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¡Cuidémonos!
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CRÉDITOS

Traducción

Mona

Corrección

Niki26

Diseño

Bruja_Luna_
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ÍNDICE
IMPORTANTE ____________________ 3 CAPÍTULO 15 __________________ 159
CRÉDITOS _______________________ 4 CAPÍTULO 16 __________________ 170
SINOPSIS _______________________ 7 CAPÍTULO 17 __________________ 180
PRÓLOGO _______________________ 9 CAPÍTULO 18 __________________ 186
CAPÍTULO 1 ____________________ 18 CAPÍTULO 19 __________________ 194
CAPÍTULO 2 ____________________ 36 CAPÍTULO 20 __________________ 201
CAPÍTULO 3 ____________________ 48 CAPÍTULO 21 __________________ 207
CAPÍTULO 4 ____________________ 56 CAPÍTULO 22 __________________ 222
CAPÍTULO 5 ____________________ 66 CAPÍTULO 23 __________________ 236
CAPÍTULO 6 ____________________ 74 CAPÍTULO 24 __________________ 245
CAPÍTULO 7 ____________________ 83 CAPÍTULO 25 __________________ 252
CAPÍTULO 8 ____________________ 89 CAPÍTULO 26 __________________ 265
CAPÍTULO 9 ____________________ 99 CAPÍTULO 27 __________________ 267
CAPÍTULO 10 __________________ 106 CAPÍTULO 28 __________________ 278
CAPÍTULO 11 __________________ 119 CAPÍTULO 29 __________________ 291
CAPÍTULO 12 __________________ 127 CAPÍTULO 30 __________________ 301
CAPÍTULO 13 __________________ 135 EPÍLOGO ______________________ 319
CAPÍTULO 14 __________________ 151 ACERCA DE LA AUTORA __________ 322
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SINOPSIS
Una peligrosa alianza entre una novia vampira y un hombre lobo
Alfa se convierte en un amor lo bastante profundo como para hincarle el diente
en este nuevo romance paranormal.

Misery Lark, la única hija del concejal vampírico más poderoso del
Suroeste, vuelve a ser una marginada. Sus días de vivir en el anonimato entre los
humanos han terminado: ha sido llamada para mantener una histórica alianza de paz
entre los vampiros y sus enemigos mortales, los licántropos, y no ve otra opción que
entregarse a cambio, una vez más...

Los licántropos son despiadados e impredecibles, y su Alfa, Lowe


Moreland, no es una excepción. Gobierna su manada con autoridad absoluta,
pero no sin justicia. Y, a diferencia del Consejo vampiro, no sin sentimientos. Por la
forma en que sigue cada movimiento de Misery, está claro que no confía en ella. Si
supiera cuánta razón tiene...
Porque Misery tiene sus propias razones para aceptar este matrimonio de
conveniencia, razones que no tienen nada que ver con la política ni con las alianzas,
y sí con lo único que siempre le ha importado. Y está dispuesta a hacer lo que haga
falta para recuperar lo que es suyo, aunque eso signifique una vida a solas en
territorio licántropo... a solas con el lobo.
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Para Thao y Sarah. No podría hacer esto sin ustedes, y ni siquiera querría.
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PRÓLOGO

Este matrimonio, va a ser un problema.


Ella va a ser un problema.

Esta guerra nuestra, la que enfrenta a los vampiros y los licántropos, comenzó
hace varios siglos con brutales escaladas de violencia, culminó entre torrentes de
sangre multicolor y terminó en un gemido por una tarta de crema de mantequilla el
día en que conocí a mi marido por primera vez.
Que, casualmente, también fue el día de nuestra boda.
No es exactamente el material de los sueños de la infancia. Pero no soy una
soñadora. Solo contemplé el matrimonio una vez, en los sombríos días de mi infancia.
Tras unos cuantos castigos demasiado duros y un intento de asesinato mal ejecutado,
Serena y yo urdimos planes para una gran fuga, que iba a implicar distracciones a
base de pirotecnia, robar el coche de nuestro tutor de matemáticas y dar la vuelta a
nuestros cuidadores por el retrovisor.
«Pasaremos por el refugio de animales y adoptaremos uno de esos perros
peludos. Conseguiremos un granizado para mí, un poco de sangre para ti.
Desapareceremos para siempre en territorio humano.»
«¿Me dejarán entrar si no soy humana?» pregunté, aunque ése era el menor de
los defectos de nuestro plan. Las dos teníamos once años. Ninguna de las dos sabía
conducir. La paz entre especies en la región suroeste dependía, literalmente, de que
yo no me moviera de aquí.
«Yo te respaldaré.»
«¿Será suficiente?»
«¡Me casaré contigo! Creerán que eres humana, mi esposa humana.»
Tal y como iban las propuestas, parecía sólida. Así que asentí solemnemente y
dije: «Acepto.»
Eso fue hace catorce años, sin embargo, y Serena nunca se casó conmigo. De
hecho, hace tiempo que se fue. Estoy aquí sola, con un montón de recuerdos de boda
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carísimos que, con suerte, engañarán a los invitados para que pasen por alto la falta
de amor, compatibilidad genética o incluso conocimiento previo entre el novio y yo.
Intenté organizar una reunión. Sugerí a mi gente que sugirieran a su gente que
podríamos almorzar la semana anterior a la ceremonia. Un café el día anterior. Un
vaso de agua del grifo la mañana anterior... cualquier cosa para evitar un «Gusto en
conocerte» delante del oficiante. Mi petición se elevó al Consejo vampiro, y dio lugar
a una llamada telefónica de uno de los ayudantes de los miembros. Su tono conseguía
ser educado a la vez que insinuaba que yo era una chiflada. «Es un licántropo. Un
licántropo muy poderoso y peligroso. Solo la logística de proporcionar seguridad
para tal reunión sería...»
«Me casaré con este peligroso licántropo» señalé con ecuanimidad, y un tímido
carraspeó.
«Es un Alfa, Srta. Lark. Demasiado ocupado para reunirse.»
«¿Ocupado con...?»
«Su manada, Srta. Lark.»
Me lo imaginé en un gimnasio casero, trabajando incansablemente sus
abdominales, y me encogí de hombros.
Han pasado diez días y aún no he conocido a mi novio. En lugar de eso, me he
convertido en un proyecto que requiere un esfuerzo concertado por parte de un
equipo interdisciplinar para estar guapa. Una manicurista me arregla las uñas para
que se conviertan en óvalos rosas. Un especialista en tratamientos faciales acaricia
mis mejillas con fruición. Un peluquero oculta mágicamente mis orejas puntiagudas
bajo una red de trenzas rubias oscuras y un experto en maquillaje pinta una cara
diferente sobre la mía, algo interesante, sofisticado y cigomático.
—Esto es arte —le digo, estudiando el contorno en el espejo—. Deberías ser
becario del Guggenheim.
—Lo sé. Y no he terminado —me reprende, antes de mojar el pulgar en un bote
de tinte verde oscuro y pasarlo por el interior de mis muñecas. La base de la garganta
a ambos lados. La nuca.
—¿Qué es esto?
—Solo un poco de color.
—¿Para qué?
Un resoplido.
—He movido hilos y he investigado las costumbres. A tu marido le gustará. —
Se aleja, dejándome sola con cinco extrañas marcas y una nueva estructura ósea. Me
meto en el traje de novia que el estilista me rogó que no llamara enterizo, y mi
hermano gemelo viene a buscarme.
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—Estás impresionante —dice Owen con rotundidad y desconfianza,
entornando los ojos como si yo fuera un billete falso de diez dólares.
—Fue un esfuerzo de equipo.
Me hace un gesto para que lo siga.
—Espero que te hayan vacunado contra la rabia de paso.
Se supone que la ceremonia es un símbolo de paz. Por eso, en una muestra de
confianza reconfortante, mi padre exigió un destacamento de seguridad armado
exclusivamente vampiro para la ceremonia. Los licántropos se negaron, lo que llevó
a semanas de negociaciones, luego a una ruptura casi total del compromiso en y,
finalmente, a la única solución que podía hacer que todos estuvieran igual de
descontentos: dotar el evento de personal humano.
Hay un ambiente tenso, y luego está esto. Un lugar, tres especies, cinco siglos
de conflicto y cero buena fe. Los tipos de trajes negros que nos escoltan a Owen y a
mí parecen indecisos entre protegernos o matarnos ellos mismos, solo para acabar
de una vez. Llevan gafas de sol en el interior y murmuran un pésimo pero entretenido
código en sus mangas. Murciélago está volando hacia la sala de ceremonias. Repito,
tenemos a Murciélago.
El novio es, sin inventiva, Lobo.
—¿Cuándo crees que tu futuro marido intentará matarte? —pregunta Owen
conversadoramente, mirando al frente—. ¿Mañana? ¿La semana que viene?
—Quién lo diría.
—Dentro de un mes, seguro.
—Por supuesto.
—Uno tiene que preguntarse si los licántropos enterrarán tu cadáver o
simplemente, ya sabes, se lo comerán.
—Alguien tiene que.
—Pero si quieres vivir un poco más, intenta lanzarle un palo cuando empiece a
machacarte. He oído que les encanta buscar...
Me detengo bruscamente, provocando un ligero revuelo entre los agentes.
—Owen —digo, volviéndome hacia mi hermano.
—¿Sí, Misery? —Sus ojos se clavan en los míos. De repente, su máscara
indolente e insultante se desprende y ya no es el heredero superficial de mi padre,
sino el hermano que se metía en la cama conmigo cada vez que tenía pesadillas, que
juró protegerme de la crueldad de los humanos y la sed de sangre de los licántropos.
Han pasado décadas.
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—Ya sabes lo que pasó la última vez que los vampiros y los licántropos intentaron
esto —dice, cambiando a nuestra lengua.
Claro que sí. El áster está en todos los libros de texto, aunque con
interpretaciones muy diferentes. El día en que el púrpura de nuestra sangre y el
verde de la de los licántropos fluyeron juntos, tan brillante y hermoso como la flor que
da nombre a la masacre.
—¿Quién demonios entraría en un matrimonio de conveniencia política después
de eso?
—Yo, aparentemente.
—Vas a vivir entre los lobos. Sola.
—Correcto. Así es como funcionan los intercambios de rehenes. —A nuestro
alrededor, los trajeados comprueban apresuradamente sus relojes—. Tenemos que
irnos...
—Solo para ser masacrada. —La mandíbula de Owen rechina. Es tan diferente
a su habitual despreocupación que frunzo el ceño.
—¿Desde cuándo te importa?
—¿Por qué haces esto?
—Porque una alianza con los licántropos es necesaria para la supervivencia de...
—Estas son las palabras de padre. No es por lo que accediste a hacer esto.
No lo es, pero no voy a admitirlo.
—Tal vez subestimas la capacidad de persuasión de papá.
Su voz se reduce a un susurro.
—No lo hagas. Es una sentencia de muerte. Di que has cambiado de opinión,
dame seis semanas.
—¿Qué habrá cambiado en seis semanas?
Vacila.
—Un mes. Pue…
—¿Pasa algo? —Ambos saltamos ante el tono cortante de papá. Por una fracción
de segundo volvemos a ser niños, otra vez regañados por existir. Como siempre,
Owen se recupera más rápido.
—No. —La sonrisa vacua vuelve a sus labios—. Solo le estaba dando a Misery
algunos consejos.
Mi padre se abre paso entre los guardias de seguridad y mete mi mano en su
codo con facilidad, como si no hubiera pasado una década desde nuestro último
contacto físico. Me obligo a no retroceder.
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—¿Estás lista, Misery?
Ladeo la cabeza. Estudio su rostro severo. Pregunto, más que nada por
curiosidad:
—¿Importa?
No debe de ser así, porque no responde a la pregunta. Owen nos mira marchar,
inexpresivo, y luego nos grita:
—Espero que hayan traído un rodillo para pelusas. He oído que se les cae el
pelaje.
Uno de los agentes nos detiene frente a las puertas dobles que dan al patio.
—Concejal Lark, señorita Lark, un minuto. Aún no están preparados. —
Esperamos uno junto al otro durante un puñado de incómodos instantes, y entonces
padre se vuelve hacia mí. Con mis tacones de estilista, casi llego a su altura, y sus ojos
captan los míos con facilidad.
—Deberías sonreír —ordena en nuestra lengua—. Según los humanos, una boda
es el día más hermoso de la vida de una novia.
Mis labios se crispan. Hay algo grotescamente divertido en todo esto.
—¿Y el padre de la novia?
Suspira.
—Siempre fuiste innecesariamente desafiante.
Mis fracasos no perdonan frente.
—No hay vuelta atrás, Misery —añade, no sin malicia—. Una vez que se complete
la pedida de mano, serás su esposa.
—Lo sé. —No necesito que me tranquilicen, ni que me animen. No he sido más
que inquebrantable en mi compromiso con esta unión. No soy propensa al pánico, ni
al miedo, ni a los cambios de opinión de última hora—. He hecho esto antes,
¿recuerdas? —Me estudia durante unos instantes, hasta que las puertas se abren a lo
que queda de mi vida.
Es una noche perfecta para una ceremonia al aire libre: luces de cuerda, brisa
suave, estrellas parpadeantes. Respiro hondo, contengo la respiración y escucho la
marcha de Mendelssohn, interpretada por un cuarteto de cuerda. Según la
burbujeante organizadora de bodas que me ha estado llenando el teléfono de enlaces
en los que no hago clic, el viola es miembro de la Filarmónica humana. Los tres
mejores del mundo —me escribió, seguido de más signos de exclamación de los que
he utilizado en mis comunicaciones escritas desde que nací. Debo admitir que suena
bien. Aunque los invitados miren a su alrededor, confundidos, inseguros de cómo
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proceder hasta que un empleado agobiado les hace un gesto para que se pongan en
pie.
No es culpa suya. Las ceremonias de boda son, desde hace más o menos un
siglo, exclusivamente cosa de humanos. La sociedad vampira ha evolucionado más
allá de la monogamia, y los licántropos... No tengo ni idea de lo que hacen los
licántropos, ya que nunca he estado en presencia de uno.
Si lo hubiera hecho, no estaría viva.
—Vamos. —Mi padre me agarra del codo y empezamos a caminar por el
pasillo.
Los invitados de la novia son familiares, pero solo vagamente. Un mar de
figuras de sauce, ojos lilas que no parpadean, orejas puntiagudas. Labios cerrados
sobre colmillos y miradas medio compasivas, casi siempre de asco. Veo a varios
miembros del círculo íntimo de mi padre; consejeros que no veo desde que era niña;
familias poderosas y sus vástagos, la mayoría de los cuales adulaban a Owen y eran
unos mierdecillas conmigo cuando éramos niños. Nadie de los presentes podría
considerarse ni remotamente un amigo, pero en defensa de quienquiera que haya
confeccionado la lista de invitados, mi falta de relaciones significativas debe de haber
dificultado un poco la tarea de llenar los asientos.
Y luego está el lado del novio. El que emana un calor extraño. El que me quiere
muerta.
La sangre de los licántropos late más rápido, más fuerte, su olor cobrizo y
desconocido. Son más altos que los vampiros, más fuertes que ellos, más rápidos, y a
ninguno de ellos parece entusiasmarle la idea de que su Alfa se case con uno de
nosotros. Sus labios se curvan mientras me miran, desafiantes, enfadados. Su aversión
es tan intensa que la saboreo en el paladar.
No los culpo. No culpo a nadie por no querer estar aquí. Ni siquiera culpo a los
susurros, o los insultos, o el hecho de que la mitad de los invitados aquí nunca
aprendió que el sonido lleva más lejos que la mierda.
—… era la Colateral con los humanos durante diez años, ¿y ahora esto?
—Apuesto a que le gusta la atención...
—Sanguijuela de orejas afiladas…
—Le doy dos semanas.
—Más bien dos horas, si esos animales...
—… o estabilizar la región de una vez por todas, o causar una guerra total, de
nuevo…
—¿Creen que realmente van a follar esta noche?
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No tengo amigos a la izquierda, y solo enemigos a la derecha. Así que aparto
todo y miro al frente.
A mi futuro marido.
Está de pie al final del camino, de espaldas a mí, escuchando lo que alguien le
susurra al oído: su padrino, quizá. No puedo verle bien la cara, pero sé qué esperar
de la foto que me dieron hace semanas: guapo, llamativo, sin sonrisa. Lleva el cabello
corto, un castaño intenso cortado al rape; su traje es negro, bien ajustado a sus anchos
hombros. Es el único hombre de la sala que no lleva corbata y, sin embargo, consigue
parecer elegante.
Quizá compartamos estilista. Tan buen punto de partida para un matrimonio
como cualquier otro, supongo.
—Ten cuidado con él —susurra el padre, sin apenas mover los labios—. Es muy
peligroso. No lo hagas enojar.
Lo que toda chica quiere oír a tres metros del altar, sobre todo cuando la dura
línea de los hombros de su novio ya parece cruzada. Impaciente. Molesto. No se
molesta en mirar en mi dirección, como si yo no tuviera importancia, como si tuviera
otras cosas mejores que hacer con su tiempo. Me pregunto qué le estará susurrando
el padrino al oído. Tal vez una copia en espejo de las advertencias que recibí.
¿Misery Lark? No hay necesidad de tener cuidado. No es particularmente
peligrosa, así que siéntete libre de hacerla enojar. ¿Qué va a hacer? ¿Arrojarte su rodillo
de pelusa?
Suelto una suave carcajada, y es un error. Porque mi futuro marido lo oye y
finalmente se vuelve hacia mí.
Se me cae el estómago.
Mi paso vacila.
Los murmullos se acallan.
En la foto que me enseñaron, los ojos del novio parecían de un azul corriente,
nada sorprendente. Pero cuando se cruzan con los míos, me doy cuenta de dos cosas.
La primera es que me equivoqué, y su mirada es en realidad de un extraño verde
pálido que roza el blanco. La segunda es que mi padre tenía razón: este hombre es
muy, muy peligroso.
Sus ojos recorren mi rostro y enseguida sospecho que no le habrán dado fotos.
¿O tal vez no sentía la suficiente curiosidad por su novia como para echarles un
vistazo? En cualquier caso, no está contento conmigo, y eso es obvio. Lástima que me
haya curtido decepcionando a la gente, y no voy a empezar a preocuparme ahora.
Está en él si no le gusta lo que está viendo.
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Enderezo los hombros. Nos separa una pequeña distancia, y dejo que mis ojos
claven los suyos mientras la cierro, que es como veo que todo sucede en tiempo real.
Pupilas, dilatándose.
Cejas, frunciéndose.
Fosas nasales, ensanchándose.
Me observa como si fuera algo hecho de gusanos y respira hondo una vez,
despacio. Luego otro, agudo, en el momento en que me entrega al altar. Su expresión
se ensancha en algo que parece, por un instante, indescifrablemente agitado, y lo
sabía, sabía que a los licántropos no les gustaban los vampiros, pero esto parece más
que eso. Parece desprecio puro, duro y personal.
Mala suerte, amigo, pienso, levantando la barbilla. Vuelvo a dar un paso
adelante, hasta que estamos uno frente al otro, a este lado de demasiado cerca.
Dos desconocidos que acaban de conocerse. A punto de casarse.
La música decae. Los invitados se sientan. Mi corazón es un tambor lento,
incluso más lento que de costumbre, por la forma en que el novio se cierne sobre mí.
Se inclina hacia delante para estudiarme como si fuera un cuadro abstracto. Veo cómo
su pecho se agita hambriento, como si quisiera... inhalarme. Luego se aparta, se lame
los labios y me mira fijamente.
Mira y mira y mira.
El silencio se alarga. El oficiante se aclara la garganta. El patio se deshace en
murmullos desconcertados que poco a poco van aumentando hasta alcanzar un roce
pegajoso y familiar. Me doy cuenta de que el padrino ha desenvainado las garras.
Detrás de mí, Vania, la jefa de la guardia de mi padre, enseña los colmillos. Y los
humanos, por supuesto, echan mano a sus armas.
Durante todo eso, mi futuro marido sigue mirando fijamente.
Así que me acerco y murmuro:
—No me importa lo poco que te guste esto, pero si quieres evitar un segundo
Aster...
Su mano sube a la velocidad del rayo para rodearme el brazo, y el calor de su
piel es una sacudida para mi sistema, incluso a través de la tela de mi manga. Sus
pupilas se contraen en algo diferente, algo animal. Instintivamente, intento zafarme
de su agarre y... es un error.
Mi tacón tropieza con un adoquín y pierdo el equilibrio. El novio detiene mi
caída con un brazo que me rodea la cintura y, por efecto de la gravedad y de su
determinación, me coloca entre él y el altar, con su frente presionando contra la mía.
Me enjaula, me inmoviliza y me mira como si se hubiera olvidado de dónde está y yo
fuera algo que hay que consumir.
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Como si fuera una presa.
—Esto es sumamente… oh, cielos —El oficiante jadea cuando el novio gruñe en
su dirección. Detrás de mí oigo tanto en nuestra lengua como en inglés: pánico, gritos,
caos, el padrino y mi padre gruñendo, gente gritando amenazas, alguien sollozando.
Otro Aster en ciernes, pienso. Y realmente debería hacer algo, haré algo para
detenerlo, pero...
El aroma del novio golpea mis fosas nasales.
Todo retrocede.
Buena sangre, sisea mi cerebro, sin sentido. Sería muy buena sangre.
Inspira varias veces en rápida sucesión, llenando sus pulmones y atrayéndome.
Su mano sube desde mi brazo hasta el pliegue de mi garganta, presionando una de
mis marcas. Un sonido gutural sale de algún lugar bajo de su pecho y hace que me
tiemblen las rodillas. Entonces abre la boca y sé que va a hacerme pedazos, que va a
destrozarme, que va a devorarme...
—Tú —dice, voz profunda, casi demasiado baja para oírla—. ¿Cómo demonios
hueles así?
Menos de diez minutos después me pone un anillo en el dedo y juramos
amarnos hasta el día de nuestra muerte.
18
CAPÍTULO 1
l

Lleva tres días seguidos de tormenta cuando por fin regresa de una reunión con el líder de la
manada de Big Bend. Dos de sus comandantes ya están dentro de su casa, esperándolo con
expresión recelosa.
—La mujer vampiro se echó atrás.
Gruñe mientras se limpia la cara. Inteligente por su parte, piensa él.
—Pero han encontrado una sustituta —añade Cal, deslizando una carpeta manila sobre el
mostrador—. Aquí está todo. Quieren saber si tiene tu aprobación.
—Procedemos según lo planeado.
Cal suelta una carcajada. Flor frunce el ceño.
—¿No quieres mirar...?
—No. Esto no cambia nada.
Son todos iguales.

Seis semanas antes de la ceremonia

Ella aparece en la compañía independiente en la que trabajo un jueves por la


tarde, cuando el sol ya se ha puesto y todo el personal está pensando en infligir graves
lesiones.
Contra mí.
Dudo merecer este nivel de odio, pero lo comprendo. Y por eso no armo un
escándalo cuando vuelvo a mi mesa tras una breve reunión con mi jefe y me doy
cuenta del estado de mi grapadora. Sinceramente, no pasa nada. Trabajo desde casa
el 90% del tiempo y casi nunca imprimo nada. ¿A quién le importa si alguien la ha
embarrado con caca de pájaro?
—No te lo tomes como algo personal, Missy. —Pierce se apoya en el tabique
de nuestro cubículo. Su sonrisa es menos de amigo preocupado y más de vendedor de
coches de segunda mano; incluso su sangre huele a aceite.
—No lo haré. —La aprobación de los demás es una droga poderosa. Por suerte,
nunca tuve la oportunidad de desarrollar una adicción. Si hay algo que se me da bien
19
es racionalizar el desprecio de mis compañeros hacia mí. He entrenado como los
prodigios del piano: incansablemente y desde la más tierna infancia.
—No hay necesidad de preocuparse hasta sudar.
—No lo hago. —Literalmente. Apenas tengo las glándulas necesarias.
—Y no escuches a Walker. No dijo lo que crees que dijo.
Estoy bastante seguro de que fue «zorra asquerosa» y no «fresa sabrosa» lo que
gritó en la sala de conferencias, pero ¿quién sabe?
—Viene con el territorio. Tú también te enfadarías si alguien hiciera una prueba
de penetración contra un cortafuegos en el que llevas semanas trabajando y lo
vulnerara en cuánto, ¿una hora?
Fue tal vez un tercio de eso, incluso contando el descanso que me tomé en el
medio después de darme cuenta de lo rápido que estaba destrozando a través del
sistema. Me lo gasté comprando por Internet un nuevo cesto, ya que el maldito gato
de Serena parece dormirse en el viejo cada vez que tengo que hacer la colada. Le
envié una foto del recibo, seguida de: Tú y tu gato me deben dieciséis dólares. Luego
me senté a esperar una respuesta, como hago siempre.
No llegó. Ni supuse que lo hiciera.
—La gente lo superará —continúa Pierce—. Y oye, tú nunca traes la comida, así
que no tienes por qué preocuparte de que alguien escupa en tu contenedor. —Se echa
a reír. Me vuelvo hacia el monitor del ordenador, esperando que se calme. Vaya si
me equivoco—. Y para ser sincero, es culpa tuya. Si intentaras mezclarte más...
Personalmente, entiendo tu aire solitario, misterioso y tranquilo. Pero algunos te ven
como distante, como si pensaras que eres mejor que nosotros. Si hicieras un esfuerzo
para...
—Misery.
Cuando oigo que dicen mi nombre —el verdadero—, por un instante,
excepcionalmente tonto, siento alivio de que esta conversación vaya a terminar.
Entonces estiro el cuello y me fijo en la mujer que está al otro lado de la mampara. Su
cara me parece lejanamente familiar, al igual que su cabello negro, pero hasta que
no me fijo en los latidos de su corazón no consigo ubicarla. Es lento, como solo puede
serlo el de un vampiro, y...
Bien.
Mierda.
—¿Vania?
—Eres difícil de encontrar —me dice, con voz melódica y grave. Me planteo
golpearme la cabeza contra el teclado. Luego me conformo con responder con calma:
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—Eso es a propósito.
—Me lo imaginaba.
Me masajeo la sien. Qué día. Qué puto día.
—Y sin embargo, aquí estás.
—Y sin embargo, aquí estoy.
—Vaya, hola. —La sonrisa de Pierce se hace más viscosa cuando se vuelve para
mirar lascivamente a Vania. Sus ojos empiezan en sus tacones, suben por las líneas
rectas de su traje oscuro y se detienen en sus pechos. No leo la mente, pero está
pensando en mamacita con tanta fuerza que casi puedo oírlo—. ¿Eres amiga de Missy?
—Se podría decir que sí. Desde que era una niña.
—Dios mío. Cuéntame, ¿cómo era la bebé Missy?
La comisura de los labios de Vania se tuerce.
—Era... rara y difícil. Aunque a menudo útil.
—Espera, ¿están emparentadas?
—No. Soy la mano derecha de su padre, jefa de su guardia —dice,
mirándome—. Y ha sido convocada.
Me enderezo en la silla.
—¿A dónde?
—Al Nido.
Esto no solo es raro, no tiene precedentes. Excluyendo esporádicas llamadas
telefónicas y aún más esporádicos encuentros con Owen, no he hablado con otro
vampiro en años. Porque nadie se ha acercado.
Debería mandar a Vania a la mierda. Ya no soy una niña atrapada en una misión
inútil: volver con mi padre con la esperanza de que él y el resto de mi gente no sean
unos completos idiotas es un ejercicio inútil, y soy muy consciente de ello. Pero, al
parecer, esta obertura a medias me está haciendo olvidar, porque me oigo preguntar:
—¿Por qué?
—Tendrás que venir a descubrirlo. —La sonrisa de Vania no llega a sus ojos.
Entrecierro los ojos, como si la respuesta estuviera tatuada en su rostro. Mientras
tanto, Pierce nos recuerda su desafortunada existencia.
—Señoritas. ¿Mano derecha? ¿Convocada? —Se ríe, fuerte y chirriante. Quiero
darle un golpe en la frente y hacerle daño, pero empiezo a sentir un escalofrío de
preocupación por este tonto—. ¿Hacen juegos de roles medievales o…?
21
Por fin se calla. Porque cuando Vania se vuelve hacia él, ningún truco de luz
puede ocultar el tono púrpura de sus ojos. Ni sus largos y blancos colmillos, brillantes
bajo la luz eléctrica.
—T-tú... —Pierce mira entre nosotras durante varios segundos, murmurando
algo incoherente.
Y es entonces cuando Vania decide arruinarme la vida y chasquearle los
dientes.
Suspiro, pellizcándome el puente de la nariz.
Pierce gira sobre sus talones y pasa corriendo por delante de mí cubículo,
atropellando una higuera benjamina en maceta.
—¡Vampira! Una vampira nos está atacando, que alguien llame al FBI, que
alguien llame al...
Vania saca una tarjeta plastificada con el logotipo de la Oficina de Relaciones
Humano-Vampíricas, que le concede inmunidad diplomática en territorio humano.
Pero no hay nadie para mirarla: el toril ha estallado en un pequeño pánico, y la
mayoría de mis compañeros gritan, ya a medio camino de las escaleras de
emergencia. La gente se pisotea para llegar a la salida más cercana. Veo a Walker
salir corriendo del baño, con una tira de papel higiénico colgando de sus pantalones,
y siento que se me caen los hombros.
—Me gustaba este trabajo —le digo a Vania, recogiendo la Polaroid enmarcada
de Serena y yo y metiéndola resignadamente en mi bolso—. Era fácil. Se tragaron mi
excusa del trastorno del ritmo circadiano y me dejaban venir por la noche.
—Mis disculpas —dice. Poco convincente—. Ven conmigo.
Debería mandarla a la mierda, y lo haré. Mientras tanto, cedo a mi curiosidad
y la sigo, enderezando la pobre higuera benjamina al salir.

El Nido sigue siendo el edificio más alto del norte de La Ciudad, y quizá el más
característico: un podio rojo sangre que se extiende bajo tierra cientos de metros,
coronado por un rascacielos de espejos que cobra vida al atardecer y vuelve a
dormirse de madrugada.
Una vez traje aquí a Serena, cuando me pidió ver cómo era el corazón del
territorio vampiro, y se quedó boquiabierta, sorprendida por las líneas elegantes y el
diseño ultramoderno. Esperaba candelabros, pesadas cortinas de terciopelo para
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bloquear el sol asesino y los cadáveres de nuestros enemigos colgando del techo,
con la sangre extraída de sus venas hasta la última gota. Obras de arte de
murciélagos, en honor de nuestros antepasados alados y quirópteros. Ataúdes,
porque sí.
«Es bonito. Pensé que sería más... ¿metálico?» reflexionó, para nada intimidada
por la idea de ser la única humana en un ascensor lleno de vampiros. El recuerdo aún
me hace sonreír años después.
Espacios flexibles, sistemas automatizados, herramientas integradas: eso es el
Nido. No solo la joya de la corona de nuestro territorio, sino también el centro de
nuestra comunidad. Un lugar para tiendas y oficinas y recados, donde se puede
obtener fácilmente cualquier cosa que uno de nosotros pueda necesitar, desde
atención médica no urgente hasta un permiso de zonificación o cinco litros de AB
positivo. Y luego, en los pisos superiores, los constructores hicieron sitio para algunas
habitaciones privadas, algunas de las cuales han sido adquiridas por las familias más
influyentes de nuestra sociedad.
Sobre todo mi familia.
—Sígueme —dice Vania cuando se abren las puertas, y lo hago, flanqueada por
dos guardias uniformados del consejo que, desde luego, no están aquí para
protegerme. Es un poco ofensivo que me traten como a una intrusa en el lugar donde
nací, sobre todo cuando caminamos en paralelo a una pared llena de retratos de mis
antepasados. Han cambiado a lo largo de los siglos, de óleos a acrílicos y a fotografías,
de grises a Kodachrome y a digitales. Lo que no cambia son las expresiones:
distantes, arrogantes y, francamente, infelices. No es algo saludable, el poder.
El único Lark que reconozco por experiencia personal es el que está más cerca
del despacho de mi padre. Mi abuelo ya era viejo y estaba un poco demente cuando
Owen y yo nacimos, y mi recuerdo más vívido de él es de aquella vez que me
desperté en mitad de la noche y lo encontré en mi dormitorio, señalándome con
manos temblorosas y gritando en nuestra lengua, algo sobre que yo estaba destinada
a una muerte espeluznante.
Para ser justos, no se equivocaba.
—Aquí —dice Vania llamando suavemente a la puerta—. El concejal te está
esperando.
Examino su rostro. Los vampiros no somos inmortales; envejecemos igual que
las demás especies, pero... maldita sea. Parece que no ha envejecido ni un día desde
que me acompañó a la ceremonia de intercambio de Colaterales. Hace diecisiete
años.
—¿Necesitas algo?
—No. —Me giro y busco el pomo de la puerta. Dudo—. ¿Está enfermo?
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Vania parece divertida.
—¿Crees que te llamaría para eso?
Me encojo de hombros. No se me ocurre ninguna otra razón por la que querría
verme.
—¿Para qué? ¿Para compadecerte? ¿O encontrar consuelo en tu afecto filial?
Llevas demasiado tiempo entre los humanos.
—Pensaba más bien que necesitaba un riñón.
—Somos vampiros, Misery. Actuamos por el bien de la mayoría, o no actuamos.
Se ha ido antes de que pueda poner los ojos en blanco o decirle ese “vete a la
mierda” que tanto he deseado. Suspiro, miro a los guardias con cara de piedra que
ha dejado atrás y entro en el despacho de mi padre.
Lo primero que noto son las dos paredes de ventanas, que es exactamente lo
que padre quiere. Todos los humanos con los que he hablado suponen que los
vampiros odian la luz y disfrutan de la oscuridad, pero no podrían estar más
equivocados. El sol puede estar prohibido para nosotros, ser tóxico siempre y mortal
en grandes cantidades, pero precisamente por eso lo codiciamos con tanta
intensidad. Las ventanas son un lujo, porque hay que tratarlas con materiales
absurdamente caros que filtren todo lo que pueda perjudicarnos. Y unas ventanas así
de grandes son el más rimbombante de los símbolos de estatus, en plena exhibición
de poder dinástico y riqueza obscena. Y más allá de ellas...
El río que divide la ciudad en norte y sur: nosotros y ellos. Solo unos cientos de
metros separan el Nido del territorio de los licántropos, pero la orilla del río está
plagada de torres de vigilancia, puestos de control y puestos de guardia, fuertemente
vigilados las veinticuatro horas del día. Existe un único puente, pero el acceso a él
está estrechamente vigilado en ambas direcciones y, que yo sepa, ningún vehículo lo
ha cruzado desde mucho antes de que yo naciera. Más allá hay algunas zonas de
seguridad y el verde profundo de un bosque de robles que se extiende kilómetros
hacia el sur.
Siempre me pareció inteligente por su parte no construir asentamientos civiles
junto a una de las fronteras más sanguinarias del Suroeste. Cuando Owen y yo éramos
niños, antes de que me enviaran lejos, Padre nos sorprendió preguntándonos por qué
el cuartel general de los vampiros se había situado tan cerca de nuestros enemigos
más letales. «Para recordar» explicó.
No sé. Veinte años después, me sigue pareciendo bastante jodido.
—Misery. —Padre termina de dar golpecitos en el monitor de pantalla táctil y
se levanta de su lujoso escritorio de caoba, sin sonreír, pero no frío—. Me alegro de
volver a verte por aquí.
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—Seguro que es algo. —Los últimos años han sido buenos para Henry Lark.
Examino su alta estatura, su cara triangular y sus ojos muy abiertos, y me acuerdo de
lo mucho que me parezco a él. Su cabello rubio está un poco más canoso, pero sigue
perfectamente peinado hacia atrás. Nunca lo he visto de otra forma, nunca he visto a
mi padre menos que impecablemente arreglado. Esta noche, las mangas de su camisa
blanca abotonada están remangadas, pero meticulosamente. Si lo que pretenden es
hacerme creer que se trata de una reunión informal, han fracasado.
Y por eso, cuando me señala la silla de cuero que hay frente a su escritorio y
me dice:
—Siéntate. —Decido recostarme contra la puerta.
—Vania dice que no te estás muriendo. —Estoy apuntando a grosera.
Desafortunadamente, creo que solo sueno curiosa.
—Confío en que tú también estés sana. —Sonríe débilmente—. ¿Cómo te han
tratado los últimos siete años?
Detrás de su cabeza hay un precioso reloj de época. Lo miro hacer tictac ocho
segundos antes de decir:
—Simplemente genial.
—¿Sí? —Me echa un vistazo—. Será mejor que te los quites, Misery. Alguien
podría confundirte con una humana.
Se refiere a mis lentillas marrones. Que consideré quitarme en el coche, antes
de decidir no molestarme. El problema es que hay muchos otros signos de que he
estado viviendo entre los humanos, la mayoría no tan rápidamente reversibles. Por
ejemplo, los colmillos que me limo todas las semanas hasta dejarlos romos son
difíciles de pasar desapercibidos.
—Estaba trabajando.
—Ah, sí. Vania mencionó que tienes un trabajo. ¿Algo con ordenadores,
conociéndote?
—Algo así.
Asiente.
—¿Y cómo está tu amiguita? Una vez más sana y salva, espero.
Me pongo rígida.
—¿Cómo sabes que ella...?
—Oh, Misery. No pensarías realmente que tus comunicaciones con Owen no
estaban vigiladas, ¿verdad?
Aprieto los puños a la espalda y me planteo seriamente dar un portazo y volver
a casa. Pero tiene que haber una razón para que me haya traído aquí, y necesito
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conocerla. Así que saco mi teléfono del bolsillo y, una vez sentada frente a mi padre,
lo pongo boca arriba sobre su escritorio.
Pulso la aplicación del temporizador, lo programo para diez minutos exactos y
lo giro hacia él. Luego me reclino en la silla.
—¿Por qué estoy aquí?
—Han pasado años desde la última vez que vi a mi única hija. —Aprieta los
labios—. ¿No es razón suficiente?
—Quedan nueve minutos y cuarenta y tres segundos.
—Misery. Mi niña. —Nuestra lengua—. ¿Por qué estás enojada conmigo?
Levanto una ceja.
—No hay que sentir ira, sino orgullo. La elección correcta es la que garantiza la
felicidad al mayor número de personas. Y tú fuiste el medio para esa elección.
Lo estudio con calma. Estoy seguro de que realmente cree esta mierda. Que
piensa que es un buen tipo.
—Nueve minutos y veintidós segundos.
Mira brevemente, genuinamente triste. Luego dice:
—Va a haber una boda.
Echo la cabeza hacia atrás.
—¿Una boda? ¿Como... como hacen los humanos?
—Una ceremonia de matrimonio. Como los vampiros solían tener.
—¿De quién? ¿La tuya? ¿Vas a...? —No me molesto en terminar la frase, la sola
idea es ridícula. No solo las bodas pasaron de moda hace cientos de años, sino toda
la idea de las relaciones duraderas. Resulta que, cuando tu especie es pésima
produciendo hijos, el fomento de los paseos sexuales y la búsqueda de parejas
reproductivamente compatibles tiene prioridad sobre el romance. Dudo que los
vampiros hayan sido alguna vez particularmente románticos, de todos modos—. ¿De
quién?
Padre suspira.
—Aún está por decidirse.
Esto no me gusta, nada de esto, pero aún no sé por qué. Algo me punza en el
oído, un susurro de que debería largarme ya mismo, pero cuando estoy a punto de
levantarme, padre dice:
—Ya que elegiste vivir entre los humanos, debes haber estado siguiendo sus
noticias.
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—Algo de eso —miento. Podríamos estar en guerra con Eurasia y a punto de
clonar unicornios, y no tendría ni idea. He estado ocupada. Buscando. Investigando—
. ¿Por qué?
—Los humanos tuvieron elecciones hace poco.
No tenía ni idea, pero asiento.
—Me pregunto cómo será. —Una estructura de liderazgo que no sea un consejo
inalcanzable cuya pertenencia esté restringida a un puñado de familias, transmitida
de generación en generación como un juego de porcelana desconchada.
—No es lo ideal. Ya que Arthur Davenport no fue reelegido.
—¿El gobernador Davenport? —La ciudad está dividida entre la manada local
de licántropos y los vampiros, pero el resto de la región suroeste es casi
exclusivamente humana. Y durante las últimas décadas, han elegido a Arthur
Davenport para que los represente... que yo recuerde, con pocas dudas. Ese
imbécil—. ¿Quién es el nuevo?
—Una mujer. Maddie García es la gobernadora electa, y su mandato empezará
en unos meses.
—¿Y tu opinión sobre ella es...? —Debe tener una. La colaboración de mi padre
con el gobernador Davenport es el motor de la relación amistosa entre nuestros dos
pueblos.
Bien. Amistosa podría ser una palabra demasiado fuerte. El humano promedio
sigue pensando que nos morimos de ganas de chuparles el ganado y revolverles la
mente a sus seres queridos; el vampiro promedio sigue pensando que los humanos
son astutos pero insensatos, y que su principal talento es procrear y llenar el universo
de más humanos. No es que nuestras especies se reúnan, aparte de eventos
diplomáticos muy limitados y altamente artificiales. Pero hace tiempo que no nos
asesinamos a sangre fría y somos aliados contra los licántropos. Una victoria es una
victoria, ¿no?
—No tengo opinión —me dice, impasible—. Ni tendré ocasión de formarme
una pronto, ya que la señora García ha rechazado todas mis peticiones de reunión.
—Ah. —La Sra. García debe ser más sabia que yo.
—Sin embargo, todavía tengo la tarea de garantizar la seguridad de mi pueblo.
Y una vez que el gobernador Davenport se haya ido, además de la amenaza licántropo
a la que nos enfrentamos constantemente en la frontera sur, podría haber una en el
norte. De los humanos.
—Dudo que quiera problemas, padre. —Me rasco el esmalte de uñas—.
Probablemente dejará la alianza actual como está y reducirá las tonterías
ceremoniales...
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—Su equipo nos ha informado de que, en cuanto tome posesión, el programa
Colateral dejará de existir.
Me congelo. Y luego levanto lentamente la vista.
—¿Qué?
—Nos han pedido formalmente que devolvamos a la Colateral humana. Y
enviarán de vuelta a la chica que actualmente sirve como Colateral vampira…
—Chico —le corrijo automáticamente. Siento los dedos entumecidos—. El
actual vampiro Colateral es un chico. —Lo conocí una vez. Tenía el cabello oscuro,
fruncía el ceño constantemente y dijo «No, gracias» cuando le pregunté si necesitaba
ayuda para llevar una pila de libros. Ahora podría ser tan alto como yo.
—Sea lo que sea, el regreso se producirá la semana que viene. Los humanos
han decidido no esperar a que Maddie García tome posesión.
—No veo... —Trago saliva. Me repongo—. Es lo mejor. Es una práctica
estúpida.
—Lleva más de cien años garantizando la paz entre los vampiros y los humanos.
—Me parece un poco cruel —respondo con calma—. Pedirle a un niño de ocho
años que se traslade solo a territorio enemigo para jugar a los rehenes.
—“Rehenes” es una palabra tan burda y simplista.
—Ustedes retienen a un niño humano como disuasión durante diez años, con el
entendimiento mutuo de que si los humanos violan los términos de nuestra alianza,
los vampiros asesinarán instantáneamente al niño. Eso también parece burdo y
simplista.
Los ojos del padre se entrecierran.
—No es unilateral. —Su voz se endurece—. Los humanos retienen a un niño
vampiro por la misma razón...
—Lo sé, padre. —Me inclino hacia delante—. Fui el anterior vampiro Colateral,
por si lo has olvidado.
No me extrañaría, pero no. Puede que no recuerde cómo intenté aferrarme a
su mano mientras el sedán blindado nos llevaba hacia el norte, o cómo intenté
esconderme detrás del muslo de Vania cuando vi por primera vez los ojos de color
extraño de los humanos. Puede que no sepa lo que sentí al crecer sabiendo que si se
rompía el alto el fuego entre nosotros y los humanos, los mismos cuidadores que me
enseñaron a montar en bicicleta entrarían en mi habitación y me clavarían un cuchillo
en el corazón. Puede que no insista en el hecho de que envió a su hija a ser la
undécima Colateral, diez años prisionera entre gente que odiaba a los de su especie.
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Pero lo recuerda. Porque la primera regla de los Colaterales, por supuesto, es
que tienen que estar estrechamente ligados a los que están en el poder. Los que
toman las decisiones sobre la paz y la guerra. Y si Maddie García no quiere tirar a un
miembro de su familia debajo del autobús en nombre de la seguridad pública, eso
solo hace que la respete más. El chico que me sustituyó cuando cumplí dieciocho años
es nieto de la concejala Ewing. Y cuando serví como vampira Colateral, mi homólogo
humano era el nieto del gobernador Davenport. Solía preguntarme si él se sentía
como yo: a veces enfadado, a veces resignado. Mayormente prescindible. Me
encantaría saber si, ahora que han pasado los años, se lleva mejor con su familia que
yo con la mía.
—Alexandra Boden. ¿Te acuerdas de ella? —El tono del padre vuelve a ser
conversacional—. Nacieron el mismo año.
Me siento de nuevo en la silla, sin sorprenderme por el brusco cambio de tema.
—¿Cabello rojo?
Asiente.
—Hace poco más de una semana, su hermano pequeño, Abel, cumplió quince
años. Esa noche, él y tres amigos estaban de fiesta y se encontraron cerca del río.
Envalentonados por su juventud y debilidad mental, se retaron a cruzarlo nadando,
tocar la orilla del río que pertenece al territorio de licántropo y luego volver nadando.
Una muestra de valentía, se podría decir.
No me interesa el destino del hermano mocoso de Alexandra Boden, pero aun
así se me hiela el cuerpo. A todos los niños vampiros se les enseña el peligro de la
frontera sur. Todos aprendemos dónde acaba nuestro territorio y empieza el de los
licántropos antes de poder hablar. Y todos sabemos que no debemos meternos con
los licántropos.
Excepto estos cuatro idiotas, claramente.
—Están muertos —murmuro.
Los labios de mi padre se curvan en un gesto que se parece muy poco a la
compasión y mucho al enfado.
—Es lo que se merecían, en mi franca opinión. Por supuesto, cuando no se pudo
encontrar a los chicos, se supuso lo peor. Ansel Boden, el padre del chico, tiene
fuertes lazos con varias familias del consejo, y solicitó un acto de represalia.
Argumentó que su desaparición lo justificaría. Le recordaron que el bien de nuestro
pueblo en su conjunto está por encima del bien de uno solo, el principio básico en el
que se basa la sociedad vampírica. Las tasas de natalidad son en nuestro punto más
bajo, y nos enfrentamos a la extinción. Este no es el momento de avivar el conflicto. Y
aun así, en una muestra de debilidad impropia, continuó suplicando.
—Repugnante. Cómo se atreve a llorar por su hijo.
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Padre me lanza una mirada mordaz.
—Debido a su relación con el consejo, estuvo a punto de salirse con la suya.
Justo la semana pasada, mientras estabas ocupada fingiendo ser humana, estuvimos
más cerca de una guerra entre especies de lo que hemos estado en un siglo. Y
entonces, dos días después de su tonta maniobra… —Padre se levanta. Camina
alrededor del escritorio y luego se reclina contra su borde, la imagen de la
relajación—. Los chicos reaparecieron. Intactos.
Parpadeo, un hábito que adquirí fingiendo ser humana.
—¿Sus cadáveres?
—Están vivos. Asustados, por supuesto. Fueron interrogados por los guardias
licántropos, tratados como espías, al principio, y luego como molestias
indisciplinadas. Pero finalmente fueron devueltos a casa, sanos y salvos.
—¿Cómo? —Se me ocurren media docena de incidentes en los últimos veinte
años en los que se traspasaron las fronteras y lo que quedó de los infractores fue
devuelto en pedazos. Ocurre sobre todo fuera de los límites de la ciudad, en los
bosques desmilitarizados. En cualquier caso, los licántropos han sido despiadados
con nuestra gente, y nosotros hemos sido despiadados con los licántropos. Lo que
significa que—. ¿Qué ha cambiado?
—Una pregunta inteligente. Verás, la mayoría del consejo asumió que Roscoe
se estaba volviendo tierno en su vejez. —Roscoe. El Alfa de la manada Suroeste. He
oído a mi padre hablar de él desde que era niña—. Pero he visto a Roscoe una vez.
Solo una vez. Siempre fue claro sobre su desinterés por la diplomacia, y la gente como
él es como los huesos de un cráneo. Solo se endurecen con el tiempo. —Se vuelve
hacia la ventana—. Los licántropos son tan reservados como siempre sobre su
sociedad. Pero tenemos algunas formas de obtener información, y después de enviar
algunas preguntas...
—Hubo un cambio en su estructura de liderazgo.
—Muy bien. —Parece satisfecho, como si yo fuera una alumna que domina la
propiedad transitiva mucho antes de lo esperado—. Quizá debería haberte elegido
como mi sucesora. Owen ha mostrado poco compromiso con el papel. Parece más
interesado en socializar.
Hago un gesto con la mano.
—Seguro que cuando anuncies tu jubilación dejará de juerguear con sus
amigos concejales herederos y se convertirá en el perfecto político vampiro que
siempre soñaste que sería. —No—. Los licántropos. ¿Qué clase de cambio?
—Parece que hace unos meses, alguien... desafió a Roscoe.
—¿Qué?
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—Su sucesión de poder no es particularmente sofisticada. Después de todo, los
licántropos están más estrechamente relacionados con los perros. Basta con decir que
Roscoe está muerto.
Me abstengo de señalar que nuestras oligarquías dinásticas y hereditarias
parecen aún más primitivas, y que los perros son universalmente amados.
—¿Lo conoces? ¿Al nuevo Alfa?
—Después de que los chicos regresaran sanos y salvos, solicité una reunión
con él. Para mi sorpresa, aceptó.
—¿Lo hizo? —Odio que me interese el tema—. ¿Y?
—Tenía curiosidad. La piedad no siempre es un signo de debilidad, pero
puede serlo. —Sus ojos se desvían repentinamente hacia una obra de arte en la pared
oriental: un sencillo lienzo pintado de morado oscuro para conmemorar la sangre
derramada durante el Aster. Arte similar puede encontrarse en la mayoría de los
espacios públicos—. Y la traición nace de la debilidad, Misery.
—¿Lo es, ahora? —Siempre pensé que la traición era solo traición, pero ¿qué
sé yo?
—No es débil, el nuevo Alfa. Al contrario. Es... —Padre se retrae en sí mismo—
. Algo más. Algo nuevo. —Sus ojos se posan en mí, expectantes, pacientes, y sacudo
la cabeza, porque no puedo imaginar qué razón podría tener para contarme todo esto.
Dónde podría entrar yo en juego.
Hasta que algo se abre camino por la parte de atrás de mi cabeza.
—¿Por qué mencionaste una boda? —pregunto, sin molestarme en ocultar la
sospecha en mi voz.
Padre asiente. Creo que debo de haber hecho la pregunta correcta, sobre todo
porque no responde.
—Creciste entre los humanos y no tuviste la ventaja de una educación
vampírica, así que quizá no conozcas toda la historia de nuestro conflicto con los
licántropos. Sí, hemos estado enfrentados durante siglos, pero se hicieron intentos de
diálogo. Ha habido cinco matrimonios inter-especies entre nosotros y los licántropos,
durante los cuales no se registraron escaramuzas fronterizas, ni muertes de vampiros
a manos de licántropos. El último tuvo lugar hace doscientos años: un matrimonio de
quince años entre un vampiro y su novia licántropo. Cuando ella murió, se organizó
otra unión, que no acabó bien.
—El Aster.
—El Aster, sí. —La sexta ceremonia de boda terminó en una carnicería cuando
los licántropos atacaron a los vampiros, quienes, después de décadas de paz, se
habían vuelto un poco confiados, y cometieron el error de presentarse a una boda
31
mayormente desarmados. Entre la fuerza superior de los licántropos y el elemento
sorpresa, fue un baño de sangre, la mayoría nuestra. Púrpura, con una pizca de verde.
Como un aster—. No sabemos por qué los licántropos decidieron volverse contra
nosotros, pero desde que nuestra relación con ellos se rompió irreparablemente, ha
habido una constante: nosotros teníamos una alianza con los humanos, y los
licántropos no. Hay diez licántropos por cada vampiro, y cientos de humanos para
nuestras dos especies combinadas. Sí, puede que los humanos carezcan del talento
de los vampiros, o de la velocidad y la fuerza de los licántropos, pero la unión hace la
fuerza. Tenerlos de nuestro lado fue... tranquilizador. —Padre aprieta la mandíbula.
Luego, tras un largo rato, se relaja—. Ciertamente, puedes ver por qué la negativa de
Maddie García a reunirse conmigo es una preocupación. Más aún por su relativa
cordialidad hacia los licántropos.
Mis ojos se abren de par en par. Puede que esté un poco al margen del
panorama cultural humano, pero no creía que las relaciones diplomáticas con los
licántropos estuvieran en su lista de tareas del año. Por lo que sé, siempre se han
ignorado mutuamente, lo cual no es demasiado difícil, ya que no comparten fronteras
importantes.
—Los humanos y los licántropos. En conversaciones diplomáticas.
—Correcto.
Sigo escéptica.
—¿Te dijo esto el Alfa cuando se conocieron?
—No. Esto es información que obtuvimos por separado. El Alfa me dijo otras
cosas.
—¿Como qué?
—Es joven, ya ves. Más o menos de tu edad y de una estirpe diferente. Tan
salvaje como Roscoe, tal vez, pero de mente más abierta. Cree que la paz en la región
es posible. Que las alianzas entre las tres especies deben ser cultivadas.
Resoplo una carcajada.
—Buena suerte con eso.
La cabeza de mi padre se inclina hacia un lado y sus ojos se centran en mí,
evaluándome.
—¿Sabes por qué te elegí a ti para ser el Colateral? ¿Y no a tu hermano?
Oh, no. No esta conversación.
—¿Lanzaste una moneda?
—Eras una niña tan peculiar, Misery. Siempre desinteresada por lo que ocurría
a tu alrededor, encerrada en una cámara acorazada dentro de tu cabeza, difícil de
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alcanzar. Retraída. Los otros niños intentaban ser tus amigos, y tú los dejabas colgados
obstinadamente...
—Los otros niños sabían que yo sería la enviado a los humanos, y empezaron a
llamarme traidora sin colmillos en cuanto pudieron formar frases completas. ¿O has
olvidado cuando tenía siete años y los hijos e hijas de tus compañeros del consejo me
robaron la ropa y me sacaron al sol justo antes del mediodía? Y esa misma gente me
escupió y se burló de mí cuando volví de diez años sirviendo como su Colateral, así
que no soy... —Exhalo lentamente, y me recuerdo a mí misma que esto está bien.
Estoy bien. Intocable. Tengo veinticinco años y mis identificaciones falsas de humano,
mi apartamento, mi gato (que te den, Serena), mi... okey, probablemente no tenga
trabajo ahora mismo, pero encontraré otro pronto, con un cien por ciento menos de
Pierces. Tengo amigos, un amigo. Probablemente.
Por encima de todo, me he enseñado a mí misma a no preocuparme. Por nada.
—La boda que mencionaste. ¿De quién es?
El padre aprieta los labios. Pasan unos instantes antes de que vuelva a hablar.
—Cuando un licántropo y un vampiro están uno frente al otro, todo lo que ven
es...
—El Aster. —Miro mi teléfono, impaciente—. Tres minutos y cuarenta y siete
segundos...
—Ven una boda entre un vampiro y un Alfa que se suponía que iba a negociar
la paz, pero terminó en muerte. Los licántropos son animales, y siempre lo serán, pero
estamos en vías de extinción, y el bien de la mayoría debe ser considerado. Si
dejamos que los humanos y los licántropos formen una alianza que nos excluya,
podrían aniquilarnos por completo...
—Dios mío. —De repente me doy cuenta de la locura y el ridículo al que se
dirige y me tapo los ojos—. Estás bromeando, ¿verdad?
—Misery.
—No. —Suelto una carcajada—. Tú... Padre, no podemos casarnos para salir de
esta guerra. —No sé por qué he cambiado a nuestra lengua, pero le sorprende. Y tal
vez eso es bueno, tal vez esto es lo que necesita. Un momento para pensar en esta
locura—. ¿Quién estaría de acuerdo con esto?
Padre me mira tan fijamente, que lo sé. Simplemente lo sé.
Y me echo a reír.
Solo me he reído a carcajadas con Serena, lo que significa que hace más de un
mes que no lo hago. El cerebro casi se paraliza, asustado por los nuevos y misteriosos
sonidos que produce mi laringe.
—¿Has bebido sangre podrida? Porque estás desquiciado.
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—Mi misión es velar por el bien de la mayoría, y el bien de la mayoría es el
progreso de nuestro pueblo. —Parece algo ofendido por mi reacción, pero no puedo
evitar que la risa burbujee en mi garganta—. Sería un trabajo, Misery. Compensado.
Esto es... Dios, esto es gracioso. Y desquiciado.
—Ninguna cantidad de moneda de curso legal me convencería de... ¿Son diez
mil millones de dólares?
—No.
—Bueno, ninguna cantidad menor de moneda de curso legal me convencería
de casarme con un licántropo.
—Financieramente, estarás bien para toda la vida. Sabes que los bolsillos del
consejo son profundos. Y no hay ninguna expectativa de un matrimonio real. Estarías
con él solo de nombre. Estarás en territorio licántropo por un año, lo que enviará el
mensaje de que los vampiros pueden estar seguros con los licántropos...
—Los vampiros no pueden. —Me pongo en pie y empiezo a alejarme de él,
masajeándome la sien—. ¿Por qué me lo preguntas? No puedo ser tu primera opción.
—No lo eres —dice rotundamente. Tiene muchos defectos, pero la falta de
honestidad de nunca ha estado entre ellos—. Ni nuestra segunda. El consejo está de
acuerdo en que debemos actuar, y varios miembros han ofrecido a sus familiares.
Originalmente, la hija del concejal Essen estaba de acuerdo. Pero cambió de
opinión...
—Oh, Dios. —Dejo de pasearme—. Estás tratando esto como un intercambio
colateral.
—Por supuesto. Y también los licántropos. El Alfa nos enviará un licántropo.
Alguien importante para él. Ella estará con nosotros mientras tú estés con él.
Garantizando su seguridad recíproca.
De locos. Esto es una locura.
Tomo aire.
—Bueno... —Piensa que todos los involucrados han perdido la cabeza, y que
quienquiera que se presente a esa boda va a ser masacrado, y no puedo creer tu pura
presunción al pedirme esto—, me honra que al final hayas pensado en mí, pero no.
Gracias.
—Misery.
Me dirijo al escritorio para recoger el teléfono —me queda un minuto y trece
segundos— y, por un instante, estoy tan cerca de mi padre que siento el ritmo de su
sangre en mis huesos. Lento, constante, dolorosamente familiar.
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Los latidos del corazón son como las huellas dactilares, únicas, inconfundibles,
la forma más fácil de distinguir a las personas. El de mi padre se grabó en mi carne el
día que nací, cuando fue la primera persona que me abrazó, la primera que me cuidó,
la primera que me conoció.
Y luego se lavó las manos.
—No —le digo. A él. A mí misma.
—La muerte de Roscoe es una oportunidad.
—La muerte de Roscoe fue un asesinato —señalo uniformemente—. Por la mano
del hombre con el que querías que me casara.
—¿Sabes cuántos niños vampiros nacieron este año en el suroeste?
—No me importa.
—Menos de trescientos. Si los licántropos y los humanos unen sus fuerzas para
arrebatarnos nuestra tierra, nos aniquilarán. Completamente. El bien de la mayoría…
—… es una causa a la que ya he donado, y nadie me muestra mucha gratitud.
—Lo miro directamente a los ojos. Deslizo mi teléfono en el bolsillo con
determinación—. Ya he hecho bastante. Tengo una vida y voy a volver a ella.
—¿La tienes?
Me detengo a mitad de camino para darme la vuelta.
—¿Perdón?
—¿Tienes una vida, Misery? —Me mira cuando lo dice, puntiagudo, cuidadoso,
como si me clavara un arma afilada un milímetro en el cuello.
«Necesito que te importe una sola puta cosa, Misery, una cosa que no sea yo.»
Aparto el recuerdo y trago saliva.
—Buena suerte encontrando a alguien más.
—No te sientes bienvenida entre tu gente. Esto podría rehabilitarte ante sus
ojos.
Un escalofrío de ira recorre mi espina dorsal.
—Creo que lo pospondré, padre. Al menos hasta que se hayan rehabilitado
ante los míos. —Doy unos pasos hacia atrás, agitando alegremente la mano—. Me
marcho.
—Mis diez minutos no han terminado todavía.
Mi teléfono elige ese preciso momento para pitar.
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—Exquisita sincronización. —Le dirijo una sonrisa. Si le molestan mis colmillos
limados, es su problema—. Puedo decir con seguridad que ninguna cantidad de
tiempo cambiará el resultado de esta conversación.
—Misery. —Un borde suplicante se arrastra en su tono, que es casi divertido.
Qué triste. Muy triste.
—¿Nos vemos en... siete años? O cuando decidas que la clave de la paz es un
plan conjunto licántropo-vampiro de multi-marketing y trates de venderme
suplementos dietéticos. Pero haz que Vania me busque en casa. No tengo ganas de
reorganizar mi currículum. —Me doy la vuelta para encontrar el pomo de la puerta.
—No habrá otra oportunidad en siete años, Misery.
Pongo los ojos en blanco y abro la puerta.
—Adiós, padre.
—Moreland es el primer Alfa que...
Cierro la puerta de un portazo, sin salir antes del despacho, y me doy la vuelta,
de espaldas a padre. El corazón se me acelera y me golpea el pecho.
—¿Qué acabas de decir?
Se levanta del escritorio, lleno de confusión y algo que podría ser esperanza.
—No hay otro Alfa licántropo…
—El nombre. Dijiste un nombre. ¿Quién...?
—¿Moreland? —repite.
—Su nombre completo, ¿cuál es su nombre de pila?
Los ojos del padre se entrecierran sospechosamente, pero tras unos segundos,
dice:
—Lowe. Lowe Moreland.
Miro al suelo, que parece temblar. Luego al techo. Respiro profundamente una
serie de veces, cada una más despacio que la otra, y luego me paso una mano
temblorosa por el cabello, a pesar de que el brazo me pesa mil kilos.
Me pregunto si el vestido azul que llevé en la graduación universitaria de
Serena sería demasiado informal para una ceremonia de boda entre especies.
Porque, sí.
Supongo que me voy a casar.
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CAPÍTULO 2

Solía pensar que los ojos de todos los vampiros eran iguales. Puede que se equivocara.

En la actualidad

Una elección tan desafortunada y desoladora. ¿Qué padre amoroso elegiría


llamar a su hija Misery?
No me considero una persona sensible. Por regla general, no me opongo a que
la gente insinúe que soy una decepción para mi familia y mi especie. Pero sí pido una
cosa: que mantengan esa mierda lejos de mí.
Y sin embargo, aquí estoy. Con el gobernador Davenport. Apoyándome en los
codos sobre el balcón que da al patio donde acabo de casarme. Conteniendo un
suspiro antes de explicar:
—El consejo.
—¿Perdón?
Calibrar los niveles de intoxicación en los humanos siempre es difícil, pero
estoy bastante segura de que el gobernador no está borracho.
—Preguntó quién me dio mi nombre. Fue el consejo vampiro.
—¿Tus padres no?
Sacudo la cabeza.
—No funciona así.
—Ah. ¿Hay... rituales mágicos involucrados? ¿Altares de sacrificio? ¿Videntes?
Tan egocéntricamente humanos, la suposición de que todo lo que es otro debe
estar envuelto en lo sobrenatural y lo arcano. Alimentan sus mitos y leyendas, en los
que vampiros y licántropos son criaturas de magia y sabiduría, capaces de
maldiciones y actos místicos. Nos creen capaces de ver el futuro, de volar, de
hacernos invisibles. Como somos diferentes a ellos, nuestra existencia debe estar
regida por fuerzas de otro mundo y no simplemente, como la suya, por la biología.
Y quizá un par de leyes de termodinámica.
Serena también era así cuando la conocí.
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«¿Así que los crucifijos te queman?» me preguntó al cabo de un par de semanas
de convivencia, después de que no lograra convencerla de que el viscoso líquido rojo
que guardaba en la nevera era zumo de tomate.
«Solo si están muy calientes.»
«¿Pero odias el ajo?»
Me encogí de hombros.
«Realmente no comemos comida en general, así que... ¿sí?»
«¿Y a cuánta gente has matado?»
«Cero» le dije, consternada. «¿A cuánta gente has matado?»
«Hola, soy humana.»
«Los humanos matan todo el tiempo.»
«Sí, pero indirectamente. Haciendo que el seguro médico sea demasiado caro
u oponiéndose obstinadamente al control de armas. ¿Chupan a la gente para
sobrevivir?»
Me burlé. «Beber directamente de una persona es un poco asqueroso y nadie
lo hace nunca.» Como que era mentira, pero en aquel momento no sabía muy bien
por qué. Lo único que sabía era que unos años antes Owen y yo habíamos entrado en
la biblioteca por y nos habíamos encontrado a papá agarrado al cuello de la concejala
Selamio. Owen, que había sido más precoz y menos paria social, me había tapado los
ojos con la mano y había insistido en que el trauma impediría nuestro crecimiento.
Aunque nunca había explicado el motivo. «Además, los bancos de sangre están ahí
mismo. Para no tener que hacer daño a los humanos.» Me pregunté si no tendría más
que ver con el hecho de que matar a alguien sería un trabajo agotador, con las palizas,
el entierro del cadáver y la posible aparición de la policía humana en pleno día,
cuando lo único que queremos es meternos en un lugar oscuro.
«¿Qué pasa con el asunto de las invitaciones?»
«¿Las qué?»
«Tienes que ser invitada a una habitación, ¿verdad?» Negué con la cabeza,
odiando que pareciera decepcionada. Era divertida, directa y un poco rara, lo que la
hacía a la vez increíble y accesible. Tenía diez años y ya me gustaba más que nadie
que hubiera conocido. «¿Puedes al menos leerme la mente? ¿En qué estoy
pensando?»
«Um.» Me rasqué la nariz. «Ese libro que te gusta. ¿Con las brujas?»
«No es justo, siempre estoy pensando en ese libro. ¿En qué número estoy
pensando?»
«Ah... ¿siete?
38
Ella jadeó. «¡Misery!»
«¿Lo he hecho bien?» Santo cielo.
«¡No! Estaba pensando en trescientos cincuenta y seis. ¿Qué otra cosa es
mentira?»
La cuestión es que los humanos y los licántropos y vampiros pueden ser
especies diferentes, pero estamos estrechamente relacionados. Lo que nos diferencia
tiene menos que ver con lo oculto, y más con mutaciones genéticas espontáneas miles
de años después. Y, por supuesto, los valores que desarrollamos en respuesta. Una
pérdida de una base de purina aquí, un reposicionamiento de un átomo de hidrógeno
allá, y ta-da: Los vampiros se alimentan exclusivamente de sangre, son débiles con el
sol, y están constantemente al borde de la extinción; los licántropos son más rápidos,
más fuertes, (supongo) más peludos, y adoran la violencia. Pero ninguno de los dos
puede sacar su varita mágica y levantar una maleta de treinta kilos encima de un
perchero, ni averiguar los números de la lotería por adelantado, ni convertirse en
murciélago.
Al menos, los vampiros no. No sé lo suficiente sobre los licántropos como para
ofenderme por ellos.
—No hay rituales de nombramiento —le digo al gobernador—. Solo un consejo
de entrometidos. Nadie quiere cinco Madysons en la misma clase. —Espero un
momento—. Además, me pareció apropiado, ya que maté a mi madre.
Vacila, inseguro de cómo reaccionar, y luego deja escapar una risa nerviosa.
—Ah. Bueno. Aun así, como nombre, es muy... —Mira a su alrededor, como
buscando la palabra perfecta.
Oh, bien.
—¿Miserable?
Me apunta con el dedo y me estremezco, ya sea porque lo odio o porque
empieza a hacer demasiado frío para mis necesidades de vampiresa y mi enterizo de
encaje.
La reunión solo puede definirse como “una fiesta” con mucha generosidad. Al
cabo de una hora, decidí que ya estaba harta. Si mi esposo —mi esposo, que estaba a
punto de asesinarme en nuestro altar de la felicidad conyugal porque apesto— podía
estar en alguna parte discutiendo asuntos importantes con mi padre, yo también
podía escabullirme.
Subí al balcón del entresuelo para estar sola. Por desgracia, el gobernador tuvo
la misma idea y se trajo prácticamente un jarrón de alcohol. Decidió unirse a mí —
devastador— y parece decidido a entablar conversación —un puto cataclismo. Sus
ojos no dejan de desviarse hacia la mesa de Maddie García, como si intentara
39
incinerarla antes de su investidura el mes que viene. Probablemente debería unirme
a él en su resentimiento hacia la gobernadora humana electa, ya que sus elecciones
son las que han hecho necesaria esta farsa de matrimonio, pero no puedo evitar
admirar la forma en que ha estado evitando a mi padre con pericia. Sin duda es una
mujer inteligente. A diferencia del idiota torpe que está a mi lado.
—Es muy valiente lo que está haciendo, señorita Lark —me dice, dándome una
palmadita en el hombro. Debe haber extraviado el memorándum: Los vampiros no se
tocan—. Muy valiente, ante un gran peligro.
—Ajá. —La recepción va tan caricaturescamente mal como se esperaba. Los
licántropos y los vampiros están sentados en mesas en lados opuestos de la sala,
intercambiando miradas hostiles mientras el violista menos apreciado del mundo
pasa un buen rato con Rachmaninoff. A los licántropos y a los pocos invitados humanos
se les ha servido comida preparada por un chef de fama mundial, y hacen un valiente
intento por comerla a pesar del feo ambiente. «Repugnante» oí decir en nuestra
lengua a la hija del concejal Ross mientras me deslizaba hasta aquí. «Bestias poco
socializadas. Se alimentan en público, cagan en público, follan en público.» Me abstuve
de señalar que eso se llama “comer” y que las dos últimas cosas son ilegales en el
mundo humano. Me alegro de haber conseguido explicarle a la organizadora que no
se sorbe sangre en una fiesta, que alimentarse es un acto privado para los vampiros,
nunca comunitario ni recreativo, y que no, servir cócteles de sangre con sombrillitas
dentro no era una “idea divertida”. Cuando ella preguntó: «¿Qué harán los vampiros,
mientras los licántropos comen?» Adiviné: «¿Mirarlos?» Vaya, tenía razón.
—Especialmente valiente eres. —El gobernador bebe otro trago—. Qué vida
tan interesante has llevado. Una vampira criada entre humanos. La famosa Colateral.
Los licántropos, me parece, tienen dos razones para odiarte.
Me paso distraídamente la lengua por los colmillos que me han vuelto a crecer,
preguntándome si estallará una pelea. El odio en la sala es denso, sofocante. Los
guardias humanos también se agitan, demasiado ansiosos por atacar, frenar o
defenderse. Una ráfaga de viento podría hacer estallar esta tensión.
—Por otra parte, Moreland renunció a mucho por este acuerdo. La Colateral
que están enviando... La hija del concejal por la pareja del Alfa. Suena a poesía,
¿verdad?
Giro la cabeza. El Gobernador tiene los ojos vidriosos.
—¿La qué del Alfa?
—Oh, no debería haberla mencionado. Es un secreto, claro, pero... —Se ríe por
lo bajo y me inclina el vaso.
—¿Dijo “pareja”? ¿Como un cónyuge?
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—No estoy en libertad de divulgarlo, Srta. Lark. ¿O debería decir, Sra.
Moreland?
—Mierda —murmuro en voz baja, frotándome el puente de la nariz. ¿Estuvo
Moreland casado antes? Si es así, no puedo comprender lo cabreado que debe de
estar ante la perspectiva de estar encadenado a mí mientras su mujer está lejos, la
primera en la fila del matadero. ¿Tal vez por eso enloqueció antes?
Eso, y que aparentemente huelo a huevos podridos.
Bueno, mala suerte, me digo mientras me alejo de la barandilla. Él y mi padre
son los cerebros de este matrimonio. Yo soy el cerebro. Espero que lo recuerde y no
dirija su ira contra mí.
—Un placer charlar con usted, gobernador —miento, despidiéndome con la
mano.
—Si decides cambiarlo, llama a mi oficina. —Hace el gesto de la mano del
teléfono, el que usan los viejos—. Puedo acelerar el papeleo.
—¿Perdón?
—El nombre.
—Ah. Sí, gracias.
Bajo las escaleras en busca de Owen. Creo que lo he visto antes en plena
conversación con el concejal Cintron, espiando como un profesional. Apuesto a que
puede averiguar más sobre este asunto de la pareja. Lo más probable es que ya lo
supiera, pero no dijera nada porque le parecía divertidísima la idea de que esta pobre
mujer se levantara de un salto en mitad de la ceremonia para objetar, y quería ver
cómo un lobo rabioso me comía el páncreas por ser una rompe hogares delante de la
alta sociedad vampírica.
—-Nunca he oído hablar de nada igual.
Me detengo bruscamente, porque…
Mi esposo.
Mi esposo está aquí, al pie de la escalera.
Se ha despojado de su chaqueta y lleva arremangadas las mangas de su camisa
blanca. Lo acompañan dos personas: un hombre con barba pelirroja —el padrino, si
no me equivoco— y otro, mayor, canoso, con una profunda cicatriz blanca en el
cuello. Sus expresiones son sombrías, y Moreland tiene los brazos cruzados sobre el
pecho.
Es una escena que ya he visto antes, con mi padre: un hombre poderoso,
escuchando información importante de gente en la que confía. Lo último que quiero
es pasar por delante de ellos ahora mismo, en estrecha competencia con el penúltimo,
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repitiendo mi conversación con el gobernador. Aun así, estoy lista para volver y
escuchar más sobre los fracasos de mi nombre de pila, hasta que:
—… las consecuencias, si realmente es ella —continúa el padrino.
Es el ella lo que me detiene. Porque da la sensación de que podría referirse a...
Moreland aprieta los labios. Aprieta la mandíbula y dice algo, pero su voz es
más grave, más baja que la de sus acompañantes. No puedo distinguir las palabras
por encima de los ruidos de fondo.
—Debe haber sido un momento de confusión. Ella no puede ser tu... —La
música de cuerda se eleva de repente, y yo me acerco, solo un peldaño más abajo.
La ancha espalda de Lowe se pone rígida. Temo que me haya oído moverme,
pero no se vuelve. Me relajo cuando dice:
—¿Crees que es un error que yo cometería?
El hombre mayor se paraliza. Luego cuelga la cabeza, disculpándose.
—Por supuesto que no, Alfa.
—Tenemos que cambiar nuestros planes, Lowe. —El pelirrojo—. Encontrar
otro alojamiento. No deberías vivir con... —Un alboroto estalla en el pasillo, y sus
cabezas se levantan en su dirección. Cuando hago lo mismo, se me cae el estómago.
A poca distancia, dos niños pelean. Son niños pequeños, uno de piel oscura y
ojos lilas, el otro pálido y de ojos azules. Un vampiro y un hombre. Entre ellos hay una
figura de acción de un superhéroe azul oscuro, partida en dos por la cintura. Y junto
a ellos, abrazados a sus respectivos hijos, hay un padre vampiro y una madre
licántropa. Que, por razones que no puedo adivinar, pensaron que traer niños aquí
sería una buena idea, y ahora se están enseñando los colmillos el uno al otro.
Gruñendo. Llamando la atención de los otros invitados, que empiezan a reunirse a su
alrededor de forma protectora. O quizá agresivamente.
La música se detiene cuando el ruido en la sala se eleva a un tono de pánico.
Una pequeña multitud rodea a los niños y los guardias humanos se unen a ella,
desenfundando sus armas e introduciendo armas de fuego en el desorden. El corazón
me palpita con fuerza en el pecho mientras la tensión se vuelve gorda y pegajosa, el
comienzo de otra masacre que pasará a los libros de historia.
—Aquí.
Lowe Moreland se arrodilla entre los niños y la sala se sume en un silencio
ensordecedor. El padre del vampiro, a quien ahora reconozco como el concejal
Sexton, empuja a su hijo detrás de las piernas, con el labio superior retraído para
mostrar sus largos colmillos.
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—Todo está bien —dice Moreland. Con calma. Tranquilizador. No para el
padre, sino para el niño. Mientras le tiende la figura de acción intacta, no rota,
después de todo.
El niño vacila. Entonces su mano sale de entre las rodillas de su padre para
recoger su juguete, con la boca abierta en una sonrisa dentada.
Varios de los invitados exhalan aliviados. Pero yo no. Todavía no.
—¿Algo que quieras decir? —pregunta Moreland, esta vez al niño licántropo.
El niño parpadea varias veces antes de mirar al suelo con mala cara.
—Lo siento —murmura, con las s sonando como d. Parece a punto de llorar,
pero se ríe cuando Moreland le revuelve el cabello y lo carga, metiéndoselo bajo el
brazo como si fuera un balón de fútbol. Se da la vuelta, dando la espalda al grupo de
vampiros reunidos en torno a los Sexton, y devuelve al pequeño licántropo a su mesa.
Sin más, la tensión se relaja. Vampiros y licántropos vuelven a sus asientos con
algunas miradas de desconfianza. La música se reanuda. Mi marido regresa al pie de
la escalera, sin levantar la vista ni fijarse en mí, y por fin suelto el aliento que estaba
conteniendo.
—Asegúrense de que no vuelva a ocurrir. Díganselo también a los demás —
ordena en voz baja al pelirrojo y al licántropo mayor, que asienten y se marchan a
mezclarse con los invitados. Moreland suspira y yo espero unos segundos, con la
esperanza de que se una a ellos y me despeje el camino.
Dos latidos.
Lo que parece un minuto.
Un minuto y más latidos…
—Sé que estás ahí —dice, sin mirar a nadie en particular. No tengo ni idea de
a quién se dirige hasta que añade—: Baja, señorita Lark.
Oh.
Bien.
Esto es muy mortificante.
Nos separan unos diez escalones y podría arrastrarme avergonzada. Pero
nuestras especies han sido enemigos mortales desde que la electricidad no existía,
lo que podría ponernos más allá de la vergüenza. ¿Qué es eso de escuchar a
escondidas entre enemigos?
—Tómate tu tiempo —añade con ironía.
Dado el... incidente de hace un par de horas, dudo si ponerme a su lado. Pero
quizá no debería haberme preocupado: cuando llego a su lado, sus fosas nasales se
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crispan y un músculo salta en su mandíbula, pero eso es todo. Moreland no me mira,
ni parece demasiado tentado de destrozarme.
Progreso.
Aun así, no tengo ni idea de qué decir. Hasta ahora solo hemos intercambiado
promesas recitadas que ninguno de los dos piensa cumplir, y algún comentario sobre
mi olor corporal.
—Puedes llamarme Misery.
Se queda callado un momento.
—Sí. Probablemente debería.
Nos quedamos en silencio. En la esquina más alejada del patio, lo que parece
ser otro pequeño alboroto que involucra a un licántropo y un vampiro casi estalla,
pero es rápidamente frenado por una mujer licántropa que recuerdo vagamente de
pie junto al altar.
—¿Tenemos otra pelea entre especies? —pregunto.
Moreland sacude la cabeza.
—Solo un idiota que bebió demasiado.
—No de un licántropo, espero.
Me arrepiento de las palabras en cuanto salen de mi boca. No suelo cotorrear
porque no suelo estar nerviosa. Uno no sirve como Colateral durante una década sin
aprender un desconcertante número de estrategias de gestión de la ansiedad. Y sin
embargo…
—¿Acabas de bromear sobre tu gente bebiendo hasta secar a mi gente?
Cierro los ojos. La muerte sería agradable, ahora mismo. La recibiría con los
brazos abiertos.
—Fue de pésimo gusto. Pido disculpas. —Levanto la vista hacia él, y ahí están.
Esos inquietantes, sobrenaturales y hermosos ojos, brillándome en la penumbra, de
un verde escalofriante que roza lo salvaje. Me pregunto si me acostumbraré a ellos.
Si dentro de un año, cuando este arreglo se haya completado, seguiré pensando que
son extrañamente encantadores.
Me pregunto qué pensó Serena cuando los vio por primera vez.
—Nos están esperando —dice Moreland secamente. Mi disculpa queda en el
aire, sin ser aceptada ni rechazada.
—¿Quién?
Señala a la orquesta. La viola levanta el arco un instante y la música cambia de
ritmo. No es Rachmaninoff, sino una interpretación lenta e instrumental de una canción
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pop que he oído en la cola del supermercado. ¿Moreland aprobó esto? Apuesto a que
la planificadora se volvió loca.
—Primer baile —dice tendiéndome la mano. Su voz es profunda, precisa,
engatusadora. Un hombre acostumbrado a dar órdenes y a que le respondan. Miro
sus largos dedos y recuerdo cómo se cerraron sobre mi brazo. Ese momento de
miedo. La cosa es que no siento mucho, y cuando lo hago...
—Misery —dice, con un rastro de impaciencia en el tono, y mi nombre suena
como una palabra distinta en su voz. Le tomo la mano y veo cómo me la envuelve. Lo
sigo hasta la pista de baile. No tuvimos fotógrafo en la ceremonia, pero aquí hay un
par. Cuando llegamos al centro de la sala, la palma de la mano de Moreland salpica
mi espalda, donde mi enterizo se hunde. Sus dedos bajan brevemente por mi muñeca,
rozando la marca, y luego rodean los míos. Empezamos a balancearnos al son de un
escaso y poco entusiasta aplauso.
Nunca había bailado despacio, pero no es demasiado difícil. Tal vez porque mi
pareja hace la mayor parte del trabajo.
—Entonces. —Levanto la vista, intentando conversar. Con estos zapatos mido
más de metro ochenta, pero este hombre me supera—. ¿Huelo a cloacas o algo así?
—No puede ser fácil para él, estar tan cerca de mí.
Se pone rígido. Luego se relaja. Creo que no contestará hasta que suelta un
lacónico:
—O algo así.
Ojalá pudiera compadecerme, pero los vampiros no comprenden los olores
como las demás especies. Serena solía señalar las flores e inventar historias de
hermosas fragancias, y luego se sorprendía de que yo no pudiera distinguirlas. Pero
las plantas son insignificantes para nosotros, y me sorprendía que no fuera consciente
de los latidos del corazón de la gente. De la sangre que corre por sus venas.
Es una pena que le huela mal a Moreland, porque su sangre es agradable.
Envolvente. Sana y terrosa y un poco áspera. Su latido es fuerte y vibrante, como una
caricia en el paladar. No creo que sea solo cosa de licántropo, porque los demás aquí
en la boda parecen menos atrayentes. Pero tal vez no me he acercado lo suficiente
a...
—¿Tu padre te odia?
—¿Perdón? —Seguimos balanceándonos. Las cámaras chasquean a nuestro
alrededor como insectos en verano. Tal vez he oído mal.
—Tu padre. Necesito saber si te odia.
Miro a Moreland a los ojos, más desconcertada que ofendida. Y quizá un poco
molesta por no poder insistir en que a mi único padre vivo le importo una mierda.
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—¿Por qué?
—Si vas a estar bajo mi protección, necesito saber estas cosas.
Levanto la cabeza hacia él. Su rostro es tan... no guapo, aunque lo sea, pero
llamativo. Lo consume todo. Como si hubiera inventado la estructura ósea.
—¿Lo estoy? ¿Bajo tu protección?
—Eres mi esposa.
Dios, suena raro.
—De nombre, tal vez. —Me encojo de hombros, y eso hace que mi cuerpo roce
el suyo. Sus ojos hacen una cosa extraña, las pupilas actuando, contrayéndose y
expandiéndose por voluntad propia. Luego se posan en las marcas pintadas en mi
cuello. Parece injustificadamente cautivado por ellas—. Creo que solo soy un símbolo
de buena voluntad entre nuestra gente. Y Colateral.
—Y ser un Colateral es tu trabajo a tiempo completo.
Ni siquiera puedo contrarrestar eso, ya que Vania hizo que me despidieran.
—Hago mis pinitos.
Asiente pensativo y me da la vuelta. Las nuevas parejas empiezan a unirse a
nosotros, pero ninguna parece entusiasmada; seguramente han sido empujadas a la
pista de baile por nuestra entusiasta organizadora de bodas. Mis ojos se cruzan con
los de Deanna Dryden; me sujetó y me llenó la boca de plumas cuando tenía siete
años, desapareció de mi vida durante diez años y luego me llamó folla-humanos
delante de una multitud de docenas de personas cuando nos volvimos a cruzar. Nos
saludamos cortésmente.
—Veamos, Misery. —Mi nombre es señalado, por qué, no estoy segura—. Te
anunciaron formalmente como Colateral cuando tenías seis años, y te enviaron con
los humanos a los ocho. Tenías un equipo de protección de veinticuatro horas, todos
guardias humanos, y, sin embargo, durante la década siguiente, sufriste varios
intentos de asesinato por parte de grupos extremistas anti-vampiros. Todos
fracasaron, pero dos estuvieron muy cerca, y me han dicho que tienes cicatrices que
lo demuestran. Después, cuando por fin terminó tu mandato como Colateral,
regresaste brevemente a territorio vampiro, pero decidiste adoptar una identidad
falsa y vivir entre los humanos, algo que los vampiros tienen prohibido. Si fueras
miembro de mi propia familia, nunca lo habría permitido. Y ahora te has apuntado
para casarte con un licántropo, que es lo más peligroso que alguien en tu situación
podría hacer, sin nada que ganar y sin ninguna razón obvia...
—Me halaga que hayas hojeado mi expediente. —Lo miro de arriba abajo.
Parece que sabe los qués y los dóndes, aunque no los porqués—. También leí el tuyo.
Eres arquitecto de formación, ¿verdad?
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Su cuerpo se tensa y me aparta para... no, me hace girar al ritmo de la música.
—¿Por qué tu padre es tan negligente cuando se trata de tu supervivencia?
Su sangre realmente huele bien.
—No soy una especie de víctima —digo en voz baja.
—¿No?
—Yo acepté este matrimonio. No me obligan a nada. Y tú...
Su brazo me rodea bruscamente por la cintura y tira de mí para evitar otra
pareja. Mi frente se aplasta contra él, su calor abrasador es un choque para mi piel
fría. Es realmente foráneo. Diferente. Incompatible conmigo en todos los sentidos. Es
un alivio cuando pone distancia entre nosotros y volvemos a estar cómodamente
separados. La idea de que ya tiene pareja me viene a la cabeza una vez más, intrusa
y sin avisar, y tengo que buscar mi frase abandonada.
—Y tú te estás poniendo exactamente en la misma situación.
—Soy el Alfa de mi pueblo. —Su voz es ronca—. No un hacker de sombrero
blanco que solo milagrosamente llegó a los veinticinco.
Auch, y vete a la mierda.
—Lo que soy es una mujer adulta con agencia y las herramientas para tomar
decisiones. Siéntete libre de, ya sabes, tratarme en consecuencia.
—Me parece bien. —Tararea agradablemente—. ¿Por qué consentiste este
matrimonio, sin embargo?
¿Has oído alguna vez el nombre de Serena Paris? Estoy a punto de preguntar.
Pero ya sé la respuesta, y la pregunta solo le daría algo que ocultar. Tengo un plan,
uno minuciosamente trazado. Y voy a ceñirme a él.
—Me gusta vivir peligrosamente.
—O desesperadamente. —La música sigue sonando, pero Moreland se
detiene, y yo también. Nos miramos fijamente, con una pizca de desafío
arremolinándose entre nosotros.
—Estoy segura de que no sé a qué te refieres.
—¿No? —Asiente. Como si no fuera a decir lo que viene a continuación, pero
no le importa continuar—. Los vampiros no te reclaman como una de ellos a menos
que tengan algo que ganar con ello. Elegiste estar entre los humanos, pero tuviste
que mentir sobre tu identidad, porque no eres uno de ellos. Y definitivamente no eres
una de nosotros. Realmente no perteneces a ninguna parte, señorita Lark. —Su cabeza
se inclina más cerca. Durante un terrible segundo, mi corazón palpita con la certeza
de que va a besarme. Pero se inclina más allá de mi boca, hasta la concha de mi oreja.
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A través de una avalancha de lo que tiene que ser alivio, le oigo inhalar y decir—: Y
hueles como si conocieras todo esto muy, muy bien.
Esa insinuación de desafío se solidifica, pesada como el hormigón, en algo
sobre lo que se podrían construir ciudades.
—Quizá deberías dejar de olfatear tanto —le digo, apartándome para mirarlo
directamente a los ojos.
Y entonces todo pasa demasiado deprisa.
El brillo del acero en la esquina de mi vista. Una voz desconocida, llena de
rabia, gritando:
—¡Perra vampira! —Cientos de jadeos, y una hoja afilada abriéndose camino
hacia mi garganta, mi yugular, y...
El cuchillo se detiene a un cabello de mi piel. No recuerdo haber cerrado los
ojos y, cuando los abro, mi cerebro parece no dar abasto: alguien —un humano,
vestido de camarero— se me ha echado encima con un cuchillo. No me fijé en él. Los
guardias tampoco. Mi marido, en cambio...
La palma de la mano de Lowe Moreland rodea la hoja, a menos de un
centímetro de mi cuello. La sangre verde se desliza por su antebrazo, y su rico aroma
me golpea como una ola. No hay signos de dolor en sus ojos, que sostienen los míos.
Acaba de salvarme la vida.
—En ninguna parte, Misery —murmura, sin apenas mover los labios. A lo lejos,
el padre ladra órdenes. Los de seguridad reaccionan por fin y apartan al camarero.
Algunos invitados jadean, gritan, y quizá yo también debería gritar, pero no tengo
fuerzas para hacer nada hasta que mi marido me dice—: Durante el próximo año,
asegurémonos de no molestarnos mutuamente. ¿Entendido?
Intento tragar. Fracaso la primera vez, hago un gran trabajo la segunda.
—Y dicen que el romanticismo ha muerto —digo, contenta de no sonar tan seca
como me siento. Duda un momento y juraría que vuelve a inspirar, profundamente,
acumulando... algo. Me aprieta la mano en la espalda un segundo, antes de soltarme.
Y entonces Lowe Moreland, mi esposo, se aleja de la pista de baile, con un
rastro de sangre verde bosque siguiendo su camino.
Dejándome felizmente sola la noche de nuestra boda.
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CAPÍTULO 3

Está sitiado, en su propia casa.

