
caemos al suelo.
Emperatriz, ¿¡qué está pasando!?
Eso… no ha salido como yo esperaba.
Me pongo en pie a trompicones, arrastrando a la chica conmigo. Tiro a
un lado la máscara, que no me deja ver bien, y por fin consigo distinguir lo
que me rodea. Unas volutas de humo color melocotón flotan en el aire.
Miro a mi acompañante. Me basta un vistazo a su expresión aturdida
para saber que no va a poder correr. Y no tendré ninguna oportunidad si me
enfrento a una docena de personas y a un monstruo.
Solo queda una opción.
Cierro los ojos e invoco mi poder.
—Magia, magia, hazme fuerte. Ayúdame con esta chica hasta… que la
liberte.
Vale, no es mi mejor rima, pero que le den, servirá.
El poder se me precipita por los brazos y las piernas. Lo siento
enrollándoseme en los pulmones y bombeándome el corazón.
Levanto a la chica del suelo, la cojo en brazos y corro.
CAPÍTULO 27

El túnel por el que nos hemos metido es pequeño y húmedo. Las paredes
son solo de tierra y el mármol del suelo da paso a unas losas. Hay luces
encendidas, probablemente de cuando han pasado las otras brujas; supongo
que, si sigo las velas, me conducirán fuera. Tengo que pensar que eso es lo
que pasará. Pero si me equivoco…
No puedo pensar en eso.
Mientras corro, vuelvo a dudar de lo que he hecho. A lo mejor me he
pasado. Quizás he visto un poco de sangre y magia oscura y he exagerado
las cosas.
Pero mi intuición me dice que he interpretado bien la situación. Que algo
violento y malo estaba pasando. Algo que casi termino porque me han
embaucado.
Ese conjuro que la sacerdotisa estaba pronunciando, ¿por qué me
resultaba tan familiar…?
Detrás de mí, oigo los lejanos pasos de mis perseguidoras. Mierda, de
verdad quieren darme caza.
Todavía no me han alcanzado, pero quién sabe cuánto tardarán en
hacerlo. Llevo a cuestas a otro ser humano y, a pesar del subidón de poder
que me da mi magia, no creo que tenga ventaja durante mucho tiempo.
Tampoco puedo pensar en eso.
Delante de mí, el túnel se divide. Giro a la derecha, siguiendo la luz.
La túnica negra se me sigue enredando entre las piernas y a la chica le
cuelga la cabeza desde mis brazos.
Espero que esté bien.
Me fijo en el chorretón de sangre que tiene la cambiaformas en la frente
y recuerdo el ensalmo de la sacerdotisa.
«Con sangre ato. Con hueso rompo. Solo a través de la muerte
renunciaré al fin.»
Un escalofrío me recorre la columna vertebral.
Un hechizo vinculante.
Por eso me resultaba familiar la invocación de la sacerdotisa. Estaba
llevando a cabo un hechizo de retención. Solo ahora me doy cuenta del
horror que eso supone.
Hay vínculos naturales, como los de las almas gemelas y los familiares.
Esos no requieren conjuros. Su magia es innata, el vínculo se inicia y se
ejecuta por sí solo.
Otros tipos de vínculos requieren hechizos y pueden ser consensuados
o… —la cambiaformas vuelve a lloriquear en mis brazos— no.
—¡La veo! —grita una voz femenina a mi espalda. Oigo lo que parece
ser una estampida de brujas que corren por el pasillo hacia nosotras.
Me vierto más poder en las piernas y los brazos, consciente de que puede
que mañana me pase el día durmiendo para recuperarme del uso de la magia
y para evitar el dolor de cabeza que me va a provocar este esfuerzo.
Incluso con el poder añadido, oigo que se acercan a mí.
Una de ellas susurra un conjuro y, por instinto, lo esquivo apartándome
hacia la pared que hay a mi izquierda. Una bola de magia verde y ácida
pasa volando por mi lado.
Me enderezo y continúo. Mientras corro, invoco magia de la tierra que
percibo bajo los pies descalzos. La siento alzarse de entre las piedras y
tocarme la piel. Tiro de ella con desesperación para llevar el poder por mi
cuerpo como si fuera agua de un pozo. La canalizo por el brazo hasta la
palma de la mano.
—¡Inmoviliza!
Ni siquiera me molesto en susurrar un conjuro de una palabra antes de
girarme y lanzarlo con cierta torpeza mientras sigo sujetando a la chica
entre los brazos.
Torpe o no, cumple con su cometido. Oigo un grito cuando mi magia
golpea a alguien.
Todo lo rápido que puedo, vuelvo a girarme al frente y reúno más magia
en la palma.
Selene, ¿estás bien?
Casi me tropiezo al oír la voz de Memnón en el oído. Ahora no suena
como si solo estuviera preocupado. ¿Qué está pasando?
No puedo hablar con él y salir de esta, así que ignoro su llamada.
—Inmoviliza —repito. Es el único conjuro que se me ocurre, en serio,
aparte de lo que estoy gritando por dentro.
Una vez más, me giro y se lo lanzo con cierta torpeza a quienes me
persiguen. El conjuro se estrella contra el grupo. Me vuelvo hacia delante;
oigo a una de ellas que maldice a mi espalda y luego el sonido de gente
cayendo. No me permito regodearme, ya estoy reuniendo más poder.
Me tiemblan los músculos, me pesan los pulmones y lo único en lo que
puedo pensar es en formar otro conjuro.
Los que estoy lanzando son toscos y, como resultado, estoy quemando
una cantidad alarmante de magia, pero es lo único que tengo.
Oigo el susurro en el viento un segundo antes de que un hechizo me
golpee el hombro.
Chillo cuando la magia me quema la ropa y me abrasa la piel. Es como
el fuego, pero parece ácido y me corroe la piel.
Me lanzan otro hechizo. El orbe violeta me pasa volando por al lado de
la cabeza y siento alivio durante un segundo cuando golpea el suelo por
delante de mí y la magia suelta una llamarada con el impacto.
Corro hacia delante, preparada para esquivarlo, cuando…
¡Pum!
La cambiaformas y yo nos damos de bruces con una pared que la magia
ha levantado.
Me tambaleo y me caigo de culo. Ella gime en mis brazos.
Ni siquiera me da tiempo a comprobar lo dolida que está, pues nuestras
atacantes se ciñen sobre nosotras.
Invoco mi siguiente conjuro.
—Explota.
Giro el torso y lanzo mi magia lo mejor que puedo hacia el grupo de
seres sobrenaturales que se acerca. Le da en las espinillas a la que está más
cerca…
¡PUMBA!
Nos cubro la cara a la cambiaformas y a mí misma para protegernos del
calor abrasador de la explosión. Oigo los gritos de las brujas mientras salen
despedidas hacia atrás.
Antes de que contraataquen, levanto la mano, con la palma hacia ellas.
—Levanta una pared del suelo al techo. —Las palabras me salen en
sármata—. Protégenos a la cambiaformas y a mí de quienes pretenden
hacernos daño.
Ante mí, las nubes de magia naranja claro empiezan a diluirse y
alargarse hasta que forman una especie de pared transparente. Al otro lado,
las brujas de las túnicas se empiezan a levantar, aunque se tambalean y se
tropiezan, y entonces me acuerdo de que les dieron algo de beber.
Se me encoje el corazón cuando veo que por lo menos hay diez. Son
demasiadas. Y todas están más que decididas a atrapar a esta chica y a
ayudar a la sacerdotisa a vincularse con ella.
Esa idea me genera una nueva oleada de terror que me recorre el cuerpo.
¡Emperatriz!
La voz de Memnón es exigente y está impregnada de pánico.
«Estoy ocupada.»
Empujo el mensaje por ese río que nos conecta.
¿Qué está pasando?
Lo ignoro. Les doy la espalda a las brujas que se están levantando y me
pongo frente a la pared mágica. Es translúcida y de un tono violeta.
Le doy una patada. No se mueve.
Reúno más magia; los brazos y las piernas me tiemblan del esfuerzo.
Intento sacarla del suelo y llevarla a mi carne para minimizar el precio que
debe pagar mi limitada reserva de poder.
La magia se me filtra a través de las plantas de los pies y, cuando
empiezo a oír a las brujas golpear la barrera que he erigido, arrastro el poder
que he reunido por las piernas hasta el brazo.
Una bolita de color naranja pálida toma forma en la mano.
La lanzo a la pared mágica que tengo delante, que ondea un poco; el
resplandor violeta se difumina un poco, pero sigue ahí.
A mi espalda, las otras brujas están haciendo lo mismo con mi muro, lo
aporrean con un conjuro tras otro. Hasta ahora, aguanta mejor que el que
tengo delante, pero hay demasiadas personas intentando derribarlo.
Miro a la cambiaformas. Antes, estaba aturdida pero despierta. Ahora
yace inerte en mis brazos. La sacudo un poco, esperando que se despierte,
pero, aunque su pecho se alza y se hunde con la respiración, sigue
inconsciente.
Esto no pinta bien, pero nada bien.
Reúno mi magia en una ráfaga llena de pánico y la estrello contra la
pared. El hechizo cambia y luego vuelve a su forma.
Otro tirón de magia, otro lanzamiento.
Otra onda cuando golpea la pared.
Vuelvo a hacerlo una y otra vez mientras ignoro el ruido de los conjuros
que le propinan al muro que tengo detrás.
Tras un último golpetazo de mi poder, la barrera violeta que tengo
delante se hace añicos. Casi grito de alivio.
Vuelvo a coger a la cambiaformas en brazos y hago una mueca al sentir
el dolor en el hombro cuando la levanto y me la cargo. La herida ha pasado
de arderme a palpitarme. Sé que, cuando la adrenalina abandone mi sistema
nervioso, me va a doler como mil demonios.
A mi espalda, oigo que mi propio muro protector se desquebraja. Ese es
el único incentivo que necesito para seguir moviéndome.
Vuelvo a correr una vez más por el pasillo. Se curva y las velas casi se
han consumido del todo.
Vale, pero ¿dónde narices está la salida?
Delante de mí, el corredor se abre a una cámara llena de estanterías
repletas de lo que parecen ser grimorios, a juzgar por la borrosa mezcla de
magia marrón que satura el aire.
Las losas de piedra dan paso a más mármol y piso una imagen del sol
cuando entro en la estancia.
Casi de inmediato siento que me late la cabeza por la magia en conflicto.
Avanzo hasta el otro extremo de la habitación, donde otro par de
lamassus de piedra montan guardia en el arco de entrada. Más allá parece
que hay otra escalera de caracol.
En la distancia, oigo el golpeteo de los pasos.
Joder.
Frenética, miro a las protectoras de piedra del umbral y una idea
empieza a tomar forma. Avanzo hacia el primer escalón de las escaleras y
luego me vuelvo hacia las estatuas mezcla de mujer, león y águila.
—Lamassus —las llamo—, os invoco para nuestra protección. Que no
cruce el umbral nadie con mala intención.
Un segundo después, las guardianas de piedra cobran vida. Se alzan
sobre las patas, caminan hacia delante y se alejan de las escaleras mientras
balancean las colas grises. Es la visión más rara del mundo.
Vaya tela la magia. Es mejor que las drogas.
Me giro y empiezo a subir las escaleras, apretando los dientes ante el
esfuerzo que supone levantar a la cambiaformas.
Susurro otro conjuro fortalecedor cuando oigo a las brujas entrar en la
sala de los grimorios de debajo.
«Vamos, vamos, vamos», le urjo a mi cuerpo. Mi magia está llegando a
su límite. Las piernas y los brazos siguen aguantando, pero el conjuro que
se suponía que me iba a ayudar apenas me sirve de apoyo.
Abajo, unos gruñidos ásperos llenan la cámara que se encuentra a mis
pies, un sonido que me pone los pelos de la nuca de punta. Oigo a una de
las lamassus rugir y a una bruja chillar.
Un conjuro explosivo sacude el suelo y casi pierdo el equilibrio; me
tambaleo con la cambiaformas en brazos.
He subido más de la mitad de las escaleras cuando oigo a alguien cerca
de la base. Apenas me da tiempo a procesar que ha conseguido pasar por
delante de las lamassus cuando un hechizo me golpea la espalda.
Grito y caigo por un segundo contra la barandilla cuando siento en la
piel el ardor de la misma maldición correosa.
¡EMPERATRIZ!
Memnón ruge en mi cabeza y ahora no hay ninguna duda: está aterrado
por mí.
«Sigue adelante. Sigue adelante.»
Abajo, la bruja susurra otro conjuro. Me tenso, pero nunca recibo el
golpe. En cambio, una de las lamassus ruge.
Un segundo después, aquella chilla y la veo caer. La guardiana la tiene
cogida con los dientes por una pierna. Nos miramos a los ojos, pero los
suyos están llenos de terror mientras la bestia la arrastra fuera de mi campo
de visión.
Cojo aire, temblando y avergonzada por el alivio que siento, y obligo a
mis piernas a seguir adelante. En cuanto lo hago, tengo que apretar los
dientes para contener el grito que quiero soltar mientras sigo subiendo.
Consigo retenerlo, pero no puedo evitar que las lágrimas me caigan por las
mejillas.
Diosa, qué dolor. Es agotador.
Me fuerzo a subir cada escalón por pura voluntad y no hago más que
golpear la barandilla con las piernas de la chica.
—Lo siento, lo siento, lo siento —jadeo, aunque sé que no puede oírme.
Sigue sin despertarse.
Abajo se siguen oyendo gritos.
Casi he llegado al final de la escalera cuando otro conjuro rebota contra
la pared, me da en la pantorrilla y me abre una herida. Grito cuando mi
pierna se rinde.
Memnón brama: ¡EMPERATRIZ! ¡AGUANTA! ¡YA VOY!
Antes de caer al suelo, le cubro la cabeza a la cambiaformas y es mi
propio cráneo el que se da contra el escalón.
Todo se vuelve blanco por un segundo.
Parpadeo para centrarme de nuevo en el mundo. Oigo gritos y el olor de
la magia me martillea en la cabeza, y, encima, un miedo que no es mío me
inunda el sistema nervioso.
TÓMALA.
—¿Memnón? —susurro.
Sigo parpadeando, intentando encontrarle algún sentido a lo que me
rodea mientras me obligo a ponerme en pie y arrastro a la cambiaformas
conmigo. No puedo evitar soltar un grito cuando obligo a mi pierna herida a
aguantar nuestro peso.
Hay una docena de conjuros diferentes que podría usar para aliviar el
dolor o ayudar a que la herida se cierre por sí sola, pero entre el miedo, el
dolor y el creciente agotamiento no se me ocurre ninguno.
«Necesito poner a la cambiaformas a salvo.»
Subo a trompicones los últimos escalones. Me tiemblan las piernas, me
arden los pulmones, un hombro y la espalda y siento la sangre caliente que
me cae por la pierna y me caldea la piel.
TOMA MI MAGIA.
Hago una mueca al oír la voz de Memnón en mi interior.
¿Es a eso a lo que se refiere? ¿A que tome su magia?
AHORA, COMPAÑERA.
Uf, «compañera».
EST AMAGE, TÓMALA.
—Deja de gritarme —gimoteo.
Me aparto de la escalera a trompicones y me dirijo hacia una puerta de
madera tallada que tengo delante. Solo he dado dos pasos cuando la sangre
que brota de la herida de la pantorrilla burbujea y me hierve la piel.
Chillo por el nuevo dolor.
Pero ¿por qué iba a hacer eso mi herida…?
El conjuro debía de ser una maldición. Una muy jodida.
Trastabillo durante los últimos pasos que me separan de la puerta y cojo
el pomo con cierta torpeza, pues casi tiro a la chica que llevo en brazos. En
cuanto consigo abrirla, la cambiaformas y yo nos caemos hacia delante.
Apenas me da tiempo a girarme para que sea yo la que se dé contra el suelo
húmedo y no ella.
Estamos en el exterior.
Resuello de agotamiento. Siento que es una victoria por derecho propio.
Huelo el bosque que nos rodea y, cuando echo la vista atrás hacia la
puerta abierta, veo que esta está tallada en el tronco de un árbol, aunque el
interior parece mucho más grande que su exterior.
Vaya tela la magia…
Todavía oigo los ruidos lejanos de las brujas luchando y gritando dentro,
pero dudo que las lamassus las retengan durante mucho más tiempo.
Intento levantarme, pero todo mi cuerpo protesta. Gimoteo por culpa de
las heridas. La magia y la adrenalina van disipándose. No sé cuánta me
queda.
Por el amor de nuestros dioses, brujilla. Por favor… Te lo ruego…
¡Toma lo que te ofrezco!
«¿Qué me ofreces?»
Entonces lo siento a través de ese río mágico que parece fluir justo hasta
mi corazón.
Poder. Poder infinito. Más del que nadie pueda manejar.
No entiendo cómo lo está desviando hacia mí ni me molesto en sopesar
las repercusiones de usar la magia de un hechicero. La tomo sin más.
Jadeo cuando se vierte en mi interior. El dolor de las diversas heridas se
adormece y mi cansancio se desvanece por completo.
Me pongo de pie y cojo en brazos a la chica inconsciente una vez más.
Y entonces corro.
«Necesito llegar al territorio de los cambiaformas.» Es en lo único en
que puedo pensar mientras corro.
Siento la línea de la frontera delante de mí, pero también tengo la
sensación de que podría estar en cualquier otro país.
Me tropiezo con las raíces y las ramitas y las rocas me cortan la planta
de los pies. Aprieto los dientes cuando siento la sangre caerme por la
pantorrilla.
Luego. Me encargaré de eso luego.
Ya no oigo a las brujas detrás de mí y empiezo a recuperar la confianza
cuando la chica que llevo en brazos se pone a vomitar.
No quiero dejar de correr, no cuando unas brujas sedientas de sangre y
que practican artes oscuras quieren someter la voluntad de esta chica a
favor de otra.
Pero tampoco quiero que se ahogue en su propio vómito.
Me detengo y la dejo en el suelo. Ni siquiera está consciente. Mierda.
Mierda, mierda, mierda. La tumbo de lado y centro la atención en ella.
Me temo que le han dado demasiado de lo que sea que le hayan hecho
tomar.
Vuelve a vomitar y queda claro que la sustancia que tiene en el sistema
necesita salir.
Con cuidado, le aprieto el estómago con una mano.
—Purga —ordeno, presionando el poder que he tomado prestado contra
su carne.
La magia de color amanecer se hincha por debajo de la palma de mi
mano y después se hunde en su piel.
Se inclina hacia delante y unas arcadas violentas se apoderan de ella.
Intento no poner cara de asco ante lo que expulsa, pero huele a la magia
corrompida de su vómito.
Pota otra vez. Y otra.
—Lo siento —digo mientras le aparto el pelo hacia atrás y hago una
mueca cuando siento un tirón en el hombro herido.
Debe de haber más veneno en su interior, el del flujo sanguíneo. Ese
también tiene que salir de su sistema.
Poso una mano en el pecho y otra en la espalda. Agarro el poder de
Memnón y lo dejo fluir por los brazos y las palmas.
—Disuelve el poder de su interior —ordeno en sármata.
Luego lo fuerzo a entrar en la chica.
Arquea la espalda y abre los ojos de repente. Empieza a gritar y tengo
que apretar los dientes y sujetarme mientras mi magia batalla en su interior.
Sigo metiéndole tanto poder curativo como puedo, para imponerme a la
toxina que le corre por las venas. Me tambaleo un poco, el esfuerzo
constante me marea.
Una rama cruje a lo lejos, en algún lugar. Entonces oigo el chasquido de
las agujas de pino aplastadas.
Aún vienen a por nosotras.
Debajo de mis manos, la chica está temblando, pero sus gritos se han
convertido en sollozos. Sigue sin despertarse, en ningún sentido real. Trago
saliva y la preocupación se apodera de mí.
Así está indefensa.
Me inclino hacia ella y susurro un ensalmo para el cuello de mi camisa,
pero siento que es tan antiguo como el idioma que hablo.
—Te ofrezco mi protección. Mi magia te defenderá. Mi sangre se
derramará antes que la tuya. Lo juro.
Siento que este juramento es un recuerdo, como un déjà vu.
Los pasos se acercan, sin duda porque las brujas han oído los chillidos
de la chica.
Todavía siento el resbaladizo veneno que se desliza en su interior, pero
tengo que soltarla y espero que la magia que le he imbuido sea suficiente.
Me obligo a levantarme, aunque las piernas me tiemblan, y me vuelvo
para enfrentarme a las brujas que se acercan.
En la oscuridad, apenas las distingo. Ya no hay tantas, quizás cinco o
seis. Y el monstruo sigue en paradero desconocido.
Extraigo magia de la tierra y de la luna oscura, pero también sigo
sacándola del río mágico que fluye hacia mi interior. Mi poder se reúne y se
junta, se arremolina bajo la piel mientras me enfrento a las brujas.
Ya no llevan máscara, pero, por desgracia, la oscuridad les oculta los
rasgos.
—Ataca —susurro, y libero mi magia.
Brota de mí como si fueran serpientes. La visión mental debe de tener
algo que ver, porque veo mi poder retroceder y volver a golpear del mismo
modo que lo haría una víbora. Las brujas chillan y gritan.
Un conjuro me golpea y disuelve mi ataque. Luego le sigue otro, que me
da justo en el pecho y me tira al suelo de espaldas. Ese segundo hechizo me
bloquea los músculos y, en cuestión de segundos, me quedo helada. Puedo
respirar, pero poco más. Ni siquiera puedo mover los ojos.
Un tercer hechizo me da en la cadera mientras sigo ahí tirada; este es de
un color carmesí sucio. Solo por la pinta que tiene sé que es malo. Y
entonces lo siento.
Si pudiera gritar, lo haría.
Es como si me estuvieran apuñalando en veinte sitios diferentes. Quizás
es lo que me pasa. Me estoy ahogando en sangre o puede que simplemente
tenga los pulmones agarrotados.
¡SELENE! QUÉDATE CONMIGO.
Memnón fuerza su magia en mi interior y yo la tomo, permito que se
deslice por mí y que luche contra la maldición que me está desollando.
¿VES A TUS ENEMIGOS? MÁRCALOS, EST AMAGE, AHORA SON
LOS MÍOS.
—Le hemos dado —dice una de las brujas.
—¿Te crees que me importa? Esa zorra casi me arranca la pierna.
—Basta —dice una tercera.
El poder de Memnón debe de estar funcionando, porque el dolor de la
maldición está aminorando y soy capaz de mover los ojos. Así que consigo
ver que una de las brujas se está acercando; tiene las uñas de los pies
pintadas de rosa claro. Por alguna razón, esto me parece ridículo, teniendo
en cuenta la situación.
Se acuclilla a mi lado y me acaricia la mejilla con su pelo negro y liso.
—Cuando te pillen las demás, vas a desear no haberla cagado esta noche
—susurra, mirándome desde arriba.
Levanta la mano y no estoy segura de si es para darme una bofetada o
para lanzarme otro conjuro, pero quiero gritar, porque no puedo hacer nada,
salvo seguir ahí tumbada, vulnerable.
La bruja me lanza una sonrisa desagradable.
—La venganza es dul…
Una sombra negra se estrella contra ella y la oigo gritar. Se ha callado a
media frase; sus palabras han quedado interrumpidas por el sonido de la
carne desgarrándose.
Se oyen más ruidos y más sonidos de carne desgarrándose. Ya puedo
ladear un poco la cabeza. Hay una sombra enorme encima de una de las
brujas y sacude la cabeza mientras arranca un trozo de carne. La criatura se
detiene para mirarme, sus ojos tienen un brillo siniestro en la oscuridad.
«Reconozco esos ojos.»
¡Nero!
Quiero llorar, porque está aquí, defendiéndome. Ruge y se lanza hacia
otra bruja.
Veo un destello de magia azul cobalto correr hacia él. En un segundo,
estoy en su mente. «¡Agáchate!»
Baja el cuerpo, lo presiona contra el suelo y el conjuro pasa de largo sin
hacerle daño.
Un segundo después, estoy fuera de su cabeza y apilo dentro de mí toda
la magia de Memnón que puedo, hasta que elimina los últimos rescoldos de
los conjuros que se aferraban a mi cuerpo.
Antes creía que estaba aterrada, pero saber que mi familiar se está
encargando él solito de un grupo de brujas sedientas de sangre… me tiene
petrificada.
Me retuerzo los dedos de las manos y de los pies, luego giro las manos y
las muñecas, los pies y los tobillos. Quiero gritar de lo dolorosamente lento
que es.
Antes de que consiga recuperar del todo la función motora, siento que
una de las brujas agarra a la cambiaformas que está detrás de mí.
¡No!
Suelto mi magia sin un conjuro y dejo que las cuerdas encuentren a la
bruja. En cuanto lo hacen, mi poder se le envuelve alrededor de los tobillos
y tira de ella.
Gruñe cuando golpea el suelo con fuerza. Antes de levantarse, tiene a mi
familiar encima…
Me estremezco al oír el sonido húmedo que hace al morderla. Me
deslizo en su mente para obligar al familiar a que la suelte. Muy a su pesar,
lo hace.
A través de sus ojos, miro a nuestro alrededor. Parece que ha dado
cuenta de todas las brujas. Algunas están tumbadas en el suelo, quejándose.
Otras dos se alejan juntas cojeando. Las fosas nasales de Nero se dilatan al
olor tanta sangre.
Vuelvo de su mente a la mía. He recuperado control suficiente sobre mi
cuerpo como para hacerme a un lado y vomitar, pues mi organismo quiere
purgar el dolor, los conjuros y todas las cosas horripilantes que he visto esta
noche.
Nero se me acerca y me da un empujoncito por la espalda. Gruño cuando
me dejo caer sobre el hombro herido.
Mi familiar me pone una pata en el pecho y me lanza una mirada intensa
y —lo juro por Diosa— molesta. Por lo general, tengo que adivinar los
pensamientos más complejos de Nero, pero por alguna razón este está claro:
«Llámame cuando necesites ayuda».
Trago saliva y asiento con la cabeza.
—Gracias —murmuro.
El conjuro inmovilizador tarda otro minuto en desvanecerse, incluso con
la ayuda de la magia que he tomado prestada de Memnón.
Cuando desaparece, me acerco renqueando a la cambiaformas. Ya no
está gritando, lo cual es bueno, pero no está despierta y sigue demasiado
quieta para mi gusto. Me arrodillo a su lado y le compruebo el pulso.
Ahí está… y suena fuerte y estable.
Creo que va a estar bien.
—Dame fuerzas —murmuro en sármata. Las palabras se van formando
mientras extraigo más poder de Memnón.
Su magia se ensancha en mi cuerpo mientras me presta su poder.
Vuelvo a coger a la chica en brazos, intentando no pensar en cuánto le
debo al hechicero. Esta noche he usado un montonazo de su poder.
«Tengo que llegar al territorio de los cambiaformas.»
Ya me preocuparé después por el hechicero. Lo más importante ahora es
asegurarme de que esta chica esté bien.
No he dado ni cinco pasos cuando un rugido monstruoso llena el aire
nocturno.
Vaya, joder. Ahí está el monstruo. Ahora sí que está en paradero
conocido.
Y creo que va a por mí.
CAPÍTULO 28

Odio correr. Lo odio con todas mis fuerzas.


Es en lo único en que puedo pensar al tropezarme con las raíces mientras
corro a trompicones por Everwoods. Tengo tantas heridas fundidas en un
enorme dolor que el poder de Memnón ya no puede entumecerlas.
Ah, y hay un monstruo en algún punto del bosque persiguiéndome.
Nero corre a mi lado y los ojos le brillan en la oscuridad.
Delante de mí, veo la frontera, la línea mágica, que brilla ligeramente.
Verla me provoca un último subidón de adrenalina.
De la negrura que se encuentra a mi espalda surge otro rugido.
Vuelvo a mirar la frontera. Voy a conseguirlo, sí, pero aun así no hay
nada que le impida al monstruo seguirme.
Tendré que enfrentarme primero a la criatura.
Caigo de rodillas y dejo a la chica en el suelo todo lo deprisa que puedo.
Después de ponerme en pie, me alejo de ella.
—Nero —digo, señalando a mi familiar con la cabeza—, protégela.
En el bosque, a mi espalda, la broza del suelo cruje y las ramas de los
árboles se mecen mientras el monstruo se precipita hacia mí.
Apenas me da tiempo a darme la vuelta antes de que la criatura se me
abalance.
Ambos nos caemos y formamos un amasijo de brazos y piernas. Me doy
contra el suelo con fuerza y me quedo sin aire.
Antes de volver a coger aliento, dos manos monstruosas me ciñen el
cuello.
Jadeo y mi pánico aumenta.
«¡No puedo respirar!»
Sobre mí, la criatura aparta los labios y sisea, revelando unos dientes
afilados.
Si pudiera gritar, lo haría. Esta cosa parece humana, pero todo, desde su
palidez hasta lo suaves que son sus rasgos, no encaja.
Intento cogerle las manos, desesperada por apartármelas del cuello. Me
sobresalto al tocar la piel de la criatura, pues parece como…, como…
arcilla.
¿No tenía yo una aptitud mágica para la arcilla?
El ser me aprieta más fuerte y me gorgotea la garganta.
Selene, ¡usa mi poder! Es Memnón en mi cabeza.
Poder, cierto.
Me aferro a su magia y, de una maldita vez, también intento tirar de la
propia esencia de la criatura. Para mi sorpresa, siento que su magia migra a
mi cuerpo. Después de reunir el poder acumulado, lo fuerzo a descender por
los brazos y las palmas, deseando que el ser me suelte.
Por un segundo lo hace y cojo una bocanada de aire, agradecida.
Pero entonces esas garras vuelven a apretarme y la criatura me mira
fijamente con esos ojos inertes de obsidiana y esos rasgos flojos.
Una sombra cae de las copas de los árboles que se ciernen sobre
nosotros y aterriza con pesadez en mi atacante. Oigo el leve chasquido de la
arcilla rompiéndose y juro por la triple diosa que la espalda del monstruo se
ha hundido bajo el impacto.
Nero gruñe encima de nosotros. Veo un destello de sus colmillos y siento
que me araña con una garra extraviada sin querer mientras ataca a la
criatura que se interpone entre nosotros. Gruño ante la oleada de poder que
me inunda un segundo después.
Por los malditos dioses, emperatriz, ¡USA MI PODER! ¡ES TUYO!,
ruge Memnón.
El dolor, el pánico y las convincentes palabras son suficientes para
invocar otra ola de poder.
No pretendo dejar que mi brujería se alimente mi sangre, es solo que por
un segundo me centro en mi nueva herida y la magia me sigue. Una vez que
está ahí, se da un atracón.
Mi poder cobra vida como nunca antes. No sabía que pudiera sentirme
así…, como un cable de alta tensión. Crece más y más a medida que la
sangre se me disuelve.
La reúno en las palmas y muevo las manos por el pecho del monstruo.
Sigue agarrándome el cuello, a pesar del ataque de mi familiar.
Por un segundo, me cambio a la cabeza de Nero.
«Apártate. Ahora», le ordeno.
Vuelvo a mi propia cabeza mientras mi pantera se aparta de la criatura
de un salto y regresa junto a la chica.
Unas manchas negras me nublan la visión, pero espero hasta que mi
magia haya terminado de devorarme la sangre. Sé que es magia prohibida.
Sé que mañana me arrepentiré de haberla usado.
Pero esta noche no tengo remordimientos.
Miro esos ojos vacíos y pronuncio una única palabra:
—Aniquila.
Mi poder se detona.
La criatura sale volando por los aires y su cuerpo se hace añicos cuando
sale despedida hacia la otra punta del bosque. Mi conjuro sigue haciendo
estragos; los últimos coletazos golpean un árbol y lo parten.
El bosque se sume en un silencio doloroso.
Esa es mi reina.
Las palabras de Memnón parecen retumbar en la calma, aunque sé que
solo las oigo en mi cabeza.
Respiro hondo y toso; me arde la garganta. Nero se me acerca y restriega
la cabeza y luego el cuerpo contra mi cara.
Me obligo a ponerme en pie, aunque siento que el cuerpo es incapaz de
sostenerme. Me tambaleo hacia donde he visto los restos de la criatura caer.
Cuando llego a donde creo que ha aterrizado, me susurro en la mano:
«Ilumínate».
Se prende un débil orbe de luz que titila. Lo soplo para que salga de la
palma y lo veo flotar por encima del suelo.
Contengo el aliento cuando veo docenas y docenas de trozos de arcilla.
Levanto una de las piezas más grandes, la cual parece un dedo. El interior
está hueco. No hay ni músculo, ni hueso ni sangre. La cosa que casi me
mata se ha hecho pedazos literalmente, como una vasija rota. Aun así, a
unos cuantos metros, su cabeza y uno de los hombros están casi intactos.
Mientras me acerco, sisea y me enseña los dientes.
Sí, claro. Hoy no, Frankenstein.
Levanto el pie descalzo y le doy una patada en la cara, pero hago una
mueca cuando me corto con los bordes afilados y escarpados de la cabeza.
¿Qué más da una herida más llegados a este punto?
Echo el pie hacia atrás para coger impulso y la golpeo otra vez. Y otra.
En un momento dado, empiezo a gritar de rabia y creo que puede que
esté llorando, pero no me importa. Me da igual, porque mi cuerpo siente
que esta es la última brizna de energía que me queda.
Pulverizo la cara de la criatura hasta que ya no queda nada.
Y luego regreso cojeando junto a la chica.
Sigo sin saber cómo se llama.
Quiero reírme. Casi nos morimos tres veces y aun así no sé su nombre, y
ella sabe mucho menos de mí.
Entonces sí que me carcajeo, pero creo que sigo llorando.
Se me está yendo la pinza. Soy consciente de ello.
Me agacho para cogerla, pero eso no va a pasar, porque tengo los
músculos demasiado cansados, y el cuerpo, agotado.
Aun así, consigo arañar suficiente poder de Memnón para que me dé la
fuerza que necesito.
Levanto a la chica en brazos y camino a trompicones hacia la frontera
que separa el territorio de las brujas del de los licántropos. Con una última
zancada, cruzo la línea.
Caigo de rodillas al otro lado, Nero sigue junto a mí.
Se me aflojan los brazos y la chica se desliza al suelo.
Y entonces me desmayo.
CAPÍTULO 29

Estoy sumida en la oscuridad, siento que tengo la mente como envuelta en


una manta. Solo se aparta un poco cuando oigo un bajo gruñido de
advertencia que proviene de Nero, que está hecho un ovillo a mi lado.
Lucho por recuperar la conciencia, pero solo me despierto lo suficiente
para levantar la mano a modo de advertencia extra a quien sea que se
acerca.
Mis ojos se encuentran con los iris marrones de un lobo. En cuanto lo
veo, bajo la mano.
No es una bruja.
En algún lugar de mi mente, me doy cuenta de que, incluso
ensangrentada y débil, ahora mismo me siento más segura en presencia de
un depredador que de una bruja.
—No pasa nada, Nero —susurro.
Mi familiar se calla, aunque sigue tenso, detrás de mí.
El lobo se acerca y, si lo que le interesa es comerme, estoy JODIDA,
porque no me muevo. Ni siquiera creo que pueda.
El lobo da un par de pasos hacia delante y se transforma sin hacer
ningún ruido. En su lugar, aparece un hombre mayor desnudo.
Corre para cubrir la distancia que nos separa antes de arrodillarse a
nuestro lado, indiferente al hecho de que hay una pantera a unos pocos
metros. No veo su expresión, pero debe de oler la sangre. He perdido
mucha, creo…
No sé qué pinta debemos de tener.
El hombre se inclina hacia el cuello de la chica y respira su aroma.
Huela lo que huela, lo hace gemir. Entonces vuelve a inclinarse y me olfatea
a mí también; me hace cosquillas con la nariz. Nero gruñe otra vez, pero no
hace nada más. Oigo otro gemido que proviene del hombre, pero este es
ligeramente diferente.
—¿Estás bien? —me pregunta en voz baja.
Creo que no, pero ni siquiera me molesto en admitirlo.
En lugar de eso, extiendo el brazo y le busco a tientas la mano en la
oscuridad. Cuando la encuentro, se la aprieto.
Trago saliva para intentar vencer la negrura que me sigue nublando la
visión.
—Intentaron… vincularla… —susurro. Siento una necesidad acuciante
de soltar esta historia, por si viene más gente a por mí y a por la chica—.
Estaba… drogada… Hice… lo que… pude… para… sacarla… de allí.
Sigo teniendo que parar para recuperar el aliento. Todo me duele
muchísimo. Incluso pronunciar palabras. Y sigo teniendo la visión borrosa.
Creo. Está demasiado oscuro. No lo sé. Estoy confundida.
«La chica», me recuerdo a mí misma.
—Por favor —digo, apretándole la mano al cambiaformas—, llévala… a
un lugar seguro… antes de que… vuelvan.
—¿Quién? ¿Quién va a volver?
Intento volver a hablar, pero estoy demasiado cansada. Muy muy
cansada.
Creo que me desvanezco un poco, pero vuelvo cuando lo oigo aullar; el
sonido me pone la piel de gallina. Abro los ojos —¿cuándo los he cerrado?
— y veo que tiene a la chica en brazos.
—Gracias por proteger a Cara —dice. Ah, me está hablando a mí.
Intento concentrarme.
—Voy a enviar a algunos compañeros de la manada —continúa—. Te
cuidaremos y nos ocuparemos de ti. Tú aguanta.
La última parte suena un poco como una plegaria y entiendo por qué un
segundo después.
El cambiaformas se retira a la oscuridad con la chica.
Debería estar aterrada, porque me ha dejado sola, con lo débil que estoy.
Pero Nero está a mi lado y sé que está montando guardia. Entre eso y el
alivio que siento por que la chica esté de nuevo con su manada, dejo que la
oscuridad se apodere de mí una vez más.
Parece que solo han pasado unos minutos cuando vuelven a interrumpir mi
sueño. Oigo el pesado crujido de las agujas de pino mientras alguien se
acerca.
«Uno de los cambiaformas», me recuerdo a mí misma.
Los pasos se detienen cuando llegan a mi altura.
—Solo los locos y los guerreros se desmayan a cielo abierto. Mujer
insensata, eres las dos cosas.
Me sobresalto cuando oigo la voz y me obligo a abrir los ojos. En la
oscuridad, apenas distingo los rasgos de Memnón, pero es él.
«¿Cómo me has encontrado?»
Eso es lo que quiero preguntarle, pero estoy muy cansada y sé que, si
intento hablar, incluso si me atrevo a moverme, varias de las heridas se
despertarán conmigo.
Somos almas gemelas. Siempre te encuentro.
Extiende la mano y me aparta el pelo de la cara con una carica. Es…
agradable. Permito que se me vuelvan a cerrar los ojos y disfruto de la
sensación de sus dedos sobre mí. Ahora que soy vulnerable, puedo
admitirme a mí misma que la mera presencia de Memnón me hace sentir a
salvo.
Me aparta la mano del pelo y no soporto que ya no me roce. Y entonces
pienso que se supone que no soporto no soportar eso, pero, joder, a estas
alturas estoy demasiado cansada como para preocuparme.
Desliza las manos por debajo de mi cuerpo. Incluso este leve empujón
me hace gemir cuando las heridas reviven.
—No pasa nada, brujilla. Estás a salvo. Te tengo.
En el momento en que me levanta del todo en brazos, siento que me
están volviendo a atacar. Chillo cuando el dolor me lacera el cuerpo.
Memnón maldice para el cuello de su camisa.
—Alivia el dolor desde dentro —dice.
Su magia se filtra en mi interior desde ese punto del corazón. Casi de
inmediato, el dolor se desvanece. Quiero reírme. Qué agradable es que no te
duela nada. Pero estoy muy cansada. Sobre todo ahora que el dolor me ha
dado una tregua de verdad.
Memnón empieza a caminar y apoyo la cabeza en la curvatura de su
brazo, acurrucándome en su pecho.
—Mi intachable reina, mi exquisita compañera —murmura, y por una
vez no me importan los términos que usa—. Menudo corazón tienes.
No creo que hayamos avanzado mucho cuando se detiene y se recoloca
para palpar la zona donde la ropa de ambos se roza. En realidad, no sé lo
que está haciendo, no hasta que levanta los dedos, los frota y se toca la
lengua.
«Joder.»
Empieza a moverse de nuevo, solo que ahora avanza por el bosque.
—¿Estás muy malherida?
«No lo sé.» Empujo la respuesta por nuestro vínculo porque estoy
demasiado cansada como para hablar.
Vuelve a maldecir.
—Voy a llevarte a tu habitación antes de curarte, est amage. Si nos
quedamos por aquí mientras te atiendo las heridas, llamaremos demasiado
la atención y ahora mismo no confío en mi rabia. Mataré a cualquiera que
se cruce conmigo…, amigo o enemigo.
—Tienes… problemas… de ira.
Memnón me aprieta más fuerte.
—Tú eres mi debilidad, emperatriz —confiesa con una voz
tranquilizadora—. Siempre lo has sido.
Mientras me lleva por Everwoods, me roza la frente con los labios y, por
alguna inconcebible razón, me inclino cuando lo hace y me acurruco más
contra él.
Suelta un ruidito de satisfacción y juraría que siento alguna emoción que
proviene de Memnón: un dolor tan punzante que hace daño.
—Estás a salvo —murmura—. Nada de nada podrá contigo mientras
estés conmigo. Lo juro por mi vida, compañera.
Percibo la verdad en esas palabras, aunque no entiendo por qué se
comporta así cuando ha dejado tan claro que somos enemigos.
Todo se queda en silencio durante un minuto antes de que vuelva a
hablar:
—Qué fiera es mi compañera —dice—. Te he visto arrasar con tus
enemigos.
La bilis me sube por la garganta al recordar a las brujas rebanadas
esparcidas por el bosque. ¿Cómo ha acabado así la noche?
—No temas, mi reina —sigue hablando—. No les queda mucho tiempo
de vida a quienes han sobrevivido a tu ira. Yo mismo les daré caza y les
haré pagar por esto.
Ay, Diosa.
—No —susurro.
—Sí —dice él—. Se marcaron a sí mismos en cuanto te atacaron. Nadie
que ataque lo que es mío vive para contarlo.