La voz es joven y hosca. Se cuela por debajo de mi almohada y se introduce en


mis oídos, despertándome en mitad del día.
—Esta solía ser mi habitación —dice.
El suelo está duro debajo de mí. Mi cerebro está borroso y mis oídos están
como que taponeados y no sé dónde estoy, por qué, quién cometería esta ignominia
sobre mi persona: despertarme cuando el sol brilla en el cielo y esté sin fuerzas.
—¿Puedo esconderme aquí? Hoy está gruñona.
Reúno la energía de seis meses y salgo de debajo de las mantas, pero me
quedo sin fuerzas cuando se trata de levantar los párpados.
No, los vampiros no nos pulverizamos al sol como bombas de purpurina. La luz
del sol nos quema y duele, pero no nos mata a menos que la exposición sea
prolongada y sin filtrar. Sin embargo, somos bastante inútiles en pleno día, incluso
dentro de casa. Letárgicos y débiles y con dolor de cabeza, especialmente durante el
final de la primavera y el verano, cuando los rayos inciden en ese molesto ángulo
pronunciado. «Esta forma crepuscular tuya me está fastidiando el estilo de vida de los
almuerzos» solía decir Serena. «También el hecho de que no comas.»
—¿Es verdad que no tienes alma?
Es el maldito mediodía. Y hay un niño aquí, preguntándome:
—¿Porque antes estabas muerta?
Levanto los ojos hasta una rendija semiabierta y la encuentro aquí mismo, en el
armario donde hice la cama esta mañana temprano. Sus latidos saltan alegremente,
como un cervatillo reprimido. Tiene la cara redonda. De cabello rizado. Toda una
muñequita americana.
Muy molesta.
—¿Quién eres? —pregunto.
—¿Y luego te obligaron a beber la sangre de alguien?
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Yo diría que tiene entre tres y trece años. No tengo forma de precisarlo más:
con ella, mi asombrosa indiferencia hacia los niños se une a mi determinación de
veinticinco años de evitar todo lo que fuera. Y además, sus ojos son de un verde
pálido, peligroso y familiar.
No me gusta esto.
—¿Cómo entraste aquí?
Señala la puerta abierta del armario como si yo fuera un poco tonta.
—¿Y luego volviste a la vida, pero sin tu alma?
Entrecierro los ojos en la casi oscuridad, agradecida de que no haya corrido
las cortinas.
—¿Es cierto que te mordió un perro rabioso y ahora eres una peluda que echa
espuma por la boca durante la luna llena? —Intento ser una zorra, pero suelta una
carcajada que me hace sentir como una cómica.
—No, tonta.
—Bien, entonces. Tienes tu respuesta. Aunque sigo sin saber cómo has entrado
aquí. —Ella señala la puerta de nuevo, y hago una nota mental de nunca tener hijos—
. Cerré con llave. —Estoy segura de que lo hice. Estoy segura de que no pasé mi
primera noche entre los licántropos sin cerrar la maldita puerta. Pensé que incluso
con su superfuerza, si uno de ellos decidía devorarme, una puerta cerrada lo
mantendría fuera. Porque los licántropos construirían puertas a prueba de
licántropos, ¿verdad?
—Tengo una llave de repuesto —dice la niña licántropa.
Oh.
—Esta solía ser mi habitación. Así que si tenía pesadillas, podía ir donde Lowe.
Por ahí. —Señala otra puerta. Cuyo pomo no comprobé anoche. Sospechaba a quién
pertenecería la habitación contigua, y no me apetecía procesar ese tipo de trauma a
las cinco de la mañana—. Dice que aún puedo ir, pero ahora estoy al otro lado del
pasillo.
Una pizca de culpabilidad penetra en mi agotamiento: He despojado de su
habitación a una niña de tres (¿trece?) años de su habitación y la estoy obligando a
cruzar todo un pasillo, presa de horribles pesadillas recurrentes para llegar hasta
ella...
Oh, mierda.
—Por favor, dime que Moreland no es tu padre.
Ella no contesta.
—¿Alguna vez tienes pesadillas?
50
—Los vampiros no sueñan. —Quiero decir, puedo lidiar con separar
verdaderos amantes o lo que sea, ¿pero una familia entera? Una niña de su... Oh,
mierda—. ¿Dónde está tu madre?
—No estoy segura.
—¿Vive aquí?
—Ya no.
Joder.
—¿Dónde se fue?
Se encoge de hombros.
—Lowe dijo que es imposible saberlo.
Me froto los ojos.
—¿Es Moreland… es Lowe tu padre?
—El padre de Ana ha muerto. —La voz viene de fuera del armario, y ambas nos
giramos.
De pie, bajo la luz que se filtra desde el pasillo, hay una mujer pelirroja. Es
guapa, fuerte y está en forma, lo que sugiere que podría correr media maratón sin
chistar. Me mira con una mezcla de preocupación y hostilidad, como si mi perversión
fuera quemar grillos con queroseno.
—Muchos niños licántropos son huérfanos, la mayoría a manos de vampiros
como tú. Mejor no preguntarles por el paradero de sus padres. Ven aquí, Ana.
Ana corre hacia ella, no sin antes susurrarme:
—Me gustan tus orejas puntiagudas —en voz demasiado alta.
Estoy demasiado cansada como para ocuparme de esto a mediodía.
—No tenía ni idea. Lo siento, Ana.
Ana parece imperturbable.
—No pasa nada. Juno solo está gruñona. ¿Puedo ir a jugar contigo cuando...?
—Ana, ve abajo a comer algo. Estaré allí en un minuto.
Ana suspira, pone los ojos en blanco y hace pucheros como si le hubieran
pedido que hiciera la declaración de la renta, pero al final se marcha y me dedica una
sonrisa pícara. Mi cerebro, adormecido por el sueño, piensa brevemente en
devolvérsela, pero luego recuerda que dejé que me volvieran a crecer los colmillos.
—Es la hermana de Lowe —me informa Juno de forma protectora—. Por favor,
aléjate de ella.
51
—Quizá quieras hablar de esto con ella, ya que aún tiene una llave de repuesto
de su antigua habitación.
—Aléjate —repite. Menos preocupada, más amenazadora.
—Claro. Claro. —Puedo vivir sin salir con alguien cuyo cráneo aún no se ha
cerrado bien. Aunque Ana es técnicamente mi mejor amiga en el territorio de
licántropo. Pocas opciones por aquí—. Juno, ¿verdad? Soy Misery.
—Lo sé.
Me lo imaginé.
—¿Eres una de los comandantes de Lowe?
Se tensa y cruza los brazos sobre el pecho. Sus ojos están entrecerrados.
—No deberías.
—¿No debería qué?
—Hacer preguntas sobre la manada. O entablar conversación con nosotros. O
caminar sin supervisión.
—Son muchas reglas. —Para dar a un adulto. Durante un año.
—Las reglas te mantendrán a salvo. —Levanta la barbilla—. Y mantendrán a los
demás a salvo de ti.
—Es un sentimiento muy honorable. Pero quizá te tranquilice saber que viví
entre los humanos durante casi dos décadas y que asesiné... —Hago como que
compruebo una nota en la palma de mi mano—. Un cero entero. Vaya.
—Aquí será diferente. —Sus ojos se apartan de los míos y recorren los
contornos de la habitación, todavía hecha un amasijo de cajas de mudanza y montones
de ropa. Su mirada se detiene en el colchón desnudo, ahora despojado de las sábanas
y mantas que arrastré al interior del armario, y luego se detiene en lo único que
colgué en la pared: una Polaroid mía y de Serena mirando de reojo a la cámara
durante aquella excursión al lago al atardecer que hicimos hace dos años. Un tipo la
tomó sin preguntar, mientras colgábamos los pies en el agua. Luego nos la enseñó y
dijo que solo nos la devolvería si una de nosotras le daba nuestro número. Hicimos lo
único lógico: le hicimos una llave en la cabeza y le sacamos la foto a la fuerza.
Toda esa defensa personal que aprendimos, resulta que también funciona para
el ataque.
—Sé lo que intentas hacer —dice Juno, y por un momento temo que me haya
leído el pensamiento. Que sepa que estoy aquí para buscar a Serena. Pero continúa—
: Puedes intentar hacerte pasar por un peón, decir que solo aceptaste esto en nombre
de la paz, pero... no te creo. Y no me gustas.
No me digas.
52
—Y no te conozco lo suficiente como para emitir un juicio. Aunque tus jeans me
gustan. —Una conversación fascinante, pero estoy a punto de desmayarme.
Afortunadamente, con una última mirada fulminante, Juno se va.
Por el rabillo del ojo percibo un indicio de movimiento. Me giro, medio
esperando que Ana vuelva a aparecer, pero es el maldito gato de Serena, que sale de
debajo de la cama.
—Ahora apareces tú.
Me sisea.

Durante nuestros quince años de amistad, acumulé medio millón de pequeñas,


grandes y medianas razones para amar a Serena Paris con la intensidad de las
estrellas más brillantes. Entonces, hace unas semanas, una vino a borrarlas todas,
llevándome a aborrecerla con la fuerza de mil lunas llenas.
Su maldito gato.
Por regla general, los vampiros no tienen mascotas. ¿O las mascotas no se
quedan con vampiros? No estoy segura de quién empezó. Tal vez piensan que olemos
mal porque somos hemovoros por necesidad. Tal vez los rechazamos porque se
llevan muy bien con los licántropos y los humanos. En cualquier caso, cuando empecé
a vivir entre los humanos, el concepto de animal doméstico me resultaba sumamente
extraño.
Mi primera cuidadora tenía un perrito que a veces llevaba en el bolso y,
sinceramente, me habría escandalizado menos si se hubiera peinado con una
escobilla de inodoro. Lo miré con recelo durante unos días. Le enseñaba mis colmillos
cuando él mostraba los suyos. Finalmente, me armé de valor y le pregunté a la
cuidadora cuándo se lo iba a comer.
Renunció esa noche.
Desde entonces, los animales y yo nos llevábamos de maravilla, nos dábamos
de lado en las aceras e intercambiábamos alguna que otra mirada sucia. Era pura
felicidad, hasta que el maldito gato de Serena entró en escena. Hice todo lo que pude
para disuadirla de adoptarlo. Ella hizo todo lo posible por fingir que no me oía.
Entonces, unos tres días después de llevarse a casa este cretino de seis kilos del
refugio, desapareció en el éter.
Puf.
Crecer coleccionando intentos de asesinato como dientes de leche me templó
y me enseñó a mantener la calma bajo presión. Y, sin embargo, aún lo recuerdo, ese
53
primer revoltijo en el estómago cuando Serena no se presentó en mi casa para la
noche de la colada. No respondió a mis mensajes. No respondió el teléfono. No llamó
al trabajo diciendo que estaba enferma, y simplemente dejó de aparecer. Sentí
mucho miedo.
Quizá no habría pasado si hubiéramos seguido viviendo juntas. Y
sinceramente, me habría parecido bien compartir piso. Pero después de pasar sus
primeros años en un orfanato y los segundos como compañera de la niña vampira
mejor vigilada del mundo, solo había querido una cosa: intimidad. Sin embargo, me
había dado un juego de llaves de repuesto y me había parecido un honor tan precioso
y hermoso; las había escondido cuidadosamente en un lugar secreto. Que cuando ella
desapareció, yo ya la había olvidado.
Así que ese día entré en su apartamento usando una horquilla. Tal y como ella
me enseñó cuando teníamos doce años, y la sala de televisión estaba prohibida, y una
película al día no era suficiente. Tranquilizadoramente, su cadáver putrefacto no
estaba doblado en el congelador, ni en ningún otro sitio. Di de comer a su maldito
gato, que maullaba como si estuviera a punto de morirse de hambre y me siseaba al
mismo tiempo; comprobé que mis lentillas marrones estuvieran en su sitio y que mis
colmillos siguieran bien limados; luego fui a las autoridades a denunciar la
desaparición de una persona.
Y me dijeron: «Probablemente esté pasando el rato con su novio en alguna
parte.»
Me obligué a parpadear, para parecer más humana.
«No puedo creer que le contara su vida amorosa a usted y no a mí, su mejor
amiga desde hace quince años.»
«Escuche, jovencita.» El oficial suspiró. Era un hombre larguirucho, de mediana
edad, con más turbulencias en el ritmo cardíaco que la mayoría. «Si me dieran cinco
centavos por cada vez que alguien “desaparece”, y con eso me refiero a que se va y
no le dice a nadie de su círculo social adónde va...»
«¿Cuánto tendría?» Levanté una ceja.
Parecía nervioso, aunque no lo suficiente para mi gusto. «Apuesto a que está de
vacaciones. ¿Alguna vez hace viajes sola?»
«Sí, a menudo, pero ella siempre me avisa. Además, es reportera de
investigación para The Herald, y no se tomó días libres.» Según su sistema. El cual
pirateé.
«Quizá se le habían acabado los días de vacaciones y aún quería, no sé,
conducir hasta Las Vegas para ver a su tía. Solo un malentendido.»
«Teníamos planes para vernos, y ella es una huérfana sin familia ni amigos que
no tiene coche. Según su portal bancario, al que me dio acceso, no se procesaron
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retiradas de efectivo ni pagos en línea. Pero tal vez tenga razón, ¿y esté saltando a Las
Vegas en su jet?»
«No hace falta que te pongas irritable, cariño. Todos queremos pensar que
somos importantes para la gente que es importante para nosotros. Pero a veces,
nuestro mejor amigo es el mejor amigo de otro.»
Cerré los ojos para ponerlos en blanco detrás de los párpados.
«¿Se han peleado?» preguntó el agente.
Crucé los brazos sobre el pecho y apreté las mejillas. «Ese no es el punto...»
«Ja.»
«De acuerdo.» Fruncí el ceño. «Digamos que Serena me odia en secreto. Aun
así no dejaría a su gato, ¿verdad?»
Hizo una pausa. Luego, por primera vez, asintió y recogió un bloc de notas.
Sentí una chispa de esperanza. «¿Nombre del gato?»
«Aún no ha llegado a ponerle nombre, aunque la última vez que hablamos lo
había reducido entre Maximilien Robespierre y...»
«¿Cuánto hace que tiene este gato?»
«¿Unos días? Aun así no dejaría morir de hambre al idiota» me apresuré a
añadir, pero el agente ya había soltado el bolígrafo. Y aunque volví a la comisaría tres
veces aquella semana, y al final conseguí que se presentara una denuncia por
desaparición, nadie hizo nada por encontrar a Serena. El peligro, supongo, de estar
sola en el mundo: nadie que se preocupara de que estuviera a salvo, sana y viva. Nadie
excepto yo, y yo no contaba. No debería haberme sorprendido, y no lo hice. Pero al
parecer aún tenía la capacidad de sentirme herida.
Porque a nadie le importaba si estaba a salvo, o sana, o viva. Nadie excepto a
Serena. La hermana de mi corazón, si no de mi sangre. Y aunque había estado muy
sola, nunca me había sentido tan sola como cuando ella se fue.
Deseaba poder llorar. Deseaba que los conductos lagrimales dejaran salir ese
horrible terror de que se hubiera ido para siempre, de que se la hubieran llevado, de
que sufriera, de que fuera culpa mía y de que yo la hubiera alejado con nuestra última
conversación. Por desgracia, la biología no estaba de mi parte. Así que trabajé mis
sentimientos yendo a su casa y cuidando de su maldito gato, que mostró su gratitud
arañándome todos los días.
Y, por supuesto, buscándola donde no debía.
Yo tenía las llaves, después de todo. Porque la clave de todo no es más que una
línea de código. Fui capaz de hurgar en sus extractos bancarios, direcciones IP,
localización de móviles. Correos electrónicos de The Herald, metadatos, uso de
aplicaciones. Serena era periodista y escribía sobre temas financieros delicados, y lo
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más probable era que se hubiera visto envuelta en algo turbio mientras trabajaba en
un reportaje, pero no iba a excluir otras posibilidades. Así que revisé todo y no
encontré... nada.
Absolutamente nada.
Ese puf en el que desapareció Serena había sido bastante literal. Pero uno no
puede moverse por el mundo sin dejar huellas digitales, lo que solo podía significar
una cosa. Una cosa terrible, espeluznante, que ni siquiera podía expresar con
palabras en la intimidad de mi propia cabeza.
Y fue entonces cuando lo hice: Me arrodillé delante del maldito gato de Serena.
Estaba jugando como siempre hacía después de cenar, manoseando un recibo
arrugado en un rincón del salón, pero se las arregló para meter un par de siseos en
su apretada agenda solo para mí. «Escucha.» Tragué saliva. Me froté el pecho con la
mano y luego incluso me di una palmada, intentando mitigar el dolor. «Sé que solo la
conociste unos días, pero de verdad, en serio...» Apreté los ojos. Joder, esto era duro.
«No sé cómo sucedió, pero creo que Serena podría estar...»
Abrí los ojos, porque le debía a este gato imbécil mirarlo. Y fue entonces
cuando lo vi bien.
El recibo, que no era un recibo hecho bola. Era un trozo de papel arrancado de
un diario, o quizás de un cuaderno, o... no. Una agenda. La increíblemente anticuada
agenda de Serena.
La página correspondía al día de su desaparición. Y había una cadena de letras
en ella, escritas rápidamente con rotulador negro. Galimatías.
O quizá no del todo. Un timbre lejano sonó, recordándome un juego al que
Serena y yo solíamos jugar de niñas, una primitiva clave de sustitución que
inventábamos para cotillear libremente delante de nuestros cuidadores. Lo habíamos
bautizado como el alfabeto mariposa, y consistía sobre todo en añadir sílabas b- y f-
a palabras normales. Nada complicado: incluso oxidada como estaba, mi cerebro solo
tardó unos segundos en desentrañarlo. Y cuando terminé, ya tenía algo. Tenía tres
palabras enteras:
L. E. MORELAND
56
CAPÍTULO 4

Dicen que mantengas a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca. No saben de lo que
hablan.

A pesar de los ataques esporádicos de idiotez adolescente, dudo que un


vampiro haya estado en territorio licántropo durante siglos.
Anoche lo sentí en los huesos, mientras mi conductor se hundía más allá del río.
El maldito gato de Serena se movía inquieto en el transportín a mi lado, y supe que
estaba muy, muy solo. Estar con los humanos era como vivir en otro país, ¿pero aquí?
Otra galaxia. Exploración del espacio profundo.
La casa a la que me llevaron está construida sobre un lago, rodeada de árboles
espesos y nudosos en tres de sus lados y de plácidas aguas en el restante. Nada
parecido a una cueva o un subterráneo, a pesar de lo que habría imaginado de una
especie relacionada con los lobos, y sin embargo extraña, con sus cálidos materiales
y grandes ventanas. Como si los licántropos se hubieran unido al paisaje y hubieran
decidido construir algo hermoso juntos. Es un poco extraño, sobre todo después de
pasar las últimas seis semanas entre la esterilidad del territorio vampiro y el bullicio
de los humanos. Evitar la luz del sol va a ser un problema, y también lo es el hecho de
que la temperatura se mantiene considerablemente más baja de lo que es cómodo
para los vampiros. Sin embargo, puedo lidiar con eso. Para lo que realmente me
estaba preparando era...
En mi tercer año como Colateral, en una cena diplomática, me presentaron a
una matrona anciana. Llevaba un vestido de lentejuelas y, cuando levantó la mano
para pellizcarme las mejillas, me di cuenta de que su antiguo brazalete estaba hecho
de perlas muy bonitas y de formas poco habituales.
Eran colmillos. Arrancados de cadáveres de vampiros, o vivos, por lo que sé.
No grité, ni lloré, ni ataqué a esa vieja bruja. Me quedé paralizada, incapaz de
funcionar correctamente durante el resto de la noche, y solo empecé a procesar lo
ocurrido cuando llegué a casa y se lo conté a Serena, que se puso furiosa en mi
nombre y exigió una promesa a la cuidadora de turno: que nunca más me obligarían
a asistir a una función similar.
57
Lo fui, por supuesto. Muchas, muchas veces, y me encontré con mucha, mucha
gente que actuaba como esa zorra chispeante. Porque las pulseras, los collares, los
frascos de sangre, no eran más que mensajes. Muestras de descontento por una
alianza que, aunque establecida desde hacía tiempo, en muchos sectores de la
población seguía siendo controvertida.
Esperaba algo aún peor de los licántropos. No me habría escandalizado ver a
cinco de nosotros empalados en el patio, desangrándonos lentamente hasta morir.
Pero nada de eso. Solo un puñado de sicomoros y el aleteo de los latidos del corazón
de conejo de mi nuevo amigo Alex.
Oh, Alex.
—Sé que he dicho que esta es la casa de Lowe, pero él es el Alfa, lo que significa
que muchos miembros de la manada van y vienen, y su gente de confianza que vive
en la zona están, um, casi siempre aquí —dice, acompañándome a través de la cocina.
Es joven y guapo, y lleva pantalones caqui con un número improbable de bolsillos.
Cuando conocí a Juno hoy, estaba claro que quería meterme bajo una lupa gigante y
quemarme viva, pero Alex está aterrorizado ante la idea de enseñarle a un vampiro
su nuevo alojamiento. Sin embargo, está a la altura de las circunstancias: se pasa una
mano por el cabello claro y me dice—: Me han sugerido que guarde tus cosas en el
otro frigorífico de ahí. Así que si por favor pudieras... Si fuera posible... Si no es
molestia...
Pongo fin a su sufrimiento.
—No guardar mis sangrientas bolsas de llenas de sangre junto al tarro de
mayonesa. Entendido.
—Sí, gracias. —Casi se desploma de alivio—. Y, eh, no hay bancos de sangre
que atienden a vampiros en la zona, porque, bueno…
—¿Cualquier vampiro en la zona sería rápidamente exterminado?
—Precisamente. Espera, no. No, eso no es lo que yo...
—Estaba bromeando.
—Oh. —Se retira del borde de un ataque al corazón—. Por lo tanto, no hay
bancos, y obviamente no estás en libertad de entrar y salir de nuestro territorio...
—¿No? —jadeo, y al instante me siento culpable cuando da un paso atrás y se
mete los dedos en el cuello de la camisa—. Lo siento. Otra broma. —Ojalá pudiera
sonreírle para tranquilizarlo. Sin que parezca que estoy a punto de destrozar todo lo
que él aprecia.
—¿Tienes... preferencias?
—¿Preferencias?
—Como... AB, u O negativo, o…
58
—Ah. —Sacudo la cabeza. Es un error común, pero la sangre fría es casi
insípida, y las únicas cosas que influirían en su sabor descalificarían a la gente para
donar en primer lugar. Enfermedades, sobre todo.
—¿Y cuándo...?
—¿Me alimento? Una vez al día. Más cuando hace mucho calor; el calor nos da
hambre. —Parece mareado por la mención de la sangre, más de lo que habría
esperado de alguien que se convierte en lobo y devora conejos. Así que me alejo
para darle un minuto para que se recupere, observando la pared de piedra y la
chimenea. A pesar del frío, hay algo que encaja en esta casa. Como si su lugar
estuviera destinado a estar aquí, esculpido entre los árboles y el paseo marítimo.
Probablemente sea la casa más bonita en la que he vivido. No está mal, ya que
hay una probabilidad no nula de que yo también muera en ella.
—¿Eres uno de sus comandantes? —le pregunto a Alex, apartando la vista de
las olas que rompen en el muelle—. De Mor... de Lowe, quiero decir.
—No. —Es más joven, más suave que Juno. No tan a la defensiva y abotonado,
pero más nervioso. Ya lo he pillado tres veces entrecerrando los ojos en la punta de
mis orejas—. Ludwig es... El comandante de mi cáfila es otro.
¿Su qué?
—¿Cuántos comandantes tiene Lowe?
—Doce. —Hace una pausa para mirarse los pies—. Once, en realidad, ahora
que Gabrielle fue enviada a…
Gabrielle, lo archivaré para futuras indagaciones. Dios, ¿es la pareja? ¿Era su
esposa y su comandante?
Alex se aclara la garganta.
—Gabrielle será reemplazada.
—¿Por ti?
—No, yo no... Y no soy de su cáfila; tendrá que ser alguien que... —Se rasca la
nuca y se calla. Ah, bueno.
—¿Hay vecinos cercanos? —pregunto.
—Sí. Pero “cercanos” es diferente para nosotros. Porque podemos...
—¿Transformarse en lobos?
—No. Bueno, sí, pero... —Sus mejillas tienen un tono aceitunado. Dios, creo que
se está sonrojando. Porque claro que se pondrían verdes—. Cambio. Lo llamamos
cambiar. No nos convertimos en otra cosa. Solo alternamos entre dos configuraciones.
Esta vez sí sonrío, manteniendo los labios sellados.
59
—Me encantan las referencias de codificación.
—¿Te gusta la tecnología?
—Me gusta lo que puede hacer la tecnología. —Me apoyo en la encimera. Años
con los humanos y todavía me asusta que las casas tengan habitaciones enormes
dedicadas a la preparación de la comida—. Cuando cambian a lobos, ¿siguen
pensando igual? ¿Su cerebro también cambia con ustedes?
Alex lo medita.
—Sí y no. Hay algunos instintos que toman el control en esa forma, más de lo
que lo harían de otro modo. El impulso de cazar, por ejemplo, es muy poderoso.
Perseguir un olor, rastrear a un enemigo. Por eso quizá no deberías aventurarte sola
a...
—¿Nadar desnuda a medianoche?
Mira hacia otro lado. Es adorable, como si quisiera atarle los cordones y soplarle
sus rodillas raspadas.
—¿Tú...? Probablemente sea mentira, pero quería asegurarme... los vampiros
no, ¿verdad?
Inclino la cabeza.
—¿No qué?
—Se convierten en animales. No es que me crea el rumor de los murciélagos,
pero por si acaso vas a salir volando y…
Seguro que Alex se lleva muy bien con Ana.
—No, no me convierto en murciélago. Aunque sería encantador.
—Okey, bien. —Parece increíblemente aliviado. Decido aprovecharme de
ello, transmitiendo una mezcla de despreocupación y muy leve interés por lo que me
rodea, y luego le digo con displicencia:
—¿Puedes transformarte en lobo cuando quieras? ¿O lo de la luna llena es solo
un rumor?
—Depende, supongo.
—¿De qué?
—Qué poderoso es un licántropo. Ser capaz de cambiar a voluntad, es un signo
de dominio. Ser capaz de evitar el cambio durante la luna llena, también.
No sé qué me lleva a preguntar:
—¿Y Lowe? ¿Es poderoso?
Alex suelta una carcajada sorprendida.
60
—Es el licántropo más poderoso que he visto en mi vida. Y que mi abuelo haya
visto en su vida... y él ha visto muchos Alfas.
—Oh. —Agarro un cucharón. O una espátula. He olvidado cuál es cuál—. ¿Es
poderoso porque puede cambiar cuando quiera?
Alex frunce el ceño.
—No. Eso forma parte de él, pero todo el mundo sabía que tenía madera de
Alfa. —Sus ojos empiezan a brillar. Un fan de Moreland, claramente—. Era el corredor
más rápido, y el mejor rastreador, e incluso su olor era correcto. Por eso Roscoe lo
envió lejos.
—No fue un movimiento tonto, ya que al final Lowe mató a Roscoe.
Alex parpadea en mi dirección.
—No lo mató. Lo desafió, y Roscoe murió en ese proceso.
Debe haber matices culturales que no estoy captando aquí, por no mencionar
que Roscoe era, según todos los indicios, un sádico sanguinario. No parece una gran
pérdida, así que no insisto.
—¿Mi compañero de piso, Lowe, normalmente no está durante el día? —Son
cerca de las seis de la tarde, pero no oigo a nadie moverse por el lugar. ¿Quizás
Moreland está evitando venir a casa porque apesto? Me di un baño cuando me
desperté, y me remojé durante un buen rato. No es exactamente una rama de olivo,
pero... una aceituna—. ¿Qué pasa con Ana?
—Ana está con Juno. —Alex se encoge de hombros—. Lowe está fuera para
hacer frente al sabotaje que ocurrió esta mañana, y...
Ladeo la cabeza, y es un error: demasiado interés transmitido. Alex da un paso
atrás y se aclara la garganta.
—En realidad, han salido a correr —dice, y debe de ser el peor mentiroso que
he visto en toda mi vida. Siento la tentación de darle una palmadita en la espalda,
hacerle saber que lo está haciendo muy bien y que no irá al infierno por inventarse
cosas.
En vez de eso, presiono más.
—¿Alguna vez has visto humanos en esta casa?
—¿Humanos? —Su ceño se frunce—. ¿Cómo quiénes?
Me viene a la cabeza la cara de Serena. Está poniendo los ojos en blanco
porque llevo una camiseta de las galaxias que me regalaron cuando compré una
lámpara de lava. «¿Quién lleva esto, Misery? No, ¿quién compra una lámpara de lava?»
—Cualquier humano. —Me encojo de hombros ingeniosamente—. Solo
curiosidad.
61
No creo que se lo crea.
—Nunca he visto a un humano en territorio licántropo. —Me mira con
desconfianza. He jugado mi mano demasiado fuerte—. Y este es el hogar del Alfa. Un
lugar para que los licántropos se sientan seguros.
—Excepto que ahora vivo aquí. —Juego con mi alianza de plata, una costumbre
que he adquirido en menos de veinticuatro horas. Nunca me han gustado mucho las
joyas, pero quizá me la quede cuando encuentre a Serena y esto se acabe. O me
compraré uno de esos anillos de humor que creen que los vampiros siempre estamos
tristes porque nuestra temperatura corporal es baja—. ¿Por qué?
—¿Qué quieres decir?
—Solo me sorprende que Lowe me quiera cerca.
—Están casados.
—Pero no de verdad. Lowe y yo no nos conocimos en unas vacaciones en el
Caribe y nos enamoramos mientras obteníamos nuestros certificados de buceo.
—No es una cuestión de amor.
Levanto una ceja.
—Tenerte viviendo con él... se trata de protección. Hacer un compromiso.
Enviar un mensaje. Saben que no eres su verdadera esposa ni su pareja ni nada.
Ah, sí, la famosa pareja. Que probablemente vivía en su casa. Asiento, sin
entender del todo. Pero tampoco entiendo a los humanos ni a los vampiros. Seguro
que los licántropos tienen sus razones para hacer lo que hacen.
Igual que yo tengo las mías.
—Entonces, ¿no debo salir sola, pero dentro de casa puedo estar donde
quiera?
Los hombros de Alex se relajan ante el cambio de tema.
—Claro. Tal vez, mantente alejada de las habitaciones de Lowe y Ana. Y de su
despacho.
—Por supuesto. —Sonrío un poco. Sin colmillos—. ¿Y dónde está su despacho?
Señala el pasillo detrás de mí.
—Izquierda, luego derecha.
—Perfecto. Solo espero no perderme. —Me encojo de hombros con aire, y
planto mi primera mentira—: Mi capacidad de orientación es bastante mala.
62

La primera vez que busqué en Internet a L. E. Moreland, encontré dos cosas: un


sitio web GeoCiudades semi obsoleto que promocionaba a un agente inmobiliario
totalmente desaparecido, y la infinita inmensidad de la nada.
Así que busqué de nuevo, como hacen los especialistas en pruebas de
penetración: con cierto desprecio por las puertas. Salté una o dos vallas, me deslicé
entre los piquetes de las puertas, aproveché las ventanas que sus dueños habían
dejado entreabiertas.
Fue entonces cuando descubrí que el difunto Leopold Eric Moreland, que
murió plácidamente en su cama en 1999, había resuelto previamente fuera de los
tribunales una demanda por negligencia en sus deberes fiduciarios, y estaba
obsesionado con los Yorkies.
Y nada más.
Así que me quité el sombrero blanco. Y cuando empecé a buscar a
continuación, había menos sigilo alrededor de puertas entreabiertas, y más derribar
paredes enteras. En retrospectiva, me puse un poco imprudente. Pero me estaba
frustrando, porque —sin ánimo de ofender a mi amigo Leopold, amante de los
animales, pero trabajador chapucero— no se podían encontrar registros decentes de
L. E. Moreland.
Con una excepción.
En las profundidades de un servidor humano vinculado a la oficina del
gobernador, oculto en un memorándum encerrado tras un desconcertante número de
contraseñas, descubrí una comunicación relativa a una cumbre que había tenido lugar
un par de semanas antes. Más o menos cuando Serena no se había presentado a la
noche de colada.
Se espera la presencia de Lowe Moreland y M. García, según el comunicado. Se
reforzará la seguridad.
Me gustan los datos y los números, y pensar las cosas con lógica y tablas
dinámicas. Nunca he sido instintiva, pero en ese momento, supe —simplemente
supe— que iba por buen camino. Que Lowe Moreland tenía que estar involucrado en
la desaparición de Serena.
Así que empecé a buscarlo las veinticuatro horas del día. Me tomé tiempo libre
del trabajo. Pedí favores. Miré fijamente las grabaciones de las cámaras de
seguridad. Me adentré en la web oscura, que es incluso menos divertida de lo que
63
parece. Después de semanas, descubrí una cosa sobre Lowe Moreland: quienquiera
que se encargara de borrar su huella digital era casi tan bueno como yo.
Y soy jodidamente buena.
Cuando supe por mi padre que Lowe era un licántropo, el secretismo cobró
sentido. Sus cortafuegos siempre han sido excepcionales, sus redes a prueba de
hackers. Me encantaría conocer a la persona que lo mantiene así para poder ser una
fangirl o darles un puñetazo. Pero paseando por la preciosa casa de Lowe, que es
incluso más grande de lo que pensaba, sé que eso ya no va a ser un problema. Porque
aunque haya varias cosas que no pueda hacer a distancia, ¿si estoy físicamente
delante de un ordenador? Soy imparable, cariño. Y una vez que esté dentro, voy a
revisar cada documento y pieza de comunicación que tengan los licántropos, y voy a
encontrar a Serena, y entonces...
Entonces.
«¿Cuál es el plan?» preguntaría Serena si estuviera aquí, aunque los pequeños
planes que urdía nunca salían bien. Le gustaba más el rollo de organizar que el trabajo
en sí, y mi corazón, normalmente impermeable, se encoge un poco al pensar que no
puedo reprenderla por ello.
No tengo ningún plan, solo a la única persona que me importaba, desplazada
de mi vida. Y tal vez sea como que una detective aficionada, todo este merodeo por
pasillos semioscuros con la esperanza de encontrar una pizarra en la que haya escrito
“Lista de personas que Lowe desapareció”. Estoy suplicando por algo, lo que sea,
mientras soy consciente del hecho que todo este empeño termine en un callejón sin
salida es una clara posibilidad.
Me da nauseas.
—Y ahí está.
Doy un brinco, sobresaltada. La buena noticia es que Lowe no ha llegado
pronto a casa de algo que definitivamente no era una carrera para encontrarse a su
apestosa novia vampira fingiendo que ha confundido su despacho con el armario de
la ropa blanca.
Lo malo es...
—Eres muy guapa, ¿verdad? —dice el licántropo.
Es más joven que yo, quizá unos dieciocho años. Cuando se acerca, trato de
localizarlo, preguntándome si recuerdo su baja estatura y su nariz aguileña de la
ceremonia. Pero no estaba allí. Y creo que también es la primera vez que me ve.
—No creí que los vampiros pudieran ser hermosos. —No hay nada elogioso en
sus palabras. No me está coqueteando, ni intenta asustarme. Solo afirma un simple
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hecho, seguido de otro paso hacia mí, y de repente soy muy consciente de que estoy
al final de un pasillo. Se interpone entre la salida y yo.
—¿Quién eres?
—Max —dice, pero no da más detalles. Hay algo distraído, casi vacío en él.
Desorientado. Como si fuera a darse un baño en el lago pero se encontrara aquí sin
haberlo planeado—. Me pregunto si a Lowe le gusta verte por aquí. Porque eres muy
guapa —musita insensiblemente.
—Lo dudo. —Quiero poner una puerta entre Max y yo, pero la única a la que
puedo llegar es al despacho de Lowe, cerrado con llave. Miro a mi alrededor en busca
de otra vía de escape, pero lo único que encuentro es un cuadro de una jirafa de
dudosa calidad.
Puede que esté exagerando.
—O tal vez te odia, porque lo obligas a recordar.
—¿Recordar qué? —Esto es inquietante—. No quiero asustarte, pero te
importaría si paso...
—Recordar lo que tu gente le ha quitado. Es casi tanto como lo que me han
quitado a mí. Y aun así está haciendo alianzas con ellos como un vulgar traidor. Se
casó contigo y dijo que no te harían daño. —Max se pasa una mano por el cabello
oscuro y sacude la cabeza con lo que parece incredulidad. Parece tan profundamente
perdido, que olvido mi inquietud y pregunto:
—¿Estás bien?
Sus ojos se agudizan.
—¿Cómo podría estar bien? —Da un paso más y casi me arrincona contra la
pared. El olor de su sangre me invade, caliente, desagradable. El latido de su corazón
me golpea los oídos, retumbante, imposiblemente rápido—. ¿Cómo podría estar
bien, cuando estás aquí, en la casa de mi Alfa, después de que tu gente haya cazado
a mis parientes y montado sus cabezas embalsamadas en sus paredes?
La parte de mí que una vez tuvo catorce años y casi fue apuñalada por un
activista anti vampírico que se hizo pasar por inspector de gas entra en acción.
—Entonces quizá estemos empatados, ya que tu gente hizo vino con la sangre
de los míos y luego lo mezcló con paja para el ganado. —Deslizo una mano en el
bolsillo de mis jeans, esperando encontrar algún arma. Una llave, un palillo, incluso
algo de pelusa... nada.
Mierda.
—Dímelo. —Se acerca más. Me obligo a mantenerme firme—. ¿Tu padre está
vivo?
65
—Que yo sepa.
—El mío no. Ni mi hermana mayor. —Sus ojos verdes son brillantes y
lustrosos—. Fue asesinada cuando yo tenía nueve años, mientras patrullaba una
frontera en el Noreste que los vampiros a veces cruzan solo por diversión. Murió para
protegerme a mí y a otros niños licántropo, y... —Las palabras se le atascan en la
garganta. Siento una oleada de compasión. Se me desploma el corazón, presa de la
certeza de que va a echarse a llorar.
Pero estoy muy equivocada, y me doy cuenta demasiado tarde.
Corre hacia mí en una repentina explosión de energía despiadada. El impacto
de su cuerpo contra el mío me deja sin aliento brevemente... brevemente. Es un
hombre, licántropo, mucho más fuerte, pero estoy acostumbrada a que la gente
quiera asesinarme, y cuando su mano me agarra la muñeca, horas de entrenamiento
se convierten en memoria muscular. Mi rodilla golpea su ingle y se queja. Aprovecho
la distracción para empujarlo, y no es fácil, duele, pero para cuando puedo respirar
de nuevo, mi antebrazo está inmovilizando su garganta contra la pared, y nuestros
rostros están a escasos centímetros.
No quiero hacerle daño. No voy a hacerle daño, aunque me grite improperios:
“Acabaré contigo” y “Asesina” y “Sanguijuela”.
Así que despego los labios y le muestro los colmillos.
El estruendo de su garganta se convierte instantáneamente en un gemido. Baja
los ojos al suelo y la tensión de sus músculos se afloja. Respiro hondo, asegurándome
de que no está fingiendo, de que se ha calmado de verdad y de que no me atacará en
cuanto me retire, y...
Un par de manos un millón de veces más fuertes que las de Max me apartan de
un tirón. Lo que ocurre a continuación es demasiado borroso como para descifrarlo,
pero un instante después soy yo la que está contra la pared de enfrente. Mi espalda
se clava en el marco del cuadro de la jirafa, y mi frente presiona contra algo igual de
inflexible, pero cálido.
Qué demonios, pienso, o quizá lo digo en voz alta.
No estoy segura. Porque cuando abro los ojos, lo único en lo que puedo
concentrarme es en la forma en que Lowe Moreland me está mirando.
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CAPÍTULO 5

Ella es resistente. Él trata de imaginar cómo se sentiría si estuviera en su lugar: sola, apartada,
utilizada y descartada. Solo siente un poco de respeto por ella, y eso le enfada.

A diferencia del agarre de Max, el de Lowe no duele.


Pero es estrecho. Y la forma en que me aprieta contra la pared, como si
intentara interponer su enorme cuerpo entre yo y el resto del mundo, hace que me
cueste respirar sin pegar toda mi frente a la suya.
—Señorita Lark —dice. Ronco. Casi un gruñido.
Trago saliva contra la repentina sequía de mi garganta, lo que me hace darme
cuenta de dónde está su mano: enroscada alrededor de mi cuello. Casi entera. Sus
dedos son tan largos que tocan los valles detrás de mis orejas.
—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta en voz baja y profunda. Sus ojos
desorbitados se clavan en los míos. Los latidos de mi corazón, que se mantuvieron
milagrosamente estables durante mi pelea con Max, se aceleran de repente y se
convierten en lentos aleteos cuando Lowe baja la cabeza y murmura contra mi sien—
: No llevamos ni veinticuatro horas casados. Las mantis religiosas tienen períodos de
luna de miel más largos.
Max, yo podría derrotar, con bastante facilidad. Lowe, de ninguna manera. Es
la diferencia entre un cachorro y un lobo gigante.
—Solo, ya sabes. —Mis palabras suenan tambaleantes. No estoy orgullosa de
eso—. Tratando de evitar que me maten.
Lowe se pone rígido durante un milisegundo y luego se aparta. Pero se queda
cerca, con las palmas apoyadas en la pared a cada lado de mi cabeza, una todavía
vendada por la herida de ayer. Parece una jaula. Una prisión improvisada que está
construyendo, hecha de su cuerpo y su mirada, para mantenerme inmovilizada
mientras se da la vuelta para preguntarle a Max:
—¿Estás bien?
Max levanta la vista y asiente con los labios temblorosos. Ya hay varios
licántropos reunidos a su alrededor. Alex, que nos mira a Lowe y a mí con una
expresión tan culpable que probablemente admitiría haber cometido un fraude
67
hipotecario si se le presionara un poco. Pero también Juno, que inspecciona
minuciosamente a Max en busca de cualquier herida mortal que yo pudiera haberle
infligido, y el hombre mayor y el pelirrojo de la ceremonia, que me miran como si
acabara de decirles a los niños del orfanato que Papá Noel no es real.
Todo el mundo en este pasillo parece muy dispuesto a romperme las rótulas,
tal vez comer la médula después. Lo cual, no.
—Permiso. —Intento salir de la jaula de Lowe para marcharme. Él baja un
brazo, encerrándome con más fuerza.
—¿Qué ha pasado? —me pregunta.
Juno se me adelanta en la respuesta.
—Ella estaba a punto de beber hasta dejarlo seco. Todos lo vimos. —Se pasa
una mano por la frente húmeda de Max. Él parece brevemente a la deriva, y luego
balbucea:
—Ella estaba sobre mí. Antes de que pudiera hacer nada. Y... —Agacha la
cabeza, como si no encontrara palabras.
Todos los ojos de la sala se vuelven hacia mí.
—Oh, vamos —resoplo.
—Sus colmillos estaban tan cerca —susurra débilmente, y ahora me estoy
molestando. Está claro que su pasión es la interpretación, pero intentó agredirme.
—Sí, claro. —Pongo los ojos en blanco—. Por favor, déjame fuera de tus delirios
erotómanos...
—Que un médico examine a Max —ladra Lowe, y entonces su mano se cierra
alrededor de mi muñeca, suave e inflexible a la vez. Sucede tan rápido que casi
pierdo el equilibrio. Antes de darme cuenta, estoy luchando por seguirle el ritmo a
sus largas piernas mientras me arrastra al interior de su despacho.
Inmediatamente miro a mi alrededor. Me preocupa lo que vaya a hacer
conmigo, pero es una gran oportunidad. No usó una llave, lo que significa que debe
tener algún tipo de cerradura inteligente...
—¿Qué ha pasado? —Lowe pregunta. Me suelta, pero sigue estando demasiado
cerca, cuando hay espacio de sobra en la habitación para no apiñarme. Me recuerda
a nuestra boda, y esta vez ni siquiera llevo tacones, lo que significa que se cierne
sobre mí como casi nadie lo hace.
La puerta se abre de repente. Juno entra, pero los ojos de Lowe no se apartan
de mí.
—Misery —gruñe—, ¿qué tal si me contestas de una puta vez?
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—Max vino, me vio, y decidió darse el gusto de un asesinato ligero por la tarde.
—Me encojo de hombros—. A eso estoy acostumbrada. Es la mentira posterior que...
—Mentira —dice Juno.
Me vuelvo hacia ella.
—No te pido que me creas. Pero razona, ¿por qué atacaría a un licántropo en
mi primer día en tu territorio, cuando las consecuencias serían mi muerte en el mejor
de los casos, y una guerra total entre los licántropos y los vampiros en el peor?
—Creo que no puedes evitarlo. Creo que lo viste, y querías alimentarte, y tú...
—… ¿y me dio pereza pasarme por la nevera dedicada a la sangre que hay a
quince metros? —Me pongo delante de ella, olvidándome por completo de Lowe—.
Así no es como funciona la alimentación. Reconozcamos que no sabemos nada de la
especie del otro. Max entró, empezó a contarme que un grupo de personas con las
que comparto un ADN lejano mataron a su familia, que Lowe es un traidor por casarse
conmigo, y luego... ¿qué?
Juno ya no me escucha. Sus ojos se encuentran con los de Lowe. Toda una
conversación pasa entre ellos en una fracción de segundo.
Entonces vuelve a mirarme. Furiosa.
—Si estás tratando de insinuar que Max está trabajando con los Leales...
—No. Porque no tengo ni idea de lo que son los Leales.
—Max no es un Leal.
—Claro. Tampoco es una trucha de arroyo. No estoy haciendo ninguna
afirmación ontológica sobre él, pero me atacó.
—Eres… —Se acerca un paso, furiosa—… una mentirosa.
—Vete. —La aguda voz de Lowe nos recuerda que no estamos solos en la
habitación. Nos giramos de inmediato. Y nos sorprendemos igualmente al ver que se
dirige a Juno.
—Está mintiendo —insiste Juno. Se está volviendo un poco ridícula, la forma en
que me señala como si fuera un asaltante que le arrebató el bolso—. Deberías
castigarla.
Resoplo una carcajada.
—Sí, Lowe. Dame unos azotes y quítame el privilegio de ver la tele.
—Sanguijuela de orejas afiladas.
—Juno. Fuera.
Sea como sea la jerarquía entre los licántropos, debe ser estricta. Porque Juno
claramente quiere quedarse y castigarme con sus garras, pero inclina la cabeza una
69
vez en algo parecido a un saludo, y luego murmura un suave—: Alfa. —Antes de salir
de la oficina.
Se siente como un respiro, la puerta cerrándose tras ella, el bendito silencio.
Hasta que Lowe se acerca y de repente lamento no tener una tercera persona en la
habitación. Resulta que lo malo es mejor que lo peor.
—Misery —dice. Hay reproche en su voz, y un poco de aspereza, y el tono de
alguien que tiene un montón de problemas que le mantienen ocupado, y está
acostumbrado a resolver la mayoría de ellos con una mirada y tal vez una pequeña
amenaza de violencia.
Nos miramos, solos él y yo, y sí, lo siento fuerte en la sangre: estamos solos. Por
primera vez, aunque no de las muchas que vendrán. Dudo que Lowe pensara volver
a pasar tiempo conmigo después de lo de ayer.
Aparte de una capa de barba incipiente, tiene el mismo aspecto que en la
ceremonia, su cara dura toda estructura. Está claro que, mientras mi maquillador
pintaba la Capilla Sixtina, el suyo no encontró nada que mejorar. Noto que sus ojos se
posan en mi clavícula, donde una tenue sombra de las marcas verde bosque aún
perdura tras el revuelo de ondas que dejan las trenzas. Una vez más, ese músculo de
su mandíbula salta, sus pupilas se dilatan de repente.
Esta situación es un problema. Se supone que el Colateral es un personaje no
jugable en un videojuego. Durante el próximo año, necesito ser invisible, discreta
mientras busco a Serena. No el tipo de molestia que es atrapado asesinando a un joven
licántropo.
Dios, apuesto a que los llaman cachorros.
—No me crees, ¿verdad? —le pregunto.
Parpadea, como si hubiera olvidado que estábamos en medio de una
conversación. Se aclara la garganta, pero su voz sigue siendo grave.
—¿Creer qué?
—Que no ataqué a Max.
Aprieta los labios.
—Le estabas enseñando los colmillos.
—¿Estás celoso? —Lo fulmino con la mirada, sin saber de dónde viene esta
imprudencia. No creo que quiera provocarle—. ¿Quieres verlos?
Sus ojos se posan en mis labios y permanecen allí demasiado tiempo. Es casi
gracioso lo repulsivos que les parecen nuestros dientes a los licántropos.
—Lo que me preocupa es que maten a mi esposa vampira. Tendría que enterrar
su cadáver en la cama elevada bajo el plumbago, y la próxima hornada brotará fea.
70
Jadeo teatralmente.
—El plumbago no.
—Son los favoritos de mi hermana.
—Y es muy lindo.
Se inclina bruscamente tan cerca que siento su aliento en mis labios.
—¿Es una amenaza?
—No. —Frunzo el ceño, desconcertada—. No. —Suelto una carcajada
ahogada—. No había ningún “sería una pena que le pasara algo” implícito. A pesar
de la ficción que Max y Juno han escrito sobre mí, no suelo planear la muerte de niños.
—Pienso en mi conversación con Alex. Que probablemente esté en alguna parte
mordiéndose las cutículas—. Además, fuiste tú quien decidió que debía vivir aquí.
Su ceja se levanta.
—Seguro que tienes algún consejo excelente sobre dónde debería alojar a la
hija del vampiro más poderoso del consejo, que al parecer es una luchadora temible
por derecho propio.
—¿Temible? ¿Me siento... halagada?
—Para un no-licántropo —añade, un poco a regañadientes, como si lamentara
el cumplido. Apuesto a que este hombre se alimenta de rencores. Tiene un
temperamento cuestionable, severo y autocrático, y yo siempre me he considerado
demasiado superviviente para ser bocazas, pero aquí estoy. Irritante.
—Aun así. Se siente como comprometerse un poco demasiado, dándome el
dormitorio junto al tuyo.
—Yo decidiré lo que es demasiado. —Es condescendiente. E inflexible. Un
idiota, probablemente.
—Por supuesto, entonces, abracemos la tradición. ¿Deberíamos cortar la palma
de mi mano y gotear un poco de sangre en las sábanas? ¿Colgarlas en la plaza
pública?
Sus ojos se cierran brevemente y exclama:
—Dudo que haya expectativas de virginidad por tu parte.
—Fantástico. Me encanta sorprender a la gente.
Veo la confusión en sus labios entreabiertos, antes de que la reprima y vuelva
a su expresión austera habitual.
Me hace gracia la idea de que alguien que haya ojeado una sinopsis de mi vida
suponga que he tenido algún tipo de enredo romántico. ¿Con quién? ¿Con un
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vampiro, que solo me ve como una traidora? ¿Un humano, que me consideraría un
monstruo?
La inyección anticonceptiva que me pusieron antes de venir aquí era una
broma, no solo porque Lowe y yo somos tan propensos a tener relaciones sexuales
como a empezar un podcast juntos, sino también porque él es un licántropo y yo una
vampira, y no podríamos reproducirnos, aunque quisiéramos. Las relaciones entre
especies son inauditas, si no invisibles, a juzgar por todo el porno producido por
humanos que Serena y yo veíamos. Comíamos palomitas y nos reíamos de los actores
sin talento con lentillas moradas y dientes postizos que realizaban actos que
mostraban con orgullo su ignorancia de la anatomía vampírica. De licántropos
también. No soy una experta, pero estoy bastante segura de que sus pollas no se
atascarían en un orificio como ese.
—¿Dónde aprendiste a luchar? —Lowe pregunta. Probablemente para cambiar
el tema del sexo con su especie sensible menos favorita.
—¿No figuraba en tu nota informativa?
Sacude la cabeza.
—Me preguntaba cómo podías seguir viva, después de siete atentados contra
tu vida.
—Yo también. Y hubo más, aunque la mayoría fueron a medias. Nos cansamos
de reportarlos.
—¿Nos?
—Mi hermana adoptiva y yo. —Cruzo los brazos, y ahora estoy imitando su
postura. Aquí estamos, demasiado cerca una vez más, mis codos casi rozando los
suyos—. Tomamos clases de defensa personal juntas.
La conoces, ¿verdad? Ella te conoce a ti. Dime algo. Cualquier cosa.
Lo hace, pero no lo que quiero oír.
—Nada de peleas en territorio licántropo.
—Claro. Entonces, la próxima vez que alguien me ataque, ¿dejo que se sirva?
Por otra parte, tú podrías ser el próximo en atacarme. Ya que no eres exactamente un
fan.
La pausa que sigue no es alentadora.
—Mientras vivas en territorio licántropo, estarás bajo mi protección. Y bajo mi
autoridad.
Suelto una carcajada silenciosa y jadeante.
—¿Cuáles son tus órdenes para mí, entonces?
72
Se acerca un paso y la tensión en la habitación cambia al instante, se vuelve
más espesa, más peligrosa. El miedo me apuñala el estómago, de que tal vez haya
presionado demasiado. Por eso un licántropo se inclina sobre mí: para recordarme lo
insignificante que soy y decirme:
—Necesito que te comportes, Misery.
Su voz es toda consonantes duras y ojos entrecerrados, y un escalofrío me
recorre la espina dorsal, frío y eléctrico. Mi mente vuelve a las palabras de Alex:
«Incluso su olor era correcto. Todo el mundo sabía que tenía madera de Alfa.» No soy
una licántropa, y si inhalo, todo lo que puedo oler es sudor limpio y sangre fuerte,
pero creo que sé a lo que se refería. De alguna manera lo siento, la compulsión de
asentir, estar de acuerdo. Hacer lo que Lowe quiere.
Tengo que detenerme activamente. Y estremecerme en el proceso.
—Al menos eres lo suficientemente inteligente como para tener miedo —
murmura.
Aprieto los dientes.
—Solo frío. Mantienes la temperatura demasiado baja.
Sus fosas nasales se agitan.
—Haz lo que te digo, Misery.
—Pero por supuesto. —Mi voz es firme, pero él sabe lo nerviosa que estoy.
Igual que yo sé que lo estoy poniendo nervioso—. ¿Puedo retirarme?
Asiente bruscamente y yo salgo corriendo hacia la puerta. Pero entonces
recuerdo algo importante que quería preguntarle.
Me vuelvo hacia él.
—¿Puede mi gato...?
Me detengo, porque Lowe tiene los ojos cerrados. Inhala profundamente, como
si recogiera en sus pulmones todas las moléculas de aire posibles de la habitación. Y
parece...
Atormentado. En agonía pura y absoluta. Endereza la expresión cuando se da
cuenta de que estoy mirando, pero es demasiado tarde.
Mi estómago se retuerce con algo viscoso y desagradable. Culpabilidad.
—Me he bañado. ¿Eso no lo mejoró?
Tiene la mirada perdida.
—¿Mejorar qué?
—Mi olor.
Traga saliva visiblemente. Su tono es cortante.
73
—La situación no ha mejorado para mí.
—Pero cómo...
—¿Qué ibas a preguntar, Misery?
Oh. Cierto.
—Tengo un gato.
Frunce el ceño como si le hubiera dicho que tengo ciempiés de mascota.
—Tienes un gato.
—Sí. —Me detengo en eso, porque Lowe no se ha ganado el derecho a ninguna
explicación por mis elecciones de vida. No es que nada sobre el maldito gato de
Serena fuera una elección—. Actualmente está encerrado en mi habitación, si tu
hermana no lo dejó salir con su llave robada. ¿Puedo dejarlo vagar por la casa, o Max
tratará de inculparlo por chantaje?
—Tu gato es bienvenido entre nosotros —dice Lowe. Si eso no es un aviso, nada
lo es.
—Me pregunto qué se siente —digo con despreocupación, y salgo de la
habitación sin volver a mirarle.
74
CAPÍTULO 6

Irse es un alivio. Y pura agonía.

En definitiva, no es el comienzo más auspicioso.


Durante la semana que siguió a mi llegada, pasé una cantidad insana de tiempo
abofeteándome mentalmente por la forma en que manejé el lío con Max. No me
importa si los licántropos piensan que soy un monstruo desquiciado, pero sí me
importa que cualquier migaja de libertad que pudieran haber estado dispuestos a
darme haya sido rápidamente aspirada.
Me acompañan a todas partes: cuando doy un paseo junto al lago; a buscar una
bolsa de sangre de la nevera; cuando me siento en el jardín al atardecer, solo para
experimentar algo que no es mi habitación. No soy más que una cornucopia de
remordimientos. Porque todas somos malas zorras, hasta que un licántropo con el
ceño fruncido se asoma a la puerta del baño mientras nos lavamos el cabello.
Hasta que perdamos la oportunidad de husmear.
Tengo tanto tiempo libre y tan poco en qué emplearlo. Es la vida colateral que
conozco, solo que con muchas menos Serenas para mantenerme ocupada. Debería
aburrirme muchísimo, pero la verdad es que no difiere demasiado de mi rutina en el
mundo humano. En el que no tengo amigos, ni aficiones, ni ningún propósito real
aparte de ganar el dinero suficiente para pagar el alquiler y poder... existir, supongo.
«Es como si estuvieras... no sé, suspendida. Sin ataduras de todo lo que te rodea.
Solo necesito verte ir hacia algo, Misery.»
Puede que haya algo atrofiado en mí. Cuando terminó el periodo de Colateral,
Serena y yo fuimos libres para aventurarnos en el mundo exterior, para estar con
gente que no fueran nuestros tutores o nuestros cuidadores, para enamorarnos y
hacer amigos. Serena se lanzó a ello, pero yo nunca me atreví. En parte porque cuanto
más me acercaba a alguien, más difícil me resultaba ocultar quién era. O tal vez pasar
los primeros dieciocho años de mi vida familiarizándome con la crueldad de todas las
especies no me preparó para un futuro brillante.
Quién sabe.
75
Así que duermo durante el día y me paso las noches echando la siesta. Me doy
largos baños, primero por Lowe y luego porque empiezo a disfrutarlos de verdad.
Veo viejas películas de humanos. Me paseo por mi habitación, maravillada por lo
bonita que es, preguntándome a quién demonios se le ocurrió este techo de vigas,
sofisticado y acogedor e impresionante a la vez.
Echo de menos el internet. Existe la preocupación de que quiera tener mis
pininos como espía, y quieren evitar que transfiera información clasificada y
confidencial que podría encontrar en territorio de los licántropos, por ello no tengo
acceso a la tecnología, con la excepción de mi llamada semanal con Vania, que está
muy vigilada y dura lo suficiente para que se burle de mí al comprobar que sigo viva.
Por supuesto, este no es mi primer rodeo, e intenté pasar de contrabando un teléfono
móvil, además de un ordenador portátil y un montón de artilugios para hacer pruebas
con bolígrafos.
Señoría, me atraparon. Quienquiera que revisara mis cosas tuvo la desfachatez
de confiscar la mitad de ellas y arrancar todas las antenas y tarjetas Wi-Fi del resto.
Cuando me di cuenta, me quedé tirada en el suelo durante dos horas, como una
medusa frustrada varada al sol.
Lowe rara vez está cerca, y nunca a la vista, aunque a veces siento su voz grave
vibrar a través de las paredes. Órdenes firmes. Largas conversaciones en voz baja.
Una vez, memorable, justo cuando me metía en el armario para descansar al
mediodía, una risa profunda seguida de los gritos encantados de Ana. Me quedé
dormida unos instantes después, dudando de lo que había oído.
A la quinta noche, alguien llama a mi puerta.
—Hola, Misery. —Es Mick, el hombre mayor que estaba hablando con Lowe en
la ceremonia. Me gusta mucho. Sobre todo porque, a diferencia de mis otros guardias,
no parece querer que me quede fuera y me parta un rayo. Me encanta pensar que nos
unimos cuando hizo su primer turno de noche: Me di cuenta de que se desplomaba
contra la pared, empujé mi silla rodante hacia el pasillo y ¡bam! Nuestra conversación
de tres minutos sobre la presión del agua fue el apogeo de mi semana.
—¿Qué pasa, amigable alcaide del vecindario?
—El nombre políticamente correcto es “destacamento de protección”. —Hay
algo raro en el latido de su corazón, algo sordo, un ligero arrastre casi abatido. Me
pregunto si estará relacionado con la gran cicatriz que tiene en la garganta, pero
puede que me lo esté imaginando, porque me sonríe de un modo que convierte sus
ojos en una red de patas de gallo. ¿Por qué no puede ser todo el mundo así de
simpático?—. Y hay una videollamada para ti, de tu hermano. Ven conmigo.
Cualquier esperanza que tuviera de que Mick me llevara a la oficina de Lowe y
me dejara sola para husmear muere cuando nos dirigimos a la terraza acristalada.
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—¿Lista para volver? —Owen dice antes de un “hola”.
—No creo que sea una opción, si queremos evitar...
—¿Enfadar a papá?
—Estaba pensando en una guerra total.
Owen agita la mano.
—Ah, sí. Eso también. ¿Cómo va la vida marital?
Soy muy consciente de que Mick está sentado frente a mí, observando
atentamente todo lo que digo.
—Aburrida.
—Te casaste con un tipo que podría matarte en cualquier momento de
cualquier día. ¿Cómo te aburres?
—Técnicamente, cualquiera podría matar a cualquiera, en cualquier momento.
Tus odiosos amigos podrían molerte a palos esta noche. Yo podría haber vertido
triazolopirimidinas en tus bolsas de sangre un millón de veces en los últimos veinte
años. —Me doy un golpecito en la barbilla—. De hecho, ¿por qué no lo hice?
Algo parpadea en sus ojos.
—Y pensar que antes nos llevábamos bien —murmura sombríamente. No se
equivoca. Antes de que me marchara a territorio humano, todos los niños vampiros
que decidían ser unos idiotas con respecto a mi inminente Colateralidad solían
encontrarse con sucesos curiosamente kármicos. Moratones misteriosos, arañas que
se metían en las mochilas, secretos mortificantes desvelados a la comunidad. Siempre
sospeché que era obra de Owen. Pero tal vez me equivocaba. Cuando volví a casa a
los dieciocho años, no parecía muy contento de verme y, desde luego, no quería
relacionarse conmigo en público.
—¿Puedes por favor estar aterrorizada de vivir entre los licántropos? —
pregunta.
—Hasta ahora, los humanos son peores. Hacen mierdas como quemar la selva
amazónica o dejar la tapa del inodoro levantada por la noche. De todos modos,
¿necesitas algo de mí?
Sacude la cabeza.
—Solo me aseguro de que sigues viva.
—Oh. —Me humedezco los labios. Dudo que le importe una mierda si sigo
existiendo en este plano metafísico, pero es una buena oportunidad —. Me alegro
tanto de que hayas llamado, porque... te echo mucho de menos, Owen.
Un tambaleo de incredulidad se dibuja en su rostro granuloso. Luego
comprende.
77
—¿Ah, sí? Yo también te echo de menos, cariño. —Se echa hacia atrás en la
silla, intrigado—. Cuéntame qué te pasa.
Todos los vampiros del suroeste saben que somos gemelos, aunque solo sea
porque nuestra llegada se celebró en un principio como una deslumbrante fuente de
esperanza «¡Dos bebés a la vez! ¡En la prestigiosa familia Lark! ¡Cuando la concepción
ha sido tan difícil y tan pocas de nuestras crías vienen! ¡Aleluya!» y más tarde se barrió
con brío bajo una espesa alfombra de historias truculentas «Asesinaron a su propia
madre durante un parto de dos noches. El niño la debilitó y la niña asestó el golpe
final: Misery, la llamaron. Corrió más sangre en esa cama que durante el Aster».
Serena también lo había sabido, cuando se lo presenté por primera vez después de
que me insistiera para que conociera a “El chico que podría haber sido mi compañero
de piso durante años, si hubieras jugado mejor tus cartas, Misery”. Habían
congeniado sorprendentemente, uniéndose por su afición a criticar mi aspecto, mi
ropa, mi gusto musical. Mi ambiente en general.
Y, sin embargo, ni siquiera Serena era capaz de callarse lo increíble que
resultaba que Owen, con su tez oscura y sus entradas, estuviera emparentado
conmigo. Es que yo me parezco a papá, pero él... bueno, supongo que se parece a
mamá. Es difícil de decir, ya que parece que no ha sobrevivido ninguna foto.
Pero sean cuales sean las diferencias entre Owen y yo, esos meses
compartiendo el vientre materno deben de habernos marcado. Porque a pesar de
haber crecido con menos interacciones que un par de amigos por correspondencia,
parece que nos entendemos.
—¿Recuerdas cuando éramos niños? —pregunto—. ¿Y papá nos llevaba al
bosque para ver cómo se ponía el sol y sentir cómo empezaba la noche?
—Por supuesto. —Ni papá ni el ejército de niñeras que nos cuidaban hicieron
nunca nada parecido—. Pienso en ello a menudo.
—He estado recordando las cosas que decía papá. Como: Esa cosa que perdí.
¿Tienes alguna noticia al respecto? —Cambio suavemente entre el inglés y la lengua,
asegurándome de no cambiar la entonación. Los ojos de Mick levantan la vista de su
teléfono, más curiosos que suspicaces.
—Ah, sí. Solías reírte durante minutos y decías: No lo he hecho. No ha vuelto a
su apartamento, me avisarán si lo hace.
—Pero luego te enfadabas porque papá y yo no te hacíamos caso, y te ibas por
tu cuenta, refunfuñando sobre las cosas más raras. Hazme saber si eso cambia. ¿Has
estado hablando con la colateral? ¿Ha mencionado algo sobre los Leales?
Asiente y suspira feliz.
—Sé que nunca lo creerás, pero siempre lo digo: No tengo ningún contacto con
ella. Pero veré lo que puedo hacer. Papá siempre te quiso más, hermanita.
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—Oh, hermanito. Creo que nos quiere por igual.
De vuelta a mi habitación, saco el ordenador y me pregunto si podría robar un
chip Wi-Fi del teléfono de alguien. Trasteando un poco, escribo un script flexible para
rastrear los servidores de licántropo que quizá nunca pueda usar. Como siempre que
codifico, pierdo la noción del tiempo. Cuando levanto la vista del teclado, la luna está
en lo alto, mi habitación está a oscuras y una pequeña y espeluznante criatura se alza
frente a mí. Lleva unos leggings de búho con un tutú de gasa y me mira como el
fantasma de las Navidades pasadas.
Grito.
—Hola.
Dios mío.
—¿Ana?
—Hola.
Me agarro el pecho.
—¿Qué demonios?
—¿Estás jugando?
—Eh… —Miro mi portátil. Estoy construyendo un circuito de lógica difusa parece
el tipo equivocado de respuesta—. Claro. ¿Cómo entraste aquí?
—Siempre haces las mismas preguntas.
—Y siempre entras aquí. ¿Cómo?
Señala la ventana. Me acerco con el ceño fruncido y me apoyo en el alféizar
para mirar. Ya la he explorado antes, en mi desesperada búsqueda de un poco de
espionaje sin supervisión. Los dormitorios están en el segundo piso y he comprobado
varias veces si podía bajar (no, a menos que me picara una araña radiactiva y me
salieran ventosas en los dedos) o saltar (no sin romperme el cuello). Nunca se me
ocurrió mirar... hacia arriba.
—¿Por el techo? —pregunto.
—Sí. Me quitaron la llave.
—¿Sabe tu hermano que has estado trepando como un mono araña?
Se encoge de hombros. Yo también me encojo de hombros y vuelvo a la cama.
No voy a delatarla.
—¿Cuál es? —pregunta.
—¿Qué?
—Un mono araña. ¿Es una araña que parece un mono, o un mono que parece
una araña?
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—Mmm, no estoy segura. Déjame buscar en Google y... —Pongo el ordenador
sobre mis rodillas y recuerdo la situación del Wi-Fi—. Mierda.
—Es una mala palabra —dice Ana, con una risita encantada que me hace sentir
como un genio de la improvisación. Es una compañía halagadora—. ¿Cómo te llamas?
—Misery.
—Miresy.
—Misery.
—Sí. Miresy.
—No es... lo que sea.
—¿Puedo jugar contigo? —Mira mi portátil con impaciencia.
—No.
Su bonita boca se curva en un mohín.
—¿Por qué?
—Porque sí. —¿Qué vamos a hacer? ¿División de tres dígitos?
—Alex me deja jugar.
—¿Alex? ¿El rubio? —No lo he visto desde el incidente de Max. Supongo que
fue archivado como “bajo su vigilancia” y lo sacaron de la rotación de carceleros.
—Sí. Robamos coches y hablamos con las bellas damas. Pero Alex dice que
Juno no debe saberlo.
—¿Juegas Grand Theft Auto con Alex?
Se encoge de hombros.
—¿Es apropiado para una niña de tres años?
—Tengo siete años —declara con altivez. Levantando seis dedos.
Lo dejo pasar.
—No voy a mentir, estoy bastante orgullosa de que estaba dentro de mi rango
de estimación.
Otro encogimiento de hombros, que parece ser su respuesta por defecto.
Sinceramente, me resulta familiar. Se acomoda en la cama a mi lado y me preocupa
brevemente que pueda hacerse pis encima. ¿Lleva pañal? ¿Está domesticada? ¿La
hago eructar?
—Quiero jugar —repite.
No soy una persona blanda. Después de vivir los primeros dieciocho años de
mi vida en función de una larga lista de otros muy nebulosos, perfeccioné el
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asertividad. No tengo ningún problema en emitir un no firme y definitivo y no volver
a plantearme una petición. Así que debo estar sufriendo un evento cerebral
importante cuando suspiro, saco mi editor y utilizo rápidamente JavaScript para crear
un juego parecido a Snake.
—¿Es esto edu… edu…? —pregunta, cuando he terminado de explicarle cómo
funciona—. ¿Edutativo?
—Educativo.
—Juno dice que es importante que los juegos sean edu...
—No sé si lo es, pero al menos no hay delitos graves implicados.
Hay algo tranquilizador en la forma en que se apoya en mí, suave y confiada,
como si nuestra gente no hubiera estado cazándose por gusto en los últimos dos
siglos. Saca la lengua entre los dientes cuando intenta atrapar manzanas, y cuando un
rizo oscuro se desliza por delante de su ojo derecho, me sorprendo a mí misma con
los dedos suspendidos justo ahí, tentada de llevárselo detrás de la oreja.
—Mierda —murmuro, retirando la mano.
—¿Qué?
—Nada. —Atrapo los brazos entre la espalda y la pared, horrorizada.
Parece medianoche cuando Ana bosteza y decide que es hora de volver a su
habitación.
—Mi gato me está esperando, de todos modos.
Espera.
—¿Tu gato?
Ella asiente.
—¿Tu gato tiene pelaje jaspeado? ¿Pelo largo? ¿Cara sonrosada?
—Sí. Se llama Chispitas.
Oh, joder.
—En primer lugar, es un macho.
Ella me parpadea.
—Su nombre es Chispitas, sí.
—No, su nombre es el maldito gato de Serena.
La expresión de Ana es de lástima.
—Y en realidad es mi gato. —De Serena. Lo que sea.
—No lo creo.
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—Te das cuenta de que llegó cuando yo.
—Pero duerme conmigo.
Ah. Así que ahí es donde desaparece todo el tiempo.
—Eso es solo porque me odia.
—Entonces a lo mejor no es tu gato —me dice, con la delicada sombría de una
terapeuta que me está haciendo saber que no tengo un trastorno diagnosticable, que
solo soy una zorra.
—¿Sabes qué? No me importa. Es entre tú y Serena.
—¿Quién es Serena?
—Mi amiga.
—¿Tu mejor amiga?
—Solo tengo una, así que... ¿sí?
—Mi mejor amiga es Misha. Es pelirroja y la hija del mejor amigo de mi
hermano, Cal. Y Juno es su tía. Y tiene un hermanito, su nombre es Jackson, y una
hermanita, y su nombre…
—Esto no es Los hermanos Karamazov —interrumpo—. No necesito el árbol
genealógico.
—… es Jolene —continúa, sin inmutarse—. ¿Dónde está Serena?
—Ella... Estoy intentando encontrarla.
—¿Tal vez mi hermano pueda ayudarte? Es muy bueno ayudando a la gente.
Me lo trago. No puedo con los niños.
—Tal vez.
Me estudia durante varios segundos.
—¿Eres como Lowe?
—No estoy segura de lo que quieres decir, pero no.
—Tampoco duerme.
—Duermo. Solo durante el día.
—Ah. Lowe no duerme. En absoluto.
—¿Nunca? ¿Es una cosa de licántropos? ¿Una cosa de Alfa?
Ella sacude la cabeza.
—Tiene neumonía.
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¿En serio? ¿Cuándo se contagió? A mí me pareció sano. Tal vez para los
licántropos, la neumonía no es una gran...
—¡Espera! —llamo cuando veo a Ana dirigirse a la ventana—. ¿Qué tal si vas
por la puerta?
Ni siquiera se para a decir que no.
—Sería más divertido. Podrías pasar por la habitación de Lowe de camino —
ofrezco. Porque si esta niña muere, es culpa mía—. Saludarlo. Pasar el rato.
—No está aquí. Se ha ido a ocuparse de los reales.
La sigo.
—De los reales.
—Sí.
—No hay forma de que esté tratando con... ¿Te refieres a los Leales?
—Sí. Las reales. —Ella ya está subiendo, y mono araña ni siquiera comienza a
describir lo ágil que es. Pero aun así.
—No lo hagas. ¡Vuelve! Yo... te prohíbo que continúes.
Ella sigue escalando.
—Eres una vampira. No creo que puedas decirme lo que tengo que hacer. —
Suena más práctica que malcriada, y todo lo que puedo pensar en responder es:
—Mierda.
Sigo su progreso, aterrorizada, preguntándome si así es la maternidad:
imaginarte ansiosamente a tu hijo con el cráneo abierto. Pero Ana sabe exactamente
lo que hace, y cuando se ha encaramado al tejado y ha desaparecido de mi vista, me
quedo sola con dos conocimientos distintos:
Estoy desconcertada por la supervivencia de esta pequeña plaga.
Y Lowe, mi esposo, mi compañero de piso, se ha ido por la noche.
Me cuelo en el cuarto de baño, busco una de mis horquillas y hago lo que tengo
que hacer.
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CAPÍTULO 7

El olor se convierte en algo más que un problema. Lo invade. Se arremolina. Viaja. Se pega a su
nariz. Se acumula, a veces.
Rara vez se tocaron. Cuando lo hicieron, la muñeca de ella rozó accidentalmente la parte
delantera de su camiseta, y él se encontró arrancando el trozo de tela donde su olor era más
intenso. Se lo metió en el bolsillo y ahora lo lleva a todas partes.
Incluso cuando se va para evitarla.

Colarme tarda más de lo que esperaba, pero no mucho. La cerradura hace clic
y me detengo, preguntándome si mi guardia —una mujer sin pelos en la lengua
llamada Gemma, creo— me echará un vistazo. Al cabo de un minuto, decido que estoy
a salvo y empujo la puerta.
La habitación de Lowe es tan bonita e interesante como la mía, la pared de
acento y el techo de vigas crean un ambiente acogedor y suave. Tiene menos
muebles, sin embargo, y aunque Lowe debe de llevar viviendo aquí mucho más
tiempo que yo, veo dos cajas de mudanza apiladas en un rincón y un par de cuadros
enmarcados apoyados en la pared, esperando a ser colocados.
Me hielan las plantas de los pies al pisar el suelo de madera en espiga. Sé
exactamente lo que busco: un teléfono, un portátil, posiblemente un diario titulado
“Aquella vez que secuestré a Serena Paris” con un candado fácil de romper; pero no
puedo evitar permitirme fisgonear un poco. Hay varias estanterías, forradas de
clásicos, ficción, pero sobre todo libros de arte, altos y gruesos y brillantes, las
páginas llenas de hermosas esculturas y extraños edificios y pinturas que nunca he
visto antes. Todo el cuarto de baño está impecable, excepto el rincón donde hay un
cepillo de dientes de unicornio, dentífrico de fresa y champú sin lágrimas. Su armario
es marcial en su orden, cada camiseta monocromática, cada par de pantalones
pulcramente doblados, siempre caquis o jeans. La única excepción es el traje que
llevó en nuestra boda.
Mi esposo, descubro, lleva zapatos de la talla catorce.
Busco aparatos electrónicos, en vano. No necesitaba saber que Lowe Moreland
odia el desorden, que es inmune a la inevitable acumulación de baratijas inútiles a la
que todos estamos sujetos. Tiene lo que necesita, y todo eso parece ser un cargador,
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un millón de calzoncillos intercambiables y un bote de lubricante de silicona. Lo
encuentro en su mesilla de noche, lo recojo e inmediatamente lo dejo caer como si
fuera un nido de avispas.
Okey. No necesitaba saber que él... Pero su mujer está fuera retozando con mi
gente, y... bien. Es perfectamente normal. No voy a pensar más en esto.
A partir de ahora.
Hay una sola foto en la pared: una Ana más joven y una hermosa mujer de
mediana edad que comparte la coloración distintiva y los pómulos afilados de Lowe.
Cuanto más la estudio, más me doy cuenta de que, aparte de los ojos, Ana no se
parece en nada a su madre, ni tampoco a Lowe. Si se parecen a su padre, deben de
haber heredado cosas distintas.
Busco bajo las almohadas, detrás del cabecero, en el escritorio. Está claro que
Lowe no guarda un portátil en el dormitorio, y todo este allanamiento empieza a
parecerme un esfuerzo inútil. La mayor parte del tiempo he renunciado a cuando
intento abrir el cajón inferior de la cómoda y lo encuentro cerrado. La esperanza
gorgotea. Vuelvo corriendo a mi habitación y agarro la horquilla.
No estoy segura de lo que espero de un cajón cerrado: tal vez collares de
colmillos de vampiro, o lubricante extra que consiguió al por mayor, o un cajón lleno
de tarjetas Wi-Fi acompañadas de una tarjeta de felicitación de Hallmark (“Toma las
que quieras, Misery”). Pero no un juego de lápices y un bloc de dibujo. Frunzo el
ceño, lo recojo y lo abro, separando las páginas con cuidado para evitar que se
rompan.
Al principio, creo que estoy viendo una foto. Así de bonito es el arte, así de
preciso y minucioso. Pero entonces me fijo en las manchas, en las líneas que a veces
se alargan demasiado, y no. Se trata de un dibujo arquitectónico de una bóveda,
ejecutado a la perfección.
Mi corazón late más fuerte, pero no sabría decir por qué. Con dedos
temblorosos, empiezo a pasar las páginas.
Hay bocetos de habitaciones, oficinas, escaparates, muelles, casas, puentes,
estaciones. Edificios grandes y pequeños, estatuas, cúpulas, cabañas. Algunos son
solo el exterior, mientras que otros incluyen distribuciones interiores y mobiliario.
Algunos tienen números y vectores garabateados en los márgenes, otros colores
entretejidos. Todos son perfectos.
Es arquitecto.
Lo había olvidado. O quizá nunca tuve una idea clara de lo que significaba. Pero
al mirar estos dibujos, lo siento como algo sólido y pesado en el estómago: el amor
que Lowe siente por las formas bellas, los lugares exquisitos, las vistas interesantes.
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Solo tiene unos años más que yo, pero éste no es el trabajo de alguien sin
formación. Aquí hay pericia, y pasión, y talento, por no hablar de tiempo, tiempo que
no puedo imaginar que tenga que dedicar a la belleza y a los dibujos bonitos ahora
que es el Alfa de su manada, y...
Es demasiado. Estoy pensando en esto, en él, demasiado. Cierro el bloc de
dibujo con demasiada fuerza y lo vuelvo a colocar donde lo encontré. Esto hace que
algo que estaba al final del cuaderno se salga.
Un retrato.
Se me para el corazón cuando me apresuro a levantarlo, esperando —no,
segura— encontrar la cara sonriente de Serena. Los labios carnosos, los ojos
entornados, la nariz estrecha y la barbilla puntiaguda me resultan tan familiares que
pienso que debe de ser ella, porque ¿a quién más podría conocer tan bien? Solo
puede ser el rostro de Serena, o...
El mío.
Lowe Moreland ha dibujado mi cara y luego la ha guardado en el fondo de su
último cajón. No sé en qué momento me observó lo suficiente como para extraer de
mí este nivel de detalle, el aire serio y distante, la expresión de labios apretados, el
cabello ondulado enroscándose alrededor de la cúspide de una oreja. Lo que sí sé es
que hay algo nítido en el dibujo. Algo abrasador, intenso y expansivo que no está
presente en los otros bocetos. En la elaboración de este retrato han intervenido la
fuerza, el poder y muchos sentimientos. Muchos. Y no puedo imaginar que fueran
positivos.
Frunzo el ceño. Trago saliva. Suspiro. Luego susurro:
—Yo tampoco soy tu fan, Lowe. Pero no me ves garabateándote con cuernos en
mi diario.
Lo vuelvo a meter todo en el cajón, asegurándome de que está exactamente
como lo encontré. Al salir, dejo que mis dedos recorran las estanterías,
preguntándome una vez más lo mal que me va a ir el próximo año con los licántropos.