No recuerdo desmayarme, pero me despierto al oír las botas de Memnón


sobre el chirriante suelo de madera de mi residencia. Sigo en sus brazos,
agazapada todavía como un bebé. Y, mira, después de la noche que he
pasado, puedo decir sin lugar a duda que prefiero con mucho ser a la que
llevan en brazos que la que lleva. Incluso acordarme de eso hace que los
brazos me palpiten.
Me acurruco un poco más en el pecho de Memnón y, me da igual que
probablemente lo esté notando, aspiro su olor a cuero y hombre. Las tripas
se me revuelven de la forma más extraña del mundo.
Vuelve a sujetarme con fuerza y siento otro roce de sus labios en la
frente.
La casa está oscura y silenciosa mientras subimos las escaleras y
avanzamos por el pasillo; solo se oye el crujir de las tablas del suelo.
Cuando llega a mi habitación, abre la puerta, enciende la luz y me mete
dentro, directo hacia mi cama. Con cuidado, el hechicero me deja encima.
Nero me sigue y se sube al colchón antes de estirarse a mi lado.
Miro fijamente al hechicero; así me siento vulnerable. Me estremezco en
esta posición, porque, a pesar de toda su ferocidad, sí que me siento a salvo
en su presencia.
El estremecimiento solo dura unos segundos. Él abre los ojos como
platos cuando puede echarme un buen vistazo por primera vez desde que
me ha encontrado. Entonces su expresión se oscurece… hasta que parece
sanguinaria.
—¿Quién te ha hecho esto? —Sus ojos tienen un aspecto feroz y hasta
ahora no registro lo que ha dicho antes, eso de que su rabia lo hace matar
indiscriminadamente. Tiene pinta de que quiere acabar con la vida de
alguien.
Se agacha y arranca los jirones que quedan de mi túnica negra. Lo oigo
coger aire de manera brusca al ver lo que hay debajo.
—Selene.
Ahí está otra vez. El pánico entrelazado con la voz de Memnón.
Luego tiende la mano hacia mi camiseta, coge el dobladillo y…
Raaas.
Jadeo cuando la tela se raja por la mitad y deja al descubierto mi tripa y
mi sujetador.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto. Tiemblo cuando el aire frío me
golpea la piel.
—Evaluar tus heridas —gruñe, y sus ojos vuelan hacia mis pantalones.
Saca una daga que tiene pinta de ser malvada y que llevaba atada al
costado.
Al verla, me quedo rígida.
Vuelve a posar los ojos en mí y su expresión se vuelve más dulce. Me
toma la mano y la aprieta con fuerza; siento la empuñadura de su daga en la
palma.
—No te asustes, brujilla —dice—. Esto es para quitarte los pantalones y
comprobar las heridas. Tu ropa está —respira hondo— demasiado
empapada en sangre como para quitarla sin zarandearte.
¿Empapada en sangre?
No lo creo, no hasta que bajo la mirada al torso y veo las enormes
machas que tengo. No me había dado cuenta de que mis heridas tenían tan
mala pinta… La túnica me impedía verlas. Vuelvo a centrar la atención en
él. Un músculo se le mueve en la mejilla, como si apenas pudiera retener
alguna emoción. Me recorre el rostro con la mirada, como si no pudiera
evitar estudiarme.
—¿Puedo continuar? —pregunta Memnón.
Trago saliva y asiento.
Me aprieta la mano y entonces la baja con tal dulzura que me hace sentir
frágil. Con el cuchillo, me corta los pantalones con cuidado, primero una
pernera y luego la otra.
Me quedo en ropa interior, pero él solo tiene ojos para mis heridas. Su
magia color índigo se vuelve más densa y se enrosca a su alrededor.
—La muerte de tus enemigos será lenta —jura, y hay demasiada
convicción en sus ojos.
Estoy demasiado exhausta para discutir con él sobre esto y me tiemblan
las piernas, no sé si de la sorpresa o del agotamiento.
Con cautela, me levanta un pie e inspecciona la planta. Ya sé que la
tengo en carne viva. Siento los cortes que me he hecho mientras corría
descalza. Pero en ese momento estaba demasiado decidida como para que
me importara.
—Deberías haber usado mi magia para curarte —me reprende un poco.
Es entonces cuando me doy cuenta de algo en lo que antes no me había
fijado: el acento extranjero de Memnón ha desaparecido, aunque es un
misterio cómo se ha desvanecido.
—Estaba ocupada —respondo en tono áspero.
Inclina la cabeza como si yo tuviera razón y me deja la pierna donde
estaba para quitarse la chaqueta de cuero. Debajo lleva una camiseta negra
ajustada. Aunque me siento como si un camión me hubiera pasado por
encima, consigo admirar los gruesos músculos de sus brazos y los tatuajes
que los recorren.
Memnón lanza la chaqueta al respaldo de mi silla de escritorio. Es una
acción tan simple y natural que parece que se siente como en casa en mi
espacio. No sé por qué me gusta eso. Debería molestarme.
Puede que eso suceda mañana, cuando no me sienta como un trapo.
El hechicero se arrodilla junto a la cama. Con cuidado, extiende el brazo
hacia la herida que tengo en el torso, la que me hizo Nero sin querer. Su
roce es ligero como una pluma, pero aun así suspiro entre dientes cuando
me toca.
—Tranquila, mi gata salvaje —dice, lanzándome una mirada entrañable.
Presenciar esto me desconcierta del todo y se me acelera mi cansado
corazón.
Memnón murmura algo para el cuello de su camisa y siento el cosquilleo
de su poder acariciándome el costado.
Hago una mueca cuando la piel se repara por sí sola bajo su roce. No
duele, pero tampoco es una sensación agradable. Intento apartarme, pero me
envuelve el tronco con la otra mano y me mantiene en el sitio con una
especie de familiaridad casual. Eso también me acelera el pulso y frunzo las
cejas.
—Buena chica —me elogia, con los ojos en la herida—. Lo estás
aguantando muy bien, pero que muy bien.
Le está hablando a su magia curativa, por supuesto, pero eso no es en lo
que estoy pensando. Estoy medio muerta y más agotada de lo que se puede
soportar, pero aun así, de algún modo, mi enemigo me está haciendo pensar
en montármelo con él.
¿Qué me pasa?
Mi herida termina de coserse ella sola y me salva de mis propios
pensamientos.
Memnón aparta la mano, la cual tiene cubierta de sangre, y se pone de
pie.
Antes de preguntarle qué está haciendo, me levanta las piernas para
sentarse encima de la cama. Luego se las coloca en el regazo.
Con suavidad, me las acaricia. Vuelve a murmurar un hechizo curativo
para el cuello de su camisa.
Su magia me recorre las piernas y escarba en las heridas abiertas de los
pies y de las pantorrillas. Es una sensación de calor, picor e incomodidad.
Pero Memnón sigue acariciándomelas y sus manos son una delicia.
—Esta noche, mi intención es curarte, emperatriz —dice, concentrado en
mis pies—. Pero mañana quiero respuestas.
Suelto el aire, temblando.
—¿Por qué tienes que hacer que suene como una amenaza? —pregunto
cuando la última herida de las piernas y los pies está cerrada.
—Porque —responde él, alzándome los pies para volver a levantarse—
yo soy una amenaza. Y quiero respuestas. —Se arrodilla a mi lado; su
rostro está tan cerca que resulta tentador—. Y me las vas a dar, est amage.
Estando tan cerca de él veo sus densas pestañas y esas complejas cejas
marrones que parecen brillar. Incluso esa perversa cicatriz que le recorre
una parte de la cara. Parece una reliquia perdida.
Levanto la barbilla obstinada ante sus palabras, pero en lugar de replicar
extiendo la mano y le toco la cicatriz. No sé qué se ha apoderado de mí para
hacer tal cosa.
Memnón se queda quieto y me deja explorarle el rostro. Paso el dedo por
la línea de la cicatriz, siguiendo su brutal sendero a lo largo del rostro. Es
perversa.
—¿Cómo te la hiciste? —le pregunto.
Une las cejas.
—Ya te lo dije, Selene.
¿De verdad?
—Cuéntamelo otra vez —le pido, todavía recorriendo el sendero de la
cicatriz.
Él frunce el ceño, pero me responde:
—Mi pueblo estaba expandiendo su territorio por la tierra de Dacia. Su
rey no se lo tomó muy bien. Nos encontramos en la batalla y me hizo esto
para que lo recordara.
Abro los ojos como platos cuando lo dice.
—Parece como si casi te hubiera arrancado la cara.
—Es lo que intentó hacer —admite Memnón.
Siento mi propio horror ante la idea de que alguien hubiera intentado
despellejarle la cara a otro ser humano cuando aún estaba vivo.
Los ojos del hechicero brillan y sus labios adquieren una curva
juguetona.
—Justo cuando doy por hecho que no podrías ser más inocente, vas y te
ocultas en un futuro que es todavía más… civilizado que la época romana
en la que te criaste.
—¿Qué le pasó al rey que te hizo esto?
—Lo rebané con la espada. Y luego use su cráneo como cáliz para el
vino.
«¿Qué?»
—Estás mintiendo —digo.
—No. Era uno de mis favoritos. —Lo cuenta con tal tranquilidad que,
joder, si es cierto…
Me alejo de él.
Memnón frunce el ceño al ver mi reacción.
—Hacer tal cosa era la costumbre de nuestros guerreros. Igual que lo era
que todas las mujeres sármatas participaran en la batalla y mataran a al
menos un enemigo para que se les permitiera casarse.
«¿Qué?»
Mira fijamente mi expresión de espanto y algo triste aparece en sus ojos.
—Reaccionaste igual la primera vez que te enteraste de estas cosas. Y, al
mismo tiempo, resulta maravilloso y descorazonador volver a verlo.
Me aclaro la garganta.
—Sigo intentando superar el hecho de que bebieras vino del cráneo de
tus enemigos. No estoy segura de si alguna vez voy a superarlo.
Memnón me dedica una sonrisa tensa; luego deja caer sus ojos sobre mi
cuerpo y los detiene en el hombro destrozado.
—Debo terminar de curarte, emperatriz. Voy a tener que ponerte
bocabajo.
Empiezo a darme la vuelta yo, pero entonces ahí están sus manos,
guiándome para que no se me abran las heridas.
Con delicadeza, me quita los últimos jirones de ropa que me quedan
pegados a la espalda. Cuando el frío aire me besa la piel, Memnón inhala
con fuerza, supongo que al verme las heridas.
—Y pensar que ni una sola vez te consideraste una verdadera reina
guerrera —murmura para el cuello de su camisa. Estoy bastante segura de
que se refiere a Roxilana, no a mí—. Tienes heridas de batalla que harían
que el más fiero de mis luchadores estuviera orgulloso.
—¿Eso es malo?
El anterior conjuro de Memnón sigue impidiéndome sentir dolor.
El hechicero me pasa con suavidad una mano por las heridas, y cierro los
ojos cuando noto su contacto. Sigue siendo agradable, por desconcertante
que parezca.
—Cura estas heridas —murmura en sármata—. Repara la carne. Rehazla
como era.
Siento su magia en la espalda como si fuera un aliento cálido. Y
entonces esa calidez se me filtra en la piel, se vuelve incómoda, casi una
picazón, y sé sin ni siquiera mirar que la carne se está recomponiendo y las
heridas se están curando.
Sigo ahí tumbada, confusa por cómo ha ido la noche, desde participar en
un círculo de hechizos a cambio de un poco de dinero en efectivo hasta casi
matar a unas brujas sedientas de sangre, pasando por la cura que me está
haciendo ahora mi enemigo mortal.
La cálida presión de la magia se desvanece y Memnón me acaricia la
espalda con la mano. Suelto el aire al notar su palma contra mi piel. Hay
algo en el tacto de sus manos —la cuales han liderado ejércitos y han
matado y levantado cálices hechos de cráneos de enemigos— que resulta
embriagador.
Estoy bastante segura de que disfrutar de esto me convierte en un ser
humano asqueroso. ¿Y qué?, ya me preocuparé de eso mañana.
Memnón se detiene, como si sintiera mis pensamientos.
—Est amage —murmura—, ¿te gusta? Te seguiré tocando si es así. Lo
único que tienes que decir es la palabra y eso haré.
Mierda, a lo mejor sí que sabe lo que pienso.
Aprieto los párpados y respiro por la nariz. Siento que todo lo que está
relacionado con este hombre tiene un precio. No lo ha dicho, pero debe de
estar ahí.
Aunque teniendo en cuenta todo lo que ha pasado esta noche… Que le
den.
—Me gusta —admito.
No mueve la mano. ¿Por qué no la está moviendo? Me contoneo un poco
para intentar que siga acariciándome.
—Déjame verte el rostro —exige.
Me doy la vuelta para mirarlo.
—¿Por qué?
Me observa con intensidad.
—Porque eres lo único que merece la pena mirar y mis ojos te han
echado de menos.
Frunzo el ceño.
—Creía que me odiabas.
Se inclina hacia delante y me pasa los nudillos por la columna vertebral.
Siento que me arqueo y me estiro como un gato ante su contacto.
—Es más complicado que eso, emperatriz.
Entiendo a lo que se refiere. Quiero odiar las agallas de este hombre, sé
que debería hacerlo, pero no es así.
—Cierra los ojos, relájate y te tocaré —dice.
Los entrecierro.
—¿Por qué debería confiar en ti?
Me lanza una breve sonrisa pícara.
—En eso tienes razón. Solo hay una persona en todo el mundo que de
verdad puede confiar en mí y la estoy mirando.
Vuelve a acariciarme la espalda y me muerdo los labios para evitar que
se me escape el sonido que quiero emitir.
¿Voy a tomar la extremadamente mala decisión de confiar en este
hombre porque sí? Ya he tomado unas cincuenta malas decisiones, ¿qué es
una más?
Así que cierro los ojos y me permito relajarme.
Nero debe de sentir el cambio en la habitación, porque es entonces
cuando salta de la cama. Varios segundos después, oigo sus uñas contra el
alféizar de la ventana y el frufrú del roble mientras mi familiar huye de la
situación actual. Y pensar que fue hace nada cuando Nero se burló de mí
ante la idea de que trajera a chicos. Diría que quien ha quedado mal es él,
pero soy yo la que está medio muerta y, aun así, disfrutando de las caricias
de su enemigo.
Así que, sin duda, la que ha quedado mal he sido yo.
Memnón sigue moviendo la mano por mi cuerpo, recorriéndome la
espalda, y me gusta tantísimo que debería ser ilegal. Arriba y abajo, arriba y
abajo. Cuanto más tiempo pasa, más intranquila estoy.
No es suficiente.
—Más —ruego tan bajito que no estoy segura de que me oiga. La verdad
es que no me siento muy segura de mí misma como para exigirle nada. No
después de todo lo que ya ha hecho por mí.
Detiene la mano y hay una larga pausa.
—¿Qué has dicho?
No voy a volver a decirlo. No voy a…
—Más —repito, más alto.
Después de un segundo, Memnón vuelve a mover la mano.
—¿Más qué? —pregunta.
Juraría que ahora hay un toque de malicia en sus palabras, como si
estuviera jugando conmigo. Pero no estoy segura.
Me remuevo bajo su mano, mi piel es muy sensible.
—No-no lo sé —admito, con los ojos aún cerrados.
Siento el roce de sus labios en el oído.
—Nunca deberías pedirme cosas que no quieres, emperatriz —dice en
voz baja—. Pero creo que sí sabes de qué quieres más. Y creo que te aterra.
Trago saliva; los pelos se me ponen de punta por toda la piel. Pasa un
segundo. Luego dos y tres.
—¿Sigues queriendo más? —Memnón respira sobre mí.
Ni siquiera me molesto en mentirme a mí misma.
—Sí.
Él no responde, pero pocos segundos después la cama se hunde y siento
sus poderosos muslos a ambos lados de los míos.
Vuelve a llevar las manos a mi espalda para masajearme los músculos.
Es algo erótico, aunque no debería. Solo es un masaje.
No hay ninguna razón por la que esto debería ponerme cachonda. Pero,
por todos los hongos mohosos del mundo, es lo que está pasando. Siento un
escozor entre las piernas. Y cada vez aumenta más.
—La próxima vez, est amage, haré que me digas lo que quieres…
Se me escapa un gemido. No quería que sucediera, pero así ha sido.
A mi espalda, Memnón se detiene.
—Pero, una vez más —dice—, esto también me vale.
La sangre se me sube a las mejillas, pero me niego a sentirme
avergonzada. Empiezo a darme la vuelta y Memnón se levanta un poquito
para que pueda terminar de ponerme boca arriba. Miro fijamente al antiguo
rey.
Desde esta posición, parece gigante; los hombros son enormes y el torso
parece estar hecho solo de músculos y tendones. Y ese rostro perverso, con
esos pómulos afilados y esos ojos brillantes…
Respiro hondo, temblando.
—¿Quieres saber lo que quiero?
¿Qué es otra mala decisión?
Me siento, le pongo un brazo alrededor del cuello, tiro de Memnón hacia
mí y entonces lo beso.
Sabe a pecado y a nostalgia. Entrelazo los dedos con su pelo y vuelvo a
tirar de él hasta que caigo de espaldas sobre la cama.
Con un gruñido, se hunde contra mí y siento que su boca arde contra la
mía. He besado más de una vez y, aun así, siento que este es el primer beso
de verdad que he dado. Me acaricia la lengua con la suya y vuelvo a
recordar que todo es mucho más eléctrico con este hechicero.
Me aprieto contra él y siento su rígida longitud atrapada entre nosotros.
Se mueve contra mí y jadeo ante el contacto. Todos mis nervios se
despiertan.
Por Diosa, ¿cómo es posible que no me hubiera dado cuenta antes de que
este hombre es puro y auténtico sexo? Los músculos, los tatuajes, la
ferocidad pura que contiene con tantas ganas…
Esto sí es un hombre que folla. Duro.
Y aquí estoy yo, dispuesta.
Por desgracia, en cuanto lo pienso, Memnón rompe el beso.
Me mira con sus ojos ambarinos ahumados ebrios de lujuria y la
respiración entrecortada. Me observa la boca como si estuviera a punto de
devorarme entera y estoy al cien por cien de acuerdo con esa perspectiva.
Parpadea un par de veces y luego se libera de mi cuerpo.
Quiero llorar por la pérdida de su peso y su calor. Y de su boca sobre
todo. Quiero besarlo hasta que salga el sol.
—Duerme, mi reina. Has usado mucha magia y has perdido mucha
sangre —dice, bajando de la cama—. Necesitas dormir, no… —Posa los
ojos en mi boca—. No otra cosa —termina de manera tajante.
Memnón coge las mantas y las saca de debajo de mi cuerpo.
Lo cojo de la muñeca.
—¿A dónde vas?
Odio sonar desesperada. Odio que este hombre haya pasado de ser mi
acosador a ser mi salvador. Pero lo cierto es que esta casa ya no me parece
segura, no desde que me di cuenta de que hay un túnel de escape que da
directamente a este edificio.
La expresión de Memnón se vuelve feroz, aunque sus ojos son más
dulces.
—A ninguna parte —jura—. Me voy a quedar aquí, en esta habitación,
vigilándote y manteniéndote a salvo hasta que te despiertes.
No le suelto la muñeca. Lo quiero aquí en la cama, a mi lado. Estoy
segura de que esa es la única forma en la que voy a conseguir dormir, a
pesar de lo agotada que estoy.
Memnón debe de vérmelo en los ojos.
—No me pidas cosas que no quieres —vuelve a advertirme.
Pero sí que quiero lo que estoy pensando. Ese es el verdadero problema.
Mi intuición me dice que este hombre violento y malvado es un lugar
seguro y estoy demasiado cansada como para llevarle la contraria.
—Quédate conmigo —le digo, tirando de él para que se acerque más.
Memnón toma la mano con la que lo sigo agarrando de la muñeca y me
deja un beso en los nudillos mientras cierra los ojos. Parece que está
luchando contra sí mismo por algo, aunque no sabría decir el qué.
Después de unos segundos, me deja la mano en la cama y me pone la
palma en la cabeza.
—Duerme —dice.
Siento la suave caricia de su magia y, luego, nada más.
CAPÍTULO 30

Parpadeo antes de abrir los ojos mientras la luz de la mañana se cuela en mi


habitación. Oigo el sonido lejano de mis hermanas de aquelarre hablando en
el pasillo y en el baño común mientras se preparan para ir a clase.
Me estiro y siento a Nero a mi espalda. Es entonces cuando se despierta
el dolor.
Gruño.
Me duele todo. Los brazos, la espalda y las piernas me duelen del
esfuerzo de haber llevado en brazos a la chica cambiaformas durante tanto
tiempo. Tengo los músculos sobrecargados, pero eso no es nada comparado
con la punzada que siento en la cabeza y las náuseas que me revuelven el
estómago.
Abusé de mi magia. Y luego abusé de la de Memnón.
Suelto otro gemido de dolor. A mi espalda, Nero se mueve y el brazo
que está atrapado bajo mi cintura se desplaza hacia la frente.
Espera. «¿El brazo?»
Siento que algo me atrae hacia un pecho ancho y duro; es la misma
mano que me gira la cabeza para que alguien me plante un beso en la frente.
—Alivia el dolor. Elimina el sufrimiento —murmura Memnón sobre mi
piel.
Cojo aire al oír su voz. Se ha quedado conmigo… Le pedí que…
Lo que pasó anoche vuelve a mí, aunque la migraña y el resto de los
dolores corporales desaparecen.
Por Diosa, lo de anoche. A pesar de la enorme cantidad de recuerdos que
debí de quemar, sé lo que pasó con todo detalle: el círculo de hechizos, la
persecución, las brujas contra las que luché y el monstruo que hice pedazos,
la breve interacción con un hombre de la manada Marin y luego Memnón.
Memnón.
Llevándome en brazos y cuidándome a mí.
Lo ocurrido anoche me deja sin aliento, pero sobre todo esta última
parte. Se supone que es mi enemigo, pero nada de lo que pasó anoche
encaja con esa narrativa. Me dio su magia y luego vino a por mí y me curó.
Y lo besé. Y ahora está en mi cama.
Justo mientras lo pienso, me recorre el pelo con los dedos. Es un gesto
que tiene algo muy íntimo. El hecho de que carezca de matices sexuales me
confunde aún más. He hecho mis pinitos en eso de la intimidad física con
hombres, pero no estoy acostumbrada a… esto. Intimidad sin ninguna
motivación sexual.
Quizás por eso me derrito ante su tacto. Al parecer, sí que me gusta este
tipo de intimidad. La ironía de todas las ironías está despertando mi cuerpo
de una forma completamente diferente.
—Te tengo, est amage —susurra, acariciándome todavía el pelo. Está
claro que no es consciente de que mi mente está en la miseria.
Me doy la vuelta y hago una mueca cuando siento una levísima punzada
en varios músculos.
Mis ojos se encuentran con los suyos. Tiene el pelo revuelto por haber
estado durmiendo. Es encantador y parece un pelín menos intimidante.
Solo un pelín de nada.
Memnón ha perdido la camisa en algún punto entre anoche y esta
mañana y, desde tan cerca, puedo decir con toda seguridad que su cuerpo es
una obra de arte, músculos apretados sobre más músculos apretados. Los
tatuajes y las cicatrices solo sirven para que parezca mucho más letal y
atractivo.
Obligo a mis ojos a centrarse en los suyos.
—Te has quedado —digo.
Se pasa la mano por el pelo despeinado y es un gesto condenadamente
sexy. Él en sí lo es.
—Por supuesto que me he quedado —dice como si nunca hubiera
habido otra opción.
Se me calienta la sangre ante el fervor de su voz. Quiero tocarlo. Todo
mi ser quiere tocar y sentir y marcar y reclamar a este hombre, que parece
mi propio sueño húmedo. Antes de llevar a cabo cualquiera de estas
fantasías, tira de mí con el brazo que me rodea la cintura y entonces tengo
su boca encima de la mía.
Estoy empezando a descubrir que los besos de Memnón son tan intensos
como cualquier otra parte de él. Mueve la boca sobre la mía de una forma
casi frenética. Me besa como si fuera a perderme en cualquier momento.
—Brujilla —dice en mis labios—, no puedes mirarme así y esperar que
me quede mi boca para mí solo. —Enfatiza el sentimiento con otro embiste
devastador de sus labios.
Acepto con ganas cada arremetida de su boca.
—Tu sabor me vuelve loco, compañera —dice—. Y siento que eres real,
más que nada desde que desperté. —Me pega más a él…
A un lado de la cama, mi móvil empieza a vibrar e interrumpe el
momento. Me muerdo la lengua para no decir unas cuantas maldiciones
bastante imaginativas mientras me aparto.
Reticente, Memnón me suelta, pero por cómo me mira me deja claro que
no ha terminado conmigo.
Salgo de la cama y me doy cuenta después de que sigo llevando solo la
ropa interior y de que Memnón ha disfrutado de algo digno de ver. Cojo los
pantalones ensangrentados y desgarrados de anoche, de donde proviene el
sonido de mi teléfono. Justo cuando lo estoy buscando en los vaqueros me
doy cuenta de que anoche lo llevé encima todo el tiempo. Aunque tampoco
es que tuviera un rato libre para hacer una llamada entre las brujas y la
criatura de arcilla.
Me llevo el móvil a la oreja y respondo:
—¿Diga?
—¿Selene Bowers? —pregunta la voz al otro lado.
—Sí, ¿quién es?
—Soy el agente Howahkan. Teníamos una reunión hace media hora,
pero no ha aparecido.
El estómago se me encoge.
—¿Qué reunión? ¿Qué quiere la Politia de mí?
Hay una pausa al otro lado de la línea.
—Queríamos saber cómo le iba y hacerle unas cuantas preguntas más
sobre la muerte de la señorita Evensen.
Sabía que habían matado a Andrea, pero…
—Lo siento, pero ¿qué tiene que ver su muerte conmigo?
Hay otro largo silencio, lo suficiente como para que me dé cuenta de que
debería recordar de lo que sea que esté hablando el agente.
—Usted descubrió el cadáver —dice al final.
—¿Qué? —Casi le grito al teléfono. «¿Fui yo la que encontró el cuerpo
de Andrea?»
Por el rabillo del ojo, veo que Memnón me observa como un halcón. Me
paso el brazo por delante del pecho y le doy la espalda, pues siento que,
entre la carne que tengo al descubierto y esta conversación, está viendo
demasiadas cosas mías.
Hay otro silencio tenso al otro lado del teléfono.
—Lo siento muchísimo —me disculpo, mirando hacia las raspadas
tablas del suelo—. Eh… Mi magia se alimenta de mis recuerdos. —Respiro
hondo—. ¿De verdad fui yo la que encontró el cuerpo?
Miro a Memnón por encima del hombro, pero tiene una expresión
indescifrable.
Otra pausa por parte del agente.
—Sí.
Casi no lo creo. Sé que ha habido una serie de asesinatos hace poco, eso
sí lo recuerdo. Incluso recuerdo salir a correr con Sybil y ver la cinta de la
escena del crimen de uno de ellos…, pero ¿escuchar que en realidad
descubrí uno de los cuerpos? Parece un recuerdo demasiado importante
como para que mi mente lo haya purgado.
Me dirijo hacia mi escritorio, donde está mi agenda. Pero ni siquiera sé
qué día mirar.
¿Por qué no sé a qué día estamos?
—¿Qué día es hoy? —le pregunto, intentando que no me tiemble la voz.
—Estamos a quince de octubre.
Encuentro la fecha de hoy y, por supuesto, hay apuntada una reunión con
la Politia a las diez en punto.
Por todos los putos hechizos del infierno.
—¿Puedo acercarme ahora? —le pregunto.
—Sí, no pasa nada. —Parece que el agente está más que dispuesto a
terminar esta llamada—. Nos vemos ahora.
Cuelgo el teléfono, todavía mirando mi agenda con el ceño fruncido.
—Brujilla, tu memoria…
Miro a Memnón, que ahora está sentado en mi cama; parece que está
como en su casa y, al mismo, completamente fuera de lugar.
Sus ojos son dulcísimos mientras busca los míos.
—Te ha dejado indefensa al cien por cien.
Me cruzo de brazos.
—No estoy indefensa.
Me escudriña con la mirada.
—Me he pasado toda la vida montando estrategias —dice—. Reconozco
una posición vulnerable cuando la veo.
Lo miro.
—No sabes nada de mi vida.
—No de esta, no, pero de la última… Me la sé de memoria.
La mirada que me lanza es demasiado intensa.
—No soy Roxilana.
Cómo no: recuerdo un nombre cualquiera, pero no, ya sabes, lo del
cadáver que al parecer descubrí hace tiempo.
Memnón no responde y su expresión tampoco deja entrever nada. No
sabría decir lo que siente al respecto.
Pero eso un problema para otro momento.
Vuelvo a centrarme en la agenda. Hay más cosas escritas, como el baile
de brujas de Samhain, que es dentro de dos semanas y del que literalmente
nunca he oído hablar. Y luego hay que entregar un trabajo el miércoles
sobre el uso de ingredientes frescos frente a los secos en los conjuros.
Suena aburrido que te cagas y quizás por eso no recuerdo nada al respecto.
Paso las páginas hacia la semana anterior y leo todo lo que tenía
programado. Para mi horror, solo recuerdo un par de eventos, como la fiesta
de licántropos a la que fui con Sybil. Pero incluso ese recuerdo se ha
desvanecido del todo; solo queda el final de la noche, cuando Memnón
atacó a Kane. La otra docena de eventos que escribí bien podrían ser de otra
persona, ya que no reconozco ninguno de ellos.
Hago un ruidito. ¿Alguna vez la pérdida de memoria había sido tan
mala?
—¿Qué pasa?
Memnón está justo detrás de mí. Pego un brinco al oírlo. No sé cómo ha
conseguido acercarse con tanto sigilo.
Me giro y me topo con su pecho.
—¿Selene?
Levanto la cabeza para mirarlo. Ha desaparecido el hombre cruel que he
llegado a conocer. Parece preocupado de verdad.
—La mayoría de mis recuerdos de la semana pasada —digo en voz baja
— han desaparecido.
Me tiemblan las manos y tengo los ojos llenos de lágrimas. Maldición,
no voy a llorar. Anoche le salvé la vida a una chica. ¿Qué son un par de
recuerdos comparado con eso?
Por eso tengo un sistema. Ya lo resolveré.
Me sorbo los mocos; es un ruido patético y Memnón ha tenido que oírlo.
—Puf —digo, y trago saliva—. Lo sie…
Memnón tira de mí y me envuelve en un abrazo.
—No termines esa frase, brujilla. Ni siquiera tienes que pedirme
perdón…, no por esto.
Tengo la cara aplastada contra su enorme pecho y me envuelve con su
cuerpo. No me permito darle demasiadas vueltas a este momento, pero lo
que sí hago es abrazarlo por el torso y atraerlo más a mí. Es una sensación
agradable que alguien te sostenga.
—Gracias —digo en voz baja—. Por tu magia… y por traerme aquí.
Hasta ahora no había asimilado de verdad que se ha quedado a mi lado
toda la noche. Y el infierno debe de haberse congelado, porque lo único que
siento en este momento es alivio por que este humano aterrador me haya
mantenido a salvo.
Me aprieta más fuerte.
A diferencia de la semana pasada, los acontecimientos de anoche siguen
muy vivos y, cuanto más tiempo paso en sus brazos, más se zambulle mi
mente en ellos. Tengo un vago recuerdo de un cambiaformas que se llevó a
la chica, Cara, pero ¿dónde estará ella ahora? ¿Estará bien?
Ni siquiera estoy segura de cómo averiguarlo.
Luego estaba ese monstruo. Soy incapaz de imaginarme lo que era en
realidad o cómo es posible que fuera consciente. Solo que la sacerdotisa
parecía controlarlo.
Ni siquiera sé si de verdad lo destruí o si la líder del círculo habrá
conseguido arreglarlo. Quizás se pueda reparar.
Entonces me acuerdo de las brujas con las que me enfrenté en el bosque
y de esa antigua sala de grimorios.
Entonces vuelve a mí el resto de la carnicería de anoche.
Nero les arrancó más de un trozo a varias. Las demás fueron víctimas del
ataque de las lamassus.
Todavía veo las formas desplomadas de las brujas en el bosque.
—Mis atacantes… —empiezo a decir.
Memnón me pone una mano en la mejilla y me levanta el rostro hacia el
suyo.
—No tienes que preocuparte por eso. Eso ya está resuelto.
Me quedo rígida.
—¿Qué quieres decir con que «eso ya está resuelto»?
Cada vez me cuesta más respirar.
En sus ojos hay un brillo calculador.
—Te dije anoche que marcaras a tus enemigos. He encontrado a los que
marcaste. Lo que haga ahora con ellos… Tú no tienes que preocuparte por
eso.
Sus palabras, que supongo que deberían de ser tranquilizadoras, solo
sirven para que aumente mi ansiedad.
—¿Quién eres tú? —Busco su mirada con la mía.
Vuelve a sonreírme y ahí está su matiz perverso, a pesar de la dulzura de
sus ojos.
—Ya sabes quién soy. Puede que tú seas la única persona que de verdad
lo sabe, est amage.
«Mi reina.»
Me aparto de él y me paso las manos por el pelo.
—Necesito hablar con la Politia y darme una ducha y cambiarme… Y
desayunar estaría bien.
Memnón me mira y sus ojos cargados de afecto son perturbadores.
Siento que lo de anoche también cambió para él lo que hay entre nosotros.
—Mi conjuro te quitó el dolor, pero necesitas descansar, Selene. —Ya
está intentando que me dé la vuelta y que me vuelva a meter en la cama—.
Te traeré el desayuno. La Politia puede esperar.
Mierda. Dejas que un antiguo rey sobrenatural se quede contigo una
noche y que te preste su poder, y de repente se pone en plan mandón y
presuntuoso.
Esto voy a tener que cortarlo de raíz.
—Eeeh… —Pongo una mano en el pecho de Memnón y mis entrañas
chillan ante su piel cálida y sus músculos duros—. No.
Ese brillo en los ojos sigue ahí, pero sin duda parece molesto.
—¿En qué exactamente no estás de acuerdo conmigo?
Resoplo.
—Oye, no sé cómo eran las cosas en el pasado, cuando estábamos
ocupados inventando la rueda, pero no hace falta que me digas qué tengo
que hacer. Además… —Le doy un empujoncito en el pecho. Ni siquiera se
mueve—. Lo de anoche y lo de esta mañana ha estado bien, pero ahora
tienes que irte.
A lo mejor, si se larga ya, nos ahorramos la discusión sobre el hecho de
que tengo una deuda enorme con él por toda la magia que me ha prestado.
Memnón me mira con los ojos entrecerrados, aunque la comisura de los
labios se le curva hacia arriba. Abre la boca para hablar.
—Ajá. —Sacudo la cabeza—. No hace falta que digas la perversa idea
que se te ha pasado por la cabeza para que me mires de eso modo. Así
que… —otro pequeño empujoncito que no me lleva a ninguna parte—
largo.
Memnón me atrapa las manos y se las aprisiona contra el pecho. Con
muchísima deliberación, invade mi espacio personal y, de repente, soy muy
consciente de su torso descubierto y de mi escasa ropa interior.
—Me marcharé con una condición, compañera.
Aprieto los dientes. No me había dado cuenta de que sacar a un
hechicero de mi habitación requería condiciones.
—Debes prometer que te mantendrás a salvo.
Eso es… Supongo que eso puedo hacerlo.
—Prometo que me mantendré a salvo —digo. Luego me obligo a dibujar
una sonrisa falsa enorme—. ¿Bien?
La mirada de Memnón cae sobre mis labios y vuelve a entrecerrar los
ojos. Después de un rato, asiente con la cabeza. Y ahora me escudriña de
nuevo con esa mirada cargada de afecto. Me arde la piel y se me contrae el
vientre.
Me suelta las manos, pero en cuanto lo hace me busca la boca y me besa
con todo el dominio del rey de la guerra que afirma ser.
Sus labios me derriten, pues su sabor es embriagador. Dejo las manos en
su cintura y le paso los dedos por los tatuajes.
Este hombre es una mala idea con patas y, si algo aprendí anoche, es que
tengo debilidad por él.
Memnón se aparta. Me pasa el pulgar por el labio inferior.
—Cumple tu promesa, brujilla —me pide.
Con una última mirada dulce, el hechicero se marcha.
CAPÍTULO 31

—¿Qué hacía la noche del diez de octubre en el bosque de Everwoods? —


pregunta el agente Howahkan, mirándome fijamente desde el otro lado de la
mesa, con su largo pelo oscuro recogido en una trenza.
La sala de interrogatorios de la Politia es pequeña e insulsa, igual de sosa
y siniestra que las que he visto en la tele. La única diferencia es que en las
paredes de esta hay conjuros. Brillan y se sacuden un poco cuando me
centro en ellos.
Solo llevo cinco minutos aquí, pero ya siento que la magia se ciñe sobre
mí.
—No lo recuerdo —respondo.
Extiendo la mano y acaricio a mi familiar. Nero me da un cabezazo en la
mano, como para darme el valor que tan desesperadamente necesito.
Todavía no he informado de lo que pasó anoche y ahora no estoy tan
segura de si debería hacerlo. Salvo por Kasey, no sé los nombres de las
brujas que me atacaron.
El agente Howahkan suspira.
—En su anterior declaración, contó: «Llegó a mi habitación dejando un
reguero de sangre. Cuando me di cuenta de que no era suya, decidí seguir el
rastro hasta su fuente». ¿Lo niega usted ahora? —El agente levanta la vista
de sus notas; sus ojos son penetrantes.
—No, estoy segura de que entonces sabía de lo que estaba hablando.
Me mira con mala cara, como si me estuviera poniendo chulita.
—Aun así, ahora no puede decirme nada sobre el incidente.
—No recuerdo nada al respecto —aclaro—. No le estoy ocultando
recuerdos a propósito.
El agente Howahkan me sostiene la mirada. A pesar de los
encantamientos de la habitación que me obligan a decir la verdad, tengo la
impresión de que no me cree.
Sus ojos recaen sobre Nero.
—¿Ese es su familiar?
El aludido levanta la vista hacia el agente; no parece gustarle mucho esta
situación.
—Sí, lo es —digo.
—¿Es una pantera?
—Sí… —«No sé a dónde va a parar esto».
—Me imagino que caza en ese bosque.
Frunzo las cejas.
—¿Está acusando a mi familiar de matar a Andrea? —Es una idea
aterradora. Pongo la mano sobre el susodicho.
—No —responde el agente, enfatizando la palabra—. Un humano mató
a la bruja, no un animal. Pero aun sí tengo curiosidad por el orden de los
acontecimientos que describió usted en su testimonio original.
—¿El orden de los acontecimientos? —repito.
—Dijo que vio sangre y siguió a su familiar hasta un cuerpo. Cualquiera
podría reordenar esa cronología para sugerir que usted fue desde el cadáver
hasta su habitación y luego descubrió que su familiar se había traído
consigo las pruebas hasta su puerta, así que regresó e informó del incidente
para parecer inocente.
Es como si fuera incapaz de coger una bocanada de aire y me siento
palidecer.
—¿Está sugiriendo que yo maté a esta mujer? —susurro, horrorizada.
Creía que esto solo era un interrogatorio rutinario.
El agente Howahkan sacude la cabeza.
—Como investigador de homicidios, tengo que poner en duda a todas las
personas y ver las pruebas desde todos los ángulos. Por desgracia, su
pérdida de memoria no ayuda a despejar las dudas que tenemos sobre usted.
—Yo no decidí borrarme esos recuerdos —respondo, acalorada—. No
tengo ese lujo, cosa que sabría si hubiera sacado alguno de mis expedientes
de la Academia Peel o del Aquelarre del Beleño Negro. ¿Quiere mi
coartada? —Saco mi agenda del bolso—. Tome, mire esto. —Suelto la
libreta encima de la mesa.
El agente Howahkan la arrastra para acercársela y, después de un
segundo, empieza a hojearla.
Se detiene en un día en particular y estudia lo que he anotado.
—Aquí no hay nada que cubra el momento de los asesinatos —dice.
—Tengo más cuadernos —respondo. Normalmente, uso varios al mismo
tiempo. Solo que este es el más funcional—. No los llevo encima, pero
podría traérselos si los necesita.
Se me crispan los nervios cuando me hago idea de la situación: soy
sospechosa en una investigación por asesinato.
El agente aparta la agenda.
—Vamos a dejar a un lado el caso de la señorita Evensen por un
momento, ¿le parece?
Cojo aire y después asiento.
—No es la primera vez que ha visto una de estas brujas asesinadas,
¿verdad? —dice.
Ladeo la cabeza mientras el agente Howahkan pasa los papeles de su
carpeta y le da un golpecito a algo que ha visto.
—No sé a qué se refiere.
Coge un bolígrafo y vuelve a darle golpecitos al folio que está mirando.
—Veo que se la interrogó en la escena de uno de los otros asesinatos.
Me quedo sin aliento cuando recuerdo que pasó algo mientras estaba con
Sybil. Tengo un recuerdo borroso de una cinta de la escena de un crimen y
del bosque que rodea el Beleño Negro, pero cuando intento alcanzar más…
Creo que es posible que viera algo, pero ¿a lo mejor mi mente se lo está
inventando? No puede ser cierto.
—Lo siento —me disculpo—. Eh… —Los conjuros de la habitación no
me permiten decir que no me acuerdo porque, técnicamente, sí que recuerdo
algo—. Creo que había algo en el bosque que está detrás del Beleño
Negro… Recuerdo la cinta amarilla, pero en realidad nada más.
—¿Este recuerdo también se ha desvanecido? —Tiene la mirada fija en
mí, fija y acusadora—. Muy conveniente.
—No —respondo—; teniendo en cuenta que estamos hablando de
limpiar mi nombre, yo diría que es bastante inconveniente.
Los ojos del agente Howahkan siguen fijos en mí un segundo de más
antes de que vuelva a centrarse en los papeles.
—Aquí dice que usted y una mujer llamada Sybil Andalucía estaban
corriendo por un sendero que atravesaba la escena del crimen. Una de mis
compañeras las vio y les hizo algunas preguntas.
Estoy a merced de esas notas, pues no tengo ningún recuerdo de ese
incidente.
Me encojo de hombros.
—Algunas mañanas, mi amiga y yo salimos a correr. —Cuando nos
sentimos especialmente empoderadas… o queremos castigarnos—. Pero no
recuerdo ese día en particular.
—Mmm —responde—. Parece que estuvo usted en el lugar equivocado
en el momento equivocado en dos ocasiones diferentes.
Siento que se me revuelve el estómago ante lo que sugiere esa
insinuación: que a lo mejor todo esto no es una coincidencia para nada.
«Es lo que hacen los investigadores —intento decirme—. Hacen presión
en las grietas a sabiendas de que solo los sospechosos se rompen.»
Pero mi pérdida de memoria me hace particularmente frágil, sea
culpable o no.
Por un momento, busco en los rincones oscuros de mi propia mente,
pues estoy dudando de mí misma. No puedo saber lo que he olvidado.
El agente Howahkan debe de notar hacia dónde van mis pensamientos,
porque deja la carpeta a un lado y se inclina hacia delante, entrelazando las
manos.
—Señorita Bowers, voy a hacerle una pregunta hipotética. No es una
acusación, solo tengo curiosidad: ¿sería posible que estuviera usted
implicada en estas muertes y simplemente no lo recordara?
Solo de pensarlo la habitación me da vueltas. Me siento mareada y con
ganas de vomitar.
Sacudo la cabeza para obligarme a no entrar en pánico.
—No soy ese tipo de persona —digo con la voz ronca.
—¿Cómo puede estar tan segura?
«¿Cómo puede estar tan segura?»
Me froto los brazos; sus palabras me hacen sentir sucia por dentro.
—Mi mente y mi consciencia no son lo mismo. Puedo olvidarme de lo
que he hecho sin olvidarme de quién soy.
Por supuesto que yo no maté a esas mujeres.
«Pero podrías haber matado a algunas anoche —susurra mi mente—. Y
puede que Memnón esté terminando el trabajo ahora mismo.»
—¿Me está acusando de asesinato? —digo en voz baja; tengo el cuerpo
revuelto—. Porque, si es así, necesito un abogado.
El agente Howahkan sacude la cabeza.
—No, señorita Bowers, solo estábamos barajando otra hipótesis.
—De acuerdo —digo con cautela.
—Bien, señorita Bowers, eso es todo lo que necesitamos por ahora. ¿Nos
podemos quedar con su agenda? —pregunta, dándole unos golpecitos con
los dedos.
Abro la boca para aceptar, pero luego dudo.
—La necesito para clase. —Para ser sincera, la necesito para todo.
Tengo mi vida entera ahí y, a juzgar por la cantidad de recuerdos que he
perdido últimamente, voy a tener que apoyarme en ella más que nunca—.
Me puedo quedar un rato más si quiere hacer fotocopias o hacerle fotos.
El agente Howahkan asiente con la cabeza.
—Eso haremos. ¿Y dice que tiene más de estas? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—¿Estaría abierta a dejarnos verlas en caso de que fuera necesario?
Quiere decir si me convierto en la sospechosa principal.
Me muerdo el labio.
—Está bien.
A ver, compartir mis cuadernos no es moco de pavo… La idea de que
los agentes los tengan y los lean y posiblemente los guarden como
evidencia me dispara la ansiedad, pero tampoco quiero parecer culpable.
Porque no lo soy. Si lo fuera, lo sabría. Creo.
CAPÍTULO 32

Estoy sentada a mi escritorio; los dos párrafos que he conseguido escribir


hasta ahora sobre las diferencias mágicas entre la lavanda seca y la fresca se
me han olvidado mientras miro fijamente mi cuenta bancaria.
Está en números rojos.
Se me revuelven las tripas al ver los datos.
Emperatriz…
Un segundo después, siento a Memnón. No sé cómo, pero lo noto subir
por las escaleras de mi residencia como si fuera su casa y juro que las brujas
con las que se encuentra se callan a su paso. Se supone que los invitados no
pueden entrar y salir cuando quieran, pero él no es el tipo de chico al que le
importen las reglas.
En menos de un minuto, la puerta se abre y entra. Intento no fijarme en
lo atractivo que está con una simple camiseta y unos vaqueros. Pero, con su
imponente figura, su piel olivácea y sus elaborados tatuajes a la vista, el
sencillo atuendo resulta sexy y atrevido.
—Sería un detalle que llamaras a la puerta —digo, subiendo las piernas
a la silla.
Suponiendo que sepa lo que es. Apuesto a que Memnón es anterior a la
invención de los buenos modales.
—Quizás lo sería si no tuviéramos ya un vínculo —responde—. Es
mejor que llamar a la puerta.
—No tenemos un vínculo —digo.
Memnón cierra la puerta distraídamente con una patada.
—Veo que volvemos a estar en la fase de negación.
—Solo es negación si es cierto —contraataco, recorriéndolo con la
mirada—. Y no lo es.
Levanta las cejas mientras cruza la habitación.
—¿Sabes? Acosar a la gente es delito —digo.
—¿Crees que eso va a detenerme? Ya te di caza una vez —responde; un
mechón de su pelo oscuro le cae por delante de un ojo. Parece la mismísima
definición de villano.
Me estremezco.
—¿Qué pasó? —le pregunto—. Cuando me diste caza.
Parece complacido ante mi pregunta.
Memnón se acerca un paso.
—Te tomé como esposa.
Me acaricia el labio inferior con el pulgar, igual que hizo la última vez
que nos separamos. Me observa como si estuviera recordando cómo era
tenerme en brazos.
Quiero decir, a Roxilana.
—Te hice mi reina y te di riquezas y un imperio en constante expansión.
—Sí, sí, eso ya lo has dicho muchas veces —digo—. Y, aun así, esperas
que me crea que Roxilana fue la que te jodió.
A ver, si alguien se me hubiera ofrecido voluntario para ser mi papi
chulo y fuera así de guapo, no creo que lo hubiera enterrado vivo.
Pero, claro, Memnón es imbécil. Puede que sí enterrara a un imbécil.
Quizás la tal Roxilana tenía sus razones. Frunce el ceño; el buen humor
con el que ha entrado se ha desvanecido.
—Me prometiste respuestas —dice, cruzando los brazos—. Las quiero.
Respuestas… Tardo un rato en acordarme de que sí que acepté dárselas y
un poco más en darme cuenta de que en realidad Memnón no tiene ni la
menor idea de lo que pasó anoche. Solo me salvó el culo y luego me curó.
Mientras pienso en todo esto, el hechicero echa un vistazo a la página de
internet que está abierta en mi ordenador y consigue atisbar el lamentable
estado de mi cuenta bancaria.
Extiendo el brazo y cierro el portátil.
—¿Problemas de dinero? —pregunta, con una expresión inescrutable.
—¿Cómo es posible que sepas lo que es un banco online? —digo,
suspicaz—. Y la divisa moderna, ya que estamos.
Lo recorro con la mirada, su camiseta, sus vaqueros y sus botas de cuero.
Ahora sí que me pregunto cómo sale adelante el hechicero.
—¿De verdad quieres que hablemos de eso ahora, est amage? No estoy
seguro de que te vayan a gustar mis respuestas.
Lo miro con cautela. Sé que puede meterse en la mente de las personas,
recuerdo que lo hizo en la mía, igual que sé que tiene formas de ver el
mundo moderno a través de los ojos de otros. No sé por qué eso habría de
preocuparme…
Pero, antes de que pueda evitarlo, me restriego la cara.
—No pasa nada. Todo saldrá bien.
Más que una respuesta, son unas palabras de ánimo para mí misma.
Memnón no replica nada y, en cierto modo, su silencio hace que el tema
del dinero sea aún más desesperanzador.
—La gente de anoche… iba a pagarme —añado. Es un punto de partida
bastante decente—. Era una especie de bolo mágico que acepté para poder
pagar la comida de Nero.
Frunce el ceño y se fija en la pantera, que está tirada en la cama.
—Cuesta mucho alimentarlo —está de acuerdo el hechicero mientras se
acerca a la cama para acariciar al gran felino—. Lo recuerdo.
Nero inclina la cabeza ante el roce y acapara la atención.
—No pasa nada —repito, aunque se me quiebra la voz.
Sí que pasa y estoy intentando no pensar en la posibilidad tan real de ser
incapaz de alimentar a Nero.
Memnón vuelve a mirarme y sus ojos me dicen que está maquinando
algo.
Se aparta de mi familiar.
—Cuéntame qué más pasó anoche —exige—. No te dejes nada.

No tardo mucho en contarle a Memnón toda la historia. Se apoya en la


pared, con los brazos cruzados, mientras escucha toda la movida con una
mirada amenazadora en el rostro.
—… Y ahí fue donde me encontraste —termino.
Me sienta bien compartir esto con él. No he tenido la oportunidad de
contárselo a Sybil ni tampoco me he atrevido a escribir el evento…, no
cuando hay detalles incriminatorios y la Politia está interesada en mis
cuadernos.
Hay un músculo en la mandíbula de Memnón que sigue moviéndose.
—El círculo de hechizos —dice al fin—, ¿se celebró en esta casa?
Asiento con la cabeza. Solo mencionarlo me acelera el pulso. Vuelvo a
recordar que hay un túnel que va directo al interior de la residencia y que
esas brujas enmascaradas pueden usarlo con facilidad incluso ahora.
Ni siquiera voy a pensar en que puede que incluso sean hermanas del
aquelarre. Es una idea escalofriante. Aun así, tengo que vivir con el hecho
de que Kasey era una de ellas.
No he sabido nada de ella desde anoche.
—Llévame al lugar donde se celebró el círculo de hechizos —me exige
Memnón.
Esa orden debería ponerme los pelos de punta. En cambio, siento que el
hechicero es como un timón que me hace seguir adelante.
Salgo de mi habitación y lo conduzco por la casa. Varias brujas nos ven
pasar y, una a una, se quedan en silencio cuando reparan en el hombre que
me sigue. Es enorme y tiene una belleza fiera y estoy segura de que sienten
el peligro que emana.
Consigo ver sus expresiones y, aunque algunas parecen un poco
nerviosas, también se las ve… ¿interesadas?
Enseguida me enfado y un poquito de mi magia surge de mí y espesa el
aire.
«Mierda, Selene, ¿te vas a poner celosa por el tipo perverso que te
acosa?»
Un brazo me envuelve a la altura del pecho y tira de mí hacia Memnón.
Un segundo después, tiene los labios en mi oreja.
—La posesividad te sienta bien, compañera —dice; luego me da un
mordisquito en la oreja.
Lo miro por encima del hombro antes de apartarle el brazo.
—No soy tu compañera —susurro para el cuello de mi camisa—. Y no
me muerdas la oreja.
Le brillan los ojos.
—Al menos no has negado lo de ser posesiva —dice, y curva esos labios
tan sensuales en una sonrisa burlona—. En eso estamos de acuerdo.
Estoy a punto de rebatírselo, pero entonces pasamos por delante de otra
bruja que se queda prendada de Memnón y me vuelvo para mirarla.
Oigo una suave risa de orgullo a mi espalda.
—Cállate.
Puede que sí sea un tanto posesiva.
CAPÍTULO 33

Cuando llegamos a la sala de rituales, dejo entrar a Memnón primero y le


sostengo la puerta abierta antes de seguirlo al interior.
Sus botas resuenan por el suelo mientras mira a su alrededor; se fija en
las paredes oscuras y en las filas de sillas.
Me dirijo al fondo de la estancia y los pelos de los brazos se me ponen
de punta cuando me acuerdo de la noche anterior.
—Entramos por esta pared —digo, tocando la superficie sólida, que
suelta un leve destello cuando la luz alcanza los conjuros que la recorren.
Por un segundo, me maravilla que la magia haga aparecer y desaparecer
entradas a voluntad.
Memnón avanza hacia mí antes de detenerse tan cerca que me roza el
hombro con el suyo.
Se me acelera la respiración y siento la urgencia febril de tocarlo y
volver a saborearlo. Solo lo he besado, pero he soñado con mucho más. ¿La
realidad se parecerá a mi imaginación?
Memnón me mira y levanta una ceja.
—¿Qué? —digo a la defensiva.
¿Ha escuchado esos pensamientos?
Sacude la cabeza y vuelve a centrarse en la pared. Pasa una mano por
ella y consigo apreciar el anillo dorado que lleva y sus antebrazos llenos de
cicatrices…
«Deja de distraerte con el maromazo, Selene.»
Memnón baja la mano y se gira; parece que está a punto de largarse.
Pero de repente se vuelve rapidísimo y le da un puñetazo a la pared.
Su magia color índigo explota con el impacto y suena como a un
caramelo duro aplastado debajo de una bota.
Un segundo después, me doy cuenta de que es el sonido del hechizo
protector haciéndose añicos. En cuanto se desvanece, la pared desaparece y
vuelve a revelar la apertura.
Me quedo atónita, miro primero la apertura y luego a Memnón.
—Nunca he visto a nadie usar su poder así —digo.
El hechicero me toma por la barbilla y me lanza una mirada delicada y
juguetona.
—Sí, sí que lo has visto, brujilla. Hace mucho.
Antes de discutírselo, me suelta la barbilla y vuelve a centrar la atención
en el arco.
Chasquea la lengua.
—Alguien ha sido muy malo y ha escondido una entrada trasera en tu
residencia. —A pesar del ligero tono de sus palabras, veo que los ojos se le
endurecen y se le afilan los rasgos.
Cruza el umbral y se dirige hacia las escaleras.
Dudo y noto el sabor agrio del miedo en la garganta. No quiero volver
ahí.
Siento que esas brujas siguen acechando al final de esa escalera,
esperando otra oportunidad para agarrarme.
A Memnón, en cambio, parece que nada le divertiría más que una buena
confrontación. Empieza a descender, pero ni siquiera se molesta en
convencerme de que lo siga.
Sin pensarlo, tomo su magia, igual que hice anoche, pues necesito la
tranquilidad que me transmite su poder.
Ahí está, tan infinita como anoche. No sé cómo es posible que un único
cuerpo albergue tanta magia ni cuánta consciencia ofreció a cambio de ella.
—Siento que estoy dentro de ti, alma gemela —grita Memnón desde el
pie de la escalera; noto una sonrisa en su voz—. Llévame a tu interior
siempre que quieras.
Mi núcleo se tensa ante la oferta y siento el calor en la cara.
—No soy tu… No es por eso por lo que… —Respiro hondo; me frustra
ponerme colorada por su culpa—. Solo estoy nerviosa por volver a este
sitio.
Detiene sus pasos.
—Acércate, Selene —dice con dulzura; sus palabras son suaves y
tentadoras.
A pesar de lo mucho que me molestan sus órdenes y de mi miedo,
avanzo hacia las escaleras, las bajo y no me detengo hasta que llego a donde
está Memnón, de pie al lado de la escalera.
Me pone una mano en la mejilla.
—¿De verdad te aterro, brujilla?
—Sí —respondo sin dudar.
—¿Y cómo de terrible tendría que ser mi igual? —pregunta.
Sacudo la cabeza, pues no estoy segura de cómo responder a eso.
—Debería ser una persona muy poderosa y aterradora para ser tu igual
—respondo al fin.
Memnón me acaricia la piel con el pulgar.
—La estoy mirando ahora.
—Yo no soy…
—Sí lo eres —insiste.
Abro la boca para seguir protestando, pero entonces dice:
—Sé que tienes miedo, pero subestimas tu propia fuerza, est amage. Yo
la he visto muchas veces y tú misma la viste anoche, cuando eras una contra
muchas. Tú eres lo aterrador. —Me acerca más a él—. Pero siempre puedes
recurrir a mi poder si eso te complace. Como he dicho, me gusta estar
dentro de ti.
Sus palabras deberían sonrojarme, pero sea lo que sea lo que pasa entre
nosotros dos no deja espacio para la vergüenza.
Miro dentro de sus luminosos ojos marrones.
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —susurro.
Su mirada es salvaje.
—Si hay una respuesta que debería resultarte obvia, es esa.
Le lanzo una miradita a su perversa boca. Mientras la observo, se
extiende para formar una sonrisa.
—¿Mi reina desea besarme?
—A lo mejor —respondo sinceramente.
Memnón se inclina para acercarse más y su boca está a menos de dos
centímetros de la mía.
—¿Te he dicho lo mucho que me gusta el sabor de tus labios? —dice en
voz baja—. Es como vino con miel. Me dan ganas de probar otras partes de
ti. Apuesto a que son aún más dulces…
El calor se me sube a las mejillas.
—Maldita sea, Memnón, tienes que parar de… —Ni siquiera he
terminado la frase cuando me coge por la cintura y me levanta en brazos.
Suelto un gritito mientras me lleva por la habitación hacia el pasillo
adyacente.
—Eres muy hermosa cuando te pones roja. ¿Te avergüenza que te diga
obscenidades? —pregunta, mirándome.
«Sí.»
—Para mí sigues siendo un extraño —digo mientras las velas que nos
rodean se encienden con un destello.
—No lo soy —insiste Memnón mientras recorremos el pasillo curvo—.
Lo sabes. Soy tu compañero y he esperado muchísimo tiempo para volver a
reunirme contigo.
Me baja solo lo suficiente para hablarme en la oreja.
—En serio, qué ganas de volver a probarte, emperatriz —confiesa—.
Quiero saber si incluso dos mil años después haces el mismo ruidito cuando
te corres en mi lengua. O si todavía puedes cabalgar mi polla mejor que yo
mi montura.
Por la doncella, la madre y la anciana.
—No voy a hablar de eso contigo. —Me contoneo para intentar zafarme
de sus brazos.
Con una risa baja y ronca, me deja en el suelo. Me alejo de él, pues me
siento caliente y molesta en todos los sentidos. Pero, aun sí, ha dejado de
mirarme y se ha centrado en el resto de la estancia.
Y es entonces cuando me doy cuenta de que estamos «en la habitación
donde sucedió todo». Ha conseguido distraerme durante todo el trayecto
hasta aquí y no tengo ni idea de si lo ha hecho de manera deliberada para
aliviar mi miedo o si tan solo quería provocarme.
Ahora, mientras miro a Memnón, veo que su buen humor se desvanece y
el rey frío y cruel que antaño fue se abre paso.
Camina por la estancia, estudiando el espacio.
Yo también miro a mi alrededor mientras el pulso se me acelera. Lo
primero en lo que me fijo es en que las zapatillas que llevaba puestas han
desaparecido. Al principio me siento molesta, sobre todo porque solo tenía
un par y ahora no tengo dinero para comprarme otras, pero luego siento el
miedo en el estómago.
Las brujas pueden usar las pertenencias de una persona para hacer todo
tipo de cosas, como maldiciones o embrujos, entre otras.
—¿Qué pasa? —pregunta Memnón, volviéndose hacia mí—. Siento que
estás nerviosa.
Quiero estar indignada, pero en lugar de eso la curiosidad se apodera de
mí.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunto.
—El vínculo funciona en ambos sentidos, est amage.
Memnón me lanza una mirada provocadora, como si me retara a desafiar
sus palabras. Estoy cansada de discutir con él, así que simplemente digo:
—Me dejé aquí unas zapatillas. Ya no están. Por eso estoy nerviosa.
Asiente con cuidado, a pesar de que la tensión se arremolina en su
interior. Se da la vuelta y sigue inspeccionando la estancia. Aquí no hay
nada. Han retirado de la habitación todos los objetos que las brujas trajeron.
Tampoco están las manchas de sangre que dejó la sacerdotisa ni los restos
de la explosión mágica que provoqué.
—Han limpiado este sitio —dice Memnón, haciéndose eco de mis
pensamientos.
Mira por uno de los pasajes que salen de la estancia. Me imagino que va
a seguir explorando y no puedo evitar sentir miedo solo de pensar en volver
a pasar por esos túneles.
En cambio, el hechicero se da la vuelva y se acerca a mí.
—Ya he visto suficiente —dice tranquilo—. Podemos volver,
emperatriz.
Tras soltar un suspiro de alivio, intento no correr demasiado cuando
volvemos hacia las escaleras, aunque ¿a quién quiero engañar?
—¿Por qué querías venir? —pregunto mientras empiezo a subir la
escalera de caracol.
—Tus enemigos son los míos —responde Memnón—. Ya me he
encargado de algunos. —Es aterrador escucharlo—. De otros no. Esos son a
los que quiero entender.
Respiro hondo.
—No dejas de decir que tengo enemigos, pero nunca he hecho nada
malo en mi vida. —«Aparte de despertarte…»
—Dime, est amage, ¿cómo te enteraste de este círculo de hechizos? —
pregunta a mi espalda.
Eso…, eso es otro detalle aterrador al que no le he dedicado mucho
tiempo.
—Una hermana del aquelarre me lo contó.
—¿Cómo te lo contó?
Intento centrarme en eso y siento que tengo el recuerdo al alcance de la
mano, pero entonces…
—No me acuerdo. Lo único que sé es que se llama Kasey y vive en esta
casa.
—Kasey. —Prueba el nombre en sus labios—. ¿Vive en esta casa?
Trago saliva.
—Sí.
Tras eso, hay un silencio ominoso. En realidad, no quiero saber en qué
está pensando.
—¿Te llevó al círculo de hechizos? —pregunta cuando llego al final de
las escaleras.
—Sí —repito, de regreso a la sala de rituales. Parece aún más oscura
desde este ángulo.
—¿Llevó a alguien más? —pregunta Memnón a mi espalda.
Me vuelvo hacia él.
—No.
—Entonces, estabas señalada —dice con una expresión severa—.
Alguien quería que tú y solo tú estuvieras en ese círculo anoche. Eso quiere
decir que tienes enemigos, Selene. Simplemente desconoces quiénes son…
todavía. Pero está claro que saben de ti.
Se me pone toda la piel de gallina.
Memnón cruza hacia la sala de rituales y se detiene a mi lado.
—Por ahora, ya te has preocupado bastante por esto, brujilla. Mantente
alerta, pero déjame que alivie tu carga.
Eso suena… muy amable.
Ahí está esa palabra otra vez. Amable. Memnón no lo es. No es su
naturaleza. Y conmigo menos, a pesar de sus bonitas palabras sobre lo de
que somos almas gemelas.
—Encontraré a quien pretendía hacerte daño —continúa— y sufrirá por
ello.
—Por favor, no le hagas daño a nadie.
Me lanza una mirada divertida.
—¿Los años te han ablandado, mi reina?
—No soy tu reina.
Vuelve a mirarme como si fuera preciosa y luego centra la atención en el
arco de la entrada.
—A alguien se le ocurrió controlar quién puede entrar y salir de tu casa
sin que nadie se dé cuenta. ¿Por qué no haces que su truquito se vuelva
contra esa persona? —me dice Memnón, y en sus ojos hay un brillo
calculador.
Me tiende la mano, con la palma hacia arriba. Es una invitación abierta a
lanzar un hechizo con él.
He usado su poder y también lo he combatido. Pero nunca he mezclado
el mío con el suyo deliberadamente. Me doy cuenta de que, más que desear
seguridad y venganza, estoy ansiosa por que la magia de Memnón se funda
con la mía.
Le tomo la mano y me enfrento a la apertura una vez más. Bajo mi
palma, mi magia se despierta. Sigo recuperándome del drenaje de poder de
anoche, pero, al notar la presión de su mano contra la mía, se aviva y le
envuelve los dedos y la muñeca con una caricia de amante.
El hechicero mira nuestras manos entrelazadas; sus rasgos transmiten
que le agrada. Levanta los ojos, los clava en los míos y por un momento
estoy en otra parte, en un sitio donde el infinito cielo azul se funde con los
campos de trigo. Memnón lleva aquella cota de escamas y la brisa le mueve
el pelo.
Entonces la imagen se desvanece igual de rápido que ha aparecido.
—Est amage —dice Memnón.
«Mi reina.»
Sí. Su reina.
Espera, no.
—¿Estás lista? —pregunta, frunciendo el ceño.
Trago saliva, asiento y luego me enfrento al arco.
Siento que los ojos de Memnón están sobre mí un ratito más antes de
que él también vuelva a centrar la atención en la abertura.
Un segundo después, su magia vuelve a la vida y las columnas de humo
de color azul oscuro surgen de su cuerpo.
—De la semilla del aire y del vientre de la tierra, invoco la creación.
Construye una pared igual que las que la rodean —dice, volviendo a su
lengua materna.
Siento que nuestra magia se entremezcla donde se tocan nuestras manos.
Memnón tira para atraer mi poder hacia él.
Jadeo al sentirlo. Como he mencionado antes, lo noto dentro de mí, su
propia esencia está aferrada a la mía, retorciendo mi magia alrededor de la
suya. Me deja sin aliento.
Sigue hablando:
—Crea una ilusión real para cualquiera que la mire y la toque. Solo
nosotros, tus creadores, tenemos el poder de derribar tal ilusión. Bajo
nuestra orden con la palabra «Revélate», te disiparás.
Nuestras magias unidas giran juntas en espiral y conforman un color
morado oscuro propio del final del atardecer. Se agolpan delante de
nosotros, se encajan en el arco y luego empiezan a suavizarse. La apariencia
de humo de nuestro poder se vuelve sólida y el color se oscurece.
—Y, bajo nuestra orden «Ocúltate», regresarás a tu falsa forma.
Tengo que apuntar estas palabras… Demonios, tengo que escribir toda
esta experiencia… antes de que se me olvide.
—Enmascara todo rastro de este hechizo para que se funda con los que
nos rodean.
Las palabras que Memnón está usando son bastante sencillas, pero en
realidad la cantidad de poder y de precisión mágica que requiere este
conjuro para ejecutarlo es astronómica.
Lo observo sorprendida mientras más magia sale de mí y se une a la de
Memnón. Es un maestro en lo que hace, tan talentoso como minucioso y
taimado.
El residuo brillante que ha dejado tras de sí la estela de su conjuro
adquiere el mismo tono dorado que hace juego con los hechizos protectores
y los encantamientos que están dispuestos por toda la habitación. Si me
esforzara muchísimo por mirarlo fijamente, vería que los bordes de este
hechizo tienen un tono morado oscuro, porque ni siquiera los mejores
pueden ocultar del todo su naturaleza innata.
Pero vaya, este se acerca muchísimo.
Con las palabras finales de Memnón, el último rescoldo de nuestra
magia nos abandona y la pared se solidifica. Doy un paso al frente y paso
una mano por encima. Se siente y se ve… exactamente como debería.
Sólida. Mundana. Sin resquicios. Solo una larga superficie ininterrumpida.
—Revélate —digo en sármata.
La pared se desvanece y las manos se quedan suspendidas en el aire. Veo
la escalera de caracol delante de nosotros una vez más.
Doy un paso atrás.
—Ocúltate.
De repente, el umbral vuelve a convertirse en una pared.
Un risilla temblorosa se me escapa porque yo he ayudado a hacer esto.
Siento los ojos de Memnón en el rostro y, cuando me vuelvo a mirarlo,
sus rasgos están llenos de anhelo.
—Esa risa… —dice con reverencia. Luego su expresión se vuelve
determinada.
Me aclaro la garganta para intentar romper este extraño momento.
—Creo que es posible que hayamos roto una ley o tres —digo. A ver, no
lo sé, pero siento que es lo bastante perverso como para ser un crimen.
—Te has olvidado de cómo funciona el poder, brujilla. Es una de las
pocas cosas que el tiempo no ha cambiado. —Hace una mueca y la tenue
luz le exagera la cicatriz—. La gente moderna actúa como si hubiera
evolucionado a algo… aceptable. Pretenden que no están hambrientos de
sangre y destrucción y casi se han engañado a sí mismos. —Las sombras de
la estancia han acentuado los rasgos de Memnón y lo han vuelto siniestro
—. Pero, est amage —continúa—, solo hay una ley que los humanos nunca
siguen: es la ley del más fuerte. Hemos sido lo bastante poderosos para
apropiarnos de este umbral, así que ahora es nuestro.
—Así no es como funciona el mundo —le discuto.
Sus ahumados ojos marrones brillan.
—Ten cuidado, Selene. Piensas como una idealista. Los hombres malos
usan tales pensamientos en beneficio propio.
Memnón cubre la distancia que nos separa. Incluso el modo en que se
mueve está cargado de seguridad. Y ¿por qué no iba a estar seguro de sí
mismo? Es físicamente poderoso y tiene una inteligencia perversa y magia
suficiente para borrar una ciudad del mapa. Creo que nunca he conocido a
nadie que posea tanta fuerza.
Vuelve a buscar algo en mi cara y me mira a los ojos.
—Qué extraño —murmura con curiosidad.
—¿El qué? —le pregunto, distraída por lo fascinante que es. Incluso
ahora el calor se me acumula en el interior.
—Tanto tus recuerdos como mi legado han desaparecido —musita—. Lo
mío ha sido expulsado de los anales de la historia, pero todavía perdura en
mi mente, mientras que lo tuyo ha sido expulsado de tu mente, pero todavía
perdura en los anales…
Frunzo las cejas mientras sus ojos se vuelven ausentes.
—Damnatio memoriae —dice, extendiendo la mano y acariciándome la
mejilla con los nudillos—. Esa es la maldición que habrías usado…
¿Maldición?
—Nunca le he lanzado una maldición a nadie en toda mi vida —digo,
indignada.
—Que tú recuerdes —añade. Todavía me acaricia la piel con sus cálidos
nudillos.
Entrecierro los ojos.
—Pero no puedes recordar —añade, con la mirada perdida.
De repente, sus ojos se vuelven más afilados cuando se da cuenta de
algo.
Deja caer la mano desde mi mejilla.
—La ley de tres —dice, como si fuera muy obvio—. La ley de la bruja.
Sé de lo que está hablando… Todas nosotras la conocemos. Es nuestro
equivalente a la regla de oro. La ley de tres es el principio que rige toda la
brujería. Dice que cualquier magia que llevas a cabo, buena o mala,
regresará a ti por triplicado.
Tiene la mirada clavada en la mía.
—Est amage, te lanzaste una maldición a ti misma.
CAPÍTULO 34