Al día siguiente duermo hasta última hora de la tarde. Estoy tan cansada que
podría seguir durmiendo, pero algo pasa fuera, en la orilla del lago, normalmente
tranquila. Hay gritos, risas, y olores a chamusquina, y me arrastro hasta la ventana
para comprobarlo, asegurándome de evitar la luz directa que aún se filtra.
A pesar de las explicaciones de Serena sobre los matices de las reuniones
sociales humanas, nunca entendí la diferencia. Los vampiros no construimos una
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comunidad de esta manera, reuniéndonos sin una agenda. Nuestras amistades son
alianzas. No conocí el concepto de salir, de pasar tiempo con alguien porque sí, hasta
mis años como Colateral.
Pero puedo contar más de treinta licántropos. Pasando el rato frente al lago,
asando, comiendo, nadando. Riendo. Los más ruidosos son los niños: veo a varios,
Ana entre ellos, pasándoselo en grande.
Me pregunto si estoy invitada a participar. Cuál sería la reacción si bajara las
escaleras y saludara a los invitados. Podría pedirle prestado un bikini a Juno.
Servirme un poco de sangre con hielo, sentarme en una mesa a la sombra, preguntar
a mis compañeros de cena: ¿Qué les parecen los jugadores de fútbol?
La idea me hace reír. Me acomodo en el alféizar de la ventana, todavía con los
pantalones cortos del pijama y la camiseta desgastada que me dieron en un ejercicio
de trabajo en equipo hace dos años, contemplando la reunión. Y a Lowe, que ha vuelto
a casa.
Mis ojos se sienten inmediatamente atraídos por él. Quizá porque es... bueno,
grande. La mayoría de los licántropos son altos, o atléticos, o ambas cosas, pero Lowe
va un paso más allá. Aun así, no estoy segura de que su aspecto sea lo que lo centra
con tanta insistencia.
No es encantador, pero sí magnético. Sus labios carnosos se curvan en una
pequeña sonrisa mientras charla con algunos miembros de la manada. Sus cejas
oscuras se fruncen cuando escucha a los demás. Las comisuras de sus ojos se abren
en una red de arrugas cuando juega con los niños. Deja que una niña le gane en un
pulso, jadea fingiendo dolor cuando otro finge darle un puñetazo en el bíceps, lanza
a un niño al agua profunda para su descarado deleite.
Parece querido. Aceptado. Perteneciente, y me pregunto qué se siente. Me
pregunto si echa de menos a su compañera, o pareja, o lo que sea. Me pregunto si
dibuja mucho estos días, o si las casas bonitas se le quedan en la cabeza.
Definitivamente no parece que se esté recuperando de estar enfermo, pero
¿qué sé yo? No soy neumóloga.
Estoy a punto de empujarme del alféizar y empezar mi noche cuando lo veo.
Max.
Está separado del resto de la multitud, en las afueras de la playa, donde la
arena primero se convierte en arbustos y luego se espesa con árboles del bosque. A
primera vista, no le doy mucha importancia: a diferencia de la mayoría de los
asistentes a la fiesta, lleva camisa de manga larga y jeans, pero bueno. Ya he sido una
adolescente acomplejada, intentando ocultar con ropa cómo había subido unos
quince centímetros en tres meses. Y el melanoma es maligno, según Serena.
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Pero luego se arrodilla. Empieza a charlar con alguien mucho más bajo que él.
Y todo mi cuerpo se pone rígido.
Me digo que no hay razón para fruncir el ceño como lo estoy haciendo. Puede
que Max y yo hayamos tenido nuestras diferencias (Diferencia. Una, aunque
importante.), pero él tiene todo el derecho a relacionarse con Ana. Por lo que sé, son
parientes, y él la ha estado cuidando desde que estaba en pañales. No es asunto mío,
de todos modos. Soy una invitada no deseada aquí, y tengo que tomar mi baño diario
de una hora.
Excepto. Algo me tira hacia la ventana. No me gusta. La forma en que habla con
Ana, señalando algún lugar que no puedo ver, algún lugar entre los árboles. Ana
niega con la cabeza. Pero él parece insistir, y...
¿Estoy paranoica? Probablemente. El hermano literal de Ana está justo ahí, a
unas docenas de metros, observándola.
Pero no es así. Está jugando a algo con el padrino pelirrojo —Cal, se llama
Cal— y unas cuantas personas más. Bochas, si reconozco el juego de la época de
bolos de Serena, y vaya que los licántropos y los humanos tienen cosas en común.
Puede que mi padre tenga razón al temer una alianza entre ellos. Aun así, esto no me
concierne, y…
La mano de Max sujeta la de Ana, tirando de ella hacia el bosque, y mi cerebro
sufre un cortocircuito. Mick está de servicio y salgo descalza de mi habitación con la
intención de avisarle. Pero su silla está vacía, salvo por un plato usado con restos de
ensalada de col.
Probablemente esté en el baño, y considero buscarlo allí. Luego decido que no
hay tiempo. Un par de células neuronales se despiertan y me dicen que es el momento
perfecto para entrar en el despacho de Lowe y buscar información sobre Serena. El
99% restante de mi cerebro, por desgracia, está centrado en Ana.
Dios. Odio, odio, odio que me importe.
Bajo corriendo las escaleras y salgo por la cocina. El calor me golpea como una
ola, ralentizándome mientras la luz del sol me apuñala la piel como un millón de
dientes de tiburón. Joder, cómo duele. Hay demasiada luz para estar fuera.
Un par de licántropos me ven, pero nadie se fija en mí. Las pequeñas piedras
dentadas se clavan dolorosamente en las plantas de mis pies, pero avanzo con fuerza
hacia el bosque. Cuando llego al bosque, me arde la carne, cojeo y casi pierdo el
equilibrio dos veces, por cortesía de un montón de cubos de arena y un flotador.
Pero veo el bañador azul brillante de Ana entre el verde, el gris oscuro de la
camiseta de Max, y grito.
—¡Oye! —Me abro paso entre la espesura de los árboles—. ¡Oye, para!
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Max sigue andando, pero Ana se vuelve, me ve y sonríe, con los dientes
abiertos y encantada. Su corazón late dulce y alegre.
—¡Miresy!
—No es mi nombre, ya hemos hablado de esto. Oye, ¿Max? ¿A dónde la llevas?
Debe reconocer mi voz, porque se detiene. Y cuando me mira, su cara es puro
odio.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Vivo aquí. —Estoy segura de que tengo agujas de pino dentro de la piel.
Además, podría estar en llamas—. ¿Qué haces con una niña de seis años en medio del
bosque?
—Siete. —Ana me corrige alegremente, soltando la mano de Max y levantando
seis dedos, y maldita sea esta niña.
—Ana, ven conmigo. —Le ofrezco la mano y ella trota feliz hacia mí, con los
brazos abiertos como si quisiera abrazarme. Se me encoge el corazón cuando Max la
toma en brazos y empieza a llevarla en dirección contraria—. ¿Qué demonios estás...?
Es entonces cuando suceden varias cosas a la vez.
Ana se agita y grita.
Cargo contra Max, dispuesta a liberarla, dispuesta a despedazarlo con mis
colmillos.
Y una docena de licántropos saltan de los árboles que nos rodean.
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CAPÍTULO 8

Sería más fácil si no le gustara como persona.

—¿Es cosa de vampiros, meter sus colmillos puntiagudos en los asuntos de los
demás y arruinar sus planes? ¿O es más bien un proyecto pasional de Misery Lark?
Llevo menos de cinco minutos cuidando de mis maltratadas plantas en el sofá
del salón, pero ya es la tercera vez que me hacen una variación de esta pregunta. Así
que mantengo la cabeza agachada e ignoro a uno de los comandantes de Lowe —el
que parece un muñeco Ken— mientras me arranco un surtido de detritus del dedo del
pie. Necesito pinzas, pero no las he traído. ¿Los licántropos las usan? Como furries
originales, ¿les parecen moralmente repugnantes? Tal vez consideran sagrado el
vello corporal, y cualquier amenaza a su legítima morada en la carne se considera
blasfema.
Para reflexionar.
—Suéltame —gimotea Max. Como yo, está sentado en un sofá. A diferencia de
mí, tiene las manos atadas a la espalda y lo vigilan varios guardias con el tipo de trato
gélido que uno reservaría para alguien que intentara secuestrar a un niño.
Que es exactamente lo que hizo Max.
—Puedes dejar de pedirlo —le dice Cal suavemente—. Porque no va a suceder.
—De todos los licántropos que hay aquí, está claro que él y Ken son los de mayor
rango. También parece que tienen algo de policía malo y policía aún peor. Cal es
afablemente aterrador, Ken es sarcásticamente aterrador. Lo que funcione para ellos,
supongo.
—Quiero ver a mi madre —vuelve a decir Max.
—¿Sí, campeón? ¿Estás seguro? Porque tu madre está ahí fuera, humillada por
lo que acabas de hacer y la compañía que has tenido.
—No sé, Cal. —Ken se arregla la gorra de béisbol—. Quizá deberíamos
entregárselo a su madre. —Se inclina hacia delante—. Me encantaría ver su cara
cuando ella le saque las garras.
Max gruñe, pero se convierte en un gemido cuando entran su Alfa, Juno y Mick
a remolque. Le digo a Mick un tímido:
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—Lo siento. —Preocupada por si se mete en problemas por mear y dejarme
sola un minuto. Me hace un gesto con la mano y toda la sala se queda en silencio,
todos se concentran en Lowe como si su presencia fuera una fuerza gravitatoria. Ni
siquiera yo puedo mirar a otra parte y abandono mi dedo a su infectado destino. Lowe
parece tan enfadado que me estremezco. Aunque podría ser la ráfaga del aire
acondicionado en mi carne ampollada.
—¿Ana está bien? —Gemma pregunta.
Lowe asiente.
—Jugando con Misha. —Con las manos en la cadera, observa la habitación.
Cada par de ojos está instantáneamente abatido.
Excepto la mía.
—¿Quién quiere contarme qué demonios acaba de pasar? —pregunta
mirándome fijamente. Espero que todo el mundo estalle en explicaciones
apresuradas, pero la disciplina de licántropo es mejor que eso. Se hace un gran
silencio, solo roto por Lowe, que viene a pararse frente a mí. Estoy dispuesta a decir
mis últimas palabras, pero lo único que hace es quitarse la sudadera con capucha con
cremallera, envolverme con ella los hombros temblorosos y admirar el resultado
durante demasiado tiempo.
Los ojos de todos siguen fijos en el suelo.
—Cal —dice. Es vergonzosa, la sensación de alivio que siento al no ser
reprochada.
—Todo iba según lo previsto —empieza Cal—. Como era de esperar, Max
estaba tratando de atraer a Ana. Lo seguíamos para ver con quién se encontraría,
cuándo...
Se vuelve hacia mí y, de repente, soy el centro de la sala. Mi alivio fue
prematuro.
—Lo siento. —Trago saliva—. No tenía ni idea de que esto era una especie de
plan de emboscada secreta. Si veo a un tipo que ha sido un completo idiota conmigo
fugándose con una niña, es natural que yo... —¿Qué? ¿Por qué he intervenido, otra
vez? Ahora que la adrenalina se ha secado, no recuerdo cuál fue mi razonamiento. No
soy una heroína, ni quiero serlo.
Ken resopla.
—¿Nos estabas mirando desde la ventana?
—Quiero decir... ¿sí?
—Espeluznante. Necesitas un hobby.
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—Tienes razón. He oído cosas increíbles sobre el parapente, o el pastoreo
competitivo de patos. Tal vez podría... oh, espera. Olvidé que estoy literalmente
atrapada en un dormitorio de ciento treinta metros cuadrados veinticuatro siete.
—Lee un libro, puntiaguda.
—Ya basta. —Lowe cruza la habitación para agacharse frente a Max, que al
instante intenta zafarse. Su tono es firme pero sorprendentemente suave cuando
pregunta—: ¿Adónde ibas a llevar a Ana? —Max no contesta, así que continúa—:
Tienes quince años y no voy a castigarte como a un adulto. No sé con quién te has
metido ni cómo, pero puedo ayudarte. Te protegeré.
El sudor resbala por las sienes de Max. Es mucho más joven de lo que pensaba.
—Solo vas a deshacerte de mí. Si te lo digo, tú...
—Yo no le hago daño a los míos, y menos a los niños —gruñe Lowe—. No soy
Roscoe.
—No. —Los ojos de Max me miran—. Nunca habría hecho alianzas con los
vampiros o los humanos, nunca habría acogido a una y dejado que matara a los
licántropos...
—Tienes razón. A Roscoe le gustaba matar a los licántropos por su cuenta. —
Max baja la mirada. Es solo un niño—. ¿Es una alianza con los vampiros realmente
peor que más muertes de licántropos a sus manos?
Max parece debatirse con la pregunta, con la nuez de Adán balanceándose.
Luego recuerda su rabia y suelta:
—Tú no eres el Alfa legítimo.
Es claramente un gran paso en falso. Porque todos los demás hombres de la sala
dan un paso adelante para intervenir y se detienen al ver la mano levantada de Lowe.
—¿Quién te ha dicho eso? —pregunta. Amenazador, despiadado—. Tal vez sea
un error justo. Tal vez simplemente no estaban allí cuando Roscoe perdió el desafío
contra mí. Envié un mensaje a los Leales, haciéndoles saber que con gusto aceptaría
el desafío de cualquiera de ellos. Y sin embargo… —Lowe se levanta—. El disenso y
la discusión son bienvenidos. Yo no soy Roscoe, y no voy a deshacerme de los que no
están de acuerdo conmigo. Pero intentar llevarse a una niña, sabotear infraestructuras
importantes, atacar brutalmente a los que me apoyan... Esto es insurgencia violenta.
Y mientras sea el Alfa de esta manada, no voy a aceptarlo. ¿Quién te envió aquí, Max?
Sacude la cabeza.
—No lo sé.
—¿Te has olvidado? —Ken se acerca a Lowe. Max retrocede—. Tenemos
formas de hacerte recordar.
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—Aunque apenas es más que un niño —señala Cal.
—Eligió trabajar con los Leales —dice Ken, crujiéndose los nudillos.
Cal, para mi sorpresa, se encoge de hombros.
—Supongo que tienes razón. —Él también cruje los nudillos.
Busco en la cara de Lowe una señal de que no va a dejar que sus secuaces... no
sé, que ahoguen a un chico. Su expresión es distante, feliz de delegar. No es lo que
esperaría de alguien que planea reducir la tensión.
—¡Esperen! —grito. Hoy debe ser un día para actuar especialmente
entrometida—. No le hagan daño. Puedo ayudarlos.
Todas las cabezas se giran hacia mí, con distintos grados de fastidio.
—Creo que ya has hecho suficiente, sanguijuela —dice Ken.
Pongo los ojos en blanco.
—En primer lugar, crecí entre los humanos, y sanguijuela, parásito, alimaña,
esponja de sangre, garrapata, mamona, perra murciélago... no son los insultos
innovadores que tú crees. —Los vampiros bebemos sangre para sobrevivir, y no nos
avergonzamos de ello—. Puedo averiguar quién envió a Max. Sin tirar de sus garras
o lo que sea que estén planeando.
—No lo sé —dice Cal—. Se merece algo de daño.
Pero Max está temblando como una hoja. Y yo no debo ser la sádica que me
imaginaba.
—Por favor —le suplico a Lowe, sin prestar atención al resto de la habitación—
. Puedo ayudar.
—¿Cómo? —Él, por su parte, parece más curioso que irritado.
—Es más fácil hacerlo que decirlo. Toma. —Me levanto y le rozo para ir hacia
Max. Me detiene con los dedos en la muñeca. Cuando levanto el cuello hacia él,
sobresaltada, está mirando al frente.
—¿Por qué? —pregunta sin mirarme a los ojos. Habla en voz baja, solo para mí.
No sé muy bien qué quiere saber, así que opto por lo que me parece correcto.
—Ana ha estado visitándome —le digo, igualando su tono—. Me hace
compañía, y aunque pronuncia fatal mi nombre y no sabe si tiene seis o siete años...
—Trago saliva—. Preferiría que no fuera, ya sabes, secuestrada y traficada.
Por fin me mira. Me examina la cara durante unos largos instantes y, sea cual
sea el motivo de su inspección, debo pasar la prueba. Asiente y me suelta. No me
muevo.
93
—Pensándolo bien, ¿podrías ayudarme? No soy muy buena en esto. —Sus cejas
se fruncen, y me apresuro a añadir—: Pero lo suficientemente buena.
¿Creo? Solo lo he hecho con Serena, que insistió en que fomentara mi único
rasgo vampírico útil y lo practicara con ella. Me pedía que la anestesiara y usara
nuestro móvil compartido para grabar vídeos de ella besándose con un repollo;
recitando el juramento a la bandera con acento alemán; confesando toda una serie de
sueños sucios con el señor Lumiere, nuestro tutor de francés, como estrella invitada
recurrente.
Espero recordar cómo hacerlo.
Me arrodillo frente a Max, ignorando sus nauseabundos latidos, empapados de
miedo, la forma en que me sisea para que me aleje.
—Chico, estoy tratando de ayudarte a evitar una silla de hierro, o como sea que
tu gente extraiga información, así que...
Algo húmedo cae sobre la parte delantera de mi camiseta de tirantes.
Porque Max me escupió.
—Qué asco. —Jadeo, asqueada, pero antes de que pueda... no sé, escupir de
vuelta... la mano de Lowe presiona el pecho de Max y lo sujeta al sofá.
—¿Qué demonios acabas de hacer? —gruñe.
—¡Es una vampira!
—Ella es mi... —La mano de Lowe se levanta para agarrar la mandíbula de
Max—. Discúlpate con mi esposa.
—Lo siento. Lo siento. Por favor, no... lo siento. —Max empieza a sollozar.
Lowe se vuelve hacia mí.
—¿Aceptas?
—¿Acepto... el escupitajo?
—Su disculpa.
—Oh. —Dios mío. ¿Qué está pasando?—. Claro, ¿por qué no? Fue tan... sincero
y espontáneo. Solo, mantén su cabeza quieta, y no dejes que se mueva… sí, las manos
en la barbilla. Bien, esto tomará un segundo, no dejes que se mueva.
Empiezo con el pulgar en la base de la nariz de Max y los dedos índice y
anulares en la frente. Luego espero a que Max se calme y me mire a los ojos.
Al cuarto intento, consigo una cerradura. El cerebro de Max es blando, y sobre
agitado, y fácil de hurgar. Uno su mente a la mía y luego la revuelvo un poco, una
interferencia temporal. No me detengo hasta asegurarme de que lo tengo bien
94
agarrado y, cuando me retiro, su cuerpo se relaja de golpe y sus pupilas se ensanchan
de repente. Detrás de mí, oigo algunos murmullos y un suave:
—¿Qué carajos? —Pero es fácil ignorarlo, tan fácil como dejar que mis ojos
hagan lo que se supone que deben hacer.
Para la cautividad.
Los humanos dicen que tenemos poderes mágicos de control mental. Que
nuestras almas pueden arrebatarles el cuerpo y atarlos como a un pavo de Acción de
Gracias. Sin embargo, como todo lo demás, es simple biología. Un músculo
intraocular adicional que nos permite mover los ojos a gran velocidad e inducir un
estado hipnótico. Los vampiros con talento, como mi padre, pueden hacerlo sin tocar
a su víctima, y mucho más rápido. Pero son raros, y para los mediocres como yo, que
necesitamos sujetar a alguien para iniciar un hechizo, puede ser una práctica difícil.
También hay algunas advertencias. La cautividad solo funciona en otras
especies, y no todos los cerebros responden igual. Y, por supuesto, entrar en la mente
de las personas sin su consentimiento es un acto de violencia y muy poco ético. Solo
porque podamos, no significa que debamos. Pero Max intentó herir a Ana, y podría
volver a hacerlo. Además, mi moral no es tan sólida.
—De acuerdo. —Me recuesto, frotándome enérgicamente los ojos. La
cautividad requiere mucha energía—. Es todo suyo.
Todos me miran boquiabiertos. Y puede que mi mente me esté engañando,
pero estoy casi segura de que todos han dado un paso atrás.
Excepto Lowe, que está casi demasiado cerca.
—Chicos, deberían darse prisa. Esto solo durará diez minutos más o menos. —
Señalo el estado de estupor de Max—. No les va a contar la historia de su vida sin más.
Tienen que seguir adelante y hacerle preguntas. —Nadie habla. ¿Los he hechizado
accidentalmente a ellos también?—. Algo como, “¿Por qué intentabas llevarte a Ana,
Max?”
—Me encargaron que la llevara a los Leales, donde podría ser utilizada como
chantaje, para obligar a Lowe a renunciar como Alfa —recita sin ton ni son.
La sala estalla en una ráfaga de murmullos de pánico y suspicacia que no tienen
nada que ver con la respuesta de Max. De hecho, estoy bastante segura de que capto
un:
—Le ha calentado el cerebro en el microondas.
—Está cautivo —murmura Lowe.
—Sí. Eso es. Sin freír. —Me pongo de pie y hago una mueca por la saliva en mi
camisa. Está empezando a filtrarse... asqueroso.
95
—Creía que era un mito —susurra Cal—. Que nuestros mayores solían
asustarnos.
Me identifico, ya que crecí bastante segura de que si me portaba mal, un
licántropo se arrastraría por el retrete para comerme el culo.
—No lo es. No soy muy buena en esto, en realidad. —Parece mejor no revelar
lo que alguien como mi padre podría hacer.
—A mí me pareces bastante buena —dice Cal. En realidad, parece admirado,
mientras Ken mira con desconfianza, y Mick frunce el ceño, y Gemma niega con la
cabeza, y algunos otros licántropos intercambian miradas, y Juno parece, como
siempre, preocupada y enfadada, y Lowe...
He renunciado a entender a Lowe.
—¿Cómo sabemos que no estás plantando mentiras en su cabeza? —Ken
pregunta.
Me encojo de hombros.
—Pregúntale algo que yo no sepa.
—¿Qué pasó cuando le pediste una cita a Mary Lakes? —Juno dice.
—Ella dijo que no —canta Max.
—¿Por qué?
—Porque tenía una enorme mancha de mocos saliendo de mi nariz.
Es gracioso, pero nadie se ríe. El grupo parece haber superado la incredulidad
inicial y Cal empieza a interrogar a Max.
—¿La pareja de Roscoe te envió para llevarte a Ana?
—Creo que sí, aunque no hablé con Emery directamente.
Cal sacude la cabeza.
—Por supuesto, joder.
—Basta. —Lowe interrumpe, y la habitación vuelve a quedar en silencio. Se
vuelve hacia mí. Se me corta la respiración cuando su brazo se introduce dentro de la
sudadera con capucha que me ha puesto. Su palma se ajusta brevemente a mi cintura,
luego se mueve hacia el norte para rozarme el pecho, y oh Dios mío, qué…
Saca su teléfono del bolsillo interior y retrocede.
Me arden las mejillas.
—Llévala a su habitación y luego vuelve —ordena a Mick. A Juno—:
Comprueba cómo está Ana, por favor.
96
Me acompañan a la salida. Debo de estar de lo más entrometida, porque siento
la tentación de preguntar si puedo quedarme. Averiguar de qué podría tratarse esta
extraña guerra entre los licántropos. En lugar de eso, sigo dócilmente a Mick
escaleras arriba.
—Espero no haberte metido en problemas —le digo—, pero vi a Max llevarse
a Ana, y sé que no me creen, pero me había atacado, así que...
—Nadie dudaba de ti —dice amablemente.
Le miro.
—Lowe seguro que sí.
—Lowe sabía que Max te había atacado primero. Es muy bueno oliendo
mentiras.
—Oh. ¿Como en... literalmente oler?
Mick asiente, pero no da más detalles.
—Sabía que Max tramaba algo, sabía que tenía que ver con Ana y quería
sacarle toda la información que pudiera. Es una cuerda floja, para Lowe. No va a ir
interrogando a cada persona que no le gusta, o será igual que Roscoe hacia el final.
Pero los Leales han estado lastimando a los suyos, y deben ser detenidos.
—Parecía dispuesto a dejar que los otros torturaran a Max.
—Eso fue un espectáculo, destinado a asustar a Max. Y habría funcionado, todos
podíamos olerlo. Pero lo hiciste más fácil con tu... —Sonríe y me señala los ojos—.
Prométeme que no me lo harás a mí, ¿sí? Dabas miedo ahí dentro.
—Nunca lo haría. Eres mi carcelero más querido. —Sonrío, con los labios
cerrados y sin colmillos—. Además, soy yo quien debería tener miedo.
—¿Por qué?
Señalo la cicatriz de su cuello. La hilera de dientes que marca su clavícula.
—Tú eres el que viene aquí con eso, como si tu pasatiempo favorito fuera
meterte en peleas. —Ladeo la cabeza—. ¿Así es como te convertiste en un licántropo?
Su ceja se arquea.
—Somos una especie legítima, no una enfermedad infecciosa.
—Solo me aseguro de que si alguien me muerde no me convertiré en ti.
—Si mordieras a alguien, ¿lo convertirías en un vampiro?
Me lo pienso un momento.
—Touché.
Se ríe suavemente y sacude la cabeza, repentinamente melancólico.
97
—Este es el mordisco de mi pareja.
Pareja. La palabra, otra vez.
—¿También tienen una? Tu pareja.
—Sí, por supuesto.
—¿La conozco?
Mira hacia otro lado.
—Ya no está con nosotros.
—Oh. —Trago saliva, sin saber qué decir. Espero que no haya sido uno de los
míos—. Lo siento. Parece que eso de las parejas es una gran cosa.
Asiente.
—Los lazos de apareamiento son el núcleo de toda manada. Pero no creo que
sea prudente hablar de las costumbres de los licántropos contigo. —Me lanza una
mirada que logra ser regañona y suave a la vez—. Especialmente si estás charlando
con tu hermano en un idioma que nadie más habla.
Oh, mierda.
—No es... Solo echaba de menos mi hogar. Quería oír algo familiar.
—¿En serio? —Nos detenemos ante mi puerta. Mick la abre y me hace un gesto
para que entre—. Qué curioso. No me pareces de los que tienen hogar.
Dejo que sus palabras se agiten a mi alrededor durante varios minutos después
de que se vaya, preguntándome si tiene razón. Cuando se detienen, sé que no la tiene:
tuve un hogar, y se llamaba Serena.
Me cambio el top por uno menos manchado con el ADN de Max y salgo
silenciosamente de mi habitación. Con todo el mundo distraído por la conmoción,
entrar en la oficina de Lowe es casi sospechosamente fácil. Hay muchas formas de
hackear un ordenador, pocas de las cuales están a mi disposición. Afortunadamente,
tengo suficiente experiencia con las técnicas de fuerza bruta como para ser optimista.
El sol se está poniendo, pero no enciendo las luces. El escritorio de Lowe está
delatado por la foto sonriente de Ana. Voy de puntillas, me arrodillo frente al teclado
y empiezo a trastear.
Este no es mi pan de cada día, pero es relativamente sencillo y no lleva
demasiado tiempo. Está claro que los licántropos no esperan intrusiones desde
dentro, y la máquina está casi desprotegida. Solo me lleva unos minutos forzar la
entrada en su base de datos, y un puñado más establecer tres búsquedas paralelas:
Serena Paris, la fecha en que desapareció y The Herald, por si mis sospechas son
ciertas y Lowe formaba parte de alguna historia que pretendía cubrir. Es solo un
98
comienzo, pero espero que si ella fue mencionada en algún dispositivo de
comunicación que sea automáticamente respaldado en…
Algo suave roza mi pantorrilla.
—Ahora no —murmuro, apartando de un manotazo el maldito gato de Serena.
El terminal empieza a llenarse de visitas. Pulso algunas teclas para maximizar. De
momento, nada prometedor.
La nariz húmeda del gato presiona mi muslo.
—Estoy ocupada, Chispitas o lo que sea. Ve a jugar con Ana.
Empieza a ronronear. No, a gruñir. Francamente, es un nivel de derecho que
me molesta.
—Te dije que... —Miro hacia abajo e inmediatamente retrocedo, casi
cayéndome de culo.
En la penumbra del crepúsculo, los ojos amarillos de un lobo gris me miran
furiosos.
99
CAPÍTULO 9

Ana interrumpe su cuento para comunicarle una información importante y urgente—: Miresy es
tan, tan, tan bonita. Me encantan sus orejas.
Aprieta los labios antes de reanudar la lectura.

Entre los vampiros, los colmillos no son solo dientes, son un estatus.
Por ejemplo, los músculos en los humanos: ¿Hubo un tiempo, hace un montón
de milenios, en el que tener una pareja con bíceps inflados y saltarines significaba
más protección contra... los dinosaurios? No soy una aficionada a la historia; yo
prosperaba en matemáticas y cero en otras materias. La cuestión es que la destreza
atlética proporcionaba una ventaja evolutiva que ahora, en una era en la que existen
las bombas atómicas, está bastante obsoleta. Y, sin embargo, los humanos todavía lo
encuentran atractivo.
Los colmillos son muy parecidos para los vampiros: se consideran un símbolo
de fuerza y poder, porque antiguamente cazábamos a nuestras presas y clavábamos
los dientes en su carne para darnos un festín con su sangre. Cuanto más largos,
afilados y grandes, mejor.
Y los de este lobo... Los colmillos de este lobo podrían ganar concursos.
Gobernar civilizaciones. Conseguir que su dueño se comprometa, se case y tenga
sexo en cualquier fiesta vampírica. Y podrían convertirme en M&M's.
—¿Eres un lobo de verdad? —pregunto, luchando por mantener la voz firme—
. ¿O eres un licántropo a tiempo parcial?
La única respuesta es un gruñido profundo, largo, que prácticamente te haría
cagarte.
—¿Mejoraría o empeoraría las cosas si te gruñera?
—No cambiaría de ninguna manera —dice una voz desde la entrada.
Lowe. Apoyado en el marco, relajado como una modelo de ropa deportiva
durante una sesión de fotos.
—Gracias, Cal —dice, acercándose a mí—. Eso es todo.
100
Y mágicamente, con un último gruñido a medias en mi dirección, el lobo
sacude su hermoso pelaje gris y se aleja trotando. Se detiene junto a Lowe y apoya la
cabeza contra su muslo.
—¿Cal? Como en... —Se vuelve hacia mí y lo miro a la cara, buscando
similitudes. Habría esperado que hubiera coherencia entre las formas cambiadas y
humanas de los licántropos, pero Cal es pelirrojo. Levanto el cuello para ver mejor al
lobo, pero Lowe se pone delante de mí y me bloquea la vista.
—¿Qué demonios estás haciendo, esposa? —Suena como una mezcla volátil de
cansado e irritado. Cualquier pensamiento de eran fenotipos al instante se aleja.
Me acaban de pillar. Haciendo algo muy malo. Y estoy en verdadero peligro.
—Solo busco... —¿Qué?—. Notas adhesivas.
—¿Los vampiros guardan notas adhesivas dentro de sus ordenadores?
Joder.
—Estaba intentando comprobar mi correo electrónico. —Trago saliva—.
Ponerme en contacto con amigos.
—No tienes amigos, Misery.
No sé por qué me duele si es verdad.
—Y no soy un informático, pero eso… —Señala mi código, que sigue
corriendo—, no parece Yahoo.
—¿Yahoo? Lowe, realmente estás delatando tu edad avanzada.
—Pasa —me ordena, y no entiendo cómo no me di cuenta de que Alex estaba
esperando junto a la puerta. Demasiado ocupada contemplando mi inminente
desaparición, probablemente—. ¿Puedes averiguar qué estaba haciendo?
—En ello.
Cierro los ojos, pensando en posibles escenarios. Podría darle un rodillazo a
Lowe en la entrepierna e intentar huir, pero no sé si la zona de la entrepierna es tan
sensible para ellos como para nosotros, y de todos modos... hay lobos merodeando.
—Me tendiste una trampa —digo. Suena quejumbroso, que es exactamente
como me siento—. Le pediste a Mick que se fuera delante de mí porque sabías que
me aprovecharía.
—Misery. —Chasquea la lengua en tono burlón, y se acerca, como si supiera
que estoy pensando en alejarme. Los latidos de su corazón me envuelven, firmes,
decididos—. Te la tendiste tú sola, porque eres mala en esto.
—¿En qué?
—Husmear.
101
—No estaba...
—¿Por qué fuiste a mi habitación? ¿Por qué has mirado en mi armario y en mis
cajones? —Se inclina hacia delante. Su voz se reduce a un medio susurro, solo para
mis oídos. Tiene algo de torturante, como si sufriera dolor físico—. ¿Por qué mi cama
olía como si hubieras dormido en ella?
Ni siquiera se me había ocurrido que dejaría mi olor. Que Lowe encontraría mi
olor pegado a cada superficie de su habitación.
Mierda.
—Lo siento —exhalo.
—Deberías —le dice al aire entre nuestros labios. Me pregunto si mi corazón
ha latido tan fuerte alguna vez. Tan cerca de la superficie de mi piel.
—Ella, muy astutamente, debo decir, y solo con herramientas muy primitivas a
su disposición, hackeó nuestros servidores —anuncia Alex. Un poco con admiración,
lo cual es halagador.
—¿Eres el que construyó el cortafuegos de los licántropos? —pregunto.
—Sí. Soy el jefe de nuestro equipo de seguridad. —Parece distraído mientras
analiza mi código. El miedo que tenía cuando estábamos solos no se mantiene si su
Alfa está presente.
—Buen trabajo. —Raro, como estoy teniendo una conversación con Alex, pero
mirando fijamente a los ojos de Lowe. A una pulgada de los míos—. Es bastante
impenetrable.
—Gracias. ¿Eres, por casualidad, la misma persona que intentó derribarlo hace
unas semanas?
Trago saliva. Los ojos de Lowe bajan hasta mi garganta. Se quedan ahí.
—No me acuerdo.
—Alfa, estaba haciendo una búsqueda en nuestras bases de datos... tres
búsquedas, para ser precisos. Una para una fecha de hace poco más de dos meses,
otra para The Herald, un periódico humano local, creo, y otra para alguien llamada
Serena. Serena Paris.
Me invade una oleada de terror. No queda aire en el mundo para mis pulmones.
—¿Y quién sería? —Lowe murmura, lamiéndose los labios. Me inhala
profundamente, con determinación—. Qué interesante. En la última semana he
presenciado dos atentados contra tu vida, y nunca habías olido tan asustada como
ahora. ¿Por qué, vampira? —Su rostro descarnado es todo líneas afiladas, esculpidas
por las luces brillantes del monitor. Sus labios se mueven, carnosos y despiadados.
No puedo apartar la mirada—. ¿Quién es Serena Paris, Misery?
102
Parece sinceramente curioso, y me pregunto si tal vez no tiene nada que ver
con su desaparición. Pero quizás sí. Tal vez está fingiendo. Tal vez no sabía su nombre,
pero le hizo daño de todos modos.
Empujo contra su pecho. Es como intentar mover un ejército de montañas.
—Suéltame.
—Misery. —Sus ojos se clavaron en los míos—. Sabes que no voy a hacer eso.
Alex —dice, esta vez más alto, sin dejar de mirarme solo a mí—. Trae de vuelta a Cal.
Parece que vamos a tener que extraer a Gabi y romper el armisticio con los vampiros.
Oigo un silencioso:
—Sí, Alfa. —Sus botas salen de la habitación mientras yo balbuceo:
—¿Qué?
—Tengo que considerar esto como un acto de agresión por parte de tu padre
y el resto del consejo vampiro. Enviaron una espía a territorio licántropo bajo el
disfraz de Colateral. —Su mandíbula se endurece—. Y tu olor... lo manipularon,
¿verdad? Sabían que me distraería...
—No. —Estoy abarrotada. Sin aliento—. Esto no tiene nada que ver con mi
padre.
—¿A quién pensabas enviar esta información?
—¡Nadie! Pídele a Alex que lo compruebe. No he establecido ninguna
transmisión.
Se acerca más. Casi puedo saborear su sangre en mi lengua.
—Alex ya no está aquí.
Sabía que estábamos solos, pero ahora lo siento, igual que siento su calor
filtrándose a través de mí. El calor tiene un efecto predecible: mi estómago se
retuerce y se tensa. Hambre. Ansia.
—Te lo dije, solo estaba tonteando.
—Esto no es un juego, Misery. —Vibran a través de mis huesos, sus palabras—
. Esta alianza es nueva y frágil, y...
—Basta. Para ya. —Aprieto las manos contra su pecho, suplicando a algo de
espacio, porque la cabeza me da vueltas, llena de pensamientos cálidos, acalorados
y extraños, pensamientos que implican venas y cuellos y sabor—. Por favor. Por favor,
no hagas nada. Esto no tiene nada que ver con la alianza.
—De acuerdo. —Retrocede un paso, con las palmas aún apoyadas en la pared
a cada lado de mi cabeza, y es un alivio. Su sangre empezaba a oler muy bien, y...
Nunca me había pasado nada parecido. Debo haber olvidado alimentarme.
103
—De acuerdo —repite—, estas son tus opciones. La primera, me dices quién
es Serena Paris y me das una explicación razonable para esta búsqueda de capa y
espada tan mal ejecutada. Lo que te ocurra después es mi decisión. La segunda,
procedo con la suposición de que eres una espía que reúne información sobre los
licántropos y utilizo tu cadáver para enviar un mensaje claro a tu padre.
—Serena era mi amiga —suelto—. Mi hermana.
Todo el cuerpo de Lowe se tensa. Como si tuviera algunas conjeturas, pero mi
respuesta no estaba entre ellas.
—Una vampira, entonces.
Sacudo la cabeza.
—Humana. Pero crecimos juntas. Mis primeros meses como Colateral, fueron
perturbadores. Y tristes. Intenté huir, ponerme en situaciones peligrosas, una vez
incluso... Éramos solo yo y los cuidadores humanos, y me odiaban. Así que los
humanos decidieron que la compañía de otro niño podría hacer que me portara
mejor. Encontraron a una huérfana de mi edad y la trajeron a vivir conmigo.
Resopla, amargado, y temo que no me crea. Pero entonces dice, tranquilo y sin
embargo no:
—Malditos humanos.
Trago saliva.
—Hicieron lo que pudieron. Al menos lo intentaron.
—No es suficiente. —Es un juicio definitivo. Que no me importa discutir.
—Serena se ha ido. Desapareció hace unas semanas, y...
—¿Crees que un licántropo se la llevó?
Asiento.
—¿Quién?
No tengo más remedio que decirle la verdad. Y si él tiene algo que ver con su
desaparición... También tendrá algo que ver con la mía.
—Tú.
No parece sorprendido.
—¿Por qué yo?
—Dímelo tú. —Levanto la barbilla—. Tu nombre estaba en su agenda, el día
que desapareció. Tal vez hizo planes para encontrarse contigo. Tal vez eras parte de
una historia que estaba escribiendo. No lo sé.
—¿Una historia? Ah, por eso The Herald. Era periodista. —No es una pregunta,
pero asiento.
104
Finalmente, Lowe se aparta. Permanece entre la puerta y yo, pero se frota las
manos en la barba incipiente de la mandíbula, frunce el ceño en algún lugar a lo lejos,
instantáneamente preocupado. Intentando recordar. Si está fingiendo la confusión, es
un buen actor. Y no puedo ni empezar a adivinar por qué me mentiría. Estoy atrapada
aquí durante el próximo año, con formas limitadas y muy supervisadas de
comunicarme con el mundo exterior. Podría admitir que dirige cinco cárteles de la
droga y que ha secuestrado el avión presidencial, y yo no tendría forma de avisarle a
nadie.
—Es una apuesta enorme. —Me mira a la cara, pensativo. Un poco como si me
viera por primera vez—. Entregarte como Colateral. Casarte conmigo. Todo porque
alguien escribió mi nombre en su agenda.
Me muerdo el labio inferior. Mi estómago se hunde ante la idea de que
realmente podría no saber nada. Mi único rastro, que conduce a un barranco.
—Mi mejor amiga, mi hermana, ha desaparecido. Y nadie la buscará si yo no lo
hago. Y lo único que dejó atrás, la única pista que tengo es un nombre, tu nombre, L.
E. Moreland...
—¡Lowe! —La puerta se abre de golpe. Espero que Alex, o Cal, o toda una
manada de lobos rabiosos vengan a descuartizarme. No un quejumbroso—: ¿Dónde
estabas? —seguido del suave arrastrar de pasos en calcetín sobre el suelo de madera.
Me olvido al instante. Lowe se arrodilla para saludar a Ana, y cuando ella le
rodea el cuello con sus delgados brazos, la gran mano de él sube para acunarle la
cabeza.
—Estaba hablando con Misery.
Me saluda con la mano.
—Hola, Miresy.
Mi garganta se siente tensa.
—Mi nombre no es tan difícil de pronunciar —murmuro, pero ella parece
deleitarse con mi mirada. Y estar de buen humor, a pesar de su intento de secuestro.
Aplaudo su resistencia, pero vaya, los niños. Son realmente insondables.
—¿Me lees un cuento antes de dormir? —pregunta a Lowe.
—Por supuesto, corazón. —Le pasa un mechón de cabello aún húmedo por
detrás de la oreja—. Ve a lavarte los dientes, yo...
—Ana, ¿adónde has ido? —La voz de Juno llega desde el pasillo, cansada, sin
aliento—. ¡Ana!
—¿Te escapaste de Juno? —susurra Lowe.
Ana asiente, traviesa.
105
—Entonces será mejor que te des prisa en volver con ella.
Hace un mohín.
—Pero quiero...
—¡Liliana Esther Moreland! ¡Ven aquí de inmediato, es una orden!
Ana estampa un beso en la mejilla de Lowe, murmura algo encantada sobre lo
espinoso que es, y luego se escabulle en un revuelo de telas azules y rosas. Mis ojos
se quedan con ella, y luego en la puerta entreabierta, mucho después de que
desaparezca.
Mareada.
Me siento mareada.
—¿Misery?
Me vuelvo hacia Lowe.
—¿Ana...? —Trago saliva. Porque no. Esa no es la pregunta correcta. En su
lugar—: ¿Liliana?
Asiente.
—Esther. —L. E. Moreland—. Yo no... no tenía ni idea.
Lowe asiente de nuevo, con ojos sombríos.
—Misery. Tú y yo tenemos que hablar.
106
CAPÍTULO 10

No es imprudente, negligente o confiado. Pero reconoce a un aliado formidable cuando lo ve.

Muchas habitaciones de la casa serían perfectamente adecuadas para una


conversación discreta, pero nos encontramos sentados en la mesa de la cocina, con
una taza de café negro delante de Lowe, humeante mientras el sol se esfuerza por
salir.
Mi noche fue insomne, como la de la mayoría. La suya también, a juzgar por las
sombras oscuras bajo sus ojos. Tiene la cara esculpida, tan bella como siempre. Hace
tiempo que no se afeita, y está claro que le vendría bien descansar y pasar dos
semanas sin eventualidades.
Tengo la ligera sospecha de que no va a conseguir ni lo uno ni lo otro.
—No entendía por qué habías aceptado —me dice entre sorbos, casi en tono
de conversación. Todas las demás interacciones que hemos tenido han estado
cargadas de tensión, después de que me pillara en situaciones comprometidas.
Ahora... No somos amigos inmediatos, pero me pregunto si esto es Lowe cuando sus
energías no están totalmente centradas en intentar proteger a su manada. Una
presencia firme, tranquilizadora y voluminosa. Su boca incluso se torció en una casi
sonrisa cuando me vio bajar las escaleras, mientras me hacía un gesto para que
tomara asiento frente a él—. Por qué lo volverías a hacer.
—¿Pensabas que tenía complejo de mártir? —Aprieto las piernas contra el
pecho, observando cómo sus labios se cierran en torno al borde de su taza—. No soy
leal a los vampiros. Ni a los humanos, con una sola excepción. Y voy a encontrarla.
Deja la taza sobre la mesa y pregunta sin rodeos:
—¿Estás segura de que está viva?
—Espero que lo esté. —Mi corazón se retuerce—. Si no lo está, aún necesito
saber qué le pasó. —Si no lo hago, nadie volverá a pensar en ella. Nadie más sabrá
siquiera su nombre, aparte de un puñado de huérfanos que la acosaban por ser bizca,
colegas que nunca entendieron su sentido del humor, gente con la que salía, pero se
sentía tibia. Es inaceptable—. Ella haría lo mismo por mí.
107
Lowe asiente sin vacilar. La lealtad, sospecho, es un concepto dolorosamente
familiar para él.
—¿Sabes qué artículo estaba escribiendo? ¿Qué motivó su interés por Ana?
—No. Normalmente hablaba de las historias en las que estaba trabajando, al
menos de pasada. Y cubría temas financieros.
—¿Delitos?
—A veces. Sobre todo, análisis de mercado. Su licenciatura era en economía.
Lowe da golpecitos con el dedo en el borde de la mesa, reflexionando.
—¿Algo sobre las relaciones licántropo-humano, o vampiro-humano?
—Había crecido como la compañera bebé del Colateral. No iba a tocar esa
mierda ni con un palo de tres metros.
—Inteligente. —Se levanta y va a la nevera sin sangre. Sus anchos hombros
encogen la cocina mientras recoge unos cuantos artículos que lleva de vuelta a la
mesa. Un tarro de mantequilla de cacahuate que despierta mis más nefastos intereses.
Pan de molde. Una especie de mermelada de bayas que me deja perpleja.
A Serena le encantaban las bayas, e intenté memorizar sus nombres, pero son
tan contraintuitivos. ¿Arándanos? No son azules. ¿Moras? No son negras. ¿Fresas? Sin
paja. ¿Frambuesas? No raspan, ni hacen ningún ruido. Podría seguir.
—Quiero echar un vistazo a sus comunicaciones antes de desaparecer.
¿Todavía tienes acceso a ellas?
—Las tengo. Y las he inspeccionado... no hay pistas.
Saca dos rebanadas de pan. Sus antebrazos son fuertes, grandes músculos
interrumpidos por alguna que otra cicatriz blanca.
—Si se trata de negocios licántropos, puede que no sepas lo que estás
buscando. Haré que hables con Alex y se los entregaré a…
—Oye. —Me muevo y meto las piernas debajo de mí—. No voy a entregar nada
hasta que me digas qué estarías buscando.
Su ceja se levanta.
—No estás en posición de negociar, Misery.
—Tú tampoco.
La ceja se levanta más alta.
—Bueno, quizás más que yo. Pero si vamos a hacer esto, necesito saber qué
ganas con ello, porque dudo mucho que de repente te preocupes por mi amiga, una
humana cualquiera, lo suficiente como para ayudarme a encontrarla.
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Se le da bien mirar fijamente, con esos ojos árticos sin decir nada, y yo me
retuerzo en la silla, acalorada. ¿Cómo consigue este tipo que alguien con una
temperatura basal de treinta y cuatro grados y casi sin glándulas sudoríparas se sienta
húmeda?
—Es sobre Ana, ¿verdad? Crees que Serena estaba buscando a Ana.
Más miradas. Maestral, con una pizca de evaluación.
—Escucha, es obvio que quieres averiguar por qué una humana sabía de la
existencia de tu hermana. Y no te estoy pidiendo que confíes en mí...
—Creo que lo haré —dice finalmente, decidido. Y empieza a untar mantequilla
de cacahuate en el pan, como si hubiera resuelto un asunto importante y ahora
necesitara un tentempié.
—¿Vas a...?
—Confiar en ti.
—No lo entiendo.
—No. —Su expresión no es tierna, sino de acercamiento. Amable. Divertida,
seguro—. Creo que no lo harías.
—Solo proponía que intercambiáramos información.
—Y podrías hacer muchas cosas horribles con la información que estoy a punto
de darte. Pero tú ya has estado en el lugar de Ana. Y estás herida porque corriste a
ayudarla cuando aún no se había puesto el sol. —Lowe me señala la piel enrojecida
del brazo derecho y me tiende una bolsa de hielo.
Debe haberla sacado antes del congelador. Y se siente muy, muy bien.
—Por muy descarriada que fueras, dudo que tiraras a Ana debajo del autobús.
—No más descarriada que usarla como cebo. Bonita crianza, por cierto —añado
con un poco de ironía.
—Había ocho licántropos controlando la situación —dice, sin ofenderse—. Y un
rastreador en su traje. Max no tenía ningún vehículo a su disposición, así que
sabíamos que iba a intentar entregar a Ana a otra persona. Nunca estuvo en verdadero
peligro.
—Claro. —Me encojo de hombros, fingiendo que no me importa—. Y los niños
son blandos y adaptables y hacen de peones perfectos en las jugadas de poder de
los grandes líderes, ¿verdad?
—Solo puedo proteger a Ana si sé de dónde vienen las amenazas contra ella.
—Se inclina sobre la mesa. El aroma de su sangre es como una ola que me roza la
piel—. No soy como tu padre, Misery.
Se me seca la garganta de repente.
109
—Bueno, te equivocas. Tiraría a Ana debajo del autobús, si tuviera que elegir
entre ella y Serena. —Tengo prioridades, muy poco corazón, y no encuentro placer
en ser engañosa cuando otros están siendo honestos conmigo. Puede que Ana me esté
gustando, pero no fue ella quien durmió a mi lado durante una semana entera cuando
yo tenía catorce años y me provocó convulsiones al intentar limarme los colmillos por
primera vez. Con un rallador de queso.
—¿Sí? —No parece creerme—. Esperemos que no llegue a eso.
—No creo que lo haga —estoy de acuerdo—. Y tiene sentido que colaboremos.
Como hermano de Ana y hermana de Serena.
Sus ojos se encuentran con los míos, serios e inquietantes.
—¿No como marido y mujer?
Porque también lo somos, aunque sea inquietantemente fácil olvidarlo. Aparto
la mirada y me fijo en una porción de mantequilla de cacahuate en el borde del tarro.
Es la variedad sin trocitos crujientes, que... sí.
Dejo la bolsa de hielo y me reclino en la silla, lo más lejos posible de ella.
—Por cierto, el mes que viene cumplirá siete años —me dice—. Se le da mejor
mentir con las palabras que con los dedos.
—¿Están sus padres...? ¿Dónde están?
Hay un tropiezo infinitesimal en su movimiento y deja el tarro de mermelada.
—Madre está muerta. El padre está en algún lugar del territorio humano.
—¿Hay licántropos en territorio humano?
Lowe tensa la mandíbula.
—Aquí, Misery, es donde estoy dando un salto de fe.
Mi corazón se pone de madera. Me viene un recuerdo: mi primer día sola entre
los humanos, después de que mi padre, Vania y el resto del convoy vampírico se
marcharan. El aterrador olor de su sangre, sus extraños sonidos, los extraños seres
que se agolpaban a mi alrededor. Saber que era el único miembro de mi especie en
kilómetros y kilómetros. No lo quiero para ella. No lo quiero para nadie.
—¿Es Ana humana? ¿Una Colateral?
Sacude la cabeza. Me inunda el alivio.
—Okey. Es licántropa. Entonces, ¿por qué...? —Me detengo.
Porque Lowe vuelve a sacudir la cabeza.
Sé cómo huelen los vampiros, cuáles son sus necesidades y limitaciones. Y Ana
no es una de nosotros. Lo que deja otra posibilidad.
—No —le digo.
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Lowe no dice nada. Su cuchillo choca con el lateral del plato y cruza los brazos
sobre el pecho. Su expresión permanece anclada de una manera que me descoloca
por completo.
—No es posible. Ellos... No. Ambos no. —¿Por qué está callado? ¿Por qué no
me corrige?—. Genéticamente, no es... ¿No?
—Aparentemente.
—¿Cómo? —Hay tantos niveles de imposibilidad aquí. Que un humano y un
licántropo quisieran hacer lo necesario para tener un hijo. Que funcionara,
físicamente. Que tenga consecuencias. Los licántropos pueden no luchar tanto como
los vampiros, pero sus tasas de reproducción son aún más bajas que las de los
humanos.
Me pongo en pie con un chorro de energía nerviosa e incrédula.
Inmediatamente vuelvo a sentarme cuando mis maltratadas suelas protestan.
—Pero está emparentada contigo, ¿no? Los ojos...
—Los ojos de mi madre. —Él asiente—. Ella era uno de los comandantes de
Roscoe. Supervisaba los bosques entre los territorios licántropos y humanos.
Oficialmente, bajo el gobierno de Roscoe no había relaciones diplomáticas. En la
práctica, se negociaban constantemente acuerdos muy limitados con los humanos,
sobre todo en zonas muy conflictivas. Creo que así fue como conoció al padre de Ana,
pero yo no estaba cerca por aquel entonces. —Suena arrepentido, y recuerdo los
bonitos dibujos de la casa. El único espacio cerrado de su habitación.
—No es tu padre, ¿verdad?
—Mi padre era un licántropo, y murió cuando yo era niño.
No voy a preguntar si mi gente estuvo involucrada en eso, porque estoy segura
de saber la respuesta.
—¿Por qué me cuentas esto?
Permanece un rato en silencio, con los ojos bajos. No es hasta que sigo su
mirada cuando me doy cuenta de que está mirando nuestro anillo de boda en su dedo
anular.
—¿Sabes qué hace que los Alfas sean buenos líderes? —pregunta sin levantar
la vista.
—Ni idea.
Suelta una carcajada.
—Yo tampoco. Pero a veces hay decisiones que me parecen correctas, en lo
más profundo de mis huesos. —Se humedece los labios—. Tú eres una de ellas.
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La sangre sube a mis mejillas, caliente. No hay forma de que Lowe se lo pierda,
lo cual es mortificante. Agradezco que haya decidido continuar sin mencionarlo.
—Yo vivía en Europa cuando mi madre se lesionó, pero enseguida volé de
vuelta. Cuando se hizo evidente que no se recuperaría, me habló del padre biológico
de Ana.
—Su padre biológico humano. —Inconcebible.
—Pensé que estaba delirando por las drogas. O simplemente equivocada.
Inclino la cabeza.
—¿Qué ha cambiado?
—Hay cosas sobre Ana. Cosas que me hacían pensar que lo que decía mi madre
era algo más que un delirio inducido por la morfina.
—¿Cómo qué?
—En primer lugar, Ana no cambia.
—Oh. ¿Debería, ya?
—Un niño licántropo lo haría. De hecho, durante la luna llena, tendrían
problemas para no cambiar. Su sangre es de un rojo intenso en lugar de verde. Al
mismo tiempo, tiene rasgos licántropos. Es más ágil, más fuerte que un humano. Sus
signos vitales están por todas partes. Después de que mi madre falleció, y muy
discretamente, hice que analizaran su ADN. Juno es genetista y pudo ayudarme. —
Vuelve a tomar el cuchillo y le echa más mermelada. El tarro de mantequilla de
cacahuate sigue ahí. Lo abre—. En ese momento, Roscoe era el Alfa; era fácil predecir
lo que haría si descubría que tenía a una mitad-humana en su manada.
—Roscoe no era un fan, ¿eh?
Me mira con cara de pocos amigos.
—Y era la hermana del tipo que olía como si fuera a robarle el trabajo —
murmuro sin pensar. Noto la sorpresa de Lowe—. ¿Qué? Sé cosas.
—Roscoe nunca fue un Alfa pacífico, pero en los últimos años, sus posturas
fueron escalando gradualmente hasta la agresividad extrema. Exigió el control de
ciertas zonas desmilitarizadas y comenzó a aplicar políticas de tolerancia cero.
Matamos a más humanos y vampiros en la última década que en las cinco anteriores,
y ellos mataron a más de los nuestros. Fue entonces cuando varios de sus
comandantes empezaron a discrepar abiertamente con él. Su desacuerdo fue
respondido con otro aumento de la violencia. El año pasado por estas fechas, morían
más licántropos a manos de otros licántropos que de cualquier otra especie. Mi madre
fue una de ellas. —Aprieta los labios—. Volví a casa, desafié a Roscoe y gané. Sus
cuatro comandantes más leales me retaron, y volví a ganar. Había otros, cada vez más
débiles, y me pareció un desperdicio... —Se frota la mandíbula con la palma de la
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mano. Su gesto de pensar, empiezo a darme cuenta—. Fue mi error. No debería
haberles dejado vivir.
Lo estudio, preguntándome si alguna vez quiso ser Alfa en primer lugar. Me
pregunto cómo me sentiría yo, dirigiendo a miles de personas sin sentir una
verdadera vocación por ello. Al menos a padre le gusta la vida de alto riesgo de la
política, los subterfugios y los enfrentamientos insignificantes con los otros
concejales.
—Déjame adivinar: los que derrotaste, pero dejaste vivos se rebautizaron
como los Leales y han estado radicalizando a los jóvenes como Max como si fueran
sus cumpleaños.
Asiente.
—Es un grupo pequeño, pero están dispuestos a rebajarse mucho más de lo
que yo puedo permitirme. Y cuentan con la bendición y el liderazgo de Emery, la
pareja de Roscoe. Ella lo niega, por supuesto, y es una jugadora lo suficientemente
inteligente como para evitar que los recientes ataques sean rastreados hasta ella,
pero tenemos información.
—Si fuera yo, tomaría prestada una página de su amado Roscoe y trataría la
disidencia a su manera.
Su boca se curva infinitesimalmente, como si estuviera tentado de hacerlo, y yo
también sonrío. Nuestras miradas se detienen un instante antes de que continúe:
—Ana no sabe quién es su verdadero padre.
—¿Quién cree que...?
—Vincent. Era otro de los comandantes de Roscoe, y él y mi madre tuvieron
una relación intermitente durante años. Fue atacado en territorio vampiro, cuando
Ana tenía alrededor de un año. El resto de la manada también tiene la impresión,
fuertemente alentada por mi madre, de que Ana es hija de Vincent.
—¿Cómo explicas lo de no cambiar?
—No es muy conocido, y hay otras condiciones que podrían causarlo,
incluyendo un bloqueo psicológico. Son raros, pero...
—No tan raro como un licántropo mitad-humano. ¿Quién más lo sabe?
—Juno y Cal, porque crecimos juntos y son familia. Mick, también. Era uno de
los comandantes de Roscoe, la única persona en la que mi madre podía confiar
cuando yo no estaba. Aparte de eso, mi madre no se lo dijo a nadie. Pero estoy
empezando a cuestionarme eso. Me imagino a Serena interesada en Ana...
—... porque es medio humana. Y si Serena lo sabe...
—… no se sabe quién más tiene conocimiento —termina.
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Tamborileo con los dedos sobre la mesa, pensándolo bien.
—¿Max no dijo nada útil sobre los Leales?
—No sabe mucho, aparte de los nombres de algunos miembros de bajo nivel.
Los Leales lo reclutaron porque tiene vínculos con algunos de mis subalternos y fácil
acceso a Ana, pero no confiaban en él lo suficiente como para revelar nada. No sabía
a quién iba a entregar a Ana.
—¿Crees que los Leales saben lo de Ana?
Una pausa pensativa.
—Es una posibilidad. Pero es más probable que estén usando a mi único
pariente vivo para obligarme a escuchar sus demandas. Saben que soy el Alfa
legítimo y que nadie podría vencerme en el desafío. —Suena más resignado que
orgulloso—. No es un plan bien pensado por su parte, pero están desesperados. Y
muy molestos. —Se masajea el puente de la nariz.
—¿No pueden separarse y formar su propia manada?
—Son muy bienvenidos a hacerlo, y me harían la puta vida mucho más fácil.
Pero no tienen los recursos ni el liderazgo necesarios para hacerlo. Lo que quieren es
el control de los activos financieros de la manada Suroeste. Emery viene de una larga
línea de licántropos poderosos, y lo ve como su derecho. Pero durante los últimos
meses, los Leales han estado saboteando proyectos de construcción, destruyendo
infraestructuras, asaltando a mis subalternos. Nadie que recurra a eso debería
controlar la manada más grande del país.
—O de un gallinero, en mi opinión. —Me muerdo el labio inferior,
reflexionando—. ¿Quién es el padre de Ana?
—Mi madre nunca me lo dijo. Mi impresión es que él ya tenía una familia, y que
cuando ella intentó mencionarle a Ana, él...
—¿No le creyó?
—Sí.
—No puedo culparlo. Así que, volviendo a Serena. Aparte de ti, solo Juno, Cal
y Mick saben lo de Ana. ¿Podría alguno de ellos... ? —Le lanzo una mirada larga y
prolongada que espero que le diga lo que no pienso decir.
Sacude la cabeza y empieza a cortar el bocadillo sin corteza. Sigo el ritmo,
hipnotizada por sus gráciles manos, y recuerdo que esto es algo que Serena solía
preferir para su comida cuando éramos.. más jóvenes que Lowe, seguro. No habría
pensado que un lobo feroz fuera tan quisquilloso.
—No es por sembrar discordia, y te prometo que esto solo está relacionado
marginalmente con las ansias de Juno de arrancarme los órganos, pero quizá deberías
investigar la posibilidad de que uno de ellos te vendiera.
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—Lo hice. A pesar de que han arriesgado sus vidas por mí una docena de
veces. —Lo dice con rabia, como si fuera agrio y doloroso, algo de lo que se
avergüenza, y me asalta un pensamiento: que quizá Lowe sea el tipo de líder que mide
su fuerza no por las batallas que gana, sino por la confianza que es capaz de otorgar
a los demás. Hay algo en él, en su forma de mandar, que consigue ser a la vez
pragmático e idealista.
Deja las cortezas a un lado y vuelve a apoyar las palmas de las manos en la
mesa, dirigiéndose a mí.
—He preguntado. No tienen nada que ver y no se lo han dicho a nadie.
—Claro, sí, pero… hay una cosa que la gente hace a veces, para la que ustedes
no tienen un término. Los vampiros lo llaman mentir.
Su mirada es fulminante.
—Me daría cuenta si me estuvieran traicionando.
—¿Esto es lo de oler a mentira? ¿Funciona de verdad?
Esta vez está menos impresionado por mi conocimiento de los secretos de
licántropo. Quizá porque no son secretos en absoluto.
—No siempre. Pero el olor cambia con los sentimientos. Y los sentimientos
cambian con el comportamiento.
Frunzo el ceño.
—Todavía no puedo creer que supieras que Max estaba mintiendo todo el
tiempo y aun así me pusiste un guardia.
—Te he puesto un guardia por tu seguridad.
—Oh. —¿Lo hizo? No lo había considerado. Mi evaluación de los últimos cinco
días tarda un segundo en ajustarse, y... Oh, en efecto—. Puedo cuidarme sola.
—Contra un joven licántropo sin entrenamiento de combate, sí. Contra alguien
como yo, dudoso.
Podría burlarme y ofenderme, pero me gusta pensar que conozco mis límites.
—¿Se acumula?
—¿Qué?
—El olor. —Me preguntaba si por eso huelo a sopa de pescado para él. ¿He
mentido demasiado en mi vida?
Es una pregunta sincera, pero Lowe suspira profundamente y me deja sin
respuesta. Vuelve a poner la comida en la nevera, con una excepción evidente: la
mantequilla de cacahuate. Mi glotón cerebro debe de estar tenso por la posibilidad
biológica de que haya licántropos-humanos, porque envía mi mano a recoger un poco
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del borde, directo a mis labios, y ha pasado tanto tiempo, está tan jodidamente
buena...
—¿Qué demonios?
Abro los ojos. Lowe mira con curiosidad cómo me chupo el dedo índice.
—¿Acabas de comer?
—No. —Me sonrojo, mortificada—. No —repito, pero la manteca de cacahuate
se me pega al paladar, confundiendo la sílaba.
—Me dijeron que los vampiros no comen comida.
No recuerdo la última vez que sentí tanta vergüenza.
—Serena me obligó —suelto.
Lowe mira a su alrededor, al nulo número de Serenas a la vista.
—Ahora no. Pero me hizo probarla por primera vez. —Me limpio el dedo en la
camiseta. Humillante—. La adicción posterior fue toda mía —concedo entre dientes.
—Interesante. —Su mirada es aguda, y parece más que interesado. Parece
intrigado.
—Por favor, mátame ahora.
—Para que puedas digerir la comida.
—Algo de eso. Nuestros molares son casi vestigiales, así que nada de masticar,
pero la mantequilla de cacahuate es suave y cremosa y sé que está mal, pero... —Me
estremezco de lo increíble que sabe. Y de lo vergonzoso y autoindulgente que es
comer entre los vampiros. Ni siquiera vivir entre los humanos me ha quitado la
creencia. Ni siquiera ver a Serena devorar tres tazas de fideos udon instantáneos a las
dos de la mañana porque se sentía “un poco hambrienta”—. Esto es tan indigno.
¿Puedes por favor no decírselo a nadie y tirar mi cadáver al lago después de que me
pase por el triturador de basura, cosa que voy a hacer ahora mismo?
Sus labios se crispan en el fantasma de una sonrisa.
—Estás avergonzada.
—Por supuesto.
—¿Porque estás comiendo algo que no necesitas para sobrevivir?
—Sí.
—Como por placer todo el tiempo. —Se encoge de hombros, como si sus
anchos hombros quisieran darle la razón. Tenemos un apetito sano. Necesitamos
alimentarnos—. Solo finge que es sangre.
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—No es lo mismo. Los vampiros no beben sangre por placer. La tragamos
cuando la necesitamos y no pensamos en ello. Es una función corporal. Como, no sé,
orinar.
Se sienta frente a mí y... que le den. Lo odio tanto por la forma en que empuja
el tarro en mi dirección, sosteniéndome la mirada todo el tiempo.
Me está desafiando.
Y dice algo de lo mucho que me gusta esta estúpida y adictiva pasta de frutos
secos que me estoy planteando tomar un poco más.
Y entonces lo hago.
—¿Qué hacen los vampiros por placer? —pregunta con la voz un poco ronca.
No quiero enseñarle los colmillos, pero es difícil cuando me estoy lamiendo la
mantequilla de cacahuate de los dedos.
—No estoy segura. —Mi tiempo entre ellos fue exclusivamente de niña, cuando
abundaban las reglas y escaseaban las indulgencias. Owen, el único vampiro adulto
con quien tengo intercambios regulares, disfruta chismorreando y haciendo
comentarios cáusticos. Padre tiene sus maniobras estratégicas y golpes de estado
suaves. No tengo ni idea de cómo se entretienen los demás en su tiempo libre—.
Follar, ¿probablemente? Por favor, quítame esto.
No lo hace. En lugar de eso, se queda mirando demasiado tiempo y con
demasiada intensidad, regocijándose en mi falta de control. Cuando baja la mirada,
parece que le cuesta un esfuerzo.
—¿Qué podría estar investigando Serena? —Su voz es grave. Y aleccionadora.
—Nunca me habló de los licántropos, ni siquiera de pasada. Pero no quería a
sus colegas de la división financiera. Tal vez estaba buscando un trabajo mejor y
explorando historias no financieras. Aunque me lo habría dicho. —¿Lo habría hecho?
Está claro que te ocultaba cosas, me dice una voz molesta. La hago callar—. Sé que no
habría hecho pública una historia que podía poner en peligro a una niña.
No estoy seguro de que Lowe me crea, pero se acaricia la mandíbula,
ordenando cuidadosamente sus pensamientos.
—En cualquier caso, nuestras prioridades coinciden.
—Los dos queremos averiguar quién le contó a Serena lo de Ana. —Por primera
vez desde esta farsa de matrimonio; no, por primera vez desde que esa bruja de
Serena no apareció para ayudarme a cambiar las sábanas, siento una verdadera y
genuina ráfaga de esperanza. L. E. Moreland no es solo una miga de pan perdida, sino
un hilo al que agarrarse y del que tirar.
—Voy a darte acceso a toda la tecnología que necesites; no es que me hayas
pedido permiso —añade con sorna—. Deberías investigar las comunicaciones de
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Serena en las semanas previas a su desaparición. Sé que ya lo intentaste, pero
deberías cotejarlas con nuestros datos. Te daré información sobre el paradero de Ana
que podría ayudar a tener más datos. Y Alex te ayudará y vigilará. —Hago una mueca,
lo que le hace añadir con severidad—: Sigues siendo un vampiro que vive en nuestro
territorio.
—Y aquí estaba yo, pensando que estábamos firmemente en la etapa de alianza
renuente de nuestro matrimonio. —No me molesta la supervisión. Es más, Alex
parece ser tan buen hacker como yo, la única área en la que me permito ser
competitiva—. Pero de acuerdo. Gracias —añado, un poco hosca.
Asiente una vez. La conversación se detiene un poco y se hace un silencio
incómodo, lo que significa que Lowe ha terminado conmigo.
Me están despidiendo.
Lanzo una última mirada, mitad de odio, mitad de añoranza, al tarro de
mantequilla de cacahuate y me pongo en pie, metiendo las manos en los bolsillos de
los pantalones cortos.
—Empezaré esta noche.
—Le diré a Mick que te traiga algo para ponerles.
Estoy confusa. Luego noto que sus ojos recorren lentamente mis piernas
desnudas.
—Ah. ¿Mis pies? —Me estremezco, pero no hace frío. Ahora que lo pienso, hace
días que no hace frío aquí.
—Y tus hombros. Y tu costado.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo sabes que me duele el costado?
—Riesgo ocupacional. —Inclino la cabeza. ¿No es licenciado en arquitectura?
¿Me parezco a la Torre Inclinada de Pisa?—. Enseñamos a los jóvenes licántropos a
estudiar a sus enemigos potenciales en busca de debilidades. Te has estado frotando
la caja torácica.
—Ah. —Esa ocupación.
—¿Necesitas atención médica?
—No, solo son más quemaduras. —Me levanto la camiseta y la dejo debajo del
sujetador, inclinándome ligeramente para mostrársela—. Mi camiseta de tirantes
estaba torcida, y el sol se las arregló para conseguir...
De repente, sus pupilas son tan grandes como el iris. Lowe gira bruscamente
la cabeza en dirección contraria. Los tendones de su cuello se estiran y su nuez de
Adán se balancea.
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—Deberías irte —dice. Brusco. Cortante.
—Oh.
Sus hombros se relajan.
—Ve a tomar otro de tus baños, Misery. —Su voz es ronca, pero más amable.
—Bien. El olor. Perdón por eso.
Estoy al pie de la escalera cuando Ana baja corriendo, casi chocando conmigo.
Tiene los ojos llenos de lágrimas y se me encoge el corazón.
—¿Estás bien? —pregunto, pero ella pasa corriendo a mi lado, directa hacia su
hermano. Balbucea algo sobre pesadillas y despertarse asustada.
—Ven aquí, corazón —le dice, y yo me giro para estudiarlos. Mira él la levanta
en su regazo, le echa el cabello hacia atrás para besarle la frente—. Solo ha sido una
pesadilla, ¿sí? Como las otras.
Ana tiene hipo.
—Okey.
—¿Todavía no recuerdas de qué se trataba?
Unos cuantos mocos.
—Solo que mamá estaba allí.
Sus voces bajan hasta convertirse en suaves susurros y me doy la vuelta para
subir las escaleras. Lo último que oigo es un flemático:
—Okey, ¿pero has cortado la corteza? —Y una respuesta profunda y silenciosa
que suena muy parecido a—: Por supuesto, corazón.
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CAPÍTULO 11

Algunas noches, cuando pasa por delante de su puerta, tiene que susurrarse a sí mismo—: Sigue
adelante.

Dos cosas pueden ser ciertas a la vez.


Por ejemplo: me gusta Alex, porque es un joven inteligente y agradable.
Y: pasar tiempo juntos y ver cómo se aterroriza de mí desata la alegría.
Solo por diversión, tengo la tentación de ponerme en contacto con un terapeuta
y pedirle que cuantifique lo mala persona que soy. Pero para cuando Alex y yo
llevamos cinco noches trabajando codo con codo, he aceptado que tranquilizarlo
diciéndole que no pienso darme un festín con su plasma es inútil. Nada lo convencerá
de que no voy a desangrarlo. Y en realidad no debería disfrutar con ello, pero hay
algo genuinamente divertido en verlo moverse por la habitación como un
contorsionista para evitar darme la espalda, o en pasarme la lengua por los colmillos
y sentir cómo el traqueteo del teclado se detiene tartamudeando. Suelen seguirle ojos
entornados y gemidos bajos que él cree que no puedo oír, y... los niños licántropos
que van en bicicleta hasta la ventana de mi habitación solo para señalarla tienen
razón. Soy un monstruo.
Y sin embargo, sigo adelante. Incluso después de oír a Alex decir:
—Por favor, por favor, no me dejes morir hasta que cumpla veinticinco o pueda
visitar el Museo del Espía, lo que ocurra primero. —Sí. Reza mucho.
No tiene ni idea de por qué su Alfa le encargó que me ayudara en un recado
del tipo ¿Dónde está Carmen Sandiego? y para su honra, no lo cuestiona. La mayor
parte de nuestro trabajo consiste en reexaminar la correspondencia de Serena,
cruzando referencias de las personas con las que ha estado en contacto en los últimos
meses en busca de conexiones con la policía. Reunimos información que yo no podría
haber encontrado por mi cuenta, como que uno de los directores ejecutivos a los que
entrevistó el año pasado para un reportaje sobre la construcción especulativa posee
propiedades cerca de la frontera licántropo-humana a través de una empresa
fantasma. Aunque la mayoría de las cosas llevan a callejones sin salida, me siento más
cerca de Serena que desde que desapareció.
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Lowe nos visita una vez al día, brevemente. La respuesta de mi padre a nuestra
falta de progreso sería una mezcla de amenazas opacas e insultos a nuestra
inteligencia, pero Lowe se las arregla para no parecer nunca insistente o
decepcionado, incluso cuando las arrugas de la preocupación se dibujan en su boca
y sus hombros se tensan bajo su camiseta. Es impresionante lo civilizado que se
muestra. Quizá sea parte de su innata tendencia al liderazgo. Tal vez le enseñaron
paciencia en la escuela Alfa.
Cuando me despierto la sexta noche, Mick me informa de que el Alfa ha tenido
que ausentarse por asuntos urgentes de la manada y se ha llevado a Alex. Sin acceso
no supervisado a la tecnología, una vez más no tengo nada que hacer. Me alimento.
Deambulo por la casa hasta que el sol se pone por completo. Luego salgo al porche.
El cielo es más bonito aquí, más amplio que en la tierra de los humanos o de
los vampiros, pero no sé por qué. Llevo un cuarto de hora con la barbilla levantada,
estudiándolo, cuando oigo un ruido procedente de la espesura.
Un lobo, creo, dejándome instantáneamente lista para retirarme dentro de la
casa. Pero no. Es una mujer, Juno. Sale de entre los árboles, hermosa, poderosa y
desnuda.
Completamente desnuda.
Saluda con la mano y, sin prisas, viene a sentarse en la silla contigua a la mía.
—Misery. —Asiente una vez, cortésmente.
—Hola. —Esto es jodidamente raro—. Solo comprobaba: Sabes que estás
desnuda, ¿verdad?
—Estaba corriendo. —La luna llena es mañana, y la luz resplandece en su
cabello brillante—. ¿Te molesta?
¿Me molesta?
—No. ¿Te molesta?
Me mira como si yo fuera uno de esos humanos que creen que el sexo
prematrimonial es un boleto al infierno.
—Quería hablar contigo.
—¿Ah sí? —Hablar podría ser el lenguaje de los licántropos para herir
gravemente.
—Para disculparme.
Inclino la cabeza.
—Ayudaste a Ana la semana pasada. Con Max.
—Parece que no necesitaban mi ayuda.
121
—Cierto. Pero a ti... te importaba. Y Ana ha sufrido lo suficiente como para
necesitar más gente que haga eso. —Aprieta los labios—. Lowe dijo que también has
estado usando tus habilidades técnicas para ayudarla.
—Algo así. —Odiaría que pensara que soy desinteresada cuando obviamente
no lo soy.
—Siento haber sido tan dura contigo cuando nos conocimos. Pero Lowe es
como un hermano para Cal y para mí, lo que convierte a Ana en familia también, y yo
estaba...
—¿Preocupada? —Me encojo de hombros—. Yo también lo estaría. Supuse que
estabas siendo protectora.
Aún parece compungida.
—Lo ha pasado mal. Y probablemente solo será más difícil a medida que
crezca. ¿Te contó Lowe lo de María?
—¿María?
—Su madre. Fue atacada por Roscoe cuando lo criticó por asuntos de la
manada. No creo que quisiera matarla, pero los licántropos pueden dejarse llevar,
especialmente en forma de lobo.
—No me contó eso, no. —Pero ya lo había deducido.
—No puedo ni imaginar lo traumatizante que debió ser para Ana, ver cómo su
único pariente era herido por el único licántropo cuya autoridad había sido educada
para no cuestionar nunca.
Me pesa el pecho.
—Qué pedazo de mierda.
Juno se ríe suavemente.
—No tienes ni idea. Tuvo algunos años buenos, pero... ¿Te dijo Lowe que
Roscoe se sintió tan amenazado que lo echó?
—Alex mencionó algo así. ¿Dónde fue?
—A la manada del Noroeste, con Koen. Y quizás fue lo mejor: Lowe pudo
observar a uno de los mejores alfas de Norteamérica, y quizás no sería tan buen líder
si no fuera por Koen. Pero Lowe tenía doce años. Se vio obligado a abandonar su
hogar sin saber si alguna vez le permitirían volver, y lo hizo. Estaba enojado y
frustrado, lo sentí, pero nunca lo dijo. Y cuando cumplió la mayoría de edad, seguían
sin permitirle volver, así que se mudó a Europa, fue a la escuela, empezó una carrera.
Construyó una vida... y entonces Roscoe se trastornó. Muchos lo desafiaron, pero
nadie ganó. Le pedimos a Lowe que volviera, y lo dejó todo. Todo por lo que había
122
trabajado tuvo que venir después de la manada. Lowe nunca tuvo elección al
respecto.
Pienso en sus páginas.
Los bonitos edificios del cajón.
Mi cara.
—No ha tenido nada para sí mismo, Misery. Ni una sola cosa. Y nunca le he oído
quejarse de ello, ni una sola vez. No que tuviera que irse, no que tuviera que tomar el
control de la manada más grande de Norteamérica, no que tuviera que hacerlo todo
solo. Su vida ha sido el deber. —Me mira a la cara con curiosidad, como si yo pudiera
corregir esta injusticia. No sé qué decir.
—Te prometo que no intento hacerle la vida más difícil. Y me siento tan mal por
lo de su pareja.
Los ojos de Juno se abren de par en par.
—¿Te habló de eso?
—No. Se supone que no lo sé, pero un amigo de mi padre mencionó en la boda
que fue con ella con quien me intercambié. Sé que su compañera es la Colateral
licántropo. Gabrielle.
—¿Gabrielle? —La mirada de Juno cambia de confundida, a inexpresiva, a
comprensiva—. Sí. Gabi. Su compañera.
—No intento interferir en la felicidad de Lowe. Nuestro matrimonio no es real,
y él es libre de... encontrar su felicidad donde pueda. —Me muerdo el labio inferior.
Honestidad por honestidad—. Hay una razón por la que accedí a esto, y se lo he
confesado.
Sus ojos oscuros se detienen en mí, inquisitivos. Y después de un largo rato,
dice:
—Puede que sea cruel por mi parte. Pero creo que, en el fondo, siempre esperé
que Lowe nunca encontrara a su pareja.
Todavía no estoy del todo segura de lo que eso significa.
—¿Por qué?
—Porque ser un Alfa significa siempre poner a tu manada primero. —Estoy a
punto de preguntar por qué ambas cosas son incompatibles, pero ella se levanta.
Intento no mirarle los pezones mientras me tiende la mano—. Siento la forma en que
actué. Y me encantaría que aceptaras mi ofrenda de paz.
Sus palabras me hacen reír. Cuando veo que frunce el ceño, me apresuro a
añadir:
123
—Lo siento, no es por ti. Es que me he acordado de que cuando teníamos unos
trece años, mi hermana y yo teníamos un cuidador muy raro, y siempre que nos
peleábamos nos obligaba a cortarnos las uñas de los pies a la otra.
—¿Qué?
—Creo que lo sacó de un programa de televisión. Por cada uña, teníamos que
decir algo bueno de la otra. Y la costumbre se quedó, y se convirtió en la forma en
que arreglábamos todas nuestras peleas...
—Eso es...
—¿Asqueroso?
Juno podría ser demasiado educada para estar de acuerdo.
—¿Te gustaría hacerlo ahora?
—Oh, no. Un apretón de manos es mucho mejor. —Tomo la mano que me ofrece
y la agarro con firmeza.
—No sé si tú y yo podremos llegar a ser amigas —dice—. Pero puedo ser mejor.
Le sonrío, con la boca cerrada y sin colmillos.
—Diablos, solo puedo ser mejor.

Resulta que me equivoqué con la luna llena.