En cuanto regresamos a mi habitación, cojo papel y empiezo a garabatear


en mi cuaderno.
Hay varias cosas que tengo que recordar. Corro para escribirlas todas,
empezando por las órdenes en sármata que necesito invocar para abrir y
cerrar el umbral y terminando con el damnatio memoriae y la ley de tres.
Desde que Memnón ha pronunciado estos dos últimos conceptos, ha
estado de un humor un tanto peculiar: medio melancólico, medio
contemplativo.
La idea de que soy una examante fracasada que se tomó todas estas
molestias… es el tipo de historia que la gente se inventa para darle sentido a
una visión del mundo ridícula.
Pero eso no significa que no deba investigarlo.
Suelto el bolígrafo y me vuelvo hacia el hombre en cuestión. Memnón se
ha sentado en la silla que está al lado de mi cama y está estudiando las
docenas de cuadernos que tengo apilados en la estantería.
No sé por qué todavía no se ha ido. Esperaba que lo hiciera. Lo que no
esperaba era disfrutar de su compañía. Es raro y provocador y… muchas
cosas a la vez, pero en realidad no quiero separarme de él.
Pasa su atención de los cuadernos a las notas pegadas que salpican mis
pertenencias: están en las portadas de mis libros de texto, en la pantalla de
la lámpara, otra en mi escritorio y otra en la puerta. Sé que esa última es un
recordatorio para comprobar si he metido en el bolso el cuaderno del día.
Memnón da golpecitos en los brazos de la butaca y mueve la pierna con
impaciencia.
—Para —le digo.
Su mirada vuela hacia mí. No dice nada, pero hay una pregunta en sus
ojos.
—Tienes pinta de estar intentando descifrar algo. —En realidad, parece
que está intentando descifrarme a mí. Me froto los brazos—. Me estás
poniendo nerviosa.
Deja de dar golpecitos con los dedos y de mover la pierna. Tampoco es
que eso sirva de mucho. Memnón ha enjaulado su inquietud, pero aun así la
veo acechando en sus ojos.
Me cambio a la cama y me siento en el colchón, tan cerca de él que
nuestras rodillas se rozan.
—¿Quién eres? —le pregunto—. Aparte de Memnón el Maldito.
Ante mis palabras, el hechicero sale de su ensimismamiento.
—Nunca fui Memnón el Maldito. Era Memnón el Indomable. Supongo
que me diste el nuevo título cuando me enterraste.
Me muerdo la lengua para no seguir discutiéndole esa parte.
—¿Qué más? —digo en cambio.
Ladea un poco la cabeza, como sopesando mi interrogación.
—¿Qué quieres saber? —pregunta.
—No lo sé… Cualquier cosa, todo.
Me mira fijamente durante un buen rato con esos enigmáticos ojos que
parecen sumirse en mis profundidades. Coge aire y empieza.
—Nací como Uvagukis Memnón, hijo de Uvagukis Tamara, reina de los
sármatas, e Ilyapa Khuno, rey hechicero de los moches.
—¿Gobernaban diferentes naciones?
—Est amage, gobernaban diferentes continentes. Mi padre era del área
que tú conoces como Perú. La única razón por la que conoció a mi madre
fue que sabía cómo manipular las líneas ley.
Se trata de caminos mágicos dispuestos como una red por todo el
mundo. Son zonas donde el espacio y el tiempo se arrugan. Si alguien sabe
cómo navegar por ellas correctamente, puede cruzar océanos enteros en
minutos. Demonios, puede navegar a otros reinos en minutos… El más allá
y el inframundo comparten estas líneas ley con la Tierra.
No sé mucho más al respecto.
—¿Me estás diciendo que hace dos mil años tu padre se fue de América
del Sur para visitar un continente que se encuentra en la otra parte del
mundo?
Porque eso echaría por tierra toda la historia que los humanos no
mágicos han establecido sobre el momento en que Oriente se encontró con
Occidente. Pero también explicaría por qué descubrí al propio Memnón, un
hombre que vivió en Eurasia, dormido en una cripta de algún punto del
norte de Perú.
—Hizo muchos más viajes aparte de ese —dice él—. Pero sí.
Me gustaría detenerme más tiempo en eso, pero la verdad es que no me
interesa especialmente su padre. Me interesa el propio Memnón.
Le escudriño el rostro.
—¿Qué más?
Le tiemblan las comisuras de los ojos, como si yo le hiciera gracia…, o
quizás está complacido sin más por haber llamado mi atención.
—Aprendí a montar a caballo al mismo tiempo que a caminar y maté a
mi primer oponente cuando tenía trece años —dice—. Pero quizás lo más
importante es que mi poder se despertó cuando me llamaste.
Por lo general, los seres sobrenaturales se beben un brebaje llamado
«agridulce» para lograr el Despertar de sus poderes. Escuchar que esto no
fue lo que le pasó a Memnón, sino que una persona —Roxilana, supongo—
lo despertó…
—¿Cómo?
Me lanza una mirada severa.
—Trauma. Cuando eras niña, una legión romana atacó tu aldea y mató a
tu familia. Aterrada, me llamaste a través de nuestro vínculo.
Apenas puedo respirar. Ni me molesto en corregirle que no está
hablando de mí.
—La voz cargada de miedo que oía en mi cabeza me tuvo confundido
durante muchas lunas. No sabía quién eras ni dónde vivías…, ni siquiera si
vivías. Pensaba que eras un espíritu que hablaba un idioma que al principio
no conocía. Y tú no podías oírme, al menos durante mucho tiempo.
»Pero, cuando por fin lo hiciste —Memnón sonríe—, las cosas se
volvieron muy divertidas.
»Hablábamos todo el tiempo… A veces incluso cuando no pretendíamos
hacerlo. Recuerdo estar en medio de la batalla cuando te oí maldecir porque
habías roto un cuenco.
Miro fijamente a Memnón, esperando cada palabra.
—Empecé a buscarte cuando tenía trece años, pero no fue hasta que me
coronaron rey cuando lideré a mi horda hacia el oeste, hacia el Imperio
romano, y te encontré.
El hechicero se calla.
Al escuchar esta historia, algo me duele de verdad. No sé por qué.
Quizás es porque suena romántico: reyes y hordas y la búsqueda de una
mujer a la que estaba conectado, pero que no encontraba.
—¿Qué más? —le pregunto.
Detiene sus ojos en mí. Por un momento, su desolación es increíble.
Entonces se le curva la boca en una leve sonrisa y ese brillo calculador
vuelve a aparecer en su expresión.
—¿Tienes curiosidad, emperatriz?
Yo poso mis propios ojos en sus labios.
—¿Por qué me llamas eso? ¿«Emperatriz»?
Se retrepa en su asiento y ahora curva la boca en una sonrisa
pecaminosa.
—Porque los romanos te subyugaron y, en cierto modo, me gusta rendir
homenaje a tu poder en su lengua. Me excita un poquito. A ti te gustaba aún
más.
—A Roxilana —susurro—. Todo eso le sucedió a ella.
Los ojos de Memnón son como brasas. No puedo apartar la mirada.
Percibo muchos sentimientos reprimidos detrás de ese rostro.
—Sí —conviene—, le sucedió a mi Roxilana.
Siento que en este momento estamos en la cuerda floja. Uno de los dos
podría caer en cualquier momento.
—¿Qué quieres? —digo en voz baja.
—Todo —responde—. Mi imperio, mis riquezas, mi palacio, mis
adoradores súbditos. Pero sobre todo… te quiero a ti.
No sé quién se mueve primero, él o yo, pero nos acercamos y parece
inevitable. Está mi mente racional y metódica, y luego está esto otro.
Instinto.
Me busca la boca con la suya y la embiste. Me besa con toda la
intensidad que alguien podría esperar de un rey guerrero. Jadeo cuando de
repente su lengua está ahí, moviéndose con la mía.
Mi cuerpo se despierta ante el contacto, está febril porque quiere más de
esto, sea lo que sea. Le paso los dedos por el pelo.
Memnón gruñe en mi boca, luego me levanta en brazos, me pone las
piernas a su alrededor y me acuna el culo.
—Mi reina, mi reina… —murmura—. Necesito que recuerdes.
—Deja de hablar de eso —respondo también murmurando.
Sus delirios podrían arruinar una buena sesión de magreo. Si creía que el
hechicero podría ofenderse por lo brusca que soy, me equivocaba. Sonríe
contra mi boca y me muerde el labio.
Gimo.
—Esa no es forma de hablarle a tu rey.
Pensándolo bien, no me importaría nada seguir con ese juego de rol.
—Te hablaré como me dé la gana.
Ante mis palabras, Memnón ruge, me aprieta el culo y sonríe contra mis
labios. Nos lleva hasta la cama. Mi espalda rebota un poco cuando golpea el
colchón.
Le paso los dedos por la cicatriz y suelta una exhalación irregular.
Se aparta, le cuesta respirar.
—Es hora de que me digas que me vaya.
¿Hora de que se vaya? Si siento que acabamos de empezar.
—¿Y si no lo hago?
—Entonces, averiguaré lo dulce que es ese coño tuyo y no me detendré
hasta que sienta que te me corres en la lengua.
Memnón me ha tentado muchísimo sobre lo de la intimidad con él, pero
lo que me está ofreciendo ahora es real.
Me doy cuenta de que lo quiero mucho más de lo que nunca he querido
nada en mucho tiempo.
Lo miro fijamente durante varios segundo y vuelvo a acariciarle la
mejilla.
—Quédate.
Aprieta la mandíbula bajo mi roce y los ojos le arden mucho más.
Se inclina y vuelve a darme un beso, aunque este está cargado de
promesas carnales.
—Como ordenes, est amage —susurra.
Memnón aprieta las caderas contra mi pelvis y jadeo en su boca, un
sonido que le provoca una sonrisa.
Entonces, mueve las manos por mi cuerpo, acariciándome los lados
hacia arriba y hacia abajo. Al final, acaba encontrando el dobladillo de mi
camisa. Mete los dedos por debajo, una acción que me recuerda a la primera
vez que nos miramos a los ojos en la tumba. Entonces también jugueteó con
mi ropa. Solo que nunca tuvimos la oportunidad de llevarlo más allá.
Me sube la camiseta, desvelando mi cuerpo centímetro a centímetro.
—Qué hermoso —dice mientras observa mi piel expuesta, tiene una
mirada ardiente. No hace ni veinticuatro horas que la vio, pero entonces la
preocupación le nublaba la vista. Ahora no se contiene.
Sigo llevando sujetador y desliza los dedos por uno de los tirantes. Un
mechón de pelo oscuro le cae por delante de los ojos mientras estudia la
prenda y roza la copa de encaje con el pulgar. Es entonces cuando me doy
cuenta de que es posible que el hechicero nunca haya visto un sostén. No sé
lo que se llevaba en la época de Memnón, pero probablemente no fuera
esto.
Me siento y obligo al hechicero a que se aparte y se ponga de rodillas.
Entonces, le tomo la mano.
—Se desabrocha en la parte de atrás.
Le guío el brazo hacia mi espalda, hacia el broche del sujetador.
Memnón me mira a la cara todo el tiempo, está más fascinado con mis
rasgos que con el funcionamiento de mi lencería. Aun así, cierra la mano en
torno a los corchetes.
—Esto parece algo que disfrutaría mucho rompiendo, Selene —admite.
A pesar de sus palabras, lleva también la otra mano y, después de
toquetearlo un poco, consigue desabrocharlo. Me quita la prenda y la tira a
un lado.
—Estos pechos…
Se inclina y se mete uno en la boca.
Jadeo ante el intenso e inesperado contacto mientras meto los dedos
entre su pelo. Memnón me succiona el pezón; es una sensación que se me
clava en el núcleo. Vuelvo a jadear y le tiro del pelo con más fuerza
mientras el resto de mi cuerpo se vuelve de gelatina.
Me acaricia la espalda y me sujeta.
—Dulce mujer, estás mejor de lo que recordaba.
Aparta los labios del pezón y va dejando un rastro de besos por la piel
hasta que llega al otro pecho, que enseguida se mete en la boca.
—Diosa —jadeo, sujetándome a él como si fuera a caerme si lo suelto.
Le da vueltas entre los dientes antes de soltarlo.
—No le reces a tu diosa… Rézame a mí, tu rey —dice, y su aliento me
abanica la piel.
—¿Quieres que te llame «mi rey»?
A ver, sí que podría llegar a acostumbrarme a este juego de rol.
—Sí —jadea.
Con los dedos que tengo entrelazados en su pelo, le giro la cabeza y me
inclino hacia su oído.
—¿Te gustaría que lo dijera en tu idioma o en sármata, est xsaya?
«Mi rey.»
Un escalofrío le recorre todo el cuerpo.
Sacude la cabeza y me lanza una mirada intensa.
—No sabes lo que me provoca escucharte decir esas palabras en nuestro
idioma —murmura, con la mirada fija en mi piel.
Y entonces su boca vuelve a estar sobre mi carne y me besa el torso y va
hacia abajo, cada vez más…
Lo agarro por la espalda de la camiseta y tiro de ella. Después de todo,
Memnón no es el único que quiere ver carne.
El hechicero se detiene.
—¿Mi reina quiere que me quite la camiseta? —pregunta en sármata.
Antes incluso de que tenga oportunidad de responder, se quita la prenda
y la lanza a un lado.
Siento una excitación enfermiza al pensar en su ropa tirada por mi
habitación de forma casual. Me doy cuenta de que quiero que decore mi
espacio igual que los pósits.
La visión de su torso expuesto me hace contener el aliento. Ya sabía que
su cuerpo es una obra de arte, pero verlo de cerca es toda una experiencia.
Extiendo los brazos y le paso las manos por sus gruesos músculos
apretados. Bajo mi tacto, la piel de Memnón se eriza. Siento esos ojos
marrones ahumados observarme mientras lo exploro.
Hay cicatrices por todas partes, testimonios de la violencia a la que
antaño estuvo expuesto este hombre. Dejo de vagar con las manos cuando
llego a sus tatuajes.
—¿En algún momento me dirás lo que significan? —le pregunto. Ya ha
hablado sobre algunos, pero siento curiosidad sobre los demás.
Memnón me envuelve la cara con las manos y la mirada que me dedica
me hace sentir amada. Me gusta muchísimo más de lo que me conviene.
—En algún momento, no me hará falta hacerlo —dice de manera
críptica.
Me suelta, pero solo para llevar las manos a la cintura de mis pantalones.
Con un par de movimientos hábiles, desabrocha el botón y baja la
cremallera.
—Túmbate, brujilla —me ordena Memnón.
Tengo el pulso acelerado, pero este hechicero tiene algo que también me
hace sentir muy… segura.
Quizás es solo que me salvó la vida.
Me tumbo en la cama mientras agarra el dobladillo de mis pantalones y
mis bragas. Entonces tira hacia abajo, con los ojos fijos en mi piel.
El hechicero me los quita; luego me ronza la pantorrilla con la palma de
la mano y me acaricia el muslo. Me recorre el cuerpo con la mirada,
bebiéndolo durante tanto tiempo que una pizca de magia nerviosa se me
escapa de las manos.
Memnón sube los ojos poco a poco hacia los míos.
—Me tienes a tu merced, brujilla —dice con la voz ronca—. Ha pasado
muchísimo tiempo desde la última vez que te vi así.
Juego de rol… Solo estamos jugando.
—¿A mi rey le gusta lo que ve? —pregunto en sármata.
Se supone que es una pregunta fácil y juguetona. Justo cuando abandona
mis labios me doy cuenta de que me he expuesto al rechazo.
Una sonrisa irónica se le dibuja en la boca al oír mi comentario.
—Cada centímetro de ti es pura perfección, mi reina. Api construyó a la
mujer más impecable cuando te creo a ti.
Trago saliva, pues no estoy segura de cómo responder a eso. No me ha
rechazado, pero es igual de duro aceptar esas palabras, por alguna razón.
Memnón baja entre mis muslos.
—Ahora, alma gemela, vamos a ver ese coño tan bonito que tienes.
«¿Alma gemela?»
Eh, no, no, no.
Presiono los dedos contra los labios de Memnón y sacudo la cabeza.
—Puedes llamarme tu reina y tu emperatriz y tu bruja, pero… eso no.
Solo estoy dispuesta a jugar hasta ahí.
Memnón arquea una ceja. Con cuidado, se aparta mi mano de la boca y
se detiene para darme un beso en la punta de los dedos. Por extraño que
parezca es… afectuoso.
—Está bien…, Selene —acepta.
Vuelve a centrar su atención en mi núcleo. Por el modo en que lo mira,
me dan ganas de transformarme. Memnón me pone primero una pierna y
luego la otra en sus hombros.
Luego me abre los labios exteriores y observa mi coño como si intentara
adivinar el futuro.
—Esto también lo he echado mucho de menos.
Se inclina y va dejando besitos por los labios exteriores. Su boca es tan
delicada y reverente que me sobresalto un poco cuando por fin golpea la
apertura con la lengua, pues es un toque mucho más atrevido de los que lo
han precedido.
Gruñe.
—¡Ah, tu sabor, emperatriz! —Me sujeta con más fuerza—. Ni todo el
licor del mundo me embriaga como tú.
Me estremezco bajo él y le clavo los talones en la espalda conforme me
voy poniendo más nerviosa.
Me masajea un poco las caderas con los dedos.
—Siento lo tensa que estás —dice—. Tranquila, yo te cuido.
No me había dado cuenta de que me había tensado, pero estoy bastante
rígida. Obligo a mis músculos a que se relajen.
—Eso es —me motiva—. Hermosa emperatriz, no tienes nada de qué
preocuparte en mis brazos. He anhelado tenerte justo aquí.
Empieza a besarme el coño otra vez, arañando con los dientes los suaves
pliegues de piel. Se mete varias secciones de carne en la boca y las lame.
Mis caderas se mueven por voluntad propia para seguirles el ritmo a las
atenciones de Memnón.
En cuanto los labios del hechicero encuentran el clítoris, grito:
—Est xsaya!
«¡Mi rey!»
Eh…, en realidad no pretendía decir eso.
Se queda quieto y es como si él también lo supiera.
Siento su sonrisa contra mi piel y tensa las manos ahí donde me agarra
las caderas.
Me gusta cómo suenan esas palabras con tu hermosa voz.
Memnón me habla directamente en la cabeza. Entonces el embate de su
boca se vuelve febril, exigente. Me lame el clítoris, lo que me provoca un
gemido tras otro.
Esto está a años luz de cualquier cosa que haya venido antes que él. Es
como comparar el agua con el vino.
Vuelvo a clavar los talones en la espalda del hechicero y eso solo parece
espolearlo más. Memnón baja más, hacia mi núcleo. Cuando llega, desliza
la lengua en mi interior y grito una vez más, agarrándolo más fuerte del
pelo mientras me aprieto contra su cara.
—Me encanta, Memnón —murmuro—. Me gusta muchísimo.
Apriétate más contra mí, est amage. Sigue hablándome en mi mente.
Quiero que me cubras la cara para cuando haya terminado contigo.
Estoy demasiado ida para que me sorprendan sus palabras.
Desliza un dedo desliza dentro de mí y ahogo un grito al sentirlo.
—Llámame tu rey otra vez —dice contra mi carne— y añadiré otro.
Cierro los ojos, sacudo la cabeza y sonrío.
Est xsaya, uvut vakosgub sanpuvusavak pes I’navkap.
«Mi rey, puede que muera si no lo haces.»
Se ríe ligeramente contra mí.
—Eres tú quien va a matarme a mí.
Otro dedo se une al primero y me abre más.
Hago un ruidito entrecortado al sentirlo. Oigo los sonidos húmedos que
emiten mientras él me trabaja.
Lleva la boca a mi clítoris otra vez y ahora le hace algo con la lengua
que me provoca que sacuda las caderas y que un grito me rasgue la
garganta.
Le suelto el pelo para levantarme y mirarlo con los ojos como platos.
—¿Qué ha sido eso?
El hechicero se detiene para levantar la vista y mirarme.
—No te hagas la sorprendida, est amage —dice, recorriéndome con la
mirada—. Me he pasado años memorizando tu cuerpo. Sé lo que le gusta.
Sus palabras me pellizcan la piel. Quizás por primera vez me preocupa
de verdad lo que dice, porque sí que me ha gustado el movimiento que ha
hecho, aunque ni siquiera yo sabía que me gustaría. La verdad es que no
conozco mi cuerpo lo suficientemente bien como para entender qué trucos
me llevan al orgasmo enseguida. Pero parece que Memnón sí y es…
alarmante.
—Ahora, vuelve a ponerme las manos en el pelo, emperatriz —dice— y
aprieta otra vez ese coño contra mí. Me gusta sentir lo que te hago.
Sin ni siquiera esperar a que lo obedezca, vuelve a besarme y a lamerme.
Y sí que vuelvo a entrelazar los dedos con sus rizos y sí que me aprieto
contra él. Parece que no puedo evitarlo. Todo lo que está haciendo me está
desentrañando poco a poco.
Mientras mueve los dedos dentro de mí, el hechicero vuelve a hacer esa
cosa con la lengua…Creo que está rodeándome el clítoris. Y otra vez
sacudo las caderas contra él.
Jadeo.
—Memnón.
Lo repite otra vez. Y otra. Y otra.
Me retuerzo contra él mientras me toca como si fuera un instrumento,
arrastrándome cada vez más a ese inestable límite.
Siento que te estás acercando, me susurra en la cabeza, pero sin
desatender sus obligaciones.
Ni siquiera me molesto en responder. Después de todo, tiene razón.
Llámame alma gemela y permitiré que te corras.
Perdona, ¿qué?
Suelto una risa de incredulidad.
Creía que eso lo habíamos superado. Los dos habíamos llegado al
acuerdo de dejar a un lado ese término.
¿Y si no lo hago?, le digo en silencio.
Memnón deja de besarme y de mover los dedos. Se queda inmóvil de la
cabeza a los pies.
—Entonces no permitiré que te liberes —dice, observando mi cuerpo.
Sigo su mirada.
—Cabrón.
Empieza a mover los dedos otra vez.
—Casi —dice—, pero sigue siendo la palabra equivocada. Inténtalo otra
vez, alma gemela.
Hago una mueca ante esas palabras, pero tengo su boca en el coño,
haciendo esa maldita cosa. Llegados a este punto, ni se molesta en ser
creativo. Sabe lo que me está haciendo. Y, maldita sea, es suficiente para
que yo me deje llevar.
—Cómo me gusta, Memnón —admito. Estoy jadeando, moviendo las
caderas contra él.
Sigue sin ser la palabra correcta, brujilla, me reprende.
Gimo en lugar de responder, se me tensa el cuerpo ante la anticipación
de…
El hechicero se aparta del clítoris y pasa a un área mucho menos
estimulante cerca de los labios exteriores.
Grito de frustración.
Dilo, me ordena.
No lo hago. Pero, si creía que mi resistencia le haría dejar de devorarme
de una vez, me equivocaba. No, Memnón parece alegrarse bastante de
seguir pasándome los labios y los dientes y la lengua por otras partes
sensibles de la vulva. Incluso acaba regresando al coño y me pone frenética
una vez más.
Pero, cuando estoy a punto de llegar al límite, me aparto.
—Memnón. —Casi rujo.
Yo puedo hacer esto todo el día, emperatriz, dice en mi cabeza.
Suelto el aire, agitada. Me está llevando al límite un puto monstruo que
sabe exactamente lo que está haciendo con mi cuerpo.
Dilo. Ahora es él quien me está suplicando a mí.
Al parecer, mi debilidad son los orgasmos prometidos, porque en
silencio le digo: No significará nada.
Quizás no para ti, responde. Pero sí para él.
Empieza a comerme el coño otra vez y suelto otro ruidito de hastío
porque me gusta muchísimo y es muy exquisito, pero sé que va a parar en
cuanto me acerque al clímax.
Podría decirlo sin más.
Solo son un par de palabras. ¿Qué más da jugar un poco más? En
realidad, no va a significar nada.
Una vez tomada la decisión, cojo aire para darme fuerza.
—Haz que me corra…, alma gemela —digo.
Memnón sonríe contra mí.
Y entonces lo hace.
Me succiona el clítoris solo unos segundos antes de que la ola del
orgasmo se estrelle contra mí.
—¡Memnón! —grito, clavándole los tobillos conforme el placer
aumenta más y más. Y, aun así, sigue provocándome con la mano y los
labios, y solo se rinde cuando los vestigios del clímax han menguado.
Me quedo sin aliento, mirando fijamente al techo mientras Memnón
desliza los dedos fuera de mí. Se apoya en los antebrazos delante de mi
coño y luego se lame los labios y emite un ruidito de satisfacción, como si
supieran a caramelo y no a, ya sabes, mujer.
—Echaba de menos tu sabor —admite—. He fantaseado con él
muchísimas veces a lo largo de los siglos. Mi mente es algo poderoso, pero
incluso ella se olvida de lo dulce que es tu coño en realidad.
—Memnón. —Me aprieto la frente con una mano—. No deberías hablar
así.
Me deja un beso en la parte interior del muslo.
—¿Por qué no? —pregunta mientras se mueve para darle al otro muslo
el mismo tratamiento—. Es la verdad, lo creas o no.
Decido dejarlo estar. Me ha dado el orgasmo más explosivo de mi vida y
quiero que el resto del día con él sea fácil y divertido.
Extiendo los brazos hacia él, que parece más que ansioso por ponerse
encima de mí y rodearme con los brazos. Siento que la polla se le tensa
contra los pantalones, pero no le presta atención. En cambio, me acuna el
rostro con las manos.
—Est amage —murmura, acariciándome con el pulgar—. Est amage, est
amage, est amage. —«Mi reina, mi reina, mi reina.» Me escudriña la cara y
una sonrisa de satisfacción le curva la comisura de los labios—. Haces que
me sienta emocionado por el futuro.
—Est xsaya —empiezo, solo para ver los ojos de Memnón brillar ante
ese término—, ¿alguna vez alguien te ha dicho que eres intenso de narices?
Entonces se ríe y me mira como si yo fuera la cosa más adorable que ha
visto en su vida.
—Tú sí. Muchas veces.
Vale, en esta me he metido yo sola.
Lo envuelvo con una pierna y muevo las manos hasta el botón de sus
pantalones. El hechicero sigue llevando ropa y eso es un problema, porque
ahora quiero ser yo la que lo pruebe.
Ante mi roce, Memnón se tensa.
—Relájate —lo provoco con las palabras que ha usado mientras le
desabrocho el botón—. Yo te cuido.
Pero las manos del hechicero aterrizan en las mías y detienen mis
movimientos.
—Hoy no, brujilla —dice.
Frunzo las cejas.
—¿Por qué no?
—Me temo que, si esa preciosa boquita o ese coño tuyos me envuelven
la polla, será el final para los dos.
Le lanzo una mirara perpleja, porque, en serio, ¿a qué viene ser tan
intenso con todo esto?
Pero ya se está apartando de mí.
—Tan condenadamente preciosa… —dice, casi para sí mismo, mientras
sale de mi cama y posa los ojos en mí—. Dos mil años y sigo ardiendo por
ti.
Parece que quiere añadir algo más, pero se contiene en el último
momento. En lugar de decir nada, coge la camiseta que ha tirado, y eso no
me gusta.
—¿Te marchas? —digo, sentándome. Ni me molesto en taparme, ya me
lo ha visto todo.
Memnón debe de percibir la nota de rechazo en mi voz, porque dice:
—No tengo intención de alejarme. Pero sí, me tengo que marchar.
Frunzo el ceño, cosa que hace que vuelva a la cama.
Me agarra de la mandíbula y me deja un beso en los labios.
—Nos volveremos a ver pronto, brujilla —me promete antes de soltarme
la cara y dirigirse hacia la puerta una vez más—. Hasta entonces…, dulces
sueños.
—¿Dulces sueños?
¿Eso no lo ha dicho antes? ¿Por qué demonios…?
Contengo el aliento.
—¿Eres tú quien me está enviando esos sueños?
Enseguida me arrepiento de haberlo preguntado. Si Memnón no es el
responsable, entonces tendré que mentir y decir que me refería a algo
inocente y no a, ya sabes, los vívidos encuentros sexuales que he estado
teniendo con este hombre en mis sueños.
Curva la boca con malicia.
—¿Los has disfrutado, est amage?
¡Sí que es el responsable de las fantasías!
Estoy tan sorprendida que apenas tengo tiempo para enfadarme.
—Deja de mandármelos —exijo.
Su expresión solo se vuelve más maquinadora.
—¿Ahora que sé que te han molestado? Improbable.
Y, con esa frase a modo de despedida, se marcha.
Más tarde esa noche, mi móvil suena. Cuando lo cojo, veo una notificación
de la aplicación del banco:
Has recibido una transferencia.

¿Qué?
Le doy a la notificación y la aplicación se abre.
Me llevo una mano a la boca cuando veo el saldo de la cuenta: 5000 $.
Debajo de la transacción hay una nota:

Para Nero y para ti, alma gemela.


—Memnón

Entonces grito en serio y las lágrimas calientes me gotean por las


mejillas y las manos. No voy a endeudarme ni a tener que hacer ningún
bolo turbio para alimentar a mi familiar este mes.
Vuelvo a mirar la cuenta y se me escapa una carcajada ahogada. La idea
de que este tío antiguo disponga de dinero es absurda…, por no hablar de
que tenga cinco mil dólares para lanzármelos a la cara.
Pero lo ha hecho tras haber visto un segundo mi cuenta bancaria y mi
preocupación. Y ahora mismo no voy a cuestionar los cómos ni los porqués
de su situación económica.
Me seco las lágrimas y respiro hondo. Una vez más, Memnón está
siendo amable conmigo. Eso aparte de haberme dado el mejor orgasmo que
he tenido… quizás en la vida. Dejando a un lado el polvazo, sé que es mejor
no creer que es amable solo porque sí.
Todo esto volverá para atormentarme tarde o temprano.
Pero ¿sabes qué?
Esta noche me importa una mierda.
Esta noche le estoy agradecida sin más.
CAPÍTULO 35

No he visto a Kasey. Desde hace días.


Al principio, es un alivio. No verla significa no tener que enfrentarme a
las consecuencias del círculo de hechizos. Pero cuanto más tiempo pasa sin
que la vea ni oiga hablar de ella, más nerviosa me pongo.
Es el jueves por la tarde, mientras estoy sentada en el patio trasero
bebiendo mojitos y pintándome las uñas con Sybil, cuando mi paz se hace
añicos.
—Evanora tampoco sabe nada de Kasey —le dice una hermana del
aquelarre que está también ahí a otra amiga—. Por lo menos desde el
sábado.
Miro a la mujer que ha hablado; me ha sobresaltado oír el nombre de
Kasey en sus labios. Lleva su serpiente familiar envuelta en el cuello como
si fuera un collar, mientras que su amiga está encantando una escoba para
que vuele.
Esta la coge por el palo, le susurra un encantamiento a la madera y el
objeto baja solo al suelo.
Se vuelve hacia la otra bruja.
—¿Crees que…?
«¿Crees que la han asesinado?» Estoy segura de que eso es lo que
pretende decir.
El corazón me late aún más fuerte y me oigo el pulso entre las orejas.
¿Kasey acabó mortalmente herida aquella noche? ¿O Memnón fue a por
ella? Le mencioné que estaba preocupada por la chica.
—No lo sé —dice la bruja de la serpiente—. A ver, parece posible, ¿no?
Sybil me da un empujoncito con el hombro.
—¿Estás bien, Selene? —me pregunta, me mira la cara y luego les echa
un vistazo a las brujas.
Asiento y sacudo la cabeza. No sé cómo me siento. Todavía no he
procesado nada de lo que me pasó durante el fin de semana y no me he
atrevido a contárselo a mi amiga. Lo he llevado a cuestas como si fuera un
secreto sucio y me da vergüenza reconocer que he deseado que mi magia
me robe los recuerdos antes de que tenga que enfrentarme a ellos.
De repente, me pongo en pie y, de paso, tiro el pintaúñas de color
morado con purpurina.
—Es solo… que no me siento muy bien. —No es mentira—. Creo…,
creo que voy a ir a echarme un poco.
Antes de que mi amiga responda, tapo el pintaúñas, agarro mi mojito y
huyo de vuelta a la residencia.
Sybil me llama a mi espalda, pero finjo que no la oigo.
Atajo por el comedor, recorro el pasillo y subo las escaleras. Estoy casi
en mi habitación cuando oigo la vibración ahogada de mi móvil en el
bolsillo de los pantalones.
Lo ignoro, pues sé que debe de ser Sybil, que me envía un mensaje,
preocupada. Me encontraré mejor cuando consiga estar un rato a solas.
Solo necesito un momentito.
Nero me está esperando dentro, enroscado a los pies de la cama como si
fuera un gato doméstico mutante.
Después de dejar el pintaúñas y el mojito en el escritorio, me acerco a él.
Lo abrazo por el cuello y hundo la cara en su suave pelaje.
Mi familiar emite un ruido amortiguado.
—Te quiero, gatazo gruñón. No me importa que no seas muy
sentimental. Eres el mejor familiar que una bruja podría pedir.
Durante un buen rato, no se mueve. Sin embargo, cuando lo hace es para
darme un cabezazo y restregar la cara contra la mía.
Nero me permite que lo abrace durante unos minutos más, hasta que otra
vibración rompe el momento.
Suspiro y lo suelto.
Saco el móvil y veo varias notificaciones. Hay dos mensajes de Sybil,
que me pregunta qué está pasando y si de verdad estoy bien. Hay otro
mensaje de mi madre, que me ha mandado una foto de mi padre y ella en su
extenso viaje por Europa. Los dos están bebiendo cerveza en el
Oktoberfest… Qué monos. La última notificación es un correo de la
Academia Peel.
Me han respondido a lo de los informes de mi Despertar.
Abro los mensajes y le respondo a Sybil rápidamente que estoy bien y
que no pasa nada malo (porque ¿qué razón habría para que algo fuera mal?)
y que estoy al ciento diez por cien guay del Paraguay.
Me muerdo para contener mi carcajada histérica.
Entonces abro el correo electrónico.
Ahí está la respuesta a mi solicitud de los resultados de mi Despertar,
pero ni siquiera me molesto en leerla cuando veo que han incluido un
archivo adjunto que se titula «Bowers_Selene_resultados». Hago clic en el
archivo PDF y aparece el informe oficial.
Deslizo hacia abajo, ignorando la información del principio, que indica
mi nombre, fecha de nacimiento y fecha del Despertar. Los resultados de
verdad están casi al final de la página.
Las notas son escuetas:

CATEGORÍAS SOBRENATURALES DESPERTADAS:


BRUJA
ALMA GEMELA
CAPÍTULO 36

Hace tres años, me dieron a beber agridulce y experimenté el Despertar de


mis poderes. Solo recordaba uno de ellos: que soy bruja.
Pero, al parecer, hay un segundo que había olvidado. Que soy su alma
gemela.
Está justo ahí, escrito claramente en un documento que tiene el sello de
la Academia Peel.
«Alma gemela.»
Solo oigo la voz de Memnón en mi cabeza.
«Compañera.»
Joder, joder, joder.
Me aprieto la frente con una mano y me echo el pelo hacia atrás. ¿Ese
monstruo del pantano que reviví de su sueño inmortal ha tenido razón todo
este tiempo? ¿Memnón es en realidad y de verdad mi alma gemela? A ver,
vale, no es un monstruo del pantano… Es endiabladamente guapo y creo
que puede que me haya enamorado de él un poquito después de haberlo
invitado a mi cama, pero también cree que fuimos amantes hace dos mil
años.
Y ahora tengo que sopesar en serio esa idea.
«Diosa, ¿por qué yo?»
Suelto el aire. «Vamos a dar los pasos de uno en uno, Selene.»
Voy hacia mi estantería y miro la fila de libros relacionados con la magia
hasta que encuentro uno que habla de los tipos de seres sobrenaturales. Lo
saco y me dejo caer en la cama al lado de Nero para hojearlo en busca del
glosario. Paso el dedo página tras página de definiciones hasta que llego a
la que estoy buscando.
Alma gemela
Sustantivo
Que forma parte de una pareja o de un grupo de sobrenaturales enamorados que
están vinculados a través de una conexión mágica irrompible.

Frunzo el ceño ante la palabra «enamorados» y vuelvo a leer la última


parte de la definición.
«Una conexión mágica irrompible.»
No. No, no, no.
«Veo que volvemos a estar en la fase de negación.» Las anteriores
palabras de Memnón me flotan en la cabeza como si fueran una burla.
Mi pánico se ve interrumpido cuando mi móvil vibra… sin parar.
Es el peor momento para que mi amiga me llame.
Respondo sin mirar.
—Sybil, te lo prometo, estoy bien.
No estoy para nada bien. Ni siquiera un poquito.
Alguien con la voz áspera se aclara la garganta y, mierda, esta no es
Sybil.
—¿Señorita Bowers? —Reconozco vagamente esa voz masculina.
—Eh…, sí, lo siento, hola —digo, intentando recuperar los pedazos de
mi dignidad.
—Soy el agente Howahkan, de la Politia. Hablamos el domingo. ¿Tiene
un momento?
Por dentro estoy chillando mentalmente: «¡Soy su alma gemela!». Me
aclaro la garganta.
—Sí, claro. —Eso ha sonado normal y no histérico, ¿verdad?
—Estamos intentando consolidar su coartada. —Eso me arrastra al
presente—. Quería hablar con usted sobre lo de obtener sus cuadernos para
crear su cronología de una manera comprensible.
Eso… suena muchísimo a que soy sospechosa.
Y, aun así, siento una oleada de alivio. Quieren mis cuadernos. Aunque
el agente Howahkan no creyó en mí según lo que vio en mi agenda, eso no
significa que no haya algo en mis otros cuadernos que no me salve el culo.
Tengo otros dos que también estoy usando ahora mismo y un par más que a
lo mejor se solapan.
En cuanto la Politia les eche un buen vistazo, quedará claro que tengo
una coartada irrefutable y un gran rastro de papel. Esta es mi oportunidad
para salir de la lista de sospechosos.
—Por supuesto —respondo, mordisqueándome una uña medio pintada
—. Pueden echarle un vistazo a lo que quieran. Mientras sirva para
eximirme, me parece bien.
—Genial —responde el agente—. ¿Estará en casa mañana por la tarde?
—Tengo clase hasta las dos. Pero después estaré en la residencia durante
el resto del día.
—Muy bien, entonces le diré a uno de mis compañeros que se pase entre
entonces y las cinco para recogerlos.
El agente Howahkan y yo terminamos la llamada poco después; luego
tiro el móvil y me froto los ojos con las manos.
Por mucho que quiera centrarme en lo que significa ser sospechosa, mi
mente sigue dándole vueltas a ese correo. Al hecho de que en realidad sí
que soy su alma gemela.
Voy a tener que guardar una copia de esos resultados y escribirlos en un
millón de sitios diferentes solo para que no se me vuelvan a olvidar.
Debería hacerlo ahora mismo.
En cambio, me dejo caer de espaldas y me golpeo el hombro con Nero.
Me pongo una mano encima del corazón y cierro los ojos.
La verdad que he estado ignorando ha sido cierta durante todo este
tiempo. Ese río mágico, del que saqué la magia de Memnón, sigue ahí,
esperando pacientemente a que me fije en él. Es hora de dejar de negar su
existencia.
En cuanto me centro en él, pero de verdad, siento que el poder del
hechicero está al otro lado, junto con un breve vistazo de su humor, que
parece estar tranquilo aunque determinado.
Darme cuenta de eso me entrecorta la respiración y el calor me florece
en el vientre. Estoy conectada con otra persona literalmente. Lo siento.
Y, para bien o para mal, puede que de verdad sea mi persona.
Respiro hondo y me acuerdo del truco que me enseñó hace tiempo.
«¿Memnón?»
Empujo las palabras por ese río mágico y las envió como si fueran un
mensaje en una botella.
Espero, todavía con los ojos cerrados.
¿Ha funcionado? ¿He conseguido…?
Est amage, estás usando nuestra conexión…
Percibo el placer en su respuesta. Incluso siento el cariño en su voz. Este
va en contra de todos sus otros aspectos y, aun así, tiene algo que me hace
quererlo de una forma completamente nueva, la cual no tiene nada que ver
con su atractivo sexual.
Exhalo para intentar calmar la turbulenta tormenta emocional. Me centro
en lo que quiero decir y lo empujo por nuestro… vínculo.
«No entiendo nada, pero te creo. —Respiro hondo y termino el
pensamiento—. Eres mi alma gemela y yo soy la tuya.»
La primera respuesta de Memnón no es una frase, sino un sentimiento:
esperanza. Hay otras emociones entremezcladas con ella: ¿triunfo y puede
que una pizca de arrepentimiento? Se infiltra en mí demasiado rápido como
para que le encuentre el sentido, sobre todo porque también está mi propia
maraña de emociones.
Est amage, qué ganas tenía de oírte decir esas palabras. Voy a por ti…
Una oleada de pánico me invade.
«Espera.»
Todavía estoy procesando que es cierto que soy su alma gemela, para
empezar. En realidad, no estoy preparada para enfrentarme a Memnón ni a
la realidad de lo que significa de verdad ser su compañera espiritual. Sobre
todo teniendo en cuenta que, la última vez que lo vi, me acababa de comer
el coño; solo eso me agita los nervios y el corazón.
«Quiero hablar, pero tengo la cabeza hecha un lío —admito—. ¿Puedes
venir mañana?»
Puede que al menos para entonces haya solucionado un par de cosas.
Del lado de Memnón, siento una enorme cantidad de emociones
aplastadas.
Mañana entonces… Después de un momento, añade: Dulces sueños,
brujilla…
«¡Basta de sueños tórridos!», contesto por nuestro vínculo.
En respuesta, oigo el eco de su risa y su sonido me provoca un dolor tan
punzante que me cuesta respirar.
La presencia de Memnón se aparta del vínculo y, aunque estoy segura de
que todavía puedo enviarle mensajes, es una clara señal de que me está
dando el espacio que le acabo de pedir, un espacio que ahora me parece
muy solitario.
Me rasco la frente.
Memnón y yo somos almas gemelas de verdad.
Joder.

A la mañana siguiente, justo cuando estoy a punto de salir de la habitación


y bajar a desayunar, piso un sobre que alguien ha debido de meter por
debajo de la puerta.
Me agacho y lo cojo. Huele a romero y a lavanda y los trazos sueltos de
mi nombre están escritos con tinta iridiscente.
Genial.
Abro el sobre y leo el escueto mensaje que hay dentro:
Quedas convocada a los aposentos privados de la alta
sacerdotisa del Aquelarre del Beleño Negro. Por favor,
abstente de ir a clase y ven enseguida.

Esto… no puede ser bueno.


En la brujería de grupo, suele haber una sacerdotisa, una bruja que dirige
los conjuros. Los aquelarres también tienen su propia versión de esto y las
lideresas regionales reciben el nombre de «altas sacerdotisas».
Nunca antes he conocido a la alta sacerdotisa del Beleño Negro, pero he
visto su casa varias veces desde que me aceptaron en el aquelarre. Está al
norte del campus y es como un castillo en medio del bosque. Enredaderas
de rosales y glicinas cubren los laterales de los pálidos muros de piedra. Los
pájaros y las mariposas revolotean a su alrededor. Es la definición de
encantador, aunque tiene un toque de misterio, porque se pasa de
encantador, es demasiado bonito. Hipnotiza los ojos a la vez que inquieta el
corazón.
La magia, da igual la benevolencia con la que se use, provoca ese efecto.
Camino hacia el enorme portón de madera, con Nero a mi lado, y
extiendo la mano hacia la aldaba que se encuentra entre los dientes
puntiagudos de una diosa primordial. Antes de llegar a tocarla, cacarea:
—No hay necesidad de eso, Selene Bowers. Te estaba esperando —dice
la aldaba a través del metal que tiene en la boca.
Se me ponen los pelos de punta al ver esta pequeña demostración de
magia. Las bisagras de la puerta gruñen y luego se abre hacia dentro por sí
sola.
No sé qué esperaba cuando he entrado —para ser sincera, ni siquiera sé
por qué he venido—, pero me sorprende ver las paredes de piedra desnudas
y el suelo liso, con la única decoración de otra figura de la diosa primitiva
sentada junto a una cueva y los brazos alzados por encima de la cabeza. La
mayoría de las brujas tienden a ser maximalistas: abarrotan sus paredes y
habitaciones con todos los cachivaches imaginables. Que no haya nada de
eso aquí resulta extrañamente desconcertante.
Hay puertas de arco y una miríada de habitaciones que surgen de la
entrada, pero es la escalera que tengo justo enfrente la que parece meterse
en el suelo del vestíbulo, lo que me llama la atención.
—Aquí abajo —me llama una mujer.
La alta sacerdotisa.
Sé que es ella sin ni siquiera haberle visto la cara ni saber su nombre.
Sus palabras están imbuidas de poder.
Bajo las escaleras, con Nero a mi lado. A pesar de que la presencia de mi
familiar me apacigua, tengo los nervios de punta. Hace tiempo que siento
acidez de estómago debido al pavor. Debo de estar metida en un lío. Quizás
es por los asesinatos. O quizás es por la pelea en Everwoods. O por Nero y
su caza furtiva en territorio licántropo.
Siendo sincera, hay muchas cosas por las que tengo que rendir cuentas.
Pero intento apartar esas preocupaciones.
Llego al final de las escaleras y entro en una habitación subterránea
cuyos suelos y paredes están cubiertos de la misma piedra lisa que el resto
de la casa.
Justo enfrente de mí, en el otro extremo de la estancia, está sentada la
alta sacerdotisa. Es una saga, en concreto, una anciana; tiene la piel
arrugada y fina como el papel. Los ojos negros le brillan como si fueran
piedras preciosas y hay en ella algo hermoso y fuerte…, quizás es solo su
poder lo que hace que sea difícil apartar la mirada de ella.
A la magia le gustan sobre todo las cosas viejas.
Lleva una túnica blanca y unos broches de oro le sujetan la prenda a los
hombros. El pelo le cae sobre los hombros hasta por debajo de los pechos
como una maraña de lana sin hilar. Tiene un cuervo blanco posado en el
hombro.
—Siéntate.
No creo que la alta sacerdotisa me haya obligado a hacerlo de ningún
modo, pero juro que he cruzado la habitación y me he sentado sin ser
consciente en el asiento que hay delante de ella antes incluso de que el eco
de su voz se extinguiera.
Entrelaza las manos por debajo de la barbilla; solo deja fuera los dedos
índices para darse golpecitos en la boca.
—No pareces una asesina —dice, pensativa—, pero, por otro lado, la
gente culpable no suele parecerlo.
«¿Qué?»
—¿De qué está hablando?
Me lanza una mirada cómplice.
—No creerás que soy tan tonta como para no haberme dado cuenta de
que la Politia sospecha que estás implicada en los recientes asesinatos.
El silencio que sigue a esas palabras es denso y feo.
—Yo no maté a esas mujeres —digo en voz baja.
Se arrellana en la silla y mira a Nero, que está sentado a mi lado.
—Hace mucho que encontré consuelo bajo tierra —cambia de tema—.
Mi propia magia es particularmente potente cuando se extrae de la tierra
más profunda. Los lechos de roca en particular son una sustancia muy
enraizada y poderosa de la que sacar poder. ¿No estás de acuerdo?
Me clava esos ojos oscuros y es como si me viera entrando en las salas
subterráneas que hay debajo de la residencia para unirme a ese círculo de
hechizos. Incluso accediendo a la cripta prohibida de Memnón.
Me retuerzo las manos.
—Creo que no la entiendo…
—No te hagas la tonta conmigo, Selene Bowers. Has perdido la
memoria, no la inteligencia. Las partes más eternas y antiguas del universo
te llaman. El agua, la piedra…, incluso la luna.
¿Cómo sabe ella lo de mis aptitudes mágicas? Incluso yo las recuerdo
solo de manera vaga.
—Mucha gente considera que esas cosas son frías e inertes —continúa la
alta sacerdotisa. Luego se inclina hacia delante—. A mí también me llaman.
Vuelve a recolocarse en su asiento; el cuervo blanco gira la cabeza y me
inspecciona con uno de sus ojos oscuros.
—Los seres sobrenaturales, incluso otras brujas, se preocupan por
aquellas que nos sentimos hechizadas por tales cosas porque… Bueno,
somos más propensas a los encantamientos oscuros y a la magia perversa.
Ah. Así que de eso va todo esto.
—Yo no maté a esas mujeres —repito, esta vez con más fuerza—. Por
favor, use conmigo un conjuro de verdad si eso es lo que hace falta.
—Tu propia mente te lo oculta, Selene. Un conjuro de ese tipo no
demostraría del todo tu inocencia. Eso debes de saberlo.
No sé lo que es esta reunión, pero está claro que a lo mejor ahora tengo
que demostrarles mi inocencia a dos instituciones diferentes: a la Politia y
al Aquelarre del Beleño Negro.
Respiro hondo.
—Me he pasado casi un año intentando entrar en este aquelarre. Estar
aquí ha sido mi sueño desde mi Despertar como bruja. Incluso aunque no
me crea cuando le digo que considero que toda vida es sagrada, al menos
confíe en que nunca haría nada para poner en peligro mi plaza aquí.
La alta sacerdotisa me escrudiña; está claro que ve mucho más de mí con
esos fascinantes ojos que tiene.
—Sí —me da la razón—, tu Despertar les dio forma a los objetivos de tu
vida a un nivel muy profundo…, igual que nos moldea a todas las que
llegamos a ser nuestra verdadera forma. Pero —continúa; su tono ha
cambiado— no eres solo una bruja.
Me quedo rígida. Muy rígida.
Sabe muy bien algo de lo que yo me acabo de enterar.
—Tienes un alma gemela. —La alta sacerdotisa lo suelta como si fuera
algo casi mundano y no la estremecedora revelación que ha resultado ser
para mí—. Me pregunto cómo podría afectar eso a tus objetivos vitales —
musita—, sobre todo dependiendo del alma gemela…
¿A dónde quiere llegar con todo esto?
¿Cómo sabe ella lo de Memnón?
Me mira fijamente durante un minuto eterno antes de centrar la atención
en los papeles que tiene delante.
—Los agentes de la Politia no son los únicos que están interesados en ti.
Los licántropos no dejan de pedirme que les deje hablar contigo. Dicen que
es urgente, pero no me quieren contar de qué se trata. —Me lanza una
mirada pícara—. Se olvidan de que las brujas vemos mucho y percibimos
todavía más. No creen que seas una asesina. De hecho, parecen tenerte en
gran estima.
Por un momento, mi incomodidad y mi inseguridad desaparecen y mis
preocupaciones se calman.
La alta sacerdotisa me sostiene la mirada.
—¿Te gustaría hablar con los lobos?
«¿Acaso tengo elección?»
—Siempre la tienes.
«Joder, ¿esta pava lee la mente?»
Intento borrar ese pensamiento tan borde, pero está claro que es
demasiado tarde.
La alta sacerdotisa me mira, con el rostro impávido.
—Sí. —Lo he dicho igual que croa una rana, así que me aclaro la
garganta y vuelvo a intentarlo—: Me gustaría hablar con los hombres lobo.
—Muy bien. Se lo haré saber y ellos se pondrán en contacto contigo.
Seguirás yendo a clase con normalidad. Te estarán vigilando. Espero que la
próxima vez que nos veamos sea en unas circunstancias diferentes. Eso es
todo.
CAPÍTULO 37

Cuando entro en mi habitación, Memnón ya está ahí, repantingado en la


silla del escritorio, con una camiseta color burdeos con el nombre de alguna
marca y demasiados anillos para contarlos. Está pasando las páginas de uno
de mis cuadernos.
Me quedo helada.
—¿Qué estás haciendo aquí? —digo, casi sin aliento.
Siento mariposas en el estómago al verlo y me acuerdo otra vez de lo
que hicimos en esta misma habitación hace menos de una semana.
El hechicero levanta la vista de mi cuaderno y curva la boca en una
sonrisa ladina y astuta.
—Me alegro de verte, est amage. ¿O prefieres que te llame
«compañera»?
Suelto un suspiro tembloroso. Está claro que ya está disfrutando como
mil demonios lo que admití ayer. Y me doy cuenta de que quiero discutir
con él, aunque ya le he dado la razón en ese tema.
Nero me empuja cuando pasa por mi lado para ir a restregarse contra la
pierna del hechicero.
Memnón se agacha y acaricia a mi familiar.
—Me dijiste que hoy querías hablar conmigo —me recuerda—, así que
aquí estoy.
Cierto. Tiene razón.
Cierro la puerta y me giro para enfrentarme a él una vez más. El corazón
me late a mil por hora cuando lo miro, desde su pelo rizado hasta la punta
de sus pesadas botas. Todas sus líneas son violentas y hermosas e
intimidantes y dominantes.
«Estoy vinculada a eso.»
—Brujilla —dice Memnón con suavidad y ojos más amables—. No
tienes por qué parecer tan aterrada.
Suelto el aire. Tiene razón. «Todo esto va a salir bien…»
—Te prometo que solo muerdo si me pides que lo haga —añade.
Un ruidito casi histérico se me escapa de entre los labios y doy un paso
atrás.
No estoy preparada para tener esta conversación. Pensaba que sí, pero
creo que necesito más tiempo.
Memnón levanta una mano.
—Espera, Selene, pelea conmigo, maldíceme…, bueno, a lo mejor lo
último no, pero, por favor, no corras.
Dudo, pues no estoy acostumbrada a esta faceta suya. Está siendo
natural y vulnerable conmigo. Suelto el bolso y me restriego el rostro con
las manos.
—No sé cómo hacer esto.
—¿El qué, amage?
Dejo caer las manos y lo miro.
—Ser tu alma gemela. Aceptar que eso es lo que eres para mí.
Memnón deja mi cuaderno a un lado.
—Lo dices como si fuera una carga. —Sacude la cabeza y se levanta
para acercarse a mí—. Esto es por lo que los hombres matan y mueren. Lo
que no puede comprar ninguna riqueza. Un amor que incendiaria naciones
enteras. —Entonces me coge de la barbilla y me lanza una mirada rayana en
la adoración—. No lo entiendes, brujilla, porque no recuerdas que una vez
lo tuviste. Pero yo sí lo recuerdo.
Está tan cerca… Memnón es hipnótico y apremiante.
—Pero no terminó bien para ti —digo.
—Terminó… —musita, arrastrando la palabra—. Terminó una era. No
nosotros.
Ahora me está mirando a los labios y empiezo a sentir un dolor por
dentro que solo él puede aliviar.
—Me amenazaste —digo—. Y sé que debes de seguir enfadado
conmigo.
—Ya lo creo —me da la razón—. Pero también ansío saciar mi venganza
y que esta era también termine. Tú y yo, emperatriz, somos eternos.
Mi magia emana de la piel, igual que la suya. Ambas se entrelazan y
retuercen a nuestro alrededor, los colores se mezclan hasta que solo queda
un morado oscuro.
Quiero volver a besarlo —demonios, siempre quiero besar a este hombre
—, pero siento que hacerlo se parece muchísimo a lanzarme por un
precipicio. No sé dónde voy a aterrizar ni si me va a gustar.
Me aparto de Memnón y obligo a mi magia a volver a mí.
Él me recorre con la mirada; parece un poco triste, pero sus ojos también
están cargados de comprensión.
—Siempre me olvido de lo arisca que eres al principio —murmura.
Frunzo las cejas.
—Cuando te encontré en Roma —continúa—, también te ponías
nerviosa cuando yo estaba cerca. Pero eso cambió y volverá a hacerlo. Una
vez que recuerdes.
—¿Que recuerde qué? —repito.
—Nuestro pasado —dice, apartándose de mí.
Le das a un hechicero una única migaja de esperanza y se pone a pedirte
todo el banquete.
—Eso no es posible —digo.
—¿No es posible? —repite, levantando las cejas—. Si no fuera posible,
no hablarías ni latín ni sármata. No sabrías leer ni griego, ni arameo ni
demótico.
¿Qué narices es eso último?
Memnón coge mi diario del escritorio y me tenso de inmediato. Mi
mente y mi vida están al descubierto en esas páginas.
Pasa las hojas hasta llegar a una en particular y me tiende el cuaderno.
Está llena de apuntes aglutinados en varios colores; algunos textos están
subrayados, y otros, tachados.
Señala un dibujo que garabateé en una esquina.
—¿Ves eso? —me pregunta.
Se refiere a lo que parecen meras crestas de una ola, salvo porque
encima de cada una hay una flor con tres pétalos. Es un dibujo raro; está
claro que lo dibujé mientras estaba distraída.
Memnón se levanta la manga de su camiseta y señala uno de sus
tatuajes.
—Son los cuernos de una de las saigas que tengo en el brazo.
Doy un paso hacia delante, fascinada por un segundo. Es inquietante que
mi dibujo sea similar a los tatuajes de sus brazos.
—Esta página es de hace tres meses —añade—. Lo dibujaste antes de
verme.
Siento que el corazón se me detiene cuando dice eso. Puedo negar los
desvaríos de Memnón, pero no mis propios registros.
¿De verdad podría ser esa otra mujer?
¿Roxilana?
—Te puedo enseñar más ejemplos de tus libros si quieres más pruebas.
Entrecierro los ojos.
—¿Cuántos diarios míos has revisado?
Son privados.
—Estás intentando cambiar de tema, Roxi —dice, cerrando el cuaderno
de un golpetazo—. Lo que te estoy diciendo es que tus recuerdos no se han
destruido. Siguen existiendo, solo están bajo llave. Pero, si pudieras abrir
esa cerradura, los recuperarías todos.
Siento que la sangre me late entre las orejas.
Memnón mira el diario que vuelve a sostener.
—Estas notas son muy meticulosas, exhaustivas. Deben de ser muy
importantes —dice, pasando el pulgar por la cubierta azul oscuro, donde
apunté con un rotulador dorado las fechas en las que lo usé. Ese es de junio
y julio de este año.
Los ojos del hechicero vuelan hasta el bolso que tengo a mis pies y el
aire se vuelve denso con su magia. La solapa se abre y mi cuaderno más
reciente sale solo y se levanta en el aire.
—¿Qué estás haciendo? —Lo cojo, pero se me desliza como si fuera
mantequilla entre los dedos.
Él lo agarra con la mano que tiene libre y ahora el pánico se apodera de
mí.
—Memnón, en serio, necesito que me lo devuelvas. La Politia va a venir
luego a ver esos cuadernos.
No quiero que nadie los toquetee mientras tanto…, mucho menos él.
Me ignora; deja mi cuaderno del verano en el escritorio y abre la agenda
más reciente antes de ponerse a pasar páginas.
—Anda, hay un baile de brujas de Samhain al final de la semana. —Lee
el recordatorio como si fuera la entrada de un diario—. Suena divertido.
Me cruzo de brazos y me obligo a mí misma a tranquilizarme.
—¿Has terminado? —le pregunto. No sé lo que quiere de mí, pero no lo
va a conseguir.
—Puedo devolverte tus recuerdos —dice, sin levantar la mirada de mi
cuaderno.
Me quedo sin aliento al oír sus palabras. Una cosa es decirme que mis
recuerdos olvidados existen y otra que puede recuperarlos.
—Nadie puede darme eso —acabo diciendo. Ni siquiera me permito
imaginar cómo sería la vida si los recuperara.
Ahora Memnón levanta la cabeza del diario y los ojos ahumados de
color ámbar le brillan.
—Mi reina, yo sí puedo.
—No quiero tu ayuda.
—¿Estás segura? ¿No estás cansada de no recordar? ¿La vida no sería
mucho más fácil si no se te olvidaran las cosas siempre?
Es el demonio sobre mi hombro izquierdo y me está ofreciendo lo único
que se supone que quiero. Lo que tenía antes del Despertar de mi magia.
Mis recuerdos.
Sacudo la cabeza.
—Lo que dices es imposible.
—En realidad, es bastante simple. Tu poder está ligado a una
maldición…, la que nos lanzaste a los dos cuando me encerraste en aquella
tumba.
Lo miro frunciendo el ceño; no me gusta hacia dónde va esta
conversación. A Nero tampoco debe de gustarle, porque se sube a la
ventana, da un salto hacia el árbol y luego desaparece de la vista.
Memnón continúa:
—Los romanos lo llamaban damnatio memoriae, condena de la
memoria. Condenar al ostracismo. Era uno de los peores destinos que
podías darle al poder de una persona.
Y aquí es donde el verdadero propósito de Memnón sale a la luz.
—Si se levanta la maldición, no es solo mi memoria lo que regresa, ¿no?
Tú también serás recordado, ¿verdad?
Los ojos se le iluminan con los primeros destellos de su poder.
—Sí —me da la razón—. Mi nombre y mi reino regresarán a los anales
de la historia. Quiero que el mundo me recuerde. —Ahora cambia al
sármata—. Pero, mi reina, más que nada, quiero que tú me recuerdes.
Quiero que nos recuerdes a nosotros y nuestra vida. No puedo ser el único
que cargue con nuestro pasado. Eso es… —añade, sacudiendo la cabeza
despacio y con los ojos ahumados ardiendo— insoportable.
Me duele el corazón ante lo que dice.
Suponiendo que yo sea, por alguna magia extraña y algún giro
caprichoso del destino, esta tal Roxilana, entonces…
—¿Alguna vez has considerado que quizás es mejor no conocer el
pasado? —le pregunto—. Puede que sea mejor que algunas cosas sigan
enterradas.
Memnón me sostiene la mirada; la suya sigue brillando con su poder.
—Ya te lo he dicho, Selene. Independientemente de la maldición que me
lanzaras, nosotros mismos podemos solucionarlo.
Sacudo la cabeza.
—Lo dices como si hubiera accedido a algo de todo esto.
—Te encuentras bajo una maldición, compañera, y tú misma la lanzaste.
Por supuesto que la levantaremos, por mí y por ti. Y entonces tú recuperarás
tus recuerdos y nosotros resolveremos lo que tuviéramos.
Siento que mi ira se revuelve y, por alguna razón, se me saltan las
lágrimas. ¿Por qué todo tiene que ver siempre con mi pérdida de memoria?
¿Por qué los demás piensan que lo que más quiero es arreglar eso? ¿O que
la pérdida de mis recuerdos es mi identidad? ¿Por qué tienen que hacerme
sentir como si no fuera suficiente tal como soy? ¿Por qué no ven que mi
ambición, mi corazón y mi puto optimismo —lo mejor de mí— han surgido
y se han moldeado gracias a los recuerdos que he perdido?
Y no sé si eso es justo lo que piensa Memnón —ha dejado claro que solo
está interesado de verdad en los recuerdos de nuestro profundo pasado—,
pero sigue estando dispuesto a despojarme de esta parte de mí.
La verdad es que nunca he sido más poderosa de lo que soy ahora. Y soy
más amable, más inteligente y más auténtica gracias a mi pérdida de
memoria, no a pesar de ella.
Observo a Memnón durante un buen rato.
—No —digo al fin.
Diosa, qué a gusto me he quedado. Es incluso catártico.
Él levanta una ceja y me observa detenidamente con esos ojos brillantes
que tiene.
No me doblego.
Soy bruja, descendiente de un linaje que fue perseguido por cosas que
otros no entendían. Yo soy su legado y haré que se sientan orgullosas.
—No —repito, esta vez más alto—. No quiero mis recuerdos… No
quiero ninguno.
Memnón entrecierra los ojos.
—No lo has entendido, est amage. No he venido aquí a negociar
contigo. Ni siquiera estoy aquí para pedirte algo. Aún no.
Pone mi cuaderno encima del otro que ya estaba en mi escritorio y se
endereza. Con todo lo alto que es, hace que me sienta pequeña, igual que el
resto de la estancia.
Da un paso hacia mí, me coge de la barbilla y tira hacia él. Han dejado
de brillarle los ojos, pero no son menos intensos cuando se inclina hacia
delante y me besa; soy incapaz de decir lo delicada que es esta acción.
Cuando se aparta, hay algo parecido al arrepentimiento en su expresión.
—Qué intrigante eres así. Esta faceta tuya tiene algo que me desarma y
que me parece atractivo, si te soy sincero. Pero eres tan pantera como yo.
Ha llegado la hora de que lo recuerdes.
Mi propio poder se despierta ante estas últimas palabras.
—Memnón —digo a modo de advertencia—, no me conviertas en tu
enemiga, en serio.
—Ya es tarde para eso, brujilla. Demasiado tarde. —Vuelve a inclinarse
y susurra—: Yo todavía no me he vengado. No hasta ahora.
No sé de qué está hablando hasta que los dos cuadernos que estaban en
mi escritorio salen volando por los aires y su magia color índigo los
envuelve. Entonces se me empieza a ocurrir una idea.
—Creo que es justicia poética que tú estés perdida en este mundo —
continúa— igual que lo he estado yo.
—Memnón —le advierto.
—Dioses, cómo has disfrutado siempre cuando convertías mi nombre en
una amenaza —dice—. Pero ahora mismo no quiero tu rabia, emperatriz.
Quiero tu pánico y tu desesperación. Quiero que vuelvas a mí arrastrándote.
Que me necesites como siempre te he necesitado yo.
Recula mientras habla.
—Memnón —repito—, dame mis cuadernos.
Siento que mi propia magia vuelve a la vida.
—Quizás, si me pides clemencia de buenos modos —dice—, te ahorre lo
peor de mi ira.
—Cabronazo.
—Eso no es pedir clemencia de buenos modos —repone sonriendo,
como si todo esto le resultara divertido. Por los siete infiernos, estoy segura
de que es así. Es mitad violencia y mitad venganza—. Inténtalo otra vez.
—Memnón, te lo juro por Diosa…
Empiezan a arder. Justo en medio de mi frase, mientras los ojos del
hechicero brillan con un deleite malvado, mis cuadernos empiezan a arder.
Contengo el aliento.
«Mis recuerdos.»
Mi magia surge de mí y los envuelve, desesperada por apagar las llamas.
Tiro de mi poder para intentar que caigan al suelo, pero siguen flotando en
medio del aire y quemándose.
—¡Memnón! —Casi lloro e intento subirme al escritorio a trompicones
para cogerlos yo misma—. Dependo de ellos.
—Es terrible ver que todo el trabajo de tu vida acaba siendo pasto de las
llamas, ¿verdad?
Mientras habla, las hileras de cuadernos que llenan mi estantería también
se incendian.
Grito y el sonido se entremezcla con su risa.
Años de trabajo se van a convertir literalmente en humo. Pero no solo
está quemando mis recuerdos.
—Los necesito para la Politia —digo, intentándolo desde otro ángulo—.
Son mi coartada.
Y, por lo tanto, mi billete para irme de la lista de sospechosos en la que
me han metido.
—No los necesitarás una vez que recuperes tus recuerdos.
Ignoro a Memnón y me llevo la mano a la cabeza mientras busco en mi
mente un hechizo lo bastante fuerte como para apagar esas llamas. La
desesperación hace que me cueste pensar.
Cierro los ojos y dejo caer la mano. No necesito un maldito conjuro.
Tengo todo el poder en bruto justo en la punta de los dedos.
Me envuelve con sus brazos en alguna especie de retorcido simulacro de
achuchón, con lo cual detiene mi conjuro. No lo hace para ofrecerme ni
amor, ni cariño ni tranquilidad.
Me roza la oreja con los labios.
—Tus esfuerzos son en vano, emperatriz. Has sentido mi poder. Sabes
que no podrás apagar mi fuego. Hoy no.
Abro los ojos y giro la cabeza para mirarlo; una lágrima se me escapa.
—Arréglalo. Por favor.
Quería que le suplicara. Le estoy dando justo lo que quiere. Ahora
mismo, me da igual.
Memnón me sostiene la mirada; sus ojos ambarinos ahumados aprecian
mi reacción. Hay un momento en el que casi parece perplejo, como si no
estuviera seguro de lo que está haciendo. Las llamas que nos rodean se
atenúan y creo que de verdad va a arreglarlo. Pero entonces sus rasgos se
vuelven decididos una vez más.
—No.
Me suelta y pasa la mirada a la estantería, donde mi vida está ardiendo.
Muchos de los recuerdos de esos libros ya se los ha comido mi magia. Esas
notas y esos dibujos eran lo único que me quedaba.
A pesar de sus palabras, sí que uso mi poder para intentar apagar las
llamas. Pero, tal y como me ha advertido, mi magia no hace nada, salvo que
las llamas titilen por un momento.
El olor agrio del fuego llena el aire y las columnas de humo se mezclan
con la magia de Memnón. A pesar de eso, parece que las llamas no se están
expandiendo. Las novelas y los libros de texto que tengo en las estanterías
—y, qué demonios, las propias estanterías— están intactos. Solo se queman
mis preciados diarios.
Levanto la vista hacia los dos cuadernos que siguen flotando,
ennegrecidos y carbonizados, página tras página, y unos trozos
chamuscados se desprenden y caen al suelo.
En la distancia, oigo a una chica decir:
—¿No huele a algo?
Su compañera le responde:
—Seguro que a Juliette se le ha quemado otro conjuro.
Tengo las mejillas mojadas. Ni siquiera me había dado cuenta de que
estaba llorando.
—¿Por qué haces esto? —le pregunto a Memnón. Mi vida ya estaba en
llamas antes de que él llegara.
—Ni siquiera mi reina se sale con la suya para arruinarme la vida.
Siento que estoy temblando, aunque por lo demás estoy tranquila, lo cual
es inquietante.
—Te odio —susurro.
Con todo mi ser.
Se le mueve un músculo de la mandíbula, pero parece seguro de sí
mismo.
—Solo porque no recuerdas que una vez me amaste —dice.
Pero ¿es que no lo entiende? Está en medio de mi habitación,
arruinándome la vida, rompiéndome el corazón y ¿sigue pensando que algo
que pasó hace dos mil años me importa?
—A la mierda el pasado y tú.
Estoy conteniendo muchas cosas, muchas emociones que no puedo
expresar con palabras.
Memnón debe de sentirlas agitándose en mi interior a través de nuestro
vínculo, porque dice:
—¿Te crees que esto es lo peor que puedo hacer, brujilla? —Pero sus
ojos son afilados como cuchillas—. He regado campos enteros con la
sangre de los hombres que he matado. Esto es lo mínimo que puedo hacer
para vengarme.
Sus ojos vuelan a lo que queda de mis dos cuadernos, que siguen
flotando en el aire.
—A ver qué tal te las apañas sin tus preciados libros. Tienes hasta el
baile de Samhain.
¿Tengo hasta entonces para qué? ¿Suplicarle más? ¿Arrastrarme hasta
él? Da igual lo que quiera, el infierno se helará antes de que lo consiga.
—Has cometido un error al cruzarte conmigo. —Las palabras salen de lo
más profundo de mi interior y mi poder se arremolina a mi alrededor
mientras hablo.
La mirada que me lanza destella satisfacción.
—Ahí está mi reina.
Lo miro con una mueca.
—Prefiero pasar mil vidas olvidando mi pasado que una recordando el
tuyo.
Creo que puede que me lo haya imaginado, pero juraría que lo veo
estremecerse.
—Púdrete, Memnón.
Da un paso hacia mí; en sus ojos se fragua una tormenta. Un músculo de
la mejilla se le tensa y se le destensa.
—Mide tus palabras, bruja. A ver si puedes cumplirlas. —Avanza hacia
la puerta mientras mis cuadernos siguen ardiendo—. Nos vemos en el baile
de Samhain, emperatriz.
Y entonces se va.
CAPÍTULO 38

El crujido del fuego solo tarda unos minutos en callarse.


El humo surge de los cuadernos que ahora están chamuscados en mis
estanterías.
Los dos que estaban flotando caen al suelo y se desintegran en cenizas
cuando golpean la tarima.
Suelto un ruidito al verlos. Sigo sintiendo las mejillas húmedas, pero
estoy demasiado decidida a ver lo que ha quedado de mis diarios como para
prestarles atención a mis emociones.
Avanzo hacia los cuadernos y cojo los que han quedado más intactos.
Siguen estando calientes al tacto, pero eso no me impide examinarlos para
ver qué ha quedado.
Las fotos se han derretido y el papel está demasiado carbonizado para
distinguir la letra y los esquemas que antes cubrían las páginas.
Trago saliva para contener la emoción.
Los que parece que no han salido tan mal parados son los más antiguos,
los menos relevantes en mi vida. Lo único con lo que ha sido clemente
Memnón es con mis álbumes de fotos, que no ha tocado.
Así que supongo que eso es un logro.
Me siento con pesadez en la cama y me pongo la cabeza entre las manos.
El roble cruje. Cuando Nero vuelve a la habitación de un salto, creo que
siente mi tristeza.
En realidad, ahora que entiendo los vínculos, a lo mejor es así.
Se me acerca y me frota el hombro con la cabeza.
—Qué bien me habrías venido —digo, secándome los ojos.
Se frota el resto del cuerpo contra mi costado. Es un descarado, teniendo
en cuenta que ha sido un traidor total.
Necesito apuntar lo que recuerdo.
Voy hacia mi escritorio antes de abrir uno de los cajones de madera
laterales. Dentro hay una pila de cuadernos.
Puede que tenga muchos defectos, pero sí que soy organizada. Y
optimista y amable e inteligente.
Pero ahora también determinada.
Después de sacar uno nuevo, cojo un bolígrafo y empiezo a escribir.
Primero mi nombre, mi fecha de nacimiento y el nombre de mis padres.
Números de teléfono importantes, direcciones de interés y demás. Todo y
cualquier cosa que de verdad no podría soportar que mi mente perdiera.
Después, escribo una advertencia:

No confíes en Memnón el Maldito.


Lo despertaste de un sueño eterno. Cree
que eres su esposa fallecida, la cual lo
traicionó. Quiere vengarse de ti.
Es tu alma gemela, pero es un CABRÓN.
Quemó todos tus cuadernos anteriores.
Volverá a joderte si se le presenta la
oportunidad.
Lo odias con todas tus fuerzas.

Una lágrima cae sobre la página. Luego otra y otra. No tengo claro si
estoy triste o enfadada.
Ahora no se puede hacer nada al respecto, salvo seguir adelante y
planear mi propia venganza.
Escribo los días de la semana en la siguiente página en blanco de mi
cuaderno y apunto «Baile de Samhain» bajo el sábado. Rodeo el evento en
rojo y anoto al lado:

MEMNÓN QUIERE QUE VAYAS.

Aun así, no estoy del todo segura de si iré o no. Odio la idea de acceder
a sus demandas, pero también ha despertado en mí una sed de venganza que
no tenía ni idea de que existía hasta hoy. Pero, cada vez que respiro el olor
del humo, me vuelvo más sedienta de sangre y más dura.
Pagará por esto.
Esa promesa es lo único que le da calor a mi frío y deprimido corazón.
Sigo escribiendo cuando alguien llama a la puerta.
—¿Sí? —grito, y me encojo de vergüenza cuando oigo que mi voz
flaquea.
—Selene —dice una bruja al otro lado de la puerta—, hay un agente en
la entrada que está preguntando por ti.
Respiro hondo; una oleada de temor me revuelve el estómago.
Diosa, es hora de enfrentarse a las consecuencias de lo que acaba de
pasar.