Estaba más lejana de lo que pensaba, tres noches enteras, y el día anterior,
Mick me ordena que no salga de mi habitación —idealmente— ni de la casa, bajo
ninguna circunstancia. Sigue cuidando de mí, pero no he tenido un guardia acampado
ante mi puerta desde mi conversación con Lowe.
—¿Por qué? —pregunto con curiosidad—. Quiero decir, haré lo que me digas.
Pero ¿qué tiene de diferente la luna llena?
—Se necesita un licántropo realmente poderoso para cambiar de forma cuando
la luna es pequeña, y un licántropo realmente poderoso para no cambiar de forma
cuando es grande. Todos los licántropos estarán en su forma más peligrosa,
incluyendo muchos jóvenes que tienen poco autocontrol. Mejor no ponerlos a prueba
con aromas inusuales. —Me río de su mirada de anciano que grita a las nubes, pero
más tarde, esa misma noche, el aullido persistente que parece haber en toda la orilla
del lago me afecta. Cuando mi puerta se abre sin previo aviso, estoy mucho más
nerviosa de lo normal.
124
—Ana. —Exhalo y dejo a un lado mi libro. Trata de una anciana entrometida
que resuelve misterios de asesinatos en la manada del noreste. La detesto
absolutamente, pero de alguna manera ya estoy en el número siete de la serie—. ¿Por
qué no estás lobeando con...? —Oh.
Bien.
Porque no puede hacerlo.
—¿Puedo entrar en el armario contigo?
Ha estado visitándome mucho, pero normalmente no me pide permiso,
simplemente se sube a mi lado y juega a los jueguecitos que le codifico sobre la
marcha. Esta noche parece diferente.
—Bien, pero nada de quitarme la colcha.
—De acuerdo —me dice. Dos minutos después, no solo me ha robado la colcha,
sino que también se ha apropiado de mi almohada. Peste—. ¿Por qué no duermes en
una cama?
—Porque soy un vampiro. —Ella acepta la explicación. Probablemente porque
me acepta. Como solía hacer Serena, y nadie más. Paso la página y nos quedamos en
silencio tres minutos más, su aliento caliente y húmedo contra mi mejilla.
—Por lo general, Lowe sigue siendo humano y pasa el rato conmigo cuando
todos se han ido —dice al final. Su voz es pequeña, y sé por qué. Alex volvió ayer,
pero Lowe sigue fuera de la ciudad. Por eso Ana suena como algo que rara vez es:
triste.
Dejo el libro y me giro hacia ella.
—¿Estás diciendo que no soy tan buena compañía como Lowe?
—No lo eres. —La fulmino con la mirada, pero me ablando cuando pregunta—
: ¿Cuándo podré cambiar yo también?
Mierda.
—No lo sé.
—Misha ya puede hacerlo.
—Estoy segura de que hay cosas que puedes hacer que Misha no puede.
Reflexiona sobre el asunto.
—Soy muy buena con las trenzas.
—Ahí lo tienes. —Una habilidad bastante trivial, pero.
—¿Puedo trenzarte el cabello?
—Absolutamente no.
125
Un par de horas más tarde, media docena de trenzas tiran de mi cuero
cabelludo, y Ana ronca suavemente con la cabeza en mi regazo. El latido de su
corazón es dulce, delicado, como el de una mariposa que encuentra una buena flor
para posarse, y que se jodan los niños por ser unos idiotas que manipulan a la gente
para que quiera protegerlos. Odio curvar mi cuerpo alrededor del suyo cuando oigo
pasos pesados y apresurados a través de las paredes. Y odio que, cuando se abre la
puerta de mi habitación, tomo el cuchillo que robé de la cocina y escondí bajo la
almohada.
Estoy dispuesta a matar para defenderla. Esto es culpa de Ana. Ana me obliga
a matar.
Lowe se agazapa a la entrada de mi armario, sus ojos verdes pálidos furiosos
en la penumbra.
—¿Sabías, mi querida esposa, que cuando volví a casa en luna llena y no pude
localizar a mi hermana, estaba dispuesto a destruir toda mi manada y torturar a todos
los licántropos que custodiaban esta casa por su negligencia? —Su susurro es pura
amenaza ominosa.
Me encojo de hombros.
—No.
—La he estado buscando.
—Y esto es culpa mía, ¿por qué? —Hago ademán de parpadear, y él cierra los
ojos, reuniendo claramente la fuerza para no descuartizarme, y claramente solo
porque su hermana está ahora sobre mí.
—¿Está bien? —pregunta.
—Sí. Aquí la víctima soy yo —siseo señalando el desastre que tengo en la
cabeza.
Sus ojos recorren las trenzas y se detienen bruscamente en las puntas visibles
de mis orejas. Suelo ocultarlas para no molestar a la gente con mi alteridad, y la forma
en que Lowe las mira fijamente, primero con una intensidad hipnótica y luego
desviando bruscamente la mirada, no hace sino reforzar esa resolución.
—Creo que Ana podría querer ser peluquera. Deberías animarla.
—Un trabajo mejor que el mío, seguro.
Eso no se discute. Sobre todo cuando me fijo en la herida de su antebrazo:
cuatro marcas paralelas de garras. No parece reciente, pero aún tiene algo de sangre
verde incrustada, y huele...
Lo que sea.
126
—¿Fueron los Leales? Estuviste fuera un rato. —Ni siquiera me importa admitir
que me di cuenta. Seguro que es consciente de que no tengo una rutina especialmente
satisfactoria.
—Asuntos internos regulares de la manada. Luego una reunión con Maddie, la
gobernadora humana electa. Y varios concejales vampiros, incluido tu padre.
—Caramba.
Sus labios casi se curvan en una sonrisa, pero su expresión sigue siendo
sombría. Tal vez fue al territorio vampiro y se las arregló para ver a su pareja. Tal vez
está enojado porque yo soy a quien ven en casa estos días. No puedo culparlo.
—¿Crees que...? —Después de haber sido un instrumento de la política durante
una década, he hecho todo lo posible por fingir que no existe. Pero me encuentro a
mí misma queriendo saber—. ¿Se mantendrán? ¿Estas alianzas?
No responde, ni siquiera para decir que no lo sabe, que no puede saberlo. En
lugar de eso, me mira durante muchos, muchos instantes, como si la respuesta
pudiera estar escrita en mi cara, como si yo fuera la llave que abre la puerta.
—Si los humanos supieran de la existencia de Ana —digo, pensando en voz
alta—. Que los humanos y los licántropos pueden... —Dejo la idea en el aire. Podría
ser un poderoso símbolo de unidad tras siglos de lucha. O la gente podría decidir que
es una abominación.
—Demasiado impredecible —dice, leyéndome el pensamiento y agachándose
para apartar a su hermana dormida de mi regazo. Las manos de Lowe rozan las mías
en el intercambio. Cuando se levanta, Ana se acurruca instantáneamente en sus
brazos, reconociéndolo por su olor incluso en su sueño. Balbucea algo que suena
demasiado desgarradoramente parecido a mamá como para consolarla.
Quiero preguntarle por qué encontré un tarro de mantequilla de cacahuate
cremosa en mi nevera. Si él es la razón de que la casa esté ahora tres grados más
caliente que cuando llegué. Pero no me atrevo, y entonces es él quien habla.
—Por cierto, Misery.
Lo miro.
—¿Sí?
—Tenemos cuchillos más afilados. —Señala el mío con la barbilla—. Ese no le
va a hacer una mierda a alguien como yo.
—¿No?
—El tercer cajón de la nevera. —Escucho sus pesados pasos y, una vez que la
puerta de mi habitación se cierra, agarro mi libro y empiezo a leer de nuevo.
Gracias por el consejo.
127
CAPÍTULO 12

La carga se ha ido aligerando, pero se miente a sí mismo sobre el motivo, atribuyéndolo a la


costumbre y al hecho de que está madurando en su papel.

Me recuerda a un sketch de un programa de humor, tan absurdo que me apoyo


en el marco de la puerta del despacho de Lowe y lo observo en silencio durante unos
minutos, divertida por la vista.
Es el gran hombre. Y la forma en que maneja los pequeños aparatos, frunciendo
el ceño como si fueran arañas venenosas. La forma en que escribe en el teclado con
un solo dedo. Y la forma en que no parece ser capaz de seguir instrucciones sencillas,
aunque Alex le esté explicando cosas en el tono de alguien que está dispuesto a hacer
bungee jumping fuera de su propia vida.
—… no se activará hasta que introduzcas esta línea de código.
—Lo introduje —retumba Lowe.
—Exactamente como lo escribí aquí, en este pedazo de papel.
—Lo hice.
—Distinguiendo entre mayúsculas y minúsculas. Alfa —añade. Recordándose a
sí mismo que Lowe es su jefe. Su jefe muy terco.
—El problema es esta maldita máquina.
Lowe levanta la mano, dispuesto a golpear lo que tiene que ser una costosa
pieza de tecnología. Lo que lleva a Alex a corear con un nivel de pavor
dostoievskiano:
—Oh, Dios mío, oh, Dios mío. —Lo que, a su vez, lleva a Lowe a prometer:
—Está atascado. Le daré un golpazo y se arreglará solo. —Lo que, por supuesto,
lleva a Alex, a quien Lowe no paga lo suficiente, a estar de repente al borde de las
lágrimas.
Es entonces cuando me apiado de ambos y les digo:
—No creo que el mantenimiento percusivo sea la respuesta a un error de
codificación.
128
Ambos se vuelven hacia mí, con los ojos desorbitados y vagamente
avergonzados. Como debe ser.
—Alex, ¿de verdad estás enseñando a Lowe a codificar?
—Lo estoy intentando. —Alex nos mira a los dos. Normalmente está más a gusto
conmigo cuando Lowe está cerca, pero debe saber que está momentáneamente en la
lista de mierda de su Alfa.
—¿Cuántas veces han pasado por esto?
—Unas cuantas —murmura Lowe, justo cuando Alex dice:
—Dieciséis.
Silbo.
—Manos grandes. —Mis ojos se dirigen a los de Lowe.
—Está bien. Resolveré esto de la codificación cuando esté allí. Puedo
improvisar. —Se levanta, y Alex y yo intercambiamos una mirada incrédula, las
palabras analfabeto digital flotando en el aire entre nosotros en fuente Papyrus. La
incompetencia de Lowe podría estar curando la brecha que nos separa.
—Te llamaré. Me guiarás por teléfono —le dice a Alex, esta vez con más
gravedad.
—Me preocupa tu seguridad. Podría haber trampas.
—Me ocuparé de ellas. —Lowe pone la mano en el hombro de Alex,
tranquilizador. Estoy a punto de romper mi norma de no meterme en mis asuntos y
preguntar de qué va todo esto cuando aparece Mick.
—La cena está lista. Ana... cocinó. —Dice la última palabra con una pequeña
mueca de dolor—. Y solicitó la presencia de todos. —Me mira—. Incluida la tuya.
Frunzo el ceño.
—¿Yo?
—Solicitó específicamente a Miresy.
—¿Es consciente de que no como?
Lowe cruza los brazos sobre el pecho.
—De hecho...
—Shhhh. —Le hago un gesto frenético para que cierre el pico y me vuelvo hacia
Mick—. Ya voy. Ya vamos. Vamos. —La sonrisa de Lowe solo puede describirse como
malvada.
Ana está encantada de verme. Corre hacia mí, una mancha de algodón rosa
brillante y orejas de unicornio, y me rodea la cintura con sus bracitos.
129
—No siempre tenemos que abrazarnos —le digo.
Aprieta más fuerte.
Suspiro.
—Bien. Claro.
Ha pasado casi una semana desde la luna llena, y el tiempo acumulado que he
pasado con mi marido desde entonces no sería suficiente para poner una tetera a
hervir. Pero Juno vino de visita una noche y trajo una baraja de cartas, y volvió dos
noches después y trajo una película y a Gemma y a Flor y a Arden, y ambas noches
fueron parecidas: extrañas, pero divertidas. Estoy con Alex todo el tiempo, y la hija
de Cal, Misha, pidió quedar conmigo para ver “una sanguijuela de la vida real” y un
par de comandantes más se pasaron porque estaban por la zona, solo para
presentarse, y…
Es inesperado, especialmente después de mi comienzo escabroso. Debería ser
una paria, lo soy, pero no creo que encaje en este lugar peor que entre los humanos,
o los vampiros. En los últimos siete días, he tenido más interacciones sociales que en
toda mi vida. No: más interacciones sociales positivas que en toda mi vida. Los
licántropos están siendo sorprendentemente amistosos, a pesar de que saben que soy
una vampira. Y estoy sorprendentemente relajada con ellos, tal vez porque saben que
soy un vampiro. Es una nueva experiencia, ser tratada como lo que soy.
Y ahora estoy sentada a la mesa con Lowe, Mick y Alex, mientras Chispitas nos
observa desde el alféizar de la ventana y Ana sirve galletas de peces de colores,
dando a entender que son de marisco. Oigo los latidos de sus corazones mezclarse
como en una sinfonía desafinada, y se me pasa por la cabeza que Lowe es mi marido
y Ana mi cuñada. Técnicamente, estoy teniendo la primera cena familiar de mi vida.
Como esas comedias humanas, en las que se bromea durante veinte minutos sobre
guisantes que solo suenan graciosas por la banda sonora.
Suelto un bufido desconcertado y todos se vuelven hacia mí con curiosidad.
—Lo siento. Continúen, por favor.
Estoy orgullosa de cómo corto mi pastel de carne y muevo las galletas por el
plato para imitar una comida a medio comer. Pero no se me da muy bien utilizar los
cubiertos, y el contexto —una comida compartida— me resulta tan extraño como la
lucha de cocodrilos. Ana, por supuesto, se da cuenta.
—¿Por qué se comporta así? —susurra teatralmente desde la cabecera de la
mesa, señalando mi espina dorsal erguida, la forma en que levanto y bajo el tenedor
como una marioneta animatrónica.
—No es muy buena en esto. Sé amable —murmura Lowe desde mi lado.
130
Ana asiente con los ojos de búho y traslada la conversación al importante
asunto de si le regalarán un nuevo par de patines antes de su cumpleaños, de qué
color serán, si tendrán purpurina y, lo que es más importante, si Juno la llevará a la
pista a practicar. Observo a Lowe cuando está relajado. Finge no saber qué son los
patines para molestar un poco a Ana, o que se acerca su cumpleaños para molestarla
mucho. Cuando no está liderando una manada contra un grupo de disidentes
violentos, sonríe bastante. Hay algo tranquilizador en su humor burlón y en su
confianza innata en sí mismo.
—¿Cuándo es tu cumpleaños? —me pregunta Ana, después de que Mick revele
una inesperada pericia en astrología e informe a Ana de que es Virgo. Alex es
Acuario, un hecho que, como todo lo demás bajo el sol, le alarma violentamente.
—No tengo —le digo, todavía sintiendo la imagen mental de Mick, de mediana
edad, robusto, colocándose unas gafas de pasta en la nariz e instalándose en la cama
con un ejemplar de El Zodiaco Para Tontos.
—Mi pareja solía aficionarse —me susurra, dándose cuenta de mi desconcierto.
Los guisantes salen de la boca de Ana.
—¿Cómo es posible que no cumplas años?
—No sé qué día nací. —Podría averiguarlo en los registros del ayuntamiento,
ya que fue el día que murió mamá. Dudo que padre lo supiera—. ¿Podría haber sido
primavera?
—¿Cómo llevas la cuenta de tu edad? —pregunta Alex.
—Cuento uno el día de Año Nuevo vampiro.
—¿Y tienes una fiesta?
Niego con la cabeza a Ana.
—No hacemos fiestas.
—No... ¿reuniones? ¿Salidas? ¿Noches de juegos de mesa? ¿Beber sangre en
común? —Alex se sorprende. Tal vez aliviado. Me pregunto qué historias le contaron
de niño cuando se resistía a limpiar su dormitorio.
—No hacemos comunas. No nos reunimos en grandes grupos, a menos que sea
para establecer estrategias de guerra, de negocios o de otro tipo. Nuestra vida social
es toda estrategia. —Para el próximo Día del Padre, debería regalarle una taza que
diga Todo lo que me importa es maquinar y unas tres personas. Excepto que tampoco
celebramos el Día del Padre—. Pero si bebiéramos sangre en común, nos daríamos
un festín de jóvenes ingenieros informáticos prometedores —añado, y luego me
relamo los labios como si pensara en una comida suculenta, solo para ver palidecer a
Alex.
131
—Respecto a la sangre —advierte Mick mientras Ana derrama varios litros de
agua sobre la mesa con la excusa de servirnos “cócteles”—. Misery, el banco de
sangre nos ha mandado un mensaje diciendo que el reparto de esta semana se
retrasará un par de días.
—¿Retrasarse? —Alex se atraganta.
Mick levanta una ceja.
—Pareces muy involucrado, Alex. No sabía que habías estado participando.
—No, pero... ¿qué va a comer?
—Supongo que tendré que encontrar otra fuente de sangre. Mmm, ¿quién
podría ser? Veamos... —Tamborileo con los dedos contra el borde de la mesa para
crear suspenso. Funciona con Ana, que me mira boquiabierta—. ¿Quién huele bien
alrededor de...?
La mano de Lowe se cierra en torno a la mía. Nuestros anillos de boda tintinean
cuando la levanta de la mesa y la deposita en mi regazo.
Tengo calor.
Me estremezco.
Lowe chasquea la lengua.
—Deja de jugar con la comida, esposa —murmura, y se siente casi íntimo,
sonriéndole y captando el brillo divertido de sus ojos mientras Alex se repliega sobre
sí mismo—. Le quedan varias bolsas —informa a Alex, que intenta camuflarse con el
papel pintado.
—Vamos a inventarnos un cumpleaños para ti —propone Ana, con los ojos
brillantes—. Y hagamos una graaaaan fiesta.
—¡Caramba! —Arrugo la nariz—. Mejor no.
—¡Que sí! Tu cumpleaños es este fin de semana, ¡y vas a tener un castillo
inflable!
—No soy una persona muy saltarina.
—Y este fin de semana tu hermano no estará, Ana —dice Mick. El tenedor de
Alex chasquea contra su plato. Algo cambia, y el silencio en la habitación se vuelve
de repente tenso mientras Lowe mastica su pastel de carne.
—Siéntanse libres de hacer la fiesta sin mí —dice una vez que ha tragado saliva,
con el tono tranquilo y sin esfuerzo de alguien que sabe que cada palabra suya es ley.
Luego, con un guiño conspirativo a Ana—: Haz fotos de Miresy saltando.
Ella asiente con entusiasmo mientras Mick le ofrece:
—O puedes cancelarlo.
132
Lowe da un sorbo a su agua y no contesta, pero está claro que esta conversación
lleva ya un rato.
—Al menos llévate a Cal contigo...
—Cal no fue invitado. Y de todos modos, no voy a meter a un padre de dos hijos
en eso.
—Pero tú te vas. —El tono habitualmente suave de Mick se endurece—. Es
demasiado peligroso para tu comandante de confianza, pero para el Alfa de la
manada...
—Para el Alfa, es el deber —interrumpe Lowe, concluyente.
—Llevo más de cincuenta años en esta manada y puedo prometerte que ningún
otro Alfa habría aceptado esas condiciones. Estás yendo más allá y no tienes
autopreservación.
No tengo ni idea de cuál es el contexto, pero Mick probablemente tenga razón.
Hay algo desinteresado en Lowe, como si al convertirse en Alfa hubiera dejado atrás
cualquier rastro de sí mismo.
O, mejor dicho, lo encerró en un cajón.
—¿Esos Alfas estaban lidiando con sedición interna? —responde Lowe,
tranquilo y duro a la vez. Mick aparta la mirada, más triste que escarmentado. Ana se
da cuenta.
—¿Lowe? —Su voz es pequeña—. ¿A dónde vas este fin de semana?
Le sonríe cálidamente, su tono se suaviza al instante.
—A California.
—¿Qué hay en California? —Me alegro de que preguntara. Porque estaba a
punto de hacerlo, y no tengo derecho a esta información.
—Es territorio de la manada. Un viejo amigo vive allí. El tío Koen también estará
allí.
—Emery no es una amiga, Lowe —interviene Mick.
—Y precisamente por eso no puedo dejar pasar la oportunidad de acceder a
su casa.
—No es una oportunidad. Si pudieras llevar a Alex o a alguien que sepa de
tecnología para ayudarte con tu plan, sí. Pero no por tu cuenta.
—Espera. —Tengo demasiada curiosidad para callarme—. ¿Emery Roscoe no
es el ex de…? —No necesito una respuesta, no por las caras de los hombres—. Oh,
mierda.
Ana se ríe.
133
—Eres casi decepcionantemente fácil —le digo, y ella se ríe más fuerte, luego
se escabulle alrededor de la silla de Lowe para sentarse en mis piernas y robarme el
pez dorado. No sé qué hay en mí que dice “Por favor, ponte cómoda en mi regazo”
pero tendré que arreglarlo—. Lowe, ¿de verdad vas a reunirte con esta señora?
Mick me dedica una sonrisa validada. Alex está, como siempre, aterrorizado.
La mirada fulminante de Lowe dice: Tú también no, y por cierto, ¿quién demonios te ha
dado el derecho?
Lo cual es justo.
—Sabes que Emery está detrás de todo lo que está pasando —dice Mick.
—Pero no tengo pruebas. Y hasta que no tenga pruebas irrefutables, no actuaré
contra ella.
—Podrías hacerlo. Sería una demostración de fuerza.
—No es el tipo de fuerza que me interesa mostrar.
—Max ya te dijo...
—Una confesión entre dientes sobre quién creía que le había enviado cuando
estaba cautivo por un vampiro es poco probable que se sostenga en un tribunal. —El
sorprendente rostro de Lowe es pétreo, pero veo la fatiga en los bordes. Debe ser
agotador ser una persona decente, y no me identifico. Me deleito en mi flexibilidad
moral—. Encontrándome con Emery en su territorio es como consigo esas pruebas.
—O cómo te ma... —Los ojos de Mick se desvían hacia Ana y no continúa, pero
la palabra “matan” rebota entre los adultos de la mesa.
—¿De verdad crees que no puedo defenderme de sus guardias? —Lowe
pregunta, reclinándose en su silla. Sus labios se curvan en una sonrisa. Parece menos
un líder diplomático y más el joven veinteañero engreído e invencible que es—.
Vamos, Mick. Me has visto luchar.
Mick suspira.
—Que aún no hayamos encontrado tu límite no significa que no lo haya.
—Tampoco significa que lo haya.
Ana se gira sobre mi regazo y trepa por mi torso como una ardilla, abrazándose
a mi cuello y acariciándome el cabello. Es el contacto físico más directo que he
experimentado nunca y, para mi sorpresa, no es excesivamente desagradable. Le
pregunto:
—¿Seguro que Emery aceptaría una reunión después de que tú...? —¿Mataras
a su marido?
—Ella extendió la invitación —dice Mick, resignado.
—De ninguna manera.
134
—Como es costumbre para la compañera del Alfa anterior. Para garantizar una
sucesión pacífica.
—Vaya. —Ana empieza a inquietarse y tiende la mano a Lowe, pero él está
intercambiando una larga mirada con Mick y no se da cuenta. Le doy una palmadita
en el brazo para llamar su atención y me mira con los ojos muy abiertos, perturbado,
como si hubiera intentado chamuscarle con un hierro para ganado. ¿Cree que se le
va a pegar mi olor? Él es quien están más emparentado con una mofeta que yo.
—Creo que es una trampa —decreta Mick.
Lowe se encoge de hombros. El movimiento le encanta a Ana, así que lo repite.
—Estoy dispuesto a arriesgarme.
—Pero...
—Ya lo he decidido. —Sonríe a Ana y cambia de registro—. Haré que alguien
busque castillos inflables —añade, y el resto de la conversación durante la cena se
reduce a eso: Ana planeando la tarta que comprará para mi “cumpleaños”, Alex
preocupado por si mis colmillos atraviesan los inflables, Lowe mirándonos con
expresión divertida. Nos quedamos más tiempo del que se tarda en terminar la
comida (algo habitual, por lo visto) pasando el tiempo charlando sobre nada de
particular importancia. Las costumbres sociales de los licántropos son diferentes y
me pregunto cómo le irá a la pareja de Lowe entre los míos. Dejó atrás amigos, familia,
una pareja. ¿Con quién está teniendo conversaciones alrededor de la mesa? Me la
imagino intentando charlar con Owen, y a Owen excusándose para ir a capturar a un
puma y perseguirlo.
Sacudo la cabeza y vuelvo a sintonizar la conversación. Ana se ríe, Lowe sonríe,
Alex sonríe. Y luego está Mick, que me mira con expresión preocupada en su curtido
rostro.
135
CAPÍTULO 13

Él intenta evitar pensar en lo que le haría al padre de ella si no provocara el peor incidente
diplomático del siglo actual.

Ana tenía razón: subir al tejado no es tan difícil, incluso para alguien con la
coordinación ojo-mano de un ornitorrinco.
Es decir, yo.
Tardo menos de quince segundos en llegar, y es vagamente reconfortante, por
la forma en que ni siquiera siento que mis sesos vayan a acabar salpicados en el
parterre de plumbago. Una vez sentada en las baldosas, vagamente incómoda, pero
sin querer admitirlo, cierro los ojos e inspiro, luego exhalo, luego inspiro, dejando
que la brisa juegue con mi cabello, dando la bienvenida al cosquilleo del cielo
nocturno. Las olas bañan suavemente la orilla. De vez en cuando, algo salpica el lago.
Ni siquiera me importan los bichos, me digo. Si persevero, me lo creeré. En eso estoy
fallando cuando llega Lowe.
No se da cuenta de mi presencia y puedo observarlo mientras se eleva con
elegancia por el alero. Se para en un borde que debería ser aterrador, se lleva una
mano a los ojos y presiona los dedos pulgar e índice contra ellos, con tanta fuerza que
debe de ver estrellas. Luego deja caer el brazo a un lado y exhala una vez,
lentamente.
Este, creo, es Lowe. No Lowe el Alfa, Lowe el hermano, Lowe el amigo, o el hijo,
o el desafortunado marido de la igualmente desafortunada esposa. Solo: Lowe.
Cansado, creo. Solitario, supongo. Enojado, apuesto. Y no quiero molestar su raro
momento a solas, pero la brisa se levanta, soplando en su dirección y llevando mi
olor.
Al instante gira. Hacia mí. Y cuando sus ojos se convierten en pupilas, levanto
la mano y le saludo torpemente.
—Ana me contó lo del tejado —digo, disculpándome. Me estoy entrometiendo
en un momento de intimidad—. Puedo irme...
Sacude la cabeza estoicamente. Me trago una carcajada.
136
—Si te sientas aquí… —Señalo a mi derecha—, estarás entre el viento y yo. Sin
olor a bullabesa.
Sus labios se crispan, pero se dirige hacia el lugar que yo señalaba, su gran
cuerpo se pliega junto al mío, lo bastante lejos como para evitar roces accidentales.
—¿Qué sabes tú de bullabesa?
—Como no es a base de hemoglobina ni de cacahuates, nada. Entonces. —Doy
una palmada. Las cigarras se callan, luego reanudan su canto tras una pausa
desorientada—. Dime si lo he entendido bien: Utilizarás tu encuentro con Emery como
excusa para plantar algún programa espía o interceptor que te permita monitorizar
sus comunicaciones y obtener pruebas de que lidera a los Leales. Pero vas a entrar
solo en territorio enemigo, y tienes los conocimientos informáticos de un ludita
octogenario, lo que te pone en gran riesgo. En realidad, no hace falta que me digas si
tengo razón, ya lo sé. ¿Cuándo te lanzas a tu muerte inminente? ¿Mañana o el viernes?
Me estudia como si no estuviera seguro de si soy un banco o una escultura
posmoderna de. Se le tuerce un músculo de la mandíbula.
—Realmente no lo entiendo —reflexiona.
—¿No entiendes qué?
—Cómo te las arreglaste para seguir viva a pesar de tus arrebatos
imprudentes.
—Debo ser muy lista.
—O increíblemente estúpida.
Nuestras miradas chocan durante unos segundos, llenas de algo que parece
más confusión que antagonismo. Desvío la mirada primero.
Y, sin pensarlo, simplemente digo:
—Llévame contigo. Déjame ayudarte con la parte técnica.
Suelta un resoplido cansado y silencioso.
—Vete a la cama, Misery, antes de que te mates.
—Soy nocturna —murmuro—. Poco ofensivo, que mi esposo crea que no puedo
cuidarme sola.
—Muy ofensivo, que mi esposa piense que la llevaría conmigo a una situación
muy volátil en la que podría no ser capaz de protegerla.
—De acuerdo. Okey. —Le devuelvo la mirada: su rostro serio, obstinado e
inflexible. A la luz de la luna, las líneas de sus pómulos están a punto de rebanarme—
. Pero no puedes hacerlo solo.
Me lanza una mirada incrédula.
137
—¿Me estás diciendo lo que puedo y no puedo hacer?
—Oh, nunca lo haría, Alfa —digo con un tono burlón del que solo me arrepiento
a medias cuando me devuelve la mirada—. Pero si ni siquiera sabes encender un
ordenador.
—Puedo encender un puto ordenador.
—Lowe. Mi amigo. Mi esposo. Claramente eres un licántropo competente con
muchos talentos, pero he visto tu teléfono. Te he visto usar tu teléfono. La mitad de tu
galería son fotos borrosas de Ana con tu dedo bloqueando la cámara. Escribes
“Google” en la barra de Google para iniciar una nueva búsqueda.
Abre la boca. Luego la cierra.
—Estabas a punto de preguntarme por qué esa es la manera incorrecta.
—No vendrás. —Su tono es definitivo. Y cuando hace ademán de levantarse,
empujado por mi insistencia, siento una punzada de culpabilidad y extiendo la mano
hacia la pernera de sus jeans, tirando de él hacia abajo. Sus ojos se clavan en el lugar
donde lo agarro, pero cede.
—Lo siento, dejaré pasar el asunto. —Por ahora—. Por favor, no te vayas. Estoy
segura de que has venido aquí para... ¿Qué haces aquí, de todos modos? ¿Rascarte
las garras? ¿Aullarle a la luna?
—Despulgarme.
—¿Ves? No me gustaría estorbarte. Continúa. —Espero a que se quite los
bichos del cabello—. ¿No deberías estar durmiendo? No eres nocturno. —Es más de
medianoche. Hora de máxima vigilia para mí, las cigarras y nadie más en kilómetros
a la redonda.
—No duermo mucho.
Cierto. Ana dijo eso. Cuando ella mencionó que él tenía...
—¡Insomnio!
Su ceja se arquea.
—Pareces encantada por mi incapacidad para descansar decentemente.
—Sí. No. Pero Ana mencionó que tenías neumonía, y...
Sonríe.
—Confunde las palabras a menudo.
—Sí.
—Según Google, que por lo visto no sé usar… —Su mirada de reojo me
quema—, es normal para su edad. —Se queda pensativo durante un largo instante
mientras su sonrisa se ensombrece.
138
—No puedo imaginar lo difícil que debe ser.
—¿Aprender a hablar?
—Eso de hecho. Pero también, criar a un niño pequeño. De la nada.
—No tan difícil como ser criado por un idiota que no sabe comprarte una sillita
para el coche, o te da caramelos antes de dormir porque tienes hambre, o te deja ver
El exorcista porque nunca lo ha visto, pero la protagonista es una chica joven, y se
imagina que te identificarás con ella.
—Vaya. Serena y yo vimos esa a los quince y dormimos con las luces
encendidas durante meses.
—Ana la vio a los seis años y necesitará una costosa terapia hasta bien entrados
los cuarenta.
Hago una mueca.
—Lo siento. Por Ana, sobre todo, pero también por ti. La gente suele entrar en
la paternidad con facilidad. No nacemos sabiendo cambiar pañales.
—Ana está entrenada para ir al baño. No por mí, obviamente; de algún modo
habría conseguido enseñarle a mear por la nariz. —Se pasa una mano por el cabello
corto y luego se frota el cuello—. No estaba preparado para ella. Aún lo estoy. Y es
tan jodidamente indulgente.
Apoyo la sien en mis rodillas, estudiando la forma en que mira fijamente a lo
lejos, preguntándome cuántas noches habrá subido aquí en la hora de las brujas. Para
tomar decisiones por miles. Para machacarse por no ser perfecto. A pesar de lo
competente, abnegado y seguro que parece ser, Lowe podría no gustarse mucho a sí
mismo.
—¿Solías vivir en Europa? ¿Dónde?
Parece sorprendido por mi pregunta.
—Zurich.
—¿Estudiando?
Sus hombros se agitan con un suspiro.
—Al principio. Luego trabajando.
—Arquitectura, ¿verdad? No lo entiendo del todo. Los edificios son un poco
aburridos. Aunque agradezco que no me caigan encima de la cabeza.
—No entiendo cómo uno puede teclear cosas en una máquina todo el día y no
estar aterrorizado por una sublevación de los robots. Aunque estoy agradecido por
Mario Kart.
139
—Me parece justo. —Sonrío ante su tono, porque es el más suave que he oído
nunca. Debo de haber encontrado su punto sensible—. Me gusta el estilo de esta casa
—ofrezco magnánimamente.
—Se llama biomórfico.
—¿Cómo lo sabes? ¿Lo aprendiste en la escuela?
—Eso, y que lo diseñé como regalo para mi madre.
—Oh. —Guao. Supongo que no es solo un arquitecto, es un buen arquitecto—.
Cuando estudiaste, ¿lo hiciste como ser humano? —Su sistema escolar es a menudo
la única opción, simplemente porque hay más de ellos, e invierten en infraestructura
educativa. En la sociedad vampírica, y supongo que entre los licántropos también, los
títulos formales no valen ni el papel en el que están impresos. Las habilidades que
vienen con ellos, sin embargo, no tienen precio. Si queremos adquirirlas, creamos
identificaciones falsas y las utilizamos para matricularnos en universidades humanas.
Los vampiros suelen tomar clases en línea (por los colmillos y las quemaduras de
tercer grado a la luz del sol). Los licántropos son indetectables a simple vista para los
humanos, y pueden entrar y salir de su sociedad con más facilidad, pero los humanos
han instalado tecnología que detecta latidos más rápidos de lo normal y temperaturas
corporales más altas en muchos lugares. Sinceramente, tengo suerte de que nunca
esperaran que los vampiros se tomaran la molestia de limarse los colmillos y nunca
desarrollaran el mismo grado de paranoia hacia nosotros.
—Zurich era diferente, en realidad.
—¿Diferente?
—Licántropos y humanos asistían abiertamente. Algunos vampiros también.
Todos viviendo en la ciudad.
—Vaya. —Sé que hay lugares así en todo el mundo, donde la historia local entre
las especies no es tan tensa, y convivir, si no juntos, se considera normal. Sin
embargo, sigue siendo difícil de imaginar—. ¿Tuviste una novia vampira? —Señalo
mi dedo anular—. Una vez que te metes con un vampiro, nunca puedes volver atrás,
¿eh?
Me lanza una mirada sufrida.
—Te asombrará saber que los vampiros no se nos acercaban.
—Qué esnobs. —Me vuelvo a poner la mano en el regazo, pero empiezo a jugar
con mi alianza—. ¿Por qué tan lejos en Zurich? ¿Estabas huyendo de Roscoe?
—¿Huyendo? —Sus mejillas se estiran en una sonrisa divertida—. Roscoe nunca
fue una amenaza. No para mí.
—Eso es valiente de tu parte. O narcisista.
140
—Las dos cosas, quizá —reconoce. Luego se pone serio—. Es difícil explicar la
dominación a alguien que no tiene el hardware para entenderla.
—Lowe, ¿era una metáfora informática? —Recibo otra de esas miradas de no
me mires y me río—. Vamos. Al menos intenta explicarlo.
Sacude la cabeza.
—Si conocieras a alguien sin nariz y tuvieras que explicarle qué se siente al
oler, ¿qué le dirías? —Me mira expectante. Abro la boca media docena de veces, pero
la cierro otras tantas, frustrada—. Sí. —Ni siquiera suena muy petulante—. Fue así con
Roscoe. Él era un adulto, yo apenas había pasado la pubertad, pero siempre supe que
nunca iba a ganar una pelea contra mí, y él siempre lo supo, y todos en la manada
también lo sabían. Por mucho que lo desprecie ahora, le agradezco que me diera
tiempo suficiente sin una razón para desafiarlo.
Sin convertirse en un líder despótico, quiere decir.
—¿Qué cambió?
—Es difícil de decir. Sus opiniones se radicalizaron muy de repente. —Se lame
los labios carnosos, con mirada lejana, preso de un recuerdo—. Recibí la llamada y
ni siquiera tuve tiempo de pasar por mi apartamento de camino al aeropuerto. Mi
madre se había opuesto frontalmente a una redada. Estaba herida y Ana indefensa.
—Mierda.
—Pasaron once horas y cuarenta minutos desde que recibí la llamada hasta que
llegué a la entrada de Cal y encontré a Ana sollozando en la habitación de Misha. —
Su tono es inexpresivo, casi inquietante—. Estaba aterrorizada.
No me lo puedo imaginar. ¿O sí? Aquellos primeros días después de que
Serena desapareciera, estaba tan frenéticamente preocupada por buscarla que no se
me ocurrió bañarme ni alimentarla hasta que mi cabeza latía con fuerza y mi cuerpo
tenía fiebre.
—¿Alguna vez pudiste volver a Zurich? ¿A recoger tus cosas? A... —Obtener
cierre. Despedirte de la vida que habías construido. Quizá tenías amigos, una novia, un
sitio favorito de comida para llevar. Tal vez solías dormir por la mañana, o hacer largos
viajes de fin de semana para recorrer Europa y ver... edificios, o algo así. Quizá tenías
sueños. ¿Volviste para recuperarlos?
Sacude la cabeza.
—Mi casero envió por correo un par de cosas. Tiró el resto. —Se rasca la
mandíbula—. Me siento un poco mal por dejar mis platos sucios del desayuno en el
fregadero.
Me río entre dientes.
—Como que eso es lo tuyo, ¿no?
141
—¿Qué? —Se vuelve hacia mí.
—Culparte por no ser perfecto.
—Si quieres lavar mis platos, por supuesto.
—Calla. —Choco ligeramente mi hombro contra el suyo, como hago con
Serena cuando se muestra obtusa. Se pone rígido, se queda quieto en una especie de
tensión sin aliento por un momento, luego se relaja lentamente cuando me alejo—.
Entonces, esto de la dominación. ¿Es Cal el segundo más dominante de la manada? —
Esto suena extraño, como elegir palabras al azar. Poesía de imanes de nevera.
—No somos una organización militar. No hay una jerarquía estricta dentro de
la manada. Cal solo resulta ser alguien en quien confío.
No puede ser más disfuncional que los consejos arbitrarios cuyos miembros se
establecen por primogenitura. Y los humanos eligen líderes como el gobernador
Davenport. Claramente, no hay una solución perfecta aquí.
—¿También tuvo que desafiar a alguien para ser tu comandante? ¿Quizás a
Ken?
—Es jodido que sepa a quién te refieres.
Me río entre dientes.
—Oye, nunca se ha presentado.
—Ludwig. Su nombre es Ludwig. Y nuestra manada tiene más de una docena
de comandantes, que son elegidos dentro de su cáfila mediante un sistema de caucus.
—¿Cáfila?
—Es una red de familias interconectadas. Normalmente cercanas
geográficamente. Cada comandante informa al Alfa. Después de Roscoe, se eligieron
nuevos alternos, lo que significa que la mayoría son tan nuevos en esto como yo. Mick
es el único que conservó su puesto.
—¿Quieres decir, el único que no trató de matarte?
—Sí. —Su risa podría ser amarga, pero no lo es—. Él y pareja eran amigos
íntimos de mi madre. Shannon solía ser una comandante, también.
—¿La mataste? —pregunto, conversacionalmente, y él me va a empujar del
tejado.
—Misery.
—Es una pregunta justa, dados sus precedentes.
—No, no he matado a la compañera del hombre que me cambiaba los pañales.
—Se masajea la sien—. Demonios, ambos lo hicieron. Me enseñaron a montar en bici
y a rastrear presas.
142
—¿Qué le pasó?
—Murió hace dos años, durante un enfrentamiento en la frontera oriental. Con
humanos, creemos. —Traga saliva—. También el hijo de Mick. Tenía dieciséis años.
No es algo que mi gente haría, pero aun así me estremezco.
—Eso explica por qué siempre parece tan melancólico.
—Huele a pena. Todo el tiempo.
—Bueno, es mi licántropo favorito. —Me abrazo las rodillas—. Siempre es tan
amable conmigo.
—Eso es porque tiene debilidad por las mujeres hermosas.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—Ya sabes cómo te ves.
Me río por lo bajo, sorprendida por el cumplido.
—¿Por qué siempre haces eso? —pregunta.
—¿Hacer qué?
—Cuando te ríes, te tapas los labios con la mano. O lo haces con la boca
cerrada.
Me encojo de hombros. No era consciente, pero no me sorprende.
—¿No es obvio? —No lo es, a juzgar por su mirada perpleja—. Bueno. Voy a ser
súper vulnerable contigo. —Respiro profunda y teatralmente. Levanto las manos—.
Puede que no sepas esto de mí, pero no soy como tú. En realidad, soy de otra especie,
llamada...
—Misery. —Su mano sube para agarrarme la muñeca. Se me corta la
respiración—. ¿Por qué escondes tus colmillos?
—Tú fuiste quien me lo dijo.
—Te pedí que no respondieras a un acto de agresión con otro acto de agresión,
para evitar llegar a casa y encontrar a mi mujer hecha pedazos... y a alguien hecho
pedazos aún más pequeños a su lado. —Su mano sigue alrededor de mi muñeca.
Cálida. Un poco más apretada. Su tacto me inquieta—. Esto es diferente.
¿Lo es? ¿No me harías pedazos tú también?
—Vamos, Lowe. —Libero mi brazo y lo acuno contra mi pecho—. Ya sabes
cómo son mis dientes.
—Vamos, Misery —se burla—. Lo sé, y por eso no entiendo por qué los
escondes.
143
Nos miramos fijamente como si estuviéramos jugando a un juego e intentando
que el otro pierda.
—¿Quieres que te lo enseñe? —Intento provocarlo, pero se limita a asentir
solemnemente.
—Me gustaría saber a qué nos enfrentamos, sí.
—¿Ahora?
—A menos que necesites herramientas específicas, o tengas un compromiso
previo. ¿Es la hora del baño?
—Quieres ver mis colmillos. Ahora.
Su mirada es vagamente compasiva.
—Es que... —No sé por qué me preocupa tanto la idea de que los vea. Tal vez
solo estoy recordando que tenía nueve años, y la forma en que mis cuidadores
humanos siempre dejaban de sonreír en el segundo en que yo empezaba. Un
conductor, haciendo la señal de la cruz. Un millón de otros incidentes a través de los
años. Solo a Serena nunca le importó—. ¿Esto es una trampa? ¿Estás buscando una
excusa para ver mis entrañas fertilizar el plumbago?
—Sería muy ineficaz, ya que podría empujarte y nadie de mi manada me
cuestionaría.
—Qué hermosa flexión.
Hace ademán de esconder las manos detrás de la espalda.
—Soy inofensivo.
Es tan inofensivo como una mina terrestre. Podría destruir galaxias enteras con
una mirada severa y un gruñido.
—Bien, pero si a tu sensibilidad lobuna le repugnan mis colmillos vampíricos,
recuerda que tú te lo buscaste.
No sé cómo iniciarlo. Gruñir, tirar de mi labio superior hacia atrás con los dedos
como hacen los dentistas humanos en los anuncios de cepillos de dientes, morder su
mano para una demostración aplicada... todo parece poco práctico. Así que
simplemente sonrío. Cuando el aire frío golpea mis caninos, mi cerebro de lagarto
me grita que me han atrapado. Me han descubierto. Estoy...
Bien, en realidad.
Las pupilas de Lowe se dilatan. Estudia mis caninos con su habitual atención sin
reservas, sin retroceder ni intentar comerme. Poco a poco, mi sonrisa se transforma
en algo sincero. Mientras tanto, él mira.
Y mira.
144
Y: mira.
—¿Estás bien? —Mi voz lo devuelve a su cuerpo. Su gruñido es vago, no del
todo afirmativo.
—Y no... —Se aclara la garganta—. ¿Los usas?
—¿Qué? Oh, mis colmillos. —Me paso la lengua por el derecho y Lowe cierra
los ojos y se da la vuelta. O es demasiado asqueroso, o está asustado. Pobre pequeño
Alfa—. Todos nos alimentamos de bolsas de sangre, con muy pocas excepciones.
—¿Qué excepciones?
Me encojo de hombros.
—Alimentarse de una fuente viva está un poco pasado de moda, sobre todo
porque es una gran molestia. Creo que beber sangre mutuamente a veces se
incorpora al sexo, pero ¿recuerdas que me expulsaron de niña y soy universalmente
conocida por ser una vampiresa terrible? —Debería obligar a Owen a explicarme los
matices, pero... puaj. No pienso acercarme tanto a otro vampiro, nunca—. No voy a
morderte, Lowe. No te preocupes.
—No estoy preocupado. —Suena ronco.
—Bien. Así que ahora que te he mostrado mis temibles armas, ¿me llevarás a
donde Emery contigo? Es, después de todo, la luna de miel que le debes a tu novia.
Un placer hacer negocios contigo. Iré a hacer las maletas y... —Hago ademán de
levantarme, pero su mano me detiene.
—Buen intento.
Suspiro y me inclino hacia atrás, haciendo una mueca de dolor cuando las
baldosas me oprimen la columna. Las estrellas se agolpan en el cielo y nos sumergen
en un momento de silencio.
—¿Quieres saber un secreto? —pregunto, cansada—. Algo que pensé que
nunca admitiría ante nadie.
Un brazo me roza el muslo mientras se gira para mirarme.
—Me sorprende que quieras decírmelo.
A mí también. Pero lo he llevado tan incansablemente, y la noche se siente tan
suave.
—Serena y yo tuvimos una gran pelea unos días antes de que desapareciera.
La peor de todas. —Lowe permanece callado. Que es exactamente lo que necesito de
él—. Nos peleábamos mucho, casi siempre por cosas triviales, a veces por cosas que
tardábamos un poco en calmar. Crecimos juntas y éramos más molestas entre
nosotras... ya sabes, hermanas... Ella escupía en los bolsillos de los cuidadores que
eran malos conmigo y yo le leía libros obscenos cuando estaba tan enferma que
145
necesitaba suero. Pero también odiaba que a veces no me contestara el teléfono
durante días, y ella odiaba que yo pudiera ser una zorra con corazón de piedra,
supongo. Esa última pelea que tuvimos, los dos estábamos echando humo, después.
Y luego nunca apareció para ayudarme a poner la funda del edredón, a pesar de
saber que es la cosa más difícil del universo. Y ahora las cosas que dijo siguen dando
vueltas en mi cabeza. Como tiburones que no han sido alimentados en meses.
No puedo ver la expresión de Lowe desde aquí abajo. Lo cual es ideal.
—¿Y qué dicen los tiburones?
—Que consiguió que un reclutador de una empresa muy innovadora se
interesara por mí. Era un buen trabajo, un reto. Algo que solo podían hacer una
docena de personas en el país. Y no paraba de decirme lo perfecta que sería para mí,
la oportunidad que representaba, y yo no le encontraba sentido, ¿sabes? Sí, era un
trabajo más interesante, con más dinero, pero yo me preguntaba, ¿por qué? ¿Por qué
iba a molestarme? ¿Cuál es el objetivo final? Y se lo pregunté, y ella... —Respiro
hondo—. Dijo que yo no tenía rumbo. Que no me importaba nada ni nadie, ni siquiera
yo misma. Que estaba estática, sin rumbo, desperdiciando mi vida. Y yo le dije que
no era verdad, que me importaban varias cosas. Pero... no pude nombrar nada.
Excepto a ella.
«… esta espiral apática tuya, Misery. Quiero decir, lo entiendo, pasaste las dos
primeras décadas de tu vida esperando morir, pero no lo hiciste. Ahora estás aquí.
¡Puedes empezar a vivir!»
«Oye, no eres mi madre ni mi terapeuta, así que no sé qué te da derecho a...»
«Estoy ahí fuera, intentándolo. También tuve una vida jodida, pero estoy saliendo,
intentando conseguir un trabajo mejor, teniendo intereses... tú solo estás esperando a
que pase el tiempo. Eres una cáscara. Y necesito que te importe una sola puta cosa,
Misery, una cosa que no sea yo.»
Los tiburones roen las paredes internas de mi cráneo, y no podré hacer que se
detengan hasta que encuentre a Serena, pero mientras tanto, puedo distraerlos.
—En fin. —Me incorporo con una sonrisa—. Ya que tan desinteresadamente te
abrí mi corazón, ¿me dirás algo?
—Así no es como...
—¿Qué demonios es una pareja, precisamente?
La cara de Lowe no se mueve ni un milímetro, pero sé que podría llenar una
torre Babel de cuadernos con lo poco que le apetece tener esta conversación.
—De ninguna manera.
—¿Por qué?
—No.
146
—Vamos.
Su mandíbula funciona.
—Es una cosa de licántropos.
—De ahí que te pida explicaciones. —Porque sospecho que no se trata solo del
equivalente en licántropo del matrimonio, o de una unión civil, o del compromiso
estable que conlleva compartir los pagos mensuales de múltiples servicios de
streaming sobrevalorados que uno se olvidó de suspender.
—No.
—Lowe. Vamos, Lowe. Me has confiado secretos mucho más grandes.
—Ah, joder. —Hace una mueca y se frota los ojos, y creo que he ganado.
—¿Es otra cosa para la que no tengo el hardware?
Asiente, y casi parece triste por ello.
—Entendí lo de la dominación. —Realmente hicimos algunos avances en los
últimos quince minutos—. Dame una oportunidad.
Se vuelve hacia mí. De repente se siente demasiado cerca.
—Darte una oportunidad —repite, incrédulo.
—Sí. Todo eso de las especies rivales unidas por siglos de hostilidad hasta que
la sangrienta desaparición del más débil ponga fin al sufrimiento sin sentido puede
parecer desalentador, pero…
—¿Pero?
—Sin peros. Solo dímelo.
Sus labios esbozan una sonrisa.
—Una pareja o compañero es... —Las cigarras se callan. Solo se oyen las olas,
que se adentran suavemente en la noche—. Aquel para quien estás destinado. Quien
está destinado a ti.
—Y esta es una experiencia única de licántropos que difiere de la de los
estudiantes de secundaria humanos escribiendo letras de canciones en los anuarios
de cada uno antes de dirigirse a universidades separadas... ¿cómo?
Puede que sea culturalmente ofensivo, pero su encogimiento de hombros es
bondadoso.
—Nunca he asistido a una secundaria de humanos, y la experiencia puede ser
similar. La biología, por supuesto, es otro asunto.
—¿La biología?
147
—Hay… cambios fisiológicos involucrados en el encuentro de la pareja de uno.
—Elige sus palabras con circunspección. Oculta algo, tal vez.
—¿Amor a primera vista?
Niega con la cabeza, aunque dice:
—En cierto modo, quizá. Pero es una experiencia multisensorial. Nunca he oído
que alguien reconozca a su pareja solo por la vista. —Se humedece los labios—. El
olor es una parte importante, y el tacto, pero hay más. Provoca cambios en el cerebro.
Químicos. Se han escrito artículos científicos sobre ello, pero dudo que yo los
entendiera.
Me encantaría tener en mis manos revistas académicas licántropo.
—¿Todos los licántropos tienen una?
—¿Una pareja? No. Es bastante raro. La mayoría de los licántropos no esperan
encontrar una, y no es de ninguna manera la única manera de tener una relación
romántica satisfactoria. Cal, por ejemplo, es muy feliz. Conoció a su mujer en una
aplicación de citas, y pasaron años de tira y afloja antes de casarse.
—¿Así que se conformó?
—Él no lo consideraría así. Ser pareja no es un tipo de amor superior. No es
intrínsecamente más valioso que pasar la vida con tu mejor amigo y llegar a amar sus
peculiaridades. Simplemente es diferente.
—Si son tan felices, ¿podría ser su mujer su pareja? ¿Podría haber pasado por
alto las señales cuando la conoció?
—No. —Se queda mirando el agua iluminada por la luna—. Cuando éramos
jóvenes, yo estaba allí cuando la hermana de Koen conoció a su compañera.
Estábamos corriendo. Ella la olió, de repente se quedó muy quieta en medio del
campo. Pensé que le estaba dando un ataque. —Sonríe—. Ella dijo que se sentía como
descubrir nuevos colores. Como si el arco iris hubiera ganado unas cuantas rayas.
Me rasco la sien.
—Parece algo bueno.
—Es… realmente bueno. Aunque no siempre es lo mismo —murmura, como si
hablara consigo mismo. Procesando las cosas a través de sus explicaciones—. A
veces es solo un presentimiento. Algo que te agarra por el estómago y no te suelta,
nunca. Sacude el mundo, sí, pero también... está ahí. Nuevo, pero atemporal.
—¿Así es como te sentiste? ¿Con tu pareja?
Esta vez se vuelve para mirarme. No sé por qué tarda tanto en producir algo
tan simple:
—Sí.
148
Dios. Esto es una mierda total y absoluta.
Lowe tiene una pareja, que es aparentemente increíble. Pero dicha compañera
está atrapada entre mi gente mientras él está casado conmigo.
—Lo lamento mucho —suelto.
Su mirada es tranquila. Demasiado calmada.
—No deberías lamentarlo.
—Puedo lamentarlo si quiero. Puedo disculparme. Puedo postrarme y...
—¿Por qué te disculpas?
—Porque sí. En un año como mucho estarás en paz. —Su bienestar no es mi
responsabilidad, pero ya le han quitado tanto... y lo han cambiado rápidamente por
ladrillos del deber—. Podrás estar con tu pareja, y vivirás mordazmente para
siempre. Hay mordiscos de por medio, ¿verdad?
—Si. La mordedura es... —Su mirada se dirige a mi cuello. Se detiene—.
Importante.
—Parece doloroso. Me refiero a la de Mick.
—No —grazna, con los ojos clavados en mí. Me tiembla el pulso—. No si se
hace bien.
Debe tener una en su cuerpo. Un secreto enterrado en su piel, bajo el suave
algodón de su camiseta. Y debe haber dejado una en su pareja, una cicatriz en relieve
que lo guíe a casa, que pueda rastrear en mitad de la noche.
Y entonces se me ocurre algo. Una posibilidad petrificante.
—Siempre es recíproco, ¿verdad?
—¿La mordedura?
—Lo de la pareja. Si conoces a alguien, y sientes que es tu pareja, y tu biología
cambia... la suya también cambiará, ¿no? —No necesito una respuesta verbal, porque
veo en su expresión estoica e indulgente que no. No—. Oh, mierda.
No soy una romántica, pero la perspectiva es espantosa. La idea de que uno
pueda estar destinado a alguien que simplemente... no quiere. No puede. No te
acepta. Todos los sentimientos del mundo, pero unilaterales. Incomprensibles y sin
ataduras. Un puente construido con química y física que se detiene a mitad de camino
para no volver a levantarse.
La caída rompería hasta el último hueso.
—Suena jodidamente horrible.
Asiente pensativo.
—¿Ah, sí?
149
—Es una cadena perpetua. —Sin libertad condicional. Solo tú y un compañero
de celda que nunca sabrá que existes.
—Tal vez. —Los hombros de Lowe se tensan y se relajan—. Tal vez haya algo
devastador en lo incompleto de ello. Pero tal vez, solo saber que la otra persona está
ahí... —Su garganta se estremece—. Puede que también haya placer en eso. La
satisfacción de saber que existe algo hermoso. —Sus labios se abren y se cierran unas
cuantas veces, como si solo pudiera encontrar las palabras adecuadas dándoles forma
primero para sí mismo—. Quizá algunas cosas trascienden la reciprocidad. Quizá no
todo sea tener.
Suelto una carcajada incrédula.
—Tanta sabiduría, de alguien cuyo apareamiento es claramente recíproco.
—¿Sí? —Suena entretenido, y algo más.
—Nadie que haya lidiado con un amor no correspondido diría eso.
Su sonrisa es reservada.
—¿Así ha sido tu amor? ¿No correspondido?
—No ha habido amor en absoluto. —Apoyo la barbilla sobre las rodillas. Ahora
me toca a mí mirar el lago brillante—. Soy una vampira.
—¿Los vampiros no aman?
—Así no. Definitivamente no hablamos de estas cosas.
—¿Relaciones?
—Sentimientos. No nos educan para darles mucho valor. Nos enseñan que lo
que importa es el bien común. La continuación de la especie. Lo demás viene
después. Al menos, así lo entendí yo, que entiendo muy poco las costumbres de mi
pueblo. Serena me preguntaba qué es normal en la sociedad vampírica, y yo no podía
decírselo. Cuando intenté volver después de ser la Colateral, fue… —Me estremecí—
. No sabía cómo comportarme. Hablaba en nuestra lengua entrecortadamente. No
entendía lo que pasaba, ¿sabes? —Sí, lo sabe. Me doy cuenta.
—¿Por eso volviste con los humanos?
—Me dolió menos —digo en vez de sí—. Sentirme sola entre personas que
nunca debieron ser las mías.
Suspira, levanta las rodillas y junta las manos entre ellas. Un pensamiento vibra
en mi interior: aquí y ahora no me siento especialmente sola.
—Tienes razón, Lowe. No tengo el hardware para entender lo que es un
compañero, y no puedo imaginar conocer a alguien y sentir la sensación de
parentesco de la que hablas. Pero... —Cierro los ojos y pienso en quince años atrás.
Un cuidador llama a mi puerta y me presenta a una chica morena con hoyuelos y ojos
150
negros. Respiro entrecortadamente—. Pude instalar el software. Porque Serena me lo
dio. Y puede que a veces la decepcionara, puede que se enfadara conmigo, pero eso
no significa nada a grandes rasgos. Entiendo que estés dispuesto a enfrentarte a
Emery tú solo, o a sacrificarlo todo por tu manada. Lo entiendo porque siento lo mismo
por Serena. Y por razones que no puedo articular completamente, porque los
sentimientos son jodidamente difíciles para mí, me gustaría ir contigo. Para ayudarte
a encontrar a quien sea que esté tratando de lastimar a Ana. Y creo que Serena estaría
orgullosa de mí, porque por fin he conseguido que algo me importe. Aunque sea un
poquito.
Me estudia en el aire iluminado por la luna durante demasiado tiempo.
—Ese fue un discurso genial, Misery.
—Genial es mi segundo nombre.
—Tu segundo nombre es Lyn.
Mierda.
—Deja de leer mi expediente.
—Nunca. —Inhala. Echa la cabeza hacia atrás. Mira fijamente las mismas
estrellas que yo he estado mapeando toda la noche—. Si lo hacemos, si te llevo
conmigo, tendrá que ser a mi manera. Para asegurarme de que estás a salvo.
Mi corazón palpita de esperanza.
—¿Cuál es tu manera? ¿Arquitectónicamente? ¿Con una columna corintia?
No soy graciosa. Pero él tampoco.
—Si vienes conmigo, Misery, tendrás que ser marcada.
151
CAPÍTULO 14

Ella sabe al igual como huele.

Esperaba un viaje de veinte horas por carretera en el híbrido aparcado en el


garaje de Lowe, o quizá un viaje más corto en avión en clase turista con un algodón
discretamente metido en la nariz para evitar que me bombardeara el olor a sangre
humana.
No esperaba un Cessna.
—Querido —pregunto bajándome las gafas de sol hasta la punta de la nariz—,
¿somos ricos?
Su mirada solo me quema un poco.
—Solo estamos vetados en la mayoría de las aerolíneas de propiedad humana,
querida.
—Oh, cierto. Por eso nunca he volado antes. Todo está volviendo a mí.
Es difícil exagerar lo poco que les gusta a Mick, Cal y Ken Doll Ludwig la
decisión de Lowe de llevar a su novia vampira a casa de Emery. A la luz menguante
del crepúsculo, prácticamente palpitan con tensa preocupación y objeciones tácitas.
O habladas, tal vez. Dormí la mayor parte del día, y es muy posible que
mientras yo estaba metida en el armario para mi coma de mediodía, ellos se pelearan
a gritos varias veces. Me alegro de habérmelo perdido, y también de haber pasado
el tiempo despierta organizando cosas técnicas con Alex.
«Si alguien intenta matar a Lowe» me dijo, mostrándome un USB con forma de
patito de hule «es tu deber dar la vida por tu Alfa.»
«No voy a meterme de cuerpo entero entre él y una bala de plata.» Sostuve el
interceptor GSM a contraluz para estudiarlo. Ingenioso. «O lo que haga falta para que
los maten.»
«Solo una bala normal. Y si te casas con alguien de una manada, el Alfa de la
manada se convierte en tu Alfa. Si te casas con un Alfa, él definitivamente se convierte
en tu Alfa.»
«Ajá, claro. ¿Puedo ver ese microcontrolador de allí?»
152
No me entristece que Alex no viniera a despedirnos al pequeño aeropuerto
ejecutivo, porque los demás destilan suficiente angustia existencial. Labios
apretados, poses de gorila, ceños fruncidos. Mick sacude repetidamente la cabeza
mientras sostiene a Chispitas como si fuera un niño que eructa, porque sí: Chispitas
es, según alguien que ha sido regañado varias veces en las últimas dos horas por
meter plastilina en los enchufes, “un valioso miembro de la familia” al que “le encanta
ver cómo los aviones hacen whooosh”. Juno es la que menos se opone a la operación,
lo cual es de agradecer. Sin embargo, la que está más contenta es Ana, y solo por las
promesas que le ha hecho a Lowe: regalos, caramelos y, en un esfuerzo logístico que
sobrepasa con creces sus capacidades, robar una L del letrero de Hollywood.
—L de Liliana —me susurra conspirativamente, porque su fe en mis habilidades
con el alfabeto es, como poco, dudosa. Luego se va corriendo a someter a Chispitas
a mimos indescriptibles que lo hacen ronronear, pero que a mí me causarían una
desfiguración permanente.
—Vamos —me dice Lowe después de inclinarse para besarle la frente. Lo sigo
escaleras arriba y me despido de Ana con la mano antes de desaparecer en el
interior. No se parece tanto a los lujosos jets del uno por ciento, más como a una
mezcla entre una bonita sala de estar y la primera clase de un tren Amtrak.
—¿Está el piloto? —pregunto, siguiendo a Lowe hasta la parte delantera del
avión. No es un espacio especialmente estrecho, pero los dos somos altos y cabemos
apretados.
—Sí. —Abre la puerta de la cabina.
—¿Quién...?
Me callo cuando se sienta en el asiento del piloto. Aprieta botones con
movimientos rápidos, se pone unos auriculares grandes y habla en voz baja con el
control de tráfico aéreo.
—Oh, joder. —Pongo los ojos en blanco. Siento la tentación de preguntarle
cuándo, entre liderar una manada y convertirse en arquitecto, se sacó la licencia de
avioneta. Pero sospecho que quiere que lo haga, y soy demasiado mezquina para
complacerle—. Fanfarrón —murmuro, chocando mi cadera derecha con media
docena de protuberancias de camino al asiento del copiloto.
Su sonrisa es ladeada.
—Abróchate el cinturón.
Como todo lo demás, Lowe hace que volar parezca fácil. Estar en un gigantesco
pájaro metálico en el cielo debería ser aterrador, pero aprieto la nariz contra la fría
ventanilla y contemplo el cielo nocturno, las luces en expansión interrumpidas por
largas extensiones de desierto. Solo vuelvo a emerger cuando nos dan permiso para
aterrizar.
153
—Misery —dice en voz baja.
—¿Mmm? —Desde arriba, el océano está inmóvil.
—Cuando aterricemos… —empieza, luego hace una larga pausa.
Hasta luego hermoso cielo, me despego del frío cristal.
—¡Ay! —Estoy rígida por no haberme movido en horas, así que estiro el cuello
en la estrecha cabina, intentando evitar pulsar accidentalmente un botón eyector del
asiento—. Me duele todo. —Cuando me enderezo tras arquear la columna, la forma
en que me está mirando es demasiado intensa para no juzgarme—. ¿Qué? —
pregunto, a la defensiva.
—Nada. —Se vuelve hacia el tablero de control. Demasiado rápido.
—¿Dijiste “cuando aterricemos”?
—Sí.
—Te das cuenta de que no es una frase, ¿verdad? Solo una cláusula
subordinada temporal.
Su ceja se levanta.
—¿Ahora eres lingüista?
—Solo una crítica útil. ¿Qué pasará cuando aterricemos?
Recorre el interior de su mejilla con la lengua.
—¿Me lo vas a decir?
Asiente.
—Necesito enviar a Emery y a su gente el mensaje de que son parte de mi
manada y que no se tolerará ningún tipo de violencia contra ustedes. No solo un
mensaje verbal.
—Dijiste que lo harías marcándome, ¿verdad? —Sea lo que sea eso. Las luces
parpadeantes de la pista de aterrizaje se acercan, y las turbulencias me provocan
náuseas. Cambio mi enfoque hacia Lowe—. ¿No necesito leer rápido Arquitectura
para Tontos y fingir que sé distinguir el gótico del art déco?
Se vuelve hacia mí, con cara de piedra.
—Estás de broma.
—Por favor, mira hacia adelante.
—Puedes, ¿verdad? Eres capaz de distinguir...
—Esposo querido, en el fondo sabes la respuesta a eso, y por favor mira a la
pista cuando estés aterrizando un avión.
Se da la vuelta.
154
—Se trata de olores —dice, forzándose claramente a cambiar de tema.
—Por supuesto. ¿Qué no lo es? —Ha sido un campeón. Parece que ya no
reacciona a mi olor. Tal vez sean todos los baños. Tal vez se está acostumbrando a mí,
como Serena cuando vivía en el mercado de pescados. Cuando terminó su alquiler,
encontró el olor a huevo casi reconfortante.
—Si olemos igual, enviaremos ese mensaje.
—¿Significa que deberías oler a aliento de perro? —bromeo.
—Voy a hacerlo. —Su voz es áspera.
—¿Para hacer qué?
—Hacer que huelas como… —El avión aterriza con un elegante golpe—, yo.
Mis manos se aprietan alrededor de los reposabrazos mientras descendemos
a toda velocidad por la pista. Estoy aterrorizado, y en mi mente florece la imagen de
nosotros estrellados contra el edificio al final de la pista. Poco a poco, reducimos la
velocidad y, poco a poco, las palabras de Lowe se asientan como el polvo.
—¿Como tú?
Asiente, ocupado con algunas maniobras finales. Veo un pequeño grupo de
gente reunida junto al hangar. El comité de bienvenida de Emery, listo para
masacrarnos.
—Está bien. Haz lo que quieras con mi cuerpo —digo distraídamente, tratando
de adivinar cuál de ellas es más propensa a lanzarme un diente de ajo—. Te advierto
que Serena a menudo se queja de lo asquerosa y fría que me siento. Esos tres grados
marcan la diferencia.
—Misery.
—En serio, no me importa. Haz lo que quieras.
La maniobra ha terminado. Se desabrocha el cinturón y evalúa a los licántropos
que nos esperan. Son cinco, y parecen altos. Por otra parte: yo también. Y Lowe
también.
—Si nos atacan...
—No lo harán —me interrumpe—. Ahora no.
—Pero si lo hacen, puedo ayudar...
—Lo sé, pero puedo encargarme de ellos por mi cuenta. Vamos, no tenemos
mucho tiempo. —Me sujeta la muñeca, tirando de mí hacia la sala de estar principal,
que es más grande que la cabina, pero demasiado pequeña para la forma en que
estamos de pie uno frente al otro—. Voy a...
155
—Haz lo que quieras. —Alargo el cuello para ver a los licántropos a través de
los ojos de buey. Algunos tienen forma de lobo.
—Misery.
—Solo date prisa y...
—Misery. —Me sobresalto al oír su voz. Tiene una V de enfado entre las cejas—
. Necesito tu consentimiento explícito.
—¿Para qué?
—Voy a aromatizarte a la manera tradicional de los licántropos. Consiste en
frotar mi piel contra la tuya. Mi lengua también.
Oh. Oh.
Algo eléctrico, líquido, se agolpa dentro de mi cuerpo. Lo afronto de la única
forma que puedo: riéndome.
—¿En serio?
Asiente, tan serio como las arenas movedizas.
—¿Como cuando te introducen un dedo baboso en la oreja?
Su mano se eleva hasta mi cuello.
Se detiene.
—¿Puedo tocarte? —Me está pidiendo permiso, pero no hay nada inseguro ni
vacilante en ello. Asiento—. Los licántropos tienen glándulas odoríferas, aquí. —Me
roza con la yema del pulgar el hueco del lado izquierdo de la garganta—. Aquí. —El
lado derecho—. Y aquí. —Me rodea el cuello con la mano, la palma a ras de la nuca—
. Las muñecas también.
—Ah. —Me aclaro la garganta. Y resisto el impulso de retorcerme, porque me
siento... no tengo ni idea. Es la forma en que me mira. Sus ojos pálidos y penetrantes—
. Esta es una, eh, fascinante clase de anatomía, pero... Oh, mierda. ¡Las marcas verdes,
en nuestra boda! Pero yo...
—No tienes glándulas odoríferas —dice, como si yo fuera más previsible que
los impuestos—, pero tienes puntos de pulso, donde la sangre bombea más cerca de
la superficie, y el calor…
—… aumentará el aroma. Estoy familiarizada con todo el asunto de la sangre.
Asiente y me mantiene la mirada expectante, hasta que comprende que no
tengo ni idea de lo que está esperando.
—Misery. ¿Tengo tu permiso?
Podría decir que no. Sé que podría decir que no y probablemente él encontraría
otra forma de protegerme... o moriría en el intento, porque es esa clase de hombre. Y
156
tal vez sea exactamente por eso por lo que asiento y cierro los ojos, pensando que no
será para tanto.
Lo cual, pronto me doy cuenta, podría no ser el caso.
Empieza con calor, que me invade a medida que se acerca. El leve y agradable
aroma de su sangre me llega a la nariz. Después, su tacto. Primero su mano en mi
mandíbula, manteniéndome quieta, inclinando mi cabeza hacia la derecha, y luego...
su nariz, creo. Recorre con su nariz la columna de mi garganta, yendo y viniendo por
el lugar donde mi sangre fluye con más fuerza. Inhala una vez. Otra vez, más
profundamente. Luego vuelve a subir, con el rastrojo de su mandíbula haciéndome
cosquillas.
—¿Está bien? —pregunta en voz baja.
Asiento. Sí. Está bien. Más que bien, aunque no sabría decir cómo ni por qué.
Un—: Lo siento… —sale a trompicones de mi boca.
—¿Lo sientes? —La palabra vibra a través de mi piel.
—Porque… —Se me doblan las rodillas, así que las enderezo. Todavía siento
que podría perder mi orientación, así que ciegamente estiro la mano hacia arriba.
Encuentro el hombro de Lowe. Lo agarro para salvar mi vida—. Sé que no te gusta mi
olor.
—Joder, me encanta tu olor.
—Así que los baños funcionaron... Oh.
Cuando dijo lengua, yo esperaba... No que sus labios se separaran en la base
de mi garganta, y luego una suave y prolongada lamida. Porque esto se siente como
un beso. Como si Lowe Moreland estuviera besando mi cuello, lentamente. Lo roza
con los dientes y termina con un ligero mordisco.
Casi gimo. Pero en el último momento, consigo tragarme dentro de mi cuerpo
el sonido quejumbroso y gutural, y...
Dios. ¿Por qué lo que está haciendo se siente tan fenomenalmente bien?
—¿Esto es tan raro para ti como para mí? —pregunto, tratando de quitarle
importancia a los aleteos de placer en mi estómago. Porque esta cosa que se extiende
como agua derramada bajo mi ombligo, es excitación, y podría explotar en fuego
salvaje muy rápido. Me hace pensar en sangre, en tocarme y tal vez en follar, y como
le están pasando cosas a mi cuerpo, me aterra que él sea capaz de olerlas.
De olerme.
—No —gruñe.
—Pero...
157
—No es raro. —Lowe levanta la cabeza de mi cuello. Estoy a punto de rogarle
que vuelva y lo haga otra vez, pero cambia de lado y casi grito de alivio. Esta vez me
acaricia la nuca con la palma de la mano y durante unos instantes me acaricia la punta
de la oreja, exhalando despacio, con reverencia, como si mi cuerpo fuera algo
precioso y hermoso—. Es perfecto —dice, y luego vuelve a bajar la boca.
Primero un delicado mordisco en el lóbulo de mi oreja. A continuación, me
pasa la lengua por la base de la mandíbula. Por último, justo cuando pienso que esto
es diferente de lo que creía que sería aromatizar, se desplaza hasta el fondo de mi
garganta y succiona.
Él gruñe.
Yo jadeo.
Los dos respiramos entrecortadamente mientras mi mano se desliza hacia
arriba para hundir más su cara en mí. Tira suavemente de mi piel, con la boca abierta,
y la estimulación es como electricidad, inundándome de calor. La temperatura
corporal de los licántropos es mucho más alta que la de los vampiros, y su cuerpo está
a escasos centímetros de aire y posibilidades, y su calor...
Me duelen los pechos, mis pezones duros como gemas, y quiero arquearme
contra él. Quiero contacto, carne y piel. Lowe es sólido, y yo me siento tan suave, y su
atronador latido —su delicioso corazón palpitante— es una brumosa e indescriptible
maravilla que me atrae hacia él. Me retuerzo entre sus brazos, intento apretarme
contra él, frotarme solo un poco, pero no.
Porque Lowe se echa hacia atrás. Su mano se cierra sobre mi hombro,
haciéndome girar hasta que estoy de espaldas a él. Se me corta la respiración y me
agarro a un reposacabezas para mantener el equilibrio.
—¿Está bien? —me pregunta, rodeando con sus dedos la base de mi garganta.
Digo que sí lo más rápido que puedo, mucho antes de que la palabra salga
completamente de su boca, y él tampoco pierde el tiempo: me aparta la pesada masa
de cabello. Me aprieta las caderas con la palma de la mano. Aprieta mi cuerpo contra
el suyo.
Y una vez que me tiene como quiere, se agacha.
Sus dientes se cierran en torno a mi nuca, esta vez con fuerza, y me inunda un
placer sucio e instantáneo. El grito que había conseguido contener antes me arde en
la garganta. Hay presión dentro de mí, embriagadora, hirviente, y no puedo soportar
que aumente. La mano de Lowe baja hasta mi vientre y me aprieta más contra él. La
curva de mi culo encuentra su entrepierna y deja escapar un sonido gutural de
satisfacción que me sacude las terminaciones nerviosas.
Mi sangre canta. Mis oídos rugen. Me derrito.
158
—Joder —dice con la boca. Me pasa la lengua una última vez por la perilla de
la parte superior de la columna, como para calmar el escozor de su mordisco, y de
repente tengo frío. Estoy temblando. Cuando me doy la vuelta, está de pie a varios
metros de mí, con los ojos negros como el carbón.
El rugido en mis oídos es cada vez más fuerte, porque no estaba en mis oídos
en absoluto. Un coche atraviesa la pista en dirección a nuestro avión.
Emery.
—Lo siento. —Lowe suena como si un rastrillo hubiera atravesado su caja vocal.
Sus dedos se crispan a su lado, un reflejo. Como mi mano se detiene en el punto
húmedo en la base de mi garganta.
—Eh… —Mi mano se desplaza para masajearme la nuca. Aún puedo sentir su
tacto—. Eso fue...
—Lo siento —repite.
Me duelen los colmillos, me pican, desean como nunca. Los recorro con la
lengua para asegurarme de que no están ardiendo, y Lowe me observa cada segundo,
con los labios entreabiertos. Da un pequeño paso involuntario hacia mí y luego
retrocede de nuevo, horrorizado por su falta de control.
Esto puede ser nuevo para mí, y puede que no sea una licántropa, pero lo que
acaba de pasar entre nosotros fue más allá de déjame enmascarar tu olor muy rápido
y directo a algo diferente.
Algo sexual.
Y si yo lo sé, es imposible que él no lo sepa.
—Lowe. —Deberíamos hablar de esto. O no mencionarlo nunca más.
Por su aspecto, opta por lo segundo.
—Se acabó —se dice a sí mismo, con los ojos vidriosos—. Se acabó.
—¿Es mejor?
Aprieta los labios. Como si hubiera un sabor que quisiera retener en su boca
un momento más.
—¿Mejor?
—Mi olor. ¿Huelo a... ?
—Mía. —Es un gruñido en su garganta—. Hueles como si fueras mía, Misery.
Algo cargado recorre mi cuerpo.
Al fin y al cabo, es exactamente lo que pretendíamos.
159
CAPÍTULO 15

Ella no es como él imaginaba. No admite haber imaginado cómo sería ella mientras crecía, pero
siempre había algo en el fondo de su cabeza, una leve esperanza de que quizá, algún día...
Ella no es como él imaginaba. Es más, en todos los sentidos posibles.

Emery Messner es petrificante. Sobre todo, porque es muy guapa.