Estoy de pie en mi habitación, con Nero a mi lado, mientras el agente


Howahkan y su compañera, la agente Mwangi, observan los humeantes
restos de mis cuadernos.
Él es el primero en hablar.
—¿Eso son sus…?
—Sí —respondo con voz ronca.
Nos quedamos en silencio varios segundos.
El agente suelta un suspiro pesado.
—¿Ha quemado usted sus diarios? —pregunta, como si en realidad no
estuviera sorprendido, solo decepcionado—. ¿Se da cuenta de lo que parece
esto?
«Sí, que soy la puta culpable.»
—No los he quemado yo —espeto.
El agente sigue con el rostro impasible.
—¿Quién lo ha hecho?
—Memnón.
Veo en los ojos de la agente Mwangi que eso le suena.
—Memnón… ¿Es el mismo hombre que se coló en este dormitorio hace
un par de semanas?
Asiento con la cabeza.
—¿Y ha estado aquí otra vez?
Vuelvo a asentir.
—¿Cómo ha entrado? —pregunta. Porque, según los registros oficiales,
la última vez que pasó eso, se coló por la ventana.
—No lo sé… Con magia, sospecho. Estaba en mi habitación cuando
llegué.
—¿Y ha sido él quien ha quemado todos sus libros? —pregunta la
agente Mwangi.
—Sí —digo en voz baja.
—¿Por qué haría eso?
Me abrazo a mí misma.
—Por crueldad.
—¿Y por qué querría ser cruel? —pregunta ella. No sabría decir si está
preocupada o solo es escéptica.
—Memnón está convencido de que lo traicioné y quiere venganza.
El agente Howahkan saca un cuaderno y un boli y apunta algo.
—¿Tiene su número de teléfono? ¿O su dirección? —pregunta; sus ojos
negros son penetrantes—. ¿Hay algún modo de que podamos ponernos en
contacto con él y ocuparnos de esto?
Se me cierra la garganta.
—No.
El agente Howahkan aprieta los labios.
—¿Sabe al menos su apellido?
—No —digo en voz baja.
—Ah.
De repente estoy cansada, muy cansada. Sé lo que parece esto.
Me restriego los ojos y Nero apoya el cuerpo contra mi pierna.
—¿Hay algún modo de arreglar los cuadernos? ¿Algún conjuro que
pueda dejarlos como estaban antes? —le pregunto.
En cuanto formulo la pregunta, mi esperanza vuelve a la vida.
Un conjuro, por supuesto.
El agente Howahkan me lanza una mirada inescrutable.
—Quizás —responde, observándome con atención—. La magia es capaz
de muchas cosas.
Exhalo aliviada.
—Puede comprobar mi móvil —le digo, dispuesta a darles algo a estos
agentes. Lo cojo y se lo tiendo—. Lo uso para tomar notas y apuntar citas
todo el tiempo. Pero no es mi opción principal.
—Ya comprobamos su teléfono —dice el agente Howahkan.
Ah.
Casi parece que lo siente cuando añade:
—Si hubiéramos encontrado en él algo que demostrara su inocencia, no
estaríamos aquí sentados teniendo esta conversación.
—¿Están pensando en arrestarme? —digo con tranquilidad.
El agente intercambia una mirada con su compañera.
—No —dice al fin—. Hoy no, Selene.
CAPÍTULO 39

No me suelo asustar con facilidad, pero casi me cago en las bragas después
de la visita de los agentes.
Seguro que alguien me puede ubicar lejos de los crímenes cuando se
cometieron. A ver, vivo en una residencia con otras cien mujeres. Alguien
en alguna parte debería ser capaz de dar fe de dónde estaba.
La agente Mwangi ha reunido a un equipo para que recojan lo que
puedan de los delicados restos de mis cuadernos y, cuando llegan, me
marcho de la habitación para que hagan sus cosas.
Tengo que creer en que podrán revertir el daño que Memnón les ha
causado.
Bajo las escaleras hasta la habitación de Sybil, Nero va pisándome los
talones. Noto algunas miradas de soslayo de otras brujas en los pasillos y
tengo la impresión de que se ha corrido la voz de que soy sospechosa de la
reciente oleada de asesinatos.
La idea de que mis propias hermanas de aquelarre se vuelvan contra mí
me resulta aterradora. Si hay un grupo al que se le da bien negarse a
perseguir a otros, son las brujas. Hemos estado al otro lado demasiadas
veces. Pero incluso nosotras tenemos límites. Me pregunto cuánto le falta a
este aquelarre para llegar al suyo.
También está la agobiante posibilidad de que algunas de las brujas con
las que comparto techo participaran en aquel círculo de hechizos. Ese es
otro pensamiento aterrador.
Cuando llego a la puerta de Sybil, la oigo al otro lado, murmurando.
Llamo. Como no responde, agarro el pomo y abro.
A ver, técnicamente, es de mala educación irrumpir en la habitación de
otra persona, pero ella me lo hace a mí todo el tiempo.
Además, la última vez que me vio, hui de ella con un mojito en la mano
para intentar guardarme todos mis secretos.
No puedo seguir haciéndolo.
Cuando entro en la habitación, la veo sentada dentro de un círculo que
ha dibujado con tiza. Las suaves estelas lilas de su magia la envuelven
mientras sigue entonando un conjuro en voz baja. Alrededor del círculo hay
velas encendidas, cuyas llamas titilan al mismo ritmo que la cadencia de la
voz de Sybil.
Verlas me recuerda otra vez a mis libros ardiendo y a la alegría de
Memnón. Respiro hondo y me obligo a no perder los papeles.
En el lado opuesto de la habitación, el búho Merlín está posado sobre un
busto de la doncella con velo, del que casi se han apoderado las plantas que
crecen a sus anchas por la estancia.
Me siento en la cama mientras Nero olisquea el aire en dirección al otro
familiar.
—Ni se te ocurra —le susurro—. Te convertiré en una salamandra si
haces algo más que relamerte en presencia de Merlín.
La pantera me lanza una mirada malhumorada, pero se sienta en el suelo.
Ni siquiera esta alarmante conversación le abre los ojos a mi amiga.
Sigue lanzando su hechizo durante unos cuantos minutos más mientras
Nero, mi ansiedad y yo pasamos el rato en su habitación. Me acerco a su
estantería, ignorando la venus atrapamoscas que literalmente da un bocado
en mi dirección cuando intento alcanzar un libro.
—No seas mala —la reprendo, dándole un golpecito en la cabeza.
Cojo un libro sobre herbología y lo hojeo mientras espero, aunque en
realidad no veo nada cuando miro las páginas.
«Esta vez estás en un buen lío, Selene.»
Memnón quería que me desesperara y ya siento los primeros tentáculos
de esa desesperación.
La magia de Sybil se vuelve más densa cuando termina el conjuro y las
nubes casi la ocultan del todo. Siento que la energía de la habitación cambia
y las velas se apagan de repente.
La oigo respirar hondo cuando su poder se desvanece.
—Joder, me encanta la magia —dice, abriendo los ojos.
Emborrona parte del círculo de tiza y empieza a recoger los objetos que
tiene por ahí esparcidos.
Cierro el libro sobre herbología.
—¿Para qué era el conjuro?
—Me he torcido el tobillo esta mañana al bajar los escalones del edificio
Morgana.
Hago una mueca de dolor.
—¿Y has venido andando desde allí?
—En realidad, le cogí prestada la escoba a una bruja y he venido
volando. Y, mira, Selene, te voy a ser sincera, eso tenemos que hacerlo
juntas… —Me observa—. ¿Qué te ha pasado?
—¿Tan obvio es? —digo, tocándome la mejilla. Debe de serlo, porque
hasta yo percibo las notas rotas de mi voz.
—¿Qué pasa? —me pregunta, en cambio, con la voz cada vez más
alterada—. Hueles a humo.
Extiendo la mano hacia Nero, para darme ánimos con su presencia.
—Hay muchas cosas que no te he contado —admito. Respiro hondo—.
No puedes decirle a nadie lo que estoy a punto de contarte.
Sybil frunce el ceño.
—Vale, ahora sí que estoy preocupada, Selene. ¿Qué es lo que no me has
contado?
Se lo suelto todo, desde el círculo de hechizos que se torció hasta
Memnón salvándome. Le cuento que me ayudó a sellar el túnel de
entrada…
—Ni siquiera sabía que había túneles —me corta.
—Otro día te lo enseño —le digo, tranquila, antes de continuar.
Le cuento cómo descubrí que soy su alma gemela. Se me cae una
lágrima por la mejilla cuando admito a quién estoy vinculada exactamente.
—¡¿Qué?!
Merlín sacude las alas ante el arrebato de Sybil y luego me lanza una
mirada solemne, como si fuera mi culpa que su bruja se haya molestado.
Sigo con la historia; menciono que Memnón apareció y me quemó los
cuadernos y termino con mi reunión con la alta sacerdotisa y con que estoy
en la lista de sospechosos de la Politia.
Al acabar, vuelvo a tener las mejillas mojadas.
Sybil se queda en silencio durante un buen rato. Al final, susurra:
—Lo siento muchísimo, Selene.
Tira de mí para darme un abrazo y me dejo llevar; lloro en su hombro
mientras me acaricia la espalda.
—Y yo asqueada porque me he hecho un esguince en el tobillo.
—El que seguro que está asqueado es tu tobillo —digo, sorbiendo un
poco.
Mi amiga se ríe.
—He visto las estrellas —continúa, sin dejar de acariciarme la espalda
—. Pero luego he montado en escoba… Incluso solté una carcajada de puro
gusto.
Suelto una risa triste.
—Estoy bastante segura de que tienes que carcajearte cuando vuelas en
una escoba —digo, apartándome para secarme las lágrimas—. Lo dice la
ley.
Sybil dibuja una sonrisa, pero enseguida desaparece.
—Si te soy sincera, Selene, ni siquiera sé por dónde empezar, cariño,
solo puedo decirte que eso era un montonaco de secretos de mierda.
Vuelvo a reírme, aunque sé que solo lo dice por aligerar el momento.
Extiende la mano y me pone un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Yo sé que eres inocente.
Me alejo para mirarla con una expresión miserable.
—No creo que pueda demostrarlo —admito.
—Yo te ayudaré —dice—. Les preguntaré a las otras hermanas del
aquelarre si te vieron en esos momentos. Te haremos un nuevo cuaderno y
crearemos una cronología que estoy segura de que limpiará tu nombre.
—¿Harías eso por mí?
Estoy tan acostumbrada a sacarme yo sola las castañas del fuego que me
había olvidado de que tengo gente en mi vida que está dispuesta a
ayudarme.
—Eres mi mejor amiga, Selene. Por supuesto que lo haré. Ahora bien —
añade; su tono ha cambiado—, olvídate de la Politia y de esa persecución
por un minuto. Quiero hablar de Memnón. —Dice su nombre de una forma
amenazante.
—Uf.
Me cubro la cara con las manos, deseando que esta no fuera mi vida.
Lo que más me duele es que, en realidad, antes de que me quemara los
cuadernos, había empezado a pillarme por él. Había vislumbrado lo que
sería cuidar a un hombre como Memnón y que él me cuidara a mí.
«Tú y yo, emperatriz, somos eternos.»
Pero luego quería que me sintiera herida como él, que estuviera perdida
y confusa en este mundo moderno, igualito que él. Su venganza eclipsó lo
que fuera que sentía por mí.
Sybil me acaricia la espalda.
—Así que estás vinculada a un puto perdedor. Si quiere que seáis
enemigos, le vamos a hacer pagar.
Levanto la cabeza de entre las manos y mi magia también se alza.
«Sí.»
—Escucha —me dice al ver que estoy interesada—, ese cabrón es tu
alma gemela. Puede que sea lo más rastrero del mundo, pero su destino está
ligado a ti, lo que básicamente significa que va por ahí empalmado cada vez
que te ve.
»Así que tú y yo vamos a encontrar unos vestidos de infarto, vamos a ir
al baile y vas a disfrutar como en tu puta vida delante de ese cabrón. Ganas
puntos extra si bailas y flirteas con todos los magos que estén dispuestos a
hacerlo.
»Verá lo que se está perdiendo y será él quien venga a ti arrastrándose.
La miro sin pestañear.
Y luego sonrío.
CAPÍTULO 40

Le vamos a hacer pagar.


Esa idea se me clava como una espina durante todo el finde y la
siguiente semana.
Sigue ahí cuando me olvido de que he quedado para tomar un café con
una de las brujas que va a mi clase de Hechizos Protectores y también
cuando se me pasa entregar los deberes de Lanzamiento de Hechizos. Me
agarro a la promesa de la venganza cada vez que veo a los agentes de la
Politia en el campus, interrogando a brujas o examinando secciones
acordonadas del bosque. Me reafirmo en ello después de que una hermana
del aquelarre me lance una mirada extraña y disfruto de la idea cuando
Sybil y yo nos vamos a San Francisco a comprar los vestidos.
El problema es que, cuantas más vueltas le doy al plan de mi amiga, más
me doy cuenta de que… no me apacigua los demonios.
Ni por asomo.
Pienso en todos los libros quemados, años de vida y trabajo
meticulosamente documentados, y en lo mucho que disfrutó el hechicero al
destruirlos. Entonces pienso en cuando atacó a Kane en mi habitación y en
sus incesantes amenazas.
A pesar de la perversa lengua de Memnón y de lo que empezaba a brotar
entre nosotros, dejó claro desde el principio que éramos enemigos. ¿Y qué
he hecho yo para detenerlo?
Nada.
¿Y se supone que ahora mi venganza es llevar un vestido sexy y
prestarles atención a otros hombres en una especie de puja para que
Memnón se ponga celoso? Me dan ganas de reírme de lo patético que es y
estoy demasiado sedienta de sangre como para conformarme con ello.
Tengo que hacer que ese hombre me las pague de verdad. Pero ¿cómo?
El miércoles por la tarde, estoy repantingada en uno de los sillones
orejeros de la biblioteca de la casa, con Nero a mis pies, mientras me
toqueteo el labio inferior y le doy vueltas a la situación.
Justo encima del corazón, siento el endiablado vínculo que zumba con
vida propia. Por desgracia, desde que acepté que Memnón es mi alma
gemela, he empezado a sentir más el vínculo. Dedicarle una mínima
cantidad de atención es suficiente para que sienta que el hechicero está al
otro lado.
No sé lo que está haciendo, pero está medio complacido y medio
impaciente.
Cabrón engreído.
Brujilla, ¿estás hurgando en mi mente?
Su voz en mi cabeza es suave como el terciopelo.
Mierda, me había olvidado de que él también me siente.
Lo ignoro, igual que hago con sus palabras, que me acarician de dentro
hacia fuera.
Puedo saborear tu frustración. ¿Ya estás desesperada?
«Que te den.» Empujo las palabras por nuestro vínculo.
¿Eso es una oferta en firme? Porque, si lo es, tendré que pensarlo.
Por Diosa, cuánto lo odio.
Siento su diversión mientras su presencia se aparta del vínculo y me
quedo sola una vez más…, si es que es posible ahora que estoy conectada a
otra persona.
Ese es el meollo del problema: estar vinculada a él.
Estar vinculada…
¿Los vínculos entre almas gemelas se pueden… romper?
Pensarlo me deja sin aliento.
«¿Alguna vez lo ha intentado alguien?»
Antes de que le dé forma a otra idea, ya me estoy levantando de la silla;
le doy unas palmaditas a mi mascota cuando dejo mi sitio y me dirijo a la
parte trasera de la biblioteca.
Nero se levanta y me pisa los talones, como si hace un minuto no
hubiera estado ocupado durmiendo.
A estas horas de la tarde, la biblioteca está llena de varias brujas
haciendo los deberes o leyendo diversos tomos. Unas cuantas levantan la
cabeza para mirarme, incluida una que creo que es amiga de la todavía
ausente Kasey, cuya desaparición está investigando ahora la Politia. La
chica me hace una mueca y vuelve a leer su libro.
Una mala mirada no es ni de lejos suficiente para distraerme del feroz
propósito que me impulsa.
No he visitado la sala de los grimorios desde la primera noche que
estuve aquí, pero ahora voy a necesitarlos para lo que tengo en mente.
Dejo atrás la chimenea de piedra ornamentada y me acerco a la puerta de
la habitación sellada. Cuando la abro, entrecierro los ojos ante el contraste
de magia que llena el aire y Nero echa las orejas hacia atrás.
Solo entonces es cuando dudo.
«¿Qué estoy haciendo?»
Esta idea se ha apoderado de mí, llena todos los peligrosos y rabiosos
rincones de mi alma, pero ¿de verdad es eso lo que quiero? Todas las
fuentes que he leído sobre almas gemelas hablan de su naturaleza
deliberada. Son la mitad perfecta de la otra persona.
No sé qué significa que no sienta que Memnón y yo somos perfectos
juntos. Lo que noto es que somos como dos piezas de puzle encajadas a la
fuerza.
Respiro hondo y miro el farolillo que está ahí esperándome.
A lo mejor los libros lo han entendido mal. O a lo mejor Memnón y yo
somos horribles de por sí por separado y aún peores juntos.
En cualquier caso, me parece una buena idea terminar con esto… si
puedo.
Cojo el farolillo. Muevo la mano por encima mientras murmuro: «Con
chispa y llama, enciende la vela e ilumina estas tinieblas». Una llama
diminuta cobra vida y noto que esta vez, para mi alivio, no parece
demoniaca.
De un solo paso entro en la habitación; Nero se desliza detrás de mí y
cierro la puerta a nuestra espalda.
Ya siento los martillazos en la cabeza de toda la magia en conflicto que
llena el aire.
Dejo el farolillo en la mesa que hay en medio de la habitación y cierro
los ojos para centrar los sentidos.
Ahora que no estoy mirando con los ojos, juro que siento la conciencia
punzante de todos estos libros de hechizos. La magia es semiconsciente;
puede que estos grimorios no tengan ni pulmones, ni corazón ni cerebro,
pero, de una forma innata, están vivos. Y ahora mismo me están
observando.
Con los ojos aún cerrados, planto las manos en la mesa de madera.
—Me gustaría romper un vínculo entre almas gemelas. —Las palabras
me parecen prohibidas. Un tabú—. Si alguno de vosotros contiene tal
hechizo, me gustaría verlo. Por favor.
Durante varios segundos, no oigo nada.
Se me encoje el corazón, aunque siento un ligero alivio en todo el
sistema nervioso. Si no se puede hacer, eso me absuelve de actuar…
Oigo el suave roce de un libro deslizándose.
Abro los ojos a tiempo de ver un delgado tomo de color negro abandonar
una de las estanterías que tengo encima. Flota hasta la mesa como una hoja
que cae de un árbol, antes de aterrizar con cuidado justo delante de mí.
Apenas tengo tiempo para mirar la imagen estampada en su
encuadernación negra antes de que la cubierta se abra. Las páginas del
grimorio se pasan solas, como si una mano fantasma lo estuviera hojeando.
Casi al final del libro, por fin se detiene. Hay un dibujo a tinta de un
corazón y un hechizo escrito a mano en alemán.
Pongo la mano sobre el texto y me tomo un momento para componer un
encantamiento.
—Traduce este conjuro para entender. Que su significado claro pueda
leer.
Las letras tiemblan, se transforman y, de repente, puedo leerlas: «Un
hechizo para romper lazos amorosos».
Trago saliva. Esto debe de ser un error.
¿Qué debe de ser un error, emperatriz…?
La voz de Memnón resuena en mi cabeza.
Frunzo el ceño ante la sensación íntima de este hombre dentro de mí.
«¿Por qué no te ocupas de tus putos asuntos?», le espeto.
En el otro extremo de nuestro vínculo, el hechicero parece callado,
pensativo. Es mejor que la arrogante diversión que he sentido antes.
Algo parpadea en su lado de la conexión y luego se retira
completamente.
Suelto el aire y recorro con los ojos la página que tengo delante. Esa
parte despiadada de mí que está sedienta de sangre siente una ligera
emoción perversa al verlo.
Le doy unos golpecitos al hechizo.
Voy a hacerlo.

El viento aúlla. Es noche cerrada, estoy en la cocina de hechizos y mi


caldero burbujea.
He tardado horas en reunir los ingredientes para este conjuro, incluidas
el agua de mar, las rosas florecidas en luna llena, las lágrimas de un corazón
roto (estoy usando las mías…, espero que funcione) y unas cuantas hierbas
mundanas. Y, para ser sincera, no los he encontrado todos. Pero creo que
aun así puedo hacer que funcione.
Con un mortero, majo los pétalos de rosa secos y los añado a la mezcla.
La siguiente parte va a ser complicada: la receta pedía sueños de un hombre
muerto, pero no he podido encontrar ninguno, así que fui a donde Olga y
conseguí las últimas palabras de una vida truncada.
Me muerdo el labio mientras estudio lo que he copiado:

Suena bien. Te quiero… Nos vemos pronto.

Intento no estremecerme ante lo mundanas que son esas últimas


palabras. Hacen que la muerte parezca mucho más grotesca; arrebatarle a
alguien la vida justo en mitad de un día perfectamente normal…
Aun así, me centro en el ingrediente en sí… ¿Debería tirar la nota en el
caldero o susurrar las palabras encima?
Antes de decidirme, la puerta principal se abre de repente y la madera se
astilla cuando se arranca de sus goznes. Espero oír un coro de gritos, pero la
mayoría de mis hermanas, si no todas, se han ido a la cama, salvo por un
grupo que hace una hora que se fue para lanzar un hechizo al aire libre.
Unos pasos pesados y familiares cruzan el vestíbulo y el temor se me
aferra en el estómago.
Memnón ocupa todo el umbral de la puerta y suelta llamas por los ojos.
Primero me mira a mí; después la cuchara de madera que tengo en la mano
y luego el caldero que tengo ante mí.
Me coloco delante de él, lista para defender mi hechizo.
—No puedes… —grito mientras me coge y me sienta en la isla que está
detrás de mí.
Me pone un dedo delante de la cara.
—Quieta —ruge, y su magia se arremolina a mi alrededor.
—No me hables como si fuera un perro —le suelto.
Intento saltar de la encimera, pero, maldita sea, me ha lanzado un
hechizo en el culo…, literalmente. No puedo levantarme.
Lo observo indefensa caminar hacia mi caldero y cogerlo con las manos.
—Memnón, no…
Antes de llegar a terminar mi ruego, le da la vuelta y vierte todo el
contenido en el fuego que hay justo debajo, con lo que se apaga la lumbre y
se arruina mi brebaje.
Suelto un ruido de horror y miro, aturdida, las ruinas de mi hechizo.
Memnón se vuelve hacia mí, con la respiración agitada y ampollas en las
palmas de las manos allí donde han tocado el caldero.
—¡Estabas intentando romper nuestro vínculo! —ruge.
En la planta de arriba, alguien grita:
—¡Callaos!
—Por la Diosa de los cielos, baja la voz —susurro—. Vas a despertar a
todo el aquelarre.
Ya me estoy jugando bastante.
—Incluso después de soportar tu traición y tu destierro, est amage, ¡yo
nunca me atrevería a romper lo que es nuestro y solo nuestro! —Levanta la
voz hasta que brama más que habla.
—A lo mejor, si te hubieras pasado las últimas semanas intentando ser
mi amigo en lugar de joderme la vida, no estaría intentando romperlo
nuestro vínculo.
Su expresión cambia por un segundo, como si sintiera arrepentimiento o
vergüenza, pero no he terminado.
—Juro por la Diosa que —continúo—, en el momento en que
desaparezcas de mi vista, empezaré de nuevo con el proceso.
Es como si Memnón se volviera más alto y ancho. Da un paso entre mis
piernas; parece amenazador y letal.
—No —dice en voz baja—, no lo harás.
El hechicero me pone las manos a ambos lados de la cabeza y sus ojos
son de piedra.
Me sobresalto ante su roce.
—Suéltame.
—Tu mente no es lo único que puede robar recuerdos —dice, con esos
ojos ahumados penetrantes.
Me quedo rígida ante lo que está insinuando.
—No lo harías —jadeo.
Sonríe.
—Por supuesto que sí. Ya lo he hecho.
—¿Me has quitado mis recuerdos? —Mi voz es tan tranquila cuando
hablo que me parece antinatural. Una furia oscura hierve y se me acumula
bajo las venas.
—Tu corazón no es lo único que poseo. —Es una confesión más que
otra cosa.
No pienso… Me lanzo hacia él. Memnón todavía me sujeta las piernas a
la encimera con su magia, pero consigo arañarle los ojos y arrancarle esa
sonrisilla de satisfacción de la cara.
—Joder —maldice en sármata mientras se aparta de mí. Entonces se ríe.
¡Se ríe!
—Ah, est amage, he echado de menos tu lado fiero. —Vuelve a dar un
paso para invadir mi espacio personal y me coge por las muñecas.
—¡Voy a desollarte por haberte llevado mis recuerdos, gilipollas! —
Consigo clavarle las uñas en el otro lado de la cara antes de que me agarre
de la otra muñeca.
Dibuja una sonrisa malvada.
—Creía que no te importaba perderlos, ¿no? La semana pasada luchaste
con mucha pasión por tu maldición.
—No tienes ningún derecho a quitármelos —digo con vehemencia.
Memnón ignora mis palabras y mira el grimorio abierto que tengo a mi
lado.
—Ah, ¿ese es el odioso hechizo?
Me coge las muñecas con una sola mano para poner la otra encima del
libro.
Bajo ella, la página se arruga y se ennegrece y una voluta de humo surge
de ella.
Me sacudo para librarme de su agarre sin mucho éxito. Mi humor se
oscurece con cada segundo que pasa. Se suponía que ese hechizo iba a
aplacar mi rabia, no a enardecerla. Pero es como si estuviera reviviendo la
quema de libros de mi habitación, una y otra vez.
—¿Crees que puedes romper nuestro vínculo y deshacerte de mí como
hiciste hace doscientos años?
Siento que su propia rabia también aumenta y los ojos se le iluminan con
su poder. Me recuerdo otra vez que la magia de un hechicero proviene de su
conciencia; cuanto más fuerte se hace, más se debilita su empatía. Siento
que Memnón perdió la mayoría en la antigüedad.
—Nunca te librarás de mí, brujilla. Nunca.
No aparto la mirada de la magia que brilla en sus ojos. Estoy empezando
a darme cuenta de que no hay nada tan peligroso como un hechicero
equivocado.
Levanta las manos y me envuelve la garganta, pero es el roce más ligero
del mundo. Aun así, entre el hechizo que me tiene clavada a la encimera, su
cuerpo sobre el mío y ahora su mano en el cuello, estoy inmovilizada de la
cabeza a los pies.
—Pero tienes razón, te he dado más miseria que pasión. Quizás es hora
de que te recuerde lo que significa estar conmigo.
Las cejas me salen disparadas. Espera, ¿qué?
Antes de que pueda asumir las palabras, Memnón me besa.
CAPÍTULO 41

Qué hombre tan odioso. Con sus perversos labios y sus perversos
pensamientos y sus perversas intenciones.
Menudas agallas tiene para atreverse a besarme después de poner mi
mundo patas arriba.
Así que le muerdo el labio. Con fuerza.
Memnón gruñe al sentir el sabor metálico de la sangre que nos salpica la
lengua. El monstruo sonríe contra mi boca y me besa con más ganas, como
si un poco de violencia lo pusiera cachondo. A pesar de mi furia galopante
—y cómo galopa, madre mía—, le devuelvo el beso, pues estoy hambrienta
de él. Deslizo los dedos por su pelo y tiro con la fuerza suficiente para
hacerle daño.
Odio desearlo aun cuando lo único que deseo en realidad es odiarlo.
Memnón dobla los dedos lo justo sobre mi garganta para recordarme que
me tiene atrapada y vulnerable, aunque no me siento esto último. Lo que sí
siento es que voy a combustionar. Aun así, sé que, si abro los ojos, veré las
columnas de humo de mi magia surgiendo de mí.
—Por fin mi emperatriz está enseñando su verdadera cara —murmura
Memnón contra mis labios.
No hay nada verdadero en todo esto, este es mi peor lado. Pero, si mi
compañero quiere cortarse con las partes más afiladas de mi personalidad,
que así sea.
Cuando vuelve a adentrar la lengua en mi boca, se la muerdo. Memnón
bufa, pero, aun así, me besa con aún más fervor. Un fervor que yo le
devuelvo.
No puedo explicarlo. No hay justificación posible. Odio las agallas que
tiene. Nada me gustaría más que darle una patada en los huevos. Pero
también estoy disfrutando como una enana este beso aversivo. Estoy
bastante segura de que me parecería correcto coger todo este odio y llevarlo
hasta el extremo del deseo.
Creo que acabo de desbloquear un nuevo fetiche.
Memnón se aparta.
—Me conocerás en todos los sentidos —jura.
Sus pensamientos deben de ir en la misma dirección que los míos, eso o
me ha oído a través de nuestro vínculo.
Aunque me parece bien fantasear con él para complacer mis propios
deseos, y una mierda voy a dejar que él haga lo mismo conmigo.
Empujo al hechicero y su mano se aleja de mi cuello sin esfuerzo.
Malditas fantasías de follar con alguien que odio…
—Si no puedo romper el vínculo, lanzaré un hechizo para que se te
marchite la polla y listo —lo amenazo.
Memnón sonríe y una perla de sangre aparece en la comisura de su labio.
—Es adorable que creas que no lo has intentado todavía.
Abro los ojos como platos.
Se limpia la perla de sangre y me observa.
—Libérala —dice en sármata.
Enseguida, su magia se levanta de mi cuerpo y ya no estoy anclada a la
encimera.
Me pone los ojos encima.
—Te quiero, brujilla —dice, con expresión algo triste—. Más que a nada
en el mundo. Esa es mi verdad más profunda y debería habértelo dicho una
y otra vez, igual que hacía antes. Siento que tengas que cargar con el peso
de ese amor. —Sus rasgos cambian un poco, se vuelven determinados—.
Pero así va a seguir siendo.
Tras pronunciar estas palabras, se dirige hacia la puerta.
—Tres días —dice por encima del hombro—. Eso es lo único que te
queda, emperatriz.
Y entonces se va.

Esos tres días se me pasan en un suspiro.


Tres días para intentar desenmarañar mis propias emociones enredadas.
Para obsesionarme con mi venganza. Para preguntarme lo que pretende
hacer Memnón la noche del baile.
Ahora miro fijamente el vestido extendido en mi cama y estoy de
bajona.
No quiero volver a enfrentarme con él.
Puede que sea por cobardía, pero sigue siendo la verdad.
Es mi peor pesadilla, pero también he llegado a descubrir que es una de
mis mayores debilidades, porque me salvó y me cuidó y a una parte de mí
—torcida y díscola— le gusta. Joder, más que eso. Me siento más que
atraída por ese hombre y ansío el sonido de su exigente voz y la sensación
de esos brazos estrechándome. Lo único que tiene que hacer es besarme o
susurrarme un par de palabras bonitas al oído para que yo reconsidere lo
aborrecible que me resulta.
Me aterra que vuelva a suceder esta noche cuando esté buscando mi
venganza.
A lo lejos, oigo a alguien subir las escaleras, seguido del crujir de la
tarima de madera mientras avanza por el pasillo.
Segundos después, Sybil abre la puerta.
—¡Ey, cariño! —grita cuando entra.
Lleva a cuestas el vestido y los zapatos, así como una bolsa de tela
enorme llena de lo que parece maquillaje y quizás accesorios para el pelo.
Lo suelta todo encima de la cama.
—Joder, estoy emocionadísima por esta noche, ¿tú no…? —Se le apaga
la voz en cuanto me ve la cara—. No, no, no, Selene —dice.
Me toco la mejilla.
—¿Qué?
—No voy a dejar que lo de esta hoy te provoque un ataque de pánico. Es
tu noche de la venganza. Solo quiero ver sonrisas perversas y miradas
malvadas.
Me llevo las manos a la cara y gruño.
—Estoy nerviosa —admito.
Sybil se me acerca y me pone las manos encima de los hombros.
—Tu alma gemela cree que eres una manipuladora cruel. La Politia cree
que podrías ser una asesina. Está claro que no eres ninguna de esas cosas,
pero que le den. —Me zarandea—. A tomar viento todo por una noche.
Me suelta y se vuelve hacia los objetos que ha dejado encima de la
cama. Saca una botella de vodka de la bolsa y dos latas de zumo con gas.
—Vamos a beber, vamos a maquillarnos y a peinarnos la una a la otra y,
por una noche, vamos a divertirnos vistiéndonos como villanas. ¿Qué me
dices?
Respiro hondo.
—Ponme un chupito.

Cuando voy a por mi vestido, se me escapa la risa floja.