Esperaba saludos desquiciados, de aspecto rabioso y sanguinario.
Imprevisibilidad. Amenazas de violencia. Lo que encuentro es una dulce mujer de
unos cincuenta años, con un pin de Esperanza Amor Coraje en su chaqueta. No soy una
gran jueza de carácter, pero parece amable, simpática y sinceramente agradable. Su
corazón late débil, casi reticente. Me la imagino horneando golosinas sin cacahuates
para repartir después del entrenamiento de fútbol de sus hijos, pero no secuestrando
y asesinando gente.
—Lowe. —Se detiene a unos metros de nosotros, colgando la cabeza en señal
de saludo. Cuando levanta la vista, sus fosas nasales se agitan, sin duda oliendo lo que
pasó entre Lowe y yo en el avión.
Quiero desaparecer en el éter.
—Bienvenidos a ti y a tu novia vampira. —Se enfrenta a mi marido. Quien mató
a su pareja. Esto es un desastre—. Felicitaciones por su alianza.
—Emery. —No sonríe—. Gracias por recibirnos en tu casa.
—Tonterías. Este es tu territorio, Alfa. —Agita la mano como una chica en un
almuerzo. Sus ojos parpadean de nuevo hacia mí, y por una fracción de segundo la
cortés fachada se desmorona, y me veo reflejada en sus ojos.
Soy una vampira.
Soy el enemigo.
En el siglo actual, mi gente ha estado entre las cinco primeras causas de muerte
de su pueblo. Soy tan bienvenida como un chicle pegado bajo la suela de sus zapatos.
Sin embargo, soy el chicle de Lowe, y lo está dejando muy claro: su mano se
posa posesivamente en la curva de la parte baja de mi espalda, y sé lo suficiente de
defensa personal como para comprender que se ha colocado estratégicamente, y que
160
planea empujarme detrás de sí a la menor señal de intimidación. Es imposible que
los ocho guardias de Emery, divididos a partes iguales entre lobo y humano, no
puedan verlo. A juzgar por sus expresiones tensas, parecen creer que Lowe ofrece
una amenaza considerable, incluso en esta marcada inferioridad numérica.
Como su falsa esposa, lo encuentro halagador.
Pero Lowe tenía razón, y Emery no quiere pelea, al menos no ahora. Ella fuerza
una sonrisa tensa solo para mí.
—Misery Lark. —Su voz rezuma civilidad—. No he visto a ninguno de los tuyos
en mi territorio en décadas.
No vivos, eso es seguro.
—Gracias por recibirme.
—Tal vez sea hora de enterrar el hacha de guerra. Quizás puedan formarse
nuevas alianzas, ahora que las viejas se están reduciendo a cenizas.
—Quizás. —Sin embargo, me muerdo el “poco probable” de la lengua.
—Muy bien. —Sus ojos parpadean hacia mi mano. Porque, me doy cuenta
abruptamente, que Lowe envolvió la suya alrededor de ella—. Síganme, por favor. —
Nos da la espalda con una última sonrisa. Su guardia se desliza detrás de ella,
flanqueándola como una armadura hecha de carne.
Los dedos de Lowe aprietan los míos.
—Eso fue civilizado de tu parte —dice en voz baja—. Gracias por no causar un
incidente diplomático.
—Obvio.
Sus cejas se fruncen.
—Vamos. No haría eso.
La mirada que me lanza me telegrafía: Por supuesto que sí.
—No voy a cabrear a la señora que intentó secuestrar a Ana —digo, indignada.
Luego aclaro—: Puede que la apuñale. Pero no voy a cabrearla.
Su boca se tuerce.
—Ahí estás.
Me empuja hacia un sedán negro, con su mano aún aferrada a la mía.
161

La cena es extraña, sobre todo porque me sirven un plato de cavatelli y una


copa de vino tinto que parece sangre.
Es habitual que la pareja y los hijos del antiguo Alfa mantengan relaciones
formales con los líderes actuales, y varios licántropos han sido invitados a pasar el fin
de semana. Esta noche, sin embargo, solo estamos los tres en la mesa, y no tengo ni
idea de los asuntos de licántropo como para participar en la conversación. Intento
seguirles mientras hablan de fronteras, alianzas y otras manadas, pero es como
empezar una serie de televisión de la cuarta temporada. Demasiados puntos de la
trama, personajes, detalles de la construcción del mundo. Lo que puedo hacer es
apreciar las complejas dinámicas en juego durante la comida, y la forma experta en
que Lowe navega por ellas. Nadie menciona que mató a Roscoe, y lo agradezco.
Nos acompañan a nuestra habitación a primera hora de la mañana. Hay una
cama, lo que por suerte no dará lugar a ninguna situación extraña de compartir,
porque desapareceré en el armario en cuanto salga el sol. Le hago un gesto a Lowe
para que se siente y me llevo un dedo a los labios. Me mira confuso, pero obedece
sin rechistar, incluso cuando meto la mano en el bolsillo de sus jeans y saco su
teléfono. Para ser un Alfa, es sorprendentemente bueno haciendo lo que le digo.
Paso varios minutos barriendo el lugar en busca de micrófonos y cámaras, y
comprobando si hay redes Wi-Fi potentes bajo la mirada cada vez más divertida de
Lowe. Cuando no encuentro ninguna, capto su lastimera mirada de “debe ser difícil
vivir subyugado por este nivel de paranoia” y siento la tentación de extraer una bola
de pelusa del bolsillo y decirle que es un programa espía de última generación, solo
para tener razón por una vez.
Probablemente no lo sabría.
—¿Puedo hablar? ¿O quieres espiar más?
Te fulmino con la mirada.
—Tu chico de oro Alex me dijo que hiciera esto.
Sacude la cabeza con una pequeña sonrisa.
—Emery es más astuta que eso.
—¿Así que no vamos a contemplar la posibilidad de que nos degüelle mientras
dormimos?
—Por el momento.
162
—Mmm. —Reviso su teléfono para asegurarme de que no está siendo
rastreado. Es una ventana interesante y vagamente nostálgica a la vida de Lowe. No
es que esperara encontrarlo repleto de porno de mujeres mayores, pero sus sitios
web más visitados son noticias deportivas europeas y lujosas revistas de arquitectura
que parecen tan entretenidas como un atasco.
—Siento que tu equipo de béisbol vaya tan mal —le digo.
—Va bien —murmura, ofendido.
—Ajá, claro.
—Y es rugby. —Se levanta para recoger mi nevera portátil con sangre.
—En fin. Emery no parece tan mala.
—No, no parece. —Lowe abre la nevera, y luego el compartimento secreto
donde guardamos las herramientas que Alex me dio—. Mick ha estado recopilando
información sobre los ataques y sabotajes en territorio licántropo, y sugiere
abrumadoramente que ella está detrás de ellos. Pero también sabe que si me
desafiara abiertamente, no tendría ninguna oportunidad. Y es posible que varios de
los Leales ni siquiera sean conscientes del intento de secuestro. Puede que no sepan
que están en el lado malo de esta guerra.
Me quedo a su lado, comprobando que todo el equipo esté en perfecto estado.
—Padre solía decir que no hay bandos buenos o malos en una guerra.
Lowe se muerde el labio inferior, mirando pensativo las bolsas de sangre.
—Puede ser. Pero hay bandos de los que quiero formar parte, y otros de los
que no. —Levanta la vista, con los ojos pálidos a escasos centímetros de los míos—.
¿Necesitas alimentarte?
—Puedo hacerlo en el baño, ya que compartimos esta… —Miro a mi alrededor
el papel pintado de flores, la cama con dosel, el arte basado en paisajes—, cámara
matrimonial.
—¿Por qué usarías el baño?
—¿Supongo que lo encontrarás asqueroso? —Serena siempre decía que hay
algo repulsivo en oír tragar sangre, aunque al final se acostumbró. Lo entiendo: Puede
que yo sea un (vergonzosamente entusiasta) consumidor de mantequilla de
cacahuate, pero la mayoría de los alimentos humanos me dan arcadas. Todo lo que
requiera masticación debería lanzarse al espacio en una cápsula autodestructiva.
—Dudo que me importe —dice Lowe, y yo me encojo de hombros. No voy a
poner su entorno a prueba de niños. Ya es mayorcito y sabe lo que puede aguantar.
—De acuerdo.
163
Agarro la bolsa y hago un trabajo rápido. La sangre es demasiado cara —y
demasiado difícil de limpiar— como para arriesgarse a derramarla, por eso uso
pajitas. El proceso dura menos de dos minutos y, cuando acabo, sonrío para mis
adentros, pensando en la cena de tres horas a la que acabo de someterme y
sintiéndome superior.
Los licántropos y los humanos son raros.
—Misery.
La voz de Lowe es grave. Me deshago de la bolsa y, cuando lo miro, vuelve a
estar sentado en la cama. Tengo la impresión de que me ha estado mirando todo el
rato.
—¿Sí?
—Te ves diferente.
—Ah, sí. —Me giro hacia el espejo, pero sé lo que está viendo. Mejillas
sonrosadas. Pupilas hinchadas con un fino borde lila. Labios manchados de rojo—. Es
una cosa.
—Una cosa.
—Calor y sangre, ¿sabes?
—No.
Me encojo de hombros.
—Tenemos hambre de sangre cuando tenemos calor, y nos calentamos
después de alimentarnos. No durará mucho.
Se aclara la garganta.
—¿Qué más implica?
No sé qué pensar de este interrogatorio sobre la fisiología de los vampiros,
pero se mostró comunicativo cuando le pregunté lo mismo sobre los licántropos.
—Sobre todo eso. Algunos sentidos también están agudizados. —El olor de la
sangre de Lowe, pero también todo lo que lo hace ser él, es más agudo en mis fosas
nasales. Me pregunto si todavía huelo como él.
Lo que me hace pensar en lo que pasó antes.
No es que estuviera nunca lejos de mi mente.
—En el avión. Cuando me estabas marcando. —Espero que se muestre
avergonzado o desdeñoso. Se limita a sostenerme la mirada—. No es por hacer aún
más rara una situación, pero parecía que era...
—Lo era. —Cierra brevemente los ojos—. Lo siento. No quería aprovecharme.
—Yo... yo tampoco. —Me gustó tanto como a él. Más, probablemente.
164
—Es el acto. Es algo que suele ocurrir entre parejas, o en relaciones románticas
serias. Tiene una carga sexual intrínseca.
Oh.
—Cierto. —Estoy un poco mortificada por haber asumido que se sentía atraído
por mí. No porque piense que no soy atractiva, estoy buena, y que se joda, Sr.
Lumiere, por decir que parecía una araña, sino porque Lowe tiene a Gabi. Alguien en
quien está biológicamente programado para centrar toda su atracción.
—Nunca lo había hecho antes —dice—. No sabía que sería así.
Espera.
—¿Nunca lo habías hecho? ¿Nunca habías marcado a nadie?
Sacude la cabeza y empieza a quitarse las botas.
—Pero tienes una pareja. Lo dijiste.
Se mueve hacia el otro zapato. Sin levantar la vista.
—También dije que no siempre es recíproco.
—Pero la tuya sí, ¿verdad? Lo dijiste. —Gabrielle. Ella es la Colateral ahora,
pero antes, estaban juntas. Probablemente se conocieron en Zurich. Comían ese
queso con agujeros juntas, todo el tiempo.
—¿Lo hice?
Me tapo la boca con la palma de la mano.
—Mierda. No. —Atravieso la habitación hacia la cama, pero una vez sentada
junto a Lowe, no tengo ni idea de qué hacer.
¿Qué dijo el gobernador en la boda? Que el colateral era su pareja. Pero nunca
dijo que estuvieran juntos. De hecho, nadie en la manada actuó nunca como si Lowe
estuviera en una relación con ella. Ana nunca mencionó a Gabi, ni siquiera de pasada.
No había señales de ella en la habitación de Lowe.
Su pareja, dijo el gobernador, y tiene sentido que Lowe compartiera eso, para
garantizar que estaba entregando un valioso Colateral. Pero nadie dijo nunca que
Lowe fuera su pareja.
—¿Ella lo sabe? Que es tu compañera, quiero decir.
Una micro pausa, y luego sacude la cabeza. Como reafirmando una decisión.
—Ni la más mínima idea. Y no lo sabrá.
—¿Por qué no se lo dices?
—No la agobiaré con el conocimiento.
165
—¿Agobiarla? A ella le gustaría eso. Básicamente le estás jurando amor eterno
y eres un buen partido. Solía investigar todas las parejas de Serena en las aplicaciones
de citas; he visto lo que hay ahí fuera. La piscina es poco profunda. Por lo que sé, no
tienes antecedentes penales, una casa, un coche, una manada y... bueno, una esposa,
pero me encantaría ayudarte a aclararlo. —Me pregunto por qué estoy siendo tan
proactiva en esto. No soy de los que quieren entrometerse en la vida amorosa de los
demás, pero... tal vez tenga que ver con esta sensación de pesadez en el fondo de mi
estómago. Tal vez estoy compensando mi decepción irracional con entusiasmo—.
Sinceramente, estará encantada. —Ella es la actual Colateral, probablemente esté tan
perfectamente auto inmolada como él, y… algo se me ocurre—. ¿Es por tu hermana?
¿Crees que no aceptará a Ana?
Exhala una carcajada y va a guardar los zapatos.
—Todo lo contrario. Ana también estaría encantada. —Comprueba que la
puerta está cerrada y vuelve a la cama—. Acércate —ordena, señalando el lado de la
cama más alejado de la entrada.
Obedezco sin dudar.
—¿Y si ella siente lo mismo por ti?
—No puede.
El colchón se hunde con su peso. Se tumba hacia atrás, aún con los jeans y la
camiseta puestos. Cruza los brazos sobre el pecho y hunde la nuca en la almohada.
La cama es king-size y todavía un poco corta para él, pero no se queja.
—Tal vez ella no tiene el hardware. Quizá no sienta la misma atracción
biológica hacia ti que tú sientes hacia ella. Pero aún podría desarrollar sentimientos.
—Me quito los zapatos y me arrodillo a su lado. ¿Se va a dormir?—. Aún podrías salir
con ella.
—Seguimos hablando de esto —balbucea sin abrir los ojos.
—Sí.
—¿Y ahora?
—Sí. —No, no voy a examinar mi interés en el tema—. Francamente, es un poco
infantil, esta actitud tuya de todo o nada. Todavía podrías tener un...
Se apoya en el codo. Un segundo estoy contemplando su rostro apuesto y
relajado, al siguiente sus ojos se clavan en los míos y puedo sentir su aliento, cálido
sobre mis labios. Todavía saben ligeramente a sangre.
Algo se carga entre nosotros. Algo palpable.
—¿Crees que la razón por la que no se lo diré es que una pequeña parte de ella
no sería suficiente? —gruñe—. ¿Crees que me importaría, si ella me amara menos de
166
lo que yo la amo? ¿Que es una cuestión de orgullo para mí? ¿De codicia? ¿Es por eso
que piensas que soy infantil?
Abro la boca. Una oleada de calor, vergüenza, confusión, algo más, me recorre
el cuerpo.
—Yo…
—Piensas, pero no sabes. No sabes nada de lo que es encontrar a tu otra mitad
—continúa, con voz grave y aguda—. Aceptaría cualquier cosa que ella decidiera
darme, la fracción más pequeña o su mundo entero. La tomaría durante una sola noche
sabiendo que la perdería por la mañana, y me aferraría a ella y nunca la soltaría. La
tomaría sana, o enferma, o cansada, o enfadada, o fuerte, y sería mi puto privilegio.
Me quedaría con sus problemas, sus dones, su humor, sus pasiones, sus bromas, su
cuerpo... me quedaría con todo, si ella decidiera dármelo.
El corazón me late en el pecho, en las mejillas, en la punta de los dedos. He
olvidado cómo respirar.
—Pero no le quitaré nada. —Sus ojos se apartan de los míos y recorren mi cara.
Se detienen en el escote de mi vestido. Esta noche llevo nuestro anillo de boda como
collar, y él observa cómo desaparece en la curva de mis pechos. Su mirada se
detiene, pausada, durante lo que parecen horas, pero que probablemente sea un
breve instante. Luego vuelve a subir—. Por encima de todo, no le quitaré su libertad.
No cuando tantos otros ya lo han hecho.
Esa energía agresiva entre nosotros se disipa tan rápido como se formó,
fundiéndose como la sal en el agua. Lentamente, cómodamente, con una última
mirada a mis labios, Lowe se acomoda de nuevo en la cama. Sus brazos suben hasta
encajarse detrás de su cráneo.
—No lo admitiría, puede que ni ella misma se diera cuenta, pero es el tipo de
persona que se sentiría en deuda conmigo. Pensaría que la necesito. Cuando lo que
realmente necesito es que sea feliz, ya sea conmigo, sola o con otra persona.
Sus ojos vuelven a cerrarse. Consigo tragar un poco de aire y veo cómo su
cuerpo se relaja y pasa de una línea tensa y furiosa a una fuerza suave.
Estoy totalmente avergonzada. Y otras cosas que probablemente no pueda
articular. Me tiemblan las manos, así que aprieto el edredón de algodón con los
puños.
—Lo siento. Estuve fuera de lugar.
—Mis sentimientos son míos. No los de ella.
No puedo evitarlo. Me relamo los labios y digo:
—Es que...
—Misery.
167
Es ese tono otra vez. El tono Alfa. El que me hace querer decirle que sí, una y
otra vez.
—Lo siento —repito, pero creo que estoy perdonada. Creo que Lowe es
simplemente una persona demasiado grande para guardar rencores. Creo que Lowe
tiene demasiados malditos principios para su propio bien, y no merece que le rompan
el corazón, o que le dejen la vida a medias—. ¿Debería retirarme al armario
avergonzada? ¿Para que no tengas que verme?
Su boca se tuerce. Definitivamente perdonada.
—Puedo girarme hacia el otro lado.
—Bien. ¿Tendrás que... aromatizarme otra vez? ¿Mañana?
Su sonrisa desaparece.
—No. El mensaje se transmitió. Creen que ahora eres importante para mí.
—De acuerdo. —Me rasco la sien y no rumio el hecho de que haya dicho
“creen” en vez de “saben”. Debería prepararme para ir a la cama. Pronto saldrá el
sol. Pero es una oportunidad tan rara de estudiar a Lowe a voluntad. Es tan, tan guapo,
incluso para mí, alguien que es tan diferente, tan crónicamente raro, que rara vez se
me concede el privilegio de notar estas cosas en los demás. Y sin embargo, cuanto
más lo conozco, más magnético me parece. Único. Genuinamente decente, en un
mundo en el que nadie parece serlo.
Y estoy convencida de que su compañera estaría de acuerdo conmigo, pero no
voy a insistir en el tema. Incluso si no puedo imaginar a nadie rechazándolo. Incluso
si he desarrollado una atracción hacia él, y ni siquiera soy de su especie.
—Puedes cambiarte antes de dormir. Voy a mantener mis manos lejos de ti,
incluso si tu pijama tiene lindas gotitas de sangre.
—No voy a dormir —murmura.
Frunzo el ceño.
—¿Es cosa de licántropo? ¿Solo duermes cada tres días?
—Es una cosa mía.
Aparto los ojos de sus labios carnosos.
—Sí. El insomnio. Cuando éramos adolescentes, Serena era igual.
—¿Sí?
No ha movido ni un músculo, pero parece realmente interesado, así que
continúo.
168
—Tenía pesadillas horribles que nunca podía recordar. Probablemente algo
que le ocurrió en los primeros años de su vida; no tenía ningún recuerdo de esa
época.
—¿Y qué hacía?
—No dormía. Siempre parecía agotada. Estábamos preocupadas, la Sra.
Michaels y yo, que en aquel momento era nuestra cuidadora, y una buena persona.
Probamos con máquinas de ruido blanco. Pastillas. Esas luces rojas que deberían
haber facilitado la producción de melatonina pero que solo hacían que la habitación
pareciera un burdel. Nada funcionó. Y entonces encontramos la solución por
casualidad, y era el truco más sencillo.
—¿Qué era?
—Yo. —El cuerpo de Lowe se tensa—. Lo que ella necesitaba era alguien de
confianza, a su lado. Así que me quedaba en su habitación. Y la rascaba.
—La rascabas. —Suena escéptico.
—No… Sí, pero no lo que piensas. Es solo como lo llamamos. —Levanto la mano
hacia su frente y, tras una pequeña vacilación, apoyo la palma en su cabello. Está al
mismo tiempo erizado y suave, no lo bastante largo como para pasar los dedos por
él. Lo acaricio un par de veces, dejando que mis uñas rocen suavemente su cuero
cabelludo, lo suficiente para darle una idea de lo que Serena solía disfrutar, y luego
me retiro.
Sus manos se elevan como un rayo.
No abre los ojos, pero sus dedos se cierran alrededor de mi muñeca con una
precisión mortal. El corazón me da un vuelco en el pecho —mierda, me he pasado—
hasta que lleva mi mano a su cabeza, como si quisiera que...
Oh.
Oh.
No me suelta hasta que reanudo el rascado. Una bola de algo se me hincha en
la garganta.
—Tienes mucha más suerte —le digo, con la esperanza de que una broma lo
desinfle.
—¿Por qué? —grazna.
—Acabo de alimentarme. Reduce la sensación pegajosa y fría con la que
Serena tenía que lidiar.
No sonríe, pero su diversión nos envuelve. Lleva el cabello oscuro corto, muy
corto, y me pregunto si se lo corta así porque es más fácil de mantener, no tiene que
peinárselo nunca. Pienso en lo mucho que he investigado sobre los mejores cortes
169
para ocultar mis orejas, en cómo Serena disfrutaba comprando ropa y maquillaje que
se adaptaran a su estado de ánimo. Y luego imagino a Lowe sin tiempo para hacer
nada de eso. Sin tiempo para sí mismo.
Como dijo Juno, toda su vida es sacrificio. Se le pidió tanto, y siempre dijo sí,
sí, sí.
Oh, Lowe. No me extraña que no puedas dormir.
—No eres un esposo tan terrible como podrías ser —digo sin ninguna razón en
particular, sin dejar de acariciarlo—. Lamento que hayas tenido que renunciar a toda
tu vida por tu manada.
Esta vez definitivamente sonríe.
—Tú hiciste lo mismo.
—¿Qué? —Inclino la cabeza—. No.
—Pasaste años entre los humanos, sabiendo que si se rompía una tregua muy
endeble, serías la primera en morir. Luego pasaste más años construyendo una vida
entre los humanos y ahora estás aquí, habiendo renunciado a eso. Haciendo cosas por
tu gente, por la que dices preocuparte tan poco.
—No es por ellos, por Serena.
—¿Sí? Entonces, ¿cuál es tu plan, después de encontrarla? ¿Huir juntas?
¿Desaparecer? ¿Mandar al caos la alianza entre vampiros y licántropos?
No es que no haya pensado en ello. Es que no me gusta pensar en la respuesta.
—Este matrimonio es solo por un año —digo.
—¿Sí? Misery, creo que deberías preguntarte algo. —Suena más cansado de lo
que nunca le he oído.
—¿Qué es eso?
—Si Serena no hubiera desaparecido, ¿habrías sido capaz de decirle que no a
tu padre? ¿O habrías acabado en este matrimonio de todas formas?
Pienso en ello durante mucho, mucho tiempo, observando cómo mis dedos
trazan patrones en el cabello de Lowe. Y cuando creo que tengo una respuesta, una
respuesta frustrante y deprimente, no la digo en voz alta.
Porque Lowe, que padece algo que definitivamente no es neumonía, respira
suavemente y se ha sumido en un sueño tranquilo.
170
CAPÍTULO 16

La ha estado imaginando durante sus baños. Ha tenido pensamientos sucios e inconfesables.


Está demasiado cansado para mantenerlos a raya.

Al día siguiente, Lowe desaparece para dedicarse a sus cosas. Me despierto a


última hora de la tarde con vagos recuerdos de haberme metido en el armario
empotrado, y encuentro una nota metida debajo de las puertas. Es un trozo de papel
blanco, doblado una vez y luego otra.
Salí a correr, dice.
Y, en una nueva línea: Pórtate bien.
Seguido por: L. J. Moreland.
Resoplo. Por razones poco claras, no lo tiro a la papelera, sino que lo meto en
el bolsillo exterior de la maleta.
Me preparo un baño y me meto en el agua tibia. Aferrarme a trozos de basura
es una tontería, pero lo digo sinceramente: es lo que Serena solía hacer con los
envoltorios de las chocolatinas de importación. Una maniobra maníaca, en mi humilde
opinión, la forma en que los clavaba en la pared. Un método infalible para detectar a
un futuro asesino en serie, junto con la piromanía y la tortura de animales pequeños.
«Cuando miro los envoltorios, recuerdo el sabor» me lo dijo cuando teníamos trece
años y yo intenté tirarlos. Eso me llevó a poner los ojos en blanco, lo que nos llevó a
no hablarnos durante dos días, lo que me llevó a ensuciar de forma pasivo-agresiva
nuestros espacios comunes con bolsas de sangre usadas, lo que nos llevó a las
moscas, lo que nos llevó a un enfrentamiento explosivo en el que ella no podía decidir
si llamarme sanguijuela o zorra y soltó “Zorguijuela” lo que nos llevó a partirnos de
risa y a recordar que nos agradábamos.
—¿Misery? —La voz de Lowe me hace retroceder. Tengo la mirada perdida en
las baldosas, con una leve sonrisa en los labios—. ¿Dónde estás?
—¡Baño!
—¿Estás vestida?
Miro hacia abajo y muevo la espuma estratégicamente.
171
—Sí. —La puerta se abre un momento después.
Lowe y yo nos miramos desde el otro lado de la habitación —él parpadea, yo
lo miro fijamente— con expresiones de estupefacción similares. Se aclara la garganta,
dos veces. Entonces recuerda que mirar hacia otro lado es una opción.
—Dijiste que estabas vestida.
—Llevo mi espuma de modestia. Tú, en cambio.
Frunce el ceño.
—Llevo mis jeans.
Además de una saludable capa de sudor, y nada más. Las cortinas están
cerradas, pero son transparentes. La luz que entra es cálida y tiñe la piel de Lowe de
un bonito dorado: sus anchos hombros, su pecho ancho y muy musculado. Todavía
brilla con el rubor de estar al aire libre, en la naturaleza, y parece sano, incluso con
más cicatrices de las que debería tener alguien de su edad: rayas estrechas y finas y
torceduras nudosas. Así que me gusta mirar a mi marido, que es de otra especie y está
destinado a ser la pareja de otra persona. Como quieras. Llévame a juicio. Embarga mis
bienes inexistentes.
—Pasaré por alto tu desnudez si tú pasas por alto la mía —ofrezco.
Lowe sube la mano para frotarse la nuca.
—Me quité la camiseta antes de cambiar y la perdí. Déjame encontrar una
limpia.
—No me importa. Además, estás sudado y asqueroso.
Su ceja se arquea.
—¿Asqueroso?
Me encojo de hombros, lo que tal vez hace perder la espuma. No estoy segura,
ni voy a comprobarlo, ya que la respuesta podría ser mortificante.
—Entonces, ¿fuiste a retozar en el barro con Emery?
Resopla.
—Con Koen. Llegó temprano esta mañana.
—Eso suena divertido. —Pudo pasar un par de horas con alguien a quien
claramente quiere y en quien confía. Bajar la guardia.
—Lo fue.
Debe ser por eso que sus ojos bailan, a la vez infantiles y animados. Por eso
parece más joven que anoche. Por eso, cuando entra y se sienta a mis pies, en el
borde de la bañera, parece que ha estado sonriendo.
—Sabes —musito, relajándome en el agua—, creo que quiero verte.
172
Se mira el cuerpo.
—Quieres verme.
—No, desnudo no.
Ladea la cabeza, confundido.
—Como un lobo.
Su—: Ah… —es suave y divertido.
—¿Puedes cambiar rápidamente? ¿Ahora mismo? Pero mantén la distancia, por
favor. Los animales tienden a odiarme.
—No.
—¿Por qué? —Me siento erguida, cubriéndome los pechos con los brazos—.
Oh, Dios mío, ¿el cambio duele?
—No. —Parece ofendido.
—Uf. ¿Cuánto tarda?
—Depende.
—¿Cuánto tardas en promedio?
—Unos segundos.
—¿Es otra cosa Alfa? ¿Y tus proteínas motoras son suuuuper dominantes?
Su mirada me dice que voy por buen camino.
—Cambiar no es un truco de fiesta, Misery.
—Está claro que tampoco es un asunto supersecreto, porque he visto a Cal
como... —jadeo—. Ya lo capté.
—¿Captaste qué?
Sonrío. Saco los colmillos.
—No quieres enseñármelo porque tu pelaje de lobito es color fucsia.
—No pelaje de lobito, solo pelaje.
Le salpico con el pie.
—¿Es morado?
Se estremece y cierra los ojos.
—¿Es brillante? —Salpico un poco más—. Tienes que decirme si es brillante...
Sus dedos se cierran alrededor de mi tobillo.
—¿Has acabado? —Se frota los ojos con el dorso de la mano que tiene libre y
termina húmeda.
173
Mi pantorrilla está pálida contra la piel de Lowe, resbaladiza por el agua y la
espuma del jabón. Cuando se le resbala el agarre, gira la muñeca para ajustarlo, y se
convierte en algo más parecido a una caricia.
De acuerdo.
Así que...
Nos hemos estado tocando mucho, desde ayer.
Nos estamos tocando mucho.
—Sobre esta noche… —empieza. Nuevo tema, pero su mano se mantiene firme
en su lugar—. Hablé con Koen. Él nos dará algo de tiempo. Distraerá a Emery.
—¿Cómo?
—Ya veremos. Koen es un pensador creativo.
—¿Sabe lo que estamos planeando?
—Todavía no. —Baja mi pie atrapado al agua, pero no me suelta el tobillo, como
si no confiara en que me comportara. O como si no quisiera—. Puede que sospeche,
pero sabe que es mejor no preguntar. Negación plausible.
—Sabio. Oye, ¿por qué está Koen aquí?
—Emery es la hermana de su madre.
—¿Su tía?
—Correcto. Ella estaba originalmente en la manada Noroeste, luego se mudó
cuando conoció a Roscoe. Por eso me enviaron con él.
—Vaya. ¿Y aun así va a ayudarte?
—No es fan de Roscoe. O de su propia familia.
Me identifico.
—Después de cenar, entonces.
—Vas a decir que necesitas alimentarte.
—Y tú vendrás conmigo porque eres mi preocupado y posesivamente
protector marido Alfa, y yo tengo pésimos dotes de orientación. Lo único que tenemos
que hacer es llegar a la oficina, colocar los dispositivos y largarnos. —Me muerdo el
labio inferior—. También podría hacerlo sola.
—No voy a enviarte allí por tu cuenta.
Creo —no estoy segura, por el agua, la espuma y la pura improbabilidad— que
Lowe podría estar rozando con la punta de los dedos el arco de mi planta del pie.
Una alucinación táctil.
174
—Eres una vampira. Si los guardias de Emery te encuentran, atacarán primero,
harán preguntas después. —Aprieta los labios—. Quédate cerca, ¿de acuerdo?
—Puedo luchar —le digo. Para darle una salida. Para evitar pensar en lo que
está pasando bajo el agua.
—No me importa. No voy a correr el riesgo, no contigo.
No sé si sentirme halagada o indignada. Así que opto por un rotundo:
—Okey.
Asiente y finalmente me suelta. Observo el juego de sus omóplatos mientras se
aleja y saboreo el brillo que su piel deja en la mía durante mucho tiempo después de
que se haya ido.

Koen es un idiota, de la forma más deliciosa y divertida. Parece tener


preferencias claras, opiniones firmes y poco interés en guardárselas para sí mismo.
—Agradezcamos todos a Lowe la oportunidad de no tener que escuchar esta
noche uno de los desquiciados desvaríos de Roscoe —proclama en voz alta mientras
toma asiento en la mesa. Casi me atraganto con mi saliva, pero nadie más parece
preocupado de que una pelea pueda estar a punto de estallar, ni siquiera Emery.
Me alivia saber que no me odia. Todo lo contrario: cuando nos encontramos,
me tira del hombro y me abraza como un oso. Me pregunto si sabe que soy una
vampira o que Lowe y yo no estamos casados. Debe de tener unos diez años más que
nosotros, entre hermano mayor y figura paterna para Lowe. Pero antes de la cena,
cuando los vi hablar —dos hombres altos que llevaban camisas idénticas e
intercambiaban palabras tranquilas y cómodas—, el afecto y el respeto mutuos eran
evidentes.
Y sin embargo, son tan diferentes como la noche y el día. Lowe puede ser
distante a veces, pero hay algo fundamentalmente amable en él, desinteresado y
paciente. Koen es descarado. Seguro de sí mismo. Un poco despiadado. No es un
admirador de Emery, y está dispuesto a declararlo de la forma más contundente
posible.
Otros invitados son más familiares, y algunos antiguos comandantes de Roscoe
que decidieron permanecer neutrales durante el cambio de liderazgo. La mayoría
parece haberse dado cuenta de que Lowe es su mejor apuesta, o quizá simplemente
están seducidos por lo que quiera que sea su magia Alfa, y actúan con deferencia,
pero uno de ellos —John— lleva un collar con un frasco de algo morado que se parece
mucho a la sangre vampírica. Cuando Lowe se da cuenta, se queda mirándolo
fijamente durante un buen rato, lo suficiente como para que yo esté segura de que va
175
a estallar una pelea, y me veo echando mano a uno de los cuchillos para carne, por si
acaso. Al cabo de un rato, John baja la mirada —una muestra de sumisión como nunca
he visto— y la tensión en la habitación parece desinflarse.
La próxima vez que lo veo, el collar ya no está.
El tema de las nuevas alianzas con los vampiros y los humanos surge en la mesa,
y la única persona que plantea objeciones es Emery.
—He oído que tú y el nuevo gobernador humano electo se han estado...
reuniendo —le dice a Lowe.
—Maddie García, sí.
—¿Realmente pretendes establecer una alianza con...?
—Está hecho —dice, con los ojos clavados en los de ella—. Hay detalles que
afinar, pero los licántropos y los humanos van a ser aliados en cuanto comience su
mandato.
Emery se recompone.
—Por supuesto. Pero ¿no es una ofensa a la memoria de los licántropos que
lucharon y murieron en las guerras contra las otras especies? —pregunta, con el tono
de alguien que solo está haciendo una pregunta inocente.
Amanda, una joven que vino con Koen y está sentada frente a mí, pone
teatralmente los ojos oscuros en blanco. Cuando me sonríe, le devuelvo la sonrisa.
—No es mi intención, pero si lo fuera, sigue siendo preferible a que mueran
más miembros de mi manada. —Lowe hace hincapié en la palabra mi, un recordatorio
no tan sutil.
—Entiendo la presión por un alto el fuego, supongo. —Sus ojos parpadean
hacia mí—. ¿No te preocupa lo que esto pueda significar para tu manada, Koen? Los
humanos bordean tu territorio.
—No. —Koen le da un mordisco a su filete. Lowe y él discutieron como un viejo
matrimonio sobre quién se comería el mío, así que decidí dárselo a Amanda. Mira,
Serena, estoy haciendo amigos—. No todos vivimos para crear conflictos de mierda
con otras especies, Emery.
—Ciertamente. Algunos de ustedes incluso tienen cónyuges vampiros. —Su
tono es frío. Aquí estaba yo, pensando que aprobaba nuestro amor.
—Algunos tenemos suerte —dice Lowe, con un tono sincero, como si nuestro
matrimonio fuera uno de sus mayores logros, la culminación de años de amor
profundamente arraigado. Buen actor—. ¿Necesitas alimentarte? —me pregunta,
volviéndose hacia mí, con voz instantáneamente más íntima, y sí.
Gran actor, gran sincronización.
176
—Por favor. —Sonrío con adoración a mi cariñosa compañero, fingiendo no
darme cuenta de las miradas de asco que nos rodean.
Me sostiene la mirada y murmura:
—Vamos, entonces. —Salimos del comedor justo en el momento en que Koen
llama a John—: cara de verga.
—¿Le gusta hacer enemigos? ¿Iniciar peleas? ¿Ver arder el mundo?
—Koen es grandioso en… —Lowe busca las palabras adecuadas—. Honestidad
sin filtros.
No me digas.
—¿A quién desafió? Para convertirse en Alfa, quiero decir.
—A nadie. Su madre fue Alfa antes que él. Cuando ella murió, Koen
simplemente ascendió.
—Qué deliciosamente monárquico. ¿Y a la manada le pareció bien?
—No a todos.
—¿Y?
Su mano presiona mi espalda baja, pidiéndome sin palabras que gire a la
derecha.
—Hubo retadores.
—¿Y?
—Ha sido Alfa durante más de una década, ¿no?
—Mmm. Cierto. ¿Él y Amanda se acuestan?
—Ella es su comandante.
—Bueno, ¿y se acuestan?
Una breve pausa.
—Tradicionalmente, el Alfa de la manada del Noroeste hace voto de celibato.
Oh, Dios.
—¿Y tú?
Lowe niega con la cabeza.
—Aunque parece que sí —murmura, justo cuando llegamos al despacho.
Inmediatamente me desengancho un alfiler de la nuca y me arrodillo delante de la
cerradura, dejando que el vestido me suba por los muslos. Unos segundos después,
abro la puerta con una floritura de mayordomo.
—¿Qué? —susurro, notando la comisura de los labios de Lowe.
177
Entra primero, mira la habitación y me hace un gesto para que entre.
—Te imagino haciendo lo mismo... —Cierra la puerta y enciende la luz. Veo
una chimenea tan grande que podría alojar cómodamente a una familia mediana, y
una cantidad sospechosa de decoración de pared con cuernos—. Entrando en mi
habitación.
—Ah. Cierto. —Me estremezco—. Sobre eso, siento que...
—¿Revisaste mi ropa interior?
—Sí, eso.
Señala el ordenador que hay sobre la mesa con una pequeña sonrisa, y yo me
dirijo hacia allí, dejando de lado la cornamenta, contenta de tener otra cosa en la que
concentrarme.
—Esconderé tu olor, pero asegúrate de tocar lo menos posible —me recuerda.
No tenemos mucho tiempo, así que asiento y me doy prisa. Lowe ya ha puesto
micrófonos en varios lugares de la casa, pero lo que estoy haciendo nos permitirá
rastrear y examinar cualquier comunicación de todos los dispositivos de Emery. Y
como no tiene un Alex, nunca se dará cuenta.
—¿Necesitas algo de mí? —Lowe pregunta mientras me cuelo en la red, con
voz grave.
Asiento entre tecleos.
—Prepara el Ubertooth y pásame la tortuga LAN. —Resoplo ante su horrorizada
expresión de “no-sabía-que-el-ensayo-era-para-hoy-y-mi-perro-se-lo-comió”—.
Estaba bromeando. Mantén la guardia.
—Gracias, joder. —Su alivio podría arrancar la batería de un camión—.
¿Cuánto tiempo necesitas?
—Seis minutos, máximo. ¿Demasiado tiempo?
—No. Dudo que sepan lo poco que tardas en alimentarte.
Lo fulmino con la mirada.
—Vaya, gracias.
—¿Te di un cumplido? —Su cabeza se inclina confundida.
—¿No fue así?
—No intencionadamente.
—¿No estabas tratando de decir que soy de bajo mantenimiento?
—No.
178
—Qué pena. —Agacho la cabeza y tecleo rápidamente el código—. Bueno,
rescindiré mi cálida aceptación de tu no-elogio.
—Si crees que era eso, necesitas otros mejores.
—¿Mejores qué?
—Elogios.
Levanto la vista una vez más. Me mira fijamente, con los ojos a medio camino
entre ilegibles e indescifrables.
—¿Qué quieres decir?
—Necesitas que te digan las cosas correctas. —Se encoge de hombros
despreocupadamente, pero el movimiento parece lo contrario de despreocupado—.
Que eres inteligente, increíblemente hábil en lo que haces y valiente. Que a pesar de
tu extraña creencia de que no tienes corazón, te preocupas más que nadie que haya
conocido. Que eres tan resistente, que no puedo entenderlo. Que eres muy... —Hace
una pausa. Se moja los labios. Mi corazón se acelera—. Muy hermosa a la vista.
Siempre tan hermosa. Y eso...
Se detiene bruscamente, levantando la palma de la mano. Sus hombros se
tensan, cambiando a una vigilancia aguda.
—Alguien viene —susurra.
—¿Emery? —susurro. No puedo distinguir ningún ruido, pero licántropo oye
mejor que yo.
Lowe sacude la cabeza, y dos segundos después yo también las oigo. Voces.
Dos voces. Dos hombres, bajando las escaleras.
—Los guardias de Emery —dice, apenas audible.
La posibilidad de que me atrapen me paraliza. Entonces me viene a la cabeza
la imagen de Ana, la forma en que Emery intentó llevársela, lo terriblemente que
podría haberla herido, y el miedo, el verdadero miedo me atraviesa como una lanza.
No podemos volver a casa con las manos vacías.
—No lo hagas —susurro cuando Lowe está a punto de apagar el ordenador. Los
pasos suenan aterradoramente cercanos—. Solo necesita un par de minutos más.
—Si entran y nos encuentran...
—No lo harán. —Apago el monitor—. Y nosotros...
Tengo una idea, pero es más fácil mostrarla que explicarla, así que agarro a
Lowe de la mano y tiro de él para acercarme, caminando hacia atrás hasta chocar con
una de las columnas cuadradas a los lados de la chimenea. El cliché casi hace que me
duelan los dientes, y si los guardias de Emery saben algo de medios de comunicación,
179
aunque solo sea a un nivel de tercer grado, no se lo van a tragar. Pero puede hacernos
ganar un par de minutos, y eso es lo que importa.
—Bésame —le ordeno, atrayéndolo más hacia mí. Necesita estar dentro de mi
espacio, dominándome.
—¿Qué? —La frente de Lowe es un surco profundo.
—Imaginemos que estamos recién casados y nos pusimos, no sé, cachondos,
y... —Y terminamos en una oficina al azar. Tal vez somos pervertidos. Tal vez somos
idiotas. Tal vez somos patéticos.
Mierda, los guardias nunca van a caer en eso. Y ya vienen.
—Creen que te estás alimentando —sisea Lowe desde arriba. Si pudiera
dedicar alguna neurona a no entrar en pánico, pondría los ojos en blanco.
—Lo sé, pero ya que estamos aquí, y ellos están básicamente aquí...
—Aliméntate. De mí. —Parece muy serio.
—¿Qué?
—Imagina que para eso hemos venido.
—¡No! Es...
En realidad, una idea bastante buena. Una muy buena idea, incluso. Aún no
explica por qué estamos aquí. Podríamos decir que nos perdimos y fue la primera
puerta sin llave que encontramos.
—De acuerdo. —Asiento. Los pasos se acercan—. Inclina el cuello, fingiré que
bebo de tu vena.
—Misery. —Sus ojos se clavan en los míos—. Tienes que morderme.
—¿Por qué?
—Son licántropos. Van a ser capaces de olerlo si no estás bebiendo de verdad.
—¿Qué? ¿Qué? Yo nunca...
—Misery —ordena Lowe, o quizá es una súplica, o quizá mi nombre es solo una
palabra que le gusta decir, una palabra en la que le gusta pensar.
Un segundo después, mis colmillos se hunden en la vena de la base de su
cuello.
Dos segundos después, se abre la puerta del despacho.
180
CAPÍTULO 17

A pesar del último año, él siempre se sintió cómodo con el sexo y todo lo que conllevaba. Sabía
lo que le gustaba y sabía cómo conseguirlo. Estaba contento.
Ahora ya no recuerda cómo era la satisfacción.

Es sorprendente lo bien que va todo, sobre todo teniendo en cuenta lo novatos


que somos en esto.
Está Lowe, que no puede tener ni idea de qué esperar. Estoy yo, una vampira
notoriamente mala en ello. Y luego hay algunas circunstancias de mierda. Como lo
maltratados que estamos a punto de ser.
Y sin embargo, aun sin saber qué hacer, sé exactamente qué hacer. Sé pasar la
punta de mi nariz por la base de su garganta para encontrar el punto perfecto. Sé
detenerme donde su sangre huele más dulce y su piel forma el velo más fino. Sé
apretar mis labios contra su carne en un breve y complaciente momento de silenciosa
gratitud. Y, sobre todo, sé morder sin ningún atisbo de duda, vacilación o miedo.
Puede que mis caninos no estén acostumbrados, pero son muy afilados, guiados por
el instinto si no por la experiencia. Y tras un breve momento suspendido de
desorientación chillona, la sangre de Lowe llena mi boca.
No se parece a nada que haya probado antes. Y no porque solo me haya
alimentado en de bolsas frías y refrigeradas, y en comparación, esto parece ardiente
como el fuego. Creo que tiene que ver con el hecho de que...
El hecho de que sea Lowe. Y su sangre sabe a sangre, sí, pero también es
picante, cobriza, una emoción en la parte posterior de mi lengua. Su sangre sabe a su
olor, a sus sonrisas y a sus manos sobre mi piel. Como la seriedad con la que mira a
lo lejos y se frota la mandíbula cuando se preocupa por Ana. Su sangre es todo lo que
él es, y yo estoy bebiendo de ella. Es el momento más delicioso, más estremecedor,
más interior de toda mi vida.
Y entonces las primeras gotas llegan a mi estómago, y todo cambia.
A escasos metros de nosotros, están ocurriendo cosas. Las oigo distante,
soñadoramente: jadeos; una conversación frenética y silenciosa que incluye palabras
181
como Lowe, y esposa, y alimentación; una disculpa apresurada y aterrorizada; una
puerta que se cierra de golpe. Pero solo puedo pensar en...
—Misery —gruñe Lowe.
Calor. Estoy febril y maravillosamente caliente. Y vacía. Y reventando. Y
mareada. Licuándose. Y siento que necesito, necesito, necesito.
Necesito más. Necesito que Lowe esté más cerca.
—Misery —respira.
No sé cuándo, pero mis manos han subido hasta sus hombros. Gimo en su
cuello, incapaz de contenerme. Quiero meterme bajo su piel. Quiero que él se deslice
bajo la mía. Quiero darle hasta lo último que me pida.
—Joder. —Su respiración es superficial contra mi sien. Pero creo que lo
entiende, porque hace exactamente lo que yo no soy capaz de suplicar: su mano baja
por mi columna hasta tocarme el culo y me sujeta contra sí mientras mis piernas lo
envuelven. Mis pechos pesan y duelen, me palpita el corazón y una alarma en la
cabeza me dice que debería parar, que estoy bebiendo demasiado. Se hace el
silencio en el momento en que Lowe enreda sus dedos en el espeso cabello de mi
nuca y ordena—: Toma más.
Gimo un dichoso zumbido en su piel. Algo húmedo y ansioso estalla en mi
interior, se derrama en mi estómago.
—Misery. Misery. —Acuna mi cabeza en su cuello. Se agacha contra mí de una
forma que no parece del todo voluntaria—. Toma todo lo que necesites.
Me aferro a él como si fuera a morir si me soltara, desesperada por la fricción.
Mis caderas se muelen contra sus abdominales, buscando alivio, y cuando el contacto
es agradable, necesito más. Más sangre, más Lowe, más sensación de estiramiento,
balanceo y tensión dentro de mí.
—Voy a… joder. —Su voz es un rumor grueso y urgente contra mi oído—.
Misery, déjame... —Un sonido ahogado y sucio sale de su garganta. Está duro como
una roca, y cuando me levanta más alto, con las yemas de los dedos apretadas contra
mi culo, tratando de empujar contra el punto perfecto en mí, casi pierdo contacto con
su vena. Casi. Suelto un gemido lastimero y necesitado mientras me retuerzo contra
su polla.
—Lo sé —murmura, tranquilizador, autoritario—. Lo sé. Pórtate bien, voy a...
Las primeras sacudidas de placer me golpean tan fuerte, tan de repente, que
no puedo procesarlas. La espalda se me arquea, los hombros me tiemblan, el cuerpo
me da espasmos, y durante un largo segundo me quedo ahí, estirada, sin cuerpo,
hasta que algo hace clic y el orgasmo estalla en mi interior, dejándome sin aliento. El
placer es agudo, fuerte, luminoso, lo consume todo. Estalla hacia todo, y luego se
182
duplica, y luego vuelve a hincharse hasta que todo lo demás desaparece, y me corro,
y me corro, y me corro, hundiéndome en su marea durante segundos, minutos, siglos.
Luego, lentamente, se reduce a réplicas que me recorren el cuerpo y me lamen la
columna vertebral.
Me alegro de que Lowe me esté inmovilizando contra la chimenea, porque he
perdido el control de mis extremidades. Se me corta la respiración y jadeo en su vena
aún abierta. Estoy...
Su vena. Su preciosa y hermosa vena.
En este momento no soy capaz de pensar racionalmente, pero me inclino hacia
delante y chupo las heridas que he abierto, luego las lamo como un gatito, rescatando
hasta la última gota verde. Es un automatismo, algo escrito en mis genes, y Lowe
parece disfrutarlo también. Irradia una intensa satisfacción. Sus grandes manos se
agarran a mis caderas. Murmura suaves y complacidos elogios contra mis pómulos.
La sangre deja de filtrarse y su piel se cierra. Me retiro sintiéndome sumamente
satisfecha, rebosante de orgullo por un trabajo bien hecho. Estoy llena. Saciada. Feliz.
Me siento fuerte y caliente por todas partes, cómoda de una forma que no había
experimentado antes, y todo gracias a Lowe, a su poderosa sangre, a la forma en que
su pesado aliento me roza la piel...
Oh, Dios.
Lowe.
—Yo… —Empujo contra sus hombros, y él no reacciona inmediatamente—.
Suéltame.
Es todo lo que hace falta. Me baja suavemente hasta que mis pies están en el
suelo y luego intenta dar un paso atrás, pero no lo dejo. Me aferro a su camisa,
siguiendo su retirada.
—Misery.
Soy físicamente incapaz de renunciar a él.
—Misery.
Su voz ronca me saca de mi estado de trance. Pongo un poco de aire entre
nosotros, lo que me parece una idea sumamente mala, fría e invasiva y totalmente
equivocada. Tengo el cabello alborotado y la tela del vestido enganchada en la
cintura, pero estoy demasiado ocupada mirando a Lowe como para hacer nada al
respecto. Sus pupilas se han tragado sus iris. Recorren mis piernas, hipnotizadas.
Con la distancia, la conciencia de lo que acaba de ocurrir me invade
lentamente y luego me ahoga como una inundación.
Mierda. No es que me alimentara de él, aunque lo hice, pero también... No tenía
ni idea de que...
183
—Lo siento mucho —jadeo, arreglándome la ropa.
Sacude la cabeza, con el pecho agitándose rítmicamente arriba y abajo. Sus
ojos son diferentes. Ya no son los suyos.
—Nunca había... de alguien. No tenía ni idea de que sería... ¿Te he hecho daño?
Hay algo arrebatador en la forma en que mueve la cabeza. Lento, cuidadoso.
Doy un paso atrás, sintiéndome rastreada por un depredador mucho más fuerte y
rápido.
—De acuerdo. —Me chupo la comisura del labio. Este regusto en mi boca es su
sangre, y hay algo deliciosamente erótico en ello: está vivo, respirando frente a mí,
cálido y fuerte. Este ser vivo, este hombre, este licántropo, produjo plasma y glóbulos
verdes y eligió proporcionármelos.
Vida y sustento.
Es tan íntimo. Sexual, pero más que eso. No es algo que podría imaginarme
compartiendo con cualquiera, excepto...
Lowe. Por supuesto.
Miro mi vestido arrugado, sintiéndome como una niña que acaba de descubrir
que en realidad no viene de la cigüeña.
—Misery. —Despego los ojos de mis pies. Lowe parece despeinado. Un poco
conmocionado. Confundido. Obviamente cachondo. Se acaricia la erección una vez
sobre la tela de sus pantalones, mirándome a la cara de esa forma tan embelesada—
. ¿Estás bien?
—No lo sé. —Me relamo los labios, encontrando más rastros de él—. No lo creo.
Es entonces cuando oigo los pasos y recuerdo por qué estaba chupando su
sangre hace un segundo.
—Ya vienen —siseo, corriendo hacia el ordenador para desconectar el
hardware. En el primer golpe de suerte de la noche, el código está listo. Lo
desconecto todo, asegurándome de no dejar nada. Lowe sigue inmóvil, siguiendo
cada uno de mis gestos como un lobo a punto de abalanzarse sobre un conejo.
Cuando mis dedos desaparecen en mi escote para esconder el USB, su respiración se
entrecorta.
—¿Lowe? Sabes que viene alguien, ¿verdad?
—Sí —dice simplemente, y por un momento pienso que podría estar
destrozado. Entonces me doy cuenta: ¿qué deberíamos hacer? ¿Huir? Ya nos han
pillado. Ahora se trata de comprometerse con el espectáculo.
—¿Estás bien? —pregunto. Porque antes no pensé en hacerlo.
Murmura:
184
—Vuelve… —Con una mano extendida en mi dirección. No creo que esté bien,
pero yo tampoco, así que cruzo la habitación.
Me abraza, me rodea los hombros con los dos brazos y me coloca la cabeza
bajo la barbilla. No es como antes, no de esa forma sexual y febril en la que todo es
calor, piel compartida y contacto. Este abrazo tiene que ver con la cercanía, con Lowe
hundiendo la nariz en mi cabello y con el latido de mi corazón buscando el suyo.
Probablemente deberíamos discutir qué hacer cuando la próxima persona irrumpa,
idear un plan de acción, pero todo lo que quiero es estar aquí. Aferrarme a él.
—Podría follarte muy bien ahora mismo —me dice al oído. Suena sincero y un
poco resignado—. Casi lo hice.
—Lo siento. Nunca imaginé que llevaría a…
—Lo sé. Es solo que... —Sus labios se mueven contra mi frente, suaves y
cálidos—. Nunca me he sentido así.
—¿Cómo qué?
—Excitado. Apasionado. Y... y otras cosas.
Siento exactamente lo mismo.
—Lo siento —repito—. Debe ser... voy a hablar con mi hermano. Puede que sea
algo que he hecho. —No lo es. Está bien.
La barba incipiente de Lowe se arrastra contra mi sien.
—¿Has tenido suficiente?
—¿Suficiente?
—Sangre.
—Oh. Sí.
Pero me gustaría más.
Pero ¿puedo tener más?
Lo deseo. Muchísimo. Estoy a punto de decir “a la mierda” y pedirlo
asertivamente, como una niña grande, cuando la puerta se abre de nuevo. Esta vez,
Lowe y yo conseguimos separarnos. Se pone delante de mí de forma protectora y la
ternura que había entre nosotros se disuelve.
—Pensé que mis guardias estaban teniendo alucinaciones —dice Emery,
mirándonos sospechosamente—. Debo haber olvidado cerrar esta habitación. —Su
mirada se detiene en el cuello de Lowe, sin heridas, pero débilmente verde azulado.
Como si alguien se hubiera agarrado a él y no lo hubiera soltado en mucho tiempo—
. Cuando mencionaste alimentarla, Lowe, supuse... —Sus labios se tuercen en algo
parecido al asco.
185
—Nunca deberías. Suponer, eso es. —La voz de Lowe es cortante.
Y entonces Koen aparece detrás de Emery, apoyado en la manija de la puerta
con una sonrisa de comemierda.
—Yo, por mi parte, me alegro de que los muchachos se diviertan.
—Sí, bueno. Cuando terminen, por favor, vuelvan a la mesa. Los estamos
esperando para el postre.
—Tía Emery, ya comieron el postre.
Emery pone cara de disgusto y pasa rozando a Koen. Lowe no se relaja ni
siquiera cuando ella se ha ido: sus anchos hombros permanecen tensos, la mirada fija
en Koen como si fuera una amenaza, alguien de quien debiera protegerme, en lugar
del aliado más confiable y valioso de Lowe.
Lo cual, a juzgar por su divertida sonrisa, Koen sabe.
—Y pensar que eres el licántropo más sensato que he conocido. Mira lo que
encontrarla te ha hecho —dice crípticamente. Le lanza una mirada cariñosa a Lowe, y
luego su expresión cambia—. Recibí una llamada. Cal ha intentado localizarte por
algo importante, pero no ha podido. Es urgente.
—Dejé mi teléfono en mi habitación.
Koen levanta una ceja.
—Sí. No estoy seguro de que hubiera cambiado nada si hubiera estado en tu
bolsillo.
Lowe pone los ojos en blanco, pero se tranquiliza un poco.
—¿Qué está pasando?
—Mencionó la posibilidad de que volvieras a casa esta noche en vez de mañana
por la mañana. Algo sobre Ana, creo.
186
CAPÍTULO 18

Su presencia lo tranquiliza más que correr bajo la luna llena.

Intento aprovechar el tiempo en el avión para asegurarme de que el rastreador


está en su sitio y funciona a distancia, pero la señal Wi-Fi es demasiado irregular y
acabo tirando mi Raspberry Pi a un lado con un gruñido de enfado. Lowe y yo no
intercambiamos más que un par de palabras superficiales durante el vuelo. Él pilota
concentrado y seguro de sí mismo, y sus pensamientos están claramente llenos de
preocupación por Ana.
Me duele el corazón por él.
—Empezó cuando te fuiste —explica Mick sombríamente cuando nos recoge—
. Lo sé, lo sé —añade inmediatamente al ver la expresión de Lowe—, debería
habértelo dicho, pero era una fiebre baja. Supuse que había comido algo raro. Pero
entonces empezó a temblar y dijo que le dolían los huesos. Y empezó a vomitar.
Lowe, cuya naturaleza de Alfa se manifiesta en tener que conducir todos los
medios de transporte que aborda, se detiene ante la casa.
—¿Puede retener líquidos?
—No mucho. Juno está arriba con ella. —Parece unos cinco años más viejo que
cuando nos fuimos. Y también Juno y Cal, que pasean fuera de la habitación de Lowe,
donde Ana eligió hacer su lecho de enferma. Me pregunto si el olor de su hermano es
más denso ahí dentro, tranquilizándola y diciéndole que todo va a salir bien.
No me cabe duda de que Lowe está aterrorizado, pero nunca lo demuestra.
Incluso esta noche, cuando estábamos a punto de ser descubiertos, nunca se asustó.
Tal vez sea un rasgo Alfa, lo que hace a un buen líder: la capacidad de dejar de lado
las emociones y centrarse en lo que hay que hacer. Creo que mi padre estaría de
acuerdo.
—Así es... estar enfermo. ¿No es algo que les pasa a los licántropos? —
pregunto.
Cal y Mick parecen sorprendidos. Juno se limita a preguntar a Lowe, con calma:
187
—¿Le has contado lo de Ana? —Y parece no sorprenderse cuando él asiente—
. En realidad, no somos susceptibles a los virus —me explica—, ni a las bacterias, ni
a lo que sea esto. Hay venenos selectos que nos afectan, pero no de esta manera.
Se me ocurre que por la fisiología de Ana, un médico licántropo sería inútil. Y
debido a la fisiología de Ana, un médico humano la pondría en riesgo de ser
descubierta.
—¿Es la primera vez que pasa esto?
Lowe asiente.
—Ha tenido goteo nasal y algunos estornudos en el pasado. Los pasamos por
alergias.
—Todavía tenemos esa medicina Tyler —ofrece Cal—. La que conseguimos
hace meses.
—¿Tylenol? —pregunto.
Me mira con admiración.
—¿Cómo lo sabes?
Sonrío.
—Solo lo supuse. Eso podría ayudar con la fiebre y el dolor, pero... —Me encojo
de hombros, y mientras los demás tratan de decidir cómo proceder, voy a ver a Ana
directamente. Parece pequeña y frágil en medio de la cama de Lowe, y su frente arde
bajo mi mano. Estoy convencida de que está dormida, pero susurra:
—¿Puedes dejarla ahí? —Cuando estoy a punto de irme me dice lo contrario—
. Te sientes tan bien.
—¿Quién te crees que soy? —Para su placer, frunzo el ceño—. ¿Tu bolsa de
hielo personal?
Su risita me aprieta el pecho.
—¿Cómo te sientes? —le pregunto.
—Como si estuviera a punto de vomitarte encima.
—¿Podrías vomitar sobre Chispitas primero?
Lo piensa largo rato antes de declarar formalmente:
—Como quieras.
Lowe se une a nosotras unos minutos más tarde. Aprieta los labios contra la sien
de Ana y le entrega lo que anuncia como el primero de sus regalos californianos: una
gran jirafa rosa que no sé dónde ni cuándo adquirió.
—¿Había jirafas en California?
188
—No en la naturaleza, corazón.
Frunce los labios.
—Me gustaría un regalo más auténtico la próxima vez.
—Tomo nota.
—¿Lowe?
—Sí.
—Echo de menos a mamá.
Los ojos de Lowe se cierran brevemente, como si no pudiera mantenerlos
abiertos.
—Lo sé, corazón.
—¿Por qué Misha tiene dos padres y yo ninguno? No es justo.
—No. —Le alisa suavemente el cabello, y siento en lo más profundo de mis
huesos que quemaría el mundo entero por ella—. No lo es.
Le sujeta la cabeza cuando, apenas un par de minutos después, una nueva
oleada de náuseas la hace estirarse y tener arcadas en un cubo. Nos quedamos con
ella en hasta que se queda dormida, agarrando nuestras manos con sus deditos.
Cuando salimos de la habitación, Lowe tiene profundos surcos alrededor de la
boca.
—Voy a llevarla a territorio humano —les dice a los demás, con ese tono suyo
de decreto Alfa que no permite cuestionamientos—. Encontraré un médico que no
haga demasiadas preguntas ni realice exámenes innecesarios. No es lo ideal, pero
simplemente no sabemos lo suficiente acerca de su mitad humana, incluso en la línea
de base, para interpretar...
—Yo sí —interrumpo. Todos se giran para mirarme boquiabiertos—. Al menos,
tengo más experiencia con humanos que ustedes.
—En realidad —empieza Cal.
—Experiencia con humanos que no implica asesinarlos —le digo con una
mirada mordaz. Me da la razón con una tímida inclinación de cabeza.
Pero Mick, que suele ser mi aliado, se rasca la nuca y dice en tono dolido:
—Misery, es una oferta muy amable, pero tú no eres humana, eres una vampira.
—Viví entre humanos durante una década y media. Con una hermana humana.
—¿Estás diciendo que sabes lo que le pasa? —Lowe me pregunta.
—No, pero estoy bastante segura de que es bacteriano o viral, y sé qué
medicamentos usó Serena para cada uno. —Todos siguen mirándome con
189
escepticismo—. Escuchen, no digo que esto sea infalible, y no soy médico, pero
probablemente sea mejor que moverla cuando ya está tan débil, o exponerla a
alguien que pudiera descubrir su... situación.
—Parece arriesgado. Y no se sabe qué puede salir mal. —Mick suspira y
sacude la cabeza—. Deberíamos llevarla al territorio de humano, Lowe. Puedo
hacerlo yo mismo. Voy a ser rápido al respecto, y tenerla de vuelta…
—¿Tienes los nombres de las medicinas? —interrumpe Lowe, mirándome.
—Puedo escribírtelos. Tendrás que ir a una farmacia humana, la mayoría ya
estarán cerradas, y normalmente necesitarías una receta, pero...
—No necesito eso.
Sonrío.
—Me lo imaginaba. —No me cabe duda de que alguien como Lowe puede
entrar y salir de otros territorios sin ser detectado.
—Lowe. La amiga de Misery era completamente humana. —Mick está
protestando mucho, lo que probablemente esté relacionado con lo involucrado que
está. Lowe dijo que perdió a su hijo, y me pregunto si eso tiene algo que ver con el
apego que ha formado con Ana.
—Cierto —digo con dulzura—, pero cualquier médico la evaluará también
como una niña plenamente humana. Simplemente no hay nadie como Ana. Podríamos
usar a Serena como modelo.
—Estoy de acuerdo —interviene Juno—. Deberíamos confiar en Misery.
Mick parece a punto de quejarse de nuevo, así que Lowe le pasa la mano por
el hombro.
—Si esto no funciona, la llevaremos al médico. Mañana.
Vuelve en menos de una hora. Todos lo esperamos con Ana, pero sus ojos se
cruzan con los míos cuando entra. Sus nudillos están manchados de sangre verde
cuando me da las medicinas, y me alivia no encontrar rastros de rojo.
Me apresuro a machacar las pastillas para Ana, como solía hacer con Serena
antes de que aprendiera a tragárselas, algo vergonzosamente reciente.
—¿Por qué tanto? —se queja Ana.
—Porque no sabemos exactamente qué tienes —le explico—. Estas te ayudarán
tanto si es un virus como una bacteria, y esta otra te bajará la fiebre. Ahora deja de
quejarte.
Dice que las pastillas saben a veneno, lo que me hace ganar varias miradas
desagradables de la galería de espectadores. Decido desaparecer y buscar a Alex,
con la esperanza de que aún esté despierto. Tengo suerte, porque lo encuentro en el
190
despacho de Lowe. Me acerco por detrás, curiosa por saber qué lo tiene tan absorta
que no me ha oído llegar.
—Jugar a juegos humanos de contrabando, y al GTA nada menos, en la mesa
de tu jefe. El descaro de la mano de obra actual.
—¡Puta madre! —Casi se cae de la silla—. ¿De dónde…? Estás tan cerca de
repente. ¡Comí ajo y mi sangre es probablemente venenosa para ti!
Hago mi mejor mueca de decepción.
—También te he echado de menos. Estamos interceptando, ¿verdad?
Asiente, todavía agarrándose el pecho.
—Sí. Estoy recibiendo una gran señal. Emery no puede reservar una cita con el
quiropráctico sin que lo sepamos.
—Encantador. ¿Algo ya?
Sacude la cabeza. Sus fosas nasales se crispan.
—Hueles diferente. Por eso no me di cuenta de que entrabas.
Uh-oh.
—¿Tal vez te estás acostumbrando a mi hedor vampírico?
—No. No, hueles a...
—Por cierto, Lowe nos ha pedido que trabajemos en un proyecto —interrumpo.
Es mentira. Pero no creo que a Lowe le importe.
—¿Qué?
Es algo que se me acaba de ocurrir por lo que ha dicho Ana. Misha tiene dos
padres y yo ninguno. Al intentar averiguar quién le contó a Serena lo de Ana,
supusimos que no podía ser su padre, porque nunca creyó a María cuando le dijo que
estaba embarazada. ¿Pero y si esa no es toda la historia?
—Quiere que consiga una lista de los humanos que formaron parte de la Oficina
Humano-Licántropa, digamos, ¿hace diez o cinco años? —Es más seguro que decir
ocho. Alex no es estúpido—. Lowe está buscando gente que hubiera interactuado con
licántropos en nuestra —¿Nuestra?—, en su manada.
Parpadea con curiosidad.
—¿Por qué?
—No lo sé. Surgió algo cuando estábamos en casa de Emery y dijo que
necesitaría saberlo. —Tal vez soy mejor actriz de lo que me creía.
—¿Cualquier persona que trabajara para la Oficina? ¿Ningún otro criterio?
Me paso una mano por el cabello, pensando.
191
—Hombres. Solo hombres.
—De acuerdo. Sí, claro.
—¿Tienes tiempo para empezar ahora? —Sonrío lo más despreocupadamente
que puedo—. ¿O estás demasiado ocupado jugando a ser un gánster callejero?
Se sonroja de un bonito tono verde, se aclara la garganta y pasamos la siguiente
hora sin encontrar gran cosa debido al desorden desorganizado de los archivos
humanos. Nos rendimos cuando Alex empieza a bostezar.
—Dios mío —dice cuando me levanto para irme.
—¿Qué?
Tiene los ojos como la luna.
—Ya lo sé.
—¿Sabes qué?
—A qué hueles.
Joder.
—Buenas noches, Alex.
—¿Por qué hueles como si te hubiera marcado mi Alfa? —es lo último que oigo
mientras vuelvo a la habitación de Ana.
Mick y Cal se han ido, pero Lowe y Juno están fuera de su habitación, hablando
en voz baja. Se callan cuando llego y se vuelven hacia mí con ojos pesados.
Me quedo helada.
—Mierda. ¿Está bien?
La respuesta de Juno solo tarda un segundo, pero el peso de mi estómago se
duplica.
—Le ha bajado la fiebre y ha podido tomar líquidos. Dijo que tus “cosas
asquerosas”, cito textualmente, la hicieron sentir mucho mejor.
Sonrío.
—¿En serio?
—Sí. —Le echa una mirada apreciativa a su Alfa. Sus ojos rebotan entre los dos
y añade—: Hacen un equipo sorprendentemente bueno.
—Sobre todo fui yo. —Desempolvo el vestido que me puse para la cena y que,
por alguna razón, aún llevo puesto.
Juno tuerce la boca.
—Acepta el cumplido.
192
—Bien —concedo, viéndola despedirse de Lowe y marcharse. Esta amistad, o
falta de enemistad, parece ser muy gratificante para mi sistema dopaminérgico.
Espero encontrar a Lowe sonriendo. En lugar de eso, me mira con una
expresión grave, casi atormentada.
—¿Ana está dormida?
Asiente.
—¿Quieres dormir en mi cama? —Su garganta se tambalea antes de que se me
ocurra aclararlo—. Duermo en el armario, de todos modos. Y podrías mantener la
puerta abierta, por si Ana se despierta, y... no voy a insinuarme mientras tu hermana
sigue enferma por lo que pasó antes entre nosotros —termino, con bastante menos
fuerza de la que empecé.
Pero no creo que le importe. Sinceramente, dudo que me esté escuchando.
Asiente robóticamente y, una vez que me sigue al interior de mi habitación, su mirada
se fija en la noche al otro lado de la ventana. En algo que puede que ni siquiera esté
ahí.
Siento un desagradable nudo en la garganta. Me siento en el colchón desnudo
y llamo suavemente:
—¿Lowe?
No responde. Sus ojos, pálidos y de otro mundo, se clavan en la oscuridad.
—¿Hay algo...? ¿Estás bien?
Temo que también ignore esta pregunta. Pero unos minutos más tarde, sacude
la cabeza. Lentamente, se da la vuelta y se coloca frente a mí.
—¿Y si no hubieras estado aquí? —murmura.
—Eh… ¿Qué?
—Si no hubieras estado aquí, con tus conocimientos de anatomía humana. —Su
mandíbula se tensa—. Habría tenido que elegir entre su salud y su seguridad.
—Ah. —Ahora veo de dónde viene todo esto. Lo veo, y lo siento, en lo profundo
de la boca de mi estómago, una piedra hundiéndose pesadamente—. Estará bien. Se
pondrá bien. Probablemente solo sea la gripe.
—¿Y si la próxima vez es algo más serio? ¿Algo para lo que necesite cuidados
médicos humanos?
—No lo hará. Como dije, ella estará bien...
—¿Lo estará? —pregunta, en un tono que me hace imposible mentir.
La verdad es que no lo sé. No tengo ni idea de si Ana estará bien. No tengo ni
idea de si Lowe y yo estaremos bien. No tengo ni idea de si Serena está viva. No tengo
193
ni puta idea de si la guerra es inevitable, de si mi gente se preocupa lo suficiente por
mí como para no dejarme aquí como primera víctima, de si todas y cada una de las
decisiones que he tomado desde que cumplí dieciocho años han sido un error.
No tengo ni idea de lo que va a pasar, no tengo ni idea de lo que ha pasado, y
es aterrador. Respeto a Lowe, este hombre que se siente tan parecido a mí, este
hombre que conozco desde hace menos de un puñado de semanas y en el que, sin
embargo, no puedo dejar de confiar. Lo respeto demasiado como para mentirle, o
mentirme a mí misma en su presencia.
Así que le digo:
—No estoy segura —apenas un susurro, pero él me oye. Él asiente, y yo asiento,
y cuando se pone de rodillas, cuando entierra la cara en mi regazo, le doy la
bienvenida. Dejo que mis manos recorran su suave cabello de. Siento su profunda
inhalación. Sus hombros, tan anchos y fuertes, suben y bajan. Deslizo la mano por su
nuca, por dentro de la camisa, esperando que mi piel fría sea tan relajante como su
calor lo es para mí.
—Misery —suspira, y su aliento me calienta la piel del vientre a través de la
tela del vestido, y sigo estando sola, sigo siendo diferente, sigo estando casi sola,
pero quizá un poco menos que de costumbre. Sus dedos se cierran suavemente
alrededor de mi tobillo, el metal de su alianza caliente contra la piel y los huesos, y
por primera vez en más de lo que puedo recordar, me siento abrazada.
Estoy aquí, digo, solo en mi cabeza. Contigo.
Nos quedamos así más tiempo del que puedo recordar.
194
CAPÍTULO 19

Ella no tiene miedo, y la idea lo aterroriza.

Esta pregunta que me acabas de hacer… no me gusta.


No poner los ojos en blanco ante Owen requiere un grado de control sobre mis
músculos oculares que no sabía que tenía. Normalmente no me molestaría en ser
cortés, pero necesito que mi hermano me dé algunas respuestas.
En el lado positivo, Ludwig no está prestando atención a mi llamada. Hoy
temprano, cuando lo encontré en la terraza acristalada podando un rosal y le pregunté
si podía charlar con mi hermano, me miró como si le estuviera pidiendo permiso para
tatuarme un tigre. «Me da igual. Lowe dijo que no hay que restringir tus movimientos.
Llama a quien quieras.» Una pausa. «Tal vez evitar el sexo telefónico, pero en realidad,
depende de ti.»
«¿Todavía existe el sexo telefónico?»
«Estoy bastante seguro de que todo tipo de sexo es una cosa, y lo será hasta
que el sol se trague la Tierra.» Volvió a la poda y añadió: «Si pides pizza, pide extra
grande.»
No estoy segura de por qué un vampiro pediría pizza, pero me encantaría estar
al teléfono con algún adolescente aburrido intentando venderme unos nudos de ajo.
Y no a merced del juicio de un hermano poco cariñoso.
—Tu antipatía me rompe el corazón —le digo en nuestra lengua, con cara
seria—. Por favor, contesta de todos modos.
—¿De quién te has alimentado?
Enderezo la cara. Aún más.
—No dije que me alimentara de alguien.
—No. Preguntaste si puede haber consecuencias negativas si se alimenta una
fuente viva, y yo lo deduje brillantemente. Porque nunca antes habías mostrado
curiosidad por el tema, y yo no soy un maldito idiota. ¿Quién?
Dejo escapar un profundo suspiro.
—¿Quién crees?
195
Hace una mueca.
—Tu marido. Tu marido licántropo. Tu marido Alfa licántropo.
—Por favor.
—¿Lo forzaste?
—¿Qué? No.
Su maldición no es suave.
—No le digas a padre que esto pasó.
—¿Por qué?
—Intentaría explotarlo.
—¿Cómo...? ¿De qué manera hay algo que explotar en esto?
Se pellizca el puente de la nariz.
—Misery, ¿no sabes nada?
—¿Qué debo saber?
—¿Cómo no aprendiste cosas mientras crecías?
El ruido que sale de mi garganta hace que Ludwig me vigile.
—¿De quién? ¿De mis cuidadores humanos?
—De acuerdo. —Levanta las manos, una orden silenciosa para que me calle
mientras se recompone. Me planteo colgarle y preguntarle a papá por despecho—.
No es normal que te deje alimentarte. Que cualquier hombre deje que un vampiro se
alimente.
—Tal vez Lowe no lo sabe.
—Nuestras especies han sido enemigas durante siglos. ¿Crees que no crecieron
pensando que ser chupado por una sanguijuela es el más alto nivel de profanación?
¿Crees que usar su sangre para mantener viva a la gente que mató a sus antepasados es
algo con lo que su manada estará de acuerdo?
Recuerdo la expresión de disgusto de Emery. Los jadeos de sus segundos.
Incluso Koen tuvo que reprimir su sorpresa inicial al ver mis marcas en el cuello de
Lowe.
Y Lowe, atrayéndome hacia sí después de que dije que no estaba bien.
—Lowe es diferente.
—Claramente. Y claramente esto es algo que deberías llevarte a la tumba. Es
obvio que hay alguna... amistad aquí.
Me lo pienso un momento y asiento.
196
—Así que le gustaste. —Se frota la frente—. Esto es raro. Me alegro de que estés
viva y quizás sigas así, pero...
—Es más raro que eso. Cuando me alimenté de él...
—Misery. —Me lanza una mirada fulminante—. Pasé la pubertad en territorio
vampiro. Sé exactamente lo que pasó cuando te alimentaste de él. Por favor, no
continúes. La gente que compartió una placenta durante nueve meses no debería hablar
de estas cosas.
¿Me estoy sonrojando? Lo estoy.
—Somos gemelos dicigóticos, lo que significa que nunca compartimos placenta
ni cordón umbilical. Como mucho, un útero.
—Aun así, no me sometas a un recuento. —Owen echa la cabeza hacia atrás y
mira al techo.
—¿Puedes decirme si habrá consecuencias negativas para Lowe? Quiero estar
segura de que no le he hecho daño.
Owen suspira.
—Mientras no hayas bebido demasiado, estará bien. ¿Y tú probablemente
también estarás bien? Honestamente, no hay muchos casos de vampiros alimentándose
de licántropos.
—De acuerdo. —Uf—. Gracias por hacérmelo saber. Que tengas una buena vida.
Voy a colgar ahora...
—Misery, escucha con atención. Hay una razón por la que nuestra especie decidió
pasar de la alimentación en vivo tan pronto como estuvo disponible la tecnología para
extraer y almacenar sangre de forma segura. Beber de una fuente viva no es solo algo
difícil de separar del sexo. Tiene consecuencias hormonales y biológicas que son
triviales en el momento pero que pueden acumularse a largo plazo. Por eso se ha
desaconsejado entre los vampiros durante siglos: necesitamos follar con tanta gente
como podamos y reproducirnos, no formar vínculos. La alimentación repetida crea
dinámicas complejas que... —Se detiene bruscamente y sacude la cabeza. Su
expresión se ha suavizado y me pregunto si lo habrá hecho antes. Si es algo que
querría hacer con otra persona—. No vuelvas a hacerlo, Misery. Sé su amiga. Construye
un gallinero con él. Fóllatelo, si quieres. Pero no vuelvas a alimentarte de Lowe
Moreland.
El fastidio de que el inútil de mi hermano me diga lo que tengo que hacer me
dura toda la noche. Sigo enfadada horas más tarde, cuando entro en la cocina después
de leerle un cuento a Ana sobre una molesta llama que sufre el merecido acoso de
una cabra.
197
El lugar está oscuro y desierto, así que abro la nevera y saco el tarro de
mantequilla de cacahuate. No pensaba volver a alimentarme de Lowe. Ni creo que él
lo aprecie, dados los cuestionables efectos secundarios. Estoy aquí para encontrar a
Serena, y no lo he olvidado. Pero Owen no tiene derecho a…
—El hombre que tú y Alex están buscando. Es el padre de Ana, ¿no?
—Sí. —Me encojo de hombros mecánicamente, mojando la punta de una
cuchara en la mantequilla de cacahuate—. Me imaginé que sería la forma más
probable de que Serena... —Me doy la vuelta, dándome cuenta bruscamente de que
ya no estoy manteniendo una conversación conmigo misma. Lowe está de pie junto a
la mesa, con los brazos cruzados. Los ojos velados por algo—. ¿Cuándo has llegado?
—Ahora mismo.
—Oh. —En realidad no hemos hablado desde hace dos noches, cuando nos
desenredamos torpemente el uno del otro después de que Ana se despertara y
pidiera un vaso de agua. Se paró frente a mí, tan serio y agitado como yo me sentía, y
luego se fue a cuidar de ella. Me metí en el armario, bajo el montón de almohadas y
mantas, y sonreí un poco cuando los oí hablar de la jirafa rosa en voz baja. Ellos, más
bien Ana, la llamaron Chispitas 2.
Ayer fue una especie de día de audiencias, con un montón de licántropos que
venían a traer preocupaciones, consejos, peticiones a su Alfa. Me mantuve fuera del
camino, pero la mayoría de las reuniones tuvieron lugar en la zona del muelle, y
desde mi ventana era fascinante presenciar el alcance de las responsabilidades de
Lowe. No pude evitar escuchar lo cálida y fácilmente que interactuaba con los
miembros de la manada, y cuántos de ellos se quedaban solo para intercambiar una
broma o para mencionar lo aliviados que están de que Roscoe se haya ido.
Supongo que sentí envidia. Quizá yo también quería un minuto con el Alfa. Tal
vez durante nuestro viaje me acostumbré a tenerlo cerca.
—El padre de Ana. ¿Por qué? —Habla como si ya hubiéramos pasado los
preámbulos, y creo que puede ser.
—¿Por qué no?
Levanta una ceja.
—¿Y si lo sabía? ¿Y si al final le creyó a tu madre? ¿Y si se lo dijo a alguien más?
Ladea la cabeza, curioso y lobuno, y tararea para que continúe.
—Serena era muchas cosas, pero los conocimientos informáticos no eran su
fuerte. Nada tan trágico como tú… —Ignoro la mirada de Lowe—, pero si no fui capaz
de encontrar rastros de Ana mientras husmeaba por ahí, es muy poco probable que
diera con ella por su cuenta. Lo que significa que alguien debe habérselo dicho, y
tenemos que averiguar quién. —Sacudo la cabeza, maravillándome por millonésima
198
vez de la existencia de Ana. Está aquí. Es perfecta. No se parece a nada que haya
concebido antes. ¿Cómo demonios se ha liado Serena con ella? La teoría a la que
siempre vuelvo es que alguien lanzó la historia de Ana a una joven periodista
hambrienta. Pero la Serena que conozco nunca, nunca haría pública la identidad de
Ana—. Lowe, si te hace sentir incómoda, si sientes que esto es entrometerse en la
privacidad de tu madre, estoy de acuerdo en seguir con esto por mi cuenta.
—No. Lo que dices tiene sentido, y ojalá lo hubiera pensado antes.
—Bien. Bueno, me alegro de tenerte a bordo. Juno dijo que hacemos un buen
equipo.
—Y tú respondiste que...
—¿Quién se acuerda siquiera? —Hago un gesto despreocupado y siento que
mi cara se ensancha lentamente en una sonrisa de suficiencia, una con colmillos. Él
me devuelve la sonrisa, pequeña y cálida. Y entonces parece que llegamos a un
callejón sin salida: yo no sé qué decir, él tampoco, y los acontecimientos de la última
vez, no, las dos veces que estuvimos juntos por fin nos alcanzan.
No soy cobarde, pero no creo que pueda soportarlo.
He estado deseando estar en su presencia, pero ahora no estoy segura de qué
hacer con él. Así que meto la cuchara en el tarro de mantequilla de cacahuate una vez
más, para mantenerme ocupada, y me la meto en la boca.
—Bueno, creo que me toca mi baño nocturno, para no oler a flema. Después
tengo una cita caliente con Alex, así que...
—¿Huelen las flemas? —pregunta.
—Eh… ¿No huelen?
—Ni idea. Los licántropos no se resfrían.
—Deja de presumir.
—¿Te resfrías?
—No, pero tengo clase.
—Tendrías más clase si no tuvieras mantequilla de cacahuate en la nariz.
—Maldita sea. ¿Dónde?
No lo dice, pero se adelanta para mostrármelo, caminando hacia mí hasta que
estoy acurrucada entre él y el mostrador, y... ¿estoy acorralada aquí? ¿Por un
licántropo? ¿Un lobo, el material de los cuentos de terror para niños?
Sí.
Sí, estoy acorralada, y no, no tengo miedo.
199
—Aquí. —Me pasa la mano por la punta de la nariz. Levanta la punta del dedo
para mostrarme el pequeño trozo de mantequilla de cacahuate. Para empezar,
debería preguntarme cómo ha llegado ahí. Lo que hago, en cambio, es inclinarme
hacia delante y lamerla del pulgar de Lowe.
Me arrepiento al instante.
No me arrepiento en absoluto.
Contengo cada par de sentimientos opuestos mientras sus ojos, cuyas pupilas
se dilatan como nunca podrían hacerlo las mías, se fijan en mi boca de un modo
embelesado y ausente.
No debería haberlo hecho. Se me retuerce el estómago con una sensación de
dolor y algo más, algo dulce y caliente.
—Ana está mucho mejor —digo, con la esperanza de que eso calme la tensión
entre nosotros.
Somos un balancín, Lowe y yo. Constantemente empujando y tirando por un
precario equilibrio al borde de esto... lo que sea esto en lo que siempre estamos a
punto de caer. Alternando en el caos.
—Está completamente curada —concuerda. Estamos demasiado cerca para
tener esta conversación. Estamos muy cerca.
—Vuelve a ser la misma.
Da un pequeño paso atrás, apenas un centímetro, y yo casi lloro de alivio, o de
decepción, o de ambas cosas.
—Sí —dice, aunque no tiene ninguna pregunta que responder. Es un signo de
puntuación: se va. Está a punto de hacerlo.
—Espera —suelto.
Se detiene. Ni siquiera me pregunta por qué lo mantengo aquí, atado a mí. Lo
sabe. La atmósfera entre nosotros es demasiado incómoda, rica y exuberante para
que no lo sepa.
—¿Tú...? —empieza, con un gesto de la mano pequeño, abortivo, inusualmente
inseguro, justo cuando yo digo—: ¿Cuándo...?
Nos callamos a la vez, dejando que las frases oscilen entre nosotros. El silencio
se hincha, se triplica, y cuando alcanza la masa crítica, estalla dentro de mi cabeza.
Esta vez soy yo quien se acerca. Mi cabeza se agita deliciosamente.
—¿Qué está pasando? ¿Qué es esto entre nosotros?
—No lo sé —dice. Y luego—. Eso fue mentira. Sí que lo sé.
Yo también lo sé. Mi estómago es un dolor vacío y abierto.
200
—Tienes una pareja.
Asiente lentamente.
—Nunca está lejos de mi mente.
—Y yo soy una vampira. —Tengo que lamerme los colmillos para asegurarme
de que realmente lo soy. Porque los míos no anhelan tocar los suyos. Simplemente las
cosas no son así.
—Lo eres. —Sus ojos están en mis dientes, y sí. No le importan en absoluto.
—Esto no puede ser real, ¿verdad?
Está callado. Como si yo tuviera que encontrar la respuesta por mí misma, y él
no pudiera hacerlo por mí.
—Parece real —le digo. Estoy caliente. Brillante. No creía que mi cuerpo fuera
capaz de estas temperaturas—. Me temo que estoy malinterpretando, tal vez.
Una de sus manos, grande y cálida, se curva alrededor de mi cintura, tentativa
al principio, luego firme, como si un solo toque bastara para duplicar su codicia.
—No pasa nada, Misery. —Su pulgar sube hasta mi nuca, rozándome el fino
vello de la nuca, y me estremezco entre sus brazos—. Podemos ser solo nosotros —
susurra.
De repente, no estoy segura de que haya algo malo en el hecho de que estemos
a punto de besarnos. Me parece bien, desde luego. Nunca he besado a nadie y me
gusta la idea de que mi primer beso sea especial. Y Lowe… Lowe es eso y mucho más.
Estoy inestable. Confundida. Desequilibrada. Pero es normal. ¿Quién no lo
estaría, al lado de alguien como él, alguien que lo llevaría adelante? Así que me estiro
sobre las puntas de los pies, apoyándome en su tacto, y me siento temblorosa.
Me siento preparada.
Me siento feliz.
Me siento mareada, como si fuera de cristal, a punto de romperme en pedazos.
Nunca me habían pesado tanto las extremidades, y desearía tirarme al suelo.
Sí, creo. Me permitiré hacer eso.
—Misery. —La mezcla de preocupación y miedo en su voz es inesperada—.
¿Por qué estás tan...?
Un dolor punzante recorre todo mi cuerpo, y es entonces cuando el mundo se
vuelve completamente oscuro.
201
CAPÍTULO 20

Quien haya hecho esto lo pagará.


Despacio.
Dolorosamente.

Las siguientes horas son una agonía pura y concentrada.


El mero hecho de respirar es un calvario. Me duele el estómago como si
estuviera a punto de digerirse, magullado desde dentro por mil criaturas salvajes que
se divierten demasiado grabando su nombre en su interior con un cuchillo oxidado.
Hay varios momentos —y luego uno solo, largo y prolongado— en los que estoy
segura, segurísima, de que esto es el fin. Ningún ser vivo puede soportar este nivel
de tormento, y yo voy a morir.
Lo cual está muy bien. Nada puede ser peor que lo que estoy experimentando.
Doy la bienvenida a la dichosa liberación de la nada y toda esa buena mierda, pero
justo cuando estoy a punto de inclinarme hacia el vacío, algo me tira hacia atrás.
Primero hay alguien —bueno, Lowe, sí, Lowe— dando órdenes. Ladrando
órdenes. Gruñendo órdenes. O quizás no Lowe, porque nunca lo he visto de otra
forma que no sea controlando. Suena desesperado, lo que me hace querer
arrastrarme fuera de mi rincón de dolor y asegurarle que todo irá bien; quizá no yo,
pero sí todo lo demás.
Y, sin embargo, soy incapaz de hablar durante eones. Muchas, muchas veces
me quedo a la deriva hasta el borde de la conciencia, solo para hundirme de nuevo
en una oscuridad sudorosa y sofocante. Y cuando por fin consigo abrir los ojos...
—Ahí está.
¿Dr. Averill? Intento decirlo, pero tengo la lengua pegada al paladar.
Lo conozco. El médico oficial del Colateral. Con pasaje diplomático a territorio
humano, donde me hacía chequeos anuales para asegurarse de que me mantuviera
lo suficientemente sana como para... ser asesinado si la alianza se disolvía, ¿supongo?
Sus deberes deben haberse ampliado, lo cual es una pena, porque parece tan viejo
202
ahora como lo era cuando yo tenía diez años. Excepto que hay algo raro en él. ¿Está
experimentando con el vello facial?
—Pequeña Misery Lark. Ha pasado tiempo.
—El bigote no —balbuceo, delirante, incapaz de mantener los párpados en
alto.
Chasquea la lengua.
—Si tienes energía para cuestionar mi aspecto, quizá no necesites este analgésico
—murmura en nuestra lengua, intratable como siempre. Le pediría disculpas, le
arrancaría la jeringuilla de las manos y me la clavaría en el cuerpo, pero la aguja ya
me está clavando el brazo.
El incendio se calma. Se oyen voces, del interior de la habitación o a varios
kilómetros de distancia.
—… su organismo lidia con el veneno. Entrará gradualmente en un trance de
curación. Parecerá muy quieta, y te preocupará que esté muerta. Pero es
simplemente la manera vampira.
—¿Cuánto tiempo? —pregunta Lowe.
—Varias horas. Días, tal vez. No me mires así, jovencito.
Unas cuantas maldiciones murmuradas.
—¿Qué hago?
—No hay nada que hacer. Es trabajo de su cuerpo combatir la infección ahora.
—¿Pero qué hago? ¿Por ella?
El Dr. Averill suspira.
—Ponla cómoda. En algún momento, después de que se despierte, necesitará
alimentarse, más de lo habitual, en cantidad y en frecuencia. Asegúrate de tener
sangre a su disposición, cuanto más fresca mejor.
Una larga pausa. Me imagino a Lowe pasándose una mano por la mandíbula. Su
gesto preocupado.
—Y por supuesto, está el asunto de su padre. Tendré que informar al concejal
Lark de lo ocurrido. Él podría ver esto como un acto de agresión, incluso una
declaración de guerra contra los vampiros…
La voz del Dr. Averill se apaga y vuelvo a caer en mi interior.
203

—… necesitas descansar.
—No.
—Vamos, Lowe. Necesitas dormir. Yo la cuidaré mientras tú...
—No.

—Llévate a Ana.
—No podemos estar seguros de que Ana fuera el verdadero objetivo —protesta
Mick—. La víctima prevista podría haber sido Misery.
—¿Pero y si Ana lo fuera? —señala Juno—. No deberíamos arriesgarnos.
—De acuerdo —dice Cal—. Traslademos a Ana a un lugar seguro hasta que
averigüemos quién hizo esto.
—Todos sabemos que fue Emery. —Mick.
—No sé nada de eso, y he terminado de suponerlo. —Lowe suena helado y
mortalmente enfadado—. Mi esposa estuvo al borde de la muerte hasta hace horas.
Voy a trasladar a Ana a un lugar seguro. Esto no se discute.
—¿Dónde la trasladarás? —Mick pregunta.
—Eso solo lo sabré yo.

Unos labios fríos presionan con un suave beso mi palma febril.


—Misery, yo...

Salgo del trance curativo de golpe, como un salmón que sale de un arroyo.
204
Me siento en la cama, húmeda, sin aliento y totalmente desorientada, y espero
a que el dolor se manifieste. Espero que siga su camino habitual: empezar por el
estómago, irradiar hacia las extremidades, arrasar los nervios como un ejército de
cuchillos. Cuando no pasa nada, me miro el cuerpo, desconcertada, preguntándome
adónde ha ido a parar. Pero ahí está: más frío que de costumbre, tal vez; más pálido,
sin duda; intacto, en definitiva.
¿Curada? Retiro las sábanas para poner a prueba esa teoría. La camiseta blanca
grande que llevo puesta no me pertenece, pero la bonita ropa interior de encaje es
mía, cortesía del estilista de la boda. No me la he puesto desde la ceremonia y me
niego a preguntarme cómo ha acabado en mi cuerpo. En lugar de eso, me pongo de
pie. Aunque me tambaleo más que un animal recién nacido, mis piernas funcionan.
Me sobrepongo al cansancio y me obligo a caminar.
El reloj de pared marca la una y media de la madrugada y la casa de está en
silencio, pero estoy segura de que han pasado más de unas horas desde que perdí el
conocimiento. ¿Me he saltado un día? No tengo teléfono para comprobarlo, así que
hago lo que se hacía antes de la tecnología: salgo a preguntar a alguien.
Esperemos que no sea la persona que envenenó mi mantequilla de cacahuate.
Abro la puerta que da a un pasillo poco iluminado y casi tropiezo con la pila de
ropa que hay justo fuera: seguro que Ana está haciendo otro cambio de imagen a sus
muñecas. Me agarro a la pared y rodeo la ropa débilmente, pero la pila se mueve.
Se desenrosca. Luego se levanta. Luego se estira, como lo haría un gato. Luego
abre los ojos, que resultan ser de un verde muy bonito, muy pálido y muy familiar.
Porque no es una pila en absoluto. Es un lobo. Acurrucado fuera de mi
habitación. Vigilando mi puerta.
Un enorme lobo blanco.
Un maldito lobo blanco gigante.
—¿Lowe? —Mi voz está gastada y oxidada. Puede que haya estado fuera más
de un día—. ¿Eres tú?
El lobo me parpadea, todavía disfrutando de su estiramiento. Yo le devuelvo el
parpadeo, con la esperanza de encontrar el código morse de “por favor, por favor, no
me comas”.
—No quiero suponer, pero los ojos se parecen a los tuyos, y…
Trota hacia mí y yo retrocedo presa del pánico, pegándome a la pared. Oh,
mierda. Mierda. Es mucho más grande que Cal, mucho más grande de lo que creía
que podían ser los lobos. Cierro los ojos, no quiero ver en alta definición cómo me
arrancan el duodeno de la cavidad abdominal y se lo comen.
205
Y entonces algo suave y húmedo me golpea en la cadera. Abro un párpado, y
ahí está: un hocico, presionando contra mi piel. Empujando suavemente, pero con
firmeza. Como si me estuviera arreando. De vuelta a la habitación.
—¿Quieres que... ? —No contesta, pero irradia satisfacción cuando retrocedo
unos pasos y, cuando me detengo, vuelve a darme un empujón, aún más insistente—
. De acuerdo. Me voy.
Marcho por donde he venido. El lobo me sigue los talones y, una vez que ambos
estamos en la habitación, ladea el cuerpo y cierra la puerta con más facilidad de la
que debería exhibir cualquier persona sin pulgares oponibles.
—¿Lowe? —Solo quiero estar segura. Los ojos parecen prueba suficiente,
pero... Dios, estoy agotada—. Eres tú, ¿verdad?
Me acolcha.
—¿No eres Juno? O Mick. Por favor, dime que no eres Ken.
Un ruido suave y ronco surge del fondo de su garganta.
—Supongo que esperaba que tu pelaje fuera oscuro. Porque tu cabello lo es.
—Dejo que me empuje hacia la cama—. Sí, voy a volver a dormir. Me siento como una
mierda, pero no en la cama, por favor. El armario.
Lo entiende, porque cierra sus impresionantes mandíbulas alrededor de una
almohada y la lleva al armario. Y luego hace lo mismo con una manta, ante mi mirada
perpleja.
—Dios, eres tan esponjoso. Y... lo siento, pero eres bastante lindo. Sé que
podrías matarme en menos tiempo del que se tarda en meter una pajita en una bolsa
de sangre. Pero eres suave. Y tu pelaje ni siquiera es fucsia. No sé de qué te
avergüenzas, majestuosa pelusa... sí, bueno, me voy.
Casi me arrastra hasta el armario y no deja de darme órdenes hasta que me
tumbo en mi sitio favorito. Me pregunto cómo lo ha encontrado. Puede que sea por el
olor.
—Para tu información, tus tendencias Alfa son aún peores en esta forma.
Su lengua sale y me lame el cuello.
—Qué asco —me río. Sus dientes se cierran alrededor de mi brazo. Una
advertencia bromista y juguetona que podría destrozarme el cúbito. Pero no lo hace.
—¿Puedo acariciarte?
Su cabeza se gira a tope bajo mi mano. Sí, por favor.
—Bueno, entonces —medio río, medio bostezo, rascándole detrás de las
orejas, deleitándome con la hermosa y reconfortante sensación de su pelaje. No es
206
difícil pedírselo, no cuando está en esta forma, un cazador feroz al que le encantan los
mimos—: ¿Quieres quedarte? ¿Dormir conmigo?
Al parecer, tampoco es difícil decir que sí. Lowe no duda antes de acurrucarse
a mi lado.
Y cuando inhalo profundamente, el olor de sus latidos es el de siempre:
familiar, picante, rico.
Me duermo entrelazada con él, sintiéndome más segura que nunca.
207
CAPÍTULO 21

Ella le dijo que los vampiros no sueñan. Y sin embargo, una vez que termina su descanso de
mediodía y se acerca la noche, su sueño se vuelve irregular, agitado. Su tacto parece
reconfortarla, y la idea le llena de orgullo y propósito.

Serena llegó a la residencia de los Colaterales a finales de un enero


agradablemente templado, muchos meses después de que yo me mudara por
primera vez, y alcanzó la mayoría de edad a principios de un abril
desagradablemente húmedo, que pasó haciendo números para ver cuánto duraría en
el mundo real la suma de dinero de transición que le había asignado la Oficina de
Relaciones Vampiro-Humana. La lluvia golpeaba sin cesar los cristales de las
ventanas. Hicimos las maletas y tratamos de decidir qué pedazos de la década pasada
traer a nuestras nuevas vidas, escudriñando los recuerdos, separando los que
odiábamos de los que seguíamos odiando, pero no podíamos soportar dejar ir.
Fue entonces cuando llegó: un niño de ocho años, el nuevo Colateral, enviado
por los vampiros para su ceremonia oficial de investidura. Iba escoltado por el Dr.
Averill y varios otros consejeros que recordaba haber conocido en diversas
relaciones diplomáticas. Un mar de ojos lilas. Llamativamente, no los de los padres
del chico.
Era señal de que estábamos tardando demasiado en desalojar las instalaciones,
pero no aceleramos. En lugar de eso, Serena se quedó mirando al niño que
deambulaba por los impecables pasillos en los que nos habíamos despellejado las
rodillas, nos habíamos peleado por las reglas del escondite, habíamos practicado
coreografías poco dignas de un vídeo, habíamos despotricado de la crueldad casual
de nuestros cuidadores, nos habíamos preguntado si alguna vez encajaríamos en
algún sitio, habíamos entrado en pánico por cómo seguir en contacto una vez
finalizado nuestro tiempo juntos.
«¿Por qué son siempre niños?» me preguntó.
«Debe de estar emparentado con alguien importante.» Me encogí de hombros.
«Así es como se consigue que la Colateral sea disuasoria, utilizando al heredero de
una familia prominente. Alguien que sea valorado por una persona con poder.»
208
Ella resopló.
«No han conocido a tu padre.»
«Ay» dije riendo.
El niño la oyó y se paseó por nuestro camino, con los ojos clavados en mi boca,
como si sospechara que yo podía ser como él. Cuando se acercó a nosotras, Serena
se puso de rodillas a su altura. «Si no quieres estar aquí» le dijo, «si prefieres venir
con nosotras, solo tienes que decirlo.»
No creo que tuviera un plan, ni siquiera uno artificioso e improbable, solo para
aparentar. Y no sé cómo habríamos rescatado —¿secuestrado?— al niño si nos
hubiera pedido que nos lo lleváramos. ¿Dónde lo habríamos tenido? ¿Cómo lo
habríamos protegido?
Pero así era Serena. Fuerte. Cariñosa. Comprometida a hacer lo correcto.
El niño dijo: «Es un honor.» Sonaba ensayado, demasiado formal para sus años.
Para nada como cuando tenía nueve años y le rogaba a padre que me dejara volver
al territorio vampiro una y otra y otra vez. «Voy a ser el Colateral, y eso es un
privilegio.» Se dio la vuelta y se fue.
Yo era mayor de edad, y por fin libre, y decidí no asistir a su ceremonia.
No es un recuerdo esencial para mí. Apenas lo recuerdo, pero estoy pensando
en ello ahora, despierta justo antes de la puesta de sol. Quizás por lo que vino después
de que el niño nos dejara: Serena, furiosamente decidida a quemar el mundo entero:
los vampiros, los humanos y cualquiera que se hiciera cómplice del sistema colateral.
La escuché despotricar sin entenderla del todo, porque lo más que podía sentir
era resignación. Me quedaba poca lucha, y simplemente no podía permitirme
gastarla en algo irremediable e inmutable cuando despertar cada mañana en un
mundo hostil ya era tan agotador. Su enfado era admirable, pero en entonces no lo
entendía.
Pero ahora lo entiendo. En la luz difusa y amarilla que se filtra en mi armario y
salpica las paredes, en el dolor desgastado que ha anidado en mis huesos, ahora
entiendo su ira. Algo dentro de mí debe de haber cambiado, pero sigo sintiéndome
como una versión bastante fiel de mí misma: agotada, pero furiosa. Sobre todo,
contenta de estar viva. Porque tengo algo que hacer. Algo que me importa. Gente a
la que quiero mantener a salvo.
«Y necesito que te importe una sola puta cosa, Misery, una cosa que no sea yo.»
Bueno, Serena, sigues siendo parte de esto, lo quieras o no. Pero también está
Ana. Y Lowe, que realmente necesita a alguien que cuide de él. De hecho, debería ir con
él.
209
Me cuesta varios intentos ponerme de pie. No está en su habitación, así que me
envuelvo en una manta y bajo las escaleras. El trayecto me parece cinco veces más
largo de lo habitual, pero cuando entro en el salón, él está allí, rodeado por más de
una docena de personas.
Sus subalternos, todos ellos. A algunos los conozco, pero a la mayoría los veo
por primera vez. Debe de ser una reunión, porque todos parecen serios y con los ojos
entornados. Un hombre apuesto con trenzas dice algo sobre suministros, y yo capto
el final de su explicación, veo a varias personas asentir y luego pierdo el hilo cuando
una voz familiar hace una pregunta complementaria.
Porque es Lowe.
El resto de la habitación se desvanece. Me hundo en el marco de la puerta y
contemplo su rostro familiar, las sombras oscuras bajo sus ojos claros y la barba
incipiente que no se ha molestado en afeitar. Habla con paciencia y autoridad, y yo
me quedo escuchando el ritmo de su voz profunda, aunque no su contenido.
Entonces se detiene. Su cuerpo se tensa y se vuelve, a la vez intensamente
concentrado en mí. Los demás también me miran, pero no con la desconfianza apenas
disimulada que esperaba de ellos.
—Fuera —ordena Lowe sombríamente—. Nos vemos más tarde.
—Oh, sí. —Me ruborizo. Soy muy consciente de que estoy medio desnuda y de
que me estoy colando en una reunión importante de la manada que probablemente
trate sobre cómo manejar su interminable conflicto con mi gente—. No quería
interrumpir. —Pero cruza hacia mí, y cuando los segundos se detienen, me doy cuenta
de que no soy yo la despedida.
Lowe está en su forma humana habitual, y me pregunto si he alucinado mi
encuentro con el lobo blanco. Sus subalternos pasan junto a nosotros, algunos me
saludan con la cabeza al salir, otros me dan palmaditas en la espalda, todos me desean
lo mejor. No sé qué decir hasta que Lowe y yo nos quedamos por fin solos.
—Bueno. —Me hago un gesto con una floritura—. Parece que he sobrevivido.
Asiente con gravedad.
—Mis felicitaciones.
—Vaya, gracias. ¿Cuánto tiempo estuve fuera?
—Cinco días.
Cierro los ojos.
—Vaya.
210
—Sí. —Hay un microcosmos en la forma en que dice la palabra. Quiero
explorarlo, pero me distrae la ligera contracción de sus dedos. Como si se estuviera
impidiendo a sí mismo extender la mano.
—¿Estamos… en guerra? ¿Con los vampiros?
Sacude la cabeza.
—Estuvo cerca. El consejo no estaba contento.
—Oh. Apuesto a que a papá se le rompió el corazón. —No.
La mandíbula desencajada de Lowe me dice lo perfectamente bien que estaba
padre.
—Una vez que estuvimos seguros de que saldrías adelante, Averill señaló al
consejo que el veneno también es tóxico para los licántropos, y que como lo ingeriste
a través de la comida de licántropo, es poco probable que fuera para ti en un
principio.
—Oh, Dios. —Escondo la cara en la jamba de la puerta—. ¿Sabe papá lo de la
mantequilla de cacahuate?
—¿Es eso lo que te preocupa?
—No estoy segura de lo que dice de mí, pero sí. —Suspiro—. ¿Era para Ana?
—No hay forma de estar seguros. Pero es la única en la casa que lo come
regularmente, aparte de ti.
Aprieto los ojos, demasiado agotada para soportar la ira que me invade.
—¿Cómo está?
—A salvo. Lejos de aquí.
—¿Dónde? —Se me ocurre que podría ser un secreto—. En realidad, no tienes
que decírmelo. Probablemente sea confidencial.
No lo duda.
—Está con Koen. Y sí, es confidencial. Nadie más lo sabe.
—Oh. —Me masajeo la curva del cuello. Es un nivel de confianza que no puedo
imaginar. No porque yo se lo contaría a nadie, sino porque él es consciente de que yo
no lo haría, ni aunque mi vida dependiera de ello. Me importa, y él lo sabe.
—¿Fue Emery? ¿Los Leales?
—No lo sé —dice con cuidado—. No puedo pensar en nadie más que tenga un
motivo, y mucho menos los recursos para esto.
—… ¿pero?
211
—Todas las comunicaciones de Emery están monitorizadas. Hemos encontrado
pruebas de que ella y su gente están detrás del incendio provocado en primavera en
una de las escuelas del Este. Pero si ella está detrás del intento de secuestro de Ana,
no veo pruebas de ello. —Aprieta los labios—. Voy a trasladarte a ti también.
—¿Trasladarme?
—A los vampiros. O a los humanos, si lo prefieres. Koen también es una opción.
Él te mantendría a salvo, y a Ana le encantaría tenerte allí, y yo me sentiría mejor
sabiendo que están juntas.
—Lowe. —Me acerco un paso y sacudo la cabeza. Lo que, al parecer, ahora me
marea—. No es la primera vez que alguien intenta asesinarme, y no voy a... No quiero
irme. —¿Por qué iba a hacerlo? Creía que nosotros—. Somos un equipo, ¿verdad? ¿Y
qué pasaría con el armisticio si me fuera?
—No importa. Tu padre no necesita saberlo. Puedo encargarme de todo y
asegurarme de que seas tan libre...
—No.
No me doy cuenta de lo alto que he hablado hasta que la palabra resuena en la
habitación. Por una fracción de segundo, veo en su rostro la culpa y la agonía con las
que Lowe está luchando. Suspira y agacha la cabeza.
—Casi hago que te maten, Misery.
—Tú no lo hiciste. Alguien más lo hizo, y debemos averiguar quién. Juntos.
—Mi trabajo es protegerte, y he fallado. Sucedió bajo mi vigilancia, cuando
estaba a centímetros de ti.
—Ya está. —Mis mejillas se calientan—. Una buena razón para que no me vaya.
De hecho, deberías tenerme aún más cerca. —Lo digo un poco coquetamente, y eso
le revuelve la cabeza tanto como a mí. Da un paso hacia mí, inhalando bruscamente.
Sus palabras son un siseo acalorado, apenas audible.
—¿No tienes ni puto miedo?
—No.
—Entonces tengo suficiente para los dos. —Su mandíbula se tensa, la
intensidad de su furia espesa en el espacio entre nosotros—. ¿Cómo estás? —
pregunta al cabo de un rato, con voz calmada de nuevo. El cambio de tema es tan
brusco que me mareo aún más.
—¿Un poco asquerosa? —Me encojo de hombros—. Como si hubiera moscas
zumbando a mi alrededor. Pero quizá no, porque se me pegarían a la piel.
—Sudaste a través de tus sábanas varias veces.
Una hazaña, ya que los vampiros apenas tienen glándulas sudoríparas.
212
—¿Las cambió el Dr. Averill?
—Yo lo hice.
—Oh.
—Juno ayudaba. A veces. Cuando era capaz de dejarla. Una vez que me calmé.
—Se limpia la cara con la palma de la mano—. Es difícil para mí.
—¿Qué es?
—Verte así. Dejar que otra persona te toque cuando estás herida o enferma o
simplemente… No necesitaba ese calificativo, en realidad. Dejar que otro te toque
es... —Se frota la boca con el dorso de la mano. No puedo entenderlo, y luego sí,
cuando dice—: Ya no sé en quién puedo confiar.
—Ah.
—No te permitiré…
Alargo la mano para agarrarle por los hombros.
—Lowe, no tienes que permitirme nada. Y puedes confiar en mí. —Le sonrío—.
Por favor. Voy a quedarme, y voy a ayudar, y voy a... —Respiro hondo.
No. Dios, no.
—Ducha. —Voy a ducharme. No me había dado cuenta de lo mal que apesto.
Me estoy ofendiendo.
Me estudia, sin duda preparando más refutaciones, alineando argumentos,
todo listo para echarme. Pero nunca llegan. En lugar de eso, la comisura de su boca
se levanta en una suave sonrisa y me levanta bruscamente, con los brazos bajo la
espalda y las rodillas.
—¿Qué estás... qué está pasando?
—Tienes que lavarte —acepta, sacándome de la habitación.
—¿Me vas a lavar con la manguera en el jardín?
—Ya veremos. —Pero me lleva al cuarto de baño, me deja sobre la encimera
de mármol y me prepara un baño. No estoy tan débil como para no poder hacerlo
sola, pero disfruto observando sus gráciles movimientos, el hipnótico juego de
músculos bajo su camiseta cuando se agacha para llenar la bañera. El nivel del agua
sube lentamente y él comprueba la temperatura con los dedos. Pienso en Owen, la
única persona a la que puede haberle molestado remotamente que esté al borde de
la muerte. Debería ponerme en contacto con él. Debería preguntar por la compañera
de Lowe. Como era la colateral, debía de estar aterrorizada, porque mi muerte
llevaría a la suya. Apuesto a que Lowe era muy consciente, y temía por su compañera.
Pero también creo que se preocupa por mí. Profundamente.
213
Elige un frasco de lavanda de la estantería. No puedo oler su aroma, pero
mientras el vapor llena la habitación, me lleno los pulmones de aire caliente. Puede
que Lowe no sea para mí, pero eso no significa que no haya algo aquí. Y he tenido tan
poco a lo largo de mi vida que sé que no puedo exigirlo todo o nada. Se me da bien
arreglármelas.
—Está listo —dice con su voz profunda y mundana.
Es una secuencia onírica, pero estamos en la misma página: Me pongo en pie
y me desato el cabello, pasándome una mano por él hasta que cae lacio alrededor de
los hombros, como. Me quito todo lo demás y me quedo desnuda, con la piel pálida,
fría y pegajosa.
¿Debería estar nerviosa? Porque no lo estoy. Lowe... No estoy segura de cómo
se siente. Desde luego, no finge desinterés, y mira hasta el fondo, siguiendo cada
curva más de una vez, evidenciando poco, pero sin ocultar nada. No tengo la
constitución de una mujer licántropa. No estoy tonificada ni tengo músculos definidos.
O Lowe sabía que podía esperárselo, o no le importa. Sus ojos se vuelven vidriosos
cuando doy un paso adelante y le tomo la mano cuando me la ofrece. Estoy
somnolienta, me tambaleo. Me baja a la bañera.
—Esto sienta bien. —Suspiro una vez sumergida. Me inclino hacia delante, con
la frente apoyada en las rodillas, dejando que mi cabello flote a mi alrededor.
—Así es. —No está en la bañera, pero quizá se refiera al tembloroso calor de
este acuerdo tácito. Este momento que estamos compartiendo. Agarra una toallita del
estante y la sumerge en el agua.
Su primera pasada es delicada sobre mi cuello doblado.
—Así que eres uno de ellos —digo, relajada al instante bajo sus caricias.
—¿De quién?
—Gente que usa toallitas.
Oigo su sonrisa en su voz.
—Si tienes una esponja...
—No uso nada —ofrezco.
Porque es una oferta. Una petición, incluso. Pero no dice nada y continúa con
mis brazos, empezando por la articulación de mi hombro. Sus manos son firmes, pero
ligeramente temblorosas. Puede que esté más tenso que yo.
—Me pareció demasiado atrevido —admite al fin. Tiene los pómulos
aceitunados y la voz ronca. Me sube pacientemente hasta el tobillo y luego lentamente
por la pierna.
214
Decido adelantarme. Tomo su mano entre las mías y acaricio cada nudillo con
el pulgar, uno a uno, y una vez que su guardia se ha relajado, le robo la toallita y dejo
que se aleje flotando. Sé que quiere tocarme. Sé que no me lo pedirá. Sé que necesita
que vuelva a poner su mano sobre mi rodilla, esta vez sin barreras.
Su respiración se entrecorta y luego se acelera. Mueve la mandíbula, como si
se mordiera el interior de la boca. La piel de mi muslo brilla bajo sus ojos y sus dedos
se aprietan alrededor de mi carne, a punto de ocurrir algo maravilloso, algo que
ambos deseamos.
Pero Lowe se convence a sí mismo. Aprieta los ojos y se levanta para ocuparse
de mi espalda.
Me trago un gemido.
—Cobarde —susurro con buen humor.
En respuesta, se inclina para besarme el cuello como hizo en el avión,
chupando, lamiendo y mordiendo suavemente. Un sutil recordatorio de que es
diferente a mí, de otra especie. Si seguimos así, tendremos que arreglar las cosas.
—¿Ustedes…? ¿Cómo tienen sexo los licántropos?
Se ríe suavemente contra mi piel, pero noto un matiz oscuro.
—¿Estás preocupada?
Inclino la cabeza hacia atrás.
—¿Debería?
Me masajea el esternón.
—No voy a hacerte daño. Jamás.
—Lo sé. No estoy segura de por qué pregunté. —Cierro los ojos, y él toma la
invitación como lo que es.
Me pierdo en sus caricias, preguntándome cómo algo que requiere tan poco
puede sentar tan bien. Se detiene en mis pechos, alrededor de mis caderas, pero
también por todas partes. Todas las curvas y ángulos, todos los lugares suaves y
vulnerables. Siento un hormigueo en la piel, un placer desconocido. Lowe es
meticuloso: encuentra los lugares que quiere explorar, va más despacio y su
respiración se hace pesada en mis oídos, entrecortada por suaves zumbidos de
aprobación. Se toma su tiempo y no avanza hasta que está satisfecho de haber
completado su tarea. Hay algo claramente sexual en esto, sin duda, pero va más allá.
Me están descubriendo. Mapeándome. Calmándome y encendiéndome a la vez.
—Eres tan hermosa —susurra, un pensamiento distraído más que una
declaración, y de repente no puedo soportarlo más. Con los ojos cerrados, mi mano
215
busca la suya bajo el agua. Entrelazo nuestros dedos y los llevo a la parte interior de
mi muslo. Es una súplica silenciosa.
—Es que estoy muy cansada. —Suspiro—. Y realmente lo quiero.
—Dios, Misery. —Sus latidos huelen a que moriría por esto. Y aun así está a
punto de preguntarme si estoy realmente segura, y voy a reírme de él. O gruñir.
—Lowe. ¿Me ayudas? ¿Por favor?
Su—: Joder… —Es suave y aturdidor, pero sus dedos se desplazan hacia donde
los necesito. Apenas roza mi centro con los nudillos, pero yo siseo justo cuando él
inhala. Nuestras respiraciones se entremezclan, equilibrándose en la habitación—.
De acuerdo. —Un rugido desde lo más profundo de su pecho—. Sí.
La yema de su pulgar roza mi clítoris con círculos cálidos y rítmicos. Lowe se
lame los labios y medio pregunta, medio gruñe:
—¿Así?
Asiento. No es lo que yo haría por mí misma, pero funciona, de algún modo
incluso mejor. Hay cierta torpeza por parte de ambos, pero él sabe dónde tocarme.
Cuánto tiempo. Con qué fuerza.
—Sí. —Me muerdo el labio inferior, con los colmillos al aire, y aprieto contra
él.
—La noche que nos conocimos, cuando bajaste por las escaleras del mezanine
—gime contra mi hombro—, pensé en hacer esto.
Debe de haber algo dramática y masivamente compatible entre nosotros,
porque siento cada caricia de sus dedos en lo más profundo de esta alma que se
supone que no debo tener.
—¿Sí? —La sensación caliente y creciente en mi bajo vientre se anuda en una
maraña de calor. Me retuerzo, arqueo la espalda. El aire frío recorre mis pezones
húmedos.
—Parecías tener frío con tu traje. —Chupa el mismo punto de mi cuello en el
que se fijó cuando fuimos donde Emery, en la pista—. Parecías tan encantadora, y tan
decidida, y tan jodidamente sola.
Me muevo contra su mano, gimo desvergonzadamente ante la sensación de
vacío e hinchazón en mi interior, agarrándome ciegamente a su musculoso brazo con
ambas manos.
—Pensé en llevarte lejos. Pensé en conseguirte una manta. —Su dedo índice se
desliza dentro de mí y, con un breve ajuste, empujo contra él—. Pensé en hacer que
te corrieras con mi boca hasta que no pudieras más.
216
El placer estalla en mi interior como fuegos artificiales, un resplandor de calor
y alivio. Aprieto la mano de Lowe, me acurruco en su brazo y me estremezco. Un grito
me arde en la garganta, pero me lo trago hasta convertirlo en un pequeño gemido, y
luego es un lío, improvisado con latidos agitados y respiraciones entrecortadas. Lowe
me mira fijamente, con la boca entreabierta y la garganta temblorosa. Sus ojos
helados se clavan en los míos y yo...
Me río, gutural y áspera.
—¿Qué? —suena sin aliento. A un pelo de un punto de inflexión no
especificado. Sigo palpitando alrededor de su mano, y él se queda mirando el agua
que chapotea alrededor de mis pezones duros mientras se lame los labios.
—Solo... —Me aclaro la garganta, todavía riendo—. ¿Podríamos besarnos?
—¿Qué?
—Aún no lo hemos hecho. Estaría bien que lo hiciéramos. En algún momento.
—En algún momento —repite entrecortadamente. Su mano acaricia el interior
resbaladizo de mi muslo, vibrando con contención.
—Ahora, si quieres. Aunque estoy preocupada.
Frunce el ceño.
—¿Preocupada?
—Sobre mis colmillos. ¿Y si te corto? ¿O te muerdo los labios accidentalmente?
—Me has mordido antes. Entonces no me importó. —Se inclina hacia delante,
ansioso—. No me importará ahora.
No funciona de inmediato. Mi nariz choca con la suya, ladeo la cabeza
demasiado deprisa, mis manos se deslizan por el borde resbaladizo de la bañera.
—Misery —murmura contra la comisura de mi boca, cuando sus labios acaban
allí de algún modo, sonando más encantado que consternado por mi falta de
habilidad.
Pero luego le agarramos el truco, y oh.
Es un beso desordenado. Instantáneo, asombrosamente bueno. Soy cautelosa,
temo hacerle daño, pero Lowe es el desenfrenado. Salvaje. Es el que lo mueve todo,
el que mordisquea, chupa y magrea. Utiliza su pulgar para inclinar mi mandíbula
hacia arriba, agarrándome el cuello con su gran palma una vez que está satisfecho
con mi posición. Es muy profundo, muy rápido, y me entrego a él, a la forma sucia en
que me cambia de ángulo como si quisiera conocer mi sabor por todos los lados.
Me echo hacia atrás para respirar, pero solo me da un segundo antes de
pedirme más. Me lame los colmillos y lo siento en lo más profundo de mi ser. Su deseo
estalla entre nosotros, anhelante, frustrado. Quiero hacer algo al respecto.
217
Para él.
—Lowe —murmuro contra su boca, obligándome a ponerme en pie. El agua
tibia se desliza sobre mi piel y él sigue el recorrido de cada gota. Se inclina hacia
delante para presionar con sus labios la suave piel que hay debajo de mi ombligo y
luego se levanta para secarme con una toalla.
La parte delantera de su camiseta está mojada. Mis pestañas están grumosas,
perladas de agua, y él besa las gotas de mis ojos.
—Tenía miedo. —Sale como una confesión—. Te quedaste flácida en mis
brazos, y yo estaba tan jodidamente asustado.
Asiento.
—Yo también.
Sus ojos están más pálidos que nunca.
—Ven aquí.
Me levanta de nuevo y quiero recordarle que no estoy indefensa, pero puede
que esto sea más para él que para mí. Así que entierro la cara en su cuello e
instintivamente lanzo la lengua para lamer las glándulas de las que me habló.
Todo su cuerpo se estremece y ya estamos en mi habitación. Espero que
caigamos sobre el colchón, pero me mete dentro del armario, sobre el montón de
mantas y almohadas que he montado. Luego se retira al instante.
—¿Lowe?
El timbre de su voz es áspero y grave.
—Hueles como si acabaras de correrte.
Le devuelvo la mirada, sin palabras ante su franqueza. Me acabo de correr.
—Y necesito comerte.
Lo necesita.
—¿De acuerdo?
—Es cosa de licántropo —dice, casi disculpándose.
Asiento, y cuando se inclina para pellizcarme el hueso de la cadera, cierro los
ojos y le doy la bienvenida: el estiramiento de mis muslos al separarlos, el tirón de su
respiración cuando mira y mira y mira un poco más, su gemido áspero, y luego el
contacto con su boca.
Hay algo suplicante en la forma en que lame y chupa, algo que no controla del
todo, y cuando el placer empieza a burbujearme de nuevo en el estómago, me
retuerzo contra sus labios y le doy lo que quiere. Intento sujetar su cabello corto, pero
218
él me inmoviliza las manos, ambas muñecas sujetas por sus grandes dedos, y me las
sujeta a los costados.
—Quédate quieta —me ordena, y el hecho de verme inmovilizada debe de
hacerle efecto, porque su otro brazo desaparece por su cuerpo y la rítmica flexión de
su hombro acordonado es hipnotizante. Se está tocando porque lo que me está
haciendo le apetece, y la idea es como fuego en mi vientre.
—No puedo —siseo, arqueándome aún más contra él.
—Silencio. —Mi cerebro no puede descifrar lo mucho que parece estar
disfrutando con esto, los sonidos que produce, la forma consumidora en que besa mi
clítoris y mi abertura, el dulce roce de su barba insipiente contra el pliegue de mis
muslos. Estoy sin sentido, completamente desencajada. Y lo arrastro conmigo.
—Eres jodidamente irreal —dice, y cuando un nudillo se desliza dentro de mí,
siento que me aprieto a su alrededor. No creo que Lowe sea inexperto, pero sus
movimientos tienen un toque especial, algo más entusiasta que hábil, algo
simplemente perfecto. Me muerde suavemente los labios hinchados, haciéndome
estremecer, y luego calma la punzada con la lengua. Cuando el calor me sube por el
pecho, cuando la presión me atenaza y me agito, me sujeta con un brazo sobre el
hueso de la cadera. Eso es lo que hace que me tiemblen las piernas, me duelan los
pezones y me corra con fuerza: La presencia de Lowe rodeándome, ocupando cada
molécula de aire.
Una vez que soy un desastre tembloroso, gime contra mi coño y suelta un:
—Voy a... —en voz baja. Su agarre de mis muslos se vuelve casi doloroso. Sus
caderas se sacuden y mis talones se clavan en su hombro cuando el placer vuelve a
alcanzar su punto álgido en mi interior.
Probablemente me desmayo un poco. Porque cuando todo retrocede,
encuentro a Lowe apretado contra mi cuerpo, aún duro contra mi cadera. Sus jeans
están calientes y pegajosos. Siento su corazón latir con fuerza en la parte posterior de
mi lengua mientras guía mi cabeza hacia su cuello.
—Creo —dice, sin aliento, ronco—, que voy a encerrarte en este armario para
siempre.
Me acurruco más.
—Creo que me encantaría. —Mis colmillos rozan su vena hasta que gruñe.
Tanteo el botón de sus jeans y casi lo abro cuando suena su teléfono.
Gimo, decepcionada. Lowe me agarra de la cadera una vez, con fuerza, y luego
otra antes de soltarme. Vibra con la tensión frustrada de mientras nos desenreda.
Suspira pesadamente tras comprobar el identificador de llamadas y me entrega el
teléfono con manos temblorosas.
219
Agarro mi toalla desechada para cubrirme e intento no prestar atención a la
forma en que Lowe respira profundamente, intentando calmarse.
El formal—: Felicidades por eludir tu primer intento de asesinato. —De Owen
es tan incorrecto que casi le cuelgo.
—¿Mi primer intento? ¿Perdón?
Pone los ojos en blanco.
—Quise decir en esta ronda de deberes Colaterales. Mis disculpas. Permíteme
reafirmarlo: Joder, te dije que esto pasaría, y tienes que volver a casa
inmediatamente.
—A casa. —Tamborileo con los dedos contra la barbilla—. ¿Quieres decir, a la
gente que me envió dos veces a territorio enemigo?
—Técnicamente te enviaron a territorio aliado, y casi te matan, así que trae tu
culo aquí.
Abro la boca para preguntarle si mi padre ha muerto y lo han nombrado
concejal, pero la cierro cuando Lowe entra en pantalla.
—Su seguridad es mi prioridad —le dice a Owen con aire señorial.
Mi hermano estudia mis hombros desnudos, el estado tipo concurso de
camisetas mojadas en que parece estar el pecho de Lowe, el rubor en las mejillas de
ambos, y dice:
—Ustedes dos sí están follando, eh.
No es una pregunta. Me giro para mirar a Lowe, que se gira para mirarme. Y
ambos nos perdemos un poco en el intercambio.
Todavía no, creo.
Ojalá lo estuviéramos, parece decir.
Quizá podríamos...
—Dejen de follarse con los ojos delante de mí, esto es incesto. Zoofilia, como
mínimo. Misery. —Owen cambia a nuestra lengua—, Hay algo que necesito decirte.
Sobre tu amiga...
—En inglés —le interrumpo.
Me mira incrédulo, con los ojos desviados entre Lowe y yo.
—Me está ayudando a buscar a Serena —le explico.
—Te está ayudando.
—Sí.
Vuelve a poner los ojos en blanco.
220
—El apartamento de tu amiga fue allanado hace tres días.
—¿Qué? —Me muevo hacia delante—. ¿Por quién?
—No estoy seguro, porque quien lo hizo también se metió con las cámaras del
complejo de apartamentos. Pero estoy haciendo que unos amigos busquen fuentes
alternativas.
—¿Cómo qué?
—Imágenes de las cámaras de seguridad de los edificios circundantes.
—¿Se llevaron algo? —Lowe pregunta.
—Muy difícil de decir, considerando el estado en que dejaron el lugar.
Me masajeo la sien, preguntándome por millonésima vez en qué se habrá
metido Serena.
—Y hay más —añade Owen—. Algo importante. Pero no puedo hablar de ello
por teléfono, así que tendremos que vernos en persona.
Miro a Lowe.
—¿Podríamos arreglarlo?
—Sí. Dame unas horas.
—Muy bien. —Asiente a Lowe, luego cambia de nuevo a nuestra lengua—. Me
alegro de que sigas conmigo. —Sus ojos se cruzan con los míos y casi creo que lo dice
en serio. Cuando me fijo en las arrugas que tiene a cada lado de la boca, me doy
cuenta de que hay un aire en mi hermano, normalmente despreocupado y locuaz, que
refleja el de Lowe: Cansado. Preocupado. Pesado.
—Me alegro de seguir contigo —le respondo. Puede que sea la vez que más
vulnerables hemos sido el uno con el otro. El matrimonio me está volviendo una tonta.
—Y lo que sea que esté pasando entre ustedes dos, follen hasta sacarlo de su
sistema antes de que la gente se entere. —Cuelga, y al instante me giro hacia Lowe.
—¿De verdad? —pregunto.
Sus párpados caen al instante. Sus labios se mueven ininteligiblemente durante
unos instantes.
—Las cosas que quiero...
—Quiero decir, ¿nos reuniremos en persona?
—Ah. —Se aclara la garganta—. Tan pronto como pueda arreglarlo.
Asiento agradecida.
—Gracias. Um, la otra cosa, también, me gustaría...
Su teléfono vuelve a sonar. Contesta con un lacónico:
221
—Lowe. —Apartando los ojos de los míos con gran esfuerzo.
—Sí. Por supuesto. Yo me encargo.
Se mete el teléfono en el bolsillo y se queda aquí, en el suelo de mi armario,
más de lo necesario.
—Tengo que ir a hacer las maletas. Y debo cambiarme primero. Pero volveré
pronto.
—Okey. Estaré aquí, supongo. —No estoy segura de qué decir. Todo lo que
pasó en la última hora se está solidificando lentamente. Volviéndose concreto e
incómodo entre nosotros.
Creo que quiere quedarse.
Creo que quiero que se quede.
—Pórtate bien —dice, levantándose.
E inmediatamente se agacha de nuevo, solo para besarme la frente.
222
CAPÍTULO 22

Ella le da ganas de volver a dibujar.

Debo de haberme dormida otra vez, porque cuando abro los ojos es un poco
antes de medianoche. Arrastrar una camiseta y unos leggings es una hazaña digna de
mil ejércitos, y apenas lo consigo. No me he alimentado en una semana, y mi cuerpo
debe de estar lo bastante bien como para exigir sustento, porque mi estómago sufre
dolorosos retortijones.
Me tambaleo escaleras abajo, tratando de recordar si alguna vez he estado sin
sangre tanto tiempo antes. Lo más parecido fue cuando regresé a territorio humano,
antes de que Serena me encontrara un vendedor clandestino que pudiera permitirme.
Cuando conseguí una bolsita, habían pasado tres días y sentía como si mis órganos
internos se estuvieran dando un festín.
Quizá sea porque mi cuerpo se está apagando, pero tropiezo en la cocina sin
darme cuenta de la presencia de Lowe y Alex. Me detengo como un ciervo a punto
de ser atropellado, preguntándome por qué están asomados delante de un
ordenador. Es un poco tarde para una reunión.
—¿Ana está bien? —pregunto, y ambos me miran sorprendidos.
—Ana está bien.
Me relajo. Luego vuelvo a tensarme.
—¿Encontró Owen esa grabación?
Lowe niega con la cabeza.
—Los dos parecen muy serios, así que... Espera, Alex, ¿qué estás...?
Alex se ha levantado de la silla y me está abrazando.
Esto es una pesadilla. Tal vez los vampiros sueñan, después de todo.
—Gracias —dice—. Por lo que hiciste por Ana.
—¿Qué hice...? —Esto es raro—. Sabes que no ingerí ese veneno
voluntariamente para protegerla, ¿verdad? Resulta que me gustan mucho los
cacahuates.
223
—Pero lo habrías hecho —murmura contra mi cabello.
—¿Qué?
—Protegerla.
Lo alejo suavemente, demasiado hambrienta para discutir sobre si soy una
buena persona. Puede que me caiga mejor cuando esté aterrorizado de mí.
—Escucha, voy a alimentarme antes de caer en la tentación de morder uno de
los peluches de Ana o... —jadeo—. Joder.
—¿Qué?
—Joder, joder, joder. Chispitas. El maldito gato de Serena. ¡Me olvidé de él!
¿Alguien lo alimentó? ¿Está muerto? —¿Cuánto tiempo pueden estar los gatos sin
comer? ¿Una hora? ¿Un mes?
—Está a salvo con Ana —me informa Lowe.
—Oh. —Presiono mi palma contra mi pecho—. Lo necesitaré de vuelta si-
cuando encuentre a Serena. Aunque a estas alturas lleva más tiempo con Ana. —Saco
una bolsa de la nevera—. Tal vez puedan llegar a un acuerdo de custodia
compartida...
—Misery, la encontré —me dice Alex emocionado—. ¡Serena Paris!
—¿Encontraste a Serena?
—No, pero he encontrado la conexión. —Me lleva de vuelta a la mesa y ambos
tomamos asiento junto a Lowe—. Esa búsqueda en la que estábamos trabajando antes
de que… —Me hace un gesto.
—¿Casi estiro la pata?
—Sí. Lo continué mientras estabas...
—¿Casi estirando la pata?
—Y fue sorprendentemente difícil. Tan difícil, que pensé que estábamos en
algo.
—¿Cómo es eso?
—Las identidades de los trabajadores de la Oficina de Asuntos Licántropo-
Humanos no aparecían por ninguna parte, lo cual es extraño en ese tipo de empleados
del gobierno. —Miro a Lowe, que me devuelve la mirada con calma. Ya le han
informado—. Así que busqué... más, digamos. Y tropecé con una lista con un nombre
muy familiar.
—¿Qué nombre?
—Thomas Jalakas. Era el humano...
224
—… auditor de las cuentas públicas. —Asiento lentamente. No estoy segura de
lo que eso significa, pero sé que tiene que ver con las finanzas y la economía,
porque…—: Serena envió un correo electrónico a su oficina. Para un artículo que
estaba escribiendo. Y luego lo conoció en persona.
—Sí. Lo entrevistó, aunque el artículo nunca se publicó.
—Pero comprobé sus antecedentes. He comprobado a todos con los que ha
hablado y no he encontrado nada de que estuviera en la Oficina de Asuntos
Licántropo-Humanos.
—Precisamente. Su currículum está por todas partes, pero no se menciona en
ningún sitio de que estuvo en la Oficina once meses, hace ocho años.
La cabeza me da vueltas. Me tapo la boca.
»Ahora —añade Alex—, los dos han sido muy reservados, y no entiendo del
todo el significado de nada de esto, pero si me dicen por qué estoy investigando a
este tipo, podría...
—Alex —interrumpe Lowe suavemente—. Se está haciendo tarde. Deberías
irte a casa.
Alex se vuelve hacia él, con los ojos muy abiertos.
—Has hecho un gran trabajo. Que pases buena noche.
La vacilación de Alex es insignificante. Se levanta, inclina la cabeza una vez y
me toca el hombro al salir. Los ojos de Lowe no me quitan ojo en todo el rato, pero
espero a que la puerta de la cocina se cierre en el marco para decir:
—Thomas Jalakas debe de ser el padre de Ana. ¿Podría ser una coincidencia?
—Sí.
Me burlo, escéptico.
—Bien. ¿Pero lo es?
Sacude la cabeza.
—No lo creo, no. —Navega por las pestañas del navegador y me enseña una
foto—. Este es Thomas.
—Puta madre. —Estudio su boca ancha. La mandíbula cuadrada. Los hoyuelos.
El parecido con Ana es innegable—. Esto significa que Serena se reunió con el padre
de Ana... y nunca me di cuenta, porque asumí que era por sus asuntos financieros.
Lowe asiente.
—Tiene que ser la persona que le habló de Ana. Tenemos que hablar con él.
—No podemos.
225
—¿Por qué? Puedo obtener respuestas de él. Si me ayudas, podría ser capaz
de cautivarlo y...
—Murió, Misery.
El pavor me sube por la espalda.
—¿Cuándo?
—Dos semanas después de que Serena desapareciera. Un accidente de coche.
Las implicaciones se hunden en mí al instante. Serena, esa maldita idiota, se
involucró en algo increíblemente peligroso. Y la otra persona que estaba involucrada
ahora está muerta, lo que...
—Misery. —La mano de Lowe cubre la mía, grande y cálida—. No creo que
signifique que esté muerta.
Es lo que necesitaba oír. Le suplico en silencio que continúe.
—No creo ni por un segundo que sea una coincidencia, pero quien se deshizo
de él tenía los recursos para que pareciera un accidente. Habrían hecho lo mismo con
Serena para evitar cabos sueltos.
Miro fijamente sus fuertes dedos y me lo pienso. Tal vez. Sí. Tiene algún sentido.
Al menos, es algo que esperar.
—Si no es con él, igual deberíamos hablar con sus ayudantes, sus colegas, su
predecesor, alguien que...
—Gobernador Davenport.
Levanto la vista. Los ojos de Lowe son tranquilos. Directos.
—¿Qué?
—Thomas Jalakas fue nombrado por el gobernador Davenport, Misery. Tanto
su puesto en la Oficina como el último.
—Yo… ¿Es un ascenso normal? ¿Ir de una oficina inter-especies a una enorme
oficina financiera?
—Excelente pregunta. —Lowe retira la mano. El aire fresco de la noche me
golpea como una bofetada—. Deberías preguntarle al gobernador Davenport
mañana, mientras cenamos en su casa.
Se me cae la mandíbula.
—¿Cuándo nos conseguiste una invitación a cenar?
—Cuando Alex me habló de esto. Hace tres horas.
—Eso fue rápido.
226
—Soy el Alfa de la manada Suroeste —me recuerda, un poco arcaicamente—.
Tengo algo de poder.
—Supongo. —Suelto una carcajada incrédula. Podría besarlo. Quiero besarlo—
. ¿Qué le dijiste?
—Que tenemos un regalo para él. Para darle las gracias por acoger nuestra
ceremonia de boda en su territorio.
—¿Se creyó eso?
—Es un idiota, y parece que a los humanos les gustan los regalos de
agradecimiento. —Se encoge de hombros—. Lo leí en internet.
—Vaya. Fuiste capaz de encender un navegador por tu cuenta...
Me hace callar con el pulgar en los labios.
—Sé que sabes luchar. Sé que has estado cuidando de ti misma desde que eras
una niña. Sé que no eres parte de mi manada, ni mi verdadera esposa, ni mi… Pero
no hay una sola parte de mí que quiera llevarte a territorio enemigo. Especialmente
días después de que casi te matan en el mío. Para mi tranquilidad, por favor, ten
cuidado mañana.
Asiento, intentando no pensar en si alguien más se ha preocupado por mi
seguridad tanto como él. La respuesta sería demasiado deprimente.
—Lowe, gracias. Es la primera pista sobre Serena en mucho tiempo, y... —Mi
estómago gruñe y recuerdo por qué bajé.
Mi organismo, auto canibalizándose lentamente.
—Lo siento. —Me pongo de pie y busco la bolsa que dejé en el mostrador—.
Sé que estábamos teniendo un momento de gratitud y arco iris, pero realmente
necesito alimentarme. Solo necesito un...
Lowe está de repente detrás de mí. Su mano se cierra alrededor de la mía,
deteniéndome.
—¿Qué...?
—No quiero que bebas eso.
Miro mi bolsa.
—Está sellada. No puede estar contaminada. Además, puedo oler sangre
mierdosa.
—Esa no es la razón.
Inclino la cabeza, confusa.
—Úsame.
227
No lo entiendo. Y entonces lo entiendo, y todo mi cuerpo se funde en lava. Se
convierte en plomo.
—Oh, no. —Siento calor. Más calor que después de comer. Más calor que
mientras me atiborro de sangre—. No tienes que...
—Quiero hacerlo. —Es tan serio. Y joven. Y el más audaz que he visto nunca,
cuando su línea de fondo es bastante audaz—. Quiero hacerlo —repite, aún más
decidido.
Jesús.
—Hablé con Owen. Antes de ser envenenada.
Lowe asiente. Su mirada es ansiosa.
—Creo que no debería haberme alimentado de ti.
—¿Por qué?
—Dijo que no es algo que la gente deba hacer a menos que seamos...
Lowe asiente como si lo entendiera. Pero luego se lame los labios.
—¿Y tú y yo no somos? —Está tan genuinamente ansioso por saber, que es
como electricidad inyectada directamente en mis terminaciones nerviosas.
Pienso en los últimos días. La creciente intimidad entre nosotros. Sí, Lowe y yo
lo somos. Pero…
—Va más allá del sexo. La alimentación a largo plazo crea lazos y enreda vidas.
Es algo que hacen estrictamente las personas que tienen sentimientos profundos el
uno por el otro, o la voluntad de desarrollarlos.
Lowe escucha atentamente, sin apartar los ojos. Cuando pregunta:
—¿Y tú y yo no? —Es como si me clavara un cuchillo en el corazón.
—Nosotros... —Mi estómago es un dolor vacío y abierto—. ¿Nosotros?
Está callado. Como si tuviera su respuesta, pero estuviera dispuesto a esperar
a que yo encuentre la mía.
—Es que sería diferente de lo que hemos hecho antes. No es solo sexo o
diversión. Si nos acostumbramos a esto, a largo plazo, podría haber... consecuencias.
—Misery. —Su voz es suave. Ligeramente divertida. Hay un brillo solemne en
sus ojos—. Nosotros somos las consecuencias.
El problema es que esto no puede acabar bien. No estoy segura de estar
preparada para exigir el amor y la devoción incondicionales de alguien, pero Lowe
tiene el corazón ocupado. Y es imprudente ver lo que está pasando entre nosotros en
como algo más que la proximidad forzada de dos personas unidas por una ráfaga de
maquinaciones políticas.
228
He perseguido algo, a alguien, toda mi vida —siempre el medio, nunca el fin—
y he hecho las paces con ello. No le guardo rencor a mi padre por anteponer mi
seguridad al bienestar de los vampiros, ni a Owen por haber sido elegido su sucesor,
ni a Serena por valorar más su libertad que mi compañía. Puede que nunca haya sido
la principal preocupación de nadie, pero sé que no debo pasar mi tiempo en esta
Tierra simplemente envidiando.
Pero cuando estoy con Lowe me siento diferente, porque él es diferente. Nunca
me trata como si fuera la segunda, aunque sé que lo soy. Podría verme a mí misma
volviéndome celosa, envidiosa. Codiciosa por lo que él no puede dar. Podría llegar a
ser insoportable, el dolor de ser solo una ocurrencia tardía para él. Por no hablar de
que si —cuando, maldita sea, cuando— encuentro a Serena, voy a tener que tomar
algunas decisiones importantes.
—Misery —dice, paciente. Siempre paciente, pero también urgente. Me doy
cuenta de que me está ofreciendo la mano. Está extendida, esperándome, y... Esto no
puede acabar bien. Y sin embargo, creo que Lowe podría tener razón. Nosotros dos,
ya pasamos de evitar lo que hay entre nosotros.
Sonrío. Su calidez está teñida de una intensa melancolía. Esto no acabará bien,
pero pocas cosas lo hacen. ¿Por qué negarnos a nosotros mismos?
—¿Sí? —Le tomo la mano, noto su leve sorpresa cuando mis dedos se deslizan
por sus nudillos y luego se cierran alrededor de su muñeca. Sujeto su palma con las
dos mías y la levanto. Resulta divertido recorrer su carne, llena de callosidades y
cicatrices que salpican su áspera piel.
Una mano grande, capaz e intrépida.
Me lo llevo a los labios. Lo beso ligeramente. Lo raspo suavemente con los
dientes, lo que hace que se le cierren los ojos. Murmura unas palabras en voz baja,
pero no puedo entenderlas.
—Si realmente hago esto —digo contra su carne—, debería evitar tu cuello.
—¿Por qué?
—Podría dejar un rastro. La gente se daría cuenta.
Sus ojos se abren de golpe.
—¿Crees que me importaría?
—No lo sé —miento. Dudo que a Lowe le importe lo que los demás piensen de
él.
—Puedes hacer lo que quieras conmigo —dice, y parece que se refiere a algo
más que a su sangre.
Mis colmillos rozan su muñeca. Me provoco a mí misma tanto como a él.
229
—¿Estás seguro? —Revoloteo, temiendo que no sea tan bueno como la primera
vez. Tal vez lo haya adornado en mi cabeza, y él sabrá como todas las bolsas que he
probado: satisfactorio, anodino.
—Por favor —dice, suave, hambriento, y hundo los dientes en su vena. La
espera hasta que su sangre llega a mi lengua dura lo suficiente como para que miles
de civilizaciones se derrumbaran. Entonces su sabor inunda mi boca y me olvido de
todo lo que no somos nosotros.
Mi cuerpo florece con nueva vida.
—Joder —murmura. Tomo más de un fuerte tirón, acunando su brazo contra mí,
y él me aprieta contra la nevera. Sus dientes se acercan a mi cuello y me muerden, lo
bastante fuerte como para dejar una marca. Parece haber caído en un estado de
trance, moverse por instinto—. Lo siento —jadea, y luego vuelve a chuparme el
cuello, a lamerme el pulso. Marcándome—. De todas las cosas buenas. —Me agarra
de las caderas mientras las giro hacia las suyas—. De todas las cosas buenas que he
sentido en mi puta vida, tú eres la mejor.
Bebo un último trago y sello la herida con la lengua. Tiene los ojos
desorbitados, muy abiertos. Los ojos de un lobo. Miran fijamente mis colmillos como
si estuviera desesperado por tenerlos de nuevo en su cuerpo.
—¿Lo soy?
Asiente.
—Voy a... —Me besa, ansioso, inmediatamente profundo, probando el rico
sabor de su sangre en mi lengua—. ¿Puedo...? —Me levanta y me lleva arriba.
Entierro la cara en su cuello, y cada vez que mordisqueo sus glándulas, sus brazos se
tensan de placer.
La habitación de Lowe está a oscuras, pero la luz se filtra desde el pasillo. Me
deposita en medio de la cama deshecha y se retira al instante para quitarse la
camiseta. Me incorporo y miro a mi alrededor, dándome cuenta de que esto está
ocurriendo de verdad.
—No las cambié durante mucho tiempo —dice Lowe.
Admiro su hermosa forma, la fuerza acordonada de su cuerpo. Podría morderlo
en cualquier parte y encontraría alimento. Sorber de sus redondos bíceps, de la V de
su estómago, de la colina de sus lomos.
—¿Qué? —Estoy perdiendo el hilo. Me salto palabras—. ¿No cambiaste qué?
—Las sábanas.
—¿Por qué?
—Olían como tú.
230
—Cuando... Oh. —pauso—. Lo siento.
—El aroma era tan dulce. Me excité con las fantasías más sucias, Misery. —Me
da la vuelta suavemente, con el vientre contra el colchón. Me baja los leggings hasta
los muslos y la camiseta en dirección contraria—. Y entonces el olor se desvaneció.
—Se sube sobre mí, a cada lado de mis piernas. Sus manos se cierran sobre mis
redondas nalgas, medio acariciando, medio apretando. A través de la áspera tela de
sus jeans, su erección se arrastra contra mis muslos. Cuando giro la cabeza hacia
atrás, me recorre los hoyuelos de la parte baja de la espalda con una expresión de
placer—. Pero no las fantasías. —Desciende sobre mí, con su calor como una manta
de hierro—. No puedo ser otra cosa que lo que soy —me susurra en el arco de la oreja.
Hay una pizca de disculpa.
—¿Qué eres?
—Licántropo. —Su mano rodea mi caja torácica, pero se detiene justo debajo
de mi pecho. Un recordatorio silencioso de que siempre podemos parar—. Alfa.
Ah.
—No me gustaría que no fueras tú.
—¿Puedo...? —Sus dientes se cierran suavemente alrededor de la articulación
de mi hombro—. No voy a sacarte sangre, ni a hacerte daño. Pero, ¿puedo...?
Asiento en el colchón.
—Me parece justo.
Gruñe, agradecido, y me lame una larga franja que me sube por la columna
hasta la nuca. Es vocal en su placer, vocal en su alabanza, y aunque no lo entiendo del
todo, esto es algo para él, algo importante y absorbente y puede que incluso
necesario. Su mano vuelve a sujetarme las muñecas por encima de la cabeza, como si
necesitara saber que estoy aquí para quedarme. Lucho contra su agarre, solo para
probarlo.
—Pórtate bien. —Lowe chasquea la lengua—. Te portas bien. ¿Verdad, Misery?
—Sí —respiro.
—Bien. Muy bien. Estoy profundamente obsesionado con estas. —Siento aire
caliente contra mi piel, y me doy cuenta de que está hablando de mis orejas—. ¿Son
sensibles?
—No creo que...
Sus dientes se cierran alrededor de la punta, y es como si una corriente me
atravesara.
231
—Ya veo que sí —balbucea. Su polla me aprieta con más fuerza el culo y sus
labios vuelven a mi nuca una y otra vez, como si no pudiera evitarlo, como si fuera el
centro de gravedad de mi cuerpo.
Recuerdo el avión, lo cerca que estuvo de perder el control la primera vez que
me tocó ahí.
—¿Los licántropos tienen una glándula ahí? —pregunto, con las palabras
amortiguadas entre las sábanas. Estoy más mojada de lo que recuerdo. Si esto es lo
más caliente que voy a experimentar, me encantaría saber por qué.
—Es complicado. —Me hace una marca en la nuca de la parte superior de la
columna y yo emito un sonido gutural. Entonces lo hace él. Detrás de mí hay un tanteo:
su cinturón desabrochado, la cremallera de sus jeans bajada y, tras unos segundos de
crujidos, su polla separa las nalgas de mi culo, empujando entre ellas. Está húmeda y
caliente, se frota arriba y abajo para conseguir la fricción adecuada.
Lowe emite un sonido de estupefacción.
—Condón —jadeo. No es algo que los vampiros usen, pero quizá los
licántropos sí—. ¿Tienes uno?
Vuelve para un último mordisco antes de darme la vuelta.
—No. —Sus ojos brillan con una luz decidida y reflejada mientras me quita los
leggings. Me mira fijamente con una fijeza que me parece la culminación de muchas
cosas de las que nunca oiré hablar, y cuando se inclina para lamerme la clavícula,
siento lo duro que está, goteando contra mi estómago. Su calor alimenta mi hambre
de sangre en una confusa y hermosa acumulación.
—¿Pero quieres usar algo? —pregunto.
—No hace falta —dice levantándome la camiseta. Esta vez me muerde un
pecho. Su lengua me rodea el pezón antes de presionarlo. Luego chupa, con la boca
húmeda y electrizante.
—Para —me obligo a decir.
Al instante se echa hacia atrás, apoyándose en las palmas de las manos y
apartando con dificultad la mirada de mi pecho.
—No tenemos que hacerlo —jadea—. Si tú...
—Sí, pero. —Me apoyo en los codos. Mi camiseta se desliza y cubre la curva
superior de mis pechos. Los ojos de Lowe vagan de nuevo hacia abajo, hasta que los
aparta hacia la ventana—. ¿Por qué no quieres usar anticonceptivos? —Si los
licántropos y los humanos pueden reproducirse, nada está fuera de la mesa.
—No... Podemos, si quieres. Pero no podemos tener sexo.
—¿No podemos?
232
—Así no.
Me siento y me bajo la camisa, y él se echa hacia atrás y se sienta sobre las
rodillas. Nos miramos fijamente, con la respiración agitada, como si estuviéramos en
medio de un duelo de la época de la Regencia.
—Quizá deberíamos hablar de esto.
Su garganta se estremece.
—No somos compatibles así, Misery. —Lo dice como si supiera que es un
hecho. Algo en lo que ha pensado mucho.
Mi ceja se levanta.
—Si Ana existe... —Debe de ser factible.
—Es diferente.
—¿Por qué? ¿Porque soy una vampira? —Miro cómo me agarro al dobladillo de
mi camiseta oversize como si fuera una balsa salvavidas. Lo que necesitamos aquí es
algo de humor. Para calmar los ánimos—. Juro que no tengo dientes ahí abajo.
No sonríe.
—Tú no eres el problema.
—Ah. —Espero a que continúe. No lo hace—. ¿Cuál es el problema?
—No quiero hacerte daño.
Le echo un vistazo a su ingle. Se ha vuelto a subir los calzoncillos. Está tapado,
la habitación está a oscuras y mi visión no es exhaustiva, pero parece normal. Bien.
Grande, claro. Pero normal.
Recuerdo lo que me contó sobre Suiza. La forma en que las diferentes especies
vivían juntas. Dijo que no salía mucho con vampiros, pero...
—¿Alguna vez has... con un humano?
Asiente.
—Y les hiciste daño.
—No.
—Entonces...
—Será diferente.
Estamos hablando de sexo, ¿verdad? ¿Coito con penetración? Este obstáculo
insuperable del que habla debe estar ubicado en algún lugar entre su hardware y el
mío. Excepto que parece estructuralmente estándar.
—Crecí con una humana. Mis órganos reproductores no difieren
significativamente de los humanos que son asignados como hembras al nacer.
233
—No es porque seas una vampira, Misery. —Traga saliva—. Es porque eres tú.
Por lo que eso me hace.
—No entiendo... —me interrumpe con un beso que me asalta de un modo
delicioso y desquiciado. Me toma la cara, me tira del labio inferior con los dientes y
pierdo el hilo de la conversación.
—Vas a oler así —murmura contra mis labios—. Ya ha ocurrido, y ni siquiera
estabas en la puta habitación. —¿Ya?—. Y no voy a poder evitar querer terminar.
—Está bien. —Me río. Mi frente se apoya en la suya—. Quiero que termines,
yo...
—Misery, somos especies diferentes.
Cierro los dedos alrededor de sus muñecas.
—Dijiste que... dijiste que lo haríamos. En el despacho de Emery. —Me
sonrojo, me avergüenza admitir que llevo días pensando en esas palabras.
—Dije que podría follarte. —Su garganta trabaja—. No es que lo haría.
Bajo los ojos.
—¿Pensabas decírmelo? ¿Que no podíamos tener sexo?
—Misery. —Sus ojos captan los míos, y sospecho que puede ver todo. Mi
interior—. Es sexo, lo que hemos hecho. Lo que vamos a hacer. Todo es sexo. Y todo
va a sentar muy bien.
Le creo, de verdad. Y sin embargo:
—¿Estás seguro? ¿Que tú y yo no podemos…?
—Te lo puedo enseñar. ¿Quieres que lo haga?
Asiento. Me besa de nuevo, con ternura, claramente intentando tomarse las
cosas con calma. Soy yo la que me aparto para quitarme la camiseta.
—¿Has hecho algo de esto antes? —me pregunta apoyándose en mi nuca, y yo
niego con la cabeza. Nunca me juzgaría por ello, pero quiero explicárselo—. Me sentí
rara. Hacer esto con un humano cuando ya le estaba mintiendo sobre todo. —Y los
vampiros nunca fueron una opción. Siempre estuve sola, en la frontera entre esos dos
mundos. El hecho de que me sienta más en casa que nunca con un licántropo, con
alguien en cuya proximidad nunca debería haber estado… Hay algo malo en ello. O
dolorosamente correcto.
—Aliméntate más —me ordena, empujándome hacia la cama. Acabamos de
lado, uno frente al otro. No es una posición que asocie con actividades sexuales
salvajes y desinhibidas.
—Si me alimento, no podemos...
234
Con una mano en mi nuca, guía mi cara hacia su cuello.
—Podemos. —Se quita los jeans por completo y solo queda su piel, caliente
contra la mía, el vello áspero de sus brazos y piernas, sutilmente extraño. Deslizo la
espinilla entre sus rodillas y dejo vagar la mano, curiosa, deseosa de explorar. Es
gloriosamente diferente y, aunque no soy de las que admiran la belleza, no puedo
dejar de pensar que me gusta: su aspecto, sus sentimientos, cómo le gusto. El ligero
temblor de sus dedos cuando se posan en mi cintura, los músculos de su cuerpo
tensándose con paciente anticipación.
—Eres tan hermosa —murmura en mi sien—. Lo pensé desde que me dieron
esa primera foto tuya. Llegaste caminando por el pasillo y tuve miedo de mirar. Ni
siquiera te había olido y ya no podía dejar de mirarte.
Se me cruza por la cabeza una idea perdida, dulce y aterradora y totalmente
distinta a mí: Desearía ser tu pareja. Sé que no debo decirlo. Sé que no debo pensarlo.
En lugar de eso, siento su gran mano alrededor de mi nuca.
—Realmente quiero que te alimentes, Misery.
Hincarle el diente se está convirtiendo en algo natural, su sabor es agradable
y familiar. No me pregunto cómo volveré a las bolsas frías. Me limito a dar tragos
profundos y gozosos, y cuando oigo su gemido vibrante y prolongado, cuando su
mano arrastra mi muñeca hasta su polla y cierra mis dedos en torno a ella, me siento
feliz, flexible y deseosa de complacer.
Está duro, pero también suave, y no quiere mucho. Guía mi mano arriba y abajo
una vez, otra, y más allá de eso, no tiene instrucciones para mí. Mi tacto parece ser
suficiente, al igual que el resto de mí.
—Me voy a correr muy rápido —resopla.
Le suelto la vena con un chasquido húmedo.
—No tienes que hacerlo.
Se ríe, meciéndose en mi puño.
—No tengo muchas opciones. —Aprieta mi puño, dándose la presión que está
deseando—. Y luego te enseñaré lo que me haces.
Sea lo que sea lo que él necesita, yo quiero lo mismo. Uno de sus muslos se
encaja entre los míos y me froto contra él, vagamente avergonzada por los sonidos
lascivos y rítmicos que produce el contacto, por el desastre que estoy haciendo sobre
él. Pero me siento bien, demasiado bien como para parar y lo bastante bien como
para olvidarlo, y aún mejor cuando su mano me amasa los pechos, se mueve hacia la
parte baja de mi espalda para acurrucarme las caderas, colocándome de modo que
sí...
235
—Ahí. —Tarareo la palabra en su cuello, entre bocanadas de sangre. Me siento
desvergonzada y mareada y brevemente feliz, rechinando y buscando el placer como
si fuera algo que él tiene reservado para mí, no si lo hará, sino cuándo. Doy una última
calada, trago y pregunto—: ¿Está bien esto?
Los ojos de Lowe se clavan sin ver en los míos, y el hecho de que parezca
demasiado asombrado para poder hablar, la forma entrecortada y descoordinada con
la que intenta asentir a su placer, eso es lo que me empuja.
Suelto un gemido grave y resonante, y mi orgasmo se extiende como una ola
de calor. Mi respiración se entrecorta, mi visión se estrecha, y entonces me
estremezco sobre el muslo de Lowe, revolcándome contra él como una criatura
salvaje. Me olvido de lo que estaba haciendo por él, del ritmo que mantenía, del tacto
retorcido y persistente que disfruta. Pero incluso entonces, el mero hecho de ver y
oír mi placer parece bastarle.
Sus brazos me rodean con fuerza. Su polla se endurece. Su boca contra la mía
canta una sarta de obscenidades y súplicas sobre lo mucho que deseaba esto, lo
hermosa que soy, cómo pensará siempre en mí cuando haga esto de ahora en
adelante, hasta el día de su muerte. Su semen está caliente en mis dedos, en mi
vientre. Los sonidos de su garganta pertenecen a algo que vive en la maleza del
bosque, alguien perdido para el pensamiento racional.
Es hermoso, pienso. No solo el placer, sino compartirlo con otra persona,
alguien a quien aprecio y quizá quiero un poco, en la medida de mis posibilidades.
Y entonces las cosas que dice cambian. A diferencia de mi orgasmo, que
floreció y explotó y refluyó, el suyo dura. Crece. Y Lowe tiembla, jadea y gime antes
de preguntarme:
—¿Quieres saberlo?
Asiento, aún sin aliento. Su mano baja para guiar la mía más abajo en su polla,
hasta que llegamos a la base.
—Mierda.
Tiene las mejillas sonrojadas y la cabeza inclinada hacia atrás. No lo entiendo
inmediatamente, no hasta que su suave piel cambia. Algo se hincha bajo mi palma. La
mano de Lowe se cierra alrededor de la mía, presionándola, rodeando la
protuberancia hinchada como si todo lo que quisiera fuera encerrarla, sujetarla
dentro de algo. Crece, y los gemidos ahogados de Lowe se hacen más fuertes, y...
—Misery.
Dice mi nombre como una oración. Como si yo fuera lo único que se interpone
entre él y el cielo en la Tierra. Y es entonces cuando entiendo lo que quería decir.
Sexualmente, puede que él y yo no seamos totalmente compatibles.
236
CAPÍTULO 23

Ella lo hace reír. No es un regalo pequeño.

El problema de utilizar un regalo como excusa para visitar al gobernador


Davenport es que no podemos presentarnos con las manos vacías. Lowe y yo
tardamos una hora en territorio humano, tres tiendas de antigüedades diferentes y un
montón de discusiones antes de encontrar un regalo que ambos consideramos
apropiado. Él rechaza mi elección de inflador de bicicleta antiguo (Eso es un narguile,
Misery). Yo veté su jarrón de cerámica (Ahí dentro está el abuelo de alguien, Lowe).
Nos insultamos mutuamente, primero disimuladamente, luego de forma pasivo-
agresiva y después con un desprecio descarado. Cuando estoy a punto de sugerir
que nos peleemos en el aparcamiento para ver lo bien que aguantan sus garras mis
colmillos, se da cuenta y pregunta:
—¿Te agrada siquiera el gobernador?
—No.
—¿Es posible que le estemos dando demasiadas vueltas a esto?
Mis ojos se abren de par en par.
—Sí.
Volvemos a entrar en la última tienda y compramos un misterioso cenicero con
forma de oso polar. Es a la vez lo más feo que encontramos y supera con creces los
trescientos dólares.
—¿De dónde sale el dinero? —pregunto.
—¿Qué dinero?
—Tu dinero. El dinero de tus subalternos. El dinero de tu manada. —Lo fulmino
con la mirada mientras volvemos al coche, asegurándome de que no hay nadie cerca.
Llevo lentes de contacto marrones, pero hace tiempo que no me limo los caninos.
Abrir la boca en público probablemente haría que llamaran a control de animales—.
¿Trabajas en seguros mientras estoy desmayada durante el día?
—Robamos bancos.
237
—Tú... —Lo detengo con una mano en el brazo—. Robas bancos.
—Bancos de sangre no, no te emociones demasiado.
Le pellizco el lado izquierdo, enfadada.
—Auch. Mi... —Una pareja de ancianos humanos pasa a nuestro lado y nos lanza
una mirada indulgente de amor juvenil—. ¿Hígado?
—Lado equivocado —susurro.
—Apéndice.
—Sigue mal.
—¿Vesícula biliar?
—No.
—Maldita anatomía humana —murmura. Entrelaza sus dedos con los míos,
tirando de mí en su dirección.
—No hablas en serio, ¿verdad? ¿Lo de robar?
—No. —Me abre la puerta—. Muchos licántropos tienen trabajo. La mayoría.
Yo tenía un trabajo, antes de... antes.
Antes de que su vida se convirtiera en algo de su manada.
—Bien.
—La mayoría de las manadas tienen carteras de inversión muy organizadas. De
ahí salen los gastos para infraestructuras y los cargos directivos que no tienen tiempo
de tener otros trabajos. —Me observa deslizarme en el asiento del copiloto y luego
se inclina hacia delante, una mano en la puerta y la otra en el techo del coche—. Es
diferente del marco financiero de los vampiros.
—Porque nuestros puestos de liderazgo son hereditarios.
—Estoy seguro de que familias como la tuya dependen de herencias
transmitidas de generación en generación, pero en general, los vampiros no están
tan centralizados. Hay menos de ustedes, menos cultura comunitaria.
Frunzo los labios.
—Es un poco molesto que sepas más de mi gente que yo y que presumas de
ello.
—¿Lo es? —me dice. Se inclina hacia delante y me da un beso en la nariz—.
Tendré que hacerlo más a menudo.
Es lo más divertido que he hecho con alguien que no es Serena. Incluso más, a
veces. Aunque puede que se deba a la forma en que me mira entre los momentos en
que examino las lámparas de vidrieras, y al hecho de que me entrega en silencio su
suéter cuando tiemblo en la acera de la tienda, y a cómo, cuando estamos solos en el
238
coche, me roba un beso que me hace olvidar cómo respirar, con su lengua suave
sobre mis colmillos hasta que pruebo una gota de sangre, y luego es él quien gime,
apretándome la mano alrededor de la cintura, diciéndome que no puede esperar a
llegar a casa.
Casa.
Intento no pensar en ello, en que el territorio de su manada no es en absoluto
mi casa, pero es difícil. Me siento aliviada cuando el gobernador Davenport nos
recibe en su puerta, haciendo ademán de invitarme explícitamente a pasar. Me
pregunto si en todos sus años de tratos políticos, mi padre nunca le disipó ese mito
concreto. Es el tipo de trastada mental que él se permitiría.
—Es tan refrescante ver una unión licántropo-vampira que aún no ha terminado
en derramamiento de sangre. —A juzgar por el olor de su sangre, no está
completamente borracho, pero va camino de ello. Su casa es una mezcla de bonita y
ostentosa, y su esposa definitivamente no es la primera. Probablemente tampoco la
segunda. Cuando me dice, medio paternal medio salaz—: Te has portado bien,
jovencita. —La mirada de Lowe me pregunta claramente: ¿Quieres que lo sujete
mientras le destrozas la yugular?
Suspiro y articulo un No.
Aun así, el—: Gracias por recibirnos —de Lowe va acompañado de un apretón
de manos más que firme. El gobernador se lleva los dedos al pecho mientras nos
acompaña a una sala de estar, y yo agacho la cabeza para ocultar mi sonrisa.
Parece tener un interés lascivo en el funcionamiento de nuestro matrimonio, y
no tiene reparos en preguntar.
—Debe ser un reto. Lleno de discusiones, apuesto.
—La verdad es que no —le digo. Lowe da un sorbo a su cerveza.
—Desacuerdos, al menos.
Echo un vistazo a la habitación. Lowe suspira.
—No me puedo imaginar que cuando surgen temas como el del Aster
coincidan.
—¿El qué? —Lowe me mira sin comprender. Se me ocurre que el licántropo
podría recordar el evento con otro nombre. Uno menos centrado en la sangre de
vampiros.
—El último intento de matrimonio arreglado antes del nuestro —explico—.
Donde los licántropos traicionaron y masacraron a los vampiros.
—Ah. La Sexta Boda. Fue un acto de venganza. Al menos, eso es lo que nos
enseñan.
239
—¿Venganza?
—Por el trato violento del novio vampiro a su novia licántropa durante el
matrimonio anterior.
—Eso no nos lo dicen —resoplo—. Me pregunto por qué.
—¿Van a discutir sobre ello? —pregunta el gobernador, como si fuéramos su
fuente personal de entretenimiento.
—No —decimos a la vez, lanzándole duras miradas.
Se aclara la garganta tímidamente.
—Es hora de cenar, ¿no creen?
Lowe no tiene las habilidades maquiavélicas y manipuladoras de mi padre,
pero es hábil para dirigir la conversación hacia donde debe ir sin desvelar
demasiado. La esposa del gobernador guarda silencio. Yo también: miro fijamente mi
risotto con setas, que según Serena son diferentes de los hongos que una vez tuvo
bajo los pies, aunque no recuerdo muy bien en qué. Me pregunto perezosamente por
qué los humanos y los licántropos no paran de tirarme comida, y escucho cómo el
gobernador nos informa de que él y mi padre son “grandes amigos” que llevan una
década reuniéndose en territorio humano una vez al mes para hablar de negocios —
a pesar de que padre me visitaba una vez al año cuando yo era la Colateral; me
encantaría escandalizarme, pero prefiero ahorrar energía. El gobernador nunca ha
estado en territorio de licántropo, pero ha oído cosas muy bonitas y le encantaría
recibir una invitación (que Lowe no la extiende). También va a pasar a un puesto de
lobby una vez que Maddie García se haga cargo por completo.
Entonces Lowe traslada la conversación a su madre.
—Era una de las comandantes de Roscoe —dice, cambiando nuestros platos
una vez que ha terminado con su cena y volviendo a empezar la comida—. Trabajaba
estrechamente con la Oficina de Asuntos Licántropo-Humanos, de hecho.
—Ah, sí. La vi una o dos veces.
—¿En serio?
El gobernador agarra un trozo de pan.
—Una mujer encantadora. Jenna, ¿verdad?
—María. —Oigo el disgusto en el tono de Lowe, pero dudo que alguien más
pueda oírlo—. Tenía la impresión de que la mayoría de sus tratos eran con alguien
encargado de asuntos fronterizos... ¿Thomas...?
—¿Thomas Jalakas?
—Eso me suena. —Lowe mastica mi risotto en silencio—. Me pregunto si se
acuerda de ella.
240
Estoy tensa. Hasta que el gobernador dice:
—Lamentablemente, falleció hace un rato.
—¿Ah sí? —Lowe no actúa sorprendido. Paradójicamente, hace que su reacción
sea más creíble—. ¿Qué edad tenía?
—Joven, todavía. —El gobernador sorbe su vino. A su lado, su mujer juguetea
con su servilleta—. Fue un accidente terrible.
—¿Un accidente? Espero que mi gente no estuviera involucrada.
—Oh, no. No, fue un accidente de coche, creo. —El gobernador se encoge de
hombros—. Por desgracia, estas cosas pasan.
La mirada de Lowe es tan intensa que sospecho que va a enfrentarse a él. Pero
al cabo de un momento, se relaja, y toda la sala respira aliviada.
—Qué pena. Mi madre hablaba de él con cariño.
—Ja. —El gobernador se bebe el resto del vino—. Apuesto a que sí. Oí que era
muy cariñoso con cualquiera. —De todas las cosas que podría haber dicho, ésta es la
más equivocada.
Lowe se limpia tranquilamente la boca con la servilleta y se levanta. Camina sin
prisa alrededor de la mesa, hacia el gobernador, que debe darse cuenta de lo
equivocado de su proceder. Su silla chirría contra el suelo cuando se levanta y
comienza a retroceder.
—No quise ofender... ¡ay!
Lowe lo estampa contra la pared. La mujer del gobernador grita, pero no se
mueve de su silla. Corro hacia Lowe.
—Arthur, amigo mío —murmura en la cara del gobernador—. Apestas como si
estuvieras hecho de mentiras.
—Yo no... no... ¡Ayuda! ¡Ayuda!
—¿Por qué hiciste matar a Thomas Jalakas?
—¡No lo hice, juro que no lo hice!
Cuatro agentes humanos irrumpen en la sala con las armas desenfundadas.
Inmediatamente apuntan a Lowe, gritándole que deje marchar al gobernador y
retroceda. Lowe no da señales de haberse percatado de su presencia.
—Dime por qué mataste a Thomas y te dejaré vivir.
—No lo hice, juro que no lo hice...
Se inclina.
—Sabes que puedo matarte más rápido de lo que ellos pueden matarme,
¿verdad?
241
El gobernador gime. Una gota de sudor resbala por su rostro enrojecido.
—Él... yo no quería eso, pero estaba hablando con los periodistas sobre unos
desfalcos en los que estaba implicada mi administración. Tuvimos que hacerlo.
Tuvimos que hacerlo.
Lowe se endereza. Se sacude el polvo, da un paso atrás y se vuelve hacia mí
como si fuéramos las dos únicas personas de la sala y cuatro armas de fuego no
siguieran apuntándole. Su mano me toca tranquilamente el codo y sonríe, primero a
mí y luego a los guardias.
—Gracias, gobernador —dice, llevándome lejos—. Ya sabemos dónde está la
salida.

—Tengo a varias personas siguiéndolo —me informa Lowe una vez que
estamos en el coche—. Y Alex está trabajando en el seguimiento de sus
comunicaciones. Sabe que estamos tras él, y seremos alertados en cuanto haga el
siguiente movimiento.
—Espero que haya diez lobos cagando en su patio trasero —murmuro, y Lowe
esboza una media sonrisa y me pone la mano en el muslo de una forma fácil y distraída
que solo tendría sentido si lleváramos años conduciendo juntos.
—Simplemente no tiene sentido —me desahogo—. Digamos que Serena
realmente solo lo entrevistó para una historia de crimen financiero. Quizá ella era la
periodista con la que hablaba. ¿De dónde sale el nombre de Ana en su agenda? —
Supongo que podría no estar relacionado. Pero—. No hay forma de que se reuniera
casualmente con el padre de Ana y se enterara de Ana por otros canales. Ni de broma.
¿Alguien puso el nombre? Pero estaba en nuestro alfabeto. Nadie más lo sabía. —Nos
quedamos en silencio mientras le doy vueltas, mirando las farolas. Entonces Lowe
habla.
—Misery.
—Sí.
—Hay otra posibilidad. Con respecto a Serena.
Le miro.
—¿Sí?
Parece buscar minuciosamente las palabras adecuadas. Cuando habla, su tono
es comedido.
—Quizás no fue Thomas quien le contó a Serena lo de Ana, sino al contrario.
242
—¿Qué quieres decir?
—Tal vez Serena se enteró de lo de Ana por otra fuente y utilizó la información
para chantajear a Thomas por su relación con una mujer y obligarlo a hablarle de los
delitos financieros que podría conocer. Tal vez quería dar a conocer la historia, pero
cambió de opinión cuando se dio cuenta de que corría peligro de ser el objetivo del
gobernador Davenport. A diferencia de Thomas, ella no era un individuo público, y
tenía la opción de desaparecer.
Sacudo la cabeza, aunque me doy cuenta de que algo de esto es una clara
posibilidad.
—No se habría ido sin decírmelo, Lowe. Es mi hermana. Y no hay rastros
digitales. No sabría cómo evitarlos. Ella no es yo.
—No lo es. Pero aprendió de ti durante años. —Parece profundamente apenado
por tener que decir esto.
Suelto una carcajada.
—No tú también, intentando convencerme de que Serena no se preocupaba
por mí tanto como yo por ella. No me dejaría aquí para imaginar lo peor. Siempre me
lo contaba todo...
—No todo. —Su mandíbula se tensa. Como si esta conversación fuera dolorosa
para él, porque es dolorosa para mí—. Mencionaste que tuvieron una pelea antes de
que se fuera. Que a veces se iba sola durante días.
—Nunca sin decirlo.
—Tal vez no había tiempo. O no quería ponerte en peligro.
Le hago un gesto con la mano.
—Esto es ridículo. ¿Qué pasa con Chispitas? Abandonó a su gato.
—Dime una cosa —me pregunta. Odio lo mesurado y racional que suena—. ¿Te
conocía lo suficiente como para predecir que irías a buscarla y encontrarías al gato?
Tengo tantas ganas de decir que no que casi me duelen los labios. Pero no
puedo, y recuerdo las últimas palabras que me dijo:
«Necesito saber que algo te importa, Misery.»
Y dejó algo atrás. Algo que necesitaba cuidados. El maldito gato. Dios, que plan
tan loco sería este.
Un plan de Serena.
—Quizá tengas razón y no quiera que la encuentren. Pero no pondría la vida de
una niña en peligro, ni siquiera a cambio de la historia más grande y jugosa de su
carrera. Conozco a Serena, Lowe.
243
Y ese es el problema con la teoría de Lowe: significaría que Serena está a salvo
escondida en algún lugar, pero también que no era la persona que yo creía que era,
y no puedo aceptarlo. Ni por un minuto.
Lowe lo sabe, porque abre la boca para decir otra cosa, algo que sin duda
tendrá un sentido impecable y se sentirá como un puñetazo en el plexo solar. Así que
lo detengo preguntándole lo primero que se me ocurre:
—¿Adónde vamos? —Nos dirigimos al sur, hacia el centro. Hacia el territorio
vampiro.
—A encontrarnos con tu hermano. Ya casi llegamos.
—¿Owen?
—¿Tienes otro?
Frunzo el ceño.
—Pensé que vendría a nosotros.
—Nuestro territorio está más vigilado y es más difícil infiltrarse. Como no
queremos llamar la atención y convertir esto en una cumbre formal, es más seguro
reunirnos con él en la frontera entre vampiros y humanos.
Conozco bien esta carretera. La tomé por primera vez a los ocho años, de
camino a la residencia Colateral, y aún recuerdo esa sensación de ahogo y
pegajosidad en lo más bajo de mi garganta, el miedo a no volver a casa nunca más.
Aprieto los ojos, intentando redirigir mis pensamientos a la última vez. Imagino que
poco antes de la boda. Tal vez cuando me pidieron que eligiera entre flores que
parecían todas iguales, blancas y bonitas y a punto de marchitarse. Hace un puñado
de días y un millón de vidas.
—¿Estás bien? —Lowe pregunta suavemente.
—Sí. Solo... —No suelo ser sentimental, pero algo de estar con él me ablanda.
Bajo la guardia.
—Se siente raro, ¿eh?
Asiento.
—Siempre podemos dar la vuelta —ofrece en voz baja—. Encontraré la manera
de que Owen venga al sur.
—No. Estoy bien.
—De acuerdo. —Gira por una pequeña calle lateral. Cuando miro el GPS, no
aparece en el mapa, pero nos detenemos al borde de un campo cultivado.
Lowe se muestra perplejo.
—En realidad tengo curiosidad por esto.
244
Miro a mi alrededor. Solo veo oscuridad.
—¿Sobre la sana experiencia de recoger tus propios tomates?
—Sobre conocer a tu hermano.
Sale del coche y yo lo sigo inmediatamente. Creía que estábamos solos, pero
oigo el chasquido de la puerta de otro coche y... ahí está.
Owen, sacudiéndose la tierra pegada a sus mocasines, espantando bichos. Es
chocante lo feliz que me hace verlo. Ese imbécil, escalando mis buenas gracias sin
ser invitado. Estoy tentada de gritarle algún insulto, solo para compensarlo, hasta que
oigo otro clic.
Owen no vino solo. Hay una mujer con él. Una mujer que nunca he conocido.
Una mujer cuya sangre huele mucho como la de un licántropo.
La pareja de Lowe.
245
CAPÍTULO 24

Él siente como si tuviera el mundo entero en la palma de la mano. Ella también parece feliz. Y
desconcertada por su propia felicidad, como si el sentimiento fuera algo nuevo y extraño. Le
hace preguntarse si puede hacer que esto funcione. Ella no es licántropa, y su falta de
familiaridad podría ser una bendición. No necesitaría saber toda la verdad, lo que a su vez
aseguraría su libertad.