Puede que haya tomado un poco de alcohol de más.
Ya estamos maquilladas y peinadas. Lo único que nos falta es ponernos
los vestidos. Camino hacia el mío mientras Sybil coge el suyo; las piernas
me tiemblan un poco.
Es negro, me llega hasta los pies y tiene una pequeña cola y una raja casi
hasta lo alto del muslo. La espalda es aún más sexy, se une solo por dos
tiras cruzadas, con lo que deja el resto al descubierto hasta las lumbares.
La tela brilla y parece un tanto iridiscente y se me desliza como si fuera
una serpiente. Ahora que me lo he puesto, sí que me siento un poco más
malvada.
—Sé que tienes un romance tórrido con las zapatillas y las botas
militares. —Sybil se vuelve hacia mí con su vestido rojo rubí, cuyas piedras
preciosas brillan cuando les da la luz—. Pero esta noche vamos a ir a por
algo más elegante —anuncia, y avanza hacia mi armario.
—No tengo nada más elegante —digo—. Además, ¿cómo voy a pisotear
a mis enemigos si no llevo un calzado adecuado para tal efecto?
—No vas a pisotearlos con unas botas —se queja Sybil, entornando los
ojos con un gesto exagerado—. Está claro que los vas a empalar con tus
taconazos. Tan solo dame un segundo…
Sale de la habitación como una exhalación; ya lleva puesto sus zapatos
de aguja color nude. En la distancia, oigo a alguien caerse por las escaleras
y, después, algunas maldiciones.
Oh, oh. Por eso los tacones son una mala idea, sobre todo cuando hay
alcohol implicado.
Salgo corriendo de mi habitación y paso por delante de varias brujas en
distintas etapas del proceso de vestirse. Sybil está tumbada en el rellano y
con el vestido básicamente alrededor de la cintura.
También se le ha acercado otra bruja, lista para ayudarla, pero mi amiga
despide a la chica con un gesto de la mano.
—Estoy bien, estoy bien.
A pesar de sus palabras, bajo hasta el rellano y la ayudo a levantarse
mientras ella se arregla el vestido.
—Los zapatos no merecen la pena —susurro.
—No acabo de darme un hostión para nada, Selene —dice. Con eso,
aparta la mano y se tambalea por el resto del pasillo de camino a su
habitación.
Aprovecho el momento para volver a mi propio cuarto, cojo el móvil y
me lo meto en el vestido. Nero ha estado tirado junto a la cama todo este
tiempo, pero ahora, como si sintiera que me voy de manera definitiva, me
sigue fuera.
Llegamos a la habitación de Sybil justo cuando está cerrando la puerta a
su espalda, con su propio familiar posado en el hombro y un par de tacones
con la punta abierta en la mano.
—Toma —dice cuando me ve y me los lanza.
Me los pongo y luego bajamos las escaleras con nuestros familiares
antes de salir de la residencia con otras brujas, dos de las cuales llevan unas
Converse.
Sin embargo, yo estoy atrapada en un par de tacones.
Espera, ese pensamiento me resulta familiar. ¿Tuve un intercambio como
este con Sybil otra noche…?
Apuesto a que sí.
Suelto el aire. Más me vale que los dichosos zapatos estén dando vibras
de reina asesina o me voy a amotinar.
Atajamos por el campus, siguiendo la fila de brujas que se dirigen hacia
el invernadero. Nero camina a mi lado, como si fuera mi acompañante.
En el cielo, la luna llena brilla e ilumina la oscuridad, sumiendo lo que
nos rodea en una pálida luz azul. Cojo aire al verla; mi magia también se
revuelve, como si sintiera su toque. Las lunas llenas son para revelaciones y
verdades que ni siquiera la oscuridad puede ocultar. Y esta, la del cazador,
es especialmente emocionante.
Es una buena noche para la venganza y para obligar a Memnón a que se
enfrente a lo que de verdad siento por él.
Brujas montadas en escobas cortan el aire y se ríen con abandono
mientras el pelo y la falda ondean al viento tras ellas.
Una vieja sensación de anhelo se apodera de mí y tengo que recordarme
que estoy en el aquelarre y que acabaré aprendiendo a volar en escoba. Es
otra cosa más que conseguiré durante el tiempo que esté aquí. Solo que
todavía no ha pasado.
El invernadero brilla en la distancia; la estructura de cristal resplandece
por dentro y por fuera con cientos de farolillos flotantes y la luz de las velas
al titilar crea un precioso efecto casi gótico.
En realidad, nunca he estado dentro del enorme invernadero del
aquelarre. No hasta esta noche. Conforme me acerco, me queda claro lo que
me he estado perdiendo. Veo todo tipo de vegetación salvaje creciendo en
su interior y, en honor a Samhain, alguien ha cultivado calabazas del
tamaño de una silla dentro de la estructura. Muchas siguen sujetas a sus
vides y las propias plantas se enroscan alrededor del enorme vegetal.
Avanzo hacia los escalones de mármol que conducen a la puerta, con
Nero a mi lado. Miro al hombro de Sybil y me fijo en que Merlín ya ha
volado y ha desaparecido en la noche. Me detengo y miro a nuestro
alrededor mientras el resto de las brujas siguen entrando en el edificio.
Parece que nadie lleva a su familiar consigo.
Me muerdo la comisura del labio por dentro mientras miro a Nero.
—No creo que se te permita entrar —digo.
Mi pantera me observa durante un buen rato con sus ojos verde dorado,
como si estuviera intentando transmitirme algo en silencio. Me deslizo por
nuestro vínculo hasta su cabeza por un momento y siento una emoción que
proviene de él y que no me esperaba: afecto.
Vuelvo a mi propio cuerpo y me arrodillo para pegar la frente a la de mi
familiar.
—Te quiero —le susurro. Me aparto y le acaricio la cara—. Cuídate esta
noche en el bosque. Seguro que hay muchas brujas borrachas y lujuriosas
tomando malas decisiones por ahí.
Nero me lanza otra larga mirada, como si me estuviera diciendo:
«Cuídate tú también».
O a lo mejor solo soy yo antropomorfizando a mi familiar. De todos
modos, asiento con la cabeza.
Con una única mirada, Nero me da la espalda y corre hacia la línea de
árboles. Me quedo de pie y lo veo marchar.
Emperatriz…
Se me pone la piel de gallina ante la llamada de Memnón. Me vuelvo
para enfrentarme al invernadero una vez más y me asusto cuando veo al
hechicero a través de las puertas dobles.
Está de pie con las manos en los bolsillos de su esmoquin; parece mucho
más grande que la gente que lo rodea. Contengo el aliento ante lo bueno que
está; el corte de la chaqueta y los pantalones parecen enjaular su salvajismo.
Bueno, casi… Ha prescindido de la pajarita, tiene la camiseta desabrochada
y veo su tatuaje de la pantera sobresaliendo por el cuello de la camisa.
Lleva el pelo como si se hubiera pasado los dedos por él varias veces.
Si creía que un esmoquin podía hacer que Memnón pareciera menos
peligroso, me equivocaba muchísimo.
El corazón me da un vuelco al verlo y siento un ligero aleteo en el
estómago.
«Venganza», me recuerdo a mí misma. Esta noche voy a resarcirme.
Sus ojos ahumados brillan mientras me escanea, desde la punta de los
dedos de los pies, subiendo por la raja de mi vestido, hasta el pecho y luego,
al fin, el rostro. Parece como si alguien le hubiera golpeado la cabeza.
Lo veo tragar saliva, con los ojos todavía clavados en mí, y, hostia puta,
¿de verdad a Memnón… le ha impresionado este atuendo?
Supongo que el vestido de la venganza ha funcionado.
Respiro hondo y cuadro los hombros. Muy bien, yo puedo. Ya se me está
calmando la sensación de aleteo en el estómago.
Termino de subir las escaleras y al entrar en el invernadero oigo una
melodía evocadora que llena el aire. A mi alrededor, las brujas y los magos
llevan ropa formal, hablan y ríen y beben poción mágica de unas delicadas
copas de cristal, como si fueran gente de la alta sociedad y no seres
encantados y salvajes.
Me vuelvo hacia donde estaba Memnón hace un segundo, pero se ha ido.
Por desgracia, en algún punto entre toda la multitud, lo he perdido de vista.
Miro a mi alrededor.
—¡Selene!
Me vuelvo hacia la voz y veo a Sybil abriéndose paso entre la multitud
para acercarse. Por detrás de ella, veo al grupo con el que hemos venido.
—¡Nos he cogido una mesa! —dice mi amiga, colocándose delante de
mí—. ¿Quieres sentarte ahora o…?
—Lo he visto —le digo.
—¿Qué? ¿Dónde? —Mira a su alrededor.
—No lo sé, lo he perdido de vista. —Mientras hablo, me doy cuenta de
que me están temblando las manos. Pero no es de los nervios, sino de la
magia que se me está enroscando alrededor.
Estoy preparada para enfrentarme a ese hombre.
Por la cara que pone Sybil, parece emocionada.
—¿Sabes lo que eso significa? —pregunta—. Es la hora de la venganza.
En lugar de regresar a la mesa que nos ha conseguido, me conduce en
dirección contraria, hacia una de las alas del invernadero.
Por un momento, cuando miro a nuestro alrededor, me olvido de
Memnón y de nuestra venganza mutua.
No me puedo creer que no haya venido antes a este sitio.
Las plantas llenan todos los niveles del invernadero, crecen en enormes
macetas de arcilla o directamente en el suelo, allá donde se han cortado las
baldosas. El único lugar que no está cubierto del todo de follaje es la pista
de baile y las mesas que la rodean, aunque incluso en esa zona hay plantas.
Y todo está iluminado con los farolillos que flotan por encima.
Al final del ala, más allá de los grupos de seres sobrenaturales que
parlotean entre sí, hay un enorme caldero que echa humo. A su lado hay
una pirámide de copas de cristal, todas ellas llenas con la flameante bebida.
Vale, una copa más para desinhibirme y pasármelo bien esta noche.
Quizás incluso me olvide de que «pasármelo bien» no tiene nada que ver
con saciar mi sed de venganza.
Sybil y yo ni siquiera hemos llegado al caldero cuando siento la caricia
de una magia familiar en mi espalda descubierta.
Emperatriz… Tenemos asuntos pendientes…
Dejo de caminar y ella se vuelve para mirarme.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Memnón.
—¿Lo ves? —insiste—. ¿Dónde está? —Echa un vistazo alrededor,
como si creyera que va a verlo.
Siento una extraña urgencia de reírme de ella.
—¿Acaso sabes qué pinta tiene? —le pregunto.
—No, pero todos los cabrones se parecen. Seguro que lo distingo entre
la multitud.
Ahora sí que me río.
—Lo oigo —admito. Me toco la sien—. Aquí.
Mi amiga levanta las cejas.
—Eh… Ah. Cierto. Tienes poderes frikis de alma gemela.
Miro a nuestro alrededor con disimulo, pero no veo a Memnón. Está
claro que me está vacilando.
Lo peor es que está funcionando.
Ahora mismo, la diversión es lo último que se me pasa por la cabeza. Sin
embargo, lo que sí se me pasa es rabia y resentimiento y vergüenza y
preocupación… Todas estas emociones desagradables se despiertan en mi
interior, junto con otras cuantas, como entusiasmo y esperanza y una
sensación huidiza que me deja sin aliento y a la que no consigo ponerle
nombre.
Llegamos a la pirámide de bebida y ambas cogemos sendas copas. Pero,
mientras miro la mía, frunzo el ceño.
—No puedo hacerlo —admito.
—¿El qué? —pregunta Sybil, antes de darle un sorbito a su bebida.
No puedo seguir bebiendo, riéndome y fingiendo. Diosa, no quiero tener
que seguir fingiendo.
—Tengo que encontrar a Memnón y encargarme de él. —En cuanto digo
las palabras, siento su verdad absoluta. Le tiendo la copa a mi amiga—.
¿Puedes llevarte esto a la mesa y guardármelo?
—Pero, Selene…
—Por favor, Sybil. —Le lanzo una mirada suplicante—. Solo será un
momento. —Fuerzo una sonrisa—. Luego nos divertiremos juntas. Con
ganas.
Suspira, pero asiente.
—Vale, sí, está bien. Encárgate de ese perdedor y luego me buscas. —Mi
amiga me lanza una mirada juguetona—. Pero no tardes mucho; si no, me
beberé tu poción.
Esta vez, le sonrío de verdad.
—Trato hecho.
Cuando Sybil desaparece de mi vista, avanzo entre los pasillos que
forman las plantas y las parejas que susurran. Las dejo atrás y me abro
camino por el invernadero hasta que llego a una esquina solitaria en la que
no hay ningún invitado.
Las notas de una canción trágica flotan en el aire y el murmullo lejano
de voces son las únicas pistas de que ahora mismo hay una fiesta en todo su
esplendor.
«¿Dónde estás?», llamo a Memnón por nuestro vínculo.
Se me crispan un poco las manos y mi sed de venganza aumenta. Me
estoy imaginando con mucha nitidez que le doy un buen golpe al hechicero,
o quizás un rodillazo en las pelotas. La magia se me escurre de entre las
manos solo de pensarlo.
A mi alrededor, el aire se vuelve más denso. Entonces noto un amplio
pecho contra la espalda.
—Justo aquí, brujilla —respira contra mi oído.
Se me acelera el pulso al sentir su voz y su proximidad, y me doy la
vuelta para enfrentarme a él.
Esta es mi oportunidad. Si alguna vez he querido hacer un movimiento
mientras está distraído, ahora sería un buen momento.
Sin embargo, dudo. Mi venganza pasa a un segundo plano ante esta
excitación que me deja sin aliento al verlo. Es entonces cuando me doy
cuenta de algo importante: da igual cuánta rabia sienta hacia Memnón,
siempre será el hombre que busque con los ojos en una habitación, cuyos
rasgos ansío ver. Lo colgada que estaba de Kane no es nada —
absolutamente nada— comparado con esto. Memnón también parece
beberme con los ojos.
—Nunca te ha hecho falta magia, est amage —murmura; su áspera voz
me pone de punta los pelos de los brazos—. Eres más que capaz de
hechizarme sin ella.
Levanto un poco la barbilla.
—¿Esperabas que esta noche estuviera fatal porque has quemado mis
cuadernos? ¿Que te estaría suplicando que me devolvieras mis recuerdos?
—Mmm… —El ruido que emite suena más a gruñido que a otra cosa—.
Sí que me gusta la idea de que me supliques, est amage. Siempre has tenido
argumentos muy… convincentes.
No sé si es un recuerdo o mi imaginación, pero, por un breve segundo,
me veo a mí misma de rodillas delante de él, con la polla en la boca…
Desaparece tan rápido como ha venido, pero me deja sin aliento y
colorada.
Fija los ojos en una de mis mejillas enrojecidas y me toca la piel justo en
ese punto.
—Una bruja hermosa y embriagadora —jadea.
Se inclina hacia delante, casi como si no pudiera evitarlo, y me roza con
sus tentadores labios, como retándome a que lo aparte.
No sé qué hechizo está usando, pero, en este preciso instante, nuestros
insuperables problemas parecen haber quedado en nada. Cuando Memnón
está cerca de mí, todo se vuelve muy sencillo.
«Es mío.»
Me roza la mandíbula con los labios.
—Una cosa que descubrí después de conocerte es que, si te beso justo
aquí… —dice, acariciándome con ellos un punto del cuello, justo debajo de
donde me late el pulso, y un escalofrío me recorre el cuerpo. Sonríe contra
mi garganta—, te pasa justo eso.
Echo la cabeza hacia atrás mientras me inclino hacia el beso y llevo una
mano hacia su pelo. Enredo los dedos en sus rizos oscuros, pues quiero que
no se aparte de mí. Me muero por tener algo más que su boca en la garganta
y nuestro cuerpo apretado así.
Quiero empujarlo y abrirle de un tirón esa camisa blanca almidonada.
Quiero oír los botones arrancándose. Quiero su piel contra la mía.
Quiero que me lance esa mirada de pirata mientras consigo de él lo que
ansío y extingo este fuego que ha encendido en mí.
«Quemó tus cuadernos…, tus recuerdos. No lo trepes como si fuera un
árbol. Hazle pagar.»
Casi me atraganto ante este revelador pensamiento. Le suelto el pelo y
me tenso entre sus brazos… ¿Cuándo me ha rodeado?
Joder, esto es justo lo que se suponía que no tenía que hacer esta noche.
Necesito una cantidad absurda de autocontrol, pero consigo ponerle las
palmas sobre el pecho, aunque por un momento me detengo a admirar lo
bien que me hacen sentir sus pectorales. ¿No es absurdo que los pectorales
te hagan sentir…?
Joder, concéntrate, Selene.
Aparto a Memnón con un brusco empujón y tengo que añadir un poco de
magia a la acción para mover su enorme cuerpo.
El hechicero se tambalea hacia atrás; su expresión está ebria de lujuria
mientras mueve los ojos a mis labios.
—Destruiste mis cuadernos y los años de recuerdos que tenía en ellos —
recapitulo para los dos.
Parte de la bruma desaparece del rostro de Memnón.
—¿Así es como vas a intentar que sienta remordimientos? —dice,
limpiándose los labios con el pulgar—. ¿Culpa? ¿Vergüenza? —Deja caer
la mano y su expresión se vuelve más seria—. Porque, mi reina, sin duda
siento que esto es una victoria.
—¿Una victoria sobre qué? ¿Nuestra relación disfuncional?
Memnón me sonríe.
—Llevo muchísimo tiempo esperando esta noche.
Frunzo las cejas, aunque la inquietud se me enrosca en el estómago.
—¿De qué estás hablando?
—¿Qué te crees que he hecho durante todo el tiempo que hemos estado
separados? —me pregunta, ladeando la cabeza.
Nunca lo supe.
Sacude la cabeza despacio.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre quién soy yo. —Memnón se
acerca un paso—. Igual que te pasa a ti, est amage, no está en mi naturaleza
humillarme. Lo mío es el poder. —Me pone un dedo debajo de la barbilla y
me levanta la cabeza—. Y tú, mi amor, no estás nada preparada para ello.
Le escudriño los ojos. Este es el momento en que debo apartarme. O
atacar. Pero me ha hechizado, tanto con su mirada como con su tacto.
—Incluso como rey, cabalgaba hacia la batalla con mi horda. —Su voz
se vuelve más suave e íntima, y ha empezado a hablar en sármata—. Pero a
veces, cuando me enfrentaba a un enemigo particularmente obstinado o con
el que quería dar ejemplo, dejaba a mis guerreros lejos del campo de batalla
e iba yo solo. —Mientras habla, se atenúa la luz de los farolillos que
tenemos encima, como si se encogieran ante la siniestra historia que
Memnón está a punto de contarme—. ¿Sabes por qué me enfrentaba solo a
la mayoría de mis oponentes?
—Estoy segura de que me lo vas a contar —digo en voz baja.
Me lanza una breve sonrisa, como si en realidad no tuviera gracia.
—Los hechiceros tenemos muchísimo poder, pero, cuando lo usamos en
grandes cantidades, nuestra magia se vuelve un tanto… fiera.
Creo que está a punto de contarme la historia de cómo perdió la
consciencia a cambio de poder.
Sin embargo, dice:
—Cuanto más fuerte es la magia que lanzamos, menos podemos
controlar a quién toca. Amigos y familiares siempre corren peligro cuando
la liberamos. —Se detiene para que cale el mensaje—. Así que desafiaba
solo a mis enemigos y los temibles y obstinados dirigentes a los que me
enfrentaba veían de primera mano el tipo de destrucción que desataba.
Siento que me quedo fría, me aterra lo que está insinuando.
—Los campos estaban sembrados de ejércitos enteros y yo me quedaba
ahí, sentado en mi montura, intacto.
Me imagino los campos llenos de cadáveres y el trigo salpicado de
sangre y Memnón con su armadura de escamas sentado a horcajadas sobre
su caballo. Casi siento su magia ominosa y sobrecogedora, que se espesa en
el aire.
—Y a veces —continúa—, si ese día conseguía controlar
particularmente bien mi poder, posponía la muerte del dirigente para el
final. Le dejaba que examinara las ruinas de su ejército, que le calara la idea
de que debería haberse rendido ante mí la primera vez que tuvo la
oportunidad de hacerlo.
Es obvio que esto es una advertencia, la cual me deja temblando. A lo
lejos, oigo la música que suena y la gente que ríe y mi móvil vibrando en el
escote mientras alguien intenta llamarme, pero todo eso me parece que está
a un mundo de distancia.
Sin embargo, a través de mi miedo, se alza mi rabia, junto con mi magia.
Este es mi momento…, mi oportunidad para la verdadera venganza.
Mi poder se concentra en las palmas.
Memnón baja la mirada a mis manos.
—¿Vas a atacarme, brujilla? —Suena divertido—. Eso me gusta. Puede
que incluso me haga cosquillas.
Mi magia burbujea como respuesta al insulto, creciendo más y más.
Siento su movimientos erráticos en mi interior.
Él me señala el pecho con la cabeza.
—Te está sonando el teléfono. Me imagino que es urgente —dice,
apartándose de mí—. ¿No quieres cogerlo?
Bajo la mirada hacia mi pecho solo por un momento, pero cuando
vuelvo a levantar los ojos Memnón ha desaparecido.
Maldita sea.
Corro tras él; mi poder ya está retrocediendo a mi interior ahora que he
perdido de vista al hechicero. Mis tacones repiquetean mientras vuelo por
los pasillos en su busca. Pero se ha desvanecido por completo.
Me detengo, observo una hilera vacía de árboles y arbustos y otra en la
que una pareja se está magreando contra el tronco de una palmera.
Bzzz… Bzzz…
Vuelvo a mirarme el escote. Memnón tiene razón, mi teléfono ha estado
sonando.
Suelto el aire y lo rescato.
Le echo un vistazo al nombre que aparece en pantalla, pues supongo que
es Sybil.
No es ella.
«Kane Halloway», anuncia mi móvil.
De todas las personas del mundo, ¿por qué me está llamando Kane? No
he sabido nada de él después de la desastrosa noche que estuvimos juntos.
Para ser sincera, ni siquiera me había dado cuenta de que tenía su número.
Cojo la llamada de todos modos y me llevo el teléfono a la oreja
mientras camino por la hilera de plantas.
—Ey, Kane —respondo. Me fijo en una puerta que da a un patio trasero
—. Ahora no es…
—Escucha, Selene, tengo muchas cosas que decirte y poco tiempo. —El
hombre que habla no suena para nada como el licántropo que recuerdo. Su
voz es demasiado baja y áspera. Apenas suena humano.
Me detengo.
—Kane, ¿eres tú? —pregunto en voz baja.
—Luna llena. Estoy luchando contra el cambio.
Se me abre la boca en forma de O. Para ser sincera, no sabía que los
licántropos pudieran evitar un cambio durante un tiempo indeterminado
cuando hay luna llena.
Me dirijo hacia la puerta que lleva al exterior, pues me apetece tomar un
poco de aire fresco y tener algo de privacidad para atender esta llamada.
—Mi manada sabe que fuiste tú quien salvó a Cara —dice a toda prisa
—. Yo mismo confirmé el olor.
La cambiaformas que salvé…, está hablando de eso.
—Vale… —No estoy segura de a dónde quiere llegar con esto.
Cruzo la puerta hacia un enorme patio interior enclaustrado en tres lados
por las paredes de cristal del invernadero. El suelo es de piedra, pero da
paso a un jardín lleno de plantas enormes. El follaje casi se ha apoderado de
todo, tanto de las estatuas de mármol como de las fuentes que están
repartidas por todo el lugar, incluso casi ha engullido las pocas farolas que
hay.
—No sé cuánto sabes sobre las dinámicas de los lobos, pero después de
lo que hiciste ahora se te considera amiga de la manada.
El silencio que sigue a esa confesión es pesado, como si lo que estuviera
diciendo fuera algo importante.
—Ser una amiga de la manada significa que extendemos nuestra
protección a ti mientras ostentes el título —añade.
«Protección.» Me está ofreciendo protección. Y no de cualquier tipo,
sino la de toda una manada. Me quedo sin aliento de repente. Vaya, eso sí
que es algo importante… y una oferta formidable.
Mientras me calan sus palabras, le echo una mirada al resto de los
fiesteros que están aquí fuera, sorbiendo de su copa o adentrándose en las
sombras de la noche.
—Queríamos organizar una reunión formal y contarte todo esto en
persona, pero me temo que ya no hay tiempo para eso —dice Kane; su voz
sigue siendo inhumanamente baja.
Frunzo el ceño cuando veo a unas cuantas brujas que venían volando en
escoba aterrizar y avanzar hacia la puerta trasera del invernadero.
—¿Qué quieres decir con que ya no hay tiempo para eso? —digo, pues
no lo sigo.
Kane parece elegir las palabras con cuidado.
—Uno de mis compañeros de manada trabaja con la Politia.
En cuanto oigo eso, se me encoge el estómago.
Él hace una pausa, como si no quisiera decir sus siguientes palabras.
Acaba suspirando y el sonido que emite es incomprensible, como si su
garganta no pudiera formar del todo el sonido.
—La Politia va a arrestarte.
CAPÍTULO 42

—¿Qué? —Casi tiro el móvil.


Al otro lado del patio, unos cuantos invitados me miran de camino al
interior: está claro que les ha sorprendido mi arrebato.
Debo de haber entendido mal a Kane. Es imposible que…
—Esta noche —añade el cambiaformas—. Tienen una orden de
detención contra ti. Al parecer, encontraron un zapato tuyo con sangre de
esa bruja que desapareció hace poco.
—Kasey —susurro.
Y, en cuanto al calzado, sí que me faltan el par de zapatillas que dejé
atrás la noche del círculo de hechizos. ¿La Politia ha encontrado una? Si es
así, ¿por qué estaría en el bosque y cómo demonios llegó la sangre de
Kasey a ella? Yo iba descalza cuando tuvo lugar la pelea.
Debe de haber un error.
Estoy a punto de decirlo cuando Kane continúa:
—La Politia cree que tú cometiste los asesinatos.
Me parece que soy incapaz de aspirar aire suficiente. Una cosa es ser
sospechosa en un caso de asesinato, pero ¿están pensando en arrestarme?
¿Esta noche?
—Diosa… —susurro. Siento que el mundo se tambalea mientras más
invitados vuelven al interior del invernadero—. Soy inocente, Kane. —
Necesito decirlo, aunque no lo recuerde todo.
—Si alguno de los cambiaformas pensara que tú cometiste esos
asesinatos —dice Kane—, seas amiga o no, te entregaría.
Suelto un suspiro tembloroso. Las manadas son conocidas por ser leales,
pero sobre todo son famosas por proteger a los inocentes…, más aún si son
de los suyos.
—Creemos que alguien te está incriminando.
Me siento como si alguien me hubiera dado una patada en el estómago.
Incriminando. Me están… incriminando.
He estado tan centrada en demostrar mi inocencia que ni siquiera me he
parado a preguntarme por qué mi nombre no hacía más que salir todo el
tiempo. Tan solo supuse que era una mala combinación de estar en el lugar
equivocado en el momento equivocado y de ser incapaz de demostrar mi
coartada.
No había considerado la posibilidad de que alguien se estaba
aprovechando a propósito de mi pérdida de memoria para esgrimirla contra
mí.
Debería haberlo pensado.
Me aprieto la frente con una mano.
—Mierda.
Mierda, mierda, mierda.
El tono de Kane se endurece.
—Mi alfa quería que te transmitiera este mensaje: «Coopera con las
autoridades. Enviaremos a uno de nuestros abogados para resolver esto una
vez que terminen los Siete Sagrados». —Cuando los licántropos vuelan a
controlar del todo sus cambios.
Me llevo una mano a la cabeza. Mi mente está gritando y me parece que
soy incapaz de aspirar aire suficiente.
—Kane —digo en voz baja—, eh…, gracias.
Puede que lo que me esté diciendo no evite que me arresten, pero saber
que tengo una manada entera para apoyarme hace que todo este calvario me
parezca mucho menos desesperanzador.
La voz del licántropo se hace más profunda.
—Cara nos contó lo que pasó, al menos lo que recordaba. No es mucho,
pero aun así es suficiente para que sepamos cuánto te arriesgaste para
salvarla. Según parece, iban a obligarla a… —Su última palabra se corta.
Kane se detiene, se aclara la garganta y continúa—: Vincularse contra su
voluntad.
Pasan unos cuantos segundos más de silencio y no me quiero ni imaginar
lo que estará luchando contra su necesidad de transformarse.
—Nos gustaría escuchar el relato de esa noche con tus propias palabras,
una vez que solucionemos todo este asunto con la Politia.
—Eso puedo hacerlo —digo, tranquila.
Al escuchar a Kane hablar así, como el futuro líder que probablemente
será, me conmueve. Estuve pillada por él durante años, pero nunca lo supe.
Y ahora estoy descubriendo que a lo mejor no es solo un cambiaformas
buenorro, sino que puede que sea un miembro dominante, a pesar de lo
joven que es.
Duda y luego añade:
—Además, Selene, esto no es oficial, pero me gustaría verte otra vez. —
Su voz se vuelve áspera una vez más, hasta el punto de ser casi
indescifrable—. He querido hacerlo desde que te dije adiós esa noche.
Dejamos las cosas en un momento extraño…, en algún punto entre un
flirteo, un cuelgue y una experiencia cercana a la muerte. Al menos, eso
creo yo.
—Eh…
Brujilla, ¿estás preparada para jugar…?
Me presiono el corazón con la mano al oír la voz de Memnón en mi
interior. Apenas puedo centrarme en mi anterior necesidad de venganza a la
luz de lo que acabo de descubrir.
—Solo quería hacerte saber qué opino yo al respecto —dice Kane, antes
de que le dé una respuesta adecuada. Se aclara la garganta—. En cualquier
caso, intenta no responder a ninguna pregunta hasta que uno de nuestros
abogados hable contigo.
—Vale —digo con la voz un poco perdida.
Ahora me estoy imaginando con muchísima nitidez a los agentes de la
Politia irrumpiendo en el invernadero y poniéndome las esposas delante de
todas mis hermanas del aquelarre.
Tengo que irme y volver a mi habitación. Si me acusan y arrestan esta
noche, no quiero tener público. Menos aún si se encuentran presentes mis
amigas y compañeras. Ya será una experiencia bastante mala de por sí sin
testigos.
—¿Cuándo van a llegar? —Me tiembla la voz.
—No lo sé —admite Kane con cierto remordimiento. De fondo, oigo un
aullido y luego unos cuantos más—. Como dentro de una hora. Puede que
antes o después… No me he quedado con los detalles.
Me restriego los ojos; no tengo claro si quiero reírme o llorar. Toda esta
situación es una locura.
—Lo siento muchísimo, Selene —añade en voz baja—. Eh…
Se oye un grito dentro del invernadero y casi tiro el teléfono.
Maldigo por lo bajini.
«Memnón…» Sé que es cosa suya.
—Kane, tengo que irme.
Antes de llegar a responderme, cuelgo la llamada y cruzo el patio en el
espeluznante silencio, con la cola de mi vestido susurrando tras de mí.
Me dirijo a las puertas dobles que conducen a la sección principal del
invernadero. Desde donde estoy, veo a los invitados dentro, pero ya no oigo
la música que suena y, ahora que me fijo en los seres sobrenaturales que
están más cerca de las ventanas, me parecen inusualmente tensos.
—¡Selene! —brama Memnón desde dentro.
Los pelos de la nuca se me ponen de punta.
Vuelvo a entrar en el enorme invernadero, dejando atrás a invitados y
más invitados. Tienen los ojos como platos y en el aire flota un montón de
magia nerviosa que se desprende de los magos y las brujas.
—¡Selene! —vuelve a gritar.
Hay tal mogollón de seres sobrenaturales que no lo veo. Al menos no
hasta que dejo atrás a los invitados que han formado un círculo alrededor de
la pista de baile.
De pie, en el centro, está Memnón. Acompañado.
En sus garras tiene a una bruja rubia, toda ella temblando. Él tiene esa
daga tan elegante con la empuñadura de oro, que sujeta de manera casual
contra la garganta de la chica. En el fondo sé que es una amenaza sincera.
Le rajará la garganta en un segundo si le apetece. Puede que incluso haga
algo peor.
—¡Selene! —Esta vez no es Memnón quien me está llamando.
Me vuelvo hacia la voz de Sybil y busco a mi amiga entre la multitud.
Veo un destello de su vestido rojo, y luego, sus ojos aterrados.
—Corre…
—Ahí está —dice Memnón. Sus perversos ojos brillan cuando me ve.
Todos los que nos rodean nos miran fijamente, paralizados de horror.
Por un segundo, me siento igual que ellos. Esperaba que el hechicero
hiciera algo horrible, pero no esto.
Por fin, encuentro mi voz.
—Suéltala. —La orden sale más fuerte y calmada de lo que pensaba.
Memnón se centra en la bruja y considera mis palabras. Bajo su arma
hay una delgada línea de sangre.
—No —dice al fin—, no creo que lo haga.
El pulso me martillea los oídos. A mi alrededor, los invitados siguen
inmóviles. Solo ahora me doy cuenta de que la magia del hechicero está
ondeando entre ellos y siento que es eso lo que les impide intervenir o huir.
Vuelvo a centrar la atención en él.
—Sea lo que sea lo que estás pensando hacer, Memnón, no te saldrás
con la tuya —digo—. Esto no es el mundo antiguo y ya no eres rey. Aquí
hay cientos de testigos. La Politia te pillará.
Se ríe, una acción que provoca que su daga se mueva y que la chica que
se encuentra en sus brazos se eche a llorar. Otra línea de sangre se forma
bajo el filo de su cuchillo.
—¿La Politia? —dice Memnón—. Me parece divertidísimo que confíes
en ellos teniendo en cuenta tu propia situación. —Ladea la cabeza—. ¿Ya
has olvidado nuestra conversación sobre el poder? Quienes lo tienen hacen
las reglas. Y quienes no deben seguirlas…, cosa que incluye a la Politia.
A mi alrededor, oigo a la gente murmurar y los lloriqueos silenciosos de
una o dos personas, pero de algún modo la sala se ha sumido en un silencio
sepulcral.
—Es extraño que los asesinatos siempre parezcan implicarte a ti —
continúa—. ¿Cuántas veces te has preguntado si tú eras la culpable? Seguro
que la Politia piensa que fuiste tú. Me pregunto quién los habrá dirigido
para que se fijen en una bruja tan inocente y respetuosa con la ley.
«Creemos que alguien te está incriminando.»
Lo miro fijamente, cada vez más horrorizada.
—Tú —jadeo—. Tú has sido quien me ha incriminado.
Se me encoge el estómago y, por un momento, creo que voy a vomitar.
—Pero… —Frunzo las cejas. Le pregunté a bocajarro si él había
asesinado a esas brujas mientras se encontraba bajo un hechizo de la
verdad.
—Yo no las maté —admite—. Fue otro. Pero sí que fui yo quien movió
los cuerpos antes de que acabaran destruidos. Me di cuenta de que podía
exponer las hazañas de los culpables mientras te implicaba a ti por sus
crímenes.
Ahí está, su confesión. Lo ha dicho delante de una estancia llena de
cientos de brujas. Me aterra que se quede impasible después de esto, sobre
todo porque siento que su indiferencia no proviene de la ignorancia de
nuestras costumbres modernas. Creo que en realidad viene de que tiene
poder suficiente para que los problemas desaparezcan.
Siento que soy incapaz de respirar.
—¿Qué has hecho? —susurro.
—Tantas cosas que me resultaría imposible contártelas todas. —
Escudriña su daga—. Un señor de la guerra es más que una espada, est
amage. Hay muchísima estrategia implicada.
Mi magia se alza, presionándome la piel.
—No hay vuelta atrás después de esto, y lo sabes. —Me duele incluso
mientras lo digo. Siento dolor por algo que podría haber sido profundo y
real, pero que ahora nunca tendré.
¿Qué clase de monstruo le hace algo así a la persona que ama?
Pero la respuesta siempre ha estado ahí, justo delante de mí. La esposa
de Memnón, Roxilana, hizo lo imposible por ocultarlo del mundo. Quizás
ella vio este lado suyo antes que yo.
—¿No hay vuelta atrás después de esto? —Los ojos le brillan de poder y
aprieta más fuerte a la mujer que tiene en brazos—. Est amage, no aguanté
en ese frío y lúgubre sarcófago durante dos milenios para volver a perderte.
La bruja que tiene atrapada gimotea. Cada vez más lágrimas le recorren
las mejillas, le han arruinado el maquillaje que probablemente se puso
emocionada. Se suponía que esta noche iba a ser divertida, no una pesadilla.
—Suelta a esa mujer, Memnón —repito. Mi magia sigue acumulándose,
creciendo bajo la piel y deslizándose por las venas—. Esto es algo entre
nosotros dos.
Él baja la mirada a la bruja. Más sangre le gotea por el cuello. Se
retuerce y veo que su magia se vuelve más densa bajo sus palmas, pero las
briznas esmeraldas se disuelven a unos centímetros de ella. No sé qué
encantamiento le ha lanzado Memnón, pero está neutralizando sus poderes.
—¿Cuántas ganas tienes de que la libere? —dice el hechicero—. ¿Qué
estarías dispuesta a hacer a cambio de ello?
Esa pregunta me ha pillado con la guardia baja. Siento que todos los ojos
de la habitación están sobre mí. Este regateo no es solo por la bruja que
Memnón tiene apresada. Es por Sybil y por toda la gente que está aquí
atrapada bajo la magia del hechicero.
—¿Qué quieres? —digo, y mi poder se agita en mi interior.
—Ya lo sabes.
De repente recuerdo las palabras que me dijo hace una semana.
«Te encuentras bajo una maldición, compañera, y tú misma la lanzaste.
Por supuesto que la levantaremos.»
Quiere que yo rememore nuestro pasado. ¿De qué serviría esta venganza
si yo ni siquiera recuerdo el crimen que la provocó?
Mi magia se dispara, alarmada, y se me escapa un poco de las palmas de
las manos.
Paso la mirada de él a la bruja y otra vez a él. Sé que es ahora cuando se
supone que me rindo, pero no puedo. No en este punto ni ante este
cabronazo.
Así que, en lugar de eso, elijo la violencia.
—Explota —susurro.
Mi magia sale disparada de mí y, al hacerlo, siento que me mareo
mientras mi poder devora quién sabe cuántos recuerdos. En el último
momento, se me ocurre afilarlo como una cuchilla.
Golpea a Memnón en las espinillas y lo tira hacia atrás. La bruja que
sujeta grita cuando la daga se arrastra por su piel y se le desliza por el
hombro. Pero el corte es poco profundo e impreciso.
En cuanto esta queda liberada de él, se aleja a trompicones. Sin embargo,
ni siquiera consigue avanzar un metro antes de enredarse en el mismo
hechizo que le ha bloqueado los miembros al resto de los invitados.
La oigo soltar un grito de frustración y la gente que la rodea intenta
alcanzarla mientras profiere murmullos llenos de terror.
Memnón consigue ponerse en pie y suelta una risita baja y siniestra.
—Traviesa bru…
—Explota. —Le lanzo otro conjuro.
Este le da de lleno en el pecho y lo hace volar por los aires.
Más magia se me acumula en la mano.
—Explota. —Disparo—. Explota. Explota.
Formo y lanzo los conjuros todo lo rápido que puedo. Lo golpean uno
tras otro, estallan contra su cuerpo y lo tiran. Uno de ellos falla y hace
añicos una ventana que hay detrás de Memnón.
Camino hacia delante mientras un hambre atroz crece en mi interior.
Hambre de venganza y sangre.
—Raja.
El conjuro le corta el elegante esmoquin y la piel, lo que hace que se
vuelva rojo.
Las columnas de humo de color índigo de la magia de Memnón surgen
de él antes de acumularse alrededor de su cuerpo tendido y deslizarse por el
suelo.
A pesar de mis ataques y de los hechizos que él mismo ha lanzado en la
sala, su poder parece crecer.
Me acerco a él; cada golpe que he lanzado solo ha hecho que me enfade
más y me vuelva más decidida. Hacerle daño no me parece suficiente.
Pensaba que me sentaría bien —joder, qué ganas tenía—, pero no es así y
solo parece avivar mi rabia.
Lo miro con el ceño fruncido.
El poderoso hechicero se toca el pecho, de donde le brota sangre. Se
mira el líquido negro que tiene en la punta de los dedos y luego me mira a
mí; le brillan los ojos.
—¿Te he contado, compañera, que las batallas siempre han sido mis
preliminares favoritos?
Su magia desciende sobre mí de repente y salgo despedida. Me doy
contra el suelo con fuerza y me quedo sin aire mientras mi cuerpo se desliza
por la pista de baile.
A nuestro alrededor, el resto de los invitados han entrado en pánico, sus
gritos y chillidos llenan el aire junto con su magia. El poder de Memnón
envuelve todo el edificio y ha atrincherado a todos en su interior.
Ni siquiera he dejado de deslizarme cuando mi propia magia vuelve a
golpearlo y el conjuro no pronunciado lo arrea como si fuera un látigo.
Él gruñe ante el impacto, pero lo veo ponerse en pie.
Más magia me surge de los brazos.
—Explota. —Lanzo el conjuro desde donde estoy tumbada.
Esta vez, uno de los tentáculos del poder de Memnón lo esquiva y
explota contra un cúmulo de árboles y arbustos, que estallan y provocan los
gritos de los invitados cercanos.
Me obligo a mí misma a ponerme en pie mientras los zapatos de él
resuenan contra el suelo. Se pasa las manos por el pelo; parece sanguinario
y violento en el sentido más primitivo.
Intento extraer su poder a través de nuestro vínculo…
—Ah, ah, brujilla. Una idea muy bonita, pero me temo que no voy a
compartir mi poder para esto.
Alcanzo mi propia magia antes de lanzársela al hechicero con abandono.
Su poder se alza para encontrarse con el mío y sus nubes de color azul
oscuro se chocan contra las mías naranja claro, que las mantienen a raya.
—Una compañera exquisita —dice, y los ojos le empiezan a brillar—.
Lucharía contigo toda la noche solo para ver tu ferocidad —añade—.
Espero que sepas que me llena de orgullo verte liberarte.
»Por desgracia —continúa—, sigo necesitando que me ayudes a levantar
nuestra maldición.
Me seco la comisura de los labios, donde un poquito de sangre se ha
deslizado desde un corte que tengo en la boca.
—Nunca acepté hacerlo.
—Pero lo harás —insiste—. Veo tu corazón, Selene, mejor que nadie, así
que sé que, aunque puede que tú estés dispuesta a enfrentarte a mí sola,
nunca pondrías a otra gente en peligro.
Los primeros hilos helados del verdadero miedo me recorren la espalda.
—Le haré daño hasta a la última persona de esta sala hasta que accedas a
levantar la maldición —jura.
Mi magia se escapa junto con mi pánico.
—Memnón.
—Me encanta cuando pronuncias mi nombre así —dice—. Acepta
ayudarme a levantar la maldición, compañera. Como tú misma dijiste, nadie
tiene que salir herido. Esto es entre tú y yo. —Lo miro mientras usa mis
propias palabras contra mí—. O podemos hacerlo por las malas.
Apenas ha terminado de hablar cuando oigo que alguien inhala con
fuerza.
A mi derecha, una bruja con el pelo oscuro y rizado se agarra la
garganta. Al parecer no le ocurre nada y, aun así, se sacude, estira la mano y
se agarra al hombro de un desconocido mientras intenta respirar sin éxito.
En el lado opuesto de la pista de baile, un mago se aferra el cuello y
suelta unos ruidos aterradores, como si se estuviera ahogando, mientras su
magia amarillo chillón se mueve, intranquila, a su alrededor.
Un invitado tras otro se agarran la garganta, la respiración se les agarrota
en los pulmones hasta que todo el invernadero se está ahogando con nada
más que la magia de Memnón.
La estancia se llena de magia asustada que se mezcla entre sí y vuelve el
aire brumoso. Sin embargo, toda queda cubierta enseguida por el profundo
tono azul del poder del hechicero.
Esta vez mi magia se libera antes de que yo misma sea consciente de que
he decido luchar. El pálido tono melocotón llena la estancia y se mezcla con
la magia de Memnón. Siento que tira de los extremos del poder de mi alma
gemela para intentar apartar la magia letal de la garganta de todos estos
seres sobrenaturales.
Aprieto los dientes cuando noto resistencia.
—Acepta levantar la maldición, compañera.
—No.
Una ola de poder surge de mí y tira a Memnón por un momento. Oigo
docenas de bocanadas y, por un segundo, la gente coge aire con
desesperación.
Siento como martillazos en la cabeza y mi visión periférica se difumina
mientras se quema un recuerdo tras otro. No sé cuáles son, pero siento un
dolor vacío en el pecho ante la pérdida.
Entonces el poder del hechicero vuelve, le obstruye la tráquea a la gente
y las aprieta como si tuvieran una horca en el cuello.
Suelto un grito de frustración y redoblo mis esfuerzos.
Saco poder de la tierra que tengo debajo y de la luna del cielo, y extraigo
toda la magia que puedo.
Le doy forma en mi interior con cierta tosquedad y la canalizo por los
brazos y las manos.
—Elimina la magia de Memnón de los cuellos —entono, pero tardo en
darme cuenta de que he hablado en sármata.
Mi magia sale precipitada de mí y vuelve a perseguir a la del hechicero.
No es suficiente. Para nada.
Fuerzo más, más y más. Siento que me arde la mente y mi magia se
tensa como un músculo sobrecargado.
—Impresionante, mi reina —dice Memnón enfrente de mí. Los ojos le
brillan como ascuas y el pelo se le levanta del poder—. En serio. No
esperaba tener que sacar mi verdadera naturaleza para esta pelea.
Fortalece su magia en comparación con la mía y de repente pierdo todo
el terreno que creía que había ganado.
Grito del agotamiento y casi me caigo de rodillas. Usar tanta magia de
una vez empieza a volverse doloroso. Me siento como si me estuviera
arrancando los músculos de los huesos, la magia me deshace poco a poco.
Lo peor es que, a pesar de los esfuerzos, la gente sigue ahogándose. Veo
que se les saltan los ojos y les cambia el color de la cara al estar privados de
oxígeno.
Extraigo aún más magia. El martilleo que siento debajo del cráneo ha
aumentado y la bruma de mi visión periférica se ha extendido; no veo nada.
La primera bruja cae y golpea el suelo con un ruido seco.
—Para —le ruego.
—Acepta y lo haré.
Otro cuerpo. Y varios más.
Ahora sí que me dejo caer de rodillas; tengo los músculos débiles y me
tiemblan. Apenas veo a través de mi borrosa visión.
—Por favor, Memnón, acaba con esto.
—Lo haré una vez que aceptes mis términos —responde él.
Todo está ardiendo. Mis recuerdos del instituto, los de mi infancia…
Estoy segura de ello.
—Hablando de términos —continúa; su pelo ondea al invisible viento—,
hay una exigencia más que se me ha olvidado mencionar antes. —Camina
hacia mí y su magia ondula conforme avanza—. Necesito que esto también
lo aceptes.
No aparto la mirada mientras se acerca, con su ominosa forma
acechante.
—Cásate conmigo.
CAPÍTULO 43

—¿Qué?
Quiero reírme. Y gritar. A nuestro alrededor, los cuerpos siguen
golpeando el suelo y soy yo la que está de rodillas, así que esto no puede ser
una proposición de verdad.
Memnón desliza las manos por debajo de mi barbilla.
—Cásate conmigo.
No lo veo bien por culpa de las manchas que me salpican la visión, pero
sí lo oigo bien.
—Acepta levantar la maldición y ser mi esposa de verdad y entonces
liberaré a esta gente.
—Estás enfermo —susurro.
Me aprieta más la barbilla.
—Te estás quedando sin tiempo, brujilla. Es mejor que te decidas rápido.
—No —digo sin aliento—. Elige otros términos.
Suelta una carcajada, como si todo esto tuviera algo de divertido.
—¿Por qué iba a hacerlo? —pregunta—. Te tengo justo donde te quería.
—Su expresión se vuelve seria y su mirada arde—. Sigo bastante resentido
por lo de haber estado encerrado durante varios milenios.
Lo miro mientras se arrodilla delante de mí, con lo que nos quedamos a
la misma altura.
—Pero te quiero —continúa, con un porte apacible—. Siempre te he
querido. La noche que te encontré medio muerta en ese bosque hizo que me
enfrentara a una verdad que intenté enterrar. No puedo vivir sin ti. —El
hierro se apodera de su voz—. Ni pretendo hacerlo.
Me tiembla el cuerpo y el martilleo de la cabeza no hace más que
aumentar. Me ha dado un ultimátum imposible y debo aceptarlo si quiero
que la gente que me rodea sobreviva a esta noche.
—Si lo haces —digo en voz baja—, juro que convertiré todos los días de
tu vida en un infierno.
Despacio, una sonrisa lobuna se le extiende por el rostro.
—Lo estoy deseando, est amage.
Más magia brota de mí, aunque ahora lo hace despacio y choca
inútilmente contra la del hechicero. Empiezo a sentir que mi mente está
vacía. He sobrecargado mi poder y, aun así, hay más sobrenaturales que
están cayendo al suelo. No hay forma de escapar de las exigencias de
Memnón. Al menos no en un sentido real. Mi odio y mi rabia casi me
tragan entera, pero el hechicero tiene razón. No quiero que nadie más muera
por mi culpa.
A mi alrededor, la estancia se ha sumido en el silencio, salvo por los
pocos gorgojeos de pánico y esos perturbadores golpes de los cuerpos al
caer.
Se me agitan los hombros con cada respiración entrecortada. He hecho
todo lo que he podido. Pero no ha sido suficiente.
—Está bien.
Tras eso, me desplomo hacia delante y caigo en sus brazos, que me
esperan. Me cuesta respirar, se me ha acabado la magia.
CAPÍTULO 44

Me encuentro en los brazos de mi enemigo.