Lowe se apoya contra el maletero de su coche en lo que parece ser la posición


oficial de una actitud inofensiva: tobillos cruzados, hombros relajados, su mejor aire
de: “Puedo ser un poderoso licántropo, pero no tengo ninguna intención de pelear
contigo”.
Me acomodo a su lado mientras Owen y Gabi se dirigen hacia nosotros,
tratando de ignorar los latidos de mi corazón. Casi me sobresalto cuando Lowe enlaza
su mano con la mía.
—Estás temblando —dice—. ¿Estás bien?
—No sé por qué. —Excepto que sí lo sé—. Tengo frío, creo.
Me acerca, lo mejor que puede hacer, porque ya llevo puesto su suéter.
Inmediatamente me envuelve ese calor tostado con el que siempre me recibe su
cuerpo, y el aroma de los latidos de su corazón es delicioso en mis fosas nasales. Lowe
me mira como si supiera que algo no va bien.
Me preparo para... no sé. Ver a Lowe reunido con su pareja es algo que
requiere preparación por mi parte. Me he hundido demasiado en esta cosa entre
nosotros.
—Les pedí que se lo sacaran del sistema. —La voz de Owen es plana y molesta,
pero no más de lo habitual—. Y sin embargo, aquí están. Sometiéndome a esto.
—Owen —advierte Lowe. Sus ojos se detienen en mí otro instante,
preocupados, y luego parpadean hacia los de mi hermano—. Un placer.
—Aprendan de Gabrielle y de mí —continúa Owen—. Vivimos juntos en el
Nido, pero no hemos desarrollado sentimientos innecesarios el uno por el otro ni
ningún tipo de atracción sexual. Cultivamos una relación de colaboración leve en el
mejor de los casos, de indiferencia severa en general.
246
—Gabi. —El asentimiento de Lowe es cálido, cordial, sorprendentemente
neutral.
Es una mujer hermosa, con el cabello oscuro y brillante y la expresión paciente
que suelen adquirir las personas que se ven obligadas a tratar con Owen durante
algún tiempo. Inclina brevemente la cabeza, como hacen todos los subalternos de
Lowe cuando lo ven.
—Me alegro de verte, Alfa. ¿Todo bien en casa? —Hay afecto y respeto en las
palabras. No leo nada más.
—En su mayor parte.
—Me alegro de oírlo. —Me mira con curiosidad. Sus ojos bajan brevemente, y
no tengo que seguirlos para saber que están en las manos unidas de Lowe y mías.
Un pensamiento me asalta como un rayo: podría estar utilizándome para
ponerla celosa. Dejo que envenene mi cerebro un momento y luego lo descarto. Lowe
nunca se rebajaría a ese tipo de jugadas.
—Qué encantador —dice Owen con sorna—. En noticias significativamente
menos sanas, aún no ha habido suerte con las imágenes de seguridad fuera de la casa
de Serena. Esperábamos conseguir una buena vista desde el complejo de
apartamentos frente al suyo, pero las cámaras fueron manipuladas.
Lowe frunce el ceño.
—¿Solo para la fecha del allanamiento?
—Correcto.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo?
Owen se encoge de hombros.
—¿Qué quieres decir?
—¿Cómo se produjo la manipulación? ¿Fue software? ¿Fue el hardware?
¿Pintaron la lente o activaron el disyuntor o cortaron el cable de datos?
—No estoy seguro. Mi chico lo mencionó, pero... —Owen agita la mano—.
Dejando a un lado la brujería técnica que nadie podría entender, está claro que...
—Disyuntor —dice Gabi, y sonríe cuando la miro sorprendida.
—¿Interrumpieron la señal?
—Es probable que usara un detector de radiofrecuencias para averiguar la
emisión.
247
Es la forma sofisticada. La que utilizaría alguien con recursos. Alguien que
trabaja para gente poderosa y está buscando pistas sobre el paradero de un
periodista a la fuga. Encajaría con la teoría de Lowe, seguro.
—Astuto —digo.
—¿Verdad? —Sonríe. Owen y Lowe intercambian una mirada de compasión—
. Sé que esto no tiene nada que ver conmigo —continúa Gabi—, pero Owen es la única
persona que habla conmigo en el Nido. Me contó lo de tu amiga y siento que te haya
pasado eso. No puedo imaginar lo duro que debe ser, la incertidumbre.
Sus palabras me desorientan, porque nadie me las había dicho antes. En mi
búsqueda de Serena, la gente me ha ayudado, se ha burlado de mí, me ha rechazado,
me ha empujado, pero nadie se ha parado a decirme que lo sentía. Un sentimiento
espeso me sube a la garganta.
—Gracias.
Owen emite una arcada.
—Qué conmovedor. Pasando a temas más entretenidos y al motivo de esta
reunión. —Sus ojos lila se posan en los míos—. Voy a ocupar el puesto de padre en el
consejo.
Debo haber oído mal.
—¿Qué?
—Voy a ocupar el puesto de padre en el consejo.
No, he oído bien.
—¿Padre... murió?
Owen ladea la cabeza.
—¿Crees que me olvidaría de informarte si papá muriera? En realidad, podría
verme haciendo eso. No, padre está vivo. Pero no estoy de acuerdo con muchas de
sus decisiones de los últimos tiempos. Muchas. Creo que puedo hacerlo mejor, y he
decidido hacer una oferta para su puesto. Me encantaría contar con tu apoyo.
—¿Mi apoyo? —Me alejo del coche y me desenredo de Lowe, mirando a mi
hermano. Mi lunático hermano—. ¿Hacer una oferta? La gente no hace eso.
Se encoge de hombros.
—Es algo que voy a hacer.
—¿Cómo?
—Me complace compartir mi plan en detalle. En dos semanas, en la reunión
anual, planeo...
248
—No compartas. —Miro entre Lowe y Gabi, que parecen absortos en nuestro
intercambio—. ¿Sabes cuál es el castigo por alta traición? —Debe saberlo, porque yo
sí, y nunca me entero de una mierda. Pero sí recuerdo lo que pasó cuando tenía siete
años y el hermano de la concejala Selamio intentó robarle su primogenitura, o cuando
el concejal Khatri murió repentinamente, sin nombrar cuál de sus dos hijos heredaría
el cargo.
Matanza, eso es lo que pasó. Muchas salpicaduras púrpuras. Padre nunca
reaccionaría a tener su asiento usurpado con nada más que derramamiento de
sangre. ¿Y por su perezoso y hedonista hijo?
—No es solo un miembro, Owen. Es el líder del consejo.
—No oficialmente.
—Eso es mierda.
—Y de todos modos —continúa como si no me hubiera oído—, su prominente
posición podría favorecerme. Muchos concejales están descontentos con la forma en
que se ha hecho con el poder.
Loco. Jodidamente loco.
—¿Quién sabe de esto?
—He estado tejiendo lentamente una red de aliados. Estableciendo
colaboraciones tácticas.
Está muerto. El único hermano que me queda está casi muerto.
—¿Por qué?
—Me pareció prudente.
Me pellizco la nariz, porque... joder. Joder.
—¿Acaso quieres ser concejal?
Se encoge de hombros con indiferencia.
—¿Por qué no? Podría ser divertido.
—Owen. Solo... —Entierro la cara entre las manos y Lowe se levanta del capó
del coche, acercándose a masajearme los hombros en este momento de desesperada
necesidad. Supongo que intenta ser reconfortante, pero siento su diversión en mis
huesos.
Tal vez podría darle un puñetazo a él y a Owen. Solo un poquito. ¿No me haría
sentir mejor?
Sí. Sí, lo haría.
—Misery. Mi hermana. —Cambia a nuestra lengua—. Estás mostrando más
sentimientos que de costumbre. ¿No estás bien?
249
Me enderezo y respiro hondo. Aunque Owen y yo nacimos con tres minutos de
diferencia, está claro que yo soy el adulto.
—Escucha, realmente estoy intentando encontrar a la zorra de Serena, y le he
agarrado mucho cariño a la molesta mierdecilla que es la hermana de Lowe.
Desafortunadamente, ambas son muy buenas metiéndose en problemas. Así que si
pudieras evitar hacerme la vida aún más difícil por un plan descabellado que armaste
hace dos horas con saliva y cordones de zapatos...
—Hace tres meses.
—… sería realmente... ¿Qué?
Los ojos de Owen se endurecen.
—Hace tres meses, Misery. He estado trabajando en este plan desde que
descubrí que mi padre estaba considerando enviar a mi hermana a territorio
enemigo. Otra vez. —Muestra los colmillos, y su tono es inusualmente serio—. No
pude hacer nada cuando éramos niños. No pude hacer nada cuando volviste, porque era
demasiado cobarde para adoptar una postura. Ahora no puedo hacer nada, pero estoy
decidido a intentarlo. —Su mirada se fija en la mía durante un largo instante, y vuelve
a hablar en inglés—. Quiero ser yo quien negocie la próxima serie de alianzas. Quiero
que desaparezcan todos los sistemas colaterales. Quiero dejar de imponer líneas
fronterizas artificiales o de aferrarme a territorios en disputa por despecho. Quiero
convertir este lugar en algo que no sea un polvorín.
Lo estudio, asombrada. Al darme cuenta de que en todos los años que pasamos
separados, a medida que yo crecía y cambiaba y construía mi propia vida, el idiota
de mi hermano también lo hizo y se convirtió en...
No un idiota, claramente.
—Papá te va a matar —repito. Esta vez no con la intención de disuadirle.
—Tal vez. —Se vuelve hacia un punto por encima de mi hombro. Lowe—.
¿Algún consejo sobre cómo llevar a cabo con éxito un golpe, Alfa?
—Iba a recomendar un desayuno abundante, pero...
—Qué desafortunado.
La mano de Lowe se desliza hasta mi cintura, atrayéndome hacia su cuerpo más
grande.
—No soy fan de tu padre. Y mientras los licántropos y los vampiros forman
alianzas, me encantaría ver a alguien cuyas prioridades se alineen con las mías. —Mi
hermano y mi esposo me miran, y luego se miran el uno al otro. Algo que no puedo
descifrar pasa entre ellos. Un acuerdo. Una meta compartida.
Owen pasa los siguientes minutos poniéndome al día sobre la compleja red de
sus partidarios, aliados y co-conspiradores. Me asegura que nadie conoce su plan y,
250
sorprendentemente, me parece que le creo. Puede parecer ostentosamente
descuidado, pero no ha sido más que cuidadoso y circunspecto al respecto. Aun así,
no tarda en hablar de chismorreos que no me interesan, y no le presto atención
cuando oigo a Lowe preguntarle a Gabi:
—… ¿necesitas algo?
—La verdad es que no. Hasta ahora no ha habido señales de peligro. Owen es
una compañía sorprendentemente decente y me dio acceso a sus videoconsolas.
Todos los demás me han tratado con frialdad y me han dejado en paz, lo cual es
fantástico: son unos auténticos profesionales en esto del intercambio colateral. Han
tenido que lidiar con niños humanos durante décadas, y yo soy mucho menos
exigente que eso. Controlan mi uso de internet, por supuesto, pero tengo tiempo de
sobra para trabajar en mi máster. Estoy tomando cinco clases este semestre.
—Finanzas, ¿verdad?
—Ingeniería eléctrica. Debería acabar a final de año.
—Felicidades.
—Gracias. ¿Y a ti? Pareces contento con tu... —Creo que Gabi me está
señalando, pero no puedo girarme para verificarlo. Al igual que no puedo estar
segura de que Lowe asiente y sonríe débilmente, aunque casi resuena a través de mí,
el hecho de que él es. Feliz. Conmigo.
—Vamos, Gabi —llama Owen, girando sobre sus talones—. Estoy aburriendo
a mi hermana con detalles triviales sobre quién se folla a quién entre los nuestros.
Pongo los ojos en blanco y vuelvo a prepararme. Lowe y Gabi no se han
saludado cordialmente, pero ahora es seguro que ocurrirá: un abrazo, un momento
tierno, una despedida melancólica. Puede que ella no sepa que es su pareja, pero él
siente algo por ella.
Aceptaría cualquier cosa que ella decidiera darme, la más pequeña fracción o su
mundo entero.
Se llevará lo que pueda ahora, y aunque me dije a mí misma que sería capaz de
lidiar con esto cuando ocurriera, el dolor de los celos es demasiado. No puedo mirar.
Me despido de Owen y Gabi y paso alrededor del coche de Lowe.
Pero estoy a un par de metros cuando oigo:
—Avísame si cambia la situación —seguido de un breve—: Sí, Alfa. —Hay dos
grupos de pasos: Gabi caminando tras Owen, Lowe dirigiéndose al asiento del
conductor, y nada más.
Nada más que un saludo amistoso.
Cuando miro a Lowe, no mira en su dirección. No la sigue con la mirada. No se
frota la mandíbula con la palma de la mano como hace cuando está preocupado,
251
nervioso o pensativo. Su compañera está volviendo a territorio enemigo, y puede que
nunca la vuelva a ver, y él está...
Sonriendo, en realidad.
Me siento en el asiento del copiloto, mirándome las rodillas, pensando en lo
que me dijo Lowe. «Una pareja te agarra por el estómago» dijo, y estaba tan seguro de
ello que yo también lo sentí en mi estómago. Hizo que sonara como un pensamiento
que no cesa, un espectáculo del que es imposible apartar los ojos. Pero con Gabi...
Tal vez no puedo interpretarlo bien. Pero no parece gravitar hacia ella. Estuvo
a mi lado durante toda la conversación. No podía recordar lo que ella estudiaba.
Levanto la vista de mi regazo. Lowe me mira con expresión tierna y divertida.
Las llaves están en el contacto, pero no las ha girado. Está inmóvil, como si hubiera
olvidado lo que iba a hacer.
—¿Qué? —pregunto, un poco a la defensiva.
—Nada. —Su sonrisa es suave. Como la de un chico al que han pillado—. ¿Estás
bien? —Claramente no tiene ni idea de lo que estoy pensando.
Asiento, sin apartar los ojos de la oscuridad exterior mientras él arranca el
coche. Mis mejillas están calientes. Estoy a punto de hacer algo.
Es posible que no entienda casi nada sobre los licántropos. Sobre el amor.
Sobre Lowe y Gabi. Es posible que sea una idiota que interpreta demasiado en muy
poco. Pero siento algo en lo profundo de mi vientre, y sé que es correcto.
Puede que Lowe tenga una pareja, pero no es Gabi.
252
CAPÍTULO 25

Nunca debió decírselo. Cometió un error —varios en realidad.

Algo esquivo cuelga delante de mi nariz, pero no puedo concentrarme en ello.


Está en la punta de la lengua, un estornudo que no empieza y se queda ahí, esperando.
La pareja de Lowe no es Gabi. Jugueteo con los recuerdos de conversaciones
pasadas, intentando recordar lo que sé, lo que Lowe reconoció abiertamente y las
lagunas que llené por mi cuenta. Hay una chispa persistente de algo en mi pecho, algo
efervescente y no infeliz. Intento racionalizarlo hasta convertirlo en nada y, cuando
eso falla, fuerzo mi atención diciendo:
—Vivo a cinco minutos de aquí. —Me humedezco los labios, estudiando los
contornos familiares de mi antiguo barrio—. Vivía. —Me muerdo el labio inferior—.
Supongo que todavía lo hago. El consejo se hizo cargo de mi alquiler.
—¿Quieres ir allí?
—¿Por qué?
—Me gustaría verlo.
Resoplo.
—No es un edificio muy agradable arquitectónicamente.
—No se trata del edificio, Misery.
Tardamos más de diez minutos en llegar, pero Lowe sigue mis indicaciones sin
rechistar. Introduzco el código en la entrada principal, pero no he traído llaves, así
que una vez delante de mi puerta, saco una horquilla.
—Eres... —Suelta una risa baja y cariñosa, sacudiendo la cabeza.
Empujo la puerta y enarco una ceja.
—¿Soy…?
—Increíble.
Mi pecho está demasiado apretado para mi corazón.
253
—¿Cuánto tiempo has vivido aquí? —me pregunta, siguiéndome dentro y
echando un vistazo a su alrededor.
Lo calculo mentalmente.
—Cuatro años, más o menos.
El Colateral tiene derecho a un pequeño fondo fiduciario, y yo utilicé casi todo
mi dinero en mis documentos de identidad de humano falsos, y luego para pagarnos
la universidad a Serena y a mí. Estuvimos unos años con un presupuesto ajustado,
compartiendo espacios reducidos y haciendo constantes concesiones en la
decoración. El resultado fue una mezcla de minimalismo y rústico chic que ambas
recordamos con cariño y horror a partes iguales.
Este lugar, sin embargo, es donde me mudé después de graduarme. Tenía mi
primer sueldo y podía derrochar un poco. Me encantaron los espacios limpios y sin
complicaciones. Rescaté la mayoría de los muebles de mercadillos que Serena y yo
visitábamos en días nublados, por la mañana temprano, y me encantó lo despejado y
espacioso que era el resultado final. Escuchaba música synthwave sin que nadie me
preguntara qué trauma me había llevado a disfrutar de “esa mierda” e incluso pude
exhibir mi lámpara de lava en todo su esplendor.
Y sin embargo, cuando echo un vistazo a la sala de estar, intentando ver el lugar
desde la perspectiva de Lowe, solo parece vacío. Sin vida. Como un museo.
Imaginarme en él me revuelve el estómago. Solo han pasado unas semanas;
mis gustos no pueden haber cambiado tanto en tan poco tiempo, ¿verdad?
Me vuelvo hacia Lowe y lo encuentro agarrado al marco de la puerta.
—¿Estás bien?
—Huele mucho a ti —dice. Su voz es baja, sus ojos vidriosos y desenfocados—
. Más que tu habitación en mi casa. Hay más... capas. —Se humedece los labios—.
Dame un segundo para acostumbrarme.
No le pregunto si le molesta mi olor, porque a estas alturas está claro que no.
Sin embargo, solía odiarlo. ¿O no? No lo negaba, y yo creía que había cambiado de
opinión hace poco, pero quizá...
—¿Tú y Gabi son cercanos? —pregunto. No es lo que estábamos discutiendo,
pero Lowe parece agradecer la distracción.
—No la conozco bien. —Respira hondo, controlándose poco a poco—. Es un
par de años mayor, y creció en otro cáfile. Solo la he visto un puñado de veces.
—¿Por qué fue elegida para ser la Colateral licántropo?
—Ella se ofreció. —Da unos pasos dentro, los dedos recorren ligeramente las
superficies vacías, como si quisiera dejar pequeños retazos de su olor en esta casa.
Entrelazarlo con el mío. No veo polvo, lo que significa que Owen debe de haber
254
contratado un servicio de limpieza. Realmente es mejor hermano de lo que creía—.
Ella era una comandante. Quería una tregua con los vampiros. Perdió parientes en la
guerra, creo.
—Ya veo. ¿Y pidieron voluntarios o qué?
Sacude la cabeza.
—La propuesta de tu padre se discutió durante una de nuestras mesas
redondas. Yo no iba a pedirle a nadie que se pusiera en peligro, y fui muy claro al
decir que si el que nosotros proporcionáramos una Colateral no era negociable, no
seguiría adelante con el matrimonio. Después de la reunión, Gabi me llevó aparte y
pidió que la enviaran.
—Bien. —Voy a la cocina y abro la nevera. Dentro hay una bolsa de sangre
olvidada. Qué desperdicio—. Ella se ofreció. ¿Lowe?
Se apoya en la pared, ya más relajado.
—¿Sí?
—¿Qué estudié en la universidad?
Me mira desconcertado.
—¿Tú?
—Sí, yo.
—¿Por qué? —Se encoge de hombros cuando no respondo—. Te especializaste
en ingeniería de software y en ciencias forenses.
Okey, bien.
De acuerdo.
—Nunca fue ella.
Tiene la mirada perdida.
—Gabi. Ella no es tu pareja.
—Eh… no. ¿Creías que lo era? —Parpadea, sin comprender.
—El gobernador Davenport lo dijo. En la ceremonia.
Sus ojos se abren de par en par y veo cómo se da cuenta.
—No. El contrato tradicional entre vampiros y licántropos requiere que el
Colateral tenga dos cosas: buena salud, y parentesco con el Alfa de la manada.
Ya lo sabía. Pero por primera vez, lo pienso de verdad.
—¿Tienes algún pariente vivo aparte de Ana?
Sacude la cabeza.
255
—Ya veo. Y no ibas a dejarla ir.
—También era innegociable.
—¿Entonces...?
—Argumentamos que una pareja es equivalente a un pariente de sangre dentro
de una manada licántropo. No es tan sencillo como eso, pero...
—El consejo lo se lo creyó.
Lowe asiente.
—Le pedí a tu padre que no hiciera público que era mi compañera para evitarle
problemas a Gabi cuando volviera a casa. No pensé... —Veo cómo le entra la
comprensión. Que había dado por sentado que era ella. Que pensé que me había
traído para conocer a su compañera, incluso cuando…—. No. No, Misery. —Parece
angustiado por mí—. No es ella. Lo siento.
—Está bien. —No es su culpa si asumí, y no tiene nada que ver conmigo, de
todos modos.
Pero parece que sí. Nos miramos a varios metros de distancia, y hay una
pregunta burbujeando en lo más profundo de mi vientre, y una respuesta cociéndose
a fuego lento dentro de él, una certeza tentativa que calienta el aire entre nosotros.
Mis pies me arrastran hacia Lowe por su propia voluntad. Me empujan sobre
las puntas de los pies y lo beso tan intensamente como puedo, con demasiada presión
y demasiado deprisa, con los brazos enroscados en su cuello como una soga. No
responde inmediatamente, pero es más confusión que vacilación. Al cabo de un rato,
sus manos me rodean la cintura, me aprisionan entre él y la pared y profundizan el
contacto.
—Misery. —Las palabras salen entrecortadas entre nuestros labios. Su
erección me roza el estómago y ambos jadeamos.
—No deberíamos —dice, echándose hacia atrás.
Pero cuando le pregunto:
—¿Por qué? —Sus labios vuelven a encontrar los míos. El beso empezó alto,
pero aún consigue intensificarse—. Lo sé. Lo sé, creo... —Mis manos bajan, suben su
camiseta y dejan al descubierto una franja de piel caliente—. Quiero... —No puedo
decirlo en voz alta, porque no sé lo que necesito. Tiene que ver con la verdad, y con
que él lo admita, pero es una espina confusa y dolorosa enredada en mi cabeza—.
¿Podemos...?
—Sí. Sí, podemos. —Es a la vez urgente y tranquilizador—. Podemos.
Hay un sofá justo detrás de nosotros, pero Lowe me da la vuelta hasta que
presiona de frente contra a la pared, con la frente y el antebrazo pegados a ella.
256
—Más despacio —me ordena, con la boca chupándome el cuello y una gran
mano extendiéndose por el centro de mi espalda. El corazón me da un vuelco. En lo
resbaladizo de este momento, es exactamente lo que necesito oír.
—Eres tan, tan buena. —Está siendo licántropo, o Alfa, o Lowe otra vez. Me
muerde el cuello con la boca abierta. Gimo, y él empuja más fuerte contra mí—.
Tienes que decírmelo. Este lugar huele a ti y tu olor se me está metiendo en el cerebro
y no puedo pensar en otra cosa que no sea follar contigo. Así que si quieres que pare,
necesito que me lo digas.
Aprieto más la frente contra la pared.
—Por favor, no pares.
Maldice en voz baja, sonando arruinado. Me sube rápidamente la camiseta y
me desabrocha los jeans. Me arqueo contra él: su boca, su pecho, su polla. Una de sus
grandes palmas se acerca a la pared, justo al lado de la mía, y extiendo el meñique
para rozar su pulgar. Pido más, y él lo entiende. Pero en lugar de dármelo, me acaricia
el pliegue de la garganta.
—Deberíamos ir más despacio. —Se ríe, apenado, caliente en mi piel.
—Todo lo contrario.
—Misery... —empieza.
—Quiero tener sexo.
Un ruido gutural y anhelante vibra en mi piel.
—Misery.
—Todo va bien. Todo va a salir bien.
—No.
—¿Por qué?
—Ya sabes por qué. —Sus brazos se cruzan sobre mi vientre y tiran de mí hacia
él, posesivos, un poco frustrados—. No podemos. —Los dos estamos temblando con…
Esta necesidad profunda y sin fondo dentro de mí, ¿es deseo? ¿Es por esto que la
gente hace cosas impulsivas, sin sentido, impulsivas?
—Yo solo... Debe haber sucedido antes. Un hombre licántropo y una mujer
vampira. —Nuestras especies han existido por miles de años, y no siempre nos
odiamos—. Podríamos intentarlo. No tengo miedo de tu…
Se ríe inestablemente contra mi garganta.
—Ni siquiera sabes cómo se llama.
—¿Importa?
257
—¿Me equivoco? —Suelto un zumbido amargo y él me hace callar con un
pellizco en el valle detrás de la oreja—. No sabes lo que pides, ¿verdad?
—Solo dímelo, entonces. Entonces lo sabré, y...
—Un nudo. Se llama nudo. —Saboreo la palabra en mi cabeza, maravillándome
de lo bien que encaja—. Dilo —me ordena Lowe. Y cuando vacilo, añade—: Por favor.
—Nudo. Un nudo.
Su agarre se tensa. Su respiración se vuelve entrecortada.
—Mierda.
—¿Q-qué?
—Creo que me gustaría oírtelo decir otra vez.
Lo hago, solo porque me lo ha pedido. Se agarra a mi cadera como si le gustara
aún más.
—¿Sabes cuál es su propósito?
Puede que no sepa nada de biología licántropo, pero no soy estúpida, ni
ingenua.
—Sí.
—Dilo.
Esto es simultáneamente mortificante y la experiencia más erótica de toda mi
vida.
—Para mantenerlo dentro.
Su mano se desliza por debajo de mi camiseta, acariciando suavemente la parte
inferior de mi pecho.
—¿Para mantener qué dentro, cariño?
Cierro los ojos. Mi corazón late a un ritmo lento en cada centímetro de mi piel.
—Tu semen.
Su enorme cuerpo se estremece un instante. Luego me recompensa con un
mordisco en la punta de la oreja.
—¿Te parecería bien?
Asiento. Él gime.
—No estoy seguro de estar dispuesto a arriesgarme a hacerte daño.
Ojalá pudiera verle la cara.
—Puedes parar. Si duele, si no funciona.
—¿Y si no puedo?
258
—Lo harás. Sé que lo harás.
—O no seré capaz. Porque lo deseo demasiado. —Sus dedos vuelven a bajar y
rozan mi ropa interior, con los nudillos blancos sobre el húmedo algodón azul.
Murmura algo sobre lo resbaladiza que estoy, y cuando el talón de su palma empieza
a masajearme el clítoris con un ritmo lento, suspiro de placer y alivio.
—Realmente quiero esto.
—Joder —exhala, y se pone detrás de mí. Su palma cubre por completo mi
mano en la pared.
Aquí estoy. Okey. Te tengo.
—Déjame... no puedo follarte así. —Me pasa los jeans por las rodillas y me
aprieta más contra la pared—. Déjame llevarte allí.
No entiendo muy bien lo que quiere decir hasta que una de sus manos me
agarra el hueso de la cadera y la otra se desliza por dentro de mis bragas, estirando
el algodón de una forma obscena. Me separa con dos dedos y suelta un gemido
silencioso y reverencial mientras se mira a sí mismo tocándome bajo la suave tela. El
latido de su corazón me golpea la espalda, y cuando sus dientes encuentran el lado
mi garganta y empiezan a rasparme, luego a mordisquearme, luego a morderme con
la fuerza suficiente, cuando su dedo rodea mi clítoris con la precisión justa, entonces
es cuando me corro.
Es inesperado, demasiado rápido. Apenas he subido y ya estoy bajando,
jadeando. Pero parece algo interrumpido, a medias, y no me permito recuperar el
aliento. Alargo la mano hacia atrás, agarrándome frenéticamente para desabrocharle
los jeans.
—Silencio —me ordena, sujetándome las manos en la parte baja de la
espalda—. Tienes que darme un minuto. Estoy resolviendo esto.
Me obligo a relajarme. Es obvio que, por término medio, el sexo de los suyos y
el de los míos son de distinto sabor. Igual que es obvio que él y yo habitamos un
espacio superpuesto. No esperaba menos.
—Esto sería más fácil si olieras un poco menos a follable —dice
entrecortadamente, pero oigo el tintineo de su cinturón y luego lo siento, la cabeza
de su polla presionando contra las bragas empapadas que se pegan a mi coño. Me
libero y bajo la mano para acariciarle la polla, y él emite un sonido ahogado. Está
caliente y es grande, pero lo que tiene en la base, el nudo, aún no se ha hinchado. La
última vez se hinchó cuando se corrió. Quiero saber si es lo normal, pero si se lo
pregunto, Lowe volverá a preocuparse, y no necesito que se preocupe por mí.
—Por favor —le ruego—. Por favor, mételo.
259
Asiente contra mi sien, con la respiración entrecortada y acelerada. Hace mi
ropa interior a un lado y empuja su polla dentro de mí, el ardiente estiramiento se
hace más profundo hasta que no puede ir más lejos, y sea lo que sea lo que esperaba
de tener a un hombre —de tener a Lowe— dentro de mí, esto es diferente.
Inhalo bruscamente.
Exhala de la misma manera.
No hay necesidad de negociación, ni dolor, ni lucha. Estoy flexible y él está
duro. Estoy mojada y él gime. Encajamos. La compatibilidad biológica de la que me
habló Lowe, la de los compañeros de... No pretendo saber cómo sería. Todo lo que
sé es que se siente bastante jodidamente...
—Perfecto —murmura, tocando fondo, agarrándose a mi cintura como si
intentara recomponerse. Sé por qué: esto es exquisito de una forma aguda y cruel.
Los vampiros no leen la mente, pero sé lo que está pensando: lo fácil que sería vivir
así para siempre. No parar nunca—. No te muevas o me correré. —Me lame una raya
en la nuca—. Mierda, puede que me corra de todas formas. Solo por tu olor y tu
pequeño cuello.
Yo también podría. Muy pronto. Sobre todo, cuando se mueve con embestidas
experimentales y superficiales que me penetran por todas partes. Siento cómo me
estrecho en pequeños aleteos a su alrededor, y él se detiene. Luego se inclina para
susurrarme al oído:
—Si estás a punto de correrte, dímelo. Porque eso hará que yo me corra, y
tengo que retirarme o podría hacerte daño. ¿De acuerdo? —Parece tranquilo, incluso
cuando está a punto de perder el control.
Asiento, intentando contener la oleada de placer.
—De acuerdo. —Me da otro beso suave y casto en la nuca y luego se retira. La
fricción es deliciosa y me arqueo hacia atrás, emitiendo sonidos quejumbrosos
cuando solo queda la punta dentro. Cuando empuja de nuevo, un poco más adentro,
gimo.
—¿Demasiado?
La única respuesta que consigo darle es apretarme alrededor de su polla. Su
palma golpea la pared con una maldición.
—He estado pensando en esto —le digo, apenas un susurro.
Su “Sí” es de disculpa.
—Yo intenté no hacerlo.
Giro la cabeza. Es corpulento, me rodea. Su mejilla está ahí, redonda y
aceitunada y perfecta para que la bese.
260
—Yo también —luego añado, sonriendo—: Aunque no lo intenté demasiado.
Pierdo la noción del tiempo cuando empiezo a empujar hacia atrás, y él
también. Nos movemos juntos, sudorosos y agotados. Se detiene al cabo de unos
minutos para relajarse y vuelve a hacerlo un par de minutos después. Se retira cuando
necesita un descanso de la estimulación, y yo me siento vacía, temblando de placer
frustrado, así que desliza sus dedos dentro de mí, manteniéndome llena mientras se
relaja, caliente y duro contra mi cadera. Las luces de la calle se cuelan por las
ventanas y nuestra respiración se entrecorta. Cuando no puedo contenerme, cuando
estoy sensible e hinchada y a punto de romperme tan fuerte que una sola embestida
basta para excitarme, apenas me acuerdo de avisarle.
—Estoy a punto de...
Me corro de nuevo, con el placer enroscándose en mi interior. Lo que le ocurre
a Lowe está borroso, eclipsado por mi propio placer, pero distingo algo: un gruñido
agudo, una repentina sensación de vacío, esa parte de él hinchándose más y más
contra mis nalgas, y luego su semen, cálido y húmedo, acumulándose en la parte baja
de mi espalda.
Y luego nos quedamos así, respirando juntos, borrados del pensamiento.
Aprieta su frente contra mi hombro, una mano extendida sobre mi abdomen como si
quisiera contenerme, y tal vez sean las sustancias químicas que inundan los cerebros
vampíricos después del sexo, pero no puedo aceptar que esto no esté destinado. Que
no estemos hechos el uno para el otro.
—¿Los licántropos…? —Tengo la voz áspera de tanto tragarme mis gemidos.
Me aclaro la garganta y me oigo preguntar—: ¿Los nudos de los licántropos siempre
se dilatan así?
Deja escapar un suspiro tembloroso.
—No te muevas. —Me da un beso en el pómulo—. Voy a limpiarte. ¿Dónde
guardas...?
—No te vayas. —Me doy la vuelta para mirarlo, y parece... devastado.
Vulnerable. Feliz. Mi camisa se desliza hacia abajo, pero este es mi apartamento. No
tengo más que mudas de ropa—. ¿Puedes responder a mi pregunta primero?
Sacude la cabeza.
—No. —Pero luego añade—: Es complicado.
No creo que sea complicado. De hecho, sospecho que puede ser muy sencillo.
—Explícamelo, por favor.
—Es un signo de... Solo ocurre entre ciertas personas. —Mi camiseta está
completamente torcida y me besa el hueso que sobresale de mi hombro, perdiéndose
en el acto antes de enderezarme el escote. Inhala profundamente—. Pensándolo
261
mejor, no voy a limpiarte. Te dejaré así. —Su mano serpentea alrededor de mi cintura.
Hasta la parte baja de la espalda, donde estoy pegajosa y húmeda—. Envía un
mensaje claro a cualquiera que te huela. A quién perteneces.
—¿Te había pasado antes?
Me está untando su semen en la piel con el pulgar, ¿y por qué me parece bien?
—¿Antes?
—Antes de mí. Lo de tu nudo. Lo de atarte a alguien. ¿Alguna vez pasó con
alguien más?
Sus ojos se oscurecen.
—Misery...
—Estoy empezando a atar cabos, ¿sabes? —Todavía estamos drogados por el
placer, y es injusto por mi parte presionarlo ahora, cuando nuestras defensas están
bajas y estamos llenos del tipo equivocado de hormonas, pero... Solo pero—. Creo
que estaba ahí para que yo lo viera todo el tiempo. Pero me despistaste a propósito,
¿verdad? Tu reacción a mi olor cuando nos conocimos fue tan extrema que supuse
que no te gustaba. Lo inflexible que fuiste sobre no tenerme cerca. —Trago saliva—.
Me habría dado cuenta antes, si no hubiera dado por sentado que tenía que ser otra
licántropa. Tenía tanto sentido que Gabi fuera la elegida. Al final, sin embargo, se
trataba de conocerte. Porque ahora que entiendo qué clase de persona eres, no
puedo evitar preguntarme: Si Lowe estuviera enamorado de otra persona, ¿sería así
conmigo? Y no puedo imaginarme una realidad, ni siquiera una maldita simulación,
en la que ese fuera el caso. —Suelto una breve carcajada.
Lowe no dice nada. Se queda mirándome, impenetrable. Sus ojos pálidos,
decentes y amables se repliegan en algo que no ofrece claridad.
—Sucede entre compañeros o parejas, ¿verdad? Me refiero a los nudos, el
atado. —Biológicamente, tiene sentido de muchas maneras. Honestamente, nada más
lo tiene—. Soy yo, ¿no? —Intento esbozar una sonrisa vacilante. No pasa nada. Lo sé.
Yo también lo siento—. Soy tu pareja. Por eso...
—Misery. —No me mira a los ojos, sino a un punto alrededor de mis pies. Y su
tono es como nunca lo había oído antes: ilegible. Vacío.
—Por eso, ¿verdad?
Guarda silencio durante pesados segundos.
—Misery. —Mi nombre, otra vez, pero esta vez hay un mundo de dolor detrás
de la palabra, como si lo estuviera torturando.
—No... Yo siento lo mismo que tú —añado rápidamente, sin querer que piense
que le estoy acusando de algo que escapa a su control—. O tal vez no... tal vez no
tengo el hardware. Quizá solo otro licántropo podría sentir lo mismo. Pero me gustas
262
de verdad. Más que eso. No lo he comprendido del todo, porque no tengo mucha
experiencia con los sentimientos. Pero tal vez pienses que esto me asusta y... —Mi voz
se debilita, porque Lowe ha levantado la mirada y puedo ver cómo me mira.
Lo entiende, pienso. Lo sabe. Se siente exactamente como yo.
Pero entonces su expresión se oscurece. Y su tono solo puede describirse
como compasivo.
—Lamento si alguna vez te he dado una impresión equivocada sobre lo que
pasa entre nosotros.
Mi confianza se tambalea, cuando hasta hace un momento estaba segura de lo
que sentía por mí. Sacudo la cabeza.
—Lowe, vamos. Sé que Gabi no es tu pareja.
—No lo es. —Aprieta los labios—. Pero me temo que has llegado a conclusiones
erróneas.
—Lowe.
Sacude la cabeza lentamente.
—Lo siento, Misery.
—Lowe, está bien. Puedes...
—Deberíamos dejar de discutir esto ahora.
—No. —Suelto una carcajada—. Tengo razón. Sé que tengo razón.
Hay algo en la forma en que me mira. Como si supiera que está a punto de
hacerme daño, y a sí mismo en el proceso, y el pensamiento es simplemente
inaceptable. Como si no le dejara otra opción.
—Dijiste que una pareja te agarra por el estómago, y...
—Misery. —Esta vez habla con dureza, como si estuviera regañando a un
niño—. Deberías dejar de llenarte la boca con palabras de licántropo que no puedes
entender.
Se me cae la garganta al estómago.
—Lowe.
—Fue un error hablarte del concepto de las parejas. —Su voz es distante, como
si estuviera leyendo un guión y extrayendo toda emoción de su actuación—. No es
algo que nadie que no sea licántropo pueda comprender del todo, y mucho menos un
vampiro. Pero entiendo lo atractivo que puede ser, para alguien que lucha por
pertenecer.
—¿Qué?
263
—Misery. —Suspira de nuevo—. Has sido abandonada y maltratada toda tu
vida. Por tu familia, por tu pueblo, por tu única amiga. Te fascina la idea del amor
eterno y la compañía, pero eso no refleja lo que siento por ti.
Mi corazón se agrieta. El suelo bajo mis pies se ondula mientras acepto esta
versión de Lowe. Quien, aparentemente, tomaría las cosas que le conté sobre mi
pasado y las usaría en mi contra.
—Tú... —Sacudo la cabeza, estupefacta por lo mucho que duelen sus palabras.
Incluso cuando no pueden ser ciertas—. Solo intentas alejarme. Dímelo —le ordeno,
testaruda de repente. Me siento como un desastre. No soy yo misma. Todos mis
instintos me gritan que me retire, pero es una mentira inaceptable, evidente—. Dime
que no estás enamorado de mí —le desafío—. Que no quieres estar conmigo.
No se le escapa nada.
—Lo siento —dice, desapasionado, con una pizca de condescendencia. Algo
de lástima. Pena—. Creo que eres muy atractiva. Y disfruto pasando tiempo contigo.
Disfruté... —Casi se le quiebra la voz—. Disfruté follando contigo. Y te deseo lo mejor,
pero... —Sacude la cabeza.
Abro la boca, esperando una buena respuesta, solo para darme cuenta de que
no puedo respirar. Y entonces ocurre lo peor: Lowe se limpia el dorso de la mano
donde, si pudiera llorar, una lágrima mancharía mi mejilla.
El dolor de su rechazo es un puño alrededor de mi corazón.
—Veo que ha sido un error —continúa—. Pero es lo mejor. No quieres estar
atada a alguien como yo. Deberías ser libre. —Casi tartamudea con la última palabra,
pero se recupera rápidamente—. Y a partir de ahora, tú y yo deberíamos estar
separados.
—¿Separados?
—Puedo encontrar otro lugar para que vivas. —Sus ojos se clavan en un punto
detrás de mis hombros—. Te estás haciendo ideas equivocadas, y francamente no
quiero que...
Suena un teléfono.
Sus ojos se desvían, molestos, pero cuando se aparta de mí, es un respiro. Me
miro los pies, sin prestar atención a la suave conversación que sigue, tratando de
respirar a través del frío aplastante que se aloja detrás de mi esternón.
Me equivoqué.
Lo entendí mal.
Me equivoqué, y él no... él no...
—Voy para allá.
264
Lowe cuelga. Cuando se dirige a mí, lo hace con su calma habitual, como si
nuestra conversación nunca hubiera tenido lugar. Como si nada entre nosotros
hubiera ocurrido.
—Tengo que irme. —Se ajusta los jeans.
Asiento. Con dificultad.
—Okey. Yo...
—Voy a hacer que alguien venga a recogerte y te lleve de vuelta a territorio
licántropo.
—Está bien. Puedo...
—Es peligroso —interrumpe rotundamente—. Así que no, no puedes. Puedes
persistir en no preocuparte por tu seguridad, pero yo... —No continúa. Solo me mira
y me mira y me mira, y el silencio entre nosotros se hace intolerable.
—De acuerdo. Puedes irte. Voy a ducharme y a cambiarme. —Me dirijo a
ciegas hacia mi dormitorio, pero apenas doy dos pasos antes de que un fuerte apretón
alrededor de mis dedos me detenga en seco.
No quiero volverme hacia él, pero lo hago. Y tiemblo cuando se inclina para
besarme la frente. Inhala una vez, con fuerza. Siento cómo sus labios se mueven contra
mi piel en lo que parecen dos palabras cortas, pero probablemente no lo sean. Por
un segundo me pregunto si tal vez tenía razón después de todo, y mi corazón se
acelera.
Luego tira hacia atrás y vuelve a colapsar sobre sí mismo.
—Ve —me ordena, y lo hago. Ya he tenido suficiente de esta cruel y descuidada
honestidad por esta noche.
Entro en mi habitación y no espero a que se vaya para cerrar la puerta.
265
CAPÍTULO 26

Él está siendo más amable con ella que consigo mismo, y espera que ella nunca pueda darse
cuenta.

Nunca hubo una cama en este apartamento. Yo era feliz en el armario, y cuando
Serena se quedaba a dormir, se las apañaba en el sofá. Sin embargo, por primera vez
en mi vida, desearía haber hecho lo humano y haber comprado algo blando sobre lo
que caerme.
Como están las cosas, me conformo con deslizarme por el suelo y pasar
demasiado tiempo con la frente apoyada en las rodillas, intentando recuperar la
orientación.
El primer desamor de la niña, supongo.
Sea lo que sea este sentimiento lastimero y desgarrador que llevo dentro,
parece demasiado denso para soportarlo. Porque Lowe tiene razón: me he pasado
años sin pertenecer en ningún sitio, y mi mejor amiga desapareció después de la peor
discusión de nuestras vidas; sí, probablemente de forma voluntaria, y probablemente
porque le importo una mierda, ni de lejos tanto como ella a mí. No soy ajena al dolor,
a la soledad, a la decepción, pero esto. Esta presión dentro de mí, no tiene solución.
Su peso, ¿cómo se soporta?
No encuentro respuesta presionándome los ojos con los dedos hasta que veo
estrellas.
Me ducho en cinco minutos. Intento valientemente quitarme el rechazo y la
humillación de la piel, pero no lo consigo. Apenas tengo tiempo de cambiarme de
ropa antes de que suene el timbre y la voz de Mick me diga que Lowe le ha pedido
que venga a buscarme. Un instante después, me deslizo en el asiento del copiloto de
su coche.
—¿Cómo estás, Misery?
—Bien. —Intento esbozar una pequeña sonrisa—. ¿Y tú?
—He estado mejor.
266
—Lo siento. —Le doy una mirada superficial. Luego otra. Tal vez ocuparme de
la angustia de otra persona alivie la mía—. ¿Hay algo que pueda hacer?
—No.
Vuelvo a concentrarme en las farolas y espero impaciente a que Mick termine
de dar vueltas y arranque el coche, pero no sé por qué. No tengo motivos para estar
impaciente, porque no tengo dónde estar. Ningún lugar al que llamar mío.
—¿Has hablado con Ana recientemente? —le pregunto. Si Lowe me manda a
otro sitio, es probable que no vuelva a verla. Supongo que me he encariñado
demasiado con ella, porque mi corazón se aprieta aún más.
—No —dice Mick—. Pero creo que es lo mejor.
Apoyo la sien en la ventana. Me duele mucho la cabeza.
—¿Por qué?
—Es complicado.
Resoplo una risa agria y mi aliento empaña el cristal. Las mismas malditas
palabras de Lowe. Qué manera más astuta de evitar decir la verdad.
—A ustedes licántropos les encanta decir... —Un insecto me pica la piel y me
lo quito de encima. Pero cuando me doy la vuelta, lo que encuentro no tiene sentido.
Mick.
Sosteniendo una pequeña jeringa.
Inyectándomela en el brazo.
Lo miro a la cara, intentando descifrar lo que está pasando.
—Lo siento, Misery —dice. Su voz es suave y sus ojos tristes, inclinados hacia
abajo de una forma que hace que me duela aún más mi maltrecho pecho.
¿Por qué? pregunto.
O no. La palabra no sale, porque estoy cansada, y mis extremidades pesan, y
mis párpados tan cargados de hierro que la oscuridad detrás de ellos se siente
demasiado dulce para...
267
CAPÍTULO 27

Hay muy pocas cosas que él no haría, muy pocas personas a las que no mataría, solo para
asegurar el bienestar de ella.

Cuando éramos pequeñas, once o quizá doce años, antes de que Serena se
diera cuenta de la diferencia entre nuestras fisiologías, a veces se aburría de pasar
las tardes sola haciendo los deberes o viendo la tele, y se escabullía a mi habitación
para sacudirme y despertarme cuando el sol aún estaba demasiado alto en el cielo.
Era sorprendentemente despiadada, más enérgica de lo que su pequeño cuerpo
parecía capaz. Me agarraba el hombro y me lo movía con fuerza, con la fuerza de una
manada de rottweilers masticando su juguete favorito hasta convertirlo en un trozo de
plástico viscoso.
Así es como sé que está aquí, conmigo. Incluso antes de abrir los ojos. Los
vampiros no sueñan. Por lo tanto, esta conmoción debe estar sucediendo de verdad.
Y simplemente no hay otro ser en la ciudad, en esta Tierra, que pueda ser tan
malditamente…
—Molesta —digo.
O arrastro las palabras. Mi lengua sigue dormida, demasiado engorrosa para
mi boca y hecha de cartón piedra. Debería abrir los ojos, al menos uno de ellos, pero
sospecho que alguien me ha cosido los párpados de en las mejillas y luego los ha
empapado en super-pegamento. Pensándolo bien, la mejor opción sería ignorar todo
esto y volver a mi siesta.
—¿Misery? ¿Misery? Misery.
Gruño.
—No grites.
—Entonces no vuelvas a dormir, Zorguijuela.
La palabra me desgarra los ojos. Vuelvo a estar en una maldita cama, donde
una vez más no recuerdo haberme acostado. Mi reloj interno está estropeado y no sé
si es de día o de noche. Muevo instintivamente el cuello para comprobar si entra la
luz del sol y encuentro...
268
No hay ventanas. Estoy en un ático de madera, grande y climatizado, con
estanterías hasta el techo llenas de libros en todas las paredes. En la mesita de café
hay un plato con restos de pasta untados por todas partes y una pequeña pila de latas
de refresco y botellas de agua de plástico.
Respiro, adolorida, sintiendo que las drogas se desvanecen a paso de tortuga.
No es de día, todavía no. Ni siquiera se acerca el amanecer. Debo de llevar fuera una
hora, dos como mucho, lo que significa que Mick no me ha llevado tan lejos. Mick...
Mick, ¿qué carajo, Mick? Debe haber decidido esconderme con...
Serena.
Estoy con Serena.
—Mierda —murmuro, intentando sentarme más erguida. Hacen falta dos
intentos y una ayuda sustancial de ella para lograr una posición mayormente boca
abajo—. Joder.
—Vaya, hola. Qué encantador que mi más antigua y preciada amiga se una a
mí en mi humilde morada.
—Soy tu única amiga —toso, preguntándome si mi cerebro se está inventando
algo. Los vampiros no sueñan, pero alucinan.
—Correcto. Y grosero.
—Yo... —Me relamo los labios. Esta situación de la boca seca necesita ser
tratada. ¿Es por esto que los humanos y los licántropos beben agua todo el tiempo?—
. ¿Qué demonios?
—¿Te noquearon? No pude encontrar un chichón en tu cabeza.
—Me drogó. Mick lo hizo.
—¿Mick siendo el viejo que depositó tu cuerpo sin vida aquí como un saco de
patatas y me trajo pasta?
—No sin vida.
—Lo que pasa con los vampiros es que tienden a parecer bastante sin vida.
—Mierda… Serena, ¿sabes cuánto tiempo he estado buscándote?
Su sonrisa es conmiserativa.
—No. Pero si puedo arriesgarme a adivinar, diría que... —Se golpea la barbilla
varias veces—. ¿Tres meses, dos semanas y cuatro días?
—¿Cómo...?
Señala detrás de ella. Ha estado tallando líneas en el lateral de la estantería,
contando el tiempo en grupos de cinco días.
269
—Mierda —susurro. Son tantas. La manifestación física del tiempo que Serena
ha estado fuera y...
Sin pensarlo, medio ruedo, medio me tiro de la cama para abrazarla. Apenas
puedo mantener los brazos en alto, y no puede ser una buena experiencia para ella,
pero me devuelve el abrazo con valentía.
—¿Acabas de iniciar el contacto físico? ¿Qué está pasando? ¿Has empezado la
terapia mientras yo no estaba?
—Te he echado tanto de menos —le digo acariciándole el cabello—. No sabía
dónde estabas. Te busqué por todas partes, y...
—Estuve aquí. —Me palmea la espalda. Me aprieta más fuerte.
—¿Dónde demonios estamos? —Me echo hacia atrás para estudiarla. Lleva unos
jeans demasiado grandes y una camiseta de manga larga que nunca le había visto. Es
suave y curvilínea como siempre, pero la última vez que la vi llevaba flequillo y un
corte recto que le llegaba justo por encima de la barbilla, y ahora el cabello le ha
crecido con un corte completamente distinto—. Estás muy guapa.
Su ceja se levanta.
—Es raro decir eso en la fase de intercambio de información vital de un
secuestro conjunto.
—¡Fue un maldito cumplido!
—Bien. Gracias. Siempre he estado muy acomplejada por mi frente, como
sabes, pero ¿quizá innecesariamente? Tal vez me ahorre todo el recorte mensual...
—Bien, ahora cállate. ¿Dónde estamos?
Pone los ojos en blanco.
—No tengo ni idea. Y créeme, he intentado averiguarlo, pero no hay aberturas
y el lugar está muy bien aislado acústicamente. Debe de haber al menos cuatro o
cinco pisos debajo de nosotros, solo por escuchar las tuberías del cuarto de baño. Los
guardias que me alimentan tienen mucho cuidado de no mostrarse ni acercarse lo
suficiente como para que adivine su especie, pero ahora que tu amigo Mick está
involucrado, supongo que estamos en territorio de los licántropos. Aunque eso no lo
reduce mucho.
Emery. Ella tiene que ser parte de esto. Y Mick debe haber estado ayudándola
todo el tiempo. Era uno de los segundos de Roscoe, después de todo.
Me pellizco la frente.
—¿Por qué te involucraste con los licántropos?
—¡Excelente pregunta! ¿Quiere la respuesta larga o la corta? He tenido mucho
tiempo para trabajar en ambas versiones en los últimos meses.
270
—¿Te han hecho daño? ¿Te están torturando, o interrogando, o...?
Sacude la cabeza.
—Me tratan bien, si se descuenta la perpetua violación de mis derechos
humanos. Pero nunca me han sacado de esta habitación, y lo he intentado. He fingido
estar enferma, me he puesto agresiva... y nada. Los guardias son idiotas de
proporciones indescriptibles y se niegan a hablar conmigo.
—¿Cómo te llevaron?
—Lo último que recuerdo es que caminaba por la acera de camino a tu
apartamento desde el trabajo, y entonces bam, estaba aquí.
Echo un vistazo al ático.
—¿Qué haces todo el tiempo?
—He estado recuperando el sueño. Revisando mis decisiones en la vida.
Arrepintiéndome. Sobre todo, leo. —Señala las estanterías—. Pero la selección aquí
se limita a los clásicos. He leído como tres novelas de Dickens.
—Espantoso.
—El Guardián Entre el Centeno, también.
—Dios.
—Y toda una serie de misterio que ni siquiera me gusta. —Se encoge de
hombros—. Ahora, ¿te gustaría escuchar mi teoría de por qué alguien se molestó en
secuestrarme, para que puedas decir que te lo dije, o algo así?
La irritación me alimenta lo suficiente como para sentarme finalmente erguida.
—No, porque no he dicho te lo dije.
—Oh. —Ella asiente, desconcertada—. Bueno, esto es una agradable
sorpresa...
—No pude decírtelo, porque me ocultaste la historia en la que estabas
trabajando y la mierda que estabas haciendo.
Ella frunce el ceño.
—Bueno. Bueno, al menos déjame explicarte...
—Ya lo sé.
—Lo que sea que estés pensando, no es eso. En realidad, estaba...
—Estabas investigando a los licántropos, o a Thomas Jalakas, o crímenes
financieros o algo así. Descubriste que Liliana Moreland es una híbrida humano-
licántropo, posiblemente única en su especie, y luego fuiste secuestrada por tus
esfuerzos.
271
Serena retrocede.
—¿Cómo... ?
—Tu gato estaba... Vi esa cosa del alfabeto de mariposas en tu agenda, y... —
Me masajeo la sien—. Confía en mí cuando te digo que sé, francamente, mucho más
de lo que quisiera sobre cualquier cosa. Lowe dijo que...
—¿Quién es Lowe?
Me duele el corazón. Me deshago del recuerdo y del dolor con un manotazo.
—El Alfa licántropo. Mi esposo.
—Sabes qué, no importa. Dime cómo... —Se detiene abruptamente. Me vuelve
a mirar. Parpadea varias veces—. ¿Acabas de decir...?
Suspiro.
—Sí.
—Misery.
—Lo sé.
—En serio.
—Lo sé.
—Me voy por tres meses, y después de una vida de literalmente no tener
noticias, ¿ahora estás casada con un licántropo Alfa?
—Sí.
—Dios mío.
—Técnicamente, es tu culpa.
—¿Perdón?
—¿Crees que me casé porque encontré al dulce amor licántropo en una
aplicación de citas? Te estuve buscando. Todo el tiempo que estuviste fuera. De
cualquier manera que pude. Así es como acabé casada con el hermano de la joven e
inocente chica mitad licántropa que estabas dispuesta a explotar, y ahora estamos
aquí, y apostaría toda mi colección de herramientas de hacker a que es Emery quien
nos secuestró, y que Mick ha estado trabajando con ella a espaldas de Lowe todo el
tiempo. Apuesto... ¿Sabes qué? Apuesto a que Emery sabe que Ana es una híbrida, y
quiere asegurarse de que Ana nunca pueda servir como símbolo de unidad entre los
licántropos y los humanos, y la forma en que estabas husmeando te puso en el radar
de Emery, y Serena, fue tan jodidamente difícil para mí encontrarte. —Todo sale tan
rápido que apenas tengo tiempo de controlar mi tono. Pero me arrepiento al instante
cuando la mano de Serena se acerca para presionar sus labios agrietados. Tiene las
uñas mordidas, una costumbre que dejó hace años.
272
—Es que... —Traga saliva—. No estaba segura.
—¿Segura de qué?
—Que estarías buscándome. Tuvimos aquella pelea, y... —Su voz se quiebra un
poco—. Dije cosas que no quería decir, y pensé que tal vez habías terminado
conmigo.
Me quedo mirándola, momentáneamente sin habla. ¿Quizá los escarabajos de
la despensa le han comido el cerebro?
—Oye. No sabía que fuera una opción.
Suelta una pequeña carcajada, un poco más temblorosa que de costumbre.
—He tenido mucho tiempo aquí para pensar en lo que he dicho.
Asiento. Paso la lengua por mi boca muy seca y agria.
—Yo también tuve mucho tiempo fuera para pensar.
Nos miramos. Si fuéramos mejores personas, menos jodidas, probablemente
seríamos capaces de decir algo como: te quiero, o estoy tan contenta de volver a estar
juntas; o un poco más macabro: gracias, joder, no estás muerto. Pero ambas nos
quedamos calladas, porque eso es lo que hacemos.
Ambas sabemos lo que no se dice, porque así somos.
Serena se aclara primero la garganta.
—¿Consideramos el asunto archivado por el momento? —pregunta—.
Podemos cortarnos las uñas cuando salgamos de aquí, o algo así.
—Excelente sugerencia. Centrémonos en lo que hay que hacer.
Toma aire.
—En realidad he estado trabajando en un plan.
—Oigámoslo.
—Implica quedarse aquí. Construir una vida. Envejecer. Desarrollar cataratas.
Sonrío.
—Siempre has tenido los peores planes de mierda.
Ella se ríe. Y yo me río. Y luego nos reímos un poco más, hasta que todo suena
menos a risa y más a ligera histeria, y Dios, echaba de menos esto.
—Otro plan —dice, secándose los ojos y bajando la voz—, que he urdido en los
últimos tres minutos, es atraer al guardia de la puerta y usar tu magia vampírica para
hechizarlo y que nos deje ir.
Frunzo el ceño.
273
—Sabes que no puedo hacer eso sin tocar a la gente.
—Misery. Nena.
—¿Qué?
—Dudo que haya otra manera.
—Podríamos pelear. Somos dos, y sabemos defensa personal...
—No entrarán. Todo se me entrega a través de esa abertura. —Señala el panel
cuadrado de la puerta—. Pero ahora que estás aquí, podríamos engañarlos. Podría
distraer al guardia el tiempo suficiente para que le claves tus garras mentales.
Sacudo la cabeza. Plenamente consciente de que no estoy diciendo que no.
—Esto podría salir muy mal.
—No se desquitarían contigo —señala—. ¿Eres la hija de un concejal vampiro
y supongo que la esposa de un Alfa licántropo? —Se pellizca la nariz—. A diferencia
de mí, eres un rehén valioso para usar en las negociaciones, y esta persona Emery
debe saberlo. En todo caso, lo harían conmigo, lo cual es...
—También inaceptable.
Se muerde el interior de la mejilla.
—Realmente me encantaría salir de aquí. Pasar más tiempo con Sylvester.
—¿Sylvester?
—Mi gato.
—Ah. —Desvío la mirada con culpabilidad—. Sobre eso.
—Juro por Dios que si me dices que dejaste morir de hambre a mi gato o que
se ahogó con mis bolas de lana o que se lo comió un mapache...
—No lo hice, aunque se lo merecería. Sin embargo, ahora se llama Chispitas. Y
se ha encariñado mucho con Liliana Moreland, o viceversa. —Ignoro su mirada
fulminante—. No hay más que gatos en el mundo, y Chispitas es mediocre entre ellos,
así que te conseguiré otro si alguna vez...
Llaman a la puerta y ambas nos sobresaltamos.
—¿Sí? —Serena llama. Me empuja fuera de la vista, incluso cuando la puerta y
la ranura de alimentos permanecen cerradas.
—Tengo una... bolsa de sangre. Para la vampira.
—¿Quién es? —susurro.
—Bob.
Inclino la cabeza.
274
—¿Quién demonios es Bob?
—Es un nombre que inventé para los guardias. Todos son Bob. —Y luego, más
fuerte—. Misery no se siente bien —grita. Lo cual es cierto, me siento como una
mierda—. ¡Creo que las drogas podrían estar a punto de matarla o algo así!
¿Qué demonios? Mi boca. No puedo lidiar con un plan de Serena ahora mismo.
—Bueno, eso está por encima de mi nivel salarial. No puedo hacer nada por
una sanguijuela, de todos modos...
—Es de la realeza vampírica. Quienquiera que sea tu jefe, ¿crees que estará
complacido contigo si ella muere bajo tu vigilancia?
Se oyen un par de maldiciones que apenas distingo. Entonces se abre la ranura.
—¿Qué está pasando?
Miro a Serena, perpleja. Lo único que hace es hacerme un gesto vago,
probablemente intentando transmitirme telepáticamente su plan. Arrugo mi cara
como si fuera una pasa de uva, con la esperanza de salir de este mundo. Como eso no
funciona, me dirijo a la puerta de mala gana.
La abertura está a la altura de la cabeza, pero debido a la forma en que está
construido el ático, la visión de Bob del interior es limitada.
—Algo va mal. En mi... ojo —le digo cuando estamos cara a cara. Es un
licántropo, y parece más joven de lo que esperaba. Demasiado joven para estar
haciendo esta mierda, igual que Max.
Vete a la mierda, Emery, y vete a la mierda, Mick.
Murmura algo sobre sanguijuelas lloriqueando y pregunta:
—¿Qué pasa?
—Esto. —Resoplo y hago una serie de ruidos dramáticos. A mi derecha, oculta
a los ojos de Bob, Serena me hace un gesto con el pulgar. La facilitadora más inútil del
mundo—. ¿Lo ves?
—No veo nada. —Se inclina un poco hacia delante, pero es lo bastante listo
como para no inclinar la cabeza hacia la puerta. Lástima, ya que me hubiera
encantado darle un puñetazo. Por otra parte, eso me dejaría satisfecha, pero todavía
encerrada aquí—. Es solo un ojo púrpura normal. ¿Qué se supone que debo notar?
—Debe de ser una reacción a los medicamentos. Tienes que decírselo a un
médico —le digo. Quizá demasiado rotundamente, porque Serena hace una mímica
que solo puede significar haz más drama—. Podría morir.
—¿Morir de qué?
—De esto, ¿ves? —Señalo bajo mi ojo derecho, y él lo enfoca, tratando de
encontrar alguna abominación en su interior. Cuando mis músculos intraoculares
275
empiezan a crisparse para iniciar a cautivarlo, pongo todo lo que puedo en el
movimiento, con la esperanza de conseguir un rápido gancho.
Por un momento, funciona. Me anclo justo debajo de la superficie, la confusión
de Bob es obvia en su boca floja y sus ojos vacíos. Le tengo, pienso. Lo tengo, lo tengo,
lo tengo.
Entonces frunce el ceño y se retira, y me doy cuenta de que he fallado.
Abismalmente.
—¿Has...? —Parpadea dos veces y se da cuenta—. ¿Acabas de intentar
cautivarme? ¡Maldita sanguijuela!
Está furioso, tan furioso que mete la mano por la abertura y viene por mi
garganta. Y es entonces cuando Serena me recuerda algo.
Lo jodidamente ruda que ha sido siempre.
Se mueve más rápido de lo que creía posible para un humano y agarra la
muñeca de Bob, doblándola en un ángulo antinatural. Bob grita e inmediatamente
intenta retroceder, pero mi cautividad a medias debe de haberle afectado de algún
modo, porque a pesar de su fuerza, parece demasiado débil para escapar del agarre
de Serena.
—Abre la puerta —ordena Serena.
—Joder, no.
Ella dobla más la muñeca. Bob chilla.
—Abre la puerta o haré esto... —Le retuerce el pulgar. Lo oigo salirse de su
sitio, y es asqueroso—, a todos tus dedos.
Hacen falta dos más, pero Bob abre la puerta. A pesar de su fuerza, está claro
que no es un luchador entrenado, y nos cuesta poco esfuerzo cambiar de sitio con él.
Las dos estamos agotadas y un poco magulladas, pero una vez dentro, me vuelvo
hacia Serena para asegurarme de que está bien, y me encuentro con que se lleva la
mano a la boca y salta en su sitio.
Puede que sea una malota, pero también es increíblemente tonta. Me da un
vuelco el corazón al sentirme aliviada, jodidamente aliviada y feliz. Está aquí. Está
bien. Está siendo ella misma, incluso después de haber pasado tanto tiempo sin ella.
—Te dije que no podía hacerlo sin contacto —digo. Bob nos grita que lo
dejemos salir, y Serena lanza una mirada culpable a la puerta de seguridad.
—¿En serio?
—Por un lado, es un idiota. Por otro, una vez me dio pudín de vainilla extra.
—No puedo esperar a escuchar todo sobre esta vida tuya en el hogar de retiro.
276
Hace un gesto de dolor.
—Vámonos. No creo que llevara un teléfono, pero puede que se me haya
pasado.
Corremos hasta el final del pasillo, solo para encontrar otra puerta cerrada.
—Esta parece bastante ligera. Si ambas lanzamos nuestro peso sobre ella,
deberíamos ser capaces de romperla. A mis tres, ¿de acuerdo?
Serena me mira desconcertada. Luego da un paso adelante, agarra la manivela
y la gira.
La puerta se abre.
—¿Cómo supiste...?
—No lo hice. Hice esto, se llama comprobar. Deberías probarlo alguna vez.
Me aclaro la garganta y la rozo al salir, con el pecho oprimido por lo mucho
que la he echado de menos.
—No es que verte abriéndote camino a martillazos no hubiera sido un
entretenimiento máximo, pero... —Se calla y se para en seco. Y yo también. Ambas
nos quedamos inmóviles, porque...
Acerté cuando dije que la celda de Serena estaba en un ático, pero el edificio
es mucho más alto de lo que esperábamos. Hay al menos veinte pisos debajo de
nosotros. Este es un rascacielos, uno que me es muy familiar.
Porque crecí en él.
—¿Estamos en el Nido? —murmura Serena. Solo ha estado aquí una vez, pero
el lugar es demasiado característico para olvidarlo.
Asiento lentamente. Cuando miro detrás de mí, veo que la puerta por la que
acabamos de salir está pintada del mismo color que la pared. Un camuflaje casi
perfecto.
—No lo entiendo.
—Bob era un licántropo, ¿verdad? No me equivoqué, ¿verdad?
Sacudo la cabeza. La sangre de Bob bombeaba mucho más rápido que la de un
humano, y definitivamente no era un vampiro.
—Así que teníamos guardias licántropos, y el tipo Mick te trajo aquí, pero
estamos en territorio vampiro. ¿Cómo?
—No lo sé.
Serena se sacude.
—Podemos resolverlo más tarde. Tenemos que largarnos de aquí antes de que
alguien nos pille.
277
Asiento y empiezo a bajar las escaleras. A mitad del primer tramo, Serena me
toma de la mano. Cuando llegamos al final, entrelazo mis dedos con los suyos. No
tengo ni idea de lo que está pasando, pero Serena está aquí y todo irá bien si...
—Alto —dice una voz detrás de nosotros. Una muy memorable.
El miedo me sube por la nuca. Giro sobre mis talones y veo que Vania me
sonríe.
—Voy a necesitar que vengas conmigo. Una última vez, Misery.
278
CAPÍTULO 28

Él no creía que pudiera amarla más, pero ella es una sorpresa constante.