Mi alma gemela.
Mi futuro marido.
Lo miro, cansada, mientras se me despeja la vista.
Memnón me aparta el pelo de la cara con una caricia; su mirada es
suave. Supongo que la victoria lo ha ablandado.
A nuestro alrededor, los invitados jadean en busca de aire.
Susurro:
—¿Todo el mundo está…?
—¿Vivo? —termina él por mí.
Asiento con la cabeza.
—Sí. Están vivos y bien.
Me relajo un poco. Ha cumplido con su parte del trato: ha liberado a
estos seres sobrenaturales de una muerte segura.
Lo que significa que ahora yo tengo que cumplir con la mía. Hago una
mueca solo de pensarlo.
El hechicero desliza las manos por debajo de mi cuerpo, se levanta del
suelo y me lleva consigo.
—Mi fiera reina —murmura, apretándome más contra él. No tengo
fuerzas para resistirme a su abrazo. Me tiembla el cuerpo, tengo la mente
deshilachada—. Tienes corazón de guerrera. No podría estar más orgulloso.
Puede que esta noche te haya derrotado, pero tú te has rendido honor a ti
misma y me has honrado a mí batallando con tanta valentía.
«Voy a casarme con este hombre.» Ese pensamiento se repite una y otra
vez. Casi ha matado a toda una estancia llena de gente y, de algún modo,
eso le ha hecho conseguir todo lo que con tanta desesperación quería.
—¡Selene! —Oigo la voz aterrada de mi amiga entre la muchedumbre.
—Sybil —la llamo; mi voz es tenue y débil. Parece alterada, pero está
bien.
Memnón levanta la cabeza y su expresión se vuelve fría una vez más
cuando se fija en Sybil y en el resto de los invitados: tienen los ojos
aterrados y están acurrucados los unos con los otros.
La magia del hechicero surge de él y envuelve la habitación. Antes de
llegar a preguntarle qué hechizo acaba de lanzar, veo que los cristales rotos
se levantan del suelo y vuelven a formar sus ventanas originales. Los
árboles y los arbustos que estaban torcidos ahora se enderezan y se enraízan
de nuevo y la tierra esparcida regresa a los parterres. Las copas de cristal
rotas se reparan solas y los contenidos derramados vuelven a los delicados
recipientes antes de que estos floten hacia las manos de varios asistentes.
Lo más sorprendente de todo son los propios invitados. Parpadean y
miran a su alrededor; su miedo se ha transformado en confusión.
Ver a Memnón usar toda esa magia después de que yo haya agotado casi
hasta la última gota de la mía me da náuseas. Nunca voy a ganar esta
batalla.
—¡Selene! —vuelve a gritar Sybil. Sin embargo, esta vez su voz es
amable y preocupada.
Veo a mi amiga, cuyo largo pelo le cae en cascada sobre su vestido
mientras corre hacia nosotros y mira a Memnón con suspicacia, pero no con
miedo.
¿Qué les ha hecho a su mente y a la de todos los demás? Nadie le está
gritando y, aunque sí que hemos atraído unas cuantas miradas curiosas y
estamos un poco desaliñados, me sujeta como si yo fuera su botín de guerra.
Lo cual, por desgracia, soy, en cierto modo.
—¿Estás bien? —pregunta Sybil. Posa los ojos en varias partes de mi
cuerpo, donde debe de haber algún que otro rasguño o manchurrón.
«No. —Quiero llorar—. No estoy para nada bien.»
—Estoy… bien. —Obligo a las palabras a salir—. Solo… me he torcido
el tobillo. —Suelto una risa débil y un fogonazo de dolor me recorre el
cráneo—. Y por esto no me pongo tacones.
Sybil frunce el ceño, buscando algo en mi cara. Cuando su mirada pasa a
Memnón, se fija en el trozo de camisa manchada de sangre que queda al
descubierto. Su expresión se endurece del asco.
—Tú eres Memnón, ¿verdad? —dice—. Sabía que te distinguiría entre la
multitud.
Ya ha dicho algo así, ¿verdad? Algo que me hizo reír, pero ahora no me
acuerdo…
—Vuelve al baile. —El hechicero les da a las palabras un empujoncito
mágico y Sybil recula.
—Si estás segura de que estás bien… —dice, frunciendo las cejas. Está
luchando contra la magia de Memnón, pero tiene los ojos clavados en mí.
—Lo estoy —digo con aspereza; la mentira me sabe amarga cuando
abandona mis labios. Mi amiga duda un par de segundos más, antes de
volverse al fin y reunirse con un grupo de brujas más grande, como si no
hubiera pasado nada.
Casi todo el mundo está recuperando la compostura.
«Qué demonios había en esa poción mágica?»
«¿Qué acaba de pasar?»
«¿Me he perdido algo?»
«¿Se suponía que eso era parte de la velada?»
Hay unas cuantas risas desganadas y creo que varios sobrenaturales
parecen desconfiados… A ver, somos brujas, así que sabemos un par de
cosas sobre la interferencia mágica. Pero en general la gente está más que
dispuesta a volver a pasárselo bien.
—¿Qué les has hecho? —le pregunto, mirando fijamente a la multitud.
—Les he borrado los recuerdos de los últimos diez minutos.
Ha luchado contra mí, ha contenido y ahogado a una habitación llena de
seres sobrenaturales, les ha quitado parte de sus recuerdos y, aun así, parece
preparado para la batalla.
La cantidad ingente de poder que tiene este hombre a sus disposición es
aterradora.
—No puedes seguir obligando a la gente a hacer lo que tú quieres —
digo, con voz débil por el cansancio.
—Sigues olvidando, est amage, que soy yo quien tiene el poder, lo que
significa que hago lo que me da la gana —responde Memnón, bebiéndome
con los ojos.
El estómago se me encoge ante la forma en que me mira y, si tuviera
más energía, gruñiría y me enfadaría por el hecho de que mi forma de
reaccionar ante él no ha cambiado a pesar de los recientes acontecimientos.
—¿A dónde vamos? —le pregunto mientras el hechicero me saca por las
puertas principales hacia la noche.
—Volvemos a tu habitación, donde tú y yo levantaremos la maldición.
También tenemos una boda que planear.
Uf, cómo detesto a este cabronazo.
Entrecierro los ojos.
—No te sienta bien regodearte.
—Eso no es lo que dijiste hace dos mil años…, pero, claro, eso no lo
recuerdas, ¿verdad?
Lo detesto, lo detesto, lo detesto.
Pero eso no me impide apoyar la cabeza en su pecho, pues estoy
agotada.
El hechicero me acerca más a él y no sé si eso me irrita —pues en el
fondo él es la razón de que esté exhausta— o si ablanda mi enfadado
corazón.
Muevo los ojos hacia la línea de árboles y siento a mi familiar
acechando en las sombras.
—Selene está bien, Nero —grita Memnón—. No hace falta que me
despedaces. No me interesa hacerle daño.
—De momento —añado.
Baja la cabeza para mirarme.
—Ya no —me corrige. Sus ojos son firmes—. Se acabaron las
venganzas, est amage. Preparé mi trampa y la hice saltar. Una vez que
cumplas con tu parte del trato, enterraremos el pasado y miraremos hacia el
futuro. Después de todo, tengo una novia a la que encandilar. —Cuando
dice esta última parte, su expresión cambia, se vuelve casi jovial.
Si tuviera más energía, me abalanzaría contra él y le arrancaría esa
expresión de engreído de la cara. Enterrar el pasado. Si hubiera sido eso lo
que le interesaba, no habría intentado resucitar unos recuerdos perdidos
hace mucho.
Mi familiar sale de la línea de árboles, tan sigiloso y silencioso que es
difícil distinguirlo incluso bajo la luz de la luna llena. Cuando llega a donde
estamos, tiene las orejas hacia atrás y un gruñido bajo le retumba en el
pecho. Le bufa a Memnón mientras le enseña los colmillos.
«Qué gatito tan bueno.» Voy a retractarme de todos los pensamientos
bordes que alguna vez le he dedicado.
—No voy a soltarla, Nero, ni siquiera por…
La pantera se abalanza sobre él con las garras.
Yo me tambaleo un poco mientras el hechicero reacciona y aúlla de
dolor.
—Joder, Nero. Sé que la quieres. Yo también… Está a salvo conmigo.
Mi familiar sigue gruñendo como advertencia, es evidente que está
cabreado. Me basta oír la amenaza que surge de él para estar segura de que
mi pantera atacará a Memnón de nuevo…, solo está esperando el momento
adecuado para hacerlo.
—No pasa nada, Nero —digo en voz baja, extendiendo la mano hacia
abajo.
El gatazo deja de gruñir y, un segundo después, siento que restriega la
cabeza contra mi palma.
Lo acaricio con cuidado.
—Eres el mejor familiar que podría pedir —lo arrullo, aunque estoy
segura de que odia esa voz—. Y estoy bien, lo prometo. Ya planearemos un
momento mejor para atacar a Memnón, ¿te parece? —Siento que el
hechicero me mira, aunque yo no me molesto en hacer lo mismo para ver
qué expresión tiene—. Por ahora podemos dejar al cabrón este tranquilo. Ya
se ha causado demasiado daño esta noche.
—Qué clemente por tu parte, emperatriz —dice Memnón, y percibo la
diversión en su voz.
Al oír al hechicero, Nero gruñe una vez más, pero al final el bufido
acaba desapareciendo poco a poco y, cuando aquel reanuda la marcha, la
pantera se pone a su lado.
—Alégrate de que no le haya pedido que te castre… Creo que estaba
dispuesto a hacerlo.
—Selene, tú y yo sabemos que sientes demasiada curiosidad por mi
polla como para dejar que eso pase.
Lo miro.
—Estoy segura de que, como el resto de tu ser, será una decepción.
Si esperaba que eso ofendiera a Memnón, me equivocaba. El hechicero
suelta una carcajada de sorpresa.
—No me parece gracioso.
—Venga ya, emperatriz, eres divertida incluso cuando haces humor a mi
costa. Además, aprecio que hayas confirmado que me verás la polla en
algún momento.
—Yo no he confirmado…
Mierda, lo he hecho, ¿verdad? Lo he dicho como si fuera a verlo
desnudo en el futuro.
Memnón tiene la misma expresión engreída.
—La castración sigue estando encima de la mesa —insisto.
—Igual que follar, al parecer —responde, y los ojos le brillan,
juguetones.
Entrecierro los ojos al mirarlo.
—Aunque también podemos hacerlo encima de la mesa —añade—. En
realidad, en cualquier sitio que te apetezca, est amage. Vivo solo para
servirte a ti.
Me arden las mejillas ante sus palabras. No ayuda que Memnón me ciña
tan fuerte; siento el latido de su corazón contra la mejilla.
Suelto el aire, pues la lucha ya se ha acabado. El cráneo me sigue
martilleando por toda la magia que he gastado y los recuerdos que he
lapidado. Me hundo aún más en su pecho; me da igual que se tome todo lo
que hago como otra victoria. También puede que lo disfrute, porque esta
noche he perdido de verdad.
Y estoy empezando a procesarlo.
Memnón me lleva hasta la parte delantera de mi casa y sube el camino
hasta la puerta principal. Dejamos atrás a las dos lamassus de piedra y,
aunque son guardianas del umbral, no intentan defenderme de él.
Salvo por Nero, es cierto que estoy sola.
Memnón sube los escalones y el corazón casi deja de latirme cuando la
aldaba de Medusa se mueve y las serpientes del pelo se retuercen.
—No permitimos la entrada a hombres perversos con dudosas…
Su magia azul sale de él y estalla contra la cara de metal.
La aldaba tose con los ojos desorbitados y la puerta se abre.
—Eso ha sido de muy mala educación.
Curva la boca ligeramente.
—Me importan los modales tanto como la ley.
Cruza el vestíbulo y se dirige directo hacia las escaleras, con Nero a sus
pies. El lugar está más tranquilo que nunca. Si hay alguien en la residencia,
estará en su habitación.
Las tablas de madera del suelo crujen mientras Memnón sube las
escaleras y recorre el pasillo. Puede que sea mi imaginación, pero juraría
que casi saboreo la emoción del hechicero.
Pensarlo me acelera el pulso. He estado intentando con todas mis fuerzas
no cavilar sobre lo que está a punto de pasar cuando lleguemos a mi
habitación, pero ahora que la veo no puedo contener que cada vez estoy
más nerviosa.
Memnón se detiene ante mi puerta y, usando su magia, vuelve a abrirla
antes de llevarme dentro. Después de que entre Nero, el hechicero cierra de
una patada.
Me deja en el borde de la cama con una delicadeza sorprendente; luego
coje la silla que está al lado de la cama y la arrastra hasta mí.
Lo miro con los ojos entrecerrados mientras se sienta y descansa los
antebrazos en los muslos, uno de los cuales está ensangrentado ahí donde
Nero le ha arañado.
El familiar en cuestión se pone a mi lado y el enorme gatazo apoya su
peso contra mi pierna. Bajo la mano para acariciarlo y, aunque estoy débil
por el esfuerzo y sentada en mi cama individual y no en un trono, ahora
mismo, con mi vestido de la venganza y con mi pantera a mi lado, me
siento como una reina malvada. Me aferro a esa imagen, porque tiene
fuerza, una fuerza que necesito muchísimo.
—¿Estás preparada para empezar? —dice Memnón.
Muestra un rostro plácido, pero los ojos tienen un destello febril. Veo el
deseo y la excitación hirviendo a fuego lento bajo la superficie.
Supongo que se refiere a levantar la maldición. Cosa para la que, joder,
no, no estoy preparada. Pero entonces me acuerdo del trato al que hemos
llegado.
«Cásate conmigo.»
Me imagino la piel de este hombre apretada contra la mía, su cuerpo
bajando…
El corazón me late desbocado ante esa imagen y la boca se me queda
seca.
Es demasiado gráfico.
Cuanto más me demoro en ella, más se me calienta la sangre.
Me mojo los labios.
—¿Cuándo te gustaría casarte?
«No me puede creer que le esté preguntando esto.»
Memnón se inclina hacia delante, me coge la mano y la sujeta entre las
suyas. Su hermosura es perversa y odio fijarme en ella, incluso ahora.
—Ahora mismo —responde.
Me quedo sin aliento de repente.
—No.
—Sí —insiste—. Ya estamos vinculados… Tu magia reclamó la mía en
cuanto se manifestó en ti, alma gemela. Y, aunque no lo recuerdes, ya
estuvimos casados muchísimo tiempo.
Suelto un suspiro tembloroso.
—Entonces, ¿por qué te molestas en casarte conmigo otra vez? —digo.
Hago un último esfuerzo para que ceje en esta terrible idea de
vincularnos ante la ley.
Memnón levanta una mano y me acaricia la mejilla, un gesto tan dulce
que me desarma.
—Nuestra magia siempre ha estado comprometida con nosotros, pero
quiero que tú también te comprometas a propósito, Selene. Quiero que nos
demos la mano bajo el cielo, ante nuestros dioses antiguos y los tuyos
nuevos, y que digamos nuestros votos.
»Y, aunque no creas en mí, quiero que tengas fe en la santidad de nuestra
unión. —Me escudriña con esos ojos luminosos que tiene—. Y creo que lo
harás.
No sé cuánto sabe sobre mí —en general, mis recuerdos están un tanto
embotados después de la batalla de hace un rato—, pero, sí, creo en la
santidad del matrimonio.
Por eso me he mantenido muy muy lejos de ese compromiso.
En la distancia, oigo el leve sonido de las sirenas. Al principio, no me
hace pensar en nada. Pero luego, a través de los magullados y doloridos
recovecos de mi mente, recuerdo fragmentos de una llamada que he
recibido esta noche. Me esfuerzo por recordar…
«La Politia va a arrestarte.»
Contengo el aliento cuando el recuerdo vuelve a mí.
Van a arrestarme. Esta noche…, ahora mismo.
«Joder.»
Memnón también debe de oír las sirenas, porque levanta las cejas y, por
el brillo de sus ojos, deduzco que también se da cuenta de lo que va a pasar.
—Oh, no. —Hay cero simpatía en su voz.
¿Y por qué habría de haberla? Fue él quien orquestó toda esta maldita
situación.
—Será mejor que levantemos esta maldición antes de que lleguen —
continúa—. Después de todo, el tiempo está a punto de acabarse.
Estoy furiosa, pero hay algo que no tiene sentido y no dejo de darle
vueltas.
—¿Por qué quieres casarte conmigo si me voy a pudrir en la cárcel?
Pues parece que es ahí donde voy a acabar.
Memnón sigue sujetándome la mano y ahora me da un apretón.
—No te preocupes por las razones, est amage. Lo único que tienes que
hacer es cumplir con tu parte del trato.
Lo miro con una mueca.
Ha planeado algo más. Debe de haberlo hecho. Si no, esta situación no
tiene sentido.
—¿Estás preparada, est amage?
Diosa, sálvame, vamos a hacerlo. Creo que voy a vomitar.
Me obligo a asentir con la cabeza.
—Vamos a acabar con esto.
CAPÍTULO 45

Fuera, las sirenas de la Politia se acercan cada vez más.


—En primer lugar —dice Memnón—, debemos hacer un juramento
inquebrantable.
Frunzo las cejas mientras él busca algo en el bolsillo interior de su
esmoquin.
—¿Un juramento inquebrantable? ¿Sobre qué?
Me lanza una mirada.
—Sobre lo que has prometido esta noche. Por mucho que me preocupe
por ti, est amage, no confío en tu palabra.
Del bolsillo del pecho, se saca una daga con un mango ornamental. Me
tenso al verla.
Antes de seguir reaccionando, Memnón baja el cuchillo hasta su otra
mano y ni siquiera se acobarda un poquito mientras se corta. Tardo un
segundo de más en recordar que los hechizos vinculantes requieren sangre.
Y eso es lo que estamos haciendo ahora mismo. Formalizar el acuerdo.
Se limpia la cuchilla en los pantalones y luego me tiende el puñal por el
mando.
Tras dudar por un breve instante, lo cojo y lo miro sin pestañear. Está
claro que el hechicero está decidido a envolverme en promesas hasta que
esté tan metida que me sea imposible escapar de él.
Eso ya lo veremos.
Esa es mi promesa.
Me llevo la hoja a la palma y me muerdo el labio cuando siento la
llamarada de dolor. Brota una línea de sangre y, por un momento, lo único
que puedo hacer es mirarla fijamente.
Memnón me quita el cuchillo mientras estoy distraída y vuelve a
limpiarlo antes de guardarlo. Con su mano ensangrentada, busca la mía y
entrelaza sus largos dedos oscurecidos con los míos. La herida de su palma
presiona la mía y nuestra sangre se entremezcla.
La poca magia que me queda se despierta ante el contacto y unos hilillos
se desprenden de mi sangre y de la de él. Su propia magia alcanza la mía y
ambas se retuercen una y otra vez.
Fuera, oigo que los coches se detienen y las sirenas se apagan. Tengo
unos minutos, si acaso, antes de que me atrapen.
Memnón me aprieta la mano y me urge a hablar en silencio.
Abro los labios y sello mi destino.
—Juro ante mis dioses y los tuyos que esta noche levantaré nuestra
maldición y que, en cuanto las circunstancias lo permitan, me casaré
contigo. Vinculo mi vida a estos votos.
Mi magia brilla cuando termino el juramento y aspiro una bocanada de
aire cuando se funde con la de Memnón.
Levanto la vista hacia el hechicero.
Ya me está mirando, a la vez con suavidad… y ansia.
El corazón me late desbocado y me quedo sin aliento, cosa que me
gustaría que se debiera al horror, no a esta extraña curiosidad que me
suplica que le acaricie la cara y me lance de lleno a esta promesa que he
hecho.
—Ahora, por tus recuerdos —dice Memnón, que tiene la voz ronca de la
emoción.
Fuera, oigo las puertas de los coches, que se abren y se cierran. Me
suelta las manos antes de envolverme la cara.
—Est amage, sé que esto parece el final, pero te juro que es el principio.
Sea lo que sea lo que haya entre nosotros, levantaremos esta maldición y lo
descubriremos juntos. Y lo arreglaremos. Sigo siendo tuyo… para siempre.
Aprieto la mandíbula. No queda nada que arreglar. Esto será un
matrimonio y un vínculo solo en la teoría.
Memnón debe de ver o sentir mis emociones, porque su expresión se
vuelve sombría.
Me toma las manos entre las suyas y aprieta las palmas ensangrentadas
una vez más.
—Repite después de mí. —Entonces cambia de idioma y su voz se
vuelve más arrastrada y gutural—: La maldición que lancé, ahora levantaré.
Mi voluntad retiraré. Termino mi conjuro. Restablezco el equilibrio que
puse en apuros. —Repito sus palabras y la cabeza me martillea más fuerte
con cada frase—. Revela los recuerdos que esta maldición oscureciere. Por
ahora y por siempre.
Cojo aire para darme ánimos y también repito esto. Mi magia se agita,
inquieta, bajo mi piel y la creciente presión que ejerce me tiene en vilo.
Memnón y yo repetimos las frases una vez más, esta vez juntos.
«Por ahora y por siempre.»
Mi magia explota tras mis ojos y entonces…
… empieza.
CAPÍTULO 46

Comienza con los recuerdos más recientes, primero esta noche y luego el
resto del día, completado con tal detalle que casi jadeo.
Está…, está funcionando de verdad.
Una parte de mí no creía que fuera a hacerlo.
La semana anterior vuelve en toda su plenitud, luego la anterior… y la
anterior a esa. Cada vez más rápido, los recuerdos van volviendo, aunque
no me da tiempo a examinarlos uno a uno.
Veo el tiempo que he pasado aquí en el Aquelarre del Beleño Negro, y
luego, la época anterior.
Me veo a mí misma abriendo la tumba… y luego despertando a mi alma
gemela atrapada. Y, antes de eso, encuentro a Nero y el desgarrador
accidente aéreo al que sobreviví.
Se me han abierto los labios y, aunque sé que Memnón me mira con
atención en el presente, yo estoy atrapada en el pasado, pues mis recuerdos
desenterrados exigen casi toda mi atención.
El año pasado vuelve a mí y suelto el aire con temblorosos jadeos. Hay
mucho anhelo, frustración y dudas sobre mí misma mientras me esfuerzo
por entrar en el Aquelarre del Beleño Negro. Pero también descubrí
muchísimas cosas de mí misma durante esa época… Fui capaz de vivir sola
y de arreglármelas bien en San Francisco. Tenía mi propio trabajo y me
pagaba sola el alquiler.
Vuelven a mí fragmentos de conocimientos, cosas de las que antes no
estaba segura, como que sí que me gusta hacer ejercicio, a pesar de haber
protestado y gruñido al respecto. Y es cierto que soy una cocinera terrible:
mi mente ha desenterrado muchísimos intentos desastrosos. He intimado
con cuatro hombres, incluido Memnón, y he tenido muchas más citas de las
que imaginaba. He releído cada uno de mis libros favoritos media docena
de veces y de verdad reviví la alegría de hacerlo una y otra vez.
Mis años en la Academia Peel y el internado sobrenatural al que fui
regresan a mí y luego los recuerdos de la vida que tuve antes del Despertar
de mi poder. Ni siquiera esos recuerdos quedaron a salvo de los estragos de
mi magia.
De niña y adolescente, fui feliz, caótica y salvaje. Jugaba al aire libre la
mayor parte del día, junto con mis poderosos padres, quienes, con la ayuda
de un poco de magia, convirtieron nuestro patio trasero en un país de las
maravillas salvaje. Cuando no tenía las manos y los pies metidos en la
tierra, estaba dibujando o pintando. Lo más sorprendente de todo es que era
un desastre y desorganizada. Mi habitación era una leonera y mi madre me
hacía recitar un conjuro de limpieza con ella.
Recuerdo a mi tía abuela Giselle, que olía a polvos de talco y a
demasiado perfume y que tenía una opinión sobre absolutamente todo;
murió de cáncer. Mi madre estuvo llorando durante semanas y yo creía que
nunca volvería a sonreír, hasta que por fin lo hizo.
Mi mente va mucho más atrás.
Mi padre me enseñó a montar en bicicleta; su magia color verde hierba
ondeaba entre las ruedas cuando yo empezaba a perder el equilibrio. Hice y
comí galletas de jengibre con mi madre y las dos hicimos una mueca al
probar el punzante sabor dulzón.
Qué pequeña era… Mamá me leía cuentos de hadas y a mí me
enfadaban. «Las princesas no llevan vestidos… Llevan pantalones y
disparan flechas montadas a lomos de su caballo. Lo sé porque soy una
reina. Pero ¿dónde está mi rey? Debería estar aquí. Siempre está aquí. Algo
no va bien.»
Mis recuerdos se vuelven confusos y distorsionados.
Veo un columpio hecho con un neumático. Arbustos con fresas, pero
alguien me dijo que no me las comiera. Tenían muy buena pinta y yo quería
hacerlo.
Confundía las palabras antiguas con las nuevas. Fue duro. Mis padres no
lo entendían. En realidad, yo tampoco.
Largos pasillos. Un libro antiguo y pesado que parecía hacer que el aire
brillara a su alrededor. Una manta de cuadros, un gatito peludito.
Me mecían. Me sostenían. Unos brazos cálidos…
Los recuerdos terminan y Memnón se vuelve más nítido. Ya no me
sujeta las manos, sino que me envuelve el rostro con las suyas. «¿Cuándo
ha pasado esto?» Siento la presión de su magia y la mía.
El martilleo que siento en la cabeza ha empeorado.
—Ya recuerdo —susurro.
Sacude la cabeza.
—No, no recuerdas —susurra—. No todo. Aún no.
Me presiona la mejilla con su mano ensangrentada. Y, en algún lugar de
la planta de abajo, la Politia aporrea la puerta principal.
—Prepárate, est amage… Ya viene.
—¿Qué vie…? —Me atraganto con la última palabra.
Se me arquea la espalda y se me abre la boca, sin apartar la mirada del
techo. Le rodeo las muñecas a Memnón cuando mi mente parece partirse y
un conjuro de dos mil años se disuelve.
A su paso, deja un único instante de paz. Los recuerdos de otra época y
de otro lugar se derraman.
Empieza con fuego y sangre y gritos. Puede que estos recuerdos sean
más antiguos, pero son mucho más aterradores que cualquier cosa que haya
experimentado.
Le aprieto las muñecas a Memnón y siento que las lágrimas me recorren
las mejillas.
Tenía razón todo este tiempo. Soy Roxilana. Ella soy yo.
Y en mi mente está muy claro que el único verdadero héroe de esta
primera vida, la única persona que me amó y luchó por mí, que me defendió
y que me adoró, fue Memnón.
El terrible y poderoso Memnón, que en realidad sí que mató ejércitos
enteros. Me amó más que a su propia vida y yo lo amé con la misma
fiereza.
Aquí, en el presente, me acaricia las mejillas con los pulgares y murmura
cosas para tranquilizarme:
—No pasa nada, mi amor. Todo va bien. Estás aquí, conmigo.
Pero en algún punto las cosas cambiaron.
Mi vida se torció y se torció y las paredes se cerraron sobre mí, igual que
ahora.
E hice lo impensable.
Traicioné a mi alma gemela.
Me estremezco al saber la verdad. Los recuerdos terminan de repente.
Aspiro una bocanada de aire cuando la magia los corta.
Apenas soy consciente de que los agentes de la Politia están subiendo
por las escaleras; sus pesados pasos resuenan mientras se acercan a mi
habitación, pero ya casi no me importa.
Todavía siento la humedad de mis lágrimas y la sangre de Memnón en
las mejillas.
Me mira con dulzura y despreocupación.
—¿Roxi? —dice en voz baja.
Al oír ese nombre se me escapa un sollozo. Soy al mismo tiempo la
antigua y la nueva. He renacido.
—Nunca deberías haberme devuelto estos recuerdos —digo, poco más
que con un susurro—. Yo estaba mejor antes… y tú también.
La puerta se abre de repente y los agentes de la Politia se precipitan
dentro de la habitación.
Ni Memnón ni yo les prestamos mucha atención.
—Est amage —dice; su expresión se ha vuelto más febril—, ya lo
solucionaremos. Juntos. Juro enmendar todos mis errores. Lo que quieras,
lo tendrás. Soy tuyo para siempre.
Intenta tirar de mí hacia él, pero alguien me arranca de sus brazos.
Un agente me da la vuelta y me pone las esposas en las muñecas, a pesar
de que Nero les está gruñendo a los intrusos.
—Selene Bowers, quedas arrestada… —Siguen hablando y Nero sigue
gruñendo, pero ya no soy consciente de nada, salvo de Memnón.
Le escudriño los ojos.
—¿Qué he hecho? —susurro.
«Nunca debería haberlo despertado de su sueño.»
He lanzado un monstruo al mundo.
Nota de la autora

Los sármatas fueron un grupo real de pastores nómadas que vivieron en la


estepa póntica hace unos dos mil años. Me enamoré de este pueblo hace
unos quince años, en la universidad, cuando estudié las sepulturas de
decenas de niñas y mujeres jóvenes que fueron enterradas con atuendos de
guerreras y cuyos restos mostraban signos de violencia. Se cree que fueron
la inspiración real para las historias de las míticas amazonas, ya que tanto
las mujeres escitas como las sármatas cabalgaban a la batalla.
Desde que me enteré de la existencia de esta cultura, he intentado buscar
todo lo que he podido sobre quiénes eran y cómo era su vida. Por desgracia,
los sármatas no dejaron tras de sí registros escritos de su propia vida, así
que el idioma que Memnón y Selene hablan en Hechizada es inventado,
aunque intenté incorporar sonidos lingüísticos comunes que vi en las
palabras que sí sobrevivieron.
Como no encontré la palabra sármata original para reina, usé en su lugar
amage, que viene del nombre de una reina sármata real. Del mismo modo,
el nombre de Roxilana está basado en la palabra sármata roxolani, que más
o menos significa «gente bendecida».
También habría que tener en cuenta que saqué cosas de otras tribus de
pastores nómadas, sobre todo de los escitos, para llenar las lagunas del
registro arqueológico, ya que los sármatas compartían muchas prácticas
culturales e ideológicas con las tribus adyacentes en el tiempo y en el
espacio. Un ejemplo de esto es la palabra xsaya, que parece ser el término
escito para rey, según una inscripción luvita.
Algunos detalles destacados más que me gustaría mencionar: los
hombres sármatas tenían tatuajes, y los de Memnón en particular están muy
inspirados en los que se encontraron en los restos de un jefe pazyryk. Del
mismo modo, la cicatriz del hechicero es un duplicado de la que se encontró
en un guerrero escito. Los cálices con forma de cráneo están también
basados en prácticas reales a la par que macabras.
A pesar de que este libro es una obra de ficción, ha sido divertido darles
vida a los retazos de esta cultura que me ha tenido atrapada durante tanto
tiempo.
Agradecimientos

Hechizada supone la primera vez en cuatro años que he sido capaz de


compartir un nuevo mundo ficticio con todos vosotros y no puedo
transmitiros lo emocionada que estoy de presentároslo. Aunque, para ser
justa, esta historia sucede en el mismo universo que mis series El
negociador y Unearthly, así que más bien se trata de regresar a un antiguo y
querido lugar y descubrir algo nuevo al respecto. He estado trabajando con
cierta regularidad en esta serie durante los últimos años y la magia de este
mundo y el inagotable optimismo y el humor de Selene han sido una alegría
a la hora de escribir.
Dicho esto, me costó muchísimo sacarme esta idea de la cabeza y dejarla
en vuestras manos. Gran parte de esto se lo debo a dos mujeres en particular
que de verdad me ayudaron a que fuera posible. Mi agente, Kimberly
Brower, y mi editora, Christa Désir, fueron las dos primeras personas que
leyeron mi manuscrito y gracias a su apoyo y su guía esto me ha resultado
una experiencia increíble. He sido un lobo solitario en esto de la
publicación durante muchísimo tiempo, y estas dos damas me enseñaron de
verdad lo que significa no pasar por todo esto sola. Gracias a las dos desde
lo más profundo de mi corazón por lo que habéis hecho.
También quiero darle las gracias a Manu, que me ha ayudado a limpiar y
a pulir Hechizada. Tus comentarios me sirvieron muchísimo y las notitas al
margen que me fuiste dejando por todo el manuscrito me dieron la vida.
A Pam, Katie, Madison y al resto del equipo Bloom, muchísimas gracias
por el amor y el entusiasmo que habéis puesto en este libro. Si soy sincera,
me sorprende haber conseguido trabajar con una gente tan increíble como
vosotros.
K. D. Ritchie, ¡gracias por esa preciosa portada y por todo el arte y el
diseño gráfico que has hecho para este libro! Todavía recuerdo que, cuando
vi la portada, que en un principio se hizo para una de las novelas cortas de
la serie, me encabezoné en que tenía que ser la de Hechizada. Me sigue
teniendo hipnotizada.
Dan, gracias por ser mi historia de amor en la vida real y la prueba de
que las almas gemelas existen de verdad. Sin toda la angustia y los
conflictos de las historias de amor ficticias que escribo, claro. Astrid y Jude,
gracias por el amor y los mimos y por recordarme cada día que me fije en
que la magia existe a nuestro alrededor. Espero que nunca perdáis esa
maravillosa perspectiva que tenéis del mundo.
A mis lectores, gracias por darle una oportunidad a Hechizada. Siempre
me siento muy honrada por la avalancha de amor y emoción que les dais a
todos mis libros, y con este no ha sido diferente. Gracias por dejarme
compartir mis palabras y mis mundos con vosotros.
Título original: Bewitched

Edición en formato digital: noviembre de 2023

© Del texto: Laura Thalassa, 2023. Se han hecho valer los derechos morales de la autora.
© De la traducción: Ana Navalón Valera, 2023
© De esta edición: Faeris Editorial (Grupo Anaya, S. A.), 2023
Conversión a formato digital: REGA

ISBN: 978-84-19988-05-8

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Contenido

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Nota de la autora
Agradecimientos
Créditos

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