Serena y yo estamos bastante bien entrenadas en defensa personal, pero Vania


es la ejecutora más hábil de mi padre. No lleva uno, sino dos cuchillos, y está
flanqueada por dos guardias, los mismos que me escoltaron hasta el territorio
vampiro hace unas semanas. Intentar atacarlos sería una idiotez, y Serena y yo no
somos tan rudas. Así que marchamos delante de ella, con las manos sobre la cabeza,
y seguimos sus instrucciones. Conscientes de que si una de nosotras decide huir, la
otra acabará con un cuchillo clavado en la espalda.
Seamos realistas: Serena acabaría con un cuchillo clavado en la espalda. A mí
probablemente me arrastrarían de la oreja delante de mi padre.
Porque estamos en el Nido. Y Vania le responde a él y a nadie más.
—Si me asesinan, véngame —susurra Serena.
Es agradable, toda esta fe que parece tener en mí.
—¿Alguna preferencia sobre cómo?
—Sé creativa.
Padre espera en su despacho, sentado de nuevo en la silla de cuero de
respaldo alto tras su enorme escritorio de madera, rodeado de otros cuatro guardias.
Su sonrisa no llega a sus ojos, y no se levanta, ni nos ofrece asiento. En lugar de eso,
apoya los codos en la caoba oscura y junta las puntas de los dedos frente a su cara,
esperando a que yo diga algo.
Así que no lo hago.
Estoy dolida, traicionada, conmocionada por la implicación de mi padre en
algo tan atroz, pero también... no. No tiene sentido sorprenderse por un asesino
despiadado y egoísta cuando te clava un cuchillo en la espalda, aunque sea un
pariente. Es una historia totalmente diferente cuando el apuñalamiento lo hace
alguien a quien consideras una persona amable y decente. Alguien a quien
consideras un amigo.
279
Mi mirada se posa en Mick, que permanece de pie junto al escritorio de mi
padre como lo haría uno de sus matones. Permanece así el tiempo que tarda Mick en
bajar los ojos. Parece avergonzado, y me parece bien.
—¿Por qué? —le pregunto sin rodeos. Como no dice nada, añado—: Fuiste tú,
¿verdad?
Los surcos a los lados de su boca se hacen más profundos.
—¿Emery siquiera está involucrada en esto? ¿O simplemente convenciste a
todos a tu alrededor para que creyeran que su objetivo era Ana porque los Leales
eran un chivo expiatorio conveniente?
Aparta la mirada en lo que solo puede ser confirmación, y mis puños se curvan
de miedo y rabia. Eres despreciable, quiero decir, te odio. Pero parece que ya está
lleno de autodesprecio.
—¿Por qué? —vuelvo a preguntar.
—Tiene a mi hijo —susurra, mirando a padre. Que tiene la expresión
autosatisfecha de alguien que ha dado jaque mate a todos en el juego.
—Entonces deberías habérselo dicho a Lowe.
Mick sacude la cabeza.
—Lowe no podría...
—Lowe habría hecho cualquier cosa por ti —siseo, con náuseas de rabia—.
Lowe moriría antes de dejar que le pasara algo a un miembro de la manada. Lo
conoces desde que era un niño, es tu Alfa, y aun así no lo conoces en absoluto. —La
ira burbujea. No recuerdo la última vez que le hablé tan duramente a alguien—. El
veneno, fuiste tú, ¿no? ¿También enviaste a Max tras Ana?
—Misery —interrumpe papá—. Eres una fuente inagotable de decepción.
Mi cabeza gira en su dirección.
—¿Sí? Ya que tomas rehenes y chantajeas a la gente, podría decir lo mismo,
pero el listón ya estaba jodidamente bajo.
Sus ojos se endurecen.
—Esto es lo que te falta, Misery. El por qué nunca podrías convertirte en una
líder.
Resoplo.
—Porque no voy por ahí secuestrando gente.
—Porque siempre has sido egoísta y cerrada de mente. Obstinadamente
incapaz de entender que el fin justifica los medios, y que cosas como la justicia y la
paz y la felicidad son más grandes que una persona específica, o que un puñado de
280
ellas. El bien de la mayoría, Misery. —Sus hombros suben y bajan—. Cuando tú y tu
hermano eran pequeños y surgió la necesidad de un Colateral, tuve que decidir cuál
de ustedes tendría agallas para ocupar mi puesto en el consejo. Y me alegro de haber
elegido a Owen en vez de a ti.
Pongo los ojos en blanco. Es muy probable que no esté viva cuando se
produzca el golpe de Owen, pero vaya si me gustaría ser testigo de cómo se caga
padre.
—¿Por qué crees que los vampiros aún mantienen el poder, Misery? En todo el
mundo, nuestras comunidades se han ido fragmentando. Muchos de ellos no tienen
sus propios territorios, y se ven obligados a vivir entre los humanos. Y sin embargo,
a pesar de nuestro número cada vez menor, aquí en América del Norte todavía
tenemos nuestro hogar. ¿Por qué crees que es así?
—¿Porque matas desinteresadamente a todos los que se interponen en tu
camino?
—Como he dicho: una fuente de decepción.
—Debido a sus alianzas estratégicas dentro de esta región geográfica —
responde Serena en mi lugar. Todos se vuelven hacia ella sorprendidos, como si su
presencia fuera algo olvidado.
Aunque no por mi padre.
—Señorita Paris. —Asiente cortésmente—. Está, por supuesto, en lo correcto.
—En los últimos cien años, humanos y licántropos han alternado entre
ignorarse mutuamente y estar al borde de la guerra por disputas fronterizas. Ambos
tienen ventajas sobre los vampiros, físicas y numéricas, pero nunca se han planteado
aprovecharlas. Porque los vampiros se las han arreglado de alguna manera... bueno,
de alguna manera no —explica Serena, con un rastro de amargura en el tono—. A
través del sistema Colateral, cultivaron una alianza política muy beneficiosa con los
humanos. Y los licántropos lo sabían, igual que sabían que cualquier ataque abierto
al territorio vampiro desataría el poder militar humano sobre ellos. Así es como se
mantuvieron a salvo durante décadas, a pesar de ser la más vulnerable de las tres
especies.
—Muy minuciosa. —Padre asiente, satisfecho.
—Imagino que hay más. Por ejemplo, estoy segura de que si examináramos de
cerca las escaramuzas fronterizas entre licántropos y humanos en las últimas décadas,
descubriríamos que fueron facilitadas por la acción vampira. Al igual que estoy
segura de que considerables sobornos estuvieron involucrados. El gobernador
Davenport sin duda no está por encima de aceptarlos.
Padre no lo niega.
281
—Veo que las semanas que pasó leyendo mejoraron su capacidad de
razonamiento, Srta. Paris.
Levanta la barbilla.
—Mis habilidades de razonamiento siempre han estado a punto, cara de verga.
Debe de ser la primera vez que llaman así a mi padre. Es la única explicación
para la vacilación ligeramente indignada y en su mayoría desconcertada que llena la
sala: nadie sabe cómo responder a un insulto manifiesto, porque a diferencia de los
golpes sutiles y los intentos de asesinato, en el mundo de padre no existen. Al final,
tras varios segundos incómodos, Vania da un paso adelante y levanta la mano para
golpear a Serena.
Me interpongo entre las dos, lo que hace que Serena quiera protegerme. Pero
padre pone fin a eso ordenando:
—Déjala. Las queremos a ambas intactas, por ahora.
Vania mira fijamente a Serena. Con un movimiento de muñeca de mi padre, dos
guardias se ponen a nuestro lado. La amenaza implícita está muy clara.
—Podría haber matado a tu amiga, Misery. Tantas veces. ¿Sabes por qué no lo
hice? —me pregunta.
—¿Para no herir mis sentimientos? —replico, escéptica.
—Eso fue un buen extra, estoy de acuerdo. Porque a pesar de lo que puedas
pensar, no disfruto haciéndote daño, ni quitándote cosas. No me alegró entregar a mi
hija a los humanos, aunque dudo que lo creas. Pero en última instancia, no, esa no fue
la razón. Solo puedo suponer que la señorita Paris se olvidó de decirle por qué me vi
obligado a llevármela, entonces.
—No tuvo que decirme una mierda. Ya sé lo que pasó. —Pero cuando miro a
Serena, sus ojos se desvían. Y entonces se me revuelve el estómago—. Estaba
trabajando en un artículo —añado, aunque ella no me devuelve la mirada—. Y
descubrió algo que no debía.
—Así que no tienes ni idea. —Esa sonrisa altanera y autocomplaciente, quiero
arrancársela de la cara a papá de un puñetazo—. Deja que te ilumine: hace varios
años, mi querido amigo el gobernador Davenport me contó algo que pensó que
podría interesarme.
—Por supuesto que el gobernador está en esto —digo con sorna.
—Oh, le das demasiado crédito. —Padre agita la mano—. Él está en esto... a
veces. Con los años, me he familiarizado con su mente. Tenerlo cautivo, plantar mis
ganchos en su cerebro, se ha vuelto más y más fácil. Prácticamente sin rastro. Me ha
estado dando mucha información útil, alguna de particular intriga. Por ejemplo,
cuando me habló de un niño que había nacido de padres humano y licántropo.
282
Ana. Por supuesto. El gobernador debe de haberse enterado, quizá por
Thomas, o quizá por... Me vuelvo de nuevo hacia Mick.
—¿Se lo has dicho al gobernador?
—Oh, no —interrumpe mi padre—. Te equivocas, Misery. Mick no formaba
parte de esto hasta hace muy poco, y fui yo quien lo buscó. Aceptaré el mérito cuando
corresponda, aunque me acuses de ser un monstruo sin corazón. Fue idea mía utilizar
a su hijo una vez que nos dimos cuenta de que el chico que habíamos capturado
durante una redada tenía vínculos con un prominente licántropo. Fue bastante fácil
para mí cautivarlo. Incluso ayudó a vigilar a la señorita Paris.
—Vaya cosa para presumir, padre.
—En efecto. Pero hace bastante tiempo que el gobernador me habló del niño
mitad licántropo, mitad humano. Más de dos décadas, de hecho.
Me pongo rígida. Me invade una oleada de terror.
—Ya había habido historias antes. Rumores de compatibilidad reproductiva. Si
hay algo para lo que sirven los humanos es para reproducirse. —Padre se levanta,
con los labios curvados en un leve gesto de disgusto, y rodea tranquilamente su
escritorio—. Pero las historias venían de otros países, y nunca hubo pruebas. Aquí,
los licántropos son insulares, y los humanos son cobardes. Como dijo la señorita Paris,
simplemente no interactúan lo suficiente. Pero esta criatura era muy joven. No estaba
siendo criada por sus padres biológicos por varias razones. No sabía acerca de sus
orígenes o su composición genética cuestionable, pero parecía haber heredado más
características de su lado paterno. Se presentaba como humano, plenamente, lo que,
debo admitir, la hacía menos interesante para mí: la implicación de su existencia era
mucho menos preocupante. Sin embargo, el suceso era único y decidí vigilar la
situación. Me pareció lo más sensato. —Se apoya en el escritorio y tamborilea con los
dedos sobre el borde de madera. Algo parecido al terror empieza a llenarme la
garganta—. ¿Dónde podría un vampiro esconder a una cría mitad lobo que se
presentaba como humana? El territorio humano parecía ser la mejor opción. ¿Pero
cómo? Parecía un predicamento imposible. Y ahí fue donde recordé que yo mismo
tenía una niña escondida en territorio humano. Y que podría disfrutar de algo de
compañía.
Mi corazón late con fuerza contra los confines de mi caja torácica. Aparto mis
ojos de los de mi padre y me giro lentamente hacia mi derecha. Serena ya me está
mirando. Sus ojos están llenos de lágrimas.
—¿Lo sabías? —pregunto.
No contesta. Las lágrimas, sin embargo, empiezan a caer.
—Ella no sabía nada. —Es padre quien responde, aunque rápidamente pierdo
interés en lo que tiene que decir—. Si no, yo lo sabría. Como dije, la vigilé durante
283
años. Incluso cuando terminó tu década como Colateral, nada de lo que hacía hizo
saltar las alarmas. De hecho, no parecía tener ningún interés en los licántropos.
¿Verdad, señorita Paris? —Le sonríe a Serena, y el odio de su mirada podría quemarlo
tan viciosamente como la luz del sol. La ignora y se vuelve hacia mí—. Se dedicaba al
periodismo financiero, o algo así. Debo decir que nuestra vigilancia decayó durante
unos años. La chica se había convertido en una joven prometedora, aunque muy
humana. A veces desaparecía unos días sin avisar, pero así son los jóvenes.
Despreocupados. Aventureros. Nunca sospeché que pudiera tener algo que ver con
sus genes. Hasta que...
—Te desprecio —sisea Serena.
—No esperaba menos. La híbrida humana-loba que eres está bien
predispuesta, y no te culpo. Pero la forma descuidada en que lo hiciste cuando tu
mitad licántropa empezó a emerger y decidiste investigar a tus padres, eso sí que es
culpa tuya. Fuiste por ahí haciendo preguntas, metiendo las narices en todos los
rincones de la Oficina de Asuntos Humano-Licántropos. Dejaste escandalosamente
claro que algo estaba cambiando en ti y que buscabas orientación. —Su tono es
regañón. Más que cualquier otra cosa que me haya dicho mi padre, me dan ganas de
darle un puñetazo—. En retrospectiva, todo tenía sentido. El hecho de que la mayoría
de tus viajes y desapariciones coincidieran con la luna llena. Necesitabas estar afuera,
¿no? La necesidad de estar en la naturaleza se volvió tan irresistiblemente fuerte,
que...
—No sabes nada —escupe Serena.
—Pero lo sé, Srta. Paris. Sé que tu análisis de sangre era extremadamente
inusual. Sé que tus sentidos se agudizaron de forma casi insoportable, tanto que
superaron la capacidad de tu médico humano para medirlos. Sé que te sometiste a
pruebas genéticas y que los resultados indicaron que la muestra estaba contaminada,
tres veces. Sé que cada luna llena tenías ganas de salirte de la piel y que un día te
hiciste un corte en el antebrazo para ver si tu sangre se había vuelto verde de la noche
a la mañana. Estabas así de perdida, sospechando que algo dentro de ti era muy, muy
diferente.
Serena aprieta la mandíbula.
—¿Cómo siquiera...?
—Algo de eso descubrí una vez que empezamos a vigilarte asiduamente. La
mayor parte me la contaste tú.
—No. Nunca lo haría.
—Pero lo hiciste. Cuando te cautivé, el primer día que llegaste aquí.
Serena se queda con la boca abierta, y el peso en el fondo de mi estómago se
hunde más.
284
—Me aseguré de que no lo recordaras. Puede que Misery te haya hechizado
antes, pero como todo lo demás sobre su cultura, a mi hija nunca le enseñaron
correctamente. —Parece divertido por la expresión horrorizada de Serena—. ¿Y
sabes qué más me contaste? Que, trágicamente, fuiste incapaz de averiguar quiénes
eran tus propios padres, y de averiguar si uno de ellos era un licántropo. Sin embargo,
en cuanto empezaste a indagar y a utilizar tus considerables dotes de investigación,
oíste hablar de Thomas Jalakas.
»Thomas era un hombre interesante. Había estado trabajando para la Oficina
algunos años antes, había entablado una relación con una de los comandantes de
Roscoe, y... Creo que todos sabemos cómo va la historia. O quizá tú no, Misery. —Sus
ojos se clavaron en los míos—. La mujer quedó embarazada. Thomas,
comprensiblemente, no la creyó cuando le dijo que el bebé era suyo. La relación
terminó, y como político de carrera que era, dudo que pensara mucho en su antigua
amante en los años siguientes. En lugar de eso, fue ascendiendo en el escalafón.
Entonces, hace un año, volvió a la Oficina de Asuntos Humano-Licántropos, esta vez
como director. Su nuevo nivel de autoridad le dio acceso a varios informes de
inteligencia, y empezó a sentir curiosidad por el destino de su antigua amante. Buscó
su nombre y se encontró con una imagen muy interesante.
El más infinitesimal movimiento del dedo de padre, y uno de los guardias activa
el monitor de su escritorio. Desliza la pantalla táctil unas cuantas veces y luego la gira
en mi dirección.
Reconozco a María Moreland de la foto de la habitación de Lowe. Y a Ana, que
la lleva de la mano, de algunos de los mejores momentos del último mes de mi vida.
Están sentadas en la orilla del lago, con los pies sumergidos en el agua. Es una foto
cándida tomada desde lejos, similar a algo que produciría el paparazzi humano.
—La niña despertó su interés. Esta misma noche se enfrentó a Arthur
Davenport, así que supongo que ya sabes cuánto se parece la niña a su padre
biológico. Thomas tenía ahora fuertes sospechas de que los híbridos eran posibles.
Así que decidió elevar el conocimiento al gobernador Davenport.
—Y el gobernador mandó matar al padre de Ana —concluyo.
—¿Ana? Ah, Liliana Moreland. De hecho, no. Pero reconoció que las
acusaciones podían resultar muy peligrosas. Su solución, ciertamente pobre, fue
destituir a Thomas de su cargo de jefe de la Oficina y darle otro mucho más
prestigioso. Thomas debería haberse alegrado. En lugar de eso, se obsesionó con
averiguar más cosas sobre su hija. Puso el reflector sobre sí mismo y, varios meses
después, la señorita Paris se enteró de que otra persona había estado haciendo las
mismas preguntas que ella. Cuando concertaron una cita, por fin supe que tenía que
intervenir.
285
»Así que no, Misery. No fue el gobernador quien eliminó a Thomas Jalakas de
la ecuación. O lo fue, pero solo en el sentido de que lo ilusioné haciéndole creer que
si no lo hacía, sus pecadillos de malversación saldrían a la luz. Igual que Emery y los
Leales fueron un candidato conveniente para las sospechas de Lowe cuando nos
vimos obligados a intentar llevarnos a Liliana. Mick fue muy útil con eso.
—No te obligaron a llevarte a Ana, ni a Serena. Elegiste hacerlo.
Suspira, como siempre decepcionado por mí.
—A veces, nos convertimos en algo más de lo que somos. A veces, nos
convertimos en símbolos. Y eso es algo de lo que deberías ser muy consciente,
Misery. Después de todo, pasaste la mayor parte de tu vida como un símbolo de paz.
—En todo caso, simbolicé la total falta de confianza entre humanos y vampiros
—replico.
—Gente como la señorita Paris y Liliana Moreland —continúa como si yo no
hubiera hablado—, es peligrosa. Más aún si comparten los rasgos y talentos de sus
dos especies. Por ahora, ninguna de las dos es capaz de cambiar. Pero aún podrían
trascender y convertirse en importantes y poderosos símbolos de unidad entre dos
pueblos que llevan siglos enfrentados sin sentido.
—Y eso te dejaría indefenso en la región y reduciría drásticamente tu influencia
—murmura Serena, gélida. Me pregunto cómo puede estar tan tranquila. Quizá esté
sintiendo el enfado de ambas—. Maddie García ganó las elecciones humanas,
¿verdad? Sabe que tiene todo el poder y se niega a reunirse contigo por la forma en
que has estado manipulando al gobernador Davenport durante décadas.
—Señorita Paris, ojalá hubiera compartido algo de su perspicacia política.
Quizá mi hija dejaría de mirarme como si fuera un villano por actuar en interés de mi
pueblo.
—Oh, vete a la mierda. —Miro a sus matones, esperando que al menos uno de
ellos se dé cuenta de la vileza de esto. Permanecen como estatuas y no muestran
ninguna emoción—. No sometiste esto a votación. No informaste a nadie de tu
decisión. ¿Realmente crees que la mayoría de los vampiros, o incluso el maldito
consejo, estarían de acuerdo con que vayas por ahí matando y secuestrando gente?
—Nuestra gente está acostumbrada a un cierto grado de confort. Pocos se
molestan en preguntarse qué se hace para proporcionárselo.
—¿Por qué no me has matado? —Serena pregunta, como si nuestro intercambio
fuera una tangente sin sentido. No se equivoca.
—Una decisión difícil —le concede—. Pero como no sabemos nada de híbridos,
me parecías más útil viva.
—Y, sin embargo, intentaste matar a Ana —espeto.
286
La mirada que me dirige es primero de desconcierto, luego medio divertida,
medio compasiva.
—Oh, Misery. ¿Es eso lo que crees? ¿Que fue a Liliana a quien intenté matar?
Miro a Mick, confundida por las palabras de papá, y su expresión se ha
convertido en algo compasivo que simplemente no puedo...
El fuerte golpe en la puerta me sobresalta. A excepción de Serena, el resto de
la sala no se sorprende.
—Justo a tiempo. Por favor, entren.
Otro de los matones de mi padre entra primero. Justo detrás viene Lowe, con
los ojos hundidos y entrecerrados, el rostro pétreo. Se me hace un nudo en la garganta
y se me hunde el estómago cuando Owen le sigue. Sus labios están curvados en una
sonrisa enigmática y superficial, y la razón es obvia al instante.
Tiene a Lowe esposado. Porque Lowe no está aquí por su propia voluntad. Echa
un vistazo a la habitación, observando a mi padre, a todos los ejecutores, a Mick. No
deja traslucir ningún sentimiento, ni siquiera cuando su mejor subalterno, su figura
paterna, inclina la cabeza en el saludo de rigor. Entonces me mira a los ojos y, durante
una fracción de segundo, veo pasar por ellos todas las emociones del universo
observable.
Después de un latido, volvemos a la nada.
Mi cerebro intenta frenéticamente ponerse al día. ¿Mintió Owen al decir que
quería ocupar el puesto de papá? ¿Fue su ayuda con Serena una mentira?
—Lowe. —La voz del padre es casi acogedora—. Te estaba esperando.
—No lo dudo —responde Lowe. Su profunda voz reverbera en la gran sala,
llenándola de una manera que una docena de personas no había conseguido—.
Parece que tenía un plan desde el principio, concejal Lark.
—No todo el tiempo. Sabes, eres un hombre muy difícil de cautivar. Lo intenté
durante nuestro único encuentro a solas, después de la ceremonia de matrimonio.
Normalmente soy capaz de enganchar a un licántropo o a un humano en cuestión de
segundos, pero contigo, simplemente no funcionó. Qué frustrante. —Suspira y señala
a Mick—. Me dije a mí mismo que no importaba. De todos modos, me había infiltrado
en tu círculo íntimo. Y aun así, seguí sin poder ponerle las manos encima a tu hermana.
Y ahora que la has escondido, he sido incapaz de averiguar dónde. Sencillamente,
nunca conseguí tener una influencia real sobre ti. Hasta ahora. —Sonríe a Owen—.
Gracias por traérmelo, hijo. Ciertamente considero esto una prueba de tu lealtad.
Los ojos de Owen brillan de orgullo. Aprieto los dientes.
—Lowe nunca te va a dar a Ana.
287
—Hace un mes, habría estado de acuerdo contigo. Pero Mick me explicó
algunas cosas. Incluyendo lo que significó su reacción a ti en la boda. El concepto de
las parejas. —Mi padre se para frente a mí, con una mano agarrando mi hombro—. Tu
utilidad realmente no tiene límites.
—Eres increíble. —Alejo su contacto, asqueada.
—¿Lo soy?
—Sí. Increíblemente equivocado también. —Me inclino hacia delante,
burlándome de él, de repente poderosa en el conocimiento desgarrador de que está
equivocado—. No soy la pareja de Lowe. Cualquier ventaja que creas que tienes, no
es...
—¿No es así, Lowe? —pregunta papá, de repente más alto. Sigue
sosteniéndome la mirada—. ¿No es tu pareja?
Le devuelvo la mirada, esperando la respuesta de Lowe, esperando ver la
decepción en los ojos de mi padre. Esperando que haga menos amargo lo que he
experimentado esta noche. Pero el tiempo pasa. Y la respuesta de Lowe solo se hace
esperar, vacila y nunca llega.
Cuando me vuelvo hacia él, está a la vez inexpresivo y profunda,
indeleblemente triste.
—Díselo —le ordeno. Pero sigue sin hablar, y lo siento como una bofetada de
en la cara. Se me agarrotan los pulmones y, de repente, no puedo respirar—. Dile la
verdad —le susurro.
Lowe se pasa la lengua por el interior de la mejilla y luego junta los labios en
una pequeña y triste sonrisa.
Algo dentro de mí tiembla.
—Ahora que está resuelto —dice padre secamente—. Lowe, Mick me informa
de que nadie más que tú sabe dónde está escondida Liliana. La quiero, no te
preocupes, no para deshacerme de ella. Igual que no me deshice de la señorita Paris
cuando tuve la oportunidad. —Se detiene para dedicarle a Serena una pequeña
sonrisa, como si esperara gratitud. Me la imagino escupiéndole y siendo asesinada
por tres agentes—. Todo lo que quiero es la seguridad de que humanos y licántropos
no unirán sus fuerzas contra los vampiros. Y eso empieza por no darles una razón para
creer que son más parecidos y compatibles de lo que pensaban. —Padre se vuelve
hacia Lowe por última vez—. Haz los arreglos para entregar a tu hermana.
Lowe asiente lentamente. Y luego pregunta con un tono genuinamente curioso:
—¿Y lo haría porque...?
—Porque tu pareja te lo pedirá.
Lowe exhala una risa silenciosa.
288
—Conoces muy poco a mi pareja, si de verdad crees que pediría algo así.
Lowe no obtiene una respuesta verbal. En lugar de eso, el padre extiende la
mano hacia delante. Se mueve tan rápido que el aire cambia con el impulso, y al
instante siguiente algo frío, brillante y muy afilado aparece junto a mi cuello.
Está sosteniendo uno de los cuchillos de Vania. En mi garganta.
Lowe, Owen, Serena, incluso Mick, todos intentan alcanzarme, pero son
retenidos por los matones de mi padre, y cuando la punta de la hoja roza mi piel se
detienen al instante, con expresiones igualmente aterrorizadas en sus rostros. El
silencio que sigue es sobrecogedor, lleno de fuertes latidos y respiraciones agitadas.
—No —dice padre con calma. La mano que sostiene el cuchillo es firme—. En
condiciones normales, no lo pediría. Pero ¿y si tuviera que elegir entre su vida o el
futuro de Liliana? ¿Qué pasaría entonces?
—Está mintiendo. No va a matarme —le digo a Lowe, con la esperanza de
tranquilizarlo.
Permanece inexpresivo, y desde luego no parece aliviado. Quizá todo lo
contrario. Me pregunto si ya sabe lo que está por venir.
—¿No lo haré? Hice que te envenenaran. Oh, no pongas esa cara. Sí, el veneno
era para ti. Esperaba que el dolor de perder a su compañera distrajera a Lowe lo
suficiente para llevarme a Liliana. Pero Mick se confundió con la dosis, ¿no? Me hizo
enojar lo suficiente como para desquitarme con su hijo. Y después de eso, Lowe fue
más listo para no confiar en nadie. —Se acerca aún más, sus ojos de un púrpura oscuro
casi azul. Lo que quedaba dentro de mí que me unía a mi familia, ya agrietado y
maltrecho, finalmente se astilla—. Te he sacrificado antes y volveré a hacerlo —me
dice mi padre. No hay remordimiento en él. No hay conflicto—. Por el bien de los
vampiros, no dudaré.
Me río, llena de desdén.
—Qué jodido cobarde eres. —Debería sentirme acorralada, pero solo estoy
enfadada. Enfadada por Ana y Serena. Por mí misma. Más enfadada de lo que creía
posible.
Y luego está Lowe, y la forma en que me mira. Su miedo tranquilo, como si
supiera que nada de esto podría terminar bien. Como si no estuviera seguro de lo que
hará consigo mismo después.
Lo siento, Lowe.
Ojalá tuviéramos más tiempo.
—Esa boca sucia —me amonesta perezosamente el padre. La hoja me corta la
piel. La única gota de sangre púrpura que resbala por mi cuello hace que Lowe se
agite para liberarse, pero las ataduras que le ha puesto Owen no lo dejan.
289
—Te encanta comprar el bien de los vampiros pagando con la vida de otros,
¿verdad? —me burlo de padre—. Solo un cobarde pondría a otros delante de sí
mismo.
—Aprovecharé lo que pueda.
—Bueno, yo no. No voy a pedirle a Lowe que me elija a mí antes que a su
hermana.
—Pero no hay necesidad, ¿verdad? —Padre se vuelve hacia Lowe—. ¿Qué
piensas, Alfa? ¿Debería asesinarla delante de tus ojos? He oído que los licántropos
que pierden a sus compañeros o parejas a veces se vuelven locos. Que no hay mayor
dolor —añade con fruición.
No sufras, pienso, mirándolo fijamente a los ojos por encima del brillo de la
hoja. Pase lo que pase, no sufras por mí. Quédate con Ana, y dibuja, y sal a correr, y tal
vez piensa en mí a veces cuando comas mantequilla de cacahuate, pero no te su…
—Misery —la voz de Serena interrumpe mis pensamientos. Y luego dice algo
más, algo confuso y sin sentido que mi cerebro tarda un segundo en desentrañar. Los
agentes se miran entre sí, igual de confundidos. Padre frunce el ceño. Owen ladea la
cabeza, curioso.
Pero no está hablando en patrañas. Hay palabras reales.
—Se equivoca. —Eso es lo que dijo Serena. En nuestro alfabeto secreto.
Sin apartar la mirada de Lowe, pregunto:
—¿Sobre qué?
—Sobre si puedo cambiar.
No lo entiendo inmediatamente. Pero el rabillo de mi ojo capta una ráfaga de
movimiento. Su mano. No, sus dedos.
De repente, tiene las uñas largas.
Antinaturalmente largas.
Recientemente largas.
Respiro hondo, con la mente acelerada.
—Muy bien, padre —digo. Le sostengo la mirada a Lowe, esperando que lo
entienda—. Ya que vas a tener que matarme, si me permites unas últimas palabras
con mi compañero.
Trago saliva. Lowe está a varios pasos de mí, y sus ojos son... Es imposible
describirlos. No con palabras.
—Lowe. Eres lo mejor que me ha pasado. Y nunca te pediría que pusieras a Ana
antes que a mí. —Mi voz es poco más que un susurro—. Y si alguna vez pusieras a otra
290
persona antes que a ella, te amaría un poco menos. Pero la próxima vez que la veas,
ya que probablemente yo no lo haga, ¿le darías un mensaje de mi parte? Dile que es
tan molesta como Chispitas. ¿Y eso que no puede hacer? No debería estar triste por
ello. Porque crecerá. Y seguro que podrá hacerlo cuando tenga veinticinco años más
o menos.
Lowe se me queda mirando, desconcertado, hasta que comprende el
significado. Sus ojos pasan de los míos a los de Serena, y me gustaría tener tiempo
para saborear lo increíblemente equivocado, jodido y extraño que es esto: las dos
personas que forman todo mi universo reunidas en estas ridículas circunstancias.
Espero que algún día los tres podamos reírnos de este momento. Espero que
esto no sea el final. Espero que aunque yo no esté, los dos estén ahí el uno para el
otro. Espero, espero, espero.
Serena asiente.
Lowe asiente.
La comprensión corre por ellos como una corriente.
—Ahora —susurra Lowe.
De repente, Owen da un paso adelante. En un instante, las ataduras de Lowe se
sueltan y su cuerpo empieza a moverse. Contorsionarse. Fusionarse, cambiar y
transformarse. Me giro para mirar a Serena y descubro que está haciendo lo mismo:
la distracción perfecta y sorpresiva que ninguno de los guardias vio venir. Ni Vania.
Ni mi padre.
—¿Qué están...? —solo tiene tiempo de decir.
Porque dos grandes y majestuosos lobos blancos llenan la habitación. El ruido
de la carne desgarrada se eleva por encima de los gritos, y veo cómo las dos personas
a las que más quiero no se contienen absolutamente nada.
291
CAPÍTULO 29

Hay muchos asuntos que resolver y su manada lo necesita más que nunca, pero no puede
concentrarse en nada más que en ella. Entiende por qué algunos Alfas hacen votos de celibato y
renuncian al amor.
Ella lo distrae. Sus sentimientos por ella, lo distraen.

Hay algo que nunca, nunca me permitiré superar, no hasta el día en que estire
la pata, no hasta el momento en que me desvanezca en la nada de la materia: en mis
semanas de convivencia con los licántropos, nunca se me ocurrió preguntarme dónde
iba su ropa cuando cambiaban a forma de lobo.
Es tan, tan estúpido de mi parte.
Y después de la noche más aterradora de mi vida, sentada en la escalera del
Nido, con Gabi curándome la herida punzante que el cuchillo de mi padre me hizo en
la clavícula, no puedo olvidarlo.
—¿Creías que se cambiarían con nosotros? ¿Sartorialmente? —Alex se apoya
en la barandilla. Se queda sin más motivo que burlarse de mí. O quizá esté realmente
interesado, no sabría decirlo. Lo único que sé es que echo de menos cuando me tenía
miedo—. ¿Pensabas que el resultado final sería un lobo con un pequeño chaleco de
lana y una pajarita? Para que quede claro, ¿es eso lo que esperabas?
—No sé lo que esperaba. Pero el top de Serena estaba todo hecho jirones y
pegado al cuello, y solo digo que fue inquietante ver cómo le colgaba una camiseta
rosa mientras sus dientes se hundían en la garganta de Vania. —Me froto la cara con
las palmas de las manos, con la esperanza de no ver las últimas dos horas. Cuando
vuelvo a levantar la vista, Ludwig y Cal y otro puñado de comandantes caminan por
el pasillo hacia el despacho de papá. Se detienen delante de nosotros y...
Todos sabemos que estaban interrogando a Mick. Me pregunto si todavía se
parece al Aster de ahí dentro: sangre púrpura y verde salpicada por todas las
paredes. La más horripilante de las flores, pintada con los dedos por el niño más
espeluznante del mundo.
—¿Sigue hablando de la ropa? —pregunta Ludwig.
292
Alex asiente con un profundo suspiro. Gabi reprime una sonrisa.
—Solo quiero saber qué demonios pensaba que les pasaría —murmura Cal.
—No pensé —digo. Defensivamente.
—Obviamente —murmura Alex.
—¿No deberías sentirte intimidado por mí? Además, ¿qué estás haciendo aquí?
—Esta debe ser la mayor cantidad de licántropos en territorio vampiro.
—Se determinó que un experto en informática podría ser útil y, francamente,
perdiste todos tus puntos de intimidación.
—Todavía puedo beber tu sangre hasta dejarte seco, idiota.
Owen llega para interrumpir nuestras discusiones.
—¿Has terminado aquí, Misery? Te necesito conmigo un momento.
Lo sigo escaleras abajo con una última mirada a Alex, casi siempre en silencio.
Owen recibió una pequeña paliza durante la pelea: su ojo morado es cortesía de
Vania, o tal vez del guardia de cabello castaño rojizo que lo escoltó. Por su porte,
sospecho que también tiene magullado todo el costado derecho. Cuando salimos a
un pasillo oscuro y estamos fuera del alcance del oído, le pregunto en voz baja:
—¿Estás bien?
—Debería preguntártelo.
Lo medito.
—Me sentiría mejor si pudiera hablar con Serena.
—Está con alguien pelirrojo. La chica, no el chico.
—Juno. Lo sé.
—Al parecer, aún no ha dominado lo de convertirse en bestia y luego volver a
ser persona, y sigue trabajando para controlar sus... No sé, impulsos lobunos. Rojita
la llevó a correr a...
—Lo sé —repito. Sigo preocupado—. Y no es “cambiar”.
—¿Qué quieres decir?
—Los licántropos prefieren el término “cambiar”.
Me lanza una mirada horrorizada, como si fuera una nerd sentada en primera
fila gritando ¡Profesor, elíjame a mí! y luego se detiene delante de una puerta cerrada.
—Vi tu cara cuando entré en el despacho. Pensaste que te iba a joder, ¿verdad?
Resisto la tentación de apartar la mirada.
—Entraste como carcelero de mi esposo.
293
—Esa fue su idea. Lo llamé como una hora después de que se fueran. Por fin
pudimos conseguir imágenes del robo en el apartamento de Serena.
Así que por eso Lowe se fue después de que nosotros... mejor no pensar en eso.
—Déjame adivinar, fue Mick.
Asiente.
—Le enseñé a Lowe las grabaciones y enseguida lo reconoció. Misery, se
volvió jodidamente loco.
—Sí, Mick y Lowe se remontan...
—No, se asustó porque sabía que estabas con Mick. Pensé que tu juguete sexual
era un tipo bastante ecuánime, pero en realidad es espeluznante.
No me molesto en negarlo.
—¿Y qué hicieron?
—Los licántropos seguían vigilando al gobernador para ver cuál sería su
siguiente paso, e hizo una llamada a padre. En ese momento, quedó claro que estaban
colaborando en algo, y que Mick les estaba ayudando. Lowe me dijo que llamara a
padre y mintiera: la historia era que, una vez que tú y Mick desaparecieron, Lowe se
puso en contacto conmigo para encontrarte porque pensó que yo podría estar
dispuesto a ayudar, y en lugar de eso lo capturé. Ya has visto el resto. —Entrecierra
los ojos para mirarme—. De nuevo, fue idea suya.
—No he dicho nada...
—No voy a joderte, Misery.
Asiento, sintiéndome casi cerca de mi gemelo. Hace tiempo que lo olvidé, pero
me resulta familiar.
—Yo tampoco.
—Muy bien, entonces. —Señala la puerta—. ¿Estás lista? —No dice lo que hay
dentro, pero ya lo sé.
Lowe lleva unos jeans que habrá encontrado en alguna parte, y nada más. Se
gira hacia nosotros cuando entramos, pero permanece apoyado en la pared,
paciente. A unos metros de él hay una silla y, esposado a ella, un vampiro.
Mi padre.
Está cubierto de sangre, sobre todo morada, pero yo también lo estoy. Y
también Owen y todos los que estaban en la oficina durante la carnicería. Cuando
Alex llegó al lugar, lo primero que me preguntó fue si tanta sangre me estaba dando
hambre. Cuando estemos de vuelta en territorio licántropo, pienso untar un
panqueque en el interior de un retrete y preguntarle lo mismo.
294
Si alguna vez vuelvo a los licántropos.
Mis ojos se cruzan con los de Lowe, brevemente y durante demasiado tiempo.
Lo que pasa entre nosotros es un momento demasiado combustible como para no
apartar la mirada inmediatamente.
—¿Estás bien? —pregunta.
No.
—Sí. ¿Y tú?
—Sí. —Quiere decir que no, pero por ahora no importa.
Padre tiene los ojos vendados, supongo que para evitar que algún imbécil
entre en la habitación y se deje cautivar. Los auriculares que le han puesto deben de
ser anti-ruido, pero sabe exactamente quién está en la habitación, solo por los latidos
del corazón y el rastro de la sangre. Sus ejecutores han desaparecido, y también su
poder. Por primera vez en su vida adulta, está indefenso. Cierro los ojos y espero a
que me invadan sentimientos de cualquier tipo.
No llega ninguno.
—¿Puedo? —pregunta Owen cordialmente, señalando a padre. Lowe asiente,
observándolo con calma mientras le arranca la venda de los ojos y los auriculares.
Owen se agacha, sentándose sobre sus ancas. Es la primera vez que presencio una
interacción como ésta: mi hermano como parte activa y dinámica, y padre contenido
e inmóvil. Débil. Perdedor.
Se miran. Es padre quien finalmente rompe el silencio diciendo:
—Quiero que sepas que volvería a hacer todo esto. —Su voz es demasiado
fuerte para mi gusto, casi obscenamente tranquila. Me gustaría verlo suplicar
clemencia, verlo dudar de su ridícula rectitud y del valor de sus estúpidas
convicciones. Ojalá pudiera sufrir, aunque solo fuera un poco, aunque solo fuera al
final. Desearía que hubiera algún castigo por todo lo que ha hecho.
Y entonces no tengo que desearlo. Porque después de asentir pensativo, Owen
sonríe. Ampliamente.
—Me parece justo. Lo que quiero que sepas —promete, con voz baja y clara—
, es que cuando ocupe tu lugar en el consejo, trabajaré duro para deshacer todas las
mierdas que has construido en las últimas décadas. Voy a negociar alianzas con los
licántropos y con los humanos que no solo nos beneficien a nosotros. Voy a hacer todo
lo posible para facilitar treguas entre ellos. Y cuando esta zona esté en paz y la
influencia de los vampiros se reduzca casi a la insignificancia, voy a agarrar tus putas
cenizas y esparcirlas donde solían estar las fronteras y los puntos de entrada, para
que los licántropos, y los humanos, y los vampiros puedan pisarlas sin darse cuenta.
Papá. —Sonríe una vez más, feroz, aterrador.
295
Guau. Mi hermano es... guao.
—Misery, ¿hay algo que quieras decirle a este miserable pedazo de mierda
antes de que ya no pueda oírte?
Abro la boca. Luego lo pienso mejor y la cierro.
¿Qué podría decirle? ¿Hay algo que pueda herirlo, aunque sea una centésima
parte de lo mucho que me ha herido a mí y a la gente que quiero? Tal vez solo:
—Nah.
Owen se ríe, y la expresión de Lowe es a la vez tierna y divertida. Padre no nos
da la satisfacción de agitarse, ni de gritar insultos, ni de ceder el control de ninguna
manera. Pero sus ojos se cruzan con los míos antes de desaparecer tras la venda. Hay
un matiz de derrota en ellos, y me digo que tal vez lo sepa: pensaré en él lo menos
posible, mientras pueda.
—¿Qué quieren que haga con él? —Lowe pregunta una vez que papá no puede
oírnos. La pregunta debería ir dirigida a Owen, pero me está mirando a mí. Quizá no
se trate de un líder trabajando en nombre de su pueblo, sino de un licántropo,
haciendo una pregunta a su...
Cuelgo la cabeza. No. Ni siquiera voy a pensar en la palabra. Ya se ha abusado
de ella y se la ha arrastrado por el barro lo suficiente por esta noche.
—¿Qué pasa si sigue vivo? En realidad, ¿qué pasa si lo matan? ¿Habría
repercusiones?
—No hay ningún organismo oficial que regule las relaciones entre licántropos
y vampiros. Todavía. —Lowe añade—: Asumo que le correspondería al consejo
vampírico buscar retribución, o castigo para tu padre, o para quienquiera que lo haya
ejecutado. Quienquiera que ocupe su puesto tendrá algo que decir al respecto.
—Owen, entonces.
Comparten una mirada. Y tras una fracción de segundo de vacilación, Lowe
dice:
—O tú.
Sorprendentemente, Owen asiente. Y entonces ambos me miran expectantes.
—¿Crees que quiero formar parte del consejo?
Lowe no dice nada. Owen se encoge de hombros.
—No lo sé. ¿Quieres?
Se me escapa una carcajada.
—¿Qué es esto?
296
—Padre decidió que yo sería su sucesor hace décadas. —Owen parece muy
serio—. Creo que deberíamos dejar de hacer lo que él dice.
—¿Estás diciendo que si quiero ese puesto, me lo darás?
—Eh... —Enrolla los labios sobre sus colmillos—. No me haría feliz. Y te
advierto que a nuestra gente no le gustaría. Pero tendrían que reconocer que has
hecho mucho más por los vampiros que cualquiera de ellos, y con el tiempo harían
las paces.
No sabía que Owen pudiera ser tan sensato. Me resulta tan desconcertante que
me detengo a considerar la idea de un mundo en el que pueda sentirme realmente a
gusto entre los vampiros, aunque solo sea porque soy su líder obligada. No estaría
sola, no sería rechazada, no estaría constantemente fuera de lugar. El atractivo de esto
es...
Bajo a inexistente. Honestamente: que se jodan los vampiros.
—Lo que dijiste antes —le digo a Owen—. Sobre trabajar con los licántropos y
los humanos. Lo decías en serio, ¿verdad? ¿No estabas solo jodiendo a papá?
—Por supuesto. —Frunce el ceño, indignado—. Lowe y yo somos básicamente
mejores amigos.
El ceño perplejo de Lowe no transmite del todo la mejor amistad.
Owen resopla.
—Gracias por el voto de confianza. Es realmente inspirador saber que el
licántropo Alfa y su novia, que también resulta ser mi maldita hermana, piensan que
sería un gran líder. Verdaderamente el sistema de apoyo de los campeones.
Imbéciles.
Sonrío. Lowe también tuerce los labios. Nuestras miradas se cruzan y la
sensación es aún más amenazadora que antes, una tormenta peligrosa que se avecina,
como una corriente que zumba en mi columna vertebral y el agua después de una
sequía.
Es aterrador, esto entre nosotros. Necesito interrumpirlo.
—¿Puedo...? Tengo preguntas —me apresuro a decir—. ¿Dónde está el hijo de
Mick?
—Owen y yo tenemos a varias personas buscándolo —dice Lowe. Se pasa la
mano por la nuca, con cara de dolor.
—¿Y Mick? ¿Qué va a pasar con él?
Hace una mueca.
—Te lo haré saber cuando lo decida.
—¿Y Ana? Mi padre...
297
—Nunca supo dónde estaba. Está a salvo.
El alivio me inunda.
—Me alegro.
—Volverá en cuanto se resuelva la situación. ¿Algo más que necesites saber?
Aprieto los labios, deseando que este fuera el momento y el lugar para más
preguntas. Deseando que estuviéramos solos.
¿Soy tu compañera? ¿Tu pareja?
¿Está bien si no importa? ¿Está bien si quiero serlo?
¿Cuánto de lo que dijiste, de lo que dije, de lo que todos dijeron era real?
Algo de eso debe haber, ¿no?
—No. —Miro a Owen. O no es consciente de lo mucho que me gustaría que nos
dejara solos, o no le importa. Lo segundo, probablemente.
—Todavía no me has dicho qué te gustaría que hiciera con tu padre —dice
Lowe en voz baja.
Echo un vistazo a la silla. La postura de papá es tan impecable como siempre,
pero con sus orejas puntiagudas ocultas por unos auriculares y su cabello blanco
ligeramente despeinado, casi podría pasar por humano. Cómo han caído los
poderosos.
Tal vez soy realmente horrible. Tal vez se lo merece. Tal vez es un poco de
ambos. Aun así, digo:
—No me importa. Se lo dejo a ustedes dos.
Cuando paso junto a Lowe, el dorso de mi mano roza la suya y un escalofrío de
calor no destilado me recorre el brazo.
Agarro la manilla de la puerta, sintiendo aún su calor en mis dedos. Sin girarme,
añado:
—A menos que surja la necesidad, siéntete libre de no decirme nunca qué
decidieron.

Me duermo en la habitación de mi infancia, que es la cereza de una noche de


lo más rara.
En el mes previo a mi boda estuve a menudo en el Nido, pero nunca aquí. De
hecho, no he estado aquí desde mi breve estancia en territorio vampiro tras
graduarme como Colateral. El lugar está bastante limpio, y me pregunto quién ha
298
estado quitando el polvo de las estanterías vacías o cambiando las bombillas, y por
orden de quién. Abro cajones vacíos y armarios sin usar. Aproximadamente una hora
después de que haya salido el sol, me voy a dormir.
Mi cama es de estilo vampiro, que consiste en un colchón fino en el suelo y una
plataforma de madera a un metro por encima, ideal para protegerse de la luz. Un
ataúd volcado, básicamente, dijo Serena la primera vez que la vio, y aún la odio un
poco por ello. Pero es deliciosamente cómodo, y me lamento por el hecho de que
nunca podría encontrar algo así en territorio humano, y mucho menos entre los
licántropos. Luego, antes de dormirme, me pregunto si eso es relevante. ¿Qué será
de mí ahora? Con Owen ascendiendo, ¿habrá siquiera necesidad de matrimonios de
conveniencia entre nuestra gente?
No. Así que tal vez vuelva a mi apartamento. Y a las pruebas de softwares. Pero
caminaría hacia el sol antes de trabajar con alguien como el baboso de Pierce; el
mismísimo Pierce de nuevo. Así que probablemente debería refrescar mi CV y...
Me despierto cuarenta minutos antes del anochecer, con un cuerpo junto al
mío. Es cálido, muy suave, y todo en él grita familiaridad.
—Búscate tu propia cama, zorra —digo somnolienta, girándome hacia Serena.
—Nunca. —Bosteza, enorme, sin consideración por su aliento apestoso o mi
pobre nariz—. Entonces…
—Entonces. —Levanto la mano para limpiarme los ojos y aún puedo oler la
sangre vampírica bajo mis uñas. Debería ducharme.
—Acabemos con esto —empieza—. Sé que estás enfadada, pero...
—Espera. No estoy enfadada.
Parpadea.
—Oh.
—No voy a... no estoy enfadada, lo prometo.
Me mira fijamente.
—¿Pero?
—Sin peros.
—¿Pero?
—Nada.
—¿Pero?
—Por el amor de Dios, te dije...
—Misery. ¿Pero?
299
Me presiono los ojos con los dedos hasta que aparecen manchas doradas. Dios,
odio cuando la gente me conoce.
—Solo... ¿por qué?
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué no me lo dijiste?
Se muerde el interior de la mejilla.
—Bien. Así que... Te he ocultado un gran número de secretos durante el último
año, y no sé a cuál te refieres, así que...
—El grande. —Mi tono es plano—. ¿Que en realidad eres, ya sabes… de otra
puta especie?
—Oh. —Arruga la nariz—. Bien. Bueno.
—Creía que confiabas en mí. Asumí que sentías que podías contarme todo y
que nuestra amistad era incondicional, pero tal vez...
—Sí confío. Confío en ti. Es... —Se estremece. Luego se masajea la frente con
la palma de la mano—. No estaba segura, ¿sabes? Al principio, sobre todo, mi cuerpo
se comportaba de forma extraña, tenía sensaciones extrañas y parecía una locura. No
estaba segura de si estaba teniendo delirios, y me parecía el tipo de cosas en las que
debía evitar pensar y rezar para que desaparecieran. Y luego, cuando realmente
empecé a sospechar... Bueno, para empezar, ustedes odian a los licántropos.
Jadeo, mortalmente ofendida.
—Yo no.
—Haces bromas sobre ellos todo el tiempo.
—¿Qué bromas?
—Vamos. Corren detrás de los carteros, están obsesionados con las ardillas.
Hubo esa noche que conocimos a ese perro mojado que apestaba tanto...
—Era una broma. Ni siquiera había olido un licántropo en ese momento.
—Sí, bueno. —Respira hondo—. Mi sangre es roja. Y cuando tu padre me
secuestró, todavía no era capaz de cambiar. No estaba segura. En ese momento, lo
único que sabía era que algo raro, terrible y asombroso estaba ocurriendo, y te juro,
Misery, que en los últimos seis meses solo he pensado en... ¿y si muero? ¿Y si esta
cosa dentro de mí me mata? ¿Qué va a hacer Misery entonces? ¿Voy a arrastrarla
conmigo, voy a ser la razón por la que mi hermana, la persona que más me importa,
la única persona que me importa, joder, morirá, por culpa de esta extraña
codependencia nuestra, y...?
Alargo la mano y la rodeo con la suya, como cuando éramos niñas.
300
Serena se ralentiza. Se detiene. Luego, tras unos instantes, continúa, y su voz es
mucho más tranquila.
—En los últimos tres meses he tenido mucho tiempo. Evidentemente. Y había
una cámara de vigilancia en el ático, pero tenía varios puntos ciegos. Antes, había
sentido que necesitaba información. Había investigado la posibilidad de que yo fuera
una licántropa, o algo totalmente distinto, como normalmente investigaría un artículo.
Pero una vez sola, lo único que podía hacer era investigarme a mí misma. Intentar
sentirlo. Y practiqué. Cambiar es como flexionar un músculo, excepto que el músculo
también está en el cerebro. Y todavía no entiendo muy bien qué me pasa, y qué hay
en mí de licántropo o de humano, pero...
Respira hondo.
Otra vez.
Otra vez más, y le aprieto la mano.
—Entonces. —No está llorando, pero puedo oír las lágrimas en su voz—.
¿Puedes...? ¿Puedes volver a ser mi única buena amiga en todo el puto mundo,
Zorguijuela?
Sonrío.
Lugo me río.
Y ella se ríe.
—Hablas como si alguna vez hubiéramos parado.
Ahora está llorando, y yo también lloraría, pero no puedo. En lugar de eso, me
deslizo hacia delante, chocando con un millón de codos diferentes, y la abrazo.
Me devuelve el abrazo, más fuerte.
—Puedes ser lo que seas y seguirás siendo mi amiga. Y nunca tendré ningún
problema con que seas una licántropa —le digo en el cabello, que está enmarañado
con tierra y Dios, esta bebé loba necesita un baño tanto como yo—. De hecho, creo
que podría estar enamorada de uno.
301
CAPÍTULO 30

Pudo haber sido cualquiera que le enviaron. Cualquier vampira. Y sin embargo, fue ella.
Una tirada de dados.
La suerte del sorteo.

No veo a Lowe en los siguientes tres días.


Mejor dicho: sí veo a Lowe. Varias veces. Constantemente, incluso. Pero nunca
es Lowe, el tipo que pasaba el rato conmigo en la azotea y me preparaba baños de
burbujas y una vez me echó el cabello hacia atrás para mirarme la punta de las orejas
y luego me llamó bonita. Siempre es Lowe el Alfa. Discutiendo asuntos urgentes.
Viajando entre el territorio de los licántropos y el de los vampiros con Cal y otra
pandilla de subalternos tras él. Hablando con Owen y Maddie García en reuniones a
puerta cerrada de las que no quiero formar parte, pero en las que desearía estar.
Serena y yo estamos unidas por la cadera, quirúrgicamente, como si
volviéramos a tener doce años y estuviéramos calculando trigonometría juntas.
Damos largos paseos, cómodamente silenciosos, al atardecer. Bromeamos sobre el
hecho de que a Serena le puede crecer cabello en el codo a voluntad. Pasamos el rato
en mi habitación, Serena leyendo todo lo que ha pasado mientras estaba aislada del
mundo, yo parpadeando soñolienta ante los puntos negros del techo, intentando
averiguar si son bichitos o motas de suciedad.
De algún modo, siempre me equivoco.
—Tenemos buenos registros de pruebas genéticas —nos dice Juno cuando se
acerca a charlar con Serena—. Podemos trabajar para averiguar quiénes eran tus
padres. Como mínimo, de qué manada y cáfila procedían.
Serena me mira, cuestionando, y mi primer instinto es animarla. Entonces veo
que su garganta se estremece, una y otra vez.
—Quizá deberías tomarte un tiempo para pensarlo —le digo, y ella asiente
aliviada, como si necesitara mi permiso para planteárselo.
No es propio de ella, la indecisión. Por otra parte, Serena ya no es como ella.
Serena estuvo encerrada sola en un ático sin ventanas durante meses, y eso fue
302
después de que empezara a intuir que tal vez era de otra especie. Serena se queda
dormida a horas intempestivas y da vueltas en la cama, y la he sorprendido llorando
más veces en la última semana que en la década anterior que nos conocíamos. Serena
parece... no disminuida, sino distraída. Insustancial. En transición.
Esa misma noche, mientras se trenza distraídamente el cabello y mira por la
ventana, murmura:
—Me pregunto si estaría bien pasar algún tiempo con los licántropos. Solo para
ver cómo son. —Se me ocurre que Juno es la primera de los licántropos en la vida de
Serena que no la ha secuestrado, encarcelado o abandonado.
—Tengo que preguntarle algo a Lowe —le digo a Owen al día siguiente, cuando
lo sorprendo entre las reuniones del consejo. Está mirando la pantalla táctil del
despacho de mi padre con el ceño fruncido. No se han ocupado de las manchas de
sangre... o quizá sí, y las marcas casi negras son recuerdos permanentes—. ¿Dónde
está?
—En su casa, supongo.
—¿Cuándo volverá?
—No lo sé. —Parece estresado, como si se hubiera pasado una mano por el
cabello. El poder no le sienta tan bien, no todavía, al menos—. Las negociaciones han
terminado por ahora, así que no por un tiempo.
—Oh. —Mis ojos se abren de par en par, y Owen finalmente levanta la vista.
—¿Qué?
—Nada. Supongo que pensé en volver con él... Ya que vivo allí.
—¿Quieres?
—¿Qué quieres decir?
—No tienes que vivir allí si no quieres.
—¿Y la alianza?
Se encoge de hombros.
—La semana que viene el Consejo votará formalmente los parámetros de
nuestra alianza con los licántropos. Mientras tanto, Lowe y yo estamos de acuerdo, y
ninguno de los dos va a pedirte a ti o a Gabi que sigan sirviendo como Colaterales.
—Dudo que el consejo apruebe...
—El Consejo ha permitido a padre hacer un montón de cosas muy ilegales, de
las que ahora se apresuran a fingir que no sabían nada, y aunque no tuvieran intención
de cubrirse las espaldas, les traigo una alianza condicional con los licántropos y los
humanos. Así que sí, aprobarán lo que yo les diga. —De acuerdo, tal vez estaba
equivocada. El poder le sienta bien—. Gabi ya está de vuelta en territorio licántropo.
303
Eres libre de vivir donde quieras, así que déjame preguntarte de nuevo: ¿Quieres
vivir con Lowe?
Es una pregunta tan descarnada y directa que solo puedo desviarla con otra.
—¿Ha dicho algo?
—¿Cómo qué?
—Como, ¿quiere que yo... espera que yo...? ¿Ha dicho algo?
Me lanza una mirada despiadada.
—No soy una consejera de radio.
Inclino la cabeza.
—Aunque lo pareces.
—Vete a la mierda y fuera de mi oficina.
Salgo para evitar el pisapapeles que está mirando. Entonces me doy cuenta de
que no he conseguido lo que buscaba. Tomo una decisión ejecutiva: vuelvo sobre mis
pasos, robo las llaves del coche de Owen, y unos minutos después Serena y yo
estamos en la carretera, cruzando el puente mientras un sol pálido se oculta tras los
robles. No llevo encima ningún documento diplomático, pero cuando declaro mi
nombre el hombre del puesto de control me pasa por el escáner facial y me deja
pasar.
Dejo a Serena en casa de Juno y sonrío al verlas adentrarse en el bosque en
forma de lobo, con el viento tejiendo ondas a través de su suave pelaje. Lo que Serena
necesita en estos momentos es compañía, y me alegra poder facilitársela. Además,
me siento asombrosamente aliviada de que me pida ayuda y no me deje de lado.
—Mándame un mensaje cuando hayas terminado de perseguir topos, o de
olerse el culo, o lo que sea —les grito—. ¡Me voy a casa de Lowe!
Su casa está abierta, como de costumbre, pero inusualmente vacía. Me quito
los zapatos y subo las escaleras de madera, preguntándome si las bolsas de sangre
seguirán llegando automáticamente para mí. Cuándo volveré a ver a Ana. Si Serena y
Chispitas/Sylvester volverán a reunirse.
Se me cae el estómago al entrar en mi habitación. El lugar parece deshabitado,
más que cuando me mudé. Mis chucherías, libros, películas e incluso algo de ropa se
han vuelto a meter en cajas.
Ya no soy bienvenida aquí. Estoy siendo desalojada.
Probablemente haya una razón. Lowe no te echaría sin más.
Pero no puedo retorcerme para que no me importe. Mi corazón se encoge y, si
no me echan, me alejan. He servido a mi propósito, y…
304
—¿Misery?
Me doy la vuelta y me da un vuelco el corazón.
Lowe. Mirándome fijamente en el cálido resplandor de las luces del techo. No
sonríe, pero irradia felicidad al verme. Lleva una chaqueta de cuero y tiene las manos
a los lados, un poco rígidas. Como si las mantuviera ahí conscientemente.
—Hola.
—Hola. —Sonrío. Él me devuelve la sonrisa. Luego nos quedamos en silencio
el tiempo suficiente para que recuerde nuestra última conversación a solas.
Demasiado largo.
—No estaba segura si podía... Espero no estar allanando tu morada.
—¿Allanando? —Su alegría al verme se desvanece en confusión, que se
transforma en una especie de severa comprensión—. Vives aquí.
No pregunto, ¿sí? porque eso sonaría inseguro y quejumbroso y tal vez un poco
pasivo-agresivo, y acabo de recordar que no soy ninguna de esas cosas. No con Lowe,
al menos.
—He dejado a Serena y creo que sería estupendo que ella y Ana pudieran
conocerse. Le haría bien a Serena, y viceversa. Dudo que sean las únicas dos mitad
licántropas ahí fuera, pero...
—Por lo que sabemos.
Asiento.
—¿Te parece bien?
Se rasca la mandíbula. Tiene la barba más larga desde que lo conozco. ¿Cómo
han sido los últimos días para él?
—Pienso contarle a Ana lo de sus padres cuando Koen la traiga de vuelta. Iba a
dejar esa conversación para más adelante, pero hay demasiada gente que lo sabe y
no quiero que se entere por otra persona. Después de eso, me encantaría que
conociera a Serena. Y por supuesto, Serena siempre es bienvenida entre nosotros. Es
parte de nuestra manada, si quiere serlo. Le encargué a Juno que se ocupara de ella
mientras estuve fuera, pero organizaré una reunión para explicárselo todo ahora que
he vuelto.
—¿Vuelto?
—Estábamos tratando con Emery.
Mis ojos se abren de par en par.
—¿Tan mal?
Suelta una risita suave y apoya un hombro en la puerta.
305
—Ya lo creo.
—Como que sospechamos del licántropo equivocado, ¿no?
—Cuando se trataba de Ana. Por fin tenemos pruebas suficientes para
responsabilizar a Emery de las actividades de los Leales, incluida una explosión en
una escuela ocurrida hace tres meses. Fui a informarle de que habrá un tribunal. Pero
cuando se trata de mi hermana... —Su expresión se ensombrece—. No es culpa suya
si decidí creer a Mick.
—¿Encontraste a su hijo?
—Sí. Están juntos, fuertemente vigilados. Aún no estoy seguro de lo que voy a
hacer. —Aprieta los labios.
—Lo siento mucho, Lowe —digo pesadamente—. Sé lo mucho que confiabas en
él.
—Con cualquier otro licántropo, me habría dado cuenta de que me estaban
mintiendo. Pero Mick... su olor había cambiado drásticamente. Era agrio, amargo y
abrumador, pero supuse que era el dolor. Perder a su pareja y a su hijo le haría eso a
alguien.
Me acerco un paso más, con ganas de consolarlo, sin saber muy bien cómo. Al
final me limito a repetir un inadecuado:
—Lo siento. —Intento continuar, desenrollar esa bola de palabras que pesa tan
densamente en mi estómago, pero el sonido muere en mis labios. Estoy atrofiada,
incapaz de ser coherente.
—No es propio de ti —dice con una fina sonrisa.
—¿Qué no lo es?
—No decir exactamente lo que piensas.
—Sí. Sí. —Una ráfaga de irritación me invade. Hago rebotar el pie para
contenerla—. Era más fácil ser honesta contigo cuando pensaba que tú lo eras
conmigo.
Frunce el ceño.
—Puedes hablar honestamente conmigo, Misery. Siempre.
Dejo escapar un suspiro impaciente y avanzo hacia él, dispuesta a atacar. Solo
me detengo cuando estoy tan cerca que tiene que doblar el cuello para mirarme a los
ojos.
—Pero ¿por qué iba a hacerlo? ¿Para que puedas utilizar mis heridas más
profundas y lo que sabes de mi pasado para hacerme daño cuando decidas que debes
alejarme?
306
Parece cabizbajo al recordar las cosas que me dijo, como si le dolieran tanto
como a mí.
—Lo siento —susurra.
—Mentiste —acuso—. Dijiste todo eso y todo era mentira.
No lo niega, lo que me enfurece aún más. En lugar de eso, inspira profunda y
lentamente hasta llenar los pulmones.
—¿Por qué? —le pregunto. Al no obtener respuesta, levanto la mano hacia su
cara—. Podría obligarte a decirme la verdad. —La yema de mi pulgar presiona su
entrecejo—. Podría cautivarte.
Su sonrisa parece triste.
—Ya lo has hecho, Misery.
Aprieto los ojos. Luego los abro para preguntar:
—¿Soy tu pareja?
—Fue en serio lo que dije —dice con calma—. No deberías usar palabras de
licántropo que no puedes comprender.
—De acuerdo. —Giro sobre mis talones con rabia y me alejo. A la mierda con
esto. Si no quería que usara las palabras de licántropo, no debería habérmelas dado.
—Misery. —La mano de Lowe se cierra contra mi muñeca, deteniéndome en
seco. Cuando intento zafarme, su brazo me rodea la cintura y me atrae hacia él.
Su calor es abrasador. El raspado de su mejilla contra el pliegue de mi cuello,
deliciosamente áspero.
Lo oigo inspirar de nuevo, esta vez sin contenerse.
—Mis sentimientos. Mis deseos. Mis anhelos... Son míos, Misery. No tuyos.
Intento retorcerme en su agarre, furiosa.
—Claro que lo son. ¿Qué demonios significa eso?
—Significa que no quiero que tomes decisiones basadas en mis necesidades.
No quiero que estés conmigo porque tienes que hacerlo, porque te preocupa que de
lo contrario me sienta desgraciado. —Ojalá pudiera verle los ojos. Su voz es a la vez
gruesa, áspera y grave, como si alguien le hubiera metido toda la emoción posible y
luego hubiera intentado borrarla—. En la boda, cuando estuviste cerca de mí por
primera vez, me enfadé. Estaba furioso porque por una broma del destino había
encontrado a mi pareja, y era alguien a quien nunca podría amar de verdad. Te
deseaba más que a nada, y sin embargo me sentía atrapado por ti. Y entonces empecé
a pasar tiempo contigo. Empecé a conocerte, y me hiciste feliz. Me hiciste mejor. Me
hiciste querer ser cada parte de mí, incluso las que creía haber dejado atrás. Y un día
307
me desperté y me di cuenta de que aunque no olieras como lo mejor del mundo, no
te querría menos.
—Lowe...
—Pero puedo sobrevivir sin ti, Misery. Todo lo que necesito hacer es... —
Exhala una risa cálida e insonora—. Estar sin ti. Todo lo que necesito hacer es
soportarlo. Y no será bueno. Pero creo que aun así sería mejor que verte ser infeliz.
Que dejar que mi amor por ti te ate a mí cuando preferirías...
—¿Y mi amor por ti? —Me doy la vuelta en sus brazos, y esta vez me deja—.
¿Puede eso atarme a ti? ¿Tengo tu permiso para corresponder a lo que sientes?
Sus labios se separan.
—No. No. No puedes sorprenderte de lo que siento por ti. No cuando no he sido
más que sincera al respecto, ¿y sabes qué? —Mis manos empiezan a temblar y las
aprieto contra su pecho—. No. Si quiero estar enamorada de mi estúpido esposo
licántropo, voy a estar enamorada de mi estúpido esposo licántropo, tanto si quiere
admitir que me quiere como si no. Y hay más: voy a vivir aquí, así que ya puedes
deshacer las maletas. Voy a estar en la vida de Ana, porque le agrado y de alguna
manera me agrada, ¿de acuerdo? Y voy a quedarme en el territorio licántropo, porque
mi mejor amigo es uno de ustedes, y por una vez en mi vida la gente ha sido
jodidamente amable conmigo, y me gusta vivir en un lago, y no me importaría ser el
bicho raro chupasangre de esta manada, y... —Podría balbucear más amenazas, pero
él me interrumpe.
—Las ventanas. Las voy a cambiar.
—¿Eso qué tiene que...?
—Vi las que tienen en el Nido. Owen me explicó cómo funcionan. No te estaba
mudando, solo no quería que tus cosas se dañaran.
—Oh. —No computa—. Eso es muy, eh... considerado. ¿Y caro?
No parece importarle. En cambio, su frente se posa sobre la mía y su mano
envuelve mi mejilla. Su voz es un susurro entrecortado.
—Tengo miedo, Misery. Estoy aterrorizado.
—¿De qué?
—De que no hay mundo, ni escenario, ni realidad en la que con gracia permita
que me dejes. Que si no te dejo ir ahora, dentro de cinco años, cinco meses, cinco
días, no seré capaz de hacerlo. Cada segundo, te deseo demasiado, y cada segundo,
estoy a punto de desearte más. Cada segundo es mi última oportunidad de hacer lo
decente. De dejarte vivir tu vida sin ocupar toda...
Levanto la barbilla para acercar mi boca a la suya. Hemos intercambiado
muchos besos, y éste es probablemente el más comedido de todos. Pero hay algo
308
desesperado y frenético en la forma en que sus labios se aferran a los míos, algo
totalmente perdido.
Me retiro. Sonrío. Digo:
—Cállate, Lowe.
Se ríe, con su nuez de Adán balanceándose.
—No es la forma apropiada de hablarle al Alfa de la manada a la que dices
querer unirte.
—Bien. Cállate, Alfa. —Vuelvo a besarlo, esta vez prolongadamente. Me abraza
con fuerza, como si fuera a salir corriendo en cuanto dejara de hacerlo—. Me has visto
con Serena —murmuro contra sus labios—. No soy de las que cambian de opinión.
—No. No lo eres.
—Lo entiendo, sentirse atrapado por el asunto de la pareja. —Doy un
apresurado paso atrás, preguntándome de repente si esta conversación requiere
distancia física—. Tiene que ser duro, sentir que no podrías alejarte, aunque
quisieras. Como si alguien fuera a ser tu problema para siempre...
Sacude la cabeza, con los ojos clavados en los míos.
—No eres un problema, Misery. Eres un privilegio.
Mi corazón se ralentiza y el de Lowe se acelera, tres latidos por cada uno de los
míos. Nuestros cuerpos gritan lo diferentes que somos en el nivel más básico y
fundamental.
Pero no me importa. A él tampoco.
—Lo intentaremos, entonces. ¿No es eso lo que es cualquier relación, al final?
Conocer a alguien y querer estar con esa persona más que con cualquier otra, e
intentar que funcione. Y yo... tal vez no tenga el hardware, pero el software está aquí,
y tengo que programarlo. Tal vez no estés hecho para mí como yo estoy hecha para
ti, pero te elegiré de todos modos, una y otra y otra vez. No necesito un permiso
genético especial para estar segura de que eres mi...
No llego a terminar la frase. Porque me besa con voracidad, como si no fuera a
parar nunca, y yo le devuelvo el beso de la misma manera. La intensidad, esta vez, se
ve reforzada por el alivio.
—Estás aquí —dice contra mi cuello, empujándome hacia atrás. No es una
pregunta, ni para mí. Sus fuertes manos me sujetan la nuca y no me dejan asentir—.
Te quedas. —Siento que el asunto se asienta en su interior, la certeza de lo nuestro.
Una parte diferente de Lowe toma el control, y me empuja de nuevo contra la
pared.
309
—Compañera. Mi pareja —gime, como si no se hubiera permitido pensar en la
palabra en relación consigo mismo antes de este momento. Cuando me levanta y me
lleva a la cama, me quedo sin aire—. Mi pareja —vuelve a decir, con una voz más
grave que de costumbre, tan áspera que le rodeo el cuello con los brazos y tiro de él
hacia abajo, con la esperanza de que eso calme su urgencia, el temblor frenético de
sus manos. Su respiración se tambalea en mi cabello, así que empujo contra sus
anchos hombros hasta que nos da la vuelta. Entonces soy yo la que marca el ritmo,
con besos lánguidos y sabrosos, y la vibrante tensión de su interior se disipa
lentamente.
Inhalo el aroma de su sangre, embriagador y potente.
—Amo esto —digo—. Te amo.
Aspira incrédulo. Me entra calor en el estómago, me sube por la columna
vertebral. Me quito la camiseta y él me sigue ansioso con las manos y la boca. Me
besa la clavícula, me chupa los pezones, me mordisquea los pechos. Con cada roce
siento que nos vamos soldando poco a poco... hasta que se detiene.
Sus largos dedos se flexionan alrededor de mis caderas, imposiblemente
apretados, y luego se aflojan.
Cuando se aparta para mirarme, sus labios son de un rojo oscuro, sus ojos
austeros y claros.
—Puede que tengamos que parar.
Me río, ya sin aliento.
—¿Es este otro ataque de culpa de Alfa licántropo?
—Misery. —Se detiene. Se lame los labios—. Estoy muy alterado. Hemos estado
separados, y hueles tan bien, y dijiste algunas... cosas intoxicantes, como que estás
aquí para quedarte, y estoy más cerca del borde que...
Me río contra el borde de su mandíbula.
—De acuerdo. Antes de que caigas en más odio hacia ti mismo, déjame decirte
que voy a beber tu sangre otra vez. ¿De acuerdo, Lowe?
Sisea un—: Joder… —por lo bajo y asiente con impaciencia.
—Y vamos a tener sexo.
Sus caderas presionan contra las mías. Nuestras respiraciones se entrecortan.
—De acuerdo. Sí —repite, de repente decidido. Haciendo acopio de
autocontrol—. Puedo parar. Voy a parar cuando...
—No vas a parar. —Le beso la mejilla, le rodeo el cuello con los brazos y le
susurro al oído—. Cuando tu... nudo suceda, vas a... —¿Atarse? ¿Engancharse?
¿Unirse? Necesitaré un vocabulario mejor—. Hazlo dentro de mí.
310
Lowe me aprieta contra su pecho.
—Si te hago daño...
—Entonces me harás un poquito de daño. Como yo te hago daño cuando me
alimento de ti, ya que te perforo la piel. Y luego, después de unos minutos, se vuelve
realmente bueno para mí, y creo que para ti también.
Su única respuesta es un gruñido profundo. Parece involuntario, y le beso el
labio inferior para evitar reírme.
—Todo va a ir bien. Si no lo está, hablaremos de ello. Somos especies
diferentes, pero esto es a largo plazo, y debemos ser honestos sobre nuestros deseos
y necesidades, y está claro que quieres esto, y probablemente incluso lo necesites...
Cierra los ojos. Como si realmente lo necesitara.
Pero lo más importante:
—Y la cosa es que quiero que lo hagas. Es diferente, no lo voy a negar, y tal vez
no funcione muy bien, pero la idea de ello como es...
—¿Rara?
—En realidad, iba a decir... —Tengo la boca seca—. Caliente.
Veo que sus pupilas se dilatan, y entonces es un hecho. Lowe pierde el control
de sí mismo y yo estoy debajo de él. Mi ropa se desprende con tirones frenéticos,
luego la suya, y recuerdo la primera vez que hicimos algo parecido. Su vacilación
contenida en la bañera. Apenas puedo reconocerlo en la forma en que me toca, la
manera en que su mano moldea la parte baja de mi espalda para arquear mi cuerpo
hacia el suyo como una ofrenda.
Los dos queremos hacerlo con calma, pero él está más duro de lo que pensaba
y yo estoy más mojada de lo que él esperaba. Tarda muy poco, solo unos cuantos
empujones a través de mis pliegues, pero estamos al borde. La punta roma de su polla
choca contra mi clítoris y, cuando se retira, queda atrapada contra mi entrada, lista
para deslizarse.
—Estás tan caliente por dentro. Tan húmeda, solo por mi nudo. —Me da un beso
en la sien y susurra algo que podría ser suave. Luego empuja profundamente dentro
de mí. Es grande de una forma que me estira y me satisface y que hace sonar una
débil alarma en mi cabeza. Me retuerzo, me siento atrapada, empalada, y es el
reajuste que ambos necesitamos.
Se desliza hasta la empuñadura.
Me arqueo y golpeo el colchón con las palmas de las manos.
Nuestros corazones se detienen al mismo tiempo, y luego se reanudan. El mío
con latidos retardados. El suyo, un tambor que late.
311
—Misery. Quiero vivir dentro de ti.
Me toma en brazos. Levanto la barbilla para besarle la comisura de los labios,
y no bajamos el ritmo. Lowe saca su polla casi por completo y luego vuelve a meterla
con un ritmo desigual, sin pausa. La última vez, trató de hacerlo durar. Esta vez se
lanza de cabeza a lo que viene, y mi cuerpo puede que no lo entienda, pero responde
con entusiasmo. Me mira mientras me folla, la presión de sus caderas me abre y,
cuando cierro los ojos, me rindo al placer. Me jadea al oído, cosas como «bien» y «sí»
y palabras confusas que no tienen sentido, porque está más allá del pensamiento. Mis
músculos internos se tensan para mantenerlo dentro más tiempo, apretándose
alrededor de su polla, y ese calor líquido con el que ya estoy familiarizada sube
dentro de mí.
Y entonces algo cambia. Lowe bombea una vez, dos veces, tan fuerte que mis
manos resbalan sobre sus hombros sudorosos. El crescendo de la respiración se
detiene bruscamente y abro los ojos.
Espero volver a encontrarlo preocupado, tener que tranquilizarlo, pero su
control se ha desatado más allá de eso. Me ordena:
—Mírame a los ojos. —Y no hay incertidumbre en su voz, solo la certeza de que
así es como debe ser. No puedo hablar, así que asiento. Él asiente y grazna—: Está
empezando.
Un instante después siento una inmensa presión. Me llena lentamente,
empujando lánguidamente una, dos veces, hasta que la hinchazón en la base de su
polla es demasiado grande para deslizarse hacia atrás. Entonces se estremece, gruñe
desde lo más profundo de su ser. Le recorro el cuello con los dientes y él gime,
acercando mi cara a su garganta y mis caderas a su ingle. El bulto de su nudo crece
más y más.
Me siento extraña. Llena. Agradable. Puede que incluso me sienta...
—Voy a hacerlo, Misery. Voy a correrme donde se supone que debería. —Su
voz es apenas comprensible—. Voy a atarme a tu pequeño y apretado... —Un cambio
repentino, y la presión aumenta. Lowe se corre, su orgasmo es algo poderoso para lo
que ninguno de los dos está preparado. Intenta llegar más profundo, incluso cuando
ya no hay adónde ir, incluso más allá del momento en que creo que su placer debería
haber terminado. Me hago flexible y acogedora, hasta que él parece recuperar la
suficiente presencia de ánimo para decir—: Mi preciosa pareja. Me tomas tan bien.
—Otra oleada de placer se abate sobre él cuando eyacula dentro de mí, y su cuello
se tensa hacia atrás, con los ojos vidriosos.
Muevo mis caderas, probando, tirando, y descubro que está alojado en mí, y
estamos atados juntos, y sí, se siente…
312
—Bien —digo. Justo al borde del dolor. Pero también soy un ser hecho de calor
y sensaciones. Mis músculos se crispan y él exhala, aun estremeciéndose dentro de
mí. Los espasmos de su clímax contraen su gran cuerpo—. Esto es tan bueno. Solo...
Se siente tan bien, necesito más contacto. Más fricción. Necesito que se mueva,
aunque no pueda. Intento moverme sobre su nudo, pero no cede. Intento apretarme
a su alrededor y Lowe suelta una carcajada sin aliento. Parece recuperarse del
aturdimiento de su orgasmo, lo suficiente para hacerme callar y meter la mano entre
nosotros.
Hace falta tan poco, solo un roce de su pulgar, y entonces yo también me corro.
Se me ponen los ojos en blanco y nunca había sentido nada tan violento, loco,
dolorosamente bueno...
—Lowe. —Me asusta lo intenso que es. Pero suelta un gemido sin palabras, me
muerde la clavícula, y sé que siente exactamente lo mismo que yo, el placer brutal,
palpitante, imposible de detener.
—Mi preciosa pareja, corriéndose en todo mi nudo. Vamos a hacer esto todos
los días —me gruñe al oído—. Y cuando estés lista, te morderé donde cuenta. Dejaré
una cicatriz, y la lameré cada mañana y cada noche. ¿De acuerdo?
Asiento. Un éxtasis salvaje y sin fondo palpita dulcemente en mi interior.
Funciona, pienso. Funcionamos. Pero no me molesto en decirlo, porque es obvio. En
vez de eso, pregunto:
—¿Y ahora qué?
Se estremece y nos gira hasta que me tumba encima de él. Sus manos tiemblan
ligeramente mientras recorre mi espalda. Sus uñas se sienten... no. Debo de estar
imaginándomelo.
—Ahora... —Cierra los ojos y arquea las caderas, como si intentara penetrarme
más. No estoy segura de que funcione, pero el nudo se arrastra maravillosamente
contra mis paredes. Recorre una exquisita línea entre el placer y el dolor, y provoca
más espasmos en mí. Y luego en el suyo—. Joder —murmura brevemente. Y una vez
que puede volver a hablar, gruñe—: Ahora todo es como debe ser. Te tengo donde
quiero.
—¿Cuánto tiempo?
—No lo sé. —Me besa la sien—. Mucho tiempo, espero.
—Entonces, si realmente necesitara salir para hacer una llamada importante...
Su agarre me aprieta las caderas tan bruscamente que casi me río. Lowe baja
hasta mis labios y me besa profundamente por un momento.
—¿Segura que no te duele?
313
—No. Es... —Extraordinario. Fantástico. Extrañamente hermoso—. Creo que me
gusta el sexo licántropo.
—No es sexo licántropo. —Sus ojos sostienen los míos durante un largo rato—.
Sexo de pareja.
Siento que sonrío al oír la palabra.
—¿Esto va a pasar siempre?
—No lo sé —repite, subiendo la mano para apartar mis mechones sudorosos—
. Tal y como me siento, no puedo imaginar que no sea así.
—Porque somos… —Me detengo al ver su mano. La mayor parte sigue teniendo
forma humana, pero sus uñas están a punto de convertirse en garras.
—Lo siento —dice, avergonzado. Lo observo hacer un esfuerzo concertado
para retraerlas, asombrada por su cuerpo. Cómo se siente dentro del mío. Las cosas
que puede hacer—. No tengo tanto control como debería. Es todo realmente...
—¿Nuevo?
—Bueno. No se compara con nada.
—¿Hay algo que los licántropos suelen hacer? ¿Algo que yo debería hacer?
Se ríe en silencio y niega con la cabeza.
—Si lo hubiera, no lo sabría. No lo querría. Eres perfecta, y yo... —Sus dedos
se deslizan entre nosotros, más allá del sudor de nuestros vientres, haciéndome
estremecer de más placer. Mis músculos se agitan a su alrededor y, en respuesta,
siento cómo me inunda más líquido. Y cuando la nueva oleada de placer se acaba, y
estoy jadeando encima de él, me doy cuenta de que Lowe me está tocando donde
estamos unidos. Donde su polla se ha encerrado dentro de mí. Como si necesitara una
prueba táctil de que esto está pasando de verdad.
Cuando nos pone de lado, con una de mis largas piernas encima de la suya,
noto su semen goteando fuera de mí, incluso más allá del sello de nuestros cuerpos.
El desastre que estamos haciendo, de la cama y el uno del otro. De algún modo,
parece algo bueno.
Fuera, las olas rompen contra la orilla del lago. Los dedos de Lowe rodean mi
mejilla. Vuelvo a sentir el placer en mi interior y me preparo para el largo viaje.

Todavía estoy en mitad de la noche cuando me despierto. Estoy tumbada boca


abajo en la cama, con la mejilla hundida en la almohada, sintiéndome flácida y
314
exprimida, como si toda una vida de sensaciones se hubiera agolpado en mi cuerpo
y luego hubiera sido exprimida.
Es sorprendentemente encantador.
Lowe está a mi lado, apoyado en un codo, tocándome por todas partes de una
forma que parece medio distraída, medio compulsiva. Recorre la hendidura que une
mis omóplatos. Siguiendo los contornos redondeados de mi culo. Me pasa los dedos
por el cabello y me acaricia la punta de la oreja. Acariciándome justo entre las
piernas, indiferente, o quizá excitado por el resbaladizo desastre que ha dejado allí,
ansioso por volver a introducirme su pene.
Dejo que mis párpados se abran y lo observo mirando cada curva, ángulo e
inclinación de mi cuerpo, embelesada por la mirada embelesada de sus ojos. Está
concentrado, perdido en el simple contacto, y pasan varios minutos antes de que
levante la vista hacia mi cara y me encuentre despierta. Su sonrisa es a la vez
reservada y vacilante, orgullosa y luminosa.
Lo deseo... lo deseo con él... tanto, con tanta fuerza, que es aterrador y
emocionante a partes iguales.
—Hola.
Le devuelvo la sonrisa. Con colmillos.
—¿Cuánto tiempo tardó en...?
—Unos treinta minutos. —Se inclina para besarme con la boca abierta en la
línea del hombro. Su mano me rodea el culo mientras me murmura al oído—: Lo has
hecho muy bien, Misery. No puede haber sido fácil, pero me has tomado tan bien.
Como si estuvieras hecha para ello.
La sangre me sube a las mejillas. Me muevo, saboreando el intenso dolor de mi
cuerpo.
—Teniendo en cuenta lo ocupado que estás con Ana y tu manada, puede que
tengamos que programar el sexo.
Lo digo en broma, pero asiente solemnemente.
—Apúntame en tu agenda.
—¿Qué tal los domingos por la mañana temprano? Pero antes de las diez de la
mañana, o caeré muerta sobre ti.
—A la mierda eso. Separa dos horas, todos los días.
Me río y miro el rubor verde que persiste en sus pómulos afilados, maravillada.
Es mío, pienso, feliz, codiciosa, avariciosa. Es un sentimiento nuevo, de pertenecer.
De poseer.
—¿Te he hecho daño? —pregunta en voz baja, y yo vuelvo a reír.
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—¿Parece que me has hecho daño?
Vacila.
—Duró mucho tiempo, y funcionó... quizá funcionó demasiado bien para mí.
Casi me desmayé durante un rato, y dudo que estuviera en mi mejor momento.
—No, no me duele, Lowe. —Le sostengo la mirada y le pregunto con
ecuanimidad—: ¿Y a ti?
Su mirada es fulminante, y me dan ganas de reírme otra vez. Él y yo. Juntos. Lo
más grande de todos los tiempos que nunca debería haber ocurrido.
—Serena podría venir a buscarme —le digo—. No quiero que su yo
recientemente traumatizado tropiece con un momento de sexo entre especies y se
traumatice aún más, así que...
—Es mitad licántropa y mitad humana —dice Lowe. Lo observo con curiosidad
en hasta que continúa explicando su punto de vista—. A menos que salgan un montón
de híbridos de la nada, solo va a tener relaciones inter-especies.
—Oh. —Intento pensar en sus implicaciones, pero tengo que rendirme. Mi
cerebro está pastoso, meloso con restos de placer, y una especie de silencio ruidoso,
y el olor de la sangre de Lowe—. De cualquier manera, debería ducharme.
—No —ordena bruscamente, con su voz de Alfa. Sus músculos se tensan, como
si se estuviera preparando para una pelea. Entonces se da cuenta de lo ridícula que
es su reacción, porque cierra los ojos y se le hace un nudo en la garganta.
Inclino la cabeza.
—Antes te parecía bien que me bañara.
—Es diferente. Están pasando muchas cosas. —Se señala la cabeza, pero luego
baja la mirada hacia su cuerpo. Están pasando muchas cosas dentro de mí, quiere
decir—. No creo que pueda perderte de vista durante un par de días. O semanas. —
Suena sin disculpas y arrepentido, una combinación que no creía posible—. Y ahora
mismo, hueles como yo. Como si no lo creyeras, Misery. Hueles a mí desde dentro, y
cada maldita célula me grita que hacerte así es lo mejor que he hecho en mi vida,
quizá lo único bueno, y no puedo dejar que...
—Lowe. —Me subo sobre los codos y me inclino hacia delante para besarle en
la boca, deteniendo el torrente de palabras—. ¿Quieres venir a ducharte conmigo?
—Me retiro y sonrío—. Así podrás reponer el olor enseguida y no tendrás que
perderme de vista.
La tensión abandona instantáneamente su cuerpo. Sus ojos se suavizan.
—Eso, puedo hacerlo.
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Me lleva a su cuarto de baño, y el chorro de agua caliente me tranquiliza tanto
como sus manos siguiendo el recorrido de cada gota por mi cuerpo. Cierro los ojos,
inclino la cabeza hacia atrás y dejo que me toque de esa forma obligada y absorta que
parece ser su nueva normalidad. Parece haber aceptado esto —nosotros— sin
esfuerzo, incondicionalmente, pero no puedo evitar preguntármelo.
—¿Lowe?
—¿Mmm?
—Puesto que soy tu pareja, y puesto que realmente no planeo, ya sabes, dejarte
ir... y nunca podrás hacer esto con una licántropa —digo sin abrir los ojos—. Nunca
tendrás la experiencia del hardware.
Sus palmas enjabonadas trazan mi piel, deteniéndose demasiado tiempo en
mis pechos.
—Cualquier idea de hacer algo de esto con una licántropa murió la noche que
te conocí. —Oigo el rechazo en sus palabras. Lo que añade es un murmullo, más para
sí mismo que para mí—. No habría nadie más, de todos modos. Aunque tú no me
quisieras, yo no podría.
—Pero el hecho es que yo tengo muchas más limitaciones que tú. ¿Va a ser raro
que nunca vayamos a correr juntos en forma de lobo? ¿Que nunca daremos un paseo
al sol? ¿Comer juntos? Incluso tendremos que encontrar un horario de sueño que se
adapte a los dos.
Su pulgar y su índice me rodean la barbilla y la levanta, suaves pero decididos,
hasta que me veo obligada a mirarle a los ojos.
—No —dice simplemente. Es más tranquilizador que cualquier largo discurso
o negación vehemente. Luego me pasa un mechón de cabello por detrás de las orejas
y se inclina hacia delante para chuparme uno de esos puntos del cuello que parecen
ser su norte magnético. Tararea y empieza a rozarme suavemente con los dientes.
—Pues adelante —le digo.
Mordisquea suavemente.
—¿Eh?
—Muérdeme, si quieres. —Siento su ancho pecho endurecerse contra el mío—
. Como todas las cicatrices de parejas que he visto.
Un estruendo profundo y resonante sale de su pecho. Durante un breve
instante, me aprieta la cintura de forma casi dolorosa. Luego me suelta, como si
estuviera hecho de acero y moderación.
—No.
—Si crees que voy a cambiar de opinión...
317
—No. Pero no ahora.
—Ahora no.
—Hay rituales. Costumbres. Cosas que significan algo para nosotros. Para mí
—añade—. Quiero volver a verte con esas obscenas marcas ceremoniales. Quiero
ponértelas. Esta vez a solas, no necesito a nadie cerca que te vea así y se haga
ilusiones. Y cuando por fin te muerda, no será en el cuello. —Suelta una carcajada
apenada—. Nada tan digno para nosotros, Misery.
Oh.
—¿Dónde?
Su palma rodea mi garganta. Me acaricia la nuca. La yema de su pulgar recorre
mi columna vertebral, una o dos vértebras.
—Aquí. Creo que te morderé aquí. —Lo dice como si fuera un plan secreto y
asqueroso en el que lleva tiempo trabajando, y luego suelta un sonido compungido y
frustrado—. Llevarás el cabello recogido, y la gente lo verá, y sabrán que tomé a mi
hermosa novia vampira como lo hacen los lobos, y que a ella le encantó. Y serás buena
para mí y me dejarás, ¿verdad?
Te dejaría en este momento, pienso, pero no me molesto en decirlo. Ya conozco
a Lowe y las cosas que acostumbra a negarse a sí mismo.
—Eso espero. —Sus pupilas se ensanchan como si acabara de prometerle
riquezas incomprensibles. Se merece el mundo. Se merece todo lo que siempre ha
deseado—. Mientras tanto, ¿quieres que te muerda?
Maldice suavemente cuando mi boca alcanza una de las glándulas de la base
de su garganta, y luego susurra—: Joder, sí… —cuando mis dientes de se clavan en
ella. Paso el pulgar por la glándula del otro lado, sintiendo sus estremecimientos y
oyendo los ecos de por favor y más y toma todo lo que necesites. Lowe estaba duro
antes, pero ahora puedo saborear su impaciencia en el cobre de su sangre, y cuando
desliza sus dedos profundamente dentro de mí, cuando su respiración se vuelve
errática y me ordena que me corra, que me corra ahora mismo para que pueda
follarme otra vez, solo puedo dejar que el placer me recorra el cuerpo en oleadas
subsumidas. Después, me levanta y me aprieta contra la pared de azulejos. Rodeo sus
caderas con las piernas y lo acojo entre mis muslos.
Empuja dentro, y esta vez es tan fácil como en un sueño. Siento el estiramiento
ardiente y dejo que mis uñas dibujen medias lunas en su sólida espalda. No puedo
creer que una vez pensaras que esto no funcionaría, casi digo, casi me río, pero su
sangre sabe demasiado bien como para dejar de beberla, y me quedo sin sentido por
la sensación de tenerlo dentro de mí, aún más profundo que antes.
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—Te gusta esto, ¿verdad? —susurra en mi piel, y mi respuesta apretando su
polla hace que abra la boca contra mi hombro—. Joder. Ya puedo sentirlo. Misery,
¿puedes...?
Estoy demasiado ocupada dándome un festín con su sangre para decirle cuánto
puedo, cuánto lo deseo. Pero puedo demostrárselo. Chupo con más fuerza su glándula
y él gime y me penetra tan fuerte y tan profundamente que por un momento ninguno
de los dos puede respirar.
Entonces siento las primeras oleadas de placer recorriendo mi cuerpo, siento
el nudo de Lowe expandirse rápidamente dentro de mí y atarme a él, y bajo el chorro
balsámico del agua, sonrío en su vena.
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EPÍLOGO

Lowe
Ella hace un montón de bromas del tipo “estás oficialmente condenado a una
vida de Misery” y Lowe no está seguro de que le hicieran gracia al principio, y mucho
menos ahora que hace una semana que la tiene de vuelta, pero no puede evitar
alegrarse cada vez.
Incluso mientras suspira y menea la cabeza con desaprobación.
—A la derecha. En realidad, a la izquierda. En realidad, déjame hacerlo a mí —
refunfuña ella, robándole el martillo de la mano. Están colgando un cuadro en la pared
de lo que volverá a ser la habitación de Ana. Es una tontería, algo que Lowe dibujó
ayer de improviso, porque eso es lo que ha sido: Espontáneo. Inspirado. Feliz.
Un Chispitas gigante, como Godzilla, que se eleva sobre el letrero de
Hollywood —que por casualidad deletrea LILIANA— no es el estilo artístico habitual
de Lowe. Y el resultado no le pareció tan bueno. Pero cuando dejó su bloc de dibujo
abierto en la encimera de la cocina, Misery y Serena le echaron un vistazo, y todas
sus protestas se encontraron con ojos en blanco y acusaciones de que estaba
buscando cumplidos. En cuanto se puso el sol, le robaron el coche y condujeron
durante horas para encontrar el marco perfecto.
Y mientras estaban fuera, Lowe trasladó las cajas de Misery a la habitación
contigua. Ella solo estará en la de Lowe, ya que es lo que tiene más sentido.
Solo estar con él.
Su pareja. Su compañera.
Con él.
Aún no se ha acostumbrado a la idea. Es posible que cuando se trata de
sentimientos como los que siente por Misery, grandes, abrumadores y abarcadores,
acostumbrarse no sea algo que ocurra nunca. Es posible que la crudeza de lo precioso
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nunca desaparezca. Y cada vez que piensa en el futuro, en las posibilidades, los
latidos de su corazón se aceleran como si estuvieran en una carrera contra sí mismos.
Y Misery siempre se da cuenta.
—¿Qué pasa con eso? —pregunta, con las palabras entre dientes—. ¿Evento
cardíaco? —Ella lo mira de reojo con sus bonitos ojos lilas. Su perfil es suave, de líneas
delicadas marcadas por las dramáticas puntas de sus orejas, dientes y barbilla. Casi
lo deja sin aire en los pulmones.
No sabe qué contestarle. Así que se acerca y le pasa una mano por la espalda
mientras ella se golpea contra la pared. Cuando eso no es suficiente, rodea su torso
con los brazos. Inhala su estimulante y alucinante aroma. Cierra los ojos.
No estaba solo antes de ella. Si alguien le hubiera preguntado, no habría
admitido ser infeliz. Tenía una manada y una hermana que cuidar, cosas que le
apasionaban, amigos por los que daría la vida. Nunca pensó que le faltara nada. Pero
ahora...
No está seguro de merecer el calor de su vida actual, pero lo conservará de
todos modos.
—Hola —dice Misery, como si no hubieran estado juntos en toda la noche,
desde el mismo instante en que se despertó. Deja el martillo y el clavo sobre la
cómoda. Su mano pálida se enrosca suavemente alrededor de su antebrazo. Él siente
una profunda felicidad.
—Hola —dice.
Ella empieza a trazar letras en su piel, y él quiere decirle que vaya más
despacio, que deletree las palabras otra vez. Pero entonces capta una E, una M y una
O, y piensa que tal vez pueda adivinar...
—Ha llegado la plaga —susurra emocionada mientras un coche entra por la
calzada bajo la ventana. Misery se zafa de su abrazo y Lowe se traga un gruñido hosco
al ver que él no es la primera y única preocupación de su compañera. Luego la sigue
escaleras abajo.
Hace más de dos semanas que no ve a Ana, pero su hermana apenas le da un
abrazo superficial, demasiado ocupada enseñándoles a Miresy y a su nueva amiga
Serena el nuevo transportín que el tío Koen ha comprado para Chispitas.
Lowe reprime una sonrisa y sale justo cuando su mejor amigo sale del coche.
—Gracias. Te debo una.
Koen resopla.
—Hermano, me debes diez. Y no por Ana.
—¿Qué más?
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—Emery ha estado explotando el chat familiar. Entre otras cosas, al parecer. —
Se encoge de hombros ante la ceja levantada de Lowe—. ¿Qué? ¿Demasiado pronto?
Lowe suspira y le hace un gesto para que entre.
—Entra. Te pondré al día de la mierda de los últimos diez días.
—Muy emocionado de escuchar todo sobre...
Un solo paso dentro de la casa y Koen se detiene como si acabara de chocar
contra un montón de ladrillos. La palma de la mano busca apoyo en la pared.
—¿Qué demonios? —Lowe lo mira con el ceño fruncido. Al no obtener
respuesta, se vuelve para estudiar a su amigo. Su cuerpo vibra ligeramente. Sus
pupilas se contraen, como suele ocurrir cuando un licántropo está a punto de cambiar.
Y sus ojos...
Lowe sigue la mirada de Koen. Está clavada en una pequeña figura agachada
en el suelo del salón. Está rascando la barbilla de un ronroneante Chispitas y
murmurándole disculpas.
Serena.
La mirada de Koen permanece allí durante mucho tiempo, como capturada, o
tal vez sin querer soltarla.
—Bueno, bueno, bueno —balbucea. Su voz es ronca. Demasiado grave—.
Estoy jodido, de acuerdo.
Lowe comprende inmediatamente.
En su opinión, esto va a ser un problema.
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ACERCA DE LA AUTORA

Ali Hazelwood es la autora del bestseller número Uno del New York Times
de Love, Theoretically y The Love Hypothesis, así como escritora de artículos revisados
por expertos sobre la ciencia del cerebro, en los que nadie se enrolla y el “para
siempre” no siempre es feliz. Originaria de Italia, vivió en Alemania y Japón antes de
trasladarse a Estados Unidos para cursar un doctorado en neurociencia. Cuando Ali
no está trabajando, se la puede encontrar corriendo, comiendo pasteles o viendo
películas de ciencia ficción con sus tres amos felinos (y su marido, un poco menos
felino).
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